Tiempo de espera

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GUATEMALA, VIERNES 25, FEBRERO 2011 13 www.dca.gob.gt solo literatura I l Marisol se sienta en ese banquito redondo que acompaña a los tambores. Da un último vistazo al público para ubicar a su familia en la oscuridad. No lo logra. La encandila un reflector blanco que se posa sobre ella. Entonces entiende que ya es tiempo de colocar su pie en el pedal. Toma las baque- tas y empieza a tocar como se lo enseñó su maestro en el curso de vacaciones. Su pequeño cuerpo de 11 años pare- ce una sólida roca, mientras sus cuatro extremidades revolotean, produciendo sonidos de adultos. La audiencia aplaude al compás de la música, un par de personas chiflan, varios flashazos invaden el escenario. Y Marisol sonríe cuando su quijada se lo permite porque cuando tiene que concentrarse en algunos movi- mientos, aprieta los labios sin darse cuenta. II Juan intenta abrir la pesada puerta de hierro y madera, pero la prisa que lleva y la presión de aquella importante invitación, han dejado su mano sudorosa. Se resbala de la manija y se lastima. Logra entrar al lobby, sudoroso y un poco adolori- do. No está sangrando, pero puede ver cómo su piel se va enrojeciendo. Los nervios de no llegar a tiempo hacen que pase desapercibida la muche- dumbre que sale del lugar. Él va en vía contraria, con el corazón a punto de salírsele por la boca. Cada persona le parece un pesado obstáculo que debe sortear para llegar a la meta. Le importa poco abrirse paso a empujones. Wendy García Ortiz* l * l Wendy García Ortíz es cuentista guatemalteca. III En casa, Flor termina de poner la mesa. Enciende un par de velas y apaga la luz del comedor. Por unos segundos se siente orgu- llosa. Pasó dos horas metida en la cocina y media hora más esperando a que el horno le avisara que la carne estaba lista. Ve su reloj por décima vez y sube corriendo hacia su cuarto para vestirse y perfumarse. Está tan feliz que no puede dejar de tararear aquella canción que su papá le cantaba a su mamá en cada aniversario. Elige un juego de lencería sin estre- nar, una falda corta y una blusa con escote pronunciado. Sonríe al ubicar en el closet los zapatos altos que a él le gustan. Suspira. Casi todo está listo. Solo falta empacar en una cajita de cartón, la prueba casera que dice “positivo”. IV La última melodía que inter- preta Marisol la hace sudar un poco más porque su timidez le impide recibir los aplausos con alegría. Le da mucha pena tener que levantarse y hacer una reverencia como los japone- ses. Cuando termina, se encienden las luces del teatro. Por fin puede ver a su mamá y sus hermanos aplaudiendo como locos. Le parece divertida la escena. Sus ojos siguen recorriendo el audito- rio. No encuentra a su papá. La directora de la escuela se le acerca con Tiempo de espera el micrófono en la mano y pide un aplauso más fuerte para la estrella de la noche. La niña solo quiere cruzar miradas con su padre. No le inte- resa el reconocimiento. A lo lejos, su mente escucha un “muchas gracias por venir, esperamos que hayan disfru- tado la velada”. La gente empieza a levantarse de sus asientos. V Juan por fin puede llegar al lugar donde se había realizado la velada cultural de la escuela. El telón está cerrado y solo puede ver cómo los técnicos del auditorio desarman una peque- ña batería. Primero los platillos, después los tambores. El cansancio, mezclado con los nervios y ahora con la culpa, lo obligan a sentarse en el suelo y a colocar su cabeza entre las piernas. Se siente destrozado. Desde el divorcio sentía que estaba fallándoles a sus hijos en todo. No puede creer que esto suceda de nuevo. VI Flor se ajusta nerviosamente el sostén mien- tras observa hacia la calle, desde la ventana de su cuarto. Prefiere sentarse en la cama e inten- tar calmarse un poco. Tiene que estar prepara- da, se dice. La velada íntima es una sorpresa. Si no viene a cenar, deberá comprenderlo porque últimamente ha tenido mucho trabajo. Decide bajar a apagar las velas. Pone un poco de música y se sienta a esperarlo en el sillón, con una frazada sobre su regazo. Al cabo de unos minutos se queda dormida, pero sin soltar la cajita envuelta en papel de regalo. Cuando el disco termina de sonar en el reproductor, un hombre cabizbajo y visible- mente cansado abre la puerta lentamente y con dificultad debido a una herida que tiene en la mano.

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Cuento publicado en La Revista de El diario de Centroamérica, en febrero de 2011.

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Guatemala, viernes 25, febrero 2011 13www.dca.gob.gt solo literatura

Il Marisol se sienta en ese banquito redondo que acompaña a los tambores. Da un último vistazo al público para ubicar a su familia en la oscuridad. No lo logra. La encandila un reflector blanco que se posa sobre ella. Entonces entiende que ya es tiempo de colocar su pie en el pedal. Toma las baque-tas y empieza a tocar como se lo enseñó su maestro en el curso de vacaciones.

Su pequeño cuerpo de 11 años pare-ce una sólida roca, mientras sus cuatro extremidades revolotean, produciendo sonidos de adultos.

La audiencia aplaude al compás de la música, un par de personas chiflan, varios flashazos invaden el escenario. Y Marisol sonríe cuando su quijada se lo permite porque cuando tiene que concentrarse en algunos movi-mientos, aprieta los labios sin darse cuenta.

IIJuan intenta abrir la pesada

puerta de hierro y madera, pero la prisa que lleva y la presión de aquella importante invitación, han dejado su mano sudorosa. Se resbala de la manija y se lastima. Logra entrar al lobby, sudoroso y un poco adolori-do. No está sangrando, pero puede ver cómo su piel se va enrojeciendo.

Los nervios de no llegar a tiempo hacen que pase desapercibida la muche-dumbre que sale del lugar. Él va en vía contraria, con el corazón a punto de salírsele por la boca. Cada persona le parece un pesado obstáculo que debe sortear para llegar a la meta. Le importa poco abrirse paso a empujones.

Wendy García Ortiz*

l * l Wendy García Ortíz es cuentista guatemalteca.

IIIEn casa, Flor termina de poner la mesa.

Enciende un par de velas y apaga la luz del comedor. Por unos segundos se siente orgu-llosa. Pasó dos horas metida en la cocina y media hora más esperando a que el horno le avisara que la carne estaba lista. Ve su reloj por décima vez y sube corriendo hacia su cuarto para vestirse y perfumarse. Está tan feliz que no puede dejar de tararear aquella canción que su papá le cantaba a su mamá en cada aniversario.

Elige un juego de lencería sin estre-nar, una falda corta y una blusa con escote pronunciado. Sonríe al ubicar en el closet los zapatos altos que a él le gustan. Suspira. Casi todo está listo. Solo falta empacar en una cajita de cartón, la prueba casera que dice “positivo”.

IVLa última melodía que inter-

preta Marisol la hace sudar un poco más porque su timidez le impide recibir los aplausos con alegría. Le da mucha pena tener que levantarse y hacer una reverencia como los japone-ses.

Cuando termina, se encienden las luces del teatro. Por fin puede ver a su mamá y sus hermanos aplaudiendo como locos. Le parece divertida la escena. Sus ojos siguen recorriendo el audito-rio. No encuentra a su papá.

La directora de la es cuela se le acerca con

Tiempo de esperael micrófono en la mano y pide un aplauso más fuerte para la estrella de la noche. La niña solo quiere cruzar miradas con su padre. No le inte-resa el reconocimiento.

A lo lejos, su mente escucha un “muchas gracias por venir, esperamos que hayan disfru-tado la velada”. La gente empieza a levantarse de sus asientos.

VJuan por fin puede llegar al lugar donde se

había realizado la velada cultural de la escuela. El telón está cerrado y solo puede ver cómo los técnicos del auditorio desarman una peque-ña batería. Primero los platillos, después los tambores.

El cansancio, mezclado con los nervios y ahora con la culpa, lo obligan a sentarse en el suelo y a colocar su cabeza entre las piernas. Se siente destrozado. Desde el divorcio sentía que estaba fallándoles a sus hijos en todo. No puede creer que esto suceda de nuevo.

VIFlor se ajusta nerviosamente el sostén mien-

tras observa hacia la calle, desde la ventana de su cuarto. Prefiere sentarse en la cama e inten-tar calmarse un poco. Tiene que estar prepara-da, se dice. La velada íntima es una sorpresa. Si no viene a cenar, deberá comprenderlo porque últimamente ha tenido mucho trabajo.

Decide bajar a apagar las velas. Pone un poco de música y se sienta a esperarlo en el sillón, con una frazada sobre su regazo. Al cabo de unos minutos se queda dormida, pero sin soltar la cajita envuelta en papel de regalo.

Cuando el disco termina de sonar en el reproductor, un hombre cabizbajo y visible-mente cansado abre la puerta lentamente y con dificultad debido a una herida que tiene en la mano.