Tierra Amanecida
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POESÍA EDITA
TIERRA AMANECIDA1
Rincón2
Con manos extranjeras3
recojo en tierras lueñes mi usado corazón.
Un rotoso muñeco es el ayer.4
Y están los viejos días colgando de mi voz.5
Lenta loma flamante de gramillas
y amansada de soles y venteos.
La primeriza6 luz se estrena en ella,
juega como una infancia por los cercos.
Yo la supe sabrosa de imprevistos,7
y anduve el recoleto caserío.
1Con fecha posterior a Tratado de la pena, libro de poesía que publica en 1930 y que retira en forma meticulosa de circulación, realiza una serie de correcciones sobre un ejemplar de Tierra Amanecida. Sobre esas indicaciones se elaboran estas notas. Su trabajo incluye anotaciones del tipo “Este libro de C.M., que sufrió correcciones definitivas sobre la 1ª edición aparecida en Octubre de 1926, se terminó de imprimir en los talleres..., el día..., etc.”, y apuntes para un índice que incluiría a Tratado de la pena. Todas las notas sueltas y dispares muestran una clara tendencia a hacer de éste y de Tratado de la pena un solo libro. Además, corresponden claramente a distintos momentos. En retiro de portadilla tacha la biografía que aparece en la primera edición, bajo el dibujo de Norah Borges (1926), y comienza las indicaciones con una enfática grafía que reza: “Poner artículos y preposiciones. Revisar el libro, en este sentido”. Las páginas finales incluyen una serie de notas sueltas, tachadas, ilegibles en su mayoría, que muestran el proceso de escritura. Por ejemplo: “Suprimir algunas ‘reiteraciones’ en ‘Clarín del Alba’”. (poema que pertenecería al libro Tratado de la pena. A su vez, de estas notas puede inferirse un índice tentativo del libro que estaba pensando: Primera parte: Glebario. Rincón (Manera de volver). Borrosa estampa (Persona del anochecer). Inmigrante aquerenciado. Poblado (Un poblado y su poema). Exaltación de un sembrador (Las remociones de su corazón). Parva incendiada. Siembra. Labradío. Cosecha (Así vuelven). Reconstrucción. Villaje (Ficción de 1924). Totalidad de rumbos (Sumario de afecciones). Aclamación a una pieza vacía (Habitación que túvome). Indigencia (Después de algunos...). Para sepultar un olvido (Quedándome en olvidos).2 N. de la E.: título tachado. Sustituido por “Maneras de Volver”. Segunda parte: tratado de la pena. Alucinaciones (“Incluir un cuento alucinatorio, un poema cuento tipo ‘Provincia’. Un cuento llano, inglés –secamente escrito, anécdota limpia, sin metáforas–”). El dedicado a un cielo.3 “extranjeras” tachado.4 Verso tachado.5 El autor señala una posible corrección entre las voces “viejos”, “días”, “voz”.6 “primeriza” tachado.7 Verso tachado. Sustituido por “Andúveme sus rumbos: piedra y tiempo”.
1

Le fui legando meses a los muros
y herbazales. La dicha fue conmigo.
Rincón cuyo silencio tutela los destinos.8
Las casonas durmientes rezan humo cansado.
Parroquiales relojes suman noche,
y un grillito desvela todo el campo...
Están sus viejos días pendientes de mi voz.9
Las horas me circulan como pulsada sangre.
Buscaré su ternura
para escuchar este secreto oleaje.
Ya no busco senderos, los aguardo.10
Volverá mi abandono a su cariño,
y asomado a sus tardes lograré mi aventura.
Quedar es la riqueza de ganar un camino.
Versos donde aparece una alegría11
Albor primero vino a despertarme.
La mañana mansita entró a mi pieza.
Aquí está reluciente y conmovida
como una absolución, el alma intensa.
Añejas devociones voy cruzando.
Oran por mí las santas arboledas.
Nuevo como quien viene de un cariño
desando mi existencia y mis callejas.
Crece como una luna mi silencio...
8 Verso tachado.9 Verso tachado.10 Verso tachado y sustituido por “Cuando habrase perdido nuestra gente”.11 Poema tachado.
2

Los minutos más viejos están cerca.
Asoma mi niñez sobre las tapias...
¿A quién le pido un canto en la hora espléndida?12
Borrosa estampa13
Su silencio engendraba14 la noche en mis recodos.
Por la calle apagada de sus labios me pierdo.
Cual la vida y la muerte su amparo fue de todos,
y aún entre mis brazos era casi un recuerdo...
Puedo nombrarla un árbol de piedad numerosa,15
y decir que al cumplirse más sombra consentía.
Cansino pordiosero, mi divagar la glosa.
Aquí estoy saludando mi antaño de alegría.
Todo silencio llega de lejos y vencido.
Cien lunas la sellaron de eternidad desierta.
Clara como la estela de una hermandad ha sido.16
Se amotinan ternuras y leguas a mi puerta.
Como bosques soñeros se agachan las edades.17
La nostalgia llovizna desde un cielo vacío.
Mas su presencia imanta mis ricas soledades,
y puesto que no existe todo su ser es mío.
12 Este verso aparece señalado con un “sí”.13 Este título ha sido cambiado por “Persona del anochecer (el aplicado/dedicado/consagrado a un cielo de provincia)”.14 “Engendraba” tachado.15 Estrofa tachada. Se agrega “la detenida en ángeles/en pájaros”.16 Este verso y el siguiente, tachados.17 Verso tachado.
3

Alabando los buenos cielos18
Mi destino que es ávido como boca en pasión
los cielos saborea. Goloso de horas soy.
Posesión he tomado de esta lenta mañana.
Le enciendo mi silencio cual una luminaria.
Es nueva risa de ángeles su luz jugosa y blanda
que me perfuma y limpia como una devoción.
Se calienta de pájaros el ambiente, y de sol.
De todas partes vino mi ser a este milagro.
Las formas son conciencias de eternidad, aclamo.
Un pecho tengo, y labios para elogiar andanzas.
La dicha exprimo como se exprime una naranja.
Por los tréboles busco la luna ya caída...
Aire tibio y elástico tal un cuerpo de china...
Aurora, yegua joven. La vida toda blanca.
Sagrada y plena como las ubres de una vaca.
Hondura19
Me oprime y me acongoja el pecho laxo
esta redonda atmósfera sonante.
La inmensidad dardea.
Me nombro oscuro foso
donde resuena el mundo.
Los confines cantaron por mi boca.
En crecida marea
los días y las noches
vienen a socavarme largamente.
A socavarme el pecho caudaloso.
Y yo devuelvo el eco de sus olas.
Logra pocas estrellas mi reducto.
18 Poema tachado.19 Poema tachado.
4

Pero sus rayos bajan
maduros y cansados ya de cielo.
Y en la hondura que digo estoy rezando.
Soy el tenso cordaje
donde vibran distancias que no he visto.
Escucho como nadie
el caer de los diurnos lindes cárdenos
que desploman sus leguas de tristeza,
o me llegan las ráfagas
cuando el bosque del viento se desgaja,
y la noche convida como un alma.
Escucho a mi pasado,
ese caudal20 de muerte no entregada.
Él recoge mis rumbos
y me desviste de años.
Oigo la inmensidad.
Murmurio sideral de caracol,
la escucho resonar desde los astros.
Y sabe mi silencio que sólo es
el respirar de Dios.
Campo21
El cielo candoroso
como un doncellerío.
Corre un aire filoso.
Todo el silencio es mío.
El campo largo y hondo
20 “caudal” subrayado. Es clara la diferenciación entre lo que tacha y subraya, que en todos los casos manifiestan la duda. En ese mismo verso anota “mortandad?”, y señala son un “sí” esta estrofa.21 Poema tachado.
5

que humillan alambrados,
bajo el día redondo
se alegra de sembrados.
De sus leguas voceadas
por el viento matrero
las tardes son manadas
y Dios final lindero.
Va corriendo un camino
la chúcara distancia,
y yergue su molino
el casco de una estancia.
Entre agudos cardales
ponen ritmo al verano
los grillos, naturales
relojitos del llano.
La calandria sonora
en su parla persiste,
madrina de la aurora
que de viento se viste.
Campo duro y rotoso,
de tarde, su costado
de ocaso penurioso
se siente lastimado.
En su quietud rezada
por ave y vegetal
la muerte es sosegada
como un lacio yuyal.
6

Posesión de un minuto22 23
Calma de oro me ablanda los sentidos.
El gramillal mojado, el aire nuevo.
La quietud es más honda que una dicha,
y rema en agua de horas mi silencio.
En medio de esta noble venturanza
mi desnuda nostalgia tizna cielos.
Cargo un alma confusa de caminos...
Pero alguien me perdona desde lejos.
Inmigrante aquerenciado
La fe revoloteando dentro el pecho
partió rumbo a comarcas de abundancia.
Sobre sus pocos años bien derecho
superaba el recuerdo y la distancia.
Su dinero y su lágrima escondida
era humilde secreto en el pañuelo.
Aclarando los fondos de su vida
ilusiones pastaba su desvelo.24
Ojos turbios de lloro y mar reciente
y en el alma confusa su optimismo
en dualidad con su evocar doliente.
De pampero y de cielo fue el bautismo.
La aventura era dócil en sus manos,
22 Poema tachado. 23 El poema aparece en la revista La Cruz del Sur, Nº 18, julio-agosto, 1927, en la siguiente versión:Calma de oro me ablanda los sentidos. / El gramillal mojado, el aire nuevo. / La quietud es más honda que una dicha, / y rema en agua de horas mi silencio. // Risotadas de luz cruzan los árboles./ La solariega paz me aclara el pecho. / Como en el medio de una gran ternura / estoy dentro el asombro del momento (sic). // En medio de esta notable venturanza / mi desnuda nostalgia tizna? cielo... / Cargo un alma confusa de caminos... / Pero alguien me perdona desde lejos.24 Verso sustituido por “luciente porvenir fundó su anhelo”.
7

y llevando al futuro de la brida
respiró madrugadas en los llanos
y en tierra litoral plantó su vida.
El sol tostó su faz, su libre brazo
desnudado en esfuerzo masculino,
el campo austero y el trajín machazo
le ensancharon25 el alma y el destino.
Intimó con las cosas primordiales
y en torpe idioma su emoción las dijo.
Sauzal, lluvia, jagüel, campos iguales
los agrandaron26 de amor y regocijo.
Detrás de sus vigilias numerosas
vio llegar un mañana color fiesta,
grato como el camino de las chozas,
piadoso como sauce en ardua siesta.
Encontró la mujer y vino el hijo
en cuyos ojos cosechó dulzura.
Se alegró como un árbol el cobijo,
y el tiempo fue un reposo de llanura.
Y clavando la reja en sus terrones
o embolsando el tesoro de sus eras,
pulsador de jornadas y estaciones27
se adueñó de las horas venideras.
Como en sus llanos entrará en lo eterno.
Piensa un campo más grande y postrimero
25 “ensancharon” tachado.26 “agrandaron” tachado.27 Verso sustituido por “concertado con cielos y estaciones,”.
8

donde regir la seca y el invierno.
Y estará junto a Dios que es su aparcero.
Poblado28
Yo lo pido callado y recoleto29
con sus calles ansiosas de confines
que surcan su quietud
como meditaciones lentas.
Y un poco parecido a todos venga.
Santificado de sauzales y asomado a un río.
Así nomás serán esos poblados
que piensa el corazón para algún día.
Los cielos se pregonan, brilla el pasto,
y una voz familiar pulsa su sueño.30
De este modo es aquel que yo he mirado
y que viera crecer como a un hermano.
Como mi sombra prudente supe de esto...
Yerguen sus vidas31
idéntica estatura
como los trebolares extendidos,
y tienen casi todo lo que anhelan...
Puedo afirmar que su encendido amparo32
gobierna33 las jornadas de las almas.
El campo polvoriento34 viene a verlo.
Tan humilde y parejo que su vida
cabe en esta carilla que lo ronda.
28 A este título lo cambia por “Un poblado y su poema (Modestia de un lugar. Su cariño también. Nunca cercano)”. Y en página previa anota “Soñado por una flor”, “El mundo es lo soñado por una magia”. 29 Verso tachado.30 Este verso y el siguiente, tachados.31 Verso tachado.32 Verso tachado. 33 “gobierna” tachado.34 Sustituido por “El polvoriento campo”.
9

Galpones de cereal, ventanas claras;
alguien vino arrastrando muchas leguas,
y el caballo aquietado en su entresueño
muerde un poco de campo en las veredas...
Plaza mansita35 de altos paraisales.
Un decoroso amor allí pasea...
Todo esto es bueno como un árbol.
Poblado recoleto cual un sueño.36
Yo lo he visto crecer como a un hermano.
Por eso aquí lo llamo y lo recito37
con dilatada38 voz.
GLEBARIO
Exaltación del sembrador39
I
Una música nueva silba el viento en las mieses.
El gaucho postrimero se fue a un celeste pago.
Y galopando edades y gobernando penas40
desensilló en un claro de eternidad. Sagrario.41
Todo mi afán concurre para ensalzar, ¡oh música!,
tan verdadera como mi ser tras lo que exalto.
Hay mucho que aplaudir en éste,42 que sereno,
va ritmando estaciones al compás del arado.
35 “mansita” subrayado en el original.36 Verso tachado.37 “recito” tachado.38 “dilatada” tachado.39 Agregado el siguiente subtítulo: “( Lo removido. Las remociones de su corazón)”.40 “gobernando penas” tachado.41 “Sagrario” subrayado.42 “Hay mucho que aplaudir en este” tachado.
10

Almas en blanco. Ved. Hoy ha empezado el mundo.
Gorriones anticipan migajas de veranos.
Un Ford vive43 caminos. Junto a la noche cejan
estos que se aprendieron la tierra palmo a palmo.
De sus pechos arrancan los sudosos minutos.
Te aumentan y acaudalan,44 Señor. Ya estás brotando.
Una canción acuesta los humillados días.
La fatiga es en ellos ceniza de entusiasmo.
Compasible modestia de las chozas. Consienten
semillas de ternura y un agua de descanso.
Son parejas las almas en penurias o dichas
como son paralelos firmamentos y llanos.
En las voces del trigo se proclaman45 faenas,
voluntades erguidas46 que laboran los campos.
O comentan47 la máquina que deglute cosechas
y en su vientre recoge los maduros veranos.
Las tertulias lerdonas48 del fogón, cuando queman
sus parvales rojizos los ponientes dramáticos,
susurrones yuyales entrelucen rocío,
43 “vive” tachado.44 “acaudalan” tachado.45 “proclaman” tachado.46 “erguidas” tachado.47 “comentan” tachado.48 “lerdonas” tachado.
11

las estrellas retoñan y se atrista el espacio.
Ellas dicen virtudes de la casa paisana,
alegrona49 y festiva como el pecho de un pájaro.
Donde abunda la risa como el pan en los hornos,
cuando danzan las albas en planicies de pasto.
II
Ceremonio el esfuerzo, las querencias pondero,
y digo que es hermoso pasar por estos campos.
No lejos hay la selva que de Montiel se nombra.
Más reducida vino, la entraban los sembrados.
Verdecidas cuchillas serán blancas de casas.
Irán midiendo leguas, villajes y poblados.
Italianas con ojos color de madrugada.
Firmes varones hondos de vida y entusiasmo.
Rincones provinciales. Holgados en su júbilo
allí sobre sus almas oscuras se empinaron.
Tenaces cual ombúes que enraizan en el tiempo,
y humildes como el mate que va de mano en mano.
Brumadoras faenas solidan estos pechos
anchos50 como pasiones, serenos como prados.
Aguardan de los cielos y de la tierra aguardan.
49 “alegrona” tachado.50 “anchos” tachado.
12

Creer siempre es vivir más vida. Erguirla en canto.51
Amontonan el oro52 de sus férvidos53 días
en las parvas lucientes y en los silos metálicos.
Van puliendo la gema de un redondo destino,
y bandeando mañanas con tesón renovado.
Amanecen las noches latentes de la tierra
con auroras de linos y trigales tempranos.
Y por fin los acoge como un pecho entreabierto
la amistad de la tierra que eterniza su amparo.
Parva incendiada
No más pequeña que la noche se desea
la tornadiza llama que desbrava tinieblas.
El ventarrón tirante y entrador54 la dilata.
La llama es una hembra.
El fuego, ángel rebelde, quiere bajar la noche.
Columna de locura. La sombra se desangra
improvisando un poco de cielo madrugado.
Las viviendas se alumbran de plegarias.55
Son visibles confines y aledaños.
La soledad frondosa se persigna en los álamos.
Un manojo de afanes sube a Dios en el humo,
y unos cuantos silencios indigentes
en la sañosa hoguera miran arder un año.
51 “Erguirla en canto” tachado.52 “oro” tachado.53 “férvidos” tachado.54 “entrador” subrayado.55 Verso tachado.
13

Siembra
Tierras adolecidas de lluvias y ventiscas.
Varones que repechan las ágiles mañanas.56
Silencios y horizontes pulsan las sembradoras.
Huelen a pastos fuertes las demasiadas almas.57
Después tornan los peones que en amistad derecha
de campo y cielo abierto se unieron a los gringos.
Y la avenencia noble perfuma como el llano.
Y tiembla la esperanza como un linar florido.
El poniente arrebata para siempre sus huellas...58
Ilusiones cargaron cual lucientes gavillas.
Zarpan sueños sin rumbos. Cada otoño es un viaje,
y la espera es un báculo para escalar los días.
Corazones desnudos como el viento y el agua59
atrás dejan las horas segadas como espigas.
Hombre que en los solares acuesta sus desvelos
hasta bajar él mismo como última semilla.
Labradío
Ni demoroso el hombre, ni lejos el milagro.
Los muchos60 corazones laten en las semillas.
Se aclararán llanuras y pechos campesinos.
Las bocas de los surcos balbucirán espigas.
56 “ágiles mañanas” tachado.57 Verso tachado.58 Verso tachado.59 Este verso y el siguiente, tachados.60 “muchos” tachado.
14

Almas con cicatrices de soles y jornadas,
la esperanza es en ellas un interno camino.61
El campo pobrecito lo mismo que un recuerdo
se tornará abundante como un corazón rico.
Tañedores de sueños, enhebran tiempo oscuro.62
Alumbran con su anhelo las cosas más lejanas.
Pasa el viento llorando desteñidas quietudes.
La noche es una ausencia dilatada de ráfagas.
Y crece la esperanza labriega con el grano,
y sube con el germen un bosque de alegría...
Festejo63 voluntades que, fieles a la tierra,
le arrojan el puñado luciente de sus días.
Cosecha64
Un hervor de chicharras madura la estación,
y en la mañana pura como la voz de un niño
la segadora cruza resollando su fuerza.
Una verdad levanto: los muchos sacrificios.65
Como pampa sin cercos toda vida se agranda.66
Corazones del llano, las parvas han crecido.
Y despertando estrellas, con una tarde menos,
regresan los braceros pesados de caminos.
Livianos de otro día se aquietan en la sombra.
61 Este verso y el siguiente, tachados.62 Verso tachado.63 “Festejo” tachado.64 Este poema fue publicado en Exposición de la actual poesía argentina 1922-1927, organizada por Pedro Luis Vignale y César Tiempo, Editorial Minerva.65 Verso tachado.66 Verso tachado y sustituido por “Ilusiones cargaron cual lucientes gavillas”.
15

Dios cultiva sus almas cual mansos labradíos.
Yo miro tanta carne vencida de poniente,67
y me llena de leguas el aire que respiro.
Nada indecisa viene la dicha hasta el colono:
el futuro lo ampara como un árbol sombrío,
y se da con franqueza de mano labradora
al que enfrentó alboradas sobrando su destino.
Regreso68
Es casi verdadera la queja del crepúsculo.
Los colonos regresan aquietando sus vagos
ademanes tranquilos y pesados de sombra.
Regresan lentamente rezando su cansancio.69
Con la boca agravada de silencio me advierten
rumbo al ocaso donde los cielos se arrodillan
(Clima de corazones gozo por estos predios).
Las ráfagas nocturnas se van contando espigas.
La sombra es una pena desnuda en las estrellas.
El grito de algún teru se afila entre los pastos.
La noche se estremece llorosa de candiles
que brotan como angustias del pecho de los campos.
Pareja labriega70
Muy patrón de su vida lo aclamo a este varón.
Convocan muchas leguas su brazo y su desvelo.
Es mansa su jornada como una confesión,
y el sudor en su frente dice un poco de cielo.
De una buena cosecha resultó la pasión,
67 Verso tachado.68 Título tachado. Sustituido por “Así vuelven”.69 Verso tachado.70 Poema tachado.
16

y ayuntados arrastran un idéntico anhelo.
Los separa el trabajo matutino del suelo,
los devuelve y los mira meditar, la oración.
Enyugando a los fundos su grandota porfía
van arriando al destino con serena baquía
y en el grano eternizan sus minutos de afán.
Hay la doble honradez de la mesa y el lecho.
Ella tiene de amores, madrugado su pecho.
En su mano se encienden la ternura y el pan.
DÍA71
Madrugada
La aurora se levanta risueña como un chico.
El sol publica y abre llanuras y distancias.
De las barbas gauchescas de los sauces escapan
como frases serenas las primeras bandadas.
Me siento rico en cada yuyito o flor que veo.
La mañana es ferviente como un grillo sonoro.
Voy paciendo emociones... ¡Salud, señores pájaros!
Sacuden horizontes los vientos de mi gozo.
Mañana
El puño del colono revuela como un pájaro
y se abre en numerosas canciones de semillas.
El campo es una mansa palabra del Señor,
y el cielo desvelado no es más que su alegría.
71 El capítulo “Día” ha sido remarcado con un “no”, y tachado del índice del libro. Además, ninguno de los siete poemas incluidos tiene sugerencias, correcciones o anotaciones como los otros.
17

Como un cariño nuevo se agranda el firmamento.
Las fáciles llanuras se ahondan cual anhelos.
Y en tanto se desata la luz sobre las eras
mi corazón madruga con la primer labriega.
Mediodía
Camino rumbo a un canto perdido entre la mies.
Toda cosa predica su bellida existencia,
mientras yo las contemplo como quien las rezara.
El nidal de mi pecho, de hermosura se alegra.
Otra cosa no tengo que la tierra y el cielo.
Un agüita de grillos por el campo se encrespa.
Y al tornar el labriego con las manos ungidas
la mañana es redonda como el pan de su mesa.
Siesta
Me tendí largo a largo con el sueño en el trébol.
El molino hila un viento haragán y delgado.
Numerosos tractores van cantando distancias.
Una roldana parte la siesta. Lindo el campo.
Dobla sus florecidas marañas el silencio.
Homenajes de luz. Recién hoy he mirado...
El momento persuade como un claro consuelo
y es reposo en las vidas y sosiego en los pastos.
Oración
Mi desgano se entrega largamente al instante.
Los espacios cansinos en nosotros padecen
y la tarde convida cual sabrosa aventura...
Un recuerdo de luz es el campo yacente.
Los confines teatrales desbarrancan el Tiempo.
18

Minuto tan antiguo que vuelve de la muerte.
La llanura, mendiga de balidos, caduca,
y tal vez una moza por la senda, oscurece...
Noche
La majada del día va dejando vellones.
Espoleado de grillos el silencio galopa.
Por el monte profundo desensilla la noche
nostalgiosa de leguas. La sombra nos perdona.
Se recuestan los sauces en la niebla soñera.
Mi quietud es orilla donde expiran las horas.
En la huraña y ceñida soledad tiembla el rancho
y se enciende lo mismo que una voz cariñosa.
Medianoche
Los astros hacen rondas en torno del Señor.
Se deshojan los siglos; toda quietud es vieja.
Mi ayer encajonado para siempre en los años
en la paz solitaria me aproxima su ausencia.
Es el mundo olvidado de sí mismo, la noche
que rechaza mis pasos serenados de estrellas.
Calladas aves cruzan buscando la alborada,
y desfilan las ánimas suspirando luciérnagas.
AUSENCIAS72
Complicidad penuriosa73
La anochecida sufre en una estrella.
72 Este capítulo del libro sí permanece en el índice aunque sólo con seis de los once poemas publicados en la primera edición. Esta parte comienza con un enfático gráfico que recuerda “menos metáforas”.73 Título tachado. Una anotación apunta: “y una sonrisa detenía las espadas”.
19

Con la tarde convivo su recuerdo:
Era cuando arribaba a su presencia,
cuando la risa se estiró en el viento...
Tan perfecto y tan pleno era el romance
que ya estaba agrietado de imposibles.
Quise atar a su carne todo el tiempo,
cercarla con murallas de confines.
Y levanté una hoguera de plegarias.
Pero saliendo de una despedida
los pasos se volaron como pájaros
por las rutas que alargan sus mentiras.
Aguanta el corazón toda su ausencia.
Acaricia lo mismo que un secreto...
La anochecida sufre en una estrella.
Con la tarde convivo su silencio.
Divagación sobre una infancia74
Caminando mañanas hondas como esperanzas
desgranaba los días cual si fueran racimos.
El mundo era aquel trompo veloz entre mis manos.
Como un aro de mimbre rodaba mi destino.
Alguna vez mi risa se anocheció en quietudes...
Era un gusto de ser que alabo, amigos míos.
Disperso en efusiones, presente en cada gesto,
desplegué mis jornadas como estandartes vívidos.
Un bosque de silencio creció en los viejos patios.
Comparsas de minutos arriaron mis caminos
y fantasmas del ángelus sepultaron mis voces.
74 Poema tachado.
20

El Tiempo me esperaba desnudo como un grito.
Reconstrucción75
Mientras cumplo mis cuatro rumbos lentos
yo me voy despojando en las palabras,
en los actos y en ansias recorridas.
Una suma de ausencias el mañana.
Solivio algo remoto. Fiebre oscura.76
Entoné alguna vez mi lejanía.
Las cosas que yo nombro no son muchas.
Pobre salgo de toda maravilla.
Olvidar es mudarnos el destino.
Ninguna voz segura irguió mi vida77
ni traspasóla en eje perdurable.
Sin dueño, este alentar quema mis días.78
Tacta el largo rosario de las vísperas
y se afila en quietud, la mano ociosa.
Pero se han disipado los ayeres...79
La mitad de mi ser está en la sombra.
Villaje80
75 En este poema las notas manifiestan una clara necesidad de que éste quede en el libro (no lo tacha tampoco del índice) a pesar de que se halla cuestionado, subrayado, tachado. Comienzan las indicaciones con tres referencias muy elocuentes sobre el proceso de construcción del poema: “tono cansino” “Expresiones llanas, populares” “(En 2da persona)”. Entonces anota que hay que “arreglar” el título y agrega debajo de éste un paréntesis que dice “(que entristece la noche de este poema)”, pero no lo ha tachado como a los poemas anteriores.76 Estrofa tachada. Agrega “corazón invitado a los hechizos / corazón invitado a maravillas”.77 Este verso y los siguientes, tachados. Agrega: “(alumbrada)”, “Pero alguien la perdona desde lejos”.78 Anota: “en 2da persona”.79 Verso tachado.80 Anota: “en ‘Villaje’, dice Macedonio Fernández, interesa la idea de tedio aldeano, la abstracción, no el paisaje”, “Dice la eternidad cansada de un lugar es la abstracción del tedio, no un paisaje”, “(ficción de
21

Callejuelas dormidas81
por donde rueda un largo sollozo de carretas,
en tanto las comadres varadas82 en sus puertas
bostezan un augurio de lluvias o cosechas.
Rincón donde se mecen
destinos presentidos y vidas sin secretos.
Seres que van rumiando las sendas ordinarias
a la par de los bueyes exactos de silencio.
Mujeres mañaneras traen el alba
prendida entre sus crenchas lo mismo que una flor.
Antiguos cantos salen del fondo de las quintas,
y las cestas aldeanas van pesadas de sol.
Flota el alma impasible de la naturaleza
que se va realizando sin fin...
Atados al silencio y a la tierra, los seres
no tienen otra cosa que hacer más que vivir.
El pasado se gasta cual moneda exclusiva
en los modos corrientes...
Para cada emoción se ha esculpido ya un gesto,
y las palabras casi se presienten...
Las casuchas se aburren de mirar el paisaje.83
Por sus fáciles rumbos espantosos de claros
se repiten las almas,
y en silencio resuélvese lo que nunca ha pasado.
Rebaños descansados
1924)”.81 “dormidas” tachado.82 “varadas” tachado.83 Verso tachado.
22

muerden briznas crecidas de quietud.
Aldea
dormitada, apacible, como un cuento de abuela.84
Para desandar una ternura85
Yo partí de su abrazo vida afuera...
Guitarra rota o bien surtidor mudo
la añeja edad que hicimos juntamente.
Tal vez ciudad sin gestos y sin años.
Su voz ya oscura iba apagando mundos.
¿Quién desató mi oleaje en sus riberas?
Ojos dolorizados la vivieron.
Hoy cruzo esa emoción; junto a su nombre
asomo mi cansancio, arrimo Tiempo.
Persiste más allá de una frontera
donde la noche es su silencio duro,
donde pican mis pasos como pájaros,
mis pasos derrotados de crepúsculos.
¿Quién abatió carnales madrugadas
y me pulsó con todos los minutos?
Más desnuda que un cielo campesino
fluye por las praderas de mi pecho.
Bajo un aire penoso de campanas
un ciego absorto y canso es lo pretérito.
Su firme ausencia es el mejor caudal.
Yo me perfumo de su carne huida.
84 Agrega las siguientes anotaciones: “la anochecida sufre en una estrella / y junto a mi palabra está la noche”, “Esto que dejo escrito le agradó a un compañero / le ha gustado a un amigo / le gustó a un compañero”. 85 Poema tachado.
23

Si acerco el divagar hasta sus labios
mi corazón se agranda como el día.
Retorno86
Feliz como un señor que busca el sol
entre arboledas que desgajan cantos,
así he de recorrer esos parajes
donde la soledad, patrona de almas,
y la quietud, se alargan como besos.
Todo esto fue sencillamente hermoso.
Hambriento el corazón entonces iba...
Generosa como un balcón subido
izó mi fe su elástico entusiasmo.
No era mucho el silencio por mis cauces.
Y bien encaramado en las jornadas
salí de los minutos suelto en júbilo.
Parejo y persistente en mi igualdad
como la estrella es persistente en luz.
Árbol, alta vehemencia del paisaje,
a su vera pasé rodando lunas.
Mide nuestra vejez el recordar.
Bien sentí que cerraban como llagas
los ciclos realizados, en mi pecho.
Pues que somos tal vez una costumbre
de eternidad, reviviré comarcas.
He de volver sin rumbos ni momentos.
Viento tirante, banderín del mundo,
flamearás mi alegría.
Totalidad de rumbos87
86 Poema tachado.87 Título tachado. Agrega: “Sumario de afecciones”, “(amoroso de temas provinciales)”.
24

Me ennoblecí de campo y liso88 cielo.
En un lento rincón fueron mis días.89
Mudo alentar de llama, hondo desvelo,
anduve en soledad las calles mías.
Enlunaba mi pecho, prado abierto,
la vigilia de un nombre festejado,
salvador y benigno como un puerto,
manso90 como el camino acostumbrado.
Recogiendo el silencio del paisaje91
en mi sombra sangraba la extensión.
Su recuerdo fue mínimo equipaje...
Se levanta en mi ruta algún perdón.92
Sobrevivo al ayer que soy yo mismo:
Lunas que deshojé, pueblos lejanos...
Mientras en suelta evocación me abismo
se deshacen las horas en mis manos.93
Pordiosero de todo lo perdido,
en áspera ciudad me desfiguro.
Y me apago y me ausento en cada olvido...
Soy atrás de mi voz quieto y oscuro.
88 “liso” tachado.89 “fueron mis días” tachado.90 “manso” tachado.91 Verso tachado.92 Verso tachado.93 Verso tachado.
25

Aclamación a una pieza vacía94 95
No fui en ninguna parte más entero
ni más hondo de mí.
Los instantes que en ella he desgastado
en tumulto indeciso tal vez me andan buscando. 96
Alguien paga con horas mi quietismo final...97
Su recuadro sereno
me dejó percibir cómo entraba en la sombra,
y me lavó la frente de silencio.
En ella
alumbré con palabras un recuerdo,
descargué mis jornadas,
desenredé mi viento.98
Regresando del día
94 Este poema tiene una versión anterior, publicada en la revista Nosotros, junio de 1925: “Aclamación a una alcoba vacía”: No fui en ninguna parte más entero / ni más hondo de mí. / Los instantes que en ella he desgastado / en tumulto indeciso tal vez me andan buscando. //Alguien paga con horas mi quietísimo final... / Su recuadro de paz y mudo tiempo / me dejó percibir cómo entraba en la sombra, / y me lavó la frente de silencio. / En ella / alumbré con palabras un recuerdo, / descargué mis jornadas, / desenredé mi viento. // Regresando del día / yo con súbita luz la desnudaba, / y enriquecido de silencio interno / advertí cómo estaba recogiendo / mis rutas y mi sombra y mi palabra. // Anclaba en el momento / para soltar caminos en secreto. // Para soltar caminos / que huyeron a traerme de los ayeres densos. / Iban claros y cansos / bajo mi foco eléctrico. // A veces, al entrar, / rayado de cien vidas y cien calles, / extrañaba no hallarme junto al lecho, / y al no encontrar mi voz me pensé muerto. // Para siempre / me fue robando imágenes el fondo del espejo. // El alba y el reloj / desandaban las horas que yo creí ganar, / y ambos testimoniaron mis vigilias / cuando me embanderó la claridad. // Le apasionaba noches / desvelado en la brasa del cigarro, / y la pulsé con pasos que nadie me devuelve, // y le curvé un boscaje de cansancios. // Cuando llegaba a la costa de un verso, / trenzado a pura vida y puente de un recuerdo, / y por él caminaba hasta hollar la alborada, / en su quietud se refrescó mi pecho. // Quiero pedirle ahora / que me devuelva todas las fragmentarias vidas / ejecutadas de minutos y de ocasos, / y el montón derrumbado de mi desnuda risa. // Iré a pedirle el ramo de mis marchitos años, / las tardes y los libros viajados por mis ojos, / trastos viejos, usados, / que nos roban y escurren las alcobas. 95 Esta nota y las siguientes (96, 97, 98, 99, 100, 101, 102) corresponden a correcciones manuscritas realizadas con posterioridad a 1930, de la que se da cuenta en esta edición. Tacha el título y agrega: “Habitación que túvome”, “(Un año de los míos andúvose por ella). 96 Estrofa tachada.97 “final” tachado.
98 Estrofa tachada.
26

yo con súbita luz la desnudaba. 99
Acompañó el latido más intenso,
y bien supe que estuvo recogiendo
mis sombras, y mi ruta, y mi palabra.
Para siempre
me fue robando imágenes el fondo del espejo.
Caminos que soltara por los ayeres densos.
Iban claros y cansos
bajo mi foco eléctrico. 100
A veces, al entrar,
rayado de cien vidas y cien calles
extrañaba no hallarme en su silencio,
y al no encontrar mi voz me pensé muerto.
Le apasionaba noches
desvelado en la brasa del cigarro,
y la pulsé con pasos que nadie me devuelve,
y le curvé un ramaje de cansancios.101
Quiero pedirle ahora
que me devuelva todas las fragmentarias vidas
ejecutadas de minutos y de ocasos,
y el montón derrumbado de mi risa.
Ella supo llevarme hasta las albas
por la calle tendida de algún verso.102
Iré a pedirle los marchitos años
99 Único verso en esta estrofa que no aparece tachado.100 Estrofa tachada.101 Verso tachado.102 Agrega un verso: “La noche convidaba como un alma”.
27

y los cielos que hablaron su luz por mi balcón,
trastos viejos, gastados,
que nos roban y escurren las alcobas.
Indigencia103
Reluce en cada olvido algún morir
si aspiro el ramillete de los años.
Alguien se iba de mí cada oración...
Mis apariencias todas se gastaron.
Me perdí en la efusión de cada abrazo
y en los adioses laxos y secretos.
Desconocidas gentes han partido
del fondo de mi ser. Soy un extraño.
En mis tiempos marchitos hubo puertos,
y pañuelos vehementes se alejaron...
Como el monte confuso engendra noche
sólo ausencias engendra mi desgano.104
Nos vamos deshaciendo en los olvidos.
Ya dispersé el recuerdo como un ramo.
Apurando un milagro105
Llevo caudales tácitos,
cosas que nunca he visto.
Como si acompañara a un extranjero
103 Título tachado. Agrega: “después de algunos (rumbos)”, “(Lo conseguido en penas)”. Marca los términos “reluce” y “morir” y anota “no, cuidado”.104 Estrofa tachada.105 Poema tachado. Agrega el siguiente comentario: “sustantivar el adjetivo es mi costumbre (y es costumbre entrerriana). ‘La crespa...’, pero no usaré finales en oso (no, no), el amistoso, el afectuoso, no. El apartador, el conocido, sí, sí”.
28

voy conmigo...
Desde otras generaciones
acostumbradamente sufro o río.
Sin embargo
puedo habitar alguna estima,
y alegrar bodegones en las noches.
Cartel y calle de mis actos.
Yo y esto que digo.
Supe que apasionarse
es casi andar perdido.
Desbaratar los rumbos
cumpliendo un lento círculo.
Mi voz tiene la altura de mi vida.
Abstracta y hasta un poco alegre,
ya familiaricé con mi desgana.
Dejo que me recorran
minutos y gentíos.
Tuve pudor de preguntarme nada...
Pero de algún instante
ha de surgir un ángel
o bien cualquier muchacha
a despertarme un grito.
Desde la eternidad,
pastorzuela de siglos,
aquello que me espera
desbanda sus llamados.
Y esa presencia,
29

callejón para un llanto necesario,
cauce también de mis caudales tácitos
será mi explicación y comentario.
Para sepultar un olvido106
Yo y este paso alegre haciendo muerte...
Camino con el tiempo que es mi sombra,
superando jornadas y memorias,107
oscuro108 pordiosero de mis horas.
¿Quién era la que ayer entró en mi día?
Digo que la efusión fue puerto vano.
Sólo viajó con mi olvidar postrero.
Crece como un afecto el mucho espacio... 109
Fui anudando minutos a su espíritu
y enjoyada se fue con mi pasado.
Confesión de pobreza110 es el recuerdo.
Mas vive otra presencia mi entusiasmo.111
Tal vez no soy aquel que contemplaba
el apasionamiento de un ocaso,112
mientras el tiempo que madura adioses113
nos iba despidiendo, despojando.
106 Título tachado. Agrega “Quedándome en olvidos (sin ojos reservados a los milagros)”. Anota al margen: “Luz entrerriana; una luz elogiada con banderas (homenaje, población más alta). 25 de mayo, para el poema largo. Expresiones populares: ‘buen trato’, ‘sin tener en cuenta’, ‘no metáforas’”. Ésta es una cita interesante ya que muestra por primera vez el trabajo que comienza a realizar sobre “Luz de provincia”. La anotación “no metáfora” indica el devenir claro de su poesía.107 Verso tachado.108 “oscuro” sustituido por “negado”109 Estrofa tachada.110 “pobreza” tachado.111 Verso tachado.112 “ocaso” tachado.113 “adioses” tachado.
30

La andanza me buscaba como el sueño.
Un haz de anocheceres ciudadanos114
traigo de los instantes que vaciara,
y un viento envejecido y desgajado.
Y en este silenciar que con Dios linda
me desnudo115 de noches y de días.
114 Verso tachado.115 “desnudo” tachado.
31

CONOCIMIENTO DE LA NOCHE116
Nota sobre la segunda edición
Esta nueva edición, rectificada y quizá definitiva, de Conocimiento de la noche,
incluye los poemas titulados “Las huellas del futuro”, “La dádiva sin rostro” y
“Los bienes de la sombra”, escritos con posterioridad a la edición primitiva del
año 1937. También contiene un lejano homenaje a Güiraldes, sólo ahora
recogido en libro.
“Las huellas del futuro”, ambiguo como el estado o la impresión que
intenta reproducir, trae su origen de una borrosa experiencia provinciana y tal
vez recuerde cierto anochecer invernal y remoto. De modo indirecto, acaso
descienda de las líneas que Carlyle dedica a los espectros naturales y
razonantes, a los millones de espíritus que recorren libremente la Tierra y que
muy luego se disuelven en aire y en invisibilidad (Sartor Resartus). En su
principio, fue una confusa ocurrencia divagatoria; no ha sorteado del todo esa
penosa condición, pero adquirió un sentido general después de asumir
momentánea forma, luego de haberse concretado en palabras. En el ámbito del
poema, tanto el ordenado propósito como la esencia visible suelen ser bienes
ulteriores, derivados.
“Luz de provincia”, o sea la primera de las diez piezas aquí reunidas –la
más entregada al goce de la lentitud– sólo se confió a los rechazos y
mudanzas que tuvieron su manantial en mis fugaces y diversas personas.
Resistente a mi anhelo como ninguna otra página, no la considero favorecida
por el tiempo que vacila, censura y retoca sin descanso (Desde la versión que
arriesgué hace casi veinte años hasta la presente, ha mediado –bueno es
ponerlo en claro– no ese tiempo impersonal que de modo paulatino recompone
un texto, sino el que se libra a nuestro aplicado u operante amor). Con arreglo
a su naturaleza y a su excesiva materia, vino a ser fruto de morosa
elaboración, empeño capital que discurrió a través de los años. Es, también, un
perfectible homenaje a la provincia de mi nacimiento.
116 Sobre el porqué se publica esta edición, véase Introducción...
32

C.M
Luz de provincia
a Eduarda Beracochea
Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre;
sus costas están solas y engendran el verano.
Quien mira es influido por un destino suave
cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado.
La conozco agraciada, tendida en sueño lúcido.
Da gusto ir contemplando sus abiertas distancias,
sus ofrecidas lomas que alegran este verso,
su ocaso, imperio triste, sus remolonas aguas.
Y las gentes de ahora, que trabajan su dicha,
los vistosos linares prometiendo un buen año,
las mañanas de hielo, los vivos resplandores,
y el campo en su abandono feliz, hondura y pájaro.
Las voces tienen leguas. Apartadas estancias
miden las grandes tierras y los últimos cielos,
y rumores de hacienda confirman lo apacible,
y un aire encariñado, de lejos, vuelve al trébol.
Gracia ordenada en lomas y en parecidos riachos.
En su anchura, porfían los hombres con la suerte,
y esperan suave fronda y unas tardes eternas
y los dones que piden a los cielos rebeldes.
Preparando cada uno los colores del campo,
capaz el brazo, justa la boca, el pecho en orden.
Para el ganado buenos pastajes y agua libre,
creciendo en paz la bestia, la tierra dando al hombre.
33

Lindo es mirar las islas. Una callada gente
en cuyos ojos nunca se enturbia el claro día,
atardece en sus costas o cruza con haciendas,
dichosa en la costumbre y en la amargura, digna.
La vida, campo afuera, se contempla en jazmines,
o va en alegres carros cuando perfuma el trigo
cortado, cuando vuelve la brisa a trenzas jóvenes
y el ocio, en la guitarra, menciona algún cariño.
Se puede, es un agrado, saludar la esperanza,
que suele quedar sola, y los medidos actos
del hombre que se afirma con la reja en la escarcha
o rige noche y día la marcha del ganado.
Cruzan como dormidos los troperos, al paso,
tras largas polvaredas; vuelven de las tormentas,
de los bañados cuando la provincia es del viento,
de unos campos ardidos por la luz veraniega.
Leguas, y en ese brillo la torcaz y el aromo,
pausado el movimiento del otoño flotante,
y luego auroras de agua, temporadas de sombra,
y el tedio hacia las tardes que los vientos deshacen.
El inconstante cielo, las plagas vencedoras,
los nacientes sembrados que empiezan la alegría,
los anhelos atados a un destello del campo,
el riesgo, siempre hermoso, y el valor que no brilla.
Las revueltas manadas que arrecian libremente,
y después la incansable dulzura, la honda calma
y el esplendor desierto donde se abisma el pájaro,
donde se pierde el claro vivir de las estancias.
34

Es bueno ver los hombres, allí, alegres de campo,
rigiendo altos motores, sudando entre las parvas.
Estas gentes descifran su futuro en el cielo,
y sus mansas acciones confirman bestias y albas.
Conocen duras penas y alguna vez la dicha,
entienden las tormentas, las promesas del campo,
los soles y los tímidos modales de esa tierra
de ocioso color suave (La he mirado despacio).
Cariñosas distancias, favores del silencio,
poblados que hacia afuera relucen en jardines,
unas casas extremas y solas frente al llano,
cercos de fronda, huraña dulzura de unos lindes.
La siesta es un arrullo cansado en esa fronda
donde otra vez aquieto mis tardes de luz viva.
Rosas proporcionadas al poder del verano,
convocando muchachas aclaran más el día.
Por los pueblos, abiertos en yuyales que apuran
la campaña y la noche, lentas almas rehacen
unos sabidos rumbos que igualan toda suerte.
Sólo cambian los cielos y unos crespos tapiales.
Calles de intimidad sin nadie, olvido y sol,
y siempre unas bandadas atristando el oeste,
y ese vals de retreta, pobre encanto en la noche:
nos busca su florido pesar, su voz nos quiere.
Cuando el aire se duerme, llega un rumor de juegos
del arrabal, o acaso de unos queridos años;
y claras van entre árboles despaciosas mujeres,
35

festejando colores, arreglando algún gajo.
Busca cielo y riberas el ocio del domingo.
Conozco esas mañanas populares y agrestes.
La soledad se aviva de remos, de agua en fiesta,
y, esperanzando mozas, se lucen los jinetes.
La flor de la glicina sobre quietas morochas
miré en las hondas quintas. Allí una luz incierta
reposa, y por sonoros maizales llega el viento
con el rumor quebrado de lejanas haciendas.
El ocaso desgana las voces, y algún hombre
queda en la brisa pura, bajo el cansado cielo.
La vida se apacigua contemplando la hora
distraída sobre aguas, sembrados y altos ceibos.
La tarde, ausencia y fuego, se pierde en los arroyos;
y allá están, los he visto, unos lacios juncales
que agravan de sombría delicia y de secreto
el verdor extendido, la dulzura incansable.
Estos serenos campos fueron selva y ternura
de cantos extrañados en los días sin hombres.
Después, las almas libres; me acuerdo que pasaban
con hacienda cerriles o ganaban los montes.
He vivido en las costas y anduve un año entre islas.
Las crecientes traían animales extraños
y la grata zozobra de escuchar agua brava
entre el clamor extremo de los campos ahogados.
Mecido cielo de árboles, luz de mi tiempo: vieron
la suerte de mi gente. Yo estaba y lo querido.
36

Nuestro culto y nuestro ánimo era un hombre de afuera.
Las frondas encerraban el vecindario antiguo.
Perdido pueblo, noches de ladridos y viento;
por los ranchos lejanos, miserables canciones,
el alba entre campanas y los mojados carros,
calles de luz más sola, la plaza como un bosque.
Con buen tiempo llegaban las noticias del campo
que animaron tertulias de señores felices
y un pájaro bastaba para alegrar el pueblo.
Luz agreste y cantada, la vida entre jazmines.
Recordando mi casa y unos queridos años
digo: era el agua próxima rumor en la roldana,
llegaba algún dichoso, las fiestas nos juntaban,
nuestro padre salía temprano a la campaña.
Tuvimos un gran árbol, para un barrio su efluvio.
Adentro iba una voz disponiendo esplendores
y en los patios duraba la sombra de los nuestros...
Entonces, los regalos venían de los montes.
La dicha entretuvimos mirando unas amigas.
Lentas, bajo sombrillas de colores, llegaban
a pasar con nosotros un cariñoso día
de manos ocurrentes y flores visitadas.
Son recuerdos. Ese árbol queriendo todo el patio,
aquellos que no vuelven a su sombra, otras voces,
las tardes que venían oliendo a campo. Lejos
quedaron, con la vida reservada de entonces.
Me alegré de jinetes que entraban siempre al alba.
37

Vi esquinas resignadas a un caballo y un poste,
luz de rosales, calles con lunas más cercanas.
También vi guitarreros borrachos en la noche.
De lejos, en las fechas respetadas, venían
paisanos que orillaban las alegres reuniones.
Llegaban de los montes a embravecer las fiestas,
la mirada filosa y el destino en las voces.
Una vez se miraron y entendieron dos hombres.
Los vi salir borrosos al camino, y callados,
para explicarse a fierro: se midieron de muerte.
Uno quedó; era dulce la tarde, el tiempo claro.
Yo saludé varones sufridos que agrandaron
los confines riesgosos de una hirsuta provincia.
Tras la hacienda bravía o en los montes quedando
vivieron sin asombros sus penas y delicias.
El campo se ofrecía misterioso, y sus hombres
ganaron soledades, removieron la gracia
descuidada y ociosa de unas tierras tupidas,
la luz extraordinaria y ociosa de otras albas.
He cruzado sus leguas de alta fronda, y recuerdo
un sosiego de estancias perdidas en la dicha
y tormentas de pájaros obedientes al alba.
Era un agrado estarse contemplando esa vida.
En ceibales y costas quedan rumores de antes
y viene hasta mis noches como una queja antigua.
Persiste un rudo encanto que me despeja el alma
entre arroyos ocultos y en las calladas islas.
38

Los ocasos devuelven el ayer. Reconozco
luz de una tarde mía en las tardes de ahora.
Otra vez me convidan los silencios del campo
y un confín oscilante de linos me recobra.
Alabo estas distancias, que imperan con dulzura
y dicen que el olvido, bajo su fronda, es suave.
Suelo buscar, gustoso, su paz consecutiva,
sus aguas remolonas, su octubre, sus maizales.
Aquí un desamparado valor mueve a los hombres
desde la luz primera, que impone la hermosura.
Hay brazos que renuevan los colores del campo
y destinos que en soles y nublados se buscan.
Hablo de mi provincia. Vuelvo a querer sus noches,
sus recias claridades y sus albas de hielo.
Miro el cauce anchuroso de sus almas iguales,
su resplandor de espigas y su varón sereno.
De nuevo me convida la mansa luz agreste,
y el rocío en los huertos que guardan la frescura.
Me ofrezco a unos lugares de follaje y silencio,
al escondido tiempo de las quintas profundas.
Otra vez nos conducen las tardes pueblo afuera.
Por las costas cercanas –uno ausente– nos vemos
en los pastos tirados, sin apuro remando...
Suele volver del monte, perdido, un grito espléndido.
Yo soy una alabanza de esa fronda que ampara
un vivir agraciado de secreto y sin mundo.
En su hondura, mi paso libre de horas, absuelto,
y en calles que se pierden junto a los campos mudos.
39

Vuelvo a mirar confines de abandonada gracia,
pueblos fieles al gesto de antiguas gentes muertas,
y piadosos lugares que halagan el recuerdo,
por donde se alejaba mi pena paseandera.
Vuelvo a ser de las noches, que hondamente me han visto.
Me acompaña una brisa de campo en esas horas,
cuando busco la extrema quietud, ruinosas tapias
y calles semejantes a mi destino, y solas.
Conozco unos lugares que enternecen mi andanza
y donde la provincia ya es encanto sin tiempo.
Frondas, callados pueblos, suaves noches camperas.
Soledad, hermosura: frecuencias de mi pecho.
Vuelvo a cruzar las islas donde el verano canta,
y un aire enamorado de esa extensa delicia
en cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia
la querida, la tierna, la querida provincia.
Larga dulzura creada para entender la dicha,
durable rosa, quieto fervor, gajo de patria.
¡Qué mansa la presencia de la brisa en sus tierras!
¡Qué sonora en mi pecho la efusión de sus aguas!
Dulzura, sí, llaneza cordial, grato sosiego,
amplitud primorosa y honor de la mirada.
En su anchura, el olvido reconoce a los suyos,
y en su tierno abandono mi persona se aclara.
¡Qué vistosas se ponen sus leguas cuando el aire
perfuma, y la tarde alza como dormidos vuelos!
Yo pondero esos campos, los nombra el afectuoso.
40

Mi corazón es dádiva de su amable silencio.
Siento una luz absorta y unos muertos rumores;
reconozco este ocaso perdido en los trigales,
y fuera de los años miro su gracia inmóvil,
su delicado fuego sobre los campos graves.
Luz absorta que viene del pasado, y me acerca
unos rostros, un pueblo y esa fecha rezada
en que anduve más solo por los patios silvestres...
(Un setiembre elogiado con glicinas, estaba).
Este ocaso confunde mis tiempos. Vuelve un canto
siempre dulce. La dicha se parece a esta ausencia.
Quedo en la brisa, tierno de campo, libre, oscuro.
Una vez yo pasaba silbando entre arboledas.
TEMA DE LA NOCHE Y EL HOMBRE117
117 Este poema se publicó en la revista Litoral, Gualeguay; Año II, N° 22, junio 30 de 1940, en la siguiente versión: El hombre con su canto distraído, / con la medianoche estrellada, / con la luz del cigarro sobre el labio / y el pensamiento cerca de su lástima, / con la mirada sin resoluciones / y la gracia menor de aquel lucero, / con el cuerpo rendido / desde sueños del alba / hasta el sueño que apaga el mediodía. // El apartado de honras y de luces / esquivando las bellas avenidas / por miedo a que el señor lo reconozca. / Esa perdida luna lo descubre / paseando por las calles que lo cansan, / despreocupado y sin honrar sus horas, / en la ciudad porteña, un aislamiento, / el andar que no mide ámbitos de almas / a tumbos por la noche que lo lleva, / la risa distanciada, el cielo ajeno, / aquí viene y se borra de mis frases, / la sombra dolorida de seguirlo, / cumpliendo oscuridad, perdido en sus regalos, / el que pasa sin lucha y sin nombrar a nadie. // Un hombre a maravillas convidado, / que sigue, alma sin gente, voz sin armas, / habráse conocido mereciendo una rosa / cuando fuera el soldado de su afecto / y estábase a la luz de una persona, / despacioso en jardines, y durando / la canción en su boca, el cielo en casa. / También cruzara viejas madrugadas / cuando el brazo se ataba de amistad, / vecino de lo hermoso y entre alegres, / la voz entre los pájaros del alba... // Joyas tristes y honores de la noche. / Uno cruza las costas de la sombra, / sin despedir a nadie y en la holganza, / sin imaginaciones de ventura, / sin las rosas que mueren por nosotros / y sin adivinarse los deseos. / No pasa más alegre que este verso. / Y otra vez con su canto distraído, / con la media noche estrellada, / con el cuerpo tan solo como el alma / y el pensamiento al lado de su lástima.
41

El hombre con su canto distraído,
con la medianoche estrellada,
con la luz del cigarro sobre el labio
y el pensamiento cerca de su lástima,
con la mirada sin resoluciones
y la gracia menor de aquel lucero,
con el cuerpo rendido
desde el alba que en vano ofrece el mundo
hasta el sueño que apaga el mediodía.
El apartado de honras y de luces,
en la amorosa ruina de la sombra,
se aleja por desiertas avenidas,
agraciado de ausencia y de secreto
y contrariando el ángel que lo guía.
Esa perdida luna lo descubre
paseando por las calles que lo cansan,
despreocupado y sin honrar sus horas,
en la ciudad porteña, un aislamiento,
concedido al azar y a la costumbre,
ignorando su parte luminosa,
con paso desganado y sin destino
busca el suave destierro de la noche.
Distante de la muerte y de la rosa,
caminando en la gracia solitaria,
igual en el cariño y su ceniza,
aquí viene y se borra de mis frases,
la sombra dolorida de seguirlo.
42

Cumpliendo oscuridad, perdido en sus regalos,
el que pasa sin lucha y sin nombrar a nadie.
El hombre a maravillas convidado,
que sigue, alma sin gente, voz sin armas,
fue alguna vez guardián de su ternura
y estúvose a la luz de una persona,
despacioso en jardines y durando
la canción en su boca, el cielo en casa.
Entonces conocía
el ámbito de amor de las mujeres,
el dominado azar y un suave tiempo
reposado en la flor y el compañero.
Un hombre sin arrimo, y evocando
las viejas madrugadas, el apoyo
de un brazo y la buscada claridad
del amigo. Vecino de lo hermoso,
cruzaba alegres años. Así anduvo,
la voz entre los pájaros del alba...
Joyas tristes y honores de la noche.
Alguien tarda en la dulce oscuridad,
sin despedir a nadie y en la holganza,
sin la imaginación de nuevas rosas
y sin adivinarse los deseos.
No pasa más alegre que este verso.
Y otra vez con su canto distraído,
con la medianoche estrellada,
con el cuerpo tan solo como el alma
y el pensamiento cerca de su lástima.
43

ROMANCE CON LEJANÍAS118
Me gustaría verte, ser alguno en tu pecho.
Un ámbito de música elogia tu presencia.
Serena luz y mundo pudieras darme ahora,
letras para la vida y un eco de setiembres.
Que este verso te encuentre eligiendo una dicha
y tus manos conozcan la azucena y el río.
Juegan con tu dulzura las gentes de tu sueño,
y yo soy en tu lástima el vendaval dormido.
¿Cuáles serán los nombres que esclarecen tu boca,
cuando vuelven a tu alma las personas de sombra
y tus ojos perdonan? ¿Cómo serán las calles
por donde te adelantas a las futuras horas?
Otra vez me retienen las quietudes del Norte,
mas te encuentra el recuerdo por la ciudad porteña.
Lejano de esos días que en los días se pierden,
vuelve tu gracia triste para regir mi poema.
Ahora soy el huésped callado de tu vida,
y apenas el silencio que te influye en las tardes.
Miren tus ojos lentos un orbe de violetas,
¡oh, amorosa de muertes, mi amiga y mi coraje!
ÚLTIMAS TARDES119
118 La primera versión de este poema aparece publicada con el título “Un destino y su poema”, en La Gaceta del Sur, Rosario, mayo de 1928. La versión completa puede leerse en “Poesía no publicada en libro”, en este tomo. 119 Este poema fue publicado en la revista Destiempo, Año I, Nº 1, Buenos Aires, octubre de 1936, en la siguiente versión: La alta mujer dolorosa venía del sur y estaba muerta. / El cansancio era fiel a su voz / cuando presenciaba la esperanza / creciendo hacia las tardes / de luz trigueña y sufrida. // Alguien la empobrecía desde lejos /y un desamparado halo / era gobierno oscuro de sus pasos. / Ignorando las llaves / que franquean las ricas esperas / y los mecidos cielos, / tal vez era la sombra de una antigua delicia. // Las manos, las manos olvidadas, / las suaves perdiciones, / y los queridos ojos sin codicia / que ganaban y perdían el mundo, / serenos, y sabiendo //. Recuerdo la voz apenada y amiga, / y un alma
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La alta mujer dolorosa
venía del sur y estaba muerta.
El cansancio era dueño de su voz
cuando presenciaba la esperanza
creciendo hacia las tardes
en cuya luz indescifrable
el solitario anhelo perduraba
como un reino sin púrpura ni cetro.
Alguien la empobrecía desde lejos
ignorando las llaves
que franquean las ricas esperas
y los mecidos cielos,
tal vez era la sombra de una antigua delicia.
Las manos, las manos olvidadas,
las unidas y suaves perdiciones
y los queridos ojos sin codicia,
que ganaban y perdían el mundo,
serenos, y sabiendo.
Recuerdo aquella voz apenada y amiga,
y la ciudad, de pronto, incierta y decaída
bajo un cielo gastado y entre adioses.
Entonces parecía que cesaba una música.
La alta mujer, la rosa desganada,
tal vez aquella tarde
convidada por la dicha, / y la ciudad, de pronto, sola y abolida, / bajo un cielo ruinoso y entre adioses. / Entonces parecía que cesaba una música. // Alma, flor aguerrida, / y la pena partiendo... / El tiempo sin amparo, y más luciente / la soledad, mi tradición suave. // La alta mujer, la rosa desganada, / en esa tarde/ dulcemente inventando / un desierto esplendor, un descuidado mundo. // Para que la tristeza tuviera un hombre / yo me ofrecí a esa luz de amistad, a esa callada.
45

miraba desde un tiempo recóndito y futuro,
y un lúcido silencio se volvía,
un desierto esplendor, un descuidado mundo.
Para que la tristeza tuviera un hombre
yo me ofrecí a esa luz cordial, a esa callada.
LOS SABIDOS LUGARES
La figura tumbada como el sueño,
y en tan grato abandono sin imágenes
para representarme a Dios,
la intención de la rosa
y la delicia que otros reconocen,
señalándome así, o bien paseando,
me digo en el recuerdo y la costumbre,
siempre entregado a parecidos cielos.
Ámbitos de reposo he conocido,
y sin tener en cuenta los templos, los deberes,
las vivas construcciones del cariño
y el fuego dispendioso de los pechos,
yo andaba demorando el porvenir.
Persona, en fin, de júbilos menores,
pido al acaso los ocultos nombres
y la avaricia del amor, el modo
del árbol que se expresa con dulzura,
y las manos que mezcan
mi retirada sombra.
En la noche absoluta demoraba,
y sin el peso de victoria alguna,
46

me vieron un extraño de la dicha
y fue halago del alma ese abandono.
Era grato quedarse o ir despacio...
Tras la festiva voz, ruinoso el pecho
y apagado el anhelo. Digo ahora
que no fui el laborioso de mi empresa
por no reconocerme en tiempo y luces.
Junto a las claras dignidades, burla,
eso que en mí no es ángel ascendía.
Compañero: perdona lo que falta
de espectáculo y fe. No distinguía
mi gesto de lo que es consentimiento,
y estábame las horas apartado
de la rosa que nace entre batallas,
sin preguntas y vuelto hacia la sombra,
para invocar el mundo ya en retraso...
El azar trabajaba por ese hombre
cuya seña de luz perdió sin pena.
Mano para ofrecer, cansada boca,
llama a su descripción pocos secretos
(La soledad fue tradición suave,
y es bueno convocarla a mi homenaje).
En un mirado mundo me recobro.
La calle acostumbrada, los sabidos
lugares y sus tiernas alusiones
continuación me ofrecen, gusto de horas.
Yo en mi estrella, en mi lecho, en mi tabaco.
Y el corazón, señor de la miseria.
47

A LA ESTRELLA DE GÜIRALDES120
Luz feliz hoy resguarda del mundo al afectuoso,
y éste del hondo abrazo y brújula en la estima.
Estaba en sus palabras, y era el último
en tornar de las voces compañeras.
Desde su vida al cielo no anduvo mucha andanza.
Ahora restañamos dulzura de su herida,
y de su herida estrella claridad restañamos.
Libre de horas trabaja con ternuras lejanas,
y su felicidad sube las primaveras
sobre estos campos que lo rememoran
mirándose en un canto,
cuando el llano se olvida de la luz
y algún pájaro empieza la tristeza...
Esto, en la tarde que anda deshecha en los juncales.
Seña de eternidad,
cierta en su vida más que en esta imagen.
Ya se ha vuelto un virtuoso del espérame.
Ahora he visto un ángel tejiendo la mañana
para sus campos de pasión sin dueño.
Con su emoción regula
el destino suspenso de las aves
y el porvenir aéreo de las flores.
Una estrella insistente sobre el llano
hoy es su explicación y comentario.120 Este poema está incluido en la segunda edición de Conocimiento de la noche, en 1956, pero aparece publicado por primera vez en la revista Pulso, Nº 1, julio de 1928, con el título “En la eternidad de Güiraldes”. En el transcurso de estos treinta años, el poema sufrió pocas modificaciones, que se detallan a continuación: entre los versos 5 y 6 se agrega: “El mejor de su pampa lo recuerda este poema”.Verso 7: “Muerto de horas trabaja con afectos lejanos”. Entre los versos 16 y 17: “Ahora he visto un ángel tejiendo la mañana”. Verso 19: “pasión aislada” por “pasión sin dueño”, y agrega allí: “Órbitas de ternuras describiendo, / lunas aventureras lo acompañan”. Verso 25: “andaba” por estaba”. Verso 29: “y el brazo que se ataba de amistad, / y era el habla volada por el júbilo”. Verso 34: “Para historiar su pecho de tiernas perdiciones”. Verso 36: “y el alma retirada como un alma”. Versos 39 y 40: “letra ardiente o silencio de este mundo, / lo adivinan tal vez y lo conmueven...”. Verso 43, hasta el final del poema: “Perdido en tanto amor, es ámbito de prados, cruz de llama. Alabanzas / lo representan por la bella vida”. / Ardan estas palabras en su honor.
48

Una música criolla se estaba por las calles
de la ciudad porteña,
cantos de bebedores clareaban las tabernas
y era la medianoche de los poetas
y el brazo que se daba al compañero
y el diálogo volado por el júbilo.
El amistoso estaba
con la mirada grande, con la vehemencia próxima,
como yo de mi sombra.
Para historiar los reinos que fundaba en nosotros,
los acontecimientos que duermen en su voz
y los suaves retiros de su alma,
viene un fulgor adicto a sus pupilas.
Todo lo que se apega al corazón de alguno
cuando el sauzal se junta con la noche,
renueva y dice lo que nos dijera.
Y este verso lo busca por los cielos.
Nada nos aumentara de claridad como esa
indolencia luciente. Perdido en lo que amaba,
lo revela un galope nocturno sobre el campo
y aquella cruz sin fecha que el viajero saluda.
Ardan estas palabras en su honor.
LAS HUELLAS DEL FUTURO
a L. Riedel Ratisbona
Ya entraba por los huertos del contorno la sombra
y el cielo, hecho de heridas admirables,
sufría unas bandadas quejosas, espectrales.
En el azul mortal, alto y clamante,
nada más que su triste poderío.
49

Sin alma esa quietud. Sólo alentaba
en el borroso pueblo la brisa que salía
de los yuyales próximos,
y la queja selvática, inhumana.
La soledad, y encima
la rosa declinante del Oeste.
Personas oscuras y sin voces
venían entonces,
como sueños fugaces, ya gastadas
por la invasora y lenta miseria del ocaso,
vueltas hacia su pálido destino,
hacia ninguno.
El manso anochecer las apagaba
y en aquellos momentos no existían:
fuera del mundo iban sus pies de niebla,
y así caían sin término,
desde el vago futuro despojadas.
El largo anochecer era su dueño,
su taciturno rey y su ¡quién sabe!
Los gestos invariables y parejos
–más vivaces y firmes que las almas–,
bajo el imperio de los negros campos
que entraban con el vaho de la hora fría.
El árbol junto al árbol,
una clara tristeza
en la honda lejanía y en los inciertos hombres,
y el rocío brotando sobre la piedra.
Entonces, una música que empezaba en la plaza
volvía a crear el pueblo y daba a todos
los pechos igual rumbo:
allí estaba el espejo inevitable.
Los callejones muertos, la suprema
50

piedad de las estrellas, el anónimo miedo
con su extrema belleza, y por momentos
la fina llamarada del frío.
LA DÁDIVA SIN ROSTRO
En aquellos dormidos años,
cuando tu pie probaba la dulzura
y la suave redondez de la mañana,
eras callada y sumisa a los jardines.
Con amable poder te dominaban
la azucena y las voces oscuras que venían
de los cercanos, deleitosos campos.
Alguien quiso durar en tus cantos distraídos.
Junto al otoño, cuando regresaban con fatiga
las cuidadosas gentes por las calles antiguas,
fuimos como las tiernas sombras del porvenir.
Perdidos en el orden melancólico,
en los mansos trabajos de los parientes graves,
estaban los países donde tu voz salvaba.
De lejos vine a ofrecerte mis heridas.
Salía una lenta tristeza de los hondos
aposentos, de los umbrales solitarios,
de las viejas consolas que espejaron
el tiempo familiar, pero nacían
en tu esperado rostro los fulgores
que se van olvidando del invierno.
Yo narré la vivaz soberanía
de tu amistad, propensa a los jardines,
las victorias de tus manos
51

y tu manera de mirar un niño.
La luz, en sucesiones de alabanza,
venía a querer lo tuyo. Y es grato recordar
que tu nombre juntaba las palomas,
cuyo blancor suspenso
era como tu atmósfera y tu elogio.
Resplandecías entonces para crear mi pasado,
¡oh destruida, oh razón de este momento!
Pero ya es tarde, y sólo quiero
que este verso te encuentre celebrando algún cielo.
Ya es tarde, y atravieso con mi pesada sombra
las calles somnolientas de una ciudad sensata.
Cruzo la noche sin espera, en tanto
al apagado pueblo va el recuerdo,
y aunque ya no sabe devolverme tu rostro,
de misterioso modo te recobro:
salario y llave fuiste de mis aboliciones.
Me pierdo en esta nueva potestad estrellada,
inexorable y cierto sobre caducos reinos
y sin embargo dulce de presencias antiguas.
Cruzo la noche libre
–tranquila como el hombre que la goza–
con lento andar, como quien cede el mundo,
mientras los suaves astros dicen mis perdiciones.
LA ROSA INFINITA
Había una niñez, unos jinetes y árboles
–también sus cariñosos–,
un portal conocido por sus flores,
algún brazo aquietado entre perfumes
y la sombra central de la madre.
52

Las miradas seguían
el tránsito dichoso de la aurora
y el decaimiento de las azucenas.
Quien entraba buscando los cariños de adentro
debía pasar
bajo aquella herradura de la suerte
que a través de los años sostenía
los bienes de la casa.
Recuerdo la escondida frescura del aljibe:
en su hondura temblaban nuestras risas
y un eco más profundo tenían las tormentas.
El zorzal prisionero, en el tiempo agradable,
ensalzaba los montes natales.
Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo.
Había claras mañanas, sucesos de esplendor,
atravesadas siempre de carros y silbidos,
y en el umbral alguno se tardaba,
callado frente al pueblo
y admirando a esos hombres que entraban con un canto
en que había una morocha prendada de un paisano.
Esto era en la provincia,
en la infinita rosa donde se holgó la infancia.
El campo se daba a la brisa
y el alba era cantora
en los árboles del fondo de la casa.
Las crecientes, los soles, las incansables aguas
conmovían al viejo vecindario,
y el hombre trabajaba con dulzuras
en aquella quietud de esplendores durables
(En todo lo que diga estará el cielo,
pues era en la provincia,
las bandadas cruzaban una luz melodiosa
53

y eran los años vueltos hacia el campo).
En los desnudos brazos que el verano vencía
jugaban los reflejos
y vi pasar la imagen de la siesta.
Las calles empezaban con sol y jovencitas.
Una clara sonrisa
a veces detenía tormentas de jinetes.
Entre buenos recuerdos viene un hombre del monte.
Y no quiero olvidar esos rosales
en cuya hondura generosa
nosotros y los pájaros andábamos.
Había una niñez, una fronda y sus amigos,
luces a las personas semejantes,
una boca pesando virtudes y pecados,
y en el invierno, el reino
de los cantos distraídos.
Aquí rememoro un galope
cortando la sensible medianoche
y el viento enloquecido en los parrales.
En el verano, la unidad de la alegría.
También las sucesiones afectuosas
de los brazos ligados,
y las glicinas, en el segundo patio,
junto a la cadena del pozo,
en sus avisos de agua tan sonora.
El cielo en nuestras predilecciones.
Sabíamos algunas palabras
para ayudarlo a Dios.
Por las tardes, el habla lenta del padre,
que andaba por el campo
54

y que volvía convocando la cena.
Después, con la luna sobre el pueblo,
descansando en los crespos corredores,
nos explicaba el cielo.
Perdurando en los patios, las conocidas voces.
Bajo el aire sereno, una mano
sosteniendo la dicha;
cada uno combatiendo por sus ángeles,
y flores por fragancias agrupadas
prolongaban las imaginaciones
y la vaga riqueza de los sueños.
Cerca, el dormido río,
y la verde cintura que aromaba
la población, perdida en esa gracia.
El cielo, vecindad; el campo, al lado.
La calandria y la flor del espinillo
fueron el horizonte de aquellos suaves años.
Y campanadas lentas,
en la suspensa tarde del domingo,
confirmaban la paz de nuestras almas.
Había una niñez, un silencioso y pájaros.
Lejos, la queja errante del ganado,
que llegaba en la brisa pordiosera,
y la noche de trébol asomando
por la adversa maraña que tupía
las afueras con muerte y con guitarras
(Y nada más había: yo y esto que nombro).
El amparo de todos era un árbol sombrío;
la campaña, el regalo de los hijos varones.
La calle polvorienta nos dio gozado riesgo.
Y en el dormido pueblo
un silencio más grande recibía
55

las risas y los juegos.
Yo no era el más alegre de los cinco.
Desde nuestras esquinas se contemplaba el campo,
y recuerdo un anónimo galope
retumbando en el largo anochecer.
Entonces, yo decía:
es alegre vivir en una estancia
y pasar temporadas en el monte.
Allá quedó la infancia, en ese umbral, mirando
el claro movimiento de los días.
LOS BIENES DE LA SOMBRA
a Vavá Días Leite
Con el ánimo puesto en lo perdido
bueno es seguir los pasos melodiosos
del júbilo que anduvo por la espaciosa casa
cuyos verdes retiros anunciaban el campo
–tan pródigos de fronda cual si fueran
tierna continuación de los montes vecinos–
cuando la dicha tuvo siete nombres
y éramos una estrella en el reunido afecto
que a ritos venturosos se entregaba,
mientras la fiel glicina, como un cielo más nuestro,
al suave azul volvía por amable costumbre,
y anhelaba el espacio para vernos,
inspirada, constante en sus favores,
creciendo con nosotros.
Venían los domingos sosegados y amenos;
bajo su claridad más viva, era mi pueblo
una gracia discreta y como detenida
56

que sólo entrecortaban las campanas piadosas
cuando la tarde, intimidad suspensa,
aquietaba las vidas en su luz favorable.
La fiesta secular que dio estandartes
al vasto azul de la feliz República
trajo un destello hasta mi umbral perdido
y deslumbró los términos de la noche silvestre.
Rostros como labrados en tormentas y estíos
por una vez salieron del fondo de los campos
para asomarse a presenciar la Patria.
Entonces vi magníficos jinetes
cuyo tropel cruzó el galano pueblo;
supieron de jornadas elocuentes,
y en sus ojos cerriles puso asombro
un fulgor de vivaces antorchas y descargas
que en la inocencia del anochecer
al distraído espacio se elevaba
desde el claro y parejo caserío.
Estos hombres de aspecto extraordinario
que fueron ruda escolta de la columna cívica,
más altos y alegóricos que las banderas iban
en sus caballerías resonantes.
Y recuerdo que a veces,
tras el párrafo excelso del tribuno,
estiraban un grito ya perdido,
un selvático grito venturoso,
que los próximos campos devolvían.
También quiero evocar el portón herrumbrado,
ese arroyo escondido bajo el sauzal, la queja
sutil de las bandadas que llegaban al pueblo,
aquella mano que al jazmín volvía
y complacida andaba entre los gajos,
57

cuando de nuevo el año en los jardines
iba cediendo luz. Allá quedaron...
Que alguno me acompañe a recordar
el dichoso abandono de esa calle frondosa
por donde me allegué a las suaves quintas,
en cuya hondura ensimismada el tiempo,
que persigue su pura esencia errante,
se originaba de un zorzal oculto:
su dulce voz decía
la delicia variable de las horas.
El invierno era el grito de un pájaro perdido
entre cañadas húmedas y solas,
donde, cercano siempre, a mí volvía
ese largo lamento sin arrimo ni centro.
También miré llanuras que anhelaban,
en la ardiente crueldad de la sequía,
las demorosas dádivas del viento:
la nube y el aroma de los pastos ausentes.
El campo miserable y sin rumores
era un cuero reseco bajo el mezquino cielo,
y sólo se avistaba en los confines
el aire enrojecido, el fuego triste.
Cuando el tiempo era grato, cuando la primavera
andaba con nosotros por las costas,
y el ave de las islas
se ponía a cantar entre follajes,
los ojos iban lentos por las flores,
antiguas amistades venían de los campos
para acrecer, amables, las queridas reuniones,
más nítido y frecuente era el galope
sobre el viejo empedrado,
58

por las tardes había
vistosa mocedad en los balcones,
y todas las miradas se encontraban
con el cielo, en colores dadivoso.
De esta manera suave,
reservados los modos y dispendiosa el alma,
dejó correr el tiempo la clara gente mía.
Para sus corazones verídicos y serios
las palabras decían tanto como los hechos,
y, leales, concertaban el futuro
las manos ofrecidas y las bocas prudentes.
Así, aquellas jornadas hacendosas
fueron el fiel espejo de honorables acciones,
y los sueños memorias de los días.
Hubo un temor incierto
hacia el año noveno del callado,
cuyo anhelo no supo comprender esa tarde
en que llegaban voces reprimidas y extrañas
de la calle invisible,
y así anduvo, penando, por la casa en clausura.
Una amarga zozobra oscurecía
todo el niño, y el cielo era distinto
porque el bastón del hombre venerado
ya no estaba en su mano vacilante,
y la inútil reliquia solitaria
era menos que el ancla de la nave perdida.
No están. Ya decayeron las asiduas personas
que entre todos soñamos... Nadie sabe de aquellos
que en octubre llegaban de los campos,
con obsequios vivientes, en sonoros carruajes,
y acostumbraban esperar la tarde
59

a la sombra del árbol celebrado,
junto al galpón vencido por las flores del año.
Tal vez no queda nadie que recuerde
al patriarca de plata que andaba por los montes,
al isleño de barbas severas, de ojos fuertes
y de claros metales revestido
que entraba majestuoso en las mañanas,
y dejando el caballo a nuestra puerta,
en la voz de mi padre se placía.
Aquí la soledad. Bajo la andanza
del que torna a sus reinos apagados
retiemblan estas viejas baldosas como tumbas.
Vanos y ajenos ruedan los colores
del amargo crepúsculo, y no están
los huéspedes festivos, a los cielos atentos,
ni aquella mano entretenida en flores,
ni el tembloroso azul de la glicina,
ni los que discurrieron a su sombra.
Pero mustias imágenes componen la faz cierta
y nos siguen las cosas que fundaron el alma:
arraigamos, tenaces, en el humo y la sombra.
El sauce y el amigo,
la zozobra lejana del niño oscurecido,
el júbilo sonoro de las celebraciones
y todo lo que viene de la penumbra al verso
con creciente y fatal soberanía,
hoy concede sentido a lo acabado,
como el cetro y la norma de un imperio desierto.
Y éstas son mis ruinas.
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SIETE POEMAS
Anotación preventiva
Aspira a lo vario y diverso este cuaderno de poemas, pero sensato es admitir que
adolece de promiscuidad. Como es evidente, no lo precede ni origina ningún empeño
sistemático. Las páginas que lo integran fueron escritas, según los naturales dictados de
la vida, en fechas un tanto alejadas entre sí. Por otra parte, la unidad suele ser fruto de la
costumbre, de un lento proceso de adaptación a los textos.
Algunos poemas acceden a la confidencia; otros la excluyen. Así, la efusión
lírica se manifiesta a la vecindad de piezas que, como “Los reyes olvidados”, muestran
lo genérico, no las menudas circunstancias individuales. A diferencia de los ejercicios
que jalonaron muchos años míos, ninguno de estos versos dice del mundo externo ni
quiere ser expresión de un ambiente determinado.
El lector advertirá que traigo al poema ciertos modismos y giros propios del
corriente lenguaje oral. Allí donde la preciosa figura literaria es más asidua, más débil
61

es el sabor de la vida inmediata. Todo cuento se gana en altura, se pierde en
verosimilitud. La fantasía –siquiera modesta o rasante– pide el contrapeso y el firme
amparo de la realidad.
“Las voluntades puras” se allega al problema de los valores y expone una
amarga moralidad. Lamenta dicha página que en la esencia de la ética social estén la
fluidez y la incertidumbre. No sabemos el rumbo de la mudable justicia humana.
Perdura la terrible inocencia del bien y del mal. Bernard Shaw y la hoguera levantada
para Juana por la normal superstición de su tiempo, obrando a modo de estímulos
fortuitos y mediatos, inspiraron estos versos.
“Los reyes olvidados” presta voz a esas viejas experiencias –potestades ya
silenciosas– que trabajan en nosotros sin nosotros. Detrás de sus artificios barrocos
alienta la población de sombras que nos domina y nos sostiene. Quizá los empiristas del
siglo XVII y el moderno psicólogo Jung trabajaron en mí pero sin mí.
“Aquiles niño” es una ociosa versión más del destino, de la paradójica condición
humana. El cielo –dice este oscuro soneto– infundió su anhelo al reciente Aquiles. Se ha
creído y se cree que los días del hombre guardan relación con el movimiento de los
astros. Para los griegos, Urano es la divinidad que representa, con doble poderío, el
tiempo y el firmamento. Aquiles corre también en la región celeste.
C.M
COMIENZO DE LA ROSA
Quien la mira vivir como fuera del mundo,
allí, con algún libro que no acaba de leer,
o apenas retenida por el disco que gira
y libera su música, bien comprende que espera
los invisibles dones que aún no tienen forma.
Ni ella misma lo sabe: su oscura dicha incierta
llega desde unas patrias ausentes y futuras.
A veces, cuando viene de las calles ruidosas
o después de la cena, cuando decae el diálogo
y ante la noche vasta bebe el último sorbo
de café, se diría que el silencio y la hora
62

convierten en recuerdo su anhelo, y así vive
en otra edad; entonces, junta las manos solas
y se dice, perpleja, que tal vez cambió mucho.
Nadie sabe la fuerza ni la íntima constancia
de la rosa vehemente que se forma en su sueño,
pero al mirarla andar por el patio desierto,
o cuando la respuesta llega lenta y borrosa,
o cuando queda a solas con el cielo, es posible
verla entera. No hay nadie. Con pena uno imagina
que sólo el alba es huésped de la boca que espera.
Sin embargo, los días llevan su joven ímpetu
y en la estación amable, junto al árbol y al río,
mide con pie ligero las hazañas de octubre;
entonces, cualquier hecho trivial le gana el alma
–el baile de los sábados, digamos, o el llamado
habitual de un amigo– y un fulgor prematuro
viene de los jardines donde quiere perderse.
Le abre el tiempo sutiles y oscuros laberintos
que siempre la requieren y que a la vez le otorgan
y esconden lo más suyo, lo que aún no conoce.
En su red hay un firme rostro oculto. Entre tanto,
sólo es el verso vano que busca un labio adicto,
y la flecha sin arco, y el fuego sucesivo
que se agota por ser un orden quieto y puro.
MÚSICA NOCTURNA
Dotado de tu gracia,
ya sereno en la tarde generosa,
sabiendo que estos días merecen recordarse,
siempre dispuesto a regresar temprano,
63

según suelo decirme cuando arrecia el trabajo
y resuena en la vieja redacción
la plenitud del mundo;
así, como sujeto a la delicia,
vecino del invierno en que un jardín reluce
(hoy faltó un compañero; sin embargo,
sospecho que podremos cenar juntos),
busco el abrigo levantado entre árboles,
el querido refugio vuelto al cielo
donde el mundo es dichosa simetría
y la humana blancura funda el verso.
Pienso –la noche es grata– que no vale la pena
dilatar el horario que uno cumple
por triste obligación, cuando la sombra
y la quietud esperan, allá en el barrio amable,
ahora agasajado por la fronda.
Vuelvo a sentir el cielo entre los árboles
de la calle apagada, ya del lucero y mía,
y una dulce costumbre me deja en esta puerta
que es la octava a contar desde el puente rojizo.
Aquí el jazmín, allí el viejo grabado
que trajera un amigo
–ya no recuerdo la ocasión ni el tiempo–
quizá como regalo de cumpleaños,
y que ahora confirma el orden íntimo
y enlaza, persistente, la realidad al alma.
Otra vez este azul y esos vasos de cobre
y la quietud como suspensa en flores,
en cuya grave hondura mis latidos
y tus pasos ligeros se confunden.
Digo entonces que acaso sería bueno llevar
la mesita al balcón
64

escondido en el próspero follaje,
donde la fresca brisa del río ya divaga.
La vasta noche te alza y te recrea
para el huésped callado de tus ojos,
en tanto la hora viva entre racimos
y apasionados libros y humo lento
discurre con encanto hasta la aurora,
y fiel a la delicia sobrevive
en la secreta paz, la intensa lámpara.
Reluce venturosa la alta joya
en el fondo del íntimo sosiego,
y mientras anda ya en la lejanía
el carro tempranero,
y comento algún hecho que los diarios registran,
siento la vecindad de tu esplendor
que aplaza los trabajos
prometidos en vano para uno de estos días.
La rosa de mirarte arde en silencio,
y el ávido minuto une las manos,
mueve un cielo que gira como en sueños,
desordena collares y atavíos
y es instantáneo dios que borra el mundo.
Aquí está, milenario y sin embargo vívido,
el sincero animal que yo arrojo a tus noches.
Crece un sol balanceado por la fronda.
Entre tu frente y la mañana ruedo
por calladas praderas donde el tiempo
se desprende y aparta de los cuerpos.
Un pájaro resuelve su ternura
en un silbido que repuebla el mundo.
Vibran tus pies livianos de otra noche,
y con ojos vencidos, frente a la luz primera,
65

quietamente buscamos
nuestros desiertos reinos paralelos.
Semejante al marino ya devuelto a la playa
donde yace y olvida, sólo es dulce abandono
el alma que a tu cielo pidió el rayo.
Allí quedan, tenaces como el oro,
tu serena hermosura y la mañana.
LOS REYES OLVIDADOS
a Miguel Ángel Fernández
Las personas del sueño te persiguen y asedian
mientras juegas con seres concretos bajo el día,
y oscuras poblaciones desde los hondos años
trabajan escondidas para erigir tu cárcel.
Tejen tu viva trama muchos reyes secretos,
y en la tierra más tuya, silenciosos, se afanan
los tiranos sutiles que te dictan entero
mientras tus ojos se abren al mundo que conoces.
Suaves monstruos te llevan a un mentido futuro
que pronto será sombra tenaz de lo disuelto.
Te vulneran y vencen las flores que han ardido
en la centella larga de la edad que te inunda.
El ayer vengativo siempre aviva tu anhelo
con la rosa esperada, pero en ti ya marchita.
Los olvidados seres que a la sombra cediste,
en harapos regresan y al porvenir te arrojan.
Te excavan y te ahondan lentísimos ausentes,
oh tumba de los otros, alma vuelta al mañana,
sumisa a unos fantasmas que te sitian y roban
66

para entregar al tiempo la criatura desierta.
LAS VOLUNTADES PURAS
Animosos y llenos de esperanza
resolvieron seguir al arquitecto,
que conquistó su juvenil confianza
con palabra elocuente y noble afecto.
Como quienes encuentran un destino
y han de justificarse por las obras,
con su maestro hicieron el camino,
seguro el paso, el alma sin zozobras.
Pacientes hombres buenos, y esforzados
todos ellos, y a empresas generosas
dispuestos, transpusieron aguas, prados
y montes, en jornadas fatigosas.
Buscaban el país incierto, oscuro,
donde la obra inusual no sufre ultraje,
porque también viajaban al futuro,
huidos del siglo ignaro y sin coraje.
Como los aprendices de los gremios
que honraron a la vieja artesanía,
sólo anhelaban obtener por premios
el oculto precepto y la maestría.
Querían preservar en tierra ignota
su legado a la nueva humanidad:
quizá una pura construcción remota,
sólo grata y visible en otra edad.
67

Ignoraban la forma y el sentido
del trabajo futuro, mas su intento
por un rapto de amor era regido,
no por el engañoso pensamiento.
Pensaban, sin embargo, que en la vía
del fervor, lo indudable y cierto espera,
y que el conocimiento cedería
la cifra de la dicha venidera.
Así, con escolástica eficacia,
discutieron, andando, los contrarios
dones de la razón y de la gracia,
hasta perderse en campos solitarios.
Sólo uno de ellos reveló desgano;
su duda y su lamento dio a los otros:
La ambigüedad del bien llora el humano,
y el rumbo no está fuera de nosotros.
Se borraron. A veces, los viajeros
hablaban de entrevistas fundaciones,
de un santuario de pórticos severos
y de altos, misteriosos paredones.
Alguien dijo, veinte años ya corridos,
que luego de pulir raros metales,
un palacio erigieron los perdidos,
según oscura ley y arduos rituales.
Acaso levantaron la vivienda
del bien y del espíritu en la hondura
de algún bosque. Ya sólo eran leyenda,
penumbra y alegórica impostura.
68

Tal vez su construcción, vuelta al mañana,
daba la clave, en número y medida,
de la esperada ley, pura y humana,
que alguna vez alumbrará la vida.
La mocedad, deseosa de certeza,
fue en busca de los padres fabulosos.
Anhelaba una seña de su empresa
para darse a trabajos valerosos;
para abatir con fe y en justa guerra
los ídolos y dogmas opresores.
Fervorosa y cansada, vio la tierra
donde dejaron obra sus mayores.
Transpuesto un llano, junto a un lento río,
los viajeros miraron las pesadas
murallas de una cárcel. Y en sombrío
patio dieron con horcas levantadas.
AQUILES NIÑO
a Jorge Calvetti
El tiempo breve te acaricia apenas,
por tu pequeña mano detenido,
pero a un hombre ignorado ya encadenas,
y antes de ser recuerdo eres olvido.
Un anónimo reino se vislumbra
desde tu alegre eternidad vacía,
y el pasado te espera en la penumbra.
Ningún dios te desteje todavía.
69

Frente a la infinitud, querido abismo,
se abre el duro pimpollo de ti mismo,
y en tierras que no pisas te construyes.
Prueba tu lengua la hoja nueva; el cielo,
recién mirado, te infundió su anhelo:
perdiendo a tu hombre te desligas y huyes...
LAS PRÁCTICAS DEL CIELO
Sobre la trama dulce
del temporal ropaje
que se vuelca a los pies
del infinito rey
esculpido en la piedra,
la vida se fatiga
y muere con delicia
y resurge fogosa.
No mejoran los tiempos
si lo nuestro es pensado
por la mente durable
del que ignora los años,
del animal supremo
que engendra numeroso,
con incansable furia,
para sentirse eterno.
Somos la vana fiebre
del varón incoherente
que tiene entre sus manos
un disco en cuyo extremo
de vértigo giramos,
y un ramo prodigioso
70

que mueve largamente
para animar los pechos.
La luz viene a querernos
cuando cierra los ojos
el monstruo perdurable
que se nutre de humanos.
Nos persigue y asedia
cuando se sabe pobre
de razón armoniosa,
y funda sus potencias
en el llanto del niño
y en amores mortales.
Espanto hay en el ojo
que perdura sin mundo,
y en la mano sin término
que busca poblaciones
en el humo y la sombra.
El extraviado rey
nos reclama su reino,
y levanta murallas
que abatimos, adversos.
ALGO QUE TE CONCIERNE
De aquella congregación amable
que ocurrió en Basilea o quizás en Bolonia,
una noche generosa
en rostros, en palabras, en señores insignes
que el acaso juntó por un momento,
todo se ha borrado,
como si las vidas y las circunstancias
y esa misma noche que digo,
71

no fueran otra cosa
que la trama deshecha de un sueño
fraguado por un dios que nos devora
y que en aire y en humo se complace en plasmarnos.
Así, de ese encuentro de sombras corteses,
tan incierto que ya no recuerdo su lugar ni su tiempo,
y cuya condición menguante
es la de todo aquello que se funda en las formas,
en los acuerdos exteriores,
y no en la intensidad que nos construye,
nada me queda, nada sobrevive,
excepto tu pensado rostro.
Puesto que de fervor está hecha la sustancia
de cuanto existe, de aquellas vagas horas
en que sin verse se rozaron muchos,
sólo rescato una persona clara,
y así vuelve a ser vívido el momento remoto
que busco y que persigo con palabras:
entre un fulgor de vasos y perdidos
en la sensible música que engendras,
unos mansos fantasmas, acaso sin saberlo,
se estaban despidiendo para siempre.
Bien lo comprendes: la dispersión propia de un sueño;
sin embargo, no es todo un callado naufragio
porque la realidad con tu recuerdo empieza.
Se apagaron los hombres y las luces,
pero una luz más firme le dispensa
continuidad al alma retraída
y una fiesta más honda en mí perdura.
Ahora, en la quietud de la alta noche
bebo el café y doy con una página
donde leo que el Amor filosofa,
72

porque el eros, a diferencia del ignaro,
busca lo que le falta,
sospecha claridades que están lejos
y pide esencialmente la belleza.
Dejo el antiguo texto. Es tarde. Me devuelven al mundo
el poder inmediato de la noche
y el viento que en los árboles insiste.
Ya han de andar las abejas sobre jardines jónicos.
El tiempo se remansa bajo la intensa lámpara.
Yo escribo que te quiero.
Semejante a una ternura antigua
regresa al habitual carro del alba,
como si fuera el eslabón que salva
la persistencia, el orden de este mundo.
La ciudad duerme bajo la lenta lluvia.
Suena un vago reloj en el piso de arriba.
Vuelvo a mí mismo, a verte.
Moza tempranera121
El alba se levanta alegre como un niño.
Golosamente el campo con sol se desayuna.
La moza va entre fugas de pavoroso armiño,
y las aves chisméanse la visión oportuna.
La historia y la precisa el sol bajo su aliño
pictórico, y el cierzo confidencial guarda una
esquela de balsámica floresta en su corpiño
que engríe una frutal magnificencia bruna.
121 Publicado en revista Nosotros, junio de 1925.
73

Y se hunde el pie goloso por el camino ardiente
que el croquis de la planta repite... El viento urgente
le alivia la pollera que anuncia gracia alada...
Y mientras va su escándalo cruzando el campo estático
comentan su presencia un buey de ojo lunático
y una vaca que absorta contempla embobada.
Adiós...122
Asombro de rocío en tempranero manto.
Con él purifiqué mis ojos viejos,
y he lavado mis labios para el canto
y tras él lo he mirado todo nuevo.
Escondido remanso que espeja eternidad
donde empapé mi verso de secreta
frescura y montaraz intimidad
y así surgió en su erecta desnudez de doncella.
Lenta brisa de estío, tenue silbo de flauta
que en el teclado del cañaveral
122 Publicado en revista Nosotros, junio de 1925.
74

fue discreteo y que me dio la pauta
para hacer de mi voz, voz natural.
Auroras que ondularon sus estandartes rojos,
borroneados de pájaros.
Matinal diligencia de las mozas
que pasan cantando...
Aroma de romero y alhucema,
olor a miel entre el verdor que esplende,
perfumaron un poema
y ritmo dióle la cigarra hirviente.
Júbilo del zorzal que espío por mi ventana,
describía el paisaje su violín,
y en el gonflado pecho traía la mañana
cautiva para mí.
Pedruscos, guijas cóncavas cual cuévanos votivos
donde bebí aguas de égloga...
Seres que se acoplaban con unción, toros, chivos,
pajarillos y abejas.
Fugaces pantorrillas por el zarzal hirsuto
fastuosas para estotro que vio ninfas...
Fruto que apegué al labio por el campo, al sol... Fruto
que es en su breve tentación la Vida.
Pintón su rubor púdico de colona pecosa,
sensual la entraña fresca.
Y aromado y rotundo como un pecho de moza
¡el mismo corazón de primavera!
Y su boca lejana palpitando en mi verso,
75

y prieta toda la égloga en sus brazos morenos.
Zagala que una tarde cruzó por mi sendero
cantando tras su recua. Y naturales fuimos
por los dormidos pastos ya frescos de rocío...
Después se hundió en la sombra buscando algún cordero
y nunca más nos vimos.
Baile123
Ancianas lenguaraces comentan comadreras
la escasez de verdura... Su cándida cromía
de rosas y celestes, avanzan las polleras
conflagradas de aullidos. Rural coquetería.
Se endurece en cambrona y remoja en Colonia.
Y en tanto el comisario la fácil compañera
atisba en las que vienen, la entrada ceremonia
el ciego que de pronto su instrumento exaspera.
Inquietud de zarazas, resbaladas guedejas,
descorridas enaguas y mejillas bermejas...
Fuente en mano va un negro, su fina cortesía
esparce en tortas fritas... se escurren dos parejas...
Y mientras toca el ciego en la pieza vacía
hay en las zarzas próximas una fuga de ovejas.
Soledad124
Aspiro el ramillete de los años
123 Publicado en revista Nosotros, junio de 1925.
124 Publicado en revista Martín Fierro, Año II, Nº 22, 2da época, Buenos Aires, 10 de setiembre de 1925. Republicado sin modificaciones en Los poetas de Florida, selección Guillermo ...., Bs. As., 1968.
76

y siento que estoy muerto en cada olvido.
Mis apariencias todas se gastaron,
alguien se iba de mí cada crepúsculo...
En mis tiempos marchitos hubo puertos,
y pañuelos vehementes se alejaron...
Desconocidas gentes han partido
del fondo de mi ser ya devastado.
Me quedé en la efusión de cada abrazo
y en los adioses laxos y secretos.
De improviso me vi como un extraño,
con mi presencia inexplicable y sola.
Lo ausente habla un idioma que no alcanzo.
Inútilmente dóblanse las tardes...
Nos vamos deshaciendo en los olvidos,
ya dispersé el recuerdo como un ramo.
Cantar125
Mi juvenil corazón
fue un pájaro vagabundo
que necesitaba el mundo
para tender su canción.
Aunque el ala ya se espesa
125 Publicado en Caras y Caretas, Año XXVIII, N° 1419, Buenos Aires, 11 de diciembre de 1925.
77

vive entre un árbol profundo,
y el follaje que embelesa
le parece todo el mundo.
Tiene en su estrecho miraje
lo que buscó en la extensión:
graba en su ojillo el paisaje
y lo dice en la canción.
Interior126
La madre, que este invierno necesita más lumbre,
remueve alguna brasa y vuelve a dormitar.
Dilata su ojo amigo lloviendo dulcedumbre
la lámpara que mira el grupo familiar.
Muy grave la hermanita se ha dado a masticar
su dulce y su cartilla. Distrae la mansedumbre
del gato una luciérnaga que empieza a revolar...
Y yo perduro en ésta mi lírica costumbre.
No esperamos a nadie... fluye su agua el sosiego,
y vivir es tan dulce como estar junto al fuego
(Nos conmueve un mal vago de algo nuestro que escapa...)
Un viejo olor doméstico anuncia los humeantes
tazones que alguien trae... nos mecen los instantes,
y el alma, como el gato mimoso, se agazapa.
126 Publicado en Caras y Caretas, Año XXIX, N° 1428, Buenos Aires, 13 de febrero de 1926.
78

Afectos a una hermosa provincia127
Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre,
y la penetra el cielo por sus filosos riachos.
Allí fue la batalla movida selva en flor.
La paz era quedarse mirándose en un canto.
Vengo a querer sus cosas con letras de esperanza.
Sus leguas aclamadas por luz calmosa y larga,
y las cuchillas lentas que alegran este verso,
y los grillos nocturnos que desvelan distancias.
Y las gentes de ahora que trabajan su dicha.
Los trigales intensos, los pintados linares.
Todo lo que se junta con el pecho de alguno,
el reino de la espera que ahonda voluntades.
Estos que se conciertan con los signos más altos,
y colaboran con las lluvias y los soles,
y saludan sus albas como a buenos vecinos,
y amontonan en parvas sus lucientes fervores.
Le regalé los años de mi persona quieta.
Una vez yo silbaba por esas arboledas...
Hablo de tierra mía. Del lado de la noche
unas magnas guitarras despertaban estrellas.
Donde hay menos distancia desde la dicha al cielo,
y las lunas se vienen a morir de ternura,
estábame en un canto. Iré a buscarlo ahora
perdido en esa tarde que me olvidó sin duda.
127 Poema enviado por el autor en noviembre de 1927 y publicado en mayo de 1930, en Caras y Caretas.
79

Un destino y su poema128
Me gustaría verte, ser alguno en tus frases.
Buenos Aires es grande y es chico nuestro Dios.
Persona de amor, mundo, pudieras darme ahora,
letras para la vida y un auxilio de luz.
Un ámbito de música alaba tu presencia
y tu ventana se habla con todas las estrellas.
Juegan con tu esperanza las gentes de tu sueño,
y yo soy en tu lástima el vendaval dormido.
Honras de alma y las voces de tu pasión amarga...
Una canción llevabas por la ciudad porteña.
Negado de tus días y de tu llama129 el último,
ya empobreces de júbilo la vida de este poema.
Cómo serán los nombres que reinan en tus preces
cuando la luz se olvida sobre tu frente y órbitas
de tu mirar perdonan. Cómo serán las señas
de aquello que persigues con imaginaciones.
Que este verso te encuentre eligiendo un recuerdo
y tus manos gobiernen la rosa y el futuro.
Pero soy tu destierro y me voy por las bellas
avenidas silbando sin renegar la suerte.
Un año de los míos andúvose en tu gracia.
Ese día el más chico buscaba en tus miradas...
Pero éstas son historias. Hoy escribo que sales
a regir los sucesos de afección en mi verso.
128 Publicado en La Gaceta del Sur, Rosario, mayo de 1928.129 Corregido por el autor, cambia la primera versión “tu alma” por “tu llama”. Soluciona dos problemas: el alejandrino y la reiteración del vocablo “alma” en una misma estrofa.
80

Yo tan poco de ciclos... Sabrás tu parte clara
y cuidando las vísperas trabajarás tu vida.
Soy este que te empieza quietudes en las tardes
y lunas se desgastan en medio de mi pecho.
España, la ofrecida130
Siempre fue tuya la rudeza franca del pueblo.
En una claridad conmovida y agreste se modelaron tus vidas,
que prolongan el color y los austeros perfiles de tus campos
y que frecuentan el riesgo, la hermosura diamantina del peligro,
las horas supremas que en el pulso cantan,
esos momentos de exaltación, como soñados, que organizan y rigen al mundo,
cuando un hombre puede vivir con la intensidad de todos los hombres,
cuando el azar de las armas juega con los destinos
y los ofrecidos corazones marchan hacia la abnegación y las balas.
xxx
Desde la azucena hasta el combate, desde la soledad hasta el hierro
eres la misma, la ferviente,
por eso tu alma se renueva, y tus incontables días,
ricos de penurias y saludados con proezas y puebladas,
dicen la altivez y el honor de tus gentes.
Sabes que todo regalo de sangre
traspasa el tiempo con más firmeza que los mármoles y las catedrales.
Y te reconoces, no en la confidencia, ni en los queridos secretos,
130 1937. Poema publicado en la edición Poesía Completa, Academia argentina de Letras, Buenos Aires, 1982.
81

sino en las ardientes gracias terrestres, en las criaturas de la vehemencia,
en los rudos varones campesinos y en el retumbar de las caballerías.
La ternura y el peligro te conocen. Sobrevives,
dulcemente hostigada por anhelos profundos y esperanzadas voces,
mientras de tus congojas
fluyen los juveniles colores del porvenir.
Pero, tal vez cuando la tarde desanima tus praderas
y se apoya mansamente en las últimas frondas,
a la hora en que los campos tranquilos
se parecen al rostro de las dichas tímidas y secretas,
cuando la noche cae sobre los patios
y apaga la sonrisa detenida de las rosas,
cuando la brisa, herida entre ramajes y pedregales,
prolonga la tristeza y las canciones de las pastoras adolescentes,
entonces ardida España, entonces amiga mía,
acaso te invade una lejana intimidad taciturna,
un humilde dolor antiguo,
y lentamente recobras tu cansada dulzura,
tal como recobramos a una hermana
tras las zozobras de la enfermedad o de los viajes.
xxx
Quiero agradecerte la violencia que te modela,
la encariñada fuerza con que preparas tus venideras magias,
la excesiva realidad que atruena tus días actuales
y que te darán las imaginaciones del mañana.
Ahora, no hay paz en las voces, tus atardeceres y tus batallas se confunden,
el aire humoso y la tierra desordenada sienten las conmociones de tu
esperanza,
una muerte veloz puede justificar y enaltecer, de pronto, las vidas más oscuras,
en los pechos no se cansa el arrojo,
y el fuego inventa jardines en tus cielos, España.
Pero en medio de la refriega, por la centelleante urdimbre del plomo,
se pasea, calmoso, tu apasionado destino.
82

Sangre dada al porvenir,
pechos donde la historia se hace y se deshace,
días mutilados en que sólo relucen el valor y sus armas,
tormentas de varones, columnas avanzando
sobre confines de metal y de hombres,
desoladas comarcas donde el coraje se organiza
y espera,
y luego el fulgor de los tiros, la apasionada muerte, la espléndida batalla,
que no se desgana con el día
y que se prolonga bajo atardeceres
menos intensos que las almas;
y las renovadas cargas, el extremado esfuerzo, la arremetida final
enardeciendo los corazones opuestos,
y una luz ansiosa y última en los ojos de los caídos,
y el ocaso, en marcha oscura, saliendo de los campos
como el caballo herido y sin jinete sale de la pelea.
xxx
Digo lo tuyo, España, amiga mía.
Has intimado con el tiempo, con las horas opacas
sin fatigar tu esperanza,
y aunque te nombro solamente con palabras
cuando otros te nombran con la sangre,
yo quiero saludar tu nueva llamarada
y alabar la incesante lealtad de tus varones.
Te depuras en el riesgo
y vuelves a pelear por tus altos sueños
como vuelven a la confianza de los patios
las guitarras del atardecer.
Tuya es la rudeza franca del pueblo,
pueblo de arrojo y lágrima,
que arrastra consigo lejanas fuerzas, clamores oscuros
y el enterrado fuego de muchas generaciones.
xxx
Digo lo tuyo, España, amiga mía.
83

Ahora, porque tu esperanza azorada
quiere abrirse un camino de claridad,
afirmas tus visiones en la caliente vida
y llevas tus sueños hasta los duros climas del padecer y la metralla.
Ansiosa de comarcas donde la temeridad
florece todos los días,
ahora te desgarras en hazañas y sufrimientos.
Tus anhelos mueven espadas y dirigen batallas,
tus hondos fervores sacuden la tierra militar
y por cielos delirantes se pasean,
en tanto que, desde los reductos
donde el hombre mira sus tardes últimas,
el obús silbador parte con toda la intensidad del mañana.
España en pena, amiga mía,
ahora, como nunca, te pareces a tu esencial destino,
a tu profunda realidad, inseparable
de la vehemencia libre de las desatadas imaginaciones.
Ahora estás preparando las venideras dichas,
y tras la hirviente marejada de huesos y ceniza,
cuando la paz se aquiete en tus huertos y praderas,
cuando la libertad camine entre claveles
tus días, de un esplendor más firme,
tendrán la dulzura, el recobrado gozo
que para ti engendraron los apagados pechos
de los combatientes muertos.
España, amiga mía, ¿cómo quererte con palabras
cuando otros te quieren con la sangre?
De lejos me alumbra el levantado resplandor de tu incendio.
No he cruzado tus montañas, ni tus prados, ni el fresco alivio de tus aguas.
Mis pasos ignoran la vastedad delicada de tus noches
y la gracia de tus jardines en las horas de paz.
No he visto caer tus hombres, no me ofrecí a tu llamarada,
no me arrastra la oscura marea de metal y ceniza
84

en que van los que te aman hasta la abnegación y las balas.
Apenas si puedo llevarte en mi voz
apenas si puedo llevarte en mis versos.
Sin embargo, comprendo tu violencia y tu esperanza
–¡oh, España, criatura sufrida y ardiente!–,
y alcanzo a descifrar los signos de tu congoja en guerra,
y te busco con palabras que en el valor te encuentran
y digo que en tus ojos he mirado el porvenir.
Canción de las afueras131
Iba por la tarde más grave que mi sombra
juntando en viejas calles las emociones de antes.
Los tapiales frondosos perfumaban el cielo
y soltaban nostalgias las guitarras distantes.
Entre un silencio diáfano, por las mansas orillas
me convidó la sombra de un sauce derrotado.
Quietamente llevaba mi pena paseandera,
y la vida era dulce como un labio logrado.
Una canción perdida jugueteaba en los árboles...
Del fondo de las quintas me llegaba un revuelo
de mujeres y pájaros. Arrimóse el crepúsculo
por la intensa arboleda recostada en el cielo.
Lejos, palidecían las remolonas aguas.
El Gualeguay llevaba la tarde en su corriente,
barco azul de la hora con velamen de luz.
Mi corazón y el viento buscaban el poniente.
131 Publicado en revista Litoral, Año II, N° 22, Gualeguay, junio 30 de 1940.
85

Los rotos veredones gloriados de muchachas
y unos nocturnos ojos desganaban mi paso.
Con frescas madreselvas hoy recuerdo ese instante,
y con aquella moza más lenta que el ocaso.
Tenía aquella linda que pasa por mi verso
un incivil encanto de corza o de paloma,
y con la gracia uraña de sus modales serios
a través de los años mi palabra se aroma.
En los gestos borrosos ya pesaba el silencio
y en la humilde ternura de los ranchos perdidos,
de los ranchos que apuran la campaña y la noche
y entristecen el alma de estos versos vividos.
Lejos, palidecían las remolonas aguas...
El Gualeguay llevaba la tarde en su corriente,
barco azul de la hora con velamen de luz.
Mi corazón y el viento buscaban el poniente.
A una adolescente132
Mides con pies ligeros las hazañas de octubre,
mientras cantan los ríos semejantes a tu alma.
Los jardines del tiempo te destinan el hombre,
pero aún no conoces tu diadema de fuego.
El confuso prodigio cubre de suaves lanzas
los caminos desiertos donde empieza la rosa,
y bajan grandes lunas a regir tus silencios
cuando los humos graves del oeste se anuncian.
132 Publicado en revista Chécale, Año III, Nº17, Concepción del Uruguay, 1 de julio de 1955.
86

Nadie sabe la dulce, tenaz soberanía
de esa rosa vehemente que se forma en tu sueño,
ni el ansia de tus manos que palpa el mañana,
ni el destello que ahora te construye por dentro.
En los hondos períodos del valor y la gracia,
eres como la sombra celeste del futuro,
pero en tu pecho alienta lo que nunca ha empezado
y sólo el alba es huésped de la boca que espera.
Soles falsos y espléndidos vuelven a tu ternura,
y eres el verso vano que busca un labio adicto,
y la flecha sin arco, y el fuego dedicado
que se agota por ser un orden quieto y puro.
La medalla133
Cuando los años me hicieron dejar la oficina,
los viejos empleados se juntaron hacia el atardecer,
y después de levantar las copas
pusieron en mis manos una medalla,
grato presente que según la costumbre,
los hombres acuñan –penoso es decirlo–
en obstinada materia,
porque saben que el alma tiene hondones
y resquicios que al fin serán su ruina.
Acuden, pues, a la firmeza
del oro o del bronce
para dar ilusoria persistencia
al recuerdo que vacila.134
133 Publicado en Revista Ser, Nº 5, Concepción del Uruguay, Entre Ríos, 1966.134 En corrección manuscrita, el autor cambia la expresión “que vacila” por “cansado y vulnerable”.
87

Estuve, así, un momento
con esos compañeros afables y sencillos
a quienes apenas conocía,
pues nuestros vínculos eran los que impone el trabajo,
y en verdad sólo la inercia y el tiempo
promovieron la amena ceremonia,
en cierto modo impersonal,
dispuesta por aquellos obsequiosos
para despedir a una imagen periódica,
ya que nada sabían de mi esencia profunda,
plasmada en alegrías, deshonras y flaquezas.
Todo ocurrió como en un libro,
como si fuéramos vagos signos,
pero las formales palabras de encomio
y la inmutable ofrenda con mi nombre
espejaban veraces
el cuidado que ponen los mortales
en sostener y afianzar la cosa incógnita,
la vaporosa vida.
Se apagó la amable tertulia,
y mientras unos pocos prolongaban el diálogo,
agradecí su presencia y busqué la calle.
Cuando descendía la escalera,
como quien vuelve a sí mismo y quiere andar solo,
pensé en la fiesta ya desvanecida,
y me dije que el obsequio perenne
también se disipaba en aire y sombra,
pues pude vislumbrar
–triste menos por mí que por todos los humanos–
que la inscripción del metal perdurable
se borraba y perdía de modo extraño.
88

Sentí, entonces, que esa anulación instantánea,
contra la cual levantamos dignidades y valores,
nos enseña que es mejor perder de una vez
lo que habrá de perderse.
Y también me fue dado imaginar
que la medalla del agasajo,
símbolo que al olvido lleva una vana guerra
y parte de la intriga benévola
que nos miente sustancia y nos ayuda,
iría a parar al fondo de un cajón,
y allí quedaría, ya nivelada con todo
lo que integra y devora el pasado,
desde el diamante hasta el hombre,
tan tenue y enigmática como la misma vida.
El forastero135
Renuncia este hombre opaco y extraviado
al juego de los otros, a la unánime empresa
de probar el sabor del mundo cierto,
como si el tiempo que iracundo arroja
el hueso del presente codicioso
a la despierta voluntad de todos,
nunca lo hubiera visto,
como si la hermandad innumerable
que rueda hacia el dolor y la delicia
no pudiese rendirlo a sus verdades claras.
Renuncia este hombre al don de la hora vívida,
al esplendor del día donde caben
las venturas concretas, los adioses,
135 Este poema se publicó por primera vez en la revista Sur, N° 268, Buenos Aires, enero-febrero de 1961. La versión que aquí se edita corresponde a la que se publicara en Memorias de un provinciano, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1967. En la mencionada edición, de su puño y letra, Carlos Mastronardi realizó algunas correcciones.
89

la parcial efusión que arde y resurge,
los trofeos del odio y la batalla,
las zozobras que el alma quiere en secreto, y todo
cuanto pide, no signos, sino real llamarada.
Quién sabe cuántas noches lo asociaron al quieto
reino de las personas ilusorias,
donde el castigo es tenue y es vaga la delicia,
y así en mansa demora miró correr los años,
pues quiso confundirse con mentidas criaturas
para que fuera leve también, y no de hierro,
el plazo de los actos cardinales
que son nuestros sepulcros sucesivos.
Como quien se libera en el exilio,
vive oculto en comarca de signos y de fábulas,
donde las almas pueden desandar sus jornadas
y rehacerse a despecho de los hados,
pues lo domina el insensato empeño
de volverse un tramposo del destino.
Desoye –¿los vivientes podrán creerlo?–
el férvido llamado de las horas
que no le traen el hijo ni los viajes,
ni la curiosidad por otros seres,
porque el desierto es su jardín luciente
y, como ajeno al orden natural de las cosas
–ya tranquilo en su mundo menor y vaporoso–,
todo lo sacrifica a unas imágenes.
Ni siquiera el sonido del mar sobre la playa
donde juegan los cuerpos; tampoco el rostro nuevo
que se anima en la fiesta,
porque indirectos cielos lo aprisionan
90

y su alma distraída sólo goza
los bienes negativos de la calma y la ausencia.
Y semejante al párvulo, que en su candor se pierde,136
deslumbrado en los reinos
que fundan con engaño las palabras,
vive prestada vida y aventura refleja.
Y las criaturas que en sí mismo engendra,
hijas de una ordenada locura minuciosa,
en vano salen a probar fortuna,
al azar ofrecidas, a lo incierto,
al capricho y la música de algún hombre recóndito.
Así, en ese desvelo para nadie,
en un país de símbolos humosos,
pierde su vida el lento forastero
que oscuro persevera,
esclavo de unas sombras.
Entrada en el desierto137
Dicen que en este lugar he vivido,
pero no reconozco ni personas ni casas,
que si alguna vez miré, se disiparon.
Paso junto a unas puertas y unos patios sin voces,
indescifrables, mudos,
como si los hubiesen dejado en un desierto.
Nada de lo que tuve me espera en este pueblo.
A quién preguntaré por aquel árbol
y por aquel jilguero que cantaba
en las serenas siestas, si no quedan recuerdos,
y las cosas existen y se afirman
136 En su primera versión, en 1961: “Y tal como en su propio candor se pierde el párvulo,”.137 Publicado en revista Crisis, Nº 32, Buenos Aires, diciembre de 1975.
91

en el pasado mutuo, cuando alguien las comparte
y no se derrumbaron con las almas.
Soy el desconocido, el forastero,
como siempre le ocurre a quien retorna
cuando ya se borró lo que fue suyo.
Sólo advierto –quimera y simulacro–
unas sombras ruidosas, unos rostros anónimos.
Quiero saber de aquella madreselva
que era agasajo y sueño de unas tapias
rojizas, vacilantes, por el lado del río.
Nadie responde. Llegan los meses agradables
y es otra, sin embargo, esta delicia,
esta luz que en noviembre inspira al pájaro.
Regreso después de años, y me digo
que en los acuerdos íntimos se asienta
la realidad incógnita. No hay señas ni me ampara
esa querida gente que acaso huyó con ella.
Ya no queda ninguna,
ni siquiera enemigos para exaltar el ánimo.
No encuentro el sauce pródigo que me obsequiaba sombra,
ni esa piedra pulida por el tiempo,
ni aquel grito selvático que esperé muchas tardes.
Yo estaba y era en ellos. Me ayudaron
a cavar el abismo del futuro.
En las cosas me apago,
ya que, agónica y siempre, la versátil sustancia
vacila entre su fin y su principio
en vaivén que consume nuestros días.
92

Todos han muerto. Espejo sin imagen,
enfrento una penumbra despoblada.
El pasado se adueña de la noche
y anda en el lastimado viento solo,
que al desvelar distancias
sufre un idioma de ladridos pobres.
No hay un alma. Lo extinto reaparece
cuando la vida calla y se apacigua
para sentir más cerca a los ausentes.
Busco unas calles, piso unas baldosas
donde mis lentos pasos no resuenan,
y doy con unas casas ignoradas,
sin poder recobrarme. Soy ahora el extraño
que ha perdido las huellas del tiempo aquí dejado.
Esperaba un jardín y miro un páramo.
El mundo real se oculta. Aquí no hay nadie.
A la memoria de un suicida138
Impaciente por ver toda tu hondura
y llevando en el pecho una sangrienta
pasión contra ti mismo, has alcanzado
la altiva majestad de quien no espera.
Quiso tu alma excesiva interrogarse
cómo se viola en la ebriedad un arca,
y un delirio más ávido que el tiempo
de pronto te allegó todo el mañana.
Rota queda en tus manos la ardua tabla
138 Publicado en revista Crisis, Nº 32, Buenos Aires, diciembre de 1975.
93

de la ley que soberbio rechazaste,
y el laurel pavoroso de tu ofrenda
rueda en la infinitud y es bien de nadie.
No quisiste la dádiva mezquina
ni la precaria caridad del plazo
que eligió tu Verdugo, y te has erguido
como quien funda un reino solitario.
Un minuto hechizado te hizo dueño
de tu alma entera y te llevó a negarte.
Para encontrar tu parte más secreta
diste a la sombra un óbolo implacable.
Sólo te despediste del presente.
Inconmovible, universal, anónimo,
excedes ya tu sombra y tu destino,
y eres espejo que lo invierte todo.
Anhelabas la patria solitaria
donde todo se vuelve verdadero,
y queriendo fundarte por tu mano
al azar numeroso te has abierto.
Del fuego inmemorial, querida pausa,
tu decisión quebranta el plan supremo,
remueve el edificio perdurable
al que negaste tu íntimo cimiento.
Ilimitado y puro como el tiempo
que no discurre en hombre todavía,
desarmas –clara ausencia– al Hado rígido
y apresuras la sombra y la ceniza.
94

Vuelves a ser el dios que está vacío
pero que fluye límpido y oculto.
Se oye manar tu sangre siempre sola;
perenne, entra tu acero en el futuro.
Ahuyentaste a un fantasma, has despedido
al huésped que vivió de tu sustancia.
Como el árbol curvado y roto, quieres
descubrir tus raíces ignoradas.
Unidades139
El huracán y el pino se abrazan, ya completos,
tu planta y el sendero forman un ser coherente,
y la nave es origen del mar, que surca urgente,
o que sueña, nostálgica junto a los muelles quietos.
Tu pecho es la vivienda del aire y del aroma,
el criminal y la horca son un orbe cerrado,
y simétricas vienen a su opuesto reinado,
desde la nada al mundo, la fiera y la paloma.
La herida espera el golpe de la profunda espada.
Trama el hijo esta noche nupcial que lo procrea
y dicta el doble fuego del amante y la amada
cuando es vida incorpórea que ver la luz desea.
Saltando años y siglos, por acuerdos ocultos,
se conciertan las cosas que vivieron lejanas.
El desierto fue creado por lentas caravanas
cuyos hombres quedaron en la arena sepultos.
139 Publicado en La Nación, Buenos Aires, 1975.
95

El laurel es el íntimo padre de la batalla,
y ese grito que hiere la calma del ambiente
lo integra y antecede desde el mañana: hoy calla
la boca que no existe para el mero presente.
Hermanos invisibles, cetros de un mismo imperio,
el futuro nos rige tanto como el pasado.
Busca un incendio a Troya, que aún no se ha fundado.
Yo ensayo, bosquejo a otro que acecha en el misterio.
El porvenir retiene la plegaria en el labio
del creyente, y ya el templo da pompa a las alturas.
El libro que no ha escrito construye al joven sabio
y en secreto le impone las palabras futuras.
Como miembros dispersos que al fin se corresponden,
el arquero y el ciervo son una misma cosa,
y dormido en los círculos de esplendor que lo esconden,
el gusano es la última, cruel razón de la rosa.
Todo lo que perdimos140
a la memoria de Doña Anita
Veinte generaciones de la mano
vuelven a ella con andar sutil.
Ya nos saluda desde el vasto arcano
y es brisa de la noche estudiantil.
Se curvan las edades y las flores,
mas su recuerdo límpido perdura
en el gesto cordial y en la hermosura
140 Este soneto fue leído por el Dr. Juan Papetti en el homenaje a la memoria de Doña Anita (Ana Bugny de Maffei), con motivo del centenario de “La Fraternidad”. Se publicó por primera vez en La Frater cantada, antología seleccionada por Jorge Martí, Concepción del Uruguay, Entre Ríos, mayo de 1977.
96

del rosal dadivoso de colores.
Vibran los corazones cual violines
cuando pasa su sombra bienhechora.
Hoy protege a los claros serafines
y a las jóvenes lunas entretiene.
Desde lejos nos funda y corrobora:
todo lo que perdimos nos sostiene.
LA FRONTERA INVISIBLE
Hace años que pregunto dónde estoy. Sin respuesta
sufro un orden que me hurta la huella y el recodo.
En vano el árbol quiere desbordar la floresta,
y, como rey sin reino, la parte sueña el todo.
Busco al inmóvil griego que me predijo y puso
en un lugar incógnito de su grandiosa esfera,
y siento que perdidos en ese orbe concluso,
los dos ansiamos, quietos, sortear una frontera.
Como el agua imprecisa que en el agua se oculta,
si la costa o el muro no la llama a una forma,
en la Creación unánime mi voz queda sepulta.
Nadie sabe su casa y acecha en nuestra vía
el león de lo posible, pues lo indistinto es norma
en la prisión inmensa que acaso está vacía.
EXHUMACIONES
a Juan Osvaldo Viviano
97

Las dádivas menores que el corazón olvida:
entre muchas, un viaje nocturno, el vago afecto
de una mujer sin magia, quizá un verso dilecto,
nada fueron en alas de la imperiosa vida.
Perdido en esos bienes callaba mi destino,
pues sólo eran burbujas del hombre venidero
los instantáneos dones que trajo el tiempo artero.
Mis desligados pasos forman hoy un camino.
En el creciente páramo ganan fuerza y sentido
los mínimos regalos que ayer cedí al olvido,
las tenues experiencias que hoy son mis alimentos.
Más reales y más vívidas las recupero, extintas,
porque sólo de lejos las cosas son distintas
y se vuelven, impares, nuestros hondos cimientos.
LA FUERZA DE LAS HORAS
Determinatio est negatio
En el origen quieto y en los dormidos ámbitos,
la esperanza, sin hombre, manaba inmensa y muda,
y fuera de los cauces abiertos por los años,
estuvo en todas partes mi anónima ventura.
Sólo el tiempo me impide llorar desde tu rostro
y ser, libre y ninguno, la pasión que te inunda.
Ya las horas diversas apartan nuestros ángeles,
como el viento a las aguas, que en la calma se juntan.
El dios que dividimos en incontables días
sigue dispersas huellas y por todos pregunta,
pues mi tiempo y el tuyo sueñan distintos reinos
98

y son desfiladeros que nos llaman y ocultan.
Con el fuego elegido para fundar un hombre,
en el abismo que abres buscas tu faz futura,
y así te alejas, único, del azar, de la trama
donde todas las almas se entrelazan y anudan.
La rosa necesaria del profundo mañana
en sus ardientes círculos te aprisiona y deslumbra,
y mientras de lo incierto, vasto león, huyes solo,
a tu espalda resuenan las puertas que clausuras.
POE
Todo lo imaginó, mucho predijo,
pese a vivir inquieto y perturbado
este hombre que llevó rigor de acero
a los ensueños que eran su retrato.
En su disolución quiso un destierro
sin mañana. Transpuesto el linde humano,
pudo brillar, contradictorio y lógico,
en la justa unidad de sus contrarios.
Se cuenta que su madre murió en Richmond
y que no vio a ningún antepasado.
Solitario, versátil, inestable,
el juego y el alcohol se le hermanaron.
Su apellido era un préstamo. En su infancia
los Allan lo adoptaron con buen ánimo.
Luego, esa fiebre que llamamos Vida
contribuyó a perderlo y a salvarlo.
99

Inventivo y neurótico, podía
estimular su horror de alucinado.
Con tenebrosa lucidez juntaba,
en única visión, a dios y al diablo.
(Un héroe triste, un vagabundo en Boston
a un tiempo quiso ser doctrina y canto.
En su anarquismo conquistó las leyes
que fundan otra vez el verso clásico)
Gloria y locura que ambuló sin norma
del estudioso enigma al poema trágico.
No hay ley para estos hombres, ni balanza
que pese sus magníficos hallazgos.
Impar y libre sometió a doctrina
sus virtudes de espléndido artesano,
y dijo el porvenir cuando imperaba
en plenitud, el huracán romántico.
Lo citó en feliz hora el Presidente,
mas los guardias al ver su incierto paso
le cerraron las puertas. Quizá entonces
descubrió la Razón, pero borracho.
FUNDO UN IMPERIO...
Magia instantánea, cuanto yo sentía
y tuve por delante, ya me sigue,
pues crece mi caudal en la agonía
y soy aquello que ahora me persigue.
Con lo que está y no está fundo un imperio
que es mi ruina a la vez que mi ganancia.
100

Mando sombras y sufro cautiverio.
De ausencias hizo el tiempo mi sustancia.
En pérdidas afianzo la conquista
de pueblos que se apagan no bien llego,
y que desde el pasado me saludan.
Y todo lo tendré cuando a la vista
sólo brillen memorias: así juego
con las cosas que en ídolos se mudan.
INCÓGNITO ESLABÓN
Incógnito eslabón de una cadena
cuyo extremo está siempre en el futuro,
animo ahora la infinita escena,
que requiere también actor oscuro.
Parte y razón de un orden que sustento
siquiera un día, como todo humano,
así me justifico y doy aliento
al mudo porvenir. No hay hombre vano.
Hoy me dejan los átomos dichosos
en la porción visible de la esfera,
donde respondo a fines misteriosos.
Sumada está mi condición precaria
al unánime plan, pues soy ligera,
fugaz burbuja, pero necesaria.
DAMA DESIERTA
La soledad la borra y entristece,
pero el recuerdo a veces la mejora,
101

pues supo de agasajos, brilló en fiestas
y, agradecido, el mundo la miraba.
Por momentos, aparta sus nostalgias
y un halago remoto la sostiene.
De aquella edad en que era luminosa
quedan los gratos restos: todavía
su rostro está más fresco que su espíritu.
Disponible y ausente, pasa el día
vagando sin destino por la casa,
mientras persigue imágenes que alcanza
con el fulgor de sus primeras canas,
si bien algunos rasgos se le escapan
de las sombras queridas que la cercan,
por cuya salvación reza de noche,
cuando se oye un rumor, la pieza a oscuras.
Pierde el mundo al perder las circunstancias;
sin presente, se apega a lo cercano
y el asombro más simple es su regalo.
Con ánimo sensible se deslumbra
si algún pequeño azar la favorece.
Sabe que los estímulos más leves
la pueblan de emociones excesivas.
Sólo las voces, las amables risas
de los chicos que juegan en la esquina
y aquellas flores por el sol vencidas
que copian su presencia pensativa
la devuelven al mundo en las mañanas.
También la exaltación de ese jilguero
que canta en el jardín, hacia noviembre,
le permite unidad, reconocerse,
le deja sospechar que tuvo un alma.
Ella le habla y arrulla con cariño,
como pidiendo un musical coloquio,
102

lo interroga con ánimo curioso,
y así establece un efusivo diálogo,
más amable y más lírica que el pájaro.
Nunca la realidad se determina,
entre el ser y el no ser vacila incierta,
pues ni razón ni ley la justifican
como oculta en su vértigo y su huida.
Al igual que esta dama solitaria
que se afirma escapando de sí misma,
la realidad asoma en todas partes
y sueño un centro pero está vacía.
Cuando viene el verano se detiene
en los tranquilos patios. Extasiada
mira correr al perro que se afana
detrás de la versátil mariposa.
La acompañan y ayudan vidas mínimas
que andan tiernamente por la fronda.
En las tardes responde a los vecinos
sus saludos corteses y lejanos,
mientras se ordena el pelo, ayer magnífico,
o bien sonríe, conmovida, al niño
que le allega los diarios y revistas,
o se entretiene como en otro sueño
con el arduo bordado interminable,
o corrige los pliegues del vestido
que ya es pompa anacrónica: si el día
–no es buena su salud– se lo permite
saldrá a mirar hermosas avenidas.
De tiempo en tiempo llega algún pariente
de su pueblo natal. Esas visitas
la hacen vivir un poco, pero ignora
si genera piedad más que deleite
y si no es compasión lo que prodigan.
103

Entonces, cuando tiene compañía
mantiene el temple de sus claros años
y puede repechar con más aliento
la aridez de sus tardes infinitas.
Sólo mira el jazmín, hermano quieto,
y el pájaro puntual que viene a verla.
Vive en vano, se siente innecesaria,
semejante al residuo que apartamos.
Su demasiada paz es su desdicha.
Desolada, cautiva de sí misma,
busca un centro en los otros. Y padece
como el perro sin amo que se arrima
al primero que pasa, indiferente.
LAS SUSTANCIAS FUTURAS
En un rumor convergen esa brisa y el pino;
tu planta y el sendero forman un ser coherente,
y se cumple en el ímpetu de la viva corriente
la barca que anda en busca del vértigo marino.
A veces vuelve al hombre la dicha inexplicable
de unas lejanas horas, y esa gracia perdida
presta sentido al último destello de su vida,
como al soplo errabundo crece la rosa amable.
Cuando llega a su término, y es llorada ceniza
el fuego de tus horas, nobleza y forma alcanza.
La herida espera, oculta, que se forje una lanza,
y el libro aguarda al hombre sutil que lo realiza.
¿A quién buscas? Tus actos exceden mil cerrojos,
y al fin serás el mismo que te llama y vigila.
Dijo el sabio que vemos por Divina Pupila
104

y que el Creador nos mira con nuestros propios ojos.
Ya emana el libro un hálito de envejecida rosa;
para esconder un nido se agrieta el débil muro,
y así, todo ser pide su razón al futuro.
El arquero y el ciervo son una misma cosa.
Es el mundo, sin dones, como un turbio lenguaje,
como el resto de un nombre sobre la tumba antigua.
Si en su pura presencia toda cosa es ambigua,
en los hondos acuerdos se aclara su linaje.
Así como este verso se enlazará al siguiente,
tu piedad se completa con el pobre que amparas,
y el ayer te devuelve la flecha que hoy disparas.
Tus ojos sólo abarcan el tímido presente.
LOS MANDATOS OCULTOS
Trabajo para un hombre insospechado
oculto en algún siglo venidero.
Sin saber quién lo manda, está llamado
a ser mi realidad y mi heredero.
Mi paso y el de todos los mortales
oigo en una desierta edad futura.
Causando estoy las dichas y los males
que aguardan a una incógnita criatura.
Heredará mi sombra y será suyo
el dulce afán que mueve aquí mi mano,
mas habrá de ignorarlo. Quizá influyo
sobre un sirviente, un juez o un asesino
cuyo puñal esgrimo yo, el arcano.
105

Esa oscura maraña es el destino.
DONDE SE HABLA DE UN GRAN RÍO
a los poetas Francisco de Quevedo
y Manuel de Labardén.
En su errabundo ser está el silencio,
un anhelo callado que sin embargo supo
caminar como el hombre;
es el mismo silencio que estuvo en otros siglos,
pues sólo mueve el tiempo las cosas perdurables
que se ocultan o muestran en la trama
de los cuatro elementos.
Lo vi en fogosos meses y en la triste
penumbra de los junios entrerrianos;
lo supe luminoso y también lóbrego
–según lo quiso el cielo–
bajo los soplos húmedos que extienden por las costas
una desolación ensimismada.
Anduve sus ramales de agua larga
y conocí sus islas escondidas,
donde se asienta una quietud arisca,
tan sólo perturbada por la fugaz dulzura
de algún canto perdido en la maleza.
Viene con paso grave como tanteando el Sur,
sensible a los colores que encuentra en su camino,
pero un afán antiguo lo ensombrece,
y acaso nos pregunta sin descanso
por pueblos ya sepultos.
106

Siempre la soledad en las riberas,
y aquella luz como extrañada en lo alto,
y el follaje que es otro y es el mismo
junto al agua que pasa y que perdura.
Hace años que estoy lejos de ese esplendor silvestre:
en vano mis palabras lo convocan.
Una vez yo viví sobre las costas
del poderoso río
que visita naciones,
y trabajando en la semilla oscura
concibe prados y levanta bosques.
Supe, así, la delicia retirada
de unos dulces lugares,
el abandono inmemorial, la sombra
de juncales y ceibos en las altas barrancas,
y el movimiento del caudal que apenas
nos deja vislumbrar la opuesta margen
tras su acostado brillo.
Viajé a lo largo de ese dios benigno.
Todo lo imaginó como si fueran
su proyección las tierras que atraviesa
y su progenitura cuanto mira:
las provincias, las selvas, los afluentes.
Pasa con mansedumbre, pero a veces
un exceso de fuerza lo conturba, y entonces
su enojo tumba troncos seculares
y mata los pacíficos ganados.
En la calma, su tersa fantasía
juega con el espectro de las cosas.
Me acuerdo de una tarde en que volvía
por sus aguas, del pueblo a la ciudad.
107

Tan claros como el cielo parecían los hombres.
Desde un barco vivaz, bajo el otoño
que se aquietaba en tierras litorales
con sus íntimos oros mortecinos,
entre la espuma rápida y en la mitad del río,
oí la voz de un rey
que hablaba desde su isla ensangrentada
anunciando el silencio de las armas,
porque la paz de nuevo relucía
–así le dijo al mundo–
sobre los continentes y los mares.
Aquel señor cetrado y lejanísimo,
cuya palabra recorrió el planeta,
honró a quienes no vieron la victoria.
Recuerdo la luz fina de esa tarde,
pues también fue ventura
en nuestro corazón celebratorio.
El alma anduvo a gusto por sus gratas orillas.
Pero quiero decir para decirlo
–Oh Paraná callado, como todo lo eterno–,
que en una suerte de éxtasis huraño
persiste allí el sosiego de unos rincones últimos,
con la cerril corona de su fronda
casi dormida sobre la vigilia
de la suave corriente. Allí la gracia
del pájaro dichoso que indaga el firmamento,
el rumor repetido de los remos,
y después de las aguas y los árboles,
la pródiga presencia del agua y de los árboles.
Bueno es quedarse a contemplar su andanza.
Busca, ansiedad continua, su propio ser, y lleva
algo nunca tocado por los años,
algo que por secreto se diría
108

la honda voz que nos llama desde un sueño.
¡Qué suerte! Su agua lenta nos agasaja el alma
y es voluntad abierta que discurre
enterneciendo campos y personas.
Cumple labor sutil, como si fuera
una luz y un afecto de la tierra,
un modo de empezar el suelo inerte
a sentir la inquietud de los humanos.
Nos invita al olvido, pero siempre es amable
su tarea de flores y trigales.
Quizá yo vuelva a verlo.
Poemas inéditos141
Serenata142
Te quiero a lo Machado (como Manuel). No temas,
no buscará mi anhelo tu espectro desasido
por el pueblo nocturno donde arraiga el ladrido,
junto al rancho que esconde tus soñadas diademas.
Tiemblan perdidas luces. El cielo fue inclinado
por esta sombra amiga de mis noches de amante.
Vuelvo a tu senda y sufro la tiniebla; no obstante
he llegado. Aquí estoy. No estás pero he llegado.
Manuel solía quedar inmóvil y sin voz,
sus ojos como absortos, sus noches como ruinas,
141 Los poemas “Adversus poeta”, “Libreta de bolsillo” y “Princesa...” aparecen en diferentes cuadernos utilizados para guardar artículos periodísticos o continuar con la serie de cuadernos privados. Las versiones fueron revisadas por el poeta Rodolfo Godino.142N. de la E.: Poema de Carlos Mastronardi y Arnaldo Calveyra. Fue escrito antes de 1959, según consta en los originales que del mismo posee A. Calveyra.
109

pero los dos murieron ricos de amor. Caminas
hacia mí? Reaparece la luna y baila un Dios.
Si mi boca es solícita pueden venir las aves;
con flores he inventado muchachas a mi pena.
Soy yo quien te conoce, soy yo quien te serena
de mi duelo; no temas, la música lo sabe.
Vuelan como los pájaros mis reinos cuando canto;
mas si fuera en el día aún menos los verías:
los astros son las alas. No sé si volverías
si el plazo diese el año. Tal vez no te amo tanto.
Con sus largos silencios los ángeles predican;
la soledad desune los rostros decaídos,
juegan gozosas flores, el muro alza maullidos,
y siempre están los sueños que nunca se dedican.
Sal ya, vámonos juntos, líbrame del castigo
recóndito de amarte. Como arroyo que brilla
con la luna, en tus ojos yo quiero ver Mansilla.
De niño yo decía: “Abre alas, ven conmigo”.
Vayamos como a un viaje que nunca emprenderemos,
con sombras navegadas que alegres contemplamos.
Las sombras corren vívidas... sólo nosotros... ¡vamos!
Adiós, ciudad incógnita. Ya nunca volveremos.
Ya nunca volveremos. Un pájaro te viste,
ya sol es la mañana, ya nada será cierto;
tus ojos tan cercanos, como la luna, han muerto.
No asomaste, no sabes que anoche estuvo triste.
110

El fondo de la copa143
El viejo don del llanto vuelve a cansados ojos
cuando los turbios días desandan los espejos,
y se despide el fuego de los árboles lentos
que desolan los límites del ocaso y el hombre.
El amargo deseo se dilata y encona
en el oro nostálgico de la edad numerosa,
pero los agresores del placer hecho nardo
no saben que destinan la piedra a su sepulcro.
Liviana gente de humo combate la demencia
del tierno sublevado. El cielo es un desierto,
y la estrella que gira fogosa junto al lecho
se gasta lentamente mientras su luz aumenta.
El vano anhelo fulge como tu cuerpo claro,
y aún defiende una rosa la mano de la muerta.
Sabes? Los ojos ávidos del piloto han querido
durar más que las aguas donde se goza el vértigo.
La luz deja los cielos y tarda en el abismo.
El azul se despuebla y el fuego está en la tierra,
mientras desde lo bajo surgen los hondos gritos
y los astros se pierden en nuestra sangre sola.
Niegas las puras dádivas que labraste en los años,
se obstina en el beso tu puñado de polvo,
en tanto que la lucha florida y perdurable
del reversible Fausto, conmueve tu crepúsculo.
Ya invierten las estrellas el rumbo que seguías,
143 Este poema inédito es un aporte, para esta edición, de Arnaldo Calveyra.
111

y tu barro enardeces cuando el alma ha crecido.
Prolongan vivas músicas los pasos que se apagan
y pides al invierno la insensatez dichosa.
De tu misión reniegas cuando los vientos tuercen
los jardines magníficos hacia la tarde rota.
Tu anhelo, trabajando sobre claras cenizas,
enciende absurdas lámparas bajo el abierto día.
La libreta de bolsillo
Las otras noches,
en la soledad del café,
después de hojear el diario y vaciar mi pocillo,
extraje, distraído, la pequeña libreta
en que anoto las direcciones
y los nombres de amigos y conocidos,
como se acostumbra en toda gran ciudad,
donde los signos, las útiles convenciones
sustituyen a los árboles y las estrellas
que orientan en el campo nuestros pasos.
Comprendí entonces que en libreta auxiliar
pese a sus frías referencias, es mi concisa historia,
pero está vieja y colmada de señas
de modo que deberé reemplazarla
por si el porvenir aún me trae
personas o lugares agradables.
(Al principio con aire negligente
sin buscar nada preciso
y después con espíritu (ánimo) curioso).
Repasé sus viejas páginas,
escritas por mi mano y que conservan
112

informes? que asenté hace muchos años.
Estas hojas descoloridas y atestadas
ya no permiten que el mundo irrumpa en ellas,
y si en verdad se agotaron antes que mi vida,
deberé acudir a otras,
por si algo me acontece todavía.
Mi lectura abarcaba muchos años,
y así pude dar con gentes inciertas,
como quien vuelve por un camino oscurecido.
Nombres casi olvidados, señas de casas
que visité sin dudas, hoy no me dicen nada:
quedan en el papel, no en la memoria.
(las retiene un papel?)
Aquí hay un Alberto Amable que se borró por completo;
quizá era el traficante en libros
que mantuvo trato conmigo
pero del que nada recobro,
y también doy con Laura,
la muchacha que anduvo por mis años
a quien yo saludaba y única,
hay apenas palabra sin imagen,
pues todo lo olvidé, y ni siquiera
me es dado reconstruir su rostro lejanísimo,
que se suma a este séquito de sombras.
Incluye mi lista un Abelardo;
pienso en aquel risueño condiscípulo.
Esto es cuanto persiste de aquel lejano amigo,
al que hace 30 años vi por última vez,
y de quien no recuerdo (retengo) ningún (rasgo) distinto,
salvo su fuerza y su audacia en el gimnasio,
cuando dejábamos las atentas clases.
113

Aquí hoy... no (recobro) otra cosa de aquel lejano amigo.
No sé quién puede ser este Julio insondable,
ahora convertido en inútil palabra;
sospecho que el excéntrico, estudioso muchacho,
que anduvo extintos reinos, brilló en antiguas guerras,
y aplicado a la historia, ensueño hereditario,
rechazó a la concreta joven que lo quería
pues se había enamorado de Diana de Poitiers.
Inocentes, precarios, distraídos, y nostálgicos,
quienes están ausentes de mi vida
sin puñales me apagan y destruyen,
pues también su memoria, como es inevitable,
está llena de muertos insepultos.
Así, mientras repaso tantos nombres ociosos,
cuyos dueños salieron de mi ámbito,
pienso que unos son polvo pero que otros
perduran como intrusos en el mundo,
a la vez que vivientes (extinguidos),
desvanecidos, sueltos, vaporosos.
Nada puedo decir, tampoco, de Rolando,
de modo que deberé borrar su nombre vano (inútil).
Algo vuelve de él, ya sé, queda alguna huella (algún rastro),
y es el hecho mortal que presenció en el campo,
cuando era el más alegre de la fiesta.
Recuerdo que furioso y absurdo en su justicia,
mató al caballo que arrastró una legua
a su agónica hermana (novia) pisoteada.
Sólo esa tarde negra, el resto se me escapa;
su voz y sus facciones se perdieron
(Aquí hay gratas personas cuyos rumbos ignoro,
pero que muchas veces caminaron conmigo).
114

Residuos, letras vanas, precisiones sin nadie, amigos misteriosos.
Tendré que desecharlos cuando lleve
a una nueva libreta las señales
de los que reconozco y puedo ver. Entonces
quedarán muchas páginas en blanco,
tan despobladas como el presente del viejo.
Seré en ese momento el capitán que vuelve
de la batalla, y al frente de los suyos
hace, grave, la cuenta de las bajas.
Amigos invisibles y rostros olvidados,
cuántos sepulcros, digo, cavamos en nosotros.
Yo también seré un nombre sin sentido
en la libreta de otro, que algún día
habrá de suprimirme con una tachadura.
Adversus poeta I
En mangas de camisa, el ojo intenso
y huracanado el pelo,
con un empeño cuyo fin no es otro
que sobornar el tiempo venidero y reducirlo
(para imponerle una imperiosa imagen)
a una imagen, quebrando así la norma
de hierro que lo tiene aprisionado
cumple la empresa de Icaro,
y su querer desmesurado borra
la triste sucesión, que nos disuelve
(la triste realidad, con inocencia)
vela en la noche laboriosa y larga
feliz y cierta de que se confronta
(en la feliz certeza)
con todas las edades, así dispuesto
tiende a olvidar su condición precaria,
trabaja en unas sombras, las ordena
(con) prolijo deleite, y obstinado
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suda su dios con dicha persistente.
...anhela convertir sus pobres sueños
en cuerpo vivo, en ser invulnerable...
...como queriendo
engañar a la muerte con ritos y palabras
...se aparta
de la sencilla gente que se aviene
al orden natural de las cosas
...una grata quimera, un deseado fantasma
...una insaciable sombra que pretende
ir más allá de lo que puede un hombre,
...locos felices que lo esperan todo
del mañana invisible y caprichoso.
...pues majestuoso y grave se dedica
a (construir) las burbujas que sin tregua
arroja satisfecho hacia el futuro.
....lo domina un delirio que las almas
humildes y sensatas no comparten...
...el dichoso insensato que se afana
por conquistar los vagos reinos (imperios) donde nunca
(someter inciertos países)
pondrá el pie...
Afianzado, exultante en su demencia
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–un desvarío que todo lo organiza–
Adversus poeta II
En mangas de camisa, el ojo intenso
y huracanado el pelo,
con un empeño cuyo fin no es otro
que sobornar el tiempo venidero y reducirlo
para imponerle una imperiosa imagen
a una imagen, quebrando así la norma
de hierro que lo tiene aprisionado
cumple la empresa de Icaro,
y su querer desmesurado borra
la triste sucesión (realidad) que nos disuelve (con) inocencia
vela en la noche laboriosa y larga
en su certeza feliz y cierta de que se confronta
con todas las edades, así dispuesto
tiende a olvidar su condición precaria,
trabaja en unas sombras, las ordena
(con) prolijo deleite, y obstinado
suda su dios con dicha persistente.
Anhela convertir sus pobres sueños
en cuerpo vivo, en ser invulnerable...
....como queriendo
engañar a la muerte, con ritos y palabras
....se aparta
de la sencilla gente que se aviene
al orden natural de las cosas
...una grata quimera, un deseado fantasma
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...una insaciable sombra que pretende
ir más allá de lo que pueda un hombre.
...locos felices que lo esperan todo
del mañana invisible y caprichoso
...pues majestuoso y grave se dedica
a (construir) las burbujas que sin tregua
arroja satisfecho hacia el futuro.
...lo domina un delirio que las almas
humildes y sensatas no comparten...
...el dichoso insensato que se afana
someter inciertos países donde nunca
por conquistar los vagos reinos (imperios) donde nunca
pondrán pie...
Afianzando, exultante en su demencia
un desvarío sereno que todo lo organiza.
Mother o la vejez
Zaguán sin cartas. Nadie acude.
Al piano, un vals que bailó el 900. Toca ese
vals, curvada y mínima sobre el teclado.
Disgregación general. Maleza en los patios.
Objetos sin dueño.
Como en la infancia: nada tiene sentido.
Princesa…
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144Princesa! en celar el destino de
la Hebe que despunta sobre esta
tasa, con el beso de nuestros
labios, gasto mis fuegos, pero...
Para que el Amor con ala de
abanico me pinte en él, la
planta entre los dedos y adormeciendo, etc.
(Tumba) Para descubrir tan sólo,
un cándido acuerdo, sin beber
o contener su aliento el bebió allí,
un poco profundo arroyo calumniando: la muerte.
144 N. de la E.: por el cuaderno en que escribe, la letra y la temática corresponden a la misma época de “Mother”. Aparecen en el archivo de los Ossman, por lo que se supone escrito en el último año de su vida en Gualeguay.
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