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Tierra Nueva Año 13 – N° 13 – 2016 Relatos inéditos de una memoria en curso HITOS DE HUMANIDAD EN LOS 60 AÑOS DE LA UCN Rasgos históricos de la Norte desde las vivencias de algunos de sus actores

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Tierra NuevaAño 13 – N° 13 – 2016

Relatos inéditos de una memoria en curso

HITOS DE HUMANIDAD EN LOS 60 AÑOS DE

LA UCN

Rasgos históricos de la Norte desde las vivencias de algunos

de sus actores

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Tierra Nueva Revista de la Dirección General de Pastoral y Cultura Cristianade la Universidad Católica del Norte, Antofagasta.

UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL NORTEANTOFAGASTA

ISSN: 0718-0845Representante Legal: Rector Jorge Tabilo ÁlvarezDirectora: Erika Tello Bianchi

Equipo Editor:Rubén Gómez QuezadaIsidro Morales CastilloJosé Morales DonaireLuis Camilo Urria AngelCarlos Ruiz-Tagle Vial

Domicilio Legal: Av. Angamos 0610, Antofagasta, Chile.

Diseño y Diagramación: Mercedes Lincoñir H. Ediciones Revista Mensaje

Impresión: GráficAndes

Esta edición número 13 de Tierra Nueva contó con la colaboración de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica del Norte.

Antofagasta, noviembre 2016.

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Tierra Nueva

Relatos inéditos de una memoria en curso

HITOS DE HUMANIDAD EN LOS 60 AÑOS DE LA UCN

Rasgos históricos de la Norte desde las vivencias de algunos de sus actores

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ARTÍCULO 1. EditorialValiosos testimonios de nuestra comunidad en los 60 años de la UCN, Erika Tello Bianchi

ARTÍCULO 2. Bienes y talentos de mujeres al servicio de estas tierras nortinas: Noticias de las Hermanas de la Compañía del Divino Maestro en la fundación de la Universidad Católica del Norte, Marta Cayo Morales C.D.M.

ARTÍCULO 3. Una mirada muy personal: Los jesuitas en la Universidad, José Antonio González Pizarro

ARTÍCULO 4. Vivencias y recuerdos de nuestro Rector:Entre el rigor científico-técnico, lo filosófico y lo humanista, Jorge Tabilo Álvarez

ARTÍCULO 5. Los grandes hitos humanistas de la Universidad del Norte: Se hace camino al andar..., José Miguel Aguirre Madariaga

ARTÍCULO 6. Mauricio Ostria, el primer titulado y las primeras evocaciones: La Universidad del Norte marcó mi vida para siempre,Mauricio Ostria González

ARTÍCULO 7. Remembranzas de Osvaldo Maya Cortés: De un tiempo que fue, Juan Álvarez Pizarro

ARTÍCULO 8. A 60 años de nuestra Universidad: Testimonios desde San Pedro de Atacama, Lautaro Núñez Atencio

ARTÍCULO 9. Dr. Luis Bisquertt Susarte: Educación física con sello democrático, social y comunitario, Luis González Quiroz

ARTÍCULO 10. Grupo / revista O tempora en la Universidad del Norte: Voces de una memoria en curso, Héctor Muñoz Cruz

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SUM A RIO

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ARTÍCULO 11. Un ejercicio de recuerdo como una opción moral: Aires nortinos para llenar los pliegues de la distancia, Ana Dobson Bustos

ARTÍCULO 12. La Universidad en mi retina: La Norte como respuesta a la demanda popular por educación superior en la región, César Trabucco Swaneck

ARTÍCULO 13. Dora Magna Faúndez: Una vida entre los registros. Una salvada providencial en los años ‘70, Dora Magna Faúndez

ARTÍCULO 14. De la señora Prime, des faux pas, gestos heroicos y otras sabrosas anécdotas: Desde el rescate de archivos históricos en vías de desaparición a las bibliotecas automatizadas, Drahomíra Srytrova Tomasova

ARTÍCULO 15. Pinceladas de una gran familia con mística a toda prueba: Vivencias sindicales y laborales de La Norte, Rubén Leaño Beltrand

ARTÍCULO 16. Marco Antonio Pinto: la UCN, el bien más preciado: Itinerario breve con auxilio de la memoria, Marco Antonio Pinto

ARTÍCULO 17. Con el batir de alas silvestres y los aires de la Cuculí: Universidad Identificada con el desierto y el mar, con hombres y mujeres del norte, Isidro Morales Castillo

ARTÍCULO 18. Reminiscencias en clave pampina: Con el alma máter en el corazón, Rubén Gómez Quezada

ARTÍCULO 19. Balance de la primera Vicerrectora de Asuntos Económicos y Administrativos: UCN, de dulce y agraz, Miriam Atienzo Soto

ARTÍCULO 20. Un testimonio que es una tarea de honor: El servicio a la Comunidad en la sede Coquimbo, Enzo Acuña Soto

ARTÍCULO 21. Tributo a los hombres y mujeres del Departamento de Economía: “Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada”, Marcelo Lufin Varas

ARTÍCULO 22. Reseña: Godfried Danneels. Biographie, Dr. Padre André Hubert Robinet S.J.

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ArtículosTierra Nueva 2016

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Artículo 1

Editorial

VALIOSOS TESTIMONIOS DE

NUESTRA COMUNIDAD EN LOS

60 AÑOS DE LA UCN

Como universidad, hemos cumplido sesenta años de vida. Nuestra revista Tierra Nueva ha querido ser la portadora de los testimo-

nios de hombres y mujeres, académicos y funciona-rios de apoyo a la academia, estudiantes ayer que, en su conjunto, pasaron por esta universidad. Algunos todavía siguen entre nosotros, compartiendo el sen-tido de identidad y comunidad. Fueron muchos más los invitados pero no todos pudieron hacernos llegar sus evocaciones, que son las que hemos publicado en este número.

Al leer cada artículo se refleja en ellos el significa-do que tuvo en sus vidas el tránsito por las aulas y oficinas universitarias. Cada uno en tiempos distin-tos o compartiendo épocas, bajo las enseñas de la Universidad del Norte, como lo cuenta certeramente Mauricio Ostria; o más tarde bajo los pendones de la Universidad Católica del Norte. Mención aparte son las referencias que les asignan en sus vidas a los en-cuentros y clases con los padres jesuitas, y también a las religiosas de la Congregación del Divino Maestro.

Si espigamos en los testimonios allegados, podemos hallar la plenitud de la atmósfera universitaria, y el lugar de la cotidianidad al respirar el ambiente espi-ritual de los años fundacionales, como lo encontra-mos en tres testimonios:

ERIKA TELLO BIANCHI

Directora de Tierra Nueva y Directora General de la Dirección General de Pastoral y Cultura Cristiana de la Universidad Católica del Norte.

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Marco Antonio Pinto: “La catolicidad era una atmósfera hermosamente respi-rable en los pasillos, en las salas de clases, en la biblioteca, en la relación con los profesores y en la ruta que nos esforzábamos por construir con los compañeros de entonces”.

Hermana Marta Cayo: “Recién instalado como Obispo, Monseñor Francisco de Borja, en octubre de 1957, tenía ante sí un ambicioso proyecto: la recién fundada Universidad del Norte, iniciativa liderada por los padres jesuitas, pero largamente acariciada por la ciudadanía y la Iglesia antofagastina, necesitaba la presencia de las religiosas de la Compañía del Divino Maestro en este proyecto, y pedía a la Madre Natalia la fundación de una comunidad en la Diócesis, para colaborar con el sello femenino y el carisma propio del “conocimiento y amor de Jesucristo”.

José Antonio González: “Al primer jesuita que conocí vinculado con la Universi-dad, fue nada menos que Gerardo Claps, en el año 1967. Recuerdo muy vivamente cuando vencí su resistencia inicial a sumarse a la iniciativa de escribir los inicios de la Universidad, para el libro que dirigiésemos en 1996: La Universidad Católica del Norte y el Desarrollo Regional Nortino, 1956‐1996”.

Esta impronta iba unida por el horizonte de establecer una vinculación plena con la cultura local y el esfuerzo por rescatar el pasado histórico-cultural de la macro zona norte y avizorar el camino que marcaba la sociedad regional; inquietudes de todas las ciencias cultivadas en la Universidad.

Juan Álvarez: “Hay designios que las circunstancias encauzan de modo impre-visto. Premonitorio discurso debió considerarse el del Décimo Aniversario (1966). El Rector Carlos Aldunate Lyon habló de “una Universidad creada para una región en que el hombre con su trabajo lo es todo. El hombre y su trabajo cobra aquí una estatura única: y la Universidad se fundó para este hombre, y a través de este hom-bre para el desarrollo del norte...”.

Isidro Morales: “Además de la impronta del Conjunto Folclórico, otro elemento fundamental en la identificación de la comunidad de académicos, estudiantes y personal administrativo y de servicios con nuestra Universidad del Norte, fue el himno, cuya letra pertenece a su primer Rector, Gerardo Claps, y la música a Yula Sierra”.

Lautaro Núñez: “Le Paige se vinculó con el movimiento fundacional de la Uni-versidad del Norte en tanto exponía otra historia tan épica como las posteriores: el pasado arqueológico atacameño. Esta otra sociedad distinta y distante que ni siquiera tenía cabida en los textos de investigación y docencia de la historia patria”.

Luis González: “El centro de alumnos de la carrera de Educación Física, al ente-rarse que el Doctor Bisquert se había jubilado como director de la misma carrera

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en la Universidad de Chile de Santiago, viajó a entrevistarse con él y lo convenció para que aceptara venir a dirigir a esta naciente carrera en el norte. Fue así que en el año 1967 llegó a esta ciudad y le imprimió, tanto a la carrera como a la Universi-dad, un sello imborrable, enmarcado en un estilo social y comunitario”.

Héctor Muñoz: “Emplearé este espacio conmemorativo de los 60 años de la Uni-versidad del Norte para reivindicar una micro historia acontecida entre 1968 y 1969, a través de voces, imágenes y declaraciones de protagonistas. Me refiero a la gestión cultural y política del movimiento “O Tempora”, conformado por estu-diantes, académicos y trabajadores de la Universidad del Norte, que operó como una comunidad de prácticas reflexivas multimodales (textuales, poéticas, ensa-yísticas, historias gráficas, encuestas) sobre la reforma y la democratización de la educación superior chilena y antofagastina”.

Jorge Tabilo: “Se percibía en la comunidad antofagastina la presencia de la Nor-te, por nombrar algunos elementos que se me vienen a la memoria. Primero, el cultivo de nuestra cultura a través del Cofun, la poesía de Sabella en algunos rincones de la calle Coquimbo, lugares informales de la intelectualidad que había en la ciudad, los amigos que tenía de mi barrio que estudiaban periodismo; otros, sociología”.

César Trabucco: “La Universidad así asumía que la necesaria diversidad de sabe-res, desde las ciencias duras hasta las llamadas humanistas, configuraban el ne-cesario espectro que nuestra sociedad demandaba para avanzar, de manera lucida y reflexiva, en los inciertos caminos hacia el desarrollo”.

Nuestra Universidad moldeó a las generaciones que transitaron, de una u otra for-ma, por sus pasillos, encontrando amigos y amigas, futuras(os) colegas de trabajo, estableciendo vínculos imperecederos entre hombres y mujeres, como lo pode-mos leer en estos párrafos.

Ana Dobson: “Agradezco a la Universidad del Norte el haberme dado la posibili-dad de demostrar que, siendo mujer y joven, se puede trabajar seriamente y liderar un equipo que comparte objetivos y valores comunes”.

José Miguel Aguirre: “Mi Universidad del Norte me formó, me perfeccionó aca-démicamente, me hizo vivir su vida de dolores y alegrías, me proveyó de una esposa y una familia, pues mi esposa también fue académica del Alma Mater. Me entregó esperanza en el futuro, sin bajar jamás los brazos ante la adversidad, y me premió con una hija, egresada de Ingeniería Comercial...”.

Dora Magna: “Los recuerdos y vivencias son muchos, pero contaré uno que ha sido inolvidable, por lo impactante, además demuestra cómo ha ido cambiando la Uni-versidad en el transcurso de los años. Voy caminando a la puerta, cuando se siente

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un estrepitoso golpe y me doy vuelta a mirar y había caído una piedra que traspasó el techo, rozó mi máquina de escribir y la mesa en la que estaba la máquina; despe-dazó los documentos, rompió la parte plegable y se incrustó en el piso....”.

Drahomira Srytrova: “El 30 de junio de 2007, a las 24:00 horas, después de en-tregar el cargo a la nueva directora, cerré la biblioteca por última vez y caminé esa noche hacia mi auto, siendo en la oscuridad una vez más confundida con el servi-cio de vigilancia del campus, probablemente a raíz de mis anteriores y habituales horarios prolongados... En mi interior se cruzaban sentimientos de una gran tran-quilidad por la tarea cumplida y de un gran agradecimiento a esta Universidad Católica del Norte, que ahora cumple sesenta años, por darme la oportunidad en ese remoto año 1971 de formar parte de su comunidad”.

Rubén Leaño: “Hoy, a poco de mi retiro de la institución, me voy agradecido de ella por todas las oportunidades que me brindó, y que me sirvieron para hacer todo lo que hice”.

Marcelo Lufin: “Quisiera terminar diciendo que, como cristiano, estas expe-riencias vividas representan para mí el “llamado por el Señor a trabajar juntos” con sentido de comunidad y de Iglesia. Este sentimiento de que nos tenemos los unos a los otros, de que pertenecemos a una misma comunidad de fe, de ser una asamblea en pos de una esperanza compartida. Este sentimiento de pertenencia común y comunitaria se manifiesta en nuestro trabajo acá en la UCN, y en su orientación siempre al mejor y mayor servicio”.

La Universidad, desde siempre, estuvo entrañablemente unida a los destinos de la región, como lo enseñara la letra de Gerardo Claps y, por cierto, al devenir de nuestro país. Todo esto ha dejado huellas en el seno de la comunidad, como algu-nos lo atestiguan:

Rubén Gómez: “El poeta, político y periodista francés Maurice Barrés, alguna vez lo dijo: “lo único superior a la belleza es el cambio”, y efectivamente las co-sas han cambiado mucho, nosotros cambiamos, el país cambió, todo cambió, y, lógicamente, también las instituciones. Por tanto, es tiempo de dar un paso al costado y partir en busca de nuevos horizontes, cada vez más amplios, como en una pampa infinita”.

Miriam Atienzo: “La UCN se estaba convirtiendo en una Universidad compleja, que supo sustentarse en la tradición, pero con una mirada de futuro capaz de res-ponder a las necesidades de un mundo sin fronteras. Todo ello, conllevó también a permitirme contribuir en la adopción de grandes decisiones, no siempre relacio-nadas con el aspecto económico, pero sí siempre en beneficio de la institución que me formó y me vio crecer; decisiones que quizás no fueron del agrado de algunos, pero ya había asumido que había que lidiar a diario con las relaciones humanas”.

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Enzo Acuña: “Así, el mes de enero de 1990 es difícil de olvidar. Recuerdo cómo en ese entonces Monseñor Oviedo, Gran Canciller de la UN, entrega a la Asociación de Académicos toda la información oficial disponible sobre la devolución de esta a la Iglesia, y le pide liderar el proceso de defensa de su integridad, como interlo-cutores válidos y legítimos”.

Al cerrar estas líneas introductoras, quisiera detenerme en el significado que ha asumido esta revista como una instancia de señalar con fuerza la reflexión sobre los temas más agudos e interpelantes para nuestra sociedad, observados desde el prisma del amor y comprensión cristianos, como del respeto y la dignidad que se le debe al prójimo. Pero, también, de hacer posible el encuentro desde la diversi-dad que constituye una riqueza de nuestra Universidad, de saberes, de experien-cias, de procedencias geográficas, de mujeres y hombres, del personal consagrado y de los laicos, etc. Los sesenta años nos han motivado para convocar nuevamente a los miembros de nuestra querida comunidad universitaria, de ayer y de hoy. Es así como concluimos estos textos con una reseña escrita por el padre André Hu-bert Robinet S.J., y que nos muestra aspectos biográficos de Godfried Danneels. Buena lectura.

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Artículo 2

Bienes y talentos de mujeres al servicio de estas tierras nortinas:

NOTICIAS DE LAS HERMANAS DE LA

COMPAÑÍA DEL DIVINO MAESTRO EN

LA FUNDACIÓN DE LA UNIVERSIDAD

CATÓLICA DEL NORTE

Resumen: Tomando como fuente de información las crónicas, el Libro de Actas del Consejo Local y el Cuaderno de Visitas Canónicas de la Comunidad, se relata el origen de la presencia de la Congregación Compañía del Divino Maestro y su aporte a la fun‐dación de la Universidad del Norte, hoy Universidad Católica del Norte.

De acuerdo al relato de la Hermana Jane Mary Gibson c.d.m., corría el año 1957 cuando la Fundadora de la Congregación Compañía

del Divino Maestro, Madre Natalia Montes de Oca c.d.m., recibe una carta del entonces Obispo de An-tofagasta, Don Francisco de Borja Valenzuela Ríos, en la que le recordaba cómo, siendo sacerdote en Rancagua, había llevado la noticia a Elsa Abud Yáñez de una nueva congregación en Argentina, que calza-ba perfectamente con su perfil humano y vocacional. Elsa, sin dudarlo dos veces, escribió a la fundadora, fue admitida y se convirtió así en la primera religio-sa chilena de la Compañía del Divino Maestro. Tras ella partieron otras, también ligadas a la Iglesia de Rancagua: Jane Mary Gibson, María Teresa Chandía,

MARTA CAYO MORALES C.D.M.

Docente Departamento de Teología UCN – Sede Antofagasta.

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María Dolores Cruzat. Monseñor Francisco de Borja se sentía con derechos y, de alguna manera le pedía una vuelta de mano.

Recién instalado como Obispo de Antofagasta, en octubre de 1957, tenía ante sí un ambicioso proyecto: la recién fundada Universidad del Norte, iniciativa liderada por los padres jesuitas, pero largamente acariciada por la ciudadanía y la Iglesia antofagastina. Necesitaba la presencia de las religiosas de la Compañía del Divino Maestro en este proyecto, y pedía a la Madre Natalia la fundación de una comu-nidad en la Diócesis, para colaborar con el sello femenino y el carisma propio del “conocimiento y amor de Jesucristo”. Fue convincente. El Consejo de la Congrega-ción decide enviar a la Hermana Aída López, Vicaria General de la Congregación y a la Hermana Laura Elsa Abud, para conocer el proyecto y las condiciones en las que este sería posible. Vuelven entusiasmadas, y entusiasman, a tal punto que el Consejo de la Congregación aprueba la fundación, y el 24 de marzo de 1958 parten desde Ezeiza (Buenos Aires) las adelantadas: hermanas Elsa Abud Yáñez y María Dolores Cruzat Novoa. Llegan a Antofagasta el día 25 de marzo, día de la Anun-ciación. Las otras hermanas viajan en tren, vía Salta. Salen de Buenos Aires el 1° de abril y llegan a Antofagasta el día 5 de abril. Los padres jesuitas ceden una casa para la obra de la Congregación, sin embargo, los arreglos necesarios no se han terminado y este primer tiempo son acogidas por la comunidad de las hermanas de la Divina Providencia.

Queda así constituida la comunidad con seis hermanas: Isabel Gerovasi, María Dolores Cruzat, Elsa Abud, Haydée Alcócer, Petrona Segovia y Orfilia Bedaca-rratz. Se constituye también el Consejo Local, órgano de gobierno de la comu-nidad, con las hermanas Isabel Gerovasi, Superiora de la Comunidad, María Do-lores Cruzat, Vice Superiora y Laura Elsa, Secretaria. Preside este Consejo, por derecho, la Hermana Isabel.

En la primera sesión del Consejo, realizado en la casa de las hermanas de la Divina Providencia, el 18 de abril de 1958, se distribuyen las tareas para “cumplir el vasto programa de apostolado de la Universidad del Norte”1. ¡Y vaya si es vasto!

La Hermana Elsa Abud ha sido nombrada Directora del Departamento de Inglés de la Universidad, es profesora titular de varias asignaturas, y se le ha encomen-dado también el Departamento de Extensión Cultural. Asume la organización y dirección de la Agrupación Teatral de la Universidad del Norte (ATUN).

La Hermana Orfilia Bedacarratz queda con la responsabilidad de organizar y atender la biblioteca. Debe además trabajar en la Extensión Cultural y el apostola-

1 Compañía del Divino Maestro, Acta N° 1 del 18 de abril de 1958. Libro de Actas del Consejo de la Casa de Anto-fagasta, de la Compañía del Divino Maestro, 1.

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do directo con los alumnos. En estas tareas será ayudada por la Hermana Haydée Alcócer. Le corresponderá también atender la Secretaría de los profesores, organi-zar las mesas de exámenes, coordinar fechas, entre otras labores.

La Hermana María Dolores Cruzat queda a cargo del Departamento de Bienestar Estudiantil, y tiene la misión de organizar y ocuparse de la atención del Pensio-nado Universitario, que funcionará en cuanto se reciba la casa. Este último es “prácticamente el ‘motivo primero’ de la venida de la Congregación a Chile”2, por lo que siempre estará en el centro de la preocupación de todas las hermanas. En esta tarea ayudará la Hermana Petrona Segovia.

La Hermana Isabel Gerovasi tendrá la misión de organizar y dirigir los Cursos de Ciencias Sagradas que se realizarán en la Universidad a pedido del Obispo, para la formación de los profesores de religión de las escuelas primarias. Además, será ayudante de la Cátedra de Ciencias Sagradas que dicta el Obispo a los alumnos de segundo año de la Universidad.

Del Departamento de Radio del Obispado, así como de la Extensión Cultural por la radio de la UN, se ocupará la Hermana Elsa.

Todo este trabajo quedará formalizado en el contrato entre la Universidad del Norte y la Compañía del Divino Maestro, que firma la Madre Natalia Montes de Oca en la primera visita canónica a la comunidad, efectuada entre el 5 y el 21 de junio de ese año. En dicho contrato, suscrito el 11 de junio, “la Compañía recibe la casa de la calle Poupin para Residencia Universitaria y se compromete a dedicar totalmente, por lo menos tres religiosas al apostolado en la Universidad, por me-dio de cátedras y trabajo administrativo y de Extensión Cultural. La comunidad se compromete, además, a rezar por las intenciones de esta obra que el Sr. Obispo considera la de mayor envergadura en su Diócesis”3.

De todos los compromisos, el último es el que más importa a la fundadora, deján-dolo muy bien asentado en el Cuaderno de Visitas Canónicas:

“Con el mayor empeño encarezco la importancia del 1er artículo del contra-to que firmé con la Universidad del Norte, en presencia del Señor Notario del Obispado. Dice así: “El principal aporte que la Universidad del Norte espera de la comunidad religiosa de la Compañía del Divino Maestro en Antofagasta, es el de rogar por ella y atraerle las bendiciones del Señor para que sea un instrumento eficaz en la construcción del Reino de Dios. No olvidemos, pues nunca, que este es el aporte principal. Las oraciones de

2 Id. 2.3 Compañía del Divino Maestro, Crónicas de la Casa de Antofagasta. Año de la fundación, 1958. Día miércoles 11

de junio.

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18 | ARTÍCULO 2: Noticias de las Hnas. de la Compañía del Divino Maestro en la fundación de la UCN

la comunidad de Antofagasta deberán dirigirse explícitamente a ese fin, asimismo sus sacrificios y continuos actos de abnegación. La C.D.M. está llamada a conseguir por medios sobrenaturales, en primer término, y con todos los medios naturales que estén a su alcance, que la U. del N. constru-ya el Reino de Dios”. Firma Natalia Montes de Oca, Superiora General, 21 / VI / 19584.

En cuanto la casa de Poupin N° 1164 está en condiciones de ser habitada; las her-manas se trasladan a la que será su residencia, el 2 de mayo, víspera de la Fiesta de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina y la Congregación. La casa aún necesita muchos arreglos, y los obreros siguen trabajando en lo que serán las insta-laciones del “Hogar Universitario Regina Mundi”. Las hermanas inician su vida en común, de oración, estudio y trabajo entre martillazos, roturas de cañerías, repara-ciones eléctricas y un sinfín de inconvenientes que a muchas hubiera desanimado, pero que no son capaces de atenuar el entusiasmo que esta nueva obra les inspira.

Tanto es así, que el 5 de mayo de ese mismo año, “en la Sala A de la Universidad tuvo lugar la inauguración de los Cursos de Pedagogía Catequística, organizados por la Compañía del Divino Maestro, por especial deseo de su Excia. Revdma, y cuya di-rección estará a cargo de la Hna. Isabel c.d.m. El número de estudiantes es suma-mente promisorio, y especialmente el entusiasmo que demuestran”5. Los profesores de estos cursos serán: en Teología Moral, el R. P. Remigio Lepin, Oblato de María Inmaculada; en Teología Dogmática, la Hermana Isabel c.d.m.; en Metodología, la Hermana María Dolores c.d.m.; en Pedagogía, la señorita Irma Césped6.

La Hermana Orfilia, secundada por la Hermana Haydée, organiza un retiro de alumnas en la Universidad, que se realiza el 18 de mayo en la Casa de Huéspedes de la ex oficina Chacabuco, que la Compañía Salitrera presta para el efecto. Parten a él trece estudiantes, acompañadas por la Hermana Orfilia, la Hermana Haydée, el cocinero del Colegio San Luis, el Padre Barros S.J. y el Padre Lamas S.J., que será el Padre Predicador. Es un retiro de cuatro días, que resulta todo un éxito.

Las hermanas María Dolores y Petrona trabajan, además, en la Catequesis y las Clases de Religión del Hogar de Niños y la Escuela de las hermanas de La Divina Providencia. La Hermana Isabel es desde mediados de mayo la encargada de la Juventud Estudiantil Católica, y se reúne con estudiantes de la Escuela Normal, del Liceo de Niñas, del Instituto Santa María y otros colegios fiscales y particulares. La Hermana Orfilia organiza sesiones de Cine Foro desde el Departamento de Exten-

4 Compañía del Divino Maestro, Cuaderno de Visitas Canónicas perteneciente a la Casa Hogar Universitario Regina Mundi, Antofagasta, Chile. Primera Visita (Nota: los subrayados son del original).

5 Compañía del Divino Maestro, Crónicas de la Casa de Antofagasta. Año de la fundación, 1958. 5 de mayo.6 Id.

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Cena Aniversario UCN. En la foto se aprecian entre otros: la hermana Laura Elsa Abud CDM, hermana Lía Torricella, Silvia Inostroza y el exalcalde Floreal Recabarren.

Ceremonia de colocación de la primera piedra construcción UCN. En la foto están el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Antofagasta, Francisco de Borja Valenzuela y un grupo de sacerdotes jesuitas. Antofagasta,

25 de junio de 1962.

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sión, y la Hermana Elsa ensaya con la Agrupación de Teatro la obra que presentarán en la velada del primer aniversario del inicio de clases en la Universidad, que ese año se celebra el 2 de junio, por haber sido trasladada la fiesta de Regina Mundi, patrona de la Universidad.

Sorprende la capacidad de trabajo y la variedad de quehaceres de la comunidad, pero estas mujeres tienen experiencia y una sólida formación humana y teológi-ca. La Congregación Compañía del Divino Maestro, fundada el 28 de enero de 1943, mediante decreto del Cardenal Santiago Luis Copello, Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, nace al alero del Instituto de Cultura Religiosa Superior, para dar continuidad a esa obra de la Iglesia argentina, que busca dar formación teoló-gica a las mujeres de Acción Católica y, a través de ellas, irradiar el conocimiento amoroso de Jesucristo, Verdad Total. La Madre Natalia fue primeramente Presi-denta de la Comisión Directiva del Instituto y, luego, fundadora de la Congrega-ción. Prontamente el Instituto de Cultura Religiosa Superior pasa a depender de la Congregación, y, con la gracia de Dios, se fundan otros institutos similares en Concordia (provincia de Entre Ríos), y San Isidro (provincia de Buenos Aires), en el barrio obrero de Mataderos. En todos ellos las hermanas del Divino Maestro desarrollan actividades muy similares a las que desarrollan en la naciente Univer-sidad del Norte. En dichos institutos se enseña, como primer cometido, Ciencias Sagradas, cosa novedosa, pues en esos tiempos la teología se enseñaba solo en los seminarios. Se imparten también estudios de Filosofía, Profesorado de Religión y Moral, Servicio Social, Profesorado de Bellas Artes, Formación de Catequistas. Hay salas de teatro, bibliotecas, ateneo deportivo, coros, cine-foros y un sinfín de actividades de apoyo a la pastoral de los lugares donde están insertas. Algunas de las hermanas tienen estudios superiores adquiridos antes de su ingreso a la Con-gregación. Se entiende, entonces, tanta capacidad, que les permite trabajar codo a codo con los sacerdotes jesuitas que conducen la Universidad.

La obra más relevante, por su importancia y por los recursos humanos, económi-cos y espirituales que conlleva, es la Residencia Universitaria. Abre sus puertas el 23 de mayo a las cuatro primeras residentes: Ada Tassara, Mirta Bravo, Silvia Cá-nepa y María Inés Aracena, todas estudiantes de inglés. Durante el año, el número de residentes aumentará a quince, y en el segundo año abrirá con su capacidad completa de veinticinco residentes. Con el tiempo se hará necesario ampliar la capacidad a treinta estudiantes.

En la segunda visita canónica que realiza la Madre Natalia, entre el 20 de octubre y el 12 de noviembre de 1959, deja entre las pocas recomendaciones a la comuni-dad lo siguiente:

“Desearía que se diera la más afectuosa atención a las jóvenes estudiantes del Hogar Universitario, que han llegado a un número, por el momento,

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completo. Es deseo manifiesto del Exmo. Sr. Obispo —por lo tanto, para nosotras ley— que esas jóvenes sean educadas por nosotras, muy cariñosa y maternalmente, en un ambiente familiar, pero con disciplina y firmeza. Recuerden todas las hermanas que somos responsables ante Dios de esas almas rodeadas de gravísimos peligros, y que cada una de nosotras debe contribuir a cuidarlas, dirigirlas, ayudarlas, aconsejarlas, defenderlas y en-señarles, con inalterable paciencia y perseverancia, a vivir en todo cristia-namente, piadosamente”7.

Las hermanas y las mismas residentes van haciendo de esa casa un lugar de acogi-da, de encuentro, de trabajo y de estudio. Es común que el Obispo vaya a almorzar, o a conversar con la comunidad y las jóvenes. En las crónicas de la comunidad se deja ver la vitalidad que adquiere el hogar, que a veces sirve de lugar de ensayo de la agrupación de teatro, del Conjunto Folclórico de la Universidad del Norte (CO-FUN), de reuniones de la JEC, de profesores, de acogida de amigos de la Universi-dad8 y delegaciones de estudiantes que vienen del país o de Salta a visitar la ciudad, y, muchas veces, del simple y evangélico cultivo de la amistad entre estudiantes, profesores, sacerdotes y religiosas que, en muchos casos, perduró a lo largo de los años, cuando los primeros se desenvuelven profesionalmente en distintos lugares del país. Esta residencia funcionó hasta diciembre de 1969, cuando, por la imposibi-lidad de acceder a una casa más adecuada a las necesidades que los nuevos tiempos iban presentando y las grandes dificultades económicas imperantes en el país, se hizo imposible continuar prestando ese servicio.

Las hermanas también se involucran en la pastoral de la Arquidiócesis, colabo-rando en las actividades del Congreso Mariano que se realizó ese año, a partir de lo cual comienzan una pastoral de apoyo en sectores periféricos más pobres. En esa labor entusiasman a algunas jóvenes de la residencia para que estas activida-des contribuyan a la formación humana y cristiana de las estudiantes.

En los años que siguen, algunas hermanas regresan a Buenos Aires y vienen otras cumpliendo las mismas tareas e incluso ampliando las labores de apoyo a la pas-toral en la Arquidiócesis. Por varios años se las ve en la biblioteca, en la Adminis-tración, en la Pastoral directa con estudiantes, profesores y personal de apoyo a la academia, en la docencia, tanto en las carreras de Pedagogía como en Teología. Todo con un estilo propiamente femenino, con una preocupación maternal por los estudiantes, varones y mujeres, con gran capacidad de generar ambientes de

7 Compañía del Divino Maestro, Cuaderno de Visitas Canónicas perteneciente a la Casa Hogar Universitario Regina Mundi, Antofagasta, Chile. Segunda Visita.

8 Cuando la Señora Berta González de Astorga vino a recibir la Condecoración de la Iglesia de Antofagasta por sus muchas contribuciones a la realización de la obra de la Universidad, alojó en la Residencia. Cf. Compañía del Divino Maestro, Crónicas de la Casa de Antofagasta. Año de la fundación 1958. Martes 15 de julio.

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Residentes del pensionado, Casa Regina Mundi en un momento de estudio.

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trabajo horizontales, donde prima un estilo de colaboración, donde sacerdotes y religiosas van haciendo su aporte propio y generando complementaciones que fa-vorecen en mucho el desarrollo de un verdadero ambiente universitario; aportan su carisma, su calidez, la seriedad en los trabajos encomendados, la espiritualidad de la consagración a la Verdad a través del estudio sistemático de las Ciencias Religiosas y de las Ciencias Humanas, convencidas como están de que todo cono-cimiento no es más que participación de la Verdad Total que es Jesucristo.

Varias de las hermanas tuvieron actuaciones destacadas en la vida pastoral de la Arquidiócesis y en lo académico. En el año 1990, la Hermana Elsa Abud Yáñez es elegida “Miembro Correspondiente” por Antofagasta, de la Academia Chilena de la Lengua. La Universidad Católica del Norte la distingue con el Doctorado Honoris Causa. Durante un breve tiempo, un pabellón de la Universidad lleva su nombre. Cuando este fue pintado, por algún motivo no fue restituido, y su nombre comien-za a desaparecer de la memoria de esta Casa de Estudios. Algunas sirvieron al Maestro por largos años en estas aulas: Jane Mary Gibson c.d.m., Cecilia Zakowicz c.d.m., y de una manera misteriosa, con distintos tipos de presencia, la Compañía del Divino Maestro se queda en esta Universidad, la que sigue contando con aque-llo a lo que se comprometió, en un lejano 21 de junio de 1958: la oración constante y confiada para que esta Universidad “sea un instrumento eficaz en la construcción del Reino de Dios”9.

A los sesenta años de la Fundación de la Universidad Católica del Norte, agrade-ciendo la osadía de esos hombres visionarios que la soñaron y la hicieron posible, queremos traer también a la memoria a estas mujeres que, a semejanza de aque-llas que siguieron a Jesús10, poniendo sus bienes y sus talentos al servicio de la Iglesia naciente, hicieron lo propio en estas nortinas tierras.

9 Cf. Supra.10 Evangelio de Lucas 8, 2-3

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Artículo 3

Una mirada muy personal:

LOS JESUITAS EN LA

UNIVERSIDAD

JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ PIZARRO

Doctor en Filosofía y Letras. Miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Historia. Profesor Titular. Director del Centro de Estudios Histórico‐Jurídicos de la Facultad de Ciencias Jurídicas. Escuela de Derecho de la Universidad Católica del Norte, Antofagasta.

El primer jesuita que conocí vinculado con la Universidad fue nada menos que Gerardo Claps, en el año 1967. Estaba en el Colegio

San Luis y fue a difundir la necesidad de asociarse al Club Antofagasta Portuario, recién ascendido a Primera División en el fútbol nacional. Más tarde, lo volvería a ver en casa de mi tío Andrés Sabella: se había unido de modo entusiasta a la defensa del cobre y a la Comisión Regional de Derechos Huma-nos. Era la década de 1980. Posteriormente, nos fre-cuentamos en tiempos del retorno a la democracia en varias ocasiones, de modo más cercano, sea en una gestión gubernamental para establecer el Cír-culo de Historia Oscar Bermúdez, o en encuentros en actividades de Proa. Recuerdo muy vivamente cuando vencí su resistencia inicial a sumarse a la iniciativa de escribir los inicios de la Universidad, para el libro que dirigiésemos en 1996: La Universi‐dad Católica del Norte y el Desarrollo Regional Nor‐tino, 1956‐1996, donde estampó: “Agradezco a José Antonio González Pizarro por haberme embarcado en esta aventura del recuerdo, venciendo mis reti-cencias iniciales”. Era el único que podía descifrar los primeros documentos de la novel Universidad, pues la mayoría no tenía las señas completas, salvo un vocativo de mucha confianza y amistad. Y esto ocurría con cientos de epístolas escritas a máquina,

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o bien papeles manuscritos sin datar y con vocativos muy genéricos. Logré que la Sra. Victoria González Stuardo, Secretaría General de la Universidad, autorizara sacar los archivos y llevarlos a casa de Gerardo en la Coviefi, donde durante meses leyó y me comentó semanalmente este reencuentro. Su aporte ha sido el único a nivel de las universidades más antiguas del país —las clásicas ocho universidades anteriores a 1981—, donde el primer Rector escribe sobre la fundación de una casa de estudios superiores.

Más tarde, el gobierno universitario me solicitó que redactara el perfil suyo para serle conferido el grado de Doctor Honoris Causa en el año 2004.

El segundo jesuita fue el P. José Donoso Phillips, profesor en el Departamento de Artes Plásticas, con quien me unió una entrañable amistad. Participó en varias cosas que alentamos en la Iglesia, desde el grupo de Getsemaní, que agrupó a jó-venes profesionales en la Iglesia Catedral hacia fines de la década de 1970, y donde logramos una efímera revista, hasta estructurar la capilla mortuoria de la Iglesia de Nuestra Señora de Fátima en la década de 1990, donde logró conjugar con hon-do simbolismo que esta tuviera una roca desprendida de la principal para acoger al féretro: todo vuelve al polvo.

Con “Pepe” Donoso conversamos largamente sobre religiosidad popular y él nos adentró en el conocimiento más profundo de su sentido; la experiencia. Fue él quien incentivó que estudiase esa veta de nuestro pueblo. Pero el P. Donoso poseía una humanidad por todo lo doliente que le tocaba presenciar. Era estremecedor cuando platicaba sobre episodios de tortura en los que debió intervenir y suplicar por el afectado o la afectada. Aquello no fue obstáculo para descubrir su profun-do sentido estético, no solamente en sus clases o en sus reflexiones de Semana Santa, un verdadero baño de cultura cristiana, sino en sus escritos sobre las artes y su conexión con el cristianismo, sobre el sentido de la fiesta sagrada —un libro imprescindible en cualquier biblioteca sobre el tema es su Cristo, nuestra fiesta—, o sobre el simbolismo profundo que se encuentra en su postrero legado escritural Una Sabiduría divina, misteriosa, escondida.

Desde que un día de 1980 comenté su primer libro —Dimensiones cristianas del arte— en las páginas de El Mercurio de Antofagasta, me distinguió con un volu-men de su producción. Conservamos la expresiva dedicatoria de este volumen, que lo retrataba de cuerpo entero, y que anexamos a estas líneas. A mi mujer, Erika, le guardaba un gran cariño, desde que se conocieron en la Vicaría de la So-lidaridad, o el denominado Comité Arzobispado, en tiempos de Monseñor Oviedo Cavada. Cuando nos visitaba en nuestra casa, se quedaba horas con su cognac entre las manos, mientras pasaba de un tema a otro en su amena conversación. No obstante, la imagen que más conservo de él es su inigualable figura delgada y su boina, conduciendo su bicicleta, siempre en pos de ayudar al prójimo.

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Otro sacerdote que tengo presente es el P. Gustavo Le Paige, a quien conocí en 1968 cuando apareció con su jeep en la puerta del Colegio San Luis, con tenida de explorador y exigiendo a sus hermanos en el Colegio que le hicieran llegar sus herramientas. Ese año, en viaje de curso hacia la precordillera, tuvimos oca-sión de visitar en San Pedro de Atacama la casa parroquial y todos los objetos arqueológicos del jesuita belga. Su dormitorio era una bodega de utensilios y materiales prehistóricos.

Como alumno en la Universidad pudimos conocer a dos personas que proyecta-ron un testimonio de humanidad y tolerancia en momentos de la “Universidad intervenida”, donde campeaba el autoritarismo. El P. Francisco Deak, un jesuita húngaro del cual revivo la escena postrera de octubre de 1973, señalando, en las cercanías de la entonces carrera de Historia (en las actuales dependencias del Pabellón C), el ambiente de intolerancia que se vivía, y que así había comenzado el fascismo en su patria, haciendo la analogía entre la ocupación bélica, la per-secución nazi y el arribo del comunismo, que prosiguió negando los derechos de las personas. Al año siguiente, se fue hacia Canadá. Ahora, a través del P. Andrés Hubert, me he enterado del libro sobre sus vivencias en Chile, en el que su paso por la Universidad demanda un par de páginas.

La personalidad del P. Deak siempre la he vinculado a la del P. Miguel Squella, teólogo y poeta. Si al P. Donoso no se le puede disociar de su bicicleta; al P. Sque-lla, de su citroneta, en la que encontró trágica muerte en los caminos del desierto. Con Sergio Gaytán le invitábamos a los eventos que organizábamos en el Instituto Chileno-Francés de Cultura, en el segundo lustro de la década de 1970. Siempre dispuesto a apoyar toda actividad cultural, en Chuquicamata, Calama y por cierto en Antofagasta. Cuando fue Director de Teología, acogió a todo quien le visitara con amabilidad y sentido del humor: solía golpear las paredes de material ligero para indicar que “no estaba solo y podían escuchar”; no es necesario datar la épo-ca. Su desaparición fue un mazazo para todos los que le conocían.

El P. Emilio Vergara Vicuña, “el Gato”, llevó a cabo una labor silenciosa en el campo de la Pastoral. Se le encontraba —al menos siempre coincidíamos, por una u otra ra-zón— en el centro que la CVX tenía en calle Poupin. Recuerdo su preocupación cuan-do se celebró el Claustro Universitario de 1996, en cuanto a perfilar la acción pastoral y plantear la identidad católica en la Universidad. Las resoluciones del Claustro no eran vinculantes para el Consejo Superior de la Universidad. Hubo que esperar dos años para que se comenzara a modificar eso, con la llegada del P. Jorge Ramírez y la creación de la Dirección de Pastoral Universitaria. A diferencia de “Pepe” Donoso, la impresión que me hice del P. Vergara no era la de conversar sobre tópicos que no fueran los universitarios. Pero sí lo fue el P. Ramírez, un hombre joven, del norte, abierto al debate y a las nuevas ideas que promovieran los nexos entre Cultura y Fe.

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28 | ARTÍCULO 3: Los jesuitas en la Universidad

Un jesuita notable, ligado al norte circunstancialmente, fue el P. Julio Jiménez Berguecio, que había vivido como docente del Colegio San Luis en la década de 1940 y que tuvo una álgida polémica con el prohombre de la ciudad, José Papic Radnic. El P. Jiménez Berguecio animó en un par de ocasiones los debates filo-sófico-teológicos de la década de 1980 en la Universidad. Le conocí en una de esas ocasiones, a mediados de 1980, cuando disertó sobre la obra de Teilhard de Chardin, trayendo a estos lares a Ana Escríbar, estudiosa de la obra del jesuita paleontólogo francés. Me invitó varias veces a la Residencia de Alonso de Ovalle, en Santiago, donde mi permanencia por varios días se cubría en el anonimato de “seminarista”. La vasta y rica biblioteca jesuita me permitió reproducir varias obras que sus anaqueles guardaban, en especial los tratados teológico-jurídicos, que me permitieron introducirme en un estudio del Código Civil de Bello. Celoso guardador del idioma, corregía con rigor lo que él consideraba oscuridades en un escrito. Me hizo llegar sus estudios sobre Juan Ignacio Molina, el célebre jesuita chileno del siglo XVIII. Esto me empujó, estando en Europa, a ahondar en las obras de Molina. Empero, dicho conocimiento me condujo a entablar amistad con otro notable investigador, el P. Walter Hanisch Espíndola, quien me obsequió sus numerosos análisis molinianos y otras obras suyas. Visitar a cualquiera de los dos en la Residencia de Alonso de Ovalle significaba someterse a una inquisición por el otro. Había una rivalidad intelectual. Al P. Hanisch lo invitamos a nuestras Jornadas de Historia Regional Nortina, entre los años 1992-1994. Revisar su docu-mentación en el Archivo Nacional es traer su personalidad abierta y generosa para compartir documentación.

La personalidad del P. Renato Hasche era controversial cuando le conocimos en la década de 1990. Pero las conversaciones que sostuvimos, la manera de plantear algunos tópicos, mostraban que, más allá de algunos gestos adustos y acciones que podían ser interpretadas de modo contradictorio, se escondía un hombre de aquilatada cultura. En cierta ocasión le hice ver la viva impresión que me había causado un artículo suyo en Teología y Vida sobre la “reinterpretación de los sím-bolos”, y me indicó: “corresponde a la época cuando era estudioso”. Lo invitamos como Secretario Académico de la recién formada Escuela de Derecho, a impartir clases de ética en la Carrera de Derecho, lo cual posibilitó que discutiéramos so-bre la marcha y la historia de la Universidad. Me pidió que presentara su libro sobre la Universidad, donde comentaba la injerencia militar en la Universidad y el resultado de un estudiante herido, asunto que consideré de honradez intelectual. Hice la presentación oficial de su historia en el Salón Luis Silva Lezaeta del Arzo-bispado de Antofagasta. Las conversaciones me hicieron formar un juicio sobre él distinto a la primera impresión, y constatar un olfato político muy agudo que, desgraciadamente, no pudo expresar a sus anchas, toda vez que fue nombrado Obispo de Arica.

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Muy distinto en su manera de ser fue el P. Carlos Hallet. Previamente había co-nocido su tesis doctoral en mis ajetreos en los sótanos de la biblioteca jesuita en Alonso de Ovalle (hoy perteneciente a la Universidad Alberto Hurtado). De per-sonalidad muy afable, cercana, entablamos una amistad que me permitió conocer su cultura científica, además de la teológica y literaria. Buen conversador y gour‐met, guardo uno de los recuerdos más imperecederos de una persona; departien-do en calle Galleguillos Lorca o bien en mi casa, junto a otro jesuita belga: Andrés Hubert, que reúne las cualidades intelectuales y virtudes de Carlos, pero tiene un plus: su experiencia y conocimiento nortino en tierras de la precordillera andina, antes de arribar a la Universidad.

En torno a la Dirección General de la Pastoral Universitaria y Cultura Cristiana, he-mos podido seguir conociendo la bondad y sapiencia de Andrés, y el paso de Ignacio Sepúlveda del Río, entrañable amigo y cómplice de lecturas, música y películas.

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Artículo 4Vivencias y recuerdos de nuestro Rector:

ENTRE EL RIGOR CIENTÍFICO-

TÉCNICO, LO FILOSÓFICO Y

LO HUMANISTA

JORGE TABILO ÁLVAREZ

Ingeniero civil industrial y master en Ciencias en Ingeniería Industrial de la Universidad Estatal de New Mexico, Estados Unidos. Ex vicerrector de Asuntos Económicos y Administrativos, y desde marzo de 2013 es el actual Rector de la Universidad Católica del Norte.

El describir la experiencia vivencial de mi re-lación con la Universidad Católica del Norte, provoca en mí emociones que me hacen reme-

morar mi adolescencia y mi época de estudiante en el Liceo de Hombres de Antofagasta, cuando tuve con-tacto con aquellos que fueron muy importantes en mi formación como persona. Grandes profesores que transmitían el espíritu de la Universidad en la sala de clase, en ámbitos desde lo científico hasta lo valórico. No puedo dejar de mencionar a profesores como Os-car Rojo, quien inspiró en mí el amor por los núme-ros, transmitiéndonos que no todo era como era, sino que había que preguntarse por qué y disfrutar con las respuestas; y un grupo importante de esos estudian-tes hoy son ciudadanos que han realizado un tremen-do aporte a nuestra ciudad. Además recordar que, a la vez, también en el mismo liceo, colegio laico por naturaleza, escuché por primera vez los principios básicos de la filosofía y los principios valóricos del humanismo cristiano, de parte de un tremendo hu-manista como fue don René Muñoz de la Fuente. Esos principios y la búsqueda de la verdad fueron una con-secuencia directa de impacto en la sociedad a través de profesores formados en la Universidad del Norte.

Esa relación me hizo mucho sentido cuando poste-riormente me fui a Valparaíso, mi segunda tierra,

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32 | ARTÍCULO 4: Entre el rigor científico-técnico, lo filosófico y lo humanista

donde ingresé a estudiar en la Universidad Católica de Valparaíso. Al pasar a se-gundo de ingeniería, con un modelo educativo basado en un fuerte rigor científico tecnológico, los profesores a uno se lo hacían notar con orgullo. Además fue la épo-ca de la post reforma, y se hacía notar en el currículo la formación en asignaturas de formación filosófica y humanista. Entonces se refuerzan en mí la formación en principios valóricos muy en sintonía con lo que posteriormente fue mi desarrollo profesional aquí en la Universidad. Se percibía en la comunidad antofagastina la presencia de la Norte. Por nombrar algunos elementos que se me vienen a la memo-ria, el cultivo de nuestra cultura a través del Cofun, la poesía de Sabella en algunos rincones de la calle Coquimbo, lugares informales de la intelectualidad que había en la ciudad, los amigos que tenía de mi barrio que estudiaban periodismo; otros, sociología. Y otros que sufrían en el ciclo básico. Se percibía el fuerte humanismo de la Universidad, quizá a veces hasta más fuerte para mí que en el puerto de Valpa-raíso, donde más bien era adoptado; pero nací aquí.

Posteriormente, ingreso a la Universidad por la acción directa de Patricio Araya, profesor de la Universidad del Norte, un gran amigo del colegio que me decía que requerían de un ingeniero industrial para la Universidad, y que aquí en el norte no les había ido muy bien en la contratación para el área de sistema del Departa-mento de Ingeniería Química y Metalurgia de la época. Y escucho hablar también fuertemente y con mucho arraigo de lo que era la Universidad, de la cual con or-gullo le invitaban a uno a ser parte, en una comunidad joven, para construir una institución que ya en esa época estaba muy relacionada con el sector externo. Fue cuando oí por primera vez sobre don César Frixone, quien había dejado huellas muy importantes en los primeros ingenieros químicos de la Universidad, con un sentido de arraigo e identidad notables. Me correspondió entonces participar en la creación del plan común y del currículo de ingeniería de la época.

En mi desempeño académico he logrado importantes metas, y quizás la más sig-nificativa, por la responsabilidad que implica, es la de desempeñarme como Rec-tor de nuestra Universidad. Ha sido una experiencia vital y que la he cumplido con un tremendo cariño desde marzo del año 2013. La he asumido también con humil-dad y sacrificio, toda vez que mi único interés en esta alta distinción es servir con mi mayor voluntad, intentando ser fiel a los principios cristianos que me animan. Mi único norte ha sido el humanismo cristiano, el desarrollo de los hombres y mujeres de la sociedad, y colaborar en la herencia cultural de nuestra comunidad.

Mi vida completa, como la de muchos de nosotros, se la debo a nuestra Universidad. Me he formado aquí profesionalmente y he madurado como persona. Esta institución me ha permitido crecer en la fe, a través de la acción directa en mi trabajo y partici-pación; también contribuyendo en la formación y desarrollo de nuestra institución, transmitiendo conocimiento a nuestros jóvenes, ya sea a través de la enseñanza o

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Jorge Tabilo Álvarez | 33

la infinidad de otras actividades de tipo académico. Finalmente, mis valores se han fortalecido, porque en nuestra institución se entregan todos los caminos y espacios para su desarrollo, a través de diversas instancias dentro de la estructura orgánica de la Universidad.

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JOSÉ MIGUEL AGUIRRE MADARIAGA

Magister en Literatura Francesa. Ingresó como estudiante de Pedagogía en Francés a la Universidad del Norte en 1959. Trabajó en la Universidad hasta 1986, fecha en que debió dejar su cargo de Jefe de Carrera de esa pedagogía dependiente del Departamento de Letras.

Artículo 5Los grandes hitos humanistas de la

Universidad del Norte:

SE HACE CAMINO AL ANDAR...

marzo de 1986

Estoy en la oficina que he ocupado desde hace tantos años, en el Pabellón “K”, retirando mis asuntos personales y mis libros. En algunos

instantes, volveré a mi auto estacionado a escasos metros de aquel lugar, para abandonar definitiva-mente la Universidad del Norte y el Departamento de Letras, en donde he sido el último profesor y el úl-timo Jefe de la carrera de Francés. Terminado el año, ya se han retirado todos los alumnos. Al contemplar por última vez esa casa de estudios que me albergó durante veintiséis años, muchos son los recuerdos que se atropellan para salir a la luz, pero son frac-ciones de segundo. Todo ha cambiado desde aquel mes de abril de 1959, cuando por primera vez crucé la puerta de este hogar maravilloso, en donde tuve la oportunidad de participar prácticamente en todos los acontecimientos históricos que le vieron crecer. El año anterior, había recibido el premio de veinticinco años de servicio y nada hacía presumir que las carre-ras de Pedagogía fueran violentamente desalojadas de la Universidad, en todo Chile.

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36 | ARTÍCULO 5: Se hace camino al andar

UN POCO DE HISTORIA

Luego de un monstruoso examen de conocimiento puro, llamado entonces Ba-chillerato, en el que se rendían todas las asignaturas del currículo, excluyendo las del sector de Artes y Deportes, ya estaba preparado para ingresar a la Universidad del Norte en el año 19591, en la calle Prat, justo al lado del teatro Astor. Había cursado mis estudios en el Seminario de la Asunción con los padres oblatos fran-co-canadienses, en primer año de Humanidades, y como al año siguiente, 1955, se inauguraba el nuevo colegio de la Congregación, comenzaba mi segundo año en el Colegio Inglés Católico, actual Colegio Inglés San José. Desgraciadamente, el Colegio Inglés Católico no podía todavía, en esos años, completar las Humani-dades, lo que provocó mi matrícula en el Colegio San Luis, desde el cual egresé. Los franco-canadienses influyeron enormemente en mi formación en la lengua francesa y su cultura; y los jesuitas, en ese amor incondicional por la Universidad que nunca he olvidado y que formó mi espíritu por una carrera de la cual jamás me he arrepentido de haber egresado: Pedagogía en Francés.

En ese mismo año, terminaba el mandato su primer Rector, el Rvdo. P. Gerardo Claps Gallo S.J., y asumía don Francisco Dussuel S.J., un humanista multifacético, virtuoso músico y escritor. La Universidad había nacido bajo el alero de la Uni-versidad Católica de Valparaíso, casa de estudios de relevante importancia en la historia de nuestro modesto inicio, fruto de un parto heroico y decidido en la ciu-dad de Antofagasta. Fundar la Universidad no fue tarea fácil, dado el antagonismo reinante en la época de contraponer a todo esfuerzo y tenacidad de los jesuitas y de la Iglesia católica, la molesta y tenaz oposición de la masonería, que solo pre-tendía una sede de la Universidad de Chile. No pretendo recrear la historia de la casa de estudios, pero sí recordar entre muchos otros a nuestro soñador y creativo gran poeta, don Andrés Sabella Gálvez, quien, desde sus inicios, fue parte de esta épica aventura.

Me es difícil entender por qué fui siempre parte de la historia de la U.N. Pare-ciera que estuve allí en el lugar exacto, en el tiempo exacto. En ese primer año de Francés, pude conocer a personajes muy importantes en la Universidad, verdaderos pioneros, entusiastas, comprometidos totalmente con su Alma Mater. Mis profesores don Haroldo Zamora Quiroz, el sacerdote diocesano, don Carlos Moya, don Ernesto Vásquez Méndez, el Padre Francisco Dussuel, don Sohel Rifka, la Hna. Elsa Abud Yáñez, y a un sacerdote gravitacional en mi trayectoria uni-versitaria por su simpatía, su humanidad y por su entusiasmo a toda prueba, un hombre optimista y jovial, el Padre Guy Menu Cornil S.J.; ellos fueron mis forma-

1 Hablo exclusivamente de la Universidad del Norte, puesto que la denominación Universidad Católica del Norte es de reciente data.

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Con mi gran “hermano” Andrés, esperando antes de una actuación.

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Andrés Sabella y su personalísima bendición y bautizo en la inauguración del Tambo Atacameño. 16 de diciembre de 1967.

Los primeros integrantes del Conjunto Folklórico de la Universidad del Norte (COFUN). Con la guitarra, su primera directora, Patricia Vergara Gana.

FOTO EN BAJA RESOLUCIÓN

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dores como profesional. Muchos son los compañeros de estudios que acompañan mis recuerdos. Nombrarlos tomaría gran parte de este modesto escrito, porque fueron y son Universidad. Sin embargo, no puedo dejar de lado a aquellos que fue-ron la parte más importante de mi vida universitaria: mis amigos y hermanos del Conjunto Folclórico de la Universidad del Norte, Cofun, creado por la entusiasta Patricia Vergara Gana, y la labor continuada por mi gran amigo y compadre, Mi-guel Politis Jaramis, ya fallecido.

EL CONJUNTO FOLCLÓRICO (COFUN)

En ese primer año, que es muy importante debido a un trabajo de Literatura Fran-cesa, precisé una máquina de escribir para un trabajo de investigación (mientras estudiaba tuve muchos trabajos extras porque, aunque la Universidad era gratuita —pagábamos solo la matrícula—, los gastos en libros importados de Francia, papel calco, máquina de escribir, etc., eran sumamente onerosos, cuando no teníamos acceso ni al computador, ni a la fotocopiadora, ni mucho menos a la Internet). Acudí entonces al Jefe de la Carrera de Francés, el Padre Guy Menu. Cuando me vio traba-jar investigando y desarrollando nueva información, además de apreciar mi domi-nio de la máquina de escribir (aprendí mecanografía al tacto en mis tiempos libres, mientras trabajaba de portero), me ofreció ser su secretario y, posteriormente, se-cretario de la Carrera de Francés. Creo que valoró mucho que, casi recién ingresado, pudiese ya estar bastante avanzado en el conocimiento de la lengua francesa, pues Guy Menu era franco-belga, y aunque poseía un excelente dominio del español, como cualquier extranjero, prefería utilizar su propio idioma.

Entre los años 1959 y 1986, mucha agua corrió bajo el puente, traducida en experien-cias inolvidables que me esfuerzo en recordar, justo en el momento en el que la me-moria comienza a convertirse en la facultad que olvida, precisamente a mis 75 años de edad. Todo comenzó con la recepción de los mechones, cuando éramos recibidos con bromas simpáticas, livianas, tremendamente creativas y sin la menor intención de atentar contra la calidad de la persona humana. Y el baile de recepción, donde el atractivo de nuestras compañeras se hacía más evidente en la intimidad de los sones de una música lenta y ante la explosiva alegría del rock and roll. El Aula Magna no solo era una sala de clases para doscientos alumnos, sino también un salón de baile, de conferencias, de teatro. Santiago Gajardo Peillard era, en ese entonces, el Alcalde de Antofagasta (1960-1964), acompañado por su joven y dinámico regidor y futuro Alcalde, don Juan Floreal Recabarren, el gran profesor enamorado de la historia de la ciudad del Ancla y de La Portada. Era Presidente de Chile el excelentísimo Sr. don Jorge Alessandri Rodríguez, y entre los ministros dos de vital importancia para la universidad: Paulino Varas, Ministro de Tierras y Colonización (posteriormente, Presidente del Consejo de Defensa del Estado durante el Gobierno de don Eduardo

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Miguel Politis Jaramis, profesor de Inglés, director del COFUN, director de la Radio FM, director de Relaciones Públicas.

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Frei Montalva), y Domingo Santa María Santa Cruz, Ministro de Economía, Fomen-to y Reconstrucción, en el mismo Gobierno demócrata cristiano.

Luego de cuatro años, desde su fundación, la Universidad comienza a soñar con su autonomía. Empresa verdaderamente dura, sobre todo cuando aún persistía esa bizarra competencia iglesia-laicos.

Fue en ese mismo año, 1959, cuando vi actuar por primera vez al Conjunto Fol-clórico, ya dirigido por Miguel Politis, y, en la dirección musical, mi talentoso y querido Waldo Jorquera General. Algo en ese grupo me atrajo enormemente, y me integré a esta incomparable experiencia que duró catorce años, ya que en 1973 la abandoné para comenzar mis estudios de maestría y luego doctorado en Nantes, Francia (no fui el único profesor de Francés que viajó a Francia en esa época, pero sí el primero en adquirir ese postgrado académico). Desde el comienzo la experiencia fue un sueño, mucho trabajo y muchas decepciones también. Un torbellino de música, creación, investigación; una época maravillo-sa que hizo presa de todo aquello que siempre fue para mí la expresión más pura del alma universitaria. Jamás la vida de artista de provincia se interpuso entre lo docente y el folclore; por el contrario, fue un complemento del cual brotó una trayectoria de vida muy interesante.

Fue en esa época cuando comenzó una amistad muy profesional y personal con el gran maestro Andrés Sabella, mi “hermano”, como solíamos tratarnos con cariño de entendimiento en la poesía y en la música. Un día, luego de que se instalara en Antofagasta el Regimiento de Telecomunicaciones, en los años ‘60, fue a conversar conmigo y me contó que la Universidad se comprometía a entregar el Estandarte de Combate y el himno a esa institución. Naturalmente, el poema era muy hermo-so y simplemente me pidió que hiciera la música. Grande fue mi sorpresa porque jamás había tratado de explorar esa veta tan delicada de la creación. Aporreando un piano que estaba ubicado en una de las salas grandes de la calle Prat, brotó esa marcha que rezaba: “Comunico la victoria, al Ejército chileno / Llevo la Patria en mis ondas, como una alerta de fuego”. Fue el inicio de muchos otros himnos y de muchas composiciones musicales, tomadas de la obra poética de Andrés.

Representando a la Universidad, el conjunto se mostró en todos los eventos cultu-rales de nuestra Alma Mater, de la ciudad y del país, del cual recorrió gran parte de su territorio, llegando hasta Chiloé. Hacia el año 1965 solo vibraba con los sones y danzas de la zona huasa y ritmos de Chiloé. En ese año, la Ilustre Municipalidad de Antofagasta inició un concurso de conjuntos folclóricos para buscar al participante que representaría a la ciudad, y a Chile, en el Primer Festival Latinoamericano del Folclore, a realizarse en Salta, República Argentina. Habiéndose ganado el derecho a viajar a esa capital folclórica, obtuvo el galardón máximo, obteniendo el Primer Lugar en la competencia. Esta experiencia internacional nos abrió los ojos y nos

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permitió compartir con artistas de todas las latitudes de nuestra América more-na. Comprendimos que era bueno destacar los valores culturales de nuestro Norte Grande, sin desmedro de nuestro ejercicio centralino de la música. Desde ese ins-tante, el Conjunto Folclórico de la Universidad del Norte se transformó en el primer difusor de las tradiciones vernaculares del norte, fundamentalmente de la Segunda Región y, con la posterior colaboración de Jorge Checura Jeria, investigador de la Sede Iquique, de todas aquellas de Tarapacá. Esta permitió la formación del primer equipo de investigación, formado por el autor de este texto, por Miguel Politis Ja-ramis y por el recordado Manuel Patroni, activo dirigente del CEAL y gran colabo-rador universitario. Posteriormente, el Centro de Investigaciones Folclóricas formó parte de la Oficina de Comunicaciones, en los años ‘70, y de la cual fui su Director. Desde su nacimiento, el apoyo de las autoridades universitarias fue incondicional, de manera tal que, cada vez que el conjunto participaba en eventos en otras ciuda-des chilenas, acudían al aeropuerto a buscar a sus integrantes el Rector, el Director de Relaciones Públicas y uno que otro de los directivos. Eso permitió ser testigo de un hecho sorprendente, que relataré a continuación.

Invitado por la industria pesquera y ballenera de Iquique para la inauguración de la nueva flota y planta conservera, asistían a la ceremonia dos personajes que ya he nombrado anteriormente, los ministros Domingo Santa María y Paulino Varas, del Gobierno de don Eduardo Frei Montalva. Estaba presente también la gran compositora Clarita Solovera, y otros artistas, en una presentación que gustó mucho, pero que no movió demasiado los rostros ministeriales. En ese entonces, el aeropuerto de Iquique estaba prácticamente en el centro de la ciudad, por lo que fue expedito el viaje hasta las instalaciones y el posterior vuelo a Antofagasta.

HITOS IMPORTANTES EN LA HISTORIA DE LA UCN

Durante el vuelo, la azafata nos comunicó que el señor Ministro invitaba a algu-nos jóvenes a Primera Clase, para cantar un poco. Estuvimos con él durante todo el viaje, entre cantos y un poco de champagne. Al bajar, en el antiguo aeropuerto de Cerro Moreno, en esos grandes y amplios galpones, ya estaba el Rector y su comitiva esperándonos. Y... entonces... ¡la gran sorpresa! Bajaron los ministros con sombreros y ponchos de huaso gritando: “Erre ene O, Nor; s‐i‐dad, dat: Sidad, sidad, sidad, del Nor, del Nor, del Nor, Uni‐ver‐si‐dad del No‐rte”. Lo que la diplo-macia universitaria ni las comunicaciones habían conseguido, era obtenido por un grupo de jóvenes que llevaron su entusiasmo hasta contribuir, de la mano de la música y en la modestia de su arte, con la autonomía universitaria. A partir de ese momento, cada vez que el Ministro Santa María venía a la ciudad, llamaba para acompañarlo a Miguel Politis Jaramis, Manuel Patroni, José Miguel Aguirre y, ocasionalmente, a nuestro ya fallecido Eric Labbé.

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Inauguración del Canal TV 3 de la Universidad del Norte. En el centro su animador Guido Guzmán, profesor de Inglés y futuro docente del Instituto Comercial de Antofagasta. En la cámara el primer Doctor en

Comunicaciones, Carlos Rojas Martorell.

Le Français Chez Vous. En el sencillo set de TV, durante la emisión del curso de Francés para la ciudad de Antofagasta.

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Este acercamiento entre la música y la Universidad, permitió agregar un granito de arena a la autonomía del Plantel. El Ministro de Tierras y Colonización cedió los terrenos en los cuales yace actualmente la Universidad, y, posteriormente, se da la firma que nos hizo independientes de la Universidad Católica Valparaíso, reconociéndonos como una Universidad más en la República de Chile. Eviden-temente, las acciones fundamentales son obra de la autoridad universitaria, de muchos otros personeros y de su Gran Canciller en la época, Monseñor Francisco de Borja Valenzuela Ríos, y de nuestro gran Alcalde y profesor, en presencia del cual se firmó el documento oficial, don Juan Floreal Recabarren. El Cofun fue, por lo tanto, el nexo cultural que permitió el acercamiento de opiniones dispares y de antagonismos.

Como ya estaba fundada la Escuela de Electrónica y ya estaban prontas sus pri-meras promociones, un joven estudiante, ex compañero del Colegio San Luis, se paseaba por todos los sectores lejanos de la Universidad, escuchando una radio FM. Raúl Vitalic había construido la primera Radio FM que funcionó en Antofa-gasta, con la que obtendría posteriormente su título profesional. Al inaugurarse la radio universitaria, uno de sus primeros locutores fue otro compañero sanluisino, Rodolfo Vicelja, actualmente médico internista y gastroenterólogo de la Clínica Antofagasta. Las voces de Juan Carlos Hernández, Rigoberto Vega y Humberto Cortés animarían esas ondas culturales.

En un galpón cercano al de la Escuela de Técnicos Pesqueros, nació el Canal 3 de TV, que, asesorado por la Universidad Católica de Valparaíso, con cámaras primitivas (que llamábamos cajas de zapato) obsequiadas por esa casa de estudios, comenzó a funcionar experimentalmente con la colaboración de Carlos Rojas Martorell, la Hna. Elsa Abud Yáñez y la Escuela de Electrónica, ejerciendo como locutor el joven pro-fesor de Inglés, Guido Guzmán. En noviembre de 1966, nuestro conocido Ministro Domingo Santa María, inauguró oficialmente, en nombre del Gobierno de Chile, el Canal que durante muchos años enorgullecería a la Universidad. Nuevamente la cul-tura popular de un grupo de jóvenes contribuía con otro granito de arena para lle-gar a esa ceremonia en la que la autoridad gubernamental se tomaba la foto oficial, acompañado por el Conjunto Folclórico de la Universidad del Norte. Con la presencia del Rector, Rvdo. P. Carlos Aldunate Phillips, el académico Andrés Sabella y otros escritores de relevancia, culminaba la inauguración. Luego de un corto periodo de silencio, se regularizaron sus emisiones, derivando hacia la transmisión comercial.

Lo narrado anteriormente no será relatado en ninguna memoria de la Universidad del Norte; solo aparecerán las autoridades oficiales e, incluso, en la Memoria Chi-lena se obvian detalles importantes de la ceremonia de inauguración. Las fotos oficiales cuentan otra historia. Nunca se ha dicho que, antes de inaugurarse la Televisión Nacional de Chile, dos de sus personeros de nacionalidad argentina,

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cuyos nombres no recuerdo —y uno de ellos, Juan Carlos Bistoto, puede ser in-exacto—, comenzaron sus prácticas en el mencionado galpón televisivo.

Nuestro emérito poeta y Doctor Honoris Causa, Andrés Sabella Gálvez, fue uno de los grandes entusiastas del Conjunto universitario. La obra de este grupo de jóvenes se vio cristalizada con la creación del Tambo Atacameño, allí en la calle Ossa, rodeado por las sedes de partidos políticos opuestos que causarían grandes despliegues y batallas, hasta septiembre de 1973.

Es imposible, durante esta época, olvidar al Conjunto Floclórico de la Universidad del Norte, hito de gran importancia en el desarrollo de nuestra Alma Mater.

MI CARRERA UNIVERSITARIA

Todo comenzó, lo dije anteriormente, con mi sesión de trabajo en la oficina del Jefe de la carrera de Francés, junto a mi gran amigo y mentor, el Padre Guy Menu S.J. Fui Secretario de la carrera hasta el año 1973, tal como decían mis colegas, un cargo vitalicio.

A partir de entonces, fui alumno ayudante de la Biblioteca, profesor ayudante, profesor de cátedra, Director del Departamento de Letras, Jefe de la carrera de Francés, funcionario del Departamento de Comunicaciones, Director del Centro de Investigaciones Folclóricas del Departamento de Comunicaciones, Director del Departamento de Letras, miembro del Consejo Superior y exonerado, en 1985, por decreto supremo del Gobierno militar, junto a todos mis colegas pedagogos que perdieron su rango de universitario. La Universidad de aquel entonces, bajo la dirección del marino, contra Almirante Jorge Alarcón Jonhson, se transformaba fundamentalmente en un plantel tecnológico que, al decir de la época, era sus-tentable económicamente en el tiempo. Liberado del peso de la Pedagogía, todo funcionaría sin mayores problemas y el presupuesto universitario bastaría para satisfacer todas sus necesidades. Esa fue la labor de los ingenieros comerciales llegados desde Santiago, que asesoraron y dividieron a la Universidad entre las ca-rreras no sustentables y sustentables. La relativa gratuidad de los años ‘80, llegaba a su fin. Alarcón Johnson fue el último Rector delegado que conocí.

Debo gran reconocimiento a todos los profesores que contribuyeron en mi forma-ción profesional, algunos de los cuales ya he nombrado, sin dejar de hacerlo nueva-mente, el Padre Guy Menu, hombre de un gran entusiasmo, metódico, en gran me-dida encargado de incrementar la riqueza de la Biblioteca que crecía día a día, y del cual aprendí la rigurosidad en la investigación, el orden lógico en el desempeño del trabajo, el principio fundamental de la puntualidad y el cumplimiento y compromi-so en todos los ámbitos de la vida laboral. Es una de las razones, también, por la cual la Biblioteca de la UCN lleva el nombre de este belga hiperactivo y emprendedor. En

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Rvdo. P. Gustavo Arteaga s.j. Dr. Luis Díaz MárquezHna. Elsa Abud Yáñez

Con un grupo de alumnas de Segundo Año de la Carrera de Francés.

esta lista de personajes de relevancia, destaca el empuje de todos los rectores jesui-tas, muy especialmente del Padre Gustavo Arteaga S.J., un hombre de un carisma extraordinario, siempre mezclado en todas las dependencias con sus alumnos y a quienes llamaba por su nombre. Una Universidad pequeña; una gran familia.

El apoyo de don Miguel Campos Rodríguez, un español de acento madrileño, pero absolutamente chileno en su amor por nuestra institución, me llevó con su empuje a superar mis metas académicas. Don Enrique Conrado Ferrando Núñez, un hombre de un humor contagioso, apegado al orden riguroso, plasmó en decretos de la Uni-versidad toda mi trayectoria universitaria y fue artífice del reconocimiento de mis veinticinco años como profesor de la sede, en 1985.

Durante el periodo 1959-73, la Universidad vivió momentos de grandeza y un auge cultural de primer nivel, etapa que me tocó vivir en primera fila con la

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creación de la Sala Ercilla, en el primer piso del Centro Español, en la calle Prat, centro de exposiciones que contó con conciertos de grandes artistas, y hasta la visita del Sr. Presidente, don Eduardo Frei Montalva; visita sorpresiva sin mayores protocolos. Andrés Sabella, el eterno creador y poeta, vio que el Presidente paseaba solo por la calle Prat y, como lo conocía desde sus tiempos universitarios en la Escuela de Leyes de la Universidad de Chile, lo invitó a la Sala, momento en el que se preparaba una exposición pictórica del profesor y pintor, don Waldo Valenzuela.

El Departamento de Letras, que también fue conocido como Departamento de Es-tudios Lingüísticos y Literarios, contó con profesores de primer nivel, tales como los doctores Alfredo Matus Oliver, actual Presidente de la Academia Chilena de la Lengua; Luis Díaz Márquez, radicado en Centro América; Mauricio Ostria, primero alumno y luego profesor; Irma Céspedes, José Luis Samaniego, María Elena Moll Su-reda y tantos otros que permanecen en el recuerdo. En la Escuela de Francés, hasta profesores de La Sorbona instruyeron con sus charlas, tanto a estudiantes como a la ciudad. Frecuente fue la visita de los encargados culturales de la Embajada de Francia. Sus profesores, muchos de ellos nativos, colaboraron efectivamente en la adquisición y dominio de la lengua. Algunos de ellos, el conde Antoine de Lévi-Mi-repoix, Louis Montarnal, Jean Lucat, el escritor y poeta André d’Ans y tantos otros que han sido un orgullo por su calidad humana y académica. La carrera de Inglés se vio favorecida con la colaboración directa de la Embajada y con la presencia de mu-chos jóvenes voluntarios del Cuerpo de Paz, lo que contribuyó con el buen aprendi-zaje de lengua y perfeccionamiento de sus profesores. Un caso destacable es la Hna. Elsa Abud Yáñez, cuya transversalidad alcanzó a todas las pedagogías de la época. La Escuela de Historia contó con profesores de excelencia, tales como el Dr. José María Cassassas Cantó, el historiador y profesor Adolfo Contador, el historiador regionalista Óscar Bermúdez, el excelente profesor y colega Jorge Stavros. Notables fueron los profesores René Muñoz de La Fuente, el filósofo; el Dr. Luis Bisquert Suzarte, Director de la Escuela de Educación Física, un hombre mayor de enorme trayectoria como terapeuta, consejero vocacional y autoridad en la especialidad. No menos relevantes fueron aquellos profesores franceses, españoles, alemanes y esta-dounidenses que colaboraron en laboratorios y academias de las escuelas del área química, arquitectura, pesca y electrónica.

Junto con mis colegas Sonia Buljan Morelli, Diana López González y Graciela Hi-dalgo, tuve la oportunidad de animar un curso muy significativo y exitoso en Canal 3 TV, durante dos años: Le Français Chez Vous, Francés en su casa, que mantuvo una entusiasta audiencia que aún recuerda toda la actividad cultural de la Universidad del Norte, en su época de oro. Mención aparte para una entusiasta y alegre profesora de la carrera, Victoria Fuentes Domínguez, la “Vicky”, creadora de un grupo sensacional de mujeres denominadas Les Majorettes.

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Los años ‘70 marcan el declive de una época de oro. La Universidad se pierde entre el apasionamiento político partidista, las tomas de carreras y de Universidad, el desorden, la intolerancia que desgraciadamente termina con el despertar de un Chile que a muchos sigue causando dolor.

En junio de 1973 partí a Francia, en momentos en que infelizmente un Chile tan polarizado comenzaba a ser víctima de su propio odio y desunión. Obtuve mi maestría en Literatura Francesa, Maître ès Lettres Modernes, Magister en Letras Modernas, y comencé mi doctorado que desgraciadamente no pude ir a defender, pues la Dirección consideró que no tenía relevancia, al tratarse del área humanis-ta. Mi vuelta a la Universidad me permitió acceder a una mejor situación econó-mica y académica, comenzando esta vez bajo la rectoría del coronel (R) Hernán Danyau Quintana, luego del coronel Jaime Oviedo Cavada y, finalmente, del con-tralmirante Jorge Alarcón Johnson.

¿Qué fue para mí mi Universidad del Norte? Lo fue todo. Fui parte de una lucha por tenerlo todo, por conseguir que fuese la Pontificia Universidad Católica del Norte, porque fuera la primera en todo. No conseguimos llegar a la altura de Pontificia, pero posteriormente se transformó en Universidad Católica del Norte y, al lograr ese título, en vez de ganar en espiritualidad, perdió parte de su humanidad, sin lograr nunca revivir el humanismo cristiano. Mi Universidad del Norte me formó, me per-feccionó académicamente, me hizo vivir su vida de dolores y alegrías, me proveyó de una esposa y una familia, pues mi esposa también fue académica del Alma Mater. Me entregó esperanza en el futuro, sin bajar jamás los brazos ante la adversidad y me premió con una hija, egresada de Ingeniería Comercial, funcionaria por breve tiempo en esta casa de estudios, y de un hijo que sigue mis pasos en la docencia como profesor de Historia, trabajando esporádicamente en la Escuela de Periodismo.

Para aquellos que quieran saber qué es la Universidad Católica del Norte, qué ha sido y qué será en el futuro, encontrará detalladamente su doctrina y su espíritu en la sabia letra de su Himno institucional, poema y doctrina brotado de la bri-llante pluma de Gerardo Claps Gallo, su primer Rector, quien merece un monu-mento en la entrada principal de la UCN.

Y ahora… cuando digo adiós

(…) “se hace camino al andar.Al andar se hace el camino,

y al volver la vista atrásse ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.

(Antonio Machado)

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Con el vicerrector Osvaldo Mendoza y el Secretario General Enrique Conrado Ferrando Núñez.

Recibiendo reconocimiento por 25 años de servicio en la Institución. Entrega el premio el rector delegado, contralmirante Jorge Alarcón Johnson.

Con el Dr. Luis Bisquert, Director de la Escuela de Educación Física.

Jorge Olave, locutor, en la Radio FM de la Universidad. También oficiaba de control.

Dr. Alfredo Matus con sus alumnas.

NB: Las fotografías de este artículo, así como las de la portada, corresponden a la colección particular del autor.

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Tierra Nueva 2016

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MAURICIO OSTRIA GONZÁLEZ

Alumno fundador de la Universidad del Norte (1957); estudiante de Pedagogía en Castellano; distinguido como mejor egresado (1961); primer titulado (1963): profesor de Literatura Hispanoamericana y Teoría Literaria (1962‐1973); Director de la Escuela de Castellano (1968‐1969); Director del Departamento de Estudios Lingüísticos y Literarios (1969‐1970).

Artículo 6Mauricio Ostria, el primer titulado y

las primeras evocaciones:

LA UNIVERSIDAD DEL NORTE

MARCÓ MI VIDA PARA SIEMPRE

La Universidad del Norte abrió sus puertas por primera vez a sus estudiantes en marzo de 1957. Yo formé parte de esos cien primer-

os y afortunados alumnos. Ingresé a Pedagogía en Castellano. Por entonces, no podía darme cuenta de la significación que tendrían para mi vida posteri-or esos días inaugurales: la primera fotografía ofi-cial de alumnos y profesores, con el rosado frontis de la Universidad de fondo; las ponderadas pruebas “mechonas” a que nos sometieron, tan diferentes a las agresiones que hoy padecen los estudiantes novatos; la entrevista tartamudeante con el Rector fundador, Gerardo Claps; las tardes fatigosas en la pequeña Biblioteca, transcribiendo capítulos en-teros de libros (por entonces, no existía la fotocopia), matizadas con sabrosas conversaciones a hurtadillas para escapar a la vigilancia del estricto bibliotecario; las clases vespertinas interrumpidas por frecuentes cortes de luz, y continuadas, luego, alumbradas con lámparas a parafina que Willy, el auxiliar factótum, colgaba diligentemente en ganchos ad hoc (si Wil-ly no llegaba, nos poníamos a cantar canciones de moda); las noches en que cuatro o cinco de nosotros, después de estudiar hasta la madrugada, nos dis-poníamos a dormir utilizando como improvisadas literas las estanterías del CIESA (Centro de Energía Solar Aplicada), del que uno de los nuestros era su

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secretario; las escapadas furtivas de algunas clases que nos aburrían, procuran-do no ser descubiertos por Sarita Inostroza, LA secretaria de la Universidad; las fiestas y pichangas donde reinaba el rock and roll y las amistades crecían y se fortalecían; el primer desfile de carros alegóricos en que todos hacíamos de todo. Recuerdo que mi “gran preocupación académica”, por entonces, era que los pro-fesores nos sometieran a las mismas exigencias de las grandes y antiguas univer-sidades. Así se lo expresé alguna vez, con cierta ingenua pedantería de novato, a la queridísima Irma Césped, que era nuestra profesora de Literatura Española Medieval y la Directora de la Escuela de Castellano. Poco a poco, la serie de casas de calle Prat, que servían de sede a la novísima Universidad, con sus escaleras y pasadizos más o menos laberínticos, sus antiguas habitaciones convertidas en aulas y oficinas, sus pequeños patios y salitas de estar, la biblioteca, la capilla o algún improvisado laboratorio o taller, devinieron espacios familiares y amables, que recorríamos gustosos y seguros a toda hora.

Éramos los alumnos fundadores. La Universidad nacía y crecía con nosotros. Cien alumnos y veintidós profesores que nos repartíamos en cuatro carreras represen-tativas del esfuerzo por integrar la ciencia y las humanidades, la tecnología y la educación. Aunque entonces no lo supe, creo que en la Universidad fui verdade-ramente feliz y que allí cambió mi vida para siempre. No sé si otros estudiantes, en parecidas circunstancias, hayan participado tan intensa y entusiastamente en todo lo concerniente al quehacer universitario. Y es que muy tempranamen-te se generó entre nosotros una verdadera comunidad de profesores y alumnos. Conferencias, exposiciones, conciertos, representaciones teatrales, funciones de cine club, audiciones de música comentada, torneos deportivos, jornadas, miti-nes, foros, veladas, bailes, paseos, desfiles de carros alegóricos nos convocaban unánimemente. Muchas de las amistades crecidas en el regazo acogedor de la Universidad, echaron raíces permanentes, y algunas que ya no están físicamente; nos acompañan en la calidez de nuestras soledades.

En lo que me atañe más particularmente, fui el primer solista del coro, que cantó el himno de la Universidad en la inauguración de año académico de 1958, actor del teatro, barrista en las competencias deportivas, integrante de grupos melódicos, infaltable en veladas y fogatas, y hasta monaguillo. Fui elegido Presidente de la Federación de Estudiantes (1959), las oficié de dirigente de la Juventud Estudian-til Católica, de representante de la Universidad en comicios comunales, jornadas estudiantiles y campamentos. Encabecé marchas de protesta, pegué carteles en pro de la autonomía de la Universidad, participé en programas radiales, en accio-nes sociales y pastorales; con Antonio Comis, diseñamos y publicamos el primer diario mural, que bautizamos Veritas. En 1959, fuimos activos testigos de la cere-monia de puesta de la primera piedra del barrio universitario que se construiría en los, entonces, baldíos terrenos de Angamos, encabezada por el Cardenal Raúl

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Silva Henríquez. Salimos a las calles para pedir ayuda por el terremoto del sesen-ta, en una campaña improvisada que culminó con un concierto de órgano a cargo del entonces Rector, Francisco Dussuel. En fin, estábamos en todo y en todas. La Universidad era el espacio propicio donde se iban perfilando nuestros destinos.

Fue por esos años que mi vocación por los estudios literarios y la pedagogía se fue decantando. Maestros inolvidables infundieron en nuestros espíritus sólidos saberes; despertaron irrenunciables apetencias intelectuales y propiciaron el de-sarrollo de capacidades críticas. Los recuerdo a todos con profundo afecto y agra-decimiento. Particularmente, a Gerardo Claps, de quien aprendimos el rigor de la reflexión filosófica y la entrega total a la causa universitaria; a Irma Césped, que nos inició en la investigación filológica y literaria y nos contagió su entusiasmo por la cultura y las letras hispánicas; a Elsa Abud, que a través de sus sensitivas lecturas de escritores contemporáneos nos comunicó la calidez de su humanismo cristiano; a Rafael Hernández, que nos entusiasmó con su oratoria ardiente y el fervor de su discurso pedagógico. También recuerdo con especial cariño, ¡cómo no!, a los sacerdotes que nos apoyaron espiritualmente: a Joaquín Barros (don “Joa-co”) acogedor y bondadoso; a Gustavo Arteaga, generoso y sin alardes; a Alfonso Salas, preocupado y previsor; a Guillermo Balmaceda (el “patroncito”), solidario hasta el final; a Antonio Mirabet, crítico, innovador, carismático y amigo hasta el presente. Y a la hermana Lía, cálida y solícita, entre los anaqueles de la biblioteca.

Sin casi darnos cuenta, el año ‘61 estábamos egresando los primeros siete alumnos de Pedagogía en Castellano (Stelia Bachiloglu, Eliana Díaz, Elsa Garbizo, Alicia Poblete, María Sierra, Delma Toro y yo), y los primeros seis de Pedagogía en In-glés. Ceremonia inolvidable, con toga y birrete incluidos, a los sones de “Pompa y Circunstancia”, de Edward Elgar. Ya no recuerdo lo que dije en el discurso impro-visado que hube de pronunciar en representación de mis compañeros; solo sé que canté, desde la tarima de los egresados, con los ojos húmedos y la voz quebrada, el himno de la Universidad. Recibí, entonces, un inesperado e inmerecido regalo: fui elegido por maestros y compañeros el mejor egresado, y en esa condición la Uni-versidad me concedió una beca para realizar una estadía en Santiago y Valparaíso, con el objeto de efectuar las primeras investigaciones tendientes a la elaboración de mi memoria de título, y cursar algunas materias en escuelas de temporada en las universidades capitalinas. En esos afanes, me sorprendió una nota del Padre Salas en que me informaba de mi nombramiento como profesor de la Universidad a partir del segundo semestre de 1962. Asumí las cátedras de Literatura Hispanoa-mericana y Estética Literaria con toda la seriedad del mundo, aferrado a mis libros y a mis fichas. En 1963, me titulé con la máxima distinción, ante una comisión examinadora de la Universidad Católica de Valparaíso, de la que, a la sazón, depen-díamos, con el aula magna abarrotada de compañeros y maestros que me hacían sentir la ventaja de “jugar de local”.

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Así, y por los diez años siguientes, mi destino académico y profesional siguió íntima-mente ligado a la Universidad del Norte. Como académico, fui miembro del Consejo Superior y de los consejos de docencia e investigación de la sede Antofagasta; fui Director de la Escuela de Castellano y del Departamento de Estudios Lingüísticos y Literarios, creado después de la reforma del ‘68, en la que participé apasionadamen-te. Publiqué en las revistas de la Universidad, seguí colaborando intensamente en las actividades de extensión; ¡cuántas veces acompañé a Andrés Sabella y a Haroldo Zamora en las inolvidables jornadas de la Sala Ercilla, o a la Hermana Elsa Abud en aventuras teatrales y radiales! Quiero destacar, en este aspecto, la realización de un seminario internacional de literatura, que organicé en 1968 y que contó con la par-ticipación de destacados académicos de universidades de Chile, Argentina, Bolivia y Perú. Creo que ese seminario marcó, simbólicamente, la mayoría de edad de los estudios literarios en la Universidad. Su producto no se perdió: los trabajos leídos en la ocasión fueron recogidos en un volumen especial, cuya difusión nos proyectó hacia centros importantes del país, América Latina, Estados Unidos y Europa.

En 1969, con razón o sin ella, un grupo de profesores y estudiantes nos tomamos la Universidad. Al año siguiente, solidaricé con colegas y me sumé a una huelga de hambre que duró un par de semanas. Así, para bien o para mal, la Universidad me tuvo de protagonista o de testigo permanente. En verdad, nada de lo que atañía a la Universidad me era ajeno ni indiferente; tan fuerte era mi vínculo emocional con ella. Y si bien los aciagos acontecimientos de 1973 consiguieron separarnos, solo me escindieron físicamente, pues en mi corazón y en mi mente seguí fuerte-mente unido a los avatares que mi Alma Mater sufría, como todas las universida-des del país, en los largos y oscuros años de dictadura.

En suma, después de quince años de estudio y trabajo en la Universidad, asistí, casi sin darme cuenta, a profundas transformaciones que nos situarían a poco andar —a mí, a la Universidad, al país— en un mundo muy distinto al que cono-cimos en la década anterior, cuando iniciamos nuestra vida universitaria, y que nos marcarían definitivamente.

Han pasado sesenta años desde que fui acogido por mi Alma Mater. He seguido de lejos su trayectoria y sus progresos, su expansión física y el importante incre-mento de la docencia (carreras de pre y posgrado) y de la investigación. También la he visto, ocasionalmente, de cerca y he tenido la oportunidad de ofrecer algu-nas conferencias y de participar en algún congreso organizado por ella. En todo este proceso, sigo echando de menos en ella una presencia más potente de las humanidades. El legado de los fundadores está escrito y patente en esas cuatro primeras carreras con que la Universidad se echó a andar y que representaron en su hora el afán ambicioso, pero absolutamente necesario, por hacer coexistir de modo equilibrado todos los saberes sobre el mundo y el hombre.

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Artículo 7Remembranzas de Osvaldo Maya Cortés:

DE UN TIEMPO QUE FUE

“Con el hilo que nos dantejemos, cuando tejemos”

(A. Machado).

Por Juan Álvarez Pizarro

OSVALDO MAYA CORTÉS

La mañana transcurría; vestigios de una nebli-na muy tenue se esparcían en una fresca bri-sa marina. Ese día, inicios de 1963, resultaría

importante. Mi aspiración de años fue ingresar a la Universidad. Ya había estado ante la comisión exa-minadora (por apellido, siempre era de los primeros en las listas) y, con la confianza de quien estudia-ra en colegio de religiosos, el trámite volvió a pare-cerme casi al modo de un ceremonial reiterado. Fui aceptado. Tras las atropelladas e inaudibles palabras de urbanidad de algunos de esos ocasionales compa-ñeros —las habituales del caso—, comencé a relajar-me. En ese momento reparé en su presencia. No lo vi llegar. Pero, de inmediato, algo advertí en él.

— Hola, soy Juan Álvarez Pizarro, me presen-té.

— ¡Mucho gusto, Osvaldo...!

Los apellidos creí no entenderlos bien. Quizás me impresionó la rudeza de su apretón de mano. En la rutina propia de estos encuentros, algo conversa-mos. Bien avanzada la mañana, uno de los profeso-res de su Comisión Examinadora le solicitó ciertos datos. Poco después ingresó a la sala de exámenes.

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Le deseé suerte y, casi por señas, nos despedimos. En esas condiciones conocí a Osvaldo Maya Cortés.

Iniciadas las clases, en las recién inauguradas dependencias de la Universidad del Norte, en la Gran Vía antofagastina, volvimos a encontrarnos. Por años, cimen-tamos una amistad que tal vez pocos entiendan, pero que ambos sentimos como un bálsamo espiritual. Nada de almas gemelas, simplemente lealtad por lealtad, mientras dure, precisó él una vez, o quizás fui yo quien se lo dijo. A su llegada, re-cuerdo que aún se hablaba de los míticos cien alumnos fundadores. Las estrellas, los primeros titulados, eran tres compañeros de Pedagogía. Nunca imaginé —le escuché decir, cuando supo del fallecimiento de uno de ellos— la amistad que cultivaríamos a los pocos años.

Él era un alumno universitario y no lo parecía. Por un tiempo creí que eso le satisfacía. Alguna vez se lo dije. Ni siquiera hizo un comentario, en una actitud de adulto que sabía lo indispensable de la vida. Silencioso. En ocasiones, algo huraño. Pero, de gran sociabilidad. Su comunicación la entablaba con facili-dad, no tanto con sus compañeros como con el personal de servicio. Mucho y hasta con afecto, me hablaba de su amigo Daniel; don Daniel, el último ma-yordomo de la Universidad. A diario charlaba con Hada Ildefonso, en la biblio-teca. Estimaba mucho a las hermanas Inostroza. Sus respetos siempre fueron para las religiosas de la Universidad y para el Padre Menu y el jesuita Squella. Durante años lo vi emocionarse hablando de “mi otra familia”, la familia Man-ríquez Astorga.

En una categoría aparte siempre consideré su reservada estimación por su profe-sora de Literatura Española, la señorita Irma Césped. Algo similar, al paso de los años, advertí en sus juicios para la Hermana Elsa Abud; Marta, su hermana, “fue mi profesora de Francés”, me dijo un día.

Eso de amigo de sus amigos, le calza como anillo al dedo.

— ¡Juanito, amigo mío!

Escucharlo y sentirme bien, fue la misma cosa. Y eso explica que ahora esté lu-chando con la redacción de estos párrafos.

— Me han pedido unas páginas especiales. Totalmente especiales. A la par que te vi, pensé: ¿quién mejor que Juan para escribirlas? ¿Aún conservas esos archivadores y carpetas con papeles, recortes de diarios y hasta curio-sidades que acumulabas por años?

Menos eufórico y con la frente arrugada, luego le escuché una confesión tal vez intuida, pero, hasta el momento, no formulada.

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— Sabes que hay temas que dejé de lado. Este es uno de ellos. Mi imagen en el espejo, nunca ha gozado de mi preferencia. Escribe unas páginas, no tan profundas, donde yo aparezca en medio de la Universidad. Hazlo como quieras y con rapidez. La censura, ahora, oblígala a callar. Sé que puedes hacerlo... Me quitarás un peso de encima.

— Y aquí estoy, solo, con esta responsabilidad. Comprometido con el amigo y con una indeclinable paradoja. Únicamente concibo una especie de con-trasentido, donde para iluminar lo sabido por algunos, recurriré a ideas que pocos recuerdan o quieren escuchar.

Osvaldo fue profesor universitario de Literatura Española. A la fecha, de él pue-den decirse varias cosas. Pero, íntimamente, entiendo que muchas son las que lo definen como hombre, aunque permanecen en absoluto silencio. Es mi suposición que así debe sentirse bien.

Sus compañeros de curso, enaltecían sus vocaciones. No eran muchos, pero eran muy buenos. Creo que entonces eso era normal. Se lo destaqué un día. Su respues-ta fue: “Estudio para ser un profesional de la Pedagogía”.

Al terminar sus estudios, volví a pensar en eso. En su discurso representando a su generación, en el Teatro Latorre, el concepto vocación está subyacente. En parte de él, instaba a sus condiscípulos y familiares a guardar como preciado tesoro “una límpida imagen de esta Universidad y de todas aquellas personas que con su esfuerzo visionario, permitieron que la simiente de vuestras aspiraciones fructifi‐cara en hermosa realidad”. En esa imagen o cuasi bosquejo, caben universidades de todos los tiempos, porque allí está la socialización sin exclusión alguna, de los que responsablemente han de constituirlas. Luego proseguía hablando de una institución dinámica, solidaria y en constante perfeccionamiento: “La Universi‐dad es producto del esfuerzo mancomunado de todos aquellos que, de uno u otro modo, aportan su granito de arena para cimentar esta Obra que, día a día, debemos ir perfeccionando para el bien de nuestra sociedad”.

Hablaba con convicción y serenidad: la Universidad, en su apreciación, era la ex-presión real de un proceso de educación permanente. Un título universitario lo juzgaba “el inicio de una nueva etapa de vida” y el incremento de nuevas aspiracio-nes profesionales, responsabilizando a todos como “depositarios del prestigio de nuestra Universidad”. Todo este ideario lo sistematizaba en estas palabras: “Que este compromiso de honor se haga carne en vosotros, guiándolos por un sendero nimbado de éxito que es premio de todos los corazones en que se anida un honesto afán de superación”. El prestigio de ciertas casas de estudios superiores, ¿dónde está hoy? Supuesto que esté en algunas (es lo correcto), ¿en qué radica?

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Vamos al pasado. Gustavo Arteaga Barros S.J., en septiembre de 1956, en el discurso de creación de la Universidad del Norte, fue quien habló de “un centro de cultura superior que ilumine el porvenir de nuestra juventud estudiosa con la luz radiante de su doctrina”. Seis meses después lo hacía Gerardo Claps Gallo: “En esta Universidad católica no habrá jamás una presión (…) la personalidad de todos sus miembros será res‐petada”. En mayo de 1957 el Obispo de Antofagasta, Monseñor Hernán Frías Hurtado, admitía que “la Universidad vive renovándose, se presenta como un centro de ansias por lo mejor, como un regazo de cálidas aspiraciones, como un nido fecundo de ideales”.

De regreso al punto educacional-universitario, en todo este planteamiento —pa-labras, solo palabras de un joven que recién terminaba sus estudios— hay algo consubstancial a las ideas primigenias. Hoy, cargado de años, he dado en imagi-nar que siempre supo de estas cosas. En su diaria actuación pedagógica, eran sus verdades esenciales. Cada una de esas ideas —es importante el detalle— forma parte de un conocimiento de hace cincuenta años. Pero, por su proyección y tras-cendencia es fácil de comprobar que se encuadran, sin dificultad, en el entorno teórico educacional más contemporáneo. En estos días, ¿quién podría estar al margen del caos que se ha apoderado del país?

Osvaldo creyó en el Estatuto Orgánico (29 de mayo de 1964), cuyo Artículo Se-gundo especificaba que: “El objeto de la Universidad del Norte es la conservación y acrecentamiento de la cultura a través de las ciencias, las letras y las artes, desta‐cando en ella los valores propios del mundo cristiano, para lo cual promoverá una educación integral...”. Allí estaba el todo. La parte era para él su Departamento de Letras que caracterizaba como “...una colectividad de amplia base, donde conviven personas en dialógico contacto para ofrecer la diaria y creativa lección humanista, con afán de servicio y connotaciones ético‐profesionales sublimadas por un vínculo cristiano y católico” (19 de mayo, 1978).

Hay cosas que, una vez admitidas, permanecen en el tiempo. A fines del año citado (según confirmo el dato), en un Seminario Nacional, expuso que: “Frente a un mundo complejo y multifacético es común que muchos se proyecten por amplias vías pragmá‐ticas, adornadas por la proclividad al exitismo discriminatorio, sin advertir los riesgos. La Universidad generadora de cultura, como la nuestra, inserta en un complejo escena‐rio donde la inmensidad tiende a minimizar al hombre, privándolo de incentivos tras‐cendentes, debe asumir con entereza el desafío de aportar, a ese hombre y su sociedad, los medios culturales que lo sitúen en la senda del humanismo integral”. Eran los años en que la Universidad se entendía, en principio, como una “Universidad comprome-tida” donde lo normal era sumar esfuerzos para el progreso de la sociedad toda.

— Al repasar esta parte del escrito, me asalta una inquietud. Mis referen-cias, ¿tendrán la suficiente objetividad? o ¿restarán méritos a la intención comunicativa? La confianza de Osvaldo, por momentos, me intranquiliza.

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— Tienes mucha información que pocos conocen, me manifestó concilia-dor; pero, ¿habrá alguien que pueda conocerlo a fondo?

Muchas cosas hay en su vida. Simplemente las ha hecho. Les da una escasa im-portancia. Cuando le dije que su existencia la veía como una sucesión de vacíos, donde desaparecían sus realizaciones; me miró como diciendo, “de dónde sacaste esa idea”. Acto seguido, se limitó a sostener: es perfectamente posible.

Algunos —¡perdón!, preciso: creo que pocos—, hablan de sus escritos. Ensayos li-terarios de relativa extensión. Él ni siquiera sabe cuántos ha escrito. Por años, sus conferencias las desarrollaba y luego, sus notas, las obsequiaba. Con otro tipo de escritos, hacía lo mismo. Los entregaba a quienes suponía que se interesarían en ellos. Para mí fueron varias páginas con temas de educación y algunas de psico-pedagogía centrada en el cliente, aunque mi preferido sigue siendo uno de título algo raro: “Don Juan Manuel: El Conde Lucanor o Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio. Enxiemplo XIX: “De lo que contesció a los cuervos con los búhos”. Estudio analítico‐comparativo de fuentes”. Me gusta, insisto, quizás por el título. Del tema literario, solo diré que me llevó tiempo entenderlo. ¡No, no! Mi preferencia, no vale un comentario. A veces me detengo en otro: Prosa paisajística mironiana a través de la estilística de Dámaso Alonso. Hay gustos para todo. Se impone, como evidente, mi opción por temas de educación. No obstante, en esto de textos casi de realismo mágico, podría llevarse las palmas uno en que participó en un equipo de investigación lingüística: Plan Piloto de Integración Universitaria Latinoamericana para la Docencia y la Investigación del Español. El documento fue avalado por nuestra Universidad, la Universidad del Valle (Cali, Colombia) y la Universidad Sur colombiana (Neiva). Su pie de imprenta es colombiano, pero por el lugar en que se realizó, gentilmente dice “Antofagasta, noviembre de 1979”. En el ámbito de sus publicaciones (recuerdo alrededor de una decena de volúmenes), siempre lo he juzgado como un observador metódico y perspicaz, con capacidad para integrar una infinidad de datos esclarecedores.

Él es de una época especial. Su vida y formación universitaria le dieron una pers-pectiva singular. Del corazón de Europa, el París de los años sesenta, los movi-mientos estudiantiles remecían conciencias. Entre nosotros, todos participaban en pro o en contra de las nuevas ideas juveniles. En Chile, la juventud no solo se integraba a los estamentos políticos. Era época de cambios, en el más amplio sen-tido de la palabra. En España le correspondió vivir el franquismo que se tamba-leaba en sus últimos años represivos. Su regreso a Chile coincidió con el inicio del pinochetismo. Una vez, creo que por 1966, luego de haber asistido a una concen-tración política en la Plaza del Mercado, algo ofuscado, dijo: “lo único que vi en la Plaza, fueron pijes que no saben nada del pueblo”. Ese juicio es de alguien que por años trabajó como obrero. Eran los días en que gustaba Salmos, libro con la poesía

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de Ernesto Cardenal. Siempre queda algo de estas experiencias. Recuerdo que ha-cia fines de 2011 me habló de una mañana que había pasado con los “indignados” de la Puerta del Sol, en Madrid. ¡Indignaos! de Stéphane Hessel y ¡Comprometeos! con la “insurrección pacífica” y algo más, son libros que hay que leer, enfatizó. Pese a los años, silencioso, sigue fiel a sus convicciones.

— Hay designios que las circunstancias encauzan de modo imprevisto. Pre-monitorio discurso debió considerarse el del Décimo Aniversario (1966). El rector Carlos Aldunate Lyon habló de “una Universidad creada para una región en que el hombre con su trabajo lo es todo.

El Hombre y su trabajo cobra aquí una estatura única: y la Universidad se fun-dó para este hombre y a través de este Hombre para el desarrollo del Norte.

Toda Universidad es una comunicación humana, un contacto de alma a alma. (…) En la Universidad se forjan los caracteres; es una sociedad donde el estudiante acciona, reacciona, forma su personalidad”.

— Cuando en el tránsito de esa década, aquella dinámica que integraba hombre, trabajo y Universidad, fue perdiendo eficacia y, más aún, se diso-ciaron sus elementos, la impresión que predominó fue la de un debilita-miento de la misión que le permitía ser una entidad de desarrollo cultural. La sociedad nacional estaba cambiando. Nuevas conciencias ya actuaban de consuno en la Universidad.

— Los de entonces, dialogamos de cosas que fueron. Época especial, sin duda. Época de diarias y reiteradas diatribas. A la memoria vienen añejas consignas y minucias de moros y cristianos. Ideario reformista. Reorienta-ción de la ciencia social. Ideales democráticos y revolucionarios. Cambios cualitativos y cuantitativos. Autonomía y compromiso. Participación y efi-ciencia. Autoridades unipersonales y co-gobierno. Universidad reformada y tantas más.

En un texto presentado en un Congreso (de Educación, por cierto, y ya que esta-mos en el tema), me detengo en algunas ideas. “Una dinámica asociación enlaza Humanismo y Letras, tal cual hay una relación natural entre Letras y Universidad. Humanismo, Letras y Universidad son realidades trascendentes cuyas implicacio‐nes han contribuido, a través de los tiempos, y aún contribuyen a cimentar una ci‐vilización y facultan una cultura”. En 1986 esta idea pudo caer como balde de agua fría en algunos docentes universitarios civilizados, pero sin cultura. Las carreras de letras, básicas en la fundación de la Universidad, estaban en extinción con el incondicional beneplácito de ciertos profesionales noveles. Alguien, seguramen-te, desconocía el Acta Fundacional: “Las Escuelas Universitarias de Filosofía y Le‐tras e Ingeniería (…) como las que en adelante se abrieren (…), serán dependientes

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de la Universidad Católica de Valparaíso hasta que, obtenida la autonomía legal y reconocimiento de sus títulos, pasen a constituir oficialmente la UNIVERSIDAD DEL NORTE”.

Sin entrar en trivialidades pasionales, el párrafo siguiente lo que hace es profundi-zar, especificando que “Humanismo, Letras y Universidad son realidades que en sus efectos tangibles, inciden en ese mejoramiento espiritual que facilita las relaciones humanas; son, obviamente, valiosas realidades culturales y de allí aflora su potencia‐lidad civilizadora de contribuir al progreso científico, material, artístico, espiritual, etc., de los contextos sociales en que llegan a darse”. Nada de “todo tiempo pasado fue mejor”. Las evaluaciones cualitativas, siempre terminan por imponerse. Lo ma-terial, cuantitativo así como se ve, también tiene su segundo para desaparecer.

Esas tres realidades y el progreso cultural, son el preludio para el siguiente acápite acerca de “La Universidad y la migración de hombres de Letras”. En parte de este se lee que “al ser las tres realidades culturales precedentes de exclusiva incumbencia de los Hombres, es imperiosamente necesario abordar el deterioro de cualquiera de ellas en el seno de las instituciones sociales”. Si aquí rondan de modo negativo aquellos llamados “apagones culturales”; también tiene cabida la positiva y potente idea de una educación absolutamente incluyente, en un marco de igualdad social.

“En la Universidad, institución social —denuncia el texto a continuación—, al cabo de sus treinta años, más de algo había sucedido. Hombres que cifran su quehacer en torno de las Letras, escasamente logran vivir su disciplina, la razón de sus vidas, en un contexto de par entre pares. De público conocimiento es lo acontecido y como debo darle un nombre —escribió Osvaldo, para esa ocasión—, le corresponde el que caracteriza al ciento por ciento de los desplazamientos de grupos sociales: permí‐tanme hablar de una “importante migración de hombres de Letras”.

— Hoy al escribir, treinta años después, cuando el gran escenario del mun-do es de otros personajes, a instigadores y ejecutantes de las acciones aquí enunciadas o subentendidas, pero no olvidadas, ¿qué se les debió decir? Si no lo pensaron in illo tempore, es momento de hacerlo: el servilismo obnu-bila mentes y despoja de la dignidad.

No en ánimo de moralizar —cosa muy ajena a él, ¡nada tiene de moralista!—, sino para corroborar lo esencial de su perspectiva frente a un futuro que veía catastró-fico para la vida universitaria, y seguro de que los aludidos no conocían a Séneca, recurre a la obra Cartas a Lucilio, Libro VII, Carta LXVIII, “Del ocio fecundo”, y cita esta categórica idea: “Nunca está el sabio más activo que cuando contempla ante sus ojos las cosas divinas y humanas”, que él juzgaba como punto de partida común de la auténtica y productiva actitud hacia las Letras, hacia el Humanismo y, por ende, hacia la Cultura.

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En párrafo aparte complementaba su posición, especificando que “el fruto de esa contemplación de las cosas divinas y humanas, es el legado de enorme productividad a que aspiran o debieran hacerlo, todos los que en el marco de la Universidad defi‐nen su razón de ser en el ejercicio de la docencia, pretendiendo que su disciplina, al igual que todas las otras, contribuya al desarrollo cultural”. La Universidad nunca ha sido un dar para restringir. La Universidad compromete con su dar generoso. Luego, cada cual ha de continuar haciéndolo.

Estos pocos argumentos inducen a recordar que “el concepto de Universidad acoge una vocación humanista que lo valida al admitir que las ideas son patrimonio de los hombres y están al servicio de ellos. Cruzar este pórtico es entender que “las ideas son de todos y cada cual pone en ellas algo de su alma. Esta rotunda verdad de Una‐muno, alcanza la plenitud de su significado al asociarla con los hombres de Letras y su, a veces, incomprendida labor”.

“Nada, por lo tanto, de imponer ideas para luego someter o someterse a ellas o a sus dictados, argumentando de modo acomodaticio, rectitud, consecuencia, acatamien‐to, pues eso es lo contrario del Humanismo como modo de vida”. “O tempora! ¡O mores!”. De algunos tiempos y costumbres, más vale no acordarse.

“Toda Universidad ha de hundir sus raíces en el Humanismo y, consecuentemente, mostrarse pluralista para garantizar su lugar a todas las disciplinas que la hacen ser y le permiten aspirar a netas especializaciones para quienes se forman en ellas”. La Universidad solo es tal, si genera progresos, sin exclusión alguna.

— El final, siempre el final. Y consciente de haber expuesto lo necesario, consignó: “Recapitulo algo de la expuesto: desde mi punto de vista Humanis‐mo, Letras y Universidad contribuyen al progreso cultural, pero en nuestra Universidad la migración de hombres de Letras redujo a una mínima expre‐sión los efectos del ‘ocio fecundo’, y puso en juego la vocación humanista que la caracteriza desde sus orígenes”. Es el momento para dejar de lado estos viejos escritos de Osvaldo.

Un día de abril de 1988, pasadas las 19:30 horas, lapso en que habitualmente se retiraba de su trabajo, coincidimos y nos desplazamos por un largo pasillo.

— Venía pensando en Machado, me dijo, y, mirándome, continuó:“Converso con el hombre que siempre va conmigo—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;mi soliloquio es plática con este buen amigo,que me enseñó el secreto de la filantropía”.

— Siempre me han gustado estos versos alejandrinos. Se prestan para las grandes ideas, dijo con aire reconcentrado.

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— Quizás por eso a muchos agrada ese “Retrato” de Antonio El Bueno, como lo llamas tú, le acoté.

— Es un poema que está más allá de todos los tiempos, para acunarse am-parado en la conciencia de hombres que espiritualmente son transparen-tes...

Aquí y ahora, cabe una pequeña verdad. Bastante de aquello, debo admitirlo, fue rescatado de mi conciencia no sin esfuerzo. Los años y sus eventualidades casi me han permitido atar algunos cabos que, entonces, quedaron sueltos.

Salimos de la Universidad. Nos despedimos, con apretón de manos. Él se dirigió a su casa, a dos o tres cuadras. ¡Nada había cambiado! Hasta dispuse de tiempo, esperando la locomoción, para recordar el final del poema machadiano:

“Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,el pan que me alimenta y el lecho donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,y esté al partir la nave que nunca ha de tornar

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,casi desnudo, como los hijos de la mar”.

Días después me enteré. Ese viernes 29, dejó de ser profesor universitario. Respec-to de ese acontecimiento, más que una explicación, se limitó a precisar: “Un día llegué, solo. Lo que hice en ella y por ella, perdió su sentido. La Universidad cambió. Ya no era la mía. Eso fue todo. Ningún resentimiento. Ahora, a empezar de nuevo algo diferente”.

NOTA BENE:

Algo puede decirse aún. “Lo vivido son recuerdos de un tiempo que fue y, como re‐cuerdos, han de permanecer”. He intentado ser fiel a tus palabras.

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Tierra Nueva 2016

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Artículo 8A 60 años de nuestra Universidad:

TESTIMONIOS DESDE SAN PEDRO

DE ATACAMA

En los años en que se gestaba el nacimiento de la Universidad del Norte, la valoración de la historia y las culturas del norte del país esta-

ban plenamente vigentes. Era una de las causas del porqué merecíamos contar con universidades regio-nales para sistematizar mejor nuestras propias rea-lizaciones del pasado y presente. Los movimientos fundacionales laicos y católicos acogían los hechos del pasado que otorgaban sustento identitario y or-gullo por una territorialidad natal, que unían a mo-ros y cristianos en la fascinante posibilidad de ges-tionar la formación de conocimientos desde aquí, sin depender de universidades centralizadas y alejadas. Entre estos líderes de opinión conocí al R.P. Gerar-do Claps, jesuita y antofagastino, primer rector de la Universidad del Norte, quien además era un fer-viente activista de lo que hoy llamamos Patrimonio Cultural de la región (no solo de la nación). Compartí su amistad y su discurso. En este escenario tan es-timulante por lo germinal llenábamos los cafés del centro de Antofagasta y los coloquios nocturnos en el célebre “Tatio”, bajo las poesías de boca de Sabella y Bahamonde, y allí mismo nos imaginábamos el fu-turo de la Universidad del Norte y la Universidad de Chile que en muy corto tiempo ya tenían sus sedes a lo largo de todo el norte del país.

LAUTARO NÚÑEZ ATENCIO

Se inició en la Universidad Católica del Norte en el año 1970 como profesor de Prehistoria de Chile en el Departamento de Ciencias Sociales. En el año 1974 se incorporó al Museo Arqueológico en San Pedro de Atacama. Desde el año 2001 se desempeña como Profesor Titular en el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo en dicha localidad. Entre los años 1990 al 2001 fue director de esa unidad. Se doctoró en la Universidad de Tokio (1985), es Premio Nacional de Historia (2002) y Doctor Honoris Causa de la UCN.

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68 | ARTÍCULO 8: Testimonios desde San Pedro de Atacama

Gerardo me habló de Le Paige, y particularmente yo lo había visitado cuando supe que montaba su Museo en la Casa Parroquial y luego lo escuché en Arica en el año 1961, a raíz del Congreso Internacional de Arqueología. Allí nos introdujo en su propia obsesión: los materiales paleolíticos. Por su perseverancia y entusiasmo, además de la profunda curiosidad que despertó en Arica, nos reunió en el año 1963 en el Congreso Nacional e Internacional celebrado en San Pedro de Atacama, cuando se fundó la Sociedad Chilena de Arqueología. Tenía el apoyo de sus cole-gas jesuitas, de la Asociación de Hijos del Valle de Atacama y de los investigadores de la Universidad de Chile de Santiago, que abordaban problemas de esta área atacameña. Daba gusto verlo rodeado de esos vecinos atacameños, de militares y sus asistentes, levantando el techo de lona para cubrirnos durante el Congreso en una de sus primeras galerías del en ese entonces “nuevo museo”, aún en plena construcción. Recibía un apoyo transversal que comenzó a poner en el mapa a este oasis arrinconado por una modernidad que no entendía la complejidad y el valor del “mundo” andino.

Le Paige se vinculó con el movimiento fundacional de la Universidad del Norte en tanto exponía otra historia tan épica como las posteriores: el pasado arqueológico atacameño. Esta otra sociedad distinta y distante que ni siquiera tenía cabida en los textos de investigación y docencia de la historia patria. Los atacameños de su entorno acogían como suyo su pasado arqueológico que surgía de sus investiga-ciones y que les permitía asomarse a la historia y cultura de este país, más allá de la marginación con que se trataba en ese entonces a los pueblos originarios.

En este sentido, la obra de Le Paige comenzó el mismo día en que arribó a San Pe-dro de Atacama desde la iglesia de Chuquicamata, desde donde advirtió comuni-dades étnicas “dejadas de la mano de Dios”, y yo agregaría: del Estado, además de los “otros”, los urbanos... De misionero en África, medio castigado por adelantarse en la adecuación de los rituales formales con los étnicos, qué otra cosa podía hacer sino arrancarse a San Pedro, al mismo desierto de Atacama, al núcleo mismo de esta pequeña nación olvidada.

Fue así como la obra inicial de Gustavo Le Paige, arraigado en San Pedro de Ataca-ma desde el año 1954, comenzó a mostrar un pasado aún más remoto en momen-tos en que las investigaciones arqueológicas, igualmente como las históricas y antropológicas, comenzaban también a valorarse en los museos de la Universidad del Norte en Arica, Iquique y Antofagasta, siendo San Pedro y Arica los puntos de mayor irradiación. Para los que creen que las disciplinas fundacionales de la UCN fueron claves para su actual desarrollo y prestigio, (léase geología y otras carreras sincrónicas), hoy se han consolidado en la Universidad diversas disciplinas a nivel de postgrado. El Doctorado en Antropología acreditado de San Pedro es parte de este contexto, asociado a una alta tasa de publicaciones en Thomson Reuters,

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libros monográficos, revistas indexadas y numerosos proyectos concursados en relación al número de académicos, sustentados en investigaciones arqueológicas, bioantropológicas, antropológicas sociales, etnohistóricas, geográficas-cultura-les y museológicas con estándares nacionales e internacionales. Como para no dudar, nuestros fundadores intuían con claridad que estas disciplinas tendrían consecuencias de alto valor académico, en respuesta a un medio enraizado en procesos sociales y ambientales, derivados del habitar en un paisaje construido en un desierto de verdad. Ciertamente, durante este trayecto de sesenta años, poco a poco nuestra disciplina comenzó a posesionarse de su rol académico creciente, de menor a mayor complejidad hasta el momento de esta celebración.

En los años ‘60 se inauguró el Departamento de Historia en Antofagasta, para formar profesores de Estado. Tres distinguidos historiadores crearon este ámbito que cubría un vacío notable: José María Cassasas, Adolfo Contador y Salvador Dides. Me incorporé allí en 1970, gracias a la invitación para un curso por horas que precisamente le daba a la historia una mayor profundidad cronológica: la Pre-historia de Chile. Posteriormente, cuando la arqueóloga Guacolda Boisset creó la Escuela de Arqueología, me trasfirieron a ella, donde, y a pesar de cerrarse por el efecto de la dictadura, se logró formar una importante generación de arqueólogos que cubrieron distintas regiones, desde La Serena a Arica, precisamente en el norte del país, destacándose de ellos hoy varios doctores que han trascendido en el ámbito internacional. Cerrada esta carrera fue necesario plantearse cuál sería el futuro de la experiencia ganada en Antofagasta. En tiempos de dictadura no era fácil crearse muchas expectativas académicas, sin embargo, Gustavo Le Paige ha-bía convencido con su pasión y su labor tan visible ante todos los rectores, que su obra debía valorarse de uno u otro modo. No debe olvidarse que recibió por una-nimidad el Doctorado Honoris Causa en el año 1975, oportunidad en que el Rector Hernán Danyau Quintana me sugirió que acompañara a Le Paige al acto oficial con un terno nuevo... Fue lejos una misión casi imposible, entre otras causas por su voto de pobreza. Para cumplirla le rogué que de no hacerlo corría el riesgo que me bajaran a Antofagasta sin un destino académicamente cierto, a pesar de que este Rector era un gran devoto de esta disciplina... Lo logramos y de regreso a San Pedro, en plena Pampa Unión, así, con su nueva indumentaria, me obligó a parar para recoger artefactos que él sabía que allí estaban, porque un tiempo atrás los había descubierto: un enorme taller “paleolítico”. Allí su terno nuevo duró poco, porque se llenó los bolsillos con grandes artefactos, y empolvada totalmente su vestimenta no era diferente a la anterior...

Los sobrevivientes de Antofagasta presentamos a la Rectoría un proyecto que debía fundar el actual Instituto asociado al Museo. Queríamos darle fuerza académica con más investigadores residentes a la obra museológica de Le Paige y, por cierto, a sus hipótesis, sitios-claves y colecciones arqueológicas que atraían cada vez más a

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investigadores nacionales y extranjeros. Por lo menos queríamos fortalecer las dis-ciplinas más pertinentes en ese tiempo: arqueología, bioantropología y museología.

En verdad, este proyecto no era tan diferente a una hoja manuscrita que me mos-trara Le Paige antes de su fallecimiento, puesto que desde el año 1973 a 1980 co-laboré con su obra, viviendo en su ámbito, a consecuencia de una invitación que me hiciera para aplicar allí un programa que yo conducía bajo el patrocinio del Smithsonian Institution sobre los primeros poblamientos en Chile. Recuerdo que su nota se titulaba: “Creación de un Centro de Investigaciones en San Pedro de Atacama”. Su muerte, acontecida en el año 1980, asombró a las autoridades de la Universidad y hasta se comentó una eventual designación de un Director del Mu-seo recaída en un militar jubilado... Felizmente el proyecto académico fue aproba-do y con ello podíamos fortalecer, a partir del año 1985, la continuidad de su obra, sumando ahora nuevas visiones teóricas y metodológicas y, por cierto, afianzar el rol de la Universidad del Norte en el medio atacameño. Aunque sea a destiempo, puedo confesar que no logré convencer a mis amigos académicos que nuestro de-sierto no solo era mar, minería y puertos, sino que más al interior había un mundo natural y renovable no valorado y que San Pedro de Atacama debía transformarse en una sede para articularlo in situ. Así, como Coquimbo que se entendía tan bien con el mar, soñaba con San Pedro provisto de más disciplinas para comprender su pasado y presente con sus gentes y sus recursos desde la agricultura a la gran minería, por nombrar solo dos cuestiones aparentemente irreconciliables.

De modo que los colegas de Antofagasta se integraron a esta nueva institucio-nalidad que fue la base del desarrollo académico creciente y más complejo que sustentó las bases de lo sucedido desde el año 1980 hasta hoy. La renovación cien-tífica se venía gestando ya en los últimos años de Le Paige. Para demostrar ciertas conexiones internacionales, preparamos juntos ya en 1978 un simposio interna-cional sobre tecnología paleoindia con Smithsonian Institution. En ese sentido su imagen era la salvaguarda de las investigaciones arqueológicas, aunque teníamos claro que los temas étnicos permanecerían vedados por más tiempo. Gradualmen-te se tejían ciertas confianzas, en tanto se sucedían eventos de jerarquía, como la Escuela de Campo Internacional de Arqueología Andina y Costera en conjunto con la Universidad de Cornell. Es más, se incrementó el personal científico y asis-tencial de San Pedro, al tanto que se apoyó la edición de nuevas publicaciones, como la revista Estudios Atacameños, incluyendo el mejoramiento de la infraes-tructura del museo. Con la muerte de Le Paige nos enfrentábamos en verdad al riesgo de perder este énfasis científico que él mismo disfrutaba por el reconoci-miento implícito que recibía por su rol fundacional.

En efecto, desde este tiempo, cuando proponíamos la creación del Instituto de Investigaciones y Museo, los ex académicos de la sede Antofagasta teníamos en

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mente una propuesta más compleja, con un montaje museográfico actualizado, conservación primaria de colecciones, una mayor diversificación de las investi-gaciones, mejoramiento de la documentación e infraestructura, paralelo al acer-camiento de la cuestión étnica. Esto es, pensábamos, abordar todo el proceso socio-cultural andino-regional a través de la identificación, análisis, conservación y difusión museográfica con investigaciones interdisciplinarias del pasado al pre-sente, y la apertura de docencia de postgrado. Con estas esperanzas y expectati-vas celebramos el advenimiento del régimen democrático.

Efectivamente, ya antes, en el año 1983, para preparar este nuevo escenario or-ganizamos el Primer Simposio de Arqueología Atacameña, donde tomamos las debidas precauciones para abordar problemáticas comunes con la participación de colegas de los países limítrofes. Ocurría que durante el paso paulatino a la democratización de las universidades nos imaginábamos cómo actualizar los en-cuentros interandinos. Así, y dentro de la esta línea, preparamos posteriormente con los colegas incorporados a San Pedro de Atacama el Coloquio de Integración Sur Andina: Cinco Siglos Después, por el año 1996, poniendo de relieve la integra-ción de estas disciplinas a través de un “nodo de complementariedad reticular” con reputados colegas independientes de Arica y académicos peruanos.

Fue de tal relevancia este evento que, junto a las ponencias que publicamos, con-tamos con la presencia de líderes étnicos aymaras y atacameños, cuando se reco-noció desde la academia y la dirigencia andina la necesidad de interactuar ante la crítica situación de la cuestión étnica del norte que ya se abría con notoriedad. Tal vez sea la propuesta de los jóvenes colegas arqueólogos de la Universidad Ca-tólica Santa María de Arequipa, presentada a este Coloquio, el mejor ejemplo de búsqueda de integración académica al proponer ese viejo anhelo que todos com-partíamos en torno a la creación de una Escuela de Postgrado. Teníamos el apoyo de las universidades del Centro Sur Andino. Se trataba de aplicar la iniciativa ya acordada en el Coloquio de Paracas y ratificada en Antofagasta bajo el patrocinio de UNESCO y la Universidad del Norte en el año 1977. Estas ideas gradualmente nos condujeron a consolidar esas posibilidades, cuando más tarde con colegas de la Universidad de Tarapacá propusimos la creación del magíster que nos acercó después al doctorado.

El conjunto de estos eventos y el acercamiento a las relaciones interdisciplinarias nos condujeron a los arqueólogos a integrar a otros investigadores para impulsar una visión más holística, ampliando el cuadro académico. Aspirábamos a estu-dios etnohistóricos, antropológicos sociales, etnográficos, sin olvidar los avances a nivel museológico con énfasis en más conservación y documentación, incluyen-do educación patrimonial a nivel de las comunidades locales. Sabíamos que solo la excelencia académica nos acercaría a las nuevas propuestas de este tiempo: todos

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deberíamos ser doctores bajo el principio que la palabra escrita en publicaciones pertinentes era y sigue siendo la mejor vía para someter a escrutinio científico nuestras propuestas... Había que valorar a muertos y vivos frente a los nuevos paradigmas que se insertaban en un territorio cada vez más intervenido por mo-delos de explotación que no valoraban la sustancia social local. Se disponían bajo los idearios neoliberales entre ciclos mineros más o menos insensibles al medio sociocultural y ambiental ante el abandono de la productividad de la tierra fértil. Por eso era importante reconocer, como lo hacemos ahora, que no solo lo andino debería ser el objeto de nuestras indagaciones, sino preocuparnos de todo lo que sucede en las complejas relaciones entre la sociedad en plural y el medio geográ-fico de un desierto singular y sus conexiones extra territoriales, bajo el prisma de las disciplinas que nos son propias por las varias décadas de acompañamiento. Pensábamos siempre, como ahora, que el Museo es la gran vitrina retroactiva que enseña a todo público el resultado de las investigaciones en curso. Desde la me-talurgia prehispánica a los actuales y futuros proyectos alternativos que reempla-zarán el ciclo del cobre…, desde el maíz prehispánico a los cultivos hidropónicos de hoy…, desde las caravanas de llamas prehispánicas a las complejas vías moto-rizadas vigentes…, desde las migraciones prehispánicas a las actuales..., desde los alimentos y la biología prehispánica a las innovaciones locales de hoy..., desde la ritualidad y artesanías prehispánicas a las actuales..., desde la vida prehispánica a las trasformaciones contemporáneas para habitar el desierto con plena armonía…, y suma y sigue...

Han pasado treintaiséis años y el ideario de Le Paige se siente hoy bajo su frase tantas veces reiterada que incidía en que su obra era el comienzo de una academia mayor. El Instituto no cayó en paracaídas y lo cuidamos como la base de un pro-ceso donde las nociones de investigación y la valoración museológica fueron y son co-sustanciales con la historia misma de nuestra Universidad. Fue y es una heren-cia académica gestada por quienes nos antecedieron y por nosotros mismos, que ahora buscamos optimizar las dos manos de un mismo cuerpo universitario que cruza momentos de crecimiento y una mayor complejidad que otorga su madurez institucional. Hablamos del actual proyecto de “nuevo museo” y fortalecimiento del Instituto, cada cual con sus objetivos, instalaciones, equipamientos, equipos, programas y personal científico y técnico, pero unidos por una sola institución bi-valente, a la espera de los acuerdos que surgirán de una alianza interinstitucional entre sus actores: Universidad Católica del Norte, SUBDERE, Municipalidad local y comunidades étnicas, para redoblar los esfuerzos en torno al perfeccionamiento académico junto a un correcto acompañamiento a los idearios atacameños.

Al respecto, son necesarios algunos antecedentes previos. Le Paige levantó su Museo con los asistentes atacameños, varios de los cuales aún cumplen funciones en esta unidad, y desde rústicos mesones con todas las colecciones expuestas, sin

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protección, se transitó durante los inicios del Instituto a montajes más modernos con vitrinas y textos didácticos. Diversos montajes cada vez más perfeccionados llegaron gradualmente a lo que se exhibiría hasta hace unos meses. Sin embargo, el Museo “de” Le Paige fue levantado sin constructores ni arquitectos (salvo el diseño general), de modo que sobre bases de piedra se levantaron los muros de adobes con refuerzos de cemento en las entradas a cada galería. Son tres mate-rialidades tan disímiles entre sí que, al moverse en distintas direcciones con un par de grados, más los sismos, lo habrían abatido completamente. Su caída era irreversible y con ello el colapso de las colecciones más valiosas por su alto valor iconográfico. Nos preocupaba esta situación, al punto que se iniciaron diversos intentos por resolver esta problemática con proyectos que no lograron financia-miento. En cuanto el Estado es propietario legal del patrimonio arqueológico a través del Consejo de Monumentos Nacionales, al permitir que la UCN haya sido por tantas décadas el custodio de este legado patrimonial, ha confiado en su in-vestigación, conservación y valoración general de estas colecciones. Hoy se han observado todos los esfuerzos realizados por la Universidad y los actores del pro-yecto vigente para llevar a cabo el traslado de la “casa antigua” mientras espera-mos la “nueva”. Seguimos investigando y cumpliendo con los roles académicos en un edificio prefabricado y bien adecuado. Buscamos los modos para incrementar las investigaciones y la formación de doctores, dando a su vez importancia a la formación y participación de la comunidad local a través de tareas conjuntas. Ya antes y ahora hemos aunado voluntades para apoyar la enseñanza del patrimonio cultural y natural atacameño (Ej: Creación de la Escuela Andina, cursos de capa-citación, entre otros), además de la valiosa incorporación del personal atacameño al quehacer institucional.

Quién lo diría... que desde la exhibición en la Casa Parroquial, ahora en un te-rreno de la Universidad, se levantará un nuevo edificio que acogerá a científicos y funcionarios a seguir fortaleciendo, juntos desde nuestras respectivas com-petencias, las diversas disciplinas que abarcan problemas arqueológicos, mu-seológicos, bioantropológicos, antropológicos sociales, geográficos-culturales, etnohistóricos; la modernización de la documentación digital, de la biblioteca y el centro de documentación. Al intertanto se perfecciona la política de publica-ciones a través de la línea editorial de libros del sello QILLQA, el único orientado a editar obras antropológicas a nivel universitario, junto a la tan conocida revista indexada Estudios Atacameños de corriente principal, desde hace algunos años accesible a través de Web of Science. Se avanza con más energía en torno a pro-yectos de investigaciones nacionales e internacionales, incluyendo las labores de docencia de magíster con un énfasis más directo en el doctorado, el único acre-ditado en el país, más las importantes proyecciones a nivel de extensión hacia la comunidad local.

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74 | ARTÍCULO 8: Testimonios desde San Pedro de Atacama

Es cierto, lo aquí relatado es solo un testimonio estrictamente personal, casi como un feedback entre un sujeto y objeto de su propia vida académica, en cuyo curso de acción fue y es posible probar que desde estas disciplinas es factible alcanzar altas esferas de discusión, tal como ocurre hoy entre un relicto de senectud y las generaciones intermedias más plenas de juventud, que han alzado en buena hora los estándares de eso que suele llamarse por los administradores de las ciencias “productividad académica”, y que me resisto a aplicar, reemplazándolo por un arrebato pleno de humanidad: “creatividad académica”...

Definitivamente, la “sede” más pequeña de la UCN radica en San Pedro de Ataca-ma. Desde el momento en que un jesuita visionario se instaló aquí, han pasado 62 años, ausentes y presentes, y entre la levedad de la senectud y la vitalidad de la juventud todos anhelamos representar los más altos valores espirituales y programáticos de nuestra Universidad. En verdad, aspiramos a “hacer” la ciencia en la misma medida en que nos preocupamos por acompañar a los habitantes del desierto de Atacama a valorar a todos los que hicieron y harán posible la vida siempre presente, inesperada, contradictoria, esquiva e irrefutable, en uno de los paisajes inventados como el más extremo del continente.

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Artículo 9Dr. Luis Bisquertt Susarte:

EDUCACIÓN FÍSICA CON SELLO

DEMOCRÁTICO, SOCIAL Y

COMUNITARIO

Por intermedio de este artículo quiero dar tes-timonio fidedigno de mi participación como académico, formador de profesionales de la

Educación Física y alumnos de todas las carreras que tomaban mis asignaturas de formación general, des-de el año 1969 a la actualidad. También daré énfasis especial al quehacer deportivo de la entonces Uni-versidad del Norte.

Ingresé a esta Universidad en marzo del año 1969, después de pasar una entrevista con el Dr. Luis Bis-quertt Susarte, quien era el Director de la naciente Escuela de Educación Física. Mi labor académica co-menzó con hacerme cargo de las cátedras de Balon-cesto y Vóleibol, que estaban en el curriculum de esa época para las alumnas y alumnos de esta unidad académica. Ese año, también, llegaron dos profeso-res de Valparaíso y dos de Santiago.

Quiero dedicar un momento de este testimonio a contar quién fue el Doctor Luis Bisquertt Susarte. Tenía dos títulos profesionales, médico cirujano y profesor de Educación Física. Sus seguidores, entre los que me incluyo, proclamaban que era el gran humanista de América y precursor de la Educación Física Social. Llegó a ser Vicepresidente de la Fede-ración Internacional de Educación Física; además, fue miembro de la Sociedad Latinoamericana de Or-

LUIS GONZÁLEZ QUIROZ

Profesor de Educación Física y Licenciado en Educación Física. Académico de la Universidad Católica del Norte.

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78 | ARTÍCULO 9: Educación física con sello democrático, social y comunitario

topedia y Traumatología. Paseó su nombre por más de treinta países, entregando su gran sabiduría, explicando que la Educación Física es un factor esencial de la democratización de nuestros países americanos y campo fecundo de fraternidad para todos, sin diferencias de pueblo, color, creencia o situación social.

Él aseguraba que el Estado debe continuar la obra de la Educación Física Escolar, manteniéndola al alcance del pueblo, ya sea por su acción propia o ayudando a la iniciativa privada, asegurando a todos los hombres y mujeres la participación ac-tuante, y no como observadores. Entre sus dichos más recordados entre los alum-nos y académicos de la época, era que prefería que hubiese veintidós personas mirando y treinta mil o cuarenta mil participando en el campo de juego.

El centro de alumnos de la carrera de Educación Física, al enterarse que el Doctor Bisquertt se había jubilado como Director de la misma carrera en la Universidad de Chile de Santiago, viajó a entrevistarse con él y lo convenció para que aceptara venir a dirigir esta naciente carrera en el norte. Fue así que en el año 1967 llegó a la ciudad y le imprimió, tanto a la carrera como a la Universidad, un sello imbo-rrable, enmarcado en un estilo social y comunitario.

Recuerdo que para contar con el actual gimnasio, que lleva su nombre, a partir del segundo año de la creación de la carrera se adoptó una idea muy arriesgada para la época: realizar sorteos millonarios de departamentos amoblados con automóvil a la puerta en fechas cercanas a Navidad. Estos sorteos se hicieron en dos o tres ocasiones y contaron con el apoyo de la autoridad, de sus académicos y la comu-nidad de Antofagasta.

Profesores y alumnos viajaban en los autos a las ciudades de la provincia como Ca-lama, Chuquicamata, Tocopilla, Mejillones, Taltal, María Elena, Pedro de Valdivia y hasta Chañaral a vender números de la rifa. Se reunían con las directivas de los sindicatos para motivar a sus afiliados a la compra de números y, además, para so-licitar ayuda, ya sea en bolsas de cemento u otros materiales de construcción. Con los fondos recaudados se iniciaron los contactos con un arquitecto para elaborar el proyecto del gimnasio, para luego, con la ayuda de Codelco Chuquicamata y El Salvador, comprar materiales comenzar con la obra gruesa.

Después se presentaron proyectos a DIGEDER, Dirección General de Deportes y Recreación, para optar al financiamiento que otorgaron en varias oportunidades, junto con aportes de la autoridad universitaria, lo que permitió que se fuese cris-talizando el sueño que tuvieron los alumnos y académicos desde el año 1967.

En las décadas de los años ‘70 al ‘80, la carrera marcó una destacada presencia, primero dentro de la Universidad y luego en la comunidad En cuanto a la impor-tancia que tuvo la carrera de Educación Física respecto de su desarrollo académi-co, deportivo y actividades de extensión, se puede decir que nuestros alumnos y

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alumnas formaban parte de los diferentes canales de extensión, como el grupo folclórico, el coro universitario, asesorías deportivas a diferentes establecimientos educacionales y las selecciones deportivas, que representaban a la Universidad en la mayoría de las disciplinas en las asociaciones locales, regionales y nacionales.

Esto lo expreso en primera persona, dado que participé como jugador de la se-lección de baloncesto de la Universidad en los primeros años junto a alumnos, tanto de mi carrera como de las otras. Recuerdo haber participado en varios Cam-peonatos Universitario Militar, donde participaban Carabineros, la Fuerza Aérea, el Ejército, la Armada, la Policía de Investigaciones, la Universidad de Chile, la Universidad Técnica y la Universidad del Norte. Estos torneos se realizaban en el Gimnasio Sokol, con gran asistencia de la comunidad que en muchas ocasiones completaba la capacidad del recinto de calle Esmeralda. Cada equipo podía refor-zarse con integrantes de su propia institución de todo Chile. Nuestro equipo se reforzaba con tres alumnos, uno de la sede Iquique y dos de la sede Arica, obte-niendo algunos trofeos de campeones y vice campeones.

Luego, tomé la responsabilidad de dirigir a la selección de baloncesto por espacio de veinte años, asistiendo a competencias de la asociación local y eventos tanto regionales como nacionales.

Pasado el tiempo de aquellos jóvenes que jugaban cuando eran estudiantes, se dio la posibilidad de formar un equipo de baloncesto con los ex alumnos, para competir en la Asociación Laboral de Antofagasta, logrando varios títulos de cam-peonato.

En cuanto a la importancia del Club Deportivo de la Universidad del Norte, puedo destacar que en él participaban no solo alumnos y alumnas, sino que también estaba considerado el personal académico, administrativo, de servicios y ex estu-diantes, quienes formaban parte de los equipos que representaban a la Universi-dad en asociaciones o ligas de la ciudad.

Entre los hitos más importantes logrados por el Club Deportivo de la Universidad del Norte, donde, como señalé, participaban tanto alumnos como profesores de la carrera, puedo mencionar el título de Campeón Mundial de Caza Submarina y Campeón Nacional de Fútbol Universitario (lo que le valió representar a Chile en el certamen sudamericano, obteniendo el título de campeón). Algunos de nues-tros alumnos también fueron seleccionados nacionales en Gimnasia, Atletismo y Natación.

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Artículo 10Grupo / revista O tempora en la

Universidad del Norte:

VOCES DE UNA MEMORIA EN CURSO

Emplearé este espacio conmemorativo de los sesenta años de la Universidad del Norte para reivindicar una micro historia acontecida

entre 1968 y 1969, a través de voces, imágenes y de-claraciones de protagonistas. Me refiero a la gestión cultural y política del movimiento O Tempora, con-formado por estudiantes, académicos y trabajadores de la Universidad del Norte, que operó como una co-munidad de prácticas reflexivas multimodales (tex-tuales, poéticas, ensayísticas, historias gráficas, en-cuestas) sobre la reforma y la democratización de la educación superior chilena y antofagastina. El nom-bre de este movimiento está inspirado en el exordio 1-2 de la obra Catalinarias de Cicerón, a modo de rápida analogía con el proceso creciente de polari-zación política y de crisis estructural de la sociedad chilena de ese entonces1.

Hago, previamente, un reconocimiento y declaro mi admiración por los principales actores de este movi-miento: Carlos Tapia (†), Ángel Araya, Rubén Agui-lera, Mario Aguirre, Jorge Barraza, Sixto Carvajal, Paulina Cors, Osmán Cortés, Héctor Castro, Fedora

1 Dirigí el grupo O Tempora, junto a Carlos Tapia (†) y Ángel Araya. Pu-blicamos unos quince números de la revista del mismo nombre y otros tantos números del boletín TET. Ambas colecciones sucumbieron en los incineradores activados por la dictadura de Pinochet.

HÉCTOR MUÑOZ CRUZ

Profesor en Castellano de la Universidad del Norte. Doctor en Lingüística Hispánica del Colegio de México. Académico Investigador y coordinador de Postgrado en Humanidades, línea lingüística de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, México D.F.

* Fotografía del autor tomada a fines de los años 60.

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Fernández, Hugo Hidalgo, Patricia Manríquez, Jorge Mesías, Guillermo Muñoz, Washington Muñoz (†), Fernando Ochoa, Rubén Leaño, Alfredo Cabezas, Rody Robothan, Sergio Rojas, Luis Toledo, Doris Araya, Lidia Bravo, Yicelle Zamorano y Raúl Zhigley.

VOCES E IMÁGENES

— “Hombres nuevos para una universidad nueva”, rezaba el lema que acompañó todo el movimiento reformista de la Católica de Santiago, “Uni-versidad torre de marfil”, objetivo de los fuegos estudiantiles en todas las universidades del mundo. “Participación”, “Co-gobierno”, “Democracia”, “Universidad para el pueblo”. Todos estos conceptos conforman el nuevo idioma de los universitarios latinoamericanos y europeos.

...“Id y dominad el mundo”. Es la tarea de los HOMBRES. ¿Por la violencia? ¿Por el convencimiento oral? Eso es contingente a cada situación. Lo cierto es que hay que actuar, proponer y cambiar (Carlos Tapia [†], “Voz de entrada”, O Tempora 6, octubre de 1968).

— Señor Director: La presente tiene por objeto saludar al primer número de O Tempora y, al mismo tiempo, hacerle partícipe de lo que pienso de la Universidad del Norte y, principalmente, del universitario.

Amorfo, limitado, retrógrado son los epítetos que adornan el curriculum vitae del universitario nortino. Estos adjetivos están de moda, por lo tanto, se conocen. Pero, ahora quiero hacer una pregunta que transita por mi mente, pidiendo vía libre: ¿el amorfo, el limitado, el retrógrado, pueden darse cuenta de lo que son?

...La Universidad es un campo de estudios y experimentación. El universitario, un investigador. La Universidad del Norte es una casa de estudios; ocasionalmente se experimenta.

El universitario no es un investigador, es un individuo limitado a obtener una nota y un cartón. El concepto de universitario está falseado. ¿Fallan los métodos? ¿Los profesores o los alumnos? ¿Es la realidad social la culpable? Solo razonando con la mente a nivel pueden darse respuestas concretas. Algo grande está suce-diendo en la universidad chilena: tomas de locales, manifiestos, huelgas, carteles con rojas letras que enceguecen: INTEGRACIÓN, REFORMA, CONCIENCIA.

El Chile joven medita, quizás por primera vez en su historia… algo grande está sucediendo.

¡Ojalá que esta sección siempre esté ocupada! ¡Larga vida a O Tempora! (Osmán Cortés A., O tempora 1, mayo de 1968).

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Portadas de la Revista O’ Tempora de 1968

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— O Tempora te saluda, compañero, y en su cordial bienvenida te invita a aprovechar al máximo tu estadía en nuestra Universidad, en cuanto a fru-tos de experiencia se refiere. ¡A tus órdenes estamos!

No te dejes absorber por la masa y la mediocridad; no seas uno de los tantos que han llegado. Impregna con tu personalidad y tus ansias de aprender, todo cuanto toque tu presencia y cuando sientas las derrotas —si las hubiera— y estés desa-nimado, recuerda que aún cuando nuestro hombre exterior suele desmoronarse aparentemente, va creciendo en madurez y fortaleza.

Nosotros esperamos que ustedes, compañeros de primeros años, traigan ese vigor y se esfuercen por integrar todos los organismos que permitan desarrollar sus inquietudes. ¡Hay tanto por qué trabajar! (Fedora Fernández, O tempora 8, junio de 1968).

— Se repite la comedia. Un grupúsculo de momios y revolucionarios de cafetín se van a adueñar de FEUN...

La Brigada Socialista Popular llama a las trincheras de la oposición a todos aque-llos que tengan pensamiento de izquierda.

¡Alertas, verdaderos revolucionarios! Los curas se hacen fuertes, ¡los títeres de O tempora se soban las manos! ¡Los burgueses cabeza de goma, demuestran su debilidad!

Revolucionarios: Es la gran oportunidad de tomarse FEUN.

Por una reforma sin intervención clerical, Brigada Socialista Popular (Hugo Mo-reno, junio de 1968).

— Compañero Director: Heme aquí frente a un esfuerzo; O Tempora. Un grupo que con velas desplegadas navega en las agitadas corrientes del estre-cho pensamiento universitario. Como alumno no bautizado bajo el fuego, expongo —sin medidas convencionales— algo que quizás cause un peque-ño impacto en las armazones de ideas. ¿La Universidad es un material o un instrumento? Creo que el alumno, al llegar con un deseo de conocimiento, arde en forma intrínseca... modesto intento de superación, pero aquí en la Universidad se encuentra en un cubo de acero, que no deja ver y cada rin-cón se antoja demasiado nebuloso. Entonces “nuestra Universidad”, y ese nuestra indica que es de toda la anhelante juventud antofagastina y nor-tina; se agita en sus carcomidas bases. Entonces hagamos lo que debemos hacer: actuar, pasar de la teoría a la acción. CREAR nuestra Universidad de acuerdo a nuestras exigencias y posibilidades (Fernando Ochoa, Bellas Artes, O Tempora 8, abril de 1968).

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— Algo anda mal: Nuestra Universidad tiene trece años a cuestas. Pero, parece que la Federación de Estudiantes (FEUN) ha nacido hoy.

Hasta agosto del año pasado, todo esto era un remanso estudiantil, demasiado poco universitario. Entonces vinieron: la Convención de Mejillones, luego las elec-ciones y, por último, el Claustro de Reforma: “los estudiantes se unen”, “los estu-diantes se pusieron los pantalones largos”.

Todo esto no sucedió. Parece que los pantalones largos se encogieron, cuando más se necesitaba de la unidad y de la participación estudiantil (Jorge Mesías, O Tempora 8, junio de 1968).

— Días hacen que comenzaron las clases. Se te ve caminar por el patio y pasillos sonriente, alegre, en suma, feliz, pues aquí podrás estudiar una carrera, con la que podrás gozar de una situación económica más o menos holgada.

Que estudies y obtengas buenas notas, ¡perfecto! Cuando tienes tiempo, ¿qué ha-ces? ¿Piensas? ¿Sabes lo que ocurre en Biafra o en Vietnam? Sin ir más lejos, lo que ocurre en Chile: matanza en Puerto Montt, futuras elecciones presidenciales. ¿Ves más allá de tus narices? Más aun, problemas de la Federación de Estudiantes, FEUN; la reforma no significa nada para ti; no te preocupa que FEUN no haya emitido ninguna declaración acerca de su marcha; se hacen cosas a tu vista y paciencia. ¡Vamos! Sacúdete de esa anemia espiritual. En tus manos está actuar y sumergirte en esos problemas.

Para esto existen en nuestra Universidad, una serie de movimientos gremiales. Empezaré por... el grupo que ocupa la Federación. Su orientación: MOMIOS, en sus manos está FEUN. Su labor: como buenos momios, su labor es estar allí... nada más.

Democracia Cristiana Universitaria independiente. Como en todas las organiza-ciones democristianas, encontramos oficialistas, terceristas, rebeldes y... tontos. Nada más. Y poner de manifiesto que de independientes... nada tienen.

Finalmente, el grupo O TEMPORA. Sus detractores los han llamado “miristas”, y otros, “beatos clericales”. Este grupo solo pretende construir una nueva estatura universitaria, ideológicamente responsable y madura. No se puede negar que a través de O Tempora ha venido manifestándose la conciencia crítica de los estu-diantes. Hechos a la vista: se logró la renuncia de la antigua Federación, se realizó la Convención y se está iniciando la Reforma.

Los caminos donde encauzar tu acción están frente a ti. ELIGE (Washington Mu-ñoz Donoso [†], O Tempora 8, abril de 1968).

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EPÍLOGO

O Tempora no fue un mensaje, fue el mensajero que advirtió de la crisis y de la polarización política en Chile y en la Universidad del Norte. Fue el mensajero de toda reflexión y protesta válida, y de toda inquietud que quiso hacerse herramien-ta de revolución. Por ahí debía ser la ética de la misión universitaria.

Cruza la madrugada

La máquina errabunda.

Con ritmo soñoliento

El rostro del fogonero

Interpreta una obertura

Con sirena sostenida.

Callan bocina y maqueteo

Solo quedan en la sombra

Dos lánguidos espejos.

rubén aguilera cortés

O Tempora 8, abril de 1968.

Gracias...

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Me diste la semilla, peregrino,

hoy regalo tus flores.

entrego tu sonrisa

que el tiempo petrifica

y empapelo los cielos

de todas tus palabras…

¿Qué puedo yo decirte?

Voy tocando tu mano

en cada mano

y dibujo tu rostro

en cada rostro.

Me diste la semilla…

Y una flor intangible se adormece

en tu mano quebrada.

paulina cors cruzat

O Tempora 6, octubre de 1968.

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Artículo 11Un ejercicio de recuerdo como una opción moral:

AIRES NORTINOS PARA LLENAR

LOS PLIEGUES DE LA DISTANCIA

La invitación de Rubén Gómez a participar con un artículo en la revista Tierra Nueva, número especial (con ocasión de los sesenta años de la

Universidad del Norte, hoy Universidad Católica del Norte), me causó una gran sorpresa y alegría.

Me comprometí a escribir sobre mi experiencia en la U. del Norte de Antofagasta, adquirida entre los años setenta y setenta y dos. Será un ejercicio en el tiempo para mi memoria afectiva y social.

Dicen que el recuerdo es una opción moral, una alternativa de resistencia, una manera de decir No al olvido...

Me llamo Ana Dobson Bustos. Tenía veintitrés años cuando llegué a Antofagasta, en diciembre de 1970. El objetivo de ese viaje era muy importante: casarme con Jaime Quezada, mi actual esposo, que conocí en Concepción y que, en ese momento, trabajaba en la Escuela de Periodismo de la Universidad del Norte.

MIS INICIOS EN EL NORTE

En esa época había en Antofagasta una crisis habita-cional importante. Es así que al comienzo de nues-tra vida de pareja, debimos compartir un departa-mento (edificio El Curvo) con Eugenio Ruiz Tagle,

ANA DOBSON BUSTOS

Asistente social. Trabajó como Directora de Asuntos Estudiantiles de la Universidad del Norte en Antofagasta entre 1970 y 1972. Vive junto a su esposo y familia en Canadá desde 1976.

* La fotografía de la autora corresponde a inicios de los años 70.

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Secretario General de la Universidad, quien más tarde, en tiempo de la dictadura, fue salvajemente torturado y luego fusilado.

Obtuve mi diploma como trabajadora social de la Universidad de Concepción en enero de 1970. Mi paso por esa Universidad fue una experiencia relevante y forma-dora, que ha dejado una huella permanente en mi vida.

Estudié en Concepción entre los años ‘64 y ‘69, años de movimientos sociales y estudiantiles, que marcaron la historia de nuestro país.

Conocí, en Concepción, a Augusto Michaud, trabajador social de la U. del Norte, quien participó en la restructuración de los planes de estudios y la nueva orienta-ción de la carrera de servicio social de la Universidad penquista.

Cuando llegué a Antofagasta, nos contactamos. En ese momento, él dejaba su cargo en Asuntos Estudiantiles para asumir otro más importante en otra sede de la Universidad. Es así como me propuso integrarme al puesto vacante, de acuerdo a las normas vigentes de la Universidad.

Me integré al equipo de profesionales del Departamentos de Asuntos Estudiantiles y al comienzo compartí funciones con Luis Aguirre, trabajador social; con Pedro y Miriam, orientadores; con Rosita, nuestra secretaria y alma todo poderosa del equi-po. También recuerdo a Nancy, la paramédico, y a Juanito, encargado de deportes.

NUEVOS REFUERZOS

En los años setenta, un pequeño grupo de jóvenes profesionales egresados de la Universidad de Concepción decidió involucrarse en el quehacer de la Universidad del Norte de Antofagasta. La mayoría de ellos había tenido una participación ac-tiva en el proceso de la reforma universitaria penquista.

Creo que sin querer copiar o calcar una experiencia, se trataba de aportar ideas progresistas en el quehacer universitario nortino, que en ese entonces se encon-traba en un proceso de cuestionamiento y tratando de impulsar a su vez una re-forma universitaria, que incluía a todos los estamentos que conforman la comu-nidad. Es así como ella decide de elegir sus autoridades por elecciones libres y democráticas, con participación porcentual de cada estamento.

Apoyada por una coalición de izquierda, fui candidata a la dirección de asuntos estudiantiles. Asumí ese cargo y pasé al mismo tiempo a ser miembro del consejo universitario.

Como representante estudiantil en Asuntos Estudiantiles, recuerdo a Roger Agui-lera, de construcción civil, con quien viajé varias veces a Santiago para discutir y obtener los fondos necesarios para préstamos y becas.

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Ana Dobson Bustos | 91

Considerando el número de alumnos y su repartición en las diferentes carreras, se obtuvo la autorización para crear tres nuevos puestos de trabajadores socia-les. Recibimos decenas de postulaciones. Finalmente, en el proceso de selección fueron nominados Elisabeth Cabrera, José Aburto y Gladis Rivas. Profesionales jóvenes, apreciados por sus colegas y estudiantes. Elisabeth y José tuvieron un final trágico. La primera, fusilada junto a su marido y otros detenidos, y José, un detenido desaparecido.

NUESTRAS VIVENCIAS FAMILIARES

Vivimos en Antofagasta un proceso de adaptación que no nos fue difícil. Había cosas diferentes a nuestra cotidianeidad sureña, pero por sobre todo nos encantó el clima, el magnífico mar y su gente, a quienes aprendimos a conocer y respetar.

Logramos en nuestra estadía conocer lugares míticos del norte. Las salitreras, Chuquicamata, los pueblos del interior, en especial San Pedro, y al cura Le Paige. También tuvimos tiempo para disfrutar sus playas, como Hornito, Mejillones y, por supuesto, La Portada.

Cómo no recordar el restaurante El Arca de Noé, Don Jaime en el mercado, El Tambo Atacameño y el Tatio.

Nunca olvidaré una salida al Tambo Atacameño, lugar donde se iniciaron los Illapu. Esperaba mi primera hija y ella se movía en mi vientre al ritmo de la mú-sica nortina.

En 1971 llegó a nuestro hogar mi hermano Jorge Dobson, estudiante de construc-ción civil de la Universidad, quien participaba en nuestros encuentros sociales, como comidas, fiestas, etc. Por ser el más joven del grupo fue apodado “el me-chón” Dobson.

Jorge fue seleccionado de básquetbol del equipo de la Norte, y representó a la Universidad en diferentes eventos deportivos a nivel local y nacional. Cuando ter-minó sus estudios regresó a Punta Arenas, nuestra ciudad de origen, acompañado de su esposa, ex alumna de la Norte y antofagastina.

VUELTA AL SUR

Dejamos Antofagasta en agosto de 1972. Nuestra partida se debió a que mi marido ganó un concurso en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción.

Para el golpe militar, el único miembro de mi familia que se encontraba en Antofa-gasta era mi hermano. Vivió, como tantos otros, momentos de angustias cuando se emitían bandos militares y allí aparecía mi nombre en las listas de personas buscadas.

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Al parecer, los servicios de inteligencia no tenían sus informaciones al día. Yo hacía un año que había dejado Antofagasta. Mi nuevo domicilio era Concepción y trabajaba profesionalmente en el Departamento de Bienestar Estudiantil de la Universidad de Concepción. Mi nuevo cargo se terminó abruptamente el 11 de septiembre.

RECOMENZAR LA VIDA

En junio de 1976, yo, mi marido y mis dos hijas tomamos el camino del exilio. ¡Cómo pasa el tiempo! Ya vivimos hace cuarenta años fuera de Chile.

Cada vez que regresamos a nuestro país, damos una vuelta por Antofagasta y sus alrededores. Un peregrinaje obligado para conectarnos con nuestra historia suspendida.

MI EXPERIENCIA EN LA NORTE

Mi experiencia en la Norte, como directora, fue significativa. No fue solamente una experiencia individual, sino colectiva, con jóvenes de un gran compromiso en un contexto social y político determinado.

Siendo joven, veintitrés años, mujer, recién titulada, mi paso por la Dirección de Asuntos Estudiantiles la veo, hoy, como una osadía, un atrevimiento motivado por querer cambiar las cosas. Terminar con las injusticias, soñar con un mundo mejor.

Agradezco a la Universidad del Norte el haberme dado la posibilidad de demos-trar que, siendo mujer y joven, se puede trabajar seriamente y liderar un equipo que comparte objetivos y valores comunes.

Mi trabajo me permitió obtener confianza en mis capacidades, tomar el lugar que me correspondía, en un medio donde la mayoría de las autoridades eran hombres. Defender mis posiciones, ser escuchada y lograr una credibilidad.

Creo haber partido de la Norte más grande, más madura, con un bagaje de expe-riencias que me permitió continuar más tarde, como profesional, en la Universi-dad de Concepción, y luego en el exilio.

Este ejercicio de escritura me dio la posibilidad de constatar algunas lagunas de mi memoria. He olvidado algunos nombres, lugares, momentos, pero lo impor-tante es que mis principios y valores siguen intactos. Pertenezco a una generación truncada en sus sueños. No al olvido, no al perdón.

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Artículo 12La Universidad en mi retina:

LA NORTE COMO RESPUESTA A LA

DEMANDA POPULAR POR EDUCACIÓN

SUPERIOR EN LA REGIÓN

En los primeros años de la década del sesenta, mi familia se avecindó en la Gran Vía, una po-blación nueva, fruto de la acción de la Caja de

Empleadores Particulares, ubicada en los entonces extramuros de la ciudad.

A dos cuadras de mi casa se levantaban las primeras instalaciones de la incipiente Universidad del Norte, y así, de manera natural, el campus se transformó en nuestro entorno destinado al juego. Tránsito natural hacia las Ruinas de Huanchaca y sendero corto a las quintas, nuestro campo imaginario, ubicadas en la actual Coviefi.

Nos constituimos, los niños del barrio, en el públi-co natural de los primeros programas infantiles de Telenorte, la incursión en ese entonces natural de la televisión universitaria. Fuimos el público del cine que en las tardes ofrecía películas en el entonces pa-bellón de educación física de la calle Mancilla, entre Lezaeta y Angamos. Y luego, como liceano, éramos los alumnos con que realizaban las prácticas los(as) pedagogos(as) en inglés y matemáticas.

Fuimos el público de las kermeses, de las gymkanas automovilísticas al interior del campus, del festival internacional de coros, de los carros alegóricos de la fiesta de la primavera.

CÉSAR TRABUCCO SWANECK

Sociólogo titulado en la Universidad del Norte en 1975. Ejerció como académico de la Escuela de Sociología de nuestra Universidad entre 1976 y 1977. Se desempeña actualmente como académico de la Universidad de Antofagasta.

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96 | ARTÍCULO 12: La Norte como respuesta a la demanda popular por educación superior en la región

Fuimos los privilegiados de vivir en un entorno que bullía con la alegría univer-sitaria, particularmente aquellos alumnos que finalmente podían permanecer en la ciudad para formarse profesionalmente y no tener que emigrar a otros rumbos en busca del desarrollo personal. Este, un logro fundamental en el futuro de la ciudad y la región que se había volcado a las calles para conseguir que nuestros jóvenes más aventajados no tuvieran que emigrar, en un éxodo que debilitaba permanentemente a la zona. La Universidad del Norte era una de las respuestas a la demanda popular por educación superior en la región.

En la atmósfera, mayo del ‘68, el “che” Guevara, el hombre en la luna, el ascenso de la Unidad Popular, Woodstock, el pueblo en la calle, el canto popular. Una alegría tensa e intensa recorría cada rincón de nuestras ciudades, consciente de que algo estaba en marcha. Los humildes por primera vez se sentían protagonistas y los poderosos amenazados por una sensación difusa de lo inevitable. Ellos también sentían la marcha de la historia y todos nos sentíamos caminando con ella. Unos esperanzados; los otros, atemorizados.

Así, naturalmente y en ese contexto, la Universidad del Norte se transformó en mi vía a la educación superior. El año 1971 cursé el primer año de construcción civil, que contribuyó de manera imperiosa y categórica a reforzar mi vocación humanista, que finalmente pude concretar el año 1972 con la apertura de la ca-rrera de Sociología.

Allí se abrió un mundo diferente. Un primer año colmado de todos los que por vocación haríamos nuestras vidas un poco más azarosas que en otras aulas de la Universidad. Allí llegó una generación que quería cambiar al mundo y el mundo dramática y brutalmente, que se defendió más allá de lo que nosotros soñamos.

La primera generación de estudiantes de Sociología vivimos el vértigo de un pro-ceso complejo, como era la puesta en marcha de una escuela de Sociología, la única de Santiago al norte, lo que implicaba hacer la primera vez en todo, desde la formación de los curriculum hasta formular demanda de textos imprescindibles en una biblioteca de Sociología. Vivir este proceso de instalación de la escuela y estar conscientes de lo que esto significaba para el norte del país nos dio un par-ticular sello de identidad que se mantiene hasta nuestros días.

Profesores venidos de muchas partes de América Latina, que en ese entonces in-tentaba con todas sus fuerzas pasar de Macondo al desarrollo, incursionando por todos los caminos posibles, constituyeron nuestro primer cuerpo académico que en conjunto con los alumnos forjó un camino a la consolidación de la escuela.

Allí, toda la vocación por la teoría y la voluntad por la acción.

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César Trabucco Swaneck | 97

Allí, una generación que se sintió en la cresta de la ola para terminar botados en la playa sin entender muy bien qué pasaba.

La escuela de Sociología compartía una facultad en donde bullía la voluntad de saber y construir año tras año las carreras que estaban surgiendo a su alero, y así nos constituimos en una comunidad, que aun en la diferencia, en ese entonces intensa, entendía que se nos abrían posibilidades de ser actores y protagonistas de un país que estaba cambiando.

La Universidad entonces asumía que la necesaria diversidad de saberes, desde las ciencias duras hasta las llamadas humanistas, configuraban el necesario espectro que nuestra sociedad demandaba, para avanzar de manera lúcida y reflexiva en los inciertos caminos hacia el desarrollo.

Nuestros días de estudiantes eran de teoría, trabajos voluntarios y tambo ataca-meño, en una combinación que variaba de acuerdo al carácter e interés de cada uno. Lo que nos igualaba una vocación por saber y acceder a las claves que nos permitirían entender y comprender los fenómenos que estaban ocurriendo. Junto con esto, teatro, pintura, baby fútbol llenaban nuestras 24 horas de ser estudian-tes en una Universidad que nos asumía como una totalidad y no solo desde una lógica profesionalizante.

LAS CERTEZAS QUE SE DESVANECEN

Un día martes, de madrugada, el mundo dejó de ser transparente y las reglas que lo regían se alteraron brutalmente. Una bajada brusca al infierno de Dante, en versión latinoamericana, se empezó a anunciar con el tableteo de la metralla, y allí todas las certezas se desvanecieron en el aire.

De ahí en adelante toda la vida sería un camino por superar la fragilidad que ins-talaron en nuestras existencias, como el precio a pagar por soñar, por pretender hacer al hombre protagonista de su propia historia. Así llegó el fin disfrazado de comienzo.

El reinicio de las clases después de un largo periodo de interrupción nos devolvió a las aulas con significativas y notorias ausencias; ya cargábamos con dolores de paredón, tortura, cárcel y exilio. Ya habíamos perdido la inocencia.

En esas circunstancias se nos permitió, casi como revelación, conocer toda la di-mensión de los hombres y sus infinitas variantes. Desde la lealtad absoluta y una moral incorruptible hasta la artera acusación gratuita, las más de las veces, que se solazó en el pequeño e insignificante momento del poder que significaba señalar a un nombre para el inicio de una persecución sin límites. Muchos lo sufrieron,

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98 | ARTÍCULO 12: La Norte como respuesta a la demanda popular por educación superior en la región

muchos lo disfrutaron. Era el drama de los seres humanos a toda orquesta. Era el momento de saber de qué estábamos hechos.

Así, de un espacio pletórico de actividad, de aula y debate, de biblioteca y labora-torio, de tensión en las ideas y el corazón puesto en el futuro; de jóvenes retando su inteligencia y su compromiso con el mañana, del ordenado desorden del des-pliegue de la creatividad, pasamos al oscuro y militarizado orden de la dictadura que temía a la razón y por eso aplicaba la fuerza.

En nuestra escuela, definida tempranamente como insolente, subversiva e irres-petuosa, un cambio dramático en nuestra estructura curricular nos trajo del ma-terialismo histórico al funcionalismo galopante, a esa enfermiza necesidad de cuantificar todo lo que se mueve, lo que se tradujo en una formación algo esqui-zoide en nuestra perspectiva para interpretar la sociedad y nos enseñó a tener una estructura manifiesta y otra latente en nuestra formación como sociólogos.

Leíamos textos de la escuela de Frankfurt con tapas de Talcott Parsons, paseába-mos tapas de Bunge con textos de André Gunder Frank, y así aprendimos a llevar una doble vida, una escisión entre lo debido y lo querido entre el Himno Nacional todos los lunes y Quilapayun en las horas nuestras. Esta formación “ecléctica for-zada” no sé si nos hizo mejores o peores. Sí, tengo la certeza, nos hizo distintos, nos forzó a entender, rápidamente, que en el ámbito de la ciencia social, más que verdades, lo que hay son enfoques, perspectivas e instrumentos para navegar en la realidad.

Ya egresado, el segundo semestre del año 1976, se nos invita a incorporarnos como profesores en la escuela de Sociología junto a mis compañeros Alejandro Guillier y Roberto Rebolledo. Invitación que aceptamos con temor y entusiasmo, pues cons-tituía un reto permitir la continuidad de la carrera que vivía permanentemente acosada por los órganos de represión militar. Nuestros profesores, en un gesto solidario y de particular nobleza, nos guiaron y también protegieron de muchos embates y requerimientos, hasta que a fines del primer semestre del año ‘77, Ro-berto y yo fuimos exonerados, sumándonos a una larga lista de académicos que pagaban el precio por pensar distinto.

Ser exonerado por acusaciones falsas de propaganda de ideas marxistas, cons-tituía una práctica habitual en todas las universidades del país y se asimilaba al artículo posterior de despido por necesidades de la empresa. No requería ser probada la acusación y solo bastaba lo que en ese tiempo se llamaba la filpol o cu‐rriculum político. Eso bastaba para dejarte fuera de cualquier actividad ligada no al gobierno, al Estado; así, la magnitud del daño se hacía extensiva a toda fuente laboral donde naturalmente los sociólogos ejercíamos.

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EL ESPÍRITU DE LA ACADEMIA PUEBLA

En medio de ese desolador panorama, surgió entre los académicos que aún per-manecían en la Universidad la iniciativa, nacida al amparo de la Academia de Humanismo Cristiano, de articular una organización que pudiera transformarse en un ente que se dotara de voz y que además fuera capaz de aglutinar a gente que, solitaria, intentaba sobrevivir a las duras horas, días y años de la dictadura.

Así, bajo la conducción de su primer director, don Eduardo Koening, y su im-pulsor inicial, el sj Miguel Squella, se sumaron los profesores Augusto Iriarte y Juan Pablo Cárdenas, gestores activos de la idea; René Muñoz de la Fuente, Hugo Alonso, Antonio Comis, Alejandro Guillier, Tomislav Ostoic, y nos sumamos, ade-más, Floreal Recabarren, Rubén Gajardo, Kleber Montlezun, Hugo Weibel, Alicia Vidal, Marco Simunovic y algunos más, a quienes lamentablemente no recuerdo, que se incorporaron con el tiempo.

Varios fueron invitados pero declinaron participar; unos de manera amable y otros de forma airada por ser considerados para una tarea como esa, que obviamente suponía mucho riesgo y además rompía con las normas dictatoriales vigentes.

Era la Universidad tratando, a través de sus académicos, de mantener la dignidad de la palabra y la esencia de ser Universidad. Era el esfuerzo de, por sobre la au-toridad militar, mantener el espíritu de lo diverso en la búsqueda de los espacios para el hombre libre.

Así surgió la academia Puebla, nombre inspirado en el documento emanado de los obispos latinoamericanos que significaba una mirada distinta sobre nuestra realidad. Allí personas de distinta inspiración, demócrata cristianos, socialistas, mapu, comunistas, fuimos capaces de articular un discurso que hicimos letra e inspiración para manifestarnos en torno a la discusión sobre la Constitución ilegí-tima, la isaprización de la salud y toda la contingencia que día a día nos agobiaba. Pero en lo fundamental era un espacio de convivencia intensamente democrático que sobrevivía en medio de una feroz dictadura.

En estas circunstancias el apoyo del sj Miguel Squella resultó fundamental, pues además de su tremenda vocación democrática nos dotó de la infraestructura ne-cesaria para operar en las instalaciones de CVX ubicadas en calle Poupin, lugar de reunión en donde alguna vez apareció el obispo Oviedo Cavada a saludarnos. Así la Universidad estaba también en otra parte, en los extramuros de sus campus oficiales. Ahí seguía existiendo el espíritu fundante de la sed del saber hoy mer-cantilizada hasta el absurdo.

A la distancia nos percatamos que ese espacio fue, además de una fuente de oxí-geno para respirar, el lugar donde evolucionaba la idea de que solo un frente que

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100 | ARTÍCULO 12: La Norte como respuesta a la demanda popular por educación superior en la región

sumara todas las fuerzas democráticas sería capaz de derrotar la dictadura. El día que la democracia volvió a la intendencia de la ciudad tras el triunfo de Aylwin, muchos de nosotros estábamos en el balcón que se abrió a la plaza y recordamos con nostalgia esos días de amplio intercambio de ideas, de solidaridad y coraje para intentar realizar acciones que la CNI vigilaba con particular celo.

La escuela de Sociología murió y no tuvimos noticias de su autopsia, situación normal en dictadura. Su funeral, lleno de ausentes y casi clandestino, pasó des-apercibido en medio de un clima en donde las preguntas indiscretas tenían un costo. No supimos cuál fue el criterio a partir del cual esta iniciativa, tomada a comienzos del año 1971, fue finalmente abandonada pese a sortear infinitas di-ficultades que se pusieron en su camino. Su tendencia a insistir en que el rey va desnudo y su vocación por el uso de la razón como instrumento para interpretar y comprender terminaron por cobrar la factura y el cadáver se justificó adminis-trativamente. Así la ciencia insolente seguía el camino de muchas que desapare-cieron en dictadura.

La atmósfera al regreso de la democracia ya había girado dramática y brutalmen-te, de las plazas y calles a los mall y autopistas, a los capitalizadores individuales en afp, a los alumnos clientes, a la furia desesperada por tener, a costa del ser, a la muchedumbre solitaria armada de dinero plástico que deambula por los solitarios parajes del mercado cual Diógenes acumulando lo innecesario. Y, para rescatar-nos un poco, para mantener algo de la utopía inicial, a veces, vuelven los cantos en la calle y por un segundo volvemos a soñar, volvemos a creer, volvemos a refugiar-nos en los sueños de juventud tan maltratados, y, porfiando al verso, queremos decir que nosotros, los de entonces, aún somos los mismos, con más dolores en el cuerpo pero el mismo fuego en el alma.

Con el pasar de los años fui invitado nuevamente a incorporarme como académico en la Facultad de Humanidades, donde tuve el placer de volver a recorrer las viejas aulas donde mi juventud transitó de los sueños a las pesadillas y del dolor a la dul-ce reconciliación con el pasado. En ese proceso pude aprender que, aún bajo esas durísimas circunstancias, pudimos forjar un espíritu crítico y de compromiso con la lucidez de la razón y una energía en el corazón que nos comprometía con el hacer cotidiano en la perspectiva de un mejor mañana.

Así, la Universidad volvía a acoger a uno de sus exonerados por pensar distinto, en un gesto que daba cuenta de cómo los tiempos cambiaron y cómo las ideas no se pueden detener por la fuerza. Lección aprendida entre sus sinuosos pasi-llos trazados por aquello que llamamos historia, y que en realidad quiere decir el encadenamiento de segundo tras segundo en la búsqueda de algún sentido que permita comprender el porqué de los hechos y por qué a nosotros.

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Artículo 13Dora Magna Faúndez: Una vida entre los registros

UNA SALVADA PROVIDENCIAL

EN LOS AÑOS ‘70

DORA MAGNA FAÚNDEZ

Funcionaria de la Universidad Católica del Norte desde el año 1969. Actualmente se desempeña como jefa de la Sección Registro Curricular, dependiente de la Dirección General de Pregrado.

Me llamo Dora Rosa Magna Faúndez. Traba-jo en Registro Curricular. Al cumplir los sesenta años de la UCN, se me ha pedido

que escriba sobre mis vivencias de los años que llevo en la Universidad, que en realidad no son pocos; 47 exactamente.

Ingresé a la Universidad como funcionaria admi-nistrativa. Primero a la Oficina de Personal, en la cual trabajé por un año, pasando posteriormente a la Secretaría de Estudios, hoy Registro Curricular, en donde llevo “toda una vida”. Recuerdo todo como si fuera ayer. Tuve varios jefes: el primero, don Car-los Matus Ugarte, un coronel “bonachón”. En Regis-tro Curricular, tuve de jefes a don Enrique Conrado Ferrando, para mí como mi segundo papá; a Lucía Duhalde, una mujer encantadora; a Tilda Gavilán, Manuel Barra, Alejandro Bustos, Luis Wittwer, Yer-ko Zlatar y Silvia Inostroza, una gran amiga. De ella aprendí bastante, y es de quien heredé el cargo que hoy tengo.

Los recuerdos y vivencias son muchos, pero contaré uno que ha sido inolvidable, por lo impactante, ade-más demuestra cómo ha ido cambiando la Universi-dad en el transcurso de los años.

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104 | ARTÍCULO 13: Una salvada providencial en los años ‘70

En el año 1976 aún no existía la Oficina de Prevención de Riesgos, ni el Comité Paritario, lo que indica que si hubiese ocurrido esa experiencia en estos años, los causantes de la situación deberían haber pagado multas. Pero en esos años no su-cedió. Ese año se me llamó a integrar el Primer Comité Paritario de la Universidad. En mis treinta y tantos años en la Universidad he vivido algunas situaciones que han quedado en mis recuerdos, siendo la más significativa por su impacto y por la salvada providencial la que detallo ahora. Como dije, transcurría el año 1976 y a la Universidad todos los días ingresaba un vendedor de helados en barquillos. Gene-ralmente, entre las 15:00 y las 15:30 horas, pasaba por nuestra oficina ubicada en el pabellón “C”, frente al auditorio Andrés Sabella. Nosotras, como buenas clientas, le comprábamos casi todos los días un barquillo. Paralelo a eso, en el cerro don-de está el camino a la Coviefi, una empresa estaba haciendo perforaciones para instalar unas cañerías. Ese trabajo llevaba una semana aproximadamente, y, al ser un cerro rocoso, tenían que hacer las perforaciones con explosivos, por lo que cada cierto tiempo sentíamos las explosiones y veíamos cómo saltaban algunas piedras que caían en el techo del auditorio (en ese tiempo una bodega). Ese día, específicamente el 4 de noviembre de 1976 a las 15:15 horas, me encontraba en la oficina trabajando en mi máquina de escribir, encontrándose esta en una mesa con un costado plegable, y sobre ella habían documentos de los alumnos. Fue en ese momento que me avisan que estaba el señor de los helados. Me levanto rauda para ir a comprar mi barquillo. Voy caminando a la puerta, cuando se siente un estrepitoso golpe; me doy vuelta a mirar y había caído una piedra que traspasó el techo, rozó mi máquina de escribir y la mesa en la que estaba la máquina, despe-dazó los documentos, rompió la parte plegable y se incrustó en el piso. En el cielo de la oficina quedó un hoyo. La piedra, de aproximadamente siete kilos, dieciocho centímetros de largo por ocho centímetros de ancho, traspasó y rompió el techo de pizarreño y el cielo de plumavit. Fue una escena muy impresionante. Había bastante polvo en la oficina. Quedamos todos paralizados. Y como en nuestra oficina atendemos público, llegó una gran cantidad de alumnos a ver qué sucedía y preguntaban si me había pasado algo. La verdad es que no, pero el susto que me llevé fue grande, porque si no me hubiese levantado para ir a comprar el helado, la piedra habría caído sobre mí, y posiblemente no estaría contando esta historia. Recuerdo claramente que el señor de los helados ese día me regaló el barquillo y me dijo que gracias a él me había salvado de la piedra voladora.

De la empresa vinieron a ver la oficina, dieron las explicaciones y se encargaron de la posterior reparación del techo. A mí, la semana siguiente, el dueño de la empresa me regaló un perfume francés. La piedra aún se encuentra en nuestra oficina como recuerdo de un día que pudo haber sido fatal, pero gracias a Dios y al heladero no lo fue.

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Tierra Nueva 2016

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Artículo 14De la señora Prime, des faux pas, gestos heroicos y

otras sabrosas anécdotas:

DESDE EL RESCATE DE ARCHIVOS

HISTÓRICOS EN VÍAS DE

DESAPARICIÓN A LAS BIBLIOTECAS

AUTOMATIZADAS

En el año 1971, cuando entré a la actual Uni-versidad Católica del Norte, ya estaba plena-mente vigente el Decreto N° 130.71 VANT, que

creaba el Centro de Documentación (CEDOC), cuyos principales objetivos estaban orientados a la salva-guarda del material documental histórico disperso, principalmente en nuestra región. Esta propuesta de la Universidad llamó poderosamente mi atención, por lo que no dudé en ser parte del equipo que esta-ba a cargo de esa iniciativa dirigida por el profesor de historia Salvador Dides, en colaboración con otros profesores del Departamento de Ciencias Sociales, como el Dr. José María Casassas y Adolfo Contador. Para iniciar nuestras labores, nos fue entregada una pequeña oficina en el segundo piso del pabellón “L” (vecina de las del vicerrector de la sede, Héctor Vera, y el conservador Enrique Ferrando, autoridades de esos tiempos). Allí se remontan mis primeros re-cuerdos. Un lugar donde se conversaban las priorida-des y estrategias más adecuadas para cumplir con las tareas confiadas a esta nueva unidad universitaria.

Salvador, un eminente historiador llegado hace poco desde Santiago a Antofagasta y muy interesado en la historia salitrera de la región, decidió la primera acción del Centro, que consistía en el rescate del ar-chivo de la cercana oficina Chacabuco, abandonada

DRAHOMÍRA SRYTROVA TOMASOVA

Se inició en la actual Universidad Católica del Norte en el año 1971 como profesora de Historia en el Departamento de Ciencias Sociales, y posteriormente como investigadora en el Centro de Documentación e Información. Fue su subdirectora entre los años 1973‐1981. El cargo de directora de la Unidad de Biblioteca y Documentación lo desempeñó entre abril de 1981 y junio de 2007. Es magíster en Historia por la Universidad Carolina de Praga.

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108 | ARTÍCULO 14: Desde el rescate de archivos históricos en vías de desaparición a las bibliotecas automatizadas

desde el cierre definitivo de la oficina por la obsolescencia tecnológica del sistema Shanksen el año 1938. La alcanzamos a visitar en un viejo camión arrendado por la Universidad solamente en dos o tres oportunidades, dado que después del golpe militar en 1973, cuando fue transformada en campo de concentración, obviamen-te el acceso a la documentación que quedó pendiente en el traslado, fue imposi-ble. A pesar de ello, se obtuvieron valiosos documentos del rubro administrativo, productivo, tecnológico, contractual, social, cultural, etc., hoy día conservados en la biblioteca en Antofagasta. Posteriormente, siguió el rescate parcial o total de otros archivos que se encontraban en vías de deterioro por condiciones ambienta-les, o destinados a incineración. En esta relación no puedo dejar de mencionar el heroico rescate y salvaguarda —junto a alumnos de Historia y algunos profesores, en autos particulares y todo, a fines de los años ‘70— del archivo de Registro Civil e Identificaciones, cuya parte de extranjería, con aproximadamente 22.000 regis-tros de inmigrantes llegados a la Región de Antofagasta aproximadamente a par-tir del año 1850, que sería quemado por falta de espacio de la institución. Si hoy el archivo se encuentra muy bien conservado en la biblioteca, es gracias al alarman-te dato de inminente destrucción del historiador antofagastino Floreal Recabaren y a las gestiones realizadas con y por Enrique Campos Menéndez, director en ese entonces de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM).

Sin embargo, ya en el año 1974 se palpaba cada vez más la necesidad de ampliar el radio de acción del Centro frente a los compromisos contraídos por la Univer-sidad en sus diferentes sedes, distribuidas entre Arica y Coquimbo, y estrecha-mente vinculados con el desarrollo económico de las primeras cuatro regiones. Esta fue la circunstancia que determinó que CEDOC se abriera también a otras ramas científicas y de ingeniería con técnicas documentales, que posteriormente incluyeron la estructuración de servicios informativos, cambiándose el nombre de la unidad a Centro de Documentación e Información. Los académicos de mi tiempo seguramente se acordarán de los “Informativos CEDOC”, posteriormente “Informativos BIDOC”, al fusionarse en el año 1981 el Centro de Documentación e Información con la Biblioteca, y creándose a su vez en Antofagasta una nueva repartición universitaria denominada Unidad de Biblioteca y Documentación, de la cual fui directora a partir del mismo año. De nuestra producción eran además bien considerados los “Repertorios Bibliográficos”, de los que salieron a la luz 28 volúmenes, hasta el año 1991, en las materias más atingentes a nuestras regio-nes, como geología, antropología y arqueología, energía solar, recursos hídricos, metalurgia extractiva del cobre, patrimonio arquitectónico, recursos minerales metálicos y no metálicos, por citar algunos ejemplos.

La apertura hacia otras disciplinas y la consecuente necesidad de reproducir do-cumentos para usuarios del Centro nos forzó a adquirir una máquina fotocopia-dora, que en los años ‘70 empezaron a proliferar en Chile. Aparte del fotocopiado

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Drahomíra Srytrova Tomasova | 109

interno, el servicio estaba también abierto al público universitario, incluso exter-no, lo que nos ayudaba a generar unos pocos ingresos propios. La operación de la máquina fue confiada a mi secretaria, quien un día vino a mi oficina algo pertur-bada, contándome: “Fíjese que vino una señora para que le fotocopie su certificado de nacimiento, y ¿sabe Ud. cómo se llamaba? Se llamaba Primera Asamblea del Par‐tido Comunista de Chile. Le dije, señora, por Dios, ¿y cómo le dicen en su casa? Me dicen Prime, no más, me contestó”. Historia para no creerla.

Aunque con los nombres puede pasar cualquier cosa. Recuerdo que cuando nego-ciaba a fines del año 1971 la entrega del archivo pasivo de la aduana de Antofagasta con su administrador, señor Luis Piquimil, no sabía cómo escribir exactamente su apellido, si con “q” o con “k”. Le pregunté y me dijo que con “q”, mirándome con mi libreta de soslayo, y cuando terminé me dijo “¡Bravo!”. Lo interpreté como un halago y le dije: “¿No es cierto que lo escribí bien?”, pero su respuesta me avergonzó al decirme: “¡Ay, señorita, por favor!, ‘Bravo’ es mi segundo apellido”. Un faux pas que nunca se me va a olvidar.

La edición de los Repertorios en papel se terminó sincrónicamente con la insta-lación en la Biblioteca en Antofagasta del sistema Micro CDS/ISIS (traspasado en 1999 a la versión WinIsis), ya que este nos permitía, a partir de ese momento, crear las bases de datos referenciales de documentos vinculados con la regiones del norte de Chile y recuperar la información en forma automatizada, además de imprimir los resultados de búsquedas para los usuarios académicos y estudianti-les interesados, obviamente previa reconversión de datos en forma manual desde los Repertorios.

Sin embargo, ni la Biblioteca en esos tiempos quería quedarse atrás. Así, en el año 1988 las autoridades universitarias suscribieron a nuestra solicitud un con-venio con la Red Nacional de Información Bibliográfica (RENIB), dependiente de la DIBAM, para que las bibliotecas en Antofagasta y Coquimbo pudieran crear en línea sus propias bases de datos de registros de libros y revistas mediante los módulos de catalogación, y recuperarlos a través de los catálogos en línea (así lla-mados OPACs). Sin embargo, esto no era posible hasta el año 1990 con la llegada de la democracia, debido al cambio de los rectores y cambio de las autoridades en la DIBAM. Recién en ese año organizamos una verdadera serie de capacitaciones, tanto para el personal profesional como administrativo, y paulatinamente entra-mos en producción de registros, con modalidad a distancia en el sistema auto-matizado NOTIS, con el que en ese tiempo operaba la RENIB para varias univer-sidades del Consejo de Rectores y otras instituciones con importantes recursos bibliográficos. Pero, ¡ojo!, estábamos recién en el umbral de la automatización, utilizando los servicios de un sistema no local y apoyados por el fiel Centro de Computación bajo la dirección del ingeniero Íñigo Meza. Estábamos aún muy

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110 | ARTÍCULO 14: Desde el rescate de archivos históricos en vías de desaparición a las bibliotecas automatizadas

lejos de soñar con que algún día fuera posible la recuperación de la información en textos completos.

Pero el invento tecnológico considerado como el más grande del siglo XX se acer-caba también a nuestras bibliotecas en Antofagasta y Coquimbo, incluyendo esta vez a la Biblioteca del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo en San Pedro de Atacama. En el año 1994 fue creada la Red Universitaria Nacional (REU-NA), con la ventaja de que su nodo norte funcionaba desde el Centro de Computa-ción de nuestra Universidad. Se hablaba de Internet, lo que en la terminología bi-bliotecaria se traducía en la posibilidad de acceder y/o consultar las bases de datos de bibliotecas distantes, utilizando en ese tiempo el comando telnet de números que identificaban las máquinas según su IP. Sabíamos de inmediato que el progra-ma para la celebración del próximo Día Nacional del Bibliotecario estaba definido. Pero teníamos que ser muy precavidos y asegurar para ese 10 de julio pleno apoyo de nuestros informáticos, de REUNA y de la empresa de electricidad de Antofa-gasta, que de vez en cuando solía cortar la luz. Al final, la demostración de la co-nexión a la base de datos de la Biblioteca Nacional de Australia resultó impecable. Encontramos en ella Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda y otras obras de Gabriela Mistral. Íbamos a la segura, porque pensábamos que las obras de los Premios Nobel no podían faltar en ninguna biblioteca del mundo. Las autoridades invitadas y el público en general nos felicitaron, y nosotros sentimos que habíamos dado otro paso adelante, pero nos vimos muy sorprendidos por la sugerencia de un académico, algo despistado, que me dijo susurrando: “Uds. de‐berían comercializar el sistema de acceso a Internet para generar ingresos propios”. Probablemente tenía en la mente que Internet se semejaba a una central telefóni-ca, que en lugar de voz funcionaba con números y letras escritas.

Se acercaba el año 1998 y nuestras ansias por implementar las bibliotecas con un sistema integrado y local para la administración de sus procesos y servicios crecían. Después de largas consultas, lecturas, discusiones y experiencias que se comentaban en la Comisión Asesora de Bibliotecas y Documentación (CABID) del Consejo de Rectores, de la cual fui secretaria por once años, elegimos el sistema Aleph, adquirido al Grupo Sistemas Lógicos con sede en México y representante para la América Latina de los productos de la Compañía Ex Libris, lo que nos ase-guraba una asistencia tecnológica continental y en idioma español. Para obtener fondos para esta iniciativa no menor se postuló al Primer Concurso de Desempe-ño para el Desarrollo de Áreas Prioritarias del MINEDUC, con el proyecto “Forta-lecimiento de los servicios de las bibliotecas de la UCN”. El proyecto fue aprobado con recursos significativos tanto del MINEDUC como con aportes de la UCN para su desarrollo por etapas entre los años 1999-2001. Entonces nos esperaba la tarea de reconversión de datos de las tres bibliotecas (Antofagasta, Coquimbo y San Pe-dro de Atacama) desde el programa NOTIS al nuevo sistema adquirido, y la ade-

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cuación tanto de la infraestructura física como de la estructura de cargos para el debido funcionamiento de los módulos de catalogación, consulta en línea, control de revistas científicas, adquisición, préstamo interbibliotecario y principalmente circulación de libros, función que, entre otras, no era posible implementar con el sistema NOTIS. Sincrónicamente fueron creados dos nuevos cargos absoluta-mente indispensables: el de Informático y el de Bibliotecaria de Sistema. El nuevo sistema entró en plena marcha después de largas capacitaciones en 2002, pero se nos presentaban otros problemas: el sistema había que llevarlo a las oficinas de los académicos y hacia los alumnos, y enseñarles sus potencialidades en la búsqueda de la información, así como posibilitar el acceso a los recursos bibliográficos, aho-ra también electrónicos, con una mayor cantidad de medios tecnológicos (compu-tadores) y ambientes físicos cómodos y agradables para el estudio, requerimientos que nos conducían inexorablemente a “cambiarnos de casa” y preocuparnos por la construcción de un nuevo edificio para la Biblioteca en Antofagasta.

De manera que en el mismo año 2002 era preciso poner nuevamente las manos a la obra y preparar un nuevo proyecto, esta vez denominado “Comunidad de apren-dizaje: la nueva biblioteca de la Universidad Católica del Norte”. Fue presentado al MECE Superior, que nos adjudicó casi mil millones de pesos, presupuesto que fue generosamente complementado con los recursos financieros de la Universidad. Como en el caso anterior, el proyecto debió ser desarrollado también en tres años (2003, 2004 y 2005), sin perjuicio de que la construcción de la nueva Biblioteca lo extendió a cuatro, hasta finales de 2006, fecha en que pudimos rendir cuenta a las autoridades universitarias por los servicios comprometidos en el proyecto y aho-ra instalados. El principal desafío consistía en dar a la Biblioteca (no solamente en Antofagasta, sino que también en Coquimbo y San Pedro de Atacama) un rol central en los procesos de enseñanza-aprendizaje, con el desarrollo de alumnos y docentes a través de cursos, habilidades y competencias en el manejo y uso de la información, mejorada ahora sustancialmente con la oferta de nuevos recursos bibliográficos en formato electrónico, representados por una considerable canti-dad de bases de datos y textos completos de artículos de revistas científicas signi-ficativas para las disciplinas en desarrollo en nuestra casa de estudios. El acceso a los recursos electrónicos fue asegurado con una buena cantidad de puntos de red, complementados con la red Wifi, un nuevo portal web y casi 180 estaciones de trabajo conectadas mayoritariamente a Internet. En cuanto a la Biblioteca física, su superficie creció de 2.200 m² a 4.200 m², lo que permitió el acceso libre a la estantería e instalación de 850 puestos de estudio para los alumnos y docentes.

Pareciera que la tarea estaba cumplida, pero faltaba el traslado y reordenamiento de todos los materiales físicos, como libros, revistas, archivos históricos, tesis, do-cumentos, videos, fotos, CD, DVD y otros ítems, desde la “casa vieja” a la Bibliote-ca nueva. El traslado, iniciado a fines de 2006 y continuado en los calurosos meses

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de enero y febrero de 2007, lo recuerdo hasta hoy como una empresa realmente monumental, y no hubiese sido posible sin el compromiso de cada uno de los fun-cionarios de la Biblioteca y la ayuda de algunas otras reparticiones universitarias. Pero todo, al final, se logró y la Biblioteca en Antofagasta fue abierta al público solamente con quince días de atraso, el 15 de marzo de 2007. Su inauguración ofi-cial tuvo lugar el miércoles 27 de junio.

El 30 de junio de 2007, a las 24:00 horas, después de entregar el cargo a la nueva directora, cerré la Biblioteca por última vez y caminé esa noche hacia mi auto, siendo en la oscuridad una vez más confundida con el servicio de vigilancia del campus, probablemente a raíz de mis anteriores y habituales horarios prolonga-dos... En mi interior se cruzaban sentimientos de una gran tranquilidad por la ta-rea cumplida y de un gran agradecimiento a esta Universidad Católica del Norte, que ahora cumple sesenta años, por darme la oportunidad en ese remoto año 1971 de formar parte de su comunidad. Pero también agradezco a todas las circunstan-cias de la vida que me posibilitaron, gracias a los avances tecnológicos, encaminar la Biblioteca al sitio que hoy le permite a los docentes y alumnos desenvolverse en el complejo mundo de la información de nuestros tiempos. Para alguien eso puede ser solamente un sueño, pero en mi caso se convirtió en realidad.

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Artículo 15Pinceladas de una gran familia con mística

a toda prueba:

VIVENCIAS SINDICALES Y

LABORALES DE LA NORTE

Ingresé a la Universidad del Norte, primero, como alumno de la carrera de Historia y Geografía en el año 1966. Estuve casi un año, y por razones

económicas y de salud abandoné. Me afectó dema-siado el cambio de clima desértico, como es Calama, a un clima húmedo, como el de Antofagasta.

En marzo de 1968, salió un llamado a concurso en el diario El Mercurio de Antofagasta, donde indicaban que se necesitaba una persona para trabajar. Postulé y a los pocos días un furgón de la Universidad me notificó, me presenté y quedé.

Llegué a trabajar a la sala de profesores ubicada en el pabellón “C”. Al lado estaba la Secretaría de Estu-dios, hoy Sección Registro Curricular, donde perma-necí hasta abril de 2016 con el cargo de Encargado de Carreras.

En el año 1970, en una reunión sindical para elegir dirigentes, por una casualidad, porque jamás había dirigido grupo alguno, una compañera me propone como candidato. Al principio no quería aceptar, por-que no tenía ninguna experiencia y era demasiado tímido —en el Liceo de Calama, donde estudié, en una disertación temblaba entero—, pero me arries-gué y salí elegido. Entre los años 1970-1973 ocupé cargos de tesorero y director, hasta llegar a ser presi-

RUBÉN LEAÑO BELTRAND

Funcionario de Registro Curricular de la UCN desde 1968 hasta abril de 2016, fecha en que dejó su cargo de Encargado de Carreras. Fue estudiante de Historia y Geografía de la Universidad del Norte en 1966.

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dente del Sindicato No Docente, llamado posteriormente Sindicato de Trabajado-res n° 2 de la Universidad Católica del Norte. En esos años, el Sindicato consiguió muy buenos beneficios para los asociados, y la Universidad los hizo extensivos para todos los trabajadores, sindicalizados y no sindicalizados. Algunos bene-ficios a nombrar son: el Fondo de Indemnización de la Universidad del Norte, FIUN, para personas que se retiraban de la institución; se les cancelaba un sueldo bruto por cada año trabajado. Otro beneficio importante fue la liberación en los pagos de matrícula para los hijos de funcionarios que entraran a estudiar a la institución. También los 42 días de vacaciones de verano, beneficios en salud, etc.

Entre esos años también representé a todo el personal no académico ante la Ins-pección del Trabajo.

En el año 1998 retomé la actividad sindical, siendo elegido presidente por tres periodos consecutivos, hasta el año 2004.

En 1998, la oficina de Recursos Humanos solicita a Isabel Bahamondes, funciona-ria de Biblioteca y tesorera de la directiva que presidía, por su conocida experien-cia folclórica —además de tener una excelente voz—, que organice una actividad folclórica con cánticos y bailes para las Fiestas Patrias, actividad organizada por la oficina de Bienestar. Isabel me invita a participar; me integré al grupo de músicos y se forma el Conjunto Folclórico COFUNAL, con la participación de funcionarios y alumnos. Estos últimos principalmente colaboraron con mucha disciplina en la parte de danzas y bailes.

Incursioné en la actividad folclórica como cantante durante doce años aproxima-damente, hasta 2012. Participamos en las galas de la Universidad, en encuentro folclóricos en la ciudad de Coquimbo, en el Teatro Municipal de Antofagasta, en el Hotel Antofagasta, etc.

Hoy, a poco de mi retiro de la institución, me voy agradecido de ella por todas las oportunidades que me brindó y porque me sirvió para hacer todo lo que hice.

Después de este sintetizado preámbulo, me referiré a mi experiencia en la Uni-versidad.

Al ingresar a ella, tuve un comienzo amistoso, dado que conocía a varios alumnos que habían sido mis compañeros en la carrera en que había estado. Mi labor con-sistía en entregar la tiza a los profesores para que realizaran sus clases, atender el teléfono, que era el único en dicho pabellón, distribuir las salas de clases, y tocar el timbre que anunciaba la entrada y salida de clases.

En mis comienzos, me refiero fines de los años ‘60 y principios de los ‘70, las salas de clases eran pocas. La Universidad recibía un escuálido aporte fiscal para su

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Rubén Leaño Beltrand | 117

desarrollo, me refiero para remuneraciones, construcción de salas, laboratorios, construcción de oficinas, etc.

Los estudiantes pagaban solo un arancel de matrícula para el año. Los descuentos previsionales de los trabajadores por conceptos de imposiciones no se cancelaban en las cajas de previsión, porque esos dineros se destinaban para remuneraciones e infraestructura, dado que el aporte fiscal no cubría los gastos de la institución.

La Universidad contaba con un profesor de Inglés, llamado Sohel Riffkaque, quien además dominaba varios idiomas. Era como un embajador de la institución, todos los años salía a recorrer el mundo, sobre todo países de Europa, haciendo conve-nios de intercambio con docentes de otras universidades para potenciar nuestra docencia y, a su vez, consiguiendo material didáctico, equipos para laboratorios, etc., todo en calidad de donaciones.

En su funcionamiento interno, las mejores salas de clases que tenía la Universidad estaban ubicadas donde después estuvo la Biblioteca, y ahora el Departamento de Matemáticas; eran dos pabellones, “A” y “B”.

Después se construyeron las salas del pabellón “J”, que eran pequeñas, de madera y piso de cemento. Tiempo después se veía presencia de roedores en el sector. Hoy se encuentra en ese lugar el laboratorio de computación.

Después se construyó el pabellón “M”, también para salas de clases, que fue de-molido y, posteriormente, se construyó la Dirección General Estudiantil.

El Aula Magna, hoy salón auditorio “Andrés Sabella”, era un galpón cerrado con cholguán, ubicado en un lugar cercano al CECUN. Más tarde, en ese mismo lugar, se instaló el casino, que solo vendía desayunos y “onces”; el sándwich más vendi-do era el de salame y queso amarillo. En ese entonces, como era una Universidad joven, no hacía estragos el colesterol, como ocurriría ahora.

La Rectoría se encontraba en la calle Prat, a la altura del Colegio San Luis que está en Calle Baquedano; era todo construcción de madera.

Cuando ingresé a la Universidad en 1968, la imagen que esta tenía era aparente-mente menor a la de la sede de la Universidad de Chile, que después pasó a lla-marse Universidad de Antofagasta. Pero a partir de ese entonces, la Universidad Católica del Norte ha tenido supremacía en la región.

Las oficinas de las carreras de Pedagogía se ubicaban físicamente, varias de ellas, en el pabellón “C”, donde había un director y la secretaria, nada más. No había es-pacio físico para los profesores. En ese tiempo el fuerte de la Universidad eran las carreras de Pedagogía —como Matemáticas y Física, Francés, Castellano, Inglés, Educación Física, Artes Plásticas, Bellas Artes, Educación General Básica, etc.—.

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En el área tecnológica estaban las carreras de Geología, de Ingeniería en Ejecu-ción en Pesca, de Ejecución Química, de Ejecución Electrónica, y las carreras de Construcción Civil, Ingeniería Civil Química, etc.

La Universidad tenia sedes en Coquimbo y Arica, y los centros de Iquique, Copia-pó y posteriormente Calama.

En la Universidad existían dos facultades: la de Ingeniería y la de Humanidades. Además existía un Centro de Estudios Básicos, donde se impartían asignaturas de cultura general como Filosofía, Castellano y Teología, que actualmente son las de formación general.

Como la Universidad era pequeña, éramos como una familia, nos conocíamos to-dos, se participaba en las fiestas mechonas, en el aniversario de la Universidad, sacando carros alegóricos por el centro de la ciudad. Lo mismo ocurría en la fiesta de la primavera, en la fiesta de aniversario. Algunos años iba toda la Universidad en tren de paseo a Mejillones. También participaban las barras en el campeonato de básquetbol universitario-militar. Había una mística.

Tuvo un papel destacado en todos estos eventos —como competencias en fiestas patrias, competencias de aniversario, competencias deportivas, etc.— la carrera de Educación Física, llamada el Físico en ese tiempo; participaban alumnos, fun-cionarios y profesores.

Generalmente, en las fiestas nombradas, la participación docente fue escasa, ex-cepto si se trataba de los profesores de la carrera de Educación Física, que siem-pre destacaron.

La Universidad siempre estuvo a la vanguardia de los acontecimientos que marca-ron hitos en su vida. Entre los de mayor connotación, están los cambios produci-dos en el área de administración y docencia, y el avance tecnológico después de un marcado sistema 100% manual a un sistema computacional de última tecnología, que conllevó la disminución de gran cantidad de papeles y cartas, que fueron re-emplazados por el uso masivo de correos, por ejemplo.

También destaca la construcción de edificios de alta tecnología, todos con buenas terminaciones, gracias a la participación de la Universidad en los proyectos con-cursables Mecesup, ganando varios de ellos.

Cuando ingresé, construir una sala de clases de madera era un acontecimiento, y para construir el gimnasio Luis Bisquert Susarte, la carrera de Educación Física tuvo que realizar una gran rifa para contar con los recursos para su edificación. A don Luis Bisquert Susarte, de avanzada edad, lo alcancé a conocer. Era admirado por la disciplina que imponía como Director del Departamento y por su profe-

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sionalismo a toda prueba. Falleció poco tiempo después que fuera inaugurado el estadio techado que lleva su nombre.

Considero que la Universidad, por su condición cristiana y católica, debió haber refaccionado o remodelado, aunque sea una parte, la llamada “casa de los curas”, que era una casona de dos pisos de madera y que tiempo después fue invadida por las polillas. Se dice que albergaba a los jesuitas que venían de otras partes a impartir docencia en la institución. Al frente de la casona, hoy en ese lugar está la federación; antes había una piscina, donde se dice que se bañaban los jesuitas. Además, pienso que debió mantenerse una sala de reuniones con el nombre de Aula Magna.

Creo también que debió haberse conservado un socavón, de unos tres metros de profundidad aproximadamente, donde se bajaba a través de una escalera hecha de madera, y donde se encontraba el laboratorio y el taller de Ciencias Físicas. Estaba ubicado entre el auditorio “Andrés Sabella” y las oficinas de Registro Curricular que hoy son un paso de vehículos. Su mantención estaba a cargo de un señor de apellido Gatica. Era frecuentado por profesores y funcionarios del Departamento, como don Carlos Franco, Orlayer Alcayaga, Ricardo Zuleta, don Carlos Espinosa y otros que no recuerdo, casi todos ellos ya fallecidos. En ese lugar hacían su colación, tomaban su desayuno y “onces”; lo hacían en tarros de leche en reemplazo de la taza, soldándole una oreja al tarro. La vida que llevaban en ese lugar, como se aprecia, era muy pin-toresca. Este hoyo no debió haberse tapado, para que los alumnos y toda persona de la Universidad conocieran cómo se iniciaron algunas unidades.

También nunca debió cerrarse la carrera de Educación Física; era el alma de las actividades deportivas y recreativas de la institución.

Además la Universidad debió haber conservado un bus que se utilizaba en las sa-lidas a terreno en clases prácticas de Geomorfología, en la carrera de Historia y Geografía, como también en Geología y otras asignaturas con prácticas en terreno; la particularidad de este bus estaba en que su construcción era de latón blinda-do. Se dice que sirvió para transporte de militares alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Debió conservarse como pieza de museo por los servicios que prestó a la institución. Me imagino que fue vendido como chatarra en alguna empresa minera.

Su espíritu de comunión tiene mucho que ver con su crecimiento. A medida que fue creciendo se fueron construyendo edificios en diferentes sectores para satis-facer los requerimientos de todas las carreras que existían, y otros que fueron creándose. Esto trajo consigo que esta gran familia, con vínculos tan cercanos desde sus inicios, se fuera alejando y creándose actitudes impersonales, llegando muchas veces a la insensibilidad por el crecimiento del recurso humano y físico, y afectando claramente la comunicación y, por ende, el sentido de comunidad.

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Cuando llegué a la Universidad mi labor consistía en atender la Sala de Profesores, y al lado se encontraba la Oficina de Secretaría de Estudios, hoy Sección Registro Curricular. Mi jefe directo era don Enrique Conrado Ferrando Núñez (Q.E.P.D.), profesor de Francés y con muchos conocimientos en la administración pública; era de esos jefes que al mirarlo uno aprendía y se profesionalizaba en el trabajo. Fue un excelente formador, un maestro.

En esos años el trabajo era 100% manual. No se conocían las máquinas de es-cribir eléctricas. Eso fue hasta los años ’70. Al comienzo de esa década llegaron las máquinas eléctricas. El mobiliario, llámese estanterías, escritorios y sillas eran de madera; el piso era de cemento. En cuanto al material que se usaba para los seguimientos curriculares de los alumnos, como el registro de notas, eran cartolas de un cartón semi grueso que contenía dichos registros; eran únicas, no habían copias, y no podían perderse porque no había respaldo. Cada encargado colocaba aproximadamente cuatro mil notas semestrales, con los registros de los alumnos desde que ingresaban hasta que se titulaban. Para las comunicaciones nos entendíamos a través de cartas entre una unidad y otra. El volumen de papel que circulaba era abundante. Habían cartulinas que re-gistraban los alumnos por asignatura. Comparando lo de ese tiempo y ahora, la Universidad se ha caracterizado por tener los adelantos computacionales en la región. Está casi automatizada, dado que todos los registros que se llevan en la oficina están en una base de datos de donde podemos sacar “N” copias de lo que queremos. Las cartas fueron reemplazadas por los correos; la circulación de cartas es muy poca.

En cuanto a los modos de trabajo en la oficina, en ese tiempo las funciones que cumplían las secretarias se distribuían de la siguiente forma: una llevaba el con-trol de las actas de notas, otra estaba a cargo de la emisión de certificados, otra de la preparación de los expedientes de títulos, otra de poner las notas en las cartolas curriculares, y otra cumplía labores netas de secretaria, como hacer cartas.

En el año 1978 se reestructuró la oficina y se tomó el modelo que tenía la sede de Arica, que consistió en que el personal que trabajaba en Registro Curricular se hi-ciera cargo de determinado número de carreras, pasando a llamarse “Encargados de Carrera”. Cuando hicieron el sorteo de la carrera que le tocaba a cada uno, que-dó un grupo de carreras sin encargado, y me llamaron. Yo trabajaba en la Sala de Profesores y me preguntaron si aceptaba ser encargado: acepté. Ese nuevo trabajo se mantiene hasta el día de hoy, pero automatizado.

Cuando llegué a la oficina, el personal de Secretaría de Estudios eran todas muje-res. Cuando me integré como encargado fue el inicio de la llegada de los varones a la oficina; hoy somos cuatro hombres y cuatro mujeres.

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Durante todos los años que he trabajado en esta unidad, he tenido alrededor de veinte jefaturas. Todos han dejado alguna huella, buena o mala, pero la han deja-do y me ha servido para aprender. De todos los jefes, para mi gusto, cuatro de ellos han sido los más destacados, y los nombraré:

Don Enrique Ferrando Núñez, un maestro, como lo mencioné en un capítulo an-terior. Don Manuel Barra Herrera, quien se caracterizó por su condición humana para relacionarse con el personal. La señora Lucie Duhalde Herrera, gran dama, con una gran capacidad de gestión, con ella la oficina tuvo su primera y gran estructuración, que perdura hasta el día de hoy. El trabajo tedioso que cada uno hacía en sus inicios, pasó a que cada persona tomara un determinado número de carreras a su cargo, llevando el seguimiento curricular de los alumnos de estas ca-rreras desde su ingreso hasta la titulación. Ese modelo se tomó de la Universidad del Norte, sede Arica. También, don Juan Carlos Reinoso Ferrera, que lideró inte-ligentemente el inicio del traspaso del sistema manual al sistema computacional, a través del proyecto del sistema SICA, creado por él.

Después vino el sistema SIMBAD, y ahora tenemos el sistema BAINI, sistema complejo que integrará automáticamente a todas las unidades de servicios de la institución.

Otro punto importante a destacar en los cambios producidos, es cómo el contacto con los alumnos ha configurado también profundas transformaciones. De un sis-tema manual, en el que teníamos un contacto diario masivo con los estudiantes, a través del tiempo y a medida que se fue automatizando el trabajo, ese contacto fue disminuyendo, a tal punto que hay alumnos que actualmente se acercan a realizar trámites de titulación y es primera vez que uno los ha visto, ya que antes todos sus requerimientos el alumno los ha realizado vía Internet.

Cuando ingresé a la Universidad, tanto estudiantes como profesores y funciona-rios vestían de terno y corbata, todos los días. Con el correr de los años, muchos dejaron el terno y la corbata. Antes se cuidaban mucho en la expresión; hoy son más liberales.

Al poco tiempo de mi llegada me di cuenta que ya existía un sindicato, el Sindi-cato N° 1, el más antiguo de la Universidad, formado por el personal de servicio. Luego se formó el Sindicato Administrativo-Docente, que posteriormente se se-paró, formándose el Sindicato Administrativo No Docente, que se llamó más tar-de Sindicato de Trabajadores N° 2, que perdura hasta el día de hoy. Y los profesores formaron el Sindicato Docente, llamado posteriormente Sindicato de Trabajado-res N° 4, que también perdura hasta hoy.

Como en 1969, más menos, el país empezó a sentir los vaivenes de la política, la Universidad no estuvo ajena a esta situación. En esa época se polarizaron las

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ideas, en la carrera de Sociología, Periodismo y Antropología; se centró con más fuerza la ideología. A medida que avanzaba la propaganda política para la elección presidencial, con muchas turbulencias, lo mismo ocurría en las universidades, y también en la nuestra.

Entre los años 1970-1973 se quebró el espíritu de comunión, afectando profunda-mente el sentido de comunidad. La Universidad, como ocurrió en el país, también se polarizó. La gente se dividió, los socios de los sindicatos también se dividieron. Muchas de las personas que entramos a trabajar en ese tiempo nos vimos muy afectadas porque se desmoronaba la convivencia que manteníamos, como lo se-ñalé anteriormente, como una familia. De un momento a otro, después de ser muy amigos, se pasaba, de la noche a la mañana, a ser enemigos. Fueron experiencias negativas que se vivieron en casi todas las oficinas. Entre los profesores, entre los alumnos, entre los funcionarios administrativos y de servicios, como para no volverlo a vivir.

Vino el cambio de Gobierno. La vida universitaria, si bien se tranquilizó, perdió la calidez humana, se enfrió, y se terminó esa mística que caracterizaba a la institución.

Desde la llegada de la democracia, y por todo lo ocurrido anteriormente, se puede apreciar que la Universidad no ha vuelto a ser lo que fue. Se perdieron las fiestas en conjunto, los carros alegóricos, los paseos en comunidad, la participación de la carrera de Educación Física en los eventos. Esto nos indica que esa carrera siem-pre debió existir; la mística no se ha recuperado.

Me gustaría que la Universidad pudiera recuperar algo de lo de antes de 1970, que se volviera abrir la carrera de Educación Física y se pudiera recuperar un poco de esa mística que tuvo. Lamentablemente muchas de las personas que participaron en esos años, y que fueron generadoras de esa alegría, están hoy fallecidas, y otras ya no están en la Universidad; los trabajadores y los estudiantes han cambiado.

En todas las actividades que en esos años dieron vida a la Universidad y que fue-ron parte de estos recuerdos, tuvo una activa participación la Federación de Estu-diantes. Hoy, a la Federación le falta más compromiso con la institución.

Los espacios y los recursos están, debemos reflexionar por una participación más activa, que vaya en beneficio de nosotros mismos, de la Universidad y de la comu-nidad toda.

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Tierra Nueva 2016

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Artículo 16Marco Antonio Pinto: la UCN, el bien más preciado:

ITINERARIO BREVE CON AUXILIO DE

LA MEMORIA

MARCO ANTONIO PINTO

Profesor de Estado en Castellano. Periodista. Director del Diario Austral de Temuco. Impulsor del desarrollo de diarios en Valdivia, Osorno y Puerto Montt. Autor del proyecto que crea el diario El Mercurio de Calama. Director del diario El Mercurio de Antofagasta. Director de El Mercurio de Valparaíso. Creador de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Temuco. Académico en algunas universidades chilenas. Exalumno de la Universidad Católica del Norte, el bien más preciado.

Falleció a los 86 años. Extrañamente, como un mensaje que viaja con apuro premonitorio, va-rios días antes de saber de su muerte, el correo

llevó a mi casa en Viña del Mar el que fue uno de sus últimos libros de poesías, con una dedicatoria que me decía “en recuerdo de aquellos días cuando ca-minabas a tientas”.

Debió tomarle trabajo dar con mi dirección. Sin em-bargo, ese libro llegó y, con ello, la memoria que hoy reconstruyo, reconociendo vívidamente a las muje-res y hombres que contribuyeron a ese proceso de transformación que vivimos en aquella Universidad marcada por el sello de lo católico o, dicho mejor, por el sello de la catolicidad. Humanismo, en reali-dad, con significado intenso.

Pues bien, la catolicidad era una atmósfera hermosa-mente respirable en los pasillos, en las salas de cla-ses, en la biblioteca, en la relación con los profesores y en la ruta que nos esforzábamos por construir con los compañeros de entonces. Nada de dogmas y —no hay contradicción— solo catolicidad. Lo sé hoy: ninguna idea ni pensamiento aportó más y mejor a mi forma de andar y de existencia que la Univer-sidad. Desde allí recogí y sigo recogiendo un estilo de vida, una visión de mundo, un comportamiento, una energía verdaderamente vital que es el auxilio

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126 | ARTÍCULO 16: Itinerario breve con auxilio de la memoria

para enfrentar todos los días, en especial aquellos que, como ahora, llegaron para confirmar nuestra precariedad y vulnerabilidad.

¿QUÉ QUISO DECIRME?

Con eso de “en recuerdo deaquellos días cuando caminabas a tientas”, ¿qué me quiso decir ese hombre de ojos tristes y siempre de media sonrisa? ¿Quién fue ese hombre?

En esa suerte de intuición pedagógica expresada por él creo descubrir lo que éra-mos. Éramos el comienzo, el gran viaje, el definitivo abandono de la adolescencia, la aventura de ser, la construcción en camino, el recorrido, las dudas, las crisis especialmente de fe.

Nos encontramos una mañana en un pasillo de mi Universidad. A poco andar, me dijo: “¿Así que tú eres Marco Antonio?”. Preguntaba lo que él ciertamente ya sabía, interrogación a la que siguió un ¿cómo va todo? Todo parece ir bien, le dije, aunque con algunos problemas con la duda. Dudo, no creo, le insistí.

—“Yo sé quién soy”— le volví a insistir, impetuoso más que consciente. Y lo dije recordando malamente El Quijote, que ya leíamos en ese tiempo. Es que la Uni-versidad fue libros, libros, libros a los que llegábamos con sed y ansiedad de saber, impulsados por el proceso formativo de esa casa que estimulaba el conocimiento y nos invitaba a explorar impulsados por esos profesores de grande estatura.

Y fue de la mano de los libros que alimentamos esos espacios de duda, como cuan-do Nietzche y su rotundo “Dios ha muerto” y Camus y Sartre, “el infierno son los otros”, o “los hombres mueren y no son felices”, leído todo con pasión en medio de la confusión. Aquel hombre, aquel sacerdote que más tarde dejaría de serlo, en ese pasillo fortuito me tomó cariñosamente del hombro y me dijo: Duda, porque en la duda es como podrás construir tu fe.

UNA FIERA CIEGA

De tantos libros leídos, un día o quizás fue una noche, sí, fue una noche, acerté en conocer a Niko Kazantzakis. Supe que en algún momento la Iglesia católica había puesto sus libros en el Índice, suerte de textos que de ningún modo podías leer, y aquel fue elimpulso rebelde, exactamente, para buscarlo y leerlo. De todo lo leído, hasta hoy, me quedé principalmente con Carta al Greco, recuerdos de mi vida, y de ahí recojo aquello que me permite interpretar ahora eso exacto acerca de noso-tros, entonces jóvenes caminando a tientas, que quiso decirme aquel hombre que murió a los 86 años.

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“Una fiera ciega, incoherente, que tiene hambre y no come, que tiene vergüenza de comer, que no tiene más que hacer una seña a la felicidad que pasa por la calle y se detendría de buena gana, y no hace esa seña, que abre el grifo y deja que el tiempo corra infructuosamente y se pierda, como si fuera agua, una fiera que no sabe que es una fiera, he ahí la juventud”.

Pues bien, eso es lo que quiso decirme el hombre que murió a los 86 años después de ser, entre tanto que fue, fundador y primer rector de mi Universidad del Norte, Gerardo Claps.

Me han dicho que escriba este texto desde lo emocional. Y es lo que hago. Si no me lo hubieran dicho, igual lo haría porque, mucho más allá de lo puramente ra-cional, la memoria suele asilarse en los rincones del alma y el espíritu para desde allí asomar cuando es demandada.

TIEMPOS DE TORMENTA

Los de esos días vivimos tiempos verdaderamente cruciales. Vimos pasar, sufrién-dolo, el dramático quiebre de la democracia en Chile y la inesperada aparición de un individuo al que ya podemos reconocer como un sujeto de escasas luces morales e intelectuales, que demolió la vida de un país sano y bueno. No quiero decir su nombre. Momento, eso sí, en el que puedo reconocer uno de mis errores, cometido quizás confundido por una sociedad nacional por esos días trastornada; quienes me conocen sabrán de qué hablo.

Buenamente, asilamos aquí y allá, donde pudimos, muy de noche, temerosos, ex-perimentando el miedo a jóvenes perseguidos. Sacamos del país a un par de ellos que fueron clandestinamente a Francia mientras allá afuera aplicaban la cruel y mentirosa ley de la fuga, como en el caso del matrimonio de Nesko Teodorovic, estudiante de periodismo, y su esposa embarazada Elizabeth Cabrera, asistente social. Asesinados, ejecutados, 15 de septiembre de 1973. Y Washington Muñoz, y cuántos más que todavía duele.

Antes de todo eso trágico, mucho antes, en esa Universidad todavía pacífica y bue-na, el verdadero fundamento, el soporte esencial, los profesores René Muñoz de la Fuente, Sonia Buljan y su esposo Hugo Alonso, Fernando Aragón, Alfredo Matus, Antonio Comis, José Luis Samaniego, Irma Céspedes, Andrés Sabella, Mauricio Ostria, todos y tantos más que formaron nuestro espíritu en un propedéutico inicial en el que recuerdo aquellas clases de psicología, idiomas, historia de Chile e historia universal, griego, latín, filosofía. Y recuerdo, y la rememoro grande e inteligente, a mi amiga Carmen Carcuro, también, después, detenida y tortura-da.Y recuerdo mi exoneración que fue una expulsión violenta de mi Universidad a

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128 | ARTÍCULO 16: Itinerario breve con auxilio de la memoria

las ocho de la mañana cuando comenzaba mi clase de jueves, y recuerdo el largo peregrinaje posterior y todas las puertas que se cerraron una a una, acompasada-mente.

Pocos años después, la empresa El Mercurio que me llama y me invita a transitar en lo que sería un largo itinerario profesional, de norte a sur, fructífero y apasionante.

EL LENGUAJE FINAL

Y a esta hora, acepte usted en el recuerdo de esa triste historia de torturados y desaparecidosque aquí elaboro, lo que dijera Bataille: Cuando no te quedan más palabras, te pones a llorar, ese es el lenguaje final.

O aquello de que el hecho central es que la vida es corta y solo nos llevamos a la tumba la secreta integridad de nuestros actos.

Ya al final me parece significativo repetir a Kazantzakis, porque, estoy seguro, contiene un significativo fondo conceptual, hermano de lo aprendido en mi Uni-versidad, además de tan necesariamente urgente de saber y repetir en estos días de nuevas incertidumbres: para que una civilización se mantenga en un nivel ele-vado, debe establecer la armonía entre el espíritu y el alma. Esta síntesis debe ser el fin supremo de la lucha actual de la humanidad. La tarea es difícil, pero la llevaremos a cabo en tanto sepamos claramente lo que queremos y adónde vamos.

Pero, antes de llegar allí, es natural que vivamos el caos y la anarquía, el caos mo-ral y espiritual. Cualquiera que hoy entre en contacto con hombres conscientes, en cualquier parte del mundo, observa hasta en ellos las consecuencias inevita-bles de la guerra, es decir, los resultados de la angustia y del hambre, cansancio, ansiedad e incertidumbre y, por sobre todo, la ausencia de una moral estable, universalmente reconocida, sobre la cual se pueda reconstruir la vida interior del hombre de postguerra. Pues en esto no debemos engañarnos. La verdadera re-construcción no es la de las fábricas, los barcos, las casas, las escuelas y las iglesias destruidas por la guerra.

FUNDAMENTOS ESPIRITUALES

Una civilización no puede establecerse sino sobre fundamentos espirituales. La vida política y económica está gobernada por las realizaciones espirituales del hombre. ¿Cómo podrá el hombre rehacerse interiormente en un clima de cansan-cio, de ansiedad y de incertidumbre? No hay sino un solo medio: movilizar todas las fuerzas de luz que están adormecidas en cada hombre y en cada pueblo.

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En este momento no hay otra salvación. Debemos movilizar todos nuestros recur-sos para combatir la mentira, el odio, la pobreza y la injusticia.

¿Cuáles son los hombres que van a llevar adelante los recursos morales de la hu-manidad? No podemos esperar que este grito, este toque de llamada, el más im-portante de todos, venga de jefes temporales. Solo los jefes espirituales del mundo pueden y deben cumplir esta noble misión, por sobre las pasiones personales. En nuestros días, la responsabilidad del pensador es muy grande, pues las pasiones son ciegas y engendran la lucha, y las fuerzas materiales que el espíritu ha coloca-do en las manos de los hombres son formidables. De su uso depende la salvación o la pérdida de la humanidad. Miremos claramente la época peligrosa que atrave-samos y veamos cuál es el deber espiritual del hombre hoy. La belleza no basta ya, ni la verdad teórica, ni la bondad pasiva.

El deber espiritual del hombre hoy día es mayor y más complejo que en el pasado.

Se debe aportar el orden en el caos y abrir un camino. Debe descubrir y formular un camino y formular un nuevo grito de llamada universal, capaz de establecer la unidad, es decir, la armonía entre el intelecto y el corazón. Debe hallar las palabras sencillas que una vez más van a revelar a los hombres esta verdad muy simple: los seres humanos son todos hermanos.

Concluyo. Las palabras sirven para construir mundos. Hoy me han sido funda-mentales para recordar que un día en la vida, durante tantos días, la Universidad del Norte fue mi casa y mi patria.

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Artículo 17Con el batir de alas silvestres y los aires de la Cuculí:

UNIVERSIDAD IDENTIFICADA

CON EL DESIERTO Y EL MAR, CON

HOMBRES Y MUJERES DEL NORTE

ISIDRO MORALES CASTILLO

Periodista de la Universidad Católica del Norte. Académico de la Escuela de Periodismo de la UCN. Magister en Ciencias Sociales.

El primer contacto con mi alma mater fue en la condición de alumno del Liceo de Hombres en mi natal Iquique, a mediados de los años

‘60, cuando cada día pasaba por el frontis del Museo Regional que cobijaba entonces la Universidad del Norte (UN). El recinto, dirigido primero por el pro-fesor Julio Romero Corrotea y luego por el investi-gador Jorge Checura Jeria, estaba ubicado en la calle Baquedano, junto a la naciente Casa de la Cultura de la UN.

Todo comenzó en 1959 cuando estudiantes secunda-rios presentaron una muestra arqueológica. Sin em-bargo, la partida oficial del entonces llamado Museo de Historia y Arqueología de Tarapacá, dependiente de la Universidad del Norte, fue el 6 de noviembre de 1960. Se atribuye a Romero Corrotea, el liderazgo de la campaña para lograr este objetivo.

Éste se desempeñaba como Inspector General du-rante mi permanencia como alumno del centenario Liceo de Hombres. Junto a él, otros dos profesores del establecimiento, José Cubas y Carlos Francke, especialista en educación física. Este último tam-bién formó parte del personal del museo junto a Jorge Checura Jeria, quien luego se convertiría en su director.

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El museo, que hoy está bajo la tutela de la Corporación Municipal de Desarrollo Social de Iquique, cobija más de tres mil piezas arqueológicas recolectadas du-rante las décadas de los años ‘40 y ‘50 del siglo pasado por el farmacéutico danés Anker Nielsen Schulz, quien llegó en 1920 a la capital tarapaqueña.

Visitas de promoción de la naciente Universidad a nuestro liceo provocaron inte-rés entre los estudiantes. La llama comenzaba a prender con más fuerza y pronto se formó el Comité Iquique pro Universidad del Norte, liderado primero por Ma-rio Valenzuela Plata y luego por el también abogado Tomás Bonilla Bradanovic, ofreciendo la primera Escuela de Verano con una matrícula superior a los 600 alumnos y el concurso de excelentes profesores, como O’Higgins Guzmán y los sacerdotes jesuitas José Donoso y Miguel Iturrate.

Entonces en mi mente aún no había claridad sobre si accedería a una carrera uni-versitaria; la condición económica familiar, unida a la falta de orientación en el establecimiento educacional, no permitían perfilar con certeza alguna opción. No obstante, reconocía interés por la Biología, y también por la Historia y el Castella-no, hoy Lenguaje y Comunicación.

Dos situaciones, distintas una de otra, incidieron en una decisión. La primera ocurriría en el hogar de mi querida tía Nodimia, fallecida hace poco tiempo, hermana menor de mi madre, quien se declaraba fanática de la música de un grupo desconocido, intérprete de ritmos nortinos. Su tema favorito era “Cucu-lí”, dedicado a la pequeña paloma de cuerpo grisáceo, pero con tono más claro en su pecho, cuello y abdomen, cuyo canto hoy escucho cada mañana cerca de mi casa, pero también en los jardines del Barrio Humanista de la Universidad Católica del Norte.

El disco grabado por el Conjunto Folclórico de la Universidad del Norte se repetía cada día junto a “Ojos azules” y “Caliche” en las radioemisoras iquiqueñas Esme‐ralda, Patricio Lynch y El Salitre. Posteriormente escucharía junto a mi tía otros temas como “Cachimbo de Tarapacá”, “Cachimbo de Pica”, los trotes del “Burrito” y “Tarapaqueño”, “Mis corderitos”, el “Huachitorito”. También, composiciones de Freddy “Calatambo” Albarracín, autor de varios de estas canciones —nacido hace noventa y dos años en la antigua oficina salitrera Santa Laura—, pero también recopilaciones hechas por integrantes del grupo folclórico universitario en la pro-vincia de Tarapacá.

Debo reconocer que todos estos temas eran de mi agrado. Sin embargo, fue el “Sa-ludo nortino” el que me convirtió en incondicional del COFUN. Letra simple, pero que identifica a nuestra tierra: “Del norte soy y le canto / con orgullo a mi región. / Traigo en mis labios ritmo / y su alma llevo en mi corazón. / Tierra, desierto y mar / soledad, puna y montaña. / Todo viene cantando / y las parejas van a bailar”.

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Al nombre de Jorge Checura Jeria, se añadieron otros relevantes, luego de mi llegada a Antofagasta. Miguel Politis, Jorge Vallejos, José Miguel Aguirre, quien musicalizó varias composiciones; también de integrantes cercanos, como Héctor Vega, compañero de curso en el liceo iquiqueño; Julio Valderrama, Roberto Estay, estudiantes y luego periodistas; y Rigoberto Vega, con quien compartí labores en la crónica de El Mercurio de Antofagasta.

La segunda razón de la llegada a la capital regional fue la visita a Iquique de una comisión de la carrera de Periodismo integrada por la académica Sofía Cáceres y el entonces alumno Michael Müller, quienes promocionaban el ingreso a nuestra unidad académica. La entrevista fue suficiente para decidir abandonar los estu-dios de Pedagogía en Biología que había iniciado en la sede de la Universidad de Chile en Iquique. Primera estación: el Pensionado Universitario Padre Hurtado, que la Universidad del Norte mantenía en la calle Prat casi esquina de Ossa. La generosidad del estudiante y luego profesor de Historia y Geografía, Remberto Loyola, exiliado años después en Suecia producto del golpe de Estado de 1973, permitió que alojara bajo techo en mi primer día en Antofagasta. Había dejado los enormes cerros de arena (dunas), que en la infancia subí varias veces y ahora ob-servaba la cercana cordillera de la Costa, que bajaba abruptamente hacia el mar.

Como esperaba, el conocido “Saludo nortino”, interpretado por el Conjunto Fol-clórico de la UN, nos dio la bienvenida a través de las emisiones de la radio inter-na. Los jóvenes estudiantes fuimos impregnados del trabajo de los investigadores universitarios que plasmaron en temas que grabaron en varios discos larga dura-ción o que interpretaban en “directo”. Ellos fueron fundamentales en la misión de dar a conocer a la Universidad y el norte en escenarios del país y extranjero. La labor de recopilación y el aporte del maestro Andrés Sabella permitieron al CO-FUN cimentar un sólido prestigio.

Durante la dictadura el conjunto grabó el disco denominado “Sabella”, pero fue prohibida su circulación. No obstante, ninguno de los textos de sus canciones presentaba alguna alusión al momento que vivía el país. Solamente en 1978 fue autorizada su difusión. Años después ocurrió algo peor. En 1980 el rector delega-do determinó la suspensión del COFUN y el cierre del mítico “Tambo atacameño”, que funcionó en un local de la calle José Santos Ossa casi esquina Baquedano, que hoy forma parte de un centro comercial.

Entonces los antofagastinos no se explicaban las razones que llevaron a la autori-dad designada a terminar con una parte importante del quehacer universitario. Al parecer, procesos de racionalización basados en términos economicistas más que las necesidades culturales terminaron con las expresiones artísticas. Los amantes del folclore dejaron de escuchar el hermoso tema “Caliche” de “Calatambo” Al-barracín, que decía: “Ay, morenita linda, Caliche, / te doy mi amor. / Soy del norte

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de Chile, / Caliche, mi corazón. / Una cueca nortina, Caliche, / vamos a bailar. / De punta y de taco, Caliche, / vamos a sacar. / No le cuentes a nadie, Caliche / de nuestro amor, / que así calladitos, Caliche, / será mejor. / Somos rotos pampinos, Caliche, / póngale vino”.

El “Tambo atacameño”, fundado por el conjunto folclórico universitario en 1967, desde entonces fue el lugar de reunión de todos los folcloristas y aficionados a la música regional. “El tradicional vaso de vino, la empanada, el sonido de la quena, el rasgueo de una guitarra, han sido complemento para quitar el cansancio de una semana completa de labor de quienes, cual agotados caminantes, llegan al ‘Tam-bo’ para olvidar los problemas cotidianos”, expresaba una crónica de El Mercurio de Antofagasta, de septiembre de 1969.

Recordaba la publicación que ese año fue dedicado exclusivamente a difundir el folclore de Chile en sus diferentes facetas, resaltando a Héctor Pavez, Alberto Rey, Rolando Alarcón, Margot Loyola, Chile Ríe y Canta (René Largo Farías) y Angel Parra, quienes “han mostrado lo mejor de su repertorio, de sus creaciones”.

Además de la impronta del Conjunto Folclórico, otro elemento fundamental en la identificación de la comunidad de académicos, estudiantes y personal admi-nistrativo y de servicios con nuestra Universidad del Norte, fue el himno, cuya letra pertenece a su primer rector, Gerardo Claps Gallo y la música a Yula Sierra de Olivares.

“Universidad del Norte / melodía de agua en el desierto / que rotura una nueva juven‐tud. / Universidad del Norte / ola que surca el rostro de la pampa / y deja una caricia bautismal. / Universidad del Norte / surtidor que traspasa las estrellas / vertiente de la límpida verdad…”, cantábamos con fervor. La poesía nos interpretaba y la comu-nidad universitaria cantaba su himno, sin ayuda de algún impreso. Otros tiempos.

En el recuerdo, los macizos buses de la ETCE (Empresa de Transportes Colectivos del Estado), que nos transportaban cada día a la Universidad, cuya entrada nos llevaba, luego de transitar por varios metros sin pavimento hacia un corredor, que circundaba por el norte y oriente la multicancha que servía de escenario de re-ñidos partidos de baby fútbol, aunque también actos relacionados con la semana mechona. Hoy forma parte de la base de edificios de la Escuela de Arquitectura. A propósito de esta celebración, el objetivo de todos los años era destronar la su-premacía que ejercían las carreras grandes y poderosas, como Construcción Civil.

Al norte, frente a la cancha, estaban los pabellones “J” y “K” (galpón trasladado des-de el local de calle Prat), dependencias relacionadas con el nacimiento y desarrollo de la Academia de Bellas Artes, cuya génesis está en la Escuela de Verano de 1957, oportunidad en que O’Higgins Guzmán dictó un curso sobre artes plásticas; luego asumió la dirección de la nueva unidad académica. La incorporación de Chela Lira

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con su taller infantil y del maestro Waldo Valenzuela consolidaron el trabajo que permitió a este último derivar en la creación de la Escuela de Bellas Artes, labor que recibió el refuerzo de Iván Lamberg y Harold Krussel. El trabajo de estos crea-dores-docentes y estudiantes estuvo íntimamente asociado al entorno geográfico, otro signo de la vinculación entre la Universidad y la región en que estaba inserta.

Desde los primeros años de la Universidad del Norte la figura monumental de la virgen ubicada en un pequeño cerro en el extremo norte domina el recinto uni-versitario. Hacia el sur, paralelos al edificio “L” que cobija a la rectoría, sobreviven los antiguos pabellones de clases “A” y “B”, que también en su momento sirvieron de sede al desaparecido Canal 3 Televisión y a la biblioteca, que en los años ‘70 tenía su hemeroteca en el local que hoy ocupa el museo geológico “Profesor Hum-berto Fuenzalida Villegas”. En las cercanías funcionaba el bar lácteo.

En el año 1971, en que me integré a la Universidad del Norte, la Carrera de Perio-dismo tenía sus oficinas en un pequeño pabellón de un piso situado al sur de las salas “A” y “B”. Todo estrecho, pero igual buscábamos la forma de compartir en el lugar, hoy desaparecido, igual que el monolito y placa con los nombres de aquellos estudiantes y funcionarios muertos durante el golpe de Estado de 1973.

En la parte posterior estaba la planta piloto de la Escuela de Técnicos Pesqueros, inaugurada en 1967 (en 1959 estuvo a punto de abrirse en Iquique). Esta área tuvo mucha importancia y en el recuerdo de muchos está la embarcación Stella Maris. En 1981 la carrera de Biología Marina se trasladó a Coquimbo.

Cerca de las dependencias de Periodismo fue instalado un antiguo bus que fue habilitado como sala de redacción literaria donde Andrés Sabella daba sus ame-nas clases.

Avanzando en el tiempo, a comienzos de los años ‘80 se dictó la nueva ley de universidades, que significó para Universidad del Norte la pérdida de sus sedes de Arica e Iquique (Centro Universitario). La primera fue institucionalizada en 1968 y la segunda en 1972 (en 1974 se constituyó la sede de la UN, que se cerró en 1981, y al año siguiente la ariqueña).

En cuanto a la sede Antofagasta, en 1986 se cerraron las carreras de Pedagogía en Francés, Artes Plásticas, Inglés, Castellano, Filosofía, Geografía, Educación Física, Periodismo y Arqueología. No fue todo. Años antes, en 1977, se confirió el grado de Doctor Honoris Causa de la Universidad del Norte al escritor y académico An-drés Sabella, pero en 1981 fue exonerado.

Se cerraba un ciclo importante de la Universidad del Norte, centrado en su origen humanista, presente en todo el Norte Grande, identificada con el medio geográfi-co, sus hombres y mujeres, la pampa y el mar.

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Artículo 18

Reminiscencias en clave pampina:

CON EL ALMA MÁTER EN

EL CORAZÓN

RUBÉN GÓMEZ QUEZADA

Ingresó a la Universidad del Norte como estudiante de la Escuela de Comunicación Social en 1969 y recibió su título de periodista en nuestra casa de estudios en septiembre de 1973. Magister en Comunicación Social con mención en Dirección y Edición Periodística. Se desempeña como profesor de la Escuela de Periodismo de la UCN desde 1991.

En la Escuela Consolidada América escuchaba historias de algunos pampinos quehabían ve-nido a estudiar a Antofagasta. Precisamente

a la Universidad del Norte. Era un mundo lejano, pero atrayente, envolvía mucho sentido. Las letras del himno de la Universidad, que escribiera mági-camente Gerardo Claps Gallo y que pusiera música Yula Sierra Olivares —de quien se perdió la pista como una empampada—, nos hablaba del desier-to, de las noches extraordinariamente estrelladas, de melodías de agua en el desierto, de los obreros y del sudor. Y nosotros, niños, jugábamos en los sindi-catos. Entonces, no podía ser más natural: la Norte era una invitación para pensar en un mañana mejor para los pampinos, confiados, soñadores, resilientes y luchadores por herencias generacionales.

Era el año 1966 y mis padres me habían sugerido veni-ra estudiar al puerto antofagastino y a vivir de allega-do con unos tíos en la población Lautaro. Sin embargo, me resistí, me quedé para ser parte de la primera ge-neración del liceo de la Oficina Salitrera María Elena. Fuimos apenas doce alumnos, los pioneros. Y valió la pena el sacrificio. Si nos hubiéramos venido varios a la gran ciudad, quizás el liceo habría tardado más años en cristalizarse, como lo hacía el salitre, con dificultad en esos años. Igualmente dificultoso se me hacía ver

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con claridad el futuro. En esos días el tierral no disipaba nunca en el campamento. Sabía que me gustaba mucho la biología y la medicina, pero también quería ser can-tante o director de orquesta. Lo único que tenía claro es que pasaba mis horas libres en las bibliotecas de la escuela y de la oficina salitrera. En esta última tenía el registro 376 de un gran libraco negro y allí aparecían los libros variopintos que devoraba con fruición. Y también leía revistas y periódicos. Casi el único diario que llegaba —y tar-de—, era El Mercurio de Antofagasta, en formato standard, grande o sábana. Llegaba pasado el almuerzo y a veces había que hacer filas para hojearlo, ya que los trabajado-res pampinos fuera de sus turnos laborales eran grandes lectores. Afortunadamente, doña Aída, la bibliotecaria, casi siempre me guardaba un ejemplar preciado.

Así fue como en junio de 1967 me llegó como epifanía la vocación por el perio-dismo. Eran los titulares potentes que anunciaban la Guerra de los Seis Días en Oriente Medio. Esos titulares a lo ancho de la página, las fotos en blanco y negro y los personajes como Moshe Dayán con su parche negro sobre el ojo izquierdo, la primera ministra israelí Golda Meir, Anwar el Sadat, el Presidente egipcio y otros me dejaron absolutamente impresionado. Y desde esos días lo tuve claro: quería ser periodista y quería estudiar en la Norte.

Ese mismo año supe por amigos que abría sus puertas la Escuela de Comunicación Social —Periodismo— de la Universidad del Norte en Antofagasta. En junio de 1967, como lo había sido durante siglos, pero con recuerdos más próximos del conflicto ára-be israelí de 1948 y la guerra de Suez de 1956, presentí que el cambio, las incertidum-bres y las guerras permanentes era un material para contar de otra forma la historia, con la historia de los personajes cotidianos, de las personas comunes y corrientes que no tenían nada que ver con tecnicismos y barroquismos abusivos y exclusivos, sino con honestidad y transparencia, cosa aún hoy al debe en muchas partes. Eso, como horizonte y método de trabajo, y de la mano de la gentileza de la claridad, me lo confirmaría décadas después Ritzard Kapuscinscy, el genial corresponsal de guerra y maestro del reportaje del siglo XX. Así fue como llegué a Periodismo de la Norte en 1969. Un caminar largo y que aún acompaño junto a mi alma mater hasta estos días.

Me interesaba la lectura y el estudio de los datos. Así intentaba intuitivamente entender las proezas tácticas de la Fuerza Aérea israelí que atacaba a los aviones árabes por sobre sus mismas espaldas. Repasaba el “Almanaque” de esos años bus-cando mapas para comprender el camino de los tanques, tratando de comprender la táctica nazi del blitzkrieg, que significó que los árabes perdieran ese año en una semana la península del Sinaí, la Franja de Gaza —para dolor interminable de los palestinos—, la Cisjordania, Jerusalén este y los altos del Golán en Siria.

María Elena era un campamento salitrero en medio de la depresión intermedia del Desierto de Atacama. Hoy es la última oficina salitrera del planeta. Estaba cerca de Coya Sur, donde yacían sepultados varios de los ex combatientes de la Guerra

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del Pacífico. A pocos kilómetros pasaba la ruta de las caravanas, de las mulas que venían desde Cobija, en el litoral, y que luego de atravesar el río Loa y El Salado se adentraban hasta las alturas de Potosí, en Bolivia. Estaba cerca del sitio profundo en vida de Chacance. Más al norte se ubicaban los imponentes geoglifos de Chug Chug y, por la quebrada del Toco, daba las espaldas al puerto salitrero de Tocopilla.

CAMINOS ANCHOS Y RECURSIVOS

Los jóvenes pampinos estábamos acostumbrados a los grandes espacios y, aunque éramos muy pobres y austeros en términos materiales, éramos confiados y auda-ces. Yo era fundamentalmente de pocas palabras y más bien observador. La Uni-versidad del Norte era algo extraordinario. Los primeros alumnos de Periodismo tenían mística y se creían el cuento, como Manuel Vega Olivares, Cery Toro, Geor-gina Mora, Daniel Díaz, Adolfo Vargas. Otros resaltaban por ser más bien críti-cos, como Lorenzo Reyes, Sonia Leyton, Osmán Cortés, Luis Toledo Vilca y Rody Robotthan. Asombraba el esfuerzo encomiable en el trabajo y en los estudios de colegas como Cecilia Barnao, Herman Cortés y Walda Aracena, entre otros refe-rentes. La sala Ercilla, en calle Prat, resultaba cautivante por su simpleza y sus tesoros. Andrés Sabella era una enciclopedia andando y el Tatio —el de la calle Matta— era un placer de música folklórica, melodías altiplánicas y de sambas argentinas. De la voz y la guitarra de mis compañeros de estudio hoy fallecidos, Jorge Iturra y Julio Valderrama, y de la sonrisa ancha de Juan Guarachi, aprendí a soñar en latinoamericano, a respirar en aires salteños, lugar adonde partiría al inicio de mi primer exilio después de septiembre del ‘73, ya titulado el día 9 de ese mes como periodista de la Universidad del Norte.

Mi experiencia en la Universidad como estudiante fue vital, pero breve. Eran de-masiados datos y demasiada información al mismo tiempo y todo a prisa. Los tiempos eran presurosos, arrolladores. Nunca tuve ocasión de aquilitarlos en ple-nitud, ejercicio que recién estoy intentando hacer ahora en que se me ha pedido escriba unas líneas sobre lo que significó para mi formación el alma mater.

En Salta trabajé varios años como periodista en el diario El Intransigente, el deca-no del noroeste argentino. Pero partí con una “peguita” como armador de páginas en el taller y también como corrector de pruebas. Era una etapa de transición tecnológica en un diario que ya tenía parte de sus funciones en impresión off set —en frío— y la otra en tipografía y linotipias —en caliente— en base al fundido de tipos móviles de plomo y titulares hechos en fotocomponedoras mecánicas. El plomo se fundía a altas temperatura en ambientes tóxicos y corrosivos. Poco tiempo me duró el taller, pese a que fue una experiencia vital que me acercó a la bohemia de la profesión de antaño. Hacer periodismo desde la base es impagable. Anoticiados de que tenía mi título de Periodista de la Norte y que ya era miembro

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del Colegio dePeriodistas de Chile desde 1972, mis jefes y después amigos salte-ños —en particular, Rodolfo Plaza y Néstor Salvador Quintana— me invitaron a integrarme a la Redacción. El camino, en todo caso, ya lo había abonado Luis Maturana de la primera generación de periodistas de la Norte, quien había hecho su primera práctica profesional también en el diario salteño. También contribu-yeron al oficio en el noroeste argentino en esos años, periodistas nuestros como Herman Cortés, Juan Antonio Abarzúa y Diana Álvarez, tanto en El Intransigente como en El Tribuno.

Indudablemente, mucho de lo que aprendí en la Norte, el norte y la pampa me sirvió durante varios años hasta llegar a ser el tercer hombre del diario en mi ca-tegoría de secretario de redacción.

Allí, en Salta, la linda, nacieron también mis tres hijos y disfrutamos ese periodo en plenitud hasta que las alas del Cóndor y las resacas gélidas del Beagle y el perio-dismo a secas dijeron basta. Cuando estaba por comenzar la guerra en el sur entre Chile y Argentina, y el cardenal Antonio Samoré intermediaba con los militares chilenos y argentinos, yo me encontraba detenido desaparecido. Era el mes de diciembre de 1978. En mi diario —de tendencia radical y antimilitar— desde que asumió el dictador Jorge Videla habían pasado cosas muy graves, terribles. Hubo innumerables detenidos, desaparecidos y hasta asesinados entre los periodistas y el personal administrativo. En la redacción de la calle Mitre yo estaba a cargo de la sección Cables y hacía también los titulares de El Intransigente, y recuerdo haber puesto a toda página que la Picton, Lennox y Nueva, las islas, eran chilenas, según el fallo arbitral británico. Había animado una corriente en favor de la paz entre Chile y Argentina y, entre otras cosas puntuales, había llevado a un coro de trabajadores del salitre a cantar a tierras salteñas. Nada de esto le gustó a los que querían tapar los horrores de la dictadura y precipitar la guerra. Se me acusó, sin juicio mediante, de ser jefe de los espías chilenos en el noroeste argentino. Pero también habían llegado los archivos del Cóndor, que hablaban de mi pasado en la Oficina de Informaciones y Radiodifusión de la Presidencia de la República de Chile en La Moneda en 1972, OIR. Allí había hecho una de mis primeras armas periodísticas en una práctica profesional muy extendida.

Todo complejo, todo aciago, hasta terminar gracias al purpurado Samoré, arroja-do felizmente vivo en un barranco, con la vista vendada y las manos atadas, heri-do y golpeado hasta los sentimientos en las selvas jujeñas. De esas selvas a Jujuy, y a las riberas de los ríos Xibi Xibi y el Grande, y de allía la casa de Moisés Escobar, mi amigo, un periodista Premio Nacional de Periodismo de Chile año 1971, men-ción crónica, quien, a la sazón ya jubilado, trabajaba en el diario El Pregón de la capital jujeña.

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EL LARGO VIAJE Y LOS AMIGOS

El hecho de ser periodista titulado en la Norte me abrió muchas puertas en el extranjero. De hecho, creo que era yo el único que en Salta en esos años tenía el título universitario. Al final, en 1979 la represión no amainó nunca y cada vez era más peligroso trabajar al filo del abismo.

A mediados de ese año nos instalamos con mi familia en el Reino de Bélgica, un lugar precioso, de verdes intensos, lluvias, vientos, nieve y rostros que trasunta-ban mucha historia. Algunas muy antiguas. Otras modernas y controversiales, ligadas estas últimas a la colonización del Congo Belga desde inicios del siglo XX y hasta 1971, cuando pasa a llamarse Zaire, o República Democrática del Congo en África, en el momento en que los naturales se sublevaron en armas. En Tervuren, una localidad flamenca cercana de Bruselas, en cuya parroquia bautizara a mi hijo menor Alejandro, hay un espléndido palacio rodeado de frondosos bosques y lagos, que alberga el Museo Real con una muestra gigantesca de la naturaleza y los recursos que tuvo en algún momento Bélgica en el territorio africano. Los belgas eran gente piadosa y orgullosa de ser francófonas y flamencas, y de ser alemanes parlantes en el sur este. Es un país notablemente pequeño, pero asimismo una encrucijada de civilizaciones y memorias largas. Allí, por audacia y suerte, fui co-rresponsal algunos meses para Radio Nacional de Suecia, en la sede de la OTAN, gracias a mi colega boliviano Carlos Decker Molina. A él lo había conocido en Antofagasta a inicios de los ‘70, trabajando en radio; él venía huyendo de su país tras el derrocamiento del presidente progresista Juan José Torres, derrocado en agosto de 1971, exiliado y asesinado en Argentina dos años más tarde. Con Decker trabajamos juntos en El Intransigente salteño desde 1974 y nos acompañaba Iván, su hermano, también periodista y abogado. Carlos había pasado ya por la cárcel y la desaparición forzada en Salta en 1977 y para el tiempo de mi arribo a Bruselas, él ya estaba viviendo en Estocolmo.

En Bélgica, primero me dediqué a estudiar el idioma francés. Me desempeñé igualmente como corresponsal para el diario salteño de mis amores y como tra-ductor francés-español, cuando España preparaba su aterrizaje en el Mercado Común Europeo. Fui cronista y viajero impenitente por gran parte de Europa du-rante años hasta que a fines de 1983 la dictadura me autorizó a regresar a Chile. La decisión no fue fácil. Lo hicimos en familia recién cuatro años más tarde con tan solo tres mil dólares de riqueza, veinte cajas de té llenas de libros y recuerdos, y la certeza de que tenía un título de la Norte. Este había quedado oculto en el patio de la casa de los tíos Samuel y Ema, en la población El Olivar, en septiembre de 1973 y no sabíamos si aún estaría bajo la tierra antofagastina.

En María Elena, en septiembre de 1987, nos recibió una banda de música y la fami-lia en pleno. En Tocopilla y Antofagasta la otra rama familiar pampina extensísi-

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142 | ARTÍCULO 18: Con el alma máter en el corazón

ma fue un tremendo aporte. A los pocos días me enteré de que algunos de mis ex compañeros de estudio de la Norte trabajaban en El Mercurio de Antofagasta y allí concurrí a hacerles una visita. Esta fue muy fructífera, ya que mis amigos Isidro Morales y Luis Lino me recibieron con los brazos abiertos. El director del diario en ese entonces, Rodolfo Garcés Guzmán, “el gato siamés”, había escuchado atento el entusiasta recibimiento y, como buen periodista, poeta, escritor y hombre de mundo, silenció la pipa aromatizada y paró la oreja. Quedó con la curiosidad viva. Al final me extendió una invitación para, un par de días después, tomarnos un café. En ese momento, de sopetón, me preguntó si yo regresaba a Argentina. Ante mi respuesta negativa, me plantea: “¿Por qué no prueba suerte con nosotros?”.

Me pidió excusas, ya que era un señor muy ceremonioso, y me dijo: “¿Ve esa má‐quina de escribir que está al fondo?...”. Se refería a una underwood, muy antigua, pero impecable... “Por favor, escríbame en treinta líneas la historia de su vida. Tie‐ne tiempo hasta que se le enfríe el café...”. Y así fue. Esa carilla y media me abrió las puertas, y una semana después estaba trabajando como periodista y, además, escribiendo entrevistas pagadas para la cadena de los diarios de la empresa. Había estado catorce años fuera de Chile, pero la verdad es que no me había ido nunca y eso me permitió escribir y trabajar muy duro durante varios años. La experiencia periodística en Argentina y mis desventuras de chileno acusado de espionaje y re-fugiado político en víspera de una guerra fratricida, eran un buen tema de fondo: pero lo más importante era que recuperaba los afectos que había cultivado en el norte y en la Norte.

DE REGRESO AL ALMA MATER

Después de cinco años en El Mercurio de Antofagasta, varios viajes en el conti-nente y Estados Unidos gracias al diario, y de mucho esfuerzo para recuperar el tiempo perdido escribiendo columnas que me sirvieron de base para publicar el libro Crónicas Pampinas, la Escuela de Periodismo de mi alma mater reabrió sus puertas y en 1991 se me ofreció la oportunidad de hacer clases como profesor/ hora, lo que hice durante tres años. Empezaba mis clases a las 8:15 de la mañana y a las 10:00 estaba en las reuniones de pauta del diario. Esto se debió principalmente a la invitación que me hiciera la colega Eileen Stockins, quien siempre confío en mi persona y que me había visto recorrer con acierto los frentes y las fuentes antofa-gastinas durante varios años, mayoritariamente con ex alumnos de nuestra Escue-la y colegas como Valentina Bedregal y María Eugenia Vargas, entre tanto otros.

Garcés Guzmán se retiró del diario en 1994 y lo acompañé hasta el final en sus labores. A poco de su partida, yo dejé la empresa y gané un concurso como pro-fesor jornada completa en la Escuela de Periodismo, lugar hasta donde el día de

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Rubén Gómez Quezada | 143

hoy he intentado aprender y transmitir algunas cosas que he ido aprendiendo en esta profesión tan ligada a lo cotidiano y humano, tan noble, tan especial que tú no eliges, sino que ella te elige. La Norte siguió siendo la casa que me acogió como estudiante desde 1969 y que ahora me recibía como profesor hasta la actualidad. Tuve la suerte de que confiaran en mí mis alumnos, colegas y las autoridades y pude hacer mi perfeccionamiento en Santiago, donde obtuve mi grado de Ma-gister en Comunicación Social con mención en Dirección y Edición Periodística, grado obtenido en el año 2000 en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Su-mando y restando, han sido casi treinta años ligados a la Universidad del Norte, a nuestra Universidad Católica del Norte.

En la Escuela de Periodismo UCN fui director cinco años y ocupé casi todos los cargos administrativos y académicos. Durante más de una década dirigí la revista de periodismo, comunicaciones y ciencias sociales Tercer Milenio y un par de años el diario electrónico El Pensador. En representación de la Escuela, estuve en Roma en el Vaticano, en Salta, en Jujuy, en La Plata y en Curitiba, en Brasil. En Santiago y Temuco fui profesor examinador de escuelas de periodismo, así como par evalua-dor de carreras en varias ocasiones. Pero, lo más importante: recibí mucho cariño y reconocimiento de muchos estudiantes.

En los últimos años me ha entretenido mucho dirigir los medios de El Integrador, toda una experiencia de trabajo que combina, en casa, la teoría y práctica a través de los medios digitales, y colaboro regularmente como editor y articulista de la revista Tierra Nueva de nuestra Pastoral universitaria. En buen romance, estoy inmensamente agradecido de mi segunda casa ya que no solo me dio el sustento, sino también la inspiración y el aliento. En ella, además, estudiaron mis tres hijos, que hoy son profesionales felices y plenos. En la Escuela intenté ayudar a cente-nares de estudiantes a cumplir sus sueños que no han sido otros que ser buenos periodistas, pero por sobre todo buenas personas.

El poeta, político y periodista francés Maurice Barrés alguna vez lo dijo: “Lo único superior a la belleza es el cambio”. Y, efectivamente, las cosas han cambiado mu-cho. Nosotros cambiamos, el país cambió, todo cambió y lógicamente también las instituciones. Por tanto, es tiempo de dar un paso al costado y partir en busca de nuevos horizontes cada vez más amplios, como en una pampa infinita.

En fin, la experiencia de enseñar es gratísima, pero sobre todo es una oportunidad enorme de seguir aprendiendo cada día con los estudiantes que sueñan con un norte más grande, un país más solidario, una universidad con valores y sueños tan grandes como el desierto y el norte que buscamos todos en algún lugar del planeta y que sigue reflejando con la “luz como Rosa de los vientos” la letra del himno de nuestra alma mater.

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Tierra Nueva 2016

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Artículo 19Balance de la primera Vicerrectora de Asuntos

Económicos y Administrativos:

UCN, DE DULCE Y AGRAZ

MIRIAM ATIENZO SOTO

Contador Auditor – Contador Público titulada en la Universidad del Norte en 1974. Master en Ciencias Contables por la Fundación Getulio Vargas, Brasil. Vicerrectora de Asuntos Económicos y Administrativos de la UCN desde 1997 al 2008. Ex decana y actual académica asociada de la Facultad de Economía y Administración de la UCN.

El año 1970 ingresé a estudiar Contador Público, carrera recientemente creada en la Universi-dad del Norte. Mis padres estaban felices, pues

era la única que había decidido y que podía continuar estudios superiores de entre seis hermanos. Mi vida como estudiante universitaria fue inolvidable. Todo se podía hacer. Era fácil organizarse y resolver los problemas estudiantiles. Desde que ingresé, partici-pé activamente con mis compañeros en los centros de alumnos de la carrera. En esa época éramos empren-dedores, como se diría hoy. Generábamos nuestros propios apuntes, obteníamos recursos haciendo acti-vidades de todo tipo, nos facilitaban el casino para hacer “platos únicos”, como se les llamaba en esos tiempos, y que vendíamos a los mismos profesores que nos hacían clases. Conseguimos un inmueble al lado del casino e instalamos nuestra propia librería para vender los libros que necesitábamos para estu-diar. Todo se podía emprender. No sé si se debía a las condiciones políticas de permisividad de la época o a las buenas voluntades existentes en la Universidad. Organizamos intercambios estudiantiles con la sede de Arica y con los estudiantes de la Universidad de Jujuy de Argentina. Nos apoyaba en todas nuestras aventuras el profesor de Derecho Civil y Comercial, Orlando Morales, asesor jurídico de la institución.

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146 | ARTÍCULO 19: UCN, de dulce y agraz

Fueron tiempos de efervescencia política, de la cual no estuve nunca ajena, pen-sando siempre que la participación y el opinar era importante. Así me lo ense-ñaron mis padres y es un derecho que no abandono, aunque a mucha gente no le gusta que una sea tan directa para opinar. Fui una estudiante comprometida con las causas que me parecía eran justas. Prácticamente vivía en la Universidad, aun-que en ese tiempo no existían grandes comodidades. Contábamos con una sala de estudio en la Biblioteca, pero también podíamos usar el casino para estudiar. En 1971 participé activamente en la elección del vicerrector de la sede de Anto-fagasta, del entonces académico y director de la Escuela de Periodismo, Héctor Vera Vera. Era una época en que los estudiantes participábamos con nuestro voto en los procesos eleccionarios. Recuerdo que la ponderación que se le daba a los votos del alumnado era de un 40%, igual que la de los académicos. Eran tiempos del rector Miguel Campos Rodríguez, de reformar estructuras y democratizar la Universidad. Nadie sabe más que yo la desilusión que he sentido cuando se deci-dió recientemente que no volveríamos a votar directamente para elegir a nuestro rector. Que todas las luchas que se dieron para tener participación en la elección de la autoridad máxima de la institución no habían servido y que perder ese de-recho solo daba cuenta de las mezquindades de algunos. Qué increíble, perdí un derecho inalienable para mí y lo más duro fue haberlo perdido en la Universidad donde me formé como profesional y como persona... Sí, en ese tiempo se daba mucha importancia a las personas. Podíamos conversar, dialogar y compartir ex-periencias con el mundo académico y personal de apoyo. Nos comunicábamos y sabíamos cómo hacerlo.

En fin, lo mismo ocurrió el año 1973 cuando todos mis ideales juveniles se de-rrumbaron abruptamente. Ya era funcionaria de la Universidad. Me titulé el año 1974 y a partir de ahí emprendí mi carrera profesional. Mis inicios en la sección de contabilidad fueron desde abajo, como debía ser. “Hazlo bien”, decía mi madre, “porque siempre alguien te está mirando y lo va a valorar”. A poco andar, estaba trabajando al lado del Contador de entonces Alexis Jaldin. Sin embargo, mis aspi-raciones profesionales me hicieron emigrar de la Universidad no una vez, sino dos veces. La segunda vez cuando ya era Jefa de Contabilidad de lo que en ese tiempo se denominaba Casa Central. Se había unido la rectoría con la sede Antofagasta y era otro el rector, uno delegado.

Seguí mi camino trabajando y aprendiendo en otras empresas hasta que el año 1983 ingresé como académica a la Universidad, a la recién formada Facultad de Economía. Un mundo laboral distinto: el académico. La Universidad, un poco más grande y más restrictiva, resultado de los efectos de diez años de rectores delega-dos. Sin saber con quién se podía hablar abiertamente y con quién no; luego, pro-testas estudiantiles, la efervescencia política aumentando, pidiendo cambios, sit in en las explanadas de las R, despido de académicos por opinar distinto. Mientras

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eso iba ocurriendo al interior de la Universidad del Norte, paralelamente se fue-ron dando oportunidades en la Facultad a las que fui accediendo, sin habérmelo propuesto antes: directora de Departamento, obtención beca de la Universidad para estudiar en Brasil un postgrado de magister (1987-1988), beneficio que en la época era escaso. Tuve suerte, me apoyaron las autoridades del momento, demoré en obtener el grado (1990), pues el 1989 ya había asumido nuevamente la direc-ción del Departamento.

El año 1990 todo cambió. La Universidad era ahora la Católica del Norte, nuevas autoridades universitarias, elecciones de decanos; nada fácil eran esos procesos, al menos en mi Facultad. El decano elegido en 1990 se fue en comisión de servicio y nunca regresó. Otras elecciones y en mayo de 1991 asumo como decana, elegida con el apoyo de la mayoría de los académicos de la época. Eran muchos los pro-yectos por desarrollar en mi plan de trabajo y mucho entusiasmo por realizarlos con la colaboración de todos quienes conformábamos ese equipo. Permanezco en el cargo casi seis años, trabajando intensamente para que la Facultad creciera y se desarrollara. Durante ese periodo, otros académicos salen a estudiar, a perfec-cionarse.

El mundo estaba cambiando, necesitábamos capital humano de avanzada. Tam-bién, y con la colaboración de los departamentos se crean los Diplomados, el Ins-tituto de Economía Aplicada Regional (IDEAR). Se trabaja en proyectos de inves-tigación de alto impacto para la región financiados por el FNDR. Se crea la revista Contingencias, sustentada por artículos sencillos escritos por los académicos: no se hablaba en la Facultad de publicaciones indizadas en esas épocas. Se desarro-lla una activa labor de extensión, abarcando temas contingentes de la realidad nacional con académicos invitados de todas las tendencias políticas y culturales, y se hacen las gestiones pertinentes con la Universidad de Deusto, España, para obtener el apoyo académico en la creación del Magister en Administración de Empresas, el cual inicia sus actividades el año 1997, habiendo sido aprobado por la Universidad en noviembre del año 1996. Además, se generan otros proyectos, como la aprobación por parte de la Universidad de la construcción del nuevo edi-ficio para Facultad en el barrio humanista.

Ese periodo no estuvo exento de situaciones complejas. La administración y ges-tión en la Facultad fue de dulce y agraz, y también de mucho aprendizaje en lo académico y en lo personal. No es fácil lidiar con las relaciones humanas, las cuo-tas de poder y los liderazgos negativos. Faltando poco para el término de mi se-gundo periodo en el decanato, el rector Juan Music me invitó a trabajar con él como vicerrectora de Asuntos Económicos y Administrativos, a partir de marzo de 1997, gesto del cual le estaré siempre agradecida. Por una parte, mi agradeci-miento está dado porque confió en que yo podía hacerme cargo de una tarea que

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no era para nada sencilla y, por otra, porque, por lo general, en esa época ese tipo de cargos solo lo ejercían los varones. No era usual que una mujer asumiera un rol como ese en una Universidad tradicional. Es más, en ese momento creo haber sido la única mujer en la administración de un área como la económica y administra-tiva en este tipo de instituciones.

Mi paso por la Vicerrectoría me dejó huellas indelebles en lo personal y en lo pro-fesional, por la calidad humana y profesional de las personas que conformaron los equipos de trabajo con que tuve la suerte de laborar, por los proyectos de moder-nización en todo ámbito que la Universidad emprendió en el periodo del rector Music y que continuó con el rector Camus, que transformaron a la Universidad en una institución de gran prestigio.

La UCN se estaba convirtiendo en una Universidad compleja, que supo susten-tarse en la tradición, pero con una mirada de futuro capaz de responder a las necesidades de un mundo sin fronteras. Todo ello conllevó también permitirme contribuir en la adopción de grandes decisiones, no siempre relacionadas con el aspecto económico, pero sí siempre en beneficio de la institución que me formó y me vio crecer. Por cierto, hubo decisiones que quizás no fueron del agrado de algunos, pero ya había asumido que es parte de estas tareas lidiar a diario con las relaciones humanas.

Y bien, así como en su oportunidad me invitaron a formar parte del equipo de Rectoría, ahora, en el penúltimo periodo del rector Camus se me hacía inevitable el dejarlo. Situación que se hizo cada vez más previsible, cuando percibí que cada día era más crítica sobre ciertas acciones no congruentes con mis valores y princi-pios. Considero que mis tres periodos en la Vicerrectoría de Asuntos Económicos y Administrativa de la UCN fueron positivos, aún cuando siento que siempre se pudo haber hecho más.

De acuerdo al reglamento de la UCN, al terminar ese periodo de gestión institu-cional el año 2008 regreso a la ahora denominada Facultad de Economía y Admi-nistración. He sentido que este retorno también ha sido de dulce y agraz. Otras son las autoridades, otras son las visiones, otros son los intereses y rápidamente descubro que iba a ser difícil integrarme a esta nueva comunidad, no por falta de resiliencia, como algunos pueden pensar, sino porque traía una mirada amplia de lo que era una Universidad y siento que eso no hay forma de plasmarlo cuando los grupos son cerrados en sus propios intereses.

Sigo siendo académica de la UCN, ya no más con responsabilidades de gestión. He tomado otra línea disciplinaria para enseñar a los alumnos más allá de lo que los programas actuales exigen, lo que me ha permitido seguir aprendiendo y respon-diendo a las exigencias que el medio empresarial está demandado a los egresados

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de la Universidad para un mejor desempeño. En el intertanto, respondiendo a otro reto, acepté la invitación que se me hizo para aportar con mi experiencia en el ámbito empresarial de la administración pública, periodo que duró lo que tenía que durar y así siempre lo supe. Hoy aporto en lo que me es posible, apoyando en las labores de acreditación institucional que desarrolla la Comisión Nacional de Acreditación-CNA, cuando soy convocada para esos efectos.

En estos sesenta años de vida de la Universidad, he estado ligada a ella por más de cuarenta y cinco y, si me permiten mirar hacia atrás, no temo en afirmar que gran parte de lo que soy como persona y como profesional, la UCN ha tenido que ver mucho con ello. Sin embargo, cuando visualizo mi futuro, no me cabe la menor duda que también esta relación seguirá siendo de dulce y agraz. Pero esto no me preocupa porque, como me lo dice frecuentemente una gran amiga mía, también académica de la Universidad, siempre he de ver el vaso más lleno que vacío y que “por donde pases debes dejar huellas... Ojalá que estas sean buenas, pero si no, que tengas claro que hiciste tu mejor esfuerzo para ello”. Si en algo ha sido así, el sueño de mis padres, a los cuales agradezco su decisión de traernos a esta tierra de An-tofagasta, se ha cumplido plenamente.

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Artículo 20

Un testimonio que es una tarea de honor:

EL SERVICIO A LA COMUNIDAD

EN LA SEDE COQUIMBO

Sorpresivamente llega una carta con una invi-tación muy especial de la revista Tierra Nueva, para hacer un relato testimonial sobre la Uni-

versidad al cumplir sesenta años de vida. Inmediata-mente y, con gran sorpresa, pasa delante de mis ojos mi carnet y asumo de golpe que he estado presente, trabajando y siendo testigo por treinta años del que-hacer y la evolución institucional, en particular en nuestra sede Coquimbo, en la Facultad de Ciencias del Mar (FCM): es decir, justo la mitad de la vida que se conmemora este año.

Entonces existe un antes y un después matemáti-co, cuando un grupo numeroso de académicos con gran tesón, ilusión y disposición a trabajar en nues-tras áreas, irrumpimos en la mitad de esta historia universitaria, en 1986. Corresponde entonces en este relato, en primer lugar, agradecer a quien me pro-pusiera presentar mis antecedentes para postular a la FCM de la Universidad, en esa época “del Norte” (UN) don Exequiel González Balbontín, gratitud y re-conocimiento que serán eternos. Para ubicarnos en el tiempo, esa era la época de universidades interveni-das, siendo el rector delegado de nuestra Universidad el contralmirante (R) don Jorge Alarcón Johnson.

En 1986 no sospechaba ni remotamente que sería testigo directo y partícipe, desde la Asociación de

ENZO ACUÑA SOTO

Académico de la Facultad de Ciencias del Mar sede Coquimbo de la UCN. Ex director del Departamento de Biología Marina y ex decano de Ciencias del Mar.

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152 | ARTÍCULO 20: El servicio a la Comunidad en la sede Coquimbo

Académicos Universitarios de Coquimbo A.G., de la búsqueda genuina, histórica y legal de la identidad “biológica”, es decir, del ADN de esta institución que na-ciera bajo el alero jesuita y pasaría a denominarse Universidad Católica del Norte desde el 11 de marzo de 1990. Tampoco, que sería testigo de los cambios inmensos de los paradigmas universitarios y sociales que se avecindarían y de los momentos más álgidos de la convivencia social jamás vividos, durante los años de término de la presencia militar en el país, la transición y la recuperación de la democracia, que en nuestra sede y Universidad se presentaban como un gran desafío, a la vez que se concretaba el despertar de Coquimbo para defender su Universidad.

Esta invitación a dejar un testimonio y a construir un relato de mis tiempos, lo asumo como una tarea de honor, que no deseo sea autorreferente, aunque por lo general los testigos terminan siéndolo. Deseo que en este relato el protagonis-mo esté situado en todos los estamentos: académicos, funcionarios de apoyo a la Academia y alumnos, trilogía inseparable. Siento, además, que este relato debe ser una expresión de alegría inmensa y de una verdadera oportunidad que se me otorgade manifestarles a mis colegas, funcionarios y alumnos tanto de la FCM, como de la sede y de la Universidad, mi más profunda gratitud por la posibilidad de haber hecho un trabajo en equipo mancomunado. Este ha sido, por lejos, lo más relevante, enriquecedor y significativo que he vivido, tanto en lo personal como en la tarea de provocar avances y cambios apoyados en diálogos genuinos, libres, abiertos, en armonía y tolerancia a nuestras diferencias.

Haciendo uso de mi libertad de expresión, creo que tal vez iluminará el camino de nuestra comunidad universitaria de hoy, saber y principalmente “sentir” qué ocurría en 1986 y los años siguientes en Chile y en esta Universidad. Mi propó-sito es determinar cuáles fueron verdaderamente los “signos de esos tiempos” de los que existe consenso hoy, que marcaban esos momentos y determinan nuestro presente.

Desde mi humilde punto de vista, el acontecer de nuestra época en ese año se pue-de analizar en dos aspectos: El primero, referido a que acontecía espiritualmente en nuestro campus en 1986, lo cual significa adentrarnos en recordar que existía en “el sentimiento universitario colectivo” en esta sede. Segundo, contar a los de hoy qué era lo que existía materialmente no solo en infraestructura, sino cuál era nuestro servicio a la comunidad en la educación superior en la sede Coquimbo de la UN y cómo llegamos a nuestra exitosa realidad hoy como oferta educacional, en una comunidad que se ha ido paulatinamente consolidando espiritualmente y materialmente, sin olvidar hoy que todo es perfectible.

En el sentimiento colectivo en 1986, recuerdo que, al ingresar a trabajar a esta Universidad, existía un precedente histórico reciente, una fractura social y huma-na, común al de cualquier otra entidad social, como resultado de los eventos de la

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historia de nuestro país de esos años. Nuestra Universidad, lamentablemente, no había estado ajena a estos sucesos que se habían traducido en cambios bruscos en la estructura, composición, ubicación geográfica de unidades y disciplinas, con su correspondiente efecto sobre las personas de la Comunidad. Poco a poco, los que recién llegábamos asumimos la realidad de esos hechos dolorosos y confusos, des-de la misma esencia humana que estos relatos implicaban y con espíritu nuevo, de buena voluntad por sobre todo, aportando aconstruir nuevos lazos de respeto y tolerancia. Sentimos la importancia de contribuir a formar un futuro armónico, sano, de diálogo y confianza, en cada estamento universitario.

Desde el punto de vista material, un año antes, en 1985, se había recibido una importante donación japonesa consistente en una moderna infraestructura de laboratorio, salas de ambiente controlado, instrumentos científicos, vehículos de terreno, embarcaciones de trabajo e investigación, lo cual fue un aporte funda-mental al desarrollo de la FCM. Su gestor fue el recordado experto japonés y co-lega nuestro, don Shizuo Akaboshi, quien ya no está entre nosotros, pero cuya presencia es diaria en nuestro quehacer y desenvolvimiento. En nuestra sede Co-quimbo la oferta de educación superior a la comunidad en 1986 se limitaba a la Licenciatura en Ciencias Religiosas, dependiente del Departamento de Teología, la más antigua de la sede, en tanto tenía una sola carrera en la FCM: Biología Ma-rina. Esta carrera se abrió el 1 de marzo de 1981 y su origen estaba en la sede de Iquique de la Universidad, con el nombre de “Bachillerato en Ciencias con men-ción en Biología Marina”, la cual fue trasladada a la sede Coquimbo ese año. El 17 de marzo de 1986, se agrega la carrera de Ingeniería en Acuacultura. Esta oferta se mantuvo intacta hasta 1992, cuando comienza el crecimiento explosivo de la oferta académica de pre y post grado de la sede.

Sin embargo, antes de proseguir, es necesario detenerse en lo que fue el Hito 1989, en plena época de la transición a la democracia después del plebiscito, cuando co-mienzan los ruidos de los primeros cambios profundos en la sede Coquimbo y en nuestra Universidad. Hacia fines de ese año se forma la Asociación de Académicos Universitarios de Coquimbo, A. G., con pleno conocimiento y acuerdo de las au-toridades universitarias del momento. Mis colegas me brindaron la confianza y el honor de ser elegido el presidente de su primera Directiva1. En el mes de diciembre de ese año, la dimisión voluntaria del rector delegado, don Jorge Alarcón Johnson, traería sorpresas. En su reemplazo, el Gobierno nombra un nuevo rector delegado, don Yerko Torrejón Koschina, quien debía concretar el traspaso o devolución de la Universidad intervenida a la Iglesia, sin saber la comunidad el cómo se haría

1 QWLos colegas Mario Edding (vicepresidente), Alfonso Silva (secretario), Manuel Berríos (tesorero) y, como delegados departamentales, Julio Moraga, Misael Camus y Armando Mujica, conformaron la Primera Directiva de la Asociación de Académicos Universitarios de Coquimbo, A.G.

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154 | ARTÍCULO 20: El servicio a la Comunidad en la sede Coquimbo

ni las circunstancias que envolverían este proceso. Muy pronto, la Asociación de Académicos lamentó profundamente comprobar que el nuevo rector delegado, que ejercía un mandato, se apartaba de la clara línea muchas veces señalada por el rector Alarcón Johnson, en el sentido de no permitir ninguna modificación de la estructura y patrimonio de la UN. Aparecen en esa época, como siempre, primero, los rumores de una inestabilidad laboral en la sede Coquimbo, que esta dejaría de pertenecer a la UN, que Coquimbo dejaría de tener Universidad, lo cual genera un gran titular mediático regional.

Así, el mes de enero de 1990 es difícil de olvidar. Recuerdo cómo en ese entonces, monseñor Carlos Oviedo, Gran Canciller de la UN, entrega a la Asociación de Académicos toda la información oficial disponible sobre la devolución de ésta a la Iglesia y le pide liderar el proceso de defensa de su integridad, como interlocutores válidos y legítimos. Esta misión produce una férrea unidad de todos los estamen-tos, académicos, funcionarios de apoyo a la academia y estudiantes al interior de la sede Coquimbo que no me cabe duda marca su unión, su carácter y desarrollo futuro. Este hecho genera algo jamás visto hasta ese momento: un profundo im-pacto en las fuerzas vivas de la ciudad y la región, que a través de la movilización social se incorporan activamente a su defensa, produciéndose una identificación y sentido de pertenencia indisoluble. Todos los detalles de este proceso reflejados en la prensa de la época, en particular el diario El Día, son expuestos hoy y reco-rrerán toda la Universidad en los próximos meses, como aporte a la celebración de los sesenta años de la UCN.

Termino de relatar como testigo este aspecto colectivo y espiritual que existía en nuestra sede Coquimbo, recordando que éramos mirados desde la sede de Antofa-gasta como “diferentes” o “especiales”. Éramos, en verdad, un grupo cohesionado, una Comunidad con mayúsculas, pues hasta los deportes nos habían permitido conocernos individualmente y favorecido la unión ente los distintos estamentos. No se percibían individualismos, liderazgos ni caudillismos, pues la sede respi-raba en esa época un espíritu horizontal de jerarquías no segregantes, un senti-miento inclusivo, y marchaba unida en un horizonte común de participación y progreso. La más clara y patente expresión de lo anterior se desplegaría concreta-mente en la participación masiva y cohesionada de la sede en el único y recordado Claustro Pleno de la UCN, en el año 1997. Con ideas comunes claras, todos unidos viajamos en buses a participar generando lazos de camaradería jamás olvidados.

Siendo ya nuestra sede parte de la UCN desde marzo de 1990, comenzó un pe-riodo de gran expansión de la oferta académica y aparición de nuevas unidades, comenzando con la Pedagogía en Filosofía y Religión en 1992, luego Ingeniería Comercial y Derecho entre 1992-1993, Ingeniería en Prevención de Riesgos y Me-dio Ambiente en la FCM el 2001-2002, Medicina en el 2003, las carreras de Enfer-

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mería, Kinesiología y Nutrición y Dietética el 2005, las ingenierías Civil Industrial y Computación e Informática en la Escuela de Ingeniería el año 2009 e Ingeniería en Información y Control de Gestión en la Escuela de Ciencias Empresariales, el año 2012.

Paralelamente, se fueron incorporando nueve post grados, dos doctorados con-sorciados con otras universidades y tres magísteres en la FCM y un Programa de Magister en cada una de las áreas de Teología, Medicina, Derecho y Ciencias Empresariales.

La enumeración anterior tiene sentido, pues me permite regresar a 1990, cuando, recuperada la calma, a petición del Gran Canciller Monseñor Carlos Oviedo, la Directiva de la Asociación de Académicos elaboró un documento sobre su visión acerca del crecimiento y consolidación de nuestra sede Coquimbo. En esa épo-ca ese documento era un sueño, una quimera. En esta revisión creo importan-te recordar algunos aspectos de ese trabajo, destacando las siguientes frases del documento: “Se pretende desarrollar la sede desde una perspectiva de estabilidad académica que permita abrir un abanico de opciones, para lograr a largo plazo una excelencia en aquellas áreas que hoy son de su competencia y desde ellas crear nue‐vas instancias de crecimiento” y algunas actividades concretas. Además, “oficiali‐zar la carrera de Licenciado en Ciencias Religiosas en base a los actuales Programas de Formación Sacerdotal que actualmente se aplican en el Departamento de Teolo‐gía; crear a la brevedad la carrera de Pedagogía en Religión y Moral para la enseñan‐za básica y media y el desarrollo de Programas de Post Grado en Ciencias del Mar y en Teología Aplicada; crear y organizar una Escuela de Post Graduados, tendiente a desarrollar y administrar programas conducentes a grados académicos superiores. Estos programas abarcarían en una primera etapa la Maestría en Ciencias del Mar, con las siguientes menciones: Recursos Renovables Marinos, Oceanografía Biológi‐ca y Biología Marina”.

A veintiséis años de ese documento, el sentimiento es muy especial al comprobar que esas horas de trabajo dieron sus frutos y que si no quedaron en bosquejos y borradores durmiendo en un escritorio como letra muerta, ha sido por el esfuerzo colectivo de todos.

Así vemos hoy que el Proyecto para la creación de la carrera de Medicina, que se inserta dentro de la frase “y desde ellas crear nuevas instancias de crecimiento”, fue especial, pues a la FCM le correspondió un rol importante en diversos ámbitos, desde conseguir el apoyo de la Pontificia Universidad Católica de Chile basado en la experiencia y quehacer de esta, hasta la importante participación del colega Federico Winkler como nexo e integrante de la Comisión que realizó el estudio de factibilidad de su creación, pasando por el periodo de ardua competencia con otro proyecto paralelo de otra institución universitaria en la zona. Finalmente,

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156 | ARTÍCULO 20: El servicio a la Comunidad en la sede Coquimbo

se logró conseguir que fuera nuestra Universidad la pionera en desarrollar una Escuela de Medicina en la Cuarta Región de Coquimbo, que recibe los primeros estudiantes en el año 2003.

Aparecen los cargos académicos democráticos en esa época. En lo personal, aque-llos que me correspondió asumir por voluntad de mis pares, los entendí siempre como un compromiso de servicio y como un simple ejercicio de un turno de ges-tión, para reunir la mejor expresión de las bases en cada instancia. Se trataba de consolidar transparentemente el crecimiento mancomunado y solidario del estamento, sea en la Dirección del Departamento de Biología Marina (DBM), la Secretaría Académica o el Decanato de la FCM, para entregarlos a los próximos colegas que ejercerían su turno de gestión. En todos los casos, agradezco la posi-bilidad de haber participado desde estos y a mis colegas que me acompañaron en la construcción de la UCN, sus Estatutos, Jerarquización Académicos, Adminis-tración, Reglamentos, Proyectos MECESUP, etc.2.

Con respecto a la labor docente, de investigación y vinculación con el medio, el énfasis del relato en este aspecto, será más conceptual, siendo lo primero y común a todo mi desempeño el trabajo en equipo, desde asignaturas compartidas que permiten complementar visiones académicas formativas hasta equipos multidis-ciplinarios. Este enfoque ha sido fundamental para responder a los signos y la de-manda de estos tiempos, por ejemplo, para el financiamiento de la investigación, donde todos los fondos externos han sido concursables. En este sentido, el DBM ha sido fundamental en este desarrollo, dada la diversidad de disciplinas que se cultivan bajo su alero y la de orígenes y experiencias formativas de los colegas que lo conforman. El sentido de misión en los tres ámbitos nombrados se resume en formar integralmente y no solo instruir en docencia. Colaborar y construir redes internas, entre unidades, entre instituciones nacionales y extranjeras en investi-gación y, finalmente, aspirar al logro del gran objetivo de la acción universitaria en la Comunidad en nuestro ámbito: hacer realidad el lema “la Ciencia puede cam‐biar la vida de las personas”. Esta frase pretende bajar el concepto universitario del Olimpo intelectual, para vincularlo con las necesidades de toda entidad social que lo requiera, ya sea desde el propio Congreso Nacional, instituciones públicas y privadas, gobiernos regionales, ya sean estas escuelitas, liceos, colegios y liceos técnicos, agrupaciones de pescadores y pescadoras artesanales, sindicatos, pue-blos originarios, etc. Estas actividades las desarrollé siempre involucrando a mis pares, pre-tesistas en ciernes y tesistas para canalizar sus ideas y también sus genialidades.

2 Colegas que me acompañaron en distintas secretarías en el DBM y FCM: Manuel Berríos, Héctor Flores, Erika Fonck, Pilar Haye, Gloria Martínez, Julio Moraga, Eduardo Uribe y Federico Winkler, y las secretarias Nidia Bugueño, Sonia Godoy, Marlén Julio y Cecilia Santibáñez.

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Enzo Acuña Soto | 157

Dejo para el final el postre, que son los alumnos. Como profesor, la fase más ple-na del quehacer universitario es vivir la relación clásica maestro-discípulo/la y la recompensa espiritual máxima es comprobar luego la excelencia académica y humana, en el desempeño en el mundo social y laboral de nuestros alumnos for-mados, aquí, en los más variados y a veces inesperados ámbitos. No tengo espacio para nombrarlos a todos en estas pocas líneas, pero espero sinceramente que to-dos/as se sientan considerados e incluidosy los personificaré en mi alumno, tesis-ta y colaborador-coinvestigador más cercano y longevo, Alex Cortés Hecherdorsf.

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Tierra Nueva 2016

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Artículo 21Tributo a los hombres y mujeres del

Departamento de Economía:

“SENTIR QUE ES UN SOPLO LA VIDA,

QUE VEINTE AÑOS NO ES NADA”

INTRODUCCIÓN

Cuando se me invitó a participar en este número de la revista, inevitablemente comenzé a pensar ¿qué podría ser interesante compartir con un grupo de lectores acerca de mi experiencia en nuestra UCN? Sobre todo, considerando que con muchos de los jó-venes lectores de la revista ya mantengo una distan-cia generacional considerable.

He querido comenzar con este título, que corres-ponde a unos versos del famoso tango “Volver” de Gardel y Le Pera de 1935 para advertirles que escribi-ré de cosas pasadas, pero también de cosas vigentes. Es decir, de temas que me parecen importantes para recordar y meditar sobre los tiempos presentes. Ad-vierto que este es un ejercicio muy personal y mo-desto, por lo que no pretendo agotar los temas, sino simplemente traerlos a la conversación que espero se pueda continuar al interior de nuestra comunidad universitaria.

Probablemente por defecto profesional, he decidido también orientarme siguiendo un eje imaginario centrado en el crecimiento de la institución y, por medio de ello, rescatar una pequeña fracción de mis memorias personales y de la historia del Departa-mento de Economía. De ese modo, quisiera rendir

MARCELO LUFIN VARAS

Ingeniero comercial titulado de la Universidad del Norte. Doctor en Planificación Regional en la Universidad de Illinois y Urbana‐Champaign, Estados Unidos. Ex vicerrector de Asuntos Económicos y Administrativos entre 2008 y 2009, y actual académico del Departamento de Economía de la Universidad Católica del Norte (UCN).

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160 | ARTÍCULO 21: “Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada”

tributo a todos los hombres y mujeres que me han acompañado en los más de viente años que llevo siendo parte de esta comunidad

La exposición consta de tres partes, la primera la he denominado “Antecedentes”. El propósito de esta sección será presentar algunos hitos que les permitan cono-cer parte de mis experiencias en la institución. La segunda sección la he llamado “Valoraciones” y su finalidad es compartir algunas impresiones de estas vivencias para cerrar, en la tercera sección, con un intento de “Síntesis”.

I. ANTECEDENTES

El año 1985 la Universidad del Norte (UN) tenía 3.005 estudiantes y yo era uno de ellos. Había ingresado como estudiante de primer año a la carrera de Ingeniería Comercial en el campus central, junto a setenta otros felices jóvenes. Ingeniería Comercial había sido una Carrera de moda durante el boom previo a la gran crisis económica de 1982 y a pesar de su pérdida de prestigio relativo, seguía convocan-do a muy buenos puntajes PAA y atraía a una mezcla interesante de hijos(as) de connotadas familias antofagastinas, junto a los hijo(as) de familias de trabajado-res esforzados. Esta época fue un tiempo de aprendizaje, de definiciones trascen-dentes y de mucho compromiso social.

La Facultad de Economía de aquel tiempo me impresionó porque, pese a las cir-cunstancias históricas, era un lugar de gente diversa y muy talentosa. Recuerdos de esta época son la sólida formación profesional y académica que recibí de par-te de mis profesores y maestros, los debates políticos, las protestas y el intenso trabajo social que se realizaba (reconocimiento especial a la AUC y a mi querida CVX).

Hacia 1988 se crea el Departamento de Economía en la Universidad, al separar a economía de administración. La Universidad, junto al país, vivía vientos de cam-bio y se preparaba de a poco para los tiempos nuevos del que sería el Chile de-mocrático. Yo personalmente significo a esta época como llena de esperanza, de expectación, de paciencia y también de sacrificios.

El año 1990 la Universidad Católica del Norte surge renovada desde las sólidas ba-ses construidas por la vieja U. del Norte. La institución había crecido, alcanzando 4.872 estudiantes, de los cuales 3.279 corresponden a pregrado y el resto a postí-tulo. En esa época éramos 251 académicos en la planta. La Facultad de Economía cuenta con 650 alumnos en sus dos carreras y muchos nuevos profesores se incor-poran en esta época. Particularmente la planta del Departamento de Economía se ha renovado en casi un 70%. En términos personales soy un estudiante egresado, realizando su memoria de título, trabajando en labores de investigación y acom-pañando muchos proyectos auspiciados por el Gobierno Regional, puesto que la

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Marcelo Lufin Varas | 161

naciente institucionalidad del territorio se apoya fuertemente en las universida-des regionales. Esta es una época de crecimiento, de servicio, de compromiso con la transformación de la realidad. La UCN recupera su identidad, su misión y desde ella se proyecta a todo el Norte de Chile y a la Macro Región Andina.

El decenio que se inagura desde el año 2000 encuentra a la UCN madura. La comunidad estudiantil alcanza a los 8.943 estudiantes, de los cuales 137 son de postgrado. La distribución de estudiantes entre Antofagasta y Coquimbo está en torno a la razón 3 a 1. La planta académica alcanza los 243 académicos entre ambas sedes. Este fue un tiempo para el desarrollo de grandes proyectos y, en consecuen-cia, la Universidad creció material y organizacionalmente. Para mí este tiempo es el comienzo del proceso de ganancia de complejidad institucional, que se tradu-ce en la apuesta de iniciativas de largo aliento que requieren la concurrencia de muchos recursos materiales e intelectuales, siempre orientados a la provisión de nuevos bienes públicos de alto valor para la comunidad.

En este tiempo el Departamento de Economía, cuenta con nueve plantas. Inter-namente hemos hecho una apuesta para el desarrollo de capacidades de investi-gación y de postgrado. Esto ha supuesto un plan acelerado de perfeccionamiento académico acompañado por la UCN. Este esfuerzo supone pasar de una tasa de postgraducación del 20% en los años noventa a casi un 100% al 2000. Yo mismo me he beneficiado de este plan, pues gracias al apoyo decidido de la UCN he obte-nido mi grado de M. A. en Economía. La experiencia ha sido fantástica como cien-tista social y como persona. Me siento muy comprometido con la Universidad, con sus proyectos, misión y destino. Participo con mucho gusto en el Círculo de Lectores de la revista Mensaje en la Pastoral Universitaria, donde tengo oportu-nidad de conocer y compartir con muchos colegas académicos de muchas facul-tades, conocer sus opiniones, compromiso y deseos para la institución, realmente una experiencia fructífera que me lleva a comprometerme más con la institución. Este es un tiempo donde el campo político en la sociedad comienza a activarse. La propia UCN refleja estos signos, vivimos tensiones organizacionales que nos obligan a actuar con generosidad. En este tiempo, tengo oportunidad de conocer mucho más el funcionamiento de la organización en su dimensión no académica, de conocer más nuestras fortalezas y debilidades institucionales, de testimoniar el compromiso de nuestros trabajadores y de sus sindicatos. La mística de este cuerpo de hombres y mujeres que día a día hace la Universidad es, en mi opinión, nuestro mayor tesoro como organización.

El nuevo decenio que se inagura en el 2010 encuentra la UCN con un cuerpo só-lido. Tenemos 9.342 estudiantes de pregrado, 663 de postgrado (de los cuales, 67 son estudiantes doctorales). Estos programas son reconocidos por su calidad (lo que se traduce en años de acreditación y en las altas tasas de participación en la

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162 | ARTÍCULO 21: “Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada”

oferta total acreditada en la Macro Zona Norte). La planta oficial alcanza a los 397 académicos y particularmente la sede Coquimbo ha crecido en forma importante y contribuye en forma decidida a la complejidad de la institución. La Facultad de Economía y Administración ha experimentado cambios también. Sus programas de pregrado viven los rigores de la competencia imperante en el sistema univer-sitario, lo que nos obliga a ser más creativos para enfrentar los nuevos tiempos, preservando la calidad que nos caracteriza y la fidelidad a nuestros principios.

El Departamento de Economía también ha crecido. El plan de perfeccionamiento académico ha dado fruto y se consolida un grupo de doctores con creciente pro-ductividad que alimenta un programa de postgrado único en su oferta, que poco a poco gana reconocimiento nacional e internacional. En lo personal, me siento muy contento de observar cómo las metas trazadas años atrás se cumplen, como los sueños de ayer son realidades hoy, y de constatar que el esfuerzo de equipo ha sido la clave para estos logros. Este tiempo no ha estado excepto de dolores y frustraciones, pero ha sido el verdadero compromiso de mis compañeros del De-partamento de Economía el que ha hecho que, pese a escenarios poco favorables, hayamos podido seguir avanzando (un agradecimiento especial también en este punto a las autoridades superiores que nos han apoyado en estas grandes y pe-queñas crisis).

II. VALORACIÓN

Tal como adelantaba en la introducción del documento, esta sección tiene por finalidad compartir algunas impresiones de estas vivencias narradas en la sección previa, para ayudar a destacar los aprendizajes personales obtenidos. Espero que ellos sean de interés para el lector, particularmente para aquellos que son parte de la comunidad UCN, para que nos ayude a reflexionar sobre el sentido de nues-tra pertenencia a ella y a renovar nuestros deseos de seguir contribuyendo a su crecimiento fecundo, que no es otro que el servicio a la comunidad. A modo de clarificación metodológica, indico que en la Sección I un conjunto de frases ha sido destacado en cusrivas, pues ellas, en mi opinión, representan ideas y/o apre-dizajes que merecen especial atención.

En primer lugar, ser Gente Diversa: este es un rasgo imprescindible en una univer-sidad y lo es más en una católica. La diversidad de historias, de valores, de creen-cias, de tipos de investigación, de formas de ver el mundo, etc., son elementos clave para aportar a la búsqueda de la verdad, que es nuestra primerísima misión como comunidad de investigadores y formadores.

Un segundo elemento relevante es la apertura a los Tiempos Nuevos: es decir, la capacidad de discernir los procesos de transformación socioculturales que están

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Marcelo Lufin Varas | 163

en gestación y en realización, particularmente en cómo ellos exigen la renovación de medios para el cumplimiento de la misión de la UCN.

El compromiso con la Transformación de la Realidad: es decir, con la promoción de formas nuevas de realización, de acción orientada a la promoción de bienes mayores, superiores en cuanto a calidad y generalidad. Esto implica finalmente colaborar y contribuir a la plenitud de la creación.

Capacidad para generar Nuevos Bienes Públicos de alto valor para la comunidad. Los bienes públicos son aquellos en los que no operan los principios de rivalidad y exclusión. Estos son, esencialmente, bienes en los cuales el intento de provisión con lógicas de mercado privadas es ineficiente y, por lo tanto, se justifica una acción pública decidida para su provisión. El rol de las universidades como entes públicos descansa en la provisión de esta clase de bienes y no en la naturaleza ju-rídica de su propiedad, los que deben constantemente ser revisados y adecuados a las necesidades de la comunidad.

La Mística de Cuerpo y el Compromiso de los Compañeros: esto resalta la idea de que el cumplimiento de la labor universitaria es un ejercicio comunitario. La ana-logía del cuerpo se utiliza precisamente para resaltar la idea de la división sinér-gica de tareas, donde el quehacer de todos está apoyado críticamente en el de los demás. De este modo, la cooperación y la colaboración son principios que deben orientar nuestro quehacer en pos de un mejor servicio.

Ser creativos: esta idea se vincula con la renovación constante, es la capacidad de crear y renovar lo existente. Supone una actitud crítica y, al mismo tiempo, abierta a la posibilidad de la emergencia de nuevas cosas sin previas referencias. Muchos de los problemas tradicionales existentes, así como la condición perma-nente de medios restringidos, exigen que esta forma de acción creativa inteligente se active y esté presente en cada acción en la Universidad.

III. SÍNTESIS

Esta apretada síntesis que he realizado de la historia de la UCN, de la que he sido testigo y parte, me ha permitido experimentar lo que significa ser partícipe de este gran proyecto histórico que es nuestra Universidad. Estoy plenamente cons-ciente de que soy parte de una gran posta de trabajo y voluntad, que antes que yo decenas de hombres y mujeres han colaborado a la fundación y crecimiento de la Universidad del Norte, que he sido testigo de la transformación hacia la Univer-sidad Católica del Norte y que, junto a muchos otros y otras, somos responsables del estado presente de esta historia, de forma tal que el futuro se incuba en las acciones de hoy. Esta perspectiva de largo plazo me conforta, pues reafirma la idea de ser una comunidad en marcha.

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164 | ARTÍCULO 21: “Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada”

Quisiera también hacer notar que los procesos de transformación que hoy se vi-ven en la sociedad chilena impondrán una época de nuevas transformaciones, algunas de las cuales pueden ser vistas como serias amenazas a la forma actual en que se ha acomodado la organización. Frente a ellas, no solo queda la opción de la reacción, sino más bien el llamado a la acción proactiva. Esta última debe fundar-se en nuestra original discusión como comunidad, en las propuestas que seamos capaces de sugerir a la comunidad amplia de la que somos parte, en las soluciones renovadas que damos a los desafíos y a las demandas que la comunidad nacional, regional y local han levantado.

Quisiera terminar señalando que, como cristiano, estas experiencias vividas re-presentan para mí el “llamado por el Señor a trabajar juntos” con sentido de co-munidad y de Iglesia: este sentimiento de que nos tenemos los unos a los otros, de que pertenecemos a una misma comunidad de fe, de ser una asamblea en pos de una esperanza compartida. Este sentimiento de pertenencia común y comu-nitaria se manifiesta en nuestro trabajo en la UCN y en su orientación siempre al mejor y mayor servicio.

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Tierra Nueva 2016

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Artículo 22Reseña:

GODFRIED DANNEELS.

BIOGRAPHIE

K. SCHELKENS – J. METTEPENNINGEN, Godfried Danneels. Biographie, Anvers, Polis 2015, 541 pp. ISBN 978-94-6319-023-6.

Los autores son historiadores, pero al mismo tiempo, tienen mucho conocimiento de filoso-fía y de teología, además de historia de la Igle-

sia. Se les agradece su esfuerzo porque, para conocer y presentar en profundidad a un hombre de Iglesia, es necesario conocer la teología y tener un gran sen-tido eclesial. El Cardenal Danneels, Arzobispo y Pri-mado de Bélgica, fue una personalidad relevante e influyente en su país y en la Iglesia post-conciliar. A través de la vida del Cardenal, los autores nos re-tratan a un hombre su pensamiento, sus dificultades y sus luchas pero, al mismo tiempo, nos relatan la vida de la Iglesia del pre y del pos Concilio, la Igle-sia belga, la Iglesia europea y la Iglesia universal. El mérito del libro es introducirnos en la vida concreta de la Iglesia, mostrarnos a través de la vida de un hombre excepcional cómo funciona la Iglesia y sus instituciones, cuáles son sus intenciones y deseos

DR. PADRE ANDRÉ HUBERT ROBINET S.J.

Teólogo. Director del Departamento de Teología, Antofagasta y Vice Gran Canciller de la Universidad Católica del Norte.

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168 | ARTÍCULO 22: Godfried Danneels. Biographie

para el mundo de hoy. En el pos Concilio, la Iglesia universal se sintió enfrentada a muchos problemas que nunca había conocido antes: la desafectación de muchos feligreses, la disminución de las vocaciones, los escándalos sexuales y financieros. La vida del Cardenal Danneels nos muestra a un hombre que enfrenta todos estos desafíos... y mantiene la calma: su fe es profunda y lo sostiene en la serenidad.

El libro divide los veintiséis capítulos en cinco partes. La 1ª parte describe la fa-milia y la infancia. Los A. nos introducen en el pueblo de Kanegem, en la familia rural donde nació el futuro Cardenal en 1933 (c. 1); después en el colegio (c. 2); por fin, en los estudios eclesiásticos en Brujas y Roma. El joven Godofredo se destacó por su deseo de estudiar y profundizar. Su vocación se maduró poco a poco con la ayuda de un sacerdote venerado por él como santo (c.3).

La 2ª parte nos muestra al joven sacerdote como profesor en el Seminario de Bru-jas y en la Universidad de Lovaina (c. 4). Sus cursos son apreciados. El Concilio Vaticano II apenas está terminado. Hay mucho que enseñar y revisar. El joven profesor se entrega a la tarea, sobre todo en la renovación de la liturgia, dentro de sus cursos y por su aporte en diversas revistas (c. 5). También son apreciadas sus charlas sobre humanismo y secularización. En 1977, fue llamado a ser obispo de Amberes (c. 6). Durante dos años, aprenderá el trabajo de obispo y será muy apreciado. Poco a poco, se hace conocer a nivel nacional e internacional.

La 3ª parte se titula “El tiempo de las obediencias”. En 1979, llega su nombramien-to como Arzobispo de Malinas-Bruselas. Involucrado en los problemas religiosos y políticos del país, Presidente de la Conferencia Episcopal belga, Gran Canciller de dos universidades católicas, elegido Cardenal, Monseñor Danneels se entrega totalmente a su tarea (c.7). Se le puede encontrar en reuniones para el diálogo con obispos anglicanos. Es nombrado por el Papa para dirigir el Sínodo de la Igle-sia holandesa entonces en dificultad, sobre todo por la polémica del “catecismo holandés”: la idea conciliar de la “Iglesia pueblo de Dios” se abra paso a la “Igle-sia-communio”, donde todos se responsabilizan de toda la Iglesia. El Sínodo per-mite la creación de nuevas estructuras, especialmente la comisión sobre los laicos y sus deseos de formación teológica. Si no todos acogieron todas las decisiones, el nuevo Cardenal recibió el reconocimiento y gratitud de todos. Esta experiencia le será muy útil en la convocación en Roma del Sínodo Ordinario sobre la Familia. La encíclica Humanae Vitae no dejaba indiferente a muchos cristianos. Con la ayuda de moralistas de la Universidad de Lovaina, el Cardenal Danneels presenta varias proposiciones en vista, sobre todo, a reconocer los cambios en la mentali-dad moderna.

En estos mismos años (1980), se ponen en la vanguardia los teólogos de la libera-ción y la problemática latinoamericana (c. 8). El Cardenal viaja a varios países de América Latina para conocer a las personas y sus pensamientos. El fondo de las

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Dr. Padre André Hubert Robinet S.J | 169

discusiones es el tema de la pobreza, real para muchas personas y países. ¿Cómo ayudar a los cristianos europeos a entender a los pobres y, sobre todo, a vivir ellos mismos la pobreza?

En 1984, el Papa Juan Pablo II visita a Bélgica, junto con Holanda y Luxembur-go (c. 9). Es la ocasión para profundizar la pastoral de los distintos países en su conjunto. Al poco tiempo, aparece el Livre de la foi (Libro de la fe) que resume los esfuerzos pastorales y teológicos para dar vida a la fe que parece estar en peligro. Siguen las celebraciones de los veinte años del Concilio (c. 10) que permiten defi-nir e impulsar un humanismo cristiano. El Sínodo de 1985, del cual Danneels es Secretario, seguirá la misma línea. Danneels se pronunciará a favor de una cierta descentralización de la Iglesia para promover el “affectuscollegialis”, es decir, la colaboración fraternal entre los obispos. El Cardenal deberá también mediar en los problemas del convento carmelita (c. 11) que el padre Van Straaten (Ayuda a la Iglesia que sufre) busca construir en Auschwitz como regalo para el papa polaco y en homenaje a Maximiliano Kolbe y Edith Stein. Esta construcción fue rechazada por los judíos y las carmelitas ya instaladas tuvieron que emigrar. Otro problema viene de las dos universidades católicas de Lovaina (c. 12). El Obispo y Gran Can-ciller es responsable del carácter católico de una universidad. Entonces, ¿cómo enfrentar los problemas de bioética? Para el Cardenal, el cristianismo debe ser fuente de inspiración. El carácter católico está más a nivel de la comunidad que a nivel institucional. Esto permite una confrontación crítica entre fe y ciencia. Nacen tensiones entre los obispos belgas y entre el Cardenal y Roma, por ejemplo, con el nombramiento de un nuevo rector o con ocasión de la encíclica Ex corde ecclesiae, pero permiten unas discusiones muy profundas entre las partes.

El tema del laicado también se hace presente de manera urgente en estos tiem-pos (c. 13). El rol de los profesores católicos, la responsabilidad de los laicos en la vida eclesial, especialmente de las mujeres, tensionan el ambiente en el momento de la apertura del Sínodo sobre los laicos (1987). Otras tensiones vendrán con la discusión de la ley de aborto en el parlamento belga (c. 14). El don de la vida es fundamental, pero ¿puede la Iglesia involucrar en medio de la ley política y de las actitudes morales?

En la misma época, algunos obispos empiezan a reunirse para conversar sobre los problemas europeos y ayudar a nuevos obispos a integrarse (c. 15). El Cardenal sentirá el peso del centralismo romano: poco a poco, Roma quieren dirigir todas las reuniones. También en la misma diócesis, algunos sacerdotes se rebelan criti-cando la falta de diálogo del obispo (c. 16). Así nacerá un grupo de trabajo pastoral y teológico.

La 4ª parte habla del “tiempo de los compromisos” (1993-2010). El Cardenal tiene siempre una agenda bien surtida. Desde 1990, Danneels es nombrado Presidente

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170 | ARTÍCULO 22: Godfried Danneels. Biographie

de la organización “Pax Christi” (c. 17), ONG de influencia cristiana formada so-bre todo por laicos. Esto le obligará a mediar entre países del este y oeste (ver la caída del muro de Berlín), del norte y del sur. Estará involucrado en los conflictos mundiales. Se le verá en Bagdad con la guerra de Irán, punto también de inicio de un diálogo interreligioso. Viajará a Santo Domingo para la reunión del CELAM. Deberá intervenir en la crisis de la ex Yugoslavia, en la guerra de Sudán y los pro-blemas humanitarios adyacentes.

En 1993 (c. 18), el Cardenal está en el Congo reunido con obispos y políticos, ha-blando de esperanzas para el continente africano. Su viaje fue acortado por la muerte repentina del Rey Balduino de Bélgica. Pero los contactos estaban listos para poder dar frutos en el futuro.

En este fin de siglo (c. 19), las tensiones éticas reaparecen y los obispos y universi-dades se ven involucrados. La encíclica Veritatis Splendor (1993) no fue recibida en Europa con todo el entusiasmo que se esperaba. Los problemas de aborto, eutana-sia, fecundación in vitro, células madres, dividen a los moralistas y la ley belga se quiere muy liberal. El Cardenal se siente presionado por el Gobierno belga y por el Vaticano. Al parecer, la falta de confianza por ambos lados hacia el Cardenal aumenta la presión. Las universidades católicas del mundo trabajan arduamente para llegar a un acuerdo: la búsqueda, el estudio está siempre bienvenido, pero cada investigador debe cuidar los medios utilizados.

La Iglesia entra en crisis (c. 20). Danneels gana prestigio y se le reconoce su sa-biduría. Pero los abusos sexuales cometidos por varios sacerdotes (se habla de la “enfermedad católica”), el affaire Dutroux (1996; este hombre raptó varias niñas antes de abusar de ellas y asesinarlas), todo obliga a revisar el modo de vivir de la sociedad. El Cardenal lanza una voz de alarma en Navidad, pero quiere matizarla con la voz de humanidad del Niño de Belén. Sus mensajes de Navidad en los años siguientes, insisten en la importancia de la oración.

Los problemas graves siguen (c. 21). La baja de las vocaciones sacerdotales, la defección de Monseñor Gaillot (Obispo francés conocido por sus declaraciones liberales), anuncian un desánimo que, momentáneamente, logra superar la beati-ficación del Padre Damián (héroe nacional), los esfuerzos para el jubileo del año 2000, el congreso eclesial europeo de Bruselas 2006 y las festividades de los 450 años de la arquidiócesis.

Danneels se interesa al diálogo interreligioso (c. 22). Para él, este diálogo es im-portante si se le añade el testimonio. Por eso, participa activamente desde “Pax Christi”, a todos los encuentros entre las diversas religiones. Viaja a Amman (Jor-dania), Oslo, Birmingham. Mantiene relaciones con el Islam europeo. También viaja a China (c. 23), entre confianza y desconfianza recíprocas, para visitar la

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Iglesia china. El viaje será acortado por el fallecimiento del Papa Juan Pablo II.

Esta parte se termina (c. 24) con un resumen de los encuentros anuales entre ciertos obispos europeos en Saint-Gall (Suiza) para rezar y conversar juntos y for-talecerse mutuamente. Desde el 2008, Danneels, que cumplió 75 años, renuncia a su cargo como lo dicta el Derecho Canónico.

La 5ª parte se titula “Crisis y esperanza (2010-2013)”. Empezamos con el año 2010 que él mismo llama “Annushorribilis” (c. 25). La renuncia fue aceptada en enero de 2010 y Monseñor André Leonard, Obispo de Namur, es nombrado Arzobispo de Malinas-Bruselas. Ciertamente, no era el candidato del Cardenal. Pocos me-ses después, el Obispo de Brujas, Vangheluwe, debe renunciar por problemas de pedofilia. Las críticas arrecian: ¿sabía el Cardenal de antemano lo que pasaba? Habló con la víctima y algunos lo acusan de buscar llegar a una conciliación. La policía belga llegó a irrumpir en la reunión de la Conferencia Episcopal y tuvo que presentar excusas. Realmente fue un año horrible.

Los años siguientes se vivieron con más calma (c. 26). Pero el 2013, Benedicto XVI presenta su dimisión. Danneels propone la creación de un cierto Consejo de cardenales para estudiar las reformas necesarias (de la Curia, de los sínodos, del rol de los obispos y conferencias episcopales, etc.). La elección y el nombre de Francisco llenan al Cardenal de alegría. A sus ochenta años, el Cardenal puede agradecer a Dios con emoción y esperanza.

El epílogo del libro describe al Cardenal como un humanista cristiano. Fue un intelectual, un hombre de Iglesia, un europeo y ciudadano del mundo. Para él, la oración y el arte son la fuente de esperanza y consolación. “El Cardenal se inscribe en una antigua tradición que ve lo bueno, lo bello y lo verdadero como caminos para encontrar a Dios”.

El libro termina con varios apéndices: una cronología de la vida del Cardenal (pp. 493-498), un glosario de términos eclesiásticos (pp. 499-501), las siglas utilizadas (pp. 503-505), la lista de las fuentes (pp. 507-523), los agradecimientos (pp. 525-526) y el índice (pp. 527-539).

Libro excelente que muestra a una personalidad atrayente dentro de una Iglesia y un mundo en total cambio. El Cardenal resume lo antiguo y lo nuevo. Los auto-res han sabido acercarse al hombre, a su historia y a la historia de un país, de un mundo y de la Iglesia entera: y eso durante ochenta años.

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Revista de la Dirección General de Pastoral y Cultura Cristianade la Universidad Católica del

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2016 - Año 13 - N° 13