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TIERRAS AÑO 1174 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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TIERRAS AÑO 1174

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

~ 1 ~

Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

~ 2 ~

~ 3 ~

A MODO DE PRÓLOGO

TERRITORIO, PROPIEDAD Y VIDA SOCIAL EN LA EDAD MEDIA

Según fue avanzando la llamada Reconquista en la Península Ibérica, las formas de

ocupación territorial fueron influyendo en la estructura de la propiedad, en la medida en

que se repoblaban los territorios y se daba la correspondiente organización social. Fue-

ron formas que marcaron durante siglos los modelos de propiedad en España y Portugal.

Presura (en Castilla) o aprisio (en Aragón), era el nombre que recibía una modalidad

de repoblación en las primeras épocas de la Reconquista.1 Se basaba dicha modalidad en

el derecho romano. El rey concedía alodios (tierras en propiedad, con o sin documento

escrito) al primero que se dispusiera a roturar las tierras, es decir, a campesinos que de

esta manera mantenían su situación jurídica de hombres libres, con la condición de que

las cultivasen y se mantuviesen bajo su mandato como súbditos, lo cual no era fácil, ya

que tal concesión se hacía en unos momentos y lugares en que los que la situación mi-

litar era precaria, dificultosa, incierta.

A partir del año 850 (mediados del siglo IX), el sistema de “apropiación” se fue or-

ganizando legalmente de forma oficial. Los reyes consideraron que la propiedad de la

tierra era un aliciente suficiente para que campesinos, nobles y monjes aceptasen per-

manecer en tierras fronterizas y trabajarlas bajo la amenaza de continuas incursiones

guerreras. El hecho de que la economía estuviese basada casi en su totalidad en la agri-

cultura hacía más apetecible la propiedad de las tierras. Muchos de los colonos eran

mozárabes (entendiendo por tales a los cristianos que habían permanecido en los terri-

torios conquistados por los musulmanes), otros llegaron desde los territorios cristianos

del norte.

Los reyes fueron concediendo tierras a aquellos cristianos que poblaban las tierras

fronterizas con los musulmanes o andalusíes. Se puede considerar que la repoblación de

España a partir del siglo X fue de tres tipos diferentes, partiendo siempre de la idea de

que las tierras conquistadas al enemigo eran del rey. Así hay que tener en cuenta que el

rey entregaba tierras a los nobles en pago de servicios, por lo general militares; creaba

monasterios con grandes extensiones de tierra de cultivo, que terminaban siendo unida-

des autónomas; y también el rey repartía tierras entre los agricultores.

Al principio –refiriéndonos ahora al reino de León–, los colonos de las montañas

cántabras iban ocupando las tierras de nadie hasta el cauce del Duero. Por lo general,

dicho colonos eran abades de los monasterios que, con autorización regia, ejercían esta

modalidad de repoblación que significaba la libre ocupación de las tierras abandonadas

por la guerra o yermas (tierras inhabitadas y sin cultivar, ya que el valle del Duero era

una zona despoblada) y que así pasaban a ser propiedad de los colonos, en este caso de

los abades, como queda dicho. Por ese motivo, esa fase se conoce también como de re-

1 Tanto presura como aprisio son términos que derivan de presa (con significado de “tomar posesión”),

diciéndose apprehensio o aprisio a la “apropiación”.

~ 4 ~

población monacal, si bien los reyes de León entregaron también tierras, tenencias, do-

minios y señoríos a los nobles.

En Castilla fue más común la entrega de tierras a pequeños agricultores que se aco-

gían al derecho de presura, siendo campesinos que formaban aldeas libres, con entidad

jurídica propia, las llamadas aldeas de behetría (que podían elegir a su señor). Cada fa-

milia recibía al menos la superficie de tierra que era capaz de arar en un día.

En Navarra y Aragón, la expansión desde las montañas pirenaicas fue más compli-

cada, ya que el Valle del Ebro era –como en cierto modo lo sigue siendo actualmente–

una de las zonas más ricas y pobladas. Sólo en los valles de los Pirineos se dio tierra a

los colonos, mientras en el resto del territorio se entregaron las tierras a la nobleza (en

Aragón) y a los monasterios (en Navarra).

En Cataluña sí se entregaron tierras a pequeños agricultores según el derecho de

aprisio. Las tierras entregadas estaban en las llanuras comarcales del Penedés, el Vallés

y el Ampurdán. Pero a diferencia de las aldeas castellanas, las catalanas cayeron bajo el

dominio de un señor feudal que ocupaba un castillo y que ejercía sobre ellas amplios

poderes, hasta llegar a los (abusivos) malos usos.

A partir del siglo XI los reinos cristianos fueron expandiéndose más decididamente

hacia el sur peninsular, sobre los territorios ya poblados del califato de Córdoba, no

siendo tan necesaria la repoblación en muchos casos, aunque siempre tenía que mediar

la aprobación del rey respecto a una confiscación de tierras a los musulmanes. Cada mu-

nicipio formado se asignaba a un alfoz2 al que se le concedían fueros.

Finalmente, ya durante los siglos XIII, XIV y XV, se producirán las últimas repobla-

ciones en Andalucía, en la cuenca del Guadalquivir y en las tierras reconquistadas que

habían formado las taifas o reinos de Valencia, Murcia y Granada, dispersando de estas

tierras a los pobladores musulmanes. Esta fase se denominó repartimiento, pues las tie-

rras se repartieron en grandes lotes que dieron lugar a los latifundios.

Así pues, sólo en las zonas despobladas del valle del Duero y del Ebro y sólo en los

primeros momentos de la Reconquista, se dio el caso de la repoblación espontánea por

presura o aprisio. Luego se necesitó concesión real, tanto en caso de que los colonos

fueran civiles (repoblación concejil o municipal), nobles (repoblación nobiliaria) u órde-

nes monásticas (repoblación eclesiástica), órdenes que podían ser militares o propia-

mente religiosas.

La repoblación peninsular durante la Edad Media se explica en una sociedad rural y

en un territorio de continuo peligro ante incursiones guerreras, siendo aliciente y recom-

pensa para que los desposeídos o desheredados se atrevieran a abandonar lugares segu-

ros o tranquilos y cultivaran las tierras fronterizas.3

2 Pequeñas aldeas y zonas rurales que dependían de las autoridades municipales de la villa (núcleo de po-

blación de cierta entidad y número de habitantes). Alfoz es un término de origen árabe que hacía refe-

rencia a un conjunto de pueblos que formaban una sola jurisdicción territorial.

3 Puede leerse, por ejemplo, a Sánchez Albornoz, C. (1976): Viejos y nuevos estudios sobre las institu-

ciones medievales españolas, Madrid, Espasa Calpe; García de Cortazar, J. A. (2004): Sociedad y orga-

nización del espacio en la España medieval, Valencia, Universitat de Valencia; Concha y Martínez, I. de

la (1946). La “presura”: La ocupación de tierras en los primeros siglos de la Reconquista, Madrid,

Ministerio de Justicia.

~ 5 ~

La abundante población musulmana se fue expulsando al campo o marginando a las

zonas periféricas de las urbes, los arrabales.

En los valles altos de los ríos Júcar y Turia, así como en la cuenca del Guadiana, la

repoblación y reparto de tierras se fue asignando a las grandes órdenes militares, como

Santiago, Alcántara, Montesa (de Aragón), etc., resultando de ello una repoblación ca-

racterizada por grandes latifundios pecuarios o ganaderos, jalonados de fortalezas para

la defensa del territorio fronterizo.

En Extremadura, Andalucía y Levante los reyes otorgaron grandes territorios a los no-

bles y soldados que participaron en la reconquista militar. Dichos territorios fueron los

donadíos (grandes latifundios en manos de la gran nobleza) o heredamientos (propie-

dades más pequeñas).4

Desde el siglo XI, el desarrollo urbano fue propiciando el desarrollo de las ciudades y

de un nuevo grupo social: la burguesía. Aunque perteneciente al grupo no privilegiado

(pagan impuestos), los burgueses fueron consiguiendo una cierta autonomía en el go-

bierno de las urbes, en los concejos y participación en Cortes.

A todo eso nos venimos refiriendo en estos escritos, así como también a las perma-

nencias en la Península de judíos y particulares etnias, los mudéjares.

4 Donadío era un conjunto de bienes que los reyes cristianos de la Edad Media en España concedían en

propiedad a una persona o institución, habitualmente como premio a su apoyo o participación en la Re-

conquista, cuando se dieron los denominados repartimientos. El donadío se comprendió en el sistema de

recompensas que (tras una investigación a cargo de agentes del rey) hacía repartir los inmuebles de una

ciudad o las tierras de su entorno rural de forma proporcional a la que hubiera sido o fuera la contribución

militar. El donadío era, por tanto, una forma de repoblación que beneficiaba especialmente a los nobles o

a las instituciones que tuvieran una mayor capacidad de movilizar huestes. En el repartimiento que se

efectuó en Sevilla, una vez reconquistada la ciudad, los donadíos fueron grandes latifundios que corres-

pondieron a los más altos nobles y funcionarios, a las órdenes militares y a las instituciones eclesiásticas.

De otra parte, con el nombre de heredamientos se designaron a las medianas y pequeñas parcelas y

propiedades menores entregadas a caballeros de linaje, caballeros y peones: los primeros recibieron

veinte aranzadas de olivar, seis de viñas, dos de huerta y dos yugadas de pan; los segundos ocho

aranzadas de olivar y dos yugadas de pan y los últimos cuatro aranzadas de olivar y una yugada de pan.

La yugada era ya una medida de superficie utilizada en tiempos del Imperio Romano. Su nombre pro-

viene de la cantidad de tierra que es capaz de trabajar en un día una yunta de bueyes. Por extensión, la

yugada se fue convirtiendo en peonada (trabajo humano de una jornada), que como unidad de superficie

equivalió aproximadamente a unos 400 m² (3,804 áreas en algunos lugares de España, siendo la superficie

de un área la de 100 m²).

La concesión de un donadío no obligaba a su propietario a residir en la localidad a la que pertenecían

las tierras y, en determinados casos, podía exigirse al concesionario la repoblación del lugar a su costa,

sobre todo si se trataba de tierras fronterizas con reinos andalusíes.

Los donadíos y los heredamientos fueron figuras jurídicas muy comunes durante los siglos XIII-XIV.

En la mayoría de los casos, además de la propiedad sobre las tierras del donadío, el rey concedía al be-

neficiario algún tipo de jurisdicción señorial sobre ellas, a modo de feudo o señorío. Por eso mismo, mu-

chos donadíos sobrevivieron durante todo el Antiguo Régimen (de fuertes monarquías perpetuándose aún

entre lo medieval y lo moderno, entre feudalismo y capitalismo) como señoríos (típicos de los “seño-

ritos”), con un término y una jurisdicción independiente de las localidades del entorno, aunque incluso se

encontrasen despoblados o fueran simples cortijos. En 1837 se suprimió definitivamente en España el ré-

gimen señorial, de modo que los donadíos se integraron en el término municipal más cercano, como cual-

quier otra finca rústica de propiedad privada.

~ 6 ~

Seguidamente nos adentramos en el año 1174, un año que, en el 1 de enero, comenzó

en martes. Fue miércoles de ceniza el 19 de febrero, domingo de pascua el 7 de abril, la

Ascensión el 16 de mayo y Pentecostés el 26 de mayo.

~ 7 ~

AÑO 1174

~ 8 ~

REINO DE PORTUGAL

El rey Alfonso II de Aragón, reconociendo la independencia del reino de Portugal,

acordó con el rey portugués Alfonso I Enríquez la boda de Sancho, hijo y heredero de

éste (20 años de edad), con la infanta Dulce (Dolça de Barcelona o de Aragón), de 14

años de edad, hermana de Alfonso II e hija de Petronila de Aragón y de Ramón Beren-

guer IV de Barcelona.5

La infanta Dulce es “formosa e excellente senhora, tranquilla e modesta, condizente

no carácter com o nome”.6 Como es habitual en estos tiempos, Dulce es utilizada como

trueque para sellar una alianza sirviendo para “fortalecer Portugal y contener el expan-

sionismo castellano-leonés”.7 Al mismo tiempo, se reparaba así la ruptura del compro-

miso matrimonial que hubo entre la infanta Mafalda de Portugal, hermana de Sancho,

con el rey Alfonso II de Aragón.

Dolça de Barcelona

5 Estos esponsales con el infante Sancho, que ascendió al trono en 1185 como Sancho I de Portugal, ya se

celebraron cuando ella tenía 15 años de edad, realizándose la celebración matrimonial en 1175. No se

conoce mucho de la vida de la infanta antes de estos hechos, ni se sabe acerca de su dote o arras al ca-

sarse.

6“Hermosa y excelente señora, tranquila y modesta, coincidiendo su carácter con su nombre”.

7 Cumpliéndose lo que se esperaba de ella: ser una buena esposa y madre de una numerosa descendencia

(11 hijos), de la que hablaremos al momento de su muerte.

Dulce no sobrevivirá mucho tiempo tras el nacimiento de sus últimas dos hijas, Blanca y Berenguela,

probablemente gemelas. Fallecerá en 1198, tal vez víctima de una peste y debilitada por sus varios partos.

Recibirá sepultura en Coímbra, en el monasterio de Santa Cruz.

~ 9 ~

ZARAGOZA

(CORONA DE ARAGÓN)

En la Seo o catedral de Zaragoza, el 18 de enero de este año 1174, se celebró la boda

del rey Alfonso II de Aragón con la infanta Sancha de Castilla (y de Polonia), que de-

viene en reina, hija de Alfonso VII el Emperador y de Riquilda de Polonia, su segunda

esposa. Sancha es hermana de Fernando II de León y tía de Alfonso VIII de Castilla.

Tiene al casarse 20 años de edad, siendo de 16 años la del novio, mayor de edad según

el derecho canónico, con lo que, al casarse, le queda reconocida su mayoría de edad a

todos los efectos, también civiles.8 El rey aragonés entregó a su esposa la bailía o juris-

dicción (caballeresca) de las montañas de Siurana,9que fue valiato musulmán (menos la

villa de Montblanc10

y el monasterio de Escornalbou),11

cambiando el nombre por el de

montañas de Prades.12

Al ser reconocido mayor de edad, Alfonso II fue armado caba-

llero, viéndose libre de sus tutores, magnates a los que estuvo sometido desde 1162.13

8 A Alfonso II de Aragón se le conocerá también con el sobrenombre de “el Casto”, por el hecho, según

los cronistas de no haber tenido hijos fuera del matrimonio. Su moderación o templanza sexual, algo que

sorprendió en su tiempo, le valió ese sobrenombre, si bien fue gran protector de las artes y promotor de la

normativa acerca del amor cortés (él mismo tuvo sus ejercicios literarios en poesía trovadoresca).

9 En la comarca tarraconense del Priorato.

10

Capital de la comarca tarraconense de la Cuenca de Barberá.

11

El antiguo monasterio de San Miguel de Escornalbou, que también fue castillo, se encuentra situado

cerca de Riudecañas (Tarragona), en la comarca del Bajo Campo, enclavado en una cima, rodeado de

muros significativamente fortificados.Terminó convertido en residencia privada, adquirida como tal, en

1920, por el bibliófilo y diplomático Eduardo Toda.

La montaña de Escornalbou era fronteriza entre territorio cristiano y musulmán, siendo lugar de refugio

de numerosos musulmanes huyendo de las acometidas cristianas durante la reconquista. Como podemos

recordar, la reconquista en Cataluña se concluyó en Siurana, capitaneada por Albert de Castellvell en

1153. Años más tarde (el 8 de mayo de 1162), los cristianos organizaron una batida en Escornalbou

expulsando a los moros aún refugiados en la zona.

Alfonso II, tres años después, cedió estas tierras a Joan de Sant Boi, canónigo de Tarragona, con la con-

dición de que se construyera en la montaña una capilla dedicada a San Miguel y un monasterio para que

los canónigos se encargaran de mismo. Puesto que la zona estaba rodeada de bosques espesos que servían

de refugio a moros y a fugitivos de la justicia, el monasterio hubo de ser fortificado con muros elevados.

De ese modo, el monasterio cumplió también funciones militares y defensivas.

Joan de Sant Boi no tardó en establecer allí una comunidad monástica de seis canónigos, con una co-

fradía, que se entregaron a la construcción del edificio, en estilo románico. En 1198 se firmará un acuerdo

entre el prior de Esconalbou y el arzobispo tarraconense Ramón de Castelltersol mediante el cual el mo-

nasterio quedaba bajo la tutela del arzobispado de Tarragona, reservándose el derecho de elegir a su

propio prior. Con todo, el monasterio no fue nunca demasiado importante y fue decayendo como tal.

12

Donde se establecerá el futuro condado de Prades.

~ 10 ~

Los reyes de Aragón Alfonso II y Sancha

13

Ver Epílogo I (extenso), sobre el reino de Aragón durante la Edad Media.

~ 11 ~

YERNES (ASTURIAS)

El rey Fernando II de León cedió sus derechos sobre el territorio de Yernes al obis-

pado de Oviedo, convirtiéndose así este lugar, con donaciones de varios nobles, en

concejo de obispalía o de jurisdicción episcopal.14

14

El municipio o concejo se conoce como Yernes y Tameza (de 178 habitantes en 2011). Está actual-

mente organizado como territorio de dos parroquias repartiéndose cinco núcleos de población: Villabre,

Fojó, Villaruiz, Yernes y Vendillés.

Ya en tiempos del rey Ordoño I (850-866) se cedió por este monarca parte de Yernes a la iglesia ove-

tense de San Salvador (actual catedral), en el año 857. El hecho de la cesión total por Fernando II de León

consta en el escudo del municipio. Más tarde, en 1579, mediante bula del Papa Gregorio XIII (1572-

1585), el rey Felipe II (1556-1598) conseguirá que el concejo vuelva a ser del dominio de la Corona.

El escudo del concejo es partido. En la superior y sobre campo de azur, está representada la Cruz de los

Ángeles, en referencia a su pasado eclesiástico.

En el inferior aparecen dos toros embistiéndose, que cuenta la leyenda como se fijaron los límites con el

concejo vecino de Proaza, haciendo luchar a los dos toros y marcando la posición en la que quedaron des-

pués del combate. Al timbre aparece la corona real abierta.

Actualmente el ayuntamiento pinta las armas sobre un escudo francés, aunque sin cartela ni ornamenta-

ción exterior.

~ 12 ~

REINO DE CASTILLA

Sancha Martínez, viuda del caballero toledano Martín Ordóñez, entregó la fortaleza de

Anguix,15

levantada por éste, a la Orden de Calatrava, siendo maestre Martín Pérez de

Siones.16

De Sancha Martínez obtuvo el rey Alfonso VIII la villa de Zorita, siendo toda ella ce-

dida, con su castillo, también a la Orden de Calatrava, erigiéndose Zorita en cabeza de

encomienda.17

De otra parte, Alfonso VIII y su esposa Leonor,18

desde Arévalo,19

el 9 de enero, do-

naron la villa y castillo de Uclés20

a la Orden de Santiago, regida aún por su primer

15

Término municipal de Sayatón (Guadalajara). Martín Odóñez recibió este territorio, en 1136, como

donación de Alfonso VII elEmperador. El castillo de Anguix, fortaleza sobre el Tajo, ya lo mencionan

las crónicas musulmanas en tiempo de Abderramán III (siglo X). Martín Ordóñez lo reconstruyó entre los

años 1160-1170.

16

Recordémosla fundada, en 1158, por el abad San Raimundo de Fitero. Martín Pérez de Siones perma-

necerá como gran maestre de Calatrava entre los años 1170-1182.

17

Para defensa contra los almohades. Por los perros que hubo para la defensa del castillo, la villa pasó a

llamarse, hasta hoy, Zorita de los Canes. La villa se halla emplazada en la orilla izquierda del río Tajo,

bajo una alcazaba de origen musulmán, construida a principios del siglo IX, en tiempos del emir Moh-

amed I. La fortaleza fue conquistada por Álvar Fáñez, convirtiéndose en su gobernador (año 1097). Pos-

teriormente la recuperaron los almorávides, hasta que en 1124 volvió a reconquistarla el rey Alfonso VII.

La fortaleza se conserva actualmente en estado ruinoso.

A los pies de la villa, como queda dicho, corre el Tajo, directamente hacia la antigua ciudad visigoda de

Recópolis, fundada por el rey Leovigildo (año 578) para su hijo y sucesor el rey Recaredo. Las ruinas de

Recópolis se hallan en el término municipal de Zorita de los Canes.

18

Con prelados y nobles de Castilla.

19

Provincia de Ávila.

20

Provincia de Cuenca. Puede leerse a Rivera Garretas, M. (1985): La encomienda, el priorato y la villa

de Uclés en la Edad Media (1174-1310). Formación de un señorío de la Orden de Santiago, Madrid,

CSIC.

Tras la salida de los Frates de Cáceres del reino de León, obligados por la pérdida y masacre de Cá-

ceres que ya contábamos, habiendo sido su primitiva sede la ciudad de Cáceres, con otros territorios que

ya poseían en Extremadura, incluso en la provincia de Badajoz, los caballeros de Santiago, por el empuje

almohade, hubieron de pasar a Castilla, siendo muy bien recibidos por el rey Alfonso VIII, lo que explica

la donación de Uclés, para que defendieran su comarca, y la de Huete, de los ataques musulmanes.

El castillo de Uclés había pertenecido desde 1163 a la Orden Hospitalaria de Caballeros de San Juan,

pero el rey castellano estaba descontento de la actuación de éstos, pues no destacaron sino en desidia. Por

eso el rey decidió darle la encomienda a la Orden de Santiago.

~ 13 ~

maestre Pedro Fernández, el cual fundó allí su monasterio o sede central (caput ordinis)

de Castilla, donde recibirán esmerada formación muchos hijos de casas nobiliarias.

También recibió la Orden de Santiago, para ser repoblado, el territorio y castillo ce

Criptana.21

Podemos contar también que Pedro Ruiz, gobernador de La Rioja castellana, se en-

frentó a los navarros.22

Alfonso VIII recuperó para Castilla la villa riojana de Ocón, concediéndole fuero y

nombrando tenente de su castillo23

a Diego Jiménez, señor de los Cameros.24

Con el castillo y villa de Uclés le fueron donadas también a la Orden de Santiago, en la persona de su

maestre Pedro Fernández, las tierras de la villa (viñas, prados, pastizales, arroyos, molinos, pesquerías,

portazgos, entradas y salidas).

A finales de enero de 1174, los caballeros de la Orden de Santiago tomaron posesión de la villa y

castillo de Uclés, en acto solemne presidido por el arzobispo de Santiago de Compostela, Pedro Suárez de

Deza. La bandera de Santiago, que el arzobispo les había entregado en Santiago de Compostela, ondeó

por vez primera en la torre del homenaje. La iglesia de Santa María del Castillo cambió su nombre por el

de Santiago hasta que se construyó el convento con una nueva iglesia adecuada a las necesidades de la

Orden.

Así pues, en Uclés se halló a partir de entonces el monasterio donde residió habitualmente su gran

maestre. Allí pasaban un tiempo y pruebas de admisión los aspirantes a caballeros de la Orden. Desde

1869, los archivos de la Orden de Santiago (que estuvieron en Uclés durante siete siglos), se encuentran

en el Archivo Histórico Nacional de Madrid.

El monasterio se halla sobre un cerro, a cuyos pies, al este, se despliega la localidad de Uclés. Todo él

forma parte de un gran conjunto de edificaciones construidas durante diferentes períodos históricos, ad-

quiriendo su aspecto actual, en diversos estilos artísticos y arquitectónicos, a partir de la Reconquista ya

finalizada por los cristianos.

En 1836, con la desamortización de Mendizábal, la Orden de Santiago tuvo que abandonar el edificio.

A principios del siglo XX se destinó el monasterio a colegio de segunda enseñanza, y más tarde a no-

viciado y colegio de agustinos, hasta que en 1936 fue saqueado y destrozado interiormente, instalándose

luego en él un hospital provisional. Terminada la Guerra Civil, se dedicó a cárcel para presos políticos

entre los años 1939-1943, en cuyo período murieron más de mil presos, fusilados o a causa de diversas

enfermedades, siendo enterrados en una zona externa al monasterio que se conoce como “La Tahona”.

Cerrada aquella prisión, todo fue restaurado, siendo destinado a Seminario Menor de Cuenca, en octubre

de 1949, con el nombre de Santiago Apóstol, siendo entonces obispo de la diócesis D. Inocencio Ro-

dríguez Díez.

Abundando un poco, podemos decir que, al estallar la Guerra Civil Española en 1936 el monasterio

quedó en zona republicana y el ejército lo convirtió en hospital, destrozando lo poco que quedaba de su

primitivo esplendor tras el saqueo que ya había sufrido por parte de los franceses en 1808. Varios de los

frailes agustinos que residían en el monasterio padecieron el martirio, a manos de los republicanos,

durante aquella nefasta contienda. También fueron muertos algunos vecinos de Uclés, incluido el párroco,

D. Vicente Toledano, beatificado con otros cuatro frailes agustinos, el 28 de octubre de 2007. Sus re-

liquias son veneradas en la iglesia parroquial de Uclés.

21

Campo de Criptana (Ciudad Real).

22

Ver Epílogo II.

23

Actualmente bastante deteriorado.

24

Aparece también documentado como tal en 1175 y 1185.

~ 14 ~

También actuó Alfonso VIII de Castilla sustituyendo en el gobierno de Álava a Vela

Ladrón25

por Juan Vélaz.

La histórica villa de Uclés

25

Vela Ladrón I, vivió entre los años 1115-1174, siendo noble navarro (conde de Álava, Guipúzcoa y

Vizcaya), hijo de Ladrón Íñiguez, de la prestigiosa familia de los Vela. Alfonso VIII, en 1173, ya había

devuelto el señorío de Vizcaya a Diego López II de Haro, por mostrarse éste absolutamente pro castella-

no.

~ 15 ~

ZAMORA

Se concluyó en este año 117426

la construcción románica de la catedral de Zamora,

dedicada a Cristo Salvador o San Salvador,27

siendo consagrante el obispo Esteban de

Zamora.28

Su planta es de cruz latina con tres naves de cuatro tramos, siendo las laterales con bó-

veda de arista y la central de crucería simple.29

En el crucero se alza un cimborrio con

un tambor de 16 ventanas sobre el que se levanta una cúpula de gallones revestidos con

escamas de piedra y soportada con pechinas de clara influencia bizantina. Es el ele-

mento más llamativo, bello y original del edificio, y un verdadero símbolo de la ciu-

dad.30

26

Probablemente.

27

Declarada Monumento Nacional por Real Orden de 5 de septiembre de 1889.

28

Fallecido en este año y sucedido en 1175 por Guillermo.

Un sólo maestro, anónimo, como era habitual en estos tiempos, proyectó y dirigió las obras. Tal vez

fuera francés, llevado a Zamora por el obispo Bernardo de Perigord. Seguramente estuvo en contacto con

maestros arquitectos o constructores normandos de Sicilia, dado el orientalismo de la construcción. Re-

sulta difícil identificar al constructor material de la catedral de Zamora, pero su personalidad se impuso en

otras construcciones en la zona del Duero, especialmente en Toro (Zamora), Salamanca, Ciudad Rodrigo

(Salamanca) y Benavente (Zamora). De todos modos, en las últimas fases de la construcción de la cate-

dral de Zamora debió intervenir el conocido como maestro Fruchel, cuya presencia en Zamora está do-

cumentada entre los años 1182-1204.

El maestro Fruchel es uno de los grandes representantes de la arquitectura ojival del siglo XII. El tra-

zado actual de la planta de la catedral de Ávila responde en gran medida al del tiempo en que se iniciaron

los trabajos, supuestamente dirigidos por este arquitecto en la segunda mitad del siglo XII; supuesta-

mente, porque de lo único que hay certeza es de que el citado maestro llegó a completar antes de morir la

girola, una de las más puras manifestaciones del arte románico en España. Desde el crucero de la abulense

se entra directamente a la girola, de la que el historiador Emilio Rodríguez Almeida, de Ávila, ha escrito

que “la solemnidad del conjunto elegante y armónico de la girola justifica con creces el entusiasmo

producido entonces y la fama de primera figura de que Fruchel disfruta entre los modernos tratadistas

del románico”.

29

Los tres ábsides que tenía en origen fueron sustituidos por una cabecera gótica en el siglo XVI.

30

La cúpula de gallones (conocida también como cúpula gallonada, cúpula de gajos o cúpula lobulada)

es aquella compuesta por nervaduras de medio punto (semicircunferencias), con superficies cóncavas

(plementería) que asemejan los gajos o “gallones” de una naranja. La unión de estos elementos da lugar a

aristas entrantes que convergen en el centro de la bóveda. Este tipo de cúpula parece que se originó en la

arquitectura bizantina (de a partir del siglo VI). Sustituye a las bóvedas de horno (de cuarto de esfera) en

la cubrición de espacios de planta poligonal, generalmente octogonales. Uno de los casos más típicos o

conocidos de cúpula gallonada es la de la catedral de Zamora, si bien no es la única.

La planta que cubre este tipo de bóvedas suele ser cuadrada (cuatro cascos) u octogonal (ocho cascos).

A veces se sustenta en una galería o torre de planta cuadrada en transición a un octógono mediante el

empleo de trompas ubicadas en un tambor. Las secciones de la superficie de la bóveda se encuentran con

~ 16 ~

La ciudad de Zamora, situada sobre una meseta de indiscutible valor estratégico, a ori-

llas del río Duero, es recorrida por la calzada romana que une Mérida con Astorga31

siendo ocupada en su momento, sucesivamente, por suevos32

y visigodos.33

Tras la invasión musulmana, Zamora fue abandonada por los cristianos, que la recupe-

raron en el año 893, siendo reconstruida y repoblada por vasallo del rey asturiano Al-

fonso III (866-910), además de por cristianos (mozárabes) desplazados hasta allí desde

Toledo, Coria34

y Mérida.35

Fueron principalmente los toledanos quienes se encargaron de muchas construcciones

zamoranas, levantando sus reforzadas defensas militares, iglesias, baños y palacio regio,

convirtiéndose Zamora en obispado (año 901) y siendo su primer obispo San Atilano.36

una curvatura negativa, es decir son cóncavas. Esta situación hace que tengan un aspecto “inflado” al ser

vistas desde el exterior.

La influencia bizantina de este tipo de cúpula pasó a la arquitectura islámica, particularmente andalusí y

nazarí granadina. De España pasó también a América.

31

Vía de la Plata.

32

Llamándose Sinimure.

33

Llamándose Simure.

34

Provincia de Cáceres.

35

Provincia de Badajoz.

36

Se conmemora el 5 de octubre.

~ 17 ~

El carácter fronterizo de Zamora duró hasta que la frontera con Al-Ándalus se des-

plazó más al sur, al norte del río Tormes.37

Zamora gozó entonces de una mayor estabi-

lidad prosperando como ciudad, aunque hubo de sufrir su descalabro debido a las acei-

fas de Almanzor, que la conquistó con mucha destrucción en el año 986.

Durante el reinado de Fernando I de León (1035-1065) la frontera con Al-Ándalus

quedó restablecida, incrementándose así la población zamorana, gozando de fuero y

siendo la ciudad entregada como señorío a Urraca, hija de Fernando I, la cual fue en Za-

mora señora y reina.

Durante los reinados de Alfonso VI (1065-1109) y Alfonso VII (1126-1157) se con-

solidó la repoblación extramuros, lo que contribuyó definitivamente al progresivo auge

de Zamora como ciudad, viéndose entonces la necesidad de construirse una digna cate-

dral, lo que se logró a partir de 1120, siendo obispo Bernardo de Perigord, monje de la

leonesa Sahagún y proveniente de Toledo como chantre.38

37

Afluente del Duero por su margen izquierda.

38

Bernardo de Perigord, obispo de Zamora entre los años 1121-1149, sucedió en la sede zamorana, como

obispo propio, a Jerónimo de Perigord, obispo de Salamanca, que administró la sede zamorana anterior-

mente, tras haber sido suprimida la diócesis entre los años 988-1121.

Durante el reinado de Alfonso VII el Emperador, servía de sede catedralicia la iglesia de San Salvador,

seguramente levantada en el mismo emplazamiento que hoy ocupa la catedral, si bien no parece que reu-

niera las condiciones necesarias para su cometido. Motivado por ello, el rey donó la iglesia de Santo

Tomás, en 1135, para que sirviera provisionalmente de catedral mientras se acometían las obras perti-

nentes en San Salvador. Entre los años 1150-1160 se registran importantes mandas testamentarias a la

catedral, resultando, nueve años más tarde, en 1169, documentación en la que ya consta la existencia de la

construcción románica en marcha.

La construcción de la catedral de Zamora se atribuye al obispo Esteban (1150-1174), sucesor de Ber-

nardo de Perigord, siendo levantada dicha construcción sobre la anterior iglesia de San Salvador, como

queda dicho, en la zona más señera o destacada de la ciudad, junto al castillo, siendo la obra patrocinada

por la infanta-reina Sancha Raimúndez (muerta en 1159 y enterrada en esta catedral, si bien su cadáver,

incorrupto, está actualmente en el Panteón Real de San Isidoro de León), hermana de Alfonso VII, e hija,

por tanto, de Raimundo de Borgoña y Urraca I de León. Respecto a las fechas de inicio y terminación de

las obras de la catedral no hay acuerdo entre los autores que tratan de ellas, si bien hay algunos datos que

permiten hacer algunas precisiones, según la bibliografía que aquí se aporta.

Tradicionalmente se ha admitido que la fábrica se alzó de un solo tirón en tan solo 23 años (1151-1174),

como parece atestiguar un epígrafe situado en el extremo norte del crucero y en el que se copiaron otros

más antiguos referentes a la breve historia constructiva de la catedral, con epitafios de los tres primeros

obispos. El más que nos interesa dice así:

Esta casa se hizo sobre la salomónica que la precedió. Aquí añadid la fe. Y esta casa sucede a aquella

por su magnificencia y coste. Se realizó en veintitrés años desde que se cimentó. Se consagró con la

ayuda del Señor el año MCLXXIII, teniéndose a Esteban por su constructor.

Recientes y meticulosos análisis de la documentación existente han permitido asegurar que las obras, al

menos las de cimentación, estaban ya en marcha en 1129, en tiempos del obispo Bernardo de Perigord, y

que, a su muerte, ya estaban edificadas la cabecera, nave meridional y portada de este lado, pues dicho

obispo fue enterrado en el lado sur, correspondiendo la continuación de la construcción a Esteban, que la

consagró en 1174, poco antes de su muerte, aunque todavía continuaron las obras durante el pontificado

del obispo Guillermo (1175-1180), quien levantaría el transepto y el cuerpo de la iglesia, en tanto que el

claustro y la torre estaban aún construyéndose en el primer tercio del siglo XIII.

La insólita celeridad de su fábrica se tradujo en una unidad de estilo poco frecuente en el siglo XII y se

explica por la extrema austeridad decorativa más propia de lo cisterciense que de otros estilos en boga por

~ 18 ~

entonces en la Península. Aun así, se proyectó según los cánones borgoñones clásicos y, sobre su marcha,

se introdujeron sustanciales novedades en la cobertura debidas a influencias cistercienses y orientales. Las

bóvedas de ojivas de su nave central son de las más tempranas de España, anunciando ya abiertamente el

estilo gótico.

La catedral de Zamora irá incrementado con el paso del tiempo diversos estilos y adoptando nuevas re-

modelaciones.

La conocida como Portada del Obispo es la única que se mantiene completa de las tres originales. Junto

al cimborrio, es pieza muy valiosa del románico catedralicio zamorano, constituyendo un ejemplo de de-

coración arquitectónica sin apenas esculturas. Se divide en tres calles que a su vez están divididas en dos

pisos, conteniendo los inferiores sendos arquillos con lo mejor de la escultura románica zamorana, uno,

con San Juan y San Pablo y otro con una Santa María Madre de Dios (Theotokos). En el siguiente piso

sólo aparece una arquería ciega. Rematando todo el conjunto se yerguen sobre los estribos y las dos

pilastras acanaladas que recorren la fachada tres arcos ligeramente apuntados que conforman el remate

del hastial.

Puede leerse, entre otra, la siguiente bibliografía: Casaseca, A. (1996): Plan Director de la Catedral de

Zamora (Sacras Moles. Catedrales de Castilla y León, tomo 1), Valladolid, Consejo Autonómico de los

Colegios Oficiales de Arquitectos de Castilla y León; Hernández Martín, J. (2005, 2ª ed.): Guía de

arquitectura de Zamora. Desde los orígenes al siglo XXI, León, Colegio Oficial de Arquitectos; Rivera de

las Heras, J. A. (2001a): Por la catedral, iglesias y ermitas de la ciudad de Zamora; León, Edilesa;

(2001b): La Catedral de Zamora, Salamanca, Durius Cultural S.L.

~ 19 ~

~ 20 ~

Celada de roblecedo

También se dio por terminada en este año 1174 la iglesia románica, parroquial, de

Celada de Roblecedo,39

dedicada a la célebre Santa Eulalia de Mérida, cuya fiesta es el

10 de diciembre.40

39

Provincia de Palencia (al norte). En la Edad Media se llamaba Caladiella.

40

Se localiza esta iglesia parroquial románica en el centro del caserío, dispuesto sobre una ladera orien-

tada al mediodía. Combinando sillería y mampostería arenisca, subsisten el primer tramo de la nave cen-

tral, la torre, situada en el lado noroeste, y parte de los muros de la mitad occidental. Se aprecian las di-

versas reformas que sufrió el alero románico, originalmente más bajo, elevado después un par de hiladas,

con reutilización de los canecillos (aún subsisten algunos canecillos del alero, siempre tallados en proa de

barco, bajo una cornisa con motivos romboidales), siendo más elevados después según la disposición ac-

tual del tejado, lo que llevó aparejada la rotura de gran parte de los canecillos.

~ 21 ~

REINO DE LEÓN

Y TRANSIERRA

Los almohades de Abu Yaqub Yusuf, a las órdenes del general Abu Hafs, reconquis-

taron en este año 1174 Alcántara y Coria,41

asediaron Ciudad Rodrigo,42

que la defen-

dió personalmente, con su ejército, el rey leonés Fernando II, casi desesperado hasta que

le llegaron refuerzos. Con este avance almohade, toda la Transierra43

quedó en poder

musulmán, excepto las tierras de Trujillo.44

Ciudad Rodrigo, codiciada también por los

portugueses, sigue siendo leonesa.

41

Ambas en la actual provincia de Cáceres.

42

Provincia de Salamanca.

43

Extremadura, la Extremadura leonesa, pues la Extremadura propiamente extremeña surgirá o empezará

a surgir sólo a partir de la batalla de Las Navas de Tolosa (año 1212).

44

Provincia de Cáceres. Trujillo era cabeza de señorío semiindependiente o propiedad de Fernando Ro-

dríguez de Castro el Castellano, miembro destacado de la Casa de Castro, al que nos hemos ido refiriendo

(y seguiremos refiriéndonos) en diversos momentos. El señorío abarcaba un territorio entre los ríos Tajo y

Guadiana, comprendiendo, entre otras las localidades cacereñas de Montánchez, Santa Cruz de la Sierra,

Monfragüe, etc.

~ 22 ~

VERA DE MONCAYO

El rey Alfonso II de Aragón donó el castillo de Vera de Moncayo45

al monasterio de

Veruela, abadía cisterciense que se fundó en 1145 y a la que ya en su momento nos re-

feríamos con detalles.46

Es un recinto monástico rodeado por una muralla, en cuyo in-

terior destacan la iglesia, el claustro, la sala capitular, el refectorio, el scriptorium, etc.

En el interior del recinto monástico se encuentran todas las dependencias indispensa-

bles para la vida en comunidad, de tal manera que en ningún momento un monje tiene

necesidad estricta de salir de allí, su hábitat natural.

45

Provincia de Zaragoza. La localidad se encuentra en el valle del río Huecha (afluente del Ebro por su

margen derecha), en las estribaciones del Moncayo, la cumbre más alta del sistema Ibérico, entre las pro-

vincias de Zaragoza y Soria. El castillo tuvo su construcción más definitiva en el siglo XIV. Del antiguo

recinto sólo quedan dos lienzos de mampostería de sus murallas y un torreón rectangular con almenas gó-

ticas. El antiguo castillo se esconde actualmente tras la fachada de una vivienda moderna. Su planta tenía

forma de polígono irregular de cinco lados, adaptados a la orografía del lugar. Frente a la plaza se alzaría

la fachada principal y la portada. A ambos lados se alzan dos torres, una descubierta recientemente du-

rante las obras de rehabilitación, embutida en la mencionada vivienda. La otra torre flanqueaba la esquina

sur de la fachada. Se construyó en mampuesto de caliza, con sillares finamente tallados en las esquinas.

Tiene tres lados, estando abierta por el lado que asoma al interior del recinto. La torre está rematada por

un almenaje de merlones prismáticos, en los que se abre alternativamente una saetera.

Junto a un pequeño encinar encontramos la ermita de La Aparecida, en el lugar donde, según la leyenda,

se apareció la Virgen al caballero Pedro de Atarés (muerto en 1152), pidiéndole la construcción del mo-

nasterio de Veruela. Dicho monasterio estuvo abierto y mantenido por los monjes cistercienses hasta la

pérdida de sus bienes y patrimonio durante la desamortización del siglo XIX.

Vera de Moncayo es una población de origen musulmán conquistada por Alfonso I el Batallador en

1133, tras la conquista de Borja y Tarazona (ambas en la provincia de Zaragoza). La población de Vera

de Moncayo y el monasterio de Veruela se verán envueltos en las contiendas entre el rey Alfonso V de

Aragón (1416-1458) y la aristocrática familia Luna en el siglo XV, así como en las guerras entre Aragón

y Castilla.

Puede leerse, entre otra, la siguiente bibliografía: Cabañas Boyano, A. (1999): Aragón, una tierra de

castillos, Zaragoza, Edit. Prensa Diaria Aragonesa S. A. (El Periódico de Aragón. Grupo Z); Gutiérrez

López, A. (2005): Un viaje a las fortificaciones medievales de Tarazona y el Moncayo, Zaragoza, Mo-

nasterio de Veruela.

46

Fue la primera fundación cisterciense en el reino de Aragón.

~ 23 ~

~ 24 ~

EJEA DE LOS CABALLEROS

En Ejea de los Caballeros,47

junto a su castillo, se dio por construida la iglesia romá-

nica,48

dedicada a Santa María.49

La consagró en este año 1174 el obispo de Zaragoza,

Pedro Torroja.50

47

Provincia de Zaragoza.

48

Ya con ciertos elementos góticos.

49

Santa María de la Corona. Ver Epílogo III.

50

Fue también quien inició la construcción de la catedral o Seo románica de Zaragoza, a partir del año

1166, sobre el recinto de la anterior mezquita, que se adaptó como catedral desde 1119. El pontificado de

Pedro Torroja como obispo de Zaragoza se prolongó entre los años 1152-1184.

~ 25 ~

ALFAMBRA

El rey Alfonso II de Aragón concedió fuero a la villa de Alframbra,51

entregándola

con su castillo a la recientemente fundada Orden de Santa María del Monte Gaudio de

Jerusalén, siendo su primer maestre el conde gallego, de Sarria,52

Rodrigo Álvarez, par-

ticipante de la segunda cruzada,53

el cual se trasladó el pasado año al castillo de Al-

frambra, desde Abrantes (Portugal), para evitar enfrentamientos o conflictos con la Or-

den de Santiago.

Y estando en Calatayud54

(mes de febrero), Alfonso II dio el castillo de Alcalá y todo

su término a la abadía francesa de la Gran Selva Mayor (en Gascuña).55

51

Provincia de Teruel.

52

Provincia de Lugo.

53

Rodrigo Álvarez de Sarria era hijo del conde Álvaro Rodríguez de Sarria y de su esposa la condesa

Sancha Fernández. En el año 1165 obtuvo la tenencia de Lemos (Monforte de Lemos, al sur de la pro-

vincia de Lugo), ostentando dos años después el título de conde de Sarria con denominación “comes

rodericus Galletiae”. Participó en la segunda cruzada (1147-1149) al servicio de Portugal. Se cree in-

cluso que se hizo templario, sin que esto se pueda verificar documentalmente. La fecha en la que fundó la

Orden de Montegaudio es la del 7 de julio de 1172. Estaba casado con María Ponce, hija del conde Ponce

de Minerva, mayordomo del rey Fernando II de León, y de la esposa de Ponce, Estefanía Ramírez. Am-

bos se separaron de mutuo acuerdo, sin que hubieran tenido descendencia, retirándose María, con su

madre, al monasterio de Carrizo de la Ribera (León). La muerte de Rodrigo Álvarez ocurrirá en 1188,

siendo enterrado en su convento de Alfambra, sucediéndole en el maestrazgo Rodrigo González.

La Orden de Santa María del Monte Gaudio de Jerusalén, también conocida más simplemente como

Orden de Montegaudio, se consolidó en el castillo de Alfambra en 1174, gracias al consentimiento y

apoyo del rey aragonés Alfonso II. La Orden fue aprobada por bula del Papa Alejandro III en 1173 (el 24

de diciembre, día de Nochebuena), pero carecía de posesiones hasta que éstas le fueron concedidas en

Aragón por su monarca, convirtiéndose Alframbra en sede maestral. La simbología de esta Orden la re-

presentó una cruz ensanchada o patada roja, si bien este símbolo fue adoptando varias modificaciones.

Esta Orden tendrá su gran importancia, incluso internacional, desde Jerusalén, a los largo del siglo XII,

recibiendo mucho apoyo en la Corona de Aragón. Finalmente, en 1196, la Orden de Montegaudio será

absorbida por la Orden del Temple, sobre todo por influjo del condado de Barcelona. De todos modos,

algunos de sus caballeros se opusieron a la fusión promovida por los catalanes. Terminarán fundando la

encomienda de Monfragüe (Cáceres), incluyéndose en la Orden de Calatrava. Iremos viendo el desenvol-

verse de los hechos según avancemos en el tiempo.

54

Provincia de Zaragoza.

55

Se trata de Alcalá de la Selva (Teruel), llamada así desde el hecho que acabamos de contar.

~ 26 ~

CONDADO DE PALLARS

JUSSÀ

Murió el conde Arnau Mir de Pallars Jussà, sucediéndole su hijo Ramón V, ignorando

que la disposición testamentaria de su padre ordena reconocer la alta señoría de la

Orden Hospitalaria sobre el condado.56

56

Arnau Mir fue feudatario del rey Alfonso I el Batallador de Aragón y posteriormente de la Corona ara-

gonesa, del todo plegado a la voluntad condal de Barcelona. Su hijo Ramón recuperará el condado, si bien

acabará bajo el poder y control de Alfonso II de Aragón.

También pasó que Alfonso II cedió la tenencia del leridano Valle de Arán al conde Centol (Céntulo III)

de Bigorre, a cambio de que éste sea su vasallo (cosa que el conde ya proclamó en 1170), como dote de su

esposa Matella de Baux, prima hermana del padre del rey, con la que se casó en 1155.

~ 27 ~

TARRAGONA

El abad Berenguer de Vilademuls57

fue designado arzobispo de Tarragona,58

sucedien-

do a Guillermo de Torroja (1171-1174).

Son estos los tiempos en los que, entre otros hechos por estas tierras, se construye la

iglesia nueva del monasterio cisterciense tarraconense de Santes Creus (Santas Cru-

ces).59

Andan por aquí muy presentes y fuertes, como por tantos lugares de España, los caba-

lleros templarios.

57

Provincia de Gerona.

58

Lo será hasta 1194. Este monasterio se encuentra en el término municipal de Aiguamurcia (Tarrago-

na).

59

Iglesia que tendrá su acabose en 1226.

~ 28 ~

EGIPTO

Estando en expedición por Egipto murió aquí, el 15 de mayo, Nur al-Din, a la edad de

56 años, habiendo gobernado gran parte de Siria y otras regiones orientales desde 1146,

como hijo y sucesor de Zengi, atabeg de Alepo y Mosul, como podemos recordar.

A la muerte de Zengi, en aquel año 1146, su hijo mayor Sayf al-Din Ghazi le sucedió

en Mosul, mientras Nur al-Din, el segundo hijo, se hizo con el gobierno de Alepo. Pron-

to se enfrentó éste a los intentos de los cruzados deseosos de reconquistar Edesa, con-

quistada por Zengi en 1144, hecho que provocó la segunda cruzada (1147-1149).

En efecto, en 1147, los caballeros (y soberanos) de la segunda cruzada, aunque convo-

cados para reconquistar Edesa, se concentraron en el intento de atacar Damasco, ciudad

que se había aliado con el reino de Jerusalén cuando Zengi había intentado conquistarla.

En esta ocasión, Unar, el emir de Damasco, solicitó ayuda a los hermanos Sayf al-Din y

Nur al-Din, que obligaron a los cruzados a levantar el sitio.

Después, Nur al-Din atacó el principado cruzado de Antioquía (junio de 1149), inva-

diendo los territorios dominados por el castillo de Harim, en la orilla este del río

Orontes. Después sitió el castillo de Inab. El príncipe de Antioquía, Raimundo de Poi-

tieres, acudió con su ejército en ayuda de la ciudadela, pero fueron vencidos por las tro-

pas de Nur al-Din, que mataron al príncipe Raimundo, y enviaron su cabeza al califa de

Bagdad. Nur al-Din pudo bañarse simbólicamente en el mar Mediterráneo.

Nur al-Din sitió y conquistó Damasco en 1154, uniendo políticamente Siria (ya que

una sola familia controlaba las tres principales ciudades).

Por otro lado, Ascalón había sido tomada por los cruzados en 1153, aislando Egipto

de Siria. En 1163, los cruzados atacaron Egipto, que había ido debilitándose política-

mente durante una época crítica de califas fatimíes muy jóvenes. Nur al-Din no quería

arriesgar su propio ejército para defender Egipto, pero su comandante Shirkuh le con-

venció para intervenir en 1164, expulsando a los cruzados, como podemos recordar. Se

produjeron otras expediciones de cruzados hacia Egipto, expediciones que volvieron a

ser rechazadas por ejércitos dirigidos por Shirkuh, hasta que Egipto fue conquistado por

éste para Nur al-Din en 1169.

Saladino, el sobrino de Shirkuh, se convirtió en sultán del territorio, aceptado por el

califa. Aunque Saladino reconocía nominalmente la autoridad de Nur al Din, adminis-

traba Egipto con cierta autonomía, sin obedecer todas las órdenes de Nur al-Din, y evi-

taba encontrarse con él. Según los historiadores árabes, ésta sería la razón por la que Sa-

ladino no conquistó los territorios gobernados por los francos o cruzados que se inter-

ponían entre Egipto y Siria. La tensión entre Nur al-Din y Saladino llevó a varias esca-

ladas de preparativos para la guerra. Sin embargo, no llegó a producirse una batalla en-

tre ambos, frustrándose la tentativa para Nur al-Din al morir, como acabamos de noti-

ficar. Aunque nominalmente Nur al-Din es sucedido por si hijo As-Salih Ismail al-Ma-

~ 29 ~

lik, de 11 años de edad, es Saladino quien realmente toma el mando de la sucesión y el

poder efectivo, desde Egipto, también sobre Siria.60

60

As-Salih Ismail al-Malik estableció su corte en Alepo. Saladino pidió que lo dejara entrar en la ciudad,

pero se negó y éste lo sitió. Malik mandó a un grupo de asesinos (organizados para atentados y muertes) a

matarle; en vez de eso, los asesinos dejaron una nota a Saladino advirtiéndole que si volvía a sitiar la

ciudad lo matarían. Saladino se retiró pero volvió al año siguiente a sitiarlo. Esta vez Malik rodeó su

carpa de guardias y arena para ver las pisadas. Los asesinos atacaron y mataron a dos guardaespaldas,

pero Saladino sobrevivió. En 1181, como veremos en su momento, Malik murió sorpresivamente y Sa-

ladino conquistó Siria definitivamente.

Efectivamente, la muerte de Nur al-Din dejó ante Saladino una difícil decisión. Podía atacar a los cru-

zados desde Egipto o esperar hasta ser invitado por As-Salih Malik en Siria para atacar desde ahí. Podía

también ocupar Siria antes de que, como parecía, cayera en manos de un rival, pero temía la hipocresía

moral de atacar las tierras del que había sido su señor, algo detestable por su moral islámica y que le in-

validaba para encabezar la guerra contra los cruzados. Para anexionarse Siria necesitaba una invitación de

As-Salih o una excusa como el potencial peligro cruzado en un caso de desgobierno.

Cuando As-Salih fue llevado a Alepo (en agosto), Gumushtigin, emir de la ciudad y capitán de Nur al-

Din asumió la regencia. El emir se preparó para desbancar a sus rivales, empezando por Damasco. Ante

estas perspectivas, el emir de Damasco (primo de Gumushtigin) acudió a su primo Saif al-Din de Mosul

en busca de apoyo, pero no tuvo éxito y tuvo que acudir a Saladino, el cual cruzó el desierto con 700

jinetes, pasando por Kerak y alcanzando Bosra, siendo seguido, según se dijo, por “emires, soldados,

turcos, kurdos y beduinos en cuyo rostro se veían las emociones de sus corazones”. El 23 de noviembre

de 1174 llegó a Damasco entre vítores y descansó allí en su casa paterna, hasta que se le abrieron las

puertas de la ciudadela o fortaleza de Damasco, donde se estableció y recibió el homenaje de los ciuda-

danos.

Dejando a su hermano Tughtigin como gobernador de Damasco, Saladino avanzó al norte con ánimo de

someter otras ciudades que antaño pertenecieron a Nur al-Din, ciudades que, al morir éste, se habían

vuelto muy autónomas o casi independientes. Saladino tomó Hama, al norte de Damasco, sin demasiados

problemas, pero evitó acercarse a la poderosa, aunque cercana, fortaleza de Homs. Se movió luego hacia

Alepo, que sitió el 30 de diciembre de 1174, después de que Gumushtigin se negara a abandonar el trono

como regente. Pero As-Salih, que temía a Saladino, dejó el palacio y pidió a la población que no se rin-

diera. “¡Mirad a este hombre injusto e ingrato –dijo a los concentrados– que quiere quitarme mi país sin

consideración para Dios ni para los hombres! Soy huérfano y cuento con vosotros para defenderme en

memoria de mi padre que tanto os amó”.

Gumushtigin pidió ayuda a Rashid al-Din Sinan (gran maestro o maestre de la secta de los asesinos, to-

talmente enemistada dicha secta con Saladino, siendo secta fatimí resentida por el final del califato egip-

cio ahora en manos de Saladino). Los asesinos planearon matar a Saladino en su campamento. Un grupo

de 13 asesinos entró fácilmente en el mismo, pero fueron detectados antes de haber cometido el crimen.

Uno cayó ante un general de Saladino y los otros fueron reducidos mientras trataban de huir. Para com-

plicarlo todo aún más, el conde (cruzado) Raimundo III de Trípoli (hijo de Raimundo II, asesinado en

1152) congregó a sus tropas en Nahr al-Kabir, un lugar cercano al territorio musulmán. Amagó un ataque

contra Homs, pero se replegó después de oír que Saif al-Din enviaba refuerzos.

Mientras, los enemigos de Saladino en Siria y Mesopotamia llevaron a cabo una guerra de propaganda

contra él, enarbolando la idea o mensaje de haber “olvidado su condición de vasallo” y que no mostraba

gratitud por su antiguo señor sitiando a su hijo, estando, por tanto, “en rebelión contra su señor”. Sala-

dino intentó contrarrestar esta propaganda retirándose y alegando que su actuación era de defensa del

Islam frente a los cruzados. Saladino regresó con sus tropas a Hama, haciendo frente a un ejército cru-

zado, el cual se retiró permitiendo a Saladino proclamar “una victoria que abría las puertas de los co-

razones de los hombres”. Poco después logrará entrar en Homs y tomar su ciudadela (ya en marzo de

1175), aunque fue muy dura y empecinada la resistencia de los defensores. Seguiremos contando los

hechos que se sucedan.

~ 30 ~

~ 31 ~

REINO DE JERUSALÉN

El 11 de julio murió el rey Amalarico I de Jerusalén, a la edad de 39 años, habiendo

reinado desde 1162 (durante 12 años) y habiendo sido antes conde de Jaffa y Ascalón.

Le entroncamos dinásticamente como segundo hijo de la reina Melisenda y de su rey

consorte Fulco.

Tras la muerte de su padre (13 de noviembre de 1143), el trono de Jerusalén pasó con-

juntamente a su madre Melisenda y a su hermano mayor Balduino III (muerto en 1162),

si bien Melisenda no dejó el poder cuando Balduino alcanzó la mayoría de edad, pro-

duciéndose, a mediados de siglo, una situación por la que madre e hijo se mantenían

más hostiles que unidos o bien avenidos. La guerra civil estalló entre ambos, y Amala-

rico, que había recibido el condado de Jaffa como apanage61

al llegar a la mayoría de

edad (año 1151), se mantuvo fiel a Melisenda hasta su derrota.

Amalarico fue esposo de Inés de Courtenay (se casaron en 1157),62

hija de Joscelino II

de Edesa, siendo la madre del nuevo rey de Jerusalén, Balduino IV (13 años de edad).63

La sucesión y ascenso al trono de Jerusalén por parte de Amalarico I, a la muerte de

su hermano Balduino III, en 1162, no fue del todo fácil, pues había cierta oposición a

Inés de Courtenay por parte de la nobleza. La Haute Cour se negó a aceptar a Amala-

rico si no se anulaba su matrimonio.64

En todo caso, la consanguinidad era motivo su-

ficiente para el recelo y el rechazo nobiliario. Amalarico terminó cediendo y ascendió al

trono sin ella, aunque Inés mantuvo el título de condesa de Jaffa y Ascalón, con sus

rentas, casándose posteriormente con Hugo de Ibelín, señor de Ramala.65

Amalarico se mantuvo en conflicto con los estados musulmanes del entorno. Desde el

ataque de Balduino III a Damasco (año 1147), durante la segunda cruzada, la frontera

61

Palabra francesa (del latín “ad panem”, “dar el pan”), apanage era costumbre francesa consistente en

la donación de patrimonio a miembros masculinos menores de la familia real, no herederos de la corona.

Este patrimonio no podía venderse, hipotecarse o usarse para otorgar dote y volvía al “domaine royale”

en caso de extinción de la línea masculina. Fue establecido para cubrir las necesidades de los hermanos y

hermanas más jóvenes del rey, sirviendo también para desarrollar la administración aristocrática de sus te-

rritorios. El “apanage” fue abolido durante la revolución francesa, siendo transitoriamente restablecido

entre 1810 y 1832.

62

El Patriarca Fulco de Jerusalén puso objeciones al enlace por motivos de consanguinidad, pues com-

partían un cuarto abuelo. Del matrimonio nacieron Sibila y Balduino, habiendo determinado la Iglesia que

era hijos legítimos y con reconocidos derechos dinásticos para la sucesión. Reinarán ambos, si bien Bal-

duino, como Balduino IV, en primer lugar.

63

Pasará a la historia apodado el Leproso, pues sufría esta enfermedad.

64

Quizá la hostilidad a Inés resulta exagerada por el cronista y arzobispo Guillermo de Tiro. Años des-

pués, Inés se opuso a que Guillermo se hiciera cargo del patriarcado de Jerusalén.

65

Muerto en 1169 ó 1170, yendo de peregrinación a Santiago de Compostela.

~ 32 ~

norte del reino estaba amenazada por Nur al-Din, de creciente poderío en Mosul y en

Alepo, así como también en Damasco. El reino de Jerusalén también se resintió por la

influencia bizantina en el norte de Siria, con soberanía sobre el principado de Antioquía.

Con todo, el principal foco de atención bélica de Amalarico se centró en el Egipto fa-

timí, ya que desde el reinado de Balduino I (1100-1118) los cruzados pretendieron con-

quistar Egipto. De ese modo, cuando Balduino III conquistó Ascalón, aquello parecía

más posible que nunca y todo se dispuso para incursionar por aquellas apetecidas tie-

rras.

Amalarico dirigió su primera expedición contra Egipto en 1163, justificando aquella

intervención por faltar los fatimíes al pago del tributo estipulado. El visir Dirgham (que

acababa de desbancar a Shawar) se enfrentó a los cruzados en Pelusio66

y fue derrotado.

Los egipcios abrieron entonces las esclusas del Nilo e inundaron la región. Amalarico

volvió a Jerusalén. Mientras, el depuesto Shawar buscó el apoyo de Nur al-Din, por lo

que Dirgham se vio obligado a buscar apoyo en Amalarico, sin éxito, pues el visir fue

asesinado. Distintas luchas internas en Egipto forzaron el retorno de los cruzados en

1164, aunque no hubo continuidad en sus ataques por la presión de Nur al-Din desde el

norte.

En 1167, Amalarico volvió a Egipto, estableciendo un campamento cerca de El Cairo.

Tras una batalla indecisa, Amalarico tomó Alejandría, pero no pudo permanecer allí y

tuvo que volver a Jerusalén, eso sí obteniendo sus bien abultados tributos.

Tras este regreso a Jerusalén, Amalarico se casó con María Comnena, matrimonio

conseguido tras arduas negociaciones que duraron dos años, sobre todo porque Ama-

larico insistía en recuperar la soberanía del principado de Antioquía desde Jerusalén.

Sólo cuando Amalarico cedió sobre este asunto pudo celebrarse la boda, en Tiro, el 29

de agosto de 1167).67

En 1168, Amalarico y el emperador Manuel acordaron una alianza contra Egipto,

siendo apoyada por los caballeros hospitalarios y rechazada por los templarios. Amala-

rico, anticipándose a los bizantinos y sin esperar sus refuerzos, inició el ataque, en oc-

tubre de ese año. El ejército de Amalarico llegó a El Cairo, donde se le ofreció al mo-

narca un gran tributo si se retiraba. Entonces fue cuando se presentaron en Egipto los

refuerzos de Nur al-Din contra los cruzados y éstos fueron forzados a retirarse.

66

En el extremo nordeste del Delta del Nilo.

67

María Comnena, con 20 años de edad en 1174, era hija de Juan Ducas Comneno, dux de Chipre, y de

María Taronitissa, una descendiente de antiguos reyes armenios. Su hermana Teodora fue la esposa de

Bohemundo III de Antioquía, nacido en 1144 y muerto en 1201.

Amalarico I, tras la anulación de su primer matrimonio con Inés de Courtenay, ansiaba forjar una fuerte

alianza con el Imperio Bizantino, lo que motivó su matrimonio con María Comnena, sobrina-nieta del

emperador Manuel I Comneno.

En 1172, María parió a su hija Isabel de Jerusalén (que reinará entre los años 1192-1205) y a un niño

que nació muerto.

En 1177, la viuda María se casará con Balián de Ibelín, noble señor de Ramala y general que comandará

la defensa de Jerusalén cuando la ciudad caiga en poder de Saladino en 1187.

~ 33 ~

En 1169 sucedió ya el ascenso de Saladino al poder egipcio, con cargo de visir. Ama-

larico, preocupado, buscó la ayuda de Occidente, pero no la consiguió. Finalmente,

llegando una flota bizantina a Egipto, en octubre de ese año, Amalarico se animó al

ataque, asediando la costera Damieta. El sitio se alargó y las tropas se vieron afectadas

por el hambre. Finalmente, Amalarico hubo de firmar tregua con Saladino.

Tras regresar a Jerusalén, Amalarico no tenía más que enemigos por todas partes a su

alrededor. En 1170, Saladino atacó y tomó la ciudad de Eliat68

y, en 1171, fue declarado

sultán de Egipto a la muerte de Al-Adid, el último califa fatimí de Egipto. Este ascenso

de Saladino supuso un cierto alivio para Jerusalén, pues Nur al-Din debía estar ahora

preocupado con el ascenso de su poderoso vasallo. También en 1171 Amalarico viajó a

Constantinopla y volvió a enviar en vano embajadores a las cortes e instancias europeas,

no siendo ya sólo amenazas contra el reino de Jerusalén las de Saladino y Nur al-Din

sino también las de los Hashshashín o Asesinos, peligrosa secta chií-ismailí o ismaelí

del Islam radical.

Tras la muerte de Nur al-Din,69

Amalarico decidió asediar la ciudad siria de Banias,70

tras lo cual, enfermo de grave disentería, regresó a Jerusalén, muriendo, como se dijo

antes, el 11 de julio.

De María Comnena deja Amalarico dos hijas: Isabel (nacida en 1172)71

y María (a la

que no llegó a conocer).

Al ser ahora rey de Jerusalén Balduino IV, regresa a la corte su madre Inés de

Courtenay, acompañada de su cuarto marido.72

68

La ciudad actualmente más meridional de Israel, a orillas del Mar Rojo.

69

Dos meses antes que Amalarico.

70

Situada actualmente en el parque natural del norte de Israel. Los frondosos alrededores del río Banias

hacen desterrar para siempre la idea de que Israel es un desierto. En esta popular reserva natural del norte,

la nieve y la lluvia que caen sobre el Monte Hermón (alt. 2.800 metros) emergen en forma de helado

manantial del río Jordán. Menta, zarzas y sauces bordean sus orillas bajo la sombra majestuosa de los

plátanos orientales. Los damanes (unos simpáticos roedores) toman el sol en las rocas, los ruiseñores

cantan entre los matorrales y los halcones anidan en los acantilados.

Los antiguos nichos e inscripciones de esos acantilados dieron lugar a excavaciones arqueológicas que

pusieron al descubierto grandes templos y murallas. Al visitar las ruinas, las pozas sombreadas, sus cas-

cadas y sus arroyos, los viajeros o turistas aprenden por qué los antiguos griegos identificaban este lugar

como el hogar de Pan, dios de los bosques. De ahí también que construyeran un santuario (llamado

Paneas) para este díscolo semidiós, lo cual originó el nombre de Banias en la pronunciación árabe.

En época de los romanos, Herodes el Grande construyó un templo cerca del manantial, y su hijo Filipo

embelleció lo que ya entonces se había convertido en ciudad, bautizándola con el nombre de Cesarea de

Filipo. Éste es el nombre que recibe Banias en el Nuevo Testamento, donde Jesús encargó a Pedro que

sobre él se fundaría su Iglesia (Mt 16, 13–20). Más arriba del manantial, los drusos (una de la religiones

minoritarias que existen en el mundo, desde el siglo XI) mantienen un santuario dedicado al profeta Elías.

La ciudad musulmana que después se erigió aquí albergó en tiempos medievales a judíos y caraítas

(contrarios al Talmud), siendo posteriormente fortificada por los cruzados.

Las rutas de Banias ofrecen excelentes vestigios del pasado y muchas maravillas naturales.

71

Será reina de Jerusalén, como ya se indicó en una nota anterior, entre los años 1192-1205.

~ 34 ~

El rey Amalarico I de Jerusalén

72

Antes de haberse casado con Amalarico estuvo casada con Reinaldo de Marash (del que enviudó). Tras

haber estado casada con Amalarico, se casó en 1163 con Hugo de Ibelín, y en 1170 (al morir Hugo) con

Reinaldo de Sidón (muerto en 1202). La muerte de Inés será en Acre, hacia 1184.

~ 35 ~

ABADÍA DE CLARAVAL

(Francia)

Retirado en la abadía francesa de Claraval, como monje cisterciense, murió el que

fuera gran maestre templario (el tercero en la sucesión) Evrard des Barrès, del título

Preceptor de Francia73

cuando accedió al cargo.74

Estuvo al frente de los Caballeros del

Temple entre los años 1147-1151, sucediendo a Robert de Craon. Apenas designado co-

mo gran maestre hubo de intervenir con sus caballeros para salvar al rey Luis VII de

Francia, cuando éste, durante la segunda cruzada, se vio en peligro al atravesar los des-

filaderos de Pisidia.

El recuerdo que deja el gran maestre Evrard es el de un hombre bueno y religioso, do-

tado de los valores que se requieren de un consagrado caballero, que se hizo respetable a

la vez que amable, de reconocida valentía, enérgico, generoso. Todo esto es lo que están

recogiendo de él los cronistas.75

Cuando acabó (en fracaso) la segunda cruzada, frustrada en el sitio de Damasco (año

1148), Luis VII regresó a Francia acompañado por Evrard, prestándole éste buena can-

tidad de dinero al monarca.76

Se le achaca en su contra a este gran maestre que dejara solas a sus tropas defendiendo

Jerusalén con gran peligro (entre los años 1140-1150). Finalmente abdicó, en 1151, aun-

que los templarios le instaban a que no lo hiciera, sucediéndole en su cargo Bernard de

Tremelay, hasta su muerte en 1153, y tras André de Montbard (1153-1156), Bertrand de

Blanchefort (1156-1169) y Philippe de Milly (1169-1171), es ahora el actual gran maes-

tre Eudes de Saint-Amand.

Otro fallecido durante este año 1174 fue Ladislao II de Bohemia, que también había

participado en la segunda cruzada sin completarla.77

Ladislao fue un aventurero que lle-

gó a gobernar Bohemia como soberano, dependiendo del Sacro Imperio Romano Ger-

mánico. Fue sepultado en la catedral de Meissen (Sajonia), a orillas del río Elba. No nos

extendemos más sobre este particular ni en relación a este gobernante, que no pasa por

ser una figura crucial o clave en la Historia.

73

Se denominaba preceptoría en la Edad Media a las sedes de las órdenes militares distribuidas por re-

giones o naciones y reinos.

74

No se sabe su edad, pues se desconoce la fecha de su nacimiento.

75

Destacando a Odon de Deuil, abad de Saint-Denis.

76

Sentó así un precedente que traerá sus consecuencias históricas como tendremos ocasión de ver.

77

Se volvió al llegar a Constantinopla, pasando luego por Kiev y Cracovia antes de regresar a Bohemia.

~ 36 ~

Heráldica de Evrard des Barrès

~ 37 ~

EPÍLOGO I

EL REINO DE ARAGÓN DURANTE LA EDAD MEDIA

Se sigue en este epílogo, en parte, a Andrés Giménez Soler, desde su libro La Edad

Media en la Corona de Aragón, año 1930, Madrid, Labor.

En la Península Ibérica, la serie de cumbres que en forma de macizos, altiplanicies o

simples lomas corre desde Peña Labra (entre las provincias de Palencia y Cantabria) a la

Punta de Tarifa (en la provincia de Cádiz), produce dos vertientes, una hacia el Océano

Atlántico y otra hacia el Mar Mediterráneo. Geográficamente, con Sierra Nevada de por

medio, en España se muestra una como espina dorsal, la que separa las dos diversas

cuencas o vertientes de sus ríos y configura las zonas climáticas. El extremo más occi-

dental de Europa es el del cabo de San Vicente, en Portugal. Los romanos supieron muy

bien aprovechar y marcar esta divisoria geográfica al dividir la Península en provincias

del Imperio, lo que en gran manera se perpetuó en época visigoda.

Las fronteras medievales no eran tan artificialmente recortadas como lo fueron a partir

de la modernidad, eran mucho más propiamente regionales y aún queda mucho de ello.

Así, no es posible o fácil señalar actualmente el que fuera territorio tarraconense y de la

Corona de Aragón: lo más que puede hacerse es indicar las comarcas que las formaban

refiriéndolas a la geografía política pura y a las divisiones administrativas actuales.

Ambos territorios conforman, más o menos, tres redes fluviales: la del Ebro, la de los

ríos catalanes y la de los que, naciendo en el macizo montañoso conocido como Sierra

de Albarracín, tienen su curso inferior en la Llanura Valenciana; las tres redes hidrográ-

ficas, de fácil comunicación entre ellas, se completan o complementan y casi forman

una.

La más extensa de las tres es la del Ebro, constituida en su margen izquierda por dos

secundarias, la de los ríos navarros y la del Segre, separadas por un río sin afluentes, el

Gállego, y en la derecha por la red de ríos riojanos y una serie de corrientes sensible-

mente paralelas, destacando la del Jalón.

El fácil tránsito desde la cuenca del Segre a la del Llobregat hace afín la cuenca de

éste con la del Ebro; el mismo fácil tránsito a la cuenca del Guadalaviar (nombre del

Turia en su primer tramo), remontando el Jiloca, surte los mismos efectos entre la red de

ríos turolenses-valencianos y la red ibérica. El Segura, aunque mediterráneo, por su

alejamiento del núcleo de todas estas cuencas, sin llegar a formar región propia, consti-

tuye una comarca fluctuante entre las Españas mediterránea y atlántica.

Dichas cuencas compusieron, en la España tarraconense, las actuales provincias de

Navarra y Logroño, las tres aragonesas, las cuatro catalanas y las tres valencianas, im-

poniéndose en geografía la región del Segura, que declarándola los romanos del Imperio

provincia aparte con el nombre de Cartaginense. Todas estas regiones, temporalmente,

aunque no a la vez, formaron la Corona de Aragón.

Desde el punto de vista de la geografía política, estas tierras son el istmo español, la

parte continental de la Península, el puente entre la meseta castellana y Europa, siendo

~ 38 ~

el rasgo fundamental del istmo el de los Pirineos, de modo que la región puede llamarse

ibérica por el Ebro y pirenaica por la cordillera al norte.

El historiador habrá de tener en cuenta estos caracteres geográfico-políticos de la Co-

rona de Aragón: el ser mediterránea y el ser pirenaica (vinculada continentalmente).

Considerando físicamente ese territorio, hay que reconocer su extremada diversidad,

oposición y contraste entre la montaña y el llano, oposición y contraste entre el interior,

cuenca del Ebro medio y las regiones marítimas, a los que hay que añadir lo resultante

de los obstáculos para la comunicación que presentan los bordes de la cuenca del Ebro,

sólo transitables por algunos puntos, que han dado origen a caminos tradicionales.

Así pues, territorialmente, la Corona de Aragón es un conglomerado de oposiciones y

contrastes, todo ello unido por vías de comunicación naturales, que hacen vinculadas o

solidarias estas tierras.

Son tierras diversas por su clima, que vale tanto como decir por su producción y que

han impuesto a sus habitantes modos de vida diversos y distintos. Son tierras con ais-

lamientos que han consentido la perpetuidad de la diversificación en el lenguaje, en las

costumbres, en el modo de vestir y de relacionarse. Los contrastes entre las tierras se

han traducido en contrastes entre los pueblos. No es cuestión étnica lo que se desprende

al respecto, sino de configuración del territorio.

La Edad Media es un gran período de tiempo, espiritual y culturalmente más alejado

si cabe de la Modernidad que de la Antigüedad. Y la Edad Moderna se parece mucho

más a la época romana que a la medieval, pues ésta no conoció códigos ni casi leyes, o

bien tuvo una legislación muy propia y peculiar. Los medievales, sobre todo al prin-

cipio, rechazaron bastante el derecho romano, tildándolo incluso de autoritario e inmo-

ral.

Las formas de gobierno corren paralelas a las formas que adopta el derecho de propie-

dad, siendo los estados organizaciones o maneras de organizarse en defensa y amplia-

ción de los intereses colectivos; los hombres se asocian políticamente para esos fines. El

estado no es otra cosa que la tierra organizada y las sociedades políticas son agrupa-

ciones para la defensa, explotación y ampliación o mejora de la tierra.

Como el habitar y el poseer son hechos anteriores a los políticos, por ser aquéllos hu-

manos, es decir, propios del hombre como ser vivo, y éstos, los políticos, sociales, y

producto de la reflexión, el Estado es posterior al habitar y al poseer, y sale de los mol-

des de estos hechos y va recibiendo nuevas formas, a medida que aquéllos varían la

suya. Cuando la propiedad de la tierra colectiva o no existe, caso de los pueblos pastores

o cazadores, de hecho el Estado no existe; cuando los derechos del propietario son ab-

solutos, la esclavitud asoma y el despotismo se impone; si el derecho de propiedad se

suaviza, las libertades políticas aparecen.

De igual modo que las generaciones que han habitado una misma tierra se anudan en

la tierra, pues el único vínculo que existe entre ellas es el decir todas: ésta es mi patria,

las generaciones actuales, en un momento dado, se relacionan entre sí por la tierra; el

poseer o no poseer, la mayor o menor plenitud de derechos sobre el suelo es la causa de

las diferencias sociales y de la distinta condición de los hombres. La frase tan fre-

cuente: la historia se repite, tiene su explicación en este hecho. Cuando en dos mo-

mentos muy apartados en el tiempo la propiedad adopta formas parecidas, los dos mo-

~ 39 ~

mentos se parecen por la esencia de sus instituciones políticas y de todos los órdenes

por el parecido del hecho, que es su base. Las analogías entre la propiedad romana y la

moderna son la causa de la aceptación del derecho romano y de que sea posible hablar

en nuestros días, como en los de la Roma imperial, de imperialismos, cesarismos, etc.

Pues si la Edad Media no se parece ni a los tiempos anteriores a ella ni a la Edad Mo-

derna que le siguió, es que tenía un concepto de la propiedad distinto del que tenían las

Edades que la precedieron y siguieron.

Hay en el derecho de propiedad dos elementos: el uso y el dominio; es decir, de una

parte el derecho a trabajar la tierra, de otra el derecho a vedar a los demás el uso de la

tierra trabajada y a obtener para sí el fruto que la misma dé en virtud del trabajo. De la

distribución de ambos elementos nacen las modalidades del derecho de propiedad, que,

a su vez, influyen sobre el orden social y las instituciones políticas.

El derecho público moderno, que proclama el derecho eminente del estado sobre el te-

rritorio, proclama lo mismo, la soberanía social sobre el suelo y sobre el propietario,

pero hay entre la concepción medieval y la moderna esta diferencia: La Edad Media, al

delegar en una persona o colectividad el derecho de uso de un territorio, delegaba tam-

bién la autoridad. Un municipio o una baronía son territorios que desprende el rey de su

patrimonio, y de los cuales renuncia también la autoridad que ejerce, entregándola a los

ciudadanos o al señor, no de modo absoluto ni con total independencia, sino con ciertos

reconocimientos que son vínculos que sujetan las tierras donadas al patrimonio común.

Señores y municipios, a su vez, ceden a los ciudadanos lo que del rey han recibido con

ciertas condiciones, pero transmitiéndoles parte también de la autoridad.

Las desigualdades sociales, las llamadas clases sociales, nacían de esta concepción de

la propiedad; los hombres se relacionaban entre sí a través del suelo; se creía signo dis-

tintivo de las clases el nacimiento y éste era como una divisa; la causa principal y única

de aquéllas era el poseer y la manera de poseer, esto es, el grado de autoridad que reci-

bían cuando recibían el territorio.

De esta concepción de la propiedad se seguía una concepción del Estado, completa-

mente diferente de la concepción antigua y moderna. La disgregación de la tierra y la

consiguiente disgregación de la autoridad hacía del Estado un conglomerado de tierras y

le negaba la condición de organismo que actualmente se le pretende dar por los políticos

teorizantes y prácticos; para los medievales, cada miembro de ese conglomerado tenía

vida propia y recursos propios; su anexión aumentaba las fuerzas del Estado, su sepa-

ración las disminuía, pero sin liquidarlo. La patria no era para los hombres medievales

el territorio sometido al rey, sino su municipio o su baronía; el Estado era un agregado

de patrias solidarias; por eso se pasaba de un dominio a otro sin casi pesar, porque no

suponía cambio de patria, como ahora se pretende, sino cambio de las otras patrias so-

lidarias. Cuando Jaime II de Aragón se apoderó de Murcia, a comienzos del siglo XIV,

no dijo a los murcianos: dejáis de ser castellanos y os hacéis aragoneses, sino esto otro:

continuáis siendo murcianos, y si vuestra tierra de Murcia era solidaria de las tierras an-

daluza, castellana, leonesa, gallega, etc., desde hoy lo es de Valencia, Cataluña y Ara-

gón.

El vínculo entre todas ésas patrias era el rey; todos eran vasallos suyos, siendo ésta la

razón de su solidaridad y la expresión más extensa de su patriotismo; pero fuera de esto,

~ 40 ~

aun dentro del Estado, nada común existía entre los diferentes cuerpos del agregado; ca-

da uno se gobernaba a su modo, como él quería, sin entremetimiento de ningún poder

extraño a él mismo.

La Edad Media se caracterizó por su fuerte sentido social, un sentido para nada indi-

vidualista. Nadie se comprendía aislado o en solitario. Para los hombres de aquella

época, no se era nadie si no se era ciudadano, aunque lo fuera como súbdito, pertene-

ciente a una tierra. De todos modos, no había preocupación por las personas sino por las

familias. No se contaba por habitantes sino por familias, por casas, por hogares. Los

medievales construían edificios monumentales, pero no había que mencionar a los ar-

quitectos ni a los constructores, lo mismo que se componían obras literarias sin que im-

portara la autoría al respecto. La Edad Media era más una época de instituciones so-

ciales (de todo tipo) que de personas. Era también una época “pueblerina”, tanto como

“peregrina”, absolutamente religiosa, sin ateos. Los medievales reconocieron la necesi-

dad de un poder supremo, que estuviera por encima de todas las jerarquías y dominara

todas las potestades para contenerlas en sus justos límites. Para ellos, la unidad espiri-

tual de los humanos exigía un poder correspondiente, por lo que podemos explicarnos la

preponderante importancia de los Papas y de la supremacía de la autoridad espiritual so-

bre las terrestres.

Toda edad es hija de la precedente y tiene mucho de lo pasado, con algo nuevo, de

creación propia y que transmite a las generaciones futuras. La Edad Media es la here-

dera y sucesora de la Antigua; los reinos españoles cristianos y musulmanes son los he-

rederos de la monarquía goda y ésta sucesora del Imperio Romano. Pero siendo esto así,

no obstante, el mundo medieval tiene muy poco del antiguo; apenas se parece al godo y

esto plantea un problema de orígenes cuya solución sólo puede ser ésta: el mundo ro-

mano visible, el descrito por los historiadores, es un manto, un velo que cubre otro mun-

do muy distinto, muy otro del que se ve; y de este oculto mundo, de este invisible, es

heredera la Edad Media; la caída del Imperio Romano es la ruina de un artificio, la

anulación de un estado legal en pugna con el real de la sociedad, y es la Edad Media

aquel mundo invisible, el estado real de la sociedad, puestos a la luz por el derrumba-

miento de lo que los cubría.

La Edad Media tiene de la Antigua lo que la legislación y el poder ocultan: el pueblo,

la masa social que por debajo del poder centralizado o despotismo había ido elaborando

una nueva vida en espera de un suceso que le consintiera resurgir y manifestarse, y tiene

de nuevo esa universalidad y esa espiritualidad que le hace ver en todo hombre un se-

mejante, un hermano, independientemente de cuáles sean su patria y aún sus creencias.

Pero, ¿de dónde nacieron estos grandes conceptos y cómo se propagaron? El coincidir

el principio de la Edad con la invasión de los bárbaros, ha sido bastante para suponer

que éstos son los introductores de las nuevas ideas y, por consiguiente, los autores de la

Edad Media. Pero el hecho de la coincidencia no supone el de la causa, y es demasiado

honor el que se hace a unas hordas guerreras sin cultura, bárbaras, atribuyéndoles ideas

tan espirituales y de tal fuerza que apenas conocidas dominaron las conciencias. Los

bárbaros son tropas acampadas, ejército de ocupantes que no traen nada suyo ni nada

nuevo; groseros y crueles, ignorantes y sin cultura, arrastran a lo sumo lo que se les

pegó en sus peregrinaciones por el Imperio, muy similar a lo que encuentran en los lu-

~ 41 ~

gares donde se fijan y de ellos puede afirmarse, con relación a los que dominaron, lo

que Horacio dijo de los griegos respecto de los romanos: ferum victorem cepit.78

Todos los hechos políticos sociales que se dan en la Edad Media se hallan ya en la

época de los emperadores romanos, y la investigación, según se remonta en el tiempo,

los va descubriendo cada vez más allá; pero esos hechos no están vivificados por el es-

píritu medieval; el manto que cubre la humanidad que los practica pesa demasiado aún

para que los oprimidos sean capaces de desgarrarlo; era menester disminuir su peso, ali-

gerarlo, y esto no era cuestión de fuerza, sino de ideas, y las ideas las trajo quien las te-

nía, el cristianismo. Fue el cristianismo el que transformó el mundo antiguo, así como

también la vuelta de nuevo al paganismo que supone el Renacimiento, con un resurgir

de la Antigüedad en una triple forma: cesarismo, individualismo y capitalismo, anulán-

dose con ello los poderes sociales y trasladándose la patria de la tierra a un símbolo,

para que pretendidamente pueda ser de todos, cuando en realidad es (sigue siendo) de

unos pocos.

¿Qué decir del rey o de la realeza, concretamente de la Corona de Aragón, durante la

Edad Media? El rey, por ser el único capaz de poseer por derecho propio y señorío uni-

versal, estaba a la cabeza de todas las jerarquías y disfrutaba de todos los poderes; sus

limitaciones nacían de las que él mismo se daba al conceder a los demás derechos que

para él eran deberes. Por la idea medieval de ser rey dueño de todo y señor de todos, sus

concesiones se llamaban privilegios, esto es, privativas de aquel a quien eran otorgadas.

En eso se fundaba el constitucionalismo de la monarquía medieval; los privilegios de

cada uno limitaban los de los otros, y cada entidad social vivía dentro del círculo de los

suyos.

Los reyes de Aragón, como era lo habitual en todas partes, se consideraban todos de

derecho divino; todos son gratia Dei y a veces los documentos consignan que reina N.

S. Jesucristo et, sub eius imperio, el monarca terrestre. Nunca ninguno hizo alusión a la

elección que se dice hubo en Sobrarbe ni a la concesión de estos fueros; la monarquía

aragonesa no fue jamás pactada, ni hubo en Aragón leyes antes que reyes.

La corona se transmitía por herencia de varón y, en caso de faltar hijos, sucedía el

hermano; la sucesión se regulaba como la de los bienes privados, pues el reino era para

el rey una finca, un fundo.

Los reyes vivían de sus rentas, que eran las del reino; con ellas atendía a todas las ne-

cesidades públicas y, una vez éstas satisfechas, el sobrante era para el rey. Vivieron por

esta razón todos con grandes apuros económicos. Los empeños de joyas, ropas y tierras

para obtener dinero eran más que frecuentes, frecuentísimos. Los que toman como un

mérito de la reina Isabel la Católica que empeñase alguna vez sus alhajas, se asombran

por su ignorancia. El día que murió doña María de Luna, la mujer del rey Martín I de

78

“La Grecia conquistada a su fiero vencedor conquistó e introdujo las artes en el agreste Lacio”. Ho-

racio (68-8 a. de C.), en Epístolas II (1, 156-157), resume en esta frase los acontecimientos que marcarían

profundamente la cultura occidental en la Antigüedad. Los romanos eran una cultura sincretista: solían

adoptar y asimilar las costumbres y creencias de otros, si les resultaba beneficioso o les convenía. En este

caso, tras la conquista militar de Grecia, considerada cuna y hogar de las artes, Roma las incorporó y las

desarrolló.

~ 42 ~

Aragón, el Humano (1396-1410), su servidumbre no tuvo con qué cenar y ni con qué

comprar cirios que iluminasen la estancia mortuoria.

Los reyes no tenían tratamiento fijo, siendo el más común y frecuente el de Alteza,

rara vez el de Majestad. Era costumbre que el rey se dirigiera a su consorte por escrito,

guardando la etiqueta y la compostura, y la reina se dirigía de la misma manera al rey.

Dentro de la familia real, los hermanos trataban al heredero con tratamiento superior al

de tú, no había tuteo.

Los impuestos eran todos para el rey, considerándole como propietario eminente. El

principal impuesto era la peita (pecta =pecha) que se extraía anualmente sobre los nú-

cleos políticos en consideración a la riqueza de cada uno.

Otro impuesto no muy saneado, pero que resolvía a los reyes dificultades de momento

y les satisfacía necesidades apremiantes, eran las cenas. Consistían éstas en la obliga-

ción de mantener al rey y a su séquito todo el tiempo que el rey permaneciese en un lu-

gar yendo de viaje; como esto hubiera resultado abusivo, si la estancia en un lugar se

prolongaba mucho, la costumbre determinó que la cena se diese durante tres días sola-

mente.

Los nobles no tenían esa obligación; sin embargo, en muchas donaciones de castillos

el rey se reserva el derecho de habitar en él ese tiempo de tres días. Para evitar la desi-

gualdad que originaba el estar un pueblo en camino o fuera de él, se inventaron las ce-

nas de ausencia, verdadera contribución o impuesto cuyo fin era simplemente llenar las

arcas reales. Las cenas se pagaban a los reyes, a las reinas y a los primogénitos.

Por el carácter militar de la monarquía hasta Jaime I (1213-1276) la proclamación del

nuevo soberano se hacía apenas muerto el anterior, sin todavía ceremonia de coronación

ni juramento de fidelidad de sus vasallos sobre guardar los fueros y privilegios reales. El

rey tomaba el título de soberano y comenzaba a ejercer como tal. Después de Jaime I, la

monarquía se hizo más civil y, antes de titularse rey y entrar en funciones, se coronaba

en la Seo (catedral) de Zaragoza, era armado caballero y se recibía los juramentos de

quienes habían de prestarlos o rendirlos. El rey reinaba y gobernaba según le permi-

tieran los privilegios de sus vasallos.

El rey era quien dirigía la política internacional, el jefe nato del ejército y el único juez

con autoridad propia. Era él quien acuñaba monedas. Componían los ejércitos las mili-

cias señoriales y municipales, y las tropas sueltas y a sueldo que en nombre del rey se

reclutaban. Cuando las necesidades lo exigían, el rey llamaba a los nobles y ciudadanos

dándoles cita en una ciudad, villa o lugar estratégico, desde la cual se comenzaba la

campaña. El sistema era de la nación armada, porque todos, desde los 16 a los 60 años

de edad, tenían la obligación de acudir al llamamiento del rey con el traje que usaran y

con las armas que dispusieran; los fronterizos debían defenderse a su costa y los inme-

diatos a éstos, ayudarles.

Los ejércitos más oficiales no eran muy numerosos, tenían una organización muy ru-

dimentaria y una disciplina escasa. Las deserciones eran harto frecuentes y muchas

también las faltas de honor militar. No sin razón, a las voces tropa, tropel y atropellar

les ha dado la lengua la acepción que tienen.

Los soldados se mantenían de su sueldo. A los hombres de a caballo se les pagaba

más por los alimentos de su cabalgadura, y si ésta moría se les indemnizaba, con tal de

~ 43 ~

que presentaran la piel para identificarla con la que llevaron al salir para la guerra, cuyas

señas se habían escrito en el libro de la muestra, que es como llamaban en Aragón (y en

general) a los alardes.79

La razón de cogerse tanto botín era el haberse de mantener los guerreros a sus expen-

sas, estando obligados a llevar consigo grandes sumas, escaseando el numerario80

y no

habiendo papel moneda, sustituidos por objetos ligeros, de poco peso y volumen, pero

de gran valor, como ropas y alhajas que en caso de necesidad vendían o empeñaban.

El sistema de la nación armada exigía el de la redención de ejército obligatoria, pues

no era posible que todos los hombres abandonaran sus faenas para tomar las armas, ni

todos eran capaces o aptos para manejarlas; convenía que fuesen menos en número pero

con buenas aptitudes, y el servicio de personal se transformaba en pecuniario, reuniendo

así el rey los necesarios recursos para tropas aguerridas.

Los infantes eran generalmente ballesteros, yendo otros armados de picas. Los jinetes

se dividían en caballeros armados y alforrats (horros), o sea, pesados y ligeros, yendo

las cabalgaduras de los primeros cubiertas de gualdrapas de cuero que las cubrían en la

cabeza, pecho, ancas y vientre. Los hombres llevaban armaduras, lanzas y espada. Los

caballeros ligeros eran los que se llamaban también jinetes o a la jineta, yendo sus ca-

ballos sin gualdrapa; los hombres iban sin armadura y la lanza era remplazada por un

chuzo o dardo. Los hombres de caballería pesada se empleaban en las batallas y los jine-

tes en las algaradas o correrías repentinas con objeto de ganar botín; fueron muchos los

casos en que los moros granadinos y marroquíes solicitaron de los reyes de Aragón per-

miso para reclutar caballeros armados (mercenarios) y, viceversa, los aragoneses reclu-

taron en Marruecos tropas de zenetes (voz que, alterada, originó el término jinetes).

Todas las armas no portátiles y todos los instrumentos necesarios en la guerra (picos,

palas, sierras, etc.) se denominaban artillería; los instrumentos de batir se denominaron

ingenios, y a sus constructores o manejadores se les llamó ingenieros.

El ingenio más en uso, una especie de honda, era el trabuco,81

del que una de sus

cuerdas estaba fija mientras la otra podía soltarse mediante un mecanismo, siendo el re-

ceptáculo para la piedra una piel de vaca. Su manejo era muy sencillo: unos cuantos

hombres imprimían al receptáculo un movimiento de vaivén, y cuando había llegado a

un grado tal que podía dar la vuelta entera, el ingeniero soltaba la cuerda no fija y en-

tonces la piedra salía en la dirección de la tangente. La habilidad del tirador consistía en

elegir el momento en que la línea en cuestión se dirigiera al punto que se pretendía vul-

nerar.

79

Militarmente, se denomina alarde a la formación militar por la que se pasaba revista o se hacía exhi-

bición de los soldados y de sus armas, a veces desfilando. También se denomina alarde a la lista o registro

resultante de inscribir los nombres de los soldados.

80

Dinero efectivo.

81

Máquina de guerra que se usaba antes de la invención de la pólvora, para empujar y batir las murallas,

torres, etc., también disparando contra ellas piedras muy gruesas. Derivó luego en arma de fuego más

corta y de mayor calibre que la escopeta ordinaria.

~ 44 ~

Para batir murallas se empleaban varios modos: las gatas eran una especie de túneles

de madera muy fuerte provistos de ruedas; se metían en ellos varios hombres y se acer-

caban a la muralla; al abrigo de la gata y defendidos por ballesteros picaban el muro.

Las torres eran armatostes de madera coronados por una especie de plataforma donde

se ponían los combatientes; como los armatostes venían a ser de igual o algo mayor al-

tura que los muros, peleaban como en llano o campo raso.

Las minas se hacían para hundir un trozo de muralla en vez de volarla, como se hi-

ciera en épocas posteriores. Para esto el ejército sitiador abría una especie de túnel a

distancia del lugar amenazado, yendo siempre en línea recta, pero cada vez más pro-

fundo, para llegar a los cimientos del muro; alcanzados éstos, se les quitaba la tierra so-

bre la que se apoyaban, y en su lugar se ponían pilotes gruesos; cuando un lienzo es-

taba así de socavado untaban los pilotes de grasa, generalmente de cerdo, y los hacían

arder; al quemarse, el muro se desplomaba. Contra esto usaban los defensores de las

plazas fuertes diversos procedimientos: la contramina para impedir el socave y también

para quemar desde dentro una materia que diese mucho humo y obligara a salir a los

zapadores. Otro procedimiento era el de construir un foso (o un muro provisional)

detrás del muro cuya destrucción se temía; a veces también se usaba una hoguera que

impidiera el asalto.

La multiplicidad de asuntos o negocios encomendados al rey y los frecuentes viajes

que eran de su personal y obligada intervención, exigió, para que la vida del Estado no

se interrumpiera, que durante sus ausencias, o allí donde no estaba, alguien hiciera sus

veces. Esta es la razón del lugarteniente general y del gobernador.

El primero venía de muy lejos, de mucho tiempo atrás: Sancho Ramírez (siglo XI)

asoció a su hijo Pedro en el gobierno con el título de rey de Sobrarbe; este hecho, que

no parece ser el primero ni el único, se hizo costumbre y los primogénitos y las reinas lo

desempeñaron en ausencia de sus padres y maridos. Sus facultades eran iguales a las de

los reyes, pero temporales: cesaban en sus cargos por cesación de la causa que motivó

su nombramiento.

El gobernador era una especie de lugarteniente con menos atribuciones; representaba

al rey en funciones judiciales no civiles, en las pertinentes a la seguridad del territorio,

de la propiedad y de las personas, y era el encargado de cumplir y hacer cumplir las

órdenes del monarca.

Centrémonos ahora más acerca de los nobles. En todos los pueblos de la Edad Media

los hombres aparecen divididos en nobles y no nobles, no habiendo surgido esta divi-

sión entonces, ya que anteriormente se encontraba en el Fuero Juzgo82

y de ella hablan

82

Se conoce como Fuero Juzgo a la traducción del Liber Iudiciorum de época visigoda que se compuso y

promulgó en latín (año 654). Esta versión romance se atribuyó luego al rey Fernando III el Santo, en

1241.

El Fuero Juzgo consta de unas 500 leyes, divididas en doce libros y cada uno de ellos subdividido en

varios títulos. Destacan, entre otras disposiciones, los supuestos en que se autorizaba el divorcio, el deber

cívico de acudir “a la hueste”, los diferentes tipos de contratos y el procedimiento en juicio.

Las influencias del Fuero Juzgo provienen de códigos visigodos, del derecho romano y de la inter-

vención de destacados eclesiásticos (influencia canónica). Fue el cuerpo legislativo que rigió en la Pe-

nínsula Ibérica durante mucho tiempo desde la época visigoda. Pervivió como derecho vigente hasta que

se aprobó y promulgó en España el Código Civil del siglo XIX, y aún sigue vigente como derecho foral

~ 45 ~

las inscripciones romanas. Pero la constitución del reino aragonés propio presenta una

particularidad que no se observa en parte alguna, la de haber tres grados de nobleza: la

de los barones o ricos-hombres, la de los caballeros y la de los infanzones. En Cataluña

y Valencia los nobles no tienen todos igual poder o riqueza, pero todos son de categoría

idéntica. En Aragón formaban los ricos-hombres brazo aparte en las cortes. No eran, sin

embargo, clase cerrada ni con número fijo; la desgracia que sufrió la constitución ara-

gonesa de ser falseada con fines políticos, en los últimos años del siglo XVI y en la

primera mitad del XIX, ha llenado de fábulas y mentiras la historia de dicha constitu-

ción, siendo una de las instituciones de historia más falseada la relativa a la nobleza.

Los ricos-hombres fueron en un principio doce, provenientes de doce varones de Aín-

sa (año 724) que, sitiados por los moros y salvados por el rey de Navarra, antes de

aceptar a éste como rey le hicieron jurar aquellas cinco proposiciones redactadas al mo-

do de la romana Ley de las XII Tablas, en las que se hallan en germen todas las futuras

instituciones de Aragón. Cada uno de esos varones se convirtió en un barón y fue ca-

beza de una familia de rica-hombría; ellos fueron los ricos-hombres de natura, los úni-

cos ricos-hombres hasta que don Jaime I (1213-1276) abrió brecha en ese círculo para

incluir a un intruso, creando un rico-hombre que se llamó de mesnada; por el mismo

boquete se introdujeron otros, matando así –dice un panegirista del Conquistador–

aquella poderosa clase social por un verdadero golpe de estado. Todo esto es invención

tal vez de Blancas83

o acogida por él con fines políticos.

Barones existían en Navarra y Aragón antes de incorporarse Sobrarbe a estos reinos y

aún antes de que aquellas regiones gozaran de independencia. Toda la nobleza de rancio

abolengo aragonés se gloriaba de su procedencia ultrapirenaica o de su solar montañés.

Aunque los apellidos no fueron hasta el siglo XV expresión de vínculo de parentesco y

no se transmitían de padres a hijos, se sabe que las baronías no eran hereditarias, y si és-

tas fueron doce, una para cada uno, si uno fue desposeído, el que lo reemplazó no per-

tenecía a la clase: luego había sobrantes y no constituían orden cerrado.

El primer documento del Archivo de la Corona de Aragón que presenta ricos-hombres

menciona estos diez: García Romeo, Ximeno Cornel, Miguel de Lusia, Artal de Alagón,

Lop Ferrer, Blasco Romeo, Artal de Alascuner, Rodrigo de Podio (Pueyo), Pedro Maza

y Pedro Sesé, los cuales no eran solos ni los únicos, porque el rey que los da como fia-

dores de su palabra promete suplir uno o varios con otro u otros. En 1208, pues de esa

fecha es el pergamino de la noticia, eran ricos-hombres algunos que más tarde figuraron

entre los caballeros, orden inferior, luego de la clase más podía descenderse y de hecho

se descendía, y recíprocamente, de la clase inferior se ascendía a la más elevada; ofi-

supletorio en Aragón, País Vasco y Navarra. Sin duda se trata de una verdadera joya del pasado jurídico

español. Otras versiones, en cambio, consideran que el derecho civil supletorio del vigente en parte en los

lugares mencionados no tiene nada que ver con el derecho visigodo y sí con el derecho consuetudinario

propio de las regiones pirenaicas.

El Fuero Juzgo fue impreso por primera vez en París, en 1579, bajo el título Codicis Legum Wisi-

gothorum Libri XII, siendo la primera traducción impresa en castellano la realizada por el jurista Vi-

lladiego en el año 1600.

83

Jerónimo de Blancas, latinista e historiador (siglo XVI).

~ 46 ~

cialmente estos ricos-hombres se llamaban y los caballeros así, en latín, milites; el ad-

jetivo barón era poco usado; en cambio, se usaba mucho el de baronía; el de rico-

hombre cayó también en desuso ya en el siglo XIV.

Los títulos consagrados como nobiliarios por la posteridad (conde, marqués, duque)

no fueron conocidos por los aragoneses; el primer conde aragonés fue don Lope de Lu-

na, a quien concedió esa gracia Pedro IV, en 1348, agradeciéndole su adhesión contra

los unidos en su contra y a la victoria que contra éstos obtuvo en Épila (Zaragoza); los

títulos de marqués o de duque no se conocieron en esa época medieval temprana en

Aragón. No sucedía lo mismo en Cataluña, donde, por recuerdos tradicionales, los baro-

nes eran jefes de condados y, por tanto, condes y vizcondes.

¿Quiénes eran los caballeros y los infanzones? Lo antiquísimo de la distinción de los

hombres por el nacimiento y la propiedad, y el origen de la misma debido a la fuerza, en

un tiempo del que se carece de noticias, no permite conocer su origen. La distinta cate-

goría debe atribuirse a los bienes, a la riqueza, a la clase social de su ocupación; el hijo

del rico-hombre que no hereda la baronía, o por negársela el rey o por ser segundón, y

recibe de su hermano o de otro noble la tenencia de un castillo, es caballero; el hijo del

caballero que recibe un honor (un predio) y se encierra en él y lo cultiva sin jurisdicción

sobre nadie, está en disposición de ceñir espada y empuñar lanza y ser armado caba-

llero, pero mientras no ejercita esa capacidad es infanzón, esto es, goza de los privi-

legios inherentes a todos los nobles: exención de impuestos, fuero propio, limitación de

penas corporales, facultad de ser testigo y ser creído bajo juramento, etc., pero ni ciñe

espada, ni empuña lanza, ni es caballero.

La clase de los infanzones se multiplicó extraordinariamente por el reino; primero por

el derecho de estar exentos de tributos, después por la separación de los hombres de pa-

rada que con el título de infanzón se obtenía. Similar de la clase de los infanzones era la

de los ciudadanos honrados de Cataluña y Valencia.

Una baronía era un reino respecto de los vasallos, una tierra entregada por el rey para

su gobierno y administración con ciertas reservas a un señor. Los habitantes de las ba-

ronías nada tenían que ver con el soberano ni con la nación; su soberano efectivo y ver-

dadero era el barón; él les daba los privilegios, a él prestaban juramento y homenaje de

fidelidad, a él pagaban los tributos, con él y bajo su bandera salían a campaña sin pre-

guntar contra quién, contra quien el señor mandase, hasta contra el rey, sin que por esto

padeciera su fama, porque no tenían obligación de ser fieles sino al señor, a la persona

del señor.

Los barones eran dueños del territorio y de cuanto había en él, encima y debajo de la

superficie, de coelo usque in abyssum dicen los documentos, consagrando una costum-

bre: el suelo, los animales y las plantas, como los hombres, se le daban al darle el terri-

torio, con los mismos derechos que el donante lo poseía, con la autoridad o dominio, es

decir, jurisdicción plena, percepción de tributos y de servicios incluso el militar, y

cuantos derechos de esto emergían y procedían. El rey se reservaba la fidelidad del do-

natario, que debía ser asegurada mediante juramento y ciertos derechos, libre acceso a la

baronia, licitud de permanecer en ella y ser servido en la guerra con fuerzas convenien-

tes, proporcionales a la riqueza y número de habitantes de la baronía. Una de éstas era,

pues, un territorio separado políticamente del reino, un miembro de la nación unido a

~ 47 ~

ésta por el vínculo del señor que había prestado al soberano juramento de tener por él

este pequeño estado y serle fiel en paz y en guerra.

El origen de los señoríos es idéntico al del vasallaje: tantos derechos como tiene el se-

ñor sobre su estado, tantos deberes tiene el vasallo respecto de aquél, y las mutuas obli-

gaciones nacen del modo de considerar la tierra, que para el uno es honor y para los

otros onus, es decir, carga.

No son, por tanto, los señoríos creación medieval ni efecto de la guerra; son producto

de un estado social determinado por la manera de ver el suelo en cuanto objeto de apro-

piación individual.

Lo más verosímil es que los señoríos procedan del régimen de ciudad primitiva, del

que la misma Roma es modelo: un núcleo poderoso que habita en un lugar céntrico y

fortificado se constituye en señor del territorio que circunda la ciudad, y siendo la tierra

la única riqueza se apodera de ella y obliga a los sometidos a cultivarla y a dar y a

prestar a los ciudadanos, convertidos en señores, rentas y servicios; constituido el nú-

cleo ciudadano en república aristocrática o en monarquía rodeada de iguales, fue senci-

llísimo asignar a cada ciudadano un grupo, una aldea, al cual debían responder los ha-

bitantes, y el señor, a su vez, responder a la ciudad.

El caso del ópido de Lascuta,84

vasallo o siervo de la ciudad de Hasta Regia,85

es el

mismo que aparece después de la Reconquista en las comunidades aragonesas de Ca-

latayud y Daroca; Albarracín, que aún conserva su nombre ibérico puro, es una ciudad

de tipo primitivo, dueña de su territorio, en el cual las aldeas sólo participan por conce-

sión graciosa de aquélla.

Don Joaquín Costa (1846-1911), gran conocedor de las instituciones primitivas, espa-

ñolas y romanas, no vaciló en afirmar que el feudalismo español de la Edad Media debe

considerarse como una juris continuatio del de los iberos y no como una creación origi-

nal ni como una importación exótica. El Imperio Romano no pasó su rasero nivelador

por la Península, no destruyó la vida local ni las instituciones nacionales de los iberos;

la servidumbre adscripticia subsistió después de la conquista en iguales condiciones que

antes y fue causa de que no penetrara aquí el colonato romano; quedaron las milicias lo-

cales de ciudad y provincia, se salvaron los antiguos feudos territoriales, verdaderos es-

tados con millares de siervos, súbditos inmediatos del príncipe o noble que los adquiría

por herencia. Entre aquellos señores que en el siglo III a. de C. reúnen sus mesnadas en

Elche coaligados con algunos régulos para derrotar a Asdrúbal, o aquel Alucio, que po-

cos años después pone al servicio de Escipión el Africano 500 soldados alistados entre

84

Ciudad estipendaria del Conventus Jurídico Gaditano, que acuñó monedas de tipo libio-fenicio. Se lo-

caliza en las cercanías de Alcalá de los Gazules (Cádiz), en una meseta elevada entre los arroyos Álamo y

Fraja denominada Mesa de Ortega, dominando el paso de la vía romana que iba de Córdoba a Carteia

(término municipal de la localidad gaditana de San Roque). Allí, en el siglo XIX, apareció el conocido

Bronce de Lascuta, donde se cita a este asentamiento como la Turris Lascutana.

85

Hasta Regia (o Asta Regia) era una antigua ciudad, probablemente tartesa, cuyos restos arqueológicos

se encuentran actualmente en la población rural de Mesas de Asta, en la gaditana Jerez de la Frontera,

entre Jerez y Trebujena.

~ 48 ~

sus clientes, y los nobles de Cauca,86

Dídimo y Veriniano, que en las postrimerías del

Imperio hacen una leva entre los siervos de sus heredades, suficiente para contener du-

rante muchos años la irrupción de los bárbaros en el Pirineo, a la mujer de Teudis, que

ofrece a éste una guardia de dos mil hombres enganchados entre los colonos y clientes

de sus vastísimas posesiones –con que ganó la corona visigoda–, no existe solución de

continuidad.

Esto es lo verosímil y lo prudente que se puede afirmar: con distintos nombres, el Fue-

ro Juzgo menciona ya las clases sociales que se constatan existiendo al iniciarse propia-

mente la Edad Media.

En la Hispania del siglo V hubo levantamiento imperial, de Constantino III, en el año

407, siendo proclamado emperador por sus legiones en Britania, haciéndose en poco

tiempo con el dominio sobre la Galia, intentando a continuación controlar también His-

pania. El hecho de que en Hispania hubiera numerosos familiares del emperador Hono-

rio (395-423), hijo de Teodosio (379-395), y por tanto de origen hispano, aconsejaron

probablemente a Constantino III evitar todo riesgo de que la Galia sufriera un pinza-

miento, entre los ejércitos imperiales de Honorio en Italia y los de Hispania. Así, envía

allí a su hijo Constante –investido por él como César– y a Geroncio, avezado general. El

conflicto que estalla a continuación no puede explicarse por el hecho de que la mayoría

de hispanos adoptara la causa del emperador Honorio frente al usurpador. Ni siquiera la

existencia de dos partidos enfrentados, si excluimos a los familiares de Honorio, que

son los únicos que sabemos opusieron una férrea resistencia al ejército del usurpador.

Estos parientes de Honorio defendían también sus propios intereses y la posición de po-

der que el parentesco con el emperador les confería. Conocemos a cuatro de ellos: La-

godio, Teodosíolo, Dídimo y Veriniano, si bien sólo los dos últimos decidieron la

solución militar, en tanto que los otros dos aban-donaron el país.

A través de las noticias de historiadores de la época, como Zósimo y Sozomeno prin-

cipalmente, sabemos que Dídimo y Veriniano reclutaron un ejército en Lusitania, donde

debían tener sus posesiones, integrado por sus propios siervos y esclavos. Con él se diri-

gieron hacia los Pirineos a fin de impedir el paso al ejército invasor. La importancia de

este ejército de campesinos –testimonio de la riqueza y extensión de sus propiedades–

se demuestra por el hecho de que lograran causar tantas pérdidas al ejército de Cons-

tante que éste se vio obligado a solicitar refuerzos a su padre. Algo sorprendente, por

cuanto se enfrentaban un ejército improvisado, no profesional ni adiestrado en las artes

de la guerra, y las tropas del ejército oficial del Imperio destacadas en Britania y las

Galias.

La derrota de Dídimo y Veriniano decidió la sumisión de Hispania a Constantino III,

quien dejó a su general Geroncio como representante suyo en la diócesis. Este personaje

se estableció en Caesaraugusta (Zaragoza) y llevó a cabo una serie de acciones que no

hicieron sino precipitar los acontecimientos hacia una situación sin salida. Por el histo-

riador Orosio sabemos que permitió a sus tropas saquear los campos palentinos, donde

86

Actual Coca (Segovia).

~ 49 ~

había ricas villae. Su depredación ha dejado huellas arqueológicas en Saldaña o Due-

ñas, entre otras.

A continuación, Geroncio se rebeló contra Constantino III, proclamó la independencia

de la diócesis de Hispania y puso a su frente como Augusto a un tal Máximo, que debía

pertenecer a la aristocracia local hispana. El relato de los acontecimientos es confuso,

así como las razones de esta designación. Tal vez el hecho de que el Augusto así

designado fuera hispano le hacía suponer una mayor aceptación por parte de los

hispanos. Pero hispano o no, el resultado sería el mismo: Constantino III no aceptó tal

situación y en el 409 decidió acabar con ella. El césar Constante concluyó un acuerdo

con los bárbaros acantonados en Aquitania a fin de obtener su ayuda contra Geroncio.

En contrapartida, prometió entregarles la parte occidental de la Península. Así es como

los suevos, vándalos y alanos franquearon los Pirineos en otoño del 409 y sembraron la

devastación y el horror, según los relatos de Hidacio. Poco después de la caída de

Geroncio y Máximo, murió Constantino III y la Tarraconense quedó bajo el control del

emperador Ho-norio (año 411). Mientras tanto, en la parte occidental y meridional, los

bárbaros se repartían por sorteo las zonas sobre las que establecerse: los alanos se

asentaron en Lusitania y parte de la Cartaginense, los vándalos silingios en la Betica y

la Gallaecia fue dividida en dos partes: el oeste para los suevos y el resto de la provincia

para los vándalos hasdingos.

En el año 416, los visigodos penetraron en Hispania y mediante una alianza, foedus,

con Constancio, que les permitía instalarse en Aquitania, lograron liberar casi toda la

Península, excepto Galicia, del control bárbaro. Los vándalos pasaron a África y los

alanos fueron casi exterminados.

Entre los años 438-456, los suevos decidieron la conquista sistemática de las regiones

del sur y oeste de la Península. Las operaciones de conquista venían acompañadas de

saqueos y pillajes en la Cartaginense y en la Tarraconense, en connivencia con las

bandas (bandoleras) de bagaudas. En el año 455 comenzó de nuevo la ofensiva goda en

Hispania. En 469, el rey godo Eurico decidió separar la Península del ya desfa-llecido

Imperio Romano y en 472 la Tarraconense, que había sido el último vestigio imperial en

Hispania, pasó al control del rey godo.

Dídimo y Veriniano, verdaderos señores de vasallos, son los sucesores de Indíbil y

Mandonio87

y los antecesores de los malik que los bereberes encuentran en las ciudades

87

Caudillos iberos (segunda mitad del siglo III a. de C.). Ambos se distinguieron en la lucha por la inde-

pendencia de sus reinos frente a la invasión de cartagineses y romanos, durante los años de la Segunda

Guerra Púnica (218-201 a. de C.).

Indíbil pertenecía a los ilergetes, pueblo ibérico establecido entre los Pirineos, el Ebro, el Segre y el

Gállego, en torno a su capital, Ilerda (la actual Lérida). Mandonio, por su parte, pertenecía a los auseta-

nos, establecidos en torno a Ausa (la actual Vic). Ambos lucharon como aliados de los cartagineses contra

los romanos, cuando Roma atacó la Península Ibérica para contrarrestar el avance de Aníbal en Italia; In-

díbil participó con Asdrúbal Barca en la batalla contra Publio Escipión. Pero, mientras Asdrúbal prepa-

raba una nueva campaña contra Italia, Publio Cornelio Escipión convenció a Indíbil y Mandonio de que

los cartagineses les habían traicionado y los atrajo al bando romano; ilergetes y ausetanos colaboraron con

los romanos en las campañas que les llevaron a arrebatar la Península Ibérica a los cartagineses.

~ 50 ~

andaluzas, de Todmir el de Oriola,88

del Beni Muza a quien sorprendieron en Zaragoza

los sucesos del 711 y análogos a éstos son los señores, sive reyes, sive duces, que ini-

cian la Reconquista en todo el norte de España.

La constitución señorial en España, también en Aragón y en Cataluña,es más antigua

que los bárbaros y romanos; persiste a través de las dominaciones y se sigue mani-

festando en la Edad Media. Es una de tantas supervivencias, de tantas prácticas no olvi-

dadas de tiempos primitivos a las que el empeño de creerlas nacidas cuando son cono-

cidas, busca en vano un origen medieval.

Indíbil y Mandonio

Los señoríos aragoneses se llamaban honores, siendo desconocida la palabra feudo en

los fueros y en los documentos aragoneses. Honor, antes del siglo XI, significaba pose-

sión territorial, usándose siempre en los privilegios de concesión de bienes a monas-

terio, sin que a ellos se les concediera jurisdicción alguna. En conformidad con este

significado el honor no concedía más derechos que los de la propiedad, y por extensión

prestaciones personales.

Pronto descubrirían que los romanos no habían venido para devolverles su independencia, sino para so-

meterles a su dominio, por lo que continuaron su lucha en contra de Escipión. Éste les venció y sometió

en los años 206-204 a. de C., aunque Indíbil sobrevivió y siguió combatiendo durante algún tiempo.

88

Orihuela (Alicante).

~ 51 ~

Los señoríos en honor eran compatibles con el derecho municipal, de modo que ciu-

dades como Zaragoza, Huesca, Barbastro, Calatayud, etc., tuvieron señores hasta entra-

do el siglo XIII. ¿Qué eran estos señores? La escasez de noticias no permite responder a

la pregunta; eran de cierto los representantes del rey y como tales gozaban de preemi-

nencias en todos los órdenes, sabiéndose que presidían los concejos; debían ser los jefes

de la milicia local y percibían, si no todos los tributos, parte de ellos. El honor es una

especie de sueldo pagado en rentas de un suelo; es un beneficio del rey a un vasallo o

para recompensarle de hechos o para pagarle, y como la propiedad lleva consigo la au-

toridad, ese sueldo se convertía en posesión jurisdiccional, en un señorío.

Tales señoríos no eran hereditarios, sino amovibles; la transformación se hizo en tiem-

po de Pedro II (1196-1213) bajo la influencia de los fueros de Barcelona introducidos

en Aragón anteriormente por Ramón Berenguer IV. A partir de éste las concesiones se

hacen indistintamente a fuero de Aragón, a fuero de los reyes Pedro y Sancho o de So-

brarbe, o a fuero de Barcelona, y poco a poco se fue éste generalizando por exigencias

seguramente de los agraciados cuyos intereses favorecía. Los señoríos en Cataluña eran,

efectivamente y en primer lugar, hereditarios, y en segundo lugar más duros para el va-

sallo y, por consiguiente, más favorables al señor.

Mientras los honores conservaron su carácter, los pueblos se sometieron a ese régi-

men señorial, pero cuando en tiempo de Pedro II los señoríos se hicieron hereditarios y

ganaron atribuciones, los rechazaron los municipios fuertes.

Las pasiones políticas, que tanto influyeron en la historia de Aragón en las postrime-

rías del siglo XVI y en los comienzos del XIX, exageraron notablemente el papel de la

nobleza de este reino en el gobierno.

Los municipios fueron característicos de la Edad Media (y siguen siéndolo actual-

mente). El municipio medieval es un territorio homogéneo y continuo, con límites natu-

rales, cuya homogeneidad impone una producción, por tanto a los habitantes unas mis-

mas costumbres, y cuya continuidad hace concurrir todos los caminos a un mismo pun-

to, la ciudad o villa que por lo común le da nombre. Un municipio es un territorio, trozo

de un valle, limitado por las crestas que envían sus aguas al mismo; es una unidad geo-

gráfica, y por serlo es una unidad política.

El municipio no es asociación de hombres que viven sobre un territorio como los ani-

males y las plantas: es el territorio mismo sobre el que recae la independencia, radican-

do en él las libertades, y los hombres las reciben de él; no se es libre por ser ciudadano,

sino por ser ciudadano de tal municipio, y la condición de tal le sigue a todas partes y le

caracteriza en todo momento y en todo lugar. Así como ahora la condición de nacional

acompaña en todo el ámbito de la nación y fuera de ella, entonces la condición de ciu-

dadano de tal o cual ciudad acompañaba en todas partes al que era de ella.

Un municipio era un estado autónomo y libre dentro del gran estado; en su gobierno

sólo intervenían los ciudadanos; dueño absoluto de su territorio, el municipio gozaba de

la facultad de imponer tributos, de administrar justicia, de perseguir a los delincuentes y

castigarles, de velar por la cultura y la moralidad pública; los demás poderes se limita-

ban a vigilar que ningún municipio abandonara estos deberes. La única facultad sobe-

rana de que no gozaba era la de acuñar moneda; por tradición prerromana, romana y tal

vez goda, algunas ciudades conservaban sus cecas, en las cuales se fabricaba el nume-

~ 52 ~

rario por cuenta del rey, pero poniendo la inicial de la ciudad donde se hacía la acuña-

ción, probablemente como garantía de la misma.

Ningún ciudadano gozaba de preeminencias políticas; a cada uno le daba prestigio su

propio valer; no existía capitalidad de la monarquía ni de cada estado; los reyes y su lu-

garteniente, así como el gobernador, no tenían domicilio fijo y eran, en cierto modo,

trashumantes; a donde los negocios reclamaban su presencia, allá iban.

El régimen municipal desciende directamente del régimen de ciudad propio de los

tiempos anteriores a los romanos. Todos los grandes municipios medievales son ciuda-

des que en la Edad Ibérica labraron moneda. Por esto, aunque el régimen es de munici-

pios, y por éstos se entiende hoy un núcleo social y político, propiamente era régimen

de ciudad comunidad, esto es, un territorio poblado de aldeas sometidas a la ciudad ca-

beza o cabecera. De este régimen salieron todas las instituciones: realeza, aristocracia,

magistrados municipales, todas.

Las comunidades de Daroca, Calatayud, Teruel y Albarracín se ofrecen al historiador

como una supervivencia de una ciudad ibérica: constituían aldeas agrupadas a lo largo

de los ríos afluentes del Jiloca, Jalón y Guadalaviar sometidas a la ciudad respectiva; en

las tres primeras las aldeas habían logrado en el siglo XII separarse de la capital y cons-

tituir por si solas un municipio, comunidad de las aldeas de Calatayud, Daroca y Teruel;

en la de Albarracín se conservó el régimen ibérico durante toda la Edad Media. El tér-

mino era de la ciudad, sin que las aldeas lo tuvieran propio; a lo sumo se les concedía

una porción en uso para pastos y una parte en los ingresos por el aprovechamiento de

los bosques; cada distrito de las comunidades estaba gobernado por dos sesmeros,89

y a

los distritos los llamaban con el nombre primitivo de sesmas.

Todos los años se reunían las sesmas en aldea distinta de aquella donde se efectuó la

reunión el año anterior, bajo la presidencia del baile90

general de Aragón, en represen-

tación del rey, y en la reunión, con plena libertad echaban derramas, nombraban los ma-

gistrados comunes, Juez y Justicia y fiscalizaban la gestión de los salientes. En donde la

comunidad no era tan amplia como en las comarcas mencionadas, las aldeas gozaban de

autonomía para lo propio de ellas.

En realidad, un municipio no se distinguía de un señorío sino en residir el gobierno de

los primeros en un cuerpo social, y en éstos en un señor; pero eran idénticos los dere-

chos sobre los vasallos, incluso los ciudadanos; los de las aldeas prestaban homenaje a

un magistrado municipal, la ciudad les concedía fuero, a la ciudad pagaban los tributos,

con las milicias ciudadanas iban a la guerra; la ciudad era su señora como el señor lo era

de los pueblos de la baronía. He aquí por qué los municipios aragoneses hacen alianzas

con los nobles contra el rey por cuestiones políticas. Los municipios, como los señores,

compraban pueblos y se titulaban señores de ellos y en sus casa labraban los del señorío

su escudo en señal de dominio.

Los municipios evolucionaron. No gozaron siempre de las mismas libertades. Hasta el

siglo XIV no alcanzaron su total desarrollo, y antes de este siglo eran unos señoríos en

89

De sesmo, grupo de pueblos asociados, algo así como los actualmente mancomunados.

90

Juez ordinario en ciertos pueblos de señorío, habiéndolo también general de todo el reino de Aragón.

~ 53 ~

los cuales el señor tenía limitadas sus funciones y mermados sus derechos por los privi-

legios de los ciudadanos.

Durante todo el siglo XI en todos hay un señor, que es el presidente del concejo y del

capítulo municipal o cuerpo gobernante del núcleo social que forma el municipio. Per-

siste durante el XII ese señor, y al principiar el XIII desaparece, quedando los munici-

pios acéfalos, es decir, sin un jefe representante del rey, y muchos hasta sin jefe popu-

lar.

Todas las atribuciones de que gozaban los señores pasaron ahora a los gobernantes

municipales, y dueños de su territorio, éste cada vez más rico y poblado, con facultad de

imponer y de levantar empréstitos, se convirtieron los municipios en algo más que en

miembros políticos de un Estado, fueron los impulsores de la cultura, y de la riqueza, y

del comercio, y bajo su influencia y su brillo se oscureció un tanto la nobleza.

El prestigio de las grandes ciudades fue una de las causas más fuertes de la decadencia

nobiliaria; no influyó en empequeñecer ésta, pero la empequeñeció de hecho, porque

permaneció la nobleza en su ser, la ciudad se elevó y el resultado fue el mismo que si la

nobleza se hubiera empequeñecido y la ciudad se hubiera mantenido como antes. El si-

glo XIV es el de apogeo y esplendor, pero en el XV comienza su decadencia, la cual se

manifiesta en las discordias ciudadanas, en la imposibilidad de entenderse los hombres

de la ciudad; ellos mismos abdicaron de su libertad considerándola nociva, y se pusie-

ron bajo el poder real para que éste los gobernara o les diese leyes con que gobernarse.

El remedio no estaba, sin embargo, en la ley; antes cada ley u ordenanza municipal

agravaba el mal que residía en las entrañas de aquella sociedad, y era el capitalismo que

se había infiltrado en ella y la corroía.

El capitalismo fue causa de la decadencia municipal. Las ciudades eran los emporios

del comercio; las villas y aldeas dedicadas a la simple producción eran tributarias mer-

cantilmente de las ciudades, y lo mismo los lugares de señorío, todos de escasa impor-

tancia económica.

En las ciudades se concentró la riqueza en numerario, y con esto nació una clase de

ciudadanos ricos, pero con una riqueza móvil, universal, no adherida al suelo, indepen-

diente de la tierra, por tanto ingravable con impuestos en una época en la que la tierra

era considerada la riqueza única.

Según fue creciendo el comercio y aumentando el numerario, fue disminuyendo el va-

lor de la moneda, que se tradujo en un encarecimiento de las cosas. En las ciudades do-

minó el patrón oro, en los campos y en los salarios el patrón plata, ya depreciada, y so-

brevino el empobrecimiento de las clases pobres y aun de la clase media. Consecuencia

de este hecho vino otro en relación con la propiedad. El régimen de ésta había sido el de

cesión de los inmuebles a perpetuidad mediante un censo inalterable, que aunque se fijó

muy alto en el momento de su establecimiento, cuando la moneda decayó se hizo irri-

sorio. Vino la ruina de los señores dominicales de los perceptores de los censos, vino la

ruina de los humildes que cobraban según los salarios tradicionales y pagaban según los

precios modernos. La relación de la plata y el oro, que a principios del siglo XIV era de

1:7, llegó a ser un siglo después de 1:15, y esta enorme diferencia recayó más que en las

cosas en la tierra; ésta subió considerablemente de valor, y con ella sus productos; pero

en las ciudades los menestrales y artesanos y los capitalistas a la antigua, los perceptores

~ 54 ~

de censos fijos, sufrieron las consecuencias del desnivel de los dos metales amoneda-

dos. Cuantos poseían un censo antiguo trasmisible con la propiedad vendieron sus fin-

cas a un precio mucho mayor que el representado por el censo o las arrendaron a plazo

corto por una renta mucho mayor que la por ellos pagada.

Ese desquiciamiento social que levantó unas capas sociales y bajó otras, que arruinó y

enriqueció simultáneamente, fue la causa del desorden municipal y de la decadencia del

municipio. A una nueva forma de la propiedad correspondía una nueva organización so-

cial y una nueva organización política.

Los concejos medievales o municipios tuvieron su organización interna, que puede

considerarse completa, necesitando que el rey aprobara las modificaciones que se intro-

dujeran, no siendo esto óbice a que, según las circunstancias y conforme a las necesi-

dades de los tiempos, variase el régimen interno. La autonomía municipal implicaba una

variedad en los gobiernos municipales incomprensible para los hombres modernos acos-

tumbrados a una uniformidad mecánica.

En cada pueblo, villa o ciudad se celebraban las elecciones en diferente día, por pro-

cedimiento distinto y para elegir distintos magistrados, también en número. En cada uno

de esos núcleos era diferente la unidad política; en los pequeños, todo el vecindario era

el elector y en los mayores o la parroquia o la clase social más destacada (rara vez el

gremio, aunque por la costumbre de habitar en un mismo barrio los de un oficio u ofi-

cios semejantes, gremio y barrio, se confundían).

El número de magistrados era mucho menor que en los ayuntamientos actuales; en los

grandes era de cinco (Barcelona), de doce (Zaragoza, hasta 1415, que se redujeron tam-

bién a cinco). En los municipios rurales solían ser solamente dos, que más que conceja-

les eran asesores y lugartenientes de otro superior llamado Justicia.

Tampoco en el nombre había uniformidad, pues en unas partes se les llamaba con-

sellers (Barcelona), prohoms (Lerida) o jurados (Zaragoza y Valencia). En cuanto a las

facultades, fueron siempre muy grandes, omnímodas en un principio y más restringidas

después, en cuerpo consultivo.

El concejo medieval fue típicamente abierto, como asamblea general de vecinos con-

vocada a son de pregón o a repique de campana para resolver los grandes asuntos co-

munales. Hasta la segunda mitad del siglo XV funcionó este tipo de concejo sin que na-

die viera peligro u obstáculo en el mismo, viéndose después como peligroso o poco fia-

ble, de modo que poco a poco fue desapareciendo.

En Barcelona, el concejo abierto fue sustituido por el llamado Consell de Cent Ju-

rats como asesores, comprobándose que tan malo era juntar a cien como al pueblo ente-

ro.

Los jurados eran gobernantes del municipio, sus administradores y sus jueces; sus

acuerdos eran ejecutivos inmediatamente de promulgados: administraban los fondos

municipales sin cortapisa; y como éstos procedían de repartos, ellos los hacían sobre las

unidades políticas que constituían el municipio.

También en este punto de las haciendas locales hay diferencias inverosímiles para los

hombres de hoy entre los municipios actuales y los medievales. Es de advertir que la

clasificación de éstos en ciudades, villas y aldeas no tenía entonces más trascendencia

~ 55 ~

que la de mero título honorífico y que de él no se derivaban consecuencias ni políticas

ni económicas.

Es de notar también, para comprender el régimen económico municipal, que en los

municipios vivían los que en sus relaciones con la propiedad tenían el mínimo derecho

de autoridad y el máximo de uso, la mínima expresión de dominio y la máxima de utili-

dad; para reyes y señores sus reinos y baronías eran latifundios para el consumo, no para

la producción, mientras para los habitantes de las ciudades, villas y aldeas su término

municipal era un latifundio para la producción, a cuyo cultivo tenían sólo derecho, sin

declararlo propio; de aquí la prescripción de año y día en las propiedades rurales.

El rey y el señor eran los dueños eminentes del suelo sobre el cual se habían reservado

rentas y prestaciones: sobre el suelo, no sobre los hombres, y sobre un suelo indiviso

como la sociedad que lo habitaba. Estas rentas y prestaciones debía pagarlas el suelo y

la colectividad; el modo de acumularlas les era indiferente al rey y al señor, dueños de

la ciudad, villa o aldea y no de los hombres.

De ahí que el único núcleo autónomo, verdaderamente autónomo con facultad de im-

poner fuese el municipio, porque debajo de él estaban los ciudadanos terratenientes, los

que aprovechaban la tierra, patrimonio social y humano.

El municipio se servía así del reparto vecinal, pero no imponiendo directamente al in-

dividuo, sino a la unidad política dentro del municipio, es decir, la parroquia, el barrio,

la clase, rarísima vez el gremio o la cofradía, si bien por la costumbre de ocupar una

familia una casa y sucederse en ellos padres e hijos y vivir en un mismo barrio los de un

oficio, como antes de dijo, parroquia, barrio, gremio o cofradía y hasta clase social son

y representan partes materiales de la ciudad.

Estas circunstancias facilitaban el reparto y lo hacían equitativo. La residencia tradi-

cional en un distrito, en una calle, en una casa, impedía ocultaciones de riqueza, y como

cada una de esas unidades era tan autónoma para echar el reparto entre sus miembros

como el municipio para echar la cantidad total del impuesto sobre las unidades, no ca-

biendo ni reclamaciones ni protestas, había que pagarlo. El municipio estaba por encima

de los individuos y sobre sus cuestiones; tal parroquia distribuía la cantidad por calles y

cada calle la distribuía por casas; el dinero lo llevaban o a la casa parroquial o directa-

mente al depositario de la ciudad.

El impuesto más sano y saneado, el más justo si se considera ser la tierra patrimonio

de la humanidad y del cual deben salir, por tanto, los recursos que la conservación de la

sociedad origina, estaban en manos y poder de los municipios.

Como administradores de justicia tenían también facultades omnímodas por no haber

códigos que fijaran mecánicamente las resoluciones, ni en lo criminal ni en lo civil; el

buen sentido era su norma, porque en oposición al sistema centralizador que supone a

todo ciudadano predisposición a mal obrar y sólo cree morales e inteligentes a los in-

vestidos de autoridad por el poder central, la Edad Media creía que todo ciudadano

cumple, naturalmente, su deber, y que con el cargo se recibe la aptitud necesaria para

ejercerlo.

Para la corrección de las costumbres y castigo de crímenes había magistrados espe-

ciales que en Aragón se llamaban zalmedinas y justicias, y en Cataluña y Valencia ve-

gueres (vicarios), nombrados los primeros directamente por el rey primero, luego por

~ 56 ~

elección popular; más tarde por el rey entre tres propuestos por el pueblo, finalmente

por el rey; los vegueres fueron siempre de nombramiento real, porque las justicias eran

facultades reservadas a los señores y rarísimamente se desprendían de ellas.

Muestra increíble casi para los hombres de hoy, acostumbrados al desprestigio de los

concejos, es la existencia de Tablas de comunes depósitos o cambios en los municipios,

convirtiendo éstos en lo que son hoy las Cajas de ahorros y los Bancos de depósito y

custodia. En el siglo XIV funcionaba ya esta Tabla en Zaragoza, demostrándose así el

gran concepto que a los ciudadanos merecía el municipio y el espíritu social de aquella

sociedad.

Esa institución no está aún bien estudiada en cuanto a sus orígenes, pero se conocen

sus rasgos generales, no estando su funcionamiento a merced de los jurados, o pro-

hombres, o consellers, como los fondos propiamente municipales, pero dependía de la

autoridad municipal y estaba bajo su custodia y era responsable de su inversión; esto

mismo dignificó el cargo de Jurado por la mayor confianza que representaba el serlo,

disponiendo del caudal social además de los escasos fondos municipales. Todos los muy

numerosos monumentos españoles de época medieval se deben a la Tabla de comunes

depósitos; la ciudad disponía sin interés de sumas cuantiosísimas, equivalentes a las que

existen actualmente en depósito o cuenta corriente en los Bancos locales, ya que a quie-

nes allí tenían su dinero no les importaba que la ciudad los emplease en mejoras, porque

cuanto más prosperara la ciudad más solventes eran todos, lo que era posible por la fa-

cultad de imponer que disfrutaba el municipio; en un desfalco, un robo, una inversión

desmedida de caudales, un reparto entre los vecinos indemnizaba a los imponentes. No

se dio un sólo caso de quiebra o fraude ni siquiera en los desdichados tiempos de Felipe

II. En cambio sirvió esa institución para mejoras locales de embellecimiento y enrique-

cimiento de los que todavía nos servimos. ¿Cómo hubiera podido Zaragoza construir su

puente de piedra, sus obras de riego (menos el Canal Imperial), su Lonja, etc., sin esa

Tabla que ponía a su disposición el ahorro ciudadano?

El capitalismo que en Aragón era ya patente por consecuencia del activo comercio

exterior que mantenía, fue la ruina de la democracia medieval; falló la base sobre la que

aquella sociedad se fundaba, la posesión de la tierra; cedida al usuario a perpetuidad y a

censo fijo fue ahora posesión a precario y a renta movible a voluntad del dueño. Nació

además una clase social nueva, burguesa, formaba de ricos con riqueza móvil y no ad-

herida al suelo sino independiente del mismo; y por su universalidad cosmopolita, esta

clase social dominó a las otras, incluso a los reyes.

Los municipios antiguos se transformaron bajo la acción de este fermento sin que los

hombres aquellos advirtieran la causa por más que notaran sus efectos. Zaragoza fue la

primera ciudad sometida por la ley a un régimen distinto del tradicional; Zaragoza –que

venía rigiéndose por un sistema territorial que más que una ciudad la consideraba un

agregado de quince aldeas, tantas como parroquias, autónomas para lo propio, aliadas

para lo común– vio abolido este sistema en 1414 y sustituido por otro en el que la pa-

rroquia desapareció, no teniéndose en cuenta la vida social; los hombres no se agrupa-

ron por sus domicilios sino por sus rentas. Toda la población zaragozana fue agrupada

en cinco manos, clases o categorías, con arreglo a cinco tipos diversos de riqueza o ren-

ta, cualquiera que fuese su domicilio, su ocupación o su abolengo; los jurados fueron re-

~ 57 ~

ducidos de doce a cinco, el zalmedina o juez pasó a ser de nombramiento real y para

borrar más la tradición, se trasladaron las elecciones del día de la Asunción, 15 de

agosto, al de la Purísima o Inmaculada, 8 de diciembre.

He aquí la Edad Moderna: un hombre, un ciudadano ya no es el miembro de una co-

lectividad sino el individuo de una clase; ya no es vecino de una calle, ni tiene intereses

comunes con los demás de esa calle; ya no les une a éstos un vínculo de patria sino que

es un hombre con tal capital; los del mismo capital son sus verdaderos conciudadanos;

el interés de la patria ha quedado pospuesto al interés del dinero, siendo así que un fin

noble fue sustituido por este fin egoísta, el del dinero, el del beneficio capitalista.

El principio aplicado a Zaragoza se fue aplicando a todo el reino de Aragón, siendo

consecuencia de ello la sustitución del régimen electoral anterior por el de insacula-

ción:91

divididos los ciudadanos en ricos, menos ricos y pobres, era natural convertirlos

en de primera clase, segunda y última, siendo natural reservar los primeros puestos a la

clase más elevada. El sistema democrático medieval que giraba en torno a la jurisdic-

ción parroquial ya no era posible, porque la ciudadanía dejó de ser consecuencia del

domicilio, pasando a serlo de las riquezas (o pobrezas). No se quiso tampoco recurrir a

un sufragio por clases y, dando por supuesto que todos los de una clase eran igualmente

aptos para los cargos y que cada clase debía tener como propios los correspondientes a

su clase, se dejó a la suerte la designación de quiénes debían desempeñarlos, incluyendo

sus nombres en bolsas o sacos.

El espíritu social de la Edad Media cedió su puesto al individualismo de la Edad Mo-

derna; y la espiritualidad que le caracterizaba fue absorbida por el materialismo; las aso-

ciaciones de hombres de un mismo oficio, llamadas hasta entonces cofradías, y funda-

das para fines espirituales, se llamaron gremios y tendieron a otros materiales u objetos

de ganancia. De igual modo, todos se inclinaron al aislamiento (y a la indiferencia so-

cial) para seguridad de su interés; los gremios se convirtieron en corporaciones cerra-

das, las clases se aislaron, los reinos pusieron a su alrededor fronteras infranqueables. El

individualismo no fue sólo de los hombres o personal.

Es consecuencia de aquel cambio de ideas la persecución de los judíos, recrudecida a

finales del siglo XIV y más aún en el XV. Generalmente se atribuye eso a motivos reli-

giosos, pero no fue así, pues los motivos religiosos de por sí no producen nunca luchas

armadas ni movimientos sociales revolucionarios: aunque algunas guerras hayan pasado

a la historia como guerras de religión, éstas no son tales sino siempre causadas por mo-

tivos económicos, siendo dichas causas o motivos de tipo encubierto, porque los bandos

contendientes cubre dichos motivos bajo capa o manto de la religión, consciente o in-

conscientemente.

Los judíos vivían en España anteriormente a los visigodos. O por su espíritu de raza o

porque así lo dispusieran las ciudades y villas al acogerlos, o porque la Edad Media

comprendía a su manera la vida social, los judíos vivían en barrios aparte llamados Ju-

91

Insacular es, según el Diccionario de la RAE, poner en un saco, cántaro o urna, cédulas o boletas con

números o con nombres de personas o cosas para sacar una o más por suerte. Introducir votos secretos en

una bolsa para proceder después al escrutinio.

~ 58 ~

derías, constituyendo un verdadero municipio dentro del muro de la ciudad o de la villa

y junto al municipio cristiano.

Fueron objeto de grandes persecuciones en los últimos y decadentes tiempos de la

monarquía visigoda. Se les acusó también de haber facilitado la conquista musulmana

de España (cosa poco probable). Los bereberes que constituían esencialmente los ejér-

citos invasores odiaban a los judíos tanto como los godos puros y los españoles de en-

tonces. Hordas que no venían a conquistar sino a robar, no iban a detenerse con respeto

ante la casa de un rico porque fuese judío; lo más probable es que los judíos sufriesen

los efectos de la invasión lo mismo que los cristianos. El acusarles de aquel delito lo

produjo la pasión posterior y el afán de disminuir la responsabilidad de los cristianos en

ello.

Bajo la dominación musulmana, los judíos continuaron viviendo tranquilos, aunque

siempre mal vistos por el odio tradicional, aunque esto se manifestaba sobre todo du-

rante las fiestas cristianas de Semana Santa (en ésta, los judíos debían permanecer ence-

rrados en sus casas o en su barrio, el cual se cerraba y al cual enviaban guardas las au-

toridades para evitar asaltos y malas consecuencias). Pasado el tiempo de la exaltación

religiosa, las puertas de la Judería volvían a abrirse y sus habitantes reanudaban sus ocu-

paciones habituales.

Los judíos de la Corona de Aragón desempeñaron cargos importantes en la adminis-

tración. Fue famoso, por ejemplo, reinando Jaime I el Conquistador, don Judas de la

Caballería, que ejerció como baile o administrador general de Aragón. Con todo, los ju-

díos no alcanzaron en la Corona de Aragón las mismas libertades que en la Corona de

Castilla.

En Aragón, los más ardientes defensores (y explotadores) de los judíos fueron precisa-

mente los reyes (los llamaban sus bolsas). Siempre que los reyes aragoneses se hallaban

en alguna necesidad de dinero promulgaban leyes o un decreto prohibiendo la usura o

moratorias (aplazamientos del pago de deudas sine die). Todo eso era verdaderamente

ruinoso para los judíos, que solían dedicarse mucho al préstamo, no precisamente sin

usura. Pero como no ignoraban los propósitos regios en la promulgación de aquellos de-

cretos, les era fácil revocarlos, por ejemplo mediante una buena dádiva.

Hemos de indicar que no sólo eran los judíos los que practicaban la usura, pues tam-

bién la ejercían los cristianos, aunque menos en general. Pero el caso era que a los ju-

díos se les achacaba siempre el mal económico, el encarecimiento de la vida, etc.

Como queda dicho, en el último tercio del siglo XIV, comenzando en Castilla y pro-

pagándose en Aragón, hubo gran movimiento social de persecución, sangrienta, contra

los judíos. Las juderías de Barcelona, Gerona y Palma de Mallorca fueron salvajemente

saqueadas y muchos de sus habitantes asesinados. No para dar ánimos a estos fanáticos

sino para impedir las violencias, se dedicó a predicar San Vicente Ferrer, siendo el mis-

mo Papa Benedicto XIII (el Papa Luna de Aviñón, 1328-1423) el que antes promulgó

primero una bula dando normas para la propia vida propia de los judíos y para la rela-

ción de los mismos con los cristianos, convocando luego a los judíos (en Tortosa, pro-

vincia de Tarragona) para una conferencia de discusión tratando de convencerles sobre

la verdad del Evangelio y sobre la falsedad de su “secta”).

~ 59 ~

En esos tiempos, muchos judíos se convirtieron al cristianismo, tal vez más por con-

veniencia que por convicción; pero hubo muchos que actuaron libres o recalcitrantes en

el judaísmo, o bien practicando en secreto su religión, aunque llamándose cristianos y

actuando como tales en apariencia.

Con el nuevo Papa Martín V (1417-1431) y el nuevo rey aragonés Alfonso V (1416-

1458), la persecución se detuvo casi hasta cesar; pero las causas y exacerbación del odio

antisemita no se extinguieron (seguían vivas y activas). Todo eso tuvo que ver con el

paso de la Edad Media a la Modernidad del Renacimiento (movimiento cuasi pagano,

individualista y capitalista, necesitado de grandes capitales para sus monumentos, sus

guerras y sus fastos). El instinto social de las gentes se avivó, viendo a los judíos (y a

los ricos o enriquecidos en general) como los causantes de sus desdichas, apuntado con-

tra ellos. Todo eso se unió a motivos religiosos (no nuevos sino inveterados). La gente

fue viendo cómo la religión perdía aquella sencillez o estilo medieval, haciéndose todo

meramente externo, ampuloso, rico, capitalista… A los judíos y a los enriquecidos se

les fue culpando de irreverentes, supersticiosos, falsos conversos, degenerados, peligro-

sos por tanto para la verdadera fe y por atribuírseles el aumento de los malos ejemplos,

de la mala vida, de la decadencia moral…

El pueblo vio con escándalo que nobles de abolengo, pero sin fortuna, entroncaban

con familias de origen judío, y con no menor escándalo que judíos de origen lo gober-

nasen todo merced a sus riquezas.

Todas estas causas conjuntas, que no eran de procedencia judía, aunque se acomoda-

ran al modo de vida tradicional judío y que eran consecuencia del cambio social, deci-

dieron a los Reyes Católicos para decretar su expulsión, pensando que así remediaban

los males existentes y pensando también en la ganancia material que aquello les propor-

cionaba.

El cumplimiento de aquel decreto produjo una enorme movilización de riqueza. Los

judíos tuvieron que vender a toda prisa sus bienes (en un plazo de cuatro meses). A todo

correr hubieron de liquidar sus créditos y procurar colocarlos en el extranjero, ya que

estaba prohibido exportar metales preciosos (acuñados y sin acuñar), siendo entonces

dificultoso el transporte de los bienes muebles.

Todo aquello fue a parar a manos de individuos ya ricos de por sí, sin que el pueblo o

la masa social se aprovechara de ello, y sin que desaparecieran las causas del malestar

del pueblo ni sus apuros. Por todo ello, la medida tomada por los Reyes Católicos fue

del todo estéril, desaprovechada incluso en el orden espiritual. Se obtuvo la unidad reli-

giosa, pero no se logró un mayor fervor, ni una vida católica genuina. No desaparecie-

ron las causas de una vida religiosa venida a menos ni las herejías, pues éstas aumenta-

ron.

Si la cuestión de los judíos fue también supuso la decadencia de los grandes munici-

pios, la de los moriscos supondría la ruina de los municipios rurales.

El término “mudéjares” (para designar a los moriscos) no proviene del habla popular

sino del habla culta. “Mudéjares” se traduce como “los que se quedaron”, siendo lla-

mados sus barrios “morerías” (municipalmente “aljamas”, llamándose también así a

las “juderías”), siendo la organización de las aljamas sometida a un magistrado (ala-

~ 60 ~

mín, en musulmán) y dos lugartenientes o adelantados; como representante del rey en

sus aljamas respectivas estaba el merino, de nombramiento real.

Así como los judíos, en cualquier lugar que vivieran, eran vasallos del rey y estaban

exentos de toda otra jurisdicción, la del señor si habitaban en lugar de señorío, la mu-

nicipal si su domicilio era en un municipio, los moros o sarracenos, que de ambos mo-

dos los llamaban, podían ser, y de hecho lo eran, vasallos de señores.

Los moros ya no hablaron nunca el árabe (ya sólo algunos lo entendían y escribían),

siendo la lengua común entre ellos la castellana, sien bien la escribían en caracteres ará-

bigos. Los judíos, entre sí, hablaban y escribían en hebreo. La ocupación principal de

los moriscos fue la labranza o agricultura, si bien se dedicaron también a otros trabajos

(albañilería, artesanales, etc.). No se conoce ningún caso de un morisco dedicado a las

artes liberales. También entre los judíos había labradores y artesanos, muchos más que

dedicados al préstamo o al comercio, dedicándose muchos de ellos a la medicina, lle-

gando casi a monopolizarla. Es, no obstante, muy simple decir que los judíos eran sólo

prestamistas y banqueros y los moriscos agricultores y hortelanos. Ciertamente, por lo

general, había de todo.

Los moros no habían adoptado ni la lengua de los árabes ni la manera de designar su

ascendencia; de hecho tenían la manera cristiana de los apellidos formados o de un mote

que era lo frecuente, o de la localidad: Juce el Rubio, Mahoma o Mohamed el Herrero,

Isa el Corto, etc., pasando lo de Rubio, Herrero, Corto, etc., a ser apellido familiar.

En muchos municipios rurales, aunque en aceptable convivencia social, vivían políti-

camente separados los habitantes de diferente religión, constituyendo de algún modo

cada cual un municipio: concejo de cristianos y aljama de moros o moriscos, cada cual

con sus ordenanzas, sus magistrados, su ley, su iglesia y su conservada mezquita, sin

que se conozcan demasiados conflictos entre unos y otros. Muchas veces en esos muni-

cipios dobles se reunían en común moros y cristianos para deliberar juntos sobre nego-

cios comunes, que naturalmente la convivencia debía plantearles con frecuencia, por

ejemplo en relación al pago de impuestos.

Tanto matrimonios mixtos como cohabitación mixta estaban prohibidos, pero había

mucha tolerancia al respecto. No se temía que los cristianos se convirtieran en musul-

manes, ni los moros se atrevían a intentarlo (sí al revés, pero no antes de bien entrado el

siglo XV). Intervenían en ello también motivos económicos.

Los moriscos fueron muy apreciados por ser laboriosos y muy eficaces como agricul-

tores y hortelanos. Tuvieron también fama de sobrios y honrados, de lo que podemos

decir buena gente. Y no es que fueran peores los cristianos. Lo cierto fue que la expul-

sión de los moriscos también supuso descalabro económico en España y ningún ade-

lanto espiritual.

Los pobres moriscos fueron víctimas de su tiempo: hasta el siglo XVI fueron labo-

riosos, honrados, leales, fieles…, pasando después a ser desestimados por todo lo con-

trario. Pasó que la ruina rural del pueblo, en Europa y en España, manifestada en la su-

blevación de los payeses de remensa (de los que luego hablaremos), los vasallos de Ri-

bagorza y Ariza, las Germanías de Valencia, los payeses de Mallorca, las comunidades

castellanas, etc., en cierto sentido, los alcanzó también a ellos.

~ 61 ~

Expulsión de judíos y moriscos de España

La Edad Media, tan desconocida para muchos, que no tienen ni idea de lo que fue, til-

dándola de pintoresca, rara, tenebrosa, oscura, no era tan desigual como nuestra época

de hoy, siendo más artificiosamente uniforme e igualitaria ahora, sin que así la presu-

mamos. Actualmente, hay muchos que reducen la Edad Media a castillos, leyendas, in-

dumentaria, horcas, mazmorras, torturas, hogueras, tiranías crueles, atropellos de todo y

~ 62 ~

respetos de nada. Es curioso que las protestas de los vasallos contra sus señores co-

menzaran a finales del siglo XIV. Es curioso que antes vivieran no sólo conformes,

aunque resignados, sino también contentos y satisfechos. Y que no fue menos violento

lo posterior.

El origen del vasallaje es el mismo que el de la nobleza: la manera de estar adscrito a

una tierra, de poseerla y habitarla; lo mismo debe decirse de las clases inferiores a las de

los vasallos, hombres de potestad absoluta, siervos de la gleba o payeses de remensa.

Pero si este es el origen social, su principio en cuanto al tiempo es dificilísimo de de-

terminar: es mucho más antigua la servidumbre que el vasallaje, el cual supone un me-

joramiento de aquélla; el vasallo está ligado a su señor por un vínculo espiritual, el ju-

ramento, y no es necesario el vínculo material tierra; al siervo lo liga principalmente

este vínculo material: el primero es del señor, el segundo de la tierra; con ésta se trans-

mite de señor a señor él y su familia, mientras que el vasallo tiene cierta libertad para

despedirse y volver a ser hombre sui juris y no juris alieni.

El rey (de los aragoneses, del que aquí nos ocupamos) era el dueño de la tierra de Ara-

gón, siendo suyos sus vasallos y la tierra; obligado por la costumbre, el rey debía ceder

sus honores, sus tierras, a los ricos-hombres, y los habitantes caían por esta cesión en el

vasallaje del favorecido.

La condición de vasallo de un señor no se consideraba denigrante ni humillante. Todo

hombre debía ser miembro de una colectividad humana, que vivía sobre un suelo, el

cual tenía un señor, y que éste fuere el rey o un subordinado del rey era indiferente a los

adscritos a él. A veces hasta podía ser más ventajoso por el mayor respeto que imponía

una hueste señorial a los salteadores de pueblos que una real o no existente o acampada

muy lejos.

Idénticos derechos que los habitantes de tierras de realengo tenían sobre la suya, dis-

frutaban los de señorío sobre las que poseían: igual régimen tributario, igual régimen

político, análogos deberes militares; no hay distinción visible entre unos y otros antes

del siglo XV, y no hay protestas airadas ni violentas hasta finales del mismo.

Entonces sí; entonces surge un movimiento redencionista pacífico en unas partes y en

una clase, airado y armado en otras, que ensangrienta los campos o conmueve los ci-

mientos del orden social establecido, movimiento que se transmite a los siglos XVI y

XVII y que en unas partes triunfa y en otras es sofocado.

Tres causas promovieron esos movimientos: es la primera la exaltación de la persona-

lidad que inspiraba ya el espíritu de la Edad Moderna y que flotaba en el ambiente; la

segunda es el mayor rigor de los derechos señoriales, consecuencia de un criterio res-

pecto de la propiedad más absoluta y más a la romana, y tercera la depreciación de la

moneda.

Multitud de señoríos habían pasado a sus actuales poseedores por compra, y como en

todos los instrumentos de venta se consignaba una cláusula según la cual la propiedad

se daba sobre el territorio y cuanto vivía y había en él (hombres, mujeres, animales,

plantas, fuentes, ríos, hierbas, árboles, tierras cultivadas e incultas), no entendieron los

compradores que sus derechos eran los que poseía el vendedor y que debían respetar la

libertad civil y política de esos hombres y mujeres vendidos, sin traspaso absoluto del

~ 63 ~

dominio o sin limitaciones; y comenzaron los abusos, que se creyeron más insoportables

por la exaltación de la personalidad que ya se había introducido en las conciencias.

Pero en los mismos instrumentos de venta se consignaba otra cláusula de retroventa, a

la cual no se fijaba plazo, y aquí vieron los pueblos de señorío un medio de redimirse

pasando de realengo; se dirigían al rey ofreciéndole la suma por la que vendió aquella

baronía a fin de deshacer la venta e incorporarse a la Corona, con lo cual ellos y el rey

ganaban aunque perjudicaban al propietario, que se hallaba con una cantidad irrisoria en

comparación del valor de su feudo por la baja de la moneda o el mayor valor de las co-

sas.

Los cortesanos y el rey fueron los maestros de los pueblos en esta estratagema, de mo-

do que en el reinado de Alfonso V (primera mitad del siglo XV), son muy frecuentes los

casos en que un cortesano ofrece al rey el dinero necesario para rescatar una baronía o

un pueblo para que se lo vuelva a vender a él por mayor precio. La práctica continuó en

el reinado de Juan II (segunda mitad del siglo XV),92

así como las protestas de los re-

vendidos.

Los pleitos que la pretensión de los pueblos ocasionó fueron larguísimos y costosos;

el de Ayerbe (Huesca), comenzado en el sitio de Granada, no fue concluido hasta el rei-

nado de Felipe II, siendo una de las mayores causas de perturbación en su reinado; po-

cos pueblos triunfaron por la formidable oposición de la nobleza capitalista que veía en

el triunfo popular su ruina y, además de no triunfar y arruinarse económicamente, vie-

ron empeorada su situación, porque como se discutían derechos nacidos de una compra

y el leguleyismo no distinguía tiempo ni condiciones, ni equidad, ni justicia, sino la ley,

el precepto escrito de la ley, inspirado en la propiedad absoluta del derecho romano, la

sentencia favorable a los señores les atribuyó esa propiedad declarando que su dominio

carecía de límites y que los vasallos de esas tierras no debían tener más ley ni más dere-

cho que la voluntad de su señor.

La transformación de los simples vasallos en hombres de potestad absoluta, demuestra

cuán difícil es deducir de hechos actuales sus verdaderos precedentes, y cuánto engañan

las leyes escritas que dan como vigentes en todo tiempo disposiciones que aun dima-

nando de una costumbre antiquísima son diversas y aun contrarias a ésta, por ser pro-

ducto de una evolución a través de siglos y generaciones.

La servidumbre y el vasallaje no son instituciones ligadas por el vínculo de antece-

dente y consiguiente; no hay entre ellas relación de procedencia, sino de simultaneidad;

viven en el mismo tiempo, pero son independientes una de otro por su origen y por su

esencia.

El vasallaje es la adscripción a un territorio como consecuencia de haber sido cedido

éste a un señor con cierta autoridad; la servidumbre es la adscripción permanente y obli-

gatoria de un hombre a un fundo para cultivarlo, dando al dueño eminente una parte de

las rentas del mismo. El vasallo es el ciudadano de un estado pequeño, miembro de un

estado mayor. El siervo es el hombre encadenado a una casa y a una tierra que no puede

92

El padre de Fernando el Católico.

~ 64 ~

abandonar, que no puede llamar suya y que sus hijos mismos no pueden dejar sin per-

miso del amo.

Aplicando a tiempos antiguos normas sociales de hoy, se ha supuesto que el origen de

estos hombres había sido una especie de contrato: un propietario necesitaba cultivado-

res, los cultivadores necesitaban tierra, de modo que hablaron y pactaron.

Se inclinan otros a considerarlo como producto de la guerra: el prisionero era encar-

celado de esta manera, es decir, imponiéndosele la obligación de habitar en un predio y

cultivarlo, haciendo partícipe al señor de los productos del mismo; y no falta quien crea

que es creación de la ley.

Pero esa forma de adscripción al suelo tiene dos características que niegan esos oríge-

nes: su antigüedad y su universalidad. A medida que se va conociendo mejor el tiempo

antiguo se descubre que existía esa adscripción y que las leyes no hacían sino regularla,

casi siempre en contra del señor y en favor de los colonos. De igual manera, según se

conoce el pasado antiguo, se advierte que aquello estaba extendido por todo el Imperio

Romano y por territorios que nunca formaron parte de él. Así pues, esas dos caracte-

rísticas son de origen antiquísimo, se remontan a los albores de la constitución social

sedentaria.

La condición de aquellos hombres tenía mucho de depresiva para la personalidad hu-

mana, pero fuera de eso no se sentían miserables. La vileza de la servidumbre, ser sier-

vo, adscrita a una casa, con imposibilidad de abandonarla sin permiso del amo o sin re-

dención metálica, lo es para los hombres de hoy tan hechos a la absoluta libertad del do-

micilio, pero no lo era para los hombres del siglo VIII ni de los siguientes hasta finales

del siglo XV. Los hechos y las costumbres admitían aquello como del todo natural.

Los considerados malos usos (costumbres feudales a superar) contra los cuales tan ai-

radamente y con las armas en la mano protestaron los payeses catalanes al iniciarse la

modernidad no nacieron entonces, sino que venían de muy lejos y jamás habían se

~ 65 ~

quejado de ellos. Fueron las avanzadas ideas del Renacimiento acerca de la personali-

dad individual y la mayor riqueza, propiamente sólida, de los hombres, las que moti-

varon los impulsos de aquellos sublevados, y las ideas nuevas sobre la personalidad les

dieron el triunfo.

El problema debatido entre los remensas93

y sus señores, los vasallos y los suyos, los

agermanados y los forenses de Valencia y Mallorca, y los moriscos contra los cristianos,

eran todos de tierra, un solo problema pero planteado por motivos no idénticos sino aná-

93

Con el término remensa, del latín redimentia, se designaba en la Corona de Aragón durante la Edad

Media al pago que en concepto de rescate habían de dar los payeses (campesinos) a su señor para poder

abandonar la tierra.

Posteriormente, por asimilación, se aplicó el término para denominar a los cultivadores sujetos a esta

condición. Así, pues, los payeses de remensa (o simplemente los remensas), eran cultivadores de tierras

ajenas adscritos a ellas de modo forzoso y hereditario. Jurídicamente, eran hombres libres, pero esta liber-

tad estaba limitada por los vínculos que les unían al predio (fundo o finca) que cultivaban y, a través de

él, al señor. Su condición no difiere esencialmente de la de los campesinos adscritos en otros territorios

peninsulares y en el resto de la Europa medieval, con la denominación habitual de siervos, pero las es-

peciales circunstancias políticas, sociales y económicas de Aragón-Cataluña en la Edad Media dan noto-

rio relieve a esta clase social.

Sobre su origen y proceso de formación se han formulado varias teorías. Para algunos autores, la ser-

vidumbre medieval fue una continuidad del colonato romano-visigodo que durante la época musulmana

se mantuvo en las comarcas no pertenecientes a Al-Ándalus, territorios no musulmanes desde donde

aquello se extendió por la denominada Cataluña Vieja. Para otros, en cambio, los payeses serían cultiva-

dores inicialmente libres, cuya libertad disminuyó notablemente por la práctica (caballeresca) de la enco-

mienda. Posiblemente, de la fusión de unos y otros se llegó en el siglo XI a la formación de una clase

única de cultivadores a los que sus dueños, bien por costumbre bien por contrato, impusieron la obliga-

ción de residir en el predio. Del siglo XI al XIII la situación jurídica y social de los remensas se consolidó

y adquirió carácter legal, cuando los señores, apoyados en sus intereses por las doctrinas o teorías del de-

recho romano, se impusieron a la monarquía (Corona de Aragón). Entonces, a los censos, servicios y car-

gas personales derivados de la tierra se sumaron los malos usos o usatges por imposición abusiva de los

señores. Todo ello, agravado por circunstancias paralelas al problema social (crisis manifiesta a varios ni-

veles o ámbitos: económica provocada por la peste negra, política por el enfrentamiento entre los poderes

tradicionales –clero, nobleza y patriciado urbano– y la monarquía, con nueva dinastía –desde el compro-

miso de Caspe, en 1412–, la Trasmatara, de origen castellano) dio lugar al conocido movimiento emanci-

pador por parte de los remensas, desembocando aquello en lucha armada, prolongada y sangrienta (la

guerra de los remensas). La sentencia arbitral de Guadalupe (Cáceres) dada por el rey Fernando el Ca-

tólico en 1486 puso fin al conflictivo problema aboliendo la adscripción al predio y los malos usos, me-

diante el pago de los payeses de un precio de redención.

Las consecuencias posteriores de aquella y de otras instituciones (como la rabassamorta) para el futuro

económico y social de Cataluña fueron trascendentales: se evitaron las consecuencias negativas tanto del

minifundio como del latifundio por el predominio de las medianas explotaciones agrícolas basadas en el

censo enfitéutico (del que trataremos en su momento, así como también de la denominada rabassa mor-

ta), en manos de campesinos interesados en la producción, representados por la figura del hereu (heredero

o primogénito que heredaba indiviso el patrimonio inmueble –fincas rústicas y edificios–), mientras que

los hijos menores se veían incentivados a dedicar la parte monetaria de la herencia a inversiones pro-

ductivas lejos del pueblo de origen (comercio, navegación o industria), lo que dinamizó la economía ge-

neral y la dotó de una importante conexión campo-ciudad e incluso de proyección al exterior. En el siglo

XXIII, la evidencia de lo favorable que esas instituciones serán para el desarrollo catalán, junto con una

fiscalidad racional, producirá un intento de imitación y generalización en propuestas ilustradas como la de

Campomanes (1723-1802, ministro de hacienda en 1760, reinando Carlos III).

~ 66 ~

logos. El remensa luchó por su dignidad personal. Considerándose uno con su fundo, el

remensa quería conservar éste pero desligándose del vínculo que le sujetaba al señor. El

vasallo quería la libertad e independencia de su tierra (que es en lo que consiste la li-

bertad política). El morisco se lamentaba del trato desigual que recibía respecto de los

cristianos, y se quejaba de su empobrecimiento.

Los únicos triunfantes fueron los payeses de remensa, que quedaron libres y ricos. Los

vasallos se enredaron en pleitos y se arruinaron los que consiguieron algo, siendo mu-

chos los que, sin conseguir nada, se arruinaron también. A los moriscos se les expulsó

(resolviéndose así, con una drástica solución sobre seres humanos lo que fue un pro-

blema sobre tierras).

Al triunfo de los remensas contribuyó doña María de Luna, mujer del rey Martín I el

Humano, Alfonso V y Fernando el Católico, que fue quien abolió los malos usos por su

sentencia arbitral, de 1486, dictada en la extremeña Guadalupe.94

Sin las controversias suscitadas alrededor de la magistratura llamada Justicia de Ara-

gón, el estudio del poder judicial en la Corona de Aragón no merecería figurar en un es-

tudio compendiado de la historia de la misma. Pero esa magistratura, por su singula-

ridad y por incidentes ocurridos a ciertos Justicias allá en el siglo XV primero y luego

en 1591, reinando Felipe II, se ha levantado como bandera política en los tiempos ac-

tuales y puede afirmarse que ella absorbe toda la atención, aunque escasa, que ofrece la

historia regional.

Administrar justicia, es decir, dirimir las contiendas entre los ciudadanos, lo consideró

la Antigüedad y la Edad Media facultad del investido con la más alta soberanía. Por

entenderlo así, el derecho a juzgar era propio, antes de unirse Aragón y Cataluña, del

rey y del conde, los cuales muchas veces lo ejercieron directamente, practicándolo du-

rante la Edad Media una o dos veces por semana, sentados pro tribunali para escuchar

las quejas de sus súbditos y juzgar sobre sus pleitos.

Los dos magistrados representantes inmediatos del rey, el lugarteniente, heredero o

reina, y el procurador y gobernador, recibían, junto con los demás poderes, el de juzgar.

Siendo imposible que uno de aquellos jueces pudieran acudir a todas partes, se intro-

dujo la práctica de nombrar jueces delegados, jueces árbitros y jueces especiales para

causas determinadas.

Aquella manera de terminar pleitos se usaba cuando por hallarse casualmente el rey en

una localidad se recurría a él, prescindiendo de los inferiores, o cuando la importancia

94

Hecho aparentemente de poca importancia en la consideración de los historiadores pero que es uno de

los más trascendentales para la historia de Cataluña, el que más ha influido en su prosperidad posterior.

Por él se encontró Cataluña siendo la única región de España con una clase rural de arraigo en el suelo,

con riqueza, consecuentemente libre y culta, mientras las otras regiones se vieron con una clase rural

empobrecida, poco libre y sin cultura. Y no podemos olvidar que el nervio de las naciones, lo que les da

vigor y fortaleza, es su clase rural, única sedentaria, única fija en el suelo, y por ende la que marca (o

marcaba) el rumbo de las demás clases. Como las ciudades viven del campo, Barcelona, de posición

extraordinariamente buena con relación a todas las comunicaciones naturales como principado aragonés y

con envidiables costas, disfrutó de todas estas ventajas y además del impulso que recibía de su clase rural.

En Aragón y en Valencia, la continuación del vasallaje con caracteres más graves y la expulsión de los

moriscos produjeron un efecto contrario al del triunfo de los remensas en Cataluña.

~ 67 ~

del asunto lo exigía, o después de haber apurado todas las instancias y uno de los plei-

teantes, el vencido, recurría a la más alta instancia.

En los señoríos y municipios, el rey, al dar a los mismos la baronía o término, les

transmitía, por lo común, con la autoridad que en ellos delegaba, el derecho a nombrar

sus jueces, siendo ley constante en los señoríos y no tanto en los municipios. El ver-

dadero juez (zalmedina o justicia), si no solía ser de nombramiento real, podía serlo ha-

bitualmente, y en muchos municipios lo era, si bien el nombramiento debía recaer so-

bre uno de tres propuestos por el concejo. Como los jurados estaban en los municipios

por encima de los demás funcionarios, fuera cual fuera su origen, y disfrutaban del po-

der de juzgar, el que el rey nombrase un juez carecía de importancia.

En el siglo XIII, alcanzada por los municipios su máxima autoridad, el juez se hizo

popular, siendo elegido por el pueblo, si bien siendo es de categoría inferior a los ju-

rados.

A pesar de resultar de aquella manera nombrados, y no obstante su inferioridad res-

pecto de los verdaderos munícipes, los jueces locales fallaban causas civiles y de orden

más elevado sin que nadie se escandalizara de que un ciudadano, tal vez iletrado en el

sentido literal de la palabra, dilucidara problemas de gravedad.

He aquí un caso: Por el carácter social que revisten todas las manifestaciones medie-

vales, el servicio militar no se imponía a los individuos sino a la colectividad. En el rei-

nado de Alfonso III (1285-1291) fue impuesto a Zaragoza; pero para evitar la despo-

blación de las ciudades y no llevar a la guerra sino útiles y aptos, se había puesto en

boga el sistema de la redención obligatoria y el servicio militar era un impuesto sobre

los municipios y no una carga de los individuos.

En Zaragoza, las mujeres con casa abierta, viudas o solteras, no obstante su sexo, eran

consideradas ciudadanos con todos sus derechos y obligaciones. Ante la demanda de la

redención se reunieron los jurados y echaron una talla (reparto) para recaudar la canti-

dad pedida, incluyendo a las viudas. Pero éstas se negaron a pagar su parte, alegando

que, si bien se trataba de un impuesto a la ciudad, era en sustitución de un servicio per-

sonal, del cual ellas estaban exentas, y que, por tanto, esta exención las eximía también

del pago del sustitutivo. Los jurados a su vez alegaban que el ejército era propio de

hombres, pero que tenía por fin salvar la patria, en lo cual todos, hombres y mujeres te-

nían igual interés, y que una cosa era ir a la guerra y otra contribuir a sus gastos y sos-

tenimiento.

Se sometió el pleito al zalmedina y éste falló dando razón a las viudas; y el rey, co-

rroborando la sentencia, mandó que les fuera devuelto lo que por aquel motivo habían

pagado.

Durante la Edad Media, para ser juez bastaba con estimar que se trataba de un hombre

bueno y de buen juicio, que entendiera acerca de las costumbres. El juicio de árbitros

estaba muy extendido y apenas se pleiteaba, porque todas las cuestiones eran interve-

nidas por parientes y amigos, siendo concordemente resueltas. No hacían falta dema-

siadas leyes o códigos. Hasta 1247, como puede que veamos en su momento, no hubo

propiamente en Aragón una colección legislativa. Posteriormente sí aumentó el legule-

yismo.

~ 68 ~

Cuando el rey juzgaba, no estaba solo sino rodeado de nobles y ciudadanos. A este sé-

quito o acompañamiento se le llamó Curia o Curia Regia, un tribunal competente para

todo y que fallaba acerca de cuanto se sometía a su deliberación. La Curia es el origen

de las Cortes, y de la Curia emergió siempre el Justicia.95

El Justicia no fallaba sino que declaraba el fallo de la Curia; no era juez sino redactor

y promulgador de la sentencia dada por los jueces; carecía de jurisdicción judicial, pues

era un adlátere del tribunal del rey. Esto que los documentos prueban echa por tierra

todos los orígenes imaginarios o malversados.

En cuanto a la jurisdicción respecto a judíos y moriscos podemos señalar que, de he-

cho, según la ley escrita y la consuetudinaria, los infieles judíos carecían de ley, siendo

la voluntad del monarca la única regulable de su justicia, siendo a veces más benigna

que para los cristianos.

En materia judicial, el magistrado competente en los litigios o pleitos entre judíos y

entre moriscos era el merino, pero la costumbre era que el merino no interviniera sino

cuando el demandante era un cristiano y el demandado un hombre de otra religión.

Para los negocios entre judíos entre sí y moriscos entre sí, había jueces propios que

juzgaban y fallaban según su ley y costumbre), de modo que de las sentencias que pro-

mulgaran cabía recurso a los tribunales del rey.

A los moriscos se les acusaba con frecuencia de practicar sortilegios, sodomía, curan-

derismo y delitos por el estilo, raros o llamativos, siendo las penas para tales delitos

muy severas, destacando la hoguera para los sodomitas.

La concepción medieval del estado, consecuencia del modo de comprender la pro-

piedad y la autoridad, no consentía más divisiones del territorio que aquellas unidas por

una propiedad común, teniendo, por consiguiente, una autoridad común; los municipios

y las baronías eran entidades independientes en lo práctico, en lo económico y en lo so-

cial; no conoció la Edad Media ni provincias ni distritos, ni circunscripciones; la organi-

zación aquella rechazaba todas las divisiones y todas las magistraturas cuyo fin sea uni-

ficar el mando, por no existir una autoridad única en que éste residiera.

A su vez, y por lo común, un término municipal o una baronía era un territorio con

límites fijados por la naturaleza, generalmente vertientes, y con gran frecuencia límites

tradicionales. Es interesantísimo comparar la geografía primitiva, la de los tiempos ibé-

ricos, con la puramente medieval. Zaragoza, por ejemplo, era centro de un territorio lla-

mado, como ahora, el llano de Zaragoza.

Las cuestiones por términos eran muy frecuentes entre municipios antiguos y tan im-

portantes para los hombres medievales que su resolución la tomaba casi siempre el mis-

mo rey, trasladándose al término en litigio para dirimir el conflicto y ordenar por sí mis-

mo la fijación de los mojones, entendiéndose por divisoria el límite natural. Juntas y ve-

guerías (vicarías) protegían y defendían, como hermandades, todo lo concerniente a los

términos y a los asuntos propiamente geográficos.

Los territorios de todos los pueblos, naciones y nacionalidades de la Edad Media eran

un inmenso campo fortificado por la costumbre de levantar castillos en cada localidad y

95

Y las Diputaciones.

~ 69 ~

de rodearse de murallas toda ciudad o villa de importancia. Pero esas fortificaciones no

procuraban del todo la defensa contra un invasor sino más bien la seguridad contra un

vecino, no siendo siempre fronterizas.

La defensa de las ciudades, villas y aldeas corría a cargo de sus habitantes, los cuales,

si llegaba el caso de una guerra, reconstruían a toda prisa lo derruido y se distribuían en

decenas o centenares para guardar los muros.

Cada comunidad de población o aldea tenía el deber de mantener en buen estado de

conservación al menos un trozo de muralla, defendiéndolo en caso de guerra; en las ciu-

dades, como Zaragoza, cada parroquia tenía también asignada una parte del muro, tanto

para su mantenimiento como para su guarda. Esto confirma que el origen del municipio

es un lugar fortificado, de munire, y que communis significa lugar fortificado, propio de

varios, aplicado luego a todo el territorio habitado, por los que tenían como refugio la

misma fortaleza.

La fortaleza de los castillos estribaba sobre todo en la inaccesibilidad de su asiento, en

la robustez de sus muros, en la extensión y disposición de sus construcciones, para res-

ponder a la potencialidad de las armas ofensivas. Hubo más castillos o fortalezas de esta

índole que propiamente señoriales. Abundaron también las fortificaciones costeras, para

defensa de corsarios y piratas.

La gente, en sus domicilios, seguía viviendo como en la Antigüedad. Los estragos

causados en el interior de los domicilios a fin de adaptarlos a las que fueron nuevas ne-

cesidades no consienten hoy describirlos como eran, de modo que no podemos hacer-

nos una idea exacta de cómo era la vida doméstica medieval. Algunos castillos seño-

riales, mejor conservados que los palacios de las ciudades, permiten, sin embargo, hacer

algunas afirmaciones. En casi todos ellos falta la cocina y en todos el retrete; hay algu-

nos en los que existe un local para fuego (hogar) cuya chimenea tiene la forma de alco-

ba o alcobilla, abovedada o con trompas abiertas para despedir el humo.

Dormitorios, lo que se dice dormitorios, no había, al menos tales como hoy los cono-

cemos, sino salas anchurosas y un tanto destartaladas, de paredes de piedra, lóbregas, de

escasas y pequeñas aberturas, también a considerable altura por necesidades defensivas.

Las camas, cuadrilongas, tenían palos o columnas en los ángulos, sosteniendo paños y

cortinas laterales, para guarecerse.

La gente más rica o pudiente gozaba de buena indumentaria, siendo ésta más funcio-

nal y natural en la gente pobre o normal.

En resumen, la gente vivía como podía, más bien con hacinamiento, de manera ló-

brega, compartiendo a su manera la felicidad que tenían, dispuestos los domicilios a po-

cos miramientos de moralidad y expuestos a contagios y epidemias.

Se comía lo que se podía: pan sobre todo, además de aceite, vino, frutas y cuanto se

podía cosechar (carne, aves, etc., en festivos o cuando se podía).

El alumbrado lo proporcionaban las velas, los candiles, etc.

En cuanto a comunicaciones, la Edad Media se sirvió de las antiguas, particularmente

romanas. Se hizo cuanto se pudo al respecto, pero nada demasiado destacable, si bien

podemos destacar la construcción de puentes, como el puente de piedra (reconstruido)

sobre el Ebro en Zaragoza.

~ 70 ~

La vida industrial se redujo en todas partes a la fabricación o elaboración de aquello

que necesitaba la vida regional; las industrias textiles de lana casi llegaron en algunas

comarcas a la exportación.

El comercio, reducido a primeras materias, se ejerció por mar y por tierra con bastante

actividad, muy azarosa en esos tiempos

Todos los puertos del Pirineo fueron muy transitados por comerciantes que venían con

objetos manufacturados y a llevarse miel, cera, lana, azafrán, lino, cáñamo o manufac-

turas textiles. Mención especial merece la seda.

Había alhóndigas (establecimientos que almacenaban mercancías), con posadas cerca-

nas y zonas francas, tabernas, hornos, carnicerías, iglesias... Fueron importantes los

puertos mediterráneos, destacando el de Barcelona.

Los navegantes eran tanto mercaderes como viajeros marinos de flota y piratas. Las

naves o embarcaciones era de variado calado y estructura, siendo las mixtas (de remo y

vela) las predominantes, previéndose que maniobraran con facilidad y se vieran a salvo

de ser asaltadas.

Aragón, Cataluña y Valencia tenían respectivamente sus monedas propias, con distin-

to sistema monetario, siendo la moneda más antigua la jaquesa aragonesa, acuñada en

Jaca, tan antigua como el reino de Aragón.

La unidad monetaria más común y extensa era la libra, moneda imaginaria que consta-

ba de doce sueldos, subdivididos en doce dineros y cada dinero en doce miajas u óbolos.

La libra era de plata con dos tercios de metal fino, uno de aleación. En los últimos años

del siglo XVIII aún se contaba en Aragón mediante libras y sueldos jaqueses. Ya iremos

viendo la evolución monetaria y económica de Aragón en cada momento, contando con

las intervenciones de los monarcas al respecto.

Hasta el siglo XIV no se acuñó moneda de oro; como caso raro debe citarse una emi-

sión de morabatines (maravedís) de dicho metal acuñada por Ramón Berenguer IV a

semejanza de otros musulmanes. Todas las monedas de oro tenían curso legal.

El verdadero problema histórico relativo a las monedas es el de determinar su valor

adquisitivo, es decir, su comparación con las actuales y al cambio. ¿Eran entonces las

cosas más caras o más baratas que ahora? Generalmente se cree que entonces eran las

cosas mucho más baratas, pero esto no deja de ser complicado de averiguar. Puede que

las cosas valieran menos porque las monedas valían más. Más que el precio, lo que va-

ría es el valor adquisitivo de la moneda, del dinero.

Por el encarecimiento de la vida hubo de ser introducido el oro, la moneda oro. El

cambio lo fijaron los cambiadores o cambistas, los banqueros, subiendo al tipo más alto,

depreciándose la moneda de plata o de vellón y haciéndose en la de oro las transac-

ciones; como los precios efectivos se fijaban en oro, fue necesario dar más monedas por

cada unidad de mercancía. La equivalencia del florín (siglo XIV) era de siete sueldos

(jaqueses). A finales del siglo XV era de dieciséis, subiendo los precios de las cosas en

igual proporción.

Eso explica la ruina económica de todos los señores, de cuantos cobraban derechos

como tales fijados en épocas anteriores; de hecho, sus rentas disminuyeron tanto como

había subido la relación del oro con la plata, más de la mitad, y eso explica también la

creación del propietario de tierras que no cultiva y exige renta. El señor útil de una gran

~ 71 ~

extensión de terreno, que lo tenía a censo fijo y pagaba una cantidad irrisoria, lo cedió a

otros cultivadores a plazo corto y por una renta superior en mucho a la que él pagaba.

Así fueron explotados por el poseedor de numerario los de arriba y los de abajo, los

señores y los vasallos.

En la Edad Media la religión lo llenó y los inspiró todo, sin que nada hubiera fuera del

patrocinio religioso. Surgieron las cofradías, con sus capillas, siendo el rigen de nuestras

actuales Hermandades, si bien comenzaron como gremiales y asistenciales.

Pero la Edad Media se habituó a la tolerancia religiosa, sin que nadie se asombrara al

pasar respectivamente delante de una iglesia, una sinagoga o una mezquita. Los cris-

tianos estaban habituados a ver entierros judíos (con cantos de Salmos) o musulmanes

(entonando lilailas).

Podríamos decir que la religión se vivía de un modo por así decir infantil, sin dema-

siada severidad ni austeridad. La gente era alegre celebrando su fe.

La religiosidad medieval tuvo también su acentuado carácter social, benefactora y de

cohesión. No era tanto dogmática en el pueblo, si bien lo era, evidentemente, en los clé-

rigos y eclesiásticos en general, pues hubo desarrollo teológico.

La parroquia era una verdadera entidad y unidad política (además de social y cultural).

En ella se celebraban los sacramentos y las fiestas, pero también las reuniones civiles de

todo tipo. El afecto a su parroquia y el hecho de mantenerla, incluyendo a su clero, eran

primordiales para un medieval, imbuido absolutamente de un sentido de familia del que

tal vez (o sin tal vez) actualmente se carezca.

~ 72 ~

La parroquia, más que una jurisdicción canónica, era una vecindad tradicional, es-

table, a veces secular. También se caracterizaba por su gremialidad, lo que produjo el

fenómeno cofradiero. Las fiestas y celebraciones, muy vistosas y sentidas, siendo muy

populares, concurridísimas, se vivieron con gran rivalidad (entre gremios, oficios, cofra-

días, etc.). Había fiesta y alegría desenfadada y hasta desenfrenada, con corridas del to-

ros, música y baile, etc.; se conserva aún muchas danzas tradicionales de origen reli-

gioso medieval o de gran antigüedad.

Si el origen de las parroquias (sobre todo las de ciudad) debe atribuirse al espíritu reli-

gioso de las asociaciones para fines humanos y socialmente humanitarios, el de las er-

mitas es más difícil de determinar. ¿Qué motivos indujeron, no a los medievales de los

siglos XIV y XV, sino a los del X y XI a fundar esas capillas de estilo ermitas en altos

cerros o en lugares determinados, lejos de las poblaciones pero con gran poder de atrac-

ción?

Podemos rastrear que los orígenes y fundaciones de ermitas se debes a dos motivos: el

del temor a una plaga (buscando la protección de una advocación o un santo o santa)96

y

el de la necesidad de festejar en romería tal o cual advocación, siendo la fiesta identifi-

96

Santa Quiteria para ahuyentar a los perros rabiosos, San Jorge para ahuyentar las plagas de langostas,

Santa Bárbara para conjuro de tormentas, rayos y granizos, etc. Llama la atención que muchas advoca-

ciones no fueran del santoral oficial propiamente dicho. Así, el pueblo se inventó sus advocaciones par-

ticulares o propias o del título de la localidad: San Caprasio, San Urbez…, la Virgen de Herrera, la Virgen

de Monlora, etc. O Santa María del Alcor… (patrona en El Viso del Alcor, Sevilla, y titular de la pa-

rroquia, sin ermita).

~ 73 ~

cativa del término o vecindad. También se dio frecuentemente el caso de construir no

sólo una ermita sino también una hospedería o establecimiento de salud cerca.

Con la escasez de datos remotos, es dificilísimo ahondar o rastrear en el origen de

esos santuarios (las ermitas). ¿Se trataba de un signo de libertad popular en sentido mo-

ral o incluso de un signo material de los cristianos respecto de los musulmanes? ¿Tuvie-

ron su origen en alguna experiencia de algún anacoreta o ermitaño, dada la ubicación?

¿Fueron otros los motivos? Nada puede afirmarse en concreto por insuficiencia de

datos.

Lo cierto y verdad es que esa forma de religiosidad alegre y expresiva no excluía la

moralidad de las costumbres ni el uso pastoral de la Iglesia en aquellos tiempos como en

los nuestros. La gente medieval no era ni mejor ni peor que nosotros, o en algunos casos

y asuntos eran mejores y en otros eran peores. Tal vez eran más cumplidores que no-

sotros, pero en moralidad puede que fueran poco más o menos que nosotros. Lo que pa-

sa es que nuestra inmoralidad tal vez la consideramos como más civilizada. ¿Será esto

verdad?

En cuanto a la organización eclesiástica medieval (y de la historia en general) ya da-

mos suficientes aportaciones, sin necesidad de insistir aquí en pormenores, ni en lo re-

ferente a la vida monástica y/o de órdenes religiosas.

Sí podemos decir que cada pueblo tenía su hospital, no sólo centro médico sino tam-

bién de acogida y de asilo, de hospicio y de atención a mendigos, transeúntes, pobre

vagabundos, etc. No sólo cada pueblo sino también cada parroquia en las ciudades cos-

teaba un hospital propio, además de alguno que otro sostenido por la caridad ciudadana

en general; en los puertos pirenaicos y en los lugares desiertos de los caminos existían

hospitales para refugio de los viandantes, cualquiera que fuera el motivo o intención por

el que viajaran. El hombre medieval procuraba ejercitar la caridad, también casando a

las doncellas pobres con dotes de caridad, proveyendo de becas o ayudas a estudiantes,

etc.

En la Modernidad, sin embargo, la caridad (medieval) se fue desquiciando, sobre todo

desde que la iniciativa social y eclesiástica fue pasando a ser iniciativa estatal. Fue una

gran pérdida la desaparición de los hospitales parroquiales, como de las escuelas parro-

quiales, etc. Lo estatal no es mejor que lo social, sobre todo si se sobrepone a lo social y

si no atiende a las demandas sociales. Y lo peor de todo es cuando la misma sociedad,

desquiciada, se estataliza, se politiza, en el peor sentido del término. No es igual el dere-

cho (sobre todo si no contempla el deber) que la caridad, mucho más que lo solidario o

altruista, mucho más frío y hasta vanidoso o prepotente que el puro amor al prójimo que

parte de la fe y de la esperanza cristiana.

La cultura medieval fue del todo religiosa y eclesiástica, de lo cual tampoco es nece-

sario que entremos aquí en pormenores, pues lo tratamos de continuo.

En cuanto a las lenguas habladas en la Corona de Aragón durante la Edad Media, len-

guas aspirantes a resaltar el aspecto de nacionalidades, cuando no de soberanías muy au-

todeterminadas, ¿para qué vamos a ahondar ahora?

Si la Península Ibérica está dividida en tres zonas lingüísticas: la catalano-provenzal,

la galaico-portuguesa y la gasco-castellana, las partes confinantes y colindantes tienen

mezclas de habla. Finalmente se impuso también una lengua o habla común, necesaria

~ 74 ~

para que nos entendamos todos, sabiendo que las lenguas no hacen fronteras sino al

revés. Y actualmente vivimos en un mundo globalizado, nacional e internacional. Tam-

poco entramos ahora en más pormenores al respecto.

¿Cuándo comenzaron a ser habladas las lenguas romances? He aquí un problema inso-

luble en cuya solución están empeñados los filólogos, que aún creen que los idiomas

son como una especie de seres vivos que nacen, se desarrollan y mueren. El empeño de

ver así en el castellano como en el catalán una corrupción del latín, idioma de los con-

quistadores, es la causa del problema. Una lengua puede desaparecer cuando su pueblo

es de muy baja cultura y se pone en contacto con otra propia de un pueblo de civili-

zación más alta; si además el elemento humano indígena es poco y se somete a una se-

miesclavitud, la desaparición de la lengua de éste y su reemplazo por la del dominador,

son hechos posibles y aún fatales. Pero si el pueblo dominado es tan culto como el do-

minador, y más numeroso y libre, aunque sea relativamente, las lenguas se mezclan y se

modifican ambas y se funden, pero predominando siempre la indígena.

Éste fue el caso del ibero respecto del latín: eran los españoles tan cultos como los ro-

manos, quizá más, y vivieron libres. Los soldados de las legiones romanas habían salido

del bajo pueblo, de la base popular que no hablaba ni como Cicerón ni como Julio

César. Todos hablaban dialectos itálicos, ibéricos, lenguas mediterráneas varias o de

otros lugares. Los españoles que se afiliaron a la oligarquía imperial estatalizada fueron

los que aceptaron y adoptaron el latín clásico para sus libros y sus inscripciones, pero el

pueblo siguió hablando su lengua, su ibero modificado tanto por la influencia latina co-

mo por el propio desgaste y el paso del tiempo. San Isidoro declara que ciertas voces

clásicas tienen una equivalencia en vulgar y, cuando las cita, da la circunstancia de ser

voces de las que llamamos hoy españolas.

En tiempo de San Isidoro se sabe, por tanto, que el pueblo no hablaba latín, y aunque

se conoce poco de ese modo de hablar, lo que se conoce revela ser ya español o de

nuestro actual castellano. Pero como los datos que tenemos de esos tiempos son pocos y

menos aún de tiempos más pasados, por un raciocinio muy frecuente, pero falso, se

coloca el momento original del el idioma en el momento de conocer datos. Una lengua o

idioma se consolida cuando posee su extensión de giros y vocabulario. En la Península

Ibérica existen las familias lingüísticas que antes señalábamos.

El latín gozó de dos privilegios que lo perpetuaron como lengua escrita: el ser la len-

gua de los romanos (la de los conquistadores y la Roma como capital del Imperio) y el

haberla adoptado la Iglesia. Pero mucha gente no sabía ni leer ni escribir (y hablaba

mal, con sus vulgarismos, habla popular malsonante, etc.). Hasta que la cultura fue pre-

valeciendo y aumentando, cada más vez difundida y mejor repartida, también con la

correspondiente variedad y pluralidad.

Una cosa fue cuándo empezaron a hablarse las llamadas lenguas romances y otra bien

distinta es cuándo empezaron a escribirse. La respuesta es (en el segundo caso), sobre

todo durante los siglos XII y XIII. En el caso de Cataluña tenemos que los documentos

oficiales procedentes de la cancillería real se escribieron y se emitieron en latín hasta el

siglo XVI, aunque el habla fuera el occitano-catalán.

Bastante reducido el saber a las ciencias eclesiásticas en su más amplio sentido y re-

cluidos los focos de cultura en los monasterios y en las iglesias y monasterios, también

~ 75 ~

la enseñanza tuvo su refugio en estos centros, sin que destacara otra pedagogía. La cos-

tumbre convertida en ley hizo de la enseñanza un derecho de la Iglesia, además de un

deber, por lo cual los centros difusores de cultura extraños a ella necesitaban su autori-

zación para ser creados y desempeñarse como tales.

En todas las poblaciones de algún vecindario había escuelas de artes, donde se enseña-

ba a leer, a escribir y a aprender latín, todo ello como base de conocimientos previos o

propedéuticos para entrar en una escuela de filosofía y teología, en una catedral o en un

monasterio.

A mediados del siglo XII se fundaron algunas universidades europeas, destacando las

de Bolonia y París, tras las cuales, teniéndolas como modelo, se abrieron más en mu-

chos lugares. El espíritu de universalidad característico de la Edad Media, que no veía

motivo para rechazar el saber porque se hubiera adquirido en cualquier territorio, atrajo

a gran número de estudiantes extranjeros a las universidades de allende los Pirineos.

Los estudiantes aragoneses y catalanes sintieron preferencias por las de París y Mont-

pellier.

En 1300, a propuesta del rey Jaime II,97

unas Cortes aragonesas reunidas en Zaragoza

acordaron crear una universidad en Lérida, para la cual concedió el Sumo Pontífice las

gracias de que disfrutaba la de Tolosa (Toulouse), si bien la universidad de Lérida se

organizó siguiendo el modelo de Bolonia. Más tarde, Pedro IV (1336-1387) fundó el

estudio de Perpiñán, frente al de Montpellier, pero sus creaciones, aunque prosperaron,

no impidieron preferencias de estudiantes por la universidad de París, entre otras.

La vida artística, como la literatura y la ciencia, se ciñó más aún que éstas a las igle-

sias y monasterios. El arte medieval no expresaba otros sentimientos que no fueran los

religiosos, ya sin nada de la que fue vida civil antigua, de época romana (nada de foros,

ni teatros, ni circos). Aquellos edificios antiguos se abandonaron o se destruyeron para

construir otros eminentemente religiosos. La arquitectura medieval era muy otra. Lo

más que prevaleció de la antigüedad fue el esmero por las puertas de acceso a través de

las murallas.

Muchas de aquellas puertas, de origen romano, se conservaron con fines militares y

por la costumbre, hasta la Edad Moderna, pero a partir de la modernidad fueron desapa-

reciendo o desestimándose, en pro de nuevas construcciones.

Las calles medievales eran por lo general estrechas y tortuosas, angulosas y compli-

cadas. Las fachadas de las casas eran todas lisas, sin voladizos ni salientes. Los huecos

para iluminar los interiores y asomarse los de dentro al exterior eran rasgaduras en el

muro de fachada, en forma de ventana, casi siempre partida por columnas y coronada

por adornos, también en las casas más modestas y en los domicilios rurales. No había ni

calles ni casas monótonas, ni uniformes. Eran así bellas y vistosas.

A los medievales no les importaba tanta la utilidad o la funcionalidad. Eran más es-

tetas y artísticos que nosotros en cuestión de arquitectura, porque el hombre medieval

era más espiritual que nosotros. Cualquier casco antiguo de cualquier ciudad o pueblo

es más bonito (y hasta más cómodo o mejor pensado en muchos casos) que lo cons-

97

Bastante nacionalista.

~ 76 ~

truido posteriormente. Abundaron adornos muy sencillos pero armoniosos, con encanto

poético y simbólico, de recreación de los sentidos, de mayor atractivo que muchas cons-

trucciones de nuestro tiempo. Por así decir, los medievales tenían más alma que noso-

tros.

La casa rural fue como en época romana, aislada, de sabor mediterráneo, con su cuer-

po central flanqueado por dos torres poco elevadas; ese tipo subsiste aún.

La arquitectura militar y la referente a castillos y palacios señoriales se caracterizaron

por su falta de regularidad, pues el plan de aquellas construcciones se adaptaba al terre-

no y a sus accidentes, subordinándose todo al carácter defensivo. Su atracción proviene

de su robustez y monumentalidad, y del atrevimiento de construir donde parece imposi-

ble habitar, destacando característicos rasgos arquitectónicos externos, siendo la arqui-

tectura religiosa eminentemente románica, de transición al gótico y gótica, si bien antes

fue mozárabe, de sabor bizantino, etc., viniendo posteriormente el arte arquitectónico

mudéjar, típicamente español, más aún aragonés, musulmanizado, y el plateresco, típi-

camente artificioso apuntando a barroco.

El arte gótico no fue popular en Aragón; lo que de él queda es obra de individuos, de

potentados, no obra del pueblo. Rigurosamente hablando, el gótico no es arte más reli-

gioso que el románico, por mucho que haya quienes piensen lo contrario. Una catedral

gótica desorienta más que orienta, hace perder hacia un estar en las nubes, en las alturas.

Una catedral gótica desorienta, porque ninguna de sus líneas dirige la mirada al altar si-

no a los arcos y bóvedas, a los grandes ventanales y a las vidrieras.

En cuanto al plateresco, una puerta o una fachada de este estilo desdice más del inte-

rior de la iglesia que una puerta o fachada románica. Tiene más carácter religioso el ro-

mánico. Cada generación expresa y pregona lo que vive, de modo que, si se paganiza, es

ese paganismo el que expresa y pregona aun en las formas que presenta como religiosas.

Arte típico o bastante privativo de Aragón y de gran parte de su población es el mudé-

jar. Es un arte fruto del esfuerzo de un pueblo que no dispone más que de un elemento

de construcción para revelarse artista: el sentimiento de lo bello realizado de la manera

más simple con un material, el ladrillo, al parecer impropio para toda manifestación de

arte.

El arte mudéjar es todo de ladrillo y se caracteriza por sus adornos geométricos for-

mados con salientes de ese material, siendo los monumentos más numerosos y desta-

cados las torres de iglesias, tan ejemplares y modélicas en Aragón. El arte mudéjar se lo

cargaron los Austrias.

Mención artística merecen también la pintura, la escultura y el azulejo medievales, si

bien no vivieron como independientes de la arquitectura. De todo ello tratamos en nues-

tras páginas con la requerida aunque limitada abundancia.

Arte propiamente aragonés y valenciano, pero proveniente de muy antiguo y de lu-

gares exóticos (Oriente y África), así como de época romana, es el del azulejo y el de la

cerámica, de reflejos metálicos, tratándose además de un arte popular por excelencia. El

azulejo es el adorno único del arte mudéjar y su trabajo más definitivo fue debido casi

exclusivamente a los moriscos.

También fue acreditadísimo en Aragón el arte de la orfebrería, así como el del esmalte

con que se adornaban las obras de los orfebres.

~ 77 ~

Concluyendo, podemos decir que, si la Historia no es un conjunto de hechos curiosos,

sino trascendentales, es decir, de enseñanza social, la de un país durante una edad no

puede terminar sin que el historiador señale la lección de experiencia que del estudio

hecho se deduce.

La Edad Media, en general, es bastante desconocida. La manera de escribir la Historia

en el Renacimiento, condenó a la Edad Media a un olvido (y a una tergiversación) que

no merece.

Hay quienes ven en la Edad Media un prolongado momento de humanidad bárbara,

ignorante, cruel…, porque comparan la división de clases y la acumulación de derechos

sobre unos y de deberes sobre otros. Juzgan a la Edad Media como una época de cos-

tumbres duras por la dureza de las penas. La consideran una Edad pintoresca, propicia

en todo caso para el romanticismo, por la vistosidad y exotismo de las apariencias de la

vida que le atribuyen. Sus verdaderos caracteres de universalidad, que era una restric-

ción del concepto de patria y de nación y una ampliación del concepto de humanidad y

espiritualidad, que es el predominio de los sentimientos y de las ideas sobre los egoís-

mos, son casi en absoluto desconocidos.

Y la falta de estos dos grandes principios ha traído y amenaza traer sobre el mundo

grandes y formidables cataclismos.

Como ambos principios tienen su raíz en la misma naturaleza humana, su ausencia de

la vida es un atentado a la propia vida y de aquí que el mundo se esfuerce por incor-

porarlos a su ideario y hacerlos efectivos. ¿Qué representa esa entidad llamada Sociedad

de Naciones sino la aspiración a constituir un poder y un orden universal, no fundado en

la violencia ni apoyado en las armas sino en el espíritu, superior a todos los estados,

máxime si se consideran desvinculados? La Edad Media resolvió el problema poniendo

en el Papado, es decir, en el representante de la espiritualidad por excelencia, ese poder

universal. ¿Y hoy qué?

No hay problema humano de hoy que no se planteara ya en la Edad Media o que ésta

no resolviera. Ya es un grande elogio de aquella Edad decir de ella que no conoció el

proletariado ni los pobres en las dimensiones actuales, que no conoció la lucha de clases

ni necesito leyes restrictivas del pensamiento, ni ejércitos permanentes que velaran por

la seguridad interior ni exterior. Y no es menos elogioso de la Edad Media ver cómo

después de un individualismo exagerado que hizo decir: un hombre un voto, un hombre

un fusil, un hombre un contribuyente (impuestos directos y hasta indirectos), surjan las

asociaciones y los sindicatos y las corporaciones y tendencias sociales y nuevas ideas

acerca de la organización de los Estados muy conformes con el espíritu de la Edad

Media. Y todo ello no por reflexión, es decir, por el conocimiento de lo que fue y puede

volver a ser la Historia, sino por instinto humano, por mandato o imperativo de la propia

naturaleza del hombre.

Este es el defecto capital de todas las soluciones modernas: el de ser instintivas y no

reflexivas, el de fundarse en egoísmos y no en ideales. Cada clase quiere conservar su

puesto y su rango sin ceder, porque cada una tiene de la justicia su concepto propio y no

hay entidad alguna con autoridad moral suficiente para declarar lo justo. Falta la espiri-

tualidad que vivificó los siglos medievales.

~ 78 ~

Si en general puede afirmarse eso de la Edad Media, ¿qué puede afirmarse de la

misma en Aragón y en relación a nuestro tiempo? ¿Qué elementos espirituales aportó la

Corona de Aragón a España como Estado de unidad y de diversidad, tanto por historia

como por geografía, tal como empezábamos?

España es una Península (es lo primero que hemos de señalar al tratar de definir Es-

paña). Y en toda península hay una parte continental, el istmo, y una parte insular, el

resto de la misma. El istmo es el puente o travesía sobre el mar, por donde se comunican

los habitantes con la tierra firme. Aragón representaba también en la vida política nació-

nal, ya española, el nexo material y espiritual de la Península Ibérica con Europa. Eso es

lo que la Historia de Aragón confirma. Zaragoza fue fundación romana, no por España

sino por Francia (la Galia). Esta ciudad nació para defensa de un puente y como puente

de una vía que llegaba al Ebro desde Bearne. Aragón en determinados momentos des-

borda sobre el otro lado de los Pirineos, cordillera no tan internacional como nacional,

cumpliéndose la permanente ley de que la historia de un país no se comprende sino

mirando por encima o más allá de sus fronteras.

A la herencia de Fernando el Católico se atribuye injustamente las guerras que la Casa

de Austria sostuvo con Francia durante los siglo XVI y XVII; pero, ¿acaso Carlos V

hizo política española? ¿Acaso no fue Flandes, más que el mediodía de Francia, y la

Italia septentrional, más que la meridional, causa de aquellas guerras? De estas guerras

provino la decadencia aragonesa y, de rechazo o por concomitancias, la de España.

La Corona de Aragón representaba la expansión española por el Mediterráneo. Fer-

nando el Católico dejó también preparada esa política expansiva, pero nada hicieron los

que le sucedieron por asegurar lo que él dejó y menos aún por aumentarlo.

España fue barrida de Berbería, siendo ésta una causa más de nuestra decadencia, pues

nos privó de la tierra más nuestra, de la que por la geografía teníamos el deber de espa-

ñolizar.

Estos dos elementos llevó la Corona de Aragón a la nacionalidad española: la conti-

nentalidad y la expansión mediterránea. Esos dos elementos los anuló la Casa de Aus-

tria, cuya política fue de servicio a los intereses del Imperio centroeuropeo, acordándose

de su origen, y metiendo a España en guerras de dignidad olvidando la política de terri-

torialidad, aun viéndola practicar por los franceses contra ella.

El pueblo aragonés, como el español, recuerda la Edad Media como su edad de oro,

aunque de aquel pasado no recuerde nombres, ni fechas exactas, ni sucesos precisos. El

pueblo sólo sabe que hubo dos invasiones, la de los moros (por el sur) y la de los fran-

ceses (por el norte). El pueblo sabe que la primera invasión, aunque le siguiera la Re-

conquista, fue más constructiva y de progreso que la segunda, pues ésta no hizo sino

destruir más lo que ya de por sí andaba destruido o en destrucción. En estos recuerdos,

además de los del descubrimiento y conquista de América, resume el pueblo español su

historia, valorando que cuando hubo moros es España fue todo mejor que cuando hubo

franceses. Trajeron más progreso los medievales, incluidos los moros, que los moder-

nos, tan aparentemente progresistas ellos. Al menos, que esto nos dé que pensar.

Cualquier viajero por España podrá comprobar que, salvo excepciones, todos los lu-

gares, tal vez no los más ricos pero sí los más señeros, viven aún de recuerdos medie-

vales, siendo museos vivos de arte, de arte precisamente medieval.

~ 79 ~

Pero, ¿cómo el pueblo, si vivía dominado, por vasallaje y servidumbre, recuerda el

tiempo aquél como su edad de oro? Porque el pueblo de verdad sabe que los modernos

se pagan más de las palabras que de los hechos, siendo ampulosos al hablar de libertad

pero sin tener ni idea de la genuina libertad política ni de la historia medieval.

Es un fantasma sin realidad en los puros siglos medievales eso de la dureza de la con-

dición servil o del vasallaje insufrible. Hasta el siglo XIV siervos y vasallos se muestran

satisfechos de su suerte; pueblos de realengo pasan a ser de señorío sin protestas. Las

protestas surgieron, y cada vez más airadas, según se aproximó la Edad Moderna. ¿No

quiere decir esto que no fue el espíritu medieval sino el moderno el promotor de las

sublevaciones? La condición de los siervos y de los vasallos no era más dura o inso-

portable que la del proletariado posterior. Sobre los señores medievales pesaban deberes

espirituales de los que ahora muchos amos se creen relevados y carentes. Pesaba tam-

bién entonces el deber egoísta de conservar sus cultivadores, porque no existiendo la

atomización actual de los hombres, sino la sociedad en su grado máximo, no era fácil

hallar un hombre que sustituyera al ido o muerto.

Hecho digno de llamar la atención sobre este asunto es que la Edad Media no sufrió

revoluciones de esas que trastornan la sociedad y la cambian y que la evolución cuyo

resultado fue la Edad Moderna duró cerca de tres siglos. Además, nada hubo tan cruento

hasta que, ya en el siglo XVI, las guerras de campesinos ensangrentaron Europa, tra-

yendo ciertamente la libertad personal de los siervos, pero también la apropiación abso-

luta, y no relativa, del suelo por parte de los señores.

Lo que pasó fue que se rompió el vínculo que unía al hombre a la tierra, el nexo que

hacía al hombre ciudadano de una patria, proclamándose de hecho el principio indivi-

dualista de la igualdad de los hombres, y de la libre e individual concurrencia, principio

eminentemente injusto, porque si todos estuvieran dotados de iguales medios lo injusto

sería desconocer esa igualdad, pero no estándolo es inicuo lanzar a la lucha hombres

armados de todas armas y hombres inertes del todo. La Edad Media, con su fuerte es-

píritu social y sus asociaciones negó el individualismo, amparó al débil y forzó al rico y

poderoso a convivir con los débiles y los pobres atendiéndolos.

El estudio de la Edad Media (más comunitario que individualista) ha de pasar las tres

fases por las que pasan todas las ideas que chocan con las costumbres y creencias en

boga: en la primera se condenan por bárbaras e inaplicables (sus propagadores son lle-

vados a los suplicios o vilipendiados, castigo común a cuantos se adelantan a su tiem-

po); en la segunda siguen creyéndose bárbaras e inaplicables (pero sus propagandistas

no merecedores ni de suplicios ni del vilipendio); en la tercera se juzgan naturales, y

bárbaro y brutal no haberlas aceptado antes (los condenados por ellas pasan a ser már-

tires). ¿En cuál de estas fases se halla este estudio? En Europa, en la segunda.

~ 80 ~

Cronología de los reyes privativos de Aragón

Ramiro I (1035-1063).

Sancho Ramírez (1063-1094).

Pedro Sánchez (1094-1104).

Alfonso I el Batallador (1104-1134).

Ramiro II el Monje (1134-1137).

Condes privativos de Barcelona

Wifredo el Velloso (873-898).

Borrell I (898-950).

Borrell II (992-1018).

Berenguer Ramón I (1018-1035).

Ramón Berenguer I (1035-1076).

Berenguer Ramón II (1076-1082).

Ramón Berenguer II (1076-1082).

Ramón Berenguer II (solo) (1096).

Ramón Berenguer III (1096-1131).

Ramón Berenguer IV (1131).

Reyes de la Corona de Aragón

Ramón Berenguer IV (1137-1162).98

Alfonso II (1162-1196).

Pedro II (1196-1213).

Jaime I (1213-1276).

Pedro III (1276-1285).

Alfonso III (1285-1291).

Jaime II (1291-1327).

Alfonso IV (1327-1334).

Pedro IV (1334-1387).

Juan I (1387-1396).

Martín el Humano (1396-1410).

Fernando I (1412-1416).

Alfonso V (1416-1458).

Juan II (1458-1479).

Fernando II el Católico (1479-1516).

98

Matrimonio en casa con Petronila de Aragón, hija de Ramiro II el Monje.

~ 81 ~

EPÍLOGO II

LA RIOJA MEDIEVAL

Podemos recordar que la zona o región de La Rioja fue invadida por musulmanes a

principios del siglo VIII. Parcialmente fue luego reconquistada por el reino de Pam-

plona, conjuntamente con el reino de León en el año 923, pasando a pertenecer el te-

rritorio conquistado al reino de Pamplona, permaneciendo bajo dominio musulmán el

territorio a oriente del río Leza (afluente del Ebro por su margen derecha), en las estri-

baciones montañosas del sistema Ibérico. Posteriormente, pudimos asistir a la dura dis-

puta territorial, no exenta de considerables batallas, entre los reinos de León y de Pam-

plona-Navarra. Todo acabó favorable a los navarros, sobre todo a partir de ser apresada

la familia condal riojana de Cirueña, en el año 960.

Recordemos que el rey Sancho Garcés I de Pamplona (905-925), aliado con el rey Or-

doño II de León, en 918, saqueaba las ricas tierras musulmanas de Nájera y Tudela (Na-

varra) y en 923 fueron reconquistadas las riojanas Nájera y Viguera. Sancho Garcés I

tuvo por esposa a la reina Toda (o Tota), de gran trascendencia histórica.

Reinó luego en Pamplona García Sánchez I (925-970), siendo Toda quien reinó du-

rante la minoría de edad de este su hijo (y de Sancho Garcés I), gobernando aliada con

el reino de León y con el gobernador musulmán (tuyibí) de Zaragoza. Toda participó en

la batalla de Simancas (año 939) que derrotó al califa Abderramán III (912-961), enfren-

tándose al mismo la coalición encabezada por Ramiro II de León (931-951) y caballeros

castellanos al mando de Fernán González. Después de aquello, García Sánchez I de

Pamplona, casado en segundas nupcias con Teresa Ramírez, hija del leonés Ramiro II,

gobernó en Pamplona con el apoyo de Abderramán III, quien le alentó a atacar al conde

castellano Fernán González, siendo éste apresado en la batalla de Cirueña (año 960), si

bien fue pronto liberado, negándose el rey pamplonés a entregarlo a los musulmanes y

aliándose entonces con los condes de Barcelona.

Sancho Garcés II Abarca (970-994) hizo las paces con el califa Alhakén II (961-976).

Posteriormente se alió con Ramiro III de León (966-985) y con el conde García Fer-

nández de Castilla presentando batalla a Almanzor en Rueda (Valladolid), cerca de Si-

mancas, donde fueron derrotados por éste (año 981). Sancho Garcés II tuvo como es-

posa a Urraca Clara Fernández, hija de Fernán González y entregó una de sus hijas a Al-

hakén II, siendo ella madre de Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor, gobernando

como valido, hayib o chambelán, del califa Hisham II. A Sancho Garcés II Abarca le

sucedió su hijo García Sánchez II el Temblón (994-1004), al que sucedió su hijo Sancho

Garcés III el Mayor.

A Sancho Garcés III el Mayor de Pamplona (1004-1035) le sucedió su hijo (y de Mu-

niadona Sánchez de Castilla) García Sánchez III el de Nájera (1035-1054), consoli-

dando el reino de Nájera-Pamplona, siendo sucedido por Sancho Garcés IV el de Pe-

ñalén (1054-1076).

Posteriormente, por parte del reino de Castilla se produjo una conquista de territorios

riojanos, siendo favorable a Castilla una parte considerable de la nobleza navarra, te-

~ 82 ~

niendo en cuanta también que desde Castilla se hicieron muchas donaciones a los gran-

des monasterios riojanos. Podemos recordar también cómo, tras la muerte de Sancho

Garcés IV, los tenentes de Nájera y Calahorra, así como del territorio de los Cameros,

llamaron a Alfonso VI (1065-1109) para que tomara posesión de La Rioja y fuera re-

conocido como monarca del “reino de Nájera”, recibiendo allí el juramento de todos

los nobles.

En 1163, aprovechando la minoría de edad del rey Alfonso VIII de Castilla, el rey

Sancho VI el Sabio de Navarra ocupó parte del territorio riojano. A partir de ese mo-

mento La Rioja quedó dividida entre Navarra y Castilla. Del primero de esos reinos de-

pendieron Logroño, Entrena, Navarrete, Ausejo, Autol, Quel y Resa; del segundo, Gra-

ñón, Haro, Nájera, Viguera, Clavijo, Ocón, Arnedo y Calahorra. Lope IV Díaz de Haro

(en 1163 y 1167) y su sucesor Pedro Ruiz (1174), condes de Nájera, serán los encar-

gados de desalojar a los navarros. Alfonso VIII fue arrancando a Pamplona las plazas de

Quel, comarca de Ocón, Grañón, Pazuengos, Cerezo, Treviana, Miranda. Siguió a esto

un acuerdo firmado en 1174 por los reyes de Castilla y Aragón para atacar conjunta-

mente al pamplonés, quien vio perdidos, como consecuencia, la navarra plaza de Mi-

lagro y el castillo de Leguín,99

en el corazón mismo de su reino. En 1176, Sancho VI

tuvo que firmar forzosamente la paz; en una entrevista celebrada con el rey de Castilla,

entre Nájera y Logroño, convinieron en someter sus diferencias al arbitraje del rey En-

rique II de Inglaterra, suegro de Alfonso VIII. El laudo dictaminó que las fronteras vol-

vieran a la situación anterior a 1163. El rey pamplonés no tuvo más remedio que acep-

tarlo ante la amenaza de perder los pocos territorios que aún le quedaban.

Después de eso, se produjo un alejamiento de la monarquía castellana de los intereses

riojanos, lo que favoreció el protagonismo, al menos aparente, de los señores y de los

campesinos, asistiéndose a una clara imposición feudal de los primeros sobre los se-

gundos, incrementándose el poder de los señoríos y produciéndose cambios sustanciales

en la estructura social.100

Sin duda alguna, la Edad Media fue época de gran entidad para La Rioja, donde se

asentaron, desde el siglo VIII, sobre un marco amplio de población visigoda, muchos

musulmanes, siendo no pocos muladíes de diversa procedencia. Hubo también vascones

y mozárabes. Además, como queda dicho, el actual territorio riojano formó parte de dos

reinos bien diferenciados: el de Pamplona al norte, hasta 1076, y el de Castilla, a partir

de esa fecha. De ser parte nuclear del reino de Pamplona y asentamiento de su realeza,

pasó a convertirse, por su posición estratégica sobre el Ebro, en tierra fronteriza frente a

las tierras navarras. Este nuevo papel favorecerá sus intereses socioeconómicos, al darse

los elementos básicos para el desarrollo de numerosos núcleos urbanos. Igualmente, el

99

Este castillo, actualmente derruido, vigiló el valle navarro de Izagaondoa, siendo el más antiguo de Na-

varra del que tenemos noticias documentadas (siglo X). Ya lo había destruido en su tiempo Abderramán

III.

100

Seguimos a continuación, entre otros, a García de Cortázar, J. A., ed. (1999): Del Cantábrico al

Duero. Trece estudios sobre Organización Social del Espacio en los siglos VIII a XIII, Santander (desde

Javier García Turza, profesor de Historia Medieval en la Universidad de La Rioja).

~ 83 ~

paso a Castilla, que coincide con la plena expansión del Camino de Santiago, será con-

temporáneo al cambio del asentamiento de la población europea: de un mundo eminen-

temente rural se pasará a otro de marcada organización urbana, en el que la concesión

de estatutos o fueros de convivencia y economía marcarán el comienzo de la expansión

del derecho escrito.

Es bien sabido que los fracasos de la transmisión hereditaria de la corona entre los vi-

sigodos y las disputas sucesorias acabaron arruinando todo aquello, el reino hispano-

visigodo. El rey Witiza (700-710 ó 711) trató de asegurar la sucesión dinástica aso-

ciando al trono a su hijo Agila, pero a su muerte se recrudeció la lucha por el poder

entre dos facciones rivales. La nobleza se decantó por Rodrigo, pero los descendientes

de Witiza proclamaron rey a Agila II. En este clima de auténtica guerra civil se produjo

la ocupación musulmana de la Península Ibérica (año 711), que habían aceptado la in-

vitación del bando opuesto a la elección del monarca Rodrigo. Su rápida intervención y

ocupación del territorio peninsular les llevó a prescindir del candidato Agila II, hijo del

rey Witiza, haciéndose con el poder político de la Península y de la Septimania.

Una buena parte de la antigua provincia romana Tarraconense se había mostrado con-

traria a la elección de Rodrigo, por lo que no es de extrañar que las minorías rectoras de

la cuenca media del Ebro aceptaran de buen grado, según postula la casi totalidad de la

historiografía al uso, la llegada del caudillo musulmán Musa ibn Nusayr, quien rápida-

mente atravesó La Rioja desde Zaragoza hacia Astorga. Sin embargo, otros autores afir-

man que la conquista de la cuenca del Ebro fue realizada bajo el gobierno de Abdalaziz,

hijo de Musa, entre los años 714-716. En cualquier caso, un hecho resulta cierto: la obe-

diencia, conversión y viaje a Damasco de Musa antes del año 715 indican que los mu-

sulmanes estaban presentes en la parte occidental del Valle del Ebro desde el verano del

año 714 y nada impide admitir que hubieran controlado ya entonces La Rioja.

Según la Crónica Mozárabe,101

las ciudades riojanas fueron ocupadas por la fuerza

del terror y por rendición, de modo que muchos de aquellos pobladores, cuantos pu-

dieron, huirían hacia las montañas, pereciendo en ellas torturados por el hambre, las in-

clemencias y otros males. Sin embargo, son varios los factores que nos inducen a su-

poner que los musulmanes no encontraron en La Rioja una gran resistencia, pues en este

territorio no había ninguna ciudad tan importante como para oponerse con algún tipo de

éxito a los invasores. También el historiador o cronista musulmán Al-Maqqari ofrece

101

La Crónica Mozárabe, conocida también como Crónica del 754, Anónimo de Córdoba, Chronicon de

Isidoro Pacense o, en latín, Epitome Isidori Pacensis episcopi y Continuatio Hispanica anni DCCLIV, es

una crónica medieval, escrita durante el siglo VIII en la Península Ibérica, supuestamente por un obispo

de una diócesis lusitana llamado Isidoro. La crónica pretende ser una continuación de la Historia de los

godos de San Isidoro de Sevilla, aunque resulta ser de mucha menor calidad, abarcando desde el año 610,

primero del reinado del emperador Heraclio (610-641) hasta el año 754.

El contenido, que apenas informa sobre los hechos acaecidos entre los visigodos hispanos, se detiene

más en cuanto acaeció en Oriente, relacionado con el Imperio Bizantino y con la expansión de la dinastía

Omeya.

Puede leerse, por ejemplo, a Gil, J. (1973): Corpus scriptorum muzarabicorum, 2 volúmenes, Madrid,

Instituto Antonio de Nebrija; López Pereira, J. E. (1980): La crónica mozárabe del 754, Zaragoza, Anu-

bar.

~ 84 ~

testimonios sobre pactos entre conquistadores y conquistados. Finalmente, podemos re-

cordar que el conde visigodo Casius se convirtió pronto al Islam, generándose así la im-

portante familia Banu Qasi. A lo sumo, podremos aceptar que la “conquista” musulma-

na implicó la emigración de una cantidad probablemente importante de personas hacia

los valles de la cordillera cántabra. Por si fuese poco, no debió de producirse un modo

violento de sumisión cristiana al poder musulmán. Como se sabe, la nobleza musulma-

na, interesada sobre todo en una economía urbana y en la agricultura intensiva, puso en

marcha un “modelo de sumisión” ya conocido en España: el abono de un tributo anual

que permitía a los cristianos conservar sus pertenencias, sus tradiciones jurídicas, cultu-

rales y religiosas, e incluso sus autoridades administrativas.

El poder de los primeros omeyas fue contestado durante largo tiempo. En 781, el emir

Abderramán I (756-788) se dirigió hacia el Valle del Ebro para castigar a las poblacio-

nes que rehusaban pagar regularmente los tributos derivados de su subordinación al Is-

lam. En sus correrías, atacó Calahorra y Viguera antes de dirigirse hacia Pamplona y a

los Pirineos. Por su parte, el emir Alhakén I (796-822) condujo una expedición contra el

Valle del Ebro y sus tropas se apoderaron de Calahorra.

Como consecuencia directa de estas campañas, se establecería en La Rioja el orden

militar musulmán, mientras que Pamplona, desde el año 799, rechazó definitivamente

dicha dominación. De esta manera, se fijó temporalmente la “frontera” (del río Ebro)

separando por el norte lo que era La Rioja musulmana respecto de las tierras cristianas.

En suma, dos eran los espacios políticos perfectamente diferenciados: al norte, la Pam-

plona cristiana y al sur de ésta Al-Ándalus.

En lo administrativo, La Rioja musulmana no constituyó nunca un territorio autóno-

mo. Formó parte de la denominada Marca Superior de Al-Ándalus, que ocupaba una

buena parte del Valle del Ebro, con capital en Zaragoza, aunque, a un nivel inferior, de-

pendía del distrito (navarro) de Tudela. Así mismo, es posible que el espacio que cir-

cunda a esta localidad navarra estuviera dividido en varios sectores, cuyos centros eran

las husun o ciudades de Nájera, Viguera, Arnedo, Calahorra y Alfaro.

Sin embargo, el resto de la organización es muy mal conocida. Sabemos que la auto-

ridad de toda la frontera fue ejercida por un jefe militar, el qaíd, bajo el cual se situaban

un gobernador de Tudela, representante del poder central, y en cada una de las ciudades

citadas un gobernador nombrado por Córdoba y que llevaba el título de walí.

A partir del siglo IX los datos ofrecidos por los autores árabes se hacen más precisos.

Durante esa centuria, se acrecienta notablemente la influencia de una familia cuya auto-

ridad se extendió muy pronto al conjunto del Valle del Ebro, los Banu Qasi. Para el

historiador árabe Ibn Hazm, el antepasado del que toman su nombre, Casio, era un dig-

natario visigodo que se convirtió al Islam en el momento de la conquista de la Península

y que viajó a Siria para ofrecer personalmente su obediencia al califa Al-Walid de Da-

masco. Este linaje (Banu Qasi) ejercía su dominio al norte del Ebro, sobre las tierras

comprendidas entre Olite y Ejea, en donde mantuvo unos estrechos lazos familiares con

los Arista de Navarra. No obstante, hacia el oeste se extendía la autoridad de los Banu

Qasi hasta aproximadamente los ríos Oja y Tirón, en donde existían tres plazas fuertes

riojanas: Cerezo, Ibrillos y Grañón.

~ 85 ~

A mediados del siglo IX ya tenemos a un nombre proprio, Musa ibn Musa, el dueño

de toda la región. Este personaje permaneció, en general, fiel a Córdoba, sede del poder

central, aunque en numerosas ocasiones dio la espalda al gobernador de Zaragoza y al

emir cordobés. En el año 852 fue designado walí de Tudela y después de Zaragoza, es

decir, fue nombrado gobernador de toda la Marca. Se comportó como un auténtico so-

berano, de manera que incluso se hacía llamar tertius regem in Spania. Murió hacia el

860-861.

La hostilidad de los Banu Qasi contra los omeyas adquirió una gran fuerza a la muerte

de Musa. Efectivamente, sus cuatro hijos manifestaron su espíritu de autonomía frente a

Córdoba. Pero desde el año 898, los Banu Qasi perdieron progresivamente importancia,

en especial, por la frecuencia de los enfrentamientos entre los miembros del propio clan.

Esta falta de unidad debilitó la capacidad de resistencia frente a los monarcas cristianos,

cuyas expediciones triunfantes les permitieron en pocos años conquistar toda La Rioja

Alta, incluso antes de la proclamación del califato (año 929). Por su parte, los benefi-

ciados de esta situación fueron los miembros de la poderosa familia árabe instalada en

Zaragoza, los Banu Tuyibi o Tuyibíes.

El cronista musulmán Ahmad al-Razi (889-955), al referirse a La Rioja como lugar

perteneciente a Tudela, afirma: “Todo el mundo se mareuilla e por la bondat del termi-

no su pan non ha par. Ha muchas viñas e muchas huertas e buenas tierras e crianças: e

los suos frutales dan tan sobrosas frutas que non vos lo podria omne contar nin dezir. E

las suas aguas entran en el rrio de Ebro...”.Y más adelante, sigue: “Tudela ha muchas

villas e muchos castillos e muy fuertes. E ha vna villa que ha nonbre Calahorra: e otra

que ha nonbre Najara; e otra que ha nonbre Bocayra [Viguera], que es castillo muy

fuerte e yaze sobre vn rrio entre dos sierras que lo cubren”. Por su parte, el cronista Al-

Údri (1002-1085) completa esta lista con Arnedo, Gutur y Alfaro. Así mismo, la topo-

nimia de posible origen árabe nos informa de asentamientos musulmanes, aunque no de-

bemos olvidar la presencia de calcos semánticos o traducidos. Valgan como ejemplo los

casos de Alcanadre, Albelda o Alberite.

Los núcleos mencionados se concentran generalmente a lo largo de los valles, próxi-

mos a las riberas de los ríos Ebro, Najerilla, Iregua, Cidacos o Alhama; y se rechazan

las zonas con altitud superior a los mil metros, quizá ocupadas por bosques o reservadas

a las actividades pastoriles. En general, solían ser núcleos anteriores a la ocupación mu-

sulmana, muy antiguos, alrededor de los cuales gravitan hábitats rurales de menor im-

portancia: es el caso de Tricio con relación a Nájera. Se sitúan en puntos en los que el

relieve ofrece defensas naturales, todo ello situado junto a cuevas y asentamientos tro-

glodíticos, como sucede, por ejemplo, en Arnedo o Nájera. Además, estos lugares eran

pequeños, de tal modo que fueron siempre las civitas situadas en el curso inferior del

Ebro, como Tudela y Zaragoza, las que jugaron el papel de capitales regionales.

Los cartularios de Albelda y San Millán permiten observar que la población musul-

mana de La Rioja Alta se dedicaba a una producción esencialmente cerealista, vinícola

y hortícola, actividades estas que muy poco diferían de las ejercidas por los cristianos.

Pero sí encontramos una novedad agraria, en particular en la vega del río Alhama, y es

la concerniente a los cultivos irrigados.

~ 86 ~

Luego se fue dando el paso de La Rioja musulmana a dominio cristiano. Se viene in-

sistiendo en que La Rioja es, durante el siglo X, “un área de transición”. Esto es así, no

cabe duda, cuando se afirma que fue el primer territorio peninsular en pasar a manos

cristianas. No obstante, la historia de los combates entre musulmanes y cristianos es una

cuestión muy mal conocida, de tal modo que la cronología de los enfrentamientos que

se sucedieron en esta parte del Valle del Ebro es aún imprecisa.

Hasta ahora sólo se ha hablado de algunos ataques cordobeses contra los cristianos y

de revueltas internas entre los Banu Qasi y el emir; pero para nada nos hemos referido a

incursiones sistemáticas contra los cristianos. Durante la primera parte del siglo IX, las

relaciones entre éstos y los musulmanes fueron pacíficas. De esta manera, el titulo adop-

tado por Musa, el de tercer rey de España, muestra la pobre impresión que le causaba

su pariente vascón, puesto que reconoce como únicas soberanías la del rey asturiano y la

del emir cordobés.

No obstante, la llegada al trono asturiano del rey Ordoño I (850-866) supondrá una

amenaza para los musulmanes de La Rioja. Los primeros combates tuvieron lugar hacia

el año 859 y son conocidos como la batalla de Clavijo, de Monte Laturce o de Albelda.

Esta victoria no supuso ninguna modificación territorial y todo hace pensar que los astu-

rianos retornaron sin dejar tras de sí ni siquiera algunos guerreros. Hubo que esperar

más de medio siglo para que los cristianos pudieran desarrollar verdaderamente una só-

lida expansión en este territorio. En un plano espiritual, los cristianos contaron –según

transmite la tradición– a partir de esa batalla y por vez primera con el Apóstol Santiago

como adalid, siendo llamado desde entonces como Santiago Matamoros.

La ruptura del equilibrio entre los cristianos y los musulmanes se va a producir, en

primer lugar, a partir del declive de la dominación de los Banu Qasi en La Rioja y en el

resto del Valle del Ebro, además de por el cambio de la política matrimonial, que a

partir del mediados del siglo IX, vinculará a pamploneses y asturianos, y desde el mo-

mento en que estos últimos vieron que contaban con medios para frenar los impulsos

bélicos de los musulmanes sobre León a través de La Rioja. Así mismo, resultó crucial

el acceso al poder de Sancho Garcés I, de la familia Jimena, en el año 905. En esta nue-

va coyuntura política y militar no tardarán en aparecer las primeras ofensivas cristianas

desde los reinos asturiano y navarro. ¿Por qué tanto interés por La Rioja? Cabría pensar

en razones de consanguinidad, pero también militares y estratégicas. Las aceifas musul-

manas ascendían por el valle del Ebro y, atravesando las Conchas de Haro, entraban en

Álava y Castilla. De ahí el interés de los asturianos por acabar con el problema.

Después de ocupar el castillo navarro de Monjardín, la comarca de Deyo y avanzar

hasta Resa, junto al Ebro, los navarros lanzaron un ataque al flanco meridional de La

Rioja, contra Tudela y Calahorra. Pero será precisamente en un avance conjunto de los

monarcas Sancho Garcés I de Pamplona y Ordoño II de Asturias, hacia el año 923,

cuando se conquiste Nájera, Viguera y Calahorra. Con su ocupación, se domina toda La

Rioja.

Sin embargo, sorprende que el territorio conquistado no se repartiese entre los dos

monarcas vencedores, siendo posible que hubiera un acuerdo por el que el territorio rio-

jano se adjudicara íntegramente al pamplonés, que casaría a su hija (Sancha) con Or-

doño II.

~ 87 ~

En cualquier caso, las victorias cristianas produjeron las previstas reacciones del toda-

vía emir Abderramán III. En su avance hacia el norte, los cristianos tuvieron que aban-

donar Calahorra. Después, Abderramán III atravesó La Rioja de este a oeste hasta llegar

a una fortaleza llamada Al-Manar (Grañón), de la que Ibn Hayyan dice que estaba

“extraordinariamente bien cuidada y provista de arbolado, viñas y recursos”, todo lo

cual fue devastado e incendiado. Sin embargo, a partir del segundo cuarto del siglo X,

las referencias a combates entre cristianos y musulmanes se hacen más escasas. De cual-

quier forma, Nájera y Viguera no volverán nunca a manos musulmanas. Por vez pri-

mera, los cristianos conquistaban un territorio, eliminaban el poder islámico y lo susti-

tuían por otro cristiano. Se trata efectivamente de la manifestación más temprana de una

“reconquista”.

Los límites entre La Alta Rioja, occidental cristiana, y la Baja, en manos musulmanas,

se situaban en el río Leza. Sabemos que la fortificación de Jubera y, sin duda, el valle

riojano del mismo nombre estaban en poder de los cristianos por entonces (siglo X),

pero sin olvidar que poblaciones como Arnedo, Cornago o Calahorra apenas han dejado

testimonios de la posesión musulmana. Sólo Alfaro y Cervera estaban claramente en

poder de los musulmanes de Tudela.

Inmediatamente después de la reconquista del territorio, el avance pamplonés produjo

la consiguiente reorganización del espacio. En el ámbito político, Nájera se convierte en

el eje municipal al sur del reino pamplonés. En el religioso, dos obispos figurarán al

frente de La Rioja: uno asentado en Calahorra y otro en Tobía. Ambos se fundirán pos-

teriormente en Nájera, ciudad encargada de continuar temporalmente la labor diocesana

de Calahorra. Sin embargo, a partir de la conquista de esta ciudad, en 1045, los obispos

siguieron residiendo durante algún tiempo en Nájera, aunque otras veces aparecen en

los monasterios de San Martín de Albelda o de San Millán de la Cogolla.

En La Rioja, vinculada por el norte a los territorios que la rodean y en proceso defen-

sivo por el sur, las minorías responsables “desplegaron los recursos intelectuales para

rescatar e iluminar la memoria histórica de un reino muy joven y definir su proyecto

colectivo”. A la cabeza de la pirámide político-social se encontraba el monarca y su fa-

milia, eso sí, sustentados por los principales linajes nobiliarios y por el alto clero. Éstos

constituían el consejo del rey, al que seguían permanentemente en sus desplazamientos.

Sólo García Sánchez III el de Nájera, que mandó construir Santa María la Real, un

“complejo a medio camino entre palacio real y monasterio”, y Sancho Garcés IV, su

sucesor, sintieron cierta predilección por Nájera, uno de los polos demográficos de ma-

yor entidad.

Esta ciudad (Nájera) y su entorno fue considerada como una prolongación del mo-

saico de “honores” controlados directamente por el rey y distribuidos en beneficio tem-

poral entre los magnates de la aristocracia arraigada en Navarra, es decir, los seniores de

Pamplona que habían participado en la conquista. No se formaría, pues, una nueva elite

nobiliaria propiamente “najerense” en esta marca fronteriza.

La Rioja, como queda dicho, viene siendo considerada como “tierra de paso”. Pero

en ella conviviría la población nativa con un flujo migratorio proveniente de tierras

pamplonesas y alavesas del que desconocemos su verdadera entidad. Con estas incorpo-

raciones, “se reforzaron [...] considerablemente las bases económicas de la monar-

~ 88 ~

quía”. En especial Nájera se irá convirtiendo en un centro de vida evidentemente ur-

bana. En este núcleo convivirán gentes del lugar con navarros, castellanos y numerosos

mozárabes procedentes de Al-Ándalus. Nativos y emigrantes se harán notar en los cen-

tros religiosos riojanos, auténticos focos de espiritualidad y de cultura.

Este cruce de corrientes humanas y culturales no deberá impedirnos concluir que la

densidad de población existente en el solar riojano era notable (así se constata, por

ejemplo, en el volumen toponímico proveniente de épocas prerromanas y latinas) y que

la presencia constatada en este territorio de gentes portadoras de elementos afines y, por

qué no, comunes con las de poblaciones del entorno, esto es, navarros, aragoneses y

castellanos, no nos debe llevar obligatoriamente a concluir que estamos ante emigrantes

originarios de esos territorios, sino ante gentes del lugar. Pensemos que, en la actuali-

dad, un calceatense (de Santo Domingo de la Calzada) posee numerosos rasgos que le

pueden asemejar a un burgalés; un calagurritano, a un navarro; un alfareño, a un ara-

gonés, y nadie los califica de castellanos, navarros o aragoneses, respectivamente, sino

de riojanos.

Dicho esto como premisa general, no se puede negar (en opinión de García de Cortá-

zar) la constatación de algunas corrientes migratorias de difícil cuantificación. La pri-

mera habría comenzado con anterioridad a la conquista definitiva del territorio riojano,

quizá en el siglo IX y desde zonas castellanas, pertenecientes políticamente al reino as-

tur-leonés. Comprendería el límite occidental de la región, las tierras entre la Bureba

(burgalesa) y las cuencas de los ríos Tirón y Oja, y llegaría a alcanzar su empuje de-

finitivo tras la ocupación por leoneses y pamploneses de dos áreas de gran interés es-

tratégico y económico: la comarca de Nájera y el valle del Iregua, con la plaza fuerte de

Viguera. En resumidas cuentas, se trata de “una repoblación instaladora de hombres en

un espacio”.

Desde Castilla, adquiere una importancia especial el monasterio de San Miguel de Pe-

droso (provincia de Burgos) y el de San Félix de Oca (en la burgalesa Villafranca

Montes de Oca), así como la actividad humana realizada desde muy antiguo sobre las

aldeas de La Bureba y del Río Tirón. Más al este, el valle del Oja aparece caracterizado

por la presencia, muy abundante, de topónimos de origen vasco, que muy posiblemente

pudieran ser descendientes de los alaveses que, en 882 y 883, acompañan a su conde

Vela Jiménez en Cellorigo y acaban progresando hacia el sur, hasta ocupar las tierras

del valle del Oja. Claro que también cabría la posibilidad de ver en ellos los restos de

una bolsa euskérica, o mejor prerromana, aislada en este valle desde hacía siglos; e in-

cluso, ambas a la vez: la llegada de nuevos pobladores del norte a un territorio habitado

desde antiguo por gentes de caracteres lingüísticos afines.

En la segunda etapa, que puede fijarse aproximadamente entre los años 926 al 975, se

reorganizan las tierras localizadas entre los ríos Oja y Cárdenas y el área boscosa del

curso alto del Tirón. Será precisamente entonces cuando aparezcan en la historia los

monasterios de San Millán de la Cogolla, San Martín de Albelda y, muy posiblemente,

San Prudencio de Monte Laturce.

La tercera y última fase abarca los años 976-1035. En ella se ocupan los espacios va-

cíos entre los núcleos más antiguos ya repoblados; se intensifica la presencia de po-

bladores cristianos en el tramo entre el Oja y el Tirón y, por último, se remonta el curso

~ 89 ~

del Najerilla, tal vez en busca de pastos que la creciente densidad humana de la zona

llana estaba haciendo desaparecer. Es en este momento cuando el cenobio de Santa Ma-

ría de Valvanera (Patrona de La Rioja) entra en acción.

En general, esta población presenta dos rasgos claramente diferenciadores: por un la-

do, los llegados del norte, pirenaicos o vascones, podían tener un componente nobiliario

y militar; por otro, los nativos, acompañados en ocasiones de gentes procedentes de Al-

Ándalus, se caracterizan por su naturaleza eclesiástica y monacal. No es de extrañar, por

tanto, que inmediatamente después de la conquista cristiana de La Rioja los reyes nava-

rros se interesaran por la potenciación de la vida espiritual y por la organización reli-

giosa, en especial, por el restablecimiento de la vida monástica, quizá nunca interrum-

pida bajo el dominio musulmán del Valle del Ebro. Y conviene enfatizarlo, quizá nunca

interrumpida según evidencia la vasta relación de eremitorios rupestres en Albelda, Nal-

da, Nájera, etc., algunos de ellos dedicados a funciones estrictamente religiosas; por el

rápido florecimiento –y, por qué no, restauración– de la vida monástica en el territorio

alto-riojano, a lo que habrá que añadir el enorme desarrollo cultural de que fueron prota-

gonistas a los pocos años de su aparición en la escena histórica.

Impulsado por la monarquía navarra desde sus orígenes, San Millán de la Cogolla se

va a convertir en el principal monasterio riojano. Por su parte, se viene afirmando que el

rey Sancho Garcés I fundó el de San Martín de Albelda y Ordoño II el de Santa Coloma

de Nájera, donde también surgieron los de Santa Águeda, San Sebastián y las Santas

Nunilo y Alodia. Otros centros fueron San Prudencio de Monte Laturce, de posible ori-

gen mozárabe, San Cosme y San Damián de Viguera, San Andrés de Cirueña, San Ju-

lián de Viguera, etc. En general, fueron ricamente dotados a juzgar por los patrimonios

que forjaron inmediatamente, y se poblarían con monjes locales y con otros llegados de

Castilla y de las áreas pirenaicas. Además, existieron un número ilimitado de pequeños

monasteriolum, iglesias y casas cuya entidad se desconoce, y que estaban desparra-

mados por toda la geografía riojana.

El análisis toponímico de las fuentes documentales resulta revelador: aproximada-

mente el 5 % de las voces estudiadas se corresponde con nombres prerromanos; otros

tantos de origen árabe y un porcentaje similar con los vascos del valle del Oja princi-

palmente. El resto es de origen latino-romance, quizá formados hacia los siglos VIII y

IX, lo que explicaría que los dominadores de La Rioja a partir del 923 no aportaron to-

ponimia guipuzcoana-navarra. Menor importancia tienen los testimonios antroponími-

cos de los textos escritos. Se evidencia una triple procedencia: una capa de origen cas-

tellana, otra vasca y una tercera árabe. La primera se sitúa al oeste del Oja; la árabe, so-

bre el Iregua, en el entorno inmediato de Nájera y en La Rioja Baja; y la vasca, en casi

todo el territorio riojano. Esto nos indica dos cosas: primero, que los riojanos durante

los siglos IX y X, bajo la autoridad de los Banu Qasi, ya habían denominado los núcleos

de población que se iban fraguando; y segundo, que el proceso se produjo con ante-

rioridad a la llegada de los nuevos gobernadores navarros.

De las poblaciones testimoniadas en el siglo X, la casi totalidad han llegado hasta la

actualidad. Se trata de villae, colectividades humanas con su correspondiente marco te-

rritorial. Al frente se sitúan las denominadas civitas o urbs, que controlan un valle. Así,

las más importantes se ubican sobre el río Najerilla, y las localidades de su cuenca gra-

~ 90 ~

vitan en torno a Nájera; por su parte, en el Iregua se destaca Viguera. Esta disposición

se repetirá en valles menores, como el de San Vicente, Leza o Jubera. Por otro lado, la

villa de Bagibel, lugar no identificado, se convierte en el centro de organización de los

Cameros. De todos los espacios mencionados, dos son los que va a definir el futuro de

La Rioja ya desde la centuria décima: La Rioja propiamente dicha, al norte; los Ca-

meros, al sur. Este marco jerárquico se completa con la presencia de comarcas o subur-

bios. En el actual territorio de La Rioja aparecen los de Cerezo, Grañón, Nájera-Tricio y

Viguera, respectivamente en los valles sobre los que ejercen su proyección: el Tirón, el

Oja, el Najerilla y el Iregua; sin embargo, nada sabemos del territorio oriental riojano.

Se trata, sin duda, de los centros articuladores del espacio más importantes y suponen

“los primeros síntomas de ordenación económica y social de La Rioja cristiana”.

Como se ha dicho, las villas cuentan con un término territorial, dentro del cual sus

moradores llevan a cabo tareas agrícolas, sobre todo la cerealista y la vitícola. Pero fue-

ra del territorio municipal, en tierras más altas (en especial, por encima de los 700 me-

tros), resultan frecuentes las labores pecuarias. Éstas serían ejecutadas por grupos huma-

nos muy vigorosos, asentados en núcleos humanos muy pequeños y con una percepción

comarcal del espacio muy lejana de la local agraria.

Los individuos a título personal, independientemente de su estado socio-económico, el

grupo familiar o monástico y la comunidad aldeana se convierten en los titulares de es-

tos espacios agropecuarios. Es el caso de los monarcas pamploneses y los condes cas-

tellanos, que atesoran bienes raíces por todo el territorio riojano; o los monasterios, co-

mo los de San Millán de la Cogolla, San Miguel de Pedroso y San Martín de Albelda,

por otro. El espacio geográfico de su dominio es evidente: La Rioja Alta hasta el Jubera,

mientras que en La Baja apenas tienen influencia por la inseguridad que supone la pre-

sencia de los musulmanes.

La corona, la nobleza y el alto clero constituían el selecto grupo de propietarios de la

tierra. El resto de la población, que también vivía de la agricultura y de la ganadería,

eran campesinos que, o bien cultivaban sus pequeñas parcelas o trabajaban las de los

grandes hacendados a cambio del pago de una renta a su propietario. En este sentido, los

documentos permiten distinguir ya la cesión por parte de algunos propietarios de tierras

y otros bienes en favor, sobre todo, de los dominios monásticos. En ocasiones, se in-

cluyen personas –los collazos–, posiblemente encargadas de explotar las tierras entre-

gadas. En cualquier caso, los antiguos propietarios, que poco a poco se irán convirtien-

do en simples colonos o arrendadores, pagarían una renta por la explotación de sus an-

tiguas parcelas.

Señoríos y núcleos de población estaban unidos por pequeñas vías o senderos, aunque

no debemos olvidar que todavía seguían utilizándose las calzadas romanas y que el Ca-

mino de Santiago ya era una viva realidad, como queda demostrado por la presencia del

peregrino Gotescalco (obispo de Puy) en Albelda (año 951).

En relación con la vida de los monjes, ésta suponía el alejamiento del resto de la so-

ciedad, el abandono del “mundo” y el retiro al “desierto espiritual”. Este ideal, difícil

de lograr durante los siglos X-XI ante el protagonismo alcanzado por los monasterios,

no impedirá a las distintas comunidades mantener abundantes intercambios culturales

entre ellas y con los centros situados más allá de los Pirineos.

~ 91 ~

En las abadías riojanas se va a situar el más importante foco cultural del reino de Pam-

plona y uno de los más notables de la Península Ibérica. Desde mediados del siglo X

fueron receptáculo de los conocimientos anteriores y de las novedades europeas. De sus

escritorios salieron importantes códices, como el Vigilano, el Emilianense y el Rotense,

compendios de carácter jurídico que seguían la tradición visigótica. Los monjes recopi-

laron también ejemplares de obras continentales, como los Smaragdos o los Libellus

Sancti Benedicti, y de sus plumas salieron otras hacia el resto de Europa. En relación a

este aspecto, resulta obligado volver a aludir a la presencia en territorio riojano del obis-

po francés Gotescalco, que, de viaje a Santiago de Compostela en el año 951, como

queda dicho, mandó copiar a los hábiles escribanos y miniaturistas del cenobio de Al-

belda el libro de San Ildefonso de Toledo Sobre la Virginidad de María. Esta noticia sin

precedentes significa el “certificado de calidad” de los códices elaborados en los mo-

nasterios riojanos. Dicha tarea productiva implicaba, entre otros aspectos, la presencia

de buenos materiales para su elaboración (pergamino y tintas), una buena biblioteca y,

por supuesto, un grupo humano perfectamente formado y dedicado a la copia de libros.

En resumen, una parte de las rentas obtenidas por los monasterios fueron a sufragar los

gastos ocasionados por la labor intelectual de los escritorios monásticos riojanos.

Este intercambio favorece el surgimiento de un crisol cultural, que funde tendencias

europeas con otras mozárabes y musulmanas en el momento en que aparecen en esta

tierra los primeros testimonios del romance escrito.

El cenobio de San Millán de la Cogolla (Patrimonio de la Humanidad) aparece en la

historia a la vez que el de San Martín de Albelda, y ambos siguen tradiciones presumi-

blemente eremíticas. En las estanterías emilianenses hablamos, entre otros magníficos

manuscritos, de la presencia del denominado por la Real Academia de la Historia de

Madrid, signatura 46, de un glosario o diccionario enciclopédico fechado sin discusión

en el año 964 y de procedencia emilianense. Este códice contiene unos 20.000 artículos

y unas 100.000 acepciones. En otras palabras, de entre los ejemplares europeos conoci-

dos, ninguno le supera de momento en variedad y riqueza léxicas.

A través de su contenido, nos adentramos en el conocimiento de los métodos e ins-

trumentos de enseñanza de la época imperial romana y de la Alta Edad Media, por lo

que constituyen valiosos e importantes medios de difusión de la cultura léxica y grama-

tical. Igualmente, el códice RAH 46 nos informa de las fuentes literarias clásicas y cris-

tianas primitivas a través de las referencias a las correspondientes autoridades, entre

otras, Virgilio, Lucano, Terencio y San Isidoro. Además, el contenido de los artículos

del glosario nos ilustra sobre todo tipo de aspectos relativos a la sociedad, las religiones,

las formas de vida y las mentalidades. Igualmente nos informa del latín español en la

Edad Media y, lo que resulta nuclear, del proto-romance hispánico. En efecto, el RAH

46 es un texto lleno de frases latinas corrompidas y deformadas, en que se encarnan fe-

nómenos fonéticos interesantes, que constituyen, frecuentemente, elementos de transi-

ción hacia las lenguas romances en todos los niveles lingüísticos. Sin olvidar la presen-

cia de formas completamente romances. Estas últimas expresiones culturales, que supo-

nen la forma escrita de un registro idiomático, el romance (que venía hablándose desde

hacía varios siglos), surgen en un ámbito social bien enraizado, de entidad, pero abierto

a numerosas influencias culturales y lingüísticas vecinas.

~ 92 ~

Sobre su utilidad, no queda duda de que fue usado como nosotros recurrimos a un dic-

cionario actual. Sólo de este modo comprenderemos cómo es posible que, por ejemplo,

el códice emilianense RAH 13 tenga más de 200 glosas sacadas íntegramente de ese

glosario. Por lo tanto, las famosas Glosas Emilianenses y Silenses procederían, en parte,

de uno o de varios glosarios de estas características.

Un número importante de glosarios y manuscritos con glosas es originario de La Rio-

ja, más concretamente de San Millán de la Cogolla, donde arraigó fuertemente la dedi-

cación cultural lexicográfica. Efectivamente, en esta región, que jugó un papel relevante

en la introducción de numerosas corrientes europeas, se compusieron y copiaron reper-

torios léxicos tan valiosos como los contenidos en los manuscritos 24 y 31 de la Bi-

blioteca de la Academia de la Historia, cuyas huellas pueden rastrearse por una buena

parte de las escuelas y cenobios europeos.

Las últimas grandes incursiones de los musulmanes contra La Rioja cristiana se pro-

dujeron hacia el año 1000. De las 57 ofensivas llevadas a cabo por Almanzor y su hijo

Abdalmalik, al menos 6 se desarrollaron contra el soberano de Pamplona (en los años

978, 991, 992, 994, 999 y, finalmente, entre el 1000 y 1002), y no se puede excluir que

alguna haya afectado a La Rioja. Igualmente, un documento de San Millán de la Co-

golla del año 986 alude a la liberación de un aprisionado, siendo probable que la captura

datase de la primera de estas campañas. De la misma manera, según cuenta el autor de

la Descripción Anónima,102

Nájera fue uno de los objetivos de la trigésimo sexta expe-

dición de Almanzor hacia 991-992. Según esta misma fuente, el último ataque que reali-

zó, en el año 1002, fue dirigido especialmente contra La Rioja, pero carecemos de cual-

quier información fidedigna. Así las cosas, la tradición afirma que el ejército musulmán

avanzó hasta Canales, a unos cincuenta kilómetros al suroeste de Nájera, y posiblemente

saqueó e incendió el monasterio de San Millán. Lo mismo pudo suceder con el de San

Martín de Albelda en algún momento entre el 981 y el 1002, pero no hay ningún docu-

mento que confirme esta hipótesis. En este sentido hay que recordar dos cosas: primero,

que en todos los monasterios quedan recuerdos lejanos de incendios provocados por los

moros, que casualmente destruyeron la Iglesia y el archivo, de los que nada queda. Y

después, que la presencia de Almanzor (pirómano de libros y de cuanto tuviera a su al-

cance) confirmaba la importancia y la antigüedad de cualquier institución religiosa, cir-

cunstancia general en todos los monasterios hispanos.

En cualquier caso, es difícil medir el alcance del desgaste producido por estas incur-

siones: más que una cuestión material, es probable que el mayor daño fuera de carácter

psicológico. De esta manera, el pillaje sobre Santiago de Compostela (año 997) y las de-

vastaciones de los santuarios cristianos más importantes multiplicaron la animadver-

sión de los cristianos contra los musulmanes. Este fenómeno coincidió con la profunda

crisis que se extendió por todo Al-Ándalus desde la muerte de Abdalmalik, el hijo y

sucesor de Almanzor, crisis que los musulmanes llamaron fitna.

A comienzos del siglo XI, con Sancho III el Mayor de Pamplona, se produjo un avan-

ce cristiano notable hacia el sur. Sin embargo, no parece que el monarca obtuviera éxi-

102

Dikr bilad Al-Ándalus, nombre de una descripción de Al-Ándalus, en árabe, de autor desconocido, pro-

bablemente magrebí, del siglo XIV.

~ 93 ~

tos importantes en este sector frente a los musulmanes, ya que la extensión territorial

navarra se hizo menos a costa de los musulmanes del Valle del Ebro que frente a los

reinos cristianos vecinos.

En 1016, durante su reinado, se fijaron las primeras fronteras entre el reino pamplonés

y el condado de Castilla. Y La Rioja formará parte de ambas realidades. Del lado cas-

tellano quedaba el valle del Oja y la Sierra de la Demanda, siendo del navarro la Sierra

de los Cameros. En general, la tendencia política riojana basculará hacia el poder pam-

plonés; en este sentido, no debemos olvidar que Nájera se va a convertir en capital del

reino, en núcleo decisivo de la monarquía y corte de Navarra. Sin embargo, siempre

permanecerán latentes ciertas tendencias pro castellanas en la zona más occidental del

territorio, sobre todo al oeste de La Cogolla.

En 1035, esa situación cambió con la llegada al poder de García Sánchez III el de Ná-

jera, implicado en un ambiente guerrero común a todo el norte peninsular. Sus con-

quistas se dirigen contra la terre hismaelitarum aut castra aut villas, en plena crisis de

la taifa de Zaragoza. El 30 de abril de 1045, el rey pamplonés se apodera de Calahorra y

de su magnífica huerta, restaurando la sede episcopal. Esta conquista sirvió para enri-

quecer sustancialmente a las instituciones riojanas, sobre todo a San Millán de la Cogo-

lla, a Santa María de Nájera y al edificio catedralicio de Calahorra, en especial a partir

del desarrollo agrario que presentaba el área calagurritana y del consiguiente cobro de

parias a la taifa zaragozana a cambio de paz.

A partir de esa fecha, el espacio ocupado por los musulmanes en la actual Rioja había

quedado reducido al mínimo, y tan sólo comprendía el valle del río Alhama. Este pro-

ceso reconquistador, que posibilitaba la ampliación de nuevas tierras potencialmente

muy ricas, se interrumpe por los problemas internos en que se ve envuelto el reino pam-

plonés. Tras la unión de Navarra y Aragón (año 1076), no parece darse un progreso sig-

nificativo. Habrá que esperar a los primeros años del siglo XII para ver cómo Alfonso I

el Batallador se apoderó de Zaragoza (año 1118) y, al año siguiente, de Tudela, Tara-

zona y Borja. En efecto, el valle del río Alhama escapaba definitivamente a la domina-

ción musulmana. Por lo tanto, desde 1045 la casi totalidad de La Rioja se convierte en

un territorio cristiano.

Por lo expuesto, ¿podemos hablar de un proceso reconquistador sobre La Rioja? Junto

a quienes afirman que la caída de Nájera y Viguera en las primeras décadas del siglo X

constituyó la manifestación más temprana de la reconquista, otras posturas niegan tal

posibilidad hasta el gobierno de García Sánchez el de Nájera, ya que la primitiva mo-

narquía pamplonesa no constituía un poder tal como para hacer de la expansión de la fe

cristiana un auténtico proyecto dinástico; además, durante el siglo X la aristocracia gue-

rrera no estaba todavía estrechamente ligada a los proyectos del rey; y por si esto fuera

poco, no se constata la búsqueda de nuevos espacios por parte de un campesinado nu-

meroso, ávido de nuevas tierras y de libertad. Será con García Sánchez el de Nájera

cuando se pongan de relieve los primeros signos de una ideología expansionista. En

resumen, antes de la conquista de Calahorra en 1045 parece más adecuado hablar de una

“recuperación” y no tanto de una reconquista, entre otras cosas, porque los combates

tenían como especial finalidad debilitar al adversario destruyendo sus defensas y sa-

queando las cosechas más que conquistar vastas extensiones de territorio.

~ 94 ~

La conquista cristiana de casi toda La Rioja favorece la ampliación e intensificación

del dominio del hombre sobre el espacio. Como sucede en el resto de Europa, en el si-

glo XI se va a producir el enriquecimiento de una minoría y, por consiguiente, un dese-

quilibrio social importante.

Se asiste a la ocupación y aprovechamiento más sistemático del espacio mediante la

mayor producción del cereal y de la viña a costa del bosque y del monte. En otras pa-

labras, se intensifica la roturación de parcelas en zonas anteriormente incultas en un pro-

ceso de pequeñas ampliaciones del terrazgo, proceso tendente a la unificación del paisa-

je agrario que dará lugar a agrupaciones de un mismo cultivo (tierras junto a tierras; vi-

ñas junto a viñas), los pagos, tan abundantes en los valles del Iregua y del Najerilla.

Igualmente, serán frecuentes las referencias a rejas de arado o a yugos de bueyes para

arar; a estructuras molinares, último elemento del proceso cerealista; a los majuelos o

viñas nuevas; y al cobro de diezmos, generalmente vinculado al crecimiento agrario.

Todos estos elementos nos llevan a concluir que La Rioja en el siglo XI se encontraba

en pleno proceso de expansión agraria, favorecida, entre otros factores, por el creci-

miento demográfico.

Y no parece casual que en esta misma centuria aparezca un volumen importante de

nuevas poblaciones, en especial sobre el valle del Oja y el límite entre la sierra y el So-

montano, y corrientes migratorias importantes, tanto interiores como exteriores. De to-

dos estos elementos enunciados se puede concluir que el siglo XI supuso la “amplia-

ción e intensificación” del espacio dominado por los hispano-cristianos y, por exten-

sión, el dominio de casi la totalidad de La Rioja, a excepción del margen oriental, en las

proximidades de Alfaro, todavía en manos musulmanas.

Al mismo tiempo se percibe una preocupación especial por la explotación ganadera y,

por lo tanto, por el bosque. Sobre todo en la segunda mitad de siglo son numerosas las

noticias sobre comunidades de pastos. Sirva de ejemplo cómo, en 1092, el monarca cas-

tellano Alfonso VI concede al monasterio de Valvanera comunidad de pastos con las vi-

llas de Matute, Tobía, Villanueva, Anguiano, Madriz, el Valle de Ojacastro, las Cinco

Villas y el Valle de Canales. Igualmente, son frecuentes testimonios de trashumancias

diarias y de explotación de las dehesas. Este mismo interés por la ampliación del terraz-

go y por la conservación del área pastoril se aprecia en la explotación del agua, muy va-

liosa para el riego de los campos y para el proceso de explotación molinar.

Por último, conviene hacer mención al incremento de las actividades no agropecuarias

durante el siglo XI, dedicaciones artesanales relativas a la importación de objetos de

hierro procedentes de Álava; a las numerosas construcciones eclesiásticas repartidas por

La Rioja y por todo el norte peninsular; a la presencia frecuente de mercados donde se

sacaban a la venta los excedentes agrarios y a donde llegaban diversos productos de lujo

y consumo por una red viaria cada vez más compleja. En esos mercados se utilizaba la

plata como moneda de cuenta, aunque poco a poco, a finales del siglo, el material amo-

nedado irá perdiendo fuerza frente a las operaciones de canje. Por lo tanto, actividades

no agrarias, auge de la construcción, mercados cada vez más amplios y redes camineras

más diáfanas son algunos de los elementos que indican prosperidad y movilidad econó-

mica.

~ 95 ~

La organización política del espacio se estructura en “tenencias” y “honores”. Los

primeros testimonios datan del siglo X y se prolongan hasta el XIII. A mediados del si-

glo XI esta configuración adquiere su mayor vigor. Se documenta la presencia de do-

minantes en Nájera, Tobía, Cañas y Viguera. Precisamente, al frente de este último te-

rritorio fronterizo, dominado por un castillo, aparecen, desde 970 a 1030, ejerciendo el

papel de rey un hijo del monarca pamplonés García Sánchez el de Nájera, Ramiro, car-

go similar al título honorífico de regulus o infante, y sus hijos. Más tarde aparecen do-

minadores en Clavijo, Grañón, Logroño, Alberite, Arnedo, Ocón, Cameros y Calaho-

rra, bajo los que se sitúan alcaldes, jueces y merinos. Los monarcas navarros cedieron a

esas figuras los aspectos ejecutivos y militares de las tenencias y las utilizaron para

mantener la presión del Islam y de Castilla. Además de ser tenentes de plazas, solían

formar parte de la corte real y a ellos corresponden los bienes hacendísticos más sobre-

salientes, incluso en tierras lejanas como La Bureba o Vizcaya. Se trata de grandes pro-

pietarios agrícolas que apenas se dedican a la explotación ganadera.

Al frente de las tenencias el rey colocaba a miembros de la nobleza con obligación de

prestar consejo y auxilio militar. Los posibles gastos y el beneficio económico del te-

nente se sufragaban con parte de los ingresos que la corona tuviera en aquella comarca,

con las razias contra las poblaciones musulmanas del otro lado de la frontera y con el

cobro de exacciones a los campesinos. Solían acumularse bajo el mismo mando dos o

más honores; a un distrito en la periferia del reino podía acompañar otro en el interior,

donde los gastos defensivos eran menores. Así, los ingresos servían para ayudar a man-

tener el complejo militar de la demarcación más avanzada.

Junto a ellos, no debemos olvidar a los centros eclesiásticos, sobre todo a los monas-

terios, receptores de un ingente caudal económico proveniente de las monarquías y de la

nobleza. San Millán de la Cogolla y Santa María de Nájera serán los más importantes;

les seguirán, Santa Martín de Albelda, Valvanera y la sede de Calahorra. En todos ellos

se percibe una clara transferencia del dominio sobre tierras y hombres del realengo a los

abadengos. Este hecho provoca que la autoridad pública pierda importantes cotas de po-

der en beneficio de los señores. Igualmente se aprecia un aumento de la presión señorial

sobre los hombres dependientes, muy en especial a partir de la década de 1070, lo que

indica que para esas fechas el desarrollo dominical daba muestras de agotamiento. Tan-

to la enajenación del realengo, en especial durante los reinados de Sancho III el Mayor y

de García Sánchez el de Nájera, como el proceso de señorialización, sobre todo a partir

de 1076, llevan a fortalecer a los señores, milites y eclesiásticos, mientras que afectan

muy negativamente a los campesinos. “Los tres estamentos de la sociedad medieval

tienden así a reorganizarse en dos grupos de dominantes y dominados”.

En conclusión, la importancia de los monasterios depende del grado de generosidad

de los reyes navarros. Mientras San Martín de Albelda reparte su dominio monástico so-

bre los valles del Iregua y del Leza, el de San Millán concentra sus heredades, en espe-

cial, al oeste del valle del Najerilla. Por su parte, Santa María de Nájera extiende sus

bienes en el curso inferior de los ríos Oja y Leza, y el de Valvanera, en torno a Cañas y

Nájera. En general, las actividades agrarias se desarrollan simultáneamente a la produc-

ción ganadera, sobre todo en el alto Najerilla, en donde Valvanera disfruta de una exten-

sa comunidad de pastos desde 1092.

~ 96 ~

El dominio real navarro nunca consiguió crear una idea de región tal como hoy se po-

dría presentar. Es cierto que los distintos señores tenían dispersos sus patrimonios por

toda La Rioja y que su papel, tanto económico como demográfico y social, pudo servir

para integrar a sus habitantes; pero no es menos verdad que sobre el área riojana se adi-

vina una red comarcal, de notable desarrollo comunicativo interior, pero de menor rela-

ción exterior, al menos así se desprende del estudio documental. Grañón, Nájera, la

cuenca del Iregua y Calahorra son las circunscripciones más sobresalientes. No obstan-

te, la vía natural del Ebro servía para vertebrar el espacio de la zona medular, en donde

Logroño comienza a adquirir protagonismo, y el este, con Calahorra después de su con-

quista. Similar papel jugó el Camino de Santiago a su paso por La Rioja, ruta de pere-

grinación y elemento de desarrollo económico y cultural, que vinculaba directamente

Logroño con Nájera, Grañón y Belorado. Un tercer elemento servía para tender puentes

entre la Sierra y el Somontano: los valles de los propios ríos, que se convierten en pun-

tos de apoyo de la organización del espacio. Todavía no son suficientes, pero sí suponen

el germen de la conformación del territorio riojano.

Luego vino el paso del dominio pamplonés al del reino de Castilla. Sancho IV de

Pamplona el de Peñalén (1040-1076), logró la sumisión del taifa Al-Muqtadir de Zara-

goza, comprometiéndole al pago de parias. Esta política enturbió las relaciones con

Castilla y con Aragón. El 4 de junio de 1076, Sancho IV murió asesinado en Peñalén,

cerca de Funes, víctima de una conjura familiar. El reino navarro se desmembró de ma-

nera favorable al reino de Aragón y al de Castilla; desaparecía la confederación de gran-

des tierras en torno a la monarquía navarra y se rompía definitivamente la vinculación

de Nájera con Pamplona. El reino aragonés se incorporó toda Navarra a excepción de

La Rioja; por su parte, este territorio pasó a depender de la autoridad del rey de Castilla.

La ocupación castellana de La Rioja fue sencilla. En su favor jugaron el descontento de

una parte considerable de la nobleza navarra ante el trato recibido por Sancho IV y la

existencia de grupos pro-castellanos, sin olvidar el acercamiento que Castilla había co-

menzado a protagonizar a partir de las numerosas donaciones con que sus monarcas fa-

vorecieron a los grandes monasterios riojanos. Debemos recordar cómo tras la muerte

de Sancho IV los tenentes de Nájera, Calahorra y los Cameros llamaron a Alfonso VI

para que tomase posesión de La Rioja, fuera reconocido como monarca del “reino de

Nájera” y recibiera allí el juramento de todos los nobles. Igualmente, el monarca man-

tuvo al frente de las circunscripciones políticas a los antiguos tenentes puestos por San-

cho IV. Estos y otros aspectos explican las escasas dificultades con que se encontraría el

rey castellano en La Rioja.

Desde el año 1076, Alfonso VI puso el territorio riojano en manos de García Ordóñez,

conocido con el sobrenombre de el Crespo de Grañón, y de su mujer Urraca, hermana

del Sancho el de Peñalén, lo que legitimaría una posible herencia. Desde Nájera, su po-

der se extiende por Grañón y Calahorra, y acabará consolidando a Calahorra como sede

episcopal. Bajo su autoridad habrá otros tenentes.

Mientras que el dominio navarro de La Rioja estuvo marcado por una sociedad emi-

nentemente rural, con una vida urbana endeble (pero de mayor consistencia que la pen-

sada secularmente), a finales del siglo XI el esquema señorial, en el que prevalecen los

guerreros y los campesinos, es enriquecido paulatinamente por gentes llegadas de dife-

~ 97 ~

rentes lugares, con una formación y costumbres diferentes, que pronto facilitaron el

desarrollo de núcleos urbanos y de una nueva clase social: los burgueses.

El paso de un reino a otro (el abandono de Navarra y la dependencia de Castilla), su-

puso un cambio fundamental en el significado del espacio riojano. García de Cortázar

ha sido quien mejor ha definido esta situación. Según el eminente profesor, para la con-

quista castellana, “La Rioja constituye, aproximadamente, un quinto de la superficie del

reino de Navarra. Y, desde luego, su parte económicamente más diversificada y, proba-

blemente, más rica”. Sin embargo, una vez que pasa a formar parte del reino castellano-

leonés, “su extensión apenas representa un tres por ciento de las dimensiones del reino

de León y Castilla”. Hasta 1076, “La Rioja albergaba habitualmente la corte navarra”;

a partir de esa fecha, “la corte castellano-leonesa, mucho más trashumante, está, casi

siempre, por lo menos a doscientos kilómetros de distancia de las tierras riojanas. És-

tas, por lo demás, siguen siendo la cabeza de puente castellana en el valle del Ebro”.

Pero sólo cabeza de puente. Con la conquista de Toledo en 1085, La Rioja pasará de

ocupar una posición frontal en la monarquía navarra a otra periférica en la leonesa-

castellana. En definitiva, se convertirá en “tierra de frontera”, ahora ya muy lejana de

los intereses de Alfonso VI. Sin embargo, al mismo tiempo, La Rioja iba a convertirse

en paso obligatorio para los peregrinos y comerciantes que desde Navarra entraban en

Castilla siguiendo el cada vez más conocido Camino de Santiago.

El alejamiento de la monarquía castellana de los intereses riojanos favorece el prota-

gonismo, al menos aparente, de los señores y de los campesinos. Se asiste a una clara

imposición feudal de los primeros sobre éstos, a una señorialización creciente que pro-

voca cambios sustanciales en la estructura social. Efectivamente, a finales del siglo XI,

la tenencia representa más el dominio de hombres y de tierras que el deseo del tenente

de imponer su autoridad sobre grandes áreas. De esta forma, la villa como centro de po-

der va perdiendo importancia geoestratégica y se va convirtiendo poco a poco en un

centro de significado rentístico. Allí donde el carácter fronterizo hacía necesaria la ayu-

da militar del señor, éste colabora con el rey desde su castillo con su comitiva, pero del

mismo modo interviene cada vez con más frecuencia en tareas administrativas a cambio

de unas rentas. En un momento de alta densidad demográfica no es de extrañar que au-

mente considerablemente el número de tenencias, lo que implica una mayor ocupación

del territorio riojano y un control feudal más exhaustivo. Así, a las tenencias existentes

en el siglo X, se añadirán otras más: Calahorra, Cantabria, Bilibio, Cellórigo, Tobía y

Clavijo; Buradón, Bilibio, Torrijas, Cameros, Logroño, etc.

La organización del espacio, además, está caracteriza por la existencia de comunida-

des de “valle” como realidad supra-aldeana o unidad social de base territorial. Este es el

caso del valle del Oja, del de Canales o del de San Vicente. La estructura de comunidad

se percibe, así mismo, en las denominadas “Villas de Campo” (Fuenmayor, Corcuetos o

Navarrete, Hornos, Medrano, Villela y Entrena), las “Cinco Villas” (Ventrosa, Brieva,

Mansilla, Las Viniegras y Montenegro), las aldeas de los Cameros y aquellas comuni-

dades de aprovechamiento pastoril, tan abundantes a finales del siglo XI.

Pero sobre todo, la aparición de numerosos topónimos mayores implica la presencia

de un importante volumen de nuevas aldeas (mayor que el actual), sobre todo en el este

y en el somontano riojano; de barrios nuevos en el interior de las poblaciones más

~ 98 ~

desarrolladas (caso de Grañón, Nájera o Calahorra); de movimientos repobladores (en

Nájera, Santurde junto a La Cogolla, San Julián de Sojuela, Longares, Villanueva de

Pampaneto, etc.) o de desplazamientos poblacionales como los que se producen en el úl-

timo cuarto de siglo hacia las tierras recién conquistadas de Ávila, Salamanca y Sego-

via.

Pues bien, de todos estos elementos de ocupación e intensificación espacial, los nú-

cleos de población, unos doscientos, presentan algunos elementos característicos que

merece la pena referir: un nombre, un grupo humano que las puebla, un espacio social y

económico y unas normas de convivencia. Conocemos los nombres –en general, salvo

los desaparecidos, coinciden con los actuales– pero casi nada más. Son núcleos peque-

ños que apenas sobrepasarían los veinticinco vecinos de media. Por lo tanto, en una

aproximación francamente interesante, se viene proponiendo una población para La

Rioja de hacia el año 1100 de treinta a cuarenta mil personas. Por otro lado, puede afir-

marse que el territorio circundante de estos núcleos contaba con una extensión media de

25 km², cifra que se amplía considerablemente conforme nos acercamos al este y al sur

de la región, zonas que presentan una menor densidad de entidades de población y una

orografía más compleja. En cuanto a su forma de gobierno, una buena parte de ellos han

guardado la memoria de una entidad pública, del concejo local. Esta asamblea, como sa-

bemos, tenía como objetivo ser testigo de los actos jurídicos protagonizados, sobre todo,

por los vecinos de la comunidad.

El aumento demográfico y el auge económico experimentado en la Península Ibérica

como consecuencia del intercambio comercial con Al-Ándalus y el cobro de parias, así

como el alejamiento del peligro musulmán y la llegada de extranjeros, muchos de ellos

procedentes de más allá de los Pirineos, son algunos de los factores que explican el

desarrollo urbano en el norte peninsular. Además, a lo largo del siglo XI tuvo lugar un

acontecimiento que adquirió “caracteres de fenómeno social: las peregrinaciones a

Santiago de Compostela”. Precisamente, por este Camino que entraba en La Rioja tras

cruzar el Ebro por Logroño y después de haber atravesado las poblaciones de Pamplona,

Puente la Reina, Estella y Torres del Río, fueron llegando mercaderes para abastecer a

los peregrinos procedentes de Europa. En consecuencia, los pequeños núcleos que exis-

tían sobre este itinerario eran estimulados por la nueva actividad comercial que surgirá

en el norte peninsular, sin olvidar que el auge de las peregrinaciones hacía inevitable,

igualmente, la construcción de una gran red de centros religiosos y asistenciales. En es-

tas circunstancias nacieron o se desarrollaron Logroño, Navarrete, Nájera, Santo Do-

mingo de la Calzada y Grañón, ya en el límite con Burgos. Junto a este itinerario, deno-

minado Francés o “Principal”, también fue muy frecuentado el camino natural del

Ebro, que coincide con la antigua vía romana de Tarragona a Astorga. Por él llegaban

peregrinos procedentes de la Europa mediterránea y de la Corona de Aragón. Una vez

en La Rioja, los viajeros atravesaban Alfaro, Rincón de Soto, Calahorra, Alcanadre,

Arrúbal y Agoncillo, para unirse en Logroño con los peregrinos procedentes del norte

por el Camino Francés. De este grupo de localidades, sólo Calahorra, en la frontera con

el mundo musulmán, adquirirá una notable importancia.

Como consecuencia de la mencionada crisis del poder monárquico navarro, el caste-

llano Alfonso VI ocupaba la sede regia de Nájera, era reconocido como rey en tierras

~ 99 ~

riojanas, alavesas y vizcaínas y conseguía la adhesión de algunos núcleos urbanos, caso

de Nájera, mediante la confirmación de sus fueros, unos privilegios dados por Sancho

III el Mayor y García Sánchez el de Nájera que venían a impulsar una economía rica,

eminentemente agraria pero al mismo tiempo mercantil; unos derechos forales que

constituyeron la expresión más genuina del ordenamiento consuetudinario de La Rioja.

Es decir, desde ese momento, La Rioja pasa a ser, salvo lugares muy concretos, caste-

llana. Igualmente, Alfonso VI convierte la comunidad de Santa María, edificio cons-

truido en 1052 por el rey García Sánchez el de Nájera, en un priorato de Cluny.

Junto a un alfoz subordinado a la urbs pero separado de ella por una muralla, en el in-

terior de Nájera se encierran varios barrios (el de Valcuerna, Sopeña, San Juan, de las

Tiendas, del Mercado, Cervera, etc.), alguno de ellos con su propio sistema de gobierno

o concejo.

Pues bien, a pesar de que Nájera fue el “eje fundamental de articulación del espacio”

de La Rioja Alta, Alfonso VI tenía puestos sus intereses militares y políticos sobre todo

en el sur peninsular. Por lo tanto, Nájera deja de ser uno de los grandes centros nu-

cleares, junto a Pamplona, del reino de Navarra, y pierde el papel protagonista que había

tenido tiempo atrás. Además, a partir de 1076, otras dos zonas entran en competencia en

La Rioja Alta: Logroño y su área de expansión, por una lado, y el valle del Oja, con el

burgo de Santo Domingo de la Calzada, por otro; ambas, como Nájera, sobre el cada

vez más pujante Camino de Santiago. Mientras, al este y fuera de la Ruta Jacobea, Ca-

lahorra, también en pleno desarrollo socioeconómico, ejercía su dominio sobre Arnedo

y su término.

Uno de los prototipos de este movimiento urbanizador fue Logroño. La concesión de

un fuero a finales del siglo XI posibilitó la apertura de las puertas del desarrollo histó-

rico de la ciudad, convirtiéndose este lugar en centro de atracción de los pobladores de

los territorios de alrededor. De esta manera, si durante los siglos X y XI Logroño nunca

pasó de ser una pequeña pesquería perteneciente a San Millán de la Cogolla, desde la

concesión del estatuto local deja de ser una aldea para convertirse en una villa de rea-

lengo. Se gana así, a partir de 1095, fecha del mencionado otorgamiento, un importante

cambio en el conjunto de su población, que se hace plural y tolerante, y en sus activi-

dades laborales, antes preferentemente rurales, tras el fuero, también comerciales y ar-

tesanas.

Desde 1076, Logroño se convertirá en puerta de entrada en Castilla y etapa significa-

tiva del Camino de Santiago. En estas circunstancias, era conveniente restaurar la aldea

logroñesa. Con este fin, el conde García Ordóñez, representante del rey de Castilla en la

región desde Nájera a Calahorra, trasladaría allí el peso político y militar que antes ha-

bía correspondido a Nájera. A tal fin, impulsó y desarrolló la antigua puebla situada en

el punto más estratégico de toda La Rioja, esto es, junto al puente por el que el Camino

de Santiago cruza el río Ebro. Igualmente, buscó fortalecer la villa como plaza fronte-

riza frente al reino de Pamplona y a la taifa zaragozana, en especial tras la devastadora

campaña de Alberite protagonizada por el Cid en 1092 como represalia de la expedición

de Alfonso VI a Valencia. Parece ser que fue precisamente después de estos sucesos

cuando García Ordóñez decidió repoblar Logroño. Para ello, el monarca concede a sus

habitantes un fuero en 1095.

~ 100 ~

Con este privilegio foral, Alfonso VI pretende, en primer lugar, atraer a pobladores fo-

ráneos, instalarlos en la villa e ir creando una clase media de burgueses (mercaderes, ar-

tesanos, posaderos) hasta entonces poco frecuentes no sólo en La Rioja sino en la ma-

yor parte de la Península. Este proceso, así mismo, se ve apoyado por un fenómeno reli-

gioso, social y económico de primera magnitud, el Camino de Santiago; y va unido al

crecimiento comercial que experimenta el norte peninsular, simultáneo al vivido en la

Europa occidental.

El monarca Alfonso VI denomina a la carta fuero de francos, en línea con el proceso

liberalizador que se venía experimentando ya con bastante acierto tanto en el espacio

pamplonés como en el castellano-leonés. Ese proceso se traduce en un completo esta-

tuto jurídico de libertades para los futuros pobladores en los aspectos económico, per-

sonal, fiscal, mercantil y procesal. De aquí que la utilización del término franco indique,

por un lado, un origen extranjero; y por otro, el poseedor de ese régimen de franquicias.

La carta de población de Logroño estableció la organización de la localidad como vi-

lla dotada de unos pobladores, tanto los vecinos de Logroño como los de las aldeas pró-

ximas, que gozaban, entre otros derechos, los de igualdad jurídica y franquicia; podían

elegir a las autoridades de la villa de entre los vecinos de la misma, y estaban exentos de

toda suerte de prestaciones pecuniarias y personales, como el servicio militar, la vigilan-

cia policial del término municipal y el trabajo en la construcción y mantenimiento de

obras públicas. También se suprimían todas las caloñas (penas) colectivas. Al mismo

tiempo, veían favorido su acceso a la propiedad de las tierras que ocupasen por la sim-

ple tenencia de las mismas de un año y un día. El fuero también declara libertad com-

pleta en el aprovechamiento de aguas, pastos y montes. Igualmente, se refuerza la invio-

labilidad del domicilio y la protección jurídica de los bienes fuera de casa frente al me-

rino o al sayón, y se promueven los intercambios comerciales al declarar la libertad de

comercio de bienes muebles, inmuebles y semovientes;103

reúne a los visitantes del mer-

cado bajo la protección y garantías de paz del gobierno urbano.

Pero el fuero de Logroño no sólo se aplicó al concejo y a su alfoz. Su éxito explica su

expansión, que acabó convirtiéndose en modelo legal para la fundación de otras pobla-

ciones castellanas, navarras, alavesas, guipuzcoanas y vizcaínas. Por ejemplo, en La

Rioja, el articulado de la carta foral logroñesa fue concedido a San Vicente de la Son-

sierra en 1172, a Navarrete en 1195, a Santo Domingo de la Calzada en 1187 y 1207, a

Briones y a Grañón en 1256, a Clavijo en 1322, a Entrena en 1135-1149 y a Haro en

1187.

Por su parte, Grañón pasaría a disfrutar del estatuto jurídico cuando la villa fue ane-

xionada a Santo Domingo de la Calzada en 1256 por disposición del monarca Alfonso

X. En suma, los antiguos habitantes y los recién llegados a las ciudades alcanzarán una

situación jurídica claramente favorable que les acabará distanciando de los habitantes de

los territorios señoriales próximos. Además, la formación de estas villas, muchas de

ellas fortificadas, sirvió para fundamentar las necesidades defensivas en la frontera na-

varro-castellana.

103

Los que consisten en ganados de cualquier especie.

~ 101 ~

Por su parte, comienza a desarrollarse a mediados del siglo XII el burgo fundado por

Santo Domingo a orillas del río Oja, a partir del hospital, la iglesia y el puente. En 1162

se documenta la noticia de 53 solares destinados a la construcción de casas trazadas so-

bre plazas y calles. Para esta labor, el maestro Garsión, reconocido constructor, se ser-

viría de la famosa pértiga o vara de medir. En este sentido, se viene afirmando con ra-

zón “que este núcleo urbano se constituye en el ejemplo más representativo de las vi-

llas nuevas que encontraron en la reactivación de la circulación comercial y la pere-

grinación por la ruta jacobea la razón fundamental de su propia génesis y desarrollo

urbano”.

Estas poblaciones aforadas tenían igualmente una vocación comercial. Se convierten

en villas-mercado con una especialización mercantil, favorecida por su propia situación

estratégica al estar asentadas sobre la principal arteria terrestre de comunicación econó-

mica en el norte peninsular, el Camino de Santiago; después, esa misma situación favo-

rable se verá acrecentada por la circulación de personas y mercancías inducida por la

propia peregrinación jacobea; y por último, por la labor restauradora de Alfonso VI, que

reparó todos los puentes que había entre Logroño y Santiago de Compostela.

Efectivamente, Nájera, uno de los centros urbanos más antiguos de La Rioja, da muy

pronto muestras de una animada actividad económica, existente ya a la confirmación de

su fuero en 1076 y fundamentada en su antigua condición de sede regia y de capitalidad

o centro de toda la comarca. Por lo menos desde 1052, año de la fundación del monas-

terio de Santa María la Real, los najerenses celebraban el mercado semanal el jueves, si

bien la ciudad mantenía una actividad comercial permanente, como explica la temprana

formación de un barrio mercantil (el barrio de tiendas) del que hay ya constancia docu-

mental en aquella misma época. El paso de La Rioja al reino de Castilla, el apoyo par-

ticular de los monarcas castellanos con numerosas exenciones y la actividad plural que

generaba el Camino compostelano, serán elementos que contribuyan a estimular y refor-

zar las actividades mercantiles de los najerenses. De esta manera, la sociedad va trans-

formándose de manera profunda. En efecto, el siglo XII ve desarrollarse una dinámica

burguesía, de naturaleza mercantil, al lado de la población eclesiástica, los caballeros y

el sector campesino que continúa vinculado a las actividades agropecuarias.

Por su parte, en Logroño se celebraba un mercado semanal, que tenía lugar el martes.

También existen noticias sobre múltiples exenciones que permiten, como en Nájera,

atisbar la presencia de un grupo burgués que ejerce sus tareas en las calles de Herrerías,

Caballería, Zapatería, Carnicerías, o en quiñones de terrenos104

como el de las Tiendas,

el del Mercado o el del Camino. En cuanto a Santo Domingo de la Calzada, el núcleo

contaba también con un mercado semanal, favorecido por los privilegios concedidos por

Alfonso VIII, mediante los que eximía de portazgo a los comerciantes calceatenses en

los mercados de las villas situadas sobre el Camino de Santiago y en las que se localizan

en los ejes viarios que descendían desde tierras cántabras y vascongadas hasta la ruta

comercial jacobea: Villafranca, Belorado, Cerezo, Pancorbo, Grañón, Haro, Nájera y

Logroño.

104

El quiñón es la parte correspondiente de tierra de cada uno de los miembros que la comparten.

~ 102 ~

En el plano demográfico, todas estas villas disfrutaron de un aporte colonizador de po-

blación extranjera que ejerció una gran influencia social y económica sobre las pobla-

ciones riojanas receptoras. Su presencia es clara en los fueros de Logroño y de Santo

Domingo de la Calzada, que plantean en algunas de sus disposiciones la dualidad fran-

cos-hispanos o castellanos, así como en algunas cartas contractuales procedentes de Ná-

jera. Por ejemplo, en un contrato de venta que se realiza en esta ciudad en 1126 figuran

como testigos francis y castellanis. Entre los primeros figuran: Natalis, Iterius et Pin-

chion, suus gener; et Rainaldus, portagero; et Ioannes de Volvent; magister Petrus cum

suis clericis. Pero su presencia es más frecuente en el siglo XIII, “en paralelo con la

expansión creciente que experimentan por esos años las formaciones urbanas del sector

riojano del Camino de Santiago”, como afirma certeramente el arqueólogo Faustino

Ruiz de la Peña. Entre ellos, figuran numerosos francos de origen (don Pedro Franco,

Petro Gascon, Petrus Limoias, etc.) y unos cuantos alemanes, ingleses o italianos (co-

mo Godaffre Alamant, Cuidam Anglico, Guilem Engles, etc.), algunos de los cuales pro-

cederían de otras villas del Camino (Guilen Sancti Facondi, Guilem de Frías, Petro

Guilem de Frida, etc.). Su importancia numérica en las creaciones urbanas del sector

riojano del Camino es difícil de establecer. No obstante, acaso llegaron a suponer, en

torno al 1200, entre un 20 y un 25 % del total del vecindario. Al igual que sucede en

otras localidades del Camino, este grupo humano desempeña oficios diversos: caldere-

ros, campaneros, carpinteros, carniceros, zapateros, horneros, juglares, tenderos, etc.

Esta inmigración extranjera provocó, tras el lógico recelo de los lugareños, un enri-

quecimiento de la vida social, cultural y económica, y surgieron –como ya se ha visto–

importantes burgos de comerciantes francos a lo largo del Camino de Santiago, burgos

que, como era de esperar, irán perdiendo importancia conforme nos vayamos alejando

de los Pirineos. Puede decirse que, en general, el Camino proporcionó medios económi-

cos y culturales a gran parte de los vecinos de los núcleos urbanos que jalonaban la ruta,

y los puso en contacto con las nuevas tendencias y modas ultrapirenaicas.

Junto a estos francos encontramos a lo largo de la geografía riojana numerosas colo-

nias de judíos, generalmente urbanos hasta la segunda mitad del siglo XIV. Formaban

un grupo minoritario de gran capacidad de trabajo que desempeñó un importante papel

en el desarrollo económico y cultural de los estados cristianos peninsulares. Muy posi-

blemente, la agricultura fue una de las fuentes de actividad más importantes, aunque

participaron ampliamente en las tareas artesanales y mercantiles y ejercieron un auténti-

co monopolio de la medicina, de los préstamos y de los arrendamientos de rentas.

Fueron importantes, entre otras, las juderías de Haro, Navarrete, Nájera, Briones, Gra-

ñón, Albelda, Logroño, Calahorra, Arnedo, Alfaro y Cervera. Sin embargo, los Cameros

apenas conocieron su presencia.

Alguna de estas localidades tenían, así mismo, una clara función asistencial. En Lo-

groño, lugar fronterizo entre los reinos de Pamplona y Castilla, que abre la etapa riojana

del Camino, se emplazan los hospitales de San Juan ultra Iberum, en la margen iz-

quierda del río; el de Rocamador, el de San Blas y el de San Lázaro, éste a la salida de

la ciudad hacia Burgos. Todos ellos, a la sombra de magníficas iglesias, como las de

San Bartolomé, Santiago, Santa María de Palacio o Santa María de La Redonda. Por su

parte, Navarrete cuenta con un centro de acogida de peregrinos desde 1185, pronto en-

~ 103 ~

comendado a la Orden Hospitalaria de San Juan. Sus restos arquitectónicos, formados

por una espectacular portada, se conservan desde finales del siglo XIX como puerta del

cementerio de la localidad, junto al viejo camino de tierra. Y es también en esta acoge-

dora villa donde encontramos la narración de una de las leyendas épicas más extendidas

por el Camino de Santiago, la que refiere el enfrentamiento entre el caballero Roldán,

sobrino de Carlomagno, y el Gigante Ferragut. La representación iconográfica de este

combate teológico entre dos religiones la podemos observar en dos capiteles románicos

en Navarrete y otro más en la iglesia de Ochánduri. En lo que se refiere a Nájera, se lo-

calizan los hospitales de la Cadena, junto al puente de piedra; el del Real Patronato,

fundado por Alfonso VII; y la hospedería monacal de Santa María la Real. Muy cerca

de allí, Azofra contaba también con un centro de acogida bajo la jurisdicción de San

Millán de la Cogolla. La red asistencial en la zona riojana se completaba con el hospital

de Santo Domingo de la Calzada, hoy Parador Nacional, junto a la catedral (iglesia con-

sagrada en 1106 y ampliada en 1158 con una magnífica girola), y con el de Grañón.

En general, la estructura urbana de las localidades camineras responde a un plano es-

tructurado y rectilíneo, de manzanas regulares, determinado por la propia disposición de

la vía. Esta circunstancia se presenta de forma muy clara en las villas de Santo Domingo

de la Calzada y Grañón, y en menor grado en Logroño, en Navarrete (en donde la oro-

grafía determina su ordenación) y en Nájera (en especial en el trazado urbano nuevo que

va desde el puente sobre el Najerilla hasta Santa María la Real). En cualquier caso, los

nuevos núcleos presentaban planos esencialmente regulares. Además, casi todos tenían

murallas, que no aislaban el entorno rural del ámbito urbano sino que protegían a sus

hombres de un exterior más amplio y muchas veces peligroso, con puertas abiertas

solamente durante el día.

Pues bien, el grupo más importante y representativo de ciudades y villas que confor-

man la red urbana de La Rioja se reparte a lo largo de los aproximadamente 60 kiló-

metros que corresponden al tramo riojano del Camino de Santiago. Efectivamente, co-

mo sucede en el resto de la ruta jacobea, el Camino actuó en el territorio riojano como

elemento articulador del espacio sobre el que se asienta, como factor urbanizador de pri-

mer orden y como medio de circulación de personas, mercancías y cultura.

Con anterioridad a la ocupación castellana de los territorios navarros al sur del Ebro,

la iglesia local sintió la influencia de la reforma eclesiástica promovida por Roma, “que

pretendía asegurar la independencia del Papado respecto al poder imperial y la exten-

sión efectiva de su autoridad a toda la Iglesia, reformar la disciplina del clero secular y

promover una reforma monástica mediante la aplicación de esquemas cluniacenses”.

La intervención romana pretendió abolir la liturgia visigótico-mozárabe a favor del ri-

to romano, general a toda la Cristiandad occidental. Un primer intento fue obra del Papa

Alejandro II (1061-1073). Hacia 1065, en los concilios de Nájera y Llantadilla se in-

tentó convencer con poco éxito a los obispos navarros y castellanos. Ante la acusación

de herejía, el obispo de Calahorra105

acompañado de los de Álava y Oca viajaron a Ro-

ma para hacer revisar, entre otros códices litúrgicos mozárabes, los procedentes del mo-

105

Munio (1065-1080) y Sancho (1080-1087).

~ 104 ~

nasterio de Albelda. Pero será el Papa Gregorio VII (1073-1085)106

quien implante el

nuevo rito en Navarra y en Castilla hacia los años 1074-1078, cambio que obligó a co-

piar los nuevos códices litúrgicos para la difusión del nuevo rito, ahora en grafías ca-

rolingias; igualmente, supuso un cambio en el calendario litúrgico y la adopción de un

nuevo santoral.

La reforma ritual o litúrgica requería, así mismo, un recambio en la jerarquía eclesiás-

tica de la diócesis de Calahorra. Algunos de los cargos más importantes fueron confia-

dos a monjes franceses. De esta manera, a partir de 1080 la renovación eclesiástica se

produjo entre los partidarios de la reforma romana: la jerarquía autóctona acaba siendo

sustituida por clérigos de origen francés y se prescindió del nombramiento de la figura

obispo-abad, tan frecuente en el territorio riojano.

Cuando el obispo se ve obligado a abandonar el monasterio, se crea una sólida infraes-

tructura que le apoya y garantiza el gobierno de la diócesis. Un cabildo formado por clé-

rigos regulares situó al obispo de Calahorra como el único prelado residente en La Rio-

ja. Abundantes donaciones incrementaron el patrimonio catedralicio y convirtieron al

obispo en un señor muy importante del reino castellano. Del mismo modo, la renova-

ción implicó a los monasterios con la introducción de Cluny.

Durante el siglo XIII el clero sufrió un proceso de diversificación aún mayor, lo que

suponía la culminación del camino iniciado años atrás por la Iglesia. El contacto con los

ambientes urbanos, donde las necesidades de apostolado, rituales y sociales eran muy

diferentes a las vividas por los cristianos rurales, va a hacer surgir dos órdenes mendi-

cantes, la de los franciscanos y la de los dominicos. Ambos huían de la riqueza y del po-

der mostrado por algunos burgueses y por algunos religiosos, propugnando una espiri-

tualidad fundamentada en la pobreza evangélica y en el amor al prójimo; buscaban, ade-

más de la austeridad, la formación intelectual de sus miembros, al objeto de perseguir a

los herejes o contraponer la fuerza de sus movimientos. Su implantación, con mayor se-

guridad para el caso de los seguidores de San Francisco, se realizó hacia los años 1217-

1219; en cualquier caso con anterioridad a 1230.

Este crecimiento mendicante no impedirá que el clero secular vaya asumiendo, poco a

poco, un mayor grado de responsabilidad y protagonismo en las instituciones eclesiás-

ticas riojanas.

En otro orden de cosas, el estamento nobiliario no sufrió grandes modificaciones jurí-

dicas ni funcionales con el cambio de reino. La nobleza “sigue definida por la libertad

personal, la ingenuidad o plena disponibilidad sobre los bienes muebles e inmuebles,

libres del pago de cargas, y la función militar”. Los ricos-hombres se distinguen clara-

mente de la gran masa de infanzones, el sustrato inferior; entre ambos se sitúan los ca-

balleros, dedicados a la función militar pero de difícil o incierta delimitación.

Es seguro que la nobleza se benefició de la coyuntura expansiva de los cristianos. La

monarquía concedió numerosos bienes, tierras y rentas a quienes colaboraron con ella

contra los musulmanes y en la posterior repoblación. De esta forma, los grandes bene-

ficiados fueron aquellos linajes identificados con el monarca y con sus empresas. En el

106

San Gregorio VII. Se conmemora el 25 de mayo.

~ 105 ~

siglo XII, tras un período de división en tenencias múltiples y de reorganización de las

existentes como consecuencia de la ocupación temporal de La Rioja por el aragonés

Alfonso I, el castellano Alfonso VII lleva a cabo una nueva reordenación del espacio,

con un mismo señor sobre amplios territorios. Localizamos a un tenente en La Rioja Ba-

ja, otro en la Alta y un tercero en Logroño, descendiente de los Fortuñones de Cameros.

Ya en dicha centuria (siglo XII) comienza a testimoniarse profusamente el linaje llama-

do de Haro, con amplios poderes en La Rioja Alta. Otra familia es la de los Cameros,

que cobran renovada importancia hacia mediados de siglo. Tendrán, además de Ca-

meros y del Iregua, grandes espacios en La Rioja Media y Baja.

Cuando el espacio navarro quedó definitivamente definido ante el alejamiento de la

frontera musulmana y la fijación de la riojana, algunos nobles pamploneses se pusieron

al servicio de los reyes castellanos. Sirva de ejemplo el hecho de que el mencionado

Alfonso VII donase la villa de Alcanadre a Rodrigo de Azagra por su actitud en la toma

de Baeza, durante la campaña de Almería (año 1147).

Aprovechando la minoría del rey Alfonso VIII de Castilla, el navarro Sancho VI el

Sabio ocupa una parte del territorio riojano en 1163. A partir de ese momento La Rioja

queda divida entre Navarra y Castilla. Del primer reino dependen Logroño, Entrena,

Navarrete, Ausejo, Autol, Quel y Resa; del segundo, Grañón, Haro, Nájera, Viguera,

Clavijo, Ocón, Arnedo y Calahorra. Lope IV Díaz de Haro (en 1163 y 1167) y su su-

cesor Pedro Ruiz (1174), condes de Nájera, serán los encargados de desalojar a los na-

varros.

Alcanzada la mayoría de edad del rey castellano Alfonso VIII, ambos monarcas fir-

man, en la localidad navarra de Fitero, una tregua de diez años y deciden resolver sus

discrepancias al arbitraje de Enrique II Plantagenet, rey de Inglaterra.

Pero a lo largo del siglo XIII, el gobierno del territorio riojano quedará casi en su tota-

lidad en manos de los Haro, sobre todo a partir de que el señorío de los Cameros caiga

dentro de su jurisdicción.

Más tarde, a lo largo del siglo XIII, se van a ir produciendo en La Rioja variaciones o

cambios sustanciales. En primer lugar, comienzan a aparecer nuevos linajes, muchas ve-

ces descendientes de familias conocidas, como los Zúñiga o Cuevas, Leiva, Velasco,

Guevara, Medrano, Jubera, Almoravid, Rojas, Baztán, Lagunilla y Corbarán. Además,

el sistema de tenencia como forma de administración territorial va a iniciar su decaden-

cia. Será sustituido paulatinamente por el merino, oficial con prerrogativas de gobierno

y fiscales. Efectivamente, desde tiempos de Alfonso VIII el merino mayor de Castilla

delega competencias a los merinos territoriales (adelantados regios) de La Rioja y de

Logroño, que a su vez tendrán a sus órdenes funcionarios de menor rango para la cuenca

del Iregua, de la tierra de Nájera, de Ocón, etc. Ellos se encargarían de fijar los encabe-

zamientos de pechos y confeccionar cuadernos contributivos.

Fue también a partir del momento de la ocupación de Alfonso VI del territorio riojano

cuando aparece la primera mención al nombre de La Rioja, justo cuando Santo Do-

mingo de la Calzada comenzaba a adquirir protagonismo. El topónimo Rioja, como tan-

tos otros, es de difícil etimología; de ahí, la existencia de distintas tesis. Una de ellas,

vasco-iberista, estima que el origen de la voz es euskérica. Así, Fray Mateo de Anguia-

no (capuchino riojano del siglo XVII) y otros hacen derivar el nombre del lugar de erri

~ 106 ~

o erria, “tierra”, y egui y eguia, de lo que resultaría “tierra de pan”. Por su parte, Me-

rino Urrutia, historiador de entre los siglos XIX-XX, estima, refiriéndose al río Oja, que

la raíz oia es “bosque”. Pues bien, si tenemos en cuenta que el prefijo de Rioja podría

proceder del latín rivum, “río”, el término haría alusión a las muchas hojas que éste

arrastraba en otoño. Otra tesis vasquista ha replanteado la cuestión, derivando la voz de

arrioxa, que significaría “mucha piedra o abundante cascajo”.

En cualquier caso, el término se documenta por primera vez en 1099. Efectivamente,

el fuero de Miranda de Ebro, al referirse a los habitantes del valle del Ebro oriental, los

hará provenir de la “terra Lucronii aut de Najera aut de Rioxa”. Es decir, este término

incluiría aproximadamente las tierras comprendidas entre Belorado al oeste y Briones al

este, esto es, las cuencas de los ríos Tirón y Oja. Esta gran área se corresponderá con lo

que en la actualidad conoceremos como La Rioja Alta. A oriente, las localidades de Ca-

lahorra, Arnedo, Cornago y Cervera acabarán formando la denominada Rioja Baja. De

ellas, sobre todo la primera, sede episcopal y en su condición de territorio de frontera

frente al mundo musulmán y después frente al aragonés, acabará dando cohesión al es-

pacio. En medio, los valles del Leza y el Jubera servirán de elemento articulador.

La ampliación del nombre al territorio actual dependerá del desarrollo de la entidad

territorial, no siempre provocado por la reconquista. Una vez que se controle el río Al-

hama (afluente del Ebro), y con él queden conformadas las fronteras con Navarra y

Aragón, La Rioja como lugar identificativo se irá mostrando como una clara realidad.

Es más, se viene afirmando que “el límite meridional de la denominación se encontra-

ría en la divisoria de aguas con la cuenca del Duero, es decir, en la línea de cumbres

del Sistema Ibérico que separan los Cameros de Soria y que, aproximadamente, corres-

pondían con la jurisdicción del señorío de los Cameros, dependiente del condado na-

jerense”.

En este sentido, aunque el Fuero Viejo de Castilla (año 1138) intenta definir el área

que entiende por Rioja, no será hasta mediados del siglo XIV cuando el Becerro de las

behetrías (manuscrito del que hablaremos en su momento)107

informa de que el reino de

Castilla estaba dividido en varias circunscripciones o merindades. Una de ellas era Cas-

tilla la Vieja. Pues bien, ésta a su vez comprendía diecinueve merindades menores, entre

las que destacaban: en primer lugar, Rioja-Montes de Oca, con cabeza en Santo Do-

mingo de la Calzada. Comprendía la cuenca de los ríos Tirón, toda la del río Oja y toda

la del Najerilla. Después, Logroño, que incluía Navarrete, Fuenmayor, Sotes, etc., pero

cada vez con mayor importancia. Y quizá existiese otra, la de Alfaro, sobre la que exis-

ten escasas referencias.

La formación de una unidad administrativa y política que coincida con la geográfica

resultará un proceso a largo plazo; sólo el paso del tiempo irá creando los medios opor-

tunos para lograr la definitiva unificación. Pero estos son otros tiempos.

107

Mandado por el rey Pedro I de Castilla (1350-1366), en el contexto de la gran mortandad de la cono-

cida como peste negra en el siglo XIV, consiste en un inventario (escrito en pergamino o piel de becerro)

de las behetrías (poblaciones cuyos vecinos tenían el derecho de elegir a sus señores) existentes en el

territorio que entonces abarcaba el reino de Castilla.

~ 107 ~

~ 108 ~

EPÍLOGO III

LA IGLESIA ROMÁNICA DE SANTA MARÍA DE LA CORONA

EN EJEA DE LOS CABALLEROS

Cuando el rey aragonés Alfonso I el Batallador conquistó Ejea (pasando a ser Ejea de

los Caballeros), en 1105, el monarca mandó construir en la parte más alta de la loca-

lidad un castillo, con su iglesia dedicada a Santa María.

El edificio posee actualmente muchas modificaciones y añadidos posteriores. El arran-

que de la torre es románico; pero no el resto, que es de estilo mudéjar.

Esta iglesia es de nave única, con cabecera y cinco tramos, tal vez modelada a ejemplo

de la de San Gil de Luna, al igual que también se utilizara el mismo modelo para la

iglesia de San Salvador en la misma localidad.

La cubierta de estas iglesias es del todo románica, con bóvedas de cuarto de esfera que

se refuerzan con nervaduras convergentes en clave de arco triunfal.

En la fachada sur, se aprecian los característicos contrafuertes hasta la cornisa, tan tí-

picos de la arquitectura religiosa de las Cinco Villas de Zaragoza (Tauste, Sádaba, Un-

castillo, Sos del Rey Católico y Ejea de los Caballeros como capital comarcal).

~ 109 ~

Por encima del lugar teórico de la mencionada cornisa, se ha elevado una especie de

balconcillo almenado, que le aporta extraño perfil de fortificación, en especial a la ca-

becera. Ésta se halla bastante oculta por edificios cercanos y por los restos de la propia

muralla del castillo. Se aprecia su contorno poligonal, con contrafuertes recorridos por

imposta sobre el nivel de los ventanales aspillerados.

~ 110 ~

El muro de poniente está totalmente camuflado por añadidos renacentistas y a sus pies

se conservan varios enterramientos medievales (tumbas de la repoblación).

La portada románica se abre en el muro sur, componiéndose de cuatro arquivoltas. La

interior con baquetón en su arista y finos zig-zag a sus lados; por fuera otra de zig-zag

triple, una tercera de rombos, y la exterior sin decoración. Apean en sus respectivos ca-

piteles de decoración geométrica y vegetal. Por debajo, columnitas ricamente decora-

das sobre altos plintos, asemejándose todo a la a la portada que podemos ver en la cer-

cana localidad de Biota.

~ 111 ~

El tímpano presenta un crismón muy erosionado, de seis esquemáticos radios con ter-

minaciones engrosadas y las letras alfa y omega a ambos lados. Una puerta renacentista

se ha añadido a su vano. En general esta portada se halla muy erosionada a pesar de su

orientación. Probablemente influye la calidad de la arenisca empleada para su edifica-

ción.

~ 115 ~

A pesar de que el exterior del recinto se halla muy modificado, la estructura interior

del mismo se conserva sin grandes cambios, a excepción de las capillas laterales exca-

vadas en el espesor de los muros, como puede advertirse en la siguiente imagen de la

planta.

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Así pues, el interior conserva mucho mejor que el exterior su estructura original.

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La cabecera, a pesar de hallarse oculta en su mayor parte tras el retablo mayor, ba-

rroco churrigueresco, datado entre 1699 y 1734, puede apreciarse por ser practicable a

través de una pequeña puerta en su lado sur. Gracias a ello puede verse su estructura

poligonal compuesta por cinco lienzos. Cada uno de los mismos consta de dos arcadas

ciegas apeadas en capiteles y columnillas. Sobre las mismas, hay un gran ventanal en

cada lienzo, derramado al interior y con una angosta aspillera al exterior.

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Desde las columnas que flanquean los ventanales se elevan cuatro nervaduras que

convergen en la clave del arco triunfal.

En las siguientes imágenes se muestra las capillas abiertas en los laterales de cada

tramo. El soporte o atril de la Palabra está formado por cuatro columnillas agrupadas y

rematadas a modo de capiteles, con decoración estilizada de palmetas.

Las siguientes fotografías muestran algunos de los grupos de capiteles que sujetan los

fajones, el arco triunfal y algunas de las nervaduras absidiales. Su decoración es muy

sencilla, a base de motivos geométricos o vegetales, dejando en buen número de ellos la

mitad inferior de la cesta de menor diámetro y sin decoración. Los capiteles de la zona

inferior de la cabecera son de estilo sencillo, a base de hojas vegetales con piñas o vo-

lutas en sus ángulos.

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A los pies de la iglesia (lado sur) se halla la pila bautismal, de notables dimensiones y

sencilla en su hechura. En la primera de las capillas del lado norte del templo (capilla de

la Coronación), se hallaron pinturas góticas de estilo hispano-flamenco (siglo XV), re-

presentando el Árbol de Jesé.

En el lado norte de la cabecera hallamos empotrada una bella escultura con restos de

policromía representando la Anunciación. Su buena labra, a pesar del deterioro, la hacen

ser un valioso motivo escultórico.

Y presidiendo el retablo mayor encontramos, presidiendo, la imagen de Santa María,

talla gótica del siglo XIV, titular parroquial y patrona de la localidad.

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