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  • Timothy Radcliffe, O.P.

    LAS SIETE LTIMAS PALABRAS

    La plenitud del sentido ms allde la violencia y el silencio

    2 edicin

    DESCLE DE BROUWERBILBAO - 2006

  • NDICE

    PRLOGO: EN EL PRINCIPIO ERA LA PALABRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    LAS PALABRAS

    I.- PERDNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. LC 23,34 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

    II.- HOY ESTARS CONMIGO EN EL PARASO. LC 23,43 . . . . . . . . 43

    III.- MUJER, HE AH A TU HIJO... HE AH A TU MADRE. JN 19,26-27 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

    IV.- DIOS MO, DIOS MO!, POR QU ME HAS ABANDONADO?. MC 15,34 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

    V.- TENGO SED. JN 19,28 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

    VI.- TODO EST CONSUMADO. JN 19,30 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

    VII.- PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPRITU. LC 23,46 81

    EPLOGO: MS ALL DEL SILENCIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

  • NUESTRA PALABRA: MS ALL DE LA VIOLENCIA . . . . . . . . . . . . . . . 103La conquista de las Amricas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106El Holocausto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111El 11 de septiembre del 2001 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

    LAS SIETE LTIMAS PALABRAS8

  • La tarde del 7 de diciembre de 1993 llegaba a Jerusaln proce-dente de Roma con el fin de visitar la cole biblique, el centro domi-nico de estudios bblicos. Ni siquiera haba tenido tiempo de des-hacer el equipaje cuando recib una llamada de telfono para infor-marme de que mi padre estaba agonizando. Tom inmediatamen-te un vuelo para Inglaterra y tuve la fortuna de poder estar unosltimos das con l antes de que muriera en el hospital rodeado desus familiares. Mi padre era un melmano apasionado, por lo quedecidimos comprarle un walkman para que pudiera or msica enla habitacin del hospital. Le pregunt qu msica le gustara escu-char y me dijo que le trajera el Requiem de Mozart y Las siete lti-mas palabras de Haydn. Esta fue su manera de prepararse paramorir. Yo haba vuelto a Inglaterra procedente del lugar donde,segn los evangelios, Jess pronunci estas ltimas palabras, con elpropsito de acompaar a mi padre mientras ste viva su propiapasin confortado por las palabras del crucificado.

    La devocin a las siete ltimas palabras de Jess en la cruz seremonta al siglo XII. Partiendo de los cuatro evangelios, diversos

    PRLOGO:

    EN EL PRINCIPIO ERA LA PALABRA

  • autores se decidieron a entretejer un relato concordante de la vidade Jess. Ello permiti reunir sus ltimas palabras en la cruz, sietefrases que se convertiran en objeto de meditacin. Estas ltimaspalabras fueron comentadas por San Buenaventura y populariza-das por los franciscanos. Revistieron una importancia enorme parala piedad del medievo tardo, se asociaron a la meditacin acercade las siete heridas de Cristo y se contemplaron como posiblesantdotos contra los siete pecados capitales.1 Segn el libro de lashoras de San Beda, quienquiera que meditase sobre estas palabrasde Jess, se salvara y Nuestra Seora se le aparecera treinta dasantes de su muerte.

    Pero cuando me pidieron que hablara acerca de las siete ltimaspalabras de Jess en la catedral de Seattle, el viernes santo del2002, debo admitir que vacil. Estas palabras parecan pertenecera una espiritualidad lbrega, que enfatizaba el sufrimiento y elpecado, y con la cual no me vea capaz de identificarme fcilmen-te. Naturalmente, los evangelios afirman que debemos tomar nues-tra cruz cada da y seguir a Cristo, pero con demasiada frecuenciaesta afirmacin ha desembocado en un cristianismo que me pare-ca asociado a la falta de alegra, la negacin de la vida e incluso aun cierto toque de masoquismo. San Juan de la Cruz afirma que elalma que de veras desea sabidura divina, desea primero el pade-cer, para entrar en ella, en la espesura de la cruz.2 Debo confesar

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    1. Eamon Duffy, The Stripping of the Altars [El expolio de los altares], NewHaven, 1992, p. 248 y ss.

    2. A reading from the Spiritual Canticle, Red. B, str. 37. [Edicin en espaol:San Juan de la Cruz: Comentarios en prosa al poema Cntico espiritual,texto B (segunda redaccin segn el manuscrito de Jan), cancin 36 [A35]. Barcelona: Planeta, 1996, p. 317].

  • que no siento el ms mnimo deseo de padecer en absoluto. Mevenan a la mente aquellas lbregas palabras extradas de RichardII [Ricardo II]:

    Hablemos de tumbas, gusanos y epitafios,hagamos papel del polvo y, con ojos de lluvia,escribamos el dolor en el seno de la tierra.Elijamos albaceas, hablemos de testamentos.3

    Mi fe tiene que ver con la vida, con el nacimiento de un nio ycon la victoria sobre la muerte. Naturalmente, ello pasa necesaria-mente por el viernes santo, pero por qu detenerse en esemomento? Con demasiada frecuencia me haba encontrado con elsufrimiento y con la muerte particularmente en lugares comoRuanda y Burundi durante mis viajes por la orden como parapermitirme ignorar su terrible violencia. Haba acompaado amuchos hermanos en el momento de su muerte y haba visto cosasque estaban al lmite de lo que puede expresarse con palabras ynicamente cabe mostrar. Y tena mis dudas respecto de si se debapronunciar ni tan siquiera un solo sermn a propsito del viernessanto, cuanto menos siete. Ante el horror de la muerte del Hijo deDios y su escandaloso absurdo, qu podemos decir? El viernessanto parece marcar el fin de las palabras. Acaso debemos recu-rrir siempre y en todo momento al lenguaje? Lo nico que pode-mos hacer es esperar la Pascua. A pesar de todo ello, acept hablarde las siete ltimas palabras, en memoria de mi querido padre, que

    PRLOGO: EN EL PRINCIPIO ERA LA PALABRA 11

    3. Acto III, escena ii., l. 145. [Edicin en espaol: Shakespeare, W.: RicardoII. Madrid: Austral, 1998, p. 100].

  • comparti su fe conmigo. Estas palabras le haban dado fuerzaante la perspectiva de la muerte. Qu podan ofrecerme a m?

    Las siete ltimas palabras son particularmente fascinantes. Losseres humanos somos animales parlantes. En nuestro caso, elhecho de estar vivos equivale a estar en comunicacin. La muerteno es nicamente el cese de la vida corporal. La muerte es el silen-cio. De modo que lo que decimos ante la inminencia del silenciopuede ser muy revelador. Puede tener un cariz de resignacin; aNed Kelly, el famoso atracador de bancos australiano, se le ocurridecir: As es la vida momentos antes de ser ejecutado. La frasede Lord Palmerston, La ltima cosa que me queda por hacer esmorirme, parece ms provocativa o simplemente ms pragmti-ca. Cabe la posibilidad de equivocarnos estrepitosamente, comoaquel general de la guerra civil que, a propsito de los tiradores delite enemigos, dijo: No seran capaces ni de darle a un elefante aesta distancia. Pocos de nosotros pueden pretender igualar lamajestad de las palabras del emperador Vespasiano: Ay de m!,tengo la impresin de estar convirtindome en un dios. Pitt elJoven dijo supuestamente: Ay, patria ma, en qu estado dejo mipatria!, pero la tradicin ms fidedigna lo sustituye por: Mecomera encantado un pastel de carne de casa Bellamy. De hecho,son muchas las personas que piden de comer y de beber mientrasestn agonizando. Santo Toms pidi unos arenques frescos, quele fueron suministrados milagrosamente, y Anton Chekhov mani-fest que nunca era demasiado tarde para beber una copa dechampn.

    En este breve libro nos ocuparemos ya no slo de las ltimaspalabras de un hombre, de lo ltimo que ese judo del siglo I quefue Jess acert a decir. Se trata de la Palabra de Dios proferida

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  • ante la perspectiva del silencio. Los cristianos creemos firmemen-te que todas las cosas existen y estn sustentadas por esta Palabra,que exista desde el principio. La Palabra es el sentido de nuestrasvidas. Como afirma San Juan en el prlogo de su evangelio: Enella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres (Jn 1,4). Loque est en juego en nuestro caso no es nicamente el sentido dela vida de Jess, sino el sentido de toda vida humana. CuandoCristo fue silenciado, quedaron acaso todas las palabras sepulta-das junto con l?

    Nuestra fe en la Resurreccin no se reduce exclusivamente aque este hombre que muri fue devuelto a la vida. La Palabra noqued silenciada. Estas siete ltimas palabras continan vivas. Latumba no las engull. Y ello no es as tan slo porque fueron escu-chadas, recordadas y registradas por escrito, a la manera de las lti-mas palabras de Scrates. La fe en la Resurreccin significa que elsilencio de la tumba qued roto para siempre y que estas palabrasno fueron las ltimas. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblasno la vencieron (Jn 1,5).

    Cuando los mrtires se enfrentan a la muerte, reclaman su dere-cho a hablar. Pueden alegar su inocencia o reafirmar su fe, perosiempre, ante la perspectiva del silencio, desean que sus palabrassean escuchadas, porque la propia Palabra no pudo ser reducida alsilencio ni lo ser jams. Muchos de los primeros mrtires moranporque se negaban a entregar las palabras del evangelio. No que-ran traicionar a estas palabras de vida, en el sentido literal del tr-mino (el traditor es literalmente el que entrega). Estas son laspalabras que nos han sido confiadas. El gobernador romano le pre-gunta a Euplius cul es la razn de que no renuncie a esos textos:Porque soy cristiano y me est prohibido renegar de ellos. Es pre-

    PRLOGO: EN EL PRINCIPIO ERA LA PALABRA 13

  • ferible morir a renunciar a ellos. En ellos est la vida eterna. El quereniega de ellos pierde la vida eterna.4

    Para los cristianos, lo que est en juego no es nicamente siestas palabras de Jes