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GLORIA GUARDIA

TINIEBLA BLANCA

LIBRERIA CULTURAL PANAMEÑA, S. A.

PANAMÁ

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Depósito Legal: M. 30-715-1972

EDIME ORG. GRAFICA, S . A.-P.° de los Olivos, 89-MADRID-11

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A mis padres, abuelitay hermana Oiga

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"Ya nada me rodea .No. Que nadie se acerque .Ya nadie me recobra con un nombre que tuve-Una extraña palabra tan variable y vana-ahora, cuando a solas con la tierra, en idéntico anhelo,la luz nos va envolviendo como a lentos amantes cuyos labios

no consigue borrar nila insaciable tiniebla de la muerte ."

OLGA OROZCO :

"A solas con la tierra"

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-Breves líneas

Siempre, eternamente, el azar mantiene vivo ycaluroso lo extraño de sus designios . Y por esa sen-da iluminada por las antorchas del encuentro im-previsto, el caso ha sido que, cuando menos loesperaba, he tropezado en estos "Madriles" plenosde castellanas, la silueta ágil, inquieta y nerviosade una mujer joven a cuyos nobles antecesores meunieran, en época pretérita, sinceros lazos de amis-tad. Simpática, como su progenitora, todo donairey distinción, supe pronto por el recuento familiarde los generosos afanes cumplidos por la dama,quien antes de allegarse a los dieciocho años deedad se había señalado, por mérito y capacidadmental, entre los más sobresalientes alumnos deesa institución estadounidense, continentalmenteconocida como el "Vassar College" . Una Universi-dad femenina, enclavada justamente sobre el ríoHudson. Allí quedó inscrita Gloria Guardia-Zele-dón, para ventura de sus compañeras, las cualespudieron rápidamente apreciar las dotes intelectua-les, de singular alcurnia, aptas para transformar,como aconteció, en unión de otra compañera, a la

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PRÓLOGO

publicación interna del "departamento de castella-no' en una revista de vastas y dilatadas propor-ciones .

Y es que Gloria Guardia, nacida en Panamá-hispanoamericana totalmente-, lleva compene-trada a su entusiasta juventud, aquel secreto de lasgrandes iniciativas que, según la leyenda oceano-gráfica, se forja en el encrespado y espumoso en-caje proveniente de las azulosas aguas de nuestromar Caribe. Ese mar poetizado por la crónica, lí-rico y sentimental en ocasiones, y épicamente ar-doroso, cuando en otras circunstancias se convierteen altivo baluarte de la heroicidad sin par .

Pronto (así lo recoge un comentario escrito) Glo-ria Guardia, a pesar de las muchas horas prodi-gadas en el estudio de letras y filosofía superior,tiene alientos suficientes -al romper la tradiciónescolar- para redactar una novela de ambienteuniversitario . Y frente a dicha primicia literaria,también por voluntad del destino, me encuentrahoy verificando con curiosidad sus bien hilvanadaspáginas. Y, ante todo, me sorprende la facilidadnarrativa .

Gloria Guardia pasa de un tema a otro -bienhistórico, costumbrista o sociológico- con pasmo-sa agilidad. En ningún instante la joven novelistapierde el justo sentido de la proporción estética . Ellector, dentro del campo de la ficción equilibrada,no puede sorprender -por no existir- lentitud ycansancio. Y tampoco esas oscuridades tan frecuen-

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tes en autores que no aciertan a trasmitir sus ideasy sensaciones sino entre sombras "opacas" . Peroen Gloria Guardia todo es luz y energía tempera-mental. Y cuando en sus "recuerdos y apreciacio-nes noveladas" el episodio ofrecido a la curiosidaddel lector -por intransigencia del realismo- pa-rece obligado a envolverse en sombras ofuscantes,entonces, grácilmente, la novelista logra iluminarlas escenas con la luciérnaga típicamente vernácu-la de su pensamiento. Y gracias a esa luminosidaden la prosa, los capítulos de "Tiniebla blanca" (talel título de la novela) resultan policromados y ca-lurosos .

Igualmente, en "Tiniebla blanca" existen nor-mas pedagógicas de altos significados imaginativos .El diálogo se halla encuadrado dentro de la senci-llez y un afán de ser verídico en el relato . Sabe muybien Gloria Guardia-Zeledón, al juzgar los proble-mas y deficiencias universitarias, cómo a lo magis-tral se llega -cuando se llega- por la angostapuerta del aprendizaje . La aridez de las leyes esco-lares, por otra parte, aparece simultáneamente co-mentada y criticada con un franco espíritu de ob-tener, al utilizar las sutilezas de la ironía, unaredención o rectificación ventajosa y humana . Hu-manidad acusan así las fuerzas vitales que integranel relato. Humanidad en la elaboración de perso-najes y ambientes. Esos personajes -insertos enel proletariado espiritual- que asoman lo presun-

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PRÓLOGO

tuoso de su arrogancia y fatuidad, donde la convi-vencia social no logra nunca el saber tolerar parahacerse, como retribución, comprender y apreciardebidamente . Y es que las relaciones de los morta-les, hoy como ayer, se han fundido, muchas veces,en los proclives y tenebrosos hornos del Averno, enlos cuales no se cansa de crepitar el fuego interiorinextinguible y furioso de la tierra. ¡Siempre muñe-cos de cartón y trapo, hasta en los reductos reser-vados al pensamiento y al arte! Siempre la puerilpretensión de no saberse orgullosos y pérfidos yjuzgar, egolátricamente, que en sus viscosas reac-ciones anímicas prevalece el egoísmo de Azaliel porencima dulas sublimes ejecutorias de su CelesteRival, es decir, el victorioso espíritu que animó encualquier instante al Santo de Asís .

De allí el que la mayoría de los personajes queintegran la tesis, el "nudo y el desenlace de "Tinie-bla blanca", ofrezcan la impresión de ser arranca-dos de la cantera humana . Habilidad, elegante donde referir sucesos y vicisitudes sentimentales, el deGloria Guardia, en una constante aspiración de ex-traer -sin perderse en la mayéutica socrática- lajusta verdad disimulada en el seno de la duda oen el fondo de la ignorancia .

Bien, justo, equilibrado, el vigoroso fondo de"Tiniebla blanca" . Como escritor -y particular-mente como indoamericano- debo celebrar con al-borozo la aparición, en Madrid, de una obra quizá

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concebida con ejemplar vocación y entusiasmo posquien, sin olvidas que su tierra de origen le sirve deenlace al antagonismo de dos océanos, asimismo,en una Universidad yanqui dos razas tambiénopuestas en costumbres, credos y preferencias in-tentan fusionarse en un ideal de mutuo respeto ycomprensión .

Antonio REYES .Madrid, 1961 .

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PRIMERA. PARTE

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CAPÍTULO PRIMERO.

La distancia y el tiempo limpian la mente y de-puran todo sentimiento, dejándolo en su más des-nuda y escueta expresión .

Dos años hace que José Antonio y ese mundo dealmas descarnadas, de crujidos y rastreos, apare-cieron en el horizonte nublado de Hudson . Yo en-tonces buscaba mucho, demasiado quizá . . . Queríaencontrar la línea recta que me llevara sin tropie-zos al infinito ; y era todo tan blanco en mi vida,que la frágil inocencia que arropaba mi ser, al que-brarse, me dejó inerte, y las ganas de seguir, deseguir y seguir -como todos seguimos sin poderhacer nada para contrarrestarlo- se me resbala-ron del cuerpo, y todo fue un vacío sin final .

José Antonio fue el interprete central, porque enel --o a través de el- encarne yo mis sensaciones .Me vi reflejada en su ser y en aquello que lo des-empataba de su prójimo. Tío mío por parte de pa-dre, y doce años menor que papá, este hombre fuea quien tuve a mi lado por que lo necesitaba oquizá porque lo buscaba .

Todavía se retuerce en mí el recuerdo de unanoche en que juntos caminábamos sin rumbo fijo

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y sin atrevernos a romper la verdad . No compren,do ahora por qué callamos . Quizá entonces estába-mos demasiado cerca el uno del otro para hablar-nos o demasiado distantes para escucharnos .

La historia casi no tiene principio . Era un díaigual a los otros de octubre -opaco, frío- y llovíamucho en Nueva York. Había ido a la bulliciosaciudad porque ya mis nervios no podían soportarel pueblucho de aire gris donde está enclavadoVassar College (i), la Universidad donde yo estu-diaba y por fuerza tenía que engullir la semana-y muchas semanas juntas- entre libros llenosde personajes de ficción y de muertos que se hanvengado de nosotros haciéndose inmortales .

Aquel viernes el espectáculo había sido el mis-mo; cientos de estudiantes se habían volcado a laestación en busca de un tren que las condujese aalgún sitio . A mí, como siempre, me divirtió muchoel contraste carnavalesco que ofrecían las estudian-tes engalanadas, dentro del andén de esa estación,tan desnudo y esquelético como una flauta sin so-nido . Ese día no deseaba estar con nadie y elegí unsitio apartado de todos, pero muy pronto me videfraudada ; dos señoras jamonas y emperifolladas

(1) Primera Universidad femenina norteamericana, fundada porMathew Varear en 1851. Está situada en Pougbkeepsie, New York,sobre el río Hudson .

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se sentaron a mi lado, aturdiéndome con comenta-rios entre sí de sus consabidas recetas de cocinaque, sin duda alguna, les haría ganar un kilo másdonde menos lo necesitaban . Una de ellas me son-rió tres veces con aire de palomo protector y laotra, con un poco de "más mundo", entabló conver-sación ofreciéndome una barrita de chocolate. Aho-ra pienso casi con alegría en aquel momento . . .¡Que lástima que a veces miremos sin ver y seamostan insensibles a lo que de humano podríamos re-coger de aquellas almas que se cruzan en el trayec-to de nuestra existencial

Al llegar a Nueva York, el rechinar de los frenosdel tren, unido a un brusco movimiento, me des-pertó del letargo en que venía sumida. Me despedíde mis obligadas compañeras de viaje con una levemueca, conato de sonrisa .

Atravesé los dilatados andenes amarillos, endonde las caras de cartón, con ojos congelados, delos precipitados viajeros, resaltaban por encima delas luces fluorescentes . Hice el recorrido de cos-tumbre : me acerque al kiosko central de informa-ción, para asegurarme la hora exacta de mi regresoy de allí seguí-hacia la "toilette", a retocarme .

De pronto tuve apetito y me sentí inmensamentesola dentro de la multitud. Esto último me causóextrañeza. ¿Por que esta sensación de soledad, siya estaba acostumbrada a moverme como una autó-mata dentro de la gran ciudad y había llegado aanestesiar las vibraciones lógicas del ser? Pero esa

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tarde seguramente la lluvia o el azar me jugabanuna mala pasada . Seguía teniendo hambre, seguíasintiéndome sola y la gran estación seguía abiga-rrándose de gente. Miré el mudo reloj que comogran jefe abre con sus duras manillas las puertas alos que se van y a los que llegan. Eran pasadas lassiete de la noche . La hora tampoco tenía mayorimportancia. Nadie me esperaba en el "VassarClub", donde solíamos hospedarnos las estudian-tes, y como era temprano, me acerqué a una de lastantas abrillantadas cafeterías de la estación . Des-de luego, nada había allí de extraordinario, ni nadaque no hubiera visto repetido en los miles de res-taurantes norteamericanos . Cada objeto, cada luzy cada persona formaban parte de la mecánicamasa que rellena un determinado vacío y del cualapenas nos apercibimos .

Pedí que me sirviesen una "Coca-Cola" y unahamburguesa . Todos los que me rodeaban comíany bebían lo mismo. ¡Qué fastidio! El hombrecillode gorro blanco y de delantal cuadriculado se acer-caba a los parroquianos con la memorizada sonrisa,mientras que en alta voz repetía las órdenes al chi-co que, con maestría, se encargaba de asar el re-dondo trozo de carne en las humeantes parrillas .A mi lado, un niño hacia un esfuerzo loco por ocu-par un puesto en uno de los altos taburetes delmostrador. Por fin, logró su intento y, con voz detriunfo o de hambre contenida, pidió también suhamburguesa y una "Coca-Cola" tamaño gigante .

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Su comida y la mía llegaron en el mismo mo-mento y ambos pagamos con dos monedas : una decincuenta y otra de veinticinco centavos. Esta coin-cidencia hizo sonreír al pequeño y en mí esa son-risa provocó la primera sensación de frescor íntimoque había tenido en no sé cuánto tiempo . Le ofrecíel plástico botellón de la salsa de tomate y él, a suvez, me alcanzó la mostaza. Observé cómo su di-minuta mano apretaba los frascos, haciendo salirsu contenido, que pronto cubrió toda la carne . Sí,fue entonces . . . Las imágenes se agolpan en mi men-te. Hubiera querido fusilar mis recuerdos . . ., olvi-darme de todos . . ., estar sola . . ., inútil esfuerzo .

A una de estas cafeterías nos habíamos acercadomi hermano Jaime y yo hacía más de quince años,la tarde que papá nos llevaba a internar a colegiossituados a unos kilómetros de Nueva York. Des-pués de la muerte de mamá, había sido imposiblepara él cuidar de mis dos hermanos y de mí con elmismo mimo y atención a que estábamos acostum-brados. Y así, una noche, un avión nos arrancó detodo lo nuestro para transportarnos a este anchomundo neoyorkino. Papá hacía todo lo que estabaa, su alcance por ser bueno y cariñoso con nosotros,pero sólo Ricardo -el mayor de los tres-, quetendría entonces unos doce años, parecía sentirsecontento con la idea de este viaje. Recuerdo quepasamos dos días comprando muchas cosas en lostumultuosos almacenes, y eso de comprar cosasnuevas nos hizo olvidar un poco, a Jaime y a mí,

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que ya muy pronto nos separaríamos para no ver-nos durante muchos, muchos meses . Pero el día lle-gó sin piedad, y la tarde que papá nos condujo a laGrand Central Station, en un taxi amarillo repletode juguetes y maletas, Jaime y yo, agarraditos dela mano, nos mirábamos con pavor de afrontar elmomento de la partida . Teníamos mucha ham-bre. . . Era seguramente el miedo, y Jaime me pro-puso que comiéramos en una de esas cafeterías .

¡Quince años y cuántas horas de soledad desdeesa tarde! Jaime . . . Mi Jaime estaba ahora tan le-jos. Quince años para vernos solamente durante lasvacaciones, cuando nos llevaban a veranear a algu-na playa de moda, entre viejos distinguidos, petri-metres y figurines de plata . Allí Ricardo leía y nos-otros pasábamos días enteros bajo el sol, sentadosen la arena. Y ahora, ¡qué poco conversábamos! . . .Apenas lo hacíamos por teléfono. La última vezque me había llamado, desde California, donde re-sidía, fue para comunicarme que tío Antonio y sumujer, Carmen, vivían desde septiembre en NuevaYork. No me había dicho nada más, ni yo habíapodido acercarme a él tampoco . Los tres minutos derigor se nos habían escurrido en preguntas bobas

:"Que si estaba estudiando mucho, o si hacía fríoen Poughkeepsie . . ." Nuestras relaciones habíandegenerado en un nostálgico recuerdo de lo que yano podríamos jamás recobrar. El y yo lo sabíamos,pero no podíamos enmendar lo que la vida habíamutilado .

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-¿Desea algo más?Fue la voz del mesonero la que me devolvió a la

realidad. Eran ya las ocho y media y aún no habíacomenzado a comer la hamburguesa . Un hombreque estaba a mi lado, donde se había sentado an-teriormente el niño, leía el diario New York Times .Me apercibí que era hora de marchar, pues el wai-ter esperaba con ansias mi propina para atender alpróximo cliente . Abrí mi bolso de ante gris, busquéel portamonedas, que siempre se me escondía enalgún pico, y me di cuenta que lo había olvidado .Nerviosamente hurgué en los bolsillos de mi abri-go, buscando las monedas que casi siempre llevabaen ellos. Escasamente, el menudo sumaba un dólar .La idea de encontrarme sin dinero me atemorizó,y fue entonces cuando me acordé de la existenciade mis tíos. Los llamaría ; me daría a conocer yquizá ellos me invitasen a cenar . Si les simpatizabay exageraba mi situación, tal vez hasta me permi-tieran quedarme a dormir con ellos esa noche . Estaera la única solución .

Salí a la calle ; llovía a torrentes . La gente ca-minaba precipitadamente y en el oscuro y relucien-te pavimento se reflejaban sombras flacas y de-formes .

¡Un dólar! No me alcanzaría ni para un "taxi" .Además, no sabía exactamente dónde vivían mistíos .

Un hombre de inmensas gafas y con aire de in-telectual malogrado se acercó a mí, ofreciéndose

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para acompañarme a casa . "Con su paraguas no memojaría." ¡Bah! Un majadero de los muchos queabundan en todas las partes . Le volví la espalda yentré de nuevo en la estación, para buscar en laguía telefónica la dirección de mis parientes . Ten-dría que llamarlos para anunciarles mi accidentalvisita .

Las casillas de teléfono estaban todas ocupadas .Por eso, los primeros cinco minutos de espera medediqué a buscar la dirección de varias amigas deVassar que vivían en Nueva York : Martínez,Montgomery, Milles . . .

Por fin, después de una espera interminable, unachica esquelética abandonó una de las cabinas, llo-rando a mares . La pobre mujer tenía el rostro des-encajado. ¡Es raro, cómo a veces se nos grabanciertas cosas! Seguramente el novio, o el marido, o-quien fuera, la había dejado plantada . . ., y la case-tita donde me encerré para llamar a mis tíos estabaimpregnada con el barato perfume de la flaca mag-dalena. Marqué el número, Plaza q. . . El repique-teo del teléfono sonaba distante y, cuando Carmencontestó, su voz ronca me causó una impresión ex-traña. No sé por qué esperaba oír una voz más bienchillona -todas las Cármenes que conocía teníanvoces agudas-, pero, indudablemente, ésta erauna excepción .

Se acordaba de mí vagamente, ya que había es-tado en casa antes de lo de mamá, cuando Jaimey Ricardo aún llevaban pantalones cortos y yo te-

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nía cinco años. "Debía estar muy cambiada" . Te-nía que irme a casa de ellos "al tiro"

Aunque hacía más de quince años que ella habíasalido de su patria -Argentina-, Carmen conser-vaba todavía su deje porteño . También observéque quería ser agradable, y este esfuerzo me gustó .Desde esa noche me mostró su bondad, se sintió tíay eso de tía le llegó al alma .

La conversación fue breve ; nos despedimos sinhacer alusión a las estériles frases protocolares, ydespués supe que tanto a ella como a mí nos poníanerviosas hablar largo por teléfono .

Cuando volví a salir a la calle, llovía con muchamás fuerza . La gente ya no circulaba bajo el agua,como hacía unos minutos. Hasta los coches se ha-blan espantado y corrían afanosamente, tratandode burlar al impertinente aguacero . Compré un dia-rio, el más grueso que encontré, para cubrirme lacabeza, a pesar de que todo esfuerzo de protecciónpersonal en esos momentos era inútil . El chaparrónse había adueñado de toda la ciudad y, antes dellegar a la parada de autobuses, ya tenía la ropatotalmente adherida al cuerpo .

Esperé muchos minutos, que me parecieron ho-ras, debajo del agua . Todos los autobuses que pa-saban iban estallando de gente empapada, que ha-blaba "sotto voce", y, cuando alcancé a escurrirmi cuerpo entre una de las masas de gente ambu-lante, ya para entonces mis piernas eran un trozode hielo . . . De aquella noche sólo recuerdo mucha

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niebla, mucha gente y sucesos cortados. El recorri-do fue breve y el autobús me dejó muy cerca dela casa de Carmen y Antonio. Ellos tenían un pisoen el lujoso "Park Avenue", donde viven los quehan hecho demasiado dinero y quieren que la gen-te lo sepa y los inviten a los mil y un cotillón y atoda esa serie de fiestas que se organizan para lle-nar los días de bulla y los armarios de vestidosnuevos que se usan nada más que una vez .

Tampoco el hall de entrada tenía mucho de ori-ginal. Era una cámara de mármol romano, conespejos empotrados en las paredes ; del centro col-gaba una enorme araña de cristal de roca que cen-telleaba alegremente, reviviendo las dos inmóvilesfiguras de alabastro que destacaban los lados de laancha habitación cuadrangular .

El portero, enfundado en su uniforme verde, de-corado de botones dorados, era un periquillo tropi-cal dentro de una jaula de lujo. Me miró de los piesa la cabeza con aire de superioridad, y su sorpresano tuvo límites cuando observó que dirigía mi em-papada figura hacia el elegante vestíbulo .

-¿Qué desea, señorita? No creo que usted co-nozca a nadie aquí . . .

Entonces fui yo quien lo midió con una cortantemirada.

-Al quinceavo piso, por favor . . .-Dígame primeramente qué familia solicita ver

en ese piso .Hubiera querido hundirle la gorra hasta los ojos .

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-Usted querrá decir que POR FAVOR le digaa quién deseo visitar . ¿O he entendido mal? Soysobrina de los señores Montero-Mendoza, que vi-ven aquí, y, para más seguridad, muy señor mío,puede llamarlos desde la portería . No se preocupeque no soy ni mendiga ni ladr . . .

-¡Señorita!El "periquillo" cumplió las órdenes al pie de la

letra y, sin chistar, se dirigió al ascensorista paraque éste me llevara a casa de mis tíos .

El piso estaba cerca de las nubes . Al abrirse lapuerta, apareció tras ella una mujer alta, de manosmuy blancas y rostro pálido, del que sobresalíanun par de ojos grises con grandes ojeras . Daba laimpresión de una muerta, pero de una recién ente-rrada -de esas que aún llevan la piel olorosa avida .

"Así que yo era La Sobrina, la hija de Ernesto . . .Me parecía más a mi madre" . . . Esto no era nadanuevo, me lo decían siempre cuando no tenían otrocomentarlo que hacer. Nos abrazamos, o, mejordicho, ella me abrazó primero. Sentí con gusto quesu vestido de lana azul me calentaba los huesos . Se-guramente ella también sintió lo mojada que veníacuando mis lacios cabellos rozaron su rostro . Memiró con dulzura y no pude dejar de leer en el par-padeo nervioso y en el ceño ligeramente fruncidola compasión que sentía por mí en esos momentos .

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No era para menos, pues el aspecto que yo tenía,con el pelo chorreando agua y los zapatos que, alandar, chirriaban, era de lástima . "¿Tenía apeti-to?" También había comprendido ella que mi es-tómago seguía sin saciarse y chillaba agriamentecomo un silbido de grillo . Sí, tenía apetito, estabacansada, quería dormir mucho . . ., a pierna suelta yolvidar el eco de la tarde inmensa . Ella supo oírmesin necesidad de palabras y, además, me dió ropaseca y una bufanda de lana ; luego se fue a la coci-na para prepararme algo de comer . Me senté a sulado en la butaquita de madera pintada de blancoy, mientras la veía que cocinaba para mí, sentí unacosa extraña : sentí que quería a esa tía que nuncahabía conocido y que ahora estaba jugando a sermi maldre y yo a ser su hija .

-Sos tan alta y delgada que mi ropa te cuelga,y parecés una sombra larga .

—Pero, en fin, la única que me está viendo esusted .

-Y yo (este yo lo pronunció volcando sobre lay" griega un diluvio de sonidos) no cuento . ¿Eso

decís?-No, no diga eso ; pues porque cuenta demasia-

do y sé que no me va a juzgar por lo que llevopuesto, es que lo digo .

-Sobrina, ¿no te importa lo que parecés ante lagente?

-Pero, ¿a santo de qué esas preguntas?Me sentía nerviosa y cohibida . No atinaba a or-

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denar mis pensamientos, y éstos salieron con tor-peza de mi boca .-Ante la gente que no cuenta, no me importa

lo que llevo encima del cuerpo. Además, ahora esmejor que calle, porque lo que "luzco" sobre mianémico cuerpo, mi querida tía, no me pertene-ce . . . ; una cierta señora muy gentil llamada Car-men Montero me lo ha prestado .

Las dos nos reímos con gusto y así se rompió elhielo. No había ya necesidad de preguntas tontasy respuestas apenas hilvanadas .

--¿Quién se ríe con tanta gana en la cocina demi casa? La de la derecha sé que es mi mujer . . .Pero, ¿no habrás evocado a los espíritus en miausencia?, Carmen . ¡Esta chica es la imagen de micuñada!

Mi tío José Antonio acababa de llegar . Carmeny yo volteamos la mirada hacia él y, todavía sinpoder contener la risa, Carmen se acercó y, tomán-dole de la mano, hizo las presentaciones de rigor .

-¡Claro, zonzo!, si a quien contemplas embo-bado es tu sobrina, la hija de Ernesto. Lleva tusangre, así como todo el temperamento de los Mon-tero-Mendoza . Me llamó a eso de las nueve quevenía para acá, y se presentó aquí calada por elchaparrón de esta tarde .

-"Que no me visto para la gente que cuenta"Sobrina, te cato . No puedes negar que eres hija deella; tienes sus mismos labios . . ., el parecido es ex-

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traordinario . . . Además, eres de las viñas de casa .Venga aquí un abrazo . Y. . . cuidado con la mante-quilla, no me vayas a manchar la ropa . . .

José Antonio era un tío demasiado joven porque,al lado de papá, a quien hacía más de un año queno veía y cuando lo vi por última vez tenía el ca-bello casi blanco, este hombre parecía su hijo . Cla-ro está, que estábamos casi a media luz, y en la os-curidad todos los gatos . . .

Por lo que pude distinguir de él era un hombrede facciones recias, labios carnosos y rostro enjuto .Como Carmen, era alto y de manos largas, y éstas,al estrechar las mías, me dieron la sensación quemis dedos flacos y toda mi mano se perdía dentrode una cueva enorme. Era más comunicativo quesu mujer, y sin esperar a que yo acabara el últimobocado, me sentó al lado de la chimenea del salón(esa chimenea que no quemó en sus leños tantascosas que quisiera extinguir en mi memoria) . Qui-so saber de su gente, de toda la familia que él noveía desde el año 45 . A su vez, ellos me dieron no-ticias detalladas de Jaime, a quien acababan de veren California . Eran de opinión que, se parecía físi-camente a papá . . ., más guapo, más alto quizá, perolas facciones más salientes eran muy semejantes .Pero, por dentro, donde nadie o casi nadie nos ve,mi hermano y papá eran tan dispares . . . Papá erala esencia pura del hombre hecho por y para losnegocios . Bueno, eso sí ; pero nada más que bueno .

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No tenía tiempo para nadie y, después de la muer-te de mamá, a quien afirmaba que había adorado,nosotros -sus hijos- le estorbábamos. Yo creoque hasta su propia vida comenzaba a pesarle .¡Jaime no podía ser así¡ Todos reconocíamos queél era de cristal y sabía darse con delicadeza a losseres que le rodeaban .

Quisieron saber también de Ricardo . Ricardo . . .El estaba en Canadá, trabajando para hacer algocon su insípida vida. Leía mucho . . ., demasiado .Tanto, que ya no sabía cuándo estaba en la reali-dad o fuera de ella. Pero él decía que vivía tran-quilo. ¿En cuanto a nuestra vida como conjuntofamiliar?, ésta era independientemente vacía. Y lopeor era que estábamos acostumbrados . Al princi-pio, nos buscábamos, pero ahora . . . ya estábamosdemasiado organizados .

-¿Me dan un cigarrillo, por favor?Tenía que calmar mis nervios . Me dolía hablar

de mi familia ; era como si me arrancaran de pron-to la piel y me dejaran desnuda al roce del aireindiscreto .-Gracias. Tengo frío . ¿Les importaría que me

quedase a dormir aquí? No quiero irme al VassarClub. (En realidad, ya no tenía más que el billetede regreso .)

-Mujer, no faltaba más . Podés venir cuandoquerás. Antonio te puede ceder su cama . ¿Verdadque sí? El dormirá en el diván de su estudio .Y me vieron tan cansada, que después de

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chismear un poco y de hablar de las viejas cotorro-nas, mis tías, que con la vejez se habían convertidoen unas urracas enlutadas, con los ojos de buho,me fui a acostar .

Llovía todavía, y las gotas de agua, golpeandosobre los cristales, me arrullaron con su acompasa-do tintineo .

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CAPÍTULO II .

La encontré en mi habitación . Estaba tendidaboca abajo, sobre el diván, y se entretenía hojean-do unas revistas .

-¿De dónde vienes? Me aburría en mi cuar-to y. . .-De Nueva York.-¿Y sin dinero?Vi que Alessa abría el cajón de mi escritorio, sa-

cando un fajo de billetes .-Sí, lo olvidé todo. Pero, en fin, quizá fue me-

jor así .Se sentó sobre mi cama, encendimos un cigarri-

llo y pusimos música . ¡Teníamos tanto de qué ha-blar! Alessa y yo éramos como hermanas . Nos uníauna amistad diferente a esas de todos los días .Cuando nos conocimos, a la semana de haber in-gresado en Vassar, inmediatamente sentimos cómosu sangre italiana y la mía, hispanoamericana, ar-monizaban .

-¿Y te has pasado tres días en la ciudad sin uncéntimo?

Todo había sucedido tan inesperadamente du-

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rante esos tres días, que hasta comenzaba a dudarsi no era producto de mi imaginación .

-Fui a casa de un hermano de papá que viveen Nueva York ; está casado con una argentina .

Los redondos ojos oscuros de Alessa se fuerondilatando lentamente a medida que yo le relatabamis peripecias en Nueva York . Efectivamente, notenía ella por qué sospechar que yo tuviera fami-liares en la ciudad. Como yo no los conocía, nuncase me había ocurrido mencionárselos ; pero desdeahora iban a ser tema frecuente entre nosotras .Alessa se convenció que tenía que visitar a estostíos míos cuanto antes. Quería saberlo todo ; que ledescribiera a Carmen, que le contara cómo eraJosé Antonio . . . ¿A quién de la familia se parecíafísicamente . . .? ¿Qué podía decirle de ellos sin exa-gerar o ayudarla a formar un concepto concretoque tal vez después la decepcionaría? Le dije queCarmen era una mujer alta, rubia, elegante, sensi-ble . . ., tenía mucho de madre . . . y su alma era deesponja. Antonio : joven, demasiado joven para sertío mío, y de hablar eléctrico . . . Ya los conocería .

-¡Oyeme! cuidado, que te quemas los dedos conel cigarrillo.

Alessa, de pronto, me pareció muy pálida y dis-traída. Encendió otro cigarrillo y puso en el toca-discos un calypso de Nina y Frederik, Maladied'amour.

"Maladie d'amourmaladie de la ~ase—."

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-¿Sabes, Alessa, que conocí a Jeanne, la chicafrancesa que tú llamas "la triste" . . .?-¿Y qué tal?-Me la encontré en el tren cuando venía de re-

greso a Vassar y, entre tanta gritería de niñas quevenían comentando las horas que habían pasadocon Peter, james o John, la enigmática francesa,con su voz gangosa, fue un oasis . . . Francamente,te diré que nunca me hubiera acercado a ella sinoporque tenía deseos de conversar con una persona,y Jeanne tenía el aspecto de ser la compañía quebuscaba. Más aún, yo creo que ella también veníaharta de las estudiantes que la agobiaban desdeque había abordado el tren . . . ¡Figúrate que huboun momento en que el grupo ya no pudo contenersu curiosidad y, con cierta doble intención, le pre-guntaron de dónde venía. Su respuesta, indiferen-te, me agradó : "Del infierno." Y así se sacudió alas tontas curiosas . . . Va a venir a cenar con nos-otras . . .

Este fue el comienzo del trío heterogéneo quemás tarde formaríamos la francesa, la italiana y yo .

Al final, Alessa casi no me escuchaba . Puedo re-cordar hasta su voz esa tarde ; seguía desasosega-da, distraída y ausente . Podría llegar a afirmar quelo sucedido ese fin de semana fue el principio deuna cadena de hechos que marcarían una líneahonda en nuestras vidas .

-Enrique Alberto te llamó tres veces este finde semana . . .

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-Y tú, ¿qué le dijiste?-¿Qué más le iba a decir? Que estabas en Nue-

va York .-¿Me llamaría al Vassar Club? . . .-Sí, y luego me comunicó que no estabas allí .

Me supuse que estarías en casa de May, pero nome atreví a darle el teléfono de ella . . .

-Muy bien hecho.Durante los últimos meses, Enrique Alberto me

buscaba sin cesar ; pero teníamos tan poco en co-mún que, si acudía a su lado, era por costumbre,ya que nunca llegaríamos a comprendernos . Nues-tro primer encuentro no había tenido mucho de ori-ginal : un baile de estudiantes, él no era mi compa-ñero y Alessa y yo estábamos con ganas de diver-tirnos. De eso haría ya dos años . . . Habíamos sidoinvitadas por un grupo de hispanoamericanos aGeorgetown, la Universidad donde ellos estudiabandiplomacia, en Washington, D . C. Enrique, buenconversador, me llamó la atención dentro del gru-po. . . Estaba recién llegado de su patria, Chile :pero parecía bien identificado con el ambiente delnorte. Nos seguimos viendo con regularidad y, sindarme cuenta, se convirtió en el muchacho de lossábados . Sus visitas frecuentes me alegraron, peroun día me hastié de él . Surgió la oportunidad deconocernos mejor y, así, descubrí la resequedadque lo consumía . Un incidente trivial lo retrató decuerpo entero . . . A partir de entonces no quise abri-gar ilusiones : aunque a veces era tan idealista que

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pensaba que él cambiaría, o que yo era muy seve-ra al juzgarlo, para luego despertar y confundirmedentro de un mundo solo y opaco, de burda me-lancolía .

Miré a Alessa, que continuaba fumando y en ac-titud reservada .

-Estás en la luna . . . y ya sé la razón ; vino Fer-nando, a verte, ¿verdad?

-Sí, y está más flaco y bebió mucho este fin desemana. ¿Sabes una cosa?--¿Qué?-Que quisiera dejarlo. Ya estoy harta de él .—Claro . . ., pues claro que estás harta de él ; lo

sabes, lo admites y, sin embargo, sigues con la cruza cuestas y adorando a tu tormento .

-¿Qué quieres que haga?-Que lo olvides ; que no lo veas más, ¿No aca-

bas de decirme que lo piensas dejar?-Para ti es más fácil decirlo .-Lo hago por tu bien .-Lo sé . . . ; bueno, ya no hablemos más de eso .

Quiere casarse en mayo .-¡En mayo! Pero, ¿es que está loco de atar?

Y tú, ¿qué le has dicho?-Que no sé . . ., que no sé nada. Pero si él dice

en mayo, en mayo será .No había más que discutir. Era inútil tratar de

conversar de Fernando con Alessa. No había fuer-za ni motivo que la separara de ese hombre, que,de pronto, se había metido en su vida y que de

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sobra se sabía que la haría infeliz . Pero ella esta-ba enamorada, según ella decía, y en esto hay unhechizo o un maleficio que nos llena de humo losojos y nos obstruye los oídos. Estaba enamora-da, . . ., y sólo el tiempo se encargaría de deshacerel volcán que ahora se había formado entre la es-puma.

Alessa se marchó a su habitación . Yo venía can-sada del viaje, así que me acosté enseguida y toméla primera novela que cayó en mis manos. Miré através del vidrio antes de meterme entre las man-tas ; ya todo el "campus" (r) estaba desierto y lasvoces de las hojas muertas, arrastrándose en ritmode llanto, me retorcieron la carne .

Era un típico domingo por la noche en Vassar y,por los corredores se oía a las que hablaban ycomentaban el fin de semana que acababa de mo-rir. Un fin de semana más . . .

Lunes, martes, miércoles y los meses fríos de oc-tubre y noviembre se evaporaron sin dejar rastros :Alessa seguía en amores con Fernando ; Jeanne nosvisitaba de vez en vez ; Enrique Alberto se traga-ba las horas libres de mi vida y, mientras tanto, yome mostraba cada vez más impaciente . Quería sen-tir mucho sin paladear la vida ; correr como una

(1) Compendio de loe jardines, edificios y residencias de la Uni-versidad,

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niña tras las luces del faro y agoté conmigo laenergía del tiempo. En la monotonía buscaba en-contrar la chispa que prendiese un divino alboro-to. Sin embargo, lo prosaico, lo negro, me mantuvoal margen . . .

Fue alrededor del "Thanksgiving" (I) cuandovolví a saber de Carmen y Antonio . Ante la cir-cunstancia de que se aproximaba esta fiesta norte-americana, Carmen me llamó para invitarme apasar las cortas vacaciones con ellos en su casa .Acepté, agradecida, pues no quería tener que que-darme sola en la Universidad, ni pasarlo en Wash-ington, cerca de Enrique .

En vísperas de las fiestas, Jeanne me convidópara que me fuera con ella a Nueva York . Al fin,se había comprado el "Alfa Romeo" de sus sueños,y "debíamos estrenarlo juntas" . Ella estaba ilusio-nada con su coche, como una niña con juguetenuevo .

En el trayecto hacia Nueva York conversamosmucho. Ella había viajado por medio mundo y co-nocía a una colección de seres humanos que desa-fiaría a cualquier protagonista de ficción. Me con-tó sus aventuras en el Oriente, salpicando susrelatos de un colorido fantasioso. La India la habíahechizado, y por algún tiempo había llegado a

(1) Fiesta nacional norteamericana, que conmemora la llegadade los peregrinos a América .

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identificarse con la suave serenidad del pensamien-to hindú. Mientras ella hablaba, el diminuto cochese deslizada en una desenfrenada carrera por lapista de "concreto" (i) gris . Era un día sin luz, yel paisaje y la carretera formaban una sola cintaprolongada. Observé que las huesudas manos deJeanne se crispaban mientras apretaban el volante .Seguramente, ella no se daba cuenta de su actitud,pero el coche era para ella un franco desahogo . Elvehículo y su dueña eran una figura alargada co-rriendo en pos de algo . . .

Teníamos sed, y Jeanne quería tomarse un cafécaliente, para así conducir con más energía . Le pro-puse que hiciéramos un alto.

El restaurante estaba desierto . Sólo una "vieji-ta", con rostro apergaminado y ojos relucientes,ocupaba una de las estrechas mesas de madera delcafé. En sus pupilas se leía el deseo de sentirse invi-tada por alguien . Le pedimos que nos permitierasentarnos junto a ella, y éste fue el mejor de loshomenajes que podíamos ofrecerle . La señora vivíadesde hacía quince años en un "Hogar para ancia-nos", cerca de Hyde Park -el pueblo que se enor-gullece porque Franklin Delano Rooselvet nació yvivió allí-. Hyde Park es conocido por su impor-tancia histórica, pero muy pocos sabían que muycerca del hogar del Presidente había una casa ha-

(1) Hormigón de cemento.

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bitada por viejos solitarios a quienes la vida no sehabía tomado el trabajo de matar. Esta anciana sehabía casado un lejano día, y de ese matrimoniohabían nacido tres hijos, pero cuando los años ha-bían descargado su peso sobre sus espaldas, sucuerpo encorvado era un estorbo para la egoístajuventud . Sus hijos la habían llevado a la "Casade Viejos", para cine allí, al lado de otros seres so-litarios, esperara sus últimas horas . "No teníamospor qué culpar a sus hijos . No ; ellos eran buenoscon ella ; le pagaban todo y una vez al año le man-daban el coche para que saliera a pasear . Hoy, envísperas del Thanksgiving, su "hijito menor" la ha-bía ido a buscar con su esposa y la habían sentadoen esa mesa para que ella comiera lo que quisiese."

Mañana sus hijos lo festejarían con los ami-gos y ella lo pasaría con sus compañeros de Asilo,y, juntos, agradecerían los beneficios que habíanrecibido de la Humanidad durante el año .

¡Tanto abandono, dentro de la opulencia, descri-bía un cuadro de miseria moral! ¡No obstante, lamenuda mujer de los ojos de lucero se olvidó desus años y, ante nosotros, se abrió un lirio fragante,que nos contagió de deliciosa frescura!

Cuando hubo terminado de cenar, y después devarios minutos de conversación, apareció por laspuertas giratorias de cristal una pareja joven, derostros embrutecidos por la "buena vida", que ve-nían en busca de la anciana . Los hijos habían cum-

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plido con aquello que manda "Honrar padre y ma-dre" y "dar una limosna al más necesitado", y, yacon la conciencia descargada, se disponían a ence-rrar a la madre una vez más en el lujoso internadopara abuelos desvalidos .

La viejita se perdió en la tarde color otoño ynosotras seguimos nuestro camino con la rapidezque reclamaban nuestros cortos años .

El resto del viaje fue de un mutismo absorbente .Cuando íbamos por el puente de Washington, a laspuertas de la ciudad, Jeanne rompió el silencio :

-¿Crees en la reencarnación?-Lo hindú se te ha subido a la cabeza . Pero,

¿por qué tal pregunta?-Porque me obsesiona la idea . A veces creo que

de viejos pagamos los pecados de nuestra primeravida.

-Si lo dices por la señora, estás equivocada .-De otra manera, no habría razón para tal des-

amparo . . .-Tú también buscas una razón para justificar

lo injustificable. No sueñes ; todo es un présta-mo. . ., un préstamo mezquino, al que no tenemos nisiquiera derecho a reclamar lo lógico . . .

-Lo lógico, no . . .La conversación tomó mil giros y, después de di-

vagar sobre los más variados temas, terminamoshablando de "Greenwich Village", el barrio pseudo-bohemio de Nueva York . Convinimos en que el

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viernes, rodeadas de beatniks (r), nos zambulli-ríamos un poco en ese falso ambiente .

A la ciudad llegamos cuando anochecía y sobreel río se diluían los últimos rayos rojos del sol . Losedificios grises, que durante el día se cubren conun velo de niebla, se encendían para darle paso ala noche.

(1) Beatniks, grupo de la juventud norteamericana que, entraotras cosas, lucha por mantenerse alejado del "conformismo" de esasociedad. Su excéntrica vestimenta es una de sus más comentadascaracterísticas .

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CAPITULO111.

El piso estaba a media luz, como solían mante-nerlo ; ahora sé que era para esconderse en la os-curidad, porque la luz eléctrica acuchilla las arru-gas de la carne y del alma . Carmen era esquiva pornaturaleza, y José Antonio le tenía miedo a la cla-ridad . En la penumbra, eran amigos ; las sombraseran sus cómplices, y eso era lo que ellos respe-taban .

Ambos me esperaban, y me alegré de verlos, yaporque eran rostros casi nuevos para mí o porqueme sentía verdaderamente a gusto con ellos .

Estaba cansada y aburrida ; una idea fija meperseguía, y a Carmen no se le escapó . EnriqueAlberto, hoy, ayer y siempre a mi lado durante losúltimos días . Sus cartas, sus melosidades . . . rebo-taban elásticamente en mí sin dejar huellas de ale-gría o de tristeza . Tenía que quererlo . . ., tenía quetener a alguien, porque estar sola, ante la gente,es un pecado, pero es este loco empeño por forzarel pecho a palpitar por una vacía y sosa ilusión,me agotaba .

-¿Cansada, hija?La voz de mi tía interrumpió mis pensamientos .

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-Psch. . ., y aburrida. Mucho estudio. ¿Me com-prende, Carmen?

Las dos bolas grises que se destacaban en su ros-tro volvieron a parpadear como lo habían hecho lanoche que nos conocimos . Me besó en la frente de-licadamente ; yo hubiera querido decirle que la que-ría como lo que podría recordar de mamá . Pero no ;hubiera sido una imprudencia .

-A mi lado no te aburrirás .La voz de Antonio, llena de arrogancia, llegó a

mí. Esta delataba la presencia de una fibra mal cul-tivada, que él parecía estimar porque a sus amigosles agradaba .

-Te hemos preparado un buen programa paramañana. Antonio, ¿llamaste vos a la Laura y aEduardo, para que vinieran a comer con nosotros?Después, todos iremos a "lo de Isabel", a tomar el"copetín" .

-Sí, mujer, todo está arreglado. Deja de pre-ocuparte, que tus nervios me exasperan .

Comencé a darme cuenta de que Antonio era, aveces, rudo con su esposa . Estaba demasiado segu-ro de sí mismo y la inseguridad de ella, que le ha-bía enamorado a un principio, ahora comenzaba afastidiarle . Carmen cortó el tema, temerosa quizáde que yo pudiera leer lo que ella sentía .

Corrimos las cortinas de la casa y nos retiramosa las habitaciones . En el espacio se palpaba que ala noche se le habían perdido las estrellas, anun-

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ciándose ya, en el aire vacuo, las horas de la ma-ñana .

El jueves amaneció nevando, y el parque, queaún no había sido pisoteado por la multitud, dabala impresión de un pastel decorado . El paisaje, pa-rejo y blanco, con sus rectangulares rascacielos alfondo, se metió por la ventana ; esa blancura mehirió la vista, y me apresuré a cerrar las persianas,porque, con el frió que hacía, sentí que los huesosme traqueteaban . Carmen, que dormía en la camade la izquierda, despertó de buen humor y se pusoa tararear unos "Gatos" (r) preciosos. Era un buenaugurio para el día que acababa de empezar .

Las dos estábamos descansadas, y en nuestrosrostros se marcaba claramente el anhelo de ver co-menzado el día .

-¿Qué tal has dormido, sobrina?-Bien, gracias. Ha nevado horrores . . . Asómese

a la ventana . Está el piso purificado. Lo han vesti-do de novia .-¿Metáforas?--No. . ., nada. Sólo decía lo que pensaba . Como

cuando se va donde el psiquiatra .-¿Has ido al psiquiatra?-Bah . . . ¿Para qué confesar si he ido o no?

¿Cuándo desayunamos?

(1) Cantar popular argentino.

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SO

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-En cuanto te vistas ; porque a Antonio no legustará ver a su sobrinita en camisón . Espera, voya avisarle que vamos a salir . Antonioooo . . ., decílea la Lala que sirva el desayuno.

La Lala era una vieja sirvienta que había lle-gado con mis tíos de la Argentina, . . . Preparaba eldesayuno, hacía las camas y se metía donde no ca-bía. La cara de perro lobo de esta mujer me cau-saba náuseas . . ., pero no tenía por qué agriarme lavida pensando en una mujer que no decía nada enmi vida. Esa mañana yo había amanecido de buenhumor . . . ; eso era lo que importaba en esos mo-mentos. En general, todo marchaba a su debidocompás en casa de mis tíos y ellos llevaban la vidaa cuestas, sin pensar demasiado. A lo menos, esoera lo que decían las apariencias .

La diferencia entre el ambiente de Vassar y elhogar de mis tíos me hacía bien . En la Universi-dad se analiza hasta llegar al nihilismo y se hundeel alma en un plato de agua sucia por cualquiertontería .

Antonio se había levantado temprano y llevabaen los ojos la expresión del que ha dormido a susanchas y sigue sumergido en el sueño de la nocheanterior. También estaba él de buenas esa maña-na; dejó a un lado la arrogancia y fue simpático,casi con cierto deje de inocencia . Pensé que aúnquería a Carmen y, si no la quería, al menos debíadesear su cuerpo . Estaban jóvenes, y ella era unamujer atractiva .

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51.

En el desayuno, la conversación giró alrededorde los preparativos del almuerzo . Mientras Carmendistribuía algunas flores en los jarrones de cristalverde, la Lala se movía torpemente en los queha-ceres de limpieza. La criada también sentía la ne-cesidad de preparar su espíritu para el momentocumbre del día.

Era casi ridículo observar cómo nosotros, hispa-noamericanos, que no teníamos vela en ese entierroni nada que agradecer a nadie, celebrábamos esafiesta guiados por nuestro espíritu despreocupado,muy dado a festinar cualquier fecha, aunque no nospertenezca .

Los invitados, Eduardo y Laura, llegaron pocoantes de las dos de la tarde, cuando la casa estabaya engalanada para recibirlos . Podrían examinarladetalladamente sin que Carmen y Antonio perdie-sen su reputación de "gente bien" ante sus compa-triotas. Todo estaba decorado con gran gusto y losmuebles, de oscura caoba, forrados de verde y na-ranja, recogían el reflejo de la luz, causando uncontraste definido con las paredes, casi blancas . Nosería difícil para los sudamericanos amigos de mistíos formarse una opinión halagadora, especialmen-te desde que muchas opiniones se forjan nada másque de lo superficial y, en este caso, todo lo quesaltaba a la vista formaba un armonioso conjun-to. En el tocadiscos, Lucho Gatica cantaba a todopulmón la canción "El reloj", que había invadidoa América :

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"Reloj, no marques las horas,porque voy a enloquecer . . .»

Antonio y Carmen lucían como inmóviles mani-quíes de un escaparate de "Bergdorf Goodman",uno de los almacenes de más renombre entre los dePark. Con la sonrisa entumecida en los labios, lostres acogimos la llegada de los convidados . Con-trario a mis íntimas predicciones, el rato sí fueagradable . Laura y Eduardo eran gente campecha-na que por esfuerzo propio habían llegado a amon-tonar reales en el bolso . A Laura, los "pesos" se lahabían incrustado más en la piel y en la cabeza,como suele suceder con casi todas las mujeres. AEduardo, sin embargo, el trabajo le había enseña-do la diferencia entre los colores de las cosas ; ade-más, tenía más facilidad para ver a través de loslentes ahumados .

-¿Hija de Ernesto?Al presentarme a Laura, ella no pudo sino soltar

a flote el hecho que conocía o había oído hablar depapá. Este detalle nunca fallaba . Después seguíasiempre el gesto triste, y la muerte de mamá se co-mentaba con lujo de detalles y, por último, meabrazaban con ardor, hasta asfixiarme .

-Sí, Laura, soy la única mujer . . .-¿Qué haces aquí, sola?Comprendí que esta vez la interlocutora no es-

taba enterada de la muerte de mi madre, o se abs-tenía de mencionarla por ser día de fiesta .

-Sola no estoy, y ahora hago lo mismo que us-

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ted y todos los presentes : espero con ansias a quese sirva el almuerzo .

Aquí todos los rostros se encendieron . ¡Vaya conla indiscreción!

----Lo que mi sobrina quiere decir . . .-Deja, Carmen, que la sobrina tiene razón ;

sola no está y ahora aguarda el almuerzo, comotodos nosotros. Lo que debemos explicar a Lauraes que ella estudia en Vassar College, y hoy estáde vacaciones .

-¿En Vassar? ¡Con los RockeIeller!El clásico comentario no podía faltar .-Con o sin los Rockefeller, tengo que estu-

diar. . ., y mucho. El resto sólo es telón de fondo,Laura. Usted está muy enterada de todo y. . . tanrecién llegada . . .

-¡Sobrina, refrénate!-Tía, me refreno .Bruscamente cambié el tono de mi voz y, hacien-

do lo posible por resucitar mis modales de niñitabuena y bien educada, volví a dirigirme a ellos :-Y ustedes, ¿hace muchos meses que están

aquí?Observé cómo Carmen y Antonio pasaban un

momento álgido por el desplante que les estabahaciendo en su propia casa, y me dieron deseos dellorar y de pedir perdón . . ., pero no soy capaz deactos de esa magnitud. La mezquindad se refugiaen una concha de estaño para no reconocer suspropios errores. Todas las pupilas estaban sobre

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mí, y estos alfileres de plata se me enterraban do-lorosamente en los poros abiertos de la piel .

Eduardo se compadeció de mí y, para normali-zar la situación, dibujó en sus labios una leve son-risa, como si nada hubiese sucedido .-Laura y yo llegamos a Nueva York cuando

nos expatriaron por razones políticas . . .No pudo continuar la frase . En ese momento

entraba por el umbral un hombre joven, de mira-da perdida en el espacio, que también se había vistoobligado a abandonar su patria -Cuba-- . Al oírque Eduardo hablaba de sus aventuras se sintió asus anchas y, sin saludar, se adueñó de la situación,tomando la palabra para referirnos la letanía desus cuitas :-La situación se pone cada día más candente, .

señores. Nadie puede negar, sin embargo, que elhervidero que nos tenemos ahora mismo en todaAmérica es consecuencia de la ignorancia políticaque reina en nuestro Continente .No cabía duda. Este caballero cubano se sentía

orador de la Asamblea Nacional en vísperas deelecciones. La polémica del diputado fue infinita,y durante todo el almuerzo Laura se sintió acom-plejada ante el hombre que hablaba "en difícil" .

Cuando terminamos de saborear los últimos tro-citos del pavo relleno, nos levantamos de la mesay pusimos discos, para animar un poco el ambientey desviar el curso de la conversación .

La música, en efecto, obró sus resultados . Los

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ánimos se calmaron y todos nos sentimos trasplan-tados a la patria chica. Para celebrarlo bailamos,bebimos mucho y lo pasamos macanudo, como di-cen los argentinos . A medida que el tiempo iba pa-sando se deshelaban las barreras de las nacionali-dades, y estábamos tan alegres, que terminamossentados en la alfombra blanca, comiendo aceitu-nas y bebiendo jerez y coñac . El disco de Gaticarepicó en nuestros oídos hasta adormecernos, y elreloj, que estaba empotrado en una de las cincoparedes del salón . marcó mecánicamente las cua-tro, las cinco y las seis . Media hora más tarde lla-mamos a Isabel Fernández Márquez, con quienhabíamos quedado en tomar el copetín, para pedir-le que se viniera ella donde nosotros ; nadie estabaen condiciones ni de humor para salir de casa, conel frío que hacía, y menos aún con, la pisoteadanieve, que había convertido las calles en un mula-dar helado . Cuando Isabel llegó, también la sen-tamos en el suelo, encargándose Antonio y Eduar-do de llenar su copa de jerez o de coñac . Ella sebebió esos tragos, además de muchos otros "cubaslibres", a los cuales la acompañamos, haciendo unamezcolanza de alcohol que ahora no recuerdo . Ma-ñana sería otro día, amaneceríamos en cama, condolor de cabeza o de estómago. . . ; pero hoy erahoy y estábamos "dando gracias" . . ., dando gra-cias, ¿de qué?

Esto me hizo recordar a la anciana de la nocheanterior. Los ojos relucientes, que gemían por un

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segundo de caridad y de amor, me revolotearonhasta despertarme del estado soporífico en que es-taba. Ahora, mientras todos nosotros reíamos em-briagados por la esencia del burbujeante licor,ella estaría sumida en el olvido esperando la visitade alguien . . . ¿Tendríamos todos que pagar mástarde por esta noche de farra? Afanarse toda unavida para llegar a un castillo de arena y ahí escon-dernos solitarios y expulsados de la sociedad . Espreferible, pensé, morir joven ; joven para librarnosdel desamparo. . . ¿Qué dirían de la ancianita deayer? Probablemente llorarían un día y, tal vez,ni eso. Quizá en el mundo se oiría un eco inmenso,clamando : "ya era hora", "era un estorbo para to-dos" . Hasta los hijos, que nunca se acordaron deella en vida, serían ensalzados por el sacrificio quehabía sido para ellos cuidar de su madre . Y así pa-sarán los siglos, hasta que la tierra se cubra defuego, y todos los huesos inertes se armen de fuer-za para vivir de nuevo .

Eduardo, Laura, el cubano e Isabel hablaron demarcharse a eso de las once. Para entonces la casaya no era casa, sino una cueva a media luz, conmucha música y humo que asfixiaba. Casi no ha-blábamos y, cuando lo hacíamos, era para decir loque estábamos pensando sin esperar respuesta, por-que la noche no estaba para discutir ni para emi-tir opiniones .

Isabel, la mujer que llevaba los rastros de unabelleza conservada a fuerza de tintes y. masajes ;

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Laura, con diez kilos de más encerrados dentro deun armazón de hierro ; Carmen, consumida de pron-to por la vida o por la noche ; Eduardo, encarnadoy cachetudo; el cubano, perdido dentro de un la-berinto ; Antonio, con el cabello rebelde, como sutemperamento, y con los labios muy rojos ; yo, pá-lida y casi sin aliento . . . Todos formábamos ungrupo amorfo . Eramos seis seres diferentes senta-dos en el mismo piso de Park Avenue . De eso nos-otros habíamos hecho una realidad . ¿Podíamos pe-dir más? ¡Qué más daba!

La tarde del viernes caía perezosamente sobre losdeshojados árboles, y por las calles, mujeres can-sadas y niños colorados, forrados hasta las narices,se arrastraban enterrando sus botas de nieve en elhielo negro que arropaba las aceras . A un niño, queparecía andar solo, se acercó un hombre alto, conel sombrero embutido sobre el rostro, que llevabasobre sus amoratados labios un cigarrillo, que lu-chaba contra el frío para consumir su fuego . Seasieron de la mano y siguieron sin dejar huella enla nieve .

Poco quedaba en el ambiente de los gritos y fes-tejos de la noche anterior. La ciudad entera hacíaun moribundo esfuerzo por no dejarse doblegar porel silencio austero, y de los charcos de agua esta-blaba una gangosa canción de marimba, que arran-caba de las sombras un pedazo de vida .

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Avanzaba la tarde y, como habíamos convenido,Jeanne- y yo nos reunimos para pasar un rato en el"Village", el conocido barrio bohemio que ha co-brado a través de los años un matiz cinematográfi-co. Antonio, por sugerencia de Carmen, se ofrecióa acompañarnos, y a él se unió el cubano, quien, alenterarse que mi amiga era francesa, no dejó deaprovechar la oportunidad para conocerla . La úni-ca que faltaba para que el grupo estuviera comple-to era mi tía. Ella se había quedado en cama ; es-taba agotada y le aburría el "Village" . No sé porqué sin ella se sentía un vacío inexplicable . Habíallegado a echarla de menos. Su amistad me llena-ba, porque la quería y porque sí .

Al principio, cuando Jeanne y el cubano inten-taban sin éxito entablar conversación, en la atmós-fera se respiró desasosiego, y fue esa noche cuandoJosé Antonio y yo nos sentimos atraídos sin ape-nas percatarlo. En la penumbra alquitrán de lascalles del barrio bohemio su cuerpo fuerte parecíaapoderarse del aire, o yo lo sentí así cuando mesenté a su lado, en uno de los múltiples cafés queabundan por el "Village" . El me cogió la mano de-

bajo de la mesa, apretándomela hasta que los hue-sos se me encaramaron unos sobre otros y la san-gre comenzó a golpearme las sienes . El contacto desus largos dedos estrujando mi piel crispó mi inte-rior ; quise mirarlo, decirle algo, pero toda acciónse pasmó en mis músculos .

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Hubo un silencio grave en todo el café ; en el re-loj, los segundos se detuvieron un momento .

En la primera oportunidad que tuve, puse lasdos manos sobre la mesa, clavando mis ojos enJeanne, para así no tener que enfrentarme a solascon el rostro de José Antonio . No quería divulgarmi desconcierto. La francesa y el cubano, al fin,habían encontrado algo en común . . . Hablaban deEuropa, o Dios sabe de qué . Yo oía sus voces, sinllegar a comprender lo que decían ; sentía un hor-migueo extraño dentro del cuerpo, y los ojos deJosé Antonio me quemaban la nuca . Lentamenteme sumergí en un torbellino de círculos rojos quedaban vueltas a mi alrededor hasta marearme . Hiceun vago esfuerzo para fingir completa serenidad,pero Jeanne me hizo señas para que no hablara .Ella sospechó que algo sucedía y desde ese mo-mento tomó las riendas de la conversación . Losotros tres nos limitamos a hacer sonidos que deno-taban afirmación y negación, de acuerdo con el res-pectivo movimiento de cabeza y la expresión fa-cial que hacíamos .

Bebimos café y oímos poemas extraños de esoshombres barbudos que entre ellos se llaman poetasy que quieren convencernos a la fuerza de que sehan liberado con sólo decir palabras inmundas einvadir nuestras vidas de ácidas pequeñeces .

Por fin, cansados de escuchar necedades, Anto-nio propuso que fuéramos a un ambiente más agra -dable y "menos artificial' . ¡Menos artificial! Eso

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era casi imposible en el "Village" . Terminamos de-cidiéndonos por "El Chico" . Esta era una boite pe-queña, decorada con panderetas, castañuelas y car-teles de turismo de Acapulco, Madrid o Caracas .La orquesta era la tentación de todos los que lesgusta moverse . Además, se servían platos típicos deEspaña o Méjico. Elegimos una mesa cerca de lapista y, a los pocos minutos, el ritmo movido de uncha-cha-chá destornilló las rodillas del cubanito . Meinvitó a bailar, temeroso quizá de que la francesa learruinara su baile no sabiendo moverse con la músi-ca antillana . El, como era de esperarse, bailaba comoun profesional, y yo gocé a mis anchas, como hacíatiempo no lo había hecho, porque Enrique Alberto,aunque bailaba bien, su personalidad exigía de élmás ceremonia hasta en casos como éstos .

Cuando llegó la hora del bolero y tuvimos porfuerza que conversar, hablamos de La Habana, loque le dio tema para extenderse con lujo de deta-lles en las descripciones de las atrocidades que seestaban cometiendo en su país . Dichosamente, él sedeleitaba escuchando su propia voz .Miré a Antonio ; sentía miedo a abandonarme a

la fiereza de este hombre que hacía unos segundos--al adueñarse de mis dedos- se había apoderadode mis sensaciones . Bien sabía yo que me invitaríaa bailar tan pronto como me acercara a la mesa .Efectivamente, así fue . Vi alejarse la figura esbeltade mi amiga y la del cubano . En ese momento hu-biera querido que la noche acabara ; estar con Ales-

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sa y Enrique Alberto y no tener que pensar ennada. José Antonio me ofreció su brazo y, apoyán-dome pesadamente sobre él, me dejé arrastrar ha-cia la pista . Después de un breve silencio, él em-pezó a hablar ; su vor era honda .

-Sobrina querida, parece que no te diviertes .Me estás evitando desde que salimos de casa .

-Ha dado sus razones, tío querido.Y eso de querido aquí y de querido allá me puso

aún más nerviosa .-¿Porque te apreté las manos? ¡No seas niña!

Yo también era casi un niño . . .Me di cuenta que hablaba para sí . No pudo con-

tinuar la frase y yo me sentí agobiada . El cuerpome comenzó a doler y no tuve fuerzas para luchar .Me tenía fuertemente estrechada contra él, tanto,que podía sentir en mi oído derecho su respiraciónagitada .

Bailamos en silencio, y cuando se terminó la pie-za me dirigí hacia Jeanne y su acompañante, quie-nes nos esperaban al borde de la escalera ya con elabrigo puesto .Cuando regresamos a casa, Carmen dormía . Me

desvestí rápidamente y me metí en la cama, sin-tiendo mucho frío. Aquella noche se me hizo inter-minable y me fue imposible conciliar el sueño has-ta muy entrada la madrugada .

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