Todas Las Batallas de La Historia Argentina

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BATALLAS DE LA HISTORIA ARGENTINA Los orígenes de la Infantería Para buscar sus antecedentes más lejanos, debemos remontamos al siglo XVI, cuando, por la conquista, arribaron a estas tierras los primeros elementos de la Infantería española. A partir de ese tiempo, y también durante el siglo XVII, el arma, a través de milicias, cumplió diversas operaciones militares con fines básicamente defensivos ante el amago de ataques de piratas y corsarios; los levantamientos de los calchaquíes; el primer sitio de Colonia del Sacramento y la Guerra Paulista. Durante el siglo XVIII ya puede hablarse de la Infantería que, por intermedio de sus unidades primarias, los tercios y las milicias, intervinieron en: la guerra contra los portugueses; la guerra guaranítica; la expedición española a las Islas Malvinas (1770) y las guerras sociales estalladas en nuestro territorio. Pero los sucesos más trascendentes en que participa el arma, ya en el siglo XIX, son las Invasiones Inglesas y la Revolución de Mayo. Las tropas de Infantería intervinientes en los tres hechos citados precedentemente, fueron: En la Primera Invasión Inglesa: Compañía de Granaderos del Regimiento de Infantería de Buenos Aires; Voluntarios de Infantería de Montevideo; Compañía de Migueletes; Cuerpo de Voluntarios Patricios de la Unión y Real Marina y Marinería desembarcada. En la Segunda Invasión Inglesa: Cuerpos de Americanos (criollos); Cuerpo de Patricios; Cuerpo de Arribeños; Batallón de Naturales, Pardos y Morenos; Compañía de Granaderos de Infantería y Compañía de Cazadores Correntinos. } Cuerpos o tercios de españoles; Cuerpo o tercio de Gallegos; Tercio de Andaluces o Batallón de los Cuatro Reinos de Andalucía; Tercio de Catalanes o Miñones y Tercio de Vizcaínos. En la Revolución de Mayo: Cuerpos Veteranos: Regimiento de Infantería de Buenos Aires y Asamblea de Infantería y Caballería. Cuerpos Urbanos (Milicias): Batallones 1 al 5; Batallón Granaderos de Fernando VII y Batallón de Casta de Infantería. El propio Libertador General Don José de San Martín, durante sus primeros diecinueve años de vida militar, integró la Infantería española, destacándose por sus valores humanos y profesionales acreditados en combate.

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BATALLAS DE LA HISTORIA ARGENTINA

Los orígenes de la Infantería

Para buscar sus antecedentes más lejanos, debemos remontamos al siglo XVI, cuando, por la conquista, arribaron a estas tierras los primeros elementos de la Infantería española.

A partir de ese tiempo, y también durante el siglo XVII, el arma, a través de milicias, cumplió diversas operaciones militares con fines básicamente defensivos ante el amago de ataques de piratas y corsarios; los levantamientos de los calchaquíes; el primer sitio de Colonia del Sacramento y la Guerra Paulista.

Durante el siglo XVIII ya puede hablarse de la Infantería que, por intermedio de sus unidades primarias, los tercios y las milicias, intervinieron en: la guerra contra los portugueses; la guerra guaranítica; la expedición española a las Islas Malvinas (1770) y las guerras sociales estalladas en nuestro territorio.

Pero los sucesos más trascendentes en que participa el arma, ya en el siglo XIX, son las Invasiones Inglesas y la Revolución de Mayo. Las tropas de Infantería intervinientes en los tres hechos citados precedentemente, fueron:

En la Primera Invasión Inglesa:

Compañía de Granaderos del Regimiento de Infantería de Buenos Aires; Voluntarios de Infantería de Montevideo; Compañía de Migueletes; Cuerpo de Voluntarios Patricios de la Unión y Real Marina y Marinería desembarcada.

En la Segunda Invasión Inglesa:

Cuerpos de Americanos (criollos); Cuerpo de Patricios; Cuerpo de Arribeños; Batallón de Naturales, Pardos y Morenos; Compañía de Granaderos de Infantería y Compañía de Cazadores Correntinos.

} Cuerpos o tercios de españoles; Cuerpo o tercio de Gallegos; Tercio de Andaluces o Batallón de los Cuatro Reinos de Andalucía; Tercio de Catalanes o Miñones y Tercio de Vizcaínos.

En la Revolución de Mayo:

Cuerpos Veteranos: Regimiento de Infantería de Buenos Aires y Asamblea de Infantería y Caballería.Cuerpos Urbanos (Milicias): Batallones 1 al 5; Batallón Granaderos de Fernando VII y Batallón de Casta de Infantería.El propio Libertador General Don José de San Martín, durante sus primeros diecinueve años de vida militar, integró la Infantería española, destacándose por sus valores humanos y profesionales acreditados en combate.

La Primera Infantería Argentina

Es importante señalar el papel protagónico que cumplió la Infantería , tanto por la acción de presencia del Regimiento de Patricios, como por la decidida participación político-militar de su prestigioso jefe durante toda la Gesta de Mayo.

Por tal razón, el historiador Emilio Loza relata, en la Historia de la Nación Argentina de Ricardo Levene, el nacimiento de nuestra Infantería de la siguiente manera: “ La Infantería constituyó el núcleo más importante de la tropa de línea o veterana de los Ejércitos de la Revolución y de la Independencia , y fue con ella que la Junta Provisional de Gobierno inició la imperiosa e impostergable obra de reforma militar, necesaria para preparar el instrumento que debía apoyar la difusión de los ideales de libertad que acababan de ser proclamados”.

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Por decreto y resolución del 29 de Mayo y 31 de Octubre de 1810, respectivamente, los siete batallones de Infantería de milicias existentes en Buenos Aires, desde la reorganización dispuesta por el Virrey Cisneros el 11 de Setiembre de 1809, fueron transformados en regimientos de clase de veteranos de 1.116 plazas.

La primera Infantería argentina estuvo, por lo tanto, constituida por los Regimientos Nº 1 al 5, el de Granaderos de Fernando VII, el de Castas o de Pardos y Morenos, el Regimiento de Infantería de Buenos Aires o Fijo y, además, se encomendó a Don Domingo French la tarea de organizar otro con el nombre de América.

En noviembre de 1810 fue disuelto el Fijo y lo que existía del Nº 5, ingresando algunos restos en el Regimiento de América, al que se le dio el Nº 5 sin perder la otra denominación. Por las razones señaladas precedentemente, se entiende que el 29 de Mayo, al dictarse el decreto de creación de dichos cuerpos militares, inicia su larga y fecunda vida institucional el Ejército Argentino, siendo por lo tanto la Infantería quien la materializa.

No obstante lo expresado, cabe reiterar que se toma como fecha de nacimiento del arma el 13 de Setiembre de 1806, ya que fue ése el día en que se creó el Cuerpo de Patricios, siendo su primer jefe el Coronel Cornelio Saavedra.

Los ingleses ante Buenos Aires (18 al 26 de junio).

El 18 de junio se reciben las primeras informaciones de encontrarse buques enemigos en las cercanías de la isla de Flores. Sobremonte no toma otra medida que una relación de los capitanes de milicias sobre el estado de caballos y monturas. Pasan seis días de nerviosa expectativa; el 24 a las cuatro y media de la tarde se avistan navíos de guerra frente a Quilmes; al anochecer, el comandante de Ensenada, capitán de navío Santiago Liniers, entrevé unos buques “alterosos y de poco guinda” que le parecen mercantes holandeses.

Esa noche el virrey celebraba una fiesta familiar epilogada con una función en la Casa de Comedias (la representación de “El sí de las niñas”, de Moratín, ha quedado clásica). Allí le entregan nuevos pliegos de Liniers rectificando que los buques no eran mercantes holandeses sino navíos de guerra ingleses, pues acaban de dispararle unos cañonazos que habría replicado con sus baterías costeras.

Eran las 9 de la noche. Sobremonte se retira a la Fortaleza. Convoca a las milicias urbanas para la mañana siguiente en los cuarteles del Fijo y de Dragones, desocupados por estar los cuerpos en Montevideo. Sube a la azotea de la Fortaleza para “hacer señales a los buques corsarios a fin de que se cobijaran” (esta actitud hizo creer que estuviese en connivencia con los atacantes), ordena que el subinspector de Milicias y Tropas Regladas, Pedro Arze, con las “más aparentes” milicias cubriese el puesto de Quilmes, mientras el teniente-coronel de blandengues, Manuel Gutiérrez, con doscientos de los suyos iría a proteger a Ensenada. Y se va a dormir.

Al amanecer del 25 las milicias de infantería se aglomeran en La Ranchería, cuartel del Fijo, y las de caballería en Las Catalinas, asiento de los dragones: son mil trescientos hombres en cada cuartel, fuerza ponderable si tuviese instrucción y armas. Hacia las nueve de la mañana se presenta la escuadra inglesa, que había cambiado tiros la noche anterior en Ensenada, a la vista de la ciudad y en formación de guerra: en la Fortaleza disparan tres cañonazos en señal de alarma, lo que congrega en la plaza a considerable gente – calculada en mil quinientos entre hombres, viejos y niños – que vivan al rey y piden armas para “defender la Patria” (la patria era la ciudad en la terminología de la época). Sobremonte se muestra en los balcones, y los arenga. Por primera y única vez en su vida es aclamado; dice que “están tomadas todas las providencias”, y los invita a retirarse “a almorzar, que él vigilaría” con su catalejo.

El desembarco (25 de junio).

A las 11 de la mañana del 25 los ingleses, después de recorrer la costa en busca del mejor lugar, empiezan el desembarco en Quilmes. Son veinte botes que van y vienen con soldados uniformados de rojo, cañones, caballos, arreos, pólvora, que depositan trabajosamente en la

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playa bajo una llovizna fría; un bañado los separa de la barranca. Desde allí un sargento de artillería española con cinco hombres y una de las piezas encargadas de las señales dispara el cañonazo de alarma, conforme a lo convenido, y permanece firme. Tal vez los ingleses creen que hay más tropas ocultas en los espinillos, pues se quedan en la playa, calados y ateridos. Hasta el anochecer dura el desembarco de los 1.635 hombres, con sus implementos.

Arze llega a mediodía a Quilmes con 400 milicianos elegidos entre los más dispuestos y mejor montados, a los que ha agregado cien blandengues, dos cañoncitos de a 4 y un obús de a 6. Toma posición en las barrancas junto al sargento del cañón y no hace nada, nada, en toda la tarde. Mirar, nada más. Los milicianos y blandengues desean cargarse al grupo de ateridos ingleses, que se va engrosando cada vez más, pero el subinspector sólo quiere obrar sobre seguro. Manda pedir refuerzos; y mientras vienen, seguirá esperando.

Llega la noticia del desembarco a Buenos Aires. Sobremonte manda tocar generala a las dos y media de la tarde, y la multitud vuelve a congregarse en la plaza; los milicianos reclaman armas, pero el virrey no se atreve a armar a las milicias, dirá más tarde el cabildo en su informe. Se limita a distribuirlas, desarmadas, en compañías al mando de algunos oficiales veteranos. Sólo más tarde les dará una carabina con cuatro tiros a los de caballería.

“Se tocó la alarma general – dirá Belgrano en su Autobiografía – y conducido del honor volé a la Fortaleza, punto de reunión: allí no había orden ni concierto en cosa alguna como debía suceder en grupos de hombres ignorantes de toda disciplina y sin subordinación alguna. Allí se formaron las compañías y yo fui agregado a una de ellas, avergonzado de ignorar hasta los rudimentos más triviales de la milicia”.

Sobremonte ordena que la caballería vaya al puente de Gálvez (hoy puente Pueyrredón) donde atraviesa el Riachuelo el camino del sur: son 129 hombres de a caballo, la mitad mal armados. El resto de las milicias debe concentrarse en sus cuarteles, a la espera de armas y órdenes. El virrey revista los 129 del puente, a quienes agrega un tren volante de artillería; luego vuelve a la Fortaleza a disponer se saquen los caudales para el interior, conforme a lo previsto, con una escolta de cien blandengues. Como ha cumplido su deber, se va otra vez a dormir.

Combate de Quilmes (26 de junio).

Todo parece una comedia. Los ingleses completan el desembarco al anochecer del 25, pero se quedan en la playa, entre el río y el bañado, empapados por la lluvia. Arze, como fascinado, no se mueve en toda la noche, no obstante que la lluvia hubiese favorecido el ataque. Al amanecer del 26, los ingleses inician lentamente el avance por la tosca húmeda y anegada: cruzan el bañado con el agua por las rodillas arrastrando los cañones. Arze se limita a mirarlos desde su altura. Los invasores se despliegan en orden de combate ante la posición de Arze (“la más bella posible” dirá uno de ellos), y solamente entonces el caballeroso subinspector rompe e1 fuego con los dos cañoncitos y el obús; los ingleses responden con sus schrapnell.

Al oír los disparos, Sobremonte sube con su edecán a la azotea de la Fortaleza. Mira con un catalejo: “los ingleses saldrán bien escarmentados”, asegura satisfecho. No habría tal: estallan los schrcpnell entre los milicianos en el momento de llegar algunos refuerzos que vienen desde el puente de Gálvez: las tropas de Arze y las recién llegadas quedan envueltas por el humo de la metralla y el sub-inspector sólo atina a ordenar retirada. Es una huída general, y Arze, que no será de los más lerdos, amonesta a los reclutas: “¡Yo ordené tocar retirada, y no desordenada fuga!”, para lamentarse a grandes voces: “¡Qué dirán las mujeres de Buenos Aires!”. Eso es el “combate de Quilmes”.

Sobremonte no alcanza a distinguir con su catalejo el alcance del escarmiento. Algo pasa, pero la distancia, neblina y el humo de los cañones le impiden saber qué es. Deja la Fortaleza, va al puente de Gálvez, vuelve, torna nuevamente al puente; nadie sabe nada. Empiezan a llegar los fugitivos; el trémulo subinspector da verbalmente el parte de la derrota: “eran entre cuatro o cinco mil” los enemigos “bien disciplinados y aguerridos”; por eso debió dejarles el campo con los cañoncitos y el obús. “Antes de la oración – asegura a gritos – los tendremos en el puente". A Sobremonte no se le ocurre nada ante el peligro: ni cavar trincheras, ni distribuir a las milicias los 400.000 tiros del parque, que más tarde caerán en poder de los ingleses, ni preparar el Fuerte con sus 35 cañones de a 24. Sólo atina a destruir el puente y poner las

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embarcaciones amarradas en el Riachuelo en la orilla izquierda, “así los enemigos no pueden usarlas”.

Después, padre y marido ejemplar, piensa en los suyos. Vuelve a la Fortaleza, hace aprontar un carruaje, que con la correspondiente escolta llevará a su esposa, hijas y futuro yerno a la seguridad de la quinta de Monte Castro (Floresta), donde se les habría de reunir el cabeza de familia “una vez agotadas las medidas que requiere el honor”. Se le ha ocurrido una idea: hacer del Fuerte, con sus 35 cañones de a 24 y su sólida construcción de ladrillo, un baluarte. Allí ordenará replegarse a los milicianos del puente, mientras él escribirá al gobernador Ruiz Huidobro, de Montevideo, para que le mande a Monte Castro, con premura, las tropas veteranas acantonadas en la Banda Oriental. Cuando lleguen aplastará a Beresford entre ellas y la Fortaleza. Ordena al coronel José Pérez Brito quedarse en la Fortaleza con “el mando de la ciudad", mientras él operaría desde el exterior.

En ese momento se le acercan los oidores a preguntar noticias y qué deben hacer. Les informa la delegación del mando militar “y el político quedará en las manos V. Mercedes, que se encerrarán aquí (la Fortaleza) para hacer una rigurosa defensa”. Los oidores se miran: ¿el marqués estará en sus cabales? “No dejamos de extrañar – dirán después de la Reconquista – que el virrey... hubiese tratado que el Tribunal se encerrase en el Fuerte para objetos tan extraños a su profesión y conocimientos”.

Brito, alarmado, pregunta: “¿Qué defensa podré hacer yo en el Fuerte?”; ¡Que caigan abajo sus cimientos! responde heroico Sobremonte; “¿Y qué víveres hay para ello?”; “Pues, cuando no haya más remedio podrán hacer VV. (Brito y los oidores) una capitulación honrosa”. Y tomando la puerta: “Señores, las circunstancias apremian”.

No había cobardía en Sobremonte; no la tuvo en toda su carrera, y no se le despierta ahora. Sólo está mareado: él sirve para obedecer pero no atina lo que debe mandarse. A las siete de la noche va nuevamente al puente de Gálvez, que ha sido volado. Echados cuerpo a tierra, en la ribera junto al Riachuelo, están los milicianos de la plaza, a quienes se les ha repartido algunos fusiles pero mezquinado las municiones (los ingleses se incautarán de los 400.000 tiros sin usar). Unos artilleros tienen cañoncitos de a 2. No hay más oficial superior que el asustado Arze, que no deja de infundir ánimo: “¡son muchísimos, y aguerridos los ingleses!”. Sobremonte ordena a los milicianos que deben “replegarse a la Fortaleza”; como nadie se mueve repite la orden a su edecán, que la trasmite en voz fueite. Se levantan protestas: “¿Cómo se entiende eso de retirarse cuando no se sabe de qué color es el uniforme del enemigo?” se oye a algunos. “Nadie levante la voz – ordena el edecán –. Pena de la vida a quien no obedezca al señor Virrey”.

“Acción” de Gálvez (27 de junio).

En ese momento – las ocho de la noche – llegan a la otra orilla las primeras avanzadas inglesas, recibidas con fuego de fusilería por los milicianos; los cañones – manejados por veteranos – quedan mudos. Beresford detiene el avance hasta salir el sol, para ver el obstáculo que se interpone. Sobremonte, al tiempo de volver a su carruaje, ordena seguirle a los veteranos y reitera a las milicias la orden de replegarse a la Fortaleza. Hay un momento de esperanza: el virrey irá seguramente al paso Chico a cruzar el Riachuelo y tomar a los ingleses por retaguardia. No hay tal: ha terminado la jornada y el virrey se repliega a dormir a la quinta de Doma en San Telmo.

Al amanecer del 27 ocurre la “acción” del puente de Gálvez. No dura una hora: algunos marineros ingleses han cruzado el Riachuelo a nado y traído las embarcaciones a la orilla derecha; los schrapnell caen sobre los milicianos que se retiran en confusión. Con las barcas los ingleses tienden rápidamente un puente y cruzan el río. Sobremonte desde la azotea del Hospital en lo alto de San Telmo sigue “la acción” con su catalejo. De allí se irá a Monte Grande con su escolta de veteranos, mientras las milicias entran a la ciudad a cumplir la orden de “replegarse a la Fortaleza”.

“Todos disgustados – escribe un testigo – tomamos la calle del bajo (Defensa) dirigiéndonos a la Real Fortaleza confusos y llenos de vergüenza, sin osar levantar la vista, y muchos llorando de pena, dejando en esa forma el paso franco a un enemigo débil”.

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La rendición (27 de junio de 1806).

Los milicianos entran en la Fortaleza. Pérez Brito consulta con los oidores al saber la “acción” de Gálvez. Hay que rendirse, para evitar sufrimientos a la ciudad; por supuesto deben cumplirse formalidades, redactar una capitulación con “todos los honores”, etc., firmada por el virrey. Pero ir al Monte de Castro es correr el riesgo de toparse con los ingleses “que ya se vienen”. Deliberan toda la mañana los oidores con Pérez Brito y algunos vecinos; nadie sabe los trámites de una rendición. Mientras tratan de informarse, mandan un parlamentario al general inglés a pedirle “detenga su marcha hasta tener listos los preparativos de la capitulación”. El enviado se encuentra en el camino con un oficial inglés, Ensigh Gordon, que viene en nombre de Beresford; lo acompaña a la Fortaleza y gentilmente le sirve de intérprete. ¿Cómo se hace una rendición? Afortunadamente Juan Larrea trae de su casa un libro de arte militar con un modelo de capitulación. Las formalidades han quedado salvadas: Pérez Brito copia la “capitulación” acomodándola a las circunstancias – no olvida poner lo de “todos los honores” –, la firma en nombre de la “Junta de Guerra”; Gordon la llevará a Beresford. Es la una y media de la tarde.

Una hora después vuelve Gordon con el documento tan trabajosamente logrado: Beresford no quiere recibirlo “porque no es hora de capitulaciones”. Él, como vencedor, impondrá las condiciones de la rendición; pero sólo después de entregarle “los caudales del Rey y cualquier otro que hubiese de la Real Hacienda”, haciendo responsable a la “junta de guerra” si hubiesen sido ocultados. Se miran los oficiosos capitulados: “¿Dónde están los caudales?'’. Alguien se comide a ir al Monte de Castro a pedirlos al virrey. Y ¿los “honores de guerra”?: Los concede el oficial inglés : los milicianos que están en el Fuerte, con la “junta de guerra” a la cabeza, podrán salir con banderas desplegadas y redoblar de tambores a depositar sus armas a los pies del vencedor.

A las tres de la tarde los primeros ingleses entran por la calle Defensa a la plaza Mayor. Tras cruzar bajo el arco de la Recoba, a manera de arco de triunfo, forman alineados en la plaza. A las cuatro, Beresford llega a la Fortaleza. Con disgusto, los oidores y Pérez Brito han debido pasarse sin la salida “con honores” y la entrega de las armas, porque los milicianos han roto sus fusiles y se han ido sin ceremonias por la puerta trasera, llamada “de socorro”.

Fuente: José Maria Rosa. “Historia Argentina”, Tomo II

BATALLA NAVAL GANADA POR LA CABALLERIA - 12 de agosto de 1806

Día grande fue para Buenos Aires aquel 12 de agosto! Quizá uno de los más gloriosos de su historia. Día en que la ciudad se encontró a sí misma y en que, con su hazaña, pudo medir la estatura del régimen pigmeo y caduco que la sojuzgaba y la de un enemigo colosal que un día pudiera darle un zarpazo de la traición. Doce de agosto de 1806. Día de la Reconquista.

Es una jornada gris, neblinosa y fría. Pero ya no llueve y ha calmado el temporal de días pasados. Los caminos de acceso a la ciudad han quedado intransitables: el de la costa, que viene de las Conchas; el del Alto, que trae de los corrales de Miserere; el de la Chacarita, de los Colegiales. ¿Y las calles? No obstante su elemental empedrado - o por su causa, quizá - son verdaderos pantanos. La ciudad, chata y triste, está encenagada.

Por todas las rúas confluentes a la Plaza Mayor son cauces por donde circula pesadamente una muchedumbre, armada a medias, pero poseída de un ímpetu contagioso y heroico. La encabezaban los obuses de los Miñones - hasta ayer no más pacíficos tenderos catalanes - y la artillería volante de Agustini. Detrás avanzan por las aceras y en fila india, los marineros franceses del corsario Mordeille y los de la escuadrilla de Montevideo. Y, por las calzadas, el turbión de las caballerías gauchas de los milicianos de Pueyrredón, de los dragones de Buenos Aires y La Colonia, de los Blandengues de la Frontera. Y civiles armados con cuchillos y añosos mosquetes y partasanas, exhumados de vaya a saber que desván familiar. Y chinas bravías que, cantando, pelean a la par de los hombres con sus navajas andaluzas o se dedican a volver a cargar los fusiles a los varones. Y burgueses, señorones, quinteros de Perdriel, reseros de Miserere colegiales, viejos y niños. Niños que, cuando no lanzan contra el enemigo cantos rodados con sus hondas cabreras, se deslizan agazapados por entre los heridos y muertos,

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vaciando sus cartucheras para reaprovisionar de proyectiles a sus padres y hermanos.

No hay obstáculos. Si los baches son profundos, aparecen vecinos que los colman con ladrillos sacados de sus propias casas. Los cañones son desencajados a la cincha de los redomones de los milicianos. Y si los caballos no pueden, ahí están cien brazos robustos que los arrastrarán.

Las casas, cerradas a cal y canto, enrejadas, hoscas, parecen casamatas. Unicamente abren sus puertas, de cuando en cuando, para dejar paso a algún herido o dar agua a los reconquistadores que, empapados de lodo, negros de pólvora y por sobre los cadáveres de sus amigos y adversarios, marchan hacia su destino.

Crepitan los fusilazos y el coraje. Tabletean las descargas cerradas. Truenan los cañones. Se suceden, clamorosas y agrias, las cargas a la bayoneta y los aludes de caballería. Ruge el pueblo en armas alentando a los heridos y remisos y desafiando al enemigo.

Por fin los chaquetillas rojas se retiran hacia el Fuerte. Nada ha podido contener el empuje avasallador de los reconquistadores. Ni los poderosos cañones de marina, ni los fusileros de Santa Helena, ni la fama del invencible Nº 71 de Highlanders, que ahora cede terreno, paso a paso, de espaldas a la Plaza en que entrara triunfante hace meses, al son de las gaitas nativas, bajo la lluvia y entre las miradas torvas de un pueblo humillado por una rendición sin pugna.

Y en pos del enemigo que recula, allá va el turbión porteño, entre estampidos, gritos, chasquidos y retumbos, mientras repican a rebato, como enloquecidas por un júbilo feroz, la campana del Cabildo ilustre y las de todas las iglesias de la ciudad. Es todo un pueblo que marcha peleando, cantando y jadeando, en pos del desquite de la vergüenza con que lo enfrentara el extranjero por la cobardía y la inepcia de un vejete ridículo, de dos o tres militares de sainete y de algunos pelucones ávidos que le hacían la corte. Doce de agosto, día lustral, bautismo de gloria. Día de anunciación.

En tanto avanza el pueblo victorioso, en la ribera del Plata tiene lugar un episodio extraordinario, sin duda el más característico de aquella jornada memorable.

En las primeras horas de la mañana, a poco de iniciar los reconquistadores, en el Retiro, su marcha hacia la Plaza Mayor, algunos barcos ingleses cañonearon, desde el río inmediato, a la columna que avanzaba por el camino del Bajo y calle del Santo Cristo hacia las barbacanas del Fuerte. Pero, como está visto que Dios es criollo, a consecuencias del huracanado viento de días anteriores, sobrevino una bajante extraordinaria de las aguas del Plata, con lo que las naves de Popham, que no pudieron retirarse a tiempo río adentro, vinieron a quedar en seco y varias de ellas debieron ser apuntaladas para no volcar.

Pero, si bien los cañones enemigos ya no eran de temer, podía esperarse un desembarco de los de la escuadra inerme, para proteger o reforzar a los británicos que se defendían en tierra.

- Alférez: Tome veinte paisanos de los míos y patrulle la costa. Si nota algún amago de desembarco, corra a avisarme.

- ¡Está bien, señor comandante Pueyrredón!

El oficial elige su pelotón. Son gauchos de las quintas: pañuelos atando las crenchas, chiripás y botas de potro. Lanzas de tacuaras con cuchillos por moharras. Algunos tienen sables o tercerolas. Pero todos, lazos, boleadoras y facón al cinto. Son de los vencidos de Perdriel, de los milicianos de Arze. De los que lloraron de rabia cuando, sin llegar a distinguir el color de la bandera enemiga, fueron entregados por sus jefes, reumáticos de piernas y baldados de coraje.

Los jinetes, a su vez, examinan a quien los ha de conducir: ¡Hum!

Un oficial de infantes, de ese Regimiento Fijo de militarcitos de palacio. Un jovencito de unos veintiún años con tan brillante uniforme que parece ir a un baile del Fuerte. Pero es cierto que es un hermoso pueblero de piel blanca, ojos profundos y cabello renegrido que se muestra bien plantado en un tordillo de mi flor. Insolente en su gesto y ambicioso en su ademán. Dicen que es de una familia principal de tierra adentro: de Salta. Habrá que verse qué tal se porta este

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lechuguino...

- ¡En marcha!

La patrulla pone sus cabalgaduras al paso y avanza escudriñando entre la espesa niebla que cubre la ribera. No se ve más allá de las narices. ¡Pero sí! ¡Hacia aquel rumbo que distingue la masa oscura de un buque!

Es cierto: a unas brazas de los juncales de la orilla se percibe un casco inmóvil: es el de la goleta “Justina”, que los ingleses arrimaran a la costa para hostilizar a los reconquistadores con los fuegos de sus veintiséis cañones, de sus cien fusileros de marina y de los veinte marineros de su dotación. La bajante la ha dejado en seco y ha quedado fuertemente escorada y por tanto, en imposibilidad de usar de su andanada.

Pero nada de eso saben los de la patrulla criolla. ¿Será una fragata? ¿O quizá un lanchón? ¿Tendrá muchos cañones? ¿Y cuántos soldados y tripulantes?

- ¡Qué importa todo esto, paisanos! Pero, por si a alguno le interesase saberlo, ¡lo iremos a averiguar sobre la cubierta misma del buque gringo!

Este razonamiento del alférez gusta a los gauchos. ¡Así hablan los hombres, qué caray!

El oficial desenvaina. Da una orden y traza un relámpago en el aire con su espada. Y el pelotón gaucho, sable o cuchillo en la diestra, se mete con sus caballos en el río.

Hostigados por los alaridos indios e improperios bien criollos, las bestias chapotean el agua que no les llega al encuentro. Los fusileros de la “Justina” rompen fuego graneado. Algunos asaltantes caen y sus pingos caracolean espumando el agua, pero sin abandonar al amo. Y el grupo continúa su avance a galope de carga.

Ya están junto al barco varado. Y entonces, aquellos paisanos que jamás han visto una nave de cerca, que se criaron en la pampa terrosa y seca, reciben la orden absurda, aunque esperada:

- Paisanos: ¡al abordaje!

Y la hazaña se cumple. Algunos de pie sobre el pingo. Otro, colgado de algún cable. Quien, gateando el casco y haciendo pie con el dedo gordo en los ojos de buey o en las junturas de la tablazón. Y todos trepando a la cubierta. Los ingleses deben dejar el fusil, por inútil, y tomar el hacha, el chuzo o el sable.

Los asaltantes están ya sobre la “Justina”. Se multiplican los duelos cuerpo a cuerpo en que los aceros se sacan chispas. Salen a relucir las boleadoras que machacan cráneos y manean defensores. Corre la sangre sajona que venciera en Trafalgar y la sangre nuestra, que rebulle por la hazaña primera.

Acosados por el ímpetu de aquellos locos, los ingleses pronuncian una palabra:

¡Rendición!

Marineros y fusileros son maniatados cuidadosamente con los lazos de los abordadores. El rojo pabellón arriado y reemplazado por el español. Los veintiséis cañones, clavados.

Y mientras algún criollo queda de guardia en la goleta apresada, el resto de la columna emprende gozoso su fluir hacia la Plaza, llevando en ancas a sus heridos y arreando en ristra, como salchichones, a sus ciento y tantos prisioneros, precedidos por el capitán inglés, su contramaestre y el condestable.

El alférez ha mostrado su pasta. Sus gauchos ahora le miran con respeto y algunos más indisciplinado y audaz le palmea y grita a sus compañeros:

- ¡Viva el salteñito! ¡Viva el rubilingo macho, paisanos!

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Es que al gaucho siempre le han placido el valor desesperado, el ataque disparatado y la guapeada absurda.

Y en el día memorable, al caer el sol, cuando ya los marineros de Mordeille han recibido la espada de Beresford, el grupo de paisanos de Perdriel llega a la Plaza encharcada y jubilosa – en la que algunos gritan “¡Viva el Rey!” y muchos el entre amenazador y subversivo “¡Viva la Patria !” – con su alférez a la cabeza, llevando en el brazo el pabellón de la goleta cautiva y, detrás, la larga fila de prisioneros, confusos aún por aquel inconcebible abordaje a caballo de que han sido víctimas.

Liniers, radiante, bajo las arcadas del Cabildo, rodeado de sus jefes y de los graves regidores y miembros de la Audiencia, ve llegar a la extraña caravana. Y tras de escuchar el parte del alférez captor de la “ Justina”, le palmea diciéndole con tono entre ejemplarizador, justiciero y profético:

- Le felicito, “subteniente” Martín de Güemes: ¡usted llegará lejos!

Así fue el bautismo de fuego de un pueblo y de un hombre que habrían de obrar milagros.

Argüero, Luis Eduardo; Cielo al Tope; Historias Marineras

COMBATE DE COTAGAITA - 27 de octubre de 1810

Llegado el Ejército Expedicionario a las órdenes del General González Balcarce se incorporó Güemes con su partida de observación. Conocedor de sus méritos, confió a Güemes la misión de ocupar la ciudad de Tupiza, la que verificó sin resistencia alguna. Luego Güemes seguiría a Tarija donde formaría una división de voluntarios que se sumaría a los ya reclutados en los Valles de Salta y Jujuy.

El grueso de las fuerzas realistas al mando del General Nieto y José de Córdova había establecido su cuartel general en Cotagaita. a 400 kilómetros al norte de Jujuy.

Ya próximos ambos enemigos, lícito resultaba pensar que algunas de las partes apurara la decisión y sin duda que ello convenía más a los revolucionarios que a los realistas puesto que Córdoba había adoptado una actitud defensiva o mejor dicho cautelosa.

De acuerdo con esta apreciación González Balcarce tomó la iniciativa, primero se aseguró de haber recibido las cargas de municiones de la artillería, luego avanzó y se situó en Cazón a 3 leguas de las trincheras enemigas.

Antes de iniciar el combate, González Balcarce dirigió un oficio “A los Señores Generales, comandante de los cuerpos y oficiales de la tropa del Alto Perú”, indicándoles que la tropa a su mando no venía a “hacer conquistas ni derramar la sangre de sus connacionales”, estaba dispuesta a que el voto de los pueblos establezca el gobierno a que han de sujetarse estas provincias mientras la península se halle convulsionada. Que venían, no a conquistar, si no a liberar.

A la invitación el capitán de fragata José de Córdoba y Roxas rechazó la misma y trasmitió que tampoco estaba dispuesto a rendirse.

Ante la negativa de Córdoba se inició el ataque el que empezó a las tres de la madrugada del 27 de octubre y duró hasta las dos de la tarde. Reconociendo luego Balcarce la imposibilidad de penetrar las trincheras enemigas, dispuso retirarse, lo que efectuó en el mejor orden. El enemigo no intento perseguirlo puesto que no contaba con cabalgaduras ni con ánimos.

Aquí se produjo entonces el primer choque entre revolucionarios y realistas, de lo que fue la guerra por la independencia – no considerándose una derrota formal sino más bien una retirada estratégica.

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SUIPACHA - 7 de noviembre de 1810

En el segundo semestre de 1810 el Ejército Expedicionario al Alto Perú, al mando del mayor general Antonio González Balcarce, se dirigía hacia esa región con el propósito de lograr el reconocimiento de las 4 Intendencias que integraban el antiguo Virreinato (Potosí, Charcas, Cochabamba y La Paz ) y se encontraban bajo dominio del Virreinato del Perú.

El levantamiento a favor de la Junta de Mayo en Cochabamba había sido sangrientamente sofocado. Los generales Nieto y José de Córdoba, con un poderoso Ejército, aguardaban en Santiago de Cotagaita.

El 27 de octubre las tropas leales al rey y el ejército de Balcarce se enfrentaron sin resultados importantes para ninguno de los bandos. El Ejército patriota retrocedió con el Teniente Martín Güemes protegiendo la Artillería , división que se trasladaba más lentamente. Balcarce acordó dirigirse al pueblo de Suipacha, distante como veintitrés leguas de Cotagaita; pero noticioso de que el enemigo había salido de sus fortificaciones el día 29 con el intento de ocupar la villa de Tarija, cuyos habitantes se habían pronunciado enérgicamente por la causa de la revolución, convirtió sus marchas a estas villas decidido a sostenerla, esperando recibir en ella los auxilios que había reclamado del representante del gobierno, cuyas operaciones se habían entorpecido algún tanto por los falsos informes de comandante Urien.

Los enemigos marcharon en efecto hasta pasar la difícil cuesta de la Almona ; pero volvieron a repasarla sin parar hasta Cotagaita cuando supieron que nuestras fuerzas se habían situado en Tupiza. En estas circunstancias llegó a Cotagaita en persona el mariscal Nieto con sus tropas de reserva: inmediatamente formó un cuerpo escogido de ochocientos a mil hombres entre los viejos soldados de marina, del fijo, de dragones y los voluntarios del Rey, con cuatro piezas de artillería, que puso bajo el mando del mayor general Córdoba, con orden de precipitarse sobre nuestras fuerzas y batirlas en cualquier posición que ocupasen.

Al acercarse los enemigos a Tupiza en la madrugada del 5 de noviembre, la columna dejó el pueblo para mejorar de posición (todavía no había recibido los auxilios que esperaba con una ansiedad extraordinaria) por que no se contaba con más municiones que las que quedaban en las cartucheras y cananas de la tropa. A las cinco de la tarde del día 6 se posesionó del pueblo de Nazareno, fronterizo al de Suipacha, con un río de por medio y a las doce de la noche del mismo día se le incorporaron por fin dos piezas más de artillería y doscientos hombres que había marchado a paso de carrera con suficiente repuesto de dinero y municiones.

En el acto tomó el mayor general Balarce la resolución de escarmentar al enemigo el día siguiente. Se sirvió de un indio joven que despachó inmediatamente a Tupiza para que diese funestos informes sobre el estado del ejército y ocupó el resto de la noche en dar disposiciones para amanecer el día siguiente preparado para batirse. El mayor general Córdoba dio fácil entrada a las noticias que recibió del natural, porque no hacían más que confirmar las que adquirió en el pueblo de Tupiza, cuyo abandono lo había motivado la falta completa de recursos. Se puso inmediatamente en marcha a las once de la mañana del día 7, su vanguardia a la vista de nuestras tropas ocupó unas alturas que dominaban el flanco derecho de éstas, donde se le incorporaron los demás cuerpos y permanecieron en la más completa inmovilidad por el espacio de una hora. Esta situación era singular: los españoles habían tomado la ofensiva, venían en persecución de las fuerzas que habían rechazado y sin embargo esperaban que se les atacase en las alturas que habían elegido, poniéndose a la defensiva en el momento de encontrar el ejército que buscaban. Ellos hubieran podido permanecer en esta vergonzosa situación, sin el genio militar del mayor general Balcarce. Este mandó adelantar sobre el frente del enemigo una división de doscientos hombres con dos cañones; contra este movimiento los enemigos echaron varias guerrillas, pero resguardados siempre de las acequias y los pozos avanzados de su línea. Roto el fuego por una y otra parte, unos y otros reforzaron estas fuerzas, pero haciendo replegar las suyas el mayor general Balcarce para animar a los contrarios con este aparato de debilidad a dejar las alturas y salir de las acequias y los pozos, como en efecto lo verificaron, empeñándose todos los cuerpos sobre nuestras pequeñas divisiones. Entonces, descubriendo Balcarce la totalidad de sus fuerzas, cuya mayor parte

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había ocultado entre tanto, al grito general de ¡Viva la Patria ! cargaron al enemigo, lo arrollaron por todas direcciones y antes de quince minutos ocuparon todos sus parapetos, introduciendo entre ellos el desorden, en tales términos que rompieron en una vergonzosa y desvergonzada fuga por los cerros, abandonando la artillería, la caja del ejército, las municiones, dos banderas, ciento cincuenta prisioneros, entre ellos algunos oficiales, muchos heridos y cuarenta muertos, sin más pérdida por nuestra parte que la de un soldado muerto y heridos dos oficiales subalternos y diez soldados de los diferentes cuerpos.

Los resultados de esta derrota fueron de una trascendencia inmensamente favorable para la causa de la revolución; sin embargo, el deán Funes, en su “Ensayo histórico”, página 491, apenas consagra a esta brillante jornada este recuerdo pasajero: “La victoria de Suipacha puso fin a la empresa de aquellos temerarios”, aludiendo a los mandones del Perú.

En cuanto al ejército enemigo que como dice el parte del representante al gobierno de la capital datado en Tupiza, a los tres días de la acción, el 10 de noviembre de 1810, tomó los cerros y caminos intransitables, unos a pie, otros montados, tirando los más las armas, fornituras y cuanto les estorbaba para salvarse, no se puede dar una idea más exacta que la que da el mismo parte, cuando continúa diciendo: “Por informes que hemos adquirido, sólo arribaron a Cotagaita como doscientos cincuenta hombres estropeados, que seguramente fueron los mejor montados y los primeros que, como el general Córdoba, acompañado del inicuo cura de Tupiza, Latorre, corrieron muy al principio de la derrota, llevando gravado en el semblante el espanto. Aunque los nuestros siguieron la derrota del enemigo, no pudieron hacerlo a más de tres leguas, ni acertaron a dar con la ruta del general Córdoba, que había tomado el camino de Mochará, por el mal estado de la caballería. Sin embargo, ya se abandonó el empeño de tomar prisioneros, dejándoles ir en fuga, alejándose ellos mismos de su reunión y maldiciendo a los autores de su suerte. La recolección de armas tiradas por los cerros y el despojo de los vencidos fue el cuidado de la tropa vencedora, de modo que vinieron cargados de armas, fornituras, prendas, mulas, dinero y alhajas. Aún en el día se cuida de recoger armas por los indios encargados de esta diligencia en lo más áspero de los cerros, bajo la gratificación que les está ofrecida, con cuyo motivo se encuentran hombres perdidos, otros muertos, otros moribundos. En suma, la derrota es tan completa, que el mismo Córdoba en oficio del día siguiente a nuestro mayor general Balcarce, le confiesa que aún excede a lo que a éste le pareció.”

El representante del gobierno, en uso de las facultades con que marchaba al frente de la expedición, dio las gracias al ejército a nombre de la Patria , concedió sueldo íntegro a los que quedasen inválidos y a las mujeres y padres pobres de los que falleciesen. Acordó cincuenta pesos fuertes a cada uno y el uso de la divisa de sargento a los soldados patricios Miguel Gallardo y Alejandro Gallardo, que en el ataque arrancaron la bandera de la Plata , la misma bandera que juraron los españoles cuando el mariscal Nieto desarmó los patricios de Buenos Aires; y cuatro pesos a cada uno de los que asaltaron la artillería. De las dos banderas tomadas, la una no era más que un trapo salpicado de calaveras; pero la otra que acababa de enarbolarse en odio de la revolución y de los americanos nacidos para ser esclavos y vegetar en la oscuridad y abatimiento, la dedicó Balcarce al gobierno de la capital, por mano del capitán de patricios don Roque Tollo, conductor del parte de la victoria, para que la destinase a la sala del rey don Fernando con las que adornaban su retrato. El pensamiento de adornar la imagen de Fernando con el más honorífico trofeo de la primera victoria obtenida contra su dominación, ha debido ser monumental.

Por lo demás, la victoria de Suipacha debía ser en efecto tan fecunda en resultados como lo daba a entender el mayor general Córdoba en la nota que se cita por el representante del gobierno.

No se pretende atribuir a este marino una gran capacidad de cálculo o previsión, aunque originario de una familia de nombre en España, y de un grado adelantado en su carrera, no era conocido principalmente en las márgenes del Río de la Plata sino por un insigne calavera, tan escaso y atolondrado para llenar sus deberes públicos, como abundante y experto en la práctica de toda clase de pillerías. Hemos sido enemigos y volvemos a la amistad, le decía Córdoba a Balcarce en la carta que le escribió tres días después de la victoria. Si esto explicaba el gran tamaño de un alma baja, que no se había satisfecho abatiéndose hasta el extremo de ponerse a la defensiva en la misma hora que se encontró con el enemigo que perseguía tenazmente, sino que aspiraba a ofrecerse como un modelo de humillación, cambiando de un

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día para otro el carácter de enemigo encarnizado por el de un limosnero de amistades, demostraba también los graves conflictos que principiaban a pesar, después de la victoria de Suipacha, sobre Córdoba, sobre el mariscal y sobre todos los mandones del Perú.

CAMPICHUELO - 19 de diciembre de 1810

Encuentro entre tropas de Buenos Aires, comandadas por Belgrano, y una tropa paraguaya. Belgrano marchaba a Asunción para imponer la decisión de la Junta porteña.

Estableció su puesto comando en La Candelaria. Dice Mitre que "tuvo que construir una escuadrilla compuesta de un gran número de botes de cuero, algunas canoas y grandes balsas de madera, capaces de transbordar 60 hombres y una mayor que todas, para soportar el peso de un cañón de a 4 haciendo fuego, pues se esperaba realizar el desembarco a viva fuerza".

El Paraná tiene frente a La Candelaria más de 1.000 metros de ancho y fuerte correntada, y se estimó que iba a desviar la ruta de la escuadrilla en más o menos una legua y media aguas abajo en el lugar elegido, un claro del monte llamado El Campichuelo. El 18 de diciembre de 1810, antes de iniciar la operación, Belgrano arengó a sus hombres. La maniobra comenzó a las 23, con el envío de pequeños efectivos a cargo de un titulado baquiano del rey, llamado Antonio Martínez, y los sargentos Evaristo Bas y Rosario Abalos, con 10 soldados voluntarios.

La operación fue exitosa; capturaron dos prisioneros, sumamente valiosos por la información a brindar, y una canoa. Martínez, el baquiano del rey, remitió las tres canoas informando que el lugar de cruce era favorable. Así lo ejecutó Belgrano, superando el gran obstáculo con sus efectivos entre las 3:30 y las 6 del 19 de diciembre, a las órdenes del mayor general Machain.

Se produjo la lógica dispersión, y ante la oscuridad reinante y el desconocimiento del terreno, hubo dificultades para la reunión del personal. Sin esperar la reunión de todos los efectivos y ante el conocimiento de la existencia de una guardia enemiga en El Campichuelo, el mayor Machain avanzó decididamente. Seguido por los edecanes del general Belgrano, Ramón Espíndola y Manuel Artigas, por los ayudantes mayores Juan Espeleta y Juan Mármol, el subteniente de Patricios Jerónimo Helguera, seis granaderos de Fernando VII, 17 patricios y 4 arribeños, con 5 oficiales y 27 soldados en total, se inició el ataque a los paraguayos. El éxito coronó el esfuerzo de los infantes, que en una prueba de arrojo ponderable se apoderaron de la posición defendida por 54 hombres y un par de cañones pedreros. El general Manuel Belgrano realizó una difícil y brillante operación, eludiendo la vigilancia enemiga y atacando sin esperar la reunión total de sus fuerzas; con inferioridad numérica derrotó a un enemigo superior en número.

El espíritu ofensivo, el factor sorpresa y la decisión fueron esenciales. Es importante tener en cuenta que los oficiales debieron comandar soldados que, en su mayoría, no eran de su fracción orgánica.

BATALLA DE PARAGUARÍ - 19 de enero de 1811

Paraguarí, a 14 leguas de Asunción, es un punto estratégico, porque cierra la entrada de los valles cercanos. Su costado derecho está resguardado por un tributario del río Paraguay, el Caañabé, y su costado izquierdo por una cadena de pantanos prácticamente imposibles de vadear.

Aquí se instala el ejército de Velasco, integrado por 7.000 hombres. Las avanzadas están protegidas por 16 piezas de artillería fortificadas, 800 infantes y dos divisiones de caballería bajo el mando directo de Velasco. El grueso de las tropas paraguayas, en dos cuerpos, ocupa los pasos del Caañabé. Fatalmente, Belgrano tendrá que encontrarse con este ejército, ya que Paraguarí obstaculiza su camino hasta Asunción. Por otra parte, la emigración masiva de los paraguayos de los puntos por los cuales avanza el general porteño hace más compleja su marcha. Casi todo el ganado ha sido retirado de los campos para dificultar las operaciones de

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Belgrano, que comienza la marcha hacia su objetivo el 25 de Diciembre. El 7 de Enero de 1811 llega a Tebicuarí, donde se repite la desolada escena de una total ausencia de pobladores. Pero antes de atravesar este punto se produce un breve encuentro con un destacamento paraguayo, que abandona algunas armas y dos prisioneros: un criollo y un español. El español, por su condición de tal y por estar armado, cae bajo la condena que ha dictado la Junta de Buenos Aires contra los peninsulares, y en el acto es fusilado.

Mientras Belgrano se acerca a Paraguarí, sus fuerzas son vigiladas por los paraguayos desde la altura de los montes. En la tarde del 15 de Enero, en el arroyo de Ibáñez - a dos leguas de Paraguarí - los patriotas avistan una avanzada enemiga que emprende veloz retirada. Este y otros detalles hacen apresurar la marcha del general porteño que, una vez cruzado el Ibáñez, se adelanta con su escolta y su estado mayor hasta el cerro Mbaé (fantasma, en guaraní, aunque los realistas lo conocen por Cerro del Rombado). Desde lo alto del Mbaé, puede ver de pronto Belgrano, con auxilio de sus anteojos, al ejército rival que lo espera en formación de combate. Sus oficiales no advierten nada, porque el rostro del general permanece imposible. Cierra sus anteojos y ordena en tono reposado:

-Acamparemos en la margen izquierda del Ibáñez.

Así se hace, y a la noche Belgrano se retira a su tienda, donde conversa con Mila de la Roca, a quien le confía lo que ha visto esa tarde.

- Es menester convenir en que los enemigos son como moscas - reconoce Belgrano - pero en la posición en que nos encontramos hallo que sería cometer un grande error emprender ninguna marcha retrógrada.

-Sin embargo, las fuerzas son muy desparejas - observa Mila de la Roca -. Además, estando tan lejos de nuestra base de operaciones, en caso de haber un contraste las consecuencias pueden ser catastróficas.

Belgrano mira fijamente a su amigo, y concluye serenamente:

- Más le digo a usted, y es que para nosotros no hay retirada, sin que primero tratemos de imponernos atacándolos, si es que ellos no nos atacan antes. Esos que hemos visto esta tarde no son en su mayor parte sino bultos; los más no han oído aún el silbido de una bala, y así es que yo cuento mucho con la fuerza moral que está a nuestro favor. Tengo mi resolución tomada, y sólo aguardo que llegue la división que ha quedado a retaguardia, para emprender el ataque.

La Batalla de Paraguari.

El 17, Belgrano ordena levantar un altar portátil en la cumbre del cerro, y el capellán del ejército oficia la misa. Los paraguayos, desde la planicie, observan con sorpresa la ceremonia, pues, convencidos de que debían luchar contra herejes, habían agregado cruces a sus sombreros. Y así, asombrados y piados, los mismos enemigos, de rodillas, oyen el Santo Oficio.

A las dos de la mañana del 18 todo está ya preparado. En primer lugar, una división de 220 hombres y dos piezas de artillería, que tiene la misión de iniciar la ofensiva. La segunda división, integrada por 250 infantes y otras dos piezas de artillería, se coloca a retaguardia para apoyar a la primera. Ciento treinta hombres de caballería cubren los flancos, Belgrano, con 70 soldados de caballería y 2 piezas de artillería sostiene el campamento. Los peones de las carretas enarbolan palos, que a la distancia pueden confundirse con armas.

A las tres de la mañana se inicia el avance, y una hora después suenan los primeros disparos.

El tronar de fusiles y cañones se oye durante algo más de media hora. Cuando el sol comienza a alumbrar el campo de batalla, se advierte que la infantería realista está dispersa, habiendo abandonado la principal batería, integrada por 5 piezas de grueso calibre. Velasco se da cuenta en seguida del desastre y opta por abandonar apresuradamente el terreno.

Luego, ya serenados los ánimos, se reúnen las informaciones, y entonces se advierte lo que ha ocurrido. El mismo Velasco lo relata:

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"A pesar de la sorpresa que debió causar en nuestro ejército este movimiento inesperado de los enemigos, se les contestó con viveza y valor por la infantería y artillería de dicha división; sostuvo media hora el fuego, y ella hubiese derrotado a los insurgentes, si la primera impresión de la sorpresa no hubiera dispersarlo la mayor parte de las tropas de que se componía."

Belgrano destaca entonces 120 hombres de caballería en persecución de los enemigos, que huyen hacia la iglesia de Paraguarí. Pero los soldados expedicionarios se dedican a saquear los equipaje del cuartel general en vez de continuar la operación. Los paraguayos vuelven pronto de su sorpresa y en dos alas rodean a la división patriota, abrumándola con el fuego de once piezas de artillería. Durante tres horas el fuego continúa cruzándose mientras otro cuerpo de patriotas, creyendo ganada la batalla, insiste en el pillaje.

Los soldados, sometidos a intenso fuego por e enemigo, quedan de pronto sin proyectiles. Belgrano, a dos millas de allí, les envía una pieza de artillería y un carro con municiones, protegidos por un destacamento de caballería. El grupo se acerca velozmente, pero los patriotas lo confunden con el enemigo:

“¡Nos cortan!”, es el grito que se extiende por la filas criollas.

Se ordena entonces tocar la retirada, y los 12 hombres que han avanzado hasta la Iglesia, queda abandonados.

Desde lo alto del cerro, Belgrano advierte la confusión. Monta a caballo, y a todo galope desciende para contener la retirada. Pero todo es inútil. El desaliento ha minado a los oficiales. 120 prisioneros, 10 muertos y 15 heridos - éstos, salvados a hombros- es el saldo del encuentro por parte de los patriotas, mientras que los realistas registran 30 muertos y 16 prisioneros.

Iniciada bajo los augurios de la victoria, la recia batalla de más de cuatro horas ha concluido en derrota. Belgrano escribe el parte a la Junta de Gobierno: “Saldremos dentro de dos horas para volver por el camino que trajimos - adelanta en su oficio-. Mi ánimo es tomar un punto fuerte en la provincia, en donde pueda fortificarse hasta mejor tiempo, y hasta observar el resultado de las medidas que medito, para que se ilustren estos habitantes acerca de la causa de la libertad que hoy miran como un veneno mortífero, todas las clases y todos los estados de la sociedad paraguaya”.

Tres días tardan las tropas en atravesar el río Tebicuarí; al cabo de ellos aparecen en el horizonte los paraguayos, que han decidido reanudar la persecución, aunque manteniéndose a distancia. Cuarenta y ocho horas más tarde Belgrano traslada su campamento a Santa Rosa. Aquí llega a fines de enero y recibe un correo oficial de Buenos Aires. Son los pliegos de su ascenso a Brigadier general, un nuevo cargo recién creado por la Junta. Por curiosa coincidencia, el despacho tiene fecha 19 de Enero de 1811: el mismo día de la batalla, de Paraguarí. “Sentí más el título de brigadier que si me hubiesen dado una puñalada”, escribirá más tarde Belgrano al recordar este episodio.

BATALLA DE TACUARÍ - 9 de marzo de 1811

La campaña libertadora del Paraguay tocaba a su fin. Emprendida la retirada hasta el río Tacuarí, en cuyas cercanías las fuerzas de Belgrano sostuvieron en el transcurso del día 9 de marzo de 1811 diversos encuentros, una de las intrépidas columnas, compuesta de 235 soldados, se puso en movimiento sobre su enemigo, que en número de cerca de 2000 hombres con seis piezas de artillería, avanzaba con la arrogancia que le inspiraba la superioridad numérica y su reciente triunfo. La infantería, formada en pelotones en ala, marchaba gallardamente con las armas a discreción, al son del paso de ataque que batía con vigor sobre el parche un tamborcillo de doce años de edad, que era al mismo tiempo lazarillo del comandante Vidal, que apenas veía; pues hasta los niños y los ciegos fueron héroes en aquella jornada. La caballería, dividida en dos pelotones de 50 hombres cada uno, marchaba sobre los flancos sable en mano, haciendo enarbolar la última enseña del ejército expedicionario al Paraguay. Los cañones con bocas ennegrecidas por un fuego de cerca de seis horas, eran arrastrados a brazo por los artilleros. Ibañez conducía el ataque, y el General Belgrano, observando con atención al enemigo, dirigía los movimientos de aquel puñado de soldados.

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Repentinamente cesó el fuego y disipándose las nubes de humo que oscurecían el campo de batalla, se vio a la línea paraguaya recogerse sobre sus costados, guarneciéndose en el bosque y abandonando, en el medio del campo, los cañones con que hacía fuego.

La fuerza moral había triunfado sobre la fuerza numérica. El General Belgrano habiendo conseguido imponerse al enemigo, había obtenido la única victoria que era de esperarse; y aprovechándose del asombro causado por el valor de sus tropas, envió a su vez un parlamento al jefe paraguayo, quien lejos de pensar en hacer efectiva su arrogante amenaza de la mañana, sólo pensaba en precaverse de la derrota. Así consta en el mismo testimonio del enemigo.

Mientras el parlamento se dirigía al campo adversario, los soldados patriotas descansaban orgullosamente sobre sus armas, Belgrano, de pie en lo alto del "Cerro de los Porteños", pudo entregarse a la satisfacción viril de haber salvado con su fortaleza de ánimo la gloria de las armas revolucionarias, y con ellas, las últimas reliquias de su pequeño ejército.

El Tambor de Tacuarí

El niño conocido con el nombre de "Tambor de Tacuarí" es el símbolo del heroísmo de la niñez en las gestas de la Patria. El 9 de marzo está señalado, en los calendarios escolares, como día de recordación del niño héroe. Artistas plásticos y poetas argentinos se han inspirado en "El Tambor de Tacuarí", para perpetuarlo en la escultura, el cuadro, el poema; y cabe destacar la famosa composición de Rafael Obligado, que es uno de los poemas más difundidos en la Argentina.

Es un grupo de argentinosel que marcha a combatir;es la Patria quien los muevey es Belgrano su adalid.Con la bala y con la ideatraen de Mayo el boletín;y las selvas paraguayasvan abriendo al porvenir,mientras juega con sus chismesel Tambor de Tacuarí.

Rompe el aire una descarga,el cañón entra a crujir,y un vibrante son de ataquelos empuja hacia la lid.Bate el parche un pequeñueloque da saltos de arlequín,que se ríe a carcajadassi revienta algún fusil,porque es niño como todosel Tambor de Tacuarí.

Es horrible aquel encuentro:cien luchando contra mil;un pujante remolinode humo y llamas truena allí.Ya no ríe el pequeñuelo:suelta un terno varonil,echa su alma sobre el parchey en redobles le hace hervir:que es muñeca la muñecadel Tambor de Tacuarí.

-¡Libertad! ¡Independencia!parecía repetira los héroes de dos pueblos,que entendiéndose por fin,

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se abrazaron como hermanos;y se cuenta que de allí.Por América cundieron,Hasta en Maipo, hasta en Junín,Los redobles inmortalesDel Tambor de Tacuarí

(Rafael Obligado)

Edmundo Serpa en "Historia de los Cuatro Siglos de Corrientes", dice que el niño se llamaba Pedro Ríos y contaba con sólo 12 años de edad cuando se incorporó al Ejército Libertador de Belgrano en su campaña a Paraguay.

Juan C. Díaz Ocanto, miembro de la Asociación Belgraniana de Corrientes, arroja luz sobre este tema, concluyendo que el tamborcito había nacido en el establecimiento agropecuario "San Ignacio", Paraje Lomas de Verón, 1° sección del actual Departamento de Concepción de Yaguareté Corá, en la Pcia. de Corrientes.

Su aceptación como bisoño miembro de un ejército estuvo condicionada a servir de "lazarillo" al Mayor Celestino Vidal. En valioso testimonio, el mismo Belgrano lo evoca junto a las "Niñas de Ayohuma", como el recuerdo más hermoso de su vida militar.

En la plaza principal de Concepción se levanta un monumento en su memoria, réplica de la que se erige en el Colegio Militar. También en La Plata, en la plaza Máximo Paz, existe un monumento a este verdadero mártir inocente de la Campaña al Paraguay.

BATALLA DE SAN JOSÉ - (25 de abril de 1811)

Batalla de San Jose (25-04-1811)     

Antecedentes El 25 de Mayo de 1810 el Cabildo Abierto en la ciudad de Buenos Aires decidió que el Consejo de Regencia gaditano no tenía facultades para gobernar América en ausencia del prisionero Fernando VII. Como consecuencia destituyó al Virrey del Río de la Plata Baltasar Hidalgo de Cisneros y en su lugar se constituyó la “Junta Provisoria gubernativa conservadora de los Derechos del Fernando VII”.

No todos los territorios del Virreinato aceptaron esta decisión; entre ellos la Gobernación de Paraguay, el Alto Perú (hoy Bolivia) y la ciudad de Montevideo. En ésta última pesó la opinión pro Regencia, lo que constituyó un problema para el gobierno de Buenos Aires en razón de que allí se asentaba la principal guarnición del territorio y era sede del Apostadero de la Real Armada; y dada su posición geográfica se hallaba en condiciones de bloquear por río y mar a la capital.

Pese a todo, las hostilidades no se iniciaron, puesto que la Junta de Buenos Aires inició campañas militares contra otras zonas rebeldes.

Arribo de Francisco Javier Elío

Mientras tanto la Regencia designó para tomar posesión del Virreinato a Francisco Javier Elío (31 de Agosto de 1810), quien recibió órdenes de embarcarse para el Plata en Alicante, por hallarse Cádiz presa de una epidemia de fiebre amarilla. Embarcó en la fragata “Ifigenia”, acompañado de su ayudante Joaquín Gayón y Bustamante, y de un piquete del Regimiento de Voluntarios de Madrid, llegando a Montevideo el 12 de Enero de 1811. El 3 de Febrero, entre

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otras cosas, dispuso que el piquete de los Voluntarios de Madrid desembarcase y se constituyese en el plantel de una fuerza más numerosa que iba a ser reclutada localmente.

A fines de Febrero se produjo en la campaña de la Banda Oriental, territorio bajo la autoridad del Virrey (hoy República Oriental del Uruguay), un levantamiento de carácter juntista, promovido desde Buenos Aires. A poco de esto la vanguardia de las tropas de la Junta cruzó el río Uruguay bajo el mando del teniente coronel José Artigas. Éste había sido comisionado para sublevar la campaña y los pueblos del interior contra la autoridad virreinal; operación que tuvo éxito desde que era un personaje de mucho relieve y prestigio en el territorio oriental.

Las milicias así convocadas fueron convergiendo hacia los lugares donde aun se mantenía la autoridad del Virrey, teniendo como último objetivo la toma de la ciudad fortificada de Montevideo. En estos momentos es que Elío dispuso la salida de fuerzas que ocupasen las poblaciones más cercanas a la ciudad. Una de ellas fue la villa de San José de Mayo, hacia donde marcharon –entre otras fuerzas- los soldados del Voluntarios de Madrid.

El 24 de Abril de 1811, Venancio Benavides, jefe de fuerzas juntistas, se aproximó con sus fuerzas a la población de San José, cuya pequeña guarnición se hallaba comandada por Joaquín Gayón quien, intimado a rendirse o plegarse a los atacantes contestó que “... no rendiré las armas que tengo el honor de mandar, hasta que la suerte me obligue a ello”.

Inicio del combate

El ataque no lo realizó Benavides ese mismo día por estar ya anocheciendo y haber llegado un pequeño refuerzo a la guarnición. El mismo se efectuó la mañana del día siguiente, comenzando a las ocho de la mañana y finalizando al mediodía. Según el parte del jefe vencedor, la acción realmente decisiva duró ocho minutos, resolviéndose todo en un ataque a la bayoneta. De hecho las bajas fueron muy escasas: 3 muertos y diez heridos de los defensores y 9 heridos de los atacantes. En el combate cae herido de muerte el capitán Manuel Antonio Artigas, primo de José Gervasio de Artigas. El botín de guerra consistió en armamento, especialmente unos cañones de a 4 libras y otro de a 24, aunque por la descripción hecha de éste último en realidad parece que se trataba de una carronada de marina.

Pese a todo, a las pocas horas de haberse tomado la población, se aproximaron fuerzas provenientes de Montevideo comandadas por un tal Bustamante. Las fuerzas que habían ocupado San José, salieron a atacarles a distancia de, aproximadamente, una legua; pero las tropas voluntarias de caballería se les dispersó al enfrentarse con una tropa formada en cuadra y con, por lo menos, una pieza de artillería. El sargento Esteban Rodríguez, que formaba en las fuerzas montevideanas establece en su “diario” que ellos no pasaban de 60 hombres mientras que los enemigos eran alrededor de 600. Cifras que parecen ser exageradas ambas la primera en menos y la segunda en más. Marchando lentamente y haciendo fuego terminaron los atacantes por recuperar la población de San José, que Benavides había abandonado para continuar la campaña.

Ante estos acontecimientos Venancio Benavides volvió con sus fuerzas, logrando el día 26 reocupar el lugar, haciendo prisioneros a las segundas fuerzas provenientes de Montevideo.

BATALLA DE HUAQUI - 20 de junio de 1811

El ejército, mandado por Juan José Castelli y por Juan Ramón Balcarce, tiene su primer encuentro con las armas españolas, a fines de octubre de ese año de 18l0, en la región de Cotagaita y se retira sin mayores consecuencias y sin ser perseguido por el ejército del rey.

Así, pueden replegarse hacia el sur, y será poco después en Suipacha donde obtendrán una clara victoria sobre las armas reales y entre gritos de júbilo ven los patriotas como queda a su disposición, luego de esta victoria, todo el Alto Perú.

Pero esta ocasión fervorosa, en la que el pueblo altoperuano veía confirmadas sus esperanzas

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de libertad, tuvo un cono de sombra en el desempeño del ejército llegado desde el sur y fue la ejecución sumaria de los españoles José Córdoba, Francisco de Paula Sanz y Vicente Nieto, luego del combate, crueldad que inmediatamente se consideró innecesaria y que iba a proyectar premonitorios sentimientos de rechazo a la actitud arbitraria de nuestros guerreros.

En realidad, esta decisión había sido ordenada desde Buenos Aires y nada pudieron hacer los comandantes ya que debieron cumplir las órdenes emanadas desde tan grande distancia. En cumplimiento también de estas instrucciones, las nuevas autoridades militares, tuvieron que recibir el rechazo de las clases dominantes de las ciudades altoperuanas, quienes vieron ahora que la nueva libertad iba a deteriorar sus derechos e intereses tradicionales, al cambiar las viejas estructuras coloniales al amparo de las cuales habían cimentado sus privilegios.

En nada ayudó a esta situación el hecho de que el ejército incorporara a los fondos revolucionarios nada menos que el rico contenido de las reales cajas de Potosí y los caudales encontrados en Chuquisaca.

No es difícil imaginarse que las ciudades al verse privadas súbitamente de sus presupuestos, sin duda se resintieron en todos los órdenes de su administración, con la consiguiente disconformidad de los habitantes, quienes debieron alternar su fervor independentista, con el perjuicio y desorden que éste empezaba a acarrearles.

Pero como si esto no fuera ya un inconveniente, los oficiales de este ejército, provenían de ambientes culturales que habían absorbido con intensidad diversos aspectos de estos mismos aires de libertad, provenientes de la revolución francesa, acaecida pocos años antes, y que había roto con no pocas de las viejas estructuras de pensamiento de Europa.

Esta forma de pensar chocó sin duda con las más antiguas tradiciones de las ciudades de provincia donde se encontraban ahora, a las cuales, las ideas revolucionarias recién empezaban a llegar, y sin duda sintieron el golpe súbito de toda una ola cultural, para la que no estaban totalmente preparados.

Uno de los errores que se considera principales de nuestros soldados, fue que hicieron su entrada en la ciudad de La Paz , en medio de las festividades de uno de los días de la Semana Santa , con lo cual, no es difícil de imaginarse la impresión de impiedad y desinterés religioso que produjeron, en una comunidad donde estos sentimientos eran casi todo, y que llevó a que no pocos ciudadanos paceños se preguntaran preocupados qué clase de cambios produciría finalmente esta revolución desprovista de algunos valores que ellos consideraban como fundamentales.

De esta manera siguió el ejército patriota su avance hacia el norte y el 20 de junio de ese año de 1811 se encuentran junto al río Desaguadero, donde tiene lugar la desastrosa batalla de Huaqui, que terminará en la desbandada de las armas patriotas, con el lamentable saldo de más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería.

En precipitada retirada, hubieron de refugiarse en Potosí y luego en la ciudad de Jujuy, en un desordenado y triste viaje de nuevo hacia el sur.

Si bien está claro que gran parte de la culpa de la derrota estuvo en las demasiadas voces y opiniones en los regimientos, formados como sabemos, en gran parte por muchos hombres sin experiencia militar previa, llevados tan sólo por su afán de libertar a América, también es cierto que habían chocado con el ejército del reino de España, uno de los más importantes del mundo en aquella época, y que su comandante, el general Goyeneche, era un hombre de gran formación militar y no poca astucia. También es cierto que, en determinados momentos de la batalla, el triunfo estuvo a punto de quedar en manos de los patriotas, lo que habla del coraje y buen criterio con que en definitiva se batieron, pese a no haberse llevado finalmente los laureles del vencedor.

Terminado el combate, Goyeneche mandó a una parte de su ejército, al mando de Pío Tristán, a perseguir a las fuerzas patriotas que se retiraban hacia el sur.

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SUBLEVACION DE LA TRENZAS - 7 de diciembre de 1811

Es un episodio poco recordado de nuestra historia. Hoy volvemos a él para aclarar la actuación de los Patricios, cuerpo de tradición heroica y orgullo del pasado argentino, en los acontecimientos de aquel 7 de diciembre de 1811, en que el regimiento pagó tan cara su lealtad a su jefe, el coronel Saavedra y la corriente revolucionaria que representaba.

Concluía el año 1811 y en Buenos Aires gobernaba el Triunvirato surgido de un golpe de estado que en el mes de setiembre dieron los elementos más liberales, con Rivadavia a la cabeza, aprovechando la ausencia de Saavedra que en esos días había partido hacia el norte del país para hacerse cargo del ejército expedicionario que yacía desalentado tras los contrastes de Huaqui y de Sipe-Sipe. Rivadavia, que se había reservado el cargo de secretario del Triunvirato, logró la destitución de Saavedra y su posterior destierro a San Juan. Esta medida y otras más que los militares consideraron lesivas le ganaron al Triunvirato la hostilidad de los principales cuerpos, sobre todo la de los famosos Patricios de Buenos Aires, y también la de sus compañeros de glorias, los Húsares y los Arribeños. Era una hostilidad sorda, pero que tenía desvelado al Triunvirato.

Al ser desterrado Saavedra, el Triunvirato nombró al sufrido Belgrano como jefe del Regimiento de Patricios. En el cuerpo el nombramiento cayó mal, no tanto porque hasta entonces el prestigio militar de Belgrano era harto escaso, todos recordaban su fracaso en la expedición al Paraguay y su posterior deslucido desempeño en el ejército de la Banda Oriental , sino porque a cualquier jefe que reemplazase a Saavedra los Patricios lo hubiesen recibido con la misma frialdad.

El caso de las trenzas de los Patricios

El regimiento de Patricios tenía el privilegio de ser el único en el ejército cuyos soldados y clases llevaban una coleta o trenza. Esta trenza, que se hacía del largo del cabello y se llevaba a la espalda, era motivo de orgullo para estos soldados ya que los distinguía de los otros cuerpos a quienes llamaban “pelones”, por no tenerlas.

La moda de usarla provenía de Carlos II, y en el ejército había sido introducida en la época del virrey Cevallos. Recordaremos que por ese entonces los soldados y clases de los Patricios eran gente de las orillas de la ciudad, y los orilleros entonces la usaban como símbolo de su hombría. Así como, entrado el siglo, los montoneros y los federales de Rosas usaban la porra, y luego los alsinistas la melena.

Malquistado con los Patricios, el Triunvirato, a fines de noviembre de 1811, dio una orden que terminase con el antiguo privilegio y los soldados y clases se cortasen la trenza. Como nadie obedeció, Belgrano dispuso que los que se presentasen el día 8 de diciembre con la trenza serían conducidos al cuartel de Dragones y allí se los raparía.

Tras el agravio de volverse “pelones”, la amenaza de que se los raparía en otro cuartel colmó la medida en la sensibilidad de aquellos soldados que dieron a la patria solo motivos de orgullo, como en las invasiones inglesas y en las jornadas de Mayo, cuando su jefe fue el primer presidente del gobierno patrio.

La agitación subió de tono, pero no era solo por las trenzas que los Patricios se agitaban, había antes que nada un gran descontento contra el gobierno surgido en el golpe de setiembre, y de esa inquietud participaban también los otros cuerpos de guarnición en Buenos Aires y que, por cierto, no usaban la coleta.

La revolución del 7 de diciembre

El 4 de diciembre el Triunvirato se enteró, muy alarmado, de que los Patricios eran el centro donde confluían la inquietud popular y la de los otros cuerpos. Así, el día cinco Rivadavia lanzó una proclama conciliatoria invitando a todos los cuerpos de la guarnición a la “disciplina, orden y subordinación”. Pero los movimientos seguían en el cuartel de Patricios, donde los sargentos y cabos habían tomado la decisión de sublevarse, seguidos por todos los soldados. Por fin, el 6

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por la noche, invitaron a los oficiales de guardia a que se retirasen del cuartel, cosa que así lo hicieron, en una rara actitud de complicidad tácita.

El regimiento de Patricios tenía su cuartel, por aquellos años, en el sitio llamado de las Temporalidades, donde hoy se encuentra el Colegio Nacional Buenos Aires, al lado de la Iglesia de San Ignacio, y ocupaba toda la manzana.

El 7 de diciembre amaneció con el regimiento sublevado y fortificado en su cuartel y con piezas de artillería emplazadas en las bocacalles.

El triunviro Chiclana fue en parlamento hasta el cuartel y trató de disuadirlos, allanándose en nombre del gobierno a que quedaría sin efecto la orden de cortarse las trenzas, a que Belgrano sería reemplazado y a que no se sustanciaría sumario alguno. Pero los sublevados exigían más. Ellos querían la renuncia del Triunvirato y el regreso inmediato de Saavedra. De ahí es que sostenemos que lo que despectivamente dieron en llamar algunos como “el motín de las trenzas”, fue una verdadera revolución.

Ante el fracaso de la gestión de Chiclana el gobierno envió un primer ultimátum a los revolucionarios, del que fue portador el edecán Igarzábal y que decía así: “Soldados: Es ésta la última intimidación que os hace vuestro gobierno; rendid las armas, retiraos, confiad en su clemencia y nada temáis. El os empeña su palabra de honor a nombre de la patria, de que oirá vuestras peticiones cuando las deduzcáis con subordinación al gobierno que habéis obedecido; pero si obstinados pensáis sostener el desorden, la fuerza armada y el pueblo irritado os harán conocer vuestros deberes. Determinad dentro de un cuarto de hora, o preparaos a las resultas”. Leído el ultimátum los Patricios despidieron violentamente al edecán y se quedaron dispuestos a recibir la ayuda de los otros cuerpos comprometidos.

El gobierno, en tanto, ensayó otro intento de conciliación. Para ello apeló a la gestión de los obispos de Buenos Aires y de Córdoba, que acababan de ser liberados de la prisión que sufrían en la Recoleta el uno y en Luján el otro. Ambos prelados se trasladaron hasta el cuartel portando la segunda intimación y que decía: “Soldados: solo la seducción de los enemigos de la Patria ha podido conduciros a la insurrección contra el Gobierno y vuestros jefes. Ceded en obsequio de la causa sagrada que habéis sostenido con vuestra sangre; ceded por el amor de vuestros hijos y de vuestras familias, que serán con el pueblo envueltas en los horrores de la guerra civil; ceded, en fin, por obsequio a vuestros deberes, y un velo eterno cubrirá para siempre vuestra precipitación, y el delito de sus autores. De lo contrario, todo está pronto para reduciros a la fuerza, y vosotros responderéis de tan funestos resultados. – Buenos Aires, 7 de diciembre de 1811”.

Pero los obispos no tuvieron más suerte que los anteriores mediadores, a pesar de que los Patricios simpatizaban con ellos, pues venían de cumplir una pena que les impusieron sus mismos adversarios.

Tantas tratativas del gobierno tenían su explicación por el hecho de que no contaban ni con los Húsares ni con los Arribeños para reducirlos. Tenían sí, una última carta y era el ejército de Rondeau, que venía del sitio de Montevideo, y que estaba compuesto por Dragones de caballería y batallones de Pardos y Morenos. Cuando Rondeau aceptó atacar el cuartel era ya el mediodía. Previamente ubicó el grueso de sus batallones en las torres de las iglesias vecinas y en los tejados desde donde se dominaban los patios interiores del cuartel. Al llevar el ataque al cuartel, Rondeau, avanzó con los Dragones desmontados sobre los puestos de las esquinas, al tiempo que un mortífero fuego se les hacía desde las torres y tejados hacia el interior del cuartel. El combate duró poco, pero en ese breve tiempo hubo más de cien bajas, de las cuales cincuenta fueron muertes. Al fin, solos, sitiados, sin sus oficiales, los Patricios se rindieron.

Luego vino lo peor. Sofocada la revolución, el gobierno se mostró implacable en el castigo. Rivadavia , en persona, se abocó a la instrucción del sumario, pero teniendo buen cuidado en no ahondar demasiado, pues atrás de los Patricios habían estado otras fuerzas y, sobre todo, la mayoría de los diputados del interior que, residiendo en Buenos Aires, habían sido desplazados por el golpe de setiembre que erigió al primer Triunvirato. La sentencia se dictó al tercer día, el 10 de diciembre, y por ella se condenaba a muerte a once clases y soldados de la unidad, de los cuales cuatro eran sargentos y se llamaban Juan Angel Colares, Domingo Acosta, Manuel Alfonso y José Enríquez, tres eran cabos y cuatro soldados. De nada valieron las súplicas que

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por la vida de los presos elevaron al gobierno distintas corporaciones y familiares de los condenados. La sentencia se cumplió en la madrugada del 11 de diciembre y luego los cadáveres fueron expuestos a la expectación pública. A veinte más se los condenó a penas que oscilaron entre los cuatro y los diez años de prisión, contándose entre éstos el alférez Cosme Cruz, único oficial sancionado. Luego la sentencia se volvió contra el regimiento en sí, como cuerpo, pues tres de sus compañías fueron disueltas y lo que es peor, al regimiento se le suprimió el nombre glorioso de Patricios de Buenos Aires y se le sacó el número 1º, que lo distinguía de entre los del arma. Además, todos los suboficiales fueron rebajados a la graduación de soldados.

Mas no paró allí la represión. Aprovechando su triunfo el Triunvirato ordenó que los diputados se retirasen a sus provincias en el plazo de veinticuatro horas por considerar, sin prueba alguna, que habían inducido a los Patricios a sublevarse y, en tanto era encarcelado el líder de los diputados de las provincias, el Déan Funes, se ordenaba iluminar la ciudad por tres días en muestra de regocijo.

Pero al año siguiente los Patricios serían vengados por el propio San Martín, que en las jornadas del 8 de octubre de 1812, al frente de sus granaderos, y en la única oportunidad en que desenvainó su espada en la lucha civil, derrocó al Triunvirato, haciéndose eco del clamor popular. Y los Patricios volvieron a ver lucir su nombre tradicional al frente de su cuartel. Fuente: Philippeaux, Enrique Walter - “El Motín de las Trenzas”.

COMBATE DE LAS PIEDRAS - 3 de septiembre de 1812

La retaguardia del ejército que comandaba Manuel Belgrano había partido el 21 de agosto de Humahuaca y el 23 se encontraba en los arrabales de la ciudad de Jujuy. Desde allí marcharía cubriendo con sus guerrillas el "camino de Las Postas" hacia Campo Santo y luego por Cabeza del Buey enfilarían hacia Metán. Las tropas realistas al mando de los coroneles Llanos y Huici, asediaban permanentemente a la retaguardia, la que tenía órdenes de no comprometer un combate. Sin embargo, fueron alcanzados y se trabó un intenso tiroteo por ambos bandos. Reforzados los realistas pusieron en fuga la tropa patriota.

El Gral. Belgrano recibió la noticia el 3 de septiembre e inmediatamente hizo formar en batalla, con la colaboración de dos pequeñas piezas de artillería y contraatacó con dos columnas de infanterías a ordenes de los capitanes Carlos Forest y Miguel Aráoz; al centro formó la caballería al mando del Capitán Gregorio Aráoz de La Madrid; la reserva estaba a cargo de los Jefes Díaz Vélez y Juan Ramón Balcarce. Tras un breve pero intenso tiroteo los realistas huyeron tomándoseles 25 prisioneros, quedando 20 muertos en el campo. Este pequeño combate se conoce como "Combate de Las Piedras" y sirvió para levantar la moral de las tropas. El Coronel Huici que se había adelantado hasta la localidad de Trancas, cayó prisionero y fue de inmediato trasladado a Tucumán.

Allí comenzaba a operarse el milagro. Un ejército que volvía a sentir el orgullo de combatir bajo el mando de un jefe despojado de soberbia y conciente del sacrificio que la Revolución significaba para el pueblo. En el parte enviado a Buenos Aires se magnificaba el combate, sin ánimo de vanagloria, tan solo para infundir optimismo y recrear esperanzas. La idea de resistir iba tomando forma, pero la situación objetiva era extremadamente comprometida. Una nueva derrota, más allá de exponerlo al General a una grave sanción, dejaría las provincias del noroeste en manos enemigas, y ello, ponía en riesgo cierto al territorio. En comunicación al Gobierno le advertía:

"Vuestra Excelencia debe persuadirse que cuanto más nos alejemos más difícil ha de ser recuperar lo perdido, y también más trabajoso para contener la tropa sosteniendo la retirada con honor y no exponernos a una total dispersión y pérdida de esto que se llama ejército, pues debe saber cuanto cuesta y debe costar hacer una retirada con gente bisoña en la mayor parte hostilizada por el enemigo por dos días de diferencia".

Mientras esto sucedía, ordenó abandonar el "Camino de Las Postas" para dirigirse por el "Camino de las Carretas" hacia Santiago del Estero y Córdoba. De esta forma seguía en

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cumplimiento de lo ordenado. Tras consultar con sus oficiales y evaluar las posibilidades, el Gral. Belgrano le ordenó al Cnel. Juan Ramón Balcarce adelantarse hasta la ciudad de San Miguel de Tucumán y proceder a organizar su defensa. Todos estaban dispuestos a defender la posición hasta las últimas consecuencias. De proseguir la marcha la deserción, el desánimo y la insubordinación hubieran cundido. Por ello el Gral. Belgrano había enviado despachos a Buenos Aires considerando tal posibilidad, recibiendo las contestaciones siempre del mismo tenor, continuar con la retirada.

EL EXODO JUJEÑO - 23 de agosto de 1812

La derrota de Huaqui echó por tierra las esperanzas norteñas de un fácil triunfo por el norte. Los hombres salvados del desastre son recibidos por Pueyrredón en Jujuy y bajan lentamente hasta Salta. En Yatasto los encuentra Belgrano, el nuevo jefe, quien recibe los 8O0 hombres, reliquia del Ejército del Norte, sin armas, desmoralizados, incapaces al parecer de luchar, otra vez, contra los hombres de Goyeneche.

“La deserción es escandalosa – escribe al gobierno - y lo peor es que no bastan los remedios para convencerla, pues ni la muerte misma la evita: esto me hace afirmar más y más en mi concepto de que no se conoce en parte alguna el interés de la patria, y que sólo se ha de sostener por fuerza interior y exteriormente".

La tarea que debe realizar es agotadora: reorganizar los cuadros, disciplinar los soldados, abastecer el ejército, dar ánimos a la población, crear, solo, en un puesto donde la improvisación puede ser fatal para todos, un ejército armónico, disciplinado, apto para luchar contra los aguerridos regimientos que comandan los españoles. Se vuelve, entonces, ordenancista al extremo. Su rigor, su inflexibilidad, su intolerancia para cualquier falta del servicio, le enajenan la popularidad entre la mayoría, pero salvan a todos y con ello a la Patria.

El general convoca a todos los ciudadanos entre 16 y 35 años y forma un cuerpo de caballería -los "Patriotas Decididos"-, que pone a las órdenes de Díaz Vélez. Dentro de las rígidas normas que establece en su ejército, se forman hombres que ilustrarán las armas argentinas: Manuel Dorrego, José María Paz, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Cornelio Zelaya, Lorenzo Lugones. Son jóvenes entusiastas en cuyas almas arde la llama inextinguible de un patriotismo exaltado.

Goyeneche permanece, mientras tanto, detenido en el Norte por la insurrección cochabambina. Hasta Jujuy se dirige, entonces, Belgrano y en la vieja ciudad celebra, en 1812, el 25 de mayo. Por segunda vez presenta al pueblo y a los soldados la bandera de su creación, que es bendecida al término del tedéum por el deán de la Iglesia Matriz don Juan Ignacio de Gorriti.

Nuevamente el gobierno lo reprende por su actitud; Belgrano dolorido, responde en una nota: "La bandera la he recogido y la desharé...". Otras preocupaciones se suman: el estado sanitario de las tropas es deficiente, el paludismo hace estragos, los efectivos del ejército no aumentan en la cantidad que las circunstancias requieren, y Goyeneche, libre ya su retaguardia, se dispone a entrar en territorio argentino por la puerta grande de Humahuaca.

En agosto de 1812 se produce la invasión del ejército español, compuesto de 3.000 hombres, a las órdenes del general Pío Tristán, primo de Goyeneche y como él, natural de Arequipa. El 23 de agosto de 1812, dispuesta ya la retirada, lanza Belgrano su famosa proclama a los pueblos del norte: "Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, os he hablado con verdad... Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres ... "

Quienes no cumplan la orden serán fusilados, y sus haciendas y muebles quemados. Las clases populares se pliegan al éxodo sin necesidad de compulsión. No ocurre lo mismo con la clase principal. Algunos consiguen esconderse en espera de Tristán; otros deciden obedecer a Belgrano e irse con los bienes que pueden salvar, para lo cual Belgrano les facilita carretas.

Finalmente todo Jujuy responde heroicamente al llamado patriótico. Y como en los viejos

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éxodos de la historia, todo un pueblo marcha con sus soldados - hijos de su seno - guiados por quien, sabedor de que esa es su hora de gloria, va sereno, hacia el campo de las Carreras, donde el drama ha de resolverse luego de treinta días de incertidumbre y duelo. La gente debía llevarse todo lo que podía ser transportado en carretas, mulas y en caballos. Y así lo hizo. Los pobladores siguieron a Belgrano cargando muebles, enseres y arreando el ganado en tropel.

Los voluntarios de Díaz Vélez, que habían ido a Humahuaca a vigilar la entrada de Tristán y volvieron con la noticia de la inminente invasión, ellos serán los encargados de cuidar la retaguardia.

El repliegue debe hacerse precipitadamente por la proximidad del enemigo. En cinco jornadas se cubren 250 kilómetros. (Recuérdese que para la misma época Napoleón aconsejaba que sus ejércitos no marchen más de diez kilómetros por día). Suponiendo que, al encontrar Jujuy abandonado, Tristán se dirigirá a Salta, Belgrano ordena hacer alto recién en las márgenes del río Pasaje, adonde llega en la madrugada del 29 de agosto.

Cuando el ejército español llegó a las inmediaciones, encontró campo raso. Las llamas habían devorado las cosechas y en las calles de la ciudad ardían aquellos objetos que no pudieron ser transportados. Todo era desolación y desierto. El éxodo llegó hasta Tucumán, donde Belgrano decidió hacer pie firme.

El 3 de septiembre el ejército patriota se halla sobre el río de Las Piedras, cuando los Patriotas Decididos son atacados por la vanguardia realista, produciéndose una escaramuza. El cuerpo patriota se reúne con el grueso y Belgrano, que espera una oportunidad favorable, despliega al ejército en la margen del río haciendo abrir el fuego de la artillería para despejar el frente. Los patriotas persiguen a los españoles, tomando quince o veinte prisioneros y matando otros tantos. Una partida de paisanos al mando del capitán Esteban Figueroa logra apresar al jefe enemigo, coronel Huici, al portaestandarte Negreiros y a un capellán. Son las cuatro de la tarde y la victoriosa partida inicia una marcha forzada con sus prisioneros, huyendo del resto de los adversarios. A las doce de la noche están ya en Tucumán, donde se encuentra el grueso del ejército.

Me estoy yendo(de Mochita Herrera)

Volví triste pa' mi ranchoPor esta orden que es fríaQue me obliga a dejarLo que tengo y más quería.

Alcé mi pobre cosechaY preparé el ganado,Con mi mama alteradaY los hijos asustados.

Suelta en llanto, mi mujerEn quedarse amenazóPero al vernos ya lejos,Su fiel caballo apuró.

Cuando me cruce con otrosComo yo tan angustiados,Mi pena se hizo grandePa' este pecho truncado.

Mi rancho quedó atrás,Y mis ojos voy cerrandoPa' no ver como el fuegoMi vida esta quemando.

Yo no sé pa' donde vamos

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Y no sé si volveremos,Solo sé que me ahogoPor saber lo que perdemos.

En silencio todos marchanPero sollozos se siente,Los animales arriadosConfundidos con la gente.

Ya nos apuran el paso,Ta' cerca el enemigo,Y queda el Xibi-XibiComo único testigo.

El general parece fríoPero una lágrima le viPor que esta batallaLa debemos peliar así.

Ahora ya lo entiendoQue no podemos quedarPor que una tierra libreLos hijos deben heredar.

BATALLA DE TUCUMAN

La desobediencia de Belgrano

La tarde del 25 de Mayo, Belgrano hace jurar la bandera en Jujuy, pero la Junta (Rivadavia) le reprocha “…la reparación de tamaño desorden (la jura de la Bandera) …” (ya se lo habían reprochado en Rosario).

El ejercito de Belgrano ante el avance de los Españoles, inicia el éxodo del pueblo Jujeño hacia Tucumán, donde decide resistir apoyado por el entusiasmo de la gente ”Sin mas armas que unas lanzas improvisadas, sin uniforme, ni otra montura que la silla y los guardamontes. No tenían disciplina ni tiempo de aprender al voces de mando, pero les sobraba entusiasmo...”

Rivadavia lo increpa para que se retire a Córdoba pero Belgrano escribe “ Algo es preciso aventurar y ésta es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desagraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor …..” .

Todavía el 29 insistía Rivadavia en la Retirada: “ Así lo ordena y manda este Gobierno por última vez…..la falta de cumplimiento de ella le deberá a V.S. los mas graves cargos de responsabilidad” (Extraído de Historia Argentina de JM Rosa)

Finalmente hace frente y derrota a los realistas que deberán retirarse con grandes perdidas de hombres y equipos militares. ( ¡que patriota Rivadavia !...menos mal que teníamos algunos patriotas “desobedientes”)

La batalla de Tucumán - 24 de septiembre de 1812

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Durante su marcha a Tucumán ha recibido Belgrano una nueva y perentoria orden del Triunvirato para que se retire sobre Córdoba definitivamente, dejando en consecuencia libradas a su propia suerte las provincias del noroeste. Pero el general contesta que está decidido a presentar batalla porque lo estima indispensable. Por eso mismo, se encarga de incitar al pueblo tucumano para obtener su apoyo. Lo consigue, y para ello cuenta con la ayud de algunas viejas familias patricias. Los poderosos Aráoz, virtuales dueños de la ciudad, vinculados a su ejército por dos de sus familiares Díaz Vélez, cuya madre es Aráoz, y el joven teniente Gregorio Aráoz de La Madrid, volcarán todo su prestigio y ascendiente en la causa patriota

Antes de su arribo, Belgrano ha ordenado desde Encrucijada a Juan Ramón Balcarce que se adelante a Tucumán para conseguir refuerzos y convocar a las milicias para reclutar un cuerpo de caballería; éste se halla en pleno entrenamiento cuando llega Belgrano con el grueso del ejército. Sin más armas que unas lanzas improvisadas, sin uniformes y con los guardamontes que habrían de hacerse famosos, Balcarce consigue organizar una fuerza de cuatrocientos hombres, punto de partida de la famosa caballería gaucha que hará su aparición por vez primera en una batalla campal, en Tucumán

El gobierno insiste, en sus oficios a Belgrano, en que éste debe retirarse hasta Córdoba. Belgrano quiso cumplir con el gobierno y ordenó la retirada del ejército al sur. Pero no pudo hacerlo mucho tiempo: no consiguió resistirse a los tucumanos que le pidieron defendiera su ciudad. Así, entre el 13 y el 24 de Septiembre, Belgrano se multiplica para organizar la defensa. Con el ejército de Tristán a la vista, escribe el 24: “Algo es preciso aventurar y ésta e la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desgraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor.”

El día anterior el ejército ha salido de la ciudad a la que regresa por la noche. Pero a la madrugada del 24 inicia los movimientos para ocupar la posici6n de la víspera. El encuentro n tarda en producirse en un paraje llamado “Campo de las Carreras” (conocido también como Campo de la Tablada o La Ciudadela, actual Plaza Belgrano). Los patriotas atacan casi de sorpresa, pero Tristán alcanza a desmontar su artillería y formar su línea de combate

La carga de caballería gaucha, a los gritos y haciendo sonar sus guardamontes, desconcierta y quiebra la izquierda de los realistas, mientras en el otro flanco - donde está Belgrano - los patriotas son arrollados

La lucha se desarrolla en medio de un tremendo desorden, aumentado por la oscuridad provocada por una inmensa manga de langostas y la caballería de ambos ejércitos combate e entreveros furiosos. Díaz Vélez y Dorrego encuentran abandonado el parque de Tristán con treinta y nueve carretas cargadas de armas y municiones, y junto con los prisioneros que toman y los cañones que pueden arrastrar, corren a encerrarse en la, ciudad. La confusión es tal que, cuando Belgrano intenta un movimiento, se cruza con el coronel Moldes, quien le pregunta

- ¿Dónde va usted, mi general

- A buscar la gente de la izquierda, Moldes

- Pero estamos cortados, mi General

- Entonces, vayamos en procura de la caballería

Cuando Paz se encuentra con ellos, se halla Belgrano acompañado por Moldes, sus ayudantes y algunos pocos hombres más. Ni el general ni sus compañeros saben el éxito de la acción e ignoran si la plaza ha sido tomada por el enemigo o sí se conserva en manos de los patriotas. la noticia de la aparición del general, empiezan a reunirse muchos de los innumerables dispersos de caballería que cubren el campo. A uno de los primeros en aparecer pregunta el general

- ¿Qué hay? ¿Qué sabe usted de la plaza?

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- Nosotros hemos vencido al enemigo que hemos tenido al frente.

Pocos momentos después, se presenta Balcarce con algunos oficiales y veinte hombres de tropa, gritando ¡Viva la Patria!, y manifestando la más grande alegría por la victoria conseguida. Se aproxima a felicitar al general Belgrano, quien a su vez le pregunta:

- Pero, ¿qué hay? ¿En qué se funda usted para proclamar la victoria?

- Nosotros hemos triunfado del enemigo que teníamos al frente, y juzgo que en todas partes habrá sucedido lo mismo: queda ese campo cubierto de cadáveres y despojos.

Hasta ese momento nada se sabe de la infantería, ni de la plaza. Al atardecer se entera Belgrano de la suerte corrida por el resto del ejército.

Mientras tanto, Tristán consigue reorganizar a los suyos. Se encuentra dueño del campo de batalla que ha sido abandonado por los patriotas, pero ha perdido el parque y la mayor parte de los cañones. Se dirige entonces a la ciudad e intima rendición a Díaz Vélez con la amenaza de incendiarla. Se le responde que, en tal caso, se degollarán los prisioneros, entre los cuales figuran cuatro coroneles. Durante toda la noche permanece Tristán junto a la ciudad, sin atreverse a cumplir su amenaza.

El 25 por la mañana encuentra que Belgrano, con alguna tropa, está a retaguardia. Su situación es comprometida. Belgrano le intima rendición “en nombre de la fraternidad americana”. Sin aceptarla y sin combatir, Tristán se retira lentamente esa misma noche por el camino de Salta, dejando 453 muertos, 687 prisioneros, 13 cañones, 358 fusiles y todo el parque, compuesto de 39 carretas con 70 cajas de municiones y 87 tiendas de campaña. Sus pérdidas de armas dejan al ejército patriota provisto para toda la campaña. Las bajas patrióticas, por otra parte, son escasas: 65 muertos y 187 heridos. Belgrano, esperando la rendición de Trsitán, no lo persigue y sólo encomienda a Díaz Vélez que "pique su retaguardia" con 600 hombres.

Durante la persecución, se entablan varios combates con resultados dispares. Zelaya realiza un ataque poco afortunado contra Jujuy. Diaz Vélez ocupa Salta momentáneamente. De todos modos, al regresar a Tucumán a fines de octubre, trae sesenta nuevos prisioneros y 80 rescatados al enemigo. Sus fuerzas se incorporan a la columna que marcha detrás de la procesión con que se honra a la Virgen de las Mercedes, que Belgrano nombra Generala del Ejército porque precisamente la victoria de Tucumán se ha verificado en el día de su advocación. El general en jefe se separa de su bastón de mando y lo coloca en los brazos de la imagen, en el transcurso de la solemne procesión que se realiza por las calles tucumanas.

Vicente Fidel López llama a Tucumán “la más criolla de cuantas batallas se han dado en territorio argentino”. Faltó prudencia, previsión, disciplina, orden y no se supieron aprovechar las ventajas; pero en cambio hubo coraje, arrogancia, viveza, generosidad... y se ganó.

El 24 de setiembre Belgrano salvó a la Patria en la batalla de Tucumán. La salvó no solamente porque el ejército español fue derrotado, sino –y principalmente– porque al llegar la noticia a Buenos Aires el pueblo se lanzó a la calle clamando contra el Triunvirato. Entonces los granaderos montados de San Martín, los artilleros de Pinto y los arribeños de Ocampo hicieron saber al gobierno que había cesado, y se convocaría una asamblea para votar la figura con que deben aparecer las Provincias Unidas en el gran teatro de las naciones. Ese fue el propósito de la revolución del 8 de octubre de 1812 y de la asamblea convocada para enero del 13.

Fuente:Agenda de Reflexión el Septiembre 24, 2003Antook – La Batalla de Tucumán.Museo Casa Histórica de la Independencia – S. M. de TucumánPortal - Historia del PaísJosé María Rosa – Historia del revisionismo y otros ensayos.

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COMBATE DE SAN LORENZO - 3 de febrero de 1813

Combate de San Lorenzola    3 de febrero de 1813,    

(01) Acciones previas.(02) El combate.(03) Juan Bautista Cabral.(04) Consecuencias del combate.(05) Fuentes.(Escuchar la marcha de San Lorenzo )

Acciones previas

Con el principio de 1813, sábese que en la isla de Martín García, fortificada por las autoridades de Montevideo, está concentrado un importantes número de soldados, a los que manda el capitán artillero Antonio Zabala, "vizcaíno testarudo, de rubia cabellera -dice Mitre- que a una estatura colosal reunía un valor probado".

Se prepara una expedición fluvial, que dirigirá el corsario Rafael Ruiz, con el propósito de destruir las defensas del Paraná y abrir el camino del Paraguay. En Buenos Aires, por consejo de una Junta de Guerra, decídese desarmar las baterías del Rosario y reforzar las de Punta Gorda, además de ordenarse al coronel San Martín que proteja con sus granaderos la costa desde Zárate hasta San Nicolás.

Los atacantes se ponen en marcha ya avanzado enero. Por el Guazú penetran tres naves de guerra de la escuadrilla montevideana y once embarcaciones armadas, con 350 hombres a bordo, entre tripulantes y soldados. El 28 pasan frente a San Nicolás y dos días después fondean a la vista del Rosario. Para impedir un eventual desembarco, el comandante militar de la villa, el oriental Celedonio Escalada, reúne una cincuentena de milicianos, a los que dará apoyo un cañoncito de montaña. Por la noche siguen hacia el Norte y en la madrugada del 31, tras recorrer cinco leguas, están frente a San Lorenzo, donde anclan a unos 200 m de la orilla.

Este es el punto -dice Mitre- en que el río Paraná mide su mayor anchura. Sus altas barrancas por la parte del oeste, escarpadas como una muralla cuya apariencia presentan, sólo son accesibles por los puntos en que la mano del hombre ha abierto sendas practicando cortaduras. Frente al lugar ocupado por la escuadrilla se divisaba uno de esos estrechos caminos inclinados en forma de escalera. Más arriba, sobre la alta planicie que coronaba la barranca, festoneada de arbustos, levantábase solitario y majestuoso el monasterio de San Carlos con sus grandes claustros de sencilla arquitectura y el humilde campanario que entonces lo coronaba.

Un centenar de soldados de Zabala desembarca en las primeras horas de la mañana, llega hasta el convento y se conforma con tomar unas pocas gallinas y melones, dado que el ganado vacuno ha sido llevado al interior. Y como se acercan los milicianos de Escalada, la hueste montevideana torna a sus barcos. La jornada concluirá con un cañoneo sin consecuencias.

En la noche del 31 logra fugar de la escuadrilla un preso paraguayo. Avisa a los milicianos que Zabala, quien según él no dispone de más de 350 hombres, se apresta a desembarcar para apoderarse de los caudales que cree escondidos en el convento y después, seguir viaje al Norte. Estas novedades son participadas por Escalada al coronel San Martín, quien las recibe sobre la marcha que ha iniciado el 28. Ese día, cumpliendo órdenes, partió de Buenos Aires al frente de sus granaderos. Marcha por el derrotero de postas que existen camino de Santa Fe:

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Santos Lugares, Conchas, Arroyo Pinazo, Pilar, Cañada de la Cruz, Areco, Cañada Honda Arrecifes, San Pedro, San Nicolás, Arroyo Seco, Arroyo del Medio, Rosario, Espinillo y San Lorenzo, ubicada a una legua del convento y a la que llega el 2 de febrero por la noche.

Cuéntase que fue en una de esas noches memorables que se vio por primera vez a este militar tan austero como apegado de suyo a la rigidez del uniforme europeo, divorciado con él, trocando espontáneamente su entorchada casaca y plumoso falucho, por el humilde chambergo de paja americano, para así disfrazado, mejor observar los pausados movimientos del convoy, que seguía de hito en hito, y cuyas altas velas creía a cada paso divisar en lontananza.

Al llegar a la posta de San Lorenzo, el jefe de los granaderos se encuentra con un viajero, quien descansa en su carruaje, a la sazón desenganchado. Es Guillermo Parish Robertson, comerciante británico vinculado al Foreign Office. Será testigo del suceso por ocurrir y lo narrará por escrito.

El combate

Tras reponerse y reemplazar las cabalgaduras cansadas, se reinicia la marcha. Pasada la medianoche, las tropas penetran en el predio rural de los franciscanos y, con el despuntar del día, llegan al convento, cuyos patios ocupan. A nadie encuentran porque los religiosos se han marchado dos días atrás ante la amenaza de nuevos desembarcos. Y éstos no son mera posibilidad: tras el realizado el 30 de enero, hubo un segundo el 2 de febrero, mas no en la costa, sino en una isla vecina.

San Martín cuenta con 120 granaderos y los 50 milicianos de Escalada. Sabe que Zabala tiene el doble de efectivos, pero, como dice a Robertson, duda de que a los montevideanos les toque la mejor parte. Y le agrega al británico: "... su deber no es pelear. Yo le daré un buen caballo, y si ve que la jornada nos es adversa, póngase en salvo. Sabe V. que los marinos son maturrangos". Y a poco de llegar al convento, se pone a estudiar el terreno: al frente de aquél, dice Mitre, "por la parte que mira al río, se extiende una alta planicie horizontal, adecuada para las maniobras de la caballería. Entre el atrio y el borde de la barranca acantilada, a cuyo pie se extiende la playa, media una distancia de poco más de 300 m, lo suficiente para dar una carga a fondo. Dos sendas sinuosas, una sola de las cuales era practicable para la infantería formada, establecían la comunicación, como dos escaleras, entre la playa baja y la planicie superior".

Reconocido el terreno, con el alba ubica San Martín a sus granaderos tras muros y tapias, con los caballos ensillados y las armas preparadas. Desde el campanario ve, siendo ya las cinco de la mañana, que de las naves se desprenden lanchas con tropas rumbo al llamado puerto de San Lorenzo, lugar ubicado al pie del barranco y cercano a la desembocadura del arroyo homónimo.

Como allí la orilla es menos escarpada que frente al convento, la pendiente facilita el paso a los 250 infantes de Zavala y el rodar de la artillería, formada por dos piezas de a cuatro. Corrida media hora, ya se ve asomar por el borde de la barranca a los atacantes, formados en dos columnas, con pendones desplegados y alentados por el sonar de tambores y pífanos. Tras descender del campanario, el coronel ordena a los granaderos montar a caballo y no disparar un tiro, confiándolo todo a sables y lanzas.

Con su corvo en la diestra, arenga a quienes van a recibir su bautismo de fuego y concluye diciendo: "Espero que tanto los señores oficiales como los granaderos se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento", y enseguida se pone al frente de una de las dos divisiones en que ha repartido a la tropa, en tanto que con la otra hace lo propio el capitán Bermúdez. El coronel atacará al enemigo de frente, en tanto que su segundo, dando un pequeño rodeo, lo hará por el flanco de los infantes para impedirles la retirada.

La aparición de los granaderos sorprende a Zabala, quien ordena formar a los suyos en martillo porque no hay tiempo para hacerlo en cuadro. Para describir la acción, nada mejor que leer el parte que redactará Rafael Ruiz, jefe de la expedición:

"...por derecha e izquierda del referido monasterio salían dos gruesos trozos de caballería

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formados en columna y bien uniformados, que a todo galope sable en mano cargaban sobre él despreciando los fuegos de los cañoncitos, que principiaron a hacer estragos en los enemigos desde el momento que les divisó nuestra gente. Sin embargo de la primera pérdida de los enemigos, desentendiéndose de la que les causaba nuestra artillería, cubrieron sus claros con la mayor rapidez atacando a nuestra gente con tal denuedo que no dieron lugar a formar cuadro sino martillo. Y tras afirmar que la carga inicial ha sido rechazada y que los granaderos se retiran", sigue diciendo: "...ordenó Zabala su gente a fin de ganar la barranca, posición mucho más ventajosa, por si el enemigo trataba de atacarlo de nuevo. Apenas tomó esta acertada providencia cuando vio al enemigo cargar segunda vez con mayor violencia y esfuerzo que la primera. Nuestra gente formó aunque imperfectamente un cuadro por no haber dado lugar a hacer la evolución la velocidad con que cargó el enemigo..".

Juan Bautista Cabral

El combate -que no durará más de quince minutos y quedará decidido en los primeros tres- pone en riesgo la vida del Jefe criollo y traerá la muerte para varios de sus subordinados. Así, al ser recibida con un nutrido fuego la columna que encabezaba San Martín, su caballo, herido por aquél, lo derriba en tierra y le oprime una pierna al caer. Un arma blanca hace una leve herida en su rostro, y un invasor se apresta a rematarlo con su bayoneta. Con un certero lanzazo salva la situación el puntano Baigorria en tanto que el correntino Juan Bautista Cabral echa pie a tierra y, con tanta fuerza como serenidad, libera a su coronel del peso que lo sujeta, para caer a su vez por obra de dos heridas mortales. Bermúdez será gravemente herido por un disparo hecho desde las naves al mandar en jefe -por tener San Martín un brazo dislocado a raíz de su caída- una segunda carga. Y el teniente Manuel Díaz Vélez, tras desbarrancarse, recibirá tres heridas -una de bala en el cráneo y dos bayonetazos en el pecho- y quedará prisionero.

Al inmediato deceso de Cabral -quien, según la tradición murió exclamando "¡Muero contento, hemos batido al enemigo!"- , se agregarán días después, en el convento, las de Bermúdez y de algunos soldados. Aquél, herido y quebrado en una pierna, falleció el 14 de febrero, mientras convalecía. Con el tiempo, circuló la versión de que, desesperado por no haber podido impedir la retirada de los invasores, se quitó el torniquete que sujetaba el muñón y dejóse morir. Díaz Vélez no logró recuperarse de sus heridas y murió el 20 de mayo. Agreguemos que varios granaderos quedaron inútiles para el servicio y recibieron cédulas de invalidez. San Martín se ocupará de todos y, así, pedirá el 27 de febrero amparo para las familias de Bermúdez y Cabral, haciendo otro tanto el 22 de mayo en favor de la de Díaz Vélez.

La jornada costará a los vencedores quince muertos, veintisiete heridos y un prisionero. Este, el ya nombrado Díaz Vélez, será canjeado al día siguiente junto con tres lancheros paraguayos capturados por los corsarios antes del combate (los tres liberados se incorporarán como voluntarios al Regimiento. Uno de ellos, Félix Bogado, el 13 de febrero de 1826 volverá a Buenos Aires, con el grado de coronel, al frente del resto de los granaderos que regresan en esqueleto al cuartel de origen tras contribuir decisivamente a la libertad de América.

Como trofeos quedan dos cañones, cincuenta fusiles, cuatro bayonetas y una bandera, tomada por el teniente Hipólito Bouchard. Los atacantes dejarán en el campo cuarenta muertos y tendrán trece heridos, entre ellos Zabala, su jefe. Este torna a desembarcar en la mañana del 4 para parlamentar. Solicita carne fresca para atender a los heridos, que se le concederá en cantidad de media res y participa de un desayuno criollo.

El 5, los montevideanos cambian el rumbo y se marchan río abajo. En este día, pasadas las 12, la noticia del éxito llegará a Buenos Aires, donde se la celebra con una salva de artillería y repique de campanas. El 6, San Martín redacta un segundo parte, mucho más circunstanciado, y comunica que, aunque considera que el enemigo no podrá repetir sus invasiones, destaca una vanguardia para que los vigile, en tanto que el resto de sus tropas emprenderá el regreso. No lo hará sin antes visitar a los heridos y despedirse de los conventuales, metropolitanos todos, a los que manifiesta afecto y agradecimiento.

Consecuencias del combate

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Para valorar la importancia del combate del 3 de febrero de 1813, cabe recordar lo expresado por el historiador español Mariano Torrente, quien sostiene que, hasta San Lorenzo, los marinos españoles contaban el número de sus éxitos por el de sus empresas, pero que al chocar con un jefe valiente y afortunado como San Martín, conocieron la derrota. Agrega que el triunfo logrado por el jefe americano le dio arrogancia militar y estímulo para realizar otras empresas. Por su parte, José Pacífico Otero dice que este éxito no fue una gran victoria en el sentido militar propiamente dicho, con un entrevero de 400 hombres, entre atacantes y atacados, se libra combate, pero no se libra una batalla. Hay triunfos, sin embargo, que, siendo pequeños en apariencia, lo son grandes por sus efectos trascendentales, y esto sucedió con San Lorenzo, combate en el cual con sólo dos cargas San Martín liquidó al enemigo en un brevísimo espacio de tiempo. Con todo, nada lo hinchó, ni nada le permitió clasificar de victoria lo que a su entender -la modestia fue siempre en San Martín un rasgo fundamental- era sólo un "escarmiento".

Años después, en su correspondencia con Miller, al referirse a la caballería, el Libertador tendrá muy presente a los granaderos y a este combate al decir: "Hasta la época de la formación de este cuerpo, se ignoraba en las Provincias Unidas la importancia de esta arma, y el verdadero modo de emplearla, pues generalmente se la hacía formar en línea con la infantería para utilizar sus fuegos. La acción de San Lorenzo demostró la utilidad del arma blanca en la caballería, tanto más ventajosa en América cuanto que lo general de sus hombres pueden reputarse como los primeros jinetes del mundo".

Fuentes:* Mayochi, Enrique Mario - El Combate de San Lorenzo - Instituto Nacional Sanmartiniano.* Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.

BATALLA DE SALTA - 20 de febrero de 1813

Durante los cuatro meses que siguieron al sonado triunfo de Tucumán, se refuerzan los efectivos del ejército y se aprovisiona para hacer frente a las necesidades de la próxima campaña, que tiene por meta a Salta.

A principios de enero de 1813 el ejército se pone en marcha hacia el norte. Ya para el 11 de febrero el grueso de las tropas había cruzado el río Pasaje. Allí decide Belgrano que las tropas presten el juramento de fidelidad a la Asamblea General Constituyente que, con ; gran pompa, ha inaugurado sus sesiones en Buenos Aires el 31 de enero.

Por tercera vez despliega la bandera celeste y blanca ante el ejército formado. "Éste será el color de la nueva divisa con que marcharán al combate los nuevos campeones de la patria", les dice. Y luego, personalmente, y en forma individual, toma juramento a los soldados. Sobre una margen del río se yergue un árbol eminente y frondoso. Cuando los ecos de la marcha de1 ejército se pierden a lo lejos, sobre el gigante vegetal, mudo testigo de la emocionante ceremonia, queda prendido en su tronco, una tablilla, grabada a punta de cuchillo, donde se lee Río del Juramento.

En momentos en que el ejército comandado por el general Belgrano avanzaba hacia Salta con intención de vencer a las fuerzas españolas que bajo el mando del general Pío Tristán se encontraban a la sazón, acantonados en la ciudad de Salta; se encontró con un fuerte impedimento: la desmesurada fortificación que había realizado el general español del único paso de acceso a la ciudad, el portezuelo; lo que planteaba a su jefe una disyuntiva de hierro: entablar un combate en circunstancias desventajosísimas o desistir del propósito y retroceder.

En tales circunstancias, el 17 de febrero de 1813, el capitán Apolinario Saravia, ayudante del Gral. Belgrano comenta el General Paz en sus memorias- "se ofreció para conducir al ejército y salvarlo, avisando al General que, como salteño y habitante de por allí, tenía conocimiento de una senda extraviada y así por nadie conocida que, pasando por el escabroso laberinto de las montañas, pues los cerros se suceden unos a espaldas de otros, y poblada de vegetación, conducía en su prolongación hacia el norte, por cosa de dos leguas entre el seno de los

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montes, hasta dar con una pequeña quebrada llamada de chachapoyas que desembocaba en la estanzuela de castañares, que estaba precisamente en el campo norte y lindero con la tablada de Salta, al opuesto lado de la sierra".

El general Belgrano tras recorrer pormenorizadamente el itinerario propuesto dió órdenes de como proceder para que el ejército avancen por él. Esa noche, azotados por una lluvia espantosa, se inició la marcha de las fuerzas patriotas a través del fracturado terreno cubierto de espeso malezal, portando cincuenta carretas con pertrechos y doce piezas de artillería. La estrechez del camino y lo torrencial de la caída de las aguas por las laderas circundantes, agudizaban las dificultades que la quebrada presentaba de por si para semejante tránsito, más, la decisión, el fervor, el Ansia de libertad que todos y cada uno de los componentes de la fuerza llevaban en su corazón, los impulsaba para que la suma de dificultades no los arredraran en su empeño e hicieran que en el amanecer del día 18 arribaran a la finca de castañares donde permanecieron hasta las 11 de la mañana del día 19, cuando iniciaron su marcha a la chacras de Gallinato.

El general Belgrano pernoctó el día 18 en una de las habitaciones de la casa de campo del Coronel Saravia, progenitor del capitán, su ayudante, que tan acertadamente había servido de guía. Haciendo uso eficaz del color tostado de su piel, este leal oficial a quien llamaban "Chocolate Saravia", ansioso por conocer la cantidad y calidad de las fuerzas de Tristán, tanto como las posiciones que ocupaban; vistiendo ropas similares a la de los aborígenes, arreando una recua de burros cargados de leñas marcha hacia la casa de sus padres sita en la calle Buenos Aires de la ciudad de Salta. Su disfraz le posibilitó cruzar frente al ejército realista y llegar a destino, donde entregó la carga de leña y regresar después a castañares para informar al General y posteriormente combatir junto a él.

El ataque comenzó el día 19, a las 11 de la mañana, en la pampa de Castañares con el ataque a la posición realista por la retaguardia. Belgrano, seriamente enfermo, había preparado un carro para efectuar en él los desplazamientos, pero a último momento pudo reponerse y montó a caballo.

A las nueve de la mañana del día 20 se desplazó el Ejército Nacional cubriendo todo el ancho de la planicie que en leve plano inclinado lleva a la ciudad. Marchaba compacto sobre el centro con la caballería e infantería, separada por sectores, reserva plegada y dos columnas de caballería en ambos flancos. Tristán lo esperaba fortaleciendo el lado izquierdo de su formación, pues el flanco derecho se apoyaba sobe el cerro San Bernardo, donde había distribuido una columna de tiradores que obstaculizaran las cargas sobre ese sector. Precisamente esta disposición posibilitó al español controlar los ataques porque además de prevalecer en el llano rechazaba los avances sobre el flanco derecho por la eficaz acción de los tiradores del cerro y porque el terreno dificultaba las operaciones de caballería.

Al promediar el combate Belgrano cambió su táctica inapropiada. Movilizó la reserva, dotando de más efectivos de infantería y caballería y ordenó a Martín Dorrego, que había reemplazado al segundo jefe Díaz Vélez, gravemente herido, atacar vigorosamente ("... lléveselos por delante..."). Dispuso cargar simultáneamente con artillería y, luego de cruzar el campo, condujo él mismo la avanzada contra las barricadas del cerro.

Al mediodía la situación varió. La furibunda carga de Dorrego arrasó el flanco izquierdo junto a las columnas de Zelaya, Pico, Forest y Superí (compartieron el honor de ser los primeros oficiales triunfantes de la ciudad) sostenían la persecución de las calles. En tanto el centro y el ala izquierda patriota fue quebrando inexorablemente la resistencia.

Con la retirada cortada, los realistas vencidos retrocedieron desordenadamente quedando entrampados en el corral que circunda la ciudad, denominado Tagarete del Tineo, donde fueron diezmados por los criollos. El tramo final de la lucha se concentró alrededor de la Plaza Mayor, mientras el desbande y la persecución eran confusos y cruentos.

La calma llegó cuando desde la iglesia de La Merced doblaron campanas por la patria anunciando la rendición incondicional del invasor.

Queda acordado que al día siguiente los soldados realistas salgan de la ciudad con los honores de la guerra, a tambor batiente y con las banderas desplegadas, y que a las tres cuadras

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rindan las armas y entreguen los pertrechos de guerra, quedando obligados por juramento, desde el general hasta el último tambor, a no volver a tomar las armas contra la Provincias Unidas hasta los límites del Desaguadero. Belgrano devolverá todos los prisioneros, a cambio de igual actitud por parte de los realistas, quienes deberán entregar los prisioneros patriotas que tiene Goyeneche en el Alto Perú.

Así desfilan 2.786 hombres. La caballería echa pie a tierra y rinde sus sables y carabinas; la artillería entrega sus cañones, carros y municiones. Belgrano dispensa al general Tristán de la humillación de entregarle personalmente la espada, y lo abraza ante todos los presentes.

Tres banderas son los trofeos de esta victoria. Diecisiete jefes y oficiales fueron hechos prisioneros en el campo de batalla; hubo 481 muertos, 114 heridos, 2.776 rendidos. En total, 3.398 hombres que componían el ejército de Tristán, sin escapar uno solo. Además, diez piezas de artillería, 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas y carabinas y todo el parque y la maestranza.

Luego de enterrar a los héroes del 20 de febrero de 1813, el General Manuel Belgrano colocó una humilde cruz de madera en la fosa común de los 600 guerreros muertos de ambos lados. El Gobernador Feliciano Antonio Chiclana la reemplazó, a pedido del mismo Belgrano, por otra cruz pintada de verde, con la leyenda cristiana “A los Vencedores y Vencidos''.

Las capitulaciones firmadas con Tristán, permitían a los realistas volver a sus casas, previo el juramento de no tomar nuevamente las armas contra las Provincias Unidas. Esta lenidad en las condiciones, desató, contra Belgrano, las críticas de los partidarios de una acción enérgica. "Siempre se divierten - le escribía a Chiclana: los que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus hermanos... También son esos los que critican las determinaciones de los jefes. Por fortuna dan conmigo que me río de ellos, y hago lo que me dicta la razón, la justicia y la prudencia y no busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la patria..."

La Asamblea Constituyente. con fecha 8 de marzo, dispuso premiar a Belgrano con 40.000 pesos y un sable con guarnición de oro por el brillante triunfo obtenido. Generosamente declinó el obsequio Manuel Belgrano. Y al hacerlo, comprometió para siempre la gratitud de Tarija, Jujuy, Tucumán y Salta, para quienes dispuso, con ese dinero, la creación de cuatro escuelas. "Que renunciar, es poseer".

El Monumento 20 de Febrero

En el sector norte de la ciudad de Salta, se alza el Monumento a la Batalla de Salta, más conocido por los lugareños como 20 de Febrero, por ser esta la fecha en que se conmemora la victoriosa acción de armas del Gral. Belgrano en 1813.

Este monumento proyectado por el escultor Torcuato Tasso, consta de un basamento ejecutado en piedra labrada proveniente de los cerros vecinos a la ciudad, y culmina con un magnifico bronce que simboliza la Victoria en la célebre batalla. Los relieves fundidos en bronce fueron realizados en Paris - Francia con la supervisión artística de la escultora salteña Lola Mora.

VILCAPUGIO - 1 de octubre de 1813

En mayo de 1813 las fuerzas patriotas no habían podido avanzar de Jujuy. El 12 de este mes el general Belgrano explicaba al Gobierno que se hallaban desprovistas de armamento, vestuario y cabalgaduras; la infantería “casi sin calzados”.y agregaba: “Apenas se halla aquí el Nº 1 para custodiar el gran armamento que tenemos, el parque y la maestranza, y los hospitales de sangre y enfermedades”.

Superando dificultades, en setiembre los 3.600 hombres que componían el Ejército patrio se movieron hacia la llanura de Vilcapugio, entre Potosí y Cochabamba. El 1º de Octubre allí chocaron con el Ejército Real del Perú, mandado por el general Joaquín de la Pezuela.

Nuevamente Belgrano logró vencer en el centro y en la derecha; mientras en el costado

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izquierdo se combatía con gran ardimiento.

En sus memorias el entonces capitán José María Paz indica: “Nuestra ala derecha y la mayor parte del centro habían triunfado del enemigo que tenían al frente, poniéndolo en completa derrota y tomándole su artillería. El mismo Pezuela dando por perdida la batalla, había fugado hasta Condo-Condo, de donde lo hicieron volver las noticias que le llevaron de su ala derecha”. ¿Qué sucedía allí? Una carta del capitán José María Somalo escrita tres días después explicó: “El señor General tuvo ganada la acción, pues logró con el Nº 6, Cazadores y Pardos, destrozar al enemigo, pero la reserva de éste cargó sobre el Nº 8 y a éste fue a auxiliarlo el Nº 1, que no desplegó bien: de aquí resultó la confusión, con lo que se retiraron a un cerro los nuestros”.

En efecto: el batallón 8 – de nueva creación -, compuesto en su mayor parte por reclutas, se desordenó ante el empuje realista; y al acudir en su apoyo el Regimiento 1 para restablecer el combate, quedó envuelto en su dispersión: vaciló y comenzó a replegarse.

La derecha y el centro acompañaron este movimiento: un funesto toque de “retirada” – que nunca pudo establecerse de dónde partió - hizo que la infantería y la caballería triunfantes retrocedieran, mientras Belgrano intentaba reunir a los dispersos agitando la bandera desde una pequeña elevación. Fueron inútiles sus esfuerzos y se pronunció la derrota, aunque Pezuela no la aprovechó pues no hubo persecución.

La ya citada carta de Somalo refiere: “Según mi cálculo a pesar de lo que hemos padecido no hay cuidado”, “ha sido mucha la dispersión del enemigo”. Pudo salvarse la mitad de la artillería, y el Ejército se retiró a Potosí. Aquí Belgrano procedió a reorganizarlo.

Una revista de sus fuerzas, efectuada en Macha el 30 de octubre, daba un total disponible de 1.883 hombres. Según la misma formaban el Regimiento 1, 10 capitanes, 8 tenientes y 15 subtenientes, 21 sargentos y 34 cabos, 14 tambores y 325 soldados, haciendo un total de 394 efectivos. Similar el Nº 6 con 346 hombres, la escolta 354, y Pardos 196. En la caballería, 211 Dragones y 219 Cazadores. La compañía de Socaba contaba 76 miembros.

Tres Sargentos - Acción de Tambo Nuevo

(01) Acción de Tambo Nuevo .(02) Audaz golpe .(03) Merecido ascenso .(04) Fuentes.

Después de Vilcapugio, y a pesar de su victoria, las fuerzas realistas carecían de abastecimientos y medios de transporte como para marchar en persecución de las tropas de Belgrano. Este supo sacar partido de tales circunstancias y procuró hostilizar constantemente a sus enemigos por medio de partidas aisladas que los atacaban por sorpresa. En estas refriegas comenzó a distinguirse por su extraordinaria temeridad el futuro general Gregorio Aráoz de La Madrid, que entonces ostentaba el grado de teniente del cuerpo de Dragones. Merece recordarse, por el arrojo de sus principales protagonistas –los soldados Mariano Gómez, Santiago Albarracín y Juan Bautista Salazar-, la acción de Tambo Nuevo, que el mismo La Madrid nos relata en sus Memorias:

Audaz golpe

“Llega la hora señalada y se me presentan los bomberos (espías) con la noticia de haber dejado (los realistas) en Tambo Nuevo una compañía como de 40 a 50 infantes…. En el acto de recibir esta noticia mandé montar a caballo a mis 14 hombres, incluso el baqueano Reynaga, y… me dirigí a sorprender la compañía, pues ésta venía seguramente (como lo afirmaron después los prisioneros) a tomarme la espalda por la quebrada…. Emprendí mi marcha, en efecto, en esta dirección, mandando por delante a Gómez, Albarracín y Salazar, con los indios

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que acababan de llegar con la noticia, en clase de descubridores. Seguía mi marcha en este orden, con mi baqueano Reynaga a mi lado, y habían pasado ya algunas horas, cuando se me presenta Albarracín avisándome de parte de Mariano Gómez, que encabezaba la descubierta, que venía en marcha conduciendo prisionera a la guardia (realista). Gustosamente sorprendido con esta noticia pregunté… ¿Cómo han obrado ustedes ese prodigio? Continuando mi marcha, me refiere Albarracín que, al asomar los tres hombres el portezuelo de Tambo Nuevo, habiendo señalado el baqueano el rancho en que estaba colocada la guardia….. aproximándose Gómez al momento, le propuso a sus dos compañeros si se animaban a echarse con él sobre aquella guardia que dormía, y cuyos fusiles se descubrían arrimados a la pared con la luz de la lámpara: habiéndole contestado ellos que sí, se precipitan los tres con los dos indios que los guiaban, sobre la puerta del rancho, y que desmontado Gómez en la puerta con sable en mano, dio el grito de “ninguno se mueva”, a cuyo tiempo, abrazándose de los 11 fusiles que estaban arrimados, se los alcanzó a los dos indios; que enseguida hizo salir y formar afuera a los 11 hombres y los echó por delante, habiéndose colocado el exponente a la cabeza, Salazar al centro y Gómez ocupó la retaguardia, suponiéndose oficial y haciendo marchar a los dos indios con los fusiles por delante. Mientras Albarracín me informaba de todo esto, presentóseme Gómez con sus diez prisioneros (ocho soldados y dos cabos), diciéndome que el sargento que mandaba esta guardia, se le había escapado tirándose cerro abajo al descender por un desfiladero, y que no había querido perseguirlo por temor de exponerse a que pudiesen fugar los demás…”.

Merecido ascenso

Como consecuencia de esta acción, los soldados Gómez, Albarracín y Salazar fueron ascendidos a sargentos, conociéndoselos en adelante como “los sargentos de Tambo Nuevo”. También el general Belgrano les obsequió con los mejores caballos que tenía, especialmente a Gómez, a quien le regaló un hermosísimo caballo blanco.

Poco tiempo después, el sargento Mariano Gómez ofreció al general Belgrano, “traerle los mejores caballos o mulas del ejército enemigo”.

La Madrid relata también este episodio en sus Memorias: “La noche los favoreció porque se puso muy nebulosa, pues al rayar el siguiente día se presentó Gómez al general con sus dos compañeros (los sargentos de Tambo Nuevo, Albarracín y Salazar) y le entregó once hermosas mulas de jefes y oficiales que logró sacar del campamento enemigo, cortando con sus cuchillos los lazos en que estaban amarradas a las estacas de las tiendas, mientras sus compañeros velaban montados y teniéndole su caballo; para comprobante de esa verdad traían atadas todas ellas al pescuezo pedazos de lazos. Al salir con ellas fueron sentidos por un centinela y perseguidos, sufriendo una descarga al pasar descendiendo la cuesta por cerca de la guardia, y cuyos tiros se sintieron en nuestro campo; pero ellos se salvaron con su presa y el general les regaló once onzas de oro”.

El Sargento Gómez, tucumano, murió fusilado por los realistas en Humahuaca en 1814; el Sargento Salazar murió en combate ese mismo año y el Sargento Albarracín murió en 1840, con el grado de Comandante de milicias, ambos eran cordobeses . Una calle de Buenos Aires los recuerda con el nombre de Tres Sargentos. Fuentes: * Aráoz de La Madrid, Gregorio – Memorias * Crónica Argentina, Nº 18 – Ed.Codex. * Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado

AYOHUMA - 14 de noviembre de 1813

Derrota de Belgrano ante el general español Pezuela, quien lo atacó por sorpresa. Apenas un mes y medio atrás había utilizado una táctica parecida en Vilcapugio, también con éxito. Pese al heroísmo desplegado por los patriotas, el triunfo español fue absoluto. Belgrano tuvo 500 muertos y heridos, y otros tantos prisioneros, además de perder todo el armamento y equipos. El mismo Belgrano escribiría sobre la superioridad técnica del general español.

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La poderosa artillería del enemigo fue decisiva. Los realistas, que tuvieron 500 bajas en la acción, no persiguieron al ejército patriota por el desgaste físico producido en el combate.

El General Belgrano se retiró hasta Tucumán, en donde el 30 de enero de 1814 entregó el mando del ejército al Coronel San Martín, que renunció en abril por razones de salud y fue reemplazado en julio por el Coronel Rondeau. San Martín concibió allí la idea de su Plan Continental.

La victoria de Tucumán salvó la Revolución y la de Salta afianzó la situación militar y política. Las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma anularon esas ventajas e impidieron también alcanzar los objetivos propuestos para esta campaña.

Durante el combate de Ayohuma, una mujer negra, llamada María y sus dos hijas, que acompañaban al ejército patriota argentino asistieron a los heridos en medio del combate. A estas mujeres se las recuerda con el nombre de "Las Niñas de Ayohuma".

Una Niña de Ayohuma mendigando en Buenos Aires

Deambulando por la Plaza de la Victoria , o en los atrios de San Francisco, San Ignacio o Santo Domingo, podía verse en 1827 a una anciana mendiga, de tez morena; al pasar a su lado, se la oía pedir limosna con voz cascada y débil. Se alimentaba con los restos de comida y el pan que le daban en los conventos. Llamábase esta mendiga María Remedios del Valle.

Cierto día acertó a pasar a su lado el general Juan José Viamonte. Este, después de mirarla detenidamente, le preguntó su nombre. Al oírlo se volvió a sus acompañantes: “Esta es ‘ La Capitana ’, dijo, ‘ La Madre de la Patria ’, la misma que nos acompañó al Alto Perú. Se trata de una verdadera heroína”. Y cuántas veces la anciana había golpeado a la puerta de la casa del general pidiendo verlo, para ser sistemáticamente despedida por los criados!

Viamonte no la olvidó. Cuando fue elegido diputado a la Sala de Representantes presentó ante ésta, el 25 de setiembre de 1827, una solicitud de pensión por los servicios prestados en la guerra de la Independencia ”. La Comisión de Peticiones recomendó a la Sala se aprobara el siguiente proyecto de decreto: “Por ahora y desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de Capitán de Infantería, y devuélvase el expediente para que ocurriendo al P. E. tenga esta resolución su debido cumplimiento”. Pero la presidencia de la sala pospuso la consideración del proyecto a la de otros asuntos que parecían más urgentes.

El 18 de febrero de 1828, Viamonte consiguió que se llevara el proyecto a la consideración de la Legislatura. Leída que fue la solicitud, algunos diputados pidieron mayores informes y, además, alegaron que la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires no tenía facultad para otorgar recompensas por servicios prestados a la Nación.

Entonces se levantó el general Viamonte y expresó: “Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna… Esta mujer es realmente una benemérita. Ha seguido al ejército de la Patria desde el año 1810, y no hay acción en el Perú en la que no se haya encontrado. Es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de bala, y lleno también de las cicatrices por los azotes recibidos de los enemigos, y no se debe permitir que deba mendigar como lo hace”.

La Sala se conmovió ante la declaración de Viamonte, y otro diputado se alzó exclamando: “¡Esa infeliz mujer es una heroína! Y si no fuera por su condición de humilde se habría hecho célebre en todo el mundo”. Por su parte, el representante García Valdéz refutó la objeción sobre las atribuciones afirmando que la Provincia pasaría por cruel e insensible si esperaba a que la Nación se organizase para premiar esos servicios.

Entonces tomó la palabra el doctor Tomás de Anchorena, quien había sido secretario del general Belgrano en la campaña del Alto Perú. “Esta mujer –expresó- participaba en todas las acciones con tal valentía que era la admiración del general, de los oficiales y de toda la tropa. Era la única persona de su sexo a quien el riguroso Belgrano permitía seguir la campaña del

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ejército, cuando eran tantas las que lo intentaban. Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés, de jefes y oficiales. Todos la elogiaban por su caridad, por los cuidados que prodigaba a los heridos y mutilados, y por su voluntad esforzada de atender a todos los que sufrían. Su misma humildad es lo que más la recomienda”.

La Sala resolvió reconocerle el sueldo correspondiente al grado de Capitán de Infantería, a abonársele desde la fecha en que inició su solicitud ante el Gobierno. Asimismo, dispuso nombrar una comisión que redactase y publicase una biografía de “ La Capitana ” y diseñase los planos y estableciese el presupuesto de un monumento que habría de erigírsele.

Pero María nunca cobró un centavo, ni tuvo biografía ni monumento. El expediente que contiene el decreto aprobado por unaminidad quedó sepultado en alguna pila de papeles y nunca fue despachado. La heroína siguió mendigando y murió en la miseria.

Al menos una Niña de Ayohúma tiene nombre: María Remedios del Valle y un rango figurativo: La Capitana. Pero , cruel destino, fue una mendiga más en el Buenos Aires que ajeno a su entrega, le dio la espalda. Sea este recuerdo una flor para su memoria

MARTIN GARCIA - 11 de marzo de 1814

La isla Martín García fue descubierta en 1516 por Juan Díaz de Solís, quien había partido de España un año antes, al mando de una flota integrada por tres naves, Portuguesa, Latina y Menor, tripuladas por unos 60 hombres, con la intención de hallar un paso entre el Océano Atlántico y el Pacífico.

En 1516 Solís arriba al Río de la Plata y el 2 de febrero de ese año, desembarca en una ensenada, Maldonado o Montevideo, a la que llamó Puerto de la Candelaria. Unos días después, continuando su viaje río arriba, muere su despensero, Martín García, frente a una isla en medio del río y decide enterrarlo allí, bautizando a la isla con su nombre.

La isla fue siempre un punto estratégico para mantener el control del Río de la Plata. Fue escenario de combates y luchas, especialmente en la guerra por la independencia.

En 1813 la isla continuaba en poder de los españoles, con una guarnición de 70 hombres. El 7 de julio de ese año, un grupo de 13 soldados patriotas al mando del Teniente José Caparroz, sorprende a los españoles, los dispersa y se apodera de 3 cañones y armamento portátil como trofeo, y luego se retira de allí. Luego de esto, en noviembre, el Capitán de Navío español, Jacinto de Romarate, fortifica la isla con una flota de 19 embarcaciones con el objeto de tener una base de ataque a Colonia del Sacramento que estaba ocupada por los patriotas.

En 1814 nuestra escuadra naval, comandada por el Teniente Coronel Guillermo Brown, estaba constituida por las siguientes naves: la nave insignia fragata Hércules (Comandante Sargento Mayor Elias Smith), la corbeta Zephir (Comandante Sargento Mayor Santiago King), el bergantín Nancy (Comandante Sargento Mayor Richard Leech), la goleta Juliet (Comandante Teniente Coronel Benjamin Franklin Seaver oriundo de EE.UU),la goleta Fortunata (Comandante John Nelson), el falucho San Luis (Comandante Sargento Mayor John D. Handel) y la balandra Carmen (Comandante Miguel Samuel Spiro de origen griego).

Estos bravos hombres tuvieron la difícil misión de enfrentar a la experimentada flota española comandada por el Capitán vizcaíno Jacinto de Romarate. Los españoles poseían una flota de 9 barcos armados con cañones de a 18 y 24 y, para peor, tenían apoyo de las baterías terrestres asentadas en la isla. Ambas fuerzas se encontraron el 11 de Marzo de 1814 en un feroz combate cerca de la isla de Martín García cuyo resultado final fueron 45 marineros muertos y 50 heridos.

Entre los fallecidos se contaban los Comandantes Benjamín Server y Elias Smith, el Jefe de las tropas embarcadas Capitán Martín de Jaume, el Teniente Segundo Robert Stacy, el grumete Edward Price, los marineros Richard Brook y William Russell y el cocinero Peter Brown. Bernard Campbell, quien era el Cirujano en Jefe, tuvo momentos muy difíciles debiendo tratar a los

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heridos con medios asistenciales inadecuados. Entre los heridos se encontraban el mayordomo Tomas Richard y los marineros James Stone, Henry Harris, Elsey Miller y Anthony O’Donnell. Al final del día Brown se encontraba varado y su nave insignia presentaba 82 impactos en el casco. La Hércules con sus velas y aparejos destrozados pudo zafar aprovechando la marea y maniobrando por el Banco de las Palmas. A la Hércules se le colocaron láminas de plomo por debajo de la línea de flotación y su casco fue cubierto con cueros y brea. De aquí su apodo de Fragata Negra.

El día 14 Brown recibió un refuerzo de 45 Dragones desde la Colonia del Sacramento comandados por el Teniente Primero Pedro Oroná. A las 08.00 PM, nuestras naves se aproximaron cautelosamente a la isla Martín García y fondearon media milla al sudeste frente a Puerto Viejo. Al día siguiente, a las 02.30 AM Brown ordenó el desembarco de 240 hombres transportados mediante 8 barcazas. Nuestras fuerzas subían el cerro cuando recibieron un fuego granado por parte de las fuerzas españolas. El avance patriota hubo de detenerse a medida que los hombres iban cayendo.

Fue en ese momento crítico que Brown ordenó al ejecutor del pífano y tambor que tocaran Saint Patrick’s Day in the Morning (marcha que fuera oficialmente incorporado al repertorio de la Armada Argentina en 1977).

Tengamos presente que, si bien nuestras primeras tripulaciones estaban compuestas por 12 diferentes nacionalidades, la mayoría de ellas eran de origen irlandés, de forma tal que esta tonada tocada en el Día de San Patricio actuó como un estimulo de la moral. El avance de nuestras tropas se renovó así con gran espíritu siendo el fuerte atacado a bayoneta calada.

Los españoles se vieron sobrepasados y hubieron de rendirse. Las naves realistas levaron anclas enfilando hacia el río Uruguay (siendo perseguidos por las naves de Brown ) y dirigiéndose a la ciudad fortificada de Montevideo. Ese día el Teniente Jones de la Zephyr izó nuestra insignia en la isla.

Este es el acto más trascendental de la historia de la isla, pues con él nuestro país adquiere de hecho la soberanía de la isla Martín García.

La batalla de Martín García fue el comienzo de la campaña de los cien días, liderada por Guillermo Brown, que aniquiló el poder naval del Rey de España en el Río de la Plata.

Fuentes:

-Arguindeguy, Pablo E. Apuntes sobre los buques de la Armada Argentina (1810-1970) -Tomo I, 1972.

-Bruce, George and Emmett, Daniel D. The Drummers’ and Fifers’Guide New York , 1862.

-Carranza, Angel J. Campañas Navales de la República Argentina - 2da Edición - Departamento de Estudios Navales de la Secretaría de Marina, Buenos Aires, Argentina.

-Memorias del Almirante Guillermo Brown sobre las operaciones navales de la Escuadra Argentina de 1814-1828 - Biblioteca del Oficial de Marina - Vol. XXI-Año 1936, Buenos Aires, Argentina.

SIPE-SIPE - 29 de noviembre de 1815

En el momento que las tropas se hallaban preparadas para iniciar la tercera campaña al Alto Perú, el general Carlos de Alvear fue nombrado para reemplazar a Rondeau. Era la segunda vez que esto se producía: anteriormente Alvear había reemplazado a Rondeau cuando era inminente la caída de Montevideo en poder de las fuerzas de Buenos Aires. Los oficiales se sublevaron, comunicaron a Rondeau que no acatarían al nuevo jefe y lo instaron a iniciar las operaciones. Rondeau en rebeldía dispuso el comienzo de la campaña. El general Paz recordaría después en sus Memorias que era un ejército anarquizado que marchaba hacia un

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desastre seguro.

Los realistas comenzaron a sufrir continuos reveses que fueron debilitándolos. Estas pequeñas victorias patriotas obtenidas inicialmente obligó a Pezuela a retirar sus fuerzas hasta Oruro, abandonando pueblos que fueron ocupados por los hombres de Rondeau. Este se apoderó de Potosí y Charcas y estableció su cuartel en Chayanta.

Pero el Ejército Criollo comenzó a desmoralizarse. A ello se le sumaban los problemas por el manejo político de Buenos Aires que paralizaba a las luchas revolucionarias. Aún así se consiguió que el general español Pezuela retrocediera a Tupiza y luego a Cotagaita. El 17 de abril de 1815 se lograba un nuevo triunfo para las armas patrias en Puesto del Marqués. Entonces Pezuela retrocedió de Cotagaita a Chollapata donde concentró todas las fuerzas militares españolas. Potosí cayó en poder de Rondeau.

Martín Miguel de Güemes enemistado con Rondeau abandonó las filas del ejército junto con sus gauchos y se retiró hacia Salta, llevándose consigo el parque del ejército que se encontraba en Jujuy. A su vez, Martín Rodríguez pretendió sorprender al General Olañeta, brillante militar jujeño a las órdenes del virrey de Lima, en el pueblo de Venta y Media, pero fue derrotado.

Rondeau buscó refugio en la pampa de Sipe-Sipe, junto a los macizos de Viluma. Allí fue alcanzado por Pezuela el 28 de noviembre de 1815, resultando el encuentro la más grave derrota -después de Huaqui- sufrida por las tropas patriotas en la guerra de la emancipación. Con esta derrota el Alto Perú se perdió definitivamente. Este hecho dio lugar a que en Europa se creyera que la suerte de la revolución estaba sellada.

Los Patricios retrocedieron una vez más hasta Humahuaca (Jujuy). Parecía que la revolución en el Alto Perú había fracasado.

Rondeau intentó quitarle 500 fusiles a los gauchos salteños. Güemes se negó terminantemente a desarmar a su provincia. El conflicto llegó a oídos del Director Supremo Alvarez Thomas quien decidió enviar una expedición al mando del coronel Domingo French para mediar en el conflicto y socorrer a las tropas de Rondeau varadas en el Norte salteño. Rondeau parecía más preocupado por escarmentar a Güemes y evitar el surgimiento de un nuevo Artigas en el Norte que por aunar fuerzas y preparar la resistencia frente al inminente avance español. Finalmente, el 22 de marzo de 1816 se llegó a un acuerdo: Salta seguiría con sus métodos de guerra gaucha bajo la conducción de Güemes y brindaría auxilio a las tropas enviadas desde Buenos Aires.

Ya la independencia había sido declarada solemnemente en San Miguel de Tucumán (9 de julio de 1816). La estrategia definitivamente no había sido acertada. Se encomendó a San Martín idear el nuevo plan libertario: El terrible final del ejército del Norte, además de ocasionar nuevamente la pérdida del Alto Perú, hizo llegar a la conclusión de que ése no era el camino adecuado para enfrentar a los españoles de Lima. San Martín propondría reemplazarlo por la expedición a Chile y el ataque a Lima por mar.

Mientras tanto, las poblaciones altoperuanas continuarían hostigando a los españoles por medio de las llamadas "republiquetas", que capitaneadas por los gobernantes designados por Belgrano y otros caudillos mantuvieron convulsionada la región. Pezuela finalmente no pudo mantenerse en Salta y decidió abandonarla, retirándose al centro del Alto Perú para luchar desde allí contra los insurrectos.

BATALLA DE CHACABUCO - 12 de febrero de 1817

Batalla de Chacabuco (12-02-1817).    

(01) Cruce de la cordillera de los Andes.(02) Acciones preliminares.(03) Comienza la batalla.(04) Carga final de San Martín.

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(05) Fuentes.(06) Artículos relacionados.( Escuchar la marcha de la Batalla de Chacabuco )

Cruce de la cordillera de los Andes

Para poder alcanzar su objetivo final, que era lograr la independencia del Perú ocupando Lima, en acción coordinada con Bolívar, el general San Martín había previsto cruzar la cordillera de los Andes, en el mes de enero de 1817, y libertar a Chile. Las fuerzas principales que integraban el Ejercito de los Andes -que entonces dependía de las Provincias Unidas del Río de la Plata- lo hicieron divididas en dos columnas de efectivos. La más importante, por el llamado “camino de Los Patos”, a las órdenes del brigadier general Estanislao Soler. Por el mismo camino marcharon el Libertador y el brigadier O’Higgins. La columna menor, lo hizo por el “camino de Uspallata”, a las órdenes del general Juan Gregorio de Las Heras. Esa ruta fue utilizada también, dada su menor dificultad, por gran parte de la artillería y los abastecimientos, conducido por el capitán fray Luis Beltrán.Ambas columnas debían apoyarse mutuamente y reunirse en el valle del río Aconcagua, en la zona comprendida entre San Felipe y Santa Rosa de los Andes. La intención de San Martín era avanzar hacia la cuesta de Chacabuco, donde tenía previsto conducir una batalla de aniquilamiento.

Con el fin de obligar al jefe español, Casimiro Marco del Pont, a dispersar sus fuerzas y engañarlo sobre la oportunidad y lugar de su esfuerzo principal, el Libertador había ordenado cuatro travesías secundarias con efectivos menores: dos al norte y otras dos al sur. A pesar de los múltiples problemas que supuso atravesar montañas de hasta 5.000 metros de altura, en un frente de 800 kilómetros de extensión y con recorridos que fluctuaban entre los 380 y 750 kilómetros, los diversos agrupamientos mencionados aparecieron casi simultáneamente sobre el territorio chileno entre los días 6 y 8 de febrero de 1817.

La columna mayor del ejército patriota ocupo San Felipe el día 8 de febrero, después de librar los combates de Achupallas el día 4 y de Las Coimas el día 7 de ese mes. Por su parte, el coronel Las Heras alcanzó Santa Rosa también el día 8, debiendo combatir durante su marcha con débiles fracciones españolas en Picheuta, Potrerillos y Guardia Vieja. Reunida así la masa de los efectivos, San Martín estimó la imposibilidad realista de oponérsele con fuerzas suficientes, aunque tenía la certeza que habría cierta resistencia en el área de la cuesta de Chacabuco, dada su importancia estratégica.

Acciones preliminares

El 10 de febrero agrupó su ejército al pie de la cuesta y, después de realizados los reconocimientos en detalle, resolvió dar la batalla el día 12 a la madrugada, previa discusión del plan con sus jefes subordinados, el 11 al mediodía oportunidad en la cual impartió la orden de ataque.

Por su parte, Marco del Pont dispuso la rápida reunión hacia las cercanías de Santiago de los efectivos de Rancagua, Curicó y Talca.

En la tarde del 10 de febrero nombró al brigadier Rafael Maroto comandante de las tropas y, con órdenes poco precisas, le mandó marchar al lugar alcanzado por San Martín. El jefe español llegó a la hacienda de Chacabuco en la tarde del día 11, con algo más de 2.000 hombres. Se adelantó a reconocer la cuesta, decidiendo ocuparla en la mañana siguiente. Calculó a los efectivos de San Martín en unos 800 hombres y esperó el ataque dentro de las siguientes 48 horas, lo cual daría tiempo para la llegada de los refuerzos solicitados a Santiago. Al retirarse hacia la hacienda, en la noche del día 11, dejó en la cuesta una fracción de seguridad a órdenes del capitán Mijares.

San Martín apreció acertadamente que el enemigo se defendería en la cuesta de las alturas de Chacabuco, pero ignoraba que, según el plan de Maroto, ello se haría efectivo a partir del día 12. En la mañana del 11 de febrero había comprobado avanzadas enemigas entre la Quebrada de los Morteros y la Loma de los Bochinches, creyendo que se trataba de una parte del grueso realista. Como la posición era fácil de atacar por sus flancos, resolvió adelantar su ejército esa

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noche hasta Manantiales, para asaltarla al amanecer del día 12 de febrero.

Comienza la batalla

Para ello formó dos divisiones. La primera, a ordenes de Soler, compuesta por los batallones No 1 y 11, las compañías de granaderos y volteadores de los batallones No 7 y 8, el escuadrón escolta, el 4º escuadrón de granaderos y 2 piezas de artillería. Estas fuerzas debían atacar por el oeste. La segunda, al mando de O’Higgins, formada por el resto de los batallones No 7 y 8, los tres escuadrones restantes de granaderos y 2 piezas de artillería, que realizarían la misma operación por el lado este. El total de estas tropas alcanzaba a unos 3.500 hombres, de los cuales 2.000 correspondían al mando de Soler. Este primer plan se ejecutó a partir de las dos de la madrugada. Con las primeras luces se atacó a los efectivos de Mijares, los que se replegaron rápidamente hacia la masa del ejército real, siendo sorprendidos mientras avanzaban a la altura del cerro del Chingue.

En tal oportunidad se modificó el plan inicial patriota, pues Maroto había ocupado una posición defensiva en los cerros Guanaco, Quemado y Chingue al tomar conocimiento del repliegue de Mijares. San Martín consideró estas posiciones fácilmente rodeables, y como se trataba en su gran mayoría de fuerzas de infantería, resolvió conducir una batalla ofensiva con una acción frontal de aferramiento con la división O’Higgins y una maniobra envolvente con la división Soler, por el camino de la Cuesta Nueva, lo cual aseguraba caer por sorpresa sobre la retaguardia enemiga.

Al impartir las instrucciones a ambos jefes, encomendó a O’Higgins la misión de amenazar el frente realista sin comprometerse seriamente, con el fin de distraer la atención y dar tiempo a que la división Soler -cuyo trayecto era más largo- desembocase por el frente oeste de la posición. En ese momento ambos debían lanzarse al asalto, coordinando sus respectivas maniobras. No obstante las recomendaciones de no quebrar la simultaneidad de ambos ataques, O’Higgins ordenó proseguir el avance de su columna hasta alcanzar las distancias de tiro. Dado lo escabroso del terreno, recién al sobrepasar el cerro de los Halcones pudo desplegar en batalla, abriendo inmediatamente el fuego, el que fue intensamente contestado desde la posición realista. Al cabo de una hora, O’Higgins ordenó a sus tropas pasar al asalto, las que se lanzaron sobre el cerro Guanaco y el Quemado. Los escuadrones de granaderos fueron dirigidos por el estero de Las Margaritas contra el ala oeste enemiga. El intenso fuego y la acción decidida de la defensa española rechazaron este intento.

Desde lo alto de la cuesta, San Martín presenció el estéril esfuerzo, y temiendo que Maroto aprovechase la momentánea ventaja lograda para pasar a un contraataque, que podía significar la derrota de la primera división, ordenó a su ayudante Alvarez de Condarco que alcanzase a Soler y le instara a apresurar su avance. Luego, el Libertador cabalgó velozmente cuesta abajo para tomar la conducción personal de la primera división. Cuando llegó al morro de Las Tórtolas Cuyanas ya era tarde: O’Higgins había renovado su ataque y, por lo tanto, no era posible retroceder. Avanzando nuevamente por la quebrada de la Ñipa, pero ahora con la Caballería en el ala este, el prócer chileno se empeñó por segunda vez.

El peligro de un fracaso desapareció poco después, pues se hizo sentir la proximidad de Soler manifestada por una visible vacilación del ala oeste de la posición.

Soler había alcanzado, a la una y media del mediodía, la pendiente occidental del cerro del Chingue sin que sus defensores lo supiesen, pues trataban de contener nuevamente a O’Higgins. El ataque del batallón No 1, que marchaba a la cabeza, resultó una verdadera sorpresa para los realistas. Comprendieron que la caída del morro el Chingue significaría el derrumbe de toda resistencia, por lo que trataron de retenerlo tenazmente, no pudiendo evitar su derrota final.

Carga final de San Martín

Cuando San Martín llegó al campo de la lucha vio decidida la batalla: tomó la bandera de los Andes de manos de su portaestandarte y se colocó a la cabeza de los granaderos, lanzándose a la carga contra un ala de la posición. El escuadrón de Medina pasó audazmente por uno de

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los claros de la infantería española, alcanzando a sablear a los artilleros sobre sus mismas piezas. Al mismo tiempo, Zapiola hacía otro tanto, envolviendo el ala derecha en una impetuosa carga y los batallones No 7 y 8 se apoderaron del cerro Guanaco, haciendo replegar a sus defensores.

Después del combate hubo una corta persecución de la Caballería patriota hasta el Portezuelo de la colina. Los perseguidores regresaron a Chacabuco, sin advertir que al Sur del citado Portezuelo, y a escasa distancia del mismo, se encontraba el comandante Baranao con 180 húsares. Fue el único refuerzo que pudo ser dirigido a tiempo para recibir a los fugitivos de Chacabuco, pues el resto -alrededor de 1.600 hombres con 16 piezas de artillería, que Marco del Pont había logrado reunir en Santiago en la mañana del mismo día de la batalla- se hallaba imposibilitado de proseguir la marcha hacia el norte debido al cansancio físico de las tropas.

Las pérdidas de los realistas ascendieron a 500 muertos, 600 prisioneros (incluyendo 32 oficiales), 2 piezas de artillería, un parque completo y 3 banderas. A los patriotas, este triunfo significo 12 muertos y 120 heridos. San Martín resumió de esta forma la victoria obtenida:

“En 24 días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile".

BATALLA DE CURAPALIGUE - 4 de abril de 1817

Luego de la Batalla de Chacabuco El cansancio de las tropas impidió a San Martín perseguir a los realistas hasta su aniquilamiento. Pudieron estos rehacerse en el sur, donde contaban con numerosos partidarios, recibieron refuerzos desde el Perú y afirmándose en sus montañosas regiones, prolongaron su resistencia por un año más. Pareció en un principio esta resistencia, consecuencia lamentable de un descuido o de una falta de previsión de San Martín, pero el tiempo le dio la razón. A los pocos días de ocupar a Santiago, el General San Martín dio orden para que una división marchara hacia el sur a completar la victoria con la persecución del enemigo. La dificultad de aprovisionarla la retardó hasta el de 3 de marzo. En esas serranías la marcha fue lenta y difícil.

El Coronel Las Heras que la mandaba partió con sus 1.300 hombres casi sin caballos. Irritado O'Higgins por la lentitud de esa marcha, llegó a acusar al jefe argentino de negligencia y abandono y hasta pretendió juzgarlo militarmente. Finalmente se decidió a ir él mismo a dirigir la campaña. Sin embargo Las Heras se había comportado valientemente. A principios de abril había acampado en la hacienda de Curapaligue, a 20 kilómetros de Concepción. El jefe de la plaza de Talcahuano, Ordoñez, le atacó en la noche del 5, sabiendo que O'Higgins acudía con nuevas tropas. Las Heras le rechazó con graves pérdidas y luego siguió avanzando. Ocupó a Concepción y puso sitio a Talcahuano, fortificándose en el cerro Gavilán. El 5 de mayo el tenaz Ordóñez volvió a atacar a los patriotas. Cuando la victoria estaba ya decidida apareció la vanguardia de O'Higgins que la completó. El director chileno asumió el mando de todas las fuerzas sitiadoras.

Había tardado en llegar más tiempo aún que Las Heras. O'Higgins fue conquistando poco a poco los fuertes que defendían la zona de Talcahuano. En el mes de julio intentó un asalto a la plaza pero se retiró sin empeñarse. El tiempo pasaba frente a la plaza fuerte. O'Higgins impaciente se determinó a tomarla por asalto el 6 de diciembre. Siguieron el plan del oficial francés Brayer, que se había agregado al estado mayor. Este impuso un ataque frontal en el punto más fuerte de la defensa. Ordoñez tenía unos 1.700 hombres y 130 cañones, y algunas naves en la bahía. El asalto comenzó cerca de las 3 de la mañana. Las Heras alcanzó a apoderarse del Morro de la izquierda. Pero los patriotas que se habían embarcado para apoderarse de unas naves en la bahía de San Vicente y envolver al enemigo, debieron volver diezmados. No le cupo mejor suerte a las fuerzas que atacaron en el flanco derecho. O'Higgins viendo la inutilidad del sacrificio de Las Heras que continuaba en su posición, dio la orden de retirada. La acción les había costado a los patriotas cerca de 500 hombres, entre muertos y heridos.

San Martín había ido a Buenos Aires para tratar con el director Pueyrredón la continuación de la

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campaña hasta Lima. Volvió en el mes de mayo y con todo su empeño se dio a la preparación del ejército libertador, estableciendo en las Tablas un campamento semejante al del Plumerillo.

A fines de 1817 contaba con 9.000 hombres perfectamente disciplinados y armados. El virrey Pezuela decidido a no perder la capitanía de Chile y a anular así la expedición de San Martín, que ya preveía, mandó a este territorio un fuerte ejército de 3.300 hombres al mando del General Osorio. Estas fuerzas desembarcaron en Talcahuano a mediados de enero de 1818 y unidas a las de Ordóñez formaron un ejército de 5.000 hombres. San Martín dio orden a O'Higgins de replegarse y al ejército del norte de descender. Osorio emprendió muy tarde la persecución de O'Higgins y en vez de hacerlo con rapidez por mar, utilizando la escuadra, eligió el largo y penoso camino terrestre. Los dos cuerpos del ejército patriota se encontraron el 12 de marzo en Chimborango. Desde ese momento la superioridad volvía a estar de su parte. San Martín fue en busca del enemigo, pero este retrocedió evitando el encuentro. Perseguido de cerca, Osorio se vio obligado a aceptar el combate. Formado en batalla acampó en las proximidades de Talca.

Su situación era desesperada pues tenía a sus espaldas el río Maule. El Coronel Ordoñez impuso su decisión de atacar a los patriotas esa misma noche por sorpresa (19 de marzo). El ejército de San Martín había acampado al pie de los cerros de Baeza. A las 21 las tropas de Ordóñez avanzaron sigilosamente en tres columnas. San Martín había sido avisado por un espía del próximo ataque y estaba efectuando un cambio de frente. El ejército patriota fue sorprendido en plena maniobra y dispersado sangrientamente. Sin embargo Las Heras tomó el mando del ala derecha patriota que como ya había efectuado el cambio previsto quedó intacta, y pasando por entre los mismos realistas, que en la confusión no lo advirtieron, se dirigió hacia el norte. Al llegar al río Lircay, pudo comunicar a San Martín que se retiraba con 3.500 hombres. Osorio no persiguió a los patriotas y les permitió alejarse y rehacerse. Este error le costó la derrota de Maipú.

BATALLA DE MAIPU - 5 de abril de 1818

Atento al avance español, San Martín, convencido de su plena capacidad para oponerse al mismo consideró esta geografía como la más adecuada para presentar batalla. El dispositivo patriota se desplegó, el 4 de abril, sobre Loma Blanca y el realista, al mando de Osorio, sobre la elevación triangular. En las primeras horas de la mañana siguiente, el Libertador hizo el reconocimiento de la posición enemiga, observando que el grueso de las fuerzas españolas se había desplegado sobre un costado de la meseta previendo la posibilidad de un envolvimiento del mismo. El jefe realista había mandado emplazar dos cañones sobre el cerro Errázuriz y reforzado su artillería con cuatro compañías de Cazadores. Según el relato de O’Brien, San Martín exclamó: “Osorio es más torpe de lo que yo creía. El triunfo de este día es nuestro: ¡el sol por testigo!”

El plan realista fue defensivo, pues Osorio, en su parte del 17 de abril, manifestó que esperaba conocer las ideas de San Martín. El jefe español distribuyó sus fuerzas en línea, sobre la base de tres agrupaciones: Primo de Rivera (compañías de Granaderos y Cazadores), Morla y Ordóñez. En el ejército realista algunos jefes, como Ordóñez y Morgado, sostenían la necesidad de una actitud ofensiva, tal cual había ocurrido en la junta de guerra previa a Cancha Rayada. Estos disensos se hicieron sentir también durante el combate y contribuyeron a la derrota española en Maipo. Un aspecto interesante del dispositivo inicial de Osorio fue que no dejó reserva: durante la batalla intentó organizarla sobre la base de la agrupación de Granaderos y Cazadores de Primo de Rivera, pero fue imposible por estar este jefe empeñado en combate con la división de Las Heras.

El plan y el dispositivo de San Martín, en cambio, fue ofensivo, aprovechando las ventajas del terreno para lograr una rápida victoria. Comprendió dos líneas y tres divisiones: Las Heras, al oeste;Alvarado, al centro-este y la reserva, con tres batallones a órdenes de Quintana, centro y

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retaguardia.

La batalla se inició con un intenso fuego de la artillería patriota, que fue contestado por la realista. Era cerca del mediodía del 5 de abril de 1818. La división Las Heras encabezó el ataque a la posición de Primo de Rivera, con el fin de conquistarla y amenazar luego el flanco del dispositivo enemigo. La artillería española de los cerrillos de Errázuriz, abrió fuego de flanco sobre el Batallón No 11, sin detenerlo, mientras que los Dragones de Morado cayeron sobre Las Heras, quien ordenó a Zapiola para que los contuviera.

Entre tanto, la artillería de Blanco Encalada trataba de neutralizar el contraataque de los Dragones. Los dos escuadrones que encabezaban la formación de los Granaderos a Caballo, a las órdenes de Escalada y Medina, arrollaron a los Dragones empujándolos hacia el flanco noroeste del dispositivo realista (división “Morla”), pero, después de sufrir bajas, fueron obligados a replegarse. Reorganizados, con cuatro escuadrones, volvieron los Granaderos patriotas al ataque, haciendo desaparecer a los Dragones del campo de batalla.

El Batallón N 19 se posesionó de una pequeña altura desde la cual amenazó a los batallones Burgos y Arequipa. Cuando la División Alvarado , acompañando el avance de Las Heras, se encontraba a media distancia de la primera línea realista, Ordóñez ordeno un contraataque frontal con toda su división, que fue acompañada por los batallones Burgos y Arequipa. El Libertador ordenó, inicialmente, que la artillería de Borgono tratara de detener tal reacción, cosa que pudo concretar “con fuego de metralla”, pero sin impedir una cierta vacilación que fue salvada por la oportuna presencia de Quintana con la reserva.

Este fue el momento crítico de la batalla. Las Heras ordenó que el Batallón “Infantes de la Patria ” concurriera en ayuda de Alvarado, para equilibrar la situación. Si bien la caballería realista del flanco derecho había sido cargada y derrotada por Freire, subsistía el peligro del avance de Ordóñez. San Martín dispuso el rápido movimiento de la reserva, que con sus tres batallones ejecutó un ataque al flanco derecho del dispositivo español que había iniciado el contraataque.

El brigadier Osorio, antes de producirse la crisis patriota, había dispuesto la concurrencia de Primo de Rivera como reserva. Esta orden, que inicialmente podría haberse cumplido con cierta dificultad, se ejecutó en el peor momento, porque los efectivos de Errázuriz estaban aislados del resto de la acción. En el cuadro final de la batalla, el dispositivo realista fue rodeado por la división Las Heras al oeste, Alvarado en el centro y Quintana al este. Ambas caballerías patriotas, de Zapiola y de Freire, completaron el cerco. Osorio trató de replegarse sobre la hacienda “Los Espejos”, y no consiguiéndolo, huyó en dirección a Talcahuano. Ordóñez ofreció la última resistencia en la misma hacienda, viéndose obligado a rendirse en menos de media hora.

La batalla finalizó hacia las seis de la tarde: los españoles tuvieron 2.000 muertos y fueron hechos prisioneros unos 3.000 hombres. Perdieron toda la artillería, parque y servicios logísticos, además de numeroso armamento. El ejército patriota sufrió la perdida de 1.000 hombres, entre muertos y heridos. La batalla se ejecutó como una típica acción de aniquilamiento.

Podemos afirmar que el triunfo patriota de Maipú consolidó la independencia de Chile, contribuyendo, en gran medida, a asegurar la futura expedición sobre el Perú y a hacer posible la acción vigorosa de Bolívar en Colombia y Venezuela. Expuso, claramente, el genio de San Martín y demostró su capacidad de recuperación después de Cancha Rayada.

ROSAS, Y LA ANARQUÍA de 1820

(01) Llamado del brigadier Martín Rodríguez.

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(02) Rosas y sus Colorados del Monte van hacia Buenos Aires.(03) Año de anarquía total.(04) Campaña contra López y Alvear.(05) Combate de San Nicolás.(06) Encuentro de Rosas con Estanislao López.(07) Derrota de Dorrego en las chacras de Gamonal(08) Martín Rodríguez gobernador(09) Motín del 1º de octubre de 1820(10) Triunfo de Rosas(11) Honorable legión americana (12) Manifiesto al pueblo(13) Fuente (14) Artículos relacionados

Llamado del brigadier Martín Rodríguez

Es en 1820, en uno de los últimos días de junio. Un chasque, rumbo al sur, cabalga por las pampas. Desde hace horas atraviesa la estancia “Los Cerrillos”, inmensa como un feudo, en la que busca al propietario. Sabe que lo encontrará en el puesto “La Independencia”. ¡Leguas para llegar hasta allí, extremo límite de la civilización! Más allá viven los indios, con sus lanzas, sus boleadoras y la espantable amenaza de sus malones.

Frente al patrón. Si no lo conociera, el chasque sabría que es él. No por su vestimenta –chiripá de bayeta colorada y camisa ceñida al cuello con un pañuelo también colorado-, que es la de un paisano cualquiera, sino por su aspecto y su tipo. Es un hombre joven y rubio, de unos veintisiete años, de sólida y espléndida figura y de rostro afeitado y excepcionalmente bello: ojos azules, tez muy blanca y rosada, mirada penetrante, patillas de ancha base. Todo en él revela fuerza y virilidad.

El estanciero lee el pliego que le mandan con urgencia desde Buenos Aires. Es un llamado del brigadier Martín Rodríguez, flamante general en jefe del ejército de la Provincia. Le informa sobre la anarquía de la ciudad. Teme que horas luctuosas sobrevengan, y le pide ir allí, para defender al Gobierno con cuanta gente armada logre reunir. El joven estanciero no vacila. Dispone que sus gauchos le sigan, y abandona el puesto “La Independencia” para dirigirse a la casa de la estancia. Tiene ya muchos hombres apalabrados: desde fines de mayo comenzó, por encargo de la autoridad, a formar un regimiento con sus peones y los de las estancias vecinas. Es extraordinario lo que ha conseguido en un mes. Pero la gravedad de la hora exige un esfuerzo vehemente. Y se instala en su casa de “Los Cerrillos”, situada en la Guardia del Monte.

Desde allí, con rapidez, envía emisarios a los diversos puestos de su estancia y a las estancias próximas. Pronto y en grupos, algunos de los cuales son numerosos, comienzan a llegar los gauchos a “Los Cerrillos”: unos con su caballo y su apero, y a veces con un amigo en ancas; y otros a pie. La mayoría son milicianos y forman, aunque dispersos, un regimiento. Muchos de ellos –ciento ocho- son peones de su estancia y de otras que él administra. Los ha armado y les ha dado el caballo, el apero y la ropa. Reúne cerca de dos mil hombres en media semana. Elije quinientos, y el último día de junio se pone a su frente y, todos a caballo, vestidos de chaqueta y chiripá colorados, se dirigen a través de la pampa silenciosa, a salvar a la ciudad.

Este hombre de acción, este conductor de los gauchos, que no es militar y que sólo por cumplir su deber y defender el orden social se aleja de sus tierras y las desguarnece, dejándolas expuestas a los malones de los indios, se llama Juan Manuel de Rosas. El será, dentro de diez años, la más poderosa fuerza de la América Hispana.

Rosas y sus Colorados del Monte van hacia Buenos Aires

Mientras el frente de sus gauchos cabalga hacia Buenos Aires, Juan Manuel se pregunta qué ocurrirá allí. Aunque ha seguido con ansiedad los sucesos de los seis meses transcurrido de ese

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dramático año 20, y en su carta el general Rodríguez le comunica sus temores, no sospecha lo que en ese preciso instante acontece. Se han producido en lo que va del año tantos levantamientos militares y violentos cambios de autoridades que un día existieron cuatro gobiernos y muchas mañanas las gentes se preguntaban unas a otras: “¿Quién gobierna hoy?"

Desde hace diez años el país ignora la tranquilidad. Juan Manuel tiene el convencimiento de que el 25 de Mayo de 1810 no estábamos maduros para independizarnos de España. En tiempo de los Virreyes, lo que son ahora las provincias se gobernaban autonómicamente; y he aquí que desde 1810 Buenos Aires pretende gobernar a las otras. Ni tampoco es Buenos Aires, sino un grupo de hombres que se creen los más inteligentes y los más sabios. Acaso lo son, pero sus espíritus están atestados de doctrinas extranjeras, lejos de nuestras realidades. Ambiciosos, orgullosos, esos porteños han vivido combatiéndose entre ellos. Diez revoluciones, motines, sublevaciones y golpes de estado han habido exactamente desde el 25 de Mayo de 1810, sin contar la conspiración de los españoles. Sólo ha durado algo la paz durante los tres años del Directorio, desde 1816 hasta 1819. Una paz relativa, pues se vivió en continua agitación y descontento, si bien no llegó a estallar, porque fue descubierta, la revuelta que tramaban los enemigos del Gobierno en los años 16 y 17. Y paz sólo entre los porteños, porque con las provincias Buenos Aires no la tuvo en ese período del Directorio, que transcurrió en guerra con los caudillos de la Banda Oriental, de Santa Fe y de Entre Ríos.

Año de anarquía total

En este año 20, la crisis del orden ha llegado a la exasperación. Primeros días de enero: sublevación en Arequito del ejército que venía a defender al gobierno nacional contra los santafecinos. Febrero: las tropas nacionales, al mando del Supremo Director, son vencidas en Cepeda por Estanislao López, gobernador y caudillo de Santa Fe. Pánico en Buenos Aires. “¡Se vienen los montoneros!”, exclama con terror la gente. Con esta palabra, los porteños califican de hordas sin disciplina, de bárbaros amontonados para el pillaje y el crimen, a los gauchos santafecinos y entrerrianos que siguen a Estanislao López y a Francisco Ramírez.

Cae, por la derrota, el régimen directorial, es decir, nacional, centralista y unitario. El jefe del ejército el general Soler, exige la disolución del Congreso y del Directorio. Las provincias recobran su autonomía absoluta. Pocos días después, elecciones para miembros de la Junta de Representantes –así es llamada la legislatura de Buenos Aires-, que designa gobernador a Manuel de Sarratea, dejando un gobernador interino, y el 28 de febrero firma, con López y Ramírez, el Tratado del Pilar.

Los caudillos, con sus escoltas de gauchos andrajosos y de indios, entran en Buenos Aires y atan sus caballos en la Pirámide de Mayo, y luego suben al Cabildo, donde se les ha preparado una recepción. Primeros días de marzo: pronunciamiento del general Juan Ramón Balcarce, al frente de algunas tropas salvadas en Cepeda. Los caudillos se acercan de nuevo a Buenos Aires, y el entrerriano Pancho Ramírez exige a Balcarce que abandone la provincia. Balcarce huye, y el general Carlos de Alvear pretende apoderarse del gobierno. Cabildo abierto, en la plaza de la Victoria. El pueblo, al saber que está allí Alvear, el dictador de 1815, se amotina junto con la tropa. El Cabildo repone a Sarratea en la madrugada del 12 de marzo. Trece días después es descubierta la conjuración de Alvear. Transcurren treinta y dos días de tranquilidad mientras gobierna Sarratea. Pero en las elecciones del 27 de abril triunfan los “directoriales”, que ya empiezan a ser llamados “unitarios”. Sarratea queda aislado y desprestigiado por obra de sus enemigos y, cuatro días más tarde, el 1º de mayo, el Cabildo le pide la renuncia. Se nombra gobernador interino al presidente de la Junta, cargo que a principios de junio se le da en propiedad. Otro mes y medio de calma; pero muy relativa, pues se sabe que graves acontecimientos se preparan. Junio 16: el general Soler se hace nombrar gobernador por algunos representantes de la campaña, reunidos en la Villa de Luján, y obtiene que el Cabildo de esa localidad lo reconozca. Comunica su designación al de Buenos Aires, que se somete –por temor, pues Soler es el dueño del ejército- a tamaña irregularidad. Renuncia el gobernador interino, y el 20 Soler entra en la ciudad y jura. Al otro día parte en campaña contra Estanislao López y deja en el mando militar de la ciudad a Manuel Dorrego, que acaba de llegar del destierro en los Estados Unidos que le impusieron en 1816 y que nombra Comandante general de la campaña al brigadier Martín Rodríguez. Pero cuatro días después, Soler es derrotado por Estanislao López en la Cañada de la Cruz y el 30 huye a la Colonia, pueblo de la Banda Oriental, embarcándose ocultamente. La Provincia queda otra vez sin gobierno y el Cabildo

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asume el de la ciudad.

El balance de los seis primeros meses de ese año 20 no puede ser más lamentable. Los anarquistas -ha de pensar Juan Manuel- no son ahora los caudillos incultos del litoral, sino los porteños Alvear, Balcarce y Soler: los dos últimos, generales de la Independencia que combatieron junto a San Martín y a Bolívar. Se han sucedido en esos meses con tanta facilidad los gobiernos; ha habido tantos atentados contra el orden, ese orden amado por Rosas tan fuertemente; de tal modo se ha apoderado de los porteños el espíritu anárquico, que mientras él galopaba a través de los campos, al frente de sus milicianos, no acertaría con lo que está pasando.

El no es hombre de partido. No se interesa por la política sino en cuanto a su relación con el progreso del país y la tranquilidad pública. Hombre de disciplina y de hogar; hombre de negocios, que se ha enriquecido trabajando duramente en el campo y vendiendo al extranjero productos del país, estará siempre de parte del orden. Por amarlo violentamente no quiso adherirse al movimiento de 1810. No creía en los que lo encabezaban, y estaba cierto de que traerían el caos. Aristócratas y europeizantes, no se interesaban por la campaña, y han pretendido, y pretenden, llamar a un príncipe europeo para que gobierne: proyecto que ha suscitado el levantamiento de los caudillos. Rosas no ha estado con ellos por considerarlos demócratas, sino por lo contrario. La Revolución nació oligárquica y aristocrática. La democracia estaba en el campo, pues la plebe de la ciudad era servil en 1810. El gran demócrata era el gaucho, el hombre que amaba su libertad y respetaba la de los otros. Pero aunque Rosas no participara en la Revolución, él, hasta entonces, ha hecho mucho por el país. No ha contribuido a liberarlo de los españoles, pero lo ha librado de los indios. Sin él, la campaña de Buenos Aires hubiera sido arrasada por los salvajes y no hubiéramos podido independizarnos. Su obra, en cierto modo, ha hecho posible la de San Martín.

Juan Manuel, en su marcha hacia la ciudad, se detiene en las Lomas de Zamora. Es el 1º de julio. Allí lo encuentran el brigadier Martín Rodríguez, comandante general de la Campaña, y el coronel Manuel Dorrego, que es el gobernador militar de la ciudad. Ellos le enteran de los sucesos: mientras el ejército de Estanislao López se acercaba a Buenos Aires, el coronel Manuel Vicente Pagola, un barbarote, al mando de las tropas vencidas en la Cañada de la Cruz, ha entrado en la ciudad, se ha apoderado del Fuerte, y, desgreñado y sucio, con las botas granaderas embarradas, ha subido a zancos la escalera del Cabildo y se ha encarado con la corporación. No aspiraba Pagola a ser gobernador. Se contentaba con el cargo de Comandante de Armas, y el Cabildo, atemorizado, lo nombró. Rodríguez, Dorrego y Rosas vuelven a la ciudad y reconquistan el Fuerte y el 2 de julio se recogen los votos para miembros de la Junta Electoral, la que, al día siguiente, designa gobernador interino al coronel Dorrego. Mientras tanto, el general Carlos de Alvear, que, despechado, se había ido al ejército de Estanislao López, se ha hecho nombrar en Luján, por varios diputados de la campaña, que se titulan “representantes de los pueblos libres”, gobernador y capitán general interino. El 4 de julio son leídos en el Cabildo de Buenos Aires su oficio y el de los diputados. A los diputados les contesta el Cabildo que Alvear es resistido por todo el pueblo.

Campaña contra López y Alvear

Las tropas van a partir en campaña contra López y Alvear. Entre ellas las de Rosas. A todos ha producido gran impresión el joven estanciero de “Los Cerrillos” y sus disciplinados gauchos. Rodríguez lo felicita y pide para él –capitán desde 1817-, al gobernador delegado, pues también Dorrego ha salido a la guerra, el nombramiento de comandante del 5º regimiento de la Campaña, que recibe unos días después. Igualmente ha impresionado bien el coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid, el valiente guerrero de la Independencia, el de las famosas cargas de caballería. Lamadrid, que manda una parte del ejército, ha llegado con sus hombres al puente de Márquez sin encontrar los caballos que Dorrego le había prometido en el Fuerte; y Rosas se los consigue con ejecutiva rapidez. Tampoco Lamadrid ha encontrado el baqueano que

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necesita, y Rosas se le ofrece: “No necesita de baqueano, general; yo basto para conducirle y soy mejor que cuantos pudieran darle”. Lamadrid también felicita a ese “joven tan diligente y resuelto”, al que toma simpatía.

Al comenzar las tropas la marcha, ya oscurece. Rosas, que conoce la comarca palmo a palmo, las va guiando. En una estancia se encuentra con Rodríguez, el general en jefe. Carnean y comen los soldados. Después de algunas andanzas, vuelven al puente de Barracas –inmediato a la ciudad- , por temor de que el enemigo la ataque por sorpresa. Dorrego también vuelve. El caudillo de Santa Fe se ha retirado con el grueso de su gente. Quedan Alvear y el chileno José Miguel Carrera en San Nicolás. Hacia allá van ahora las tropas de Buenos Aires.

En el monte del Durazno, Rosas y sus hombres dan una lección de orden y disciplina. Los soldados de Dorrego, delante del propio gobernador, incurren en desórdenes de diversa especie. Han robado durante la marcha y roban en aquel lugar, y han carneado cuantas reses encontraron. Pero los soldados de Rosas, los del 5º regimiento de Campaña, sólo toman la carne que estrictamente necesitan.

Combate de San Nicolás

El 2 de agosto llegan a San Nicolás. Dorrego manda a la infantería; y Rosas, Lamadrid y Rodríguez, la caballería. El pueblo es tomado por asalto; y sus defensores se rinden, salvo Alvear y Carrera, que huyen hacia Santa Fe. Las tropas de Dorrego saquean el pueblo, y los Colorados de Rosas dan otra vez ejemplo de corrección y disciplina: ejemplo desconocido en nuestros ejércitos, donde el saqueo fue siempre ley. Hasta aquellos soldados que estuvieron bajo el mando de jefes cultos y decentes, saquearon y violaron. ¿Qué extraño poder hay en Juan Manuel, en ese muchacho de veintisiete años, para imponerse así a los soldados, simples gauchos? ¿Y qué rigidez de principios para inculcar a sus hombres que las vidas y los bienes deben ser respetados por los vencedores? Dos meses después, en una proclama, él mismo lo explicará, atribuyéndolo a la “superioridad” que su espíritu reconoce al “orden y a la subordinación”; a que iban a salvar y no a destruir; y al poder que tienen “la justa severidad y el religioso ejemplo”.

Pocos días después del combate de San Nicolás, se concierta un armisticio. En las gestiones de paz, Rosas representa a Buenos Aires. El 7 de agosto, después de haberse hablado con el representante de López, celebra una entrevista con Dorrego. No es fácil que estos hombres se entiendan. Manuel Dorrego, espíritu culto, que ha pasado largo tiempo en los Estados Unidos, acaso no siente mucho aprecio por Rosas. Confía demasiado en sí mismo y carece de tacto. Rosas le pide que le deje arreglar con López una paz digna para Buenos Aires. Le asegura que si lo consigue, le hará nombrar gobernador, cosa que mucho desea Dorrego. En vez de acceder, Dorrego, fastidiado, se levanta de su asiento, se cruza de brazos y exclama: “Y de dónde dimana ese interés de usted por esa paz bochornosa con que me está repicando?”

Juan Manuel, que, por intermediarios, había prometido a López conseguir la paz, siempre que López se retirara a la provincia de Santa Fe, le habla de esas promesas. Y entonces Dorrego, fanfarrón y confiado, le contesta: “¡Pues yo le prometo, a mi vez, ser elegido gobernador, nada más que por la influencia de este pliego de papel!”. Es una nota al gobernador substituto, en donde le ordena convocar a la elección de los representantes que han de nombrar gobernador.

También Dorrego, en un intento hacia la paz, se entrevista con el gobernador de Santa Fe. Dorrego es federal como López, pero de un federalismo semejante al que ha visto en los Estados Unidos. López no le tiene simpatía: bajo su mando, las tropas de Buenos Aires, en 1815, saquearon y vejaron a la población de Santa Fe. López exige, con razón y justicia, que Buenos Aires indemnice a su provincia por esas y otras depredaciones que en ella causaron, arruinándola, los ejércitos porteños. Pero no se entienden los dos hombres, y ya no cabe dudar de que las hostilidades van a reanudarse pronto.

Encuentro de Rosas con Estanislao López

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Dos días después, y ante las dificultades que opone Dorrego a la paz, Rosas, acaso también llevado por su instinto gaucho, sino por su destino, se dirige a entrevistarse con el general López. Su encuentro tiene honda trascendencia. De este encuentro, ocurrido el 9 de agosto, va a nacer, no solamente la paz futura entre Santa Fe y Buenos Aires, sino también el federalismo. Del conocimiento y comprensión mutua entre esos dos hombres surgirán los principios esenciales de nuestra actual forma de gobierno. Surgirá un sentido auténticamente argentino de la política, de la historia, y aun de la vida, que se opondrá a las ideas y a los sentimientos de los europeizantes y encorbatados partidarios de la unidad. No se sabe lo que hablaron López y Rosas. Pero todo lo que desde ese día aconteció, demuestra que Rosas, indiferente hasta entonces a la política, hizo suyos los sentimientos federales que eran los de López desde tiempo atrás.

Estanislao López lleva a Juan Manuel siete años, y hace dos que gobierna Santa Fe. Su tipo físico –alta estatura, anchas espaldas, ademanes lentos, mirar bondadoso- acuérdase con su espíritu fuerte y sereno, ecuánime y patriarcal. Los presuntuosos porteños consideran como gaucho bruto y anarquista, como jefe de hordas, a ese hombre noble e inteligente, genial estratego y estadista por instinto. Su federalismo no es exactamente el de hoy, sino más bien el que preconizarán los republicanos españoles años después: autonomía absoluta para cada provincia, con un gobierno central –el de Buenos Aires, en nuestro caso- encargado de las relaciones exteriores y de la guerra. Es la concepción de José Gervasio de Artigas, el caudillo de la provincia Oriental y verdadero padre y creador del federalismo y de la democracia entre nosotros. El porteño Juan Manuel de Rosas ha debido convencerse, en esa noche del 9 de agosto, de que el federalismo de López, a quien él más tarde llamará “el patriarca de la Federación”, es la única forma de gobierno posible en estas tierras.

Tres días después de esta entrevista, los ejércitos combaten junto al arroyo Pavón. Rosas, hombre de disciplina, permanece al lado de Dorrego. Manda la caballería, y sus cargas, que dispersan la derecha de los santafecinos, contribuyen a la victoria. Los enemigos que más tarde Rosas tendrá en vida y después de muerto afirmarán que él no ha peleado nunca.

Derrota de Dorrego en las chacras de Gamonal

Pero ahora Dorrego, que no es muy juicioso, quiere continuar la guerra, internarse en Santa Fe en persecución de López. Rosas y Rodríguez intentan disuadirlo de un error que le conducirá a la catástrofe. No lo consiguen, y se separan de Dorrego. Resulta lo que previeron. Los ejércitos se encuentran el 2 de setiembre en las chacras de Gamonal, y las tropas de Dorrego son aniquiladas. Pero el vencedor no invade a Buenos Aires, y esto se debe a Rosas. Juan Manuel le envía con un emisario una carta en la que le pide no entrar en la Provincia, comprometiéndose él a que los porteños elijan gobernador al general Martín Rodríguez: partidario de la paz y de la alianza con Santa Fe contra el caudillo de Entre Ríos, Ramírez, que pretende su hegemonía sobre el litoral. A mediados de setiembre, López, que ha aceptado, se retirará al pueblo de Rosario.

En Buenos Aires, en la ciudad como en la campaña, se han realizado, mientras tanto, las elecciones de los representantes que deberán designar gobernador, y la Junta se ha instalado el 6 de setiembre. Rosas, sin que él lo pidiera ni supiera, ha sido elegido representante por San Vicente, pero él, que desdeña la política y no aspira a cargo alguno, renuncia.

La candidatura de Dorrego, después del desastre del Gamonal, está casi muerta. Por entonces, aún no se ha formado definitivamente el Partido Federal. La gente más culta –los antiguos directoriales y que ya son llamados unitarios, porque quieren un gobierno único en todo el país- pide a Rosas, dueño de la situación, que elija entre uno de los ex gobernadores y el

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general Rodríguez. Rosas es ya el hombre de mayor poder en la campaña. El candidato que él quiera triunfará. Si deseara ser gobernador podría serlo. Pero a él sólo le interesa la paz y el orden. Y se dedica a trabajar en favor de la candidatura de Rodríguez. No porque sea su amigo. Ni le importa que figure entre los dictatoriales o unitarios. Rosas quiere sólo la paz con Santa Fe. Ha hablado con Estanislao López y ha comprendido que este hombre, si la guerra sigue, puede perjudicar enormemente a Buenos Aires. Hay que hacer la paz con él, y Rodríguez, cuyas ideas Rosas conoce, la convendrá en seguida.

Martín Rodríguez gobernador

Pero he aquí que algunos de los representantes parecen arrepentirse de su preferencia por Rodríguez. Alegan que el brigadier está bajo la influencia de Rosas. Se celebra una reunión. Rosas, presente allí –su renuncia es aceptada sólo el 18-, declara que si Rodríguez no es designado él no podrá mantener las seguridades de paz que ha dado a López y que así se lo escribirá al gobernador de Santa Fe, para dejarle en libertad de acción. Estas palabras impresionan y casi todos resuélven a votar por Rodríguez. Entonces la Junta pide a Rosas que reorganice su regimiento, y lo traiga a las proximidades de la ciudad para asegurar con su presencia el triunfo del general Rodríguez. Rosas se va a la Guardia del Monte. El 12 de setiembre tiene ya reunida su gente en “Los Cerrillos”, y el 24, desde la Cañada de Gaete, pide al gobierno armamentos y víveres. En su nota, declara que ama al hombre y que esto le “hace conocer la obligación de respetar las propiedades y protegerlas”, para lo cual cree necesario que el miliciano “encuentre en el seno de su regimiento todos los recursos”. Impone entre sus soldados una subordinación y un orden que considera admirables, no menos que su entusiasmo, y así se lo ha comunicado al gobernador desde Cañuelas.

Juan Manuel –hay que insistir- nada ambiciona para sí. El servir a la Provincia y al orden no le reporta sino sacrificios. El trabajo está abandonado en su estancia, y sus pérdidas son considerables. Si desea imponer a Rodríguez no es por recompensas, sino porque Rodríguez hará la paz con Santa Fe y establecerá el orden. El resorte que mueve a Rosas es la pasión del orden. En una nota al gobernador, le dice que su conducta, en lo sucesivo, será “no pertenecer a otro que al bien de la provincia”.

El 26 de setiembre la Junta designa gobernador al general Martín Rodríguez. Y al promulgar esta elección en un bando terrible, en donde habla contra “los novadores”, los que abrazan “el espíritu de novedad, de falsa política, de crítica mordaz, de atentado y de insubordinación”, anuncia que ha autorizado al Gobierno para aplicar “todo el rigor de las penas, hasta la de muerte y expatriación, conforme al influjo que tuvieren”, a los que promuevan insurrecciones y discordias o perturben la tranquilidad pública. También le acuerda al gobernador facultades extraordinarias, pues le releva “de los trámites que prescriben las leyes para la formación de causas”. De este modo violento se inician los unitarios –anotémoslo- al retomar el poder que nueve meses atrás habían perdido.

Tres días después de elegido Rodríguez, Rosas le escribe. Elogia de nuevo a su columna y le declara que “sería un dolor” entregar su dirección a sus “ningunos conocimientos militares”. Agrega con modestia y franqueza: “El bien del país es para mi antes que todo; yo estoy en estado de aprender y no en el de enseñar”. Y fundado en que para actuar militarmente es necesario un jefe “que conozca lo que yo no entiendo” y que le enseñe al soldado lo que él no se cree capaz de enseñar, suplica que se ponga al frente de sus hombres al coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid. El gobernador no acepta su pedido, elogia los sentimientos que distinguen a Rosas “en obsequio del orden” y le manifiesta que la disposición de ánimo que él ha sabido inculcar a sus soldados es más valiosa que la mejor dirección técnica. De este modo, Rosas va creándose prestigio moral. Se le sabe fuerte, organizador, enemigo del desorden y de la anarquía. ¿Hay estrategia en sus actos, como dirán sus enemigos? No, puesto que él propone a otro hombre para el mando de su columna y porque toda su conducta posterior, durante ocho años, revelará en él una ausencia absoluta de toda ambición política.

Rosas, aunque haya impuesto al unitario Rodríguez, no es unitario ni lo ha sido. Por el momento, no tiene color político. Simplemente es un hombre de orden y de trabajo. Si ha abandonado su estancia fue –repitámoslo- por defender el orden. Se ha sacrificado, en la exacta acepción de las palabras. Ha perdido mucho dinero por sus andanzas militares. Su sueño es volver a los trabajos del campo. Mas para esto es necesario que haya orden y paz.

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Tan ajeno es Rosas a los partidos, que, en una proclama dirigida a su regimiento el 28 de setiembre, mientras acampa junto al río de la Matanza –documento de rigurosa importancia porque es el primero de esa índole que él escribe y publica- no hay una palabra en la que pueda advertirse un propósito partidista. En cambio, aconseja a sus Colorados del Monte ser “constantes en ejemplarizar”, le recuerda lo execrable que son la corrupción y la licencia y les dice que la Campaña comienza “desde hoy a ser la columna de la Provincia, el sostén de las autoridades”. Esto es lo único que le interesa: sostener a las autoridades legítimas, porque sin autoridad no hay orden ni paz.

Motín del 1º de octubre de 1820

Pero los enemigos del nuevo gobierno están resueltos a voltearlo. Entre ellos figuran los ex gobernadores Soler y Sarratea y el coronel Pagola. Son los federales, y cuentan con el pueblo y con las milicias ciudadanas llamadas “los cívicos”, especialmente con los oficiales y sargentos del segundo tercio, compuesto por pardos y negros. Estos hombres detestan a los directoriales o unitarios, a los que consideran como una oligarquía de los ricos y de los abogados; y forman el partido que ellos llaman “cívico” y sus enemigos “plebeyo”. Este partido tiene por verdadero jefe a Dorrego, a quien desea ver como gobernador. Pero Dorrego no participa en los acontecimientos que vendrán.

Motín militar del 1º de octubre. El coronel Pagola, a la noche, montado en un caballo blanco, se presenta en la plaza de la Victoria al mando del regimiento Fijo, al que acaba de sublevar, y del segundo tercio de los cívicos. Por otra calle, entra el tercer tercio. Las tropas del gobierno, que ocupan el Fuerte y las plazas de la Victoria y del 25 de Mayo –hermanas siamesas unidas por la Recova-, se defienden, pero son vencidas y Pagola asume el mando militar de la ciudad. El gobernador, en la madrugada del 2, huye hacia el sur, en dirección a Santa Catalina, en donde piensa encontrar al teniente coronel Rosas, que manda los regimientos de milicias y que no tarda en llegar con novecientos hombres.

Mientras estas tropas avanzan, Juan Manuel, hombre de tretas, envía a uno de los peones a la ciudad con un recado para dos o tres de sus fieles –abastecedores de carne del barrio de la Concepción- , pidiéndoles que interrumpan la asamblea o cabildo abierto que van a celebrar los vencedores en la iglesia de San Ignacio. Es el 8 de octubre. Reunión harto herterogénea: partidarios de Sarratea, individuos de la facción de Soler, sujetos de puñal, algunas personas decentes y mucha chusma, y entre ellos los elementos de avería enviados por Rosas. Uno de los jefes civiles de la revuelta propone a Dorrego como gobernador. Un amigo y pariente de Rosas le replica violentamente. El dorreguista pretende ocupar de nuevo la tribuna –el púlpito de la iglesia-, cuando se pone a vociferar un italiano, hombre culto pero chiflado, que padece de morbo anticlerical. Risas y chacota. Y la reunión se trunca.

Triunfo de Rosas

El golpe de astucia del comandante Rosas ha sido muy hábil y oportuno, porque ya las avanzadas de sus tropas vienen entrando en la ciudad. En los barrios del Sur, donde sostiene algunas guerrillas con los revolucionarios, aumenta su fuerza con la adhesión de numerosos grupos de pueblo. En la tarde de ese día 3, breves combates. Al siguiente, Rosas se apodera de las plazas de la Concepción y de Monserrat y a su derecha llega a cinco cuadras del Fuerte, donde está el grueso de las tropas de Pagola.

Ese día, después de diversas tentativas de arreglo, va a reunirse la Junta de Representantes. Los revolucionarios han declarado que obedecerán al Cabildo, y el Cabildo asegura que cumplirá lo que disponga la Junta. La reunión de los Representantes se realiza en el convento de las Capuchinas. Tropas de Rosas vigilan las proximidades del convento. La reunión comienza a las once de la mañana y dura hasta la madrugada. La Junta se ratifica en el nombramiento del general Rodríguez, concede una amnistía general –con la que espera seducir a los revoltosos- y manda las tropas a sus cuarteles para que esperen órdenes del gobernador. Pero los revolucionarios no aceptan la resolución de la Junta y se preparan al combate.

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Rosas, antes de atacar la plaza, en donde se han concentrado los revolucionarios, entra en casa de sus padres, y –anotemos el rasgo de ternura filial y de modestia- les pide la bendición. Sus padres viven en la calle de la Reconquista, actual Defensa, frente al paredón de San Francisco. Por esa calle, donde están formadas sus tropas, lleva el asalto a la plaza. El gobernador Rodríguez permanece a bastante distancia de allí, en el cuartel de la Residencia. Rosas, a la cabeza de tres escuadrones, ataca la trinchera de Pagola, frente a San Francisco. Los Colorados hacen callar a los cañones y, en un combate de arma blanca, derrotan a los cívicos. Otros soldados fieles al gobernador desalojan a los revolucionarios de las azoteas. Con el final de este entrevero termina esta parte el combate. Y a las cinco de la tarde, montado en su bello tordillo de patas negras, al frente de sus Colorados del Monte, entra en la plaza del 25 de Mayo el joven teniente coronel Rosas.

Pero todavía no ha triunfado totalmente el gobierno. Fuerzas de Pagola ocupan las proximidades de la plaza. A la cabeza de dos escuadrones, Rosas carga contra el cantón instalado en la Universidad y lo toma, mientras soldados del gobernador Rodríguez se apoderan de otros cantones, Juan Manuel reúne a sus Colorados en la plaza de la Victoria, pone guardias en ciertos sitios estratégicos, ordena buscar y recoger a los heridos de ambos bandos y organiza patrullas para que recorran la ciudad e impidan los desórdenes. Atardece, cuando llega el gobernador. Rodríguez, conmovido, se detiene frente a Juan Manuel, y, como un homenaje al triunfador, le quita la gorra militar que trae puesta y lo invita a colocarse a su izquierda y a entrar con él en el Fuerte.

Al otro día, la Junta de Representantes vuelve a acordar al gobernador la suma del poder público, “con todo el lleno de facultades y la mayor amplitud de ellas que sea necesario al logro de la única y suprema ley de los estados, que es la salud del pueblo”, como reza el oficio dirigido a Rodríguez. “Con todo el lleno de facultades”… No lo olvidemos.

Un mes después, dos pobres diablos serán ejecutados en la plaza de la Victoria como culpables del movimiento dominado por Rosas.

Honorable legión americana

En toda la población, cansada de tanta anarquía, no se habla sino de Rosas. Es el vencedor de los revoltosos, el héroe de la jornada. Se escriben versos en su elogio. Se distribuye, en una hoja suelta impresa en colores, en donde aparecen tres soldados suyos, el soneto que un fraile, uno de los mejores poetas de la época, ha compuesto en honor de los Colorados. Les llama a los milicianos del sur “honorable legión americana”, les dice que graben en sus corazones “la memoria y la grandeza” de Rosas y les anuncia a esos restauradores del orden que la Provincia y las instituciones serán salvas si hacen siempre de la ley su empresa y de la libertad su divisa. Otro poeta compara a Rosas con Washington. Y en serie de poemas breves se alaba a las milicias del Sur, que cubren las calles de camisas coloradas y de las que el pueblo dice que “no hacen mal a nadie”.

Porqué éste fue, en efecto, el mayor triunfo de Rosas. Aquí donde el vencedor siempre ha saqueado y robado, exigido contribuciones y violado a las mujeres, los Colorados se conducen con una corrección asombrosa. Nunca se ha visto nada semejante. La gente comenta absorta cómo los milicianos no han disparado un solo tiro que no fuese contra los sublevados, ni ejercido el menor acto de fuerza en perjuicio de nadie, ni aceptado bebida que no fuese agua pura. Azora el ver a esos gauchos, tan valerosos durante el combate, convertirse luego en hombres humildes, silenciosos, respetuosos. Ni los extranjeros ni los criollos encuentran palabras para elogiar la disciplina, la honradez, la sencillez de esos hombres de Rosas, de quienes nadie tiene la menor queja y a quienes nadie acusa ni siquiera de un simple acto de arrogancia.

Un escritor de ese tiempo, un fraile genial, inventor de palabras como Rabelais, y decidor de grandes verdades, el padre Castañeda, les llama en uno de sus periódicos “el batallón virtuoso de don Juan Manuel de Rosas”, y escribe que el ejército salvador traía “la moderación unida con el valor”, de tal modo que “antes y después de la victoria no se ha visto un solo voluntario ebrio, no se ha oído una sola expresión indecente, una sola acción indecorosa, nada que no respirase sinceridad y honradez”.

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¿A qué se debe la conducta, acaso única en América, de estos soldados? Es la obra exclusiva de su jefe, que, como nadie, sabe imponerse y educar en la disciplina y que tiene, como nadie, la pasión del orden. Es indispensable recordar siempre estos sucesos del año 20 para comprender a Rosas. Más tarde veremos cómo esta pasión del orden, que llega en él al fanatismo, le empujará, en el gobierno, a actos de dura justicia, de cruel justicia a veces, contra los hombres de la anarquía.

Manifiesto al pueblo

Cinco días después del último combate, el ya coronel Juan Manuel de Rosas, ascendido por su coraje y sus méritos militares, en los que por entonces nadie duda, dirige un manifiesto al pueblo. Declara cómo estaba fatigado de contemplar la repetición de tantos actos anárquicos durante ese año y cómo “lamentaba en silencio la disolución de todos los vínculos que ligan al ciudadano con la autoridad”. No pudo soportar “los efectos de la inseguridad pública” que iban a venir e hizo “un esfuerzo superior a la oscuridad de su destino”. Historia, en pocas palabras, cómo tres meses atrás, ha venido en auxilio del orden y combatido en San Nicolás y en Pavón. Se lisonjea –recordemos de nuevo estas palabras y las siguientes- de “la superioridad que en él reconocen el orden y la subordinación”. Sus hombres demostraron que “iban a salvar, no a destruir”, porque “tanto es el influjo que comunica la justa severidad y el religioso ejemplo”. Y recuerda cómo sus tropas han respetado “al hombre y sus derechos”.

Todo este documento, aunque escrito en prosa algo barroca, es admirable. El padre Castañeda lo juzga “un virtuoso ramillete pensamientos magnánimos”, y agrega: “Ved aquí, americanos, unos Catones con espada en mano. Ved aquí unos Cicerones armados; éstos son los que, mejor que César, vinieron, vieron y vencieron”. La revuelta, según el coronel Rosas, la han hecho “los insubordinados del funesto germen de las rivalidades”, los que han alucinado a unos pocos e impreso en ellos “el furor del encono”, que –él lo jura- no ha existido en los vencedores. Señala a la división del sur como brava para defender a las autoridades y “humilde, subordinada y ejemplar después del triunfo”. La división, que va a partir, renueva sus juramentos de fidelidad y subordinación. “¡Ojalá –exclama en una elocuente frase- que la sangre vertida sirva para restituirnos el bien que nos han arrebatado las pasiones!” Luego pide la unión, “la santa unión”. Sin ella no hay patria. Sin ella todo es desgracia, “todo son fatalidades, miseria”. Pero es preciso –aconseja a sus compatriotas- ser precavidos, sobre todo con “los innovadores, tumultuarios y enemigos de la autoridad”. Y prorrumpe en estas palabras significativas: “¡Odio eterno a los tumultos, amor al orden, fidelidad a los juramentos, obediencia a las autoridades constituidas!”.

En esta frase, como en las anteriores, está todo Rosas. Nadie tiene como él la pasión del orden. Para imponerlo, ha venido con sus gauchos a Buenos Aires; y ahora, una vez restablecidas las autoridades, él, que a nada aspira, se vuelve a su estancia y a su trabajo. Ha venido a luchar contra la anarquía, y la ha vencido. Se ha sacrificado, sólo por destruirla. Recordémoslo siempre si queremos comprender a Rosas. Ahora se va a su campo, a seguir “la oscuridad de su destino”. Y sólo volverá con sus gauchos ocho años más tarde, cuando la anarquía, más terrible y desolada que nunca, más cruel e injusta que nunca, reaparezca en la ciudad y en los campos.

Fuente: * Gálvez, Manuel – Vida de don Juan Manuel de Rosas – Ed. Altor – Buenos Aires (1954).* Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.

COMBATE DE LOS POZOS - 11 de junio de 1826

Combate de Los Pozos    ,11 de junio de 1826    

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(01) Antecedentes(02) Rosas pacta con los indios(03) Las acciones(04) Fuentes.(05) Artículos relacionados

Antecedentes

En 1825 el gobierno del Imperio del Brasil tras alegar que las Provincias Unidas del Río de la Plata apoyaron el desembarco de los Treinta y Tres Orientales, reforzó sus tropas en la Provincia Oriental y declaró bloqueados todos los puertos de las Provincias Unidas. Consecuentemente el 4 de noviembre de 1825 el general Juan Gregorio de Las Heras declaró rotas las relaciones diplomáticas con el Brasil y acto seguido el Imperio declaró la guerra, el 10 de diciembre de 1825, la cual duró tres años.

Por su parte el gobierno de Buenos Aires reconcentró en la costa del Uruguay un cuerpo de ejército a las órdenes del general Martín Rodríguez; hizo construir algunas baterías sobre el Paraná bajo la dirección del mayor Martiniano Chilavert, y confió al coronel Guillermo Brown el mando de una corta flotilla, la cual se aumentó algunos meses después por una suscripción de los ciudadanos pudientes[1]. Esta última medida era tanto más urgente por cuanto el Imperio dominaba los ríos de la Plata, Uruguay y Paraná, por haber fortificado la Colonia y Martín García y porque hacía efectivo el bloqueo con una escuadra poderosa.

Y mientras la atención se contraía a lo largo de los ríos que limitaban por el lado argentino lo que, según todas las probabilidades, sería el teatro de la guerra, el Imperio preparaba una invasión por la costa sur de Buenos Aires y trabajaba en su favor el ánimo de algunos caciques de los indios que permanecían en son de guerra desde la última expedición del general Rodríguez. Apercibido de ello el gobierno se apresuró a conjugar ese doble peligro que podría reducir el territorio de Buenos Aires a los extremos más difíciles.

Rosas pacta con los indios

Al efecto el ministro García llamó al coronel Juan Manuel de Rosas y le manifestó que el gobierno tenía las pruebas de que los imperiales querían apoderarse de Bahía Blanca y de Patagones para concitar a los indios a que penetrasen en Buenos Aires y obligar al gobierno a distraer hombres y recursos. Que en vista de esto, el gobierno le ordenaba se trasladase a la costa sur, se valiese de su influencia sobre los caciques para impedir que se aliasen con los imperiales y pusiese en estado de defensa aquellos dos puntos amenazados. Esta comisión era tan importante como urgente, pues las autoridades de Patagones acababan de apresar a cuatro oficiales imperiales que habían bajado de una corbeta surta en ese puerto.

El gobierno había encomendado poco antes a Rosas el negociado pacífico con los indios, y nombrándolo enseguida en unión del coronel Juan Lavalle y de Felipe Senillosa para que midiesen la nueva línea de fronteras. Terminado el encargo de estos últimos, Rosas continuó en la negociación con los indios hasta que en virtud de las circunstancias apremiantes que el gobierno ponía de manifiesto, envió algunos indios y a dos indias de cuyos hijos él era padrino, para que invitasen a los caciques Pampas, Tehuelches y Ranqueles a un gran parlamento que tendría lugar más allá del Tandil, y muy principalmente a los caciques Chañil, Cachul y Lincon que se obstinaban hasta entonces en no aceptar ningún arreglo. No sin vencer grandes dificultades tuvo lugar el parlamento, con asistencia de los caciques nombrados, bajo la fe del compromiso personal que Rosas contrajera de que había de cumplirse lo que estipularan. Rosas se dirigió solo al campamento de los indios y arregló allí la fijación de la línea de frontera, comprometiéndose aquéllos a permanecer en paz con el gobierno[2].

Seguro que estos caciques no moverían sus toldos (que no los movieron durante la guerra con el Brasil), Rosas se concentró entonces en defender los puntos amenazados. Engrosó con 200 hombres los piquetes de voluntarios y de blandengues que al mando del capitán Molina guarnecían Patagones. Reforzó la batería de la costa con cuatro cañones bien dotados. Sitió

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cerca de ese punto varios toldos de indios amigos, y puso estas fuerzas a las órdenes del coronel Francisco Sosa. Con ellas y con las que comandaba el coronel Estorba en Bahía Blanca, y alejado el peligro de que los indios se entendiesen con los imperiales, era muy difícil que éstos pudieran penetrar con ventaja por esa costa.

Los imperiales sufrieron, en efecto, un ruidoso fracaso. Durante la noche desembarcaron como 700 hombres en la costa entre Bahía Blanca y Patagones, con el intento de sorprender la guarnición de este último punto. Los sintió Luis Molina, antiguo soldado de San Martín y hombre de valer entre los indios, como que a sus aventuras en la vida del desierto, unía la circunstancia de ser casado con la hija del cacique Neukapan, uno de los que Ramos Mejía había reducido en Kaquel. Este y el coronel Sosa diseminaron sus fuerzas formando un extenso semicírculo en la costa escarpada y crespa de totorales, cangrejales, etc., y antes de venir el día le prendieron fuego al campo. Los imperiales fueron presa de las llamas y los que se salvaron de éstas, o murieron a manos de los republicanos, o fueron hechos prisioneros. El capitán Juan Bautista Thorne completó este suceso apoderándose con su bergantín de la corbeta Icapavari, cuya tripulación había bajado a tierra para asegurar más el éxito de la invasión.

Las acciones

Los imperiales no fueron por entonces más felices en los ríos, con ser que se pretendían dueños del Plata y sus afluentes. En los últimos días de mayo de 1826 el bergantín argentino Balcarce, las goletas Sarandí, Pepa y Río, dos cañoneras y dos transportes, se habían abierto paso hasta Las Conchillas desembarcando allí fuerzas del ejército de operaciones. Para vengar este fracaso, la escuadra imperial, compuesta de 30 buques, se acercó en el mediodía del 11 de junio a Los Pozos, donde estaba fondeada parte de la flota argentina, a saber: cuatro buques de cruz y siete cañoneras. El almirante Guillermo Brown las recibió con un fuego bien sostenido. Después de quince minutos los barcos imperiales viraron en vuelta del sur. Diez mil espectadores presenciaron este combate desde la rada de Buenos Aires, hasta la tarde en que incorporándose a Brown los buques que regresaban de la Banda Oriental, los imperiales se pusieron fuera del tiro del cañón.

Estas ventajas navales contrastaban con la inercia en que permanecía el ejército imperial. Otro tanto pasaba en el ejército argentino, bien que esto se atribuía a últimos arreglos que hacía el general Las Heras para ir a mandarlo en jefe. Y quizá por esto renunció el gobierno provisorio que desempeñaba, e insistió en su renuncia encareciéndole al Congreso que estableciese el ejecutivo nacional permanente. En la necesidad de sustituir al general Las Heras, el Congreso creó por ley del 6 de febrero de 1826 el Poder Ejecutivo y por unanimidad menos tres de sus miembros nombró a Bernardino Rivadavia presidente de las Provincias Unidas.

Juan Cruz Varela cantaba así el combate de Los Pozos:

¡Pero Brown está en ellas!Pocos somos, amigosMás la banderaQue nunca al viento se tendió sin gloria,Hoy como en otros díasLa mano la clavó de la victoriaAquí en el mástil de las naves mías.

Referencias:

(1) Esta suscripción a la Empresa naval era, o con calidad de reembolso, o gratuitamente. El boleto Nº 451 (conservado por Adolfo Saldías) acredita que el entonces coronel Juan Manuel de Rosas se suscribió gratuitamente con 500 pesos

(2) En esas circunstancias se había desarrollado la viruela en algunas tribus. Como resistieran la vacuna antivariólica, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, de manera que en menos de un mes recibieron casi todos el virus.

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BATALLA DE ITUZAINGO

( Escuchar la Marcha de Ituzaingó)

El Ejército de Operaciones, una vez instalado en la Banda Oriental, pasó a llamarse “Ejército Republicano”. Hacia fines de 1826, el impulso de Alvear había dado sus frutos. Jefes probados como Soler, Paz, Brandsen, Lavalle, Olavaria, Mansilla e Iriarte integraban la oficialidad; Luis Beltrán, el colaborador de San Martín, estaba encargado del parque. El ejército contaba con unos 5.500 hombres. Alvear, inteligentemente, desdeñó sitiar las plazas fortificadas de Colonia y Montevideo y se lanzó directamente hacia el noreste, para hacer del territorio enemigo el teatro de la guerra.

Las tropas partieron de Arroyo Grande el 26 de diciembre. Se marchaba cubriendo unos 13 kilómetros diarios, en una época calurosa y seca en la que abundaban los incendios de campos. El suelo era yermo, sin ganado ni cultivos, y el único alimento de la tropa era la carne. La escasez de agua dificultaba la marcha, pero Alvear insistía en su plan: una ofensiva sobre la base de la sorpresa y una batalla decisiva, para lo cual se marchaba por lugares desiertos y sin caminos.

Por su parte, el ejército imperial estaba distribuido en varios puntos de la frontera con la Banda Oriental. Contaba con más de 10.000 hombres a las órdenes del marqués de Barbacena, cuyo objetivo era expulsar a los republicanos al otro lado del río Uruguay, para atacar Entre Ríos y obligarlos a firmar la paz.

Hubo encuentros parciales como el de Bacacay, en febrero de 1827, en el que Lavalle atacó la división de Bentos Manuel, que debió retirarse, y el de Ombú, dos días después, cuando Mansilla cayó sobre los enemigos que lo perseguían. Se cuenta que en medio de la confusión el jefe argentino ordenó retirada, pero Segundo Roca, padre del futuro presidente, arrebató la trompeta al soldado, lo que hizo posible la carga decisiva. Cinco días después tuvo lugar la batalla más importante de la guerra, en pleno territorio brasileño.

Cuando los argentinos intentaban cruzar el río Santa María por el Paso del Rosario (nombre con el que se conoce en Brasil la batalla que en la Argentina se llama Ituzaingó), fueron descubiertos por el enemigo. Hubo que retroceder e incluso destruir equipos, para colocarse en una posición favorable, El 20 de febrero de 1827, se avistó al ejército imperial desplegado en forma de batalla; a las 7 de la mañana comenzó el fuego, que se prolongó durante doce horas. Lamentablemente, los brasileños lograron retirarse, dado que la caballada republicana estaba agotada. Sin embargo, se pudo destruir la mayor parte de la fuerza enemiga y se capturaron el parque y los trofeos. En realidad, la batalla se libró sin una adecuada dirección por parte de Alvear, y los triunfadores –como escribiría Paz- fueron los jefes de cuerpo, que siguieron sus “inspiraciones del momento”. Paz agrega que Ituzaingó “puede llamarse la batalla de las desobediencias pues allí todos mandanos, todos combatimos y todos vencimos guiados por nuestras propias inspiraciones”.

Posteriormente tuvieron lugar otros dos encuentros parciales, pues el triunfo de Ituzaingó, aunque resonante, no bastó para aniquilar al ejército imperial. En abril, en Camacuá, el general Paz triunfó de manera tan rotunda que el marqués de Barbacena fue destituido. En mayo, en Yerbal, Lavalle logró la victoria, aunque debió ser reemplazado por Olavaria a causa de sus heridas.

Al comenzar la estación lluviosa, el Ejército Republicano dejó el territorio de Río Grande y se estacionó en Cerro Largo. El estado de las caballadas era tan lamentable que para llegar a destino los jinetes debían andar a pie a razón de un día de marcha por dos de descanso. Además, el creciente malestar que causaba Alvear entre los oficiales minaba la unidad del ejército. Así le escribía San Martín a Tomás Guido: “Este joven (Alvear) ha declarado odio eterno a todos los jefes y oficiales que han pertenecido al Ejército de los Andes”, y alegaba que como era un ignorante del oficio militar, no quería tener a su lado a los probados veteranos de las guerras emancipadoras.

En julio de 1827, el general Alvear fue relevado por el encargado de las relaciones exteriores, Manuel Dorrego, pues Rivadavia había renunciado a la presidencia de la República y cada provincia había recuperado su autonomía. El nuevo jefe del ejército fue el general Lavalleja,

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que tampoco contaba con el beneplácito de la oficialidad argentina. La guerra languidecía por agotamiento de los contendientes; las únicas batallas que se libran eran navales y sus protagonistas mayoritariamente ingleses. El jefe de la escuadra bloqueadora del Río de la Plata era inglés y, curiosamente, el almirante de la flota republicana había nacido en Irlanda, aunque Brown era un criollo de alma y por sentimiento.

Siete meses permaneció el ejército republicano en Cerro Largo. Su situación, pese a las victorias obtenidas, era lamentable. No había recursos materiales y tanto los oficiales como la tropa debían soportar la miseria más increíble. El general Paz, que quedó al frente de las tropas por ausencia de Lavalleja, mejoró la disciplina y el adiestramiento, pero poco se podía hacer con un ejército ocioso y resentido. Dorrego envió remesas de vestuario, monturas, armamento y municiones, pero no en cantidad suficiente, como para reiniciar una campaña. Entonces, como último recurso, las autoridades de Buenos Aires ordenaron la creación de un escuadrón de caballería al mando de Estanislao López, gobernador de Santa Fe, con la misión de invadir las antiguas misiones brasileñas. Fructuoso Rivera, ya enemistado con Lavalleja, se le adelantó y ocupó la región. Al enterarse, Dorrego no tuvo más remedio que homologar la iniciativa de Rivera, disponiendo la unificación de fuerzas, pero López no soportó la situación y optó por retirarse a Santa Fe y regresar las tropas que le había enviado.

La paz

Después de las victorias de Juncal e Ituzaingó, el presidente Rivadavia envió a su ministro Manuel J. García a iniciar tratativas de paz. El momento estaba bien elegido, pues los triunfos argentinos colocaban a la República en una situación de superioridad, y aunque el bloqueo naval brasileño seguía estrangulando a nuestro país, los enormes gastos de la guerra preocupaban también al gabinete imperial.

A Rivadavia, a pesar de que las victorias hubieran permitido imaginar un triunfal avance hasta el inerme y desmoralizado Río de Janeiro, no le interesa ganar la guerra porque su atención está ocupada en las vicisitudes de su constitución unitaria, unánimemente rechazada por los gobernadores provinciales que se unen en una liga dirigida por el cordobés Bustos, cuyo objetivo es expulsarlo del poder y continuar el conflicto armado que tan favorable se presentaba.

Las instrucciones de García eran precisas: el Imperio debía devolver la Banda Oriental o, en caso de que esto no se consiguiera, reconocer a esa provincia como un Estado independiente. Sin embargo, en mayo de 1827, García, desconociendo su mandato, firmó un tratado vergonzoso en el que se reconocía a la Banda Oriental como parte del Brasil y se renunciaba a toda reivindicación ulterior; además, la República debía pagar una indemnización por los daños causados por los corsarios, a quienes el gobierno argentino había autorizado guerrear. Se perdió en la mesa de negociaciones lo que se había logrado en el campo de batalla.

Esta actitud claudicante de García se debía al temor que el ministro compartía con los hombres de Buenos Aires respecto de las consecuencias internas de la continuación de la guerra con el Imperio. La posibilidad de que la autoridad central se derrumbara y se vieran forzados a entregar su poder a caudillos del Interior, que ellos consideraban salvajes, los estremecía, y era un mal que querían evitar a cualquier precio.

Rivadavia rechazó airadamente el tratado. Acusó a García de haber “traspasado las instrucciones” y “contravenido la letra y el espíritu de ellas”. Estas palabras expresaban la indignación de la opinión pública y también la de San Martín, que calificó el tratado de “degradante”. Rivadavia presenta entonces la renuncia con su habitual petulancia: “Me es penoso no poder exponer a la faz del Mundo los motivos que justifican mi irrevocable resolución”. La primera magistratura fue asumida provisoriamente y por poco tiempo por Vicente López y Planes. El Congreso se disolvió.

Entretanto, y casi sin acciones bélicas en territorio oriental, el bloqueo continuaba. El principal afectado era el comercio inglés y esta vez lord Ponsomby presionó enérgicamente al emperador para que pusiera fin a la guerra. En realidad, también en el ejército brasileño se sufría enfermedades y se producían deserciones, sin contar la desmoralización provocada por las derrotas sufridas. En enero de 1828, lord Ponsomby presentó formalmente su propuesta de paz. El gobernador Dorrego designó emisarios en Río de Janeiro a Tomás Guido y Juan Ramón

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Balcarce. En agosto de 1828 se firmó una Convención Preliminar por la cual la antigua “Provincia Cisplatina” se convertía en un Estado libre e independiente. En octubre, los gobiernos de Buenos Aires y Río de Janeiro intercambiaron las ratificaciones del documento, mientras las fuerzas de los dos países se retiraban del territorio oriental.

Con la independencia del Uruguay se completó la balcanización del antiguo Virreinato del Río de la Plata: Bolivia, con la anuencia del Congreso, se había declarado independiente y Paraguay se mantenía en estado de encerramiento y neutralidad.

José Gervasio de Artigas es considerado el padre de la independencia del Uruguay. Empero, estando a la sazón exiliado en Paraguay y virtualmente prisionero del dictador vitalicio José Gaspar Rodríguez de Francia, al enterarse del infamante tratado exclamó: “Ya no tengo más patria”.

La marcha “Ituzaingó”

Entre los efectos abandonados por los brasileños en su huida luego de la derrota de Ituzaingó, figuró una valija que contiene un manojo de partituras musicales. En una de ellas y en caracteres de gran tamaño podía leerse: “Para ser ejecutada después de la primera gran victoria que alcancen las tropas imperiales, debiendo darse a esta marcha el nombre del campo en que se libre la batalla”.

Alvear, el jefe vencedor, que poseía conocimientos musicales, reconoció la jerarquía de dicha composición y decidió cumplir con el propósito de su ignoto autor: que sirviera para conmemorar una “gran victoria”. Pero de las tropas argentinas.

Fue ejecutada por primera vez por una banda del ejército patriota el 25 de mayo de 1827, al festejarse en el campamento de los argentinos el decimoséptimo aniversario de la Revolución del año 10.

Fuentes:Pacho O’Donnell - Los Héroes Malditos – Buenos Aires (2004)Pacho O´Donnell – El Aguila Guerrera – Buenos Aires (1998)Felix Luna – Historia Integral de la Argentina – Buenos Aires (1995)(Colaboración de OT-APR)

BATALLA DE ITUZAINGO

( Escuchar la Marcha de Ituzaingó)

El Ejército de Operaciones, una vez instalado en la Banda Oriental, pasó a llamarse “Ejército Republicano”. Hacia fines de 1826, el impulso de Alvear había dado sus frutos. Jefes probados como Soler, Paz, Brandsen, Lavalle, Olavaria, Mansilla e Iriarte integraban la oficialidad; Luis Beltrán, el colaborador de San Martín, estaba encargado del parque. El ejército contaba con unos 5.500 hombres. Alvear, inteligentemente, desdeñó sitiar las plazas fortificadas de Colonia y Montevideo y se lanzó directamente hacia el noreste, para hacer del territorio enemigo el teatro de la guerra.

Las tropas partieron de Arroyo Grande el 26 de diciembre. Se marchaba cubriendo unos 13 kilómetros diarios, en una época calurosa y seca en la que abundaban los incendios de campos. El suelo era yermo, sin ganado ni cultivos, y el único alimento de la tropa era la carne. La escasez de agua dificultaba la marcha, pero Alvear insistía en su plan: una ofensiva sobre la base de la sorpresa y una batalla decisiva, para lo cual se marchaba por lugares desiertos y sin caminos.

Por su parte, el ejército imperial estaba distribuido en varios puntos de la frontera con la Banda Oriental. Contaba con más de 10.000 hombres a las órdenes del marqués de Barbacena, cuyo objetivo era expulsar a los republicanos al otro lado del río Uruguay, para atacar Entre Ríos y obligarlos a firmar la paz.

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Hubo encuentros parciales como el de Bacacay, en febrero de 1827, en el que Lavalle atacó la división de Bentos Manuel, que debió retirarse, y el de Ombú, dos días después, cuando Mansilla cayó sobre los enemigos que lo perseguían. Se cuenta que en medio de la confusión el jefe argentino ordenó retirada, pero Segundo Roca, padre del futuro presidente, arrebató la trompeta al soldado, lo que hizo posible la carga decisiva. Cinco días después tuvo lugar la batalla más importante de la guerra, en pleno territorio brasileño.

Cuando los argentinos intentaban cruzar el río Santa María por el Paso del Rosario (nombre con el que se conoce en Brasil la batalla que en la Argentina se llama Ituzaingó), fueron descubiertos por el enemigo. Hubo que retroceder e incluso destruir equipos, para colocarse en una posición favorable, El 20 de febrero de 1827, se avistó al ejército imperial desplegado en forma de batalla; a las 7 de la mañana comenzó el fuego, que se prolongó durante doce horas. Lamentablemente, los brasileños lograron retirarse, dado que la caballada republicana estaba agotada. Sin embargo, se pudo destruir la mayor parte de la fuerza enemiga y se capturaron el parque y los trofeos. En realidad, la batalla se libró sin una adecuada dirección por parte de Alvear, y los triunfadores –como escribiría Paz- fueron los jefes de cuerpo, que siguieron sus “inspiraciones del momento”. Paz agrega que Ituzaingó “puede llamarse la batalla de las desobediencias pues allí todos mandanos, todos combatimos y todos vencimos guiados por nuestras propias inspiraciones”.

Posteriormente tuvieron lugar otros dos encuentros parciales, pues el triunfo de Ituzaingó, aunque resonante, no bastó para aniquilar al ejército imperial. En abril, en Camacuá, el general Paz triunfó de manera tan rotunda que el marqués de Barbacena fue destituido. En mayo, en Yerbal, Lavalle logró la victoria, aunque debió ser reemplazado por Olavaria a causa de sus heridas.

Al comenzar la estación lluviosa, el Ejército Republicano dejó el territorio de Río Grande y se estacionó en Cerro Largo. El estado de las caballadas era tan lamentable que para llegar a destino los jinetes debían andar a pie a razón de un día de marcha por dos de descanso. Además, el creciente malestar que causaba Alvear entre los oficiales minaba la unidad del ejército. Así le escribía San Martín a Tomás Guido: “Este joven (Alvear) ha declarado odio eterno a todos los jefes y oficiales que han pertenecido al Ejército de los Andes”, y alegaba que como era un ignorante del oficio militar, no quería tener a su lado a los probados veteranos de las guerras emancipadoras.

En julio de 1827, el general Alvear fue relevado por el encargado de las relaciones exteriores, Manuel Dorrego, pues Rivadavia había renunciado a la presidencia de la República y cada provincia había recuperado su autonomía. El nuevo jefe del ejército fue el general Lavalleja, que tampoco contaba con el beneplácito de la oficialidad argentina. La guerra languidecía por agotamiento de los contendientes; las únicas batallas que se libran eran navales y sus protagonistas mayoritariamente ingleses. El jefe de la escuadra bloqueadora del Río de la Plata era inglés y, curiosamente, el almirante de la flota republicana había nacido en Irlanda, aunque Brown era un criollo de alma y por sentimiento.

Siete meses permaneció el ejército republicano en Cerro Largo. Su situación, pese a las victorias obtenidas, era lamentable. No había recursos materiales y tanto los oficiales como la tropa debían soportar la miseria más increíble. El general Paz, que quedó al frente de las tropas por ausencia de Lavalleja, mejoró la disciplina y el adiestramiento, pero poco se podía hacer con un ejército ocioso y resentido. Dorrego envió remesas de vestuario, monturas, armamento y municiones, pero no en cantidad suficiente, como para reiniciar una campaña. Entonces, como último recurso, las autoridades de Buenos Aires ordenaron la creación de un escuadrón de caballería al mando de Estanislao López, gobernador de Santa Fe, con la misión de invadir las antiguas misiones brasileñas. Fructuoso Rivera, ya enemistado con Lavalleja, se le adelantó y ocupó la región. Al enterarse, Dorrego no tuvo más remedio que homologar la iniciativa de Rivera, disponiendo la unificación de fuerzas, pero López no soportó la situación y optó por retirarse a Santa Fe y regresar las tropas que le había enviado.

La paz

Después de las victorias de Juncal e Ituzaingó, el presidente Rivadavia envió a su ministro Manuel J. García a iniciar tratativas de paz. El momento estaba bien elegido, pues los triunfos

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argentinos colocaban a la República en una situación de superioridad, y aunque el bloqueo naval brasileño seguía estrangulando a nuestro país, los enormes gastos de la guerra preocupaban también al gabinete imperial.

A Rivadavia, a pesar de que las victorias hubieran permitido imaginar un triunfal avance hasta el inerme y desmoralizado Río de Janeiro, no le interesa ganar la guerra porque su atención está ocupada en las vicisitudes de su constitución unitaria, unánimemente rechazada por los gobernadores provinciales que se unen en una liga dirigida por el cordobés Bustos, cuyo objetivo es expulsarlo del poder y continuar el conflicto armado que tan favorable se presentaba.

Las instrucciones de García eran precisas: el Imperio debía devolver la Banda Oriental o, en caso de que esto no se consiguiera, reconocer a esa provincia como un Estado independiente. Sin embargo, en mayo de 1827, García, desconociendo su mandato, firmó un tratado vergonzoso en el que se reconocía a la Banda Oriental como parte del Brasil y se renunciaba a toda reivindicación ulterior; además, la República debía pagar una indemnización por los daños causados por los corsarios, a quienes el gobierno argentino había autorizado guerrear. Se perdió en la mesa de negociaciones lo que se había logrado en el campo de batalla.

Esta actitud claudicante de García se debía al temor que el ministro compartía con los hombres de Buenos Aires respecto de las consecuencias internas de la continuación de la guerra con el Imperio. La posibilidad de que la autoridad central se derrumbara y se vieran forzados a entregar su poder a caudillos del Interior, que ellos consideraban salvajes, los estremecía, y era un mal que querían evitar a cualquier precio.

Rivadavia rechazó airadamente el tratado. Acusó a García de haber “traspasado las instrucciones” y “contravenido la letra y el espíritu de ellas”. Estas palabras expresaban la indignación de la opinión pública y también la de San Martín, que calificó el tratado de “degradante”. Rivadavia presenta entonces la renuncia con su habitual petulancia: “Me es penoso no poder exponer a la faz del Mundo los motivos que justifican mi irrevocable resolución”. La primera magistratura fue asumida provisoriamente y por poco tiempo por Vicente López y Planes. El Congreso se disolvió.

Entretanto, y casi sin acciones bélicas en territorio oriental, el bloqueo continuaba. El principal afectado era el comercio inglés y esta vez lord Ponsomby presionó enérgicamente al emperador para que pusiera fin a la guerra. En realidad, también en el ejército brasileño se sufría enfermedades y se producían deserciones, sin contar la desmoralización provocada por las derrotas sufridas. En enero de 1828, lord Ponsomby presentó formalmente su propuesta de paz. El gobernador Dorrego designó emisarios en Río de Janeiro a Tomás Guido y Juan Ramón Balcarce. En agosto de 1828 se firmó una Convención Preliminar por la cual la antigua “Provincia Cisplatina” se convertía en un Estado libre e independiente. En octubre, los gobiernos de Buenos Aires y Río de Janeiro intercambiaron las ratificaciones del documento, mientras las fuerzas de los dos países se retiraban del territorio oriental.

Con la independencia del Uruguay se completó la balcanización del antiguo Virreinato del Río de la Plata: Bolivia, con la anuencia del Congreso, se había declarado independiente y Paraguay se mantenía en estado de encerramiento y neutralidad.

José Gervasio de Artigas es considerado el padre de la independencia del Uruguay. Empero, estando a la sazón exiliado en Paraguay y virtualmente prisionero del dictador vitalicio José Gaspar Rodríguez de Francia, al enterarse del infamante tratado exclamó: “Ya no tengo más patria”.

La marcha “Ituzaingó”

Entre los efectos abandonados por los brasileños en su huida luego de la derrota de Ituzaingó, figuró una valija que contiene un manojo de partituras musicales. En una de ellas y en caracteres de gran tamaño podía leerse: “Para ser ejecutada después de la primera gran victoria que alcancen las tropas imperiales, debiendo darse a esta marcha el nombre del campo en que se libre la batalla”.

Alvear, el jefe vencedor, que poseía conocimientos musicales, reconoció la jerarquía de dicha

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composición y decidió cumplir con el propósito de su ignoto autor: que sirviera para conmemorar una “gran victoria”. Pero de las tropas argentinas.

Fue ejecutada por primera vez por una banda del ejército patriota el 25 de mayo de 1827, al festejarse en el campamento de los argentinos el decimoséptimo aniversario de la Revolución del año 10.

Fuentes:Pacho O’Donnell - Los Héroes Malditos – Buenos Aires (2004)Pacho O´Donnell – El Aguila Guerrera – Buenos Aires (1998)Felix Luna – Historia Integral de la Argentina – Buenos Aires (1995)(Colaboración de OT-APR)

ALMIRANTE GUILLERMO BROWN

Almirante Guillermo Brown (1777-1857).    

(01) Sus comienzos(02) Arribo a Buenos Aires(03) Caída de Montevideo(04) Primeras acciones contra la flota brasilera(05) Combate de Juncal(06) Fin de la guerra(07) Su retiro(08) Fuentes.

Sus comienzos

Primer Almirante de nuestra fuerza naval, primero en la cronología y en el prestigio, Guillermo Brown consagró su vida al servicio de su patria de adopción. Había nacido en Foxford, Irlanda, el 22 de junio de 1777.

De familia profundamente católica, de niño fue llevado por su padre a los Estados Unidos de Norteamérica, donde al entrar a la adolescencia quedó huérfano, embarcándose entonces como grumete en un barco norteamericano.

Durante diez años navegó Guillermo Brown por las aguas del Atlántico y en dura escuela adquirió esa admirable pericia, cualidad descollante de su personalidad de marino. Había alcanzado matrícula de capitán cuando en 1796 fue apresado por un buque inglés y obligado a prestar allí servicios. Esa nave inglesa fue luego apresada por un navío francés y conducido prisionero de guerra a Francia, de donde logró fugarse.

Al regresar a Inglaterra reanudó su carrera marítima y el 29 de julio de 1809 contrajo enlace con Elizabeth Chitty, en el condado de Middlessex. Finalizaba ese mismo año cuando Brown llegó al Río de la Plata a bordo del “Belmond” y se radicó en Montevideo para dedicarse al comercio.

Arribo a Buenos Aires

El 18 de abril de 1810 con la fragata “Jane”, de su propiedad, arribó a Buenos Aires en gestión comercial y permaneció dos meses en la entonces capital del Virreinato, siendo testigo de la gloriosa semana de Mayo.

Años después, en la Banda Oriental dominada por los marinos realistas, Brown luchó contra ellos. Apresó la goleta “Nuestra Señora del Carmen” y la balandra “San Juan de Ánimas”; intentó abordar con un bote y veinte marineros al bergantín de guerra “Cisne”, y transportó

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también armas, víveres y oficios del gobierno de Buenos Aires a los patriotas de la Banda Oriental. Era pues un militante de la causa de Mayo, cuando en marzo de 1814 el Directorio le confirió el grado de Teniente Coronel y lo puso al frente de la escuadra para que defendiese la libertad y el honor argentino.

El genio estratégico de Brown vislumbra que una acción naval contra Montevideo puede producir la rendición de esta plaza que resistía desde casi cuatro años el sitio de las fuerzas terrestres de Buenos Aires. Insiste Brown ante Posadas y el Consejo de Estado sobre la necesaria urgencia de iniciar acciones navales contra Montevideo y logra imponer su criterio.

El 14 de Abril de 1814 zarpa de Buenos Aires la fuerza naval al mando de Brown, que iza su insignia en la fragata “Hércules”, y el pueblo de Buenos Aires contempla alborozado su partida.

Caída de Montevideo

El triunfo de Brown en este combate trajo aparejada la caída de Montevideo en poder de las fuerzas sitiadoras, hecho que se produce el 23 de junio de 1814. Según San Martín la victoria de Brown en aguas de aquella plaza era “lo más importante hecho por la revolución americana hasta el momento”.

Terminada la campaña de 1814 emprende Brown con la fragata “Hércules” que le fuera donada por el gobierno, un crucero por aguas de Chile, Perú, Ecuador y Colombia, que inicia a fines de 1815 y abarca hasta mediados de 1816. Llevó las ideas de libertad de la Revolución de Mayo hasta aquellas regiones y fue precursor de la gesta libertadora que llevaría a cabo San Martín.

Cuando regresó a Buenos Aires, no quiso tomar parte en conflictos internos y se retiró a su hogar, dedicándose al comercio.

Corría el año 1825, el Imperio del Brasil, que entonces ocupaba parte del Uruguay, alegando que las Provincias Unidas del Río de la Plata habían apoyado la expedición de los treinta y tres orientales y alentaban a los uruguayos a liberarse de la ocupación brasileña, le declara el 10 de diciembre de ese año la guerra a nuestro país. El 21 de diciembre de 1825 una escuadra imperial al mando del Vicealmirante Rodrigo José Ferreyra de Lobo bloqueó Buenos Aires.

Entonces el gobierno llamó al Almirante y el 12 de enero de 1826 le confirió, con el grado de Coronel Mayor, el mando de la Escuadra integrada por muy escasas fuerzas: los bergantines “General Balcarce” y “General Belgrano” y una vieja lancha cañonera, la “Correntina”.

Demostró entonces Brown otra faceta brillante de su capacidad: la organización; 12 lanchas cañoneras fueron inmediatamente incorporadas y al poco tiempo se incrementó el número de buques mediante la adquisición de la fragata “25 de Mayo”; los bergantines “Congreso Nacional” y “República Argentina” y las goletas “Sarandí” y “Pepa”. El Almirante izó su insignia en la fragata “25 de Mayo”.

Primeras acciones contra la flota brasilera

Las primeras acciones contra la flota brasileña tuvieron lugar el 9 de febrero de 1826. Durante el combate la fragata “Itaparica” buque insignia del almirante brasileño sufrió graves averías y muchas pérdidas de tripulantes.

El 10 de junio de 1826 una poderosa fuerza brasileña se presentó ante Buenos Aires, integrada por 31 barcos. Brown sólo disponía de 4 buques y 7 cañoneras, pero era dueño de ese coraje contagioso que se agranda ante la dificultad, y dirigiéndose a sus tripulantes los arenga con estas palabras:

“Marinos y soldados de la República: ¿Veis esa gran montaña flotante? ¡Son los 31 buques enemigos! Pero no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues no duda de vuestro valor y espera que imitaréis a la “25 de Mayo” que será echada a pique antes que rendida. Camaradas: confianza en la victoria, disciplina ¡y tres vivas a la Patria!”.

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Momentos después la nave capitana de Brown dio aquella consigna inmortal: “Fuego rasante, que el pueblo nos contempla”.

Poco antes de las dos de la tarde se empeñó la acción en toda la línea. Aumentó la angustiosa expectativa de la muchedumbre agolpada en la ribera con la presencia de otras naves que a toda vela acudían al lugar del combate. Era el bravo Rosales que llegaba en ayuda del Almirante con la goleta “Río de la Plata” y lo mismo hacia Nicolás Jorge con el bergantín “General Balcarce”. Para facilitar la maniobra de estas dos naves atacó Brown con frágiles cañoneras a uno de los más poderosos buques brasileños, la fragata “Nitcheroy” y al despejarse el humo del combate se vio que la fuerza enemiga se retiraba. Brown ese día recibió del pueblo de Buenos Aires las pruebas más exaltadas de admiración y gratitud.

El Almirante Brown derrochó coraje y audacia sin límites en el combate de Quilmes, librado el 30 de julio de 1826. A bordo de la fragata “25 de Mayo”, cuyo Comandante era el Coronel de Marina Tomás Espora, y apoyado por el valiente Rosales con su goleta “Río de la Plata”, combatió contra veinte naves enemigas. El buque de Brown soportó un intenso cañoneo y el Almirante que instantes previos al combate había comunicado a los suyos esta consigna “Es preferible irse a pique antes que rendir el pabellón”, se ve obligado a abandonar la “25 de Mayo” que es remolcada a Buenos Aires y sigue la batalla a bordo del bergantín “República”. Ante el temor de quedar varadas las naves brasileñas se retiran y la escuadra de Brown empavesada como en días de gala llega al puerto de Buenos Aires.

Combate de Juncal

En febrero de 1827, el Almirante Brown enfrentó al enemigo en el combate de El Juncal.

Esta acción naval terminó con una derrota de las fuerzas brasileñas y en ella tuvieron actuación destacadísima el comandante del bergantín “General Balcarce”, Francisco José Seguí, y el comandante de la goleta “Maldonado”, Francisco Drummond.

Durante ese combate fueron apresados doce buques brasileños, tres fueron incendiados y únicamente dos pudieron escapar.

El 6 de abril de 1827 el Almirante Brown con una fuerza integrada por los bergantines “República”, “Independencia” y “Congreso” y la goleta “Sarandi” zarpó del fondeadero de Los Pozos con el objeto de realizar un crucero sobre las costas brasileñas. Navegaban a la altura de la Ensenada cuando debido a un error del piloto los buques encallaron en la punta del banco de Monte Santiago. En esa situación fueron sorprendidos por fuerzas navales brasileñas muy superiores y durante el 7 y 8 de abril de 1827 debieron soportar un infernal fuego del enemigo. Las naves patriotas causan graves averías en los buques enemigos y resisten hasta que en algunas se carece de municiones. Drummond que era comandante del “Independencia” cae herido mortalmente cuando se dirigía en busca de municiones.

Antes de permitir que la “República” e “Independencia” sean apresadas por el enemigo, Brown ordena incendiarlas luego de pasar a sus tripulaciones a los otros dos buques, y emprende el regreso a Buenos Aires.

Fin de la guerra

En el mes de agosto de 1828 finaliza la guerra contra el Brasil y entonces Brown se retira a la vida privada no queriendo tomar parte en la lucha que durante más de veinte años librarían unitarios y federales. Esa era su intención pero el bloqueo a que es sometido Buenos Aires por parte de las fuerzas inglesas y francesas cuyo comienzo data desde el año 1838 hace que el viejo Almirante vuelva al servicio activo. Comprendía que el pabellón celeste y blanco enfrentaba un peligro y él nuevamente estaba listo para defenderlo.

En el Río de la Plata que había sido escenario de combates en las guerras de la Independencia y contra el Imperio del Brasil, realizó otra vez jornadas de epopeya: bloquearía a Montevideo burlando la flota inglesa; causaría derrota tras derrota a las naves del Uruguay que presidía

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Rivera que había abierto hostilidades contra Rosas. El 15 de agosto de 1842 el Almirante Brown en aguas del Río Paraná en Costa Brava, derrota a una fuerza naval riverista que era comandada nada menos que por el héroe italiano José Garibaldi. “Déjenlo escapar, ese gringo es un valiente” es la orden que Brown imparte a sus subordinados cuando pretendían perseguirlo para ultimarlo.

Producida la caída del régimen que encabezaba El Resturador Juan Manuel de Rosas, muchos marinos fueron eliminados del escalafón activo de la Armada, pero no el Comandante de la Escuadra de la Confederación. Por el contrario, el Ministro de Guerra y Marina le cursa al Almirante Brown una comunicación manifestando: “El Gobierno con esa medida ha consultado la decidida predilección a que V.E. tiene títulos por sus viejos y leales servicios a la República Argentina en las más solemnes épocas de su carrera”.

Su retiro

Retirado en su quinta de Barracas fue visitado por Grenfell que había sido su adversario en la guerra contra el Brasil. Al manifestarle aquél cuan ingratas eran las Repúblicas con sus buenos servidores, contestó el anciano Almirante: “Señor Grenfell, no me pesa haber sido útil a la patria de mis hijos; considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores”.

El 3 de marzo de 1857 fallece el Almirante Brown y el gobierno decreta honras al ilustre marino que, como decían los considerandos de la resolución oficial “simboliza las glorias navales de la República Argentina y cuya vida ha estado consagrada constantemente al servicio público en las guerras nacionales que ha sostenido nuestra Patria desde la época de la Independencia”.

Seis buques de la Armada Argentina llevaron su nombre: Goleta (1826), Vapor de Guerra General Brown (1867-Primer Buque Escuela), Acorazado (1880), Crucero (1931), Destructor (1961), Destructor (1983).

Fuentes: * Estado Mayor General de la Armada * Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado

SAN ROQUE- TABLADA - ONCATIVO

Entre los años 1828 y 1862, en intentos enfrentados por organizar definitivamente al país, las fuerzas políticas más importantes se alinearon en dos grandes corrientes: unitarios y federales. Unos, pretendían organizar un gobierno central que ejerciera el control de Buenos Aires por sobre el resto del país. Los otros, buscaban defender los intereses del interior y obtener una cierta autonomía por parte de las provincias, basándose, fundamentalmente, en la diferente índole, intereses y necesidades de los habitantes del interior, y teniendo en cuenta las grandes distancias y la casi inexistencia de comunicaciones entre Buenos Aires y las principales ciudades.

Este complejo panorama debe tenerse en cuenta especialmente, a fin de dimensionar de manera conveniente, una y otra postura política. Los dirigentes federales, con distintas modalidades en su accionar político, se aproximaban mucho más que los unitarios a la verdad histórica y política de los pueblos a los que representaban.

Mientras tanto, en la ciudad-puerto de Buenos Aires, las miradas estaban orientadas hacia intereses fundamentalmente de origen mercantilista, radicados en Europa. En el interior se vivía la realidad de cada ciudad o pueblo, muchas veces más cercana a intereses económicos y de desarrollo locales, con soluciones menos onerosas en lo político y económico que las que pretendía Buenos Aires.

Los protagonistas de estos enfrentamientos serían el Brigadier General Rosas, el Brigadier General Urquiza, el General Facundo Quiroga, el General Mitre, el General Lavalle, el General

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Paz, el General Viamonte y el General Balcarce.

En 1828, desaparecido el poder central (fin del Congreso Nacional y del sistema presidencial, y fracaso de la Constitución de 1826), los unitarios comprometieron en su lucha a las tropas que regresaban del Uruguay al mando de Lavalle y Paz, entre otros. El 1º de diciembre de 1828, estalló la revolución en Buenos Aires, encabezada por Lavalle, quien se proclamó gobernador. Dorrego abandonó la ciudad y fue derrotado en Navarro, el 9 de diciembre de 1828. Posteriormente, el 13 de diciembre, fue fusilado.

En enero de 1829, llegó el resto de las tropas al mando del General Paz, quien se unió a Lavalle, y juntos trazaron un ambicioso plan. El General Paz decidió actuar sobre Córdoba, y el 22 de abril de 1829 con una fuerza de alrededor de 1.000 hombres, venció a su gobernador - general Juan Bautista Bustos - en San Roque. La batalla de San Roque se libró en el valle que hoy cubren las aguas del lago, en la actual localidad de Villa Carlos Paz. Esta victoria le dio una sólida adhesión de las provincias de Tucumán y Salta.

Luego, enfrentó a Facundo Quiroga -Comandante de Armas de La Rioja-, y obtuvo los triunfos de La Tablada (22 de junio de 1829) y de Oncativo (25 de febrero de 1830). Por otro lado, los ejércitos del General Lavalle y del Coronel Rosas, defensor del federalismo, combatían en Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829. En esta ocasión, Lavalle fue derrotado.

Mediante la Convención de Cañuelas, el 24 de junio de 1829 - suscripta entre Juan Lavalle, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, y Juan Manuel de Rosas, Comandante General de la Campaña - , se fijó la elección de una nueva Junta de Representantes, la cual elegiría al gobernador. Este hecho no se cumplió, y el 24 de agosto se firmó la Convención de Barracas, por la que se designaba a Juan José Viamonte como gobernador provisorio. Este restauró la Legislatura que funcionaba en la época de Dorrego, y eligió gobernador a Juan Manuel de Rosas, otorgándole facultades extraordinarias para ejercer el poder.

GUERRA CONTRA LA CONFEDERACIÓN PERUANO-BOLIVIANA - (1837- 1839)

El 19 de mayo de 1837 el entonces encargado del manejo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina , Juan Manuel de Rosas declaró la guerra a la Confederación Peruano-Boliviana , comenzando el conflicto con dicha confederación. Se trató de una reacción originada como consecuencia de las agresiones que el Mariscal Santa Cruz, dictador de Perú y Bolivia, venía ejerciendo sobre nuestro país.

Las causas de la guerra

Terminada la guerra de independencia Bolivia se separó del Perú y se proclamó como república independiente en 1825. A este hecho siguió, en ambos Estados, un período de guerras civiles entre diferentes grupos que se disputaban el poder. Tras una larga lucha en 1836 el Mariscal Andrés de Santa Cruz, viejo guerrero del ejército de Bolívar y dictador de Bolivia, tomó el control del Perú decretando la unión entre ambas repúblicas. Nació así la Confederación Peruano-Boliviana que fue reconocida por la mayoría de los gobiernos de Europa y América.

Andrés de Santa Cruz buscaba la formación de una confederación de repúblicas americanas y continuó su proceso de expansión hacia el sur, comenzando sus fuerzas a incursionar sobre el norte de Argentina y Chile lo que motivó las protestas de ambos gobiernos a pesar de lo cual continuaron las incursiones. A su vez estableció contactos con Fructuoso Rivera, presidente de la Banda Oriental y enemigo de Rosas. Su plan consistía en fomentar el desorden en las provincias del norte a la vez que Rivera lo hacía en las de la Mesopotamia, tras lo cual - bajo el pretexto de razones de orden y humanidad - colocarían estas provincias bajo su protección. Santa Cruz también dio amplio apoyo a los emigrados unitarios que desde el territorio boliviano realizaban ataques a los gobernadores federales de las provincias del norte lo que motivó nuevamente las protestas de la Confederación Argentina.

Ya en 1834 Santa Cruz había prestado auxilios a una incursión del coronel unitario Javier López sobre el norte que culminó con su derrota de Chiflón. En 1835 se produjo otro ataque de López

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desde Bolivia pero fue nuevamente derrotado, en este caso en la batalla de Monte Grande. Ese mismo año Felipe Figueroa con fuerzas organizadas en Bolivia invadió la provincia de Catamarca. Al año siguiente Mariano Vásquez atacó con fuerzas bolivianas los poblados de Talina, Tupiza y La Puna. También dio apoyo a una expedición organizada en Perú al mando del general Freyre que se proponía derrocar al gobierno de Chile pero fue interceptada por una incursión de naves chilenas sobre el puerto de El Callao. Al reiterarse las agresiones, los gobiernos de Argentina y Chile comenzaron los contactos para el establecimiento de una alianza en contra de Santa Cruz. Esta nunca llegó a materializarse por escrito pero sí de palabra. El 11 de noviembre de 1836 Chile declaró la guerra a la Confederación Peruano-Boliviana. Argentina hizo lo propio el 19 de mayo del año siguiente.

Las fuerzas opuestas

La Confederación Argentina

He tomado el año de 1838 como base para describir el estado de las fuerzas opuestas ya que fue el momento álgido de la campaña, pero se debe tener en cuenta que la composición de las mismas fue variando con el paso del tiempo.

Rosas nombró como comandante del ejército nacional en el norte al general Alejandro Heredia, caudillo de Tucumán y una de las figuras de mayor influencia en la zona tras la muerte de Facundo Quiroga. Las fuerzas a cargo de Heredia eran muy limitadas por lo que debió comenzar a organizarlas por su propia cuenta. Ante la carencia de medios solicitó auxilios a Buenos Aires. Rosas envió importantes cantidades de pertrechos entre los que se contaban: 500 tercerolas y carabinas, 900 fusiles, 700 sables, 3.500 piedras de fusil y unos 54.500 cartuchos. A su vez las provincias del norte y el litoral aportaron más armas y soldados con lo que se logró poner en pie una fuerza de unos 3.500 hombres que para 1838 quedó organizada en tres divisiones.

La primera a cargo del gobernador de Salta, General Pablo Alemán. Estaba compuesta de la siguiente manera: 2 regimientos y dos escuadrones de caballería, los primeros eran el “Coraceros de la Confederación Argentina ” y “Lanceros de Salta” y los segundos el “Dragones de Jujuy” y el “Restaurador de Aguilar” y 5 regimientos de infantería, el 1 y 2 de milicias de Jujuy y el 6, 9 y 10 de milicias de Salta. En total unos 1.000 hombres.

La segunda división era mandada por el General Manuel Virto y la formaban: 2 regimientos y 4 escuadrones de caballería los primeros eran el “Restauradores” y el 3 de milicias y los segundos eran el “Coraceros de la Guardia ”, el de granaderos, el de guías y el de lanceros. A estas unidades se sumaban dos batallones de infantería, el “Libertad” y el de “Cazadores”. En total unos 1.500 hombres.

La tercera división la formaban 1.000 hombres con 2 piezas de artillería, agrupados en las siguientes unidades: 4 regimientos y 2 escuadrones de caballería, los “Coraceros de la Muerte ”, “De Rifles”, “Coraceros Argentinos”, 11 de milicias, 4 de milicias y “Granaderos de Santa Bárbara”. A ellos se sumaban dos batallones de infantería, el “Defensores” y el "Voltígeros”. La división estaba a cargo del General Gregorio Paz.

El armamento lo componían fusiles de chispa de 16mm con bayoneta con un alcance eficaz de 200 metros y máximo de entre 400 y 500 metros . Se sumaban las carabinas con un alcance algo menor al de los fusiles, sables, pistolas y lanzas. La artillería fue muy poco usada debido a que se operaba en un terreno que en general era montañoso por lo que no convenía el cargar con pesadas piezas, a lo sumo se llevaban culebrinas o morteros. En esta época de nuestra historia la caballería se organizaba en regimientos compuestos de cuatro escuadrones cada uno, aunque en la guerra contra la Confederación formada por Perú y Bolivia tenían solamente dos.

La infantería argentina solía organizarse en regimientos compuestos a su vez por dos o más batallones divididos en compañías. El número de hombres variaba según la disponibilidad de efectivos. A su vez solía dividirse a la infantería en las unidades de línea (combatían en orden cerrado) y en las de ligera que combatían en orden disperso, lo que se llama comúnmente a manera de “guerrillas”.

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La Confederación Peruano-Boliviana

En ese caso lamentablemente es menor la información de la que se dispone. El grueso del ejército de la Confederación , unos 5.000 hombres, se encontraba en el propio territorio del Perú presto a enfrentar el ataque de las fuerzas chilenas que desembarcarían allí. A esta fuerza se la conoció como “fuerza norte”. Sobre la frontera con nuestro país Santa Cruz ubicó a unos 2.000 - 4.000 hombres (las cifras son muy variables) al mando del General Felipe Braun con el objetivo de mantener a raya a las fuerzas argentinas hasta que el grueso del ejército derrotara a las unidades chilenas.

Para 1838 las fuerzas de Santa Cruz se componían de 4 batallones de infantería, los 2, 5, 6 y 8 con 300, 380, 700 y 600 hombres respectivamente; 4 escuadrones de caballería 2 de ellos de cazadores, 1 de coraceros y 1 de guías y una brigada de artillería con 4 piezas al mando del comandante García. El armamento de estas unidades era muy similar al de las argentinas.

En lo que se refiere al entrenamiento hay que destacar que era mejor el de las unidades ubicadas en Bolivia que el de las nacionales. Santa Cruz se había preocupado desde el principio de su gestión de fortalecer al ejército para utilizarlo como principal argumento de su proyecto de expansión. Santa Cruz contó con una gran ventaja a nivel militar con respecto a nuestro país durante la guerra, mientras él pudo concentrar todas sus fuerzas contra Chile y Argentina, las fuerzas de la Confederación Argentina no pudieron hacer lo mismo. Esto se debió a que a la vez que se producía la guerra con Bolivia y Perú la Argentina debió enfrentarse al bloqueo y los ataques de Francia, a la campaña de las fuerzas unitarias en el litoral y a la revolución de los hacendados del sur de Buenos Aires por lo que no se pudo emplear el ejército nacional en su totalidad en el norte.

Situación inicial

Para 1837 Alejandro Heredia se encontraba en Tucumán preparando el grueso del ejército para comenzar las operaciones sobre la frontera. Heredia había encargado al general Pablo Alemán la cobertura de la frontera mientras él completaba el entrenamiento de las fuerzas argentinas. Alemán apenas desplegó unos 380 hombres dispersos en diversas localidades de la frontera que quedó en un estado de suma vulnerabilidad. Por otra parte la preparación del ejército se demoró demasiado por lo que la iniciativa de la guerra quedó inicialmente en manos de los bolivianos.

El general Felipe Braun había recibido órdenes de Santa Cruz de mantenerse a la defensiva hasta que él pudiera derrotar a las fuerzas chilenas, pero al ver la inactividad de las fuerzas argentinas decidió atacar la frontera argentina. Braun intentaría hacer retroceder a las fuerzas argentinas hacia el sur con el objetivo de asegurar la frontera.

La posición de Braun se vio favorecida por la demora en el inicio de la invasión chilena al Perú. Dicha demora se debió al alzamiento de las tropas del coronel Vidaurre, en Quillota, y el asesinato de Diego Portales, ministro chileno.

La invasión de Braun al norte argentino

Aprovechando la inactividad de las fuerzas argentinas el general Felipe Braun concentró sus fuerzas en Tupiza y a fines de agosto de 1837 avanzó hacia el sur para invadir el norte argentino entrando por Jujuy. El 28 de agosto de 1837 una columna compuesta por unos 100 hombres ingresó por La Quiaca al poblado de Cochinoca reduciendo a las autoridades de La Puna y al destacamento de la zona. La segunda de las columnas, ubicada al oeste de la primera, tomó los poblados de Santa Victoria e Iruya tras rendir a las fuerzas de dudosa lealtad al mando del coronel Manuel Sevilla. De esta manera quedó el camino abierto hacia Jujuy. Ambas columnas se reunieron en la quebrada de Humahuaca el 11 de septiembre.

Alejandro Heredia recién había tenido noticia de estos movimientos el día 9 de septiembre por lo que tardó en reaccionar. Envió a su hermano Felipe con la vanguardia del ejército compuesta por un escuadrón del regimiento “Restauradores a Caballo”, otro del “Cristinos de la Guardia ”, un escuadrón de milicia y una compañía de tiradores como refuerzo, en total 400 hombres. El 12 de septiembre la vanguardia nacional llegó a unos 500 metros al sur del poblado de Humahuaca y fue recibida por los disparos de una avanzada boliviana a la que

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dispersó rápidamente, comenzando de esta manera el combate de Humahuaca. Por las características del terreno, montañoso, las fuerzas de Heredia no pudieron flanquear a los bolivianos por lo que las atacaron frontalmente. Tras varias cargas retrocedieron siendo perseguidos por los soldados argentinos. La persecución se detuvo por el descubrimiento de una considerable fuerza enemiga ubicada más al norte. Se trataba de una columna dirigida por el teniente coronel Campero y que había sido mandada por Braun para permitir la retirada de sus fuerzas ya que en ese momento creyó erróneamente que las fuerzas argentinas eran el ejército completo y no como en realidad ocurría simplemente la reducida fuerza de vanguardia.

Felipe Heredia continuó el avance al día siguiente y el 13 de septiembre se encontró nuevamente con las fuerzas de Braun que se habían atrincherado en las alturas de Santa Bárbara. Para atacar la posición Heredia dividió a sus tropas en dos columnas, la derecha quedó formada por un escuadrón del “Cristinos de la Guardia ”, otro del de milicias y la compañía de tiradores. La columna de la izquierda se formó con un escuadrón del “Restauradores”. Sorpresivamente el teniente coronel Benito Macías, comandante del “Restauradores”, ordenó a su escuadrón cargar sin recibir orden previa de Heredia. Viendo esta situación Felipe Heredia ordenó al escuadrón del “Cristinos de la Guardia ” cargar inmediatamente. Este escuadrón fracasó en su carga, pero las fuerzas argentinas se reorganizaron y volvieron a cargar logrando hacer retroceder a los bolivianos que se retiraron hacia el norte. Ante la proximidad de nuevas fuerzas enemigas Heredia no continuó la persecución.

El 11 de diciembre un destacamento de soldados argentinos al mando del capitán Aramayo sorprendió a una fuera boliviana al mando del comandante Calqui en Tres Cruces tomando varios prisioneros, armas y ganado. Las acciones a menor escala continuaron y el 2 de febrero de 1838 un destacamento nacional al mando del capitán Gutiérrez tomó prisioneros a 10 soldados bolivianos en la zona de Rincón de las Casillas, al sur de Negra Muerta. El destacamento argentino se encaminó a Negra Muerta para esperar la llegada de una columna enviada por Braun y emboscarla. Allí mediante un brillante ardid Gutiérrez logró que en medio de la oscuridad dos destacamentos bolivianos se confundieran y, creyendo que se trataba del enemigo, abrieron fuego uno sobre el otro, prolongándose el enfrentamiento hasta que se dieron cuenta del error cometido. A pesar de las victorias obtenidas, Alejandro Heredia no pudo emplear a las fuerzas argentinas en una invasión a Bolivia debido a una serie de sublevaciones producidas en las provincias del norte.

Derrota chilena y retirada argentina

Mientras se desarrollaban estos enfrentamientos en el norte argentino Chile lanzó una expedición sobre la costa del Perú a las órdenes del Almirante Blanco Encalada.

Los chilenos desembarcaron y establecieron un gobierno provisional en Arequipa tras lo cual avanzaron al norte por terreno desértico, las enfermedades, la sed y las epidemias mermaron mucho a los 4.000 hombres de esta expedición. Santa Cruz lo sabía y con el grueso del ejército de la Confederación Peruano-Boliviana marchó para enfrentar a Blanco Encalada. El almirante chileno viéndose en una completa inferioridad de condiciones se rindió firmando la paz de Paucarpata por la cual Chile quedó momentáneamente fuera de la guerra. Heredia se enteró de este hecho en enero de 1838 y comprendió la gravedad de la situación ya que ahora se presentaba el peligro de que Santa Cruz decidiera avanzar con todo su ejército sobre el norte argentino. Aprovechando esto Braun volvió a avanzar sobre el norte argentino y a su vez Heredia retrocedió concentrado al ejército en Itaimari y Hornillos.

Las fuerzas argentinas a pesar de la peligrosa situación emprendieron algunas acciones menores contra los bolivianos. El coronel Paz logró tomar San Antonio de los Cobres, el coronel Mateo Ríos avanzó desde Orán hacia Iruya y el teniente coronel Baca hostilizó a los bolivianos, la acción combinada de estas fuerzas obligó a Braun a retroceder. La situación nuevamente se tornó favorable a las fuerzas argentinas ya que el gobierno chileno rechazó el acuerdo de Paucarpata y comenzó a preparan una nueva expedición sobre el Perú por lo que Santa Cruz no pudo mandar al grueso de sus tropas contra la Confederación Argentina. El general Heredia no se mostraba demasiado activo lo que motivó los reclamos de Chile. Heredia ofreció su renuncia pero fue rechazada por Rosas y le ordenó la preparación de una expedición para atacar a los bolivianos.

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Campaña de Alejandro Heredia

Con sus fuerzas ya reorganizadas el general Alejandro Heredia se dispuso a tomar la ofensiva contra las tropas de Braun. A tal fin organizó al ejército del norte en tres divisiones. La primera de ellas quedó al mando del coronel Manuel Virto con unos 1.200-1.500 hombres y tenía como misión el avanzar hacia las montañas de Iruya para atacar al grueso del ejército boliviano por la retaguardia e impedir su retirada. La segunda división estaba compuesta por 1.000 hombres al mando del general Gregorio Paz y debía ocupar la frontera con Tarija y amenazar la ciudad de Chuquisaca.

La tercera división al mando Pablo Alemán permanecería a retaguardia de las otras divisiones para actuar como reserva. La vanguardia de la división del general Gregorio Paz inició la marcha el 27 de mayo de 1838 con el coronel Mateo Ríos al frente. A los dos días atacó a una avanzada boliviana que se había ubicado en el pueblo de Carapari. El comandante de la guarnición, Cuellas, se mostró dispuesto a rendirse pero explicó que debía convencer a sus oficiales que se encontraban acampados en Zapatera. Estos no accedieron a rendirse por lo que Paz decidió atacarlos. A tal efecto dividió a sus fuerzas en dos columnas. La primera de ellas al mando del coronel Mateo Ríos avanzó por el camino de Itau, la segunda al mando de Paz lo hizo por el camino de Saladillo.

La vanguardia boliviana fue atacada por una compañía de tiradores y 15 hombres del regimiento “Coraceros Argentinos” por lo que comenzó a retirarse, fue entonces cuando el teniente coronel Bárcena avanzó con una compañía de tiradores y la mitad del escuadrón “Granaderos de Santa Bárbara” para cortarles el paso. Mientras se producía la persecución, que se prolongó unos 20 km , un escuadrón al mando del comandante Cuellas desertó y se unió a las fuerzas nacionales. La columna del general Paz siguió avanzando y el 8 de junio de 1838 derrotó a una avanzada boliviana en San Diego. En esta acción participaron la segunda compañía de granaderos, 15 tiradores del regimiento “Coraceros Argentinos” y una compañía del batallón “Defensores”.

Cerca de la localidad de El Pajonal el general Gregorio Paz destacó al teniente coronel Ubiens con 200 hombres para que se ubicara a retaguardia del enemigo y cortara su retirada pero los bolivianos dando cuenta de la maniobra se retiraron y lograron eludir el cerco. La división continuó el avance llegando a las proximidades de Tarija pero al aproximarse nota la presencia de una fuerza enemiga de considerable tamaño por lo que Paz decidió retroceder el 24 de junio. Durante la retirada las fuerzas nacionales fueron derrotadas en Cuesta de Cayambuyo y continuamente hostilizadas por los bolivianos sufriendo fuertes pérdidas. A la vez que se desarrollaban estas acciones la columna del coronel Virto también participaba en las operaciones. Esta columna había partido el 5 de junio de 1838 de San Andrés con rumbo a Abra de Zenta. En el camino se reunieron con las tropas enviadas desde Jujuy al mando del coronel Iriarte.

El 11 de junio la división se encontraba cerca de la población de Iruya donde las tropas de Braun se habían atrincherado fuertemente. Al frente de la vanguardia marchaba el coronel Rivas para tomar las alturas ocupadas por el enemigo. La compañía de “Voltígeros” del capitán Lorenzo Alvarez atacó la población con gran determinación pero fracasó. Virto mandó en repetidas oportunidades sus fuerzas contra el dispositivo boliviano pero no logró doblegarlo. Como último intento mandó la reserva pero aún así no pudo seguir avanzando por lo que debió retroceder.

El 22 de agosto de 1838 el general Heredia ordenó la retirada de las fuerzas nacionales tras haber fracasado las columnas en cumplir con los objetivos asignados.

El 12 de noviembre de 1838 estalló en el noroeste argentino la rebelión dando comienzo a lo que se llamó la “Coalición del Norte”. Ese día el general Alejandro Heredia fue asesinado por una partida de rebeldes por lo que las acciones se vieron nuevamente detenidas.

El fin de la guerra

El 20 de enero de 1839 las fuerzas chilenas desembarcadas en el Perú al mando del general Manuel Bulnes se enfrentaron al ejército del general Andrés de Santa Cruz en Yungay, tras cinco horas de duros combates las fuerzas de la Confederación Peruano-Boliviana fueron

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completamente derrotadas. Tras la batalla la confederación se disolvió. El general Velasco fue elegido como nuevo presidente de Bolivia. Las nuevas autoridades mostraron buena voluntad con respecto al problema originado años antes con nuestro país por la disputa en torno a la posesión de la provincia de Tarija. El gobierno argentino podría haber aprovechado la situación de encontrarse como vencedor para ocupar la disputada provincia, pero no lo hizo. Juan Manuel de Rosas consideró que lo correcto era que la cuestión debía ser decidida por los habitantes de la zona. Se realizó una consulta y Tarija se incorporó a Bolivia.

El 26 de abril de 1839 el gobierno argentino dio oficialmente por terminada la guerra.

Como balance de la misma se puede decir que si bien la Argentina no logró victorias decisivas durante su desarrollo sí se logró algo que fue fundamental para la Nación. Se pudieron desbaratar los planes de Santa Cruz de anexar a la Confederación Peruano-Boliviana las provincias del noroeste por lo que se logró mantener la integridad territorial y la soberanía de la Argentina. Esto es más destacable si tenemos en cuenta que por esos días la Confederación Argentina debió enfrentarse también con otra agresión desde el exterior, el bloqueo de Francia. Este fue apoyado por numerosos movimientos internos encabezados por los unitarios que no mostraron el menor escrúpulo –salvo gloriosas excepciones como el caso de Martiniano Chilavert- a la hora de intentar derrocar a Rosas, aunque fuera con armas y dinero francés y que ello implicara la disgregación de la integridad territorial de nuestra Patria.

Sirva este trabajo a manera de sencillo y humilde homenaje a los valientes que dieron la vida en esta contienda por preservar la soberanía Argentina en esos momentos decisivos para la nación.

BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO - 28 de noviembre de 1840

En 1840 el general Juan Lavalle, hostilizado por las tropas federales combinadas de los generales Manuel Oribe y Juan Pablo López, se decidió a tomar por asalto la ciudad de Santa Fe para abrir su comunicación con el Paraná y con Montevideo.

El 23 de setiembre, Lavalle ordenó al coronel Rodríguez del Fresno que iniciara el ataque de esa plaza con la legión Méndez. A esta fuerza se unieron en seguida el batallón de infantería del coronel Díaz, la artillería de Manterota y algunos piquetes de infantería santafesina, todas las cuales se pusieron a las órdenes del general Iriarte.

El general Eugenio Garzón que comandaba en jefe la plaza, respondió con denuedo el ataque, después de haberse negado a rendirse como se lo proponían los asaltantes. Garzón era un bravo y experimentado militar, cuyos méritos le habían granjeado consideraciones aún entre sus adversarios políticos; y como tal se mostró una vez más en la defensa de Santa Fe. Obligado a cubrir con sus escasas fuerzas los puntos más importantes de la ciudad, resistió dos días el asalto que le trajeron los unitarios simultáneamente por el lado de la costa y por las calles del norte y sur de la plaza.

Al segundo día los unitarios se apoderaron de algunas alturas. Entonces Garzón, defendiendo el terreno palmo a palmo, se atrincheró en la Aduana con las fuerzas que le quedaban, rechazando desde allí los ataques que le llevaron. La infantería y artillería de Lavalle se estrellaron varias veces contra esa posición que hacía formidable la pericia de Garzón. Pero esta lucha no podía prolongarse. Garzón había perdido su mejor fuerza en el estrecho recinto que defendía. Sus municiones se agotaban ya cuando sus principales jefes acordaron nombrar un parlamentario ante el coronel Rodríguez del Fresno. Este concedió al general Garzón y a sus oficiales salir con los honores de la guerra si se rendían en el perentorio tiempo de un cuarto de hora.

Empero, la misma noche de la toma del cuartel, el general Iriarte le notificó a Garzón que él y sus compañeros eran prisioneros a discreción, pues el coronel Rodríguez no tenía facultades para hacerle concesión alguna. Garzón invocó con arrogancia la capitulación arreglada con el jefe de la plaza, y alegó en términos duros que sus oficiales no podían ser víctimas de la

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indisciplina del que tal notificación le hacía.

Iriarte se limitó a responderle que no había más que someterse a las circunstancias que había creado la guerra, y que se preparasen a marchar al cuartel general de Lavalle que estaba situado en la chacra de Andino en las afueras de la ciudad.

Allí, en la chacra de Andino, se preparaba el complot contra la vida de Garzón y de sus compañeros. El coronel Niceto Vega, que llevaba la palabra en las solicitudes colectivas de los jefes del ejército “libertador” al general Lavalle para arrancarle resoluciones violentas con cuya responsabilidad cargaba éste exclusivamente, reunió sus compañeros de armas momentos después de haber el general Garzón desalojado la Aduana en virtud de la capitulación arreglada; y en esta reunión se resolvió nombrar una comisión de jefes con el objeto de pedir al general Lavalle que el general Garzón, el gobernador Méndez, el coronel Acuña, su hijo, el capitán Gómez y demás oficiales capitulados fueran conducidos al cuartel general y fusilados inmediatamente.

La comisión presidida por el coronel Vega llevó su cometido ante el general Lavalle. Este visiblemente agitado les respondió a los que la componían: "¿Y por qué no los mataron ustedes en el acto de tomarlos? ¿Quieren que caiga sobre mi la muerte de todos ellos?.... Esta bien, señores, los prisioneros serán fusilados”. E inmediatamente dio orden de que la legión Avalos trajese bien asegurados los prisioneros al cuartel general.

Y véase lo que a este respecto dice el coronel Rodríguez del Fresno:

“Al día siguiente de la toma de la plaza, me dirigí al campo del general Lavalle, quien me hizo llamar por medio de su ayudante Lacasa; y lo encontré en la loma de la chacra de Andino, sentado sobre su montura. Lo saludé, y la primera pregunta que hizo fue si quedaban asegurados los prisioneros. Le contesté que sí. “¿Están todavía con mucho cogote?” me dijo. – “No les falta”, le contesté. – “Irá usted a la Capital , agregó el general, y ordenará al mayor de plaza, o al jefe encargado de la custodia de los prisioneros, que los entregue al comandante Avalos, quien llevará mis instrucciones sobre la manera de traerlos. Aquí les bajaré el cogote”.

El comandante Avalos sacó en efecto a los prisioneros de sus calabozos y los condujo maniatados y bien asegurados al cuartel general de Andino; pero varias damas santafecinas, y principalmente doña Joaquina Rodríguez de Cúllen, hermana del coronel Rodríguez del Fresno, y viuda de Domingo Cúllen, y que debía servicios importantes a Garzón, se apresuraron a pedirle gracia a Lavalle por la vida de este último y la de sus compañeros. Esta súplica, por una parte; las reflexiones que le hicieron sobre que era el gobernador de Santa Fe quien debía juzgar a los prisioneros, y las que él mismo se hizo acerca del alcance y trascendencia que tendría en las provincias la tremenda resolución que le habían arrancado los jefes de su ejército, decidieron al general Lavalle a devolver los prisioneros al gobernador Rodríguez del Fresno, levantando así la sentencia que había fulminado sobre sus cabezas.

En estas circunstancias cayó como un rayo en el campo del general Lavalle la noticia de la convención celebrada entre Rosas y el barón Mackau. Todos los cálculos y planes de los emigrados unitarios quedaban desbaratados a consecuencia de esa convención. Lejos de contar con el auxilio y el apoyo de Francia, que nunca les eran más necesarios que en estos críticos momentos, se encontraban desde luego reducidos a sus escasos recursos propios, y frente a frente a todo el poder de Rosas, aumentado moral y materialmente a causa de la paz que acababa de pactar con esa nación.

Las fuerzas de Juan Pablo López y de Manuel Oribe, por otra parte, empezaban a hostilizar formalmente a las de Lavalle; y como éste ya no tuviera mayor interés en sostenerse en la ciudad de Santa Fe, pues dado el giro que habían tomado los sucesos, su objeto no podía ser otro que el de presentarle a Oribe una batalla en las condiciones más favorables para él, evacuó esa ciudad a mediados de noviembre, sacando de ella toda la gente que pudo y siguiendo camino de Córdoba por el paso de Aguirre.

Otro era el aspecto de las cosas en Córdoba. La Coalición del Norte hacía camino, a pesar de sus primeros descalabros. El general Lamadrid, reforzado con algunos contingentes se dirigió sobre Córdoba, mientras unitarios de nota como los doctores José Francisco Alvarez, Paulino Paz, Ramón Ferreira, Mariano López Cobo, Francisco Lozano, Bernabé Ocampo, Miguel de

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Igarzábal, Posse, Soage y otros, hacían estallar una revolución en la capital de esa provincia, la cual dio por resultado el derrocamiento del gobernador Zavalía, delegado del propietario don Manuel López, que se encontraba en campaña reuniendo sus fuerzas; y el nombramiento del doctor Alvarez para ejercer ese cargo. Al día siguiente, el 11 de octubre, el general Lamadrid entró con su ejército en la capital, en medio del entusiasmo y regocijo de sus partidarios, y en seguida fue nombrado comandante en jefe de todas las fuerzas de la provincia, dándole un buen contingente de fuerzas y las milicias de Santa Rosa, Río Primero, Tercero arriba, etc.

Lamadrid le comunicó todo esto a Lavalle, con el objeto de que combinasen ambos sus operaciones; y Lavalle al retirarse de Santa Fe le dio cuenta de la posición de Oribe, como de su resolución de dirigirse a Córdoba, pidiéndole que, en vista de esto último, viniese a situarse con sus fuerzas en el Quebrachito, en el límite de estas dos provincias, o que, por lo menos, le remitiese tres mil caballos, pues su ejército estaba casi a pie. Porque la permanencia de Lavalle en Calchines había sido fatal para sus caballadas. Los malos pastos de esos parajes, y la poca vigilancia que dio margen a continuas disparadas, redujeron a una cifra insignificante los veinte y tantos mil caballos que llevó de Buenos Aires. Y careciendo de este medio de movilidad no podía pensar por entonces, en presentarle a Oribe una batalla. Al moverse de Calchines, contando con que Oribe lo seguiría, se propuso pues, esquivar el combate hasta que se incorporase con Lamadrid, o pudiese montar todas sus fuerzas.

Oribe lo siguió en efecto, y dos días después empezó a hostigarlo por retaguardia. Lavalle proseguía su marcha en dos columnas paralelas, cubriendo su retaguardia con la división Vega y el batallón de infantería desplegados, y llevando en el centro las carretas y bagajes del ejército.

Cuando los tiradores de Oribe amenazaban sus flancos y se aproximaban las fuerzas que lo perseguían, Lavalle hacía alto y desplegaba sus dos columnas sobre la base de la infantería y de la división Vega. Oribe hacía otro tanto y formaba su línea como para entrar en combate; y cuando lo iniciaba, Lavalle doblaba sus dos alas, tomando su anterior formación, y proseguía su retirada.

Pero esta situación no podía prolongarse para Lavalle, tenazmente perseguido por un militar tan bravo y tan experto como él.

El 26 de noviembre hubo de verse envuelto por las fuerzas de Oribe, en un momento en que se detuvo a refrescar sus exhaustas caballadas. Su mirada estaba fija en el Quebrachito, donde debía esperarlo Lamadrid. Incorporado con éste, ya estaba seguro de obtener una ventaja sobre Oribe. Pero ningún aviso recibía de Lamadrid.

La fantasía de este jefe que jamás calculaba sus operaciones, ¿lo habría conducido a otra parte? Esto valía la ruina del ejército “Libertador”. El 28 llegó a los montes del Quebrachito. Allí no estaba Lamadrid. Este había mandado días antes a ese punto una buena división al mando del coronel Salas, y caballadas de refresco; pero como no llegara el ejército de Lavalle el día 20, creyó que estaba sitiado por Oribe en Calchines, y la hizo retirar de aquel punto para marchar con ella a Fraile Muerto (actual ciudad de Bell Ville). Lavalle vio entonces que tenía que disputarle él sólo a Oribe, no ya la victoria, sino los pocos recursos que pudiera salvar de su desastre.

A la una de la tarde del 28 de noviembre la vanguardia de Oribe cayó sobre la infantería de Lavalle, y poco después todo su ejército, compuesto de unos cinco mil hombres, de los cuales mil seiscientos eran infantes, envolvían al ejército enemigo sin darle el tiempo para tomar la formación más conveniente. Oribe llevó por su derecha una formidable carga de caballería con casi toda su fuerza de esta arma; y Lavalle efectuó una operación semejante por la izquierda. La de Oribe obtuvo un éxito completo; y aquí fue del rudo batallar de los escuadrones de Lavalle que alentados con la palabra entusiasta de este general, pugnaban desesperadamente por romper el círculo de jinetes de Oribe que los estrechaban por retaguardia, mientras la infantería y artillería los diezmaba por su frente y por uno de sus flancos.

Dos horas después la Batalla del Quebracho Herrado quedó circunscripta en el cuadro que formó el coronel Pedro José Díaz en el extremo izquierdo, donde permanecía Lavalle mandando las cargas supremas de los últimos restos que le quedaban.

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El coronel Vega, viendo inminente el momento en que Lavalle caía muerto o prisionero con el último de sus oficiales, se abalanzó con doscientos hombres como movido por el prodigio, contuvo una carga decisiva que le traía la caballería federal, y alguno de sus compañeros aprovecharon de esto para sacar de allí a su general.

Todavía permanecía en medio de su cuadro el coronel Díaz. Cuando hubo a su alrededor otro cuadro de cadáveres; cuando aquellos valientes no pudieron hacer uso de sus armas porque las municiones estaban en poder de las tropas federales, y sólo se servían de las bayonetas o de las culatas de los fusiles para esgrimirlos sobre los que tenían más cerca, recién se sometieron a la dura ley de los vencidos; y el mismo Oribe, tan parco en elogios como fiero en la victoria no pudo menos que felicitar públicamente al coronel Díaz y a sus denodados compañeros.

Lavalle perdió en esta batalla mil trescientos hombres entre muertos y heridos, cerca de seiscientos prisioneros, de los cuales sesenta eran jefes y oficiales, toda su artillería, bagajes, parque, su correspondencia, etc. Del campo de Quebracho Herrado se dirigió a Córdoba por la frontera del Tío con los restos dispersos que le quedaban del ejército.

El triunfo del Quebracho era tan importante para los federales como el que acababa de obtener la diplomacia de Juan Manuel de Rosas por medio de la convención con Francia, la cual puso término a las diferencias entre ese gobierno y el de la Confederación Argentina.

Diezman la fila unitariatantas cargas federales,prometiendo a sus rivaleslargas horas funerarias.Cada vez más solitariala bandera de sus huestes,en el panorama agreste,triste de Quebracho Herrado,el campo queda sembradode chaquetillas celestes.

Quebracho Herrado (gato)

IEl General Lavalle y el correntino en el Quebracho Herrado fueron vencidos.

Fueron vencidos, si, ¡qué mala suerte! rumbiaba ya su estrella hacia la muerte.

IIEl General Lavalle y el correntino ya marchan derrotados por los caminos.

Por los caminos, si, ¡qué mala suerte!para encontrar la calma sólo en la muerte.

BATALLA DE PASO DE AGUIRRE - (17 de abril de 1842)

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Brigadier general Pacual Echagüe (1797-1867)    

(01) Antecedentes(02) Parte de la batalla(03) Fuentes.(04) Artículos relacionados.

Antecedentes

El gobernador de Santa Fe, Juan Pablo López (apodado “Mascarilla” por su fealdad), en abril de 1842 se pronunció abiertamente contra Rosas y no considerándose con fuerzas suficientes para dar una batalla, se dispuso a seguir la guerra de guerrillas.

El 12 de abril en el combate de Coronda, las fuerzas leales al gobernador santafesino fueron vencidas a pesar de la acción del coronel Juan Apóstol Martínez que terminó siendo prisionero y fusilado por orden de Oribe. Juan Pablo López logró escapar hacia el norte, llegó hasta el Chaco santafesino y cruzó a Corrientes. Sabido es que el coronel Martínez triunfó en sucesivas batallas durante la guerra por la Independencia y que en ese combate se mantuvo en la retaguardia para que los batallones comandados por López pudieran retirarse hacia el norte.

Oribe siguió avanzando hacia Santa Fe, después de tres días de marcha pasó por Ascochingas (ex distrito santafecino). El 16 de abril de 1842 junto al general Pascual Echagüe llegaron hasta la capital provincial y ya estaban al noreste de la ciudad cuando se enfrentaron los ejércitos en Colastiné.

Finalmente López con su segundo, el coronel Santiago Oroño, fue derrotado en el combate del Paso de Aguirre (17 de abril de 1842) huyendo ambos con su gente dispersa hasta el Paso de Rubio en Corrientes. Andrada triunfante, degolló a cuantos encontró, dispersos u ocultos por los montes. Echagüe entró en Santa Fe y desde ella el 23 de abril de 1842 decía a Oribe:

“El traidor salvaje Mascarilla se ha embarcado con sólo cinco hombres: se le tomaron dos asistentes con dos valijas. Estas y $33 que en ellas se encontraron, le he ordenado al Coronel Andrada distribuya entre los aprensores, y espero sea de su aprobación. Cumplo con el deber de remitir a V. los únicos papeles que se le han encontrado, pues según verá valen muy poco”.

Parte de la batalla

Parte del general Echagüe al jefe del Ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina, general Manuel Oribe. Le comunica el triunfo obtenido por el coronel Andrada juntamente con las divisiones Flores y Barcena en el Paso de Aguirre (17 de abril de 1842)

¡Viva la Federación!

San Pedro, Abril 20 de 1842

Año 33 de la Libertad, 27 de la Independencia y 13 de la Confederación Argentina

Al Excelentísimo Señor Presidente del Estado Oriental General en Jefe del Ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina, Brigadier Manuel Oribe.

Excelentísimo Señor.

Desde que por disposición de S. E. me avancé en persecución del salvaje unitario traidor Mascarilla, apuré mis marchas cuanto me fue posible hasta ponerme sobre él, así fue que al día siguiente por la mañana estuve en las inmediaciones del Tala donde según todos los pasados que se me presentaban debía él ofrecerme la batalla. Sospechando sin embargo, que no fuese

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sino un arbitrio para entretener a sus soldados que propagaba semejante plan, oculté la fuerza y le hice ver solamente ochocientos hombres con el objeto de comprometerlo a que cumpliese su palabra; más no sucedió así porque a la sola vista de esta columna se puso en una retirada tan precipitada que se confundía con una fuga vergonzosa. En el momento me puse en marcha con todas las Divisiones esforzándome en cuanto me fue posible para alcanzarlo, pero todo mi empeño fue inútil a pesar de haber andado como tres leguas al trote en las que se inutilizaron muchos de nuestros caballos rendidos de tan larga distancia. Determiné no obstante, continuar la persecución del modo que era posible, y como a las doce del día recibí parte del coronel Andrada que el traidor vadeaba el Salado por el paso de Miura y por insinuación de este mismo jefe continué mi marcha por la banda occidental de dicho río hasta el paso de Aguirre con la mira de salirle adelante como lo conseguí.

Alucinado el traidor con la idea de que ninguna fuerza extraña le saldría por el Norte, dirigió toda su vigilancia hacia los pasos de Catalán y Miura mas desafortunadamente una partida de indios aprendió a un soldado nuestro extraviado y éste le informó de la dirección de nuestra marcha pero con la precaución de asegurarle que sólo el Coronel Andrada era el que con solo su División de seiscientos hombres venía por este punto. Marchó entonces con su titulado ejército fuerte de mil setecientos a batirlo, y se encontró además con las Divisiones Flores y Barcena que noticiosas del movimiento del salvaje marcharon precipitadamente al campo donde ayer ha sido su sepulcro (Paso de Aguirre) de que se informará V. S. por el parte original que tengo la satisfacción de dirigirle adjunto. Si en él no se menciona la benemérita División Barcena que tuvo una parte muy gloriosa en el suceso es porque el jefe que lo firma ignoraba que el día anterior la había mandado adelantar con su valiente coronel, a ponerse a las órdenes del bravo coronel Flores, quien en el momento del combate entró con la mayor decisión acuchillando la izquierda del enemigo.

En el momento de emprender el ataque iba yo en marcha a una legua de distancia en el Batallón Rincón y las Divisiones Hidalgo y Santa Coloma, pero le aseguro a V. E. que no se cuáles tendrían más mérito, si las que triunfaron denodadamente sobre los salvajes unitarios, o estos virtuosos cuerpos que por subordinación y disciplina se sometieron al orden que les intimé, sofocando en sus pechos el ardoroso deseo de tomar parte del combate.

Según los informes que acabo de recibir pasan de doscientos los muertos. El Escuadrón Peredo de la División Barcena tuvo la fortuna de entrar por donde logró acuchillar más enemigos. El Batallón Rincón está animado del espíritu de su jefe, en menos de once horas marchó nueve leguas bajo un sol abrasador, y con muy escasa agua, mostrándose siempre contento y entusiasta para combatir.

Las indiadas han cumplido fielmente su palabra: en los momentos de presentarse la batalla abandonaron al traidor salvaje Mascarilla, mandándoseme ofrecer todos para presentárseme cuando los necesite.

Al felicitar a V. E. y al ejército por la gloriosa terminación de esta campaña, no puedo excusarme de recomendarle a todos los Señores Jefes, Oficiales y tropa que componen estas virtuosas Divisiones que se ha dignado V. E. poner a mis órdenes.

Dios guarde a V. E. muchos años.

Pascual Echagüe

BATALLA ARROYO GRANDE - 6 de diciembre de 1842

La picardía de Rosas: como engañar a un embajador

En muchas ocasiones mostraría Rosas su aptitud diplomática, su habilidad para conocer a los hombres, sus agallas, su inteligencia y su fibra de “gaucho pícaro”.

Si bien eran épocas de conflicto entre las potencia europeas (y algunos uruguayos aliados) con la Confederación, el representante ingles iba de tarde en tarde a Palermo en “visita de

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cortesía”, con la doble intención de recoger información que pudiera obtener en los pasillos o de la propia boca de “su amigo” Rosas, que lo atendía con amabilidad y deferencia.

Enfrentado Rosas al “pardejón” Fructuoso Rivera, estaban ambos ejércitos separados por un río, sin cruzarlo para no quedar en posición desventajosa. Cuenta Saldías una anécdota escuchada de boca de Antonio Reyes, edecán de Rosas, que lo pinta a éste de cuerpo entero.

Rosas llamó a Reyes y le dijo:

- “Dentro de poco vendrá Mr. Mandeville, usted entrará a darme cuenta de que las divisiones del ejército de Vanguardia están a pie, que no se ha empezado a pasar por el Tonelero los pocos caballos que hay, que por esto y la falta de armas el ejército no puede iniciar operaciones. Yo insistiré para que usted hable en presencia del Ministro".

Media hora después entró Mr. Mandeville. Asegurábale a Rosas que se esforzaría para que terminase dignamente la cuestión entablada, cuando se presentó Reyes a dar cuenta de lo que, con carácter urgente, avisaban del ejército de Vanguardia.

- “Diga Ud. -ordenóle Rosas-, el señor Ministro es un amigo del país y hombre de confianza.”

Reyes habló, y Rosas se levantó irritadísimo, exclamando:

-“Vaya Ud., señor, y dirija una nota para el jefe de las caballadas haciéndole responsable del retardo en entregar los caballos para el ejército de Vanguardia, y otra en el mismo sentido al jefe del convoy. Tráigame pronto sus notas, para firmarlas...”

Y como Mr. Mandeville quisiera calmarlo, arguyendo que quizás a esas horas ya todo había llegado a su destino:

-“¡No señor, no puede haber llegado todavía!... y si el "pardejón" supiera aprovecharse... ¡así es como vienen los contrastes, así es como vienen!”, decía Rosas cada vez más agitado.

Mr. Mandeville pidió licencia para retirarse. Inmediatamente Rosas ordenó al capitán del puerto que vigilase los movimientos de la rada. Esa misma noche tuvo parte de que salía para Montevideo un lanchón en el cual iba un hombre de confianza de Mr. Mandeville. Transmitiría lo que el diplomático inglés había escuchado “de boca del Restaurador".

Con la seguridad de un dato inapreciable, el general Rivera se mueve con prontitud ordenando marchar contra Arroyo Grande, que suponía débil y desguarnecido al no llegar los refuerzos de Rosas "retrasados" en el Tonelero. El general César Díaz, entonces oficial de Rivera, se extraña en sus Memorias de que el jefe de las fuerzas franco-uruguayas, a las que se sumaban los unitarios exiliados, ordenase una batalla a todas luces apresurada.

Se lanzó contra el general Oribe, aliado de Rosas, a las primeras horas del alba del 6 de diciembre de 1835, estrellándose contra fuerzas superiores a las suyas en armamentos y posición. Y a las que no le faltaba caballada...

"Todo se perdió", relata Díaz, "hasta el honor." Engañado y completamente vencido, don Fructuoso escapó "arrojando su chaqueta bordada, su espada de honor y sus pistolas". Perdió casi toda la caballada y el parque completo.

BATALLA INDIA MUERTA - 27 marzo de 1845

(01) Antecedentes.(02) Encarnizado combate y triunfo de Urquiza.(03) Celebración en Buenos Aires.(04) Montevideo defendida por extranjeros.

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(05) Fuentes.(06) Artículos relacionados.

Antecedentes

A comienzos de 1845 va a reanudarse la lucha en el territorio argentino, pero la guerra nunca ha estado interrumpida. En el Uruguay combaten tres ejércitos de la Confederación y en el de Oribe figuran batallones argentinos. También ha habido algún encuentro insignificante en Entre Ríos, promovido por el gobernador de Corrientes. Pero ahora Rosas tendrá frente a él al más notable de nuestros militares, el general Paz, que acaba de ser designado en Corrientes jefe del Ejército Aliado Pacificador, y que ya ha comenzado a organizar sus tropas. Este nombramiento no es la única habilidad del gobierno correntino. Su tratado de comercio con el Paraguay, que Rosas considera una traición, porque una provincia no puede pactar con el extranjero, es el primer paso hacia una colaboración militar.

Manuel Oribe venció a Fructuoso Rivera en Arroyo Grande (6 de diciembre de 1842). Este perdió todo su ejército, y hasta sus pistolas y espada de honor, que arrojó para poder huir.

Este hecho de armas significó el fin de la Federación del Uruguay que Rivera presidía. Luego de esa batalla, las tropas rosistas comandadas por el general Oribe atravesaron el Uruguay, mientras que las tropas de Rivera huían hacia Montevideo sin ofrecer resistencia. Después de eso, ya Oribe con casi la totalidad del País en su poder. Se propuso sitiar Montevideo, en un sitio que duraría nueve años y seria recordado por la histografia uruguaya como “Sitio Grande”. Y establecer su sede de Gobierno en lo que hoy se conoce como el barrio del Cerrito de la Victoria, en lo que era para ese entonces las afueras de Montevideo.

Fructuoso Rivera, que no había ejercido actos de gobierno sino al pasar, en los puntos que ocupaba con sus armas, era seguido por el ejército al mando de Urquiza, quien lo alcanzó en la sierra de Malbajar, y lo obligó a traspasar la frontera y asilarse en Río Grande.

Rivera se dirigió en nombre del gobierno oriental al marqués de Caxias, comandante en jefe de las fuerzas del Imperio en esa provincia, con quien había tenido negociaciones por intermedio de su secretario don José Luis Bustamante. Allí pudo reorganizarse con los auxilios de armas, vestuarios y caballos que recibió. Los últimos días de enero de 1845 pasó a la frontera oriental. Sus divisiones, al mando de los coroneles Flores, Freire y Silveira, sostuvieron choques sin importancia con las de Urquiza; pero como él pasase a mediados de febrero del norte al sur del río Negro y pusiese asedio a la villa de Melo, Urquiza reunió sus fuerzas y el 21 se movió del Cordobés en dirección a Cerro Largo.

Rivera se ocultó en la sierra del Olimar y Cebollatí. Urquiza contramarchó el 23 del Fraile Muerto, y se dirigió por el camino de la cuchilla, con el designio de ponerse al flanco derecho y salirle a vanguardia. Pero fue inútil. Rivera, conocedor del terreno, hacía marchar y contramarchar a Urquiza con el objeto de arruinarle las caballadas y caer sobre él en un momento propicio. Así permanecieron hasta el 31 de marzo en que Urquiza se movió de su campo de Los Chanchos, al saber que Rivera a la cabeza de 3.000 hombres se dirigía a tomar el pueblo de Minas. Urquiza pudo impedírselo llegando a tiempo a la barra de San Francisco, pero tuvo que permanecer en este punto para dar descanso a sus caballadas. El 21 Rivera reunió todo su ejército y se dirigió sobre Urquiza. El 25 se avistaron ambos ejércitos, y el 26 tomó posiciones en los campos de la India Muerta.

Encarnizado combate y triunfo de Urquiza

Rivera tenía poco más de 4.000 hombres; Urquiza tenía 3.000, en su mayor parte veteranos. Al salir el sol del 27 de marzo, Urquiza hizo pasar dos fuertes guerrillas por el arroyo Sarandí, y tras éstas adelantó sus columnas tendiendo su línea a tiro de cañón de Rivera, y compuesta la derecha: de la división entrerriana al mando del coronel Urdinarrain; centro: tres compañías del batallón Entre Ríos y tres piezas de artillería al mando del mayor Francia; izquierda: ocho escuadrones de caballería, dos compañías de infantería y la división oriental al mando del coronel Galarza.

Los escuadrones entrerrianos llevaron una tremenda carga a sable y lanza sobre la izquierda y

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el centro de Rivera, compuesta la primera de milicias últimamente incorporadas de los departamentos de río Negro, y el segundo de un batallón de infantería y dos piezas de artillería, respectivamente mandados por los coroneles Baez, Luna, Silva y Tavares. Las cargas de los federales fueron irresistibles, y bien pronto quedó reducida la batalla sobre la derecha de Rivera, donde estaban sus mejores fuerzas al mando del general Medina, jefe de vanguardia. Ante el peligro de ser flanqueado y envuelto, Rivera se dirigió personalmente a su izquierda para rehacerla, lo que pudo conseguir trayendo algunos escuadrones al combate. Pero Urquiza lanzó entonces sus reservas, y después de una hora de lucha encarnizada lo derrotó completamente, matándole más de 400 hombres, entre los que había treinta y tantos jefes y oficiales; tomándole como 500 prisioneros, el parque, caballadas, toda su correspondencia, y hasta su espada con tiros y boleadoras.

“Te noticié del suceso malhadado del 27 –le escribe Rivera a su esposa- desgraciadamente volví a sufrir otro contraste que nos obligó a pasar el Yaguarón un poco apurados. Yo perdí parte de la montura y desde ese día estamos bajo la protección de las autoridades imperiales”.

Esta victoria destruyó para siempre la influencia militar del director de la guerra contra Rosas.

Celebración en Buenos Aires

En Buenos Aires, donde llega la noticia el último día de marzo, se celebra el triunfo con grandes fiestas: fuegos artificiales, descargas, iluminación, embanderamientos y manifestaciones callejeras con música. Una columna de cuatro a cinco mil personas llega a Palermo. Van diputados, jueces, funcionarios. Rosas no se presenta a recibir su homenaje y son atendidos por Manuelita.

A fines de enero, el almirante Brown, por orden de Rosas, ha restablecido el bloqueo. No ya el bloqueo parcial, como el año anterior, a ciertas mercaderías y la exención para Inglaterra y Francia, sino el absoluto. Pero el almirante Lainé lo desconoce. Convertido desde el año anterior en enemigo de Rosas, en otro Purvis, aplaude a los legionarios y dice no poder disolverlos porque ellos ya no son franceses. Al mismo tiempo, hostiliza a Oribe, desconoce sus derechos y no permite que otros franceses se vayan a Buenos Aires. Ha establecido en Montevideo, una indudable intervención. El es quien ahora manda allí. Muy poco falta para que la ciudad quede ocupada por Francia. Rosas, entonces decreta, con la indignación de los representantes de Francia e Inglaterra, que no entren en Buenos Aires, verdadero puerto de destino, los barcos que hayan tocado en Montevideo.

Después de India Muerta la caída de Montevideo pareció inevitable. El gobierno mismo llegó a declarar que la ciudad no podía sostenerse cuarenta días con sus solos recursos. Oribe a convocado en mayo para la renovación de la asamblea legislativa y elecciones de presidente de la República, y propone la rendición. Rechazada, se prepara a atacar. Lainé e Inglefield declaran que no permitirán la caída de la ciudad. Y es entonces cuando la proveen de armas, municiones y víveres y cuando desembarcan tropas. Y el gobierno de Montevideo escribe al del Brasil unas palabras infames y vergonzosas según las cuales el Uruguay, en casi de tener que entregarse a un poder extranjero: “antes que sucumbir bajo la cuchilla de Rosas” – palabras textuales - “se echaría con preferencia en los brazos de un poder americano”. Es decir, que antes de ser gobernados por su compatriota Oribe, héroe de la independencia uruguaya, uno de los “33” y jefe de Ituzaingó, prefieren ser brasileños esos malos uruguayos, prefieren entregar su patria al Brasil, el único y perpetuo enemigo de su independencia.

Montevideo defendida por extranjeros

Una vez más, los extranjeros impiden la caída de Montevideo. Ahora sólo la defienden cuatrocientos nueve orientales. El resto de las tropas son esclavos, en su mayoría pertenecientes a extranjeros y en número de seiscientos dieciocho; y dos mil quinientos extranjeros, de los cuales mil quinientos cincuenta y cuatro franceses.

¿Qué se han hecho los mil franceses restantes? Los más serios, así como otros que no formaron nunca en la legión, se han refugiado en Buenos Aires. Desde aquí dirigen una petición al gobierno francés, en donde se lee estas palabras significativas: “El señor Lainé, ¿ha

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sido enviado para proteger al partido agonizante que domina en Montevideo, o para protegernos a nosotros?”. Ese partido agonizante, esos cuatrocientos nueve hombres, ahora que el ejército de Rivera no existe, representan para Francia e Inglaterra el Estado Oriental. Y en nombre de ese puñado de individuos, Francia e Inglaterra vienen a meterse en la política del Plata, a mandar como dueños, a imponerse con sus cañones.

¿Y los emigrados? El número de los argentinos que defienden la plaza es de apenas ciento treinta. Muy pocos más son los que llevan armas. Los demás están en Buenos Aires o en el Brasil. Pero esos pocos argentinos son los dueños del gobierno de Montevideo, principalmente Florencio Varela. Ha de estar alegre Varela, al ver el resultado de su misión a Europa, al ver a su patria próxima a entrar en guerra contra las dos grandes potencias del mundo, en peligro de ser destruida y desolada.

VUELTA DE OBLIGADO - 20 de noviembre 1845      

Bandera de la batalla de obligado

La Vuelta de ObligadoAlfredo Zitarrosa

20 de noviembre, día de la soberanía Nacional.

El 20 de noviembre, se recuerda el Aniversario de la "Guerra del Paraná" que diera lustre a nuestra Patria con los distintos hechos que marcaron significativamente nuestro pasado. Por eso el 20 de noviembre, aniversario del combate de Vuelta de Obligado, es para los argentinos el Día de la Soberanía.

Allí el 20 de noviembre de 1845 en las costas del Río Paraná, se batieron con alma y vida las tropas argentinas hasta quedar sin munición, y vencidos por la superioridad de las fuerzas invasoras, con armas de alta tecnología como los nuevos "barcos de guerra a vapor" y los cañones estriados de carga posterior. La Flota Inglesa al mando del Almirante Inglefield y la francesa al mando del almirante Lainé. Después del bombardeo y al desembarco, las cargas de bayoneta se repitieron y los principales jefes argentinos fueron heridos en combate. Los gritos de Viva la Patria se repetían y en medio del combate, la banda de Música del Regimiento Nº 1 de Patricios por orden del General Lucio Norberto Mansilla, tocó el Himno Nacional Argentino, coreado a gritos de rabia por los bravos que defendían la posición. Por eso el 20 de noviembre, recordamos en nuestra Patria, el 160º Aniversario del Día de la Soberanía Nacional ".

Fue una honrosa derrota de las Fuerzas de la Confederación Argentina , pero no fue el fin de la Guerra. La victoria de las Fuerzas Navales Franco-Inglesas fue un gran problema, porque forzaron el paso del Río Paraná y dominaron todo el río, para proteger sus buques mercantes, pero NO podían avanzar tierra adentro fuera de las costas, comerciando con sus cien buques cargados de mercaderías en los principales puertos de la Mesopotamia , el Paraguay y el Uruguay. Pero el sentimiento de toda la Nación Argentina se oponía a ello.

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Soberanía Nacional que defiende el Brigadier Juan Manuel de Rosas, por la ambición desmedida de los Gobiernos de Gran Bretaña, de Francia y del Imperio de Brasil. Oportunidad donde se deshace: el proyecto de independizar la Mesopotamia (gestionado por los interventores extranjeros en el tratado de Alcarás, entre Urquiza y Jefes unitarios. Se termina la intervención naval Anglo-Francesa. Y poco después, el 13 de julio de 1846, Sir Samuel Tomás Hood, con plenos poderes de los gobiernos de Inglaterra y Francia, presenta humildemente ante Rosas "el más honorable retiro posible de la intervención naval conjunta". Que el Restaurador de las Leyes lo haría pagar en un bien ganado "precio de laureles". Donde finaliza la posibilidad de Intervenir al Paraguay, y que el Uruguay pase a ser una colonia francesa.

Previamente las potencias europeas se habían desligado del Imperio de Brasil y no le permiten intervenir en la contienda y las "utilidades comerciales" del ambicioso proyecto. Teniendo que definir la ocupación definitiva de las Misiones Orientales recién después de Caseros, con la colaboración de Urquiza, cuando derrotan al Gral Oribe en el Uruguay primero y a Rosas en la Confederación Argentina.

El anciano General San Martín desde Francia envió una carta a Rosas el 11 de enero de 1846, donde le escribía sobre: "...la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y de la Francia contra nuestro país...". Tal fue su sentimiento que en carta anterior a la contienda, ofreció su espada y que se subordinaba a Rosas para combatir al enemigo que acechaba y atacaba a nuestra Patria. (Ver Rosas y San Martíin durante la agresión anglo-francesa)

El fin de la Guerra del Río Paraná se logró luego de la derrota de los invasores el 4 de Junio de 1846 en el combate en "El Quebracho", lo que llevaría al cese de las hostilidades por parte de Gran Bretaña y luego Francia y el posterior reinicio de las relaciones comerciales y amistosas con la Confederación Argentina , y con el Brigadier General Juan Manuel de Rosas, defensor de la Soberanía Nacional.

San martin y el Bloqueo anglofrances.

Un prominente comerciante inglés, Jorge Federico Dickson, dirigió una respetuosa carta al Gral. San Martín requiriendo su opinión sobre la invasión anglofrancesa al Río de la Plata, sabiendo el comerciante que la opinión del Libertador, reconocido militar americano autoexiliado en Europa, tendría enorme influencia en las legislaturas de ambos países agresores y en la opinión pública, y desalentaría las intenciones de los más belicistas (en noviembre ya se había producido la guerra del Paraná y se temía una invasión terrestre). San Martín no perdió el tiempo y le contestó a dicho comerciante el 28 de diciembre de 1845 con el siguiente análisis:

“...Bien es sabida la firmeza del carácter del Jefe que preside la República Argentina...con siete u ocho mil hombres de caballería...fuerza que con gran facilidad puede mantener el General Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres, salga a más de treinta leguas de la capital, sin exponerse a una ruina completa por falta de recursos, tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés, no cambie la política seguida por el precedente...”.

Esta carta a Dickson, como era de esperar, provocó un gran revuelo. En carta a Guido del 10 de mayo de 1846 le expresa:

“...ya sabía la acción de Obligado, de todos los interventores habrán visto por este echantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el abrir la boca...”

 

Vuelta de Obligado  (Alfredo Zitarrosa)

Noventa buques mercantes,veinte de guerra,

vienen topando arriba

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las aguas nuestras.

Veinte de guerra vienencon sus banderas.

La pucha con los ingleses,quién los pudiera.

Qué los parió los gringosuna gran siete;navegar tantos mares,venirse al cuete,qué digo venirse al cuete.

A ver, che Pascual Echagüe,gobernadores,

que no pasen los francesesParaná al norte.

Angostura del Quebracho,de aquí no pasan.

Pascual Echagüe los mide,Mansilla los mata.(Alfredo Zitarrosa)

"Guerra del Paraná" por la Soberanía Nacional

En enero de 1845 Francia e Inglaterra deciden la intervención militar a la Confederación Argentina , y que debían adoptar la insólita forma de una impuesta "mediación" forzosa.

Gran Bretaña designó como "mediador" a Sir William Gore Ouseley, quien fue el primero en partir en el vapor de guerra "Firebrand". Francia nombró al Barón Deffaudis, partidario del Ministro Thiers y de brillante actuación en México cuando el conflicto con Francia de 1838. Ouseley llegó a Montevideo el 27 de abril de 1845 y algo después arriba Deffaudis al Plata. Los "mediadores" se apoyaban en imponentes escuadras navales de guerra. La Inglesa al mando del Almirante Inglefield y compuesta por nueve buques a vela y tres vapores de guerra, con 136 cañones último modelo estriados y de retrocarga "Peysar".

La Francesa al mando del Almirante Lainé, se componía de 3 grandes fragatas, cinco corbetas y bergantines a vela y dos vapores de guerra, con 282 cañones-obuses estriados y de retrocarga "Paixhans" que disparaban balas de 80 libras .

El 12 de mayo Ouseley, presentó una nota amenazante al gobierno de Buenos Aires, reclamándole el cese de la guerra en la Banda Oriental y el retiro de tropas y fuerzas navales.

El 17 de junio ambos comisionados ordenaron la inmediata suspensión de hostilidades en el Uruguay.

El 21 de Julio los ahora "interventores" presentan un "ultimátum" a Rosas. Conceden 10 días para el retiro de tropas argentinas y el retiro de los barcos de Brown de Montevideo.

El 22 de julio la marinería anglo-francesa desembarca en el Uruguay para reforzar las defensas de Montevideo. El 2 de agosto la Flota Naval franco-inglesa captura la escuadra de río del Alte Brown, quien había recibido órdenes expresas de "evitar todo incidente y no abrir el fuego".

Era la guerra disfrazada de mediación.

Ante ese hecho Juan Manuel de Rosas elevó los antecedentes a la Legislatura de Buenos Aires, que lo autorizó "para resistir la intervención y salvar la integridad de la patria". Ouseley y Deffaudis recibieron pasaportes para salir de Buenos Aires. La guerra había empezado.

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El 30 de agosto, después del bloqueo naval de los puertos del General Oribe, Colonia del Sacramento es saqueada por Garibaldi y los mercenarios extranjeros contratadas por los unitarios. El 5 de setiembre le toca el turno a Martín García, el 20 a Gualeguaychú y a fines de octubre a Salto. Sólo Paysandú resistió los embates del aventurero italiano y evitó su saqueo y depredación.

El 13 Rosas suspende los pagos de los bonos de la deuda externa (incluidos los pagos a la Casa Baring Brothers de Londres).

El 17 de octubre Rosas ordena al embajador argentino en Londres Dr Manuel Moreno que reclame enfáticamente y si no tiene respuesta satisfactoria que exija sus pasaportes.

El 18 se concreta el bloqueo naval de todos los puertos argentinos.

El restaurador logra el apoyo del cuerpo diplomático extranjero en Buenos Aires, incluso del francés M. Mareuil, y de unos 15 mil residentes galos y británicos, que firman un petitorio solicitando la No intervención.

El 20 de octubre Sir William Gore Ouseley informa al Foreing Office sobre: "El reconocimiento del Paraguay como nación Independiente, conjuntamente con el posible reconocimiento de Entre Rios y Corrientes y su erección en Estados Independientes, asegura la navegación del río Parana y del río Paraguay"

(John F. Cady – "La intervención extranjera en el Río de la Plata " – Ed Losada.)

El 23 se retira del país el embajador francés (firmante del petitorio a favor de Rosas)

Los "interventores" recibieron refuerzos en barcos y en hombres, al llegar el Regimiento Británico Nº 45 y muy pronto tras la Flota Naval Conjunta, se reunieron más de 90 navíos con mercaderías de diversas banderas, listos para vender en el litoral y en el Paraguay.

Para el desembarco los ingleses recibieron 600 infantes de marina y los franceses 200. También sumaron una Batería de cohetes a la Congreve. Y comenzaron la navegación, por el río Paraná. 160 años del Combate de "Vuelta de Obligado" – Día de la Soberanía Nacional "

La defensa de la "Vuelta de Obligado":

El Brigadier Gral Juan Manuel de Rosas, ordena organizarla sobre el río Paraná en el lugar denominado Vuelta de Obligado (San Pedro), donde las fuerzas al mando del Gral Lucio Norberto Mansilla habían fortificado la costa y colocado una fila de chalupas y pontones sosteniendo gruesas cadenas de costa a costa, para impedir el paso de los buques.  

De buques de guerra se habían desmontado los cañones para la defensa, eran 5 baterías con un total de 30 cañones antiguos, lisos y de avancarga, con balas de calibres de 8 a 20 libras

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servidas por 100 artilleros al mando del Capitán de marina Thorne y lo protegían tropas de Infantería y de caballería para repeler posibles desembarcos.

El Regimiento Patricios al mando del Coronel Rodríguez, la caballería a cargo del Coronel Santa Coloma, los cuerpos de milicias rurales al mando del Tte Facundo Quiroga (el hijo del Tigre de los Llanos), fueron los más destacados.

El 20 de noviembre el combate comenzó a las 8 de la mañana con intenso fuego de artillería desde los buques, los cañonazos se confundían con los gritos del paisanaje a órdenes de Mansilla, con vivas y cantos a la Patria.

La Banda militar de Patricios toca los compases del Himno Nacional que es coreado a grito pelado, mientras las muerte los rodeaba. A la tarde comenzó el desembarco de los invasores. Fueron quedando sin municiones y destruídas las baterías. La pelea se prolongó hasta caer la tarde y con lucha cuerpo a cuerpo, con contraataques de la caballería. Derrocharon heroísmo, dejando a sus jefes heridos, con 250 muertos (incluído el Héroe de la recuperación de Malvinas y Soldado de Patricios, el "gaucho" Antonio Rivero), y 400 heridos de un total de 2.160 combatientes criollos.

El parte de Batalla del Jefe Francés Trehouart a su gobierno, es el mejor homenaje e los héroes argentinos, que dice: "Siento vivamente que esta gallarda proeza, se halla logrado a costa de tal pérdidas de vidas, pero considerando la fuerte oposición del enemigo y la obstinación con que fue defendida la plaza, debemos agradecer a la Divina Providencia que no haya sido mayor".

Mientras el Almirante inglés Inglefield, en su informe de guerra lo califica, "Bizarro hecho de armas, desgraciadamente acompañado por mucha pérdida de vidas de nuestros marinos y desperfectos irreparables en los navíos. Tantas pérdidas han sido debidas a la obstinación del enemigo", informa a la Corona Inglesa el bravo marino.

Al amanecer del día siguiente continuaron su navegación por el Paraná. Los buques de guerra atacantes sufrieron serias averías y de los 90 mercantes que acompañaban la Flota , solo 52 pudieron pasar de inmediato, por el paso forzado. Comerciaron libremente con Entre Ríos, Corrientes y el Paraguay pero no estuvieron tranquilos, siendo atacados en forma contínua desde la costa.

"La Guerra del Paraná" se desarrolla, con los combates del 2 de enero de 1846 , el "2do encuentro de Vuelta de Obligado" con los argentinos al mando de Thorne, con artillería volante y lanceros de caballería que enfrentan el desembarco de 300 infantes de marina al mando del Cap Honthan, que continuará con los combates de "Tonelero" , "Acevedo" , "San Lorenzo" y la "Angostura del Quebracho", donde el 4 de junio de 1846 el Gral Mansilla los enfrenta nuevamente, desde la barrancas del Quebracho, al norte de San Lorenzo. Logrando una aplastante victoria argentina, que significa el fin de la aventura colonialista.

"Obligado" fue para Inglaterra y Francia, una victoria militar y una grave derrota política y comercial.

Consecuencias de la Guerra :

El Brigadier Juan Manuel de Rosas, defiende la Soberanía Nacional ante la ambición desmedida de los Gobiernos de Gran Bretaña, de Francia y del Imperio de Brasil.

Se opone e impide con las fuerzas que dispone, que las potencias realicen la "libre navegación" de los ríos interiores de la Confederación Argentina. Que las Grandes Naciones no puedan comerciar libremente con las Provincias Mesopotámicas, sin pagar impuestos ni hacer Aduana.

Hasta Caseros, la Confederación Argentina , no reconoció la Independencia del Uruguay y del Paraguay, la incorporación de las Misiones Orientales al Imperio del Brasil y la anexión del Brasil de grandes extensiones de territorio del Norte de Uruguay. ( ex -Misiones Jesuíticas gobernadas desde Buenos Aires antes y durante el Virreynato del Río de la Plata – "Los 30 Pueblos Jesuitas" - )

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Finaliza el proyecto "secreto" de independizar la Mesopotamia (gestionado por los interventores de Francia e Inglaterra en el "Tratado de Alcarás", y firmado entre Urquiza y las Provincias mesopotámicas con acuerdo con los Jefes unitarios exiliados en el Uruguay y Brasil.

Se termina la intervención de las Fuerzas navales anglo-francesas, y poco después, el 13 de julio de 1846, Sir Samuel Tomás Hood, con plenos poderes de los gobiernos de Inglaterra y Francia, presenta humildemente ante Rosas: "el más honorable retiro posible de la intervención naval conjunta".

A lo que el Restaurador de las Leyes les haría pagar con un buen precio ganado, "en honores y de laureles":

- El fin del Bloqueo Naval de Francia e Inglaterra a los puertos argentinos.- Devolver la Flota Argentina capturada.- Devolver la Isla Martín García.- Saludar la Bandera Argentina con 21 cañonazos, por parte de cada una de las Flotas intervinientes.- Reconocer la Soberanía Argentina y la NO navegación de los ríos interiores.

Finaliza la posibilidad de Intervenir al Paraguay, y que el Uruguay pase a ser una colonia francesa. Las potencias europeas alejan la posibilidad de la ingerencia del Imperio del Brasil.

Es el momento del máximo poder interno y de la admiración de los pueblos de América y de Europa, hacia el Brigadier General don Juan Manuel de Rosas.

"A aquellos argentinos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer." (Carta de San Martín a Rosas. 10 de Junio de 1839).(Eduardo Jara - Periodista)

En marzo de 1849, Rosas contestó una carta al Libertador en los siguientes términos:

"Nada he tenido más a pecho en este grave y delicado asunto de la intervención, que salvar el honor y dignidad de las repúblicas del Plata, y cuando más fuertes eran los enemigos que se presentaban a combatirlas, mayor ha sido mi decisión y constancia para preservar ilesos aquellos queridos ídolos de todo americano. Usted nos ha dejado el ejemplo de lo que vale esa decisión y no he hecho más que imitarlo. Todos mis esfuerzos siempre serán dirigidos a sellar las diferencias existentes con los poderes interventores de un modo tal que, nuestra honra y la independencia de estos países, como de la América toda, queden enteramente salvos e incólumes." (Juan Manuel de Rosas).

SAN LORENZO (Guerra del Paraná) - 16 de enero de 1846

Luego del combatir con la escuadra anglo-francesa en el Paso del Tonelero, Mansilla colocó ocho cañones ocultos bajo montones de maleza, 250 carabineros y 100 infantes en los barrancos de la costa comprendida entre el convento de San Lorenzo y la punta del Quebracho.

A mediodía del 16 de enero aparecieron el vapor Gorgon, la corbeta Expeditive, los bergantines Dolphin, King y dos goletas armadas en la Colonia, los cuales montaban 37 cañones de grueso calibre y acompañaban 52 barcos mercantes. Al enfrentar a San Lorenzo, la Expeditive y el Gorgon hicieron tres disparos a bala y metralla sobre la costa para descubrir la fuerza de Mansilla. Los soldados argentinos permanecieron ocultos en su puesto, según la orden recibida. Cuando todo el convoy se encontraba en la angostura del río que se pronuncia en San Lorenzo arriba, Mansilla mandó romper el fuego de sus baterías dirigidas por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Alvaro de Alzogaray. El ataque fue certero; los buques mercantes rumbeaban desmantelados hacia dos arroyos próximos, aumentando con el choque de los unos

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con los otros las averías que les hacían los cañones de tierra.

A las cuatro de la tarde el combate continuaba recio todavía, y el convoy no compensaba lo andado con sus grandes averías. Favorecido por el viento de popa y tras los buques que vomitaban sin cesar un fuego mortífero, se aproximó al Quebracho. Aquí reconcentró sus fuerzas Mansilla y batalló hasta la caída de la tarde, cuando desmontados sus cañones y neutralizados sus fuegos de fusil por el cañón enemigo, el convoy pudo salvar la punta del Quebracho, con grandes averías en los buques de guerra, pérdidas de consideración en las manufacturas y 50 hombres fuera de combate. El contralmirante Inglefield, en su parte oficial al almirantazgo británico dice que “los vapores ingleses y franceses sostuvieron el fuego por más de tres horas y media; y apenas un solo buque del convoy salió sin recibir un balazo”.

La pérdida de los argentinos fue esta vez insignificante, y Mansilla pudo decir con propiedad que habíale tocado el honor de defender el pabellón de su patria en el mismo paraje de San Lorenzo que regó con su sangre San Martín al conducir la primera carga de sus después famosos Granaderos a Caballo.

Fuente: Historia de la Confederación Argentina – Adolfo Saldías

BATALLA DE LAGUNA LIMPIA - 4 de febrero de 1846

Justo José de Urquiza (1801-1870)    

(01) Corrientes y Paraguay aliadas contra Rosas(02) Las acciones(03) Tratado de Alcaráz(04) Fuentes.(05) Artículos relacionados

Corrientes y Paraguay aliadas contra Rosas

El 11 de noviembre de 1845 se concertó una alianza contra Rosas entre Paraguay y la provincia de Corrientes, cuyas fuerzas eran conducidas por el general unitario José María Paz. Al enterarse de esto, el Restaurador ordenó al gobernador de Entre Ríos la invasión a la provincia rebelde.

El 4 de febrero de 1846 el general Justo J. de Urquiza sorprende con su ejército a la vanguardia del general Paz (1.600 hombres de excelente caballería) en Laguna Limpia. La fuerza unitaria de vanguardia mandada por el general Juan Madariaga (hermano del gobernador de Corrientes, Joaquín Madariaga) no hizo mayor resistencia, sufriendo numerosas bajas en la persecución realizada por el coronel Virasoro. Madariaga fue tomado prisionero.

El 1º de febrero había acampado el ejército entrerriano en Laguna Avalos a inmediaciones de la Isla de Juárez, punto abandonado por el enemigo, pero se continuó su rastro hasta dar con la vanguardia el día 4 en el famoso lugar denominado Laguna Limpia. El grueso del ejército al mando del general Garzón acampó en la Estancia de Martínez y la vanguardia una legua más allá frente a la embocadura de un estrecho y difícil desfiladero que ofrecían dos extensos esteros, dominada su izquierda por una altura poblada de un espeso palmar. Tenía este desfiladero más de veinte metros de ancho por un largo de poco más de un kilómetro. El jefe de la 5ta División, coronel D Lucas Moreno, que estaba de servicio, con 40 hombres practicó por la mañana un reconocimiento de las localidades y descubrió el número de fuerzas que se dejaban ver al otro lado del desfiladero, pero no bien llegó a la garganta del este tuvo que guerrillarse con otro pelotón enemigo hasta que se retiraron con pocas pérdidas por ambas partes.

Las acciones

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A las 4 de la tarde venía aproximándose el Ejército a la vanguardia que la halló de parada con los estandartes desplegados, según lo disponía el general Urquiza cuando emprendía una formal operación; comprendiéndolo así el general Garzón hizo alto momentáneamente y mandó su edecán a reconocer la posición y el terreno por donde se debía maniobrar y sobre todo para que pidiese órdenes al general en jefe, quien le contestó que el Ejército continuase marchando mientras él con la vanguardia forzaba el paso del desfiladero, y facilitaba su tránsito chocando con las fuerzas que se opusieran y cuyo número ignoraba pues sólo se descubrían tres escuadrones formados en columna, en dirección a él.

El general Urquiza se puso en movimiento lanzando una parte de su caballería con extraordinaria rapidez, dice el general Paz (Memorias III, 245). “La guardia mencionada fue por supuesto envuelta inmediatamente: ésta envolvió a dos mitades que se habían dejado para protegerla, las que haciendo lo mismo con un escuadrón colocado más atrás con idéntico objeto y estas fuerzas que, en completa derrota, fueron arreando toda la columna que en varias fracciones estaba colocada de distancia en distancia por todo el camino….”

“Entretanto –continúa Paz- el general Juan Madariaga venía envuelto en este torbellino y tuvo la desgracia de rodar y caer con su caballo. Estaba rodeado de los suyos y lejos del enemigo; su caballo no pudo levantarse, pero le ofrecieron otro, otros quisieron alzarlo a la grupa pero nada se pudo conseguir. Parecía estupefacto, anonadado. Al fin llegaron hombres del enemigo, del que huyeron más de doscientos, y lo tomaron prisionero”.

Indudablemente la persecución efectuada por la división correntina al mando del coronel D Benjamín Virasoro fue tenaz en cinco o seis leguas de distancia en la que se hizo una mortandad como de ciento sesenta muertos y 30 prisioneros, una bandera, 113 lanzas, 43 sables, 32 tercerolas y como 500 caballos.

“Nuestra caballería –dice Paz- había sufrido un golpe tremendo, la del enemigo tanto en número como en moral había adquirido una superioridad decidida”.

Tratado de Alcaráz

La derrota y la posterior captura de Juan Madariaga por Urquiza condujeron al tratado de Alcaráz, firmado por Joaquín Madariaga y Urquiza, reincorporando Corrientes a la Confederación; Rosas que no había sido consultado rechazó violentamente el tratado y ordenó a Urquiza invadir Corrientes; Urquiza demoró la ejecución de la orden en la esperanza de que un nuevo tratado pudiera contar con la aprobación de Rosas, pero la situación empeoró; con la paz aparentemente imposible de lograr, Urquiza se volvió contra su ex aliado el 27 de noviembre de 1847 derrotando las fuerzas de Corrientes y colocando a Benjamín Virasoro en el sitial de gobernador.

El ex gobernador Joaquín Madariaga huyó al Brasil donde falleció poco después; el 6 de mayo de 1847 sus restos fueron repatriados e inhumados en la catedral de Corrientes, al lado de los de Berón de Astrada.

Batalla de la Angostura del Quebracho

Corría el año 1846, hacía algo más de seis meses que la escuadra anglofrancesa había pasado por la Vuelta de Obligado. La expedición, cuya rentabilidad se daba por segura, había fracasado. Corrientes, empobrecida por tantos años de guerra, no había resultado un buen mercado. Tampoco Paraguay, ya que su líder, Carlos Antonio López, no se dejaba engañar con promesas de “libre comercio” y exigía, antes de cualquier acuerdo comercial, el reconocimiento de la independencia paraguaya por parte de los interventores. Nada se consiguió entonces, gran parte de los buques mercantes que remontaron el Paraná, protegidos por varios de guerra, volvían tan llenos como habían salido de Montevideo hacía ya varios

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meses. A la realidad del total fracaso comercial se unía la oscura perspectiva del regreso. La ida había sido dura, asechada la flota en todo lugar oportuno (Acevedo, San Lorenzo, Tonelero, etc.) por la artillería volante, primero al mando de Thorne, luego, una vez restablecido de las heridas de Obligado, Mansilla ocupó su lugar de jefe de la defensa del río. Por lo tanto, la vuelta del convoy no se presentaba como una travesía agradable.

El día 4 de junio de 1846, alrededor de medio año después de la Vuelta de Obligado, en la angostura o punta del Quebracho, esperaba Mansilla a la flota intrusa. Contaba con 17 cañones, defendidos por 600 infantes, 150 carabineros, además de algunos hombres de Patricios. En el centro, se instalaron dos baterías y algunas fuerzas de infantería, al mando se hallaba Thorne. Mientras, en el otro extremo se ubico el batallón Santa Coloma, al mando de este jefe.

Cuando los buques de guerra estuvieron a tiro, Mansilla dio la orden de fuego, antes gritó: “¡Viva la soberana independencia argentina!”. Los cañones patrios se mostraron inaccesibles para la artillería enemiga dada la altura a la que estaban emplazados. El caos se apoderó de las embarcaciones, en su tentativa de huir algunas vararon y sufrieron duramente el fuego criollo. El capitán inglés Hotham confesará al informar sobre las bajas del Quebracho: “Los buques han sufrido mucho”. Escapar con la mayor velocidad posible se convirtió en el único objetivo de las escuadras combinadas de las dos mayores potencias de la época.

Francisco Hipólito Uzal dirá: “El encuentro del Quebracho, aparte de su enorme importancia militar y política, fue el sello definitivo del desastre económico-comercial de una empresa de injusta prepotencia, llevada a cabo por quienes, seguros de su enorme superioridad material, y atropellando sin consideraciones humanas ni jurídicas todos los derechos de la Confederación Argentina, se proponían un cuantioso dividendo”.

Visto desde hoy hechos como los del Quebracho nos llenan de orgullo, refuerzan nuestro honor de ser argentinos. En el Quebracho, como en Obligado, como en Malvinas, es donde los argentinos demostraron que el acta firmada en Tucumán en 1816 fue verdaderamente el acta de la Independencia, acciones como estas son simplemente independencia en acción. Eso es ciertamente la lucha por la soberanía nacional.

Fuente: 4 de Junio de 1846 Victoria Argentina de El Quebracho - Eduardo Rosa

BATALLA DE VENCES - 27 de noviembre de 1847

Justo José de Urquiza (1801-1870)    

(01) Antecedentes(02) Parte de batalla enviado por Urquiza (03) Bajas federales y material incautado a los unitarios(04) Fuentes.(05) Artículos relacionados

Antecedentes

La derrota y la posterior captura de Juan Madariaga por Urquiza en la batalla de Laguna Limpia condujeron al tratado de Alcaráz, firmado por Joaquín Madariaga y Urquiza, reincorporando Corrientes a la Confederación; Rosas que no había sido consultado rechazó violentamente el tratado y ordenó a Urquiza invadir Corrientes; éste demoró la ejecución de la orden en la esperanza de que un nuevo tratado pudiera contar con la aprobación de Rosas, pero la situación empeoró.

Finalmente a fines de noviembre de 1847 el general Urquiza llegó con su ejército al paraje del Pasito donde después de una breve acción de vanguardia tuvo noticias de que el enemigo se

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había fortificado en el potrero de Vences. El 26 de ese mismo mes, a las dos de la tarde, se puso en movimiento sobre él que en dicho sitio había colocado 12 piezas de artillería, 900 infantes y 3.500 mandados por los hermanos Madariaga y el general Juan Pablo López. La batalla se trabó el día 27 y su resultado fue la total derrota de los Madariaga.

Parte de batalla enviado por Urquiza

El general Justo José de Urquiza desde el Campo de Batalla en la boca del Potrero de Vences envía el 28 de noviembre el siguiente parte al brigadier general Juan Manuel de Rosas:

¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los Salvajes Unitarios!

El Gobernador y Capitán General de la Provincia de Entre Ríos, General en Jefe del Ejército de Operaciones contra los Salvajes Unitarios. Campo de batalla en la boca del Potrero de Vences, Noviembre 28 de 1847 – Año 38 de la Libertad, 23 de la Federación Entre-Riana, 32 de la Independencia y 18 de la Confederación Argentina.

Al Excelentísimo Señor Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires, Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas.

En una de mis últimas comunicaciones dirigidas a V.E. por medio del Excelentísimo Señor Ministro de Relaciones Exteriores, Camarista Dr. D. Felipe Arana, significaba que la continuación de mis marchas sería sin interrupción. Desde entonces el ejército de mi mando ha luchado y vencido a la naturaleza de un país que presenta aterrantes obstáculos para soldados menos valientes que los que tengo la fortuna de mandar, habiendo andado de bueno y mal camino más de ciento cincuenta leguas. En su tránsito y en seguimiento del ejército de los Salvajes Unitarios se ejecutaron tres delicadas operaciones, que para realizarlas se necesitó la concurrencia de acertadas enérgicas disposiciones, y el valor a toda prueba de nuestros soldados: tales son los pasajes a nado del caudaloso Río Corrientes con sus extensos malezales, el Batel y el correntoso Santa Lucía. De ellos, el segundo solamente se encontró vadeable, y estas inaccesibles barreras, particularmente la primera y la última, los Salvajes Unitarios que habían empezado a retirarse desde la situación que ocupaban en la margen derecha del antedicho Corrientes, las interponían entre el Ejército de Operaciones y ellos como bastante inconveniente para detener nuestra triunfante marcha. Pero, fuera terror que infundiéramos al enemigo, o su plan de campaña conducirnos al interior de esta Provincia para decidir la suerte que debía caberle en una batalla decisiva en el centro de sus recursos, fueron consideraciones que, aunque las conocía, no les presté atención, pues desde la apertura de la campaña estaba resuelto a no dejar la ofensiva. Esta invariable conducta me hizo llegar el 25 con la vanguardia al paraje denominado Pasito, que presenta un estrecho desfiladero donde había una división de los Salvajes Unitarios, que mandé atacar con el primer escuadrón de la división de servicio, el que acuchilló a los Salvajes Unitarios, habiéndoles muerto seis, y tomado cuatro prisioneros, los cuales ratificaron la noticia tenida hacía días, de que el enemigo se había fortificado en el Potrero de Vences; después de este suceso la vanguardia y ejército acamparon a su inmediación. En este día dispuse que el ejército se preparara para combatir, pues la permanencia a mi frente de los puestos avanzados del enemigo revelaba estar en aquellas cercanías todas sus fuerzas. El 26 a las dos de la tarde me puse en movimiento, y ordené al benemérito general Garzón que, mientras yo dirigía mi ataque con la vanguardia por nuestra derecha, él con el ejército debía practicar el suyo por la izquierda.

La operación se efectuó con rapidez simultanea: los Salvajes Unitarios fueron empujados de la primera posición, y a las 4 de la tarde nuestras masas desplegaban haciendo flamear los estandartes Federales frente al campo fortificado en que se hallaba todo el ejército salvaje unitario; quedando así lleno mi objeto de hacer un reconocimiento general, apreciar las obras de campaña que habían levantado, su fuerza física y material, y las ventajas locales de que estaban apoderados. Concluido mi prolijo reconocimiento, se tomaron consiguientemente todas las disposiciones para atacar a las 8 de la mañana del día próximo. La tarde estaba nebulosa y ardiente; al ponerse el sol empezó a llover copiosamente hasta las 11 de la noche, y por consecuencia preciso fue postergar la hora; pero no el afortunado día. Nuevas órdenes se impartieron para dar la batalla al medio día, después de secar de nuevo armamento y monturas.

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El ejército salvaje unitario se había fortificado en la misma embocadura del Potrero de Vences, sobre una colina elevada que tiene la extensión de 850 varas, toda ella foseada en donde lo necesitaba, y terraplenada su parte exterior, dejando sólo dos espacios sin cerrar de corta distancia en lugares los más prominentes, donde estaban establecidas sus fuertes baterías de artillería; sus dos flancos perfectamente rodeados de esteros; en el frente otro de éstos que inutilizaba completamente el ceñido terreno en que podían únicamente maniobrar mis tropas. Además circuía toda la retaguardia del campo enemigo un grande y hondo malezal, por manera que la naturaleza lo hacía más formidable después de los trabajos que había empleado el arte tras los cuales se hallaban colocadas doce piezas de artillería bien servidas, 900 infantes y más de 3.500 hombres de caballería, mandados por los Salvajes Unitarios traidores Madariaga, y el pelafustán Juan Pablo López.

El momento de la batalla se acercaba, Excelentísimo Señor, y mis disposiciones desde el día anterior fueron las siguientes. Yo con la vanguardia debía doblar la posición de los Salvajes Unitarios por su izquierda; el valiente general Garzón, con el ejército compuesto de las tres armas, cometí que atacase de frente, y flanquease la derecha de aquellos que se creían invencibles, o cuando menos, contaban con seguridad rechazarnos.

El Señor General Garzón, hecho cargo de mi propósito, me presenta los detalles con que debía ejecutarlo, que merecieron mi aprobación, y a las diez y tres cuartos me puse en marcha para anticiparme a penetrar al bañado que tenía más de una legua, maciegoso, y el agua llegaba a la espalda del caballo. Cuando el hábil general Garzón advirtió que yo salía a la espalda del ejército enemigo, desenvuelve con rapidez la combinación de su ataque, que supo ocultar con gran tino a los Salvajes Unitarios hasta cinco minutos antes de la hora fijada: 5 piezas de artillería al mando del valiente comandante D. Marcelino Martínez rompen sus fuegos; los acreditados batallones Entre-Riano y Urquiza marchan de frente en una dirección dada sobre el único terreno que conducía al centro fortificado enemigo, el cual barría la metralla de su artillería, y en el centro de ellos seguían dos piezas de artillería mandadas por el intrépido mayor Sotelo, ejecutando un fuego activo y certero; este ataque era sostenido por el valiente comandante D. Doroteo Salazar, que con su bizarro escuadrón fue inseparable de nuestros batallones hasta las líneas enemigas.

Trabada así la batalla por un fuego vivo de artillería y mosquetería por los referidos batallones, que dirigían sus valientes comandantes D. José María Francia y D. Manuel Basavilvaso, el denodado general Garzón, en cumplimiento de mis órdenes, se pone a la cabeza de la caballería, penetra al trote un bañado que los Salvajes Unitarios, en la orilla que disputaban, sostenían con cien infantes en la extremidad del foso que hasta allí llegaba, donde habían colocado también un número considerable de estacas, cuevas de lobo y palmas tendidas, que formaban un vallado. Estos estorbos no lo detienen, el muy intrépido comandante D. Mauricio López con su escuadrón de Alcaráz, que esa mañana había sido armado de fusil y bayoneta, iba a la cabeza de la columna. Los Salvajes Unitarios vienen con un batallón y caballería escalonada a la lengua del agua a parar este golpe y cruzar sus armas; en este arduo empeño el expresado comandante López echa pie al agua, como se le había prevenido, con sus valientes Dragones improvisados, y rompe sus fuegos. El Señor General Garzón a su vez hace que la caballería se precipite; manda tocar la carga con su corneta de órdenes, y los intrépidos coronel D. Apolinario Almada, comandantes D. Juan Castro y D. Mariano Salazar, con sus intrépidos cuerpos embisten a la vez sobre los Salvajes Unitarios, que ejecutaban el más vivo fuego de fusil y tercerola; pero que instantáneamente dieron la espalda viendo que los valerosos Federales pisan sus trincheras. Tan valeroso ataque iba fortalecido por la reserva de la 6ª División mandada por el bien acreditado coronel D. Manuel Antonio Palavecino, y los valientes comandantes Borrajo, D. Juan Luis González, D. Feliciano Palavecino, y por los sargentos mayores Gómez, Soto, Barras, Cevalles, Arenas, y el Jefe del Detall, Doldan. Cuando conocí que mis tropas, habiendo atacado la derecha enemiga y sus demás líneas de fortificación, obtenían sucesos remarcables, dispongo sin vacilar que las divisiones que traía conmigo ejecutasen sus cargas para completar la derrota de los Salvajes Unitarios, y evitar se rehicieran para intentar nuevos choques.

Así sucedió: los bravos coroneles D. Miguel Gerónimo Galarza, D. Crispin Velásquez, D. José Virasoro, D. Antonio Borda y D. Nicanor Cáceres; el comandante Carvallo, valiente jefe de mi escolta; su segundo el intrépido capitán D. Manuel Navarro; el denodado mayor D. Juan José Paso, y el arrojado comandante D. Fausto Aguilar, dirigen acertados ataques con sus

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respectivos cuerpos, siendo apoyados por la división Victoria armada también de fusil y bayoneta que se batió pie a tierra. Con esta operación conseguí derrotar la caballería que se me oponía, que con 2 piezas de artillería hacían terrible fuego a bala rasa y metralla, cuando no podía acelerar mis cargas por lo pesado del bañado. Ligada así la batalla y la victoria que obteníamos en todos los puntos que el Ejército de Operaciones alcanzaba con embravecimiento sobre la artillería, infantería y caballería de los Salvajes Unitarios, verificándose propiamente dicho un asalto que inmortaliza y hará pasar a la posteridad el victorioso ejército de mi mando, que en una hora había debelado a su enemigo tras sus líneas bien fortificadas, haciendo rendir sus armas a toda la infantería con sus dos bandas de música y tambores, tomadas 12 piezas de artillería, lanceada y puesta en derrota la caballería, de la que hay en el campo más de seiscientos muertos entre jefes, oficiales y tropa, quedando en nuestro poder un inmenso parque, dos banderas y nueve estandartes, como setenta prisioneros jefes y oficiales, cerca de 1.300 de tropa, carruajes de los salvajes unitarios Madariaga, en que se encontró su correspondencia, y un número considerable de caballada.

Las cuatro de la tarde eran cuando regresé al campo de batalla, después de haber hecho en persona una tenaz persecución de más de tres leguas (por un fuerte bañado de dificilísimo tránsito) a los Salvajes Unitarios que despavoridos iban a ocultarse entre los cercanos montes. Los cabecillas Madariaga, que fueron los primeros en huir, asustados de sus criminosos hechos, no pudieron ser alcanzados por nuestros valientes escuadrones que en su busca cruzaban casi a nado los esteros. Antes de hacer mi contramarcha destiné a los coroneles D. Crispin Velásquez, D. José Virasoro y D. Nicanor Cáceres a la continuación de aquélla, los que aún no han vuelto; y a mi arribo al glorioso campo de batalla me recibió el esclarecido general Garzón presentándome nuestros valiosos trofeos.

Ahora paso, Excelentísimo Señor a cumplir con el deber que me impone mi calidad de General en Jefe del Ejército de Operaciones, al cual he conducido en cuarenta días de tan heroica campaña a la extremidad de la infortunada Corrientes, para manifestar a V.E. que el hábil, el esforzado general Garzón ha concurrido a la consecución del triunfo en una parte muy principal, poniendo en ejercicio la misma infatigable actividad y acreditada pericia con que supo libertar a la provincia de Entre Ríos, con sólo un puñado de valientes dirigidos por aquellas aptitudes, ser presa del poder comparativamente colosal con que a fines de 1843 la invadieron los Salvajes Unitarios Madariaga. Tanto en los preparativos que improvisadamente he puesto a su inmediata dirección para emprender la campaña, como en todas las operaciones que en ella se efectuaron, y muy esencialmente en la ejecución de la importantísima parte del ataque de que en la batalla le he encomendado, ha justificado que no es vano que la opinión general en ambas Repúblicas del Plata lo designa como un experto y denodado General; y le es tanto más apreciable, cuanto que tengo incontestables pruebas para asegurar que además es un virtuoso patriota, decididamente adicto a la causa eminentemente americana que con tanta gloria sostienen la Confederación Argentina y la República Oriental. Digno es por lo mismo de la estimación general y de la especial de V.E. a cuya alta consideración lo recomiendo.

Interminable sería esta nota si entrase a individualizar igualmente el relevante mérito que el día de la batalla contrajeron todas las clases de este ejército, por la bravura y disciplina con que se comportaron; y me reduciré por lo tanto a exponer en resumen que todos a porfía rivalizaron, excediéndose en el honroso empeño de llenar mis disposiciones, cumpliendo eficazmente sus respectivos deberes como dignos hijos de la Patria, manifestando también resignación para sufrir privaciones y constancia para acabar empresa tan ardua, sin haber tenido que castigar ningún crimen desde el día que hice mi primer movimiento de la benemérita Entre Ríos.

Mis ayudantes de campo se desempeñaron en la comunicación de mis órdenes con rapidez y valor; entre ellos se hallaba el Comandante D. Antonio Silva. Los del ilustre general Garzón tuvieron igual honrosa comportación en el calor de la batalla. El comandante del Parque, sargento mayor D. Gil Diana, y todos sus empleados se han conducido con la mayor actividad en la distribución de armas y municiones desde la víspera de la batalla, así como en los arreglos de todos los elementos de guerra tomados al enemigo. El Dr. D. Angel Donado, primer facultativo del ejército, ha desplegado todo su celo y conocimiento para atender con esmerada asistencia a nuestros heridos, en cuya tarea los empleados de esta repartición lo han ayudado eficazmente.

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Los documentos que tengo el honor de incluir a esta nota son para que más cumplidamente se instruya V.E. de las ocurrencias habidas en la jornada de ayer, así como de la formidable posición de los Salvajes Unitarios.

Para vencerlos en ella tenemos que lamentar la irreparable pérdida de algunos fieles y valientes Federales. Entre los heridos hallará V.E. el nombre del benemérito comandante D. José María Francia, que lo está gravemente de metralla, y cuyo estado lastimoso es penoso para el General Jefe, de quien Francia ha sido inseparable compañero en todas sus campañas.

El documento Número 1.- Expresa el número de los individuos muertos y heridos del Ejército de Operaciones.

Número 2.- Plano del campo atrincherado de los Salvajes Unitarios, y ataque del ejército vencedor.

Número 3.- Relación de la artillería apresada en las trincheras.

Número 4.- Lista nominal de los titulados jefes y oficiales, Salvajes Unitarios, hechos prisioneros, y total numérico de los de igual clase de tropa.

Número 5.- Relación de las municiones de guerra y demás objetos tomados en el campo de batalla.

La victoria más espléndida, Excelentísimo Señor, ha coronado los patrióticos esfuerzos del fiel, moral y valiente ejército de mi mando. La batalla de Vences que recupera la oprimida Corrientes, que la reincorpora a la Confederación Argentina, que fija sus futuros destinos, que no volverá a ser más la presa del funesto bando Salvaje Unitario, que consolida la paz en toda la República, afianzando su régimen federativo, que ha destruido de un solo golpe el apoyo y la oculta política que aún conduce obstinada a la intervención extranjera, es un acontecimiento de inmenso alcance, que contribuirá eficazmente para que V.E. concluya esa grande obra que los argentinos hemos confiado a su alta capacidad y esclarecidas virtudes, para defender con gloria el honor nacional, y la independencia de la Confederación argentina; y por lo mismo dirijo a V.E. a mi nombre, y al de todo el ejército vencedor, las más cordiales entusiastas felicitaciones, que se dignará aceptar con la consideración y alta estima que le tributo.

Dios guarde a V.E. muchos años.

Justo J. de Urquiza.

Bajas federales y material incautado a los unitarios

Un parte firmado por el comandante Antonio Ezequiel Silva da cuenta de las siguientes bajas federales:

Muertos 20Heridos 67

En cuanto al material incautado, el detalle es el siguiente:

Dos carronadas calibre de a 8Dos cañones de bronce, calibre de a 6Cuatro cañones de hierro, calibre de a 6Dos cañones de bronce, calibre de a 4Dos cañones de bronce, calibre de a 3596 fusiles14 tercerolas396 lanzas180 cananas de infantería y caballería59 sables par artilleros23 sables latón5 cornetas

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80 cajones con 948 cartuchos de cañón a bala de calibre 3,6 y 828 cajones con 328 tiros de metralla de los mismos calibres22 cajones con 1876 paquetes cartuchos a bala de fusil44 cajones con 3774 paquetes cartuchos a bala de tercerolaUn cajón con lanza-fuegosUn cajón con cuerda-mecha2 cajones, y 2 cuñetes piedra de chispa7 barriles de pólvora5 carros capuchinos29 carretas de parque, de ellas una con herramientas para la maestranza de herrería, y otra con la que corresponde a la carpintería.6 carretas de comisaría.2 galeras

CASEROS - LA 2° GUERRA CON BRASIL

(01) Historia de una traición.(02) Caseros, el principio del fin.(03) La desunión americana.(04) La época rosista.(05) El traidor Urquiza.(06) 1851: La traición.(07) Los patacones de Urquiza.(08) La Batalla de Caseros.(09) Después de Caseros.(10) La otra revancha.(11) Perdimos hasta el honor.(12) Bibligrafía.(13) Artículos relacionados.

Historia de una traición

La historia oficial, oculta y deforma los verdaderos hechos y motivos de lucha en la Confederación desde 1828 a 1852. Los plantea como la lucha de unos iluminados unitarios exiliados en Montevideo, contra un tirano apoderado del poder por el terror. Esto no tiene nada que ver con la realidad.

Rosas asume el poder a pedido reiterado de la legislatura y luego de un plebiscitoplebiscito casi unánime. Su visión inteligente y global de la política internacional, le hace ver a Rosas claramente su enemigo en el imperio de Brasil y en una política liberal extranjerizante, representada localmente por los unitarios. (Ver , y 1° y 2° gobierno de Rosas - plebiscito )

Los unitarios, con tal obtener el poder, no dudan en aliarse al extranjero y provocar todo tipo de intrigas. En Montevideo, secundados por Francia e Inglaterra apoyan a Fructuoso Rivera en contra de Oribe, presidente legal.

El Imperio de Brasil no perdía así su viejo sueño de anexar la “Cisplatina”, frustrado en Ituzaingo, y obtener territorios en la cuenca del Plata.

Rosas quería abandonar el cargo de gobernador por razones de salud, después de 20 años de intensa labor. Intuyendo la proximidad de la guerra con el Imperio, la legislatura insiste ante Rosas que no abandone el cargo, y Rosas nuevamente debe calzarse las botas en defensa de

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la Confederación.

Planteadas así las cosas, la segunda guerra Argentino-Brasilera estaba casi declarada. Faltaba la declaración formal de guerra, a la que no se animaba Brasil, que veía degradarse sus fuerzas en problemas internos. Derrotado el Imperio antes de comenzar, en vísperas de la guerra se produce el milagro brasilero: “La traición del general en jefe del ejercito argentino, que se pasa al enemigo con todo su ejercito completo”.

Solamente la mente enfermiza de nuestros popes de la historia, pueden ocultar o siquiera disimular semejante traición, casi en el mismo campo de batalla.

CASEROS - EL PRINCIPIO DEL FIN. 3 de Febrero de 1852

Caseros no fue una batalla de “federales” y “unitarios”. Fue la batalla de la segunda guerra Argentino-Brasilera. Fue la batalla de federales contra la alianza de brasileros y traidores. La lucha de unitarios y federales no fue solo una lucha interna. Se jugaba también la política de dominación inglesa en el Río de La Plata. San Martín lo supo desde el principio, y con motivo del ataque militar de Francia en 1939, le dice en carta a Rosas (10 de junio de 1839) “... Lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer...”.

Ante la segunda intervención imperialista de Francia e Inglaterra, San Martín en carta del 10 de abril de 1845 a Guido: “¡Qué me dice Ud. de la intervención que se anuncia de la Inglaterra, Francia y el Brasil, en nuestra contienda con la Banda Oriental!...ella se prolongará por un tiempo indefinido y por consiguiente perjudicial a los intereses de los beligerantes y neutrales...”.

Ya declarado el bloqueo imperialista a la Confederación Argentina, San Martín le escribe a Guido el 20 de octubre de 1845, en donde denuncia el atropello: “...es inconcebible que las dos más grandes Naciones del Universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que puede cometerse contra un Estado Independiente: no hay más que leer el manifiesto hecho por el enviado inglés y francés para convencer al más parcial la atroz injusticia con que han procedido: ¡La humanidad! Y se atreven a invocarla los que han permitido –por el espacio de cuatro años- derramar la sangre y cuando ya la guerra había cesado por falta de enemigos, se interponen no ya para evitar males sino para prolongarlos por un tiempo indefinido: usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido: me equivoco, yo soy de Partido Americano, así que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América. Ahora más que nunca siento que el estado deplorable de mi salud no me permita ir a tomar una parte activa en defensa de los derechos sagrados de nuestra Patria, derechos que los demás estados Americanos se arrepentirán de no haber defendido o por lo menos protestado contra toda intervención de los Estados Europeos...”. (Ver Rosas, San Martin y la agresión anglofrancesa )

Muchos vieron que Caseros no era una guerra interna. Martiniano Chilavert, (unitario) al enterarse que su patria sería invadida por tropas brasileñas al mando de Urquiza, abandonó su exilio montevideano y cruzó el río para ponerse a las órdenes del Restaurador, quien sabiendo de sus quilates de militar valiente y avezado, puso la artillería a su mando. Hubo muchos “pasados” al ejercito federal, a las puertas de Santos Lugares, como el batallón de Aquino entero, que veían su patria invadida por el imperio.

La batalla de Caseros, no fue solamente el fin de un gobierno, o de una “tiranía”. No fue una batalla de lucha interna. Fue el quiebre de la resistencia al imperio ingles. El punto de inflexión para la imposición del liberalismo. Después de Caseros, y especialmente después de Pavón, la influencia Británica experimentó un decidido avance en las relaciones internas argentinas y en su comercio exterior. (Ferns, H.S. Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX)

La desunión americana

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El sueño de Bolivar y San Martín fue liberar América y hacer una gran patria hispanoamericana. En esa línea siguieron otros americanos, como Rosas. Pero a los ingleses no les convenía permitir la formación de un nuevo imperio hispanoamericano difícil de manejar y dominar, y preferían una cantidad de naciones menores, a quien pudiera imponer mas fácil su voluntad, su "comercio" y luego su “distribución internacional del trabajo”, donde Hispanoamérica fuera proveedora de materias primas y los ingleses devolviera los productos manufacturados por su industria a diez veces su valor. Tampoco permitirían que una nación dominara ambas márgenes del plata, y buscaron la creación de una región independiente en la banda oriental y la Mesopotamia.

Castlereagh (secretario de estado durante la invasiones inglesas) opinaba que respecto a la América del Sur: “parece ser indispensable que no nos presentemos a ninguna otra luz que no sea aquella que nos muestre como auxiliares y protectores” no obstante lo cual no le impidió a los ingleses invadir dos veces Buenos Aires, hacer jurar fidelidad a su rey y llevarse el tesoro real para repartirse entre la oficialidad como botín de guerra. (Ver Las 12 invasiones inglesas )

“El particular interés que deberíamos tener aquí seria el de privar a nuestro enemigo de uno de sus recursos capitales y de abrir a nuestras manufacturas los mercados de ese gran continente” (Castlereagh)

"La cosa está hecha, el clavo está puesto. Hispanoamérica es libre y si nosotros no gobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa". (George Canning. 1825).

El tratado anglo-argentino de 1825 establecía la “reciprocidad” para los habitantes de ambos estados de “...gozar respectivamente de la franquicia de llegar segura y libremente con sus buques de carga a todos aquellos parajes, puertos y ríos de dichos territorios...” como si los buques argentinos pudieran navegar por el Támesis para competir con los textiles ingleses. Este tratado, disfrazado de “reciprocidad”, simplemente garantizaba la protección de su comercio y justificaba la utilización de la fuerza si no se cumplía.

Dentro de esta política inglesa apoyaron sucesivamente a distintas naciones para debilitar a los fuertes induciendo guerras y resentimientos entre pueblos hermanos. Así fue como se hicieron y fomentaron las guerras de la triple alianza (brasil-argentina-Uruguay-paraguay) la guerra paraguayo-boliviana, chileno-peruana, argentino-boliviana, etc. etc.(Ver "Los ingleses de los ingleses" )

La época rosista.

La ley de aduanas de 1835 impidió el “librecomercio” abierto y sin restricciones, e incentivó la incipiente industria en el interior, lo que fue agradecido en resoluciones de varias legislaturas provinciales. Respetó los derechos de los ingleses por el tratado de 1825, pero no les dejó las puertas abiertas a la libre navegación de los ríos, como si el Paraná fuera el Támesis.

“La disposición de los nuevos estados americanos es altamente favorable para Inglaterra. Si nosotros sacamos ventaja de esa disposición podremos establecer por medio de nuestra influencia en ellos, un eficiente contrapeso contra los poderes combinados de EEUU y Francia, con quienes tarde o temprano tendremos contienda” (Canning, el mismo con que honráramos con una calle de Bs.As., hoy Scalabrini Ortiz) y refiriéndose a la era napoleónica “Vuestra sea la gloria del triunfo, seguida por el desastre y la ruina; nuestro sea el tráfico sin gloria de la industria y la prosperidad creciente. La edad de la caballería ha pasado y le ha sucedido la edad de los economistas y calculadores”

Esta opinión de Canning no impidió a Inglaterra la utilización de la fuerza para forzar la libre navegación de los ríos interiores y el bloqueo de Bs.As. ni aliarse a Francia en el intento. Esta, que se prendería en la aventura en busca de glorias perdidas: “En un tiempo que estamos tan pobres de gloria y desde tanto tiempo. ¿el gobierno francés no debe aprovechar la ocasión de adquirir un poco de gloria? (Diputado Delisle en la Asamblea Nacional de Francia. 30-4-1850) JMR La Caída. T.1-225

“Es una política estrecha mirar a este o el otro país como destinados a ser los perpetuos aliados o los eternos enemigos de Inglaterra. No tenemos perpetuos aliados ni eternos enemigos. Nuestros intereses son lo perpetuo y lo eterno.” (Declaraciones de Lord Palmerston

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en el parlamento inglés durante el bloqueo anglo-francés al Río de la Plata, 1848)

Pero a Inglaterra y Francia no les seria fácil ni gratuito atropellar a la Confederación de Rosas. Ante una consulta escrita del comerciante inglés Jorge Federico Dickson, sobre una probable invasión terrestre, San Martín le contesta el 28 de diciembre de 1845 con el siguiente análisis: “...Bien es sabida la firmeza del carácter del Jefe que preside la República Argentina...con siete u ocho mil hombres de caballería...fuerza que con gran facilidad puede mantener el General Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres, salga a más de treinta leguas de la capital, sin exponerse a una ruina completa por falta de recursos, tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés, no cambie la política seguida por el precedente...”. Esta carta a Dickson influyó en los ánimos y en los acontecimientos. San Martín, en carta a Guido del 10 de mayo de 1846 le expresa: “...ya sabía la acción de Obligado, de todos los interventores habrán visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el abrir la boca...”

En la batallas de Vuelta de Obligado, Toneleros y Quebracho, la flota anglofrancesa recibirá suficientes daños para sentir la impotencia ante la posición férrea de Rosas: “Debemos aceptar la paz que quiere Rosas, porque seguir la guerra nos resulta un mal negocio” (Dicho por Palmerston en el Parlamento inglés al pedir la aprobación del tratado Southern-Arana)

Y juntos y por separado, les hizo refregar el hocico en el polvo de la derrota, y desagraviar el pabellón nacional con 21 salvas de cañón.

“Rosas no ataca, pero sabe defenderse, y su política se halla encarnada en frases vulgares pero sentenciosas que acostumbra a repetir: "Quien me la hace, me la paga. Quien me busca me encuentra. Y al son que me tocan, bailo.” (De Angelis.Dic 1850) JMR t.1.230)

“Si hemos de reconocer la verdad histórica convengamos que Rosas fue fiel ejecutor de las leyes de emisiones y seriamente económico dentro de las leyes de presupuesto. Durante su larga administración se quemaron fuertes cantidades de papel moneda y se amortizaron muchos millones de fondos públicos en el cumplimiento de las respectivas leyes. Esta conducta impidió la desvalorización del papel moneda colocó a la plaza en condiciones de fáciles reacciones en los momentos en que las vicisitudes de la guerra lo permitían. El comercio y el extranjero tenían confianza en la honradez administrativa del Gobernador”. (José Antonio Terry, “Contribución a la historia financiera”. En el centenario de mayo de 1910. Artículo en el diario La Nación y trascripto en su libro “Finanzas” 2da. Edición, pág. 442. Terry fue Ministro de L. Sáenz Peña, Roca y Manuel Quintana. )

Otra sería la historia después de Caseros.

El traidor

Urquiza no tuvo la visión suficiente para manejar la política “grande”. Genio militar y hábil comerciante, amasó una fortuna en una mezcla de negocios legales, turbios y “vendidas”. Había sido durante muchos años caudillo y gobernador de su provincia, pero poco había aprendido de política “grande”. Su falso orgullo, su ambición desmedida y sus delirios de grandeza, le impidieron ver los sutiles manejos de la política y la gran diplomacia tras bambalinas, sería conducido por la diplomacia inglesa y brasilera, como tonto al baño.

Egocéntrico al extremo, decoró su “Palacio San José” con escenas épicas de sus batallas, y al afeitarse tal vez viera reflejado en el espejo a mismísimo Alejandro, Cesar o Napoleón.

Vanidoso, desconfiado y celoso enfermizo desconfiaba hasta de su sombra y de sus íntimos y le provocaban furias incontenibles.

Coronado, (su secretario) relata que “Serían las dos de la tarde, cuando el general Urquiza se retiró a sus habitaciones después de concluir la comida, de donde momentos después salió con un rifle que tenía costumbre de cargar cada vez que entraba a la quinta y fue a sentarse a la glorieta, desde donde observaba con facilidad cuánto pasaba en el primero y segundo patio de San José… habiendo visto pasar al joven Franklin Bond Rosas del lado opuesto al que estaba

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alojado, el general se precipitó como una furia creyendo sin duda que sorprendería a Franklin en conversación con su señora con alguna de sus hijas…frenético como un loco se arrojó sobre el joven llenándole de improperios al mismo tiempo que lo amenazaba con el rifle. Franklin atacado de ese modo, y sin armas con qué defenderse, entró al cuarto inmediato, donde estaba leyendo el Señor Haedo, y el general entró atrás persiguiéndole con un encarnizamiento feroz, que bien pudo concluir en un asesinato, si el agredido no desvía prontamente el arma que el general le asestaba en el pecho… Todas las personas que se encontraban en San José salieron apresuradamente y se desparramaron por el campo llevadas por el terror unas, y por no presenciar tan repugnante escena otras… solo se oía el llanto y las lamentaciones de la esposa y personas de la familia del general que gritaban desde sus habitaciones, y cuyas voces se confundían con las desvergüenzas y blasfemias del general. La señora de Urquiza, llevando en brazos a un niño que gritaba a sus pechos, con los cabellos desgreñados y el rostro bañado en lágrimas se presentó en la secretaría… y entonces aquella hiena enfurecida que un momento antes lo habría devorado todo inclinó la cabeza, meditó, y se puso triste y pensativo” (Coronado, Misterios de San José).

Un verdadero caudillo de su provincia y seguido fielmente por sus paisanos, su permanente lucha interna fue conservar esa posición y su fortuna o asumir el papel de de patriota, “El Libertador” después de Caseros, “El padre de la Constitución” en 1852, “El grande y buen amigo” (Pedro II) “El grande hombre de América” (Alberdi) “El Washington de la América del Sur”(Mitre después de Pavón) Navegando con un pie en cada canoa se quería quedar con Rosas y coqueteaba con Verón de Astrada, buscaba la alianza de López para luchar contra Bs.As. y tramaba alianzas con Brasil para doblegar a López, a quien pedía sus vapores para poder ir contra Bs.As. pero ofrecía ayuda a Ingleses para vengarse de López ante la negativa de este y se ofrecía como mediador ante norteamericanos para ganarse su apoyo. Se llamaba federal pero contemporizaba con los liberales sin poderlos manejar, se decía patriota pero ofrecía su ejercito a brasil por unos patacones y su propia gloria.

Lo perdió su orgullo y sus delirios de grandeza. Enredado en las palabras de alabanzas que no le dejaban ver la realidad, vapuleado por una politiquería que no entendía, optó por retirase a su feudo personal a cuidar de su fortuna y su gloria.

Durante el primer bloqueo Francés y el posterior boqueo Anglo-francés, ya había estado coqueteando con el enemigo, con ganas de “pronunciarse” para formar una república independiente en la Mesopotamia (Entre Ríos y Corrientes, y tal vez Paraguay y la Banda Oriental), con él como “Supremo”, lo que le valió algunas “apretadas de bolas” por parte de Rosas, como aquella a raíz del Tratado de Alcaraz. En cada “agachada” contra Rosas, obtenía algún beneficio de Rosas, que sabiendo con que bueyes araba, le daba soga o la tiraba con habilidad, sin cortar la cuerda. Sin embargo, con motivo de la guerra con Brasil, (que la Confederación tenia ganada de antemano) calculó mal Rosas, y nunca pensó que Urquiza tiraría por la borda su “patriotismo Federal”, su honra y hasta su “memoria póstuma”, y se pasaría al bando enemigo con todo el ejercito de la Confederación, por unos patacones y una gloria que nunca obtuvo ni supo obtener.(Ver El milagro de Braganza )

Posteriormente a Caseros, vapuleado por unitarios, masones y doctores, brasileros, ingleses y hasta por López, su compadre, finalmente se “borraría” en Pavón, tal vez desilusionado, cansado o “vendido”, y se retiraría a su palacio de San José a disfrutar de su fama y su fortuna hasta morir a manos de López Jordán, sin poder llevarse a la tumba ni un patacón de los muchos que habría cobrado en varias traiciones. Apenas si le quedaría alguna fama que lograron salvarle los “historiadores oficiales”, para la posteridad, y algunos nombres de calles o monumentos, como el mal ubicado donde fuera la estancia privada de Juan Manuel. (Av. Figueroa Alcorta y “Sarmiento”, nada menos)

Pero de poco le sirvieron los patacones “que supo conseguir” ni la gloria “que no supo conservar”, y a poco tiempo de Caseros ya estaba arrepentido y con ganas de llamarlo a Rosas a que venga a “sacarle las papas del fuego” : “Hay un solo hombre para gobernar la Nación Argentina, y es Don Juan Manuel de Rosas. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí” (Mayo de 1852. Urquiza al representante inglés Gore, al partir para reunirse para el encuentro de San Nicolás. (J. M. Rosa Hist.Arg.. Tomo VI. P.34) Pero ya era tarde y la macana estaba hecha. Rosas, vencido por el tiempo, por la agobiante tarea personal durante 20 años de gobierno, y por el conjunto de unitarios y vendepatrias, por brasileros, ingleses, franceses y traidores había sido derrotado en Caseros y se había retirado al exilio diciendo al renunciar: “si

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mas no hemos hecho, es que no hemos podido”. Ya no querría volver, aunque se lo pidiera Urquiza ni los Federales que quisieron traerlo por una revolución, a la que Rosas nunca se hubiera adherido “contra un gobierno legalmente constituido”.(Ver Lo que Rosas no hizo )

Urquiza quiso corregir su error en parte y levantó la confiscación de los bienes personales de Rosas, (que hizo y tuvo antes de ser gobernador) y que permitió a Terrero vender la estancia “San Martín” de Rosas (los demás bienes volverían a confiscarlos los unitarios, entre otras cosas para pagarle a los bonoleros) y hasta le mando unos pocos pesos a Inglaterra (que Rosa tuvo la amabilidad de agradecerle). Pero ya era tarde, y Rosas estaba en su granja de Inglaterra, retirado de la política, viviendo modestamente de su trabajo personal y ordenando sus papeles para el juicio de la historia.

“Buenos Sentimientos le guardan los mismos que contribuyeron a su caída, no olvidan la consideración que se debe al que ha hecho tan gran figura en el país y a los servicios muy altos que le debe y que soy el primero en reconocer, servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle”. (1858. Justo José de Urquiza. Carta a Rosas del 24 de agosto de 1858. Extraída del libro de Mario César Gras “Rosas y Urquiza. Sus relaciones después de Caseros “. Edic. del Autor. Bs. As. 1948.) Precisamente fue Urquiza “quién quiso arrebatarle la gloria, pero no pudo”.(Ver Rosas no ha muerto )

1851 - La Traición

El imperio de Brasil que se caía en pedazos por sus propias luchas internas, (Ver Republica de Río Grande ), abolición de la esclavitud entre otras, comprometido en una declaración de guerra con la Confederación y en una guerra perdida antes de iniciarse, como último recurso para dar vuelta su comprometida situación, le hace llegar a Urquiza una propuesta de alianza, o al menos que se mantenga al margen de la lucha. Urquiza “ofendido en su honor” le contesta por escrito al Imperio, haciendo además publicar su nota en el periódico El Federal Entre-Riano”:

“Yo, gobernador y capitán general de la provincia de Entre Ríos, parte integrante de la Confederación Argentina y general en jefe de su ejército de Operaciones que viese a ésta o a su aliada la República Oriental en una guerra en que por este medio se ventilasen cuestiones de vida o muerte vitales a su existencia y soberanía…¿como cree, pues el Brasil, como lo ha imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas sin traicionar a mi patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen, sin borrar con esa ignominiosa mancha todos mis antecedentes?…Debe el Brasil estar cierto que el general Urquiza con 14 o 16 entrerrianos y correntinos que tiene a sus órdenes sabrá, en el caso que ha indicado, lidiar en los campos de batalla por los derechos de la patria y sacrificar, si necesario fuera, su persona, sus intereses y cuanto posee”

…y no contento con la sola respuesta, en el mismo periódico El Federal Entre-Riano” hace publicar el editorial: ”Sepa el mundo todo, que cuando un poder extraño nos provoque, ésa será la circunstancia indefectible en que se verá al inmortal general Urquiza al lado de su honorable compañero el gran Rosas, ser el primero que con su noble espada vengue a la América”

Acto seguido, y patacones de por medio, asume su rol de traidor (que siempre fue) y se pasa al enemigo con todo el ejército de la Confederación, dándole así una victoria al Brasil, que sin imaginarlo, tenia la revancha de Ituzaingo, ganando por medio de la “diplomacia” y con las armas argentinas, una guerra ya perdida.

Fue tan alevosa al traición, que ni los brasileros lo podían creer, y Pontes (diplomático brasilero) preguntaba: “¿Pero obrará Urquiza de buena fe”?…no será una comedia entre él y Rosas? …!!! El general de los ejércitos de la Confederación…!!! (...no lo podía creer…)

La traición de Urquiza produjo “el milagro de la casa de Braganza”; El zarevich que entregó los planes de la batalla para derrotar a su propio ejército, pese a su demencia, fue estrangulado por los soldados en la fortaleza de Ropcha; el traidor Urquiza en cambio, cuenta con monumentos en su memoria.

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Los patacones

El Brasil fue la segunda potencia, después de los ingleses, que desfiló triunfante por Buenos Aires. Después de “a Batalha de Monte-Caseros”, las tropas de Don Pedro II. demoraron su desfile por las calles de Buenos Aires desde el día 3 hasta el 20 de febrero para poder conmemorar así con la derrota de la Confederación lo que se llamó “el desquite de “Ituzaingo” a los 25 años de la derrota imperial. Caxias remitió el 12 de febrero de 1852 el parte de batalla a su ministro de Guerra, Souza e Mello:

“... Cúmpleme comunicar a V. E., para que lo haga llegar a S.M. el emperador, que la citada 1a. División, formando parte del Ejército Aliado que marchó sobre Buenos Aires, hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileñas perdido el 20 de febrero de 1827.” (Es decir, la fecha de la batalla de Ituzaingó, victoriosa para las tropas argentinas) No es de extrañar entonces que, a pesar de que la derrota de Rosas fue el 3 de febrero, el ingreso triunfal de las tropas de la alianza argentino-brasileras se haya producido recién el 20. Sin duda se trató de una imposición de los brasileños que Urquiza acató.

“... nosotros estamos en el Brasil en la dulce ilusión de que la División brasileña de Manuel Marques de Souza fue la que decidió en verdad la batalla de Caseros. Y aún cuando su papel no hubiera sido el principal, el Vizconde de Porto Alegre fue uno de los vencedores de la guerra y pudo ser llamado por Jourdan vencedor, sin exagerar, como lo hace. Sabemos perfectamente que no habiendo derrotado nunca un general argentino nuestras tropas en los suburbios de Río de Janeiro, y desfilado en ésta triunfalmente con sus tropas a banderas desplegadas, al compás de la música, aunque fuera junto a revolucionarios nuestros, no es nada agradable para nuestros amabilísimos vecinos que el Vizconde de Porto Alegre haya conseguido esa gloria” (A Guerra do Rosas, 143-144)

El jefe argentino pareció arrepentirse e inconsultamente decide que el desfile se hará el 19, pero su par brasileño se mantiene firma “A victoria desta campanha e uma vitoria de Brasil, e a Divisao Imperial entrará em Bs As com todas as honras que lhe sao devidas quer V.Exia ache conveniente o nao”. Urquiza intenta una última estrategia para evitar el desdoro ante sus compatriotas de desfilar al frente de tropas extranjeras. Informa erróneamente la hora del desfile. Inicia la marcha con un malhumor que sostendrá durante toda la ceremonia, montado en un caballo con la marca de Rosas, al que Sarmiento califica de “magnífico”. Para consternación de los unitarios luce un ancho cintillo punzó en la solapa, reivindicándose como Federal. Ni siquiera irá al estrado donde era esperado por autoridades, diplomáticos y notables, quizás para que la ceremonia terminase lo antes posible, antes de que las tropas imperiales iniciaran su desfile triunfal” (Pacho O´Donnell; El Águila Guerrera)…Por lo visto Urquiza se arrepintió enseguida de lo que hizo.

Caxias y Marques de Souza quisieron llevarse de Buenos Aires los trofeos de Ituzaingó que se guardaban en la catedral. Urquiza en un primer momento tuvo que aceptar y si no se llevaron los trofeos, fue simplemente porque al Emperador Don Pedro le pareció de demasiado:

“Tocar esas reliquias sería impopularizarse, justificar una sublevación del sentimiento, herir una legítima susceptibilidad nacional que al gobierno imperial no conviene”, le habría dicho a Andrés Lamas. (Pedro S. Lamas, Etapas de una gran política)

Algunos días Después de Caseros (el día 9) y algunos días antes del desfile, se había producido un hecho significativo: Honorio, el representante del Emperador del Brasil, concurre a Palermo el día 9 para entrevistarse con el vencido de Caseros. Pero siente tanta repugnancia por los cadáveres que cuelgan por doquier, pudriéndose entre el follaje de los árboles, que decide regresar al día siguiente. Entonces se produce un áspero diálogo cuando el brasileño le recuerda las concesiones territoriales que Argentina debía hacer por el apoyo recibido.

Es notorio la tergiversación de los hechos: “la traición de Urquiza para salvar al Imperio”, ahora era la “ayuda del Imperio a la Confederación”. Realmente Urquiza, además de traidor, fue un cretino.

Urquiza, rabioso, responde que es Brasil el que le debe a él, pues “Rosas hubiera terminado con el Emperador y hasta con la unidad brasileña si no fuera por mi”...También... “Si yo

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hubiera quedado junto a Rosas, no habría a estas horas Emperador”

Honorio (el brasileño) se retira ofendido. Pero días más tarde recibirá la visita de Diógenes Urquiza, hijo de don Justo José, quien en nombre de su padre le pide 100.000 patacones y además “el compromiso de contar con esa subvención en adelante”, según informa Honorio a su gobierno. Y agregará “Atendiendo a la conveniencia de darle en las circunstancias actuales una prueba de generosidad y de deseo de cultivar la alianza, entendí que no podía rehusarle el favor” (Pacho O´Donnell; El Águila Guerrera)…lerdos para pedir algunos “héroes” de la historia oficial.

Urquiza fue “comprado” por el Brasil para que traicionara a su Patria en ese 1852 —cosa que atestigua el mismo Sarmiento, quien escribe el 13.10.1852 a Urquiza desde Chile y le enrostra:

“Yo he permanecido dos meses en la corte de Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, general, y los pactos y transacciones por los cuales entró S. E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya del dominio de la Historia y está archivado en los ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.” (...) “Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (Honorio Hermeto Carneiro Leão, o Indobregavel) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria." (Domingo Faustino Sarmiento, Carta de Yungay, 13.10.1852)

LA BATALLA DE CASEROS

El ejército invasor, fuerte de 25.000 hombres, al mando de Urquiza, estaba compuesto por fuerzas brasileras, uruguayas, entrerrianas y correntinas. Participaba Mitre, como oficial oriental y con escarapela extranjera y Sarmiento como boletinero del ejercito, vestido con uniforme francés. (Ver La polémica Mitre-Alberdi )

La historia oficial calla el hecho de que fue una invasión extranjera, rechazada por el grueso de la población de la campaña.

“...en la noche del 1° de febrero se pasaron de los aliados al campamento de Santos Lugares como 400 hombres, los cuales fueron recibidos entre las aclamaciones de sus antiguos compañeros. El mismo espíritu de decisión a favor de Rozas mostraba las poblaciones de Buenos Aires, movidas por cierto atavismo encarnado en sentimientos enérgicos, que vivían al calor del esfero común iniciado en la adversidad e incontrastablemente mantenido entre los rudos vaivenes de la lucha. Los que formaban en el ejército creían defender el honor nacional contra un extranjero que invadía la patria. ¿Sería esto pura poesía? Es la poesía del honor, el cual no tiene más que un eco para la conciencia individual. Las gentes de las campañas no veían más que el hecho inaudito de la invasión del imperio del brasil y rodeaban a Rozas en quien personificaban la salvación de la patria.”(Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina.t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)

El jefe de la división oriental del ejército aliado general Cesar Díaz: “Los habitantes de Luján manifestaban hacia nosotros la misma estudiada indiferencia que los del Pergamino; y a los signos exteriores que con estos habían hecho conocer su parcialidad por Rozas. Agregaban otras acciones que denotaban con bastante claridad sus sentimientos. Exageraban el número y calidad de las tropas de Rozas, traían a la memoria todas las tempestades políticas que aquel había conjurado, y tenían por cosa averiguada que saldría también victorioso del nuevo peligro que lo amenazaba” (Memorias. Cit. por A. Saldias. Hist. de la Confederación Argentina)

Aunque tarde, el mismo Urquiza antes de la batalla se dio cuenta del error que estaba cometiendo. El mismo general Díaz relata las impresiones de Urquiza cuando concurre a su campamento: “Fui a visitar – dice Díaz - al general Urquiza y lo encontré el la tienda del mayor general. Se trató primero de la triste decepción que acabábamos de experimentar respecto del espíritu de que habíamos supuesto animado a Buenos Aires. Hasta entonces no se nos había presentado un pasado.” “Si no hubiera sido, dijo el general, el interés que tengo en promover

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la organización de la República, yo hubiera debido conservarme aliado a Rozas, porque estoy persuadido que su nombre es muy popular en esta país.” Y el general Díaz agrega: “Si Rozas era públicamente odiado, como se decía, o más bien, si ya no era temido, ¿Cómo es que dejaban escapar tan bella ocasión de satisfacer sus anhelados deseos? ¿Cómo es que se les veía hacer ostentación de un exagerado celo en defensa de su propia esclavitud? En cuanto a mi, tengo una profunda convicción, formada por los hechos que he presenciado, de que el prestigio del poder de Rozas en 1852 era tan grande, o talvez mayor, de lo que había sido diez años antes, y que la sumisión y aún la confianza del pueblo en la superioridad de su genio no le habían jamás abandonado.” (Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)

El general en jefe del ejército federal, Pacheco, con órdenes y contraórdenes dudosas, permite que el ejército de invasor, al mando de Urquiza, avance sin inconvenientes hasta Morón. Retrocede las tropas federales dejando sin apoyo a Hilario Lagos. Cuando Urquiza repasa el arroyo de Márquez casi sin ser molestado, Rosas, irritado ante Reyes dirá “Si no puede ser, si no puede ser que el general Pacheco desobedezca las órdenes del gobernador de la provincia”.

Las actitudes contradictorias de Pacheco difícilmente puedan atribuirse a inexperiencia, y se sospecha de traición y entendimiento con Urquiza. Inexplicablemente Rosas conserva en su puesto a Pacheco, hasta que renuncia la tarde anterior a la batalla: “está loco” - dice Rosas - “Pacheco está loco”

La noche del 31 de enero de 1852 se reúnen los jefes federales para discutir la situación. Ya que Urquiza declara que él hace la guerra exclusivamente a Rosas, algunos proponen el retiro de Rosas y proponerle a Urquiza que desaloje e los brasileros del territorio nacional y retroceda su ejército, pero la mayoría sostuvo que sería deshonroso para las armas de la paria esto que parecería una capitulación ante los imperiales. Enterado Rosas de lo sucedido la noche del 31 de enero, dijo que no haría cuestión de su persona ni de su cargo si los jefes resolvían en ese sentido, si bien apelaría como simple ciudadano a la opinión de la provincia para desalojar a los imperiales invasores. “En caso contrario su honor y sus deberes de gobernante lo llamaban a dirigir la batalla a que lo obligaba el ejército invasor”. Prevalece esta última resolución.

Toma entonces la palabra Chilavert. (Adolfo Saldías reconstruye sus palabras sobre la de informes verbales del coronel Bustos, uno de los jefes presentes). Comenzó diciendo que el bien de la patria podría llevar al hombre mejor intencionado hasta donde el deber inflexible del honor se levantase para condenarlo. Que el deber de defender la patria como el amor a la siempre, siempre bendita madre, no se discutía en su inexorable indivisibilidad; porque de discutirse, los sagrados vínculos del corazón que forman la esencia de la vida y los eternos preceptos de la moral, quedarían a merced de los más protervos para violarlos y para enseñar a violarlos. Que tanto era así que sus nobles compañeros habían vuelto sobre una resolución que creyeron digna, a impulsos del honor patrio. Que pensaba pues que no había discusión sobre si se debía combatir. Que él no sabría donde esconder la espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente. Que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante; porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pié de sus cañones combatiendo, como cien veces vergonzoso las concesiones de un enemigo que se creía vencedor cuanto por boca de aquellos debía resonar todavía la gran voz de la patria, la voz del honor. “La suerte de las armas – agregó Chilavert – es variable como los vuelos de la felicidad que el viento de un minuto lleva del lado que menos se pensó. Si vencemos, entonces yo me hago el eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente la organización constitucional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor; que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que puedo darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño.”

Las sentidas palabras de Chilavert provocaron el entusiasmo de sus compañeros por la defensa del honor de sus armas. Por su parte Rosas alargándole la mano le dijo:

“Coronel Chilavert, es usted un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es el Imperio del Brasil, porque es Imperio”

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Luego Chilavert analiza las posiciones de ambos ejércitos y evalúa las acciones a seguir: “Urquiza, en vez de conservar su comunicación con la costa norte con la escuadra brasilera y, por consiguiente, con las fuerzas brasileras que guarnecen la Colonia, ha cometido el error de internarse por la frontera oeste de Buenos Aires, aislándose completamente de sus recursos y sin asegurar la retirada en caso de un desastre. Probablemente, al proceder de un modo tan contrario a la estrategia, se ha dejado arrastrar demasiado de la seguridad que le daban de que las poblaciones y la opinión se pronunciarían a favor de los aliados a medida que estos avanzasen, dejando a su retaguardia poderosos auxiliares de su cruzada. Pero no sabemos de un solo pronunciamiento a favor de los enemigos: por lo contrario, desde que pasó el Paraná hasta el día de ayer, y por regimientos, por escuadrones y por partidas más o menos numerosas, se han pasado del enemigo a nuestro campo aproximadamente 1.500 hombres. El enemigo está frente a nosotros, es cierto, pero está completamente aislado, en un centro que le es hostil, en una posición peligrosísima para un ejército invasor, y de la cual nos debemos aprovechar. Cuantos más días transcurran tanto más fatales serán para el enemigo cuyas filas se clarearán por la deserción”

Agrega Chilavert que “Pienso que no debemos aceptar la batalla de mañana como tendrá que suceder si nos quedamos aquí, que, por el contrario nuestras infanterías y artillerías se retiren rápidamente esta misma noche a cubrir la línea de la ciudad, tomando las posiciones convenientes; que, simultáneamente, nuestras caballerías en numero de 10.000 hombres salgan por la línea del norte hasta la altura de Arrecifes y comiencen a maniobrar a retaguardia del enemigo, corriéndose una buena división hacia el sur para engrosarse con las fuerzas de este departamento, y manteniendo la comunicación con las vías donde pueden llegarnos refuerzos del interior. Es obvio que el enemigo no tomará por asalto la ciudad de Buenos Aires ni cuenta con los recursos necesarios para intentarlo con probabilidades serias, ni los brasileros consentirían en marchar a un sacrificio seguro. Y entonces una de dos: o el enemigo avanza y pone sitio a la ciudad, o retrocede hacia la costa norte a dominar esta línea de sus comunicaciones y en busca de sus reservas estacionadas en la costa oriental. En el primer caso militan con mayor fuerza las causas que deben destruirlo irremisiblemente. En el segundo caso, nosotros quedamos mucho mejor habilitados que ahora para batirlo en marcha y en combinación con nuestras gruesas columnas de caballería a las que podremos colocar ventajosamente. Y en el peor de los casos, no somos nosotros sino el enemigo quien pierde con la operación que propongo, pues para nosotros los días que transcurren nos refuerzan y a él lo debilitan” (Adolfo Saldias. Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.348. Eudeba.Bs.As.1978)

El plan de Chilavert además protegía a la ciudad de un probable ataque de los 4000 mercenarios alemanes al servicio de brasil, que esperaban su oportunidad en Colonia.

Las opiniones de Chilavert eran incluso compartidas por algunos jefes, mientras otros preferían dar la batalla. El propio Rosas lo asemejaba a la situación de 1840 cuando Lavalle tuvo que retrotraer fatalmente desde las puertas de Buenos Aires. No obstante esta opinión, Rosas decide dar la batalla y esa misma noche recorre el campo con los jefes para determinar las posiciones. “El general – dice el mayor Reyes – se mostró muy conforme del modo que se habían expresado los coroneles Díaz y Chilavert, agregando que a pesar de estar muy satisfecho de la exactitud de las observaciones de ambos, era necesario dar la batalla al día siguiente si el enemigo atacaba como lo creía” ¿Fue un error de Rosas, el jugarse al todo o nada en una batalla, en vez de seguir la táctica propuesta por Chilavert? ...nadie puede decirlo.

Dispuestos los ejércitos sobre el campo de Caseros, Rosas recorre sus líneas entre aclamaciones y se detiene en el centro, dirigiéndose a Chilavert “Coronel, sea usted el primero que rompa sus fuegos contra los imperiales que tiene a su frente” Es evidente que para Rosas, era la guerra contra el Imperio... Y tenía razón.

Se combate encarnizadamente durante el día, con resultados dispares para ambos ejércitos. Finalmente, destruida el ala izquierda del ejecito federal, y dispersa el ala derecha, Rosas comprende su derrota, y acordándose de Chilavert ordena el repliegue del centro del ejército hacia la ciudad. Se da el hecho singular que durante la maniobra, un disperso pasa al galope frente a Rosas, que pide al trompa “Déme la boleadoras”y midiéndolas con los brazos extendidos, las lanza boleándole las patas delanteras del caballo del soldado que huía: “todavía tengo buen pulso”.

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El ejército invasor intenta envolver el centro en retirada, contra la muralla que representan los coroneles Díaz y Chilavert. Este dispara hasta sus últimas municiones de artillería contra las columnas brasileras, haciendo inclusive juntar los proyectiles del campo. Ya sin municiones, apoyado en uno de los cañones, fuma displicentemente esperando que vinieran a hacerlo prisionero. No se estaba rindiendo. Solamente aceptaba el resultado de la contienda.

Se da un hecho singular: al tomar los aliados el hospital, asesinan al medico Claudio Cuenca, que no siendo federal, asistía a los heridos.

Rosas con una guardia se retira del campo, en dirección a Matanzas. En un momento gira a la izquierda y en un recodo aparece otra fuerza enemiga. Luego de un nutrido tiroteo y rechazados los perseguidores, Rosas ordena a los soldados que se dispersen. Con su asistente llega hasta el estanco de Montero, al sudoeste de puente Alsina, y de ahí hasta el Hueco de los Sauces, hoy plaza 29 de noviembre, donde se apea y redacta su renuncia:

“Señores representantes: Es llegado el caso de devolveros la investidura de gobernador de la provincia y la suma del poder con que os dignasteis honrarme, Creo haber llenado mi deber como todos los señores Representantes, nuestros conciudadanos, los verdaderos federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y nuestro honor es porque más no hemos podido. Permitidme, H.H.R.R. que al despedirme de vosotros, os reitere el profundo agradecimiento con que os abrazo tiernamente; y ruego a Dios por la gloria de V.H. de todos y cada uno de vosotros. Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os escriba con lápiz esta nota y de una letra trabajosa. Dios guarde a V.H.”

DESPUÉS DE CASEROS

Inmediatamente después de caseros comienzan las matanzas. Chilavert sería uno de los inmolados con saña y desvergüenza.

Enterado Urquiza de la rendición de Chilavert, ordena que sea conducido a su presencia. Ante su ademán, sus colaboradores se retiran dejándolos a solas.

No hay testigos, pero algunos conjeturan lo que ocurrió: el vencedor de Caseros habrá reprochado a Chilavert su deserción del bando antirosista. Chilavert le habrá respondido que allí había un solo traidor: quien se había aliado al extranjero para atacar a su patria.

Urquiza habrá considerado que no eran momentos y circunstancias para convencer a ese hombre que lo miraba con desprecio, de que todo recurso era válido para ahorrarle a su patria la continuidad de una sangrienta tiranía. Pero algo más habrá dicho Chilavert. Quizá referido a la fortuna de don Justo, de la que tanto se murmuraba. El Entrerriano abre entonces la puerta con violencia, desencajado, y ordena que lo fusilen de inmediato. (El águila Guerrera; Pacho O´Donnell)

En los días siguientes fusiló al batallón de Aquino completo, desde oficiales hasta el último soldado y los colgó de los árboles de Palermo. El representante ingles que visita a Urquiza en Palermo vuelve impresionado del espectáculo de cadáveres colgando varios días de los árboles de Palermo.

El general Cesar Díaz, jefe del ala izquierda del ejército de Urquiza, relata en sus memorias:

“Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de este cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasado por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de la victimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer. Hablaba una mañana una persona

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que había venido a la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso me preguntó “¿Que fuego es ese?” “Debe ser ejercicio”, respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; Pero una persona que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras, “Que ejercicio, ni que broma – dijo – si es que están fusilando gente”(Memorias inéditas del general Cesar Díaz. P.307. cit.por A.Saldias.t.III.p357) Nótese que esta salvajada de Urquiza es relatada por un general de su propio ejercito, lo que libra al testimonio de toda sospecha de falsedad.

No solo hubo fusilamientos; también hubo "traslados" de prisioneros": despues de Caseros, Urquiza trasladó a Entre Ríos un contingente de 700 negros libres "para enseñarles lo que era la libertad obtenida el 3 de febrero" ¿No los habrá vendido a Brasil?...como hizo con todo el ejercito de vanguardia antes de Caseros, o con la caballa de su propio ejército entrerriano, antes de la guerra del Paraguay, en número de 30.000 caballos entragos a buen precio (390.000 patacones) (JMR.La guerra del Paraguay.p.240 - A. Zinny. Historia de los gobernadores. t.II.p.195)

Poco le duraría a Urquiza la alegría del triunfo traidor. Inmediatamente empezaron las presiones inglesas, las exigencias brasileras y las conspiraciones unitarias.

Urquiza había fijado la entrada triunfal para el día 8, después la postergó para el 19 y finalmente lo hizo el 20 de febrero, de poncho y galera con cinta punzó y montado “en un magnifico caballo con recado” (Sarmiento) con la marca de Rosas, y con el peor malhumor. Hasta mintió la hora del desfile (las 13 en vez de las 12) para que no participen las tropas brasileras, que finalmente lo hicieron por las calles de Bs.As. con la bandera verde-amarilla. Se escucharon silbidos a su paso.

Urquiza desfiló casi al galope, como para terminar de una vez. En la esquina de corrientes, la madre del coronel Paz, (inmolado en Vences), le grita ¡Asesino!. Según Sarmiento “por gravedad o encogimiento, el general afectaba una tiesura imperturbable sin volver la cabeza a uno u otro lado. Permaneció serio y como y empacado” en la recoba y se negó a ir al estrado de la catedral donde los esperaban las autoridades y diplomáticos.

Durante la batalla de Caseros, el ejército de la Confederación concentró su fuego sobre las tropas brasileras (su verdadero enemigo) y aunque la participación de estas no fue decisiva, Caxias remitió el 12 de febrero de 1852 el parte de batalla a su ministro de Guerra, Souza e Mello: “... Cúmpleme comunicar a V. E., para que lo haga llegar a S.M. el emperador, que la citada 1a. División, formando parte del Ejército Aliado que marchó sobre Buenos Aires, hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileñas perdido el 20 de febrero de 1827.”...

En una recepción en Palermo, ante las exigencia del representante brasileño Honorio, Urquiza le enrostró en publico “Rosas hubiera terminado con el emperador y hasta con al unidad brasileña si no fuera por mi” a lo que Honorio le replica que “si existen peligros para el gobierno imperial en insurrecciones internas, éstas no hubieran ocurrido habiendo una guerra exterior”. Para que las cosas no pasen a mayores, el brasileño le reconoce “en gran parte las ventajas obtenidas por Brasil en esta guerra son debidas a V.E.”, y Urquiza asegura ser “el mejor aliado y amigo de los brasileños”.

Al día siguiente el hijo de Urquiza va a cobrar los 100.000 patacones (1.700.000 pesos) prometidos por brasil (Informe confidencial de Honorio, 4-4-1852, Archivo Itamaraty) y el 1º de marzo, ante las tropas brasileñas que se embarcaban, desenvainando la espada promete “que jamás la desenvainará contra el emperador”, y le mandó de regalo el caballo motado en caseros como “presente íntimo a S.M. que le hace el general que más contribuyó para la victoria”

Al fin y al cabo tendría razón el diplomático Paulino cuando el 11 de marzo de 1851 le informaba por nota a Silva Pontes que, caído Rosas, “Garzón y Urquiza no tendrían remedio sino apoyándose en Brasil y siéndoles leales. Las cuestiones internas que para ellos nacerán de estas novedades han de ocuparlos y embarazarlos bastante para que se acuerden de complicarse con nosotros. Será mas fácil entonces, si seguimos una política previsora y rigurosa, dar solución definitiva y ventajosa a nuestras cuestiones para asegurar nuestro futuro”

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Urquiza, en bando del 21 de febrero de 1852 restablece el uso del cintillo punzó y llama a los unitarios “díscolos que se pusieron en choque con el poder de la opinión pública y sucumbieron sin honor en la demanda. Hoy asoman la cabeza y después de tantos desengaños, de tanta sangre, se empeñan en hacerse acreedores al renombre odioso de salvajes unitarios y, con la inaudita impavidez, reclaman la herencia de una revolución que no les pertenece, de una patria cuyo sosiego perturbaron, cuya independencia comprometieron y cuya libertad sacrificaron con su ambición”. Sarmiento, ni bien leyó el bando, como buen cascarrabias, sacó pasaje y se “tomó el buque” para Río de Janeiro, despidiéndose con su habitual verborragia “desahogo innoble como si en una tertulia de damas se introdujese un borracho profiriendo blasfemias y asquerosidades”. Alsina, ofendido, presentó la renuncia, pero más flexible para adaptarse a las circunstancias, se trasformó en federal y según Julio Victorica “pidió un cintillos punzó y se lo puso allí mismo”

Urquiza en muy poco tiempo tendría las exigencias de brasil para que cumpliera los tratados de alianza (entrega de la banda oriental, las misiones orientales, el reconocimiento de la independencia paraguaya y la devolución de los “gastos de guerra”) También tendría encima a los ingleses que exigían la derogación de los tratados de Rosas, y a los unitarios que se sentían dueños de la revolución y empezaron a conspirar inmediatamente.

Los ingleses, “siempre presentes”, aunque no participaron directamente, también vendrían a pedir al parte que les correspondía. El almirante Charles Hotham le escribe a Malmesbury (reemplazante de Palmerston) opinando que era el momento para dar por tierra con el tratado Southern y conseguir de los vencedores que “abrieran el sistema Plata-Paraná a la libre navegación de las naciones marítimas” (F.O 59/2, 20 de febrero 1852)

En abril Hotham recibe las instrucciones; Inglaterra no tenía “propósitos egoístas exclusivos...solo deseaba obtener ventajas para todas la naciones comerciales que también redundarían en provecho a los argentinos”. También los “bonoleros” quieren aprovechar la volada, y piden a su gobierno que “gestione” el cobro del empréstito Baring, pero reciben por respuesta que “El gobierno de S.M. no considera admisible instruir al capitán Gore que urja los reclamos de los tenedores de bonos hasta que los ministros especiales inglés y francés negocien la apertura de los grandes ríos”(5-4-52) Claro, habría que dejar “el chiquitaje” para más adelante. Ya vendría el turno de los bonoleros.

Bien pronto quedaría demostrado (y él mismo lo supo) que don Justo no calzaba las botas de Juan Manuel. Urquiza era un hábil militar y un inescrupuloso comerciante que amasó una fortuna, pero el poncho del Restaurador le quedaría demasiado holgado para su corta talla. Entre Ríos le quedaba chica, pero la Confederación le quedaría grande muy pronto. Sobre todo “el manejo de las relaciones exteriores”.

“Hay un solo hombre para gobernar la Nación Argentina, y es Don Juan Manuel de Rosas. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí” (Urquiza al representante ingles Gore, al partir para reunirse para el encuentro se San Nicolás. ( Mayo de 1952. )

La otra revancha.

Los vencedores de Caseros se tomarían además una posterior revancha, tratando de ocultar hasta la historia de la Confederación:

Llaman a Palermo, propiedad de Rosas, “Parque 3 de febrero”.

Cambian el nombre de la calle de la alameda por el de Avenida Sarmiento, donde se erige un monumento al traidor Urquiza.

Demuelen la residencia de Rosas e implantan en un su lugar un busto del boletinero del ejército, Sarmiento.

Y la calle donde nació Rosas, Santa Lucia, pasó a llamarse “Sarmiento”.

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Perdimos hasta el honor.

Urquiza por su gloria y por unos patacones, entregaba todo: territorio, su espada, el honor y hasta los lienzos. Los porteños no se quedarían atrás.

En 1851, Urquiza se pasa al enemigo por unos patacones, y a cambio entrega al imperio banda oriental, las misiones, la independencia paraguaya, la libre navegación de los ríos, y hasta el alma. Ya no podría zafar de la dominación brasilera. Los dejaría festejar la “revancha de Ituzaingo” desfilando por las calles Bs.As y hasta que retiren los trofeos de aquella batalla (que no se llevó a cabo por sugerencia del emperador, porque le pareció “demasiado”); le exigirían que presione a los orientales que entreguen parte de su territorio; lo envolverían en una alianza y presiones contra Solano López, de Paraguay, único país todavía “independiente” y que el imperio codiciaba. Por otro lado Urquiza buscaba la amistad de López, pero no podía demostrarlo porque necesitaba los patacones y la flota brasilera. (los soldados los pondría él) para vencer a Bs.As. (Ver La defección de Urquiza )

Por su parte los porteños, separados, buscaban también el apoyo inglés y brasilero para doblegar a las provincias, que se habían unido en Confederación. Mientras tanto disfrutaban de la copiosa renta de la aduana y la “maquinita de imprimir moneda” que les permitía comprar armas, hombres y hasta la propia armada enemiga (la de la Confederación), “coimeándose” al jefe de la flota, que la entregaría completa, con todo su armamento.

Los brasileros aprovechaban la situación. Ocuparon militarmente la banda oriental, y fomentaban la división de partidos y las conspiraciones apoyando a unos y otros alternativamente, para que se desangrasen hasta quedar extenuados y “comérselos” mas fácil. No se quedaron con la isla Martín García porque a los diplomáticos de Itamaraty los pereció demasiado, (y que Inglaterra y Francia no se lo permitirían).Habían obtenido la libre navegación de los ríos y remontaban tranquilamente el Paraná sin que nadie les dijera nada, para irse hasta Paraguay a “apretarlo” a López, que por supuesto ni se mosqueó, y los paró en seco. Los brasileros, que no podrían poner de rodillas a López si no contaban con el territorio y la ayuda de Urquiza, negociaban con este “alianzas” en “reuniones misteriosas y secretas” en le palacio San José, prometiendo patacones y la flota brasilera para ir contra Bs.As. Urquiza, cansado de esperas y promesas, mandó un emisario a Río de Janeiro (Peña) para que obtenga por fin los patacones y la alianza. El ingenuo e iluso representante de Urquiza, después de dar vueltas varios meses en las redes diplomáticas de Itamaraty, se volvió con las manos vacías, y Urquiza, que tenía que comerse nuevamente el sapo, se iría de boca: “el general Urquiza usó palabras muy groseras y duras respecto a Brasil, que esos macacos son todos cobardes y traidores” (informa Yancey a Cass. 17-3-1859 / JMR t VI p.248)

Mientras tanto los ingleses, permanentemente bien informados como siempre por diplomáticos, espías, comerciantes, viajeros y mercachifles que estaban en todos los rincones, observaban el panorama y venían a cosechar, sin haber sembrado. Toleraban la división entre Bs.As y la Confederación, sin permitir la separación definitiva ya que significaría el debilitamiento de las dos partes que serían presa fácil de Brasil, cosa que los ingleses no querían para que no hubiera una nación que dominara ambas márgenes del Plata. Mientras tanto seguían comerciando y cosechando en ambos bandos, a la espera de alguna “mediación” o circunstancia que les permitiera sacar mejor tajada. Francia y Norteamérica, bailaban al ritmo de la batuta do Londres.

La verdad que parecía un verdadero asado. Brasil hacía de parrillero, ponía la leña y vigilaba el fuego. Las provincias ponían la carne y la parrilla. Los porteños compraban el vino y los condimentos. Inglaterra, a modo de “patrón” controlaba de lejos y daba las indicaciones. Los Franceses esperaban a la mesa para ver que les tocaba. El único que no participaba era Solano López, que hacía rancho aparte y comía “solo como loco malo”. (ya le llegaría el turno a él también, y le chumbarían los perros)

Así había quedado la Confederación a los pocos años de haberla “liberado de la tiranía”: estaba dividida, había perdido territorio y la soberanía de los ríos. Lo único que le quedaba era el honor de las salvas del 21 cañonazos que Rosas les hizo dar a los ingleses (sin retroceder “un tranco de pollo”, según su propio dicho) desagraviando el pabellón nacional después del levantamiento del bloqueo anglo-francés. (los franceses se darían el gusto de irse sin saludar,

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porque los salvo “la campana” de Caseros). Pero también llegaría el tiempo de hablar también del asunto de los 21 cañonazos.

La Confederación y Bs. As seguían separados, y como borrachos de boliche se miraban con inquina y “con ganas”, pero ninguno se animaba. Bien vendría un bolichero mediador. Y al hablando de mediador,...¿quien daría el presente?...los ingleses.

¿Que más podían sacarle a la Confederación? Los ríos ya eran libremente navegables por buques comerciales y de guerra, la aduana era librecambista, y Alberdi (Abogado representante en Chile de la empresa Wheelwright de Gas y Carbón de capitales ingleses) les ofrecía los monopolios de transporte fluvial y ferroviario. También viaja a Europa en busca de apoyo en contra de Bs.As. El Comittee of Bondholders (los bonoleros los llamaría Rosas) mandan un representante de Baring para presionar el cobro de la deuda.

Los ingleses vieron el momento oportuno de darles “el turno a los bonoleros” y cobrarse algunas “deudas”. Los ingleses saben que Urquiza no subsistirá sin la aduana, y Bs.As. no podrá contra la Confederación con el apoyo de Brasil, que a su vez necesita el apoyo de Urquiza para “comerse” Paraguay. (acababan de negociar una alianza; como siempre brasil los buque y patacones, y Urquiza la sangre). Christie, representante ingles, se reúne con Urquiza, (que se le regala) y viaja con la propuesta de Urquiza a Bs.As. Como lo hace en un buque ingles sin pedir permiso, provoca la renuncia de Alsina y lo reemplaza Vélez Sarfield, que al parecer no veía o no le interesaba tanto eso de la soberanía. (Vélez Sarfield era Ministro de haciendo y ex-empleado de la firma de Liverpool, Nicholson, Green y Cia) Los ingleses, ofendidos por la protesta de Alsina, mandan una nota a Londres (a Parish): “El gobierno de S.M. estaría perfectamente justificados procediera de inmediato a tomar medidas de fuerza en apoyo de sus súbditos.”

En realidad la nota no se mandó, pero se la mostraron a de la Riestra, Vélez Sarfield y Mitre, como una “apretada”. Antes de presentar ninguna propuesta de mediación, Christie quería arreglar algunos asuntos pendientes, como el pago de la deuda a los bonoleros y la expulsión de Gore en 1853. Los porteños, (como lo había hecho Urquiza recientemente) se bajaron los lienzos y se allanarían a cualquier exigencia del inglés, con tal de tenerlo de su parte. Entonces el inglés hizo saber su exigencia: el mismo desagravio impuesto por Rosas a Southern en 1848, “sin contestación.”

Y el gobierno se bajó los lienzos nomás. Se izó la bandera inglesa en el fuerte y se la saludó, “sin contestación” con los 21 cañonazos. Y no solo eso: el gobierno pasó una nota “deplorando francamente” la expulsión de Gore y pidiendo que le devuelvan la nota de expulsión de Gore para que ni siquiera quedara en el archivo.

La Confederación Argentina, en mano de estos traidores, entregaba de este modo hasta el honor. ¡Que diferencia con la Confederación de Rosas, fuerte y orgullosa! (habían pasado apenas 5 años).

* HT para La Gazeta

Bibliografía:

* Saldías, Adolfo. Historia de la Confederación Argentina. Eudeba. Bs.As. 1978

* Rosa, José Maria. Historia Argentina. Editorial Oriente. Bs.As.

* Rosa, José Maria. Rosas y el Imperialismo - La caída. Offsetgrama. Bs.As. 1974.

* Federico de la Barra. La vida de un traidor. Empresa Reimpresora y Administradora de Obras Americanas. Bs.As.1915

* Pacho O´Donnell. El águila Guerrera;

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BATALLA DE SIERRA CHICA (30 de mayo de 1855)

Batalla de sierra Chica    

(01) Partida de Buenos Aires (02) Caballería de a pie(03) Regreso sin gloria(04) Fuentes.(05) Artículos relacionados.

Partida de Buenos Aires

Mitre salió de Buenos Aires el 27 de mayo de 1855. Hizo una marcha de flanco juzgada como perfecta por los analistas. Llegó a la Sierra Grande Tapalqué el día 28, donde se ocultó con la intención de sorprender al enemigo, que suponía ubicado a unos 20 kilómetros de distancia.

Cuando llegó la noche del 29 siguió avanzando creyendo que caería sobre el enemigo al amanecer, pero cuando aclaró el día 30, golpeó en el vacío: sus vaqueanos habían errado el cálculo. Las tolderías estaban más lejos. Esta maniobra previno a los indios. Los de Catriel se sumaron a los de Cachua, que fueron concentrándose a orillas del Arroyo Sauce.

La lectura del propio parte de Mitre revela que la conducción flaqueaba, que la indisciplina era corriente, y que un triunfo podía trocarse en derrota, tan pronto como se descuidasen los comandos.

Mitre mandó a dos escuadrones de Coraceros desplegarse en línea oblicua. Pero las milicias, sin habérselo ordenado, hicieron lo mismo. La Infantería quedó, entonces, a retaguardia. El terreno era inadecuado para la maniobra. Mitre cambió el plan y ordenó entonces el ataque sobre las tolderías, para arrebatarles cerca de un millar de caballos.

Indios amigos cargaron, pero la confusión que reinaba en la tropa prometió un triunfo demasiado fácil. La caballada indígena fue capturada, pero el desplazamiento indisciplinado de otros grupos desorganizó el cuadro de milicias. En esta confusión, las compañías de la vanguardia cristiana penetraron profundamente en el terreno enemigo. Los indios huían despavoridos. Los soldados entonces entraron a saquear los toldos, desoyendo los urgentes llamados del Trompa de Ordenes, que convocaba a reunión.

En los continuos y confusos desplazamientos de las tropas, 60 soldados vinieron a quedar aislados. Para salvarlos hubo que hacer dos cargas, que provocaron muertos y heridos entre los blancos. La situación había cambiado por completo: ahora eran amenazadas las caballadas cristianas.

Los indios, reagrupados y concentrados, lanzaron un ataque sobre la izquierda de Mitre, y aunque ésta recibió con entereza el choque, luego se dio a la fuga, mientras quedaban tras de sí muertos y heridos. La huida de estas fuerzas arrastró a todos los escuadrones. Aquello era un desorden lamentable. La Infantería, que había sido penosamente formada en cuadro para resistir una nueva embestida india, fue desarticulada por los fugitivos. No obstante, pudo rehacerse, y rompió un fuego cerrado sobre las huestes pampas. Los indios se acercaron a pesar de ello a vente pasos y llegaron a arrojar bolas perdidas, pero debieron retirarse.

Caballería de a pie

Cacique Calfucurá    

El estruendo de la fusilería espantó a la caballada indígena recién capturada. Y en el pánico arrastró a la de los cristianos, de modo

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que lo que quería evitarse se produjo. Y las tropas al mando de Mitre quedaron a pie. Era lo peor que podía pasarles: la evidencia de una tremenda derrota…

Mitre evaluó la situación del campo. Los indios habían vencido. Había que salvar la situación ahora, rescatar lo que quedara de las fuerzas, acudir al ingenio y al sigilo, para reparar siquiera en parte, lo que el desorden, la indisciplina y la ineptitud de su mando habían destrozado en contados momentos.

Lentamente pudo restablecer los cuadros. Luego, desalojaron al enemigo de una pequeña elevación, y se instalaron allí, suficientemente fortificados. En el centro colocó las caballadas que pudieron rescatarse. Los heridos comenzaron a ser atendidos. Y se dispusieron a esperar la noche, mientras pelotones aislados de indios libraban escaramuzas en las cercanías del campamento.

Los “bomberos” de las tropas de Buenos Aires descubrieron que los indios iban concentrándose sigilosamente. Quizá tan pronto como rompiera el amanecer iban a descargar su ataque decisivo, para exterminar por completo a las fuerzas blancas. Mitre esperaba la incorporación de la Primera División del Centro, al mando del coronel Laureano Díaz. Oía sus cañonazos reiteradas veces. Pero luego el fuego de artillería cesó, y no halló respuesta a sus propios disparos de llamada.

Pero cuando llegó el día el ataque no se produjo. El cerco de lanzas aparecía prácticamente cerrado. Cincuenta mil cabezas de ganado fruto de su robo, pacían tranquilamente en las cercanías. Los blancos debían comer carne de yegua y buscar febrilmente los manantiales que brotaban de las sierras para beber.

Mitre siguió aguardando inútilmente el apoyo de la Primera División. Un movimiento en el horizonte le hizo abrigar la esperanza de que llegaba, pero cuando al caer la tarde, regresaron sus “bomberos”, se anotició de la triste realidad: era Calfucurá que venía con sus tropas para reforzar el ataque final contra las fuerzas de Buenos Aires. Con las tropas porteñas cercadas y desmoralizadas, ahora la retirada era inevitable. Esa debió ser una triste noche para el entonces coronel Bartolomé Mitre. Las 50 mil vacas, con sus colas respectivas, que tan arrogantemente había prometido devolver, quedarían allí, sin rescate posible…

Había que acudir al ingenio para salvarse de una muerte segura. Se usó toda la grasa de potro, derramándola sobre los fogones, para que alimentaran el fuego el mayor tiempo posible. Se dejaron en pie algunas tiendas de campaña. Mil doscientos caballos encerraban el cuadro para dar la ilusión de fuerzas preparadas.

El mayor de los silencios cubrió la retirada. Con las monturas al hombro, y buena parte de la caballería abandonada, la tropa inició una penosa marcha a pie hasta el Azul. Sólo quedaban montados dos escuadrones de caballería, para cubrir cualquier ataque de flanco. Al frente marchaba la Infantería en el centro la Artillería, los heridos y los bagajes. Las caballadas que pudieron traerse marchaban al costado derecho. El batallón 2 de Línea cubría la marcha. No era una huida. Pero era la más lamentable retirada de que hubiera memoria en la antigua lucha del blanco contra el indio de la pampa…

Silenciosamente, y por el camino más peligroso (y por consiguiente menos vigilado por los indios), avanzaron cinco leguas y media, hasta el arroyo de las Nievas. Allí consiguieron caballos. Cuando amanecía hasta el mismo Mitre había venido a pie. Cada uno tomó un infante y se lo llevó en ancas. A las 8 de la mañana, llegaba el ejército derrotado al Azul. Era el 1º de junio. Doscientas cincuenta bajas festoneaban cruelmente la derrota.

Regreso sin gloria

Bartolome Mitre    

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Mitre siguió de inmediato para Buenos Aires, donde es agasajado por Sarmiento en un banquete, donde el coronel dice: “El desierto es inconquistable”.

Mitre disimuló públicamente esta derrota, aunque en los partes no pudo ocultar nada, y el 12 de junio le informa a Obligado: “Para ocultar la vergüenza de nuestra armas he debido decir que la fuerza de Calfucurá ascendía a 600, aun cuando toda ella no alcanzase a 500; así como he dicho que la División del Centro no pasaba de 600, aun cuando tuviese más de 900, dos piezas de artillería y 30 infantes el día que tuvo lugar su encuentro en el que Calfucurá debió quedar destruido…He dicho también que por falta de caballos, pero debo declarar a usted confidencialmente que ese día los tenia regulares…Hasta ahora sabíamos que era un buen partido un cristiano contra dos indios, pero he aquí que ha habido quien haya encontrado desventajoso entre dos cristianos contra un indio.” (Scobie. La lucha.p.132 / JMR.t.VI.p.151).

A esta derrota siguió la de San Antonio de Iraola el 13 de septiembre, que exterminó por completo un cuerpo completo mandado por el comandante Otamendi.

Las consecuencias del contraste fueron funestas. Durante más de un año, Calfucurá y sus gentes sentaron sus reales en la zona. El temor cundió por toda la campaña. Las economías lugareñas quedaron seriamente deterioradas. La gente temía volver. Estancias al sur de Tandil se hicieron taperas. Debió transcurrir todo el año 1855 y parte de 1856 para que los exiliados del Tandil y la Lobería –refugiados en Dolores- se animaran a retornar. Fue una situación penosa y de graves consecuencias.

Calfucurá inició lentamente su regreso a Salinas Grandes, cuando juzgó que había que dar nueva tregua a los blancos para que apacentaran nuevos rebaños que luego serían robados por los malones.

Pero la derrota del indio. Calfucurá firma la paz en 1857. Una paz llena de “agachadas” y ventajas para sus posiciones. La tormenta política estalla en Buenos Aires. Cepeda se aproxima. Habrá victorias aisladas, como Sol de Mayo y Cristiano Muerto, en campo de Tres Arroyos, con tropas salidas desde Tandil. Habrá incluso una expedición a Salinas Grandes, mandada por Granada. Pero el imperio queda inconmovible. Muchos año, nuevas armas y otros factores, entre ellos el desgaste de la raza mapú, podrán terminarlo.

Pero como un recuerdo fantasmal, la “noche triste” del coronel Mitre quedará definitivamente incorporada a la historia dura y penosa de la Campaña del Desierto aunque se haya pretendido echar y piadoso velo de olvido sobre el desastre que en esa jornada se abatió sobre el joven ministro de Guerra de Buenos Aires.

EL DESIERTO INCONQUISTABLE - SIERRA CHICA - 31 de mayo de 1855

Durante la época de Rosas, prácticamente se habían terminado los malones, o se reducían a pillajes sin importancia, por los tratos que Juan Manuel de Rosas había hecho con los indios en 1833, entregándole mercaderías, yerba y caballos.( Ver Rosas y la vacuna antivariólica ) Después de Caseros no se mantuvieron los acuerdos, y los indios reanudaron los malones, amenazando Bahía Blanca, 25 de Mayo, etc. Entre los caciques estaba Catriel y Payne, comandados por Calfucurá.

“Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis indios moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como vivimos en fraternidad con los cristianos y entre ellos. Mientras viva Juan Manuel todos seremos felices y pasaremos una vida tranquila al lado de nuestras esposas e hijos. Todos los que están aquí pueden atestiguar que lo que Juan Manuel nos ha dicho y aconsejado ha salido bien...” Discurso del cacique pampa CATRIEL en Tapalqué celebrando la llegada de

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Rosas al poder en su segundo gobierno. Extraído del libro “Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833. Recopilado por Adolfo Garretón. Edit. EUDEBA. Bs. As. 1975.(Ver: Rosas y Catriel )

“Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio y gigante que vino al desierto pasando a nado el Samborombón y el Salado y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue Cacique General nunca los indios malones invadimos, por la amistad que teníamos por Juan Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y lo desterraron, invadimos todos juntos”. Expresiones del Cacique Catriel, extraídas del libro “Roca y Tejedor” de Julio A. Costa.

Nicasio: “Que él había acompañado en cinco campañas a Juan Manuel y que siempre había de morir por él porque Juan Manuel era su hermano y el padre de todos los pobres” Parte del discurso del Cacique Nicasio en Tapalqué celebrando la llegada de Rosas al gobierno por segunda vez. Extraído del libro “Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833”. Recopilado por ADOLFO GARRETON. Edit. EUDEBA.

El cacique Pincén relata: “...Juan Manuel ser muy bueno pero muy loco; me regalaba potrancas, pero un gringo nos debía tajear el brazo, según él era un gualicho grande contra la viruela y algo de cierto debió de ser porque no hubo mas viruela por entonces...” (J.M.Rosa,Hist.Arg.t.VIII).

¿Quien mejor que Mitre para darle un escarmiento a esos indios ignorantes que andaban maloneando en la campaña de Buenos Aires? ¿acaso no había ido Rosas en 1833 hasta Choele Choel y Neuquén?

En Buenos Aires la juventud liberal lo despide con un banquete,(como corresponde), donde Mitre promete “exterminar a los bárbaros”. Allá va entonces Mitre al frente de más de 900 hombres de infantería, caballería y dos piezas de artillería, pero al llegar a las proximidades de Sierra Chica, se topa con Catriel y Calfucurá al frente de 500 indios, que le aniquilan la infantería, le toman la artillería y le desbandan la caballería. El Tísico y el resto de la tropa que le quedaba, apenas pudo salvar el pellejo trepando a la Sierra Chica, inaccesible para la caballería. Los salvó la policía de Tandil que los socorrió y les abrió una vía de escape. (Se volvieron de a pie) Es curiosa la táctica de Mitre, que sale de Buenos Aires como “caballería” pero regresa como “infantería”.

No obstante esta derrota vergonzosa, Mitre llega a Buenos Aires donde es agasajado por Sarmiento en un banquete, (como corresponde), donde Mitre dice otra de sus frases célebres (como corresponde) “El desierto es inconquistable”

Mitre disimuló públicamente esta derrota vergonzosa, aunque en los partes no pudo disimular, (porque siempre hay algunos testigos batilanas) y el 12 de junio le informa a Obligado: “Para ocultar la vergüenza de nuestra armas (la vergüenza de Mitre será) he debido decir que la fuerza de Calfucurá ascendía a 600, aun cuando toda ella no alcanzase a 500; así como he dicho que la División del Centro no pasaba de 600, aun cuando tuviese más de 900, dos piezas de artillería y 30 infantes el día que tuvo lugar su encuentro en el que Calfucurá debió quedar destruido…He dicho también que por falta de caballos, pero debo declarar a usted confidencialmente que ese día los tenia regulares…Hasta ahora sabíamos que era un buen partido un cristiano contra dos indios, pero he aquí que ha habido quien haya encontrado desventajoso entre dos cristianos contra un indio.” (Scobie. La lucha.p.132 / JMR.t.VI.p.151)

Leyendo cuidadosamente las palabras del parte, y tomadas como de quien vienen, podemos deducir que los indios eran 250, las tropas 1800, la infantería 60 y las piezas de artillería cuatro. Y con jefes como ese, un buen partido era por lo menos cuatro contra uno. Respecto a los caballos, efectivamente ese día los tenia regulares …¡cuando los tenia faltantes era al día siguiente!

BATALLA DE PAVÓN - 17 de septiembre de 1861

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En la parte culminante de la guerra entre Buenos Aires y la Confederación Argentina, se enfrentaron nuevamente Urquiza y Mitre.

El combate fue confuso, porque cuando las tropas de Mitre parecían derrotadas, el clarín de la reserva de Urquiza toca a retirada y éste, sin prestar atención a nada ni a nadie, vuelve grupas y comienza su regreso a Entre Ríos dejando el campo al jefe vencido.

Este hecho nunca quedó muy claro; muchos historiadores hablan de algún entendimiento previo entre Urquiza y Mitre, gestado en la noche anterior por intermedio de Yatemon, un misterioso norteamericano de la confianza de Urquiza.

Según el historiador José María Rosa: “Urquiza se había arreglado con los mitristas por agentes norteamericanos y masones, comprometiéndose a perder la batalla de Pavón. A cambio de eso le dejarían el gobierno de Entre Ríos.

Derqui ingenuamente intentará la resistencia. El grueso del ejército federal está intacto y lo pone a las órdenes de Juan Saa, mientras espera el regreso de Urquiza. Lo cree enfermo y le escribe deseándole "un pronto restablecimiento para que vuelva cuanto antes o ponerse al frente de las tropas". Pero Urquiza no vuelve, no quiere volver. A cuarenta días de la batalla, el 27 de octubre, el inocente Derqui todavía escribe al sensitivo guerrero interesándose por su salud y rogándole que “tome el mando“.

Se anuncia la gran victoria, aunque Mitre no puede mover a los suyos de la estancia de Palacios porque no tiene caballada. Sarmiento, desde Buenos Aires, le escribe el 20 de setiembre: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos“ (Archivo Mitre, tomo IX, pág. 363). Para Urquiza quiere medidas radicales: "o Southampton o la horca”. En Southampton pasaba su ancianidad, pobre pero jamás amargado, Juan Manuel de Rosas.

Ni uno ni otro. Urquiza no será un prófugo. Quedará en Entre Ríos y no perderá el gobierno de esa provincia. Derqui, Pedenera, Saa, el Chacho Peñaloza, Virasoro, Juan Pablo López, esperan que vuelva Urquiza de Entre Ríos y en una sola carga desbarate las atemorizadas tropas mitristas. Por toda la República, de Rosario al Norte, vibra el grito ¡Viva Urquiza! en desafío a los oligarcas: todos llevan al pecho la roja divisa federal con el dístico “Defendemos la ley federal jurada. Son traidores quienes la combaten". Urquiza tiene trece provincias consigo y un partido que es todo, o casi todo, en la República. Se lo espera con impaciencia. Derqui suponiendo que es el obstáculo para el regreso del general, opta por eliminarse de la escena y en un buque inglés se va silenciosamente a Montevideo, renunciando la presidencia. Lo reemplaza Pedernera, que tiene toda la confianza de Urquiza. Pero Urquiza no viene.

Entonces las divisiones mitristas a las órdenes de Sandes, Iseas, Irrazabal Flores, Paunero, Arredondo (todos jefes extranjeros) entran implacables en el interior a cumplir el consejo de Sarmiento. Hombre encontrado con la divisa federal es degollado; si no lo llevan es mandado a un cantón de fronteras a pelear con los indios. No importa que tenga hijos y mujer, es gaucho, y debe ser eliminado del mapa político. Todo el país debe "civilizarse“.(ver "La guerra de Policía" )

Venancio Flores, antiguo presidente uruguayo, a las órdenes de los porteños, sorprende en Cañada de Gómez el 22 de noviembre al grueso del ejército federal que sigue esperando órdenes de Urquiza. Ahí están sin saber a quién obedecer, ni qué hacer. Flores pasa tranquilamente a degüello a la mayoría e incorpora a los otros a sus filas. Nuestras guerras civiles no se habían distinguido por su lenidad precisamente, pero ahora se colma la medida. Hasta Gelly y Obes, ministro de Guerra de Mitre, se estremece con la hecatombe: "El suceso de la Cañada de Gómez – informa – es uno de los hechos de armas que aterrorizan al vencedor... Este suceso es la segunda edición de Villamayor, corregida y aumentada“ (en Villamayor, Mitre había hecho fusilar al coronel Gerónimo Costa (*) y sus compañeros por el sólo delito de ser federales).

Esa limpieza de criollo que hace el ejército de la Libertad entre 1861 y 1862 es la página más negra de nuestra historia, no por desconocida menos real. Debe ponerse el país "a un mismo color" eliminando a los federales. Como los incorporados por Flores desertan en la primera ocasión, en adelante no habrá más incorporaciones: degüellos, nada más que degüellos. Y los ejecutores materiales tampoco son criollos: se buscan mafiosos traídos de Sicilia: ”En la

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matanza de la Cañada de Gómez – escribe José María Roxas y Patrón a Juan Manuel de Rosas - los italianos hicieron despertar en la otra vida a muchos que, cansados de los trabajos del día, dormían profundamente“ (A. Saldías: La evolución republicana, pág. 406).

Sarmiento expresa: “Los gauchos son bípedos implumes de tan infame condición, que nada se gana con tratarlos mejor". Los pobres criollos que caen en manos de los libertadores, solo pueden exclamar ¡Viva Urquiza! al sentir el filo de la cuchilla. Algunos consiguen disparar al monte a hacer una vida de animales bravíos.

Seguirá la matanza en Córdoba, San Luis, Mendoza, San Juan, La Rioja, mientras se oiga el ¡Viva Urquiza! en alguna pulpería o se vea la roja cinta de la infamia. Que viva Urquiza mientras mueren los federales. Y Urquiza vive tranquilo en su palacio San José de Entre Ríos. Dentro de poco hará votar por Mitre en las elecciones de presidente.

"Pavón no es solo una victoria militar – escribe Mitre o su ministro de Guerra – es sobre todo el triunfo de la civilización sobre los elementos de la barbarie".

CAÑADA DE GÓMEZ - 22 de noviembre de 1861

Después de Pavón, en que Urquiza le regala la victoria a Mitre, aquel se retira al tranco a su feudo de Entre Ríos. En vano esperaría los federales la intervención del “federal” Urquiza, que haría oídos sordos a pedidos y cartas enviadas por los federales para que les sacara de encima al ejercito de Buenos Aires que lo reprimía en todas las provincias interiores, menos en Entre Ríos. Urquiza cumplía a rajatablas el “pacto” de Pavón, y dejaría las manos libres a los mitristas a cambio de su feudo, sujetando a los bravos entrerrianos que se salían de la vaina por ir contra “los porteños”. Urquiza no escucharía ni a sus amigos ni partidarios, como López Jordán, y no contestaría las cartas que en vano le mandaba el Chacho. Urquiza se mantenía inmutable en su palacio de San José, mientras los mitristas “limpiaban de gauchos y federales” el interior.

Mientras tanto Mitre, para no comprometerse, incentivaba en medias palabras Sarmiento, que no necesitaba nada para excederse, y a su vez incorporaba como jefes del ejército a los colorados uruguayos Venancio Flores, Paunero, Sandes, Irrazábal, entre otros.

El 22 de noviembre de 1861, Flores se adelanta hasta Cañada de Gómez y sorprende a los federales, a los que derrota y pasa a degüello a gran parte e incorporando al resto. Esta acción le adjudicaría el mote de “el degollador de Cañada de Gómez”.

El suceso es tan aberrante, que hasta el ministro de guerra de Mitre, Gelly y Obes, muestra su espanto en el parte de la hecatombe:

“El suceso de la Cañada de Gómez – informa al gobernador Manuel Ocampo – es uno de los hechos de armas que aterrorizan al vencedor…Eso es lo que le pasa al general Flores, y es por ello que no quiere decir detalladamente lo que ha pasado. Hay más de 300 muertos que por nuestra parte solo hemos tenido dos muertos…Ese suceso es la segunda edición de Villamayor, corregida y aumentada… Para disimular más la operación confiada a general Flores se le hizo incorporar toda la fuerza de caballería de la División Córdoba enemiga” (Archivo Mitre, IX, 277)

Los “incorporados” por Flores desertan en la primera ocasión, y entonces no habrá más incorporaciones: solo degüellos. Mitre no se “ensucia las manos”, ya calla mientras sus mercenarios cumplen la tarea de limpiar el interior, y poner todo “de un mismo color” imponiendo “el reino de la libertad” como dice textualmente el diario La Nación de Mitre. El que no calla es Sarmiento, que dirá: “Los gauchos son bípedos implumes que de tan infame condición, que no sé que se gana con tratarlos mejor”

Los degolladores contratados pr Mitre, además de uruguayos colorados (liberales) son italianos, hábiles en degollar gauchos dormidos. José María Roxas y Patrón escribía a Rosas el 6 de enero de 1862:

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“Una gran parte de la emigración europea que nos viene, propaga esos instintos feroces. En la matanza de Gómez, según dicen los que escaparon, los italianos hicieron despertar en la otra vida a muchos que, cansados de los trabajos del día anterior, dormían profundamente”

Era la emigración “civilizada” que el mitrismo liberal porteño traía de Europa para “civilizar” el “bárbaro” interior, en tanto Urquiza disfrutaba de su feudo entrerriano mientras los pobres gauchos morían al grito de ¡Viva Urquiza!

Fuente:Rosa, José María. La guerra del Paraguay

LA BANDERITA (1862)

La "tregua" de los unitarios

“Pavón no es sólo una victoria militar; es un triunfo de la civilización sobre los elementos de guerra de la barbarie”, escribe Mitre a su ministro de guerra Juan Andrés Gelly y Obes, el 22 de septiembre de 1861 a los cinco días de su inesperada victoria. (Herrera. “Buenos Aires Urquiza y Uruguay”)

Habían negociado en secreto antes de la batalla, y Urquiza le regala la victoria a Mitre bajo la promesa de Mitre de respetarle su feudo entrerriano. Urquiza por su parte se mantendría inactivo en su palacio de San José. A Mitre le quedaban entonces las manos libres para apoderarse del interior y barrer con lo quedaba de los federales para “uniformar el color” de la patria.

Toma entonces la bandera de la defensa Angel Vicente Peñaloza, el Chacho, general de la Nación y jefe del III Ejercito (de cuyo) y en carta del 8 de febrero a Taboada, partidario mitrista, le dice que “¿Porque hacer una guerra a muerte entre hermanos con hermanos? Contraria a la hidalguía de la raza; no hay objeto, pues la victoria ha sido amplia para los liberales y ¿a que exterminar a los federales? Teme que las generaciones futuras imitaran tan pernicioso ejemplo” (Manuel Gálvez. Vida de Sarmiento )

La carta es tomada como una provocación y Taboada penetra en Catamarca, Sandes en la Rioja y Arredondo en San Luis. Entran a sangre y fuego y comenten muchas atropellos y asesinatos, pero con el Cacho pronto habría cientos, y luego miles, que salían de sus ranchos y sus campos con un caballo de tiro y media tijera de tusar en la lanza. Peleaban por el respeto y para defenderse de los atropellos porteños. Poco puede hacer el Chacho de frente contra los ejércitos nacionales, pero se les escabulle a lo llanos, donde era imbatible.

Al campamento del Chacho va el sacerdote Eusebio Bedoya como negociador del gobierno nacional. Llega en nombre de Mitre para ofrecerle otra vez la paz, garantizada ahora “en nombre del Señor”. El Chacho acepta, y se fija “La Banderita” para la ratificación de la paz e

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intercambio de prisioneros.

El Chacho acude con la montonera en correcta formación. También esta el ejercito nacional con los jefes mitristas: Rivas, Sandes, Arredondo.

José Hernández narra la entrega de prisioneros nacionales tomados por el Chacho:

- Ustedes dirán si los han tratado bien – pregunta el Chacho.- ¡Viva le General Peñaloza! – fue la respuesta unánime.

Después el Chacho se dirige a los jefes nacionales:

- Y bien...¡donde están los míos?...¿por qué no me responden? ¡Que!...¡será cierto lo que se ha dicho? ¿será verdad que todos han sido fusilados?

Los jefes de Mitre se mantenían en silencio, humillados, los prisioneros habían sido fusilados sin piedad, como se persigue y mata a las fiera de los bosques: las mujeres habían sido arrebatadas por los invasores. (José Hernández.- “Vida del Chacho”)

Desaparecida la resistencia del interior, Mitre podrá entregar tranquilo el ferrocarril Oeste a capitales ingleses, y al inaugurar al estación del “Sud” en 1862, dice en el discurso:

“¿Quien impulsa este progreso? Señores: es el capital ingles”

COMBATE DE VIILA DOLORES - 21 de marzo de 1863

(01) Antecedentes.(02) Comienzo de las acciones(03) Victoria federal.(04) Fuentes.

Antecedentes

Luego de que el Grl. Bartolomé Mitre, representante de Buenos Aires, derrotara el 17 de septiembre de 1861 en la Batalla de Pavón a la Confederación dirigida por Urquiza, las fuerzas unitarias iniciaron una política de intervención en el interior con el objetivo de terminar con los sectores políticos federales que se oponían a la hegemonía porteña y al proyecto “civilizador” concebido por los liberales.

En este contexto es nombrado comandante de los cuatro departamentos del oeste cordobés Manuel Morillo, y es enviado, para imponer las ideas porteñas en el Valle de Traslasierra, el teniente coronel Manuel Moreno Paz, sobrino del general José María Paz.

Moreno Paz se encontró con la férrea resistencia de los hermanos Ontivero, Fructuoso y Gabriel, caudillos puntanos que residían en Villa Dolores y que dirigían las montoneras llanistas leales al caudillo riojano Angel Vicente “Chacho” Peñaloza. El “Chacho” se había convertido en el principal defensor de las clases humildes que se habían visto perjudicadas por el manejo económico hegemónico que ejercía Buenos Aires sobre el resto de las provincias.

Para asegurar el dominio unitario se había constituido en nuestra región con habitantes del valle un batallón conocido como “Legión de Voluntarios del Oeste de Córdoba”, y contó con una comandancia frente a la “Plaza de Dolores” y un pequeño fuerte a una cuadra de ella, en donde se encuentra actualmente el supermercado Sarquis.

En 1863 las montoneras triunfan en San Luis, entran en la provincia de Córdoba, y llegan el 21 de marzo a Villa Dolores, al mando del comandante Juan Gregorio Puebla.

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Comienzo de las acciones

Se produce entonces el llamado “Combate de Villa Dolores” con un feroz enfrentamiento que tuvo como escenario la “Plaza de Dolores” y las calles de la pequeña aldea, y en donde gran parte de los jóvenes integrantes de la “Legión de Voluntarios”, que se encontraban al mando del capitán Andrés Pérez, perecieron bajo las lanzas y espadas montoneras. Los integrantes de la división de voluntarios debieron enfrentar a los llanistas en desigualdad numérica y sin el apoyo de la población, salvándose alguno de ellos gracias a la intervención de unos pocos vecinos.

El combate se inicia cuando las montoneras rodean el “Fuertecito”, el comandante Puebla pide la rendición, y como respuesta se escucha un disparo que termina con la vida de uno de los invasores. Inmediatamente Puebla da la orden de atacar y el pequeño fuerte es literalmente demolido.

Los pocos soldados que logran huir de la primera envestida suben por la calle que los lleva a la plaza de la villa, que se encontraba por entonces cubierta por un bosquecito de talas y chañares, pero solo el capitán Pérez logra cruzarla.

La lucha finaliza cuando el capitán es alcanzado por los llanistas luego de recorrer una cuadra, y cae en una acequia atravesado por varias lanzas.

Victoria federal

Vencidos los unitarios, los montoneros quedan dueños del lugar, invaden las aldeas cercanas, y obligan a los comerciantes y familias unitarias a entregar caballos, reses, dinero, alhajas y todo otro objeto de valor que fuese beneficioso para la reorganización de las tropas y su consumo.

Temiendo que fuerzas unitarias, alertadas por el teniente coronel Manuel Moreno Paz, quien había podido huir durante la batalla, llegasen a través de Los Molles, los llanistas se retiran de Villa Dolores hacia el sur. Allí son enfrentados y derrotados por los refuerzos mitristas que venían de Villa Mercedes, el 2 de abril de 1863 en la “Batalla de La Angostura”.

ACCION DE DESBARRANCADO – 30 de diciembre de 1864

Guerra del Paraguay.

Efectuada la ocupación brasilera de la Banda Oriental el 30 de agoto de 1864, Paraguay no tenía otra alternativa que entrar en la guerra.

Fija su objetivo en la recuperación del Mato Groso, por dos razones: por un lado Paraguay reivindicaba como suyo el territorio ocupado por brasil, y por otro lado tenia necesidad de suprimir un enclave que lo amenazaba en la frontera.

Transportada en cinco vapores, tres goletas y dos chatas, el 24 de diciembre de 1864 sale desde Asunción la expedición Paraguaya bajo el comando del coronel de infantería Vicente Barrios, con 3.000 hombres y dos baterías, integrada además por el sargento de caballería Bernardino Caballero, que tendría destacada actuación heroica a lo largo de toda la guerra. Desde Concepción parten 3.500 hombres al mando del coronel de caballería Francisco Isidoro Resquín.

La expedición abatió las poderosas defensas del fuerte de Coimbra, capturando “tan considerable cantidad pertrechos y armamentos, que ellos solos representan al mayor parte de lo consumido por el Paraguay durante al guerra” (Blas Garay. “Compendio elemental de historia” .p.376), lo que también atestigua el teniente coronel Thompson: “Muchos

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cargamentos de pólvora y algunos de munición, fueron enviados al Paraguay, que puede decirse se surtió en aquellos depósitos brasileros de casi todo cuanto ha consumido en esta guerra” (Thompson. “La guerra del paraguay”.p.44)

Quince prisioneros “fueron remitidos al comandante de Villa Concepción, con todas las atenciones impuestas por el derecho de gentes”, (Resquin, general Don Francisco Isidoro. “Datos históricos de de a guerra del Paraguay con la Triple Alianza”. Escrito en 1871 y publicado por la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco. Bs.As. 1895)

BATALLA NAVAL DE RIACHUELO – 11 de junio de 1865

Guerra del Paraguay.

La escuadra aliada se encontraba anclada ene. Paraná, frente a las barrancas del Riachuelo, bajo Corrientes, para bloquear las acciones paraguayas.

Para deshacerse del peligro, el mariscal López da órdenes de levar un ataque a la escuadra paraguaya desde Tres Bocas, al mando del capitán de navia Pedro Ignacion Meza, apoyado desde las barrancas del Riachuelo por el teniente de artillería José María Bruguez, al mando de 3.000 hombres y22 cañones de campaña.

La acción comienza en la mañana del 11 de junio. Dos buques brasileros quedan fuera de combate pero los paraguayos no pueden completar la acción. Thompson comenta que “por un olvido no llevaron ganchos de abordaje y esta fue quizás la razón porque no pudieron tomar la escuadra brasilera”.

Luego de encarnizada lucha de ocho horas, tres vapores paraguayos fueron echados a pique cuatro lanchas cañoneras quedaron en poder brasiles.

En la acción intervino con un frágil lanchón el sargento mayor José María Fariña, el héroe de Itapirú. El capitán Meza cayo gravemente herido y trasladado a Humaitá, murió el 28 de junio.

EL DESBANDE DE BASUALDO (3 de julio de 1865)

Guerra de la Triple Alianza. Tras la victoria brasileña de Riachuelo, Mitre se embarcó en Buenos Aires (17 de Junio) para dirigir desde Concordia las operaciones. Allí se concentraron los efectivos aliados. El 24 ordenó a Urquiza, que seguía en Basualdo, avanzase sobre el Río Corrientes a fin de no perder contacto con los paraguayos. El mismo día, Osorio, con los 15.000 brasileños que ocupaban la República Oriental , cruzó el Uruguay y llegó a Concordia.

El 3 de Julio Urquiza va a entrevistar a Mitre. Los entrerrianos, que de mala gana habían obedecido a su general, creen en un abandono. Como un reguero de pólvora corre la noticia por el campamento de Basualdo; “Compañeros: el Capitán General se ha ido a su casa y es necesario que nosotros también nos vayamos. No sean tontos; no se dejen engañar”, se repiten los milicianos. Inútilmente los jefes - el general Ricardo López Jordán, los coroneles Manuel Navarro, Domingo Hereñú y Manuel Caravallo - tratan de contener la desbandada. Se oyen gritos “¡Viva Urquiza y muera Mitre!”. Imitando el aullido de los zorros, los nogoyaceros y victorianos van dando de carpa en carpa la señal de la deserción y buena parte de las divisiones se desbandan.

La noticia llega a Urquiza a la madrugada en la estancia de Gregorio Castro, donde ha hecho noche en su viaje a Concordia. Monta rápidamente, pero su presencia es inútil: cerca de 3.000 entrerrianos han dejado el campamento, y los restantes parecen resueltos a imitarlos. Urquiza ordena fusilamientos y proclama que “la patria exige ir a la guerra”; todavía su prestigio es grande, pero no detiene la desbandada que seguirá en las noches siguientes. Hasta el 7 de Julio, en que para mantener su vacilante autoridad, licencia todo el campamento. Hará una

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nueva convocatoria en el Yuquerí; pero la tarea resulta difícil. López Jordán desde Paraná le escribe el 31 de Julio “que la gente se reunirá donde V. E. ordene pero no quieren ir para arriba”; el coronel Juan Luis González escribe el 19 de setiembre “que si esta marcha no es contra Mitre, ellos (los entrerrianos) no salen de sus departamentos”.

Con esfuerzo Urquiza reúne en Yuquerí 6.000 hombres; ha recorrido los departamentos y los ha hecho recorrer por gente de su confianza a fin de levantar un contingente aceptable. El 8 de Noviembre llega con los nuevos voluntarios de infantería, pues ha vendido sus caballos a Brasil, a las márgenes del arroyo Toledo; la división Gualeguaychú inicia el desbande en masa, seguida por todas las demás. No han esperado esta vez la ausencia de Urquiza, y nadie, ni el mismo Capitán General en persona, puede impedir la resolución de “no ir para arriba” y menos de a pie. “Esta vez se trata de una rebelión abierta contra toda orden de don Justo, cuya energía de esa noche nada pudo hacer contra la actitud decidida de los soldados antiliberales”, dice Chávez.

La furia de Urquiza es tremenda. Ordena el fusilamiento de los desertores que fuesen habidos. Numerosos entrerrianos se unen a los paraguayos o cruzan a refugiarse en el territorio oriental.

Se ha disuelto el Ejército de Vanguardia. Urquiza quedará en su palacio de San José; no ha podido cumplir un rol militar en la guerra contra los paraguayos, ni se encontrará después de Basualdo en condiciones de seguir la intriga iniciada ante Robles. En cambio desempeñará una función comercial: sus establecimientos proveerán la carne consumida durante la guerra por los ejércitos aliados.

Fuente: José María Rosa, La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas, Buenos Aires (1985

ACCION DE YATAY – 17 de agosto de 1865

Prisioneros de la batalla de Yatay    Cándido Lopez, "El Manco de Curupayty"    

(01) Guerra del Paraguay(02) Cuartel general en Humaitá(03) Las acciones(04) Derrota paraguaya(05) Fuentes.(06) Artículos relacionados.

Guerra del Paraguay.

La Guerra del Paraguay puede dividirse en cinco campañas: la de Matto Grosso, la del Uruguay, la de Humaitá, la de Pikysyry y la de las Cordilleras.

En la campaña de Matto Grosso los paraguayos se apoderaron de la fortaleza de Coimbra, Alburquerque, Corumbá, Miranda y Dorados. La segunda tuvo por objetivo el Uruguay, hacia donde se dirigieron dos columnas del ejército paraguayo, por Corrientes y Río Grande, para expulsar a los brasileños y sostener la soberanía de ese país. El objetivo de la tercera -para los aliados- era la toma de la plaza fuerte que fue el centro de la resistencia paraguaya. La cuarta se llama así porque se desarrolló sobre la línea fortificada del arroyo Pikysyry, segundo centro de la resistencia del Paraguay. La quinta fue la que se llevó a cabo después de la batalla de las Lomas Valentinas, al otro lado de las Cordilleras, hasta Cerro Corá.

Al iniciarse la segunda campaña, abandonó Francisco Solano López la capital, para ir a ponerse al frente de sus ejércitos. Dejaba así la Asunción para siempre. Nunca más entraría en ella, no permitiéndole los azares de una guerra a muerte ni siquiera volver a contemplarla a la

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distancia.

En realidad, en aquel momento -8 de junio de 1865- empezaba su agonía, que era la de su patria, como él condenada a una muerte cruel e irremediable. Antes de partir dirigió al pueblo una proclama, en el que daba a entender que iba resuelto a abandonar “el seno de la Patria”, para incorporarse “a sus compañeros de armas en campaña”.

Cuartel general en Humaitá

Pero llegó a Humaitá y cambió de opinión, bajo la influencia de insinuantes cortesanos, como el obispo Palacios, que acabaron por convencerle de que no debía imponerse ese inútil sacrificio, teniendo a su lado tantos hombres capaces que podían muy bien reemplazarle... Instaló, pues, allí su cuartel general, estableciendo una activa comunicación telegráfica con la ciudad de Corrientes, donde José Berges ejercía su representación.

El general Wenceslao Robles había reunido, entretanto, 30.000 hombres de las tres armas y estaba en condiciones de marchar, sin dificultad alguna, arrollando los pequeños obstáculos que encontrase en su camino. En aquellos momentos aún no se había establecido el campamento general de los aliados en Concordia, ni éstos disponían de tropas capaces de contrarrestar la acción del Paraguay. Ningún paraguayo dudaba del éxito de la empresa confiada a Robles, experimentado militar, que había dado tantas pruebas de sus aptitudes de brillante organizador. Pero los hechos desvanecieron bien pronto tan optimistas esperanzas.

Al frente de aquella poderosa columna, Robles se sintió inferior a su cometido, no atinando a obrar con la resolución y la pericia que le imponían las circunstancias. Perdió su tiempo con fútiles pretextos, avanzando con lentitud extrema, distraído por pequeñas guerrillas sin importancia. Así perdió la oportunidad única que se le brindaba, dando todas las ventajas a los oponentes. Finalmente, entró en tratos con los aliados, pagando con su vida los graves errores cometidos.

Lo reemplazó el general Francisco Isidoro Resquín, quien hizo contramarchar a su ejército, regresando con él a territorio paraguayo. El fracaso de la expedición de Robles determinó el fracaso de la expedición de Estigarribia. Este, al frente de 12.000 hombres, invadió el Estado de Río Grande del Sud, siguiendo la línea del Uruguay, para ir a encontrarse con la otra columna expedicionaria en la frontera de la República Oriental.

La llegada oportuna de Robles debió impedir la formación del ejército aliado que salió a batirle permitiéndole someter holgadamente a los brasileños. Pero no sucedió así. Robles no llegó nunca a la frontera oriental, no pasando más allá de los límites de Corrientes. Gracias a esto, Mitre pudo organizar el ejército hasta encontrarse en situación de batir a los paraguayos.

Realmente Estigarribia debió retroceder al ver que había fracasado el plan convenido. Pero lo empujaron adelante los numerosos jefes orientales que lo acompañaban, los cuales le aseguraban que, al llegar a la frontera de su país, contaría con el franco apoyo de todos los compatriotas uruguayos.

Las acciones

Entrar en Uruguayana fue para él entrar en una ratonera. Pronto fue allí rodeado por el ya poderoso ejército aliado, teniendo que sucumbir, vencido por el hambre y por la muerte. Una parte de su ejército, que marchaba por la orilla derecha del río Uruguay, a las órdenes del mayor Pedro Duarte, sucumbió también, aplastado por fuerzas muy superiores.

En efecto, el 17 de agosto de 1865 libraron batalla 3.500 paraguayos, de caballería e infantería, con 11.000 aliados de las tres armas, a las órdenes del general Venancio Flores. Por su parte Garcia Mellid da cifras comparables: "La columna paraguaya de 3.220 hombres al mando de Pedro Duarte fue vencida en la acción de Yatay, por un ejército aliado de 8.500 hombres".(AGM. Falsificadores de la historia....)

Pese a la abrumadora superioridad enemiga, Estigarribia rechazaba con ironía la propuesta de

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rendirse a los “libertadores de su patria”. “Si VV.EE. (decía a los jefes aliados) se muestran tan celosos por dar libertad al pueblo paraguayo, ¿por qué no empiezan por dar libertad a los infelices negros del Brasil, que componen la mayor parte de la población, y gimen en el más duro y espantoso cautiverio para enriquecer y estar en la ociosidad a algunos de cientos de grandes del Imperio?”.

Derrota paraguaya

Luego de la derrota de los paraguayos, Flores declaró: “Los paraguayos son peores que salvajes para la pelea, prefieren morir antes que rendirse…”.

La mayor parte de los prisioneros fueron pasados a cuchillo (se calcula que eran alrededor de 1.400) y los soldados sobrevivientes fueron alistados en los batallones del ejército aliado, obligándoseles así a ir contra su patria. Decía Flores: "Los batallones orientales han sufrido en Yatay una gran baja, y estoy resuelto a reemplazarla con los prisioneros paraguayos, dándole una parte al general Paunero para aumentar sus batallones, que están pequeños algunos". Mientras tanto el vicepresidente argentino Dr. Marcos Paz agrega: “El general Flores ha adoptado por sistema incorporar a sus filas a todos los prisioneros, y después de recargar sus batallones con ellos ha organizado uno nuevo de 500 plazas con puros paraguayos”.

El heroico comportamiento paraguayo quedó reflejado en los partes de los jefes aliados Paunero y Flores, y el propio Mitre decía: “Remito a V.E. dos de las cuatro banderas tomadas al enemigo en le campo de batalla trofeos gloriosos de esta jornada, quedando en este cuartel general el jefe superior de la columna enemiga, tomado prisonero en medio del fuego por las fuerzas argentinas, ante quien rindió su epada” (Mitre al vicepresidente Paz. Cuartel general. Concordia. 24 de agosto de 1865. Partes oficiales.p.8)(AGM.Proceso a los falsificadores...)

El gran publicista oriental, Carlos María Ramírez protestó en 1868, contra la repetición sistemática del mismo hecho: “Los prisioneros de guerra –decía- han sido repartidos entre los cuerpos de línea y, bajo la bandera y con el uniforme de los aliados, compelidos a volver sus armas contra los defensores de su patria". ¡Jamás el siglo XIX ha presenciado un ultraje mayor al derecho de gentes, a la humanidad, a la civilización!.

En la Quinta Sección, chacra el Ombucito, existe un monolito que evoca la Batalla de Yatay. Este sitio fue declarado Lugar Histórico el 4 de febrero de 1942, por la Ley 12665, según consta en "Monumentos y Lugares Históricos" de Hernán Gómez. Allí serpentea un arroyo, entre arbustos y pajonales, que se vuelca en el río Uruguay. Este paisaje está adornado con elegantes palmeras Yatay (Yatay significa Palmera en guaraní). Ellas dieron su nombre al arroyo y al lugar. El topónimo dio el nombre a la batalla.

URUGUAYANA – 18 de septiembre de 1865

Guerra del Paraguay.

Mitre acostumbraba agrandar sus “victorias” y disimular sus derrotas. En los partes disminuía o agrandaba las bajas según le conviniera a su ineptitud militar, y hablaba de la las bajas enemigas “tantas bajas, en su mayoría muertos” y en las propias”tantas bajas, en su mayoría heridos”.

La guarnición paraguaya de Uruguayana contaba con aproximadamente 6.000 hombres, mientras los aliados contaban con 17.000.

En el comunicado de rendición del 18 de diciembre, Mitre atribuía a la guarnición estar “compuesta de más de 6.000 hombres”, pero a renglón seguido y como arte de magia eleva el número, que resultó ser de “cerca de 7.000 hombres que desfilaron rendidos ante el soberano y los representantes de la soberanía de los pueblos aliados” (Mitre a Paz, desde Uruguayana, 18 de diciembre de 1865 – AGM.tII.p.324)

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Agrandaba así Mitre su victoria, mientas Nabuco dice “Que cerca de 17.300 hombres, animados por todos los estímulos posibles y con poderosa artillería, venzan a 5.500 tropas sitiadas, restos de un ejército internado en país enemigo y con todas las comunicaciones cortadas, no es operación militar que pueda aumentar la gloria de ningún general...” (gloria que por otra parte nunca tuvo mitre.)

Mitre considera a las tropas rendidas como “botin de guerra”, tal como lo entendía del protocolo secreto de la Alianza, y por eso en el parte dispone: “La tropa del enemigo será dividida entre los aliados en partes iguales, con arreglo a las estipulaciones...”

Así fue que mientras los brasileros se arrebataban los prisioneros para venderlos como esclavos, el general Flores, con la aprobación implícita de Mitre, los incorporaba a los regimientos orientales y argentinos, obligándolos a combatir contra su patria.

El general Resquín da testimonio de las proposiciones que se le hicieron llegar al Teniente Antonio Estigarribia “por conducto de Juan Francisco Decaed, uno de los jefes del comité revolucionario que como hemos dicho funcionaba en la ciudad de Buenos Aires por algunos paraguayos que se pronunciaron en contra el gobierno de su patria a favor de los intereses de la triple alianza”.

Estos hechos están históricamente comprobados por un de los actores de esta operación, que atestigua en sus “memorias intimas”, que conservaba inédita en su poder el doctor Rafael Calzada. Dice Decoud que el 1° de diciembre llega con su padre a Uruguayana, y agrega que “El 5 de diciembre se dirigió mi padre al jefe Paraguayo en Uruguayana, teniente coronel Estigarribia, pidiéndolo un entrevista amistosa, la que fue reiterada el 7 de diciembre. La entrevista tuvo lugar el 8 y acompañaban a mi padre, Benigno Ferreira, Jaime Sosa y yo. De la otr parte se encontraba Estigarribia, los hermanos Salvañac, Zipitria y Gandia. La conferencia celebrada entre el comandante Decoud y Estigarribia produjo los resultados deseadas e influyó en el espíritu de éste para capitular” (Rafael Calzada. “Rasgos biográficos .p. 15-16)

Como consecuencia de la conferencia, Estigarribia se dirige a Mitre en estos términos: “V.E., si desea evitar el derramamiento de sangre esta en ocasión oportuna de hacerlo; pero de hacerlo con la altura que V.E. desearía en un caso análogo. Puede .E. abrir proposiciones dignas...”

Cuando López de entera de “la vergonzosa noticia de la rendición de Uruguayana”, lanzó una proclama condenando la conducta de Estigarribia, quien “responderá ante Dios y la Patria del único acto que con vergüenza registramos en la historia”, señalando la desesperada lucha librada por las tropas en Yatay, “sin el menor auxilio del cuerpo principal del mando del Teniente Coronel Estigarribia, únicamente separadas or el ancho del río, con tiempo y medios de pasajes” (Orden del día del mariscal López. Cuartel genral de Humaitá, 6 de octubre de 1865. “Partes oficiales”)

Fue generalizado el robo de prisioneros por los aliados para ser vendidos utilizados como esclavos, y no hubo oficial que no se llevara varios “paraguayitos” como botín.

En carta que escribe Mitre a Marcos Paz le dice “Nuestro lote de prisioneros en Uruguayana fue de poco más de 1.400. Extrañará a usted el número, que debiera ser más; pero por parte de la caballería brasileña hubo tal robo de prisioneros que por lo menos arrebataron 800 o 1.000 de ellos, lo que muestra a usted el desorden de esa tropa, la falta de energía de sus jefes y la corrupción de esa gente, pues los robaron para esclavos, hasta hoy andan robando y comprando prisioneros. El comandante Guimaraes, jefe de una brigada brasileña, me decía el otro día que en las calles de Uruguayana tenía que andar diciendo que no era paraguayo para que no lo robaran” (Carta de Mitre a Marcos Paz - 4 de octubre de 1865 - JMR.La guerra del Paraguay.p.239)

No sé de que se escandalizaba Mitre, que incorporaba forzadamente a los prisoneros paraguayos a su propia tropa, para luchar contra su Patria. Tampoco se daba por enterado Mitre que en 1852,luego de Caseros, Urquiza trasladó a Entre Ríos un contingente de 700 negros libres "para enseñarles lo que era la libertad obtenida el 3 de febrero, contra la dictadura". ¿No los habrá vendido a Brasil, como la caballada del ejército? (JMR.La guerra del Paraguay.p.240 - A. Zinny. Historia de los gobernadores. t.II.p.195)

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En carta fechada en Humaitá el 20 de noviembre, López le protesta a Mitre por el trato dado por los aliados a los prisioneros paraguayos. Entre otros conceptos le dice que “Es de uso general y práctica entre naciones civilizadas atenuar los males de la guerra por leyes propias, despojándola de los actos de crueldad y barbarie, que deshonrando a la humanidad, estigmatizan con una mancha indeleble a los jefes que los ordenan, protegen o toleran, y yo lo había esperado de V.E. y sus aliados..."

Y continúa la carta de López:

“La estricta disciplina de los ejércitos paraguayos en territorio argentino y en la poblaciones brasileras así lo comprueban...y mientras tanto V.E., iniciaba la guerra con excesos y atrocidades...La bárbara crueldad con que han sido pasados a cuchillo los heridos del combate de Yatay...y acciones todavía más ilegales y atroces que se cometen con los paraguayos que mantenido la fatal suerte de caer prisioneros del ejercito aliado en Yatay y Uruguayana, V.E. los ha obligado a empuñar las armas contra la patria(...)haciéndolos traidores, y aquellos que han querido resistir a destruir su patria con sus brazos han sido inmediata y cruelmente inmolados. Los que han participado en tan inicua suerte, han servido para fines no menos inhumanos y repugnantes, pues que en su mayor parte han sido llevados reducidos a la esclavitud en brasil, y los que se prestaban menos por el color blanco de su cutis para ser vendidos, han sido enviados de regalo, como entes curiosos sujetos a la servidumbre. Este desprecio, no ya de las leyes de la guerra sino de la humanidad, esta coacción bárbara como infame que coloca a los prisioneros de guerra entre la muerte y la traición, o entre la muerte y la esclavitud, es el primer ejemplo que conozco en la historia de las guerras, y es a V.E., al emperador del Brasil y al actual mandatario de la República Oriental a quienes cabe el baldón de producir y ejecutar tanto horror”

REPASO DEL PARANA- 3 de noviembre de 1865

Guerra del Paraguay.

Los contrastes de Yatay y Uruguayana obligaron a López un cambio de plan, que implicaba el repaso del Paraná, ancho de 3.000 metros, tarea inmensa para un ejército completo de 30.000 hombres, con todo el parque, armas, cañones pesados, municiones, bagajes, caballadas y 100.000 cabezas de ganado.

Además del ancho río, tenían la amenaza de la escuadra del brasileña. López le encarga al comandante Resquín, especial atención al movimiento de la escuadra: “La situación de Mbatará sobre la costa del río – le decía – puede ser ocupada por nuestra artillería ligera en caso de que la escuadra pretenda subir a molestar nuestro pasaje” (López a Resquín, Humaitá. 24 de octubre de 1865. “Proclamas”.p.161 – AGM.t.II.p325)

El comando de la operación le fue confiada al entonces teniente coronel José E. Díaz, destacado por su serenidad, coraje y pericia. En balsas que iban y venian apodadas por dos vapores, el repaso del río fue completado en cinco días en forma impecable y sin pérdida alguna.

La prensa liberal creyó ver el fin de la guerra y la rendición paraguaya y atribuyó a los ejércitos en retiradas, el “robo” de la hacienda que encontraban a su paso. López le había ordenado a Resquín retroceder “arreando toda clase de ganados y caballos que puedan en su marcha, y mandando dar recibos a sus propietarios, haciéndoles entender de que con esa operación necearía se quita recursos al enemigo, y que ese recibo que V. manda dar importa la obligación de pagarlos” (López a Resquín. Cuartel General en Humaitá. 30 de octubre de 1865) (ibidem)

Lopez cumplió estas normas de procedimiento hasta en las épocas más aciagas de la guerra, y mientras la prensa liberal acusaba de “robo”, nada decía de las normas de procedimiento que usarían los ejércitos aliados al entrar en territorio paraguayo

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ACCIÓN DE CORRALES (o PEHUAJO) – 31 de enero de 1866

Guerra del Paraguay.

López solía hostigar a los aliados en territorio correntino con pequeñas brigadas.

Mitre, irritado, se propuso darle un escarmiento y preparó una emboscada, colocando la caballería del General Hornos y los guardias nacionales de Buenos Aires, escondidos en un monte; 5.000 hombres bien pertrechados.

El 3 de enero de 1866 avanzaba hacia San Cosme, en la forma acostumbrada, un regimiento paraguayo de 250 hombres a las órdenes del teniente Celestino Prieto.

Marchaban confiados hacia el paso de San Juan, cuando oyeron un griterío que los puso sobre aviso de la presencia de tropas enemigas. El general Conesa admite en su parte que arengó a la tropa, “la cual a pesar de haberle recomendado el mayor silencio, prorrumpió en entusiastas vivas, que supuse habrían revelado al enemigo nuestra situación” (Parte del general Conesa al comandante en jefe del cuerpo de Ejército vanguardia, general Manuel Hornos. Campamento en el arroyo de San Juan. 4 de febrero de 1866.- AGM.t.II.p327)

Alertados los paraguayos, el teniente prieto ordena el repliegue hacia el monte qeuroda a Corrales, equilibrando asi la desventaja numérica.

La rápida retirada paraguaya y la ocupación de posiciones ventajosas, desconcertó a las tropas argentinas, e quedaron retrasadas. El general Gelly y Obes, en informe a Mitre lo explica de este modo: “Lo montuoso del desfiladero que había que seguir favorecía la retirada del enemigo” (Gelly y Obes a Mitre, Ensenada 1° de febrero de 1866)

Según Conesa, la ventaja se debió a “la rapidez con que corría el enemigo, que descalzo y descansados se alejaba velozmente por el terreno cubierto de esteros y bosques, mientras que nuestros soldados, calzados, caminaban con la mayor dificultad” (Ibidem). No se entiende porque gastaba el ejército aliado en calzar a sus soldados, que de esa forma obtenían una “desventaja”.

Desde las posiciones paraguayas en su territorio, vieron la desventaja numérica de ese puñado de soldados "descalzos", despachando 200 hombres al mando del teniente Saturnino Viveros, y luego 700 más al mando del Comandante Díaz.

comenta D¨Amico, uno de los participantes que Conesa por orden de Mitre ataca de frente a los paraguayos escondidos en un monte. Aquello fue una carnicería de gauchos, sin que Mitre – acampado a escasa distancia – se le ocurriese reforzar a Conesa, de quien estaba distanciado desde Cepeda. “ ! Como sería el lance de desigual cuando la división tuvo fuera de combate el 75 %, cuando con las armas que se usaban la regla era el 8 ó 10 % en los hechos de armas más sangrientos ¡…..!como sería, que tuvieron que hacer de oficiales los sargentos, porque la mayor parte de aquellos estaban fuera de combate!” (Carlos D´Amico. Bs.As., sus hombres su naturaleza, sus costumbres. México 1890) (JM Rosa t.VII.p.152) La acción duró varias horas, sufriendo graves pérdidas las tropas aliadas, por parte de los paraguayos parapetados tras los árboles del monte. Mitre en su parte, siempre “literario”, se lamentaba de que “su generoso ardor en la pelea la haya hecho experimentar sensibles pérdidas” (Mitre al ministro de Guerra y Marina general Julián Martinez. Cuartel General de Ensenada. 1° de febrero de de 1866)

Thompson sitúa en 170 el número de bajas paraguayas, entre muertos y heridos, y en 900 las bajas aliadas. Conesa en cambio calcula las bajas paraguayas en 200 muertos y 400 heridos, agregando que “ estas ventajas han sido obtenidas a costa de sensibles perdidas” No se entiende a que "ventajas" se refería Conesa en su parte.

El general brasilero Cerqueira, evocando esa acción, hace justicia al soldado paraguayo: “A sua resistencia foi digna de louvor porque os bravos adversarios se mostravan cada vez mais ardentes nas refregas, mantendo brilhantemente a suas glorisosas tradicoes” (Cerqueira,

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Dionisio: Reminiscencia da campanha do Paraguai. 1875-1870. Introducoes por Humberto Peregrino. Biblioteca do Exercito, Editora. 4° ed. Río de Janeiro)

“Pehuajo fue un crimen”, comenta D´Amico. “Pocos quisieron creer la impericia de Mitre al dar la orden de ataque contra una posición fortificada, sin reforzar los atacantes; muchos creyeron en el propósito deliberado de aniquilar a los gauchos de la División y al coronel Conesa, su enemigo desde que salvó el ejercito porteño en Cepeda cuando el no quiso hacerlo” ...”La prensa de Buenos Aires dijo entonces – sigue D´Amico – que Mitre había querido deshacerse de numerosos e influyentes enemigos políticos mandando esa división a tan peligrosa acción de guerra en vez de una división de línea, y permaneciendo en inexplicable inacción todo el día, a pesar del fuego alarmante que se oía en el campamento”(Carlos D´Amico. Bs.As., sus hombres su naturaleza, sus costumbres. México 1890) (JMR.t.VII.p.152) Fuentes:- García mellid, Atilio. "Proceso a los falsificadores de la historias del Paraguay"- Rosa, José María. Historia Argetnina.t.VII)

BATALLA DE ESTERO BELLACO – 2 de mayo de 1866.

Guerra del Paraguay(por HT)

A los seis meses que las tropas paraguayas retrogradaran el Paraná, el ejército aliado haría lo mismo, para entrar a territorio Paraguayo.

Al momento del cruce, el General Garmendia da las siguientes cifras: 28.000 brasileños, 12.000 argentinos y 2.000 uruguayos. (Garmendia, José Ignacio. Campaña de Umaytá.p.27 – Editor Jacobo Peuser. Bs.As. – AGM.t.II.p.329)

Sin embardo para el historiador brasileño Gustavo Barroso, las tropas brasileñsas ern muchas más; en su “Historia militar do Brasil”, pag. 236, apunta “o Imperio apresentou em campo 78.640 homens" (o mais grande do mundo): a República Argentina 11.000; e o Uruguai 2 mil e quinientos”.

El 16 de abril de 1866 pasa el río tropas brasileñas al mando del mariscal Osorio, y se establecen en Itapirú. Luego, el mismo día, cruza el general Flores al frente del primer cuerpo del ejército argentina y de una división de infantería uruguaya. Al día siguiente lo harán las tropas de Paunero.

El general Flores, posicionado en Estero Bellaco, es atacado el 2 de mayo por una fuerza paraguaya de 6.000 hombres con cuatro piezas de artillería. Los paraguayos cayeron sobre Flores con tanta rapidez y sorpresa que prácticamente arrollaron a la tropas argentinas, en completa confusión hasta que son auxiliadas por doce batallones de reserva.

Mitre, que siempre ganaba en los “partes” lo que perdía “en el campo”, informa a Paz: Los paraguayos “fueron obligados a abandonar los bosques en que se guarecían, y haciéndoles dejar en muestro poder mas de 1.200 muertos, 3 piezas de artillería, 2 banderas, como 800 fusiles, que son el regocijo y gran cantidad de prisioneros, en su mayor parte heridos, que hasta este momento no es posible precisar (…) la perdida de os ejércitos aliados asciende en su totalidad com a 656 hombres fuera de combate, en su mayor parte heridos” (Mitre a Paz. Cuartel General en el Estero Bellaco, 3 de mayo de 1866. Partes Oficiales.p.31 y 32)

La literatura de Mitre daba por "victoria", lo que en la realidad fue una "derrota". Los paraguayos tomaron “cuatro cañones rayados, con sus carros de municiones, y todos fusiles en

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pabellón” (Resquín. Partes históricos. p.43) y según el Natalcio Talavera, adscripto al cuartel del general López, dejo un saldo de 200 a 300 muertos y 1.000 heridos en la filas paraguayas en tanto en as filas aliadas contabiliza entre 5 y 6 mil bajas, entre muertos y heridos. (Natalito Talavera. Crónica de guerra. Campamento de Rojas, mayo de 1866. El semanario N° 628). Para Thompson, las bajas fueron de 2.300 por cada una de las partes.

El derrotado fue Mitre y el propio Flores. Según O´Leary : “Flores, el gaucho orgulloso, azote de su país, terror de sus compatriotas, no perdió tiempo para abandonar a sus tropas, huyendo cobardemente en un caballo desensillado que encontró a mano” (O´Leary. El centauro de Ibycuí.p.113)

Por lo visto Flores, “yendo por lana salió trasquilado”, según su propia predicción:

“Yo no sé que será de nosotros” escribe Venancio Flores a su esposa el 3 de Marzo, al día siguiente de un contraste que había costado “perder casi totalmente la División Oriental, y de veras que si a la crítica situación en que estamos se agrega la constante apatía del general Mitre, bien puede suceder que yendo por lana salgamos trasquilados”.

El propio general Garmendia reconoce implícitamente la derrota, tratando de disimularla insultando al enemigo:

“El batallón (Argentino) empieza a retroceder, diezmado cruelmente: maltratado con la insolencia cobarde del fuerte, retrocede acuchillado enérgicamente, sin descanso, por el enemigo que como un enjambre de indios se le viene encima, enarbolando sus armas vencedoras, prorrumpiendo alaridos de combate, rugidos que piden sangre hasta hartarse, haciendo de la piedad un escarnio” (AGM.tII.p330)

Singular forma la de Garmendia de “hacer historia” que trata de “cobarde” al vencedor, que “se le viene encima, enarbolando sus armas vencedoras”..(¿?)...¿Qué pretendía…que le tiren margaritas?

Abreviaturas:

(AGM) Garcia Mellid, Atilio. "Proceso a lso falcificadores de la historia del Paraguay".

Estero Bellaco(Por Oscar Turone)

Ha pasado más de un año desde la iniciación de la guerra, y los diarios porteños, transcurrido el primer momento de entusiasmo bélico, empiezan a burlarse de su frase “en seis meses en Asunción”. Para descargarse, Mitre escribe dolorido al vicepresidente Marcos Paz: “¿Quién no sabe que los traidores alentaron al Paraguay a declararnos la guerra? Si la mitad de Corrientes no hubiera traicionado la causa nacional armándose a favor del enemigo; si Entre Ríos no se hubiere sublevado dos veces; si casi todos los contingentes incompletos de las provincias no se hubieran sublevado al venir a cumplir con su deber; si una opinión simpática al enemigo no hubiera alentado la traición, ¿quién duda que la guerra estaría terminada ya?.

No puede darse confesión más acabada de la impopularidad de la guerra. Contradiciendo sus proclamas henchidas de entusiasmo y retórica, acepta en carta particular que por lo menos la mitad de Corrientes, todo Entre Ríos y casi todo el interior “traicionaban” la guerra. Buenos Aires, gobernada por su partido, no podía hacerlo y de allí exclusivamente llegaban contingentes de “voluntarios” que morirían heroica e inútilmente como en Pehuajó.

Las virtudes estratégicas de Mitre empiezan a desconcertar a los jefes aliados. “Yo no sé que será de nosotros” escribe Venancio Flores a su esposa el 3 de Marzo, al día siguiente de un contraste que había costado “perder casi totalmente la División Oriental, y de veras que si a la crítica situación en que estamos se agrega la constante apatía del general Mitre, bien puede suceder que yendo por lana salgamos trasquilados”.

Luego del combate mantenido entre brasileños y paraguayos a raíz del intento de estos últimos de recuperar la isla ubicada frente a Itapirú, con gran pérdida de vidas para los atacantes que fueron valerosamente contenidos por los infantes del Imperio, se produjo la invasión por el

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Paso de la Patria.

Penosa, muy penosamente, se desenvuelve el cruce del Paraná. El terreno de la otra orilla está formado por esteros de los cuales emergen, a manera de islas, los potreros secos de Tuyutí y Paso Pucú. Inexplicablemente para Mitre, el mariscal Francisco Solano López ha concentrado sus fuerzas en este último sitio, dejándole libre el avance al primero. No quiere creer que podrá ser una trampa, no obstante las advertencias de sus compañeros de armas. Todo su propósito en esos primeros meses de 1866 está en ocupar Tuyutí. Ni se le ocurre – como planean los brasileños - una operación envolvente por el Chaco, que conduciría por mejor terreno hasta Asunción.

Solano López, al concentrar sus fuerzas en Paso Pacú le brindaba a Mitre el campo de Tuyutí, porque su plan estaba en encerrar allí a los ejércitos aliados para vencerlos en una batalla definitiva. Grave error, pues teniendo frente suyo a un general como Mitre, no debió emplearse en una sola batalla, siempre aleatoria, sino desgastar al adversario en una lucha larga. Pero Solano López aún no sabía quién era Mitre.

El 2 de mayo de 1866, el mariscal López ordenó un reconocimiento ofensivo al sur del Estero Bellaco, para imponerse de la ubicación del oponente.

Las fuerzas aliadas entraron en campo paraguayo, sin figurarse el peligro y los sinsabores que les esperaba. El ejército adversario retrocedía sin hacer resistencia. Todo vaticinaba un éxito próximo y seguro. Siguiendo las huellas de las tropas de López, avanzaron por el camino real de Humaitá, hasta llegar, sin dificultad, al Estero Bellaco del Sud, en cuyas proximidades acampó la vanguardia, compuesta de cuatro batallones uruguayos, cuatro batallones brasileños, cuatro piezas de artillería, algunos regimientos de caballería riograndesa y doscientos jinetes de la escolta particular del general Flores. Total, siete mil hombres de las tres armas.

La posición de las fuerzas de Flores era, como sigue, en aquel momento:

Los cuatro batallones brasileños citados estaban acampados detrás de una suave cuchilla. El batallón 7º, que era el más avanzado, protegía las cuatro piezas del regimiento 1º de artillería. A ochocientos metros a retaguardia estaban el 21 y 38 cuerpos de “Voluntarios da Patria”. Los batallones uruguayos Veinticuatro de Abril, Florida, Independencia y Libertad ocupaban la izquierda de las tropas imperiales.

A las doce del día, cuando los aliados se entregaban a devorar el rancho, hicieron irrupción los paraguayos por los tres pasos del Estero, arrollando los puestos avanzados de la vanguardia. El empuje de la caballería paraguaya sembró en un primer momento el desconcierto entre las fuerzas brasileñas y orientales, más, rehechos los batallones y regimientos y recibidos oportunos refuerzos, fue rechazada junto con los cuerpos de infantería comprometidos en la operación.

En efecto, cuando la vanguardia del ejército aliado había sido completamente derrotada, el coronel José Díaz, comandante de las tropas paraguayas, quiso ir más allá todavía. En vez de ordenar en el acto la retirada, toda vez que el objetivo de la operación ya había sido cumplido, se empeñó en una imprudente persecución, sin pensar que se alejaba de su base, para estrellarse contra el grueso del ejército aliado. Y hubo de soportar, con tropas fatigadas, la presión terrible de todo el poder del oponente en movimiento.

Al otro lado del Estero, Díaz hizo fracasar un movimiento envolvente de las tropas brasileñas, intentado por el Paso Sidra, rechazándolos dos veces a la bayoneta, obligándolos a huir.

En el momento de mayor riesgo para las armas aliadas, un sargento del 1º de Caballería, Pedro Utural, “el Rigoletto del vivac, aquel bravo soldado que hacía reír en el descanso y temblar en la pelea”, picó las espuelas a su caballo y se dirigió hacia la carpa del jefe, teniente coronel Ignacio Segovia, que no se encontraba en ella pues había salido a dar órdenes para repeler el ataque. Utural pensó que la gloriosa bandera y los estandartes del regimiento podían caer en manos del enemigo y empujó a su cansado “matungo” sobre la carpa, de modo que al caer, el paño cubriera las petacas donde se guardaban las enseñas. Las lanzas y las balas paraguayas lo respetaron en aquella y en otras ocasiones, pero “una bala argentina” lo mató años más

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tarde en la batalla de Santa Rosa.

Segovia “estuvo muy brillante, no obstante que entre algunos no tiene fama de valiente”, acota Seeber, y agrega: “Entre nosotros, los que tienen un valor tranquilo y reflexivo no gozan del crédito de los matones y atrevidos, cuando en ellos ese desprecio por la vida suele estar en razón directa de su brutalidad, ignorancia o inconsciencia”.

El combate entre regimientos de caballería resultaba heroico y a la vez extraño. Los hombres y las cabalgaduras peleaban exhaustos. Los primeros se movían pesadamente, fatigados y mal comidos; las segundas verdaderos jamelgos, no sentían ya el efecto de las espuelas, ni siquiera de las inmensas “lloronas” que usaban los paraguayos sobre el talón desnudo. Sin embargo, la muerte hacía su obra. El sargento Froilán Leyría, de veinte años de edad, desplegaba un coraje sin límites y no daba cuartel a su lanza, empapada en la sangre de los adversarios. Hasta que catorce heridas de arma blanca lo hicieron caer exánime: sin embargo, salvó la vida y con el tiempo llegó a teniente coronel. Y el teniente Pelliza, del 1º de Caballería, que sufría un arresto al iniciarse la lucha y había pedido cambiar su encierro por un lugar en el sitio de mayor peligro, gritaba, en medio del polvo, el humo y el entrechocar de aceros, la consigna de su cuerpo: “Patria y bravura”. Por su parte, el sargento Luna, de la misma unidad, que había tomado a punta de sable un estandarte paraguayo, lo ponía en manos del general en jefe, Bartolomé Mitre, quien lo ascendía a alférez sobre el campo de batalla.

En Estero Bellaco, los guardias nacionales de las provincias mostraron que ya estaban en condiciones de pelear codo a codo con los veteranos del Ejército de Línea. El Regimiento Rosario y los batallones 1º de Corrientes, Tucumán y Catamarca, desplegaron impávidos y rompieron nutrido fuego de fusilería. En seguida. Llegaron la primera y segunda división del Primer Cuerpo, que aceleraron la retirada de los paraguayos. Sin embargo, la falta de caballos hizo imposible convertir el rechazo en completa y contundente victoria.

La noche puso término a la batalla. En esta lucha sangrienta los paraguayos sufrieron entre 1.300 y 2.300 bajas, de los cuales 300 fueron hechos prisioneros. Las bajas aliadas sumaron un poco más de 2.000 hombres (1.600 brasileños, 400 uruguayos y 61 argentinos).

El error de López en esta etapa de la guerra estuvo en replegar el grueso de sus tropas a Paso Pacú para arriesgar el todo por el todo en una sola batalla (que habría de ser Tuyutí, según su plan). Una sola batalla puede ganarse o perderse por causas ajenas al mando en jefe o la calidad de las tropas, como sucedería precisamente en Tuyutí. López suponía condiciones militares a Mitre, por lo menos dignas del prestigio pregonado en La Nación Argentina. Cuando se dio cuenta, después de Curupaytí, con qué clase de estratega tenía que habérselas, era tarde para ganar la guerra. También los brasileños habían comprendido los puntos que calzaba el General en Jefe; poco menos que exigirían más tarde su reemplazo por el duque de Caixas para que la guerra tuviese fin.

BATALLA DE TUYUTI (24 de mayo de 1866)

Campamento de Tuyutí    Oficiales del Batallón 1º de Corrientes    

En las pantanosas márgenes de la orilla paraguaya del Paraná emerge el campo de Tuyutí a la manera de una isla entre un mar de esteros y pantanos. Solano López, al concentrar sus fuerzas al norte –en Paso Pucú- se lo brindaba a Mitre, porque su plan estaba en encerrar allí a

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los ejércitos aliados para vencerlos en una batalla definitiva. Grave error, pues teniendo frente suyo a un general como Mitre, no debió emplearse en una sola batalla, siempre aleatoria, sino desgastar al adversario en una lucha larga. Pero Solano López aún no sabía quién era Mitre.

Su plan consistía en encerrar a los aliados en la ratonera de Tuyutí y batirlos por los cuatro puntos cardinales. El teniente coronel José Eduvigis Díaz (futuro general y héroe de Curupaytí) simuló en Estero Bellaco, con 5.000 hombres, una defensa de la entrada de Tuyutí (2 de Mayo): por sorpresa cayó sobre las avanzadas aliadas, tomándoles cuatro cañones a los brasileños, que arrastraría en triunfo al campamento de Paso-Pucú. Ese movimiento engañó a Mitre, que ordenó la ocupación de Tuyutí (20 de Marzo). Debió ser lo esperado por López que cuatro días después ordena descolgarse en Tuyutí por el norte, sur, este y oeste, a todos los efectivos del ejército.

López buscaba en una sola batalla la decisión de la guerra. Con 25.000 hombres se lanzó contra 39.000 aliados (21.000 brasileños, 16.000 argentinos y 2.000 orientales). Pero, el movimiento no fue bien coordinado, y el retardo de la derecha paraguaya mandada por el general Barrios, cuya misión era envolver a los aliados por retaguardia, malogró la sorpresa. No obstante, los paraguayos estuvieron al borde de una victoria que hubiera sido desastrosa para los aliados; pero finalmente debieron replegarse por los estragos que les hizo la artillería brasileña. Se fueron dejando un número impresionante de caídos: 5.000 muertos según el parte paraguayo, 7.000 en el aliado; y una cantidad igual de heridos. La suma de muertos y heridos aliados fueron: 4.000 según ellos, 8.000 para los paraguayos.

Tuyutí fue la batalla más sangrienta habida hasta ese momento en América del Sud; entre 13.000 y 15.000 muertos en sus cinco horas de combate. “Nos salvó de la derrota –se ve obligado a confesar Mitre- la sabia providencia del general Osorio (jefe de la división brasileña), que mandó colocar en una posición estratégica a la artillería imperial del coronel Emilio Luis Mallet”. Allí se hundió toda la posibilidad de triunfo paraguayo. Pero el desconcierto de Mitre impedirá a los aliados aprovechar el triunfo. Si ese 24 de Mayo Mitre hubiera tenido conciencia de una victoria, habría ordenado la inmediata marcha hacia Paso-Pucú: López que se había jugado el todo por el todo, no estaba en condiciones de oponerle resistencia. Pero Mitre no sabía –como en Pavón- si había ganado o perdido, y resolvió quedarse en Tuyutí hasta esperar lo que hiciera López. Esa demora habría de pagarse cara: fue un triunfo malogrado –“la victoria sin cabeza”- que engendraría la molicie y la indisciplina entre los triunfadores. Nadie mejor que Francisco Seeber ha descrito la situación difícil del campamento después del triunfo:

“Hay una anarquía descomunal; cada cuerpo maniobra según el capricho y la inteligencia de su jefe. El coronel Chenault dice que somos una montonera con música y podría agregar también que con mala música. A los paraguayos prisioneros los hacemos pelear en nuestras filas; yo mismo tengo uno como asistente”.

Las costumbres bélicas contraídas en Uruguayana no se habían perdido: prisionero que caía en poder de los aliados, o iba a sus filas como “voluntario de la libertad” o a los cafetales como esclavo.

La guerra estaba ganada, pero se tardaría cuatro años en acabarla. Los brasileños, que atribuían el triunfo a Osorio, se quejaban de que Mitre retardase las operaciones. Después de Tuyutí no quiso dejar el campamento, hasta que el 2º Ejército brasileño al mando de Marquéz de Souza, fuerte de 12.000 hombres, que se preparaba a entrar en Paraguay por la frontera brasileña, no viniera a reunírsele en su campo. Pero después, tampoco quiso salir esperando más refuerzos. Marqués de Souza y Osorio se opusieron a Mitre (ambos proponían marchar contra Paso-Pucú y de allí a Asunción), pero el General en Jefe era el General en Jefe. Osorio acabó por pedir su reemplazo; el mariscal Polidoro da Fonseca Quintanilla Sordao lo sucedió. Mucho nombre y mucho grado.

No solamente quedó inmovilizado el ejército aliado en Tuyutí, pese a la victoria. Tampoco la escuadra brasileña, no obstante su triunfo en Riachuelo, avanzaba por el río Paraguay hacia su objetivo preciso de Humaitá. Una picardía paraguaya detenía a los buques del intrépido Tamandaré: una hilera de damajuanas tendidas de costa a costa, que el almirante suponía que eran minas.

Fuente: La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas – José María Rosa

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BATALLA DE BOQUERON – 18 de Julio de 1866

Guerra del Paraguay(por HT)

Mitre había ordenado “tomar a toda costa la batería fortificada del enemigo” (Parte del coronel Cesáreo Domínguez al jefe ede Estado Mayr, coronel Pablo Díaz. Campamento de Tuyuty. 20 de julio de 1866. Partes Oficiales – AGM.t.II.p.332)

La operación fue encomendada al León Palleja, gallego de nacimiento, al servicio de las armas orientales.

“El valiente coronel Palleja – dice el coronel Domínguez – que mandaba en jefe la operación, murió a mi lado en aquellos momentos, atravesado por una bala enemiga, e inmediatamente hice conducir su cadáver a su batallón , al que proclamé incitándole a que vengara su muerte”

“El valiente coronel” fue el despiadado “a látere” de Flores, cuya descripción de los soldados paraguayos lo pinta de cuerpo entero: “ Hemos dicho ya – escribía – que los soldados de López se asemejan a los de Atila, que al verlos malparían las mujeres encintas, del horror que inspiraba su feroz presencia” (Palleja. Diario de la campaña. p.144)

El mayor argentino Lucio V. Mansilla, que tomó parte en la acción, informaba al general Emilio Mitre: “El capitan D.Domingo F.Sarmiento acaba de contar los cadáveres. Por lo que pueda importarle a V.E. le diré que las cabalgaduras muertas que han quedado alrededor del cuadro son todas ellas de muy mala calidad y alguna yeguas” (Yatay Corá, 21 de julio de 1866. Partes oficiales)

Por su parte Emilio Mitre informaba: “Si sangre nos han costado, Exmo. Sr., los combates sostenidos, mucho más caros han sido para el enemigo, que ha tenido que sostener con refuerzos el ímpetu y denuedo de nuestras tropas, a quienes no pudo contener la metralla ni la fusilería del enemigo...”

“Literatura épica” aparte, el resultado fue, entre muertos y heridos, de 2.500 bajas paraguayas y 4.930 bajas aliadas.

En Boquerón fueron estrellándose sucesivamente contra los paraguayos, la 4° división brasilera del mariscan Polidoro, la 2°división Buenso Aires (reconstruida despes de diezmada en Peuhajó), el ejército de Emilio Mitre y la Divisón Oriental con Flores a la cabrza. Y la matanza no fue mayor porque Venecio Flores, desobdeciendo a Mitre, ordena la retirada.

En carta de Venancio Flores a su esposa, le comenta el 3 de marzo: “Yo no sé que será de nosotros…perder casi totalmente la División Oriental, y de veras que si a la crítica situación en que estamos se agrega la constante apatía del general Mitre, bien puede suceder que yendo por lana salgamos trasquilados”(JMR.p.243)

BATALLA DE CURUPAYTY - 22 de septiembre de 1866

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El 22 de septiembre de 1866, Bartolomé Mitre, general en jefe de la Triple Alianza, ordenó el asalto a la formidable posición fortificada enemiga de Curupaytí con 9.000 soldados argentinos y 8.000 brasileños, la flor y nata del ejército, el apoyo del cañoneo de la escuadra imperial y la cooperación de las fuerzas orientales de Venancio Flores. De toda la guerra del Paraguay ésta es la primera batalla planeada por Mitre y también la primera (y única) dirigida directamente por él.

La iniciativa del ataque fue directamente el propio Mitre, según informe que le envía a Julián Martínez, Ministro interino de Guerra, donde le decía haber ordenado el ataque “sobre las líneas de fortificación de Curupayty, artilladas por cincuenta y seis piezas y guarnecida pro catorce batallones”… “un total de más de dieciocho mil hombres” (Mitre a Martínez. Cuartel de Curuzú, 24 de septiembre de 1866. Partes oficiales – AGM.t.II.p.333)

El ataque al frente terrestre de Curupaytí se iniciaría con un bombardeo de la escuadra de modo de inutilizar sus defensas y ahuyentar las fuerzas de la trinchera. Después seguiría el ataque de las fuerzas de tierra. El ataque estaba previsto para la madrugada del día 17 de setiembre de 1866, pero se postergó por el mal tiempo reinante. Se realizó recién el día 22.

A las 7 de la mañana , la escuadra brasileña se movió para tomar la posición dispuesta por el almirante Tamandaré a fin de iniciar el bombardeo. Entre los navíos había cuatro nuevos acorazados a vapor. El fuego de la escuadra se prolongó hasta el mediodía sin resultados apreciables. Las cubiertas del terreno impedían a los artilleros efectuar correctamente sus tiros. El duelo de artillería duró cuatro horas y Los paraguayos contestaban al fuego de la escuadra logrando mantener a los buques alejados de las fortificaciones.

La escuadra brasileña “arrojó cerca de cinco mil bombas” (según Thompson) que de todos modos no arrojó el resultado previsto por el optimista comandante Tamandaré, que el día anterior había dado seguridades del caso:

“Amanhá descangalharé tudo isto en duas horas” (Thompsom, Jorge.”La guerra del Paraguay”. Impr. Americana. Buenos Aires 1869)

Al mediodía el almirante Tamandaré suspendió el fuego contra la fortificación del frente terrestre y se concentró sobre el frente fluvial. Comenzó entonces el ataque terrestre cuya dirección estaba a cargo del general Mitre.

El mariscal Francisco Solano López destinó a su mejor hombre de guerra, el general José E. Díaz, vencedor de Estero Bellaco y Boquerón , que preparó en poco tiempo la defensa del campo, cortando árboles de "abatíes" dispuestos por sus enormes raíces para dentro, ocultando unas 50 bocas de fuego.

Cumpliendo con el plan previsto por Mitre, los Aliados se lanzaron con brío impresionante sobre las trincheras paraguayas, pero sufrieron una marcha pesada por el terreno fangoso bajo el fuego de la artillería paraguaya, hasta estrellarse contra las defensas de "abatíes" que el “genio” de Mitre no había previsto.

Las dos columnas centrales, encargadas del ataque principal sufrieron desde el primer momento un fuego intensísimo de la artillería paraguaya mientras su marcha se veía entorpecida por el terreno fangoso por los tres dias anteriores de lluvia y las malezas. Lograron salvar los obstáculos mediante el uso de fajinas y escalas que llevaban para tal fin y se lanzaron al asalto de la trinchera principal, pero se encontraron con una laguna y una inabordable barrera de malezales que les hizo imposible continuar su avanzada. En esta marcha, sufrieron pérdidas enormes.

La tercera columna, al mando del coronel Rivas siguió avanzando a pesar de los obstáculos, pero su ataque fracasó y los pocos hombres que lograron penetrar en la posición fueron prácticamente ultimados. La cuarta columna, al mando del coronel Martínez, también fue detenida al borde de la laguna y la línea de malezales.

El combate se sostenía tenazmente sin que los asaltantes lograran el menor éxito sobre las tropas paraguayas.

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Según parte del propio Mitre, “fue contenido el ímpetu del ataque por la línea de abatíes que se componía de gruesos árboles enterrados por los troncos, y que en más de treinta varas obstruían el acceso a la trinchera…fue necesario reforzar el ataque con la segunda línea de reservas parciales, comprometiendo en las dos columnas de ataque central veinticuatro batallones”…”las líneas de abatíes no han sido forzadas nunca en asalto franco, ni aun por las primeras tropas del mundo” (Mitre a Martínez. Cuartel de Curuzú, 24 de septiembre de 1866. Partes oficiales) lo que demuestra la imprevisón de Mitre de no reconocer el terreno previamente...salvo que pretendiera realizar una hazaña mayor “que las primeras tropas del mundo”.

El heroísmo y sacrificio de las tropas aliadas, no fue suficiente para vencer ni la “línea de abatíes” ni “la impericia de Mitre”. El propio general en jefe lo admite en sus partes:

“En esas circunstancias, habiéndonos puesto de acuerdo con el barón de Porto Alegre, y viendo que no era posible forzar ventajosamente la línea de abatíes, para llevar el asalto general sino comprometiendo nuestras últimas reservas y que una vez dominada la trinchera no se obtendrían los frutos de tal actora parcial desde que no se conservasen tropas suficientes para penetrar en orden el interior de las líneas y hacer frente allí a las reservas del enemigo, acordamos mandar replegar simultáneamente y en orden las columnas comprometidas en el ataque” (Ibidem)

Menos mal que “acordaron mandar replegar” porque casi exterminan su propio ejercito, atropellando una “línea de abatíes”, como el Quijote lo hiciera contra los molinos de viento.

El propio Mitre, aunque escatimando las cifras, da cuenta del desastre sufrido:

“Nuestras pérdidas han sido considerables y sensibles…las computo en tres mil (en realidad fueron tres veces más) entre muertos y heridos” ...” Por parte del ejercito argentino se comprometieron diez y siete batallones en el asalto, cayendo muertos o heridos la mayor parte de los jefes que los condujeron” (Ibidem) También da parte del desastre el hermano del general en jefe, general Emilio Mitre, que comandaba el 2° Cuerpo en el asalto:

“V.E. sabe los prodigios de inaudito valor que los cuerpos todos del ejército hicieron en esta jornada. Es pues, inoficioso que el que firma haga de ellos elogios tan justamente merecidos. Basta dejar establecido que de los tres Batallones de este 2° Cuerpo que cargaron sobre la trinchera, solo ha quedado en aptitud de combatir una tercera parte de cada uno de ellos, para probar el denuedo y la bravura de que se hallaban animados, y dieron sangrientas pruebas Cuando a las tres de la tarde, próximamente, ordenó usted la retirada, estos tres bizarros cuerpos se retiraron en el mayor orden posible, a pesar de estar ya muertos de o heridos sus jefes y oficiales” (Del general Emilio Mitre al al General en jefe de los Ejércitos Aliados, Brigadier General D. Bartolomé Mitre. Campamento de Curuzú, 27 de setiembre de 1866. Partes oficiales – AGM.tII.p.334)

No cabe duda alguna de “los prodigios de inaudito valor” y del “denuedo y la bravura de que se hallaban animados” aquellos miles de soldados y oficiales que iban al seguro sacrificio contra una "línea de abatíes", sin rebelarse para linchar a sus comandantes que los mandaban a una muerte inútil e inevitable.

Mitre, embriagado de heroísmo, ordenaba avanzar, avanzar siempre, hasta que el marqués de Souza, respetuosa pero firmemente le advirtió que aquello iba a ser la derrota “mais grave de esta guerra”, y que seguir el heroico ataque, morirían todos los atacantes sin llegar a las trincheras paraguayas. Por fin se dio el toque de retirada.

La retirada se efectuó a las 17hs y el ejército aliado estaba de regreso en Curuzú, cuando los paraguayos salieron entonces de sus trincheras para recoger el botín abandonado por el asaltante, desnudar a los muertos y ultimar a los heridos graves.

D´Amico comenta: “Cuando Mitre se encontró con esa defensa (los abatíes) no se le ocurrió nada y mandó a atacar con ataque franco, a pesar de saber, dice en su parte, que esa posición era intomable cargándola a pecho descubierto. El resultado no podía ser dudoso. Los soldados argentinos sembraron el campo de cadáveres, llegaron la zanja, soportaron un momento de fuego a boca de jarro de los paraguayos que ellos no veían y tuvieron que retroceder

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sombrando otra vez de cadáveres el campo de batalla” (JMR.p.251)

En la crónica que hace el paraguayo general Resquín afirma que “cuando las fuerzas del ejército aliado se retiraron en completa derrota, dejaron en el campo de más de ochomil cadáveres e innumerables heridos, sin contar los que pudieron recoger”. Las bajas paraguayas las sitúa en “un jefe, tres oficiales y diecinueve hombres de tropa muertos, alcanzando los heridos a siete oficiales y setenta y dos hombre de tropa” (Resquín, Datos históricos. p. 80-81) Es decir, 92 bajas paraguayas contra alrededor de 10.000 bajas aliadas.

Las cifras del contrate demuestran la improvisación e impericia de Mitre, contra la efectiva defensa comandada por don José E. Díaz , que fue ganando sus galones de general a lo largo de las hazañas producto de su inteligencia, serenidad y valor.

El emperador de Brasil, pidió el reemplazo del general en jefe, bajo excusa de los levantamientos de rebeldía en montoneras producidas en las provincias del interior, que se pronunciaban por intermedio de Felipe Varela contra la Guerra del Paraguay y del propio Mitre y su poítica hacia las provincias interiores

En la sangrienta batalla de Curupaytí el impacto de un casco de granada le destrozó la mano derecha a un ciudadano argentino alistado hacía unos meses como voluntario. Evacuado a Corrientes, la amenaza de la gangrena obligó a amputarle el brazo por encima del codo. Se trataba de un joven dibujante y cronista de 26 años, teniente segundo del ejército, que se llamaba Cándido López. Menos de un año después cumplió su promesa de enviarle al médico que le amputó el brazo un óleo suyo fruto de una prodigiosa reeducación de su mano izquierda. El sería, a través de sus cuadros, el documentalista histórico de la Guerra de la Triple Alianza.(Ver biografía de Cándido López ,"El manco de Curupayty")

Combate Pozo de Vargas

Lanzas contra fusiles

El 10 de abril de 1867, en torno al jagüel de Vargas, en el camino apenas saliendo de La Rioja a Catamarca, durante siete horas desde el mediodía hasta el anochecer, se libró la batalla más sangrienta de nuestras guerras civiles.

Los primeros días de abril el ejército “nacional” (mitrista) del Noroeste –reforzado con los veteranos del Paraguay y su brillante oficialidad y con los cañones Krupp y fusiles Albion y Brodlin que los buques ingleses habían descargado poco antes en el puerto de Buenos Aires- al mando del general liberal Antonio Taboada (del clan familiar unitario de ese apellido que dominó Santiago del Estero durante casi todo el siglo XIX), entró a la ciudad capital de La Rioja aprovechando la ausencia de su caudillo y obligó al coronel Felipe Varela a volver al sur para liberarla.

Al frente de los batallones de su montonera iban los famosos capitanes Santos Guayama, Severo Chumbita, Estanislao Medina y Sebastián Elizondo.

En plena marcha, el día 9 el caudillo invitó caballerescamente a Taboada “a decidir la suerte y el derecho de ambos ejércitos” en un combate fuera de la ciudad “a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni V.S. podremos evitar”. Pero el general no era ningún caballero y no respondió. Ubicó sus fuerzas en el Pozo de Vargas, una hondonada de donde se sacaba barro para ladrillos, en el camino por donde venían las montoneras.

El sitio fue elegido con habilidad porque Varela llegaría con sus gauchos al mediodía del 10, fatigados y sedientos por una marcha extenuante, a todo galope y sin descanso. Mientras, los “nacionales” habían destruido los jagüeles del camino, dejando solamente el de Vargas, a la entrada misma de la ciudad, a un par de kilómetros del centro. Taboada les dejará el pozo de agua como cebo, disimulando en su torno los cañones y rifles; sus soldados eran menos que

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los guerrilleros, pero la superioridad de armamento y posición era enorme.

En efecto, la montonera se arrojó sedienta sobre el pozo (“tres soldados sofocados por el calor, por el polvo y el cansancio expiraron de sed en el camino”), y fue recibida por el fuego del ejército de línea. Una tras otra durante siete horas se sucedieron las cargas de los gauchos a lanza seca contra la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de Taboada. En una de esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo muerto junto al pozo. Una de las tantas mujeres que seguían a su ejército –que hacían de enfermeras, cocineras del rancho y amantes, pero que también empuñaban la lanza con brazo fuerte y ánimo templado cuando las cosas apretaban- se arrojó con su caballo en medio de la refriega para salvar a su jefe. Se llamaba Dolores Díaz pero todos la conocían como “ la Tigra ”. En ancas de la Tigra el caudillo escapó a la muerte.

Dolorez Díaz, "La Tigra" acompañaría por poco tiempo a la montonera. Tuvo la mala suerte de caer prisionera de Taboada, que la trasladó a Brachal, un verdadero "campo de concentración" de Santiago del Estero. Nada más se sabe de "La Tigra".(JMR.Guerra del Paraguay.p.270)

Al atardecer de ese trágico día de otoño se dieron las últimas y desesperadas cargas, y con ellas se terminaron de hundir todas las esperanzas de un levantamiento federal del interior en favor de la nación paraguaya de Francisco Solano López y la “guerra de la Unión Americana ”. Con un puñado de sobrevivientes apenas, Felipe Varela dio la orden de retirada, diciendo –despechado- al volver las bridas: “¡Otra cosa sería / armas iguales!”.

La retirada se hizo en orden: Taboada no estaba tampoco en condiciones de perseguir a los vencidos. Pero del aguerrido y heroico ejército de 5.000 gauchos que llegaron sedientos al Pozo de Vargas al mediodía, apenas quedaban 180 hombres la noche de ese dramático 10 de abril de 1867. Los demás han muerto, fueron heridos o escaparon para juntarse con el caudillo en el lugar que los citase, que resultó ser la villa de Jáchal. Pero Taboada también había pagado su precio: “La posición del ejército nacional –informa a Mitre- es muy crítica, después de haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de ellas, y gastado sus municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien facilite cómo reponer sus pérdidas”. En efecto, como nadie le facilitaba alimentos ni caballos voluntariamente, saqueó la ciudad durante tres días.

Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Felipe Varela conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, tan común entre los estancieros del noroeste argentino. Pero este catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física. Era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y los razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. Aunque fuera una locura. Fue lo que hizo en 1866, frisando en los cincuenta años, edad de ensueños y caballerías. Pero a diferencia de su tatarabuelo manchego, el Quijote de los Andes no tendría la sola ayuda de su escudero Sancho en la empresa de resolver entuertos y redimir causas nobles. Todo un pueblo lo seguiría por los llanos. Varela era estanciero en Guandacol y coronel de la nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con el Chacho Peñaloza (también general de la nación) se lo había borrado del cuadro de jefes. No le importó: siguió con la causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran “bandolero”, igual que a Peñaloza.

La muerte del Chacho lo arrojó al exilio en Chile. Allí leyó dolido sobre la iniciación de la impopular Guerra del Paraguay.

Además, presenció el bombardeo de Valparaíso por el almirante español Méndez Núñez, y se enteró con indignación que Mitre se negaba a apoyar a Chile y Perú en el ataque de la escuadra. Si no le bastara la evidencia de la guerra contra Paraguay, ahí estaba la prueba del antiamericanismo del gobierno de su país. Pero cuando conoció en 1866 el texto infame del Tratado de la Triple Alianza, (revelado desde Londres), no lo pensó dos veces. Dio orden que vendieran su estancia y con el producto compró unos fusiles Enfield y dos cañoncitos (los “bocones” los llamará) del deshecho militar chileno. Equipó con ellos a unos cuantos exiliados argentinos y esperaron el buen tiempo para atravesar la cordillera. Cuando se hizo practicable, al principio del verano, retornó a la patria mientras la noticia de Curupaytí con sus 10.000 bajas sacudía a todo el país. Como la plata no le daba para contratar artilleros, los bocones apuntarían al tanteo, pero Varela no reparaba en esas cosas. En lo que sí gastó su dinero fue también en ¡una banda de músicos!, para amenizar el cruce de la cordillera y alentar las

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cargas futuras de su “ejército”. Esa banda crearía la zamba, la canción épica de la "Unión Americana" en sus entreveros, la más popular de las músicas del Noroeste argentino.

A mediados de enero está en Jáchal, San Juan, que será el centro de sus operaciones. La noticia del arribo del coronel con dos batallones de cien plazas, sus dos bocones y su banda de música corrió como el rayo por los contrafuertes andinos. Cientos, y luego miles de gauchos de San Juan, La Rioja , Catamarca, Mendoza, San Luis y Córdoba sacaron de su escondite la lanza de los tiempos del Chacho, custodiada como una reliquia, ensillaron el mejor caballo y, con otro de la brida, galoparon hacia el estandarte de enganche.

A los quince días el coronel contaba más de 4.000 plazas con apenas 100 carabinas. No hay uniformes, ni falta que hacen: la camiseta de frisa colorada es distintivo suficiente; un sombrero de panza de burro adornado con ancha divisa roja (“¡Viva la Unión Americana ! ¡Mueran los negreros traidores a la patria!”) protege del sol de la precordillera.

A veces la divisa se ciñe como una vincha sobre la frente, evitando que la tupida melena caiga sobre los ojos. Y, ¡cosa notable!, hay una disciplina inflexible: un soldado de la Unión Americana debe ser ejemplo de humanidad, buen comportamiento y obediencia. Por las tardes, Varela les leía la Proclama que había ordenado repartir por toda la República :

“¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas del caudillo Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupaytí. Nuestra nación, tan grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en porvenir, tan engalanada en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre y sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que después de la derrota de Cepeda, lagrimeando juró respetarla.

“Tal es el odio que aquellos fratricidas porteños tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y asesinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazával y otros varios dignos de Mitre.

“¡Basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia! ¡Cincuenta mil víctimas inmoladas sin causa justificada dan testimonio flagrante de la triste e insoportable situación que atravesamos y es tiempo de contener! “¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la patria! ¡Abajo los mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lágrimas y la sangre paraguaya, argentina y oriental!

“Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas.

“¡Compatriotas nacionalistas! El campo de la lid nos mostrará el enemigo. Allí os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte vuestro jefe y amigo, el coronel Felipe Varela”.

Un día llega a los fogones de Jáchal donde se preparaba el ejército nada menos que Francisco Clavero, a quien se tenía por muerto desde las guerras del Chacho cuatro años atrás. Antiguo granadero de San Martín en Chile y el Perú, era sargento al concluir la guerra de la Independencia. Integrará bajo Rosas las guarniciones de fronteras donde su coraje y comportamiento lo hacen mayor. Don Juan Manuel lo llevará mas tarde al regimiento escolta con el grado de teniente coronel. Asiste a la batalla de Caseros –del lado argentino- y será con el coronel Chilavert el último en batirse contra la división brasileña del marqués de Souza. Urquiza, que prefería rodearse de federales antes que de unitarios, después de Caseros no admite su solicitud de baja y en 1853 estará a su lado en el sitio de Buenos Aires.Con las charreteras de coronel otorgadas por Urquiza combate en el Pocito contra los “salvajes unitarios” y fusila al gobernador Aberastain después de la batalla.

Cuando llegan las horas tristes de Pavón debe escapar a Chile perseguido por la ira de Sarmiento, pero vuelve para ponerse a las órdenes del Chacho. Herido gravemente en Caucete, cae en poder de los “nacionales” que lo han condenado a muerte y tienen pregonada su cabeza. Sarmiento, director de la guerra, ordena su fusilamiento, que no llega a cumplirse

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por uno de esos imponderables del destino: un jefe “nacional” cuyo nombre no se ha conservado, compadecido del pobre Clavero, lo remite con nombre supuesto entre los heridos nacionales al hospital de hombres de Buenos Aires e informa al implacable director de la guerra que la sentencia “debe haberse ejecutado” porque el coronel “no se encuentra entre los prisioneros”.

Un milagro de su físico y de la incipiente ciencia quirúrgica le salva la vida en el hospital. No obstante faltarle un brazo y tener un parche de gutapercha en la bóveda craneana, abandona el hospital cuando llegan a Buenos Aires las noticias del levantamiento del norte. El viejo sargento de San Martín consigue llegar al campamento de Varela, donde todos lo tenían por muerto; se dice que, sin darse a conocer entre la tropa –donde su nombre tenía repercusión de leyenda- se acercó a un fogón, tomó una guitarra y punteando con su única mano cantó:

“Dicen que Clavero ha muerto,y en San Juan es sepultado.No lo lloren a Clavero,Clavero ha resucitado”

El entusiasmo de los gauchos fue estruendoso, tanto que sus ecos retumbaron en Buenos Aires, donde los diarios se preguntaban por qué no se cumplió la sentencia contra el coronel federal, y quién era responsable por no haberlo hecho. La noticia de la resurrección de Clavero llegó hasta Inglaterra, donde Rosas, viejo y pobre pero nunca amargado ni ausente de lo que ocurría en su patria, seguía con atención la “guerra de los salvajes unitarios contra el Paraguay” y llegó a esperar que fuera realidad la unión de los pueblos hispánicos “contra los enemigos de la causa americana”. El 7 de marzo de 1867 escribe a su corresponsal y amiga Josefa Gómez (otra ferviente paraguayista), en una carta que se guarda en el Archivo General de la Nación : “Al coronel Clavero, si lo ve V., dígale que no lo he olvidado ni lo olvidaré jamás. Que Dios ha de premiar la virtud de su fidelidad”.

Pero volvamos al Quijote de los Andes, que después del desastre de Pozo de Vargas no se siente vencido. Entra a Jáchal entre el repique de las campanas y el júbilo del pueblo entero. A los pocos días sus fuerzas aumentan con los dispersos que llegan de todos los puntos cardinales y se dispone a marchar por los llanos. En los altos de la marcha, los sobrevivientes cantan la letra original de la zamba de Vargas.

Los “nacionales” vienen¡Pozo de Vargas!tienen cañones y tienenlas uñas largas.¡A la carga muchachos,tengamos fama!¡Lanzas contra fusiles!Pobre Varela,que bien pelean sus tropasen la humareda.¡Otra cosa seríaarmas iguales!

Luego el ejército mitrista se apropiaría de esa música y le cambiaría la letra a la zamba de Vargas.

El coronel es baqueano de la cordillera. Deja la villa y por escondidos senderos se interna en las montañas para caer por sorpresa en los lugares más inesperados. Es una guerra de recursos, difícil, pero la única posible cuando no se tienen armas y se sabe que la inmensa mayoría de la población le apoyará y seguirá. Como un puma se desliza entre sus perseguidores. No se sabe donde está. Diríase que está en todas partes al mismo tiempo. No es posible arrearse maneado un contingente de “voluntarios” para la guerra del Paraguay, porque los jefes “nacionales” siempre temen que Varela se descuelgue de los cerros y ponga en libertad a los forzados como hizo el otro Quijote, el de la Mancha , con los galeotes. Pero estos no le pagarán a pedrada limpia, sino que se le unen para seguir la lucha imposible por la alianza con las repúblicas de la misma sangre.

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Cuerpeando las divisiones nacionales, Varela se desliza por los pasos misteriosos de la cordillera. En octubre, mientras se lo supone en San Juan y se lo espera en Catamarca, Varela baja de la cordillera con mil guerrilleros, esquiva a los “nacionales” que han corrido a cerrarle el paso, y al galope va a Salta donde espera proveerse de armas y alimentos. Toma la ciudad por una hora escasa (aunque los defensores contaban con 225 entre escopetas y rifles contra 40 de las montoneras). De allí siguió a Jujuy y por la quebrada de Humahuaca llegó a Bolivia, donde Melgarejo –en ese momento simpatizante del Paraguay- le dio asilo. En Potosí, Varela publicará un manifiesto explicando su conducta y prometiendo el regreso.

Cuando Mitre terminó su presidencia y lo reemplaza el candidato opositor Sarmiento, se esperó por un momento que terminase la guerra con Paraguay. No hubo tal cosa, y eso decide el regreso de Varela. (También que Melgarejo ha cambiado de opinión y ahora está muy amigo de Brasil).

El coronel, con escasos seguidores y sin armas de fuego, toma el camino de Antofagasta. Su hueste no alcanza a cien gauchos. La “invasión” amedrenta en Buenos Aires, que manda al general Rivas, al coronel Julio A. Roca y a Navarro a acabar definitivamente con el ejército gaucho. No tremolará mucho tiempo el estandarte de la Unión Americana en la puna de Atacama. Basta un piquete de línea para abatirlo en Pastos Grandes el 12 de enero de 1869. Los dispersos intentan volver a Bolivia, pero Melgarejo lo impide.

Toman entonces el camino de Chile. Dada la fama del caudillo, el gobierno chileno manda un buque de guerra para desarmar al “ejército”. Encuentran un enfermo de tuberculosis avanzada y dos docenas de gauchos desarrapados y famélicos. Les quitan las mulas y los facones y los tienen internados un tiempo. Después los sueltan, vista su absoluta falta de peligro. Varela se instala en Copiapó, donde morirá el 4 de junio de ese año. “Muere en la miseria –informará el embajador Félix Frías al gobierno argentino- legando a su familia que vive en Guandacol, La Rioja , sólo sus fatales antecedentes”.

Pero también debemos decir que Felipe Varela nos dejó a los argentinos –además de su magistral legado de hombría de bien, dignidad y coraje- una creación esencial de nuestro patrimonio cultural, al traer la zamacueca chilena que tocaban los músicos para distraer los ocios y entonar el combate de sus montoneras. Tal vez la tierra argentina y el acento del canto de los gauchos hizo mucho más lánguidos sus compases. Lo cierto es que en los fogones de Jáchal y en los llanos riojanos nacerá la zamba, que rápidamente se extenderá por toda la región.

COMBATE DE ACAYUAZÁ - 28 de julio de 1868

Guerra del Paraguay.

Sofocada la revolución del interior y ya de regreso la mayor parte de los cuerpos retirados del frente para combatirla, aumentaba aún más en los argentinos el deseo de que se aceleren las operaciones. Quienes venían de la guerra civil, anhelaban volver definitivamente a sus hogares. Había que desplegar todo el empuje y el valor de aquellos cuerpos prematuramente envejecidos por las penurias de casi tres años de campaña, para poner fin a la contienda. Así pensaban los que se aprestaban a participar en las operaciones sobre la fortaleza de Humaitá.

Sin embargo el mariscal Francisco Solano López levantaba nuevas fortificaciones sobre el Timbó, que podían tornar dificultoso lograr el objetivo. De ahí que en mayo de 1868, argentinos y brasileños desplegaran sus fuerzas para cerrar el cerco y obstaculizar los trabajos de apuntalamiento. El mando aliado designó al frente de las tropas argentinas allí destacadas a Ignacio Rivas. Como se sabe, el general se pintaba solo para los ataques vigorosos y no escatimaba la vida de sus hombres ni la propia existencia cuando le ordenaban tomar una posición. Y pidió como jefe de estado mayor al coronel Miguel Martínez de Hoz, otro arriesgado.

En un ataque a la bayoneta, el 5 de línea, con este último al frente, ocupó el 30 de mayo de 1868 una batería de importancia táctica que protegía con sus fuegos a Humaitá. Un mes y

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medio más tarde, Rivas decidió realizar un reconocimiento sobre un reducto artillado construido por el coronel Caballero. Para efectuar la operación, el grueso de sus efectivos debían ocupar uno de los puentes situados sobre el río Acayuazá, con el fin de permitir que una guerrilla lo cruzara y realizara dicha tarea. Martínez de Hoz partió con su batallón; con el Cazadores de la Rioja, comandado por el teniente coronel Gaspar Campos, y con otros dos cuerpos brasileños. Además llevaba como elemento de choque una partida formada por 40 hombres escogidos.

Era el 18 de julio. Los aliados marchaban en columnas paralelas: los brasileños por el monte y los argentinos por la costa. Estos últimos, al llegar al puente, arrollaron a los paraguayos, que fingían dispersarse para obligarlos a entrar el propio terreno. Martínez de Hoz y Campos se dejaron llevar por su temeridad indómita y se pusieron al frente de la guerrilla, que se lanzó en persecución de manera desenfrenada. Los Cazadores de la Rioja habían quedado sobre el puente, sin tener quien los mandara, y los brasileños estaban lejos. Pasaron así por el punto en que estaba oculto el capitán paraguayo Taboada, sin advertir su presencia. El Reducto Corá no daba señales de vida. Cuando los dos jefes advirtieron la maniobra era tarde. De pronto la artillería lanzó sobre los aliados una furiosa andanada. Martínez de Hoz despachó a su ayudante con un pedido de refuerzos al general Rivas, le ordenó a Campos que tratase de desplegar una compañía de su batallón y se dispuso a vender cara la vida. El coronel y sus hombres fueron rodeados y acribillados a bayonetazos y lanzazos, pues no quisieron rendirse por más que el Cnl. Bernardino Caballero, admirado por la presencia de ánimo de su adversario lo invitó a deponer las armas.

Mientras tanto las tropas brasileñas huyeron siendo acuchilladas por la espalda hasta las proximidades de Andaí.

Campos llegó al puente, tomó la bandera de su unidad, la hizo flamear por última vez con el fin de que la contemplasen sus soldados, y la arrojó al río para que no la tomase el enemigo. De inmediato volvió con algunos de sus hombres al lugar en que expiraba Martínez de Hoz y, tras resistirse con furia, fue tomado prisionero. Al saber lo ocurrido, el mariscal López dispuso que se lo condujera a San Fernando con los demás sobrevivientes. El gallardo jefe argentino corrió después la suerte del ejército paraguayo, sufrió con él sus penurias y privaciones, pero mereció siempre los respetos debidos por parte del enemigo.

Enfermó gravemente de disentería en la retirada al Pikisyry y falleció en Itá Ybaté el 12 de setiembre cuando tenía sólo 37 años. El coronel Bernardino Caballero le asistió en sus últimos momentos y recibió de sus manos algunas reliquias para los suyos, que entregó después de la guerra.

Humaitá cayó, finalmente, el 5 de agosto de 1868, y pareció que se aproximaba el fin de la guerra. Pero faltaba más de un año de esfuerzos y sacrificios para que argentinos, brasileños y orientales pudieran regresar a sus respectivas patrias.

EL SAQUEO DE ASUNCION – 1° de febrero de 1869

Guerra del Paraguay.

Como consecuencia del paso de la escuadra brasilera tras la fortaleza de Humaitá, Solano López emite un bando el 22 de febrero de 1869, ordenando a la población, evacuar Asunción.

Las tropas brasileras, al mando de Caixas ocupan la ciudad el 1° de enero de 1869, y creyendo terminada la guerra se embarca para Río de Janeiro, en tanto las tropas argentinas acampan a una legua de la ciudad, al mando de Emilio Mire.

El presidente Sarmiento, con vistas a la historia, aprueba este proceder:

“Aplaudo la determinación prudentísima de Ud. de no entrar en Asunción, dejando a la soldadesca brasileña robar a sus anchas. Esta guerra tomará proporciones colosales en la historia y es bueno que nuestro nombre figure limpio de reproche” (Sarmiento a Emilio Mitre.

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Buenos Aires, 21 de enero de 1969- Obras Completas, 10 tomos. Buenos Aires 1888-1913)(AGM.t.II.p.308)

El “robar a sus anchas” por parte “de la soldadesca” de que hablaba Sarmiento, se hace de una forma que horroriza.

“Novecientas mujeres que cayeron en poder de los brasileños fueron víctimas de la lascivia de la soldadesca…Los brasileños, posesionados de la ciudad, se entregaron al más implacable saqueo y devastación. Ni las legaciones, ni los consulados, ni los sepulcros, ni las iglesias fueron respetados. La tarea destructora siguió varios días. Durante la noche, las casas de fácil combustión, incendiadas después de saqueadas, y grandes fogatas alimentadas por los muebles sin valor y por puertas y ventanas, alumbraban el cortejo de vehículos que transportaban hasta los buques los frutos del saqueo. Las embarcaciones zarparon hacia Buenos Aires y Río de Janeiro repletas de objetos de valor. La escuadra brasileña también se prestó a esa tarea” (Cardozo, Efraín. “Paraguay independiente”.p.245, en Historia de América y de los pueblos americanos, dirigida por Antonio Ballesteros y Beretta. t.XXI. Barcelona 1949)

Así llevaba Mitre y Sarmiento la “civilización” al Paraguay y liberaba a su pueblo del “tirano”. Así se inició la regeneración de “ese pueblo bárbaro”.

Hasta las tumbas y cadáveres fueron despojados. Cuenta un testigo de aquellas aberrantes escenas:

“A mediados del año 1869 visitamos el cementerio de la Recoleta, y quedamos pasmados ante el repugnante espectáculo que presentaba aquel recinto. Los aliados vencedores del Paraguay, habían extendido ignominioso saqueo de la ciudad de la Asunción hasta el valle santo, donde descansan los muertos; demoliendo nichos deshaciendo los ataúdes y cajones fúnebres, violando cadáveres, en busca de alhajas…” (Godoi, Juan Silvano. “Monografías históricas” primera serie. p.105 – Juicio crítico Emilio H. Padilla, 2° edición Felix Lajouane, editor. Buenos Aires, 1893) Juan Godoi, fue convencional del 70, puntal del liberalismo.

Años después, un flemático caballero ingles (H.F.Decuoud) seguía echando paladas de tierra sobre López y absolvía a aquellos criminales: “En realidad – decía con cinismo - los Aliados hicieron muy poco para aliviar las miserias de aquel pueblo, pero no abusaron de su victoria con actos de ninguna especie”. (Cunningham Graham. “Retrato de un dictador”.p.221) …Si, es evidente que los aliados “hicieron muy poco para aliviar las miserias de aquel pueblo”. Lo que no es cierto, es que “no abusaron de su victoria con actos de ninguna especie”.

Las riquezas de aquel pueblo humilde y laborioso, los tesoros penosamente acumulados, los muebles valiosos, las alhajas de las sepulturas, todo fue llevado en barcos al exterior, principalmente a Buenos Aires.

Sánchez Quell, da la descripción (que atribuye “un contemporáneo” que no es otro que H.F Decuoud) de la llegada de los barcos:

“Desde los últimos días de la primera quincena de enero de 1869, comenzaron a llegar al puerto de Buenos Aires, buques cargados de muebles, frutos del país , etc., saqueados de Asunción del Paraguay, los que eran vendidos públicamente. La población concurría a la llegada de estos buques por la avidez de conocer el contenido de aquellos cargamentos, quedando estupefactos muchos de los curiosos ante la calidad, belleza y valor subido de tantas obras y objetos artísticos de que se componían, particularmente en presencia de unos juegos de sala, tapizados de pura seda, y otros muebles con primorosas incrustaciones de nácar; hermosos juegos de dormitorios, construidos de finas y delicadas madera, con aplicaciones de otros materiales representando bouquets de flores; pianos de las mejores marcas conocidas entonces; objetos de plata maciza, como cubiertos, lavatorios, jarras, templaderas; Preciosas tapicerías, etc. ; la hermosa y lujosa carroza presidencial que sirvió a los dos presidentes de la República, los López, para los actos oficiales; y, finalmente un sinnúmero de otros objetos de adorno y de culto, entre éstos, imágenes diversas e inestimable mérito como trabajo escultórico y por la calidad de sus pinturas que, a pesar de su antigüedad secular, permanecían inalterables” (Sánchez Quell. “La diplomacia paraguaya. p.236) (H.F.Decauod. “Sobre los escombros de la guerra. p.37)

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Eran “los frutos de la civilización” llevada a cabo por Mitre y Sarmiento. Menos mal que las tropas argentinas acamparon a una legua de Asunción, si no se traen hasta la tierra. Los brasileros no fueron menos, y los barcos viajaban “hasta la línea de flotación”

Las descripciones de los saqueos no son fruto de ideas tendenciosas de antiliberales ni desvaríos revisionistas; El propio Cónsul de Francia protesta a Caixas por el prolijo saqueo de su representación: “Asunción fue tan indignamente saqueada como una ciudad tomada por asalto”…”He visto saquear el consulado de Portugal y la Legación Norteamericana” (Asunción, 13 de enero de 1869, Citdo por Decoud, “Guerra del Paraguay,p.189)

No hubo prejuicios de nacionalidad: todo fue saqueado “democráticamente”.

A medida que avanzaban los ejércitos de tierra, las poblaciones se saqueaban de forma similar. El 12 de agosto de 1869 toman Piribebuy, y caen en manos brasileras los tesoros que López había puesto en custodia del ejército nacional. Todo fue robado y trasladado a Brasil, en impresionante requisa, de la que hicieron inventario para que la historia al fin tuviera testimonio del saqueo. (Ver inventario levantado por los coroneles Decamps e Marques de Souza. AGM.t.II.p.311)

Lo que no pudieron llevar lo destruyen: arrasaron las industrias, la fundición de hierro de Ibicuy, las fabricas de implementos agrícolas y se encargó al ingeniero Jerónimo de Moraes Jardim, la destrucción e incendio de Ibicuy: La “civilización” había llegado.

La “civilizada” oligarquía porteña pudo decorar sus residencias con los finos objetos robados y requisados a los “bárbaros” paraguayos, y los mercaderes del puerto pudieron continuar sus negocios aprovechando la experiencia obtenida en “heroicas jornadas” como vivanderos de los ejércitos en operaciones.

Un punto de atracción de muchos de esos comerciantes y agiotistas, fue el local de Don Mariano Billinghurts . (AGM.t.II.p312) Descendiente de Robert Billinghurts, nacido en Surrey, Inglaterra, del que desendieron Robert y Mariano, guerreo de la independencia, y que luego ofreciera a López armarle la flota.

El “botín de guerra” previsto en le tratado de la Triple alianza fue en gran parte a subasta pública en el salón de Don Mariano, bajo la complaciente mirada de Sarmiento que quería mantener la historia y su nombre “libre de reproche”, no obstante lo cual mando adquirir algunos objetos que pertenecieron a López para decorar la casa de gobierno.

Cuando Su Alteza Real el Príncipe Luis Felipe de Orleáns, (más conocido como conde d´Eu y yerno del emperador Pedro II) llego a Buenos Aires, fue recibido en la casa de gobierno por Sarmiento, el mismo día que se inauguraba el mobiliario y tapicerías francesas obtenidas en lo de Don Mariano Billinghurts. El conde asentó en su diario: “se dice que pertenecieron a López” (Archivo del conde d´Eu. Archivo de la familia real en Petrópolis)

Es evidente que “la civilización” si había impuesto.

COMBATE DE PASTOS GRANDES - 12 de Enero de 1869

La última patriada de Felipe Varela

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Despuntaban los primeros días del año 1869. La Guerra de la Triple Alianza , provocada para infligir una derrota categórica e histórica al poderoso Paraguay de don Francisco Solano López, promediaba ya sus cuatro años y medio de duración. Al tiempo que se desangraba para siempre el orgullo guaraní en los campos de batalla, en Argentina el general Felipe Varela, proveniente de la República de Bolivia, está decidido a jugarse una vez más por el federalismo criollo, muy a pesar de no disponer de un grueso número de gauchos milicianos como en la Batalla del Pozo de Vargas en abril de 1867. Su salud tampoco era una garantía para llevar a cabo semejante patriada: una maligna tuberculosis empieza tibiamente a manifestársele, pero nada aparenta detener a este honrado hombre argentino.

El caudillo Felipe Varela, aún a costa de su vida, quiere conjugar la teoría con la acción. Desde Potosí, el 1º de enero de 1868, redacta su famoso “Manifiesto a los Pueblos Americanos, sobre los Acontecimientos Políticos de la República Argentina , en los años de 1866 y 67” , donde resalta sus embestidas contra el centralismo porteño y, por ende, contra el gobierno de Bartolomé Mitre, al que acusa de no respetar la Constitución Nacional de 1853. “Combatiré hasta derramar mi última gota de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado”, expresa el Quijote de los Andes, en una de sus tantas sentencias llenas de coraje y altruismo.

Su último derramamiento en suelo patrio lo hará el 12 de enero de 1869, cuando tiene lugar la Batalla de Pastos Grandes, en la provincia de Salta. Entonces ya ocupaba la presidencia de la nación Domingo Faustino Sarmiento, quien no duda en mandar cuantiosos refuerzos varias semanas antes del enfrentamiento, pues el Coronel Pedro Corvalán intercepta una carta de Varela que tenía instrucciones tácticas dirigidas a su viejo lugartenientes Santos Guayama, que presentaba batalla en la provincia de La Rioja. En la misiva quedaba al descubierto una inevitable entrada que harían las montoneras federales de Felipe Varela por la frontera salteña.

El Teniente Coronel Julio Argentino Roca se pondrá a la cabeza de los refuerzos provenientes de Jujuy y Salta, los cuales ayudarían a las tropas ya apostadas en las cercanías de Pastos Grandes bajo las órdenes del Coronel Corvalán.

Todo presagiaba un final ruinoso para el valiente caudillo Varela aquella jornada de enero de 1869. De hecho lo fue. El parte de la batalla arrojó 5 milicianos muertos y 54 prisioneros del lado del Quijote de los Andes. Varela se dio a la fuga, pues “con muy pocos hombres pudo escapar gracias a sus buenas cabalgaduras, en dirección a Antofagasta”. Apenas un puñado de sus mejores oficiales –el Coronel Rodríguez y el Mayor Quiroga, entre otros- lo acompañarán hasta el final de sus días, en tierra extranjera.

Al cruzar la Cordillera de los Andes rumbo a Chile para evitar una muerte segura, Felipe Varela pasa hambre y miseria, mientras su enfermedad lo va consumiendo de a poco. Diez días antes de su muerte, acaecida en junio de 1870, escribe una carta dirigida a su esposa y a su hijo Javier desde Copiapó. “Nada puedo mandar; dispénsenme, estoy pobre, no se agravien conmigo”, les suplica.

BATALLA DE PERIBEBUY - 12 de Agosto de 1869

Guerra del Paraguay.

Guerra de la Triple Alianza. Llegado a Pirayú el 25 de Mayo, recién a fines de Julio, luego de dos meses de meditación, el Conde D'Eu, Príncipe Gastón María de Orleans, yerno del Emperador Pedro II, a cargo de las tropas aliadas, tomó la determinación de ir contra el Mariscal Francisco Solano López. Parecía dispuesto a realizar un avance frontal, tan difícil como audaz.

La presencia próxima del caudillo paraguayo, gravitando sobre su ánimo, le indujo después a pensar en operaciones menos arriesgadas. Y quedó convenido un movimiento envolvente, que amenazara la retaguardia de los paraguayos.

Por eso, el Conde D’Eu operaría sobre la izquierda de su oponente, a la cabeza de una poderosa columna que, haciendo un gran rodeo, iría por Paraguarí, Sapucay, Valenzuela e

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Itacurubí sobre Piribebuy y Ascurra. Los generales Emilio Mitre y José Antonio da Silva Guimaraes operarían al mismo tiempo sobre la derecha de los paraguayos, por los pasos de Altos y Atyrá, para salir en Tobatí y cortarles la retirada.

En Pirayú quedarían las fuerzas necesarias para amenazar el frente paraguayo y disimular el vasto movimiento proyectado.

El 28 de Julio se dio comienzo a la ejecución de este plan. Ese día partió por delante la vanguardia comandada por el general Juan Manuel Mena Barreto. En pos de ella avanzaron el mariscal Osorio,al frente del primer cuerpo del ejército imperial, el mariscal Plydoro da Fonseca Quintanilla Jordao, con el segundo cuerpo, y el Conde D’Eu con el resto de las tropas.

Eran más de 20.000 hombres de las tres armas, con poderosa artillería.

La plaza de Piribebuy estaba defendida por 1.600 hombres y doce cañones, a las órdenes del comandante Pedro Pablo Caballero. El 10 de Agosto tomaron posición los aliados en torno del baluarte paraguayo, emplazando cincuenta y tres cañones en las alturas que lo dominaban. En todo el día siguiente continuó la reconcentración de las fuerzas aliadas y los preparativos del asalto.

La resistencia de los paraguayos fue tan tenaz como heroica. Los aliados varias veces rechazados, volvieron a la carga, hasta conseguir abrir una brecha en las trincheras, cuando las mujeres habían sustituido a los soldados paraguayos muertos y cargaban sus cañones, ya sin proyectiles, con frutas de coco, piedras, vidrios y arena.

La matanza fue espantosa. El cauce del arroyo Piribebuy quedó colmado de cadáveres.

El sangriento Conde de D’Eu vengó las pérdidas sufridas mandando degollar al comandante Caballero, al mayor Mariano López y a numerosos prisioneros y heridos. Y para completar su horrenda barbarie, mandó incendiar el Hospital de Sangre “manteniendo en su interior los enfermos – en su mayoría jóvenes y niños. El hospital en llamas quedó cercado por las tropas brasilera que, cumpliendo las órdenes de ese loco príncipe, empujaban a punta de bayoneta adentro de las llamas los enfermos que milagrosamente intentaban salir del la fogata. No se conoce en la historia de América del Sur por lo menos, ningún crimen de guerra más hediondo que ese” (Juan José Chiavenato. Genocidio Americano. La guerra del Paraguay. Carlos Schauman Editor, Asunción, 1984).

Así se inició la última campaña de la guerra, la llamada “Campaña de las Cordilleras”, fecunda en notas pavorosas, en la que el Conde D’Eu no se cansó de llenar de oprobio la bandera confiada a sus manos mercenarias.

Ese mismo día pudieron caer los aliados sobre Escurra o pudieron ocupar Caacupé. Para esto solo necesitaban recorrer un camino de cuatro leguas. Pero el vencedor se contentó con su precario triunfo y no supo sacar partido del éxito alcanzado. Y aquella inexplicable indecisión determinó el fracaso de todo el plan de operaciones.

COMBATE DE ACOSTA-ÑÚ - 16 de agosto de 1869

Guerra del Paraguay.

Guerra de la Triple Alianza. El Mariscal López, luego de la derrota sufrida por sus tropas en el combate de Piribebuy, al sentir amenazada su retaguardia por las fuerzas que avanzaban por Altos y Piribebuy al mando de los generales Emilio Mitre y José Antonio da Silva Guimaraes, resolvió retirarse, dividiendo sus tropas en dos divisiones, una de vanguardia, que confió al general Resquín, y otra de retaguardia, a las órdenes del general Bernardino Caballero. Y a las cinco de la tarde del 13 de Agosto se puso en marcha, con rumbo a Caraguatay, donde llegó a las ocho de la noche del día siguiente. De paso, mandó fortificar la entrada de la picada que conduce a dicho pueblo, dejando allí 1.200 hombres, con algunos cañones, a las órdenes del coronel Pedro Hermosa.

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El movimiento de la columna paraguaya de retaguardia era, y tenía que ser, muy lento porque seguía el compás de la larga fila de carretas en que iban los bagajes de su ejército. La extrema flacura de los animales de tiro hacía que aquéllas apenas anduvieran. Y así pronto Caballero se vio separado de los suyos, solo en medio del enemigo, librado a su propia suerte. Era como el escudo del ejército en retirada, contra el cual se estrellaría todo el poder de la alianza.

Recién el 15 de Agosto entró el Conde D’Eu en Caacupé, donde se enteró de la retirada total de las fuerzas paraguayas. Esta noticia lo dejó anonadado, sumido en el desaliento. Decía el Mariscal J. B. Bormann: “Habían caído por tierra todas sus combinaciones y resultaron inútiles todos los sacrificios hechos. El desánimo y la tristeza fueron generales”. Pudiendo haber terminado la guerra después de Piribebuy, su ineptitud y su culpable irresolución habían hecho posible el alejamiento del Mariscal López, con lo que la penosa campaña se prolongaba indefinidamente. Nadie ocultó su disgusto.

Ante la noticia de que una fuerte columna paraguaya se retiraba lentamente por la picada de Diaz-cué, que conduce a la llanura de Barrero Grande, el Conde D’Eu ordenó al Mariscal Victoriano Carneiro Monteiro que marchara rápidamente hacia el pueblo de Barrero Grande, para cortarles la retirada, mientras él caía sobre la retaguardia de los paraguayos.

El mariscal Monteiro se alejó a las dos de la tarde del 15 de Agosto, llegando a su destino a las diez de la noche. Desde allí despendió una división de caballería, a las órdenes del general Cámara, con rumbo a Caraguatay, que fue detenida por el coronel Hermosa.

A las seis de la mañana del día siguiente se movió el primer cuerpo del ejército brasileño, acaudillado por el general José Luis Mena Barreto, que acababa de reemplazar al general Osorio.

Dos horas después, el general Vasco Alves Pereyra, que mandaba la vanguardia del ejército imperial, cambiaba los primeros tiros con la retaguardia de Caballero. Y resonaba a lo lejos el tronar de la artillería paraguaya, que rechazaba en ese momento las cargas del general Cámara en la boca de la picada de Caraguatay.

El Conde D’Eu precipitó la marcha de sus tropas y salió con todas ellas en Acosta-Ñu, sitio donde iba a librarse la batalla. Los paraguayos disponían de unos 4.500 hombres y algunos pocos cañones, y sólo contaba con un batallón de veteranos, el 6º de infantería, el resto eran niños y ancianos. Los niños fueron disfrazados con barbas postizas para que el enemigo los tome por adultos y les presente combate. Su caballería, escasa, cabalgaba en flacos rocines. Y le amenazaban dos cuerpos de ejército, sin contar las tropas que se aproximaban por Tobatí.

El general Caballero extendió, serenamente, su línea de batalla, destacando en su vanguardia al coronel Moreno, con dos cañones, y al comandante Franco a la cabeza de su batallón. Y dando frente a su enemigo, continuó el retroceso hacia el paso de arroyo Yukyry, que atraviesa de este a oeste la llanura. Su única salvación estaba en poder llegar a los bosques de Caraguatay.

Moreno y Franco hubieron de soportar en seguida la presión de nueve batallones y el fuego de numerosas piezas de artillería. Hostilizados después, en los dos flancos, por regimientos de caballería, supieron imponerse, luchando con extraordinaria gallardía.

El mismo Conde D’Eu reconoce en su Diario de Campaña “la gran desventaja” con que peleaban los paraguayos, por la manifiesta inferioridad de sus armas. “Nuestros fusiles a lo Minié –dice- llevaban la muerte hasta a sus reservas, al paso que a nuestros soldados más avanzados poco perjuicio sufrían”.

Con hábil maniobra, el general Caballero impidió que sus fuerzas fueran rodeadas y consiguió llegar a la orilla opuesta del arroyo, donde emplazó la artillería. El Conde D’Eu colocó sus cañones frente al paso y abrió un nutrido fuego contra la posición paraguaya. Y ordenó después una carga a fondo sobre el puente, que fue repelida.

La batalla llegaba a su momento culminante. Era ya mediodía, y desde el amanecer la lucha no tenía tregua ni descanso. Se produjo una nueva carga y nuevamente fue repelida por

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Caballero. El cauce del arroyo quedó colmado de cadáveres. Optó entonces el ejército imperial buscar un vado, para evitar fracasar en otro ataque frontal.

Caballero volvió a hacerse fuerte sobre el puente de Piribebuy, conteniendo con todo éxito el avance de sus persecutores. La tarde inclinaba. De pronto los paraguayos se vieron acometidos por la retaguardia, era el segundo cuerpo del ejército brasileño que llegaba. Se trataba de una fuerte columna de infantería, con ocho bocas de fuego, a las órdenes del general Resín, que obligó a dividir las escasas fuerzas de Caballero y a atender dos acometidas simultáneas.

Los veteranos de Franco (muerto en el combate) habían desaparecido en la larga pugna, y con ellos el nervio principal de la resistencia paraguaya. No le quedaban sino niños y jinetes montados en escuálidos caballos.

Dice Juan José Chiavenatto: “Los niños de seis a ocho años, en el fragor de la batalla, despavoridos, se agarraban a las piernas de los soldados brasileros, llorando que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en al selva próxima, las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas agarraron lanzas y llegaban a comandar un grupo de niños en la resistencia”……. “después de la insólita batalla de Acosta Nú, cuando estaba terminada, al caer la tarde, las madres de los niños paraguayos salían de la selva para rescatar los cadáveres de sus hijos y socorrer los pocos sobrevivientes, el Conde D´Eu mandó incendiar la maleza, matando quemados a los niños y sus madres.” Su orden era matar "hasta el feto del vientre de la mujer".

Caballero formando un cuadro con sus tropas se defendió como pudo hasta que, dispersados los restos de sus fuerzas, confundido en el tumulto inmenso de la lucha, pudo cruzar, sin ser reconocido, entre regimientos y batallones, llevando en pos de sí a los que habían escapado de la matanza. El combate había terminado.

En la batalla de Acosta Ñu, 3.500 niños paraguayos enfrentó a 20.000 hombres del ejército aliado, lo que se tiene como un acto de heroísmo sin igual. Por la masacre producida, se conmemora ese día como el día del niño en Paraguay.

Acosta Ñu

Allá en mi tierra bordeando el montese extiende el campo de Acosta Ñullano florido que en su silenciorecuerda aquella guerra guasu.

Cruzan sus valles viejas trincherasllenas de gloria tradicionalcomo el setenta se alzan las sombrasde aquellos bravos del Paraguay.

Yo quisiera cantarte tu heroico pasadola gran epopeya de un pueblo virilpedacito de tierra color de esperanza

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reliquia de gloria y honor guaraní.

Jukyry va surcando tu valle dormidofue el mudo testigo de tu kurusuy en cien luchas tenaces, su cruel resistenciapusieron los héroes de tu Acosta Ñu.

Pechos de acero y corazonesescalonaron py´a guasuy hasta los niños de sangre jovendieron en aras de Acosta Ñu.

Niños, ancianos, todos cayeronal juramento de “antes morir”solo una cosa quedó en su puestola raza heroica del guaraní.

Federico Riera

DERROTA DE TUYU-CUÉ - 3 de noviembre de 1870

Guerra del Paraguay.

Ante las seguidillas de derrotas y desastres militares provocadas por la congénita impericia del “farsante general”, los brasileros piden su reemplazo por Caxias. Se llegó a un acuerdo: la escuadre brasilera se manejaría por su cuenta, Caxias tendría a cargo la ofensiva, y Mitre estaría a cargo de la reserva y los depósitos de Tuyuty.

Mitre queda entonces en Tuyuty custodiando el parque y los cañones. El 3 de noviembre de 1870 otra vez se destaca “el acaparador de derrotas”:

“A las 4.30 de la mañana se escucharon los primeros tiros. La batalla fue tremenda – comenta Blanco Fombona – aunque los paraguayos eran menos de la sexta parte del enemigo, Mitre quedó en derrota. El campamento fue incendiado: artillería, municiones de guerra y boca, mulas, tiendas, carros, todo cayó en poder de los paraguayos. Mitre perdió hasta su correspondencia”. (C.Pereyra, Francisco Solano López y la guerra del Paraguay. JMR- T.VII.p196)

El grumete se refugia en Tuyu-Cué, donde estaba Caixas con el grueso del ejército. Los paraguayos se retiran con todo el parque tomado, entonces Mitre, como en otras ocasiones, pretende transformar las derrotas en victorias, se atribuyó la victoria. Pero ya era demasiado; Blanco Bombona dice:

“Aquella derrota y aquella carrera son indefendibles, pues de su inmenso ejército, atacado solo

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por una legión de héroes, había tenido Mitre dos mil bajas...ya le fue imposilbe a Mitre de todo punto de vista , seguir al frente del ejército. Nada podía sostener su autoridad” (cit.por JMR t.VII.p.198)

Acostumbrado a frases heroicas ( como la dicha tras la disparada de Cepeda “Aquí traigo intactas vuestras legiones” o la pronunciada en banquete de agasajo al llegar de a pie desde Sierra Chica, vapuleado por Calfucurá “El desierto es inconquistable” ) también tendría una frase para esta circunstancia: “Cuando nuestros guerreros vuelvan de su larga y gloriosa campaña a recibir la merecida ovación que el pueblo les consagre, podrá ver el comercio ver inscriptas en sus banderas los grandes principios que los apóstoles del libre cambio han proclamado para mayor gloria y felicidad de los hombres”.

Batiendo palmas, La Nación recibía en triunfo a este “apóstol” del libre cambio, que no tuvo escrúpulos en contribuir al genocidio de un pueblo hermano, para ver inscripto en las banderas los “grades principios del libre cambio”.

LOMAS VALENTINAS – 21 de diciembre de 1870

Cándido Lopez, "El Manco de Curupayty"    

En Asunción la población moría por la calles. El 21 de diciembre al mando de López resiste el embate de los aliados, muy superiores en número. El general y ministro de Estados Unidos presencia la batalla desde su campamento:

“Seis mil heridos, hombres y chiquillos, llegaron a ese campo de batalla el 21 de diciembre y lucharon como ningún otro pueblo ha luchado jamás por preservar a su país de la invasión y la conquista...otros han fugado (hacia su propio ejército) de las pocilgas que utilizaban los invasores como prisión,...el cuartel Paraguayo comenzó a llenarse de heridos incapacitados positivamente para seguir la lucha. Niños de tiernos años arrastrándose, las piernas desechas a pedazos con horribles heridas de balas. No lloraban ni gemían, ni imploraban auxilios médicos. Cuando sentían el contacto de la mano misericordiosa de la muerte, se echaban al suelo para morir en silencio”

Niño "soldado" paraguayo    

Hubo prodigios de coraje: Felipe Toledo, de ochenta años, carga diez veces al frente de la escolta presidencial para caer en la décima; Valois Rivarola, con una herida recibida en Avay, abandona el hospital y toma el primer caballo que encuentra. Una bala le rompe el cráneo: sujetando la masa encefálica, que se le escurría, con los dedos de una mano, con la otra disparaba su carabina. (JMR.t.VII.p.204)

López ya “No tenía soldados, no tenía proyectiles, no tenía que comer. Solo noventa fantasmas le rodeaban en la cumbre de la trágica colina, aguardando sus palabra para correr a la muerte”; se retira con los restos y para el 27 logra reunir “dos mil combatientes de inválidos y niños a quienes hubo que poner barbas postizas para quitarles su aspecto

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infantil detuvieron durante ocho horas el ataque de 28.000 alados. La batalla terminó cuando terminó nuestro ejército.” (O´Leary. Cit.JMR.tVII.p.205)

LÓPEZ JORDÁN

CAMPAÑAS EN ENTRE RÍOS

Año 1870 - Primera rebelión de López Jordán en Entre Ríos

11 de abril: Asesinato del General Urquiza, gobernador de Entre Ríos, por partidarios de Ricardo López Jordán.

14 de abril: Asumió López Jordán como gobernador de Entre Ríos.El presidente Sarmiento intervino militarmente en la provincia con fuerzas a órdenes del General Emilio Mitre, luego reemplazado por el General Gelly y Obes. Las fuerzas se organizaron en tres ejércitos: el del Uruguay, a órdenes del comandante en jefe de las fuerzas y luego del General Ignacio Rivas; el del Paraná, a órdenes del General Emilio Conesa, y el de Corrientes, a órdenes del Coronel Santiago Baibiene.

El Ejército Nacional llegó a empeñar hasta 16.000 soldados de línea , además de unidades de la Guardia Nacional de varias provincias.

Las fuerzas rebeldes entrerrianas contaban con 12.000 jinetes deficientemente armados e instruidos.

20 de mayo: Combate de Sauce. El General Conesa, con 3.960 hombres (1.200 infantes, 160 artilleros y 2.600 jinetes), derrotó a 9.000 hombres de López Jordán, quien intentaba tomar Paraná.

12 de julio: López Jordán tomó Concepción del Uruguay.

19 de julio: Ataque rebelde a Gualeguaychú. Fue rechazado por tropas nacionales.

23 de agosto a 17 de septiembre: Los rebeldes fueron derrotados en los combates de Villa Urquiza (al noreste de Paraná), Diamante-Palmar (al este de Villaguay), Tala (al oeste de Villaguay), Don Cristóbal (al noroeste de Nogoyá) y Rincón del Quebracho (al este de Paraná).

12 de octubre: Batalla de Santa Rosa (al este sureste de Villaguay). El ejército del Uruguay, 4.000 hombres con armamento moderno al mando del General Rivas, derrotó a López Jordán, que contaba con 9.000 hombres. El Ejército Nacional tuvo 36 muertos y 13 heridos y los jordanistas, aproximadamente el triple de bajas.

18 de noviembre: Toma de Villaguay. La ciudad, defendida por 200 guardias nacionales, fue tomada por 1.200 hombres del bando jordanista.

5 de diciembre: Ataque rebelde a Paraná. El Coronel Francisco Borges rechazó el ataque de 3.000 jordanistas.

Año 1871

A principios de año, López Jordán invadió la provincia de Corrientes.

26 de enero: Batalla de Ñaembé (12 kilómetros al este de Goya).

López Jordán: 7.000 hombres (6.000 jinetes, 1.000 infantes y 9 cañones). Teniente Coronel Santiago Baibiene: 3.000 hombres (7 batallones de Infantería y 6 cañones).Derrota de López

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Jordán, cuyas fuerzas fueron perseguidas hasta el río Corrientes.

Pérdidas: Baibiene: 190 entre muertos y heridos.López Jordán: 600 muertos, 550 prisioneros y toda su artillería.

14 de febrero: Combate de Gená (sobre el arroyo del mismo nombre, al oeste de Concepción del Uruguay). Derrota de una agrupación jordanista de 1.500 hombres por el General Arredondo.

6 de marzo: Combate de Punta del Monte (al norte de Gualeguay). El Coronel Donato Álvarez, con 600 hombres, derrotó a 900 jordanistas.Después de este combate, López Jordán abandonó la lucha y se exilió, primero en el Uruguay y luego en el Brasil.

Año 1873 - Segunda rebelión de López Jordán

1 de mayo: López Jordán invadió Entre Ríos y logró reunir una fuerza de 18.000 hombres sin instrucción y mal armados.

16 de mayo: El presidente Sarmiento designó jefe de las fuerzas de represión al ministro de Guerra, Coronel Martín de Gainza, quien las organizó en tres agrupaciones, al mando del General Julio de Vedia y de los Coroneles Luis María Campos y Juan Ayala. Las fuerzas nacionales contaban con armamento Remington, ametralladoras Gatling y cañones Krupp. Como dato de interés histórico, debe mencionarse que en esta campaña participaron los primeros cuatro oficiales egresados del Colegio Militar, los cuales prestaron sus servicios como alféreces en el Regimiento 1 de Caballería de Línea.

Operaciones de la Agrupación del Coronel Campos:

9 de mayo: Combate de Gualeguaychú.13 de mayo: Combate de Arroyo Ayuí.29 de junio: Combate de Arroyo Lucas.17 de octubre: Combate de Gualeguaychú.25 de octubre: Combate de Arroyo Atencio.En las cinco acciones precedentes, la Agrupación del Coronel Campos derrotó a los rebeldes jordanistas.31 de octubre: Toma de La Paz. Los rebeldes, con un efectivo de 3.000 hombres, tomaron La Paz, que había sido conquistada el 3 de agosto por el Coronel Nicolás Levalle. Los defensores, 500 guardias nacionales al mando del Teniente Coronel Ricardo Méndez, abandonaron la ciudad sin ofrecer resistencia. Fue ésta la única derrota del Ejército Nacional en esta campaña.

Operaciones de la agrupación del Coronel Ayala

Derrotó a los rebeldes en las siguientes acciones:23 de junio: Combate del Arroyo de Las Tunas (al este de Paraná).30 de agosto: Combate del Arroyo Espinillo (25 kilómetros al este de Paraná).8 de diciembre: Combate de Arroyo Talita (al noreste de Paraná).9 de diciembre: Batalla de Don Gonzalo (sobre el arroyo del mismo nombre, 120 kilómetros al noreste de Paraná).El ejército jordanista, que contaba con 6.500 hombres (5.000 jinetes y entre 8 y 10 cañones), fue atacado por el Ejército del Paraná a órdenes directas del ministro de Guerra, Coronel Gainza, que lo derrotó en una acción que duró un poco más de cuatro horas. Los rebeldes tuvieron 250 muertos y otros tantos prisioneros y perdieron todos sus cañones. A estas bajas debieron agregarse 300 jordanistas que se ahogaron en el crecido arroyo Don Gonzalo, cuando lo franquearon en retirada. El Ejército Nacional tuvo 100 bajas.22 de diciembre: Combate de Nogoyá. Derrota del General jordanista Caraballo (600 hombres), por el Coronel Villar con 300.

Año 1874

A principios de este año, finalizó la campaña - luego de otros combates desfavorables a los jordanistas - con la huida de López Jordán al Uruguay.

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Año 1876 - Tercera y última rebelión de López Jordán en Entre Ríos.

López Jordán preparó, durante su exilio en el Uruguay, una nueva invasión a Entre Ríos, coordinada con un movimiento revolucionario que estallaría en la provincia para deponer al Gobernador. Esta conspiración estaba en conocimiento del comisionado nacional, Coronel José Inocencio Arias.

27 de noviembre: López Jordán invadió Entre Ríos con un reducido grupo de partidarios y no encontraron el apoyo previsto, pues la revolución no se produjo.

Al internarse en la provincia, chocó con un escuadrón, al que rechazó, pero en vista de que había alcanzado reunir no más de 800 hombres -con los que pasó por Concepción del Uruguay, Tala, Nogoyá y Paraná-, se dirigió con su fuerza hacia Corrientes.

7 de diciembre: Combate de Alcaracito (al sur de La Paz). La pequeña fuerza revolucionaria fue sorprendida por tropas nacionales del Ejército del Paraná del Coronel Juan Ayala, a las que derrotó completamente en menos de una hora de combate.López Jordán disolvió los restos de su fuerza y se dirigió a Corrientes, en donde fue tomado preso. Fue conducido a Rosario, pero logró fugarse y pasó nuevamente al Uruguay.

19 de marzo: El Ejército del Norte ocupó La Rioja.

10 de abril: Combate de Pozo de Vargas (a 2,5 kilómetros de La Rioja). El Ejército del Norte, al mando del General Antonino Taboada (2.100 hombres), derrotó a las fuerzas de Felipe Varela (4.000 hombres), que se dispersaron.

5 de junio al 4 de agosto: Nuevas operaciones de Felipe Varela. El Teniente Coronel Charras, con fuerzas nacionales del Ejército del Norte, libró varios combates contra Varela, que había reorganizado sus fuerzas, en Ducito, Cuesta de Miranda, Cuesta de Chilecito y Saujil. El resultado de estos combates fue que el caudillo derrotado debió refugiarse en Bolivia.

LA MASACRE DE NAPALPÍ - 19 de julio de 1929

Melitona Enrique, sobreviviente de la masacre,a los 106 años de edad.

80 años de memoria prohibida

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(Por Darío Aranda)

En 1924 asesinaron a 200 aborígenes de Napalpí, Chaco. Reclamaban por sus salarios. A los descendientes ni siquiera les permiten recordar el hecho en un acto en las escuelas.

El cacique José reclama una reparación histórica.

Cuando se cumplen 80 años de la matanza de 200 tobas y mocovíes, en Napalpí, Chaco, un cacique reclama una reparación histórica que, desde hace décadas, es incumplida: un cartel que indique que allí tuvo lugar la masacre ordenada por el gobernador chaqueño, Fernando Centeno. El 19 de julio de 1924, a la mañana, la policía rodeó la Reducción Aborigen de Napalpí, de población toba y mocoví, y durante 45 minutos no dejaron descansar los fusiles. No perdonaron a ancianos, mujeres ni niños.

Asesinaron a todos y, como trofeos de guerra, cortaron orejas, testículos y penes, que luego fueron exhibidos como muestra de patriotismo en la localidad cercana de Quitilipi. Los asesinados fueron más de 200 aborígenes que reclamaban una paga justa para cosechar el algodón de los grandes terratenientes. Para justificar la matanza, la versión oficial esgrimió una "sublevación indígena". A 80 años de la masacre, no habrá actos oficiales, pero los pobladores originarios la recordarán en cada comunidad.

En 1895, la superficie sembrada de algodón en el Chaco era de sólo 100 hectáreas. Pero el precio internacional ascendía y los campos del norte comenzaron a inundarse de capullos blancos donde trabajaban jornadas eternas miles de hombres de piel oscura. En 1923, los sembradíos chaqueños de algodón ya alcanzaban las 50 mil hectáreas. Pero también debían multiplicarse los brazos que recojan el "oro blanco".

El 12 de octubre de 1922, el radical Marcelo T. de Alvear había reemplazado en la presidencia a Hipólito Yrigoyen y el Territorio Nacional del Chaco ya se perfilaba como el primer productor nacional de algodón. Pero en julio de 1924 los pobladores originarios toba y mocoví de la Reducción Aborigen de Napalpí –a 120 kilómetros de Resistencia– se declararon en huelga: denunciaban los maltratos y la explotación de los terratenientes. Los ingenios de Salta y Jujuy ofrecieron mejor paga. Hacia allá intentaron ir los pobladores, pero el gobernador Centeno prohibió a los indígenas abandonar el Chaco. Los pobladores de Napalpí decidieron resistir. El 18 de julio, y con la excusa de un supuesto malón indígena, Fernando Centeno dio la orden.

A la mañana del 19 de julio, 130 policías y algunos civiles partieron desde la localidad de Quitilipi hasta Napalpí. Después de 45 minutos de disparar los Winchester y Mauser a todo lo que se movía, sólo quedó el silencio y la humareda de los fusiles. Los heridos –fueran hombres, mujeres o niños– fueron asesinados a machetazos. El periódico Heraldo del Norte recordó el hecho a finales de la década del ’20: "Como a las nueve, y sin que los inocentes indígenas realizaran un solo disparo, hicieron repetidas descargas cerradas y enseguida, en medio del pánico de los indios (más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo entonces la más cobarde y feroz carnicería, degollando a los heridos sin respetar sexo ni edad".

El 29 de agosto –cuarenta días después de la matanza–, el ex director de la Reducción de Napalpí, Enrique Lynch Arribálzaga, escribió una carta que fue leída en el Congreso nacional: "La matanza de indígenas por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores; parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presentes en la carnicería del 19 de julio, para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados".

El libro Memorias del Gran Chaco, de la historiadora Mercedes Silva, confirma el hecho y cuenta que el mocoví Pedro Maidana, uno de los líderes de la huelga, corrió esa suerte. "Se lo mató en forma salvaje y se le extirparon los testículos y una oreja para exhibirlos como trofeo de batalla", asegura.

En el libro Napalpí, la herida abierta, el periodista Vidal Mario detalla: "El ataque terminó en una matanza, en la más horrenda masacre que recuerda la historia de las culturas indígenas en el presente siglo. Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando advirtieron que en los toldos no quedaba un indio que no estuviera muerto o herido. Los heridos fueron degollados,algunos colgados. Entre hombres, mujeres y niños fueron muertos alrededor de

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doscientos aborígenes y algunos campesinos blancos que también se habían plegado al movimiento huelguista".

Un reciente microprograma de la Red de Comunicación Indígena destaca: "Se dispararon más de 5 mil tiros y la orgía de sangre incluyó la extracción de testículos, penes y orejas de los muertos, esos tristes trofeos fueron exhibidos en la comisaría de Quitilipi. Algunos muertos fueron enterrados en fosas comunes, otros fueron quemados". En el mismo audio, el cacique toba Esteban Moreno contó la historia que es transmitida de generación en generación. "En las tolderías aparecieron soldados y un avión que ametrallaba. Los mataron porque se negaban a cosechar. Nos dimos cuenta de que fue una matanza porque sólo murieron aborígenes, tobas y mocovíes, no hay soldados heridos, no fue lucha, fue masacre, fue matanza, por eso ahora ese lugar se llama Colonia La Matanza."

La Reducción de Napalpí –palabra toba que significa lugar de los muertos– había sido fundada en 1911, en el corazón del Territorio Nacional del Chaco. Las primeras familias que se instalaron eran de las etnias Pilagá, Abipón, Toba, Charrúa y Mocoví. El corresponsal del diario La Razón, Federico Gutiérrez, escribió en julio de 1924: "Muchas hectáreas de tierra en flor están en poder de los pobres indios; quitarles esas tierras es la ilusión que muchos desean en secreto".

A ochenta años de la masacre, el lugar está sólo habitado por una familia que dice escuchar los lamentos de las víctimas cuando cambia el viento. El cacique Alfredo José dijo a Télam que reclama una reparación histórica. Su antecesor, Angel Nicola, recordó con amargura las promesas incumplidas de autoridades y legisladores. Reclaman que se coloque un cartel que indique que allí, en Napalpí, ocurrió la matanza. José impulsó una ceremonia en la escuela de Colonia Aborigen, pero no prosperó porque el tema no figura en los programas de estudios de los descendientes de los masacrados. Una frustración más: los carteles oficiales de la Ruta Nacional 16 ubican a Napalpí en otra parte, como otra muestra del olvido y ocultamiento.

RECUPERACION DE MALVINAS - 2 de abril de 1982

Bajo una luna espléndida y una visibilidad poco común en la zona, a las 21 hs. del 1º de Abril de 1982 el primer contingente argentino dispuesto a recuperar las Islas Malvinas, nuestras Malvinas –jamás debemos olvidarlo-, estaba tocando playa.

Todo estaba bajo un estricto control entre los hombres que conformaban la Agrupación Anfibios , los buzos tácticos, el “Santísima Trinidad”, el “Cabo San Antonio” y el submarino “Santa Fe”. Las principales consignas eran “respetar al enemigo, asegurar y no destruir bienes”.

Una vez en playa, los alrededor de 100 infantes de marina se dividieron en dos patrullas, una al mando del comandante de la agrupación, el capitán de corbeta Sánchez Sabarots y la otra bajó la órbita del oficial del mismo rango Giacchino.

Por si a los soldados les hacía falta recordar algo, el teniente Schwitzer lo hizo: “Ya saben, ni un lastimado”.

Media hora había corrido del sábado 2, cuando el comandante dio la orden de llevar a cabo la acción, con lo que la gesta estaba en marcha, y sin posibilidad de retorno.

A marcha lenta, el objetivo era la base de los Royal Marines, a casi 10 kilómetros de la costa. Cinco horas después, algo cansados por la caminata, unos 40 hombres se apostaron frente a la base, que daba aspecto de abandono, y se comenzó con la tarea prevista: colocación de explosivos, de armas pesadas y lanzamiento de bombas de gases, en medio de un muy estudiado plan de cercar la base.

El comandante de las fuerzas de desembarco, Carlos Busser, seguía con la idea fija de finalizar la acción de manera incruenta, y por ello, con megáfonos, en un bastante fluido inglés se buscó la rendición de los defensores del cuartel. No hubo respuestas. Es que había sido abandonado.

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Una vez en el pueblo a las 7 hs, las tropas argentinas revisaron casa por casa, y los isleños – marines y civiles - comenzaron a salir portando banderas de parlamento. Parecía que todo iba a terminar como estaba planeado, porque los marines entregaban sus armas y se entregaban prisionero.

Pero el panorama cambió en cercanías de la casa del gobernador. Allí si hubo detonaciones esporádicas, mientras el capitán Giacchino y sus hombres avanzaban con la mira de llegar a la residencia. Los intentos de hacer todo en forma pacífica fueron cayendo y el valiente capitán Giacchino pidió apoyo a las tropas para llegar hasta la puerta misma de la casa, desde donde se repelió el fuego que se les había lanzado de manera intimidatorio. Ellos no, ellos buscaron los blancos. Y en una de las dependencias de la vivienda los hallaron: cayó el capitán Giacchino, cayeron también el teniente de fragata García Quiroga, y el cabo segundo enfermero Ernesto Urbina – quien quiso socorrerlos cuando fueron heridos sus dos superiores -.

Durante tres horas se registraron luego intercambios de disparos, pero los soldados argentinos cumplieron a rajatabla con la orden, y no hubo ni un habitante de las Malvinas herido.

Ya había un sol espléndido en la zona. La Argentina , que por una vez había dejado de lado las palabras, comenzaba a acabar con la usurpación inglesa. Lo que vino después es historia conocida, pero así transcurrió el histórico 2 de abril de 1982...

PRADERA DEL GANSO - LOS BRAVOS DEL 25

Honrando el valor de los bravos del 25Por el Suboficial Principal VGM Jorge Alberto Pacheco

El objetivo de este artículo es exponer la intervención de la 2da Sección "ROMEO" de la Ca I “C” del RI 25 en la batalla de Pradera del Ganso (Goose Green), acontecimiento que viví muy de cerca y que me marcó para siempre como ser humano y soldado. Pretendo, también, que esta descripción histórica constituya un póstumo reconocimiento a aquellos doce héroes de esta unidad, quienes dieron sus vidas en favor del cumplimiento del sagrado deber militar.

En el año 1982, me hallaba destinado -con el grado de cabo- en el Regimiento de Infantería 25 (RI 25), como jefe del segundo grupo de tiradores, integrando la primera sección de la Compañía de Infantería (Ca I) "B".

El 26 de marzo, como primer paso a la realización de un ejercicio de combate en la zona de responsabilidad de la unidad (sin saberlo se estaba poniendo en práctica el plan de velo y engaño previsto para encubrir una misión real), se creó la Ca I “C”, cuyo jefe era el Teniente Primero Daniel Esteban. Esta Ca estaba compuesta por la 1ra Sección "BOTE” al mando del Teniente Roberto Estévez, la 2da Sección "ROMEO" a cargo del Subteniente Juan José Gómez

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Centurión (mi rol de combate en esta sección fue el de jefe del segundo grupo), mientras que la 3ra Sección "GATO” estaba a órdenes del Subteniente Roberto Oscar Reyes. La Ca I “C'' ejecutó las más diversas y variadas misiones, ya en forma conjunta o con las secciones segregadas. Todo comenzó con el desembarco del 2 de abril, honor que le correspondió a la Ca I “C” y a elementos del BIM 2. Se continuó, entonces, con la ocupación de la zona de Darwin y Pradera del Ganso. Luego se produjo el combate en el Estrecho de San Carlos, para dar el alerta temprana. Se contó, entonces, con acciones heroicas, teniendo en cuenta la inferioridad de los medios. Allí, en San Carlos, se encontraban el Puesto Comando de la Ca I “C” (Tte 1ro Esteban), la Sec GATO (Subt Reyes) y la Sec Pes (-) del RI 12 (Subt Vázquez).

LOS HECHOS

El 26 de mayo ya ocupábamos nuestras nuevas posiciones: el puente de Bodie Creek, situado a unos 4.000 metros del caserío de Pradera del Ganso. Para entonces, la sección "ROMEO" estaba sin el jefe del tercer grupo, por cuanto éste había sido evacuado, como resultado de una herida de bala recibida con posterioridad a una incursión aérea enemiga.

En consecuencia, debió hacerse cargo del mismo, el encargado de la sección. En este punto, digamos que el Cabo Miguel Ávila (jefe del grupo apoyo de la mencionada sección), ya había sido agregado a la sección del Teniente Estévez. En la noche del día 27, comenzó el bombardeo naval inglés sobre las posiciones situadas más allá del establecimiento Darwin y Boca House. Un nutrido fuego de armas automáticas, delatado por el sonido y el resplandor de la abundante munición trazante utilizada, indicaba que en ese sector se estaba concretando un fuerte ataque enemigo.

En el sector Sur, nuestra fracción esperaba. En medio de una creciente impaciencia, el jefe de sección decidió aguardar un tiempo prudencial y, de no recibir ninguna orden del comando de la Fuerza de Tareas “MERCEDES”, tomaría la decisión de marchar hasta Pradera del Ganso. Como no tuvo ningún tipo de comunicación, con las primeras luces del día 28, nos replegamos hasta aquel caserío que, a la sazón, era la retaguardia de combate. Dejamos nuestros bolsones, llevando el equipo aligerado y toda la munición que disponíamos, distribuida en nuestros porta cargadores y bolsas de rancho.

Comenzamos, entonces, una extenuante marcha hacia el poblado, según el ritmo que nos permitía el estado del terreno. Con el barro hasta las rodillas, el desplazamiento constituyó una verdadera proeza. En el avance, nos encontramos con un espectáculo difícil de describir: soldados perturbados, con heridas sangrantes o crisis nerviosas, confundían más el ya inquietante amanecer. El cansancio, el dolor y la desesperación parecían juntarse y multiplicarse.

Cuando arribamos al lugar, el Subteniente Gómez Centurión se dirigió al puesto comando. Allí le informaron que el Teniente Estévez había sido muerto en el combate de Darwin, ocurrido esa misma madrugada. Su muerte se unía a la de los Cabos Ávila y Mario Castro, y a la de los soldados Fabricio Carrascul, Arnaldo Zavala y Horacio Giraudo. Al Subteniente Gómez Centurión le ordenaron esperar y preparar la sección para dirigirse al sector de Darwin, ni bien existiera algo más de información sobre la Ca I "A" del RI 12.

A media mañana, se decidió lanzar un contraataque, para bloquear una penetración de

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efectivos enemigos que se habían desplazado por el Este de Monte Darwin, con la aparente intención de atacar la posición por retaguardia. Cuando la sección ya estaba en movimiento, llegó corriendo el Cabo Andrés Fernández, dispuesto a sumarse al combate. Si bien este suboficial estaba destinado en el rancho, Gómez Centurión no tuvo tiempo para negarle su pedido, y el cabo quedó entonces integrado a la fracción.

La sección avanzó con la misión de alcanzar las alturas predominantes, por lo que debimos cruzar el puente que se encontraba inmediatamente después de una escuela, que ocupamos hasta el 1º de mayo. Alcanzamos el edificio, pero rápidamente tuvimos que regresar, pues el enemigo ya tenía efectivos adelantados en dichas posiciones. Para el movimiento de ida y vuelta, nuestra formación era de una columna; en la pequeña playa, no había lugar para adoptar otra. Ya para entonces, los equipos aligerados eran una tortura. Tuvimos que deshacernos de ellos, pues con el peso de la munición y las correas gruperas de cuero, que nos cortaban prácticamente la circulación sanguínea de los brazos, dichos equipos constituían una real incomodidad. Los proyectiles de armas automáticas enemigas pasaban por sobre nuestras cabezas e impactaban en el suelo y el agua. Afortunadamente, no tuvimos heridos.

Mientras regresábamos a nuestras posiciones iniciales, el jefe de sección ordenó ocuparlas, según este orden: el tercer grupo del Sargento Ismael García, más cerca del improvisado aeródromo, luego yo, con el segundo grupo al centro, y por último, el Cabo Rubén Oviedo con el primer grupo; debíamos tomar contacto con las posiciones lindantes a la población de Pradera del Ganso. Pero el combate se mostró confuso. En consecuencia, debido a la velocidad de marcha que traíamos en el repliegue y al constante fuego enemigo, quedé ubicado en último lugar. Por lo tanto, mis posiciones fueron ocupadas por el primer grupo. Me di cuenta de este involuntario error, y a los gritos se lo hice saber a Oviedo. Pero él me contestó que dejásemos todo así; ya no teníamos tiempo para cambiar de lugar. Dios había dispuesto que sería mi compañero el que ofrecería su sangre.

El jefe de sección tomó, por lo tanto, este grupo -que estaba más cerca de él-, y lo adelantó como patrulla en dirección a Darwin. Se divisó entonces, el avance de una fracción enemiga, aproximadamente a 500 ó 600 metros al Norte del lugar alcanzado por nuestra fracción. Estos efectivos avanzaban en columna sobre el camino, advertidos, tal vez, de la posible existencia de un campo minado. Mientras tanto, el Subteniente Gómez Centurión ordenó al tercer grupo, ocupar posiciones sobre el lado derecho del camino. Fue aquí cuando vi por última vez al Sargento García, quien al ser interrogado por mí acerca de dónde se dirigía, con una sonrisa y el brazo levantado me contestó: "Nos vemos Pachequito”. El sabía muy bien de la loable misión que estaba cumpliendo y de su férreo convencimiento de morir por la Patria. Creo, pues, que con ese gesto, se estaba despidiendo de todos nosotros.

La sección se reestructuró, para colocarse en forma oblicua al camino; bien oculta, a pesar de las pocas cubiertas que ofrecía el terreno, pero con las ventajas que otorgaban las condiciones climáticas, a partir de la baja visibilidad. En tanto, se esperaba que el enemigo estuviese al alcance de nuestras armas. Cuando se encontraban a unos 150 ó 200 metros, el subteniente ordenó abrir el fuego. Los primeros ingleses que venían en la columna fueron sorprendidos y cayeron heridos o muertos. El resto de la columna tomó posiciones en el lugar. Se trataba de inducirlos a desplegar sobre el campo minado que estaba a ambos costados del camino, pero, a pesar del violento fuego que recibían, no hicieron lo que nosotros esperábamos. Al contrario, algunos se tiraban cuerpo a tierra en el camino, y otros, más temerarios, disparaban desde la posición de pie o rodilla a tierra. Así continuaron, abriendo fuego poco efectivo sobre nuestra fracción.

Por un momento, logramos frenarlos. Luego, pasado un tiempo que pareció una eternidad, el subteniente observó que unos soldados británicos levantaban los fusiles y agitaban los cascos, por lo cual ordenó suspender el fuego. Los hombres avanzaron hasta nuestras posiciones, y uno de ellos se apartó del resto para hablar con nuestro jefe de sección, quien también se adelantó, dispuesto a concederles el parlamento que pedían.

Pasado el combate posterior a ese parlamento, fue el propio subteniente quien me contó que como joven oficial, se sentía orgulloso de que un jefe inglés quisiera rendírsele, ya que se encontraban en una posición totalmente desfavorable. Sin embargo, eso fue lo que creyó en un principio. Cuando el oficial enemigo le preguntó si entendía inglés, y se dio a conocer como oficial inglés, le dijo que si entregaba el armamento, aseguraba la vida de todos los hombres

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de la sección. Al principio, no entendió muy bien el concepto, pero cuando reaccionó, le contestó que no hablaría más, y que después de dos minutos volvería a abrir el fuego. Luego, cada cual volvió a sus posiciones. Nadie tiraba. Pero cuando faltaban pocos metros para que el Subteniente Gómez Centurión llegara hasta donde estaba la sección desplegada, una ametralladora comenzó a tirar desde unas elevaciones del lado izquierdo, que originariamente no habían sido ocupadas por el enemigo. Al darse vuelta y observar hacia el lugar de donde provenía el fuego, comprobó que el oficial inglés estaba en posición de tirar, por lo que disparó con su FAL, observando cómo el citado oficial caía mortalmente herido sobre los alambres. Inmediatamente se inició un violento combate. La balanza parecía inclinarse, de repente, a su favor. Hasta unos momentos antes, eran ellos los que sostenían la peor situación; entonces, en esa nueva circunstancia, nos hacían fuego efectivo con ametralladoras, hecho que causaba, entre los nuestros, gran cantidad de bajas.

En tales momentos, se pierde la noción del tiempo. Nos olvidamos, por lo tanto, de nuestras necesidades básicas. Se tenía la sensación de que todo transcurría en cámara lenta y no sentíamos, de inmediato, el miedo. La preocupación primordial era sobrevivir.

El Subteniente Gómez Centurión y el Soldado José Ortega seguían tirando juntos, contra los paracaidistas británicos. En un momento, el subteniente se corrió hasta la MAG que, accionada por un soldado del RI 12 agregado a la sección, no disparaba por encontrarse trabada. Luego de ponerla otra vez en funcionamiento, y después de decirle al apuntador hacia dónde debía tirar, regresó arrastrándose a su posición, encontrándose con que el Soldado Ortega había sido muerto por un disparo en la cabeza.

El Sargento García, junto con los Soldados Ricardo Austin y José Allende, fueron destacados para aproximarse a las ametralladoras inglesas, e intentar silenciarlas con fuego automático de la MAG. Para ello debían cruzar el alambrado que delimitaba el camino a ambos costados. Fue aquí cuando los descubrieron, mientras eran batidos certeramente con fuego de ametralladoras. Los dos soldados murieron en el acto. El sargento, herido, quiso cruzar el alambrado, pero los ingleses nuevamente dispararon sobre él. En ese preciso momento, pasó a la inmortalidad. Unos pocos segundos y su vida quedó tronchada.

Cerca de la pista del aeródromo, el Cabo Oviedo, con intenso fuego, trató de llamar la atención del enemigo, para permitir que el resto de los soldados obtuviera una mejor cubierta. Pero fue el caos. El combate se volvió sangriento. Cayeron soldados propios y enemigos, se escucharon gritos, órdenes, explosiones. El volumen de fuego inglés era infernal. Todos trataban de buscar la mejor cubierta, de aferrarse a algo. Cualquier cosa era válida para preservar la vida, para seguir peleando; aun unos cajones vacíos de munición. Oviedo los vio y se dirigió hacia allí, disparando, parapetado cuerpo a tierra tras de ellos. Pero un disparo alcanzó su cuerpo y quedó encogido sobre sí mismo. Murió pocos momentos después. Se fue como él quería: luchando de frente. Ganó, sin duda, la mejor de las muertes para un soldado. Cerca de él, abatido por otros disparos, también había muerto uno de los soldados de su grupo, el Soldado Ramón Cabrera.

Empero a pesar de tanto derroche de heroísmo, la posición se hizo insostenible. El subteniente debía ordenar el repliegue hasta las posiciones iniciales. Comenzó el movimiento de la fracción, cuando el jefe de sección se dio cuenta de que el Cabo Fernández caía herido. Inmediatamente, junto con un soldado, concurrió hasta allí para tratar de evacuarlo, ordenando al resto de la sección que se replegara. El suboficial herido era un peso muerto. Lo arrastraban en una forma muy lenta y esto podía ocasionar mayores pérdidas para el resto del personal que los cubría por el fuego. Por ello, el subteniente optó por dejarlo en un lugar, a cubierto, no sin antes prometerle que volvería a buscarlo. Entonces sí, toda la sección se replegó reunida, algunos llevando a los que estaban heridos, y el resto, cubriéndolos.

En un momento dado, mi grupo quedó entre dos fuegos. El enemigo seguía tirando sobre nuestras posiciones; detrás de la mía, se hallaba personal del RI 12 que contestaba con ímpetu, sin percatarse, quizás, de que nosotros estábamos ahí. Ya casi no podíamos sacar nuestras cabezas; solamente lo hacíamos en alguna breve pausa del fuego. En una de ellas divisé que, por la playa, un par de hombres venían a la carrera, agitando sus brazos y gritando que eran propia tropa. Resultaron ser el Cabo René Rosales y un soldado de la sección “BOTE”, quienes habían quedado como enlace en la escuela. Después de perder contacto con el resto de sus compañeros, sin saber la suerte que habían corrido todos ellos, se quedaron en ese

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lugar hasta que pudieron salir sin ser descubiertos por los ingleses, o bien cuando una pausa de fuego se los permitió.

Cuando el resto de la sección llegó a la altura en donde se encontraba mi grupo (ya el enemigo no tiraba sobre nosotros), el subteniente me buscó y dijo que García, Oviedo y algunos soldados habían muerto. En la voz, se le notaba mucha rabia y singular congoja. Sé que lamentó mucho la muerte del encargado de la sección, ya que en esos días se habían hecho muy amigos, hasta el extremo que, en algunas ocasiones, dejaban de lado el formalismo y se permitían el tuteo. Por mi parte, la única reacción que tuve fue la de maldecir y pegar un cachetazo en el fusil, cuando la violenta realidad de la pérdida de mi amigo me golpeó en el alma. El que alguna vez haya perdido un amigo y cualquiera haya sido la circunstancia, creo que sabrá comprender lo que ello significa y el dolor que produce.

En la sección, se habían producido muchas bajas, por lo que tuve que hacerme cargo de la reunión del resto de los soldados, y sacar novedades de personal y material, mientras el subteniente se encargaba de evacuar a los heridos para que recibieran la atención adecuada. Entre muertos y heridos, el 50% de la sección había quedado fuera de combate.

Los disparos se hacían cada vez más esporádicos. La sección ya no tiraba, para ahorrar munición. Además, desde donde estábamos, ya casi no teníamos campo de tiro.Cuando el subteniente regresó, pidió voluntarios para buscar al Cabo Fernández. Me ofrecí, pero él se negó, aduciendo que yo era el único jefe de grupo que le quedaba con vida. Por lo tanto, me tenía que hacer cargo de la sección durante su ausencia. Esperó que anocheciera, y junto con los soldados José Aguerrebengoa y José Carobbio, estuvieron buscando al Cabo Fernández por espacio de una hora. La noche era cerrada. Cuando al fin lo encontraron, el Cabo se alegró muchísimo. Estaba casi inconsciente por la pérdida de sangre, pero comentó que, un rato antes, una patrulla inglesa había pasado por ahí y él había fingido estar muerto. Realmente, estaba malherido, porque al intentar moverlo, gritaba a causa de los dolores. A duras penas, llegaron hasta el puesto de socorro. El cabo se salvó, pero perdió dos dedos, y hubo que aplicarle un clavo a la altura de la cadera.

Realmente, era una noche muy oscura. Comenzó a lloviznar y hacía mucho frío. Ya casi no se escuchaban disparos, solamente se oían los rotores de los helicópteros ingleses, quienes, aparentemente, acercaban refuerzos, material y munición. Uno de ellos se acercó demasiado hasta nuestras posiciones, pero un nutrido fuego de armas automáticas lo obligó a marcharse. En esos momentos, comencé a tener conciencia de lo que había vivido. Pensaba en mi compañero, y no podía creer que estuviera muerto. Sin darme cuenta, empecé a rezar. Luego lloré, exteriorizando todas mis emociones largamente contenidas. No me avergüenzo de ello, pues creo que es de hombres llorar. Lloré dando gracias por seguir vivo, lloré con dolor por todos aquellos que habían muerto en el cumplimiento del deber, lloré desconcertado, preguntándome el porqué de tanto sufrimiento y tanta guerra, del sacrificio de tantas vidas, de si todo ello valdría la pena. Ya casi no sentía frío. El frío se había hecho carne en mí. Ahora tenía la inmensa responsabilidad de cuidar del resto de los soldados que habían quedado en la sección. Con algunos de ellos, repartimos mantas a todo el personal, para poder dormir más calientes y secos en nuestras posiciones. Era como un merecido premio a tanto esfuerzo. Establecimos un primer turno de guardia para la noche, con el 50% del personal, mientras que el resto descansaría. A mitad de la noche, rotamos. Ya teníamos la orden de esperar hasta el día siguiente. Por lo tanto, hubo un cese momentáneo del fuego. Ya presentíamos que la rendición era inminente y que nada más podíamos hacer.

EL HUNDIMIENTO DEL BELGRANO - 2 de mayo de 1982

El ataque al Belgrano: Explicando lo inexplicable

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El dos de mayo de 1982, alrededor de las cuatro de la tarde el buque de la armada argentina General Belgrano, con 1093 personas a bordo, fue hundido, mediante un ataque con torpedos, por el submarino nuclear británico de la armada británica Conqueror. Como consecuencia del ataque murieron 323 personas. Otras muchas quedaron heridas. Los sobrevivientes permanecieron en la soledad del océano, a la espera del rescate, por más de un día.

El derecho internacional prohíbe la guerra, con dos excepciones, el uso de la fuerza colectiva y la autodefensa, ambas, en los términos y dentro de los procedimientos previstos por la Carta de las Naciones Unidas. En efecto, este instrumento establece, en su artículo 2, apartado 4: "Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas". Por otra parte, tras dictar varias resoluciones afirmando la importancia del desarrollo progresivo del derecho internacional, como la 1815 (XVII) de 1962, 1966 (XVIII) de 1963, 2103 (XX) de 1965, 2181 (XXI) de 1966, 2327 (XXII) de 1967, 2463 (XXIII) de 1968 y 2533 (XXIV) de 1969, las Naciones Unidas produjeron uno de los instrumentos que mas frecuentemente se citarán como sustantivos a la cuestión. Se trata de la Resolución 2625 (XXV) de 1970, la que, tras ratificar lo estatuido en la norma citada mas arriba, agrega que la amenaza o uso de la fuerza a la que la misma alude, constituye una violación del derecho internacional y de la Carta de las Naciones Unidas y no se empleará nunca como medio para resolver cuestiones internacionales. Y pauta luego: “Una guerra de agresión constituye un crimen contra la paz que, con arreglo al derecho internacional, entraña responsabilidad”.

La autodefensa, en tanto, está prevista en el artículo 51 de la Carta, la que la reconoce como un derecho inmanente de los Estados. Su ejercicio viene siendo precisado desde hace largo tiempo, e incluye varias reglas.

Una de las mas antiguas es la de la necesidad, que exige como condición para la legalidad de las acciones que invoquen esta excepción, el que las mismas resulten una respuesta ineludible, instantánea, frente a un peligro que no deja alternativa, ni tiempo para deliberar.

En vinculación con esta primera regla, existe otra que es la de inmediatez, de conformidad con la cual es condición de la legítima defensa que el ataque que tiende a repeler o prevenir, sea actual o inminente, no pasado o situado en un eventual futuro.

Y otra regla es la de proporcionalidad, la que implica un requerimiento de racionalidad para la acción, al demandar que exista un equilibrio entre la amenaza o agresión efectiva que debe enfrentarse y los medios a emplear para neutralizarla. Se vincula a la regla que prohíbe la matanza o la provocación de sufrimiento humano innecesario. El principio de proporcionalidad tiende a evitar que, bajo el pretexto de un acto defensivo, se lleve a cabo un acto de agresión.

Frente a esto, la perspectiva inglesa del marco jurídico del conflicto, a ese momento, admite su sencilla explicación. Gran Bretaña, reconociendo que el derecho internacional vigente prohíbe el uso de la fuerza por un estado, excepto en autodefensa, había anunciado que la utilizaría en el nivel mínimo necesario para retomar el control de las Malvinas. De ese modo, las unidades navales británicas no podían emplear su potencial bélico de modo irrestricto, sino con el único fin de la protección de la fuerza de tareas, la que, a su vez, circunscribiría su accionar a la recuperación las islas. Todo el esfuerzo explicativo inglés, a partir del ataque, trataría de probar que el mismo no se había salido de este marco.

Llegada a Londres la noticia del ataque, el gobierno inglés se aboca a la tarea de explicarlo. Comenzará así a tomar forma lo que podríamos denominar la primera versión británica. En ésta el Belgrano: 1) portaba proyectiles Exocet; 2) se dirigía hacia la fuerza de tareas inglesa; 3) podía atacarla en un corto periodo de tiempo; 4) es sorprendido por un submarino que, tras informar rápidamente sobre la situación, recibe de inmediato la orden de hundirlo; 5) es atacado en virtud de una orden cursada específicamente a su respecto y en atención a la situación de peligro concreto que representaba.

Lo primero que desaparecerá y rápido, es lo de los Exocet, una ocurrencia indefendible.

En la medida en que, en el mismo Parlamento inglés, comiencen a formularse preguntas que erosionan las dos afirmaciones siguientes, el gobierno reconocerá que el Belgrano no llevaba

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rumbo hacia la zona de exclusión al ser atacado.

Pero, a diferencia de la cuestión de los Exocet, aquí ya no resultaría suficiente con volverse atrás, sino que debería proporcionarse otra explicación. Es así que veremos surgir la segunda versión británica sobre las razones del ataque al Belgrano.

En esta segunda explicación, el Belgrano, si bien no lleva rumbo hacia la fuerza de tareas, lleva un rumbo cambiante, que en cualquier momento puede ser revertido. El Belgrano, ha sido sorprendido en una acción ofensiva sin que tenga mayor importancia hacia donde tenia apuntada la proa justo en ese instante. Para más, el barco argentino estaba conformando una operación de pinza con otras naves, de modo que, llevase el rumbo que llevase, conformaba un grupo empeñado en una operación de ataque.

Nuevos problemas surgirán cuando en el Parlamento comienza a indagarse sobre el tiempo que llevaba el submarino siguiendo al Belgrano. Y se avance a saber que han sido muchas horas, tantas que superan las que tiene un día. De modo que no ha sido sorprendido. Ha sido seguido de un modo que no permite albergar dudas sobre cual era su trayectoria. Para peor, estas indagaciones llevan la dirección de averiguar que el cambio de rumbo del Belgrano databa de horas antes del ataque y que había sido informado a Inglaterra desde el submarino. De este modo, no solo se derrumba la cuarta afirmación de la primera versión, según la cual el ataque sucedió inmediatamente al avistamiento, sino que queda muy deteriorada la segunda explicación. Quedaba la pinza, claro, pero una pinza con sus brazos a 600 kmts de distancia, en la más favorable de las lecturas o incluso a 1000, depende como se midiera, distaba de parecer resistente.

La situación pedía a gritos otra explicación.

En la tercera versión aparecerá un elemento novedoso. Según se dice ahora, en el lado de la Zona de Exclusión mas próximo a donde navegaba el Belgrano, hay carteada un área con aguas poco profundas. El Banco Burwood. El ataque entonces se había precipitado porque el submarino habría podido perder al barco argentino si se internaba en el mismo. Era cierto que el Belgrano se estaba alejando de la fuerza de tareas y también que el submarino llevaba siguiéndolo por mas de un día, pero había surgido esta urgencia para el ataque en función de que era posible que el Belgrano se fugase a través del Banco Burwood y se dirigiera libremente a través de la zona de exclusión a atacar a la flota inglesa.

Esta explicación también fue cediendo con el tiempo. Para comenzar, ya de partida, cuando se tuvo en claro el curso del Belgrano y lo sostenido del mismo, precisamente el aspecto principal que la explicación tendía a resolver, se notó que el Belgrano no iba en dirección al Banco en cuestión. Luego, en ningún momento estuvo claro porque no habría podido el submarino atacar al Belgrano recién en caso de que el mismo comenzara a navegar hacia ese sitio y aun dentro del mismo. Por último esta versión colapsa cuando se sabe que el Belgrano ha seguido para retroceder una ruta no muy lejana a la que siguió para avanzar, con lo cual resulta inexplicable que una situación que convierte al barco en peligroso al atravesar un punto determinado, yendo en dirección contraria a la de las naves británicas, no existía cuando el barco atravesó el mismo punto con proa hacia las mismas.

Cuando pasado el tiempo la bitácora del submarino nos permitiera saber que el Banco en cuestión no era precisamente el motivo de desvelo a bordo, no hubo sorpresas.

Pero ahora, lo que comienza a llamar la atención es lo vinculado al tratamiento de la información sobre el cambio de rumbo del Belgrano. La nave argentina había tomado una dirección contraria a la zona del conflicto, ocho horas antes de ser hundida. En determinado momento, comienza a estar fuera de discusión que el submarino había dado esa información a su base no menos de cuatro horas antes del ataque. Descifrar el mensaje en Northfolk llevó un par de minutos. ¿Y después? ¿Qué se hizo con esa información relativa a una nave que supuestamente representaba un peligro inminente? Aparentemente no se la considera digna de urgente mención, ni para el Gabinete de Guerra, ni tan siquiera para el almirante Lewin, a la sazón jefe supremo de las operaciones en el Atlántico Sur. Algo no encajaba.

A pesar de que sus elementos principales han caído hay algo en las versiones que relatamos hasta aquí, que subsiste. Algo que parecía estar fuera de discusión. Esto es que hubo una

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orden, que partió de los máximos niveles del gobierno británico que decía: hundan al Belgrano. En la mecánica de adopción y ejecución de esa orden sin embargo, parecía ahora faltar una pieza. En su búsqueda surgiría una nueva revelación.

La orden que había producido el Gabinete de Guerra el 2 de Mayo antes de almorzar en la residencia campestre de la Primer Ministro, no había sido: hundan al Belgrano. Lo que había hecho había sido habilitar el hundimiento de cualquier nave argentina fuera de las 12 millas de la costa argentina. De hecho, se estaba ordenando el hundimiento del Belgrano, que se sabía, porque Lewin acababa de llegar con la noticia, estaba a tiro de un submarino que lo venía siguiendo. Pero en la forma en que se da la instrucción, el rumbo y peligro concretos dejaban de ser motivo de consulta para la fuerza en operaciones.

Lo significativo de este relato no estriba en que se hayan dado versiones falsas. Lo importante es notar lo que se dijo y sobretodo porque se lo dijo, advirtiendo que lo que se intentó dejar sentado es que el Belgrano representaba un peligro inminente. Y la razón para ello finca en que esa era, en el marco del encuadre jurídico que señaláramos al principio, la única razón válida para justificar el ataque.

Los cuestionamientos a la legalidad del hundimiento del Belgrano suelen avanzar sobre aspectos que, sin dejar de ser importantes, no son una condición necesaria a los efectos de desplazarla. Así, la adscripción del ataque a las motivaciones del gobierno inglés para forzar una salida bélica a la crisis que lo beneficiaria políticamente, liquidando a gestión de paz que llevaba adelante el presidente del Perú, Fernando Belaunde Terry o a la intención de los militares británicos de producir un daño inicial importante a la Armada Argentina que la disuadiera de usar sus unidades en el conflicto.

El modo en que Margaret Thatcher se lanzó progresivamente a un torbellino que la fue dejando sin otra alternativa política que una salida militar del conflicto y el proceso en el marco del cual los mandos militares ingleses, pusieron en marcha un dispositivo formidable sin poder aventar, a pesar de ello, el temor de que en el juego convencional las cosas les salgan mal, sin duda constituyen las otras historias centrales que hacen a las razones por las que se hundió al Belgrano y a la demostración de la ilegalidad de su ataque.

Sin embargo, lo sustantivo a determinar en orden a establecer la ilegalidad del ataque al Belgrano, no es si la razón por la que fue atacado reside en que representaba un peligro inminente para la fuerza de tareas británica o en que se deseaba acabar con el plan de paz peruano. Tampoco consiste en resolver la disyuntiva de si se lo atacó porque era peligroso o para producir un castigo que quitara a los argentinos la voluntad de emplear su armada. Lo que debía dejarse inequívocamente sentado es que se lo atacó por el peligro inminente que representaba y no por otra razón, cualquiera fuese. Por eso, el esfuerzo puesto en demostrar esto por los británicos, así como el fracaso resultante, son la cuestión central a la hora de evidenciar la ilegalidad del ataque.

Es por ello que para establecer que el Belgrano fue hundido en violación al Derecho Internacional no es necesario probar que Thatcher conocía el plan peruano. Como nota adicional, podría decirse que el modo en que suele plantearse la cuestión relativa a éste último, también debiera ser modificado. Otro aspecto que fue quedando claro con el correr del tiempo, es que la suerte política del gobierno británico fue un elemento de consideración permanente en las conversaciones sobre los modos de resolver el conflicto. Surge del relato de fuentes que incluso manifestaron su simpatía por los británicos, como el mismo canciller norteamericano, Alexander High, quien años después, al relatar el proceso de mediación que encabezó en la inminencia del conflicto, describió como fue percibiendo y manifestando que distintas propuestas de los planes de paz que manejó podrían acarrear la caída de Thatcher e incluso hechos tales como que el embajador inglés en Washington le dijo que estaban dispuestos a hundir a toda la flota argentina para impedir esa caída. Pero es la misma Thatcher la que describe ampliamente como, ante el último plan de paz que se siente obligada a considerar, a los fines de garantizar que tras su fracaso los Estados Unidos apoyen la acción inglesa en el Atlántico Sur, pasa el que para ella fue el peor día de la crisis por el temor de que el gabinete de guerra decidiese aceptarlo, porque percibía que eso la obligaría a renunciar. Ante estos relatos, la hipótesis pertinente a este punto no es si, producida el 30 de abril, la declaración norteamericana que pone fin a la mediación High y anuncia el apoyo de los Estados Unidos a Inglaterra, el Belgano habría sido hundido para terminar con el plan

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Belaunde, sino si, en la oportunidad, habría sido hundido para terminar con la posibilidad de que surgiese o progresase un plan de paz, cualquiera fuese.

También resulta paradójico que, al publicarse la última obra de Lawrence Freedman sobre el conflicto de Malvinas, que se publicitase como la historia oficial británica, se señalara que la misma afirmaba la legalidad del ataque al Belgrano. Es cierto que allí se sostiene, lo que dio pie al comentario, que la intención con que se llevó a cabo el ataque, no se vinculó con la gestión de Belaunde, pero no lo es menos, que el libro contiene afirmaciones favorables a que los militares británicos habían intentado una acción de desgaste tendiente al retiro de los barcos argentinos, lo que implica admitir precisamente la presencia de una intención incompatible con dicha legalidad. En efecto, esta obra rinde tributo en algunas frases a la teoría de que el Belgrano representaba un riesgo para la fuerza de tareas. Pero, por otro lado, aparecen párrafos en los que inscribe el ataque en la intención del Almirante Woodward de producir un ejercicio de envergadura que, a través de la producción de un daño severo a los argentinos, les determinase un gran debilitamiento en la voluntad de emplear las fuerzas de su armada. Con ese propósito, en esta versión de los hechos, el almirante británico busca la realización de una acción de importancia e incluso trata de inducir a los argentinos a tomar riesgos con el fin de encontrar su oportunidad. A través del hundimiento del Belgrano, rematará para más claridad el autor de esta historia, los militares lograron exactamente el efecto deseado: la armada argentina no se aventuró a salir de nuevo. Es cierto que antes, este resultado había sido esgrimido como la más clara justificación de la acción. Incluso Thatcher lo había hecho. Pero cuidándose de decir que no lo había anticipado. Es decir que el ataque no había sido ejecutado con esa intención deliberada. ¿Porque? Porque jurídicamente una acción de desgaste de esta naturaleza no encuentra amparo normativo. Y esto, al punto que, las afirmaciones que comentamos, probablemente hayan estado entre los motivos que determinaron que el gobierno inglés, que había apoyado su realización, tomara distancia de la obra.

Dos corolarios finales pueden anotarse a partir de lo narrado. Primero, que la justificación legal del ataque al Belgrano en los hechos fracasó. Segundo, que los mismos ingleses, que negaron los hechos, pero no el derecho, consideraron que dicha justificación era necesaria.