Toluquerencias...Tanto la trayectoria de don Pepe como la historia de su café son apasionantes....

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Toluquerencias GERARDO NOVO VALENCIA

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GERARDO NOVO VALENCIA fue alumno fundador, maestro y director de la Escuela de Turismo —hoy Facultad de Turismo y Gastronomía— de la Universi-dad Autónoma del Estado de México. En

1994 se integró a la Unidad de Crónica Municipal de Toluca y actualmente se desempeña como cronista municipal.

El Gobierno del Estado de México le concedió la Pre-sea 2011 “José María Cos” en el ramo de Periodismo e Información. Desde 1967 es colaborador de El Sol de Toluca, diario en el que ha publicado los artículos que aquí se eslabonan.

Los seres humanos tenemos una tendencia natural a amar el sitio en donde nos hemos criado; estas querencias mucho tienen que ver con bienes y acciones heredados de ancestros recientes o remotos. Todo ello conforma un haber que constituye el caudal cultural que el individuo se adjudica como propio, cuentas que descarga o acredita a sus activos memorables.

Toluquerencias es un neologismo que el autor, de manera arbitraria, ha inventado para dar título a este elenco de artículos periodísticos acerca de Toluca. La citada expresión, torciendo un poco el sentido recto de las palabras toluqueño, querencia, herencia —y en esta última hasta alterando la ortografía—, pretende hacerlas concurrentes en un solo significado: pertenencia.

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Leer para lograr en grande

ColeCCión iDenT iDAD

Senderos de la memoria

GERARDO NOVO VALENCIA

Eruviel Ávila VillegasGobernador Constitucional

Simón Iván Villar MartínezSecretario de Educación

Consejo Editorial: José Sergio Manzur Quiroga, Simón Iván Villar Martínez, Joaquín Castillo Torres, Eduardo Gasca Pliego, Raúl Vargas Herrera

Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez, Marco Aurelio Chávez Maya

Secretario Técnico: Ismael Ordóñez Mancilla

Toluquerencias© Primera edición. Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México. 2015

DR © Gobierno del Estado de México Palacio del Poder Ejecutivo Lerdo poniente núm. 300, colonia Centro, C.P. 50000, Toluca de Lerdo, Estado de México

© Gerardo Milagros Guadalupe Novo Valencia

ISBN: 978-607-495-441-8

Consejo Editorial de la Administración Pública Estatalwww.edomex.gob.mx/consejoeditorialNúmero de autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública EstatalCE: 205/01/84/15

Impreso en México

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o proce-dimiento, sin la autorización previa del Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.

Contenido

Presentación 13

El café de don Pepe Liho 15

Los pan-coupés de Toluca 21

La Pedrera Municipal 29

Hoteles toluqueños de otros tiempos 37

El art déco en Toluca (Primera parte) 45

El art déco en Toluca (Segunda parte) 51

La tienda de don Pepe 59

Jaripeos universitarios de ayer 67

La legendaria cantina del San Carlos 75

Paseando por la avenida Villada 83

Las mascaradas y sus convocatorias 93

La quema del libro y sus convocatorias 101

Líneas aéreas de Toluca a mediados del siglo xx 111

Serenatas y gallos ¿en desaparición? (Primera parte) 121

Serenatas y gallos ¿en desaparición? (Segunda parte) 131

Carreño en las buenas maneras de Toluca 141

Un compendio de historia de 1900 147

Evocaciones futboleras de los cincuenta 157

Un directorio de Toluca de 1910-1911 165

Los monumentos del Jardín de los Mártires 173

¿Recuerda las caravanas de tráileres? 177

Los fotógrafos de Toluca y su gente 185

Noticias de Toluca (Siglo xviii) 195

Momentos taurinos de Toluca 203

¿Carnaval en Toluca? (Primera parte: 1931) 213

¿Carnaval en Toluca? (Segunda parte: 1931) 217

Réquiem por la mercería La Violeta 225

Los cursos de verano 231

El Estrella Roja de Toluca 239

La última nevada en Toluca 245

Las carreras panamericanas 255

Toluca, Ehécatl y los papalotes 265

La lotería en Toluca (Primera parte) 275

La lotería en Toluca (Segunda parte) 283

Misceláneas toluqueñas de antier y ayer 291

Los primeros licenciados en turismo 299

Toluca y Orizaba, ¿vidas paralelas? 307

Ramón Rodríguez Arangoity, Chapultepec, Miramar, Toluca... 315

Cuando el clima de Toluca era fresco… y sólo fresco 321

Publicidad cervecera 329

El famoso campo del Secretaría Recuerdos de la Escuela Tipo 337

Los servicios funerarios en Toluca hace 100 años 343

Toluca y su abasto diario 351

Toluca neocolonial 359

La Escuela Soto a 79 años de su fundación 369

Recordando al cine Florida 375

Obra pública en Toluca (1900-1950) 385

Fuentes consultadas 393

A Toluca, que me ha brindado la oportunidad de una vida plena;

a sus instituciones respetables; a mis paisanos, amigos y familiares,

con quienes comparto la fortuna de vivir en esta ciudad generosa. Con gratitud

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Presentación

Toluquerencias es un neologismo que el autor, de manera arbitraria, ha inventado para dar título a este elenco de artículos periodísticos acerca de Toluca. La citada expresión, torciendo un poco el sentido recto de las palabras toluqueño, querencia, herencia, —y en esta última hasta alterando la ortografía— pretende hacerlas concurrentes en un solo significado.

Los toluqueños, al igual que los vecinos y habitantes de otras co-munidades, tienen una tendencia natural a querer o amar el sitio en donde se han criado; estas querencias mucho tienen que ver con los bie-nes y acciones que han heredado de sus ancestros recientes o remotos.

Todo ello conforma un haber que constituye el capital, hacienda o caudal cultural que el individuo se adjudica como propio; cuentas que descarga o acredita a sus activos memorables, por su sola condi-ción de habitar el sitio en cuestión y ser su pequeña patria, asumiendo que le corresponden por disposición testamentaria de sus ancestros.

El desfile de temas de esta antología va presentando, sin un orden rígido, símbolos, imágenes, figuras, esencias, pertenencias, caracteres, virtudes, dotes, emblemas, etiquetas, distintivos, divisas y muchas cosas más. Son conceptos de apego, todos ellos, que de manera emotiva, material o verbal, el entendimiento percibe como algo muy de los toluqueños.

Ojalá que estos textos que han sido publicados a lo largo de mu-chos años en el prestigiado periódico El Sol de Toluca permitan al lec-

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tor encontrar alguna leve señal, o mejor aún, una impresión o huella profunda y duradera en su espíritu, por algún indicio, mención o alu-sión de algo que le haya dejado un recuerdo y en donde quizá también pueda estar el rastro de su paso por la tierra toluqueña.

Los textos originales, en algunos casos, han sufrido modificaciones a fin de adaptarlos a este libro, leves reformas que no alteran el conteni-do. El autor agradece al Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal el generoso respaldo para la publicación de esta antología.

Gerardo Novo Valencia

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El café de don Pepe Liho

Muchos de los viejos toluqueños recordamos en nuestra memoria, en nuestra retina o en nuestro paladar, el legendario café de don Pepe Liho, que por muchos años funcionó en una casa propiedad de don José Trinidad Barbabosa, inmueble que ocupaba el número 29 de la calle de la Libertad (hoy avenida Hidalgo poniente), justamente en la esquina con la calle de Allende.

Huelga decir que este negocio formó parte del extenso capítulo de los cafés llamados de chinos, como también lo hicieron en su mo-mento los cafés denominados de españoles, cada grupo con sus menús, especialidades, características y ambientes.

Tanto la trayectoria de don Pepe como la historia de su café son apasionantes. Muchos de los datos que hoy nos permiten reconstruir esta página de la vida cotidiana de la Toluca que se ha ido provienen de relatos que en distintos momentos ha hecho su hija, Carmelita Liho Rodríguez, dama entrañablemente estimada por todos quienes la han tratado, ganadora entonces de legítimos afectos, por su amabilidad, ge-nerosidad, modales refinados y carisma.

Don José Liho llegó a México proveniente de Cantón, China, junto con otros familiares; fue colaborador de un diplomático paisa-no suyo y cuando éste se marchó de nuestro país, don Pepe tomó la determinación de irse al mineral de El Oro, Estado de México, que por entonces vivía una extraordinaria bonanza; sin embargo, el tren en

Menú del café-restaurante El Cantón de don Pepe Liho. Marzo de 1933.

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que se trasladaba fue asaltado —eran tiempos de la Revolución—, por lo que don Pepe se quedó varado a la altura de la estación de Jajalpa, desde donde se vino a pie hasta Toluca, para quedarse aquí hasta el año de 1965, cuando falleció víctima de un infarto.

Don Pepe casó con la señorita Esperanza Rodríguez Gutiérrez, con quien procreó varios hijos.

De la colección de artículos publicados en la Extra de El Sol de To-luca bajo el nombre de “El Tesoro de Toluca, entrevistas inéditas de los 70”, firmadas por Fofoy1, entresacamos algunos datos muy interesantes. Así sabemos que en un principio don Pepe se dedicó a la elaboración de pan, por supuesto del célebre pan que hizo famosos a esos cafés. ¿Quién no evoca aquellos bisquets y panqués empapelados?

Su panadería La Asiática estuvo en la avenida de la Independencia, enfrente de los inolvidables tacos de Luchita, precisamente entre las calles Sor Juana Inés de la Cruz y Pino Suárez, donde años después estuvo la panadería que llevaba el contrastante nombre de La Azteca; a pesar del éxito del pan, don Pepe tuvo problemas con los panaderos porque amasa-ban la pasta con los pies. Fofoy, con su característica gracia, dice que don Pepe aceptaba el sistema, pero “también quería que se lavaran los pies”.

Después, en 1927, don Pepe se instaló ya en la calle de la Libertad, en el inmueble ya citado. Hay que recordar que esa arteria, en aquellos años con circulación vehicular en ambos sentidos, era un fragmento ur-bano de la Carretera Internacional que se había abierto en tiempos de don Filiberto Gómez y que comunicaba la ciudad de México con el occi-dente del país. Pasaba por Zitácuaro, Morelia, Guadalajara; por lo tanto, era muy transitada por todo tipo de transportes: de incipientes turistas, comerciantes, madereros, etcétera; este tráfico automovilístico era día y noche, porque también tenía una correspondencia con llegadas y salidas del ferrocarril en la estación de esta capital, con movimiento de carga y pasajeros hacia la ciudad de México por un lado, y hacia Acámbaro y

1 Seudónimo de Rafael Vilchis Gil de Arévalo, entonces director del rotativo. N. de los editores.

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Maravatío, por otro, así que el café El Asia, de don Pepe, también estaba abierto durante la noche y madrugada para atender ese movimiento de desvelados por necesidad y no de trasnochados parranderos.

En ese inicio de la década de los treinta, en el restaurante El Can-tón que atendía la esposa de don Pepe, se podían saborear, a precios verdaderamente increíbles, los más variados platillos; los más caros costaban ¡un peso!, y eran, nada menos que generosas raciones de po-llo con jamón y papa, pollo deshuesado con papas, pollo a la parrilla, pollo a la cacerola y pollo a la reina.

Pero al establecimiento acudía no solamente la gente de paso por la ciudad, su clientela más importante la formaban toluqueños que antes de ir al trabajo pasaban a desayunar o a almorzar; a la hora de la comida iban con la familia, o quienes iban a cenar al salir de los cines Coliseo y Principal, por ejemplo; también eran clientes frecuentes —como diríamos hoy— periodis-tas, poetas, estudiantes, manejadores de coches de ruleteo —hoy también les llamaríamos taxistas—, parejas de novios, empleados y muchos más.

Por el café El Asia desfiló todo tipo de comensales; ahí don Pepe y su familia los atendían con calidez mientras su automóvil permanecía estacionado a la puerta, que por cierto tenía un color que armonizaba con el delicioso café lechero que se servía en gruesos y pesados vasos de vidrio prensado, para conservar el calor.

Entre los clientes destacados pueden citarse muchos políticos que en su momento fueron gobernadores, como el coronel Filiberto Gó-mez, don Carlos Riva Palacio, el doctor Jorge Jiménez Cantú, el pro-fesor Carlos Hank y el licenciado Isidro Fabela; este último iba no so-lamente a saborear las especialidades, pues el internacionalista acudía también a recibir clases de chino por parte de don Pepe.

De sobra conocido es el hecho de que tanto Fidel Castro como el Che Guevara fueron clientes durante sus estancias en esta ciudad, en víspera de la Revolución cubana.

Otro cliente asiduo fue Manuel Tapia, personaje característico de la ciudad, quien solía pasear disfrazado por los Portales de la ciudad: un día de almirante, otros más de chinaco, de Drácula o de gallero, acariciando

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un gallo giro o colorado; se cuenta que en alguna de esas noches carnava-lescas, llegaba a El Asia a consumir una polla con dos docenas de huevos.

Carmelita Liho Rodríguez, quien casó con el ingeniero Francis-co Macías Villaseñor, continuó la tradición del café de su papá con la apertura del establecimiento Son Jei, que funcionó durante más de treinta años en dos sitios: en el Portal Madero y también en la avenida Hidalgo; aquel igualmente memorable establecimiento llevaba en su nombre la muy simbólica traducción de “bienvenidos a la casa de la felicidad” o algo así.

Presentaremos dos recetas familiares y personales de Carmelita Liho para que aquellos lectores que quieran experimentarlas evoquen los placeres gustativos de El Asia, El Cantón y el Son Jei; esas recetas corresponden al Chop Suey y a los bisquets de la casa, y fueron trans-mitidas, respectivamente, a Fofoy (Extra de El Sol de Toluca del 17 de octubre de 1989) y a Alexander Naime (El Sol de Toluca del 29 de di-ciembre de 1999). Ahí van:

Chop Suey:Lentejas chinas, nacidas, hongos de agua (o lo que llamamos orejas

de ratón), bambú tierno, castaña de agua, flor de oro, jengibre, salsa de soya, apio, pescado, camarones, lomo de cerdo y filete de res.

Las carnes se cortan en pedazos pequeños y se fríen doraditos; la lenteja se germina doce días en un bote tapado y apenas a humedecer la semilla sin que le dé la luz. Todos los días se cambia el agua.

Al mismo tiempo las verduras se hidratan, y cebolla y ajo son la base principal.

Todo se echa en un cazo que en China le llaman boo. Carnes y ver-duras se mezclan, se agrega la salsa de soya y al final el pescado para que no se desbarate; se tapa el boo y se deja a fuego lento. En quince minutos está el guiso para saborear.

Bisquets:Son 750 gramos de harina, 300 de manteca, 75 de azúcar, 3 cucharadas

de sal, 3 cucharadas de Royal y dos vasos y medio de leche... se hace una fuente

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ahí y cien gramos de harina para que no se apriete la masa y luego se unta enci-ma el huevo batido y para hacerle el ombligo al bisquet con una botella mojada.

El menú del restaurante El Cantón, que data de los inicios de la década de los treinta, da una idea de aquellos tiempos. ¡Esos eran los increíbles precios del prestigiado café y restaurante de don Pepe Liho!

El Sol de Toluca, 12 de enero de 2009.

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Los pan-coupés de Toluca

Quien amablemente lea estas notas probablemente estará de acuerdo en que la parte antigua de la ciudad de Toluca tiene numerosos ejem-plos de construcciones en esquina, cuyos muros que dan a la calle no se encuentran formando un ángulo de 90 grados, sino que lo que de-biera ser el vértice está truncado, formando de esta manera esquinas no de dos muros, sino de tres.

Técnicamente, a esto se le llama esquinas en pan-coupé. En la ar-quitectura novohispana de nuestro país hay varios ejemplos muy im-portantes de construcciones de este tipo, cortadas en chaflán.

En tiempos más recientes, cuando se desarrolló la colonia Doctores en la capital del país, se recurrió a las esquinas cortadas, tal como lo vemos todavía en muchos de sus cruceros que ofrecen una gran visibi-lidad a los automovilistas.

En ciudades fortificadas o amuralladas se dio el caso de que al-gunas de las puertas de la ciudad estuvieran en pan-coupé, las cuales desembocaban en caminos que tenían el mismo eje, es decir, un tanto diagonales, originando las llamadas cortaduras.

La ciudad de Toluca, como sabemos, tuvo cuatro cortaduras y aun-que por supuesto nunca fue amurallada, sí hubo casos curiosos, como el que cita Miguel Salinas: en el viejo callejón que por mucho tiempo se le conoció como La Cortadura, hoy calle de Felipe N. Villarello, hubo

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una puerta de entrada a la ciudad. En su libro Datos para la historia de Toluca, en una nota a pie de la página 79, dice:

La calle Real de Toluca —hoy avenida de la Independencia— está cortada al sesgo por una callejuela nombrada La Cortadura, la cual, a prin-cipios del siglo xix, estaba aún cerrada por una tapia que tenía una puerta: era por aquel punto la puerta de la ciudad. Al entrar por ella, todos los fo-rasteros se santiguaban. Yo fui testigo de tal costumbre, pues la casa de mis abuelos maternos, que después fue de mis padres, y donde yo habité varios años, estaba precisamente frente a la bocacalle de La Cortadura.2

Probablemente fue a partir del siglo xviii cuando los pan-coupés se multiplicaron. Entre los ejemplos más notables de la capital del país tenemos la famosa Casa chata, localizada en las antiguas calles de Ma-tamoros e Hidalgo en la población de Tlalpan, declarada monumento el 8 de septiembre de 1932 y entregada al Instituto Nacional de Antro-pología e Historia (inah) el 1 de julio de 1941. Su nombre coloquial deriva, por supuesto, de su esquina cortada. Aunque no se sabe quién fue su propietario original, se dice que perteneció a un comisario de la Inquisición, quizá un personaje del Santo Oficio.

Por una casual coincidencia, otro edificio en pan-coupé, también en la ciudad de México, es precisamente el del Tribunal del Santo Ofi-cio de la Inquisición en las Indias Occidentales, Islas de Tierra Firme del Mar Océano, que fue fundado el 25 de enero de 1589. Esta insti-tución de kilométrico nombre y truculenta historia ocupó varios edi-ficios; sin embargo, en el que estaba al momento de su extinción, en 1820, es el de la actual esquina de las calles de Brasil y Venezuela. Don

2 Salinas Alanís, Miguel (1965). Datos para la historia de Toluca, 2ª edición, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, pp. 79-80.

Pan-coupé de la casa ubicada en la esquina de Felipe Villarello y Humboldt.

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Luis González Obregón, hablando del edificio, dice que “no presenta en su exterior cosa notable, si no es su esquina chata”.3

Durante la Colonia, para no darle el temible nombre de Inquisi-ción, se le nombraba eufemísticamente la casa de la esquina chata.

Este edificio, de interesante solución arquitectónica interior, fue construido por Pedro de Arrieta, quien había obtenido su título de arquitecto en 1691 y fue nombrado Maestro Mayor de Arquitectura y Albañilería del Santo Oficio.

Curiosamente la construcción está ligada a la historia del Estado de México, pues después de haber sufrido algunas modificaciones en 1803, fue ocupada por el Primer Congreso Constituyente del Estado de Mé-xico, convirtiéndose en el segundo Palacio del Congreso estatal, ya que el primero, donde fueron electos los integrantes de ese Primer Congreso Constituyente, había sido la capilla de la Real Pontificia Universidad de México, según nos ilustra el historiador Javier Romero Quiroz.

Sirva lo anterior como preámbulo a nuestro artículo de hoy que intenta traer a cuenta que en la ciudad de Toluca hay numerosas es-quinas truncadas y que bien a bien no sabemos cuál es la razón que las originó, puesto que pudo haber sido por cuestiones estéticas, por imitación de otras ciudades, por mejor dominio visual, etcétera.

Nos atrevemos a pensar que la generalización de esta modalidad de los pan-coupé toluqueños se remonta al año de 1914.

Como es de sobra conocido, en ese año, durante el efímero go-bierno del general carrancista Francisco Murguía (de agosto a diciem-bre), se hicieron rectificaciones del trazo o alineaciones de algunas ca-lles y avenidas, así como afectaciones de predios. Tal fue el caso de la primera calle de la Industria (hoy Pino Suárez), 1ª de Josefa Ortiz de Domínguez, 2ª y 3ª de Humboldt y casi toda la longitud de la calle de Degollado (hoy Primero de Mayo).

3 González Obregón, Luis (1966). México viejo (época colonial). Noticias históricas, tra-diciones, leyendas y costumbres, 9ª edición, Editorial Patria, México, p. 109.

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En el Archivo Histórico Municipal de Toluca hemos encontrado la documentación de un caso que pudiera ser el origen de los pan-coupés de nuestra ciudad. Se trata de la actual casa 304 de Instituto Li-terario poniente, esquina con Galeana. Esta casa fue habitada durante mucho tiempo por la distinguida familia toluqueña Yurrieta Valdés.

Según el expediente localizado, siendo pasante de ingeniería civil el señor Adolfo de Rosenzweig, presentó un proyecto al H. Ayunta-miento de Toluca para reconstruir la casa número 14 de la avenida de los Constituyentes (antes se llamó del Chapitel y después Obregón; actualmente es Instituto Literario).

El muy conocido Vicente Suárez Ruano, entonces ingeniero de ciudad, con fecha 10 de junio del citado año, informó al presidente del H. Ayuntamiento que en relación con el proyecto presentado por Rosenzweig, no había inconveniente en conceder la licencia que soli-citaba, pero que, conforme a la fracción II del artículo 20 del Bando de Policía, la esquina debía ser truncada.

Hemos consultado dicho bando, que fue publicado el 7 de febrero del citado año de 1914 y efectivamente en su artículo 20 dice textualmente:

El Ayuntamiento cuidará muy escrupulosamente de que las obras de construcción o reparación de edificios, se sujeten a las siguientes disposiciones:

[…] II. Las construcciones o reconstrucciones que estén situadas en esquina formarán esta truncada con un frente hacia el ángulo, por lo me-nos de tres metros de ancho.4

El ordenamiento municipal citado no especifica por qué razón, pero es contundente.

En los primeros meses de 1914, el arquitecto inglés Carlos J. S. Hall terció en el asunto de la casa de Constituyentes y Galeana, por medio de un escrito fechado en julio del mismo año, dirigido al pre-

4 Archivo Histórico Municipal de Toluca. A.H.M.T 16/6/17/26/1914/.Fs. 156-169. A.H.M.T. 49-3-6-33-1.

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sidente municipal y regidores, considerando que “no era muy clara la aprobación”, puesto que la casa tenía dos fachadas, una por la avenida Constituyentes y otra por la 2ª Calle de Galeana, y no se sabía cuál era la que había sido aprobada, aunque se habían presentado las dos. Agregaba que el interesado, el C. Carlos Mañón, de hecho ya había empezado la construcción de la fachada, por el lado de Galeana. El plano del proyecto de fachada, elaborado por Adolfo de Rosenzweig, se encuentra en el mencionado archivo.

El arquitecto Hall, de amplia trayectoria, en 1914 tenía poco tiempo de haber llegado a Toluca y era séptimo regidor; inmediata-mente después de tomar posesión ese ayuntamiento constitucional electo para Toluca, en la sesión del 2 de enero, al ser distribuidas las comisiones, se encomendó a Hall presidir la Comisión de Mejoras Ma-teriales, Saneamiento y Embellecimiento de la ciudad, cuyo suplente fue el también muy conocido doctor Esteban Uribe. Por ello es muy importante la intervención de Hall en estos asuntos arquitectónicos.

Nos surge la pregunta: ¿debemos atribuir a Hall la paternidad de las esquinas en pan-coupé para Toluca? Lamentablemente no tenemos los elementos para afirmarlo, pero hay otras situaciones que concurren.

Las demoliciones y alineamientos que ordenó Murguía5 eran un tanto inexplicables porque se vivían momentos difíciles y no había ni el ánimo para embellecer la ciudad ni abundaban los recursos; no obs-tante, se hicieron y la ciudad cambió su fisonomía, debido al espíritu renovador y de progreso que impulsaban los carrancistas.

El bando municipal que ordena las esquinas recortadas fue pu-blicado antes que Murguía decretara las demoliciones, pero muchas de esas reconstrucciones se hicieron respetando dicho reglamento, al igual que las nuevas que estuvieran en esquina.

5 Durante la interrupción del orden constitucional en 1914, tuvieron el mando político y militar varias personas, entre ellas el general Francisco Murguía, quien se hizo cargo del Poder Ejecutivo del Estado de México el 27 de agosto de 1914; permaneció hasta el 1 de diciembre, cuando evacuó la plaza.

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El propio Hall construyó dos casas en pan—coupé para la fami-lia Benavides: la de 7ª de Degollado esquina con 3ª de Leona Vicario (1914) y la de 1ª de la Industria, esquina con avenida de la Indepen-dencia (1916), ya desaparecida.

Es oportuno resaltar que el elevado número de licencias solici-tadas y aprobadas para modificar fachadas en 1914 y que consta en el Archivo Histórico Municipal se debe a los alineamientos ordenados por Murguía. En unas se reconstruyó todo el frente, o sea, toda la fa-chada, pero en otras fue solamente la esquina, lo cual lógicamente se hizo respetando la reglamentación vigente.

Existe un caso muy claro: la casa antigua que aún existe en la es-quina noreste del crucero de Instituto Literario y Sor Juana Inés de la Cruz, en donde vivió el conocido comerciante y minero don Saúl Cal-derón, y en donde estuvo también la escuela Felipe Sánchez Solís, tiene perfectamente perfiladas las ventilas de los sótanos correspondientes a ambas calles; sin embargo, la ventila del pan-coupé muestra eviden-temente una improvisación, lo que nos hace suponer que en un mo-mento dado fue demolida su esquina de ángulo recto y posteriormente reconstruida, ya sin el esmero que muestra el resto de la fachada.

Los ejemplos abundan. Basta caminar por nuestras antiguas calles y nos iremos topando con pan-coupés: el viejo edificio de los bomberos o el templo de la Merced; aunque en éste la edificación es obviamente muy antigua, hay que recordar que la apertura de la calle de Melchor Ocampo —hoy avenida Morelos— apenas fue en 1942, así que la es-quina se hizo en pan-coupé con una especie de nicho u hornacina.

El Sol de Toluca, 28 de julio de 2003.

La Pedrera Municipal construida por el Ayuntamiento de Toluca, 1930-1931.

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La Pedrera Municipal

La piedra siempre ha sido un elemento constructivo de gran importan-cia. Los dos grandes pilares que soportan la experiencia de México en materia de edificación son, por un lado, la tradición precolombina que conocemos a través de la arqueología, y por otro, el bagaje arquitectó-nico traído y aportado por los españoles a partir del siglo xvi. Ambas vertientes están llenas de ejemplos en los que la piedra es uno de los materiales elementales, en sus diferentes posibilidades: granito, calizas, areniscas, tobas, pizarras, etcétera.

La ciudad de Toluca a lo largo de su historia ha acumulado un número prácticamente incontable de construcciones en las que está presente ese valioso, bello y resistente material. La parte central de la ciudad que lógicamente es la más antigua se ha fincado sobre cimien-tos de piedra. En sus orígenes, las fuentes de extracción de esa materia pétrea deben haber sido las más cercanas, quizá el cerro del Cóporo y conforme el asentamiento fue creciendo, se fueron incorporando otros yacimientos como los cerros de Coatepec, del Calvario y de Huichila, entre los cercanos. De la periferia pueden citarse Tlacotepec y Jicalte-pec, por no mencionar más que algunos.

Aunque la piedra usada en Toluca no ha sido precisamente aque-lla dócil al cincel que en otros lugares ha permitido hacer auténticos encajes y filigranas de labrado, sí ha sido un material sobrio y elegante que ha dado origen a sólidas cimentaciones, calicantos y mamposterías

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que a veces no vemos, pero que ahí están resistiendo el peso de las su-perposiciones y el paso de los años; o bien, obras monumentales que podemos apreciar a simple vista, como el templo de El Ranchito, que fue realizado con cantera obtenida en la pedrera de su frontal cerro del Calvario.

Ya en 1871, los vecinos del Calvario protestaban por la extracción de piedra; argumentaban que se corría el peligro de que se derrumbara la capilla de su cima, pues afirmaban que estaba en ruina por la mucha que se había sacado. Ante esta denuncia y después de ciertas demoras que produjeron el disgusto de la Jefatura Política de Toluca, se dic-tó el acuerdo marginal; se aceptó que era real y positivo que aquellos vecinos habían disfrutado del cerro del Calvario en común, pero que se tuviera en consideración que el ayuntamiento tenía necesidad de reservarse las pedreras que por su cuenta se trabajaban para el abasto de las obras materiales de indispensable necesidad para la ciudad.

Los sitios donde se extrae piedra por razón natural se van ago-tando y van desapareciendo físicamente, reducidos a la nada, sin que quede un elemento simbólico que testimonie la valiosa aportación al bienestar de los habitantes del espacio circundante y de la humanidad en general.

La Pedrera Municipal de Toluca es una especie de monumento local que a veces pasa desapercibido para muchos toluqueños, a pesar del importante rol que ha jugado en la construcción de esta ciudad.

Este edificio se localiza en el mero corazón del barrio de Huitzila, cerca del Árbol de las Manitas, y en un punto en donde confluyen a manera de estrella varias avenidas, entre ellas el Paseo de los Matlatzin-cas, Santos Degollado, Avenida de los Maestros y otras. Fue levantada a iniciativa del ayuntamiento 1930-1931, precisamente en un gran pro-montorio pétreo propicio para esa explotación.

En aquellos años el gobierno estatal lo encabezaba el coronel Fi-liberto Gómez y el municipal don Agustín Gasca; al margen, debemos decir que en el caso de este último, está el hecho poco común de que tres distinguidos ciudadanos con ese nombre, abuelo, hijo y nieto, por

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elección o Ministerio de Ley, fueron destacados presidentes munici-pales de Toluca; realizado este obligado paréntesis, retomamos el hilo conductor de nuestras notas.

Desde mediados de los años veinte, durante el gobierno de Plu-tarco Elías Calles, los tres niveles de gobierno, en forma coordinada, venían desarrollando notables mejoras en la ciudad, particularmente en el campo de la pavimentación de caminos y calles. Por razón natural se incrementaron de manera considerable la demanda y consumo de piedra; por ello, no es casual que se creara un sistema moderno, para la época, de extracción y procesamiento de ese material, para las diferentes necesidades de las obras emprendidas.

El 10 de febrero de 1926 se publicó el decreto que en su artículo único establecía:

Se autoriza al Ejecutivo de la Unión, para que con cargo a la partida que estime conveniente, facilite al H. Ayuntamiento de la ciudad de Toluca la cantidad de diez mil pesos, que se destinarán a la continuación de la pa-vimentación de sus calles, ya empezada. Salón de Sesiones de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. México, 23 de diciembre de 1925. Pe-dro C. Rodríguez, D.P.; Luis Torregrosa, D.S.; Alfredo Romo, D.S. Rúbricas.6

El 30 del mismo mes y año firmaron el decreto el presidente de la república, Plutarco Elías Calles; el secretario de Estado y del despacho de Hacienda y Crédito Público, Alberto J. Pani, y el secretario de Esta-do y del despacho de Gobernación, ingeniero Alberto Tejeda.

El 1 de marzo de 1930, don Filiberto Gómez, al rendir su primer informe de gobierno, manifestaba que en materia de carreteras había

una actividad febril, pues miles de campesinos que se dedican a abrir caminos y más caminos están empeñados cada día en hacer un trabajo

6 Diario Oficial de la Federación, miércoles 10 de febrero de 1926. Tomo xxxiv, pág. 598.

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mejor para intensificar el acrecentamiento de la riqueza en sus regiones o transformarlas en centros de turismo, construcciones que quedarán consa-gradas por el esfuerzo del pueblo.7

Agregaba su reconocimiento a la cooperación de los ayuntamien-tos, de las Juntas de Mejoras Materiales y Servicios Públicos, de las Compañías de Luz y Fuerza Eléctrica de Toluca y Minera del Rincón y Junta Vecinal de Toluca.

En cuanto a la tarea de pavimentación, don Filiberto señalaba que era un “importante servicio para toda población culta porque ade-más de los beneficios que aporta en forma higiénica, trae consigo el embellecimiento para las mismas poblaciones y la mayor comodidad para sus habitantes”.8 Para la ciudad de Toluca, con base en los decretos relativos, se celebró un contrato entre el gobierno estatal y el ingeniero Andrés Ortiz.9 Los beneficios obtenidos con la pavimentación eran in-negables, pues era del dominio público el desarrollo del tránsito local y la afluencia de vehículos que día a día se multiplicaba; sin embargo, el impuesto que se había establecido para erogar los gastos de pavimenta-ción se caracterizó por la impopularidad con que fue recibido.

El cálculo de la pavimentación para las áreas que fueron determi-nadas alcanzaba la suma de 708 mil 494.76 pesos. Concesiones acorda-das posteriormente redujeron la primitiva base en 12 mil 526.77 pesos, de manera que el presupuesto líquido fue de 695 mil 967.99 pesos, de cuya suma, hasta mediados de septiembre del año anterior, se había recaudado la cantidad de 455 mil 880.31 pesos, con saldos acreedores en cantidad de 11.46 pesos, por lo que quedaba pendiente de cubrir la suma de 240 mil 099.14 pesos.

7 (1930). Informe que rinde el Ejecutivo del estado a la H. Legislatura local el 1 de marzo de 1930, Talleres Gráficos de la Escuela I. y de A. y O, Toluca, p. 6.

8 Ibid., p. 21.9 El ingeniero Manuel Ortiz era el contratista que había convenido con el Gobierno del

Estado de México el servicio de pavimentación.

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Una comisión que representaba a los afectados por el citado im-puesto se acercó al gobernador Gómez para pedirle que a partir de la fecha de su representación y en lo sucesivo no se construyera un me-tro más de pavimento ni tampoco se exigieran los vencimientos para impuestos futuros, y que por lo que hacía a los rezagos resultantes, se concediera un plazo de 1 a 2 años, para su amortización. De inmedia-to, don Filiberto percibió dos situaciones: una, lo que significaba la paralización absoluta de tan importante obra para Toluca, y la otra, la falta de equidad que se derivaba de ella, puesto que muchos causantes ya habían sido beneficiados con la pavimentación y aún debían más del cincuenta por ciento del impuesto, en tanto que otros, habiendo tributado en igual proporción, quedaban privados de igual beneficio, después del desembolso efectuado.

Con sensibilidad política, el gobernador solicitó un plazo para resolver la situación, para lo cual ordenó la formación de una balanza general de cuentas particulares que determinaran los débitos y crédi-tos de cada causante, con lo que se comprobó la improcedencia de la petición; así, se reanudaron las pláticas con los supuestamente afec-tados y se convino en que la mayoría de los causantes se acercaran al gobierno para expresar sus puntos de vista y después de haber sido escuchados, de común acuerdo se resolvió fijar un descuento de cuaren-ta por ciento sobre el saldo resultante de la citada cantidad de 240 mil 099.14 pesos para que el adeudo líquido fuera amortizado en partes alícuotas bimestrales, durante el término de 1 año, con el objeto de que pudieran proseguirse las obras de pavimentación en las 28 calles y avenidas que faltaban.

El convenio fue recibido con beneplácito, los tributarios reanu-daron sus pagos y la pavimentación no se suspendió. El gobierno, por su parte, con el afán de obtener mayores ahorros, y previas pláticas con la empresa pavimentadora, le rescindió el contrato, haciéndose cargo del control de la obra, para que lo que pudiera haber sido ganancia del contratista se canalizara en beneficio del descuento del cuarenta por ciento mencionado.

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Bajo esa nueva orientación, se terminó la pavimentación de la calle de Guadalupe Victoria —hoy Isidro Fabela—, que comprendía una superficie de 3,850 metros cuadrados, pavimentación calificada en el tipo “D”, conocida con el nombre de Macadam, por el sistema de penetración. Don Filiberto Gómez, convertido en un auténtico técnico en la materia, explicaba personalmente el proceso de pavimentación con aceite asfáltico:

En la base se tendió una capa de piedra triturada, de un espesor co-mún, cargándose grasón para lograr un buen amarre, sobre lo que se hizo un primer riego de petróleo en una proporción de 3 litros por metro cuadrado, continuando alternativamente en igual sentido, hasta lograr una masa uni-forme, después de lo cual se aplicó un planchado, hasta obtener una superficie de acuerdo con los perfiles y secciones proyectadas, terminando con una capa de arena planchada con una aplanadora de 5 toneladas, a cuya maniobra se aplicó aún, un último riego de petróleo que se cubrió con otra capa de arena, para adquirir la tersura y resistencia necesarias, quedando lista para abrirla al tráfico.10

Todas esas obras exigían un nuevo sistema de suministro de pie-dra. Así, el 22 de agosto de 1930 quedó inaugurada la Pedrera Munici-pal, que producía 120 toneladas diarias de piedra para la construcción y reparación de calles y caminos, así como grava para mezclas y balasto para las camas de durmientes y rieles. En ella trabajaban más de 100 obreros. El constructor de esta obra fue el ingeniero Joaquín Coria.

El ingeniero Horacio Ramírez de Alba, infatigable investigador de las construcciones de nuestro estado y de caminos de tradición secular como la Ruta de Santiago de Compostela, ha estudiado la Pedrera Mu-nicipal, que describe así:

10 Ibid., p. 25.

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Destaca la gran robustez y resistencia de la estructura lograda con elementos de madera esteriza de dimensiones apreciables unidas con em-palmes y juntas reforzadas con pernos metálicos. La gran resistencia de la estructura es congruente con el uso del edificio, ya que alojaba trituradoras, bandas transportadoras y tolvas.11

Agrega que la trituradora era del tipo de campana impulsada por un motor eléctrico y que los camiones, generalmente de volteo, entra-ban en la parte baja del edificio para ser cargados directamente desde las tolvas.

Habrá que mencionar que poco después, durante la administra-ción municipal de don Manuel Sánchez (1934-1935) se hizo en Toluca otra obra importante a base de piedra: el embovedamiento del río Ver-diguel en el tramo comprendido entre el Mercado “16 de Septiembre” —hoy Cosmovitral— y el barrio de Huitzila, con una extensión de más de medio kilómetro. Esta obra se hizo con material de la flamante pedrera, con arcos adovelados bajo los que cabía un camión de redi-las, y en la modalidad de calicanto. Es pertinente recordar que Bernal Díaz del Castillo afirma que en Tláhuac, yendo los españoles camino de Iztapalapa, descubrieron Tenochtitlán y se quedaron admirados de la ciudad y sus casas, decían que parecían cosas del libro de Amadís, con sus edificios “que tenían dentro en el agua y todos de calicanto”.12 En San Antonio Buenavista, municipio de Toluca, existe un paraje bellísimo en donde se encuentra el llamado Puente del calicanto, que más que un puente, es la represa de un bordo, hecha en piedra por donde deslizaba verticalmente la compuerta. Se trata de una obra decimonónica digna de visitarse.

11 Ramírez de Alba, Horacio (1991). La construcción en el Estado de México. Un estudio técnico con referencia histórica, El Colegio Mexiquense/Gobierno del Estado de Méxi-co, Secretaría de Desarrollo Urbano y Obras Públicas, Toluca, p. 92.

12 Díaz del Castillo, Bernal (1955). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Espasa-Calpe, México, p. 183.

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En el campo anecdótico, habrá que decir que don Filiberto Gó-mez fue uno de los primeros en llevar a cabo el reparto de tierras dentro de un programa de Reforma Agraria. Nada más en 1932 logró que 31 pueblos recibieran un total de 3,936 hectáreas, 11 áreas y 24 centiáreas. Esa política le trajo enemistades con los afectados que buscaron la forma de descalificarlo. Quienes han estudiado la historia de esas todavía vio-lentas épocas, afirman que don Filiberto contestó con una ley contra la homosexualidad para de este modo detener a algunos jóvenes hijos de sus detractores, enjuiciándolos por esa práctica y mandándolos a picar piedra a la pedrera de Huitchila. Algunos testigos afirmaban que muchos toluqueños iban morbosamente a aquel lugar para ver quiénes eran aquellos jóvenes con esas costumbres, en una época en la que evidentemente había menos tolerancia y respeto a las formas de ser y de pensar, en las que inclusive se llegaba a la vejación por alguna incli-nación de ese tipo.

Para concluir diremos que la Pedrera Municipal sigue gallarda-mente en pie, después de haber funcionado durante más de treinta años y debe conservarse como una obra de particular importancia en diversos aspectos.13

El Sol de Toluca, 7 de enero de 2001.

13 El 26 de marzo de 2015, durante la administración municipal 2013-2015 se inauguró la Plaza Estado de México, Parque Líbano, en terrenos localizados precisamente en la antigua Pedrera Municipal.

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Hoteles toluqueños de otros tiempos

En todas las culturas encontramos antecedentes del servicio de hotelería. Sabemos que antes de la llegada de los españoles a nuestras tierras ya existía el hospedaje como prestación de servicio en aquellos lugares importantes, según Torquemada.

En Tenochtitlán había unas casas propiedad del tlatoani en las que se alojaban los visitantes, especialmente quienes acudían a pagar tributos o a realizar otras actividades en la ciudad.

Bernal Díaz del Castillo escribe que en los alrededores de la men-cionada ciudad había “[…] unos caseríos que eran como a manera de aposentos o mesones donde posaban indios mercaderes”.14

Durante el virreinato, al incrementarse las actividades agrícolas, comercial, minera e industrial hubo necesidad de crear nuevas unida-des de hospedaje; ya hemos hablado de los mesones en otro artículo.

En esa extraordinaria obra de la picaresca mexicana que es El Ca-nillitas, vemos que la costumbre de violar o por lo menos burlar las tarifas aprobadas por las autoridades no es nada nuevo, ya que desde aquella época se hacía en los hoteles:

14 Díaz del Castillo, Bernal, op. cit., p. 109.

Vestíbulo del hotel San Carlos en la década de los veinte.

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[…] en el zaguán estaba pegada en una tablilla la tasa o arancel de los géneros que se vendían y de los servicios que se hacía prestación, porque desde tiempo muy antiguo ordenó el ayuntamiento que se pusiera ese aviso en sitio bien visible de los mesones, ventas y paradores y para el que no lo hiciere así habría sanciones. Pero los dueños de estas casas, taimados ber-gantes, para burlar el ordenamiento municipal y cobrar a su puro antojo, lo clavaban en lugar bien alto en donde no era posible que lo leyera nadie, ni el de ojos más linces y así estuviese con letras gordas y grandotas, y además, no ponían debajo de él los muy maulas, silla, ni banco, ni menos escalera en qué treparse para saber su contenido, y así los viandantes ignoraban siempre la razón de lo que se les había cobrado.15

El mesón, destinado principalmente a dar hospedaje a viajeros con sus animales, evolucionó y se transformó en casa de diligencias. Don Manuel Escandón y don Anselmo Zurutusa fueron socios propie-tarios del sistema de transporte en diligencia, el negocio de viajes más próspero e importante en la primera mitad del siglo xix.

La diligencia de México a Toluca salía de la casa construida en el siglo xviii por la Marquesa de Valparaíso, después propiedad del Marqués de Moncada y años después, palacio de Iturbide, para conti-nuar por un accidentado camino y llegar a Toluca, también a la Casa de Diligencias localizada en la hoy esquina de Juárez e Independencia.

Todo hace pensar que la primera vez que en un edificio de México apareció el hoy tan familiar letrero de hotel fue en 1818 en la esquina de Espíritu Santo y Refugio, de la actual capital del país. Esto ocurrió, según Héctor Manuel Romero, 10 años antes de que en Estados Unidos sur-giera el primer hotel de aquella nación: The Tremon House, de Boston.

Los viejos hoteles mexicanos, al igual que los mesones dejaban mucho que desear en cuanto a los servicios. La Marquesa Calderón de la Barca refiriéndose a la visita que hizo a Toluca, dice: “En un hotel

15 De Valle-Arizpe, Artemio (1978). El Canillitas. Novela de burlas y donaires, 2ª impre-sión, Editorial Diana, México, pp. 49-50.

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encontramos cuartos pasaderos, pues que por lo menos contaban con dos o tres sillas y uno de ellos con una mesa regular”.16

Después agrega con pena que al ordenar en el hotel la cena “la dis-tinguida concurrencia, formada por seis personas, hubo de sentarse a co-mer frijoles y aves con sólo tres cuchillos y dos tenedores en conjunto”.17

La introducción del ferrocarril trajo aparejada también la apertura de hoteles. Si no fuera porque aquel 4 de mayo de 1882 se concluyó la obra del ferrocarril de México a Toluca y al día siguiente se inauguró con el trayecto citado, nunca hubiera tenido razón de existir aquel Hotel-Billares-Cantina El Ferrocarril, que se encontraba en nuestra ciudad, precisamente frente a la estación de éste, en la calle de Alberto García núm. 3 y cuyo dueño era don José Adolfo Contreras.

Como puede inferirse, estos hoteles desde el siglo xix y hasta bien entrado el xx, mantuvieron, con más o menos variantes una estructura dividida en cuatro secciones que eran: el café, los billares, una nevería y el área propiamente de hospedaje.

En el café solía haber mesas y bancos de alambrón con cubiertas de madera o de mármol sobre las cuales lo mismo se bebía, comía, escribía, jugaba dominó o hacían negociaciones los agentes viajeros.

En cuanto a los cuartos, éstos tenían cama —a veces con pabe-llón—, buró con bacinica adentro y botellón con agua y vaso encima, mesita, silla y armario o ropero. No tenían baño y había que ir al patio para encontrarlo casi siempre al lado de los lavaderos.

Los cuartos más modernos tenían un lavabo, pero la mayoría poseía en un rincón un lavamanos o aguamanil, una jarra y un pequeño espejo.

Así debe haber sido la mayoría de las habitaciones de los hoteles que cita Isauro Manuel Garrido en su libro La ciudad de Toluca (1883); ellos eran: Hidalgo, Español, Diligencias, Bella Unión y Principal.

16 Colín, Mario (1965). Toluca. Crónicas de una ciudad (antología), Biblioteca Enci-clopédica del Estado de México, México, pp. 87-88.

17 Id.

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Para 1897 algunos subsistían, había nuevos y otros habían cam-biado de nombre: Al León de oro, Central, Del Depósito, Bella Unión, San Agustín, Del Ferrocarril y Gran Sociedad.

El hotel Gran Sociedad de Toluca, propiedad del ingeniero Ro-senzweig, se levantaba en la calle de Libertad 33 junto al Teatro Prin-cipal. Debía su nombre quizá a una imitación del que, con el mismo nombre, existía en la ciudad de México, en la calle del Coliseo Viejo y en el que el Jueves Santo de 1850 asesinaron a don Juan de Dios Cañe-do y Zamorano de la Vega, distinguido abogado, orador y diplomático, diputado a las Cortes de Cádiz en 1812.

Este suceso, al decir de los cronistas, causó gran conmoción, por el día en que se efectuó, por la posición social de la víctima y por el lugar en que se cometió, pues que era un establecimiento que gozaba de gran prestigio.

El nombre de Gran Sociedad, según el arquitecto de la Hidalga, no le venía al hotel por referirse a una gran aristocracia o élite, aunque después sí fuera frecuentado por ésta, sino que hacía alusión a la gran sociedad que habían hecho don Francisco Solares y don Francisco Co-quelet, en el sentido de socios mercantiles.

El hotel Gran Sociedad de Toluca, reflejo del de la ciudad de Mé-xico, no justificaba su nombre, ni por uno ni por otro motivo; no obs-tante, junto con el hotel Al León de oro, de don Manuel Piña y Parte Arroyo, que se localizaba en Independencia núm. 19, eran los hoteles que más extranjeros recibían y que venían a Toluca, no como turistas, sino a negocios de todo tipo.

Una práctica poco común y de fuerte influencia europea a fines del siglo xix —donde la estadística de huéspedes hoteleros más que tener relación con las autoridades de turismo la tiene con la policía y el código civil— era la de publicar en el periódico oficial los nombres de los clientes que se alojaban en los hoteles de la ciudad.

Hemos revisado la Gaceta del Gobierno del Estado de México de los meses de junio y julio de 1897 y encontramos en el registro de mo-vimientos de pasajeros que entre los clientes un tanto habituales de los

Habitación del hotel San Carlos en los años veinte.

Baño del hotel San Carlos, por la misma época.

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hoteles de Toluca estaban las siguientes personas: Giztner, Kickrush, Su-bold, Moliant, Brockman, Rock, Von Elvaden, Cleeg, Gorrester, Wife, Schulz, Mndehom, Casey, Van del Drei, Gaymar, Kiad, Blumenthal, Def-enveg, Schumberth, Gunther, Haech, Hirspeld, Viechers, Mondough, Gri-no, Urbistonde, Deferweg, Nogoret, Jispingis, Huchinson, Poliner, Derrvin, Halliwell, Gonyemiche, Crisebell, Urdey, Milton, Frules, Eysantier, Sloan, Frod, Christian, Hamilton, Doerr, Hoeck, Neuville, Wilton, Fromer, Ni-chols, Braugh, Ferreé, Chipendale, Roch, Moog, Shelton, Snon, Boison, King, Soysoga, Vass, Forrester, Hank, Morban, Reynolds, Gammort, Le-seut, Cayle, Sloddar, Naularte, Brincheman, Dejeam, Thomas, Antehery, Pocel, Brickman, Hartrigson, Jietcheer, Leset, Thompson, Paliner, Frauh-feld, Wollins, Siernes, Ubrich, Kuapp, Grossman y muchos más.

No dudamos que muchos de estos apellidos hayan sido escritos de manera incorrecta y por lo tanto estén deformados, pero indepen-dientemente de ello, es sorprendente el número de ellos, de evidente origen extranjero.

Otros hoteles contemporáneos de los anteriores fueron: el hotel Morelos, de Enrique Guadarrama, ubicado en Jardín Morelos núm. 2; el San Agustín, en la calle de Progreso 43; el de Atocha, de Jorge San Román, en el núm. 1 del citado Jardín; el Del Depósito, de Graciano Garcés, domiciliado en Independencia 21, y por último, pero quizá el más importante, el Hotel-Billares-Cantina San Carlos, que aún existe con el mismo nombre, de don Jaime Pons. Este hotel era administrado en aquellos años por don Carlos Goel y ocupaba el núm. 5 del entonces llamado Portal Constitución.

Nos dice el maestro Gustavo G. Velázquez que el edificio de ese hotel fue muy modesto en sus inicios, ya que cuando se llevó a cabo la invasión norteamericana en 1847 constaba de un solo piso, de adobe, pero don Jaime Pons rehízo el viejo inmueble. Se pregunta don Gus-tavo si el nombre de San Carlos sugería un viejo recuerdo de la tierra catalana de don Jaime.

Por nuestra parte apuntamos que pudo haber sido también la in-fluencia de los más renombrados hoteles capitalinos: recuérdense el

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Bella Unión y el Gran Sociedad, ya que había en México el hotel San Carlos en la calle del Coliseo, hoy Bolívar.

La Carretera Internacional promovida intensamente por don Filiberto Gómez trajo la modalidad de los tourist courts, de los que rememoramos los de Ojuelos. Para los años cincuenta recordamos los hoteles Pasaje, Plaza, Toluca, San José, Rosario, Atocha, Suriano, Paso del Norte, del Carmen, Colonial, Gran Hotel —que había sido el An-dueza— y el Rex.

Para la siguiente década se incorporó el Motel del Rey y posterior-mente se fueron sumando el Plaza Morelos, Terminal, Tollocan, Castel Plaza las Fuentes, Paseo, San Francisco y otros.

La memoria nos hace volver al hotel San Carlos que todavía a fines de los cuarenta, antes de ser remodelado, conservaba su fisono-mía de principios de siglo. El restaurante y la cantina ostentaban una hermosa puerta giratoria —puertas tan útiles para conservar el calor del interior, pero que tuvieron que ser abolidas porque al aumentar la población impedían el desalojo rápido en casos de siniestro— y a am-bos lados unos enormes ventanales-aparador con emplomados.

Por muchos años la cantina tuvo una selecta clientela que era atendida con esmero por el queridísimo Sotero, al frente de sus co-laboradores Luis García, Salvador de la Mora, don Yayo, el Diablito y otros que se escapan.

¿Quién no recuerda las elegantes mesas de billar, la bien surtida barra con vinos y licores de ultramar traídos en vapor y las espléndidas tortas de pierna y de pavo servidas en una práctica paleta de madera?

¿Qué toluqueño respetable no paladeó alguna vez un ajenjo, un Pernod Fills, un cordialito o un delicado aperital batido?

El Sol de Toluca, 2 de agosto de 1992.

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El art déco en Toluca (Primera parte)

Hoy vamos a ocuparnos del art déco o art decó, que va más allá de ser sola-mente un estilo arquitectónico como a veces se piensa; en realidad, como muchos acertadamente lo han señalado, fue un auténtico estilo de vida que marcó sobre todo la época de los años veinte y treinta del siglo xx.

En esta primera parte trataremos el origen y desarrollo del art déco en el mundo y su arribo a México; en la segunda parte veremos sus ma-nifestaciones en Toluca, especialmente en el campo de la arquitectura.

En sus orígenes, el art déco fue simplemente una forma de diseño en las artes aplicadas y en la decoración; sin embargo, llegó a tener tal repercusión que terminó revelándose como una corriente de gusto que influyó efectivamente en la escultura, la pintura, la arquitectura, la gráfica y la orfebrería para rebasar finalmente el umbral estético y penetrar en la dimensión social, llegando a ser, en el segundo cuarto del citado siglo, un modo de vivir impregnado de cierta universalidad.

Hace casi diez años, Claudia Verónica Quintana, refiriéndose al art déco, afirmaba lo siguiente: “Más allá de un mero arte decorativo, el art decó se convirtió en un movimiento cultural de alcances insos-pechados a su paso por el mundo, que aún hoy pervive como un estilo de vida”.18

18 Quintana, Claudia Verónica (1997). “Un arte innovador que aún perdura” en Excélsior, Magazine dominical, 23 de noviembre de 1997, México, p. 2.

El art-déco en los automóviles, la moda, el peinado, el calzado…

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Pero fue en la arquitectura, quizá por su carácter más permanen-te, en donde el art déco provocó un mayor impacto y donde más ha perdurado.

En su mejor momento, el art déco estuvo presente dentro de mu-chos hogares y fuera de ellos también, en las más diversas expresiones de la moda, el vestido, el calzado, los peinados, la joyería, la bisutería, los muebles, las vajillas, los diseños gráficos, los automóviles, el cine, los en-vases, los radios, las lámparas, la plástica, la caricatura, la escenografía, los espectáculos, los diseños de interiores, la publicidad y muchas cosas más.

Si nuestros queridos lectores hacen el ejercicio de buscar en sus hogares algún objeto de art déco, seguramente encontrarán algo que tiene el inconfundible sello de ese estilo.

Existe casi un consenso en el sentido de que el art déco se esparció por el mundo a partir de la famosa Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas, celebrada en París en 1925.

Respecto a este suceso, Gerardo Estrada, ex director del Institu-to Nacional de Bellas Artes (inba), nos recuerda que el poeta César Vallejo en la revista Mundial de Lima, Perú, correspondiente al 17 de julio de 1925, refiriéndose al art déco, escribió:

Es un acontecimiento cultural que va a la zaga de la Revolución rusa y de la guerra europea: por su contenido temático cosmopolita, por su alcan-ce panorámico del arte, la ciencia y la industria modernos, por constituir, en fin, la más auténtica y ancha tabla de las actividades contemporáneas. La exposición pone de manifiesto la vida y el espíritu de nuestra época en toda su carnación elíptica y cardiaca.19

En cuanto al término art déco, es la contracción literal del gali-cismo arts décoratifs (artes decorativas) surgida en la ya citada exposi-

19 Estrada, Gerardo (1998). “El espíritu de la Exposición Internacional de 1925” en Revis-ta de Revistas de Excélsior, núm. 4460, enero de 1998, México, p. 37.

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ción de París, aunque dicha expresión fue acuñada hasta muchos años después.

Para algunos autores, el art déco, poseedor de una permanente elegancia, surgió como una reacción a la sinuosidad y exceso de ela-boración del art nouveau que floreció durante el cambio de siglo xix- xx; así, el innovador estilo del art déco tuvo su apogeo al imponer sus formas complejas, sofisticadas, estilizadas y elegantes.

Los años veinte en nuestro país están sobrecargados de significa-ción y simbolismo: es el México posrevolucionario en que empiezan a verse ciertos resultados, es la entrada de lleno a una contempora-neidad, hay un gran nacionalismo, pero que no está reñido con ideas importadas; surge la búsqueda de un arte propio, definido, se rescatan caracteres de nuestras hondas raíces culturales, hay una necesidad de mostrarnos al mundo con una identidad propia sustentada en nuestra forma de pensar, en nuestro carácter y temperamento. A todo ello se agregaba un profundo compromiso social derivado de la Revolución mexicana.

La llegada del art déco motiva entonces a muchos de nuestros artistas, que logran una especie de simbiosis entre el nacionalismo y lo cosmopolita.

El extraordinario dibujante y caricaturista Ernesto Chango García Cabral fue un maestro en el art decó; sus maravillosas carátulas para revistas así lo demuestran. Lo mismo puede decirse del artista Miguel Covarrubias; las ilustraciones creadas por ambos dieron carácter a la época de los también llamados glamorosos años veinte.

El escultor y orfebre Lorenzo Rafael igualmente trabajó extraor-dinariamente el estilo; de igual manera los escultores Manuel Centurión, Rómulo Rozo y el norteamericano William Spratling, quien fue un in-tenso promotor del arte de la platería en Taxco, Guerrero.

Rafael Tovar y de Teresa aporta su visión y dice:

De esta forma, el cultivo y el desarrollo del art déco en nuestro país coincidirían con un momento vital —las décadas de los veinte y treinta—

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por el que atravesaba la cultura mexicana: el de gran diversidad de búsque-das y definiciones de los años inmediatamente posteriores a la Revolución, que representaron una profunda indagación del ser y la historia nacionales al igual que la proyección de lo mexicano ante lo universal y el diálogo polivalente entre estas dos dimensiones. La corriente mexicana del art déco no sería tampoco ajena a la exigencia y el ideal de una expresión nacional, cuando interpretaba sus principios con originalidad, conjugando elemen-tos populares y prehispánicos con las formas geometrizadas y estilizadas que caracterizaron a esta estética de la modernidad.20

Si bien para México este estilo era ajeno y distante, para Toluca lo era más; no obstante, tanto en el país en general como en nuestra ciudad en particular, se asimiló perfectamente y se incorporó al gusto prevaleciente, dejando numerosas muestras, principalmente edifica-ciones públicas y privadas, grandes y pequeñas, muchas de las cuales afortunadamente aún perduran.

El Sol de Toluca, 24 de abril de 2006.

20 Tovar y de Teresa, Rafael (1998). “Art Déco. Exposición en el Museo Nacional de Arte. Presentación” en Revista de Revistas, Publicación de Excélsior, núm. 4460, México, p. 32.

Monumento a la Bandera, 1940.

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El art déco en Toluca (Segunda parte)

En la primera parte de este artículo hablamos de los antecedentes del art déco en general. En esta segunda entrega abordaremos la parte re-ferente a su expresión dentro de la arquitectura en el mundo y en Mé-xico, para concluir con el reflejo que ese estilo tuvo en nuestra ciudad de Toluca.

Antes de entrar en la esfera de la arquitectura art déco conviene recordar un párrafo de la presentación del disco compacto Déco, de valses y otras danzas, con Alberto Cruzprieto al piano, grabado en la Sala Nezahualcóyotl de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), los días 14, 15 y 16 de abril de 2004 y dedicado en memoria de Eduardo Mata; en esa presentación, Ricardo Miranda dice:

Hacia finales de la década de 1920, es decir, durante la época de auge del Déco, la crítica musical acuñó el término Gebrauchmusik —música de uso— para distinguir entre dos posibles perspectivas que pueden tenerse sobre una pieza musical: un vals, una danza, pueden escucharse como pie-zas musicales autónomas o bien como un objeto estético de uso preciso. Con el tiempo, el término sería cuestionado y atacado por teóricos como Adorno y Scoemberg. Sin embargo, la idea original del término, según el musicólogo Heinrich Besseler, pedía simplemente distinguir entre la músi-ca que producía una distancia y la música inmediata (la música para la que no hay que adoptar una posición estética). Este sentido de lo inmediato, de

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lo accesible y cotidiano, fue lo que definió a la Gebrauchmusik... música toda de acceso y deleite inmediatos.21

Nos preguntamos: ¿no sucederá lo mismo con la arquitectura art déco?

Haciendo un breve resumen diremos que la arquitectura art déco no respetó fronteras y se desperdigó por igual en Europa que en América.

En la arquitectura francesa destacan como ejemplos notables del art déco Le Pavillon d’un Collectioneur, sala de exhibición diseñada por Ruhlmann, precisamente para la Exposición Universal de París (1925), así como el gran salón del transatlántico, también francés, Normandie (1930), con decoración creada por el famoso vidriero René Lalique, autor de delicados diseños.

En la Gran Bretaña, una buena muestra de art déco es la fábrica Hoover de Perivale, en las orillas de Londres, cuyo diseño se debe a Wallis Gilbert y Asociados (1932).

Entre las obras art déco de Estados Unidos sobresale el famosísi-mo Radio City Hall de Nueva York (1931); sin embargo, un año antes se había construido el edificio Chrysler, proyectado por William van Allen e inspirado en las imágenes maquinistas de los pintores futuris-tas; hasta antes de que se construyera el Empire State, fue el edificio más alto (255 metros, con una altura estructural de 319). El rascacielos luce en su fachada elegantes franjas de aluminio y está coronado por una pirámide metálica escalonada.

El edificio Chrysler se considera la obra arquitectónica más des-tacada del art déco.

Entre los arquitectos mexicanos que en la década de los veinte se inclinaron por el estilo art déco se encuentran: Federico Mariscal (1881-1969), Carlos Obregón Santacilia (1896-1961) y Juan Segura

21 Miranda, Ricardo (2004). “Déco. De valores y otras danzas-Waltzes and other Dances (folleto)” en Deco, Alberto Cruzprieto, piano (disco compacto), unam, México.

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(1898-1989), entre otros, quienes se distinguieron por su permanente búsqueda de una arquitectura mexicanista.

Obregón siempre pugnó por un estilo mexicano en la arquitec-tura y lo intentó en el edificio de la Secretaría de Salubridad; otros arquitectos que incursionaron en el art déco fueron: Francisco J. Serra-no, Manuel Cortina García, Juan Segura y Joaquín Capilla; este último incorporó detalles ornamentales en el edificio del Frontón México, en la Plaza de República. En otro orden pueden citarse también a los ar-quitectos José Villagrán García, Manuel Ortiz Monasterio, Bernardo Calderón y Luis Ávila.

Para algunos críticos, el Hall del Palacio de Bellas Artes es una obra por excelencia de ese estilo, en donde el metal con la piedra hacen un maridaje único por su originalidad.

El edificio de La Nacional, en la esquina de avenida Juárez y San Juan de Letrán, hoy Eje Lázaro Cárdenas, demostró además que en México se podían hacer edificios de gran altura para esa época.

En cuanto a Toluca, guardando las proporciones del caso, tam-bién se registró un cierto anhelo de modernidad. Los años que trans-currieron entre la llegada del art déco y el arribo del funcionalismo en la arquitectura a esta misma ciudad fueron bastantes, lo que dio lugar a que se construyeran numerosos edificios en el primero de los estilos citados. Muchos de ellos, afortunadamente están aún en pie; otros, la-mentablemente, fueron destruidos.

Justamente al lado poniente de la Alameda, donde en 1918 se ha-bía proyectado la Colonia del Empleado, con un diseño de los ingenieros Enrique de Silva y Luis Mendizábal y V., con un avanzado concepto de urbanización; fue a partir de los años treinta cuando se desarrolló un gran número de construcciones en art déco.

Es hasta cierto punto muy explicable que en la Toluca de los años treinta que entraba en una etapa de modernidad surgiera el art déco; Rafael López Rangel nos da elementos para explicar lo anterior, cuan-do dice:

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En nuestro país, el decó arquitectónico correspondía a un proyecto de desarrollo basado en la convicción de que la industrialización sería la base del progreso de México. Al mismo tiempo de impulso al negocio privado, al corporativismo, acompañados de una buena dosis de reformas sociales [sic]. Corresponde en fin, a la etapa política conocida como Maximato.22

Como era de esperarse —agrega López Rangel—, este lenguaje fue imponiéndose al estilo neocolonial y no era para menos, ya que formaba parte de una serie de procesos en el ámbito urbano-arquitec-tónico, que se consideraban indicadores de una verdadera moderni-dad, y cita:

Crecimiento y densificación de las ciudades más grandes del país, y especialmente de la capital de la república; surgimiento de la proble-mática de la construcción múltiple de viviendas de mediano y bajo costo; proliferación de fraccionamientos, colonias y otros negocios referidos a la urbanización; aceptación generalizada de materiales modernos, así como las normas y sistemas adecuados a esos materiales, tales son los casos del concreto armado, el uso del cemento Portland, del tabique delgado, etcétera; surgimiento de la planificación ante el desordenado e insuficientemente servido crecimiento de las ciudades más grandes del país.23

En esa época, la propaganda del cemento Portland uniforme fue muy intensa; en 1934, quien deseara recibir en su casa los boletines de la Técnica Científica del Cemento sólo tenía que solicitarlos al Apar-tado 7 de Tacubaya, México, D.F. y acompañar cinco centavos con los que adquirían el derecho de que se les enviaran.

22 López Rangel, Rafael (1994). “La Modernidad de la Cultura Industrial. El Decó arqui-tectónico en México (1925-1930)” en Excélsior, Sección arquitectura y urbanismo, 29 de diciembre de 1994, México.

23 Id.

Teatro Municipal o Teatro Revolución, después cine Coliseo.

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Estos procesos fueron vistos por los constructores como una oportunidad de oro y también como un reto, al que había que enfren-tarse con un cambio radical a las prácticas académicas tradicionales, lo que hace pensar a López Rangel que el déco arquitectónico fue la primera respuesta por su tendencia a la simplicidad y a la adecuación de los avances de la tecnología.

En Toluca, la zona que más homogéneamente posee inmuebles en estilo art déco es sin duda alguna la que se extiende al poniente de la Alameda, entre las calles de Plutarco González y Lerdo, prolongándose varias cuadras hacia el mismo punto cardinal; en el centro de esta espe-cie de corredor se localiza aún, en lo que fuera el número 1 de la Calzada de Coatepec (hoy Lerdo poniente), la construcción que fuera la fábrica de jabón Ignacio Longares, cuya planta es paralela al curso del río Ver-diguel, por su margen norte.

Lo anterior, por supuesto no excluye numerosas construcciones que se encuentran atomizadas por la Toluca de aquella época, en ca-lles y avenidas como de la Independencia, Primero de Mayo, Rayón, Isabel la Católica, Emilio Baz, González y Pichardo, Constituyentes, González Arratia, Pino Suárez, Leona Vicario, Matamoros, Mariano Escobedo, Melchor Ocampo, Narciso Mendoza, Paseo Colón, Plutarco González, Juárez, Josefa Ortiz de Domínguez, Hidalgo, Lerdo y otras, aunque evidentemente estas tres últimas arterias son las que más casos concentran.

Ejemplos singulares, uno público y uno privado, construidos ya a fines de los años treinta y principios de los cuarenta, son: por un lado, el Monumento a la Bandera, y por otro, el edificio de La Violeta.

A diferencia de lo que había ocurrido con el llamado estilo neo-colonial —que en realidad no era ningún estilo— promovido por el gobierno y empujado por funcionarios públicos, el art déco fue im-pulsado por intereses privados que tenían que ver con la industria de la construcción, con el urbanismo, con el negocio de los materiales, particularmente los fabricantes de cemento y otros factores comple-mentarios.

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Evidentemente, el gobierno en su momento también construyó en art déco, y junto con los particulares lo convirtieron en una po-derosa realidad; varias obras gubernamentales construidas a inicio de los años treinta llamaron la atención: el Monumento al obrero, en lo que hoy sería el cruce del Paseo Colón con la calle de Juan Rodríguez; el Centro Obrero 1º de Mayo, más conocido después como Centro Deportivo Agustín Millán, y que guardando las proporciones, de al-guna manera recuerda al Frontón México; el conjunto de casas para trabajadores que aún existe en la avenida Hidalgo oriente, frente al templo de Santa Clara, y una edificación más fue la curiosa Torre del Acercamiento Nacional, levantada sobre el pozo artesiano y tanque con capacidad para 500,000 litros de agua, para surtir la alberca de 250 cuadrados que recibía alrededor de 200 bañistas diarios.

Muchos años después, el art déco seguía imperando en Toluca, como lo demuestran dos ejemplos arquitectónicos: el cine Coliseo y el exterior del mercado “Hidalgo”.

El art déco en Toluca representa una parte importante en la ima-gen urbana de algunos de sus sectores; ojalá que las reflexiones que hemos hecho en estos dos artículos sirvan para meditar no sólo en la conveniencia sino en la necesidad de adoptar una mayor conciencia de conservación.

Invitamos a nuestros lectores a realizar un recorrido a pie por las calles y avenidas citadas y observar con detenimiento este peculiar es-tilo que dominó una época en la arquitectura de Toluca... ¡Se llevarán gratas sorpresas!

El Sol de Toluca, 2 de mayo de 2006.

La tienda de don Pepe, sitio de disipación de institutenses y universitarios.

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La tienda de don Pepe

¿Quién que haya vivido como estudiante los últimos años del Instituto Científico y Literario Autónomo (icla) y los primeros de la Univer-sidad Autónoma del Estado de México (uaem) no fue alguna vez a la tienda de don Pepe?

En 1951, en una casa que por entonces pertenecía al doctor Je-sús Espinosa de los Monteros, abrió su puerta —que después fueron dos— una pequeña miscelánea a la que le esperaba una intensa vida, fortalecida por una curiosa y poco común convivencia entre soldados y estudiantes, fenómeno que sólo podía tener explicación porque en sus dos esquinas frontales se ubicaban sendas instituciones: el icla y la Cárcel Central que, exactamente cien años atrás, don Mariano Riva Palacio había acondicionado como tal, aprovechando parte del edificio del Beaterio.

Entre la cárcel y el instituto sólo se interponía la calle que hoy lleva el nombre de éste. Todos los estudiantes del icla se concentraban en un solo edificio, el que hoy conocemos como de Rectoría. Así que ahí convivían desde los alumnos del primer año de secundaria hasta los del último año de las pocas carreras que por entonces había, lo que significaba una diferencia de edades que iba aproximadamente de los 12 a los 24 años. Como puede deducirse, era un grupo homogéneo en identidad institucional, pero heterogéneo en intereses.

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No hablaremos de la vida académica de los estudiantes a intra-muros de la Máxima Casa de Estudios, sino de todo lo contrario: la vida de disipación de las horas libres que se da en todos los barrios estudiantiles, llámense éstos Santo Domingo, San Ildefonso, Fonseca o como sea. Buena parte de esos tiempos de recreación de los instituten-ses se dieron precisamente en la tienda de la que hoy nos ocupamos.

El pequeño comercio ostentaba el número 79 de la avenida Juárez y hacía esquina con Obregón, hoy Instituto Literario. Fue bautizada con el nombre de La Mascota, pero en el medio institutense y des-pués universitario, era conocida coloquialmente como la tienda de don Pepe, ya que pertenecía a don José María Benítez Ferreira, toluqueño cuyas raíces estaban en el mero corazón del barrio del Cóporo.

Para ambientar un poco el relato, diremos que el negocio en cues-tión se ubicaba en un punto estratégico, pues además de los dos ve-cinos que hemos citado, estaba también en sus cercanías el Cuartel Militar y sobre la misma acera el instituto particular “Rodolfo Soto C.” para hombres y la escuela “José Vicente Villada” para mujeres. Huelga decir entonces que su clientela era de lo más disímbolo, ya que la componían amas de casa de los alrededores, soldados del Ejército Mexicano, familiares de presidiarios que acudían a las visitas, litigan-tes y funcionarios de los juzgados, niñas y niños escolares; pero sobre todo los estudiantes institutenses y después universitarios.

Dentro de esta última clientela destacaba la asidua concurrencia de los miembros de la legendaria organización estudiantil denomina-da Club Vampiros, acentuada por el hecho de que don Pepe era nada menos que tío de Daniel y Rolando Benítez Bringas, jerarcas de tan distinguida agrupación, lo que motivó que por extensión, don Pepe se convirtiera en tío de todos los vampiros y el establecimiento en la tienda del tío Pepe.

Este cálido establecimiento era atendido por don Pepe y su es-posa, doña Josefita García Gómez, apoyados por sus pequeños pero diligentes hijos: Gloria, José María, conocido familiarmente como Gil; Arturo el Güero; Sarita; Gustavo, a quien alguno de sus pequeños

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hermanos queriendo decirle colorín no atinaba más que decirle colín, razón más que suficiente para que se le quedara como identificador; Federico, Joel y Sergio. Se sumaba a la dinámica tarea diaria el popular Yuca, sobrino de don Pepe, hoy en día comerciante como su tío, pero en el turístico Cancún.

Desde las 5 o 6 de la mañana la tienda ofrecía cafecito a los sol-dados, custodios o esculcadores de la cárcel. Un poco más tarde, lle-gaban las amas de casa a surtirse de sus consumos de diario: azúcar, sal, aceite, pastas, latas de sardina o chiles, café o quizá una rueda de queso fresco.

Durante las horas de visita a los presos, en la cárcel de enfrente, no faltaba quien llegara a comerse unas deliciosas enchiladas verdes o unos borrachitos (pambacitos de anís con miel y queso añejo), sabores salados y dulces que lograba la alquimia de doña Josefita y que por me-dio de la evocación todavía excitan las papilas gustativas de muchos.

Conforme iba avanzando la mañana, la tienda empezaba a inun-darse con el caudal de alegría de los estudiantes que se apeñuscaban en el reducido, pero amable espacio. Las risas, bromas, retos, cortejos, albures, provocaciones y demás se daban en torno de una banquita y dentro de un ambivalente esquema de informalidad entre los del mis-mo sexo y una inusual formalidad entre los opuestos, lo que llevaba a un respetuoso trato de compañero o compañera, que llevaba implícito el usted y no el tú, hasta que se lograba establecer un nivel mayor de intimidad. ¡Así eran aquellos tiempos!

Los estudiantes acudían generalmente a comprar cigarros y golo-sinas, a tomar el refresco, pero fundamentalmente a dos cosas: a comer las deliciosas tortas aderezadas con unos chilitos en vinagre que con maestría preparaba doña Josefita y a escuchar la sinfonola o rocola.

No sabemos quién era el asesor musical de don Pepe, o si él tenía un olfato mercadotécnico, el hecho es que su tragaveintes tenía música para dar gusto a todas las preferencias e inclinaciones. Quienes gusta-ban de la música norteamericana encontraban ahí las obras completas de Buck Ram en las coordinadas voces de los Platers: “Only you”, “The

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great pretender”, “My prayer” o “Twilling time”, canciones que años después, en otra tienda singular, la de Fede, volveríamos a escuchar, pero en las voces de un conjunto clonado de los Platers: Los cinco lati-nos, que entonaban exactamente las mismas canciones, pero en espa-ñol: “Sólo tú”, “El gran pretendiente”, “Mi oración”…

La confrontación entre Estados Unidos y Cuba ya se vislum-braba, pero en la música instrumental, hasta la tienda de don Pepe llegaban los seguidores de una y otra. Por un lado, los de la derecha musical que depositaban su moneda a favor de las grandes orquestas americanas como Glenn Miller con los éxitos de la posguerra: “Jarrito pardo”, “Patrulla americana”, “Collar de perlas”, o bien “El hombre del brazo de oro”, “Pobre gente de París”, “Dream”, “Blue moon” o algún éxito de The four ases, como “Tell me why” y “I understand”. Por otro, los de la izquierda musical, casi siempre los guapachosos seguidores de Mondejar Benítez, que no dudaban en elegir alguna interpretación de influencia cubana, a cargo de Tony Camargo, Enrique Jorrín y la orquesta Aragón, con el naciente chachachá, o Daniel Santos con sus evocadoras canciones de la guerra; o Bienvenido Granda o Celia Cruz, para escuchar “Santos Dumón”, “Cachita”, La pastora”, “El Cumban-chero”, “Siboney”, “En el mar”, “El yerbero moderno” o un merecumbé.

Don Pepe, en su oportunidad, estuvo atento para incorporar los asomos del rock and roll; ahí escuchamos todo el repertorio de Elvis Presley y nunca faltó Bill Haley y sus cometas cantando “Rock around the clock” o “I see you later alligator”.

¿Quién no recuerda a tantas y tantas parejas de enamorados?, ro-mances que algunos cristalizaron en matrimonios, otros en rupturas ol-vidadas, otros en amores platónicos frustrados, pero que nunca enfrió el tiempo. Para los románticos, don Pepe hábilmente recurría a las voces de Virginia López, Fetiche, María Victoria, Raúl Shaw Moreno, Lucho Gatica, Antonio Prieto, Olimpo Cárdenas o Julio Jaramillo, y tenía el disco oportuno, para cualquier situación: quienes andaban derrapan-do, bastaba que llegaran, se le quedaran viendo a alguna compañera y como quien no quiere la cosa pusieran en voz de los Panchos: “… sin ti,

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no podré vivir jamás…”, para que el código de comunicación empezara a trabajar con la aludida; por supuesto que había otros métodos más efectivos y modernos, pero éste tenía el toque de romanticismo, que estaba desahuciado y en fase terminal. Los que sufrían el desprecio, el engaño, el desdén, la amargura, etcétera, siempre encontraban las “Lágrimas del alma”, “Tus promesas de amor”, el “Sabrás que te quiero”, el “Cuando tú me quieras”, el “Quisiera ser”, el “Te me olvidas”, el “De-cídete”, el “Llorarás”, el “Asómate a mi alma”, la “Angustia”, la “Loca pasión” o de plano el “Ódiame… por piedad yo te lo pido”. Los que no eran diabéticos les caía muy bien el “Cariñito azucarado…” que sabía a bombón.

Por supuesto había quien detestaba las canciones de los tríos, como mi amigo Carlos Olvera, que bajaba de su auto amarillo, entraba a la tienda, la disfrutaba, pero nunca engordó las alforjas de las regalías de Los Panchos, Los Santos, Los Tres Reyes, Los Fantasmas, Los Dan-dys, Johnny Albino y por supuesto Los Tres Caballeros con “La barca” y el “Reloj”, canciones con nombres de cantinas toluqueñas, pero que no tenían nada que ver con éstas.

En unos tímidos asomos de globalización musical, se escucha-ban algunos casos de música sudamericana, italiana, española, fran-cesa. Los 4 hermanos Silva, Renato Carsone, Domenico Mudugno, Gloria Lasso, Frank Pourcel y hasta las hermanas Navarro —las de “Mr. Sandman” y “Sh…boom”—, ponían su cuota con: “Recuerdos de Ipacarai”, “En un pueblito español”, la “Canción de Orfeo”, “Ciao ciao bambina”, “Picolísima serenata”, “Arrivederci Roma”, “Guaglione”, “Nel blue di pinto de blu” y “Aveva un babero”.

Los afectos al baile practicaban mentalmente los pasos que pondrían en práctica en la primera oportunidad, cuando escuchaban a Mariano Mercerón y otras danzoneras interpretando “La Margarita”, “Florecita”, “Nereidas”, “Juárez”, “Rigoleto” o “Cuando canta el cornetín”. O bien a Pérez Prado con alguno de sus famosos mambos o la Coca Leca.

En la fachada de La Mascota, arriba del disco que indicaba “Teléfo-no público 14-22” había un sugestivo anuncio de la cerveza Don Quijote

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que con la frase de “Más sabrosa, más popular, más mexicana” invitaba a saciar la sed, así que por las tardes no faltaban algunos estudiantes chelistas, es decir, virtuosos de las chelas que discretamente convertían el rincón de la tienda en sala de conciertos, aunque siempre bajo la mirada vigilante de don Pepe que a nadie permitía pasarse de un umbral que ninguno sabía dónde empezaba, pero que difícilmente se rebasaba. Algo ayudaba la figura imponente de don Pepe, que además de encontrarse en sus plenos treinta años —había nacido en 1925— era capaz de levantar con facilidad un bulto de lo que fuera y además de saltar con agilidad aquel mostrador de madera maciza forrada de gruesa lámina remachada con clavos de gota. En este campo de abrevar hubo grandes ejecutantes como el famoso Parodi que llegó a aventarse un cartón y salir tranquila-mente para dirigirse a jugar un pulecito en el México, célebre billar del mismo barrio estudiantil, ubicado en el número 33 de Obregón.

No faltó quien cierta vez infringiera la reglamentación de vías generales de comunicación, pues después de ingerir varias serpentinas bien elásticas y no darle tiempo de llegar hasta el baño más cercano, tuvo que utilizar el recipiente que le quedaba más cerca de su devol-vedora boca: el buzón de correos, que se ubicaba en medio de las dos puertas de la tienda. La discreción del cronista impide mencionar el nombre del distinguido protagonista.

A raíz de convertirse en Universidad aquel glorioso Instituto, lle-garon numerosos estudiantes centroamericanos, particularmente de Nicaragua y Panamá, que con su alegre carácter enriquecieron el siem-pre festivo ambiente de la tienda.

Probablemente muy pocos tenderos pueden enorgullecerse no sólo de conocer los hábitos y gustos de todos sus clientes, sino de saber el nombre o apodo de los mismos. Don Pepe identificaba perfecta-mente a todos. Por allí desfiló toda la taxonomía zoológica: el Perro, el Perrote, la Mosca, el Mandril, el Gato, el Caimán, el Pájaro, el Grillo, el Elefante, la Medusa, el Gusano, el Oso, el Caballo, el Orangután, el Gorila Truckson, etcétera.

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En aquella época, tanto la calle de Juárez como la de Obregón tenían circulación en doble sentido. La parada de la única línea de au-tobuses urbanos estaba exactamente en la puerta de la tienda, así que hubo algunos estudiantes que, procedentes de su casa, se apeaban del Colón Nacional en la mera miscelánea, entraban, consumían, plati-caban, echaban relajo, comían, bebían, oían música y a determinada hora volvían a tomar el autobús emprendiendo el regreso a casa, des-pués de una ardua jornada sin haber ingresado al edificio educativo.

Doña Josefita aprendió de los estudiantes algunas frases útiles, así que cuando le pedían fiado se negaba diciendo: “¡No, muchachos, bu-siness son business!”. Esporádicamente había también empeños exprés, en los que no había usura, simplemente garantía. Cuando no había más remedio, se recibían en prenda pelotas de basquetbol, balones de futbol o riñoneras de americano, objetos que para algunos estudiantes eran más preciados y necesarios que los mismos libros.

Aquella pareja que en un principio fue comerciante, terminó siendo gran conocedora de la psicología de los jóvenes, los compren-día perfectamente. En su tienda solamente se daba cauce sano a lo que los jóvenes de todo el mundo hacen: dar escape a su vitalidad, creativi-dad, entusiasmo, ingenio, alegría.

A principio de los años sesenta, la tienda se cambió a la esqui-na de enfrente, a la casa de los deportistas hermanos Ortega Lavalle. Simultáneamente, don Pepe abrió otra tienda en la colonia Las Amé-ricas; finalmente, cerró la legendaria Mascota para dar paso a la Mas-cotita, atendida por uno de sus hijos.

Don Pepe falleció en 1987 y doña Josefita en 1996. Dondequiera que estén, seguramente seguirán con aquellas sonrisas de afecto con que recibieron y atendieron a centenares de estudiantes que con el tiempo, convertidos o no en profesionales, desde los más diversos frentes de ba-talla, han sido mujeres y hombres de bien, como ellos lo fueron.

El Sol de Toluca, 14 de enero de 2001.

Reinas y madrinas del jaripeo.

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Jaripeos universitarios de ayer

Es bastante conocida la importancia que la agricultura y la ganadería tuvieron en el valle de Toluca y no es ninguna novedad afirmar que la charrería fue un producto de la actividad de trabajo y labores de las antiguas haciendas para desembocar después en una actividad más recreativa que laboral. No es objeto de este artículo entrar en la esen-cia de esta manifestación tan mexicana, sino evocar los jaripeos que en una época entusiasmaron intensamente a los universitarios, así que tras la advertencia ya hecha, recurriremos a tratadistas del tema para apoyar nuestra crónica de hoy.

Luis G. Inclán (1816-1875) fue un hombre que después de reali-zar algunos estudios, se consagró más bien a trabajos del campo. Sien-do impresor y versado en las artes y suertes de la charrería, así como un excelente narrador nato, derivó en novelista que escribió la gran obra Astucia, el jefe de los hermanos de la hoja o los charros contraban-distas de la Rama, que se considera una de las primeras novelas realis-tas mexicanas, en la que se recrea un riquísimo cuadro de costumbres rurales de las últimas décadas del siglo xix.

En 1860, Inclán escribió las reglas con que un colegial puede co-lear y lazar. Curiosamente, exactamente cien años después, los estu-diantes de la Universidad Autónoma del Estado de México practicaron con gran entusiasmo esta expresión de mexicanidad, en la modalidad de jaripeos.

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En la citada novela Astucia… leemos: “Al otro día quiso el Charro celebrar el ingreso de su nuevo hermano, suspendieron su marcha, mandaron arrimar una manada para jaripear”.24

Jaripear, es poco usado, dice Leovigildo Islas Escárcega, y quiere decir practicar jaripeo.

Jaripeo —nos ilustra Francisco J. Santamaría en su famoso Diccionario de Mexicanismos— es una “especie de coleadero; diversión en que se montan potros cerriles, se hacen ejercicios de lazo y demás cosas propias de jinetes y campiranos: colear, manganear, etc.”.25 Otros autores señalan que la palabra viene del tarasco y que tiene que ver con jaras. Según unos, porque los lugares para la práctica se cercaban con jaras; pero según otros es porque se usaban jaras o cañas para determinadas suertes. Sin embargo, esto lo dejaremos para que charros y lingüistas lo diriman.

Después de este breve preámbulo, vayamos a los jaripeos univer-sitarios. Podría decirse que éstos tenían una participación heterogénea; por un lado, había estudiantes que realmente tenían antecedentes de ser hombres de a caballo, familiarizados con el campo, conocedores, dies-tros, hábiles, ya fuera por su procedencia rural, por provenir de familias poseedoras de ranchos o simplemente por cultivar la actividad charra. Por otro lado, había quien sólo tenía el arrojo, la audacia o el atrevimien-to de intentar por primera vez en su vida alguna maniobra charra, para lo cual requería de algún aditivo para darse valor. Sin embargo, unos y otros, comportándose como auténticos charros, eran caballeros con pundonor, y se lanzaban a la competencia con lemas de equipo, como: “Me doblo, pero no me quiebro”, “Primero desmayado que bajar ataran-tado” o “Nunca he sido mala reata, lo que tengo es mala torcida”.

Del pórtico del viejo edificio, hoy identificado como de Rectoría, partía, rumbo al Centro Charro, una caravana de automóviles descu-biertos en donde iban las madrinas luciendo sus trajes típicos, acom-

24 Inclán, Luis G. (1996). Astucia, el jefe de los hermanos de la hoja o los charros contra-bandictas de la Roma, Porrúa, México, p. 85.

25 Santamaría, Francisco J. (1959). Diccionario de mexicanismos, Porrúa, México, pp. 629-630.

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pañadas de gallardos charros, unos de a caballo y otros de convertible (automóvil descapotado) en donde se lucían las madrinas.

En lo que hoy es el edificio de la Procuraduría de Justicia del Es-tado de México estuvo por muchos años el famoso Centro Charro de Toluca. Durante los meses de julio o agosto era el escenario en donde se llevaban a cabo aquellos memorables jaripeos.

A mediados de julio de 1959, un llamativo programa que tenía una fotografía de una suerte charra anunciaba para el día 24, a las 10:00 horas, el Gran Jaripeo Universitario en el que estarían 60 jinetes en acción 60, a beneficio de la Federación Estudiantil Universitaria. El programa se componía de 10 puntos:

1. Desfile de Madrinas.2. Presentación de jinetes.3. Jineteo de novillos.4. Manganas a pie por Octavio Chávez.5. Bailable.6. Jinetes y yeguas.7. Zapateado por guapas universitarias.8. Lidia de vaca brava.9. Entrega de bandas a los participantes.

10. Jarabe Tapatío por una pareja de jóvenes universitarios.

Los precios de entrada eran: Adultos $4.00 y niños $2.00.El programa daba una relación de los estudiantes que participarían.

Por la Escuela Preparatoria: Humberto Lira Mora, Arturo García, Ra-món Ballina, Víctor Martínez, Ignacio Salazar y Víctor Carmona.

Por la Facultad de Jurisprudencia actuarían Francisco Azamar Iniestra, Hermilo Sotelo Pérez, Federico Ambríz Gómez Tagle, Víctor Bernal y Carlos González Gutiérrez.

El equipo de la Facultad de Medicina estaría integrado por Zenón Huerta Benítez, Francisco Paniagua Gurría, Humberto Peña F., Pedro Pinilla, Jorge Camacho Pavón, Miguel Ángel Cedeño y Rolando Salgado.

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La Escuela de Ingeniería tendría como representantes a Hugo Ca-viedes, Jorge Becerril, Rodolfo Hernández, Rafael Salgado y Jorge Ra-mírez. Luis Herrera y Jorge Santana Cortés estarían por el equipo de la Escuela de Comercio.

El equipo de futbol americano había inscrito a Francisco Núñez, Carlos Salas, José Rangel, José Luis Gómez, Óscar Guadarrama, Arturo Bravo y Armando Estrada Bernal.

El Club Vampiros se presentaba con Jorge Solano Ávalos, Rolando y Daniel Benítez Bringas, David Rodríguez, Enrique Carbajal García, Alfredo Albiter, José López Maya y Ramón Garduño Castro.

El Club Universitario del Estado de México contendía con Gerardo Fuentes, Rafael y Javier Sánchez, Sergio Lara, Joaquín Martínez, Ger-mán Velázquez y Alejandro Miranda Plata.

El II Jaripeo Universitario se llevó a cabo en el mismo lienzo tolu-queño, el 19 de agosto de 1960, organizado por la Sociedad de Alumnos de la Facultad de Derecho, con la finalidad de recaudar fondos para la actualización de su biblioteca, así como la realización de mejoras al mobiliario del Bufete Jurídico Gratuito que operaban. El programa se estructuraba así:

1. Desfile de Reina y Madrinas.2. Coronación de la Reina por el Rector de la uaem.3. Presentación de equipos.4. Bailables.5. Jineteo de novillos.6. Canciones interpretadas por el trío de universitarios, hermanos

Sánchez Vázquez.7. Jineteo de yeguas.8. Presentación de la Escuela Charra de Toluca.9. Floreo de reata por el alumno de Ingeniería Braulio Pliego.10. Jarabe Tapatío.11. En esa ocasión, el equipo de la Facultad de Derecho estuvo

integrado por Jorge García Hernández, Hermilo Sotelo, Federico Am-

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bríz Gómez Tagle, Rubén Mora Girón, Atanasio Serrano, Guillermo Fragoso y José Bravo este último, su representante. Fungieron como madrinas: María Elena Mejía Ortega, Saloi Jaimes, María Concepción San Martín, Margarita Montes de Oca, Pilar Camarena, Alejandra Casti-llo y Gloria Muciño.

Por la Facultad de Ingeniería competían Aurelio Pliego, Pedro Topete, Arturo Sánchez, Braulio Pliego, Crispín Villegas, Gabriel Vie-yra y Armando Zárate S., quien fungía como su representante. Sus madrinas fueron Hilda Calderón, Catalina Pliego, María del Carmen Vázquez, Martha Eugenia Lira M., María de la Luz García Sánchez y Clara Luz Trujillo V.

El equipo de la Preparatoria, bachillerato de Ingeniería, estaba capitaneado por Edmundo Domínguez y lo integraban además Alfon-so Siles, Gerardo Fuentes Ruiz, Horacio Reyes, Felipe Nemer N. León Tepopotla y Natividad Garfias. Amadrinaban: Evelia Ochoa García, Yolanda Salazar A., María de los Ángeles Morón C., Luz María Sán-chez, Martha Vergara Pérez, Obdulia Zagal y Bertha Reyes.

El bachillerato de Leyes y Comercio, encabezado por Baltasar Vilchis M., estaba conformado por Bernardo González C., Abdías Gu-tiérrez Ordóñez, José Silva Jarquín, Joaquín González Z., Juan M. Salas R., Tomás Macedo J., Sigfrido Rosales A. La función de madrinas esta-ba a cargo de María Teresa Lira M., Concepción Reyes, Rosario García Beltrán, Rosa María Paulín, Idalia Salgado Kuri, Teresa Camarena y Lolita García Salgado.

El bachillerato de Medicina competía sin líder y sin madrinaz-go, llevando como competidores a Hugo Velázquez Sánchez, Abdías Gutiérrez Ordóñez, Salvador Camacho Durán, José Antonio Ramírez Montaño, Tomás Hernández F., Arturo Bobadilla M. y Enrique Monares García.

Los jaripeos universitarios cada año adquirían mayor realce. El III Jaripeo, celebrado el 6 de julio de 1962, tuvo la novedad del toreo. Los diestros anunciados para ese día fueron: Carlos y Alfredo Tinoco,

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Juan Octavio García G., Antonio Miranda, Alfonso López Ballesteros, Mario Quezada Maya y Armando Zárate Sandoval.

Los equipos que tradicionalmente participaban estuvieron en ese año representados por experimentados y noveles jinetes. El equipo de la Escuela de Ingeniería lo compusieron Gabriel Vieyra Valdés, Arturo Sánchez García y Armando Zárate Sandoval.

Los equipos de las Escuelas de Comercio y Medicina fueron ese día numerosos. El primero estuvo integrado por Joaquín González, José Silva Jarquín, Fidel Martínez C., Azael Ruiz G., Julio García G., Eloy Sánchez M., Eladio Ruiz R., Sergio Estrada, José Luis R., y Horacio Reyes G. En tanto que el segundo equipo lo constituyeron Francisco García, Jaramillo Vences, Leonardo Carmona, Jorge Camacho, Zenón Huerta, Carlos Bautista, Alberto Hardy y Antonio Reyes.

El equipo de la Facultad de Derecho tuvo como partícipes a Juan Ugarte Cortés, Federico Ambríz Gómez Tagle, Saúl Ruiz, Germán Gar-cía Salgado, Carlos López Rivera, Fidencio Islas Hernández, Roberto Zendejas, Gaspar Sánchez, Agustín Orihuela y Alejandro García López.

El equipo de la escuela Preparatoria se presentó en esa ocasión con Ranulfo Salazar López, Antonio García Nava, Guillermo Santos Arzate, Carlos Siles, René Santín, Abel Urbina y Guillermo Mondragón.

Por la tarde de esos días de jaripeo solía haber una tardeada en el casino del mismo Centro Charro, lugar de gratos e ingratos recuerdos para la historia de la ciudad. Durante este vespertino baile se coronaba a la Reina del Jaripeo, generalmente con un sombrero galoneado y una cuarta a manera de cetro. A veces las madrinas colocaban las bandas de rigor a sus ahijados, cuando esto no se había hecho durante la compe-tencia, y también se entregaban a los ganadores los premios y trofeos.

Año con año, estos jaripeos fueron apasionante rutina y habrá tam-bién que mencionar que algunos aficionados a las peleas de gallos, como mi querido amigo Eleucadio Vera Chaparro, con anticipación acudían a la avícola del general Emilio Olvera Barrón a fin de adquirir las botanas, navajas y otros aditamentos necesarios para llevar a cabo alguna pelea, que iba muy bien con aquel día de festividad mexicana, que era invaria-

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blemente amenizado por la música de un mariachi y también, por qué no, humedecido con algún aguardiente ¡para hombres!…

Los años han pasado, más de veinte de los universitarios mencio-nados ya han fallecido. Un recuerdo cariñoso para ellos.

Para los que aún viven, un afectuoso saludo y el deseo de que lean estas líneas para compartir evocaciones, que no tienen por qué ser forzosamente de nostalgia.

El Sol de Toluca, 4 de junio de 2001.

Clientes frecuentes de la cantina del San Carlos.

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La legendaria cantina del San Carlos

En la página 601 de la Gaceta del Gobierno del Estado de México del 14 de diciembre de 1907 se publicó la autorización para modificar los balcones de algunas casas de los Portales de Toluca, estableciéndose con claridad que los balcones deberían ir a la mitad de cada arco.

El tráfago actual de nuestra ciudad provoca que, tanto para los au-tomovilistas como para los peatones, pase casi desapercibido el hecho de que una parte del Portal Madero es la única en que los balcones del segundo nivel no corresponden al eje de los arcos del nivel inferior como en el resto de la arquería, y además, la altura de la edificación rebasa el umbral de la cornisa superior del conjunto. Esto ocurre en la desemboca-dura de la calle de Matamoros, y la citada particularidad es nada menos que el legendario hotel San Carlos, fundado a principios del siglo xx por el empresario español don Jaime Pons, padre de don Jaime Pons Hernán-dez, quien fuera presidente municipal de Toluca en el trienio 1964-1966.

En el directorio de los principales vecinos de Toluca, publicado por don Aurelio J. Venegas, en 1907, aparece ya don Jaime Pons, con domicilio en la 1ª calle de Bravo, número 4. En el Directorio Personal de Toluca, correspondiente a 1908, se dice que dicho hombre de nego-cios habitaba la casa número 33 de la avenida Libertad.

En el directorio de 1910, hecho por Solórzano y Vargas, se señala que el hotel San Carlos, propiedad del señor Pons, se ubicaba en el Portal de la Constitución número 5 (sic).

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El antiguo hotel San Carlos, edificio que no era adaptado, sino que había sido construido exprofeso para esa función, tenía una fachada de cantera de Tlacotepec, que en la clave de la puerta principal ostentaba el número 13 del viejo Portal de la Paz, hoy Portal Madero. El ambiente ne-tamente europeo del lugar, con biseles y emplomados en su cancelería, así como una puerta giratoria, para proteger del frío toluqueño, había sido impregnado en 1915 por su proyectista, que fue nada menos que el famoso arquitecto británico Carlos J.S. Hall. En el Archivo Histórico Municipal de Toluca se conserva el plano de la fachada.

A principios de los años veinte, el hotel San Carlos contaba con departamentos especiales para familias; era como su publicidad en in-glés lo señalaba: “One of the best hotels in the Republic, and the most exclusive in the city”, es decir, uno de los mejores del país y el más ele-gante de la ciudad. Disponía de cantina, billares, restaurante y baños. Su teléfono era el número 3 y su apartado postal el 5.

Anexo al hotel San Carlos estaba su restaurante, que por aquella época operaba don Jesús Duarte. Su propaganda indicaba: “Cuenta con un servicio esmerado, un selecto y variado menú y cocina francesa, bajo la dirección del único discípulo del gran cocinero francés Sylvain Du-mont. Música cuatro veces a la semana, a la hora del lunch y cena”.

Sus habitaciones eran amplias y muy bien amuebladas; sus baños, modernos y dotados de tinas y toilettes; su vestíbulo, bien iluminado y con enormes plantas de sombra, que le daban un toque especial y atractivo.

El edificio del hotel San Carlos fue modificado varias veces. En una de ellas sufrió notables transformaciones, cuando dicho trabajo fue encomendado al conocido ingeniero Federico Hardy, quien rea-lizó numerosas construcciones y obras en nuestra ciudad. Para 1931 el hotel ya había agregado un teléfono más, que era el número 9 de la telefónica Industrial El Oro.

Mención especial merece el inolvidable salón cantina de aquel San Carlos. Ciertas cantinas, según Jorge Laso de la Vega, se hacen acreedoras al título de respetables abrevaderos. Algunas tienen historias

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interesantes; por ejemplo, la ciudad de Madrid tuvo en el bar Chicote, no sólo motivo de inspiración para Agustín Lara en su célebre chotis del mismo nombre, sino fama internacional por el surtido de su barra y las mujeres que ahí acudían.

La ciudad de México tiene —para fortuna de muchos— la can-tina El Nivel, la más antigua de la ciudad, pues fue fundada en 1872. Sus asiduos clientes, según dice Ramírez Heredia, se autonombran con merecido derecho los Nivelungos, y Guadalupe Gómez Collada, al mencionar que ya pueden entrar las mujeres, apunta: “En El Nivel no pasamos de ser simples espectadoras, ya que es de las pocas can-tinas que conservan su vocación netamente masculina, sin embargo, no deja de ser un logro femenino haber conquistado a nuestra eterna rival… la cantina”.26

Debe mencionarse que en el edificio de El Nivel hay una placa que indica que ahí estuvo la Real y Pontificia Universidad de Méxi-co, fundada en 1551. Otro dato curioso que aporta la autora citada se refiere a que, siendo presidente de la república Miguel Lerdo de Teja-da —probablemente quiso decir Sebastián—, un día mandó traer a El Nivel una sangría para curarse un mal que le aquejaba; sin embargo, el negocio estaba cerrado. Al ser informado de ello, ordenó que se abriera a la fuerza y se le preparara su bebida, y para que no le volviera a suceder lo mismo, expidió un decreto en el que mandaba que El Nivel perma-neciera abierto los 365 días del año.

Toluca por mucho tiempo estuvo verdaderamente orgullosa de su cantina del San Carlos. Recuerdo que siendo muy niño, los domin-gos acompañaba a mi papá a la peluquería La Tijera del señor Alanís, en donde laboraba don Elías, el famoso Brujo, llamado cariñosamente así por sus virtudes en la suerte de los billetes de la Lotería Nacional que él vendía; ahí se reunían muchos y diferentes grupos de amigos, quienes conversaban animadamente mientras tocaba el turno de su

26 Longi, Ana María (1991). “Cantinas y cafés se han mistificado” en Excélsior, 10 de abril de 1991, México.

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corte de pelo o rasurada. Entre el grupo de españoles avecindados en Toluca alternaban, entre otros, don Pepe Dosal, don Gerardo Piñeiro, don Sisebuto Gil Olmeda, don Florencio Ascobereta, don José Gutié-rrez, don Manuel Blanco y tantos y tantos más. Previo o posterior al afeite, algunos asistían a misa a la Santa Veracruz. Antes de ir a comer a sus casas, o a saborear una deliciosa comida española con la chaparrita Encarna —apócope de Encarnación—, ahí en Matamoros casi esquina con la calle de Mina, acudían invariablemente al San Carlos, en donde el caballeroso don Sotero Moreno, cantinero mayor y sus diligentes colaboradores Luis, Chava de la Mora, don Yayo Valdés, el Diablito y otros, les aten-dían con una calidad de servicio verdaderamente de excelencia.

En su impecable barra, de los difíciles años de la posguerra se alineaban las botellas de coñac, whisky, ajenjo, amontillados, Pernod Fills, Benedictine, Countreau, Vermouths, Campari, Carpano, haba-neros Palma, Chagüina y Ripoll; brandis españoles y mexicanos como el Parras, Madero, Sagargnac y Evaristo I, anisetes, anisados, moscate-les, Fernet, Jerez, Oporto, jarabes, cervezas, así como las bebidas adi-cionales como el ginger ale, aquavit, agua mineral Perrier, jarabes y las diminutas botellas de bitter angostura, envueltas en una especie de miniperiódico.

Sus impecables sifones encerraban la codiciada agua de Seltz, bebi-da inodora, incolora y transparente, constituida por agua potable y anhí-drido carbónico, cuyo nombre proviene del balneario alemán de Selters. Mi corta edad impedía que saboreara alguna de aquellas deliciosas bebi-das que los sedientos parroquianos sorbían con fruición. En cambio, sí disfrutaba de las sabrosísimas tortas de pavo y de pierna, que no tenían igual, aderezadas con unos chiles en vinagre verdaderamente deliciosos, servidas de manera singular en una especie de raqueta de madera.

Otra botana maravillosa eran las sardinas portuguesas, cuya mar-ca grabada en la lata simulaba estar sobre el mar, por lo que podía uno ver la palabra Nice reflejada como en un espejo. Estas sardinas y otros productos de la familia genérica de los ultramarinos eran de lo mejor de la industria conservera que nos llegaba en vapor, vía el Puerto de

Bar San Carlos modernizado.

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Vigo, y que don Sotero se encargaba de proporcionar a sus clientes, en el momento oportuno.

Muchas fueron las bebidas que hicieron famoso al San Carlos, pero destacaban dos: una fue el cordialito, que tanto gustaba al talento-so e inolvidable toluqueño don Juan Albarrán, llamado cariñosamente por sus amigos como Juan Diablo, la otra bebida era el aperital batido. El cordialito era un licor elaborado con vinos añejos, frutas y diversas sustancias vegetales, pero al decir de aquellos conocedores, el cordiali-to del San Carlos no le pedía nada al Cordial Lord ni al Cordial King-man que se preparaba en los bares europeos más famosos.

El aperital batido, de acuerdo con la fórmula confiada por uno de los ayudantes (ya fallecido) de don Sotero, se preparaba con medidas convencionales que daba la amplia experiencia de los hábiles cantineros, pero pareciera que era calculado en onzas. Se ponía hielo picado, un poco de brandy, un poco de vermouth, un poco de aperital, un poco de crema de cacao blanca, un poco de jugo de naranja y un poco de agua mineral, se agitaba en la coctelera manual y se servía en copa para vino.

La modernización cambió nuevamente el edificio y sus servicios, aunque se mantuvieron la cantina y sus mesas de billar. En 1950 los teléfonos de este centro de hospedaje eran el 20—17 y el 20—85; en 1959, al cambiar la nomenclatura de la ciudad, el hotel San Carlos dejó de ser el número 13 del Portal Madero y pasó a ser el número 210, que aún ostenta.

Hombres como don Pepe Busquet y el señor Piza continuaron con aquella tradición de buen servicio. En 1967, después de que el ho-tel fuera restaurado una vez más, tenía 87 habitaciones. Las tarifas iban de $13.00 a $35.00 por una persona, en Plan Europeo. Para 4 personas, la tarifa era desde $28.00 hasta $70.00. Su teléfono, con 5 líneas, era el 5-40-19.

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¿Cuantas páginas podrían llenarse simplemente con los nombres de los huéspedes que se han alojado en el hotel San Carlos a lo largo de su prolongada historia?27

El Sol de Toluca, 13 de mayo de 2002.

27 En 2012 el hotel San Carlos dijo adiós.

Palacio de Justicia y templo de San Juan de Dios, en la avenida Villada.

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Paseando por la avenida Villada

La avenida que hoy lleva el nombre de José Vicente Villada, como es sabido, tiene su punto de partida en la avenida Hidalgo y concluye en el arranque del Paseo Colón.

En el siglo xix tuvo simultáneamente varios nombres. Un tramo se llamó Avenida de la Ley, al parecer porque ahí estaba el Palacio de Jus-ticia; otro se llamó Igualdad —recuérdese que hubo calles con los nom-bres de Libertad, Fraternidad e Igualdad—, otro trecho se llamó José Hernández y finalmente, la cuadra más próxima al templo de El Ran-chito llevaba el nombre de Simón Velázquez. ¿Quiénes fueron estos dos últimos? José María Hernández fue un destacado liberal propietario de una panadería que estaba en la contraesquina del banco que actualmen-te se ubica en Juárez e Hidalgo, la cual vendió para armar una guerrilla e ir a combatir por la Constitución de 1857, en la Guerra de Tres Años y, más tarde, contra la Intervención. En 1869, varios vecinos de Huitzila pidieron que se le cambiara el nombre a su calle y se le pusiera el de José María Hernández, en homenaje por los servicios prestados a la causa de la república; no obstante, la designación fue para la calle que nos ocupa y posteriormente pasó a una callecita del barrio del Cóporo.

Simón Velázquez fue también un aguerrido combatiente. La sim-ple mención de su apodo, la Simona, ponía a temblar a sus enemigos, al decir, de un historiador. Parece ser que en 1850 Simón Velázquez era vecino del barrio del Calvario.

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Tras la muerte del general José Vicente Villada, acaecida el 6 de mayo de 1904, surgió la idea de unificar el nombre de aquella avenida, imponiéndole el suyo. La iniciativa firmada apenas una semana des-pués de ocurrido el deceso se fundamentó así:

Los que suscribimos, con el carácter de vecinos de esta ciudad, ante ustedes respetuosamente manifestamos que animados por el deseo bien legítimo de que en Toluca se perpetúe de un modo visible el nombre ilus-tre del señor general José Vicente Villada, gobernador constitucional del estado, que acaba de bajar al sepulcro, saludado por el respeto de todas las clases sociales, iniciamos ante esa H. Corporación la idea de cambiar el nombre de la actual Avenida de la Ley por el de Avenida del General Villa-da, permitiéndonos apuntar a continuación parte pequeñísima de las razo-nes que apoyan nuestra solicitud, ya que enumerarlas todas sería profuso, por la abundancia de ellas, e inútil, dada la justificación de las [sic] señores Munícipes y el conocimiento que tienen de los esfuerzos del señor Villada en pro del adelantamiento del estado y de su capital.

Nuestra iniciativa se informa, ante todo, en un espíritu de equidad bien pura, si se tiene en cuenta que va encaminada a ensalzar la labor de un funcionario muerto, pero que debe vivir en la memoria de los pósteros [sic] por las raras virtudes privadas y públicas que hizo patentes durante su vida.

Hacer perdurable el recuerdo de los hombres de bien y de progreso de los gobernantes rectos y honrados, es un imprescindible deber de civis-mo que se impone, en todos los países civilizados, a las corporaciones que representan los intereses populares, y que deben buscar no sólo la prosperi-dad material de sus mandantes, sino también la formación del carácter y la elevación del nivel moral en ellos, nutriéndolos con sanas enseñanzas y poniendo ante sus ojos ejemplos dignos de imitar; y de todos los medios ejercitados con semejante propósito en las sociedades cultas, ninguno más solemne, más adecuado y más sugestivo que el de dar el nombre del ciuda-dano ilustre a una vía pública, despertando así diariamente en el pueblo el recuerdo del varón insigne y el de sus claros merecimientos.

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No pretenderemos poner en relieve los títulos del señor Villada a póstumo honor que solicitamos para él, porque huelga la demostración tra-tándose de verdades axiomáticas de puro evidentes, y porque nadie mejor que la H. Corporación a quien acudimos puede, con pleno conocimiento de causa, tallar sobre esta petición que, de ser conocida, secundaría segura-mente la opinión general. Absteniéndonos, por lo mismo, de superfluas argumentaciones, diremos que nos hemos fijado en la Avenida de la Ley para la substitución que intentamos porque las obras de ampliación en ella emprendidas se deben a la iniciativa y a los esfuerzos del señor Villada, porque siendo ella una de las más hermosas avenidas de la ciudad, el home-naje estará más en consonancia con el nombre que se trata de enaltecer, y, finalmente, porque al reemplazar por el del eximio gobernante un nombre abstracto, —aunque de altísima significación— no se posterga el de ningún héroe u hombre ilustre, no se borra ninguna leyenda, no se atenta contra ninguna tradición, extremos que, en todo caso, deben evitarse cuando se trata de innovaciones de este género.

Insistir en la conveniencia y justificación de nuestra idea sería ofen-der el criterio y los sentimientos de la corporación municipal, a la que nos remitimos confiadamente, esperando que, previos los trámites de rigor, se servirá acordar de conformidad como lo que solicitamos, por ser así de absoluta justicia. 28

Firmaban aquel singular documento Ramón Díaz, Santiago Graf, Eduardo Henkel, Benito Sánchez Valdés, Alberto Henkel, Alfredo Fe-rrat, Adolfo Henkel, Ignacio Guzmán, Francisco M. de Olaguíbel y Pe-dro Díaz.

Un día después de presentada aquella solicitud, fue expedido el dictamen correspondiente, el cual señalaba:

28 Gobierno del Estado de México (1905). Corona fúnebre del señor Gral. D. José Vicente Villada, gobernador del Estado de México, Of. Tip. del Gob., en la Escuela de Artes y Oficios, Toluca, p. 119.

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Ciudadanos Regidores:

Los que suscribimos, habiendo tenido conocimiento de la iniciativa para cambiar el nombre a la Avenida de la Ley por Avenida José Vicente Villada, considerando no sólo atendibles y fundadas las razones alegadas por los iniciadores, sino de perfecto acuerdo por los deseos de los suscrip-tos sometemos a la aprobación del cabildo, con dispensa de trámites, las siguientes proposiciones:

1. La actual “Avenida de la Ley” se denominará en lo sucesivo “Ave-nida José Vicente Villada”.

2. Comuníquese a la Comisión de la Nueva Nomenclatura de la Ciu-dad, para los efectos consiguientes.

Sala de Comisiones del H. Ayuntamiento. Mayo 12 de 1904. Beni-to Sánchez Valdés. Alfonso María Díaz González. Alberto García. Carlos Castillo. José María Pastor. S. Graf. Silviano García. Juan de Dios Montero. Eduardo García. Pascual Morales Molina. A. Ferríz Ibáñez.29 Rúbricas.

Los promotores de esta idea no exageraban cuando afirmaban que la avenida en cuestión era de las más hermosas de la ciudad. Mucho del patrimonio inmobiliario de esa avenida se ha perdido, pero por fortuna todavía quedan construcciones de gran importancia por su arquitectura, por su historia o por los hechos cotidianos ahí registrados.

Hagamos un breve paseo intemporal, recordando algunos datos, de edificios que bien o mal conservados, aún subsisten. En donde hoy está el Instituto de Estudios Legislativos fue la casa de don Luis Pliego y Carmona, hermanos; iniciales (lpch) que aún podemos ver en los cristales de sus balcones, así como las de don Germán I. Roth, posterior propietario (gir). El proyecto de fachada data de 1901.

Frente al templo de Santa María de Guadalupe subsiste la her-mosa casa con techos de mansarda, construida por el arquitecto inglés

29 Ibid., p. 120.

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Carlos J.L. Hall, en 1913. Contigua, al sur, en el predio que perteneciera a don Buenaventura Segura, está la casa que después pasó a manos del señor Guillermo Sainz Castillo, quien fue tenedor titular del Registro Público de la Propiedad desde el 3 de septiembre de 1924 hasta el 11 de abril de 1966, con algunas interrupciones. Un poco más adelante encontramos, en ruina, la casa que perteneció a la familia Zincúnegui, en la que destacó Leopoldo del mismo apellido, quien nació el 23 de febrero de 1895 en el real de Minas de San Agustín de Otzumatlán, municipio de Queréndaro, en Michoacán, pero para 1900 ya se en-contraba con su familia en Toluca. Fue político, revolucionario, poeta, bohemio y cronista de Toluca. El 16 de mayo de 1959, el Congreso de la Unión decretó su jubilación como director de la Biblioteca del Con-greso, por sus 30 años de servicios ininterrumpidos. Leopoldo Zincú-negui Tercero, autor del libro Toluca la bella, Toluca de mis recuerdos, murió el 13 de marzo de 1972.

Pasando la avenida Morelos se localiza la casa donde el 16 de marzo de 1884 nació el maestro Heriberto Enríquez, destacado edu-cador, poeta y sembrador de ideas. Bajo sus enseñanzas se formaron muchas generaciones de brillantes alumnos. Falleció el 8 de abril de 1963. Ahí también vivió con su familia el doctor Mariano C. Olivera López (1886-1977), distinguido médico que realizó una enorme obra en el campo de la salud pública y labores de beneficencia. Fue funda-dor de la Cruz Blanca.

Muy cerca de ahí está la casa que a principios del siglo xx albergó a la escuela “Urbano Fonseca”; en 1906, su vecino de enfrente, el no-tario don Silviano García, con alumnos de esta escuela, creó el Parque Guelatao, para conmemorar el natalicio de don Benito Juárez, ocurri-do 100 años antes.

Poco antes de la calle de Gómez Farías está la casa que debido a las grandes transformaciones sufridas ya no se puede apreciar en su estructura original, pero de ahí fue vecino el pintor local Fabián Cuen-ca. Entre esta última calle y la de Juan Álvarez está la casa construida a principios de 1900, que fuera habitada por don Flavio Ramiro y su

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esposa, propietarios de numerosos negocios en esta ciudad y en Almo-loya de Juárez.

Pasando la Escuela Secundaria Número 2 llama la atención la casa cuya construcción se inició en abril de 1905, por encargo del señor Marcial Rojas. El proyecto original no consideraba el recubrimiento de cantera, sino que los tres balcones y el portón contenían una especie de alfiz de ladrillo. Su fachada con elegantes adornos a manera de orla con motivos vegetales le dio una categoría suficiente para considerarla como una de las casas más bellas de Toluca. Terminamos el recorrido por la acera oriente, frente al templo de El Ranchito, cuya primera pie-dra se colocó el 25 de junio de 1885 y se concluyó, sin la torre, el 11 de julio de 1894, aunque fue consagrado el templo el 3 de julio de 1892.

Ahora caminaremos imaginariamente por la banqueta poniente. En el antiguo número 3 hallamos la casa que a principios del siglo xx perteneció a don Rafael Pliego y Cortina y doña María Legorre-ta de Pliego. El señor Pliego era un capitalista, como se denominaba entonces a las personas acaudaladas. Aunque la fachada ha sido mo-dificada en su primer nivel, se conserva el zaguán y todo el segundo cuerpo, en donde destaca el barandal corrido de herrería antigua, uno de los más extensos que queda en la ciudad, el cual corresponde a sus tres balcones de remates triangulares. Junto, está la casa que pertene-ció al matrimonio formado por el doctor Esteban Uribe Pichardo y la señora Clara Guerola Gallarreta. Entre sus destacados hijos se puede mencionar a Eduardo, quien estudió la preparatoria en el Instituto de Toluca y después la carrera de medicina en la ciudad de México, siguió la especialidad en Hematología, fue fundador de los Bancos de Sangre del Hospital Juárez y el Hospital de Jesús, así como de los Congresos de Hematología. En dicho inmueble se expendían los productos de la fábrica de tabaco de don Cesáreo Uribe Vargas de Valdés. En la casa de la esquina con Plutarco González aún se puede ver en la clave de la puerta la inscripción “Dr. Uribe”, quien fue institutense y después egresado de la Escuela Nacional de Medicina, donde obtuvo su título. Fue regidor del H. Ayuntamiento de Toluca, director del Hospital de

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Maternidad e Infancia de Toluca, formó parte de la institución la Gota de Leche, vocal del Consejo Superior de Salubridad y miembro de la Junta de Beneficencia Pública y otras sociedades. Fue director del Ins-tituto Científico y Literario, de febrero de 1921 a enero de 1923. Fue el constructor del teatro Edén, que se encontraba en la 2ª de Mina y 2ª de Allende.

En ese inmueble, que tuvo el número 9 de Villada, estuvo hasta mediados del siglo xx la conocida papelería El Cometa —bautizada así por la aparición del Halley—, propiedad del profesor Rafael Uribe Pichardo, reconocido maestro de lengua inglesa, notable filatelista y padre del intelectual Óscar Uribe Villegas, Presea Estado de México, autor de numerosos trabajos y miembro del Instituto de Investigacio-nes Sociales de la unam.

Cruzamos la calle para encontrar la parroquia de Santa María de Guadalupe, templo del antiguo hospital de San Juan de Dios, que jugó un importante papel en la atención a las víctimas de la desoladora epi-demia conocida como matlazahuatl, en el año de 1737.

En lo que fuera el número 19, subsiste en ruinas únicamente la fachada de la casa que a principios del siglo xx perteneció a don Pas-cual Benavides y en donde vivieron don Saturnino Echeverri y doña Dolores Noriega de Echeverri, conocida familia toluqueña.

Cruzamos la avenida Morelos y es fácilmente identificable la enorme fachada de la casa que perteneció y en donde vivió y ejerció sus funciones don Silviano García, escribano público aprobado por el Supremo Tribunal de Justicia del Estado de México, en 1890. El distin-guido liberal nació en Almoloya de Juárez, que a decir de él mismo, era la primera población de la república que llevaba ese apellido glorioso. La fecha de su nacimiento se señala en 1860 (según la historiadora Margarita García Luna) o el 4 de mayo de 1861 (según don Ramón Pérez). Junto con otros distinguidos liberales, el 9 de febrero de 1885 fundó la Sociedad Benito Juárez. Fue regidor del H. Ayuntamiento (1891-1897, 1901-1908 y 1910-1911) y participó intensamente en las mejoras de la ciudad. En este inmueble funcionó por muchos años la

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Notaría Pública Número 1, rica en documentos. Don Silviano García falleció el 21 de agosto de 1950.

Más adelante localizamos otra casa antigua, donde vivió en la pri-mera década del siglo xx la señorita profesora Silvina Jardón, directora de la Escuela Profesional de Artes y oficios para Señoritas. En su mo-mento vivió también ahí don Pablo M. Friederich, profesor de idiomas.

En el 308 actual está la bella casa construida también por el arqui-tecto Hall para el dentista toluqueño Isidro Izquierdo. La inscripción que se ostenta en su remate superior indica que el segundo piso fue agregado en 1919.

Poco después de la calle de Oviedo está la casa que le correspon-dieron los números 79 y 81 de la vieja nomenclatura. Es un ejemplo de construcción ascendente hacia la ladera del cerro del Calvario, por lo que también tuvo acceso por la calle citada. Ahí vivió la familia Fuentes Mena a mediados del siglo xx. La casa que tuvo el número 99, propiedad siempre de la familia Teja, ha albergado ahí en diferentes épocas a don Lino Teja, Ángela Teja, Manuela Teja, Fernanda Zepeda de Teja, María Buitrón de Teja y Luchita Teja, todos muy conocidos en la ciudad. La casa presenta dos agregados que son notorios: un piso superior en el lado norte y los balcones del lado sur.

En la desembocadura de la calle de Ramón Corona destaca la llamada Puerta del Calvario, que es en realidad un arco que une dos bellas casas construidas por el reconocido ingeniero Vicente Suárez Ruano; ambas datan de 1916. En la del lado norte vivió don Andrés Salas Milanés, conocido comerciante en granos y semillas; la del lado sur tuvo entre otros habitantes a las familias Vila, Ozuna, Añoveros, Martínez, etcétera.

Culminamos el paseo en la esquina con Horacio Zúñiga, en el edificio que hoy es convento de las madres Pasionistas. Esta construc-ción, que vemos con fachada de tres niveles, originalmente sólo tuvo dos pisos; en la primera planta tenía ventanas de medio punto y en el segundo balcones con arcos ojivales. Ahí estuvo la representación de la casa Beick Félix y Compañía y después el Colegio del Beato Gabriel.

Avenida Villada, antes calle de La Ley.

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En enero de 1916 ahí se estableció un Consejo Extraordinario de Gue-rra para determinar la culpabilidad de los acusados de un supuesto complot contra las fuerzas revolucionarias carrancistas que ocupaban la ciudad. El 14 de enero del año citado terminó el suceso con el fusi-lamiento de nueve militares y un civil, en el muro norte del Panteón General.

Esto ha sido una pequeña muestra del enorme contenido históri-co de esta avenida, que merece todo el cuidado para su conservación.

El Sol de Toluca, 10 de febrero de 2002.

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Las mascaradas y sus convocatorias

Durante la última época del Instituto Científico y Literario Autónomo (icla) y la primera de la Universidad Autónoma del Estado de México (uaem) se llevaron a cabo en nuestra ciudad las recordadas mascara-das estudiantiles.

En esa época, el ciclo escolar iniciaba el 3 de marzo de cada año y culminaba la última semana de octubre, dando paso a los exámenes ordinarios, extraordinarios y a título de suficiencia que se llevaban a cabo en noviembre, para finalmente entrar a las ansiadas vacaciones de fin de año, que se disfrutaban a partir de diciembre.

Al acercarse la clausura de cursos, los estudiantes, casi exclusi-vamente del sexo masculino, comenzaban a preparar la tradicional quema del libro, que era precedida de una mascarada o paseo de dis-frazados que asumían las más diversas caracterizaciones: mujeres em-barazadas, prostitutas, monjas, bastoneras, colegialas, animales, cazadores, payasos, monstruos, personajes de terror, revolucionarios, médicos, bai-larinas, novias, sacerdotes, presidiarios, esclavos, en fin, todo lo que la imaginación juvenil podía producir.

Era una fiesta que casi en su totalidad se llevaba a cabo a extramuros del edificio de la institución. Dicho desfile se hacía por las principales ca-lles que unían a la Máxima Casa de Estudios con la sede del poder público. El tropel iba acompañado de una banda de música de viento y a su paso hacía estallar cohetones, creando un ambiente de verdadero desenfreno.

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Frente al edificio que hoy se identifica como de Rectoría, antes llamado coloquialmente el viejo caserón, se formaba la vanguardia del paseo. El itinerario del recorrido variaba, pero habitualmente seguía hacia el poniente por la calle de Obregón (actualmente Instituto Li-terario), daba vuelta hacia el norte en la avenida Villada, al llegar a la actual avenida Hidalgo doblaba hacia el Portal, circundaba éste, des-pués de una escala en la famosa concha acústica, para finalmente llegar hasta el Jardín de los Mártires y frente al Palacio de Gobierno celebrar el acto principal: la quema del libro y la pronunciación del discurso del Rey Burro. Hecho esto, se realizaba el retorno al edificio en donde se llevaba a cabo la premiación de los mejores disfraces y generalmente se aprovechaba para arrojar a la alberca a todos aquellos que siendo ajenos o intrusos, habían osado penetrar al recinto, bajo el engaño de que habría un baile o cualquier otra situación atractiva.

Días antes empezaba a circular entre la comunidad estudiantil la esperada convocatoria. Ésta era impresa en papel de China, la mayor parte de las veces en verde o amarillo, colores de la institución. Este jo-coso edicto convocaba precisamente a la elección del Rey Burro, reme-do del Rey Feo o Rey Momo de los carnavales, quien sería importante protagonista en aquella ceremonia cargada de emotividad.

La convocatoria era una auténtica pragmática, que de acuerdo con el diccionario es: “Ley emanada de competente autoridad, que se diferenciaba de los reales decretos y órdenes generales en las fórmu-las de su publicación”.30 Esta autoridad eran los propios estudiantes, aunque el documento aparecía supuestamente firmado por los grandes jerarcas de la Iglesia, de la milicia y del poder público, particularmente los responsables a nivel mundial, nacional o local de la moral, el ejérci-to, la educación, la cultura y demás.

La mascarada era evidentemente un desfile festivo de carácter carnavalesco con motivo del fin de clases y que culminaba con la in-

30 Real Academia Española (1984). Diccionario de la Lengua Española (tomo II), Espasa Calpe, Madrid, p. 1094.

Estudiante disfrazado de maestra de la Escuela Anormal.

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cineración de aquel instrumento llamado libro, que supuestamente había torturado durante todo el año a los sufridos estudiantes. Por lo tanto, era una expresión de jolgorio matizada de regocijo y desorden.

Hay que recordar que las mascaradas y paseos ridículos eran una antiquísima tradición universitaria. La Real y Pontificia Universidad de México fundada en 1553 los acostumbró y estuvieron considerados en sus constituciones, según nos ilustra don Vicente T. Mendoza. En efecto, el reconocido folclorista mexicano en su libro Vida y costum-bres de la Universidad de México, publicado en 1951 por el Instituto de Investigaciones Estéticas, dentro de las Ediciones del IV Centenario de la Universidad de México, nos dice:

En el transcurso de cerca de un siglo de establecida la Universidad, deben haberse practicado con motivo de las tomas de posesión y de los vítores consiguientes algunas humoradas en trajes estrafalarios, que con frecuencia tenían como resultado desórdenes graves. Las Constituciones del Señor Palafox prohibieron esto terminantemente:

Que ninguno que llevare cátedra en esta Universidad salga en paseo ridículo de vítor, por las indecencias que pasan en semejante acto, y los inconvenientes, inquietudes y pendencias que en esto se han experimen-tado… pena del primer tercio del salario de la cátedra que llevare para el Arca de la Universidad; pero podrá salir pasados ocho días en paseo grave y decente a la calidad de su persona, y entonces, si hubiere tomado pose-sión venga a la Universidad, y el rector se la dé ante el secretario.31

En cuanto a las mascaradas, en el mismo libro leemos que:

[…] como resultado del entusiasmo de los estudiantes durante los días que seguían a la festividad (las que anualmente celebraba la Univer-

31 Mendoza, Vicente T. (1951). Vida y costumbres de la Universidad de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Ediciones del IV Centenario de la Universidad de México, México.

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sidad), hubo con frecuencia máscaras, carros aderezados, lidias de toros, comedias o autos virginales y certámenes literarios; mas también en oca-siones, torneos sortijas y estafermo. 32

Don Francisco de la Maza, en su libro La mitología clásica en el arte colonial de México, cita una mascarada universitaria llevada a cabo en la ciudad de México en 1721, con motivo de que fray José de las Heras obtuvo la cátedra de Vísperas de Teología, suceso que de la Maza considera poco meritorio. Aquella mascarada la describió el licenciado José Villerías Ruelas, en un poema que se considera una de las escasas muestras de literatura satírica colonial.

En alguna de sus cuartillas dice:

El vulgo incierto, en sus mudanzas loco,dividido en corrillos desiguales,entre confusa variedad vestíatraje de sedición a la alegría;unos ganan esquinas; otros dudan.

Cuáles serán las vías verdaderas;para el riñón de la ciudad se mudanlos que vivían en las asentaderasaquí tropiezan nos, otros sudan;a otros se les abrazan las molleras;muchos se van acomodando aprisa,y todos dan, a quien los mire, risa.33

32 Id.33 De la Maza, Francisco (1968). La mitología clásica en el arte colonial de México, Estu-

dios y fuentes del arte en México XXIV, unam, México, pp. 157 y 159.

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En otro fragmento del poema se lee:

Muchos allí con travesura odiosa,a un rocín inocente, por decoro,la frente le coronan generosacon las puntas ya inútiles de un toroCorre la gente toda temerosa,confuso al no conocer tal tesoroy con el nuevo adorno embarazado,dice entre sí: “Sin duda me he casado”.[…]Algunos imitando en el vestido,y los rostros, bellísimas doncellas,con arcabuces y trabucos chicos,y otros de hombres, con moños y abanicos.[…]Otro de negra, allí con pelo prietoy aunque con muchas pasas mal guisadoy el rostro más oscuro que un sonetode Góngora; Dios le haya perdonado.[…]A pie muchos aquí, con nueva traza,un guardia de corps fingen burlesca,que el concurso vulgar desembaraza,con el alboroto, baraúnda y gresca,a veces van gritando: plaza, plaza,y con superchería soldadesca,sin distinción de buenos y de malos, la gente apartan y amenazan palos.34

34 Ibid., pp. 160 y 164.

“Alumnas” en plena clase de la Escuela Anormal.

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Como puede verse, esta mascarada universitaria del primer cuarto del siglo xvii estaba muy lejos en el tiempo de aquellas mascaradas tolu-queñas de mediados del siglo xx, pero muy cercanas en espíritu y forma.

En enero de 1968, el periódico Caricatura, del estimado amigo y caricaturista Daniel Benítez Bringas, publicó una anécdota contenida en el artículo titulado “La quema del libro, una tradición que muere”. En esa nota se dice que siendo originalmente la mascarada una manifes-tación exclusiva del Instituto, en alguna ocasión la Escuela de Comer-cio organizó también su desfile de disfraces, por lo que los estudiantes institutenses, sintiéndose molestos de que les copiaran, decidieron ir a la calle de Aldama a malograr aquella celebración, armándose de inmediato tremenda bronca en la que se enfrascaron contra los disfra-zados de Comercio. Eduardo Albarrán, célebre estudiante institutense ya fallecido, apodado el Barrabás, soltó tremendo derechazo que hizo rodar por el suelo a alguien que representaba a Robin Hood. Menuda sorpresa se llevó el Barrabás cuando escuchó voces femeninas que ex-clamaron: “Ya se sonaron a Martita”. Parece ser que efectivamente en aquella mascarada de la Escuela de Comercio participaban también estudiantes mujeres que, encubiertas por el disfraz, era imposible dis-tinguirlas.

El Sol de Toluca, 4 de agosto de 2002.

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La quema del libro y sus convocatorias

En nuestro artículo anterior hablamos de los antecedentes remotos de las mascaradas estudiantiles, así que retomamos el asunto de la mas-carada local en las décadas inmediatas que precedieron y siguieron, respectivamente, a la mitad del siglo xx.

El Rey Burro elegido previamente por la comunidad estudiantil te-nía como encomienda pronunciar un discurso frente al Palacio de Go-bierno para manifestar todo aquello que se consideraba dañino para el Instituto o la Universidad, es decir, lo negativo, lo odiado, lo repudiado, lo reprimido; era una forma de crítica que durante el año no se podía hacer, por diversas razones. Por otro lado era también un juicio popular de los estudiantes a la actuación gubernamental durante el año.

En noviembre de 1959, el periodista y escritor toluqueño José In-fante Caballero no escapó a la tentación de escribir unos versos dedi-cados a aquel acontecimiento, que tituló “Mascarada estudiantil”, los cuales transcribimos a continuación:

La juventud estudiante, recorrióen final fiesta del año, la ciudad.Van a alejarse de la Universidadporque un lapso más se cumplió.¡Qué regocijo la juventud hallódurante esta entusiasta oportunidad!

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Toda preocupación vencida cayó.Y deslizáronse enmascaradospor las calles, y muertes y soldados,viejos gordos, caníbales, marcianos.Parejos al nacer los tres hermanos;erguido el rico mandarín del coche.¡Cuánta alegría nos inundó esa noche!35

El Sol de Toluca publicó el miércoles 4 de noviembre de ese mis-mo año una nota con el siguiente encabezado: “Ingenio, gracia y orden en la mascarada de ayer”. En el cuerpo de la nota se resaltaba:

Contra todo lo que comerciantes y negociantes esperaban, los uni-versitarios demostraron serenidad y tacto.

Por primera vez en mucho tiempo, el pueblo gozó del ingenio y la gracia de los jóvenes universitarios que anoche llevaron a cabo su mascara-da o desfile de carnaval. No hubo incidente alguno que lamentar, la quema del libro logró anoche que la multitud, que el pueblo participara con los estudiantes sus gracejadas, de su entusiasmo y de las mismas porras.36

Pasamos a recordar cómo era la Convocatoria, es decir, el escri-to que hacía alarde de ironía, humorismo, doble sentido, y hay que recordar que en ocasiones llegaba a tener su ingrediente lujurioso y ofensivo. El tinte un tanto machista de su redacción confirma el hecho de que era elaborado por los hombres.

Puede afirmarse que la convocatoria era un verdadero monu-mento al albur. Los estudiosos del tema lo definen como

35 Infante Caballero, José (1959). “Mascarada estudiantil” en El Heraldo de Toluca, noviembre de 1959, Toluca.

36 “Ingenio, gracia y orden en la mascarada de ayer” en El Sol de Toluca, 4 de noviembre de 1959, Toluca.

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un juego lingüístico en el que intervienen al menos dos jugadores que haciendo uso de recursos semánticos de la lengua, como la polisemia (pluralidad de significados de una palabra) y la metáfora (traslación del sentido recto de las voces en otro figurado), busca comunicar a los interlo-cutores un sentido sexual a partir de la enunciación que normalmente no tendría ese valor.37

Esto es por supuesto en un combate verbal, pero en el caso de las convocatorias, que eran textos escritos, sin posibilidad de réplica, se recurría a las opciones que la gramática ofrecía, tales como aña-dir parte de palabras, realizar uniones entre palabras para construir otras nuevas que tuvieran, aunque no forzosamente, un significado sexual, en el que se atacaba con trampas verbales y sesudas combina-ciones lingüísticas a los sujetos mencionados en la propia convocatoria (maestros, alumnos, funcionarios, etcétera) o a los propios lectores del ingenioso documento.

Aunque para muchos el albur es criticable, mediocre y vulgar, estudios serios realizados al respecto indican que los albureros poseen una mentalidad muy ágil, además una gran capacidad de respuesta inmediata. Quienes hacían las convocatorias eran excelentes albureros y la intención no era la ofensa, ni el insulto, sino la broma llena de picardía que moviera a la risa en un contexto amistoso y de regocijo.

No resulta muy aventurado afirmar que el albur mexicano su-pera al calambur español, que es un retruécano o juego de palabras. El diccionario define al calambur como “fenómeno producido por una falsa segmentación silábica en las palabras de una cadena fóni-ca, éstas, agrupadas de otro modo, expresan un sentido complemen-tario distinto”.38 Un ejemplo clásico es aquel atribuido a Francisco de

37 “El albur, tema en la semana de Lingüística” en Excélsior, 23 de noviembre de 1997, México.

38 Seco, Manuel (1976). Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, Aguilar, Madrid, p. 71.

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Quevedo (1580-1645), y tantas veces mencionado por nuestro querido maestro Adrián Ortega, en su clase de Español y Literatura: “Entre el clavel y la rosa, su majestad escoja”.

El albur mexicano va más allá, y quienes lo han investigado insis-ten en que si el tema sexual no hubiese sido tan escondido en nuestra cultura, el albur no existiría, pues el mexicano descubrió o inventó una forma de abordar en público un tema tabú. La convocatoria de las mascaradas era un elenco de albures.

La mascarada era también una especie de liberación de los nova-tos que culminaban el noviciado, ya que todo el año habían sido perros sometidos a maltratos, explotaciones y demás por parte de los zopilo-tes, que eran estudiantes, aunque no muy estudiosos, que ya llevaban varios años matriculados. Ya en la mascarada concluía aquel noviciado de los perros, que por fin podían andar al tú por tú con los veteranos, sin distinción, y sobre todo, sin riesgo de ser vejados como hasta en-tonces había sucedido durante el año.

La estructura de la convocatoria iniciaba con un saludo que bien podía ser: “Carísimos hermanos…”, lo cual era una clara alusión a una familiar forma de dirigirse a los fieles de la diócesis; otra variante era invitar a los estudiantes a alejarse de las malas influencias como la de Chente; (Chente era el nombre familiar con que se conocía al erudito bibliotecario, llamado Vicente Mejía Ortega) y en cambio se recomen-daba prepararse para la mascarada asistiendo a los ejercicios espiritua-les organizados por el Club Vampiros. Este célebre grupo estudiantil surgió formalmente en 1953 y de acuerdo con el maestro Inocente Peñaloza García, cronista de la uaem, los Vampiros representaron la hegemonía estudiantil de esa época.

Según Omar Ménez Espinosa, esta organización inició como Club Satanacha y a las pocas semanas se le cambió el nombre por el de Club Vampiros, cuyos objetivos eran solidarizarse en los deportes y en la diversión.

Antes de los Vampiros existió otro famoso grupo que se hizo llamar los Venenosos, formado por conocidos e inquietos jóvenes to-

Pareja de novios en elegante carruaje nupcial.

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luqueños de aquellos tiempos. Entre las épocas de estas dos impor-tantes organizaciones estudiantiles medió la famosa huelga del icla, precisamente en tiempos del entonces director, licenciado Mario Colín Sánchez, y su sucesor, el ingeniero Juan José Ramírez Ruiz. Este año se cumple medio siglo de aquel movimiento huelguístico.

Retomemos la proclama o convocatoria en la que se señalaban las bases para poder ser Rey Burro. Para ello se citaban conocidos personajes del medio institutense o universitario: autoridades, ca-tedráticos, prefectos, secretarias, conserjes y por supuesto los es-tudiantes más populares o conocidos, incluyendo a la Sociedad de Alumnos, como modelos a seguir, para que sus cualidades y virtudes sirvieran como requisitos de elección. Por ejemplo se decía: Base nú-mero 1. Para ser Rey Burro se requiere ser trinquetero como fulano de tal, que hace esto… o como zutano que hace esto otro… (ahí se aprovechaba la ocasión para nombrar a maestros, alumnos, etcétera, que hubiesen sido sorprendidos en alguna corruptela). Base número 2. Deberá ser pulcro y distinguido como fulano de tal, que etcé-tera. Base número 3. No meterse en lo que no les importa, como los prefectos. Base número 4. Haber sido aportador para la compra de máscaras de algunas compañeras de medicina a quienes ya se les han muerto del susto algunos cadáveres. Base número 5. Ser socio activo de la Universidad Regeneradora, de enfrente. (Esto último tenía que ver con la Cárcel Central que se ubicaba calle de por medio, en don-de hoy se encuentra un centro comercial.) Base número 6. Haberse salvado de ir a la Castañeda después de dos clases de la maestra Pe-rengana. Base número 7. Haber sido alumno del Instituto Politécnico Locológico de Mixcoac y después haber venido a impartir clases de Derecho (se citaba la rama, para insinuar a quien se referían). Base número 8. Ser mexicano por nacimiento “para dejar sin chance a los centroa mericanos” (básicamente se referían a los panameños y nicara-güenses que habían venido a estudiar; muchos de ellos se quedaron a vivir en nuestra ciudad). Base número 9. Amanecer siempre con la esperanza de visitar a la negra… suerte de alguno de los estudiantes.

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La siguiente sección de la convocatoria se refería al Programa de Actividades, que comprendía diversas acciones como empezar con una “cruda general capitaneada por…” (se citaba a algún catedrático o alumno proclive al alcohol); a continuación, se anunciaba un desfile por “los principales callejones de la ciudad, a los que el municipio llama pomposamente avenidas”. Esta notificación era intimidatoria, pues se auguraba violencia; bastante miedo infundía el anuncio de que duran-te el mismo se romperían ma…mparas, puertas, se arrastrarían teco-lotes, se apachurrarían niños, se descuartizarían viejitas y se raptarían muchachas… más tarde se ofrecería un paseo por el patio principal a cargo de las horribles caras de… (aquí, generalmente se citaban los nombres de algunas compañeras)… Otro número de programa podía ser la exhibición de entes raros (se mencionaban a diferentes persona-jes. Acto seguido, se coronaría a S.G.M. el Rey Burro, cortándose oreja y rabo para evitar que se perdiera. Por último, se advertía que habría un “hermoso fin de fiesta a la usanza Rosario de Amozoc…”, etcétera.

Parte importante de la convocatoria era la descripción de los pre-mios a los mejores disfraces. El primero podía ser beso de lengüita y pasada de chicle del presidente de la Sociedad de Alumnos.

El segundo premio podía consistir en otro beso del mismo pre-sidente, pero con menos amor y sin chicle… el tercer premio: una ba-cinica de porcelana Metepec, para que el ganador vomitara a gusto y satisfacción.

La convocatoria era amplísima y todo el texto conservaba el mis-mo tono. A veces se prevenía que estaba prohibido darle a la convoca-toria usos higiénicos en el sentido lato de la palabra.

¿Cómo empezó la desaparición de estas manifestaciones estu-diantiles? En el libro Anales de la uaem, según acuerdos del H. Consejo Universitario (1956-1980), leemos lo referente a la sesión de Consejo correspondiente al 4 de noviembre de 1965:

Con motivo de los términos injuriosos en agravio de funcionarios de la Universidad, personalidades del medio oficial y particulares, en que

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fue redactada la convocatoria y el discurso del “Rey Burro” en la mascara-da para la “quema del libro” por final de curso, se presentó una comisión representante del Consejo de Presidentes de Sociedades de Alumnos y de Representantes de Alumnos ante el Consejo Universitario trayendo la do-cumentación en que aparece que ese organismo estudiantil acordó a la Jun-ta Directiva de la federación Estudiantil Universitaria y designar en susti-tución del presidente de la misma al alumno Guillermo Balandrán Rocha.39

Los documentos presentados fueron sometidos a la considera-ción del Consejo y el presidente de la Federación estudiantil, aún en funciones, rechazó los cargos que se imputaban. Reconoció, sin em-bargo, que tanto en la convocatoria como en el discurso del Rey Bu-rro efectivamente había expresiones injuriosas en contra de personas del medio oficial y particulares, pero agregaba que eso no era insólito, puesto que otras veces ya se había hecho y solamente podía considerarse un pecado de juventud.

El Consejo finalmente aprobó por mayoría reconocer como nue-vo presidente de la feu al alumno citado, y reprobar enérgicamente los actos que en ofensa de las autoridades universitarias y de persona-lidades oficiales y privadas habían sido cometidas en la mascarada y públicamente mencionadas sin que hubiera por el momento necesidad de consignación ante la Comisión de Honor y Justicia.

Por su parte, el consejero Néstor Ramírez propuso que el H. Con-sejo Universitario tuviera una audiencia con el gobernador del estado para darle a conocer los acuerdos del propio Consejo, lo cual fue apro-bado sin discusión.

No debe olvidarse que durante la administración del gobernador Juan Fernández Albarrán (1963-1969), la Universidad recibió un ex-traordinario apoyo. En un muro de uno de los patios del viejo edificio

39 López de Varón, Sahandra Oralia (1981). Anales de la uaem según acuerdos del H. Consejo Universitario (1956-1980); Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, p. 72.

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Invitación para participar en la mascarada.

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existe una placa fechada el 3 de marzo de 1966 en la que se registra el hecho de que durante ese régimen se reconstruyó totalmente el edificio.

Finalmente, la quema del libro siguió realizándose todavía algu-nos años más, pero ya no fue lo mismo. Un periódico local del 4 de julio de 1968, cuando ya se habían unificado los calendarios escolares del país, daba cuenta de una de las últimas mascaradas, encabezando su nota así: “Mascaradas sin rufianes”.

Siglos atrás, las constituciones del señor Palafox censuraron acre-mente las mascaradas de la Universidad de México, la historia de algu-na manera se repetía.

Así culminó una de las expresiones más importantes de la vida estudiantil de aquella época, cuyo recuerdo y juicio permanece en la memoria colectiva, en cuyo balance hay más evocaciones gratas que ingratas.

El Sol de Toluca, 12 de agosto de 2002.

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Líneas aéreas de Toluca a mediados del siglo xx

En la actualidad, podría parecernos un tanto increíble el hecho de que a mediados del siglo xx los habitantes de algunos pequeños pueblos que se ubican alrededor del llamado punto trino de los estados de Mé-xico, Michoacán y Guerrero conocieran primero el avión y después el automóvil; sin embargo, este curioso caso sí llegó a producirse.

No es ninguna novedad decir que debido a su accidentada geo-grafía, esa región permaneció por mucho tiempo sin caminos. La parte correspondiente a nuestra entidad experimentó el inicio de una red de caminos hasta el gobierno del ingeniero Salvador Sánchez Colín (1951-1957).

Este período transcurre en forma paralela con el desarrollo de una comunicación por medio de pequeñas avionetas que unían en ambos sentidos a la ciudad de Toluca con algunas poblaciones de la zona referi-da en el primer párrafo, especialmente en la época de lluvias en que los incipientes caminos y brechas se volvían prácticamente intransitables.

Hasta entonces, en esas regiones el transporte fundamental de personas había sido el caballo, en tanto que el de mercancías era por medio del legendario sistema de la arriería.

Desde el enfoque de la iniciativa privada para establecer un servi-cio de transporte aéreo, hay dos personajes importantes que desde di-ferentes perspectivas ejecutaron acciones de gran beneficio, pues esas avionetas particulares no sólo propiciaron el tránsito de pasajeros, sino

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también la entrega del correo y el exprés, el intercambio de productos y mercancías que estimularon la economía, el traslado de enfermos y heridos, el acercamiento de medicinas que salvaron vidas, la circula-ción de técnicos y profesionales que ayudaron a crear caminos y puen-tes, a mejorar la agricultura, a prevenir y cuidar enfermedades de los animales y hasta evitar catástrofes, como en el caso de la lucha contra la fiebre aftosa y muchas acciones más para el bienestar sureño.

Esos dos personajes son don Ignacio Salgado Almazán y don Ma-nuel Barraza Carral, pioneros en la comunicación aérea descrita, el primero con su Piper amarilla y el segundo con su Aeronca roja.

De don Nacho —como le conocían cariñosamente sus amigos— se ha ocupado ampliamente el estimado periodista, muy conocido, Víctor Ceja Reyes.

Hoy nos ocuparemos de resaltar la participación de don Manuel Barraza Carral en esta importante acción de comunicación aérea.

Don Manuel Barraza es indiscutiblemente un hombre audaz y emprendedor, visionario y tenaz en sus iniciativas, infatigable. A sus 95 años de edad se le ve vigorosamente ocupado en la buena marcha del próspero negocio agrícola, por él fundado.

En la época de la Segunda Guerra Mundial, la participación del famoso Escuadrón 201, propiciada por la declaración bélica de Méxi-co en contra de las potencias del Eje, despertó entre los mexicanos un interés por la aviación que, más que bélico, era de curiosidad hacia esa avanzada forma de comunicación.

Cuenta don Manuel que un domingo llegaron sorpresivamente a Toluca dos aeroplanos que aterrizaron al sur de la ciudad en el an-tiguo campo de aviación de Toluca, que en 1930 había inaugurado el gobernador Filiberto Gómez. El suceso alcanzó calidad de espectáculo para los toluqueños, que tumultuosamente acudieron a ver de cerca aquellas dos novedosas naves.

Los pilotos de aquellas avionetas eran dos hermanos, mecánicos de aviación que vivían en la ciudad de México y al ver el entusiasmo que habían despertado entre los toluqueños, con su imprevista llegada,

Pilotos toluqueños y sus avionetas.

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quedaron verdaderamente asombrados, por lo que llegaron a la con-clusión de que Toluca era un potencial semillero de aviadores.

Con esta idea, regresaron al poco tiempo a nuestra ciudad a fin de establecer una modesta escuela para pilotos civiles de aviación que instalaron en los altos de la única casa antigua que subsiste en la esqui-na de las avenidas Juárez e Hidalgo.

Don Manuel, que como hemos dicho, no le arredran los grandes retos, se inscribió junto con otros pocos toluqueños en aquel naciente y novedoso plantel.

En esa pequeña escuela se recibían las clases de teoría de aviación, comunicación por radio, mecánica y meteorología (nubes, visibilidad, presión, temperatura, humedad, viento, precipitación, tempestades eléc-tricas, turbulencias, etcétera), en tanto que en la pista de aquel rudi-mentario campo de aviación, que no era más que un viejo camino que corría casi paralelo al Paseo Colón, hacían sus prácticas. Para obtener la licencia se requerían 50 horas de vuelo.

La escuela no tuvo la respuesta que se esperaba y pronto cayó en barrena, no sin antes formar una generación de pilotos, entre los que se encontraba don Manuel.

Muy pronto, don Manuel tomó el mando de su avioneta Aeronca, de colores rojo y amarillo, para surcar el cielo. En el lugar donde hoy se encuentra la unidad deportiva de la uaem, frente a la Escuela Prepara-toria número 1, y con un improvisado hangar que estaba a espaldas de la casa de la familia Pereira, cerca de la parte posterior de la Casa de Gobierno, estuvo el centro de operaciones de aquellas avionetas.

En tiempos del gobernador Alfredo del Mazo Vélez algunas giras de trabajo se hicieron en aquel incipiente medio de transporte.

En alguna época los dos precursores de la aviación comercial lo-cal también incursionaron en la introducción de pescados y mariscos a Toluca, productos que eran traídos de Zihuatanejo y que además de llegar con gran rapidez —una hora de vuelo— se podían comerciali-zar, frescos, hasta en un tercio del precio normal. Esta pescadería es-

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tuvo en la avenida Juárez, casi esquina con Hidalgo, en donde ahora se encuentra una conocida institución bancaria.

El 14 de mayo de 1949, el presidente de la República, don Miguel Alemán Valdés, vino a Toluca para inaugurar la vía ancha del ferro-carril México-Acámbaro. Mientras los toluqueños, apostados en las márgenes de la vía del tren, presenciaban entusiasmados el paso de la máquina diésel que sustituía a la vieja locomotora de vapor, don Manuel Barraza, desde su avioneta que sobrevolaba la ciudad, dejaba caer papeles de colores, inaugurando también una novedosa forma de atraer la atención de los que estaban en tierra.

En cuanto al tráfico de Toluca con el sur del Estado de Méxi-co, sureste de Michoacán y norte de Guerrero, paulatinamente se fue intensificando, gracias al dinamismo que en forma alterna impulsaba aquella pareja de hombres de acción; una semana volaba don Nacho y otra don Manuel.

Ambos, con la participación de don Alfonso Castillo, hijo de un médico del mismo nombre, muy querido en la región, dueño de la hacienda de Ixtapan de la Panocha, en donde se hacía piloncillo, iden-tificaron los puntos clave para que aquella línea aérea estableciera sus principales destinos y localizaron los sitios que deberían acondicionar-se como pistas de despegue y aterrizaje, que en muchos casos no era más que un terreno plano como el campo de Tejupilco, en el cerro de la Mesa.

El señor Barraza fue el promotor y presidente de la empresa y nos cuenta que cuando obtuvo la concesión, invitó a otros socios, entre ellos don Juan Salgado Almazán, el doctor Gustavo Estrada, don Manuel Es-trada, la señora viuda del piloto Humberto Córdoba y un señor de Ama-tepec, de apellido Villegas. En la calle de Libertad, hoy avenida Hidalgo, cerca de la Alameda, se establecieron las oficinas de la nueva línea aérea.

Fue definitivamente durante el régimen del gobernador Salvador Sánchez Colín cuando el movimiento aéreo hacia el sur de nuestro estado se incrementó notablemente, aumentándose en 5 el número de avionetas.

El legendario Campo de Aviación de Toluca.

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Fue una buena época para el sur, para los calentanos, como se llama a los habitantes de esas microrregiones, para el transporte aéreo, para el comercio y la industria; en suma, para el desarrollo en general.

Son los tiempos, también, en que México libró una enconada batalla contra las epizootias. En septiembre de 1952 se dio por con-cluida la campaña contra la fiebre aftosa, la cual tuvo un costo de 150 millones de dólares y 8 vidas. Aquella enorme labor y esfuerzo salvó a México del más grave problema de aquella época. En el Instituto de Palo Alto, sobre la carretera México-Toluca, se elaboraron 52 millones de dosis de vacuna contra la fiebre aftosa, lo que permitió que se inmu-nizaran 17 millones de animales, en cuatro vacunaciones.

Las avionetas de la línea aérea de Toluca hicieron posible que los veterinarios llegaran a la multicitada región, con sus medicamentos e instrumental, protegiendo una de las zonas ganaderas más importan-tes de la entidad.

Son muchas las anécdotas jocosas y trágicas que marchan en para-lelo con aquella vanguardista empresa aérea. Fueron muchos los acci-dentes que sucedieron por innumerables causas, pues hubo impericias, fallas mecánicas, desplomes por turbulencias o algún otro motivo me-teorológico y hasta atentados, como cuando alguien, imprudentemen-te, desde tierra les disparaba un balazo.

Un caso verdaderamente anecdótico fue la caída de una avioneta que al venirse a tierra dejó volar impresionantes cantidades de billetes que se transportaban en un paquete que iba sobre el tablero, producto de transacciones de compra-venta de ganado y bienes raíces; y curio-samente, la gente buena y honrada del sur los recogió para devolverlos a su legítimo dueño. ¡Solamente un billete fue imposible recuperar!

Tampoco faltó que en ciertas ocasiones se tuviera que traer de emergencia a Toluca a algún enfermo o herido. Don Manuel recuerda que su avioneta tenía una camilla para esos casos y que un día trajo para su atención a un individuo con un machete clavado en el cráneo.

En unos tiempos en que las epidemias todavía azotaban a la po-blación, la tos ferina no era la excepción. Entonces se recomendaba

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que a los niños que la padecían los llevaran en un vuelo en avión para que sanaran. Cierta o no, esta forma de curación sirvió para que las avionetas de Toluca cumplieran también con esa noble misión.

En esta interesante historia, tampoco faltaron las travesuras, pues algunas veces se jugaba alguna broma o maldad a los amigos, como cuan-do en ciertos vuelos recreativos particulares el piloto ganaba altura para después dejarse caer en picada, o bien realizar algunas piruetas o acroba-cias, que mientras duraban, ponían los pelos de punta a la víctima.

Muchos toluqueños seguramente recordarán que para un sector de la población era una diversión ir al viejo campo de aviación a ver de cerca las avionetas, esperar pacientemente a que despegaran o aterri-zaran, pues el campo no tenía ninguna protección ni restricción, más que el sentido común.

Cuando siendo de noche algún avión sobrevolaba la ciudad, en probable situación de emergencia, muchos toluqueños que contaban con automóvil rápidamente se desplazaban por la avenida Villada y el Paseo Colón para llegar al campo de aviación, formar un gran círculo y encender los faros de sus automóviles a fin de que el piloto, en aterri-zaje forzoso, tuviera mejor visibilidad.

Aun así, en todos aquellos campos de aviación llegaba a haber pequeños accidentes. Un día, la avioneta Aeronca, tripulada por uno de los pilotos de don Manuel, cayó en un trigal cerca de Zacazonapan. Barraza no solamente tuvo que hacer frente a la pérdida de la unidad, sino que tuvo que pagar los daños al sembrado, pero sobre todo, los que fueron causados por los mirones que no dejaron de pisotear aque-lla zona de cultivo.

Las avionetas, igual que los autobuses, a veces eran bautizadas por los pilotos, con algún nombre; así hubo La Cruz del sur, Dios mediante y otros. En sus itinerarios llegaron a tener hasta 18 destinos importantes.

En la última etapa de la empresa Servicio Aéreo de Toluca, S.A. las oficinas estuvieron localizadas en la calle de Constitución 5-1, con teléfo-no 39-68. Para entonces, ya estaba en uso el entonces nuevo aeropuerto de Toluca, ubicado en el kilómetro 75 de la carretera México-Querétaro.

Antes, campo de aviación; hoy, Preparatoria núm.1 “Lic. Adolfo López Mateos”, campos deportivos, facultades y plaza comercial (uaem).

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En septiembre de 1959, la empresa Servicio Aéreo de Toluca S.A. anunciaba su tarifa general de pasaje y exprés:

De Toluca a Tejupilco (66 kilómetros), el viaje sencillo costaba $39.00; Toluca-Luvianos (87 km), $40.00; Toluca-Palmar Chico (99 km), $58.50; Toluca-Santiago Amatepec (89 km), $52.50; Toluca-Ar-celia (130 km), $76.50; Toluca-Huetamo (149 km), $87.50; Toluca-Zi-rándaro (169 km), $99.00; Toluca-Guayameo (212 km), $123.00.

Otros destinos eran: a Santa Ana, $70.00; El Reparo, $60.00; San Lucas, $85.00; Zacapuato, $85.00; San Pedro Limón, $70.00; Toluca-Palmar Grande, $85.00, y Toluca-Cañadas de Nanchititla, $60.00.

Las cuotas de exprés eran más o menos como sigue: de Toluca a Tejupilco o Luvianos, a 40 centavos el kilo; a Amatepec, 53 centa-vos; a Palmar Chico, 59 centavos; a Arcelia, 77 centavos; a Huetamo, 88 centavos; a Zirándaro, 99 centavos, y a Guayameo, un peso con 23 centavos.

Al enriquecerse el tejido de las carreteras y caminos, las avionetas fueron perdiendo terreno frente a los autobuses y camiones. Se fue una interesante época y con ella aquellas aguerridas avionetitas que tanto sirvieron y tanto llamaron la atención.

Gracias a la amabilidad de don Manuel Barraza hemos podido re-construir este capítulo de la historia toluqueña de mediados del siglo xx.

El Sol de Toluca, 3 de febrero de 2003.

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Serenatas y gallos ¿en desaparición? (Primera parte)

Hace cerca de dos años, mi amigo Carlos Olvera Avelar, también cola-borador de este diario, se ocupó del tema: gallos, serenatas y similares; en aquellas notas de su cotidiana columna, Carlos se ocupa de algunos aspectos profundos del cortejo y enamoramiento de hace algunas dé-cadas, del carácter y temperamento de los toluqueños reflejado en las canciones, en el estilo y tipo de melodías que eran preferidas en aque-llas manifestaciones de amor.

En una serie de artículos que hoy iniciamos, queremos simple-mente sumar ciertos detalles referentes a aquellas serenatas que paula-tinamente van quedando en desuso.

Si nos remontamos un poco a la historia toluqueña, veremos que en el Bando de Gobierno expedido el 13 de julio de 1820 por el coronel Nicolás Gutiérrez, alcalde constitucional de primer voto y presidente del Ayuntamiento de Toluca, ya se habla de andar de gallo.

Este bando expedido por el que fuera Corregidor parece ser el último de la etapa colonial y en su artículo 3 dice:

[…] Las canciones lasivas [sic], y aun las que no lo son, quedan tam-bién prohibidas en las Calles, Plazas, Tiendas, Vinaterías y Pulquerías, como también cualquier género de Música que se tenga en tales parages [sic] o andando (como se suele decir) de gallo, pena de tres días de obras públicas aun a los que sólo concurrieren a estos desórdenes; y si fueren de

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mediana esfera, pagarán dos pesos de multa, y tres el tendero, Vinatero o Pulquero que los consintiere de día o de noche en su casa, o no diere aviso para que se les corrija.40

Como puede inferirse, en esos tiempos ya se hablaba de andar de gallo.El primer bando toluqueño del México Independiente, expedido

el 12 de enero de 1821 y firmado por José Basilio González y José Vi-cente Urbina, secretario, apenas si modificó levemente el mismo artícu-lo, el cual quedó en los siguientes términos:

Las canciones lascivas y aun las que no lo sean quedan también pro-hibidas en las calles, Plazas, Vinaterías y Pulquerías, como también cual-quier género de músicas que se tengan en tales parajes o andando (como se suele decir) de Gallo, pena de tres días de obras públicas, o dos pesos de multa, comprendiéndose también en ella el Vinatero o Pulquero que los consintiere en su casa y no diere aviso para que se les corrija.41

Producto de este tipo de ordenamientos fueron, por lo menos, dos derivaciones: la moderación en el contenido de lo que se cantaba y la necesidad primordial de obtener un permiso de la autoridad.

Las dos situaciones se quedaron en forma perdurable.En la época del Romanticismo, la primera de estas dos consecuen-

cias adquirió tintes mayúsculos al impregnársele el ingrediente de que las mujeres que recibían la serenata se convirtieran en heroínas de amor.

40 Peñaloza García, Inocente (1996). Toluca en 1820. Último bando de buen gobierno del coronel don Nicolás Gutiérrez, caballero de la distinguida orden española de Carlos III, maestrante de la Caballería de Ronda, comandante general de las armas, alcalde consti-tucional de primer voto y presidente del Ayuntamiento de Toluca, Universidad Autóno-ma del Estado de México/Parque Industrial, Toluca 2000, Toluca, p. 24.

41 H. Ayuntamiento de Toluca (1976). “Don José Basilio Gonzales [sic], alcalde constitucional de primer voto y presidente de su ayuntamiento en esta ciudad” en Legislación Municipal. C.Q.F.B. Yolanda Sentíes de Ballesteros, H. Ayuntamiento de Toluca 1976-1978, Toluca, Fj. 1.

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Juan Díaz Covarrubias, fusilado en 1859 en la batalla de Tacuba-ya, dejó escrito un ultrarromántico relato (“Sensitiva”) que en algún fragmento dice:

Luisa era una niña pura como la gota de rocío que la aurora dejó en-tre los pétalos de la azucena; inocente y sencilla como la primera sonrisa de un niño, tierna y delicada como esa planta que los poetas llaman sensitiva...

Una tarde, que adormida en sus meditaciones se hallaba reclinada bajo uno de los sauces cercanos a las tapias de su huerto, interrumpieron instantáneamente la calma de aquellas soledades las dulces vibraciones de un arpa y se confundieron con el murmullo de las hojas que el viento del otoño arrancaba de los árboles. Después una voz dulce y armoniosa modu-ló estas estrofas que Luisa escuchó con avidez:

Abre las rejas de tus balcones,oye los ecos de mi cantary de mi lira los dulces sones,ven un momento, ven a escuchar.

Yo soy el bardo de los festines,canto las glorias, canto el amor,recorro a veces bellos jardinescon mi arpa dulce de trovador.42

Este enmelado estilo de mediados del siglo xix se enraizó pro-fundamente en la música popular mexicana, especialmente en aque-llas canciones propias para las serenatas. Fue tan intenso ese sello que todavía quedan rescoldos de él.

A continuación vamos a hacer un pequeño ejercicio de memoria para recordar esos conceptos reiterativos e insistentes de las cancio-

42 Díaz Covarrubias, Juan (1859). La sensitiva, Editor: Tip. de M. Castro, México.

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nes propias de serenata, en las que casi siempre está presente la idea de despertar a la amada para que después vuelva a dormir, pero pro-fundamente conmovida por aquello expresado a través de la música y salpicado de palabras como luna, noche, oscuridad, estrellas, amor, amada, corazón, hermosura, balcón, ventana, etcétera.

Manuel M. Ponce (1886-1948) el gran músico mexicano que fue además un folclorista intuitivo que supo estilizar con facilidad la mú-sica popular, escribió la canción “Alevántate”, que dice:

Alevántate,dulce amor mío,lo que yo siento mi bienes venirte a quitar el sueño.

Pero alevántatey oye mi triste canción,que te canta tu amante,que te canta tu dueño...y es por tu amor.

Lo que te encargo mi bien,mientras viva yo en este mundo,que no ames a otro hombreni le des tu corazón.

Pero alevántateY oye mi triste canción,que te canta tu amante,que te canta tu dueñoy es por tu amor.

Trovadores en una romántica serenata, al pie de un balcón.

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Es obvio que don Manuel se remontó hasta un concepto de pro-piedad exclusiva que hoy convertiría en basilisco a la mujer a quien se le cantara dicha tonadita.

Ignacio Fernández, mejor conocido como Tata Nacho, autor de sello inconfundible, no escapó a la tentación de escribir su “Serenata”, que dice:

En esta noche tibiatan bellamente obscura,estoy amada míapulsando mi laúd,y traigo el alma llenade amorosa ternura,por robar a tu sueñola serena quietud.

A través de las sombrasvendré hasta tu ventanacon la dulce preguntaque te hace el corazón,levántate ángel mío,ya viene la mañanaa buscar el milagrode nuestra comunión.

Ya viene la mañanaperfumada de flores,rimando los anhelosde nuestro corazón,pero aún brilla la lunacon débiles fulgoresiluminan tus ojoslas sombras del dolor.

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Ya viene la mañanaperfumada de flores,rimando los anhelosde nuestro corazón.

Manuel Esperón y Ernesto Cortázar, compañeros de Lorenzo Barcelata, por supuesto también incursionaron en el ramo de la can-ción para serenata. Sus dos obras más conocidas en esta especialidad son la popular “Serenata tapatía” y “Noche plateada”.

La primera de ellas dice:

Mujer abre tu ventanapara que escuches mi voz,te está cantando el que te amacon el permiso de Dios.

Aunque la noche está oscuray aquí no hay ninguna luz,con tu divina hermosurala iluminas toda tú.

Yo te juro que ni el sol,la luna ni las estrellasjuntitas toditas ellasiluminan como tú.

Tú iluminaste mi vida,por eso mujer queridate canto esta noche azul,por eso vengo a robarteun rayito de tu luz.

En “Noche plateada”, los citados autores dejaron escrito:

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En esta noche de lunate canta mi corazón,viene buscando fortuna,viene buscando tu amor.

En esta noche plateadate vengo a cantar, mujer,tú que eres mi bien amada,la dueña de mi querer...

Despierta ya alma de mi alma,a ti te llama mi corazón,déjame ver tus lindos ojos,tus labios rojos que adoro yo.

Te quiero más que a mi viday mi vida es para ti;por eso, mujer querida,nunca te olvides de mí.

No hay muchas diferencias en la “Serenata ranchera”, de Pedro Galindo:

En esta noche de luna,de dulce melancolía,te vengo a robar el sueño;despierta ya, vida mía.

La luna brilla en el cielocomo arracada de platay yo al pie de tu ventanate canto mi serenata.

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Aunque no hay una línea de frontera que separe la serenata y el gallo, es decir, una distinción precisa y clara entre una y otra, hay cierto consenso en que la primera es más romántica, mientras que el segundo tiende más a lo bravío; en tanto que la primera mueve a la ternura, al amor, el segundo conduce más al despecho, al resentimiento... La sere-nata, sin que sea una regla, suele darse con guitarras y generalmente un trío; el gallo suele acompañarse con mariachis y un buen grado de ebriedad por aquello del dolor que se trae adentro.

Una canción que oscila entre la serenata y el gallo es seguramente la: “Serenata sin luna” de José Alfredo Jiménez, compositor ampliamente conocido por su peculiar estilo. En ella deja registrado lo siguiente:

No hace falta que salga la luna,pa’ venirte a cantar mi canción,ni hace falta que el cielo esté lindo,pa’ venirte a entregarte mi amor.

No encontré las palabras precisas,pa’ decirte con mucha pasión,que te quiero con toda mi vida,que soy un esclavo de tu corazón.

Sólo Dios que me vio en mi amargurasupo darme consuelo en tu amor,y mandó para mí tu ternura,y así con tus besos borró mi dolor.

No te importe que venga borracho,a decirte cositas de amor,tú bien sabes que si ando tomando,cada copa la brindo en tu honor.

Ya no puedo decir lo que siento,

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sólo sé que te quiero un montón,y que a veces me siento poeta,y vengo a cantarte mis besos de amor.

Pero quizá la canción de gallo por excelencia sea “Voy de gallo”, del autor Ramiro Hernández; la letra así lo delata:

Voy de gallo con dos cuatesdiez mariachis y tequila,si supieras vida míacómo sufro en estos días.

Ya hizo un añoque lloraba noche y día,ya hizo un año y sin embargohoy te lloro todavía;ya hizo un año y sin embargohoy te lloro todavía.

Hoy recuerdo esa piezaque era nuestra preferida toquen “Viva mi desgracia”,que hoy me queda a la medida.

Buenas noches, me despido,no hay reproches, soy tu amigo,hasta nunca y que te cases,y que me eches al olvido.

El Sol de Toluca, 12 de julio de 2004.

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Serenatas y gallos ¿en desaparición? (Segunda parte)

Entre 1940 y 1960, aproximadamente, la canción romántica tuvo un in-sospechado florecimiento; en esta etapa tan importante mucho tuvieron que ver los tríos. Entre los tríos que destacaron en aquellos primeros años pueden citarse los Chachalacas, Guayacán, Janitzio, Cantarrecio, Tariácuri, Durango, Los cadetes del swing, Los trovadores plateados, Tamazula y los hermanos Martínez Gil, entre otros.

Fue a partir del trío Los Panchos que esta música se consolidó y dio lugar al apogeo de las serenatas románticas. Este singular trío se integró el 28 de diciembre de 1944 en la ciudad de Nueva York. Sus fundadores fueron Alfredo Bojalil, el Güero Gil y Chucho Navarro, quienes deseosos de formar su propia organización invitaron a Her-nando Avilés. El nombre de Los Panchos estuvo inspirado en Pancho Villa, Francisco I. Madero y Pancho Pistolas, que estaba de moda por la película de Disney.

Iniciaron su carrera cantando en campamentos militares de com-batientes en la Segunda Guerra Mundial; posteriormente, la importan-te estación de radio La Cadena de las Américas los dio a conocer en todo el continente.

Las primeras canciones que grabaron fueron: “Rayito de luna”, “Ya es muy tarde”, “Solo”, “Perdida”, “Una copa más”, “Me voy pa’l pue-blo”, “Contigo” y “Pelea de gallos”, entre otras.

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Después vendría un sinnúmero de éxitos: “Sin ti”, “Ya es muy tar-de”, “Un siglo de ausencia”, “No trates de mentir”, “Caminemos”, “Los dos”, “Sin un amor”, “Vagabundo”, “No me quieras tanto”, “No, no y no”, “Perfume de gardenias”, “Conozco a los dos” y muchos más.

Muy pronto surgieron otros tríos —eventualmente cuartetos— que se unieron a los que ya existían; así hubo un tiempo en que la mú-sica propia para serenatas estuvo en boga en voces como las siguientes: Los Tres Ases, Los Tres Reyes, Los Tres Diamantes, Los Tres Caballeros, Los Tres de México, Trío Monterrey, Trío Avileño, Los Delfines, Los Montejo, Los Tecolines, Los Soberanos, San Juan, Los Nocturnos, Los Cardenales, Los Dandys, los Cancioneros del Sur, Los Jaibos, Los As-tros, Los Fantasmas, Los Duendes, Los Galantes, Los Caribe, Los San-tos, Los Peregrinos, Las Sombras, Los Embajadores, El Negro Peregri-no y su trío, etcétera.

Aunque había grupos de cantantes mujeres como las hermanas Paz y Esperanza Águila, las hermanas Landín y las tres Conchitas, en-tre algunos, era inconcebible que las damas llevaran una serenata a los hombres, aunque se llegaron a dar casos.

Los toluqueños no fueron indiferentes a este tipo de música po-pular romántica y pronto la adoptaron, así surgieron también tríos inolvidables. Al hacer un recuento de ellos resulta injusto no poder mencionar a todos; además, hay otro factor: la rotación de integrantes, pues los tríos, como cualquier asociación de personas, está sujeta al ir y venir de circunstancias, a veces adversas.

Algunos eran tríos organizados formalmente y dedicados a esa actividad, otros eran aficionados que se unían para llevar una serenata en plan de amigos y sin que hubiera paga de por medio.

Los primeros eran contratados en algún bar o cantina, por ejem-plo en el famoso lugar denominado El Conde, de don Camilo Dumit en los inicios del Pasaje Curi, o en el bar Jardín, propiedad de don Pepe Gutiérrez y su socio, el señor Fabila; en el segundo caso, simplemente se ponían de acuerdo. Entre estos últimos grupos destacaban el Trío Universitario, con Jorge Gutiérrez, Enrique Grillo Carbajal y el Frijol;

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en la escuela preparatoria del icla unían sus voces y guitarras Marcos Quiroz, Ramón Hernández Leal y Miguel Ángel Cedeño; un grupo de amigos que gustaban de esto y trabajaban en el Banco Agrícola y Ganadero de Toluca eran Jaime Casasola, Miguel Garduño Segundo, Gaudencio Pérez y Eduardo Garduño Valdés.

Citaremos sólo algunos, aunque el recuerdo y reconocimiento va para absolutamente todos: Antelmo, Rodolfo Mejía y Ezequiel Maya, Gabriel Esquivel, Mauricio Rodríguez y Luis Rodríguez, los tenancin-guenses Lucho y Jaime, al igual que los hermanos Acevedo, Horacio González, Federico Flores, Ezequiel Puga, don Chon, Carlos, Nabor y Alfredo, Antonio, Juan, Carlos y Guillermo González Herrera, Isidro Labastida, Benito Estrada, Horacio González, Homero, Delmon, Ro-sendo Fabela, Los Valdés: Florentino, Chava, Paco y Teodoro; y mu-chos, pero muchos más.

En nuestro paso por la Universidad, cuando todos los alumnos nos concentrábamos en el edificio hoy llamado de Rectoría, buena parte del cortejo a las compañeras se llevaba a cabo obviamente en las horas libres, muchas de las cuales se dilapidaban en las legendarias tiendas de don Pepe y de Fede. Ambas estaban dotadas de sinfonolas tragamonedas equipadas con todo el repertorio musical del momen-to. Ahí se fijaba uno cuáles eran las preferencias de las “enamoradas” como de las indiferentes, según el caso; este indicador era útil para ar-mar el guion musical de una serenata.

Estaba uno al pendiente de qué le gustaba a fulana o a mengana; así surgían: “Gema”, “Alma de cristal”, “Dime que sí me quieres”, “Por fin”, “Tres regalos”, “Jacaranda”, “Cerca del mar”, “Vamos al paraíso”, “Como un duende”, “Desvelo de amor”, “Tú eres mi destino”, “Con-tigo en la distancia”, “Tú me acostumbraste”, “Eternamente”, “Como un duende”, “Usted”, “Divina ilusión”, “La gloria eres tú”, “Reina mía”, “El reloj”, “Decídete”, “Señorita”, “Que nadie sepa mi sufrir”, “Alas que-bradas”, “Sombras”, “Es mi reina”, “Novia mía”, “Toda una vida”, “Si tú me dices ven”, “Muchacha bonita”, “Perla Negra”, “Negrura”, “Ahora y siempre”, “Yo lo comprendo”, “Me quieres olvidar”, “Luz de luna”, “La

Permiso expedido por el Ayuntamiento para dar serenata en la ciudad.

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hiedra”, “Te sigo amando”, “Página blanca”, “Caleta tropical”, “Oye mi canción”, “Canción del alma”, “Suspenso infernal”, “Empiezo a extra-ñarte”, “Eternamente”, “Amar y querer”, “Llorarás”, “Mi último fracaso” y mil canciones más.

El motivo para llevar una serenata podía ser de lo más diverso: la necesidad de informarle a ella que se le quería mucho, el cumpleaños o santo de la amada, el aniversario de noviazgo, la reconciliación o simple-mente que con el amor y algunas copas dieran ganas de ir de serenata.

Una vez que se definía motivo y razón (título precisamente de una canción muy popular en las serenatas), el paso siguiente era juntarse con algunos cuates que simpatizaran con la costumbre. Si eran guita-rristas y cantantes, mejor, pues así se ahorraba uno un buen dinero. Si no se corría con esa suerte, no quedaba más que ir en busca de un trío para alquilar sus servicios.

El tercer paso era ir a tomarse unas copas para estar en ambiente o bien pasar a alguna vinatería a surtirse del preciado líquido que en-tonaría las gargantas de cantantes y acompañantes.

Si uno no quería tener problemas, el cuarto paso era acudir a la Comisaría de Policía para obtener un permiso para dar serenata.

Mediante el pago de $3.00 que el señor Campuzano o don Horacio Arenas se encargaban de depositar rigurosamente en la Tesorería Muni-cipal, ellos mismos expedían un papelito, que concedía la licencia para poder ir a dar serenata, bajo la advertencia de que no se permitía escan-dalizar ni hacerlo en determinados lugares, que obviamente eran la casa del gobernador, la del presidente municipal, etcétera.

Venía a continuación ponerse de acuerdo respecto al orden en que los miembros del grupo irían dando su serenata, lo cual no era nada fácil, pues había que conciliar un sinnúmero de factores: la cerca-nía o lejanía de la casa de la afortunada, el carácter o temperamento del suegro o cuñados, pues podía haber desde una cubetada de agua hasta un amenazador balazo al aire o simplemente que algún cuñado boico-teara la serenata desbocando el motor de su automóvil, neutralizando las melodiosas voces y su respectivo acompañamiento.

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Se llegaba hasta la casa elegida, procurando hacer el menor ruido posible, para que de pronto las guitarras desgarraran el silencio.

Ya frente al balcón de la amada se iniciaba la reducida o prolon-gada, según el caso, cadena de canciones, generalmente con algo así:

La noche ya dormidadespierta con mi cantoy en su negro mantorecoge mi voz.

Con ecos de mi vidala deja en tu regazojunto con pedazos,junto con pedazosde mi corazón.

Te traigo serenata,amor de mi vida,te traigo a tu ventanacanciones bonitas.

Y al darte en estas notassuspiros del alma,las penas amargasse alejan de mí.

Escucha las guitarras,que bajan con ellaslas luces que engalananel cielo de estrellas.

Otra opción sugerida por los cantantes era abrir con la idea de

“cantan los mirlos”, frase que parece de evidente inspiración gallega a

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la manera de los trovadores como don Fernando Esquio que “sueñan desde sus jardines con mirlos, con ir a ver a su enamorada”, etcétera:

Cantan los mirlos de mil colorescantan alegres los ruiseñoresy te despiertan, amada mía,su alegre canto al rayar el día,cantan alegres los ruiseñoresy te despiertan, amada mía.

¡Ay! ¡Quién pudiera robarte un beso!Cuando parece que estás dormida.

¡Ay! ¡Quién pudiera robarte un beso!¡Ay! ¡Quién pudiera robarte un beso!

¡Sin despertarte mujer querida!Sin despertarte mujer querida...

Era muy común recurrir a la canción de Álvaro Carrillo, que pare-ce haber sido hecho para el fin que nos viene ocupando. Nos referimos a “Cancionero”, la cual dice:

Yo soy un humilde cancioneroy cantarte quierouna historia humanapues sé que te amaquien pidió ese ruego.

Si la ves,cancionero, dile tú que soy feliz,que por ella muchas veces te pedíuna canción para brindar por su alegría.

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Si la ves,cancionero, dile claro en tu canciónque en mis ojos amanece su ilusióncomo una nueva primavera, cada día.

No le digas, que me viste muy triste y muy cansado,no le digasque sin ella me siento destrozado.

Finalmente, la despedida debía ser lo más tierna posible y ade-más mencionar, si era prudente, el nombre de la agraciada; esto era de una gran utilidad cuando había muchas hermanas, pues así no se dejaba duda de a quién se le había llevado:

Me despido ya,arrullando tu almaque duermas tranquila“(fulanita)” de mi vidaun sueño con calma...

O bien, “Duerme”, cuya letra dice:

Sueña,sueña mientras yo te arrullarécon el hechizo de esta canciónque para ti forjé.

Duerme,duerme tranquila, mi dulce bien,que contemplándote con pasiónla noche pasaré.

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Yo bien quisieraque nada apartarnos pudiera jamás;porque mi amor y mi vida y mi todoeres tú, mujercita ideal.

Duerme,duerme mientras yo te arrullarécon el hechizo de esta canciónque para ti canté.

Sin embargo, la despedida clásica era “Buenas noches mi amor”:

Buenas noches mi amor,me despido de ti,que en el sueño tú piensesque estás cerca de mí.

Ya mañana en la citate hablaré de mi amor,y asomado a tu mirarserás, mi bien, la vida mía.

Buenas noches mi amor,me despido de ti,que al mirarnos mañaname quieras mucho más...

Al terminar, el fugaz encendido de un foco indicaba que la sere-nata había sido escuchada.

El Sol de Toluca, 19 de julio de 2004.

Portada del célebre Manual de Carreño.

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Carreño en las buenas maneras de Toluca

A mi generación todavía le tocó vivir los rescoldos de lo que algunos de nuestros mayores, familiares o no, invocaban y evocaban, como “… según el Manual de Carreño…”, que era un catálogo de principios, re-glas, consejos y recomendaciones de urbanidad, elaborado por el ve-nezolano Manuel Antonio Carreño (1812-1874) a quien inclusive se le llegó a confundir con Alberto María Carreño (1875-1962), destacado escritor, historiador y académico mexicano.

Manuel Antonio Carreño llevaba el apellido de una ilustre familia de músicos de ese país. Fue el autor del citado compendio de modales que se publicó bajo el título de Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos, que a manera de preámbulo tenía un “breve tratado sobre los deberes morales del hombre”.

A pesar de que la imprenta llegó tardíamente a Venezuela, con las consecuencias lógicas de ese retraso, el libro rápidamente se difundió, al grado de que en muchos países latinoamericanos esta obra significó una forma de expresión de las buenas formas, la etiqueta, el protocolo y la cortesía.

Este libro característico del siglo xix llegó a México y fue adopta-do fervorosamente por algunos colegios, así que una buena parte de la clase media mexicana, sobre todo de las ciudades importantes, siguió ciertas formas de conducta basadas en el citado libro. Es curioso que dentro de la gran heterogeneidad sociocultural del país el libro lograra

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repercusiones insospechadas, pues a veces la servidumbre llevaba al-gunas de esas ideas a círculos tan distantes como era el de la realidad indígena de aquella época.

El citado manual, visto desde la óptica actual, provoca las más di-versas reacciones; hemos hecho el ejercicio de leer, junto con algunos toluqueños, ciertos fragmentos del manual y nos encontramos con que hay quien de buena gana le gustaría regresar a las costumbres de aque-llos tiempos; hubo quienes estuvieron convencidos que eso, además de imposible, sería un verdadero absurdo; otros consideraron que es totalmente antidemocrático y que algunas de aquellas reglas son aten-tatorias de los derechos humanos; alguien percibió inmediatamente las actitudes discriminatorias de clase y género; ciertas personas vieron en el citado manual todo un tratado de cursilería y no faltó quien, con sentido común, distinguió algunos aspectos que serían rescatables y po-sitivos. Algún joven ironizó, refiriéndose al “… manual de carroña…”.

El objeto de estas notas no es someter a juicio el manual, sino recordar algunos ejemplos de lo recomendado por Carreño y que un importante sector de la clase media mexicana lo siguió como modelo de comportamiento durante la segunda parte del siglo xix y los primeros años del xx. La ciudad de Toluca no fue la excepción.

El manual de urbanidad y buenas maneras consta de seis capítu-los. En el primero trata los principios generales; en el segundo habla del aseo (en general, en nuestra persona, vestido, habitación); en el tercero aborda el modo de conducirnos en la casa (al acostarnos, al le-vantarnos, del arreglo interior de la casa, de la paz doméstica, de cómo conducirnos con la familia, los domésticos, los vecinos, de la hospi-talidad, etcétera); en el cuarto, se ocupa del modo de conducirnos en diferentes lugares fuera de nuestra casa (en la calle, en el templo, en las casas de educación, en los cuerpos colegiados, en los espectáculos, en los establecimientos públicos, en los viajes); en el quinto atiende el modo de conducirnos en sociedad (prácticamente todas las formas de conversación, de las presentaciones, de las visitas, de los festines, bailes, banquetes, reuniones de campo, de duelo, juegos, etcétera) y

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finalmente, en el sexto se ocupa de las diferentes aplicaciones de la urbanidad (de los deberes respectivos, de la correspondencia epistolar y de nuestra conducta respecto del público).

Hemos escogido el artículo XII, titulado “Reglas diversas”, que forma parte del capítulo III, que trata “Del modo de conducirnos den-tro de la casa”, del que transcribimos a continuación algunos apartados:

1. Evitemos cuidadosamente que se nos oiga nunca levantar la voz en nuestra casa, a la cual nos sentimos fácilmente arrastrados en las ligeras discusiones que se suscitan en la vida doméstica, y sobre todo cuando re-prendemos a nuestros inferiores por faltas que han llegado a irritarnos.

2. La mujer se halla más expuesta que el hombre a incurrir en la falta de levantar la voz, porque teniendo a su cargo el inmediato gobierno de la casa, sufre directamente el choque de las frecuentes faltas que en ella se cometen por niños y domésticos. Pero entienda la mujer, especialmente la mujer joven, que la dulzura de la voz es en ella un atractivo de mucha más importancia que en el hombre: que el acto de gritar la desluce completa-mente; y que si es cierto que su condición la somete bajo este respecto, así como bajo otros muchos, a duras pruebas, es porque en la vida no nos está nunca concedida la mayor ventaja sino a precio del mayor sacrificio.

3. La mujer debe educarse en los principios del gobierno doméstico, y ensayarse en sus prácticas desde la más tierna edad. Así, luego que una señorita ha entrado en el uso de su razón, lejos de servir a su madre de embarazo en el arreglo de la casa y la dirección de la familia, la auxiliará eficazmente en el desempeño de tan importantes deberes.

4. Tengamos como una regla general, el servirnos por nosotros mis-mos en todo aquello en que no necesitamos del auxilio de los criados o de las demás personas con quienes vivimos; y no olvidemos que la delicadeza nos prohíbe especialmente ocurrir a manos ajenas, para practicar cualquiera de las operaciones necesarias al aseo de nuestra persona.

5. No aparezcamos habitualmente en las ventanas que dan a la calle, sino en las horas de la tarde o de la noche, en que ya han terminado nues-tros quehaceres del día. Una persona en la ventana fuera de estas horas se

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manifiesta entregada a la ociosidad y al vicio de una pueril o dañina curio-sidad, y autoriza a sus vecinos para creerse por ella fiscalizados.

6. La ventana es uno de los lugares en que debemos manejarnos con mayor circunspección. En ella no podemos hablar sino en voz baja, ni reír-nos sino con suma moderación, ni llamar de ninguna manera la atención de los que pasan, ni aparecer, en fin, en ninguna situación que bajo algún respecto pueda rebajar nuestra dignidad, y dar una idea desventajosa de nuestro carácter y nuestros principios.

7. En ninguna hora es decente ni bien visto que una mujer aparezca ha-bitualmente en la ventana a solas con un hombre, sobre todo si ambos son jóvenes, sean cuales fueren las relaciones que entre ellos medien, a menos que sean las de padres e hijos, hermanos o esposos.

8. La prohibición contenida en el párrafo anterior, con las excepcio-nes en él indicadas, se extiende a la sala y a las demás piezas de recibo, donde tampoco es lícito a una mujer, en ninguna circunstancia, aparecer conversando a solas con un hombre, y menos aparecer habitualmente al lado de un sujeto determinado, cuando existen delante personas extrañas. Aun entre esposos, como en su lugar se verá, están prohibidos estos signos de preferencia a la vista de los extraños.

9. Evitemos el leer en la ventana para que los que pasan no crean que hacemos ostentación de estudiosos o aficionados a las letras.

10. Es altamente incivil el conversar en la ventana al acto de pasar una persona por la calle, de manera que pueda pensar que nos referimos a ella; y lo es todavía mucho más el reírnos en este acto, aun cuando nuestra risa sea muy inocente, y no tenga ninguna relación con la persona que pasa.43

43 Carreño, Manuel Antonio (2005). Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos, en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales. Precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre, Vitanet, Santiago de Chile, pp. 93-94.

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Hasta aquí, 10 de los más de 1, 300 epígrafes de que consta el Manual de Carreño, y que seguramente tuvieron alguna influencia en la forma de conducirse de algunos habitantes de Toluca en cierta época.

Sea lo que sea, cuando vemos que en la actualidad a veces nos comportamos, no como habitantes de la ciudad, sino como dueños de ella, sobre todo en cuanto al respeto a los demás, a los espacios y trans-portes públicos, a la circulación de peatones y vehículos, a la imagen urbana, etcétera, tenemos que reconocer que no estaría mal un código de conducta, acorde con la época.

Con un código así, sin más obligatoriedad que la voluntad de ser mejores ciudadanos, todos ganaríamos ¿o no?

El Sol de Toluca, 9 de diciembre de 2002.

Carátula del curioso Compendio de la historia de México, Toluca, 1900.

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Un compendio de historia de 1900

En 1900 se publicó un pequeño y curioso libro titulado Compendio de la historia de México, editado en la ciudad de México por la imprenta J. de Elizalde, ubicada en la 2a calle de San Lorenzo, número 10.

El librito de 50 páginas, en un formato de 10 x 18.5 centímetros, tenía unas pastas tres veces más gruesas que el total de sus páginas. Había sido compuesto nada menos que por un profesor del Colegio Hispano-Mexicano de Toluca.

Como es sabido, el Colegio Hispano-Mexicano de Toluca fue fundado el 3 de febrero de 1885 en la casa que ostentaba el número 4 de la calle Porfirio Díaz, que después conocimos como Belisario Do-mínguez. En 1886 se trasladó al edificio que ocupaban los números 2 y 3 del Portal Constitución. Este enorme predio ocupaba una superficie de casi 2 mil metros, en la que se hizo una obra de acondicionamiento que tuvo un costo de 9 mil 284 pesos. Actualmente identificaríamos ese espacio por ser prácticamente el que se ubica entre el templo de la Santa Veracruz y el edificio A de la Plaza Fray Andrés de Castro.

Algunos cronistas consideran que dentro de su orientación fue el colegio más afamado en su época. Se le atribuye haber sido el organizador de la primera peregrinación a la Basílica de Guadalupe, en 1904. Contaba con un excelente orfeón que actuó en las fiestas del Centenario, celebradas en 1910. El colegio cerró sus puertas en 1914, en razón atribuida a la revo-lución carrancista, al decir de los cronistas de aquella escuela.

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Nuestro ilustre historiador don Aurelio J. Venegas nos dice que esta escuela católica dirigida por sacerdotes españoles, al momento de su fundación tenía 50 alumnos y alcanzó la cifra de 160 a la conclusión del mismo año. El edificio tenía una fachada humilde, en la planta baja contaba con cinco salas espaciosas y dos de menores dimensiones, des-tinadas a la impartición de clases. En el centro se localizaba el salón de actos, que tenía 23 x 5 metros, y que también se dedicaba a la oración. Con sólo correr un tabique de madera, nos cuenta Venegas, queda este salón comunicado con otro de 15 metros de largo por el mismo ancho que el anterior.

Esta gran sala queda unida con ocasión de las reparticiones de premios o de alguna velada literaria. Al poniente del edificio se hallaba un espacioso jardín rectangular.

La enseñanza en el plantel corría a cargo de ocho profesores. El plan de estudios se dividía en cuatro partes: 1. Clase Elemental, 2. Ins-trucción Primaria, 3. Instrucción Superior y 4 . Instrucción ampliada y Mercantil.

Las materias que integraban esas cuatro secciones se distribuían de la siguiente manera:

1. Elemental. Silabario; principios y ejercicios de lectura; rudi-mentos de Catecismo, Aritmética y escritura; nociones de alguna otra cosa útil, según lo permitan la inteligencia y demás circunstancias de los niños.

2. Primaria. Estudio de la doctrina cristiana; lectura; escritura; Aritmética (las cuatro reglas fundamentales y quebrados comunes y decimales), Gramática Castellana (toda la analogía); nociones elemen-tales de Geografía; Historia sagrada; Urbanidad.

3. Superior. Catecismo, en todas sus partes; Religión Apologéti-ca, Dogmática y Moral; Gramática Castellana; Aritmética; Geografía; Geometría; Historia de México; Caligrafía; Higiene; Lectura.

4. Ampliada y Mercantil. Aritmética mercantil; Teneduría de Libros; Código de Comercio; Ortografía práctica; Escritura de Docu-mentos; Lectura de manuscritos; Caligrafía; Dibujo natural y lineal;

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Nociones de Física y Química; Nociones de Agricultura; Religión; In-glés; Francés y Música.

En 1894 el colegio tenía ya 220 alumnos, de los cuales asistían re-gularmente 210. Las pensiones que pagaban los alumnos eran de $2.00 a $5.00, aunque si el alumno no podía cubrir tal cantidad, podía obte-ner alguna ayuda. El plantel no disponía de internado y el director era el presbítero Domingo Solá y Vives.

Pero retomemos el tema de este artículo, que es el libro que se utilizaba para la enseñanza de la Historia de México, del plan de estu-dios ya señalado.

Como el nombre ya lo indica, el libro compendiaba la Historia de México, desde “los tiempos más antiguos de que tenemos noticia hasta nuestros días”, es decir, aquel umbral del siglo xx. No hemos podido identificar al autor, ya que únicamente tiene las iniciales A.M.D.G.

El libro fue concebido para narrar los acontecimientos históricos a base de preguntas y respuestas. Un total de 409 interrogantes con sus respectivas contestaciones lo conforman. Se estructura en tres partes: Primera Época (desde los tiempos más antiguos hasta la conquista es-pañola en 1521), Segunda Época (desde la conquista española hasta la Independencia en 1821) y Tercera Época (desde la Independencia hasta nuestros días).

Para la primera época, el creador del libro hace 169 preguntas distribuidas en 10 lecciones: 1ª. División, 2ª. Primeros habitantes, 3ª. Reinos de Acolhuacán y Michoacán, Chichimecas, Acolhuas y Taras-cos, 4ª. Repúblicas de Tlaxcala y Cholula (Tlaxcaltecas y Cholutecas), 5ª. Reino de México (Aztecas), 6ª. Reyes de México, 7ª. Principios de conquista, 8ª. Marcha de Cortés para México, 9ª. Desde la primera en-trada de Cortés en México hasta el sitio de la capital y 10ª. Sitio de la capital y conquista del imperio.

De esta primera parte transcribimos algunas preguntas y sus co-rrespondientes respuestas, escogidas al azar:

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¿Cuántos Estados había en el país de Anáhuac? Había bastantes de escasa importancia, formados por algunas de las primitivas tribus que se constituían en pueblos independientes al mando de sus jefes.

[…] ¿Cómo se gobernaban los toltecas? Al principio se gobernaban por medio de jefes o capitanes, hasta que fundaron su monarquía por los años 667 de nuestra era próximamente.

[…] ¿Qué se cree de la civilización de los toltecas? Que fueron bastante civilizados viviendo siempre en sociedad, estaban muy aventajados en el cul-tivo de la tierra, conocían algunas artes, sobre todo la arquitectura, como lo prueban sus templos y pirámides; inventaron el arreglo del tiempo ajustando su año civil con el solar; y a sus tiempos asciende el descubrimiento del pul-que que tanta riqueza ha dado al país en los siglos posteriores.

[…] ¿Cuál era la religión de los toltecas? Reconocían a los astros como dioses principales pero adoraban también otros ídolos sacrificándoles cruelmente víctimas humanas.

¿Cuál fue la causa de la ruina y dispersión de la monarquía tolteca? El hambre, la peste y la derrota que sufrieron en una sangrienta lucha con tres capitanes insurrectos.

[…] ¿Cuál era el carácter de los aztecas? Eran los aztecas constantes en sus empresas, en la guerra valientes y esforzados, dados a la bebida, ta-citurnos, pacientes y agradecidos.

¿Cuál era su religión? Una ciega idolatría llena de errores y crueldades; pues sólo al dios de la guerra Huitzilopochtli sacrificaban al año más de veinte mil víctimas humanas.

[…] ¿Quién fue el primer rey de los mexicanos? Acamapichtli, quien gobernó por espacio de 37 años.

¿Qué me dice Vd. de su reinado? Que fue muy pacífico, porque Aca-mapichtli más gobernaba como padre que como rey; ensanchó la ciudad de México, y en sus tiempos dieron los mexicanos pruebas de su valor y superioridad.

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[…] ¿Cuánto tiempo gobernó?44 Como unos 13 años, durante los cuales sufrió terribles persecuciones del tirano Maxtlatón, quien lo hizo prisionero y lo encerró en una jaula en la que se ahorcó de sentimiento.

[…] ¿Cuál fue su principal cuidado45 después de la elección? Terminar el gran templo que había comenzado Tizoc, y salir a campaña para tener numerosas víctimas que sacrificar el día de la dedicación del templo, que fue el mismo día de su coronación.

[…] ¿Fue grande el número de los prisioneros sacrificados? Según algunos historiadores, sacrificó más de setenta mil en sólo cuatro días.

[…] ¿De qué murió Moctezuma II? De una pedrada que le dieron los indios, cuando quiso exhortarlos a entablar la paz con los españoles.

¿Recibió el bautismo? No, señor; pero se cree que lo recibieron más tarde algunos de sus hijos, y su hermana que se hizo monja y murió en olor de santidad.

¿Qué fin se propusieron los reyes católicos, don Fernando y doña Isabel, en el descubrimiento y conquista de las Américas? El nobilísimo fin de destruir la idolatría y propagar la fe y reinado de Jesucristo.

¿Qué podemos decir en alabanza de la conquista del Anáhuac? Que después del descubrimiento de las Américas por Colón, es quizá la más heroica hazaña que se ha verificado en el Nuevo Mundo; por la desigualdad de fuerzas entre conquistadores y naturales en un principio; por la multitud de combates sangrientos en que peleaban con igual valor los indios por su libertad, y los españoles por la conquista, por los muchísimos actos heroi-cos de los capitanes que hubieron de dirigir combates tan sangrientos; y so-bre todo, por la conquista de la capital azteca, en la cual es tanto de admirar el arrojo y tenaz resistencia de los sitiados, como la intrepidez y constancia de los conquistadores.46

44 Chimalpopoca.45 Ahuitzotl.46 Anónimo (1900). Compendio de la historia de México, compuesto por un profesor del

Colegio Hispano-Mexicano de Toluca, Imprenta de R. de S.N. Araluce, México, pp. 1, 4, 5, 9-13, 22.

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La segunda época es tratada en el libro, mediante 129 preguntas, repartidas en 8 lecciones: 1ª. Gobierno de Cortés en México, 2ª. Go-bierno de las audiencias, 3ª. Conversión y civilización de los indígenas y aparición de Ntra. Sra. de Guadalupe, 4ª. Virreyes, 5ª. Desde el grito de Dolores hasta la muerte de Hidalgo, 6ª. Desde la muerte de Hidalgo hasta el Virreinato Calleja, 7ª. Virreinato de Calleja y 8ª. Virreinato de Calleja y consumación de la Independencia.

De esta parte seleccionamos lo siguiente:

¿Cuáles fueron las primeras disposiciones de Cortés después de la toma de México? Mandó desinfectar la atmósfera, quemando gran canti-dad de materias resinosas, luego comenzó la reedificación de la ciudad, que había quedado casi completamente destruida; hizo algunos nombramien-tos y premió a su capitanes y soldados.

[…] ¿Qué podemos decir en general del gobierno de los virreyes? Que fue muy pacífico y próspero, sobre todo a los principios; y muchos de ellos fueron muy beneméritos para el país por las grandes obras que realizaron.

[…] ¿Quién fue el iniciador de la independencia y organizador de sus primeras juntas? D. Ignacio Allende, capitán del Regimiento de Dra-gones de la Reina.

[…] ¿Qué resolución tomaron (Juan Aldama e Ignacio Abasolo)?47 La de poner al frente de la independencia a un eclesiástico, para hacer creer al pueblo que era promovida por motivo de religión.

[…] Dado el grito de independencia, ¿a dónde se dirigió Hidalgo? Se dirigió a la cárcel con Allende, Aldama y otros partidarios, y amenazó con la muerte al carcelero si no le daba los presos.

[…] ¿Qué hizo el virrey Venegas al saber el levantamiento? Envió tropas contra los insurgentes y ofreció 10,000 pesos al que presentase vivos o muertos a Hidalgo Allende y Aldama.

47 Juan Aldama e Ignacio Abasolo.

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[…] ¿Qué fue de Hidalgo y demás jefes de la independencia, después de la batalla de San Jerónimo Aculco? Al huir a los Estados Unidos fueron hechos prisioneros en Béjar y Monclova por Elizondo; se les formó causa y en Chihuahua fueron pasados por las armas.

[…] ¿Por qué se resistía en un principio?48 Por la excomunión lan-zada contra los insurgentes; pero el mismo Hidalgo le quitó los temores diciéndole que no valía la excomunión, lo que creyó fácilmente por haber sido su rector en Valladolid.

[…] Cuánto tiempo estuvo México bajo la dominación española? Tres siglos, un mes y cuatro días.49

Para concluir, vayamos ahora a la última parte del libro, la tercera, conformada por cuatro lecciones: 1ª. Desde la Independencia hasta la muerte de Iturbide, 2ª. Desde los principios de la República hasta el fin de la guerra de Tejas, 3ª. Desde la primera guerra contra Francia hasta la intervención extranjera en México y 4ª. Desde la intervención ex-tranjera en México hasta nuestros días. De las 111 preguntas, veamos algunas:

¿En qué consistió el tratado de paz entre México y los Estados Uni-dos? En que cedería México a los Estados Unidos los territorios de Tejas, Nuevo México y Alta California, y parte de los estados de Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas, mediante una indemnización de 15.000,000 pesos.

[…] Arregladas las cosas con Francia y los Estados Unidos, ¿quedó el país apaciguado? No, señor; pues cundía por varias partes la revolución con levantamientos y guerras de los partidos encontrados.

[…] ¿Quién quedó finalmente vencedor y con la presidencia? El Sr. Juárez, a quien se cree favorecían los Estados Unidos.

48 José María Morelos y Pavón.49 Anónimo, op.cit., pp. 23, 26-28, 30, 36.

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[…] Qué sucedió luego de ocupar Juárez la presidencia? Se renovaron las leyes de Reforma, salieron del país el Nuncio de su Santidad y los Minis-tros de España y Guatemala, y fueron desterrados varios obispos.

[…] ¿Se pacificó el país con el gobierno de Juárez? Al contrario, con-tinuó la guerra más cruel entre los defensores de ambos partidos, hasta que el general González Ortega venció completamente las tropas de Márquez el 13 de agosto de 1861.

En tiempos de Juárez, ¿qué potencias intervinieron en los asuntos de México? Inglaterra, Francia y España.

¿Cuál fue la causa? El decreto del Sr. Juárez de suspensión de pago de la deuda extranjera, y algunos agravios recibidos en intereses o súbditos de las tres potencias.

[…] ¿Cómo fue recibido Maximiliano en México? Con grandes de-mostraciones de entusiasmo y alegría.

¿Qué pretendía unir la política de Maximiliano? Los partidos con-servador y liberal.

[…] Muerto Maximiliano ¿qué hizo Juárez? Volvió a la capital, arregló su gabinete y continuó gobernando la república como presidente constitucional.

¿Quién sucedió a Juárez en la presidencia? Don Sebastián Lerdo de Tejada, quien gobernó hasta que la revolución de Tuxtepec le arrojó del poder en noviembre de 1876.50

La última aseveración, de las 409 que constituyen el singular li-brito, dice:

¿Quién subió entonces a la presidencia? El general D. Porfirio Díaz, el cual la dejó a los cuatro años en manos del general González; la volvió a tomar cuatro años más tarde, y todavía se halla en el poder conservando la paz de la república.51

50 Ibid., pp. 43-47.51 Ibid., p. 47.

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Amigo lector: hemos reproducido algunas preguntas de la curio-sa publicación que hoy reseñamos y aunque han sido extraídas de su contexto general, dan una idea del enfoque que se daba a nuestra his-toria, por lo menos, en ese medio de instrucción. ¿Usted qué opina?

El Sol de Toluca, 29 de octubre de 2001.

Antiguo Campo Tívoli; arriba, la Bombonera, hoy Estadio “Nemesio Díez”.

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Evocaciones futboleras de los cincuenta

Medio siglo dista exactamente de aquel año de 1952 en que el Club Deportivo Toluca inició su última participación en el campeonato de la Segunda División, con miras a su ascenso a la máxima categoría del futbol mexicano, ansiada meta que alcanzó en aquel torneo de liga 1952-1953. Desde entonces, el equipo toluqueño ha permanecido en esa jerarquía, brindando a su afición, buenas, regulares y malas tempora-das, como todos los equipos.

Hoy, más que ocupar este espacio para hablar del club toluqueño, lo destinaremos a evocar ciertos estadios y ambientes ajenos en los que se desempeñó el equipo Toluca durante sus primeros años en la Pri-mera División, así como aquellos equipos y jugadores contra quienes contendió y que en algunas ocasiones, por razón natural, le hicieron pasar malos ratos.

Los toluqueños aficionados al futbol recordarán perfectamente que el Deportivo Toluca obtuvo el campeonato de ascenso compitien-do contra los siguientes equipos: el Veracruz y el Atlético de Veracruz, ambos del puerto jarocho; el Irapuato; el Moctezuma, de Orizaba; el Querétaro; La Concepción, de la ciudad de Puebla; el San Sebastián, de la ciudad leonesa; el Morelia; el Zamora; el Monterrey y el Estrella Roja; este último equipo era también de la ciudad de Toluca.

Al llegar el Deportivo Toluca a la Primera División requería de un campo que cumpliera con los requisitos mínimos que exigía la nue-

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va categoría, pues hasta entonces el equipo había venido alternando sus presentaciones en el viejo Campo Patria y en el no menos legendario Campo Tívoli. Así, se acondicionó su nueva sede en el mismo sitio que en alguna ocasión facilitara generosamente don Aníbal Espinosa.

El campo del Deportivo Toluca, ya como sede digna de la Primera División, entraba a competir con otros estadios no menos memorables: el Olímpico de la Ciudad de los Deportes, hoy conocido como el Azul, el Parque de Oblatos en Guadalajara, la Martinica en León, El Mirador de Puebla y también con campos modestos, como el del Ingenio de Zacatepec, en donde en medio de un calor sofocante era casi imposible doblegar a los cañeros, como se les conocía en el ambiente futbolero.

Ayer como hoy, el ir y venir de los equipos, en juegos como locales o como visitantes, alternaba la supuesta ventaja de jugar en casa con la también hipotética inconveniencia de ir como visitante. De esta manera se iban conformando grandes rivalidades deportivas con deseos de ven-ganza, equipos difíciles, porras hostiles, duelos de directivos, caballero-sos unos, como don Pedro Pons, del León; don Eduardo Díaz Garcilazo, del Marte, o el ingeniero Rivera Rojas del Necaxa; otros, duros, comba-tivos y dispuestos a todo, como el temido general Núñez, del Atlante.

En el cuadro de árbitros destacaban hombres como Manolo Alonso, Mister Crawford, Mister Sunderland y otros. Entre los médi-cos especialistas más destacados estaban desde luego don Ángel Matu-te y Pérez Teuffer. Los narradores radiofónicos quizá más escuchados eran Agustín González Escopeta y Cristino Lorenzo, en tanto que en la prensa escrita los que más lucían eran Manuel Seyde, Ornelas e Ignacio Matus, entre otros.

El término entrenador era más usado que director técnico; entre los más conocidos del momento estaban: Antonio López Herranz, que tuvo en sus manos a la Selección Nacional que participó en la Copa Mundial de 1954; Octavio Vial, Fernando Gavilán García, Fernando Marcos, Ignacio Trelles y Casullo, por no citar más que algunos.

Por lo que toca al enorme universo de jugadores, conformado por titulares y reservas, siempre había los héroes de unos y los villa-

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El equipo Marte, campeón del Torneo de Liga 1953-1954.

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nos de otros. Existía de todo: el jugador fino, el hachero, el tanguero, el mañoso, el displicente, el tocador, el entrón, el cañonero, el seguro, el peleonero, el zacatón, el ídolo, el odiado, el pundonoroso, etcétera.

Hagamos el ejercicio de recordar algunas nóminas de jugadores de aquellos equipos de los años intermedios de la década que partió en dos al siglo xx.

En el primer campeonato que jugó el Deportivo Toluca en la Pri-mera División, en realidad eran pocas plazas o ciudades, pues la docena de equipos se repartía únicamente en 8 sedes: la ciudad de México, que tenía tres equipos (Atlante, América y Necaxa), al igual que la ciudad de Guadalajara (Guadalajara, Atlas y Oro), las demás eran: Cuernavaca, Puebla, Tampico, León, Zacatepec y Toluca. Ese año, el campeón fue el equipo Marte, entre cuyos jugadores estaban Mario Ochoa, el Chivo Cázares, el portero Quevedo, el Catrín Peza, Turcato, el Chango Zárate, Cabalceta y otros que al año siguiente se integraron al Toluca, cuando el equipo de Cuernavaca se disolvió por incosteable: Blanco, Romo y el Platanito Hernández fueron algunos de ellos.

El Deportivo Toluca contaba con un cuadro en el que los más par-ticipativos eran: Pérez, Tello, Machi Vázquez, del Valle, Andrade, Men-doza, Chino Lázcarez, Wedell Jiménez, Malanchane, Carús y Palos.

El equipo Guadalajara, de gran arrastre como siempre, se le co-nocía como el ya merito, porque casi siempre se quedaba en la antesala de ser campeón. Se distinguía, como hoy en día, por estar integrado totalmente por jugadores mexicanos y también, porque todos, absolu-tamente todos, tenían apodo o sobrenombre: Tubo Gómez, Chapetes Gómez, Tigre Sepúlveda, Jamaicón Villegas, Bigotón Jasso, Panchito Reyes, Mellone Gutiérrez, Chava Reyes, Dumbo López, Zurdo Rivera, Chuco Ponce y Pina Arellano, entre otros.

El Oro, legendario equipo de Jalisco, estaba integrado por juga-dores que hicieron una buena época del futbol mexicano: el elegante portero Raúl Córdoba, el Chepe Naranjo, el extraordinario goleador Héctor Hernández, el argentino Juan Carlos Carrera, apodado el Loco,

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Evelio Alpízar, el Chicho López, el Tejón García, Constantino Perales y Arnulfo Cortés, más otros.

El Atlas, equipo al que se le conocía como los chicos del Paradero o las Margaritas, a pesar de su siempre virtuoso y atrayente estilo de juego, en esa temporada descendió a la Segunda División, a pesar de contar en sus filas con jugadores tan brillantes como Felipe Zetter y el Pistache Torres.

Los Cremas del América que entonces no eran Águilas ni tenían publicidad, contaban entre sus jugadores al portero Manuel Camacho, quien después vino al Toluca y fue muy querido aquí; al Gigantón Cañibe; a Juan Arrieta, después arquitecto de estadios; a José Luis Lamadrid, hoy cronista deportivo; al Pepín González; al Pelirrojo Gama; a Rubelio Esqueda; al 7 pulmones Pedro Nájera; a Lalo Palmer y a los argentinos Pachita Iacono, Uzal, José Santiago, Fizel y Héctor Ferrari.

El Atlante, ahora de capa caída, era conocido como los azulgrana, el equipo del pueblo o los potros de acero. Era en efecto un equipo po-pular, querido por unos y odiado por otros, entre otras razones por las maniobras que, según se decía, fuera de la cancha hacía su presidente, el influyente general Núñez, y también por las rudezas de sus jugadores. Este combativo equipo lo formaban Telmo García, el Pelón Zamaro, Chicho Ávalos, la Chepina Rivera, Salvador Mota, Calderón de la Barca, el Negro de Alba, Ligorio, Luis Fernández, José Antonio, Javier Rico, Solares, Gan-dini, Arizmendi, Farfán, el Bombero García Vélez, Escandón y Lucio Gómez. El Toluca, en su debut en la Primera División, le ganó al Atlante por marcador de 2 goles a 1, en el propio estadio de éste.

El Necaxa, digno heredero de los famosos once hermanos, era un equipo muy consistente, con grandes jugadores, muy bien dirigi-dos y con el apoyo económico de los electricistas. Aquel Necaxa tenía entre sus jugadores más distinguidos al portero Morelos y a Salazar, Castañeda, Llorente, Saturnino, Ruffo, Del Águila, el terrible Norber-to Rosas, Portugal, Iturralde, Ledezma, Palleiro, Molina, Güero Jasso, Roberto Díaz y Edelmiro Arnauda, miembro de la famosa dinastía de ese apellido.

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Habrá que decir que Toluca y Necaxa, en febrero de 1955, esceni-ficaron en esta ciudad un histórico partido, que mereció la colocación de una placa conmemorativa en el estadio, y que Carlos Olvera, desta-cado escritor y colaborador de este diario, llevara a la literatura en su libro Tolucanos.

El equipo de Tampico, debido al calor de aquel puerto, llevaba a cabo sus partidos los sábados por la noche. Allí iba la furia roja del Toluca acompañado de sus seguidores. Muchos toluqueños fueron tes-tigos de aquellos apretados encuentros escenificados contra los poderosos jaibos: el Tarzán Landeros, Jorge Narváez —después árbitro—, Carre-tero, el Médico Ayala, Benito Ayón, Pipo Téllez, Juan y Rufino Lecca, Carlos Septién, Olivero, Raúl Molina, Lupe Díaz y los inolvidables perua-nos de color, el chaparrito Grimaldo y el fortachón Aparicio.

La Martinica era el llamado cubil de la fiera o la jaula, estadio donde era prácticamente invencible el equipo León. Muchas glorias dejaron escritas sus brillantes jugadores, como Montemayor, Sergio Bravo, el famoso Tota Carbajal, el Che Reyes Rodríguez, Luis Luna, el Mulo Gutiérrez, el Tico Bozza, el Pato Marco Aurelio, Mauro Franco, el portero reserva Cristóbal, el Peterete Santillán y Juan José Novo.

Los comentaristas calificaban el hecho de ir a jugar a cualquier campo ajeno como aduana difícil; una de ellas era el viejo campo de El Mirador, allá en Puebla, en donde equipo y público se mostraban auténticamente intratables. Honda huella dejaron el portero Vicente González, el Burro Figueroa, Pito Pérez, Rivas, Izaguirre, Manzoti, Bo-nezi, Marianito Fernández, Laperuta y los españoles Iturbe y del Toro.

No puede dejar de mencionarse al temible equipo de Zacatepec, dirigido por Nacho Trelles y con jugadores como Chapela Cuburu, Cira Dávila, Raúl Güero Cárdenas, Bigotón Vela, José Antonio Roca, Evaristo Murillo, Pedri Arnauda, Turcato, Mario Pérez, Candia, Nicolau, Coruco Díaz, Gil y otros.

Para finalizar diremos que en aquellos tiempos, al término de cada campeonato, la Comisión Permanente de la Primera División or-ganizaba una serie internacional en la que venían afamados equipos

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extranjeros a jugar contra los equipos mexicanos mejor calificados. Entre aquellos equipos podemos mencionar los siguientes: los argen-tinos River Plate, Boca Juniors, Independiente, Lanús, San Lorenzo de Almagro y Vélez Sarfield; los brasileños Corinthians, Botafogo, Gre-mio de Porto Alegre, Palmeiras, Bangú, Vasco de Gama y São Paulo; los europeos Real Gijón, Stuttgart, Bratislava, F. K. Austria, Dynamo de Zagreb, Ferenckvaros, Sochaux y tantos más.

El Sol de Toluca, 1 de abril de 2002.

Portada del Directorio general de la ciudad de Toluca 1910-11.

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Un directorio de Toluca de 1910-1911

Hoy dedicamos estas notas al Directorio general de la ciudad de Toluca, 1910 a 1911, que realizaron don Enrique S. Solórzano y don Rodolfo J. Vargas, editores propietarios de esta interesante publicación que apare-ció exactamente en el año del centenario de la Independencia.

Esta memorable edición tenía un precio de 80 centavos y estaba a la venta en la librería y papelería El Siglo XX, que se localizaba en la avenida de la Independencia número 14. La tipografía se hizo en el taller del mismo nombre, que se ubicaba en el callejón del Carmen número 8, hoy Riva Palacio.

En aquel directorio, los autores comienzan diciéndonos que la ciudad de Toluca es la capital del Estado de México y cabecera del distrito del mismo nombre. Para esa época —continúan diciendo— tenía una población de 28,970 habitantes, su elevación sobre el nivel del mar era de 2, 675 metros, situada a 73 kilómetros de la ciudad de México y comunicada por el Ferrocarril Nacional.

Prosiguen informando que los productos principales agrícolas de aquella época eran: maíz, trigo, cebada, frijol y patata; las indus-trias principales eran: la Gran Fábrica de Cerveza Toluca y México S.A., las fábricas de hilados y tejidos de lana y algodón, la Fábrica de Conservas Alimenticias La Toluqueña, la Fábrica de Aguas Gaseosas, otras de jabón, así como molinos de harina, de aceite, de nixtamal, etcétera.

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A los apellidos que ya menciona don Aurelio Venegas en sus directorios de 1907 y 1908 se suman para 1910 los siguientes: Acevedo, Acuña, Agüero, Ahumada, Alanís, Alatorre, Alba, Alday, Alonso, Alvara-do, Amador, Amar, Amero, Anaya, Anda, Andrés, Ángeles, Anke, Ara-che, Aragón, Arámburo, Aranda, Arce, Archundia, Arechavala, Arochi, Arrillaga, Aubert, Avelard, Avilés, Balbontín, Balp, Barón, Barrientos, Barrios, Basurto, Bause, Becerra, Benítez, Beristáin, Biegeschke, Blan-co, Blanquel, Bobadilla, Bonaga, Brauer, Bringas, Buitrón, Burding, Cabazos, Cabrera, Calzada, Camarena, Campuzano, Cancelada, Car-doso, Caro, Carpio, Casanova, Catain, Cerezo, Cinencio, Collado, Co-lón, Córdoba, Correa, Cosío, Cuenca, Chimal, Danley, De la Barrera, De los Ángeles, Dionigi, Dormeier, Ducheñe, Eldridge, Encinas, Era-zo, Escalera, Escamilla, Escartin, Espejo, Esquivel, Espinola, Ezeta, Farías, Fasterling, Faure, Feijó, Fierro, Gallego, Gálvez, Gallarza, Gamboa, Gasca, Gaschler, Gassier, Gaxiola, Giese, Gil, Giles, Gillila, Goicochea, Granados, Guardiola, Guenther, Guerola, Guiscafré, Gund-lach, Günter, Hahlwass, Hardy, Harfush, Hartmann, Heiliemann, Her-bol, Huerdo, Huerta, Huesca, Huitrón, Infante, Ingelmo, Iniesta, Iñigo, Iñiguez, Isunza, Jaubert, Junco, Kanan, Kanfield, Kempin, Knopp, Kosi-dowski, Ladtkow, Lapp, Landa, Lara, Larqué, Lazcano, Lazo, Ledezma, Leurette, Linarte, Lizalde, Long, López Guerrero, Loza, Lubitz, Luja, Lu-que, Luyando, Macías, Mac Manus, Macotela, Manilla, Manjarrez, Mal-donado, Marbán, Márquez, Mart, Maruri, Masa, Max, Maya, Medero, Merbol, Meza, Michaelis, Mirret, Mondragón, Moles, Molina, Montenegro, Moreira, Múgica, Murguía, Najera, Navarrete, Neal, Null, Noriega, Nu-villo, Obregón, Ocádiz, Olmos, Ordóñez, Oville, Parrat, Pasco, Pastrana, Paz, Pedroza, Perdomo, Pineda, Piquero, Pizarro, Porcayo, Posada, Pra-do, Prida, Puente, Quevedo, Raldsilzqui, Rangel, Rebollar, Reyes, Reyno-so, Rimek, Robles, Rohen, Romaña, Rosado, Ruano, Rubí, Rubio, Rubín, Rueda, Runige, Salas, Salazar, Salceda, Saldaña, Salgado, Salomón, San Pedro, Sandi, Santana, Santín, Schackow, Schleif, Schmitter, Schnabel, Schneider, Scholz, Schuehle, Schulz, Smith, Spíndola, Stoehr, Stuckler, Segura, Servín, Sevilla, Siles, Silivan, Simón, Sockert, Sotomayor, Sotres,

Anuncio publicitario en la contraportada del directorio.

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Surkamps, Teja, Tejeda, Tello, Terés, Tinoco, Torre, Turlay, Ugalde, Ur-bina, Urenta, Valbuna, Valenzuela, Vallejo, Valleto, Vara, Varona, Vélez, Vences, Vergara, Veytia, Vides, Vigueras, Vilchez, Villa, Villafuerta, Vi-llagarcía, Villagómez, Villar, Villela, Villeneuve, Villuendas, Warnke, Ye-pes, Zaldívar, Zamudio, Zanabria, Zarza, Zavalla, Zea, Zelinski, Zepeda y Zetina.

Como puede verse, se habían incorporado muchos apellidos nue-vos. La cervecería, la fábrica de vidrio y otras empresas habían atraído a muchos extranjeros, lo que es fácilmente perceptible, particularmen-te en los apellidos que iniciaban con las letras K y S.

El directorio compuesto por los autores ya citados es rico en anun-cios publicitarios de la ciudad; sin embargo, destacaremos los de algu-nos negocios de la capital de la república, que seguramente les convenía anunciarse en Toluca, lo que da una idea de aquellos artículos y produc-tos que quizá no se conseguían en nuestra ciudad, así como servicios que dada su naturaleza, probablemente eran escasos, o simplemente no se prestaban en nuestra ciudad. De la publicidad de negocios me-tropolitanos podemos mencionar, entre otros, los siguientes: Talleres de grabado en acero y cobre Cándido Quesada, especialistas litografía y encuadernación. Este negocio se localizaba en la 2a calle del Salto del Agua núm. 4. Otro anunciante capitalino era El Progreso Industrial, nueva y gran fábrica de camas de fierro y latón, perteneciente a don Miguel J. Platas y ubicada en la 2ª de San Lorenzo números 7 y 7 ½. Una empresa más era la acreditada zapatería El Elefante, que se hallaba en San José el Real número 7. La sombrerería París Madrid, de don Miguel Agudo Gómez, que tenía sus puertas en la 2ª de Nuevo México número 39, anunciaba su extenso surtido en sombreros para señoras, señoritas y niñas. Una más era la gran fábrica y almacén de muebles de bambú el Arte Japonés, de don J. Felipe Oropesa, que en su domicilio de Puente Quebrado núm. 14 manufacturaba escrupulosamente toda clase de modelos mobiliarios, con materiales legítimos importados di-rectamente del Japón.

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Una óptica localizada en avenida 16 de septiembre número 28 se anunciaba en español y en inglés; en este último idioma informaba: “The best and cheapest place to get your optical goods is at The Mexico Optical Co. S.A. Promptness and exactness is or motto. 20 years of ex-perience in America. Catalogue Free. If your eyes are troubles consult Dr. N. C. Herr (Oculist) American and german practice”.

La Industria Mexicana era el nombre de una fábrica y almacén de muebles que estaba en Donceles 43 (antes Canoa 9), propiedad de J. G. Garrido, que se especializaba en camas de doblar, de fierro, de fierro y latón, y de latón de primera; colchones estilo americano de bo-rra, roperos barnizados, roperos de luna, cómodas, aparadores, sillas de comedor, ajuares Viena, etcétera. Garantizaban precios de fábrica y envíos a bordo del F.C.

Chamis y Rousseau era un negocio cuyo nombre le venía de sus propietarios Alejandro E. Chamis y Jorge Rousseau. Se trataba de una casa importadora de materiales para plomeros, estaba en la 1ª calle de Nuevo México, y su gerente general era Alberto L. Bravo. Se atendía al público en español, inglés, francés y alemán.

Otra fábrica de camas y almacén de muebles, que se promociona-ba en el directorio que nos ocupa, era El Hércules, vecina de La Indus-tria Mexicana, antes mencionada. Una especialidad de esta casa era el patentado y “famoso tambor convexo de alambre tejido”, que daba a las camas una particular comodidad.

No puede dejarse de mencionar El Fénix, gran fábrica de marcos para lunas y retratos, con moldura extranjera. Se enorgullecían de tener el mejor surtido existente en la capital del país, de lunas biseladas y cristales en todos tamaños, franceses, alemanes y americanos. Grandes oleografías de reputados maestros, cuadros al óleo, cromos finos para sala, recámara y comedor. Esta fábrica contaba con maquinaria fina y moderna para bise-lar, platear, grabar y dar la forma que se quiera a cristales y lunas. También se restiraban sobre lienzo, mapas, retratos y cromos.

La Plomería de Guillermo Green, de avenida Hombres Ilustres 49 (antes San Juan de Dios 253), tenía la patente del calentador G. Green,

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cuya propaganda publicitaria rezaba así: “El más barato, el más senci-llo, el más limpio, el más duradero, el más económico, el más seguro, no tiene peligros, no tiene igual, millares en uso, un niño lo maneja, en 20 minutos un baño, consume 5 centavos de leña, indispensable en el hogar, hay que verlo para adquirirlo luego”. Otra negociación del mismo ramo, que también se anunciaba allí, era la Plomería sanitaria de Guillermo O. Clark, que tenía sus puertas en la 1a calle de Dolores número 10, por supuesto, se dedicaba a instalaciones sanitarias.

Un negocio de arte, particularmente arte para capillas, criptas y monumentos sepulcrales, era el de Jorge Muñoz y Cía. S. en C. Ar-quitectura, mármoles, escultura. El despacho se encontraba en la 4ª de Donceles número 96 (antes Cordobanes 14) y los talleres estaban en Tacuba, D.F., frente a la calzada del panteón Español. Esta empresa importaba mármoles y estatuas de Carrara, Italia.

No falta un anuncio de la famosa Gran Tintorería Francesa (1ª calle de Dolores número 15), por la Alameda, con su taller movido por vapor (avenida Independencia número 46), casa establecida en 1890, que se encargaba de limpieza de ropa en seco, teñido por los últimos procedimientos, de toda clase de ropa, así como limpieza de cortinas, plumas y boas. Su propietario: A. Bouras.

Entre los anuncios de plana completa destaca el de la Gran Fábri-ca de Mosaicos Quintana Hermanos, que se ubicaba en Calzada de san Antonio Abad número 7, con exposición de sus productos y despacho de los mismos, en Espíritu Santo número 4, bajos, del Casino Español. Contaban con un amplio surtido de azulejos franceses y españoles. Esta fábrica tenía una agencia en Toluca, que atendía don Jacobo Arri-llaga, en la calle de Porfirio Díaz, número 12, calle que después cono-cimos como Belisario Domínguez.

Por lo que toca al comercio toluqueño, el directorio es prolijo en menciones de tiendas de abarrotes, academias, aguas gaseosas, agen-cias diversas, alfarerías, almacenes, baños, bandas de música, bancos, bancos de herrador, bicicletas, billares, boliches, boticas, cajas mortuorias, cajones de ropa, calerías, cantinas, carnicerías, carpinterías, carrocerías,

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casas de huéspedes, cererías, cobrerías, coheterías, colegios particu-lares, comisionistas, correos, cremerías, cristalerías, curtidurías, dro-guerías, dulcerías y pastelerías, ebanisterías, empeños, empresas de luz eléctrica, encuadernaciones, escuelas oficiales, estereotipias, fábricas de ladrillos, ferreterías, ferrocarriles, fiderías, fondas, fotograbado, fo-tografías, fusterías, herrerías, hojalaterías, hospitales, hoteles, impren-tas, jabo nerías, joyerías, lavanderías, librerías, litografías, madererías, maicerías, maquinaria, marmolerías, mercados, mercerías, mesones, misceláneas, modistas, molinos de aceites, molinos harineros, molinos de nixtamal, mueblerías, notarios públicos, orquestas, panaderías, papelerías, parteras, peleterías, peluquerías, pintores, decoradores, pla terías, plomerías, profesores de idiomas, peluquerías, rebocerías, relo jerías, repertorios de música, restaurantes, ropa hecha, sastrerías, se-derías, sombrererías, tabaquerías, tapicerías, teatros, telégrafos y teléfo-nos, templos del culto católico, templos evangélicos, tintorerías, tlapa-lerías, transportes y zapaterías. Por supuesto, también indicaba quiénes eran los abogados, doctores, dentistas, farmacéuticos, ingenieros, mé-dicos veterinarios, notarios públicos, parteras, profesores de idiomas y otros profesionales.

Este directorio constituye un importante documento informativo de aquella época, logrado magistralmente por Solórzano y Vargas, en 1910-1911.

El Sol de Toluca, 25 de marzo de 2002.

Monumento a José María Morelos y Pavón.

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Los monumentos del Jardín de los Mártires

Durante el período del general José Vicente Villada se realizaron bastan-tes obras en esta ciudad que todavía recuerdan la excelencia de su gobier-no. Dos de esas obras son tema de actualidad debido a la desaparición del Jardín de los Mártires, me refiero a los monumentos de los héroes Morelos e Hidalgo. La estatua de Morelos, que posiblemente sea trasla-dada a otro lugar, originalmente se encontraba en la Plaza Riva Palacio.

En 1894 el general Villada acordó la construcción de un monu-mento dedicado al generalísimo Morelos. Se encargó del proyecto el famoso maestro hidrocálido José F. Contreras, quien fue un desafortu-nado escultor que salió muy joven de su tierra natal para ir a estudiar a la ciudad de México; fue discípulo de Manuel Noreña y trabajó en la fundición de la estatua de Cuauhtémoc que se encuentra en el Pa-seo de la Reforma. Viajó a Europa y a Egipto becado por el gobierno mexicano.

Contreras trabajó con Colinerte en París; a su regreso se convir-tió en representante de una corriente romántica un poco tardía. Posterior-mente perdió un brazo, lo cual no impidió que siguiera trabajando y todavía después de su invalidez dejó dos magníficas obras que por el nombre que les dio revelan su condición: Malgré-tout (a pesar de todo) y Desespoir (Desesperanza). Éstas se encuentran actualmente en la Ala-meda Central de la ciudad de México.

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En septiembre del citado año de 1894 Contreras terminó el trabajo que el general Villada le había encomendado. La estatua está realizada en bronce, pesa más de 800 kilos y tiene una altura de 2 metros 10 centíme-tros. Morelos se encuentra de pie vistiendo levita, chaleco, pantalón de la época, botas de campo y bajo el brazo lleva unos documentos; la mano derecha está hacia abajo en actitud de dirigirse a una multitud.

Descansa sobre una peana de cantera, realizada por el toluqueño Juan Gómez, el basamento que tiene actualmente no tiene ningún va-lor artístico. El monumento tuvo un costo aproximado de 4 mil pesos de aquella época. En el lado poniente lleva una inscripción que dice: “El Estado de México al Gran Morelos, 1894”.

Por lo que toca al monumento a Hidalgo, sabemos que por De-creto número 27 de fecha 12 de octubre de 1897 la Legislatura aprobó la solicitud hecha por el general Villada para construir dicha estatua. Fue realizada en Florencia por el maestro Rivalta. Se encuentra sobre una base que tiene escaleras por los cuatro lados, hecha por el cantero, también toluqueño, Lorenzo Vázquez.

Sobre esa primera base arranca un pedestal de mármol italiano con dos bajorrelieves, el que ve al norte con la representación de la Toma de la Alhóndiga de Granaditas y el del sur con la Batalla del Monte de las Cruces.

El cura Hidalgo se encuentra viendo hacia el poniente. Su expre-sión es de gran vigor; lleva en la mano izquierda el estandarte que usó en aquella memorable noche del 15 de septiembre de 1810. Se trata sin duda de dos magníficas obras escultóricas de esta ciudad que empieza a experimentar un cambio urbanístico.

El Sol de Toluca, 15 de abril de 1967.

Monumento al Padre de la Patria: Miguel Hidalgo y Costilla, 1900.

Automóviles de turistas con sus respectivos remolques.

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¿Recuerda las caravanas de tráileres?

Nuestros amigos lectores que rebasen el medio siglo de edad segura-mente recordarán que hace algunas décadas era frecuente ver llegar a nuestra ciudad grupos de turistas norteamericanos que nos visitaban bajo la modalidad de caravanas de remolques, casas rodantes o tráileres.

Esta forma de viajar tiene una curiosa historia: en Europa, duran-te la Segunda Guerra Mundial, conforme los alemanes ocupaban terri-torios, ciudades enteras se vaciaban y sus habitantes se desplazaban a otras; prácticamente eran como ciudades móviles.

Bajo otras condiciones, en Estados Unidos, en la parte continen-tal que no vivió la guerra en territorio propio, hubo también grandes movilizaciones de gente que tenía que mudarse con el fin de encarar los resultados del conflicto bélico.

Los grandes centros industriales como Cleveland (Ohio), Detroit (Michigan) y Bridgeport (Connecticut) atrajeron a miles de trabajadores para sustituir a otros que habían tenido que ir al frente de batalla como soldados, técnicos, etcétera; sin embargo, por razones obvias, los que llegaban no podían ocupar los hogares de aquellos, pues ahí estaba el resto de la familia, así que esas poblaciones no tenían la capacidad para proporcionarles alojamiento a los que llegaban, por lo que éstos resol-vieron su problema arrastrando de hecho sus casas, es decir, mediante remolques, para formar ciudades de casas rodantes.

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La ciudad de Washington, en el Distrito de Columbia, fue la ciu-dad que más creció durante la guerra, por lo que muy cerca de ahí, en el estado de Virginia, surgió una ciudad sobre ruedas, llamada Oak Grove y el campamento denominado Ideal se constituyó en las afueras de Cleveland. Los gobiernos locales se encargaron de proporcionarles a bajo precio los servicios básicos como agua potable, drenaje, alum-brado, lavaderos públicos, etcétera.

Terminada la guerra, estas ciudades se desintegraron, pero que-daron dos simientes muy importantes, uno tangible: los remolques, y otro intangible: cierta afición a vivir bajo esa modalidad.

Así, las casas rodantes no murieron con la guerra, al contrario, se perfeccionaron, pero ya con una intención de vivir viajando y con comodidad, muy diferente al sedentarismo forzado, incómodo e im-provisado que les había dado origen.

De esta forma surgió y se popularizó el caravaning, o sea, la forma de viajar en caravana de remolques (tráileres) y más tarde en unidades autónomas (campers), lo que a su vez dio lugar al trailer park, es decir, las instalaciones acondicionadas para recibir estos vehículos, ya sea en caravana o de manera individual.

México durante los años de la posguerra empezó a recibir este tipo de turistas. Desde la frontera con Estados Unidos hasta el sureste fue paso y destino de caravanas que se iban deteniendo uno o más días en cada uno de los puntos de escala.

En los años sesenta del siglo pasado este tipo de turismo se incre-mentó considerablemente. Como el país no disponía de trailer parks y la demanda era temporal, tampoco se justificaba la inversión en este tipo de instalaciones; lo que se hacía entonces era acondicionar oca-sionalmente algún terreno propicio para la recepción de este tipo de turistas.

Toluca fue un lugar atractivo para estos caravaneros. Esto ocu-rrió fundamentalmente durante la administración gubernamental del doctor Gustavo Baz (1957-1963) y la del licenciado Juan Fernández Albarrán (1963-1969), sin que fuera una exclusividad de ese periodo,

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así que la Dirección de Turismo y el H. Ayuntamiento de Toluca rea-lizaban una importante labor para recibir adecuadamente a esos pe-culiares visitantes. Muchos toluqueños recordarán aquellas caravanas que se instalaban en el viejo Campo de Aviación, en algún campo de futbol o béisbol, en lo que hoy es Ciudad Universitaria y en otros sitios similares.

Las caravanas generalmente estaban formadas por parejas cuyas edades fluctuaban entre los 50 y 60 años de edad, la mayoría veteranos de la guerra y jubilados, que permanecían fuera de su residencia habi-tual por varios meses, en ocasiones sobrepasando el año. Por ejemplo, la Caravana de Circunnavegación Mundial de Wally Byam se progra-mó para salir de la costa occidental de Estados Unidos en septiembre de 1963 para visitar Malaya, Burma, Tailandia, Pakistán, India, Irak, Irán, los países bíblicos, Europa y regresar a Norteamérica en el otoño de 1964; en los álbumes fotográficos de estos trotamundos quedó re-gistrado que en su largo periplo pasaron por Toluca.

Las características y tamaño de las caravanas variaban, depen-diendo de la firma a que correspondían y que podían ser Wally Byam, Avion, Dodge Motorcade Club y otras.

Cada caravana era una pequeña ciudad que se movía y desplaza-ba, llevando consigo todos sus problemas y necesidades.

La organización, aunque también variable, generalmente contaba con cuatro responsables: el líder general, el representante de avanzada, el encargado de recreación y el representante de servicios.

El primero de ellos era el jefe general de la caravana y a él corres-pondía atender todos los asuntos relacionados con ella. El segundo era el encargado de avanzada que le tocaba llegar con la debida antici-pación al lugar de escala, para examinar el lugar y prever los servicios necesarios, la distribución de vehículos, colocación de señales, etcétera. El tercero de ellos requería una gran cantidad de auxiliares, miem-bros de la misma caravana, para atender asuntos culturales, eventos sociales, celebraciones de cumpleaños, intercambio de discos y mú-sica, préstamo de libros, recepción de autoridades locales, maestro de

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ceremonias, etcétera. Finalmente, el cuarto de ellos era el encargado de todos los asuntos relacionados con el mantenimiento de las unidades, particularmente el aspecto mecánico. Aunque eran cuatro los cargos, como ya se ha dicho, las acciones realmente se dividían en dos grandes vertientes: las administrativas de aquella ciudad móvil y las recreativo-turísticas de sus habitantes.

La administrativa, además de las funciones ya señaladas, tenía otras que eran canalizadas a través de diferentes cargos, como el chair-man o autoridad responsable de juzgar y dictaminar en conflictos in-ternos, como cuando, por un descuido, el perro de la familia Smith atacaba al gato de la familia Thompson; había también un encargado de reunir y custodiar fondos comunes, cuerpo médico formado por doctores y enfermeras —también caravaneros—, el encargado de ir a la oficina de correos para enviar toda la correspondencia de los miem-bros de la caravana y recoger lo que les hubiese llegado a la lista de correos, un intérprete en la lengua del país visitado, un encargado de la intercomunicación por radio en banda civil, un encargado de difundir las noticias internacionales, nacionales y locales, generadas en el día y que fueran de interés para los caravaneros, un encargado del conoci-miento de las rutas (kilometraje, estado de las carreteras, caracterís-ticas de las mismas, etcétera), un encargado del abasto y distribución de gas butano a los remolques, un encargado del suministro de agua potable, un encargado de localización en casos de extravío de algunos de los miembros, un encargado de sonido y alumbrado, un encargado del panel de información diaria y muchas otras comisiones.

La parte recreativo-turística la constituían la visita a los atracti-vos del lugar, las explicaciones de los guías, los eventos organizados de manera especial como charreadas y noches mexicanas, las festividades que llegaban a coincidir, como fiestas patronales o civiles, así como las actividades propias o internas de la caravana, como pudiesen ser cum-pleaños, aniversarios, conmemoración del 4 de julio y otras.

Guardando las proporciones del caso, podría decirse que cuan-do Toluca recibía una caravana de éstas, tenía que hacer proporcio-

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nalmente lo que se hace para construir una ciudad: trazar planos y fraccionar convencionalmente los espacios, dotarlos de servicio de alumbrado, drenaje, agua potable, combustibles, recolección de ba-sura, organizar la circulación de vehículos, establecer señalamientos, proporcionar esparcimiento, atender necesidades culturales y sociales, brindar seguridad y vigilancia, procurar una vinculación con servicios médicos, bancarios, de seguros y demás.

Con mucha frecuencia los caravaneros venían a Toluca, se insta-laban y visitaban el tianguis de los viernes, el viejo Museo del Estado, el Museo de Bellas Artes, el Museo de Arte Popular, la Universidad del estado, los principales templos, los Portales, el cerro del Calvario, la zona arqueológica de Calixtlahuaca, el convento de Zinacantepec, los talleres de alfarería de Metepec, los de artesanía en hueso, cuerno y madera de San Antonio la Isla, los telares de cambayas de San Felipe Tlalmimilolpan, el Nevado de Toluca, el Santuario de Chalma y tantos otros lugares.

No faltaba que el gobierno del estado o la autoridad municipal les ofrecieran algún festival que disfrutaban intensamente. Lo mismo po-día ser un jaripeo en el tradicional Centro Charro que una exhibición de danza folclórica o una lunada en algún cercano y típico rancho o hacienda mexicanos.

Hace cincuenta años, en noviembre de 1962, la caravana Wally Byam realizó su octava visita a Toluca, ciudad que consideraban alta-mente hospitalaria. Con ese motivo fueron recibidos oficialmente por el ingeniero Héctor Medina Neri, director de Turismo del estado, y por el licenciado Aurelio Zúñiga Nájera, presidente municipal de Toluca. En esos días el Parque Matlatzinca lucía reluciente, pues desde el 5 de mayo de 1958 se había inaugurado la primera etapa de su acondicio-namiento bajo la dirección del doctor Samuel de la Peña, así que en la flamante Estancia del Tiempo de dicho parque se celebró una tardeada en la que aquellos turistas que vivían su tercera edad bailaron al ritmo de las grandes bandas de la posguerra, recordando las notas de Glenn Miller, Guy Lombardo, Ray Anthony o Benny Goodman.

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Don Felipe Chávez Becerril, el 4 de noviembre de 1968, siendo presidente municipal de Toluca, recibió oficialmente y dirigió un men-saje a los miembros de la caravana Olimpic que llegaba procedente del puerto de Acapulco. Esta caravana vino a México para asistir a los XIX Juegos Olímpicos; una vez concluidos éstos, se dedicaron a recorrer la república; en algunos tramos la caravana circulaba completa; en otros, se dividía, a fin de que aquellos que vinieran por primera vez a México aprovecharan para conocer otros sitios no considerados en el itinerario.

El día de San Valentín de 1969 arribó también a Toluca una cara-vana compuesta por 325 tráileres, con aproximadamente 650 turistas, provenientes de Pátzcuaro, Michoacán; a su llegada fueron recibidos por el licenciado Alejandro Caballero y don Aurelio Orive, síndico y tesorero municipales, respectivamente, así como el que esto escribe, en representación de la Dirección de Turismo del estado. Los cara-vaneros, al visitar la Plaza Cívica, no se explicaban cómo era posible que las fotografías del Palacio de Gobierno y el Jardín de los Mártires que aparecían en su libro de viaje se asemejaban muy poco al sitio que estaban viendo físicamente. Don Juan Fernández Albarrán, sin propo-nérselo, había puesto en evidencia la fidelidad y actualización de las guías turísticas de aquellos orgullosos norteamericanos, al cambiarles la fisonomía a nuestros edificios públicos.

Pasaron los años y aunque después todavía llegaron esporádica-mente algunas caravanas, las antes citadas fueron de las últimas que vinieron con un ritmo frecuente.

Este tipo de turismo fue muy polémico. Mientras unos creían ver en él beneficios por derrama de dinero, otros sólo veían derrama de basura y de desechos, ya que portaban sus propios suministros traídos desde su lugar de origen.

Esta forma de viajar por México subsistió hasta los años setenta, cuando empezó a declinar por diferentes razones: la caída del turismo carretero por la popularización del avión, el mal estado de las carreteras, la inseguridad y otros, pero fundamentalmente, por un cambio en las inclinaciones del turista norteamericano.

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Sea lo que sea, los toluqueños recordamos las singulares imáge-nes de aquellos relucientes y flamantes remolques jalados por grandes automóviles de modelos recientes, circulando de manera ordenada y rítmica hasta su base de operaciones; ahí, se desenganchaban los auto-móviles que se movían en múltiples direcciones en una operación de reconocimiento de la ciudad anfitriona. Sus ocupantes, generalmente parejas tocadas por una boina, al apearse de los elegantes automóviles seguían con docilidad al guía, regateaban a algún vendedor de canas-tas de Santa Ana Tlapaltitlán o muñecos de tule de San Pedro Tultepec o se dirigían a la Casa Solís para adquirir algún mexican curios.

Un réquiem por el turismo norteamericano que visitaba Toluca por carretera y que se fue quizá para siempre.

El Sol de Toluca, 10 de septiembre de 2012.

Anuncios de fotógrafos toluqueños.

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Los fotógrafos de Toluca y su gente

Hoy hablaremos de algunos de esos hombres que a través de la lente de una cámara se han encargado de registrar gráficamente gran parte de la historia de Toluca y su gente.

Estamos conscientes que no es posible agotar el tema en un pe-queño artículo y que son muchas las omisiones; no obstante, van estas notas con un desinteresado deseo de aportar algunos datos a la crónica de esta ciudad.

Con frecuencia vemos fotografías antiguas de Toluca y sus habi-tantes, las cuales nos llaman la atención por lo que reflejan, pero pocas veces reparamos en quién las tomó, lo que quisieron expresar con ellas, las limitaciones y problemas que tuvieron los autores para captar las escenas, revelar los negativos, imprimirlas y tantas otras vicisitudes.

Para reflexionar acerca de esto, es necesario traspasar la condi-ción de lo superficial y clavar el arado de la investigación un poco más en la historia de la fotografía en Toluca.

Mientras alguien con más capacidad y conocimientos en el tema realiza esta tarea, hagamos algunas acotaciones acerca de quienes a fines del siglo xix y principios del xx han perpetuado a la ciudad y su gente por medio del retrato.

En la mayoría de los casos de trata de fotógrafos de la propia ciu-dad, otros que son de la capital y algunos son extranjeros. Para em-pezar, es importante dejar claros dos detalles: el primero es que antes

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de que la fotografía se popularizara, nuestra ciudad fue registrada en láminas por medio de la litografía; y la segunda, que en el siglo xix la litografía mexicana sólo era superada por la europea.

Así vemos que Manuel Rivera Cambas en su libro México pintoresco, artístico y monumental incluyó ilustraciones de L. Garcés, ejecutadas en la litografía de la viuda de Murguía. Las cuatro muestran la plaza principal de Toluca o Jardín de los Mártires, el interior del templo de Nuestra Señora del Carmen, el Palacio de Gobierno, la ciudad desde el cerro del Cóporo y la calle Real o principal de Toluca.

La litografía, que había sido inventada desde el siglo xviii, si bien tenía muchas ventajas, también tenía el defecto de que no permitía la difusión rápida y amplia de las imágenes. Ésta fue una de las razones que estimuló a Nicéphore Niépce a buscar incesantemente una nueva forma en su natal Francia.

Nicéphore Niépce nació en Chalon-Sur-Saone, en 1765, es de-cir, en el llamado Siglo de las luces. Era un hombre motivado por los grandes avances técnicos de aquel momento; sin embargo, se sentía al mismo tiempo impotente ante aquella gran cantidad de ideas que surgían y circulaban, pero que estaban limitadas únicamente al texto escrito.

Impulsado por esta inquietud, incursiona con verdadera curiosi-dad en la heliografía, procedimiento de fijación de imágenes por me-dio de la luz solar sobre una superficie recubierta de una sustancia fotosensible. El proceso ya se conocía; no obstante, él lo abordó con el propósito de perfeccionarlo. Niépce trabajó incansablemente y en 1816 obtuvo el primer negativo de la historia. En 1826 se logra la más antigua fotografía que se conoce: “Panorama desde la pajarera” y al año siguiente se logró la invención de la fotografía.

Estas exploraciones y pruebas resultaban tremendamente onero-sas para Niépce, que padecía verdaderos problemas económicos para hacer frente a sus experimentos.

En ese momento, otro espíritu similar, Louis Daguerre, lo con-venció de que se asociaran y trabajaran juntos.

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Ya unidos logran avances notables y sus imágenes cada vez son más durables y nítidas. Niépce muere en 1833 y Daguerre en forma solitaria realiza varios ensayos —particularmente con el yoduro de plata— y después de algunos tropiezos consigue el apoyo del ministro François Arago, quien era físico, astrónomo y político; éste logra con-vencer que se le compre a Daguerre el invento de la fotografía, argu-mentando que con tres fotógrafos se evitaría un ejército de dibujantes frente al Valle de Nubia, recogiendo jeroglíficos y otros caracteres.

Arago no se equivocó al apoyar que el 14 de junio de 1839 el go-bierno francés adquiriera el invento y lo ofreciera al mundo. Después del invento de Niépce y Daguerre llegaron a México con diferentes propósitos numerosos viajeros, sobre todo ingleses, franceses, alema-nes y holandeses; muchos de ellos eran fotógrafos.

Poco más de 40 años después de que el invento fotográfico fue presentado en la Academia de Ciencias y Bellas Artes de Francia, ya existía en Toluca en la calle de Ley, número 3, la Fotografía de Da-niel Alva e Hijos, brillante dinastía que se perpetúa hasta la actualidad. Contemporáneo también fue Cipriano Gómez, cuya fotografía estaba en Llave número 5, según nos dice Isauro M. Garrido.

Una curiosa publicación, desafortunadamente sin fecha —aun-que se infiere que es de noviembre de 1900— titulada Invitación elec-toral, impresa en Estados Unidos (Imp. de San Antonio, PLG., Co. EE.UU.) fue auspiciada por los comerciantes, agricultores e industria-les de Toluca para suscribir un manifiesto dirigido al pueblo del Esta-do de México, recomendándole la candidatura del señor Villada. En este folleto se resolvió publicar algunos fotograbados de los principales edificios y de las diversas mejoras que había llevado a cabo el señor Brigadier Villada y de la entonces reciente visita que había hecho el presidente de la república.

En este álbum fotográfico aparece, en primer lugar, obviamente el general Villada le siguen una panorámica de la ciudad de Toluca, el Instituto Científico Literario “Porfirio Díaz”, el monumento a Hidalgo, el Palacio Legislativo, el monumento a Morelos, varios arcos triunfa-

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les, el monumento a Colón, el de los Hombres Ilustres, la Biblioteca Pública del Estado, el Banco del Estado, el patio de maniobras de la Escuela Correccional, el Museo y el Archivo General del estado. Todas estas fotografías aparecen firmadas como Sanders, St. Louis, Co.

En 1904 el general Porfirio Díaz, por medio de don José Ives Li-mantour, ministro de Hacienda, contrató a Guillermo Kalho y lo nom-bró primer fotógrafo oficial del patrimonio cultural de México. Kalho, nacido en Baden y educado en Núremberg, había llegado a México en 1891 cuando apenas contaba con 19 años de edad.

La designación de este fotógrafo tenía como fin que se dedicara a viajar por el país durante seis años tomando las fotografías que habrían de ilustrar las publicaciones de las fiestas del centenario de la Independencia.

De esta manera, Kalho —por cierto, padre de Frida— imprimió más de 900 placas de edificios, monumentos coloniales y de interés histórico, y por supuesto, de las obras y construcciones realizadas durante el porfiriato. Esta misión la ejecutaron también otros fotógrafos.

En 1896 la hábil periodista norteamericana Marie Robinson Wright viajó por todo México y como producto de esa visita publicó un famosísimo libro titulado Picturesque México, que apareció al si-guiente año, y que era el México pintoresco de don Porfirio.

En 1910 la señora Robinson regresó a México y en esta ocasión se encargó ya de hacer una apología de la obra porfiriana, en otro no menos lujoso libro denominado Mexico, a history of its progress and development in one hundred years.

En este libro encontramos numerosas fotografías de Toluca: el Jar-dín Morelos, la calle de Villada, el general Fernando González, el Palacio de Gobierno, el monumento a Colón, el Palacio Municipal, el templo de la Veracruz, el Palacio Legislativo, el Palacio de Justicia, la avenida Inde-pendencia, la Escuela de Leyes, la Normal para Señoritas, el Hospital de Maternidad, el templo de la Merced, el Banco del Estado y el Hospital General.

Como puede apreciarse, muchas de esas fotografías se referían a flamantes obras. No sabemos quién tomó esas fotos; sin embargo, en la

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introducción del citado libro, doña Marie dice estar en deuda con Mr. C. B. Waite por el permiso de usar sus copyrighted viwes y a Mr. C.F. Clarke por muchas de sus fotografías.

Para ese mismo año de 1910 ya hay muchos fotógrafos en Tolu-ca. En primer lugar encontramos la continuidad de los Alva —Adal-berto, Alfonso y Eduardo—, quienes vivían en el núm. 9 de la calle de Nigromante.

En el núm. 3 de la calle de Independencia hallamos la fotografía de Adalberto Garduño; en el 60, la de Silviano Méndez y en el 145 la de don Macario López, quien era Fotógrafo Tourista; imaginamos que esto debe interpretarse como fotógrafo ambulante o quizá fotógrafo de paisaje.

Manuel Durán vivía en el número 9 de la calle del Carmen y su fotografía estaba en Constitución núm. 7. Rafael Hidalgo despachaba en su negocio fotográfico localizado en Matamoros 6. Jesús Rayón, de profesión también fotógrafo, vivía en Corregidor Gutiérrez núm. 6.

Mención especial merece don León Infante, a quien podría lla-mársele el fotógrafo de las fiestas del Centenario.

Gracias a una entrevista concedida gentilmente por sus hijas Guadalupe y Carmen Infante hemos podido averiguar algunos datos de este hombre sensible, quien además de fotógrafo, fue dibujante, pin-tor y escultor, aparte de incursionar en muchas otras actividades.

León Infante nació el 20 de febrero de 1879 en Texcoco, México. Fue el menor de once hermanos. Cuando tenía 15 años recibió del pre-sidente de la república Porfirio Díaz el diploma que lo acreditaba como ganador del segundo premio en el Curso de Primer Año de Dibujo Nocturno de Figura, en la Escuela Nacional de Bellas Artes.

Más tarde vino a radicar a Toluca, después de haber contraído matrimonio en Valle de Bravo. Aquí trabajó conjuntamente con los fotógrafos Rafael Hidalgo y Adalberto Garduño, ya citados.

Realizó innumerables fotografías de diversa índole. En su casa de Galeana 14 trabajaba incansablemente con sus instrumentos de traba-jo diario: chasis, hidroquinona, hiposulfito, dry plates, sensitized paper y otros.

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Muchos de estos productos fabricados en Rochester, N.Y., llega-ban a través de empresas como M.A. Seed Dry Plate, Co. y la propia Eastman Kodak, Co.

En Toluca eran distribuidos por la casa comercial de don José María García, la cual se ubicaba en la calle de Independencia, entre las actuales calles de Juárez y 16 de septiembre. León Infante, quien siempre hizo gala de un gran sentido del humor y de las bromas sanas, falleció el 27 de mayo de 1965.

Sorprende a medias que hubiera en esa época mujeres fotógrafas, dos de ellas que destacaron fueron: Enriqueta Garduño (4ª calle de Pedro Ascencio núm. 23) y Evarista G. Carrillo (Libertad 7); sin em-bargo, no se debe olvidar que la Normal de Profesores tenía su taller de fotografía.

En lo que se refiere a fotografía publicitaria, se debe mencionar que la Compañía Cervecería de Toluca y México, S.A. producía unas extraordinarias postales a todo color, que eran hechas por The Gugler Litho Co. Milwaukee, EE.UU.

Otras con temas también de publicidad cervecera, pero hechas en blanco y negro, estaban firmadas por Pablo Viau. Durante esa misma era fotográfica va a darse el auge de las llamadas vistas.

El fotógrafo A. Briquet, de origen francés, llegó a México en 1888. Viajó y retrató nuestro país y después publicó sus famosas Vistas mexi-canas, que distribuía por entregas, como se hacían muchas publica-ciones de la época, y que contenían fundamentalmente imágenes de paseos y paisajes.

En 1906 publicó el libro Views mexicaines. No se piense que era la misma publicación simplemente con título traducido, sino que era diferente; mostraba un México más real, el de los grandes contrastes.

Briquet hacía también estereoscopías, fotografías dobles que se observaban en el estereoscopio, aparato óptico en el que al mirarlas con ambos ojos se fundían en una, produciendo una sensación de ter-cera dimensión, por estar tomadas con un ángulo diferente para cada ojo.

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Con estos aparatos y fotografías estereoscópicas se divertían nuestros abuelos y bisabuelos, como ahora lo hacemos con los videos y videocaseteras. Como hoy se acude a un videoclub, en aquellos años porfirianos se adquirían imágenes de México y del resto del mundo.

Aquellos privilegiados que contaban con uno de esos novedo-sos aparatos podían disfrutar de bellísimas colecciones: Exposition universale, American and european views, Streoscopic gems, Stereosco-pics amusantes, Picturesque views of gems of beauty and art, The Wide World, Central Park scenery, Foreign scenery y otras.

En un principio estas vistas eran exclusivamente extranjeras (Pa-lais du Trocadero, Rue étrangere, Facade de l’Amerique, Facade de Por-tugal, Church of Matlock of England, Niagara Falls, por ejemplo) y sus productores eran también extranjeros: V.W. Chase de Baltimore, P.F. Well de New York y W.H. Jackson & Co. Photographers, entre ellos.

J.F. Jarvis Publisher de Washington, D.C. y Soldonly by Un-derwood & Underwood de Baltimores, Md. Y Otawa, Kas, pusieron interés en escenas mexicanas y así se divulgaron los curiosos Water carriers, que no eran otra cosa más que los aguadores.

Después se multiplicaron, tanto los productores nacionales como los temas mexicanos. Así se acudía en la ciudad de México a la calle de Puente de Ovando 9 para obtener las Vistas Estereoscópicas del país, en papel y cristal para proyección, que producía R.A. Alatriste e hija, también a los bajos del núm. 15 de la calle de Santa Teresa, para conseguir las vistas pa-norámicas de I. T. Orellana. En Guanajuato, en la calle de Alonso núm. 13 estaba V. Contreras, quien también producía vistas mexicanas. Otras muy famosas fueron las vistas estereoscópicas de la Linterna Mágica.

Muchos toluqueños se deleitaron en 1910 con las suntuosas esce-nas del Palacio Nacional convertido en salón de baile, con los detalles del Portal Aldama, del Zócalo, de la calle de San Francisco en Guadalajara o con las poco familiares estampas de los vapores anclados en Veracruz.

Años más tarde también los toluqueños se impresionaron sen-siblemente con las estereoscopías de los efectos de la Decena Trágica, acontecida entre el 9 y el 18 de febrero de 1913.

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Diez años después, Hugo Brehme publicó su extraordinario libro gráfico México Pintoresco —ahora hay una edición reciente—. Para el autor era un deber dar a la publicidad lo más notable de su colección de fotografías “tomadas directamente del natural”. Así, en la página 90 de la primera edición ofrece una hermosa vista panorámica de Toluca con el Nevado. En uno de los primeros planos se ve la casa que fue de la familia Olascoaga —Lerdo y Pedro Ascencio—, recientemente res-taurada para oficinas del Tribunal Superior de Justicia; en su fachada se lee con toda claridad el nombre del negocio que entonces se hallaba ahí: “El Eco del Comercio”.

Más tarde vendrían las tarjetas postales, entre las que recorda-mos muchas de Toluca impresas en blanco y negro firmadas, unas por Gamboa y la mayoría mf (México Fotográfico); después aparecerían las iluminadas a mano por Osuna, y las modernas a todo color de fema y México Fotográfico.

Es lamentable que en la actualidad, con la alta tecnología de que se dispone, con mejores atractivos y muchas otras ventajas, Toluca no cuente con más y mejores tarjetas postales.

Injusto sería no referir en este artículo los inolvidables fotógrafos de minuto o ambulantes que por muchos años ocuparon diariamente un lugar en el Jardín de los Mártires para retratar parejas de enamora-dos, protagonistas de bodas, bautizos o primeras comuniones, al cons-cripto, al escolar, al estudiante. El último reducto de estos fotógrafos fue el rincón localizado entre la catedral y el Portal Reforma, hasta que desaparecieron.

En las décadas relativamente recientes habrá que destacar a los notables fotógrafos Alva, Luna, Tirado, Conrado Serrano, Larrañaga, Carlos y Ray Rosales; estos últimos también han formado dinastía.

En el ámbito de la fotografía oficial de muchos sexenios hay que resaltar de manera muy especial a los hermanos Ruiz. En el cultivo de la fotografía de estudio, de sociales, periodística y de otra índole no pue-den omitirse los nombres de Agustín Carrillo, Ricardo Esquivel, Estra-da, Arzate, Fernando Chávez, Ramírez, Sacramento López, Rodríguez,

Palacio de Gobierno (hoy, Tribunal Superior de Justicia) de la colección Vistas mexicanas.

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Gómez, Robles, Alvarado, Roy, Barreto, Bárcenas, Beto Martínez, Ponce y tantos otros que por espacio olvido involuntario o cualquier otra causa no mencionamos, pero que merecen la difusión de su obra, como ya lo empezó a hacer El Sol de Toluca en meses pasados.

Suplemento Cultural de El Sol de Toluca, 17 de enero de 1993.

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Noticias de Toluca (Siglo xviii)

Alrededor de 1700 debe haberse fundado el templo de San Juan de Dios, actualmente de Santa María de Guadalupe. El 8 de mayo de 1712 la congregación de Terceros de Toluca acordó reconstruir su capilla.

En 1713, con motivo del nacimiento del Infante don Felipe Pe-dro, segundo rey de la Casa de Borbón, el Duque de Linares, Virrey de la Nueva España, hizo erigir en plena plaza mayor de la ciudad de México un monumento a la gula, en donde lucieron los chorizos tolu-queños, entre otros manjares.

El 13 de mayo de 1714 se confirió el cargo de Mayordomo y Super-intendente de la nueva obra del templo de la Tercera Orden al hermano tercero don Juan de Ordaz. El 2 de agosto de 1714 se colocó solemne-mente la primera piedra del templo de la Tercera Orden. El R.P. José Cillero, Doctor Jubilado de Prima de Sagrada Teología y Guardián del convento franciscano, bendijo dicha piedra y la colocó el capitán don Juan Bautista de Barzabal, Corregidor de Toluca.

El 13 de mayo de 1715 se tomaron las medidas para trazar la plan-ta del nuevo templo de la Tercera Orden. El 2 de septiembre de 1719 se bendijo solemnemente la Sacristía de la Tercera Orden, después de cinco años y un mes de puesta la primera piedra.

Se sabe que en 1722 fue sepultado en el templo de San Juan de Dios, por disposición propia, el capitán Villalpando. Probablemente se trata del capitán don Gaspar de Villalpando, esposo de doña Gertrudis

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de Magallanes, padre del capitán José Joaquín de Villalpando Zenteno, quien era vecino de Toluca, en donde hubo un callejón de Villalpando.

En 1723 murió Agustín Roa, destacado jesuita toluqueño nacido en 1650. En 1725 se elaboró la Matrícula de Casas de San Joseph de Toluca y del barrio de San Juan Evangelista, documento que aporta importantes datos sobre calles, callejones, vecinos, etcétera. Vetancur asegura que en 1726 había en Toluca 6 cofradías, que todas mandaban cantar una misa cada mes y además celebraban anualmente su fiesta.

El 8 de noviembre de 1727 el Juez Eclesiástico de la ciudad, don Luis Barón de Lara, bendijo el templo de la Tercera Orden. A las dos de la tarde se hizo la dedicación del templo.

El 8 de diciembre de 1729 se llevó a cabo la dedicación de la Sa-cristía del convento franciscano y se dispusieron doce días de fiesta; actualmente a esa sacristía se le conoce como Capilla Exenta. En 1736 se repite en Toluca la terrible peste del matlazahuatl, epidemia que causó muchas defunciones. En el mismo año la madre carmelita Juana Antonia solicitó la autorización para establecer en Toluca un beaterio para niñas.

El 26 de mayo de 1737 Toluca entera, en el templo de San Juan de Dios, juraba el patronato particular librándose de la desoladora epide-mia del matlazahuatl. Negociantes ingleses que residían en la Nueva España fueron detenidos y enviados a Toluca, por el conflicto surgido entre Inglaterra y España. El 8 de junio de 1742 se registró un temblor en Toluca, que dañó las Casas Reales. Entre 1742 y 1743, Toluca pade-ció una grave crisis agrícola, en 1744 se fundó el molino de harinas de San Miguel, en 1746 la cacica heredera de Juan de Guzmán recibía de siete a nueve pesos a la semana, del mercado de Coyoacán. En ese siglo xviii vendió la plaza del mercado al Marqués del Valle por novecientos pesos.

En 1749 fray José de Islas fue nombrado notario del Santo Oficio en Toluca, en 1749 Toluca sufre una epidemia de viruela, entre 1749 y 1750 Toluca vuelve a padecer una seria crisis agrícola.

Padrón general de familias españolas, castizas y mestizas de Toluca, 1791.

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El 13 de diciembre de 1753 se colocó la primera piedra del tem-plo dedicado al Santo Cristo de los Labradores, es decir, el Señor de la Santa Veracruz. El 13 de diciembre se abrieron los cimientos del nuevo templo.

El 20 de septiembre de 1756 nació en Toluca Agustín Pompo-so Fernández de San Salvador, descendiente de Ixtlixóchitl y nieto de españoles nobles; también fue tío de Leona Vicario y don Andrés Quintana Roo trabajó como pasante en el despacho de Fernández. Se distinguió también como escritor, se manifestó enemigo de la Inde-pendencia, fue Rector de la Real y Pontificia Universidad de México.

En 1756 se inició la secularización de los conventos en el valle de Toluca. De 1757 data el plano para la reconstrucción de la Cárcel y Casas Reales de Toluca, debido al maestro en arquitectura de la Nobi-lísima Ciudad de México, don Phelipe Albares. En 1760 una nueva epi-demia asoló al Valle de Toluca. En 1763 visitó Toluca el fraile Francisco de Ajofrín, comisionado para recabar limosnas.

El 16 de enero de 1763 se registró un fuerte huracán en Toluca, que causó muchos daños, entre otros a las Casas Reales. En 1767 la madre carmelita Juana Teresa insiste en la solicitud para establecer un beaterio de niñas en Toluca. El 16 de mayo de 1769 se expide la Cédula Real Ejecutoria disponiendo que las poblaciones que contenía la Mer-ced otorgada a Hernán Cortés (6 de julio de 1529) en lo sucesivo se llamasen villas, aunque no hubiesen sido antes, o aunque ya tuviesen esa denominación; en consecuencia, Toluca fue villa.

En 1769 nació en Toluca J. Manuel Assorey. Estudió en el Colegio de San Ildefonso, fue secretario del Ayuntamiento de Toluca en 1814, en 1821 firmó el acta de adhesión del Plan de Iguala que se firmó en Toluca, fue diputado al Congreso Constituyente de 1823-1824, murió en 1832.

Don Miguel Salinas afirma que de 1770 databa un documento auténtico que perteneció a la colección de don Joaquín García Icazbal-ceta y después al archivo de don Federico Gómez de Orozco, titulado “Razón clara y distinta de lo perteneciente a esta Parroquia de San José

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de Toluca, para que en todo lo conste en su santa visita, al Ilmo. Dr. Don Francisco Antonio Lorenzana, Arzobispo de México”.

El 15 de agosto de 1771 se dedicó la capilla del Chapitel, “por estar ese día dedicado a la Gloriosa Asunción de Nuestra Señora la Virgen María”; ofició la misa el cura ministro fray Joseph de Isla. En-tre 1771 y 1779, durante el virreinato de Antonio María de Bucareli y Ursúa hubo una orden del superior gobierno para componer el viejo camino de Toluca y desaguar las lagunas de Lerma para evitar el “per-juicio que de ello puede resultar a los ejidos de esta nobilísima ciudad”.

En 1773 nació en Toluca Gregorio Melero y Piña, quien al tomar el hábito de los carmelitas cambió su nombre por el de Gregorio de la Concepción; conoció a don Miguel Hidalgo y a otros líderes de la Independencia y colaboró en ella; murió en 1843.

En 1774 se llevó a cabo un intenso proceso de secularización, la orden franciscana cedió 49 conventos de doctrina al Arzobispado de México. En 1777 se realizaron “reconocimientos y proyectos” para el camino de México a Toluca, entre ellos un plano que elaboró Felipe José Navarrete.

En 1777 nació en Toluca José María Bustamante. Desde niño es-tudió música, sus padres españoles murieron y el Conde de Santiago lo salvó de la miseria entregándole en administración algunos de sus bienes; fue partidario de la Independencia, lo que le costó prisión. Sus composiciones sacras se tocaron por años en los templos; fue autor de la obertura México Libre, con letra del poeta Francisco Ortega, que se interpretó el 27 de octubre de 1821; murió en 1861.

En 1780 había en Toluca dos instituciones en donde se impartía instrucción religiosa: el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, para ni-ñas españolas, y el de los Dulcísimos nombres de Jesús y María, para niñas indígenas; ambas eran identificadas con el genérico nombre de beaterios.

El 31 de octubre de 1783 nació en Toluca José María González Arratia, benefactor de Toluca. En 1785 la picota o piedra horca para reos de graves delitos que eran ejecutados por un verdugo, que anti-

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guamente había estado en la plazuela pública, frente a la cárcel (Casas Reales), fue trasladada a la plazuela del Alba (hoy jardín Zaragoza).

En julio y agosto de 1785 se adelantaron las heladas y la noche del 28 de agosto se congelaron los campos y las sementeras. En 1785 Toluca tenía 52 tiendas, sin especificarse su tipo. De 1785 data el pro-yecto de camino de México a Toluca, que ha logrado sobrevivir en los archivos, documento elaborado por Miguel Valero Olea, quien era ad-ministrador de la Aduana de Toluca, desde 1777. El proyecto tenía tres objetivos: 1. Político (fomentar el progreso), 2. Económico (facilitar y abaratar la transportación de granos y carne producidos en Toluca y 3. Piadoso (crear trabajo para los pobres, pagándoles con alimentos y evi-tar hambre y delincuencia).

Entre 1785 y 1786 aconteció una crisis agrícola grave, desenca-denada por cambios climáticos severos que dañaron las cosechas. En 1786 los vecinos de Toluca ante la práctica usual de que gozaban los indios, españoles y castas, de no pagar impuestos ante pérdidas de co-sechas, a principios de 1786 pidieron al virrey la exención de alcabalas de harinas de trigo; argumentando a favor de indios y gente pobre que padecían una crisis alimentaria, el virrey la concedió.

En un artículo de la Gaceta de México del martes 10 de octubre de 1786 se dice que la cosecha de maíz, cebada, haba, etcétera, fue abun-dantísima, a diferencia del año anterior. En 1787, Mociño y Sessé, que formaban parte de la expedición científica de la Nueva España patro-cinada por Carlos III, estudiaron la especie del Árbol de las Manitas.

Se dice que en el mismo año de la Revolución francesa, 1789, en Toluca ocurrió el fenómeno natural conocido como aurora boreal. En 1791 se empezaron a establecer algunas políticas virreinales ante la escasez y carestía de granos, así como algunas medidas y estrategias preventivas (siembras extraordinarias, obras de infraestructura, regis-tro del estado del tiempo y las cosechas en todo el territorio, etcétera).

El 29 de julio de 1791 hubo una helada temprana que causó mu-chos daños a los cultivos. En 1796 el corregidor Pedro Nolasco de La-

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rrea y Salcedo fue enjuiciado por no ingresar a las arcas mil 674 pesos, 2 tomines y 4 gramos, por concepto de censos.

En 1798 los tenderos de Toluca retuvieron los pilones que acos-tumbraban dar a sus clientes, con el fin de donarlos para la construc-ción del convento de la Merced.

El 12 de septiembre de 1799 Carlos IV firmó la cédula real que otorgaba el título de ciudad a la que fuera villa de San José de Toluca.

El Sol de Toluca, 17 de marzo de 2009.

Cartel de corrida de toros. Domingo 28 de marzo de 1880.

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Momentos taurinos de Toluca

Primer tercio (1882)

El coronel chinaco Vicente Villagrán Gutiérrez y Bárcena, que con toda razón ha sido considerado como pintoresco, aprovechando que hacía cuatro meses que se había inaugurado el servicio de ferrocarril de Mé-xico a Toluca, hizo una visita a nuestra ciudad para recordar cuando había estado aquí como pagador del Depósito de Jefes y Oficiales, en 1867. El viaje lo hizo en septiembre de 1882, durante la fiesta de la Merced. Una de las actividades que realizó en su breve y tormentosa estancia de dos días fue ir a los toros. En sus memorias plenas de hu-morismo involuntario y en un lenguaje de lo más cándido y ocurrente, relata, entre otras cosas, su asistencia a una corrida de toros. Se infiere que como el coronel Villagrán hacía mucho que no venía a Toluca, desconocía que recién se había estrenado la plaza de toros en la calle de Santa Clara —hoy avenida Hidalgo—, por lo que indagó con alguien:

Le preguntamos dónde estaba la plaza de toros y nos dio el derrotero, nos fuimos muy aprisa, porque ya era muy tarde, y tal vez no encontraríamos asiento, como así fue; llegamos a la puerta, compré los boletos y me cobraron tres pesos; entramos; ¿qué, era una piña aquello? Con mucho trabajo nos fuimos metiendo a las gradas, poco a poco, principalmente, ya que temía el que me tumbaran, agarrándome de los palos, de los hombros de las personas,

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hasta llegar a la última grada de abajo, que nos pudimos sentar: a poco co-menzaron a gritar, salió la compañía a presentarse al público, salió el primer toro y ¡comienzan los gachupines a gritar! ¡Ah, qué plebe, ni en Puebla hubo tanto griterío, como allí!; estaba un gachuso detrás de nosotros, muy hoci-cón, ¡ah qué gritos! Hasta que se le cerró el pecho completamente, no dejó de gritar, por lo ronco que estaba; al principio no dejaba de molestarme, pero dije: “¡Anda al diablo, que algún día se te cerrará el pecho, y entonces verás!” No digo él; que poco a poco se le cerró que ni atrás, ni adelante. Bueno.52

Aunque el costumbrista relato del coronel no aborda la parte tauri-na, es evidente que había numeroso público, que la corrida despertaba expectación, que entusiasmaba al público entre el que se encontraban algunos españoles y nos dice hasta cuánto le costaron las entradas.

Se puede inferir que por aquellos años había gran afición taurina en Toluca, pues al año siguiente, es decir, en 1883, cuando hubo nece-sidad de acondicionar el Mercado “Riva Palacio” para una exposición de diversos productos, se reunieron fondos de diferentes fuentes para la adaptación de dichas instalaciones. Destacan tres grandes partidas presupuestales: una de 2 mil 943.05 pesos que aportaron los toluque-ños, otra de mil 809.81 pesos que enviaron los distritos del estado, y la última de 788.17, que fue el producto total líquido de dos corridas de toros a beneficio de la obra, según la contabilidad comprobada por don Antonio Pliego y Cruz. Dicho de otra forma, con sólo dos corridas se financió casi 15% del acondicionamiento del local.

Estas dos corridas a beneficio se celebraron los días 4 y 11 de marzo de 1883, y para ello contribuyeron de manera importante los toluqueños aficionados a la fiesta brava, entre ellos los señores Jesús Barbabosa, Rafael Barbabosa, Luis Pliego y Pérez, Antonio Hernández, Teodoro Zúñiga, Miguel Arias, Valeriano Lechuga, Justo San Pedro,

52 “De las memorias del coronel Villagrán. Tribulaciones y agasajos en dos viajes de recreo” en México en la Cultura. Artes, Ciencias, Técnica. Suplemento de Novedades, núm. 886, 3ª época, 13 de marzo de 1966, México.

Rodolfo Gaona en plena ejecución de una “Gaonera”.

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Pablo Ocádiz, Jesús y Manuel Fernández, Ramón Díaz (hijo), Manuel Medina, Jesús Barrera, Pedro Trevilla y las señoras Luisa M. de la Torre y Guadalupe Madrid de Pliego.

El señor Fernando Rosenzweig, quien era dueño del Hotel de la Gran Sociedad, que se ubicaba anexo al Teatro Principal —hoy esqui-na de la avenida Hidalgo y la calle de Matamoros—, ofreció espontá-neamente el alojamiento gratis a todo el personal de la Banda del 8º Regimiento el día de la primera corrida, y el día de la segunda no quiso recibir más que la mitad del precio por igual servicio. Se obtuvieron también considerables rebajas en la impresión de los programas y avi-sos publicitarios, que se realizaron en la imprenta del Instituto Literario y en las prensas de los señores Pedro Martínez y Juan Quijano.

Segundo tercio (1894)

Pasa el tiempo y once años después, entre mayo y junio de 1894 se construyó la nueva plaza de toros de Toluca, la cual se inauguró el 17 de junio del mismo año y que vino a sustituir a la de Santa Clara.

Esta nueva plaza se ubicaba en la actual avenida Juárez, donde ahora está el centro comercial Grand Plaza Toluca. Por la rapidez con que se construyó, podemos inferir que era una edificación muy sencilla, sin mayor mérito. Don Aurelio Venegas, tan afecto a las descripciones ar-quitectónicas, nos dice que tenía tres puertas de entrada, la central que daba acceso a las localidades de sombra y las otras dos para las de sol, los expendios de boletos estaban contiguos. La parte central con piso empedrado tenía a la derecha una pieza que servía de enfermería y a uno y otro lado de la calzada los pasillos que conducían al departa-mento de sol.

Frente a la entrada principal había una escalera de dos brazos que permitía el acceso a las lumbreras de sombra y entre ambos brazos, en la planta baja, estaba la cantina. Toda la construcción era de madera y circun-daba el redondel que tenía un diámetro de casi 42 metros. Éste consta-

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ba de la contravalla, limitada por la valla, hechas ambas con tablas de tres pulgadas de espesor apoyadas en pilares de fuerte escuadría que le daban la resistencia necesaria. Seguían la barrera y el tendido, conte-niendo éste siete gradas apoyadas en poderosas alfardas, sostenidas en los extremos y sustentadas en su parte media en soleras, en donde a su vez se descansaban en tornapuntas. Continuaba este local con las lum-breras construidas sobre tres pilares que enlazaban dos soleras y cuya resistencia estaba garantizada con cruces de San Andrés, soportados esos pilares en la viguería del piso de las mismas lumbreras de som-bra y en la parte de sol sobre un tendido de cuatro gradas. Los pilares estaban sobre un basamento de mampostería. El edificio contenía 80 lumbreras, de las cuales 34 eran de sombra y 46 de sol; todas llevaban cubiertas o techos de tejamanil con la gotera al exterior.

El interior del circo taurino estaba pintado al óleo coronado por una gotera bien ornamentada, que daba al edificio un aspecto severo y agradable a la vista. El tendido se interrumpía a tramos, correspon-diendo el del noreste al escape, el del oeste al arrastre y el del sureste al toril.

Hacia la hoy calle de Rayón había dos departamentos, el del lado norte estaba destinado a las operaciones de carnicería y el del sur, que comunicaba con el anterior, a las caballerizas, corrales para el ganado bravo y demás.

El constructor de esta plaza —continúa ilustrándonos don Aure-lio— fue el maestro Agustín Ayala y los trabajos de carpintería fueron encomendados a don Felipe Guadarrama.

La construcción de esta plaza de toros costó 13 mil 389.14 pesos, de los cuales 11 mil provinieron de la emisión de 110 acciones de a 100 pesos cada una. El déficit se cubrió con el producto de las utilidades de las primeras corridas que ya ahí se llevaron a cabo.

Una vez más confirmamos que había bastante afición, como lo de-muestra la necesidad de construir una nueva plaza en el término de diez años. Se deduce también que las utilidades por concepto de entradas era considerable, y finalmente que había un buen número de gente

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con la suficiente afición, posibilidades económicas y disposición para invertir en una plaza de toros, pues sólo así se explica que se hubiesen podido colocar más de un centenar de acciones que permitieron le-vantar una plaza con capacidad para 1,698 espectadores en sombra y 2,898 en sol, es decir, un total de 4,596, con la advertencia de que en un momento dado podía contener más, aunque el máximo insuperable era de seis mil.

Tercer tercio (1923)

Dejamos correr casi treinta años más. Ahora nos situamos en 1923 y nos encontramos con que por alguna razón que no viene al caso mencionar, un día de febrero se suspendió la corrida de toros en la ciudad de Méxi-co, por lo que se trajo la corrida a Toluca, en la que se presentaría nada menos que el diestro Rodolfo Gaona, alternando con Marcial Lalanda, y llegaron a ésta, en automóviles, en tren, inclusive apiñados arriba de los vagones, ni más ni menos, que cuatro mil turistas taurinos de la capital de la república. La prensa escribió que la afición metropolitana, en vista de haberse suspendido la corrida de toros anunciada, se refugió en la “alegre y coquetona placita de la ciudad de Toluca”. Veamos lo que Jueves de Excélsior reseñó el 22 de febrero de ese 1923:

No obstante las dificultades del viaje y los peligros que corrieron los excursionistas que hicieron el viaje en automóvil, quedaron satisfechos, ya que la fiesta brava tuvo detalles de arte y de valor.

Los toros de Atenco que fueron los últimos de la camada de este año, dieron un buen juego, sobresaliendo el toro corrido en segundo lugar. Los otros cumplieron y no presentaron grandes dificultades en toda la lidia.

Gaona, deseoso de demostrar lo que vale como torero, derrochó vo-luntad, toreando a su primer toro a la verónica con el arte peculiar en él. Su faena de muleta fue concienzuda y mató bien. En el segundo hizo una breve labor muleteril y acabó con una media estocada en las agujas. Sobre-

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salió en el tercer toro, al que puso cuatro excelentes pares de banderillas, y luego hizo una faena de muleta, compuesta de pases de diferentes estilos, y en los que sobresalieron tres molinetes, dados materialmente entre los pitones de la fiera. Entró a herir tres ocasiones a volapié, con una enjundia pocas veces vista en él. Las dos primeras ocasiones que pinchó, el público lo ovacionó y la música tocó en su honor, ya que cada uno de sus pinchazos equivalía a una estocada.

Lalanda no fue en zaga a su alternante y al primer morlaco que le tocó le dio una serie de cinco verónicas, en las que hubo tres magistrales. Muleteó valiente y cerca con ambas manos y acabó con este toro con una estocada hasta lo rojo y un descabello al primer golpe.

En el cuarto dio unos cuantos lances con el percal, puso dos buenos pares de banderillas y levantó al público de sus asientos con una faena de muleta, en la que se pudieron admirar un pase cambiado con la zurda, tras naturales, también con la misma mano, uno de pecho, otro natural en que se apretó tanto que recibió un palotazo en el brazo. De hinojos pasó varias veces por ayudados altos y pinchó una ocasión en lo duro, acabando con un esto-conazo que hizo rodar sin puntilla al toro. En el último fue breve con la fra-nela y para matar necesitó una estocada completa, entrando con habilidad.

Lalanda compartió las ovaciones con Gaona, y ambos dejaron satisfe-chos a los aficionados de México y a los de Toluca, que fueron a admirarlo.53

Descabello

Concluye este artículo, escrito por un auténtico villamelón, evocando que en la avenida Independencia número 81, esquina con Pino Suárez, estuvo un extraordinario museo taurino. Efectivamente, don Luis Ar-güelles, gran aficionado a la fiesta brava y propietario de la ganadería de Villa Carmela, acumuló allí trajes de luces, monteras, capotes, esto-

53 Revista Jueves de Excélsior, 22 de febrero de 1923, México.

Programa de novillada de carnaval.

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ques, carteles, todos ellos pertenecientes a grandes toreros y a tardes de triunfo y gloria; del mismo modo reunió orejas, rabos y cabezas, pertenecientes a toros también excepcionales. Todo ello tan vinculado a este Valle de Toluca, que tiene prosapia en materia de reses bravas. ¿Algún taurófilo de Toluca sabe adónde fue a parar este acervo reuni-do ingeniosa y celosamente por don Luis?

El Sol de Toluca, 18 de febrero de 2001.

Carmen Hall, reina del carnaval.

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¿Carnaval en Toluca? (Primera parte: 1931)

Como es sabido, el carnaval es la fiesta por excelencia, especialmente en los países latinos. El carácter de eufórica alegría que le caracteriza se ha mantenido desde su más remoto origen.

Autores como Higinio Vázquez Santana, J. Ignacio Dávila Garibi y Fidel, entre otros, estudiaron las diversas festividades del carnaval en nuestro país. En el número 662 de la revista Jueves de Excélsior, correspondiente al 7 de marzo de 1935, aparece un artículo titulado “Carnaval”, en el que, entre otras cosas, se niega que el carnaval hubiera muerto en México y que lo que sucedía era que años atrás, la cele-bración de Momo era un pretexto magnífico para organizar fastuosos bailes, pero que en ese momento —mediados de la década de los trein-ta— no había necesidad de un carnaval, pues se bailaba a todas horas y por cualquier motivo.

En las mismas notas se añoraban aquellos carnavales en que “[…] había un deslumbramiento verdadero […] una teoría de mujeres admirables luciendo trajes costosos y joyas de las Mil y una noche […] Espléndidas orquestas […] romances iniciados que se disolvían con las primeras luces del amanecer”.

Pareciera que un lugar como Toluca, frío por naturaleza, cuyos habitantes no tenían el temperamento idóneo, no tuviera las condi-ciones para unas festividades de carnaval; sin embargo, de manera efí-mera celebró el suyo, aunque de esto hace ya alrededor de 70 años,

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cuando tuvo el último de que se tiene noticia. Se nos ocurre pensar que estos carnavales no prosperaron porque obedecían a una iniciativa individual y no al peso de una tradición colectiva que los impulsara con ese espíritu incontenible que tiene en otras partes.

Eran los tiempos en que el coronel Filiberto Gómez gobernaba nuestra entidad, es decir, el fin de los gloriosos años veinte y el principio de los treinta. Por medio de la prensa local del momento, se convocó a mujeres y hombres; a las primeras, para que lanzaran a sus aspirantes a Reina del Carnaval, y a los segundos para que propusieran a aquellos que pretendieran ser el Rey Feo de aquellas regocijantes festividades.

Para este último encargo se inscribieron varios toluqueños, entre otros Ignacio Alonso, Jesús Ávalos, Erasmo Delgado, Rogelio Gon-zález, Miguel Gorostieta, Vidal López, Roberto Rivera, Roberto San Juan, Gabriel Rosas y Luis Barbosa (algunas veces aparece en las rese-ñas como Luis Barbabosa). Este último resultó ganador de tan distin-guido cargo, y el penúltimo, apodado Miss África, resultó electo como Príncipe Feo.

La parte agradable, es decir, la del lucimiento de la belleza femeni-na, tenía como expresión la elección de la reina, que encendía el entu-siasmo entre los respectivos seguidores de cada una de las candidatas. En 1931 contendieron por ese cetro algunas de las más bellas damas toluqueñas de la época, quedando entre las finalistas Linda Curi, Car-men Cordero y Emma Salgado, quien finalmente resultó triunfadora.

La coronación de Su Majestad del carnaval se llevó a cabo el 14 de febrero, en rumbosa ceremonia en el Teatro Principal, en donde don Agustín Gasca Mireles, entonces presidente municipal, le impuso la corona a la reina, quien fue acompañada por su corte compuesta por las damas Carmen Echeverri, María García y Carmen Uribe.

Domingo, lunes y martes de carnaval fueron días de numerosas manifestaciones: concursos, desfiles y entierro de Juan Carnaval.

Un punto importante del programa fue la celebración de una gran Novillada de Carnaval en la Plaza de Toros de Tenango del Valle, con preciosos ejemplares de las ganaderías de Atenco y Ayala.

Programa de gran novillada de carnaval.

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El programa, por sí solo, expresaba el entusiasmo que despertaba entre toluqueñas y toluqueños que participaron en calidad de reinas, chambelanes, matadores, banderilleros, picadores, monosabios, tan-credos, lazadores, médicos de plaza, alguacil y cambiador de suertes.

El Sol de Toluca, 1 de julio de 2002.

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¿Carnaval en Toluca? (Segunda parte: 1931)

Como dejamos asentado en el artículo anterior, hace muchos años la ciu-dad de Toluca celebraba sus festividades carnavalescas. Hemos encontra-do en el Archivo Histórico Municipal un reglamento para las Máscaras, de fecha 8 de febrero de 1872, en el que se percibe una preocupación de la au-toridad municipal por prevenir los desórdenes que en un momento dado pudieran ocasionar los disfrazados. El impreso lo firmaban el presidente municipal Margarito García Rendón y el secretario J. Román Navarrete.

En efecto, los carnavales solían tener dos caras, una de sana ale-gría y belleza, y otra, de cierto desenfreno. En nuestro artículo anterior hablamos de la belleza femenina y de las reinas que adornaron aquel carnaval de 1931. Hoy hablaremos del Rey Feo, quien adoptó el nom-bre real de Tripa I, en el acto celebrado en el Teatro Principal, y quien en su momento dio lectura a sus Ordenamientos y Pragmáticas, que a continuación transcribimos:

Yo, Tripa Primero, por la gracia de mi figura sin gracia, Rey Feo de la populosa urbe que se asienta al margen del undoso y perfumado río Ver-diguel, aprovechándome de las facultades que el azar y la farsa han puesto en mis manos, ordeno y mando, no sin fundamentar mi voluntad en con-veniencias y razones:

Que mis taciturnos y melancólicos súbditos (quiero decir Agüitados) dejen el solemne y mugroso hábito de la seriedad y la hipocondría, para

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vestir en traje multicolor y sincronizado de la alegría y el vacilón, dando así una muestra de que la risa, don de dioses, ha sustituido el alarido trágico del tiempo de la Llorona.

En consecuencia, todo el que durante mi reinado ande con cara de cesante, será sometido a los siguientes tormentos:

- Comer en el San Carlos.- Oler a Pancho Arce.- Ver de cerca a Gabriel Rosas.- Platicar con Eduardo Pérez.- Leer La Crónica.- Pertenecer a la Liga Contra el Imperialismo Yanqui.- Oír a Guillermo Santín hablar de toros.- Extraerse una muela con Chagoya.- Oír una conferencia de Nagulás Estéfano.- Aguantar una obertura del Maistro Esquivel.- Jugar ajedrez con el barbilindo Merino.- Darle grasa a Trevilla.- Y bailar con Juanito Olivera.Todos estos tormentos, más amargos que la muerte, como dice mi

cuate el Dante, se aplicarán sin piedad a los condenados, al mismo tiempo que el campeón Eduardo Arias les irá recetando un discurso encaminado a su enmienda.

Quiero que mis súbditos predilectos, las mujeres, la pasen lo mejor posible durante el Carnaval, y para ello prohíbo terminantemente que He-liodoro Díaz López les haga el amor y que mi ridículo rival, el lechuguino Lechuga, las salude.

Para no aguarles la fiesta a mis vasallos, ordeno:Que la benemérita Cruz Roja no haga ninguna colecta ni uso de su

famosa ambulancia.Que se suspenda la venta de los grandes diarios de la ciudad de Mé-

xico, espanto de niños y de viejas histéricas.Que la Banda del Estado toque música clásica (no sabe otra).

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Que sean quemados los radios de Servín y de Mendoza, utilizando los papeles de Esquivel.

Yo, que deseo grandemente la estabilidad de la salud pública y el más hondo arraigamiento de los buenos principios en los generosos corazones de los matlatzincas, y pendiente siempre de premiar como de castigar mere-cimientos y yerros, mando:

Que el ingeniero Morfín ponga un salón de belleza, impartiendo a los demás sus recónditos secretos de hermosura.

Que el barbilindo don Arturo de J. Merino Cervantes Saavedra Caste-lar y Rivas Cacho se rasure inmediatamente para que no asuste a los niños.

Que José García Payón busque en las ruinas de Calixtlahuaca datos sobre la edad de Roberto García Moreno.

Que Morelos García dé conferencias en el Parque Cuauhtémoc, para no echar de menos el Jardín de Academus.

Que Eduardo Henkel sustituya los tranvías con patines del diablo, impulsados con cohetes Oppel o de los suyos.

Que don Juan Lanas, alias Juvencio Téllez, se ponga inyecciones in-tracraneanas de cemento armado.

Que el doctor Lalito Vilchis use una escalera portátil para que alcan-ce el mostrador de Sotero.

Que la Cámara de Comercio se consuma a sí misma para que ponga el ejemplo en la Campaña de Prosperidad Nacional.

Que Juvencio Maza no use gasolina rebajada, velas en los fanales, ni guaraches de cargador en las llantas de su Rolls Royce tipo Suárez Malo.

Que el serpentino efebo Carrancita, esbeltito, menudito y grácil, le regale su corsé maternité, sus medias caladas y sus zapatitos pintureros de charol a Angelito Lechuga.

Que Luis Cordero y la Señorita África “Tú y Yo”, unan desde luego sus destinos en vínculo indisoluble, maldiciendo la unión el melifluo Carlitos Vélez, a los acordes de la marcha nupcial soplada en clarinete por el eximio e incomparable solista y sablista el Cojo Núñez, fungiendo como padrinos, por parte del novio los hermanos Benavides y por parte de la novia los her-manos Altamirano, y como testigos por parte de Luis los hermanos Chalela y

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por parte de Gabriela los hermanos masones, debiendo partir los desposados inmediatamente después de la ceremonia, en viaje de bodas rumbo a Alaska.

Que Octaviano Ramírez, el aviador, vuele aunque sea con dinamita, pero que vuele.

Que el dentista Reynoso se eche un clavado en un bote de la basura.Que el Gato Félix, alias Abelito, y la batuta Sánchez Fraustro, ya no

beban más agua.Que Jorge A. Vargas, Lengüitas, deje un poco el Derecho.Que Pancho Martínez vaya de pajecito a las nupcias de la señorita

África, para que le alce la cola.Que Gabriel Barbosa, mi papá, use abrigo para el próximo invierno

(ya en éste se puso guantes).Que el Físico Juan Olivera se ponga pantalón corto.Que Leopoldo Ruvalcaba, a petición de numerosas familias, no vuel-

va a radicarse en Toluca.Que mis súbditos hagan una pública alabanza al chale José Liho, en

agradecimiento de que ha venido a incorporarlos a la civilización, teniendo abierto su negocio hasta después de media noche.

Que José Reyes Nava Trigueros haga valer sus derechos en el próxi-mo carnaval, para que me suceda en el trono.

Que Javier Ruiz escriba una leyenda fantástica, truculenta y de gran aparato, sobre la inmensa fortuna de Díaz, el Montecristo de Tepito y su circo, por lo que recibirá, como recompensa el abrigo y el sombrero de Macario Servín y una escupidera portátil.

Que el médico Arturo Cejotas le ampute la lengua al olímpico Navas, empleando como anestésico los calcetines de Suárez Malo.

Que el Ejecutivo del Estado les dé el día a los empleados el martes de este carnaval y también el domingo.

Para rematar brillantemente estos ordenamientos y para que estemos contentos durante las fiestas del carnaval, mando que dentro del plazo bre-ve y perentorio de cinco minutos, se revienten el hilo de bolita de la exis-tencia todos los entes cuyos nombres y dignidades enseguida se expresan:

Juan Beltrán, Tin Tan.

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Eduardo Hernández, el Uriburu de bronce.Don Pepe Solórzano, el Gengis-Khan de las empresas.Jaime Pons, el Chimolero.Leopoldo Tapia, el rubicundo Efebo expendedor de gasolina.Alfonso Vendrell, Renato el Florentino.Chucho Rogel, Nostradamus.Juan Chacón, el Indio Verde.Paco Iniestra Vilchis, el Niño perdido.Juvencio Maza, el Nagulás renegado.Arturo Merino, el Valle Inclán.José Trinidad Barbabosa, el señor Verruga.Víctor Honorio Angulo, el Obtuso.Chucho Benavides, el Vendedor veneno.José Valdés y Pepe Ortigosa, los Miserables.Fausto Moguel, el Fantasma de la Ópera.Chucho Barrera, Gustavo el Calavera.Dejo a todos los supradichos en libertad de matarse como mejor se

acomoden, permitiéndome sólo recomendarles algunos procedimientos de ejemplar eficacia, como los siguientes:

Beber los licores de Guillermo Alcántara o Cerveza Modelo; oír un cuento de Ignacio Zanabrio, recibir una clase de Nicolás Reyes; mandar preparar una receta a la Botica Moderna, comer en la fonda Mateo Pérez Alarcón; ir a México en un camión de la Flecha Roja, caer en manos del doctor Víbora; leer un artículo del ingeniero Hall y contraer matrimonio.

Dado en el cantón real, al décimo cuarto día del segundo mes del año del Señor de mil novecientos treinta y uno.

Luis Barbosa Moralestripa i54

54 Pliego impreso en papel de China, en forma de proclama, que circuló en la ciudad para difusión del citado carnaval.

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Hasta aquí, aquel discurso, en algunos fragmentos ofensivo, de Luis Barbosa o Barbabosa, Rey Feo.

El 2 de marzo de aquellos años iniciales de los treinta se celebró otra Gran Novillada de Carnaval, también en la Plaza de Toros de Te-nango del Valle. En aquellas carnestolendas resultó emperatriz de las fiestas Lucía Pliego, en tanto que a Eduardo Franco Garza le tocó ser el Rey Feo.

En aquella novillada con ejemplares de la acreditada ganadería de Ayala participaron numerosos aficionados toluqueños, en calidad de matadores, banderilleros, peones de brega, picadores, monosabios, la-zadores, tancredos y banderilleros a caballo, el alguacil fue José Terrón y el Juez de Plaza Vicente Ruiz.

Los precios de entrada a aquella novillada llegaron a ser hasta de 20 centavos en barrera de sombra y de 10 centavos en barrera de sol. ¡Vaya tiempos!

El Sol de Toluca, 8 de julio de 2002.

Desfile carnavalesco por la avenida Hidalgo, frente a los Portales.

Edificio de la mercería La Violeta.

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Réquiem por la mercería La Violeta

Según el diccionario, mercería es el trato y comercio de cosas menudas y de poco valor o entidad, como alfileres, botones, cintas, etcétera; a todo el conjunto de esta clase se le llama mercería, así como a la tienda en donde se venden.

Joan Corominas en su Diccionario etimológico ubica el término mercería alrededor de 1680; a fines del siglo xiii, era mercancía, deri-vado del latín merx, mercis, mercancía.

En las mercerías se vendía el hilo mercerizado, palabra que aparen-temente tiene relación con mercería; sin embargo, el término mercerizado es una curiosa coincidencia, pues deriva del nombre del químico inglés John Mercer, quien inventó el procedimiento para tratar los hilos y tejidos de algodón con una solución de sosa cáustica para que resulten brillantes.

Aquel que ejercitaba la mercería, vendiendo y comerciando agu-jetas, paliacates, mascadas, espejitos y otras chucherías, como las men-cionadas, se le llamó mercero o mercillero.

Otro término, hoy en desuso, fue el de buhonero: comerciante que llevaba o vendía cosas de buhonería, entendiéndose ésta como bara-tijas que en tienda portátil o colgada a los hombros lleva su dueño a vender por las calles.

El mismo Corominas dice que buhonero deriva del antiguo bu-hón (1220-50) y éste de la onomatopeya buff, expresiva de las perora-tas del buhonero en alabanza de su mercadería.

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En los estados de Guerrero, Morelos y México, por donde cru-zaba el camino que comunicaba de costa a costa (Acapulco-Veracruz) abundaron los merceros y buhoneros que el domingo vendían en el tianguis de un pueblo, el lunes en otro y así sucesivamente; lo mismo hacían en las ferias, que también se sucedían unas a otras en el ca-lendario, siguiendo una ruta (primer viernes de Cuaresma, segundo, tercero, etcétera).

No obstante, en nuestra región fue más común el término varillero, que deriva de vara, medida que siempre traían consigo para estimar sus productos en total acuerdo con el cliente.

Aunque a partir del 16 de septiembre 1895 entró en vigor el Sis-tema Métrico Decimal de Pesas y Medidas como única forma legal en toda la república y dejó de usarse la vara, todavía por mucho tiempo siguió la costumbre de referirse a ella.

Al registrarse un avance en el comercio, muchos de los varilleros y merceros se establecieron en comercios fijos, multiplicándose éstos con el término genérico de mercerías.

La influencia francesa durante el porfiriato, así como la llegada a México de revistas españolas de moda elegante, hicieron que las mo-distas de alta costura y los sastres consumieran en gran escala los pro-ductos de las mercerías.

Antiguamente las mercerías tuvieron una gran importancia; en la actualidad los productos que ahí se venden siguen siendo de gran consumo; sin embargo, al cambiar las formas y giros del comercio, y al generalizarse el uso de prendas de vestir en serie, las prácticas de corte, confección, costura y bordados de tipo casero quedaron relegadas; lo mismo sucedió con aquellas costumbres formativas de la mujer, quien debía aprender a bordar, coser, cortar, tejer gancho y agujas, etcétera.

Hace todavía no muchos años se solía decir: “Esa mujer es un de-chado”, lo cual significaba que era un ejemplo de virtudes y perfeccio-nes; curiosamente, la palabra dechado quiere decir “labor que las niñas ejecutan en lienzo para aprender, imitando las diferentes muestras” o bien “ejemplar, muestra que se tiene presente para imitar”.

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Las jovencitas, entonces, imitaban a las mamás y a las abuelas y también imitaban los bordados, costuras, pasamanerías, etcétera. Durante una larga época, la pasamanería fue uno de los rubros más importantes de las mercerías.

Pasamanería es la obra o fábrica de pasamanos, que a su vez es la obra de adorno para guarecer vestidos, uniformes y otras cosas, com-prendiendo los galones, cordones, borlas, flecos, adornos de oro, plata y seda, entre otros.

Hoy en día en que la fabricación en serie ha desplazado a la costura casera, individual y personalizada, nos resultaría verdaderamente extra-ño hablar de elementos que algún día fueron de uso cotidiano, por ejem-plo, los siguientes: felpilla (cordón de seda para bordar), figurín (dibujo o modelo pequeño para los trajes y prendas de vestir), primal (cordón o trenza de seda), sutás (trencilla para adorno), orifrés (galón de oro o plata), esterilla (galón o trencilla de hilo de oro), serreta (galón de oro o plata dentado por uno de los bordes), agremán (labor de pasamanería en forma de cinta), cañutillo (hilo de oro o plata rizado para bordar), borlón (tela de lino y algodón sembrada de borlitas), borla (conjunto de hilos o cordoncillos que penden en forma de cilindros o de media bola), alamar (botón con presilla u ojal sobrepuesto, que se cose a la orilla del vestido), cairel (guarnición de pasamanería), presilla (lazo de cordón o costurilla que se pone en los ojales y otras partes para que la tela no se abra), ristra (conjunto de hilos de seda con que se hacen labores), apacejo (alma sobre la cual se tuerce estambre, seda o metal, para formar flecos), etcétera.

Por más que los nombres anteriores nos suenan raros o extraños, la verdad es que muchas de las abuelas recurrieron a las mercerías para obtener esos productos. Al iniciar el siglo xx, Toluca solamente tenía dos mercerías: La Mexicana, de don Bonifacio González e Hijos (Por-tal de la Reforma número 25), y La Toluqueña, perteneciente a don Manuel Campos Mena (Avenida Libertad y 2ª de Concordia).

Después vinieron muchas otras mercerías como El Jonuco, La Gran Miscelánea, La Selecta y La Esperanza; sin embargo, la más gran-de fue, indudablemente, La Violeta, fundada en 1917.

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Este legendario negocio toluqueño ha cerrado sus puertas y su singular edificio tendrá seguramente una nueva función en el centro histórico de nuestra ciudad.

A principios del siglo xx, el número 16 de la avenida de la Inde-pendencia (hoy 112 poniente) estaba ocupado por una construcción de dos pisos con frente muy amplio, rematada con un frontón triangu-lar sobre el centro de la cornisa; ahí se alojaba el despacho de la jabo-nería La Moderna que se encontraba en otro lugar; también estaba la relojería de don Alejo Abencerraje.

Después, siendo propiedad de doña Columba Cano viuda de Vil-chis y de Leonor y Magdalena Vilchis, el predio se dividió exactamen-te a la mitad, vendiéndose la parte oriente a don Antonio Abraham, quien procedente de Líbano había pisado tierra mexicana por primera vez el 6 de mayo de 1906, curiosamente hace exactamente un siglo.

Ahí se instaló La Violeta en 1917, permaneciendo en la antigua construcción hasta que don Antonio decidió construir en el mismo lugar el edificio que para esa época fue el más atrevido de Toluca, que aún se mantiene gallardo dentro de su peculiar estilo de art déco, con sus siete pisos y sus casi 30 metros de altura.

Así como el Paseo Colón fue un reflejo del Paseo de la Reforma y éste de los Campos Elíseos, de igual forma, el edificio de La Violeta fue para nuestra ciudad el equivalente del edificio La Nacional de la ciudad de México y éste del edificio Chrysler de Nueva York, guardando por supues-to las respectivas proporciones, es decir, los edificios más altos de cada ciudad.

Efectivamente, en 1939, coincidiendo con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, comenzó la construcción del edificio, concebido por don Antonio Abraham Jr., ingeniero mecánico, y dirigida por el ingeniero don Harmodio del Valle Arizpe, de amplia trayectoria en esta ciudad.

La Violeta, primer émulo toluqueño de los skycrapers, se volvió referencia local, al grado de que varias líneas de autobuses urbanos tuvieran, con ese nombre, una de las escalas importantes en sus res-pectivas rutas.

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Su número telefónico original, Ericsson 26-72, fue creciendo jun-to con la ciudad; a aquel número de sólo cuatro dígitos se le fueron anteponiendo, respectivamente, primero un cinco, después un uno y por último un dos, para que hoy en día sea de siete cifras.

Por muchos años, 89 para ser exactos, gente de Toluca y pobla-ciones cercanas y no tan cercanas adquirió ahí no sólo los artículos de mercería y sedería, sino de papelería y hasta municiones y armas, que era un ramo permitido.

Sería imposible calcular cuántos clientes, particularmente mujeres, han desfilado por La Violeta.

¿Cuántas damas toluqueñas recuerdan haber ido a La Violeta a comprar alguno de los siguientes productos?:

Madejas de hilo Vela para bordar fino; hilo bola Perle, para bordar grueso; bolita de hilo de La Cadena para bordar nombres y anagramas en sábanas, fundas, etcétera; huevos de madera e hilo para zurcir cal-cetines y medias; crochet para tejer carpetas; hilo para hacer trou-trou; madejas de hilaza cruda de algodón y lana; bolita de hilo de La Cruz; cáñamo del 000 al 2; carrete de hilo para coser a máquina (palo blanco, palo negro y palo rojo); canutillo para coser a mano y a máquina; tubo de hilo El Gallo, para hilvanar; sedalina para bordar y coser; artice-la; bies; resortes; espiguilla; encaje, cinta bordada, vivos; aplicaciones; listones, cordones; cinta moiré; sutás o sutage; cañutillo; bolillo; tren-cillas; lentejuelas; chaquiras; agujas para coser; agujas de madera y de metal para tejer; tijeras; aros para bordar; dedales; ganchos; bastidores; botones de hueso, concha, carey, cuero o metal; broches de presión o de gancho; cierres relámpago (zipper o de cremallera); patrones para corte y confección; gredas y mil cosas más.

No hay que olvidar que la ciudad de Toluca adquirió una gran fama por sus cererías y tocinerías, así que no es extraño que a La Violeta tam-bién se tuviera que acudir para comprar bobina, hilo pabilo para velas y veladoras, y por supuesto, hilaza del número 4, para amarrar chorizos.

En la Toluca del siglo xx, la mercería La Violeta jugó un impor-tante papel en el comercio de todos los apartados mercantiles que he-

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mos mencionado. Hoy, al inicio del siglo xxi, el edificio de La Violeta por circunstancias especiales cambiará de uso. Toluca pierde otro de sus comercios tradicionales ¿Cuál seguirá?...

El Sol de Toluca, 22 de mayo de 2006.

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Los cursos de verano

En las relaciones entre México y Estados Unidos hubo en alguna época la discutida política del buen vecino en la que se promovió el acercamiento entre los dos países. Una derivación de aquella acción diplomática fue que los mexicanos aprendieran el idioma inglés y los estadounidenses el español. En su momento se difundió ampliamente que norteamericanas muy importantes estudiaban español, como la propia señora Truman, primera dama de los Estados Unidos, y las esposas de otros distingui-dos políticos.

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Amendolla, en algu-no de sus artículos periodísticos se ocupaba del tema de los cursos de verano. Recordaba que desde 1921 se habían establecido en la Univer-sidad Nacional Autónoma de México, a iniciativa de don Pedro Henrí-quez Ureña, con el fin de que estudiantes de Estados Unidos tuvieran la oportunidad de familiarizarse con la lengua española, así como con la historia, literatura, arte y organización social de México. Para tal ob-jeto se concedían franquicias en los ferrocarriles nacionales y se había establecido una cuota moderada de 35 dólares por el curso completo de siete semanas.

A principios de los años cuarenta se consideraba que nada como los cursos de verano había contribuido tanto en el fortalecimiento de los vínculos de amistad entre los pueblos de México y Estados Unidos.

Maestros y alumnos de los Cursos de Verano junto al mural Síntesis.

Estudiantes extranjeros en clase.

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En julio de 1943 se habían inscrito, para ese año, más de 700 alumnos. El 90% de ellos procedía de Estados Unidos, principalmente de Texas, California, Illinois y Michigan.

El principal objetivo, como ya se ha dicho, era aprender el idioma castellano, pero también resultaban de gran atractivo otras materias como Antropología, Arte, Geografía, Gobierno, Historia y Sociología. Con el tiempo llegó a establecerse el aliciente de conceder créditos académicos en las asignaturas aprobadas, que eran reconocidos por algunos colegios y universidades de Estados Unidos.

La Escuela de Verano de la ciudad de México estaba instalada en la famosa Casa de Mascarones, ubicada en el lado norte de la Ribera de San Cosme. Por varios lustros, la secretaria de estos cursos fue Rosita Stephenson Guizar. Uno de los directores más destacados de aquella escuela fue don Francisco Villagrán, quien también ocupó el puesto de director de Turismo de nuestro país.

En 1955 la Escuela de Verano, dependiente de la Facultad de Fi-losofía y Letras de la unam, se mudó a la entonces flamante Ciudad Universitaria, hecho que no a todos agradó, en virtud de que se había logrado ya una cierta tradición de más de treinta años en aquella le-gendaria, aunque destartalada casona.

En la tarea académica de los Cursos de Verano de la Universidad Nacional participaron grandes maestros, entre otros: Julio Jiménez Rueda, Pablo Martínez del Río —quien también fue director—, Ermilo Abreu Gómez, Rafael García Granados, Bernardo Ortiz de Montella-no, Juan Enrique Palacios, Javier Sorondo, Manuel Touissaint, Javier Villaurrutia, Francisco Monterde, Antonio Castro Leal y las profesoras Ernestina Alvarado, María Caso, María Canales, María de la Luz Gro-vas, María de Jesús Huerta y Amelia Martínez del Río, entre otros.

Al llegar a sus bodas de plata, era tal el éxito de los cursos que el número de alumnos tuvo que limitarse a 1,300, a efecto de que pudieran disponer de las comodidades necesarias, tanto en las clases como en su alojamiento, pues llegaban a recibirse hasta más de 5,000 solicitudes.

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El esquema fundamental de los cursos de verano de la unam te-nía dos grandes áreas. La primera, relacionada con el idioma, tenía a su vez tres secciones: una a cargo del profesor Raymundo Sánchez, Jefe de los Cursos Superiores de Español de la Secretaría de Educación Públi-ca, que comprendía cuestiones gramaticales, idiomáticas y ejercicios de traducción precisa. Otra era el Laboratorio de práctica oral dirigida por Manuel Alcalá, profesor de Idiomas y Literatura de aquella univer-sidad; y la tercera era una selección de escritores modernos mexicanos más destacados, que era dirigida por José Luis Martínez, distinguido literato y por entonces secretario particular del ministro de Educación Pública, licenciado Jaime Torres Bodet.

La segunda área estaba bajo la dirección del doctor Daniel F. Ru-bín de la Borbolla, director de la Escuela Nacional de Antropología y comprendía un panorama de aspectos culturales mexicanos. Este cur-so consistía en conferencias a cargo de intelectuales mexicanos sobre temas de geografía, historia antigua y moderna, música, arte, literatura y aspectos peculiares de la vida social de México.

Los cursos de verano influyeron positivamente en el conocimien-to de la cultura mexicana, lo cual tuvo también importantes repercu-siones en un turismo de Estados Unidos que verdaderamente estaba interesado en lo mexicano. Así, estos cursos temporales empezaron a impartirse en otras ciudades además de la capital de la república, entre otras Saltillo y Puebla.

En 1958, la entonces muy joven Universidad Autónoma del Estado de México se ocupó de establecer su Escuela de Verano. En la sesión del Consejo Universitario, celebrada el 8 de agosto de ese año, la maestra Rosa María Sánchez redactó un informe sobre el funcionamiento de los cursos que ese año habían abierto. El licenciado Enrique González Var-gas, consejero por la Escuela de Leyes, pidió que se hiciera permanente la estancia del doctor Emmanuel San Martín, expidiéndole el nombra-miento correspondiente como jefe del departamento de aquellos cursos y que conjuntamente con la maestra Sánchez realizaran un estudio de cómo preparar el material y el personal para el desarrollo de los mismos.

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En el transcurso de la fase de organización se descubrió, con no poca sorpresa, que una de las razones por la que los turistas extranjeros no apreciaban nuestra realidad cultural en su verdadera dimensión era precisamente por la falta de profesionales preparados, capaces de darles a conocer y mostrar los abundantes y valiosos aspectos de la vida mexicana. Esta apreciación, aunque desde otra perspectiva, fue muy semejante a la percibida y expresada años más tarde por Bernard Villaret en su libro Le Mexique aux 100,000 pyramides, quien asentó:

De manera general, me ha llamado la atención ver que los mexicanos que viven en uno de los países más exuberantes del mundo, ignoran de for-ma asombrosa su país. Fuera de un reducido número de artistas, la mayoría no se preocupa por conocer los maravillosos paisajes y las muchas bellezas naturales, arqueológicas y artísticas que su país atesora, en cantidad y cali-dad no igualadas por otro pueblo.55

Aquella conclusión dio lugar a que en la sesión del Consejo Uni-versitario correspondiente al 25 de noviembre de 1958 se aprobara el proyecto para la fundación de la Escuela de Turismo, hoy Facultad, que en sus primeros años fue un auténtico crisol de mexicanistas. La Escuela de Verano y la de Turismo trabajaron en paralelo durante los primeros años de vida de ambas; al realizarse los viajes conjuntamente con alumnos mexicanos y extranjeros se constituyó un auténtico labora-torio de prácticas para unos y otros.

De esta manera se dio el despegue de unos exitosos cursos de verano que duraban aproximadamente 6 semanas. Iniciaban generalmente a fina-les de junio y culminaban a mediados de agosto de cada año, descansando únicamente el 4 de julio, Día de la Independencia de Estados Unidos, y el 18 de julio, aniversario de la muerte del licenciado Benito Juárez.

55 Villaret, Bernard. Claves y enigmas de México (trad. de Agustín Gil Lasierra), Ediciones Daimon Manuel Tamayo, Madrid. (Título de la obra original: Le Mexique aux 100, 000 pyramides), Editions Berger Levrault, París.

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La planta de maestros de los primeros cursos de verano de la uaem estaba integrada así: licenciado Enrique González Vargas, profe-sor de Historia de México; Rosa María Sánchez, María del Pilar López de Pichardo y doctor Emmanuel San Martín, profesores de Español; Javier Romero Quiroz, profesor de Arqueología e Historia Prehispáni-ca de México; Enrique Semo Caliv, profesor de Historia Económica de México; Daniel F. Rubín de la Borbolla, profesor de Arte Popular y Ar-tesanías; Alfredo Leal Cortés, profesor de Arte Colonial; Moisés Ocá-diz, profesor de Literatura Mexicana; Edmundo Calderón, profesor de Diseño Básico y Composición; Esteban Nava, profesor de Figura Hu-mana, Desnudo y Costumbrismo; Adolfo Villa, profesor de Escultura y Talla en Madera; Orlando Silva Pulgar, profesor de Técnicas de Pin-tura Mural; Guadalupe Barbabosa, profesora de Canciones Folclóricas Mexicanas, y Amalia Hernández, profesora de Danzas Típicas Mexica-nas, a quien sucedió la maestra Socorro Caballero Arroyo.

Los alumnos inscritos en 1959 fueron: Luke Joseph Allard (Universi-ty of Manitoba, Canada), Martha Ballina Salinas (Villa Maria High School, Brownsville, Tex.), Jolene Ernst Myra (Clinton High School, Okla.), Ver-nia May Lawhorn (Youngstown University, Ohio), James Lowell Males (Southwestern State College, Okla.), Cristina Nell McNair (Burt Junior High School, Detroit, Mich.), William Smith Mc Nair (Burt Junior High School, Detroit, Mich.), Laura Ethel Perry (Central College, Fayette, Mo.), Lora Margaret Perry (University of New Mexico, N.M.), Robert Thomas Perry (Fayette High School, Mo.) Timothy Turner Perry (Fayette High School, Mo.), Luz María García Sánchez —hoy en día prestigiada cate-drática y funcionaria en el campo de idiomas en nuestra Máxima Casa de Estudios—, María Dolores Ovando Consuelo y Lorenzo Quijada Castillo. Estos tres últimos, de la propia Universidad Autónoma del Estado de México.

Juntos, alumnos de Turismo y de Verano, entre semana realizaban numerosas excursiones a lugares cercanos como Metepec, San Antonio la Isla, Capultitlán, Calixtlahuaca, Tenancingo, Parque Nacional Insurgente Miguel Hidalgo y Costilla, Hacienda de la Gavia, el Nevado de Toluca o el Desierto de los Leones. Sábados y domingos eran aprovechados para rea-

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lizar viajes a lugares que exigían más tiempo, como la ciudad de México, en la que se visitaban sus museos, el Zócalo, la Basílica de Guadalupe, el Parque de Chapultepec, el Palacio de Bellas Artes, los canales de Xochi-milco y la Plaza de Toros México para asistir a alguna corrida. Igualmente recorrían las zonas arqueológicas de Teotihuacán, Tula, Tenayuca, Malinalco y Xochicalco, entre otras, así como los balnearios de Ixtapan de la Sal y Tonatico, el Santuario de Chalma, la ciudad de Cuernavaca y las Grutas de Cacahuamilpa. No faltaban viajes largos, generalmente a lugares como Oaxaca, El Tajín y por supuesto, el puerto de Acapulco.

A los multicitados cursos se inscribía gente mayor, pero prepon-derantemente eran jóvenes, con una aplastante mayoría femenina. Muchos procedían de los estados de Colorado, Texas y Nueva York, pero sobre todo eran estudiantes de Michigan State University, en East Lansing, con quienes se tenía una especie de convenio. Por muchos años, el pilar fundamental de esta Escuela de Verano fue el doctor Em-manuel San Martín, quien les imprimió seriedad, dinamismo, presti-gio y una gran exigencia académica a maestros y alumnos.

Debe decirse que estos cursos de verano, independientemente de su aspecto académico y de conocimiento de México, tenían una fuerte dosis de disipación para los jóvenes toluqueños que a la voz de “ahí vie-nen las gringas” se concentraban en el hoy edificio de Rectoría, don-de se llevaban a cabo las clases. Huelga decir que en esa estación del año, estadísticamente se registraba el mayor número de rompimientos de noviazgos de estudiantes de la uaem. Los numerosos caminos que unían el viejo edificio con las temporales e improvisadas casas de asis-tencia de la ciudad se veían intensamente transitados por parejas que tenían como denominador común a un joven toluqueño y una nortea-mericana ataviada con su inseparable gabardina verde o beige.

Terminaban los cursos y en Toluca todo volvía a la normalidad, hasta los noviazgos…

El Sol de Toluca, 13 de mayo de 2001.

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El Estrella Roja de Toluca

Actualmente en el futbol mexicano existe la categoría conocida como División de ascenso, aunque en sus orígenes se llamó Segunda Divi-sión, paso trascendental del futbol profesional, dado a la mitad del si-glo pasado.

Aquello tuvo varias consecuencias: el surgimiento de nuevas pla-zas, algunas de ellas sin ningún antecedente futbolero; una obligación para los equipos de Primera división de mantener buenos cuadros ante la amenaza del descenso; el mejoramiento de los campos que no llega-ban a estadios y un reglamento que asegurara que la Segunda división fuera un semillero de jóvenes jugadores con porvenir y no el refugio de jugadores quemados.

Equipos como Zacatepec, Toluca, La Piedad e Irapuato surgieron precisamente de la Segunda división, uniéndose así a otros de tradi-ción que ya militaban en la máxima categoría, como Atlante, Necaxa, León, etcétera, pues ya habían desaparecido otros importantes, como el Asturias y el España.

Al sumarse poblaciones llamadas de provincia que no tenían la importancia de grandes ciudades como la propia capital de la repúbli-ca o Guadalajara, Puebla y León, la afición se extendió.

El primer proyecto de crear la Segunda división surgió el 2 de septiembre de 1947, cuando se dio a conocer una convocatoria. El día 20 del mismo mes y año se ratificó dicha convocatoria, que agregaba

El Estrella Roja en la tabla de puntuación de la Segunda División de futbol.

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otros requisitos; en enero del año 1948 se lanzó la convocatoria defi-nitiva.

Al fusionarse y, por consecuencia, unificarse la Liga Mayor y la Federación, que existían, se venció el último obstáculo, y finalmente en 1950 se creó la categoría que hoy nos ocupa, la cual inició con 7 pla-zas fundadoras, todas del centro del país: Irapuato, Morelia, Pachuca, Querétaro, Toluca, Zacatepec y Zamora.

La revista Zas, la marcha del deporte, que salía cada jueves y cos-taba 80 centavos, daba cuenta puntual del primer campeonato jugado del 18 de febrero al 27 de mayo de 1951, temporada breve en la que el primer campeón fue el equipo Zacatepec.

Para la tercera temporada (1952-53) ya había 12 equipos: Atlético de Veracruz, Club Deportivo Toluca, la Concepción (Puebla, Pue.), Es-trella Roja (Toluca), Irapuato, Moctezuma (Orizaba, Ver.), Monterrey, Morelia, Querétaro, San Sebastián (León, Gto.), Veracruz y Zamora; después de dos vueltas, resultó campeón del torneo el Club Deportivo Toluca, tras ganar 14 juegos, empatar 7 y perder sólo 1.

Después de ascender a Primera división el equipo de Toluca, quedó otro equipo toluqueño en la Segunda división: el Estrella Roja, equipo popular y del pueblo en el que militaban jugadores de nuestra ciudad y delegaciones como San Buenaventura y otras.

En el campeonato 1953-1954 el Estrella Roja compitió contra 11 equipos restantes: Anáhuac (Monterrey), Cuautla, Irapuato, Moctezu-ma (Orizaba, Ver.), Monterrey, Morelia, Oviedo (Pachuca, Hgo.), La Piedad, Querétaro, San Sebastián (León, Gto.) y Zamora.

El equipo Anáhuac de Monterrey era entrenado por Muguerza y disponía de los siguientes jugadores: Marcelino Aceves, Luis Álvarez, Reyes Cortés, Jesús Gómez, Luis Morales, Chale Rivera, Miguel Sando-val, Sergio Serdia, Humberto Terrón y Alberto Varder Kamp.

Los Arroceros del Cuautla, dirigidos por Ángel Merino, tenían un amplio plantel: Antonio Aragón, Ricardo Carrillo, Jorge Enríquez, Ignacio Castañeda, la Huilota Franco, Javier González, Genaro Gutié-rrez, Alfredo Leyva, Santiago Mendoza Piola, Porfirio Ochoa, Chema

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Olguín, Fernando Palacios, Felipe Rodríguez, Jacobo Ruiz, Juan San-tiago, Roberto Silva, Agustín Urivola y Fernando Villegas.

El Oviedo era un equipo fundado en 1936 y de donde habían sa-lido importantes jugadores como Carbajal, Mario Ochoa, el Platanito Hernández y Mateo de la Tijera, entre otros; en el cuadro bajo tenían a Juan Carrisosa, Rodolfo Iberri, Horacio Quintana y Manuel Sánchez Peque II; en la media a Ricardo Flores y Benjamín Castelazo y en la delantera se turnaban Pérez el Caballo, Ángel Rosales, Héctor Sánchez el Cantinflas, Panchito Luna, Ángel de la Fuente y Héctor López.

La Piedad contaba con un equipo integrado por los jugadores Nacho Arellano, Javier Cuevas, Ramón Garduño, Vicente López, José Palencia, Daniel y José Ramírez, los hermanos Nacho y Ramón Vargas, Abraham Vega y el uruguayo Chema Rodríguez.

Orizaba, la tierra del ado, era una muy antigua sede futbolera. En 1916 los escoceses Duncan Mc Cornish, Mac Donald y Thomas Heng-hey habían fundado el Orizaba, A.C.; en la antigua Pluviosilla había surgido el memorable Toño Aispuru. Entre los principales jugadores del Moctezuma estaban H. Aguilar, H. Andrade, E. Carrillo, C. Flores, R. González, J. Gutiérrez, A. Quintero, J. Rodríguez, C. Romero, G. Sánchez y E. Valero.

El Monterrey, a mediados de los años cuarenta competía en la Liga Mayor con jugadores de la talla del Che Gómez, Chalo Buenabad, Balderas, de la Mora y Valdivia; un accidente cerca de San Juan de los Lagos, que culminó con el incendio del autobús en donde iban los jugadores, enlutó al equipo y lo hizo desaparecer temporalmente; des-pués se reorganizó con jóvenes estudiantes del Instituto Tecnológico de Monterrey.

En el Morelia, que ingresó en 1951, participó el entrenador To-más Fábregas el Viejo y el portero Tello, quienes también estuvieran con el Toluca; su planta de jugadores estaba formada además por Vi-cente Ayala, José Capellini, Manuel Cuevas, Mónico Flores, Rigoberto Gloria García, Arnoldo Juárez, Sergio Manzo, Jorge Rodríguez, Ramiro Rodríguez, Domingo Rubio y Abraham Ruiz.

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Los Gallos del Querétaro eran entrenados por Mumo Orsi, ex en-trenador del Atlante; sus jugadores más notables eran Miguel Álvarez, Enedino, Gabino, Guillén, Martínez el Chino, Abel Ortega el Policía, Perales, Salazar, Luis Téllez Rea y Ubaldo Zapata.

El San Sebastián derivaba su nombre del santo patrón de los sastres de León, Guanajuato; había jugado en la Primera División y al crearse el sistema del descenso fue el primer sacrificado; a él le pertenecía el viejo campo de La Martinica en donde jugara el famoso equipo León; su mecenas era don Alfonso Guerra, y entre sus jugadores estaban el por-tero Archivaldo, Prisciliano Acosta, Aguirre, Cedillo, Cervantes, Donje, Fuentes, Cuyo González, Pato Miranda, Navarro y Vargas.

El sobrenombre de los Chongos de Zamora fue cambiado por el de Leones; en el equipo militaban jugadores como Pepe Aguilera, Roberto Arias, Rubén Ayala, Roberto Cervantes, Pancho Delgado, Andrés Es-pinosa, Manuel Flores, Jesús Galván, Jorge Guzmán, Trino Morales y Jesús Mora.

En aquel torneo 1953-1954 el campeón fue el Irapuato F.C., fun-dado en 1912, que tenía como mejores exponentes a Ramón Zúñiga, Alfredo Costa, Cesáreo Mendoza, Marcelino Escoto, Carlos Villa, Fe-lipe Martín del Campo, Agustín Maceda, Alberto Jones Jaime Ortiz y Rubén Guzmán; su gran portero era nada menos que Florentino Ló-pez, que en 18 partidos sólo aceptó un gol, y quien después sería gran figura del Toluca.

Finalmente el Estrella Roja hizo pensar alguna vez la posibilidad de que ascendiera y en Toluca hubiera guerras intestinas o clásicos lo-cales, lo que nunca ocurrió.

Aquel equipo empezó llamándose Estrella Roja de Toluca, des-pués se le puso Líbano y al reorganizarlo, su presidente y otros directivos, entre ellos Aníbal Espinosa, Encarnación Orozco, Miguel Mendieta y Alejandro Porcayo, pensaron en el cambio de nombre a Independien-te, quizá en recuerdo al gran equipo argentino.

El Sol de Toluca, 24 de octubre de 2011.

Nieve en la naciente calle de Rodolfo Soto C. en la colonia Granjas.

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La última nevada en Toluca

El 10 de enero de 1967 se registró lo que hasta ahora ha sido la última nevada que ha blanqueado totalmente la superficie de la ciudad de Toluca. El invierno de 1967 fue muy crudo en todo el hemisferio nor-te y Toluca no fue la excepción en sufrir inclemencias por el intenso frío. En esta ciudad, las heladas son cotidianas durante los meses de noviembre, diciembre y enero, no así las nevadas, que pocas veces se han presentado, aunque sí llegan a darse, cada vez menos, en los alre-dedores cuyas alturas rebasan los 3,000 o 3,500 metros sobre el nivel del mar.

La mala fama de nuestra ciudad de ser muy fría proviene de sus frecuentes heladas durante la estación que inicia alrededor del 22 de diciembre y que culmina con el equinoccio de primavera; no es en-tonces una ciudad de nevadas, por ello siempre ha resultado novedoso cuando la nieve nos ha ofrecido su impresionante manto; la memoria colectiva de los toluqueños ha registrado como las nevadas más espec-taculares del siglo xx las ocurridas el 24 de enero de 1906, en la que hubo terribles daños a huertas y jardines; la del 19 de enero de 1958, que bañó con su nívea capa todos nuestros espacios, y la del 10 de enero de 1967, que es el motivo central de nuestro artículo de hoy.

Un año antes de esa última nevada, o sea en 1966, Consuelo Soto Mora y Luis Fuentes Aguilar, investigadores del Instituto de Geografía de la unam, dieron a conocer su Glosario de términos geográficos, en el

Vista desde el Parque Matlatzincas (El Calvario).

La ciudad nevada.

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que definen ciertos conceptos que nos ayudan a una mejor compren-sión de estas notas.

Helada, según el glosario citado, es la formación de una delgada capa de hielo transparente, cuando la temperatura del aire y del terre-no es inferior a 0º C., por el paso al estado sólido del agua o gotas de rocío o llovizna.

El Diccionario Rioduero de Geografía precisa que helada es: “1) Descenso de la temperatura por debajo de 0º. Se habla de helada tardía cuando tiene lugar en épocas de floración de las plantas. 2) Conden-sación del vapor de agua directamente sobre la superficie del suelo a menos de 0º”.56

Los lexicones explican así la nieve:

Agua helada que se desprende de las nubes en cristales sumamente pequeños, los cuales, agrupándose al caer, llegan al suelo en copos blancos. La nieve se origina cuando las nubes, al elevarse en la atmósfera, alcanzan el nivel de congelación, por esto, las nubes altas tienen agua, nieve y hielo […] Hidrometeoro formado por cristales de hielo microscópicos que, por sublimación del vapor de agua, se convierten en cristales de nieve.57

La nevada es entonces una porción o cantidad de nieve caída de una vez y sin interrupción sobre la tierra; eso fue lo que ocurrió aquel 10 de enero de 1967, día que hoy recordamos.

El periódico Excélsior, refiriéndose a ese insólito suceso informó:

La peor nevada del siglo hubo en gran parte del norte del país y causó daños en Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León. En Saltillo, la nieve dejó una capa de 75 centímetros de altura, y en Monterrey, de 60. Muchos viajeros que-daron atrapados, al suspenderse las corrientes ferroviarias: también gran

56 Soto Mora, Consuelo y Luis Fuentes Aguilar (1966). Glosario de términos geográficos, Instituto de Geografía de la unam, México, p. 129.

57 Ibid., p. 170.

Panorama níveo de Toluca.

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cantidad de automovilistas. Las escuelas fueron cerradas. Las ciudades de Puebla, Toluca, Cuautla y Cuernavaca son azotadas por un frío intenso, lluvia pertinaz y una espesa neblina que parecían preludio de una nevada. En Tres Marías nevó levemente por la noche. En Europa, un frío que en Austria llegó a 30 grados bajo cero ha causado muchas víctimas, cuyo nú-mero se desconoce todavía. En Polonia los lobos hambrientos salieron de sus guaridas y atacaron al ganado, al igual que en Turquía, mientras que los habitantes se encierran en el hogar, por temor a las fieras”.58

Al inicio de marzo de 1983 volvió a nevar en los alrededores de Toluca, mas no en la ciudad.

En 1986, la prensa local daba cuenta de que el 14 de enero de ese año se había registrado la temperatura más baja en 50 años (15.6 gra-dos bajo cero); sin embargo, no nevó.

En diciembre de 1995, los reportes meteorológicos y de protec-ción civil del país señalaron drásticas variaciones de temperatura hacia la baja, nevadas en las partes altas, condiciones adversas para la nave-gación, fuertes vientos, corrientes húmedas, nublados y lluvias cons-tantes o intermitentes.

Se trató de una onda fría acompañada de lluvias que afectó a casi todo el territorio nacional; en los estados de Chihuahua, Jalisco, Nue-vo León y Sonora hubo numerosos fallecimientos por hipotermia y congelamiento; en otras regiones abundaron los males respiratorios, desde catarros y gripas hasta neumonías; indirectamente hubo otros problemas como casos de intoxicados por gas escapado de calefactores. Lo anterior hizo que las autoridades policiacas y hospitalarias se man-tuvieran en alerta, al igual que las capitanías de puertos, ya que hubo que cerrar varios de ellos.

Ante el desplome termométrico con bruscos descensos a bajo cero, algunas instancias gubernamentales tuvieron que establecer operativos

58 Excélsior, 11 de enero de 1967, México.

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especiales en el valle de Toluca; la ciudad capital estuvo a punto de vi-vir otra nevada, inclusive cayeron algunos copos, sin pasar de ahí. De ese extraordinario e inclemente temporal data una memorable anéc-dota que merece relatarse y que a continuación narramos.

Por esos días se llevaba a cabo la iniciativa de construir un centro invernal en el Nevado de Toluca, polémico proyecto recurrente que periódicamente surge, desde tiempos de don Porfirio Díaz y que nun-ca ha cristalizado.

Para el citado proyecto se requería confirmar la posibilidad de producir nieve por medios mecánicos, por lo que se programaron al-gunas pruebas, para ello fue llevada una maquinaria hasta determina-da altura del volcán.

Aquella máquina, un tanto rústica aunque funcional, consistía en una pipa y una compresora; por medio de mangueras, la primera lan-zaba agua, en tanto que la segunda expedía aire; mediante una mezcla-dora y como si se tratara de un gran atomizador o chiflón, se lanzaba hacia arriba agua en pequeñas partículas, que al caer se convertían en diminutos copos de nieve, siempre y cuando la temperatura ambiente, en ese momento y de manera natural estuviera a bajo cero; de no darse esa combinación —humedad ambiente-temperatura bajo 0—, el agua simplemente caía esparcida, pero en forma líquida.

El día que se subió al volcán aquella rudimentaria máquina coin-cidió con otra intensa onda gélida que azotó a todo el país y que pro-vocó un sinnúmero de consecuencias, entre otras, temperaturas de 16 o 17 grados bajo cero en lugares como Ciudad Juárez, Chihuahua y su vecina ciudad de El Paso, Texas; 47 muertos por congelamiento en la sierra Tarahumara; rachas de vientos de hasta 85 kilómetros por hora en el Golfo de México; cierre de la navegación en Tampico, Altamira, Veracruz, Tuxpan, Alvarado, Nautla, Frontera, Ciudad del Carmen, Champotón, Campeche, Progreso, Telhuac y otros puertos; lluvias y nevadas en Durango, Coahuila, San Luis Potosí, Estado de México, Hidalgo, Tlaxcala, Puebla, Zacatecas, etcétera; vientos huracanados

La ciudad se vistió de blanco.

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en las costas de Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Michoacán y Guerrero, entre otros lugares, amén de muchas otras severidades climáticas.

Algunos habitantes de las faldas del Nevado de Toluca o Xinan-técatl culparon a la extraña máquina de provocar tantos daños. Ob-viamente no hubo poder humano capaz de convencerlos de que aquel singular temporal registrado en todo el país era totalmente ajeno a la prodigiosa máquina que ni siquiera se había puesto a funcionar.

Ésa fue probablemente la última vez que Toluca pudo tener otra espesa nevada; algunos meteorólogos coinciden en que las condicio-nes de calentamiento hacen casi imposible que llegue a nevar en esta ciudad, pues el calor producido por tantos vehículos de motor, por las fábricas, tabiqueras, baños públicos, tortillerías, calentadores de agua domésticos y calderas impiden la presencia de uno de los condicionan-tes requeridos.

No obstante, las esporádicas nevadas del volcán Xinantécatl, en su cumbre y faldas, seguirán atrayendo a miles de turistas, aunque esa atractiva y lúdica situación tenga su cruel contrapartida, en el caso de numerosos asentamientos humanos en viviendas de materiales delez-nables y en los que sus moradores sufren condiciones muy adversas.

El Sol de Toluca, 29 de enero de 2007.

Automóvil Jaguar conducido por el piloto mexicano Douglas Ehlinger.

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Las carreras panamericanas

En octubre de 1925, al celebrarse en Buenos Aires, Argentina, el Primer Congreso de Carreteras, se habló de la conveniencia de crear una ruta internacional que atravesara América de norte a sur. Tres años después se realizó en La Habana, Cuba, la Conferencia Internacional Americana y ahí ya se tomó la resolución de construir la carretera interamericana y re-comendar a todos los gobiernos miembros de la Unión Panamericana que hicieran todo lo posible para la pronta cristalización del proyecto.

En nuestro país se puso un gran empeño en ese compromiso y en 1932 inició la construcción de la carretera México-Laredo, la cual concluyó en 1936.

En abril de 1950, el gobierno mexicano en voz de un toluqueño, el licenciado Agustín García López (1900-1976), entonces secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, anunciaba la conclusión de la Carretera Panamericana México, con un costo de 500 millones de pe-sos, obra que sumaba los trabajos realizados durante los periodos de los presidentes Abelardo L. Rodríguez, Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán.

La nueva carretera de Ciudad Juárez a El Ocotal (después Ciudad Cuauhtémoc) tenía una extensión aproximada de 3,500 kilómetros y cruzaba las entidades federativas de Chihuahua, Durango, Zacatecas, Aguascalientes, un pequeño fragmento de Jalisco, Guanajuato, Queré-taro, México, Distrito Federal, Puebla, Oaxaca y Chiapas.

Automóvil Lancia Aurelia conducido por el italiano Umberto Maglioli.

Ferrari piloteado por el italiano Luigi Chinetti.

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El licenciado García López informaba también el propósito de or-ganizar una auténtica feria del camino en la que a lo largo de 3,557 kiló-metros se mostrara la diversidad de regiones, productos y costumbres.

Para la inauguración, se decidió también llevar a cabo una espec-tacular carrera de automóviles, proyecto que ya se vislumbraba des-de la VIII Asamblea de la Federación Interamericana de Automóvil Clubs, celebrada en nuestro país en 1948.

De esta manera se planeó la I Carrera Panamericana de Autos México, en 9 etapas: Ciudad Juárez-Chihuahua (375 km), Chihuahua-Parral (300 km), Parral-Durango (404 km), Durango-León (404 km), León-Ciudad de México (448 km), México-Puebla (135 km), Puebla-Oaxaca (412 km), Oaxaca-Tuxtla Gutiérrez (540 km) y finalmente Tuxtla-Gutiérrez-El Ocotal. La competencia despertó una gran pasión en lo deportivo y un gran interés en el conocimiento del país.

La I Carrera Panamericana tuvo un registro de 132 automóviles que representaron a 10 países: Estados Unidos, con 59; México, 57; Colombia, 4; Venezuela, 4; Italia, 2; Perú, 2; El Salvador, 1; Guatemala, 1; China, 1, y Francia, 1.

El reglamento especificaba, entre muchos otros requisitos, que fueran automóviles de modelos 1947, 1948, 1949 y 1950. La mayoría de los automóviles inscritos correspondían a marcas norteamericanas: Cadillac (22), Buick (17), Lincoln (16), Oldsmobile (14), Mercury (11), Hudson (9), Ford (8), Nash (8), Packard (7), Studebaker (4), Chevrolet (3), Chrysler (3), De Soto (2) y Cord (1). Solamente se registraron 6 automóviles europeos: Alfa Romeo (2), Delahaye (1), Lago Talbot (1) Hotchkiss (1) y Jaguar (1); un automóvil no se presentó.

Aquel 5 de mayo de 1950 partieron de Ciudad Juárez más de 200 intrépidos corredores, entre pilotos y copilotos. El carro que abrió la carrera fue el Hudson número 1, tripulado por los mexicanos Luis Iglesias Dávalos como piloto y Tomás Iglesias Dávalos, como copiloto. Les seguían pilotos, conocidos unos y desconocidos otros, que pronto empezaron a sonar por sus hazañas: Jackeline Evan —la única mu-jer—, José Estrada Menocal, Troy Lynn Ruttman, José Antonio Solana,

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Olegario Pérez, Javier y Fernando Razo Maciel, Luis Leal Solares, Roy Pat Connor, William W. Stterling, Félix Cerda Loza, Felice Bonetto y Piero Taruffi, el famoso Zorro plateado, por citar algunos.

En el registro inicial aparecía el carro número 77, un Lincoln 1949 que llevaba como piloto a Joe Littesuderec y como copiloto a Adolfo Dueñas Costa, que representaba a Toluca; sin embargo, desde la primera etapa, el carro número 77 lo condujo Jesús Valezzi, quien por cierto terminó la carrera en un honroso vigésimo lugar. Otro dato interesante era que el carro número 28, patrocinado por Olivetti Mexi-cana, S.A., lo tripulaba nada menos que Gutierre Tibón, el filólogo e historiador. Se trataba de un Chrysler 1950, año que curiosamente formaba parte del título de su libro México 1950, que había dado a conocer ocho años antes.

Aquella primera carrera empezó enlutando al deporte automo-vilístico de Guatemala, pues apenas a treinta kilómetros, el automóvil 112, un Lincoln 1949, derrapó y en el accidente pereció el representan-te de aquel país: Enrique Hachmeister.

Miles de sucesos acompañaron aquella primera carrera que fi-nalmente culminó con el triunfo de Herschell Mc. Griff, de Estados Unidos, quien en su Oldsmobile número 62 computó un tiempo de 27 horas, 34 minutos y 25 segundos durante todo el trayecto.

La ciudad de Toluca, en esa exacta mitad del siglo xx, era punto de paso de dos de las más importantes carreteras de la época: una, la llama-da Carretera Internacional, en la que tanto tuvo que ver don Filiberto Gómez, la cual partía de la capital de la república, seguía hacia la capital del Estado de México y continuaba rumbo a Morelia, pasando por las impresionantes Mil Cumbres y Guadalajara para proseguir hasta la fron-tera con Estados Unidos; la otra era la naciente Carretera Panamericana (de Ciudad Cuauhtémoc a la ciudad de México llevaba el nombre de carretera Cristóbal Colón) que entonces pasaba por el Distrito Federal, Toluca y seguía hacia Palmillas, Querétaro, para continuar por el Bajío y seguir rumbo al norte hasta llegar a Ciudad Juárez, Chihuahua.

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Estas dos carreteras tenían como tronco común el tramo México-Toluca que en su trazo contaba puntos retadores para el manejador y peligrosos para todo aquel que por ella circulara: Cruz Blanca, Las Cruces, Puente de Tantoco, Cola de Pato, Río Hondito, Rancho Colora-do, entre otros.

En una época en que los libramientos, periféricos o circunvala-ciones aún no se popularizaban, ambas carreteras cruzaban virtual-mente la ciudad de Toluca y se bifurcaban en la esquina de las hoy avenidas Hidalgo y Guillermo Prieto, entonces Cedros de Líbano. Por esta razón esta esquina fue un punto estratégico, tanto así, que dio lu-gar al legendario restaurante Caleta que en 1938 fundara el respetable matrimonio toluqueño formado por don Casimiro Novoa y doña Sofía Valdés. Los automovilistas y camioneros que venían por ejemplo de la ciudad de México con la intención de seguir cualquiera de las dos carreteras citadas, llegaban a ese sitio de decisión: seguir de frente por la avenida Hidalgo, si iban rumbo a Morelia, o doblar a la derecha si su propósito era seguir hacia el Bajío.

Este casi imperceptible detalle dio lugar a que el referido restauran-te Caleta, hasta la fecha, justificara estar abierto las 24 horas y que en-tre sus comensales pudiera encontrarse eventualmente al tenor Pedro Vargas, a Cantinflas o a la misma Joan Crawford, como llegó a suceder.

Tampoco es casualidad que el 19 de enero de 1950 la nueva pavi-mentación de las calles de Toluca se iniciara simbólicamente, precisa-mente ahí. Creemos que esta digresión es necesaria porque esa esquina fue un excelente punto de observación de aquella excitante competen-cia automovilística, dentro de la ciudad y en plena calle.

Retomamos el relato para decir que a partir de la II Carrera Pa-namericana se invirtió el sentido de su dirección, es decir, si la pri-mera se corrió de norte a sur (Ciudad Juárez, Chihuahua-El Ocotal, Chiapas), las subsecuentes cuatro carreras, de la II a la V, que forman la evocadora primera época de la misma, se corrieron de sur a norte (Ciudad Cuauhtémoc, Chiapas-Ciudad Juárez, Chihuahua) y casi pue-de afirmarse que fueron las que más animación despertaron en nuestra

Automóvil de categoría Standard dando vuelta frente al legendario café Caleta.

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ciudad, al grado tal que muchos recuerdan aún con emoción aquellas hazañas que en buena parte influyeron para que nuestros corredores locales de automóviles establecieran la famosa competencia Circuito Colón, que es por sí sola otra historia toluqueña que algún día comen-taremos.

La II Carrera Panamericana (1951) la ganó el famoso corredor italiano Piero Taruffi, con un tiempo de 21:57’52’’ y un promedio de velocidad de 141,729 kilómetros por hora; el segundo lugar lo obtuvo otro italiano: Alberto Ascari, ambos de la imponente escudería Ferrari.

Thomas E. Stimmson Jr., en un artículo especializado que se pu-blicó en la revista Mecánica Popular de aquel año de 1951, afirmaba que los autos Ferrari habían obtenido el primero y segundo lugar en aquella carrera fundamentalmente

porque alcanzaban una velocidad de 276.8 kilómetros por hora en rectas, tenían un motor de 12 cilindros que desarrollaban 380 caballos de fuerza a 7,500 revoluciones por minuto. Poseían una transmisión de cuatro velocidades montada conjuntamente con el diferencial en la parte posterior del auto, la suspensión trasera era del tipo europeo De Dion, con muelles de hojas transversales, disposición que reducía la cantidad de peso sin muelles.59

En esa II carrera, otro italiano, Felice Bonetto, encontró la muerte en Silao, Guanajuato, cuando su auto materialmente voló, al pasar un vado dentro de la ciudad. Este suceso por mucho tiempo fue comen-tario de café, narrado con particular vehemencia por Luis Escárcega Katicho, aficionado al automovilismo y al arte histriónico, así como miembro de la dinastía del recordado don Tomás Escárcega de la le-gendaria miscelánea La Gruta.

59 Stimmson Jr., Thomas E. (1951). Mecánica Popular. Edición en español del Popular Mechanics Magazine, H.H. Windsor, Editor, México.

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En la misma competencia, pero en la etapa Oaxaca-Puebla, murió también don Carlos Panini, en un accidente sufrido en el Alfa Romeo número 19 que tripulaba su hija, Teresita Panini.

Mucho es lo que hay que recordar de esta carrera que entusiasmó tanto a los toluqueños que siguieron con particular interés por medio de la prensa y de las narraciones radiofónicas hechas por Jorge Labar-dini y Daniel Pérez Arcaraz, y que de alguna manera fueron haciendo sus ídolos a corredores como Moisés Solana, Freddy Van Beuren, el Che Estrada Menocal, Douglas Ehlinger, William Bill Sterling, el Va-quero Troy Ruttman, el argentino Juan Manuel Fangio y los italianos Humberto Maglioli, Felice Bonetto, Bruno Bonini y tantos más.

La III versión de la Panamericana (1952) tuvo ya dos categorías: la Sport, en la que compitieron fundamentalmente autos Ferrari, Ja-guar, Mercedes Benz, Porsche, Gordini, Lancia Aurelia y otros, y la Standard, en la que participaban principalmente los automóviles tipo Chrysler Saratoga, Hudson Hornet, Nash Ambassadeur, Dodge Coro-net, Cadilla, Lincoln, Mercury, Oldsmobile, etcétera. Las diferencias en los resultados fueron notables aunque se tratara del mismo recorri-do constituido por planos, lomeríos y montañas.

En la IV carrera (1953), las categorías fueron Sport Internacional, Turismo Internacional, Sport hasta 1600 c.c. y Turismo Especial.

La V carrera (1954) presentó también modificaciones en las diferen-tes clases: Sport Mayor, Sport Menor, Turismo mayor abierta, Turismo Especial y Turismo Europeo.

A las márgenes de las jóvenes palmeras de la avenida Hidalgo, cerca del Monumento a la Bandera, pasaron autos como el que se hizo famoso por su mote de la Cucaracha; el Mercedes Benz número 4 del alemán Hermann Lang, patrocinador del Daimier Benz Aktiengesells-cft; el Ferrari número 12 del mexicano Pablo Aguilar, patrocinado por la crom y el estado de Puebla; el Ferrari número 16 del italiano Lui-gi Villoresi, patrocinado por Industrias 1-2-3; el Jaguar número 18 de Douglas Ehlinger que corría por México y que era patrocinado por Pa-checo y Cía. S.A.; el Lancia Aurelia número 26 del italiano Humberto

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Maglioli, quien se autopatrocinaba, y el Oldsmobile 114 del mexicano Félix Cerda Loza, patrocinado por Phillips Radio.

Actualmente la Carrera Panamericana se sigue llevando a cabo bajo una nueva modalidad, que parece no tener la misma espectaculari-dad que tuvieron aquellas carreras de hace medio siglo.

El Sol de Toluca, 7 de junio de 2004.

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Toluca, Ehécatl y los papalotes

Tanto en la artesanía como en el arte popular mexicanos hay por lo menos tres expresiones que sintetizan influencias que llegaron a la Nueva España, ya sea por el occidente o por el oriente: la cerámica con decoración azul sobre fondo blanco conocida genéricamente como Talavera, la pirotecnia y el juguete llamado cometa y conocido entre nosotros como papalote.

Dedicamos el presente artículo a este aparentemente humilde juguete que encierra no sólo una tradición milenaria, sino que es un objeto recreativo de uso universal.

En la zona arqueológica de Calixtlahuaca, como se sabe, existe un templo circular dedicado a Ehécatl, el dios del viento de nuestros antepasados prehispánicos. Su estructura física en especie de espiral nos recuerda los remolinos tan frecuentes en nuestro valle durante los meses de febrero y marzo, que la paremiología popular ha reducido al refrán “Febrero loco y marzo otro poco”.

En efecto, al llegar estos meses a Toluca llega también la diversión de aquellos que salen a volar sus papalotes, desde los elaborados en forma rudimentaria con técnica artesanal, hasta los elegantes y sofisti-cados, adquiridos en los grandes centros comerciales.

El cometa o la cometa, como ya se dijo, en nuestro país se deno-mina con el aztequismo papalotl, que significa mariposa. El origen de este juguete se encuentra indudablemente en China, en donde se le

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designa con el nombre genérico de feng cheng, que se traduce como juguete del viento.

Es evidente que los juguetes más antiguos de la humanidad están basados en los cuatro elementos enunciados por algunos filósofos clá-sicos: tierra, agua, fuego y aire; éste, factor indispensable para que el juguete que hoy nos ocupa pueda funcionar.

Nagao, el estudioso del folclore chino, afirma que en esa tierra de procedencia del cometa hay más de sesenta variantes del mismo; alguna de ellas pasó a Europa y a mediados del siglo xv, el cometa ya aparecía en la literatura europea, aunque su popularidad en la parte más occidental de aquel continente se dio hasta el siglo xvii.

En México, en 1790 y 1791, en la Gaceta de Alzate ya se menciona el papalote o cometa.

Este antiquísimo juguete casi en todas las culturas y por una ana-logía muy fácil de explicar, se le ha identificado con animales volátiles; así, en ciertos países americanos se le denomina pájara, pajarilla, pa-jarita y pájaro bitango, esta última palabra derivada de beta, cuerda.

En la propia China suele llamársele ta-sha-yen, que significa go-londrina; mu-kung, que quiere decir libélula, o yua, que equivale al ave rapaz milano.

La descripción que del milano hace el diccionario, explica por qué su forma, colores y cualidades lo hacen comparable al cometa. Veamos: ave diurna del orden de las rapaces, que tiene unos siete decí-metros desde el pico hasta la extremidad de la cola y metro y medio de envergadura; plumaje del cuerpo rojizo, gris claro en la cabeza, leona-do en la cola y casi negro en las penas de las alas, pico y tarsos cortos, y cola y alas muy largas, por lo cual tiene el vuelo facilísimo y sostenido.

En Italia, al cometa se le compara con una enorme águila, razón por la cual se le llama aquilone.

Los ingleses lo bautizaron como kite, es decir, el mismísimo mi-lano. Los portugueses lo asocian al papagayo y los turcos con el búho yupulag, aunque también le llaman ucurtma.

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En Bulgaria es denominado de dos maneras: jwertshilo, que sig-nifica simplemente volador, o bien shtshraklo, nombre que también procede de la fauna voladora, ya que es un pequeño tábano del ganado vacuno.

Los franceses, basándose en un gran escarabajo (lucumus cervus), le nombraron ciervo-volante, o sea cerf-volant. Los bereberes de la re-gión de Rif en Marruecos le llaman zasiwant, que es una temidísima ave que azota el desierto. El cometa recibe también otros nombres de animales, reales o fantásticos. En Brasil se le dice arraia, que es un pez; también es llamado arraia mijona, bujarrona, gaméllo, morcego, pandorga y tapioca.

En Rusia se le conoce como z-mei, comparándolo con una ser-piente. En Cuba y algunos países de Centroamérica, el cometa es de forma hexagonal, más alto que ancho, quizá por ello le designen ba-rrilete.

No obstante, el nombre más generalizado parece ser el de dra-gón. Así, para los armenios el cometa es bischan; para los habitantes de Bohemis, drak; para los daneses, drage, y para la mayor parte de los alemanes, drachen. También papierdrachen, dragón de papel.

Will A. Oesch publicó en Zúrich (1955) un interesante ensayo acerca del cometa; en él hace la siguiente cita:

Según Hubschmied (Vox Románica III 1938, p. 61) las aguas que rui-dosas bajan de los Alpes, han sido llamadas dragones, creyendo que sólo un ser infernal como el dragón —mitad pájaro, mitad culebra— podía arran-car de las montañas árboles grandes y piedras del tamaño de una casa. Aquí el nombre griego Hdrákon (el que tiene la mirada penetrante) ha sido elegi-do por razones tabuísticas en lugar del nombre local Lindwurm, dragón.60

60 Oesch, Will A. (1953). “Tradición” en Revista Peruana de Cultura, año III, vol. V, enero de 1953, núms. 12-14, Cuzco, Perú.

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Agrega Oesch que no sorprende el hecho que en China, cuna del cometa, no se le llame dragón porque el nombre divino es tabú.

De Groot en su Religious System of China (Vol. V, p. 477) dice: “El dragón representa en China el dios del agua y de la lluvia, el régi-men universal del agua está relacionado con él. El dragón produce el viento y la lluvia bienhechora para la humanidad”.61 Por esta razón se ha tratado de explicar por qué en China el tiempo de volar cometas dura aproximadamente dos meses, desde principios de primavera has-ta la llegada de las lluvias.

En el panteón náhuatl el equivalente al dios chino representado por el dragón sería Tláloc, dios del agua, que hace llover, una vez que Ehécatl, dios del viento, ha juntado las nubes. Curiosamente, en el va-lle de Toluca, donde se veneró y probablemente se sigue valorando a Ehécatl, la época de volar papalotes es también desde los asomos equinocciales de primavera hasta la llegada de los primeros aguaceros.

En algunas aldeas chinas se hacen gigantescos cometas comu-nales sobre los cuales se escriben peticiones de bendición y ruegos de tranquilidad para el pueblo. Nagao afirma que se considera de buen augurio romper la cuerda o hilo de la cometa.

Esta ancestral creencia perdura de manera sorprendente. En Francia actualmente el volar cometas es una especie de deporte; exis-ten cometas de combate manufacturados industrialmente en los que el cáñamo es tratado con polvo de vidrio para cortar el hilo de los co-metas contrincantes. En México también siempre ha sido costumbre reventar el hilo de los papalotes ajenos, quizá no con sentido mágico, sino solamente con espíritu de competencia.

José María Roa Bárcena (1827-1908), el polémico escritor jala-peño, en su bella narración titulada “Combates en el aire” (Relatos, Biblioteca del Estudiante Universitario, unam, 1955), hablando de pa-palotes explica que:

61 Id.

Papalote o cometa impulsado por Ehécatl.

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[…] introducidas a través en la cuerda que rematan la orla; a la mi-tad de la cuerda solían ir las navajas, terribles en la lucha entre uno y otro papalote; eran dos navajas de gallo, afiladísimas, salientes de los flancos de un mango central de madera y con las cuales el poseedor cortaba el hilo del contrario, que abandonado así a su propia suerte en alas del viento iba dando vueltas y tumbos hasta caer a considerable distancia.62

Roa Bárcena, hombre sensible, recuerda el enorme entreteni-miento que constituía entregarse a la hechura y lanzado de papalotes, según se percibe en su relato:

Los preliminares de tal diversión trataban de la manufactura del papalote, los más usados, o eran paralelogramos o pandorgas de papel o lienzo, según su tamaño e importancia, con el marco o las varas que en su interior se cruzaban hechos de una caña consistente y flexible llamada ota-te, con rezumbas de tripa o pergamino o trapo en sus extremidades alta y baja, ligeramente combadas: o llevaban el nombre y la forma de cubos, con sólo tres varillas cruzadas y un fleco ancho del mismo papel o lienzo a dere-cha e izquierda. Unos y otros solían lucir los colores de nuestra bandera o figuras de moros y cristianos, aves y cuadrúpedos. Los rabos o colas eran larguísimos y formados de tiras de paño u otras telas, de mayor a menor.63

La narración que Roa Bárcena hace del papalote da una idea de la importancia que este divertimento tenía para la recreación de los niños del siglo xix, pues no se reducía a una diversión sólo diurna, pues agrega:

La noche no ponía fin a tales ejercicios; y había correos o linternas de papel, pendientes de una rueda grande de cartón, por el centro agujereado

62 Roa Bárcena, José María (1955). Relatos, 2ª edición, Biblioteca del Estudiante Univer-sitario, ediciones de la unam, México, pp. 196-197.

63 Id.

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de la cual se hacía pasar el hilo del papalote, y que, empujados por el viento, iban a dar hasta el frenillo y se mecían en lo alto, conservando encendidas sus velas.64

Otro brillante escritor mexicano, Agustín Yáñez, en su emotivo “Episodio del Cometa que vuela” (Flor de Juegos Antiguos), recrea todo el caudal de sensaciones del manejo de un papalote —él lo llama papelote, y por cierto el poeta Jaime Sabines también prefiere desig-narlo así—. Por la belleza del relato, así como de la metáfora que encie-rra, merece reproducirse:

La tarde está de modo. Se han alzado los vientos, blandamente, sin furia y parejos. Colgado en el zaguán, y triste, el papelote quiere volar: con un hilo largo, llegaría a las nubes. Sin decir a mi madre, tomaré el carrete nievo de hilo encerado; dice allí que tiene doscientas yardas: una medida gringa que ha de ser el doble del metro; no sé bien, porque nunca me lo explicaron en la escuela. Sacaré del cajón, el carrete; al cabo es por un rato; luego lo envolveré cuidadosamente, y mi madre se alegrará de mi alegría: ¡manejar el sol con un hilo, como los títeres!

Ya está. Ya está subiendo. Más aprisa y más suave de lo que me ima-ginaba. El papelote se mueve de un lado a otro, como si bailara de gusto, camino del cielo. Con unos cuantos tirones, sin correr casi, el aire lo cogió luego, luego. Sentado en una barda, voy soltando el carrete. Ya está más alto que san José. Estiro, y bien pasa un minuto, hasta que el sol se mueve a mi mandato. Hago fuerza para que no me arranque el hilo: ¡qué macizo es: no se revienta ni con los más recios jalones! Un ratito que lo suelto, se lleva medio carrete. Ya se ve muy alto, lejos, reducido, colorado y alegre como una chispa sobre el cielo sin nubes.

—¡Madre, sal un ratito al patio, alza la cabeza, madre, mira qué gloria!

64 Id.

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En esto siento que el hilo se zafa, y el carrete, vacío como una canilla seca, rueda por la azotea. Y no sé si ver el papelote que sigue subiendo, o a mi madre que se asusta porque corté en seco mis gritos de alegría. Estoy despavorido, como si fuera cayéndome a un pozo sin fondo; como si la tierra se derrumbara. El papelote, chiquito, como globo que se pierde en el cielo, va muy lejos, muy alto, más allá de Catedral, yo creo que por Analco; apenas se distingue la manchita colorada, alegre; y no colea, ni se cae; como si los Ángeles se lo robaran, camino del Paraíso. Se me ha nublado el sol, la tarde, la vista. No miro más que una manchita colorada y un hilo largo, fuerte, encerado, como de doscientas yardas. Cuando se murió mi padre, sentí igual. Que todo se acababa para mí; como se ha acabado la tarde, y la alegría, y el gusto de ir con amigos, y la ilusión de salir al campo, y el deber de concurrir a la escuela; quisiera que el sol no volviera a salir y todo fuera oscuridad para esconder mi tristeza y vergüenza. Todo se ha acabado.65

Yáñez logra expresar con su bella prosa que volar un papalote o papelote no es simplemente manipularlo, es volar uno mismo como una extensión del propio juguete.

El papalote, juguete universal que ha gratificado a muchas ge-neraciones —niños, jóvenes y adultos de todo el mundo—, sigue vivo y vigente como hace miles de años que surgió, revitalizado por nue-vos diseños y materiales, como lo demuestran los cometas creados en Francia por André Cassagnes y Michel Gressier, entre otros papaloteros modernos, pero manteniendo siempre su esencia simbólica.

Este juguete artesanal, que además de los nombres ya mencio-nados recibe otros como cambucho, chiringa, volantín, capuchina, milocha, leija, bola, diablo, alf y muchos más, en nuestro país ha sido relegado por el alud de juguetes que impone la publicidad; merece por ello un desagravio.

65 Yáñez, Agustín. Flor de juegos antiguos, Editorial Novaro, S.A., México.

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Hay que fomentarlo por medio de concursos, tanto para su he-chura como para su manejo; Europa y Asia lo están haciendo con mu-cho éxito. Volar un papalote allá es una combinación de arte, deporte y tradición.

En 1992, durante la Expo 92 en Sevilla, en el Pabellón de las Artes se montó una muestra titulada “Arte en el Cielo”; esta singular exposi-ción estuvo compuesta por un centenar de cometas decorados por un número igual de artistas de todo el mundo. Definida como Museo del aire fue una aportación de Alemania al citado pabellón y después fue llevada a Estados Unidos y Canadá, para finalmente ser subastada y con los fondos reunidos cooperar para hacer frente a catástrofes naturales. La construcción de los cometas fue confiada a artesanos japoneses que los hicieron con técnicas tradicionales.

Por su parte, Shanghái, la ciudad industrial más grande China, desde 1993 organiza una competencia internacional de cometas a la que asisten representantes de diferentes países y varios cientos de mi-les de turistas. Lo interesante es que ese certamen se lleva a cabo en el campo de vuelo de cometas de Fengxin, recinto hecho ex profeso con la aprobación del Consejo Estatal de Cultura Física y Deportes. Este campo tiene una extensión de más de 400,000 metros cuadrados y tuvo un costo de 12 millones de yuanes, el equivalente a dos millones de dólares.

Esos festejos se organizaron para celebrar que se cumplían 2,000 años de que un legendario general chino —según cuenta la leyenda— ganó una batalla con el empleo de cometas.

Toluca debe seguir preservando la costumbre de volar papalotes; tenemos la tradición, la habilidad, los materiales, los espacios, pero lo más importante, tenemos todo el apoyo del buen amigo Ehécatl. ¡Aprovechémoslo!

El Sol de Toluca, 16 de febrero de 2004.

Lista de la Lotería Nacional con primer premio en Toluca, 1942.

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La lotería en Toluca (Primera parte)

El diccionario define a la lotería como “especie de rifa que se hace con mercaderías, billetes, dinero y otras cosas, con autoridad pública”. Hubo la lotería primitiva o vieja, que después fue sustituida por la lla-mada lotería moderna, o sea, el juego público en que se premian con diversas cantidades varios billetes sacados a la suerte entre un gran número de ellos que se ponen en venta.

La recordada Patricia Cox nos dice que en 1767 llegó a la Nueva España un joven dinámico y hombre de empresa, que se llamaba Fran-cisco Xavier Sarría, y que venía con la intención de amasar fortuna sin perjudicar a los demás, ni a sus intereses.

Con ese gran sentido del humor, que siempre caracterizó a doña Patricia, nos dice que en la Nueva España se jugaba en grande y que el juego más arriesgado era la explotación de las minas, que ni al más arriesgado buscador de fortuna amedrentaba.

Sarría tuvo conocimiento de que una vez se había organizado una rifa a beneficio de un hospital y que el resultado había sido todo un éxito; supuso entonces que una lotería tendría gran aceptación entre el público, así que planeó entonces una lotería como la que se había esta-blecido en Madrid en 1763, similar a las que funcionaban en Holanda e Inglaterra, países protestantes, por lo que pensó presentarla como una invitación que podía interesar a los países católicos del mundo.

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Su proyecto llegó hasta el rey, a quien explicó que con su lotería se evitarían los lamentables daños que provocaba en México el envite, “vicio feo por el que vemos en la mayor pobreza al que mirábamos ayer en la opulencia”.66

El rey —nos sigue ilustrando doña Patricia— entendió la convin-cente exposición y aceptó la lotería para la ciudad de México, siempre y cuando Sarría fuera su director y desterrara en esa forma “ese feo vicio del envite”.

El plan de Sarría consideraba reunir 50,000 personas que apor-taran $20.00 cada una, para formar un fondo de $1,000,000, y de las ganancias descontar 14% para los gastos del erario. Costaría $20.00 el billete y se fraccionaría para que hubiera mayor número de com-pradores. Habría cuatro premios principales: uno de $50,000, otro de $20,000, uno de $10,000 y el cuarto de $8,000; todas ellas, sumas ten-tadoras.

Contra lo que se esperaba, el público se abstuvo de comprar bille-tes porque eran muy caros, así que el primer sorteo tuvo que retrasarse hasta el 13 de mayo de 1771 y el segundo se efectuó el 13 de julio de ese año.

Los billetes se vendieron entonces a $4.00 y los premios se redu-jeron a $10,000, $8,000 y $6,000. Muy pronto aquellos billetes cayeron en manos de negociantes que los rifaban, por lo que con un poco de suer-te les costaban menos de su precio normal. Los organizadores de es-tas últimas rifas siempre ganaban, hasta que fueron suspendidas bajo multa de $1,000 a los contraventores.

La lotería se volvió un negocio tan productivo que muy pronto las cofradías organizaron loterías a beneficio de un hospital, para el arreglo de una iglesia, para encargar un frontal de plata o para una custodia.

66 Artículo publicado en la sección editorial del diario Excélsior, México. No me fue po-sible identificar la fecha de publicación ni los demás datos hemerográficos, por lo cual solicito la amable compresión del lector. N. del autor.

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Hasta el virrey de Revillagigedo pensó en una lotería que le per-mitiera concluir el palacio virreinal y el alcázar de Chapultepec, obras que se habían suspendido por falta de dinero. Hasta aquí la valiosa información de doña Patricia Cox.

La Lotería Nacional para la Asistencia Pública, aún en funciones, tiene su antecedente más remoto en el bando real expedido en Madrid por el Rey de España, Carlos III, de fecha 19 de septiembre de 1770, cuando la entonces colonia española era gobernada por el virrey Mar-qués de Croix.

Desde entonces, los mexicanos juegan a ella y los toluqueños no han sido la excepción. Debe recordarse también que en nuestra ciudad hubo lotería local.

Al convertirse Toluca en capital del estado, los Supremos Poderes se trasladaron de Tlalpan a nuestra ciudad, el 24 de junio de 1830. Pero dos meses antes, el Congreso estatal había concedido a Toluca el per-miso para establecer una lotería, reglamentando el gobierno lo relativo a su administración; esto fue mediante el Decreto 129, de fecha 20 de abril de 1830.

Ya en el siglo xx, diez meses antes de morir el entonces goberna-dor José Vicente Villada, el Decreto 23 de 9 de octubre de 1903 autori-zaba el establecimiento de una lotería en Toluca, denominada Lotería de la Beneficencia Pública del Estado de México.

En junio de 1906, el sucesor de Villada, general Fernando Gonzá-lez, basándose en la facultad que le concedía el Artículo 14 del decreto mencionado en el párrafo anterior, decretaba:

Artículo 1. Se autoriza al señor José Ignacio Icaza, actual gerente de la compañía que explota la lotería citada, para que pueda verificar, mensual-mente, además de los dos sorteos menores y el mayor de que hablan los ar-tículos 3º y 4º del Decreto 23 mencionado, dos sorteos extraordinarios cada mes, con premios desde seis mil pesos ($6,000) hasta veinte mil ($20,000).

Artículo 2. Estos sorteos, en ningún caso, podrán tener una emisión mayor de veinte mil billetes, ni tampoco un premio principal que exceda

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de veinte mil pesos; ni menos podrá el concesionario ofrecer premios que importan una cantidad menor del cincuenta y siete por ciento del valor total de los billetes que se emitan.

Artículo 3. El interventor cuidará, escrupulosamente, de la más per-fecta observancia por parte del concesionario, de lo prevenido para los sor-teos que se aumentan, en los mismos términos a que se obliga la fracción D del Artículo 13 del decreto 23 repetido, el cual por lo mismo así en esa parte como en lo general continúa en todo su vigor y fuerza, sin más mo-dificación que el aumento de los dos sorteos extraordinarios de que trata el presente, que comenzará a surtir efecto desde el día primero del entrante julio.

Por tanto mande se imprima y publique para su observancia.Toluca, junio 11 de 1906.67

Firmaban aquella disposición Fernando González, gobernador del estado, y Carlos Castillo, secretario general.

Posteriormente, en las leyes de ingresos para ejercicios fiscales anuales, aparecía un apartado referente a los productos de estas loterías. Por ejemplo, en la Ley de Ingresos de 1908 a 1909 leemos en el Artícu-lo 150: “Serán ingresos de este ramo los productos de loterías estable-cidas o que se establezcan. La percepción de estos productos se regirá por las leyes de comercio relativas”.68

En 1913, siendo gobernador interino el doctor Antonio Vilchis Barbabosa, se expidió el Decreto número 20, en los siguientes términos:

Art. 1 Se autoriza al Ejecutivo del Estado para celebrar nuevo contra-to con el C. José I. Icaza para la Lotería que tiene establecida en la capital

67 Téllez G. Mario e Hiram Piña L. (compiladores). Colección de decretos del Congreso del Estado 1824-1910 (formato digital), LIV Legislatura, Instituto de Estudios Legislati-vos/Universidad Autónoma del Estado de México/El Colegio Mexiquense, Toluca.

68 Ibid., Decreto núm. 41. Ley de Ingresos para el Ejercicio Fiscal de 1908 a 1909. Artículo 150, Capítulo Vigesimosegundo, referente a Productos de Loterías, 2 de mayo de 1908.

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del estado y que se denomina “Lotería de la beneficencia pública del Estado de México,” sujetándose a las bases que más adelante se enumeran.

Art. 2 Se concede permiso al C. José I. Icaza por el término de diez años desde el día diez de octubre de mil novecientos trece para que conti-núe verificando los sorteos de la Lotería a que se viene haciendo referencia.

Bases de contrato1. Dicha licencia será obligatoria para el gobierno del estado por el tér-

mino de diez años a contar desde la fecha indicada en artículo 2º.2. El señor José I. Icaza podrá verificar mensualmente tres sorteos en

las fechas que determine la administración con intervalo cuando menos de tres días.

3. Estos sorteos se denominarán mayores y menores; los menores se verificarán dos veces cada mes con un premio principal de un mil trescien-tos pesos y los mayores una sola vez cada mes con un premio principal de cinco mil pesos.

4. Los sorteos menores constarán de diez mil billetes de a cincuenta centavos cada billete, con cinco fracciones de diez centavos cada uno; los ma-yores de quince mil billetes de a peso con diez fracciones de a diez centavos.

5. En los sorteos menores se distribuirán los premios en el orden siguiente:

Uno de a $1,300.00Uno de a 200.00Uno de a 100.00Uno de a 50.00Cinco de a $20.00 cada uno 100.00Diez de a $10.00 cada uno 100.00Cincuenta de a $5.00 cada uno 250.00Trescientos de a $2.00 cada uno 600.00Trescientos sesenta y nueve con valor de 2,700.00Sobrantes 2,300.00 $5,000.00En los sorteos mayores la distribución será como sigue:Uno de a $5,000.00

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Uno de a 500.00Uno de a 250.00Dos de a $100.00 cada uno 200.00Cinco de a $50.00 cada uno 250.00Cuarenta de a $20.00 cada uno 800.00Ochenta de a $10.00 cada uno 800.00Doscientos de a $5.00 cada uno 1000.00Doscientos de a $4.00 800.00Quinientos treinta premios con valor de $9,600.00Sobrantes $5,400.006. Tres días antes de aquel en que los billetes de cada sorteo se pongan

a la venta, el concesionario depositará precisamente en el Banco del Estado el importe de los premios que hayan de distribuirse y sólo podrá retirarse el depósito con orden del Ejecutivo.

7. En el caso de que no sea vendido el billete favorecido con el primer premio en los sorteos menores, éste se distribuirá entre los trece números anteriores y trece posteriores al número agraciado. En los sorteos mayores distribuirá entre los veinticinco anteriores y los veinticinco posteriores al número favorecido.

8. En el caso de que no fueren vendido los números aproximados; se-gún especificación hecha en el artículo anterior, el premio íntegro, quedará a favor de la beneficencia.69

Meses después, ya bajo la administración del gobernador susti-tuto, general Joaquín Beltrán, el Decreto número 38, de fecha 15 de octubre de 1913, reformó el Decreto número 20, antes mencionado, de la siguiente manera:

Artículo único. Se reforma el artículo 4º del decreto número 20 de veintidós de mayo del año en curso, en los términos siguientes: Art. 4º. La

69 Ibid., Decreto núm. 20.

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Lotería deberá denominarse “Lotería de la Beneficencia Pública del Estado de México” y el primer sorteo se verificará el día dos de abril de mil nove-cientos catorce. 70

Firmaban además del gobernador Beltrán, el secretario general don Rafael M. Hidalgo, así como el diputado propietario Felipe de la Barrera y los diputados suplentes Jesús M. Maduro y M. Miranda Flores.

Durante la administración del gobernador Beltrán, el 10 de di-ciembre del mismo año de 1913 se decretó lo que a continuación se transcribe:

Que en uso de la facultad que al Ejecutivo concede la fracción XV de las bases del Decreto número 20 de 22 de mayo del corriente año, ha tenido a bien decretar lo siguiente:

Art. 1º. Se autoriza al C. José I. Icaza, Concesionario de la “Lotería de la Beneficencia Pública del Estado de México” para verificar mensualmente sorteos extraordinarios cuyos premios principales serán de seis mil pesos hasta treinta mil pesos, quedando facultado el mismo Concesionario para hacer la distribución y reparto de los premios en la forma que lo estime conveniente.

Art. 2º. El número de sorteos a que se refiere el artículo anterior po-drá verificarlos el C. Icaza hasta dos veces por semana; en ningún caso será menor que el de dos en cada mes.71

Habiéndose dado aquella concesión por diez años, buscamos da-tos de 1923, época ya del gobernador Abundio Gómez, y nos encontra-mos que efectivamente había lotería, la cual se anunciaba utilizando el logotipo triangular cuya fotografía presentamos. La publicidad decía: “Lotería de Toluca para la beneficencia Pública del Estado de Méxi-

70 Ibid., Decreto núm. 38. Reforma al Decreto de la Lotería de Beneficencia Pública, 15 de octubre de 1913.

71 Id.

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co. La más liberal. La que mejor garantiza los intereses del público. Sorteos semanarios con premios mayores de $5,000.00 y $20,000.00. Oficinas en México: República de Chile No. 11. Teléfonos: Eric. 19-26 y Mex. 29 Neri”.

Nueve años más tarde, en 1932, el periódico Acción Social todavía publicaba los anuncios de la Lotería de Toluca para la Beneficencia Pú-blica, con dos sorteos semanarios: los miércoles el Premio Mayor era de $4,000.00, en tanto que los sábados era de sólo $2,000.00.

El Sol de Toluca, 16 de diciembre de 2002.

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La lotería en Toluca (Segunda parte)

En nuestro artículo anterior abordamos los antecedentes de la Lotería Nacional y de la Lotería de Toluca. La afición de los toluqueños por este juego es ancestral y siempre jugaron tanto a la Lotería Nacional como a la lotería local, aunque esta última poco a poco fue cediendo el terreno completo a la primera. Para los años cuarenta ya era absoluta la hegemonía de aquella.

Toluca, aún provinciana por aquellos años, se entusiasmaba cuando caía en nuestra ciudad el gordo, como se le llamaba al premio principal.

Así, al día siguiente del Sorteo Mayor 1408, celebrado el 25 de mayo de 1942, con premio principal de $25,000.00, la noticia de que las cuatro series del número 22671 habían sido vendidas a través de la agencia en nuestra ciudad corrió como reguero de pólvora.

Lo mismo ocurría cuando por lo menos favorecía a Toluca un se-gundo o tercer premio, que también eran buenos; por ejemplo, el 18 de febrero de 1949 la misma agencia vendió el billete 5864, con un premio de $10,000.00, cantidad nada despreciable para la época. Como por entonces no ocurrían grandes acontecimientos en la ciudad, ni tampo-co había información de los sorteos que se verificaban en otras partes, como ahora ocurre con la televisión, un suceso como el del premio de la lotería daba lugar a numerosos comentarios durante varios días.

Además de la sucursal de la Lotería Nacional, que se encontraba en pleno portal, muy cerca de la Santa Veracruz, había otros lugares famo-

Lista de premios de la Lotería de Toluca.

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sos por la venta de afortunados billetes de lotería: la peluquería La Tijera del señor Alanís, donde Elías, llamado cariñosamente por sus conocidos como el Brujo, alternaba el arte de la peluquería con el arte de hacer felices a sus clientes; otro sitio era la cantina del hotel San Carlos, donde don Yayo vendía algún billete, mientras su hermano lo hacía en las inmediaciones de la Casa Gasca y la legendaria taquería del Sol; otro lugar, la tabaquería del Gran Hotel, atendida diligentemente por don Luis Oropeza, quien no cantaba mal en eso de vender billetes que en su momento salían premiados. La lista de lugares en donde se congregaban jugadores de lotería y vendedores de billetes es enorme: el café Madrid, el Grano (familiar apócope de Gran Hotel), la tienda de las infortunadas hermanas Moreno frente a San Juan de Dios, El Jockey Club, El Rey, La Cristal, El Bodegón del Viejo, el Conde, etcétera.

En el medio de los asiduos jugadores de lotería de nuestra ciudad se narran muchas anécdotas, unas probablemente ciertas, otras quizá no tanto. Entre ellas se cuenta la de que cierta persona ha jugado toda su vida el mismo número y nunca ha salido premiado, otra más habla de que un conocido pasaje comercial de nuestra ciudad fue construido con capital de un inversionista local muy afortunado, que varias veces obtuvo jugosos premios en la Lotería Nacional. En forma reiterada se relata el caso o casos de alguno que en una parranda compra billetes y en la euforia de la borrachera los reparte entre amigos, guardándose él otro número diferente, resultando que el premiado es el que repartió, mientras que el del generoso no alcanzó ni reintegro.

En el viejo café de la Pastelería Cristal, en alguna mesa de habitua-les clientes, se contaba de alguien que para justificar o disimular lo que ahora se denomina enriquecimiento inexplicable, mandaba un propio a la oficina matriz de la Lotería Nacional, en la ciudad de México, a que esperara pacientemente la llegada de algún afortunado que acudiera a cobrar algún premio principal. El enviado ofrecía entonces cambiárselo en condiciones más favorables en que lo haría la empresa, es decir, apli-cándole un descuento menor, lo que redundaría en una ganancia extra para aquel jugador. Esta aparentemente disparatada oferta tenía como

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finalidad obtener físicamente los billetes premiados; después, ya aquí en Toluca, en un momento oportuno, en que hubiera testigos, se consultaba la lista del sorteo en cuestión, haciendo jubilosas exclamaciones de que se había alcanzado tal o cual premio y se circulaban lista y billetes, para que los curiosos lo certificaran y a los escépticos no les quedara duda alguna. Quienes habían presenciado aquello se quedaban convencidos de que así había sido y la noticia se difundía rápidamente por la ciudad: “¡Fulanito otra vez se sacó la lotería...!”.

Sin considerar el índice de probabilidades, ciertos jugadores asi-duos pensaban, y probablemente se siga dando el caso, de que Toluca es-taba, o está, salada, y que los resultados demuestran que en la ciudad de México se obtienen más premios que aquí; la moraleja era, o es: hay que comprar los billetes que provienen de la capital del país. Muchos juga-dores entonces urgían al vendedor diciéndole: “Dame uno de México”; éste mostraba entonces el reverso de los billetes que tenían sendos sellos de la agencia que los distribuía: Elías Henaine, Carlos M. Huarte, “el que millones reparte”, el gordo Soto, o cualquier otro, así que el comprador después de hacer su adquisición se iba feliz pensando que así tenía más posibilidades de pegarle al gordo. Esta especie de superchería hizo que algunas de estas agencias enviaran por correo billetes solicitados por este tipo de clientes, escépticos de la ventura de Toluca.

La agencia de la Lotería Nacional en Toluca ha cambiado muchas veces de domicilio, estando siempre en modestos locales. Como ya se dijo, alguna vez ocupó un lugar en el Portal 20 de Noviembre, en don-de también estuvo la escuela Tierra y Libertad; después estuvo algún tiempo en la calle de Riva Palacio —hoy Bravo norte— en uno de los costados del Mercado Hidalgo, hasta donde llegaban muchos emplea-dos del Palacio de Gobierno que aprovechaban para comprar su billete y por ahí pasar a la Flor de Tenancingo a echarse una banderita con el Güero, o al Fénix, para saborear un Petróleo con el recordado don Benjamín Rodríguez, antes de que éste emigrara a Ixtapan de la Sal para fundar sus famosos Bungalows Lolita. En aquella agencia frontal al Portal Reforma laboraron por mucho tiempo las señoritas Sierra,

Anuncio de la Lotería de Toluca.

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eficientes colaboradoras de la Lotería. Las oficinas han continuado cambiando de lugar: calle de Bravo, cerca de los famosos baños María Teresa, Juárez esquina con Juan Álvarez, Gómez Farías casi esquina con Villada y actualmente en la avenida Morelos.

Por el contrario, la oficina nacional de la Lotería Nacional, valga la redundancia, siempre ha tenido edificios verdaderamente notables. El actual, ubicado en el cruce de la avenida Juárez y el Paseo de la Reforma, es un edificio de impresionantes vidrieras, cuyo color entre ámbar y humo le dan un matiz especial que envuelve a una enorme tómbola. El anterior edificio, que se localiza muy cerca de ahí, en lo que fuera por muchos años la glorieta del caballito, es un edificio que marca un hito en la arquitectura mexicana; ahí el ingeniero José A. Cuevas hizo un importante sistema de cimentación flotante y simultá-neamente con él, los primeros estudios de mecánica de suelos, al decir del arquitecto Carlos Obregón Santacilia.

Antes de éste, la Lotería Nacional ocupó, en ese mismo predio, un bellísimo edificio afrancesado, con balcones abalaustrados y mansar-das. En donde quiera que estén las oficinas de la lotería, sean suntuosas o modestas, es notorio el movimiento de compradores y billeteros, con su consabido léxico: el gordo, el cachito, el huerfanito, el reintegro, la terminación, la vaquita…

No puede hablarse de la Lotería Nacional en Toluca sin mencio-nar al licenciado Enrique González Mercado, quien durante mucho tiempo fue el responsable de la agencia en Toluca. Don Enrique fue un hombre ejemplar; además de brillante abogado y político, fue posee-dor de excepcional talento. La conocida periodista y novelista Magda-lena Mondragón, en su libro México pelado...¡pero sabroso!, publicado hace casi 30 años, señala al licenciado González Mercado como uno de los más grandes cultivadores del fino sentido del humor. Otras de las muchas virtudes del licenciado González Mercado fueron su alto concepto de la amistad, su generosidad, su gran capacidad como aje-drecista y muchas otras.

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En el anecdotario de los toluqueños jugadores de lotería se dice que don Enrique, siempre protector de los animales, había adoptado a un perrito callejero, que comía y dormía en la agencia de la Lotería, y que por la situación en que había llegado, se había ganado el nombre de Solovino, según contaba su amigo, también ya desaparecido, Alfon-so Solleiro Landa. Dos queridos toluqueños, el doctor Raúl Aguilar, ya fallecido, y el estimado don David Albiter, con un sentido del humor que iba muy bien con el nombre de un grupo que años atrás había fundado en el Instituto y que se llamaba los venenosos, bromeaban ase-gurando que las series de billetes en que Solovino se dormía sacaban reintegro, y en las que se orinaba obtenían ¡hasta premio! Don Enrique reía al igual que cuando hablaban de que el número 11,000, que siem-pre jugó, nunca sacó nada.

La fortuna es la divinidad encargada de distribuir con prodigali-dad los bienes que más estiman los humanos, pero como también pre-sidía los sucesos de la vida, derrama también los males. Se puede tener buena fortuna, pero de igual manera nos topamos con la mala fortuna.

Los emblemistas y creadores de símbolos, considerando que la fortuna es veleidosa y mutable, la han representado por medio de di-bujos y grabados, valseando sobre una esfera, por lo que nada puede considerarse permanente en ella.

Así, el 13 de septiembre de 1981, los amigos del licenciado Enri-que González Mercado se enteraron de la desafortunada noticia de que acababa de fallecer; menos de tres meses después, el 4 de diciembre, murió también Francisco López Brito, quien fue un conocido miem-bro de la Unión de Billeteros de Toluca.

Años después, la fortuna llegó a Toluca en buen plan, pues debe sentarse, como dato curioso, que a fines de 1985 y principios de 1986, la Lotería Nacional fue muy generosa con la ciudad de Toluca, pues el 6 de diciembre, el billete 29113 obtuvo el Premio Mayor de 30 millones de pesos.

El billetero Paulino Mondragón Monroy, en su oportunidad in-formó que el 1 de febrero de 1986 un comerciante de Toluca había

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obtenido un premio de 6 millones, con un billete fiado. El 7 de marzo del mismo año, el billete 2272, vendido en Toluca, fue premiado con 40 millones. Por si fuera poco, un mes después, el 8 de abril, cayó aquí el premio principal, con el billete 43610.

El 4 de noviembre de 1997, el número 8510, en su serie 4, fue ven-dido en Toluca, obteniendo el Premio Mayor de $2,000.000. El 28 de marzo del año 2000, el número 31003, remitido a Toluca en sus series 1 y 2, fue premiado con 300,000 pesos. Éstos no son más que mínimos ejemplos de cómo la diosa Fortuna ha tratado a los toluqueños en el juego de la lotería, que cada vez se ve más competida con otro tipo de pronósticos y juegos.

Últimamente, en uno de los tantos intentos que se han hecho para que se autoricen los casinos en nuestro país, se ha argumentado que deben abrirse, pues los mexicanos siempre han jugado a la lotería. Esto último es cierto, pero comparar las consecuencias del juego de la lotería con las del juego en los casinos no es válido de ninguna manera.

El Sol de Toluca, 23 de diciembre de 2002.

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Misceláneas toluqueñas de antier y ayer

Hoy vamos a tratar el ramo comercial de las misceláneas, que hoy se encuentra amenazado de muerte por otros conceptos modernos que poco a poco van tomando el lugar de aquellas que se ubicaban a lo largo y ancho de nuestra ciudad, pequeños comercios en donde se ad-quiría un sinnúmero de productos, como su nombre lo indica.

Iniciaremos nuestra evocación con La Gruta, excepcional tienda de don Tomás Escárcega, que se encontraba en la avenida Villada casi esquina con el callejón de Mina (hoy avenida Morelos).

Don Tomás fundó aquella memorable tienda —hoy le llamaría-mos micro—, la cual era atendida por todos los miembros de la fami-lia, quienes se esmeraban por satisfacer a cada uno de sus clientes en sus diferentes demandas.

La Gruta era una interesante combinación de miscelánea-abarro-tes-autoservicio —cuando esta última modalidad aún no se conocía—, en la que el propietario, con un gran conocimiento de los consumidores, se esforzaba por darle a cada cliente lo que requería en su necesidad de compra; así se podían adquirir, indistintamente, frijol escogido o sin escoger, es decir, sin piedritas o con ellas; habas peladas o sin pelar; un carrete de hilo con el color exacto que se precisaba para zurcir algo; chicles del sabor número 9, un cuaderno Primavera de doble raya; un barquillo de cajeta, etcétera.

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El teléfono público, además de tener una cabina que le daba in-timidad al usuario, tenía una discreta mirilla de cristal que permitía saber si alguien lo estaba ocupando, sin que esta especie de escotilla le restara su carácter confidencial; la cabina tenía también un cómodo asiento y una repisa en donde apoyarse para escribir algún mensaje o nota, y podemos asegurar que su diseño era mejor que las actuales casetas telefónicas.

El lápiz con que los ágiles despachadores hacían las cuentas cir-culaba por la diminuta tienda, movido vertiginosamente mediante un ingenioso sistema de jaretas y resortes.

Cualquier cliente podía encontrar en esta funcional miscelánea lo mismo un puñado de tachuelas o chinches que unas plantillas de corcho para zapato, unos cacahuetes garapiñados, un Cafión o una Roberina para el dolor de cabeza, unas puntillas para los nacientes la-piceros, un cuarto de kilo de café de los dos, unos cigarros Rialtos, un refresco marca Dos Dados o unas deliciosas charamuscas de queso.

Las malas lenguas decían que ahí se podían conseguir hasta cua-dernos con planas de la tarea ya hecha, lo que evidentemente no era cierto, ya que la excelencia en el servicio, como se dice ahora, nunca rebasó la honestidad del establecimiento y lo que se afirmaba era sim-plemente para describir que se trataba de una tienda extraordinaria-mente surtida para su ramo, que hacía precisamente honor a su giro: ¡una auténtica miscelánea!

Sirva este recuerdo de la querida familia Escárcega y de la mis-celánea La Gruta para dar preámbulo a estas notas pergeñadas en este artículo referentes a las añoradas misceláneas de otros tiempos, de aquella Toluca que se fue.

A diferencia de las tiendas de abarrotes que se concentraban en lo que hoy se identifica como Centro Histórico, las misceláneas estaban diseminadas por todos los barrios de la ciudad.

¿Cuáles eran las principales misceláneas de Toluca hace 100 años? Ahí van algunas:

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La famosa miscelánea La Gruta, de don Tomás Escárcega.

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Dentro de los portales encontramos La Miniatura, que pertenecía a doña Ignacia R. viuda de Venegas, miscelánea que ocupaba el número 8, letra B del Portal Constitución, en tanto que en el 23, letra A, del Portal Reforma, estaba la miscelánea Las Españolitas.

Caminando por la calle de Villada hallaríamos en el número 15 la miscelánea de doña Dolores Garduño de Guzmán y en 80 la de Luz Valdés.

En Constituyentes —hoy Instituto Literario— número 15 estaba La Fortuna, de Faustino Muciño; en el 26, El Dirigible, de Tomasa Var-gas viuda de Coria, y en el 67 había otra que también tenía el nombre de La Fortuna, pero ésta pertenecía a Paz Nava.

La muy comercial avenida de la Independencia contaba con las misceláneas Eureka de Luis Isita (número 55), La Colmena de Josefa Silva Olascoaga (número 59), La Nacional (Número 78) y la de José Posada (número 69).

En la avenida Hidalgo, los chamacos de aquella primera década del siglo xx acudían seguramente a La Bohemia de Eleuterio Ramírez (número 11, letra A), a La Posta de Agustín Méndez (número 45, letra A), a La Bella Sara de Julio Espinosa (número 51), a la de Ambrosio Ortiz (número 69, letra A) o a la de Salvador Pérez (número 77, letras A y B).

En la calle de Juárez, en los números 77 y 79, estaban dos misce-láneas contiguas cuyos nombres aludían a piedras preciosas: El Zafiro y El Diamante, que pertenecían a Concepción Carmona y a Manuel Gómez Tagle, respectivamente.

En la calle de Lerdo —antes llamada de la Tenería— en el número 8 nos toparíamos con la miscelánea El Porvenir, de Eulalio López Silva; en el número 30 fue bautizada con el perdurable nombre de Las Jaulitas la miscelánea de Jesús Abundis Bernal; en el número 66, El Punterito, de Juan Bernal; en el mismo número, pero con las letras A y B, estaba La Isla de Monte Cristo perteneciente a la señorita Trinidad García, y finalmente, en el número 50, la miscelánea de Joaquín Vargas.

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Desperdiguémonos ahora por el resto de la ciudad para localizar misceláneas por todos los rumbos: La Estrella de Oro de Julia Car-mona (Sor Juana Inés de la Cruz 62), Simón Gómez (Mina 11), La Escondida de Pedro Vilchis (Cura Merlín 3), Ramón Mendoza (Zavala 8, letra A), La Unión de María Agustina Romero de Altamirano (Con-cordia 26), La Palanca de Eudoxia Méndez (Pedro Ascencio y Liber-tad), Marcos Moreno (Zaragoza 2), El Fénix de Emilio Rivera y Cía. (Pensador Mexicano 11), La Gaviota de Concepción Mondragón de Albarrán (Igualdad 6), de Cristina Figueroa (5 de mayo 21), La Prima-vera de Rita Castro (Quintana Roo esquina con Plutarco González).

Para la última década de la primera mitad del siglo xx, las mis-celáneas habían cambiado un poco. A los dulces artesanales como las trompadas, charamuscas, pinole, borrachitos, ponteduros, pepitorias, muéganos y los típicos dulces toluqueños de leche o frutas cristaliza-das y cristalinas jaleas se les agregaron los flanes y gelatinas también de elaboración casera, que se exhibían y transportaban en vitrinas portá-tiles con entrepisos corredizos.

También se sumaron dulces y confites hechos ya en las fábricas locales: cojincitos de menta, peritas de yerbabuena y anís, grageas y chochitos de colores, pirulís, paletas en forma de ratón y víboras de goma.

Más tarde hizo su aparición el dulce industrial de fábricas nacio-nales y así llegaron los malvaviscos, Tehuanos, Toficos, pastillas con sabores de menta inglesa, heliotropo y violeta; los chiclets, las pasitas Paraíso, las paletas Mimí, etcétera.

En cuanto a chocolates, las grandes firmas del país llenaron el mercado no sólo de aquellos usados para desayunos y meriendas tra-dicionales y que se anunciaban por la radio precisamente a la hora en que se hacían esos dos alimentos, sino aquellos que los niños devora-ban como golosina a cualquier hora; nos referimos a los famosos cho-colates Molinillo, Abuelita, Dictador y el muy elegante Los Canónigos, que venía acompañado de unos hermosos y minúsculos cuentos de Calleja.

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Otros productos que incursionaron fueron los totopos, el zen-zen, los palillos de sabores y demás. En materia de galletas había des-de las modestas de animalitos hasta las muy elitistas Surtido rico que hacía la casa Gómez Cuetara Hermanos y que se vendían en unas ca-jas en forma de cubo que tenían una pequeña ventana de cristal en donde se dejaban ver unas apetitosas rosquillas polilobuladas de color rosa, otras con gragea, unas más emparedadas y cuadriculadas, y así sucesivamente, todas ordenadamente enredadas en un cartón blanco acanalado; estas cajas, una vez que se terminaban las galletas eran muy codiciadas para jugar a los cervatanazos, ya que se usaban a manera de escafandra mientras se disparaban chochitos a través de unos tubos de cristal que servían de envase y arma a estos esféricos dulces proyectiles que generalmente eran verdes, blancos y rojos, como para aumentar el fervor por la lucha contra el enemigo. Este jueguito además de ori-ginal y divertido, era severamente reprobado por las mamás, quienes pensaban que sus hijos con mucha facilidad podían verse lastimados por la posible ruptura del vidrio en plenos ojos; aunque el peligro era evidente y el riesgo muy factible, nunca supimos de algún accidente que lamentar.

Entre los refrescos, además de los que todavía existen, recorda-mos las siguientes marcas: Arévalo, La Colmena Reyna, los de canica de la fábrica El Nevado (de don Inocente Peñaloza), Dos Dados, Nola, Lerma, Pep, Mister Q, Sinalco, Spur, Sidralí, Misión Orange y otros; este último era anunciado por un personaje que pretendía ser el clásico naranjero mexicano que pregonaba: “¡Hay naranjas…!”.

Para los fumadores había desde los modestos Faros y Carmenci-tas, hasta los Elegantes Extra, pasando por Campesinos, Tigres, Gratos mentolados, Argentinos con papel impermeable, Virginia largos, Rial-tos, Belmont, Monte Carlo Extra y Blancos, Casinos —el cigarro de los deportistas ¡imagínese…!—, Alas azules y blancos, Negritos —cigarros para machos ¡imagínese también…!—, y muchas marcas más.

Delicia indudable de los niños eran las famosas sorpresas, que ge-neralmente eran de fabricación artesanal y tenían dos presentaciones:

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unas que se adquirían en unos cilindros de cartón envueltos en papel de vistosos colores y adornados con una pequeña carta de la lotería de figuras; dentro de este cilindro se hallaba la sorpresa, que consistía en una pequeña figurita de lámina (coladeras, tenazas para carbón, reco-gedores, etcétera), en éstas siempre se obtenía algo; las otras sorpresas no siempre otorgaban una recompensa; consistían en un gran cartón tapizado de círculos de papel estaño en atractivos colores; cada círculo tenía un costo que se pagaba por adelantado, lo que daba derecho a despegar uno mismo la ruedita que uno eligiera y bajo la cual podía haber un número que daba lugar a un premio o no había nada, lo que provocaba la frustración, ante la mirada atónita de cómo era posible que no se llevara uno hermosos baleros, yoyos u otros juguetes, cuyo números quizá no existían bajo aquellos círculos, porque muchas ve-ces quedaban pocos por comprar y los mejores premios aún aparecían ahí retadores ante los noveles jugadores de azar.

La miscelánea de barrio, además de ser una fuente de aprovisio-namiento de múltiples productos, fue el lugar en donde los niños ini-ciaban su vida de consumidores, ya que por estar cercanas a las casas, podían ir solos en un ejercicio de libertad mediante el cual se liberaban de tutoreos y compraban lo que querían. ¿Será por eso que las recorda-mos con cierta nostalgia?

¿Acaso no vivió usted, amigo lector, alguna experiencia de este tipo en El Zanzibar, La Galatea, La Colonial, La América, Las Dos Ca-melias, El Pisaflores o alguna otra miscelánea?

El Sol de Toluca, 27 de junio de 1993.

Los estudiantes de turismo en la Casa Blanca con el vicepresidente estadounidense Lyndon B. Johnson.

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Los primeros licenciados en turismo

Hace exactamente 40 años egresó de la Universidad Autónoma del Es-tado de México la primera generación de licenciados en turismo.

En 1959, la uaem, entonces la universidad más joven del país —sur-gió el 21 de marzo de 1956— abrió sus cursos correspondientes a ese año lectivo con una novedad: la apertura de la Escuela de Turismo.

Desde el año anterior, la universidad había implantado los Cursos de Verano. Estos cursos tenían como sólido antecedente a sus homó-nimos, que desde 1920 organizaba la Universidad Nacional Autónoma de México.

El entonces rector de la universidad local, licenciado Juan Jo-safat Pichardo, había encomendado al doctor Emmanuel San Martín la creación de aquellos cursos de temporada. En el transcurso de su fase de organización se descubrió que una de las razones por las que los turistas extranjeros no apreciaban nuestra realidad cultural en toda su dimensión era precisamente por la carencia de personas preparadas técnica y científicamente, capaces de darles a conocer y mostrarles los valiosos y múltiples aspectos de la vida cultural mexicana.

Ante aquella conclusión, la universidad comisionó al propio doc-tor San Martín, entonces ya designado jefe del Departamento de la Escuela de Verano, a fin de que se encargase de elaborar un proyecto para la creación de la escuela de Guías Diplomados de Turismo.

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En la sesión del Consejo Universitario correspondiente al 25 de noviembre de 1958 el citado doctor presentó dicho proyecto, el cual provocó polémicos puntos de vista.

Los consejeros que lo impugnaron en realidad nunca estuvieron en contra de su esencia, sino que fincaron sus objeciones en los aspec-tos presupuestales que representaba abrir una nueva escuela. Dentro de esta línea se situaron los doctores Mario C. Olivera y Jorge Her-nández García, quienes fueron respectivamente los siguientes rectores de la uaem, y en su oportunidad brindaron todo su apoyo a la joven escuela.

A favor de la propuesta se manifestaron el propio rector Pichar-do, quien expresó la simpatía mostrada hacia esa iniciativa por parte del gobernador en turno, doctor Gustavo Baz, así como de la Direc-ción de Turismo del gobierno federal, y que por añadidura daban su tácito apoyo.

Otros simpatizantes del proyecto fueron el licenciado Enrique González Vargas, quien hizo una brillante exposición; resaltó que so-bre el particular había dos problemas: uno, el que siendo el turismo una de las actividades más importantes del país era de las peor aten-didas, porque hasta esa fecha no se había enfocado científicamente, y el otro, que las universidades eran las únicas instituciones capacitadas para realizar trabajos de investigación científica y que en la escuela que se proponía se irían formando los verdaderos especialistas que le darían al gobierno la pauta para cuidar sus riquezas culturales, por lo que concluía que aquella iniciativa debería aprobarse.

Por su parte, la maestra Rosa María Sánchez argumentó que era necesario dar a los jóvenes opciones en carreras nuevas. Sometida a votación aquella discutida propuesta, fue aprobada. La nueva escuela fue difundida ampliamente a través de folletos y carteles que exponían claramente su filosofía:

La Escuela de Turismo, al impartir las enseñanzas correspondientes a las diversas actividades derivadas de la necesidad que ha planteado la

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organización del turismo en México, viene a ser una parte vital en el plan educativo de nuestra nación, al formar profesionistas que, teniendo los be-neficios de conocer a fondo nuestra cultura y tradiciones, tengan además un amplio conocimiento del mundo moderno y sus necesidades.

La Escuela tiene como miras tanto ser una parte integrante de la educación general del país, como formar un centro de cultura donde los estudiantes puedan capacitarse por medio de un programa dedicado espe-cialmente a darles un amplio conocimiento de México, para que científica-mente preparados puedan dar a conocer a los extranjeros que nos visitan nuestra realidad histórica, artística y cultural.

La Escuela reconoce que el provincialismo de cualquier orden es obs-táculo para el progreso, y es por esto que recibirá con alegría estudiantes de cualquier área geográfica, de distintas condiciones económicas o de diferentes creencias religiosas a fin de que estudien juntos y convivan, dándoles así la oportunidad de explorar, probar y fortalecer su capacidad individual para la formación de su carácter, como base para un entendimiento personal indispensable para la comprensión y resolución de los problemas de orden colectivo.

Está por demás decir que la Escuela no descuidará ninguna opor-tunidad para mejorar constantemente su enseñanza y su ayuda a los es-tudiantes, poniendo especial atención en los conocimientos comunes a la actividad humana y al conocimiento de nuestras responsabilidades y obli-gaciones con la sociedad en que vivimos.72

Así, el 3 de marzo de 1959, la Escuela de Turismo abrió sus puer-tas ofreciendo la carrera de Guía Diplomado de Turismo, con materias como Inglés, Francés, Lengua Española, Historia del Arte, Arqueolo-gía, Historia de México, Artesanía y Arte Popular, Folclore, Literatura Universal, Literatura Mexicana, Geografía Universal, Geografía de Mé-

72 Universidad Autónoma del Estado de México (1960). Escuela de Turismo, boletín 1960, uaem, Toluca.

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xico, Nociones de Derecho, Ética y Lógica, Artes Plásticas Modernas, Psicología, Turismo Internacional, Reglamentos de Turismo, etcétera.

Para impartir estas cátedras se formó una planta docente en la que se encontraban los siguientes maestros fundadores: doctora Laura Beatriz Benavides, licenciado Ulrick Figueroa Mata, licenciado Enri-que González Vargas, pintor Esteban Nava Rodríguez, profesor Moisés Ocádiz, profesor Adrián Ortega, doctor Thomas A. Perry, licenciado Juan Josafat Pichardo, profesor Javier Romero Quiroz, doctor Daniel F. Rubín de la Borbolla, pintor Orlando Silva Pulgar, profesora Nicole Vaise, arquitecto Víctor Manuel Villegas, entre otros.

Los cursos se complementaban con seminarios de mecánica au-tomotriz y educación vial, primeros auxilios, turismo, organización de turismo y agencias de viajes, idioma italiano y fotografía, así como cursillos monográficos acerca de las entidades federativas con mayor interés turístico.

Todos los viernes por la noche se proyectaban películas y docu-mentales turísticos proporcionados por las embajadas de los países acreditados en México.

Los sábados los alumnos se dedicaban a visitas y excursiones cortas, de carácter obligatorio, acompañados del o los maestros de las materias relacionadas con el motivo del viaje. Los destinos principa-les eran: Calixtlahuaca, Teotihuacán, Tula, Xochicalco, Malinalco, Te-poztlán, Aculco, Desierto de los Leones, Chalma, etcétera. El alumno debía presentar un trabajo o memoria del mismo, contable para la ca-lificación mensual y además cubrir un mínimo de 18 viajes al año.

De igual manera se hacían los viajes de larga duración que com-prendían recorridos de 3 a 15 días que incluían destinos en diversas en-tidades de la república: El Tajín, Puebla, Cuernavaca, Oaxaca, Tlacolu-la, Yanhuitlán, Tecolutla, Veracruz, Villahermosa, Ciudad del Carmen, Campeche, Mérida, Guanajuato, Morelia, Pátzcuaro y muchos otros.

Complementaba la formación e información un programa de prácticas, conferencias, investigaciones de campo, audiciones, expo-siciones, etcétera.

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La cuota de inscripción era de $12.00, la colegiatura anual de $90.00 y la cuota de viajes de $400.00. La colegiatura y los gastos de viaje se pagaban en diez mensualidades (febrero a noviembre), siendo de $49.00 cada una.

Un sistema de becas permitía a los alumnos concursar por las establecidas por el Fondo de la Dirección de Turismo del gobierno del estado o por las del Fondo del Departamento de Turismo federal, que se otorgaban únicamente a hijos de guías de turistas distinguidos.

Los alumnos fundadores fueron Esther Arias Hernández (quien falleciera en el transcurso del segundo año escolar), Víctor Manuel Barraza Muciño, Daniel Benítez Bringas, Rebeca Campeas López, Ra-miro Gallardo Reyes, Artemisa González López, Daniel Hernández Fuentes, Felipe Hernández Reyes, Laura Blanca Luna Arias, Samuel Martínez Bernal, Antonio Martínez Camacho, Celina Mercado Gon-zález, Gerardo Novo Valencia, Benedicto F. Pacheco Mejía, Ana Rosa Pérez Mercado y Rosaluz Velázquez Navarrete.

De éstos, solamente siete concluyeron sus estudios, quienes rea-lizaron su servicio social en el estado de Guanajuato, participando en un proyecto modelo patrocinado por el entonces gobernador de aquella entidad, el doctor J. Jesús Rodríguez Gaona. Se trató de la in-vestigación, recolección, exposición y programa práctico de fomento artesanal, con asistencia técnica, crédito y compra directa de los me-jores productos, mediante un convenio firmado con el Patronato de las Artes e Industrias Populares, dependiente del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Algunos de aquellos 7 alumnos que al ingresar ya habían conclui-do debidamente su bachillerato pudieron optar por la licenciatura en turismo que se estableció mientras transcurrían los primeros años de su formación.

Al concluir sus estudios, aquella primera generación de turismo llevó a cabo un viaje por la costa este de Estados Unidos y Canadá, visitando sitios como San Antonio, Houston, Nueva Orleans, Atlanta, Washington D.C., Nueva York, Cataratas del Niágara y muchos otros.

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También recorrieron museos, monumentos, universidades, oficinas de turismo, hoteles y restaurantes notables y demás. Destaca el hecho de que en Washington hicieron una visita al Capitolio y otra a la Casa Blanca, en donde tuvieron la oportunidad de ser recibidos por el Vi-cepresidente de los Estados Unidos, señor Lyndon B. Johnson, a quien explicaron detalladamente la política turística que llevaba a cabo el gobierno mexicano presidido por el licenciado Adolfo López Mateos.

No podemos terminar estas notas sin comentar el hecho de que el licenciado López Mateos nunca dejó de estar al tanto de lo que ocurría en su amado Instituto, después Universidad. Su querido amigo y cola-borador, el arquitecto Víctor Manuel Villegas, fundador de la escuela, le mantenía informado de lo que sucedía en la Escuela de Turismo. El licenciado López Mateos, según comentaba el querido toluqueño Villegas, al saber que en el seno de la universidad local se discutía el proyecto de la escuela de turismo, expresó su simpatía a la idea; agregó que era muy importante que se hiciera eso, pues simultáneamente dipu-tados y senadores estudiaban las modificaciones para que se pudiera incor-porar al gobierno federal una nueva dependencia exclusiva de turismo, con presupuesto propio. Esto era trascendental, pues hasta entonces fue posible que México ingresara a la Unión Internacional de Orga-nismos Oficiales de Turismo (uioot), hoy Organización Mundial del Turismo.

En su momento, el cargo de Jefe del Departamento de Turismo re-cayó en otro distinguido institutense, el licenciado Alfonso García Gon-zález, llamado cariñosamente por sus amigos como el Plumas y a quien lamentablemente le sorprendió la muerte cuando desempeñaba aquella encomienda.

Aquella feliz concurrencia de institutenses brillantes (Adolfo Ló-pez Mateos, Gustavo Baz Prada, Juan Josafat Pichardo, Alfonso Gar-cía González, Víctor Manuel Villegas y otros, secundada por el doctor Emma nuel San Martín) se reflejaba en la consolidación de una no-vedosa carrera. Durante toda esta etapa la Escuela de Turismo, hoy Facultad, mantuvo una línea paralela a la política turística nacional del

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Doctor Daniel F. Rubín de la Borbolla, maestro fundador de la Escuela de Turismo, con la primera generación de egresados.

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régimen lopezmateísta que se caracterizó por fortalecer el concepto re-ferente al derecho que tienen todos los hombres a viajar sin cortapisas, así como a la tendencia a revalorar y dignificar el patrimonio turístico cultural de México. Recuérdese que en ese sexenio se llevaron a cabo obras muy importantes en este aspecto; destaca la creación de los gran-des museos nacionales, entre muchas otras acciones.

Eran tiempos en los que no había necesidad de recurrir a patra-ñas como la de que los casinos aumentan el turismo.

El Sol de Toluca, 9 de septiembre de 2002.

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Toluca y Orizaba, ¿vidas paralelas?

Cuando se leen algunos de los trabajos que acerca de la ciudad de Ori-zaba, Veracruz, han escrito autores como José María Naredo, Bernar-do García Díaz, Laura Zevallos Ortiz, Abascal Sherwell o Guillermo Sánchez de Anda, entre otros; y si se ha hecho lo mismo con ciertos escritos sobre Toluca, realizados por historiadores y cronistas como Miguel Salinas, Isauro M. Garrido, Gustavo G. Velázquez, Ramón Pérez, Javier Romero o Margarita García Luna, por citar algunos, obligada-mente vienen a la mente muchas similitudes en el devenir de ambas poblaciones.

Toluca y Orizaba son dos ciudades mexicanas que por casuali-dad o causalidad comparten semejanzas que la geografía y la historia pueden explicar en términos de tiempo y espacio. Estas notas no pre-tenden llegar a interpretaciones más rigurosas, simplemente buscan traer a la memoria algunos de esos parecidos; así que, parafraseando a Plutarco y como si se tratara de Alcibíades y Coriolano, o Arístides y Catón el Censor o Alejandro y César, nos hemos tomado la libertad de sugerir que tienen vidas paralelas.

Para empezar, Toluca y Orizaba son dos asentamientos huma-nos que fueron enraizados en sendos valles: el de Matalcingo y el de Ahauializapan, ambos señoreados por imponentes volcanes: el Xinan-técatl o Nevado de Toluca y el Citlaltépetl o Pico de Orizaba. El habla popular ha dejado establecido que Toluca sólo tiene dos estaciones: la

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de invierno y la del ferrocarril, en tanto que en Orizaba se dice que ésta sólo tiene la de aguas y la del tren.

En la época inmediata anterior a la llegada de los españoles los habitantes de uno y otro valle fueron sometidos por los aztecas y suje-tos al pago de tributo.

Durante la colonización española se establecieron diferentes órde-nes religiosas, por lo que tanto Toluca como Orizaba tuvieron sus con-ventos franciscanos, carmelitas y juaninos. También su Calvario y su templo de Dolores. Para obtener el rango de ciudad, tuvieron que esperar mucho, pues los intereses marquesales en varias ocasiones les escati-maron el título de ciudad, por lo que a las dos se les otorgó ya casi en las postrimerías del virreinato.

Pocos años después de la erección del Estado de México se fundó en 1828 el Instituto Científico y Literario, que tiempo más adelante abriría sus puertas en Toluca. En Orizaba, en 1825, bajo el impulso y empeño del presbítero huatusqueño Miguel Sánchez Oropeza, se esta-bleció la primera escuela superior del estado de Veracruz, el Colegio Nacional, después llamado Preparatorio.

En 1833, Toluca y Orizaba padecieron la terrible epidemia del cólera morbo, que dejó una dramática secuela de muerte.

Urbanísticamente, las dos ciudades tuvieron su Calle Real y mu-chos puentes, al grado que el literato Aurelio Ortega gustaba llamar a Orizaba como Nuestra señora de los puentes.

En mayo de 1864 Maximiliano y Carlota visitaron Orizaba; cinco meses después, en octubre, la pareja visitaba Toluca. En ambas ciuda-des tuvieron una cálida recepción, obviamente, por parte de aquellos que simpatizaban con la causa imperial.

En su oportunidad, Toluca y Orizaba tuvieron sus servicios regu-lares de carretas y diligencias, por lo que tuvieron sus respectivas Casas de Diligencias y su Hotel Central.

En los años noventa del siglo xix las dos ciudades, aprovechando los avances tecnológicos, empezaron a disfrutar del alumbrado público y se inició la construcción de sus respectivos cementerios municipales.

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Mientras en Orizaba se arreglaba su Alameda con un quiosco y una estatua de Ignacio de la Llave, aquí, el Supremo Gobierno, encabezado por don José Vicente Villada, construía en la Alameda un kiosko de mampos-tería, madera y techo de lámina de zinc, fuentes y pantallas de fierro colado.

Al tianguis semanal de las dos poblaciones, los jueves en Orizaba y los viernes en Toluca, muchos indígenas de las respectivas regiones llegaban con un sinnúmero de productos de extracción primaria, que una vez vendidos les rendían cierta ganancia que a su vez les permitía adquirir otros ya transformados por la manufactura, originando un interesante comercio hebdomadario recurrente.

González Arratia en Toluca y Manuel Escandón en Orizaba se encargaron de construir teatros. Un teatro con el nombre Gorostiza lo hubo aquí y lo hubo allá.

La introducción del ferrocarril acrecentó la posición privilegiada de las regiones sede de las dos ciudades. Toluca realizó una exposición de productos diversos, en abril de 1883. Orizaba había celebrado la suya del 15 de diciembre de 1881 al 15 de febrero de 1882. Apenas llegado el ferrocarril mexicano, también hicieron su aparición los primeros misio-neros proselitistas de otras iglesias diferentes a la católica para atender a residentes de procedencia sajona, avecindados por razones de trabajo.

La incipiente industrialización del siglo xix permitió que Toluca y Orizaba tuvieran importantes fábricas textiles y de zapatos, así como tenerías y curtidurías. La de la familia Segura Ferrer fue la primera de Orizaba que usó maquinaria y la de familia Chávez Michel en Toluca. En las dos ciudades también incursionaron exitosamente comercian-tes barcelonnettes. En las dos urbes prosperaron fundidoras, así como numerosas fábricas de aguas gaseosas, de jabón, de hilados y mantas. También tuvieron importantes ladrilleras: La Huerta aquí y La Luz allá. El Banco Nacional de México, debido a este auge, abrió sus puertas en Toluca, en 1904, y al año siguiente lo hizo en Orizaba.

Cuando se revisa la memoria de gobierno de José Vicente Villada y la de Teodoro A. Dehesa, respectivos gobernadores de los estados de México

¿Edificios casi gemelos en Toluca y Orizaba? Arriba, el edificio de icla, hoy de Rectoría de la uaem; abajo, el del Centro Educativo Obrero de Orizaba.

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y Veracruz, se notan las coincidencias en el desarrollo social y económico, así como el crecimiento y embellecimiento de las multicitadas poblaciones.

A finales de aquel siglo xix, en los dos núcleos citadinos resultó novedoso el funcionamiento de un ferrocarril urbano, que empresarios locales establecieron para aprovechar el apogeo comercial e industrial; allá, Ángel Jiménez Arguelles; aquí, la familia Henkel. En un principio los carros eran tirados por acémilas, después fueron vagones impulsados por vapor; más tarde, ambos trenecitos extendieron sus servicios a otros pueblos cercanos. Estos ferrocarrilitos, el toluqueño y el orizabeño, de-jaron de funcionar para ceder su paso a los primeros autobuses urbanos.

Las aguas blandas de excelente calidad que decantadas por grave-dad bajaban de las nieves del Pico de Orizaba y del Nevado de Toluca, igual que las aguas de bajo contenido mineral de los deshielos alpinos, llamaron la atención de inmigrantes que fundaron sendas cervecerías en las que se elaboraron cervezas de gran calidad, entre ellas la Pilsner, estilo proveniente de Bohemia, que había nacido en la ciudad de Pils-ner en 1842. García Díaz y Zevallos Ortiz afirman que

ahí se intentó crear una cerveza tipo bávaro, pero la consistencia del agua de Pilsen, ciudad germanizada —de grandes edificios de alquiler pintados de amarillo mostaza— ubicada en la más profunda provincia del viejo imperio austrohúngaro, dio por resultado un nuevo tipo de bebida, menos pastoso y denso que el de las oscuras cervezas de Bavaria o de la propia Viena, fue la primera lager del mundo verdaderamente dorada. La nueva cerveza gustó y se extendió por el mundo. 73

Las estupendas aguas de Toluca y Orizaba permitieron produ-cir excelentes cervezas claras y oscuras. Allá, entre otras marcas, hubo Juárez, Flor de Moctezuma, Luna y Siglo XX, que los consumidores, por comodidad, terminaron identificándola, hasta la fecha, con el par

73 García Díaz, Bernardo y Laura Zevallos Ortiz (1991). Orizaba, Archivo General del Estado de Veracruz.

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de letras. Aquí, las marcas más famosas fueron Victoria, Lager Bier Especial, Bock Bier, Marzen Bock, Pilsner y Toluca Extra. Un emplea-do destacado de la cervecería toluqueña fue Antonio Newmaier; en Orizaba, lo fue Otto, del mismo apellido, especialista en cuartos fríos.

Durante las Fiestas del Centenario, la colonia alemana participó intensamente. Algunos autores dicen que aquellos extranjeros celebraron cien años de independencia, pero también treinta y tantos años de paz porfiriana “que les habían ofrecido óptimas condiciones para magnífi-cos negocios”. Ramón Díaz, allá, y León Infante, aquí, registraron innu-merables imágenes a través de las lentes de sus cámaras fotográficas.

En el aspecto deportivo deben mencionarse las fundaciones de sus renombrados equipos de futbol. El Orizaba, A.C. fue formado en 1916 por unos escoceses: Duncan Mc. Cornish, Mac Donald y Thomas Henghey. El Club Deportivo Toluca fue constituido en 1917 por entu-siastas aficionados que llevaron los apellidos Henkel, Ferrat, etcétera. Como reflejo de estos equipos de liga mayor surgieron equipos de afi-cionados formados por técnicos y obreros calificados de las fábricas, la mayoría textiles, de allí la fama de equipos como La Huerta, el Indus-tria, Fabriles y otros. Al tratar este tema futbolístico, no puede evitar-se mencionar que de Toluca salió el famoso jugador Alberto Caballo Mendoza, que destacó nacional e internacionalmente, al igual que en Orizaba surgió Toño Azpiri, que hizo lo propio.

Una curiosa similitud más: en Toluca y en Orizaba hubo dos personajes importantes que llevaron el nombre de Ramón Díaz. El toluqueño parece haber sido un hombre próspero y benefactor; el orizabeño era el retratista oficial de la región. Las respectivas hijas de estos hombres homónimos, mujeres muy bellas, dieron lugar a sendos enamoramientos de hombres singulares en sus respectivos campos: Ignacio Manuel Altamirano, brillante institutense del que no se ne-cesita decir más, y Alberto Petterson, joven sueco que llegó a Orizaba y amasó una buena fortuna con el negocio de las máquinas de coser. En la crónica de ambas ciudades quedaron registrados estos amores platónicos.

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Los poetas locales han evocado a Toluca y a Orizaba y hasta las han añorado. A continuación transcribimos lo que Leopoldo Zincúne-gui y Francisco Liguori versificaron en recuerdo de las ciudades donde vivieron sus años de juventud. Zincúnegui reescribió los versos que años antes había creado y volvió a entonarlos, pero corregidos:

¡Ciudad peregrina, ciudad del Nevado,la de Horacio Zúñiga y Enrique Carniado!¡Toluca la bella, Toluca la triste,ya de tus chorizos, ni el recuerdo existe!

¡Oh Toluca hermosa, dulce y hechicera,ya no hay chicharrones, se murió Barrera!¡Toluca la bella, Toluca la hermosa,se acabó la leche de los Barbabosay arrasó el gobierno la bella Casona,vieja como el cerro de la Teresona…!

Quizá por el hado de viejo estatutono llegó el desastre hasta el Instituto,pero endubo cerca la ruda piqueta,pues dejó la cárcel como una meseta.

Ampliaron las calles de Constituyentesborrando del mapa muchas convergentes,varias rutas cortas y cien callejones,incluyendo esquinas, zocos y plazuelas,diríanse botines con nuevos taconesa los que pusieron también medias suelas.de Baz y sus obras, único escenario.74

74 Pérez Gómez, Gonzalo (selección y fichas) (1978). Toluca en la poesía, H. Ayuntamien-to de Toluca 1976-1978, Toluca, p. 55.

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El epigramista orizabeño canta a su tierra y dice:

He de tornar definitivamentea mi tierra natal, a mi Orizaba,donde seis lustros ha que se arrullabami corazón sensual y adolescente.

Volveré a recrear aquel ambienteque el viento norte y sur enneblinabay las flechas que el cielo, gris aljaba,lanza en el chipi-chipi persistente.

Hoy que la nieve ya en mis sienes brillaserenando mi frívola cabezaquiero llegar a ti, ciudad sencilla

y tus puentes cruzando con prestezaa tu seno tornar, ¡oh Pluviosilla!para sorber tu lluvia y tu cerveza.75

Por último, en el campo de la arquitectura, es imprescindible ci-tar dos edificios casi gemelos: el del icla de Toluca, hoy de Rectoría de la uaem, y el del Centro Educativo Obrero, de Orizaba. El día de hoy sólo hemos hecho un ejercicio de analogías.

El Sol de Toluca, 18 de marzo de 2001.

75 Ibid., p. 56.

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Ramón Rodríguez Arangoity, Chapultepec, Miramar, Toluca...

El título de nuestra colaboración de hoy es un itinerario que transitó el ingeniero Ramón Rodríguez Arangoity (1830-1882), autor de pro-yectos arquitectónicos que marcaron para siempre a la ciudad de Tolu-ca: Catedral, antiguo Palacio de Gobierno —hoy Tribunal Superior de Justicia—, Palacio Municipal, Palacio de Justicia —ya desaparecido—, Escuela de Artes y Oficios para Varones, casa de la familia Barbabosa y probablemente algún otro edificio. Trataremos de narrar esta poco conocida historia:

Ramón Rodríguez Arangoity nació en la ciudad de México en 1830. De niño cursó sus estudios en el Colegio de San Gregorio, más tarde ingresó al Colegio Militar y durante la invasión norteamericana de 1847, el 13 de septiembre, cayó herido en la famosa y dolorosa ba-talla de la defensa del Castillo de Chapultepec.

A los 20 años ingresó a la Academia de San Carlos. Fue tan des-tacada su actuación como alumno, que junto con otros estudiantes re-sultó pensionado para ir a estudiar a Europa; zarpó en el puerto de Veracruz en abril de 1854.

Rodríguez Arangoity de inmediato empezó a trabajar con el maestro Antonio Cipolla, al año siguiente recibió el honroso título de Virtuosi al Mérito Corresponsal de la Congregación Artística de los Virtuosi al Pantheon, organización tan importante que baste decir que el gran pintor renacentista Rafael perteneció a ella; uno de los derechos

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que tenían sus miembros era el de que, a su muerte, podían ser sepul-tados en el mismo edificio del Pantheon.

Rodríguez, deseando pertenecer a la Academia de San Lucas, presentó examen en la Universidad Romana de Sapienza y alcanzó el grado de doctor en Ciencias Matemáticas, es decir, ingeniero; por su interés en trabajos arqueológicos se le nombró miembro de la Aca-demia Thiberiana, en Roma; de esta forma realizó restauraciones en construcciones etruscas y romanas.

El 4 de enero de 1857, no sin engorrosos trámites, se le autorizó ir a París para completar su estancia de aprendizaje, en donde obtuvo la aprobación en los exámenes que le permitieron ser miembro de la Academia Imperial de Bellas Artes.

Terminada la pensión en 1860, logró una prórroga hasta octubre de 1861; permaneció tres años más, ya sin pensión, y regresó a México a principios de 1864, unas semanas antes de que atracara en Veracruz la fragata Novara con Fernando Maximiliano José de Habsburgo y Carlota Amalia Victoria Clementina Leopoldina.

Rodríguez regresó a la Academia, ahora como profesor; su pre-paración, obras y méritos hicieron que Maximiliano lo considerara ingeniero y arquitecto imperial; con ese carácter fue instruido para realizar obras, nada menos que en el Castillo de Chapultepec, su anti-guo colegio militar.

El castillo, como es sabido, había sido construido por el virrey Bernardo de Gálvez en 1785 para que fuera casa de campo de los vi-rreyes de la Nueva España; sin embargo, Maximiliano ordenó hacerle modificaciones para adecuarlo a un concepto palaciego europeo.

El emperador quiso entonces que Rodríguez Arangoity conociera su Castillo de Miramar en el Golfo de Trieste, donde el Adriático for-ma vértice; la ciudad de Trieste fue la antigua Tergeste.

En las adaptaciones al castillo de Chapultepec trabajaron enton-ces arquitectos mexicanos y extranjeros, entre ellos Carl Kaiser, E. Su-ban, Julius Hofmann, Carlos Schaffer y dos profesionales que tuvieron mucho que ver con Toluca: Eleuterio Méndez, ligado a la construcción

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del ferrocarril México-Toluca, y Ramón Rodríguez Arangoity, autor de las obras mencionadas en el primer párrafo de este artículo.

El Castillo de Miramar había sido mandado construir por Maximi-liano y el arquitecto fue Carlo Junker; la construcción quedó terminada en 1859 y en la Navidad de 1860 se instaló ahí la feliz pareja: Maximi-liano y Carlota.

José Queralt Mir dice:

Miramar comenzó entonces a recibir constantes visitas y la de Gutié-rrez Estrada, propietario de suntuoso palacio romano y de grandiosa for-tuna mexicana, fue la tentación irresistible ante la cual el romanticismo de Max y la ambición de Carlota claudicaron violentamente.

La voz meliflua y cortesana de Gutiérrez Estrada resonó como la de un hada tentadora. ¡El lejano descendiente de Carlos V podía ya emular a su antepasado ilustre!

Maximiliano aceptó. Cloros hilaba ya la débil hebra que a pocos años debían romper las balas legitimistas en Querétaro; mientras, la bella prin-cesa enamorada que —sólo soñaba en mariposas y colibríes— regresaría ya sola y sin razón a este paraíso perdido: Miramar.

Triste destino. Por largos lustros la que llamaron Emperatriz Carlota languideció, olvidada por el inclemente sino, bajo el cielo gris de Bélgica, su patria, hasta que el 16 de enero de 1927 —ayer casi— la muerte entró a buscarla en el castillo de Bouchot. Contaba 87 años y 60 de locura.76

El poeta Juan de Dios Peza (1852-1910), hijo del militar que llegó a ser Ministro de la Guerra en el Imperio de Maximiliano, en su relato titulado “El Castillo de Miramar, una visita a la mansión señorial de Maximiliano”, firmado el 21 de junio de 1898, recordando su llegada al citado lugar, dice:

76 Queralt Mir, José (1936). “Turismo extranjero. Trieste Miramar, donde Maximiliano abrigó el sueño imperial de México” en Mapa. Revista de turismo, tomo III, núm. 27, junio de 1936, México, p. 40.

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Al pisar el último peldaño de la escalinata, volvimos nuestras miradas al punto lejano de donde habíamos salido. Con la claridad con que se dis-tingue en los días serenos la isla Verde, desde el puerto de Veracruz, o con precisión mayor todavía, vimos a lo lejos un montículo gracioso, de color gris suave rodeado de casas blancas que se agrupan en medio de la más ex-tensa, a la manera que se reflejan los ánades sobre una laguna. Aquel grupo simpático y lejano era Trieste, y el sitio que pisábamos en aquel momento, el castillo de Miramar.

No hay para que decir que siendo mexicanos los tres viajeros que abandonamos el barco, no bien miramos la rústica y elegante rampa que marca el camino ascendente sobre las rocas, dijimos a un tiempo y anima-dos del mismo pensamiento: “¡Chapultepec!” Y cruzamos con envidiables alas la distancia inmensa y por aquel instante nos creímos en nuestra patria.

Hay entre los dos castillos una fantástica semejanza, siendo para el nuestro el bosque que le rodea y embellece, lo que para Miramar el golfo azul que le circunda, el principal encanto de su posición extraña y aislada.77

Pero si ésa fue una grata impresión para el poeta, más lo fue en-contrar en el interior dos cuadros colgados sobre un muro. En uno se veía un hermoso palacio de dos pisos coronados de estatuas; la leyenda al pie decía: “Proyectos de reformas al palacio Imperial de México, por el ingeniero Ramón Rodríguez Arangoity”; el otro se destacaba porque sobre un montículo entre lo espeso de un bosque había un castillo de grandes escalinatas de mármoles, con juegos de agua semejantes a los de Versalles y con estatuas de guerreros aztecas; la leyenda de abajo decía: “Proyecto de reformas al Alcázar de Chapultepec por Ramón Rodríguez Arangoity”.

A la desaparición del Imperio, al que Rodríguez Arangoity prestó sus servicios en calidad de profesional de la arquitectura, se separó y empezó a trabajar por su cuenta. Así llegó a Toluca en 1870, en donde

77 Peza, Juan de Dios (1990). Memorias, reliquias y retratos, Porrúa, México, p. 17.

Castillo de Maximiliano en Miramar, golfo de Trieste, Italia.

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dejó amplia huella al trabajar para el gobierno estatal, el municipal, la Iglesia y los particulares, dejando un interesante modelo arquitectóni-co en tres flancos de nuestra plaza principal.

Interesante historia ¿no?

El Sol de Toluca, 21 de diciembre de 2009.

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Cuando el clima de Toluca era fresco… y sólo fresco

En notas anteriores nos hemos referido al periodista Manuel Caballero (1848-1926), quien llegó a dedicar varios artículos a la ciudad de To-luca. Emmanuel Carballo, en una amplia ficha biográfica de su Diccio-nario crítico de las letras mexicanas en el siglo xix, reproducida en el periódico Excélsior el 27 de septiembre de 2003, nos dice lo siguiente acerca de Manuel Caballero:

Si ahora no se niega lugar en un banquete a un reportero, si los perso-najes lo cortejan, si el público lo lee con interés, se debe a Caballero, que fue quien hizo respetar la profesión y admitir esa especial literatura. Si el perio-dista pasó de sacerdote, de juez implacable que engolaba la voz para decir oráculos y es un hombre que escribe clara, modesta y llanamente, se debe a Caballero, que ennobleció la profesión. Si Rafael Reyes Spíndola encontró el camino seguro y agradable para convertir el papel de ocasión, inflamado por oídos sectarios o por pasiones del momento, en hoja informativa, de la cual no puede prescindir todo el que sabe leer, se debe a Caballero, que pensó, antes que nadie, en este periodismo nuevo que irrita a muchos que recuerdan los tiempos de Juvenal y del Nigromante. Él contribuyó a que se estableciera la libertad de prensa, que quizás algún día se alcance, porque por ella sufrió prisiones, golpes, injurias, denuestos y desprecios.

El volcán Xinantécatl o Nevado de Toluca.

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Caballero no desdeñó, sino que contribuyó a formar y a robuste-cer la prensa de los estados. En Guadalajara sacó el primer periódico de nuevo estilo.78

Hasta aquí lo dicho por Emmanuel Carballo, el gran crítico y co-nocedor de las letras mexicanas. Ahora veamos lo que Caballero escri-bió acerca de Toluca hace 118 años, una de tantas veces que la visitó:

¡Cuán bonita y cuán diversa de la noche es esta pintoresca ciudad, a la luz de este sol que hiende con sus rayos una atmósfera eternamente diáfana y siempre fresca!... ¡Vaya si es fresca!... A una altura de más de mil pies sobre el nivel del México, que a su turno ya tiene demasiados pies sobre el del mar, Toluca no conoce en ningún mes del año, ni a ninguna hora del día, ese fenó-meno vivífico, pero endiantradamente molesto que se llama calor.

De los toluqueños puede decirse con verdad que “ni sudan ni se abo-chornan”, y su felicidad llega a tal punto que para ellos solos en el gremio de la humanidad, no reza la maldición del Señor de “comeréis el pan con el sudor de vuestro rostro”. Estas dichosas gentes comen el pan, y hasta cosas de mayor substancia como los chorizos, tiritando de frío, muchas veces hasta en plena canícula.

En estos momentos en que en México nos abrazamos con una tem-peratura tórrida, hablar de Toluca a los lectores de El Nacional será como llevarles algo de estos vientos cenitales empapados en hielos, despeñándo-los hasta allá abajo, muy abajo, en donde la caldeada humanidad se fríe en el sartén de los trópicos, pidiendo al cielo por misericordia un nuevo dilu-vio en que el agua le llegue al cuello o cuando menos un norte de tres meses procedente del polo ártico, para tener el gusto de dar diente con diente, como un descanso a los horrores de estos días que parecen importados, sin demérito alguno en la travesía del mismísimo Senegal.

78 Carballo, Emmanuel (2001). Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo xix, Océano/Conaculta, México, p. 39.

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Cuando las comunicaciones se aceleren y abaraten —lo cual sucederá cuando Dios y el Ferrocarril Nacional quieran— la frase “salir a tomar fres-co” y venir a Toluca serán una cosa y la misma. La reputación de frígida temperatura toluqueña llegará a ser tal que hasta en las locuciones fami-liares llegará a incrustarse. Hoy se dice a una persona que se ha puesto en difícil predicamento:

—¡Pues has quedado fresco!Entonces se dirá:—¡Pues te has quedado en Toluca!Lo cual nada tendrá de extraño, si se atiende a que las cualidades de

ciertas poblaciones ya corren de boca en boca. Todo mundo dice, al hablar de un acontecimiento, inusitado por una persona o lugar, y que es común en otros:

—¡Hasta que llovió en Sayula!Del carácter de los habitantes de Puebla se dice aún allá mismo:Momo, perico y poblanono los toques con la mano.De la tierra en que nació este oscuro revistero se propala:Que Jalisco nunca pierdey cuando pierde arrebata.Cuando una persona discurre como punta de bola, se la burla di-

ciendo:—Ése es un discurso de Lagos.En ese mismo lenguaje figurado no sólo se llama campechano al na-

tural de Campeche, sino todo aquel que tiene un carácter franco, abierto, sin doblez y llano con todo el mundo.

¿Por qué a Toluca no le hemos de fabricar su reputación de fresca en un dicho parecido?

Sólo que la dificultad está en decirlo en pocas palabras, de modo que en ellas se comprenda todo lo que en elogio de esta privilegiada tierra pue-de decirse.

Hay que hacer incapie [sic] sobre que esta baja temperatura convierte a Toluca en un verdadero refrigerador. Por eso aquí prosperan y se conser-

Vista del volcán Xinantécatl desde el Parque Alameda 2000.

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van todas las cosas que el calor ataca y descompone en otras partes, como la cerveza, la mantequilla, los chorizos y la carne en general. Y como los corazones —que yo sepa— no son sino carne, y hasta sin pisca [sic] de hue-so, resulta que para conservar el corazón libre de los ataques ardorosos del amor y otros excesos caloríficos, no hay como traerlo a este bendito arcón de hielo que se llama Toluca, para tener la certeza de que se mantendrá fresco y tranquilo.

¡Oh, padres que penáis en otras partes menos frías por las olas de fuego que suben de los corazones a las cabezas de vuestras hijas, no echen el consejo en saco roto! Traedlas a Toluca.

Pero basta de broma.Con ella y fuera de ella, Toluca posee realmente ventajas climatéricas

envidiables, tanto para el establecimiento de numerosas industrias que re-quieren una temperatura seca, fría y uniforme, como para las condiciones de la vida y de la salud que no pueden tener en parte alguna mayor exce-lencia que en esta capital.

Asentada sobre las faldas de suaves lomeríos, con un sistema nuevo, pero bien calculado de atargeas [sic]; con un río que por el corazón mismo de la ciudad arrastra, bajo sólidas bóvedas, los desechos malsanos de la po-blación, ¿qué puede envidiar Toluca a las ciudades de mejores condiciones higiénicas en toda la república?

Las cifras de la estadística acusan para ésta, que en Estados Unidos llamarían escaladora del firmamento, sky (scrapper), una mortalidad tan moderada que sin vacilación puede afirmarse que Toluca es la capital más salubre de toda la república. Y no está remoto el día en que reconocidas sus ventajas y recordando que está, puede decirse, a las puertas de nuestra gran metrópoli, se haga de ella el sitio veraniego favorito de nuestros millonarios y familias elegantes, con lo cual se le habrá llevado lo único que ahora le fal-ta, que es el movimiento alegre y las gratas expresiones de la sociabilidad.

No presenciaremos ese fenómeno en lo poco que falta del presente siglo pero el primer decenio del futuro contemplará a Toluca trocada en una especie de Saratoga de México, con hipódromos y casinos, grandes

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hoteles y boulevares, teatros y cafés cantantes, quintas lujosas y sitios bal-nearios de gran tono.

La moda se cansará de la monotonía y la atroz insalubridad de pue-blecillos como Tacubaya y Tlalpan, San Ángel y Coyoacán; el Ferrocarril Nacional, o tal vez otro más emprendedor, comprenderá su interés, esta-bleciendo trenes rápidos, multiplicados y baratos, y la inmigración esti-val tomará rumbo a Toluca, anidando los deslumbrantes castillos entre las quiebras de las colinas que circundan a la reina del Nevado, para llevar anualmente a ellos la animación y la alegría, el movimiento y la riqueza.

Entonces, vivir en Toluca y venir a diario a México a los negocios, será una hazaña tan vulgar y corriente como lo es hoy el veranear en Tlalpan. El tren expreso de Toluca no hará más que ochenta minutos de viaje y costará 50 centavos cada viaje redondo en primera clase. Dos o tres mil personas ocuparán esos trenes diariamente; la Compañía realizará pingües utilidades y los felices veraneadores bendecirán a la Empresa que tales ventajas les proporcione… ¡Y Toluca será la reina de las ciudades del placer en nuestra república!

Quizás para que esto suceda, pase más tiempo del que antes señalé; pero años más o menos, ello tiene que ser. Muchos que viven ahora habrán de verlo y alguien habrá, en Toluca mismo, que recuerde esta profecía.

Guarden esta carta los coleccionadores curiosos y conságrenme un recuerdo cuando llegue el caso…79

Hasta aquí la visión y profecía de Manuel Caballero formulada en 1894. ¿Qué pasó? ¿La caída de Porfirio Díaz? ¿El movimiento bélico revolucionario? ¿El calentamiento global?...

El Sol de Toluca, 6 de agosto de 2012.

79 Caballero, Manuel (1894). “La ciudad del fresco perdurable. El gran ‘summer ressort’ del porvenir. Trenes relámpagos del siglo venidero entre Toluca y México. Transfor-mación maravillosa. Lo único que no cambia. La falta de sociabilidad. La juventud en las cantinas. Política nociva” en Gaceta del Gobierno, órgano oficial del Gobierno del Estado de México, 16 de mayo de 1894, Toluca, p. 4.

“Beber cerveza Toluca o no beber”.

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Publicidad cervecera

Salvador Novo, refiriéndose a la publicidad, dice:

Victoria de que puede jactarse nuestra época (como no sea derrota que la abruma) es la de envolver la vida toda del hombre moderno en una vasta red cuyos tenues, pero firmes, hilos tramados por las fibras protei-cas de la publicidad, urden la placenta en que se le empuja a surgir desde el seno oscuro y primitivo de su gestación, hasta la felicidad de consumir cuantos bienes perecederos la próspera industria se atarea en producir y multiplicar.

El hombre moderno, en efecto, es desde su infancia el objeto de so-licitaciones y de ofertas. Incapaz aún de manifestar su voluntad apenas naciente, sus solícitos padres son quienes reciben el asesoramiento de la publicidad a propósito de los biberones que deben succionar las criaturas, del talco y los pañales más aptos a procurarles bienestar, de las aspirinas en dosis pueriles y gratos sabores, de los purés con vitaminas alfabéticas. Un infante en su cuna es un consumidor potencial que importa a la industria, y en consecuencia a la publicidad, sumar a la estadística de los ratings.80

80 Novo, Salvador (1968). Apuntes para una historia de la publicidad en la ciudad de Mé-xico, Editorial Novaro, S.A., México, pp. 9-10.

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Imaginemos el esfuerzo publicitario que la Compañía Cervecera Toluca y México, S.A. tuvo que desplegar en el parteaguas de los siglos xix y xx para introducir en el mercado un producto, que si bien no era desconocido, tampoco era de gran consumo. En una sociedad en la que fundamentalmente la bebida alcohólica era el pulque, aun en-tre clases acomodadas, pues si bien muchos hacendados bebían vinos y licores nacionales y extranjeros, otros también preferían el pulque, por supuesto, el buen pulque, el pulque del patrón, ¿cómo introducir entonces el hábito de beber cerveza? ¿Cómo llamar la atención del fu-turo consumidor de aquella fermentada y refrescante bebida? ¿Cómo lograrlo en una época en la que no había ni radio ni televisión? ¿Cómo conseguirlo sin la sugerente alianza de la música y las imágenes móvi-les, como se hace en los comerciales modernos? Pues simplemente la empresa acudió a los mejores difusores del momento.

La compañía cervecera tuvo que diseñar toda una estrategia, como se hace actualmente, para alcanzar su objetivo, consistente en que, quien viera sus mensajes, se inclinara por la decisión de probar la cerveza; pero ¿cómo exaltar las virtudes de sus diferentes marcas? ¿Cómo divulgarlo? ¿En las revistas? ¿En los periódicos? ¿Con palabras convincentes? ¿Con imágenes gratas? Todo esto lo hizo la cervecería toluqueña.

La cervecería de Toluca en 1900 recurrió a los servicios nada me-nos que de Julio Ruelas, para la realización de anuncios de su cerveza. Julio Ruelas (1870-1907), como se sabe, fue un extraordinario artista: gran dibujante, grabador, ilustrador y viñetista, cuya obra en buena medida fue publicada en la Revista Moderna, publicación en la que colaboraban los más distinguidos pensadores, poetas y literatos que, según Justino Fernández, representaban la avant-garde del tiempo.

Para el propio historiador y crítico de arte, la última expresión del Romanticismo tuvo un digno, profundo y hábil artista, que fue precisa-mente Julio Ruelas. Pero también, en la obra de Ruelas se ve nacer el art nouveau y fue dentro de esta corriente que Julio Ruelas hizo para la cer-vecería de Toluca una de sus singulares obras: El Falstaff, o sea, “el Gam-brinus vitriólico de sentido báquico”, a decir de Alfonso de Neuvillate.

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La cervecería también se sirvió de otros recursos como la foto-grafía y por supuesto, de igual manera apeló a los textos persuasivos.

En términos de la publicidad moderna, diríamos que el rechon-cho y feliz rey Gambrinus fue el eje de la propaganda comercial de la cervecería de Toluca, el lema, categórico y terminante, fue: “Beber cerveza de Toluca o no beber”. (Drink Toluca or don’t drink.)

El 5 de junio de 1908, la Compañía Cervecera Toluca y México, S.A. obtuvo su marca industrial, bajo el registro número 6209; a partir de entonces desarrolló una publicidad más agresiva y moderna, la cual estaba muy ligada al estilo que las empresas cerveceras de Milwaukee, en Estados Unidos, desarrollaban para sus productos. No hay que olvidar que una parte importante de la maquinaria de la cervecería provenía de la Viltering Manufacturing Co., que en ese momento era probable-mente la mejor empresa proveedora de equipo del ramo. Así, la cer-vecería de Toluca confió un importante sector de su publicidad a The Gugler Litho, Co., de la misma ciudad estadounidense. De esta época datan las tarjetas postales coloreadas, que circularon en diversas partes del mundo.

De aquellos años proviene la imagen clásica de los cinco bebedores que empinan sus respectivos tarros, en torno de un barril. Evidente-mente, esos personajes, con sus muy significativas indumentarias, en-carnan a distintos tipos socioeconómicos, con quien el receptor del mensaje podía identificarse.

En los primeros años del siglo xx la cervecería toluqueña había optado por fabricar sus propias botellas. En efecto, la fábrica de vidrio que le hacía sus envases a la cervecería se localizaba, como muchos toluqueños recordarán, en un espacio que hoy ubicaríamos, aproxima-damente, entre Hidalgo poniente, Leandro Valle, 1º de Mayo y Jaime Nunó.

En octubre de 1907, la fábrica de vidrio de la cervecería de Toluca inauguró un novedoso horno que tenía una capacidad para producir más de 20 mil botellas al día. Esto trajo varias consecuencias; por un lado, empezó a decaer el artesanado de la tonelería, que hasta hace

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unos años todavía se practicó en lugares como Capultitlán, y por otro, se incrementó la producción, distribución y consumo de diferentes marcas de cerveza, embotelladas ya en envases claros y oscuros, acor-des con cada tipo de cerveza.

En 1910, con motivo de las fiestas del Centenario, la cervecería emitió una medalla de plata conmemorativa, que tenía al rey Gambri-nus circundado por la leyenda de la razón social de la empresa; en el anverso decía: 1810-Recuerdo-1910.

Para ese mismo año de 1910, la cervecería ya tenía que sostener una línea publicitaria para cada una de sus marcas, de las cuales se destacaban sus características, lo que propició una publicidad espe-cializada.

Por ejemplo, entre algunas de las particularidades que se exal-taban de la cerveza Märzen Bock, estaban: que debería tomarse en el mes de marzo, para seguir una costumbre típica alemana; se decía también que era una bebida fabricada especialmente para las vigilias de cuaresma y que era el mejor obsequio en la Semana Mayor.

De la cerveza marca Toluca se argumentaba que “Toluca Extra” era la frase que más se escuchaba en todas las cantinas, que era la pre-ferida por los paladares más delicados y que constituía el néctar del hogar.

La cerveza oscura Bock Bier era, de acuerdo con la propaganda, la cerveza ideal entre las negras, la que se prefería en los pic-nics, ade-más de que era igual a las mejores de Alemania.

La Pilsner, según rezaban los estribillos, era la favorita entre las inmejorables y no solamente la más popular, sino popular entre las populares.

Una cerveza especial era indiscutiblemente la Lager Bier; los ex-pertos en la mercadotecnia de aquellos tiempos la consideraron no sólo predilecta para un lunch, sino que afirmaban que “era la recomen-dada por eminentes médicos, a las señoras que estaban lactando”. Pro-bablemente las damas que seguían este consejo, sin querer, colaboraban

La muchacha de Toluca.

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a sembrar en sus retoños el gusto por tan singular afición, lo que debe haber ampliado considerablemente la cartera de consumidores.

“Toluca dice: la Victoria es nuestra” es un antiquísimo eslogan hoy asociado a los triunfos del Club Deportivo Toluca, pero que tuvo su origen en esa marca; así, hace casi cien años se aseveraba: “La cerve-za Victoria es una delicia para las fiestas, pida una Victoria de Toluca cuando tenga usted sed, o de plano, sin ninguna modestia ni reserva: Victoria de Toluca, por su clase, es destapada como el champagne a la hora de los brindis”.

Buena parte de los lemas publicitarios de la cervecería se centraban en dos palabras clave: Toluca y Cerveza. Por ello, fueron deliberadamente repetitivos: “Toluca elabora la única y verdadera cerveza en América”, “El mejor presente para un amigo es la Cerveza Toluca”, “Cuide usted que siempre le sirvan cerveza de Toluca”, “Toluca quiere decir Supremacía, ¡tome usted sus cervezas!”, “Toluca siempre a la vanguardia. Pida usted sus cervezas”, “Si quiere usted estar sano, pida invariablemente ¡cervezas de Toluca!”, “Las cervezas de Toluca no tienen rival en el país”, “Como las cervezas de Toluca son inimitables, por eso son preferidas”, “Las cervezas de Toluca son las únicas elaboradas con pura malta y lúpulo”, “Para cervezas puras, las de Toluca” y finalmente, “Tome usted cerveza de barril de Toluca”.

Ya en los años veinte, la red de distribución de la cervecería era muy amplia, empezando por la capital de la república, cuyas oficinas generales se localizaban en la Rinconada de San Diego número 43, en donde se surtían pedidos a través de los teléfonos Eric. 200-694 y Mex. 2-33 Neri, que deben haber funcionado, guardando las proporciones, con la eficiencia de un correo electrónico actual.

Un cartel en el que se difundía el depósito en la ciudad de Pachu-ca, Hidalgo, presentaba seis guapas modelos, representando el mismo número de prototipos femeninos; vertían sugestivamente las diferen-tes cervezas, en sendos vasos; posiblemente fue uno de los últimos mensajes antes del cierre de la compañía.

Compañía Cervecera Toluca y México.

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La publicidad de la cervecería no sólo fue efectiva para sus fines empresariales, sino que también tuvo una función turística colateral, pues los textos que salían al extranjero recomendaban: “When you vi-sit Toluca do not fail to visit the Brewery as you will enjoy it and when you are thirsty ask for Toluca Beer”.

El Sol de Toluca, 20 de mayo de 2002.

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El famoso campo del Secretaría Recuerdos de la Escuela Tipo

Muchos toluqueños aficionados al futbol seguramente recuerdan con agrado el famoso campo del Secretaría, cancha de tierra que se loca-lizaba en el enorme terreno que se conoció como la Escuela Tipo y después fraccionamiento del mismo nombre.

De existir este campo en la actualidad, ocuparía el polígono com-prendido entre la avenida Juárez y las calles de Francisco Murguía, Ra-yón y Arteaga, espacio en el que holgadamente se ubican hoy en día un jardín de niños, una escuela secundaria, un antiguo cine, un sindicato magisterial, una empresa telefónica y aún sobra terreno para otras ins-talaciones.

La llamada Escuela Tipo se empezó a construir en 1929. El coro-nel Filiberto Gómez, en su Primer Informe de Gobierno (1 de marzo de 1930), afirmaba que en forma lenta pero continuada se iba desarro-llando su construcción y que ya se habían edificado el departamento de conserjería, el edificio de administración, ya se habían abierto las cepas para la fachada, el departamento de clases y lo que separaría a éste del campo deportivo. Igualmente, ya se había levantado una de las bardas, para lo cual se habían usado 5 mil de los 7 mil adobes que se habían elaborado.

Muchos toluqueños recuerdan aún que siendo escolares les pe-dían un centavo para contribuir a la construcción de la Escuela Tipo. Efectivamente, se trataba de una obra por cooperación de diferentes

Selección de futbol de la naciente Universidad Autónoma del Estado de México.

Portería oriente del campo del Secretaría.

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fuentes y ésa fue quizá una de las razones que impidieron que prosperara el proyecto que se quedó prácticamente en una sólida mampostería con algunas hiladas de tabique y hasta ahí. La barda citada en el in-forme gubernamental era la de la calle de Juárez, que permaneció por muchos años deslindando sólo uno de los cuatro lados de lo que des-pués se convirtió en un campo de futbol, denominado coloquialmente como el campo del Secretaría.

Hay varias versiones acerca del porqué de su nombre; unos dicen que, en virtud de que ahí se encontraba un pozo de agua, el terreno per-tenecía a la Secretaría de Recursos Hidráulicos y que por ello era el cam-po de la Secretaría. En ese lugar, esquina de Juárez y Francisco Murguía, están actualmente unas oficinas del organismo Agua y Saneamiento de Toluca, y todavía puede verse una construcción cilíndrica de piedra, so-bre la que descansa un enorme tanque al estilo de los depósitos del an-tiguo ferrocarril. Sin embargo, la denominación popular del campo era en masculino: del Secretaría, lo cual la hace más verosímil; otra versión afirma que dicho nombre le venía por ser el campo en donde jugaba el equipo Secretaría o Secretaría General, que patrocinaba un señor de apellido Aceves, quien trabajaba en el gobierno del estado.

En los años cuarenta había tres categorías en el futbol local: la Pri-mera Fuerza, Intermedia y Reservas. El equipo Secretaría formaba par-te de la primera y decidió retirarse de la Liga, en noviembre de 1943, debido a la sanción que le aplicaron por no participar en el desfile del XXXIII aniversario de la Revolución mexicana. Sus directivos Librado Aceves Torres (presidente), Víctor G. Aguilar (secretario) y Enrique Leyva M. (capitán) así lo manifestaron en su oportunidad, al no estar de acuer-do con el castigo impuesto, que consistía en quitarles dos puntos en la clasificación, además de condenarlos a pagar una multa de cinco pesos. En ese año de 1943 formaban parte del equipo Secretaría General Gon-zalo Flores, José Aguilar G., Amado López, Almaquio Castañeda, Ángel Valencia, Luis Campa, Aurelio Valero N., Odilón López, Antonio Mejía, Carlos Chatelain y su capitán, Enrique Leyva M.

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Los otros equipos que integraban la liga en esa misma época eran Unión Industria, Necaxa, Industria, Fabriles Toluca y, por supuesto, el Deportivo Toluca, en el que alineaban conocidísimos toluqueños y excelentes deportistas: Alfonso García, mejor conocido como el Pollo; Carlos Ballesteros, el Hurón; el querido Viejo David Albiter; Froylán López, diligente colaborador de don Florencio Ascobereta; los inolvi-dables hermanos Ricardo, Fernando y Guillermo Barraza Carral, Fer-nando Barreto, miembro de otra ilustre dinastía de futbolistas; Áureo Espinosa, Florencio Alcántara y Carlos Quiroz, entre otros.

Hoy en día, la calle de Rayón que va de norte a sur, a partir de la calle de Arteaga experimenta un sesgo en su trazo, desviándose muy notoriamente hacia el sureste, debido a que ése era el viejo camino a San Felipe Tlalmimilolpan y Calimaya. En la parte oriente del jardín de Niños “Agustín González” aún puede verse una hilera de árboles; estos mismos arbustos sirvieron de discreto vestidor a los innumerables fut-bolistas que por ahí pasaron durante décadas. En sus alrededores apenas si existían algunas construcciones; recordamos solamente las casas de la familia Pozos Olivares, la de don Nicéforo Becerril, la de don Adolfo Téllez, la del señor Garcés, la de los Osorio, la de la familia Rojas García, de los Díaz Jacobo, el Pozo antes citado y alguna otra incipiente.

La cancha del Secretaría, debido a la consistencia del terreno, te-nía un excelente drenado, a pesar de ser un simple campo de tierra suelta, por ello era una delicia jugar aun bajo torrenciales aguaceros.

Antes de que el Instituto Científico y Literario Autónomo (icla) y después Universidad Autónoma del Estado de México tuviera instala-ciones deportivas adecuadas, usó el campo Secretaría para sus torneos de futbol y una que otra pelea de box motivada por la pasión, así que son innumerables los recuerdos que esta modesta cancha, junto con el Tívoli, el campo Patria, la Mora, el nufitex y otras, traen a infinidad de futbolistas llaneros, muchos de los cuales llegaron a la máxima categoría, la Primera División. ¡Un réquiem por el campo Secretaría!

El Sol de Toluca, 11 de febrero de 2008.

Sepelio de un infante.

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Los servicios funerarios en Toluca hace 100 años

En 1875 don Eugenio Gayosso Mugarrieta abrió en la ciudad de México la primera empresa funeraria, no sólo del país, sino de Latinoamérica; curiosamente, fue la muerte de su mamá, doña Dolores Mugarrieta, lo que le impulsó a la apertura de tan peculiar servicio, pues don Eugenio, veinteañero por entonces, se enfrentó a la situación que la muerte de su madre le ocasionaba, así que tuvo que hacer todos los trámites, además de contratar por separado al carpintero que construyó el ataúd, a los trabajadores que cargaron el féretro, a los peones que cavaron la fosa y a la compañía de tranvías que hizo el traslado del cadáver y de los dolientes.

Después de esa experiencia pensó en crear una empresa que inte-grara en un solo haz todos esos servicios, para evitar pesares y compli-caciones a los deudos de familiares difuntos, fundando así una de las compañías funerarias más importantes.

Ya para 1890, en la ciudad de México era muy utilizado el servicio fúnebre por ferrocarril; en esa época se trataba todavía de vagones jala-dos por caballos. El número de caballos iba en proporción a la impor-tancia del finado, pues mientras más prominente era éste, más caballos llevaba la carroza.

De un anuncio publicitario de ese año extraemos los siguientes datos referentes a tarifas:

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Servicio extraordinarioCoche núm. 1, seis caballos, cocheros y seis palafreneros $140.00Coche núm. 1, cuatro caballos, cochero y dos palafreneros 100.00Servicio ordinarioCoche núm. 2, cuatro caballos, cocheros y dos palafreneros 70.00Coche núm. 3, un caballo y cochero con librea 25.00Coche núm. 4, blanco, con un caballo y cochero con librea 25.00Coche núm. 5, con buenas cortinas y librea, un caballo 15.00Coche núm. 5, un caballo y cortinas corrientes 10.00Coche núm. 6 blanco, cortinas corrientes y un caballo 10.00Coche núm. 6, blanco, sin cortinas 5.00Coche núm. 7, blanco con cortinas 6.00Coche núm. 7, con cortinas corrientes 4.00Coche núm. 7, sin cortinas 3.00Wagoons.- Grandes de primera clase, con visos blancos y cortinas negras, cochero de librea, para llevar y traer a los dolientes a los panteones de Dolores, La Piedad, Guadalupe, Español, Inglés, Francés y Americano, por cada uno 12.00Los mismos, sin visos, cortinas y cochero de librea 10.00Medianos, con visos, cortinas y cochero de librea 8.00Chicos, sin visos ni cortinas, y cocheros de uniforme 6.00De segunda clase, por cada uno 4.00

El anuncio advertía que cuando se pidiera un carro para una casa por donde no hubiera vía ancha, el carro esperaría al cadáver en el crucero más cercano a la casa.

A los precios anteriores se aumentaba 33% si el servicio fúnebre se hacía de México a alguna de las poblaciones siguientes: Tacubaya, Tacuba, Azcapotzalco, Mixcoac o Coyoacán. Si fuese para San Antonio o Tlalpan, o para traer el cadáver de cualesquiera de las poblaciones citadas con objeto de inhumarlo en alguno de los cementerios de Gua-dalupe, Dolores, Español, Americano, Inglés y la Piedad, el aumento era de 50%.

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También se aclaraba que tanto en los vagones de primera clase como en los de segunda, sólo se admitiría el número de 28 personas, en los medianos hasta 18 personas y en los chicos 16. Estos vagones tomarían a los dolientes en la casa mortuoria; pero al regreso sólo era obligación dejarlos en la Plaza de la Constitución, pudiendo permane-cer hasta una hora en el panteón.

Si el interesado quería detener los coches, pagaba por cada hora o menos de ese tiempo, un peso por vehículo.

En la ciudad de Toluca, la empresa de Tranvías de Toluca tuvo un servicio funerario, para lo cual se instaló una vía especial que conducía hasta el panteón que hoy conocemos como General.

A continuación describimos el funeral del gobernador José Vi-cente Villada que, como se sabe, falleció el 6 de mayo de 1904, reali-zándose el sepelio el domingo siguiente a su muerte.

Las crónicas nos describen el ceremonial así: a las 11:00 horas en punto el profesor Juan B. Garza, en representación del Poder Ejecutivo del estado, pronunció la alocución respectiva.

A continuación el cadáver fue bajado en hombros de los señores licenciados Vicente Villada Cardoso (hijo), Antonio de la Peña y Reyes (yerno), F. Javier Gaxiola y Carlos A. Vélez, mayor Manuel Valentín Vázquez, Alberto Ferriz, José M. Pastor, Alfredo de la Portilla y Horacio Lalanne, organizándose el cortejo fúnebre en el orden siguiente:

1. Descubierta de la caballería.2. El féretro, en hombros. A la derecha e izquierda del mismo, los

ayudantes, dos coches a retaguardia y el caballo de campaña del fina-do, a la brida, por un dragón.

3. Miembros de la familia del finado y personas que los acompa-ñaban, miembros del Cuerpo Legislativo, gobernador interino, secre-tario general de Gobierno, oficial mayor de la Secretaría e individuos del Poder Judicial, secretario particular y generales Francisco Leyva y Manuel García.

4. Empleados federales y personas de México.

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5. Jefe Político de este distrito y foráneos; ayuntamiento de la ca-pital y foráneos.

6. Personas particulares de la ciudad.7. Contaduría de Glosa, Dirección General de Rentas, adminis-

tradores de Rentas de este distrito y foráneos, así como administradores municipales.

8. Empleados de la Secretaría General de Gobierno, desde los Je-fes de Sección hasta los meritorios.

9. Presidente del Servicio Sanitario, delegados y empleados del ramo.

10. Escuela Profesional y de Artes y Oficios para Señoritas.11. Instituto Científico y Literario, con su director, profesores y

alumnos.12. Sociedades Mutualistas.13. Club de Obreros y operarios de las industrias fabriles de la

ciudad.14. Columna militar, en el orden siguiente: Infantería del estado,

Escuela de Artes y Oficios, Escuela Correccional, Caballería.15. La carroza fúnebre, 4 plataformas forradas de negro y con-

duciendo las coronas, 19 coches de la Empresa de Tranvías de Toluca.Seguía un nutrido grupo de gente del pueblo, tanto de Toluca

como de las poblaciones aledañas.El féretro, sobre el que se colocaron las insignias militares del fi-

nado general y patriota, fue llevado en hombros alternativamente por varios grupos:

Primer turno. Licenciado Vicente Villada Cardoso, licenciado Antonio de la Peña y Reyes, A. Gama y Galván, Alberto Ferríz, José M. Pastor y Manuel V. Vázquez.

Segundo turno. Horacio Lalanne, Vulfrano Vázquez, Alfredo de la Portilla, Joaquín Trejo, Carlos A. Vélez y F. Javier Gaxiola.

Tercer turno. Licenciado Emilio Téllez, Agustín Arriaga, Manuel Padilla, licenciado Manuel Piña y Cuevas, licenciado Francisco M. de Olaguíbel y licenciado Carlos Villada.

Anuncio de una agencia de inhumaciones de Toluca, 1910.

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Cuarto turno. Manuel Campos Mena, José López, Francisco del Palacio, Gregorio M. Ávalos, Pedro Rocha y Luis Argándar.

Quinto turno. Agustín Molina, Francisco B. Millán y Vázquez, Juan B. Meana, Jorge San Román, Jaime S. Pons y José Villagrán.

Sexto turno. Joaquín Santín, Luis Iniestra, Vidal Sánchez, José Ramón Ballina, M. Larios y Benjamín Álvarez.

Al llegar a la antigua calle o callejón de la Pelota,81 el cadáver fue colocado en la carroza número 11, y la comitiva tomó asiento en los diecinueve carros dispuestos al efecto, colocándose en el orden si-guiente:

Primer tranvía: señor capitán Porfirio Díaz, señor Benito Juárez y señores licenciados Joaquín Villada Cardoso (hijo), Antonio de la Peña y Reyes y Eduardo Villada, en representación del señor presiden-te de la república, de la familia del finado y del gobierno del estado y a quienes acompañaban los señores licenciados Felipe N. Villarello, ofi-cial mayor de la Secretaría General, Rodolfo Reyes, F. Javier Gaxiola, Manuel Piña y Cuevas, Francisco M. de Olaguíbel y Carlos A. Vélez, ingeniero Ángel de la Peña y Reyes, mayor Manuel V. Vázquez, señores José M. Pastor, Alberto Ferríz, Antonio G. Galván, Agustín Arriaga, Antonio de la Peña y algunas otras personas muy allegadas a la familia del finado.

Segundo tranvía: Diputados a la Unión y al Estado.Tercer tranvía: Tribunal Superior, jueces de Primera Instancia del

Distrito y foráneos y conciliadores.Cuarto tranvía: Empleados federales y personas particulares de

México.

81 A pesar de que hacía más de 10 años que ya no se llamaba Callejón de la Pelota, se le seguía denominando así, pues la Gaceta del Gobierno del Estado de México de fecha 4 de octubre de 1893 comunicó la aprobación del Superior Gobierno, al que había con-sultado, para que el antiguo Callejón de la Pelota se llamara en lo sucesivo 1ª calle de Josefa Ortiz de Domínguez.

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Quinto tranvía: Jefe Político del Distrito y foráneos, con el ayun-tamiento de la capital.

Sexto tranvía: Contador de Glosa, director general de Rentas, je-fes de Sección de la Secretaría General, oficiales primeros y segundos y administradores de Rentas.

Séptimo, octavo y noveno tranvías: Personas particulares de la población.

Décimo, undécimo y duodécimo tranvías: Empleados subalter-nos de todas las oficinas.

Decimotercero-decimonoveno tranvías: El resto de la concurrencia.En la puerta del panteón se hallaba el diputado don Benito Sán-

chez Valdés, el presidente del ayuntamiento y todos los regidores de la misma corporación, quienes recibieron el cuerpo en nombre de la ciudad y lo condujeron en hombros hasta la plataforma levantada a poca distancia de la fosa.

A la una y cuarenta minutos descendió el féretro a la fosa y las fuerzas del Estado hicieron una salva triple, como última despedida al ilustre finado. Una vez cubierta la fosa, se depositaron sobre ella los centenares de coronas que antes habían sido colocadas en la capilla ardiente.

Enseguida se retiró la comitiva, hondamente impresionada por el acto que acababa de presenciar.

A partir de la defunción de tan distinguido personaje, el uso de los tranvías en los cortejos fúnebres se popularizó más. Ese mismo año de 1904, en nuestra ciudad abrió sus puertas una agencia de inhuma-ciones, que para 1910 se promovía, resultando notable que por sola-mente $12.00 se podía disponer de “una modesta inhumación, inclu-yendo caja, sepultura, tranvías, licencias, certificados, etcétera”.

La agencia, que advertía no tener sucursales, se localizaba en la calle de Porfirio Díaz número 13, calle que después conocimos como de Belisario Domínguez.

Otro sepelio importante en el que se utilizaron de manera profu-sa los trenes fue el de don Alberto Henkel Zea, nada menos que uno de

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los propietarios de la empresa Tranvías de Toluca y de los ferrocarriles suburbanos Toluca-Tenango & Atla y Toluca-San Juan de las Huertas.

El Sol de Toluca, 10 de enero de 2005.

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Toluca y su abasto diario

El origen del abasto se remonta a los inicios de la civilización, lo que no le impide ser al mismo tiempo un asunto vivo y actual del que no podemos sustraernos; así ha venido sucediendo, siglo tras siglo; el abasto lo disfrutamos o lo padecemos a diario.

¿Qué es el abasto? El diccionario nos dice que es “la provisión de bastimentos y especialmente los víveres”, abastecer es entonces: “Pro-veer de víveres u otras cosas necesarias”.82

En la actualidad se habla de abasto de agua, de medicamentos, de gasolina, de combustible, de energía, etcétera; no obstante, la esencia primordial del abasto son los comestibles y lo relacionado con ello. Antiguamente se sumaban la leña, el ocote, el carbón, las cazuelas, me-tates y ollas.

En el Neolítico, periodo que se originó hace aproximadamente 9,000 años, surgieron la agricultura y la domesticación de animales, se empezó a explotar la minería y aparecieron las primeras formas de vida urbana.

Centenares de años después, la humanidad reunida en grupos se fue asentando ya en un lugar, levantando su morada y cultivando los campos en torno a ella; en estos primitivos poblados se almacena-

82 Real Academia Española. Diccionario de la Real Academia Española. Disponible en /ema.rae.es/drae/?val=abasto.

Exterior del mercado “16 de septiembre” y el tianguis en su entorno.

Interior del mercado “16 de septiembre”, hoy Cosmovitral.

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ban las crecientes producciones agrícolas, las incipientes manufacturas textiles y metalúrgicas, las pieles curtidas de animales y otros obrajes.

Toda agrupación humana que abandonó el nomadismo para es-tablecerse ya en viviendas requirió de 5 elementos fundamentales para vivir: agua, alimentos, vestido, utensilios domésticos e instrumentos de trabajo.

El agua se recogía de los ríos, la suministraban las fuentes o se extraía de pozos artesianos; pero los 4 elementos restantes —comida, ropa, utensilios y herramientas—, en un principio se adquirían me-diante intercambios.

Cuando ya hubo un sobrante de ellos, nació el comercio y en-tonces fue necesario un lugar determinado para que allí se reunieran compradores y vendedores; a ese espacio físico se le llamó mercado.

En los primitivos núcleos de población, una parte de la calle prin-cipal se ensanchaba, lo cual formaba un recinto ovalado o redondo en donde se guardaba el ganado por la noche; después, estos claros se transformaron en una especie de plazoletas y finalmente se configuró la plaza del mercado. A partir de esos asentamientos, en todas las cul-turas y en todos los tiempos, el abasto ha estado presente como una de las manifestaciones culturales y económicas más importantes.

Los nombres de esos espacios comerciales varían de un lugar a otro: mercado, tianguis, plaza, zoco, bazar, zacatín, lonja, alhóndiga, pósito, parián, etcétera. La tradición mercantil del abasto en Toluca se sustenta en dos pilares culturales: el modelo de mercado traído por los españoles en el siglo xvi y el comercio prehispánico, caracterizado por el tianguis, palabra que terminó usándose, en vez de tianquiz.

En España durante la romanización aparecieron las primeras pla-zoletas; en los restos de la antigua Numancia ya se ve un tejido reticu-lar con muestras de espacio para mercado.

Por lo que toca al tianguis, el maestro José Corona Núñez ofrece una bellísima explicación de éste y dice que el olmeca, maya, teotihua-cano… de espaldas a la tierra, recostado como queriendo escapar a las alturas, contemplaba con avidez las estrellas, las miraba caminar por

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la comba del cielo nocturno, las observaba nacer en el oriente y morir en el ocaso. Este nacer y morir de los astros les enseñó que las estrellas y el hombre son la misma cosa; era como si remedaran el caminar de las estre-llas por el cielo, como si quisieran emular la carrera de las estrellas fugaces.

Efectivamente, los pochtecas emprendían expediciones en todas direcciones, reconocían tierras inexploradas y pueblos desconocidos; así trazaban las mejores rutas.

Hernán Cortés se impresionó profundamente con el mercado de Tlatelolco, observando que diariamente había más de 60 mil ánimas comprando y vendiendo.

En algunas locaciones aztecas se llevaban a cabo tianguis a inter-valos de cinco, trece o veinte días, bajo la supervisión del tlatoani de la comunidad; ya bajo el gobierno español, la frecuencia de los tianguis se ajustó al calendario cristiano y cambió a intervalos semanales; en Toluca, desde el siglo xvi el tianguis se hace en viernes.

El 13 de enero de 1525, diez años antes de que se estableciera el Virreinato, en la ciudad de México quedó establecido el Fiel Contraste, mecanismo para la exactitud de las pesas y medidas que contrasta-ba fielmente entre lo que se pagaba y lo que se recibía; en el Archivo Histórico Municipal de Toluca hay documentos que demuestran que todavía en el siglo xx en el Cabildo de Toluca había una comisión mu-nicipal de Fiel Contraste.

Ya en el gobierno virreinal, la organización del abasto para cubrir la dieta alimentaria de la población fue siempre competencia y obliga-ción de los ayuntamientos.

Antonio del Bajío piensa que los españoles que no pudieron dis-frutar de las grandes riquezas como las mineras buscaron otras opcio-nes para su prosperidad y una de ellas fue la especulación comercial; así surgió el rescatador, rescatón o resgatón, que en abuso solamente era superado por el usurero.

El resgatón se apostaba a las puertas de las villas y ciudades para interceptar a los indígenas que traían sus productos, les pagaba barato por ellos, provocaba una escasez y así vendía a los consumidores fina-

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les, al precio que le viniera en gana; varios bandos municipales de To-luca, entre ellos el primero del México Independiente, reglamentaban precisamente la acción de los resgatones.

En la Nueva España la mayor parte de la distribución y comercia-lización de alimentos se dio a partir de la relación entre comerciantes particulares y autoridades virreinales; las instancias oficiales eran la alhóndiga, el pósito, la aduana, posturas de carne y del pan.

La alhóndiga, de origen árabe, era la casa pública destinada a la compra y venta de trigo.

El pósito era un organismo municipal que acopiaba maíz y pro-tegía a los pobres durante épocas de escasez o carestía, incluyendo ac-ciones de socorro cuando fuesen requeridas. La Noble y Leal ciudad de México, por conveniencia, instaló en Toluca un pósito, en una finca de su propiedad.

La aduana era parte de la administración real en la que la juris-dicción del Marqués del Valle no tenía injerencia.

Un caso muy ilustrativo es que el 21 de diciembre de 1777, por real cédula, Miguel Valero Olea fue designado administrador de la aduana de Toluca. Lo interesante es que él fue el autor del primer pro-yecto de construcción del camino de México a Toluca.

La postura de la carne sí correspondía al marquesado, por lo que las autoridades que administraban y vigilaban el abasto de carne eran nombradas por el gobierno del marquesado. La postura de la carne fun-cionaba de la siguiente manera: se pregonaba la postura, se llevaba a cabo la subasta y la ganaba el particular que ofreciera la mejor oferta, compro-metiéndose así a cubrir la demanda de carne necesaria para el consumo de los habitantes. Este sistema únicamente operaba para la carne de va-cunos y carneros; la carne de cerdo era vendida por particulares en los obrajes de tocinería.

Ya para el siglo xviii, entre 1789 y 1794, periodo del segundo conde de Revillagigedo, iniciaron las obras de tres caminos importan-tes: el de Veracruz, el de Acapulco y el de Toluca, que era el más impor-tante, porque permitía el abasto de la ciudad de México.

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El tianguis de Toluca fue particularmente importante por la ubi-cación geográfica de la ciudad, que era el cruce de diversos caminos: el camino de México se bifurcaba en Toluca para seguir dos rutas: la occidental hacia Michoacán y la noroccidental hacia Querétaro, Ce-laya y el Bajío; por el sureste se extendía el camino real que venía de Acapulco, pasando por Cuernavaca, Malinalco y Tenancingo, lo que hizo que Toluca fuera un paso constante de arrieros que transportaban sus mercancías, lo que benefició a los toluqueños, pues en su mercado se podían obtener todos los productos necesarios.

Siendo Toluca una ciudad provinciana rodeada por un delicio-so valle, habitada principalmente por españoles y algunas castas, pero bordeada de comunidades indígenas, podía comerse de todo.

Ya en el siglo xix, Toluca tuvo su primer mercado bajo techo, inaugurado el 15 de septiembre de 1851 y que en sus inicios llevó el nombre de mercado “Riva Palacio”, en honor del gobernador que lo mandó construir en lo que hoy es la Plaza González Arratia. Durante las Fiestas del Centenario se le impuso el nombre de mercado “Hidal-go” y que nuestra generación conoció como Mercado Viejo, nombre que adquirió a partir del funcionamiento del mercado “16 de Septiem-bre”, estrenado en 1933, edificio que hoy alberga al Cosmovitral y Jar-dín Botánico.

En torno de este último mercado, durante muchos años se llevó a cabo el tianguis de los viernes hasta que, a principios de los años setenta del siglo pasado, fue trasladado a la periferia del mercado “Be-nito Juárez”, en virtud de que ya no era posible sostenerlo en el primer cuadro de la ciudad.

A mediados de octubre de 2006 nació el mercado “Aviación-Au-topan”.

Desde hace algunos años viene funcionando la Central de Abas-tos, ubicada en la avenida José López Portillo, y es una unidad mayorista de cobertura regional.

Existen además 4 mercados públicos municipales (“Benito Juárez”, “16 de Septiembre”, “Miguel Hidalgo” y “Morelos”), 4 mercados públi-

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cos privados (El Seminario, Infonavit La Crespa, San Lorenzo Tepal-titlán y Capultitlán) y alrededor de veinticinco tianguis que se instalan en las diferentes delegaciones municipales.

Para concluir, diremos que la forma tradicional de comprar y vender víveres y comestibles, es decir, el abasto, el estilo de cocinar, los hábitos de alimentación y la forma de vida, entre otros factores, han ido trazando las tendencias de consumo, las cuales prácticamente se reducen a dos: quienes adquieren sus productos en tianguis y merca-dos y quienes prefieren centros comerciales, tiendas departamentales, megas, clubes, etcétera. En medio de ellas se ubican las fruterías y ver-dulerías esparcidas en las colonias, que son sucesoras de las antiguas recauderías de barrio que hubo en la antigua Toluca. El hábito de abas-tecerse en el mercado tradicional es una forma de identidad, y ésta no es aislamiento, es integración creativa. ¿Qué sería de Barcelona sin su mercado de la Boquería?

El Sol de Toluca, 12 de noviembre de 2012.

Palacio Municipal: transformación de su fachada neoclásica (arriba) a neocolonial (abajo).

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Toluca neocolonial

El título de nuestro artículo de hoy puede prestarse a diferentes inter-pretaciones, por lo que nos apresuramos a aclarar que se refiere a las características arquitectónicas que privan en las fachadas de los cuatro edificios públicos que enmarcan la Plaza Cívica de Toluca.

Quizá algunos turistas que visiten nuestra ciudad piensen que esas cuatro construcciones son dieciochescas; sin embargo, se trata de dos edificios construidos aproximadamente entre 1870 y 1874 (edifi-cio del Tribunal Superior de Justicia y el Palacio Municipal) y los otros dos realizados entre 1966 y 1968 más o menos (Palacio de Gobierno y Cámara de Diputados).

No obstante, entre los dos últimos años citados, todos fueron re-cubiertos con tezontle y cantera, como los palacios de la ciudad de México; aquellos, sí, auténticos del siglo xviii.

En la arquitectura mexicana de la primera mitad del siglo xx, an-tes de ser dominada por las ideas del funcionalismo, se hicieron varios intentos de innovación.

El libro Cincuenta años de arquitectura mexicana 1900-1950, del arquitecto Carlos Obregón Santacilia, publicado en 1952 por Editorial Patria, S.A., tiene entre otros méritos el de haber salido a la luz pública cuando todavía vivían muchos de los arquitectos involucrados en ese periodo. En el libro, Obregón habla de su propia obra arquitectónica y

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de la de sus contemporáneos, a veces en plan apologético y en otras en agudo sentido crítico.

El autor citado señala que entre 1923 y 1950 fue cuando más se construyó en esa etapa, en la que puede decirse que hubo orientacio-nes y conciencia arquitectónica bien definida, así como la presencia de varias corrientes, entre ellas el Tradicionalismo.

La tendencia del Tradicionalismo en ese momento tenía cierta razón de ser, pues había surgido de la idea nacionalista que trajo la Re-volución y de la necesidad de oponer algo nuestro al afrancesamiento reinante, que obviamente nos era ajeno.

Dentro de aquellas inclinaciones del Tradicionalismo nació el lla-mado neocolonial.

Con este último término pretendió designarse en la arquitectura mexicana a un estilo. Sabido es que si no hubo un estilo colonial, mu-cho menos podría haber habido un estilo neocolonial; sin embargo, la expresión se usó en referencia a la arquitectura ya mencionada, inspirada en aquellos palacios.

Entre éstos podemos recordar el Palacio de Iturbide, llamado así porque ahí residió don Agustín de Iturbide; inclusive cuando fue ho-tel, se llamó Hotel de Iturbide; aunque fue construido para residencia del Marqués del Jaral del Berrio y después pasó a manos del Marqués de Moncada. La fachada y proporciones monumentales de este edificio, aún en pie en la avenida Madero, lo hacen verdaderamente excepcional.

Otros inmuebles similares en señorío son: la mansión del Conde de Santiago de Calimaya (avenida Pino Suárez), hoy Museo de la Ciu-dad de México, la Casa del Conde de Heras y Soto (esquina de Repú-blica de Chile y Donceles) y muchos otros más.

Esos fueron los edificios que motivaron que Charles Joseph La-trobe, viajero inglés que vino a México en 1834, llamara a su capital la Ciudad de los Palacios.

Dentro de la prosperidad del siglo xviii, dada en buena medida por el auge minero, se hicieron muchas construcciones suntuosas en las que se usó profusamente el tezontle, material volcánico procedente

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de los alrededores del valle de México. Siempre se usó como material li-gero de revestimiento, encuadrado por elementos resistentes de cantera que encerraban los paños de los muros, haciendo destacar sus remates, jambas, dinteles, nichos, hornacinas, gárgolas, así como sus balcones y rejas de hierro o las columnatas de sus patios. Francisco de la Maza, en su libro La ciudad de México en el siglo xvii, dice:

El tezontle se usó de dos modos: roto, para mamposteo, o labrado en sillares, para cubrir fachadas. En el primer caso siempre fue encalado y pintado; en el segundo visible. Las portadas, ventanas o balcones fueron siempre de cantera blanca, llamada “chiluca”. Fue, entonces, México, una ciudad en rojo y blanco, bicromía preciosa y rara que empezó a perderse con el neoclásico al usar sólo la cantera.83

Humboldt detectó el uso de esas dos clases de piedra como una peculiaridad de la arquitectura dieciochesca que admiró en 1803; a ellas se refirió en el tono sabio que le caracterizaba, así que dijo: “[...] la amigdaloide porosa llamada tezontle y, sobre todo, un pórfido con base de feldespato vidrioso y sin cuarzo”.84

De la Maza reafirma:

Se ha señalado una característica cromática de la ciudad de México: el rojo de sus paños de tezontle y el gris blanco de sus jambas y dinteles. Añadamos otra: la de subir esas jambas hasta la cornisa, prolongándolas más allá de los dinteles, de modo que resultaba un paño rectangular que servía para poner monogramas religiosos, relieves, fechas y hasta escudos.85

83 De la Maza, Francisco (1968). La ciudad de México en el siglo xvii. Presencia de México 2, Fondo de Cultura Económica, México, p. 14.

84 Humboldt, Alejandro de (1966). Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, Porrúa, México.

85 De la Maza, Francisco, op. cit., p. 14.

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Regresemos a la primera mitad del siglo xx, en la que algunos arquitectos mexicanos ubicados dentro del Tradicionalismo realiza-ron algunas obras en neocolonial; el propio Obregón Santacilia junto con Carlos Tarditi construyó en 1922 el Pabellón de México en Río de Janeiro, en ocasión del centenario de la independencia de Brasil; sin embargo, ya para 1950, el mismo Obregón reconocía que algunos de los que habían trabajado en el intento tradicionalista paulatinamente se habían ido dando cuenta que las soluciones tradicionales ya eran inaceptables para ese momento y que las formas iban quedando sola-mente en un sentido decorativo, y todavía peor, sin la escala original y casi caricaturescas.

Obregón deja entrever que su grupo eran jóvenes —lo cual era cierto— y que representaban el progreso y la renovación. Para él, el Pabellón de Río de Janeiro representaba lo mejor que se había hecho en neocolonial, pues había sido muy bien estudiado por ellos y sobre todo se había conservado la escala, que a juicio de él era en donde más habían fallado aquellos imitadores de nuestro pasado.

A manera de disculpa, dice que el pabellón citado y su estilo fueron proyectados con el objeto de mostrar en el extranjero la arquitectura tradicional mexicana y para lograrlo simularon espesores de muros y aplicaron el repertorio de formas que habían acumulado en su bús-queda.

Obregón considera que para él y su grupo, el Tradicionalismo terminó con aquel pabellón hecho en 1922, no así para otros arqui-tectos que continuaron por ese camino, entre ellos Rafael Goyeneche, Ignacio Marquina, Salvador Vértiz Hornedo y Vicente Mendiola.

Ellos creyeron, o por lo menos ése fue el resultado —continúa Obregón— que una casa o un edificio sigue estando en el estilo si con-serva la cáscara colonial; si en vez de dos tiene siete pisos; si en vez de patio tiene una entrada vulgar como la mayor parte de las entradas a los edificios de oficinas. Como se comprende, esto ya no es el estilo, que está constituido por la planta del edificio, por la distribución, por los materiales, por los espesores de los muros, por el saliente de las

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molduras y en fin, por las formas externas y por la manera de emplear dichas formas, concluye Obregón.

Entre los edificios levantados en la ciudad de México en la pri-mera mitad del siglo xx, pero con las características del neocolonial, destacan, entre otros, el Hotel Majestic y el edificio de la compañía petrolera Él Águila, después Petróleos Mexicanos; el primero construi-do por el arquitecto Rafael Goyeneche y el segundo por el arquitecto Vicente Mendiola, quien gustó mucho de ese pseudoestilo.

En el libro sobre la vida y obra del arquitecto Mendiola, escrito por su hija María Luisa (Lita), se reconoce que la arquitectura de Men-diola es semejante a la Carlos Obregón Santacilia, Juan Segura y Ernes-to Buenrostro, entre otros, y totalmente diferente de la ejecutada por sus compañeros de estudio, Villagrán, Carlos Tarditi, Juan O’Gorman o a la de sus discípulos Juan Sordo, Augusto H. Álvarez y demás.

Don Juan Fernández Albarrán, toluqueño que fue gobernador del estado de 1963 a 1969, durante la segunda mitad de su adminis-tración se empeñó en transformar a Toluca, así que emprendió una colosal tarea constructiva cuyo impacto mayor fue la creación de la llamada Plaza Cívica, bordeada por los edificios sede de los tres Poderes y el Palacio Municipal.

Lo anterior trajo algunas ventajas, pero también provocó daños al patrimonio construido de épocas anteriores, pues implicó la demo-lición de innumerables inmuebles, la ampliación de calles y callejones, la falsificación de fachadas y estilos, así como la alteración de propor-ciones originales y demás.

El arquitecto Carlos Flores Marini, reconocido restaurador e in-cansable defensor en foros y organismos internacionales del patrimo-nio arquitectónico, en su momento criticó severamente esta iniciativa. En el Suplemento número 993 de México en la Cultura del periódico Novedades expresó su desacuerdo con la decisión del gobierno estatal.

Aquella crítica aparece también registrada en el número 8 de los Cuadernos de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico, del inba, publicado en 1980:

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Muchos mexicanos son verdaderamente contradictorios tratándo-se de sus valores culturales, véase si no la actitud del pasado gobierno de Campeche, que en una ciudad de fuerte carácter colonial decidió hacer un nuevo Palacio de Gobierno en furibundo estilo moderno que desentona totalmente con el ambiente de la ciudad y propició la destrucción del an-tiguo palacio del siglo xvii. Ahora la actitud del gobierno del Estado de México, a cuya capital Toluca, quiere volver a como dé lugar, en una ciudad colonial, para ello ha decidido que tanto el nuevo Palacio de Gobierno, ya terminado, como todas las construcciones que rodean a la Plaza, sean Neocoloniales, aun a costa de buenos ejemplos del siglo xix, como la casa Barbabosa, que será salvajemente demolida sin tomar en cuenta que en su interior conserva gran armonía de estilo, con detalles que sobresalen en su lujosa construcción, como los plafones de madera calada y lo peor de todo, es que con su demolición no solamente se perderá el único ejemplo digno del siglo xix que tiene Toluca, sino que alterará la proporción original de la plaza, ya que la biblioteca que actualmente se construye, Neocolonial desde luego, tendrá fachada hacia el lugar donde se levanta la casa en cuestión, creándose al frente un espacio abierto que modificará la traza de la plaza, esto sí, uno de los poquísimos rasgos de la Colonia que Toluca conserva.

Con esto se ha perdido una muy brillante oportunidad de darle a To-luca dignidad y categoría, y que dejará de ser una ciudad amorfa e incolora; creemos que si esta actitud reminiscente hacia nuestro pasado virreinal, la enfocará el Estado a su verdadero patrimonio cultural, muchas cosas se salvarían.

Dignificar la zona arqueológica de Calixtlahuaca, cuidar la unidad ur-bana que aún conservan muchos de sus pequeños poblados o evitar la des-trucción de valiosos ejemplos de su arquitectura religiosa y civil que día a día desaparecen sin que se haga nada por evitarlo, todo ello es mucho más posi-tivo que querer crear algo, que ya no existe y por lo tanto es falso y engañoso.

Ante lo inevitable no hay nada que hacer, el palacio Colonial ya está construido y esa tónica de pseudo-estilo se sigue en las otras construcciones de la plaza, pero lo que sí se puede evitar es la desaparición de la Casa Bar-babosa integrándola al contexto de las otras construcciones. Con ello no

El antiguo palacio de gobierno, de estilo neoclásico, transformado en neocolonial.

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solamente se conservará el trazado de la plaza, sino que a la casa se le puede adaptar para un fin más digno, conservándose así una muestra interesante de nuestro menos preciado siglo xix.

Esto deja ver una vez más la urgente e inaplazable necesidad de una Ley de protección de Monumentos con carácter federal, no todo se logra con buena voluntad, nuestro patrimonio artístico se saquea, mixtifica, des-truye y todo ante la imposibilidad de actuación por falta de leyes adecua-das. Para evitar el saqueo ya se han tomado las primeras medidas, tanto nacionales como internacionales, ante el alarmante tráfico sobre todo de joyas arqueológicas, pero para impedir la destrucción de los núcleos urba-nos que aún guardan, tanto monumentos importantes, como unidad en su fisonomía y carácter, casi nada se ha hecho, éste casi lo salvan unos cuantos estados que sí se han dado cuenta de su importancia, Guanajuato y Zaca-tecas a la cabeza, pero se hace necesario una mayor acción y ésa sólo la da la ley, aparte de una intensa campaña de conciencia cívica. A cuatro años de la Primera Reunión Interamericana de Monumentos en San Agustín, Florida, su enunciado principal aún es válido: una parte apreciable del pa-trimonio cultural de América se ha perdido irreparablemente y muchos otros monumentos de inestimable valor se hallan gravemente amenazados de destrucción y ruina. Siendo todo ello imputable a tres causas funda-mentales: el desamparo oficial, la ausencia de especialistas y técnicos en los organismos y dependencias responsabilizadas en tales tareas y la falta de una conciencia pública capaz de movilizarse oportunamente en defensa de esos comunes intereses culturales de la nación.86

Debe asentarse que en esos finales de los sesenta del siglo pasado se mostró desinterés y falta de conciencia, pocas voces se escucharon para conservar aquel patrimonio, salvo la de especialistas como Flores Marini.

86 Flores Marini, Carlos (1980). “Apuntes sobre arquitectura” en Cuadernos de Arquitec-tura y Conservación del Patrimonio Artístico, Serie Ensayos, núm. 8, marzo de 1980, inba, México, pp. 42-43.

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Así, el antiguo edificio del Palacio de Gobierno y el Palacio Mu-nicipal, construidos por el arquitecto Ramón Rodríguez Arangoity, fueron modificados en su aspecto exterior, en ambos casos se alteraron prácticamente todos los vanos y se modificaron los remates.

En cuanto a los edificios nuevos del Palacio de Gobierno y de la Cámara de Diputados —proyectado originalmente para Casa de Cul-tura— su construcción, a base de concreto armado y materiales mo-dernos, fue concebida en neocolonial.

El actual Palacio de Gobierno, inaugurado el 8 de septiembre de 1967 por el presidente de la república Gustavo Díaz Ordaz, fue inicia-do el 20 de mayo de 1966 y concluido el 31 de agosto de 1967.

Los autores del proyecto arquitectónico fueron los arquitectos Guillermo Beguerisse C. y Vicente Mendiola; en tanto que la dirección y cálculo de la obra estuvo a cargo de los ingenieros Salvador Medina R. y Mauricio Urdaneta.

En el caso de la Cámara de Diputados, los ingenieros y arqui-tectos que participaron fueron también Guillermo Beguerisse, Vicente Mendiola y Salvador Medina Roiz. Se inauguró en septiembre de 1968.

Al paso de los años se cuestionan dos cosas: el imponer un pseu-do estilo y la destrucción de lo representativo de un pasado.

Hay toluqueños que consideran que la decisión de don Juan Fer-nández Albarrán fue acertada, al concebir para Toluca una plaza digna y aplauden las medidas adoptadas; otros, sin embargo, han criticado acremente tal decisión considerando que fue una especie de capricho y no perdonan que a Toluca le haya costado perder el sello decimonó-nico que tenía el centro de la ciudad.

Amigo lector, ¿cuál es su opinión al respecto?

El Sol de Toluca, 29 de marzo de 2004.

El profesor Rodolfo Soto Cordero con un grupo de alumnos en 1953.

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La Escuela Soto a 79 años de su fundación

Hoy dedicamos las notas de nuestra crónica a la ilustre Escuela Soto, nombre que ostentaba el prestigiado plantel, en honor a su fundador, el profesor Rodolfo Soto Cordero, quien ejerció la docencia por más de cuarenta años. Por esa escuela pasó una infinidad de toluqueños y no toluqueños.

El profesor Rodolfo Soto Cordero nació en Toluca, en 1896. Rea-lizó sus estudios en esta ciudad; se graduó como maestro el 22 de abril de 1917 en la Escuela Normal para Profesores.

Trabajó en diversos planteles educativos: Escuela Anexa a la Nor-mal, Escuela Rudimentaria “Felipe Sánchez Solís”, Escuela “Amado Nervo”, Academia Nocturna para Adultos núm. 6, Escuela de Artes y Oficios para Varones, Escuela Profesional de Artes y Oficios para Se-ñoritas, Escuela Montessori, Escuela Superior de Comercio, Instituto Científico y Literario, y por supuesto, su propio centro educativo. Im-partió diversas cátedras: Lengua Nacional, Geografía, Historia, Civis-mo, Física, Química, Estenoritmia, Aritmética Mercantil, pero sobre todo las Matemáticas y la Geometría fueron sus materias.

En el campo de la administración educativa, fungió como vocal del Consejo Técnico de Educación del Estado y en el campo de la lucha magisterial se desenvolvió como presidente de la Liga de Maestros del Estado, antecedente del actual Sindicato de Maestros.

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El profesor Soto fue uno de los socios fundadores del Club Rotario de Toluca, en 1943.

La Escuela Soto se fundó en 1923 y fue inaugurada por el enton-ces gobernador del estado, general Abundio Gómez. En un principio llevó el nombre de Escuela “Vicente Guerrero”, pero en 1942, al cum-plir el profesor Soto sus bodas de plata como maestro, la Sociedad de Padres de Familia, el personal docente y el propio alumnado solicitaron se le impusiera su nombre, transformándose con el tiempo en el “Ins-tituto Particular Incorporado Rodolfo Soto C”.

En la ceremonia de inauguración, celebrada el 26 de febrero de aquel año de 1923, pronunció un discurso el profesor y licenciado Agustín González, quien fungía en ese momento como director de Educación Pública. En su alocución, el distinguido pedagogo se refirió a su similar, el profesor Soto, y elogió su trayectoria como educador; también tuvo palabras de aliento para los mentores de la naciente es-cuela, entre los que se contaba el profesor Pedro Romero Quiroz y las profesoras Herminia García Beltrán, Ernestina Mendieta y Rafaela Co-lón, entre otros. También se ocupó de expresar conceptos, que ahora llamaríamos de motivación, para los primeros 43 pequeños educandos inscritos que iniciaban la historia de lo que sería una gran institución. Al momento de fundarse ésta, tenía solamente el carácter de escuela primaria y posteriormente se estableció la secundaria. Al inicio de la década de los treinta tenía como anexa al plantel a la Escuela La Paz, cuya directora era la también reconocida maestra Esther Cano. En su momento también se abrió una Academia Libre de Comercio, la cual contó con el debido reconocimiento de las autoridades de educación.

A partir de su fundación, la escuela funcionó dos años en la casa número 32 de la calle de Aldama, después se mudó a la casa número 38 de la calle de la Libertad, en la que estuvo un par de años más, para finalmente trasladarse a la casa número 65 de la avenida Juárez, en donde permaneció alrededor de 37 años, hasta que cerró sus puertas.

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En el homenaje por los 25 años de maestro del profesor Soto (1942), Efraín Peñaloza Ochoa, alumno de aquella escuela, cuyo lema era Educar es hacer Patria, le dedicó el siguiente soneto:

En este mundo de sarcasmos lleno,se entrega el hombre a propagar el vicio;arroja sus creencias en el cienoy se da a la maldad y el artificio.

Algunos piensan en buscar lo buenosolamente en su propio beneficio,siendo raro en verdad el que, sereno,por la Patria se entrega al sacrificio.

De estos hombres, los fastos de la historiala vida irradia con fulgente gloria,y va el perverso por el mundo, ignoto…

Más que la gloria de la Tierra, el Cielomerece quien del Bien es un modelocual mi maestro don Rodolfo Soto C.

Hace exactamente 60 años, entre los alumnos de la Escuela Soto estaban, en kindergarten: Pipi Carretero, Octavio Chávez y Rodolfo Soto Moreno. En primer grado, segundo ciclo: Enrique Arcos, Gustavo Arizmendi, Armando Aubert, Rafael Bringas, Cesáreo Díaz Becerril, Ramón Chávez, Jesús González García, Carlos Hoyos, Juan Olvera, Víctor Pérez, Ramón Rodríguez, Guadalupe Romero, Roberto Santi-llán R., Enrique Sierra Rivera y Antonio Trevilla. En el segundo gra-do, del mismo ciclo: José Fernando Alonso, Carlos Arochi, José Luis Arochi, Jesús Assad, Eduardo Castillo, José Celorio, Bernardo Díaz C., Julio Díaz, Eduardo Graf, Ignacio Hernández, Roberto Hidalgo, Gui-llermo Islas, Antonio Juárez, Jesús Maccise, Octavio Mañón, Octavio

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del Moral, Carlos Moreno, Naime Nemer, Felipe Ontiveros, José Luis Santa Cruz, José Luis Villanueva, Fernando Villuendas C., Carlos Vil-chis, Enrique Vilchis y Fernando Yurrieta.

En el primer grado del tercer ciclo estaban, entre otros, los si-guientes: Joaquín Albarrán, Juan Álvarez Gómez, Amado Becerril, Antonio Bernal, Efrén Bernal González, Isaac Bernal, Eleuterio Ce-lorio Rodríguez, Baltazar Chiquillo A., Jesús Duarte, Enrique García, Adolfo Giles C., Alejandro Graf, Carlos Gutiérrez, Fernando Hernán-dez, Filiberto Hernández, Gabriel Lara, José Liho R., Jesús Lechuga, Fernando Mañón, Gonzalo Mañón D., Delfino Martínez, Yolanda Martínez, Gregorio Miranda C., Raúl Olivera, Efraín Peñaloza Ochoa, Salvador Peñaloza Duarte, Wenceslao Rangel, Ignacio Rojas, Héctor Téllez, Carlos J. Vilchis R.

En el segundo grado, tercer ciclo: Javier Albarrán, Víctor Manuel Arizmendi, Eleuterio Celorio Rodríguez, Raúl Cienfuegos, Enrique Díaz Becerril, Gonzalo Estévez, León Faure, Juan Manuel Fernández, Víctor Manuel Fernández, Octavio Figueroa, Pedro González, Fernan-do Hidalgo, Rafael Legorreta, Rodolfo Liho, Luis Medina, Luis Mirazo Rayón, Salvador Moreno, Ignacio Rodríguez, Alfonso Rojas, Enrique Sánchez y José Ramón Soria.

La Escuela Soto siempre se caracterizó por su férrea disciplina, por su fervor patrio, por su apego a los valores morales. El profesor Soto era extremadamente exigente en el cumplimiento de los princi-pios de orden, puntualidad, aseo, respeto y aplicación en los estudios.

Una vez al mes se efectuaba una ceremonia en honor de la bandera nacional. Las celebraciones en homenaje a las madres y a los maestros fueron siempre de gran lucimiento. En ocasiones importantes, los fes-tivales se llevaban a cabo en el Teatro Principal y después en el moder-no cine Florida, donde llegaron a actuar artistas como Gil Mondragón y Pimpín Ortigosa. El profesor Soto siempre procuró inculcar el gusto por la música clásica y la música mexicana culta. No faltaban en es-tas fiestas las interpretaciones a obras de Manuel M. Ponce, Juventino Rosas, Arturo Tolentino, Mario Talavera, Marcos A. Jiménez, Ignacio

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Fernández Esperón Tata Nacho, Alfonso Esparza Oteo, Macedonio Al-calá, Jorge del Moral y otros. La declamación de obras de los grandes poetas mexicanos siempre estaba presente. La conducción de las fies-tas estuvo mucho tiempo a cargo de don Emilio Caballero y el montaje de bailables lo dirigía la maestra Socorro Caballero Arroyo.

Entre las actividades extraescolares se recuerdan sus entusiastas y bien organizadas kermeses, matinés de cine, competencias deportivas y otros eventos.

Debe mencionarse que aquella escuela tuvo también internado, razón por la cual llegaron a ella muchos alumnos provenientes de otras partes del estado: Valle de Bravo, Villa Victoria, Almoloya de Juárez, Lerma, Tejupilco, Luvianos, Temascalcingo, San Felipe del Progreso y otras, así como de entidades vecinas como Querétaro, Michoacán, Hidalgo y el propio Distrito Federal. Así, a mediados de los años cin-cuenta llegó a estudiar a la Escuela Soto, proveniente de Contepec, Mi-choacán, el hoy reconocido poeta y escritor Homero Aridjis, presidente del Grupo de los Cien, que realiza importante actividad en el campo de la ecología. Como él, fueron muchos los estudiantes brillantes que ahí se formaron y que en su momento destacaron en los más diversos campos y que hoy son reconocidos profesionales, prósperos hombres de negocios, o simplemente hombres de bien.

La lista de ilustres maestros que sirvieron a la escuela Soto en sus más de 40 años es enorme. Con el riesgo de omitir por involuntario olvido a algunos de ellos, mencionamos a Rosa Amman, María del Carmen Arias, Amelia Arzate, Agustín Avilés, Dolores Barreto Santo-yo, capitán Pablo Becerril, Paz Bobadilla, María Teresa Camarena, Ar-turo Cejudo, Mario Centella, María Chávez, teniente Salvador Chávez Gutiérrez, Antonio F. Díaz, Dolores Díaz G., Herminia Díaz, Auristela Espinosa, Remedios Albertina Ezeta, Jorge Fonseca, Salustia Garcés viuda de Flores Mancilla, Alfonsina García, Dorotea García, Socorro García, Teófilo García, Trinidad García Mejía, Flora González, Her-minio González, Rosa Ma. González y González, Lilia Gutiérrez, Er-nestina Gutiérrez, Víctor Gutiérrez M., Raquel Hernández, Victoria

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Hernández, Arturo Jaimes, Ernestina Jean de Paniagua, Juan Manuel Jiménez, Dolores Lagunas, Manuel Lara, Jovita Luja, Isidro Martínez, María del Carmen Mejía, Carlos Mercado Tovar, Servando Mier, Pe-dro Mondragón, Agustín Monroy Carmona, Isabel Moreno, Ángela Nava, Edelmira Nava, Esteban Nava, Everardo Navas, Filiberto Navas, Sixto Noguez, Ernesto Ordoñez Colón, Adrián Ortega, Diódoro Orte-ga, Héctor Ortega Gómez, Antonio Cisneros, Ramón Pérez, Consuelo Pineda de Zárate, Onésimo Reyes, Ana María Rivera, María Rivero, Antonia Rodríguez, Ignacio Rojas, Juan Rosas Talavera, Salvador Ru-bio, Ernestina Sánchez, Francisco Sánchez, Soledad Sánchez, Amada Mercedes Santana, Alfonso Sosa, Cirilo T. Cancelada, Rafael Uribe Pi-chardo y Sergio Vilchis. Por algún tiempo estuvo don Rodosto Ortiz como instructor de la banda de guerra.

El profesor Rodolfo Soto Cordero falleció el 4 de enero de 1958 y quedó la dirección de la escuela en manos de su esposa, la también recordada maestra Magdalena Moreno de Soto, y de su hijo, Fernando Soto Moreno.

Al inicio de los años sesenta, con el apoyo del general Julio Par-diñas, entonces Comandante de la XXII Zona Militar, la escuela se transformó en militarizada. Lamentablemente y por diversos motivos, la escuela decidió cerrar el 31 de diciembre de 1964, según constancia de la Dirección de Educación Pública del Estado.

El “Instituto Particular Incorporado Rodolfo Soto C.”, con su gran prestigio no sólo cubrió una amplia época en la educación del estado, sino que fue el centro de formación de muchos buenos mexicanos.

En la colonia Morelos, de esta ciudad de Toluca, una calle lleva el nombre de Rodolfo Soto Cordero, en honor de tan distinguido educa-dor y formador de innumerables generaciones.

El Sol de Toluca, 25 de febrero de 2002.

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Recordando al cine Florida

En 1954, la ciudad de México tenía 150 cines, mientras que en Toluca los cines que hasta entonces había tenido podían contarse con los de-dos de las manos y sobraban dedos: el Principal, el Coliseo, el Rex, el Auditorio, el Justo Sierra y el Edén o Municipal. Pero ese mismo año se inauguró el cine Florida, que registraba un gran avance constructivo y técnico en su equipamiento.

El cine Florida estaba ubicado en la avenida Juárez número 40, entre la calle de Pensador Mexicano —hoy avenida Morelos— y la ave-nida Hidalgo, que mantiene su nombre y ubicación.

En la ciudad de México hubo un cine en pleno barrio universitario, el Goya, que con el tiempo se convirtió en el favorito de los estudian-tes; inclusive se cuenta que ahí nació la famosa porra de cachún, ca-chún, ra, ra, cachún, cachún, Goya, Universidad…

Guardando las proporciones del caso, podríamos decir que el cine Florida de Toluca también era el predilecto de los estudiantes, sin menoscabo de que también fuera un cine familiar por excelencia. Su localización, tan cercana al Instituto Científico y Literario Autónomo (icla), hoy uaem, lo colocaba como propicio para que los alumnos y alumnas de esta institución acudieran con los amigos y amigas, con la novia o novio, o bien para entrar furtivamente, sin pagar, en imprevis-tas avalanchas humanas, motivadas por cualquier pretexto.

Programa del cine Florida para la película El cáliz de plata.

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Los cursos de la Máxima Casa de Estudios iniciaban el 3 de mar-zo de cada año, así que unos días después de esta fecha los alumnos iban al citado cine, provistos de su credencial vigente, a efecto de que se les imprimiera a éstas el sello del cine. Este sencillo trámite permitía a la empresa reducir las posibilidades de que los estudiantes penetraran en bola, y a los estudiantes les daba la oportunidad de entrar a la locali-dad de luneta, pagando únicamente un boleto de anfiteatro, es decir, cubrían un equivalente a la mitad del precio normal de entrada. Este sistema funcionó por mucho tiempo, lo cual generó una relación cor-dial entre ambas partes y que sólo se quebrantaba eventualmente.

El acceso al cine estaba conformado por un largo y espacioso pa-sillo iluminado con luz indirecta, en cuyo arranque estaba la taquilla; en los muros laterales se mostraban en unas vitrinas planas los carteles y fotografías con los próximos programas. Al final de ese pasillo se encontraban, a la derecha, la escalera para el anfiteatro, y al frente, un cancel de cristales que daba al vestíbulo de luneta que contaba con unos cómodos sillones y en donde se localizaba la dulcería.

Una de las novedades de este cine fue el entonces moderno sistema de Cinemascope, con el sensacional sonido estereofónico de alta fide-lidad en 4 bandas magnéticas direccionales y la pantalla gigante espejo milagroso de 15 metros, que permitía disfrutar con verdadero deleite aquellas modernas cintas, particularmente las filmadas en el glorioso Technicolor de luxe o en el deslumbrante Warner-color, como rezaban los lemas. Además, el cine contaba con un equipo de calefacción.

El Florida marcó los tiempos de las películas históricas y bíblicas con un impresionante manejo de multitudes, que dieron lugar a un chiste en el que se preguntaba: “¿Qué es una película histórica?”, y la respuesta era: “Fiesta de disfraces en casa de Cecil B. de Mille”.

La modernidad de aquel cine era equiparable con algunos de la capital de la república, por lo que la publicidad que se difundía en la ciudad, anunciando algún estreno, cuidaba de mencionar que dicha película “por algo fue exhibida en el cine Chapultepec de México” o “al mismo tiempo que en el cine Alameda de México”. Por las característi-

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cas del equipo instalado, predominaban las películas estadounidenses sobre las mexicanas. El 20 de diciembre de ese 1954 se estrenó en el cine Florida el primer corto filmado en México en Cinemascope; se trataba de México, país del quinto sol.

Poco a poco, las películas con artistas nacionales fueron incor-porándose, aunque siempre hubo una hegemonía de las extranjeras.

Algunos días se podía disfrutar de los regios estrenos; en otros, había programa triple, es decir, tres películas en una función, más los noticieros Fox Movietone y Noticiero Mexicano ema, o Cine-Seleccio-nes, así como los cortos, por sólo $2.00 en luneta o $1.50 en anfiteatro. Sábados y domingos había las colosales matinés, generalmente, a be-neficio de alguna escuela, por lo que los precios eran verdaderamente módicos: luneta $1.00 y anfiteatro 80 centavos. Después el pago por derecho de entrada subió a 4 y 2 pesos, respectivamente, y así se man-tuvo por mucho tiempo.

Hay que recordar que en aquellos años, todos los estudiantes del Instituto se concentraban en un solo edificio, el que hoy se denomina de Rectoría, así que los institutenses salíamos de él y bastaba caminar menos de dos cuadras para arribar al Florida. La cercanía, aunada al atractivo descuento en el precio de entrada, hacían relativamente fácil la frecuentación a aquel cine, afectivamente familiar.

Mediante una ingeniosa forma de anunciarse, el cine Florida dis-tribuía unos programas que le diseñaba la empresa Publicidad y Pro-paganda jare, que estaba en la calle de Querétaro 85-1, en la ciudad de México. A través de estos programas que patrocinaban diversas casas comerciales, se informaba uno a detalle de los nombres de las pelícu-las, argumentos, artistas, directores, etcétera, además de poder obtener descuentos en los negocios, a la presentación de aquellos anuncios. Entre algunos de los anunciantes podemos citar la Avícola Tollocan, Amortiguadores Benjamín Robles, café La Flor de Toluca, Fotografía Tirado, Acumuladores Tol-Mex, Bicicletas Armstrong, Camisería Re-forma, Electricistas Casa Zenil, Enrique V. Enríquez y muchos otros.

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En este artículo sería imposible referir las miles de películas que se exhibieron en el Florida, al incontable elenco de actores y actrices, a los directores, productores y fotógrafos, a las modalidades y tenden-cias y tantas cosas más, que por ahí desfilaron.

Haremos una muestra de remembranzas personales, que sirvan para que cada lector haga su propio ejercicio de recuerdos.

Pues bien, en aquel último año del Instituto Científico y Literario Autónomo, antes de convertirse en la Universidad, acudimos muchas veces al Florida. En enero vimos el Jardín del mal, (Garden of evil), con Gary Cooper, Susan Hayward y Richard Widmark, una pelícu-la filmada en México, en la que además actuaban otros artistas muy apreciados en nuestro país: Cameron Mitchel, Rita Moreno y Víctor Manuel Mendoza. La publicidad de la cinta era más que elocuente para describir aquella hollywoodense ensalada de paisajes:

El espectador acompaña al grupo por el escabroso sendero que ser-pentea por los desiertos y montañas de México, revelando unas bellas vistas panorámicas y un ambiente natural que realza el dramatismo de la trama. Viajan por las selvas de plátanos y los esplendores naturales de Acapulco; sobre las ennegrecidas arenas volcánicas que rodean Paricutín; y la aldea abandonada de Guanajuato. Es un ambiente de magnificencia salvaje, cap-turado maravillosamente por los fotógrafos de la Fox. 87

Tal parece que la versatilidad de la geografía mexicana era la que forzaba el sesudo argumento.

En febrero, el Florida se veía lleno de cabezas rapadas, que no eran precisamente skin heads, sino perros o novatos institutenses, que se impresionaban con The naked jungle, traducida al español como Marabunta, la más terrible plaga compuesta por un ejército de hormi-gas que devora todo lo que se interpone en su camino. Eleanor Parker

87 Programas de mano del cine Florida correspondientes a los días 15 de enero, 8 de marzo y 13 de enero de 1955, respectivamente.

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y Charlton Heston eran los protagonistas de aquella novela de Carl Stephenson llevada al cine.

Durante la primera semana de clases, éstas fueron alternadas con una película premiada por la Academia de Hollywood: El mar que nos rodea, con Rachel L. Carson; la propaganda afirmaba que

para el espectador es algo insólito que desfila ante sus ojos. Para el público infantil, al mismo tiempo que distrae, enseña y revalida mucho de lo que se puede leer en libros, quedando más firme en la mente de los niños. 88

Esta película se exhibió junto con otro premio, también de la Aca-demia: El esquimal de Alaska, creación de Walt Disney, y con Nieves trai-doras, con Victor Mature, Piper Laurie, William Bendix y Vincent Price.

El día del Maestro —15 de mayo— se estrenó nada menos que Si-nuhe el Egipcio con Jean Simmons, nuevamente Victor Mature, Gene Tierney, Michael Wilding, Bella Darvy, Peter Ustinov y Edmund Purdom, como el Egipcio. Esta película tenía la novedad de haberse fotografiado con los nuevos y revolucionarios lentes anamórficos. Los programas im-presos resaltaban dos aspectos: el escenario y el personaje; del primero se decía: ¡Éste es Egipto… 1,500 años antes de Jesucristo…renacido ante sus ojos asombrados, con todo el esplendor… en el más grandioso panora-ma de dioses y reyes… de templos y palacios… de gloria y transgresión jamás filmado! Del segundo se comentaba: ¡Éste es el Egipcio… el que renegó de la eternidad por Nefer, la seductora de Babilonia, la que le ofreció el amor perfecto… Baketamon, la Princesa Real, con la que perpetró el pecado de pecados… y Merít, la moza de taberna, que no tenía más que sí misma que dar!

En junio vimos películas como Bajo la luz de la luna, con Doris Day y Gordon Mac Rae, una comedia musical que contrastaba con El

88 Id.

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fantasma de la Rue Morgue, película cuyo título ya anticipaba aquel cine de terror.

En agosto nos deleitamos con Robinson Crusoe y con una nueva versión de Los tres caballeros, de Disney, pero ahora en Radioscope.

En septiembre no nos perdimos a Marilyn Monroe en El mun-do de la fantasía, y en octubre, ya para terminar el año escolar, nos dimos tiempo para disfrutar de El circuito infernal, película que tenía implícita la emoción de las carreras de automóviles, actuada por Kirk Douglas, Bella Darvy, Gilbert Roland y nuestra Katy Jurado.

Humphrey Bogart en La tragedia del circo y Greer Garson y Dana Andrews, en Una extraña en el pueblo, nos distrajeron en noviembre.

Finalmente, en vísperas de Navidad, vimos Desirée, la amante de Napoleón, con Marlon Brando, Jean Simmons, Merle Oberon y Mi-chael Rennie.

En el cine Florida pasaron lo mismo las grandes producciones de películas bíblicas, como El cáliz de plata, con Virginia Mayo, Pier Angeli, Jack Palance y Paul Newman; como los asomos y consolidación del rock and roll, con Elvis Presley, Bill Haley y sus Cometas y tantos más; el cine de suspenso de Alfred Hitchcock, las hilarantes películas del Gordo y el Flaco, Abott y Costello o Los Tres Chiflados, las picarescas y atrayentes películas italianas de las Sylvanas Mangano y Pampanini, Gina Lollobrí-gida, Rosana Podesta y Sofía Loren; las sensuales filmaciones francesas con Martine Carol o Brigitte Bardot; al genial Fernandel; los tangos de Libertad Lamarque; las de jóvenes rebeldes con James Dean a la cabeza; las películas de guerra; las de la pareja cómica de Jerry Lewis y Dean Martin; las de Tin Tan, y una inagotable lista.

Seguramente muchos toluqueños que lean estas notas estarán re-cordando su propia trayectoria de espectadores en el cine Florida; cada quien tendrá sus preferencias, sus gustos, sus artistas, sus recuerdos, sus anécdotas, sus vivencias, sus cintas favoritas. Así que no nos hemos propuesto otra cosa más que traer a la memoria un espacio comuni-tario que por varias décadas cumplió con la función de dar placentero

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entretenimiento a miles de cinéfilos toluqueños, cuando todavía no se generalizaba la televisión.

Algunos recordarán El manto sagrado, otros evocarán Las lluvias de Ranchipur o la Furia de Ceylan, La rosa tatuada, La gran tentación o Sabrina, La montaña siniestra, En manos del destino o El embrujo del Palmar.

Al recordar el cine Florida probablemente haya quien le ven-ga a la mente Lana Turner, Maureen O’Hara, Elizabeth Taylor, Ava Gardner, Susan Hayward, Dorothy Mc Guire, Audrey Hepburn, June Allison, Jean Simmons, Anna Magnani, Lauren Bacall o Joan Fon-taine. Algunas damas probablemente recuerden con suspiros a Gre-gory Peck o Tirone Power, o simplemente evoquen a Richard Burton, Charlton Heston, John Wayne, Gary Grant, Steward Granger, James Stewart, Robert Wagner, Gilbert Roland, James Cagney, Dan Dayley, Jeff Chandler, Burt Lancaster, Fred Astaire, Gary Cooper, Bob Hope, Spencer Tracy, Richard Widmark, Bing Grosbin, Dana Andrews, Ros-sano Brazzi, Clifton Webb, Fred Mac Murray y demás.

El cine Florida se fue, no así las evocaciones de cientos (¿miles?) de funciones que disfrutamos de todo tipo de cine traído por la empre-sa, vigilada cuidadosamente por el siempre caballeroso don Joaquín Iracheta, a quien le dedicamos un respetuoso recuerdo, con nuestra gratitud por las felices horas que ahí pasamos.

El Sol de Toluca, 13 de enero de 2002.

Obra pública en Toluca (1900-1950).

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Obra pública en Toluca (1900-1950)

En nuestro artículo de hoy trataremos de hacer una síntesis de las obras públicas de Toluca que, habiendo sido construidas entre 1900 y 1950, tuvieron mayor trascendencia. Advertimos que no se mencio-nan todas, dado que por razones de espacio no es posible hacerlo y tampoco es el propósito de estas notas.

Al iniciar el siglo xx, la ciudad de Toluca tenía alrededor de 26 mil habitantes. La población censada en 1950 alcanzaba la cifra de 53 mil habitantes, es decir, en medio siglo se había duplicado.

Toluca inició el citado siglo bajo el gobierno del general José Vi-cente Villada, quien para ese año de 1900 ya llevaba 11 años como go-bernador, durante los cuales había procurado un importante cambio en la imagen y funcionamiento de la ciudad. Su preocupación y ocu-pación se había concentrado en la salubridad, la educación, el desa-rrollo económico y el desarrollo social. Lo había cristalizado en obras de agua y drenaje, lavaderos públicos, hospital de maternidad, la Gota de Leche, predecesora del dif, el Hospital Civil, el alumbrado público, la academia de música, el Paseo Colón, el Museo del Estado, el Banco del Estado, el embellecimiento de los espacios públicos y el orden en la nomenclatura, entre otras muchas cosas.

La periodista anglosajona Marie Robinson Wright, que visitó nuestro país en 1896 y en 1910, refiriéndose a Toluca, decía:

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Sus amplias y bien pavimentadas calles, sus espaciosas plazas, los im-ponentes edificios, algunos grises con las centurias, algunos nuevos con el moderno espíritu de hoy, combinado con la deliciosa situación y la gran-deza del paisaje de los alrededores, hacen a la ciudad de gran interés e in-comparable belleza.89

Esta intensa actividad se rompe el 6 de mayo de 1904, al ocurrir la repentina muerte del general Villada, ya que su sucesor, el general Fernando González, tuvo una actuación muy pobre, comparada con la de aquel. Durante la gris administración de éste, prácticamente la úni-ca obra importante en Toluca fue la Escuela Normal para Profesores, modelo de construcción, de acuerdo con los requerimientos pedagó-gicos de la época.

El advenimiento del movimiento armado lógicamente paralizó por muchos años la obra pública. Hasta diez años después de la muerte de Villada, se reanuda la actividad constructiva, pero fundamental-mente en obra privada.

A fines de 1914, en plena revolución, durante la interrupción del orden constitucional, el general Francisco Murguía se hizo cargo del Poder Ejecutivo estatal, del 27 de agosto al 1 de diciembre del mis-mo año, cuando sus fuerzas evacuaron la plaza. En ese breve lapso se hicieron alineaciones en muchas calles, por ejemplo: Juárez, De-gollado, González Arratia, Humboldt, Sor Juana Inés de la Cruz, Hi-dalgo, etcétera. En algunos casos las demoliciones eran inexplicables. En el Archivo Histórico Municipal existen documentos que indican que muchos propietarios se inconformaron y algunos dictámenes les fueron favorables.

En ese año, Toluca era todavía una ciudad conformada por ba-rrios, pero es en 1915 cuando se incorpora el concepto de colonia para

89 Robinson Wright, Marie (1910). Mexico, a history of its progress and development in one hundred years, printed and published by George Barrie & Sons, Philadelphia, p. 270.

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designar pequeñas unidades habitacionales. El 24 de junio de ese año, el gobernador provisional entregó a obreros y empleados del gobierno y municipalidad una constancia de posesión de un buen número de lotes de terreno, que habían solicitado su adjudicación, basados en el Decreto número 6 del 6 de marzo de aquel año, con el objeto de formar la nueva Colonia de la Industria. En 1918, siendo gobernador el general Agustín Millán, se intentó urbanizar una superficie de aproximada-mente 20 hectáreas, localizadas más o menos donde hoy se levanta la torre del isemmym. Las contingencias del momento impidieron su realización.

En diciembre de 1925, el Congreso de la Unión autorizó al Ejecu-tivo que con cargo a la partida que estimara conveniente, se facilitara al Ayuntamiento de Toluca la cantidad de 10 mil pesos para la conti-nuación de las obras de pavimentación de calles, que ya había iniciado.

En 1926, sobre un espacio de 198 mil metros cuadrados, el go-bierno estatal intentó desarrollar la primera colonia para empleados, en terrenos de lo que algunos llamaban el barrio del Instituto. El corazón de esta colonia estuvo en lo que hoy es la calle de Silviano Enríquez, entre Gómez Farías y Juan Álvarez.

Llegamos al periodo gubernamental del coronel Filiberto Gó-mez, quien fue gobernador de 1929 a 1933, administración durante la cual ocurrieron sucesos importantes en la configuración de nuestra ciudad, los cuales influyeron para que ésta se extendiera hacia diferentes rumbos. El 10 de marzo de 1930, en su informe de gobierno seña-ló que se había celebrado un convenio con los vecinos de San Felipe Tlalmimilolpan, pueblo perteneciente a la municipalidad, para acon-dicionar un campo de aterrizaje para aviones, que funcionó hasta los primeros años de la década de los sesenta. La razón de tener un campo de aviación en esa época aún no es muy clara; sin embargo, hay un acontecimiento que pudo haber influido: en marzo de 1928, un mono-plano Fairchild que venía de Nogales, tratando de hacer un aterrizaje de emergencia, cayó en pleno Paseo Colón. En el accidente perecieron el millonario Sherling Rolfs —que piloteaba—, el abogado William M.

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King y el señor L. W. Springer, todos muy conocidos en la ciudad de México.

Durante del mismo periodo de Gómez se embellecieron algunas calles con pavimentación tipo Macadam; por el sistema de penetra-ción, se abrió la Pedrera Municipal para dar abasto a la gran demanda que había de ese material. En la misma época se propició que sobre la avenida Juárez se diera el desarrollo constructivo, hacia el sur del edificio del Instituto, hoy Universidad. Este hecho lo motivó el inicio de la llamada Escuela Tipo, que no fructificó y que se quedó en los cimientos, donde hoy es el Jardín de Niños Agustín González.

El 2 de octubre de 1932 se iniciaron los trabajos de la construc-ción de la Carretera Internacional del Pacífico, en su tramo Toluca-Zitácuaro. Esta carretera tenía su inicio en la ciudad de México con destino final en Nogales, Sonora; su cruce por Toluca activó el creci-miento de nuestra ciudad hacia el poniente, a partir de la Alameda, que por mucho tiempo había sido lindero de la ciudad. Esta carretera intensificó el tráfico de camiones madereros de Michoacán a Toluca, así como un incipiente movimiento turístico nacional y extranjero.

En ese mismo año de 1932, don Filiberto ordenó construir expro-feso una carretera recreativa hacia el Nevado de Toluca para disfrute de los amantes de la naturaleza; encomendó la obra al ingeniero Juan Chacón. El proyecto para un centro invernal no prosperó.

Durante la administración municipal 1934-1935, presidida por don Manuel Sánchez, se hizo el embovedamiento del río Verdiguel en su parte comprendida entre el mercado “16 de Septiembre” —hoy Cosmovitral— y el barrio de Huitzila, lo que hacía una longitud de más de medio kilómetro.

En el mismo año de 1935 se proyectó el teatro Municipal, que después fue muy conocido como cine Coliseo.

En 1937, frente al Templo de Santa Clara, se construyó la Unidad Habitacional Casas para Trabajadores; el gobernador Wenceslao Labra repartió esas casas entre 42 familias.

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En 1939 los bomberos de Toluca se trasladaron a su flamante edi-ficio. Esta construcción que aún se conserva en la esquina de Sor Juana Inés de la Cruz y 1º de Mayo tiene en la parte superior una claraboya desde donde se podía avizorar dónde había algún incendio para acudir a sofocarlo, lo cual da una idea de las dimensiones de la ciudad.

En 1942, como consecuencia de la consolidación de la Carretera Internacional, surgió el desarrollo de Ojuelos, paraje natural ubicado al poniente de Toluca, cuyo nombre le viene de unos ojuelos de agua que dan lugar a una laguneta. Ojuelos se puso de moda a principios de esa década, cuando se lanzó la promoción inmobiliaria de 600 mil me-tros cuadrados de terreno, al increíble precio de 15 centavos el metro. En tres días se vendió la mitad de los lotes.

Por la misma época, pero en el lado opuesto de la ciudad, sobre lo que hoy es la avenida Hidalgo oriente, en parte de los terrenos que ocupara la Fábrica de Vidrio, se construyó un conjunto de casas para los maestros del estado, cuyas escrituras fueron entregadas durante el Congreso de Unificación Magisterial, celebrado en 1943.

En esa mitad de los años cuarenta se desarrolla un importante proyecto nacional que tuvo repercusiones en Toluca; éste fue el siste-ma hidroeléctrico de Ixtapantongo, que si bien no se ubica en Toluca, sí era éste un vínculo muy importante. El magno proyecto inició el 15 de abril de 1938, pero la expropiación petrolera, ocurrida apenas un mes antes, provocó una escasez de recursos que hizo suspender varias veces la obra. Finalmente, el 30 de agosto de 1944 se inauguró la Pri-mera Unidad de la Planta Ixtapantongo, cuando el presidente de la re-pública, Manuel Ávila Camacho, desde su oficina en Palacio Nacional activó los controles instalados para tal fin, mientras que el secretario del ramo, ingeniero Gustavo P. Serrano, acudía al sitio mismo de la impresionante obra, que se ponía en funciones para dotar de energía al centro del país.

El hecho de que Toluca fuera prácticamente el paso obligado de los materiales y mano de obra para la construcción de las plantas, además del potencial energético para el desarrollo industrial que se iniciaba,

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fueron factores importantes, que el arquitecto Porfirio Alcántara consi-deró determinantes para apreciar, al inicio de la década de los cuarenta, que Toluca estaba llamada a ser una ciudad de gran importancia.

El proyecto después se amplió y se conoció como Sistema Hi-droeléctrico “Miguel Alemán” y sigue vigente, ahora vinculado al su-ministro de agua, como Plan o Sistema Cutzamala.

Aquella importante carretera México-Morelia, vía Mil Cumbres, al pasar por Toluca la cruzaba de lado a lado, lo que fue factor im-portante para que ésta creciera de manera alargada, con su eje mayor de oriente a poniente. Así como la avenida Independencia se desarro-lló en función de la estación del ferrocarril y sus usuarios, la avenida Hidalgo fincó su progreso en razón del tráfico automovilístico. No es casual, entonces, que en la entrada simbólica a la ciudad, para quien llegaba en transporte automovilístico, se levantara el Monumento a la Bandera, y más tarde, a sus espaldas, el Pabellón de Turismo y Museo de Arte Popular, hoy en día Biblioteca José María Heredia.

En 1947, al ejecutarse obras de almacenamiento de agua potable para la ciudad, se hizo el tanque del Calvario, que junto con otras obras similares dictó la sentencia de muerte de algunos bitoques, es decir, lla-ves de agua públicas, en donde muchos habitantes se surtían del líquido mediante el servicio de aguadores que lo llevaban hasta los domicilios.

El 14 de mayo de 1949, el presidente de la república Miguel Ale-mán Valdés inauguró la vía ancha México-Acámbaro, en tanto que los toluqueños presenciaban el paso de la máquina diésel que dejaba atrás las viejas locomotoras de vapor. Este suceso, junto con otros, anuncia-ba un despegue muy fuerte de la industrialización en Toluca.

Ese mismo año se había constituido la Junta Pro-Pavimentación de Toluca; se publicó el decreto el 2 de agosto de ese 1949 y el 19 de enero de 1950 se iniciaban los trabajos a cargo de la prestigiada com-pañía Ingenieros Civiles Asociados, conocida como ica. En esa cere-monia sin precedentes, el señor Andrés Zubiría, gerente del Banco del Estado y presidente de la citada Junta, ponía en marcha el programa que se iniciaba en el crucero de la avenida Independencia y la calle de

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Cedros de Líbano. Como referencia diremos que este punto lo identi-ficamos actualmente frente al Centro Escolar “Miguel Alemán”.

¿Por qué en ese lugar?, ¿cuál era el simbolismo? Simplemente porque en ese año de 1950, con el que cerramos esta síntesis de medio siglo, cristalizaba un viejo anhelo, no sólo de los toluqueños, ni tam-poco de los mexiquenses, sino en general de todos los mexicanos. En abril de ese año, mitad exacta del siglo xx, un toluqueño, el licenciado Agustín García López (1900-1976), hablando a nombre del gobierno mexicano, en su calidad de secretario de Comunicaciones y Obras Pú-blicas, anunciaba la conclusión de la Carretera Panamericana Méxi-co, con un costo de 500 millones de pesos y que sumaba los trabajos realizados durante los periodos de los presidentes Abelardo L. Rodrí-guez, Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán. La Carretera Panamericana cruzaba Toluca, en su parte urbana, por las avenidas Hidalgo y Guadalupe Victoria, hoy Isidro Fabela.

Así se terminaba la primera mitad del siglo xx y Toluca entraba en una nueva etapa de su vida.

El Sol de Toluca, 15 de abril de 2002.

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Fuentes consultadas

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