Tormentosa Historia Tropical

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Tormentosa historia tropical Niñas: Felizmente me perito compartir con ustedes la siguiente Tormentosa historia tropical, escrita en capítulos. Capítulo I La gran consternación Cuando me enteré que rondaba por la tierra la tormenta tropical Érica, me provocó risa y asombro porque recordé que unos meses atrás requebró al mundo otra denominada Odile. Me dije: ¡Mira qué casualidad! Decidí bromear con ustedes vía mensajes por celular. Al paso de las horas, cuando llegó la noche y me dispuse a ver la televisión, sintonicé un canal que emitía una película de misterio, cuya trama me indujo a sospechar/pensar que, quizá, el advenimiento de dichas tormentas tropicales no era producto de una casualidad, sino de una elucubración maliciosa, como un virus cibernético. Conforme la trama de la película maduraba, más me convencí de que mi sospecha tenía fundamento. Le di vueltas y vueltas a la posibilidad de saber si mi conjetura tenía sentido. Ya más que convencido decidí proceder a realizar un plan que no dejara dudas sobre la verdad. Era una idea muy compleja y financieramente costosa, pero sabía que valía la pena, tal y como queda claro en esta narrativa. Hice varias llamadas telefónicas para contratar a tres investigadores: Sherlock Holmes (claro, acompañado por el Dr. Watson), Mario Conde y Auguste Dupine. Cada cual abordó un vuelo desde su país y los hospedé a todos en mi Palacio. Una vez descansados del viaje, al día siguiente nos reunimos para comer y, después, conversar sobre el asunto. Todos quedaron maravillados por los manjares mexicanos y los vinos franceses que degustaron. Holmes y Dupine no pidieron permiso para consumir las drogas de las que son famosamente adictos. Conde, Watson y yo, no dijimos nada. Es más, Watson le dijo a Holmes que esta vez estaba dispuesto a acompañarlo en su

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Novela lúdica

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Tormentosa historia tropical

Niñas:

Felizmente me perito compartir con ustedes la siguiente Tormentosa historia tropical, escrita en capítulos.

Capítulo I

La gran consternación

Cuando me enteré que rondaba por la tierra la tormenta tropical Érica, me provocó risa y asombro porque recordé que unos meses atrás requebró al mundo otra denominada Odile. Me dije: ¡Mira qué casualidad! Decidí bromear con ustedes vía mensajes por celular. Al paso de las horas, cuando llegó la noche y me dispuse a ver la televisión, sintonicé un canal que emitía una película de misterio, cuya trama me indujo a sospechar/pensar que, quizá, el advenimiento de dichas tormentas tropicales no era producto de una casualidad, sino de una elucubración maliciosa, como un virus cibernético. Conforme la trama de la película maduraba, más me convencí de que mi sospecha tenía fundamento. Le di vueltas y vueltas a la posibilidad de saber si mi conjetura tenía sentido. Ya más que convencido decidí proceder a realizar un plan que no dejara dudas sobre la verdad. Era una idea muy compleja y financieramente costosa, pero sabía que valía la pena, tal y como queda claro en esta narrativa.

Hice varias llamadas telefónicas para contratar a tres investigadores: Sherlock Holmes (claro, acompañado por el Dr. Watson), Mario Conde y Auguste Dupine. Cada cual abordó un vuelo desde su país y los hospedé a todos en mi Palacio. Una vez descansados del viaje, al día siguiente nos reunimos para comer y, después, conversar sobre el asunto. Todos quedaron maravillados por los manjares mexicanos y los vinos franceses que degustaron. Holmes y Dupine no pidieron permiso para consumir las drogas de las que son famosamente adictos. Conde, Watson y yo, no dijimos nada. Es más, Watson le dijo a Holmes que esta vez estaba dispuesto a acompañarlo en su adicción, siempre y cuando el hecho se mantuviera en secreto. Todos dijimos que por supuesto, faltaba más en pleno Siglo XXI.

Lo primero que quisieron saber es quiénes eran Odile y Érica y así tener fundamentos para entender mí alocada sospecha. Yo las describí de cabo a rabo. Cuando finalice, con su pipa en la mano Holmes dijo: Ajá, en conclusión, a tu juicio, son unas bellas muy locas. Pues sí, dijo, Conde, eso puede deducirse de la narrativa, pero no me parece suficiente como para sustentar la sospecha de El Ñero. Y Tu, Dupine, ¿qué opinas? Pues verás: ciertamente a primera vista la sospecha de El Compa parece inverosímil, pero omites… Watson le interrumpió para corregirlo: se llama El Ñero no El Compa… Y Dupine reviró: gracias por la observación Compa Ñero Watson, ahora entiendo por qué es asistente de

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Sherlock. El Dr. Le volvió corregir: no soy su asistente, sino su amigo y colaborador. Un poco enfadado Dupine, volvió revirar y le dijo: gracias Watson por su amigable colaboración. Y luego agregó: volviendo al tema, te decía Conde, o más bien les decía todos, que omiten algo muy importante para valorar si la sospecha de El Compa, perdón de El Ñero… es posible. Descartan algo trascendental, tan notable que me parece obvio: son mujeres. O sea, capaces de cualquier cosa. Holmes retiró la pipa de su boca y dijo: Mmmmm…mmmmm… Y nada más. Conde preguntó a Sherlock qué significaban esos balbuceos y obtuvo una respuesta: Creo que Dupine podría tener razón, advirtiendo que solo alguien igual o más loco podría llegar a esa conclusión, aunque no sea mujer. Watson carcajeó, levanto su copa y dijo ¡Salud, estimado Sherlock! ¡Tú siempre tan sabio y, a la vez, tan loco! Bueno, dijo Conde, aún con sus asegunes, asumamos que esa virtud femenina es cierta y pasemos a elaborar el plan de la investigación. Al caer la noche, el proyecto estuvo concluido y cada cual se comprometió a realizar lo correspondiente. Y, claro, fue Conde quien dijo: bien, ahora lancemos a los perros tras la presa. A lo cual Watson, cáustico como siempre, respondió: Tenía que ser tú, Conde, el hombre que ama a los perros. Y luego, sonriendo, ladró y gruñó caninamente.

Niñas: el siguiente capítulo será:

Capítulo II

Los perros a la caza de la presa