trabajo chucho

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MADE IN TRANSLOVE

Por Jesús Ma Pineda-Patrón, Chulespe.

Eran como las 5 de la tarde de una Semana Santa abundante de soledad, cuando los vi colgados del

puente de la calle 134 rumbo a occidente, conjeturé que habían pasado por mi barrio y que me perdí de no

haberlos saludado. Sin embargo aquí los tenía, arriba de mis ojos, observándolos cómo subían el viejo puente.

Con paso lento, Isidora y Eliseo, marchaban por estas calles. Ella, una burra hermosa de piel gris y

lomo ancho; burrota de racamandaca, de cascos bellos y largos, y de andar picante, casi tan petulante como

cual dama engreída, sin mentirles, una hermosa bestia muy cariñosa por cierto. Hasta nalgona es.

Él, su lover, conductor, dueño, amigo, médico, ginecólogo y confidente Eliseo… el de la carreta-zorra

Bin Laden. Eliseo es un piloso y experto reciclador; un tipazo de extendido recorrido por la vida, expoeta de

las alcantarillas y exmaromero de circo pueblerino. Un personaje de cómic por su lenguaje charlatenero, su

vestimenta customizada (además usa un sombrero) y sobre todo, porque posee un pensamiento full de

gente picuda con coloridos pensamientos en su mente. Muy amigo de los animales dóciles, de la ecología

urbana y de la dreaming city, porque a la hora del sueño urbano, sale con su Isadora a recoger chécheres y

cuanta vaina se le atraviese. De eso vive y por eso trabaja con su pareja: la burrita, la de Eliseo.

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Aparecieron por acá por la 134 encima de su zorra-burra decorada, pero ahora con una nueva iconografía de

un film o quizás, de una rock magazine. Llevaba puesta una shirt del Boca Junior y una gorrita del Dallas United;

un overol de cocacolero y unos nike con incrustaciones de adidas y cordones de barbie. Toda una intervención

de signos contemporáneos en su fashion, lucía Eliseo; y qué decir de su Isidora, la guerrera de cascos

metalizados y bien timbaleros, exhibía unas gafas raiban como las de Pedro Navaja enguayabado.

¡No! ¡Qué maravilla la de la Isidora y Eliseo, convirtiendo las calles bogotanas en una pasarela

espectacular. ¡Claro, con esos sponsors, para qué más!

Cuando me subí a la Bin Laden (después les cuento cuándo lo hice), me contó Eliseo que los cables

del freno de Isidora, los había conseguido de un zorrero costeño, que vino del barrio Las Nieves de

Barranquilla a vender un lote de cerbatanas que le compró a Juana, la del cabello de maíz, la que ya no se

aburre los domingos frente al estadio de la 72 -el Romelio Martínez-, viendo jugar al Junior FBC. Eliseo

contaba la anécdota con la misma sabrosura, creo yo, que escuchó del caribeño colega.

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Mejor dicho, la zorra -o mejor, la burra-, parecía una academia visual muy completa y llena de

sonoridad también, porque le tenía parlantes decorados con los listones high tech de El Gran Sound Look

Town que copió de una revista portorriqueña, del pick-up más fogoso de San Juan. La Bin Landen llevaba

una grabadora pequeña incrustada en el techo loft que le diseñó en la parte trasera y sonaba bien pachangoza y

heavy.

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Los divisaba, desde abajo del puente, como andaban de parsimoniosos en ese sábado santo; lo

atravesaban con una actitud chaplinesca, así, afortunadamente, podía darme el gusto y tiempo de mirarlos

encantado. Las imágenes y sus coloridos, así como el sonido de una melodía que expulsaba la carreta,

sobresalía por el silencio de los no-carros a esa hora de la tarde (sonaba Ricardo Rey, su Sonido Bestial), me

hacían pensar en la llegada de un príncipe del mundo del cómic. ¿Qué espectáculo! Era un nomad circus; yo

estaba embobado, trotando en un solo sitio, para no enfriarme.

La ciudad en la tarde parecía una flor amarilla ardiente, copia un encendido sol sagrado que Dios

trae al mundo para estas temporadas de lluvias intermitentes y fragmentadas. Hacían juego forgerie con la luz

solar, de manera que la Bin Laden, era una torre de chécheres ojivales, de realismo mágico, catedralísticos, o

sea un figurín móvil del carajo. Se acabó Sonido bestial y empezó, Lluvia con nieve y la burra-carreta aún no

descendía, de manera que yo abajo disfrutaba lentamente de una orquesta andante y de un museo rodante.

¡Wonderfull!

Cuando los vi más de cerca, casi por completo, estaba sólo, y veía a la Bin Laden subir su pesada

ruta elevada, y de repente me rodearon gentes que hacían gestos de asombro como yo, observando y gozando

del acontecimiento citadino más hermoso de ese sábado santo.

El diseño de enfrente, de la carreta, llevaba el nombre Bin Laden, hecha con una delineación muy

delicada confeccionada con mano de filigranés, en forma de placa de carro, con letras negras góticas -como

un tag hermoso-, sobre fondo azul, parecía una chapa exótica; pero lo que más me sorprendió, fue verla bajar

del puente porque el sol menguado naranja de la tarde -ya cayendo-, impactaba en las lentes de la Isidora. Me

culpé de no llevar una cámara en ese instante (¿quién iba a saberlo?). No se imaginan la foto que tenía frente a

mis ojos; sin embargo, una pareja de jóvenes deportistas, de origen chino o japonés (la verdad no sé

distinguirlos), empezó a experimentar su emoción, aplaudiéndolos mientras descendían, ya con cierta

velocidad (claro por el fenómeno de Einstein) el puente de la calle 134.

La verdad, no dudé en saludarlos. Me arrojé sobre la burra (¿se acuerdan que antes les dije que les

contaría?) y de una me subí; Eliseo me reconoció extendiéndome la mano y me dijo: “-Tons qué ticher-”. ¡Qué

saludazo tan cordial!, típico de un amigo de mucha confianza. “-Entonces qué maestro-, le respondí (lo elevé

a una categoría social y cultural superiorísima –no le digo a nadie doctor-), -“y la Isadora ¿qué tal anda? ¿qué

más Isa?-”.

Me dice Eliseo: “-Pues ahí la ve mi ticher, andamos como siempre ennoviaos, y agréguele: estrenando

carrocería, biseles, percha y hasta wheels; estas delanteras me las trajo un paisano suyo, un bacán que llegó de

Barranquilla, dizque de la Calle de las Vacas, ¿cómo la ve?-”.

La gente, por cierto muy poca, nos veía con cara de mirones de un desfile de payasos. Nos decían

adiós, nos saludaban con sonrisas que a lo lejos las interpretaba como señal de amor. Al llegar al primer

semáforo, Bin laden se detiene y Eliseo se baja a recoger cartones, pedazos de vidrios, botellas plásticas, ropa

vieja y un viejo mueble de sala. Le ayudo a subir todo y le pregunto, que esta vez, para dónde la llevará. Me

cuenta que es para una casa que está en Teusaquillo, donde viven los desplazados y gente de la calle, allí hacen

vainas con otras vainas, algo así como objetos wierds…. allí, las regalan, y a cambio, les ofrecen sendos platos

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de comidas calientes.

Con reserva, típico de un hombre que habla antilenguajes callejeros, me dijo que el rustic gouch es para

la sala de la habitación que le sacó a su Isadora. Sí, vive con ella, desde hace mucho tiempo. Me dice que la

ama y que es mejor wife que la primera que tuvo.

Isadora no le pide nada, no lo molesta, no lo jode para el mercado ni le llega tarde. Igualmente, se

conforma con lo que él le da: panelita, hierbabuena, palitos y ramitas de eucalipto para el aliento, y de vez en

cuando le gasta pollo asado.

Andan juntos y así no se ponen cacho ninguno de los dos.

Cuando celebran su aniversario de amantes, él le coloca canciones de The Beatles, a ella le gusta,

yesterday.

- Eliseo -le dije-: me bajo maistro. Nos vemos después.

- Fresco ticher, menos mal que lo encontré trotando… si no… a coger busetica, sí o no, -me dice-.

Acaricio suavemente la quijada de Isadora y con un fuerte estrecho de manos, me despido de mis

amigos.

***jmpp***