Trabajo Sobre Organizacion Nacional
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Catedra: Historia de América III.
Institución: Universidad Nacional de Salta.
Tema: Organización Nacional.
Alumno: Gabriel Jansen
El siguiente trabajo versa sobre la problemática de la construcción de la nacionalidad y del
ciudadano como actor político en el marco de las Revoluciones Independentistas
Hispanoamericanas durante el siglo XIX. Dicho trabajo, se realizara sobre la base del texto del
autor Xavier Guerra El soberano y su Reino, propuesto por la Catedra.
El autor conoce y distingue entre los conceptos de ciudadano y nación como una “soberanía
colectiva que reemplaza al rey; el ciudadano, como componente elemental de este nuevo
soberano”. La pregunta que se plantea es: ¿Cómo surgió el ciudadano en América Latina?
Asimismo, se plantea la necesidad de conocer el proceso para definir al ciudadano con claridad
cuando la nación soberna es incierta y problemática. El concepto de ciudadano es una
invención social, la cual permanece distinta de una época a otra; para llegar a este término las
sociedades latinas llevaron un proceso en el cual primero tuvieron que definirse como
naciones para que de ahí surgiera el ciudadano, siendo esta la hipótesis.
Ciudadano y nación son una invención social novedosa del mundo moderno, las cuales están
íntimamente ligadas con la soberanía. Tanto el ciudadano como la nación tienen atributos
múltiples que cambian según los momentos y lugares, de ahí que François Xavier Guerra se
proponga como objetivo principal estudiar el proceso de invención de dichas categorías
(“ciudadano”, “nación” y “soberanía) en el marco del periodo que corresponde a la
independencia, que es en el que precisamente aparece la modernidad en el mundo ibérico.
Para ser más preciso, Guerra propone un acercamiento al mundo hispánico, y lo hace a través
de la revisión de algunos apartes de la Constitución de Cádiz. Con este propósito divide su
texto en tres apartados. Comienza entonces por examinar el lugar que ocupa la cuestión de la
ciudadanía, continúa con el tema de si el ciudadano que aparece en el periodo revolucionario
es ya el ciudadano moderno, y finaliza tocando lo relacionado con la función que cumplen las
elecciones.
Antes que un interés por el ciudadano, durante la crisis revolucionaria los temas prioritarios
son los de soberanía, representación y nación. En el caso hispánico, y a diferencia del caso
francés, la nación se afirma primero contra el adversario exterior (Napoleón y la España
peninsular), es decir la nación no resulta por una consideración endógena, lo cual es
sintomático pues en últimas indica la creación de una modernidad política sobre la base de
sociedades cuyo cuño es aún de Antiguo Régimen. Por otro lado, pero en este mismo sentido,
el autor considera que en el caso hispánico hay una difícil transformación de la monarquía en
nación moderna, no solo por la diversidad y lejanía geográfica entre Europa y América sino por
las dos maneras de percibirla en cada uno de los lados del atlántico, aspecto este que
finalmente no solo constituye uno de los puntos de divergencia entre americanos y
peninsulares sino un problema para la creación del ciudadano, toda vez que el ciudadano es el
componente elemental de la nación soberana, la cual como nos muestra Guerra, durante este
periodo es incierta y problemática en lo relacionado con su estructura política y territorial. En
este sentido, para los españoles la nación es unitaria y por tanto tiende a ser una entidad
abstracta, mientras que para los americanos es plural (conjunto de pueblos, reinos, provincias,
ciudades) y la representatividad implica un mandato imperativo.
Guerra señala que el ciudadano moderno puede caracterizarse por los atributos de
universalidad, igualdad e individualidad, a los que añade el de abstracción. Esta concepción de
ciudadano moderno la compara a continuación con la de vecino, propia del Antiguo Régimen y
mucho más cercana a la del ciudadano de la Antigüedad. Señala entonces que la condición de
vecino esta dada por la posesión de cuatro condiciones básicas. En primer lugar, por poseer un
estatuto particular dentro del reino, es decir, ser miembro en pleno derecho de una
comunidad política dotada de fueros, franquicias y privilegios. En segundo lugar, por gozar de
un estatuto privilegiado pues en este caso la ciudadanía premoderna es inseparable de una
estructura y una concepción jerárquicas de la sociedad. En tercer lugar, la ciudadanía
premoderna va aparejada con una concepción corporativa o comunitaria de lo social, se
pertenece a un grupo estamental, territorial o corporativo, de lo contrario se esta por fuera de
la sociedad; y finalmente, la ciudadanía premoderna siempre corresponde a un hombre
concreto, territorializado, cuya partencia a una ciudad o a otra le otorga identidad y orgullo.
Nos muestra Guerra entonces, que el ciudadano que surge en los textos de la época
revolucionaria primero y en la Constitución de Cádiz después, es muy diferente del de vecino, y
este surgimiento al tiempo que es paulatino, resulta como producto de una nueva concepción
de la sociedad y de la política, las cuales siguen tanto el modelo de la Revolución francesa
como de la conformación de la Unión Norteamericana, en las que encuentra semejanzas y
diferencias. De acuerdo con el autor, en la Constitución de la monarquía española de 1812
elaborada por las Cortes de Cádiz, ya aparecen los principales elementos que determinan al
ciudadano moderno, es decir, se tiene un imaginario de nación compuesta por individuos
caracterizados a su vez por ser nacionales y tener derechos civiles y políticos. No se trataba
entonces de una ciudadanía restringida sino de los inicios de una ciudadanía igualitaria y
universal. La pregunta que se hace Guerra es sin embargo, si estos atributos de modernidad
evidente representan una ruptura radical con el imaginario prerrevolucionario y son tan
modernos como parecen. Su respuesta es, que aunque dichas nociones son nuevas los
hombres de la época tienen confusiones en su uso, lo que indica que han sido construidas a
partir del imaginario tradicional y que conservan muchos de sus elementos, con lo que son
continuas las referencias a la abundante jurisprudencia del antiguo “vecinazgo”.
En el apartado referido a la participación ciudadana dentro del sistema electoral, Guerra
maneja varios conceptos operativos sobre la cuestión de la libertad del sufragio, los
lineamientos del sistema electoral de Antiguo Régimen, y aspectos sobre la cultura política
resaltando el papel del ciudadano como el actor principal de la expresión popular. En primer
lugar, Guerra afirma que para esta época la familia estaba por encima del “jefe de familia”
como si fuera una sola comunidad que representaba al resto de los miembros en el núcleo
familiar; por lo tanto, mujeres y personal doméstico carecían de voluntad autónoma porque el
jefe de la familia expresaba todo ese grupo. Guerra debate la cuestión del ciudadano como un
individuo único, sin tener que concebirlo como un miembro de una determinada comunidad.
Guerra define al sistema electoral como una combinación de disposiciones y prácticas para
favorecer la individualización y otras que reconocen los comportamientos comunitarios. Que
para captar hasta qué punto la votación es la expresión libre de un individuo autónomo se
debe analizar el Voto de primer grado, como la opción que abarca todo el universo de
individuos. La primera condición para que la voluntad individual pueda expresarse es que
todos los que son ciudadanos, y sólo ellos, puedan votar, lo cual da la existencia de un padrón
electoral imparcial.
Una cuestión a considerar en este apartado es el carácter secreto o no del sufragio, en que
para aquella época los ciudadanos comienzan a reunirse en una junta electoral para elegir un
presidente, un secretario y dos escrutadores. Guerra señala que el voto no es “público” puesto
que no es en principio conocido por los otros miembros de la mesa electoral; pero que
tampoco es secreto porque es conocido por éstos. La libertad está asegurada en relación con
los otros lectores, pero no respecto de la mesa. En cuanto al control, manejo y cuidado de las
juntas electorales, es que de acuerdo a la Constitución estarán presididas por el jefe político o
el alcalde y con “asistencia” de un cura, con lo cual esto queda en manos de agentes del
Estado o a autoridades electas.
Guerra maneja el concepto de Parroquia, a la que define como la célula básica de la
sociabilidad tradicional: una comunidad fuertemente unida por estrechos vínculos de
parentesco y vecindad, de prácticas religiosas y solidaridad material. Esta categoría no era
adecuada para consolidar la individualización y la autonomía del voto. Ante esta situación de
los fuertes vínculos comunitarios, los revolucionarios franceses que invaden a España deciden
instaurar el llamado voto de primer grado en base a una nueva división administrativa como el
cantón con el fin de romper estos vínculos. El mismo autor afirma que aunque el voto sea
individual, los comicios son un acto colectivo y una ceremonia que materializa simbólicamente
la reunión de la nación.
Guerra dice que un voto libre no era necesariamente un voto individual, producto de una
voluntad aislada. Inmerso en una red de vínculos sociales muy densos, el ciudadano se
manifiesta libremente a través de su voto como lo que es: miembro de un grupo. El voto
sobres estas cuestiones de procedimiento o la elección, aparecen concertados de antemano
en reuniones previas en las que se han definido la estrategia de la facción. La acusación más
grave contra los adversarios era haber practicado antes de la junta electoral este acuerdo, lo
cual remite a las elecciones corporativas y al temor a las divisiones facciosas que se expresan
en éstas.
Gabriel Jansen
Universidad Nacional de Salta