Trampas Mentales

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Raúl

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Raúl Gutiérrez SáenzDOCTOR EN FILOSOFÍA

EDITORIAL ESFINGE, S.A. de C.V. Calle Esfuerzo No. 18-A

Naucalpan, Estado de México 2001

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Prólogo

Este libro tiene como objetivo principal detectar algunos prejuicios y sofismas en que ha incurrido la mente humana desde hace siglos. Lo extraño de estos sofismas es que han persistido a través de mu­chos años y culturas, y casi nadie advierte que se trata de verdaderas engañifas. El autor de este libro ha tratado de escudriñar el origen de tales prejuicios y ha llegado a la conclusión de que constituyen una serie de trampas mentales que se originan a partir del procedi­miento normal del hombre para conocer. “El dato que se recibe se recibe al modo del recipiente” (Quidquid recipitur, ad modum reci- pientis recipitur, decían los antiguos latinos). En otros términos: la mente de cada sujeto adapta el dato recibido a su propia mentalidad, a su propio punto de vista, y por tanto, la realidad que percibe ya no es la realidad tal cual, sino la realidad interpretada por el propio su­jeto según su peculiar punto de vista. En pocas palabras, el dato re­cibido en las facultades cognoscitivas siempre es mediatizado por una serie de estructuras, criterios, puntos de vista, lentes de color que proporcionan al dato un colorido especial. Ahora bien, cada uno posee un punto de vista particular, propio, absorbido a partir de la propia cultura y educación, y del cual se siente orgulloso, y difícil­mente acepta que ese criterio o punto de vista o perspectiva especial para interpretar y valorar las cosas que conoce pueda estar amaña­da, sesgada, inconscientemente desviada hacia sus propios intereses y expectativas. A partir de aquí se puede vislumbrar y analizar el mecanismo que produce el autoengaño inconsciente en el que suele caer cada sujeto en el momento mismo de percibir cualquier objeto.

Lo que se pretende en este libro es similar a lo que señala Platón en su famosa alegoría de la caverna (La República, libro vil). Unos prisioneros atados en el fondo de una caverna sólo ve

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personas y objetos que pasan en un camino exterior a esa prisión. Ellos creen que dichas sombras constituyen la realidad. Pero uno de ellos consigue escapar y después de adaptarse a la luz del sol logra ver los objetos reales y ya no las puras sobras de ellos. Vuelve con sus compañeros y les relata lo que ha visto. Ellos no le creen y lo tratan a cadenazos por la burla de que se sienten objeto. Me parece que la metáfora es exacta. Captamos sólo una semejanza de las cosas: la realidad está envuelta en velos que no nos permiten una percepción completa del objeto. La verdad consiste en develar la realidad. Ahora bien, y éste es el ingrediente que añado: los velos que encubren la realidad a medias son las mismas estructuras o criterios que aplica el sujeto cognoscente al dato recibido. Dichas estructuras ayudan a dar sentido a las cosas, pero al mismo tiempo les otorgan un sello especial propio del sujeto cognoscente. Lo trá­gico del asunto reside en el hecho de que el sujeto no se da cuenta de esa mediatización que produce una interpretación y que suele presentarse como copia fiel de la realidad. A partir de este mecanis­mo inconsciente el sujeto permanece en la creencia de que su cap­tación de la realidad es sinónimo de verdad, cuando apenas es una de tantas interpretaciones.

Afortunadamente existe una manera de solventar esa insuficien­cia, que consiste en descubrir las propias lentes de color o estructu­ras cognoscitivas (véase mi libro Lentes de color o cómo amargarse la vida, del cual éste es una continuación). En el momento en que caemos en la cuenta de que interpretamos la realidad a través de unas estructuras mentales (lentes de color), que a veces llegan a distorsio­narla gravemente, podemos iniciar una nueva actitud de mayor tole­rancia, de respeto hacia los demás y de sentido del humor hacia la propia postura.

De no ser así, es perfectamente lógico y comprensible que una persona defienda hasta la muerte su propia postura. La congruencia de una persona entre su conducta y su modo de pensar es una de las grandes cualidades del ser humano. Desgraciadamente está murien­do por un error, está defendiendo su propia ilusión sin darse cuenta de que se trata de eso: una mera ilusión, un modo especial de ver las cosas que no coincide necesariamente con la realidad. Pero él no lo sabe. Y, por tanto, lucha y guerrea, publica artículos, hace declara­ciones públicas, ataca y se defiende. El cuento es de nunca acabar,

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‘todos los demás que se sienten atacados también enarbolan ! de su “propia verdad”, que apenas llega a ser otra ilusión,

ipenpectiva particular, a veces ingeniosa, pero que no coincide> con la realidad.

Asá es como se han armado las guerras religiosas, las Cruza- Ak , b enemistad a muerte entre protestantes y católicos, la quema I th n p ^ la condena de Galileo, la pena de muerte. Actualmente ya A m a m o s a avizorar y a calificar la salvajada que cometieron los ■presentantes de aquellas culturas de la Edad Media, del Renaci- ■ n to y del modernismo. Pero aún quedan por develar las salvaja­das que se cometen en la actualidad en nombre de la democracia, de bd^n idad humana y de los grandes valores de la humanidad.

En este libro se pretende delatar las lentes de color (estructuras ■oéticas) que han contribuido a la ejecución de tantas guerras, ho- ■■cidios, amenazas, insidias y agresiones en contra de gente que posiblemente luchaba heroicamente a favor de su propia perspecti- n . Lente contra lente, punto de vista contra punto de vista, ésa es la historia de las guerras y de las insidias humanas. Cada uno vive inmerso en su propia engañifa, pero está convencido de que se trata de la verdad, de su propia verdad. Cada uno practica a la perfección d arte del autoengaño.

El objetivo de este libro es triple: en primer lugar se propone develar las estructuras mentales que afectan nuestro modo cotidia­no de conocer. En segundo lugar se plantea el análisis de esas es­tructuras, es decir, saber penetrarlas, reconocerlas, afinarlas, apre­ciarlas, conocer sus relaciones con otros elementos cognoscitivos, intercambiarlas, evaluarlas, suprimirlas en su caso y, en una pala­bra, saber jugar con ellas. En tercer lugar proponemos la liberación de esas estructuras, ir más allá de ellas. Aclaremos desde el princi­pio que liberarse de esas estructuras mentales no consiste, necesa­riamente, en reprobarlas y arrojarlas a la basura; consiste en que, después de tomar conciencia de ellas y de analizarlas, podamos asumirlas o desecharlas, según el caso. No hay que confundir este objetivo con la proclamada desestructuración propuesta por algunos autores posmodemistas del siglo xx. El acto de asumir una estruc­tura equivale a continuar en su uso pero ahora dentro de un contex­to de aceptación explícita y de posibilidad de crítica y de afinamien­to. Ir más allá de las estructuras es un llamado a la creatividad, a la

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aventura del encuentro con nuevos horizontes, en los que pueden o no utilizarse las viejas estructuras que por siglos nos han afectado y dominado.

Lo contrario de la postura que aquí se aconseja, develar las es­tructuras mentales, es la postura del sujeto que se aferra a ellas y se vuelve dogmático, fanático o, por lo menos, ignorante e indiferente acerca de ellas y del mecanismo cognoscitivo que las produce y las utiliza cotidianamente. Este caso se perpetúa en muchísima gente; es la postura del realismo ingenuo que analizaremos más adelante.

Lo contrario del análisis de estructuras mentales es la ausencia de una comprensión, un manejo, un afinamiento, una captación de las relaciones y consecuencias que conlleva el uso de determinadas estructuras mentales a lo largo de la vida. No basta, pues, con darse cuenta de que existen estructuras mentales; conviene considerarlas en serio y penetrar en ellas para descubrir por qué y desde cuándo están allí, quién las ha introducido, cómo se sitúan y cómo se han colocado en un papel de intruso, arrogándose el derecho de regir los juicios (y, por supuesto, los prejuicios) humanos.

Lo contrario de la liberación de estructuras mentales es la adic­ción a ellas. La gente suele adherirse y aferrarse a su propio modo de pensar. Considera que su valía y su superioridad sobre otras ra­zas, pueblos y culturas están en su perspectiva especial para captar las cosas. El mexicano se muestra orgulloso de ser mexicano y de pensar al modo mexicano (a lo macho). El develamiento y el análi­sis de estructuras mentales pueden llegar a levantar sospechas de una intromisión y de una humillación indignantes.

He aquí el principal obstáculo en la lectura de este libro y en la asimilación de un contenido: creer que en la base hay un deseo de ataque, agresión, humillación, despojo, aniquilación, subestimación y debilitamiento, como si se tratara de dos enemigos que intentan superarse y derrotarse entre sí. La única postura viable, en mi opi­nión, es el diálogo, el intercambio, la serenidad para reconocer otros puncos de vista, la flexibilidad para aceptar otras ideas y, finalmente, la postura de síntesis que consiste en conservar y al mismo tiempo sqKMi las diferencias. Este es el máximo galardón de la inteligen­cia hnmana, creadora de conceptos, superadora de visiones parcia­les, generadora de nuevas ideas con base en los datos iniciales.

Asi pues, este libro intenta llamar la atención sobre una carac-

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é t « estro modo de conocer que no suele tomarse en cuen­tó n de formas o estructuras mentales, por parte de

Icognoscitiva, en el dato recibido, durante el acto de per- sm que el propio sujeto se dé cuenta de ello. Cuando vemos a je o recordamos a un amigo, o cuando pensamos en la fa- i proyectamos un viaje, estamos utilizando (la mayor parte de es sin quererlo y sin ser conscientes de ello) una serie de es-

; que la educación y la cultura nos han inculcado y nos han> a asimilar y a manejar mecánicamente. El uso de dichas es- ¡ noéticas (cognoscitivas) generalmente conduce a un bene-

i personal y comunitario, aunque no siempre es así. Conviene, i» reflexionar acerca de dichas estructuras, que, en ocasiones,

¡ la raíz del sufrimiento y de la desgracia humana.La ignorancia del hombre respecto a las estructuras noéticas que

■•dominan y con las cuales suele identificarse en forma espontánea «s b principal deficiencia en su desarrollo intelectual. Develar esas o n c tu ra s no es fácil, porque el individuo tiende a defenderlas, a m u irla s con agrado, a proclamar que gracias a ellas ha crecido su valor personal y su prestigio entre los demás. Es más fácil quitarle a ■■cojo sus muletas que a un hombre triunfante sus timbres de gloria, n s enfoques personales, que ahora le dan el triunfo, pero que tardeo temprano lo van a estancar y a esclerotizar. Los psicólogos cono­cen muy bien estas resistencias de sus pacientes: cuando parece ■mímente el momento del insight, la gente prefiere vivir inmersa en sus ilusiones aun sospechando que se trata de simples espejismos.

Cada sistema filosófico es una estructura cognoscitiva; cada sistema ético es una armazón de valores; cada sistema teológico es una red de conceptos acerca de Dios; cada ciencia está elaborada en función de un paradigma que puede evolucionar a lo largo del tiem­po; cada estilo artístico es un conjunto de habilidades estructuradas unitariamente; cada sistema de gobierno, cada partido político, ca­da equipo de fútbol, cada institución educativa, cada instituto reli­gioso, cada nación, cada barrio, cada artista de cine, cada modista, cada individuo tiene sus propias estructuras noéticas y se ufana de ellas, puesto que de ellas hace depender su valía y su prestigio, con lo cual cae en el error de creer que de ellas depende su identidad y su razón de ser.

Paradójicamente, el objetivo de este libro no es hablar en contra

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de las estructuras noéticas, sino sacarlas a flote, iluminarlas, enfo­carlas de tal manera que el lector sea consciente de ellas, con lo cual puede estar en condiciones de tomar una actitud de aceptación o de rechazo. Vivir sin estructuras es imposible. Pero vivir con estructu­ras que provocan el sufrimiento del hombre es denigrante. Ahora bien, las estructuras noéticas tienen la habilidad de diluirse y de es­camotearse, como si pretendieran instalarse en la mente sin permiso del dueño.

Un segundo defecto de las estructuras noéticas es la usurpación de un puesto que no les corresponde. El individuo basa su identidad y su valía en sus propias estructuras. Esto no es justo. La realidad es que una persona pierde su propia identidad en el momento en que se adhiere a una estructura como si ella fuera todo su valor y su mis­ma esencia. Es cierto que gracias a las estructuras un hombre pue­de llegar a ser reconocido y distinguido por encima de los demás, pero no es cierto que esas estructuras constituyan su esencia y su valor fundamental. En términos de Aristóteles podríamos decir que las estructuras, especialmente las estructuras noéticas, ocupan un puesto de accidente, no de sustancia. Son accidentes porque están expuestas al cambio, a la veleidad, a la moda, al paso del tiempo; jamás llegan a constituirse como sustancia, como el fondo sólido que integra a una persona. Este cambio de estatus de una estructura noética, esta usurpación de puestos, es lo que pretendemos denun­ciar en esta obra. Por eso abundan los ejemplos en los que se reve­la el carácter inauténtico de dichas estructuras. Queda siempre en manos del lector colocar a sus propias estructuras en el puesto que les corresponde.

La historia de la humanidad está siempre plagada de las mis­mas narraciones: la lucha contra las imposiciones, la rebeldía en contra de quien pretende colocarse en el puesto que no le correspon­de, el rechazo de la tiranía, la muerte del opresor. Este libro se afi­lia a esa lucha. Pero el enemigo ahora no es el ser humano, no es un conjunto de personas, no es el tirano, sino la categoría noética que conduce a la tiranía y a la opresión. El tirano lo es porque está tira­nizado por una serie de categorías noéticas. Él mismo puede ser ino­cente en cuanto que se muestra incapaz de reconocer el origen de su actitud claramente inhumana.

Cuando se levanta un Buda señalando las causas del sufrimiento

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• « C r is to anunciando el valor de la caridad, o un Marx denuncián­d o t e Venaciones del capitalismo o un Freud revelando el ello y el a p o y ó inconscientes, o un Sartre proclamando la responsabilidad

i de una existencia auténtica, lo que en el fondo están haciendo■ ciertas estructuras noéticas que han esclavizado al ser hu-

■M » y proponer otras que, supuestamente, colocan al hombre en un ■bni superior. El hombre no ataca a otro hombre por defecto de su papñ naturaleza; el origen de estos ataques, humillaciones, tiranías y faenas está en la ignorancia de esas estructuras que desde el fondo d r h inteligencia están arrastrando a un pobre individuo, inocente- a m e orgulloso de ellas, a la inmoral humillación de sus congéneres.

Desde el Palacio de las Tullerías la aristocracia del siglo x v ii no w á la miseria de los parisienses, desde la esvástica de los nazis no* optaba el valor de los judíos, desde las glorias de un triunfo elec- ■ n l no se vislumbra la humillación del partido perdedor, desde la oopa de oro del primer lugar en un deporte no se percibe la frustra­ción del que obtuvo un lugar inferior. Un joven no advierte la angus­tia de la muerte del anciano terminal, un varón no conoce el dolor del pato, una monja no se percata de las delicias del matrimonio, un po­lítico triunfante ya no percibe el sufrimiento de los de abajo. En ca­da puesto humano están al acecho ciertas categorías noéticas que nos impiden ver lo que antes parecía claro. El político ya no cumple sus promesas, el tirano se siente en su derecho de enviar a la muerte a los rebeldes, el joven recién admitido en la empresa se olvida de sus ideales de estudiante, la prostituta defiende su modus vivendi y su derecho al amor, la amante ya no ve los celos de la esposa. ¿A qué se deben esos cambios radicales en los juicios de una misma perso­na respecto a las mismas situaciones? Sencillamente, ha cambiado sus'estructuras noéticas, y el mundo que esa persona percibe ahora es diferente del que percibía. Su conducta cambia porque su cosmo- visión ha cambiado. El enamorado todo lo ve color de rosa, el amar­gado todo lo ve negro, el paranoico todo lo ve peligroso.

Este libro propone una crítica a lo que podríamos llamar rea­lismo ingenuo. Este consiste en suponer que la realidad es tal como la percibimos, que las cosas son exactamente tal como las vemos, que nuestro conocimiento es una copia fiel de la realidad, que nuestros sentidos nos proporcionan una especie de fotografía de la realidad. Cuando éramos niños creíamos que el Sol salía por el oriente y se

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ponía por el occidente (poniente). Salir del realismo ingenuo con­siste en sostener que el Sol no es el que se mueve alrededor de la Tierra, sino ésta es la que se mueve sobre su eje, aunque los senti­dos insistan en lo contrario. Aristóteles sostuvo que la Tierra está fi­ja en el centro del universo y que todos los demás astros, incluido el Sol, se mueven alrededor de la Tierra. Éste es el famoso sistema geocéntrico. Costó mucho tiempo y mucho sufrimiento que se le­vantara firmemente el sistema heliocéntrico en contra del sistema geocéntrico.

Salir del realismo ingenuo en nuestros tiempos constituye tam­bién un desafío muy fuerte para nuestro modo ordinario de pensar. No es fácil admitir que “conocer es interpretar la realidad”, y cada uno la interpreta de acuerdo con las categorías que ha aprendido en su propia cultura. El realismo ingenuo consiste en creer que esas ca­tegorías son las únicas que nos reflejan una realidad tal cual. Salir del realismo ingenuo consiste en aprender a captar las propias cate­gorías y en aproximarse asintóticamente a la realidad gracias a ese descubrimiento inicial. Ésta será nuestra interpretación del famoso concepto de deconstrucción, que últimamente se ha puesto de mo­da a partir de la obra de Jacques Derrida.

Salir del realismo ingenuo es comprender las categorías de las demás culturas y aprender a ver las cosas como otros las ven. Salir del realismo ingenuo equivale a saber empatizar, es decir, a captar, apreciar y utilizar momentáneamente las categorías del interlocutor. En fin, salir del realismo ingenuo es aprender a jugar con las cate­gorías, darles el papel que les corresponde y obtener así un conoci­miento unitario y universal más aproximado a la realidad. Ésta es mi interpretación del papel que desempeña la hermenéutica en la fi­losofía actual.

Lo que pretendemos es salir de la postura propia del relativismo cognoscitivo. Aceptamos que cada uno tiene su propia interpreta­ción de las cosas, pero añadimos inmediatamente que es posible de­tectar, analizar y hacer a un lado las categorías que nos distorsionan la realidad. El camino para salir del relativismo está ya señalado: detectar las estructuras noéticas que pueden damos una visión dis­torsionada. Aquí veremos que a la gente le cuesta mucho trabajo prescindir de esas categorías: se aferra a ellas, padece una cierta adicción a sus propios criterios, se muestra orgullosa de ellos y, por

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tanto, permanece en la engañifa a pesar de las múltiples adverten­cias que reciba.

Hablemos, pues, de esas estructuras noéticas que en no pocas ocasiones nos han conducido a la magia de la ilusión y del sufri­miento y también al espejismo de la gloria y del fracaso, que nos han producido interpretaciones distorsionadas de la realidad, pero

■■bien nos han llevado a un manejo ordenado y estructurado de m realidad. Las estructuras noéticas nos han conducido a la discu- a a contra los que sustentan diferentes estructuras, pero también ■os han llevado a la construcción de proposiciones sumamente sig- ■ficadvas en el terreno de la cultura, la ciencia y la filosofía.

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Capítulo 1

a verdad er

Introducción

Las trampas mentales aparecen normalmente cuando una persona pretende acceder a la verdad. A lo largo del libro describiremos con detalle muchas trampas en que suele incurrir el género humano. Las llamo trampas porque fácilmente inducen al error, constituyen un modo inadecuado de posesionarse de la verdad; en ocasiones nos distorsionan completamente el pensamiento y no nos damos cuenta de ello. Por esta razón discute la gente, porque cree poseer la verdad y, por tanto, se siente justificada en el momento en que la defiende y ataca al que piensa de manera diferente. Las discusiones en tomo a lo que una persona cree verdadero no tienen fin. Pero el caso es que “cada uno tiene su propia verdad”, distinta de la del otro. Por lo menos uno de ellos está discutiendo desde el fondo de su propia trampa. Lo que pretendo en esta obra es delatar las trampas mentales, el modo en que inconscientemente caemos en el error. Pero antes de ello veamos si podemos ponemos de acuerdo acerca de lo que se entiende con la palabra verdad.

La verdad en cuanto adecuación a la realidad

La trampa mental nos induce al error sin quererlo. En eso consiste la trampa. Es un procedimiento usual, normal, natural, de la mente en su afán por conseguir la verdad, pero insospechadamente de pronto la mente se encuentra en el error, cuando lo que persigue, por su­puesto, es la verdad.

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Podemos decir que el tema central de este libro es la verdad, una verdad que en ocasiones se manifiesta sumamente frágil, resbalosa, engañosa, misteriosa. Por circunstancias que no logramos advertir en el momento caemos en el error y no nos damos cuenta de ello. Esto es lo trágico del error: la persona no cree estar en el error, no acepta con facilidad que está sosteniendo un error en el momento en que otros se lo señalan. Cuesta mucho trabajo convencer a alguien acerca de sus errores. Y no siempre se trata de soberbia humana; simple­mente ha caído en una trampa y no se ha percatado de ello.

El error es muy diferente de la equivocación. En un cálculo aritmético uno cae en la equivocación y no cuesta trabajo admitirlo. El señalamiento de la equivocación suele ser objetivo, sereno y sin discusión. En cambio, el señalamiento de un error es origen de tragedias innumerables. Advertirle a un político que está en el error es casi lo mismo que declarar la guerra civil. Señalar los errores de un comerciante cuando hace propaganda de sus mercancías equi­vale casi a entablar una demanda. Indicarle a un enamorado las exageraciones de sus elogios hacia la persona amada casi equivale a echárselo como enemigo, como ajeno a sus intereses y sus preocu­paciones. El político, el comerciante y el enamorado se defenderán y contraatacarán. La gente defiende sus errores como defiende su dignidad personal y su honestidad. Y es que hay errores en los que la persona está absolutamente ciega: ella sólo ve allí una verdad, y quien diga lo contrario es un mafioso, un enemigo que no ve la realidad o un loco totalmente desquiciado.

Veamos si podemos ponemos de acuerdo acerca del concepto de verdad. La verdad es la adecuación de los pensamientos con la realidad. Un pensamiento es verdadero cuando nos expresa lo que efectivamente existe. La comprobación de la verdad en la mayor parte de los casos de la vida cotidiana es muy sencilla: basta repetir la percepción original y constatar que nos proporciona el mismo daio anterior. En el extremo opuesto podemos considerar esos casos que requieren una comprobación minuciosa en función de experi­mentos y raciocinios propios de una disciplina científica. Pronto es­tudiaremos que entre esos dos polos de sencillez y complicación es posible captar muchos casos concretos en los que la verdad es dis­cutible desde muchos puntos de vista. Tanta es la dificultad para poder aplicar el adjetivo verdadero que, en ocasiones, los pensadores

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posmodemos prefieren dejar a un lado ese calificativo aplicable al pensamiento humano.

Lo que hemos dicho corresponde a una tesis famosa de un autor clásico. Santo Tomás de Aquino propone esta definición de verdad en la Suma Teológica (i, q 16, a 1): “La verdad es la adecua­ción entre la cosa y el intelecto” (Veritas est adaequatio rei et intellectus).

Conviene aclarar que adecuación no es lo mismo que identi­dad. Un pensamiento verdadero está adecuado a la realidad, pero con esto no se quiere decir que es una copia idéntica de la misma. El pensamiento verdadero no reproduce la realidad; es un signo que de alguna manera la expresa, la señala, la recuerda y la lleva a la men­te, con lo cual un sujeto se capacita para manejarla, ordenarla y pla­near su propia vida en función de tales conocimientos.

La adecuación, por tanto, debe entenderse como una represen­tación, no como una copia. Un mapa y una foto ilustran esta dife­rencia: el mapa señala las dimensiones y proporciones del lugar re­presentado, pero la foto reproduce con mayor fidelidad el objeto referido. Esta aclaración es de suma importancia, pues la validez del conocimiento no implica la reproducción del objeto como algu­nos pudieran pretender. La mente no tiene como función copiar la realidad, sino proporcionamos un signo que de alguna manera la re­presente o la exprese. Representar la realidad no es lo mismo que copiarla o dar un contenido idéntico a la realidad aludida. Estas acla­raciones son indispensables, ya que se ha criticado en forma exage­rada el sentido de la palabra adecuación (adaequatio, en latín).

En la filosofía posmodema es usual asumir una postura de re­chazo contra esta definición de verdad; suelen referirse a ella como la postura metafísica de la adaequatio; asocian esta definición con una postura teísta medieval en la que lo absoluto del conocimiento divino debe ser alejado de la filosofía. Además, exageran la denota­ción del término adaequatio como si quisiera significar identidad o representación fotográfica.

Con todo esto queda claro que utilizamos la palabra verdad para señalar una adecuación que continuamente podemos constatar. Es verdadero que México obtuvo una medalla de oro en las Olimpiadas de Sydney; es verdadero que Carlos Salinas estuvo en México en la primera quincena de octubre del 2000. Es verdadero que un avión

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Concorde se accidentó cerca de París en el año 2000. En cambio, es falso que el pri ganó las elecciones presidenciales del 2000; es fal­so que los mexicanos llegaron a 150 millones al iniciarse el siglo xxi. Es falso que los mexicanos se nieguen a utilizar la computado­ra e internet. Si aceptamos estas verdades públicas y sencillas y es­te concepto de verdad clásico y fácil de adoptar, estamos ya en con­diciones para avanzar a ese punto álgido en donde se detectan las trampas mentales. Veamos, pues, un segundo concepto de verdad que nos acerca a esa cumbre misteriosa en donde podemos descu­brir las trampas de la mente.

LA VERDAD EN CUANTO DEVEIAMIENTO DE LA REALIDAD

En la antigua filosofía griega, en los libros de Platón, encontramos un término que nos ayuda en esta tarea. Se trata del vocablo alé- theia: “develamiento”. La verdad está considerada allí en esta acep­ción, y desde mi punto de vista se trata de una excelente descripción de ese concepto, no con una definición rigurosa al estilo de la lógi­ca sino con una metáfora: la verdad consiste en develar, quitar velos, recorrer el misterio. Aclaremos esto poco a poco.

Quitar velos: he aquí una imagen totalmente adecuada para se­ñalar el tema de la verdad. Gracias a esta imagen podemos estable­cer que la verdad implica un acercamiento progresivo a la realidad, un avance paulatino, un proceso que nos permite el conocimiento cada vez más afinado y profundo del asunto que nos interesa. La realidad está originalmente escondida, envuelta en velos; en ocasio­nes sólo nos percatamos de las puras apariencias. Quitar velos nos habla de un proceso paulatino, gracias al cual cada vez más vamos tocando con mayor precisión el asunto que nos interesa. El sujeto se aproxima gradualmente a su objetivo, se adentra paulatinamente en la realidad que busca, consigue un develamiento, una revelación de lo que es un descubrimiento del ser, un percatarse de la realidad. Nos acercamos cada vez mejor al descubrimiento del verdadero asesino, conocemos cada vez mejor la fisiología del cerebro, nos acercamos cada vez más a la realidad del sistema solar.

Si nos preguntamos, pues, qué es la verdad, podemos sostener que es alétheia, develamiento. Esta idea nos indica que normalmente hay algo oculto en lo que percibimos y que es necesaria la acción

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mental de descubrir, hacer a un lado las apariencias, penetrar a través de algo que inicialmente nos estorba para tomar posesión de la reali­dad. Este ocultamiento de la realidad por parte de unos enigmáticos velos es la principal dificultad que encuentra un sujeto en el momen­to en que se propone seriamente alcanzar la realidad tal cual es. En ocasiones se queda ingenuamente con una realidad todavía disfraza­da, oculta, a medio develar. En otras ni siquiera toma conciencia de que está atrapado cuando percibe una realidad todavía oculta por ve­los que aún no distingue como tales. Y con esto ya nos acercamos a nuestro tema relativo a las trampas mentales.

Las trampas mentales

Si escudriñamos en la naturaleza de esos velos que ocultan la realidad, podremos descubrir que no son fortuitos ni extraños dentro del procedimiento usual para conocer, sino que tienen una naturaleza perfectamente enfocable y discemible. Más adelante señalaremos que esos velos tienen una doble función: por un lado nos permiten conocer de cierto modo la realidad y por otro pueden llegar a delimitamos y distorsionar el terreno de la realidad que pretendemos conocer. Esos velos son semejantes a las lentes de color con las que en ciertas ocasiones percibimos las cosas: nos permiten captar algo, pero al mismo tiempo tiñen la realidad con su propio tono.

La verdad se consigue, así, en función de un especial esfuerzo por suprimir algunos elementos que se han encargado de ocultarla. La verdad no suele presentársenos de golpe, completa, a primera vista, sino que requiere una paulatina eliminación de los disfraces, las máscaras, los velos, que al principio la están ocultando. Ese esfuerzo para dejar a la realidad libre de su ocultamiento inicial es lo que llamamos investigación, búsqueda, curiosidad intelectual, afán crítico. Desgraciadamente, no siempre el sujeto llega a un to­tal develamiento del ser. Y cuando todavía está enmarañado en los velos que ocultan al ser y da por hecho que lo que percibe es la pu­ra realidad, en ese momento está cayendo en una trampa mental, en un develamiento a medias, en una verdad disfrazada, en un error inconsciente.

Uno de los aspectos más importantes en esta consideración de la

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Concorde se accidentó cerca de París en el año 2000. En cambio, es falso que el pri ganó las elecciones presidenciales del 2000; es fal­so que los mexicanos llegaron a 150 millones al iniciarse el siglo xxi. Es falso que los mexicanos se nieguen a utilizar la computado­ra e internet. Si aceptamos estas verdades públicas y sencillas y es­te concepto de verdad clásico y fácil de adoptar, estamos ya en con­diciones para avanzar a ese punto álgido en donde se detectan las trampas mentales. Veamos, pues, un segundo concepto de verdad que nos acerca a esa cumbre misteriosa en donde podemos descu­brir las trampas de la mente.

La verdad en cuanto develamiento de la realidad

En la antigua filosofía griega, en los libros de Platón, encontramos un término que nos ayuda en esta tarea. Se trata del vocablo alé- theia: “develamiento”. La verdad está considerada allí en esta acep­ción, y desde mi punto de vista se trata de una excelente descripción de ese concepto, no con una definición rigurosa al estilo de la lógi­ca sino con una metáfora: la verdad consiste en develar, quitar velos, recorrer el misterio. Aclaremos esto poco a poco.

Quitar velos: he aquí una imagen totalmente adecuada para se­ñalar el tema de la verdad. Gracias a esta imagen podemos estable­cer que la verdad implica un acercamiento progresivo a la realidad, un avance paulatino, un proceso que nos permite el conocimiento cada vez más afinado y profundo del asunto que nos interesa. La realidad está originalmente escondida, envuelta en velos; en ocasio­nes sólo nos percatamos de las puras apariencias. Quitar velos nos habla de un proceso paulatino, gracias al cual cada vez más vamos tocando con mayor precisión el asunto que nos interesa. El sujeto se aproxima gradualmente a su objetivo, se adentra paulatinamente en la realidad que busca, consigue un develamiento, una revelación de lo que es un descubrimiento del ser, un percatarse de la realidad. Nos acercamos cada vez mejor al descubrimiento del verdadero asesino, conocemos cada vez mejor la fisiología del cerebro, nos acercamos cada vez más a la realidad del sistema solar.

Si nos preguntamos, pues, qué es la verdad, podemos sostener que es alétheia, develamiento. Esta idea nos indica que normalmente hay algo oculto en lo que percibimos y que es necesaria la acción

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verdad como alétheia consiste en centrar la atención en la naturaleza especial de eso que podemos llamar velo, disfraz, máscara, elemen­to ocultante. Aquí está la veta principal de este libro y la raíz de lo que hemos llamado trampa mental.

En el pensamiento de Platón es clara la explicitación de dos mundos. Uno es el mundo sensible, material, terreno, que según Platón es ilusorio, perecedero, engañoso y que sólo es como una copia o sombra del verdadero mundo: el de las ideas, las cuales son perfectas, eternas, espirituales, inmutables. La postura de Platón es muy clara: existen dos mundos: el de las cosas sensibles y el de las ideas espirituales y eternas. El primer mundo, el material, es enga­ñoso; la verdadera realidad está en el segundo mundo, el de las ideas. Ahora bien, ese mundo de las ideas era conocido por el hombre en su vida prenatal, pero cuando nace las olvida y cuando capta las cosas materiales que son copias imperfectas de las ideas empieza a recordar las ideas, y, por tanto, inicia su conocimiento de la verdad. Quitar velos, para Platón, era suprimir el olvido en que había caído al nacer.

Aun cuando no se acepte del todo esta postura platónica que descalifica al conocimiento sensible, podemos insistir en que dicha definición de verdad nos coloca en la tesitura propia de un proceso. Nunca podríamos damos por satisfechos de un modo definitivo. Los detectives y los investigadores viven esta situación en cada mo­mento. Aceptar esta característica de las facultades cognoscitivas del hombre, que implica la aceptación de una cierta debilidad humana, no es asunto fácil para todos. Cada uno se asienta y se arraiga en su propia perspectiva; cada uno “tiene su propia verdad”, y con esto llega a descartar la validez de las perspectivas ajenas a la propia. La gente no suele aceptar que su develamiento de la realidad todavía está a medias, que aún no posee la verdad completa. En esto consiste la trampa mental: en la tentación de dar por finiquitado un develamiento que todavía está a medias.

Lo propio de la trampa es que nos engaña. No nos damos cuenta en qué momento caemos en ella, aun cuando estemos atentos; la trampa seduce y nos hace caer. Después lo lamentamos, pero ya es tarde. De la misma manera, los velos implicados en la percepción de un objeto nos inducen a juzgar en cada momento que ya todo está terminado, conocido, develado. Nos quedamos con la ilusión y la

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y juzgamos que ya no hay misterio para nosotros. Estamos• de la trampa y no nos damos cuenta de ello. Sólo un

y sabio toque de atención es capaz de hacemos salir de esa y de alentamos a la continuación de la búsqueda de la

. Con desasosiego el sujeto acepta que no está en posesión deI completa, que ha sostenido muchos errores, que su prota-■ lo ha llevado a la descalificación de las posturas ajenas y

liento de sus propias tesis. La historia de la ciencia es- i b de estos descalabros: los paradigmas científicos han evolu- m am éo siglo tras siglo, pero todavía hay personas que sostienen

la verdad científica es inmutable, imperecedera, que Newton ■■cha proporcionado las leyes físicas eternas y definitivas.

I a « s b t e n c ia a un develamiento completo

Itao avancemos más en el análisis de la alegoría de la caverna. Pla­ñ a nos proporciona, como hemos señalado, una clara imagen de es­to concepción de la verdad. Por lo común, el hombre vive sumido o í an mundo que erróneamente considera real; al filósofo le com­pele la develación de la realidad, operación que suele ser muy irri- tante para la mayoría de los profanos en filosofía. Decir que el mun­do que conocemos por medio de los sentidos es pura ilusión (maya, Kgún la filosofía oriental), que es un engaño propio de las faculta­des sensibles, como la vista, el tacto y el oído, equivale a exponer­se a un rechazo definitivo. De hecho, en la alegoría de la caverna el prisionero que se escapa y capta la verdadera realidad y luego vuel­ve con sus compañeros para relatar lo que había captado es recibi­do a cadenazos. El resto de los prisioneros creen que su propia pos- ana es la única adecuada, no así la del que vuelve con otra visión de Ea realidad. Pero el intento de informar a sus compañeros acerca de la verdadera realidad casi le cuesta la vida. La enseñanza platóni­ca en esta alegoría es una clara advertencia para todo filósofo que se decide a denunciar entre sus congéneres esa visión ilusoria que sue­len poseer acerca de la realidad. El develamiento del ser implica, en ocasiones, tomar un punto de vista cuya explicitación produce una tragedia y un desgarramiento entre los circunstantes. El filósofo es­tá condenado en no pocos casos al rechazo, a la impugnación e in­cluso al ostracismo y a la muerte.

La verdad envuelta en m isterios ] y

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En este libro analizaremos la naturaleza de esos velos que le ocultan al ser la verdadera realidad. Gracias a ese análisis quedará claro por qué existen tantos puntos de vista, tantas interpretaciones, tantas perspectivas y tantas valoraciones y descripciones de la mis­ma realidad. Veremos entonces que no vale la pena infligir cadena- zos al que ve la realidad de una manera diferente de la propia.

Por lo pronto queda asentado que la realidad es un misterio sin fondo, que su develamiento es paulatino y que cada uno se acerca a ella desde una perspectiva que logra suprimir algunos velos. Anali­zar la naturaleza de esos velos y la función que tienen en el proceso del conocimiento es una manera de indicar el objetivo de este libro. El develamiento del ser nunca es total. La aproximación al ser es sólo una aproximación asintótica, semejante al caso de la parábola que se estudia en geometría analítica: esta curva se aproxima a la coordenada como a un límite; siempre disminuye su distancia, pero nunca es igual a cero.

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Capítulo 2

ias ¡nterpr

Introducción

A partir de nuestra indagación acerca de lo que entendemos por ver­dad queda claro que en muchas ocasiones el sujeto se detiene en la mitad de su búsqueda y cae en la trampa de dar por terminado lo que apenas es un inicio. La trampa mental consiste en que no se da cuen­ta de que “su verdad” es tan sólo una interpretación particular de la realidad. En este capítulo explicaremos con detalle cómo percibi­mos las cosas y cómo llegamos a formular nuestras propias inter­pretaciones de la realidad que las llamamos con orgullo mi propia verdad. En muchos casos su interpretación está acabada y es irre­prochable, pero en otros casos la ingenuidad del sujeto es supina: no se da cuenta de que ha caído en una trampa, y en no pocos casos se trata de un autoengaño que puede llegar a la perversidad. El para­noico, para citar un caso extremo, inventa una realidad que él mis­mo cree y muchas veces logra embaucar a su auditorio. Los casos de Hitler y de otros mandatarios constituyen el ejemplo clásico.

CÓMO PERCIBIMOS LAS COSAS

Cuando prestamos atención a un objeto sucede una extraña circuns­tancia que es necesario develar. El sujeto no capta puramente el ob­jeto. El dato que recibe de la realidad (ondas visuales, ondas acústi­cas) no queda tal cual en la mente del sujeto: éste proporciona al dato un elemento que en seguida vamos a dilucidar. Existe una frase lati­na que nos ayuda a entender esta extraña circunstancia de aportación

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subjetiva al dato recibido: Quidquid recipitur, ad modum recipiente recipitur (lo que se recibe se recibe al modo del recipiente). En una palabra, la facultad cognoscitiva proporciona una configuración al dato recibido de acuerdo con lo que ella misma es, de acuerdo con las características mismas de esa facultad.

Así pues, las percepciones humanas no contienen solamente el dato desnudo que viene desde el exterior. La percepción humana es una interpretación subjetiva del dato externo. La facultad cognos­citiva recibe esos datos e inmediatamente les aplica una forma, una estructura, una categoría, una manera especial de interpretar esos datos. Entonces, la percepción (o representación que queda en la mente) consta de dos elementos: el dato recibido y la forma o es­tructura aportada por la facultad cognoscitiva. Estos dos elementos se llaman, conforme al lenguaje aristotélico, la materia y la forma del conocimiento. La materia es el dato que viene del exterior; la forma es la estructura que aplica la facultad cognoscitiva en esa ma­teria. En síntesis, lo que el sujeto conoce es la materia recibida pe­ro estructurada por la forma aplicada por él mismo.

Esta afirmación acerca de la materia y la forma del conocimien­to humano es el postulado fundamental a partir del cual construire­mos la idea central de este libro. En tanto postulado, simplemente pedimos que éste sea admitido como un principio evidente; no es de­mostrable, pero es posible tanto aclarar los términos utilizados como proporcionar innumerables ejemplos y teorías que avalan lo dicho.

Las consecuencias que obtendremos a partir de este primer pos­tulado son de incalculable importancia para la teoría que aquí es ex­plicada. Podemos decir que este postulado es el punto de partida fun­damental que otorga su sello característico al contenido de este libro.

En la historia de la filosofía hay algunos autores que podrían ser considerados precursores de la teoría aquí propuesta:

1. Platón, con su definición de verdad como develamiento del ser.

2. Aristóteles, con su teoría del hilemorfismo: todas las cosas están compuestas de materia y forma; la materia es el conte­nido, y la forma es la estructura que unifica y da sentido a la materia.

3. Kant propone la teoría de las formas a priori del conoci­miento. Gracias a ellas la ciencia es un conocimiento creado

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por el hombre y mantiene la unidad y la permanencia que la caracterizan.

4. Sartre propone que las cosas no tienen sentido en sí mismas, sino que es el hombre el que les da sentido; es famoso su ejemplo de la roca en el camino: cada viajero le da un sen­tido diferente a esa roca; para unos es un obstáculo y para otros es motivo de alegría o de investigación.

5. La psicología de la Gestalt nos habla de las estructuras del conocimiento que se adquieren a lo largo de la vida y son, por tanto, a posteriori. Éstas son las que originan las pos­turas diferentes ante un mismo objeto: cada uno estructura la situación y el objeto captado de acuerdo con sus propias estructuras, distintas de las del vecino.

6. Freud, Jung y otros psicólogos pertenecientes a la psico­terapia gestáltica han proporcionado un método para descu­brir esas estructuras inconscientes del conocimiento, que ha­cen sufrir al hombre en forma exagerada. La causa de la angustia neurótica no se encuentra en las cosas sino en el su­jeto mismo, que distorsiona con sus formas o categorías la visión de la realidad.

7. George Kelly con su teoría de los constructos personales también nos proporciona una idea acerca de estas formas o estructuras noéticas que dan a cada persona su peculiar manera de ver el mundo.

Lejos de intentar demostrar la verdad de este primer principio, más bien apelo a la muy comentada arma propuesta por Karl Pop- per: el principio de la falsación.1 Posteriormente se podría aclarar este principio, pero por ahora basta con decir que estoy dispuesto a revisar cualquier caso de percepción o de conocimiento en general que se me muestre carente de materia o de forma. Si existe un cono­cimiento que no esté compuesto por alguno de esos elementos, se­ría interesante analizarlo. Pero, ¿acaso es concebible un conoci­miento que no tenga un contenido y que no tenga la estructura o huella propia de la facultad que lo ha captado? En último caso, lo que estamos afirmando en este primer principio es que el conoci­miento es producido por la acción de un contenido que llega a la

Cf. Karl Popper, Lógica de la investigación científica, p. 40.

La s interpretaciones fa iaces de la reaudai 23

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facultad cognoscitiva y por el propio sujeto que impone una forma o estructura. Si hubiera excepciones a este principio, yo sería el primer interesado en analizar ese tipo de conocimiento.

Breve descripción de las estructuras del conocimiento

Estamos pues frente a un elemento cognoscitivo que no suele explicarse con frecuencia. El conocimiento tiene un contenido, pero también tiene una forma, una estructura, un elemento que le pro­porciona unidad. Ahora bien, las formas impuestas por la facultad cognoscitiva en el dato recibido son de dos clases: a priori y a posteriori. Las formas a priori son aquellas que pertenecen a la naturaleza humana, son innatas y todos los seres humanos las poseen simplemente por el hecho de pertenecer a la raza humana. Fueron las formas que Kant estudió hace dos siglos. Recordemos sólo unas cuantas: la universalidad y la causalidad en el plano intelectual, y el espacio y el tiempo en el plano sensible.

Pero además de las formas a priori explicadas por Kant, el hombre aplica en sus percepciones lo que podemos llamar formas a posteriori. Éstas son las que el hombre aprende a lo largo de su vi­da, y cada uno aprende formas diferentes, según su educación, sus vivencias y la época y lugar en el que nace y vive. Más adelante des­cribiremos con detalle este peculiar fenómeno humano que consiste en aprender a incorporar en la mentalidad esas formas a posteriori, de tal manera que después las utiliza sin darse cuenta de ellas. Por el momento podemos distinguir tres tipos de formas a posteriori: los filtros, las estructuras Gestalt y los constructos.

Llamaremos filtros a aquellas formas mentales a posteriori que se caracterizan por impedir el paso de ciertos datos en el momento de la percepción. Su efecto es empobrecedor: la mente capta menos de lo que recibe. Las estructuras Gestalt proporcionan una conformación y unidad a los datos recibidos. Su efecto es enriquecedor: la mente capta más de lo que recibe. Los constructos son conceptos elabora­dos por el sujeto y se caracterizan porque inconscientemente se asi­milan o se adosan a los datos recibidos para proporcionarles una coloración o valor especial. Su efecto puede ser empobrecedor y enriquecedor al mismo tiempo. Veamos una breve descripción de cada una de estas formas noéticas a posteriori.

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Los filtros. Un hecho que todos podemos observar es el siguiente: la facultad cognoscitiva selecciona los datos recibidos de tal manera que sólo algunos de ellos quedan capturados y expresados en la percepción. Es claro el ejemplo de la persona que tiene una espe­cialidad profesional: sus percepciones captan con facilidad los da­tos relacionados con esa especialidad y dejan sin registrar los ajenos a ella. Cuando una persona es observada por diversos especialistas, cada uno de ellos percibe los datos propios de su especialidad, y no es extraño que fíltre o deje sin registrar los datos que no corres­ponden a ella.

Este hecho adquiere especial importancia desde el momento en que se cae en la cuenta de que los mismos datos recibidos producen experiencias distintas en diferentes personas. Cuanto más especiali­zada y educada está una persona, más fácilmente adquiere la procli­vidad de otorgar un sesgo a sus percepciones. Cada profesión debe­ría detectar con toda claridad el tipo de deformación profesional que suelen heredar las personas que estudian la misma especialidad.

He aquí una primera pista que nos explica ese hecho observado cotidianamente: cada persona tiene su propia manera de ver las cosas; cada persona interpreta a su manera el dato recibido. Con esto se aclara un tanto esa dificultad que cada uno constata: no es fácil acceder a las interpretaciones de los demás; es sumamente difícil ponerse de acuerdo y asentar una verdad única y válida para todos. Los filtros aquí estudiados nos dan una explicación verosímil acerca de esta situación cotidiana.

Las estructuras Gestalt. Estas formas o estructuras se aprenden a lo largo de la vida y la facultad cognoscitiva las aplica en forma mecánica e inconsciente. El nombre de Gestalt es totalmente ade­cuado, pues el término alemán significa “forma que da unidad y estructura” en el terreno cognoscitivo.

El proceso de aprendizaje de estas estructuras o categorías es un tema propio de la pedagogía y de la sociología. Aquí sólo dire­mos que, dada la fuerza de introyección de las costumbres observa­das por cada sujeto y dado el poder de la autoridad ejercida por los padres y demás parientes y conocidos de un sujeto en general, estas categorías funcionan permanentemente desde la infancia del mismo; por tal razón es muy difícil que se dé cuenta de su existencia, ya que por lo común juzga que las cosas son tal como está acostumbrado a

La s interpretaciones fa iaces de la realida 25

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captarlas. Se requiere todo un proceso de crecimiento para que por primera vez un sujeto caiga en la cuenta de que las cosas podrían interpretarse de otra manera.

La analogía de las lentes de color es un ejemplo claro de estas formas o estructuras a posteriori. Las lentes rojas tiñen de ambiente peligroso el dato recibido. Las lentes negras son típicas en la gente pesimista. Las lentes moradas captan el asunto percibido como in­dignante. Las lentes rosa sólo ven las cualidades del objeto o perso­na captada. Las lentes verdes captan las oportunidades de acción y solución en un problema percibido. Las lentes incoloras captan ob­jetivamente los datos recibidos.

Los constructos. Se trata de conceptos que han sido elaborados pre­viamente y que se aplican en forma mecánica en las nuevas percep­ciones.2 Este modo de percibir es más complejo que los dos anterio­res, pues empobrece y enriquece al mismo tiempo el dato recibido. Puede darse en personas con cierto grado de educación, pero tam­bién en personas que simplemente utilizan “etiquetas” catalogadoras en los datos recibidos. El ejemplo más fácil de captar es el caso de los temas propios de la escuela. La enseñanza y el aprendizaje de los temas escolares producen en los educandos una serie de conceptos que de allí en adelante aplicarán en todas sus percepciones. Una persona que ha estudiado bachillerato, por ejemplo, percibe las cosas de cierta manera (que puede ser fácilmente reconocida por un sujeto observador), y la religión otorga ciertos constructos que también inclinan las percepciones conforme a sus enseñanzas. Las ideologías en general, como el marxismo, el capitalismo y el justicialismo, proporcionan constructos aplicables en las percepciones ordinarias de la vida. Un marxista, por ejemplo, se reconoce con facilidad por el modo en que valora las situaciones, la economía, el trabajo, el salario de los obreros, las utilidades del capitalista y demás asuntos cotidianos. Los constructos marxistas son como un sello que utiliza el sujeto cada vez que percibe algo.

Las etiquetas que solemos colocar a las cosas y a las personas también son ejemplo claro de los constructos que formulamos en la vida cotidiana. Al mexicano se le conoce como portador de pistola, sombrero de charro y botella de tequila; al regiomontano se le aplica

1C f Landfield y Leitner, Psicología de los constructos personales, cap. 1.

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i de tacaño; al alemán y al gallego se les adjudica el >de bobo ante los chistes, etc. Nótese que, en general,

• una cosa cuando podemos enmarcarla dentro de los► conceptos que ya tenemos en la mente. En realidad, mu-

\ nombres o calificativos son construcciones mentales que . reconocer y etiquetar algunos objetos y también como

to que emplea la persona así identificada: el mexica- : reconocerse por su machismo y no es extraño que muchos

; valoren las cosas conforme a ese sello o constructo.Más adelante veremos que las ciencias están formuladas en fun­

ción de paradigmas, los cuales constituyen otro buen ejemplo de constructos. En resumen, cuando conocemos un objeto, en el fondo lo que estamos haciendo es una simple interpretación del mismo. Generalmente aplicamos una serie de estructuras que le dan un sello especial al objeto conocido de acuerdo con el punto de vista especial del sujeto cognoscente.

Aplicación mecánica e inconscienteDE LAS FORMAS COGNOSCITIVAS

La circunstancia más extraña en el acto de conocer es que la aplica­ción de las estructuras cognoscitivas (también las llamaremos noé­ticas) tiene lugar sin que intervenga la voluntad o el deseo del sujeto cognoscente. El hombre respecto a esta modalidad es inconsciente de su propio acto de conocer. Podemos sostener que, normalmente, cada uno es inocente respecto a las categorías que aplica en su pro­pio conocimiento. La consecuencia dolorosa que de aquí se sigue es que el individuo suele aferrarse a su modo de conocer, suele creer que ése es el modo correcto de conocer y de juzgar lo que tiene enfrente; no capta las diversas modalidades de los demás o, mejor dicho, cuando capta diferencias cree que sólo él está en lo cierto y que los demás están locos o son caprichosos o tienen otros intereses que desvirtúan su modo de percibir las cosas. Pero también a él le sucede lo mismo, ya que es inconsciente del funcionamiento de sus categorías noéticas.

Este mecanismo inconsciente por el cual un hombre aplica formas o categorías a los datos que recibe merece todo un estudio de tipo biológico y psicológico. La ignorancia respecto a esta fun-

Las interpretaciones fa íaces de la realida

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ción humana ha conducido a una interminable serie de malos en didos, rigideces y enemistades. Apenas se puede creer que no ex: una enseñanza clara, normal, popular, propia de la escuela, ace del funcionamiento de esta modalidad del conocimiento, que bi podría llamarse modalidad hilemórfica (hyle: materia; morfé: for ma). Se hace caso de la materia, mas nunca se menciona la f o n » que aplica la facultad cognoscitiva. Kant insistió en las formas a priori, pero las que nos dan serios problemas son las formas a pos- teriori. De ellas trataremos ampliamente en este libro.

En el terreno de la psicología varios autores han propuesto teorías similares a las que aquí explico. El más famoso entre ellos es Sigmund Freud; su libro inicial se tituló La interpretación de los sueños. Sabemos del sesgo pansexualista que otorga a sus interpretaciones; sabemos que se refiere a elementos inconscientes como causa de los sueños, pero falta, por supuesto, una sustentación filosófica a su sistema teórico.3 Cari Jung avanza un poco más: menciona los arquetipos como formas del inconsciente colectivo que pertenecen a toda la humanidad. Sin embargo, la oscuridad de este concepto lo ha colocado en la vertiente negativa de la crítica surgida ante su pensa­miento (véase también en mi Psicología una explicación de los conceptos junguianos). En tercer lugar podemos mencionar a George Kelly con su teoría de los constructos personales. Este autor propone un principio funda­mental: “Los procesos de una persona están psicológicamente canalizados por la forma en que anticipa los acontecimientos”.4 Según esta teoría, cada persona construye su propia perspectiva para valorar los acontecimientos de acuerdo con sus propias expectativas. Por mi parte, considero que las apli­caciones prácticas de esta postura psicológica ofrecen innumerables ventajas en el terreno de la psicoterapia. Este libro se propone fundamentar estas ideas, que no por pertenecer a un orden psicológico carecen de interés en nuestro ámbito filosófico.

Sobre la psicología de los constructos personales de Kelly vale la pena insistir en su concepto de anticipación. Esto significa que una persona juzga el acontecimiento presente (incluidas personas y obje­tos) de acuerdo con las expectativas que alcanza a vislumbrar en ese conjunto actual. De mi parte quiero insistir en que ese juicio sobre expectativas también se origina en las formas o estructuras que pre­viamente ha acumulado en su mente el sujeto de que se trate. Así, po­dríamos hablar de este encadenamiento: cualquier experiencia pro­duce formas, las cuales se aplican a los nuevos acontecimientos, los

"V’éasc una explicación más amplia de este asunto en mi texto Psicología, cap. 3, apéndice 1. ~C»V > por Landfield y Leitner, en Psicología de los constructos personales, p. 20.

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cuales dan expectativas, las cuales dan nuevas formas, y así sucesi­vamente. De acuerdo con Kelly, cada individuo es comparable a un científico que se siente fuertemente impulsado a comprobar sus pro­pias hipótesis. La gente actúa con expectativas y siempre está com­probando si éstas funcionan o no.

C onocer es interpretar

Partiendo del postulado que sostiene el doble ingrediente de nuestras percepciones — la materia que viene de la realidad, y la forma que es impuesta por la facultad cognoscitiva— podemos inferir que la percepción no expresa en forma pura el dato objetivo, sino que está involucrada con un dato subjetivo; es decir, el acto de conocer bien puede llamarse interpretación. Cada persona conoce (interpreta) de acuerdo con las formas o estructuras que aplica al dato recibido en el momento de percibir la realidad.

Conviene aclarar el significado preciso que damos a la palabra interpretar. Los ejemplos de la vida cotidiana pueden servimos como punto de partida: una obra clásica puede ser interpretada de manera diferente según el director de la orquesta que la ejecuta. Un filósofo puede ser interpretado de diversos modos; es muy conocida la interpretación de derecha y la interpretación de izquierda que ha sufrido el pensamiento de Hegel. Los Evangelios han sido interpre­tados de diversas formas según la época y el teólogo que los expli­ca. Así pues, interpretar significa “captar y expresar una versión propia de un contenido inteligible”. Interpretar es lo mismo que pe­netrar en el sentido de un signo y captar su significado de acuerdo con mi peculiar manera de ver las cosas. La interpretación supone que no hay univocidad en la captación del significado a partir de un mismo contenido.

Esta consecuencia de nuestro postulado inicial puede, del mis­mo modo, ser avalada por los hechos que observamos todos los días: cada individuo aprende a juzgar las cosas de manera diferen­te. Este no es un hecho insólito sino una contundente y abrumado­ra realidad; no estamos frente a un caso de excepción, porque el hecho se repite continuamente; los acontecimientos de cada día nos dicen exactamente esto: cada uno interpreta las cosas de manera di­ferente, lo cual es explicable por el tipo de experiencias previas que

La s interpretacion es fa ia c es de la realidai 29

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ha tenido. El acto de interpretar se origina en cada momento; no sólo los psicoanalistas interpretan a sus pacientes; todos estamos interpretando y juzgando las situaciones de acuerdo con nuestra propia perspectiva. Lo que opinamos sobre las cosas es una simple interpretación subjetiva.

Conviene mencionar que el vocablo hermenéutica se refiere precisamente a esto: la interpretación que se otorga a un contenido inteligible; así, la hermenéutica puede definirse como el arte de in­terpretar. Esta operación cognoscitiva no sólo se ejerce en relación con los textos sagrados, científicos, filosóficos o de cualquier otra índole, sino que también puede ejercerse frente a una obra de arte, un suceso extraño o una persona cuyo discurso y sus gestos son per­cibidos. La hermenéutica también puede entenderse como la opera­ción que sabe comprender a fondo el sentido y el significado que una persona pretende expresar (aunque sea tácitamente) con sus expre­siones, gestos y ademanes.

En la actualidad, la hermenéutica filosófica se refiere sobre todo a la interpretación de objetos (textos, discursos, obras de arte, etc.). La preocupación principal en algunos autores reside en el mé­todo para poder traducir un texto dado, de tal manera que se pueda coincidir con el autor de ese texto. Me parece que tal preocupación es completamente legítima y loable. Sin embargo, antes de que se nos presente un texto que contiene un mensaje desconocido o enig­mático, se produce ya la interpretación de cualquier acto cognosciti­vo frente a cualquier hecho, cosa o persona. Saber que de todas ma­neras se da una interpretación y que de todas maneras existe esa adhesión subjetiva, en el modo de percibir cualquier objeto, es la problemática que aquí estamos presentando. Más adelante veremos cuál es la clave que nos otorga la posibilidad de interpretar con fidelidad los mensajes recibidos, sean escritos, orales o de cualquier otra naturaleza.

En este libro vamos a estudiar si acaso es posible coincidir en las interpretaciones frente a un mismo objeto o situación, si acaso es posible interpretar correctamente a las personas, las cosas y los acontecimientos o si estamos confinados a un caótico individualismo absolutamente insensible ante el modo en que los demás interpretan los mismos hechos y situaciones que nos afectan. Es importante llegar a un punto en el cual podamos distinguir cuándo se da una

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buena interpretación y cuándo se da una mala interpretación. El ideal sería saber de antemano cuáles son las condiciones conve­nientes para que exista una interpretación correcta. De otro modo, estamos confinados a caer continuamente en esas trampas del cono­cimiento.5

La multiplicidad de interpretaciones

ORIGINA EL PROBLEMA CRÍTICO

Es un hecho que cada persona defiende su propia postura, su propia “verdad”, su propia interpretación, su modo de percibir las cosas. El respeto a las interpretaciones ajenas es un fenómeno poco usual, ya que cada uno está convencido de que su modo es el correcto; él tiene “su verdad” y no comprende por qué motivo otras personas lo atacan y defienden posturas diferentes.

Nótese que en el párrafo anterior estamos poniendo entre co­millas la palabra verdad. Esto significa que en el fondo no estamos de acuerdo en que una interpretación coincide necesariamente con la verdad. Existen interpretaciones que pueden ser calificadas como falsas, es decir, como completamente inadecuadas con la realidad que pretenden expresar. Otras interpretaciones pueden acercarse máso menos a esa realidad; algunas pueden tomarse como prácticamente verdaderas, y tal vez una entre todas sea la mejor expresión del asunto de que se trate. En consecuencia, es abusar de los términos decir que “cada uno tiene su propia verdad”. Lo correcto es decir que “cada uno tiene su propia interpretación de la realidad”.

El problema propio de la teoría del conocimiento, el problema crítico, es justamente el que aquí surge: ¿cómo distinguir entre las diversas interpretaciones sostenidas la que vale la pena sostener? Repetimos: el problema crítico no sería tan acucioso si no fuera por­que de entrada existe una multiplicidad de interpretaciones respecto

Tl.G. Gadamer escribió en 1975 un libro titulado Verdad y método y subtitulado Funda­mentos de una hermenéutica filosófica. El autor explica algunos conceptos que vale la pena tomar en cuenta en esta actividad humana que es la interpretación. Una de sus principales ideas (p. 337) consiste en afirmar que toda interpretación parte de los propios prejuicios y que, por tanto, es necesario diluir el cariz negativo que tiene la palabra prejuicio. Sería conveniente un estudio detenido que haga notar la íntima relación que hay entre los prejuicios utilizados en una interpretación y las formas noéticas a posteriori que aquí estoy explicando.

Las interpretaciones fa laces de la realidai 31

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a un mismo objeto, situación, cosa o persona. El problema críliH constituye uno de los temas favoritos de los filósofos. Se ha pU H teado de diferentes maneras desde hace siglos. En el fondo e a f l problema que se pregunta acerca de la naturaleza de la verdad y c f l mo llegar a poseerla con certeza.

Nota para filósofos: la contingencia del conocimiento h u m a d !Richard Rorty es un filósofo inglés del posmodemismo y en su lilifl Contingencia, ironía, solidaridad expresa algunas ideas que pueddfl recogerse dentro de la postura que estamos explicando. En efecto! Rorty sostiene que hay que eliminar la idea del conocimieniÉ absoluto; todo conocimiento es contingente, y a eso alude el primen término del título de su obra. Cuando se está convencido de que noi hay verdades eternas, se descarta automáticamente la actitud dd dogmatismo y del autoritarismo en el terreno cognoscitivo. Para descartar el dogmatismo no se requiere una actitud cínica o antirre­ligiosa ni tampoco una virtud especial; lo único que se requiere, dado el papel tan importante que realizan las categorías noéticas, es la honestidad intelectual que capta lo deleznable de todas las postu­ras humanas.

Por mi parte sostengo, independientemente de un posible acuer­do total o parcial con Richard Rorty, que la postura aquí sustentada implica en sí misma su contingencia. En efecto, las formas aplica­das por el sujeto son contingentes, varían con el tiempo; cada uno de nosotros evoluciona en su propia perspectiva para captar los mis­mos asuntos; por tanto, la consecuencia es lógica: nuestras “verda­des” son contingentes.

El caso extremo, casi diríamos escandaloso, es el caso del co­nocimiento científico. Durante décadas ha sido considerado como el modelo de todo conocimiento. Últimamente, como veremos en un capítulo próximo, ha quedado aclarado que la ciencia evoluciona de acuerdo con los paradigmas propios de cada época y lugar. Por tanto, la ciencia (la ciencia humana, la que tenemos escrita en nues­tros tratados redactados por los investigadores serios y reconocidos) es otro tipo de conocimiento contingente.

Nota para ¡ílósofos acerca del relativismo gnoseológico. El rela­tivismo gnoseológico sostiene dos proposiciones:

1. Cada uno tiene su propia verdad.

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2. No es posible acceder a una verdad absoluta y definitiva.

La postura que sostengo en este libro es diferente:

1. Cada uno tiene su propia interpretación de las cosas.2. Es posible acceder a la realidad, a la verdad ontológica, al

ser mismo.

Critico la frase “cada uno tiene su propia verdad”. Me parece ■ i abuso de los términos. Sostengo que cada uno tiene su propia ■rrpretación de las cosas, lo cual da pie a una rectificación, a una ÜBqueda y a una mayor aproximación al terreno de la verdad. Y, amano veremos en el próximo capítulo, es posible acceder a la n b d a d con aproximación asintótica.

La consecuencia final que podemos obtener en relación con el m a central de la teoría del conocimiento (¿cómo sabemos cuál es id verdad?) es que cada uno tiene su propia interpretación de la verdad, cada uno devela las cosas a su manera; por tanto, no es posible hablar (en el terreno del conocimiento humano) de una Trpretación absoluta, eterna e inmutable. Aun cuando se acepte la cñstencia de una realidad metafísica con estas características, te- ■emos el hecho incontestable de una multiplicidad de interpre­taciones que reclaman para sí la posesión de la verdad. El problema critico surge precisamente porque existen muchas interpretaciones » cada sujeto cree sinceramente estar en la verdad.

Decir que cada interpretación es relativa o conforme a las pe­culiaridades de cada sujeto no tiene nada de extraño. Lo importante en esta situación es atacar de nuevo el problema de nuestro acceso a la realidad. La realidad es lo que está allí afuera, es el dato que nos lega y que inmediatamente interpretamos a nuestro modo. La pre­f in a que ahora surge es la siguiente: ¿existe alguna manera de acceder a esa realidad sin tener que desfigurarla o transformarla o interpretarla con nuestras facultades cognoscitivas?

La respuesta, desde mi punto de vista, es que existe un proce­dimiento para acceder a la realidad sin tener que desfigurarla o transformarla. Ese procedimiento es la intuición o conocimiento k>listico que explicaremos más adelante. Se trata de una percepción especial, difícil, que requiere un largo entrenamiento. Del conoci­miento holístico nos ocuparemos en el capítulo que sigue. Por ahora sólo añado que se trata de un acercamiento asintótico a la realidad,

Las interpretaciones fa iaces de la realidad t, }

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es decir, paulatino y que nunca llega a la meta en forma de!Este es el caso del develamiento de la realidad o alétheia, como dicaba Platón hace más de 23 siglos. El hombre está capacitado ra despojarse de las categorías que ordinariamente utiliza en sus cepciones cotidianas. Sin embargo, este proceso es difícil, paula y está lleno de ilusiones y engañifas. En este momento la filosofa la psicología ingresan en un espacio común: la filosofía señala meta, y la psicología puede ayudamos a detectar el procedimi adecuado para lograrla. La meta es el acercamiento a la realidad; proceso se llama conocimiento holístico.

Las interpretaciones y los intereses propios

Es muy conocida la idea de que cada uno ve lo que le conviene. E l interés que una persona tiene en la vida práctica es lo que orienta su percepción a lo largo del día. Esta tesis ha sido sostenida, en forma por demás embrollada, farragosa y sumamente difícil de esclarecer, en los escritos de Habermas y de otros autores de la escuela de Francfort. Dime cuáles son tus intereses (especialmente en el orden económico) y te diré cuáles son tus valores, tus preferencias ideo­lógicas, tus juicios de valor acerca de las cosas y las situaciones de la vida. He aquí otra manera de señalar la tesis sustentada en este libro. El sujeto cognoscente interpreta las cosas de acuerdo con sus estructuras noéticas, y éstas han sido moldeadas de acuerdo con los intereses propios de cada individuo.6 Descubrir, desentrañar, criticar y denunciar las estructuras que el poder civil ha difundido entre sus súbditos es el objetivo de estas teorías sociológicas. El pueblo (la masa) vive alienado por las ideas que oye a partir de la autoridad que lo gobierna. Se trata de estructuras noéticas que difícilmente se reconocen como arbitrarias, injustas y manipula­doras, dado el origen y la presión, aparentemente normal, con que suelen ser impuestas. Los mitos acerca de una raza superior o acerca del origen divino del poder ejercido por la dinastía real, o acerca de un poder supremo ejercido por los grandes jerarcas de algunas reli­giones (el Islam, por ejemplo) han sido el resultado de estructuras noéticas firmemente arraigadas en la mentalidad de los individuos

6Cf. escuela de Francfort, Habermas y, más cercanamente, Carlos Solís, en Razones e intereses, la historia de la ciencia después de Kuhn, Paidós.

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cia han sido “educados” con esas ideas. Existen, personas encargadas de romper con esos mitos,

i obtenido no siempre es halagüeño. r comunes los ejemplos ramplones acerca de este asun-

t jazga las cosas de acuerdo con sus propios intereses i económico, intelectual, hedonista, sexual, etc.). Este

► cotidiano que a nadie le extraña. Lo verdaderamente . encontrar personas honestas que tratan de juzgar las

iientemente de su egoísmo y de sus ganancias per-

el punto de vista de mi teoría gnoseológica acerca de las atales lo que importa es la develación del origen noéti- abusos ideológicos. Mi punto de vista es el siguiente: si ¡ento es una operación compuesta por un dato externo y

forma o estructura subjetiva y si la forma es un tema en la infancia y aplicado inconscientemente en los datos entonces resulta explicable (mas no siempre justificable) dogmática mostrada por algunas personas (jerarcas, jefes

Iglesia, grandes mandatarios, caudillos, dictadores y, en ge- todo tipo de tiranos) ante sus intereses de gobierno, de nego-

jd e manejo de las masas.En este libro veremos que es posible, mas no fácil, disminuir algunos casos extremos suprimir) el efecto de estas formas

MÉicas sumamente distorsionantes de la realidad. El ideal noético a p i propuesto es la virtud que sabe jugar con estas categorías, Ifm es capaz de intercambiar, descubrir y comprender las ajenas, wmátíicar las propias y atenuar al máximo la distorsión que suelen •& gir en el sujeto cognoscente.

•«BRPRETACIONES DOGMÁTICAS Y SESGADAS

Ea el terreno de la filosofía, la teología, la religión y otras discipli- ms. como la psicología, la sociología, la ética, la política y, en gene- a i cualquier caso en el que se defiende una postura personal en fixma sistemática, razonada y estructurada, crece con mucha fuerza 3a actitud dogmática.

El dogmatismo acaba con toda posibilidad de entrar en un diá­logo creativo con las demás posturas; más adelante analizaremos

Las interpretaciones falaces de la realidad 35

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SiiS

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con cuidado este hecho (que sólo se califica como extraño c no se conoce el mecanismo hilemórfico de la percepción). Los ferentes sistemas en filosofía, psicología, teología, sociología, nomía, etc. se atribuyen a sí mismos la gloria de la certeza y el rito de la conquista de la verdad, de tal manera que las po opuestas son tachadas de aberrantes, heréticas, diabólicas, enemi de la humanidad, dignas de todo desprecio y castigo. Hornos, ge- dio, ejecuciones, sentencias inapelables, leones, tormentos sádi humillaciones, sentencias capitales, juicios sumarios y, por su- to, guerras, invasiones o bombardeos exterminantes constituyen terrible consecuencia de las estructuras deficientes que utiliza hombre en su percepción del mundo. Repito: sólo estoy indicando explicando su origen gnoseológico, lo cual nos está señalando, mismo tiempo, la posibilidad del remedio.

Podemos avanzar un paso más. Nuestra teoría de las lentes de color y de las trampas mentales nos lleva a la explicación de por qué existen tantas interpretaciones sesgadas. Por ahora no las tachemos de falsas sino simplemente de opuestas ante la aplicación de otros cri­terios comparativos.

Un caso típico es el pansexualismo de Freud. A principios del siglo xx salió a la luz su libro más famoso: La interpretación de los sueños. El repudio que la sociedad le ofreció inmediatamente no pudo ser mayor. A la gente en general le era sumamente escanda­loso leer y admitir esa postura que explica la enfermedad mental en función de la represión sexual. El pensamiento de Freud fue acer­bamente criticado porque estaba en abierta contradicción con el criterio de la mayoría. Esta teoría se consideró, pues, como afecta­da por un sesgo antinatural: era un conjunto de tesis descabelladas. En la actualidad la sociedad ya no ofrece tanta resistencia cuando lee las ideas de Freud; por el contrario, parece complacerse en su práctica y en ocasiones las considera una excelente filosofía que valientemente tuvo que abrirse paso ante la resistencia de quienes se veían descubiertos en sus secretas intenciones.

Otros muchos ejemplos pueden citarse como casos de tesis o teorías sesgadas. En ocasiones llegan a consolidarse y a ocupar un lugar central en el pensamiento de una sociedad. El fanatismo de al­gunas religiones, el despotismo de los tiranos y la barbarie de los genocidas son los casos más frecuentes.

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DE IA DESFIGURACIÓN DE LA REALIDAD

' de interpretación de la realidad es necesario reco- ; grados de alejamiento respecto a ella. La mayoría de

' apbca categorías que interpretan de una manera más o el dato recibido. No importa que haya diferencias > y otro, esas diferencias pueden catalogarse dentro de

El hecho es que existen, además, casos exagerados, en ? la interpretación es notoriamente distorsionante. Éste es el

; neurosis y las psicosis.B neurótico distorsiona la realidad y con ello labra su propia

ve agresiones, humillaciones y amenazas en cualquier humana y con ello ingresa en un estado de alarma, de

i y de actitud francamente antisocial. El neurótico tiene el í hacerse infeliz a sí mismo y a quienes lo rodean.

B psicótico logra mucho más: confunde la realidad con sus categorías y constructos, de tal manera que vive en un

• absolutamente ajeno a la realidad que lo circunda. El neu-> ve moros con tranchetes en dondequiera; el psicótico oye y

■i dar in ii ¡mu que nadie comparte. Los dos son merecedores de iento especial que la psicología y la psiquiatría, respecti-

e, se afanan en perfeccionar día tras día. Algunos autores que el neurótico distorsiona el dato recibido, mientras

<pcd psicótico no recibe dato alguno: lo produce en su propia fa- oafcad y lo proyecta a la realidad.

En el caso del filósofo, aun cuando sus estructuras noéticas paeden considerarse normales, puede llegar a provocar un severo Ajamiento respecto a la realidad que todos consideran irrefutable- nente real. Cada vez que el filósofo llama la atención de la gente acoca de sus estructuras noéticas puede estar afectado por una ma- acra de ver y juzgar las cosas completamente distante respecto al común de la gente. ¿Quién tiene la razón? ¿Él o la gente? La teoría á d conocimiento proporciona una serie de pistas para reconocer el acercamiento a la verdadera realidad. El punto culminante de esta teoría es la explicación de los criterios para detectar un mayor o me­nor alejamiento de la realidad.

Por lo pronto podemos sostener que no es lo mismo adoptar la postura del sartreano o del marxista que oír voces de ultratumba que

[a s interpretaciones falaces de la realidad 3 7

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obligan a cometer crímenes y venganzas. No es lo mismo dec se aristotélico o cartesiano que perseguir a la propia madre cuc en mano para deshacerse de las supuestas lacras de obscenidad y cado que la afectan. La filosofía no es una locura, pero sí una pecial perspectiva que puede llegar a ofender el pensamiento o nario de la gente. Por algo los prisioneros de la caverna platón: trataron de asesinar al compañero que logró ver la realidad y qi convencerlos de su engaño.

No deja de llamar la atención el hecho de que algunos peí dores se hayan atrevido a negar el fenómeno de la locura (la esqui­zofrenia principalmente). Entre ellos descuella Thomas Szasz y Michael Foucault.7 En pocas palabras, la idea de estos autoras (dentro de un contexto diferente, por supuesto) consiste en sostener que los llamados locos no son tales, sino que poseen una perspecti­va muy diferente de ver las cosas y juzgar a los demás, al grado de que se muestran sumamente amenazantes; por tanto, la sociedad prefiere recluirlos y tratarlos con el mote de enfermos, desquicia­dos, anormales, etc. Los manicomios están llenos de gente que de alguna forma ha amenazado a la sociedad en sus principios funda­mentales. Por ello, se entiende que sean desplazados, humillados y recluidos. Para estos autores (Foucault, principalmente) la esquizo­frenia es un fenómeno social que merece una revisión completa: se ha cometido un serio error en el trato de los “pacientes” y se debe reivindicar el derecho que cada uno tiene para pensar por su cuenta.

Mi punto de vista respecto a la inexistencia de la locura es el si­guiente: la distorsión del neurótico y la creación de un mundo abso­lutamente distinto (con voces, mandatos, delirios, alucinaciones, etc.) es un hecho que se constata en todas las épocas y zonas geográficas. Eso no es discutible. El quid del asunto está en el modo en que esa gente merece ser tratada. En ocasiones la amenaza no es una simple bagatela sino un serio peligro de muerte. Por tanto, muchos crímenes se pueden resolver con el hecho de la reclusión. Pero aun así, el tra­tamiento que merece un esquizofrénico, un paranoico o un desqui­ciado en general actualmente está en los pañales de la terapia. Bas­ta observar el enorme daño que se inflige a uno de estos personajes con la lobotomía (tratamiento que en la actualidad ya está prohibido1Cf. El mito de la enfermedad mental, Amorrortu Editores, y James Miller, La pasión de Michael Foucault, Editorial Andrés Bello.

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en muchos países). Pero lo mismo puede sostenerse respecto a los prisioneros en un reclusorio. El tratamiento adecuado deja mucho que desear. La dignidad humana está muy lejos de ser respetada en tales casos. El problema no reside en el calificativo que se les da a ta­les personas, sino en el tratamiento o proceso que se debe seguir an­te su conducta extraña. Desde luego, las consecuencias antes men­cionadas también son aplicables a estos casos pero con modalidades diferentes, como es obvio.

Aplicaciones prácticas y positivas de ia teoría propuesta

Hasta el momento da la impresión de que la teoría propuesta nos conduce tan sólo a una serie de consecuencias negativas. La palabra trampa nos induce a pensar en lo negativo. Veamos en este apartado de qué manera podemos utilizar esta teoría en un plan práctico y positivo. La teoría de las lentes de color y de las trampas mentales nos facilita la práctica de algunas virtudes.

La tolerancia. El convencimiento que cada sujeto posee respecto a su manera de percibir las cosas es suficientemente potente para descalificar en serio las posturas ajenas. Por tanto, el fenómeno de la tolerancia es extraño: no se encuentra normalmente una razón que avale esa actitud. Tal parece que el tolerante lo es por querer condescender ante una persona que pide o necesita ese tipo de complacencia, o por debilidad personal ante la fuerza mostrada y ostentada por el otro, o por ciertas razones ajenas a la misma ver­dad y a la defensa que ella generalmente requiere.

Aquí sostenemos que la tolerancia puede ser una actitud per­fectamente fundamentada en el conocimiento de esta modalidad de nuestro acto de conocer. No se trata de predicar la tolerancia como sinónimo de sumisión, de debilidad o de adulación, actitud su­mamente negativa en las personas que pretenden un puesto, un re­conocimiento o una gratificación. Tampoco estamos sosteniendo una postura moralizante, a pesar de que la tolerancia puede ser con­siderada una virtud.

La verdadera tolerancia (que, por cierto, no es fácil de practi­car) se basa en el reconocimiento de este pluralismo inconsciente de estructuras que afectan a las personas en su modo de percibir y juzgar las cosas, las situaciones y las personas. En efecto, si sé que

La s interpretacion es falaces de la realidad

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cada persona está dotada de diferentes estructuras noéticas acuerdo con su educación, lo lógico es aceptar esa realidad y, algunos casos, analizar cuáles serían las razones para conven» otro acerca de mi propia postura en una situación concreta.

La actitud intolerante de ciertas personas (sea por motivos religión, política, racismo o problemas personales) tiene su raíz esta ignorancia acerca del funcionamiento noético del ser huirr Cada uno cree que su percepción coincide del todo con la realidad se aferra a ella. Por consecuencia, no es raro encontrar casos en k que el sujeto “siente la obligación” de destruir las posturas diferente» de las suyas. Curiosamente, el conocimiento de este mecanismo noético nos proporciona armas para adoptar una actitud más serena, ■ realista, tolerante, respecto a las diferencias de criterio mostradas por otras personas, lo cual se llama vulgarmente tomarlo con filosofía. Sin embargo, al mismo tiempo este primer postulado nos habla tam­bién de la falibilidad y de la contingencia de nuestra propia postu­ra. Todo esto reunido nos lleva lógicamente a una postura que bus­ca con mayor seguridad las razones para aceptar o descartar los “principios”, los “valores”, la “moral” y la “filosofía” que continua­mente se esgrimen en las conversaciones que se plantean en la vida cotidiana.

Esta actitud de tolerancia también podría llamarse apertura noética, como a continuación explicitaremos. Existen personas que se distinguen por su apertura para comprender el modo en que pien­san otros individuos.

Los psicólogos, al parecer, desentrañan la forma en que piensan otras personas, dan luces al paciente para cambiar su manera de pensar. Se dan cuenta de que el malestar de sus pacientes se debe al modo en que piensan y su terapia va a consistir en iluminar dichas estructuras y ayudar a esas personas a desechar tales mecanismos. Similarmente, los sacerdotes, los abogados, los maestros y otros pro­fesionales hacen serios esfuerzos para tratar de captar la modalidad propia de la gente. Esta operación se llama empatia y se explicará con detalle más adelante. La empatia da resultados sorprendentes: logra un mejor aprendizaje en el empatizado y consigue mayor coo­peración por parte del cliente que consulta al abogado o al sacerdote, los cuales suelen aconsejar y ordenar algunas actividades y tareas que el cliente puede o no ejecutar. Cuando se da la empatia, es decir

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la comprensión de las estructuras del paciente por parte del profesio­nal, la cooperación del cliente es mucho más rápida y eficaz. Las personas virtuosas, sean o no profesionales, también se inclinan a comprender al otro. Su madurez psíquica las coloca en una situación tal que ya no se sienten obligadas a defender su propia postura como si fuera la única verdadera y, por lo mismo, ven con cierta simpatía y tolerancia el pensamiento ajeno.

Ahora bien, lo que sostenemos en este libro es que la tolerancia y la apertura hacia el pensamiento ajeno pueden iniciarse y realizar­se como una postura epistemológica y no como una postura del vir­tuoso o del profesional (dedicado a ayudar a la demás gente) que cumple con una cartilla, pero que se reduce a consentir o a soportar (por método o estrategia, dirían ellos) las diferencias ajenas. Efecti­vamente, el filósofo que capta esta modalidad de la percepción (que consta de datos y estructuras, estas últimas como resultado de un aprendizaje diferente en cada individuo) ya no tiene ninguna dificul­tad para aceptar, tolerar y respetar las posturas que son ajenas a la propia.

El perdón. El perdón se facilita notablemente cuando el sujeto cap­ta. con todas sus consecuencias, la modalidad hilemórfica dé la per­cepción, es decir, cuando descubre que una percepción no sólo con­tiene los datos externos, sino que también involucra unas estructuras subjetivas.

Una persona que ha comprendido el mecanismo propio de la percepción aquí explicado y que constata en cada momento las pro­fundas diferencias entre las personas inmediatamente está dispues­ta a ver en un plano de igualdad las percepciones ajenas que con­ducen a diferentes valoraciones de las mismas cosas. El sujeto, así pertrechado, respeta a las personas que opinan de manera distinta ante los mismos problemas, acoge esas ideas tratando de colocarse en el punto de vista de la otra persona y, finalmente, procura lograr una síntesis entre las dos posturas.

Perdonar, dentro de este contexto, no quiere decir olvidarse de las agresiones ajenas y disimular el enojo y la frustración que se siente. Perdonar, en forma auténtica, significa captar esa estructura noética que utiliza el otro cuando realiza la supuesta agresión u ofensa. En ese momento la persona ofendida se da cuenta de que el otro procede en forma lógica conforme al tipo de valoración

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implicada por las categorías noéticas utilizadas. Así comprendido ese acto, no resulta ofensivo hacia uno; en realidad no se dirigió a la propia persona, sino a lo que el otro percibía tal vez de manera dis­torsionada o exagerada. El perdón significa, entonces, comprender el error de la otra persona, ser indulgente con su modo de proceder, sa­ber que en realidad no tiene tanta culpa como parece a primera vis­ta. Perdonar es comprender la perspectiva desde la cual actúa la otra persona. En estas condiciones es posible asimilar del todo la frase evangélica: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Pertrechados con este postulado noético, es posible considerar al criminal como una persona que (en algunos casos, por lo menos) se deja llevar por la distorsión y la inconsciencia de sus propias categorías noéticas. Llegará el día en que la investigación biológica y psicológica pueda llegar a detectar con toda claridad y certeza cuá­les son los casos en los que la persona no es realmente culpable de los crímenes que se le atribuyen debido a la obnubilación propia de sus categorías usuales. Mi punto de vista es que la culpa real sólo se da en aquellas personas que no actúan en congruencia con sus propias categorías, sino que alteran o tuercen voluntariamente dichas pers­pectivas a fin de obtener algún beneficio propio. Con todo, podemos aceptar que la aplicación de la ética y de los códigos penales requie­re un estudio especializado que está fuera del alcance de la temática aquí tratada.

Saber estructurar una situación. Estamos frente a una de las con­secuencias más importantes implicadas en la teoría hilemórfica del conocimiento. Hemos asentado que cualquier situación, cosa o per­sona puede ser percibida desde varias perspectivas, con diferentes formas o estructuras, aun cuando el dato recibido no cambie. He aquí el secreto que enseñan todas las personas maduras: saber tomar una perspectiva positiva para captar una situación que aparentemente es dañosa o peligrosa, o definitivamente nefasta. Se requiere todo un arte que sólo la madurez en la vida otorga: el de saber estructurar una situación negativa y darle un giro que puede ser de 180 grados. En términos gnoseológicos se trata de imprimir una estructura o forma positiva en un dato que usualmente se juzga maligno, daño­so, peligroso.8

&Cf. Paul Watzlawick, El lenguaje del cambio, Herder, Barcelona, 1986.

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Los ejemplos abundan: dos sujetos en el hospital padecen la misma enfermedad incurable. Pero uno de ellos sabe tomar las co­sas con filosofía en lugar de deprimirse hasta llegar a pensar en el suicidio; sabe aprovechar su tiempo, arreglar sus asuntos pendien­tes, reconciliarse con la gente, aprender a ser amable en sus últimos días. El otro se desespera y trata a la gente con angustia despótica, reprende a todos, se hace insufrible para el personal de la institución y para sus parientes. Cada uno ha aplicado estructuras diferentes a la misma materia del conocimiento. En general, la enfermedad, la muerte, el sufrimiento, las humillaciones o las injusticias pueden ser estructuradas de una manera positiva; todo depende del grado de madurez del sujeto afectado. En algunos casos la dificultad para ejercer una estructuración positiva puede crecer notablemente de acuerdo con las características de las circunstancias concretas que se están viviendo. Existen personas que con suma facilidad toman lo negativo en positivo. En otros casos, el sujeto está adiestrado pa­ra recibir las agresiones, los insultos, las humillaciones, el despre­cio ajeno, de una manera positiva. Los psicólogos han escrito abun­dantemente acerca de este arte de modificar la forma con la que se juzga la circunstancia que se está viviendo.9 El ejemplo clásico a es­te respecto es el de Tom Sawyer. El niño travieso sabe aceptar el castigo dentro de una estructura positiva que le permite obtener algunas ganancias entre sus amistades.

Saber captar la realidad desnuda de emociones distorsionantes.Saber reconocer las estructuras que nos hacen sufrir es una de las metas de la filosofía del zen. Es notoria esta actitud práctica del zen que hace un llamado de atención hacia la causa del sufrimiento humano.10 Cada uno percibe la realidad a través de sus ilusiones y ésa es la raíz de sus angustias y malestares. El único modo de salir de esa situación de sufrimiento es aprender a percibir la realidad sin esa pantalla de la ilusión. Esta tesis coincide completamente con la expuesta en este libro.

Desde luego, la dificultad en la vida práctica no reside en la aceptación de esta teoría, sino en saber adoptar la actitud positiva que corresponde a cada caso particular, lo cual conlleva todo un*De paso quiero hacer referencia a mi texto Psicología, cap. 5, y también a mi libro Lentes de color o cómo amargarse ¡a vida, Esfinge.

*Cf. Charlotte Joko Beck, El zen de cada día.

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arte que implica libertad, pensamiento ágil, creatividad, emocional, etc. La felicidad, de acuerdo con esta postura, que cide con la filosofía oriental aquí mencionada, no depende de lo el sujeto posee y goza sino de la manera de estructurar su sil

Saber construir una síntesis a partir de posturas opuestas.operación mental que llamamos síntesis es el fruto de una ac " que sabe captar desde una perspectiva superior la aparente co ' dicción que se da entre la tesis y la antítesis: aplica una nueva ma o estructura al dato captado en la tesis y la antítesis y logra cancelación de esa oposición hasta llegar a la síntesis. De manera, es posible salvar las diferencias de criterio y ajustar el samiento de las personas que discuten su propia postura hacia solución unitaria que llamamos síntesis precisamente por esta p( liaridad: la de asimilar los puntos centrales de la tesis y la antítesis. El modo en que esto puede realizarse en la práctica es tema propio í de la psicología, fuera del alcance del tema de este libro.

El fruto más importante del trabajo intelectual es el logro de una síntesis. Sintetizar no significa resumir, ésta es la acepción corriente de nuestro término; lo que aquí interesa es el trabajo intelectual creativo, difícil pero posible, que logra formular finalmente una afirmación superior a las dos iniciales y que de alguna manera las comprende. El verbo alemán auftteben es muy significativo en este contexto. Se traduce como “conservar y superar”; o sea, se conser­va la tesis y la antítesis, pero al mismo tiempo se supera su contra­dicción.

Saber discutir. Otro título de este libro podría ser Por qué discute la gente. Ya tenemos la respuesta en las páginas anteriores. La gente discute porque parte de premisas falsas, pero, además, no se da cuen­ta de la falsedad de ellas; las cree verdaderas; ésa es la trampa en que cae y por eso está dispuesta a defender sus ideas, sus valores, sus principios. Pronto vamos a enlistar esos falsos valores y principios que la gente ha enarbolado con orgullo y que después han caído en desgracia. Por ejemplo, en la actualidad es muy difícil que la gente arme todo un tinglado de duelo para lavar su honor ante una supuesta mancha de su dignidad y de su honor mancillado. En el siglo xix en Europa y en México eso era un signo de valentía y de honorabilidad. Inmediatamente se enviaba a los padrinos para señalar el lugar, la

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hora y el arma. Cuántas veces caía muerto precisamente el que que­ría lavar su honra... En la actualidad casi todo el mundo se burla de esa manera de “lavar el honor”. Pero quien así lo sustentaba hace un siglo no podía entender que se trataba de un prejuicio y de una trampa de su mente.

En la actualidad con frecuencia la gente discute también por bagatelas: “Me miraste feo, por eso te acuchillé”. Pero a veces se trata de discusiones demasiado serias, que pueden conducir a dispu­tas entre amigos, a demandas judiciales y a enemistades familiares por varias generaciones. Las guerras suelen tener su origen en dis­cusiones de este mismo orden, pero por razones que se consideran de Estado: defender la soberanía del país, defender un territorio cu­yos límites han permanecido indefinidos durante mucho tiempo, de­fender el Santo Sepulcro...

El arte de discutir, además de las habilidades intelectuales y de oratoria que suele implicar, estriba fundamentalmente en saber dar el peso que corresponde a las premisas y tesis que se defienden. En ocasiones, un sencillo análisis previo da por sentado que no vale la pena discutir esa fruslería, a pesar de que otros la consideren de mu­cho peso. Dentro de un amplio horizonte de valores las motivacio­nes para discutir suelen quedar en niveles que no son precisamente los más elevados. El arte de discutir se inicia con esta cualidad: sa­ber sopesar el valor de lo que está en pugna. Ya veremos que exis­ten muchas tesis del dominio público que son simples fantasmas, prejuicios vanos, mitos asimilados durante generaciones que sólo tienen el valor de una vil mentira.

La persona que sabe empatizar con su interlocutor difícilmen­te llega a la discusión propiamente dicha. Comprender esas estruc­turas noéticas de la otra parte es el primer paso para establecer una discusión eficaz.

El colmo ha estado en esas discusiones y guerras por temas religiosos. Como si Dios alentara esa defensa por dogmas que hay que defender a sangre y fuego. Pero la gente se seguirá matando por esas estupideces: sus trampas son insalvables; sus prejuicios y mitos están demasiado arraigados en las profundidades de su mente.

Quien sabe jugar con sus lentes de color sabe también defen­der las estructuras en cuanto estructuras. Son sólo eso: categorías mentales que existen en la mente y que proporcionan al sujeto una

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visión especial de la realidad. La lucha por la realidad vale la pena, pero la lucha por entes de razón no está a la altura de la dignidad humana.

El arte de discutir estriba en discutir por cosas, personas y si­tuaciones reales que encierran un valor intrínseco.

Saber educar. Brevemente podemos explicar un concepto que sue­le quedar en la oscuridad o confundirse con actividades similares. Educar no es lo mismo que enseñar. No es lo mismo transmitir co­nocimientos que educar. Generalmente la función de las escuelas se reduce a la de transmitir conocimientos. La educación es una labor mucho más profunda que la simple transmisión de conocimientos. Educar, en mi manera de pensar, consiste en incidir en las estructu­ras noéticas del educando. Evaluar los conocimientos del estudian­te es relativamente fácil, pero evaluar el nivel de educación de una persona es excesivamente complicado. El acto de educar tiene lugar desde que el bebé nace (y algunas personas sostienen que desde an­tes de nacer). El sujeto al crecer puede ser un analfabeto, pero la educación recibida de sus padres podría tener altísimos niveles. La incidencia en las estructuras noéticas tiene lugar principalmente por medio del ejemplo de los padres, por medio del afecto y por medio de la empatia de los mismos hacia sus hijos. Educar es ayudar a la formación humana; educar es proporcionar el ambiente para que el educando adopte las formas o estructuras que los superiores deseen transmitir. Por lo común se educa mediante el mismo método salva­je (“la letra con sangre entra”) con que las autoridades suelen ense­ñar sus conocimientos. Este método es eficaz, pero no es eficiente. El educando se venga más tarde abortando esas estructuras que tu­vo que adoptar de pequeño a base de amenazas, golpes, castigos y humillaciones. En otro lugar de esta obra explicaré con más detalle este proceso educativo. Basta por ahora con decir que la educación puede sembrar prejuicios, pero también puede fomentar el uso de las energías del educando para que por sí mismo alcance los nive­les que su naturaleza encierra potencialmente.

En resumen, hemos explicado que conocer es interpretar, que cuando percibimos algo no enfocamos sólo el dato recibido sino también el dato afectado por una estructura noética. Lo que se recibe se recibe al modo del recipiente. De esta manera, nuestro conoci­miento está conformado por un dato subjetivo, que al ser ignorado

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por el propio sujeto lo conduce a la trampa de una objetividad, que en realidad todavía es parcial y que en algunos casos francamente no se da. Conocer esta falibilidad del sujeto cognoscente nos lleva a una postura de mayor respeto y tolerancia respecto a las tesis ajenas. En último caso, lo que se pretende es aprender a captar las estructuras noéticas propias y las del interlocutor; aprender a em- patizar con él; aprender a jugar con esas estructuras que pueden llevamos a la amargura o a la felicidad.

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Capítulo 3

Reconstrucción: el arte las trampas mentales

Velos, trampas y deconstrucción

En el capítulo anterior se señaló el doble origen de todo conoci­miento. Cuando percibimos no sólo ponemos en la conciencia el material que nos llega a partir de la realidad, sino que allí mismo está implicada ya la estructura impuesta por la facultad cognos­citiva. Hemos colocado el acento en la forma aplicada por el sujeto, ya que la atención suele estar dirigida normalmente al dato que se recibe a partir del objeto.

En este capítulo insistiremos en que las formas noéticas (tam­bién llamadas estructuras o categorías) aplicadas por el sujeto cog- noscente se pueden esclarecer, cambiar, pulir, diluir y, en algún caso extremo, algunas de ellas pueden eliminarse. El hombre cultivado es capaz de tomar conciencia de las formas que suele aplicar en sus conocimientos ordinarios y puede adiestrarse para afinarlas, dismi­nuirlas, intercambiarlas y, en algún momento —muy raro por cier­to—, eliminarlas y jugar con ellas. El resultado de esta educación y ascética intelectual es lo que vamos a denominar conocimiento holístico.

La meta intelectual aquí propuesta es la libertad que sabe jugar con las categorías cognoscitivas, prescindir de ellas, comprender las ajenas y, finalmente, señalar la diferencia entre un objeto revestido con categorías y ese mismo objeto desnudo (hasta donde sea posible) de velos que ocultan o desfiguran su realidad.