Treinta y seis tarjetas de San Valentín...JULIA QUINN Treinta y seis Tarjetas de San Valentín...

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Annotation

Susannah Ballister había sido unade las más populares debutantes de latemporada anterior, hasta que el hombreque todos creían que le propondríamatrimonio se casó con otra. De lanoche a la mañana, ella se convirtió enalguien a quien compadecer y sobrequien cuchichear, de modo que semarchó al campo para recuperarse.Devuelta en Londres de nuevo, a Susannahse le hace difícil sonreír siendo objetode los rumores y debiendo conformarsecon su nuevo papel de desdeñada. DavidMann-Formsby, conde de Renminster esel hermano del hombre que la despreció.

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Socialmente influyente, realiza un actode amabilidad que sirve para queSusannah recupere su lugar en lasociedad. Pero entonces David descubreque lo que le impulsa a hacerlo es másque amabilidad… él desea a Susannah.Aunque pensaba que no era la mujerapropiada para su hermano, se da cuentade que es completamente apropiada paraél mismo, pero ahora debe convencer aSusannah de ello. Por su parte, Susannahestá confundida por la ayuda de David,de quien sabe que no la aprobaba, yllega a la conclusión de que debe serpiedad, o al menos simpatía lo que lemotiva. Ahora David debe dar un granpaso para mostrarle que no es la piedadlo que le impulsa, sino el amor.

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JULIA QUINN

Capítulo Tres.

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JULIA QUINN

Treinta y seis Tarjetasde San Valentín

(Thirty-six Valentines)

Prólogo.

En Mayo, Susannah Ballisterencontró al hombre de sus sueños...

Hay tanto sobre lo que informar

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acerca del baile en Hampstead de laseñora Trowbridge que Esta Autoraapenas sabe cómo contarlo todo en unasola columna. Quizás el másasombroso — y algunos dirían queromántico— momento de la noche, fuesin embargo cuando el HonorableClive Mann-Formsby, hermano delsiempre enigmático Conde deRenminster, pidió a la señoritaSusannah Ballister bailar.

La señorita Ballister, con sus ojosy su cabello oscuro, es reconocidacomo una de las bellezas más exóticasde la Temporada, aunque nunca se leincluyó entre las filas de las“Incomparables” hasta que el señor

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Mann-Formsby fuera su pareja en unvals — y después no se apartara de sulado durante el resto de la velada.

Aunque la señorita Ballister hatenido su cuota de pretendientes,ninguno era tan apuesto o buen partidocomo el señor Mann-Formsby, quienrutinariamente deja una estela desuspiros, desmayos, y corazones rotosa su paso.

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

17 de mayo de 1813

En Junio, su vida era tan perfectacomo era posible.

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El señor Mann-Formsby y laseñorita Ballister prosiguieron con sureinado como la pareja dorada de laTemporada en el baile de losShelbourne a finales de la semanapasada — o al menos tan dorada comouno pueda imaginar, dado que elcabello de la señorita Ballister es másbien castaño oscuro. De todos modos,el dorado cabello del señor Mann-Formsby lo compensa sobradamente, ycon toda honestidad, aunque EstaAutora no es dada a arrebatossentimentales, es cierto que el mundoparece más emocionante en presenciade la pareja. Las luces parecen másbrillantes, la música más encantadora,

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y el aire positivamente más brillante.

Y con esto, Esta Autora debefinalizar esta columna. Tantoromanticismo despierta mi necesidadde salir afuera y dejar que la lluviarestaure la disposición normalmentegruñona de una.

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

16 de junio de 1813

En Julio, Susannah comenzaba aimaginar un anillo en su dedo...

El señor Mann-Formsby fue vistoentrando en la joyería más exclusiva de

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Mayfair el pasado jueves. ¿Es posibleque vayan a sonar pronto campanas deboda, y realmente puede alguien decirque no sabe quién será la futura novia?

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

26 de julio de 1813

Y entonces, llegó Agosto.

Los puntos flacos y los romancesde la sociedad son por lo generalmedianamente fáciles de predecir, perode tanto en tanto ocurre algo queconfunde y asusta hasta a Esta Autora.

El señor Clive Mann-Formsby harealizado una propuesta matrimonial.

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Pero no a la señorita SusannahBallister.

Después de una temporadacompleta de cortejo más bien público ala señorita Ballister, el señor Mann-Formsby, en cambio, solicitó a laseñorita Harriet Snowe en matrimonio,y, a juzgar por el reciente anuncio enel Times, ella ha aceptado.

La reacción de la señoritaBallister ante este acontecimiento sedesconoce.

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

18 de Agosto de 1813.

Lo cual nos lleva, más bien

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dolorosamente, hasta Septiembre.

Ha llegado hasta Esta Autora elrumor de que la señorita SusannahBallister ha dejado la ciudad y se haretirado para lo que resta de año a lacasa solariega de su familia en Sussex.

Esta Autora no puede culparla.

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

3 de septiembre de 1813

Capítulo Uno.

Ha llegado hasta Esta Autora lanoticia de que el Honorable CliveMann-Formsby y la señorita Harriet

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Snowe han contraído matrimonio elpasado mes en la ancestral capilla delos Mann-Formsbys, en la propiedad delhermano mayor, el Conde deRenminster.

Los recién casados han regresadoa Londres para disfrutar de lasfestividades de invierno, al igual que laseñorita Susannah Ballister, a quien,cualquiera que estuviera en Londres lapasada Temporada conocerá, ya quefue cortejada más bien diligentementepor el señor Mann-Formsby, hasta elmomento en que él propuso matrimonioa la señorita Snowe.

Esta Autora imagina que las

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anfitrionas de la ciudad estáncomprobando, ahora mismo, sus listasde invitados. Seguramente no puedeninvitar a los Mann-Formsbys y a losBallisters a los mismos eventos. Hacebastante frío afuera; y sin duda elencuentro de Clive y Harriet conSusannah, sin duda, tornará el clima englacial.

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

21 de enero de 1814

De acuerdo con LordMiddlethorpe, que acababa de consultarsu reloj de bolsillo, pasabanexactamente seis minutos de las once de

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la noche, y Susannah Ballister sabíabastante bien que el día era jueves, lafecha veintisiete de enero, y el año milochocientos catorce. Y precisamente enaquel momento —a las 11:06 del jueves,27 de enero de 1814, Susannah Ballisterformuló tres deseos, ninguno de loscuales se cumplió.

El primero de ellos era imposible.Deseó que de alguna manera, quizás acausa de alguna clase de magiamisteriosa y benévola, ella pudieradesaparecer del salón de baile en el quepermanecía de pie en ese momento yencontrarse cálidamente acurrucada ensu cama en la casa de su familia enPortman Square, al norte de Mayfair.No, mejor aún, aparecer cálidamente

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acurrucada en la cama, en la casasolariega de su familia en Sussex, queestaba lejos, muy lejos de Londres y, loque era más importante, muy lejos detodos los habitantes de Londres.

Susannah llegó incluso hasta cerrarsus ojos mientras ella consideraba laencantadora posibilidad de que alabrirlos se hallaría a si misma en otrolugar, pero sin sorprenderse, vio que alabrirlos se encontraba en el mismo sitio,encajada en una oscura esquina en elsalón de baile de la Señora Worth,sosteniendo una taza de té tibio, el cualno tenía intención alguna de beber.

Una vez que se hizo evidente queno iba a ninguna parte, por mediosextraordinarios o incluso ordinarios

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(Susannah no podía abandonar la fiestahasta que sus padres estuvieranpreparados para hacerlo, y por suaspecto, pasarían al menos tres horasantes de que ellos quisieran retirarse),lamentó entonces que Clive Mann-Formsby y su nueva esposa, Harriet,quienes permanecían sentados al lado dela mesa de los dulces y pasteles dechocolate, no desaparecieran a cambio.

Esto pareció posible. Ambosestaban sanos; simplemente podríanponerse en pie y marcharse caminando.Lo cual enriquecería enormemente lacalidad de vida de Susannah, porqueentonces ella sería capaz de intentardisfrutar de su velada sin necesidad decontemplar la cara del hombre que la

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había humillado públicamente.Aun mejor, podría conseguir un

pedazo de pastel de chocolate.Pero Clive y Harriet parecían estar

pasándoselo maravillosamente. Tanmaravillosamente, de hecho, como lospadres de Susannah, lo que significabaque se quedarían en la fiesta durantebastantes horas también.

Agonía. Pura agonía.Pero tenía tres deseos, ¿no? ¿No

recibían siempre las heroínas de loscuentos de hadas tres deseos? SiSusannah tenía que permanecer en unaoscura esquina, formulando tontosdeseos porque poco más tenía que hacer,usaría la cuota completa. "Deseo," dijo,con los dientes apretados "que no

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estuviera tan malditamente frío.”"Amén," dijo el anciano Lord

Middlethorpe, a quien Susannah habíaolvidado que permanecía de pie al ladosuyo. Le ofreció una sonrisa, pero estabaocupado con alguna clase de bebidaalcohólica prohibida para las señoritassolteras, así que ambos volvieron a latarea de ignorarse cortésmente el uno alotro.

Bajó la mirada a su té. De unmomento a otro seguramente seconvertiría en un cubito de hielo. Suanfitriona había sustituido la tradicionallimonada y el champán por té calienteaduciendo las frías temperaturas, pero elté no había permanecido caliente durantemucho tiempo, y cuando una se escondía

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en la esquina de un salón de baile, comolo hacía Susannah, los lacayos no solíanllegar hasta allí para retirar las copas nodeseadas o las tazas vacías.

Susannah tembló. No podíarecordar un invierno más frío; nadiepodría. Era, de alguna perversa forma,la razón de su temprana vuelta a ciudad.Toda la sociedad había afluido aLondres en el, decididamente pocoelegante, mes de enero, impaciente pordisfrutar del patinaje y los paseos entrineo y la cercana Feria de Invierno.

Susannah pensaba que el tiempofrío,los desagradables vientos helados,la nieve sucia y el hielo erandecididamente una tonta razón para lasreuniones sociales, y aunque no era

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suficiente para ella, allí estaba,afrontando a toda la gente que había sidotestigo de su fracaso social el pasadoverano. Ella no quería venir a Londres,pero su familia había insistido, diciendoque ella y su hermana Letitia no podíanpermitirse faltar a esta inesperadatemporada social de invierno.

Había pensado que tendría almenos hasta la primavera antes de verseobligada a volver y enfrentarlos a todos.Casi no había tenido tiempo de practicardecir con la barbilla en alto, "Bien, porsupuesto, el señor Mann-Formsby y yodecidimos que no éramos compatibles. "

Porque se necesitaba ser muy buenaactriz para decir eso, cuando todossabían que Clive se había desentendido

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de ella cuando los adinerados parientesde Harriet Snowe habían comenzado acortejarlo.

Ni siquiera era que Clivenecesitara el dinero. Su hermano mayorera el Conde de Renminster, por el amordel cielo, y todo el mundo sabía que eratan rico como Creso.

Pero Clive había elegido a Harriet,y Susannah había sido públicamentehumillada, e incluso ahora, casi seismeses después de aquello, la gentetodavía hablaba del asunto. Incluso LadyWhistledown lo había mencionado en sucolumna.

Susannah suspiró y se recostócontra la pared, esperando que nadie

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notara su abandonada postura. Supusoque realmente no podía culpar a LadyWhistledown. La misteriosa columnistade chismes simplemente repetía lo quetodos andaban diciendo. Sólo duranteesta semana, Susannah había recibido acatorce visitas vespertinas, y ninguna deellas había sido lo bastante cortés paraabstenerse de mencionar a Clive yHarriet.

¿Realmente pensaban que queríaoírles hablar sobre Clive y el aspecto deHarriet en la reciente velada musical delos Smythe-Smith? Como si ella quisierasaber lo que Harriet había llevadopuesto, o que Clive había estadosusurrándole al oído durante toda lavelada.

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Eso no significaba nada. Clivesiempre había mostrado unos modalesabominables durante las veladasmusicales. Susannah no podía recordaruna en la que Clive hubiera tenido laentereza de mantener la boca cerradadurante toda la interpretación.

Pero los chismes no eran lo peor delas visitas. Ese título quedaba reservadopara las bien intencionadas almas que alparecer no podían mirarla con otraexpresión que no fuera de compasión.Estas eran por lo general las mismasmujeres que tenían un sobrino viudo enShropshire o Somerset o algún otrolejano condado, quien buscaba unaesposa, y quizás a Susana le gustaríaconocerlo, pero esta semana no porque

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estaba ocupado llevando a seis de susocho hijos a Eton.

Susannah luchó contra unainesperada necesidad de llorar. Solotenía veintiún años. Y recién cumplidos,además. No estaba desesperada.

Y no quería ser compadecida.De repente se hizo imperativo que

abandonara el salón de baile. No queríaestar aquí, no quería contemplar a Clivey Harriet como una patética mirona. Sufamilia aún no estaba lista para irse acasa, pero seguramente ella podríaencontrar algún cuarto tranquilo dondepudiera retirarse durante unos minutos.Si iba a esconderse, bien podría hacerlocorrectamente. Su posición en esaesquina era espantosa. Y ya había visto

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a tres personas mirando en su direccióny cuchicheando después tapándose laboca con la mano.

Nunca había pensado que era unacobarde, pero tampoco pensaba quefuera tonta, y realmente, sólo un tonto sesometería de buen grado a esta clasesufrimiento.

Dejó su taza de té sobre un alféizary se excusó con Lord Middlethorpe, conquien no había intercambiado más deseis palabras, a pesar de haberpermanecido de pie el uno al lado delotro durante casi tres cuartos de hora.Rodeó el salón de baile por el borde,buscando las puertas francesas queconducían al vestíbulo. Había estadoaquí antes, hacía tiempo, cuando fue la

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señorita más popular de la ciudad,gracias a su relación con Clive, yrecordó que había un cuarto de retiropara las señoras en el extremo opuestodel vestíbulo.

Pero justo cuándo alcanzó sudestino, ella tropezó, y se encontró caraa cara con — oh, maldición, ¿cuál era sunombre? Pelo castaño, ligeramenterechoncha...oh, sí. Penélope. PenélopeAlgo. Una muchacha con la que apenashabía intercambiado más de una docenade palabras. Habían debutado el mismoaño, pero podrían haber residido enmundos diferentes, por la pocafrecuencia con que se cruzaron suscaminos. Susannah había sido lasensación de la ciudad, una vez que

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Clive la eligió, y Penélope había sido...bien, Susannah no estaba muy segura delo que había sido Penélope. Unaflorecilla

[1], supuso."No vaya allí," dijo Penélope

suavemente, sin mirarla directamente alos ojos, de la forma en que solo lagente tímida lo hace.

Los labios de Susannah seentreabrieron de la sorpresa, y sabía quesus ojos expresaban su incomprensión.

"Hay una docena de señoritas en elsalón de descanso," dijo Penélope.

Esto era explicación suficiente. Elúnico lugar en el que Susannah queríaestar, aún menos que en el salón de

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baile, era en una habitación llena degorjeantes y chismosas damas, todas lascuales asumirían seguramente que habíahuido allí para evitar a Clive y Harriet.

Lo cual era cierto, pero eso nosignificaba que Susannah quisiera quealguien lo supiera.

"Gracias," susurró Susannah,atontada por el bondadoso gesto dePenélope. Ella no le había dedicado unsolo pensamiento a Penélope el veranopasado, y la joven la habíarecompensado salvándola, conseguridad, de un momento de vergüenzay dolor. Por impulso, tomó la mano dePenélope y le dio un apretón. "Gracias. "

Y repentinamente lamentó no haberprestado más atención a las muchachas

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como Penélope cuando ella había sidoconsiderado una líder de la temporada.Ahora sabía lo que era permanecer depie, al borde del salón de baile, y no eradivertido.

Pero antes de que pudiera deciralgo más, Penélope murmuró una tímidadespedida y se escabulló, dejando aSusana abandonada a sus propiosmedios.

Estaba de pie en la parte másconcurrida del salón de baile, que no eraprecisamente donde quería estar, así quecomenzó a andar. No estaba realmentesegura de a dónde se dirigía, pero siguiómoviéndose, porque sabía que eso lahacía aparecer segura de sí misma.

Sabía que una persona debería

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actuar como si supiera lo que hacía,aunque no fuera así. Clive había sidoquien se lo había enseñado, en realidad.Esta era una de las pocas cosas buenasque había sacado del cortejo.

Pero en su brillante determinación,no prestaba atención a lo que sucedía asu alrededor, y debió ser por eso por loque se sorprendió tanto cuando oyó suvoz.

"Señorita Ballister. "No, no era Clive. Peor incluso. Era

el hermano mayor de Clive, el Conde deRenminster. En toda su gloriosapresencia de oscuro cabello y ojosverdes.

Ella no le había gustado nunca. Oh,él siempre había sido educado, en

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realidad era educado con todo el mundo.Pero ella siempre había sentido sudesdén, su obvia convicción de que ellano era suficiente para su hermano.

Supuso que ahora estaría feliz.Clive estaba a salvo, casado conHarriet, y Susannah Ballister nuncacorrompería el sagrado árbolgenealógico de los Mann-Formsby.

"Milord," dijo ella, tratando demantener un tono de voz tan cortés comoel de él. No podía imaginar qué podíaquerer de ella. No había ninguna razónpara que la hubiera saludado por sunombre; podría haberla dejado pasarpor su lado fácilmente sin reconocer supresencia. Ni siquiera habría sidogrosero por su parte. Susannah había

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caminado tan enérgicamente como le eraposible por el atestado salón de baile,claramente abstraída en suspensamientos.

Él le sonrió, si uno podía llamarloasí —la sonrisa nunca alcanzó sus ojos.

"Señorita Ballister,"le dijo, "¿cómoestá usted? "

Durante un momento no pudo hacernada más que quedarse mirándolo. Noera la clase de persona que hiciera unapregunta a menos que realmente quisieraconocer la respuesta, y no tenía ningunarazón para creer que estuvierainteresado en su bienestar.

¿"Señorita Ballister? " murmuró,pareciendo vagamente divertido.

Finalmente, ella logró decir, "Muy

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bien, gracias," aunque ambos supieranque eso estaba bastante lejos de laverdad.

Durante un largo momento élsimplemente la miró fijamente, casicomo si la estudiara, buscando algo queella no podía imaginar qué era.

"¿Milord? " preguntó ella, porqueel momento parecía necesitar algo querompiera el silencio.

Sacudió la cabeza volviendo aprestarle atención, como si su voz lehubiera despertado de un leveaturdimiento. "Le pido perdón," sedisculpó suavemente. "¿Le gustaríabailar? "

Susannah se encontrórepentinamente muda. "¿Bailar? " repitió

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finalmente, un tanto enojada ante suincapacidad de decir algo más.

"En efecto," murmuró él.Ella aceptó su mano extendida, —

poco más podía hacer con tanta gentemirando-y permitió que la condujera a lapista de baile. Él era alto, más alto aúnque Clive, quien le sacaba una cabeza aella, y poseía un aire extrañamentereservado-casi demasiado controlado, sital cosa era posible. Viéndolo moverseentre la muchedumbre la asaltó elextraño pensamiento de que un día sufamoso control se rompería.

Y sólo entonces surgiría elverdadero Conde de Renminster.

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* * *

David Mann-Formsby no habíapensado en Susannah Ballister durantemeses, no desde que su hermano habíadecidido casarse con Harriet Snowe envez de con la morena belleza queactualmente baila el vals en sus brazos.Una diminuta punzada de culpa por ello,sin embargo, comenzó a brotar en él,porque tan pronto como la había visto,moviéndose a través del salón de bailecomo si, en vez de escapar, se dirigieraa un lugar concreto, cuando cualquieraque se tomara la molestia de mirarladurante más de un segundo habría vistola tirante expresión de su cara, el dolor

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al acecho tras sus ojos, le habíanrecordado el lamentable tratamiento deSusannah a manos de los miembros de laTemporada después de que Clivehubiera decidido casarse con Harriet.

Y realmente, nada de ello habíasido culpa de ella.

La familia de Susannah, aunque eraabsolutamente respetable, no poseíatítulo, ni tampoco eran particularmentericos. Y cuando Clive la habíaabandonado en favor de Harriet, cuyoapellido era tan antiguo como enorme sudote, la sociedad se había reídodisimuladamente a sus espaldas — y élsupuso que, probablemente, en su caratambién. La habían llamado ambiciosa ytrepadora. Más de una matrona de

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sociedad — de la clase que tenía hijassin la valentía y el atractivo de SusannahBallister— había comentado que lapequeña advenediza había sido puestaen su lugar, y que cómo se habíaatrevido ni siquiera a pensar que podríaconseguir una oferta de matrimonio delhermano de un conde.

David había encontrado todo elepisodio bastante desagradable, pero¿qué podría haber hecho él? Clive habíahecho su elección, y en opinión deDavid, había hecho la correcta. Harriet,finalmente, sería mucho mejor esposapara su hermano.

De todos modos, Susannah habíasido una participante inocente en elescándalo; ella no sabía que el padre de

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Harriet rondaba a Clive, o que Clivepensó que Harriet, menuda y de ojosazules sería una esposa másconveniente. Clive debería haberhablado con Susannah antes de poner elanuncio en el periódico, e incluso, sifuera demasiado cobarde para advertirlapersonalmente, seguramente deberíahaber sido bastante inteligente para nohacer un magnífico anuncio publico delcompromiso en el baile de los Mottramantes de que el anuncio oficialapareciera en el Times. Cuando Clivehabía estado de pie delante de lapequeña orquesta, con una copa dechampán en la mano efectuando sualegre discurso, nadie había mirado aHarriet, que estaba, de pie, a su lado.

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Susannah había sido el centro delas miradas. Susannah con la bocaabierta de la sorpresa y los ojosafligidos.

Susannah, quien había luchado paramantenerse fuerte y orgullosa antes dehuir finalmente de la escena.

Su rostro angustiado había sido unaimagen que David había llevado en sumente durante muchas semanas, mesesincluso, hasta que lentamente se fuedesvaneciendo, perdiéndose entre susactividades diarias y compromisos.

Hasta ahora.Hasta que la había divisado en la

esquina, fingiendo que ella no habíanotado a Clive y Harriet rodeados porun grupo de admiradores. Era una mujer

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orgullosa, diría él, pero el orgullopodría llevarlo a uno demasiado lejos,hasta que simplemente quisiera escapary estar solo.

No se sorprendió cuando ella,finalmente, se encaminó hacia la puerta.

Al principio había pensado dejarlamarchar, quizás, incluso, retroceder, demodo que no se viera obligada atropezar con él siendo testigo de suhuida. Pero entonces un extraño eirresistible impulso lo había empujado aavanzar hacia delante. No es que lemolestara que ella se hubiera convertidoen una “florecilla”; siempre habíahabido “florecillas” en la Temporada, yhabía poco que un hombre pudiera hacerpara rectificar la situación.

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Pero David era un Mann-Formsbyhasta la misma punta de los dedos delpie, y si había una cosa que no podíasoportar, era saber que su familia habíacausado mal a alguien. Y, ciertamente,su hermano había herido a esta joven.David no llegaría al extremo de afirmarque su vida había quedado arruinada,pero, desde luego, ella había estadoexpuesta a demasiada e inmerecidaaflicción.

Como Conde de Renmister, no,como Mann-Formsby— era su debercompensarla.

Así que le pidió bailar. Un bailesería notado. Sería comentado. Y aunqueno estuviera en la naturaleza de Davidadularse a si mismo, sabía que una

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simple invitación a bailar de su parteharía maravillas para restaurar lapopularidad de Susannah.

Ella había parecido más bienasustada por su petición, pero habíaaceptado; después de todo, ¿qué otracosa podría hacer con tanta gentemirando?.

La condujo al centro del salón debaile, sin apartar sus ojos de su cara.David nunca había tenido problemaspara entender por qué Clive se habíasentido atraído. Susannah poseía unabelleza serena y oscura que élencontraba mucho más atractiva que elactual ideal rubio y de ojos azules queera tan popular entre la sociedad.

Su piel era de pálida porcelana,

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con cejas oscuras perfectamentearqueadas y labios del color de unarosada frambuesa. Había oído que habíaantepasados galeses en su familia, ypodría ver fácilmente su influencia.

"Un vals," dijo ella con sequedad,una vez que el quinteto de cuerdacomenzó a tocar. "¡Qué casualidad!. "

Él se rió entre dientes ante susarcasmo. Ella no había sido nuncaextrovertida, pero era siempre directa, yél admiraba ese rasgo, sobre todocuando se combinaba con lainteligencia. Comenzaron a bailar, yjusto cuando él había decidido hacer uncomentario trivial acerca del tiempo —para ser visto conversando como adultosrazonables — ella lo sorprendió al

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preguntar: "¿Por qué me ha invitadousted a bailar? "

Durante un momento se quedómudo. Directa, en efecto. "¿Necesita uncaballero una razón? " le respondió.

Sus labios se fruncieronligeramente por las comisuras. "Ustednunca me pareció la clase de caballeroque hace algo sin una razón. "

Él se encogió de hombros. "Parecía bastante sola en la esquina. "

"Yo estaba con LordMiddlethorpe," dijo ella arrogantemente.

Él simplemente alzó las cejas, yaque ambos sabían que generalmente elanciano Lord Middlethorpe no eraconsiderado la primera opción paraacompañar a una dama.

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"No necesito su compasión,"refunfuñó ella.

"Desde luego que no," acordó él.Sus ojos volaron hacia él. "Ahora

está siendo condescendiente. ""No soñaría con ello," dijo él, con

bastante franqueza."¿Entonces qué es esto? ""¿Esto? " repitió él, dando a su

cabeza una inclinación interrogante."Bailar conmigo. "David quiso sonreír, pero no quería

que ella pensara que se reía de ella, asíque se las arreglo para conservar loslabios serios mientras decía, "Usted esbastante suspicaz para ser una dama queesta a mitad de un vals. "

Ella contestó, "Los valses son

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precisamente el momento en el que unadama debe ser más suspicaz. "

"De hecho," dijo él,sorprendiéndose con sus propiaspalabras, "quería pedirle perdón. " Seaclaró la garganta. "Por lo que pasó elpasado verano. "

“¿A qué," preguntó ella, conpalabras cuidadosamente medidas, "serefiere usted? "

La miró con lo que esperaba fuerauna expresión amable. No era unaexpresión a la que estuvieraparticularmente acostumbrado, así queno estaba bastante seguro de estarhaciéndolo bien. De todos modos, tratóde parecer comprensivo cuando dijo,"Creo que usted ya lo sabe. "

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Su cuerpo se puso rígido, inclusomientras bailaban, y él habría jurado quepudo ver como su espina dorsal seconvertía en acero. "Quizás", dijo ellaenvaradamente, "pero no creo que esosea algo que le concierna. "

"Puede ser que no," admitió él,"pero, sin embargo, no aprobé el modoen que fue tratada por la sociedaddespués del compromiso de Clive. "

"¿Se refiere usted a los chismes,"preguntó ella, con expresión suave, "o alos desaires que me dirigieron? ¿O talvez a las mentiras? "

Él tragó, inconsciente de que susituación hubiera sido tan desagradable."A todo," dijo calmadamente. "No fuenunca mi intención — "

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“¿Su intención? " lo cortó ella, susojos destellando con algo próximo a lafuria. “¿Su intención? Yo suponía queClive había tomado su propia decisión.¿Admite entonces que Harriet era suopción, no la de Clive? "

"Ella fue su elección," dijo élfirmemente.

“¿Y la suya? " insistió ella.Parecía haber poco valor— y poco

honor — en mentir. "Y la mía. "Ella apretó los dientes, pareciendo

de alguna manera vindicada, perotambién un poco desinflada, como sihubiera estado esperando este momentodurante meses, y ahora que estaba aquí,no era tan dulce como había esperado.

"Pero si él se hubiera casado con

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usted," dijo David tranquilamente, "yono me habría opuesto. "

Sus ojos volaron a su cara. "Porfavor, no me mienta," susurró ella.

"No lo hago. " Él suspiró. "Ustedserá una esposa estupenda para alguien,señorita Ballister. De eso no tengo lamenor duda. "

Ella no dijo nada, pero sus ojos sepusieron brillantes, y él podría haberjurado que durante un momento suslabios temblaron.

Algo comenzó a tirar en su interior.No estaba seguro de lo que era, y noquería pensar en que lo sentía alrededordel corazón, pero advirtió quesimplemente no podía verla tan cercanaa las lágrimas. Aunque no había nada

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que pudiera hacer excepto decir "Clivedebería haberla informado de sus planesantes de anunciarlos en sociedad. "

"Sí," dijo ella, la afirmaciónquebrada por una áspera risa. "Deberíahaberlo hecho. "

David sintió que su mano apretabaligeramente la cintura de ella. No se loestaba poniendo fácil, pero, en realidad,no tenía ninguna razón para esperar queella así lo hiciera. En verdad, admiró suorgullo, respetó el modo que seconducía recta y con la cabeza alzada,como si no permitiría que la sociedad ledijera como debía juzgarse a si misma.

Era, se dio cuenta con unestremecimiento de sorpresa, una mujernotable.

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"Debería haber hecho," dijo él,repitiendo inconscientemente suspalabras, "pero no lo hizo, y por eso espor lo que debo pedirle perdón. "

Ella inclinó la cabeza ligeramente,sus ojos casi divertidos cuando dijo,"Uno imaginaría que la disculpa seríamejor viniendo de Clive, ¿no cree? "

David sonrió sin humor. "En efecto,pero deduzco que él no lo ha hecho. Porlo tanto, como un Mann-Formsby...-"

Ella resopló entre dientes, lo cualno lo divirtió.

"...Como un Mann-Formsby," dijoél de nuevo, levantando la voz, ybajándola luego cuando variosbailarines cercanos miraron concuriosidad en su dirección. "Como

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cabeza de familia de los Mann-Formsby," corrigió él, "es mi deberpedir perdón cuando un miembro de mifamilia actúa de forma deshonrosa. "

Él había esperado una réplicarápida, y efectivamente, ella abrió laboca inmediatamente, sus ojosdestellando con oscuro fuego, peroentonces, con una velocidad que le cortóel aliento, pareció cambiar de opinión.Y cuando finalmente habló, dijo,"Gracias. Acepto su disculpa en nombrede Clive. "

Había una tranquila dignidad en suvoz, algo que lo hizo querer acercarlamás, entrelazar sus dedos para algo másque simplemente sostener sus manos.

Pero aunque hubiera querido

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explorar ese sentimiento másestrechamente — y él no estaba segurode querer hacerlo— su oportunidad seperdió cuando la orquesta finalizó elvals, haciendo que se detuviera de pieen medio del salón de baile einclinándose en un elegante saludo queSusannah le devolvió con unareverencia.

Ella murmuró un cortés, "Graciaspor el baile, milord," y estaba claro quesu conversación había finalizado.

Pero mientras miraba cómo ellaabandonaba el salón de bailedirigiéndose a dondequiera que hubieraestado yendo cuando él la habíainterceptado —no podía sacudirse elsentimiento...

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Quería más.Más de sus palabras, más de su

conversación.Más de ella.

* * *

Más tarde esa noche, tuvieron lugardos acontecimientos muy extraños.

El primero ocurrió en el dormitoriode Susannah Ballister.

No podía dormir.Esto no habría parecido raro a

mucha gente, pero Susannah era de laclase de personas que se dormía al

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instante en que su cabeza caía sobre laalmohada. Esto volvía loca a su hermanadurante los años que habían compartidohabitación. Leticia siempre queríapermanecer un rato despierta después deacostarse y conversar en susurros en laoscuridad, y las contribuciones deSusannah a la conversación nunca fueronmás allá de un ligero ronquido.

Incluso en los días posteriores a latraición de Clive, Susannah habíadormido como un tronco. Esta habíasido su única vía de escape al constantedolor y confusión en que se convertía lavida de una debutante a la que habíandado calabazas.

Pero esta noche era diferente.Susannah permanecía acostada boca

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arriba (lo que era raro en sí mismo,puesto que ella prefería dormir de lado)y mirando al techo, preguntándosecuándo la grieta en el yeso se habíaensanchado lo suficiente para parecersea un conejo.

O más bien, era en qué intentabapensar cada vez que resueltamenteexpulsaba al Conde de Renminster de sumente. Ya que la realidad era que nopodía dormir porque no podía dejar derevivir su conversación con él,deteniéndose a analizar cada una de suspalabras, y tratando luego de ignorar laestremecedora sensación que la recorríacuando ella recordaba su vaga y algoirónica sonrisa.

Todavía no podía creer que se

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hubiese enfrentado a él. Clive se referíasiempre a él como "el anciano," y lellamó, en varias ocasiones, aburrido,altivo, altanero, arrogante, ycondenadamente molesto.

Susannah se había sentido más bienaterrorizada por el conde; Cliveciertamente no lo había hecho aparecermuy tratable.

Pero se había mantenido firme yhabía conservado su orgullo.

Ahora no podía dormir por pensaren él, pero no le importaba demasiado— no con este vertiginoso sentimiento.

Hacía mucho tiempo que no sesentía orgullosa de sí misma. Habíaolvidado lo agradable que era esasensación.

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* * *

El segundo acontecimiento extrañoocurrió en la otra punta de la ciudad, enel distrito de Holborn, frente a la casade Anne Miniver, que vivíatranquilamente junto a todos losabogados y procuradores que trabajabanen los cercanos Tribunales de la Corte,aunque su ocupación, si uno pudierallamarla así, era la de amante. Amantedel Conde de Renminster, para serexacto.

Pero la señorita Miniver era

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inconsciente de que algo extraño sucedíaen el exterior. En efecto, la únicapersona que lo noto fue el conde mismo,quien había ordenado a su cocherollevarlo directamente del baile de losWorth a la elegante residencia de Anne.Pero cuando él subió los escalones de lapuerta principal y levantó el llamador decobre, se dio cuenta de que no tenía elmás mínimo interés en verla. El impulso,simplemente, había desaparecido.

Lo que para el conde era, en efecto,bastante extraño.

Capítulo Dos.

¿Se dio usted cuenta de que elConde de Renminster bailó anoche con

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la señorita Susannah Ballister en elbaile de los Worth? Si no lo hizo, parasu vergüenza —fue usted el único. Elvals fue la comidilla de la velada.

No se puede decir que laconversación contemplada fuera de lasapacibles. En efecto, Esta Autora notóojos relampagueantes y hasta lo queparecieron ser palabras acaloradas.

El conde se marchó prontodespués del baile, pero la señoritaBallister permaneció durante variashoras más, y se atestigua que bailó conotros diez caballeros antes de que ellase marchara en la compañía de suspadres y su hermana.

Diez caballeros. Sí, Esta Autoralos contó. Habría sido imposible no

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hacer comparaciones, cuando la sumatotal de sus compañeros de baile antesde la invitación del conde era cero.

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

28 de enero de 1814

Los Ballisters no habían tenidonunca que preocuparse del dinero, perotampoco se podía decir que fueran ricos.Normalmente esto no molestaba aSusannah; nunca le había faltado nada, yno veía ninguna razón para tener tresjuegos de aderezos cuando sus perlascombinaban con todos sus vestidosbastante bien. No es que ella hubierarechazado tener uno o dos más, no era

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eso; solamente que no veía la necesidadde desperdiciar sus días añorando unasjoyas que nunca serían suyas.

Pero había una cosa que hacía queSusana deseara que su familia fuera másantigua, más adinerada, o que poseyeraun título — cualquier cosa que leshubiera dado más influencia.

Y era el teatro.Susannah adoraba el teatro, le

encantaba perderse en la historia deotros, lo adoraba todo, desde el olor delas lámparas de gas hasta elestremecedor sentimiento que poseíanlas palmas de las manos de alguienaplaudiendo. Era mucho más absorbenteque una velada musical, y ciertamentemás divertido que las soirees y bailes a

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los que se encontraba asistiendo tresnoches de cada siete.

El problema, sin embargo, era quesu familia no poseía un palco en ningunode los teatros que se juzgabanapropiados para la buena sociedad, y nole permitían sentarse en otra parte queno fuera un palco. No era apropiado quelas señoritas se sentaran con la chusma,insistía su madre. Lo que significaba queel único modo en el que Susannahconsiguió, alguna vez, ver unarepresentación fue cuando alguien queposeía un conveniente palco la invitó.

Cuando había llegado una nota paraella de sus primos, los Shelbourne, en laque la invitaban a acompañarlos esatarde para ver a Edmund Kean

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interpretando a Shylock en el Mercaderde Venecia, ella casi había llorado dealegría. Kean había hecho su debut eneste papel apenas cuatro noches antes, yya toda la sociedad hablaba de ello. Lohabían calificado de magnífico, audaz, eincomparable — todas aquellosmaravillosos adjetivos que dejaban auna amante de teatro como Susannahcasi temblando por su deseo de ver laobra.

Salvo que ella no esperaba quealguien la invitara a compartir su palcoen el teatro. Ella sólo recibíainvitaciones a grandes fiestas porque lagente sentía curiosidad por ver sureacción ante Clive y su matrimonio conHarriet. Las invitaciones a pequeñas

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reuniones no eran frecuentes.Hasta el baile de los Worth el

jueves por la noche.Supuso que debería agradecérselo

al conde. Él había bailado con ella, yahora ella era considerada otra vezconveniente. Había recibido al menosocho invitaciones a bailar después deque él se hubiera marchado. ¡Oh! muybien, diez. Las había contado. Diezhombres la habían invitado a bailar, locual eran diez más de los que lo habíanhecho durante las tres horas anterioresque había permanecido en el baile antesdel conde la buscara.

Era espantoso, realmente, cuántainfluencia podría ejercer un solo hombresobre la sociedad.

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Estaba segura que Renminster erala razón por la que sus primos habíanextendido la invitación. No es quepensara que los Shelbournes la hubieranestado evitando conscientemente — laverdad es que eran primos lejanos y nolos conocía muy bien. Pero cuandoempezó la temporada de teatro y ellosnecesitaron a otra mujer para equilibrarel numero de invitados de ambos sexos,debió resultar muy fácil para ellos decir,"Oh, sí, ¿qué tal la prima Susannah? "cuando el nombre de Susannah habíasido prominentemente destacado en lacolumna de Lady Whistledown delviernes.

A Susannah no le importaba porqué se habían acordado de repente de su

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existencia —iba a ver a Kean en ElMercader de Venecia.

"Estaré eternamente celosa," dijosu hermana Letitia mientras esperabanen el salón la llegada de losShelbournes. Su madre había insistidoen que Susannah estuviese lista a la horaacordada y no hiciera esperar a susinfluyentes parientes. Una, se daba porsupuesto, obligaba a esperar a lospretendientes, pero no a relacionesinfluyentes quiénes podrían extenderinvitaciones fervientemente deseadas.

"Estoy segura de que tendrás unaoportunidad de ver la obra pronto," dijoSusannah, pero no podía evitar unasonrisa de satisfacción mientras lodecía.

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Letitia suspiró. "Tal vez ellosquieran verla dos veces. "

"Tal vez presten el palco a Papa yMama," dijo Susannah.

La cara de Letitia se iluminó. "¡Unaidea excelente! Podrías sugerir... — "

"No haré tal cosa," la interrumpióSusannah. "Sería una grosería, y...— "

"Pero si surge la ocasión... "Susannah puso los ojos en blanco.

"Muy bien," dijo. "¿Si Lady Shelbournedice: 'Mi querida señorita Ballister,¿cree usted que su familia estaríainteresada en la utilización de nuestropalco? ' puedes estar segura de quecontestaré afirmativamente. "

Letitia le dirigió una miradadecididamente carente de humor.

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En ese mismo momento sumayordomo apareció en la entrada."Señorita Susannah," dijo, "el carruajede los Shelbourne espera fuera. "

Susannah saltó sobre sus pies."Gracias. Salgo ahora mismo. "

"Te esperaré," dijo Letitia,siguiéndola hacia el vestíbulo. "Esperoque me lo cuentes todo. "

¿"Y estropearte el final? " bromeóSusannah.

"Pssh. No es como si no hubieraleído El Mercader de Venecia diezveces por lo menos. Ya sé el final.¡Solamente quiero que me cuentes sobreKean! "

"Él no es tan atractivo comoKemble," dijo Susannah, poniéndose el

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abrigo y el manguito."Ya he visto Kemble," dijo Letitia

con impaciencia. "A quien no he visto esa Kean. "

Susannah se adelantó y depositó unafectuoso beso sobre la mejilla de suhermana. "Te contaré todos los detallesde la velada. Te lo prometo. "

Y luego afrontó el aire helado ycamino hacia el carruaje de losShelbourne.

* * *

Menos de una hora después,

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Susannah estaba cómodamente instaladaen el palco de los Shelbourne en elTeatro Real, en Drury Lane,contemplando ávidamente el reciéndiseñado teatro. Ella había tomadofelizmente asiento en el borde másapartado del palco. Los Shelbournes ysus invitados charlaban lejos, sin prestaratención, como el resto del auditorio, ala farsa que la compañía interpretabacomo un preludio a la obra principal.Susannah tampoco prestaba ningunaatención; lo único que quería erainspeccionar el nuevo teatro.

Era irónico, en realidad — losmejores asientos del teatro parecían serlos de abajo en el patio de butacas, contoda la chusma, como a su madre le

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gustaba decir. Aquí estaba ella, en unade los palcos más caros del teatro, y unaenorme columna bloqueaba parcialmentesu vista.

Iba a tener que enroscarseconsiderablemente en su asiento, y, dehecho, incluso inclinarse sobre la repisadel palco para poder ver larepresentación

."Tenga cuidado, no vaya a caer,"murmuró una profunda y masculina voz.

Susana dio un respingo. "¡Milord!”dijo sorprendida, girándose para quedarcara a cara con él Conde de Renminster,entre toda la gente asistente. Él estabasentado en el palco contiguo al de losShelbournes, lo bastante cercano parapoder conversar a través del hueco de la

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mampara que separaba los palcos."Qué sorpresa tan agradable," dijo

él, con una agradable y ligeramentemisteriosa sonrisa. Susannah pensó quetodas sus sonrisas tenían un toquemisterioso.

"Estoy con mis primos," dijo ella,haciendo un gesto hacia el resto de losocupantes. "Los Shelbournes," añadió,aunque fuera bastante obvio.

"Buenas noches, Lord Renminster,"dijo Lady Shelbourne con excitación."No me di cuenta de que su palco estabaal lado del nuestro. "

Él saludó con la cabeza. "No hetenido la oportunidad de ver muchoteatro últimamente, me temo. "

La cabeza de Lady Shelbourne se

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balanceó mostrando su acuerdo. "Es tandifícil encontrar tiempo. Tenemos tantoscompromisos este año. ¿Quién habríapensado que tantas personas regresaríana Londres en enero? "

"Y todo por un montón de nieve,"no pudo por menos que comentarSusannah.

Lord Renminster se rió entredientes ante su tranquilo comentarioantes de avanzar y apoyarse en el bordedel palco para dirigirse a LadyShelbourne.

"Creo que va a comenzar larepresentación," dijo él. "Ha sido, comosiempre, un placer verla. "

"En efecto," gorgojeó LadyShelbourne. "Espero que pueda asistir a

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mi fiesta de San Valentín el próximomes."

"No me la perdería por nada delmundo," le aseguró él.

Lady Shelbourne se recostó en suasiento, pareciendo tan satisfecha comoaliviada, y luego reanudó suconversación con su mejor amiga, LizaPritchard, quien, Susannah estabaabsolutamente convencida, estabaenamorada del hermano de LadyShelbourne, Sir Royce Pemberley, quientambién se sentaba en el palco.

Susannah creía que el sentimientoera reciproco, pero desde luego ningunode ellos pareció darse cuenta, y dehecho, la señorita Pritchard parecíahaber depositado sus esperanzas en el

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otro soltero asistente, Lord Durham,quien, en opinión de Susannah, era unpoco pelmazo. Pero no era asunto suyoadvertirles de sus respectivossentimientos, y además ambos, junto conLady Shelbourne, parecían estarinmersos en una absorbenteconversación sin ella.

Lo que la dejaba a merced de LordRenminster, quien aún la miraba a travésdel hueco entre sus respectivos palcos."¿Le gusta Shakespeare?” le preguntóella conversacionalmente. Era tal sualegría por haber sido invitado a ver elShylock de Kean que hasta se las podríaarreglar para dirigirle una luminosasonrisa a él.

"Sí," contestó él, " aunque de toda

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su obra prefiero las tragedias. "Ella asintió, decidiendo que se

sentía capaz de mantener unaconversación cortés si él también podía."Eso pensé. Son más serias. "

Él sonrió enigmáticamente. "Nopuedo decidir si acabo de ser halagadoo insultado. "

"En situaciones como éstas," dijoSusannah, sorprendida al sentirse tancómoda conversando con él, " deberíaoptar por sentirse siempre halagado.Uno comprende que es más sencillo yagradable de este modo. "

Él rió en voz alta antes depreguntar, "¿Y usted? ¿Cuál de las obrasdel bardo prefiere? "

Ella suspiró felizmente. "Las adoro

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todas. ""¿De verdad? " le preguntó, y ella

se sorprendió al oír verdadero interés ensu voz. "No tenía ni idea de que legustara tanto el teatro. "

Susannah lo miró con curiosidad,ladeando la cabeza levemente. "No creíaque usted se interesara por mis aficionesde una u otra forma. "

"Cierto," accedió él, "pero Cliveno siente mucho interés por el teatro. "

Ella sintió que su columna se poníaligeramente rígida. "Clive y yo nuncacompartimos todos nuestros intereses. "

"Obviamente no," dijo él, y ellapensó que había oído hasta un poco deaprobación de su voz.

Y luego —sin saber porque decía

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esto, ¡era el hermano de Clive!, por elamor del cielo —dijo, "Habla sin cesar."

El conde pareció ahogarse con sulengua.

"¿Se encuentra bien? " preguntóSusannah, inclinándose hacia él conexpresión preocupada.

"Bien," jadeó el conde, dándoseunas palmadas sobre el pecho."Simplemente... ah... me sobresaltó. "

"Ah. Le pido disculpas. ""No hace falta," le aseguró él. "Yo

evito siempre asistir al teatro con Clive."

"Es difícil para los actores meterbaza en su conversación," estuvo deacuerdo Susannah, resistiéndose al

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impulso de poner los ojos en blanco.Él suspiró. “Hasta hoy, todavía no

sé lo que pasa al final de Romeo yJulieta. "

Ella jadeó. "Usted no-oh, se estáburlando de mí. "

"¿Ellos vivieron felizmente juntosal final, verdad? " preguntó él, con ojosinocentes.

"Oh, sí," dijo ella, sonriendo conmaldad. "Es una historia edificante. "

"Excelente," dijo él, recostándoseen su asiento mientras clavaba sus ojosen el escenario. "Es estupendo haberaclarado esto finalmente. "

Susannah no pudo evitarlo. Se riótontamente. Era extraño que el Conde deRenminster realmente tuviera sentido del

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humor. Clive decía siempre que suhermano era el hombre más "maldita yespantosamente serio” de toda laInglaterra. Susannah nunca había tenidoninguna razón para dudar de suevaluación, sobre todo cuando élrealmente usó la palabra "maldito"delante de una dama. Un caballerogeneralmente no lo hacía a menos que élestuviera muy seguro sobre sudeclaración.

En ese mismo momento las lucesdel teatro comenzaron a atenuarse,sumergiendo a los aficionados en laoscuridad. ¡"Oh! " exclamó Susannah,avanzando sobre la barandilla del palco."¿Ha visto usted eso? " preguntó conexcitación, girándose hacia el conde.

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"¡Que ingenioso! Dejan sólo las lucessobre el escenario. "

"Es una de las innovaciones deWyatt," contestó él, refiriéndose alarquitecto que había renovadorecientemente el teatro tras un incendio."Así resulta más fácil ver el escenario,¿no cree?"

"Es brillante," dijo Susannah,adelantándose hacia el borde de suasiento de modo que ella pudiera verpor delante del pilar que bloqueaba suvista. "Es... — "

Y entonces comenzó larepresentación, y ella enmudeciócompletamente.

Desde su posición en el palcocontiguo al de ella, David se encontró

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mirando a Susannah más a menudo que ala obra. Él había visto El Mercader deVenecia muchas veces, y aunque fueravagamente consciente de que el Shylockde aquel Edmund Kean era unainterpretación realmente notable, eso notenía comparación con el brillo en lososcuros ojos de Susannah Ballistermientras ella miraba la escena.

Tendría que volver y ver de nuevola obra la siguiente semana, decidió.Porque esta noche él miraba a Susannah.

¿Por qué, se preguntó, había sidotan contrario a su casamiento con suhermano? No, eso no era completamenteexacto. No había estado completamenteen contra. No le había mentido cuando lehabía dicho que él no se habría opuesto

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a su matrimonio si Clive se hubieradecidido por ella en vez de por Harriet

Pero no le hubiese gustado que esosucediera. Había visto a su hermano conSusannah y de alguna manera le habíaparecido incorrecto.

Susannah era fuego, inteligencia ybelleza, y Clive era...

Bien, Clive era Clive. David loamaba, pero el corazón de Clive seregía por una urgencia despreocupadaque David no había entendido nunca, enrealidad. Clive era una alegre, brillantey ardiente llama. La gente searremolinaba alrededor de él, como lasproverbiales polillas alrededor de laluz, pero inevitablemente, alguienacababa quemándose.

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Alguien como Susannah.Susannah no era adecuada para

Clive. Y quizás, incluso más, Clive nohabía sido adecuado para ella. Susannahnecesitaba a alguien más. Alguien másmaduro. Alguien como...

Los pensamientos de Davidatravesaron, como un susurro, su alma.Susannah necesitaba a alguien como él.

El principio de una idea comenzó aformarse en su mente. David no era de laclase de personas dadas a lanzarse a laacción imprudente, pero tomabadecisiones rápidamente, basándose tantoen lo que sabía como lo que sentía.

Y mientras permanecía allísentado, en el Teatro Real, en DruryLane, ignorando a los actores sobre el

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escenario a favor de la mujer sentada enel palco contiguo al suyo, tomó unaimportante decisión.

Él iba a casarse con SusannahBallister.

Susana Ballister no, SusannahMann-Formsby, Condesa de Renminster.La brillantez de la idea lo atravesócomo un rayo.

Sería una excelente condesa. Erahermosa, inteligente, con principios, yorgullosa. Él no sabía por qué no habíanotado todo eso antes, probablementeporque él siempre se había encontradocon ella en compañía de Clive, y Clivetendía a ensombrecer a todos en supresencia.

David había pasado los últimos

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años con los ojos abiertos ante unapotencial novia. No tenía ninguna prisapor casarse, pero sabía que tendría quetomar una esposa finalmente, y cadamujer soltera que había conocido habíasido mentalmente inventariada y tasada.

Y todas habían sido descartadas.Ellas habían sido demasiado tontas

o demasiado aburridas. Demasiadotranquilas o demasiado charlatanas. O siellas no eran demasiado algo, tampocolo eran lo bastante.

No eran correctas. No eran alguiena quien él pudiera imaginarsecontemplando al otro lado de la mesa dedesayuno durante los años venideros.

Él era un hombre exigente, peroahora, mientras sonreía para si mismo en

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la oscuridad, le pareció que esperar,definitivamente, había valido la pena.

David robó otro vistazo del perfilde Susannah. Dudó que ella, ni siquiera,notara que él la miraba, tan absortacomo estaba en la representación. Detanto en tanto sus labios se separabandejando escapar un suave e involuntario"¡Ah!", y aunque él supiera que era sólosu imaginación, él podría jurar quesentía el viaje de su aliento a través delaire, aterrizando ligeramente sobre supiel.

David sintió que su cuerpo setensaba. Jamás se le había ocurrido que,realmente, podría ser lo bastanteafortunado para encontrar una esposa aquien considerara deseable. Qué

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bendición.La lengua de Susannah asomó,

humedeciendo sus labios.Sumamente deseable.Él se recostó, incapaz de detener la

sonrisa satisfecha que se arrastró através de sus rasgos. Él había tomadouna decisión; ahora todo lo que tenía quehacer era trazar un plan.

* * *

Cuando las luces del teatro seencendieron después del tercer acto paraanunciar el intermedio, Susannah al

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instante miró al palco contiguo,absurdamente impaciente por preguntaral conde lo que pensaba de la obra hastaentonces.

Pero él se había ido."Qué raro," murmuró para si

misma. Debió haberse marchadosigilosamente; ella no había notado susalida en lo más mínimo. Se recostó conlos hombros caídos ligeramente en suasiento, sintiéndose extrañamentedecepcionada por su desaparición.Tenía ganas de preguntarle su opiniónsobre la interpretación de Kean, la cualse diferenciaba enormemente decualquier otro Shylock que ella hubieravisto antes. Había estado segura que éltendría algo interesante que decir, algo

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que quizás ella misma no hubieranotado. Clive nunca había querido haceralgo más durante los intermedios quefugarse al vestíbulo donde podía charlarcon sus amigos.

De todos modos, eraprobablemente mejor que el conde sehubiera marchado. A pesar de suamistoso comportamiento antes de lainterpretación, todavía le resultabadifícil de creer que él estuviera endisposición amistosa hacia ella.

Y además, cuando él estaba cerca,ella se sentía más bien... rara. Extraña,y, de alguna forma, sin aliento. Eraexcitante, pero no demasiadoconfortable, y esto la hacía sentirseincomoda.

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Así que cuando Lady Shelbourne lepreguntó si quería acompañar al resto delos invitados al vestíbulo para disfrutardel intermedio, Susannah le dio lasgracias, pero rehusó cortésmente.Definitivamente era mejor quedarse,permanecer allí, en un lugar donde elConde de Renminster no estaba.

Los Shelbournes se marcharon,junto con sus invitados, abandonando aSusannah a su propia compañía, lo cualno le importó en lo más mínimo. Lostramoyistas se habían dejado, porcasualidad, el telón ligeramente abierto,y si Susannah forzaba la vista, casibizqueando, podría ver destellos de laspersonas que se apresuran detrás. Eraextrañamente emocionante y bastante

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interesante.Oyó un sonido tras ella. Alguno de

los invitados de los Shelbourne debíahaber olvidado algo. Poniendo unasonrisa en su cara, Susannah se giró,"Buenas no...— "

Era el conde."Buenas noches," dijo él, cuando se

hizo evidente que ella no iba a finalizarel saludo.

"Milord," dijo ella, con evidentesorpresa en su voz.

Él la saludó con la cabezagraciosamente. "Señorita Ballister.¿Puedo sentarme?”

"Desde luego," dijo ella,automáticamente. ¡Cielos!, ¿Por quéestaba él aquí?

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"Pensé que podría resultar másfácil dialogar sin necesidad de gritar através de los palcos," dijo él.

Susannah solamente lo miró conincredulidad. Ellos no habían tenido quegritar en absoluto. Los palcos estabanpegados el uno al otro.

Pero, se dio cuenta, un tantofrenéticamente, de que no se encontrabantan cerca como estaban ahora sus sillas.El muslo del conde casi se presionabacontra el suyo.

No debería haber sido molesto, yaque Lord Durham había ocupado lamisma silla durante más de una hora, ysu muslo no la había molestado en lomás mínimo.

Pero era diferente con Lord

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Renminster. Todo era diferente con LordRenminster, se dio cuenta Susannah.

"¿Disfruta usted de la obra? " lepreguntó él.

"Oh, en efecto," dijo ella. "Lainterpretación de Kean es sencillamentenotable, ¿no está de acuerdo? "

Él asintió con la cabeza y murmurósu acuerdo.

"Yo nunca imaginé que Shylockfuera representado de una manera tantrágica," continuó Susannah. "He vistoEl Mercader de Venecia varias vecesantes, desde luego, y estoy segura de queusted también, y el personaje siempre hatenido un aire más cómico, no está deacuerdo? "

"Esa es realmente una

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interpretación interesante. "Susannah asintió con entusiasmo.

"Pensé que la peluca negra era un golpemaestro. Cada Shylock que he vistoanteriormente fue interpretado con unapeluca pelirroja. ¿Y cómo podría Keanesperar que nosotros lo viéramos comoun carácter trágico con una pelucapelirroja? Nadie toma a los hombrespelirrojos en serio. "

El conde comenzó a toserincontroladamente.

Susannah se inclinó hacia él,esperando que no haberlo insultado dealguna manera. Con su pelo oscuro, ellano había pensado que él pudieraofenderse.

"Le pido perdón," dijo él,

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conteniendo la respiración."¿Ocurre algo? ""Nada," le aseguró él.

"Simplemente que su astuta observaciónme pillo con la guardia baja."

"No trato de decir que los hombrespelirrojos sean menos dignos que elresto de los hombres," dijo ella.

"Excepto nosotros, los de la,claramente superior variedad, decabello oscuro," murmuró él, con loslabios curvados en una diabólicasonrisa.

Ella apretó los labios paraobligarse a no sonreír. Era tan raro queél pudiera hacerla participe de unmomento secreto y compartido— laclase de momentos que se dan cuando se

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comparte una broma privada. "Lo quetrataba de decir," dijo ella, intentandoregresar a la conversación original, "esque uno nunca lee acerca de hombrespelirrojos en las novelas, ¿no? "

"No en las novelas que yo heleído," le aseguró él.

Susannah le lanzó una mirada conexpresión vagamente irritada. "O si unolo hace," prosiguió ella, " nunca es elhéroe de la historia. "

El conde se inclinó hacia ella, susojos verdes centelleando con malvadapromesa. "¿Y quién es el héroe de suhistoria, señorita Ballister? "

"No tengo un héroe," dijo ellaremilgadamente. "Creía que era obvio. "

Él permaneció silencioso durante

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un momento, contemplándolapensativamente. "Debería," murmuró él.

Susannah sintió que sus labios seentreabrían, hasta que sintió su alientoprecipitándose a través de ellos, cuandosus palabras aterrizaron suavementesobre sus oídos. "¿Perdón?" preguntófinalmente, no del todo segura de lo queél quiso decir.

O tal vez estaba segura, ysimplemente no podía creerlo.

Él sonrió ligeramente. "Una mujercomo usted debería tener a un héroe," ledijo. "Un campeón, quizás. "

Ella lo miró con cejas arqueadas."¿Me está diciendo que debería estarcasada? "

Otra vez aquella sonrisa. La

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conocida curvatura de sus labios, comosi él tuviera un secreto increíblementebueno.

"¿Qué cree usted? ""Creo," dijo Susannah, "que esta

conversación se ha introducido en aguasasombrosamente personales. "

Él se rió, pero era un sonidocálido, divertido, que carecíacompletamente de la malicia que tan amenudo teñía la risa de los miembros dela temporada. "Retiro mi anteriordeclaración," dijo él con una ampliasonrisa. "Usted no necesita a uncampeón. Usted es claramente capaz decuidar de si misma bastante bien. "

Susannah entrecerró los ojos."Sí," dijo él, "eso ha sido un

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cumplido. ""Con usted uno siempre debe

asegurarse," comentó ella."Oh, no, señorita Ballister," dijo él.

"Me hiere. "Ahora era su turno de reírse. "Por

favor", dijo ella, sonriendo abiertamentetodo el rato. "Su armadura es lo bastanteresistente para detener cualquier ataqueverbal que yo pudiera lanzarle. "

"No estoy tan seguro de ello," dijoél, tan suavemente que ella no estabasegura de haberlo oído correctamente.

Y entonces tuvo que preguntar —"¿Por qué esta siendo tan agradableconmigo? "

"¿Lo estoy siendo? ""Sí," dijo ella, no muy segura de

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por qué la respuesta era tan importante," lo está siendo. Y considerando locontrario que usted era a mi casamientocon su hermano, no puedo por menosque sentirme suspicaz. "

"Yo no era...— ""Sé que usted dijo que no se opuso

al cortejo," dijo Susannah, su rostro casiinexpresivo cuando lo interrumpió."Pero ambos sabemos que no lofavoreció y que lo animó a casarse conHarriet. "

David se mantuvo silenciosodurante un largo momento, considerandosu declaración. Ni una palabra de lasque ella había dicho eran falsas, y aúnasí estaba claro que ella no entendíanada de lo que había sucedido el verano

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anterior.Sobre todo, ella no entendía a

Clive. Y si pensaba que podría habersido una esposa adecuada para él,quizás ella no se entendía a si misma,tampoco.

"Amo a mi hermano," dijo Davidsuavemente, "pero él tiene sus defectos,y necesitaba una esposa que lonecesitara y dependiera de él. Alguienque lo obligara a hacerse el hombre quesé que él puede llegara a ser. Si Clive sehubiera casado con usted... — "

Él la miró. Ella lo contemplaba conojos sinceros, esperando con pacienciaa que terminara de formular suspensamientos. Él sabía que su respuestalo significaba todo para ella, y sabía que

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tenía que acertar."Si Clive se hubiese casado con

usted," prosiguió él, finalmente, " nohabría tenido ninguna necesidad de serfuerte. Usted habría sido fuerte por losdos. Clive no habría tenido nuncaninguna razón para crecer. "

Sus labios se abrieron por lasorpresa.

"Dicho sencillamente, señoritaBallister," dijo él con alarmantesuavidad, "mi hermano no era digno deuna mujer como usted. "

Y luego, mientras ella intentabaasimilar el sentido de sus palabras,mientras intentaba simplemente recordarcomo respirar, él se puso de pie.

"Ha sido un placer, señorita

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Ballister" murmuró, tomando su mano ydepositando suavemente un beso sobresu guante. Sus ojos permanecieron fijosen su rostro todo el tiempo, brillandocálidos y verdes, y chamuscandodirectamente su alma.

Él se enderezó, curvó sus labiosapenas los suficiente para hacer que supiel se estremeciera, y tranquilamentedijo, "Buenas noche, señorita Ballister."

El se había marchado incluso antesde que ella pudiera ofrecerle su propioadiós. Y no reapareció en el palcocontiguo al de ella.

Pero este sentimiento — esteextraño, sin aliento, vertiginososentimiento que él lograba provocar

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dentro de ella con sólo una sonrisa —éste se enroscó alrededor de ella y no semarchó.

Y por primera vez en su vida,Susannah no fue capaz de concentrarseen un drama Shakesperiano.

Incluso con los ojos abiertos, todolo que ella podía ver era la cara delconde.

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Capítulo Tres.

Otra vez, la señorita SusannahBallister es la comidilla de la ciudad.Después de conseguir la dudosadistinción de ser la más popular eimpopular señorita de la temporada de1813 (gracias, casi en su totalidad, alde vez en cuando necio Clive Mann-Formsby), ella disfrutaba un poco deanonimato hasta que otro Mann-Formsby-esta vez David, el Conde deRenminster-la agració con su completaatención en la representación delsábado por la noche del Mercader deVenecia en Drury Lane.

Una tan solo puede especular en

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cuanto a las intenciones del conde, yaque la señorita Ballister estuvo muycerca de convertirse en una Mann-Formsby el pasado verano, aunque suprefijo hubiera sido el de Sra. DeClive, y ella habría sido la hermana delconde.

Esta Autora se siente seguraescribiendo que nadie que viera laforma en que el conde miraba aseñorita Ballister durante toda lainterpretación calificaría su interéscomo de fraternal.

En cuanto a la señorita Ballister— si las intenciones del conde sonnobles, entonces Esta Autora tambiénse siente segura al escribir que todosconvendrán en que esta vez ella ha

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conseguido al mejor Mann-Formsby

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

31, de Junio, de 1814

Una vez más, Susannah no podíadormir. Y no era sorprendente — ¡Mihermano no era digno de una mujercomo usted! ¿Qué había querido decir élcon esto? ¿Por qué diría el conde talcosa?

¿Podría estar cortejándola? ¿Elconde?

Sacudió la cabeza, era la formamás rápida de alejar de su mente tontasideas. Imposible. El Conde deRenminster nunca había mostrado signos

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de estar seriamente interesado enalguien, y Susannah más bien dudaba deque fuera a comenzar con ella.

Y además, ella tenía toda la razónal sentirse sumamente irritada con elhombre. Ella había perdido el sueño porsu culpa. Susannah nunca había perdidoel sueño por nadie. Ni siquiera porClive.

Y si eso no fuera bastante malo, suagitada noche de vigilia el sábado serepitió el domingo. Y el lunes fue aúnpeor, debido a su mención en la columnade Lady Whistledown de aquellamañana. Por ello cuando llegó el martespor la mañana, Susannah estaba cansaday gruñona cuando su mayordomo lasencontró a ella y a Letitia tomando el

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desayuno."Señorita Susannah," dijo,

inclinando la cabeza ligeramente en sudirección. "Ha llegado una carta parausted. "

¿"Para mí? " preguntó Susannah,tomándola en su mano. El sobre era decalidad, sellado con cera azul oscura.Reconoció al instante el sello.Renminster.

"¿De quién es? " preguntó Letitia,una vez que terminó de masticar el trozode bollo que había metido en su bocacuando había entrado el mayordomo.

"No la he abierto aún," dijoSusannah con irritación. Y si erainteligente, no la abriría hasta estar lejosde la compañía de Letitia.

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Su hermana la contempló como sifuera imbécil. "Eso es fácilmenteremediable," indicó Letitia.

Susannah dejó la carta sobre lamesa, al lado de su plato. "La mirarémás tarde. Ahora mismo tengo hambre. "

"Ahora mismo me muero de lacuriosidad," replicó Letitia. "¡Abre esacarta en este mismo instante o yo lo harépor ti!. "

" Voy a terminar mis huevos, yentonces— ¡Letitia! " El nombre saliómás bien como un chillido, mientrasSusannah embestía a través de la mesasobre su hermana, que acababa debirlarle el sobre en una esmerada yveloz maniobra que Susannah habríasido capaz de interceptar si sus reflejos

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no hubieran estado embotados por lafalta de sueño.

"Letitia" dijo Susana, con vozmortífera "si no me devuelves esa cartasin abrir, no te lo perdonaré jamás. " Ycuando no pareció funcionar, añadió,"Nunca, durante el resto de mi vida. "

Letitia pareció considerar suspalabras.

"Te perseguiré," insistió Susannah."No habrá ningún lugar donde puedaspermanecer a salvo. "

"¿De ti? " preguntó Letitia,dubitativamente.

"Dame la carta. ""¿La abrirás? ""Sí. Dámela. ""¿La abrirás ahora? " insistió

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Letitia."Letitia, si no me devuelves esa

carta en este mismo instante, tedespertarás una mañana con todo tu pelocortado. "

Letitia la miró boquiabierta. "¿Nolo dirás en serio? "

Susannah le dirigió una fulminantemirada con los ojos entrecerrados."¿Tengo aspecto de estar bromeando? "

Letitia tragó saliva y le ofreció lacarta con mano inestable. "Creo querealmente lo dices en serio. "

Susannah arrebató la misiva de lamano de su hermana. "Te habría cortadovarios centímetros, al menos,"refunfuñó.

"¿Vas a abrirla? " dijo Letitia,

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incapaz, como siempre, de no insistirsobre un tema.

"Muy bien," dijo Susannah, con unsuspiro. Tampoco era como si fuera aser capaz de guardarlo en secreto, detodos modos. Simplemente, habíaesperado poder aplazarlo. Aun no habíausado su cuchillo de la mantequilla, asíque lo deslizó bajo la tapa del sobre ehizo saltar el sello.

"¿De quién es? " preguntó Letitia,aunque Susannah no había desplegadoaún la carta.

"De Renminster," dijo Susana, conun cansado suspiro.

"¿Y estás disgustada? " preguntóLetitia, con ojos maliciosos.

"No estoy disgustada. "

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"Suenas disgustada. ""Bien, pues no lo estoy," dijo

Susannah, deslizando la única hoja hojade papel fuera del sobre.

Pero si no estaba disgustada,¿cómo estaba? Excitada, tal vez, un pocoal menos, aunque estuviera demasiadocansada para demostrarlo. El conde eraexcitante, enigmático, y seguramente másinteligente de lo que había sido Clive.Pero él era un conde, y seguramente noiba a casarse con ella, lo que significabaque finalmente, ella sería conocidacomo la muchacha que había sidoabandonada por dos Mann-Formsbys.

Era más, pensó, de lo que podríasobrellevar. Ella había soportado lahumillación pública una vez. No

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deseaba particularmente experimentarlootra vez, y en mayor medida.

Que era por lo qué, cuando leyó sunota, y su solicitud de acompañamiento,su respuesta inmediata fue no.

Señorita Ballister:

Solicito el placer de su compañíael jueves, en la reunión de patinaje deLord y Lady Moreland, Swan LanePier, a mediodía.

Con su permiso, la recogeré en sucasa a las doce y media.

Renminster

"¿Qué quiere? " preguntó Letitia,

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sin aliento.Susannah simplemente le dio la

nota. Pareció más fácil que referir sucontenido.

Letitia jadeó, tapándose la bocacon la mano.

"¡Oh, por el amor del Cielo!,"refunfuñó Susannah, tratando de volverenfocar su atención sobre su desayuno.

"¡Susannah, significa que te corteja!"

"No. ""Sí. ¿Por qué si no te invitaría a la

reunión de patinaje? " Letitia hizo unapausa y frunció el ceño. "Espero recibiruna invitación. El patinaje sobre hielo esuna de los pocos deportes en los que noparezco una completa imbécil. "

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Susannah asintió con la cabeza,enarcando las cejas ante lasubestimación de su hermana. Había unestanque cerca de su casa en Sussex quese helaba cada invierno. Ambasmuchachas Ballister habían pasadohoras y horas deslizándose a través delhielo. Incluso habían aprendido a girarsobre si mismas. Susannah había pasadomás tiempo sobre su trasero que sobresus patines durante su decimocuartoinvierno, pero por Dios, que ella podíarotar sobre si misma.

Casi tan bien como Letitia.Realmente era una vergüenza que no lahubieran invitado aún. "Podrías venircon nosotros," dijo Susannah.

"Ah no, no podría hacer eso," dijo

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Letitia. "No si él te corteja. No hay nadacomo un tercero en discordia, paraarruinar un perfecto romance. "

"No hay ningún romance," insistióSusannah, "y creo que no voy a aceptarsu invitación, de todos modos. "

"Sólo dijiste que a lo mejor lohacías. "

Susannah clavó con saña su tenedoren un pedazo de salchicha,profundamente irritada consigo misma.Odiaba a la gente que cambiaba deopinión caprichosamente, y por lo visto,al menos hoy, ella iba a tener queincluirse en ese grupo. "He cambiado deopinión," refunfuñó.

Durante un momento Letitia noreplicó. Incluso tomó un bocado de

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huevos, los masticó a fondo, los tragó, ybebió un sorbo de té.

Susannah no pensó ni por unmomento que su hermana hubieraabandonado la conversación; el silenciode Letitia nunca podía confundirse connada más que un momentáneo indulto. Yasí, justo cuando Susannah se habíarelajado lo suficiente para tomar unsorbo de te, sin darle tiempo a tragarlo,Letitia dijo: "Estás loca, lo sabes. "

Susannah se llevó la servilleta alos labios para impedir escupir el té."No sé tal cosa, muchas gracias. "

"¿El Conde de Renminster? " dijoLetitia, con todo el rostro arrebolado dela incredulidad. ¿"Renminster? Diosbendito, hermana, es rico, es hermoso, y

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es conde. ¿Cómo demonios puedesrechazar su invitación? "

"Letitia," dijo Susannah, " es elhermano de Clive. "

"Soy consciente de eso. ""Yo no le gustaba cuando Clive me

cortejaba, y no entiendo cómo, derepente, ha cambiado de opinión ahora."

"¿Entonces por qué te corteja? "Letitia exigió.

"No me está cortejando. ""Lo está intentando. ""No intenta —Oh, ¡al infierno,!"

estalló Susannah, profundamenteenojada a estas alturas de laconversación. "¿Por qué piensas quequiere cortejarme? "

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Letitia dio un bocado a su panecilloy dijo con naturalidad, "LadyWhistledown lo dijo. "

"¡Maldita sea Lady Whistledown! "explotó Susannah.

Letitia retrocedió horrorizada,jadeando como si Susannah hubieracometido un pecado mortal. "No puedocreer que hayas dicho eso. "

"¿Qué ha hecho nunca LadyWhistledown para ganar mi eternaadmiración y mi lealtad? " quiso saberSusannah.

"Adoro a Lady Whistledown," dijoLetitia aspirando altivamente por lanariz, "y no toleraré que la difames enmi presencia. "

Susannah no pudo hacer nada más

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que permanecer allí sentada,contemplando el loco espíritu que,estaba segura, se había apoderado delcuerpo de su normalmente sensatahermana.

"Lady Whistledown," prosiguióLetitia, con ojos centelleantes, "te tratóamablemente durante todo el horribleepisodio con Clive el verano pasado.De hecho, ella debió ser la únicalondinense que lo hizo. Por ello, si nopor nada más, no la menospreciarénunca. "

Los labios de Susannah sesepararon, el aliento atascado en lagarganta. "Gracias, Letitia," dijofinalmente, su tono ronco acariciando elnombre de su hermana.

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Letitia simplemente se encogió dehombros, obviamente no queriendoponerse sentimental. "No es nada," dijoella, su airoso tono desmentido por suleve sorber de mocos. "Pero creo quedeberías aceptar la oferta del conde encualquier caso. Aunque solo sea porrestaurar tu popularidad. Si un baile conél pudo hacerte aceptable otra vez,piensa lo que un día entero de patinajehará. Seremos asaltadas por las visitasde los caballeros. "

Susannah suspiró, realmentedividida. Había disfrutado de suconversación con el conde en el teatro.Pero ella era menos confiada desde queClive le había dado calabazas el veranopasado. Y no quería ser nuevamente

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objeto de desagradables chismorreos,los cuales empezarían seguramente alminuto de que el conde decidiera prestaratención a alguna otra señorita.

"No puedo," dijo a Letitia,levantándose tan repentinamente que susilla casi se cayó. "Sencillamente nopuedo. "

Sus excusas fueron enviadas alconde una hora más tarde.

* * *

Exactamente sesenta minutosdespués de que Susannah viera a su

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lacayo marcharse con su nota para elconde, rehusando su invitación, elmayordomo de los Ballisters la encontróen su habitación y la informó que elconde en persona había llegado y laesperaba abajo.

Susannah jadeó, dejando caer ellibro que ella había estado tratando deleer toda la mañana. Este aterrizó sobresu dedo del pie.

"¡Guau! " exclamó ella."Se ha hecho usted daño, señorita

Ballister? " preguntó el mayordomocortésmente.

Susannah negó con la cabezaaunque su dedo del pie palpitara.Estúpido libro. No había sido capaz deleer más de tres párrafos en una hora.

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Siempre que miraba una página, laspalabras se emborronaban y enturbiabanhasta que lo único que podía ver era lacara del conde.

Y ahora él estaba allí.¿Trataba de torturarla?Sí, pensó Susannah, sin el menor

rastro de melodrama, probablemente lointentaba.

"¿Puedo informarlo de que usted loverá en un momento? " preguntó elmayordomo.

Susannah asintió con la cabeza.Ciertamente ella no estaba en posiciónde rechazar una audiencia con el Condede Renminster, sobre todo en su propiacasa. Un vistazo rápido en el espejo ledijo que su pelo no estaba demasiado

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despeinado aun después de haber estadorecostada sobre su cama durante unahora, y con el corazón palpitándole,bajó.

Cuando entró en la sala, el condese apoyaba contra el marco, mirando porla ventana, su postura orgullosa yperfecta como siempre. "SeñoritaBallister," dijo él, dándose la vueltapara enfrentarla, "estoy encantado deverla. "

"Er, gracias," dijo ella."Recibí su nota. ""Sí," ella dijo, tragando

nerviosamente mientras se dejaba caeren una silla, "eso pensé. "

"Me sentí decepcionado. "Ella levantó rápidamente la mirada

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hasta su rostro. Su tono era tranquilo,serio, e incluso había algo en él queinsinuaba emociones más profundas. "Losiento," dijo ella, hablando despacio,tratando de medir sus palabras antes depronunciarlas en voz alta. "Nunca quiseherir sus sentimientos. "

Él comenzó a andar hacia ella, perosus movimientos eran lentos, casipredadores. "¿No quería? " murmuró él.

"No. " Contestó ella rápidamente,ya que era la verdad. "Desde luego queno. "

"¿Entonces por qué," preguntó él,sentándose en la silla más cercana a lade ella, "se negó usted? "

No podía decirle la verdad — queno había querido ser la muchacha que

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había sido abandonada por dos Mann-Formsbys. Si el conde comenzaba aacompañarla a reuniones de patinaje y aotras celebraciones por el estilo, laúnica forma en que no pareciera que lahabía dejado plantada sería querealmente se casara con ella. YSusannah no quería que él pensara queella iba detrás de una oferta dematrimonio.

¡Cielos!, ¿que podría ser másembarazoso que esto?

"¿No tiene entonces ninguna buenarazón? " dijo el conde, con una de lasesquinas de su boca ligeramenteladeada, aun cuando sus ojos nuncaabandonaron su cara.

"No soy buena patinadora,"

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balbució Susannah, esa mentira fue laúnica cosa que pudo pensar con tan pocotiempo.

"¿Eso es todo? " preguntó él,descartando su protesta con uncaprichoso fruncimiento de sus labios."No tema. Yo la sostendré. "

Susannah tomó aire. ¿Significabaeso que pondría sus manos en su cinturamientras ellos se deslizaban a través delhielo? De ser así, entonces su mentira,simplemente, podría resultar ser verdad,porque no estaba nada segura de quepudiera mantener el equilibrio sobre suspies con el conde tan cerca.

"Yo... ah... ""Excelente," declaró él, poniéndose

de pie. "Entonces está arreglado.

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Seremos pareja en la reunión depatinaje. Si se levanta le daré su primeralección ahora. "

Él no le dio demasiada opciónsobre el tema, tomando su mano ytirando de ella hacia arriba hastaponerla de pie. Susannah echo un vistazohacia la puerta, que notó no estaba tanabierta como ella la había dejadocuando entró.

Letitia.La pequeña y furtiva casamentera.

Iba a tener que tener una severaconversación con su hermana después deque Renminster finalmente se marchara.Letitia aún podría amanecer con todo supelo cortado.

Y hablando de Renminster, ¿qué

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había dicho? Como la expertapatinadora que era, Susannah sabía muybien que no había nada que pudiera serenseñado sobre ese deporte a menos queuno estuviera realmente sobre patines.Permaneció de pie de todos modos, enparte por curiosidad, y en parte porquesu implacable tirón de su mano no ledejaba otra opción.

"El secreto del patinaje," dijo él(algo pomposamente, en opinión deSusannah), "está en las rodillas. "

Ella batió sus pestañas. Siemprehabía pensado que las mujeres queagitaban sus pestañas parecían un pocodébiles, y ya que ella trataba deaparentar que no tenía ni idea sobre loque hacía, pensó que este podría ser un

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toque eficaz. "¿Las rodillas, dice usted?" preguntó.

"En efecto," contestó él. "La flexiónde las rodillas. "

"La flexión de las rodillas," repitióella. "Imagíneselo. "

Si él notó el sarcasmo bajo sufachada de inocencia, no dio ningunaindicación. "En efecto", dijo otra vez,haciéndola preguntarse si quizás ésta nofuera su expresión favorita. "Si ustedtrata de mantener sus rodillas rectas,nunca conseguirá mantener el equilibrio."

"¿Así? " preguntó Susannah,doblando sus rodillas exageradamente.

"No, no, señorita Ballister," dijoél, mostrando la posición correcta

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adoptándola él mismo. "Más bien así. "Él parecía extraordinariamente

absurdo intentando patinar en medio delsalón, pero Susannah logró mantener susonrisa bien escondida. Realmente, losmomentos como éste no debían serdesperdiciados.

"No lo entiendo," dijo ella.Las cejas de David se fruncieron

debido a la frustración. "Venga aquí,"dijo él, moviéndose hacia un lado delcuarto donde no había ningún mueble.

Susannah lo siguió."Así," dijo él, tratando de moverse

a través de los pulidos suelos de maderacomo si realmente estuviera sobrepatines.

"No parece que se...deslice," dijo

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ella, su cara era un perfecto retrato deinocencia.

David la miró con recelo. Ellaparecía casi demasiado angelical, allímirándolo ponerse en ridículo. Suszapatos no tenían cuchillas bajo ellos,desde luego, por lo que no se deslizaronen absoluto sobre el suelo.

"¿Por qué no lo intenta otra vez? "preguntó ella, sonriendo casi como laMona Lisa.

¿"Por qué no lo intenta usted? "respondió él.

"Oh, yo no podría," dijo ella,sonrojándose modestamente. Excepto —él frunció el ceño —que no se habíasonrojado. Tan solo inclinaba su cabezaligeramente hacia abajo de un modo tan

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vergonzoso que debería haber sidoacompañado por un rubor.

"Se aprende practicando," dijo él,determinado a hacerla patinar aunquemuriera en el intento. "Es la únicaforma. " Si él se iba a poner en ridículo,por Dios, que ella también.

Ella ladeó la cabeza ligeramente,pareciendo como si considerara la idea,y entonces simplemente sonrió y dijo,"No, gracias. "

Él se acercó a su lado. "Insisto,"murmuró resueltamente, situándosesolamente un poquito más cerca de loque era apropiado.

Sus labios se entreabrieron de lasorpresa al tomar conciencia de él.Bien. Él quería que ella tomara

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conciencia de él, aún si ella no entendíalo que esto significaba.

Moviéndose hasta quedarligeramente detrás de ella, él colocó susmanos en su cintura. “Inténtelo de estaforma," dijo él suavemente, sus labiosescandalosamente cerca de su oído.

"Mi... —milord," susurró ella. Sutono sugirió que ella había tratado degritar la palabra, pero que careció de laenergía, o quizás de la convicciónnecesaria.

Era, desde luego, completamenteimpropio, pero como él planeabacasarse con ella, no vio realmenteningún problema.

Además, él disfrutaba bastanteseduciéndola. Incluso aunque — no,

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sobre todo porque — ella ni siquiera sedaba cuenta de lo que estabasucediendo.

"Así," dijo él, su voz casiconvertida en un susurro. Ejerció unpoco de presión sobre su cintura, paraobligarla a avanzar como si estuvieranpatinando como pareja. Pero porsupuesto ella tropezó, ya que sus zapatosno se deslizaron sobre el suelo,tampoco. Y cuando ella tropezó, éltropezó.

Para su eterna consternación, sinembargo, de alguna manera lograronpermanecer sobre sus pies, y no terminaren un enredo sobre el suelo. Lo quehabía sido, desde luego, su intención.

Susannah se desenredó

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expertamente de su asimiento, dejándolopreguntándose si ella había tenido quepracticar la misma maniobra con Clive.

Cuando se dio cuenta de que sumandíbula estaba apretada, él casi tuvoque comprobarlo con el tacto.

"¿Sucede algo, milord? " preguntóSusannah.

"Nada en absoluto," dijo él, en vozalta. "¿Por qué piensa eso? "

"Usted parece un poco" — ellaparpadeó varias veces mientrasconsideraba su expresión— "enojado".

"En absoluto," dijo él, suavemente,forzando a todos los pensamientos deClive y Susannah y Susannah y Clive aabandonar su mente. "Pero deberíamosintentar el patinaje otra vez. " Quizás

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esta vez lograría orquestar una caída.Ella se alejó, como la chica lista

que era. "Creo que este es el momentode tomar un té," dijo ella, con tono, dealguna forma, dulce y resuelto al mismotiempo.

Si aquel tono no hubierasignificado tan obviamente que él no ibaa conseguir lo que quería, — a saber, sucuerpo íntimamente alineado con el deella, preferentemente tumbados sobre elsuelo —podría haberla admirado.Evidentemente era un talento, conseguirexactamente lo que uno quería sinnecesidad alguna de borrar la sonrisa dela cara de alguien.

"¿Le gusta el té? " preguntó ella."Desde luego," mintió él. Detestaba

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el té, aún cuando esto fastidiaba siempreenormemente a su madre, que sentía queera el deber patriótico de todos beber laespantosa bebida. Pero sin el té, él notendría ninguna excusa para nomarcharse.

Entonces ella frunció el ceño, ymirándolo directamente dijo, "Ustedodia el té. "

"Lo recuerda," comentó él, algoimpresionado.

"Me ha mentido," indicó ella."Quizás porque esperaba

permanecer en su compañía," dijo él,mirándola fijamente como si ella fueraun bizcocho de chocolate.

Él odiaba el té, pero el chocolate—bien, eso era otra historia.

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Ella dio un paso al lado. "¿Porqué? "

"¿Por qué? en efecto," murmuró él."Esa es una buena pregunta. "

Ella dio otro paso al lado, pero elsofá bloqueó su camino.

Él sonrió.Susana le devolvió la sonrisa, o al

menos lo intentó. "Puedo hacer quetraigan otra bebida para usted. "

Él pareció considerarlo durante unbreve momento y entonces dijo, "No,creo que es hora de que me marché. "

Susannah casi jadeó ante el nudo dedesilusión que se formó en su pecho.¿Cuándo su ira por su arbitrariedad sehabía convertido en deseo de supresencia? ¿Y a qué jugaba? Primero él

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había inventado la excusa más tonta paraponer sus manos sobre ella, despuésmintió para prolongar su visita,¿ yahora, de repente quería marcharse?

Estaba jugando con ella. Y lo peorera... que una pequeña parte de elladisfrutaba con ello.

Él dio un paso hacia la puerta. "¿Laveré el jueves, entonces? "

"¿El jueves? " repitió ella."La reunión de patinaje," le

recordó él. "Creo que dije que larecogería treinta minutos antes."

"Pero nunca acepté ir," soltó ella."¿No? " Él sonrió suavemente.

"Podría jurar que lo hizo. "Susannah sospecho que caminaba

por aguas traicioneras, pero

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simplemente no podía detener alobstinado diablillo que evidentementehabía asumido el control de su mente."No", dijo, "no lo hice. "

En menos de un segundo, él habíaretrocedido a su lado, y estaba de piecerca... muy cerca. Tan cerca que elaliento abandonó su cuerpo, sustituidopor algo más dulce, más peligroso.

Algo completamente prohibido ydelicioso.

"Creo que lo va a hacer," dijo élsuavemente, tocando con sus dedos subarbilla.

"Milord," susurró ella, atontadopor su proximidad.

"David," dijo él."David," repitió ella, demasiado

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hipnotizado por el fuego de sus ojosverdes para decir algo más. Pero dealguna forma le pareció correcto. Ellano había pronunciado nunca su nombre,ni siquiera había pensado en él como enalgo más que el hermano de Clive oRenminster, o simplemente el conde.Pero ahora, de alguna manera, él eraDavid, y cuando ella examinó sus ojos,tan cerca de los suyo, vio algo nuevo.

Vio al hombre. No el título. Ni lafortuna.

El hombre.Él tomó su mano y se la llevó a los

labios. "Hasta el jueves, entonces,"murmuró, su beso acarició su piel condolorosa ternura.

Ella asintió con la cabeza, porque

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no podía hacer nada más.Congelada en el sitio, contempló

silenciosamente como se separaba ycaminaba hacia la puerta.

Pero entonces, cuando él extendiósu mano hacia el tirador de la puerta-justo en aquella fracción de segundoantes de que él realmente lo tocara —separó. Se paró y se giró y mientras ellapermanecía allí de pie mirándolo, éldijo, más para si mismo que para ella,"No, no debería hacerlo."

Él solo necesitó tres largos pasospara alcanzarla. En un movimiento tanalarmante como fluidamente sensual, laestrechó contra él. Sus labiosencontraron los suyo, y la besó.

La besó hasta que ella pensó que

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podría desmayarse de deseo.La besó hasta que ella pensó que

podría prescindir del aire.La besó hasta que ella no podía

pensar en nada más que en él, no podíaver nada más que su rostro en su mente,y no quería nada más que el sabor de élsobre sus labios... para siempre.

Y luego, con la misma brusquedadcon la que la había traído a sus brazos,se separó.

"¿El jueves? " preguntósuavemente.

Ella asintió, con una manorozándose los labios.

Él sonrió. Despacio, con hambre."Pensaré con mucha ilusión en ello,"murmuró él.

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"Y yo," susurró ella, aunque noantes de que él se hubiera marchado. "Yyo. "

Capítulo Cuatro.

¡Cielos!, Esta Autora ni siquierapuede comenzar a enumerar lacantidad de gente que acabó pocoelegantemente tumbada sobre la nieveo el hielo durante la reunión depatinaje de Lord y Lady Moreland ayerpor la tarde.

Parece que los miembros de laTemporada no son tan competentes enel arte y el deporte del patinaje sobrehielo como les gusta creer.

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Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

4 de febrero de 1814

Según su reloj de bolsillo, queDavid sabía que era absolutamenteexacto, eran con precisión las doce ycuarenta y seis minutos, y David sabíaperfectamente que el día era el jueves,la fecha tres de febrero y el año milochocientos catorce.

Y precisamente en aquel momento—a las 12:46 del jueves, 3 de febrerode 1814, David Mann-Formsby, Condede Renminster, fue consciente de tresindiscutibles verdades.

La primera era, si uno quería serpreciso sobre ello, más una opinión que

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un hecho. Y esta era que la reunión depatinaje era un desastre. Lord y LadyMoreland habían instruido a sus pobresy temblorosos criados para quecircularan por el hielo con carros llenosde emparedados y Madeira, lo quepodría haber sido un toque encantador,salvo que ninguno de los criados tenía lamenor idea de cómo maniobrar sobre elhielo, el cual donde no estabaresbaladizo, era traidoramente desigualdebido al barrido constante del vientodurante el proceso de congelación.

Como consecuencia, una multitudmás bien repugnante de palomas sehabía reunido cerca del embarcaderopara atiborrarse de los emparedados quese habían derramado de un carro

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volcado, y el pobre y desdichado lacayoobligado a empujar el susodicho carrose sentaba ahora sobre la orilla,presionando apremiantemente pañuelossobre su cara donde las palomas lohabían picoteado hasta que pudo huir delescenario.

La segunda verdad que Davidconstató era un poco menos aceptable. Yera que Lord y Lady Moreland habíandecidido celebrar la reunión con elexpreso objetivo de encontrar unaesposa para el imbécil de su hijoDonald, y habían decidido que Susannahsería una buena candidata. A tal efecto,la habían arrebatado de su lado,forzándola a entablar conversación conDonald durante diez minutos completos

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antes de que Susannah lograra fugarse.(Momento en el cual se dirigieron haciala señorita Caroline Starling, peroDavid decidió que éste no era suproblema, y Caroline tendría quearreglárselas para desenredarse ellasola.)

La tercera verdad lo hizo rechinarlos dientes, hasta casi convertirlos enpolvo. Y era que Susannah Ballister,quién tan dulcemente había declarado nosaber patinar, era una pequeñamentirosa.

Debería haberlo adivinado en elminuto en que ella había sacado suspatines de su bolso. No se parecían ennada a todos los que los demás habíanatado con correa a sus pies. Los propios

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patines de David, que eran consideradosde los más novedosos, consistían enlargas cuchillas en forma de láminasujetas a una plataforma de madera, queél ató sobre sus botas. Las cuchillas deSusannah eran un poco más cortas que elpromedio, pero lo más importante eraque estaban fijadas directamente a unasbotas, lo que requería que se cambiarade calzado.

"Nunca he visto unos patines así,"comentó él, mirando con interés comoella desataba sus botas.

"Er, son los que usamos enSussex," dijo, y David no estaba segurode si el rosado de sus mejillas era unrubor o simplemente una consecuenciadel viento helado. "Así uno no tiene que

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preocuparse de que los patines sesuelten de las botas. "

"Sí," dijo él, " ya veo lo ventajosoque es, sobre todo si uno no es unpatinador muy aventajado.”

"Er, sí," masculló ella. Y despuéstosió. Entonces alzó la vista hacia él ysonrió, aunque con honestidad, separecía más a una mueca.

Ella se cambió la otra bota, susdedos moviéndose con agilidad mientrasdesataban los cordones, a pesar de estarencerrado en guantes. David laobservaba silenciosamente, y tras unmomento no pudo por menos quecomentar, "y las cuchillas son máscortas. "

"¿Lo son? " murmuró ella, sin alzar

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la vista a él."Sí," dijo, moviéndose de modo

que su patín se alineara al lado del deella. "Mire esto. Las mías son al menoscinco centímetros más largas. "

"Bien, usted es una persona muchomás alta," contestó ella, sonriéndole,sentada aún sobre el banco.

"Una teoría interesante," dijo él,"salvo que las mías parecen realmenteser de un tamaño estándar. " Señaló consu mano hacia el río, dondeinnumerables damas y caballeros sedeslizaban a través del hielo... o secaían sobre su trasero. "Los patines detodo el mundo son como los míos. "

Ella se encogió de hombrosmientras permitía que él la ayudara a

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ponerse de pie. "No sé que decirle,"dijo ella, "salvo que los patines comolos míos son bastante comunes enSussex. "

David echó un vistazo hacia elpobre y desdichado Donald Spencer,que en ese momento estaba siendoempujado en la espalda por su madre,Lady Moreland. Los Moreland, estababastante seguro, procedían de Sussex, ysus patines no se parecían en nada a losde Susannah.

David y Susannah anduvieron condificultad hasta el borde del hielo —realmente, ¿quién sabía andar conpatines por la tierra? — y luego él leayudó a entrar en el río congelado."Vigile su equilibrio," la instruyó él,

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disfrutando de la forma en que ellaagarraba su brazo. "Recuerde, el secretoestá en las rodillas. "

"Gracias," murmuró ella. "Lo haré."

Se introdujeron en la pista helada yDavid los condujo a un área menostransitada donde no tendría quepreocuparse tanto de que algún bufónchocara contra ellos. Susannah parecíatener una aptitud natural para ello,perfectamente equilibrada ycompletamente integrada en el ritmo delpatinaje.

David entrecerró los ojos consospecha. Era difícil imaginar a alguienpillándole el truco al patinaje tanrápidamente, y mucho menos a una

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pequeña muchacha. "Usted ha patinadoantes," dijo él.

"Unas pocas veces," confesó ella.Solamente para ver lo que pasaba,

él efectuó una rápida parada. Ella losiguió admirablemente, sin ni siquieraun tropezón. "¿Más que unas pocas,quizás? " preguntó él.

Ella se atrapó el labio inferiorentre los dientes.

"¿Tal vez más de una docena deveces? " preguntó él, cruzándose debrazos.

"Er, tal vez. ""¿Por qué me dijo que no sabía

patinar? ""Bien," dijo ella, cruzando sus

brazos en una perfecta imitación de él,

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"pudo ser porque buscaba una excusapara no venir. "

Él retrocedió, al principiosorprendido por su muestra desinceridad, pero después más bienimpresionado por ello.

Había muchas, muchas cosasmagníficas en el hecho de ser un conde,y ricos y poderoso además. Pero lahonestidad de los conocidos de uno noera una de ellas. David no podía contarel número de veces en que habíadeseado que alguien simplemente lomirara a los ojos y le dijera lo querealmente pensaba. La gente tenía muchocuidado en decir lo que ellos pensabanque él quería oír, lo cual,lamentablemente, raramente coincidía

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con la verdad.Susannah, por otra parte, era lo

bastante valiente para decirleprecisamente lo que pensaba. Davidestaba asombrado de lo refrescante queesto era, aún cuando significara que ellaestaba, en realidad, insultándolo.

Y entonces simplemente sonrió."¿Y ha cambiado de opinión? "

"¿Sobre la reunión de patinaje? ""Sobre mí," dijo él suavemente.Sus labios se entreabrieron de

sorpresa por su pregunta. "Yo" comenzóella, y él pudo ver que no sabía comoresponder. Comenzó a decir algo, parasalvarla del incomodo momento que élhabía provocado, pero entonces ella losorprendió al levantar los ojos, mirarlo

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directamente a los suyos, y decirsencillamente, con esa franqueza que élhabía encontrado tan atractiva, “Estoydecidiéndolo todavía. "

Él se rió entre dientes. "Supongoque eso significa que tendré que aguzarmis poderes de persuasión. "

Ella se sonrojó, y él supo quepensaba en su beso.

Esto lo complació, ya que él habíasido incapaz de pensar en otra cosadurante los pocos días pasados. Hizo sutortura un poco más soportable, saberque ella sentía lo mismo.

Pero éste no era ni momento nilugar para la seducción, así que decidió,en cambio, averiguar hasta que puntoella había mentido sobre sus habilidades

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de patinadora. "¿Cómo de bien patina? "le preguntó, tomándola del brazo ydándole un pequeño impulso. "Laverdad, si no le importa. "

Ella no vaciló ni un segundo,simplemente se alejó patinando y luegovolvió hacia él haciendo una paradaincreíblemente rápida. "Soy bastantebuena, de hecho," contestó ella.

"¿Cuánto? "Ella sonrió. Más bien

maliciosamente. " Mucho. "El cruzó los brazos. "¿Cuánto es

mucho? "Ella echó un vistazo alrededor,

calibrando la posición de las personasalrededor de ellos, entonces tomóimpulso y se dirigió directamente —y

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muy rápidamente-en su dirección.Y cuando él estaba convencido de

que ella chocaría con él, haciéndoloscaer a ambos, ella ejecutó un impecablegiro y lo rodeó, volviendo a quedardonde había comenzado, justo delante deél.

"Impresionante," murmuró él.Ella soltó una risita."Sobre todo para alguien que no

patina. "Ella no dejó de reír bajito, pero sus

ojos parecieron un poco avergonzados."¿Alguna otra broma? " preguntó él.Ella pareció indecisa, así que

David añadió, "Continúe. Lúzcase. Ledoy permiso. "

Ella se rió. "Oh. Bien, en ese

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caso... " Ella dio unos cuantos pasosalejándose, se detuvo y le lanzó unamirada que era pura travesura. "Yo nosoñaría nunca con hacer esto sin supermiso. "

"Desde luego que no," murmuró élcon los labios ligeramente contraídos.

Ella miró alrededor, obviamenteasegurándose que tenía espacio para susmaniobras.

"Nadie esta mirando en nuestradirección," dijo él. "El hielo es todosuyo. "

Con una mirada de intensaconcentración, ella patinó unos metroshasta que hubo tomado un poco develocidad, y luego, para completasorpresa de David, empezó a girar sobre

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si misma.Como una peonza. Él nunca había

visto algo semejante antes.Sus pies nunca abandonaban el

hielo, pero de alguna manera ella girabasobre si misma, una vez, dos veces, tresveces...

¡Cielos!, ella hizo siete giroscompletos antes de pararse,completamente encendida de alegría.

"¡Lo hice! " gritó ella, riéndosemientras lo decía.

"Ha sido asombroso," dijo él,patinando a su lado. "¿Cómo lo hizo? "

"No sé. Nunca había conseguidohacer siete giros antes. Siempre doytres, tal vez cuatro si soy afortunada, y lamitad de las veces acabo cayéndome. "

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Susannah hablaba rápidamente, atrapadaen su propia excitación.

"Recuérdeme que no la crea lapróxima vez que me diga que no puedehacer algo. "

Por la razón que fuera, sus palabrasla hicieron sonreír. Una amplia sonrisaque brotaba de lo más profundo de sucorazón y su alma. Ella había pasado losúltimos meses sintiéndose como unfracaso, como un hazmerreír,recordándose constantemente todas lascosas que ella no podía o no debíahacer.

Y ahora aquí estaba este hombre —este maravilloso, apuesto e inteligentehombre-que le decía que podía hacercualquier cosa.

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Y en la magia del momento, ellacasi lo creyó.

Esta noche regresaría a la realidad,volvería a recordar que David eratambién un conde e incluso peor— unMann-Formsby, y que probablementeella iba a lamentar su asociación con él.Pero por el momento, mientras el solbrillaba como un diamante sobre lanieve y el hielo, mientras el viento fríola hacía sentir como si finalmentedespertara de un largo y profundo sueño,ella iba, simplemente, a divertirse.

Y se rió. Justo allí, entonces, sinimportarle quien pudiera verla u oírla,ni siquiera si todos la miraban como sifuera una lunática. Ella se rió.

"Dígame," dijo David, patinando a

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su lado. "¿Qué es tan gracioso? ""Nada," dijo ella, aguantando su

respiración. "No lo sé. Solamente soyfeliz, eso es todo. "

Algo cambió en sus ojos entonces.Él la había mirado fijamente antes conpasión, incluso con lujuria, pero ahoraella vio algo más profundo. Era como siél la hubiera descubierto de repente y noquisiera dejar de mirarla jamás. Y talvez ésta era una mirada experta, y él lahabía usado sobre miles de mujeresantes, pero Susannah no quiso pensar enello.

Hacía tanto tiempo que no se sentíaespecial.

'Tome mi brazo," dijo él, y ella lohizo, y pronto ambos se deslizaban

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silenciosamente a través del hielo,moviéndose despacio pero fluidamentemientras esquivaban a los otrospatinadores.

Entonces él le preguntó algo queella nunca había esperado. Su voz erasuave, y casi cuidadosamente casual,pero su intensidad era evidente en laforma en que su mano apretaba el brazode ella. "¿Qué vio usted en Clive? " lepreguntó.

Susannah consiguió no tropezar, yde alguna manera no resbalar tampoco, yhasta se las arregló para que su vozsonara tranquila, e incluso serenacuando contestó, "Casi lo hace sonarcomo si no sintiera cariño por suhermano. "

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"Tonterías," contestó David. "Yodaría mi vida por Clive. "

"Bueno, sí," dijo Susannah, ya queella no había dudado de ello ni unmomento. "¿Pero le gusta él? "

Pasaron varios segundos, y suscuchillas se deslizaron por el hielo hastaocho veces antes de que Davidfinalmente dijera, "Sí. A todo el mundole gusta Clive

Susannah giro la cabezabruscamente, con la intención dereprenderlo por su evasiva respuestahasta que vio en su cara que él tenía laintención de continuar hablando.

"Amo a mi hermano," dijo David,lentamente, como si calibrara cada unade sus palabras antes de dejarlas salir

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finalmente. "Pero soy consciente de susdefectos. Tengo la esperanza, sinembargo, de que su matrimonio conHarriet le ayudará a convertirse en unapersona más responsable y madura. "

Hacía una semana Susannah habríatomado sus palabras como un insulto,pero ahora las reconoció como lo queeran, la simple declaración de un hecho.Y le pareció justo contestarle con lamisma honestidad que él le habíademostrado.

"Me gustaba Clive," dijo ella,retrocediendo en su memoria, "porque¡ah!, no sé, supongo que era porque élsiempre parecía tan feliz y libre. Eracontagioso. " Ella se encogió dehombros desvalidamente, justo cuando

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giraban en la esquina del embarcadero,reduciendo la velocidad instintivamentecuando se acercaron al resto de lospatinadores. "No creo que yo fuera laúnica que se sentía de aquella forma,"prosiguió ella. "A todo el mundo legustaba estar cerca de Clive. De algunamanera... " Ella sonrió tristemente, y conpesar. Los recuerdos de Clive eranagridulces

"De alguna manera," terminósuavemente, "todo el mundo parecíasonreír cerca de él. Sobre todo yo. "Ella volvió a encogerse de hombros,casi como disculpándose. "Eraemocionante estar a su lado. "

Miró a David, que la observabacon una expresión intensa. Pero no había

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cólera, ni recriminación. Solamente unpalpable sentimiento de curiosidad, y dela necesidad de entender.

Susannah dejo escapar un pequeñoaliento, no exactamente un suspiro, perocasi. Era difícil poner en palabras algoque nunca se había obligado a analizar."Cuando uno está con Clive," dijofinalmente, "todo parece... "

Le llevó varios segundos encontrarla palabra adecuada, pero David no laapresuró.

"...más brillante," terminófinalmente. "¿Tiene esto sentido? Es casicomo si él brillara, y todo lo que entraen contacto con él parece de algunamanera mejor de lo que realmente es.Todos parecen más hermosos, la comida

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sabe mejor, el olor de las flores másdulce. " Se giró hacia David con unaexpresión seria. "¿Entiende lo quéquiero decir? "

David asintió."Pero al mismo tiempo," dijo

Susannah, "me he dado cuenta de que élera tan deslumbrante— todo era tandeslumbrante, de hecho— que no noteotras cosas. " Las comisuras de su bocase fruncieron pensativamente mientrastrataba de encontrar las palabras paraexpresar lo que sentía. "No noté cosasque yo debería haber advertido. "

"¿Qué quiere decir? " preguntó él, ycuando lo miró a los ojos, supo que nose burlaba de ella. Que verdaderamentele interesaba su respuesta.

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"En el baile de los Worth, porejemplo," dijo ella. "Me salvé de lo que,seguramente, habría sido undesagradable episodio gracias aPenelope Featherington. "

David frunció el entrecejo. "Noestoy seguro de conocerla. "

"Eso es exactamente lo que queríadecir. No le dediqué ni un solopensamiento el pasado verano. Noconfunda mis palabras," le aseguró ella."No es que fuera cruel con ella.Solamente...indiferente, supongo. Nopresté atención a nadie fuera de mipequeño círculo social. El círculo deClive, en realidad. "

Él asintió demostrando que laentendía.

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"Y resulta que, en realidad, es unapersona muy agradable. " Susannah alzóla vista y lo miró muy seria. "Letitia y yole hicimos una visita la semana pasada.Es, también, muy inteligente,, pero memolesté en conocerla y averiguarlo.Desearía... " Hizo una pausa,mordiéndose el labio inferior. "Pensabaque yo era mejor persona de lo que soy,eso es todo. "

"Yo creo que lo es," dijo élsuavemente.

Ella asintió, mirando fijamente enla distancia como si pudiera encontrarlas respuestas que necesitaba en elhorizonte. "Tal vez lo soy. Supongo queno debería reprobarme a mi misma pormis acciones del verano pasado. Era

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muy divertido, y Clive era muyagradable, y era muy emocionante estarcon él. " Ella sonrió tristemente. "Esdifícil resistirse a eso — a serconstantemente el centro de atención, asentirse tan querido y admirado. "

"¿Por Clive? " David preguntósuavemente.

"Por todos. "Sus patines surcaron el hielo una

vez, dos veces, antes de que élcontestara, "Entonces no era tanto elhombre en si mismo, sino la forma enque él la hacía sentir lo que ustedamaba. "

"¿Hay alguna diferencia? "preguntó Susannah.

David consideró profundamente su

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pregunta antes de contestar finalmente,"Sí. Sí, creo que la hay. "

Susannah entreabrió los labios,sorprendida, cuando sus palabras laobligaron a reflexionar sobre Clive másprofunda y largamente de lo que lo habíahecho en bastante tiempo. Se tomó sutiempo y después abrió la boca paracontestar, pero entonces-

¡BAM!Algo chocó de golpe contra ella,

robándole el aliento, y enviándola através del hielo hasta que aterrizo confuerza en un banco de nieve.

"¡Susannah! " gritó David,patinando rápidamente hasta su lado."¿Se encuentra bien? "

Susannah parpadeó y jadeó,

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tratando de quitarse la nieve de la cara,y las pestañas, y el pelo, y, bueno, puesde todas partes. Había aterrizado sobresu trasero, casi en una posiciónreclinada, y estaba casi sepultada en lanieve.

Balbució algo, probablemente unapregunta —no estaba segura de si habíadicho quién, qué, o cómo, y luego se lasarregló para quitar la suficiente nieve desus ojos y ver a una mujer con un abrigode terciopelo verde que patinabafuriosamente alejándose.

Susannah bizqueó. Era AnneBishop. ¡Susana la conocía bastante biende la Temporada anterior! No podíacreer que Anne la hubiera derribado yluego huyera de la escena.

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"¿Por qué esa pequeña...? ""¿Está herida? " le preguntó David,

interrumpiéndola eficazmente cuando seacuclilló a su lado.

"No," se quejó Susannah, "aunqueno me puedo creer que se haya alejadosin preguntar siquiera si estoy bien. "

David echó un vistazo por encimade su hombro. "No hay ni rastro de ellaahora, me temo. "

"Bien, espero que tenga una buenaexcusa," refunfuñó Susannah. "Nada,excepto una muerte inminente seráaceptable. "

David pareció esforzarse por nosonreír. "Bien, no parece herida, y sucapacidad mental evidentementefunciona así que, ¿ me permite ayudarla?

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""Por favor," dijo Susannah,

agradecida, aceptando su mano.Salvo que la capacidad mental de

David no debía estar en funcionamiento,porque él aún estaba acuclillado a sulado cuando le ofreció la mano, sindarse cuenta de que no tenía la posiciónmás adecuada para tirar de ella yponerla en pie, y tras un precariosegundo, durante el cual ambosparecieron quedar suspendidos a mediode camino entre el hielo y una posiciónerguida, los patines de Susanaresbalaron, y ambos aterrizaron deespaldas en el banco de nieve querodeaba el embarcadero

Susannah se rió. No podía evitarlo.

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Había algo tan maravillosamenteincongruente en el altivo conde deRenminster sepultado en la nieve. Enrealidad, estaba bastante atractivo, concopos de nieve sobre sus pestañas.

"¿Se atreve a reírse de mí? "fingiórugir él, después de haber escupido lanieve de su boca.

"Oh, nunca," contestó ella,mordiéndose el labio para evitar unarisita. "No soñaría con burlarme deusted, Milord Snowman. "

[2]David apretó los labios en una

expresión que pretendía ser de enojo,pero que en realidad ocultaba sudiversión. "No", le advirtió él, "mellame así. "

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"¿Milord Snowman? "repitió ella,sorprendida por su reacción.

Él hizo una pausa, contemplando sucara con una expresión de suavesorpresa. "¿Entonces no se ha enterado?"

Ella negó con la cabeza, en lamedida que podía con ella enterrada enla nieve. "¿Enterarme de qué? "

"Los parientes de Harriet estabansumamente apenados con la pérdida desu apellido. Harriet es la última de losSnowe, ya sabe. "

"Lo que significa... " Los labios deSusannah se entreabrierondeliciosamente horrorizada. "¡Oh no mediga...! "

"En efecto," contestó David, con

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aspecto de querer echarse a reír perosabiendo que no debería. "El nombrecorrecto de mi hermano ahora es CliveSnowe-Mann-Formsby. "

[3]"Ah, soy malvada," dijo Susannah,

riéndose con tanta fuerza que el montónde nieve tembló. "Soy verdaderamenteuna mala persona. Pero no puedo... Nopuedo evitarlo... yo... "

"Adelante, ríase," le dijo David."Le aseguro que yo lo hice. "

"¡Clive debió sentirse furioso! ""Bueno, yo no diría que llegó a

tanto," dijo David, ", más bienavergonzado. "

"Un apellido triple con doble guiónya es lo suficientemente horrible," dijo

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Susannah. "No me gustaría tener quepresentarme como Susannah Ballister-Bates — " Ella buscó un tercer apellidoapropiadamente horroroso. "¡Bismark!"terminó triunfalmente.

"No," murmuró él, con sequedad,"ya veo que no. "

"Pero esto — " Susana se detuvo,ignorando sus suaves palabras. "Esto vamás allá de... oh Dios!. No sé de qué vamás allá. De mi comprensión, supongo.

"Él quiso cambiarlo a Snowe-Formsby," dijo David, "pero le dije quenuestros antepasados Mann se sentiriandefinitivamente disgustados. "

"Perdóneme por indicarlo,"contestó Susannah, "pero susantepasados Mann están definitivamente

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fallecidos. Más bien creo que carecende capacidad para sentir disgusto."

"No si dejaron constatado en uncodicilo testamentario que todo aquelque renunciara al apellido Mannquedaría excluido de la herenciamonetaria. "

"¡No harían eso! " jadeó Susanahorrorizada.

David simplemente sonrió."¡No lo hicieron! " dijo de nuevo,

pero esta vez su tono era bastantediferente. "No hicieron semejante cosa.Usted sólo lo dijo para torturar al pobreClive. "

"Oh, así que es el “pobre Clive”ahora," bromeó él.

"¡Es penoso alguien que debe

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responder al nombre de Snowe-Mann! ""Es Snowe-Mann-Formsby, muchas

gracias. " El le lanzó una atrevidasonrisa. "Mis antepasados Formsbypodían sentirse discriminados. "

"¿Y supongo que ellos tambiénexcluirían de la herencia a cualquieraque renunciara a su apellido? " preguntóSusannah sarcásticamente.

"De hecho, lo hicieron," dijoDavid. "¿De dónde piensa que saqué laidea? "

"Es usted incorregible," dijo ella,pero fue incapaz de mantener un tonoapropiadamente horrorizado. La verdadera que, más bien, admiraba su sentidodel humor. El hecho que la broma fueraa costa de Clive era simplemente la

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guinda del pastel."Supongo, entonces, que tendré que

llamarle Milord Snowflake

[4]," dijo ella."Apenas es un poco más digno,"

dijo él."O heroico," agregó ella, ", pero

como ve, todavía estoy atrapada aquí enel montón de nieve. "

"Como yo. ""Vestido de blanco," dijo

Susannah.Él la miró."Debería vestir así más a menudo.

""Parece bastante insolente para ser

una mujer atrapada en la nieve. "

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Ella sonrió ampliamente. "Micoraje nace de su posición, atrapadotambién en un montón de nieve. "

Él gruñó y después asintióresignadamente con la cabeza. "Enrealidad no es demasiado incómodo. "

"Excepto por la falta de dignidad,"estuvo de acuerdo Susannah.

"Y el frío. ""Y el frío. No puedo sentir mi...

er... ""¿Trasero? " sugirió él

amablemente.Ella se aclaró la garganta, como si

de alguna manera esto pudiera hacerdesaparecer su rubor. "Sí".

Sus ojos verdes centellearon antesu vergüenza y entonces se puso serio —

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o al menos más serio de lo que habíaestado antes— y dijo, "Bien, supongoque debería rescatarla, entonces. Noquisiera que su — no se preocupe, no lodiré," indicó ante su ahogado grito dehorror. "Pero no me gustaría verlodescender. "

"David," exclamó ella."¿Era esto lo qué hacía falta para

conseguir que usara mi nombre? " sepreguntó. "¿Un comentario ligeramenteinadecuado pero, se lo aseguro,totalmente respetuoso? "

"¿Quién es usted? " preguntó derepente ella. "¿Y qué ha hecho con elconde? "

"¿Renminster, quiere decir? "preguntó él, inclinándose hacia ella

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hasta que quedaron casi nariz con nariz.Su pregunta era tan extraña que ella

no pudo contestar, tan solo asentirlevemente.

"Quizás nunca lo conoció," sugirióél. "Quizás sólo pensó que lo hizo, peronunca vio más allá de la superficie. "

"Quizás no lo hice," susurró ella.Él sonrió, luego tomó sus manos en

las suyas. "Esto es lo que vamos a hacer.Voy a ponerme de pie, y cuando loconsiga, tiraré de usted. ¿Está lista? "

"No estoy segura — ""Allá vamos," refunfuñó él,

tratando de levantarse, lo que no eratarea fácil dado que sus pies seapoyaban sobre patines, y los patinessobre el hielo.

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"David, usted — "Pero no sirvió de nada. Él se

comportaba de forma predeciblementemasculina, lo que significaba que noatendía a razones (no cuando estaspodían interferir con una oportunidad demostrar un despliegue de fuerza bruta).Susannah podría haberle dicho — y dehecho, lo intentó— que el ángulo depalanca era inadecuado y que sus piesresbalarían y ambos iban a caerse denuevo.

Que es exactamente lo quehicieron.

Pero esta vez David no secomportó de manera típicamentemasculina, enojándose y buscandoexcusas. En cambio, simplemente la

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miró directamente a los ojos y se echó areír.

Susannah se rió con él, su cuerpoestremeciéndose de pura y simplealegría. Nunca había sido así con Clive.Con Clive, aunque se había reído, sesentía siempre como si estuvierahaciendo una demostración, como sitodo el mundo contemplara su risa,preguntándose cual era la broma, porqueuno no podía realmente ser parte delcírculo más exclusivo y a la moda amenos que estuviera al corriente detodas las bromas privadas.

Con Clive, conocía todas lasbromas privadas, pero no siempre lasencontraba graciosas.

Aunque las había reído todas,

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esperando que nadie notara laincomprensión en sus ojos.

Esto era diferente. Era especial.Era...

No, pensó enérgicamente. No eraamor. Pero si quizás sus inicios. Y talvez

crecería. Y tal vez-"¿Qué tenemos aquí? "Susannah alzó la vista, pero ya

había reconocido la voz.El temor invadió su vientre.Clive.

Capítulo Cinco.

Ambos hermanos Mann-Formsbyasistieron a la reunión de patinaje de

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los Moreland, aunque es difícil afirmarque su encuentro fuera afable. Enefecto, ha llegado a oídos de estaautora que el conde y su hermano casillegaron a las manos.

Esto, querido lector, habría sidoalgo digno de ver. ¡Boxeo sobrepatines! ¿Qué será lo siguiente?¿Lucha bajo el agua? ¿Tenis acaballo?

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

4 de febrero de 1814

Cuando Susannah posó su mano enla de Clive fue como si hubieraretrocedido en el tiempo. Había pasado

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medio año desde ella había estado depie así de cerca del hombre que habíadestrozado su corazón — o por lo menossu orgullo — y a pesar de lo mucho quedeseó no sentir nada...

Lo hizo.Su corazón se saltó un latido, su

estómago se tensó y se le entrecortó elaliento, y oh, cómo se odió por todoello.

Él no debería significar nada.Nada. Menos que nada si de elladependiera.

"Clive," dijo, tratando de mantenerla voz calmada incluso mientras tirabade su mano para soltarse.

"Susannah," dijo él, cariñosamente,sonriéndole de esa forma suya, oh-que-

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seguro-de-mi-mismo-estoy. "¿Cómoestás? "

"Bien," contestó ella, irritada,después de todo, ¿cómo creía que iba aestar?.

Clive se giró para ofrecer unamano a su hermano, pero David ya sehabía puesto en pie.

"David," dijo Clive, cordialmente."No esperaba verte aquí con Susannah. "

"Yo no esperaba verte aquí enabsoluto," contestó David.

Clive se encogió de hombros. Nollevaba sombrero, y un mechón de supelo rubio le caía sobre la frente."Hemos decidido asistir esta mismamañana. "

"¿Dónde está Harriet? " preguntó

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David."Con su madre cerca del fuego. No

le gusta el frío. "Permanecieron allí de pie durante

un momento, un torpe trío sin nada quedecir. Era extraño, pensó Susannah,dejando vagar sus ojos despacio de unhermano Mann-Formsby al otro. Durantetodo el tiempo que había pasado conClive, nunca lo había visto quedarse sinpalabras o sin una sonrisa fácil. Él eraun camaleón, deslizándose yadaptándose a cualquier situación conextrema facilidad. Pero ahora, élsimplemente contemplaba a su hermanocon una expresión que no llegaba a serde hostilidad.

Pero tampoco era amistosa.

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David no parecía muy contento,tampoco. Él tendía a permanecer máserguida y rígidamente que Clive, supostura era siempre correcta y formal.Verdaderamente, era raro que cualquierhombre se moviera con la sencilla yfluida gracia que Clive personificaba.Pero ahora David parecía, incluso, casidemasiado tieso, su mandíbulademasiado apretada. Cuando ellos sehabían reído con tanta fuerza, solo unosmomentos antes en el montón de nieve,ella había visto al hombre y no al conde.

Pero ahora...El conde, definitivamente, había

regresado."¿Quieres dar una vuelta sobre el

hielo? " preguntó Clive, de repente.

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Susannah se sobresaltó sorprendidacuando de dio cuenta de que Clive sedirigía a ella. No es que pensara que élhubiera querido dar una vuelta sobre elhielo con su hermano, pero de todosmodos, tampoco parecía apropiado quelo hiciera con ella. Sobre todo conHarriet tan cerca.

Susannah frunció el ceño.Especialmente con la madre de Harriettan cerca de Harriet. Esta era una deesas cosas que ponían a una esposa enuna posición potencialmenteembarazosa; era incluso peor hacérseloa la suegra de alguien.

"No estoy segura de que sea unabuena idea," trató de escabullirse ella.

"Deberíamos aclarar el ambiente,"

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dijo él, con tono decidido. "Mostrarles atodos que no sentimos ningúnresentimiento. "

¿Ningún resentimiento? Lamandíbula de Susannah se puso rígida.¿De qué demonios creía que estabahablando? Ella sentía resentimiento.Mucho. Después del pasado verano, sussentimientos hacia Clive se habíantornado malditamente resentidos.

"Por los viejos tiempos," laengatusó Clive, con su sonrisa infantililuminando su cara.

¿Su cara? Para ser honesto,iluminaba todo el muelle. Las sonrisasde Clive siempre tenían ese efecto.

Pero esta vez, Susannah no sintió elhabitual estremecimiento de entusiasmo.

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En cambio se sintió un poco irritada."Estoy con Lord Renminster," dijo

ella, rígidamente. "No sería cortésabandonarlo. "

Clive soltó un pequeño aullido derisa. "¿David? No te preocupes por él. "Se dio la vuelta hacia su hermano. "Note importa, ¿no, viejo?"

David tenía aspecto de que leimportaba muchísimo, pero, porsupuesto, simplemente dijo, "Enabsoluto. "

Lo que dejó a Susannah másirritada con él de lo que lo estaba conClive. Sí, sí le importaba, ¿por qué nohacía algo sobre ello? ¿Pensaba él queella quería patinar con Clive? "Bien",dijo. "Vamos allá, entonces. Si vamos a

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patinar, bien podemos hacerlo antes deque se nos congelen los dedos de lospies. "

Su tono solo podía ser calificadode cortante, y ambos hermanos Mann-Formsby la miraron sorprendidos ycuriosos.

"Estaré en la mesa del chocolate,"dijo David, dedicándole una cortésinclinación mientras Clive enlazaba subrazo con el de ella.

"¿Y si ya no está caliente, entoncesestarás en la del brandy? " bromeóClive.

David contestó a su hermano conuna rígida sonrisa y se alejó patinando.

" Susannah," dijo Clive,dedicándole una cálida mirada.

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"Contenta de que se haya marchado,¿eh? Ha sido un alivio. "

"¿Lo ha sido? "Él se rió entre dientes. "Sabes que

lo ha sido. ""¿Cómo te trata el matrimonio? "

preguntó ella, intencionadamente.Él se estremeció. "No pierdes el

tiempo, ¿verdad? ""Ni tu tampoco, por lo visto,"

refunfuñó ella, aliviada, cuandocomenzaron a patinar. Cuanto antesempezaran a dar su vuelta alrededor dela pista, antes terminarían.

"¿Entonces, todavía estas enojada?" preguntó él. "Esperaba que hubieraslogrado dejar atrás el pasado. "

"Logré dejarte a ti atrás," dijo ella.

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"Mi cólera es algo totalmente distinto. ""Susannah," dijo él, aunque en

realidad, su voz sonaba más bien comoun gemido. Suspiró, y ella lo miró. Susojos estaban llenos de preocupación, ysu cara había asumido un aire herido.

Y tal vez, realmente, se sentíaherido. Tal vez, verdaderamente, nohabía querido hacerle daño yhonestamente pensaba que ella era capazde ignorar todo el desagradableepisodio como si nada hubiera pasado.

Pero ella no podía. Simplemente noera tan buena persona. Susannah creíaque algunas personas eranverdaderamente buenas y agradables ensu interior y otras solamente trataron deserlo. Y ella debía pertenecer a este

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último grupo, porque simplemente nopodía reunir bastante caridad cristianapara perdonar a Clive. Aún no, almenos.

"No han sido unos mesesagradables," dijo ella, con voz rígida ycortante.

La mano de él se apretó alrededorde su brazo. "Lo siento," dijo. "¿Pero noves que no tenía ninguna otra opción? "

Ella lo miró con incredulidad."Clive, tu tienes más opciones yoportunidades que cualquier otrapersona que conozco. "

"Esto no es verdad," insistió él,mirándola atentamente. "Tuve quecasarme con Harriet. No tenía ningunaotra opción. Yo..."

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"No " le advirtió Susannah, con vozgrave. "No sigas por ese camino. No esjusto para mí y ciertamente no es justopara Harriet. "

"Tienes razón," dijo él, algoavergonzado. "Pero...— "

"¡Y me importa un comino por quéte casaste con Harriet. No me importa sillegaste hasta el altar con la pistola desu padre apretada contra tu espalda! "

"¡Susannah! ""No importa como o por qué te

casaste con ella," siguió Susana,apasionadamente, " podrías habérmelodicho antes de anunciarlo en el baile delos Mottram delante de los cuatrocientosinvitados. "

"Lo siento," dijo él. "Fue

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imperdonable por mi parte. ""Ya lo se," refunfuñó ella,

sintiéndose un poco mejor ahora quehabía tenido la posibilidad dedesahogarse directamente con Clive, envez de como habitualmente lo hacia asolas. Pero en todo caso, ya erasuficiente, y advirtió que no queríapermanecer más tiempo en su compañía."Creo que deberías llevarme conDavid," dijo.

Sus cejas se elevaron. "Ahora esDavid, verdad? "

"Clive," dijo ella con voz irritada."No puedo creer que llames a mi

hermano por su nombre de pila. ""Él me dio permiso para hacerlo

así, y de todas formas no creo que esto

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sea algo que te incumba.""Desde luego que me incumbe.

Fuimos pareja durante meses. ""Y tú te casaste con otra persona,"

le recordó ella. ¡Dios mío!, ¿estabaClive celoso?

"Es solo que... David" escupió élcon voz desagradable. "De entre toda lagente, Susannah. "

"¿Qué pasa con David? " preguntóella. "Él es tu hermano, Clive. "

"Exactamente. Lo conozco mejorque nadie. " Su mano apretó su cinturacuando ellos dieron la vuelta sobre elembarcadero. "El no es el hombreadecuado para ti. "

"Creo que no estás en posición deaconsejarme. "

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"Susannah... ""Sucede que me agrada tu hermano,

Clive. Él es divertido, y simpático, y...— "

Clive tropezó, lo cual era algo muyraro para un hombre con su gracia demovimientos. "¿Has dicho divertido? "

"No sé, supongo que lo hice.Yo...— "

"¿David? ¿Divertido? "Susannah recordó los momentos en

el montón de nieve, el sonido de la risade David y la magia de su sonrisa. "Sí",dijo ella, con tranquilidad. "Él me hacereír. "

"No sé qué está pasando,"refunfuñó Clive, "pero mi hermano notiene ningún sentido del humor. "

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"Eso no es verdad. ""Susannah, yo lo he conocido

durante veintiséis años. Creo que esocuenta más que tu relación de ¿cuánto?¿una semana? "

Susannah sintió que su mandíbulase apretaba en una línea enojada. No legustaba que nadie fuera condescendientecon ella, especialmente Clive. "Megustaría regresar a la orilla,"dijomordiendo las palabras. "Ahora".

"Susannah— ""Si no deseas acompañarme,

volveré sola," lo advirtió ella."Solamente una vuelta más,

Susannah," la engatusó él. "Por losviejos tiempos. "

Ella lo miró, lo cual fue un terrible

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error. La estaba mirando fijamente conaquella expresión que volvía siempresus rodillas de mantequilla. No sabíacomo unos ojos azules podían parecertan cálidos, pero los de él prácticamentese derretían. La miraba como si ellafuera la única mujer en el mundo, o elúltimo bocado de comida para unfamélico, o...

Estaba hecha de un material másresistente ahora, y sabía que no era laúnica mujer en el mundo para él, peroparecía realmente sincero, y pese a suinmadura forma de ser, Clive no era, enel fondo, mala persona. Sintió que suresolución se debilitaba, y suspiró."Bueno", dijo con voz resignada. "Unavuelta más. Pero eso es todo. Vine con

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David, y no es justo dejarlo solo. "Y cuando se pusieron en marcha

para otra vuelta alrededor de la pistahabilitada por Lord y Lady Morelandpara sus invitados, Susannah se diocuenta de que ella realmente queríaregresar con David. Clive podría serhermoso, y podría ser encantador, perono hacía que su corazón palpitara conuna sola mirada.

David sí.Y nada podía haberla sorprendido

más.

* * *

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Los criados de los Morelandhabían encendido un fuego bajo la tinadel chocolate, así que la bebida estabamalditamente caliente, aunque no losuficientemente dulce. David se habíabebido tres tazas de la amarga pociónantes de darse cuenta de que el calor quecomenzaba finalmente a sentir en susdedos de las manos y de los pies notenía nada que ver con el fuego de suizquierda y todo con la cólera que sehabía estado cociéndose a fuego lento ensu interior desde el momento en queClive había aparecido junto al montónde nieve y los había miradodesdeñosamente a él y a Susannah.

¡Infierno y condenación!, eso no era

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exacto. Clive había mirado a Susannah.No podía haberse preocupado menospor David — su hermano, por el amorde Dios — y la había mirado fijamente,de un modo en que, se suponía, ningúnhombre miraba a una mujer que no fuerasu esposa.

Los dedos de David se apretaronalrededor de su taza. Oh, muy bien,exageraba. Clive no había mirado aSusannah de forma lujuriosa (Daviddebería saber distinguirlo, ya que él síhabía estado mirándola exactamente deese modo), pero su expresión había sidodefinitivamente posesiva, y sus ojos sehabían encendido de celos.

¿Celos? Si Clive hubiera queridotener derecho a sentir celos por

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Susannah, él debería haber hecho lomalditamente correcto y casarse conella, y no con Harriet.

Apretando la mandíbula hasta casiencajarla, David miró como su hermanoconducía a Susannah alrededor de lapista de hielo. ¿La quería Clive aún?David no estaba preocupado; bueno, nodemasiado. Susannah nunca sedeshonraría siendo demasiado familiarcon un hombre casado.

Pero, ¿ y si ella todavía lo añorara?Demonios, ¿y si ella todavía lo amaba?Dijo que ya no lo hacía, pero ¿conocíaella realmente su propio corazón? Loshombres y las mujeres tendían aengañarse a si mismos cuando estabanenamorados.

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¿Y si él se casara con ella — ytenía toda la intención de hacerlo— yella todavía amaba a Clive? ¿Comopodría soportarlo, sabiendo que suesposa prefería a su hermano?

Era una perspectiva espantosa.David dejó su taza sobre una mesa

cercana, ignorando las asustadasmiradas de sus compatriotas cuando estaaterrizó con un ruidoso golpe,salpicando chocolate sobre el borde.

"Su guante, milord" indicó alguien.David bajo la mirada

desapasionadamente hacia su guante decuero, que se estaba volviendo marrónoscuro donde el chocolate había caído.Seguramente lo había arruinado, pero aDavid no podía importarle menos.

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"¿Milord? " preguntó de nuevo lamisma voz anónima.

David debió volverse hacia el conuna expresión cercana a un gruñido,porque el joven caballero se apresuró amarcharse.

Y alguien que se alejara del fuegodurante un día tan helado como estedebía desear estar en cualquier otraparte con mucha fuerza.

Unos momentos más tarde, Clive ySusannah reaparecieron, patinando aúnperfectamente sincronizados. Clive lacontemplaba con aquella expresiónextraordinariamente cálida que habíaperfeccionado a la edad de cuatro años(Clive jamás había sido castigado pornada; una mirada arrepentida de

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aquellos enormes ojos azules conseguíasalvarlo de cualquier reprimenda), ySusannah lo miraba fijamente con unaexpresión de...

Bien, para ser sincero, David noestaba muy seguro de cual era la clasede expresión que estaba en su cara, perono era la que él habría querido ver, odiopuro.

O furia, esa también habría sidoaceptable. O tal vez completaindiferencia. Sí, una completa carenciade interés habría sido la mejor.

Pero en cambio ella lo miraba conalgo próximo al afecto cansado, y David

no sabía como interpretar esto."Aquí está," dijo Clive, una vez

que llegaron hasta él. "De vuelta a tu

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lado. Sana y salva como prometí. "David pensó que Clive utilizaba un

tono un tanto demasiado agresivo, perono tenía ningún deseo de prolongar elencuentro, así que todo que dijo fue,"Gracias. "

"Ha sido un paseo encantador, ¿noSusannah? " dijo Clive.

"¿Qué? Oh, si, por supuesto,"contestó ella. "Ha estado bien ponerse aldía. "

"¿No tienes que regresar junto aHarriet? " preguntó Davidintencionadamente.

Clive solo sonrió abiertamente,casi desafiante. "Harriet estará bien sinmi durante unos minutos. Además, ya tedije que estaba con su madre. "

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"Sin embargo" dijo David, siendofrancamente irritante ahora, "Susannahestá conmigo. "

"¿Qué tiene eso que ver conHarriet? " lo desafió Clive.

La barbilla de David se alzó unosmilímetros. "Nada, salvo que tú estáscasado. "

Clive plantó las manos sobre suscaderas. "A diferencia de ti, que noestás casado con nadie."

Los ojos de Susannah iban de acápara allá, de hermano a hermano.

"¿Qué demonios se supone quesignifica eso? " exigió David.

"Nada, salvo que deberías ponertus propios asuntos en orden antes demeterte en los míos."

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"¡Tuyos! " casi explotó David."¿Desde cuándo ha pasado Susannah aser asunto tuyo? "

Susannah se quedó boquiabierta."¿Cuándo lo ha sido tuyo? " replicó

Clive."No creo que eso te concierna. ""Bien, pues me concierne más a mi

que...— ""¡Señores! " los interrumpió

finalmente Susannah, incapaz de creer laescena que se desarrollaba delante desus ojos. David y Clive reñían como unpar de chiquillos de seis años incapacesde compartir su juguete favorito.

Y ella parecía ser el juguete encuestión, una metáfora que encontró másbien insultante.

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Pero ellos no la oyeron, o si lohicieron, no les importó, porquesiguieron discutiendo hasta que ella secolocó físicamente entre ambos y dijo,"¡David! ¡Clive! Es suficiente. "

"Apártese, Susannah," dijo David,casi gruñendo. "Esto no es por usted. "

"¿No lo es? " ella preguntó."No," dijo David con tono duro,

"no lo es. Es por Clive. Siempre es porClive. "

"Un momento," dijo Clive furioso,empujando a David en el pecho.

Susannah jadeó. ¡Iban a liarse agolpes! Miró alrededor, pero gracia aDios, nadie

parecía haberse percatado de lainminente pelea, ni siquiera Harriet, que

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estaba sentada a poca distancia,charlando con su madre.

"Te casaste con otra,"prácticamente siseó David. "Perdistecualquier derecho sobre Susannahcuando... — "

"Me marcho," anunció ella." —...te casaste con Harriet. Y

deberías haber considerado... — ""¡He dicho que me marcho! "repitió

ella, preguntándose por qué sepreocupaba de si la habían oído o no.David había dejado bastante claro queesto no era por ella.

Y no lo era. Cada vez estaba másclaro. Ella era simplemente un tontopremio a conseguir. Clive la queríaporque pensaba que David la tenía.

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David la quería por la misma razón.Ninguno de los dos se preocupabarealmente por ella; lo único que lesimportaba era ganarse el uno al otro enalguna tonta competición de toda lavida.

¿Quién era el mejor? ¿Quién era elmás fuerte? ¿Quién tenía más juguetes?

Era estúpido, y Susannah estabaharta de ello.

Y herida. Profundamente herida enlo más hondo de su corazón. Durante unmágico momento, ella y David se habíanreído y habían bromeado, y ella se habíapermitido soñar con que algo especialestaba creciendo entre ellos. Él no sehabía comportado como ningún otrohombre que conociera. Realmente la

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escuchó, lo cual era una experiencianueva. Y cuando él se rió, el sonidohabía sido cálido, rico y sincero.Susannah tenía la teoría de que unopodía saber mucho sobre una personapor su risa, pero tal vez esto era tan solootro sueño perdido.

"Me marcho," dijo ella por terceravez, sin estar muy segura de porqué semolestaba. Quizás era alguna clase deenfermiza fascinación con la situaciónque tenía entre manos, una morbosacuriosidad por ver lo que ellos haríancuando realmente comenzara a alejarse.

"No, no se va," dijo David,agarrando su muñeca en el instante enque ella se movió.

Susannah parpadeó sorprendida. La

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había estado escuchando."La escoltaré," dijo él rígidamente."Obviamente está bastante ocupado

aquí," dijo ella, con una sarcásticamirada hacia Clive. "Estoy segura deque puedo encontrar a algún conocidoque me lleve a casa. "

"Vino conmigo. Se marcharáconmigo. "

"No es... — ""Es necesario," dijo él, y Susannah,

de repente, entendió por qué era tantemido entre los miembros de laTemporada.

Su tono podría haber congelado elTámesis.

Miró el hielo — sobre el río, y casise rió.

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"En cuanto a ti, hablaremos mástarde," dijo bruscamente David a Clive.

"¡Pffft.! " Susannah se tapó la bocacon la mano.

David y Clive se volvieron amirarla con expresión irritada. Susannahluchó contra otro acceso de sumamenteinoportuna risa tonta. Nunca habíapensado que ellos se parecieran tanto eluno al otro hasta ahora. Cuando ambosla miraron exactamente de la mismaforma, sumamente enojados.

"¿De qué te ríes? " exigió Clive.Ella apretó los dientes para

impedirse sonreír. "De nada"."Obviamente es de algo," dijo

David."No es por usted," contestó ella,

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temblando con risa apenas contenida.Era divertido devolverle sus propiaspalabras.

"Se está riendo," la acusó él."No me río. ""Lo hace," dijo Clive a David,

dejando de discutir el uno con el otro enese instante.

Por supuesto que ya no discutíanentre ellos; ahora se habían aliadocontra ella.

Susannah miró a David, despuésmiró a Clive. Volvió a mirar a David,que fruncía el ceño tan ferozmente queella debería estar temblando encima desus patines, pero en cambio simplementese echó a reír.

"¿Qué? " exigieron David y Clive

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al unísono.Susannah solamente sacudió la

cabeza, tratando de decir, "no es nada,"mientras reía, pero no lo logró y soloconsiguió parecer una lunáticatrastornada.

"La llevo a casa," dijo David aClive.

"Será lo mejor," contestó Clive."Evidentemente no puede permaneceraquí. " Entre la sociedad civilizada,implicaba la frase.

David la tomó por el codo. "¿Estálista para marcharse? " le preguntó, apesar de que ella había anunciado suintención de hacer exactamente eso nadamenos que tres veces.

Ella asintió, y se despidió de Clive

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antes de permitir que David se lallevara.

"¿Qué ha sido todo eso? " lepreguntó él, una vez que estabanacomodados en su carruaje.

Ella sacudió la cabeza inútilmente."Se parecía tanto a Clive. "

"¿A Clive? "repitió él, con vozteñida de incredulidad. "No me parezcoen nada a Clive. "

"Bien, tal vez no en los rasgos,"dijo ella, tirando distraídamente de losflecos de la manta que tenía extendidasobre el regazo. "Pero sus expresioneseran idénticas, y usted actuabaexactamente igual que él. "

La expresión de David se volviópétrea. "Nunca actúo como Clive,"dijo,

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mordiendo las palabras.Ella se encogió de hombros por

toda respuesta."¡Susannah! "Lo miró con las cejas arqueadas."No actúo como Clive," repitió él."No, normalmente no. ""Hoy tampoco" afirmó él."Sí, hoy sí, me temo. Lo hizo. ""Yo— " Pero no terminó la frase.

En cambio, apretó los labios y mantuvola boca cerrada, abriéndola sólo paradecir, "Estará en casa pronto. "

Lo que no era cierto. Había unosbuenos cuarenta minutos hasta PortmanSquare. Susannah sintió el paso de cadauno de esos minutos con insoportabledetalle, puesto que ninguno de ellos

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volvió a decir una palabra hasta quellegaron a su casa.

El silencio, se percató ella, podíaser increíblemente ensordecedor.

Capítulo Seis.

¡Qué divertido!, Lady EugeniaSnowe fue vista arrastrando a su nuevoyerno a través del hielo por las orejas.

¿Quizás ella lo divisó dando unavuelta sobre el hielo con laencantadora Susannah Ballister?

¿Y no desearía el Mann-Formsbymás joven ahora haber llevado puestosombrero?

Revista de Sociedad de Lady

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Whistledown,4 de febrero de 1814

¡¡¡¿Igual que Clive?!!!

David agarró el periódico quehabía estado intentando leer ybrutalmente lo estrujó entre sus manos.Y después, lo arrojó a través del cuarto.Esto, sin embargo, fue una totalmenteinsatisfactoria demostración de malhumor ya que el periódico apenaspesaba y terminó por flotar hecho unaligera pelota, antes de aterrizarsuavemente sobre la alfombra.

Golpear algo habría sidoinfinitamente más satisfactorio, sobretodo si él hubiera podido sacudirle el

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puñetazo al retrato familiar que colgabasobre la repisa de la chimenea,directamente sobre la permanentementesonriente cara de Clive.

¿Clive? ¿Cómo podía ella pensarque él era como Clive?

Se había pasado su vida enterasacando a su hermano de líos,accidentes y potenciales desastres. Lapalabra más significativa era"potencial", puesto que David lograbainterceder siempre antes de que "lassituaciones" de Clive se tornarancalamitosas.

David gruñó cuando recogió elperiódico arrugado del suelo y lo lanzóa la chimenea encendida. Quizás habíasido demasiado protector con Clive

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durante todos esos años. Con suhermano mayor alrededor parasolucionar todos sus problemas, ¿porqué debería haber aprendido Cliveresponsabilidad y rectitud?

Tal vez la próxima vez que Clivese encontrara con el agua al cuello,David debería dejarle ahogarse unratito. Pero en cualquier caso...

¿Cómo podría Susannah decir queellos dos eran parecidos?

Gimiendo su nombre, David sedesplomó en el sillón más cercano alfuego. Cuando la veía en su mente-algoque llevaba haciendo aproximadamentetres veces por minuto desde que ladejara en su casa, y de eso hacía ya seishoras-era siempre con las mejillas

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tersas y ruborizadas del frío, con coposde nieve precariamente suspendidossobre sus pestañas, y con su generosaboca sonriendo de placer.

La imaginó en el banco de nieve, enel momento en que él había tenido larevelación más asombrosa eimpresionante. Había decididoperseguirla porque ella haría unaexcelente condesa, lo cual era cierto.Pero en aquel momento, cuando habíamirado fijamente su encantadora cara ytuvo que usar cada gramo de suautocontrol para no besarla

Justo allí mismo, delante de toda laalta sociedad, comprendió que ella seríaalgo más que una excelente condesa.

Sería una maravillosa esposa.

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Su corazón se había estremecido deplacer. Y de temor.

Aún no estaba del todo seguro delo que sentía por ella, pero cada vez sehacía más evidente que esossentimientos se enroscaban tercamenteen y alrededor de su corazón.

Si ella todavía amaba a Clive, sitodavía añoraba a su hermano, entoncesla había perdido. Daba igual si decía sía su oferta de matrimonio. Si ellatodavía quería a Clive, entonces, él,David, nunca la tendría realmente.

Lo cuál significaba que la granpregunta era —¿ podría él soportarlo?¿Que sería peor —¿ser su marido,sabiendo que ella amaba a otro, o no

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tenerla en absoluto?No lo sabía.Por primera vez en su vida, David

Mann-Formsby, Conde de Renminster,no entendía su propia mente.

Simplemente no sabía que hacer.Era una horrible, dolorosa e

inquietante sensación.Miró el vaso de whisky, posado

casi al alcance de su mano sobre lamesa al lado del fuego. Maldición,realmente había querido emborracharse.Pero ahora se sentía cansado y vacío, ya pesar de lo mucho que esto lofastidiaba, incluso se sentía demasiadoperezoso hasta para levantarse delsillón.

Aunque el whisky pareciera

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realmente atractivo.Casi podía olerlo desde allí.Se preguntó cuanta energía

necesitaría para ponerse en pie.¿Cuantos pasos habría hasta el whisky?¿Dos? ¿Tres? No era tanto. Aunqueparecía muy lejano, y...-

"Graves me ha dicho que teencontraría aquí. "

David gimió sin mirar hacia lapuerta. Clive.

Una persona a quien no quería veren ese momento.

La última, de hecho.Debería haber instruido a su

mayordomo para que dijera a suhermano que no estaba en casa. Nuncaantes en toda su vida David "no había

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estado en casa" para su hermano. Lafamilia era siempre prioritaria en suvida. Clive era su único hermano, perotenía primos y tías y tíos, y David eraresponsable del bienestar de hasta elúltimo de ellos.

No, es que hubiera tenido otraopción. Él se había convertido en elcabeza de familia de los Mann-Formsbya los dieciocho años, y no había habidoun solo día desde la muerte de su padreen el que hubiera podido permitirse ellujo de pensar sólo en él.

No, hasta Susannah.La quería. A ella. Solo por quién

era, no porque fuera a se una excelenteadquisición para la familia.

La quería para él. No para ellos.

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"¿Has estado bebiendo? " preguntóClive.

David miró con ansia el vaso."Desgraciadamente, no. "

Clive cogió el vaso de la mesa y selo dio.

David se lo agradeció con lacabeza y tomó un largo trago. "¿Quéhaces aquí? " preguntó, sin importarle sisonaba descortés y grosero.

Clive no respondió durante unmomento. "No lo sé," dijo finalmente.

Por alguna razón, esto nosorprendió a David.

"No me gusta el modo en que tratasa Susannah," soltó Clive.

David lo miró incrédulo. Cliveestaba de pie delante de él, rígido y

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enojado, con las manos apretadas en dospuños a sus costados. "¿No te gusta elmodo en que trato a Susannah? "preguntó. "¿ No te gusta? ¿Puedopreguntar con que derecho ofreces tuopinión? ¿Y cuando, te ruego que medigas,he dado la impresión de que meimportara? "

"No deberías jugar con ella,"barbotó Clive.

"¿Cómo haces tú? ""Yo no estoy jugando con nadie. "

La expresión de Clive se tornó enojaday petulante. "Estoy casado. "

David dejo de golpe el vaso vacíosobre la mesa. "Un hecho que haríasbien en recordar. "

"Me preocupo por Susannah. "

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"Deberías dejar de hacerlo," dijoDavid, mordiendo las palabras.

"No tienes ningún derecho — "David se puso en pie bruscamente.

"¿De qué va esto en realidad, Clive?Porque sabes bien que no tiene nada quever con tu preocupación por el bienestarde Susannah. "

Clive no dijo nada, tan solo sequedó allí, de pie, mirando fijamente asu hermano mayor mientras su pielenrojecía de furia.

"Oh, por Dios," dijo David, convoz que destilaba desdén. "¿Estasceloso? ¿Es eso? Porque

déjame decirte que perdistecualquier derecho a sentir celos porSusannah cuando la humillaste

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públicamente el verano pasado. "Clive palideció. "Nunca quise

avergonzarla. ""Por supuesto que no," dijo David,

amargamente. "Tú nunca quieres hacernada. "

Clive apretó aún más la mandíbula,y David pudo ver como sus puñostemblaban por el deseo de golpearlo."No tengo por qué permanecer aquí yescuchar esto," dijo Clive, con voz bajay furiosa.

"Márchate, entonces. Estásinvitado. Tú eres quien ha venido aquísin avisar y sin ser invitado. "

Pero Clive no se movió,permaneció en el mismo lugar sacudidopor la cólera.

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Y David ya había tenido bastante.No tenía ganas de ser caritativo, y notenía ganas de ejercer de madurohermano mayor. Todo que quería eraque lo dejaran en paz. "¡Vete! " dijohoscamente. "¿No decías que temarchabas? " Agitó el brazo hacia lapuerta. "¡Fuera! "

Los ojos de Clive se estrecharoncon veneno... y dolor. "¿Qué clase dehermano eres? " susurró.

"¿Qué clase— qué quieres decir? "pregunto David boquiabierto por lasorpresa. "¿Cómo te atreves a cuestionarmi lealtad? Me he pasado la vida enteradeshaciendo tus desastres, incluso,podría añadir, el de Susannah Ballister.Destruiste su reputación el verano

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pasado — ""No la destruí," interpuso Clive,

rápidamente."Muy bien, no la arruinaste para el

matrimonio, solo la convertiste en unhazmerreír. ¿Cómo crees que sienta eso?"

"No pensé...— ""No, no pensaste," lo interrumpió

David. "No pensaste ni por un momentoen nadie que no fueras tú. "

"¡No era eso lo que iba a decir! "David se dio la vuelta disgustado,

caminando hacia la ventana yapoyándose pesadamente en el marco."¿Por qué estas aquí, Clive? " preguntófatigadamente. "Estoy demasiadocansado para una discusión fraternal

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esta noche. "Hubo una larga pausa, y luego

Clive preguntó, "Es así cómo ves aSusannah? "

David sabía que debería girarse,pero no tenía ganas de ver la cara de suhermano. Esperó una explicaciónadicional de Clive, pero cuándo no llegóninguna, preguntó, "¿Cómo es cómo laveo? "

"Como un desastre que hay quesolucionar. "

David no habló durante un largomomento. "No", dijo finalmente en vozbaja.

"¿Entonces cómo? " insistió Clive.El sudor brotó sobre las cejas de

David. "Yo— "

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"¿Cómo? ""Clive... " dijo David, en tono de

advertencia.Pero Clive era implacable.

"¿Cómo?" exigió, con un tono alto ydesacostumbradamente imperativo.

"¡La amo! " estalló David,finalmente, dándose la vuelta paraenfrentarse a su hermano con ojosardientes. "La amo. Ya está. ¿Estássatisfecho? La amo, y te juro por Diosque te mataré si alguna vez vuelves ahacer otro movimiento falso contra ella."

"Oh, Dios," exhaló Clive. Sus ojosestaban muy abiertos por la sorpresa ysu boca era una O perfecta.

David agarró a su hermano por las

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solapas de la chaqueta y lo empotrócontra la pared. "Si alguna vez, y quierodecir una sola vez, te acercas a ella demanera que pueda insinuar el másmínimo atisbo de flirteo, te juro que tedestrozaré miembro a miembro. "

"Dios bendito," dijo Clive. "Tecreo. "

David bajo la mirada a sus manos,sus nudillos estaban blancos por lafuerza de su apretón, y se sintióhorrorizado por su reacción. Soltó aClive repentinamente y se alejó. "Losiento," refunfuñó.

"¿Realmente la amas? " preguntóClive.

David asintió con la cabezagravemente.

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"No puedo creerlo. ""Acabas de decir que lo hacías,"

dijo David."No, dije que creía que me

destrozarías miembro a miembro," dijoClive, "y todavía lo creo, te lo aseguro.Pero... enamorado... " Se encogió dehombros.

"¿Por qué diablos no puedo yoestar enamorado? "

Clive sacudió la cabezainútilmente. "Porque...Tú... eres tú,David. "

"¿Qué significa eso? " preguntóDavid con irritación.

Clive luchó por encontrar laspalabras. "No creía que pudieras amar,"dijo finalmente.

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David casi se tambaleó de lasorpresa. "¿No creías que yo pudieraamar? " susurró. "En toda mi vidaadulta, no he hecho otra cosa que...— "

"No empieces con lo de cómo hasdedicado tu vida a tu familia," lointerrumpió Clive. "Créeme, sé que escierto. Además me lo echas en carabastante a menudo. "

"Yo no...— ""Sí, lo haces," dijo Clive

enérgicamente.David abrió la boca para protestar

una vez más, pero se calló. Clive teníarazón. Realmente le recordaba susdefectos demasiado a menudo. Y tal vezClive estaba —se hubieran dado cuentao no, viviendo presionado por las

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expectativas de David."Siempre es sobre el deber

contigo," siguió Clive. "Deber a lafamilia. Deber al nombre de los Mann-Formsby. "

"Siempre ha sido más que eso,"susurró David.

Las comisuras de los labios deClive se apretaron. "Puede que seaverdad, pero de ser así, no lo hasdemostrado muy bien. "

"Lo siento, entonces," dijo David.Sus hombros cayeron cuando soltó unlargo y cansado suspiro. Era irónicodescubrir que había fallado en elpropósito alrededor del cual habíaconstruido su vida entera. Cada decisiónque había tomado, todo lo que había

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hecho —todo había sido por la familia,y ahora resultaba que ellos ni siquiera sehabían dado cuenta. Su amor por elloshabía sido percibido como una carga—una carga de expectativas.

"¿La amas de verdad? " preguntóClive calmadamente.

David asintió. No estaba seguro decómo había pasado, ni cuándoexactamente, durante el breve tiempo enque habían vuelto a tratarse, pero laamaba. Amaba a Susannah Ballister, yde alguna manera la visita de Clivehabía clarificado sus sentimientos conalarmante claridad.

"Yo no," dijo Clive."¿Tu no qué? " preguntó David,

dejando translucir en su voz su

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cansancio e impaciencia."No la amo. "David soltó una áspera carcajada.

"Dios, espero que no. ""No te burles de mí," lo advirtió

Clive. "Te digo esto porque micomportamiento de hoy podría habertehecho pensar que yo... ah... Bien,olvídalo. La cuestión es que mepreocupo lo bastante por ti paradecirte... bien, eres mi hermano, yasabes. "

David sonrió. No se creía capaz deello en aquel momento, pero no pudoevitarlo.

"No la amo," dijo Clive otra vez."Sólo la perseguí hoy porque estabaceloso. "

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"¿De mí? ""No lo sé," confesó Clive.

"Supongo. Nunca pensé que Susannah sefijaría en ti. "

"No lo hizo. Yo la perseguí. ""Bien, no obstante, supongo que

asumí que ella se quedaría en casaechándome de menos. " Clive seestremeció. "Suena horrible. "

"Sí," estuvo de acuerdo David."No quise que sonara de esa

manera," explicó Clive, soltando unfrustrado suspiro. "No es que quisieraque ella se pasara el resto de su vidallorando de pena por mi, pero supongoque pensé que es lo que haría. Y luego,cuando la vi contigo... " Se sentó en elsillón que David había desocupado unos

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minutos antes y dejo caer su cabeza ensus manos. Después de unos minutos desilencio, levantó la vista y dijo, "Nodeberías dejarla escapar. "

"¿Disculpa? ""No deberías dejar escapar a

Susannah. ""Ya había pensado," dijo David,

"que esa podría ser una buena idea. "Clive frunció el ceño ante el

sarcasmo de su hermano. "Ella es unamujer estupenda, David. No la adecuadapara alguien como yo, pero aún cuandoesto no se me hubiera ocurrido si tú note hubieras enamorado de ella, creo quepodría ser exactamente la adecuada parati. "

"Cuán románticamente expresado,"

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refunfuñó David."Perdona si tengo problemas para

verte en el papel de héroe romántico,"dijo Clive poniendo los ojos en blanco."Todavía encuentro difícil de creer queestés totalmente enamorado. "

"Corazón de piedra y todo eso,"dijo David, sarcásticamente.

"No trates de menospreciar esto,"dijo Clive. "Esto es serio. "

"Oh, soy consciente de ello. ""Antes esta tarde," dijo Clive

despacio, "cuando patinábamos,Susannah dijo algunas cosas..."

David se abalanzó sobre suspalabras. "¿Qué cosas? "

"Cosas," dijo Clive, lanzando a suhermano una mirada de las de "deja-de-

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interrumpirme". " que me condujeron acreer que puede que no sea indiferente atu causa. "

"¿Puedes hablar en inglés? " dijoDavid nervioso.

"Creo que ella podría estar tambiénenamorada. "

David se desplomó y se encontrósentado sobre una mesita que habíadetrás de él. "¿Estás seguro? "

"Desde luego que no. Solamente hedicho que creo que ella podría estartambién enamorada."

"Qué maravilloso voto deconfianza. "

"Dudo que ella, siquiera, se halladado cuenta aún," dijo Clive, ignorandolas palabras de David, ", pero

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evidentemente siente cariño por ti. ""¿Qué quieres decir? " preguntó

David, intentando desesperadamentetratar de encontrar algo definitivo en laspalabras de Clive a lo que aferrarse. PorDios, el hombre podía hablar durantehoras sobre una cuestión sin llegar nuncaal meollo de la misma.

Clive puso los ojos en blanco. "Loúnico que digo es que creo que si lapersigues —realmente la persigues, esposible que diga sí. "

"Crees. ""Creo," dijo Clive con

impaciencia. "Dios bendito, ¿cuándo tehe dicho que era vidente? "

David frunció los labiospensativamente. "¿Qué has querido

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decir," preguntó despacio, "cuando hasdicho perseguirla realmente. "

Clive parpadeó. "Que deberíasperseguirla realmente. "

"Clive," gruñó David."Tener un gran gesto," dijo Clive

rápidamente. "Algo desproporcionado yromántico y completamente ajeno a tucarácter. "

"Cualquier clase de gesto de esetipo seria ajeno a mi carácter," se quejóDavid.

"Exactamente," dijo Clive, ycuando David alzó la vista, vio que suhermano sonreía ampliamente.

"¿Qué debería hacer? " Davidpreguntó, odiando ser el que pideconsejo, pero lo bastante desesperado

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para hacerlo, de todos modos.Clive se puso de pie y se aclaró su

garganta. "¿Bueno, cuál sería el encantosi te dijera lo que tienes que hacer? "

"Yo lo encontraría encantador,"dijo David rechinando los dientes.

"Ya pensarás en algo," dijo Clive,de forma poco servicial. "Un gran gesto.Todo hombre puede ser capaz de almenos un gran gesto en su vida. "

"Clive," dijo David, con ungemido, " sabes que los grandes gestosno son de mi estilo. "

Clive se rió entre dientes."Entonces supongo que tendrás queincorporarlos a él. Al menos por ahora." Sus cejas se fruncieron, y entoncescomenzó a burbujear con una risita

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ligeramente controlada. "Al menosdurante el día de San Valentín," añadió,sin contener entonces su diversión, "quecreo que es... ah... dentro de once días,más o menos. "

El estómago de David dio unvuelco. Tenía la sensación de que era elcorazón, que se había desplomado hastaallí. El día de San Valentín. ¡Diosbendito, el día de San Valentín!. Lamaldición de cualquier hombre sensato yrazonable. Si alguna vez era de esperarun gran gesto, era durante el día de SanValentín.

Se tambaleó en su asiento. "El díade San Valentín," gimió.

"No puedes evitarlo," dijo Clivealegremente.

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David le lanzó una mirada asesina."Creo que es hora de que me

despida," murmuró Clive.David no se molestó ni en mirar a

su hermano cuando se marchó.El día de San Valentín. Le pareció

como una perfecta sincronización.Hecho a medida para declararse aalguien.

¡Ajá!. Hecho a medida si uno fueradel tipo locuaz, romántico y poético, locual David, sin la menor duda, no era.

El día de San Valentín.¿Qué demonios iba a hacer?

* * *

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A la mañana siguiente, Susannahdespertó sintiéndose nada descansada,nada feliz y saludable, y definitivamentenada refrescada.

No había dormido.Bueno, por supuesto había

dormido, si una quería serfastidiosamente preciso. No es quehubiera estado sin poder dormir lanoche entera. Pero sabía que había vistodar la una en punto en el reloj. Yrecordaba vagamente haberlo miradotambién a las dos y media, las cuatro ymedia, las cinco y cuarto, y a las seis.Por no mencionar que se había ido a lacama a medianoche.

Así que sí había dormido, pero

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sólo a ratos.Y se sentía fatal.Lo peor de todo era — no

solamente que estuviera cansada. Nisiquiera que estuviera gruñona ymalhumorada.

Le dolía el corazón.Mucho.Dolía como nada que hubiera

sentido antes, un dolor casi físico. Algohabía ocurrido entre ella y David el díaanterior. Había comenzado antes, tal vezen el teatro, y había ido creciendo, peroculminó cuando cayeron en el montón denieve.

Ellos se habían reído, y ella habíaobservado sus ojos. Y por primera vez,lo había visto realmente.

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Y se enamoró.Era lo peor que podía haber hecho

nunca. Nada podría haberla expuesto aun corazón roto con mayor facilidad. Almenos no había amado a Clive. Habíacreído que sí, pero en realidad, habíapasado más tiempo aquel veranopreguntándose si lo amaba quehaciéndolo. Y, cuando él le había dadocalabazas, fue su orgullo el que seresintió, no su corazón.

Pero con David era diferente.Y no sabía que hacer.Mientras había estado sin poder

dormir la noche anterior, calculó quepodían darse tres situaciones. Laprimera era ideal: David la amaba, asíque lo único que ella tenía que hacer era

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declarar su amor, y vivirían felices parasiempre.

Frunció el ceño. Tal vez deberíaesperar a que él le declarara su amorprimero. Después de todo, si realmentela amaba, querría ser romántico ydeclararse formalmente.

Cerró los ojos con agonía. Laverdad era, que no tenía ni idea de loque sentía él, y de hecho, la verdadpodría estar más cercana a la segundasituación posible, que era que él habíaestado persiguiéndola sólo para irritar aClive. Si este fuera, en efecto, el caso,no tenía ni idea de qué hacer. Evitarlocomo a una plaga, supuso, y rezar paraque los corazones rotos sanaranrápidamente.

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La tercera situación era, en suopinión, la más probable: a David ellale resultaba agradable, pero no laamaba, y sólo la había invitado a lareunión de patinaje como una cortesía.Parecía bastante lógico; los caballerosde la alta sociedad hacían esto todo eltiempo.

Se dejo caer de espalda sobre lacama, soltando un ruidoso gemido defrustración. Daba igual qué posibilidadera la verdadera — ninguna de las trestenía una bien definida solución.

"¿Susannah? "Susannah alzó la vista y vio a su

hermana asomar la cabeza por unadelgada rendija entre la puerta de suhabitación y el marco de la misma.

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"Tu puerta estaba abierta," dijoLetitia.

"No lo estaba. ""Muy bien, no lo estaba," dijo

Letitia, entrando, "pero te oí haciendoextraños sonidos y pensé que debíacomprobar que estabas bien. "

"No," dijo Susannah, volviendo amirar fijamente al techo, " me oístehaciendo extraños sonidos y te picó lacuriosidad. "

"Bueno, eso también," confesóLetitia. Y cuándo Susannah no contestónada, añadió, "¿Que hacías? "

Susannah sonrió con satisfacciónmirando el techo. "Extraños sonidos. "

"¡Susannah! ""Muy bien," dijo Susannah, ya que

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era imposible intentar mantener unsecreto con Letitia, "cuido de un corazónroto, y si se lo dices a una sola persona,voy a — "

"¿Cortarme el pelo? ""Te cortaré las piernas. "Letitia sonreía mientras cerraba la

puerta detrás de ella. "Mis labios estánsellados," le aseguró, cruzando lahabitación hasta la cama y sentándose enella. "¿Es el conde? "

Susannah asintió."Oh, bien. "La curiosidad la sacudió y

Susannah se sentó. "¿Por qué bien? ""Porque me gusta el conde. ""Ni siquiera conoces al conde. "Letitia se encogió de hombros. "Es

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fácil discernir su carácter. "Susannah reflexiono sobre ello. No

estaba segura de que Letitia tuvierarazón. Después de todo, ella se habíapasado casi un año pensando que Davidera arrogante, frío, e insensible. Aunque,su opinión había estado basada, sobretodo, en lo que Clive le había dicho.

No, tal vez Letitia tenía razón.Porque una vez que Susannah habíapasado algún tiempo con David, sinClive... bueno, no le había llevadomucho tiempo enamorarse de él.

"¿Qué debería hacer? " susurróSusannah.

Leticia no pudo ayudarla. "No losé. "

Susannah sacudió la cabeza. "Ni yo

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tampoco. ""¿Sabe él lo que sientes? ""No. Al menos, creo que no. ""¿Sabes tú lo que siente él? ""No. "Letitia hizo un sonido de

impaciencia. "¿Crees que podría sentircariño por ti? "

Los labios de Susannah se estiraronen una mueca de incertidumbre. "Creoque sí. "

"Entonces deberías decirle lo quesientes. "

"Letitia, podría quedar como unaidiota. "

"O podrías acabar siendoenormemente feliz. "

"O como una tonta," le recordó

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Susannah.Letitia se inclinó hacia delante. "

Esto va a sonar muy poco amable, perorealmente, Susannah, ¿tan terrible seríasi te pusieras en ridículo? ¿Después detodo, qué podría ser más mortificanteque lo que sucedió el verano pasado? "

"Esto sería peor," susurróSusannah.

"Pero nadie lo sabría. ""David lo sabría. ""El es una sola persona, Susannah.

""Es la única persona que importa. ""Ah," dijo Letitia, sonando un

poquito sorprendida y bastante excitada."Si es así como te sientes, entoncesdebes decírselo. " Cuando Susannah tan

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solo gimió, añadió, "¿Qué es lo peor quepodría pasar? "

Susannah le lanzó una dura mirada."No quiero ni empezar a pensarlo. "

"Debes decirle lo que sientes. ""¿Por qué? ¿Para que puedas

recrearte en mi mortificación? ""Por tu felicidad," dijo Leticia

mordazmente. "Él también te amara,estoy segura. Probablemente ya lo hace."

"Letitia, no tienes el menor hechoen que basar esa suposición. "

Pero Letitia no le prestabaatención. "Debes ir esta noche," dijo derepente.

"¿Esta noche? " repitió Susannah."¿Dónde? Me parece que no tenemos

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ninguna invitación. Mama planeaba quenos quedáramos tranquilamente en casa."

"Exactamente. Esta noche es laúnica noche de esta semana que podrásescaparte y visitarlo en su casa. "

"¿En su casa? " casi chillóSusannah.

"Lo que tienes que decirle debe serdicho en privado. Y nunca encontrarásun momento de intimidad en un baile enLondres

"No puedo ir a su casa," protestóSusannah. "Quedaría arruinada. "

Letitia se encogió de hombros."No, si nadie se entera. "

Susannah se quedó pensativa.David no se lo diría nunca a nadie,

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estaba segura. Incluso aunque larechazara, él no haría nada que pusierasu reputación en peligro. Él simplementela cogería, ordenaría un carruaje sinescudo, y la enviaría discretamente devuelta a casa.

De cualquier forma, no tenía nadaque perder, excepto su orgullo.

Y, desde luego, su corazón."¿Susannah?" susurró Letitia, "¿vas

a hacerlo? " Susannah alzó la barbilla,miró a su hermana directamente a losojos, y asintió con la cabeza.

Su corazón, después de todo, yaestaba perdido.

Capitulo Siete.

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Y en medio de todo este frío, nievey viento helado y frío y... bien, enmedio de este tiempo abominable, paradecirlo francamente,¿ puede EstaAutora recordarle, querido lector, queel día de San Valentín se acercarápidamente?

Hora de ir al almacén depapelería para conseguir tarjetas deSan Valentín y quizás, también paravisitar al confitero y a la florista.

Caballeros, ahora es el momentode expiar todos sus pecados ytransgresiones. O al menos deintentarlo.

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

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4 de febrero de 1814

El estudio de David estaba por logeneral impecable, cada libro colocadoen su sitio sobre la correspondienteestantería; los papeles y los documentosorganizados en ordenadas pilas, o aúnmejor, archivados en su lugar o en sucajón; y nada, absolutamente nada, sobreel suelo excepto la magnifica alfombra yel mobiliario.

Esta noche, sin embargo, lahabitación estaba cubierta de papeles.Papeles arrugados. Tarjetas de SanValentín, para ser exactos.

David no era precisamente unromántico, o al menos no creía serlo,pero hasta él sabía que si uno quería

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comprar tarjetas de San Valentín, lohacía en H. Dobbs por lo que esamañana salió, condujo hacía NewBridge Street, atravesando la ciudadhacía la catedral de St. Paul, y compróuna caja de las mejores tarjetas.

Todas sus tentativas de escrituraflorida y poesía romántica fueron, sinembargo, un desastre, y a mediodía seencontró de nuevo en los tranquilosconfines de H. Dobbs & Co., comprandootra caja de sus mejores tarjetas de SanValentín, esta vez una de doce en vez dela de media docena que había compradoesa misma mañana.

Ambas visitas había sido muyembarazosas, pero no tanto, comocuando se lanzó a través de la puerta del

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almacén esa misma tarde, justo cincominutos antes de que fuera la hora decierre, después de haber cruzado, a lacarrera con su faetón la ciudad a unavelocidad que solo se podía calificar deimprudente (aunque estúpida y suicidatambién eran válidas). El propietario eraun profesional por lo que no mostró niun asomo de sonrisa cuando entregó aDavid su caja más grande de tarjetas deSan Valentín (dieciocho en total), yluego le sugirió la compra de un delgadolibro titulado “Escritores de SanValentín”, que pretendía ofrecerdetalladas instrucciones de cómoescribir una tarjeta de San Valentín paracualquier tipo de receptor.

David estaba horrorizado de que

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él, que había estudiado literatura enOxford, se viera reducido a lautilización de una guía para escribir unamaldita tarjeta de San Valentín, perohabía aceptado el libro sin una palabra,y de hecho, sin reacción alguna, exceptola sensación de ardor sobre sus mejillas.

Dios bendito, un rubor. ¿Cuándofue la última vez que se habíasonrojado? Obviamente, el día nopodría ser más infernal.

Y así, a las diez de la noche, allíestaba él, sentado en su estudio con unatarjeta de San Valentín sobre suescritorio, y las treinta y cincoesparcidas por el cuarto, rotas oestrujadas.

Una tarjeta de San Valentín. Su

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última oportunidad de llevar a buenpuerto el maldito esfuerzo. Sospechabaque H. Dobbs no abría los sábados ysabía con certeza que no abría losdomingos, así que si no hacía un buentrabajo con esta ultima, se quedaría,probablemente, hasta el lunes con estahorrible tarea pendiendo sobre sucabeza.

Dejó caer la cabeza y gimió. Erasolo una tarjeta de San Valentín. Unatarjeta. No debería ser tan difícil. Nisiquiera podía calificarse de “gran gestoromántico”.

¿Pero qué le decía uno a la mujer ala que quería amar durante el resto de suvida? El estúpido libro de “Escritoresde San Valentín” no ofrecía ningún

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consejo al respecto, al menos ningunoaplicable cuando uno se temía haberenfadado a la dama en cuestión el díaanterior con su estúpidocomportamiento, peleándose con supropio hermano.

Clavó la mirada en la tarjeta enblanco, mirándola fijamente. Y esperó.Y esperó.

Sus ojos comenzaron a arder. Seobligó a parpadear.

"¿Milord? "David alzó la vista. Nunca una

interrupción de su mayordomo habíasido tan bienvenida.

"Milord, ha venido una dama averlo. "

David soltó un suspiro de

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cansancio. No podía imaginar quién era;tal vez Anne Miniver, quienprobablemente creía que era todavía suamante ya que no se había puesto encontacto con ella para comunicarle suruptura.

"Hágala pasar," dijo a sumayordomo. Supuso que podría sentirseagradecido de que Anne le hubieraahorrado la molestia de tener que hacertodo el camino hasta Holborn.

Soltó un pequeño resoplido deirritación. Podía haberse detenidofácilmente en su casa en Holborn algunade las seis veces que había pasado casipor su puerta hoy, en sus repetidasvisitas al almacén de papelería.

La vida estaba llena de pequeñas y

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encantadoras ironías, ¿verdad?David se puso de pie, porque no

sería cortés permanecer sentado cuandoAnne entrara. Puede que ella hubieranacido en el lado equivocado de lacama, y ciertamente vivía su vida en ellado incorrecto de la sociedad, pero aúnasí era, a su modo, una señora, ymerecía sus mejores modales, dadas lascircunstancias. Caminó hasta la ventanamientras esperaba su llegada, retirandolas pesadas cortinas para mirarfijamente hacia la oscuridad delexterior.

"¿Milord," oyó decir a sumayordomo, seguido de, "¿David? "

Dio media vuelta. Esa no era la vozde Anne.

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"¡Susannah! " exclamó conincredulidad, haciendo un cortante gestocon la cabeza para despedir a sumayordomo. "¿Qué hace usted aquí? "

Ella le contestó con una sonrisanerviosa mientras echaba un vistazoalrededor de su estudio.

David gimió interiormente. Lastarjetas de San Valentín, arrugadas yrotas, estaban por todas partes. Rezópara que ella fuera demasiado cortéspara mencionarlo. "¿Susannah? "preguntó de nuevo, con crecientepreocupación. No podía imaginarninguna circunstancia que la obligara avisitarlo, a un caballero soltero, en sucasa. Y en medio de la noche, nadamenos.

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"Yo...lamento molestarle," dijoella, mirando por encima de su hombroaunque el mayordomo había cerrado lapuerta al marcharse.

"No es ninguna molestia enabsoluto," contestó él, resistiendo elimpulso de correr a su lado. Algohorrible había pasado; no podía haberninguna otra razón por la que ellaestuviera aquí. Y aún así, no se fiaba desi mismo para estar al lado de ella, nocreía que fuera capaz de no estrecharlaen sus brazos.

"Nadie me ha visto," le aseguróella, mordiéndose nerviosamente ellabio inferior. "Yo...yo me aseguré deello, y — "

"¿ Susannah, qué sucede? " dijo

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distraído, desistiendo de su promesa depermanecer al menos a tres pasos dedistancia de ella. Se movió velozmentehasta quedar junto a ella, y cuando nocontestó, tomó su mano en la suya."¿Qué sucede? ¿Por qué está aquí? "

Pero era como si ella no lo hubieraoído. Miraba fijamente por encima delhombro de David, apretando y soltandola mandíbula antes de decir finalmente,"No se verá en la obligación de casarseconmigo, si eso es lo que le preocupa. "

Aflojó el apretón en su mano. Esono era una preocupación. Eso era sumayor deseo.

"Yo sólo — " Ella tragónerviosamente y lo miró a los ojos. Lafuerza de su mirada hizo que le

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temblaran las rodillas. Sus ojos, tanoscuros y luminosos, relucían, no conlágrimas contenidas, sino con algo más.Emoción, quizás. Y sus labios, Diosquerido, ¿tenía ella que lamerlos? Iba atener que ser santificado por no besarlaen ese mismo instante.

"Tenía que decirle algo," dijo ella,con la voz convertida casi en un susurro.

"¿Esta noche? "Ella asintió. "Esta noche. "Él esperó, pero ella no dijo nada,

sólo miró a lo lejos y tragó otra vez,como si intentara hacer acopio defuerzas.

"Susannah," susurró él, rozándolela mejilla, "Puede decirme cualquiercosa. "

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Sin mirarlo realmente, ella dijo,"He estado pensando sobre usted... yyo... Yo... " Alzó la vista. "Esto es muydifícil. "

Él sonrió suavemente. "Prometo...Independientemente de lo que diga, quequedará entre nosotros. "

A ella se le escapó una risita, peroera un sonido desesperado. "Oh, David,"dijo, "no es de esa clase de secretos. Essolamente... " Cerró los ojos,sacudiendo despacio la cabeza. "No esque haya estado pensando en usted," dijoella, volviendo a abrir los ojos, perodirigiendo la mirada a un lado paraevitar mirarlo directamente. "Es que nopuedo dejar de pensar en usted, y yo...yo..." "

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Su corazón dio un brinco. ¿Quétrataba ella de decir?

"Yo me preguntaba," dijo ella,soltando precipitadamente las palabrasen un discurso sin aliento. "Necesitosaber... " tragó y cerró lo ojos una vezmás, pero esta vez casi parecía sentirdolor.

"¿Cree que usted podría sentiralgún cariño por mí? ¿Aunque sólo fueraun poco? "

Durante un momento no supo queresponder. Y luego, sin una palabra, casisin pensarlo, ahuecó su cara entre susmanos y la besó.

La besó con cada emocióncontenida que había recorrido su cuerpodurante los días pasados. La besó hasta

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que no tuvo más opción que soltarla,aunque sólo fuera para respirar.

"Sí, sí lo siento," dijo, y la besó denuevo.

Susannah se derritió en sus brazos,vencida por la intensidad de su pasión.Sus labios viajaron de su boca a suoído, dejando un candente rastro denecesidad a lo largo de su piel. "Sí,"susurró él, antes de desabotonarle elabrigo y dejarlo caer al suelo. "Sí. "

Sus manos recorrieron la longitudde su espalda hasta ahuecarse sobre sutrasero. Susannah jadeó ante laintimidad de su caricia. Podía sentir sufirme y calida longitud a través de laropa, podía sentir su pasión en cadalatido de su corazón, en cada áspera

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bocanada de aire que él tomaba.Y entonces dijo las palabras con

las que ella había estado soñando. Seseparó, solo lo justo para que ellapudiera a mirar profundamente en susojos, y dijo, "Te amo, Susannah. Amo tufuerza, y tu belleza. Amo tu corazónamable, y tu malicioso ingenio. Amo tucoraje, y...— " Su voz se quebró, ySusannah jadeó cuando se dio cuenta deque había lágrimas en sus ojos. "Teamo," susurró él. "Es todo lo que queríadecir. "

"Oh, David," dijo ella, ahogándosede emoción, "Yo también te amo. Creoque ni siquiera sabía lo que era el amorhasta que te conocí. "

Él le acarició el rostro, tierna y

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reverentemente, y Susana pensó quepodría decir mucho más sobre cuanto loamaba, pero entonces notó algo bastanteraro...

"¿David," preguntó, "¿por qué estátodo tu estudio lleno de papelesarrugados? "

Él la soltó y comenzó a moverseapresuradamente por el cuarto,intentando recogerlos todos.

"No es nada," refunfuñó, agarrandorápidamente la papelera y empujando asu interior los papeles.

"Nada," dijo ella, sonriendoampliamente al verlo tan apurado.Nunca pensó que un hombre de sutamaño y su porte pudiera moverse tanrápidamente.

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"Solo estaba... Estaba... ah... " Seagachó y recogió otro papel arrugado."No es nada. "

Susannah divisó uno que él nohabía notado, casi bajo su escritorio, einclinándose lo atrapó.

"Ya lo cojo yo," dijo David conrapidez, estirando el brazo paraarrebatárselo.

"No," dijo ella, sonriendo mientrasse giraba de modo que él no pudieraquitárselo. "Siento curiosidad. "

"No es nada interesante," mascullóél, haciendo una última tentativa derecuperarlo.

Pero Susannah ya lo había alisado.‘Hay tantas cosas que me gustaríadecir’, leyó. ‘La forma en que tus

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ojos...’Y eso era todo."¿Qué es esto? " preguntó."Una tarjeta de San Valentín,"

refunfuñó él."¿Para mí? " preguntó ella, tratando

de ocultar el tono de optimismo de suvoz.

Él asintió."¿Por qué no la has terminado? ""¿Por qué no he terminado ninguna

de ellas? " respondió él, barriendo elcuarto con un gesto de su brazo, dondedocenas de inacabadas tarjetas de SanValentín estaban esparcidas sobre elsuelo. "Porque no sabía lo que queríadecir. O quizás si lo sabía, pero nocómo decirlo. "

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"¿Qué querías decir? " susurró ella.Él se acercó y le tomo ambas

manos en las suyas. "¿Quieres casarteconmigo? " le preguntó.

Por un instante se quedó muda. Laemoción de sus ojos la teníahipnotizada, y llenó los suyos delágrimas. Y finalmente, ahogándose conlas palabras, contestó, "Sí. Oh, David,sí. "

Él levantó su mano hasta suslabios. "Debería llevarte a casa,"murmuró, pero sonó como si realmenteno fuera eso lo que quisiera hacer.

Ella no dijo nada, porque no queríamarcharse. Aún no, al menos. Este eraun momento para ser saboreado.

"Eso sería lo correcto," dijo él,

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pero su otra mano se enroscaba yaalrededor de su cintura, acercándolamás a él.

"No quiero irme," susurró ella.Los ojos de David llamearon. "Si

te quedas," dijo con voz suave, "no temarcharas siendo aún inocente. Nopuedo... — " Se paró y tragó, como sitratara de mantener el control. "No soylo bastante fuerte, Susannah. Soy sólo unhombre. "

Ella tomó su mano y la presionócontra su corazón. "No puedo irme,"dijo. "Ahora que estoy aquí, ahora quefinalmente estoy contigo, no puedo irme.Aún no. "

En silencio, las manos de Davidencontraron los botones en la espalda de

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su vestido, liberando con agilidad cadauno de sus sujeciones.

Susannah jadeó cuando sintió lacaricia del aire frío en su piel, seguidadel alarmante calor de las manos deDavid. Sus dedos recorrieron su espaldade arriba abajo, con caricias ligerascomo plumas.

"¿Estás segura? " susurróroncamente en su oído.

Susannah cerró los ojos,emocionada por su última muestra depreocupación. Asintió con la cabeza, ydespués se obligó a pronunciar laspalabras. "Quiero estar contigo,"susurró. Tenía que ser dicho —para él,por ella.

Para ellos.

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David gimió, y entonces la tomó enbrazos y la llevó a través del cuartoapresuradamente, abriendo de unapatada una puerta que conducía a...

Susannah miró a su alrededor. Estoera su dormitorio. Tenía que serlo.Exuberante y oscuro y sumamentemasculino, con suntuosas cortinas y unacolcha de color borgoña. Cuando él laposó sobre la enorme cama, se sintiófemenina, deliciosamente pecadora,deseada y querida. Se sintió desnuda yexpuesta, incluso con el vestido puesto,que aún colgaba flojamente de sushombros. Él pareció entender sustemores, y se detuvo a quitarse su ropaantes de seguir con la de ella.Retrocedió sin apartar nunca sus ojos

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del rostro de ella, mientrasdesabotonaba los botones de los puñosde su camisa.

"No he visto nunca nada tanhermoso," susurró David.

Ni ella. Mientras lo mirabadesnudarse a la luz de las velas, la purabelleza masculina de él la golpeó.Nunca había visto un torso masculinodesnudo antes, pero no podía imaginarque hubiera otro comparable al deDavid cuando él dejó caer su camisa alsuelo.

Él se deslizó en la cama, a su lado,su cuerpo semidesnudo extendido juntoal de ella y sus labios encontraron losuyos en un beso hambriento. Laacarició suave y reverentemente tirando

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de su vestido hacia abajo hasta que esteno fue nada más que un recuerdo.Susannah contuvo la respiración ante lasensación de su piel desnuda contra suspechos, pero de alguna manera no habíatiempo o espacio para sentir vergüenzacuando él la hizo rodar hasta ponerla deespaldas, presionando su cuerpo contrael de ella, gimiendo con voz roncacuando colocó sus caderas aun vestidasentre sus piernas.

"He soñado con esto," susurró él,alzándose lo justo para ver su rostro.Sus ojos la quemaban, y aunque la débilluz no le permitía ver su color, los sintióardiendo de un feroz y brillante verdemientras viajaban a través de ella.

"Yo he estado soñando contigo,"

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dijo ella tímidamente.Los labios de David se curvaron en

una sonrisa peligrosamente masculina."Cuéntame," le ordenó gentilmente.

Ella se sonrojó, sintiendo que elrubor se extendía a través de todo sucuerpo, pero de todos modos susurró,"Soñé que me besabas. "

"¿Así? " murmuró él, besándola enla nariz.

Sonriendo, ella negó con la cabeza."¿Así? " preguntó él, rozando sus

labios contra los de ella."Un poco de esta manera," confesó

ella."O tal vez," reflexionó él, con un

destello diabólico en sus ojos, "así. "Sus labios se arrastraron a lo largo de su

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garganta, moviéndose a través de susinflamados pechos hasta que se cerraronsobre un pezón.

Susannah soltó un pequeño grito desorpresa... que rápidamente se convirtióen un ronco gemido de placer. Nuncahabía soñado que tales cosas fueranposibles, o que tales sensacionesexistieran. David tenía una bocaperversa y una lengua traviesa, y lahacía sentir como una mujer caída ydepravada.

Y a ella le gustó cada instante deello.

"¿Era así? " le preguntó él, sincesar en su tortura, mientras murmurabalas palabras.

"No," dijo ella, con voz

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entrecortada, "yo jamás había soñadocon esto. "

Él levantó la cabeza para mirarlaávidamente a la cara. "Hay mucho más,mi amor. "

Se separó de ella y rápidamente sedeshizo de sus pantalones, quedándoseextraordinaria y alarmantementedesnudo.

Susannah jadeó al mirarlo,haciéndolo reír entre dientes.

"¿No es lo que esperabas? "preguntó David, cuando volvió atenderse junto a ella.

"No sé lo que esperaba," confesóella.

Sus ojos se pusieron serios cuandoacarició su pelo. "No hay nada que

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temer, te lo prometo."Ella alzó la mirada a su cara,

incapaz de contener su amor por esehombre. Era tan bueno, tan honesto, tanautentico. Y la quería— no como unaposesión o una conveniencia, sino porella misma, por la persona que era.Había alternado el suficiente tiempo ensociedad como para haber oído susurrossobre lo que sucedía durante la noche debodas, y sabía que no todos los hombresse comportaban con tanta consideración.

"Te amo," susurró él. "Nunca loolvides. "

"Nunca," prometió ella.

Y entonces las palabras cesaron.Sus manos y sus labios la condujeron a

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una febril excitación, al borde de algoaudaz y desconocido. Él le besó y leacarició todo el cuerpo y la amó hastaque ella estuvo tensa y temblorosa denecesidad. Entonces, cuando ella estabasegura de que no podía aguantar ni unmomento más, su rostro estuvo otra vezfrente al suyo, y su virilidad se apretabacontra ella, urgiéndola a separar suspiernas.

"Estás lista para mí," le dijo él, conlos rasgos tensos por la contención.

Ella asintió. No sabía que máshacer. No tenía ni idea de si estaba listapara él, ni siquiera sabía para que sesuponía que estaba lista. Pero queríaalgo más, de eso estaba segura.

Él avanzó entre sus muslos,

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solamente un centímetro, pero suficientepara que ella jadeara ante la sorpresa desu entrada.

"¡David! " jadeó, agarrandose a sushombros.

El tenía los dientes apretados, yexpresión casi de dolor.

"¿David? "Él empujó de nuevo,

introduciéndose lentamente, dándoletiempo a acomodarse a él.

Susannah contuvo otra vez larespiración, pero tuvo que preguntar,"¿Estás bien? "

Él soltó una áspera risa. "Bien",dijo él, rozándole la cara. "Solamente unpoco... Te amo tanto que es difícilcontenerse. "

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"No lo hagas," dijo ellasuavemente.

Él cerró los ojos un momento,luego la besó una vez, suavemente, enlos labios. "No lo entiendes," susurró.

"Hazme entender. "Él empujó penetrando más

profundamente.Susannah soltó un sorprendido

"oh"."Si voy demasiado rápido, te haré

daño," le explicó él, "y no podríasoportar eso. " Siguió introduciéndosepoco a poco, gimiendo mientras lohacía. "Pero si voy despacio... "

Susannah pensó que no parecíadisfrutar particularmente yendodespacio, y, la verdad sea dicha, ella

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tampoco. No había nada malo en ello, yla plenitud de sensaciones la tenían másbien intrigada, pero había perdido lasensación de urgencia que había sentidosolamente momentos antes.

"Esto puede doler," dijo él,empujando sus caderas hacia delante ypenetrándola un poco más, ", pero sólodurante un momento, te lo prometo. "

Ella alzó la vista, tomando su caraen sus manos. "No estoy preocupada,"dijo suavemente.

Y no lo estaba. Eso era lo másasombroso. Confiaba completamente eneste hombre. Con su cuerpo, con sumente y con su corazón. Estabapreparada para unirse a él de cada modoposible, preparada para unir su vida a la

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de él hasta la eternidad.Pensar en ello le produjo tanta

alegría que temió explotar.Y de repente él estaba totalmente

dentro de ella, y no hubo ningún dolor,solamente una leve punzada deincomodidad. Él se mantuvo inmóvildurante un momento, expulsando elaliento en cortas y ásperas bocanadas, yluego, después de susurrar su nombre,comenzó a moverse.

Al principio Susannah no sepercató de lo que pasaba. Él se moviódespacio, con un ritmo estable que lahipnotizó. Y el urgente entusiasmo quehabía estado sintiendo, aquelladesesperada necesidad de realización,comenzó a crecer otra vez. Comenzó

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como una diminuta semilla de deseo, ycreció hasta poseerla por completo yabarcar cada recoveco de su cuerpo.

A esas alturas David había perdidoel ritmo pausado, y sus movimientos sehabían vuelto frenéticos. Ella se moviópara salirle al encuentro en cadaembestida, incapaz de contener sunecesidad de moverse, de retorcersebajo él, de tocarlo dondequiera que susmanos pudieran alcanzar. Y solamentecuando pensó que no podría aguantarmás tiempo, que moriría si continuabanasí, su mundo explotó de placer.

Todo el cuerpo de David se tensóen ese instante, como si de repentehubiese perdido hasta la última hebra desu control, y soltó un triunfante grito

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antes de sufrir un colapso encima deella, incapaz de hacer nada más querespirar entrecortadamente.

El peso de él era aturdidor, perohabía algo... reconfortante en tenerlo así.Susana no quiso que se moviera jamás.

"Te amo," dijo él, una vez que fuecapaz de hablar. "Te amo muchísimo. "

Ella lo besó. "Yo también te amo. ""¿Te casarás conmigo? ""Ya te dije que sí. "Él sonrió amplia y malvadamente.

"Lo sé, ¿pero te casarás conmigomañana? "

"¿Mañana? " ella jadeó,retorciéndose bajo él.

"Muy bien," gruñó él, "la próximasemana. Probablemente me llevará al

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menos unos días conseguir una licenciaespecial. "

"¿Estás seguro? " preguntó ella.Aún cuando quiso gritar de placer antesu urgencia por hacerla suya, sabía quesu posición en la sociedad eraimportante para él. Los Mann-Formsbyno se casaban en ceremoniasapresuradas. "Dará que hablar," añadióella.

Él se encogió de hombros como unchiquillo. "No me importa. ¿Y a ti? "

Ella sacudió la cabeza, con unasonrisa extendiéndose a través de sucara.

"Bien," gruñó él, volviendo arodearla con los brazos. "Pero quizásdeberíamos sellar el trato más

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firmemente. ""¿Más firmemente? " chilló ella. Él

parecía bastante firme, en efecto."Por supuesto," murmuró él,

capturando el lóbulo de su oreja entrelos dientes y mordisqueándolo hasta queella tembló de placer. "Por si acaso nohas quedado suficientemente convencidade que me perteneces. "

"Oh, estoy, " jadeó cuando su manose cerró alrededor de su pecho "bastanteconvencida, te lo aseguro. "

Él sonrió diabólicamente."Necesito estar más seguro. "

"¿Más? ""Más," dijo él, con firmeza.

"Mucho más. "Mucho, mucho más...

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Epílogo.

Feliz Día de San Valentín, gentileslectores, y ¿han oído ya la noticia? ¡ElConde de Renminster se ha casado conla señorita Susannah Ballister!

Si está refunfuñando porque norecibió una invitación, puedeconsolarse con el hecho de que nadierecibió invitación, excepto, quizás, lafamilia de los recién casados,incluyendo al Sr. y Sra. Snowe-Mann-Formsby.

(Ah, cómo le gusta a Esta Autoraescribir este nombre. Pone una sonrisaen la cara, ¿verdad?)

Por lo que todos dicen la pareja

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es enormemente feliz, y la SeñoraShelbourne ha informado, con granalegría, a todo el mundo que pudieraescucharla, que accedieron a asistir asu baile de San Valentín esta noche.

Revista de Sociedad de LadyWhistledown,

14 de febrero de 1814

"Ya hemos llegado," murmuró elConde de Renminster a su flamanteesposa.

Susannah solamente suspiró."¿Tenemos que asistir? "

Él alzó las cejas. "Creí que tuquerías asistir. "

"Yo creí que tú querías asistir. "

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"¿Bromeas? Prefiero estar en casa,desnudándote por completo. "

Susannah se sonrojó."¡Ahá!. Veo que estas de acuerdo

conmigo. ""Nos están esperando," dijo ella,

aunque sin convicción.Él se encogió de hombros. "No me

importa. ¿Y a ti? ""No si a ti no te preocupa. "Él la besó, suavemente, despacio,

mordisqueándole los labios. "¿Puedoempezar a desnudarte por completoahora? "

Ella respingó retrocediendo. "¡¡Porsupuesto que no ¡!" Pero él pareció tanabatido que tuvo que añadir, "¡Estamosen un carruaje! "

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Su cara enfurruñada no se animó."Y hace frío fuera. "Él se echó a reír, luego golpeó

sobre el techo del carruaje y dio órdenesal conductor para volver a casa.

"Oh," dijo David, "antes de que loolvide. Tengo una tarjeta de SanValentín para ti. "

"¿Sí? " Susana sonrió alegremente."Creí que habías desistido de ello. "

"Bien, pues tengo una. Y es buenoque ya estés casada conmigo para laeternidad, porque no deberías esperarpalabras floreadas y tarjetas de SanValentín en el futuro. Esta tentativa casiacaba conmigo. "

Con curiosidad, ella tomó la tarjetade sus manos. Estaba plegada en tres

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dobleces, y sellado con un festivo lacrerojo. Susannah sabía que por lo generalDavid sellaba su correspondencia conun serio lacre azul oscuro, y laconmovió que hubiera hecho el esfuerzosuplementario al pensar en el rojo yutilizarlo.

Con dedos cuidadosos, abrió lamisiva y la alisó sobre su regazo.

Había sólo dos palabras."Esto era realmente todo lo que

quería decir," dijo él."Oh, David," susurró ella, con ojos

húmedos. "Yo también te amo. "

[1] Wildflower. Asi es como sedenomina a las muchachas que habian

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hecho su presentacion en sociedad sindemasiado éxito y permanecian en lasfiestas al borde de la pista de baile, y alas que se sacaba a bailar porcompromiso.

[2] Hombre de nieve.

[3] El apellido se traduciria comoNevado-Hombre-Formsby.

[4] Copo de nieve.

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03/03/2012