U J Centro de Estudios de Postgrado - tauja.ujaen.estauja.ujaen.es/bitstream/10953.1/2704/1/Ana...
Transcript of U J Centro de Estudios de Postgrado - tauja.ujaen.estauja.ujaen.es/bitstream/10953.1/2704/1/Ana...
1
Ce
ntr
o d
e E
stu
dio
s d
e P
ostg
rado
UNIVERSIDAD DE JAÉN Centro de Estudios de Postgrado
Trabajo Fin de Máster DEL DELITO DE ASESINATO,
HOMICIDIO Y LESIONES
Alumno/a: Cruz Torres, Ana Teresa
Tutor/a: Prof. D. Rafael Cabrera Mercado
Dpto: Derecho Público y Común Europeo
Febrero, 2016
2
Índice Pág.
1. ANTECEDENTES DE HECHO…………………………………………………... 4
2. PLANTEAMIENTO……………………………………………………………….. 5
3. OBJETO…………………………………………………………………………….. 6
CONSIDERACIONES JURÍDICAS
1. EL DOLO…………………………………………………………………………… 6
1.1. Clases de Dolo……………………………………………………………………... 7
1.1.1. En el dolo directo de primer grado………………………………………. 7
1.1.2. En el dolo directo de segundo grado…………………………………….. 7
1.1.3. En el dolo eventual………………………………………………………. 7
1.2. Teorías……………………………………………………………………………... 8
1.2.1. La teoría del consentimiento, o de la aprobación………………………... 8
1.2.2. La teoría de la probabilidad, o de la representación……………………... 8
1.2.3. Teoría de la indiferencia…………………………………………………. 9
2. ANIMUS LAEDENDI…………………………………………………………….. 13
3. LA ALEVOSIA……………………………………………………………………. 14
3.1. Naturaleza jurídica y fundamento……………………………………………….... 15
3.1.1. Naturaleza subjetiva: la perversidad del autor………………………….. 15
3.1.2. Naturaleza objetiva: mayor gravedad del injusto………………………. 15
3.1.3. Naturaleza mixta: la posición del Tribunal Supremo…………………... 16
3
3.2. Elementos de la alevosía………………………………………………………….. 17
3.2.1. Elemento objetivo: los "medios, modos o formas"……………………... 17
3.2.2. Elemento subjetivo: el problema del dolo eventual…………………….. 18
3.3. Clases de alevosía………………………………………………………………… 21
3.3.1. Alevosía proditoria……………………………………………………... 21
3.3.2. Alevosía sorpresiva……………………………………………………... 21
3.3.3. El error sobre la circunstancia de la alevosía…………………………… 23
3.4. Posibilidad de arrebato u obcecación…………………………………………….. 23
4. CONCURSO DE DELITOS……………………………………………………… 24
4.1. El concurso real de delitos……………………………………………………...… 24
4.2. El concurso medial……………………………………………………………….. 25
4.3. El concurso ideal de delitos……………………………………………………… 25
5. CONCLUSIONES................................................................................................... 28
BIBLIOGRAFIA……………………………………………………………………. 30
4
ANTECEDENTES DE HECHO
PRIMERA.- El 19 de enero de 2012 sobre las 18 horas, el procesado acudió a la casa
de su madre, Dª Juana, sita en la C/Libertad 5, de Martos (Jaén), se dirigió a la parte
superior de la vivienda y bajó enfurecido iniciando una discusión con ella
recriminándole que hubiese puesto una cerradura en la puerta de acceso a la terraza
donde aquél tenía un palomar.
SEGUNDO.- En esos momentos llegaron Lidia, hermana del procesado, junto con su
esposo Eduardo y su sobrina María de cinco años, hija de Esther, hermana también del
procesado, interviniendo los dos primeros en la discusión con la finalidad de calmar la
actitud del procesado, que gritaba “esta casa es mía” y diciéndole a su cuñado Eduardo
“cállate, tú no pintas nada”, produciéndose entre ambos varones un pequeño forcejeo
en el transcurso del cual el procesado dijo en varias ocasiones a su cuñado “ya te
pillaré”, “te voy a matar”.
TERCERO.- A continuación, el procesado se marchó de la casa y se montó en su
vehículo, marca Nissan Patrol, que tenía aparcado al principio de la calle donde se
encuentra la vivienda de su madre, y en el momento en que Eduardo y Lidia salían en
compañía de la menor María, de forma sorpresiva y sin posibilidad de defensa los
atropelló de forma intencionada a una velocidad no superior a 30 km/h, alcanzando en
primer lugar con la esquina delantera izquierda a Eduardo, quien cayó sobre el capó y se
golpeó la cabeza contra la parte inferior izquierda de la luna delantera para salir a
continuación despedido contra Lidia, quien a consecuencia de ello salió lanzada contra
la fachada, e impactando finalmente el vehículo con la esquina delantera izquierda
contra la menor María, que se encontraba junto al marco de la puerta, aprisionándola.
CUARTO.- A consecuencia de ello, la menor María falleció en el acto, presentando
lesiones consistentes en fractura mandibular con fractura abierta de maxilar superior en
el lado derecho, herida inciso contusa en cuero cabelludo con fractura de calota y salida
de masa encefálica en el lado derecho de la cabeza, fractura clavicular y fractura abierta
del hombro derecho y herida inciso contusa circular en región axilar izquierda.
Lidia resultó con politraumatismos y fractura de la rama isquiopubiana que requirieron
tratamiento rehabilitador y 145 días de curación, de los que 60 fueron impeditivos para
5
el ejercicio de sus ocupaciones habituales, quedando como secuelas algias
postraumáticas sin compromiso radicular.
Eduardo resultó con traumatismo cráneo encefálico con fractura parieto occipital
izquierda con hundimiento de fragmentos y neumoencéfalo; fractura de pelvis y fractura
transversal del cotilo derecho, que precisaron tratamiento médico y quirúrgico, curando
en 291 días, de los que 249 fueron impeditivos para sus ocupaciones habituales,
quedando como secuelas parestesias, material de osteosíntesis y cicatrices.
El Ministerio Fiscal solicita para el procesado un delito de asesinato consumado por el
fallecimiento de la menor María, dos delitos de asesinato en grado de tentativa por las
lesiones sufridas de Lidia y Eduardo y un delito de amenazas del 169.2 CP,
determinando la pena a través de un concurso real de delitos.
PLANTEAMIENTO
Se somete a criterio jurídico la validez, eficacia y admisibilidad en nuestro
ordenamiento legal la posibilidad de calificar estos hechos como constitutivos de varios
delitos de imprudencia consciente. Analizaremos y haremos comprender como sería
posible calificarlos dentro de la imprudencia según las líneas seguidas tanto por la
doctrina, como por la jurisprudencia del Tribunal Supremo. Se pondrá en duda la
calificación que da el Ministerio Fiscal y su viabilidad en el futuro enjuiciamiento.
Se analizará la jurisprudencia consolidada del Tribunal Supremo y las diversas
vertientes que aporta la doctrina y otras sentencias más dispares que fueron unificadas
por nuestro más alto tribunal. Hemos de advertir que, a excepción de sentencias muy
lejanas en el tiempo y antes de la Constitución, la gran mayoría confirman y sostienen
los mismos elementos y alegaciones que aquí defendemos.
Por otro lado, pasaremos de puntillas por una breve distinción entre dolo eventual y la
culpa consciente e inconsciente y el dolo directo que tan arraigadamente sostiene el
Ministerio Fiscal, cuyas pretensiones no son otras que calificar los hechos en delitos de
asesinato: uno consumado y dos en grado de tentativa, pretendiendo castigar a nuestro
defendido de una manera poco común, quizá “ejemplarizar” con un castigo injusto y del
todo, a nuestro entender, improcedente.
6
Por todo lo expuesto vamos a realizar un examen jurídico de los hechos recabados y
probados, así mismo, queremos establecer una justa condena por los hechos acaecidos
sin sobrepasar más allá del Ius Puniendi del que claramente abusa el Ministerio Fiscal
en sus calificaciones provisionales.
OBJETO
Nos vamos a referir a las líneas de defensa de mi mandante por los hechos probados que
se redactan en las conclusiones provisionales del Ministerio Fiscal, rechazando delito a
delito su imputación como tal, aportando una nueva calificación en base a las líneas
jurisprudenciales que lleva desarrollando el Tribunal Supremo y la doctrina más
destacada:
PRIMERA.- Posibilidad de imputar dichos hechos como imprudentes, basándonos en la
jurisprudencia y doctrina al caso concreto.
SEGUNDA.- De forma totalmente subsidiaria, apreciaremos el tratamiento como
posibles lesiones dolosas en lugar de homicidio o asesinato.
TERCERA.- Sentamos las bases que justificarán la no apreciación de la agravante de
alevosía para definirlo como delito imprudente en lugar de doloso.
CUARTA.- Posibilidad y viabilidad de la determinación de la pena a través de un
concurso ideal de delitos en lugar de concurso real.
CONSIDERACIONES JURIDICAS
1. EL DOLO
Para empezar a desarrollar nuestra defensa a título de imprudencia, a modo de resumen,
haremos un breve repaso de los aspectos generales del dolo. Según la doctrina causalista
clásica, el dolo se concebía como dolus malus. Contenía como tal, dos aspectos: el
conocimiento y voluntad de los hechos y la conciencia de su significación antijurídica
(conocimiento del Derecho).
7
1.1. Clases de Dolo
Tres son las clases más importantes de dolo: a) dolo directo de primer grado (o
intención en sentido estricto); b) dolo directo de segundo grado: c) dolo eventual.
1.1.1. En el dolo directo de primer grado, el autor persigue la realización de delito.
Por eso se designa también esta clase de dolo como «intención». En cambio, es
indiferente en él: 1) que el autor sepa seguro o estime sólo como posible que se va a
producir el delito: 2) que ello sea el único fin que mueve su actuación; el delito puede
perseguirse sólo como medio para otros fines, y seguirá habiendo dolo directo de primer
grado.
1.1.2. En el dolo directo de segundo grado, el autor no busca la realización del tipo,
pero sabe y advierte como seguro (o casi seguro) que su actuación dará lugar al delito.
Aquí el autor no llega a «perseguir» la comisión del delito, sino que ésta se le representa
como consecuencia necesaria.
1.1.3. Si en el dolo directo de segundo grado el autor se representa el delito como
consecuencia inevitable, en el dolo eventual (o dolo condicionado) se le aparece como
resultado posible (eventual). En esto hay acuerdo en la doctrina pero las opiniones se
separan profundamente a la hora de precisar este punto de partida, de modo que sea
posible distinguir el dolo eventual de la culpa consciente (modalidad de imprudencia).
El tipo imprudente es una clase de culpa que supone también que el autor se representa
el delito como posible. El dolo eventual y la culpa consciente parten de una estructura
común que hace dificultosa su clara diferenciación: i) en ninguno de ambos conceptos
se desea el resultado; ii) en ambos reconoce el autor la posibilidad de que produzca el
resultado.
Sin embargo, como forma de dolo, el dolo eventual lleva aparejada la penalidad
correspondiente al delito doloso, en tanto que la culpa consciente, por ser de
imprudencia, determina únicamente las penas señaladas al delito imprudente siempre
más leves, o la impunidad cuando la imprudencia no es punible, lo que constituye la
regla general en el actual CP.
8
1.2. Teorías
Entre las numerosas teorías que a tal fin se han formulado, tres posiciones destacan por
su importancia. A ellas cabe reconducir la mayor parte de formulaciones. Son la teoría
del consentimiento (o de la aprobación) y la de la probabilidad (o de la representación)
y la teoría de la indiferencia.
1.2.1. La teoría del consentimiento, o de la aprobación
Lo que distingue al dolo eventual de la culpa consciente es que el autor consienta en la
posibilidad del resultado, en el sentido de que lo apruebe. Suele expresarse esta idea
acudiendo a un juicio hipotético: si el autor hubiera podido anticiparse a los
acontecimientos y hubiera sabido que su conducta había de producir el resultado típico,
¿la habría realizado igual? Si la respuesta es afirmativa, existe dolo eventual. Por lo
contrario, hay culpa consciente si el autor sólo lleva a cabo su actividad abrazándose a
la posibilidad de que no se produzca el delito, y diciéndose: si yo supiese que ha de
tener lugar el resultado delictivo, dejaría enseguida de actuar.1
1.2.2. La teoría de la probabilidad, o de la representación
Para ella, lo único decisivo es el grado de probabilidad del resultado advertido por el
autor. Aunque las opiniones se dividen a la hora de determinar exactamente el grado de
probabilidad que separa a dolo y culpa, existe acuerdo en este sector en afirmar la
presencia de dolo eventual cuando el autor advirtió una gran probabilidad de que se
produjese el resultado, y de culpa consciente cuando la posibilidad de éste reconocida
por el autor era muy lejana. No importa la actitud interna del autor —de aprobación,
desaprobación o indiferencia— frente al hipotético resultado, sino al haber querido
actuar pese a conocer el peligro inherente a la acción.
1Mir Puig, S., (2015), “Derecho penal. Parte general”, Barcelona, 10ª Edición, Reppertor, pp. 245 y ss.
9
1.2.3. Teoría de la indiferencia
Un sector de la doctrina alemana actual se inclina hacia una postura, en parte ecléctica,
que combina la conciencia de la peligrosidad de la acción con un momento voluntativo.
Lo relevante de esta teoría es que atiende a la actitud interna del sujeto frente a la
previsible producción de resultado lesivo. La misma se interesa por la situación
emocional del sujeto, y sobre la base de la indiferencia ante la probable producción de
un resultado penalmente relevante, afirma la existencia de dolo.
Se exige así, por una parte que el sujeto «tome en serio» la posibilidad del delito y, por
otra, que el mismo se conforme con dicha posibilidad, aunque sea a disgusto. Tomar en
serio la posibilidad del delito equivaldría a «no descartar» que se pueda producir, a
«contar con» la posibilidad del delito. Conformarse con la posible producción del delito
significa, por lo menos, resignarse a ella, siquiera sea como consecuencia eventual
desagradable cuya posibilidad no consigue hacer desistir al sujeto de su acción: significa
el grado mínimo exigible para que pueda hablarse de aceptar y, por tanto, de querer
(dolo eventual). No concurrirá —y por tanto existirá solo culpa consciente—cuando el
sujeto actúa «confiando» en que el delito no se produzca.
Si bien resultará insignificante la delimitación entre el dolo eventual y la culpa
consciente o con representación, no lo será la considerable diferencia punitiva que
separa a ambas figuras y que demarcará en uno u otro, una relevancia por demás
significativa para el sujeto responsable.2
En resumen, el dolo eventual significa que el autor considera seriamente como posible
la realización del tipo legal y se conforma con ella. El contenido del injusto del dolo
eventual es menor que en el de las otras dos clases de dolo, porque aquí el resultado no
fue ni propuesto ni tenido como seguro, sino que se abandona al curso de las cosas.
Pertenecen al dolo eventual, de un lado la conciencia de la existencia del peligro
concreto de que se realice el tipo, y de otro, la consideración seria de este peligro por
parte del autor. A la representación de la seriedad del peligro debe añadirse además, que
el autor se conforme con la realización del tipo. Se entiende que asume la realización
del tipo y soporta el estado de incertidumbre existente al momento de la acción.
2Zugaldía Espinar, J. M., (2015), “Fundamentos de derecho penal: Parte general”, Valencia, 4ª Edición,
Tirant lo Blanc, pp. 138 y ss.
10
En la culpa con representación, el sujeto al realizar la acción, es consciente del peligro
de la misma y del posible desenlace dañoso que puede ocasionar, pero no acepta su
resultado sino que por el contrario confía en que mediante sus habilidades
personales podrá evitar el mismo. Por supuesto que será reprochable su actitud
negligente, pero su reproche será más atenuado ya que no se ha propuesto ir en contra
de bien jurídico alguno.
Tras la lectura de los hechos probados, consideramos pues, que ambos adultos, Lidia y
Eduardo, actuaron como una auténtica pantalla que no permitía ver a María incluso con
luz solar a mi defendido.
Partiendo de lo expuesto y no habiendo sido percibida la presencia de la menor en el
citado lugar, decae por completo la posibilidad de apreciar dolo eventual en mi
representado, pues si uno de los componentes del dolo es el conocimiento de que
concurre la parte objetiva del tipo, el mismo estará ausente en el caso del homicidio-
asesinato cuando el sujeto actuó desconociendo que la persona finalmente fallecida se
encontraba en el radio de acción de su conducta. En este caso, ya se ha visto que con los
elementos de prueba obrantes no se puede deducir, con la seguridad necesaria, que el
acusado supiera que su sobrina estaba allí y que pudiera ser atropellada, por lo que
admitiendo que la maniobra de giro a la izquierda fuese intencionada, es decir, que el
acusado quiso invadir la acera, no puede afirmarse que con ello quisiera arrollar y
acabar con la vida de María.
Tampoco desde parámetros volitivos fluye dicha modalidad de dolo, pues habiendo
quedado perfectamente acreditado que las relaciones de mi mandante con la menor eran
excelentes, y que ésta permaneció por completo al margen de la discusión previa, no se
puede deducir que aquél actuara asumiendo la posibilidad de que su sobrina resultara
atropellada o le fuera indiferente este resultado.
La diferencia de índole punitiva que separa al dolo eventual con la culpa consciente y
ello es así ya que quien incluye en sus cálculos la realización de un tipo reconocida por
él como posible, sin que la misma le disuada de su plan, se ha decidido
conscientemente, aunque sólo sea para el caso eventual y a menudo en contra de sus
propias esperanzas de evitarlo, y esta decisión es la que diferencia al dolo eventual en su
contenido de mayor desvalor que la imprudencia consciente y la que justifica su más
severa punición. Recordemos que sólo los tipos imprudentes recogidos en el CP son
11
tipificados de delito, si no se recogen no tiene cabida la imposición de una pena que ni
el mismo código tipifica.
Según el art. 10 CP, no sólo son delitos los hechos dolosos, sino también las «acciones y
omisiones imprudentes penadas por la ley». Mientras que el delito doloso supone la
realización del tipo de injusto respectivo con conocimiento y voluntad, en el delito
imprudente el sujeto no quiere cometer el hecho previsto en el tipo, pero lo realiza por
infracción de la norma de cuidado (es decir: por inobservancia del cuidado debido).
En definitiva, teniendo en cuenta la totalidad de las circunstancias concurrentes, es
obvio que el conocimiento y voluntad del acusado con respecto a la menor María no
alcanzan la intensidad suficiente para ingresar en el dolo, manteniéndose en el ámbito
de la imprudencia consciente, pues ciertamente el conductor que realiza una de tales
maniobras infringe gravemente el deber objetivo de cuidado y crea un riesgo de lesión
para los peatones, y por ello debe ser calificada la conducta como constitutiva de un
delito de homicidio por imprudencia grave del art. 142.1 del Código Penal.
En efecto, los dos peatones adultos se encontraban separados de la menor y un poco
más adelante según la trayectoria que seguía el vehículo, lo cual, unido a la
circunstancia de que estaba anocheciendo, determina que la menor no pudiese ser vista
por el conductor al quedar oculta por los dos adultos.
Partiendo de los hechos declarados probados, el fallecimiento de la menor María no
habría sido intencional, sino la consecuencia de una actuación imprudente del acusado.
Lo que pretendo denunciar es la vulneración del derecho a la presunción de inocencia,
estimando por el contrario que las pruebas no permitían efectuar una deducción
concluyente sobre la intención de matar en mi mandante, pues no constando esa
intencionalidad y sobre los hechos declarados probados, es evidente que la muerte de
María no puede ser imputada a título de dolo sino de imprudencia grave.
Partiendo de la misma base, las diferencias entre el dolo eventual y la imprudencia
consciente, al igual que antes, mantenemos que el atropello y lesiones sufridos por Lidia
no fueron intencionales, por más que si lo pudiera ser la maniobra de invasión de mi
defendido.
De acuerdo con los hechos, Lidia se encontraba muy cerca de Eduardo pero más
próxima a la fachada, siendo éste quien resulta alcanzado de forma directa por el
12
vehículo y, tras ser proyectado, impacta contra Lidia que es lanzada contra la pared,
quedando finalmente en el suelo. Partiendo de lo expuesto, no puede tampoco afirmarse
que el acusado actuara con dolo eventual respecto de las lesiones de Lidia, pues la
probabilidad de atropellarla no era elevada y, por otra parte, no consta que asumiera su
producción puesto que se constatan las buenas relaciones existentes entre ambos, por lo
que tampoco dicho resultado lesivo puede estimarse producido por una conducta dolosa
sino imprudente, debiendo por ello ser aplicado el art. 152.1 del Código Penal.
Por último, en cuanto a Eduardo, no queda acreditado que el atropello de Eduardo fuese
intencional, debiéndose por el contrario a una maniobra imprudente del acusado.
La falta de acreditación de la intencionalidad homicida del acusado, no se le puede
imputar el atropello del peatón Eduardo a título de dolo. Al respecto, conviene aclarar
que el hecho de que la invasión de la acera por el vehículo fuese una maniobra
voluntaria de mi mandante, no significa necesariamente que el arrollamiento del citado
peatón también lo fuera, pues tal maniobra bien pudo tener como único fin asustar a
dicho señor en represalia por la discusión previa.
Y esta afirmación no es gratuita, el citado peatón fue alcanzado por la esquina izquierda
del frontal del vehículo, es decir, “de refilón”, de manera que si a ello se añade que la
zona estaba oscura y que la velocidad del vehículo no elevada, es bastante probable que
el desvío del vehículo hacia la izquierda no estuviese encaminado a atropellar al citado
peatón.
En estas condiciones y aplicando los parámetros antes expuestos, la conducta de mi
representado seria gravemente imprudente por haber puesto en peligro la vida e
integridad del citado peatón, quedando descartado en cambio el dolo incluso en su
modalidad de eventual, pues la forma en que se produjo el impacto no permite inferir
que el conductor se representara el evento dañoso con elevada probabilidad.
Por todo ello, en lo que respecta a Eduardo y al igual que Lidia, los hechos no son
constitutivos de un delito de asesinato en grado de tentativa, sino de unas lesiones por
imprudencia grave del art. 152.1 del Código Penal.
13
2. ANIMUS LAEDENDI
El animus laedendi es el ánimo de lesionar. Se prevé para los delitos de lesiones, es
decir, si un sujeto intenta lesionar a alguien con este ánimo y lo consigue, será castigado
por el delito de lesiones que corresponda. Si precisamente intentaba eso, pero el
resultado finalmente es de muerte, se configurará, como un delito de lesiones en
concurso ideal (art. 77 CP) con un delito de homicidio imprudente.
Este componente volitivo conforma en un plano general, el tipo subjetivo del delito, así
como también, el concepto de animus. A su vez, el tipo subjetivo le da vida a uno de los
cuatro caracteres del delito, a la culpabilidad, pues sin culpabilidad no hay delito
castigable. Como dice el artículo 10 del Código Penal: “Son delitos y faltas las acciones
u omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley”. En base al principio de
legalidad, hemos, por obligación, de atenernos a esa culpabilidad (dolosa o culposa),
para reprimir penalmente la conducta.
El animus, como parte del tipo subjetivo del delito, es el propósito o la intención que
mueve a un individuo a realizar una conducta, un acto concreto o una sucesión de actos
tendentes a un fin en términos penales. Así como también debemos atribuir el animus a
los que meramente tengan participación en la comisión del delito.
En el presente caso y subsidiariamente, si se estimara que el atropello de Lidia no fue el
resultado de una conducta imprudente sino dolosa, no procede calificar la conducta de
mi mandante como constitutiva de un delito de asesinato en grado tentativa, sería
necesario, por un lado, que hubiera actuado con la intención de acabar con la vida de la
víctima y, por otro, que la conducta fuese objetivamente idónea para tal fin, pues sólo de
esta manera podría afirmarse la concurrencia de los dos presupuestos que conforman la
tentativa. A esto habría que añadirle la falta probatoria del “animus necandi” o la
concurrencia de un dolo homicida.
Teniendo en cuenta que el impacto contra Eduardo se produjo con la esquina izquierda
delantera del vehículo y que Lidia estaba algo más hacia dicho lado, resulta evidente
que la conducta de mi mandante no habría sido idónea para causar la muerte de aquélla,
la cual, se insiste, una vez más, no fue alcanzada por el coche, sino lanzada por el
propio Eduardo.
14
Por lo expuesto, no concurriría tampoco el presupuesto objetivo de la tentativa de
manera que de estimar intencionales las lesiones de Lidia, el dolo del acusado habría
sido sólo de menoscabar su integridad física e idónea su conducta para tal fin, pero no
para producir su fallecimiento, debiendo por ello ser calificados tales hechos como
constitutivos de un delito de lesiones del art 147.1 del Código Penal, en la modalidad
agravada de utilización de instrumento peligroso del art. 148.1 del citado texto legal.
También subsidiariamente, y para el caso de que se considerara que el atropello de
Eduardo hubiese sido intencional, no se estima concurrente un ánimo homicida,
consistentes en que el alcance se habría producido casi "por los pelos", a poca velocidad
y en una zona en penumbra, con lo cual las probabilidades de representarse su muerte
no resultaban elevadas, faltando por ello el "animus necandi".
Pero tampoco la conducta del acusado habría sido idónea para producir la muerte de
Eduardo, pues ninguna de las lesiones sufridas por el mismo fueron mortales y, por
ende, ninguna de ellas habría llevado a su fallecimiento de no haber recibido asistencia
médica inmediata.
La conducta de atropellar a Eduardo habría sido idónea para causar las lesiones que
efectivamente presentaba, pero no para acabar con su vida, por lo que de estimarse
intencional su atropello el mismo constituiría, al igual que para Lidia, un delito de
lesiones con utilización de instrumento peligroso (arts. 147.1 y 148.1 del Código Penal).
3. LA ALEVOSIA
Como bien indicó el Tribunal Supremo: "la circunstancia agravante de la alevosía,
primera del art. 10 del Código, ha sido de siempre uno de los conceptos jurídicos más
difíciles de definir y completar, a lo que han contribuido distintas circunstancias todas
ellas con el denominador común de la imprecisión con que ha venido configurada
respecto del origen, ámbito y efectos, como peculiar forma de actuar o peculiar manera
de querer".3
3Sentencia del Tribunal Supremo de 25 de abril de 1985, (CDO 3°).
15
3.1. Naturaleza jurídica y fundamento
Las distintas posiciones doctrinales o jurisprudenciales se dividen entre las siguientes
tres posturas:
1. Quienes consideran que tiene una naturaleza subjetiva, por suponer una mayor
reprochabilidad al autor.
2. Quienes le atribuyen una naturaleza objetiva, por incrementar la gravedad objetiva
del hecho.
3. Quienes se decantan por la posición ecléctica, al considerar que tiene tanto elementos
objetivos como subjetivos.
3.1.1. Naturaleza subjetiva: la perversidad del autor
La naturaleza subjetiva de la alevosía fue puesta de manifiesto por autores clásicos que
declara que "posee esta circunstancia, de viejos precedentes en nuestra legislación, un
fondo de cobardía consistente en cometer el delito sin peligro, o con peligro leve, para
el reo". Esta postura deriva de la antigua nota de traición, o perversidad. Se alude
expresamente a que la alevosía es expresión de una mayor perversidad, y, por tanto, fija
su fundamento en una culpabilidad más grave. A este respecto es muy ilustrativa la
sentencia del Tribunal Supremo, que, si bien se inclina por la teoría objetiva, indica que
la conducta alevosa merece "siempre la reprobación legislativa y la del entorno social,
el cual execra y rechaza el obrar aleve por considerarlo muestra de la vileza y de la
maldad del infractor".4
3.1.2. Naturaleza objetiva: mayor gravedad del injusto
Otros autores, en cambio, han puesto de manifiesto que la alevosía es una circunstancia
de naturaleza objetiva, estableciendo que lo fundamental es el aseguramiento de la
ejecución evitando los riesgos de la posible defensa de la víctima, sin perjuicio de que
esos medios puedan implicar traición o cobardía en ocasiones, pero sin ser preciso que
así sea, se incluye a la alevosía entre las circunstancias objetivas, por entender que
supone una mayor gravedad del injusto en tanto en cuanto se desvalora más la lesión de
bienes jurídicos, y no aceptando que se fundamente en el carácter traicionero del autor,
4Sentencia del Tribunal Supremo de 5 de noviembre de 1984, (CDO. 1°)
16
ya que eso supondría acoger la rechazable doctrina de la "culpabilidad por el carácter" .
Se entiende que es la forma de obrar del partícipe o la materialidad del hecho lo que
realmente conforma la circunstancia de la alevosía.
Así ha sido también en Sentencias del Tribunal Supremo, algunas muy antiguas y otras
relativamente más recientes, como la citada STS de 5 de noviembre de 1984, que
establece que "la alevosía, implica un plus de antijuridicidad, siendo lo relevante
que el agente, sin deliberación previa o con ella, se valga o aproveche de ocasión o de
medios encaminados a suprimir todo riesgo para su persona procedente de la citada e
hipotética defensa" (CDO. 1°).
3.1.3. Naturaleza mixta: la posición del Tribunal Supremo
Las sentencias más recientes del TS van todas en una misma dirección, recogida
también por la doctrina: considerar a la alevosía una circunstancia de naturaleza mixta,
entendiendo que es una circunstancia de carácter predominantemente objetivo que
incorpora un especial elemento subjetivo, que dota a la acción de una mayor
antijuridicidad. En palabras del propio TS, "hay una mayor peligrosidad y culpabilidad
en el autor del hecho, que revela con estos comportamientos un ánimo particularmente
ruin, perverso, cobarde o traicionero (fundamento subjetivo) y también una mayor
antijuridicidad por estimarse más graves y más lesivas para la sociedad este tipo de
conductas en que no hay riesgo para quien delinque (fundamento objetivo)".5
Se entiende que el fundamento de la alevosía radica no sólo en el aseguramiento del
delito y de la persona del ejecutor, sino en emplear en ello medios, modos y formas de
manera insidiosa y clandestina. Se necesita, además, un elemento tendencial o subjetivo
representado por la intención de aprovechar o lograr el aseguramiento del delito. Por
tanto, parece ser que vuelve a aflorar el concepto de alevosía que ya adoptara el Código
Penal de 1848, es decir, obrar "a traición y sobre seguro".
5Sentencia del Tribunal Supremo 23 de noviembre de 2006, FJº 4º.
17
3.2. Elementos de la alevosía
3.2.1. Elemento objetivo: los "medios, modos o formas"
El elemento objetivo viene configurado por la expresión del artículo 22.1 CP que hace
referencia a la utilización de "medios, modos o formas" que tiendan a asegurar la
ejecución del delito, evitando el riesgo que para la persona del autor puede provenir de
la defensa de la víctima. En palabras del Tribunal Supremo, este elemento objetivo está
conformado por "el modus operandi, que el autor utilice en la ejecución medios, modos
o formas que han de ser objetivamente adecuados para asegurarla mediante la
eliminación de las posibilidades de defensa, sin que sea suficiente el convencimiento del
sujeto acerca de su idoneidad".6
La otra cara de la moneda es que estos medios, modos o formas conlleven la
inexistencia del riesgo para el ofensor que pudiera proceder del comportamiento
defensivo del ofendido, tal y como estableció el Tribunal Supremo7. De esta Sentencia
es reseñable el hecho de que aluda al elemento objetivo como "la verdadera esencia de
esta importante circunstancia agravatoria". Yendo un paso más allá podemos entender
que la posible defensa que se elimina es la de la víctima, por tanto, "no afecta para
nada a la alevosía el hecho de que el culpable no imposibilite la defensa por parte de
terceros sujetos y sí la del ofendido, y […] aún cuando aquéllos hubieran podido evitar
la ejecución”.
El hecho de que se exija la eliminación de la defensa de la víctima no implica que ésta
no pueda reaccionar de forma alguna. A este respecto, es muy ilustrativa la doctrina que
el Tribunal Supremo fijó al considerar que “una cosa es la "defensa activa" que se
realice o pueda realizarse, y otra cosa es lo que podríamos llamar "defensa pasiva" o
de simple autoprotección, equiparable a lo que normalmente se entiende por "instinto
de conservación". Lo primero, cuando se prueba esa defensa o su posibilidad, evita la
agravante de alevosía, pero no así lo segundo al no suponer otra cosa que una simple
reacción instintiva frente a un ataque externo, sin influencia alguna en la variación de
lo acontecido, ni en la intención agresora del sujeto”.8
6Sentencia del Tribunal Supremo de 23 de noviembre de 2006. 7Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de diciembre de 2001, FJ° 4°. 8Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de marzo de 1997, en su FJº 2°.
18
3.2.2. Elemento subjetivo: el problema del dolo eventual
El elemento subjetivo de esta circunstancia está constituido por el dolo, que debe
proyectarse no sólo sobre la utilización de los medios, modos o formas empleados, sino
también sobre su tendencia a asegurar la ejecución y su orientación a impedir la defensa
del ofendido, eliminando así conscientemente el posible riesgo que pudiera suponer para
su persona una eventual reacción defensiva de aquél.
Si la compatibilidad del dolo directo o de primer grado con la alevosía no plantea
ningún género de duda, más reticencias provoca la admisión del dolo eventual. Esta
modalidad del dolo presupone que el sujeto se represente un resultado dañoso, cuya
producción es simplemente posible aunque no necesaria, y en cualquier caso no es
directamente querida, aunque sí asumida conscientemente. Es por ello por lo que el
Tribunal Supremo ha entendido que "quien conoce suficientemente el peligro concreto
generado por su acción, que pone en riesgo específico a otro, y sin embargo, actúa
conscientemente, obra con dolo pues sabe lo que hace, y de dicho conocimiento y
actuación puede inferirse racionalmente su aceptación del resultado, que constituye
consecuencia natural, adecuada y altamente probable de la situación de riesgo en que
deliberadamente ha colocado a la víctima".
Una vez fijado este concepto de dolo eventual, hay que precisar que, para ciertas
posturas, teniendo en cuenta que la alevosía tiene carácter tendencial, el dolo del autor
con respecto a la circunstancia debe ser directo y no eventual. También, en un
inicio, se mostró titubeante el Tribunal Supremo a la hora de admitir el dolo eventual en
la alevosía. Así el TS establecía que "obvio resulta que la agravante de alevosía, que
para su apreciación requiere, en cuanto a la dinámica de su actividad, el empleo de
medios, modos o formas de ejecución (de cualquiera de los delitos contra las personas)
que tiendan directa y especialmente a asegurarla, resulta incompatible cuando, como
en el supuesto acaece el resultado no es querido directamente por el agente".9
Es especialmente esclarecedora la sentencia del Supremo donde entendió que "en el
delito de asesinato alevoso el dolo eventual respecto del resultado es suficiente para la
realización del tipo".10 Ahora bien, el dolo eventual se admite únicamente respecto
9Sentencia del Tribunal Supremo de 13 de abril de 1993, FJº 3º. 10Sentencia del Tribunal Supremo de 3 de junio de 2002, FJº 2º.
19
del resultado lesivo, pero no respecto de la circunstancia de alevosía, que requiere
para su apreciación de un dolo directo.
En principio el sujeto quiere cometer el hecho en sí, pero desconoce el resultado final,
entramos en el dolo eventual, si a esta circunstancia el propio sujeto, antes de comenzar
la acción delictiva, conoce la indefensión de la víctima entraría perfectamente en el
ámbito de la alevosía, es decir, dolo eventual respecto del resultado mientras que habrá
alevosía por el conocimiento pleno del sujeto de la indefensión de la víctima.
En cuanto a la compatibilidad entre el dolo eventual y la alevosía, la jurisprudencia más
reciente la viene admitiendo si bien con la precisión de que el dolo eventual tiene que
estar proyectado sólo sobre el resultado, mientras que la situación de indefensión que
implica la alevosía debe ser plenamente conocida por el autor, es decir, dolo directo en
cuanto a la alevosía y eventual respecto del resultado. En consecuencia, si la situación
de indefensión no fue tampoco plenamente conocida por el sujeto activo, la alevosía
quedará descartada.11
Resulta evidente que en el presente caso, mi defendido no piensa ni por un instante
asegurar la ejecución de su acto, simplemente se le presenta el coche como único medio
posible para atacar a su cuñado Eduardo como principal sujeto origen del conflicto
previo acometido.
Sin embargo, y siguiendo la línea jurisprudencial, si el sujeto desconocía la indefensión
de la víctima, (por su lejanía, poca visión, etc.) no habría alevosía porque el sujeto
desconoce si la victima está o no indefensa. El resultado le sigue siendo desconocido,
por lo que entraríamos a hablar de dolo eventual sin apreciación de alevosía porque el
sujeto antes de emprender la acción delictiva no sabe si la víctima está o no indefensa, si
no se aprovecha de ello no cabrá apreciar alevosía, y por ende, sin alevosía no procede
delito de asesinato.
Proyectando lo anterior al caso que nos ocupa, resulta evidente que al atropello de la
menor María, aunque hubiera sido intencional, no puede calificarse como alevoso en
tanto no ha quedado acreditado que el acusado hubiese dirigido el ataque contra ella
anulando conscientemente toda posibilidad de defensa. Bien es cierto que se otorga una
importancia decisiva a la peligrosidad del medio empleado para fundamentar la
11Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de enero de 2003.
20
alevosía, pero la jurisprudencia ha declarado en diversas ocasiones que "los ataques
mediando la utilización de un vehículo no son nunca alevosos en sí esa calificación
dependerá de las circunstancias del ataque de la situación de la víctima y de la
intención consciente del autor, que debe abarcar tanto el medio empleado como la
forma y orientación de su utilización".12
En el caso analizado, se reconoce que el atropello de María es imputable a mi mandante
a título de dolo eventual, es decir, que éste no habría tenido un conocimiento pleno y
seguro sobre la muerte de la menor. La menor se encontraba junto a la entrada de la
vivienda y oculta entre los dos peatones adultos y que, por ello, su presencia no pudo ser
percibida por el conductor, difícilmente se puede mantener que éste dirigió su conducta
con la finalidad de que la menor no pudiese reaccionar.
Es preciso insistir en que la alevosía precisa, no sólo que objetivamente la víctima
quede indefensa, sino también que el autor haya buscado de forma expresa esa
situación o que, conociéndola, la aproveche.
Por todo ello y de modo subsidiario, los hechos deberán ser calificados como un delito
de homicidio del art. 138 del Código Penal.
Subrayamos, no podemos imaginar el resultado provocado por el imputado sin la previa
disputa familiar, consideramos estos hechos como un todo, una sola acción cuyas
consecuencias fueron el atropello involuntario de María, las lesiones colaterales de su
hermana Lidia, contra quien tampoco mi defendido tenía problema alguno, y finalmente
las lesiones que le produce a Eduardo.
Repitiendo lo anterior, en el presente caso no hay factor sorpresa, ya que el atropello se
produce después de una fuerte discusión entre Lidia y Eduardo frente al procesado, no
hay dos acciones temporales, sino sólo una que se alarga en el tiempo hasta el atropello
y posterior muerte de María, ya que sería absurdo pensar en dos acciones
individualmente consideradas porque el motivo del atropello fue precisamente la
anterior pelea.
12Sentencia Tribunal Supremo de 25 de febrero de 2010.
21
3.3. Clases de alevosía
3.3.1. Alevosía proditoria
El TS define esta modalidad de alevosía como "cuando se obra en emboscada o al
acecho a través de una actuación preparada para que el que va a ser la víctima no
pueda apercibirse de la presencia del atacante o atacantes hasta el momento mismo del
hecho".13 Se aprecia en casos en los que se actúa mediante trampa, emboscada o a
traición del que aguarda y acecha. Es esta clase de alevosía, según la ya mencionada
Sentencia, la que más enlaza con los orígenes históricos de esta figura penal, en el
espíritu caballeresco de la Edad Media que sancionaba precisamente el obrar "a traición
y sobre seguro", como recogía el CP 1822, y es aquí donde se encuadran los supuestos
en los que el sujeto activo utiliza estratagemas o procedimientos engañosos o tretas para
atraer pérfidamente a la víctima con ocultación sinuosa del ánimo hostil.
3.3.2. Alevosía sorpresiva
Se da cuando tiene lugar un ataque que no se puede prever. Aunque en este caso el
agresor no se oculta físicamente, como sería en el caso de la alevosía proditoria, no deja
traslucir sus intenciones hasta el momento en que despliega su agresión, concurriendo
generalmente un lapso de tiempo mínimo entre el pensamiento concreto (que no hay
que confundir con la idea previa de matar) y la ejecución, de tal forma que estando
totalmente desprevenido el ofendido, éste no espera la agresión a su integridad corporal
y, por tanto, impide toda preservación o el intento defensivo más elemental . Citando al
TS, "En estos casos es precisamente el carácter sorpresivo de la agresión lo que
suprime la posibilidad de defensa, pues quien no espera el ataque difícilmente puede
prepararse contra él, al menos en la medida de lo posible. Esta modalidad de la
alevosía es apreciable en los casos en los que se ataca sin previo aviso".
El fundamento de la agravación en estos casos se da por la concurrencia de los aspectos
subjetivos de búsqueda o aprovechamiento consciente e intencionado por parte del
agresor de una situación de desamparo en la que el agredido no puede impedirlo ni
reaccionar contra él, lo que elimina para el atacante riesgos procedentes de una defensa
13Sentencia Tribunal Supremo de 20 de diciembre de 2001, FJ° 4°.
22
posible, con lo que se dan todos y cada uno de los elementos de la alevosía, siempre
que, además del aseguramiento de la ejecución, se persiga el aseguramiento de la
persona del agente.
Analizando el presente caso, nuevamente, la búsqueda o aprovechamiento consciente e
intencionado del agresor. El presunto agresor se le manifiesta como mejor medio el uso
del coche para amenazar o imponer el respeto que previamente se le había despojado
tras la disputa familiar. No busca la indefensión, no es su intención provocar la muerte a
su sobrina, sino amenazar a Eduardo.
Otro supuesto que se encuadra en la modalidad de alevosía sorpresiva es el ataque con
vehículos a motor. En la STS de 7 de noviembre de 2002, la parte recurrente en
casación alegó que en ningún caso podría apreciarse la alevosía cuando se emplean
estos vehículos, el Tribunal Supremo matizó esa tesis entendiendo que la alevosía no
cabe descartarse a priori, sino que se apreciará en función de que la utilización del
vehículo a motor se emplee con la intención de disminuir las posibilidades de defensa
de la víctima y que ésta quede efectivamente indefensa. Se trataba de un caso en el que
el agresor se subió a su vehículo y sin previo aviso lo lanzó contra un grupo de jóvenes
que se hallaban sentados en la acera. Teniendo en cuenta esto, al Alto Tribunal
determina que "el automóvil, objetivamente considerado, y utilizado en la forma en la
que el recurrente lo hizo, es un instrumento idóneo para asegurar la ejecución de la
acción, orientada al resultado buscado, suprimiendo el riesgo de una eventual reacción
defensiva de la víctima, todo lo cual es abarcado por el dolo del autor, que sin ningún
género de dudas conoce la potencialidad del instrumento utilizado, ha podido observar
la situación desprevenida de las víctimas y decidió emplearlo para el repentino ataque
contra ellas, acercándose cautelosamente y acelerando en el momento final de su
acción agresora" (FJ° 5°) y, por lo tanto, cabe apreciar la circunstancia de alevosía.
En este caso no hay aceleración ni elemento sorpresivo. Según los informes periciales el
vehículo iba a una ínfima velocidad, no aceleró en ningún momento y tampoco hay un
elemento sorpresivo ya que la pelea se había producido a escasos momentos del
atropello.
23
3.3.3. El error sobre la circunstancia de la alevosía
Pasando al error sobre la propia circunstancia, en el supuesto de que una persona dé
muerte a otra ignorando la situación de indefensión en que la víctima se encontraba, no
se apreciará la alevosía; contrario sensu, la circunstancia sí operará cuando el autor
haya actuado en la creencia errónea de que la víctima se encontraba indefensa, cuando
en realidad no lo estaba. Sin embargo, esta cuestión queda resuelta de manera distinta
por el artículo 14.2 CP, que establece que "el error sobre un hecho que cualifique la
infracción o sobre una circunstancia agravante, impedirá su apreciación". Esto es, por
mucho que el autor del delito crea que la víctima se encuentra en situación de
indefensión, si no lo está, y por tanto actúa erróneamente, por imperativo del precepto
mencionado, no cabrá la apreciación de la alevosía.
3.4. Posibilidad de arrebato u obcecación
Debemos tener en cuenta también que el procesado, después de la pelea, llevaba
consigo un estado mental completamente obcecado y arrebatador y sediento de
venganza por la discusión entre su cuñado y el propio imputado.
El artículo 21.3 CP recoge entre las circunstancias atenuantes “La de obrar por causas
o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato, obcecación u otro estado
pasional de entidad semejante”. Siguiendo la línea argumental y puesto que la alevosía
implica una mayor gravedad de lo injusto, mientras que esta atenuante supone una
menor culpabilidad, en principio no hay óbice a admitir la compatibilidad entre ambas.
En el mismo sentido, se entiende que “la situación de arrebato u obcecación, afecta a
lo que determina el sujeto a obrar, lo que no impide, que en la ejecución del hecho,
emplee los medios, modos o formas para asegurar la acción”.
También el Tribunal Supremo se ha mostrado partidario de dicha compatibilidad. En el
Fundamento Jurídico Cuarto de su Sentencia de 15 de abril de 1991, recoge la doctrina
según la cual, si bien es cierto que la alevosía exige un elemento subjetivo, "la
existencia de ese elemento subjetivo no es incompatible por principio con estados o
cursos de los sentimientos que alteren la normalidad psíquica del sujeto -cfr. Sentencias
de 5 de abril de 1988 y 6 de junio de 1988-". Por tanto, se podrán apreciar ambas
circunstancias conjuntamente, siempre y cuando la perturbación de la voluntad del
24
agente no sea tan intensa que excluya la posibilidad de configurar una actitud de
aprovechamiento de la indefensión de la víctima.
Cosa que se produce con tal intensidad que el imputado, sin premeditación previa y no
siendo consciente de sus actos, cogió el coche como único medio que tenía a mano para
producir el daño que esperaba a su cuñado contrario al resultado efectivamente
producido a su sobrina María.
4. CONCURSO DE DELITOS
Es la forma de aparición del delito opuesta a la unidad de éste; se trata, pues, de una
situación de pluralidad de delitos. Surge esta figura cuando el mismo agente realiza
varios hechos delictivos de la misma o diversa clase o una sola acción provocando
varios resultados.
4.1. El concurso real de delitos
Hay concurso real de delitos en aquellos casos en los que el autor realiza varias acciones
distintas que constituyen delitos independientes entre sí. Se encuentra regulado en el art.
73 CP, que establece, como regla general, que al responsable de dos o más delitos o
faltas se le impondrán todas las penas correspondientes a las diversas infracciones para
su cumplimiento simultáneo. Cuando todas o algunas de las penas no puedan ser
cumplidas simultáneamente se seguirá el orden de su respectiva gravedad para su
cumplimiento sucesivo (Art. 75CP).
Límites del art. 76 CP: o podrá exceder del triple del tiempo por el que se le imponga
la más grave de las penas en que haya incurrido (primera limitación), declarando
extinguidas las que procedan desde que las ya impuestas cubran dicho máximo, que no
podrá exceder de 20 años (segunda limitación). Excepcionalmente, este límite máximo
será: a) De 25 años, cuando el sujeto haya sido condenado por dos o más delitos y
alguno de ellos esté castigado por la ley con pena de prisión de hasta 20 años; b) De 30
años, cuando el sujeto haya sido condenado por dos o más delitos y alguno de ellos esté
castigado por la ley con pena de prisión superior a 20 años; c) De 40 años, cuando el
sujeto haya sido ' condenado por dos o más delitos y, al menos, dos de ellos estén
castigados por la ley con pena de prisión superior a 20 años; d) De 40 años, cuando el
25
sujeto haya sido condenado por dos o más delitos de terrorismo de la sección segunda
del capítulo V del título XXII del libro II de este Código y alguno de ellos esté
castigado por la ley con pena de prisión superior a 20 años.
4.2. El concurso medial
El art. 77 CP establece que cuando una infracción penal sea medio necesario para
cometer otra, se aplicará solamente una pena: la pena prevista para la infracción más
grave en su mitad superior. Sin embargo, la pena así determinada no podrá exceder de la
que represente la suma de las que correspondería aplicar si se penaran separadamente
las infracciones. Cuando la pena así computada exceda de este límite, se sancionarán las
infracciones por separado.
4.3. El concurso ideal de delitos
El concurso ideal de delitos se produce cuando una sola acción constituye dos o más
infracciones (art. 77. 1 CP). El concurso ideal de delitos puede ser homogéneo (la
acción es subsumible varias veces en el mismo tipo penal: una acción imprudente causa
varias muertes) y heterogéneo (la acción es subsumible en tipos penales diferentes:
atentado con lesiones). Esta modalidad de concurso se castiga también conforme a la
regla penológica de la exasperación, es decir, se aplicará la pena prevista para la
infracción más grave, en su mitad superior, sin que pueda exceder de la que represente
la suma de las que correspondería aplicar si se penaran separadamente las infracciones,
y teniendo en cuenta que cuando la pena así computada exceda de este límite, se
sancionarán las infracciones por separado.
Unidad de Acción: La unidad de acción es un presupuesto básico del concurso ideal.
Pues bien la unidad de acción no es problemática cuando el autor con una decisión de
acción realiza un único movimiento corporal que resulta típico. Sin embargo, la
determinación de si existe o no unidad de acción (y concurso ideal de delitos) exige de
otras precisiones en casos distintos al apuntado.
26
Se admite pacíficamente en la doctrina y la jurisprudencia que una pluralidad de actos
vinculados estrechamente en el espacio, en el tiempo y en la finalidad, constituyen
una única acción.14
Se discute, sin embargo, el tratamiento jurídico que debe darse a los casos en los que el
sujeto realiza un solo movimiento corporal con el que produce una pluralidad de
resultados.
La jurisprudencia del Tribunal Supremo considera que aunque “[…] es razonable partir
de un concepto natural de acción, en más de una ocasión sería preciso recurrir a
complementos normativos que delimiten la acción típicamente relevante. Y en este
sentido, el concepto normativo de acción atiende sustancialmente al precepto infringido
y al bien jurídico protegido, de modo que la acción se consuma cuando se produce el
resultado previsto por la norma, cualquiera sean los hechos naturales (únicos o
plurales) que requiera tal infracción para que se produzca en el mundo real”.15
Esta parte no comparte este punto de vista, la jurisprudencia del TS ha confundido la
cuestión de la unidad de acción con la unidad o pluralidad de resultados, olvidando que
las normas sólo pueden dirigirse a prohibir u ordenar acciones, no resultados: la norma
sólo puede ser vulnerada por la acción y, consecuentemente, no se justifica en modo
alguno que en los delitos dolosos se considere que la unidad o pluralidad de acciones
dependa del número de resultados producidos.16
Sin embargo, y de forma no del todo congruente, la jurisprudencia sí ha tenido en
cuenta el principio de unidad de acción en el delito imprudente en donde decide la
unidad de acción sin tomar en cuenta el número de resultados producidos por aquélla:
una sola acción imprudente que causa dos resultados de muerte integra dos delitos
de homicidio en concurso ideal.17
El concurso ideal resulta aplicable con independencia de cómo sean calificados los
hechos, es decir, tanto si se consideran cometidos por imprudencia como si se mantiene
la calificación del Ministerio Fiscal como dolosos.
14Sentencia del Tribunal Supremo de 17 de marzo de 1997 y 23 de mayo de 2005. 15Sentencia del Tribunal Supremo de 9 de mayo de 2006. 16Sentencia del Tribunal Supremo de 23 de abril de 1992. 17Sentencia del Tribunal Supremo de 16 de abril de 2001 y 10 de junio de 2008.
27
Como ha declarado reiterada jurisprudencia de este alto Tribunal, se trata de un tema no
fácil de resolver, pues siendo clara la diferencia teórica entre el concurso real y el ideal,
resulta controvertido en cambio determinar a qué modalidad pertenecen los supuestos
en que una sola conducta produce varios resultados lesivos.
Para dar solución a tan arduo tema, se ha elaborado el criterio de la unidad de acción,
que antes se menciona, basado en que “partiendo del carácter personal de lo ilícito
penal, es evidente que la pena se dirige contra la acción y no contra el resultado. La
norma sólo puede ser vulnerada por la acción y, consecuentemente, no se justifica en
modo alguno que en los delitos dolosos se considere que la unidad o pluralidad de
hechos depende de los resultados producidos. En los más antiguos precedentes de esta
Sala se consideró que para determinar la diferencia entre el concurso ideal y el real lo
decisivo es la unidad o la pluralidad de acciones, sin tomar en cuenta el número de
resultados".18
De acuerdo con el mencionado criterio, habrá que determinar en cada caso cuál es el
contenido del acto de voluntad del sujeto, pues si éste pretende alcanzar con su acción la
totalidad de los resultados producidos, es decir, si actúa con dolo directo, y dichos
resultados constituyen la lesión de otros tantos bienes jurídicos protegidos, habrá que
concluir que en tal supuesto, estaremos en presencia de varios hechos punibles en
concurso real. Así, tratándose de la causación de la muerte de varias personas,
directamente buscada por el homicida, su conducta deberá considerarse constitutiva de
otros tantos delitos de homicidio, con independencia de que para lograrlo haya optado
por efectuar varios disparos con un arma de fuego o haya hecho explotar una bomba.
Por el contrario, cuando la voluntad del sujeto afecte directa y fundamentalmente a la
acción, más no al resultado, previsto pero no directamente perseguido estaremos en
presencia de un verdadero concurso ideal. En tal caso, existirá unidad de acción y
diversidad de resultados penalmente típicos que deberán castigarse conforme a las
reglas de dicho concurso.19
Aplicando lo precedentemente expuesto al caso en examen, resulta evidente la
aplicabilidad de las reglas del concurso ideal. En efecto, si se acoge la calificación
principal pretendida por esta parte de que los resultados lesivos fueron cometidos por
18Sentencia del Tribunal Supremo de 23 de abril de 1992. 19Sentencias del Tribunal Supremo de 11 de febrero de 1998 y 4 de marzo de 2002.
28
imprudencia, ninguna duda cabe de que los mismos constituyen un concurso ideal, pues
en tal caso existiría una única acción imprudente que generó diversos resultados.
Pero también sería aplicable aún en el supuesto de que se estimara, como ha hecho la
sentencia recurrida, que los resultados se causaron intencionalmente, pues habiéndose
reconocido que el dolo concurrente lo habría sido en su modalidad de eventual, esto
implica que el acto de voluntad del acusado habría consistido fundamentalmente en
dirigir su vehículo contra las personas que se encontraban en la puerta de la vivienda,
sin buscar de forma expresa su muerte pero aceptando que la misma pudiera producirse.
Existiría, por tanto, un desvalor cualificado de acción que, conforme a la jurisprudencia
antes citada, debe determinar una única acción y varios resultados a resolver de acuerdo
con las reglas del concurso ideal de delitos del art. 77.1 del Código Penal.
5. CONCLUSIONES
PRIMERA.- Respecto de la muerte de la menor María, consideramos que no habiendo
sido percibida la presencia de la menor en el citado lugar, decae por completo la
posibilidad de apreciar dolo eventual en mi representado, ya que éste actuó
desconociendo que la menor finalmente fallecida se encontraba en el radio de acción de
su conducta y tras quedar perfectamente acreditado que las relaciones de mi mandante
con la menor eran excelentes, y que ésta permaneció por completo al margen de la
discusión familiar anterior. Consideramos es de aplicación el art. 142.1 CP, homicidio
imprudente.
SEGUNDA.- Respecto del delito imputado de asesinato en grado de tentativa de Lidia.
El atropello y lesiones sufridas por la misma no fueron intencionales, por más que si lo
pudiera ser la maniobra de invasión de mi mandante. Como decimos Lidia se
encontraba muy cerca de Eduardo que tras ser proyectado, impacta contra ella, que a su
vez es lanzada contra la pared, quedando finalmente en el suelo. Por lo que no puede
afirmarse que el acusado actuara con dolo eventual respecto de las lesiones de Lidia,
pues la probabilidad de atropellarla no era elevada y, por otra parte, no consta que
asumiera su producción puesto que se constatan las buenas relaciones existentes entre
ambos. Consideramos la aplicación del art. 152.1 CP, lesiones por imprudencia grave.
29
TERCERA.- En cuanto al delito de asesinato en grado de tentativa del señor Eduardo,
entendemos que al igual que Lidia, hay una falta de animus necandi o falta de
acreditación de la intencionalidad homicida, no se le puede imputar el atropello a título
de dolo. La conducta de mi mandante sería una imprudencia grave por haber puesto en
peligro la vida e integridad de Eduardo. Por tanto, consideramos de aplicación el art.
152.1 CP de lesiones imprudentes.
CUARTA.- Subsidiariamente al delito imputado por la menor María, y en caso de que
no se considere a título de homicidio imprudente por interpretar que sí hubo dolo,
estimamos conveniente destacar que en todo caso entraríamos en un delito de homicidio
y no de asesinato por falta de la agravante de alevosía al no cumplir los elementos
típicos de ésta. Consideramos es de aplicación el art. 138 CP del delito de homicidio.
QUINTA.- Subsidiariamente al delito imputado por las lesiones a Lidia como delito de
asesinato en grado de tentativa, consideramos que de no interpretarlo como un delito de
lesiones imprudentes del art. 152.1 CP interesamos se considere oportuno la aplicación
de un delito de lesiones del art. 147.1 CP en la modalidad agravada de utilización de
instrumento peligroso del art. 148.1 CP de considerar que no hubo tentativa y estimar de
intencionales las lesiones producidas a Lidia.
SEXTA.- Subsidiariamente también al delito que se le imputa de asesinato en grado de
tentativa y desestimando que sea de aplicación el art. 152.1 CP de lesiones imprudentes,
también interesamos que sea de aplicación el art. 147.1 y 148.1 del CP en los mismos
términos que Lidia si se considera que las lesiones fueron intencionadas contra Eduardo.
SEPTIMA.- Se acepta de esta parte un delito de amenazas graves tipificado en el
artículo 169.2 del Código Penal por las palabras, mal elegidas y fruto de la discusión
previa, realizadas por mi mandante al señor Eduardo.
OCTAVA.- Concurso de delitos. Consideramos preceptiva la aplicación del concurso
ideal por los motivos expuestos y compartidos por esta parte tanto por la jurisprudencia
como por la doctrina anteriormente mencionadas, al entender que hay unidad de acción
por parte de mi mandante, aplicándole en consecuencia la pena más grave en su mitad
superior conforme a las reglas generales del concurso ideal del art. 77.1 del CP.
30
NOVENA.- Determinación de la pena. La pena solicitada por el Ministerio Fiscal
consistente en un delito de asesinato consumado, dos delitos de asesinato en grado de
tentativa y un delito de amenazas del 169.2 CP, en concurso real, sumarían un total de
34 años de prisión. La pena que a esta parte interesa es la siguiente: un delito de
homicidio imprudente del art. 142.1 CP, dos delitos de lesiones imprudentes del art.
152.1 CP y un delito de amenazas del art. 169.2 CP, en concurso ideal, por un total de 2
años y 2 meses de prisión. Subsidiariamente, esta parte solicita un delito de homicidio
del tipo básico del art. 138 CP, dos delitos de lesiones con instrumento peligroso del art.
147.1 CP en relación con el art. 148.1 CP, en concurso ideal, con un total de 13 años y 9
meses de prisión.
BIBLIOGRAFIA
Doctrina
Asencio Mellado, J. M., (2015), “Derecho procesal penal”, Valencia, 7ª Edición, Tirant
lo Blanch.
Código penal, (2015), Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, España, Madrid,
Tecnos.
Luzón Cuesta, J. M., (2015), “Compendio de Derecho penal: parte general”, Madrid,
22ª Edición, Dykinson.
Mir Puig, S., (2015), “Derecho penal. Parte general”, Barcelona, 10ª Edición,
Reppertor.
Muñoz Conde, F., (2015), “Derecho penal”, Valencia, 20ª Edición, Tirant lo Blanch.
Polaino Navarrete, M., (2015), “Lecciones de derecho penal: Parte general”, Madrid, 2ª
Edición, Tecnos.
31
Serrano Gómez, A., (2015), “Curso de derecho penal. Parte especial”, Madrid, 2ª
Edición, Dikynson.
Zugaldía Espinar, J. M., (2015), “Fundamentos de derecho penal: Parte general”,
Valencia, 4ª Edición, Tirant lo Blanc.
Jurisprudencia
Sentencia del Tribunal Supremo de 25 de abril de 1985. (Sentencia de 25 abril 1985. RJ
1985\2139).
Sentencia del Tribunal Supremo de 5 de noviembre de 1984. (Sentencia de 5 noviembre
1984. RJ 1984\5432).
Sentencia del Tribunal Supremo de 23 de noviembre de 2006. (Sentencia núm.
1145/2006 de 23 noviembre. RJ 2007\583).
Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de diciembre de 2001. (Sentencia núm.
2408/2001 de 20 diciembre. RJ 2002\1996).
Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de marzo de 1997. (Sentencia núm. 377/1997 de
20 marzo. RJ 1997\2333).
Sentencia del Tribunal Supremo de 13 de abril de 1993. (Sentencia núm. 834/1993 de
13 abril. RJ 1993\3089).
Sentencia del Tribunal Supremo de 3 de junio de 2002. (Sentencia núm. 1010/2002 de 3
junio. RJ 2002\5677).
Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de enero de 2003. (Sentencia núm. 71/2003 de
20 enero. RJ 2003\891).
Sentencia del Tribunal Supremo de 25 de febrero de 2010. (Sentencia núm. 122/2010 de
25 febrero. RJ 2010\3292).
Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de diciembre de 2001. (Sentencia núm.
2523/2001 de 20 diciembre. RJ 2002\5661).
32
Sentencia del Tribunal Supremo de 17 de marzo de 1997. (Sentencia núm. 332/1997 de
17 marzo. RJ 1997\1692).
Sentencia del Tribunal Supremo de 23 de mayo de 2005. (Sentencia núm. 649/2005 de
23 mayo. RJ 2005\6023).
Sentencia del Tribunal Supremo de 9 de mayo de 2006. (Sentencia núm. 511/2006 de 9
mayo. RJ 2006\3111).
Sentencia del Tribunal Supremo de 23 de abril de 1992. (Sentencia de 23 abril 1992. RJ
1992\6783).
Sentencia del Tribunal Supremo de 16 de abril de 2001. (Sentencia núm. 632/2001 de
16 abril. RJ 2001\2981).
Sentencia del Tribunal Supremo de 10 de junio de 2008. (Sentencia núm. 401/2008 de
10 junio. RJ 2008\3645).
Sentencia del Tribunal Supremo de 11 de febrero de 1998. (Sentencia núm. 187/1998 de
11 febrero. RJ 1998\1980).
Sentencia del Tribunal Supremo de 4 de marzo de 2002. (Sentencia núm. 410/2002 de 4
marzo. RJ 2002\3920).