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PERUANOS EN EL BARRIO: ¡OH! Y AHORA, ¿QUIÉN PODRÁ DEFENDERNOS? NUEVOS ESCENARIOS Y DESAFÍOS PARA LA INTEGRACIÓN Rolando Poblete * Introducción Quienes necesitaban del auxilio del Chapulín Colorado, mi héroe favorito, lo invocaban a través de una llamada que muchos niños repetíamos, los de mi generación al menos, por allá por la década del ochenta. Hoy ya no son sólo los niños. Este artículo presenta en forma resumida los resultados de una investigación etnográfica (que incluyó realización de entrevistas, aplicación de encuestas y observación participante) realizada en uno de los barrios de la comuna de Santiago que alberga a un número significativo de ciudadanos peruanos: la conclusión, por eso cito al Chapulín, es que buena parte de los vecinos no dudarían en hacer la misma llamada desesperada. Y es que las evidencias recogidas señalan las dificultades que encuentran las relaciones cotidianas: discriminación, xenofobia y ante todo el temor al otro, al extranjero, a la diferencia que encarnan y que cuestiona los más arraigados discursos en torno a valores nacionales difusos y poco claros que funcionan como cimientos de una estructura identitaria que se piensa desde la uniformidad y homogeneidad. Etnocentrismo puro y duro que hoy se ejerce con mayor fuerza hacia los grupos inmigrantes, nuevos e insospechados visitantes que llegaron para quedarse, modificando el panorama urbano en aquellas comunas en que se han asentado. Y es que la inmigración peruana (los vecinos en casa), no ha dejado indiferente a nadie. Su presencia, más visible que la de cualquier otro grupo extranjero se hace patente en * Licenciado en Filosofía, Magíster en Políticas Sociales y Gestión Local, Doctor © en Antropología y docente Universidad ARCIS.

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PERUANOS EN EL BARRIO: ¡OH! Y AHORA, ¿QUIÉN PODRÁ DEFENDERNOS?

NUEVOS ESCENARIOS Y DESAFÍOS PARA LA INTEGRACIÓN

Rolando Poblete*

Introducción

Quienes necesitaban del auxilio del Chapulín Colorado, mi héroe favorito, lo invocaban a través de una llamada que muchos niños repetíamos, los de mi generación al menos, por allá por la década del ochenta. Hoy ya no son sólo los niños.

Este artículo presenta en forma resumida los resultados de una investigación etnográfica (que incluyó realización de entrevistas, aplicación de encuestas y observación participante) realizada en uno de los barrios de la comuna de Santiago que alberga a un número significativo de ciudadanos peruanos: la conclusión, por eso cito al Chapulín, es que buena parte de los vecinos no dudarían en hacer la misma llamada desesperada.

Y es que las evidencias recogidas señalan las dificultades que encuentran las relaciones cotidianas: discriminación, xenofobia y ante todo el temor al otro, al extranjero, a la diferencia que encarnan y que cuestiona los más arraigados discursos en torno a valores nacionales difusos y poco claros que funcionan como cimientos de una estructura identitaria que se piensa desde la uniformidad y homogeneidad.

Etnocentrismo puro y duro que hoy se ejerce con mayor fuerza hacia los grupos inmigrantes, nuevos e insospechados visitantes que llegaron para quedarse, modificando el panorama urbano en aquellas comunas en que se han asentado.

Y es que la inmigración peruana (los vecinos en casa), no ha dejado indiferente a nadie. Su presencia, más visible que la de cualquier otro grupo extranjero se hace patente en el centro cívico de la ciudad de Santiago, espacio simbólico reservado antaño a los chilenos.

Lo cierto es que la presencia de este colectivo se ha constituido en tema para un grupo significativo de personas e instituciones que buscan comprender los alcances de este proceso que desafía al conjunto de la sociedad, y obliga a la reflexión seria acerca de la idea que tenemos del otro, pero más importante aún, la capacidad de aceptar la diferencia y la diversidad que poseemos los chilenos.

Este ejercicio es todavía más importante en tanto buena parte de los discursos dominantes en el país, incluidos los que transmite la prensa, han logrado constituir una imagen estereotipada del peruano y del boliviano, que tiende a generalizaciones descalificadoras que no ayudan en la superación de las históricas trabas que encuentra la relación.

Tales discursos atraviesan en forma transversal nuestra realidad y se reproducen libremente en diversos niveles, por ejemplo, en lo que podríamos llamar sociedad, como contexto amplio e impersonal, pero también en espacios más concretos como el mundo

* Licenciado en Filosofía, Magíster en Políticas Sociales y Gestión Local, Doctor © en Antropología y docente Universidad ARCIS.

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laboral, los barrios y asentamientos humanos en que transcurre la cotidianidad: precisamente, es lo que se desea presentar a continuación.

1. Algunos datos generales

Uno de los colectivos que mayor impacto y visibilidad ha alcanzado en el último tiempo en Chile son los peruanos. El crecimiento de este grupo entre los períodos 1992-2002 ha sido cercano al 400%, lo que indica un claro incremento en su presencia, que según los datos aportados por el CENSO de población del año 2002 alcanzaría a cerca de 40.000 personas. Por otro lado, Stefoni (2002 y 2003), y López (2004) sostienen que el grupo de peruanos en Chile podría llegar a 60.000 y más, de los cuales el 63% corresponde a mujeres y el 47% a hombres. Sin embargo, en un artículo reciente publicado en el diario “El Comercio” de Lima, se afirma que el total de peruanos en Chile alcanzaría las 85.000 personas. Esto último dato deja en evidencia la dificultad de establecer con exactitud el número total de extranjeros en Chile y su desagregación por nacionalidad. En todos los casos, habría que sumar un número indeterminado de población en situación irregular.

Algunas de las características que definen a este colectivo son1:

Lugar de origen: la mayor fuente de emigración se ubica en las ciudades de Trujillo (30%) y Chimbote (20%) (Mujica, 2004) y quienes provienen de tales lugares no residieron previamente en Lima, es decir, vinieron directamente a Chile.

Formas de ingreso al país: en términos formales, las modalidades de entrada a Chile por parte de los migrantes peruanos se detallan como sigue: visa de turista (76%); visa sujeta a contrato (5%); refugiados políticos (4%).

Lugar de residencia: de acuerdo a diversos estudios (Mujica, 2004; Stefoni, 2003; Martínez, 2003), más del 78% de los inmigrantes peruanos se han radicado en la región metropolitana, especialmente, en la comuna de Santiago, Recoleta e Independencia. Comunas como Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura también concentran población peruana debido a que son demandantes de servicio doméstico.

Edad: la mayor parte de los ciudadanos asentados en Chile se encuentran en edad económicamente activa. El rango comprendido entre los 20 y 35 años concentran a más del 58% de los peruanos residentes.

Sexo: como se sostuviera, las mujeres representan poco más del 60% de los peruanos en Chile, el resto serían hombres.

Por otro lado, explicar la inmigración peruana en el país precisa hacer una referencia a los patrones migratorios que se originan en Perú a lo largo del siglo XX. Altamirano (1992) y (2003) vincula estos movimientos directamente a la situación política y económica vivida: por ejemplo, a partir de 1995 se produce un ligero incremento de la migración, el que se profundiza en los años siguientes debido a las acusaciones de corrupción y el inicio

1 Esta información ha sido obtenida a partir de datos fuentes primarias (que nacen de la aplicación de instrumentos propios para recolectar información) y datos secundarios.

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de una nueva crisis económica. De 17.886 personas que salían del Perú al iniciar este período, se llega a 70.009 en 1999, año de elecciones presidenciales.

En el 2000 con el fraude electoral se alcanza la mayor tasa de emigración de la historia hasta ese momento: de 70.009 en 1999 se llega a 183.811, es decir, la cifra total se duplica en un año. Entre 2000 y 2002, con la llegada de Valentín Paniagua se reduce el flujo migratorio, alcanzando a 121.183 personas las que salen del Perú. Sin embargo, de enero del 2002 a septiembre del mismo año, el saldo migratorio experimenta nuevamente un record histórico, implicando a 220.406 peruanos, con un promedio de 24.000 mensuales. Cálculos posteriores indican que al finalizar el año 2002 el saldo migratorio llegó a cerca de 300.000 personas.

Uno de los argumentos que más pesa al momento de tomar la decisión de emigrar es la necesidad económica y la posibilidad de encontrar mejores horizontes laborales. Al respecto, un dato interesante lo constituye las remesas que gran parte de los inmigrantes envían a sus países de origen. La magnitud económica de tales ingresos es cuantiosa y según López (2004), quien cita un estudio de la CEPAL, los recursos que los inmigrantes latinoamericanos envían a sus países de origen constituyen la segunda fuente de financiamiento externo, representando el 1,3% del producto geográfico bruto de la región y un tercio de los flujos de inversión extrajera. Por ejemplo, las remesas enviadas por los trabajadores mexicanos desde los Estados Unidos, alcanzaron casi US$ 10.000 millones durante 2002, pasando a ser el tercer rubro de ingresos en el país después de las industrias del petróleo y el turismo (Mujica, 2004).

Sobre los motivos que explican la elección de Chile como país de destino, la información obtenida a nivel del barrio indica que uno de los argumentos de mayor peso es la presencia de familiares o amigos que ya estaban acá. Este dato confirma la importancia que adquieren las “cadenas migratorias” y la forma en que operan (Stefoni, 2003). Estos lazos se corresponden con una forma activa de capital social el que se usa para acceder a empleos y la puesta en práctica de diversas estrategias de sobrevivencia una vez en el país de acogida.

En términos concretos, la posibilidad de encontrar un trabajo parece no ser tan determinante en la decisión si es que no está mediada por la presencia de conocidos. Es decir, si bien es un argumento central emigrar en busca de mejores condiciones económicas, la elección de un determinado país pasa por la presencia (o no) de familiares o amigos situados en el país de destino. En el caso que nos ocupa, un porcentaje importante de los encuestados en el barrio afirma tener familiares en Chile, lo cual es una clara evidencia al respecto. Por otro lado, esto podría explicar que los grandes volúmenes de población peruana en el país provienen de tres ciudades principalmente: Chimbote, Chiclayo y Trujillo.

2. Nosotros, los chilenos

Entrar en el buscador Google en internet y escribir palabras claves como “discriminación en Chile” o “racismo en Chile”, puede ser útil para determinar la presencia del tema en cuestión al menos en el ciberespacio. Por ejemplo, la primera de estas expresiones arroja más de 800 mil páginas relacionadas, mientras que la segunda aporta otras 481 mil y fracción. Evidentemente, no todas ellas se refieren a los aspectos centrales que el rigor de una investigación social precisa para intentar o elaborar un análisis sobre estas cuestiones.

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Sin embargo, es interesante que en ambos casos una de las ideas recurrentes sea la afirmación de la existencia de tales conductas en Chile. Esto es, muchas de las páginas visitadas o revisadas (evidentemente una porción ínfima del total posible), hacen constar que en nuestro país están presentes numerosos hechos que debieran preocuparnos como sociedad. Los “receptores” de la discriminación son grupos minoritarios que se distinguen del resto de la población ya sea por sus rasgos físicos, ejercicio activo de sus identidades, nivel socioeconómico, lugar de residencia o las construcciones y estereotipos que los demás elaboran (elaboramos) sobre ellos; es el caso de las mujeres, indígenas, homosexuales y recientemente extranjeros.

Y digo recientemente porque la historia patria está plagada de acciones de discriminación hacia los pueblos indígenas, las mujeres y también homosexuales. Pero de un tiempo a esta parte, debido a la presencia de colectivos inmigrantes, se han expresado con fuerza sentimientos nacionalistas (chovinistas) que ponen en el centro del debate la presencia “problemática” de los extranjeros.

Al respecto, diversos estudios realizados en Chile señalan el alto grado de discriminación y xenofobia que caracteriza a la población nacional y su relación con los grupos foráneos: sin embargo, no cualquiera de estos, sino aquellos que provienen de los países vecinos y más específicamente, de Perú y Bolivia.

Datos interesantes al respecto son aportados por la Fundación Ideas, institución sin fines de lucro dedicada al estudio de este y otros temas, que realiza una encuesta sobre intolerancia y discriminación a nivel nacional. El interés es conocer las situaciones que atentan contra la democracia cultural en el país, vale decir, la imposición de una lógica que reprime las libertades y niega los derechos de la igualdad entre los seres humanos (Fundación Ideas, 1997).

Más allá de los cuestionamientos que puedan existir en torno a la capacidad de un instrumento para medir las variables antes señaladas, su grado de representatividad, margen de error, construcción de la muestra, etc., su valor radica en el hecho de poner en evidencia ciertos patrones conductuales de parte de la población nacional en cuanto a la valoración que hacemos respecto de la diversidad y las formas en que nos enfrentamos a ella.

La encuesta del año 2003 incluyó afirmaciones específicas acerca de la migración peruana. Los resultados son llamativos si se toma en cuenta el alto nivel de acuerdo de los encuestados con afirmaciones abiertamente discriminadoras y los estereotipos presentes.

Por ejemplo, la primera afirmación, “es verdad que los peruanos necesitan empleo, pero los empresarios deben preferir siempre a los chilenos”, alcanza un 69% de acuerdo, contra un 21% de desacuerdo.

La segunda afirmación, “si se mezclan mucho los peruanos con los chilenos, la calidad de la gente de nuestro país se va a echar a perder”, obtiene un 34% de adhesión y un 66% de rechazo.

Por último, la tercera afirmación, “los inmigrantes peruanos son más propensos a cometer delitos”, es apoyada por el 45% de los encuestados y rechazada por el 55%.

Estos datos implican, como sostiene la Fundación Ideas (2004), que los migrantes representan uno de los grupos donde el rechazo y la discriminación es más extendida y reconocida. Resulta interesante señalar que la condición de mapuche o aymará, en tanto grupos indígenas nacionales, no representa motivos para la exclusión del mercado laboral (aunque si para su acceso a iguales condiciones laborales como indican numerosos estudios). Dos tercios de los encuestados consideran que deben tener el mismo acceso al

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trabajo que el resto de la población, situación que no se extrapola a los inmigrantes, donde hay que tomar precauciones para que estos no cubran espacios “reservados” a chilenos.

Algunas de las conclusiones generales de este y otros estudios, indican que los grados de intolerancia aumentan con la edad, es decir, las personas que más tiempo llevan “socializadas” en los discursos dominantes presentan mayores dificultades para desarrollar su capacidad de aceptación. Un factor que incide en estas consideraciones es la educación. En efecto, se sostiene que una persona más educada alcanza grados de aceptación importantes que facilitan su capacidad de convivencia con la diversidad.

También se afirma que los grupos socioeconómicos altos son más “tolerantes” debido a variables como los años de estudios y la condición de integrados que define su desempeño social. Ello plantea seguridades que no están presentes a nivel de los grupos medios o bajos, que ven en el otro una amenaza, en razón, justamente, de su vulnerabilidad frente a los mercados laborales y económicos.

Por eso, tiene sentido analizar qué ocurre a nivel de los barrios donde se han asentado lo peruanos, cómo se configuran las relaciones entre segmentos de la población que muchas veces compiten por los mismos nichos laborales; cómo se reproducen en los espacios cotidianos los discursos sociales en torno a la presencia de este colectivo, etc. Precisamente, esas fueron los interrogantes que organizaron el trabajo de campo de esta investigación.

3. ¡OH! ¿Por qué mi barrio?

Actualmente, producto de las renovaciones urbanas y los movimientos de población hacia otros sectores de la ciudad, los barrios tradicionales han comenzado a desaparecer con asombrosa rapidez y sus habitantes a disgregarse junto con sus vínculos, relaciones, amistades y enemistades que alimentaban la cotidianeidad.

Sin embargo, la comuna de Santiago podría en algún grado constituir una excepción. Aferrada a un pasado mejor, conviven hoy en su espacio construcciones modernas que intentan otorgar un nuevo rostro a la ciudad y, también, casas antiguas, cités, estructuras derruidas que hablan de abandono y pobreza, a sólo unas cuadras del centro cívico de Chile.

Esa dualidad entre modernidad y pasado se complementa y modifica con la llegada de nuevos habitantes: los peruanos. Y si bien el fenómeno de la inmigración probablemente era algo insospechado para una buena parte de los chilenos —que siempre gozamos de relativa homogeneidad (o eso creímos)— por estos días se ha transformado en una realidad para quienes viven en lo que queda de los barrios tradicionales.

Uno de esos espacios urbanos que ha llegado a constituirse en colonia de peruanos, es el conocido barrio Yungay que alberga hoy en día a un número significativo (aunque indeterminado) de ciudadanos de tal nación residentes en la comuna. Al pasearse por sus calles en cualquier momento del día, es posible apreciar a gente que por sus rasgos étnicos son identificados como extranjeros: mujeres, hombres y niños.

Ubicado en la parte poniente (una de las más pobres) de la comuna, dentro del barrio Yungay, de límites difusos y discutibles, todavía persiste una gran cantidad de cités y casas antiguas, las que poco a poco han sido ocupadas por familias peruanas que comparten esas habitaciones junto a otros compatriotas en un estado de alto hacinamiento.

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Esta condición es confirmada tanto por las familias chilenas como por quienes tienen algún grado de conocimiento de la forma de vida de los peruanos, incluidos ellos mismos, claro.

Los motivos por los cuales los inmigrantes han optado por este “estilo” son obvios: ahorrar la mayor cantidad de dinero posible para enviar a sus familias en el país de origen, asegurar la manutención del grupo familiar y compartir con familiares y amigos como una estrategia de sobrevivencia.

Esto tiene sentido a propósito de la importancia atribuida a las redes sociales por los inmigrantes, en la medida en que pueden recurrir a ellas para satisfacer parte de las necesidades que surgen en el país de acogida: cuidado de los niños; ayudas mutuas; celebración de fechas patrias; organización de eventos recreativos; etc.

Sin embargo, también hay un factor asociado a la discriminación y racismo que padece la población peruana de parte de los chilenos, lo que impulsa a estos grupos a radicarse en espacios reducidos y en las condiciones de hacinamiento que se han señalado. En el siguiente relato quedan de manifiesto tales conductas:

“Lo que un chileno paga por casa que cuesta sesenta mil, yo pago ciento cincuenta mil, o sea por el hecho de yo ser extranjero, y si quieres te la alquilo porque o si no, no alquilo a peruanos, o sea te encuentras con esa realidad gruesa y mucha gente a veces no vivimos en casa porque no nos la arriendan, empezando por ahí, porque que dicen: peruanos no…no se nos da tampoco la oportunidad, y si se nos da la oportunidad tiene que ser a beneficio tuyo, perfecto, ya yo te doy porque que me caíste bien, porque eres una persona sincera, estás llenándome todos los requisitos, pero sabes qué, te la voy a dar a este precio si quieres, entonces no te da opción y de repente tu amigo chileno te dice pero si mi tía pagaba ochenta y a ti cuanto te pidió, ciento cincuenta o de repente no ciento cincuenta sino doscientos, pero entonces te dicen no, pero sabes que es un abuso, cómo es posible, eso más de cien no vale, pero te obligan a eso.. entonces qué hace el peruano, se agrupa porque no puedes vivir decente porque no tienes la condición, no ganas mucha plata, entonces que pasa se empieza a juntar, se juntan unos, se juntan otros, ah no, mucha familia tampoco, entonces qué quieres, pues a dónde quieres que nosotros crezcamos o vivamos civilizadamente si tampoco nos dan la oportunidad, o sea tu ves acá que muchos peruanos viven en ratoneras, tu vas a un sitio y ves y parece como mentira.” (Señora peruana residente en el barrio Yungay).

De este texto se desprende un hecho preocupante porque denota grados profundos de discriminación y usura: los propietarios chilenos inflan los precios de los alquileres a las familias peruanas, motivo por el cual no pueden acceder a vivir en casas más amplias. Es decir, las viviendas tienen precios diferentes dependiendo de quien se interese en ellas: si son familias chilenas los valores son más bajos y ajustados a las características reales, mientras que si son peruanas existe un claro aprovechamiento.

Obviamente, esta situación se puede extrapolar al resto de comunas de la ciudad que cuentan con presencia de peruanos, tales como Estación Central, Independencia, Recoleta, etc. En tales zonas, cercanas a la comuna de Santiago, los patrones de asentamiento son similares, lo que está determinado por el tipo de vivienda existente y los valores de alquiler.

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Finalmente, podríamos mencionar un último factor que determina las posibilidades de acceso a la vivienda de las familias peruanas: el estigma en torno a su comportamiento. Y con el término comportamiento me refiero a la forma en que se desenvuelven en su casa-habitación, lo que alude en última instancia a aspectos como el cuidado del inmueble, las relaciones con los vecinos, las formas de vida, etc.

Cada una de estas variables está sujeta a la convicción que los peruanos son descuidados en su vivir y que no respetan a sus vecinos:

“Yo acepto que de repente nosotros, nuestra misma gente ha hecho que la gente tenga ese repudio por uno porque lo ha buscado, es desordenado, son muy bulleros, no respetamos, lo entiendo, pero no todos somos iguales a pesar de ser peruanos, no todos somos iguales”. (Señora peruana residente en el barrio Yungay).

Y es evidente que los discursos sociales que se construyen a nivel del barrio acerca de la presencia de los extranjeros, tienden a reproducirse fortaleciendo los prejuicios y la predisposición respecto de la valoración del comportamiento de los inmigrantes.

Lo claro, es que las mismas conductas que se achacan a los peruanos son posibles de encontrar en la población chilena, y tal vez con mayor frecuencia, aunque éstas, finalmente, para el caso de los nacionales tengan menores grados de sanción social.

Lo que subyace, en definitiva, en este aspecto, son las formas en que se configuran las relaciones humanas entre peruanos y chilenos en la cotidianeidad de los barrios.

4. Donde manda Capitán no manda marinero…

“Este es mi barrio, Esta es mi gente,

Somos amigos de vecindadEste es mi barrio, sí señor…”

El epígrafe corresponde a una pegajosa canción que se entonaba en una sección de un conocido programa sabatino que se transmitía en los ochenta por televisión en Chile. Durante el desarrollo de tal segmento, el animador, Don Francisco (¡que venga la modelo!), recorría distintos barrios o poblaciones de Santiago tratando de recoger las historias locales, los personajes más conocidos, los negocios donde la gente compraba, las actividades recreativas, etc.

En rigor, una suerte de etnografía urbana presentada en un formato correspondiente a un programa misceláneo de entretención familiar y donde se buscaba rescatar las identidades locales y la forma en que se relacionaban los vecinos, somos amigos, de vecindad.

Más allá de lograrlo o no, lo importante del programa es que presentaba el barrio como espacio de encuentro y convivencia, señalando solidaridades y preocupaciones en torno a sus vecinos y las problemáticas que ellos enfrentaban.

Pues bien, si el mismo programa se realizara hoy en día en aquellos lugares en que conviven chilenos y peruanos, como el caso del barrio Yungay, es posible que los resultados no guarden mayor relación con los que nuestro conocido animador se esforzaba

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en mostrar en los ochenta. Solidaridades difusas y segmentadas, conflictos, malos entendidos y dificultades en la convivencia y aceptación, aparecen como señales claras de que algo no anda bien en los barrios, de situaciones que definen un acuerdo frágil que requiere de una intervención social y cultural tendiente a la superación de los estigmas y discursos en torno a la diferencia que caracteriza a nuestra sociedad y que se reproducen con mayor fuerza en los barrios, allí, donde pasan las cosas.

Uno de los temas que fue objeto de indagación fue la percepción que los chilenos tienen acerca de la presencia de los peruanos. Los siguientes relatos obtenidos de un grupo focal son bastante gráficos al respecto:

“Estamos invadidos, estamos invadidos sabe de peruanos, aquí mismo en mi condominio, en el colegio, la escuela Alemania hay mas peruanos que chilenos.” (Señora chilena habitante del barrio).

“Oye tú sabes que históricamente las invasiones han sido pacíficas y no pacíficas, entonces por eso te digo yo, cuando despierte Santiago vamos a tener todas las banderas cambiadas…” (Señora chilena habitante del barrio).

“Aquí Santiago Centro está invadido de peruanos…” (Señora chilena habitante del barrio).

Aquí se indica claramente que existe conciencia acerca de la presencia de los peruanos en el sector, es decir, no son un grupo que pase desapercibido. Al contrario, algunas incluso hablan de invasión y que si nos descuidamos vamos a tener todas las banderas cambiadas. Sea de ello lo que fuere, importa destacar que la preocupación de estas señoras (más allá de sus visiones fatalistas y apocalípticas) radica en la masiva presencia de este grupo (más bien su mayor visibilidad) y en los costos que ello supone tanto para la comunidad (pérdida de nuestra soberanía e identidad), como para el municipio en tanto ente encargado de asegurar el acceso a las redes de protección social:

“Qué pasa, se le está dando los recursos de salud, los recursos de educación, todos los recursos… tú sabes que desarrollo social es un departamento municipal que tiene que ver con toda la parte social de las personas que viven aquí en Santiago, se supone que todo el que vive aquí en Santiago tiene una ficha CAS donde dice cuánto ganas, cuánto…entonces esa es otra cosa, que lleguen peruanos tienen la salud gratis, tienen la educación gratis, los mismos derechos de los chilenos, pero además en la ficha CAS sale mejor que el chileno porque ningún chileno va a vivir 10 personas en una pieza, entonces se lleva todos los beneficios sociales y en ese sentido la Municipalidad está quebrando, más quebrada de lo que está.” (Señora chilena residente en el barrio).

Consultados los chilenos por la acogida que han brindado a los peruanos, el 77% sostiene que es regular y sólo un 18% la califica de buena. Por otro lado, se preguntaba si a partir de la llegada de los peruanos el barrio había cambiado, el 68% responde afirmativamente y un 32% dice que no. Este porcentaje es significativo porque se tiene la percepción que la instalación de las familias peruanas ha generado modificaciones en la

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forma en que el barrio se desenvuelve tradicionalmente, cambios que en todos los casos aluden a las “relaciones humanas” y a la modificación del entorno.

Respecto de la valoración de esos cambios, se presentaron los siguientes tipos de respuestas: los cambios han sido para mejor: 7%; los cambios han sido para peor: 25%; le da igual: 68%

El porcentaje de personas que afirma que los cambios “han sido para mejor”, no tiene ninguna significación dentro del total posible. Por su parte, quienes sostienen que “han sido para peor”, alcanzan la cuarta parte de los encuestados, un valor bajo pero que no deja de tener sentido. Sin embargo, el grupo mayoritario se inscribe dentro de la opción “le da igual”, lo que indica que existe una mirada aparentemente neutra hacia los cambios que pudiese haber generado este grupo en el entorno inmediato, aunque no hacia su presencia. Es decir, lo que genera indiferencia son las transformaciones que ha vivido el barrio, pero no la existencia de grupos inmigrante en él. Esto queda más claro si se analizan otros datos más específicos al respecto y las descripciones y relatos que se construyen en torno a la manera en que se dan las relaciones entre chilenos y peruanos.

De hecho, una de las formas que define el devenir de las relaciones sociales es la presencia de conductas que “molesten” u ofendan a uno de los grupos en cuestión. Por eso, se preguntó si hay aspectos del estilo de vida de las familias peruanas que dificulten la convivencia. Un 55% señaló que en efecto los hay, mientras que un 45% dijo que no.

Al primer grupo se le pidió señalar cuáles eran esos aspectos. En orden decreciente, estos indican que las actitudes de los peruanos que más les molestan son: son borrachos; son peleadores; son sucios; mal educados; viven hacinados; son buenos para las fiestas

Los siguientes relatos confirman estas ideas: “Yo estuve sábado y domingo en cama, el sábado los angelitos se amanecieron, sabe que a mí me daba pena ayer y eran las 8 de la mañana, poco menos que desnudos, drogados total.” (Señora chilena residente en el barrio).

“Arriendan entre todos una casa grande y dicen que son súper jaraneros, son de mal vivir, dicen que buenos pa las fiestas...” (Señora chilena residente en el barrio).

“Claro y hasta cuando vamos a soportar aquí. Por ejemplo el pasaje de la Flor, las señoras esas que están con asma y todo, y ellos que están con asados, el humo, ponen las parrillas en el pasillo y para eso pagamos...” (Señora chilena residente en el barrio).

Nuestras ya conocidas señoras chilenas del barrio, las mismas que hablaban de la invasión y el futuro cambio de bandera, ahora vuelven a la carga aportando su descripción en torno a la forma en que viven los peruanos y reforzando las ideas señaladas en la encuesta. Si bien no se trata de poner en duda la existencia de tales conductas, lo importante es matizar la valoración que se hace de ellas.

Esto, porque los estilos de vida que se atribuyen a los peruanos, muestran consideraciones que tienden a la generalización y se apoyan fuertemente en los estigmas que se han construido en torno a su presencia, los cuales, de hecho, se trasmiten de padres a hijos, de manera que los chicos también reproducen tales discursos.

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Fácilmente, muchas de estas señales podrían ser reconocidas en las familias chilenas que hay en el barrio, sin embargo, adquieren relevancia porque son los peruanos quienes, bajo los criterios de los nacionales, encarnan tales conductas.

“Hay unas señoras de acá, a dos casas más allá, que pasan odiando a los peruanos porque tienen los peruanos atrás y los peruanos hacen fiestas, nosotros también hacemos fiestas pero a nosotros no nos odian tanto porque somos chilenos y en cambio los peruanos los odian, no los soportan, porque hacen fiestas todos los sábados hasta las 6 de la mañana, incluso todo el domingo.” (Grupo de jóvenes chilenos habitantes del barrio).

En la encuesta también se preguntó cómo se definía el estilo de vida de los peruanos, las opciones y sus porcentajes fueron como sigue: normal y parecido al de las familias chilenas: 9%; normal pero diferente al de las familias chilenas: 77%; extraño: 9%; desagradable: 5%

El 77% califica este “estilo de vida” como diferente al de las familias chilenas, pero en todos los casos normal. Esto refuerza la idea acerca que las conductas que desarrollan los peruanos en el barrio son habituales y no extrañan a nadie porque también son factibles de encontrar en los chilenos. Con esto quiero decir que el consumo de alcohol y las fiestas, por ejemplo, son conductas posibles en la población nacional y que no son asumidas como raras, extrañas o ajenas. Sin embargo, las sanciones posibles en torno a ellas varían.

O sea, las recriminaciones frente a los ruidos molestos son mucho más fuertes cuando son los peruanos quienes incurren en ellos. Se trata de una actitud poco justa que no sanciona del mismo modo, o con la misma vara, los hechos del barrio: es decir, el criterio para elaborar la significación en torno a los problemas de convivencia está determinado en función de quien ejerce las acciones. Esto abre un espacio interesante a la discusión sobre las reglas que, se entiende, rigen para la buena convivencia y las sanciones posibles frente a su ruptura; esas reglas siempre serán aquellas que establecen los chilenos como dueños de casa:

“Si yo me voy a la casa de la señora (señalando a alguien que estaba a su lado), yo tengo que aceptar las costumbres de la casa de la señora, no puedo yo llegar con mis costumbres y ponerme a hacer asados y cuestiones, no poh, porque por ejemplo estas gentes dicen: yo pago arriendo… claro, está bien que ellos paguen arriendo, dentro de la puerta pa´ adentro está bien, pero en el espacio común no, entonces me parece a mi que en el país los espacios comunes da para todos entonces.” (Vecina barrio Yungay).

En este relato se señala la prerrogativa de los nacionales de imponer las normas de convivencia, precisamente, por ser dueños de casa. Sin embargo, como se expresara anteriormente, las sanciones en torno a la ruptura de estas reglas por parte de los peruanos, tienen una fuerte connotación que refuerza los estigmas en torno a su presencia.

Y esta construcción en algún grado arbitraria y etnocéntrica acerca de lo que hacen los extranjeros, tiene una fuerte injerencia en la forma en que se configuran las relaciones sociales en los barrios, porque en todos los casos prima el prejuicio y el estigma como factores que dificultan una aproximación capaz de elaborar entendimiento en torno a estas situaciones.

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No es posible desconocer que la cotidianeidad en los espacios compartidos con los extranjeros, al menos desde el punto de vista de los chilenos, está marcada por numerosas dificultades que señalan la convivencia como un nudo crítico que pone en el centro del debate las formas de ser y la capacidad de aceptar.

“El año pasado era intratable las relaciones en el sentido de que no había tolerancia. Igual yo creo que todavía no hay mucha, y un cuento como cultural de este odio a los peruanos de porque sí, en el colegio, con la sociedad general, más la gente de clase media, clase baja que se ve más fuerte. Aquí igual ha habido últimamente hartos incidentes de peleas, aquí hay un grupo el Cautín que son chilenos y se pelean con los de acá y con los de allá, pero se pelean, pelean o sea a puñaladas, con palos y todo y ha habido como dos o tres peleas en los últimos tiempos.” (Joven chileno habitante del barrio).

Por último, no se puede dejar de mencionar uno de los prejuicios que mayor arraigo tiene en los sectores populares, me refiero a la amenaza que constituye la inmigración para las fuentes laborales de los nacionales.

De los encuestados, el 62% afirma que, en efecto, los peruanos están quitando las oportunidades de trabajo a los chilenos, mientras que el 32% sostiene lo contrario.2 Las razones son claras, la mayor desprotección que viven los grupos populares frente a las veleidades de la economía, su incapacidad de insertarse adecuadamente en los mercados laborales y responder a sus nuevas demandas.

“Mira se ve en lo más básico como te decía en el principio en el trabajo, por ejemplo los vendedores ambulantes que están prohibidos, pero peruanos hay cualquier cantidad, esa es una y principalmente lo que te decía de que le están quitando el trabajo, como que le quitan la fuente de trabajo, porque el peruano igual trabaja por la plata que paguen, en cambio el chileno no.” (Señora chilena residente en el barrio).

5. ¿Y qué dijo el otro?

De la vereda del frente, es decir, de parte de las familias peruanas que participaron de la encuesta, las valoraciones construidas acerca de las relaciones con los chilenos a nivel de la sociedad y el barrio no varían sustancialmente respecto de aquellas que para el mismo caso elaboran los nacionales.

En tal sentido, los relatos acerca de esas relaciones confirman un hecho que a todas luces parece obvio: a nivel de los barrios los vínculos entre diversos (chilenos e inmigrantes) están en permanente conflicto y tienen un carácter precario sujeto a las vicisitudes propias de una cotidianeidad en permanente tensión.

Consultados los peruanos acerca de si sus expectativas en Chile se han cumplido, las respuestas son las siguientes: totalmente cumplidas: 5%; medianamente cumplidas: 47%; muy poco cumplidas: 42%; en nada cumplidas: 5%.

2 Algunos estudios indican que algunos de los nichos laborales que actualmente ocupan los peruanos han dejado de ser de interés para los chilenos.

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La primera opción sin duda indica que son muy pocas las personas que han visto realizados los sueños que construyeron al momento de emigrar. Se trata de un porcentaje que no tiene relevancia en el total posible, porque la mayor parte de los encuestados ubica su situación en las dos respuestas restantes: medianamente cumplidas y muy poco cumplidas. Dificultades de inserción a nivel de los barrios y la sociedad; empleos precarios que no guardan proporción entre el esfuerzo invertido y las remuneraciones alcanzadas; discriminación, etc., aparecen como factores explicativos de ese desencanto.

De ahí que al pedirles que califiquen su experiencia de vida en Chile, es decir, que puedan formular categorías que agrupen o definan el conjunto de lo vivido en el país, las respuestas sean las siguientes: excelente: 5%; buena: 38%; regular: 52%; mala: 5%.

Aquí el pronunciamiento es más claro: el 38% de las familias indica que su experiencia de vida en nuestro país es buena, porcentaje bajo si se compara con el 52% que afirma que ésta ha sido regular. Este dato, sin duda, se hace parte de un grado creciente de frustración que afecta a un número significativo de inmigrantes.

Y lo cierto es que las familias peruanas manifiestan su “descontento”: concepto amplio que refiere parte de los factores comentados y probablemente otros que aluden a cuestiones subjetivas y que tienen mayor alcance.

“A veces tu escuchas a compatriotas que de repente te dicen, si, que los chilenos son así o que acá, este país de mierda, entonces o sea cosas como esas, que tú escuchas.” (Señora peruana residente en el barrio).

En cuanto a las relaciones en sí, la acogida entregada por la sociedad chilena, nuevamente como ente amplio e impersonal, es catalogada como buena por el 42% de los encuestados, mientras que un 38% señala que es regular. Sólo un 9,5% afirma que es excelente, mismo número que la define como mala.

Respecto de lo que ocurre a nivel de barrio, lo que refiere a la experiencia cotidiana, al hecho de compartir un mismo espacio y donde finalmente se juega en gran parte la vivencia de integración, el 38% la califica de regular, el 42% de mala, mientras que sólo el 20% indica que es buena.

“Yo siempre he visto que no es buena (la relación) o sea, será porque lo primero siempre vienen a la defensiva, a la expectativa de qué me dices tú o qué te digo, qué te respondo, entonces, y es feo sabes porque uno no conversa con alguien para discutir o para pelear o para de repente ser mejor que el otro o qué te digo, entonces uno conversa por amistad, por aceptación, porque de repente por conocerse, por entablar una amistad, nadie conversa con alguien para saber por dónde te ataco, entonces yo creo que lamentablemente las relaciones son así porque cuál es el defecto, que nunca se entabla la amistad…entonces los problemas crecen, entonces ahí es donde hay malas relaciones y las relaciones son pésimas.” (Señora peruana residente en el barrio).

La señora que construye este relato indica que desde su visión existe una actitud defensiva por parte de los chilenos, algo así como un reflejo a priori que surge al momento de entablar alguna relación o diálogo con los peruanos.

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“Yo he visto anti peruanos, totalmente anti peruanos o sea que inclusive si tienen niños no quieren que sus niños jueguen con los niños nuestros o los castigaban a sus hijos porque jugaban con los míos o sencillamente escuchas que les llaman la atención, que no estén jugando con los peruanos, cosas como esas, que las criaturas a veces no le interesa de que nacionalidad sea, porque está jugando, porque es niño…entonces su relación es como esa, tú evitas que tus niños jueguen con ellos no porque tengas algo contra los niños, sino porque no quieres tener problemas con los padres, entonces los evitas: no, sabes qué no juegues, pero mamá, no quiero que juegues, no por el niño sino yo lo hago por el padre o por la madre porque no quiero de repente agredirla o ofenderla o terminar mal las relaciones, también hemos visto eso o sea no solamente porque parte peruana, sino por parte chilenos.” (Señora peruana residente en el barrio).

Posiblemente, uno de los elementos más perjudiciales y difíciles de erradicar sea el hecho que los padres transmiten a sus hijos los prejuicios e imaginarios que construyen sobre los peruanos, impidiéndoles incluso que jueguen con ellos. Esto sienta un precedente en la medida en que se transmite de generación en generación el temor a la diferencia y las actitudes de rechazo, agudizando muchos de los conflictos.

Todo esto confabula para que las relaciones en los barrios y la utilización de los espacios disponibles avancen hacia una “guetificación”, es decir, la constitución de guetos al interior de ciertos pasajes o calles, en los cuales únicamente viven o peruanos o chilenos:

“Hay muchos peruanos que dicen donde viven chilenos yo no vivo, porque joden, o

chilenos que dicen, donde viven peruanos yo no vivo porque son... que te digo, no respetan, son así, hacen lo que les da la gana, peleadores, entonces también siempre he visto que es mala convivencia, es mala la convivencia en su mayoría, entre chilenos y peruanos, para vivir bajo el mismo techo tú no hallas, es muy poco, y si ves a alguien viviendo junto uno de los dos arranca porque no aprenden a convivir juntos, es la cuestión de entendimiento que no hay y a veces es por la falta de información no más, por la comunicación, porque yo creo que si tu le hablas a una persona coherentemente la persona te entiende.” (Señora peruana residente en el barrio).

Esto hace patente, en parte de los inmigrantes, una actitud cerrada que fortalece su tendencia a agruparse colectivamente y no relacionarse, al menos en el espacio inmediato, con los chilenos. Por otro lado, parece evidente que el hecho de compartir reglas les permite vivir mejor, porque las normas que imponen los chilenos, y la forma en que esas normas son comunicadas, dificultan todavía más la relación.

Al menos, buena parte de las expresiones de ese “estar juntos”, de compartir y aceptar reglas comunes que rigen la convivencia entre peruanos, son, precisamente, las que provocan los conflictos con los chilenos:

Lo que importa es hacer patente que es el barrio, como lugar de encuentro entre diversos, el espacio que mayores niveles de conflicto presenta, porque es ahí donde se juega la cotidianeidad de las personas.

6. Un comentario final

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La cultura de un grupo es algo que se recrea cotidianamente, lo mismo que la identidad: evolución, modificación y comunicación parecen ser aspectos distintivos de la interacción humana que produce nuevas formas de enfrentar el acontecer. Sin embargo, la convicción acerca de la inmutabilidad de las identidades y el fortalecimiento de ésta a través de convicciones políticas y nacionales, parecen atentar contra un mejor entendimiento.

El caso que he tratado de presentar parece confirmar tales ideas. La construcción histórica de las relaciones entre chilenos y peruanos no ha logrado dejar atrás un pasado plagado de conflictos que nacen de un hecho lejano, difuso y poco cierto, pero que aún en esas condiciones continúa pesando como imperativo en la forma en que concebimos al otro, al extranjero, al vecino. La ilusión de ser una sociedad homogénea también confabula en la imagen que construimos de nosotros mismos y de aquellos otros, que situándose más allá del discurso aceptado, cuestionan nuestra frágil identidad nacional.

Por esto días, en que termino de escribir este texto, aparecen en la prensa declaraciones de allá y acá acerca de la forma en que se configurarán las relaciones ahora que Humala ha pasado a la segunda vuelta en Perú, con posibilidades ciertas de ganar la presidencia. Unos hablan del candidato nacionalista que revisará los tratados limítrofes y comerciales, otros lo señalan abiertamente como antichileno.

Y es que todavía se esgrimen argumentos que remiten a los conflictos fundacionales al momento de enfrentar situaciones como las descritas. Parece que el peso de una historia compartida y sufriente (aunque contada según conveniencias propias) no hace más que señalar la dificultad de avanzar juntos, de cerrar en parte las heridas abiertas y mutuas que desde el discurso político, siempre interesado e intencionado (acaso mal intencionado), descienden sin un contrapeso racional al conjunto de la sociedad, porque ahí no hay matices, por el contrario, en los barrios en que los peruanos se han asentado se vive un permanente conflicto que a veces, las menos, se alimenta de consideraciones históricas, y otras, las más, simplemente se remite a la aceptación de una presencia que no calza, que no corresponde a lo que hemos imaginado para nuestros barrios.

Frente a ello adquiere especial importancia el análisis y abordaje de la forma en que los chilenos nos enfrentamos a la diversidad, pero por sobre todo la puesta en práctica de estrategias tendientes a la mitigación (ojalá abolición) de las conductas que se han señalado.

Políticas públicas, normativas y leyes, intervenciones en espacios sociales delimitados aparecen como alternativas para avanzar en tal sentido. Sin embargo, quienes otorgamos algún grado de importancia a la acción educativa, sabemos que ésta es una de las herramientas más poderosas debido a su capacidad transformadora. Si nos animamos, ya no será necesario molestar con estos conflictos al Chapulín Colorado, que ya debe tener de sobra con la realidad mexicana.

BIBIOGRAFÍA

1. Altamirano, T. (1992) Éxodo. Lima, Pontificia Universidad Católica. (2003) Análisis sobre globalización, migración y derechos humanos: el Perú y el Ecuador: nuevos países de emigración. [En línea] Página Web

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http://www.uasb.edu.ec/padh/revista7/articulos/teofilo%20altamirano.htm, [Consulta 2 de Julio de 2005].

2. Fundación Ideas (1997) Primera Encuesta Intolerancia y Discriminación: informe y análisis. Santiago, Fundación Ideas.(2004) Tercera Encuesta Intolerancia y Discriminación: informe y análisis. Santiago, Fundación Ideas.

3. López, M. (2004) Aceptación, integración y democracia. Desafíos éticos de la inmigración peruana en Chile. Perspectivas Éticas, 9.

4. Martínez, J. (2000) La migración internacional y el desarrollo en la era de la globalización e integración: temas para una agenda regional. Santiago, CEPAL. (2003) El encanto de los datos. Sociodemografía de la inmigración en Chile según el Censo de 2002. Santiago, CEPAL.

5. Mujica, J. (2004) El desafío de la solidaridad: condiciones de vida y trabajo de los migrantes peruanos en Chile. Lima, OIT.

6. Stefoni, C. (2003) Inmigración peruana en Chile: una oportunidad a la integración. Santiago, Universitaria.

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