ULTIMA ESPERANZA

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Relato "ÚLTIMA ESPERANZA", (c) Luis Tamargo.

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ÚLTIMAESPERANZA

Luis Tamargo.

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La guardia había transcurrido como otra noche de tantas; las típicas borracheras de fin de semana y los efectos de alguna pelea callejera, nada de especial relevancia que no pudiese solventar un servicio de urgencias como el de aquel hospital comarcal. Pero Ferdinand se sentía cansado. La llegada de sus compañeros que entraban para el cambio de turno le animó de repente; los saludos y las bromas se sucedían entre cafés y pastas, casi lograban ahogar el sonido de fondo de las noticias televisivas. Clarice había traído unos bollos rellenos de crema para comenzar la jornada e insitía para que todos los miembros del equipo los probasen.

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Luego llegó Josh con su maniática costumbre de aumentar el volumen del televisor. Siguieron conversando e intercambiando impresiones, pero las noticias de los informativos apagaron el cálido sabor de uno de los momentos preferidos de Ferdinand. La locutora anunciaba la gravedad de la situación internacional con la suma de otro país más a la alianza de naciones que ya disponían de armas nucleares y que amenazaban el equilibrio del bando de las superpotencias. No había día ni noticiero que no insistiese sobre la actualidad del conflicto, pero de alguna manera el ciudadano de a pie parecía inmunizado. El entusiasmo inicial dio paso a un murmullo callado, mientras la mayoría atendía a la noticia. Ferdinand no se pudo contener…-Siempre lo mismo. Mejor que apagaras el aparato ese, Josh…

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Josh, sentado a su lado, manipulaba la mantequilla en una tostada, mientras pedía otro café que Clarice sirvió rápida; también aceptó uno de los bollos que ella había preparado.-Sí, están buenos, Clarice. Gracias –respondió al tiempo que se volvía para contestar a su compañero médico-. Esto va a estallar un día, Ferdi, no pases mal rato…-Pues por eso, ¿qué más te da? ¿acaso no tratas demasiados dramas a lo largo del día como para encima aguantar más de lo que nos echan? –a Ferdinand no le preocupaba disimular su enfado.-Chico, no te lo creas todo. Me da la impresión que has tenido mala guardia, ¿eh?... -Josh rompió a reír.

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El revuelo del pasillo les hizo desviar la atención hacia los compañeros que empujaban las camillas con más trabajo para otra jornada que ya había comenzado.-Te dejo, Ferdi, a ti te toca salir y yo empiezo. Vamos a hacer algo por la vida… -Josh se incorporó de inmediato con la bata aún colgada del brazo.-Sí, disculpa, Josh, estoy cansado. Suerte. –contestó Ferdinand, aunque su colega ya iba en pos de los accidentados que acababan de entrar.

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Se trataba de un choque de vehículos con dos implicados, ambos heridos; uno de gravedad, habría que intervenir antes de quedar ingresado; el otro precisaría varios puntos de sutura. Una tercera camilla llegó tras ellos, aunque hubo de quedarse a esperar a un lado del pasillo, justo enfrente de la puerta abierta de la sala de reuniones.-Ahí te dejo esto, Ferdi, hemos de marchar otra vez, la mañana empieza fuerte… A Ferdinand no le dio tiempo a explicar que estaba saliente de guardia, pero aceptó el encargo. Se postró frente al enfermo, un viejo con trazas de vagabundo que, al parecer, se vio implicado en medio de la colisión de los conductores que entraron a urgencias antes que él.

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Ferdinand volvió a entrar a la sala en busca del fonendo y aprovechó para realizarle un rápido reconocimiento y, así, adelantar la tarea para cuando sus compañeros vinieran a buscarle. El anciano respiraba con dificultad.-¿Qué le duele? El vagabundo no respondió. Del televisor aún salían los ecos de las noticias mil veces repetidas, con excesivo volumen para su gusto; y un pegajoso olor a crema, proveniente de los bollos rellenos de Clarice, impregnaba el pasillo. Ferdinand comprobó que, aparte de un hematoma en el hombro, no había lesiones serias, tan sólo un debilitamiento general más propio de un modo de vida poco saludable…-¿Le apetece comer algo…? –se acordó de los bollos que nadie acabaría.-No importa, amigo, da igual. ¿No lo oye?... –la voz trémula, pero serena, del viejo le sorprendió.

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-¿Cómo dice?-¿No oye las noticias? Nada quedará, amigo. El mundo ha llegado a unos límites extremos. La superpoblación es un peligro, el verdadero problema de este camino que no conduce a ninguna parte. Unos hombres por otros, ese es el precio del sacrificio –el médico le dejó hablar mientras auscultaba-. Es el único modo, amigo: unos primero, otros después; irán exterminando pueblos, aldeas, ciudades, gentes. No importa que sean tan inocentes como usted o yo, son números excesivos, cantidad de necesidades para un mundo que apostó por prescindir y destruir en vez de resolver. No importa, amigo, el hombre no existe, volaremos todos por los aires…

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Ferdinad se disponía a replicarle cuando los médicos salieron a por su camilla; les avanzó su diagnóstico particular:-No estaría de más radiografiar ese hombro; también le haría falta un buen baño. ¡Hasta luego, chicos!… De nuevo en la sala de reuniones intentó acometer otro de los bollos rellenos de la bandeja, pero el intenso olor le hizo desistir; se recostó en el sofá mientras se dejaba adormecer por el tono monótono y alarmista del informador televisivo que daba vueltas sobre la misma crítica situación. Pensó en las palabras del viejo vagabundo, en la seguridad con que las pronunciaba, en el modo de encajar el mismo problema por personas o mentes diferentes. ¿Acaso no se trataba del eterno dilema? Vivir o dejar vivir…

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Con un poco de buena fe por cada parte el mundo dejaría de molestar como problema; claro que tratándose del mundo entero, de tantos intereses, oscuros, incluso, era más complicado; un rompecabezas, sin duda, que ni él lograría componer. Un ruido sordo, de repente, le hizo poner fin a su reflexión. Se incorporó en un intento de prestar mejor atención y, apoyado en la cristalera, frente al ventanal, contempló el anillo de humo de aquel hongo gigantesco que se cernía allí afuera, sobre la ciudad; y la onda expansiva que avanzaba…

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Si avanzaba rápido o despacio no importaba; tampoco era importante la verdad. Los edificios se doblaban a su paso antes de desaparecer dentro de la gran nube de polvo y, cegado por el resplandor, se llevó las manos a la garganta para mitigar el ardor; sólo urgía inspirar el próximo soplo de aire, el siguiente instante de vida, la última bocanada de esperanza antes de que la oscuridad lo envolviese todo…

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* Es Una Colección “Son Relatos”, © Luis Tamargo.

El autor :http://leetamargo.blogspot.com