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Un estudio en marcha: sobre los cuentos de A sangre y fuego (1937), de Manuel Chaves Nogales Fernando VALLS Universidad Autónoma de Barcelona Resumen Estos cuentos tempranos sobre diversos episodios y personajes de la guerra civil son un modelo de cómo abordar el presente en la ficción, pues frente a lo que suele afirmarse y el mismo Chaves Nogales declaró, se trata de narraciones en las que el autor parte de la realidad para componer unos textos que presentan significativas variantes con lo que sabemos que fue la Historia. Y a pesar de ello, lo significativo, aquello que ha hecho que el libro siga fresco tantos años después, es su ambición literaria y su independencia de juicio aún hoy. Palabras clave: cuento, Guerra Civil Española, Chaves Nogales, Historia, ficción. Abstract These early stories about various episodes and characters of the civil war are a model of how to deal with the present in fiction, because compared to what is usually stated, and Chaves Nogales himself stated, these are stories in which the author starts from reality to compose texts that feature significant variations with what took place historically. And despite this, what is significant, what has made the book so fresh so many years after, is its literary ambition and its independence of judgment even today. Keywords: short story, Spanish Civil War, Chaves Nogales, History, fiction. La historia del cuento del exilio republicano español empieza muy pronto, en 1937, con la publicación en la editorial Ercilla, de Santiago de Chile, del libro de Manuel Chaves Nogales (1897-1944), A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España 1 . Ese mismo año se traduce al inglés, siendo editado en Londres y Nueva York. Sin embargo, durante los siguientes apenas si tuvo repercusión, ni entre los exiliados ni en España, donde era completamente desconocido. El caso es que al llegar la democracia a nuestro país el autor y el libro habían sido prácticamente olvidados, a excepción de su Juan Belmonte, matador de toros (1969, con numerosas reediciones), publicado por el Libro de 1 Antes, los cuentos aparecieron publicados por entregas, en los últimos meses de 1937, en la revista mexicana Sucesos para todos, donde también vieron la luz, a lo largo de 1938, en dieciséis entregas, las crónicas que componen La defensa de Madrid, aunque en estas suelen reproducir erróneamente el apellido del autor, llamándolo Chavez, en vez de Chaves. El título, A sangre y fuego, ya lo había utilizado en 1884 el escritor polaco Henryk Sienkiewicz para denominar una trilogía novelística. Orillas, 7 (2018) ISSN 2280-4390

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Un estudio en marcha: sobre los cuentos de A sangre y fuego (1937), de Manuel Chaves Nogales

Fernando VALLS Universidad Autónoma de Barcelona

Resumen Estos cuentos tempranos sobre diversos episodios y personajes de la guerra civil son un

modelo de cómo abordar el presente en la ficción, pues frente a lo que suele afirmarse y el mismo Chaves Nogales declaró, se trata de narraciones en las que el autor parte de la realidad para componer unos textos que presentan significativas variantes con lo que sabemos que fue la Historia. Y a pesar de ello, lo significativo, aquello que ha hecho que el libro siga fresco tantos años después, es su ambición literaria y su independencia de juicio aún hoy.

Palabras clave: cuento, Guerra Civil Española, Chaves Nogales, Historia, ficción.

Abstract These early stories about various episodes and characters of the civil war are a model of

how to deal with the present in fiction, because compared to what is usually stated, and Chaves Nogales himself stated, these are stories in which the author starts from reality to compose texts that feature significant variations with what took place historically. And despite this, what is significant, what has made the book so fresh so many years after, is its literary ambition and its independence of judgment even today.

Keywords: short story, Spanish Civil War, Chaves Nogales, History, fiction.

La historia del cuento del exilio republicano español empieza muy pronto, en 1937, con la publicación en la editorial Ercilla, de Santiago de Chile, del libro de Manuel Chaves Nogales (1897-1944), A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España1. Ese mismo año se traduce al inglés, siendo editado en Londres y Nueva York. Sin embargo, durante los siguientes apenas si tuvo repercusión, ni entre los exiliados ni en España, donde era completamente desconocido. El caso es que al llegar la democracia a nuestro país el autor y el libro habían sido prácticamente olvidados, a excepción de su Juan Belmonte, matador de toros (1969, con numerosas reediciones), publicado por el Libro de

1 Antes, los cuentos aparecieron publicados por entregas, en los últimos meses de 1937, en la revista mexicana Sucesos para todos, donde también vieron la luz, a lo largo de 1938, en dieciséis entregas, las crónicas que componen La defensa de Madrid, aunque en estas suelen reproducir erróneamente el apellido del autor, llamándolo Chavez, en vez de Chaves. El título, A sangre y fuego, ya lo había utilizado en 1884 el escritor polaco Henryk Sienkiewicz para denominar una trilogía novelística.

Orillas, 7 (2018) ISSN 2280-4390

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bolsillo, de Alianza editorial. Así, hasta 1993, cincuenta y seis años después de su aparición, no se reeditó en Sevilla, por empeño de María Isabel Cintas, catedrática de Instituto y profesora de la Universidad de Sevilla, la constante y principal valedora del escritor. Pronto, sin embargo, el escritor Andrés Trapiello, utilizando un ejemplar de la primera edición que le prestó el poeta, editor y librero Abelardo Linares, destacó su singularidad y valor en Las armas y las letras (1994). Pero hasta el 2001 no apareció la segunda edición exenta, tras aquella temprana de 1937. A partir de entonces, sobre todo a partir de esa última edición citada, tanto el prestigio del libro como el del conjunto de la obra del autor no ha hecho más que crecer, hasta convertirse el primero en una pieza fundamental del canon español de la narrativa breve. Y, sin embargo, parece ser que entonces solo le llamó la atención –por lo que se refiere a la crítica, al menos– a Miguel García-Posada y a Trapiello, quienes lo reseñaron con elogio.

Si el libro tuvo tan poca repercusión fue por lo difícil que debió de ser dar con él, pero sobre todo por su ideología, que yo no llamaría equidistante, palabra hoy demasiado manoseada, habida cuenta de que en una guerra como la nuestra no podía mantenerse uno entre la España leal y los golpistas, sino más bien crítica tanto con la actuación de los comunistas, preponderantes en la oposición durante el franquismo, como con los anarquizantes y fascistas. Además de su valor narrativo y de su ecuanimidad y valentía a la hora de juzgar diversos avatares de la guerra, hay otros componentes en esta recopilación de narraciones dignos de mención: su pronta aparición, la ciudad y la editorial en que se publicó, su truculento subtítulo, el excelente prólogo, aunque el autor califique sus narraciones de novelas, y no de cuentos, y por último su tardía recepción y aceptación en España, no sin sus correspondientes detractores, pues para una parte de la izquierda populista española las actuaciones del bando republicano siguen siendo materia incuestionable. Tengo la impresión de que el concepto de novelas vale aquí como narraciones de ficción, en el sentido de novelescas; aunque en el prólogo se advierta que tienen un fundamento real (“Cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera”, p. 10), cosa que ahora sabemos que no es del todo cierta, a pesar de que en la “Nota” inicial que sigue al prólogo, apunte: “Estas alucinantes novelas […] no son obra de imaginación y pura fantasía. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho rigurosamente verídico; cada uno de sus héroes tiene una existencia real y una personalidad auténtica” (p. 11). Por tanto, quizá sea aquí, precisamente, en el prólogo y en la nota, donde arranque la ficción.

Manuel Chaves Nogales fue un prestigioso periodista partidario de Manuel Azaña que se definía como un intelectual “pequeño burgués liberal”, lo que no parece que fuera exactamente así, pues como ha puntualizado Francisco Espinosa, los miembros de dicha clase social no podían permitirse el lujo de mandar a sus hijos a estudiar a Inglaterra, como sí hizo él. Tampoco resulta encomiable que abandonara España tan pronto, cuando el gobierno de la República dejó Madrid para trasladarse a Valencia, aunque él haya confesado lo siguiente: “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar” (p. 6). Recuérdese que mantuvo su puesto de trabajo en Ahora, tras las incautaciones de los medios, aunque en aquel momento debió de sospechar que no podría seguir escribiendo con la libertad con que lo había

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hecho hasta entonces. Chaves Nogales, además, consideraba a Larra su principal referente; no en vano utilizó su nombre, de manera simbólica, para iniciarse en la masonería.

El caso es que en 1937, cuando se publica el libro, su autor vivía exiliado en París, y en uno de sus barrios, Montrouge, escribió los relatos. La editorial Ercilla estaba dirigida por el malagueño José María Souvirón, quien fue su responsable entre 1935 y 1937. Souvirón estaba casado con una chilena, tenía amistad con Neruda y había mantenido estrecho trato con diversos poetas del 27 (Souvirón Price, 2004). Recuérdese que en esa misma casa editorial se publicó también en 1939 el libro de Pío Baroja, Ayer y hoy. Respecto a su pronta aparición, no hay más que reparar en que se adelanta a las primeras obras, durante o tras la guerra, de Arturo Barea (los cuentos de Valor y miedo, 1938; el primer volumen de La forja de un rebelde, de 1941); Sender (Contrataque, 1938; los cuentos que componen Mexicayotl, 1940; el primer volumen de Crónica del alba, 1943; o El rey y la reina, 1948); Max Aub (Campo cerrado, 1943; No son cuentos, 1944) o Paulino Masip (Historias de amor, 1943, cuentos; o El diario de Hamlet García, 1944). Chaves Nogales escribe, por tanto, muy pegado a los hechos, cuando estos no habían concluido aún, pues su perspectiva directa sobre la guerra concluye en los primeros seis meses de la contienda, con la distancia más propia de un reportaje, o de una crónica, que de una obra de ficción. Y, sin embargo, se vale de los procedimientos habituales en la ficción narrativa. Quizás a él lo guiara el mismo afán de dar testimonio temprano que a George Orwell, quien publicó en 1938 su Homenaje a Cataluña.

Tanto el título como el subtítulo del libro resultan significativos. El título proviene del cuento “Los guerreros marroquíes”, mientras que en el truculento subtítulo nos advierta de antemano sobre el punto de vista que iba a adoptar el autor, pues no en vano sus narraciones tenían como protagonistas a los héroes, las bestias y los mártires de la contienda2, y como afirma Ricardo Senabre (2013) en la atinada reseña que le dedicó a una de las reediciones del volumen: “ninguna crueldad, ningún sufrimiento se omiten o se suavizan”. A menudo aparecen alusiones a los tres conceptos del subtítulo (pp. 32, 131, 134, 145, 146, 159, 185, 209, 243 y 280). Y, en efecto, podría concluirse que abundan las bestias frente a los héroes y mártires, más bien escasos; si bien algunos de ellos podrían ser tachados de héroes y mártires a la vez, como el capitán republicano y Arnal en “El tesoro de Briesca”. De ambos cabría decir que se autoinmolan con el fin de motivar a los milicianos. En cambio, los soldados que en el mismo cuento huyen despavoridos ante el ataque del ejército sublevado podrían calificarse de antihéroes. Por último, los héroes en los que dice creer Pepita en el cuento “La columna de hierro” resultan ser “los hombres que saben mandar y obedecer y morir por su deber si es preciso; creo en los jefes y en los fascistas y en los militares” (p. 131). El título y el subtítulo pueden parecer hoy algo rimbombantes, pero cuando en 1937 se publicó el

2 En el primer cuento del libro, “¡Massacre, massacre!”, se alude al subtítulo (p. 32), pero además esos motivos se tratan en las pp. 32, 131, 134, 145, 146, 159, 185, 209, 243 y 280. Para el título, vid., pp. 139 y 185. Cito siempre por la ed. de Libros del Asteroide.

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libro, tenían mucho más sentido y servían a un fin: el de llamar la atención sobre la situación trágica que se estaba viviendo en España.

El prólogo que le puso el autor a su libro ha sido ponderado por el citado Senabre, Xavier Pericay o el periodista y poeta Javier Rodríguez Marcos. Y para Andrés Trapiello es, sencillamente, “lo mejor que se ha escrito sobre la guerra civil”, quien además lo considera la primera proclama de lo que viene llamándose la tercera España. En sus páginas, Chaves Nogales se define como “antifascista y antirrevolucionario”, y añade que su “única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad”, que nos llegaron entonces desde Moscú, Roma y Berlín. Habría que plantearse, asimismo, de qué género se trata: si de novelas, cuentos, estampas narrativas, o de nuevo periodismo, a la moda del día. Podría hablarse incluso de un ciclo de cuentos, si nos atenemos al modo en que redondea el conjunto, en la última frase del libro, tal y como se publicó (p. 284). El periodista y narrador Jesús Ruiz Mantilla lo considera un antecedente del nuevo periodismo, mientras que al profesor Senabre le parecen “estampas narrativas”, aunque luego añada que en diversos momentos “nos hace pasar insensiblemente de la crónica periodística a la literatura”. Valga como ejemplo de que el autor se decanta por la ficción el cuento ya citado: “El tesoro de Briesca”, en cuyas páginas puede observarse, como veremos, que el reportaje periodístico acaba convirtiéndose en literatura, pues el autor no se limita a contar los hechos, sino que arma una ficción con la retórica propia y los mecanismos habituales de la narrativa de imaginación.

Hoy, sin embargo, el conjunto de la obra de Chaves Nogales, y nuestra obra en concreto, se ha convertido en un campo de Agramante, en el que profesores, escritores, periodistas e historiadores se disputan tanto al personaje como el sentido de su obra. Unos han intentado convertirlo en un santo laico, en un ser clarividente, no exento de valor, mientras que otros –algunos defensores de la memoria histórica, con Francisco Espinosa a la cabeza– acusan a los canonizadores de sectarios, oportunistas y manipuladores. Lo que hasta ahora quizá no se haya hecho, hasta donde yo sé, es una lectura del libro intentando entenderlo en toda su complejidad, como lo que me parece que es: literatura, ficción. Quizás en el momento de su aparición, en castellano e inglés, al calor de los trágicos hechos recientes que relataba, debió de leerse como un testimonio verídico, inducido el lector a ello por el ambiguo y equívoco prólogo del escritor. Hoy, sin embargo, cuando los historiadores ya han hecho su trabajo, y lo han hecho bien, solo podemos leerlo como literatura, y esa lectura, la de la ficción como verdad que se inventa, a la manera de Antonio Machado y Juan Marsé, es la que ahora le proporciona al libro su vigencia e indiscutible valor en la historia de la literatura, y en concreto de la narrativa breve, del cuento. En suma, si ensalzamos solo el atrevimiento del autor al contar unos hechos, en que los suyos, el bando republicano, tampoco salen demasiado bien parados, y el valor premonitorio del libro, lo dejamos sin presente y sin futuro, más allá de la apropiación que pueda hacer cada uno de la ideología que rezuma. Y todo ello sin poder obviar el peso, el protagonismo, que tanto el testimonio como el pensamiento siguen teniendo en la lectura literaria, aunque deba compartirlo con otras virtudes retóricas, estructurales y lingüísticas.

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En el primer cuento del conjunto, “¡Massacre, massacre!”3, reduplicando la ese, como en inglés, un narrador omnisciente, como todos los del libro, nos cuenta los bombardeos sobre Madrid de la aviación sublevada durante los primeros meses de la guerra, y cómo los milicianos componentes de la denominada Escuadrilla de la Venganza, actuando al margen de las autoridades republicanas, deciden tomarse la justicia por su mano, alertados por un comentario imprudente del general Mola. El caso es que detienen sin pruebas y asesinan a un buen número de militares a los que creen miembros de la quinta columna, entre ellos el padre de Valero, uno de los milicianos protagonistas. Así, el narrador se vale de las peripecias de dos republicanos, el aviador Enrique Arabel y el citado Valero, un intelectual comunista (“la cautela y la doblez típicas del comunismo”, p. 20), fanáticos ambos, para mostrarnos las actividades ilícitas de una patrulla de incontrolados, así como el Madrid republicano de los comienzos de la guerra. E incluso, por primera y única vez en el libro, incluye una escena en la que reúne en una tabernita vasca que también frecuenta Valero a algunos de los intelectuales que tuvieron protagonismo en la guerra, como Malraux (“es un francés que ha venido a España para batirse por la revolución”), Alberti, María Teresa León y Bergamín. Al primero, lo trata con cierta simpatía, pero se burla de los españoles, pues nos los presenta como participantes de la “divertida comedia de la vida bizarra”, que es una manera irónica de tildar su existencia arriesgada, su valentía (p. 33).

El cuento aparece dividido en cuatro partes, separadas por espacios en blanco. El momento más significativo quizá sea el encuentro en San Román, un convento convertido en cárcel, entre Valero y su padre, un militar franquista que había luchado en la guerra de Cuba, con quien apenas habla y a quien no desea salvar (pp. 34-35)4. El narrador nos los presenta como el haz y el envés de la misma moneda, pues, padre e hijo se muestran seguidores intransigentes de los mitos que arrebatan entonces a la juventud: el fascismo y el comunismo. No menos llamativa resulta, en cambio, la denuncia que una mujer, quien se describe como joven, guapa y gordita, hace de su padrino, el comandante de artillería Eusebio Rodríguez, y cómo, sin más pruebas que la palabra de ella, los milicianos lo detienen y fusilan. Si al principio, el narrador describe a la denunciante con cierta displicencia, a la postre acaba degradándola, convirtiéndola en una muñeca (“Valero […] sintió el deseo de golpear con la culata de su pistola aquella cabeza linda de poupée de serie, seguro que sonaría a hueco, y de que por dentro, al romperla, no habría nada: el envés grosero de una mascarilla de escayola pulida y pintada”, p. 27), una vez que, por culpa de su inconsciencia, los milicianos se toman cumplida venganza5.

3 Esta manera de titular, repitiendo la misma palabra dos veces, entre admiraciones, la utiliza también el autor en los artículos que componen su libro La defensa de Madrid (2011: 75 y 81); pero recuérdese que ¡Absalón, Absalón!, de Faulkner, se publicó en 1936. 4 En el cuento que aparece en el libro a continuación, “La gesta de los caballistas”, un obrero pretende volar un edificio, y cuando el Maestrito le arguye que dentro hay mujeres y niños, responde: “Aunque estuviera dentro mi madre” (p. 65). Recuérdese, al respecto la afirmación de Albert Camus: ‘Entre la justicia y mi madre, prefiero a esta’. 5 Sobre la muñequización de algunos personajes, véanse también las pp. 87-90 y 100.

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El episodio de la encerrona que Arabel y sus milicianos les tienden a los militares retirados, sospechosos todos ellos de ser quintacolumnistas, capturando a más de quinientos, da pie a la fábula, a lo que el narrador denomina “un caso de conciencia difícil de resolver”, pues entre ellos –como se ha visto– se encuentra el comandante Valero Hernández, padre del joven intelectual comunista (p. 30). Al final, a los que no quieran ser fusilados les propone “defender la revolución con las armas” (p. 43), pero ninguno acepta. Así, el episodio muestra, con claridad, que Arabel es un mero “logrero”; mientras que Valero, en cambio, aunque tenga más dudas, resulta ser más intransigente aún que su camarada. El cuento acaba con el fusilamiento de 347 militares, aunque la acción se oculte mediante una elipsis, consignado en el parte oficial como muertos en los bombardeos.

El caso es que la verdad no resulta ser siempre lo que parece, sobre todo cuando no quiere realmente buscarse, como ocurre con la bomba que estalla en una cola repleta de mujeres, que no provenía de un piso cercano, como deciden los milicianos, quienes “sin más averiguaciones, estuvieron fusilando a placer la fachada del inmueble” (p. 37), sino de un avión enemigo. Sin embargo, y a pesar de que –tanto en esa circunstancia como en la de los militares quintacolumnistas– los denunciantes tengan razón en sospechar de la connivencia de estos con el Ejército Nacional, al tratarse de una mera intuición y saltarse la legalidad jurídica, se convierten en asesinos. Y me parece que eso es –en esencia– lo que pretende destacar con su relato Chaves Nogales. ¿A qué se refiere, por tanto, el título del cuento? Pues a las diversas masacres que se cuentan: los bombardeos fascistas sobre la población de Madrid, los asesinatos de militares jubilados en la retaguardia y los disparos indiscriminados, producto de meras sospechas, pero basándose en “la voluntad del pueblo” (p. 39), en un supuesto derecho natural predemocrático.

La acción de “La gesta de los caballistas” transcurre en la provincia de Sevilla, durante la operación de limpieza (sic) que –en connivencia con el general Queipo de Llano– lleva a cabo la tropa que comanda un marqués, acompañado por sus tres hijos (Juan Antonio, Juan Manuel y Rafael), a quienes el narrador denomina “los señoritos”, y unos cuarenta mozos asalariados del aristócrata, “la mesnada”, bendecidos por la Iglesia, representada en esta ocasión por el pae Frasquito, a quien tratan como si de un cura carlista se tratara. Las víctimas de esta expedición van a ser los alborotados campesinos, quienes para el sacerdote son solo “bandidos rojos” a los que hay que cazar. La tropilla se pone en marcha a los gritos de ¡Viva España y la Virgen del Rocío! (pp. 49 y 50), y con la ayuda que les envía Queipo, compuesta por los caballistas que comanda El Algabeño, incluida la propia cuadrilla de este torero, además de por moros, legionarios y falangistas, acaba derrotando a los labradores (García Márquez, 2012)6. Para el marqués, enemigo de la mecanización del campo, “el pueblo siempre es cobarde

6 El torero José García Carranza, alias El Algabeño, desempeñó un papel activo durante la guerra civil española, tanto en el golpe como en las purgas de Andalucía, al servicio de Queipo de Llano, pues formó parte de las llamadas columnas de la muerte. Murió pronto, en la batalla de Lopera (Jaén), el 30 de diciembre de 1936, donde también combatió el poeta y brigadista inglés John Cornford, biznieto de Darwin. Ambos protagonizan la novela Banderas en la niebla, de Javier Reverte (2017a y 2017b).

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y cruel”, y “desde que el mundo es mundo los pueblos se han gobernado así, con el palo” (p. 51). Y a pesar de todo ello, un viejo y fiel servidor de su casa le cuenta a Rafael, el benjamín de la familia, que con los rojos se han ido pocos campesinos, aunque se trate de los mejores, pues “tienen su idea y por ella se hacen matar”. Quizás uno de los episodios más crueles, entre otros del mismo jaez, sea el asesinato del “gitanillo negro y enjuto como un abisinio” (p. 53), a quien, tras maniatarlo a la cola de un caballo, acaba acuchillándolo el hijo mayor del patrono. Pero el enfrentamiento entre ambos bandos se relata en la tercera parte del cuento, cuando los campesinos se encuentran refugiados en Manzanar, dando allí con ellos la mesnada, que consigue atrincherarse en el Ayuntamiento.

Esta trama general incluye a su vez otra más personal, la relación entre dos jóvenes que estudiaron juntos: Rafael y Julián, el Maestrito de Carmona, el líder campesino y comunista. A pesar de sus diferencias políticas y de clase, Rafael miente para protegerlo, aunque al fin y a la postre todo resulte inútil y ambos compartan un desigual destino, pues los llevan detenidos a la cárcel del Variedades de Sevilla, donde, tras algunos tópicos manidos sobre los andaluces, a pesar de que Chaves Nogales había nacido en Sevilla, y unos comentarios sobre la disciplina aparatosa y ridícula que los falangistas querían imponer en las cárceles, acaban fusilando al maestro comunista, después de despedirse afectuosamente del amigo recobrado. Por su parte, Rafael queda libre, y aunque no se cuenten las circunstancias en que se produce su liberación, puede pensarse que debió de ser gracias a la intercesión de su padre. El caso es que este decide abandonar España asqueado de los suyos, dirigiéndose a Gibraltar7. Pero, antes, en el diálogo que ambos jóvenes mantienen a gritos, desde las casas en que se encuentran escondidos, el autor nos muestra la diferencia entre lo que dicen y lo que realmente piensan: “los dos hombres sintieron miedo de sus propias palabras” (p. 64). A este episodio le siguen dos enfrentamientos, el de Juan Manuel y Rafael, los dos hermanos, y el del maestro con uno de sus correligionarios. Ahora, los viejos amigos tratan de impedir que se imponga la violencia criminal.

Una vez concluido el desigual enfrentamiento con la victoria de los fascistas, llega lo que el narrador denomina “la horrenda justicia de la guerra” (p. 68), que no en vano consiste en fusilar a destajo a los enemigos. En este caso, sin embargo, el habitual narrador omnisciente del libro, quien –por cierto– parece ostentar la misma voz en todas las narraciones, y en eso sí que se acerca a la crónica periodística, relata desde una perspectiva cercana al punto de vista de los rebeldes, sin que por ello defienda su

7 Aunque en Gibraltar también se acogieron refugiados republicanos, Ponce Alberca (2001 y 2010) muestra cómo sus autoridades, siguiendo las directrices del gobierno británico, se decantaron claramente por los golpistas, violando la obligada política de neutralidad. En suma, las autoridades británicas apoyaron incondicionalmente a los sublevados. Quizá por ello, en un principio, pueda sorprender la decisión de Chaves Nogales de mandar a su desencantado personaje al Peñón, aunque deba tenerse en cuenta que, por muy hastiado que se mostrara de las actuaciones de los suyos, tanto Rafael como su familia participaron activamente en la guerra y una de sus hermanas se había refugiado en el enclave británico antes del golpe. Podría pensarse, por tanto, que en el fondo busca refugio en un ambiente propicio a los suyos, aunque solo sea para no tomar parte en la guerra, alejándose de la violencia.

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actuación, aunque me parece que tampoco consigue captar la simpatía de los lectores en favor de los partidarios del golpe.

Fíjense, por ejemplo, en la voluntad de estilo que preside el primer párrafo. Y deténganse en esta reflexión sobre la guerra: “Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de su resultado” (p. 67). Quizá Chaves Nogales quiera indicarnos aquí su manera de escribir, de representar la realidad, incluso cuando esta no hubiera sido vivida en directo. El título del cuento resulta irónico, pues no existe tal gesta, ni mucho menos, sino más bien una matanza. Caballistas sí hay, pero identificados siempre con los señoritos, o con sus esbirros.

En “Y a lo lejos, una lucecita”, cuento dividido en cinco partes, el narrador omnisciente se decanta por acercarse a la figura de Pedro, un miliciano que presta servicios de vigilancia en el barrio de Salamanca, quien se muestra obsesionado por cazar espías, quintacolumnistas. El punto de partida del relato es, en realidad, la traición de unos oficiales de la aviación que se pasan a los rebeldes, por lo que los leales deben trasladar de sitio los depósitos de municiones. A ellos se refiere, precisamente, el título del relato, a las luces que estos se intercambian con linternas, valiéndose del morse, para transmitir información. Por ello, Pedro, acompañado de otros milicianos, comandados por Jiménez, emprende una búsqueda, siguiendo el rastro de las señales luminosas, que lo lleva a acabar con varios espías, entre ellos una mujer y un cura. Sin embargo, en el desenlace, esas mismas luces terminan cegando a Jiménez y a Pedro, y no solo de forma simbólica, pues les cuestan la vida. Para Chaves Nogales, el enfrentamiento se produce, en suma, entre dos formas de fanatismo.

En el arranque del cuento, un claro ejemplo de prosa estrictamente literaria, llama la atención la metáfora de la sima, a la que se alude hasta en tres ocasiones. Y entre el resto de los episodios notables, podría citarse: la arenga por radio de Queipo de Llano (pp. 82 y 83); el diálogo entre Pedro y uno de los espías, a quien se describe como “un hombrecillo tieso y delgado” (pp. 86 y 87); la escena en que Carmiña, otra quintacolumnista, pretende seducir a Pedro, quien la observa casi desnuda a través de un espejo (pp. 91-93); la descripción tremendista de uno de los enfermos del sanatorio para tuberculosos de Navacerrada, donde se reproduce el encono entre los dos bandos en guerra (pp. 98 y 99); y, por último, las escenas en el palacio, convertido en Ateneo Libertario, ocupado por los milicianos y familias aldeanas, cuyos hábitos contrastan con las riquezas de la mansión8. En un momento dado de la narración, se cuenta que en el

8 En “El tesoro de Briesca”, un grupo de milicianos que proceden del frente, ocupa un viejo palacio lleno de tesoros artísticos que Arnal, el protagonista del cuento, intenta proteger, por lo que tiene un duro enfrentamiento con el “capitán de bandidos” que los manda, quien, tras humillarlo y despreciar la autoridad que representa el gobierno de la República, llega a amenazarlo (pp. 151-154). El episodio, sin embargo, lo aprovecha el narrador para hacer una exaltación del pueblo español, “aquel pueblo de locos, de asesinos quizá”, por el que nos dice que Arnal “sentía una admiración profunda”, por su desapego de lo material, aunque existiera “la delincuencia vulgar, la rapacidad y el bajo instinto del robo”. Todo lo expuesto lo lleva a sentenciar: “Mala prueba para el materialismo histórico la guerra civil de España” (p. 152). Unas pocas páginas después sabremos que el palacio ha sido arrasado y que el jefe de aquella cuadrilla de maleantes había aparecido asesinado, y junto a su cadáver encontraron un papel en el que

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cuerpo de guardia del cuartelillo suenan en la radio dos himnos alemanes entonces vigentes: “Horst Wessel” y la “Deutschland, Deutschland über alles” (p. 81)9.

También “La Columna de Hierro”, cuya acción transcurre en Valencia, se compone de cinco partes, contadas por un narrador omnisciente. El relato empieza con una escena en un music-hall donde la columna mandada por el Chino se presenta pegando tiros, mientras que un aviador inglés borracho se divierte con su amiga Pepita y lanza vítores en favor de Azaña. Se trata de un grupo de desalmados que en los primeros meses de la guerra se dedicaron al pillaje y al asesinato, con la excusa de llevar a cabo la revolución. El relato continúa con el intento de estos de hacerse con el control del pueblo republicano de Benacil, a lo que se resisten los vecinos, encabezados por Pepet, el alcalde, y por Tomás, un joven socialista, aunque los invasores acaben ocupando el palacio de los marqueses de la localidad. No en vano, afirma el alcalde: “Estos canallas son los mejores propagandistas de Franco” (p. 121). En suma, para el narrador, en Benacil se enfrentan, por un lado, “el fanatismo y la disciplina comunista”, y por otro “los anarquizantes de la Columna de Hierro”, decantándose claramente –narrador y autor– en favor de los primeros. Por último, se relata el asalto a la prisión del pueblo donde han acabado atrincherándose las hordas que dirige El Chino. Y aunque el protagonista del relato sea colectivo, si hubiera que destacar a algún personaje, sería el brigadista inglés al servicio de la República, que se hace llamar Jorge, quien junto a Pepita habían acabado incorporándose a las correrías de El Chino por la comarca. Con todo, en las últimas escenas del relato, el aviador se incorpora de nuevo a una escuadrilla y con su caza bombardea y destruye la Columna de Hierro, acción en la que quizá caiga también Pepita, tras haber reconocido su condición de fascista infiltrada al fracasar en su misión de que Jorge se pasara a los suyos, e incluso haciendo un alegato en favor de los rebeldes, de los héroes, como hemos visto anteriormente10.

Contado por un narrador omnisciente, que se muestra cercano a Arnal, el miliciano protagonista, “acaso uno de los mejores jóvenes pintores de España” (p. 150),

habían escrito: “Por ladrón” (p. 154), semejante al que le colocan a la citada Carmiña: “Por espía de los fascistas” (p. 95). 9 Los títulos de ambos himnos aparecen mal citados, pues se trata en el primer caso de la “Horst Wessel Lied” (“La canción de Horts Wessel”) y en el segundo, de la “Deutschlandlied” (“La canción de Alemania”). En este último, Chaves Nogales confunde el inicio de la canción (“Deutschland, Deutschland über alles…”, “Alemania, Alemania por encima de todo…”) con el título. La primera fue el himno oficial del partido nazi entre 1930 y 1945, en que fue prohibida. Horst Wessel, autor de la letra, fue miembro de las tropas de asalto de la SA. Tras su muerte, en 1930, con 22 años, asesinado por el anterior amante, y proxeneta, de la exprostituta de la que se enamoró, fue convertido en uno de los mitos de la propaganda nazi por Goebbels. La segunda canción, cuya música es de Haydn, se convirtió en el himno nacional alemán en 1922, aunque a partir de 1952 solo se utiliza la tercera estrofa. En cambio, durante el nacionalsocialismo solía cantarse solo la primera estrofa y luego la “Horst Wessel Lied”. Vid. Sala Rose (2004: 415-420) y Schebera (2007). 10 La Columna de Hierro, fundada por José Pellicer y otros, actuó en Valencia y Teruel. En septiembre de 1936 llegó a estar compuesta por tres mil miembros. Fue muy criticada en el mismo bando republicano por los desmanes que llegó a cometer. A comienzos de 1937 fue militarizada, contra la opinión de sus líderes, convirtiéndose en la 83 Brigada Mixta. Vid. los trabajos hagiográficos de Paz (2001) y Amorós (2009).

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“El tesoro de Briesca” aparece dividido en seis partes, en las que se relata la curiosa trayectoria de quien primero trabajó como comisionado de la Junta de Madrid. Buena parte de la acción se desarrolla en la imaginada Briesca, para la salvaguarda del tesoro artístico, donde el protagonista, aunque desengañado por la inutilidad de su labor, acabara convertido en comisario político, cuando las tropas del ejército rebelde se encontraban muy cerca de Madrid y él se había convencido de que lo único que importaba, al fin y a la postre, era ganar la guerra. En el ejercicio de su trabajo de salvamento tropieza con la resistencia de los comités revolucionarios locales.

En el cuento habría que destacar, además, una digresión sobre la posibilidad de construir “un curioso museo antirreligioso que educase en el ateísmo a las generaciones venideras”, compuesto por las imágenes y objetos religiosos de origen popular (p. 139); y sobre todo hallamos una temprana interpretación de por qué los republicanos –con sus correspondientes héroes y desertores– perderían la guerra (la impericia militar de un ejército sin disciplina y sin jefes, la desafección y el miedo de algunos milicianos, dado que “el pueblo no sabía hacer la guerra”) (pp. 142-148), y la consiguiente vergüenza y asco de vivir que siente Arnal ante semejantes circunstancias, mientras todo ello trae como consecuencia el cuestionamiento de la planificación militar de la República y la inutilidad de una burocracia que el narrador tacha de “formidable”, poniendo de ejemplo el florecimiento en la retaguardia de organismos tan inusitados como pintorescos (pp. 149 y 150)11; el contraste entre las comarcas prósperas, como Cataluña y Valencia, y las míseras aldeas de Castilla y Extremadura (pp. 138 y 147) (sobre “el egoísmo y la codicia de las míseras ciudades castellanas” insiste poco después, p. 151); la imagen de Madrid ardiendo, incluido el palacio de Liria, con sus inmensas riquezas artísticas, mientras el duque de Alba, partidario de los sublevados, se hallaba refugiado en Londres, y según un rumor que corría “había sido quien ordenó a los aviadores fascistas que destruyesen su propio palacio” (pp. 155 y 156), aunque el autor no cuente que la protección y salvación de las obras de arte corrió a cargo de las milicias del 5° Regimiento12; y por último la violenta discusión de Arnal con un capitán republicano, quien predica que lo único que les resta por hacer es morir con decoro, ejemplo que acabará siguiendo el propio Arnal, al grito de “¡Viva la Revolución!” (p. 159).

Es en este relato en el que el autor se hace más preguntas, digamos que entre metafísicas y existencialistas, tras sentir la vergüenza y el asco de vivir, a lo que nos referíamos unas líneas más arriba. Pues qué sentido tenía, reflexiona Arnal, para qué salvar los tesoros artísticos cuando la vida humana carecía de valor y los hombres se mataban impunemente. De qué valía todo un legado cultural si nos matábamos con inhumana indiferencia. Preguntas que recuerdan a las que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial, respecto a la cultura alemana y los horrores del nacionalsocialismo. Sin

11 Todo ello contrasta con la mitificación que, poco después, en 1938, hará de la figura del general Miaja durante la defensa de Madrid (Chaves Nogales, 2011). 12 Las obras fueron entregadas por el Partido Comunista al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, que las trasladó a Valencia para ser custodiadas finalmente en la Sociedad de Naciones, en Ginebra. La reconstrucción del Palacio de Liria concluyó en 1959, tras arder en llamas el 17 de noviembre de 1936 (Muñoz Rubio, 2009).

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embargo, en el desenlace, Arnal se inmola, como un mártir, dando así testimonio a los suyos, y llevándose consigo a la tumba el secreto de la situación del tesoro artístico de la localidad, que enterró para protegerlo, incluidos los dos grecos.

Chaves Nogales parte de un suceso real, pero lo fabula a su conveniencia. Así, la posición del imaginado Arnal podría ser semejante a la de Ángel Ferrant, Alberto u otros artistas que, eludiendo el cultivo del arte de la propaganda, se decantaron por apoyar a la República trabajando para la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico de Madrid, creada el 23 de julio de 1936 por iniciativa de la Alianza de Intelectuales Antifascistas (organismo que en el cuento se cita solo como Junta de Madrid), la cual tenía su sede en el convento de las Descalzas Reales. El pueblo de Briesca es trasunto de Illescas (Toledo) y los cinco grecos –no dos, como ocurre en la ficción– de la iglesia del Hospital de la Caridad son finalmente salvados, después de sufrir daños al ser guardados en malas condiciones en los sótanos del Banco del España, tras una exhaustiva restauración. Por otra parte, el choque entre los técnicos y los habitantes del lugar por qué hacer con el patrimonio, es semejante en la realidad y en la ficción, aunque fuera el escultor Emiliano Barral, quien moriría pronto, durante la batalla de Madrid, el encargado de convencer al alcalde de Illescas de la conveniencia de llevar los grecos a Madrid (Álvarez Lopera, 2003)13.

En estos cinco cuentos –siento no poder ocuparme en esta ocasión del conjunto del libro–, despliega Chaves Nogales un conjunto de temas y motivos que nos permiten presenciar y entender lo que había sido el primer año de guerra. En “¡Massacre, massacre!” nos encontramos con los bombardeos sobre la población de Madrid, la violencia de los incontrolados, la venganza, la quinta columna, la frivolidad de una joven y la inseguridad legal. En suma, con las diversas masacres que trae consigo la guerra en ambos bandos. Durante “La gesta de los caballistas” nos trasladamos a Andalucía, a Sevilla y Gibraltar, y se nos muestra el poder del general Queipo de Llano, la lucha entre los latifundistas, aristócratas, en este caso, contra los campesinos, y la complicidad de la Iglesia con los golpistas. Aunque no falten las excepciones de uno y otro bando, aquellos individuos contrarios a la violencia criminal imperante. Mientras que en “Y a lo lejos, una lucecita” se centra en el espionaje de los quintacolumnistas; las arengas por la radio de Queipo; las críticas a la puerilidad anarquista; la deshumanización total que trae consigo la guerra y que acaba convirtiendo a los enemigos en muñecos de trapo, en polichinelas (pp. 87-90 y 100); la obsesión y el fanatismo de unos y otros; la falta de sueño, y la necesidad de dormir, con la que empieza y acaba el cuento, que solo se consigue paliar con la muerte, pues “en la guerra y la revolución era difícil dormir. ¡Pero que a gusto se dormía al final!” (p. 103). Por su parte, en “La Columna de Hierro” se muestra los desmanes de los grupos de incontrolados durante los primeros meses de la guerra; la crítica feroz a Durruti (p. 112); los brigadistas internacionales y los infiltrados en el bando republicano; la resistencia de los pueblos republicanos ante las partidas de bandidos que dicen querer hacer la revolución saltándose las leyes e incautándose de los

13 Tanto en La historia tiene la palabra (1944) como en Memorias de la melancolía (1970), la escritora María Teresa León (1999: 310-312, 321-323) se refiere a este rescate y restauración.

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bienes ajenos. Y, por último, en “El tesoro de Briesca” nos encontramos con las dificultades para la salvación del patrimonio artístico dada la resistencia de los lugareños; el anticlericalismo y la quema de imágenes y objetos religiosos; la incapacidad y desorganización del ejército republicano; la crítica, de nuevo, a los anarquistas; y el heroísmo, e incluso el martirio, como única manera de motivar para el combate a los milicianos.

Las acciones, como se ha visto, transcurren en lugares muy diversos: Madrid, Sevilla, Gibraltar, Valencia, la provincia de Toledo…, favoreciendo la participación de una gran cantidad de personajes de distinta ideología y condición social: curas, terratenientes, militares, patronos, brigadistas internacionales, prostitutas, artistas, moros… A menudo utiliza la retórica y el léxico propio de los extremistas (por ejemplo, pp. 18, 25, 28, 35, 113, 149), aunque la voz narradora adopte las convicciones y el lenguaje habitual del autor. Otro elemento que recorre todo el libro es la animalización de situaciones y personajes, como puede observarse en numerosos momentos (pp. 52, 97, 102, 143, 144, 147, 166, 167, 181, 185, 199, 204, 212, 221, 223, 232-235, 245, 246, 249 y 271). Por otra parte, debe constatarse la escasa presencia de personajes históricos. Entre los políticos, solo Durruti (p. 112), Azaña (pp. 107, 110, 114 y 116), de quien Chaves Nogales era amigo personal, el duque de Alba (pp. 155 y 156) e Indalecio Prieto (p. 311). Por lo que se refiere a los militares, se cita a Mola (pp. 20 y 25), Franco (pp. 35, 37, 53, 121 y 148), Gonzalo Queipo de Llano (pp. 50, 66 y 82) y Fanjul (p. 226). Y ya me he referido con anterioridad a la presencia de intelectuales y escritores como Malraux, Alberti, María Teresa León y Bergamín, todos ellos figurantes de la misma escena (p. 33).

¿Se trata de periodismo (crónica, reportaje, estampa) o de literatura (cuentos o ciclo de cuentos)? Lo indudable es que el autor, que no aparece, pero sí lo hace un narrador omnisciente, realiza un trabajo consciente con la prosa, manifestando una voluntad de estilo que no es meramente funcional, e incluso se preocupa por que haya un cambio de referentes, así como por la construcción de personajes complejos. Recuérdese, por último, que Manuel Chaves Nogales murió en 1944, en Londres, sin haber regresado nunca a España. Era anglófilo y en la capital inglesa fundó una agencia de prensa para distribuir artículos. Me parece que en su estela figurarían tanto algunos de los cuentos de Juan Eduardo Zúñiga, aunque no apreciara especialmente a Chaves Nogales, quizá por su actitud política, como los que componen el libro de Alberto Méndez14.

14 Quiero darle las gracias a Francisca Montiel, a Juan Ramón Torregrosa, viejo y muy querido amigo, a Andrés Trapiello y, como siempre, a Gemma Pellicer.

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Retrato de Manuel Chaves Nogales por Damián Flores

Columna de Hierro ¡Campesino, la revolución te dará la tierra! (cartel). Autor: Bauset

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Isla de Siltolá.