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1.- INTRODUCCIÓN En este artículo se presentan de forma sintéti- ca los resultados obtenidos mediante la excava- ción en julio de 2002 de una estructura tumular en el pago de Los Morcueros, en el término municipal de Gemuño (Ávila). Esta intervención se enmarca en un proyecto de investigación codirigido por los firmantes del trabajo y patrocinado por la Obra Social de Caja de Ávila, orientado a caracterizar diversos túmulos prehistóricos en la provincia abu- lense. El monumento ya ha sido dado a conocer previamente, si bien a través de obras genéricas y de forma muy concisa (Blanco González 2004: 53, Fig. 4; Fabián 2006: 333-336; Blanco González e.p.b). En esta ocasión ofrecemos informaciones pormenorizadas obtenidas durante su proceso de excavación y las integramos con los estudios específicos desarrollados por otros especialistas, para alcanzar una propuesta de interpretación global. El monumento presentaba un estado de conservación aceptable, a pesar de encontrarse en plenas tierras de agricultura de secano. Se MUNIBE (Antropologia-Arkeologia) nº 61 183-212 SAN SEBASTIÁN 2010 ISSN 1132-2217 Recibido: 2010-07-28 Aceptado: 2010-10-28 Un hito de la memoria: el túmulo de El Morcuero (Gemuño, Ávila) A landmark of memory: El Morcuero barrow (Gemuño, Ávila) RESUMEN Se exponen los resultados de la excavación arqueológica efectuada en el túmulo prehistórico de El Morcuero. Se trata de un monumento no megalítico de uso diacrónico, formado con vertidos de piedras y sedimentos a través de prácticas ritualizadas, sucesivas y discontinuas. Su erección en el Calcolítico final se relaciona con el hallazgo de fragmentos diseminados de diversos recipientes campaniformes de estilo Ciempozuelos y Puntillado Geométrico. A mediados del IIº milenio cal AC se incorporaron los restos óseos cremados de una mujer, datados por radiocarbono, asociados a dos tacitas, una de ellas decorada con boquique y relacionadas con Cogotas I. Se interpreta este testimonio en el contexto de la Prehistoria Reciente, remarcando su papel simbólico y su relevancia paisajística en el valle en que se inserta. ABSTRACT This paper presents the outcome of the archaeological excavation on the prehistoric barrow of El Morcuero. It is a non-megalithic monument with diachronic biography. It was made up of stones and sediments through successive and discontinuous ritualized practices. Its erection in the Late Copper Age is related with the discovery of dispersed fragments of several Bell Beakers of regional styles. In the mid of the II millennium cal BC some cremated skeletal remains of a woman were deposited, dated by radiocarbon and associated with two vessels, one of them deco- rated with boquique technique (Cogotas I culture). This monument is interpreted in the context of the Recent Prehistory, emphasising its symbo- lic role and its landscape prominence in the valley in which it is placed. LABURPENA El Morcueroko historiaurreko tumuluan egindako indusketa arkeologikoaren emaitzak azalduko dira. Tumulua erabilera diakronikoa izan duen oroitarri ez megalitikoa da, erritu jarrai eta etenenetan isuritako harriz eta jalkinez egina. Azken Kalkolitikoan eraikia, Ciempozuelos eta Irudi geometriko estiloko kanpai-antzeko zenbait ontziren zati sakabanatuekin harremana du. K.a. II. Milurtekoaren erdialdean erradio-karbono bidez datatutako emakume baten hezur hondakin erreak gehitu ziren, baita bi kikara txiki, bata bokikez dekoratua eta Cogotas Iekin erlazio- natzen dira.Arestiko historiaurrearen testuinguruan ulertzen da, betekizun sinbolikoa eta haraneko paisaian duen garrantzia azpimarratuz. Antonio BLANCO GONZÁLEZ (1) y J. Francisco FABIÁN GARCÍA (2) PALABRAS CLAVES: Monumento no megalítico, Campaniforme, Cogotas I, excavación arqueológica, Submeseta Norte. KEY WORDS: Non-megalithic monument, Bell Beaker, Cogotas I Culture, archaeological excavation, Spanish Northern Meseta. GAKO-HITZAK: Oroitarri ez megalitikoa. Ezkila-formako. Cogotas I. Indusketa arkeologikoa. Ipar erdi goi-lautada. (1) Departamento de Prehistoria, Hª. Antigua y Arqueología, Facultad de Geografía e Historia, C/ Cervantes s/n, 37002-Salamanca. Correo-e: [email protected] (2) Servicio Territorial de Cultura, Plaza Fuente el Sol 1, 05001-Ávila. Correo-e: [email protected]

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1.- INTRODUCCIÓN

En este artículo se presentan de forma sintéti-ca los resultados obtenidos mediante la excava-ción en julio de 2002 de una estructura tumular enel pago de Los Morcueros, en el término municipalde Gemuño (Ávila). Esta intervención se enmarcaen un proyecto de investigación codirigido por losfirmantes del trabajo y patrocinado por la ObraSocial de Caja de Ávila, orientado a caracterizardiversos túmulos prehistóricos en la provincia abu-lense. El monumento ya ha sido dado a conocer

previamente, si bien a través de obras genéricas yde forma muy concisa (Blanco González 2004: 53,Fig. 4; Fabián 2006: 333-336; Blanco Gonzáleze.p.b). En esta ocasión ofrecemos informacionespormenorizadas obtenidas durante su proceso deexcavación y las integramos con los estudiosespecíficos desarrollados por otros especialistas,para alcanzar una propuesta de interpretaciónglobal. El monumento presentaba un estado deconservación aceptable, a pesar de encontrarseen plenas tierras de agricultura de secano. Se

MUNIBE (Antropologia-Arkeologia) nº 61 183-212 SAN SEBASTIÁN 2010 ISSN 1132-2217

Recibido: 2010-07-28Aceptado: 2010-10-28

Un hito de la memoria:el túmulo de El Morcuero (Gemuño, Ávila)

A landmark of memory: El Morcuero barrow (Gemuño, Ávila)

RESUMEN

Se exponen los resultados de la excavación arqueológica efectuada en el túmulo prehistórico de El Morcuero. Se trata de un monumentono megalítico de uso diacrónico, formado con vertidos de piedras y sedimentos a través de prácticas ritualizadas, sucesivas y discontinuas.Su erección en el Calcolítico final se relaciona con el hallazgo de fragmentos diseminados de diversos recipientes campaniformes de estiloCiempozuelos y Puntillado Geométrico. A mediados del IIº milenio cal AC se incorporaron los restos óseos cremados de una mujer, datadospor radiocarbono, asociados a dos tacitas, una de ellas decorada con boquique y relacionadas con Cogotas I. Se interpreta este testimonioen el contexto de la Prehistoria Reciente, remarcando su papel simbólico y su relevancia paisajística en el valle en que se inserta.

ABSTRACT

This paper presents the outcome of the archaeological excavation on the prehistoric barrow of El Morcuero. It is a non-megalithic monumentwith diachronic biography. It was made up of stones and sediments through successive and discontinuous ritualized practices. Its erection in theLate Copper Age is related with the discovery of dispersed fragments of several Bell Beakers of regional styles. In the mid of the II millenniumcal BC some cremated skeletal remains of a woman were deposited, dated by radiocarbon and associated with two vessels, one of them deco-rated with boquique technique (Cogotas I culture). This monument is interpreted in the context of the Recent Prehistory, emphasising its symbo-lic role and its landscape prominence in the valley in which it is placed.

LABURPENA

El Morcueroko historiaurreko tumuluan egindako indusketa arkeologikoaren emaitzak azalduko dira. Tumulua erabilera diakronikoa izanduen oroitarri ez megalitikoa da, erritu jarrai eta etenenetan isuritako harriz eta jalkinez egina. Azken Kalkolitikoan eraikia, Ciempozuelos etaIrudi geometriko estiloko kanpai-antzeko zenbait ontziren zati sakabanatuekin harremana du. K.a. II. Milurtekoaren erdialdean erradio-karbonobidez datatutako emakume baten hezur hondakin erreak gehitu ziren, baita bi kikara txiki, bata bokikez dekoratua eta Cogotas Iekin erlazio-natzen dira.Arestiko historiaurrearen testuinguruan ulertzen da, betekizun sinbolikoa eta haraneko paisaian duen garrantzia azpimarratuz.

Antonio BLANCO GONZÁLEZ(1) y J. Francisco FABIÁN GARCÍA(2)

PALABRAS CLAVES: Monumento no megalítico, Campaniforme, Cogotas I, excavación arqueológica, Submeseta Norte.KEY WORDS: Non-megalithic monument, Bell Beaker, Cogotas I Culture, archaeological excavation, Spanish Northern Meseta. GAKO-HITZAK: Oroitarri ez megalitikoa. Ezkila-formako. Cogotas I. Indusketa arkeologikoa. Ipar erdi goi-lautada.

(1) Departamento de Prehistoria, Hª. Antigua y Arqueología, Facultad de Geografía e Historia, C/ Cervantes s/n, 37002-Salamanca. Correo-e:[email protected](2) Servicio Territorial de Cultura, Plaza Fuente el Sol 1, 05001-Ávila. Correo-e: [email protected]

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trata de una estructura compleja, que parecehaber sido modificada a lo largo del tiempo,habiendo dejado las distintas intervenciones unahuella arqueológica muy desigual. Como se deta-llará a continuación, gran parte de los depósitospueden considerarse intactos desde época pre-histórica. Nos centraremos en la exposición de lasprincipales fases reconocidas, pero su estudio noestá acabado, y la interpretación que ofrecemosno debe considerarse ni mucho menos cerrada nidefinitiva. Nuestra contribución pretende por tantodar a conocer una información que nos parecerelevante para los contextos históricos a los queafecta. En el caso de los materiales campanifor-mes, este túmulo constituye un ejemplo más en

que tales recipientes comparecen, al parecer, enun ámbito funcional no funerario, pero tampocoexclusivamente ceremonial o ritual. En cuanto alos materiales de Cogotas I encontrados, su inte-rés pudiera ser mayor, por su carácter excepcio-nal y por afectar a una problemática carente deinformación con un mínimo contexto, como es elfenómeno de las reocupaciones de estructurastumulares durante la Edad del Bronce en el interiorpeninsular.

2.- ÁMBITO GEOGRÁFICO

El túmulo de El Morcuero se sitúa a 800 m aloeste de Gemuño, sobre los terrenos alomados

Fig. 1. Ubicación del túmulo de El Morcuero en el Valle Amblés (Ávila).

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ondulantes de la margen derecha del río Adaja, enel extremo oriental del Valle Amblés (Fig. 1). El sitioqueda reflejado en la Hoja 531-I (31-41) “ÁvilaOeste” del Mapa Topográfico Nacional a escala1:25.000. Sus coordenadas UTM, referidas aldatum del ETRS89 son X: 348120 e Y: 4495179,siendo su altitud de 1.116 m snm. En esa zona, elrío Adaja conforma un eje longitudinal que divideel valle en dos partes: la septentrional, más plana,va elevándose suavemente hasta constituir elreborde bien marcado que es la Sierra de Ávila.En el sector meridional, el ascenso hacia las estri-baciones de la Sierra de la Paramera presentaresaltos más marcados, a menudo formandoescalones desde los que el cauce del río se mues-tra como un paisaje de fondo plano. Este paisajeconstituye la plataforma del Valle Amblés, cuyageología responde al colmatado de materialessedimentarios de época terciaria, que forman laserie arcósica, fosilizada en ocasiones por aportesaluviales cuaternarios de cantos, gravas, arenas ylimos arrastrados por el río.

Dentro de este dominio sedimentario, el túmu-lo se erigió en lo alto de uno de tales escalones,sobre una plataforma de cierta amplitud, y en supunto culminante (Fig. 2). En ese punto el sustra-to se corresponde con la unidad litológica de‘Aldea del Rey’, compuesta por niveles arcósicosdel mioceno superior intercalados con cantos decuarzo y rocas metamórficas, como cuarcitas yotros niveles arenosos, en cuya base las arcosasse hallan tintadas con manchas rojas y grises decarácter hidromórfico (Herrero, 1996: 93). Dehecho, en la cima del pago de Los Morcueros se

observa una significativa dispersión de cantos decuarcita y cuarzo de distintos tamaños, similaresa los empleados en la erección del túmulo.Actualmente el entorno presenta aceptables posi-bilidades de explotación agropecuaria. Ademásde la plataforma de inundación del río Adaja, a1.270 m al noroeste del túmulo y de la presenciade pequeños cursos estacionales que surcan elrelieve en sentido sur-norte, son frecuentes lospuntos donde mana agua, incluso en época esti-val, formando praderas en las que la hierba seagosta más tarde.

La elección del lugar concreto donde seemplazó el túmulo respondería a diversos motivos,entre los cuales su prominencia parece haber sidoen este caso, como en otros conocidos, un factorrelevante (Fig. 2). Se buscó, por tanto, hacer visibleel túmulo a través de su situación sobre un relieveresaltado en el paisaje. Por si en tal elección hubie-ra tenido que ver alguna circunstancia relacionadacon la disposición celeste, se ha llevado a cabo unestudio de ‘arqueoastronomía’, con resultadonegativo, por lo que debe descartarse por ahoracualquier hipótesis al respecto1.

3.- EXCAVACIÓN Y SECUENCIA DEL MONUMENTO

En el momento de descubrirse, el túmulo teníael aspecto de un montículo artificial de tierra y pie-dras, de 8 m de diámetro y 1,5 m de altura. Suplanta era de tendencia ovalada, que podríahaber sido originariamente circular, quedandomermada en algunos puntos por efecto de loscultivos de cereal en la zona (Fig. 3).

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Fig. 2. Vista panorámica del altozano donde se encuentra el túmulo de ElMorcuero, previamente a su excavación. Fig. 3. El túmulo antes de su excavación, con la Sierra de la Paramera al fondo.

1 Estudio realizado por el Dr. Manuel Pérez Gutiérrez, profesor del Departamento de Ingeniería Cartográfica y del Terreno, en la Escuela PolitécnicaSuperior de Ávila de la Universidad de Salamanca.

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Además de la apariencia del propio túmulo -compactado con tierra, a diferencia de los actua-les majanos de piedras-, su posición prominente,sobre un altozano bien visible, suscitó la sospe-cha de su naturaleza arqueológica. Su atribuciónprehistórica venía reforzada en principio por larecolección en superficie de algunos fragmentosrodados de cerámica a mano y lascas de sílex,restos dispersos pero evidentes. Por último, resul-taba muy indicativa su peculiar toponimia. Segúnel Diccionario de la Lengua Española (RAE 1995)morcuero deriva de la voz mercurius, por ser el“montón de piedras erigido en honor de este diosromano”, y significa “montón de cantos sueltos, omajano”. De hecho, la denominación de morcue-ro o morcuera es usual para referirse a megalitosy túmulos prehistóricos en otras zonas de laMeseta, como en el foco burgalés (Moreno Gallo2004). Por tanto, su propia etimología latina infor-ma de ciertas connotaciones monumentales,implícitas también en el nombre dado por loslugareños al túmulo, conocido localmente comoel “Coto de la Forma”. En este sentido, coto signi-fica “mojón que se pone para señalar la divisiónde los términos; término, límite” (DiccionarioEnciclopédico Espasa 1992), de forma análoga aotros conocidos ejemplos de monumentos pre-históricos cercanos, como el “Coto Alto” (La Tala,Salamanca) (López Plaza 1984; Delibes ySantonja 1986: 110-112). En definitiva, a partir dela toponimia parece quedar clara la significaciónde esta estructura como un elemento de secularreferencia en el paisaje.

A partir de estos indicios, se planteó una exca-vación estratigráfica, conllevando un minuciosoregistro tridimensional de todos los artefactos queapareciesen, con el objeto de caracterizar talestructura. La excavación se llevó a cabo en áreaabierta, empleando el sistema de registro deHarris-Barker. La estructura tumular fue cuadricu-lada mediante una malla de unidades de 1 m2,denominadas según el habitual sistema cartesia-no de números y letras. La exhumación consistióen el sucesivo levantamiento de capas de piedray tierra, previamente dibujadas, hasta llegar a unnivel basal (UE-4), interpretado como una plata-forma de preparación sobre la que se levantó elmonumento. El área excavada comprende 80 m2,

registrándose un total de dieciocho unidadesestratigráficas, de las cuales seis corresponden asucesivas capas de piedras (UUEE 3, 7, 9, 12, 14y 17) y once son sedimentos arenosos (UUEE 2, 4,5, 6, 8, 10, 11, 13, 15, 16 y 18), de los cuales dos–las UUEE 16 y 18- no han deparado ningún mate-rial arqueológico. A continuación presentaremosde manera muy concisa y resumida la secuenciaestructural de las capas de piedra y tierra, en elmismo orden en que fueron retiradas. No pode-mos detenernos en describir los pormenores decada una de las unidades estratigráficas, para locual remitimos a la memoria preceptiva sobre laexcavación2. Tampoco presentaremos un diagra-ma estratigráfico del túmulo - igualmente incluidoen el referido documento técnico- debido a que,en rigor, no pueden establecerse estrictas relacio-nes estratigráficas entre las sucesivas capas depiedra y tierras, con lo cual estaríamos ofreciendouna imagen equívoca de la secuencia diacrónicareal del monumento.

La UE 1 consistía en el majano reciente sobrela estructura arqueológica. Los tres niveles desedimento superiores (UUEE 2, 5 y 6) alternabancon capas de piedras y comparten una colora-ción oscura o grisácea (10 YR 4/3 Munsell) y unatextura suelta y polvorienta, con frecuente casca-jo o piedra menuda. Estas capas de arena másexteriores contenían frecuentes restos de materiaorgánica, como vegetación descompuesta y raí-ces, y han sido afectados intensamente porcados o huras de roedores, que recorrían su inte-rior entre las piedras. Además de resultar muy fre-cuente la cerámica a mano y las lascas de sílex,en esta parte del túmulo también se documentauna importante cantidad de cerámica a torno,vidriada y loza, así como algunos metales recien-tes. El cuarto depósito de arena (UE 8), entre lascapas de piedra segunda (UE 7) y tercera (UE 9),presentaba unas características distintas. Secomponía de pequeñas piedras, gravas (<5 cm)y cascajo, a modo de echadizo relativamentehomogéneo, trabado con tierra de coloración roji-za, como la del entorno geológico. Presentabamuy escaso material arqueológico prehistórico, ysólo un galbo a torno, que interpretamos como fil-trado entre las piedras y procedente de los nive-les superiores.

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2 FABIÁN GARCÍA, J. F. y BLANCO GONZÁLEZ, A. (2002): Memoria técnica de la excavación arqueológica en el túmulo de El Moruero (Gemuño,Ávila), documento inédito depositado en el Servicio Territorial de Cultura de Ávila.

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Todas las piedras vertidas al túmulo procedendel entorno inmediato y presentan un formato simi-lar. Las dos primeras capas de piedras (UE 3 y 7)se componen de bloques de cuarcita y cuarzolocal, cuyos tamaños oscilan entre 25 x 30 y 40 x50 cm, siendo preponderantes los primeros (Fig.4). Esta será la constante hasta la base del túmu-lo. En conjunto la estructura presenta un perfilabombado, debido al mayor volumen de piedrasconcentrado en el núcleo central del encachado,mientras que el número de piedras va decrecien-do hacia los extremos norte y sur (Fig. 5).

En las tres primeras capas pétreas (UUEE 3, 7y 9) no se intuye ningún tipo de orden en la distri-bución de los bloques (Fig. 5). En cambio, en lacuarta planta de piedras (UE 12) se observa en elextremo norte del túmulo una alineación de unos 6m, integrada por cantos rodados de cuarzo endirección este-oeste, cuyos tamaños oscilan entre

35 x 40 y 50 x 40 cm (Figs. 6 y 8). Se trata de unatosca y simple alineación, sin continuidad en laquinta capa de piedras, pero que marca una claradiferencia entre lo que queda al norte y al sur dela misma (Fig. 7). Hacia el norte –es decir, en laperiferia tumular- las piedras son cantos rodados ymenudos de la superficie de preparación deltúmulo, mientras que al sur se trata de bloques delos tamaños habituales, como los que venían inte-grando su coraza pétrea. Esta diferencia nos llevaa reforzar la idea de que existió algún tipo de ele-mento de separación. Tal vez se tratara de un ani-llo de refuerzo del túmulo. Como posibilidad, cabeapuntar que esta alineación podría haber tenidocontinuidad hacia otros sectores –especialmentecerrando la estructura por el sur-, si bien habríaresultado alterada durante alguna de las transfor-maciones que sufrió el túmulo a lo largo de su his-toria. Su exclusiva localización en la cuarta capa

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Fig. 4. Aspecto del túmulo desde el norte, con la primera capa de piedras (UE 3) a la vista.

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Fig. 6. Alineaciónde bloques en elsector septentrionalde la cuarta capa depiedras (UE 12),vista desde el este.

Fig. 5. Vista general de la segunda capa de piedras (UE-7) desde el este. Se aprecia el perfil combado de la estructura.

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de piedras, parece un factor más para considerarla existencia de una estructura muy básica, que sevio alterada por circunstancias desconocidas y enun tiempo difícil de precisar.

Tras retirarse la tercera capa de piedras (UE 9)se documentó un llamativo contraste entre el sec-tor suroriental del túmulo, de 38 m2 y con un sedi-mento arenoso de tonos pardo-amarillentos (UE10) y un manchón negruzco oscuro de 18 m2 cir-cunscrito al sector suroccidental, con abundantescarbones vegetales (UE 11) (Fig. 7). Bajo la cuar-ta capa de piedras (UE 12) este manchón negruz-co tenía continuidad en la UE 15, y aparece comoun mero retazo en la UE 18, mientras que el tipode sedimento pardo descrito en la UE 10 continúaen profundidad como UE 13. Estas UUEE 13 y 15constituyen los depósitos basales, que apoyan

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Fig. 7. Planta de la cuarta capa de piedras (UE 12). Se ha diferenciado con un color más oscuro la alineación de bloques que pudieran responder a una estruc-tura previa desmantelada. La trama punteada señala los indicios de una probable hoguera (UE 11). Bajo las capas de bloques aparece el preparado de cantomenudo (UE 16) o nivel fundacional.

Fig. 8. Detalle de la posible alineación de bloques en la parte septentrio-nal de la cuarta planta de piedras (UE 12).

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sobre el sustrato de arcosas miocenas rojizas(UUEE 4 y 16) (Fig. 7). La UE 15 se concentra en16 m2 en el sector noroeste del túmulo, es de mar-cado color grisáceo ceniciento (10YR 6/3Munsell), con muy escaso material arqueológico,todo él prehistórico, pero con abundantes restosde carbones vegetales. Por su parte, la UE 13 seextiende por 28 m2 en el sector suroriental deltúmulo. Es importante señalar que a partir de laaltura de las UUEE 10 y 11, parece que los sedi-mentos han permanecido intactos desde su for-mación en tiempos prehistóricos. Así lo indica laausencia de restos modernos desde la UE 8, quelos cubre, en adelante. También lo confirma elestudio palinológico de la propia capa rojiza (UE8) y del manchón ceniciento basal (UE 15), queha ofrecido un espectro polínico lo suficientemen-te homogéneo como para admitir la ausencia deafecciones postdeposicionales (Fabián 2006:335). En suma, desde la tercera planta de piedras(UE 9), y hasta la base misma del túmulo, se haconstatado la presencia de una mancha ceni-cienta, con frecuentes carbones de pequeñotamaño, en la zona oeste del túmulo. Este depó-sito, identificado con las UUEE 11, 15 y 18, lointerpretamos como los restos de una probablelumbre encendida en el extremo suroeste de laestructura. Su presencia a través de varias capasde piedras pudiera responder a dos situaciones:1) que la hoguera fuera hecha en la segundaplanta de piedras y con el tiempo las cenizas sehayan ido filtrando hasta la base del túmulo; 2)que el fuego hubiera sido prendido a mayor pro-fundidad, retirándose previamente las piedrasque constituían el encachado tumular, para serreintegradas posteriormente. Más adelante plan-tearemos la hipótesis de que a este fuego pudie-ran asociarse los restos humanos quemados quehan sido datados en el Bronce Final.

Desde la tercera planta de piedras (UE 9) laextensión del túmulo se reduce drásticamente enanchura, hasta casi desaparecer en la quintacapa pétrea (UE 14). Ésta última reposa ya sobreun nivel de arcosas (UE 16) de color anaranjado-rojizo (5 YR 4/6 Munsell). La presencia en él degrandes acumulaciones horizontales de peque-ños cantos rodados –abundantes en el entornoinmediato, pero nunca dispuestos de esa forma-,nos ha movido a diferenciarlo del nivel geológiconatural (UE 4), e inclina a pensar que se trata deun suelo preparado ex profeso. La casi ausenciade materiales arqueológicos en este estrato

denominado UE 16 -cuatro fragmentos muy roda-dos de cerámica, dos lasquitas de sílex y un frag-mento de hoja, también en sílex- parece ratificarque se trata de un suelo fundacional. Es decir,que el monumento se erigió sobre un nivel de pre-paración artificial, y no directamente sobre el sus-trato geológico virgen.

En resumen, las once capas de sedimentoindividualizadas presentan suficientes coinciden-cias en coloración, textura y granulometría paraidentificar unas con otras, agrupando y simplifi-cando así un registro tal vez demasiado detallado,frente a la simplicidad real de su secuencia estra-tigráfica. Así pues, en síntesis, estamos ante trestipos básicos de sedimentos, que permiten esta-blecer ciertas correspondencias en cuanto a suspropiedades físicas compartidas: tierras negruz-cas oscuras, pardo-amarillentas y ocres-rojizas.Las tres capas arenosas sueltas y grisáceas mássuperficiales (UUEE 2, 5 y 6) forman un paquetehomogéneo, con un grado de alteración y remo-ción –especialmente por roedores- similar. En laparte inferior intacta de la estructura –desde la UE8-, encontramos unos depósitos cenicientos oscu-ros más profundos (UUEE 11, 15 y 18), similaresen composición y textura, que interpretamoscomo restos de una hoguera. Entre ellos aparecenintercaladas otras capas arenosas de propieda-des muy distintas: así, se interpone un nivel rojizoextendido por todo el túmulo (UE 8) y en el sectororiental se dispusieron depósitos distintos, decoloración pardo-amarillenta (UUEE 10 y 13).

4.- MATERIALES ARQUEOLÓGICOS

Desde su diseño preliminar, la excavación seplanteó el registro tridimensional exhaustivo detodo el material encontrado. Además el sedimen-to extraído fue cribado en seco, mediante ceda-zos de dos tamaños distintos de luz. Esto nos per-mitió recuperar numerosos materiales no recono-cidos en la propia cata, fundamentalmentepequeños fragmentos cerámicos y líticos. Elmaterial hallado abarca una cronología dilatada,desde la Prehistoria Reciente y hasta tiempossubactuales. No todos los artefactos puede rela-cionarse con episodios de la propia trayectoriadel túmulo, pues sospechamos que algunos deellos se han incorporado al mismo de forma acci-dental, mezclados con la tierra que acabó for-mando parte del monumento. A continuaciónofreceremos un estudio pormenorizado de los

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hallazgos arqueológicos que ha deparado laexcavación del túmulo, agrupándolos según sunaturaleza. Posteriormente, presentaremos unavisión panorámica sobre la distribución de talesmateriales dentro del área excavada, para tratarde ofrecer algunas conclusiones sobre el los pro-cesos a los que han sido sometidos.

4.1. Cerámicas lisas

En las tres capas de tierra superiores se con-centra la cerámica a torno. Hay que distinguirentre cerámica de cocina y almacenaje, loza decubierta estannífera con pintura azul cobalto yfragmentos de recipientes vidriados de colormelado. En general el aspecto de toda la cerámi-ca torneada es reciente y aparece bastante frag-mentada, sin que sea posible reconstruir partesrepresentativas de los recipientes originales. Nohay ningún fragmento que haga pensar en unaépoca anterior a la Edad Moderna para estematerial. El foco más claro es el documentado enel extremo sureste de la cata, en el cuadro F9,que corresponde a un cacharro vidriado.

La cerámica a mano aparece en la granmayoría de los casos muy fragmentada y en fre-cuentes ocasiones rodada. De toda la cerámicalisa prehistórica hallada, tan sólo tres fragmentospresentan un tamaño de proporciones compren-didas entre 90 x 80 mm; el resto son siempre frag-mentos cuyas proporciones están en torno a 30-40 x 30 mm. Salvo los decorados -que abordare-mos a continuación-, son fragmentos toscos, muyraramente con superficies cuidadas, que no per-miten reconstruir ningún perfil. No hay fragmentosde recipientes de grandes dimensiones.Semejante estado de rotura debe indicar quecuando fueron incorporados al túmulo llevaban yarodando por la zona bastante tiempo, afectadospor muy distintos avatares.

Muy pocas de las piezas cerámicas son bor-des. Entre los siete fragmentos de galbo que per-miten intuir su forma, tres corresponden a reci-pientes esféricos con cuello esbozado levementeabierto; hay un pequeño cuenco semiesférico; unvasito de suave perfil en “S” sobre pasta muy fina;un vaso de pequeñas proporciones esférico, concuello marcado vertical y un pequeño vaso esfé-rico simple. Todos ellos son, como el conjunto,fragmentos muy pequeños, de tal manera que seincorporarían al túmulo de forma inadvertida, pro-

bablemente entre las tierras vertidas al mismo. Deeste conjunto de cerámicas no podemos decirotra cosa que, por su aspecto general, puedenasociarse a lo conocido para el Calcolítico en lazona, sin descartar que pudieran llegar hasta elNeolítico Final.

4.2. Cerámica decorada no campaniforme

Una mínima parte de los fragmentos cerámi-cos estaban decorados. A excepción de doslabios de borde, uno con incisiones y otro conungulaciones, los restantes son fragmentos condecoración campaniforme. En cuanto a los pri-meros, uno no permite esbozar la forma del reci-piente y el otro corresponde a un recipiente, quizáuna especie de fuente, de boca amplia con bordeabierto. Este tipo de cerámicas aparecen en elValle Amblés en los momentos finales delCalcolítico ligadas a la presencia de cerámicacampaniforme y ya en los yacimientos propia-mente del Bronce Antiguo (Fabián 2006: 513-515). Son también frecuentes en ese momento yen la etapa siguiente los recipientes con carena,de los que han aparecido tres fragmentos en lasmismas unidades estratigráficas donde proliferanlos campaniformes (UUEE 5 y 6). En ese mismonivel de la UE-6 apareció también un fondo plano,como los presentes en la zona desde el BronceAntiguo en adelante.

4.3. Cerámicas con decoración campaniforme

Los fragmentos con decoración campanifor-me parecen responder a una casuística variadaatendiendo a su estado de fragmentación (Figs. 9y 10). En primer lugar, algunos pedazos resultanser los únicos testimonios inconexos de recipien-tes no depositados en el túmulo. Podrían sermeros desechos erráticos, que habrían llegadode forma accidental con la tierra, pero tampocopuede descartarse una selección e incorporacióndeliberada de los mismos, ante el alto valor sim-bólico apreciado entre la vajilla campaniforme(Garrido Pena 2000). En otras ocasiones variosfragmentos corresponden a un mismo recipiente,representando siempre menos del 25% delmismo. En este último caso, los restos parcialesde un único cacharro parecen haber sido inten-cionalmente depositados u ocultados entre laspiedras del túmulo. En tal sentido parece hablar elhecho de que la mayor cantidad de recipientes

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Fig. 9. Fragmentos de campa-niforme Ciempozuelos pseudo-exciso y Puntillado Geométrico.

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campaniformes fragmentados, pero cuyas formaspueden reconstruirse, se constate en las UUEE 6 y8. Es decir, que se concentran en la tierra bajo lasegunda capa de piedras (UE 7) y ligados a laplanta donde se apreciaba el alineamiento de pie-dras ya aludido (UE 12), así como en la zona inicialde la mancha oscura que hipotéticamente hemosinterpretado como el testimonio de una hoguera.

El repertorio del servicio campaniforme en eltúmulo parece ceñirse exclusivamente a los vasoscampaniformes en sentido estricto –al menos encuatro fragmentos con seguridad-, no habiéndosedocumentado ni cazuelas ni cuencos decorados.Teniendo en cuenta todos los fragmentos, en totalse reconocen siete vasos campaniformes distintos.De ellos, tres están representados por un únicofragmento. Los otros cuatro se componen de

varios trozos pequeños que a menudo no casanentre sí, lo que probablemente indica que llegaronal túmulo por separado, pues incluso estaban endistintas UUEE (Fig. 10). En todos los casos excep-to en uno representan proporciones en torno al15% de un recipiente. El caso mejor representadoes el de un vaso Ciempozuelos pseudoexciso quepodría comprender el 25-30% del mismo (Fig. 9).En cuanto a las decoraciones, se distinguen trescasos dentro del estilo impreso PuntilladoGeométrico, mientras que el estilo Ciempozuelosestá representado por dos casos incisos y otrosdos más donde se combina la incisión y la impre-sión, distinguiéndose dos variantes: una de ellaspara dar pseudo-excisiones (Fig. 9) y la otra com-binando en un mismo vaso incisiones e impresio-nes de ruedecilla, consiguiendo un resultado decuidada ejecución (Fig. 10). Debe aclararse que eluso de la expresión ‘técnica incisa’, aquí empleadapara referirnos a los ejemplares de estiloCiempozuelos, no deja de ser hipotética. En efec-to, el examen minucioso de un lote relevante detales recipientes decorados ‘incisos’, ha reveladoque en ocasiones puede tratarse de impresionesde matrices sucesivas y superpuestas (Garrido2000: 108-110; Rojo et al. 2006: 138-141). Laausencia de indicios claros de una ejecuciónimpresa –como pudieran ser yuxtaposiciones deri-vadas de una decoración descuidada o con pocapericia-, nos lleva a describir las piezas de ElMorcuero como presuntamente incisas.

La calidad de todos los recipientes con deco-ración campaniforme puede valorarse comobuena, con al menos tres casos que superan esecalificativo. Sólo en los ejemplares en que la deco-ración está mejor ejecutada las pastas son másfinas, depuradas y de mejor calidad. También almenos en estos recipientes las superficies fueronbruñidas. En ninguno de los ejemplares se ha reco-nocido la inclusión de pasta blanca. Únicamenteen una de las vasijas la coloración de la pasta noofrece tonalidades negruzcas, y por tanto parecehaber experimentado cierta oxidación durante suproceso de cocción, irregularidades propias deuna cochura a “a fuego abierto”, en atmósferas nocontroladas (Carmona 2010: 151-157).

4.4. Recipientes cerámicos del Bronce Final

Los fragmentos de dos pequeñas escudillasque podemos relacionar con un episodio de inter-

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Fig. 10. Fragmentos de cerámica campaniforme Ciempozuelos.

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vención sobre el túmulo en el Bronce Final, apa-recieron en el centro del túmulo –en el cuadro G7,muy próximos entre sí, asociados a uno de losfocos de huesos humanos cremados. Se trata dedos tacitas semiesféricas sobrepasadas de fondoaplanado que en origen portaban un asa decinta, si bien ninguna la conserva (Figs. 11 y 12).La fractura del asa tiene aspecto de ser antigua.La taza con asa no es un tipo de recipientecomún entre los repertorios conocidos deCogotas I. Una de ellas porta una decoraciónexterior a base de cinco líneas paralelas y zigza-gueantes trazadas con boquique sobre la mitadsuperior del recipiente, y presenta el labio bisela-do, con líneas impresas al interior del mismo. Elmotivo ejecutado con boquique tampoco es fre-cuente en la alcallería cogotense, que suele deli-near trazos curvos o guirnaldas de más largorecorrido (p.e. Rodríguez Marcos 2007: 357-359,fig. 203). En cambio, en la tacita de El Morcueroencontramos un zigzag muy anguloso o quebra-do, resuelto mediante trazos muy cortos. En elinterior de las líneas de boquique no se aprecianrestos de pasta blanca. Estas características nos

permiten relacionar sin dificultad tal ejemplar conla fase Cogotas I Pleno, que el radiocarbono estásituando hacia 1400-1100 cal AC (Delibes et al.e.p.). La otra taza es lisa, si bien responde a unasproporciones similares a la anterior y aparecióespacialmente relacionada con ella. Este reci-piente, prácticamente completo, se recuperófragmentado y disperso en un área de 1 m², enlas UUEE 6 y 10, es decir entre la tierra que rella-naba las piedras de la tercera planta (UE 9) y latierra bajo estas piedras.

Ambas tazas presentan unas fracturas fres-cas salvo, como se ha dicho, las correspondien-tes a las asas (Fig. 11). Su rotura posiblementeaconteciera o bien en el mismo momento en queel túmulo fue reconstruido, tras haber sido depo-sitadas como ofrenda en el Bronce Final, o bienpuede deberse a remociones posteriores.

Ambos son ejemplares de buena calidad, conpastas bien decantadas, cuya variedad cromáticaresponde tanto a una cocción “a fuego abierto”,como a muy probables recocciones posteriores,es decir, por su sometimiento al fuego. Esta diver-

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Fig. 11. Cuencos liso y con decoración de boquique respectivamente, pertenecientes al mismo episodio de mediados del IIº milenio AC.

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sidad de afecciones explicaría la irregularidad cro-mática de ambas vasijas, que en el caso de lataza decorada ofrece coloraciones pardo-anaran-jadas, mientras que el ejemplar no ornamentadopresenta tonalidades más grisáceas (Fig. 11). Enel recipiente liso se observan fragmentos con dis-tinta coloración pero que casan, hallados conti-guos, lo cual obliga a pensar en la posibilidad deque fueran depositados ya fragmentados, expo-niéndose al fuego unos más que otros (Fig. 11).No puede descartarse que hubieran sido someti-dos al mismo fuego que calcinó los restos huma-nos y como consecuencia de ello se habrían frag-mentado, quedando los restos esparcidos en unárea muy reducida, o recogiéndose como partedel ritual para ser depositados aparte.

4.5. Hallazgos líticos

Los materiales que componen la industria líticason fundamentalmente lascas simples de sílex (99)

y también de cristal de roca (15) y cuarcita (3),todos ellos autóctonos. Las de sílex, una buenaparte con dorso cortical, se han extraído a partir depequeños nodulitos recogidos en las inmediacio-nes del río Adaja, uno de los cuales se ha encon-trado en la misma zona excavada (cuadro F4).Aparecieron mayoritariamente (67%) sobre la pri-mera capa de piedras (UE-2) y en la tierra intersti-cial (UE-5) entre las capas de piedras primera ysegunda (16%), decreciendo notablemente supresencia a partir de ese punto. Como tendremosocasión de ver, se trata de un comportamientosimilar al que reflejan los fragmentos cerámicosprehistóricos, por lo que debe atribuirse al mismoproceso de aporte. Hay, además, algunos nuclei-formes (6 piezas) y un curioso y típico núcleo delaminillas hallado en la UE 5, bajo la primera capade piedras. Se trata de un núcleo prismático sobreun fragmento de nódulo de sílex local con restosvisibles de córtex, en el que la cara de levanta-mientos se ha situado en un extremo, usado comoun único plano de percusión. Fue poco explotado,pero las extracciones se ejecutaron con éxito,excepto una que se reflejó, lo cual no parece quemotivara su abandono. Hasta el momento no cono-cemos núcleos de este tipo en los contextos cal-colíticos del Valle Amblés, por lo que tal vez pudie-ra relacionarse, como hipótesis, con un momentoantiguo del Calcolítico o incluso del Neolítico.

Respecto a los útiles, cabe mencionar doselementos de hoz de elaboración muy elementaly configuración expeditiva (UE-2), uno de elloscon lustre o brillo de uso. Entre la industria laminaren sílex, comparecen dos fragmentos de láminas,documentados bajo la quinta capa de piedras, einmediatos a la base del túmulo. Uno de ellos esun fragmento proximal con sección trapezoidal,de 19 mm de ancho, roto por flexión y sin lustrede uso apreciable a simple vista. Por último, den-tro del apartado del material lítico, cabe mencio-nar que entre las piedras del túmulo, a distintasalturas, se ha documentado la presencia de tresfragmentos de muelas de granito de vaivén, en unavanzado estado de deterioro, amortizadas en elmismo. El interés de estos indicios radica en tes-timoniar una serie de actividades de procesadode alimentos –molturación- en las inmediacionesdel monumento, en la misma línea de conexióntumba monumental-área doméstica, cada vezmejor constatada durante la Prehistoria Recientedel interior peninsular (p.e. Bueno et al. 2002;Rojo et al. 2005).

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Fig. 12. Reconstrucción de los dos cuencos asociados al episodio de laEdad del Bronce. El primero porta decoración de boquique.

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4.6. Elementos metálicos

Entre los metales prehistóricos tan sólo hemosde mencionar dos fragmentos que podrían corres-ponder a un mismo prendedor: la aguja de unafíbula de bronce en la UE 5, bajo la primera capade piedras, y el arco de una posible fíbula anularhispánica (UE 6). De ser correcta esta interpreta-ción, nos hallaríamos ante un testimonio, cierta-mente ocasional, de frecuentación del monumentoa finales de la Edad del Hierro.

La mayor parte de los metales son claramentecontemporáneos, y parecen aportes no intencio-nados, que han permanecido en la capa mássuperficial de piedras del túmulo. Así, se encontróun fragmento de hierro; una medalla de la Virgende Santa María la Real de Nieva (Segovia) (UE 2) yun fragmento de un objeto de bronce de aspectoreciente. A una relativa mayor profundidad, sinduda filtrada entre las piedras, apareció en la UE 2una moneda de cobre de cinco céntimos de la IªRepública española (1870), bajo la primera capade piedras.

4.7. Restos humanos cremados

Un capítulo fundamental entre los hallazgos,con una problemática peculiar y que sin dudasuscitará la reflexión de los especialistas, lo com-ponen los restos humanos cremados. En general,los huesos calcinados se encontraban en defi-ciente estado de conservación y muy fragmenta-dos, como consecuencia de su exposición direc-ta al fuego, si bien puede discriminarse un distin-to grado de cremación parcial de los mismos.Fueron objeto de un primer análisis antropológicopor B. Robledo y G. Trancho (2003) quienes iden-tificaron, entre el esqueleto craneal, piezas de unneurocráneo o calota sin restos mandibularesasociados. Entre las partes poscraneales se hanidentificado huesos de diversas porciones esque-léticas (fragmentos de costillas, vértebras, claví-cula, omóplato, húmero, etc.).

Los huesecillos aparecieron asociados enconjuntos, formando pequeñas agrupaciones adistintas alturas, en las UUEE 2, 6 y 10. Se encon-traron espacialmente muy próximos entre sí, condiferencias de cota máximas de 10 cm y dentrode un radio de unos 2,5 m. El primer foco, el másvoluminoso, se halló entre la tierra de la primeracapa de piedras (UE 2), a unos 15-20 cm de lasuperficie, en el sector noroeste del túmulo (cua-

dro H4), con algunos escasos fragmentos disper-sos también en el cuadro H3 adyacente. Estafracción presenta una coloración homogéneablancuzca, con leves tonalidades grises. Se trata-ría de restos sometidos a una combustión máscompleta, es decir, en rigor cremados (Lanting yBrindley 1999 Devlin y Herrmann 2008), tal vezpor su exposición directa a la fuente de calor.Según ha determinado su estudio antropológico,corresponden a partes esqueléticas de la mitadsuperior del cuerpo de la mujer cremada, pues seencuentran fragmentos de la calota, hioides onuez y posiblemente brazos. Un segundo peque-ño foco apareció a 80 cm de la concentraciónanterior, a tan sólo 5-8 cm de profundidad, en elcuadro I4, dentro de la UE 6. Este material óseopresenta una coloración negruzca y cenicientamás intensa, que, siguiendo la terminología referi-da, nos situaría más bien ante restos quemados,de más débil alteración térmica. Este conjuntoóseo se superpone a los restos de la posiblehoguera mencionada (UUEE 11, 15 y 18) y ubi-cada en ese sector noroeste del túmulo. Por últi-mo, un tercer foco, distanciado unos 170 cm delos otros dos, se reconoció en el mismo centro dela estructura (cuadro G7), dentro de la UE 10,entre los bloques de la tercera capa de piedras,en el mismo sitio e inmediatamente por debajo -aunos 10 cm de profundidad- de las dos tacitas deCogotas I ya descritas. Los restos óseos del cua-dro G7 presentan una coloración negruzca,semejante a la de los fragmentos quemados delcuadro I4. Anatómicamente los dos últimospequeños conjuntos óseos pertenecerían a lasextremidades inferiores de un mismo individuo.

La estrecha coincidencia espacial, en el cua-dro G7, entre los cuencos de Cogotas I y, bajo ellos-casi en contacto- uno de los focos de restosesqueléticos, planteaba de inmediato la posibili-dad de relacionar ambos materiales con un mismoepisodio de vertido o deposición. Así pues, aclararla cronología de los restos óseos ha constituidouna prioridad a lo largo de nuestra investigación,para contrastar la hipótesis de su probable sincro-nía con las dos tacitas. Una primera muestra de130 gr de cráneo (de la UE 2, cuadro H4) fue envia-da en 2003 al laboratorio de radiocarbono de BettaAnalytic en Miami (USA). Sin embargo, la dataciónde 14C AMS no dio resultados, al no presentar lamuestra suficiente cantidad de colágeno comopara aplicar este método. Con posterioridad, estematerial biológico ha sido estudiado por el equipo

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de A. Esparza (Universidad de Salamanca) dentrode un programa de investigación que específica-mente versa sobre el fenómeno de la muerte en lacultura de Cogotas I3, y en el cual participó uno denosotros (ABG). Ello nos ha permitido, por unaparte, disponer de un nuevo y completo estudiobioantropológico realizado por J. Velasco Vázquez,un adelanto del cual se adjunta en este mismovolumen de la revista Munibe. Ha sido posible,además, intentar datar de nuevo esta muestraesquelética. En esta segunda ocasión, se optó porrealizar la datación radiocarbónica sobre carbona-to estructural de hueso cremado en el laboratoriode Groningen (Lanting y Brindley 1999), siendo elresultado positivo. La muestra pertenece al mismofoco del primer intento (de la UE 2, cuadro H4) y sureferencia de laboratorio es GrA 38129 (muestraEMG 01). Ha ofrecido como resultado la edad con-vencional de 3080 ± 30 BP, que corresponde alintervalo de calibración 1420-1268 cal AC a 2sigma (Fig. 13).

Esta datación resulta coherente con el únicomaterial arqueológico con atributos estilísticosreconocido durante la excavación. Como hemosvisto en el epígrafe 4.4, estamos hablando de unade las tacitas con decoración de boquique, quepresuntamente remitiría a la fase Cogotas I Pleno.Esta nueva datación absoluta confirma por tantoel relativo envejecimiento de la ‘plenitud’ del esti-lo alfarero de Cogotas I, cuyo comienzo podríasituarse ca. 1400 cal AC (Delibes et al. e.p.).

Sin embargo, aparte de la fechación de esteinsólito episodio ritual durante la Edad delBronce, el material antropológico ofrece otrosmuchos aspectos de interés. Los distintos estu-dios antropológicos efectuados (Robledo yTrancho 2003; Velasco, en este volumen) coinci-den en señalar que los fragmentos óseos recu-perados corresponden a un único individuo adul-to de sexo femenino, menor de 40 años, sin lesio-nes traumáticas aunque con indicios de habersufrido anemia. Dichos estudios también handeterminado que el cadáver fue cremado conanterioridad a encontrase esqueletizado, esdecir, cuando aún conservaba tejidos blandosadheridos al hueso, y a una temperatura inferior a650º. Así pues, se nos plantea la posibilidad deencontrarnos ante un ritual fúnebre relativamenterápido, en el que los restos cadavéricos de lamujer, aún frescos y conservando sus conexionesanatómicas, habrían sido expuestos a un fuegode llama irregular, que pudo tener lugar allí mismoo en sus inmediaciones. Semejante combustiónparcial y desigual explicaría que los huesos de lamitad superior del cuerpo hubieran sufrido conmayor intensidad el fuego –es decir, aparecencremados-, frente a las extremidades inferiores,tan sólo quemadas. Más adelante trataremos deconjugar esta información con el resto de infor-maciones aquí barajadas, para tratar de apuntaruna interpretación arqueológica consistente.

4.8. Distribución del material arqueológico

Una vez presentados los distintos tipos demateriales arqueológicos, insistiremos ahora en sucontexto de aparición. Un primer aspecto a tratares la distribución de los mismos en el área exca-vada a lo largo de su secuencia vertical. Como serecoge en la tabla y el gráfico adjuntos (Figs. 14 y15), la densidad de restos por cada unidad estra-tigráfica responde a un reparto muy desigual. Engeneral, el material arqueológico es más numero-so en las capas de tierra superiores, en los prime-ros 30 cm de la excavación, entre las tierras gri-sáceas sueltas de las UUEE 2, 5 y 6. La densidadde hallazgos decrece progresivamente según seavanza en profundidad dentro de la estructura.Esta mayor abundancia de restos en las capas

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3 Se trata del proyecto de investigación titulado La sociedad de Cogotas I ante la muerte: Estudio arqueológico y bioarqueológico de los restos huma-nos de los yacimientos de la Submeseta Norte (HUM 2005-00139/HIST) del Plan Nacional de I+D+i.

Fig. 13. Distribución de probabilidades del intervalo de calibración parala fecha 14C obtenida de los restos humanos cremados de la UE 2.

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superficiales se refiere tanto al material prehistóri-co como al reciente, y más adelante ofreceremosuna posible explicación de esta peculiaridad.

Como complemento de la distribución de res-tos a lo largo de la sección del túmulo, convieneestudiar también su densidad espacial o en plan-ta. Para ello presentaremos el recuento total dehallazgos, sin diferenciar cada una de las unida-des estratigráficas, ya que, como acaba deverse, una imagen global resultará más significa-tiva, y tan sólo cabría distinguir entre las capassuperiores y el resto (Fig. 15). Esta lectura hori-zontal (Fig. 16) nos permite apreciar cómo los res-tos aparecen esparcidos por toda la planta deltúmulo, aunque con algunas peculiaridades queconviene detallar. Así, la cerámica a mano com-parece con mayor abundancia en la mitad nortede la estructura, y es precisamente en su zonacentral, dentro de un eje longitudinal oeste-este,donde se concentra con más claridad. La cerá-

mica moderna torneada obedece a un patróndistinto, no relacionado con el anterior. Su depo-sición parece conformar varios focos, de los cua-les los más claros son uno central y otro en elextremo sureste -cuadro F9- que, como ya hadicho (apartado 4.1), son fragmentos de unmismo recipiente vidriado.

Los restos de cerámica campaniforme seconcentran en la parte sur de la estructura, mien-tras que los fragmentos relacionados conCogotas I aparecieron en la zona central deltúmulo, parcialmente asociados a los restoshumanos cremados (Fig. 16). Por su parte, la dis-tribución de lascas de sílex en planta presenta elinterés de mostrar un patrón ajustado a un ejediagonal noroeste-sureste. La densidad de pro-ductos de talla en sílex no parece guardar rela-ción con la presencia de núcleos de ese mismomaterial, salvo tal vez en los extremos noroeste ysureste de la cata. Pero si se observa más dete-nidamente, los restos de sílex dibujan un esque-ma muy similar al de la cerámica a mano, lo quenos lleva a sugerir que ambos tipos de materialpudieran responder a unas mismas circunstan-cias de deposición.

* * * * * * * *

A modo de síntesis de este epígrafe, puedenesbozarse ya algunas propuestas de interpreta-ción sugeridas por la distribución de los materia-les arqueológicos en la estructura tumular:

1.- Las cerámicas a torno y los metales recientescomparecen puntualmente, formando agru-paciones, y se restringen a las tres capas desedimento más superficiales. Los fragmentostorneados sólo abundan en la primera capade tierra (UE 2), decreciendo su número amenos de la mitad en la inmediatamente infe-rior (UE 5). Esta situación sería producto deluso en los últimos siglos del túmulo, comolugar de referencia para distintos tipos deactividades durante la utilización agrícola dela zona. No puede descartarse la alteraciónde las primeras capas de piedras incluso porremociones en busca de tesoros. En todocaso, la afección moderna del túmulo ha inci-dido en una potencia de unos 20-25 cm.Puede concluirse, con bastante claridad, quedeben disociarse los patrones espaciales delos restos prehistóricos y modernos, ya queresponden a causas muy distintas.

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Fig. 14. Relación de UUEE positivas compuestas por niveles de tierra,con el número de hallazgos (piezas/fragmentos/lascas) que contenían.Cada UE se simboliza con el color aproximado de su sedimento.

Fig. 15. Gráfico de barras con el número de hallazgos por cada UEarqueológicamente fértil.

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Fig. 16. Densidad de restos arqueológicos en el área excavada, agrupados por tipos de material.

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2.- La cerámica prehistórica y el sílex parecenrevelar unas mismas pautas de vertido, puesse distribuyen en torno a un eje diagonal queatraviesa la estructura. La mayor concentra-ción de fragmentos cerámicos a mano ypequeñas lascas de sílex y cuarzo tiene lugaren la UE 2, en la misma en la que también sealcanza la mayor cantidad de cerámicas atorno modernas. A partir de ese punto losfragmentos cerámicos van a decrecer en lassucesivas capas, a un ritmo de entre el 1’3 yel 1’8%, excepto entre las dos últimas que esdel 3’9%. Esta abundancia de material en laregión superior o coraza externa, coincidecon lo observado en el túmulo de Coto Alto(López Plaza 1984: 59). Entendemos estasituación como consecuencia de un recreci-do intencionado de la estructura en su partecentral, para dotarle del aspecto abombadoque hoy apreciamos. En otras ocasiones, seha señalado un origen natural para las capasde sedimento más superficiales que com-pactan las piedras de la coraza tumular (p.e.Rojo et al. 2005: 183). En el caso de ElMorcuero el volumen de sedimento implicadoy la cantidad de material recuperado en élnos llevan a proponer una génesis antrópica.La cubrición con tierra de la estructura depiedras, en época prehistórica, explicaría lapresencia de ese material disperso. Se trata-ría por tanto de meros residuos inadvertidos,acarreados con la tierra vertida sobre eltúmulo, que contenía mezcladas cerámicas ylascas de sílex procedentes de otro lugar.Respecto al material prehistórico –lasquitasde sílex, fragmentos cerámicos pequeños y amenudo rodados- en las capas interiores deltúmulo, desde la UE 8 a la UE 15, su ubica-ción final pudiera obedecer a las filtracionesentre las piedras, y también a la intervenciónen el Bronce Final, que al abrir una parte deltúmulo habría provocado su desplazamientoal interior.

3.- Los materiales arqueológicos prehistóricoscomparecen por el túmulo en toda su exten-sión, pero con una especial incidencia en sumitad oeste y a lo largo del eje longitudinalcentral. Esta constatación coincide con lapresencia de una presunta hoguera en labase, y la deposición inmediata a ella de lastacitas del Bronce Final y los restos esquelé-ticos humanos quemados.

5.- DISCUSIÓN

Una vez mostradas las características estruc-turales del túmulo de El Morcuero y los materialesque contenía, en el presente apartado esbozare-mos algunas líneas interpretativas sobre estemonumento. Partimos como base segura de queel túmulo fue utilizado al menos en dos momentosantiguos: en el Calcolítico Final y en el BronceTardío-Final. Pero no puede negarse categórica-mente un origen anterior. La escasa significacióndel resto de los materiales hallados provocacuanto menos la duda. A propósito de esto, quizádebamos reparar en la trayectoria arqueológicade algunos de los templos hoy en pie, cuyo ori-gen remonta dos mil años atrás y de los quetodos conocemos bastantes casos. La reflexiónresultará útil a la hora de considerar desde elpunto de vista arqueológico lugares como ElMorcuero, donde las pruebas revelan monumen-tos de uso diacrónico, es decir no puntual, comotambién hay casos que citar4. Por tanto, lo queexpondremos a continuación, no es otra cosa queuna reflexión a tener en cuenta para interpretarlugares como El Morcuero, inmersos en una largatrayectoria temporal. Lo veremos a través de unejemplo: un antiguo santuario prerromano dedi-cado a una deidad determinada es convertido enun nuevo edificio en época romana con la mismaadvocación prerromana, algo que nos consta tansólo porque en ese tiempo usan ya la escriturapara nombrar al dios en la epigrafía.Anteriormente, al no disponer de escritura y serlos restos de aquella construcción muy escasos,como consecuencia de dos mil años de edifica-ciones, reformas y alteraciones de todo tipo en ellugar, las pruebas del culto prerromano son exi-guas o inexistentes. Por tanto, a los ojos delarqueólogo, los indicios de un origen prerromanodel lugar, sin epigrafía, no existirían. La dataciónque diera del lugar, no se ajustaría a la realidad.En el siglo IV d.C. el pequeño templo pagano seconvierte en un templo cristiano sin que el conte-nedor varíe sustancialmente. El ritual, como con-secuencia de la nueva religión varía, entre otrascosas se prescinde del uso de aras de tipologíaromana. Las que había se convierten en un restodesechable, pero muy útil para la interpretaciónarqueológica. El culto cristiano, atravesando des-pués tiempos políticamente difíciles, llega hasta la

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4 Por ejemplo el de Aldeagordillo, en las inmediaciones de Ávila(Fabián García, 1992).

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invasión musulmana, conociendo una decaden-cia e incluso un abandono arquitectónico impor-tante. Con la conquista cristiana de la zona y laRepoblación y sin que el sitio haya perdido lamemoria de lugar de culto ni su advocación cris-tiana, es reedificado en el siglo XI-XII desde loscimientos. Las antiguas aras romanas, alusivas aun dios prerromano, son incorporadas como ele-mento de construcción, si no lo habían sido ya enalguna reforma anterior, ante su falta de sentidoen la advocación cristiana. El templo se conviertecomo consecuencia de nuevos rituales y creen-cias también en cementerio masivo, algo quepudo haberlo sido, pero circunstancial y elitista,en el siglo I-II d.C. durante el uso pagano median-te tumbas de incineración tipo cuppae. Durantequinientos años conocen introducciones de ritoscristianos, pequeñas reformas y cambios propiosde las circunstancias del momento. Algunos deestos lugares en el siglo XVII-XVIII tienen impor-tantes reformas con introducción de retablosbarrocos, incluso cambio de advocaciones.Hacia mediados del siglo XIX dejan de sercementerios, aunque las tumbas de tiempos pre-téritos permanecen en el subsuelo. Hoy muchosde estos se encuentran decadentes, sin uso, des-tinados tan sólo al turismo o a un uso particular,que ya no tiene mucho que ver con el tiempo enque conocían romerías y fiestas. En dos mil años,los avatares históricos han sido muy variados y lareconstrucción arqueológica dejaría muchosaspectos sin conocer si no hubiera tanta informa-ción escrita. Teniéndolo presente, debemos refle-xionar sobre la interpretación arqueológica decasos como el de El Morcuero, al abordar la bús-queda y detección de huellas de cada fase, ytodo lo que se nos está escapando con semejan-te información.

En definitiva, el aspecto final del túmulo queha llegado a nosotros está configurado por el últi-mo episodio de su particular “biografía” (Last1998), de forma que otros estadios previos pudie-ran haber quedado mediatizados e incluso total-mente eliminados. Es bien conocido que losmonumentos han sido objeto, a lo largo de la his-toria, de sucesivas reformas, adiciones e inter-venciones que alteraron su forma original, dejan-do un rastro arqueológico muy desigual. En elcaso de los testimonios prehistóricos, esta cons-tatación ha generado una interesente línea deinvestigación sobre el “pasado en el pasado”(p.e. Bradley 2002; Hanks 2008). En concreto, las

arquitecturas funerarias monumentales suelenservir expresamente al propósito de vincular elpresente con el mundo de los antepasados (p.e.Mizoguchi 1993; Bradley 1998; Williams 2003), demanera que constituyen excelentes recursosmateriales a través de los que se inculca la ideo-logía del grupo predominante (DeMarrais et al.1996). En la Península Ibérica vienen siendodesarrollados diversos enfoques que conjuganalgunos de tales presupuestos para estudiar lastrayectorias de reutilización de los megalitos (p.e.Beguiristán y Vélaz 1999; Delibes 2004; Lorrio yMontero 2004; García Sanjuán 2005; Mataloto2007: Lorrio 2008: 456-459; Bettencourt 2010:142-145). La función ideológica del túmulo comomemorial y como referencia material de los ante-pasados puede aportar interesantes perspecti-vas a la interpretación de monumentos como elde El Morcuero.

Comencemos aquilatando la dimensión tem-poral del monumento de El Morcuero, para reali-zar posteriormente algunas consideraciones quese derivan de su peculiar trayectoria, muy dilata-da pero discontinua. La secuencia diacrónicaconstatada en este lugar a lo largo de unos milaños inclina a considerar, como posibilidad, quesu recorrido pudiera haber sido más largo y com-plejo. Es cierto que hemos de ceñirnos a las prue-bas que manejamos y estas sólo contemplan laposibilidad de un origen bastante más antiguonada más que por un fragmento de lámina apa-recido debajo de la quinta capa de piedras, esdecir en la base misma. No es una prueba irrefu-table, pero su ubicación y tipología pudieran serlas huellas de alguna estructura anterior, reedifi-cada tiempo después y a partir incluso de unospresupuestos ideológicos diferentes. Así pues,tras la exposición previa, defendemos una erec-ción del túmulo que ha llegado hasta nosotros enalgún momento del final del Calcolítico. Una hipó-tesis posible es que fuera levantado sobre unaconstrucción preexistente –de cronología incierta-ya arruinada o demolida, para hacer algo nuevo.La alineación de bloques de mayor tamaño en lacuarta capa de cantos (UE-12), que parececorresponderse con piedras similares en el ladoopuesto, pero en desorden, podría indicar unaestructura muy sencilla y tosca (Fig. 7). Por tanto,no podemos descartar que la presencia de mate-rial campaniforme en El Morcuero se deba a una“intrusión” o segunda fase de uso de un monu-mento previo, tal y como ocurrió en el cercano

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túmulo neolítico de la Dehesa de Río Fortes(Estremera y Fabián 2002) o en el sepulcro decorredor del Prado de las Cruces (Fabián 1997).En cualquier caso, parece claro que tal arquitec-tura resultaría coherente con cuanto sabemossobre el paisaje propio de finales del Calcolítico,cuando en esta región se erigieron una serie detúmulos de pequeño formato, sobre localizacio-nes destacadas en el paisaje (Fabián 1992;Estremera y Fabián 2002; Fabián 2006). Así, esbien conocido que las últimas gentes de la Edaddel Cobre en el interior peninsular emplearon losajuares campaniformes en diversas prácticasrituales y funerarias, comprendiendo a menudo laconstrucción de estructuras tumulares. Algunosde estos monumentos no megalíticos con mate-rial campaniforme, formados por capas de piedray tierra similares a las de El Morcuero, serían lostúmulos burgaleses de Tablada de Rudrón(Campillo 1985) y del Paso de la Loba (Rojo1989); el nutrido conjunto tumular soriano delValle de Ambrona (Rojo et al. 2004: 9-12; Rojo etal. 2005: 229 y 243), del que se ha excavado elde Valdepernales (Rojo et al. 2005: 229); el madri-leño de las Vegas de Samburiel, en El Bolao(Jiménez Guijarro y Kermovant 2008); el gallegodel Alto de San Cosme (Parcero 1998) o los sal-mantinos de Pedraza de Alba y Coto Alto (Delibesy Santonja 1986: 110-112; López Plaza 1984;Garrido 2000: 51). En el mismo entorno abulensedestacan los trece túmulos de Aldeagordillo(Fabián 1992, 2006: 319-330) y las dos estructu-ras de Los Tiesos (Mediana de Voltoya) (BlancoGonzález 2004: 53 y 60, fig. 3). Parece que casoscomo estos testimonian la construcción de túmu-los en los cuales se incluyeron restos de campa-niformes Ciempozuelos y Puntillado Geométrico,mientras que la variedad marítima -consideradamás antigua-, participó en un primer momento enla reutilización de monumentos tumulares de fun-dación neolítica (Garrido 2000: 57), como losdocumentados en los valles del Tormes (Delibesy Santonja 1986; Benet et al. 1997) o de Ambrona(Rojo et al. 2005: 155-158).

La naturaleza de las actividades desempeña-das por los usuarios del campaniforme en nues-tra estación dista sin embargo de estar clara. Sibien en algunos casos, como en el Túmulo 1 deAldeagordillo, el material responde al ajuar queacompaña a verdaderas inhumaciones (Fabián1992, 2006: 321-327), en otros asistimos a ladeposición secundaria de restos humanos des-

membrados, como en el túmulo 2 deAldeagordillo (Fabián 2006: 327-328) y en la fosacon ajuar campaniforme completo deValdeprados (Gomez y Sanz, 1994; Fabián 2006:353-364), o su presencia sólo llega a ser intuidade forma hipotética, como en el monumentotumular inédito de Los Tiesos I (Mediana deVoltoya, Ávila). La excavación de esta estructurano megalítica en 2001, dirigida por nosotros,deparó un conjunto de material campaniformeCiempozuelos y Puntillado Geométrico, en undepósito basal con alto contenido en materiaorgánica. El análisis químico de este sedimento,realizado por V. Manuel Valdés, reveló que conte-nía una apreciable cantidad de fosfatos, quepudiera interpretarse por la descomposición demateria orgánica -¿cadáveres?-. Sin embargo, ala vista de los ejemplos aludidos, la ausencia derestos humanos asociados a túmulos con cam-paniforme parece ya una pauta reiterada. Cabríapensar, por tanto, que tales deposiciones partici-parían en ceremonias muy complejas, donde sóloserían un elemento más, no el central. Así pues, elcampaniforme en la Meseta parece haber funcio-nado dentro de prácticas ritualizadas muy estere-otipadas –reutilización dolménica, deposición enfosa con o sin restos humanos, bajo túmulo, etc-,pero que atienden a una amplia variabilidad localy emplean multitud de fórmulas particulares(Fabián 1995; Garrido Pena 2000).

En nuestro caso, el amontonamiento de pie-dras pudo ser erigido durante celebraciones enlas que se utilizaron y rompieron -o se habían rotorecientemente- al menos cuatro vasos campani-formes, de los que sólo se incluyeron dentro deltúmulo algunas porciones selectas. La tipologíade los fragmentos campaniformes no permite unalectura cronológica para situar el momento enque se construyó el túmulo. Sin embargo en losmonumentos del suroeste de la Submeseta Norteparece haber cierta asociación recurrente delcampaniforme de estilo Puntillado Geométricocombinado con el Ciempozuelos (p.e. Delibes ySantonja 1986: 206-209; Garrido Pena 2000;Estremera y Fabián 2002; Fabián 2006). Peroademás, hemos reconocido otros testimonios decultura material que difícilmente pueden interpre-tarse como ajuar o como elementos votivos.Parece más bien que nos encontramos ante sim-ples despojos domésticos, que repiten una situa-ción conocida para otros casos similares, comopor ejemplo, los frecuentes hallazgos de molinos

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barquiformes en túmulos (p.e. Morán 1935: 10,lám. IIA; López Plaza 1984: 66). Así, en el lugarparecen haberse llevado a cabo actividades detalla de sílex, molturación de alimentos y otrasprácticas de suficiente entidad como para dejarhuella arqueológica. No se han encontrado hue-sos de fauna, algo que puede atribuirse a suinexistencia o a su descomposición. Tal vez hayaque ver en el estado fragmentario de la cerámicaa mano un cierto trasiego, derivado de una inten-sa actividad.

A tenor de estas observaciones, debe recor-darse cómo la erección de monumentos tumula-res a menudo depara restos de actividades utili-tarias cotidianas, hasta el punto de que se consi-dera que los monumentos son buena prueba dela presencia misma de hábitat (p.e. Bueno et al.2002; Bueno et al. 2005). Tal pauta, bien conoci-da, ha permitido plantear el carácter ambiguo detales yacimientos, sacro y prosaico, ritual y a lavez doméstico (Criado et al. 2000). Esta raciona-lidad sería extensible a otras muchas manifesta-ciones de la Prehistoria reciente europea, dondelo rutinario y lo extraordinario, lo simbólico y lopráctico convivieron y se entretejieron en un regis-tro arqueológico caracterizado por su ubicuaritualización (Bradley 2005: 33-35). No debe per-derse de vista que la construcción de túmulostendría consecuencias prácticas de muchomayor impacto que la conmemoración de los fina-dos o los ancestros. Es decir, que sería una laborrealizada por los vivos y en beneficio de los vivos,aunque con ello también se honrara a los muer-tos. Como acertadamente ha señalado Goldhahn(2008: 59-60) al tiempo que el monumento sematerializa en el paisaje, el propio paisaje quedaimpregnado de carácter monumental, al invertirsetrabajo en su adecuación y limpieza para erigir elencachado tumular. Es decir, que el túmulo nodeja de ser un majano, y mediante su construc-ción, el paisaje en su derredor quedó limpio debloques y cantos de cuarcita y cuarzo, lo quedejaría tales suelos mejor saneados y listos parausos agropastoriles o de residencia. Por eso losindicios de actividades diversas coetáneas a losmonumentos son tan habituales en los propiostúmulos y en sus alrededores.

Como hemos tenido ocasión de ver, la distri-bución de cerámica prehistórica y sílex siguepatrones espaciales muy próximos (Fig. 16), yambas dispersiones coinciden precisamente con

el eje longitudinal este-oeste, en que la estructuraalcanza mayor porte. Así pues, su presenciapodría ser consecuencia indirecta del empleo detierra del entorno para realzar la estructura, regu-larizarla y, en definitiva, hacerla más visible en elpaisaje. Esta cubrición con tierra de la estructurade piedras pudo suceder a propósito de la cre-mación que tuvo lugar en el Bronce Final, ya quede haber sido anterior a ella, la apertura parcialdel túmulo –que conllevaría el desmonte de entredos y tres capas de piedras-, hubiera arrastradomasivamente los restos hasta esa profundidad.Nos preguntamos si tales restos cerámicos y detalla, muy probablemente asociados al entornopróximo al túmulo, proceden de una ocupaciónprolongada y “en toda regla”, o si se trata de lostestimonios de actividades esporádicas, de cele-braciones efímeras en el lugar. Para decantarnospor alguna de ambas posibilidades contamoscon algunos detalles conocidos, que tal vez pue-dan ayudarnos. Así, el monumento se emplaza enun lugar de relevancia paisajística, pero donde nose conocen asentamientos correspondientes alCalcolítico. En efecto, hemos caracterizado sulocalización como la parte más elevada de unaloma, que forma una plataforma paralela al cursodel río Adaja, dominando con amplitud la parte devalle que tiene al norte, este y oeste (Figs. 1 y 2).El lugar elegido está relativamente cercano al ríoy tiene suficiente prominencia en el paisaje, peroel poblamiento de esta época se concentra en lamisma vega del río o en el reborde orientado alsur del valle (Fabián 2006: 379-386, fig. 189;Blanco González 2008: 111-112, fig. 7). Por tanto,a partir de los datos hoy día disponibles, es másprobable que el entorno del que procediera elsedimento empleado en la construcción deltúmulo careciera de una presencia humana per-manente. Se trataría, por contra, de un territorio alque se acudiría de forma esporádica, por motiva-ciones diversas, entre las cuales parece haberestado el apacentamiento ganadero. La presen-cia de cauces de agua estacionales y prados conbuenos pastos, pudieron haber favorecido unaexplotación más decididamente orientada haciael pastoreo que entre los asentamientos calcolíti-cos habituales, donde se combinan suelos aptospara cultivos, con terrenos de vocación pastoril.Este detalle lo ha confirmado el estudio arqueo-palinológico de López Sáez (2006: 335-336)sobre muestras de las UUEE 8 y 15 de ElMorcuero, ambas con resultados homogéneos.

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En su estudio, López Sáez detecta en el entornodel túmulo zonas de pastizal en las que se mueveel ganado, y donde no hay campos de cereal cer-canos. Esto confirmaría la ausencia física de hábi-tats calcolíticos donde se ubica el túmulo, y cier-to carácter de territorio liminar, quizá compartidoentre varias comunidades agrarias.

Apenas intuimos algunas características delritual al que obedeció la construcción del monu-mento. La función funeraria en su origen parecedescartada, ya que no hay ninguna prueba afavor de ello. La excavación ha permitido docu-mentar la presencia de restos dispersos de cerá-mica campaniforme en el interior de la estructura,si bien en ninguno de los casos podemos hablarde hallazgos en posición primaria. Entre los frag-mentos documentados distinguimos aquellospequeños trozos individuales que pueden haberido incluidos en la tierra, y otros que pertenecien-do a un mismo recipiente, han aparecido en dis-tintas UUEE. Esto sucede sobre todo con tres delos recipientes y probablemente también con uncuarto. Es posible que estos fragmentos corres-pondan a un momento inmediato o coetáneo a laconstrucción del túmulo, y se arrojaran de formaintencional a su interior. Un comportamiento asíno resulta nuevo en la región, y tal vez tenga quever con ceremonias en las que tales recipientestuvieron un determinado protagonismo.Recuérdese el caso, muy próximo a El Morcuero,del enterramiento campaniforme de Valdeprados(Aldea del Rey Niño, Ávila). Allí se encontrarondos recipientes lisos y otro campaniforme, junto atres puntas Palmela, un puñal de lengüeta y unachapita de oro perforada, en el fondo de una fosaabierta en un pequeño altozano. Sobre dichodepósito había un paquete de huesos humanos,y diversos fragmentos con decoración campani-forme que no componían recipientes completos,arrojados a la fosa de forma deliberada (Gómez ySanz 1994; Fabián 2006: 353-360). En definitiva,alcanzamos ya a intuir la importancia que pare-cen haber jugado ciertos gestos rituales, vincula-dos a la fragmentación de los ajuares y su depo-sición selectiva (Chapman 2000; Chapman yGaydarska 2007). Es algo que ya propuso Morán(1935: 27) al hablar de “una copa inutilizada,sacrificada o rota en honor del muerto cuandotuvieran lugar las ceremonias o cultos funerarios”.Por otro lado, una vez denunciada la falsa dicoto-mía entre una esfera ritual centrada en los monu-mentos y las tumbas (Bradley 2005) y un mero

orden práctico o prosaico propio del ámbitodoméstico, resulta adecuado pensar en los frag-mentos campaniformes en contextos tan ambi-guos como el que tratamos, como indicios deceremonias ubicuas, con independencia de sucontexto (Rojo et al. 2008). El campaniforme y lasprácticas ceremoniales que conllevó estuvieronmuy repartidas a lo largo del paisaje social de lasegunda mitad del III milenio AC en el abulenseValle Amblés (Fabián 2006). Cada contexto seríasede de unas acciones determinadas, que engran parte de las ocasiones conllevaron la frag-mentación y deposición selectiva de dicha cerá-mica, tan cargada de significado.

El segundo gran estadio en la trayectoria deltúmulo hemos podido situarlo hacia mediados delII milenio AC. La datación radiocarbónica de losrestos humanos cremados y recuperados entrelas piedras, nos informa de que hacia 1420-1268cal AC tuvo lugar allí una ceremonia peculiar, queimplicó un tipo de ritual mal documentado, aun-que no sin precedentes, tanto a nivel peninsularcomo concretamente en esta región. No es extra-ño encontrar nuevas erecciones de túmulos enfechas tan avanzadas de la Edad del Bronce, porejemplo en el norte de Portugal (Bettencourt2010: 145-147). Sin embargo, lo más frecuente esla afección sobre arquitecturas preexistentes. Enefecto, como ha señalado recientemente A. Lorrio(2008: 457): “Durante el Bronce Final la reutiliza-ción de antiguos sepulcros dolménicos está per-fectamente registrada en diferentes territorios dela Península Ibérica, aunque seguramente no deuna forma tan evidente y con tanta intensidadcomo en el Sureste”. Junto al grupo cultural deQurénima, sistematizado por Lorrio, otro foco degran dinamismo en la intervención sobre sepul-cros tumulares por estas fechas es el valle delDuero y zonas adyacentes. En efecto, es bienconocida la frecuente aparición de restos cerámi-cos de Cogotas I en monumentos del IV y III mile-nios AC, como peculiaridad propia de este sectorde la Submeseta Norte (Esparza 1990: 114-116;Delibes 2004). La gran mayoría conllevan elempleo de recipientes de la fase Cogotas I Pleno,siendo muy usual hallar ornatos de boquique,mientras que los testimonios de Protocogotasparecen en cambio ser más minoritarios. Así,debemos recordar la presencia esporádica decerámica con boquique en sepulcros megalíticoscomo el alavés de la Chabola de la Hechicera(Apellániz y Fernández Medrano 1978: 210-211).

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Pero, sobre todo, donde tal fenómeno adquierevisos de ser un comportamiento regular, es en eloeste de la cuenca del Duero (Morán 1931, 1935;Delibes 1978: 238-239, fig. 9; Esparza 1990: 114-116). En la amplia franja occidental de laSubmeseta Norte se constata la presencia decerámicas con boquique en los sepulcros mega-líticos zamoranos de Casal del Gato (Almeida deSayago) (Morán 1935: 21-25, lám IV C y V A); enGranucillo de Vidriales, los sepulcros San Adrián(Morán 1935: 28-30, lám. VIB y VIIA); La Vega(Morán 1935: 31-32, lám. VIIB) y Las Peñezuelas(Morán 1935: 32-35, lám. VIIC) y la PiedraHincada (Brime de Urz) (Morán 1935: 26-27, lám.VB y VIA). En la provincia de Salamanca conta-mos con los ejemplos de Santa Teresa I (Roblizade Cojos) (Morán 1935: 10, lám. IIC; Delibes ySantonja 1986: 98); El Turrión o La Veguilla I (Albade Tormes) (Delibes y Santonja 1986: 24) y CotoAlto (La Tala) (López Plaza 1984: 64, figs. 7-10;Delibes y Santonja 1986: 112). En Ávila hemos demencionar el sepulcro de corredor del Prado delas Cruces (Fabián 1997: 62-64). Por su parte, lostemas Protocogotas, que hacen referencia a unaetapa más antigua, están documentados en elprobable túmulo salmantino de La Tala (Delibes ySantonja 1986: 112); en el dolmen de San Adrián(Morán 1935: 35; Delibes 1978: 239, fig. 9, nº 6) yen La Ermita (Galisancho, Salamanca) (Delibes2004: 217, fig. 2).

A pesar de la amplia nómina de testimonios demonumentos tumulares que deparan vasijas deCogotas I, nuestro desconocimiento sobre tal fenó-meno es abrumador. En gran medida, ello se debea que la información disponible procede mayorita-riamente de trabajos antiguos, carentes, por tanto,de la calidad hoy día requerida. Apenas sabemosnada sobre el papel desempeñado por los reci-pientes cerámicos, sobre su asociación a otrosmateriales coetáneos –por ejemplo, no decorados,ni respecto a su ubicación precisa dentro de talesarquitecturas (p.e. Delibes 2004). Así pues, el tes-timonio abulense aquí presentado, viene a arrojaralgo de luz en un terreno plagado de incertidum-bres. Desafortunadamente, el túmulo de ElMorcuero presenta una formación compleja, cuyatrayectoria debe leerse con prudencia, ante la difi-cultad que entraña la identificación de auténticasrelaciones estratigráficas entre los depósitos que locomponen. Por tanto, con las pruebas expuestas,nuestra reconstrucción de los hechos sólo preten-de ser una aproximación tentativa. Algunas obser-

vaciones parecen bien contrastadas, pero lasecuencia de gestos seguida dista de estar sufi-cientemente clara, y varias hipótesis distintaspodrían explicar el resultado arqueológico docu-mentado. Respecto al episodio desarrollado en laEdad del Bronce, puede aceptarse con seguridad:1) que una única mujer joven fue cremada en lapropia estructura tumular o en sus inmediaciones,quedando los restos conservados a distintas altu-ras del túmulo; 2) que la coraza pétrea fue parcial-mente desmontada, abriéndose un hueco en susector occidental; 3) que fueron depositadas dostacitas, ya sin asas, una de ellas decorada conboquique y 4) que esta intervención a mediadosdel II milenio AC alteró profundamente el monu-mento, desfigurando su aspecto previo, de lasegunda mitad del III milenio AC.

Una hipótesis plausible, sería identificar losrestos de una posible hoguera en el sector oestedel túmulo (UUEE 11, 15 y 18) con la pira dondeefectivamente se perpetró el rito crematorio (Fig.7). Sin embargo, no tenemos argumentos irrefu-tables para defender tal posibilidad. En estesupuesto, la incineración habría tenido lugarsobre la tercera capa de piedras, tras abrirse unboquete en el encachado tumular. Una vez con-sumada la combustión, se habrían seleccionadoy recogido buena parte de los restos óseos de lahoguera. El hecho de que se hayan encontradoen el mismo lugar donde se realizó el fuego, perodos capas de piedras por encima, podría indicarque en dicho transcurso, los bloques -separadosy amontonados-, cayeron sobre la hoguera,cubriéndola, por lo que los huesos se depositaronfinalmente sobre ellas. También pudo mediar unaseparación premeditada, empleando piedras deltúmulo. Paralelamente, otro pequeño lote de hue-sos –correspondiente a las extremidades inferio-res-, junto con las dos tacitas, fueron deposita-das entre las piedras de la zona central deltúmulo, apareciendo en la misma UE-6 donde sehabía producido la cremación. En nuestro caso,los recipientes pudieran haberse depositadocompletos, frente al estado parcial y fragmenta-rio que ofrecen las cerámicas de Cogotas I enmuchas otras ocasiones (p.e. Morán 1935: 32;Fabián 1997). Tras ello se habría reconstruido eltúmulo, cubriéndolo finalmente con una capa detierra recogida de las inmediaciones, que inclui-ría restos materiales deteriorados, de activida-des muy anteriores.

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La interpretación que acaba de esbozarsepresenta sin embargo algunos puntos débiles.Así, ante la ausencia de datación directa, elpaquete sedimentario ceniciento de las UUEE 11,15 y 18 también pudiera responder a un fuegofundacional, coetáneo a la erección del túmulo ya la deposición de vasos campaniformes. Ensegundo lugar, durante la excavación de talessedimentos no se encontró ningún otro resto óseocalcinado, a pesar de haber sido cribadosexhaustivamente. En tercer lugar, no podemosdescartar la existencia de un ustrinum en lasinmediaciones del monumento, pues no hemospracticado prospecciones dirigidas a reconocer-lo5. Tampoco está claro si los restos humanos hansido seleccionados y trasladados desde la pira–dondequiera que estuviera-, o si simplementehan permanecido in situ tras exponerse al fuego.La presencia de gran parte de ellos en nivelessuperficiales del túmulo (UUEE 2 y 6) y sobretodo, su estricta ordenación anatómica, pudieranindicar que los despojos cinerarios permanecie-ron en su situación primaria. En caso contrario,habría que pensar en una eliminación total y sis-temática de restos humanos de la pira, seguidade una selección de algunos de ellos, que seríancolocados según rigurosos criterios anatómicos.La propia coloración oscura del paquete de tierramás superficial (UUEE 2, 5 y 6) pudiera relacio-narse también con un fuego prendido sobre lacoraza de piedras. En todo caso, la identificaciónde tal ustrinum no es una tarea sencilla. Como seseñala en el estudio bioantropológico adjunto(Velasco, en este volumen), una pira sobre lacoraza tumular no tendría que haber dejado indi-cios evidentes de termoalteración, pues los ejem-plos etnográficos y experimentales advierten dela facilidad con que pueden desaparecer.Además, la dispersión de restos óseos constata-da pudiera responder perfectamente al propioproceso de combustión. En este supuesto, almenos algunos fragmentos selectos de las extre-midades inferiores de la mujer habrían sido reco-gidos en el interior de las tacitas y, por consi-guiente, se habrían recuperado a una profundi-dad mayor (UE 10) que la superficie de ignición(UUEE 2 y 6), donde presuntamente yacerían aúnel resto de porciones quemadas.

Por último, podemos efectuar una valoraciónbreve sobre lo que puede suponer el testimoniode El Morcuero para la comprensión de la esferaritual de Cogotas I. Hasta ahora, la deposición devasijas de Cogotas I en los monumentos tumula-res, como fenómeno extendido por el occidentede la cuenca del Duero, venía siendo relacionadocon reutilizaciones o “intrusiones” funerarias en lasviejas tumbas neolíticas. Esta perduración del usode los megalitos entre las sociedades agrarias“post-megalíticas” viene siendo remarcada tantoen el occidente europeo (p.e. Bradley 2002: 124-148), como en el ámbito peninsular (p.e. GarcíaSanjuán 2005; Rojo et al. 2005). Tales deposicio-nes han llevado incluso a proponer la perduraciónsecular de su significado, como lugares sacros(Delibes y Fernández Manzano 2000: 112; Delibes2004: 219-228). Pero ¿qué actividades desarrolla-ron las gentes de Cogotas I en los viejos sepulcrosneolíticos y calcolíticos?, ¿se trató de prácticasvotivas, funerarias, festivas…? Al respecto, yahemos mencionado que la lectura de los datosantiguos apenas revela aspectos sobre el contex-to en que aparecieron los recipientes de CogotasI en los monumentos tumulares. Siempre puedenencontrarse noticias que pueden emplearse comopresunto refuerzo de la hipotética práctica de cre-maciones de restos humanos en dólmenes. Así,algún pasaje de los escritos de Morán (1935: 30)hace referencia al hallazgo de “abundantes car-bones y tierra quemada”. Sin embargo, tales infor-maciones no sirven ni para confirmar ni para des-mentir nada. Por ello, el parangón más estrecho ygeográficamente más cercano de cuanto hemosvisto en El Morcuero, sigue siendo el sepulcro decorredor abulense del Prado de las Cruces(Bernúy-Salinero). Ambas estaciones permitenenfocar la caracterización de esta problemáticacon unas mínimas bases científicas. Allí, en el sec-tor suroeste del túmulo que rodeaba la cámaramegalítica, formada por ortostatos, la excavaciónde 1987 permitió documentar la concentración derestos de al menos dos recipientes con decora-ción de boquique de estilo Cogotas I (Fabián1997: 65, Fig. 36 y 37), y restos óseos humanoscalcinados, correspondientes a un número míni-mo de cuatro individuos, dos adultos y dos sub-adultos, que fueron expuestos al fuego cuando

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5 En la campaña de 2002 tuvimos ocasión de excavar una serie de sondeos en el entorno al sur del túmulo, buscando localizar evidencias asociadasal mismo. Los resultados fueron sin embargo infructuosos.

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aún conservaban tejido muscular (Prada 1997:130). El tratamiento homogéneo post mortem delos cadáveres de los cuatro individuos, y su apa-rente relación espacial con fragmentos de dosvasijas decoradas con estilo Cogotas I, nos lleva-ron a uno de nosotros (FFG) a interpretar querestos humanos y cerámicos pudieron deposi-tarse en la cámara dolménica durante el BronceFinal, siendo posteriormente extraídos y vertidossobre el túmulo, fruto de una violación o una lim-pieza cameral.

Delibes (2004) ha planteado una interpreta-ción no funeraria para los conocidos conjuntos demateriales del estilo Cogotas I presentes ensepulcros colectivos del occidente de la cuencadel Duero. Utilizando el caso del Prado de lasCruces, discrepaba con su excavador sobre laasociación de los restos humanos cremados conel episodio de la Edad del Bronce. Para ello ale-gaba la no estricta coincidencia entre cerámicasde estilo Cogotas I y restos cinerarios; la presen-cia de cuentas de collar de moscovita entre losmismos, propias de los ajuares megalíticos y “loinsólito del recurso a prácticas auténticamenteincineradoras en el seno de las comunidades delBronce en la Meseta” (Delibes 2004: 221).Sugería entonces que la combustión parcial talvez se habría debido a un fuego ritual de clausu-ra, como los conocidos en numerosos monumen-tos colectivos neolíticos (Rojo y Kunst 2002). Asípues, las actividades desarrolladas durante el IImilenio AC en los monumentos tumulares nohabrían tenido carácter funerario, sino votivo. Tanvetustas arquitecturas se habrían convertido ensantuarios, desligados del ámbito cotidiano ydoméstico, y provistos de una lógica simbólicasimilar a la de los depósitos metálicos del BronceFinal (Delibes 2004: 227-228).

Hoy día, a la vista del testimonio de ElMorcuero, nos atrevemos a aventurar que lodocumentado en el Prado de las Cruces pudoresponder efectivamente a un gesto desarrolladoen el II milenio AC –y no a una limpieza posterior,y que pudo perfectamente tener lugar en la cora-za tumular6, y no en la cámara dolménica. Pero,sobre todo, el tratamiento fúnebre de los restosesqueléticos -tanto en el Prado de las Cruces,como en El Morcuero-, presenta detalles de sufi-

ciente similitud –cremación parcial de cadáveresfrescos, deposición en el encachado del túmulo,acompañamiento de vasijas decoradas conboquique (?)- como para comenzar a plantearnossi no responderán a un ritual compartido.Respecto al sentido de tales gestos, tal vez hayaque plantearse de nuevo la interpretación deDelibes (2004), quien propugnaba su funciónvotiva desarrollada en unos santuarios o lugaressacros. Parece ahora ganar peso su función fune-raria –si bien no sería la pauta normativa-, dentrode unos rituales mal conocidos, donde lo sagra-do y lo profano no serían facetas disociadas(Blanco González e.p.a).

El panorama del aspecto ritual de Cogotas Iresulta hoy más polifacético y complejo quenunca. Se admite el carácter selectivo y excep-cional de las inhumaciones en fosa (Blasco1997a: 188) y se intuye el carácter heterogéneodel ritual, que incluiría también la circulación derestos humanos desmembrados. La presencia decremaciones parciales de esqueletos humanosen Cogotas I comienza a no ser tan esporádica(Esparza et al. 2008: 169), tras el conocimiento decasos como el de Tres Chopos-Abarre en Villegas(Burgos). Allí unos hallazgos fuera de control, hanpermitido realizar el estudio antropológico de almenos tres individuos inhumados –los números 3,4 y 5- cuyas osamentas presentaban una induda-ble exposición al fuego (Arnáiz y Montero 2007:240-241). Con el testimonio presentado aquí, lahipótesis de la ofrenda de recipientes de estiloCogotas I acompañando a cadáveres cremadosparece ganar peso. En un ámbito geográfico másamplio, las regiones portuguesas del Minho y laBeira Alta registran en el Bronce Final un repuntede las incineraciones, si bien coexistiendo con lamás frecuente inhumación, lo cual parece remitira la existencia de cierta variedad de concepcio-nes ideológicas sobre la muerte, reflejadas en losdistintos tratamientos del cadáver (Bettencourt2010: 161ss).

En definitiva, se constata cierta evolucióncronológica y una rica variabilidad local. En efec-to, la reutilización de monumentos tumularesparece ser una pauta circunscrita al occidentede la cuenca del Duero y propia sobre todo deuna fase avanzada, dentro del Bronce

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6 Como también parece testimoniar el depósito de cerámicas con boquique en el túmulo del sepulcro alavés de la Chabola de la Hechicera (Apellánizy Fernández Medrano 1978: 210-211).

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Tardío/Final (Esparza 1990; Delibes 2004). ElBronce Medio o Protocogotas se caracterizaríapor su continuidad con la tradición previa –comoen tantos otros aspectos (Blanco Gonzáleze.p.a)-, perpetuando comportamientos como lainhumación en fosa, mientras que en momentostardíos asistimos a cambios de orden ritual coninnegables lecturas sociales (Esparza et al.2008: 169). Sobre todas estas cuestiones seviene articulando un ambicioso proyecto deinvestigación –mencionado páginas atrás- delcual se dispone ya de algún avance preliminar(Delibes et al. e.p.) y que sin duda contribuirá adespejar tan enmarañadas perspectivas.

Por lo que a nosotros corresponde, no pode-mos dejar de señalar un factor de relieve mostradopor la excavación de El Morcuero. Se trata de lapropia identidad de la persona que recibió tanextraordinario y peculiar sepelio: se trata de unamujer joven, lo cual indudablemente tiene un graninterés de cara a profundizar en cuestiones sobrela organización social de Cogotas I. En el momen-to actual no disponemos de datos cuantitativosrepresentativos de la muestra de la poblacióncogotense, más allá de los señalados por Esparza(1990). Pero cabe intuir que la mujer cremada en ElMorcuero recibiría una especial consideraciónsocial para quienes celebraron su ritual mortuorio.Esto último resulta más relevante si consideramosque, en general, se plantea para el Bronce Final delnoroeste peninsular una pérdida de importanciadel cadáver como elemento simbólico, ya que lanegociación social e identitaria parece transferirseal propio paisaje (Bettencourt 2010: 164-165).Efectivamente, parece que entre Cogotas I Pleno lamuerte es ocultada y asociada a los contextosdomésticos (Esparza 1990; Blasco 1997b; Díaz-del-Río 2001). Por ello, el caso de la mujer crema-da en El Morcuero pudiera constituir un eventoexcepcional, pues su cadáver gana una relevanciainusitada, claramente fuera del comportamientonormativo que conocemos. Tal vez haya que incluiren este contexto el caso de la inhumación conexposición a un fuego del Cerro de la Cabeza, enlas inmediaciones de Ávila (Fabián et al. e.p.). Allí,en una fosa circular excavada en la roca madre,dentro de un área utilizada desde el Neolítico Final,donde se mezclan estructuras negativas de toda lasecuencia, apareció un enterramiento compuestopor dos individuos, uno masculino y otro femenino.El masculino se presentaba a través restos parcia-

les, como si hubiera sido incorporado desde otrositio o estuviera primero en la fosa. El femenino,aunque carecía de algunos miembros, se encon-traba prácticamente completo, portaba sendaspulseras de bronce lisas en las muñecas y habíasido objeto de una cremación parcial. Entre la tie-rra del depósito se encontró un fragmento de cam-paniforme y otro de Cogotas I. ¿Estaremos, talcomo plantea Bettencourt (2010: 165) ante uno deesos “cadáveres que ganan protagonismo comoentidades sociales portando adornos en bronce”?,¿se tratará de un nuevo episodio de trasgresión delas normas fúnebres?

Lo que ocurrió en el túmulo de El Morcuero apartir de ese momento es más difícil de averiguar.De época protohistórica serían los restos de laposible fíbula anular hispánica, de la que se haencontrado un trozo del anillo y la aguja. Tal vezcontinuaba siendo un lugar simbólico en la memo-ria de las gentes de la zona, un emplazamientoque se visitaba o al menos se respetaba como tes-timonio de una tradición que tenía que ver con elpasado. No es la primera vez que se compruebancomportamientos similares, mediando inclusograndes diferencias temporales e ideológicas.Recuérdese, por ejemplo, las distintas pautas dereutilización de sepulcros megalíticos durante laEdad del Bronce (Mataloto 2007: 126-136); laEdad del Hierro (García Sanjuán 2005: 103-106), oel caso de los cromlechs y túmulos pirenaicos y sureutilización en la Edad Media para una incinera-ción funeraria, como la de Urdanarre N 1(Peñalver 2005: 302, 303 y 309). Esta tradiciónpudo irse diluyendo en el tiempo o conservaralgún vínculo de tradición oral, si le concedemosla posibilidad de otra interpretación que la mera-mente casual a la medalla de plata de la Virgen deSanta María de Nieva hallada en la UE-2, es decir,entre la tierra que cubría la primera capa de pie-dras. No puede descartarse alguna remociónintencionada en época histórica, aunque en talsupuesto no parece haber afectado apenas almonumento. En ese tiempo el túmulo fue objeto dereconocimiento como hito o coto, testigo en el pai-saje de un cometido olvidado, diluido quizá en eltiempo en forma de leyenda. Lo curioso es que fueconservado, bien por evitar el trabajo de su des-monte, o por el respeto que a veces infunde entrelas poblaciones rurales el desmantelamiento dealgo que han conocido “desde siempre”, aunqueno se sepa muy bien la razón de su existencia.

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7.- CONCLUSIONES

A lo largo de este trabajo hemos presentadolos resultados de la investigación arqueológicadesarrollada en el monumento de El Morcuero. Setrata de un caso de interés por haber proporcio-nado informaciones contextualizadas sobre dosgrandes fases de la Prehistoria reciente y susprácticas rituales y simbólicas. Por una parte, eltestimonio viene a completar el panorama, bas-tante bien conocido, del fenómeno campanifor-me. Por otro lado, ha podido documentarse uncaso excepcional de cremación parcial y deposi-ción selectiva de un individuo femenino relacio-nado con la cultura de Cogotas I.

La interpretación histórica y social del túmulopasa por considerar, en primer lugar, el papel ori-ginal del mismo como un hito, una referencia pai-sajística comprensible por su localización liminal,fuera del alcance directo de las pequeñas gran-jas que poblaron el Valle Amblés durante finalesdel III milenio AC (Fabián, 2006). En tal contextohistórico, el túmulo pudo destinarse tal vez, a lacelebración de eventos intercomunitarios, quefacilitarían la interacción entre las gentes de lazona, suavizando así los conflictos generadospor la creciente apropiación exclusiva del valle.En este lugar se apelaría a lazos genealógicos ymitológicos como forma de cohesión social(Díaz del Río 2001: 250). Se trataría, en definitiva,de un hito que materializa una verdadera “apro-piación del pasado” (Lorrio 2008: 423-425). Ensegundo lugar, la reutilización durante el II mile-nio AC de casos como El Morcuero podría inscri-birse en el marco de apropiaciones simbólicasdel paisaje, precisamente en los hitos tradiciona-les de marcación del mismo. En ellos lo votivo ylo funerario se integrarían, mediante el ritual decremación –típicamente transformador(Macgregor 2008)- y la deposición secundariade los restos de algunos personajes carismáti-cos. Durante la Edad del Bronce el lugar seencontraría sin duda en la memoria de las gentesde la zona, dotado de nuevos contenidos simbó-licos, pero percibido como un sitio emblemático,ligado a los antepasados. Como ha recalcadorecientemente Bettencourt (2010: 159) en el casode El Morcuero podríamos estar ante “la necesi-dad de marcar el lugar de los muertos en territo-rios donde las fronteras son fluidas, volviéndosememoriales”. El monumento habría servido asícomo lugar de referencia a lo largo del tiempo,

como sede de las que Connerton (1989: 61-71)considera ‘ceremonias conmemorativas’, en lascuales el recuerdo del pasado (Bradley 2002)parece condicionar las prácticas de la Edad delBronce.

El análisis de la evidencia arqueológica recu-perada nos ha permitido apreciar las limitacionesde nuestros enfoques actuales. Disponemos deinformaciones parciales, que no todas encajan deforma coherente en una interpretación global. Lashipótesis esbozadas no cuadran bien con todoslos datos presentados y nos encontramos ante untípico caso de contradicción entre los datos empí-ricos y las teorías, ambos condicionados por lospresupuestos de la investigación desarrollada(Hodder 1999: 30-65). En conjunto, los resultadospresentados permiten intuir una trayectoria o “bio-grafía” compleja, si bien ciertos detalles concre-tos se nos escapan, y requerirán de estudiosespecíficos adicionales, que tal vez replanteen sucomprensión desde nuevos ángulos.

8.- AGRADECIMIENTOS

Los autores desean mostrar su agradecimien-to a Javier Velasco Vázquez por sus interesantesapreciaciones, y a Alejandra Sánchez Polo por suayuda con la consulta bibliográfica.

9. BIBLIOGRAFÍA

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