Un Momento de Descanso, De Antonio Orejudo (Jun, 2011)

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50 LETRAS LIBRES JUNIO 2011 RODRIGO FRESÁN Antes que nada, la tentación de titular estas líneas –parafraseando uno de sus títulos– como “Ventajas de leer a Orejudo” o “Desventajas de no leer a Orejudo”. Resistirla, vencerla. Mejor otro, más ambi- guo, que aluda de entrada y ape- nas lateralmente a uno de esos temas complicados dentro del panorama de la actual literatura española. Me refiero al espinoso asunto y a la flor venenosa de tener gracia, de ser gracioso aquí y ahora. No importa que todo surja del muy divertido Cervantes. Menos importan aún los fantasmas de Poncela o Gómez de NOVELA Estado de gracia Antonio Orejudo UN MOMENTO DE DESCANSO Barcelona, Tusquets, 2011, 248 pp. la Serna. Y Mendoza y Vila-Matas y Vilas despiertan risas y sonrisas pero –se los disculpa, frunciendo el ceño– desde la perspectiva histórica, las obsesiones personales, o la sátira social y multimediática. Antonio Orejudo es, en cambio, gracioso à la Orejudo como siempre lo fue y como siempre lo seguirá siendo un tal Kurt Vonnegut. Y se lo dije a Orejudo y se lo digo ahora a ustedes: el autor de Un momento de descanso es, seguro, el escritor español que más y mejor se parece al autor norteamericano de Matadero cinco. Orejudo –como Vonnegut– tiene un envidiable talento para el tic personal e idiomático, un auténtico genio para la estructura atomizada de la novela, un pasmoso sentido del ritmo en los diálogos y una forma de hacer lógica una trama absurda que hace parecer todo tan fácil. El tipo de facilidad –que, claro, no es tal– que experimentamos cada vez que contemplamos la elegancia y la aparente falta de esfuerzo con que Fred Astaire se desliza de un lado a otro de la pantalla: parece fácil pero no lo es, y, niños, más les vale no intentarlo en casa. Igual impresión de ligereza –en el mejor y más logra- do sentido del término– producen las líneas de Orejudo, moviéndose de izquierda a derecha y de arri- ba abajo por las páginas de uno de esos libros que parecen pequeños por fuera pero que contienen mucho más para la cabeza de lo que en principio pesan en la mano. ¿Y qué es Un momento de des- canso? ¿Una campus novel mutante? ¿Una crónica psicotrónica sobre la desilusión de toda una camada generacional? ¿Una novela “de amor”, “de amigos”, “de padre e hijo”, “de expatriados” dentro y fuera de su país? ¿Un incómo- do roman à clef académico? ¿Una farsa trágica o una comedia triste? ¿Una hermana freak encerrada en el altillo de La mancha humana, de Philip Roth, y de Desgracia, de J. M. Coetzee, fundiéndose con el góti- Antonio Orejudo • UN MOMENTO DE DESCANSO Roberto Ampuero • NUESTROS AÑOS VERDE OLIVO Thomas Bernhard • EL MALOGRADO Horacio Castellanos Moya • LA SIRVIENTA Y EL LUCHADOR Jan Zabrana • TODA UNA VIDA Robert Southey • LA EXPEDICIÓN DE URSÚA Y LOS CRÍMENES DE AGUIRRE Cesare Pavese • LOS CUENTOS Roberto Bolaño • LOS DETECTIVES SALVAJES LIBROS

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Un Momento de Descanso, De Antonio Orejudo (Jun, 2011)

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    RODRIGO fResNAntes que nada, la tentacin de titular estas lneas parafraseando uno de sus ttulos como Ventajas de leer a Orejudo o Desventajas de no leer a Orejudo. Resistirla, vencerla. Mejor otro, ms ambi-guo, que aluda de entrada y ape-nas lateralmente a uno de esos temas complicados dentro del panorama de la actual literatura espaola. Me refi ero al espinoso asunto y a la fl or venenosa de tener gracia, de ser gracioso aqu y ahora. No importa que todo surja del muy divertido Cervantes. Menos importan an los fantasmas de Poncela o Gmez de

    NOVela

    Estado de graciaantonio OrejudoUN MOMENTO DE DESCANSOBarcelona, Tusquets, 2011, 248 pp.

    la Serna. Y Mendoza y Vila-Matas y Vilas despiertan risas y sonrisas pero se los disculpa, frunciendo el ceo desde la perspectiva histrica, las obsesiones personales, o la stira social y multimeditica.

    Antonio Orejudo es, en cambio, gracioso la Orejudo como siempre lo fue y como siempre lo seguir siendo un tal Kurt Vonnegut. Y se lo dije a Orejudo y se lo digo ahora a ustedes: el autor de Un momento de descanso es, seguro, el escritor espaol que ms y mejor se parece al autor norteamericano de Matadero cinco. Orejudo como Vonnegut tiene un envidiable talento para el tic personal e idiomtico, un autntico genio para la estructura atomizada de la novela, un pasmoso sentido del ritmo en los dilogos y una forma de hacer lgica una trama absurda que hace parecer todo tan fcil. El tipo de facilidad que, claro, no es tal que experimentamos cada vez que contemplamos la elegancia y la aparente falta de esfuerzo con que Fred Astaire se desliza de un lado a otro de la pantalla: parece fcil pero no lo es, y, nios, ms les vale no intentarlo en casa. Igual impresin de ligereza en el mejor y ms logra-do sentido del trmino producen las lneas de Orejudo, movindose de izquierda a derecha y de arri-ba abajo por las pginas de uno de esos libros que parecen pequeos por fuera pero que contienen mucho ms para la cabeza de lo que en principio pesan en la mano.

    Y qu es Un momento de des-canso? Una campus novel mutante? Una crnica psicotrnica sobre la desilusin de toda una camada generacional? Una novela de amor, de amigos, de padre e hijo, de expatriados dentro y fuera de su pas? Un incmo-do roman clef acadmico? Una farsa trgica o una comedia triste? Una hermana freak encerrada en el altillo de La mancha humana, de Philip Roth, y de Desgracia, de J. M. Coetzee, fundindose con el gti-

    Antonio Orejudo UN MOMENTO DE DESCANSO

    Roberto Ampuero NUESTROS AOS VERDE OLIVO

    Thomas Bernhard EL MALOGRADO

    Horacio Castellanos Moya LA SIRVIENTA Y EL LUCHADOR

    Jan Zabrana TODA UNA VIDA

    Robert Southey LA EXPEDICIN DE URSA

    Y LOS CRMENES DE AGUIRRE

    Cesare Pavese LOS CUENTOS

    Roberto Bolao LOS DETECTIVES SALVAJES

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    co de alma mter estilo Robertson Davies? Y ya que estamos en tema y vena: qu eran y son las anterio-res Fabulosas narraciones por historias, Ventajas de viajar en tren y Reconstruccin de este madrileo nacido en 1963? La deconstruccin de un mito nacional, la puesta en marcha de una ars poetica corriendo sobre los rieles de la locura, el absurdo religioso como terreno cenagoso desde el que alzar toda una nueva lgica divina y terrena? Importa? Importa otra vez de qu tratan las novelas de Kurt Vonnegut? No. Lo que importa lo que se les exige sabiendo que siempre cum-plirn es que sean vonnegutianas. Y a Orejudo como Vonnegut, un maestro sin mundo propio porque prefi ere coger nuestro mundo y salir corriendo con l y recin despus hacerlo suyo y nada ms que suyo le reclamamos lo mismo. Y, s, Un momento de descanso no da tregua en su voluntad de ser, palabra a pala-bra, episodio a episodio, inequvo-camente orejudiana. No en vano en algn momento se cita a Nabokov y a su Humbert Humbert y aquello de que realidad es una palabra que siempre debera escribirse entre comillas.

    Y, claro, pasan muchas cosas en esta realidad y hay mucho para subrayar en la cada de un matri-monio, en el ascenso de un hijo bailarn al infernal cielo de la por-nografa, en las intrigas y conjuras y miserias en pasillos y despachos y aulas de la academia, en las men-tiras y falsedades en los cimientos de las viejas y laureadas glorias, en las varias demencias de clau-sura (Orejudo es, a no dudarlo, el mejor escritor y descriptor de manicomios en actividad), en las difi cultades de instalar un enchufe en una pared, en la amistad como vnculo ideal pero imprevisible, en el signifi cado de lo exaptativo, y en mucho ms hasta llegar a un prrafo final e impecable donde como debe ser la ms resignada

    de las melancolas es el teln que se pone sobre tanta gracia.

    Antes, cerca del centro, a mitad de camino, un tal Antonio Orejudo recuerda aqu cmo fue que se hizo escritor y nada es casual, conscien-te o inconscientemente nos explica que su gnesis, la aparicin de la literatura en su vida, tuvo que ver con sus das como cobayo en un alucinante procedimiento mdico made in USA en perodo de pruebas. Es decir: Orejudo naci en Espaa pero tambin es un autor extranjero, alien. Y la explicacin de un porten-to evolutivo y universal como en las fi cciones de Vonnegut ayuda a justifi car y a que se justifi que la cataclsmica no fi ccin ntima de esta persona/personaje que se descu-bre escritor. All leemos que alguien le dice: Hace muchos millones de aos, cuando el ser humano viva en la sabana, sus genes hicieron crecer el cerebro humano para que pudiera sobrevivir en ella. (...) Pero ese aumento de tamao trajo consigo tambin una consecuencia exaptativa no deseada, no prevista: apareci nuestra conciencia de ser individuos irrepetibles; apareci la certeza de nuestra propia muerte; apareci el sufrimiento intelectual. Pero qu supone un poco de sufri-miento comparado con la hazaa evolutiva de haber llegado hasta aqu? Y se concluye: Con esa imaginacin hars arte, Antonio. Tu sufrimiento es una minucia comparado con ese don.

    Prrafo aparte merece la portada de Un momento de descanso. La foto que la ilustra Oh, Happy Day!, de Harold M. Lambert nada tiene que ver con la novela. Y aun as se las arregla con ese hombre exultante, suspendido en la nada para trans-mitir perfectamente lo que produ-ce este libro en el lector: el haber llegado hasta aqu, el don conce-dido de muchos momentos de arts-tica e imaginativa felicidad. Aunque ahora en serio a algunos todo esto no les cause la menor gracia. ~

    VCTOR maNuel CamPOseCOLa Segunda Guerra Mundial, en Europa, le cost a la humanidad 34 millones de vidas humanas. El juicio de Nremberg, con las formalidades posibles para aquellas circunstancias, fue pblico y conden a muerte a once dirigentes enemigos europeos. La Revolucin cubana cobr un total de 183 vctimas y en los primeros tres aos de paz se fusil a 1.892 per-sonas. Por cada soldado batistiano o guerrillero que muri mientras se enfrentaban a tiros, los castristas fusilaron a diez personas cuando ya haba terminado la guerra. Las muer-tes extrajudiciales sumaban 20.400 a principios de siglo. Mara Werlau y el doctor Armando Lago las han documentado con fecha, nombre y apellido de cada asesinado.

    Lamentablemente, cuando hay que referirse a la Revolucin cuba-na nada es razonable. El debate ms comn solo conoce de argumentos reaccionarios o fundamentalismos. Segn el lado en que estemos. Casi nunca dejamos lugar para la razn ni para lo verifi cable. En cuanto los reaccionarios formulamos una pregunta objetiva, de los fundamentalistas brota en automtico una respuesta retrica. Es un dilogo de sordos. El balbuceo de los dems siem-pre repite algn mito sobre las haza-as deportivas, la salud, que no hay limosneros en Cuba o lo alegres que son las cubanas. Por qu tantos fusi-lamientos y asesinatos arteros cuando

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    Represin y despertarRoberto ampueroNUESTROS AOS VERDE OLIVOBarcelona, La otra orilla, 2010, 464 pp.

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    dos aos de Revolucin costaron, relativamente, tan pocas vidas? Por qu tantos balseros arriesgan su vida si aquello es como debieran ser las cosas? (77.833 personas de todas la eda-des han terminado en las fauces de los tiburones; documentados por Lago y Werlau. Solo uno de cada tres balseros logra su objetivo de escapar de Cuba). Por qu La Habana se est cayendo a pedazos si ha recibido subsidios tres veces superiores al Plan Marshall (de la desaparecida urss principalmente), y con un tercio de ese dinero se pudo reconstruir Europa? Por qu los ali-mentos estn racionados desde hace cincuenta aos? (cada ciudadano que no es dirigente, claro, tiene derecho a una dieta menor a la que Espaa esta-bleci como mnima para los esclavos del siglo xix). Por qu los dogmti-cos de izquierda justifican los abusos de Fidel Castro contra su poblacin? Despus del criminal desastre comu-nista del siglo xx, que le cost la vida a unos cien millones de disidentes; des-pus de la sangrienta tragedia cubana, cmo defender el comunismo? Por qu callan fuera de Cuba muchos de quienes conocen las atrocidades de Castro? Por qu un mojito, un habano y un apapacho ensordecen la conciencia de tanta gente?

    El novelista chileno Roberto Ampuero (Valparaso, 1953) se hace en el fondo las mismas preguntas en todas las pginas de su novela auto-biogrfica Nuestros aos verde olivo. La publicacin de esta novela irrit de tal manera al rgimen que desde entonces tengo prohibido el ingreso a Cuba. A veces en poltica convie-ne ms callar que expresar verdades dolorosas?, nos dice en el eplogo. Segn la novela, el narrador se casa con la bellsima hija de un dirigente cubano que aparece bajo el nombre de Comandante Cienfuegos. Los personajes histricos aparecen con su nombre real, nos dice el autor al iniciar la novela. Como a cual-quier hijo de vecino que se casa con la hija de un magnate, al narrador, en su carcter de yerno, le espera lo

    mejor o lo peor, segn baje o no la cabeza frente a su suegro primero, y luego frente a su temperamental mujer. Aunque el narrador no sea tan consciente de ello por causa de sus escasos veinte aos, obtendr lo mejor si se convierte en un arribista y lo peor si decide inconformarse ante los abu-sos que atestigua. Sin que haya de por medio una rosada epifana ni mucho menos un heroico despertar, el narrador termina por obedecer a su concien-cia de joven idealista. Y as le va. La epifana o el valiente despertar habran estropeado sin remedio la novela. No es as y Ampuero hbilmente logra la peripecia de su personaje de manera gradual, verosmil, muy simptica e interesante.

    El personaje que aparece en la novela bajo el nombre de Comandante Cienfuegos no es el hermano de Camilo, Osmany, como sugerira el apellido. Se trata, creemos, de Ramiro Valds (79 aos), el cerebro dirigente del aparato represivo de la Revolucin, la versin tropical del Beria soviti-co. Sobreviviente del Granma, Ramiro Valds se encarg, desde la Sierra Maestra, de la Inteligencia, que le cost la vida quiz a una docena de campesinos cubanos, segn ellos chivatos o desertores. Al triunfo de la Revolucin fue designado por Fidel Castro ministro del Interior y de l dependa la polica poltica. Organiz el siniestro g-2, clon cubano de la kgb sovitica. Ramiro Valds es el crea-dor de los campos de concentracin de trabajos forzados umap (Unidades Militares de Ayuda a la Produccin), de mediados de los aos sesenta, en donde encerraron a cristianos, testi-gos de Jehov, homosexuales, jvenes elvispresleyanos como les llamaba Fidel Castro a los chicos melenudos de la poca que gustaban del rock, y a toda clase de adolescentes antiso-ciales que tenan una conducta pre-delictiva, segn la tenebrosa Ley de la Vagancia emitida en la poca, vigente hasta nuestros das. La tesis de la Ley de la Vagancia es muy sencilla: no hay que esperarse a que los jvenes come-

    tan un delito, hay que encarcelarlos por conducta impropia cuanto antes. Por eso lo de conducta pre-delictiva. Para ellos cre Ramiro Valds las umap. Para reeducarlos. All fueron a parar decenas de miles de jvenes, y all estn sepultados muchos, cuyo perfil no era comunista. Fueron hus-pedes de esos campos de muerte Pablo Milans y Silvio Rodrguez. Pero ellos fueron felizmente reeducados gracias a su buena voz y perdieron la memo-ria. Como las umap, ambos trovadores aparecen en la novela de Ampuero. A la entrada de las umap haba un letrero que deca: El trabajo los har hombres. Es inevitable y espeluznan-te la referencia a Auschwitz. Cuando el escndalo mundial ya les costaba ms caro que las albndigas, en 1968, Ramiro Valds cerr las umap. Aunque no desaparecieron los campos de con-centracin, que ahora se dedicaron en exclusiva a los perseguidos polticos. La crcel de Isla de Pinos, por ejemplo, aloj en un momento a ms de cinco mil prisioneros que eran obligados a realizar tareas agrcolas; tambin all estn enterradas sus vctimas. Ya cerra-das las umap para los jvenes pre-delictivos, Ramiro Valds invent para ellos mismos el Ejrcito Juvenil del Trabajo y ahora los utilizaban principalmente en labores del campo y de la industria de la construccin por un salario de unos treinta centavos de dlar al da. Hoy Ramiro Valds sigue siendo un empleado de absoluta confianza de Fidel Castro por su reco-nocida eficiencia, como se puede ver. Aunque acaso su mejor virtud sea la de evitar hbilmente los reflectores y aparecer siempre pequeo para que su jefe se vea ms grande. Ramiro Valds es un conocido husped en Madrid de Mercedes Benz y ayudantes de los mejores hoteles. Tambin eso apa-rece en la novela. La prensa espaola ha publicado que Ramiro Valds es dueo de una magnfica propiedad en Asturias. Hoy es jefe de todos los ministros, despus de Ral. Desde hace aos est a cargo de la empresa que controla la importacin de todos

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    los equipos electrnicos de comunica-cin y computacin. Es l quien decide qu pginas de internet pueden visitar los escasos cubanos privilegiados que tienen acceso a la red. Y puede saber quines visitan internet y qu pgi-nas abren. Debe tener un voluminoso expediente de Yoani Snchez. Si usted, estimado lector, ha entrado al blog de Yoani es muy probable que, si le diera la gana, Ramiro Valds pudiera obte-ner hasta su lista de contactos. Adems del narrador y su esposa Margarita, este es uno de los personajes centrales de la novela Nuestros aos verde olivo. Aunque Ampuero no cuente de su exsuegro si de l se trata todo lo que le he contado.

    No obstante la extensin de la novela de Ampuero, de casi qui-nientas pginas, se lee de un tirn o hasta donde el desvelo aguante. Es una novela bien escrita cuyo inte-rs no decae hasta la ltima pgina del eplogo (escrito para la edicin que ahora comentamos). Ampuero es autor de una decena de novelas entre las cuales Nuestros aos verde olivo es de las ms exitosas. Publicada originalmente en Chile en 1999, hasta ahora circula en nuestras libreras. Con un elogioso aval del Nobel de Literatura 2010. ~

    JaVIeR aPaRICIO maYDeuTal vez s, tal vez la patria del escritor sea la lengua, en la que habita y de la que vive. Bernhard (1931-1989) andu-

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    Talento o muerteThomas BernhardEL MALOGRADOTraduccin de Miguel Senz, Madrid, Alfaguara, 2011, 152 pp.

    temprano lo conducir al nihilismo, al silencio, a la muerte, el envs de la novela.

    El abigarrado monlogo que vertebra El malogrado es otro ejem-plo magnfi co de la prosa oscura de Bernhard, falta siempre de cohesin lineal, trufada de repeticiones, verbal hasta la mdula, en ocasiones cercana a la letana o a la confesin, febril y obsesiva como pocas. Una prosa liberada de necesidades argumenta-les y centrada en el lenguaje mismo y en su lucha, en el seno del texto, mediante reescrituras, retrocesos, contradicciones, anfi bologas, correc-ciones y contracorrecciones (Toda correccin es destruccin. Mediante el aniquilamiento del antiguo, surge un nuevo manuscrito [...]. Correccin de la correccin de la correccin de la correccin [...]. Cada vez ms solilo-quios. Crcel, crcel de soliloquios, Correccin, 1975), polifonas y metatex-tos, contra la inefabilidad. Bernhard escribe como si anduviera a tientas por un tnel, pendiente del propio discurso hasta extremos disuasorios para el lector, y su texto obsesivo, de precisiones notariales, endogmico y perturbador, avanza en espiral, regresando siempre a s mismo: El escritor tena, desde el momento en que meramente planeaba escribir un escrito semejante, que concentrarlo todo en este escrito y en nada ms, y todo en este escritor tena que estar tenso hacia este escrito, fuera de este escrito no haba nada que considerar, advierte el narrador de Los comebara-to. Este modus scribendi que ritualiza la escritura, a la vez que la convierte en una transcripcin constante del pensamiento, con su binomio con-tradiccin (antinomia)-repeticin (redundancia), ofrece no pocas difi -cultades al lector poco acostumbrado a leer narrativa alejada del realismo al uso, en cierto modo lo desconcierta porque le ofrece caminos verbales que no lo conducen a un fi nal, a un desenlace claro, a un objetivo deter-minado desde el arranque, de modo que al lector, cada vez ms cauteloso,

    vo siempre trastornado, en cambio, con la idea de que la razn de ser de un artista es su talento, que en muchos sentidos deviene su patria, pues ms all de l no se encuentra sino la soledad del creador, su inco-municacin, su fracaso y, en dema-siadas ocasiones, su autodestruccin. Sin talento, el creador se dira un aptrida desnortado, tan ftil o inane como su obra, para siempre prescin-dible. Y en su denodada bsqueda del talento, en su infi nito desprecio por la mediocridad, en su acritud respecto de la incompetencia y su desabrimiento hacia lo acomodaticio, hacia lo vulgar nada aborrezco ms profundamente que la masa, la mul-titud, dice el narrador de Maestros antiguos (1985), se encuentra buena parte de la razn de su crtica demo-ledora del Estado y su pensamiento dbil, de su misantropa congnita. Apenas importa de qu libro suyo estemos hablando, la enseanza lti-ma de la obra del autor de Helada (1963) se encuentra en la obsesin por la excelencia y la perfeccin, hija del esfuerzo, y El malogrado (1983) es uno de los mejores frutos de ese empe-cinamiento enfermizo: la genialidad del pianista Glenn Gould, al que Bernhard ya se refi ri en Maestros antiguos, aument la mediocridad del pianista Wertheimer el Malogrado, quien, ante la fatdica constatacin de su falta de talento, prefi ri la muerte. Y un tercer pianista, que no es otro que el narrador, acaso el trasunto de Bernhard, melmano y obsesi-vo guardin de la Verdad artstica, monologa ante el lector, de la mano de un discurso asfi xiante y opresivo, acerca de las virtudes del talento a la hora de hacernos comprender el signifi cado ltimo del Arte, el haz de la novela, y acerca tambin de sus peores consecuencias, refleja-das en la envidia y la frustracin del artista que sabe que no lo tiene y sabe, en consecuencia, que su arte es un trampantojo, un mero ejercicio artesanal despojado de toda trascen-dencia, un arte baldo que tarde o

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    en ocasiones no le queda ms opcin que aceptar que s, que el autor escri-be sus textos montonos, envolventes y circulares para s mismo, y en cambio esa prosa endgena, si no endofsica, saca a la luz el pensamiento ms nti-mo del narrador, revela como pocas la fuerza del lenguaje, liberado de la tirana de la ancdota, y establece que, efectivamente, el lenguaje no puede envejecer. Los temas envejecen (Kurt Hofmann), y que la cadenciosa, rtmi-ca y neurtica narracin no dice ms de lo que la narracin dice.

    Bernhard consagra buena parte de su obra al proceso creativo y al Arte y al talento as ocurre con la gestacin de la obra maestra de Koller en Los comebarato (1980), o con el texto infinito que en Correccin pergea hasta la extenuacin el protagonista Roithamer y se refi ere a la msica en muchas de sus obras, por ejemplo en Maestros antiguos, una novela en la que alude precisamente a la fi gura de Glenn Gould, el personaje mtico que lleva en volandas El malogrado, una narracin en la que, una vez ms, no tienen cabida ni lo superfl uo ni lo ornamental. Flix de Aza, con su habitual perspicacia, no duda en adscribirlas a la msica de cmara y observa en su composicin recursos musicales, hasta el punto de tildarla de hermoso Tro de Cuerda, el tro nacido del tringulo de pianistas al que hacamos referencia al princi-pio, en el que si el personaje Glenn Gould es una afi rmacin de la artis-ticidad en estado puro, el personaje Wertheimer es su perversin, el imitador que ambiciona ser artista pero carece de condiciones. Y el tercer instrumento, Bernhard o la razn narrativa, va ligando las otras voces a modo de bajo continuo: posee las condiciones de la artisticidad y soporta sin envidia ni admiracin la excelencia de Glenn Gould, es decir, la excelencia natural que anula y ridi-culiza todos los esfuerzos del prji-mo. Se trata del eterno y delicioso motivo de Pushkin sobre Mozart y Salieri (Flix de Aza, Cinco nove-

    las del invierno humano, Lecturas compulsivas. Una invitacin, Barcelona, Anagrama, 1998). Bernhard escribe en El malogrado sobre el misterio del talento y la pretendida necesidad de relacionarlo con el trabajo para llegar a la perfeccin, pero escribe asimismo sobre la obsesin del artista, sobre los deletreos efectos de una bsqueda apremiante de la excelencia y sobre la importancia de conocer la mediocri-dad para poder distinguirla del talen-to. No obstante, por detrs del sonido del hermoso Tro de Cuerda que se inspira en el talento y en el Arte, se escucha la percusin grave que se escucha siempre cuando uno lee a Bernhard, la percusin que recuerda la soledad, la frustracin y la muer-te: El ser humano es la infelicidad, pens, solo un imbcil pretende lo contrario. Mientras vivimos, prolon-gamos esa infelicidad, solo la muerte la interrumpe, seala el narrador; tal vez eso piense un artista, piensa el lector mientras hace el recuento de imbciles que buscan la felicidad y que, oh paradoja, pensara Bernhard, la buscan precisamente en el Arte. Y no solo en el arte sublime de Mozart, tambin en el arte mediocre de Salieri. Talento o muerte? ~

    mIGuel HueZO mIXCOHemos construido una sociedad horrible. El Salvador se describe con tres v: violenta, vil y vaca. S,

    NOVela

    Imaginacin y barbarieHoracio Castellanos moyaLA SIRVIENTA Y EL LUCHADORBarcelona, Tusquets, 2011, 266 pp.

    muy vaca. Vaca y vil. Pero, sobre todo, violenta. El asesinato como forma de resolver las diferencias se ha arraigado desde hace dcadas en la cultura salvadorea mediante un continuado y cada vez ms sofi stica-do ejercicio. La Mara Salvatrucha, nacida en Los ngeles, que castiga los barrios ms pobres de las ciuda-des del pas, y que se ha ramifi cado como epidemia por buena parte de Centroamrica y Mxico, es hija directa de los torturadores de fi na-les del siglo pasado. Y tambin de la guerra de liberacin. Tres genera-ciones van ya dndose un festn con los cadveres esparcidos por doquier como calabazas reventadas en una noche de brujas.

    Ahora la violencia campea des-nuda de ideologas. Las escenas que se viven a diario, escandalosamente magnifi cadas por los peridicos y la televisin, parecen venir de la imaginacin de un psicpata. Este asunto rebasa la posibilidad de cual-quier localismo. Aunque se esfuerce por mantenerse a la vanguardia, El Salvador es solo uno de los peores. La violencia se llena los carrillos y sopla por toda Latinoamrica, y no solo produce cadveres y mutilacio-nes, sino que tambin hace palide-cer las fi cciones de los escritores, incluidos los ms bizarros.

    En nuestros pases desigua-les, corrompidos, penetrados por el narco y donde muchos jvenes deben emigrar o unirse a una pan-dilla para sobrevivir la realidad amenaza con volverse cada vez ms gruesa. Frente a un horizonte que promete incrementar nuestro bestiario, el trabajo del escritor, ha dicho Horacio Castellanos Moya, consiste en tragar y digerir la cruda realidad para luego reinventarla de acuerdo con las leyes propias de la fabulacin literaria.

    La sirvienta y el luchador, la ms reciente novela de este autor, forma parte de una saga que tiene como eje la historia de una familia arrastrada al remolino de la violencia poltica.

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    Son cuatro libros, publicados entre 2004 y 2011, que debieran leerse como captulos de una gran novela de poca.

    El primero, Donde no estn ustedes (2004), cuenta la historia de amor y traicin de Alberto Aragn, un alcoholizado exdiplomtico que goza de la confi anza de los grupos rebeldes y de sectores del gobier-no militar durante la guerra civil, y que encuentra la muerte de manera oscura. Luego le sigui Desmoronamiento (2006), que trans-curre en 1969, el ao de una breve y cruenta guerra entre Honduras y El Salvador, episodio que hace esta-llar los confl ictos entre la hondurea Teti Mira casada con el comunista salvadoreo Clemente Aragn y su dominante madre Lena. La histo-ria de los Aragn regresa en Tirana memoria (2008), novela que tiene como trasfondo el alzamiento contra el dictador Maximiliano Hernndez Martnez, en abril de 1944. Pericles Aragn, periodista liberal y enemigo del rgimen, es llevado a la crcel, mientras su hijo Clemente escapa de ser atrapado por los militares.

    La sirvienta y el luchador es, entre todas, la novela que ms crude-za destila en el lenguaje y en las situaciones que describe. Quizs sea como un supremo esfuerzo por araar la inenarrable realidad de los primeros aos de la guerra civil salvadorea.

    La trama transcurre en San Salvador durante unos pocos das de 1980. Los jvenes esposos Albertico y Brita son secuestrados por un escuadrn de la muerte y llevados a las cmaras de tortura del cuartel de la Polica Nacional, conocido como el Palacio Negro. Albertico es hijo del exdiplomti-co Alberto, sobrino de Clemente y nieto de Pericles Aragn, aparecidos en novelas anteriores. En torno al secuestro se juntan las historias de El Vikingo, un sicario y exluchador profesional; Mara Elena, empleada domstica de la familia Aragn, que

    emprende un viaje al corazn de las tinieblas tratando de dar con el paradero de la pareja; y Joselito, un universitario que apenas ha comen-zado a cocerse al vapor de los grupos revolucionarios.

    Con estos personajes, Castellanos Moya relata no solo las crispadas relaciones de una sociedad que se encamina a la guerra civil, sino tambin las de los habitantes de los calabozos del cuerpo policial, quie-nes se disputan los cuerpos de sus vctimas no solo para martirizarlas, sino tambin para procurarse pla-cer sexual. El Vikingo participa en aquel jolgorio: propina puntapis, abofetea y hasta le escupe en el ano a una de las prisioneras.

    La novela incursiona tambin en el mundo de Mara Elena. Ella es un alma buena que no sabe dnde se encuentra parada. Pronto se dar cuenta de que camina sobre un estercolero. Guarda el origen de su hija, Belka, como un oscuro secreto personal. A su vez, Belka, que trabaja como enfermera en el Hospital Militar, es seducida por el mdico jefe y reclutada para aten-der a los sicarios heridos en las ope-raciones encubiertas. Luego, estn los grupos revolucionarios, sus pro-cesos de iniciacin, su azarosa vida secreta, viviendo sus combates con la emocin de un juego peligroso y despiadado.

    Todos los personajes se miran envueltos en una vorgine de cons-piraciones, luchas callejeras, captu-ras, tiroteos, sesiones de tortura. Es una sociedad sin descanso ni tre-gua por causa de la violencia. Y las muertes se repiten, una tras otra. Muerte contra muerte.

    La novela est claveteada con una violencia que asalta e interpela al lector y lo convierte tambin en una vctima. La violencia es el gran personaje de esta novela y de toda la saga de la que forma parte. Una violencia que Horacio Castellanos Moya utiliza para iluminar la trage-dia de tres generaciones. ~

    aNTONIO JOs PONTeLo mismo que Bors Pasternak y Marina Tsvietieva, lo mismo que Heberto Padilla y Virgilio Piera, durante una poca el checo Jan Zabrana (1931-1984) no encontr otro recurso que la traduccin lite-raria. Prohibida la publicacin de artculos o libros con su nombre, le qued como salida prohijar en len-gua checa textos de otros. As tradujo del ingls a Conrad, Pound, Stevens, Greene, Plath, Patchen, los poetas beatniks. Y del ruso a Bunin, Esenin, Mandelstam, Babel, Pasternak, Tsvitaieva, Platnov, Pilniak: algu-nos censurados como l mismo.

    La culpa le vena de herencia, de una familia de maestros metidos en poltica entre el fi n de la guerra y el golpe comunista de 1948. Su padre haba sido elegido alcalde de Humpolec. La madre, diputada del parlamento regional, trabaj a favor de un gobierno socialdemcrata. Todo lo cual signifi c la crcel para ambos bajo el comunismo. La madre fue sen-tenciada a dieciocho aos de prisin en el primer gran proceso estalinista de Checoslovaquia. El padre recibi una condena de diez aos. Jan tena diecinueve por entonces y haba ter-minado el bachillerato. Al volver a casa, encontr todas las habitaciones precintadas, salvo una pequea cocina que le dejaron para vivir.

    autOBIOGraFa

    El dibujo del ltigo en la espalda

    Jan ZabranaTODA UNA VIDAEdicin establecida, anotada y presentada por Patrik OurednikTraduccin del checo de Fernando de Valenzuela VillaverdeSanta Cruz de Tenerife, Melusina, 2010, 154 pp.

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    De la literatura, solamente la tra-duccin. De la casa familiar, solamen-te el rincn de la cocina.

    A travs de una ventana que la polica olvidara sellar consigui salvar la mquina de escribir de sus padres. Escondida en una maleta, llev a Praga aquella Underwood. Cuatro o cinco aos despus, al hacerse tra-ductor, hizo que le agregaran el signo de admiracin al teclado. Aunque no fuera precisamente euforia lo que ese trabajo iba a despertarle.

    Hijo de padres considerados trai-dores a la nueva sociedad, en vano intent matricularse en filologa clsica en la Universidad Carolina de Praga. (La universidad es para los revolucio-narios, rezaba un lema cubano de la dcada siguiente.) Logr, en cambio, matricularse en una facultad de teolo-ga, de la cual sera excluido tambin. Y es que la Iglesia, para pervivir, no poda acoger a todas las ovejas perdidas.

    Encontr empleo en Praga como ajustador mecnico en una fbrica de vagones ferroviarios y como amola-dor en un taller de esmaltado. Public en 1955 sus primeras traducciones del ruso. En los aos sesenta alcanz a ver editados cuatro ttulos escritos en colaboracin con Josef kvoreck: tres novelas policiales y un libro infantil. Recibi la visita de Allen Ginsberg. Una foto de 1965 los muestra a ambos inclinados sobre un texto.

    Ginsberg sera expulsado de Checoslovaquia como antes haba sido expulsado de Cuba. Camino del aero-puerto, encomend a un agente de Seguridad del Estado que entregase a Zabrana las cuatrocientas coronas que este le haba prestado para comprarse unos zapatos. Explicarle que cual-quier checo prescindira encantado de las cuatrocientas coronas antes de que los de seguridad lo incluyeran en la lista de los que haban tenido algo que ver con el caso Ginsberg, segura-mente carecera de sentido, reconoci Zabrana aos despus. Incluso alguien como Ginsberg pareca incapacitado para comprender la situacin en que viva su traductor al checo.

    Durante los sesenta, public tres libros de poemas. Enviado a la edito-rial, el cuarto tuvo que esperar hasta el fin del comunismo para llegar a sus lectores. Porque la invasin de las fuerzas del Pacto de Varsovia implant en Bohemia una censu-ra ms opresiva (la apreciacin es de Zabrana) que las que existieran durante el Imperio Austrohngaro, el dominio del Reich o el rgimen comunista de los aos cincuenta.

    l era un testigo demasiado escar-mentado como para haberse hecho ilusiones: a diferencia de la mayora de los que participaron en l activa-mente, 1968 no poda entusiasmarme por la perspectiva de que mi situa-cin personal mejorara. Debe uno acaso hacer las paces con el que lleva veinte aos asfixindolo, acallndolo y matndolo, con quien lo ha privado de toda su juventud y le ha imposibi-litado cualquier forma de existencia humana libre en cuanto esa misma persona le ofrezca la perspectiva de una supervivencia medianamente cmoda en una residencia de ancianos subvencionada por el Estado?.

    No haba cumplido los cuarenta y ya pensaba en un retiro de ancianos. Lleg a conjeturar una utilidad para la invasin sovitica: a la larga, aquellos tanques salvaron el orgullo nacional porque los checos no habran sido capaces de derrocar al rgimen con sus propias fuerzas. Mejor entonces recordarlo como un heroico intento interrumpido. Mejor la rabia y la pro-mesa de venganza.

    Sus padres haban salido de pri-sin, amnistiados. La madre se le apareci en su piso de Praga. Llevaba botas altas con cordones y la misma ropa con que la detuvieran once aos antes. Al besarla en los labios, percibi el olor a carne de caballo de la dieta carcelaria. Mir la vena varicosa de una de sus piernas, que apenas haba sido una pequea marca. (A los tres meses de estar en libertad, le dio una embolia cerebral. Tartamude hasta conseguir hablar, hizo garabatos y luego palabras, aprendi a caminar.

    Le denegaron el derecho a una jubila-cin como maestra y se emple como criada, eventualmente como contable. Lamentaba haber estropeado la vida de su nico hijo, guardaba para l bocados de comida que le regalaban, no le aceptaba dinero.)

    Todos han terminado de traduc-tores, reconoci Zabrana. Todos. Yo el primero. Lo mismo que su madre, solo encontraba empleo entre la ser-vidumbre. Su orgullo (cuando senta orgullo) era el de las fieles criadas que han perdido la vista sirviendo. Y al menos l estaba autorizado a firmar sus traducciones, porque otros ni siquiera alcanzaban ese privilegio.

    Pudo sobrevivir bajo el rgimen comunista, alcanz a publicar antes de morir. Ocho aos despus de su muerte, aparecieron dos volmenes de sus diarios ntimos, escritos desde 1948, el ao de la toma del poder por los comunistas. De esos dos tomos, el escritor y traductor Patrik Ourednik (otro excluido de la educacin supe-rior por razones polticas) seleccion y anot una dcima parte para esta edicin, publicada tambin en francs y en italiano.

    El ttulo remite, inevitablemen-te, a un bolero popularizado por el tro Los Panchos. El retrato del autor en la cubierta recuerda a Edward G. Robinson, semejanza desmentida por el resto de las fotos suyas que he visto luego. Toda una vida constituye la rumia de un condenado, el cua-derno de notas de un traductor y el diario de alguien que envejece: triple investigacin.

    Basta que un rgimen policial se mantenga en el poder durante veinte aos para que convierta a todos en cm-plices suyos. Incluidas sus vctimas, formul Zabrana. Sus anotaciones hurgan en condenas y complicidades, refieren el sutil esfuerzo desplegado para convencer a los agentes encubier-tos de que no se sospecha de su trabajo. Dan noticias de las delaciones sufridas y, a diferencia de la edicin checa, las notas de esta edicin mencionan por su nombre al delator.

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    Pueden leerse algunos episodios decisivos. Un amigo pide a Zabrana ayuda para quien sentenciara a su madre como fi scal, jubilado ahora por enfermedad y en aprietos econmicos. El presidente del Consejo Nacional de las Artes devela una placa all donde un poeta perseguido por l se suici-dara. Un asesino pronunciando un discurso en honor de su vctima: he ah uno de los rasgos caractersticos de la moral comunista.

    Zabrana sigue especialmente las noticias de Cuba. Lleva una lista de escritores perseguidos por el rgimen castrista, tilda de idiota el entusiasmo de Ginsberg por la victoria revolucio-naria en Baha de Cochinos, refi ere las equivocaciones habaneras de Sartre, la estampida migratoria del Mariel. En cuanto a Espaa, lo deses-pera la lenta desaparicin de Franco: Qu tarde, a cun elevada edad se mueren los dictadores y los cerdos de este mundo!

    Sus apuntes demuestran un odo tan atento a la perversin del lenguaje como el de Victor Klemperer en LTI. La lengua del Tercer Reich. Ya solo los censores saben con precisin lo que es el arte, reconoce. Una tarde, tropieza en un tranva con una chica que lee ensayos de Marina Tsvietieva tradu-cidos por l. Es mortalmente fea y l va borracho. La lectora alza la cabeza del libro, indignada por tener encima su vaho de cerveza. Me daba pena de ella, por el esfuerzo que estaba haciendo, y de m, porque solo las y los de este tipo se interesan por la proyeccin que de nosotros mismos hacemos en nuestra obra... Ella no llega a saber que lea palabras de un pasajero tan molesto. Por supuesto que al llegar a casa lo primero que hice fue mirarme al espejo.

    Muchas anotaciones sirven de espejo a Jan Zabrana. Consigna su decadencia fsica con una sensibilidad prxima a la de Philip Larkin, a quien no tradujo. De la barriga: comprobar un buen da, cuando ests sentado a la mesa escribiendo, que tu propia barriga se te ha sentado sobre las rodillas, como

    un gato de angora caliente y pesado y ha comenzado a calentarlas.

    Del alelamiento: Envejezco. Con un cigarrillo encendido en la mano izquierda, fui a hacer pis. No s en qu estara pensando en ese momento, pero mientras me abra la bragueta me quem el pene. Envejezco.

    Si la vejez lo acerca a Larkin, la muerte lo acerca a Cioran: Mantengo correspondencia con un sepulturero. Con el sepulturero de Podbrady, el seor Cerny. Por fi n una corres-pondencia til. Con perspectivas de futuro. Y traza este otro lmite: A partir de los cuarenta y cinco me paso la vida escribindole a alguna gente para contarles cunto los quiero. Y no es porque los quiera, es para que no me maten.

    Toda una vida es la venganza de un escritor condenado a la muerte civil. Traducir y llevar secretamente un diario... Sus pginas, como siem-pre que son consignadas vilezas, corren el riesgo de estetizar el mal, de darle empaque. l mismo sopes esta posibilidad: ser consciente de la nostalgia, de que ya es abstracto hasta el dibujo que la correa del ltigo mar-caba sobre la espalda del prisionero, aquel del ao 1945. (La marca del latigazo hace un dibujo abstracto, es casi arte colgable.)

    No existe en espaol, hasta donde s, otro libro suyo. He ledo que las novelas policiales que escribi junto a kvoreck fueron populares en su tiempo. Busqu, sin provecho, noticias suyas en un libro tan lleno de citas como Praga mgica de Angelo Maria Ripellino. Su nombre no aparece en las memorias de Jaroslav Seifert, que debi desechar recuerdos problem-ticos o simplemente no lo conoci. Tampoco cuenta para el John Banville de Imgenes de Praga, que se codea con gente mal vista polticamente y con agentes encubiertos.

    Hace un par de aos, el Instituto para el Estudio de los Rgimenes Totalitarios public un volumen de imgenes de seguimientos poli-ciales: Praga a travs de la lente de la

    polica secreta. Milo Forman, Milan Kundera y otros entes problemti-cos aparecen en ellas. Sin haber visto ese libro todava, juego con la idea de que en alguna de sus fotos Jan Zabrana anda por Praga. ~

    eDuaRDO mOGaRobert Southey (1774-1843), el menos recordado de los poetas lakistas, mantuvo una constante relacin con Espaa: en una fecha tan temprana como 1797 despus de estudiar en Westminster School, de donde fue expulsado por publicar un artculo contrario a la fl agela-cin, y en Oxford, donde, segn sus propias palabras, solo apren-di a nadar y algo de remo viaj por la Pennsula y public unas perspicaces Cartas desde Espaa, a las que seguiran las traducciones del Amads de Gaula, el Palmern de Inglaterra y el Poema de Mo Cid; un contundente recuento de las gue-rras napolenicas en nuestro pas, Historia de la Guerra Peninsular; y este La expedicin de Ursa y los crmenes de Aguirre, aparecido en 1821. Su per-manente dedicacin a la cultura his-pana le vali pertenecer a la Real Academia Espaola de la Historia, cargo que compatibiliz con el de Poeta Laureado en su pas. Con La expedicin de Ursa..., Southey con-vierte en literatura lo que hasta entonces solo haba sido historia, un sangriento episodio de la conquista

    NOVela

    Locura y mesuraRobert southeyLA EXPEDICIN DE URSA Y LOS CRMENES DE AGUIRRETraduccin de Soledad Martnez de Pinillos Prlogo de Pere Gimferrer Madrid, Reino de Redonda, 2010, 200 pp.

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    espaola de Amrica, recogido en las crnicas seis y sietecentistas de Jos de Acosta, Lucas Fernndez de Piedrahta y Pedro Simn. Practica, as, una transformacin creativa un ennoblecimiento esttico que cultivarn despus en nuestro idioma, entre otros, Garca Mrquez, con su Relato de un nu-frago, o, todava ms audaz, Gil de Biedma, con la incorporacin del Informe sobre la administracin general en Filipinas a su Retrato del artista en 1956. Southey es tambin el primero que aporta una visin artstica de Aguirre. Luego, aunque mucho ms tarde, lo seguiran Ciro Bayo, Uslar Pietri, Ramn J. Sender con su celebrada novela La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, Abel Posse, Gonzalo Torrente Ballester y Miguel Otero Silva, con diferentes afanes mitificadores o reivindica-tivos; y, en el cine, Carlos Saura y Werner Herzog, que film en 1972 el barroco Aguirre, la clera de Dios, cuya imagen seera es el rostro des-vencijado de Klaus Kinski. Incluso Francis Ford Coppola ha recono-cido la influencia del personaje en Apocalypse Now.

    Lope de Aguirre, nacido en 1510, cristiano viejo, hijo de medianos padres, en [su] prosperidad hijo-dalgo, natural vascongado en los reinos de Espaa, vecino de la villa de Oate, como se describe a s mismo en su legendaria carta a Felipe II, haba pasado al Per en 1536, animado por las noticias sobre las grandes riquezas del continen-te tradas a Espaa por Francisco Pizarro. Antes de convertirse en el criminal que fue, Aguirre luch por una buena causa, junto al virrey Blasco Nez Vela: la implantacin de las Leyes Nuevas, que preten-dan acabar con las encomiendas y liberar a los nativos. De las luchas intestinas que provoc aquel intento reformador, Aguirre sali vivo, pero desengaado, con un pie estropeado y las manos quemadas, a resultas de un arcabuz defectuoso: su aspecto

    no deba de resultar demasiado tranquilizador. Tras innumera-bles pendencias y contratiempos, Aguirre se alist en la expedicin organizada por Andrs Hurtado de Mendoza, virrey del Per, a Omagua y El Dorado, la mtica tierra del oro americana, en 1560, capitaneada por otro navarro, Pedro de Ursa. Con la promesa de los incalcula-bles beneficios que proporcionara aquella aventura, el virrey pretenda que se enrolaran en ella todos los bergantes, asesinos y sediciosos de sus dominios; y, en buena medida, lo consigui, aunque tambin logr que se juntaran en aquella flotilla suficientes espritus turbulentos as los llama Southey, aunque luego, menos eufemstico, los defi-ne como el ejrcito de rufianes ms rastreros del Per como pa- ra que un agitador nato como Aguirre encontrase los seguidores perfectos de sus desafueros. La fuer-za la componan trescientos espa-oles, algunos negros y un nmero indeterminado de sirvientes indios y mestizos, aunque estos disminu-yeron drsticamente a lo largo de la travesa, dada la costumbre de Aguirre de utilizarlos como lastre cuando los bergantines flaqueaban o las provisiones escaseaban; y, teniendo en cuenta que muchos de los indgenas que vivan en aquellas selvas eran canbales, el futuro de los abandonados no era muy hala-geo. La expedicin de Ursa... narra el viaje de esta tropa por los ros del Amazonas hasta la Isla Margarita y Barquisimeto, en una alucinada sucesin de asesinatos, traiciones, degellos, extorsiones y vengan-zas. Lope de Aguirre hace asesinar primero a Ursa, cuya prudencia y buen juicio, sobre no descollar, esta-ban nublados por la absorbente pre-sencia en la expedicin de su aman-te, la bella Ins de Atienza, a quien Aguirre tambin ordenar despa-char, para evitar las disputas entre sus hombres por sus favores. Luego aupar como jefe de la expedicin a

    un ttere, Fernando de Guzmn, a quien hace coronar rey de la Tierra Firme y del Per y en cuya presen-cia renuncia a su lealtad a Felipe II: Aguirre el Loco ser tambin, a partir de este momento, Aguirre el Traidor y, ms tarde, cuando haya perfeccionado sus dotes homicidas, Aguirre el Tirano. Bajo el supuesto mandato de Guzmn, los marao-nes aspiran no solo a conquistar el Per, sino todas las Indias, aun-que su reinado ser breve, porque Aguirre que, como dice Southey, se deleita en el asesinato no tarda en enviarlo al otro mundo con una descarga de arcabucera, seguida de un minucioso apualamiento. Convertido ya en el jefe visible de la partida, Aguirre y sus sublevados arriban a la Isla Margarita, donde liquidan al gobernador y a doce-nas de pobladores, aunque el Loco, borracho de desconfianza, tambin expurga sus propias filas, eliminan-do a los enfermos, a los que hablan en voz baja, a los que no cumplen sus rdenes ni matan con el suficiente entusiasmo. As, cuando abandonan la isla, acosados por los colonos leales al rey, de los trescien-tos embarcados quedan menos de la mitad. Ya en Borburata, desde donde pretende conquistar Panam, Aguirre manda una carta a Felipe II, a quien se dirige con destempla-da camaradera, en la que, junto a increpaciones y desafos, esboza algo parecido a una explicacin de su conducta, que tiene mucho de rebe-lin luciferina, de levantamiento despechado por la ingratitud del monarca. Esta misiva, que no es una pieza literaria desdeable, contiene una custica denuncia de la admi-nistracin colonial, carcomida por el nepotismo, la venalidad y la injus-ticia, y se ensaa principalmente con los frailes: se entregan al lujo; adquieren posesiones; venden los sacramentos; son a la vez ambicio-sos, violentos y glotones; esa es la vida que llevan en Amrica, segn transcribe Southey. Por fin, Aguirre

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    y lo que queda de sus maraones son cercados en Barquisimeto por una fuerza superior, comandada por Diego Garca de Paredes. Ante la inminencia de su apresamiento, el Loco apuala a su hija Elvira, para ahorrarle la ignominia de verse ultrajada y considerada hija de un traidor, y se enfrenta a sus propios secuaces, que quieren ganarse el favor de la justicia real volvindo-se entonces contra su caudillo. Un primer disparo apenas lo hiere, y Aguirre, con un aplomo que hiela la sangre, se lo reprocha a su autor: Esto est hecho malamente, dice; el segundo arcabuzazo lo recibe en el pecho, pero, antes de caer muerto, an tiene tiempo de apos-tillar: Este bastar. Luego le cor-taron la cabeza, que fue exhibida, en una jaula, por las ciudades de Venezuela; su cuerpo fue descuar-tizado y parcialmente arrojado a los perros, y su casa natal, derruida.

    Robert Southey da cuenta de estas espeluznantes peripecias con una sobriedad encomiable, que pone un freno de oro a las enormidades (y hasta a veces atrocidades) narra-das, como seala Pere Gimferrer en su enjundioso prlogo. La claridad y precisin de su prosa, deudora tanto del pragmatismo consustancial a su cultura como del positivismo historiogrfi co britnico, facilitan el trnsito por unos hechos que pueden fcilmente extraviarse en la desmesura y cierta atormenta-da exuberancia. Southey salva las incertidumbres de las fuentes con articuladas suposiciones, embute la complejidad de los acontecimientos en un relato aseado y vivaz, y, al mismo tiempo, adereza su descarna-da sequedad con observaciones obli-cuas, ponderativas, en las que brilla tanto el rigor de sus descripciones como su fi bra moral, opuesta con fi rmeza a la brutalidad de Aguirre y sus esbirros, pero nunca tanto como para ahogar la autonoma del rela-to, y no carente de comprensin y compasin por la naturaleza

    maRa leBeDeVCuando un escritor se consagra, aun en el mbito de los marginales u oscuros, se vuelve difcil leerlo sin alguna clase de predisposicin a su favor. Cesare Pavese (Italia, 1908-1950) fue reconocido a tiempo por sus contemporneos. Trabaj en la clebre editorial Einaudi donde coincidi con intelectuales de la dimensin de Italo Calvino, Natalia Ginzburg, Elio Vittorini y Primo Levi y, tal vez a causa de su medi-tado suicidio y de una devastadora nota de adis (Perdono a todos y a todos pido perdn. De acuerdo? No murmuren demasiado), se convirti de inmediato en un autor de culto.

    Deslindarse del aura mtica del conjunto de su obra implica un esfuerzo considerable por parte del lector, quien supongamos intenta hacer de cuenta que las pginas que hojea fueron escritas por un hombre cualquiera. Pero no, la tentativa resul-

    cueNtO

    El hombre cualquieraCesare PaveseLOS CUENTOS Traduccin de Esther BentezBarcelona, Lumen, 2010, 638 pp.

    ta intil, porque Pavese public, entre sus treinta y cuarenta aos, novelas como El bello verano, La luna y las hogue-ras y Dilogos con Leuc, y libros de poesa tan indiscutiblemente signifi -cativos como Trabajar cansa o Vendr la muerte y tendr tus ojos. Fue, adems, un prolfi co traductor: se ocup de ttu-los de Whitman, Melville y Sinclair Lewis, de Faulkner, de Joyce y de Dos Passos, de Sherwood Anderson, de Gertrude Stein. Este hombre, despus de todo, no fue un hombre cualquiera.

    Atento a la polisemia del len-guaje y a un realismo simblico que trascendiera objetos y perso-najes especfi cos a la categora de universales, Pavese dej traslucir una nostalgia existencial a travs de los sentidos y pensamientos de esos personajes. Sus cuentos, edi-tados en espaol el ao pasado, son poco conocidos incluso entre los ms versados. Fueron escritos durante la que se considera la poca ms fructfera del autor (entre 1936 y 1946), y retoman las obsesiones de poemas, novelas y ensayos. La dico-toma campo/ciudad, la perpetua disyuntiva entre amar y despreciar el mundo, la evocacin de la infan-cia, la espera de una vida distinta, el sentimiento de desarraigo, la deso-lacin, la primera persona narrativa y una voz montona que el propio Pavese califi c como una de sus ms autnticas cualidades.

    Salta a la vista un tema: la mujer. Pavese no solo reproduce con acierto la voz femenina, sino que parece comprender la esencia de una identidad ajena, de un gnero diferente. Por momentos caricatu-riza al hombre y este se reduce a un cmulo de violencia, engaos e ineptitud. La mujer, por su parte, o bien es sumisa o bien es libre y no debe nada a nadie. Disfruta sentirse mujer, mira a los ojos, se sabe igual que todos. En ocasiones habla del hombre; en otras se dirige a l. A veces, la mujer impide al nio ser hombre. El mrito de Pavese con-

    humana. La traduccin de Soledad Martnez de Pinillos es extraordi-naria: no solo maneja con solvencia diversos y alejados registros el del castellano de los Siglos de Oro y el propio del ingls decimonnico, sino que opta por traducir la versin que Southey da de las fuentes espa-olas utilizadas, en lugar de acudir a los textos originales: preserva as la unidad de tono, sin desvirtuar la sustancia de la narracin. ~

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    siste en saber aduearse de manera indiscriminada de las diversas voces que conforman este coro.

    Otro tema: la conciencia de uno mismo y la extraeza derivada de ella. Si me detengo un momento a pensar, no me hallo en mi pasado y sus agitaciones no las entiendo. Es como si todo le hubiese tocado a otro, y yo asomase ahora de un escondite, un agujero donde hubiera vivido hasta hoy sin saber cmo. Si no fuera porque en estos momentos experimento un gran estupor y ni siquiera me reconozco, dira que el escondite del que salgo soy yo mismo, reflexiona el personaje de Una certeza. El destino del hom-bre le toca como por accidente o imposicin. Todo parece ocurrir sin que uno pueda hacer nada, como por una fuerza involuntaria, sin que razn ni voluntad intervengan.

    Y el abismo: existe la amenaza constante de la prdida la prdi-da fsica, la separacin, la muerte, el desencuentro, pero tambin el hallazgo del vrtigo amoroso, la embriaguez del acercamiento sexual, la comprensin sutil de un hombre y una mujer que no se piden nada.

    Si es cierto que la obra de un autor no puede disociarse de su vida personal, los cuentos aqu reunidos, ms de cincuenta, por lo menos insi-nan las muchas facetas del escritor piamonts. Su soledad, a la vez voca-cin y condena, estuvo ligada con el paisaje de infancia, con las calles de Turn, con las colinas prximas a la ciudad. El desengao sentimental y el desamparo, el malestar vital, la preparacin de la muerte: todo apunta a lo que Natalia Ginzburg describe en su entraable y tambin duro Retrato de un amigo (en Las pequeas virtudes): Para morir eligi un da cualquiera de aquel trrido agosto, y la habitacin de un hotel cerca de la estacin: en la ciudad que le perteneca, quiso morir como un forastero. As, solo al morir pudo igualarse al resto. Ser un hombre cualquiera. ~

    Rafael lemusNo he querido leer pero he ledo en alguna parte que no hay nada salvaje en Los detectives salvajes. Que esta novela representa el epitafio de las vanguardias latinoamericanas. Que el fracaso del realvisceralismo al interior de la obra simboliza el fracaso de todas las prcticas radi-cales. Que los destinos cruzados de Arturo Belano y Ulises Lima son, de hecho, ejemplares. Que el primero consigue desintoxicarse de las van-guardias y por eso, ya vuelto Roberto Bolao, escribe algunas novelas extraordinarias. Que el segundo se ata a la ilusin vanguardista y por eso, ya vuelto Mario Santiago Papasquiaro, no escribe otra cosa que versos olvidables. Que esa escena en que Ulises Lima y Octavio Paz se encuentran en el Parque Hundido lo dice, al final, todo: las hostilidades han terminado, es hora de rendirse ante los maestros.

    Bueno, es necesario responder que nada es as de sencillo. Que Los detectives salvajes es a la vez un elo-gio y una parodia de las vanguardias latinoamericanas. Que esta o aquella pandilla de radicales puede fracasar y desaparecer pero que la pulsin vanguardista no muere con ellos, as como desaparecen los autores clasi-cistas pero no los hbitos clsicos. Que si la obra de Bolao sobresale no es porque se haya desprendido de todo aliento vanguardista sino justamente porque discute con las vanguardias y est en tensin con ellas. Que esa escena en el Parque Hundido es, s, memorable pero tal vez por otras razones: quiz porque Paz envidia en Ulises Lima al joven radical que l tambin fue.

    Hay que empezar por aceptar que la narrativa de Bolao no es formalmente vanguardista no con-

    relectura

    Bolao y la vanguardia

    tina los hbitos de las vanguar-dias histricas ni echa mano de los recursos ms comunes de las pos-vanguardias. Hay que aceptar, tam-bin, que Bolao escribe el grueso de su obra muchos aos despus de su experiencia con los infrarrealistas mientras anda entre ellos, apenas si escribe, dedicado como est a cami-nar la ciudad de Mxico, leer poesa, irrumpir en actos literarios. Hay que aceptar, adems, que en sus mejores obras no hay, en rigor, vanguardia. Hay algo distinto: trozos, retazos de vanguardias. Seguro no en sus ensayos, a menudo complacientes e improvisados. Quiz tampoco en sus cuentos ni en sus poemas, lejos de las acrobacias formales de sus maestros. Pero s, definitivamente, en sus novelas. Basta escarbar un poco en La literatura nazi en Amrica, en Estrella distante, en Los detectives salvajes, en Amuleto, en Nocturno de Chile o en 2666 para notar que debajo de sus formas nunca decimonni-cas borbotean los principios capi-tales de las vanguardias: el desprecio por la creacin burguesa, el elogio de la accin, la voluntad de traspasar las tapas del libro y participar en la vida. O quiz solo haya que aceptar que Bolao no marcha en la punta y que est, como deca estar Roland Barthes, en la retaguardia de la vanguar-dia que tampoco es poca cosa.

    Lo que no se puede aceptar, no a estas alturas, es esa idea de que la narrativa de Bolao no es radical porque es, justamente, narrativa. Ocurre que buena parte de la escri-tura de Bolao trata sobre poesa y poetas y, sin embargo, viene empa-quetada en la forma de cuentos y novelas, aparte muy poco lricas. El asunto puede parecer grave porque no hay nada que las vanguardias histricas hayan detestado ms que la narrativa y, peor, la novela. Puede parecer inconsistente, adems, que esas novelas, habitadas por jvenes extremos, no sean, formalmente, las ms extremas de la narrativa hispanoamericana reciente. Se ha

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    hablado incluso de traicin, como si Bolao, al trasladarlos a la ima-ginacin novelstica, domesticara a esos poetas radicales. No lo hace: los prende, porque tambin las novelas pueden provocar incendios.

    No es este, la narrativa, un pro- blema grave. No es siquiera un problema: hace mucho que la narra-tiva dej de ser eso que los vanguar-distas de principios del siglo xx des-deaban y es ahora, en las mejores plumas, una escritura tan lcida y brutal como cualquiera. Aquella frase de Heidegger La narrativa es enemiga de la inteligencia sigue siendo vlida para buena parte de la narrativa pero no para aquella que ha sacrificado sus hbitos con tal de significar. En otras palabras: el que Bolao emplee la novela para celebrar la poesa no es problema de Bolao; representa un proble- ma solo para aquellos que man-tienen una concepcin demasiado blanda de la novela. Bolao tena las suficientes lecturas de hecho, una suma colosal de lecturas como para no cometer la facilidad de pri-vilegiar, al final del da, los poemas sobre los relatos. Poesa y narrativa? Incluso esos trminos suenan algo torpes ante la escritura de Bolao. Que no se olvide que sus poemas narraban. Que no se deje pasar esa frase dispuesta cerca del final de 2666: Toda la poesa, en cualquiera de sus mltiples disciplinas, estaba contenida, o poda estar contenida, en una novela.

    Cmo entender, entonces, esa gastada rutina de ciertos crticos literarios que, ante un novelista mayor, se atreven a decir que este es tan bueno, pero tan bueno, que es, ante todo, un poeta? Cmo jus-tificar que sometan a Bolao a esa maa? Seores, al revs: Bolao es, sobre todo y felizmente, un narra-dor. No es solo que su obra potica sea menor y que a veces parezca el laboratorio de sus novelas. No es siquiera que la narrativa le haya permitido lo que la poesa le neg:

    exponer a la vez la grandeza y mise-ria de la existencia. Es que pocos escritores han confiado tanto, con tanto ardor, en la narrativa. Qu mejor prueba de ello que esa magna obra que es 2666? Cerca del final de su vida, cuando la cirrosis se agra-va, Bolao decide emprender un ltimo, desesperado proyecto: no un poema sino una novela! Y no cualquier novela: una novela total, vastsima, lejana lo mismo del mini-malismo de sus obras ms breves que de los fragmentos y puzzles de Los detectives salvajes. Una novela que, en cada una de sus cinco partes, desliza un homenaje a diversas tradiciones novelsticas del siglo xx. Una nove-la que, al revs de Los detectives..., ya no viaja al campo de los poetas para hallar, entre la masa de versi-ficadores acadmicos, una escritu-ra radical. Ahora el hroe est all, en la narrativa misma. Ahora se llama Benno von Archimboldi y, aunque escribe novelas, es tan puro como Cesrea Tinajero. Ahora es, co- mo Bolao, un narrador: simple-mente un narrador.

    Despus de Los detectives... la pregunta ya no es: puede escri-birse una buena novela sobre la poesa? La pregunta es: por qu Bolao prefiere escribir novelas y no poemas? Mucho me temo que la respuesta no agradar a los poetas: Bolao escribe novelas, y no poemas, porque hoy ya no puede escribirse poesa. Esa es la conclusin que se desprende de su obra narrativa: la poesa es ya imposible, sobrevivi-mos en un mundo pospotico. Vase a los personajes de Los detectives...: aseguran ser poetas pero no escriben a lo largo de las ms de seiscientas pginas del libro un solo poema. Se ha dicho que no escriben porque son unos pobres diablos, o por- que son an inmaduros, o porque, en el fondo, no les interesa la poesa sino la vida. La verdad es que no escriben versos porque para ellos ya no tiene demasiado sentido hacerlo: se han escrito muchos, algunos muy

    buenos, otros geniales, y ya es sufi-ciente trabajo leerlos; es tan robusta la tradicin que es difcil agregarle otra cosa que ripios. Vase, de paso, el poema nico de la sabia Cesrea Tinajero: un dibujo, una broma, en cierto sentido un remate.

    Ahora bien: si uno es dbil y termina cometiendo un poema, ya ni siquiera importa tanto la calidad de los versos; importa en qu bando se sitan. O tradicionales o vanguar-distas. O anglosajones o francfilos. O Parra o Neruda. O Paz o Huerta. Porque tambin eso: el campo poti-co, adems de saturado, est dividido y politizado. Uno puede pasarse la vida yendo y viniendo de un grupo a otro, a veces sin necesidad de escribir un solo poema, nada ms validan-do o refutando sucesivas poticas. Ese ir de un lado a otro no es poca cosa: es tambin literatura. A estas alturas ya no es necesario escribir poesa para incidir en la poesa: basta con apropiarse de la obra de los otros, intervenirla, traducirla, antologarla, reeditarla, reventarla, resignificarla.

    Dicho de modo sumario: ya no se trata de escribir poesa sino de contar cmo fue la poesa. Los poemas que iban a ser creados ya fueron escritos y solo resta ordenarlos en un relato ms sugestivo que el de los adver-sarios. A eso se dedican los realvis-ceralistas en la novela: a conocer el campo de batalla, a identificar a los aliados y a los enemigos, a reunir los elementos con los que aos ms tarde escribirn su relato sobre la poesa. Creen conocer un secreto que transformar la historia de la poesa mexicana: la existencia casi grafa, casi annima, de Cesrea Tinajero, prfuga del estridentismo, y por ello siguen sus pistas hasta el desierto de Sonora. Si son detectives, es porque se empean en encontrar las huellas de lo que alguna vez fue la poesa. Si son salvajes, es porque saben que la batalla persiste: es solo que ya no es potica sino narrativa y se juega con los poemas de los otros. ~

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