UN RELATO CORTO ESCRITO POR MICHAEL CHU · libros bien organizados contra la pared, colecciones de...
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H I S T O R I A
M I C H A E L C H UI L U S T R A C I O N E S
N E S S K A I ND I S E Ñ O M E R C Y D R A . Z I E G L E R Y C O N C E P T O S O R I G I N A L E S
A R N O L D T S A N GM O D E L O M E R C Y D R A . Z I E G L E R
H O N G - C H A N L I MM O D E L O O R I G I N A L D E M E R C Y
H A I P H A NC O M P O S I C I Ó N Y D I S E Ñ O
B E N J A M I N S C A N L O NT R A D U C C I Ó N
R o u n d T a b l e S t u d i o
Desearía poder recordar lo último que mi madre me dijo antes de salir por
la puerta con mi padre esa mañana, hace muchos años. Era un día frío y gris, y
una neblina agobiante cubría todo, incluso mis recuerdos. Esa fue la última vez
que vi a mis padres con vida. Trabajaban como voluntarios en un hospital tras los
devastadores ataques en Suiza, cuando las fuerzas ómnicas arrasaron Europa
durante la Crisis. Mis padres murieron en un ataque aéreo. Nunca pensamos
que aquellos que amamos desaparecerán, y rara vez estamos preparados para
despedirnos cuando llega el momento. Con el transcurso de los días, la gente me
aseguraba que el dolor disminuiría con el tiempo, pero, aún hoy, ese dolor regresa
ante el más mínimo recuerdo.
Eso me ocurre en días como este, mientras trabajo en el campamento
en las afueras de El Cairo. Los problemas que enfrentamos cada día parecen
insuperables. Gran parte de los últimos dos años estuve viviendo en Egipto, uno de
mis muchos hogares desde que mi carrera como directora de investigación médica
de Overwatch llegó a su fin. El daño a mi reputación profesional fue tan grande
que necesitaba un cambio. Viajé a Polonia, Corea del Sur y Venezuela, donde
la gente me conocía simplemente como la Dra. Angela Ziegler. No como Mercy.
Los proyectos a los que había dedicado casi una década de mi vida habían sido
descartados, vendidos o reasignados fuera de mi control. Mis pocos amigos de
Overwatch se habían dispersado.
Sé que Lena no ha dejado de ayudar donde ha podido, a pesar de todo lo
Valquiria
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que ha sucedido y a pesar de los riesgos.
Reinhardt viaja por toda Europa y arrastra
a la pobre Brigitte con él, mientras que
Sojourn mantiene un perfil bajo en
Canadá. Y, por supuesto, Genji siempre
está ocupado. Lo último que supe de él es que
se dirigía a su hogar en busca de su hermano.
Torbjörn probablemente sea el más sabio de todos
nosotros, ya que se retiró y se reunió con Ingrid en
Gotemburgo. Pero, dondequiera que fuera, sentía
las repercusiones de Overwatch y mi propia
culpa por los problemas que habíamos
dejado atrás cuando todo colapsó. Eso
fue lo que me trajo a Egipto. Overwatch era responsable de gran parte del
sufrimiento del país, y yo necesitaba ayudar a repararlo. Pero no recibí una cálida
bienvenida. “Vete a casa —me dijeron—; ya has causado suficiente daño”.
La verdad es que, en momentos de necesidad, la gente espera nuestra
ayuda, incluso aunque nos maldigan.
No estudié medicina para que me lo agradecieran.
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Jack Morrison se veía bien para ser un hombre muerto. La muerte no había
suavizado su mandíbula angular ni había endurecido la inocencia cándida que le
daba el aspecto de una pintura de Norman Rockwell, a pesar de las cicatrices que
surcaban su rostro. Sentí que las cicatrices más grandes estaban en su mente,
pese a la reciente herida infectada en su espalda. Esa última herida lo había traído
a mi morada escasamente amueblada, ubicada justo fuera del zoco Jan el-Jalili.
Cuando insistí en que me diera detalles, Morrison se mostró taciturno, como era
habitual. Siempre había sido un ejemplo perfecto de paciente difícil.
—La obstinación es lo único que puede llegar a matarlo —dijo una voz desde
la cocina.
Ana Amari, la dueña de la voz, buscaba el té en mis alacenas como si
estuviera en su propia casa. Al parecer, Morrison no había sido el único con
una recuperación milagrosa: todos creíamos que Ana había sido asesinada por
un francotirador en Polonia y, sin embargo, aquí estaba. Se veía mayor y más
delgada, con una leve fragilidad que, por primera vez desde que la conocí, me
hizo pensar que era un ser mortal. Aún poseía la postura escultural de una oficial
militar. Esa rigidez se había atenuado, y ella mostraba una nueva suavidad que no
recordaba haber visto antes.
—Puedo intentar realizar algunas pruebas, pero no tengo aquí el
equipamiento que necesito —dije mientras aplicaba un aerosol anestésico en la
espalda de Jack—. Esto es un campamento, no un laboratorio de genética.
—El tiempo no es algo que nos sobre —dijo Morrison con sequedad—. Solo
dame algunos botiquines. Me arreglaré con eso.
—Veré qué puedo conseguir para ti.
Pensé en el trío de granadas bióticas que él llevaba y en los cartuchos de
dardos guardados en la bandolera de Amari. Objetos robados de Overwatch
o, en el caso de los dardos, una adaptación de mi tecnología realizada sin mi
aprobación. Tan solo otro ejemplo de cómo mi tiempo en Overwatch no había
tenido los resultados que yo esperaba. Mi irritación me sorprendió: debería
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haberme alegrado que Jack y Ana estuvieran vivos. Pero ellos eran una
manifestación física de algo de lo que yo intentaba escapar, y podía sentir cómo se
erigían muros entre lo que fuera que hubiesen traído con ellos y yo.
Busqué en las cajas de suministros que cubrían gran parte de mi sala de
estar y encontré rollos de vendajes, botellas selladas de antibióticos y diversos
elementos de equipamiento médico. No serían de mucha ayuda en la situación
actual de Morrison. El impacto de Overwatch había sido tal que, incluso ahora,
años después de su disolución, sus ecos podían percibirse en todas partes, desde
la infraestructura en ruinas de Egipto hasta la familiaridad mundana de un paquete
de vendajes azul claro. A decir verdad, escapar de Overwatch había sido un...
objetivo optimista, en el mejor de los casos.
Jack comenzó a buscar dentro de las cajas de suministro, formando una
pequeña pila junto a él.
—¿Qué haces aquí, Angela?
—Intento buscar algunos botiquines —respondí—, como me pediste.
—No me refiero a eso. —Observaba extrañado el escáner médico
particularmente costoso que tenía en sus manos—. ¿Qué haces aquí en El Cairo?
—Eso es frágil. —Lo miré con el ceño fruncido, le quité el escáner de las
manos y lo arrojé de vuelta a la caja con un ruido sordo que me hizo estremecer.
Al exhalar, noté que estaba conteniendo la respiración—. Aquí hay gente que
necesita ayuda.
“¿Qué estaba haciendo aquí?”. Me dije a mí misma que quería ayudar. Que
aquí había gente que me necesitaba. Egipto tenía demasiados problemas y muy
poca gente dispuesta a ayudar, con buitres acechando en los márgenes de la
sociedad. No era tan glamoroso o emocionante como mi puesto anterior, pero era
útil y poco controversial.
—De seguro, un hospital o un laboratorio en una universidad sería un mejor
lugar para ti —dijo Ana, que aparentemente había encontrado hojas de té de su
agrado.
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—Resulta que ser un exmiembro destacado de Overwatch no es la clase de
experiencia que la gente busca en tu currículum —exclamé. Respiré hondo. Era
como si no hubiera pasado el tiempo, y nos encontrábamos de vuelta en medio de
las acaloradas discusiones de la última vez que todos habíamos estado juntos—.
Prefiero mantener un perfil bajo. Es más de lo que puedo decir de ustedes dos.
Jack frunció el ceño. —Al menos mis enemigos saben que voy tras ellos.
—¿Tus enemigos? —Pregunté incrédula—. El Gobierno de Estados Unidos,
el banco más grande de Alemania, Seguridad Helix. ¿Me olvidé de algo?
—LumériCo. —Jack tuvo la osadía de sonar orgulloso de sí mismo.
—Y la compañía de energía más grande de México, que, casualmente, está
a cargo de su increíblemente popular expresidente, el héroe de guerra que todo el
mundo ama. —Suspiré—. Esos enemigos no ayudarán a mejorar tu reputación.
—El daño colateral es una parte inevitable de la guerra —dijo Morrison con
naturalidad.
—Siempre fuiste bueno para racionalizar las cosas —dije. Comprendí que, en
su antigua posición, la flexibilidad de pensamiento resultaba vital para sobrevivir,
pero parecía que esa cualidad había persistido en esta nueva vida.
—Cada vez estoy más cerca de encontrar a los responsables. Más cerca de
la verdad. —El fervor que inundó su voz sonaba a obsesión.
—La verdad —dije sin emoción.
—La verdad acerca de lo que le sucedió a Overwatch. Acerca de Talon.
Suiza. Acerca de todo. Esa es mi nueva misión.
—No parece ser tan nueva. Aparte de las máscaras.
—Entonces, ¿qué quieres que haga? —exclamó Jack—. ¿Que vuele a
Gibraltar y me una a Winston? ¿Crees que la gente que acabó con Overwatch no
acabará con él también?
Winston vio que los problemas del mundo aumentaban, y creyó que
Overwatch era la solución a todo. No creo que Winston haya cuestionado alguna
vez por qué acabó todo. Lo amaba y lo necesitaba demasiado para ver cómo
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nos había dañado y cambiado a todos. Estar en esa habitación con Jack y Ana
solo me confirmó que aún estábamos deshechos. Hacer lo mismo que habíamos
hecho en el pasado solo nos conduciría a otro desastre. El mundo no necesitaba
eso. Winston tenía buenas intenciones, pero eso no quería decir que estaba en lo
correcto.
—Deja que Winston juegue a ser un héroe —dijo Jack despectivamente—.
Yo haré lo que haya que hacer. Reyes, Ogundimu, Maximilien, Vialli, Sombra,
O’Deorain y los demás. Me encargaré de ellos.
Reyes. La mera mención de su nombre me dio un escalofrío. Pensé que los
había enterrado a los tres: Morrison, Amari, Reyes; pero los fantasmas sobreviven.
—Todos fuimos responsables, Jack. Overwatch ya no existe. Tu venganza
personal no cambiará nada.
—Alguien tiene que hacerlos pagar. Yo haré justicia.
—Justicia —me burlé. Podía ver que el dolor lo consumía como una
enfermedad—. Si continúas así, le demostrarás al mundo que Overwatch
realmente se convirtió en aquello a lo que le temía. Ojalá pudieras comprenderlo.
La primera vez que entré en la oficina de Morrison, hace muchos años, las
cosas eran muy diferentes. Yo era joven y estaba llena de emoción, justo después
de dejar mi puesto como directora de cirugía del hospital universitario de Zúrich.
Al principio, pensé que había entrado a una exhibición de museo. Las paredes
estaban decoradas con fotos de Morrison con diversos jefes de Estado, imágenes
del equipo de asalto y recuerdos de su carrera militar. Había una estantería con
libros bien organizados contra la pared, colecciones de textos históricos de varios
volúmenes que incluían una antigua edición encuadernada en cuero de Historia
de la guerra del Peloponeso, de Tucídides, y biografías de generales destacados.
Había un tablero de ajedrez sobre el aparador, con las piezas situadas en mitad de
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una partida, y una copia de Mis 60 mejores partidas, de Bobby Fischer, a su lado.
Y, sentado detrás de su gran escritorio, estaba el mismísimo Jack Morrison.
—Leí tu artículo. Excelente. Me dio una idea —dijo. Se refería al artículo
sobre sanación nanobiótica que había publicado recientemente. Yo creía que
tenía el potencial de revolucionar por completo la forma de proporcionar cuidados
médicos, no solo en el consultorio, sino también en toda la estructura de la
medicina. Fue difícil ser paciente, y yo creía que Overwatch me permitiría dar a
conocer mis ideas de una forma que ninguna otra organización podría.
—¿Leyó mi artículo? —pregunté, incrédula ante la idea de que hubiera
leído un artículo de investigación extremadamente técnico que la mayoría de los
estudiantes de posgrado necesitaría tiempo para comprender.
—Creo que capté la idea. —Jack rio entre dientes. Evité hacerle más
preguntas para no avergonzarlo; después de todo, me estaba ofreciendo las llaves
del reino.
—Realmente intento que las ideas abstractas sean comprensibles —dije
sonriendo.
—Angela, quiero que te unas a Overwatch como directora de investigación
médica. Con nuestros recursos, podemos ayudarte a desarrollar tu tecnología
nanobiótica. Imagina cómo cambiará la vida de todos. Podrías mejorar la
esperanza de vida de todas las personas del mundo.
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Lo había imaginado. Con algunos avances en inteligencia artificial y una
enorme producción, la tecnología biótica podría difundirse por todo el mundo.
Disminuiría la cantidad de obstáculos para obtener atención médica y, tal vez,
también se reduciría el tiempo de recuperación de la gente. Abriría las puertas a
nuevos paradigmas. Y Morrison prometía ayudarme a lograrlo.
—Dinero, recursos, personal. Sé que eres la clase de persona que desea hacer
las cosas a su manera, y podrías hacerlo. Tú estás a cargo. Tú escribes las reglas.
—Me vendría bien un nuevo posdoctorado, comandante —dije—. ¿Tiene
alguno por aquí?
—Te sorprendería lo que puedo conseguir —dijo Morrison mientras miraba
hacia el patio por la ventana. Una cuadrilla ordenada de fuerzas de mantenimiento
de la paz con armadura azul atravesaba el jardín—. Tengo soldados de sobra. Lo
que necesito son pensadores. Soñadores. Gente que quiera hacer del mundo un
lugar mejor. Podrías estar al borde de un descubrimiento que podría cambiar las
vidas de todas las personas del planeta. Quiero hacerlo realidad y quitar todos los
obstáculos de modo que puedas concentrarte en revolucionar tu campo.
Era una oferta increíble; sonaba perfecta. Pero oía esa voz en mi cabeza que
me advertía que algo era demasiado bueno para ser cierto. “All tär inte guld som
glimmar” era una de las frases favoritas de Torbjörn. No todo lo que brilla es oro.
Cuestionaba todo. Siempre tuve ese hábito, incluso cuando era una niña, pero mi
educación y mi relación cercana con Torbjörn lo habían agudizado. Era en gran
medida beneficioso, ya que me ayudaba a aplicar la ciencia, pero hacía que la
gente me considerara quisquillosa.
—Es una oferta generosa, pero tengo mis reservas —dije.
—Hablemos de eso.
—Quiero concentrarme en las aplicaciones civiles y pacíficas de mi trabajo.
No quiero facilitarles a los comandantes de Overwatch formas de poner a la gente
en peligro.
Morrison juntó las manos.
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—La Crisis Ómnica terminó hace más de diez años. Overwatch se creó
para ganar la guerra, pero ahora me dieron una nueva misión: hacer del mundo
un lugar mejor. Invertimos en investigación en biología, química, infraestructura,
climatología; cualquier iniciativa científica que pueda mejorar la vida de la gente.
Quiero que seas parte de esto. Podrías ser responsable de uno de los mayores
cambios en la vida humana desde la creación de los ómnicos.
Al mirar a Morrison, con su corte de pelo militar y sus medallas y
condecoraciones, solo podía ver un soldado. Hasta su postura lo indicaba. Era
como si pudiera ver los hilos que lo sujetaban y mantenían erguido: hilos que
habían surgido de toda una vida de formación militar. Un soldado con el don de
creer en los demás. Si yo tuviera la oportunidad de hacer una diferencia en el
mundo, ¿no debería hacer todo lo posible para llevarla a cabo? Pero conocía a
Morrison desde hacía mucho tiempo; él había hecho tantas cosas buenas y tenía
tanta gente buena trabajando para él que lo admiraba y lo respetaba. Yo no tenía
dudas de que él creía lo que decía. Y, más que eso, yo quería creer lo que decía.
—Sé cuáles son tus valores, Angela. Te conozco desde hace años. Sería un
honor que nos ayudes en nuestra misión —dijo Morrison—. No más solicitudes
de subvención, no más regateo para conseguir equipamiento nuevo. Lo que tú
quieras. Te doy mi palabra.
—¿Posdoctorados? —Sonreí.
—Todos los que necesites.
Me había quedado dormida en mi escritorio cuando me despertó
una explosión. Parecía como si el suelo mismo hubiera suspirado, y luego
varios impactos menores hicieron que las ventanas se sacudieran. Las luces
parpadearon. Podía sentir la vibración de truenos a la distancia. Pero, como
cualquiera que haya sobrevivido a una guerra sabe, una cosa es el clima y otra
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cosa es la guerra. Me vestí rápidamente. Había vivido el tiempo suficiente en El
Cairo para saber qué venía después de los truenos. Tendríamos que preparar el
campamento para recibir pacientes.
Poco tiempo después, Morrison y Ana aparecieron en la puerta como dos
espectros en la oscuridad. Sus rostros familiares habían sido reemplazados por
sus máscaras, con una línea iluminada roja y un diamante azul como únicas
expresiones.
—¿Qué sucede? —pregunté.
—Hubo un ataque en la instalación de Anubis. Debemos irnos. Ahora. —La
voz de Morrison se distorsionaba a través de un mecanismo en la máscara que
cubría su boca. Manipulaba su voz y le quitaba la poca humanidad que le quedaba.
—Helix controlará la situación. Solo quedarán atrapados en el fuego cruzado.
—Es Talon —dijo Jack. Conocía ese tono. No había forma de convencerlo de
lo contrario.
—Angela, hay gente atrapada en el fuego cruzado ahí afuera. Necesitarán
ayuda que Helix no puede darles —interrumpió Ana—. ¿Vendrás con nosotros?
Yo conocía más que nadie el estado de los cuidados de emergencia en
El Cairo. Los últimos ataques habían dejado una estela de destrucción, y gran
parte de la ciudad todavía intentaba recuperarse. Aún había personas en los
campamentos que habían sido desplazadas o heridas en el último estallido. Helix
era una fuerza pacificadora, pero en mi mente sus miembros no eran mucho más
que mercenarios. Les pagaban para proteger los intereses del Gobierno, no de
la gente: un reemplazo poco sorprendente de Overwatch. Debería quedarme en
el campamento. Debería organizar todo y prepararme para evaluar a una gran
cantidad de gente. Sabía lo que debería hacer.
—Iré con ustedes.
Yo guardaba el traje de Valquiria en una caja de embalaje grande. La
cerradura biométrica se abrió con un sonido satisfactorio. Acomodé las piezas:
la coraza, el visor de comunicación y escaneo, las cargas bióticas, el sistema de
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propulsión y el bastón. Todo estaba colocado sobre una almohadilla de espuma
moldeada específica para el transporte. Todo sin uso desde hacía tiempo. Mientras
pasaba la mano sobre la coraza para levantarla de la almohadilla, aún podía sentir
las marcas del daño de mi tiempo en el campo de batalla: rasguños, abolladuras
y recordatorios de cuán peligroso había sido. Aseguré las hebillas y, a medida que
se encendía, se amoldó a mi cuerpo. Los asideros del bastón, que había sujetado
con fuerza en situaciones desesperadas, habían tomado la forma de mis manos. El
auricular y la unidad de procesamiento eran el centro de todo, el sistema nervioso
que me proporcionaba la información que necesitaba.
Aún me quedaba, pero había olvidado cuán pesado era el traje.
Hay cosas que no puedes comprender hasta que vuelas. Volar nos había dado
nuevas perspectivas a todos los integrantes del equipo de asalto. Lena había sido
piloto y Winston había viajado desde la Luna en su nave espacial. Los astronautas
decían que su visión de la vida había cambiado por completo cuando habían visto la
Tierra desde el espacio. Pero ninguno de ellos había volado como yo.
Debajo, El Cairo se desplegaba hasta el horizonte, una ciudad verde que
se había vuelto marrón tras una década de pérdidas. Nuevas instalaciones
agrotécnicas a lo largo del Nilo comenzaban a revitalizar el río. A lo largo de la
orilla había paneles solares y enormes grupos de baterías que almacenaban más
energía de la que el país necesitaba. La civilización había florecido junto a las
aguas del río, y ni siquiera yo creía que la situación podía ser permanente. Las
pirámides, que durarían hasta el fin de los tiempos, vigilaban el resto de la ciudad.
En la sombra de esas pirámides, había un campo de batalla.
Nos dirigimos hacia el sitio del ataque. Las unidades de Seguridad Helix
estaban en medio de una ardua batalla con las tropas de Talon. Las naves negras
y rojas acechaban como aves de rapiña. Arriba, podía ver los propulsores de las
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unidades acorazadas Raptora que se desplegaban. No me preocupé por ellas:
sus médicos se ocuparían. Pero me estremecí ante la destrucción causada por
los cohetes que lanzaban hacia la pelea. Debajo, los dos soldados veteranos se
escabulleron por las calles oscurecidas. Morrison era difícil de detectar, incluso
con su chaqueta roja y azul, lo que me sorprendió. Era extraño verlo así. Antes no
dependía del subterfugio. Si no hubiera sido por el equipamiento de escaneo de la
Valquiria, seguramente habría sido invisible para mí.
Pero las batallas siempre me resultaron confusas. Los ataques ofensivos,
las posiciones, las tácticas. Son ruido de fondo en mi mente. Prefiero dejar eso
para los demás. Debo concentrarme en la tarea actual: salvar vidas. Había civiles
intentando evacuar el área. Mi pantalla de aviso estaba repleta de los signos vitales
de las personas que se encontraban en el área, un caos ruidoso e insistente que
yo debía descifrar. Identifiqué a Jack y Ana, que intercambiaban disparos con los
enormes soldados de Talon.
Nunca quise ser Mercy. Fue algo que me impusieron. El traje de Valquiria era
para demostrar algo: que mi tecnología funcionaba. Pero sabía cómo me veían los
demás. Que mis compañeros querían que luchara junto a ellos. Y así, poco a poco,
la Dra. Ziegler se retiró y Mercy ocupó su lugar.
Morrison se zambulló de lleno en la batalla mientras Ana observaba desde
arriba. Los soldados de Talon, con sus máscaras rojas y blancas, estaban por
todas partes y acorralaban a los soldados de Helix, vestidos de azul. De repente,
una serie de explosiones atravesó la noche y mis ojos se fijaron en una masa más
oscura que el cielo nocturno. De esa masa emergió una figura negra. Una lluvia
de disparos explotó desde el centro de la masa, y los dos soldados veteranos
corrieron a ponerse a cubierto, fuera de mi vista.
—¿Qué es eso? —murmuré.
—Gabriel.
Me estremecí con la intensidad de la voz de Jack en mi oído. Una docena de
preguntas intentaron llamar mi atención, pero, en ese momento, debía dejarlas a
un lado.
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—No es nuestro problema, Morrison. Tenemos vidas que salvar.
—Ese es tu trabajo, doctora. Este es el nuestro. —Y nuestra comunicación
quedó en silencio.
Observé cómo ellos dos eran tragados por el humo sofocante: Morrison,
corriendo al frente, y Ana, cubriéndole las espaldas cautelosamente.
Pero él tenía razón. No podía preocuparme por ellos mientras tuviera un
trabajo que hacer.
A Talon no le importaban las vidas inocentes, los civiles o el daño a la
propiedad; y las fuerzas de Seguridad Helix, poco más que mercenarios, no eran
mucho mejores. Volaban cohetes por los aires y destruían edificios. Las personas
huían del área aterrorizadas.
Mi pantalla de aviso insistía: había señales de vida en algún lugar debajo
de mí, pero era casi imposible ver. En un acto de fe, descendí y atravesé las
columnas de humo. El humo irritó mis ojos, pero lentamente los lentes de contacto
comenzaron a filtrarlo. Un destello de color pálido atrajo mi mirada a través de las
capas de humo y polvo. Activé el sistema de maniobras de Valquiria y me dirigí
directamente hacia allí, intentando fijar el punto en mi mente mientras atravesaba
el miasma. Al descender, a medida que el humo se hacía menos espeso, pude
ver la figura de una niña con una camiseta blanca y cabello castaño oscuro. Me
recordaba a muchos niños de mi pasado. Las batallas eran iguales en cualquier
parte: los soldados luchaban por la supervivencia, la victoria y la gloria, pero las
personas inocentes eran aplastadas bajo sus botas.
La niña agitó los brazos cuando me vio, en un intento desesperado para
llamar mi atención. Descendí rápidamente a través del humo y aterricé entre los
escombros de los pisos superiores del edificio.
—No te muevas —dije—. ¿Tu pierna está atrapada?
Asintió con la cabeza. Estaba resignada, agotada y me pedía ayuda
desesperadamente con la mirada.
Escenas como esa habían marcado mi infancia. Familias destrozadas cuando
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la gente intentaba escapar de la devastación. Recordaba cómo manzanas enteras
eran destruidas en ataques nocturnos sorpresivos. No podíamos ver la luna o
las estrellas, solo las siniestras luces rojas intermitentes y formas oscuras que,
de algún modo, parecían más oscuras que el cielo nocturno y que rápidamente
quedaban cubiertas por brillantes explosiones blancas. No había tiempo de huir
hacia los refugios. Debías ponerte a cubierto donde pudieras, si podías. El sonido
era ensordecedor. El humo era sofocante. El miedo era abrumador.
—Voy a quitar esto de aquí, ¿de acuerdo? Solo dame un momento. —Hice lo
mejor que pude para tranquilizarla.
Asintió de nuevo, con los ojos muy abiertos.
Comencé a mover los grandes bloques de concreto que inmovilizaban a
la niña. Me hubiera gustado tener algo de ayuda. Winston, Reinhardt, Sojourn o
Genji hubieran sido perfectos para el trabajo. Recordé lo que había sucedido en
Venezuela, donde habíamos excavado para rescatar personas luego de la enorme
tormenta. No hubiera tenido forma de mover esas rocas si no hubiera sido por el
poder del traje de Valquiria.
—Tú eres... —comenzó a decir, y vi el reconocimiento en sus ojos. Su
postura había cambiado y puse una mano sobre su hombro para evitar que se
moviera demasiado rápido. No quería que la emoción o la adrenalina empeoraran
la situación.
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—Soy la persona que va a ayudarte —le respondí. Gruñí al mover otro trozo
de pared, y lo arrojé a un lado—. Desearía que Reinhardt estuviera aquí.
—¿Reinhardt?
—Un amigo —le dije—. Alto y fuerte. Nunca cierra la boca. —Mis alas se
extendieron cuando tiré con fuerza de la última pesada plancha de concreto. Ayudé
a la niña a ponerse de pie. Su rostro estaba cubierto de hollín y cenizas, con leves
rastros de lágrimas en sus mejillas.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Hanan —dijo tímidamente.
—Deja que te revise —le dije. Parecía indecisa, pero permaneció inmóvil
mientras la ola de luz azul del módulo de escaneo portátil de Valquiria pasaba
sobre ella. No tenía fracturas. Parecía que iba a estar bien. Tenía algunos cortes
y abrasiones, y varios de ellos sangraban, pero eso sería bastante fácil de
solucionar.
Recogí el bastón y me arrodillé a su lado. Al activar la corriente biótica, un
suave brillo dorado brotó del bastón y rodeó a Hanan, irradiando lentamente como
la luz del sol. Pequeñas motas de luz, como polvo brillando en el aire, destellaron
al caer sobre la piel de Hanan. Sus ojos se iluminaron y luego se estremeció como
si hubiera acercado demasiado el brazo al fuego.
—Puede que esté un poco caliente —le dije—. Dime si es demasiado.
Asintió con la cabeza y observó asombrada cómo se cerraban sus heridas.
—Es como si fuera magia —dijo.
—Ciencia —dije con una sonrisa—. Es mucho mejor que la magia. ¿Alguna
vez escuchaste algo acerca de nanobióticos?
—Son como... ¿pequeñas máquinas? —Hizo un pequeño gesto como si
hubiese una nube de moscas.
—No exactamente —contesté. Me decepcionó que una tecnología que
podría haber revolucionado la sanación en todo el mundo fuera básicamente
desconocida, pero había cosas más importantes—. Te lo explicaré, pero primero
debemos ponernos a salvo.
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—¡Aún no podemos irnos! —dijo Hanan—. Mi hermano está atrapado
adentro. ¡Debemos ayudarlo! Los demás se fueron. No quisieron esperar. —
Aún se escuchaban disparos en las calles. Los fuertes sonidos de los morteros
retumbaban, interrumpidos por el ritmo estridente de las armas automáticas. La
situación aún era extremadamente peligrosa, y no quería que Hanan estuviera
expuesta más tiempo del necesario—. Por favor.
No podía dejarlo. Intenté encontrarlo con el escáner de Valquiria, pero la
interferencia eléctrica dificultaba la identificación visual o por radar.
—No puedo dejarte aquí, así que tendrás que venir conmigo.
Hanan asintió. El edificio en el que nos encontrábamos había recibido
impactos varias veces. Me abrí paso por la entrada y comenzamos a bajar por
las escaleras. A medida que descendíamos, el humo subía. Arranqué un trozo de
tela de mi falda para hacer una mascarilla improvisada. Las alarmas no dejaban
de sonar y las luces intermitentes aún iluminaban el área. Al salir de la escalera
e ingresar al pasillo, el suelo crujió. Atravesamos los pasillos y, a medida que me
acercaba, pude detectar otra señal de vida. Una pesada puerta nos separaba.
Coloqué mi hombro contra la puerta y empujé hasta abrirla.
Dentro de la habitación había un niño un poco mayor, con una camiseta roja y
una bufanda amarilla, desplomado en el suelo. Su brazo estaba doblado de forma
poco natural, y sospeché que estaba fracturado. Parecía desmayarse y recuperar
la conciencia de un momento al otro.
—¿Eres tú, Hanan? —preguntó, pero sus ojos no lograban enfocarse y
miraban hacia un punto en el techo cuando oyó nuestros pasos.
Hanan corrió hacia él y, temiendo lo peor, reprimió un sollozo.
—Sí, soy yo. Traje ayuda.
—Así es —dije mientras me arrodillaba a su lado—. Vamos a sacarte de
aquí. —Me preocupaba que pudiera entrar en shock. No podía moverlo hasta que
se recuperara un poco. Una pequeña corriente de sanación biótica lo mantendría
estable por el momento. Al igual que a Hanan, el brillo dorado de la corriente lo
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rodeó por un corto tiempo, pero lentamente parecía que todo su pecho brillaba.
Poco a poco, comenzó a respirar con más facilidad. Me volví a hablar con Hanan.
—Bien. Vamos a sacar a tu hermano de aquí —le dije.
Hanan asintió. Su hermano me miraba con ojos aterrorizados.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté mientras lo escaneaba con el sonar
de Valquiria. La clave era hacer que siguiera hablando y que se concentrara en
cualquier cosa menos en su condición.
—Me duele —carraspeó. Cuando nuestras miradas se cruzaron, abrió los
ojos sorprendido—. Tú eres Mercy. Te he visto en fotos.
—Así es. —No me molestaba. Sabía que, en momentos como este, Mercy
era útil. Ahora le daría al hermano de Hanan algo a qué aferrarse—. Así que no te
preocupes, los sacaré de aquí.
—A mis padres no les agradas mucho. —Sonaba avergonzado.
—¿Tal vez puedas decirles cosas buenas de mí cuando los veas? —Sonreí.
La expresión en su rostro cambió, como si le diera miedo ofenderme.
—¡Por supuesto! —dijo seriamente mientras asentía; pero hasta ese pequeño
esfuerzo parecía causarle mucho dolor.
—De acuerdo, esta es la situación. Debemos salir de este edificio. ¿Crees
que puedes caminar?
—Creo que sí.
—Bien, no hay problema —dije—. Vamos a avanzar lentamente. Hanan y yo
vamos a estar aquí contigo.
Oí el sonido de un mortero en camino.
—¡ABAJO! —grité. Sujeté a Hanan y me arrojé sobre su hermano,
cubriéndolos a ambos lo mejor que pude con mi cuerpo y las alas extendidas de la
Valquiria. La pared estalló hacia afuera y arrojó trozos de concreto y vidrio contra
mi armadura desde el otro lado de la habitación.
Los escombros que caían del techo me golpeaban. Me tambaleé, pero las
almohadillas protectoras y el blindaje del traje absorbieron gran parte del impacto.
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Cuando finalmente todo pasó, me puse de pie y recordé que debía agradecerle a
Torbjörn por el gran trabajo que había hecho al crear la armadura del traje.
—¿Están bien?
No recibí respuesta, así que tuve que ver por mí misma. La pantalla del traje
no funcionaba. Cuando me puse de pie, oí un crujido proveniente de una de las
alas. Estaba rota. Yo estaba adolorida, y el esfuerzo físico comenzaba a afectarme.
Hanan estaba acurrucada y me miró con ojos atemorizados. Su hermano no se
movía; el impacto de la explosión había sido demasiado, y se había desmayado.
Resultaba difícil ver hacia afuera. Parecía como si hubiéramos quedado sepultados
bajo tierra. Los sistemas de la Valquiria estaban desactivados. A todos los efectos y
propósitos, parecía que estábamos atrapados.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Parecía que las paredes se nos venían
encima. ¿Eso habían sentido mis padres en sus últimos momentos, luego de que
el hospital fuera bombardeado? ¿Estaban juntos? ¿Sabían siquiera qué les estaba
sucediendo? Por su bien, espero que no. No podíamos esperar a que esto pasara;
el edificio crujía como si estuviera muriendo. El fuego también podía alcanzarnos.
Asfixia. Aplastamiento. Otra explosión.
Solo había una forma de salir de allí.
Sujeté el bastón en mi espalda, levanté al niño en brazos y avancé
lentamente hacia la salida.
—Sígueme, Hanan. Y ten cuidado. —Atravesé un pasillo y luego otro,
saltando sobre los agujeros en el suelo. Finalmente nos acercamos a la entrada
principal, pero otra serie de explosiones sacudió el edificio, y podía escuchar la
tensión en las paredes. Le grité a Hanan:
—¡Corre! ¡Corre hacia la puerta!
El edificio estaba a punto de derrumbarse.
Tenía al hermano de Hanan en mis brazos, y me sentía culpable por no saber
su nombre. Corrí por el suelo irregular y salté los agujeros, pero no iba a lograrlo.
Las paredes se desplomaban; el edificio se desplomaba; el mundo a mi alrededor
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se desplomaba. Mi mente buscó posibles rutas de escape y no encontró ninguna. A
veces, la falta de posibles soluciones complicadas simplificaba las cosas. Lo único
que podía hacer era salvar a los niños que tenía a cargo.
Me arrojé sobre el hermano de Hanan cuando el edificio se derrumbó a mi
alrededor, cayó sobre mi espalda y me empujó hacia el suelo.
El mundo se oscureció.
Cuando volvió a iluminarse, oí una voz que me llamaba. Sentí que me
quitaban un gran peso de encima. Debajo de mí, el hermano de Hanan... ¿Cómo
se llamaba? El traje de Valquiria insistía en que él estaba bien. Tan bien como
podía esperarse.
—Hanan —llamé aturdida, pero no escuché una respuesta.
Me levanté lentamente tosiendo y quitándome los escombros de la espalda.
Un brazo fuerte me sujetó. Era Morrison. Sin la máscara, parecía humano otra
vez. El rostro de Jack estaba cubierto de polvo y hollín, salvo la parte que cubría la
máscara, y su chaqueta parecía tener algunos agujeros más.
—Angela. Debemos salir de aquí —dijo.
—La niña —carraspeé.
—La tengo —dijo la voz de Ana desde el humo. Ana estaba examinando el
área, acechando como un gato—. Es hora de irnos.
El resto del día fue un torbellino de actividad. Recibí un sinfín de pacientes
que habían quedado atrapados en el fuego cruzado, incluyendo policías, agentes
de Helix y equipos de primera intervención. No había suficientes médicos, camas o
tiempo para atenderlos a todos. Al final del día estaba agotada y aletargada, y viva
únicamente gracias al café.
Cuando finalmente tomé un descanso, el sol ya se había ocultado y el frío de
la noche cubría el campamento. Jack y Ana vinieron a verme. Ya no llevaban las
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máscaras, pero el recuerdo estaba grabado en mi mente.
—¿Adónde irán ahora? —les pregunté. Cada uno llevaba un bolso grande.
—Gabriel estuvo aquí. Debemos seguirlo —dijo Jack.
No había tenido tiempo de procesar lo que había visto en el campo de batalla
o de considerar qué significaba.
—¿Sobrevivió? —pregunté, sorprendida por lo absurdo de la situación. Pero
luego me estremecí. Había habido demasiadas muertes.
—Los soldados veteranos no son fáciles de matar —suspiró Jack—. Gabriel
lideró el ataque. Debemos seguir el rastro antes de que se enfríe. Parece que está
en algún lugar de Europa. Nos dirigíamos hacia allí antes de venir aquí. Tal vez
veamos a algunos viejos amigos.
—Bien, buena suerte allá afuera. Espero que encuentren... lo que sea que
estén buscando —dije.
—Podrías venir con nosotros. Nos vendría bien tu ayuda. —Me di cuenta, por
la forma en que Morrison lo dijo, de que no creía que hubiera muchas posibilidades
de que yo aceptara.
—No puedo quedarme aquí, pero tampoco puedo ir con ustedes. —Negué
con la cabeza—. Vamos en direcciones diferentes.
—El tiempo lo dirá —afirmó Morrison—. Buena suerte, Angela. Y gracias por
los botiquines.
Sonrió y me dirigió un saludo en broma al alejarse, mientras se colgaba el
bolso al hombro. Ana se quedó unos momentos más y las dos lo miramos mientras
se alejaba.
—Todos peleamos las mismas batallas —dijo ella mientras colocaba su mano
sobre mi hombro.
—Nunca luchamos las mismas batallas, Ana —le dije—. Ni siquiera me
gustan las batallas.
—Tal vez no, pero aún estamos luchando. Puede que Jack ya no sea tan
idealista, pero sigue siendo tan obstinado como siempre. —Ana suspiró—. Cuantas
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más cosas dejamos pasar, más queremos aferrarnos a ellas.
—No puede luchar contra el pasado. Tiene que saberlo.
—Creo que Jack siempre encontrará algo contra qué luchar. Lo necesita.
—Ana entrecerró los ojos—. La guerra de nuestra generación terminó. Cada
generación tiene una. ¿Por qué luchamos? Por sangre, por dinero, por el rey y por
el país, por la justicia, por lo que creemos. No siempre se lucha en el campo de
batalla. Algunas guerras duran décadas, pero la nuestra terminó en un instante.
Gabriel creó nuestro equipo para salvar a la humanidad, pero no pudo reconstruir
nada después. Adawe y los demás pensaron que Morrison podría hacerlo. Parecía
estar a la altura, después de todo. El héroe de guerra. Compasivo, valiente,
confiado, político. Pero, en definitiva, un soldado. Y los soldados solo conocen una
forma de vida. No estamos hechos para cambiar el mundo, solo para salvarlo.
—Para eso estábamos los demás —dije.
Ana asintió con tristeza.
—Nunca supimos cómo dejar la lucha en manos de quienes vinieron después
de nosotros. No estamos hechos para la paz. Luego de esto —dijo señalando su
parche ocular—, pensé que tendría un retiro tranquilo. Y aquí estoy. Lena, Sojourn,
tú y los demás ven las cosas de otra forma. Creo que finalmente comprendo un
poco. Lo único que siempre quise fue dejar algo que inspirara a otros a seguir mis
pasos.
—¿Por qué no regresas con Winston? La venganza de Jack no es tu
responsabilidad.
—El idealismo es para los jóvenes, Angela —dijo—. Intenta no juzgarnos muy
severamente. Cuando te consideran un héroe, es difícil abandonar ese concepto.
Sonrió con tristeza. No había nada más que decir. Finalmente, me dio una
palmada en el hombro y también se alejó hasta perderse en la oscuridad.
Nunca fui buena para las despedidas, pese a que en mi vida hubo muchas,
tanto explícitas como implícitas. Las implícitas eran las más comunes, y las que
más me atormentaban. Ahora que tenía una segunda oportunidad de despedirme
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de ellos, no encontraba las palabras. Me había despedido en sus tumbas, y eso se
sintió más definitivo que verlos partir ahora. Nunca pensé que volvería a verlos.
—Buen trabajo ahí afuera, Mercy —dijo Mahmoud cuando entré a la carpa
grande que se había convertido en nuestra recepción y oficina de ingreso de
pacientes improvisada. Apenas despegó la mirada de su pantalla para saludarme
mientras escribía rápidamente, ocupado con su trabajo.
—No empieces con eso —dije.
—Lo siento —respondió Mahmoud, ligeramente escarmentado, pero con una
sonrisa estúpida en el rostro—. Sabes que esperé meses para usar ese nombre.
—Espero que lo hayas disfrutado —dije suspirando—. ¿Puedes decirme qué
sucedió con los niños que traje?
Mahmoud presionó algunas teclas.
—Aún están esperando que los recojan.
Eso me sorprendió.
—¿Sus padres saben que están aquí? —Miré mi reloj y me di cuenta de que
era más tarde de lo que pensaba—. Ya han pasado varias horas.
Mahmoud parecía no querer responder mi pregunta.
Oh.
Mahmoud finalmente dijo:
—Ambos padres murieron. Estamos intentando ubicar a sus familiares.
Una vez, yo fui esa niña que esperaba el regreso de sus padres. Aún recuerdo
la voz del policía que vino a hablar conmigo, aunque no recuerdo su rostro.
—¿Dra. Ziegler? —preguntó Mahmoud—. ¿Estás bien?
Noté que había movido el dedo para secarme una lágrima debajo de mis
lentes.
—Solo estoy cansada.
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—Hiciste un buen trabajo ahí afuera. Esos niños no habrían sobrevivido si no
los hubieras encontrado y sacado de ese edificio.
—Alguien tenía que hacerlo —murmuré mientras me disculpaba, deseosa de
salir del ambiente sofocante de la carpa.
Mientras atardecía en la meseta de Guiza, las filas de carpas de tratamiento,
organizadas en cuadrícula con precisión militar, reflejaban los últimos restos de luz
en su tela blanca. Parecían un nuevo anexo de mastabas que, de alguna forma,
habían sobrevivido a milenios de viento, sol y tiempo sin sufrir efecto alguno. Los
antiguos egipcios que habitaban las tumbas cercanas habían sacrificado mucho en
vida y aún más en su muerte en pos de la vida eterna, pero había sido en vano. En
el espacio entre dos carpas vi a Hanan y a su hermano. El niño estaba recostado
sobre un abrigo y Hanan, sentada a su lado, intentaba animarlo.
Recordé las palabras de Ana. Durante los últimos años, pensé que quizás
mi lucha había fracasado. Al recordar el momento en la oficina de Morrison
cuando por primera vez decidí unirme a Overwatch, dudaba poder volver a ser
tan optimista. Pero sabía que el fuego que sentí en ese momento aún ardía en
mi interior. La lucha, la duda y la controversia habían desgastado las enormes
reservas de heroísmo que poseía. Tal vez pensaba que, una vez agotadas, esas
reservas no podían volver a recuperarse. Pero todos debemos enfrentar los
desafíos y las crisis de todos los días. De vez en cuando, nuestra voluntad de
luchar se agota, pero siempre regresará. Mientras miraba como Hanan extendía
los brazos como si fueran alas, supe que mi batalla no había terminado.
Los héroes nunca mueren.
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