Un Zapato Creativo

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Relato breve relacionado con las emociones que genera la convivencia con una enferma de Alzheimer

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UN

ZAPATO

CREATIVO

M.Paz Pérez-Campanero

2008

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UN ZAPATO CREATIVO

Lo cortaba todo. Tenía siempre a su lado una pequeña cesta en la que se

reunían unos cuantos objetos que utilizaba constantemente, formando

un peculiar y lioso revoltijo de instrumentos inconexos en el que las tije-

ras eran el artilugio rey.

Yo la había visto envejecer lentamente. Siempre había sido una mujer

incansablemente conversadora y muy simpática, aunque también bas-

tante obsesiva y algo pesimista. A veces me costaba entenderme con

ella, tal vez más a menudo de lo que me hubiera gustado, especialmente

cuando la recuerdo ahora que ya no está conmigo.

Aún no he conseguido situar en el tiempo el día que comenzó a mar-

charse; de hecho, ya había cruzado el umbral de su otra realidad cuando

quise darme cuenta. Esa realidad paralela, incoherente, incomprensible

y desquiciada por la que avanzaba cada día inexorablemente y que sólo

le permitía comunicarse, aunque ya ni siquiera entenderse, con su pe-

queño perro pequinés, que terminó sus días tan perdido como ella.

A veces me sentaba a su lado esperando que reconociera en mí a la hija

que ella tanto quería, y cuando lograba ver en sus ojos aquella pequeña

y breve chispa de conexión, mis ojos se humedecían, para luego pasar a

observarla con desánimo e impotencia viendo cómo una vez más cogía

aquella cestita que representaba todo su mundo, incluso cuando la

guardaba pegada a su cuerpo mientras dormía.

Me costó muchos berrinches esa cesta, sobre todo cuando de ella salían

aquellas tijeras del mismo modo que el famoso conejo sale de la chistera

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del mago: nadie encontraba nada allí dentro, pero ella daba con cada

cosa a la primera. No podía esconderle aquel pequeño y viejo instru-

mento cortante, porque ella sufriría lo indecible buscándolo de manera

desalentadoramente compulsiva, así que decidí que era mejor dedicar-

me a ahorrar algo de dinero para renovar casi mensualmente sus zapa-

tos.

Y es que lo que más le entretenía era cortar cosas: cadenas, collares, cin-

tas y objetos de todo tipo, todo lo que fuera susceptible de sucumbir a

aquellos pequeños filos; pero para ella sin duda había algo especial en

los zapatos.

En mi afán por evitar el continuo desastre, había probado todo tipo de

modelos cómodos para sus pies: con cordones, sin cordones, con gomas,

con lengüeta, lisos… Lo de menos era la forma, ya que siempre encon-

traba la manera de hacer pequeños cortes por algún sitio para conseguir

que quedaran “más cómodos y bonitos”.

En aquellos ratos en que me sentaba con ella, le gustaba “ayudarme a

trabajar”; yo abría mi ordenador portátil y le daba a ella sus cuadernos

para colorear; éste era el último descubrimiento para conseguir que es-

tuviera entretenida y con el que disfrutaba enormemente. Se concen-

traba muy intensamente en la tarea, aunque por muy poco tiempo, y

conseguía no pisar los bordes del dibujo con sus ya gastados lápices de

colores. De vez en cuando, contenta por su éxito, me miraba con una sa-

tisfacción aterradoramente infantil y se asomaba a mirar mi pantalla pa-

ra ver lo que yo estaba haciendo.

Aquel día se mostraba especialmente alterada; yo estaba muy concen-

trada en el ordenador, ya que tenía que entregar en breve un proyecto

importante. Como no le prestaba la atención que ella quería, mi portátil

terminó siendo utilizado como una plataforma un tanto peculiar. Su fra-

se “¡Mira! Ahora sí que es bonito” acompañó a su mano, que con gran

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energía se alzó colocando su zapato izquierdo de un golpetazo sobre mi

teclado. Había conseguido recortar una perfecta flor en la parte delante-

ra del que anteriormente fuera un cómodo, sencillo y liso zapato de

salón.

La miré enfadada, muy cansada y dispuesta a reñirle por aquel nuevo

destrozo pero, al mirar su cara, me topé con tal expresión de felicidad,

que no tuve más remedio que sonreírle y darle un achuchón y, mientras

ella no podía ver mi cara, de nuevo rodaron las lágrimas por mis mejillas,

echando de menos a una madre a la que sabía que había perdido para

siempre en los solitarios y devastadores senderos de aquella cruel en-

fermedad.

“Un Zapato creativo”

Por M.Paz Pérez-Campanero

Septiembre 2008