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OBRAS ESCOGIDAS
Una escuela de
estrategia
revolucionaria León Trotsky
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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(Texto publicado por el Tercer Congreso de
la Internacional Comunista, en agosto 1921,
y republicado en Los cinco primeros años
de la Internacional Comunista)
Lecturas complementarias con este folleto
son la misma obra en que fue republicado
(Los cinco primeros años de la
Internacional Comunista, publicada en
estas mismas Obras escogidas de León
Trotsky en español) y Los cuatro primeros
congresos de la Internacional Comunista.,
publicada por estas mismas EIS. Por otra
parte, el lector no debe perder de vista la
importancia de las cuestiones tratadas en
este folleto de cara a la comprensión de la
aparición más tarde del fascismo, por tanto,
de cara a la lectura de La lucha contra el
fascismo (y anexos) publicada también en
esta misma serie.
Índice Las premisas materiales de la revolución ........................................................................ 3 Los problemas de la táctica revolucionaria ..................................................................... 5
Una escuela de estrategia revolucionaria ........................................................................ 8
Las tendencias centristas en el socialismo italiano ....................................................... 11 El comunismo italiano. Sus dificultades y tareas ........................................................... 14 Los temores y sospechas de los extremistas de izquierda .............................................. 16
Los acontecimientos de marzo en Alemania .................................................................. 18 La estrategia de la contrarrevolución alemana y los aventureros de izquierda ............ 21
Las tendencias aventureras y… la Cuarta Internacional ............................................... 23 Los errores de las izquierdas y la experiencia rusa ....................................................... 25 Motivos de la fuerza y debilidad del Partido Comunista Francés ................................. 27
El comunismo y el sindicalismo en Francia ................................................................... 30 Sin tendencias de derecha, una sólida preparación para la conquista del poder ......... 33
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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Las premisas materiales de la revolución
Camaradas, la teoría del marxismo ha determinado las condiciones y leyes de la
evolución histórica… En lo que atañe a las revoluciones, la teoría de Marx, escrita por
la pluma misma de Marx, en el prefacio de su obra, Contribución a la crítica de la
economía política, establece a priori la siguiente conclusión:
“Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las
fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas
relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia
hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.”
Esta verdad fundamental para la política revolucionaria conserva hoy, para
nosotros, su indudable valor directriz. Sin embargo, más de una vez se ha comprendido
al marxismo de un modo mecánico y simplista, falso, por lo tanto. Además, se pueden
sacar falsas conclusiones de la proposición arriba citada. Marx dice que un régimen
social debe desaparecer cuando las fuerzas de producción (la técnica, el poder del
hombre sobre las fuerzas naturales) no pueden ya desenvolverse en los límites de ese
régimen. Desde el punto de vista del marxismo la sociedad histórica, tomada como tal,
constituye una organización colectiva de los hombres que tienen como fin el
acrecentamiento de su poder sobre el de la naturaleza. Este fin, naturalmente, no se les
ha impuesto a los hombres, sino que son ellos mismos los que, en el curso de su
evolución, luchan por alcanzarlo, adaptándose a las condiciones objetivas del medio y
aumentando cada día su poder sobre las fuerzas elementales de la naturaleza. Siguiendo
la proposición, vemos que las condiciones necesarias para una revolución (para una
revolución social, profunda, y no para golpes de estado, por sangrientos que sean),
revolución que remplace a un régimen económico por otro, nacen solamente a partir del
momento en que el régimen social antiguo comienza a trabar el progreso de las fuerzas
de producción. Esta proposición no significa sólo que el antiguo régimen resbalará
infaliblemente y por su propio impulso, cuando se haya hecho reaccionario, desde el
punto de vista económico, es decir a partir del momento en que empieza a trabar el
desarrollo de la potencia técnica del hombre. De ninguna manera, pues si las fuerzas de
producción constituyen la potencia motriz de la evolución histórica, esta evolución, sin
embargo, no se produce fuera de los hombres, sino por medio de los hombres. Las
fuerzas productivas, el poder del hombre social sobre la naturaleza, se acumulan
independientemente de la voluntad de cada hombre por separado, y depende sólo en
parte de la voluntad general de los hombres de hoy, pues la técnica representa un capital
ya acumulado que nos ha sido legado por el pasado, y que, si nos coloca en situación
avanzada, en cierta manera también nos retiene. No obstante, cuando estas fuerzas de
producción, esta técnica comienza a sentirse estrechas en los límites de un régimen de
esclavitud, de servidumbre, o, bien, de un régimen burgués, y cuando un cambio de
formas sociales se hace necesario para la ulterior evolución del poder humano, entonces
se produce la evolución, no por sí misma, como una salida o puesta de sol, sino gracias
a la acción humana, gracias a la lucha conjunta de los hombres reunidos en clases.
La clase social que dirigía la antigua sociedad, convertida en reaccionaria, debe
ser remplazada por una clase social nueva que aporta el plan de un régimen social nuevo
correspondiente a las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas y que está
presto a realizar ese plan. Pero no siempre ocurre que aparezca una clase nueva, lo
suficientemente consciente, organizada y poderosa, para destronar a los antiguos dueños
de la vida y para abrir camino a las nuevas relaciones sociales, en el preciso momento
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en que el antiguo régimen social reacciona. No ocurre siempre así. Por el contrario, más
de una vez ocurrió en la historia que una vieja sociedad se agotara (por ejemplo, el
régimen de esclavitud romano y, anteriormente, las civilizaciones de Asia, en las cuales
la esclavitud impedía el progreso de las fuerzas productoras), pero en esta sociedad ya
desaparecida no existía una clase suficientemente fuerte para anular a los directores y
establecer un nuevo régimen, el de servidumbre, que constituía un paso hacia adelante
en relación con el antiguo régimen. A su vez, en la servidumbre, no se dispone siempre,
en el momento preciso, de la clase nueva (burguesía), dispuesta a abatir el feudalismo y
abrir vía franca a la evolución histórica. Más de una vez se ha visto en la historia que
cierta sociedad, nación, pueblo, tribu o varios pueblos o naciones que vivían en
condiciones históricas análogas, se encuentran ante la imposibilidad de progreso
ulterior, en los límites de un régimen económico determinado (de esclavitud o de
servidumbre). No obstante, como todavía no existía una nueva clase que hubiera podido
dirigirles sobre nuevas vías, esos pueblos, esas naciones, se descomponen; una
civilización, un estado, una sociedad, han dejado de existir. Así resulta que la
humanidad no ha marchado de abajo a arriba, siguiendo una línea siempre ascendente.
No. Ha conocido largos períodos de estancamiento y de recaída en la barbarie. Las
sociedades se han educado, alcanzando cierto nivel, pero no han podido sostenerse en
las alturas... La humanidad no conserva su puesto; su equilibrio, a causa de las luchas de
las clases y de las naciones, es inestable. Si una sociedad no sube, cae, y si no hay clase
que pueda educarla, se descompone y cae en la barbarie.
A, fin de comprender este problema tan extremadamente complejo, no bastan,
camaradas, las abstractas consideraciones que ante vosotros expuse. Es preciso que los
jóvenes camaradas, poco al corriente de estas cuestiones, estudien obras históricas para
familiarizarse con la historia de diferentes países y pueblos, en particular con la historia
económica. Sólo entonces podrán representarse de manera clara y completa el
mecanismo interior de la sociedad. Hay que comprender este mecanismo para aplicar
con exactitud la teoría marxista a la táctica. Es decir, a la práctica de la lucha de clases.
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Los problemas de la táctica revolucionaria
Cuando se trata de la victoria del proletariado, algunos camaradas se representan
la cosa del modo más sencillo. En este momento tenemos en el mundo entero tal
situación que podemos decir (marxistamente) con absoluta certeza: el régimen burgués
espera el fin de su desarrollo. Las fuerzas de producción no pueden progresar en los
límites de la sociedad burguesa. Efectivamente, lo que hemos visto en el curso de los
diez años últimos es la ruina, la descomposición de la base económica de la humanidad
capitalista y una destrucción mecánica de riquezas acumuladas. Actualmente estamos,
en plena crisis, crisis aterradora, desconocida en la historia del mundo, y que no es una
simple crisis llegada a su hora ‘normal’ e inevitable en el proceso del progreso de las
fuerzas productoras del régimen capitalista; esta crisis marca hoy la ruina y el desastre
de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa. Acaso concurran todavía ciertos
altibajos; pero, en general, como expuse a los camaradas en la misma sala hace mes y
medio, la curva del desarrollo económico tiende, a través de todas sus oscilaciones,
hacia abajo, y no hacia arriba. Sin embargo, ¿quiere esto decir que el fin de la burguesía
llegará automática y mecánicamente? De ningún modo. La burguesía es una clase viva
que ha retoñado sobre determinadas bases económico-productivas. Esta clase no es un
producto pasivo del desarrollo económico, sino una fuerza histórica, activa y enérgica.
Esta clase ha sobrevivido, o sea que se ha hecho el más terrible freno de la evolución
histórica Lo cual no quiere decir que esta clase esté dispuesta a cometer un suicidio
histórico ni que se disponga a decir: “Habiendo reconocido la teoría científica de la
evolución que yo soy reaccionaria, abandono la escena.” Evidentemente, ¡esto es
imposible! Por otra parte, no es suficiente que el partido comunista reconozca a la clase
burguesa como condenada y casi suprimida para considerar segura la victoria del
proletariado. No. ¡Todavía hay que vencer y tirar abajo la burguesía!
Si hubiera sido posible continuar desarrollando las fuerzas productivas en los
marcos de la sociedad burguesa, la revolución no hubiera podido hacerse. Mas, siendo
imposible el progreso ulterior de las fuerzas de producción en el límite de la sociedad
burguesa, se realizó la condición fundamental de la revolución. Sin embargo, la
revolución significa ya, por sí misma, una lucha viva de las clases. La burguesía al
contrario de las necesidades de la evolución histórica aún es la clase social más
poderosa. Más aún: puede decirse, desde el punto de vista político, que la burguesía
espera el máximo de su potencia, de la concentración de sus fuerzas y medios, medios
políticos y militares, de mentira, de violencia y de provocación. Es decir, el máximo del
desarrollo de su estrategia de clase en el mismo instante en que más amenazada está de
su pérdida social. La guerra y sus terribles consecuencias (y la guerra era inevitable,
porque las fuerzas productivas no cabían en el marco burgués) han descubierto ante la
burguesía el amenazador peligro de su hundimiento. Tal hecho ha agudizado hasta lo
infinito el instinto de conservación de clase. Cuanto más grande es el peligro más una
clase (como cualquier individuo) tiende con todas sus fuerzas a la lucha por instinto de
conservación. No olvidemos que la burguesía se encuentra frente a un peligro mortal,
después de haber adquirido la mayor experiencia política. La burguesía creó y destruyó
toda suerte de regímenes. Se desenvolvía en la época del más puro absolutismo, de la
monarquía constitucional, de la monarquía parlamentaria, de la república democrática,
de la dictadura bonapartista, del estado ligado a la iglesia católica, del estado ligado a la
Reforma, del estado separado de la iglesia, del estado persecutor de la iglesia, etc. Toda
esta experiencia, de lo más rica y variada, que penetró en la sangre y en la médula de los
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medios dirigentes de la burguesía, le sirve hoy para conservar a todo precio su poder. Y
se mueve con tanta mayor inteligencia, finura y crueldad cuanto mayores peligros
reconocen sus dirigentes.
Si analizamos superficialmente este hecho encontraremos una contradicción:
hemos juzgado a la burguesía desde el punto de vista del marxismo; es decir, hemos
reconocido, por medio de un análisis científico del proceso histórico, que se había
sobrevivido a sí misma, haciendo demostración de una vitalidad colosal. En realidad,
aquí no hay contradicción. Esto es lo que en el marxismo se llama dialéctica. El hecho
está en los lados distintos del proceso histórico: la economía, la política, el estado, el
restablecimiento de la clase obrera no se desenvuelven simultánea ni paralelamente. La
clase obrera no progresa en absoluto paralela al crecimiento de las fuerzas de
producción, y la burguesía no decae a medida que el proletariado crece y se afianza. No.
La marcha de la historia es otra. Las fuerzas de producción se desarrollan por etapas: a
veces avanzan mucho, a veces retroceden. La burguesía, a su vez también se desarrolla
a saltos; la clase obrera, lo mismo. Desde el momento en que las fuerzas productivas del
capitalismo tropiezan contra un muro, no pueden avanzar; vemos a la burguesía reunir
en sus manos al ejército, policía, ciencia, escuela, iglesia, parlamento, prensa, etc.; tirar
sobre los renegados y decirle, con el pensamiento, a la clase obrera: “Sí. Mi situación es
peligrosa. Veo que a mis pies se abre un abismo. Pero veremos quien cae primero en él.
¡Acaso, antes de morir yo, pueda arrojarte al precipicio, clase obrera!” ¿Qué significa
esto? Sencillamente la destrucción de la civilización europea en su conjunto. Si la
burguesía, condenada a muerte desde el punto de vista histórico, encuentra en sí misma
suficiente fuerza, energía, poder, para vencer a la clase obrera en el terrible combate que
se aproxima, esto significa que Europa está en el umbral de una descomposición
económica y cultural, como ya ha ocurrido en varios países, naciones y civilizaciones.
Dicho de otro modo, la historia nos lleva al momento en que una civilización proletaria
se hace indispensable para la salud de Europa y del mundo. La historia nos suministra
una premisa fundamental sobre el éxito de esta revolución, en el sentido que nuestra
sociedad no puede desarrollar sus fuerzas productivas apoyándose en una base
burguesa.
Pero la historia no se encarga de resolver este problema en lugar de la clase
obrera, de los políticos de la clase obrera, de los comunistas. No. Ella parece decir a la
vanguardia obrera (representémonos por un instante la historia bajo la forma de una
persona erguida ante nosotros) y a la clase obrera. “Es preciso que sepas que perecerás
bajo las ruinas de la civilización si no derribas a la burguesía. ¡Ensaya, resuelve el
problema!” He aquí el presente estado de las cosas.
Vemos en Europa, después de la guerra, cómo ensaya encontrar la clase obrera,
casi inconscientemente, una solución al problema que le ofrece la historia. Y la
conclusión práctica (a la cual deben llegar todos los elementos pensadores de la clase
obrera en el curso de estos tres años después de la guerra) es la siguiente: no es tan fácil
abatir a la burguesía, aunque aparezca condenada por la historia.
El período que Europa y el mundo entero atraviesan en este momento, por un
lado, es el de la descomposición de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa,
mientras que, por otra parte, es el del desarrollo más alto de la estrategia
contrarrevolucionaria burguesa. Es necesario comprenderlo claramente. Jamás la
estrategia contrarrevolucionaria, es decir el arte de la lucha combinada contra el
proletariado, tuvo la ayuda de todos los métodos posibles, desde los sermones dulzones
de los curas y de los profesores hasta el fusilamiento de los huelguistas por las
ametralladoras, alcanzó la altura de hoy.
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El exsecretario de estado norteamericano, Mr. Lansing, cuenta, en su libro sobre
la paz de Versalles, que Mr. Lloyd George ignora la geografía, la economía política, etc.
Estamos dispuestos a creerlo. Pero lo que verdaderamente es indudable para nosotros es
que el propio Mr. Lloyd George tiene llena la cabeza de las viejas costumbres de
engañar y violentar a los trabajadores, empezando desde las más finas y astutas hasta las
más sangrientas; que ha sabido recoger toda la experiencia que suministra este informe
sobre la antigua historia de Inglaterra y que ha desarrollado y perfeccionado sus medios
gracias a la experiencia de estos últimos años de turbaciones. Míster Lloyd George es,
en su género, un estratega excelente de la burguesía amenazada por la historia. Y
estamos, obligados a reconocer, sin disminuir el valor presente ni mucho menos los
méritos futuros del partido comunista inglés (¡tan joven aún!) que el proletariado inglés
no posee todavía un estratega semejante. En Francia, el presidente de la república,
Millerand, que perteneció al partido de la clase obrera, así como el jefe del gobierno
Briand, que antaño propagó entre los obreros la idea de la huelga general, han puesto, al
servicio de los intereses de la burguesía, a título de jefes contrarrevolucionarios
distinguidos, la rica experiencia de la burguesía francesa, la misma que ellos atacaron
desde el campo proletario. En Italia, en Alemania, vemos con que esmero atrae a su
seno la burguesía (para colocarlos a su cabeza) a los hombres y a los grupos que
acumularon experiencia sobre la lucha de clases sostenida por la burguesía para su
desarrollo, para su riqueza, poder y conservación.
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Una escuela de estrategia revolucionaria
La tarea de la clase obrera, tanto en Europa como en el mundo entero, consiste
en oponer a la estrategia contrarrevolucionaria burguesa, acentuadísima, su propia
estrategia revolucionaria, llevándola al último extremo. A este fin, es preciso darse
perfecta cuenta de que no se conseguirá nunca abatir a la burguesía automática,
mecánicamente, por la única razón que esté sentenciada por la historia. Sobre el áspero
campo de la batalla política vemos, a un lado, la burguesía con todo su poder y
facilidades, y al otro, la clase obrera con sus fracciones, sus sentimientos, sus, niveles de
progreso distintos, y con su partido comunista que lucha con otros partidos y
organizadores para lograr la influencia sobre las masas trabajadoras. El partido
comunista, que cada día crece más, y mejor, se sitúa a la cabeza de la clase obrera
europea, debe maniobrar en la lucha avanzando y retrocediendo, reafirmando su
influencia y conquistando nuevas posiciones, hasta que se ofrezca el momento favorable
para derrotar a la burguesía. Lo repito: este es un complejo problema de estrategia,
como ya dije ampliamente en el congreso anterior. Podemos decir que el Tercer
Congreso de la Internacional Comunista fue una alta escuela de estrategia
revolucionaria.
El Primer Congreso [de la Internacional Comunista] se celebró después de la guerra,
apenas nacido el comunismo como movimiento europeo, cuando se esperaba (con
fundamento) que un asalto casi elemental de la clase obrera podría derribar a la
burguesía, la cual no había tenido tiempo todavía de encontrar una orientación nueva, ni
nuevos puntos de apoyo. Tales pensamientos y esperanzas estaban justificados, en gran
parte, por el estado de cosas de entonces, objetivamente juzgadas. La burguesía estaba
espantada por los resultados de su propia política de guerra. Ya he hablado en mi
informe sobre la situación mundial de todo ello, y no creo necesario repetirlo ahora. De
todos modos, es indudable que, en la época del primer congreso (1919) todos
esperábamos, los unos más, los otros menos, que un sencillo asalto de las masas
trabajadoras y campesinas derribase a la burguesía en un futuro próximo. Y, en efecto,
el ataque fue poderoso. El número de las víctimas, grande. Pero la burguesía soportó
este primer asalto y gracias a ello, ha podido reafirmarse en su estabilidad de clase.
El Segundo Congreso [de la Internacional Comunista], en 1920, se verificó en
un momento crítico: cuando se notaba que la burguesía no se abatiría por medio de un
solo ataque de varias semanas, ni en un mes, ni en dos ni en tres; cuando se necesitaba
una preparación política y una organización de las más serias. Y al mismo tiempo, la
situación era muy difícil. Como recordarán, el Ejército Rojo se aproximaba a Varsovia y
podía contarse con que, vista la situación revolucionaria en Alemania, Italia y
alrededores, el impulso militar, que si no podía tener significación por sí mismo
constituía una fuerza suplementaria, introducido en la lucha de las fuerzas europeas,
soltaría la avalancha de la revolución, momentáneamente contenida. Esto no ocurrió.
Después del Segundo Congreso de la Internacional Comunista apareció más
claramente la necesidad de aplicar una estrategia revolucionaria más compleja. Vemos a
las masas de trabajadores, que después de la guerra han adquirido experiencia más
sólida, enderezarse ellas mismas en esa dirección, y a consecuencia de tal orientación,
vemos a los partidos comunistas crecer por todas partes. Durante el primer período
millones de obreros se lanzaron en Alemania al asalto de la vieja sociedad sin prestar
atención apenas a los grupos espartaquistas. ¿Qué significaba aquello? A las masas
obreras les parecía, después de la guerra, que para obtener reivindicaciones bastaba
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ejercer presión, atacar para que mucho, si no todo, cambiara. He ahí por qué millones de
obreros creían que era inútil gastar energía para fundar y organizar un partido
comunista. No obstante, en el curso del año 1920, los partidos comunistas en Alemania
y Francia, los dos países más importantes del continente europeo, se han transformado
de pequeños núcleos que eran en organizaciones que agrupan a centenares de millares
de obreros: casi 400.000 en Alemania y de 120 a 130 mil en Francia, lo que, en las
condiciones francesas, constituye una cifra muy elevada. Tal circunstancia nos prueba
hasta qué punto habían sentido las masas obreras en este período que era imposible
vencer sin tener una organización particular, en el seno de la cual analizase la clase
obrera su experiencia y sacara conclusiones; en una palabra, sin la dirección de un
partido centralizado. En esto consiste la importancia de los resultados adquiridos en el
último período: la fundación de los partidos comunistas de masa, a las que es preciso
añadir a Checoslovaquia, que cuenta con 350.000 miembros. (Después de la fusión con
la organización comunista de la minoría alemana, el partido checoslovaco contará con
400.000, ¡para una población de doce millones!).
Sería erróneo suponer que estos jóvenes partidos comunistas, apenas fundados
tengan ya el arte de la estrategia revolucionaria. No. La experiencia táctica del último
año lo demuestra bien claro. Y el Tercer Congreso [de la Internacional Comunista] se
encuentra frente a este problema.
Este último congreso, hablando en términos generales, debió pronunciarse sobre
dos problemas. El primero consistía, y consiste todavía, en desembarazar a la clase
obrera, incluyendo a nuestras propias filas comunistas, de los elementos que no quieren
la lucha, que tienen miedo y que ocultan, bajo ciertas teorías generales, su deseo de no
combatir y su tendencia íntima al acuerdo con la sociedad burguesa. La depuración del
movimiento obrero en su conjunto, y con más razón en los elementos comunistas, la
expulsión de las tendencias reformistas, centristas y medio centristas, tienen doble
carácter: cuando se trata de los centristas conscientes, de los colaboracionistas y de los
medio colaboracionistas acabados es necesario echarlos sencillamente de las filas del
partido comunista y del movimiento obrero; cuando, sin embargo, tengamos noticia de
las tendencias medio centristas mal definidas, debemos ejercer una influencia rectora e
influyente para empujar a los elementos indecisos a la lucha revolucionaria. Así pues, la
primera tarea de la Internacional Comunista consiste en desembarazar al partido de la
clase obrera de los elementos que no quieren luchar y que, por lo mismo, paralizan la
lucha del proletariado.
Pero todavía hay una tarea más importante: aprender el arte de luchar, arte que
no cae sobre la clase obrera o sobre el partido comunista como un don de los cielos. No
puede aprenderse el arte de la táctica y de la estrategia, el arte de la lucha
revolucionaria, más que por la experiencia, por la crítica o la autocrítica. Dijimos en el
Tercer Congreso [de la Internacional Comunista] a los jóvenes comunistas:
“Camaradas, no queremos solamente una lucha heroica sino, ante todo, la victoria”.
Durante los últimos años hemos asistido a numerosos combates heroicos en Europa, en
Alemania, sobre todo. En Italia vimos una gran lucha revolucionaria, una guerra civil
con sus inevitables víctimas. Verdad es que todo combate no conduce a la victoria. Los
fracasos son inevitables. Pero no es preciso que tales fracasos sean la consecuencia de
las faltas cometidas por el partido. No obstante, hemos visto más de una forma y más de
un medio de combate que no llevan a la victoria ni llevarán nunca, y que están dictados
a menudo más por la impaciencia revolucionaria que por la idea política. Por tales
hechos, que determinaron la lucha de ideas que tuvo lugar en el Tercer Congreso de la
Internacional Comunista, debo explicarme, camaradas. Semejante lucha no ha tenido
caracteres de rigor ni de “lucha de fracción”. Por el contrario, hemos respirado una
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atmósfera muy cordial y seria en el congreso, y nuestra lucha de ideas lo era
enteramente de principios, y al mismo tiempo tenía el aspecto de un cambio de
opiniones objetivo.
Nuestro congreso fue un gran soviet político y revolucionario de la clase obrera,
y en este soviet nosotros, representantes de distintos países, basándonos en la
experiencia adquirida por esos países, hemos verificado y confirmado de manera
práctica nuestras tesis sobre la necesidad de desembarazar a la clase obrera de los
elementos que no quieren luchar y que son incapaces de nada; por otra parte, expusimos
en toda su amplitud y agudeza el siguiente problema: la lucha revolucionaria por el
poder tiene sus leyes, sus medios, su táctica y su estrategia; quien ignora este arte jamás
conocerá la victoria.
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Las tendencias centristas en el socialismo italiano
Los problemas de la lucha contra los elementos centristas y medio centristas
aparecen claros en el asunto del Partido Socialista Italiano, puesto a la orden del día. Ya
conocen ustedes la historia de tal cuestión. Una lucha interior y una escisión tuvieron
lugar en el Partido Socialista Italiano, antes de la guerra imperialista. Así se
desembarazó de los peores patrioteros. Además, Italia entró en la guerra nueve meses
después que los otros países. Este hecho facilitó al Partido Socialista Italiano su política
contra la guerra. El partido no se dejó arrastrar por el patriotismo y conservó la actitud
crítica con respecto a la guerra y al gobierno. Gracias a lo cual fue posible que
participase en la conferencia antimilitarista de Zimmerwald, aun cuando su
internacionalismo tuviese un aspecto amorfo. Más tarde, la vanguardia de la clase
obrera italiana empujó a los círculos dirigentes del partido más a la izquierda de lo que
eran sus deseos, y el partido se ha encontrado en el seno de la Tercera Internacional con
un Turati que busca demostrar con sus discursos y sus escritos que la Tercera
Internacional no es más que un arma diplomática en manos del poder de los soviets, el
cual, bajo pretexto de internacionalismo, lucha por los intereses “nacionales” del pueblo
ruso. ¿No resulta monstruoso oír semejante opinión a un (¡no sé cómo le llamo así!)
“camarada” de la Tercera Internacional? Hasta qué punto era anormal la entrada del
Partido Socialista Italiano, bajo su vieja forma, en la Internacional Comunista. Si se
pregunta cómo y por qué retrocedió en septiembre de 1920. Se llegó a decir que en esa
acción el partido “traicionó” a la clase obrera. Si se pregunta cómo y por qué retrocedió
el partido y capituló en otoño del año pasado, durante la huelga general y la ocupación
de las fábricas, talleres, etc., por los obreros; si se pregunta qué constituía la traición: si
el reformismo mal entendido, la irresolución, ligereza política o cualquier cosa, sería
difícil hallar contestación. El Partido Socialista Italiano se encontraba después de la
guerra bajo la influencia de la Internacional Comunista, como correspondía al gusto de
las masas trabajadoras; pero su organización encontraba principalmente su poder en el
centro y en la derecha. A fuerza de hacer la propaganda para la dictadura del
proletariado, para el poder de los soviets, para el martillo y la hoz, para la Rusia de los
soviets, etc., la clase trabajadora italiana, en su conjunto, toma todas esas palabras en
serio y emprende el camino de la lucha abiertamente revolucionaria. En septiembre del
año pasado se ocuparon talleres, fábricas, minas y grandes propiedades agrarias. Pero
precisamente en este momento, en que debe sacar el partido todas las conclusiones
políticas y prácticas de su propaganda, tiene miedo de sus responsabilidades, retrocede,
deja al descubierto la retaguardia del proletariado, y las masas obreras caen bajo las
hordas fascistas. La dase trabajadora pensó y esperó que el partido que le llamó a la
lucha consolidaría el desarrollo de su ataque. Y así debió hacerse. La esperanza del
proletariado estaba bien fundada: el poder de la burguesía se desmoralizaba y
paralizaba, y no había confianza ni en el ejército ni en la policía. Era, pues, natural (a mi
juicio) que la clase obrera pensase que el partido se encontraba en el deber de llevar
hasta el fin el combate comenzado. Sin embargo, en el momento más crítico el partido
se echó atrás, privando a la clase obrera de sus jefes y de parte de sus fuerzas. Aquí se
ve claramente que en la Internacional Comunista no había sitio para semejantes
políticos. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista ha decidido (después de
consumada la escisión que tuvo lugar en el partido italiano) que sólo su ala izquierda
comunista representaba una sección de la Internacional Comunista. Por lo mismo, el
partido de Serrati, es decir, la fracción dirigente del ex Partido Socialista Italiano, ha
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sido arrojado de la Internacional Comunista. Desgraciadamente, y ellos se explica por
las condiciones particularmente desfavorables, o acaso por errores de nuestra parte;
desgraciadamente, repito, el Partido Comunista Italiano ha recibido en sus filas (en el
momento de su fundación) menos de 50.0.00 afiliados, mientras que el partido de
Serrati conservaba casi 100.000 miembros, entre los cuales se contaban 14.000
reformistas determinados, formando una fracción organizada (tienen su conferencia en
Reggio-Emilia). No es que vayamos a decir que los 100.000 obreros que constituyen el
partido socialista sean nuestros adversarios. Si hasta ahora no los tenemos en nuestras
filas la falta es de nuestra responsabilidad. Prueba la justicia de tal observación que el
Partido Socialista Italiano, aunque excluido de la Internacional Comunista, ha enviado a
nuestro congreso tres representantes. ¿Qué significa eso? Los dirigentes del partido se
han colocado, por su política, fuera de la internacional pero las masas obreras les
obligan a llamar a sus puertas.
Los obreros socialistas han demostrado que sus sentimientos eran
revolucionarios y que ellos querían estar con nosotros. Mas, nos han enviado gente que
demuestran, con su conducta, que no han asimilado ni las ideas ni los métodos del
comunismo. Los obreros italianos pertenecientes al partido de Serrati también
demostraron que eran revolucionarios en su mayoría, aunque no poseían aún clara
visión política de las cosas. Vimos en nuestro congreso al viejo Lazzari. Desde el punto
de vista personal, es una figura atrayente, un viejo luchador innegablemente honrado, un
hombre sin tacha; pero no un comunista. Se halla totalmente bajo la influencia de las
ideas democráticas, humanitarias y pacifistas. Nos contó en el congreso: “Ustedes
exageran la importancia de un Turati. Exageran, en general la importancia de nuestros
reformistas. Nos piden que los excluyamos; pero ¿cómo vamos a hacerlo, si ellos
obedecen la disciplina del partido? Si nos dieran el ejemplo de un hecho que pudiera
probar su abierta oposición al partido, si hubieran participado en un gobierno a pesar de
nuestras resoluciones, si hubieran votado el presupuesto de guerra a pesar nuestro,
entonces hubiésemos podido excluirles; pero no ha sido así. Nosotros citamos entonces
a Lazzari artículos de Turati dirigidos contra el abecé del socialismo revolucionario.
Lazzari nos contestó que aquellos artículos no constituían hechos, que en su partido
existía libertad de opinión, etc. Sin embargo, le dijimos: “Permitid. Si para excluir a
Turati es preciso que se cumpla un ‘hecho’, es decir, que él acepte, por ejemplo, una
cartera de manos de Giolitti, es indudable que Turati, que es un político inteligente, no
lo hará jamás, ya que no se trata de un arribista de baja estofa que aspire a una cartera.
Turati es un colaboracionista probado, enemigo irreductible de la revolución, pero, en
su especie, un político hábil. El quiere, cueste lo que cueste, salvar la ‘civilización’
democrática y burguesa y remontar con este fin la corriente revolucionaria de la clase
obrera. Cuando Giolitti le ofrece una cartera, y eso ha debido ocurrir más de una vez,
Turati le responde, poco más o menos: “Si acepto la cartera eso constituirá el ‘hecho’ de
que habla Lazzari. En cuanto acepte la cartera me cogerá sobre el ‘hecho’ y me echará
del partido y una vez que se me haya echado del partido tú no tendrás necesidad de mí,
compadre Giolitti, pues si ahora me necesitas es porque pertenezco a un gran partido
obrero. De modo que, tan pronto sea yo excluido del partido, tú me echarás a tu vez del
ministerio. He aquí por qué no aceptaré tu cartera nunca, para no proporcionar a Lazzari
el ‘hecho’ y ser el verdadero jefe del partido socialista.
Este ha debido ser, aproximadamente, el razonamiento que se hizo Turati y tiene
razón: es más perspicaz que el idealista y pacifista Lazzari. “Ustedes exageran la
importancia del grupo Turati (nos decía Lazzari). Es un grupito, lo que en francés se
llama una cantidad despreciable”. A lo que contestamos: “¿y sabe usted que, en este
mismo momento, mientras aquí, en la tribuna de la internacional de Moscú, usted nos
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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pide ser admitido en nuestras filas, Giolitti pregunta a Turati por teléfono: ‘¿Sabes,
amigo mío, que está Lazzari en Moscú y que acaso tome allí, con los bolcheviques,
algunos acuerdos peligrosos en nombre de tu partido?’ ¿Sabe usted lo que contesta
Turati? Pues seguramente esto: ‘No hagas caso, amigo Giolitti; nuestro Lazzari no es
más que una cantidad, despreciable’. Y seguramente en esto tiene mucha más razón que
Lazzari.
Tal fue nuestro diálogo con los temerosos representantes de una parte
considerable de los obreros italianos. A fin de cuentas, se ha decidido presentar a los
socialistas italianos un ultimátum: convocar en un plazo de tres meses un congreso del
partido, excluir de ese congreso a todos los reformistas (que se han causado su propia
desmembración al reunirse en la Conferencia de Reggio-Emilia) y unirse con los
comunistas según la base de las resoluciones del Tercer Congreso. ¿Cuáles serán los
resultados prácticos inmediatos de esta decisión? ¿Es tan difícil predecirlos
exactamente? ¿Vendrán con nosotros todos los serratianos? Lo dudo. Además, no lo
deseamos. Hay hombres entre ellos de los que no tenemos necesidad. El paso dado por
nuestro congreso era justo. Su objeto es recobrar a los obreros llevando la escisión a las
filas de los jefes que vacilan.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
14
El comunismo italiano. Sus dificultades y tareas
Encuéntranse, sin embargo, entre los delegados del Partido Comunista Italiano,
así como entre los representantes de las juventudes, las más acerbas críticas de esta
decisión. Los comunistas italianos, sobre todo los de izquierda, han reprochado muy
particularmente al congreso “haber abierto la puerta” a los serratianos, a los oportunistas
y a los centristas. Estas palabras: “Han abierto las puertas de la Internacional
Comunista”, han sido repetidas millares de veces. Les hemos explicado: “Camaradas,
vosotros tenéis a vuestro lado 50.0.00 obreros; los serratianos tienen casi 100.000. No se
puede estar contento con esos resultados”. Han contrastado las cifras y afirmado que un
gran número de miembros había abandonado ya el partido socialista, lo que sería
posible; pero su argumento principal es este: “Toda la masa del partido socialista, y no
sólo sus jefes, es reformista y oportunista”. Preguntamos: “¿De qué modo, pues, por qué
razón y a título de qué han enviado entonces aquí, a Moscú, a Lazzari, Maffi y
Riboldi?”. Los jóvenes comunistas italianos no me han dado una respuesta clara:
“Vedlo: es que la clase obrera, en su conjunto, gravita hacia Moscú y hacia allí se
inclina el partido oportunista de Serrati”. Ese argumento ha sido traído de los cabellos.
Si, verdaderamente, la cosa se presentaba así; si la dase obrera en masa se inclinaba
hacia Moscú, la puerta de Moscú le sería abierta: esta puerta es el Partido Comunista
Italiano, que pertenece a la internacional ¿Por qué elige la clase trabajadora italiana una
vía tan indirecta hacia Moscú, apoyándose en el partido de Serrati, en lugar de entrar
sencillamente en el Partido Comunista de Italia? Es evidentísimo que todas esas
denegaciones de los comunistas de izquierda eran erróneas y tenían su fuente en una
comprensión insuficiente de la tarea fundamental: la necesidad de conquistar la
vanguardia obrera y, ante todo, los obreros que quedan en las filas del Partido Socialista
Italiano, no siendo los peores. El error de las “izquierdas” tiene su origen en la
impaciencia revolucionaria tan acentuada, que impide ver las tareas previas, las más
importantes, y que tanto perjudica a los intereses de la causa. Ciertos comunistas “de
izquierda” creen que, para su tarea directa, consistente en derribar la burguesía, es inútil
pararse en el camino, entrar en conversaciones con los serratianos, abrir la puerta a los
obreros que siguen a Serrati, etc. Y es esta, sin embargo, nuestra tarea principal, ¡y no es
tan sencilla como pudiera creerse! También necesitamos conversaciones, tanto o más
que luchas, exhortaciones y nuevos acuerdos, y, acaso, nuevas escisiones. Algunos
camaradas impacientes quisieran volver sencillamente la espalda a esos menesteres, Y,
en consecuencia, a los mismos obreros socialistas. Los que quieran pertenecer a la
Tercera Internacional (se dicen), que se adhieran directamente a nuestro partido
comunista. Esa es, aparentemente, la solución más fácil del problema; pero, en realidad,
equivale a plantear la cuestión en los términos más esenciales: ¿cómo, por qué métodos,
atraer a los obreros socialistas al partido comunista? Cerrando automáticamente la
puerta de la internacional no obtendremos respuesta. Los obreros italianos saben muy
bien que el partido socialista perteneció también a la Internacional Comunista. Los jefes
del Partido Socialista Italiano pronunciaron discursos revolucionarios llamando a la
lucha, han reclamado el poder de los soviets y llevado a los obreros a la huelga del mes
de septiembre y a la ocupación de los talleres y fábricas. En seguida han capitulado sin
aceptar la batalla mientras luchaban los obreros. La vanguardia del proletariado italiano
en situación de digerir este hecho en su conciencia. Los obreros ven a la minoría
comunista separarse del partido socialista y dirigirse a ellos con los mismos, o casi los
mismos, discursos con que el partido de Serrati se les dirigía ayer. Los obreros dirán
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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para sí: “Hay que esperar, ver lo que significa; hay que estudiar la cosa...”. En otros
términos, piden, acaso, con poca conciencia, pero con verdadero afán, que el nuevo
partido, el comunista, se dé a conocer activamente, que prueben sus jefes que están
hechos de otra pasta y que están ligados indefectiblemente a las masas en sus luchas,
por duras que sean las consecuencias de esas luchas. Es preciso conquistar con los actos
y con las palabras, con las palabras y los actos, la confianza de las decenas de millares
de obreros socialistas que aún se encuentran en el cruce de los caminos, pero que
quisieran estar en nuestras filas. Si volvemos tranquilamente la espalda, movidos por el
deseo de derrocar inmediatamente a la burguesía, causaremos un gran perjuicio a la
revolución, y, sin embargo, es precisamente en Italia donde las condiciones son muy
favorables para una revolución victoriosa del proletariado en el porvenir más próximo.
Imaginemos por un momento, sólo a título de ejemplo, que los comunistas
italianos, admitámoslo, hayan llamado en mayo de este año a la clase obrera de Italia a
una nueva huelga general y a una insurrección. Si se dijeron: “El partido socialista que
dejamos sucumbió en septiembre, y nosotros, los comunistas debemos ahora, cueste lo
que cueste, tomar esta tarea y conducir en seguida a la clase obrera a una batalla
decisiva”. Juzgándolo superficialmente, pudiera creerse que ese fuera el deber de los
comunistas; pero, en realidad, no es así. La estrategia revolucionaria elemental nos dice
que tal llamamiento, en las actuales condiciones, sería una locura y un crimen, pues la
clase obrera, que en el mes de septiembre fue cruelmente fogueada por seguir a los
dirigentes del partido socialista no hubiese creído que pudiera repetirse con éxito la
operación en mayo, bajo la dirección del partido comunista, que aún no conocía
suficientemente. La falta fundamental del partido socialista consiste en que ha llamado
a la revolución sin sacar las conclusiones necesarias, es decir, sin realmente prepararse
para la revolución, sin explicar a la clase obrera las cuestiones para la toma del poder,
sin limpiar sus filas de los que no quieren el poder, sin elegir ni educar a sus militantes,
sin crear los núcleos de asalto capaces de manejar armas y blandirlas en el momento
preciso... En una palabra, el partido socialista llamaba a la revolución, pero sin
prepararse para ella. Si los comunistas italianos hubieran lanzado ahora un simple
llamamiento a la rebelión, hubieran repetido el error de los socialistas y, además, en
condiciones incomparablemente más difíciles. La tarea de nuestro partido hermano en
Italia es preparar la revolución, es decir: conquistar ante todo la mayoría de la clase
obrera y organizar como sea a su vanguardia. Aquel que hubiera librado la partida
impaciente de los comunistas italianos hacia atrás y hubiera dicho: “Antes de llamar a la
insurrección tratad de conquistar a los obreros socialistas, purificad los sindicatos,
poned en puestos responsables a los comunistas en lugar de a los oportunistas;
conquistad a las masas”, el que así hubiese hablado, aunque pareciera dejar atrás a los
comunistas, lo que en realidad hubiera hecho es indicar la ruta que lleva a la victoria de
la revolución.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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Los temores y sospechas de los extremistas de izquierda
Todo lo que acabamos de decir, camaradas, es elemental desde el punto de vista
de la experiencia revolucionaria. Sin embargo, ciertos elementos “de izquierda” de
nuestro congreso han creído ver en semejante táctica una inclinación a la “derecha”, y
algunos jóvenes camaradas revolucionarios, sin experiencia, pero llenos de energía y
prestos a la lucha y a los sacrificios, han sentido que sus cabellos se les erizaban al oír
los primeros discursos críticos y prudentes pronunciados por los camaradas rusos.
Algunos de esos jóvenes revolucionarios, según dicen, habían besado la tierra de los
soviets cuando atravesaron la frontera. Y aunque nosotros trabajamos todavía
demasiado mal nuestra tierra para que sea digna de tales besos, comprendemos, sin
embargo, el entusiasmo revolucionario de nuestros jóvenes amigos extranjeros. Parece
vergonzoso tal retraso y no haber realizado aún la revolución. Con estos sentimientos
entran ellos en las salas del Palacio Nicolás. ¿Qué ven allí? Los comunistas rusos suben
a la altura y no solamente no exigen el llamamiento inmediato a la insurrección, sino
que, por el contrario, los ponen en guardia contra las aventuras e insisten para que se
atraiga a los obreros socialistas, que se conquiste a la mayoría de los trabajadores y que,
cuidadosamente, ¡se prepare la revolución!
Ciertos extremistas de izquierda han convenido en que el negocio no se
presentaba muy claro. Elementos semi hostiles, tales como los delegados de la
organización llamada “Partido Obrero Comunista de Alemania” (este grupo forma parte
de la internacional con voz consultiva), razonan de la siguiente manera: “El poder
soviético no esperó a que estallara la revolución en Europa para establecer su política.
Ha perdido así, por medio de su Comisariado del Comercio Exterior, un gran comercio
mundial. Y el comercio es un negocio serio, que requiere relaciones serenas y pacíficas.
Se sabe desde hace tiempo que los tumultos revolucionarios perjudican al comercio. Por
esta razón, colocándonos en el punto de vista del comisariado del camarada Krasin,
estamos interesados, como veis, en retardar la revolución cuanto sea posible” (Risas).
Camaradas, yo siento infinitamente que vuestra unánime risa no pueda ser trasmitida
por radio a varios camaradas de la extrema izquierda de Alemania e Italia. La hipótesis
de nuestra oposición a los tumultos revolucionarios, oposición que tiene su fuente en
nuestro Comisariado del Comercio Exterior, es tanto más curiosa cuanto que en marzo
de este año, al desarrollarse en Alemania los trágicos combates de que hablaré más
tarde, combates que los diarios burgueses y socialdemócratas alemanes, y tras ellos la
prensa mundial, gritaron que la insurrección de marzo fue provocada por una orden de
Moscú, que el poder soviético, que vivía en esta época jornadas difíciles (rebeliones de
campesinos Cronstad, etc.), había lanzado, para su propia salud, la orden de organizar
las insurrecciones independientemente de la situación particular de cada país. ¡Qué
difícil es imaginar una tontería tan grande! No obstante, los camaradas delegados de
Roma, de París, de Berlín apenas han tenido tiempo de llegar a Moscú cuando una
nueva teoría se ha forjado en el otro extremo, el de la izquierda: la teoría según la cual,
no solamente “no damos órdenes” para organizar las insurrecciones inmediata e
independientemente de las circunstancias exteriores, sino que, por el contrario,
interesados en el magnífico desarrollo de nuestro comercio, sólo nos preocupamos de
una cosa, de retrasar la revolución. ¿Cuál de las dos tonterías, contrarias la una a la otra,
es la más tonta? Es difícil juzgarlo. Si somos culpables de las faltas cometidas en marzo
(suponiendo que pueda hablarse de culpabilidad), también lo es en este sentido la
internacional en su conjunto y, por consiguiente, también nuestro partido, porque
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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todavía no ha educado suficientemente a las masas en cuanto concierne a la táctica
revolucionaria haciendo así imposible los actos y los métodos erróneos. Pero sería
ingenuo soñar que jamás se cometieran errores...
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
18
Los acontecimientos de marzo en Alemania
La cuestión de los acontecimientos de marzo ha ocupado, en cierto sentido, un
sitio preferente en nuestros debates del congreso, y esto no es casual: de todos los
partidos comunistas, el de Alemania es uno de los más poderosos y de los preparados
desde el punto de vista teórico, y en cuanto a su capacidad revolucionaria, a mi parecer,
Alemania está en primer lugar... Respecto a la situación interior, siendo Alemania un
país vencido, es uno de los más propicios a la revolución. Es, pues, natural que los
métodos de lucha del Partido Comunista Alemán adquieran importancia internacional.
Sobre el suelo alemán los más importantes acontecimientos de la lucha revolucionaria
se desarrollaron ante nuestros ojos desde 1918, y es por esto por lo que podemos
estudiar con el ejemplo vivo sus ventajas y sus inconvenientes.
¿Y en qué consistieron los acontecimientos de marzo? Los proletarios de la
Alemania del centro, obreros de la región industrial y minera, representaban hasta hace
poco, incluso durante la guerra, una de las fracciones más retrasadas de la clase obrera.
Seguían, en su mayoría, no a los socialdemócratas, sino a las pandillas patrióticas,
burguesas y clericales; eran fieles al emperador, etc. Las condiciones de su vida y de su
trabajo eran excepcionalmente pesadas. Ocupaban, en relación con los obreros de
Berlín, el mismo sitio que entre nosotros los distritos retrasados de los Urales en
relación con los obreros de Petrogrado. Durante una época revolucionaria, ocurre más
de una vez que una parte, la más oprimida y retrasada de la clase obrera, despierta por
primera vez al estruendo de los acontecimientos y aporta a la lucha la energía más
grande y está presta a combatir sin condiciones y, a menudo, sin contar con las
circunstancias ni con las posibilidades de vencer; es decir con las exigencias de la
estrategia revolucionaria. Así, mientras los obreros de Berlín y Sajonia, por ejemplo,
después de la experiencia de los años 1919-1920, se han vuelto más circunspectos, lo
que une sus ventajas e inconvenientes, los obreros centroalemanes en cambio continúan
manifestándose enérgicamente, realizando huelgas y tumultos, sacando a los capataces
de los talleres en carretillas, organizando reuniones durante las horas de trabajo, etc. Es
evidente que tal género de acción es incompatible con las tareas sagradas de la
República de Ebert. Nada tan asombroso como que esta república conservadora y
policíaca, en la persona de su agente de policía, el socialdemócrata Hoersing, haya
decidido una cierta “depuración”, es decir, echar los elementos más revolucionarios,
detener a ciertos comunistas, etc.
El Comité Central del Partido Comunista Alemán pensó, precisamente en esta
época (mediados de marzo), que era preciso hacer una política revolucionaria más
activa. El partido alemán, según recordaréis, había sido creado un poco antes por la
unión de las antiguas agrupaciones espartaquistas y de la mayoría de los independientes,
y, por lo mismo, ha tenido que resolver prácticamente el problema de la acción de
masas. La idea de que había que realizar una política más activa era perfectamente justa.
Pero, ¿cómo habría que llevarla a la práctica? Al mismo tiempo que se publicaba la
orden del policía socialdemócrata Hoersing, pidiendo a los obreros lo que en vano y
más de una vez les había pedido el Gobierno Kerensky: no organizar reuniones en las
horas del trabajo, considerar la propiedad de las fábricas como sagrada, etc.; el comité
central del partido comunista lanzó un llamamiento a la huelga general para sostener a
los obreros del centro de Alemania. Una huelga general no es cosa que la clase obrera
emprende a la ligera, a la primera indicación del partido, sobre todo cuando ha sufrido
anteriormente una serie de derrotas y tanto más en un país donde hay, junto al partido
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
19
comunista otros dos partidos socialdemócratas, y donde la organización sindical está en
contra nuestra. Sin embargo, si nos fijamos en el órgano central del partido comunista,
la Rote Fahne, durante todo este período, día tras día, nos daremos cuenta de que el
llamamiento a la huelga general no ha estado bien preparado. En Alemania se ha
efectuado más de una sangría cuando la revolución, y la resistencia a la ofensiva
policíaca contra el centro de esta nación no pudo abarcar a toda la clase obrera. Una
seria acción de masas hubiera debido estar precedida evidentemente de una agitación
enérgica y generalizada, con consignas definidas hacia el mismo fin; tal agitación
hubiese podido llevar llamamientos definitivos para la acción sólo en el caso en que se
hubiera podido averiguar hasta qué grado estaban preparadas y dispuestas las masas
para avanzar por el camino de la revolución. Tal es el principio elemental de toda
estrategia revolucionaria, y es precisamente ese el principio que no se ha tomado en
cuenta durante los acontecimientos de marzo. Los batallones de policía no tenían aún
tiempo de alcanzar las fábricas y minas de Alemania central si en ellas se hubiese
desencadenado una huelga general. Ya dije que los obreros del centro de Alemania
estaban dispuestos a una lucha inmediata, y que la indicación del comité fue seguida.
Pero las cosas no pasaron lo mismo en el resto del país. La situación de Alemania, tanto
interior como exterior, no favorecía el paso brusco a la acción. Las masas, sencillamente
no comprendieron el llamamiento.
Sin embargo, ciertos teóricos muy influyentes del Partido Comunista de
Alemania, en lugar de reconocer que el llamamiento era un error, han emitido, para
explicarlo, la teoría, según la cual debíamos, durante la época revolucionaria, hacer
exclusivamente una política ofensiva, esto es, de ataque revolucionario. De esa manera
se presenta a las masas la acción de marzo como una ofensiva. Ensayad, apreciad la
situación en su conjunto. En realidad, el primer asalto fue dado por el policía
socialdem6crata Hoersing. Hay que aprovechar para reunir a todos los obreros para la
defensa, resistencia; el contraataque más restringido. Si son propicias las condiciones, si
encuentra eco favorable la propaganda, puede pasarse a una huelga general. Si los
acontecimientos se desarrollan de más en más, si las masas se sublevan, si la unión entre
los trabajadores se reafirma y crece su moral, mientras que en el campo de los
adversarios la falta de decisión y el desorden aparecen, entonces puede ordenarse pasar
a la ofensiva. Por el contrario, si la decisión no es favorable, si las condiciones y la
moral de las masas no se prestan a obedecer, hay que tocar retirada, replegarse en lo
posible ordenadamente hacia las posiciones anteriores, con ello hemos ganado esto,
hemos demostrado nuestra capacidad de sondear a las masas obreras, hemos fortalecido
sus lazos internos y, lo que es más importante, hemos elevado la autoridad del partido
para ofrecer una sabia dirección bajo todas las circunstancias.
Pero ¿qué hace el centro dirigente del partido alemán? Parece aprovechar la
primera ocasión y, antes que ella sea comprendida por los obreros, el comité central
llama a la huelga general. Aún antes de que el partido haya acertado a sublevar a los
obreros de Berlín, Dresde, Múnich, para sostener a los del centro de Alemania (lo que
hubiera podido lograrse en el espacio de unos días, si hubiesen sido conducidas con
energía las masas después de un plan bien concebido y sin saltarse los acontecimientos),
antes que el partido haya cumplido ese trabajo, se proclama como una ofensiva nuestra
acción… Ello significa malbaratar el asunto y paralizar el avance del movimiento. Es
evidente que, en este período de lucha la iniciativa del movimiento estaba en las manos
del enemigo. Era preciso explotar el elemento moral de la defensa y llamar al
proletariado del país entero en socorro de los obreros del centro de Alemania. Las
formas de este socorro podían al principio ser variadas antes de que el partido pudiera
lanzar directivas más amplias. La tarea de la agitación consistía en sublevar las masas,
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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concentrar su atención sobre los acontecimientos de Alemania central, romper
políticamente la resistencia de la burocracia obrera y asegurar, de este modo, el carácter
general de la huelga, como base posible para el desarrollo ulterior de la lucha
revolucionaria. Y, ¿qué tenemos, en cambio? Una minoría revolucionaria y activa del
proletariado se ha opuesto en la acción a la mayoría, antes que esta mayoría pudiera
enterarse del sentido de los acontecimientos. El partido resolvió por ella, ante la
pasividad e irresolución de la clase obrera. Los elementos impacientes ensayaron, aquí y
allá, no por medio de propaganda sino por procedimientos mecánicos, echar a la calle a
la mayor parte de los obreros. Verdad que, si la mayoría de los obreros se pronuncian a
favor de la huelga, pueden forzar a la minoría y cerrar fábricas para llevar a cabo la
huelga general. Más de una vez ha ocurrido así, y así será siempre, y sólo los imbéciles
pueden protestar por tales procedimientos. Pero la aplastante mayoría de la clase obrera
no se da cuenta exacta del movimiento o no simpatiza con él; o no cree en su eficacia; la
minoría, al revés, se decide a avanzar y ensayar, por procedimientos mecánicos, a
incitar a los obreros a la huelga. Esta minoría impaciente, representada por el partido,
puede decidirse a actuar frente a la hostilidad de la clase obrera y romperse así la
cabeza.1
1 El ex presidente del Comité Central del Partido Comunista Alemán, Paul Levi, criticó la táctica del partido durante los acontecimientos de marzo. Pero dio a su crítica un carácter absolutamente inadmisible y desorganizador; así que, en lugar de rendir
servicio a la causa, la perjudicó. Una lucha en el seno del partido trajo la exclusión de Levi y la confirmación de esta exclusión por
el congreso de la internacional.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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La estrategia de la contrarrevolución alemana y los aventureros de
izquierda
Estudiaremos desde este punto de vista toda la historia de la revolución alemana.
En noviembre de 1918, la monarquía se ha derrumbado y el problema de la revolución
proletaria está a la orden del día. En enero de 1919, se desarrollan los sangrientos
combates revolucionarios de la vanguardia proletaria contra el régimen de la
democracia burguesa, los cuales se reproducen en marzo de 1919. La burguesía se
orienta rápidamente y elabora su plan estratégico: combate al proletariado en cuanto lo
divisa. Los mejores jefes de la clase obrera: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, son
asesinados. En marzo de 1920, después de la tentativa del golpe de estado
contrarrevolucionario de Kapp, quebrado por una huelga general, estalla una
insurrección parcial: la lucha armada de los obreros de la cuenca del Ruhr. El
movimiento concluye en un nuevo fracaso, causando innumerables víctimas. En fin, en
marzo de 1921 aun tenemos una guerra civil parcial y una nueva derrota.
Cuando en enero y marzo de 1919 se había rebelado parte de los obreros
alemanes, que habían perdidos sus mejores jefes, dijimos: “Son las jornadas de julio del
Partido Comunista al Alemán. Recordad las jornadas de julio en Petrogrado de 1917...
Petrogrado se adelantó al país, se arrojó solo a la batalla, las provincias no lo sostenían
lo bastante, y aún se contó en el ejército de Kerensky con regimientos retrasados para
ahogar el movimiento. Pero en el mismo Petrogrado, la mayoría del proletariado ya era
nuestra. Las jornadas de julio fueron un preámbulo de las de octubre. Es cierto que en
julio cometimos algunos errores; pero no los hemos erigido en sistema. Hemos
considerado los combates de enero y marzo de 1919 como un “julio” alemán. Aunque
este “julio” en Alemania no ha sido seguido de un “octubre”, sino de un marzo de 1920
o sea de una nueva derrota, sin hablar de los fracasos parciales y del asesinato
sistemático de los mejores jefes locales de la clase obrera alemana. Digo que cuando
vimos el movimiento de marzo de 1920 y en seguida el de marzo de 1921, no pudimos
menos que decir: no; hay demasiadas jornadas de julio en Alemania: queremos un
“octubre”.
Sí, hay que preparar un “octubre” alemán, una victoria de la clase obrera
alemana y he aquí que los problemas de la estrategia revolucionaria se nos ofrecen en
toda su amplitud. Es perfectamente claro y evidente que la burguesía alemana, o su
pandilla dirigente, lleva su estrategia contrarrevolucionaria hasta lo último: provoca
ciertas fracciones en la clase obrera, las induce a la acción, las aísla en regiones
especiales, le vigila las armas que lleva en sus manos y apunta a sus cabezas: la de los
mejores representantes de la clase obrera. En la calle o en un calabozo de castigo, en
combate abierto o bajo la ley de fugas, por decreto de una corte marcial o por mano de
banda ilegal, perecen individuos, decenas, centenas, millares de comunistas, que
personifican la más alta experiencia proletaria; es esta una estrategia severamente
calculada, fríamente realizada y que se apoya en la experiencia de la clase dominante.
Y en estas condiciones, cuando la clase obrera alemana en su conjunto siente
instintivamente que no podrá dar cuenta de semejante enemigo con las manos
desarmadas, que no basta el entusiasmo, sino que se necesita del cálculo frío, de la clara
visión de las cosas, de una preparación seria, y cuando todo lo espera de un partido, se
le grita: nuestro deber es no aplicar más que una estrategia ofensiva, o sea atacar en todo
momento, pues, como ven hemos entrado en un período revolucionario. Es como si un
comandante de ejército dijera: “Puesto que hemos empezado la guerra, nuestra
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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obligación es atacar siempre y por todas partes”. Tal jefe sería infaliblemente vencido,
aunque dispusiera de fuerzas realmente superiores... Peor aún, existen teóricos, tales
como el comunista alemán Maslow, que llegan a decir, a propósito de los
acontecimientos de marzo, las siguientes enormidades: “Nuestros adversarios [dice
Maslow] nos reprochan por lo de marzo, lo que consideramos como un mérito nuestro.
A saber: que el partido, entrando en la lucha, no haya abordado la cuestión de si sería
seguido o no por la clase obrera”. Esta cita es casi literal. Desde el punto de vista de los
revolucionarios subjetivos o de los socialistas revolucionarios de izquierda, es perfecto.
¡Pero, desde el punto de vista marxista, es sencillamente monstruoso!
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
23
Las tendencias aventureras y… la Cuarta Internacional
Nuestro deber revolucionario nos obliga a reemprender la ofensiva contra los
alemanes que declararon los socialistas revolucionarios de izquierda en julio de 1918.
¿Seremos vencidos? ¡Que importa! Nuestro deber es marchar adelante. ¿No quieren las
masas obreras? Bien; se pude arrojar una bomba contra Mirbach para obligar a los
obreros rusos a continuar la lucha en la que deben perecer infaliblemente. Tales
razonamientos están muy extendidos en la agrupación llamada Partido Comunista
Obrero de Alemania (KAPD). Es ese un pequeño grupo de socialistas revolucionarios
proletarios de izquierda. Nuestros socialistas revolucionarios de izquierda reclutan, o
han reclutado, principalmente a sus partidarios entre intelectuales y campesinos; tal es
su característica social, pero sus métodos políticos son los mismos: se trata de un
revolucionarismo histérico, puesto a cada momento a aplicar medidas y métodos
extremos sin contar con las masas ni con la situación general; es la impaciencia, en
lugar del cálculo; una embriaguez debida a la fraseología revolucionaria; todo eso es lo
que ha caracterizado tan plenamente al Partido Comunista Obrero de Alemania. En el
congreso, uno de los oradores, que hablaba en nombre de ese partido, se expresó así:
“¿Qué quieren ustedes? La clase obrera alemana está imbuida (dijo versewcht,
“apestada”) de una ideología de filisteos, de burgueses y burguesillos, ¿qué quieren que
se haga? No podrán sacarla a la calle sino recurriendo a un sabotaje económico…” Y,
cuando se le preguntó qué significaban sus palabras, explicó: “En cuanto empiezan a
vivir un poco mejor los obreros, ya no quieren revolución. Pero si turbamos el
mecanismo de la producción, si atacamos las fábricas, talleres, vías férreas, etc., la
situación de la clase obrera empeora y, por lo tanto, se hace más apta para la
revolución.” No olviden que esto lo ha dicho un representante del Partido “obrero”. ¡Es
de un escepticismo absoluto!... Se deduce que, si aplicamos el mismo razonamiento al
campo, los campesinos más conscientes de Alemania deben incendiar sus aldeas, lanzar
el gallo rojo a través del país entero, para revolucionar así a los habitantes del campo.
No se puede por menos que recordar aquí que, durante el primer período del
movimiento revolucionario en Rusia, hacia 1860, cuando los revolucionarios
intelectuales eran aún incapaces de toda acción, encerrados como estaban en sus
pequeños cenáculos, obstinándose en la pasividad de las masas obreras, entonces ciertos
grupos (como los partidarios de Netachayev) llegaron a pensar que el fuego y los
incendios constituían un verdadero elemento revolucionario de la evolución política
rusa... Es evidente que semejante sabotaje, dirigido, por su misma esencia, contra la
mayoría de la clase obrera, constituye un medio antirrevolucionario que crea un
conflicto entre la clase obrera y un partido “obrero” cuyo número de miembros resulta
difícil precisar; no suele pasar de tres o cuatro decenas de millares casi siempre,
mientras que el Partido Comunista Unificado cuenta, como ustedes saben, con cerca de
400.000 afiliados.
El congreso ha puesto en su orden del día el asunto del KAPD en toda su
agudeza, pidiendo a esa organización que convoque, en el plazo de tres meses, un
congreso y que se una al Partido Comunista Unificado, o bien que se coloque
definitivamente fuera de la Internacional Comunista. Puede creerse que el KOPD, tal
como está representado por sus jefes actuales aventureros y anarquistas, no se someterá
a la decisión de la IC y, encontrándose fuera de ella, ensayará, probablemente con otros
elementos “extremistas de izquierda”, formar una Cuarta Internacional. Nuestra
camarada Kollontai ha soplado un poco en la misma trompeta en el curso de nuestro
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
24
congreso. Para nadie es un secreto que nuestro partido constituye, en el presente, la
palanca de la IC. Sin embargo, la camarada Kollontai ha presentado el estado de cosas
en nuestro partido de tal manera que podría parecer que las masas obreras, con la
camarada Kollontai a la cabeza, se verán obligadas, un mes antes o después, a hacer la
“tercera revolución”, a fin de establecer un “verdadero” régimen de los soviets. Pero,
¿por qué una tercera revolución, y no una cuarta, cuando la tercera revolución hecha en
nombre del “verdadero” régimen soviético ha tenido ya lugar en febrero, en Cronstad?...
Todavía hay extremistas de izquierda en Holanda, quizá también en otros países. Ignoro
si se han tomado en consideración. Siempre que no sea muy nutrido su número, pues
éste sería un peligro que amenazaría a la IV Internacional, si por casualidad se fundara.
Verdaderamente, éste sería el peligro de perder hasta un grupito de buenos militantes
obreros que se encuentra, sin duda, en su seno. Pero si debe realizarse tal escisión de los
sectarios, tendremos muy pronto, no sólo la Internacional Segunda y Media, a nuestra
derecha, sino la número cuatro a nuestra izquierda, en la cual el subjetivismo, la histeria,
el espíritu de aventura y la fraseología revolucionaria, estarán muy bien representadas.
También dispondremos de un espantajo de “izquierda”, del cual nos serviremos para
enseñar estrategia a la clase obrera. Cada cosa, como veis, tiene dos caras: una positiva
y otra negativa.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
25
Los errores de las izquierdas y la experiencia rusa
Sin embargo, dentro mismo del Partido Comunista Unificado, existían
tendencias antimarxistas que salen a luz de manera asombrosa en marzo y después de
marzo. Ya he citado el sorprendente artículo de Maslow. Pero Maslow no estaba solo.
Se publica en Viena una revista Kommunismus (órgano de la Internacional Comunista,
en lengua alemana). En la colección de junio de esta revista, encontramos un artículo
que estudia la situación en la internacional, y en el que, en síntesis, leemos esto: “El
rasgo principal del actual período revolucionario es que debemos, en los combates
parciales, hasta puramente económicos, tales como las huelgas, luchar con las armas en
la mano” ¡He aquí, camaradas, una estrategia a la inversa! Mientras que la burguesía
nos provoca para combates parciales y sangrientos, algunos de nuestros estrategas
quieren hacer una regla de este género de batalla. ¿No resulta monstruoso? En Europa,
la situación objetiva es profundamente revolucionaria. Lo nota la clase obrera. Y
durante todo este período de postguerra, se lanza, ante todo, a luchar contra la
burguesía. En ninguna parte, salvo en Rusia, obtiene la victoria. Entonces comienza a
comprender que tenía ante sí una tarea difícil, y se dedica a forjar un arma para la
victoria: el partido comunista. El cual, sobre este camino, anduvo en Europa, en el curso
del año último, pasos de siete leguas. Ahora tenemos verdaderos partidos comunistas de
masas en Alemania, en Francia, en Checoslovaquia, en Yugoslavia, en Bulgaria… ¡Una
verdadera erupción! ¿Y en qué consiste nuestra tarea más próxima? Consiste en que los
partidos conquisten en el más breve plazo a la mayoría de los obreros industriales y a
gran parte de los obreros agrícolas y hasta a los campesinos pobres, como nosotros los
conquistamos antes de octubre; además, sin esa conquista no hubiéramos obtenido
nuestra victoria de octubre. Sin embargo, ciertos falsos estrategas dicen que, siendo la
época de ahora revolucionaria, nuestro deber es encarar la lucha en cada momento,
incluso la lucha parcial, usando de métodos de revolución armada. ¡Pero la burguesía no
desea más que esto! En el momento en que el partido comunista se desarrolla con
rapidez extraordinaria y extiende cada vez más sus alas por encima de toda la clase
obrera, la burguesía provoca a la parte más impaciente y combativa de los obreros a una
lucha prematura, sin el apoyo de la gran masa obrera, a fin de batir al proletariado,
dividiéndolo, y de minar así su fe en su capacidad de victoria sobre la burguesía. En
estas condiciones, la teoría de la ofensiva continua y de las luchas parciales, dirigidas
con el método de la insurrección armada, es agua para el molino de la
contrarrevolución. Por esto, en el III Congreso, el partido ruso, sostenido por los
elementos más conscientes, dijo con voz firme a los camaradas del ala izquierda: “Son
ustedes excelentes revolucionarios, van a combatir y morir por el comunismo; pero esto
no nos basta. No basta luchar. Hay que vencer”. Y para ello hay que aprender el arte de
la estrategia revolucionaria.
Pienso, camaradas, que la marcha verdadera de la revolución proletaria en Rusia
y, hasta cierto punto, en Hungría, es una de las causas más serias del desdén hacia las
dificultades de la lucha revolucionaria y la victoria en Europa. Hemos tenido entre
nosotros, en Rusia, una burguesía históricamente retrasada, políticamente débil, sujeta
al capital europeo y con débiles raíces políticas en el pueblo ruso. Por otra parte, hemos
tenido un partido revolucionario, con un largo pasado de trabajo clandestino, educado y
templado en los combates, que ha sabido aprovecharse conscientemente de toda la
experiencia de la lucha revolucionaria europea y universal. El estado de los campesinos
rusos, en relación con la burguesía y el proletariado, el carácter y el estado de espíritu
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
26
del ejército ruso después de la derrota militar del zarismo, todo ha contribuido a hacer
inevitable la Revolución de Octubre, facilitando enormemente la victoria revolucionaria
(aunque ésta no nos haya librado de las dificultades ulteriores, sino que, por el contrario,
las haya preparado en proporciones gigantescas). Vista la relativa facilidad de la
Revolución de Octubre, la victoria del proletariado ruso no aparece, ante los dirigentes
de los obreros europeos, en su auténtico valor como problema político y estratégico y no
ha sido bien comprendida.
El siguiente ensayo para apoderarse del poder fue hecho por el proletariado en
menor escala, más cerca de la Europa occidental, en Hungría; allí, las condiciones eran
de tal naturaleza, que el poder cayó en manos comunistas casi sin lucha revolucionaria.
Por lo cual los problemas de la estrategia revolucionaria en el momento de la lucha por
el poder han sido reducidos, naturalmente, al mínimo.
Después de la experiencia de Rusia y Hungría, no sólo las masas obreras, sino
también los partidos comunistas de otros países, comprendieron, ante todo, que la
victoria del proletariado era inevitable, y han pasado en seguida al estudio directo de las
dificultades que se desprenden de la victoria de la clase obrera. En lo que concierne a la
estrategia de la lucha revolucionaria para el poder, parece muy sencilla y, por decirlo
así, evidente. No es por pura casualidad que ciertos eminentes camaradas húngaros,
apreciados por la internacional, demuestren tendencias a una simplificación excesiva de
los problemas de la táctica proletaria en época revolucionaria, reemplazando esta táctica
por un llamamiento a la ofensiva.
El Tercer Congreso [de la Internacional Comunista] dijo, a los comunistas de
todos los países: la marcha de la revolución rusa es un ejemplo histórico muy
importante, pero no una regla política, y aún más: sólo un tarado puede negar la
necesidad de una ofensiva revolucionaria; pero sólo un simple de espíritu puede reducir
a la ofensiva toda la estrategia revolucionaria.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
27
Motivos de la fuerza y debilidad del Partido Comunista Francés
Nuestros debates sobre la política del Partido Comunista Francés han sido menos
tormentosos que los que sostuvimos con respecto a la política alemana, al menos en el
congreso mismo; pero en las sesiones del comité ejecutivo tuvo lugar en cierta ocasión
una discusión muy violenta, durante el estudio de los problemas del movimiento obrero
francés. El Partido Comunista Francés fue creado sin sacudidas internas y externas,
como las que han acompañado a la fundación del partido alemán. Por esta razón, sin
duda, las tendencias centristas y los viejos métodos del socialismo parlamentario están
tan arraigados en el partido francés. El proletariado francés no ha llevado ninguna lucha
revolucionaria reciente, que hubiera podido reanimar sus viejas tradiciones rebeldes. La
burguesía francesa ha salido victoriosa de la guerra, lo cual le ha permitido hasta hace
poco, y a expensas de Alemania (a quien saqueaba), hacer de vez en cuando algunas
concesiones a las fracciones privilegiadas de la clase obrera. En consecuencia, apenas se
produjo lucha revolucionaria de clases en Francia. Antes de arrojarse a una batalla
decisiva, el Partido Comunista Francés tiene la posibilidad de estudiar y utilizar la
experiencia revolucionaria de Rusia y Alemania. Basta recordar que la guerra civil llegó
al paroxismo en Alemania cuando los comunistas estaban representados por un puñado
de espartaquistas; mientras que en Francia cuando aún no había ocurrido (antes de la
guerra) ninguna batalla francamente revolucionaria, el partido comunista ya había
reunido en sus filas a ciento veinte mil obreros. Si incluimos en la cuenta de Francia a
los sindicalistas revolucionarios que no “reconocían” al partido, sosteniendo, sin
embargo, la lucha por la dictadura del proletariado; si recordamos que la organización
del partido jamás fue en Francia tan fuerte como en Alemania, veremos claro que, esos
ciento veinte mil comunistas organizados, valen para Francia acaso más que
cuatrocientos mil para Alemania. Esto nos parece tanto más verdadero, puesto que
vemos en Alemania, a la derecha de los cuatrocientos mil citados, los partidos
independientes y socialdemócratas que cuentan juntos muchos más miembros y
partidarios que los comunistas, mientras que en Francia no existe a la derecha de los
comunistas más que un reducido grupo de disidentes, partidarios de Longuet y de
Renaudel. En el movimiento sindical francés, el detalle numérico de las fuerzas es, en
general, más favorable al ala izquierda, sin duda. Por el contrario, el informe de las
potencias de las clases en Alemania es, ciertamente, desfavorable a una rebelión
victoriosa. En otros términos: la burguesía se apoya todavía en Francia sobre su propia
organización: sobre el ejército, policía, etcétera… En Alemania se basa principalmente
en la socialdemocracia y la burocracia sindical. El Partido Comunista Francés dispone
de la posibilidad de tomar en sus manos totalmente la dirección del movimiento obrero
antes que lleguen los acontecimientos decisivos.
Pero es necesario para este fin que el comunismo francés se desembarace
definitivamente de los hábitos políticos y de fluctuaciones, mucho más extendidas en
Francia que en ningún otro sitio. El partido francés tiene necesidad de una actitud más
enérgica frente a los acontecimientos, de una propaganda más enérgica e intransigente,
en tono y carácter; de una actitud más severa hacia todas las manifestaciones de la
ideología democrática y parlamentaria, del individualismo intelectual, del arribismo de
los abogados. Criticando la política del partido francés en el seno del Comité Ejecutivo
de la Internacional Comunista, se dijo que el partido había cometido tales y cuales
errores, que los diputados comunistas, a veces, “hablaban” demasiado en el parlamento
con sus adversarios burgueses, en lugar de dirigirse a las masas por encima de sus
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
28
cabezas; que la prensa del partido debía utilizar un lenguaje más claro, más rudo, desde
el punto de vista revolucionario, a fin que los obreros franceses más oprimidos y
abatidos, oyesen un eco de sus sufrimientos, de sus reivindicaciones y de sus
esperanzas. Durante estos debates, un joven camarada francés subió a la tribuna y, en un
apasionado discurso, aprobado por parte de la asamblea, criticó la política del partido
desde otro punto de vista. “Cuando el gobierno francés [dijo este representante de las
juventudes] tuvo la intención de arrebatar a los alemanes la cuenca del Ruhr, a
principios de este año, y movilizó la clase decimonovena, el partido no aconsejó a los
movilizados la resistencia, y aprobó su debilidad”. “¿Qué clase de resistencia?,
preguntamos nosotros. El partido no indicó a la clase decimonovena que dejara de
someterse a la orden de movilización. ¿Qué entiende usted por insumisión?, seguimos
preguntando. “No someterse, ¿quiere decir no presentarse voluntariamente en el cuartel
y esperar a que venga a buscarnos un gendarme o un policía, u ofrecer resistencia
activa, armas en ristre, contra el policía y el gendarme?” Este joven camarada que causó
en nosotros tan grata impresión, gritó enseguida: “Ciertamente. Es preciso ir hasta el fin
resistir con las armas en la mano...” Entonces comprendimos hasta que punto son
confusas y oscuras las ideas sobre la lucha revolucionaria de algunos camaradas. Nos
pusimos a discutir con nuestro joven contradictor: ustedes tienen ahora en Francia, bajo
la bandera tricolor del ejercito imperialista, varias clases. Vuestro gobierno, encuentra
necesario llamar todavía una vez más la de los jóvenes de diecinueve años. Esta leva
cuenta en el país con doscientos mil hombres casi, de los cuales admitamos que son tres
mil o cinco mil comunistas. Los cuales están dispersos, ya en el campo, ya en los
pueblos. Admitamos, por un momento, que el partido les aconseja resistir, armados.
Ignoro cuántos agentes de la burguesía caerían muertos con este motivo; por el
contrario, no es difícil que todos los comunistas de la clase revolucionaria fueran
extraídos de la masa de los reclutas y aniquilados. ¿Por qué no llama usted a las otras
clases que se encuentran ya bajo las banderas, para organizar la rebelión, y que, estando
reunidas en las filas del ejército, poseen ya los fusiles? Porque usted comprende, sin
duda, que el ejército no disparará sobre los contrarrevolucionarios y que la clase obrera,
en su mayoría, no estará dispuesta a luchar por el poder hasta mucho después que haya
estallado la revolución proletaria. ¿Como puede usted pedir que se haga la revolución
no por la clase obrera en su conjunto sino, solamente, por la clase decimonovena? Si el
partido comunista hubiese ordenado semejante cosa, ello equivaldría a hacerles un gran
regalo a Millerand, Briand y Barthou, a todos esos candidatos al papel estranguladores
de la insurrección proletaria. Pues resulta evidente que, si la parte más ardiente de la
juventud es aniquilada, la más retrasada de la clase obrera se asustaría, el partido
quedaría aislado y su influencia quebrada, no por meses, sino por años. Con estos
procedimientos, aplicando con excesiva impaciencia las formas más agudas de la
revolución, bajo condiciones todavía no maduras para un encuentro decisivo, sólo
pueden esperarse resultados negativos y más que un parto, un aborto revolucionario.
La tentativa de huelga general en mayo de 1920 presenta el clásico ejemplo de
una imitación de la acción de conjunto, imitación que no estuvo bien pensada. Como se
sabe, la idea de esa huelga estaba “sostenida” de manera traidora por los sindicalistas
reformistas. Su objetivo era no dejar escapar de sus manos el movimiento para
retorcerle el cuello a la primera ocasión. Han acertado plenamente. Pero, tratándose de
acuerdos, esos hombres no han sido fieles a su propia naturaleza. Tampoco se podía
esperar otra cosa. Sin embargo, al otro lado, los sindicalistas revolucionarios y los
comunistas no prepararon en vano el movimiento. La iniciativa partió del sindicato de
los ferroviarios, donde se agrupaban por primera vez elementos de izquierda.
Monmousseau a su cabeza. Antes de haber tenido la oportunidad de reforzarse un poco
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
29
y asegurarse las posiciones necesarias, antes de orientarse, como era preciso, en su
situación, se ven obligados a invitar a las masas a una acción definitiva, con palabras
imprecisas y confusas, “sostenidas” traidoramente por las derechas. Bajo todos los
aspectos, éste fue un ataque no preparado. Los resultados son conocidos: una minoría
poco importante, sola, entró en movimiento, los colaboracionistas impidieron el
desarrollo de la huelga, la contrarrevolución explotó las flaquezas evidentes de las
izquierdas y afirmó extraordinariamente su propia situación.
En la acción, semejante improvisación es inadmisible. Hay que apreciar con
mucha más seriedad la situación, hay que preparar el movimiento con obstinación, con
energía, con espíritu de continuidad bajo todos los aspectos, a fin de llevarlo, firme y
decididamente, hasta el fin. Para este fin es preciso disponer de un partido comunista,
fiel guardián de la experiencia proletaria en todos los terrenos de la lucha. Verdad es
que la sola presencia del partido no nos pone todavía al abrigo de los errores, pero la
ausencia de esta vanguardia dirigente, hace inevitables los errores, transformando toda
lucha en una serie de improvisaciones, de aventuras y de experiencias empiricistas.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
30
El comunismo y el sindicalismo en Francia
Las relaciones del partido comunista con la clase obrera en Francia son, como
dije, más favorables que en Alemania. Pero la influencia política del partido sobre la
clase obrera, aumentada gracias a un golpe hacia la izquierda, no alcanza aún en Francia
forma precisa, sobre todo en lo que se refiere a organización. Esto se nota perfectamente
en lo que atañe a la cuestión sindical.
Los sindicatos representan en Francia, en medida más limitada que en Alemania
y países anglosajones, una organización que abarca millones de obreros. En Francia,
también el número de los obreros sindicados ha aumentado enormemente en el
transcurso de los últimos años.
Las relaciones entre el partido y la clase obrera encuentran su expresión en la
actitud del partido hacia los sindicatos. Ya esta simple manera de enfocar el asunto, nos
demuestra hasta qué extremo es injusta, antirrevolucionaria y peligrosa, la teoría de la
susodicha neutralidad, de la plena “independencia” de los sindicatos respecto al partido,
etc. Si los sindicatos, por su tendencia, son una organización de la clase obrera en su
conjunto, ¿cómo va a mantener una verdadera neutralidad en relación con el partido o
mantenerse “independiente”? Pero es que esto equivaldría a la neutralidad, es decir, a su
completa indiferencia hacia la revolución. Y, por lo tanto, en lo que concierne al
problema fundamental, el movimiento obrero francés adolece de falta de claridad, y la
misma claridad falta dentro del mismo partido.
La teoría de la división del trabajo, absoluta, entre el partido y los sindicatos, y
de su independencia mutua, es, bajo su forma definitiva, el producto de la evolución
política francesa por excelencia. El oportunismo más puro yace en el fondo de esta
teoría. En el largo tiempo en que una aristocracia obrera organizada en los sindicatos
acuerda contratos colectivos, y en que el partido socialista defiende las reformas en el
parlamento, son más imposibles aún una división del trabajo y una neutralidad mutua.
Pero tan pronto como la verdadera masa proletaria entra en la lucha y el movimiento
comienza a tomar carácter auténticamente revolucionario, el principio de neutralidad
degenera en una escolástica reaccionaria. La clase obrera no puede vencer más que si
tiene a su cabeza una organización que represente su historia, experiencia viva,
generalizada desde el punto de vista de la teoría, y que dirige prácticamente toda la
lucha. Gracias a la significación misma de su tarea histórica, el partido no puede
encerrar en sus filas más que a la minoría más consciente y activa de la clase obrera; por
el contrario, los sindicatos buscan organizar la clase obrera en su totalidad. Aquel que
admita que el proletariado necesita una dirección política de su vanguardia organizada
en partido comunista, admite, por la misma razón, que el partido debe convertirse en
fuerza directiva en el interior de los sindicatos; esto es, en el seno de las organizaciones
de masas de la clase obrera. Y, sin embargo, existen en el partido francés algunos
camaradas que ignoran esta verdad tan elemental y que, como Verdier, por ejemplo,
luchan intransigentemente para prevenir a los sindicatos contra cualquier influencia del
partido. Es evidente que tales camaradas han entrado en el partido por equivocación: un
comunista que niega los problemas y deberes del partido comunista en relación con los
sindicatos, no es comunista.
No es decir que esto signifique la subordinación de los sindicatos al partido, ya
exteriormente, ya desde el punto de visita de la organización. Desde éste, los sindicatos
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
31
son independientes. El partido goza, en el seno de los sindicatos, de la influencia que ha
conquistado con su trabajo, con su actitud espiritual, con su autoridad. Por eso mismo
afirmamos que debe aumentar en lo posible su influencia desde el exterior de los
sindicatos, estudiar todas las cuestiones inherentes al movimiento sindical y dar
respuestas claras haciendo prevalecer su punto de vista por medio de los comunistas que
trabajan en los sindicatos, sin menoscabo de su autonomía respecto a la organización.
No ignoráis que la tendencia conocida bajo el nombre de sindicalismo
revolucionario ejercía una considerable influencia en los sindicatos. El sindicalismo
revolucionario, no reconociendo al partido, en el fondo no era más que un partido
antiparlamentario de la clase obrera. La fracción sindicalista llevaba adelante siempre
una lucha enérgica para mantener su influencia sobre los sindicatos, y jamás reconoció
la neutralidad o independencia de los últimos en lo que, atañe a la teoría y práctica de la
fracción sindicalista. Si hacemos abstracción de los errores teóricos y de las tendencias
extremistas del sindicalismo francés, es indudable que esta esencia no ha encontrado su
pleno desarrollo en el comunismo.
El núcleo del sindicalismo revolucionario en Francia fue constituido por
hombres agrupados en torno de Vie Ouvrière. Mantiene íntima relación con aquel grupo
durante la guerra. Monatte y Rosmer constituían el centro; a su derecha se hallaban
Merrheim y Dumoulin. Los dos últimos pronto renegaron. Rosmer pasó, a consecuencia
de una evolución natural, del sindicalismo revolucionario al comunismo. Monatte
mantiene, hasta hoy una posición indefinida, y después del Tercer Congreso de la
Internacional Comunista y el de los sindicatos rojos, ha dado un paso que me inspira
vivas inquietudes. Con Monmousseau, secretario del sindicato de los ferroviarios,
Monatte ha publicado una protesta contra la resolución de la Internacional Comunista,
sobre el movimiento sindical, y ha rehusado adherirse a la Internacional Sindical Roja.
Hay que decir que el texto de la protesta de Monatte y Monmousseau ofrece el mejor
argumento contra su postura indefinida: Monatte declara en él que deja la Internacional
Sindical de Ámsterdam a causa de su estrecha unión con la Segunda Internacional. Es
muy justo. Pero el hecho de que la aplastante mayoría de los sindicatos se haya unido a
la II o la III Internacional, nos demuestra perfectamente que no existe, que no puede
existir sindicato neutro y apolítico, en general, y, sobre todo, en época revolucionaria. El
que abandona Ámsterdam y no se adhiere a Moscú, se arriesga a crear una Internacional
Sindical Segunda y Media.
Espero firmemente que esta incomprensión desaparecerá, y que Monatte ocupará
el puesto al que le lleva todo su pasado: en el Partido Comunista Francés y en la
Internacional de Moscú.
Es muy comprensible y justa la actitud prudente y suavizadora que mantiene el
Partido Comunista Francés respecto a los sindicalistas revolucionarios, buscando
aproximarse a ellos. La que no comprendemos es la indulgencia con que tolera el
partido una oposición a la política de la Internacional Comunista, por parte de sus
propios miembros, como Verdier. Monatte representa la tradición del sindicalismo
revolucionario; Verdier, la confusión.
Sin embargo, más arriba que estas cuestiones de grupos y personalismos, se sitúa
el problema de la influencia dirigente del partido sobre los sindicatos. Sin prestar la
menor atención a su autonomía, determinada enteramente por la necesidad de un trabajo
práctico constante, el partido debe acabar con las discusiones y vacilaciones, y
demostrar a la clase obrera francesa que ella posee, al fin, un partido revolucionario que
sabe dirigir la lucha de clases en todos los terrenos. Baja este propósito, las resoluciones
del Tercer Congreso [de la Internacional Comunista], cualesquiera que sean los
tumultos y conflictos temporales que puedan provocar en meses próximos, tendrán
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
32
inmensa influencia, fecunda hasta el mayor grado sobre toda la marcha ulterior del
movimiento obrero francés. Solamente sobre la base de estas resoluciones se
establecerán las relaciones entre el partido y la clase obrera, sin las cuales ninguna
revolución del proletariado alcanzaría la victoria.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
33
Sin tendencias de derecha, una sólida preparación para la conquista del
poder
No hablaré de los partidos comunistas de otros países: el objeto de mi informe
no era caracterizar a todas las organizaciones pertenecientes a la Internacional
Comunista. Solamente he querido, camaradas, exponer las líneas fundamentales de su
política, tales como han sido desarrolladas y definidas por nuestro último congreso. Por
esto, he estudiado a los partidos que más contribuyeron a establecer la línea táctica de la
Internacional Comunista para el porvenir inmediato.
Es innecesario decir que el congreso no se ha propuesto “interrumpir”, como
creyeron infundadamente algunos camaradas de izquierda, la lucha contra los centristas
y semicentristas. Toda la lucha de la Internacional Comunista contra el régimen
capitalista se opone a los obstáculos reformistas y colaboracionistas. Es preciso que nos
sintamos seguros, ante todo. Además, es imposible combatir a las internacionales
segunda y segunda y media sin haber limpiado nuestras propias filas comunistas de las
tendencias y del espíritu centrista. Esto es indudable.2
Pero este combate contra la derecha, que forma parte de nuestra lucha
fundamental con la sociedad burguesa, podemos sostenerlo con éxito sólo a condición
de vencer en el plazo más breve posible; los errores de izquierda provienen de la falta de
experiencia y de la impaciencia, que a veces adoptan el carácter de serias y peligrosas
aventuras. El Tercer Congreso [de la Internacional Comunista] cumplió en tal sentido
un verdadero trabajo educativo, que le ha transformado (como dije) en escuela superior,
en academia de estrategia revolucionaria.
Martov, Otto Bauer y otros estrategas de salón de la burguesía, a propósito de
nuestras resoluciones, hablan de la descomposición del comunismo, del fracaso de la
Tercera Internacional, etc. Esos discursos sólo merecen el desprecio. Jamás fue el
comunismo un programa dogmático establecido según las fechas del calendario. El
comunismo constituye un ejército proletario activo, creciente, que maniobra y que,
mientras trabaja, observa las condiciones variables de la batalla, comprueba sus armas,
las afila de nuevo cuando se oxidan y somete toda su acción a la necesidad de preparar
la derrota del régimen burgués.
Lo que hemos estudiado tan atenta, intensa y concretamente sobre los problemas
de táctica en el Tercer Congreso [de la Internacional Comunista], constituye por sí
mismo un gran paso hacia adelante: prueba que la Tercera Internacional ha salido del
2 Después, he visto en los artículos del camarada Kurt Geyer con motivo del Tercer Congreso (artículos que me llegaron cuando
estaba ya en prensa mi libro), que este representante de la oposición se desliza hacia el centrismo, sin darse cuenta. Parte del punto
de vista de que el Tercer Congreso [de la Internacional Comunista] estableció una perspectiva histórica, haciendo así más independiente nuestra táctica de nuestra confianza en la revolución. Geyer saca la conclusión que las divergencias de táctica entre la
Segunda Internacional y los centristas… disminuyen. ¡Es monstruosa tal concepción! La Tercera Internacional es una organización de combate que camina hacia su fin revolucionario a través de todos los cambios de condiciones. La Internacional Segunda y Media
no quiere revolución; se apoya sobre una selección apropiada de jefes y subjefes, de grupos y tendencias, de ideas y de métodos.
En el mismo momento en que Kurt Geyer contrasta una suavización de la discordia entre los comunistas y los independientes, éstos, con mayor fundamento, contrastan otra entre ellos y los socialdemócratas. Si se quisieran sacar todas las conclusiones necesarias,
esto nos daría el programa de un restablecimiento de la vieja socialdemocracia tal cual era antes de agosto de 1914, con todas sus
consecuencias. Si rechazamos toda adaptación dogmática de la revolución en las condiciones que puedan presentarse en el transcurso de las semanas y meses próximos (lo cual conduce, prácticamente, a las tendencias putschistas), nos mantenemos fieles
en nuestra lucha contra el putschismo, a nuestra tarea fundamental: formar un partido comunista revolucionario, activo, irreductible,
que se oponga a todas las agrupaciones proletarias reformistas y centristas. Kurt Geyer coloca dogmáticamente la revolución en un futuro indefinido, y hace cábalas en el sentido de un acercamiento a los centristas. ¿Puede dudarse que esta ‘perspectiva’ lleva a
Geyer y a los que compartan sus ideas mucho menos lejos de lo que ellos creen?
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
34
período de formación en cuanto a ideas y organización, y se ha situado como organismo
vivo y dirigente de las masas frente a los problemas de la acción revolucionaria directa.
Si alguno de nuestros camaradas más jóvenes e inexpertos de los aquí presentes
ha sacado de mi informe una conclusión pesimista en el sentido que la situación de la
Internacional Comunista no es favorable y que es difícil vencer a la burguesía por culpa
de los conceptos y métodos erróneos que todavía laten entre los partidos comunistas,
sacará una conclusión falsa. Durante un período de bruscos cambios en la política
mundial, durante un período de sacudidas universales profundas, en una palabra,
durante el período revolucionario en que vivimos, la educación de los partidos
revolucionarios se hace con extraordinaria rapidez, sobre todo, a condición que ellos
intercambien mutuamente sus experiencias, se controlen mutuamente y se sometan a
una dirección central común de la cual es expresión nuestra internacional. No olvidemos
que los partidos comunistas más poderosos de Europa cuentan con unos meses de
existencia. En nuestra época, un mes vale un año, y, a veces, hasta dos lustros.
Aunque yo haya pertenecido, en este congreso, al ala llamada “derecha” y haya
participado en la crítica a la izquierda llamada revolucionaria, que como he demostrado
es muy peligrosa para el desarrollo real de la revolución proletaria, salgo de este
congreso mucho más optimista de lo que entré. Las impresiones que he sacado del
cambio de noticias con los delegados de los partidos hermanos de Europa y del mundo
entero pueden resumirse: en el curso del año pasado, la Internacional Comunista ha
dado un gran paso hacia adelante, tanto en las ideas como en la organización.
El congreso no ha dado ni puede dar la pauta de una ofensiva general. Ha
definido la tarea de los partidos comunistas, como tarea de preparación de la ofensiva
y, ante todo, como una tarea de conquista espiritual de la mayoría de los trabajadores de
la ciudad y del campo. Lo cual no quiere decir que se haya “diferido” la revolución en
una serie de largos años; de ningún modo, nosotros precipitamos la revolución y nos
aseguramos su victoria mediante una preparación cuidada, profunda y completa.
Verdad es que no se puede reducir al mismo denominador la política
revolucionaria de la clase obrera y la acción militar del Ejército Rojo; ya lo sabemos y
es particularmente “arriesgado” para mí hacer una comparación en este sentido, visto el
peligro casi tradicional para mi de ser sospechoso como “militarista”. Los Cunow
alemanes y los Martov rusos tienen decidido desde hace tiempo que yo tiendo a
remplazar la política y la economía de la clase obrera por una “orden” transmitida al
poder de una “organización” militar; no obstante, después de haber tomado mis
precauciones, gracias a este pequeño prefacio, arriesgo una comparación militar que no
me parece inútil para aclarar también la política revolucionaria del proletariado y la
acción del Ejército Rojo…
Cuando, en uno de nuestros innumerables frentes, nos vimos forzados a preparar
operaciones decisivas, enviamos allí regimientos frescos comunistas movilizados por el
partido, municiones, etc. Sin suficientes medios materiales no podía entablarse una
lucha resuelta con Kolchak, Denikin, Wrangel u otros.
Pero he aquí que las condiciones materiales para una acción decisiva se realizan
más o menos. Llegados al frente, sabemos que el alto mando tiene decidido emprender
un ataque general, admitamos que el 5 de mayo, en tres días. En la reunión del soviet
militar revolucionario del frente, en su estado mayor, en su departamento político, nos
ponemos a estudiar las condiciones de los combates decisivos que se preparan. Vemos
que tenemos cierta superioridad en cuanto al número de bayonetas, sables, cañones, y
que, por el contrario, el adversario dispone de una aviación superior a la nuestra,
aunque, en general, las ventajas materiales estén de nuestra parte. Los soldados están
más o menos bien calzados y vestidos, nuestras líneas de comunicación están seguras.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
35
Así, el asunto se presenta favorable. “Y, ¿cómo hacer la propaganda antes del ataque?
¿En cuánto tiempo la han hecho? ¿En qué forma y con qué exigencias? ¿Cuántos
comunistas han enviado a los destacamentos para dirigir la propaganda? Enseñadnos
vuestras proclamas, circulares y artículos de vuestros diarios del frente, vuestros carteles
y vuestras caricaturas. Cada soldado de vuestro ejército, de vuestro frente, ¿sabe quién
es Wrangel, a quién está unido?, ¿quién se encuentra tras de él, de dónde toma su
artillería y sus aviones?” Recibimos respuestas insuficientes. Verdad que se hacía
propaganda; se dieron a los soldados explicaciones referentes a Wrangel. Pero algunos
de los regimientos no llegaron hasta la antevíspera o víspera desde el centro o de los
demás frentes, y no se poseía aún ningún dato sobre su moral y su espíritu político.
“¿Cómo habéis distribuido a esos millares de comunistas, movilizadas por el partido
entre las divisiones y los regimientos? ¿Han contado ustedes con su carácter y con la
composición de cada destacamento particular, enviando allí elementos comunistas?
¿Han hecho el trabajo preliminar necesario con los mismos comunistas? ¿Han explicado
a cada grupo de qué destacamento formará parte, cuáles son las particularidades de esos
destacamentos y cuáles son las condiciones especiales del trabajo político? En fin,
¿están seguros de la presencia, en cada compañía, de un núcleo comunista dispuesto a
combatir hasta el final, y apto para conducir a los otros?”
Comprobamos que ese trabajo había sido cumplido sólo superficialmente, sin
prestar atención a las condiciones concretas y a las particularidades de la propaganda
política en el ejército en general y en cada regimiento en particular. La propaganda ha
carecido del carácter concentrado e intenso que correspondía a la inmediata preparación
combativa. Aquello se notaba en las proclamas y en los artículos periodísticos… En
total, ¿se había comprobado el personal de los comisariados y del alto mando? Pasados
los combates, varios comisarios han resultado muertos y remplazados por los hombres
que más a mano se tenían. ¿Están completos los comisarios? ¿Dónde están los jefes?
¿Gozan de suficiente confianza? ¿Hay cerca de los jefes poco conocidos comisarios
enérgicos que dispongan de suficiente autoridad? ¿No hay entre los jefes antiguos
oficiales zaristas, hombres cuyas familias se encuentren en el territorio ocupado por
Wrangel, o en el extranjero? Es muy natural que tajes jefes hagan esfuerzos para ser
tomados prisioneros, lo cual sería funesto para el resultado de algunas operaciones. ¿Los
han renovado, reforzado? ¿No? ¡Atrás! El ataque fracasará. Desde el punto de vista
material, el momento es propicio, nuestras fuerzas son superiores, nuestro adversario no
ha terminado su concentración. Todo es indudable. Pero ocurre que la preparación
moral no tiene menos importancia que la material. Y, sin embargo, esta preparación
moral se ha hecho negligente y superficialmente. En tales condiciones, más vale
abandonar al enemigo una parte del territorio, retroceder veinte o treinta kilómetros,
ganar tiempo, dejar el ataque para dos o tres semanas después y elevar hasta el fin la
campaña de preparación política y organizadora. Entonces el éxito será seguro…
Aquellos de ustedes, camaradas, que han trabajado en el ejército, y son
numerosos, deben saber que este ejemplo no es imaginación mía. Hemos efectuado más
de una vez retiradas estratégicas, únicamente porque el ejército no estaba bien
preparado para el combate definitivo, desde el punto de vista moral y político. No
obstante, el ejército es una organización de violencia, está obligado a combatir. Una
represión militar muy dura amenaza a los recalcitrantes. Ningún ejército puede existir
de otra manera. Pero en un ejército revolucionario la principal fuerza motriz es su
conciencia política, su entusiasmo revolucionario, la comprensión de parte de la
mayoría del ejército del problema militar que espera y de la voluntad de resolverlo.
¡Cuánto importa esto a las luchas decisivas de la clase obrera! No hay derecho a
forzar a nadie a hacer una revolución. No existen instrumentos de represión. El éxito no
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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se basa más que sobre la voluntad de la mayor parte de los trabajadores, en intervenir
directa o indirectamente en la lucha para ayudarle a vencer3. El Tercer Congreso [de la
Internacional Comunista] parecía indicar que la Internacional Comunista, representada
por sus jefes, iba a partir hacia el frente del movimiento obrero mundial y entablar
combates decididos para la conquista del poder. El congreso ha pedido: “¡Camaradas
comunistas, alemanes, italianos, franceses y demás! ¿Han conquistado la mayoría de la
clase obrera? ¿Han logrado que cada obrero comprenda las razones de la lucha? ¿Les
han explicado con palabras sencillas, claras y terminantes, cuanto era preciso explicar a
las masas obreras, incluso a las más retrasadas? ¿Qué han emprendido para adquirir el
convencimiento de que les han comprendido? ¿Quieren enseñarnos sus periódicos,
grabados, proclamas?
“No camaradas esto no basta aún. Todavía no se oye, el lenguaje que atestigüe
vuestra unión con los millones de trabajadores… ¿Qué han emprendido para distribuir
ordenadamente las fuerzas comunistas en los sindicatos? ¿Disponen de núcleos seguros
en todas las organizaciones importantes de la clase obrera? ¿Qué han hecho para
controlar al estado del Alto Mando en los sindicatos?, ¿para librar a las organizaciones
obreras de dudosos y, de lo que es aún más importante, de los traidores? ¿Han
organizado un servicio de información en el interior mismo del campo enemigo?... No,
camaradas; su preparación es insuficiente y, bajo ciertos aspectos, no han abordado
como debían los problemas de la preparación…”
¿Significa eso que hayamos de retrasar mucho tiempo la lucha definitiva? ¡De
ningún modo! La preparación para una ofensiva militar puede hacerse en el espacio de
quince o veinte días, hasta en menos. Divisiones dislocadas, espíritus vacilantes, jefes y
comisarios dudosos, pueden ser transformados en el espacio de diez o quince días,
gracias a un trabajo de intensa preparación, en un poderoso ejército unido por la unión
de la conciencia y de la voluntad. Es incomparablemente más difícil unir a millones de
proletarios para una batalla definitiva. Pero toda nuestra época facilita enormemente
este trabajo, a condición de que no vacilemos ni a derecha ni a izquierda. Parece tonto
querer adivinar si necesitamos para el trabajo preparatorio unos meses solamente, un
año o dos años... Eso depende de numerosas circunstancias. Es indudable que, en la
situación actual, una de las condiciones más importantes para acercar la hora de la
revolución y alcanzar el triunfo es nuestro trabajo de preparación. ¡Vayan a las masas!
(ha dicho la Internacional Comunista a sus partidos). ¡Penétrenlas amplia y
profundamente! ¡Establezcan entre ellas y ustedes una alianza indestructible! ¡Envíen
comunistas a todas las masas obreras, a los puestos más responsables y peligrosos! ¡Que
conquisten la confianza de las masas! ¡Que las masas, unidas a ellos, arrojen de sus filas
a los jefes oportunistas, vacilantes y arribistas! ¡Aprovechen cada minuto para preparar
la revolución! La época nos ayuda. No teman que se les escape la revolución.
Organícense reafírmense, y entonces aproximarán la hora del ataque decisivo,
verdadero, y entonces el partido les dirá, no solamente “¡Adelante!” sino que llevará la
ofensiva hasta la victoria.
3 Un gracioso me ‘contradijo’ en el congreso, diciendo que no se podía mandar a la clase obrera como a un ejército. Es igual. Yo he tratado de demostrar que no se podía mandar al Ejército Rojo de la manera que ciertos políticos han querido mandar sobre la clase
obrera.
Una escuela de estrategia revolucionaria Trotsky
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01. Trotsky inédito en internet y castellano / Obras Escogidas
02. Obras Escogidas de León Trotsky en español
03. Obras Escogidas de Rosa Luxemburg en castellano
04. Obres escollides de Lenin en català
05. Obres escollides de Rosa Luxemburg en català
06. León Sedov: escritos
07. Primera Internacional
08.a Segunda Internacional (Internacional Socialista): resoluciones y otros
materiales
08.b Internacional de Mujeres Socialistas
09. Tercera Internacional. Los cuatro primeros congresos de la Internacional
Comunista
10. Cuarta Internacional. Años 30-40: Materiales de la construcción de la IV
Internacional
11. La Constitución de la Revolución Rusa y sus complementos jurídicos, 1917-
1921 (decretos revolucionarios et alii)
12. Marx y Engels, algunos materiales
13. Eleanor Marx
14. Lenin: dos textos inéditos
15. La lucha política contra el revisionismo lambertista
17. Documentos históricos recuperados por el Grupo Germinal
16. Años 30: Materiales de la Oposición Comunista de España, de la Izquierda
Comunista Española y de la Sección B-L de España
Alarma. Boletín de Fomento Obrero
Revolucionario. Primera Serie (1958-
1962) y números de Segunda y Tercera
Serie (1962-1986)
Alejandra Kollontai, escritos
Amigo del Pueblo, selección de
artículos del portavoz de Los Amigos
de Durruti
Armand, Inessa
Balance, cuadernos de historia del
movimiento obrero internacional y de
la guerra de España
Balius, Jaime (Los Amigos de Durruti)
Bleibtreu, Marcel
Broué, Pierre. Bibliografía en red
Clara Zetkin, escritos
Comunas de París y Lyon
Ediciones Espartaco Internacional
Frencia, Cintia y Daniel Gaido
Heijenoort, J. Van
Just, Stéphane. Bibliografía en red (en
francés)
Louise Kautsky
Mary-Alice Waters
Mehring, Franz
Murphy, Kevin
Obras completas de G. Munis
Obras escogidas de G. V. Plejánov
Obras escogidas de Karl Kautsky
Obras y escritos de Stéphane Just
Obras, textos y artículos de Agustín
Guillamón
Parvus (Alejandro Helphand)
Rakovsky, Khristian (Rako)
Riazanov, David. Textos y materiales
diversos
Rühle, Otto
Textos de apoyo
Varela, Raquel, et al. - El control
obrero en la Revolución Portuguesa
1974-75