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Por otro lado, tenemos nuestra raíz católica, aquella que conquistó a los pue- blos originarios con la espada y la cruz, aunque quizá más de un fraile también usó la cruz como garrote. Tras la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano a finales del siglo IV y gracias a Constanti- no, los jerarcas de la nueva iglesia comen- zaron a llenar el calendario con nuevas celebraciones, si era posible, o con celebra- ciones logradas por el sincretismo, como lo pueden ser la Navidad y la Epifanía. Entre estas fechas, hoy nos interesa aquella decretada por el papa Bonifacio IV en el mismo siglo IV en honor a todos los santos, tanto los canonizados como aquellos santos desconocidos y, posterior- mente, a aquellos que lograron superar el incierto purgatorio y que ahora se en- cuentran junto al señor. Inicialmente esta celebración tenía lugar el 13 de Mayo de cada año, pero en el siglo VII el papa Gre- gorio IV la movió al 1 de Noviembre. Algunos siglos después, en 998, un abad de Cluny, Francia, propuso el 2 de Noviembre como fecha para la celebra- ción a todos aquellos fieles difuntos que aún no han alcanzado la gracias de su dios. En el siglo XVI esta fecha se haría oficial. Con la conquista del “nuevo” mundo, estas celebraciones llegaron a Mesoamé- rica, pero no con todos los elementos ori- ginales. En Europa se colocaba un altar con diversas reliquias, desde los huesos de santos hasta objetos personales de ellos, pasando incluso por astillas de la cruz de Cristo, de las cuales había tantas que en- tre todas hubieran podido formar algu- nas decenas de cruces más. Sin embargo, a la nueva América no llegaron reliquias durante las primeras evangelizaciones, por lo cual se tuvo que recurrir principal- mente a otros elementos que ya usaban en España: el pan de muerto. En aquel pan se semejaba la osamenta de los santos y por ello se colocaba en un lugar principal del altar. La asimilación de estos altares para la conmemoración a los muertos (tanto san- tos y no santos) no fue sencilla de inculcar entre la población originaria, sino que tar- dó varias generaciones y no se dio, desde luego, sin la combinación de sus elemen- tos, eso que llamamos sincretismo. Si observamos con atención nuestras ofrendas a los muertos, podemos aventu- rar el origen de cada uno de los elementos. Tenemos las veladoras del lado cristiano para iluminar el altar, pero también tene- a construcción de L una identidad IV Fotografía del Archivo de la Crónica Municipal 1

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Page 1: una identidad IVcuautitlanizcalli.gob.mx/wp-content/uploads/2020/12/La...gorio IV la movió al 1 de Noviembre. Algunos siglos después, en 998, un abad de Cluny, Francia, propuso el

Por otro lado, tenemos nuestra raíz católica, aquella que conquistó a los pue-blos originarios con la espada y la cruz, aunque quizá más de un fraile también usó la cruz como garrote.

Tras la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano a finales del siglo IV y gracias a Constanti-no, los jerarcas de la nueva iglesia comen-zaron a llenar el calendario con nuevas celebraciones, si era posible, o con celebra-ciones logradas por el sincretismo, como lo pueden ser la Navidad y la Epifanía.

Entre estas fechas, hoy nos interesa aquella decretada por el papa Bonifacio IV en el mismo siglo IV en honor a todos los santos, tanto los canonizados como aquellos santos desconocidos y, posterior-mente, a aquellos que lograron superar el incierto purgatorio y que ahora se en-

cuentran junto al señor. Inicialmente esta celebración tenía lugar el 13 de Mayo de cada año, pero en el siglo VII el papa Gre-gorio IV la movió al 1 de Noviembre.

Algunos siglos después, en 998, un abad de Cluny, Francia, propuso el 2 de Noviembre como fecha para la celebra-ción a todos aquellos fieles difuntos que aún no han alcanzado la gracias de su dios. En el siglo XVI esta fecha se haría oficial.

Con la conquista del “nuevo” mundo, estas celebraciones llegaron a Mesoamé-rica, pero no con todos los elementos ori-ginales. En Europa se colocaba un altar con diversas reliquias, desde los huesos de santos hasta objetos personales de ellos, pasando incluso por astillas de la cruz de Cristo, de las cuales había tantas que en-tre todas hubieran podido formar algu-nas decenas de cruces más. Sin embargo,

a la nueva América no llegaron reliquias durante las primeras evangelizaciones, por lo cual se tuvo que recurrir principal-mente a otros elementos que ya usaban en España: el pan de muerto. En aquel pan se semejaba la osamenta de los santos y por ello se colocaba en un lugar principal del altar.

La asimilación de estos altares para la conmemoración a los muertos (tanto san-tos y no santos) no fue sencilla de inculcar entre la población originaria, sino que tar-dó varias generaciones y no se dio, desde luego, sin la combinación de sus elemen-tos, eso que llamamos sincretismo.

Si observamos con atención nuestras ofrendas a los muertos, podemos aventu-rar el origen de cada uno de los elementos. Tenemos las veladoras del lado cristiano para iluminar el altar, pero también tene-

a construcción de Luna identidad IV

Fotografía del Archivo de la Crónica Municipal

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Fotografía del Archivo de la Crónica Municipal

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mos la flor de cempaxúchitl para iluminar la ofrenda y que nuestros muertos la en-cuentren. Tenemos la purificación cristia-na del ambiente, pero gracias al copal (hay quienes prefieren el incienso cristiano pues el copal les resulta muy fuerte). En-contramos los cráneos, que suplen a las reliquias originales, pero son de chocolate, azúcar o amaranto, productos autóctonos de nuestra tierra. En las actuales ofrendas también se coloca agua para simbolizar la pureza y restaurar la energía del visitante; hay sal, también para purificación y para evitar que el cuerpo se corrompa mientras está en nuestro reino. El papel picado tie-ne un origen más reciente y hay quienes sugieren su incorporación a la ofrenda du-rante el siglo XIX como elemento popular. También, aunque no de forma generaliza-da, se suele colocar un pequeño izcuintle de barro para ayudar a los muertos a cru-zar el río Chiconauhuapan que se encuen-tra en el camino al Mictlan. Desde luego también se coloca el retrato de nuestros muertos y, por último y más importante, se colocan algunos de los platillos que más disfrutaron en vida, tal cual como en las ofrendas indígenas.