Una novela de ficción basada en hechos reales.

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Unanoveladeficciónbasadaenhechosreales.

Annemarie,unaniñadediezaños,protagonizaunahistoriaconmovedoraquemuestra las privaciones, sufrimientos y resistencia de la población danesafrente a las fuerzas de ocupación alemana durante la Segunda GuerraMundial,enCopenhague.Coraje,valentía,esfuerzo,sacrificioycooperaciónserán las claves para vencer al enemigo y desarmar su intolerancia y susprejuicios,enunrelatodondelaluchaenfavordelavidaycontralainjusticiadespiertalasolidaridaddellector.

Esta novela fue galardonada con: la Medalla Newbery (1990), PremioNacionaldelLibroJudíodeLiteraturaInfantil(1990),PremioSydneyTaylordelLibroparaLectoresMayores(1989),NominadoalPremioJaneAddamsalLibro Infantil (1990),PremioCharlotte (1992),PremioDorothyCanfieldFisherChildren’sBook(1991),CharlieMaySimonChildren’sBookAward(1992),RebeccaCaudillYoungReaders'BookAward(1992).

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LoisLowry

¿Quiéncuentalasestrellas?ePubr1.0

Titivillus09.12.2020

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Títulooriginal:NumbertheStarsLoisLowry,1989Traducción:JuanLuqueIlustraciones:JuanCarlosSanzEditordigital:TitivillusePubbaser2.1

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AmiamigaAnnelisePlatt«Tusindtak».

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1¿PORQUÉCORRES?

—¡Vamosacorrerhastaaquellaesquina,Ellen!—Annemarieseajustóa laespalda la resistente cartera de cuero para que los libros del colegio no semovieran—.¿Preparada?—lepreguntóasumejoramiga.

Ellenhizounamueca.—No—lecontestó, riéndose—.Sabesquenopuedoganarte.Tengo las

piernas más cortas que tú. ¿No podemos ir andando como las personascivilizadas?

Ellenteníadiezañosyeraregordeta,adiferenciadeAnnemarie,queeralarguirucha.

—Tenemos que estar en forma para la competición del viernes. Sé queestasemanaganarélacarreradechicas.Lasemanapasadaquedésegundaynohedejadodeentrenarniunsolodía.Vamos,Ellen—lerogóAnnemarie,conlavistafijaenlaesquinadelacalle—.¡Porfavor!

Ellenvaciló,despuésasintióyseapretólacarteracontraloshombros.—Estábien,vamos—accedió.—¡Ya!—gritóAnnemarie,ylasdoschicasemprendieronlacarreraporla

acera.ElcabellorubiodeAnnemarieflotabaalviento,mientrasqueaEllenlasoscurastrenzaslegolpeabanloshombros.

—¡Esperadme!—gimió la pequeña Kirsti, que se había quedado atrás,perolasdoschicasmayoresnolehicieroncaso.

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Annemarieaventajóprontoasuamiga,aunqueseledesatóelcordóndeun zapato cuando corría por Østerbrogade, frente a las pequeñas tiendas ycafés de aquel barrio residencial del nordeste de Copenhague. Riéndose,esquivóaunaancianavestidadenegroquellevabaunacesta.Unajovenqueempujaba un cochecito se apartó a un lado para dejarla pasar. Estabamuycercadelameta.

Al llegara laesquina jadeando,Annemariealzó lavista.Dejódereírse.Selehelóelcorazón.

—Halte!—leordenóelsoldadoconvozsevera.Aquella palabra alemana le resultaba tan familiar como terrible.

Annemarie yahabía oídomuchasveces«¡Alto!», perohasta ahoranadie lahabíapronunciadoparadirigirseaella.

Asuespalda,Ellentambiénaminoróelpasoysedetuvo.Kirsticaminabaalolejosarrastrandolospiesyenfurruñadaporquelahabíandejadoatrás.

Annemarielosmiró.Erandos.Esdecir,doscascos,dosparesdeojosdemirada penetrante y cuatro botas altas y relucientes plantadas con firmezasobreelpavimentoparaimpedirlequesiguierasucaminoacasa.

Ytambiénqueríadecirquecadaunodelossoldadosempuñabaunfusil.Primero miró los fusiles. Después contempló el rostro del soldado que lehabíaordenadodetenerse.

—¿Porquécorres?—gritó.Hablabadanésmuymal.«Yallevantresañosennuestropaísytodavíano

hanaprendidonuestralengua»,pensóAnnemarie,disgustada.—Estaba disputando una carrera con mi amiga —le respondió con

educación—. Todos los viernes celebramos competiciones deportivas en elcolegioyquieroentrenarmebienpara…

Se calló, dejando la frase sin terminar. «No hables tanto —se dijo—.Limítateacontestarle».

Volvió la vista. Ellen estaba inmóvil en la acera a unosmetros de ella.Másatrás,Kirstiaúnparecíaenfurruñadayseacercabadespacioalaesquina.Cerca, una mujer se detuvo en la entrada de una tienda y los observó ensilencio.

Unodelossoldados,elmásalto,seacercóaAnnemarie.EllaadvirtióquesetratabadelqueEllenapodaba«laJirafa»porsuestaturayel largocuelloquesalíadesuuniformeacartonado.Élysucompañeroandabansiempreporaquellaesquina.

Tanteólamochilaconlaculatadelfusil.Annemarietembló.—¿Quéllevasahí?—lepreguntóenvozalta.

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Annemarievioconelrabillodelojoqueeltenderoretrocedíaalasombradelapuertadesutiendaydesaparecía.

—Loslibrosdelcolegio—lerespondióconfranqueza.—¿Eresbuenaestudiante?—lepreguntóel soldado.Parecíaburlarsede

ella.—Sí.—¿Cómotellamas?—AnnemarieJohansen.—¿Y tu amiga? ¿También es buena estudiante? —Alzó la vista por

encimadeAnnemarieymiróaEllen,queseguíainmóvil.AnnemarietambiénmiróhaciaatrásyvioqueEllen,normalmentedepiel

sonrosada,teníalacarapálidaylosojosnegrosmuyabiertos.Asintióvolviéndosealsoldado.—Mejorqueyo—leaseguró.—¿Cómosellama?—Ellen.—¿Y quién es esta?—preguntó mirando al lado de Annemarie. Kirsti

habíallegadojuntoaellosyloscontemplabaconexpresiónceñuda.—Mihermanapequeña.Annemarie alargó el brazo para coger aKirsti de lamano, peroKirsti,

tozudacomosiempre,larechazóysellevólasmanosalacinturaenactituddesafiante.

El soldado se agachó y acarició el cabello corto y rizado de Kirsti.«Quieta,Kirsti»,lerogóAnnemarieensilencio,rezandoparaquesuhermanadecincoañosrecibieraelmensajedealgúnmodo.

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PeroKirstilevantóelbrazoyapartódesucabezalamanodelsoldado.—¡Nometoque!—exclamó.

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Los soldados hablaron en alemán tan de prisa que Annemarie no losentendió.

—Esguapa,comomihijita—comentóelsoldadoaltoconunavozmásagradable.

Annemarieesbozóunasonrisadecortesía.—Marchaos a casa. Id a estudiar vuestros libros. Y no corráis. El que

correesquehahechoalgomalo.Losdossoldadossealejaron.Annemarieseapresuróacogerdelamanoa

suhermanaKirstiantesdequeseresistiera.Tirandodeella,doblólaesquina.Ellenlasalcanzóalinstante.Caminaronapresuradamentehaciaeledificiodepisosdondevivían.

Cuandoseencontrabancercadecasa,Ellensusurróderepente:—Meheasustadomucho.—Yotambién—lerespondióAnnemarieconotrosusurro.Aldoblarlaúltimaesquinaantesdeentrareneledificio,lasdoschicasno

apartaronlavistadelapuerta.Lohicieronapropósito,paranofijarseenotrosdos soldados que montaban guardia en aquel lugar. Al entrar, Kirsti seadelantómientraslesrecordabaquehabíahechoundibujoenelparvularioyque se lo iba a enseñar a sumadre. ParaKirsti, los soldados sencillamenteformabanpartedelpaisaje,eranalgoquesiemprehabíaestadoallí,encadaesquina;erantannormalescomolasfarolas.

—¿Se lo vas a decir a tu madre? —le preguntó Ellen a Annemariemientrassubíanlaescaleradespacio—.Yono.Mimadreseenfadaría.

—No,yotampoco.Seguramente,mimadremeregañaríaporcorrerporlacalle.

Se despidió de Ellen en el segundo piso, donde esta vivía, y continuóhasta el tercero ensayando una forma alegre de saludar a su madre: unasonrisayuncomentariosobreeldictadodeldía,quenohabíahechodeltodomal.

Peroerademasiadotarde.Kirstillegóantes.—Golpeó lamochiladeAnnemarieconel fusil. ¡Ydespuésme tiródel

pelo!—informabaKirstimientrassequitabaeljerseyenelcentrodelasala—.Yonomeasusté.AnnemarieyEllensíqueseasustaron.Pero¡yono!

LaseñoraJohansenselevantóalinstantedeunodelossillonesquehabíajuntoalaventana.LaseñoraRosen,lamadredeEllen,tambiénestabaallí,enelsillónopuesto.Tomabancaféjuntas,comohacíanamenudo.Claroquenoera café auténtico, aunque ellas seguían diciéndolo así: «Tomar café». EnCopenhague no había café auténtico desde el inicio de la ocupación nazi.

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Tampoco había té auténtico. Sus madres bebían agua aromatizada conhierbas.

—Annemarie,¿quéhaocurrido?¿DequéhablaKirsti?—lepreguntósumadre,inquieta.

—¿DóndeestáEllen?—preguntólaseñoraRosenmirándolaatemorizada.—Ellenestáencasa.Nosabíaqueestuvieseisaquí—explicóAnnemarie

—.Noospreocupéis.Nohapasadonada.Habíadossoldadosenlaesquinade Østerbrogade… Ya los conocéis; ¿os acordáis de ese alto que tiene elcuellotanlargoquepareceunajirafa?

Relató a su madre y a la señora Rosen el incidente con los soldados,tratandodequeparecieraunaanécdotadivertiday sin importancia.Peronologródisimularsuintranquilidad.

—Lediuntortazoenlamanoygrité—aseguróKirsti,ufana.—No lo hizo, mamá—tranquilizó Annemarie a su madre—. Exagera,

comosiempre.La señora Johansen se acercó a la ventana y miró a la calle. El barrio

estabatranquilo;suaspectoparecíaeldesiempre:lagenteentrabaysalíadelastiendas,losniñosjugabanylossoldadosmontabanguardiaenlaesquina.

SedirigióenvozbajaalamadredeEllen.—LosúltimosincidentesconlaResistencianodebendehaberlessentado

muybien.¿HasleídoenelúltimonúmerodeDeFrieDanskelosbombardeosdeHillerrødyNørrebro?

Aunque parecía ocupada en sacar sus libros de la mochila, Annemarieescuchabay sabía a qué se refería sumadre.DeFrieDanske (Los daneseslibres)eraunperiódicoclandestino;PeterNielsenlesllevabaalgúnejemplarde vez en cuando, cuidadosamente doblado y oculto entre libros y revistasnormales,ylamadredeAnnemariesiemprelosquemabacuandolosleíaconsumarido.Peroaveces,denoche,Annemarieoíacomentarasuspadreslasnoticias que recibían por ese medio: noticias de sabotajes a los nazis, debombas colocadas en fábricas dematerial bélico, de tendidos de ferrocarrildestruidosparaimpedireltransportedemercancías.

Y sabía lo que significaba laResistencia.Supadre se lo explicóundíaque ella oyó aquella palabra y le preguntó lo que quería decir. Los queluchabanenlaResistenciaerandaneses—nadiesabíaquiéneseran,porquelohacíantodoensecreto—ysumisiónerasabotearalosnaziscuantopudieran.Destruíansuscochesycamionesyponíanbombasensusfábricas.Eranmuyvalientes.Algunasveceslosalemanesloshacíanprisionerosylosmataban.

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—Tengo que ir a hablar con Ellen —resolvió la señora Rosen,dirigiéndose a la puerta—. Mañana debéis ir al colegio por un caminodistinto.Prométemelo,Annemarie.Ellentambiénmeloprometerá.

—Se lo prometo, señora Rosen. Pero ¿qué más da? Hay soldadosalemanesentodaslasesquinas.

—Recordarán vuestras caras —dijo la señora Rosen al volverse en lapuertadel recibidor—.Es importantepasar siempre inadvertida.Serunadetantas.Hayqueprocurarquenotenganmotivospararecordartucara.

Cruzóelvestíbuloycerrólapuertaalsalir.—Demi cara sí que se acordarán,mamá—anuncióKirsti satisfecha—,

porqueelsoldadodijoquemeparecíaasuhijita.Dijoqueteníaunahijamuyguapa.

—Sitieneunahijatanguapa,¿porquénoregresaconella?—murmurólaseñoraJohansenacariciando lamejilladeKirsti—.¿Porquénovuelveasupaís?

—Mamá,¿quéhaydecomer?—preguntóAnnemariepara tratardequesumadredejaradepensarenlossoldados.

—Cogeuntrozodepan.Ydaleotroatuhermana.—¿Conmantequilla?—preguntóKirstiilusionada.—Nohaymantequilla—lerespondiósumadre—.Losabesdesobra.KirstiselamentómientrasAnnemarieibaalacocina.—¡Me gustaría comer un pastel! —exclamó—. Un pastel grande, con

cremaamarillayrecubiertodeazúcarrosa.Sumadreserio.—Hacetiempoquenohayharinaniazúcarparahacerpasteles,Kirsti.Un

año,porlomenos.—¿Cuándohabrápastelesotravez?—Cuandoacabe laguerra—lecontestó laseñoraJohansen.Mirópor la

ventana a la esquina de la calle donde montaban guardia los soldados derostrosimpasiblesycascosmetálicos—.Cuandosemarchenlossoldados.

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2¿QUIÉNESESEHOMBRE?

—Cuéntame un cuento, Annemarie —le rogó Kirsti a su hermana alacomodarse junto a ella en la ancha cama que compartían—.Cuéntame uncuentodehadas.

Annemarie sonrió y abrazó a su hermana en la oscuridad. Los niñosdanesesconocíanmuchoscuentosdehadas.HansChristianAndersen,elmásfamosodelosautoresdecuentos,eradanés.

—¿Quieresquetecuenteeldelasirena?—EraelpreferidodeKirsti.PeroKirstidijoqueno.—Cuéntameel que empieza conun reyyuna reinaque tienenunahija

muyguapa.—Vale.Éraseunavezunrey…—comenzóAnnemarie.—Yunareina—susurróKirsti—.Noteolvidesdelareina.—Yunareina.Vivíanenunpalaciomaravillosoy…—¿NosellamabaelpalacioAmalienborg?—preguntóKirsti,soñolienta.—Chiist.Dejadeinterrumpirmeonoacabaréelcuentonunca.No,noera

Amalienborg.Eraunpalacioimaginario.Annemariese inventólahistoriadeunreyyunareina,ydesupreciosa

hija,laprincesaKirsten;adornóelcuentoconbailesdegala,fabulosostrajesbordadosenoroybanquetesdepastelesrecubiertosdeazúcarrosa,hastaquela respiración pausada y profunda de su hermana le indicó que se habíaquedadodormida.

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Se calló y esperó un momento a que Kirsti le preguntara: «¿Qué pasóentonces?»PeroKirstipermaneciócallada.Annemariesepusoapensarenelrey verdadero,ChristianX, y en el palacio verdadero,Amalienborg, dondeestevivía,enelcentrodeCopenhague.

¡CómoestimabaelpueblodeDinamarcaalreyChristian!Noseparecíaalos reyes de los cuentos de hadas, que daban órdenes a sus siervos, sesentaban en tronos dorados exigiendo que los entretuvieran y buscaban elmarido ideal a sus hijas. El rey Christian era un ser humano auténtico, unhombrederostrograveybondadoso.Ellalohabíavistoamenudocuandoerapequeña.Todas lasmañanas, el rey salía de palacio a lomos de su caballo,Jubilee,ycabalgabaporlascallesdeCopenhaguesaludandoasupueblo.Aveces,cuandoAnnemarieerapequeña,suhermanamayor,Lise,lallevabaaesperarenunaesquinaelpasodelreyChristian.Devezencuando,elreylesdevolvía el saludo y sonreía. «A partir de ahora eres una persona muyespecial,porquetehasaludadounrey»,ledijoLiseenunaocasión.

Annemarie volvió la cabeza sobre la almohada y contempló la nocheoscura de septiembre por el resquicio de las cortinas. Cuando pensaba enLise,suqueridahermana,siempretansolemne,seentristecía.

Poresovolvióapensarenelrey,quien,alcontrarioqueLise,aúnvivía.Recordóunahistoriaquesupadre lecontóunanoche,pocodespuésdequeDinamarca se rindiera y los soldados comenzaran a montar guardia en lasesquinas.

Mientrassupadrepaseabacercadelaoficinayesperabaenunaesquinaparacruzar la calle, vio al rey Christian dando su paseo matutino. Un soldadoalemán se volvió de repente hacia un joven y le preguntó: «¿Quién es esehombrequepasea a caballo todas lasmañanas?»Supadre sonrió entonces,porque le hizo gracia que el soldado no lo supiera. Oyó que el chico lerespondía:«Esnuestrorey.ElreydeDinamarca».«¿Dóndeestásuescolta?»,lepreguntóelsoldado.

—¿Ysabesquélecontestóeljoven?—ledijosupadre.Annemarieestabasentadaensusrodillas.Entonceserapequeña,soloteníasieteaños.Negóconlacabezaenesperadelarespuesta—.Elchicoafrontólamiradadelsoldadoyledijo:«TodaDinamarcaessuescolta».

Annemarieseestremeció.Leparecióunarespuestamuyvaliente.—¿Esverdadloquedijoelchico,papá?—lepreguntó.

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Su padre meditó un instante. Siempre meditaba las preguntas antes deresponder.

—Sí—afirmó al fin—. Es verdad. Cualquier ciudadano de DinamarcadaríasuvidaporprotegeralreyChristian.

—¿Tútambién,papá?—Sí.—¿Ymamá?—Mamátambién.Annemarievolvióaestremecerse.—Entoncesyotambién,papá.Sifueranecesario.Permanecieronensilenciounmomento.Sumadreloscontemplabadesde

otro rincón de la sala. Aquella noche, tres años antes, su madre hacíaganchillo:elencajedeuna fundadealmohadaparaelajuardeLise.Movíalosdedosconrapidezyconvertíaeldelgadohiloblancoenunbordadofinoeintrincado.LiseteníaentoncesdieciochoañosyestabaapuntodecasarseconPeterNeilsen.CuandoLiseyPetersecasaran,decíasumadre,AnnemarieyKirstitendríanunhermano.

—Papá—dijo al fin Annemarie, rompiendo el silencio—, ¿por qué nopudoprotegemosel rey?¿Porquéno luchócontra losnazisparaevitarquevinieranaDinamarcaconsusarmas?

Supadresuspiró.—Somos una naciónmuy pequeña—le explicó—.Y ellos un enemigo

muypoderoso.Nuestro rey fue inteligente.SabíaqueDinamarca teníamuypocossoldados.Sabíaquemoriríanmuchosdaneses.

—EnNoruegaleshicieronfrente—señalóAnnemarie.Supadreasintió.—Losnoruegospelearonconvalentía.Allíhaymontañasmuyaltas,ylos

soldadosseescondieronenellas.Apesardetodo,losaplastaron.Annemarie recordó elmapa deNoruega que había en el colegio. En el

mapa del colegio, Noruega era de color rosa y estaba sobre Dinamarca.ImaginólafranjarosadeNoruegaaplastadaporunpuño.

—¿TambiénhaysoldadosalemanesenNoruega,comoaquí?—Sí—lerespondiósupadre.—EnlosPaísesBajostambién—añadiósumadredesdeelotrorincónde

lasala—.YenBélgicayFrancia.—Pero¡noenSuecia!—exclamóAnnemarie,orgullosadesabertantodel

mundo.

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Sueciaeraazulenelmapadelcolegio,yademásellahabíavistoSuecia,aunque nunca hubiese estado allí. Desde la casa de tíoHenrik, al norte deCopenhague,seveíatierraalotroladodelmar,lazonadelmardelNortequellamabanKattegat.«AquelloqueseveesSuecia.Estásviendootropaís»,lehabíadichotíoHenrikenunaocasión.

—Escierto—ledijosupadre—.Sueciasiguesiendolibre.

Yahora, tres añosdespués, seguía siendocierto.Peromuchas cosashabíancambiado. El rey Christian envejecía, y el año anterior resultó herido degravedadalcaersedesucaballo,elviejoylealJubilee,conelquepaseóporCopenhague tantas mañanas. Durante días, toda Dinamarca se entristeciópensandoquemoriría.

Peronomurió.ElreyChristianXsalióadelante.Fue Lise quien murió. Fue su hermana Lise, esbelta y guapa, quien

fallecióenunaccidentedossemanasantesdesuboda.Enelbaúldemaderatallada y forrado de tela azul que había en un rincón del dormitorio —Annemarie podía ver su silueta en la oscuridad— estaban guardadas lasfundasdealmohadadelajuardeLise,conlosencajesquehizosumadre,eltraje de novia con el cuello bordado amano, y el traje amarillo con el quebailó,losvolantesalaire,eldíaquesecelebrósucompromisoconPeter.

LospadresdeAnnemarienuncahablabandeLise.Jamásabríanelbaúl.PeroAnnemarielohacíaaveces,cuandosequedabasolaenelapartamento;asolas,acariciabalascosasdeLiseyrecordabaaaquellahermana,bondadosaydulce,queestuvoapuntodecasarseytenerhijos.

Peter,elnoviodesuhermana,nosecasóconnadiedespuésdequeLisemurió.Cambiómucho.ParaAnnemarieyKirstihabíasidocomounhermanomayor,alegreyjuerguista,siempredispuestoabromear,autordeincontablestravesuraseinsensateces.Aúnibaconfrecuenciaalapartamentoysaludabaalasniñasconsonrisasymuestrasdeafecto,perosolía tenerprisayhablabaapresuradamenteconlospadresdeAnnemariedecosasqueellanoentendía.Dejóde cantar las canciones disparatadas que antañohicieron retorcerse derisaaAnnemarieyaKirsti.Nuncasequedabamuchotiempoconellos.

El padre deAnnemarie también cambió. Parecía derrotado,muchomásviejoycansado.

Todoelmundohabíacambiado.Solopermanecíaninmutablesloscuentosdehadas.

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—Y vivieron felices y comieron perdices. —Annemarie susurró en laoscuridadelfinaldelcuento.

Suhermanadormíajuntoaellaconelpulgarenlaboca.

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3¿DÓNDEESTÁLASEÑORAHIRSCH?

Losdíasdeseptiembretranscurríanunotrasotro,siempreigual.AnnemarieyEllenibanalcolegiojuntas,ytambiénvolvíanjuntasacasa,aunqueahoralohacían por un camino más largo para no toparse con el soldado alto y sucompañero.Kirstiarrastrabalospies trasellaso trotabadelante,sinalejarsedemasiado.

Porlatarde,susmadresseguíantomando«café»juntas.Cuandolosdíasfueronacortándosey lasprimerashojascayeronde losárboles, leshicieronunabufanda,porque seacercabaotro invierno.Todos recordabanelúltimo.Noquedaba combustible para las casas enCopenhague, y en las noches deinviernohacíaunfríoinsoportable.

Como tantas otras familias delmismo edificio, los Johansen abrieron laantigua chimenea e instalaron una pequeña estufa con la que calentarsecuandopodíanencontrarcarbón.Enocasiones,sumadretambiénloutilizabaparacocinar,porquehabíacortesdeelectricidad.Porlanochesealumbrabanconvelas.Aveces,elpadredeEllen,queeramaestro,sequejabaporquenoveíaconaquellaluzparacorregirlosexámenesdesusalumnos.

—Pronto habrá que poner otra manta en la cama —dijo la señoraJohansenaAnnemarieunamañanacuandoarreglabaneldormitorio.

—Kirstiyyotenemossuertededormirjuntasypoderdarnoscalorunaalaotraeninvierno—dijoAnnemarie—.¡PobreEllen,quenotienehermanas!

—Cuandohagafrío,semeteráen lacamaconsuspadres—comentósumadre,sonriendo.

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—RecuerdocuandoKirstidormíaconpapáycontigo.Teníaquequedarseen su cuna, pero a medianoche se metía en la cama con vosotros —dijoAnnemarie,recomponiendolasalmohadas.

Entonces vaciló y observó a su madre, pues pensaba que quizá habíadicho algomalo, algoque llevaría una expresiónde tristeza a su rostro.Laépoca en que Kirsti dormía con sus padres era la misma en que Lise yAnnemariecompartieronaquellacama.

Perosumadreseriodebuenagana.—Yotambiénmeacuerdo—aseguró—.¡Avecessehacíapisenlacama

amedianoche!—¡No!—protestóKirsti con arrogancia desde la puerta—. ¡No lo hice

nunca!Sumadre,aúnriéndose,searrodillóybesóaKirstienlamejilla.—Es hora de ir al colegio, chicas —dijo. Comenzó a abotonarle la

chaqueta a Kirsti—. Vaya —gruñó de repente—. Mira. Este botón se hapartidoporlamitad.Annemarie,despuésdelcolegioveconKirstialatiendadelaseñoraHirsch.Aversicompráisunbotóncomolosdelachaqueta.Tedaréalgunascoronas,nocostarámucho.

Pero después del colegio, cuando fueron con Ellen a la tienda, queAnnemarie siempre recordaba abierta, la encontraron cerrada. En la puertahabíauncandadonuevoyunletrero.Peroelletreroestabaescritoenalemán.Noentendieronloquedecía.

—¿EstaráenfermalaseñoraHirsch?—sepreguntóAnnemariealalejarse.—Lavielsábado—dijoEllen—.Ibaconsumaridoysushijos.Parecían

estarbien.Lospadres,almenos,porqueloshijossonunespanto.—Soltóunacarcajada.

Annemariehizounamueca.LosseñoresHirschvivíanenelbarrio,porloqueellasveíanconfrecuenciaasuhijoSamuel.Eraunjovenaltoqueusabaunas gafas con cristales gruesos y tenía los hombros caídos y el cabellorevuelto.Ibaalcolegioenbicicleta,inclinadosobreelmanillar,conlosojosentrecerrados y la nariz arrugada para que no se le cayeran las gafas. Labicicleta tenía ruedas demadera, porque era imposible conseguir ruedas decaucho,ycrujíaytraqueteabaporlascalles.

—Sehabránidodevacacionesalaplaya—opinóKirsti.—Lomásseguroesquesehayanllevadounacestallenadepasteles—se

burlóAnnemariedesuhermana.—Sí,supongoquesí—replicóKirsti.

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AnnemarieyEllenintercambiaronunamiradaquesignificaba:«¡Kirstiesuna boba!» Ningún habitante de Copenhague había ido de vacaciones a laplayadesdequecomenzólaguerra.Yhacíamesesquenohabíapasteles.

«Enesecaso—pensóAnnemarie,echandounúltimovistazoa la tiendaantes de doblar la esquina—, ¿dónde estará la señora Hirsch? La familiaHirsch se ha marchado a algún sitio. ¿Por qué otro motivo cerrarían latienda?»

Sumadreseinquietóalconocerlanoticia.—¿Estássegura?—lepreguntórepetidasveces.—Encontraremos otro botón por ahí —le aseguró Annemarie—. O

podemos descoser uno de los de abajo y coserlo más arriba. No se notarámucho.

Peronoparecíaserlachaquetaloquepreocupabaasumadre.—¿Estásseguradequeelletreroestabaescritoenalemán?—lepreguntó

—.Esposiblequenotefijarasbien.—Mamá,elcartelteníaunacruzgamada.Sumadresevolvióconunamiradadedesconcierto.—Annemarie, cuida de tu hermana un rato.Y ponte a pelar las patatas

paralacena.Volverépronto.—¿Adóndevas?—preguntóAnnemariealdirigirsesumadrealapuerta.—QuierohablarconlaseñoraRosen.Confundida,Annemarievioasumadresalirdelacasa.Fuealacocinay

abrió lapuertade laalacenadondeguardaban laspatatas.Todas lasnochescenabanpatatas.Ymuypocomás.

Annemarie estaba casi dormida cuando dieron unos golpecitos en lapuertadeldormitorio.Alabrirselapuertavioasumadreentrarconunavela.

—¿Estásdormida,Annemarie?—No.¿Porqué?¿Ocurrealgo?—Nada malo. Levántate y ven a la sala. Ha venido Peter. Papá y yo

queremosdecirtealgo.Annemarie saltóde la cama,yKirstimurmuróen sueños. ¡Peter!No le

veíadesdehacíamuchotiempo.Lecausabaciertainquietudqueestuvieraallíaquella noche.Copenhague se encontraba bajo el toque de queda y ningúnciudadanopodíasalira lacalledespuésdelasocho.Ellasabíaqueeramuypeligroso que Peter estuviera allí. Aunque sus visitas eran siempreapresuradas—poralgúnmotivoqueAnnemarienocomprendíabien,parecíancasisecretas—,eraunaalegríaveraPeter.Letraíarecuerdosdetiemposmásfelices.YsuspadrestambiénqueríanaPeter.Decíanqueeracomounhijo.

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Descalza, corrió por la casa hasta llegar a los brazos de Peter, quiensonrió,labesóylerevolvióellargocabello.

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—Hascrecidodesdelaúltimavezquetevi—ledijo—.¡Erestodapiernas!Annemarieserio.—El viernes gané la carrera de chicas en el colegio—le dijo, ufana—.

¿Dóndehasestado?¡Tehemosechadodemenos!—Tengoqueviajarmucho,porel trabajo—leexplicóPeter—.Mira, te

he traído una cosa. AKirsti también.—Rebuscó en el bolsillo y sacó dosconchasmarinas.

Annemarie dejó lamás pequeña en lamesa para su hermana. Cogió laotra; lapusobajo la luzyobservó la superficie jaspeadaypulida.EramuypropiodePeter,siempredabaconelmejorregalo.

—A mamá y papá les he traído algo más práctico. ¡Dos botellas decerveza!

LospadresdeAnnemariesonrieronyalzaronlosvasos.Supadrebebióuntragoyselimpiólaespumadellabiosuperior.Despuéssepusoserio.

—Annemarie—ledijo—,Peternoshacomentadoquelosalemaneshandadoordendecerrarmuchastiendasdejudíos.

—¿Judíos?—repitióAnnemarie—.¿LaseñoraHirschesjudía?¿Poresocerraronlamercería?¿Porquélohanhecho?

Peterseadelantó.—Es su forma de atormentarlos. Están empeñados en perseguir a los

judíos.Haocurridoenotrospaíses.Allí llevan tiempohaciéndolo.Noshandadounrespiro,peroalparecerahoraempiezanaquí.

—Pero ¿por qué la mercería? ¿Qué hay de malo en una mercería? LaseñoraHirschesunamujerencantadora.InclusoSamuel…Aunqueseatonto,jamásharíadañoanadie.¿Cómopodría…?Pero¡sicasinoveconesasgafasque lleva!—AAnnemarie se le ocurrió algomás—. Si no pueden venderbotones,¿dequévanacomer?

—Sus amigos se ocuparán de ellos —le dijo su madre en tonotranquilizador—.Paraesoestánlosamigos.

Annemarie asintió. Su madre tenía razón, claro. Los amigos y vecinosiríanacasadelafamiliaHirschylesllevaríanpescado,patatas,pan,yhierbasparahacer té.QuizáhastaPeter les llevaríaunacerveza.Estaríanbienhastaquelespermitiesenabrirlatiendadenuevo.

Derepente,Annemariesesobresaltóylosmiróconcaradeasombro.—¡Mamá!—exclamó—.¡Papá!¡LosRosentambiénsonjudíos!Suspadresasintieronconrostrosseriosyapesadumbrados.—Esta tarde, cuando me contaste lo de la mercería, hablé con Sophy

Rosen—leexplicósumadre—.Sabeloqueocurre,peronocreequelespase

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nada.Annemariemeditóylocomprendió.Setranquilizó.—ElseñorRosennotieneningunatienda.Esmaestro.¡Nopuedencerrar

todaunaescuela!—DirigióaPeterunamiradainterrogadora—.¿Verdad?—CreoquealosRosennolespasaránada—latranquilizó—.Perocuida

detuamigaEllen.Ynoosacerquéisalossoldados.TumadremehacontadoloqueosocurrióenØsterbrogade.

Annemarieseestremeció.Casihabíaolvidadoelincidente.—Noocurriónada.Creoquesoloestabanaburridosyqueríancharlarcon

alguien.—Sevolvióasupadre—.Papá,¿teacuerdascuandooísteloqueelchicoledecíaalsoldado,quetodaDinamarcaseríalaescoltadelrey?

Supadresonrió.—Nuncaloolvidaré—contestó.—Bueno—dijoAnnemarie—,puesahoracreoquetodaDinamarcadebe

hacerdeescoltadelosjudíos.—Asíserá—lerespondiósupadre.Petersepusoenpie.—Tengo que irme—anunció—. Y tú, patilarga, ya es hora de que te

vayasadormir.—VolvióaabrazaraAnnemarie.

Más tarde, cuandoestabaen la cama juntoal cuerpocálidode suhermana,Annemarierecordóquesupadre,tresañosantes,ledijoqueélprotegeríaalrey.Yquesumadretambiénloharía.YAnnemarie,consieteaños,anuncióorgullosaqueellatambiénleprotegería.

Ahorateníadiezañosyeraalta,yyanosoñabaconpastelesrecubiertosdeazúcarrosa.Ahora,ellaytodoslosdanesesseríanlaescoltadeEllen,ydelospadresdeEllen,ydetodoslosjudíosdaneses.

¿Moriría ella por protegerlos? ¿Seguro? En aquel momento, a oscuras,Annemarietuvolahonestidaddereconocerquenolosabíaconcerteza.

Porunmomentosintiómiedo.Perosesubiólasábanahastaelcuelloysetranquilizó.Al finyalcabo, todoera imaginario,nadaera real.Soloen loscuentosdehadas laspersonas teníanque servalientesydar lavidapor losdemás. Aquello no ocurría en la Dinamarca verdadera. Sí, los soldadosestabanallí;eracierto.YlosvalienteslíderesdelaResistencia,queavecesperdíanlavida;tambiéneracierto.

¿YlagentenormalcomolosRosenylosJohansen?Annemarietuvoqueadmitir, revolviéndose intranquila en el silencio de la oscuridad, que tenía

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suerte de ser una persona normal, a quien nunca se le pediría que tuviesevalor.

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4UNANOCHEMUYLARGA

Ellen y Annemarie estaban tumbadas en el suelo de la sala jugando conmuñecasdepapel.SehabíanquedadosolasmientraslamadredeAnnemariehacía las compras con Kirsti. Recortaron lasmuñecas de las revistas de lamadredeAnnemarie.Lasdamasdepapelteníanpeinadosytrajesanticuados,ylaschicaslas llamabancomolospersonajesdel librofavoritodelamadredeAnnemarie. Lamadre deAnnemarie les había contado la historia deLoqueelvientosellevó,yaellaslespareciómuchomásinteresanteyrománticaqueloscuentosdehadasquelegustabanaKirsti.

—Vamos,Melania—decíaAnnemarie,paseandosumuñecaporelbordedelaalfombra—.Vistámonosparaelbaile.

—Estábien,Escarlata,yavoy—respondióEllenconunavozestudiada.Tenía talento para ser actriz; a menudo encamaba a los personajes

principalesenlasobrasquerepresentabanenlaclasedeteatro.LosjuegosdeimaginacióneransiempredivertidosencompañíadeEllen.

LapuertaseabrióyKirstientróofuscada,conlosojosllenosdelágrimas.Su madre la siguió con una expresión irritada y dejó un paquete sobre lamesa.

—¡Que no! —aulló Kirsti—. ¡No me los pondré nunca, aunque meencierresymecastigues!

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Annemarie sonrió y dirigió a su madre una mirada interrogadora. LaseñoraJohansensuspiró.

—LehecompradoaKirstiunoszapatosnuevos—explicó—.Lossuyosselehanquedadopequeños.

—Pero ¡Kirsti!—exclamóEllen—.Siyoestoydeseandoquemimadremecompreunos zapatosnuevos.Meencanta todo lonuevo, y hoydía haypocascosasnuevasenlastiendas.

—Pero¡sondeunapescadería!—chillóKirsti—.¡Lasdemásmadresnoobliganasushijasaponerseunoszapatosdepescado!

—Kirsti—ledijo sumadre convoz apaciguadora—, sabesbienquenoeraunapescadería.¡Sifueunasuerteencontrarunoszapatosnuevos!

Kirstisesorbiólanariz.—Enséñaselos—dijoacontinuación—.Anda,enséñalesaAnnemarieya

Ellenlofeosqueson.Sumadreabrióelpaqueteysacóunpardezapatosdeniña.Losmostró,y

Kirstiapartólamiradacondisgusto.—Sabesquenohaycuero—leexplicósumadre—.Yunoshombreshan

encontrado el modo de hacer zapatos con piel de pescado. A mí no meparecentanfeos.

Annemarie y Ellen contemplaron los zapatos de piel de pescado.Annemarie cogió uno y lo examinó. Era extraño; se le veían las escamas.Pero,alfinyalcabo,eraunzapato,yasuhermanalehacíanfaltaunos.

—Noestántanmal,Kirsti—dijo,mintiendounpoco.Ellenledabavueltasalotroenlamano.—¿Sabes?,loúnicoquemeparecefeoeselcolor.—¡Sonverdes!—gimióKirsti—.¡Nuncajamásmepondréunoszapatos

verdes!—Mi padre tiene en casa un tintero de tinta negra—dijo Ellen—. ¿Te

gustaríanmássifuerannegros?Kirstifruncióelceño.—Alomejor—dijofinalmente.—Puesentoncesestanoche,si tumadrequiere,mellevaréloszapatosa

casaparaquemipadrelostiñadenegroconlatinta.LaseñoraJohansenserio.—Creoquemejoraríanbastante.¿Quéteparece,Kirsti?Kirstivaciló.—¿Brillarán?—preguntó—.Quieroquebrillen.Ellenasintió.

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—Creoquesí.Vanaquedarmuybonitos,negrosybrillantes.Kirstiasintió.—Bueno—accedió de palabra—. Pero no le digas a nadie que son de

pescado.No quiero que lo sepa nadie.—Cogió los zapatos nuevos con ungesto de desprecio y los dejó en una silla. Después miró con interés lasmuñecasdepapel—.¿Puedojugaryotambién?—preguntó—.¿Puedocogerunamuñeca?—YsesentóenelsueloentreAnnemarieyEllen.

«¡Qué pesada es Kirsti a veces! —pensó Annemarie—. Siempre estáentrometiéndose». Pero el piso era pequeño. Kirsti no podía jugar en otraparte.Ysiledecíanquesemarchara,sumadreseenojaría.

—Toma. —Annemarie le dio una muñeca recortada a su hermana—.Estamos jugando aLoque el viento se llevó.Melania yEscarlata van a unbaile.TúserásBonnie.BonnieeslahijadeEscarlata.

Kirstihizodarsaltosdealegríaasumuñeca.—¡Voyaunbaile!—proclamóconunavocecillaafectada.Ellenserio.—Nopodemos llevar a unaniñapequeña aunbaile.Vamos a ir a otro

lado.¡VamosaTivoli!—¡A Tivoli! —Annemarie comenzó a reírse—. ¡Tivoli está en

Copenhague!¡LoqueelvientosellevóocurreenAmérica!—¡A Tivoli, a Tivoli, a Tivoli! —cantaba la pequeña Kirsti, haciendo

danzarasumuñecaencírculos.—Da igual, solo es un juego—señaló Ellen—. Tivoli puede estar allí,

junto a aquella silla. Vamos, Escarlata —dijo con su voz de muñeca—.Iremos a Tivoli a bailar y a ver los fuegos artificiales. ¡Quizá hastaencontremos algún hombre apuesto! Tráete a tu hija Bonnie para que sediviertaeneltiovivo.

AnnemariesonrióyllevóasumuñecaEscarlatahacialasilladondeEllenhabía situado Tivoli. Tivoli estaba en el centro deCopenhague, y a ella leencantaba ir allí; sus padres la habían llevado a menudo, cuando era máspequeña.Recordabalamúsicaylaslucesdecolores,eltiovivoylosheladosy, en particular, las luminosas sesiones de fuegos artificiales: las enormesexplosionesdecolorylosdestellosenelcielonocturno.

—Deloquemásmeacuerdoesdelosfuegosartificiales—lecomentóaEllen.

—Yotambiénlosrecuerdo—intervinoKirsti.—Tonta—seburlóAnnemarie—.Nuncahasvistofuegosartificiales.—

El parque de atracciones Tivoli estaba cerrado. Las fuerzas de ocupación

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alemanaslohabíanincendiado,quizáparacastigaralosalegresdanesesporsusdiversionessencillas.

Kirstiseirguió.—Síqueloshevisto—espetó,agresiva—.Fueeldíademicumpleaños.

Medespertépor lanocheyoí lasexplosiones.Yseveían lucesenelcielo.¡Mamámedijoqueeranfuegosartificialesparacelebrarmicumpleaños!

Annemarielorecordóentonces.ElcumpleañosdeKirstieraafinalesdeagosto.Yaquellanoche,tansolounmesantes,tambiénaellaladespertarony asustaron las explosiones. Kirsti tenía razón: al sudeste, el cielo estabailuminado,ysumadrelatranquilizódiciéndolequelohacíanparacelebrarsucumpleaños. «¡Mira qué fuegos artificiales tan grandes para una niña tanpequeña!», le dijo, sentándose en la cama y apartando la cortina para quevieraelcieloiluminado.

Aldía siguiente,elperiódicode la tarde les informóde la tristeverdad.Los daneses habían destruido su propia flota. Volaron las naves una a unacuandolosalemanesseacercabanarequisarlas.

«¡Quétristedebedeestarelrey!»,oyóAnnemariequesumadreledecíaasupadrecuandoleyeronlanoticia.

«¡Quéorgulloso!»,respondiósupadre.Annemarie tambiénhabíasentido tristezayorgulloal imaginarseal rey,

altoyviejo,contemplar,quizáconlosojosenturbiadosporlaslágrimas,losrestosdesupequeñaflotaenelfondodelpuerto.

—Ya no tengomás ganas de jugar, Ellen—dijo de repente, dejando lamuñecadepapelenelsuelo.

—De todosmodos, es hora de queme vaya—dijoEllen—.Tengo queayudar a mi madre a limpiar la casa. El jueves celebramos nuestro AñoNuevo,¿nolosabías?

—¿Porquéesvuestro?—preguntóKirsti—.¿Noeselnuestrotambién?—No.EselAñoNuevodelosjudíos.Sololocelebramosnosotros.Pero

si tú quieres, Kirsti, puedes venir a casa esa noche a ver cómo mi madreenciendelasvelasdelcandelabro.

Muchosviernes, la señoraRosen invitaba aAnnemariey aKirsti a quevierancómoencendíanlasvelasdelcandelabrodesietebrazos.Secubríalacabezaconunveloy rezabaunaoraciónenhebreo.Annemariepermanecíainmóvil y observaba boquiabierta; incluso Kirsti, que era una charlatana,siempresequedabacalladaenaquelmomento.Nosabíanloquesignificabanlaspalabras,perosentíanqueeraunmomentomuyespecialparalosRosen.

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—Sí—aceptóKirsti,feliz—.Iréavercómotumadreenciendelasvelas,ymepondrémiszapatosnegrosnuevos.

Pero aquella vez sería diferente. El jueves, cuando iba al colegio con suhermanapor lamañana temprano,Annemarievioa losRosendirigirse a lasinagogavestidosconsusmejoresropas.SaludóaEllen,quienledevolvióelsaludoagitandolamano.

—¡QuésuertetieneEllen!—ledijoAnnemarieaKirsti—.Hoynotienequeiralcolegio.

—Perotendráquequedarsemuy,muyquieta,comonosotrosenlaiglesia—lerecordóKirsti—.Esonoesnadadivertido.

Aquella tarde, la señora Rosen fue a casa de Annemarie. Llamó a lapuerta, pero no entró. Se quedó en el vestíbulo hablando con voz tensa yprecipitadaconlamadredeAnnemarie.Cuandosumadreregresó,teníaunaexpresiónconsternada,perosuvozeraalegre.

—Chicas—lesdijo—,osvoyadarunasorpresaestupenda.¡Ellenvendráestanocheacasaysequedaráconnosotrosunosdías!Hacemuchoquenotenemosinvitados.

Kirstiaplaudióencantada.—Pero mamá —objetó Annemarie, preocupada—, es su Año Nuevo.

¡Iban a celebrarlo! Ellenme dijo que sumadre se las había arreglado paraconseguir unpollopor ahí yque iban a asarlo… ¡Elprimerpollo asado enmásdeunaño!

—Hancambiadodeplanes—lerespondiósumadreentonoenérgico—.LosRosentienenqueiravisitaraunpariente,asíqueEllensequedaráconnosotros. Venga, que tenemos mucho que hacer. Vamos a poner sábanaslimpiasenvuestracama.Kirsti, túdormirásconpapáymamáestanoche,ydejaremosqueellasdosduermanjuntas.

Kirstipusomalacaraehizoademándeprotestar.—Mamá tecontaráuncuentoespecialestanoche—ledijosumadre—.

Unoparatisola.—¿Deunrey?—preguntóKirsti,indecisa.—Deunrey,sitúquieres—respondiósumadre.—Vale—accedióKirsti—.Perotambiéntienequehaberunareina.

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AunquelaseñoraRosenenvióelpolloalosJohansen,ylaseñoraJohansenpreparóunacenaestupenda,suficienteparaquerepitierantodos,nofueunanochede risasycharla.Ellenestuvocallada toda lacena.Parecíaasustada.LosseñoresJohansenintentaronhablardecosasdivertidas,peroeraevidenteque estaban preocupados, y Annemarie también se preocupó. Solo Kirstiparecíanoadvertirelambientetenso.Balanceandolospiesenfundadosensusnuevoszapatosnegrosybrillantes,parloteóyriodurantetodalacena.

—Yaeshoradequenosvayamosalacama,pequeña—anunciósumadrecuandoterminarondelavarlosplatos—.Necesitamostiempo,recuerdaquetehe prometido contarte una historia larga de un rey y una reina. —YdesaparecióconKirstieneldormitorio.

—¿Quéocurre?—preguntóAnnemarieencuantoellayEllensequedaronasolasconsupadre—.Ocurrealgo.¿Quées?

Supadreteníaunaexpresiónpreocupada.—Ojalá no tuviera que decirte nada de esto —dijo pausadamente—.

Ellen, túya losabes.AhoradebemosdecírseloaAnnemarie.—SevolvióaAnnemarieyleacaricióelcabello—.Estamañana,enlasinagoga,elrabinolesdijoalosfielesquelosnazissehabíanllevadodeallíelregistrocontodoslosnombresydomiciliosdelosjudíos.Comoesnatural,losRosenestabanenesalista,aligualquelosdemás.

—¿Porqué?¿Paraquéquierensaberlosnombres?—Piensanarrestaratodoslosjudíosdaneses.Quierenllevárseloslejos.Y

noshandichoquepuedenvenirestanoche.—¡Noentiendo!¿Llevárselosadónde?Supadremeneólacabeza.—No sabemos adónde, ni en realidad sabemos por qué. Lo llaman

«reasentamiento». Ni siquiera sabemos lo que eso significa. Solo sabemosqueestámal,queespeligrosoyquedebemosayudar.

Annemarieestabaasombrada.MiróaEllenyvioquesuamigallorabaensilencio.

—¿Dónde están los padres de Ellen? ¡También debemos ayudarles aellos!

—Nopodíamosalojarlosalostres.SilosalemanesvinieranaregistrarelpisodescubriríanlapresenciadelosRosen.Podemosocultaraunapersona,noatres.PeterhaayudadoalospadresdeEllenaesconderseenotrolugar.Nosabemosdónde.Ellentampocolosabe.Peroseencuentranasalvo.

Ellengimióenvozaltaysellevólasmanosalacara.ElseñorJohansenlepasóelbrazoporloshombros.

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—Estánasalvo,Ellen.Teloprometo.Losverásmuypronto.¿Noconfíasenmí?

Ellenvaciló,asintióyseenjugólaslágrimasconlamano.—Peropapá—dijoAnnemarie,mirandoasualrededorycontemplandoel

pequeñopisoconsusescasosmuebles:elsólidoymullidosofá,lamesaylassillas, la pequeña librería en una pared—, has dicho que la esconderemos.¿Cómovamosahacerlo?¿Dóndepuedeesconderse?

Supadresonrió.—Esa parte es fácil. Será como dijo tu madre: vosotras dos dormiréis

juntas, así podréis divertiros y contaros vuestros secretos. Y si vienealguien…

Ellenleinterrumpió.—¿Quiénpuedevenir?¿Soldadoscomolosquehayporlasesquinas?AnnemarierecordóloqueseasustóElleneldíaqueelsoldadolehabló.—Nocreoquevenganadie.Perononosvendrámalestarpreparados.Si

vinieraalguien,aunquefuesensoldados,vosotrasdosseréishermanas.Pasáismuchotiempojuntas,osseráfácilhacerospasarporhermanas.—Selevantóy fue a la ventana. Apartó el visillo ymiró a la calle. Afuera empezaba aoscurecer. Pronto tendrían que correr las cortinas gruesas que todos losdanesesteníanenlasventanas;laciudaddebíaestarcompletamenteaoscurasporlanoche.Todoloqueseoíaeraunpájaroquepiabaenunárbolcercano.Era la última noche de septiembre—.Venga, poneos el camisón. Será unanochemuylarga.

AnnemarieyEllen sepusieronenpie.De repente, el señor Johansen seacercóaellasylasabrazó.Lasbesóenlacabeza:ladeAnnemarie,decabellorubio,quelellegabaaloshombros,yladeEllen,decabellooscuro,recogidocomosiempreendostrenzas.

—Notengáismiedo—lesdijoenvozbaja—.Antesteníatreshijas.Estanochemesientoorgullosodevolveratenerlas.

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5¿QUIÉNESLADELCABELLOCASTAÑO?

—¿De verdad crees que vendrá alguien? —preguntó Ellen nerviosa,volviéndoseaAnnemarieeneldormitorio—.Tupadredicequeno.

—Claro que no. Los alemanes son unos bocazas. Solo se diviertenasustando a la gente.—Annemarie descolgó el camisón de una percha delarmario.

—Sivienealguien,almenos tendréoportunidadde interpretarunpapel.Fingiría que soy Lise. Aunque debería ser más alta. —Ellen se puso depuntillasparaparecermásalta.Serioenuntonomásrelajado.

—Elañopasadointerpretastemuybien tupapeldeHadaMalvadaen larepresentación del colegio—le aseguróAnnemarie—. Cuando seasmayor,deberíasseractriz.

—Mipadrequierequeseamaestra.Quierequetodoelmundoseamaestrocomoél.Quizápuedaconvencerleparaquemedejeiraunaescueladeartedramático.—Ellenvolvióaponersedepuntillasehizounademánimperiosocon el brazo—. Soy el Hada Malvada —entonó con dramatismo—. ¡Hevenidoaadueñarmedelanoche!

—¡Deberías ensayar a decir: «Soy Lise Johansen»! —le aconsejóAnnemariesonriendo—.SiledijerasalosnazisqueereselHadaMalvada,tellevaríanaunmanicomio.

Ellenabandonósuposedeactrizysesentósobrelacamaconlaspiernascruzadas.

—¿Deverdadcreesquenovendrán?—lepreguntódenuevo.

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Annemariemeneólacabeza.—Teloaseguro—dijobuscandoelcepillo.Antesdeacostarse, laschicashablaronunratoenvozbaja.Enrealidad,

no era necesario hablar en voz baja; al fin y al cabo, se suponía que eranhermanas,yelpadredeAnnemarieleshabíadichoquepodíanreírycharlar.Lapuertadeldormitorioestabacerrada.

Pero, de algún modo, esa noche parecía distinta a las demás. Por esohablabanenvozmuybaja.

—¿Cómo murió tu hermana, Annemarie? —le preguntó Ellen deimproviso—.Recuerdo cuándo ocurrió.Y recuerdo el funeral…Ha sido laúnica vez que he entrado en una iglesia luterana. Pero nunca supe qué lesucedió.

—Yo tampoco lo sé exactamente—confesóAnnemarie—. Ella y Peterfueron a algún sitio, después alguien llamó por teléfono y dijo que habíansufridounaccidente.Mamáypapácorrieronalhospital…¿RecuerdasquetumadrevinoaquedarseconKirstiyconmigo?Kirstiyasehabíadormidoynose enteró de nada, porque entonces era muy pequeña. Pero yo me quedédespierta,yestabaenlasalacontumadrecuandomispadresvolvieronacasaamedianocheymedijeronqueLisehabíamuerto.

—Recuerdo que llovía —dijo Ellen tristemente—. Seguía lloviendocuandomimadremelodijoporlamañana.Mimadrelloraba,ymeparecióquelalluviaeracomoelllantodelmundo.

Annemarie terminó de cepillarse el cabello y le entregó el cepillo a sumejor amiga. Ellen se deshizo las trenzas, se apartó el cabello rizado de lacadenaquellevabaalcuello,lacadenadelaquecolgabalaestrelladeDavid,ycomenzóacepillarse.

—Creoque,enparte,lalluviatuvolaculpa.Dijeronquelaatropellóuncoche. Supongo que las calles estaban resbaladizas, oscurecía y quizá elconductor no la vio—continuó recordandoAnnemarie—.Mipadre parecíaenfadado.Cerraba lamanoenunpuñoygolpeabacontra laotra.Recuerdocómosonaba:plaf,plaf,plaf.

Semetieronjuntasenlacamaysearroparonconlasmantas.Annemarieapagó la vela de un soplo y apartó las cortinas para que entrase aire por laventanaabiertajuntoalacama.

—¿Ves ese baúl azul en el rincón?—le preguntó a Ellen, señalando laoscuridad—.LascosasdeLiseestánguardadasahí.Mispadresnohanvueltoasacarlasdesdequelasguardaron.

Ellensuspiró.

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—Habríaestadoguapísimaconel trajedenovia.Teníaunasonrisamuybonita.Avecesyoimaginabaqueeramihermana.

—Aellalehabríagustado—ledijoAnnemarie—.Tequeríamucho.—Esoes lopeordelmundo—susurróEllen—.Morir tan joven.Nome

gustaríaquelosalemanessellevaranamifamilia,quenoshicieranvivirenotrolugar.Contodo,noseríatanmalocomomorir.

Annemarieseacercóaellaylaabrazó.—Notellevaránaningúnsitio—ledijo—.Niatuspadrestampoco.Mi

padreteprometióqueestaríanasalvo,ysiemprecumplesuspromesas.Ytúestásasalvoconnosotros.

Durante un rato continuaron murmurando en la oscuridad, pero losmurmullosacabaronsiendointerrumpidosporlosbostezos.Porúltimo,Ellense callóy sedio lavuelta, yunminutodespués su respiración sehizomásacompasada.

Annemariemiró por la ventana; recortada sobre el fondo del cielo, unarama semecía suavemente.Todo le parecía familiar, incluso acogedor.Lospeligrosnoeranmásqueextrañas fantasíascomo lashistoriasde fantasmasqueseinventabanloschicosparaasustarseunosaotros:cosasquenopodíanocurrir. Annemarie se sentía totalmente segura en su casa: sus padres seencontraban en la habitación contigua, ella dormía junto a sumejor amiga.Bostezósatisfechaycerrólosojos.

Fuehorasdespués,peroaúndenoche,cuandoladespertaronbruscamentelosgolpesenlapuertadelacasa.

Annemarieabriólapuertadeldormitorioconcuidado,solounarendija,yatisboporella.Ellensesentóenlacamaconlosojosmuyabiertos.

Vioasuspadresenpijamamoviéndosedeunladoaotro.Sumadretratóde encender una vela pero, mientras Annemarie miraba, se acercó a unalámpara y la encendió. Hacía tanto tiempo que no se atrevían a utilizar laelectricidad, tan estrictamente racionada, que a Annemarie la sorprendió laluzque entrabapor el resquiciode la puerta.Vioque sumadredirigía unamiradarutinariaalascortinasparaasegurarsedequeestabanbiencerradas.

Supadreabriólapuertaalossoldados.—¿Esesta lacasadelosJohansen?—preguntóunavozgraveypotente

conunmarcadoacentoextranjero.—Nuestro nombre está en la puerta, y veo que lleva una linterna —

respondiósupadre—.¿Quédesea?¿Ocurrealgo?

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—Señora Johansen, tengo entendido que son ustedes amigos de susvecinos,losRosen—dijoelsoldadoconirritación.

—Sí,SophyRosenesmiamiga,escierto—admitiósumadreenvozbaja—.Porfavor,¿leimportaríanohablartanalto?Mishijasestándurmiendo.

—Entonces,¿serátanamablededecirmedóndeestánlosRosen?—Nosemolestóenbajarlavoz.

—Supongoqueestaránencasa,durmiendo.Sonlascuatrodelamañana—lerespondiósumadre.

Annemarieoyóalsoldadoatravesarlasalaendirecciónalacocina.Desdesuesconditetraslarendijadelapuerta,vioalcorpulentohombreuniformado,pistolaalcinto,mirandoalinteriordelacocinadesdelapuerta.

—El piso de los Rosen está vacío —dijo otra voz alemana—. NospreguntábamossinoestaríanvisitandoasusamigoslosJohansen.

—Bien—dijoelseñorJohansen,desplazándoseligeramenteparasituarsedelantedelapuertadeldormitoriodeAnnemarie,porloqueellanopudoverotracosaquelasombraoscuradesuespalda—,comove,seequivoca.Aquísoloestámifamilia.

—No tendrá inconveniente en que echemos un vistazo. —La voz erasevera,ynoeraunapregunta.

—Meparecequenotenemoselección—lecontestóelseñorJohansen.—Por favor, no despierten a mis hijas —les volvió a rogar la señora

Johansen—.Nohayporquéasustarlas.Las fuertes pisadas de las botas volvieron a cruzar la sala hacia la otra

habitación.Abrieronunapuertaylacerrarondegolpe.Annemariesealejódelapuertadepuntillas.Sedirigióaciegasalacama.—Ellen—susurró,apremiante—,¡quítateelcollar!Ellen se llevó las manos al cuello. Intentó desesperadamente

desabrocharse el colgante.Al otro lado de la puerta, continuaban las vocesbruscasyelruidodelaspisadas.

—¡Nopuedodesabrochármelo!—exclamóEllen,asustada—.¡Nopodréquitármelo…!¡Norecuerdocómosedesabrocha!

Annemarieoyóunavozalotroladodelapuerta.—¿Quéhayahí?—Chiist—respondiólaseñoraJohansen—.Eseldormitoriodemishijas.

Estándormidas.—Nogrites—leordenóAnnemarieaEllen—.Tedolerá.—Agarrólafina

cadenadeoro, tirócon todassusfuerzasy la rompió.Alabrirse lapuertae

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inundarseeldormitoriodeluz,seguardólacadenaenlamanoylacerróconfuerza.

Aterrorizadas, las chicas contemplaron a los tres soldados nazis queentraronenlahabitación.

Unodeloshombrespaseólaluzdelalinternaporlaestancia.Seacercóalarmario y miró en el interior. Con unmovimiento brusco, descolgó variosabrigosyunabataylosdejócaeralsuelo.

Eneldormitoriosolohabíaunacómoda,elbaúlazulenelrincónyunascuantasmuñecasdeKirstiamontonadasenunapequeñamecedora.Elsoldadosevolvióirritadohacialacama.

—¡Arriba!—ordenó—.Salidaquí.Temblando, las dos chicas se levantaron y, al salir a la sala, pasaron

rozandoalosotrosdossoldados.Annemariemiróasualrededor.Aquellostreshombresuniformadoseran

distintosa losquehabíapor lascalles.Lossoldadosde lascallessolíanserjóvenes y, a veces, despreocupados, y Annemarie recordó que el queapodaban «Jirafa» abandonó por un momento su actitud rígida y sonrió aKirsti.

Peroaquellostreshombreseranmayoresysusrostrosmostrabanodio.Suspadresestabandepieunojuntoalotro,conrostrosexpectantes,pero

Annemarie no vio a Kirsti por ninguna parte. Si la hubiesen despertadolloraría,opeoraún,seenfadaríaypatalearía.

—¿Cómoosllamáis?—rugióelsoldado.—AnnemarieJohansen.Yestaesmihermana…—¡Cállate!Quehableella.¿Cómotellamas?—ClavólavistaenEllen.Ellentragósaliva.—Lise—dijo.Seaclarólagarganta—.LiseJohansen.—Oiga—intervinolaseñoraJohansenconfirmeza—,yahavistoqueno

ocultamosnada.¿Puedenirselaschicasalacama?El soldado no le prestó atención. De repente, le cogió un mechón de

cabelloaEllen.Estahizounamuecadedolor.Elsoldadoseriocondesdén.—Tieneunahijarubiadurmiendoenlaotrahabitación.Ytieneestahija

rubia…—SeñalólacabezadeAnnemarie—.¿Dedóndesacóaestaotraconelcabellocastaño?—RetorcióelmechóndeEllen—.¿Deotrohombre?¿Dellechero?

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ElseñorJohansenseadelantó.

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—Nolehableamimujerdeesemodo.Suelteamihijaoinformarédesuconducta.

—¿O quizá la sacó de algún otro lugar? —continuó el soldado consarcasmo—.¿DecasadelosRosen?

Por un momento nadie habló. Entonces Annemarie, invadida por elpánico,vioasupadredirigirseprecipitadamentealapequeñalibreríaycogerunlibro.Annemariereconocióelálbumdefotosfamiliar.Supadrepasólaspáginas con rapidez, halló lo que buscaba y arrancó tres fotografías de treslugaresdiferentes.

Selasmostróalsoldadoalemán,quiensoltóelmechóndeEllen.—Sonmistreshijas,conelnombrerespectivoescritoencadafotografía

—dijoelseñorJohansen.Annemarie supo de inmediato qué fotografías eran. En el álbum

guardaban muchas fotografías, fotografías borrosas de celebraciones en elcolegioydefiestasdecumpleaños.Perotambiénhabíatresfotografíasqueunfotógrafo les hizo a las chicas cuando eran pequeñas. La señora Johansenhabía escrito con su cuidada caligrafía el nombre de cada una en el bordeinferiordelasfotografías.

Tambiéncomprendióporquésupadrelashabíaarrancadodelálbumparamostrárselas al soldado. En la parte inferior de cada página estaba escrita,además, la fecha de nacimiento de cada una.Y la verdaderaLise Johansenhabíanacidoveintiúnañosantes.

—Kirsten Elisabeth —leyó el soldado mirando la fotografía antes dedejarla caer al suelo—. Annemarie —le echó un vistazo a la segundafotografíaylatiró—.LiseMargrete—leyóporúltimo.FijólavistaenEllendurante un momento interminable. Annemarie evocó la fotografía que elsoldado tenía en las manos: un bebé de ojos redondos en su cuna, con lacabezahundidaen la almohada,unchupete en lamanodiminutay lospiesdesnudosvisiblesbajoelvestidodeencaje.Elpelorizado.Castaño.

Elsoldadorompiólasfotografíasendosydejócaerlostrozosenelsuelo.Después se volvió girando los tacones de las botas lustrosas sobre lasfotografías y salió del apartamento. Sin decir una palabra, los otros dossoldadoslesiguieron.ElseñorJohansenmarchótrasellosycerrólapuerta.

Annemarieabrióelpuñoderechoenelqueaúnescondíael colgantedeEllen.BajólavistayviolaestrelladeDavidgrabadaenlapalmadesumano.

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6¿HACEBUENTIEMPOPARAPESCAR?

—Debemos hacer algo —dijo el señor Johansen—. Ahora sospechan denosotros.Aunqueesperabaquenovinieran,creíquesilohacíanselimitaríanaecharunvistazo,comprobarquenoescondíamosanadieymarcharse.

—Lamento tener el cabello castaño —musitó Ellen—. Eso les hizosospechar.

LaseñoraJohansenseacercóaEllenapresuradamenteylecogiólamano.—Tienesuncabelloprecioso,Ellen,igualqueeldetumadre—laconsoló

—.No tienes por qué lamentarlo. Tuvimos suerte de que papá pensara tanrápido y encontrara las fotografías. Tuvimos suerte de que Lise tuviese elcabello castaño cuando era pequeña. Después se le puso rubio, cuandocumpliódosaños,másomenos.

—¡Antesdequeesoocurriera,sequedócalvaunatemporada!—añadióelseñorJohansen.

EllenyAnnemarie se rieron tímidamente.Porunmomentoolvidaronelmiedo.

Annemarie advirtió de repente que aquella era la primera vez que suspadreshablabandeLise.Laprimeravezentresaños.

Afuera, el cielo comenzaba a iluminarse. La señora Johansen fue a lacocinaysepusoahacerté.

—Nuncamehedespertadotantemprano—comentóAnnemarie—.¡Ellenyyonosquedaremosdormidasenelcolegio!

Supadreseacariciólamejillaunmomentoconungestopensativo.

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—Creoquenodebemoscorrer el riesgodedejaros ir al colegiohoy—dijo—.Esposiblequebusquenalosniñosjudíosenloscolegios.

—¿Que no vayamos al colegio? —preguntó Ellen, sorprendida—. Mispadressiempredicenquelaeducacióneslomásimportanteyque,ocurraloqueocurra,debotenerunaformación.

—Soloseránunasvacaciones,Ellen.Ahoralomásimportanteparatieslaseguridad.Estoyconvencidodequetuspadresopinaríancomoyo.¿Inge?—ElseñorJohansen llamóasuesposa,queaparecióen lapuertade lacocinaconunatazaenlamanoyunaexpresióninterrogadora.

—¿Sí?—DebemosllevaralaschicasacasadeHenrik.Recuerdaloquenosdijo

Peter.Creoquehallegadoelmomentodeiracasadetuhermano.LaseñoraJohansenasintió.—Me parece que tienes razón. Pero las llevaré yo. Tú debes quedarte

aquí.—¿Quedarme aquí y dejarte marchar sola? De ninguna manera. No te

permitiríahacersolaunviajetanpeligroso.LaseñoraJohansencogióasumaridodelbrazo.—Sivoyyosolaconlaschicasserámásseguro.Nosospecharándeuna

madreysushijas.¿Ysinosvigilanynosvenmarchamosatodos?¿Ysiseenterandequenohaynadieenlacasaydequetúnohasidoatrabajar?Loaveriguarántodo.Correremospeligro.Nomeasustairsola.

EramuyraroquelaseñoraJohansencontradijeraasumarido.Annemarieobservó a su padre y supo que se esforzaba en tomar una decisión. Al finasintióaregañadientes.

—Empaquetaréalgunascosas—dijolaseñoraJohansen—.¿Quéhoraes?ElseñorJohansenmirósureloj.—Casilascinco.—Henrik todavía estará allí. Semarcha sobre las cinco. ¿Por qué no le

llamas?ElseñorJohansensedirigióalteléfono.Ellenparecíadesconcertada.—¿Quién es Henrik? ¿Adónde va a las cinco de la madrugada? —

preguntó.Annemarieserio.—Esmitío:elhermanodemimadre.Espescador.Lospescadoresvana

trabajarmuytemprano,salenalamaralamanecer.¡Oh,Ellen!—exclamó—.Teencantaráirallí.Esdondevivíanmisabuelos,dondecrecieronmimadreytíoHenrik.Esprecioso…Estájuntoalmar.¡DesdelaorillaseveSuecia!

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OyóasupadrehablarporteléfonocontíoHenrikydecirlequeIngeiríaavisitarlecon lasniñas.Ellenentróenelcuartodebañoycerró lapuerta; laseñora Johansen seguía en la cocina. De modo que solo escuchabaAnnemarie.

Eraunaconversaciónsorprendente.—¿Quéhay,Henrik,hacebuentiempoparapescar?—Supadreescuchó

brevementeydespuésprosiguió—:HoytemandaréaIngeconlasniñasytellevarán un paquete de cigarrillos. Sí, solo uno —dijo tras un momento.AnnemarienopudooírloquedecíatíoHenrik—.Claroque,sisesabedóndebuscar, siempre se pueden encontrar montones de cajetillas de tabaco enCopenhague—añadió—,asíqueesposiblequetemandemás.

Aquellonoeracierto.Annemarieestabaseguradequenoeracierto.Supadreechabamuchodemenosloscigarrillos, igualquesumadreechabademenoselcafé.Amenudo,eldíaanteriorsinirmáslejos,sequejabadequenohubiesetabacoenlastiendas.Decíaconcaradeascoqueloshombresdelaoficina fumabancualquiercosa,aveceshasta liabanunashierbassecasqueolíanfatal.

¿Porquéhablabasupadredeaquelmodo,comoenclave?¿QuélellevabasumadrerealmenteatíoHenrik?

Entonceslosupo.EraEllen.

Elviajeentrenporlacostadanesafueentretenido.Elmaraparecíaunayotravezalotroladodelaventanilla.Cuandovivíansusabuelos,Annemariehabíarecorrido aquel trayecto a menudo para visitarlos, y después, cuandomurieron, para visitar al solterón, alegre y curtido tíoHenrik, a quien tantoquería.

Pero el viaje era nuevo para Ellen, que iba con la cara pegada a laventanilla, contemplando las pintorescas aldeas de la costa, las pequeñasgranjasylospueblos.

—¡Mira! —exclamó Annemarie, señalando al lado contrario—. ¡EsKlampenborg y el Parque de losCiervos! ¡Ojalá pudiéramos detenernos unrato!

Sumadrenegóconlacabeza.—Hoy no —dijo. El tren se detuvo en la pequeña estación de

Klampenborg,peronoseapeóningúnviajero—.¿Hasestadoallíalgunavez,Ellen?—le preguntó la señora Johansen.Ellen dijo que no—.Bueno, pues

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algúndíairás.Algúndíapasearásporelparqueyveráscentenaresdeciervosenlibertad.

Kirstisepusoderodillasenelasientoymiróporlaventanilla.—¡Noveoningúnciervo!—protestó.—Puesestánahí—leasegurósumadre—.Seescondentraslosárboles.El tren se puso en marcha de nuevo. La puerta del vagón se abrió y

aparecierondossoldadosalemanes.Annemariesealarmó.«¿Esquetambiénestánaquí?».Estabanentodossitios.

Los soldados recorrieron el pasillo juntos, deteniéndose aquí y allá parahaceralgunapreguntaalosviajeros.Unodeellosteníaalgoentrelosdientes;lotocabaconlalenguayseledesfigurabaelrostro.Annemarielosobservóconciertafascinaciónaterrorizadamientrasseacercaban.

Unodelossoldadoslasmiróconexpresiónaburrida.—¿Adóndevan?—preguntó.—A Gilleleje —contestó la señora Johansen tranquilamente—. Mi

hermanoviveallí.Vamosavisitarlo.Elsoldadolesdiolaespalda,yAnnemarieserelajó.Después,sinprevio

aviso,sevolvió.—¿VanapasarelAñoNuevoconsuhermano?—preguntóderepente.LaseñoraJohansenlomirósorprendida.—¿ElAñoNuevo?—preguntó—.Pero¡siestamosenoctubre!—¿Sabeuna cosa?—exclamóKirsti de repente envoz alta,mirando al

soldado.Annemarie sintióque se leparaba el corazón,miró a sumadreyvio el

temorensusojos.—Chiist—laamonestósumadre—.Nocharlestanto.Pero Kirsti, como de costumbre, no le hizo caso. Miró alegremente al

soldado,yAnnemarie supo loque estaba apuntodedecir: «Nuestra amigaEllensícelebraelAñoNuevo».

Peronolohizo.Porelcontrario,Kirstiseñalósuszapatos.—VoyavisitaramitíoHenrik—gorjeó—,ymehepuestomiszapatos

negrosnuevos.Elsoldadolanzóunacarcajadaysealejó.Annemarievolvióamirarporlaventanilla.Losárboles,elmarBálticoy

elcielogrisdeoctubresesucedíanenelviajehaciaelnorteporlacosta.—Aspiradelaire—dijolaseñoraJohansencuandodescendierondeltren

yseencaminaronhaciaunacalleestrecha—.¿Aqueesmuyfresco?Metraemuchosrecuerdos.

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La brisa era fría y estaba impregnada de un aroma, intenso pero nodesagradable,asalypescado.Enelcielo,lasgaviotasgraznabanychillabancomosiselamentaran.

LaseñoraJohansenconsultósureloj.—MepreguntosiHenrikhabrávueltoya.Peronoimporta.Siempredeja

lacasaabierta.Vamos,chicas,iremosandando.Noestálejos;sonalgomenosdetreskilómetros.Hacemuybuendía.Iremosporelsenderodelbosqueenlugardeporlacarretera.Esunpocomáslargo,peromásbonito.

—Ellen, ¿no tegustóel castilloquevimosalpasarporHelsingør?—lepreguntóKirsti.Desde quevieron el castillo deKronborgdesde el tren, nohabíadejadodehablardeaquellafortalezaantiguaymajestuosajuntoalmar—.¡Ojalánoshubiésemosparadoavisitarlo!Allívivenreyesyreinas.

Annemariesuspiró,exasperadaconsuhermanapequeña.—Allí ya no vive nadie—le dijo—. En otra época sí estuvo habitado,

peroyano.Además,Dinamarcasolotieneunrey.YviveenCopenhague.PeroKirstisehabíaadelantado,trotandoporlaacera.—Reyesyreinas—cantabaalegremente—,reyesyreinas.Sumadreseencogiódehombrosydijo:—Déjala que sueñe, Annemarie. Yo también soñaba a su edad. —

Abriendolamarcha,giróporunacalle tortuosahacia lasafuerasdelpueblo—.Apenassihacambiadonadadesdequeeraniña—observó—.MitíaGittevivíaallí,enaquellacasa,ymurióhaceaños.Pero lacasaestá igual.Teníaunasflorespreciosasenel jardín.—Alpasar,atisbosobreelpequeñomurodepiedrayvioalgunosarbustosenflor—.Quizásigancultivándolas,peronoeslamejorépocadelaño…Soloquedanalgunoscrisantemos.Miradallí—volvióaseñalar—.Mimejoramiga,quesellamabaHelena,vivíaenaquellacasa.Avecesyopasabalanocheensucasa.Peroeraellaquiensolíaveniralamíalosfinesdesemana.Eramásdivertidoestarenelcampo.Aunquemihermano Henrik se pasaba el día tomándonos el pelo—continuó con unasonrisa—.Noscontabahistoriasdefantasmasynosmoríamosdemiedo.

La acera desapareció, y la señora Johansen continuó por un senderoflanqueadodeárboles.

—Todas lasmañanas, cuando iba al colegio, mi perrome seguía hastaaquí.Alfinaldelsendero,sedabalavueltaysevolvíaacasa.Supongoque,comoeraunperrodecampo,nolegustabaelpueblo.¿Ysabéisunacosa?—prosiguió con una sonrisa—. Se llamaba Trofast, que significa «fiel». Elnombreleibacomoanilloaldedo.¡Vayaquesierafiel!Todaslastardesmeesperaba en elmismo lugar.Siempre se las arreglabapara saber la hora.A

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veces, incluso hoy, al llegar a esta curva, creo que voy a encontrarme aTrofastmoviendoelrabo.

Peroaqueldíanohabíanadieenelsendero.Nipersonas,nielperrofiel.LaseñoraJohansensecambiódemanolabolsadelequipaje,ycaminaronporel bosque hasta que el sendero desembocó en un prado donde pacían lasvacas.Allí,elsenderodiscurríaporlalindedelprado,juntoaunavalla;alolejos se veía el mar gris, revuelto por el viento. La brisa mecía la hierbacrecida.

Al otro lado del prado, el sendero volvía a internarse en el bosque, yAnnemarie supo que llegarían pronto. La casa de tío Henrik estaba en unclaroalotroladodeaquelbosque.

—¿Puedo adelantarme? —preguntó Annemarie entonces—. ¡Quierollegarlaprimera!

—Anda,ve—ledijosumadre—.¡Adelántateydilealacasaquehemosllegado!—RodeóaEllenconelbrazoyañadió—:Dilequehemos traídoaunaamiga.

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7LACASAJUNTOALMAR

—¡Oh,Annemarie,esprecioso!—exclamóEllenasombrada.Annemarie miró a su alrededor y asintió con la cabeza. La casa y los

pradosquelarodeabanformabanunapartetanimportantedesuinfancia,desu vida, que no solía mirarlos con nuevos ojos. Pero ahora, al ver laadmiracióndeEllen,sílohizo.YEllenteníarazón.Eranpreciosos.

La granja, pequeña y de tejado rojizo, era muy antigua; la chimeneaestabatorcida,yhastalosmarcosdelasventanasparecíandesencajados.Enel alero del tejado, sobre la ventana de un dormitorio, un pájaro habíaconstruido su nido con paja.Cerca de unmanzano de tronco retorcido aúncolgabanlasmanzanasdelatemporadapasada,yapodridas.

La señora JohansenyKirsti entraron,peroAnnemarieyEllencorrieronpor elpradodehierba tupida, entre lasúltimas floresdel año.Ungatogrissalió de algún lugar y corrió junto a ellas. Saltaba de aquí para allá sobreratones imaginarios, se detenía a lamerse las patas y reanudaba lapersecución.Simulaba ignorara laschicas,perodevezencuandovolvía lavista para asegurarse de que seguían por allí, al parecer contento de tenercompañerasdejuego.

El prado llegaba hasta el mar y el agua gris bañaba la hierba pardaaplastadayrodeadadepiedraslisasypesadas.

—Nuncahabíaestadotancercadelmar—confesóEllen.—¡Cómoqueno!HasestadomilvecesenelpuertodeCopenhague.Ellenserio.

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—Merefieroalmarauténtico,comoaquí.Marabiertocomoeste…Todounmundodeagua.

Annemariemeneólacabezaconasombro.¿VivíaenDinamarca,unpaísrodeadodeagua,ynuncahabíaestadoenlaplaya?

—Atuspadresnolesdebedegustarsalirdeexcursión,¿verdad?Ellenasintió.—Ami madre le da miedo el mar—explicó, riéndose—. Dice que es

demasiadograndeparaella.¡Yqueestádemasiadofrío!Las chicas se sentaron en una piedra y se quitaron los zapatos y los

calcetines.Saltarondepiedraenpiedraychapotearonenelagua.Estabafría.Rieronysalierondelmar.

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Annemarie se agachó y recogió una hoja seca que iba y venía con elmovimientodelagua.

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—¡Mira! —exclamó—. Quizá esta hoja sea de un árbol de Suecia. Elvientopudohaberlaarrastradohastaelmar,yvinoflotandohastaaquí.¿Vesallí?—dijo,señalando—.¿Vesaquellatierraalolejos?EsSuecia.

Ellense llevóunamanoa la frenteyobservó lacostabrumosadelotropaís.

—Noestátanlejos—comentó.—Quizáalotroladohayadoschicascomonosotrasmirandohaciaaquíy

diciendo:«¡Mira,esoesDinamarca!»Aguzaron la vista como si pudieran ver a algún niño suecomirándolas

desdeelotroladodelmar.Soloveíanlaestrechafranjadetierraenvueltaenniebla y dos barcas balanceándose en las ondulaciones grises del mar queseparabaalosdospaíses.

—¿SeráunadeesaslabarcadetutíoHenrik?—preguntóEllen.—Quizá.Nosevenbien.Estándemasiadolejos.LabarcadetíoHenrikse

llamaIngeborg—ledijoEllen—,pormimadre.Ellenmiróasualrededor.—¿Dejalabarcaaquí?¿Nolaamarraparaquenoselallevelamarea?Annemarieserio.—Oh,no.Ladejaenlaciudad,enelpuerto.Hayunmuellegrandedesde

el que salen a pescar todas las barcas. Allí es donde también descargan elpescado. ¡Tendrías que ver cómo huele! Por la noche dejan las barcasancladasenelpuerto.

—¡Annemarie!¡Ellen!—LavozdelaseñoraJohansenlesllegódesdeelotro ladodelprado.Laschicassevolvierony lavieronhacerlesseñales.Sealejaronde laorilla, secalzaron loszapatosy regresarona lacasa.Elgato,quesehabíaacomodadoenlaspiedrasdelaplaya,seincorporóalinstanteylassiguió.

—HellevadoaEllenaverelmar—explicóAnnemariecuandollegaronal lugar donde las esperaba sumadre—. ¡Nunca había estado tan cerca delmar!Noshemosmojadolospies,peroelaguaestabamuyfría.Sihubiésemosvenidoenverano,podríamosbañamos.

—Incluso entonces está fría —dijo su madre. Miró a su alrededor—.¿Habéisvistoaalguien?Nohabréishabladoconnadie,¿verdad?

Annemarienegóconlacabeza.—Solohemosvistoalgato.Ellen lo había cogido, lo acariciaba y le hablaba en voz baja, y el gato

ronroneabaensusbrazos.

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—Recordad loqueosdije.Mientrasestemosaquí,nodebéishablarconnadie.

—Pero¡siporaquínohaynadie!—exclamóAnnemarie.—Aunasí.Siveisaalguien,aunqueseaamigodeHenrikyloconozcáis,

debéis regresar a casa. Es demasiado difícil, e incluso peligroso, explicarquiénesEllen.

Ellenalzólavistaysemordióellabio.—¿Tambiénhaysoldadosaquí?—preguntó.LaseñoraJohansensuspiró.—Metemoquehaysoldadosportodaspartes.Yespecialmenteahora.Es

unmal momento. Venid y ayudadme a preparar la comida. Henrik llegarápronto. Cuidado con el escalón; está suelto. ¿Sabéis lo que he hecho? Heencontrado suficientes manzanas para hacer compota. Las manzanas sondulces,asíquenoimportaquenohayaazúcar;Henriktraerápescado,yhayleña de sobra en la chimenea, de modo que esta noche cenaremos ydormiremosbien.

—Entoncesnoes tanmalmomento—dijoAnnemarie—.Mientrashayacompota…

Ellenbesóalgatoen lacabezaydejóquesaltaraalsuelo.Elgatosaliódisparado y se perdió entre la hierba. Siguieron a la señora Johansen alinterior.

Aquella noche, las chicas se pusieron el camisón en el pequeño dormitorioquecompartíanenelpisosuperior,elmismoenelquedormía lamadredeAnnemariecuandoeraniña.Alotroladodelpasillo,Kirstidormíaenlacamadesusabuelos.

EllenseacaricióelcuellotrasponerseelcamisónfloreadodeAnnemariequelaseñoraJohansenhabíallevadoparaella.

—¿Dóndeestámicolgante?—preguntó—.¿Quéhicisteconél?—Loescondíenunlugarseguro—ledijoAnnemarie—.Unlugardonde

noloencontraránadie.Yloguardaréallíhastaquepuedasllevarlosincorrerpeligro.

Ellenasintió.—Meloregalómipadrecuandoerapequeña—explicó.Sesentóenelbordedelaviejacamayacariciólacolchatejidaamano.

LabisabueladeAnnemariebordólasfloresylospájaros,ahoradescoloridos,muchosañosantes.

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—¡Ojalá supiera dónde están mis padres! —se lamentó en voz bajamientraspasabaeldedoporelcontornodeunodelospájaros.

Annemarienosupoquéresponderle.Lecogió lamanoypermanecieronsentadasjuntasensilencio.Porlaventanaseveíalaformaovaladadelalunaentrelasnubes,enelcielopálido.Lanocheescandinavanoeramuyoscura,aunquepronto,cuandollegaseelinvierno,lanochenosoloseríaoscura,sinotambiénmuy larga, pues comenzaba a primeras horas de la tarde y durabahastabienentradalamañana.

Oían a la madre y al tío de Annemarie charlando en el piso de abajo,intercambiandonoticias.Annemarie sabíaque sumadre echabademenosatíoHenrikcuandopasabauntiemposinverlo.Sequeríanmucho.LaseñoraJohansen le amonestaba de buenasmaneras por no haberse casado; cuandoestaban juntos, ella lepreguntabaenbromasi aúnnohabía encontradounabuenamujer, alguien que le arreglara la casa.Henrik le contestaba que eraella quien debía quedarse a vivir en Gilleleje para no tener que hacerlo éltodo.

Mientras escuchaba, a Annemarie le pareció por un instante que todoseguía igual que en otros tiempos: las divertidas estancias anteriores en lagranja,cuandolaluzdelosdíasdeveranoseprolongabamásalládelahoradeacostarse,losniñosacurrucadosensuscamasylosmayorescharlandoenlasala.

Peroexistíaunadiferencia.Enotrotiempo,lasrisasllegabanconfuerzaalosdormitorios.Estanochenoseoíaningunacarcajada.

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8HAMUERTOALGUIEN

Alamanecer,AnnemarieoyóentresueñosquetíoHenrikselevantaba,salíade casa y se dirigía al establo con un cubo. Después, cuando volvió adespertarse,yahabíasalidoelsol.Oyóalospájarospiarafuera,unodeellosjunto a la ventana, en el manzano; oyó a su madre en el piso de abajohablandoconKirsti.

Ellen seguíadormida.Lanoche anterior, en el pisodeCopenhague, lossoldados las habían despertado demadrugada.Annemarie salió de la camaconcuidadoparanomolestarasuamiga.Sevistióybajólaestrechaescalerapara encontrarse a su hermana tumbada en el suelo de la cocina intentandoobligaralgatoaquebebieradeuncuenco.

—Boba—ledijo—.Alosgatoslesgustalaleche,noelagua.—Leestoyenseñandounanuevacostumbre—leexplicóKirsticonaires

deimportancia—.LehepuestodenombreThor,comoeldiosdeltrueno.Annemarie rompió a reír. Contempló al gatominúsculo, que agitaba la

cabeza,molestoconlosbigotesmojados,mientrasKirstitratabademetérselaenelagua.

—¿Diosdeltrueno?—exclamóAnnemarie—.¡Medalaimpresióndequecorreríaaescondersesicayeraunatormenta!

—Supongoqueenalgúnlugartendráunamadrequeloconsuele—dijolaseñoraJohansen—.Iráabuscarlacuandoquieraleche.

—PodríairavisitaraBonita—dijoKirsti.

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Aunque tíoHenrikyanocultivabanadaen lagranja,comohicieronsuspadres,seguíateniendounavaca,querumiabacontentaenelpradoyledabaacambiounpocodeleche.Devezencuando,tíoHenriklemandabaquesoasuhermana.Annemarieobservóconsatisfacciónque sumadrehabíahechopapilla de avena y que había una jarra de leche en la mesa. Hacía muchotiempoquenoprobabalaleche.EnCopenhaguedesayunabantéypantodaslasmañanas.

LaseñoraJohansenvioquesuhijasefijabaeneljarro.—Lechefresca—ledijo—.TíoHenrikordeñaaBonitatodaslasmañanas

antesdesaliralamar.Ytambiénhaymantequilla—añadió—.Generalmente,ni tío Henrik tiene mantequilla, pero esta vez se las ha arreglado paraesconderunpoco.

—¿Esconder?—preguntó Annemarie, sirviéndose papilla en un cuenco—.Nomedigasquelossoldadostambiénintentan,¿cómosedice?,reasentarlamantequilla.—Seriodesupropiabroma.

Peronoeraningunabroma,aunquesumadreserieraconganas.—Lo hacen—dijo—. ¡Reasientan lamantequilla de los granjeros en el

estómagodelossoldados!Supongoque,siseenterasendequetíoHenrikhaguardadoestapoca,vendríanconsusarmasyselallevaríandesfilandoporelsendero.

Kirstiseunióasusrisas,ylastresimaginaronunmontóndemantequillaasustadabajoarrestomilitar.CuandoKirstisedesentendiódelgato,estesaliódisparado de la cocina y se encaramó en el antepecho de la ventana. Derepente,allí,enaquellacocinailuminadaporelsol,conunjarrodelecheenlamesayunpájaroenelmanzanojuntoalapuerta—yenelKattegat,dondetíoHenrik,rodeadodeunmaryuncieloazules,recogíalasredesrepletasdebrillantes peces plateados—, el espectro de las armas y de los soldados derostros sombríosnoparecía sinounahistoriade fantasmas,unabromaparaasustaralosniñosenlaoscuridad.

Ellenaparecióenelumbraldelacocinaconunasonrisasoñolienta,ylaseñoraJohansenpusootrocuencodegachashumeantesen laviejamesademadera.

—Leche—suspiróAnnemarie,haciendoungestohacia la jarraconunasonrisa.

Las chicas jugaron todo el día en el campo, bajo el cielo limpio y el sol.Annemarie llevó a Ellen al pequeño prado que había tras el establo y le

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presentóaBonita,quelamiólamanodeEllenperezosamenteconsulenguaáspera.Elgatobrincabaporelpradoalacazadeinsectos.Laschicascortarongrandesramosdefloressilvestressecas,ydespués,alllegarelfríoatardecer,laspusieronenjarronesytarroshastaquecubrieronlamesadefloreros.

Dentro, laseñoraJohansenfregabaylimpiabaelpolvoal tiempoquesequejabadelodescuidadoqueerasuhermano.Sacólasalfombrasaltendederoy,algolpearlasconunpalo,levantóunanubedepolvoasualrededor.

—Lehace falta una esposa—se lamentó, agitando la cabeza cuando sepusoabarrerelgastadosuelodemaderamientrasseaireabanlasalfombras—.Miradesto—dijoalabrirlapuertadelsalóndemobiliarioanticuadoenelquetíoHenrikapenasentraba—.Nuncalimpiaelpolvo.—Cogiólostraposde la limpieza y añadió—: Kirsti, el dios del trueno ha dejado caer unpequeñochaparrónenunrincóndelacocina.Tencuidado.

TíoHenrikllegóaúltimahoradelatarde.Sonrióalverlacasalimpiayreluciente, la puerta doble del salón abierta, las alfombras oreándose y loscristalesdelasventanaslavados.

—Henrik,tehacefaltaunaesposa—loamonestólaseñoraJohansen.TíoHenrikserioalreunirseconsuhermanaenlosescalonesdelapuerta

delacocina.—¿Paraquéquieroyounaesposasitengoamihermana?—lepreguntó

consuvozarrón.LaseñoraJohansensuspiróconungestodivertido.—Deberías pasar más tiempo en casa y preocuparte de limpiarla y

cuidarla.Elescalónestároto,hayunagoteraenlacocinay…Tío Henrik la miraba sonriendo y meneando la cabeza con fingida

contrariedad.—Yhayratoneseneldesványmi jerseymarrón tieneunagujeroen la

mangaysinolimpiolasventanaspronto…Lanzaronunacarcajadaalunísono.—Enfin—dijo la señoraJohansen—heabierto todas lasventanaspara

que entre el aire y el sol en la casa, Henrik.Menosmal que ha hecho untiempoespléndido.

—Mañana será un buen día para salir a pescar—dijoHenrik al tiempoquedesaparecíasusonrisa.

Annemarie,queestabaescuchando,reconocióaquellaspalabras.Supadrehabía dicho algo parecido por teléfono. «¿Hace buen tiempo para pescar,Henrik?»,lepreguntósupadre.Pero¿quésignificaba?Henriksalíaapescartodos los días, ya lloviera o brillase el sol. Los pescadores daneses no

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esperabanaquelucieraelsolparahacersealamarconsusbarcosyecharlasredes. Annemarie, en silencio, sentada junto a Ellen bajo el manzano,observabaasutío.

—¿Hacebuentiempo?—lepreguntósumadre,mirándolo.Henrikasintióymiróalcielo.Olfateóelaire.—Volveréalbarcodespuésdecenar.Saldremosantesdelamanecer.Me

quedarétodalanocheenelbarco.Annemariesepreguntóquésesentiríaalpasartodalanocheenunbarco.

Echarelanclayoírelaguagolpearcontraelcasco.Verlasestrellasdesdeelmar.

—¿Haspreparadolasala?—lepreguntótíoHenrikasumadre.LaseñoraJohansenasintió.—La he arreglado y he cambiado los muebles de sitio para dejar más

espacio. Ya ves las flores—añadió—. No se me ocurrió a mí; fueron laschicasquienescogieronfloressecasenelprado.

—¿Preparar la sala para qué? —preguntó Annemarie—. ¿Por qué hascambiadolosmueblesdesitio?

Sumadremiróa tíoHenrik.Este sehabía agachadoparacoger algato,quepasabaasu ladoenaquelmomento,yahora lo teníaapretadocontraelpechoylerascabalacabeza.Elgatoarqueólaespaldaconsatisfacción.

—Bueno,chicas—dijo—,esalgotriste,peronomucho;laverdadesqueeraunapersonamuy,muymayor.Hamuertoalguien.EstanochetútíaabuelaBirtedescansaráenlasala,ensuataúd,antesdequelaenterremosmañana.Yasabéisqueesunaantiguacostumbrequelosmuertosdescansenentresusseresqueridoslanocheantesdelentierro.

Kirstiescuchabafascinada.—¿Aquí?—preguntó—.¿Unapersonamuertaaquímismo?Annemarie no dijo nada. Estaba confundida. Era la primera vez que

hablaban de una muerta en la familia. Nadie había llamado a Copenhagueparacomunicarlanoticia.Nadieparecíatriste.

Yloquemásledesconcertabaeraquejamáshabíaoídoaquelnombre.LatíaabuelaBirte.Sihubiesealguienensufamiliaconesenombreellalohabríasabido.PuedequeKirstino;Kirstierapequeñaynoprestabamuchaatenciónaesascosas.

Pero Annemarie sí. Su madre le contaba historias de su niñez, y aAnnemarieleencantaban.Recordabalosnombresdetodoslosprimos,tíosytíasdesumadre:quiéneraunbromista,quiénuncascarrabias;quiéneratangruñónquesumujersemudódecasa,aunquesiguieroncenandojuntostodas

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lasnoches.Aquellashistoriastandivertidaseinteresantesprotagonizadasporlospintorescospersonajesdelafamiliadesumadre.

Y Annemarie estaba completamente segura, aunque no dijo nada. NohabíaningunatíaabuelaBirte.Noexistía.

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9¿PORQUÉMENTÍS?

Annemarie salió sola después de cenar. Por la ventana abierta de la cocinaoyó las voces de sumadre y de Ellen, que charlabanmientras lavaban losplatos.SabíaqueKirstiestaríaentretenidajugandoenelsueloconlasviejasmuñecasqueencontróeneltrastero,lasmuñecasconlasquehabíajugadosumadre muchos años antes. El gato salió corriendo cuando Kirsti intentóvestirlo.

Bajó hacia el establo, donde tío Henrik ordeñaba a Bonita. Estabaarrodilladoenlapajadelsuelo,conelhombroapoyadoenelrecioflancodelanimal.Susmanosfuertesybronceadasextraíanrítmicamentelalechedelaubre.Eldiosdeltruenoobservabadesdecercaenactituddealerta.

BonitamiróaAnnemarieconsusgrandesojoscastañosymoviólabocaarrugadacomounaancianaalajustarseladentadurapostiza.

Annemarieseapoyóenlapareddemaderagastadadelestabloyescuchóelgolpeteodeloschorritosdelechecontralasparedesdelcubo.TíoHenriklamiróporencimadelhombroysonriósindejardeordeñar.Nodijonada.

Laluzrosadadelatardecerentrabaporlasventanasdelestabloyformabasombras irregulares sobre las balas de paja. Las partículas de polvo y pajaflotabanenlosrayosdeluz.

—Tío Henrik —dijo Annemarie con voz impasible—, mamá y tú meestáismintiendo.

LasmanosreciasdetíoHenrikcontinuaronapretandolaubredelavacacon unmovimientomecánico.Los chorritos de leche seguían saliendo. SusojosazulesvolvieronamiraraAnnemariedeformainterrogadora.

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—¿Tehasenfadado?—lepreguntó.—Sí.Mamánomehabíamentidonunca.Jamás.Yoséquelatíaabuela

Birtenoexiste.Nien lashistoriasquemehancontadonien las fotografíasquehevistohabíaunatíaabuelaBirte.

Tío Henrik suspiró. Bonita le miró como si dijera: «Ya casi hemosterminado»,yciertamenteloschorritosdelechesalieronmásfinosylentos.

Dio un apretón final, suave pero firme, y extrajo el último chorrito deleche.Elcuboestabamediollenodelecheespumosa.Finalmente,loapartóylavólaubredelavacaconuntrapohúmedo.Después,pusoelcubosobreunaestanteríaylotapó.FrotóelcuellodeBonitaafectuosamente.Porúltimo,sevolvióaAnnemariemientrassesecabalasmanosconeltrapo.

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—¿Eresvaliente,Annemarie?—lepreguntóderepente.

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Annemarie se sorprendió y se sintió consternada. No le gustaba que lehicieranaquellapregunta.Cuandoselopreguntabaasímisma,nosabíaquéresponder.

—Nomucho—confesó,bajandolavistaalsuelodelestablo.TíoHenrik se arrodilló y, como era tan alto, su rostro quedó almismo

nivel que el de Annemarie. Tras él,Bonita bajó la cabeza, cogió un buenbocadodehenoyloengullóconayudadelalengua.Elgatotorciólacabeza,atentoporsisederramabalaleche.

—Me parece que eso no es cierto —dijo tío Henrik—. Creo que erescomo tu madre y como tu padre. Y como yo. Tienes miedo, pero eresdecidida.Estoysegurodeque,sillegaelmomento,serásmuy,muyvaliente.Peroesmásfácilservalientesinosesabetodo—añadió—.Tumadrenolosabetodoniyotampoco.Solosabemosloquenoshacefalta.¿Entiendesloquetratodedecirte?—lepreguntó,fijandolamiradaensusojos.

Annemarie frunció el ceño.No estaba segura. ¿Qué era la valentía? Sehabía asustadono hacíamucho, aunque parecía yamuy lejos, el día que ladetuvoelsoldadoenlacalleylehizovariaspreguntasconaquelvozarrón.

Entoncestampocolosabíatodo.Nosabíaquelosalemanesibanallevarselejos a los judíos. Por eso, cuando el soldado le preguntómirando aEllen:«¿Cómo se llama tu amiga?», le respondió, aunque estaba asustada. Si lohubierasabidotodo,nolehabríaresultadotanfácilservaliente.

Empezóacomprender.—Sí—ledijoatíoHenrik—,creoqueloentiendo.—Hasacertado—admitiótíoHenrik—.LatíaabuelaBirtenoexisteniha

existido nunca. Tu madre y yo te hemos mentido. Lo hemos hecho paraayudarteaservaliente—leexplicó—porquetequeremos.¿Nosperdonas?

Annemarieasintió.Derepente,sesintiócomounapersonamayor.—Y ahora, por el mismo motivo, no te voy a decir nada más.

¿Comprendes?Annemarieasintiódenuevo.Seoyóunruidoafuera.TíoHenrikenderezó

los hombros. Se puso en pie al instante y fue a mirar por la ventana delestablo.DespuéssevolvióaAnnemarie.

—Eselcochefúnebre—anunció—.EslainexistentetíaabuelaBirte—sonrió con desgana—. Así que, amiguita, ya es hora de que comience elvelatorio.¿Estáspreparada?

Annemariecogióasutíodelamanoysalierondelestablo.

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El ataúddemadera pulida y brillante descansaba sobre unos soportes en elcentrodelasala,rodeadodelasfloressecasyfrágilesqueAnnemarieyEllenhabíancortadoaquellamismatarde.Enlamesa,loscandelabrosconlasvelasencendidas daban una luz tenue y vacilante. El coche fúnebre se habíamarchado,yloshombresderostrossolemnesqueentraronelataúdalacasasemarcharonenelvehículodespuésdehablarenvozbajacontíoHenrik.

Kirsti se fue a la cama a regañadientes, protestando porque queríaquedarse levantada con losdemásy alegandoqueya eramayor, quenuncahabíavistoanadieenunataúdyquenoerajusto.PerolaseñoraJohansensemostró inflexible, yKirsti, finalmente, subió la escalerademalhumor, conlasmuñecasbajounbrazoyelgatoenelotro.

Ellenestabacalladayteníaunaexpresióntriste.—Siento mucho que haya muerto su tía Birte—le dijo a la madre de

Annemarie,quiensonriótristementeylediolasgracias.Annemarie las oyó y no dijo nada. «Así que ahora yo también estoy

mintiendo—pensó—,yamimejoramiga.PodríadecirleaEllenquenoescierto, que la tía abuela Birte no existe. Podría llevármela a un rincón ycontarleenvozbajaelsecretoparaquenoestuvieratriste».

Pero no lo hizo.Comprendió que así protegía aEllen delmismomodoquesumadrelahabíaprotegidoaella.Aunquenoentendíaloqueocurríaniporquéestabaallíelataúd,nisabíarealmentequiénhabíadentro,sísabíaquepara Ellen eramejor, más seguro, creer que existía la tía abuela Birte. Demodoquenodijonada.

Alcaerlanochefueronllegandootraspersonas.Unhombreyunamujer,los dos vestidos de negro y la mujer con un bebé dormido en los brazos,aparecieron en la puerta; y tío Henrik les invitó a pasar con un gesto.SiguieronatíoHenrikalasala,dondesesentaronensilencio.

—AmigosdelatíaabuelaBirte—dijolaseñoraJohansenenrespuestaala mirada interrogadora de Annemarie. Annemarie sabía que su madre lementía otra vez y que lo hacía sabiendo que ella lo comprendía.Intercambiaron una larga mirada sin decir nada. En aquel momento, semirarondeigualaigual.

De lasala les llegóelgemidoapagadodelbebé.Annemariemirópor lapuertayvioalamujerdesabotonarselablusayamamantarlohastaqueaquelacabóportranquilizarse.

Llegóotrohombre:unancianobarbudo.Sedirigióalasalaensilencioysesentósindecirnada.Losdemásselimitaronalevantarlavista.Lajovensecubrió el pecho con la manta que envolvía al bebé, cuya cabeza también

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quedóoculta.Elviejoinclinólacabezahaciaadelanteycerrólosojos,comosirezara.Movíaloslabiosensilencio,pronunciandopalabrasquenadieoía.

Annemariesequedóenlapuerta,observandoalosasistentesalvelatorioamedidaquesesentabanenlasalailuminadaporlaluzdelasvelas.DespuéssemarchóalacocinaysepusoaayudarasumadreyaEllenaprepararlacomida.

Recordaba que, en Copenhague, cuando Lise murió, los amigos de lafamilia iban a casa todas las noches. Todos llevaban comida para que sumadrenotuviesequecocinar.

¿Por qué no habían traído comida aquellas personas? ¿Por qué nohablaban? En Copenhague, aunque la conversación era triste, las personashablabanentre síy con suspadres.HablabandeLisey recordaban tiemposmásfelices.

Mientras partía queso y meditaba, Annemarie comprendió que aquellaspersonasnoteníannadaquedecir.NopodíanhablardetiemposmásfelicesvividosconlatíaabuelaBirteporquelatíaabuelaBirtejamásexistió.

Tío Henrik fue a la cocina, miró su reloj y después se dirigió a suhermana.

—Estarde—ledijo—.Deboirmealbarco.—Parecíapreocupado.Apagólasvelasparaquenosevierayabriólapuerta.Escudriñólaoscuridadqueseextendíamás allá delmanzanode tronco retorcido—.Bien.Aquí llegan—dijoenvozbajacontonodealivio—.Ellen,venconmigo.

EllenmiróinterrogadoramentealaseñoraJohansenyestaasintió.—VeconHenrik—ledijo.Conuntrozodequesoañejoenlamano,AnnemarievioaEllenseguira

tíoHenrikafuera.OyóaEllenexclamarenvozbajaydespuéselsusurrodeunasvoces.

TíoHenrikvolvióalmomento.TrasélaparecióPeterNeilsen.Aquellanoche,PetersedirigióenprimerlugaralaseñoraJohansenyla

abrazó. Después abrazó a Annemarie y le dio un beso. Pero no dijo nada.Aquellanochenomostrósuafectoruidosamente;parecía tenerprisayestarpreocupado.Fuealasalainmediatamente,miróasualrededoryasintióalaspersonasqueseencontrabanallí.

Ellenseguíaafuera.Perolapuertaseabrióprontoyregresó…Comounbebé,enbrazosdesupadre,conlaspiernascolgando,apretándoseconfuerzacontrasupecho.Sumadreestabajuntoaellos.

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10ABRAMOSELATAÚD

—Ya están todos aquí—dijo tío Henrik, mirando a su alrededor—. Deboirme.

Annemariesequedóenelumbraldelasala,mirandodesdeelrecibidor.El bebé dormía ahora, y sumadre parecía cansada. Sumarido permanecíajuntoaellaylaabrazaba.Elancianoseguíaconlacabezainclinada.

Petersesentóaparteyseechóhaciaadelanteconloscodosapoyadosenlasrodillas.Parecíainmersoensuspensamientos.

Ellenestabasentadaenelsofáentresuspadresyestrechabaconfuerzalamanodesumadre.MiróaAnnemarie,peronosonrió.Annemariesintióunapunzadadetristeza;ellazodesuamistadnosehabíaroto,peroeracomosiEllensehubieramarchadoaunmundodiferente,elmundodesufamiliaydeloquelesesperaba.

Cuando tío Henrik se dispuso a marcharse, el anciano barbudo alzó lacabeza.

—VayaconDios—ledijoenvozbaja,perofirme.Henrikasintió.—QuedadconÉl—contestó.Entoncessediolavueltaysaliódelahabitación.Unmomentodespués,

Annemarieleoyósalirdelacasa.LaseñoraJohansentrajodelacocinaunabandejaconunateterayvarias

tazas.Annemarielaayudóarepartirlastazas.Nadiedijonada.

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—Annemarie—lesusurrósumadreenel recibidor—,vetea lacamasiquieres.Esmuytarde.

Annemarie le dijoqueno con la cabeza.Pero estaba cansada.VeíaqueEllentambiénloestaba;suamigateníalacabezaapoyadaenelhombrodesumadreycerrabalosojosdevezencuando.

Finalmente,Annemariesedirigióalamecedoradesocupadaenunrincónde la sala y se acomodó en ella, con la cabeza en el respaldo mullido.Dormitó.

Los faros de un coche que se detuvo fuera iluminaron las ventanas y lasacaron de su adormecimiento. Se oyeron las puertas del coche. Todos sepusieronalerta,peronadiehabló.

Comoenunapesadilla,oyó losgolpesen lapuertay, luego, las fuertespisadas de las botas, horriblemente familiares, en el suelo de la cocina. Lamujerconelbebégimióderepenteyrompióallorar.

Seoyóunavozmasculina,fuerteyconacentoextranjero.

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—Hemosobservadoqueestanoche sehan reunidoenesta casaunnúmeroanormaldepersonas—dijo—.¿Cuáleselmotivo?

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—Hamuertoalguien—contestólaseñoraJohansenconvoztranquila—.Tenemoslacostumbredereunirnosadarelpésamealafamiliadeldifunto.Estoyseguradequeconocenuestrascostumbres.

El oficial al mando de los soldados empujó a la señora Johansen y sedirigióalasalatrasella.Losdemásocuparontodalapuerta.Comosiempre,lasbotasrelucían.Lasarmas.Loscascos.Todobrillabaalaluzdelasvelas.

Annemarie vio que el hombre paseaba la mirada por la sala y queobservaba el ataúd largo rato. Después fijó la vista en cada uno de lospresentes. Cuando sus ojos se posaron en ella, Annemarie le devolvió lamiradasinpestañear.

—¿Quiénhamuerto?—preguntóconbrusquedad.Nadie respondió. Todos miraron a Annemarie, quien solo entonces

comprendióqueeloficialsedirigíaaella.EneseinstantesupoconcertezaloquelequisodecirtíoHenrikcuando

hablóconellaenelestablo.Eramásfácilservalientesinosesabíanada.Tragósaliva.—MitíaabuelaBirte—mintióconvozfirme.Eloficialseaproximóderepentealataúd.Pusolamanoenguantadaenla

tapa.—Pobre tía Birte —dijo con voz condescendiente—. Sí, conozco sus

costumbres—continuó,volviendolamiradaalaseñoraJohansen—.Yséquela costumbre es acercarse al ataúd y mirar por última vez al difunto. Meextrañaquetenganelataúdtanbiencerrado.—Apretóelpuñoconfuerzaylopasó por el borde de la tapadera pulida—. ¿Por qué no está abierto? —preguntó—.AbrámosloparaverporúltimavezatíaBirte.

AnnemarieobservóquePeter,alotroladodelahabitación,seerguíaenlasilla,alzabaelmentóny,lentamente,desplazabalamanoaunlado.

LaseñoraJohansencruzópresurosalasala,directamentehaciaelataúdyeloficial.

—Tiene razón —dijo—. El doctor nos aconsejó mantenerlo cerrado,porquetíaBirtemuriódetifus,yeldoctordicequequizálosmicrobiosesténahíysigansiendopeligrosos.Pero¿quésabráél,unviejomédicodepueblo?¡Estoy segura de que a los microbios del tifus no les gusta vivir en unamuerta!¡MiqueridatíaBirte!Estoydeseandoverlelacaraydarleelúltimobeso.¡Claroqueabriremoselataúd!Mealegrodequelohayasugerido…

Conunrápidomovimiento,eloficialnaziabofeteóalaseñoraJohansen,queretrocediótambaleándosealtiempoquelamarcablancadesumejillaseamorataba.

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—¡Estúpida!—gritó—.¿Creequetenemosalgúninterésenverelcuerpocorruptodesutía?Ábralocuandonosvayamos—dijo.

Apagóunavelaconlosdedosenguantados.Lacerafundidagoteósobrelamesa.

—Apaguenlasvelasocierrenlasventanas—ordenó.Luegosedirigióalapuertaysaliódelacasa.

Inmóvil, en silencio, con una mano en la mejilla, la señora Johansenprestóatención,todosprestaronatención,mientrasloshombresuniformadossemarchaban.Unmomentodespuésoyeronlaspuertasdelosvehículosyelruidodelosmotoresalalejarse.

—¡Mamá!—gritóAnnemarie.Sumadreagitólacabezaconbrusquedadymiróhacialaventana,cubierta

solo por un visillo. Annemarie comprendió. Quizá hubiese algún soldadofuera,vigilando,escuchando.

Peterselevantóycorriólacortina.Encendiólavelaquehabíaapagadoeloficial.DespuéscogiólaBibliaqueestabasiempresobreelpañodelamesa.Laabrióapresuradamenteydijo:

—Leeréunsalmo.Bajólamiradaalapáginaquehabíaabiertoalazaryleyóenvozalta:

AlabadaYavé,porqueesbueno;cantadanuestroDios,porquedulceeslaalabanza.YavéreconstruyeJerusalén,congregaalosdispersosdeIsrael;sanaalosdecorazónafligidoyvendasusheridas.EsÉlquiencuentalasestrellasyllamaacadaunaporsunombre…

La señora Johansen se sentó y escuchó con atención. Todos fuerontranquilizándosepocoapoco.AnnemarievioqueelancianomovíaloslabiosmientrasPeterleía;sesabíaelsalmodememoria.

Annemarie no conocía ese salmo. Aquellas palabras no le resultabanfamiliares y trató de prestar atención, de comprenderlas, de olvidarse de laguerraydelosnazis,denollorar,deservaliente.Labrisanocturnaagitabalascortinasdelasventanasabiertas.Sabíaque,afuera,elcieloestabaplagadodeestrellas.¿Cómoesqueexistíaalguienquepodíacontarlas,comodecíaelsalmo?Elcieloerainmenso.

Ellen le dijo que a sumadre le dabamiedo elmar, que era demasiadograndeyestabademasiadofrío.

«El cielo también lo era —pensó Annemarie—. El mundo lo era:demasiadogrande,demasiadofrío.Ydemasiadocruel».

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Peter continuó leyendo con voz firme, aunque se le notaba cansado.Transcurrieronlargosminutos.Parecieronhoras.

Alfin,aunleyendo,seacercósigilosamentealaventana.CerrólaBibliayprestóatención.Despuéssevolvióalospresentes.

—Ahora—dijo—.Hallegadoelmomento.Primerocerrólasventanas.Despuésseacercóalataúdyloabrió.

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11¿TEVEREMOSPRONTO,PETER?

Annemariepusocaradeasombro.VioqueEllen,alotroladodelahabitación,tambiénmirabaconsorpresaelestrechoataúddemadera.

Nohabíanadiedentro.Peroestaballenodemantasdobladasyderopadeabrigo.

Peter comenzó a sacar las prendas y a repartirlas entre los presentes.Entregóunospesadosabrigosalmatrimonioyotroalancianobarbudo.

—Hará mucho frío —musitó—. Pónganselos. —Encontró un gruesojersey para la señoraRosen y una chaqueta de lana para el padre deEllen.Tras rebuscar unos instantes entre la ropa doblada, halló una rebeca deinviernomáspequeñayselaentregóaEllen.

Annemarie vio que Ellen cogía la rebeca y la contemplaba. Estabaremendadayraída.Eraciertoque,enlosúltimosaños,pocagentedisponíaderopa nueva; no obstante, lamadre deEllen se las arreglaba para hacerle laropa a su hija; generalmente cosía trozos de telas distintas y los unía parahacer una prenda que parecía nueva. Ellen jamás se había puesto algo tanviejoyestropeado.

Peroestavezsí.Seajustólarebecayseabrochólosbotonesdesiguales.Peter,conlosbrazosllenosdeextrañosropajes,miróalmatrimonioconel

bebé.—Losiento—lesdijo—.Nohaynadaparaél.—Yobuscaréalgo—seapresuróadecirlaseñoraJohansen—.Elbebéno

puedepasarfrío.—Saliódelahabitaciónyvolvióunmomentodespuéscon

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lagruesarebecarojadeKirsti.—Tome—ledijoenvozbajaalamadre—.Lequedarámuygrande,pero

irábienabrigadito.Lamujerhablóporprimeravez.—Esniña—susurró—.SellamaRachel.La señora Johansen sonrió y le ayudó a ponerle la rebeca al bebé. Le

abrocharon juntas los botones con forma de corazón—¡cómo le gustaba aKirsti aquella rebeca, con sus botones de corazón!— y dejaron al bebéenfundado en la cálida lana roja. Sus párpados se agitaron, pero no sedespertó.

Peter se buscó en los bolsillos y sacó algo. Se acercó a los padres y seinclinó sobre el bebé. Abrió el tapón de un bote pequeño que tenía en lamano.

—¿Cuántopesa?—preguntó.—Pesódoskilosymedioalnacer—lecontestólajoven—.Haengordado

algo,peronomucho.Ahoranopesarámásdetreskilos.—Entoncesbastaráconunasgotas.Nosabeanada.Nisiquieralonotará.LamadreabrazóconmásfuerzaalbebéysuplicóaPeterconlamirada.—No, por favor—dijo—.Se pasa la noche durmiendo.No lo necesita,

porfavor,seloprometo.Nollorará.—No podemos correr el riesgo—le contestó Peter con voz autoritaria.

Introdujoelcuentagotasenlabocaminúsculadelbebéydejócaerunaspocasgotasdelíquidosobrelalengua.Elbebébostezóyselotragó.Lamadrecerrólosojos,elmaridoleestrechóloshombros.

Después, Peter sacó una a una las mantas dobladas del ataúd y lasrepartió.

—Llévenselas—lesaconsejó—.Lesharánfaltaparaabrigarseluego.LamadredeAnnemarieibadeunladoaotrodelahabitaciónrepartiendo

acadapersonaunpaquetedecomida:elqueso,elpanylasmanzanasqueellalehabíaayudadoaprepararenlacocinahorasantes.

Finalmente, Peter se sacó de la chaqueta un paquete envuelto en papel.Miró a su alrededor y estudió a los allí reunidos, enfundados ya en gruesaropadeabrigo,ydespuéslehizounaseñaalseñorRosen,quienlesiguióalrecibidor.

Annemariepudooírlaconversación.

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—SeñorRosen—ledijoPeter—.EstodebellegaraHenrik.Peroquizáyonolo vea. Dejaré a los demás en el puerto, y ellos llegarán solos a la barca.

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Quieroqueleentregueestosinfalta.Esmuyimportante.Hubounmomentodesilencio,yAnnemariesupoquePeterdebíadeestar

dándoleelpaquetealseñorRosen.Annemarie lo vio sobresalir del bolsillo del abrigo del señor Rosen

cuandoesteregresóalahabitaciónyvolvióasentarse.ObservóqueelseñorRosen tenía una expresión de desconcierto. No sabía lo que contenía elpaquete.Nolohabíapreguntado.

Annemarie comprendió que, una vezmás, se protegían ocultándose losdetalles. Si el señor Rosen supiera lo que contenía el paquete, quizá sehubieseasustado.Silosupiera,quizácorriesepeligro.Poresonolopreguntó.NiPeterselodijo.

—Bien—dijoPeter, consultando su reloj—.Yoconduciré alprimergrupo.Usted,ustedyusted—señalóalviejoyalmatrimoniojovenconelbebé—.Inge—añadió. Annemarie advirtió que era la primera vez que oía a PeterNeilsenllamarasumadreporsunombre;antes,siemprelallamaba«señoraJohansen»; o, en los viejos tiempos, con la alegría y la emoción de sucompromiso conLise, devez en cuando ledecía«madre».Ahora era Inge.ParecíaquePeterhubieseabandonadosujuventudyocupadounpuestoenelmundodelosadultos.Sumadreasintióyaguardósusinstrucciones—,esperaveinte minutos y trae luego a los Rosen. No vengas antes. Debemos dejartiemposuficienteparaquehayamenosprobabilidadesdequenosvean.

LaseñoraJohansenasintiódenuevo.—UnavezquehayasdejadoalosRosenconHenrik,vuelvedirectamente

a casa. En el sendero, camina por las sombras, aunque eso ya lo sabes.CuandodejesalosRosenenelbarco,yoyamehabrémarchado.Encuantolleveamigrupotengoquehacerotrascosasestamismanoche.—SevolvióaAnnemarie—.Hallegadolahoradedespedirme.

Annemarieleabrazó.—¿Teveremospronto,Peter?—lepreguntó.—Eso espero—ledijoPeter—.Muypronto.No crezcasmucho, que te

vasaponermásaltaqueyo,patilarga.Annemarie sonrió, pero al comentario de Peter le faltaba la gracia del

pasado.Apenassieraunasombradeloquefue.Peter besó a la señora Johansen en silencio.Después deseó suerte a los

Rosenysalióalacabezadelgrupo.

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Annemarie, su madre y los Rosen permanecieron callados. Hubo unajetreoenlapuertaylaseñoraJohansensalióenseguidaamirar.Regresóunmomentodespués.

—Noesnada—dijo,enrespuestaasusmiradas—.Elviejohadadountraspié. Peter le ayudó a levantarse. No parecía herido. Quizá solo en suorgullo.

Era una palabra extraña: orgullo. Annemarie observó a los Rosen, allísentados, vestidos con aquellos ropajes deformes y raídos, con las mantasviejas dobladas entre los brazos y los rostros tristes y cansados. Recordótiemposmásfelices:laseñoraRosen,conelcabellopeinadoconesmerobajoel velo, encendiendo las velas del candelabro de siete brazos y rezando laantiguaoración;yelseñorRosen,sentadoenelsillóndelasala,estudiandosusgruesos libros,corrigiendoexámenes,ajustándose lasgafasyalzando lavista de vez en cuando para lamentarse por la falta de una luz decente.RecordóaEllenenlarepresentacióndelcolegio,moviéndoseconaplomoporelescenario,losademanesseguros,lavozclara.

Aquellascosas,aquellasfuentesdeorgullo—elcandelabro,loslibros,losensueñosdel teatro—quedaronatrás, enCopenhague.Ahorayanoposeíannada; solo lesquedaba la ropadepersonasdesconocidasparaabrigarse, losalimentosdelagranjadetíoHenrikparasobreviviryeloscurosenderopordelante,enelbosque,hacialalibertad.

Annemarie adivinó, sin que nadie se lo dijera, que tíoHenrik les iba allevarenelbarcoaSuecia.SabíaloqueleasustabaalaseñoraRosenelmar:su extensión, su profundidad, su frialdad. Sabía lo que Ellen temía a lossoldados,consusarmasysusbotas,quecontodaseguridadlesperseguiríanaquellanoche.Ysabíaquetodosdebíantemerelfuturo.

Peroellosseguíanconlacabezatanaltacomoantes.Demodoquehabíaotrasfuentesdeorgullo,yellosnolohabíandejadotodoatrás.

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12¿DÓNDEESTÁMAMÁ?

El señor Rosen tropezó en el escalón suelto de la puerta de la cocina yrecuperóelequilibrioayudadoporsumujer.

—Está muy oscuro, y no podemos encender ninguna luz —susurró laseñoraJohansenalcongregarsetodosfueraconlasmantasylospaquetesdecomidaentrelosbrazos—.Yoirédelante,conozcobienelcamino.Vosotrosseguidme. Tratad de no tropezar con las raíces de los árboles. Pisad concuidado,esunterrenoaccidentado.—Yañadióinnecesariamente—:Guardadsilencio.

Lanochetambiénerasilenciosa.Unaligerabrisasoplabaenlascopasdelosárboles,yelmurmullodelmar,queallíeraunsonidoomnipresente, lesllegaba desde el otro lado del prado. Pero ahora, de noche, los pájaros nopiabannigraznaban.Lavacadormíacalladaenelestablo,yelgatohacíalopropioenelpisodearriba,enlosbrazosdeKirsti.

Aquí y allá, entre los jirones de nubes, las estrellas punteaban el cielo,peronohabíaluna.Annemarie,alpiedelaescalera,seestremeció.

—Vamos—murmurólaseñoraJohansenalemprenderelcamino.Unoauno,losRosensevolvieronyabrazaronensilencioaAnnemarie.

Porúltimo,lellegóelturnoaEllen;lasdoschicasseabrazaron.—Algúndíavolveré—susurróEllenconaplomo—.Teloprometo.—Sé que volverás—le contestóAnnemarie, abrazando con fuerza a su

amiga.

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Despuéssemarcharon,sumadreylosRosen.Annemariesequedósola.Entróenlacasa,rompióallorarycerrólapuertaalanoche.

Latapadelataúdvolvíaaestarcerrada.Lasalasehabíaquedadovacía;noseveían señales de las personas que habían permanecido allí aquellas horas.Annemarieseenjugólaslágrimasconeldorsodelamano.Abriólascortinasylasventanas,seacomodódenuevoenlamecedoraeintentótranquilizarse.Repasólarutadelgrupo.Ellatambiénconocíaelviejosendero,notanbiencomosumadre,quelohabíarecorridocasitodoslosdíasconsuperrocuandoera pequeña. PeroAnnemarie había ido y vuelto al pueblomuchas veces yrecordabalascurvas,losárbolesdetronconudosoconraícesquesalíandelatierraaquíyallá,ylosarbustostupidosqueflorecíanaprincipiosdeverano.

Imaginóquecaminabaconellos, tanteandoelcaminoaoscuras.SupusoquetardaríanmediahoraenllegarallugardondetíoHenriklesesperabaenelbarco.Sumadrelosdejaríaallí,sedetendríaunminuto,nomás,paradarlesunúltimoabrazo,yregresaríaacasa.ComonotendríaqueiralpasodelosRosen,quedesconocíanel terreno, tardaríamenosen recorrer el caminodevuelta.Sumadrevolveríaprontoconellas.

Enelrelojdelrecibidorsonóunacampanada;eranlasdosymediadelamadrugada. Annemarie calculó que su madre tardaría aún una hora enregresar.Semeciósuavementeenlaviejamecedora.Sumadrevolveríaalastresymedia.

Pensó en su padre, solo en Copenhague. Él también estaría despierto.Desearíahabervenido,perotambiénsabíaquedebíahacerlodesiempre:irala esquina a comprar el periódico, ir a la oficina todas lasmañanas.Ahorasentiríainquietudporellas,miraríaintranquiloelreloj,esperaríalanoticiadequelosRosenseencontrabanasalvoydequemamáylasniñasestabanenlagranjadispuestasacomenzarunnuevodía,desayunandopapilladeavenaylechealaluzdelnuevosolqueentrabaporlaventana.

Annemarie comprendió que era peor para quienes esperaban. Menospeligroso,quizá,peromásinquietante.

Bostezó; la cabeza se le caía hacia adelante. Se quedódormida.Fue unsueño tan ligero como las nubes nocturnas, salpicado de imágenes queaparecíanydesaparecíancomolasestrellas.

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Laluzladespertó.Aúnnohabíaamanecido.Erasoloelprimeratisbodeuncieloquecomenzabaaclarear:unpálidoresplandorenlalindedelprado,unaseñaldequeenalgún lugarmuy lejano,haciael este,dondeestabaSuecia,pronto llegaría la mañana. El amanecer se extendería por las playas y loscamposdeSuecia;despuésbañaríadeluzlapequeñaDinamarcayavanzaríaporelmardelNortehastaNoruega.

Annemarie se despertó confundida, se incorporó y, tras un momento,recordódóndeestabayporquéseencontrabaallí.Peroalgonoencajaba.Lapálida luz en el horizonte…Aún debería estar oscuro. Aún debería ser denoche.

Selevantó,estirólaspiernasyfuealrecibidoramirarlahoraenelviejoreloj.Eranmásdelascuatro.

¿Dóndeestabasumadre?Quizá ya hubiese vuelto y, sin querer despertar a Annemarie, se había

metido en la cama.Sí, eso debía de ser. Sumadre debía de estar exhausta;habíapermanecidodespiertatodalanoche,realizandoaquelpeligrosoviajealbarcoyregresandoporeloscurobosquepensandosoloendormir.

Annemarie subió la escalera a toda prisa. La puerta del dormitorio quecompartióconEllenestabaabierta.Lasdospequeñascamasestabanhechas,cubiertasconlascolchasdescoloridas,yvacías.

Al lado,eldormitoriode tíoHenrik tambiénestabaenordenyvacío.Apesar de su inquietud, Annemarie esbozó una sonrisa al ver la ropa de tíoHenrik arrugada en una silla y un par de zapatos cubiertos de barro en elsuelo.

«Necesitaunaesposa»,sedijo,imitandoasumadre.Lapuertadelotrodormitorio,elquecompartíanKirstiysumadre,estaba

cerrada.Annemarielaabriódespacio,sinquererdespertarlas.Elgatoirguiólasorejas,abriólosojos,levantólacabezaybostezó.Salió

deentrelosbrazosdeKirsti,sedesperezó,saltósilenciosamentealsueloyseacercóaAnnemarie.Sefrotócontrasupiernaymaulló.

Kirsti suspiró y se volvió en sueños; uno de sus brazos, falto ahora delcalordelgato,volóhastalaalmohada.

Nohabíanadieenelotroladodelacama.Annemarieseprecipitóhacialaventanadesdelaqueseveíaelclarodel

quepartíaelsendero.Laluzeraaúnmuydébil,yAnnemarieaguzólavistayescudriñóelclarohastaellugardedondepartíaelsenderoconlaesperanzadequesumadreaparecieradevueltaacasa.

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Trasunosinstantes,viounasombra:algoextraño,algoquenoestabaallíel día anterior. Una forma oscura, no más que un bulto borroso, dondecomenzabaelsendero.Annemarieaguzólavistaytratódedescifraraquellaforma,tratódecomprendersinquererhacerlo.

La sombra se movió. Entonces lo supo. Era su madre, tumbada en elsuelo.

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13¡CORRECUANTOPUEDAS!

Moviéndoseconsigiloparanodespertarasuhermana,Annemarieemprendióla carrera escaleras abajoy saliópor lapuertade la cocina.Tropezóconelpeldaño suelto, se tambaleó y salió disparada hacia donde se encontraba sumadre.

—¡Mamá!—gritó,desesperada—.¡Mamá!—¡Chiist!—chistósumadre,levantandolacabeza—.¡Estoybien!—Mamá, pero ¿qué te pasa? —le preguntó Annemarie, arrodillándose

juntoaella—.¿Quéhaocurrido?Sumadreseincorporóhastasentarse.Contrajoelrostroconungestode

dolor.—Estoybien,deverdad.Notepreocupes.YlosRosenestánconHenrik.

Esoesloqueimporta.—Esbozóunasonrisa,aunquesusemblantereflejabadolor.Semordióellabioylasonrisadesapareció—.Notardamosmuchoenllegar, aunque estaba oscuro y los Rosen, como no conocían el camino,caminaban con dificultad. Henrik nos esperaba allí, en el barco, y les hizosubirabordoyescondersealinstante.Dijoquelosdemásyaseencontrabanallí;Peter tambiéncondujoasugruposinproblemas.Asíqueyoregresédeinmediato. Estaba deseando volver con vosotras. Debería haber tenidomáscuidado.—Mientrashablaba,sesacudiólahierbayelpolvodelasmanos—.¡Quémala suerte!Ya casi había llegado, bueno, puede que aún estuviera amitaddecamino,cuandotropecéconlaraízdeunárbolymecaí.—Suspiróyexclamócomosiseregañaraasímisma—:¡Quétorpe!Annemarie,creoque

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meherotoel tobillo.Menosmalqueestotienearreglo.Hevueltoacasa,ylosRosenestánasalvo.Tendríasquehabermevisto,Annemarie—continuó,agitandolacabeza,apesadumbrada—.¡Tumadrearrastrándosecentímetroacentímetro! ¡Seguramente parecería una borracha! —Alargó el brazo paraapoyarseenAnnemarie—.Déjameapoyarmeenti.Creoque,simecogesporeste lado, podré llegar a casa. ¡Santo cielo, qué tonta soy! Ven, déjameapoyarme en tus hombros. Muy bien, eres una chica fuerte y valiente.Ahora…lentamente.Así.

LamadredeAnnemarieteníalacarapálidadedolor.Annemarielapudover en la luz mortecina previa al amanecer. Cojeó hacia la casa, apoyadapesadamenteensuhijaydeteniéndoseunayotravez.

—Cuandoentremos, tomaremosuna tazade téy llamaremosalmédico.Le diré que me caí en la escalera. Me tendrás que ayudar a limpiarme lahierbaylasramitas.Anda,Annemarie,descansemosunmomento.

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Llegaron a la casa, y su madre se sentó en los escalones de la cocina arecuperarelaliento.

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Annemariesesentóasuladoylecogiólamano.—Mamá,mepreocupémuchoalverquenoregresabas.Sumadreasintió.—Sabía que te preocuparías. Cuandome arrastraba hacia aquí, pensaba

queestaríasintranquilaesperándome.Peroyaestoycontigo,asalvo.Todovabien.¿Quéhoraes?

—Debendeserlascuatroymedia,másomenos.—Prontoseharánalamar.—Sumadrevolviólacabezaymirómásallá

delprado,almaryalcieloinmensoquelocubría.Yanoquedabanestrellas,soloseveíaelcielogrisypálidoconunaorlarosada—.Ellostambiénestaránprontoasalvo.

Annemarie se tranquilizó. Acarició la mano de su madre y le miró eltobillohinchadoyamarillento.

—Mamá,¿quéesesto?—lepreguntóderepentealtocaralgoenlahierba,alpiedelaescalera.

—¡Diosmío!—exclamósumadrealverlo.Annemarie lo cogió.Entonces lo reconoció, supo loque era: el paquete

quePeterleentregóalseñorRosen.—ElseñorRosen tropezóen laescalera, ¿recuerdas?Debedehabérsele

caído del bolsillo. Tendremos que guardarlo y devolvérselo a Peter. —Annemarieselodioasumadre—.¿Sabesloquees?

Sumadrenorespondió.Teníaelrostrocetrino.Miróelsenderoyluegosemiróeltobillohinchado.

—Es importante, ¿verdad, mamá? Era para tío Henrik. Recuerdo quePeterdijoqueeramuyimportante.LeoídecírseloalseñorRosen.

Sumadretratódeponerseenpie,perosedejócaerenlaescaleraconungemido.

—Diosmío—selamentódenuevo—.Puedequetodohayasidoenvano.Annemariecogióelpaquetedemanosdesumadreyselevantó.—Yolollevaré—dijo—.Conozcoelcamino,yyacasiesdedía.Correré

comounaliebre.Sumadrelehablóconrapidezyvoztensa.—Annemarie,entraencasaycogelacestaquehayenlamesa.Deprisa,

de prisa. Mete una manzana y un trozo de queso. Esconde este paquetedebajo,¿entiendes?¡Deprisa!

Annemariehizoalinstanteloqueledijosumadre.Lacesta.Elpaquete,debajo.Locubrióconunaservilleta.Despuésuntrozodequesoenvueltoen

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papel.Unamanzana.Echóunvistazoa sualrededor,vioun trozodepanytambiénloguardó.Lacestitaestaballena.Selallevóasumadre.

—Debescorreralbarco.Sialguientedetiene…—¿Quiénvaadetenerme?—Annemarie, debes tener presente que esto esmuy peligroso. Si te ve

algún soldado, si te detienen, debes actuar como una niñita. Una niñitainocentequelellevaelalmuerzoasutío,queespescadorylohaolvidadoencasa.

—Mamá,¿quéhayenelfondodelacesta?Perosumadrenolerespondió.—Vete—leordenó—.Enseguida.¡Ycorrecuantopuedas!Annemarie la besó apresuradamente, cogió la cesta del regazo de su

madreycorrióhaciaelsendero.

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14ENELSENDEROOSCURO

Soloentonces,al internarseenelsenderodelbosque,advirtióAnnemarielofríoqueeraelamanecer.Antes,cuandolosdemásserepartieronlosjerséisylas otras prendas de abrigo, Annemariemiró y ayudó; y les vio adentrarsesilenciosamente en la noche, enfundados en gruesos abrigos y cargados demantas.

Peroellasolollevabaunarebecaligerasobreeltrajedealgodón.Aunque,mástarde,elsolcalentaríayseríaunagradabledíadeoctubre,ahoraeragris,fríoyhúmedo.Seestremeció.Alpasarlacurvadelsendero,Annemariemiróhacia atrás y ya no pudo ver el claro con la casa recortada contra el cielopálido y el prado cada vez más iluminado. Ahora, el bosque oscuro seextendía ante ella; el sendero, cruzado por gruesas raíces ocultas bajo laalfombradehojas,erainvisible.Tanteóelcaminoconelpieparanocaerse.

El asa de la cesta se le clavaba en el brazo a través de lamanga de larebeca.Selacambiódebrazoytratódecorrer.

Recordó un cuento que le contaba a Kirsti con frecuencia para que sedurmiera.

«Éraseunavezunaniñapequeña—dijoparasí—,queteníaunacaparojaconunacaperuzapreciosa.Selahabíahechosumadre. Como no se la quitaba nunca, todos la llamabanCaperucitaRoja».

Llegadoaestepunto,Kirstisiemprelainterrumpía.

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«¿Por qué le decían “Caperucita” y no “Capita”? —lepreguntaba—.¿Porquénoledecían“CapitaRoja”?».

«Porque tenía una caperuza para cubrirse la cabeza.Teníauncabellotanbonitocomoeltuyo,Kirsti.Quizámamátehagaalgúndíaunacapaconunacaperuzaparaquelleveslacabezatapadaynopasesfrío».

«Pero¿porqué?—insistíaKirsti—.¿Porqué“Caperucita”?¿Porquénosequitabanuncalacaperuza?».

«Puedequesíselaquitara,peronoenestahistoria.Ahoradejadeinterrumpirmeacadamomento».

Mientras tanteaba el camino en la oscuridad,Annemarie sonrió al recordarqueKirstisolíainterrumpirloscuentosparahacerpreguntas.Amenudosoloqueríaqueelcuentodurasemás.

Elcuentocontinuaba.

«Undíasumadreledijo:“Quieroquelellevesestacestadecomidaa tu abuela.Está enferma.Ven,que tevoyaponer lacapa”».

«Laabuelavivíaen lomásprofundodelbosque,¿verdad?—lepreguntabaKirsti—.Enunbosquepeligroso,dondevivíanloslobos».

Annemarie oyó un ruido…Una ardilla, quizá, o un conejo correteando. Sedetuvo,inmóvilenelsendero,yvolvióasonreír.Kirstisehabríaasustado.Sehabríacogidodesumanoyhabríaexclamado:«¡Unlobo!»PeroAnnemariesabíaqueaquelbosquenoeracomoeldelcuento.Nohabíalobosnitigres,niosos, ni otros animales quepoblaban la poderosa imaginacióndeKirsti. Seapresuró.

Sin embargo, aquel bosque sí que era umbrío. Annemarie nunca habíarecorrido el sendero a oscuras.Le dijo a sumadre que se daría prisa.Y lointentaba.

El sendero se bifurcaba allí. Conocía bien aquel lugar, aunque en laoscuridad parecía distinto. Si iba a la izquierda, llegaría al camino, dondehabría más luz y más gente. Pero también era más peligroso. Podría verlaalguien.Aesahoradelamanecer,lospescadoressedirigíanasusbarcosparapasarlalargajornadaenelmar.Yquizátambiénhabríasoldados.

Continuó por la derecha y se internó aúnmás en el bosque. Por eso sumadreyPeter tuvieronqueguiara losRosenya losdemás.Sisehubiesen

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equivocadodecaminohabríancorridopeligro.

«Así que Caperucita Roja cogió la cesta de la comida ycorrióporelbosque.Eraunamañanaestupenda,y lospájaroscantaban. Mientras caminaba, Caperucita Roja tambiéncantaba».

Aveces,cuandolecontabaelcuentoaKirsti,cambiabaaquellaparte.Unasveces llovía en el bosque, o incluso nevaba. Otras era al atardecer, consombras largas y siniestras, para que Kirsti se apretujara contra ella y laabrazara.Peroahora,alcontárseloasímisma,deseabaquebrillaseel solycantasenlospájaros.

Enaquelpunto,elsenderoseensanchabayallanaba:eraellugardondeelbosqueseabríaaunladoyelsenderotrazabaunacurvaenlalindedelprado,cercadelmar.Allípodíacorrerylohizo.Allí,dedía,pacíanlasvacas,ylastardes de verano Annemarie solía detenerse junto a la cerca y arrancarpuñadosdehierbaquelasvacasatrevidaslearrebatabanconlalenguaáspera.

Sumadre le había dicho que ella también se detenía allí cuando iba alcolegio.Superro,Trofast,pasabapordebajodelacercaycorreteabaporelprado,ladrandodesaforadamentealasvacas,quesiempreloignoraban.

El prado estaba solitario y parecía gris a la media luz del amanecer.Annemarie oía el rumor del mar y veía el resplandor de la aurora al este,sobreSuecia.Corriócuantopudoconlavistafijaenellugardondeelsenderoseinternabaunavezmásenelbosqueendirecciónalpueblo.

Por fin. Los arbustos estaban crecidos y le costó trabajo dar con elsendero.Alfinaldescubriólaentradajuntoalosarándanos.¡Ladevecesquesehabíadetenidoallí,afinalesdeverano,acogerunpuñadodedulcesbayas!Despuésse le teñían lasmanosy labocadeazul; sumadresiemprese reíacuandovolvíaacasa.

Losárbolesylosarbustossecernieronsobreellaylafaltadeluzleobligóairmásdespacio,aunqueintentócorrer.

Annemariepensóensumadre:eltobillohinchado,eldolorreflejadoenelrostro.Deseabaquehubiesellamadoyaalmédico.Elmédicodelpuebloeraun anciano brusco y distante, pero con ojos francos. En los veranos quepasaronallí,había idoa lagranjavariasvecesenuncocheque traqueteabapor el camino de polvo; fue una vez cuando a Kirsti, que entonces era unbebé,ledolióeloídoysepasólanochellorando.YfueotravezqueLise,alpreparareldesayuno,sequemólamanoconaceitehirviendo.

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Annemarievolvióadesviarsecuandoelsenderosebifurcódenuevo.Elcaminodelaizquierdalallevaríadirectamentealpueblo;eraelcaminoporelquefueronalagranjacuandosalierondelaestación,elcaminoquesumadrerecorría todos los días para ir al colegio. Pero Annemarie continuó por elsenderodeladerecha,queconducíaalpuerto,dondeatracabanlosbarcosdepesca.Tambiénhabíarecorridoamenudoaqueltramodelsendero,avecesalatardecer,cuandoarribabaapuertoelIngeborg,labarcadetíoHenrik,avercómo descargaban la captura del día, compuesta de arenques brillantes yescurridizosqueaúncoleabanenlascajas.

Inclusoentonces,cuandolosbarcosestabanvacíos,ancladosenelpuerto,y los pescadores se preparaban para una nueva jornada de pesca, se podíapercibirelolorsaladoypenetrantedelosarenquesquesiempreflotabasobreelpuerto.

Yano estaba lejos, y comenzaba a clarear.Corrió casi tan rápido comohabía corrido en el colegio, en las carreras de los viernes; casi tan rápidocomoporlascallesdeCopenhagueeldíaqueelsoldadoladetuvoalavozdealto.

Annemariesiguiócontandolahistoriaparasí.

«De repente, cuando Caperucita Roja caminaba por elbosque,oyóunruido.Losarbustosseagitaron».

«¡Ellobo!—exclamabaKirstisiempre,estremeciéndosedepuroterror—.¡Séquevaaserellobo!»

Annemariesolíaalargaraquellaparteparaextremarelsuspenseyatormentarasuhermana.

«No sabía lo que era. Se detuvo y aguzó el oído.Algo laseguía, tras los arbustos. Caperucita Roja estaba muy, muyasustada».

SequedabaensilenciounmomentoynotabaqueKirsti,asulado,conteníalarespiración.

«Entoncesoyóungruñido»,proseguíaAnnemarieconunavozpausadayllenadetemor.

De repente,Annemarie se detuvo y permaneció inmóvil. El sendero girabaanteella.Sabíaquetrasaquellacurvaseencontraríafrentealmar.Elbosquequedaríaasusespaldasydelanteveríaelpuerto,losmuellesylasincontables

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barcas.Pronto se oirían toda clasede ruidos: losmotores de las barcas, lospescadoresllamándoseunosaotrosylosgraznidosdelasgaviotas.

PeroAnnemarieoyóotracosa.Oyóelrocedelasramasdelosarbustos.Oyópasos.Y,convencidadequenoerasuimaginación,oyóungruñido.

Avanzó con cautela. Se aproximó a la curva del sendero. Los ruidoscontinuaron.

Entonces los vio, frente a ella. Cuatro soldados armados. Llevaban dosperrosenormes,deojoschispeantesyhocicoamenazador.

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15¡LOSPERROSOLFATEANCARNE!

Lospensamientosseleagolparonenlacabeza.Annemarierecordóloquelehabía dicho su madre: «Si te detienen, debes actuar como una niñitainocente».

Miró a los soldados. Recordó cómo habíamirado a los otros, asustada,cuandoladetuvieronenlacalle.

Kirsti no se asustó.Kirsti solo era… eso, una niñita inocente, enfadadaporqueel soldado le tocóelpelo.No sabía lopeligrosoquepodía ser, y alsoldadolehizogracia.

Annemarie puso todo su empeño en comportarse como lo habría hechoKirsti.

—Buenosdías—lesdijoconcautela.Lamirarondearribaabajoensilencio.Losdosperrosestabaninquietosy

alerta.Lossoldadosquesujetabanlascorreasllevabanunosguantesgruesos.—¿Quéhacesaquí?—lepreguntóunodeellos.Annemarielemostrólacesta,coneltrozodepanbienvisible.—LellevoelalmuerzoamitíoHenrik.Lohaolvidado.Espescador.Los soldados miraban por encima de Annemarie y escudriñaban los

arbustosdelosalrededores.—¿Vienessola?—lepreguntóotro.Annemarieasintió.—Sí.

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Unodelosperrosgruñó.Annemarieobservóquelosdosmirabanlacestadelalmuerzo.

Eloficialseadelantó.Elotrosoldadoylosdosquesujetabanalosperrospermanecierondondeestaban.

—¿Hasvenidoantesdequeamanezcasoloparallevarleelalmuerzo?¿Yporquénocomepescado?

¿Qué le respondería Kirsti? Annemarie soltó una risita, como haría suhermana.

—AtíoHenriknolegustaelpescado—contestó,riéndose—.Dicequesepasaeldíaviéndoloyoliéndolo.Además,¡noselovaacomercrudo!—pusocaradeasco—.Bueno,puedequese locomiesesiestuvieramuriéndosedehambre.TíoHenriksiemprealmuerzapanconqueso.

«Sigue charlando —se dijo—, como haría Kirsti, como una niñainocente».

—A mí sí me gusta el pescado —prosiguió—. Me encanta como lopreparamimadre.Aveceslorebozaconpanralladoy…

Eloficialalargóelbrazoysacóelpancrujientedelacesta.Loexaminómeticulosamente.Despuéslopartióendos.

AnnemariesabíaqueaquelloenfureceríaaKirsti.—¡No!—exclamó,enfadada—.¡EselpandetíoHenrik!¡Lohahechomi

madre!Eloficiallaignoró.Arrojólosdostrozosalsuelo,unofrenteacadaperro.

Los perros se abalanzaron sobre ellos y los engulleron sin masticarlos, demodoquedesaparecieronenuninstante.

—¿Hasvistoaalguienenelbosque?—lepreguntóeloficial.—No.Soloaustedes.—Annemarielomiró—.¿Quéhacenenelbosque?

Voyallegartarde.TíoHenrikseharáalamarantesdequeyollegueconelalmuerzo…oconloquequededeél.

Eloficialsacóeltrozodequesoylediovueltasenlasmanos.Sevolvióalosotrostressoldadosylespreguntóalgoensulengua.

Unodeellosrespondió«Nein»enuntonoaburrido.Annemariereconociólapalabra.Elhombrehabíacontestado«No».Annemariepensóquequizáleshabríapreguntadosiqueríanelquesoosiselodabaalosperros.

Eloficialsepasabaelquesodeunamanoaotra.Annemarielanzóunsuspirodedesesperación.—¿Puedomarcharmeya,porfavor?—preguntóconimpaciencia.—Eloficialsacólamanzana.Notólasmanchasmarronesypusocarade

asco.

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—¿No llevascarne?—lepreguntó,alver la servilletaenel fondode lacesta.

Annemarieledirigióunamiradafulminante.—Sabequenotenemoscarne—lerespondió,insolente—.Suejércitose

cometodalacarnedeDinamarca.«Por favor, por favor —imploraba en silencio—. Que no levante la

servilleta».Eloficialserio.Lanzólamanzanapodridaalsuelo.Unodelosperrosse

adelantótirandodelacorrea,olfateólamanzanayretrocedió.Peroningunode los dos apartaba la vista de la cesta, con las orejas erguidas y la bocaabierta.Lasalivabrillabaensusencíassuavesyrosadas.

—Losperrosolfateancarne—dijoeloficial.—Olfatean las ardillas del bosque —respondió Annemarie—. Debería

llevarlosacazar.Eloficialseadelantóconel trozodequesoen lamano,comosi fueraa

dejarlo en la cesta. Pero no lo hizo. Por el contrario, sacó la servilletafloreada.

Annemariesequedódepiedra.—Tu tíocomemuypoco—comentóeloficial con ironíaal envolverel

trozodequesoen la servilleta—.Comounamujer—añadiócondesprecio.Entonces clavó lamirada en la cesta. Le entregó el queso y la servilleta alsoldadoqueestabaasulado.¿Quéeseso?¿Quéllevasahí,enelfondo?—lepreguntóconunavozdiferente,mástensa.

¿Qué haríaKirsti?Annemarie pataleó.De repente, sorprendiéndose a símisma,rompióallorar.

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—¡Nosé!—gimióconvozahogada—.Mimadreseenfadaráconustedpordetenerme y hacerme llegar tarde. ¡Además, ha dejado sin comida a tío

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Henrik,yélseenfadaráconmigo!Losperrosseretorcían,tirabandelascorreasyextendíanelcuellohacia

lacesta.Unsoldadomurmuróalgoenalemán.—¿Por qué lo llevabas tan bien escondido?—le interrogó el oficial al

sacarelpaquete.Annemarieseenjugólaslágrimasconlamangadelarebeca.—Estabaconlaservilleta.Noséloquees.Aquelloeracierto.Noteníaniideadeloqueconteníaelpaquete.Eloficialrompióelpapelqueloenvolvíamientras,asulado,losperros

se debatían y tiraban de las correas. Se les notaban los músculos bajo ellustrosopelocorto.

ObservóelpaqueteydespuésmiróaAnnemarie.—Dejadellorar,niñaidiota—leordenóconaspereza—.Tumadreesuna

estúpida: le manda a tu tío un pañuelo. En Alemania las mujeres tienenmejorescosasquehacer.Nosequedanencasabordandopañuelospara loshombres.—Agitó el pañuelo doblado y lanzó una carcajadamordaz—. Almenosnolehabordadounasflores.

Loarrojó al suelo, aúnmedioenvuelto enelpapel, junto a lamanzana.Los perros se abalanzaron sobre él, lo olfatearon y retrocedieron,decepcionados.

—Vete—leordenóeloficial.Dejóelquesoylaservilletaenlacesta—.Vecontutíoydilequealosperrosalemanesleshagustadoelpan.

Alpasarjuntoaella,lossoldadoslaempujaronaunlado.Unodeellosserio, e intercambiaron unas palabras en su lengua. Un momento despuésdesaparecieron sendero abajo, en la dirección por la que había venidoAnnemarie.

Rápidamente, cogió lamanzana y el paquetemedio abierto del pañueloblanco.Lospusoenlacestaycorrióhaciaelpuerto,dondeyabrillabaelsoldelamañanayzumbabanlosmotoresdealgunosbarcos.

Elingeborgseguíaallí,juntoalmuelle,ytíoHenriktambiénestabaallí,arrodillado entre las redes, el cabello rubio resplandeciendo al viento.Annemarielollamó,yélseacercóconunaexpresiónpreocupadaalverlaenelmuelle.

Annemarieleentrególacesta.—Mamá te envía el almuerzo—le dijo con voz temblorosa—,pero los

soldadosmedetuvieronymequitaronelpan.—Noseatrevióadecirlemás.TíoHenrikechóunrápidovistazoalinteriordelacesta.Annemarieviola

expresión de alivio en su rostro y supo que era porque el paquete, aunque

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abierto,estabaallí.—Gracias—ledijoconunclarotonodealivio.Annemarie observó el pequeño barco. Vio la estrecha pasarela que

conducíaa lacabinavacía.Nohabía señalesde losRosennide losdemás.TíoHenrikadvirtiósumiradadedesconcierto.

—Todovabien—aseguróenvozbaja—.Notepreocupes.Todovabien.Antesnoestabaseguro—confesó—,peroahora—mirólacestaqueteníaenlasmanos—,graciasati,Annemarie,todovabien.Anda,correacasaydileatumadre que no se preocupe. Os veré esta noche.—De repente sonrió—.Conquesecomieronelpan,¿eh?Esperoqueseatragantaran.

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16TECONTARÉALGOMÁS

—¡Pobre Bonita! —se compadeció tío Henrik riéndose, después de cenaraquella noche—. Ya le resultaría un martirio que la ordeñase tu madre,después de vivir tantos años en la ciudad. Pero ¡Annemarie! ¡Hacerlo porprimeravez!¡Mesorprendequenotepropinaseunacoz!

Su madre también se rio. Se acomodó en el sillón de la sala, que tíoHenrikhabíallevadoalacocina.Teníalapiernasobreuntaburete,eltobilloenvueltoenunaescayolablanca.

A Annemarie no le importó que se rieran. Fue gracioso. Regresó a lagranja corriendo por el camino para no toparse con los soldados, que aúnpodíanseguirenelbosque;entonces,comonollevabanada,nocorríapeligro.Pero al llegar, su madre y Kirsti se habían marchado. Su madre le habíadejadounanota,escritaapresuradamente,diciéndolequeelmédico lahabíallevadoensucochealhospitallocalyquevolveríanpronto.

Pero el ruido que hacía Bonita en el establo, olvidada, sin ordeñar,incómoda,obligóaAnnemarieasalirresignadaconelcubodeleche.Ordeñóa Bonita como pudo, tratando de ignorar sus mugidos de irritación y lassacudidasdesucabeza,yderecordarelmodoenquetíoHenriklaordeñabaconmovimientosfirmesyrítmicos.Yloconsiguió.

—Yopodíahaberlohecho—anuncióKirsti—.Solohayqueapretarysalelaleche.Esfácil.

Annemarielevantólosojosalcielo.«Yamegustaríaverte»,pensó.

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—¿NovaavolverEllen?—preguntóKirsti,olvidándoseporunmomentodelavaca—.Medijoqueleharíauntrajealamuñeca.

—Annemarieyyo te ayudaremosahacérselo—leaseguró sumadre—.Ellen tuvoque irseconsuspadres.¿No fueunasorpresaestupendaque losRosenvinierananocheaporella?

—Tendríaquehabermedespertadoparadespedirsedemí—gruñóKirsti,llevandounacucharadaimaginariaalabocadelamuñecaqueteníasentadaenunasillaasulado.

—Annemarie—dijo tíoHenrik, levantándosede lamesay apartando lasilla—, si vienes al establo ahora, te enseñaré cómo se ordeña una vaca.Lávatelasmanosprimero.

—Yotambiénvoy—anuncióKirsti.—No, tú no—le ordenó sumadre—.Ahora no. Tienes que ayudarme,

porquenopuedoandarbien.Túserásmienfermera.Kirstivacilóysepreguntósimerecíalapenadiscutir.—Cuandoseamayor,seréenfermeraynogranjera.Asíquemequedaré

aquíacuidaramamá.

Seguidacomocasisiempreporelgato,AnnemariesaliócontíoHenrikhaciael establo bajo la fina lluvia que había comenzado a caer. Le pareció queBonitaasentíaconlacabezaalveratíoHenrik,contentadeestardenuevoenbuenasmanos.

AnnemariesesentóenunabaladepajayobservóatíoHenrikordeñaraBonita.Peronosefijabaencómolohacía.

—TíoHenrik,¿dóndeestánlosRosenylosdemás?—lepreguntó—.CreíquelesllevaríasaSueciaenelbarco.Peronoestabanallí.

—Síestaban—leaseguró,inclinándosecontraelanchoflancodelavaca—. No deberías saber esto. Recuerda que te dije que era más seguro nosaberlo. Pero te contaré algo más —prosiguió sin alterar el movimientoseguroyexperimentadodesusmanos—,porquehassidomuyvaliente.

—¿Valiente?—lepreguntóAnnemarie,sorprendida—.¡No!Pasémuchomiedo.

—Arriesgastelavida.—¡Nopensabaeneso!Solopensabaque…—Eso es la valentía —la interrumpió, sonriendo—, no pensar en el

peligro. Pensar solo en lo que se debe hacer. Claro que pasastemiedo.Yotambiénmeasustéhoy.Peroseguistepensandoenloquedebíashacer,como

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yo.Ahora te contaré algode losRosen.Muchospescadoreshan construidoescondrijos en los barcos. Yo también. Bajo la cubierta. Solo tuve quelevantarlastablasenelsitioadecuadoparahacerunescondrijodondeocultaravariaspersonas.PeterysuscompañerosdelaResistencianoslostraenamíy a los demás pescadores. Hay personas que les ayudan a esconderse y allegaraGilleleje.

Annemariesesobresaltó.—¿PeteresdelaResistencia?¡Claro!¡Debíahaberlosabido!Lesllevaa

papáyamamáelperiódicoclandestino,DeFrieDanske.Ysiemprevadeunladoparaotro.¡Debísuponerloyosola!

—Esunjovenmuyvaliente—dijotíoHenrik—.Todosloson.Annemariefruncióelceñoalrecordarelbarcovacíoaquellamañana.—Entonces, ¿dónde estaban los Rosen y los demás cuando te llevé la

cesta?¿Bajolacubierta?TíoHenrikasintió.—Nooínada—comentóAnnemarie.—Claro que no. Tuvieron que pasar varias horas sin moverse ni

pronunciarpalabra.Elbebéfuedrogadoparaquenosedespertarayllorase.—¿Meoyeroncuandohablécontigo?—Sí.TuamigaEllenmedijodespuésqueteoyeron.Ytambiénoyerona

lossoldadosquevinieronluegoaregistrarelbarco.Annemariepusocaradeasombro.—¿Fueronlossoldados?—preguntó—.Meparecióquesemarchabanpor

elladocontrariocuandomelosencontréenelbosque.—En Gilleleje hay muchos soldados que patrullan por la costa. Ahora

registranlosbarcos.Sabenquelosjudíosseescapan,peronosabencómolohacen y apenas si sorprenden a unos pocos.Los escondites estánmuybiencamuflados,amenudohastaamontonamoselpescadoencimaparaocultarlaentrada.¡Nolesgustamancharselasbotaslustrosas!

Volviólacabezaysonrió.Annemarie recordó las brillantes botas acercándose por el sendero

umbrío.—TíoHenrik, tienes razón—confesó—,ahoracomprendoqueesmejor

nosaberlo todo.Pero,por favor,¿nomevasacontar lodelpañuelo?Sabíaque el paquete era importante y por eso crucé el bosque corriendo parallevártelo.Peropensabaqueseríaunmapa.¿Quéimportanciapuedetenerunpañuelo?

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TíoHenrikapartóaunladoelcubollenodelecheysedispusoalavarlelaubrealavacaconuntrapohúmedo.

—Estolosabenmuypocaspersonas,Annemarie—ledijoconunamiradaseria—.Comoalossoldadoslesmolestatantoquelosjudíosseescapensinque ellos puedan hacer nada para detenerlos, están comenzando a emplearperrosadiestrados.

—¡Losquemedetuvieronenelsenderollevabanperros!TíoHenrikasintió.—Los perros están adiestrados para olfatear y localizar a las personas.

Ayermismoocurrióendosbarcos.Aquellosmalditosperrosolfatearonalaspersonas a pesar del olor a pescado. Todos estábamos muy preocupados.Creíamos que era el final de las huidas a Suecia en barco. FuePeter quienconsultó el problema con losmejores científicos ymédicos, que trabajarondíaynocheparahallarunasolución.Ycrearonunasustanciaespecial.Noséloquees.Peroestabaenelpañuelo.Atraealosperrosy,cuandolahuelen,losdejasinsentidodelolfato.¡Imagínatelo!

Annemarierecordóquelosperrosseacercaronalpañuelo,loolfatearonysedieronlavuelta.

—Ahora,graciasaPeter,todoslosmarinerostendremosunpañuelocomoese.Cuandolossoldadosvenganaregistrarlasbarcas,notendremosmásquesacarelpañuelodelbolsillo.¡Losalemanescreeránquenoshemosresfriadotodos! Los perros olfatearán el pañuelo que hemos sacado y recorrerán elbarcoenvano.Nooleránnada.

—¿Llevaronperrosalbarcoestamañana?—Sí.Notranscurrieronniveinteminutosdesdequetemarchaste.Estaba

apuntodehacermealamarcuandoaparecieronlossoldadosymeordenaronquemedetuviera.Subieronabordo,registrarontodoynodescubrieronnada.Entoncesyoyateníaelpañuelo,claro.Sinolohubieratenido,enfin…—Suvozseapagó,ydejólafrasesinterminar.Nonecesitabahacerlo.

SiellanohubieraencontradoelpaquetequeselecayóalseñorRosen.Sinohubieracorridoporelbosque.Silossoldadossehubiesenquedadoconlacesta.Sinohubierallegadoalabarcaatiempo.Annemariesintióquetodosaquellossíesledabanvueltasenlacabeza.

—¿SeencuentranasalvoenSuecia?—lepreguntó—.¿Estásseguro?TíoHenriksepusoenpieyacariciólacabezadeBonita.—Lesdejéenlacosta.Habíagenteesperándolosparaacogerlos.Yaestán

asalvo.

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—Pero¿ysilosnazisinvadenSuecia?¿TendránlosRosenqueescapardenuevo?

—Esonoocurrirá.AlosnazislesinteresaqueSueciasigasiendolibre.Esmuycomplicado.

Annemarie pensó en sus amigos, escondidos bajo la cubierta delIngeborg.

—Debedehabersidohorribleparaellosestarmetidosallítantashoras—murmuró—.¿Estabaoscuroelescondite?

—Oscuro,fríoyatestado.YlaseñoraRosensemareó,aunquelatravesíanodurómucho.Comosabes,esunviajecorto.Peroeranpersonasvalerosas.Ynadadeaquellolesimportócuandodesembarcaron.Soplabaelviento,yelaire en Suecia es frío y limpio. Cuando me despedí de ellos, el bebécomenzabaadespertarse.

—MepreguntosiveréaEllendenuevo—selamentóAnnemarie.—Claroquesí,pequeña.Despuésdetodo,lesalvastelavida.Algúndía

volverásaverla.Estaguerra,comotodaslasguerras,tambiénacabaráalgúndía.Bueno—dijoestirándose—,¿quétehaparecidolalección?

—¡TíoHenrik!—gritóAnnemarie,lanzandounacarcajada—.¡Mira!¡Eldiosdeltruenosehacaídoenelcubodeleche!

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17TODOESTETIEMPO

TíoHenrikdijoquelaguerraacabaría,yteníarazón.Laguerraterminódoslargosañosdespués.CuandoAnnemarieteníadoceaños.

Aquella tarde de mayo las campanas repicaron en toda Dinamarca. Labanderadanesafueizadaportodaspartes.LagenteseechóalascallesylloróaltiempoquecantabaelhimnodeDinamarca.

Annemariesalióalbalcónconsuspadresysuhermana.Arribayabajodelacalle,enlamismaaceradesucasayenlaaceradeenfrente,viobanderasyestandartesentodaslasventanas.Sabíaquemuchosdeaquellospisosestabanvacíos.Hacíayacasidosañosquelosvecinosdelosjudíosquetuvieronquemarcharse se encargaban de cuidarles las plantas, limpiar el polvo de losmueblesysacarbrilloaloscandelabros.SumadrecuidólacasadelosRosen.

«Paraesoestánlosamigos»,decíasumadre.Esedía,losvecinosentraronenaquellospisosdeshabitados,abrieronlas

ventanasyengalanaronlosbalconesconsímbolosdelibertad.Aquellanoche,laseñoraJohansenlloró.Kirsti,conlamiradachispeante,

cantaba y ondeaba una banderita. Incluso Kirsti crecía; va no era la niñacharlatanadeantes.Ahoraeramásaltaymásseria,yestabamásdelgada.SeparecíaalasfotografíasdeLisecuandoestateníasieteaños.

PeterNeilsenhabíamuerto.Era triste recordarloaqueldía tan felizparaDinamarca.PeroAnnemarieseesforzóenpensarenaquelchicopelirrojoqueseportóconellacomounhermano,yenlotristequefueeldíaquerecibieronlanoticiadequelosalemaneslohabíancapturadoyejecutadoenpúblicoenRyvangen,Copenhague.

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Peter les escribió una carta desde la cárcel la noche antes de que lofusilaran.Solodecíaquelesquería,quenoteníamiedoyqueestabaorgullosodehaberhecholoquepudoporsupaísyparaquelaspersonasfueranlibres.Enlacarta,lespidióqueloenterrasenjuntoaLise.

Pero no pudieron cumplir su deseo, porque los alemanes se negaban aentregar los cuerpos de los jóvenes que eran fusilados en Ryvangen. Selimitaban a sepultarlos en tumbas numeradas en el mismo lugar donde losfusilaban.

Después,Annemariefueaaquellugarconsuspadresydejaronlasfloresque llevaban en el suelo frío y numerado. Aquella noche, sus padres lecontaronlaverdaddelamuertedeLisealempezarlaguerra.

—LisetambiéneradelaResistencia—leexplicósupadre—.Pertenecíaalgrupoquecombatiópornuestropaís.

—Nosotrosnolosabíamos—añadiósumadre—.Nonoslodijo.NoslocontóPetercuandoellamurió.

—¡Oh,papá!—exclamóAnnemarie—.¡Mamá!NofusilaronaLisecomoaPeter,congentemirando,¿verdad?

Quería saberlo, quería saberlo todo, aunque no estaba segura de poderasimilarlo.

Perosupadrenegóconlacabeza.—EstabaconPeterylosdemásenunsótanodondesereuníanensecreto

para hacer planes. Los nazis se enteraron y les tendieron una emboscadaaquellanoche.Paratratardeescapar,cadaunocorrióporsulado.

—Mataronavarios—continuósumadreconpesar—.APeterlohirieronenelbrazo. ¿Recuerdasque llevabaelbrazoencabestrillo en el funeraldeLise?Sepusounabrigoparaquenadieloviera.Yunsombrero,paraocultarsucabellopelirrojo.

Annemarienolorecordaba.Nolohabíaadvertido.Latristezaemborronóelrecuerdodeaqueldía.

—¿QuélepasóaLise?—preguntó—.Sinoledispararon,¿quéocurrió?—Lavieroncorrerdesdeelcamiónylaatropellaron.—Asíqueeraverdadloquemedijiste,quelaatropellaron.—Sí,eraverdad—confirmósupadre.—¡Eran tan jóvenes! —se lamentó su madre, meneando la cabeza. Le

brillaron los ojos, los cerró un instante y exhaló un largo suspiro—. Tanjóvenes.Tanilusionados.

Ahora,mientraspensabaenLise,miró lacalledesdeelbalcón.Vioqueabajo, entre la música, las canciones y el repicar de campanas, la gente

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bailaba. Eso le trajo otro recuerdo, un recuerdo muy lejano: Lise, con elvestidoamarillo,bailandoconPeterlanochequeanunciaronsucompromiso.

Entróen lasalayfuealdormitorio,dondeelbaúlazulaúnseguíaenelrincón que había ocupado todos aquellos años. Al abrirlo, Annemariedescubrióqueelvestidohabía comenzadoaperder color; losbordesde losplieguesestabandescoloridosporhaberpermanecidotantotiempodoblados.

Extendió la falda con cuidado y buscó en el bolsillo donde escondió elcolgantedeEllen.LapequeñaestrelladeDavidnohabíaperdidoelbrillo.

—¿Papá? —le dijo al regresar al balcón, donde su familia seguíacontemplandoalamultitudregocijada.Abriólapalmadelamanoylemostróelcolgante—.¿Puedesarreglarlo?Loheguardado todoeste tiempo.EradeEllen.

Supadrelocogióyexaminóelbrocheroto.—Sí—aseguró—. Puedo arreglarlo. Cuando los Rosen vuelvan a casa,

dáseloaEllen.—Hastaentonceslollevaréyo—ledijoAnnemarie.

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EPÍLOGO

Sé que los lectores se preguntarán qué tiene de cierto la historia deAnnemarie. Intentaréexplicardónde terminan loshechosydóndecomienzalaficción.

AnnemarieJohansenesunachicademiinvención,nacidadelashistoriasqueme contómi amigaAnnelise Platt, a quien dedico este libro.Vivió enCopenhagueysufriódeniñaloslargosañosdeocupaciónalemana.

NosolomefascinaronyconmovieronlashistoriasqueAnnelisemecontódelasprivacionesquesufrieronsufamiliaysusvecinosaquellosaños,ydelos sacrificios que hicieron, sino más aún la descripción del coraje y laintegridaddelosdanesesbajoelmandatodeChristianX,elreyaquientantoamaban.

PoresocreéalapequeñaAnnemarieyasufamilia, leshicevivirenunpisodeCopenhague, enuna callepor laqueyomismapaseé, e imaginé lavidaquellevaronduranteloshechosrealesde1943.

DinamarcaserindióaAlemaniaen1940,escierto;yfueporlosmotivosque le explicó el señor Johansen a su hija: el país era pequeño y no podíadefenderse, pues no tenía ejército. Si sus habitantes hubieran intentadodefendersedelpoderosoejércitoalemán,habríansidoexterminados.Poreso,sindudacongranpesar,el reyChristianse rindió,y los soldadosalemanesinvadieronelpaísdelanochealamañana.Loocuparondurantecincoaños.Presentes en casi todas las esquinas, siempre armados y disciplinados,controlaron los periódicos, los ferrocarriles, el gobierno, los colegios, loshospitalesylaexistenciadiariadelosdaneses.

PerojamáscontrolaronalreyChristian.Esciertoquetodaslasmañanassalíaapasearacaballo,sinescolta,ysaludabaa lagente; lahistoriaque lecontó el señor Johansen a su hija, la del soldado que le preguntó al jovendanés «¿Quién es ese hombre?»… Aunque sea tan llamativa que pareceinventada por la autora, quedó registrada en uno de los documentos que seconservandeaquellaépoca.

Tambiénesciertoqueenagostode1943losdaneseshundieronsuflotaenelpuertodeCopenhaguecuandolosalemanestratarondeapoderarsedeella.

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Mi amiga Annelise lo recuerda, y a muchos de los niños de entonces losdespertarían, como a Kirsti, las explosiones y el intenso resplandor queiluminóelcieloalarderlasnaves.

El día del Año Nuevo judío de 1943, quienes fueron a celebrarlo a lasinagogaenCopenhague,comohicieronlosRosenenlahistoria,supieronporelrabinoquelosalemanespensabandetenerlospara«reasentarlos».

El rabino lo supo porque un oficial alemán de alta graduación se locomunicóalgobierno,queasuveztransmitiólainformaciónalosdirigentesde la comunidad judía.Aquel alemán se llamabaG.E.Duckwitz, y esperoque incluso hoy, tantos años después, sigan llevando flores a su tumba,porquefueunhombrecompasivoyvaleroso.

Así, casi todos los judíos, excepto lospocosquenohicieron casode laadvertencia, escaparon a las primeras redadas. Escaparon gracias a losdaneses,quelesacogieron,mantuvieron,ocultaronyayudaronallegarsanosysalvosaSuecia.

EnlassemanasquesiguieronalAñoNuevojudío,casitodalapoblaciónjudíadeDinamarca,unassietemilpersonas,logróescaparpormaraSuecia.

¿Y el pañuelo bordado que Annemarie le llevó a su tío? ¿No se loinventaríalaautoraparahacerdelachicaunaheroína?

Pues no. El pañuelo también es real. Cuando los nazis comenzaron aemplearperrosadiestradosparadescubriralospasajerosocultosenlasbarcasde pesca, los científicos suecos trabajaron para evitar aquellas detenciones.Crearonunapotentesustanciacompuestadesangredeconejosecaycocaína;la sangreatraíaa losperrosy,alolfatearla, lacocaína les insensibilizabaelhocicoy les inutilizaba, temporalmente,elsentidodelolfato.Casi todos lospatrones tenían un pañuelo empapado de aquella sustancia, que sirvió parasalvarmuchasvidas.

Lasoperacionessecretasquesalvaronalosjudíosfueronorganizadasporla Resistencia danesa, compuesta, en su mayor parte, como todos losmovimientosderesistencia,porjóvenesvalerososeidealistas,muchosdeloscualesmurieronamanosdelenemigo.

AlinvestigarsobreloslíderesdelaResistenciadanesahalléeltestimoniode un joven llamado Kim Malthe-Bruun, quien acabó siendo capturado yejecutadoporlosnaziscuandosolocontabaveintiúnaños.Hojeésuhistoriacomolademuchosotros:pasabalaspáginasyleíaaquíyallá:estesabotaje,aquelplan,esacaptura,aquellafuga.Despuésdetodo,hastaelcorajeacabasiendorutinarioparaellector.

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Entonces,deimproviso,paséunapáginaymeencontréconlafotografíade KimMalthe-Bruun. Llevaba un jersey de cuello alto y tenía el cabellorubio,abundanteyrevuelto.Susojosmemirabanfijamente.

Al verlo, tan joven, me invadió la tristeza. Pero al observar la serenadecisióndesusojosinfantiles,medecidíacontarsuhistoriayladetodoslosdanesesquecompartieronsussueños.

Por eso, me gustaría terminar con un pasaje escrito por aquel joven yextraídodeunacartaqueleescribióasumadrelanocheantesdeserfusilado.

«…y recordad:noañoréis la épocadeantesde laguerra;todos,jóvenesyviejos,debéissoñarconelidealdelabondadhumanaynoconlaintoleranciaylosprejuicios.Eseeselgranideal que persigue nuestro país, algo que admire hasta elcampesinomássencilloylehagasentirconorgulloqueesobrasuya… que es algo por lo que merece la pena trabajar yluchar…».

Sinduda,todoslospaísesaúnanhelaneseideal,elidealdeunmundodignodel serhumano.EsperoqueestahistoriadeDinamarcayde susgentesnosrecuerdeatodosquedichomundoesposible.

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LOISLOWRY,nació enHawai el 20demarzode1937 con el nombredeLoisAnnHammersberg.Era lamedianadedoshermanosHelenyJohn.Supadre fue dentista del ejército estadounidense, por lo que vivió enmuchoslugaresdeEEUUyendiferentespartesdelmundodurantelaSegundaGuerraMundial.En1962Helen falleció, este hecho inspiró en ciertomodo aLoispara escribir su primer libro y uno de los más conocidosUn verano paramorir, publicado en 1977.Lois se casó a los 19 años conDonaldLowryytuvieroncuatrohijos.

Unade las aficionesdeLois era la fotografía, demodoque lo convirtió enprofesión llegando a participar como periodista independiente en la revistaRedbook, ahí llamó la atención deHoughtonMifflin, editor, que viendo lafacilidadqueLoisteníaparaverelmundoatravésdelosojosdelosniñoslaanimóaeditaralgunodesuslibros.

Loisseconvirtióenescritorainfantil,comenzóapublicaraloscuarentaañosy desde entonces ha escrito más de 30 libros para niños y publicó unaautobiografía. Dos de sus obras han sido galardonados con el prestigiosopremioNewbery:¿Quiéncuentalasestrellas?en1990,yElDadoren1993.

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