Una Palabra Hecha Silencio

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JOHN MAIN UNA PALABRA HECHA SILENCIO Guía para la práctica cristiana de la meditación EDICIONES SÍGUEME SALAMANCA 2008

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espiritualidad

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  • JOHN MAIN

    UNA PALABRA HECHA SILENCIO

    Gua para la prcticacristiana de la meditacin

    EDICIONES SGUEMESALAMANCA

    2008

  • Cubierta diseada por Christian Hugo Martn

    Tradujo Francisco J. Molina sobre el original ingls Word into Silence.

    Canterbury Press, 200613-17 Long Lane, London EC1A 9PN, Reino Unido

    Ediciones Sgueme S.A.U., 2008C/ Garca Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / EspaaTlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 [email protected]

    ISBN: 978-84-301-1686-7Depsito legal: S. 1.181-2008Impreso en Espaa / Unin EuropeaImprime: Grficas Varona S.A.Polgono El Montalvo, Salamanca 2008

  • CONTENIDO

    Prefacio .................................................................... 9

    Cmo meditar .......................................................... 19

    INTRODUCCIN .......................................................... 23

    1. Ser restaurados en nuestro ser ........................ 23

    2. Aprender a estar en silencio ............................ 30

    3. La fuerza del mantra ....................................... 37

    4. Vida en plenitud .............................................. 45

    MEDITACIN. LA EXPERIENCIA CRISTIANA .................. 53

    1. El yo (1 Cor 2, 14) .......................................... 53

    2. El Hijo (2 Cor 5, 17) ....................................... 60

    3. El Espritu (1 Cor 6, 19) ................................. 67

    4. El Padre (Rom 8, 15) ...................................... 75

    DOCE PASOS PARA MEDITADORES ................................ 83

    1. La tradicin del mantra (I) .............................. 84

    2. La tradicin del mantra (II) ............................ 87

    3. Recitar el mantra (I) ........................................ 89

    4. Recitar el mantra (II) ...................................... 91

    5. Renunciar a uno mismo .................................. 93

    6. Juan Casiano ................................................... 97

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  • 7. Pon tu empeo en el Reino ............................. 1018. Alcanzar nuestra armona personal (I) ........... 1049. Alcanzar nuestra armona personal (II) .......... 107

    10. Una realidad presente ..................................... 11011. La comunidad cristiana (I) .............................. 11312. La comunidad cristiana (II) ............................ 116

    APNDICES

    Lecturas recomendadas ....................................... 121John Main, vida y obra ........................................ 123

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  • PREFACIO

    La belleza de la visin cristiana de la vida radicaen su nocin de unidad. Contempla a toda la humani-dad unificada en Aquel que es uno con el Padre. Delmismo modo, toda la materia, toda la creacin, esarrastrada en ese movimiento csmico en direccin ala unidad en que consistir el cumplimiento de la ar-mona divina. No se trata, pues, de una visin abs-tracta. Est imbuida de una profunda alegra perso-nal, porque dentro de ella se afirma el valor de cadapersona. Ninguna cosa bella se perder en esta granunificacin, sino que cada una llegar a su plenituden el todo. Unidos llegamos a ser aquello a lo que es-tamos llamados. Slo unidos sabemos de una formaperfecta quines somos.

    sta es la gran visin general que ha guiado a latradicin cristiana a lo largo de los siglos. Sin ella nopodemos llamarnos discpulos suyos. Y sin embargo, acada uno de nosotros nos corresponde avanzar en estavisin en nuestra experiencia personal, descubrirla pornosotros mismos o, ms bien, verla con los ojos denuestro Seor. La tarea fundamental de nuestra vida,segn el planteamiento cristiano, es llegar a la unin, ala comunin. Expresndolo desde el punto de vista que

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  • nos sirve de punto de partida a la mayora de nosotros,significa trascender todo dualismo, todas las divisio-nes de nuestro interior y toda la alienacin que nos se-para de los dems. Era el dualismo lo que caracteriza-ba a las herejas que amenazaban el justo equilibrio, laponderacin de la perspectiva cristiana. A su vez, eldualismo es el que genera las disyuntivas imposibles eilusorias que nos producen tanta angustia innecesaria:Dios o la humanidad, el amor propio o el amor al pr-jimo, el claustro o el mercado.

    Para poder comunicar la experiencia cristiana de launin, la experiencia de Dios en Jess, hemos de ter-minar con esas falsas dicotomas que existen en pri-mer lugar dentro de nosotros mismos. Hemos de serunificados por Aquel que es uno.

    Parece que la naturaleza de las dualidades consisteen propagarse, complicando la unidad y la simplicidaddesde las que comenzamos y a las cuales nos llama laoracin profunda. Una de las principales dicotomas esla polarizacin de la vida activa y la contemplativa,siendo su efecto ms perjudicial alienar a la mayor par-te de los cristianos de esa oracin profunda que tras-ciende la complejidad y restaura la unidad.

    Terminamos por considerarnos como contempla-tivos o como activos, y esta distincin es vlida tantopara los religiosos como para los laicos. Como acti-vos, nos hallbamos en el seno de una vasta mayoracuya vida espiritual descansaba en lo devocional o enlo intelectual, sin pretender tener experiencia de Dios.Como contemplativos, formbamos parte de una pe-quea minora privilegiada, separada del cuerpo prin-

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  • cipal no slo por altos muros y extraas costumbres,sino tambin por un lxico especializado o incluso poruna incomunicacin absoluta.

    Hoy da no existe una necesidad mayor en la Igle-sia y en el mundo que la de comprender de una mane-ra renovada que la llamada a la oracin, a una oracinprofunda, es universal. La unidad entre los cristianos,as como a largo plazo la unidad entre distintas razas ycredos, dependen de que logremos descubrir en el in-terior de nuestros corazones el principio de unidad co-mo experiencia personal. Si hemos de darnos cuentade que, de hecho, Cristo es la paz entre nosotros, de-bemos descubrir que Cristo es todo y est en todaslas cosas; y nosotros en l. La autoridad con que laIglesia comunica esta experiencia ser el grado al quenosotros, la comunidad de los creyentes y el cuerpo deCristo, hayamos llegado personalmente. Nuestra auto-ridad ha de ser humilde, es decir, ha de estar arraigadaen una experiencia que nos trasciende y nos lleva a laplenitud. Nuestra autoridad como discpulos radica enla cercana al Autor, la cual se halla muy lejos del au-toritarismo o de ese complejo de miedo y culpa por elque un ser humano emplea la fuerza contra otro. Consu oracin, los cristianos renuncian a su propia fuerza,renuncian a s mismos. Al hacerlo, ponen toda su fe enla fuerza de Cristo como la nica que aumenta la uni-dad entre todos los seres humanos, porque es la fuerzadel amor, la fuerza de la unin en s. En la medida enque los hombres y mujeres de oracin abren su cora-zn a esta fuerza, incrementan la posibilidad de que

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  • todo el mundo encuentre la paz que se halla ms allde su razonamiento ordinario.

    La forma ms simple de responder a la preguntacmo oramos? puede encontrarse en la afirmacinde san Pablo: No sabemos cmo orar, pero el Espri-tu viene en nuestra ayuda. Al cristiano se le ha con-cedido estar libre de todas las cuestiones problemti-cas acerca de la oracin; esto ocurre en virtud de larevelacin de que lo que l llama su oracin no esms que una incursin en la experiencia de oracinde Jess mismo, el Espritu, el vnculo de unin conel Padre. Es esta vivencia de Jess lo que constituye elpresente, la realidad eternamente presente en el n-cleo de cada conciencia humana. Todas nuestras bs-quedas de conocimientos esotricos, mtodos o doc-trinas ocultas resultan innecesarias, porque el secretodefinitivo ya ha sido revelado: El secreto es ste:Cristo est en ti. Por lo tanto, en la oracin no trata-mos de que ocurra algo. Ya ha sucedido. Simplemen-te descubrimos lo que ya existe, adentrndonos cadavez ms en la conciencia unificada de Jess, en la ma-ravilla de nuestra propia creacin. La prisin de la fi-jacin en uno mismo, que nos impide realizar este ca-mino, ya no puede encerrar a quienes logran entenderque poseen la mente de Cristo.

    Cuando descubrimos que el centro de la oracin sehalla en Cristo y no en nosotros, podemos preguntar:Cmo?. Recibimos entonces una respuesta til. Elcamino que hacemos hasta este punto de partida supo-ne un primer estadio, y quizs ms adelante ser un ca-

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  • mino difcil y solitario. Pero en ese momento de nues-tra vida despertamos a nosotros mismos, y lo hacemosen el interior de la comunidad de todos aquellos quehan llegado al mismo punto y han continuado. Nuestrapropia experiencia nos lleva a la tradicin; aceptan-do la tradicin, la dotamos de vida y la transmitimos aaquellos que nos siguen. Lo importante es que reco-nozcamos y aceptemos la posibilidad de hacer plena-mente real nuestra propia experiencia.

    La tradicin de la meditacin cristiana es una res-puesta simple y, sobre todo, prctica a esta cuestin;sin embargo, en su seno se concentra la rica y pro-funda experiencia de los santos conocidos y descono-cidos. Se trata de una tradicin enraizada en la doc-trina de Jess, la tradicin religiosa en la que l viviy ense, la Iglesia apostlica y los Padres. Muy tem-pranamente, en la Iglesia cristiana se convirti en unatradicin asociada a los monjes y el monacato, y des-de entonces se ha sido el principal canal a travs delcual se ha difundido por todo el Cuerpo y lo ha ali-mentado. No creo que exista nada misterioso al res-pecto. Los monjes y las monjas son esencialmentepersonas cuya prioridad es la praxis y no la teora, cu-ya pobreza interior y exterior est destinada a facilitarla experiencia en s ms que la reflexin sobre la ex-periencia. Por ello resulta plenamente natural en rea-lidad, inevitable que la meditacin se encuentre en elcentro del monacato. Y porque se halla all, es impor-tante para la Iglesia y para el mundo.

    En ocasiones la gente manifiesta cierta inquietudrespecto a la disponibilidad de la tradicin monstica

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  • de la meditacin. Al comunicarla se preguntan, noestn sugiriendo los monjes que el suyo es el nico ca-mino? Con demasiada frecuencia tras ello se encuentrael miedo de que se exija demasiado a los cristianosordinarios, a los no contemplativos. Sin embargo,sa es la exigencia, la posibilidad ofrecida por el evan-gelio a hombres y mujeres de toda poca y cultura. Fuea todos a quienes Jess revel las condiciones de suseguimiento. La irona es que miles de personas ordi-narias han estado buscando este camino fuera de laIglesia. Personas que no encontraron esta enseanzaespiritual en la Iglesia cuando fueron a buscarla, se handirigido a Oriente o a formas de oracin oriental im-portadas a Occidente. Cuando tales personas oyen ha-blar de su propia tradicin de meditacin occidental ycristiana manifiestan su asombro, preguntando: Porqu no se nos ha hecho a nosotros partcipes de esto?.El encuentro entre Oriente y Occidente en el Espritu,que constituye uno de los grandes rasgos de nuestrotiempo, slo ser fecundo si se lleva a cabo en un nivelprofundo de oracin. A decir verdad, lo mismo es cier-to de la unin entre las diferentes denominaciones cris-tianas. El requisito previo consiste en que redescubra-mos la riqueza de nuestra propia tradicin y tengamosel valor de acogerla.

    Son todas estas cosas nada ms que utopas reli-giosas? Las siguientes pginas se fundamentan en laconviccin de que no lo son. Y dicha conviccin se ba-sa en la experiencia que hemos tenido en un monaste-rio al comunicar y compartir esta tradicin como unarealidad viva. En nuestra comunidad tenemos como

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  • prioridad cuatro momentos de meditacin diaria, loscuales estn integrados en nuestra liturgia de las ho-ras y nuestra eucarista. Ms all de esto, nuestra labores comunicar y compartir nuestra tradicin con quiendesee abrirse a ella. La mayora de los que se acercansemanalmente a nuestros grupos de meditacin o deaquellos que vienen para quedarse como huspedes opara meditar con nosotros en los momentos de ora-cin comunitaria, son personas que tienen una fami-lia, una carrera, las exigentes responsabilidades coti-dianas de la vida En cualquier caso, la meditacinles ha dicho algo, facilitando un espacio de silencio ensus vidas cada maana y cada tarde, y proporcionn-doles una estructura y una disciplina en su bsquedade las races profundas en Cristo. Es errneo etiquetar-los como meramente activos o contemplativos. Setrata de personas que han escuchado el evangelio y tra-tan de responder en el nivel ms profundo de su ser aldon que han recibido en el amor de Dios que nos llegaen Jess. Saben que esta respuesta es un camino hacialas profundidades insondables del amor de Dios. Sim-plemente, han iniciado esa ruta.

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