Una Perspectiva Marxista de La Acción Colectiva de Los Trabajadores - Atzeni (Revisado)

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    Una perspectiva marxista de la acción colectiva de los trabajadores - Atzeni (2010)

     ATZENI, M., 2010. [Chapter 2]: A Marxist perspective on workers collective action. IN:

     Atzeni, M. Workplace conflict: mobilization and solidarity in Argentina. Basingstoke:

    Palgrave Macmillan, pp.14-31.

    Introducción

    ¿Qué lleva a los trabajadores a contestar (combatir) periódicamente su realidad

    circundante y cómo ellos organizan sus protestas? Proveer respuestas a estas preguntas

    cruciales siempre ha estado en el centro del pensamiento marxista y en el de las

    investigaciones del lugar de trabajo. Dentro de esta tradición están los debates claves

    sobre estructura y agencia, y entre subjetividad y condiciones objetivas en las

    movilizaciones de trabajadores. Este capítulo propone al debate teórico y a la acción

    militante una reconstrucción de la teoría de la acción colectiva de los trabajadores

    arraigada alrededor de 4 pilares principales: la necesidad de evadir las explicaciones

    subjetivas e individualistas, la centralidad de las contradicciones del proceso capitalista de

    trabajo, la necesidad de desmitificar constantemente el capital y el redescubrimiento de la

    solidaridad.

    Con este trasfondo en mente y desarrollado en trabajos previos (Atzeni, 2009), este

    capítulo empieza con la crítica a la teoría de la movilización de Kelly (1998), sobre el rol

    que juega en ésta el concepto de injusticia, un concepto individualmente enmarcado

    considerado como las bases de cualquier movilización. La sección siguiente retorna al

    proceso de trabajo capitalista que es el sitio de la valorización de capital y de la

    cooperación de los trabajadores, constantemente creando contradicciones, con

    consecuencias en términos de oportunidades de los trabajadores y constreñimientos para

    la acción colectiva. La sección final enfatiza la reconsideración de la solidaridad como

    teóricamente central, para constituir la relación social que expresa la naturaleza colectiva

    del proceso de trabajo, y la relevancia como una herramienta para la acción y en la

    organización de los trabajadores.

    Teoría de la movilización: una crítica

    Después de una década de la agenda de investigación dominante del Managment de los

    recursos humanos (HRM), de los activos del trabajo bajo HRM incrustado en el paradigma

    ideológicamente conducido, y en el contexto del trabajo y de la retirada sindical, la

    publicación en 1998 del libro de John Kelly "Repensando las relaciones industriales:

    Movilización, colectivismo y ondas largas", representa una división de aguas (watershed)

    en el campo de las relaciones industriales y los estudios del trabajo (labour studies).

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    Para esas aproximaciones a las relaciones industriales en la tradición de la etnografía de

    los setenta de los estudios de los lugares de trabajo y de la sociología de la acción

    industrial y sindicalismo, El trabajo de Kelly es importante por dos principales razones.

    Primero, este ofrece una armazón teórica para el estudio de las dinámicas micro del

    conflicto en el lugar de trabajo y para el entendimiento de las olas de movilización y las

    movilizaciones antagónicas en una perspectiva histórica. Segundo, volviendo a poner el

    trabajo en la escena central, basando su análisis en la visión marxista de la sociedad y

    discutiendo por la resilencia del colectivismo en el periodo del proclamado individualismo,

    es un llamado político a contrabalancear los dominados estudios del trabajo HRM.

    Debido a este amplio rango de perspectiva y enfoque crítico, en la última década el libro

    se ha vuelto un deber leerlo para todos quienes se interesen en el estudio de la

    organización del trabajo y la acción colectiva y de la referencia del marxismo radical en el

    pluralista dominante HRM, frecuentemente citada.

    Kelly argumenta principalmente, codificado en lo que él llama teoría de la movilización,

    que las relaciones sociales del lugar de trabajo pueden ser exploradas y la acción colectiva

    explicada y fomentada estudiando las interrelaciones de un conjunto de categorías

    analíticas: injusticia, liderazgo, oportunidades, organización. En el modelo, la acción

    colectiva es reconstruida como el resultado final de un proceso en el cual los trabajadores

    transforman los sentimientos de injustica y los hacen explícitos, por la existencia de

    líderes naturales, quienes atribuyen entonces las causas de la injusticia del trabajo al

    empleador y, en presencia de un mínimo de estructura organizacional y oportunidad

    estratégica, llaman a los trabajadores a actuar.

    Cada categoría y el modelo en su conjunto representa una poderosa herramienta y un

    punto de partida para la investigación empírica en el análisis de las estrategias

    organizacionales adoptadas por los trabajadores en los casos tanto de movilización como

    de contra movilizaciones. Esto ha sido reflejado en los años recientes por un número de

    trabajos que han usado el armazón de Kelly en relación a liderazgos (Darlington 2007,

    2002 y 2001, Green et al. 2000, Metochi 2002), organizaciones sindicales (Gall, 2000b;

    2003; Kelly and Badigannavar, 2005), injusticia (Brown Johnson y Jarley, 2004) y género

    (Cox, Sung, Hebson, Oliver 2007). A pesar de que estas investigaciones han extendido y

    testeado empíricamente la teoría, sus conclusiones no ponen en cuestión las principales

    suposiciones de Kelly: que la teoría de la movilización está basada en la injusticia y que los

    líderes son lo esencial en encauzar este sentimiento de injusticia en acción colectiva.

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    El trabajo de Kelly ya ha sido comentado en muchos detalles (Gall 1999 y 2000a), desde

    diferentes perspectivas (para una revisión vea Gall 2000a) y en diferentes tiempos (el más

    reciente es Fairbrother 2005). En las siguientes páginas voy a tratar (deal) particularmente

    con la injusticia en tanto creo que es crucial para revelar el subjetivismo e individualismo

    adherido al concepto y por lo tanto no es sustentable para explicar fenómenos colectivos.

    A pesar de que el trasfondo y trabajo intelectual de Kelly en la tradición marxista de las

    relaciones industriales impregna su teoría de la movilización, constituyendo esta por sí

    sola un buen antídoto teórico contra cualquier tipo de explicación puramente basada en

    experiencias subjetivas, la centralidad que él le asigna a la injusticia dentro de su teoría,

    (´the sine qua non of collective action', Kelly, 1998, p. 27 y lo que debe formar el núcleo

    intelectual para una agenda de las relaciones industriales' Kelly, 1998, p.126) y

    particularmente al encuadre de los intereses de los trabajadores (la percepción de

    injusticia es el origen de la definición de los intereses colectivos de los trabajadores), es

    contradictorio. Por un lado, clarifica el conflicto del espacio de trabajo como una

    característica de las relaciones antagonistas existentes entre trabajadores y empleadores

    en el sistema capitalista y por esto, de estos dos conjuntos de divergencias, a menudo

    conflictivas, los intereses emergen (Hyman 1975). Por el otro lado, esto da una relevancia

    teórica al concepto como el de injusticia que es defectuoso tanto por su apelación moral,

    valores éticos y por su propia indeterminación.

    Como Gramsci argumentó, "los concepto de equidad y justicia son meramente formales...

    en un conflicto cada juicio moral es absurdo debido a que este puede estar basado sobre

    la existencia del mismo dato que el conflicto tiende a modificar" (Gramsci 1991, p. 179).

    Por lo tanto justicia o injusticia son juicios morales y cada uno depende de la valoración y

    significado de cada parte en un conflicto unido a ellos. Los conceptos reflejarán creencias,

    realidades y el poder de las relaciones hegemónicas de una sociedad específica en una

    época histórica particular. Siempre habrá injusticia, las personas siempre se sentirán

    agraviadas, explotadas, sin recompensas pero el contenido de esta injusticia nunca será el

    mismo. Es bastante sensato y de sentido común el pensar que las personas necesitan una

    motivación para actuar pero el problema es que siempre se determina el contenido de sus

    sentimientos, se necesita establecer el enlace con su movilización. El valor moral adherido

    a la injusticia y esto depende de la ideología hegemónica, necesariamente implica una

    definición del concepto no absoluta pero si en términos relativos.

    Los usos de los conceptos basados en la moral es siempre problemático, especialmente

    dentro de un sistema, como el capitalismo, que aparece fundado en la libertad mientras

    que en realidad genera coerción y ve a las relaciones entre empleadores y trabajadores en

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    términos de derechos y deberes mutuos, mientras que oscurece cómo luchas desiguales

    de poder constantemente cambian esta realidad. Pero esta mistificación es tan fuerte que

    siempre que los trabajadores presionen son atrapados por la omnipresencia de la

    moralidad. Como Cohen argumenta, 'vemos claramente la conciencia del capital como una

    inescrupulosa clase enemiga que es ajena a los trabajadores atrapados en una apasionada

    lucha que ellos ven como justa, y por tanto, en último término, de su lado. La noción de

    que la injusticia de por sí impulsa a los trabajadores a la lucha se pone en tela de juicio por

    la mayoría de las explicaciones de huelgas de este libro'  (Cohen 2006, p. 206).

    En esta perspectiva, una vez que pensamos acerca de la moralidad de las relaciones del

    lugar de trabajo, incuestionables, suposiciones dadas (el derecho gerencial del gerente,

     justificaciones capitalistas sobre eficiencia y productividad, redistribución de las perdidas

    pero centralización de las ganancias, lógicas mercantiles de abrumadora presencia) que

    ocupan el escenario, preguntándose sobre justicia/injusticia casi sin sentido. Aquí en el

    lugar de trabajo es de hecho donde el cambio en los personajes dramáticos a los que Marx

    se refería, finalmente ocurre y donde el trabajador “tímido y receloso, de mala gana,

    como quien va a vender su propio pellejo y sabe la suerte que le espera: que se lo

    curtan’.1 (Marx, 1976, p. 280).

    Esto es entonces lo que vale la pena preguntar, dentro de un sistema que constantemente

    mistifica, ¿Cuánto tiempo los trabajadores, donde sea en el mundo, tendrán que tolerar

    alguna forma de injusticia? ¿Siempre se movilizaron o tenemos que pensar, como Moore

    (1978) argumenta, que aceptaron lo inevitable? ¿Cuál es el vínculo entre sus sentimientos

    individuales de injusticia y la movilización colectiva? Claramente, una teoría que quiera

    explicar fenómenos colectivos partiendo por determinadas subjetividades, moralmente

    fundada, es profundamente defectuosa.

    El problema remite, y es probablemente reforzado, exactamente porque la vida real nos

    enfrenta a menudo con quejas colectivas enmarcadas dentro de la injusticia. Por lo tanto

    la injusticia aparece como la bandera de los nuevos movimientos sociales y alianzas

    laborales (Waterman and Wills 2001), esto es considerado funcional en la renovación

    (renewal) del sindicalismo en la perspectiva del "sindicalismo organizacional" (organising

    unionism) (Herry 2002), esto es un objetivo válido para las campañas de articulación

    ONG/sindicatos (Ellis 2004) y, más en general, es ciertamente útil como un concepto que

    enmarca quejas. Esto hace razonable pensar que junto con una movilización debe haber

    un momento cognitivo, una comunicación, un intercambio de ideas entre los trabajadores

    que debe ser con confianza, que debe ser en un contexto circundante favorable para la

    1 Preparar y tratar las pieles para convertirlas en cuero (wordreference.com).

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    acción. Sin embargo estos son factores que pueden influenciar una movilización pero no

    las condiciones necesarias.

    En la esfera de la propuesta política y organización, la injusticia mantiene una función

    catalizadora al resumir en esta simple palabra la ira de muchos. Este es el sentido muy útil

    del concepto usado por los líderes en la unificación de descontentos. Pero en esta

    perspectiva debe ser fácilmente sustituida por otro concepto basado en un valor moral

    que desempeña una función de cohesión similar (e.g. dignidad, desigualdad, rectitud) o

    por apelaciones de los líderes a tradiciones locales de antagonismos del trabajo y

    diversidades/oposiciones culturales con el empleador. Por lo tanto el problema no es

    negar la existencia de la injusticia en los discursos cotidianos de los líderes laborales y

    políticos, no es negar que los trabajadores deben realmente sentir una situación como

    injusta. Sino más bien, que el foco en que la injusticia es la base conceptual para la

    movilización, por el argumento que ya hemos desarrollado, es teóricamente defectuoso y

    refuerza la idea de que la acción colectiva en el lugar de trabajo se debe enteramente a la

    disputa de derechos en lugar de relaciones de poder y de clase.

    El ocultamiento simultaneo de las relaciones de clase y del concepto actualizado de

    injusticia esta en las bases de la movilización no produce una teoría general de la acción

    colectiva sino un marco teórico para la acción funcional para la organización de los

    sindicatos (unions organising). Aunque la injusticia es considerada como una condición

    sine qua non  de la movilización, los lideres, ciertamente, son esenciales: ellos son los

    encargados de moldear la injusticia, atribuyendo ésta a los empleadores y convenciendo a

    los trabajadores a organizarse y actuar.

    No puede ser discutido que a menudo las movilizaciones siguen esta secuencia temporal y

    que los líderes siempre juegan un papel central en él, pero nosotros debemos también dar

    cuenta de los casos de espontaneísmo, todos los de repentina movilización en que no hay

    pre condiciones que puedan ser detectadas y donde los lideres no juegan un papel central.

    La reciente experiencia de fábricas ocupadas en la post crisis Argentina (Atzeni and

    Ghigliani, 2007a) es un buen ejemplo de esta tendencia. Los trabajadores ocuparon sus

    fábricas espontáneamente, sin ninguna organización previa o trabajo militante, porque no

    había otra opción viable en el mercado. Condiciones estructurales los forzaron a

    reaccionar y, sorpresivamente para cualquier teoría de la vanguardia, lo hicieron sin

    ningún trabajo previo de concientización pero de una forma muy revolucionaria:

    desafiando los derechos de propiedad, produciendo bajo control de los trabajadores y

    redistribuyendo los ingresos en partes iguales.

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    Además, ¿cuántas veces hemos presenciando movilizaciones por fuera de los canales

    sindicales o con líderes burocráticos forzando para que las masas lleven a cabo acciones?

    ¿Cuántas veces este tipo de movilizaciones pasan desapercibidas? ¿Cuántas veces el

    sistema de relaciones industriales impone sus reglas dividiendo a los trabajadores

    transformando el ejercicio de la acción colectiva en un inacabable cumplimiento de los

    procedimientos?

    La teoría de la acción colectiva de los trabajadores dentro de la tradición marxista nunca

    será una explicación definitiva, en tanto nuevas formas, tiempos y condiciones para la

    acción serán constantemente reinventadas, a menudo en el curso mismo del

    antagonismo. Pero estaría disponible la identificación de las condiciones estructurales que

    tanto promueven como reprimen la acción de los trabajadores y con la desmitificación de

    la totalidad del sistema de apariencias que gobierna las relaciones de trabajo capitalistas.

    Esto significa que es hora de un necesario retorno al proceso de trabajo como el espacio

    en donde tanto la oposición del trabajo hacia el capital y su todavía dependencia a él, son

    constantemente reproducidas y vínculos solidarios son establecidos.

    El retorno al proceso de trabajo

    Marx fue claro en mostrar que la particular naturaleza de la producción de mercancías, su

    inseparabilidad del trabajador, impuso un primer, natural, obstáculo al libre consumo de

    de una parte de los capitalistas. Con el fin de obtener la totalidad de beneficios de lo que

    compró en el mercado y para asegurar que el proceso de trabajo se transforme en

    proceso concreto de producción, el capitalista tiene que encontrar los métodos de

    control, de dirección y disciplina a los trabajadores. "A través de la cooperación de

    numerosos asalariados, el mando del capital se convierte en un requerimiento para llevar

    el proceso de trabajo en sí, en una real condición de producción. Que un capitalista deba

    comandar en el campo de la producción es ahora indispensable como un deber general de

    comandar en el campo de batalla" (Marx 1976, p. 448).

    Pero como los generales en una guerra necesitan fortalecer su control e imponer su más

    dura disciplina en sus tropas, los capitalistas se deben comprometer en una constante

    lucha por incrementar el plusvalor generado por los trabajadores a través del proceso de

    producción. El motivo conductor y el propósito determinante de la producción capitalista

    es la auto valorización del capital en el mayor grado posible, la mayor producción posible

    de plusvalía, la mayor explotación posible de la fuerza de trabajo por el capitalista (Marx

    1976, p. 449). Además, porque el motivo de manejar la valorización será completado una

    vez que el producto del trabajo sea vendido en el mercado y porque bajo la libre

    competencia, la inmanente ley de la producción capitalista confronta al capitalista

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    individual como una fuerza coercitiva externa a él (Marx 1976, p. 381), los capitalistas

    necesitarán organizar la producción y capturar el plus trabajo de una manera que pueda

    hacerlos más eficientes y por lo tanto más rentables que sus competidores.

    Por lo tanto, desde el punto de vista de nuestros empleadores, el proceso de trabajo es

    contemporáneo al proceso de producción y valorización conducido por la competencia y

    como tal impone sobre él primero la necesidad de encontrar métodos, a través de la

    organización del proceso de producción y del control de esta, de capturar y materializar

    en mercancías la mayor cantidad posible de plus trabajo a través del intercambio en el

    mercado. Considerando que la total realización del capital, y la posibilidad de su

    reproducción, requiere tanto de la producción como del intercambio, los dos niveles

    siempre estarán interconectados, con las consecuencias directas para los trabajadores. Las

    crisis de rentabilidad generadas en el mercado son inmediatamente resueltas por los

    empleadores individuales reestructurando su proceso de producción ya sea introduciendo

    nueva tecnología, intensificando y racionalizando el uso de tiempo de trabajo, o

    simplemente disminuyendo el costo de trabajo mediante la reducción de los salarios,

    introduciendo flexibilidad, utilizando o amenazando con utilizar la externalización y la

    deslocalización, haciendo a la personas redundantes (sobrantes).

    Debido a que la naturaleza del imperativo del capital es la valorización y el acto

    competitivo al capitalista le cae como una ley inmanente y coercitiva, los intereses de los

    empleadores, individualmente y como clase, siempre tenderán hacia el conflicto con sus

    trabajadores. De hecho no importa si el empleador es bueno o malo, qué tan de corto o

    largo plazo es su perspectiva de negocio, los trabajadores siempre se confrontarán con el

    sistema de reglas, control, disciplina, tiempo generencial, en el punto de la producción

    estructurada en base a la necesidad de garantizar la rentabilidad, que más temprano o

    más tarde aparecerá y actuará coercitivamente sobre ellos. Al mismo tiempo, debido a su

    dependencia de un salario para vivir, cualquier cambio en su estándar de vida, ya sea por

    reducciones directas de salarios, desempleo, o incremento de los precios de las

    mercancías básicas, se pondrá en evidencia que sus intereses no son satisfechos dentro

    del sistema existente.

    La perspectiva en el interés pone en evidencia una vez más la interconexión de producción

    y valorización dentro del proceso de trabajo capitalista y la necesidad de mirar éste como

    una unidad. Como argumenta Cohen "las cuestiones de valorización y explotación-la

    estructuración de la organización del trabajo por el objetivo de valorización, con el

    acompañamiento de la presión por reducir el tiempo social de trabajo necesario, y las

    contradicciones centradas en la explotación las cuales aumentan-la superficie

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    rutinariamente hasta el punto de producción como conflictos de intereses entre

    trabajadores y gerentes" (Cohen 1987, p. 7).

    Para nuestra comprensión de las movilizaciones de los trabajadores, las contradicciones y

    conflictos de naturaleza del proceso de trabajo capitalista, como producción y

    organización de la producción que conducen a la valorización, es crucial. Las formas de

    resistencia espontáneas, inesperadas, no organizadas; las repentinas movilizaciones de

    trabajadores anteriormente leales, las transformaciones de aparentes conflictos

    económicos en políticos, todas las formas de movilización pueden ser explicadas por la

    referencia a la existencia de una estructura que constantemente reproduce condiciones

    de conflicto. La misma estructura que ha justificado que históricamente aparezcan

    sindicatos como organizaciones que representan los intereses de los trabajadores y que

    explica la existencia de una rutina diaria de luchas, en el punto de producción, entre

    trabajadores y gerentes. En este último contexto, los trabajadores podrían haber sido

    forzados a aceptar un particular sistema de autoridad y control y podrían haber

    encontrado vías de acomodarse y siempre cooperar con él (Burawoy 1979). Pero este no

    es el control y autoridad que de por sí genera resistencia, las compañías constantemente

    se mueven por la rentabilidad dentro de un sistema competitivo en que se pone

    diariamente en peligro los consensos alcanzados, transformando la práctica previamente

    aceptada de control gerencial en una invariable invasión en la vida de los trabajadores. "El

    control ejercido por los capitalistas no es solo una especial función derivada de la

    naturaleza del proceso de trabajo social, y peculiar de ese proceso, sino que es al mismo

    tiempo una función de la explotación de un proceso de trabajo social, y está

    consecuentemente condicionado por el inevitable antagonismo entre los explotadores y el

    material crudo de su explotación" (Marx 1976, p. 449).

    Las posibilidades de los trabajadores para la resistencia y la estructuración de sus

    intereses como opuestos a los de sus empleadores pueden estar insertos, desde una

    perspectiva teórica, dentro de las dinámicas de la producción-valorización-competencia.

    Pero esto no garantiza la inmanencia del conflicto en la vida social real, más bien lo

    contrario. Vivir en una sociedad capitalista significa para los trabajadores no es sólo

    confrontar y chocar con los imperativos del capital en el punto de la producción, no se

    trata solo de participar en las luchas en el lugar de trabajo sobre las "fronteras del

    control", sobre la negociación recompensas-esfuerzo, sino que también significa ser

    forzado a vender su propio trabajo en el mercado de trabajo que los individuos no pueden

    controlar, y depender de un salario para vivir. Estas condiciones coercitivas son naturales,

    se dan por sentadas y la explotación, en términos de extracción de plusvalía, no es parte

    del vocabulario diario de los trabajadores. El capital crea una sociedad que aparece

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    basada en la libertad y la igualdad. Los trabajadores intercambian su propio trabajo por un

    salario medio, intercambian mercancías por mercancías en el mercado. El capitalista

    compra el derecho a consumir la mercancía trabajo, coloca a los trabajadores unos con

    otros para trabajar, agrega los medios de producción al proceso de producción, por tanto

    "legalmente" se apropia de los frutos del trabajo social y retorna al mercado para la

    realización final de los beneficios. Cada mejora en la sociedad es entonces atribuible al

    capital, la explotación desaparece, la sociedad depende del capital, los trabajadores

    dependen del capital. Esto hasta el punto que, "los trabajadores no son simplemente

    dependientes del estado del capital en general por sus empleos y por tanto por sus

    capacidades para satisfacer sus necesidades; ellos dependen de capitales particulares!

    Precisamente porque el capital existe en la forma de muchos capitales, y a aquellos

    capitales compiten unos con otros para expandirse, hay una base para que grupos de

    trabajadores vinculen sus capacidades para satisfacer sus necesidades con el éxito de

    aquellos capitales particulares que los emplean. En resumen, incluso sin hablar acerca del

    esfuerzo consciente del capital por dividir, podemos decir que existe una base para la

    separación de los trabajadores en diferentes firmas, tanto dentro como entre países"

    (Lebowitz 2004, p. 4).

    Nuestro análisis de las condiciones estructurales promotoras de movilizaciones puede

    detenerse en este punto. Los trabajadores no solo parecen, ellos realmente dependen del

    capital para sobrevivir y tienden a encontrar vías de acomodamiento a él. Adicionalmente,

    su dependencia de capitales particulares que operan en constante competencia, crea las

    condiciones para una separación permanente y una división de los trabajadores. Sin

    embargo, en diferentes tiempos y lugares se comprometen continuamente en conflictos

    contra el sistema que los explota. ¿Por qué? Porque el proceso de trabajo capitalista,

    simultáneamente un proceso de producción y un proceso de valorización, es

    inherentemente contradictorio. Cuando la imperiosa necesidad de ganancia de los

    capitalistas rompe incluso la ilusión de una relación de intercambio igualitario, la

    explotación es revelada. Los cambios diarios de las condiciones de trabajo de los obreros

    (más tiempo, más intensidad, más peligroso), el despótico control gerencial (menos

    libertad de movimiento, más estrictas definiciones de tareas, separación de los

    trabajadores), la reducción de salarios, excesos, son algunas de las formas en las cuales la

    explotación se representa.

    Pero considerando las movilizaciones de trabajadores como una simple reacción a las

    lógicas del capital, sería reducir el conflicto a los problemas de negociación de los salarios

    y consecuentemente a sobredimensionar las funciones económicas, y la conciencia de los

    sindicatos. Esto es ciertamente verdad, que en la mayoría de los casos los conflictos

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    encuentras momentáneamente solución en un aumento monetario y que el sistema de

    relaciones industriales encuentra en la negociación colectiva sobre salarios la clave para el

    compromiso entre capital y trabajo. Pero los trabajadores luchan no solo por dinero, sino

    que también por su condición de seres humanos. "Es bastante irreal suponer que debido a

    que el trabajador trabaja solo por dinero acuerda cerrar los ojos frente a sus experiencias

    diarias en la fábrica. Si trata su trabajo como mercancía, no se sigue de allí que sus

    expectativas sean las de ser tratado él mismo, en tanto persona, como una mercancía.

    Tampoco se sigue de esto que él se prepare para soportar cualquier cosa si el dinero está

    bien" (Lane and Roberts 1971, p. 228). La libertad contra el control y la autoridad, la

    creatividad de cada individuo contra la deshumanización producida por las maquinas, la

    existencia de un completo desarrollo humano contra la alienación. "Los arreglos de

    tecnología y autoridad requieren obedecer sin pensar. Pequeña maravilla entonces que

    los huelguistas salvajes a veces hablen como si ellos hiciesen algo grande por primera vez

    en sus vidas. Tales personas están proclamando su humanidad y acusando que su

    situación de trabajo la niega" (Lane and Roberts 1971, p. 232).

    Las contradicciones del proceso capitalista de trabajo crean entonces dos diferentes pero

    convergentes y traslapados conjuntos de motivaciones para los trabajadores para luchar.

    El primer conjunto más evidente apunta a reformar las condiciones materiales de los

    trabajadores dentro del sistema existente. La importancia de estas luchas no debe ser

    subestimada. Primero que todo, como ha sido empíricamente probado, las investigaciones

    de este libro representan un ejemplo de esto, los trabajadores que han pasado por

    procesos de lucha y movilización, retornan diferentes a la vida normal, como personas

    más conscientes. Segundo, el conflicto originado típicamente por cuestiones de pan y

    mantequilla puede fácilmente crecer en intensidad y extenderse hacia asuntos más

    radicales en un contexto de efervescencia social y relevancia política. Tercero, estas luchas

    ayudan a la formación y establecimiento de nuevas bases de organización y liderazgos

    más democráticamente orientadas, por lo tanto promueven una participación más

    militante y activa. El segundo conjunto de motivaciones refiere más a lo que Lebowitz

    (2003) llamó "necesidades propias de los trabajadores por desarrollarse". Dentro de un

    sistema que constantemente crea nuevas, incumplidas, necesidades para los trabajadores,

    "los trabajadores se comprometen en una constante lucha contra el capital-luchas por

    reabsorber los productos alienados e independientes que son productos de su propia

    actividad, luchas que encuentran tiempo y energía en ellos mismos, luchas propulsadas

    por sus propias necesidades de desarrollo" (Lebowitz 2003, p. 204).

    Por lo tanto los trabajadores no son sujetos pasivos de los imperativos del capital que

    busca beneficios, sino que tienen un rol activo en la transformación del sistema que los

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    explota, "no hay trabajadores conocidos por los historiadores que hayan tomado el

    plusvalor que les arrebatan sin descubrir una vía de lucha anterior (hay un montón de

    maneras de ir lento); y periódicamente, por sus luchas anteriores las tendencias son

    desviadas y las formas de desarrollo fueron desarrolladas por ellos mismos por caminos

    inesperados (E.P. Thompson 1978, p. 345. Citado de Harvey 2006, p. 115).

    El reconsiderar el lado de los trabajadores en las explicaciones de sus resistencias al

    capitalismo tiene importantes consecuencias. Primero esto nos mueve lejos de la

    reconstrucción determinista de la realidad social y nos lleva hacia la posibilidad de un

    cambio social directamente interrelacionado con el concepto marxista de praxis. Las

    actividades prácticas de los trabajadores y sus experiencias ganadas en las luchas por

    beneficios materiales son por lo tanto esenciales porque a través de esas luchas, mientras

    cambias sus condiciones, ellos se cambian a sí mismos. Segundo, y es un corolario de esto,

    una teoría de la acción colectiva de los trabajadores no puede ser reducida ya sea a

    estrategias o a explicaciones psicosociales, sino que deben, primero que todo, revelar y

    comunicar la naturaleza interna de la mistificación del capital. Tercero, esto habla acerca

    de los cambios tecnológicos y de la organización del proceso de producción como proceso

    llevado tanto por la ley de la competencia como por la presión de los trabajadores. Esto

    porque los trabajadores dependen del capital para sobrevivir pero el capital depende de

    los trabajadores para obtener ganancias, el gerente y los trabajadores alternarán

    momentos de compromiso y paz, con resistencia. Esto introduce una dinámica elemental

    en el entendimiento de la resistencia de los trabajadores y en la formación histórica de la

    clase trabajadora y ayuda a rechazar el sindicalismo basado en la visión pesimista de las

    posibilidades del cambio social.

    Comenzamos esta sección destacando cómo las contradicciones inherentes al proceso de

    trabajo capitalista generan constantemente explotación, recreando la estructura en la que

    el conflicto puede emerger. Pero el proceso capitalista de trabajo, como cualquier otro

    proceso de trabajo, es entendido como actividad humana creativa, no es solo el sitio de

    explotación per se sino que también es el sitio de la cooperación. De hecho, a pesar de la

    tendencia a dividir a los trabajadores, a segmentar el trabajo, a separar el trabajo manual

    del intelectual, el proceso de producción impone al menos un mínimo de cooperación.

    Esta co-operación si por un lado es funcional a la valorización de capital, por el otro lado

    representa un primer momento de asociación entre la colectividad de trabajadores en la

    que los lazos de solidaridad pueden ser creados. Por lo tanto en la búsqueda de una teoría

    de la acción colectiva, las relaciones entre cooperación, solidaridad y acción colectiva de

    trabajadores requiere más exploración.

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    Co-operación, solidaridad y acción colectiva de los trabajadores

    La cooperación que necesariamente toma lugar en el proceso de trabajo capitalista es

    inherentemente contradictoria. Por un lado, los trabajadores "como cooperadores, como

    miembros del organismo de trabajo, forman meramente un particular modo de existencia

    del capital. Por lo tanto, el poder productivo desarrollado por el trabajo social es el poder

    productivo del capital" (Marx 1976, p. 451). Por el otro lado, "como el número de de

    trabajadores cooperativos se incrementa, así también lo hace su resistencia a la

    dominación del capital, y, necesariamente, la presión del capital para superar esa

    resistencia” (Marx 1976, p. 449).

    ¿Cómo podrían los trabajadores, cuya cooperación es función del capital y depende del

    capital para sobrevivir, desarrollar resistencia a éste? Y por el contrario, ¿por qué deberían

    las estrategias gerenciales siempre tender a dividir y crear competencia entre los

    trabajadores? La clave de esta respuesta está en que los trabajadores cambian de

    conciencia. A través de la cooperación en el trabajo el trabajador individual empieza a

    desarrollar una conciencia de él no como un individuo sino como parte de un grupo, con el

    que comparte condiciones similares de trabajo, que demanda por mejoras salariales y

    protección de trabajo y cuyos intereses son totalmente opuestos a los de su empleador. El

    trabajo colectivo, en términos de Marx, entra entonces en escena, reorganizando la

    individualidad adjunta al intercambio de salario por trabajo en la naturaleza colectiva del

    proceso de trabajo.

    En el obrero colectivo, mientras la cooperación en el trabajo es la condición material,

    creando lugares de comunicación e intercambio entre los trabajadores, la solidaridad es la

    relación social que expresa la naturaleza colectiva del proceso de trabajo. Cualquier

    intento fructífero de explicar la resistencia de los trabajadores debe por lo tanto partir de

    la centralidad de la solidaridad que, tanto teórica como prácticamente, tiene el discurso

    militante.

    Subrayar este punto es aún más importante cuando las ciencias sociales, como la totalidad

    de la sociedad, son invadidas por perspectivas del sentido común como una que considera

    un mínimo de nivel de solidaridad como la condición básica para cada acción colectiva.

    Como consecuencia implícita de tomar la solidaridad como dada, la atención de los

    investigadores por lo tanto ha estado enfocada en la identificación de precondiciones para

    la acción colectiva sobre la cual la solidaridad se pueda desarrollar. Como resultado, la

    solidaridad es explicada como función, por ejemplo, de redes sociales, de un liderazgo

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    poderoso, de la fortaleza organizacional de los sindicatos, confundiendo totalmente la

    causa con los efectos.

    Debemos empezar invirtiendo el análisis: es porque una forma de solidaridad pre existe

    que otros desarrollos organizacionales pueden seguir. El simple hecho de que el trabajo es

    una actividad colectiva, implica que los trabajadores necesitan realizar una actividad en

    conjunto, generando un sentido de mutua dependencia y necesidad de soporte: las

    embrionarias formas de solidaridad, o lo que puede ser llamada "solidaridad aún no

    activada". Esta unidad tiene una naturaleza muy práctica, es sólo para realizar el trabajo,

    pero es también el primer paso para el reconocimiento de: a) que los empleadores tienen

    el poder de ordenar las formas y los tiempos de ejecución de cada trabajo; b) que quienes

    dan estas órdenes, y esto es natural, al otro lado se les oponen, y esto a pesar de la

    necesidad de los trabajadores por acomodarse dentro del sistema. Este doble

    reconocimiento representa a su vez un paso cualitativo en cada conciencia de los

    trabajadores, transformando gradualmente las identidades individuales en colectivas. Este

    proceso que es generado y presupuesto por la solidaridad construida en la, todavía

    contradictoria, naturaleza cooperativa del proceso de trabajo capitalista, es fundamental

    no solo en el fortalecimiento del lugar de trabajo basado en la solidaridad, esa opuesta y

    espontanea "cultura de solidaridad" a la que se refiere Fantasia (1998), sino que una que

    está creando las bases para aquellas formas de compartimiento colectivo o democracia

    dialógica que Offe y Wiesenthal consideran como momentos necesarios para los

    trabajadores para mediar entre el contraste entre sus intereses individuales y sus

    intereses colectivos. "La lógica de la acción colectiva de los relativamente impotentes

    difiere de la de los relativamente poderosos en cuanto a que la de los primeros implica

    una paradoja que está ausente de la de los últimos- la paradoja de que los intereses sólo

    pueden ser satisfechos en la medida en que sean parcialmente redefinidos (Offe y

    Wiesenthal 1980, p. 79).

    Sin el reconocimiento de la solidaridad como momento fundacional de la acción colectiva,

    nosotros no podemos entender las bases reales para el éxito de la acción sindical, la

    necesidad para los trabajadores de organizarse, el llamado político para que los

    trabajadores se unan y, por el contrario, todos los casos de movilizaciones espontáneas

    fuera de los canales sindicales o en lugares de trabajo no sindicalizados.

    El conflicto y la acción colectiva emergen no solo por virtud de fuerzas externas sino

    porque existe un terreno fértil en esa forma embrionaria de solidaridad descrita arriba. En

    ese sentido, las redes sociales, las identificaciones de grupo o clase, las percepciones de

    injusticia y la acción de los líderes, a pesar de su importancia en la acción colectiva, no

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    representan la condición sine qua non de esto. En su lugar, ellas deberían ser entendidas

    como vehículos para la circulación y conformación de la solidaridad, como elemento capaz

    de activar una forma de solidaridad embrionaria pre-existente.

    Asumiendo que la solidaridad es una relación social expresada por la naturaleza colectiva

    del proceso de trabajo y por lo tanto la base objetiva de movilización, estamos

    identificando un abstracto pero no menos real, mínimo concreto para su definición y

    podemos observar cómo las relaciones sociales de dominación producen condiciones qye

    alteran y modifican esta experiencia básica y, así, la posibilidad de la solidaridad para

    alcanza su segundo nivel de desarrollo, o su forma “activa”. 

    Estos supuestos tienen casi un corolario natural en los métodos que nosotros hemos

    usado para identificar la solidaridad empíricamente y su conceptualización. Lo que

    propongo aquí es pensar la solidaridad como un concepto que puede ser mejor percibido

    como un proceso dinámico, y que debería ser analizado “en curso”. Nosotros no podemos

    simplemente medir, detectar y buscar las precondiciones de la solidaridad. Esto no implica

    necesariamente su identificación empíricamente. Puede haber precondiciones que son

    consideradas como buenos indicadores de formas ya desarrolladas de solidaridad

    (conciencia de clase, luchas previas y organización) pero esto no es garantía para futuras

    movilizaciones. Al contrario, nosotros podemos tener movilizaciones nacidas de

    situaciones que no presentan en la superficie ningún indicador positivo de solidaridad.

    Preguntas como cuándo y por qué la solidaridad ocurre, cuales son las razones/agentes

    para el desarrollo de éstas en una forma activa, pueden ser dirigidas solo mediante una

    análisis de la solidaridad en diferentes momentos de su desarrollo.

    Al insistir en investigar la solidaridad como una realidad estática terminaremos cayendo

    en un círculo vicioso pretendiendo ofrecer signos concretos, objetivos, de la existencia de

    solidaridad (porque sin esto no podemos incluso pensar en acción colectiva) pero sin

    considerar cómo las condiciones estructurales actúan en esto. La consecuencia implícita

    de este mecanismo es el considerar la solidaridad casi como un concepto trascendental,

    evanescente, que existe pero que es difícil de investigar empíricamente (por ejemplo

    Fantasia 1995; Portelli 1991) y que es, sin embargo, fácilmente adaptable a una amplia

    variedad de estudios: de proceso de trabajo (Beynon 1984; Edwards y Scullion 1982),

    conciencia de clase (Fantasia 1988; Rosendhal 1985), acontecimientos culturales e

    históricos de la clase trabajadora (Bruno 1999, Hanagan 1980).

    Sin embargo, el exceso de taxonomía que a menudo en las ciencias sociales crea los

    problemas de definición y clasificación mencionados, no parece afectar a los trabajadores.

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    Una revisión histórica de los conflictos desde la perspectiva de los directamente

    involucrados revela que las preocupaciones de los trabajadores no son sobre el significado

    y la existencia de la solidaridad sino que más bien sobre la posibilidad de crearla y

    consolidarla en presencia del empleador, gerentes, gobernantes o intentos de burocracias

    sindicales por romperla (Para Argentina esto encontrarse en Brennan 1994; Gordillo 1999;

    James 1988 explicaciones históricas de la militancia de los trabajadores de 1970s y 1960s

    en la ciudad de Córdoba). Los trabajadores no necesitan buscar una definición o mirar las

    precondiciones de la solidaridad. Ellos simplemente tienen un encuentro vívido con la

    solidaridad, un sentid o un sentido de decepción e ira cuando no aparece, dejando el

    espacio a divisiones e individualismo. Como la explotación capitalista esta ocultá por la

    relación salarial así la solidaridad está oculta por la legitimación del mando del capital en

    el lugar de trabajo y la dependencia de los trabajadores al salario para vivir.

    Esta condición inescapable de dependencia no solo dificulta la posibilidad de construir

    sobre la solidaridad sino que también tiende a crear, como lo vimos antes, grupos de

    trabajadores totalmente identificados con un capitalista particular que los emplea y

    orgullosos de la calidad de sus trabajos. "Una lealtad fundamental para el valor de

    producción para el uso más que para el intercambio, más bien del trabajo concreto que el

    abstracto, emerge en el desconcertante resentimiento de muchos trabajadores por sus

    reemplazos no calificados en una huelga, o la transferencia de sus trabajos al extranjero, a

    pesar de que para ellos es el componente crucial del conocimiento de los trabajadores y

    de la calidad del trabajo" (Cohen 2006, p. 194).

    Todos estos problemas hacen extremadamente riesgoso establecer cuándo y cómo la

    solidaridad asumirá su forma "activa", esto dependiendo de la combinación, en una cierta

    época, de las formas de oposición entre trabajo y capital en el lugar de trabajo y en la

    sociedad como un todo. Desafortunadamente, todavía no tenemos una teoría de la

    acción colectiva tan precisa como para predecir el futuro. Lo que podemos hacer es

    indicar los puntos cardinales en el mapa para el análisis teórico y empírico, y la solidaridad

    puede ser considerada uno de estos puntos.

    Colocar la solidaridad de vuelta en el centro de nuestro entendimiento de la acción

    colectiva es contribuir a la teoría tanto como al debate político. El concepto de solidaridad

    ha sido distorsionado por décadas por un uso ideológico y retórico. Todavía, desde que

    replanteamos el concepto dentro de las condiciones estructurales generadas por las

    relaciones capital/trabajo en el lugar de trabajo y la abrumadora dominación del capital

    en la sociedad, estamos contribuyendo a desmitificar los supuestos que se dan por

    sentados sobre el trabajo y los modos “modernos”  de vida. Una vez inserta en este

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    contexto, los énfasis en la solidaridad deben ser capaces de dar a los trabajadores un claro

    entendimiento de su fortaleza potencial y a sus organizaciones de base con una más

    concreta, cotidiana, base para el discurso y la acción militante.

    Conclusiones e implicancias para el análisis empírico

    Este capítulo ha tenido como objetivo general el ofrecer una reconstrucción de la acción

    colectiva de los trabajadores desde una perspectiva marxista. Sin pretender exhaustividad

    ni exégesis en el análisis, el capítulo ha sido desarrollado usando las ideas de Marx sobre

    la naturaleza del proceso de trabajo capitalista y las verdades ocultas de las concepciones

    dominantes de trabajo y de economía política. Cuatro principales supuestos se siguen de

    estos antecedentes, influenciando todo el capítulo de la reconstrucción de la acción

    colectiva. Primero, los intentos de mirar la acción colectiva de los trabajadores como una

    suma de individualidades y como conducida por determinaciones subjetivas de la realidad

    social, como la asociada con injusticia, están teóricamente equivocados y perdidos y no

    explican la variedad y complejidad de la acción de los trabajadores. La injusticia puede ser

    una herramienta útil para las organizaciones sindicales y para la revitalización pero está

    enmarcada dentro del fetichismo del capital. Segundo y consecuencia de esto, una

    desmitificación del sistema que gobierna el conjunto de las relaciones capital/trabajo en el

    lugar de trabajo y en la sociedad, es fundamental. Tercero, a través de esta desmitificación

    es posible descubrir las contradicciones inherentes al proceso capitalista de trabajo que

    generan tanto resistencias como acomodamientos. Cuarto, una teoría que tenga como

    objetivo comunicar y fortalecer a los trabajadores y a sus organizaciones de base

    conociendo los constreñimientos y oportunidades para la acción colectiva, necesita, desde

    la realidad del proceso de trabajo capitalista develada, reconsiderar el rol de la solidaridad

    y sus potencialidades en el encuadre de las estrategias de las organizaciones. La

    conciencia de los militantes de base e intelectuales que apoyan la labor del movimiento

    debería entonces constantemente encontrar vías para romper las reglas del capital a

    través de su desmitificación. En ese sentido, el énfasis en la solidaridad es fundamental,

    tanto para la teoría como para la práctica de las organizaciones.

    ¿Podemos usar las ideas teóricas desarrolladas en este capítulo para el análisis de los

    casos concretos de las movilizaciones de trabajadores? ¿Cómo dar cuenta de la

    complejidad y las múltiples determinantes de la acción colectiva poniendo énfasis solo en

    las contradicciones del proceso de trabajo capitalista y en la solidaridad construida en la

    cooperación de los trabajadores? ¿Cómo podemos explicar el rol de los líderes y de las

    organizaciones, por ejemplo, en la construcción y fortalecimiento de las movilizaciones de

    trabajadores?

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    La respuesta a estas preguntas no es sencilla e implica decisiones sobre método y

    enfoques de investigación. Podemos estar interesados en proponer una teoría para el

    análisis y para la acción que responda a categorías específicas y que es secuencial como la

    que propuso Kelly en su teoría de la movilización, arraigada en el esquema injusticia-

    liderazgo-acción colectiva. En este caso se da por hecho que el proceso de trabajo

    capitalista genera conflictos y que las condiciones necesarias para la movilización de los

    trabajadores ya están en conjunto dentro del sistema. La teoría entonces ofrece un claro

    conjunto de condiciones para la acción que los investigadores pueden usar y probar y los

    activistas considerar en la reorientación y en el repensar de sus estrategias. Otro enfoque

    es entrar dentro de la complejidad de las dinámicas sociales que producen las

    movilizaciones de los trabajadores partiendo de una reformulación y reposicionamiento

    de las condiciones que constantemente reproducen el antagonismo básico entre capital y

    trabajo. Este enfoque, mientras re-usa y reformula los conceptos de Marx, está al mismo

    tiempo es intelectualmente fundamental para desmitificar el sistema de apariencias

    producido por el capitalismo y metodológicamente validar la explicación de la complejidad

    de la acción colectiva de los trabajadores. Empíricamente, la combinación de diferentes

    factores, cada uno importante por sí mismo, puede contribuir a explicar por qué los

    trabajadores se movilizan en un caso específico. Desde condiciones externas socio

    políticas favorables hasta la fortaleza interna de la organización, desde la violación de

    reglas de los gerentes hasta las estrategias explícitas de confrontación de los trabajadores,

    desde los liderazgos carismáticos hasta los partidos políticos que guían las movilizaciones,

    desde las base hasta las burocracias que lideran movilizaciones, desde las movilizaciones

    bajo las banderas de la injusticia hasta la solidaridad con otras organizaciones, desde las

    planeadas hasta las movilizaciones espontaneas, todos estos son ejemplos de algunos de

    los factores que solos o en combinación influencian las decisiones de los trabajadores de

    actuar colectivamente. Pero cada factor relevante dentro de casos específicos podría

    perderse si la complejidad y el entendimiento de la acción colectiva de los trabajadores no

    se insertara en paralelo en el entendimiento de las condiciones estructurales impuestas

    por el sistema que constantemente reproduce "relaciones materiales entre personas y

    relaciones sociales entre cosas" (Marx 1976, p. 166). La insistencia a través de todo el

    capítulo en el proceso de trabajo capitalista como el sitio donde contemporáneamente

    apariencia y realidad son contradictoriamente creadas, es fundamental en esta

    perspectiva.

    Todo el enfoque usado en esta investigación, al tiempo que reconoce la importancia de los

    factores específicos como liderazgo y organización, trata de evitar contingencias y

    subjetividades basadas en reconstrucciones de la acción colectiva partiendo de la

    definición de las condiciones necesarias promotoras de la movilización. Esto es esencial

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    tanto en términos de definir una teoría generalmente aplicable, como en términos de

    métodos en tanto promueve un análisis en el que la realización de los procesos sociales

    conduce a la movilización. Necesitamos partir desde las contradicciones del proceso de

    trabajo capitalista, desde las condiciones objetivas estructurales de movilización, hasta

    observar en el análisis empírico cómo la existencia de la solidaridad de los trabajadores es

    contemporáneamente oscurecida y revelada. La teoría no puede ir más allá que indicar la

    posibilidad de una alternativa dentro del sistema y de la importancia, en el interés de la

    emancipación de los trabajadores, para luchar por ello. Después de todo, la praxis sigue

    siendo el principal antídoto contra el determinismo.

    Considerando el enfoque metodológico y teórico propuesto en este capítulo, el resto del

    libro estará dedicado a reconstruir en detalles dos diferentes casos de movilizaciones de

    trabajadores ocurridas en dos plantas de autos en Córdoba, Argentina durante 1996-1997.

    El siguiente capítulo pondrá al conjunto de casos dentro del contexto, mirando en

    perspectiva histórica el rango de factores que influenciaron la movilización en el lugar de

    trabajo en Argentina.

    Traducción: Nicolás Ratto