Una revelación - Revista de la Universidad de México · del hostal de la memoria, a introducirse...

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86 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Existen cosas que el resto de los mortales ignoran, pero que han sido reveladas a la de- creciente secta de los filatelistas, cuyos me - jores momentos pasaron, como pasan las glorias efímeras, como pasó el rey Faruk, gran coleccionista, o pasó Roosevelt, quien tam- bién juntaba timbres. Una de estas revela- ciones me acaeció la otra tarde, mientras co- menzaba a acomodar, pinzas en mano, los recién llegados sellos del Territorio Antár- tico británico y de las islas de Ascensión, Santa Elena y Tristán da Cunha, todos ce- lebrando el Jubileo de Isabel II. Fue una de esas revelaciones que aguardan, entre otras ideas peregrinas, en el quicio de la puerta del hostal de la memoria, a in tro ducirse su brepticiamente para, una vez aden tro, jun to al hogar, desvelar su identidad y de- jar en claro su propósito, que, en este caso en par ticular, era desestabilizar mis siste- mas de me dición del tiempo (debe notar- se que estoy leyendo Segunda Fundación de Asimov). De pronto la imaginé. A ella. Perfecta- mente vestida, perlas alrededor de su cue- llo, broche grande, perritos a sus pies, pin- zas en mano, entre los tomos y tomos de la colección de timbres más grande del mun do, en el se gundo piso de su palacio, rodea da del rojo de los volúmenes de la colección de su abuelo y los azules de la co l ección de su pa- dre, quien en lugar de timbres prefería los modelos para armar. Me di cuenta prime- ro de que ella se coleccionaba a sí misma. La suya es la cabeza más re presentada en sellos de correos que haya existido ja más; supera con mucho a su tatarabuela Victoria. Su - pe ra, por supuesto, a plebeyos como Mao, Hitler o Stalin. Le saca una cabeza de ven- taja a cualquiera. Sin contar países arribistas (filatélicamen- te hablando), por lo menos cuarenta estados y territorios tienen derecho a la cabeza de E. R., y usan de ese derecho o transigen an- te esta obligación o siguen esta costumbre. Sus sellos de correos (y muchas veces sus mo nedas) po seen rasgos isabelinos. Se me dirá que todo esto no es de importancia. Pero es que entonces me golpeó la re ve l a - ción última. Y la revelación final fue ésta. Vivimos en la era isabelina. *** La revelación continuó. Vi que a mis cua- renta y siete años he vivido bajo ocho presi- dentes mexicanos, cinco papas, nueve pre- si dentes norteamericanos, cinco canci leres alemanes, tres grandes timoneles norcorea- nos, dos emperadores japoneses. Pero sólo bajo una reina. Las úni cas constantes han sido ella, y un poco más tarde, él. Pe ro lue go le dejó el poder a su hermano. Ella, por lo tan t o, es, desde 1953, la única constante (pues to que el rey de Tailandia está tan dis- tante, menos, de nuevo, para un filatelista). Tate Modern es isabelino. La televisión es isabelina. Lo mismo que Saatchi o el día de los trífidos. Ni qué de cir de 007, como se vio en la Olimpiada. ¿Qué se dirá en el futuro? ¿En la Enci- clopedia Ga l áctica? “En la era isabelina los hombres dejaron de usar sombrero y, poco a poco, de fumar”. O “las mujeres adqui- rieron plenamente sus derechos en la era isa- belina”. “El Internet se volvió masivo en esta era”. O, grandes escritores de la era isabeli- na: Amis, Auster, Bolaño, Lessing, Rushdie. El concierto en Pompeya de Pink Floyd ocurrió en la era isabelina. Brian Jones mu- rió en esta era. De he cho todo el rocanrol, con excepción de algún precursor, ocurre en la era isabelina. Tiempo transcurrido trans- curre en la era isabelina. Como decían en el rehab: “Túmbate ese rollo, ése”. Brighton, “the blues”, el rave. Todo este rumpus ocu- rre en la era isabelina. ¿Y qué decir de sir Paul, sir Ringo, sir Elton? Los mods y los punks son isabelinos (hay que recordar el disco y el himno de los Sex Pistols: God Save the Queen), lo mismo que “fabulous!” o Blow-up. Ni qué decir de The Wall ni de El Se ñor de los Anillos. Isabelinos. You can’t always get what you want es el título. El día: junio 16, 1969. “They’re uni- que, they’re extraordinary”, dice David Frost al presentarlos. Y, al acabarse la narcótica rola, Frost nos adelanta que, a continuación, luego de “unos mensajes de nuestros patro- cinadores” viene el príncipe Carlos. Otra víc tima de la era isabelina. Una revelación Pablo Soler Frost Lucian Freud, Retrato de la reina Isabel II, 2000-2001

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Page 1: Una revelación - Revista de la Universidad de México · del hostal de la memoria, a introducirse subrepticiamente para, una vez adentro, junto al hogar, desvelar su identidad y

86 | REVISTADE LA UNIVERSIDADDE MÉXICO

Existen cosas que el resto de los mortalesignoran, pero que han sido reveladas a la de -creciente secta de los filatelistas, cuyos me -jores momentos pasaron, como pasan lasglorias efímeras, como pasó el rey Faruk, grancoleccionista, o pasó Roosevelt, quien tam -bién juntaba timbres. Una de estas revela-ciones me acaeció la otra tarde, mientras co -menzaba a acomodar, pinzas en mano, losrecién llegados sellos del Territorio Antár-tico británico y de las islas de Ascensión,Santa Elena y Tristán da Cunha, todos ce -lebrando el Jubileo de Isabel II. Fue una deesas revelaciones que aguardan, entre otrasideas peregrinas, en el quicio de la puertadel hostal de la memoria, a in tro ducirsesu brepticiamente para, una vez aden tro,jun to al hogar, desvelar su identidad y de -jar en claro su propósito, que, en este casoen par ticular, era desestabilizar mis siste-mas de me dición del tiempo (debe notar-se que estoy leyendo Segunda Fundaciónde Asimov).

De pronto la imaginé. A ella. Perfecta-mente vestida, perlas alrededor de su cue-llo, broche grande, perritos a sus pies, pin-zas en mano, entre los tomos y tomos de lacolección de timbres más grande del mun do,en el se gundo piso de su palacio, rodea da delrojo de los volúmenes de la colección de suabuelo y los azules de la co lección de su pa -dre, quien en lugar de timbres prefería losmodelos para armar. Me di cuenta prime-ro de que ella se coleccionaba a sí misma. Lasuya es la cabeza más re presentada en sellosde correos que haya existido ja más; superacon mucho a su tatarabuela Victoria. Su -pe ra, por supuesto, a plebeyos como Mao,Hitler o Stalin. Le saca una cabeza de ven-taja a cualquiera.

Sin contar países arribistas (filatélicamen -te hablando), por lo menos cuarenta estados

y territorios tienen derecho a la cabeza deE. R., y usan de ese derecho o transigen an -te esta obligación o siguen esta costumbre.Sus sellos de correos (y muchas veces susmo nedas) po seen rasgos isabelinos. Se medirá que todo esto no es de importancia.Pero es que entonces me golpeó la re ve la -ción última.

Y la revelación final fue ésta. Vivimosen la era isabelina.

***

La revelación continuó. Vi que a mis cua-renta y siete años he vivido bajo ocho presi -dentes mexicanos, cinco papas, nueve pre -si dentes norteamericanos, cinco canci lleresalemanes, tres grandes timoneles norcorea -nos, dos emperadores japoneses. Pero sólobajo una reina. Las úni cas constantes han

sido ella, y un poco más tarde, él. Pe ro lue gole dejó el poder a su hermano. Ella, por lotan to, es, desde 1953, la única constante(pues to que el rey de Tailandia está tan dis -tante, menos, de nuevo, para un filatelista).

Tate Modern es isabelino. La televisiónes isabelina. Lo mismo que Saatchi o el díade los trífidos. Ni qué de cir de 007, comose vio en la Olimpiada.

¿Qué se dirá en el futuro? ¿En la Enci-clopedia Ga láctica? “En la era isabelina loshombres dejaron de usar sombrero y, pocoa poco, de fumar”. O “las mujeres adqui-rieron plenamente sus derechos en la era isa -belina”. “El Internet se volvió masivo en estaera”. O, grandes escritores de la era isabeli -na: Amis, Auster, Bolaño, Lessing, Rushdie.

El concierto en Pompeya de Pink Floydocurrió en la era isabelina. Brian Jones mu -rió en esta era. De he cho todo el rocanrol,con excepción de algún precursor, ocurre enla era isabelina. Tiempo transcurrido trans-curre en la era isabelina. Como decían en elrehab: “Túmbate ese rollo, ése”. Brighton,“the blues”, el rave. Todo este rumpus ocu -rre en la era isabelina. ¿Y qué decir de sirPaul, sir Ringo, sir Elton? Los mods y lospunks son isabelinos (hay que recordar eldisco y el himno de los Sex Pistols: God Savethe Queen), lo mismo que “fabulous!” oBlow-up. Ni qué decir de The Wall ni de ElSe ñor de los Anillos. Isabelinos.

You can’t always get what you want es eltítulo. El día: junio 16, 1969. “They’re uni-que, they’re extraordinary”, dice David Frostal presentarlos. Y, al acabarse la narcóticarola, Frost nos adelanta que, a continuación,luego de “unos mensajes de nuestros patro -cinadores” viene el príncipe Carlos. Otravíc tima de la era isabelina.

Una revelaciónPablo Soler Frost

Lucian Freud, Retrato de la reina Isabel II, 2000-2001