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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ (Avila) INTRODUCCIÓN Unamuno Don Miguel de Unamuno (1864-1936) ha dado y sigue dando pábulo a la unamunofobia y a la unamunofilia. Y sigue siendo un estímulo y una tentación ahora mismo para filósofos y teólogos. Olegario González de Cardedal le dedica una parte amplia en su libro Cuatro poetas desde la otra ladera 1. Se detiene más que nada en su creación poética máxima El Cristo de Velázquez. En otro de sus libros novísimos, acerca de la cuestión de la esencia del cristia- nismo, asegura que hay que agradecerle la recuperación desde su poesía de la dimensión «entrañable» de Dios, y su manifestación «entrañada» en Cristo 2. Alfonso López Quintás se ocupa también de don Miguel larga y lúcidamente en Cuatro filósofos en busca de Dios 3 Pero la obra mentalmente más poderosa y de más volumen, 861 páginas, es la de Pedro Cerezo Galán: Las máscaras de lo trágico. Filosofía y trage- dia en Miguel de Unamun0 4 . También se da cabida a Unamuno en el gran Dictionnaire de Spiritualité con un artículo ceñido y claro 5 1 Ed. Trotta, Madrid, 1996, pp. 17-192. 2 La entraña del cristianismo, Salamanca, 1997, pp. 72-74 Y 224-228. 3 Ed. Rialps, Madrid, 1989, pp.53-116. Los otros tres filósofos son Edith Stein, R. Guardini y M. García Morente. 4 Ed. Trotta, Madrid, 1996. 5 T. XVI, Paris, 1994, voz Unamuno, firmado por Eloy Bueno, co1.33-36. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (57) (1998), 431-454

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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ

(Avila)

INTRODUCCIÓN

Unamuno

Don Miguel de Unamuno (1864-1936) ha dado y sigue dando pábulo a la unamunofobia y a la unamunofilia. Y sigue siendo un estímulo y una tentación ahora mismo para filósofos y teólogos. Olegario González de Cardedal le dedica una parte amplia en su libro Cuatro poetas desde la otra ladera 1. Se detiene más que nada en su creación poética máxima El Cristo de Velázquez. En otro de sus libros novísimos, acerca de la cuestión de la esencia del cristia­nismo, asegura que hay que agradecerle la recuperación desde su poesía de la dimensión «entrañable» de Dios, y su manifestación «entrañada» en Cristo 2.

Alfonso López Quintás se ocupa también de don Miguel larga y lúcidamente en Cuatro filósofos en busca de Dios 3

• Pero la obra mentalmente más poderosa y de más volumen, 861 páginas, es la de Pedro Cerezo Galán: Las máscaras de lo trágico. Filosofía y trage­dia en Miguel de Unamun0 4

.

También se da cabida a Unamuno en el gran Dictionnaire de Spiritualité con un artículo ceñido y claro 5

1 Ed. Trotta, Madrid, 1996, pp. 17-192. 2 La entraña del cristianismo, Salamanca, 1997, pp. 72-74 Y 224-228. 3 Ed. Rialps, Madrid, 1989, pp.53-116. Los otros tres filósofos son Edith

Stein, R. Guardini y M. García Morente. 4 Ed. Trotta, Madrid, 1996. 5 T. XVI, Paris, 1994, voz Unamuno, firmado por Eloy Bueno, co1.33-36.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (57) (1998), 431-454

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Julián Marias que lleva sesenta años escribiendo sobre don Miguel, desde 1938, acaba de repetir que «la dimensión religiosa de Unamu­no es quizá lo más vivo de su obra, lo más problemático, lo que invita a ser leído desde una perspectiva que no había sido posible. ¿Cuál? La de la libertad» religiosa proclamada por el Concilio Vaticano n 6

. Con este espíritu he tratado de entenderme con don Miguel. Mi estudio mucho más modesto que los de Olegario, López Quintás o Cerezo, tiene una primera parte, de carácter testimonial. Después de un vuelo de reconocimiento, dejaremos hablar a don Miguel, para que nos informe de su agonía y para vislumbrar hasta dónde llegaban sus congojas y zozobras y dónde estaba el enjullo de su vida. Este trabajo no puede ser calificado sino de ensayo, y ello, por respeto a Unamuno y a la complejidad de su persona y de su obra, pues no es nada fácil moverse en el universo de don Miguel.

Ya que la noche oscura tiene tanto que ver con san Juan de la Cruz, me gusta recordar cómo el gran sanjuanista que fue Crisógono de Jesús dedicó «A D. Miguel de Unamuno en testimonio de gran admiración» su obra La Escuela mística Carmelitana en «Salaman­ca 16-XI-33» y su libro San Juan de la Cruz, su obra científica y su obra literaria «A D. Miguel de Unamuno, homenaje de admira­ción» también en «Salamanca eI16-XI-33» 7. Me sumo, muy gusto­so, a esta admiración por el hombre de came y hueso que fue don Miguel 8.

6 «La perduración de Unamuno», ABC, 9 de julio de 1998, p. 3. Se ha hecho nueva edición de su libro Miguel de Unamuno, Col. Austral, Madrid 1997.

7 Ambos libros se conservan en la biblioteca de la Casa-Museo de Unamu­no en Salamanca. La Escuela mística carmelitana lleva anotaciones y correc­ciones autógrafas de don Miguel.

8 Las obras de Unamuno las citamos como sigue: Alas = Epistolario de Menéndez Pelayo, Unamuno y Palacio Valdés a

Leopoldo Alas, «Clarín», prólogo y notas de Adolfo Alas, Madrid 1914. CI = Cartas inéditas de Miguel de Unamuno, recopilación y prólogo de S.

Fernández Larraín, Zig-Zag, Santiago de Chile, 1965. CV = El Cristo de Velázquez, Ed. crítica de V.G. de la Concha, Espasa

Calpe, Madrid 1987. EA = Epistolario Americano (1890-1936), ed. Laureano Robles, Salaman­

ca, 1996. El Eco = J. Ignacio Tellechea Idígoras, El Eco de Unamuno, Madrid 1996:

Cartas entre Unamuno y 13 famosos.

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1 VUELO DE RECONOCIMIENTO

Especie única: por la teología escolástica sabía Unamuno que cada ángel es especie única. Aunque se sentía acompañado siempre por las sombras de los «Migueles de España»: Miguel Servet, Mi­guel de Molinos, Miguel López de Legazpi, Miguel de Cervantes, él, Miguel de Unamuno, gritará: «De lo que huyo como de la peste es de que me clasifiquen» 9,

En 1907 había escrito acerca de quienes «buscan poder encasi­llarme y meterme en uno de los cuadrilateros en que colocan a los espíritus, diciendo de mí: "Es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista, es místico", o cualquier otro de esos motes, cuyo sentido claro desconocen, pero que les dispensa de pensar más» 10.

Y, dando vueltas a su nombre arcangélico, se revolvía procla­mando: «y yo no quiero dejarme encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia ple­na, soy especie única» ll.

El = Epistolario inédito, 1 (1894-1914); n (1915-1936), ed. Laureano Ro­bles, Col. Austral, Madrid 1991.

OC = Obras Completas, Escelicer, 9 tomos, Madrid, 1966. OCT = Obras Completas, Ed. Turner, en curso de publicación; han salido

ya los tres primeros tomos en Madrid: 1, 1994; n, 1995; III, 1996. Citamos por esta edición más correcta que la de Escelicer las obras ya aparecidas en ella.

PC = Poesía Completa, Alianza Tres, t. 1 Y 2, Madrid 1987; t.3, 1988; tA, 1989.

Un-Gu = Cartas Intimas. Epistolario entre Miguel de Unamuno y los her­manos Gutiérrez Abascal, Recopilación, introducción y notas de Javier Gonzá­lez de Durana, Bilbao 1986.

Un-Mar = Epistolario y escritos complementarios, Unamuno- Maragall, Guadalajara, 1971.

Un-Or = Epistolario completo Ortega-Unamuno, ed. Laureano Robles, Madrid 1987.

Un-Zul = Cartas 1903-1933, Miguel de Unamuno, Luis Zulueta, Ensayistas hispánicos, Aguilar, Madrid 1972.

Otras siglas: AC = Agonía del cristianismo. ST = Sentimiento trágico de la vida. CCMU = Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, Salamanca. 9 Mi religión, OC III, p. 262.

10 Mi religión, OC III, p. 260. 11 1bid. Con buen acierto ha escrito Luis Iglesias Ortega el libro Unamuno

especie única, Salamanca 1989.

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Comunicándose con el gran hispanista Marcel Bataillon en 1922 le dice: «es curioso que aquí pase por una especie de protestante y desde luego por un hereje consumado y en Inglaterra les haga el efecto de un católico a macha y martillo» 12. Sus páginas resultan, frecuentemente, una floresta de paradojas y más paradojas. Ya lo dijo también él mismo, como un poco dolido: «Mi vida ha sido y es un continuo combate para lograr paz espiritual y la mitad de las que llaman mis paradojas no son sino gIitos de pasión contenida» 13.

Su recurso a lo paradójico era en él un modo de ir dando salida a sus angustias y agonías anímicas. A Ortega y Gasset le dirá: «¡Si supiera usted, querido Ortega, los dolores que me cuesta parir las que llaman paradojas!» 14. Este don Miguel, calificado por el mismo Ortega de «morabito máximo» 15 había nacido, sin falta, para ser un signo de contradicción.

De hecho, apenas llegado a Salamanca en 1891, ya comenzó a tener problemas con el P.Cámara, obispo de la diócesis, y su enfren­tamiento con él culminaría en 1903 16

• El Obispo quiso condenar sus escritos para que le destituyeran de Rector, «pero como vio en Madrid verdes las uvas, lo dejó», comenta don Miguel» 17.

Lo que no se hizo en vida, se haría después de sus días cuando en 1942, Pla y Deniel, obispo de Salamanca y ya preconizado arzo­bispo de Toledo, prohibió en su diócesis el libro Del sentimiento trágico de la vida 18. Prohición a la que se adhirieron explícitamente

12 El, n, p. l2l. 13 El, l, p. 215: a Adolfo Rubio en 1906. 14 Un-Or, p. 39. 15 Obras Completas, Rev. de Occidente, Madrid 1987, tI, p. 461: la liba­

ción. 16 BENIGNO HERNÁNDEZ, Enfrentamiento entre el obispo Tomás de Cámara

y Miguel de Unamuno a finales de 1903, CCMU 1983, pp.254-255. 17 EA, p. 177: A P.J. Ilundain. Benigno Hernández ha completado su estu­

dio escribiendo "Censura eclesiástica contra Unamuno en 1903», en vol. Ho­menaje cincuentenario de Miguel de Unamuno, Salamanca 1986, pp.121-155. Por cierto que entre los teólogos escogidos por el P. Cámara para calificar los escritos de Unamuno había un carmelita descalzo: Sebastián de Jesús, María y José (p.141). El texto de la gran censura que prepararon los miembros del colegio doctoral de teólogos ha sido publicado por BENIGNO HERNÁNDEZ, [bid., pp. 144-155.

18 Boletín Oficial del Obispado de Salamanca, año 89, 21 marzo 1942, pp.l06-107.

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otras diócesis. En 1953 don Antonio Pildáin y Zapiáin, obispo de Canarias, salió con su pastoral, destemplada e inclemente: Don Miguel Unamuno hereje máximo y maestro de herejías 19. Hace suyo el juicio del jesuita González Caminero de que Unamuno es «el mayor hereje español de los tiempos modemos» 20.

El 30 de enero de 1957 la Suprema Congregación del Santo Oficio condenaba y mandaba «insertar en el Indice de libros prohi­bidos los libros escritos por Miguel de Unamuno: 1. De! sentimiento trágico de la vida; 2. La agonía del Cristianismo 21. Y ahora, ¡ironía de la suerte!, después de la reforma litúrgica, Unamuno, tan escar­dado por la Iglesia, nos regala con alguno de sus poemas como himno en la Liturgia de las Horas 22

Sea de todas las mencionadas condenas lo que quiera, ha pasado «el momento en que los incomprensivos, los toscos y ceniles, ane­metieron contra él, en vida y después de muerto,con asombrosa falta de sentido religioso y de espíritu cristiano» 23 Pero lo intolerable es que haya todavía quien siga creyendo que don Miguel de Unamuno era ateo, como defendían años atrás Sánchez Barbudo 24, Joan Man­yá 25 Y hasta González Caminero 26, y otros, simplificando en exceso el pensamiento unamuniano 27.

19 Firmada en Las Palmas de Gran Canaria, a 19 de septiembre de 1953. Son 16 páginas en un estilo que hoy nos resulta lamentable.

20 N. G. CAMINERO, Unamuno, tI, Univ. Comillas, 1948, p. 237. 21 AAS 49 (1957), pp.77-78.

• 22 Véase Liturgia de las Horas, Domingo III, himno hora intelmedia, toma­do de la poesía Hermosura: PC, l, pp.76-78. Se trata de una <<libre combinación de endecasílabos y heptasílabos sueltos en estrofas no isométricas».

23 JULIÁN MARiAs, arto cit., ABe 9 de julio de 1998. 24 Estudios sobre Unamuno y Machado, Ed. Guadarrama, Madrid 1959, p.

115. 25 La Teología de Unamuno, Barcelona, 1960, p. 78. 26 Ob. cit., p. 283: «Hablando para entendemos, debemos decir que Una­

muno era un ateo y, en muchos aspectos, un evidente predecesor de los mo­dernos militantes contra Dios».

Me da la impresión de que Caminero echó un poco marcha atrás, como puede verse en su artículo: «¿Qué es Unamuno? Evolución de la crítica en tomo a su actitud religiosa», Razón y Fe 145 (1952), pp.230-238; recogido también en su libro Unamuno y Ortega. Estudios, Madrid 1987, pp. 51-59.

27 Véase ELEODORO J. FEBREs, «La fe como inquietud en Miguel de Unamu­no», Razón y Fe 187 (1973), pp.449-459.

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Don Miguel no tenía nada de ateo. Era tan poco, tan nada ateo que hasta su soneto La oración del ateo es un modo de proclamar la existencia de Dios 28. A uno de sus mejores amigos, que le había preguntado qué entendía por Dios, le responde en 1905: «prefiero decirle lisa y llanamente que por Dios entiendo lo mismo que en­tienden la mayoría de los cristianos: un Ser personal, consciente, infinito y eterno, que rige el Universo ... ; en mis escritos quiere decir lo mismo que en los escritos de los escritores cristianos» 29. Y le explica los motivos de su fe: «creo en El porque tengo de El expe­riencia personal, porque lo siento obrar y vivir en mí... Me quedo con mi Dios y le pido se manifieste a los demás» 30. Tres años antes, en 1902, escribía a otro amigo: «Si no tenernos Dios, lo inventare­mos. Hay que encontrar un motivo de vivir, porque la vida no puede ser para nosotros un fin» 31. No menos tajante se muestra cuando proclama: «Creer en Dios es querer que Dios exista y el que de veras quiere que Dios exista y vivir en El y en El persistir, cree en Dios, pues es Dios mismo quien le enciende ese deseo» 32. En 1907 el capuchino Miguel d'Esplugues, bajo el seudónimo P. Manuel de Cuevas, publicó un artículo en el que aludía a Unamuno calificán­dolo de ateo 33. La respuesta de don Miguel es modélica en su co­rrección y sinceridad y en ella precisa: « ... una afirmación suya tengo que rectificar y es la de que yo sea ateo. Está usted en un error, yo no soy ateo. Claro está que mi concepto de la divinidad y de Dios no es claro, ni puede serlo, pero mi sentimiento de él deseo sea más profundo cada vez. Me sorprende esa calificación de ateo ... Cónstele, pues, que no soy ateo y sí cristiano -por lo menos quiero serlo--, aunque no católico; bien que mi educación y mi sangre lo sean, como usted dice y yo no niego» 34. Esta es una de las confe­siones más paladinas y contundentes de su no ateísmo.

28 PC, 1, p. 282 Y 297. 29 EA, p. 212: a P.I. Ylundain. 30 [bid. 31 CI, p. 303: a don Miguel de Gayarre. 32 El, 1, p. 215: a Adolfo Rubio en 1906. 33 El artículo se titula «Feminismo y cristianismo, Estudios Franciscanos 1

(1907»>, pp. 41-44, con alusiones a Unamuno en la p. 42. 34 El Eco ... , ed. cit., pp.193-194. La carta de Unamuno es del 4 de febrero

de 1907.

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Nos abstenemos ahora de matizar o comentar estas declaraciones y otras parecidas que retenemos sencillamente como proclamaciones de su fe. No ignoramos que otros harán otras lecturas y relecturas de estos mismos textos, deI1vando su discurso exegético hacia los es­collos del modernismo y otras sirtes.

Por otra parte, meterme a calificar el tipo de fe, el apellido o calificativo de su fe ¿católica?, ¿protestante?, no me parece ni si­quiera necesario para el tema que me ocupa, ya que con una fe o con otra Dios será de todos modos noche oscura para Don Miguel. Además, ahora mismo «parece un tanto demasiado arIiesgado querer derivar de esto o de aquello si Unamuno es más protestante o más católico, toda vez que, desde el Concilio Vaticano n, el diálogo ecuménico entre las confesiones cI1stianas ha superado muchas di­ferencias que años antes se consideraban típicamente protestantes o típicamente católicas» 35. Un buen ejemplo de esto encontramos en la recientísima Declaración sobre la justificación, hecha conjunta­mente por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana Mundial (1997), y la Res­puesta de la Iglesia Católica 36.

Un paso más: admitamos que, como Unamuno mismo confie­sa en su Diario Intimo, «maté mi fe por querer racionalizarla» 37;

«perdí la fe pensando mucho en el Credo y tratando de racionalizar los misterios» 38; y demos que esto comportase no creer en Dios con fe sobrenatural, no por eso era ateo, pues no hace falta para nada la fe para admitir la existencia de Dios y para no ser calificado de ateo. y por más agnóstico que lo supongamos, no por eso era ateo.

A un hombre así diagnosticado, así estigmatizado: «herético», «hereje máximo», «agnóstico», «ateo», «modernista», «racionalis­ta», «descatolizador de la juventud», «predecesor de los moder­nos militantes contra Dios», etc., ¿se le puede pedir que nos hable auténticamente de Dios, y de Dios como noche oscura para el hom-

35 ROGELIO GARCíA MATEO, «El problema de Dios en el joven Unamuno (1890-1900)>>, en AA. VV., El joven Unamuno en su época, Salamanca 1997, pp.93-11 O; el texto citado en la p. 110, nota 62.

36 Véase en Ecclesia, 58 (1998), n. 2.902, pp. 26-38. 37 OC, vrn, p. 828. 38 ¡bid., p.857.

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bre? ¿Qué peso puede tener su testimonio, qué valor podemos atri­buir a sus disquisiciones antropológico-religiosas?

2. «DIOS», NOCHE OSCURA PARA UNAMUNO

La voz de don Miguel: lo que escribe sobre Dios como noche oscura o lo que podamos rastrear nosotros en sus libros no es tanto de corte teórico y aséptico como de corte personal y con referencia a sus propias angustias, congojas y dudas. Sus esclitos tienen mu­chísimo de autobiográficos, directa o indirectamente. Es un autor que anda generalmente implicado en lo que esclibe.

Ante todo, Dios fue para Unamuno, como para todo mortal, en esta vida noche oscura 39.y la fe en Dios para todo hombre «es también oscura para el entendimiento como noche» 40, como «la media noche» que es más oscura que el anochecer y el levantar de la aurora 41.

Si a este Dios objetivo, es decir, tal como lo es en sí, en su vida íntima y en su actividad incansable, añadimos las dudas continuas de don Miguel, las elaboraciones y reelaboraciones de la realidad divina que maquinaba su mente, su idea de Dios que era distinta de sí cada vez que la concebía 42, podemos tranquilamente asegurar que Dios fue para Unamuno no simplemente ni duplicadamente sino centuplicadamente noche oscura. Las dolencias mentales y cardíacas de su espíritu son parte de su noche. No he creído necesario andar discerniendo lo que puede ser la realidad objetiva, exacta de Dios, de algunas de las ideas de Unamuno sobre el particular. Todo ello, junto, configuraba su noche oscura. Al poner en el título de nuestro trabajo y en el de este epígrafe Dios entre comillas estoy señalando que, en puridad, habría que hablar de cómo el «Dios» de Unamuno, desde luego siempre un «Dios biótico» 43, era noche oscura para él,

39 SAN JUAN DE LA CRUZ, lS 1; 2S, 2,1. 40 Idem, lS 2, 1,9. 41 Idem, 2S 2,1. 42 Un-Mar, p. 38, 18 de noviembre 1906. Maragall le contesta a los pocos

días, diciéndole que le ha gustado «sobre todo aquello que dice de que su idea de Dios es distinta de sí misma cada vez que la escribe» (lb id. , p. 40).

43 Interesante el artículo del profesor de la Universidad Gregoriana de Roma,

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y en ese Dios unamuniano entra junto el Dios objetivo y el subjetivo o más bien subjetivado por la dificultad e imposibilidad que tiene el hombre de abarcar toda la realidad trascendente de Dios. Ante el hombre Unamuno, tan singular y paradójico, hay que concluir que lo mismo que no hay enfelmedades sino enfermos, de igual manera no hay noches sino noctámbulos o sonámbulos en la más negra de las noches.

Don Miguel es uno de esos nocherniegos impenitentes que viva­quea y se desplaza en la que Lope de Vega llamaba <moche fabri­cadora de embelecos, loca, imaginativa, quimerista, filósofa, alqui­mista» 44.

Todas las contradicciones reales, no fingidas, que descubren unos y otros en los escritos del Rector de Salamanca son un testimonio más de sus noches oscuras con lo que el despedazamiento interior y mental suponía para él. El hecho de que desvirtúe y erosione el valor de la mente, del intelecto para acercarse a Dios, y que repita macha­conamente que las «supuestas pruebas racionales»: ontológica, cos­mológica, ética, etc., no demuestran para nada la existencia de Dios y que todas son paralogismo s y peticiones de principio 45 le aumen­taba las tinieblas en torno a ese Dios que, por otra parte, se empeñaba en afirmar y alcanzar por el camino vitalista, por la vía cardíaca.

Su reconocida falta de humildad y su egotismo, egoísmo exacer­bado, «estoy muy enfermo y enfermo de yoismo», dirá él mismo 46,

su yo tan «compacto y sólido», lo que Ortega llamaba cáusticamente «el ornitorrinco» del yo de Don Miguel 47, todo este modo de ser, en definitiva, venía a aumentar la oscuridad mental de su noche frente a lo divino, frente a Dios. Yo no creo, por otra parte, que se pueda escribir lo que escribe y como lo escribe sin tener fe, y una fe ator­mentada. Teniendo en cuenta la cronología de sus escritos y sus pro-

ROGELIO GARCíA MATEO, S.J. El «Dios biótico» de Unamuno, en Estudios Ecle­siásticos 70 (1995), pp. 489-500.

44 Edición crítica de las Rimas de Lope de Vega, t. 1, ed. de Felipe B. Pedraza, Madrid 1993, rima l37, p. 487 Y p. 92.

45 Mi religión, OC, ID, p. 261; ST, OC, VII, p. 204. 46 Diario, OC, VID, p. 845. 47 En la muerte de Unamuno: Obras Completas de Ortega, V, Madrid 1987,

p.265.

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nunciamientos sucesivos y hasta contradictorios, creo que, por enci­ma de todas sus paradojas y por debajo de todas sus antinomias, sobrevuela y sobrenada siempre su fe agónica y agonista, a veces más enteca, a veces más robusta. Don Miguel se dejaba matar por una fe = confianza y relación personal con Dios, esa que los teólogos llaman lides qua, aunque se despachara libremente contra la lides quae, y lo que a él le resultaba armazón o armatoste de fórmulas dogmáticas.

3. UNAMUNO CALIFICADOR DE LA NOCHE

No tenemos unas concordancias de los escritos de don Miguel. El día que las tengamos nos asombraremos de las veces que usa esa palabra mágica: noche, la noche y los diversos contextos en que se sirve de ella. Omito ahora la galería de calificativos de la noche, particulalmente densos en El Cristo de Velázquez. En ese mismo poema, levantándose de la oscuridad a la claridad de Cristo, se erige en cantor de la noche en unos versos embebidos de los acentos del Pregón Pascual y mejidos con elementos poéticos de Juan de la Cruz:

«Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre nos guían en la noche de este mundo, ungiéndonos con la esperanza recia de un día eterno. Noche cariñosa, ¡oh noche, madre de los blandos sueños, madre de la esperanza, dulce Noche, noche oscura del alma, eres nodriza de la esperanza en Cristo salvador!» 48

En la famosa poesía Juan de la Cruz, madrecito, no podía faltar este tiempo cósmico: «marchas por la noche oscura» 49. Y en su delicioso poema ¡Ay telar de Fontiveros! pinta al santo siguiendo «luengo camino, por la noche oscura del alma, del Carmelo en el abismo» 50.

48 1.ª Parte, IV, v. 46-53. 49 PC, III, p. 221. 50 PC, III, pp. 269-270.

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4. INICIO y DECURSO DE UNA TRAGEDIA SIN FIN

Don Miguel era un hombre traumatizado por el tema religioso en conexión con el más allá, con la sobrevivencia. Esto que a cual­quier lector se le revela bien pronto, ha adquirido visos de mayor certidumbre al ser publicado el relato en que Unamuno cuenta el suicidio de su padre.

y asegura que «aquella muerte voluntatia y sobre todo la razón de ella -¿por qué se ha matado?- empezó a ser, sin que en un principio me diese yo cuenta de ello, el misterio inicial de mi vida»; y añade: «En tomo de aquella visión se fueron organizando todas las subsiguientes visiones de mi experiencia» 51. Y ya anteriormente ha dicho: «de este recuerdo arranca mi conciencia y hasta me atrevo a decir que toda la vida de mi espíritu no ha sido más que un desa­nollo de él».' «Mi padre no es para mí más que el actor de ese suceso. Que fue sin duda el desenlace, el término de una tragedia, pero que para mí no es más que el ananque de otra» 52. Lo que aquí llama tragedia lo llamará más suavemente «el drama de mi dra­ma» 53.

Esa tragedia dramática o ese drama trágico atravesará toda la existencia de Unamuno; estará, más o menos presente en su espíritu y le inspirará tantas páginas; no podrá, o no sabrá, o no quená -más bien todo ello al mismo tiempo- escamotearla, y hablará unas cuantas veces más de la muerte de su progenitor, pero no diciendo nada del suicidio 54. Si la muerte de su padre --con suicidio o sin él - es el origen de su drama, otros acontecimientos lo irán engrosando, como la muerte de su compañero de colegio Jesús Castañeda en Bilbao que le produjo una gran impresión y fue para

51 ABC Cultural, n.250, 16 de agosto 1996, p. 9. 52 Ibíd., p.8. Laureano Robles, que introduce el nuevo texto unamuniano,

se pregunta si estamos ante un «¿suicidio o relato "nivolesco"»? Y se contesta: «No lo sé» (p.5).

53 EA, p. 78: A P.J. Ilundain en 1900. 54 Habla, por ejemplo, en Cómo se hace una novela, OC, VIII, pp.758-759.

Véase en Diario lo que dice de los suicidas: OC, VID, p. 48-49: «¡Cuántos de los que se suicidan lo harán por libertarse de sí mismos y no de una vida gravosa! El suicida quiere despojarse de sí, no de su vida; de su alma y su conciencia, no del miserable cuerpo de que pedía verse libre el Apóstol».

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él como el primer momento solemne en que sintió que también él tendría que morir 55.

5. VÍA PRIVILEGIADA DE ACCESO AL ALMA DE DON MIGUEL

El epistolario. Hay que asomarse ante todo al epistolario riquísi­mo de este hombre, porque «en las cartas está el Unamuno vivo, real y de carne y hueso» 56. El propio don Miguel confiesa: «creo que es en esas cartas donde he vertido lo más y mejor de mi espíritu» 57. Ya en 1903 escribía a Pedro de Múgica: «A mí me dicen algunos que lo mejor que he de dejar cuando muera será mi correspondencia» 58. La epistolomanía de que habla tantas veces era su flaqueza 59, y «las cartas son mi encanto y mi desahogo» 60; «mi gusto sería pasarme la vida escribiendo cartas» 61. Y también en ellas «están las claves inter­pretativas de la obra y del pensamiento de Unamuno» 62; de aquí que a juicios de valor y anatemas lanzados contra él, y hechos sin cono­cimiento suficiente de su Epistolario, haya que ajustarles la sordina precisamente para eso: para disminuir la intensidad y variar el timbre de tales condenas. El hilo conductor para meterse alma adentro de don Miguel son, sin duda, sus más de 2.500 y tantas piezas epistola­res, epistolario que aún tenemos incompleto y disperso.

6. MODULACIONES DIVERSAS

En la abundante correspondencia de don Miguel nos encontra­mos con diversos elementos que, entrelazándose e interrelacionán­dose, van configurando la noche densa, larga, interminable, negra, desgarradora en que se debatió este peregrino del Absoluto.

55 Recuerdos de niñez y mocedad, OC, VIII, p. 118. 56 L. Robles, El, 1, p. 22. 57 EA, p. 114: a Rufino Blanco en 1901. 58 Cl, p. 318. 59 EA, p. 282: a Avelino Castro. 60 ¡bid., p. 287: a Rubén Darío. 61 ¡bid., p. 316: a Nin Frías. 62 L. Robles, El, 1, p. 22.

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Será útil repasar algunas de estas modulaciones,sin olvidar, como presupuesto básico, lo que Unamuno no quiere que se olvide en el estudio de su pensamiento: «Tengo que repetir una vez más que el anhelo de inmortalidad del alma, de la permanencia, en una u otra forma, de nuestra conciencia personal e individual es tan de la esen­cia de la religión como el anhelo de que haya Dios. No se da el uno sin el otro, y es porque, en el fondo, los dos son una sola y misma cosa» 63. Sus angustias ante el problema de Dios y ante el de la inmortalidad de la persona humana, de su persona, se funden en una noche oscura sola y única paTa este noctámbulo. Identificamos a continuación algunas de esas modulaciones,

a) El hecho religioso

La preocupación por el hecho religioso fue una constante en la vida de Unamuno. En sus cartas se nos revela meridiana tal vigen­cia. Hablará de esta realidad insobornable bajo nombres distintos, tales como el problema religioso. Y así no duda en revelar su «ob­sesión por el problema religioso», que quisiera transmitir a quie­nes ve que les preocupa poco 64. Encontrándose en un período de plenitud, de reposo y de serenidad confiesa: «Por supuesto, sigo creyendo que lo capital es el problema religioso y que para el pueblo todo, tomado en conjunto, no hay salvación fuera del cristianismo, que sólo éste da motivo y consuelo para vivir. Estamos amasados con él» 65. A Ortega y Gasset hace saber: «y sabe usted mi único problema, el de la inmortalidad del alma en el sentido más medie­val» 66.

b) Inquietud religiosa

Ya la palabras «preocupación», «interés» y otras parecidas que usa al hablar del problema religioso hacen ver cómo le afecta allÍ-

63 ST, OC, VII, p. 239. 64 EA, p. 114: a Rufino Blanco. 65 ¡bid., p. 182: al mismo Ilundain. 66 Un-Or, p. 101, en 1911.

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micamente el tema y cómo no se queda en abstracciones o pu­ras ideas. Lo dice del modo más explícito hablando de la inquietud religiosa y cree que si no se pasa por ella «no puede llegarse a calma alguna fecunda, ni aun a la irreligiosa» 67. Por una pági­na densa que escribe a un amigo argentino podemos entrever cómo Unamuno braceaba dentro de los grandes mares del más allá, a los que invitaba a la gente 68. Lo que a veces parece ser mar tran­quilo en sus testimonios está como amenazado por el surgir de sus hondas preocupaciones sobre todo las de orden «eterno. Ni un momento dejo de sentir en lo hondo de mi espíritu el rumor de estas aguas» 69. Cuando más rugió este su mar con todas sus ga­lernas fue en los años 1897-1898. Desnuda su espíritu ante un amigo con este patetismo: «¡Tengo tantas cosas que decirte! ¡He pasado por tantas angustias íntimas! Me han revuelto hasta lo hondo los eternos problemas, el de la propia salvación eterna, sobre todo. Me he sentido al borde de la Nada inacabable y he acabado por sentir que hay más medios de relacionarse con la realidad que la razón, que hay gracia y que hay fe, fe que al cabo se logra que­riendo de veras creer. ¿Si yo en realidad creo o es que tan sólo quiero creer? No lo sé. Ando desorientado, pero con mayor paz interior» 70.

En el texto que sigue, donde él dice crisis, pongamos noche oscura: «Me cogió la crisis de un modo violento y repentino, si bien hoy veo en mis escritos el desarrollo interior de ella. Lo que me sorprendió fue su explosión. Entonces me refugié en la niñez de mi alma, y comprendí la vida recogida, cuando al verme llorar se le escapó a mi mujer esta exclamación viniendo a mí: «¡Hijo mío¡». Entonces me llamó hijo, hijo. Me refugié en prácticas que evocaron los días de mi infancia, algo melancólica pero serena. Y hoy me encuentro en gran parte desorientado, pero cristiano y pidiendo a Dios fuerza y luz para sentir que el consuelo es verdad» 71.

67 EA, p. 12: a P.J. Ilundain. 68 [bid., p. 235: a E. Herrero. 69 EA, p. 51: a P.J. Ilundain. 70 [bid., p. 51: a J. Arzadun. 71 [bid.

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En la conespondencia de don Miguel con Leopoldo Gutiérrez Abascal se habla repetidas veces de este su estado de ánimo, de su cambio, de sus propósitos, etc. 72.

c) La tortura-tedio-pesadilla-angustia ...

Más fuerte que la nostalgia y mucho más agobiante que la in­quietud es la tortura y también ésta atOlmentó a don Miguel. Hay una página autobiográfica, en la que, además de los datos históricos que da, desnuda su alma 73, diciendo a un amigo de Montevideo: «Mi afición primera fue a la filosofía», aunque «no sirvo para ser el filósofo que soñó Platón; no me basta la verdad racional si ella no me consuela del honor de saber de morirme acaso del todo. El problema -¿el problema?- de la inmortalidad me tortura» 74. A pesar de una cierta prosperidad y bienestar y del mejor ambiente familiar «mis munias, mis tristezas, lejos de disminuir, aumentan. Tal vez me pasa lo que Píndaro decía de Tántalo y es que no pudo digerir su felicidad. Tampoco yo puedo digerir la mía» 75. Así era este hombre: torturado por la tortura y también por la felicidad. Noctámbulo perfecto. Para él <<nuestro resorte de vida es nuestra fe en otra vida». Y por eso este íntimo legado «debemos mantenerlo a todo trance, con la razón, sin la razón o contra la razón» 76. Toda esta problemática se le dispara a veces de una manera impetuosa, pero otras está ahí mordiéndole con dolor sordo: «la desesperanza trascendental,el tedium vitae me cerca como nunca» 77.

Rodeado de libros, del afecto de su familia, exclama: «Ese terri­ble problema del más allá me persigue, como una pesadilla, desde que entré en la pubertad, y toda mi vida es un combate entre el corazón y la cabeza, la fe que me dice que sí y la razón que me dice que no. Y no acabo de rendirme ni a una ni a otra» 78.

72 Un-Gu, pp. 36-39, 44-47, 52-55, 76-78, 88-91. 73 [bid., p. 160: a J.E. Rodó en 1903. 74 [bid., pp. 304-305: a Carlos Vaz en 1908. 75 [bid., p. 328: a Matilde Brandau. 76 [bid., p. 338: a González Trilla. 77 [bid., p. 361: a Juan Z. de San Martín. 78 [bid., p. 377: A A1cides Argüedas.

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7. EN OTROS ESCRITOS

No es sólo en su epistolario donde pulsa el tema de la noche unamuniana:integrada máximamente,como decimos, por lo que para él significaba el más allá, la sed y el hambre feroz de inmortalidad y el horror de la nada, y en la base y la cima y al fondo de todo: Dios.

Desde sus cartas él mismo nos orienta para que acertemos a leer esa misma congoja en sus libros más significativos. También nos enseña don Miguel a descublirle disfrazado de más de uno de los personajes de sus novelas, de suerte que hay una abundantísima cosecha autobiográfica en los diversos géneros literarios que cultiva: poesía, teatro, tratados, novelas, artículos, etc. Tengo hecha la inves~ tigación correspondiente en todas sus obras. Aquí he de limitarme sólo a algunas, en espera de poder ofrecer pronto esa cosecha más abundante.

Aquí y ahora me centro en Diario íntimo, Vida de don Quijote y Sancho, San Manuel Bueno, mártir.

Dejo a un lado en esta entrega: El sentimiento trágico de la vida; la Agonía del cristianismo; Niebla; La Esfinge; La Venda; sus poesías, etc. En relación con estas últimas hago una excepción con sus Salmos. Entre la plimera y segunda parte de mi trabajo más amplio inserto un apartado que lleva por título: apostolado laico de Unamuno. Aquí se suprime por razones de espacio, pero lo consi­dero de suma importancia.

En él aparece la vocación al sacerdocio ministerial del joven Unamuno 79, su profetismo, sus grandes denuncias, etc. En fin, a Unamuno no se le puede retirar ni el camet de su sacerdocio común ni el de profeta que el Concilio reconoce a todo bautizado 80.

a) Diario íntimo

Lo más cercano al epistolario y más cercano al lector aún que sus cartas es su Diario Intimo. Escrito de suma importancia, aunque abarque, parcialmente, sólo unos años de la vida del autor: 1897-

79 Se lo cuenta él con todo detalle a P. J. Ilundain en 1898: EA, pp. 48-49. 80 Presbyterorum Ordinis, n. 2; Lumen Gentium, n. 35.

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1902. En este escrito desnuda su alma y nos va desvelando algunos tramos de su itinerario noctumo: «con la razón buscaba un Dios ra­cional, que iba desvaneciéndose por ser pura idea, y así paraba en el Dios Nada a que el panteísmo conduce, y en puro fenomenismo, raíz de todo mi sentimiento de vacío. Y no sentía al Dios vivo, que habita en nosotros, y que se nos revela por actos de caridad y no por vanos conceptos de soberbia. Hasta que llamó a mi corazón, y me metió en angustias de muerte» 8i. Angustias de muerte es expresión poderosa de su noche oscura y apunta al causante de esa situación: me metió Dios. Siguiendo en vena de confidencias dirá: «al rezar reconocía con el corazón a mi Dios, que con mi razón negaba» 82. Retirado en Alcalá de Henares en la Semana Santa de 1897 o vuelto a Salamanca va pasando al papel sus vivencias íntimas. Confiesa que padece «una descomposición espiritual, una verdadera pulverización» 83. Al rom­per la crisis en que está sumergido lloró «lágrimas de angustia, no de arrepentimiento» 84. Descubriendo que en su espíritu no hay más que conceptos entiende que lo que necesita son actos de «ardiente cari­dad, de húmedo afecto, de amor verdadero» y comprueba con deso­lación: «No puedo llorar. ¡Actos, actos, actos!» 85. La situación de su espíritu sigue teñida de noche el miércoles santo: «Una calma de muerte, una enOlme sequedad. No veo mi asunto más que intelectual­mente; se me ha secado todo afecto» 86. Sus angustias antecedentes quedan bien reflejadas: «mi terror ha sido el aniquilamiento, la anulación,la nada más allá de la tumba» 87. Para su mente le resultan «impenetrables las tinieblas de ultratumba» 88. Le sobrecoge «el te­rrible vértigo de intentar concebirse como no siendo». Son estados de conciencia catalogables como de noche oscura. El sábado santo le sobreviene una enorme lucha interior. No ha podido ni dOlmir, y añade de nuevo: <<una sequedad enorme» 89. El lunes de Pascua vuel-

81 Diario, OC, VIII, p. 778. 82 [bid., p. 783. 83 [bid., p. 124. 84 [bid. 85 [bid., p. 784. 86 [bid., p. 790. 87 [bid., p. 793. 88 [bid. 89 [bid., p. 798.

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ve a decir: «estoy sumido en una gran sequedad» 90. Confiesa desazo­nado: «padezco un gran desfallecimiento de la voluntad, no sé deci­dirme a nada». Y un capítulo de esa indecisión es el de acercarse a los sacramentos: «No sé decidirme, no tengo voluntad. Nuestra vo­luntad sin la gracia no es nada» 91. Esto mismo, esta sensación y experiencia de su incapacidad, es parte de su noche. Se sincera con el Señor y le dice: «Debo tener cuidado de no caer en la comedia de la conversión y que mis lágrimas no sean lágrimas teatrales. A Ti, Señor, nadie puede engañarte» 92.

Le vuelve la rueda y el torcedor del problema no resuelto: con­fesión-comunión 93 . Sincero, convencido, pero indeciso. El dedo de Dios anda hurgando en el corazón de este don Miguel, siempre en trance agónico. Sigue devanándose la mente con la preocupación ya manifestada anteriormente: de no caer en la farsa de representar un papel, el papel del convertido, de ser un actor esclavo del público 94. Esta especie de forcejeo consigo mismo por adquirir la sinceridad, la sencillez, la libertad, e ir eliminando «costras», ir al lavadero de la confesión y a la mesa de la comunión, es parte de su noche oscura. A la luz del evangelio de san Juan, cap. XVI, se pregunta si las dudas, cavilaciones y pesares en que se ve envuelto «¿son dolo-

. res de parto espiritual?» Y ora: «Dame, Jesús mío, que te vea nacer en mí, y me olvidaré de tanta angustia»95.

Por si faltaba algo para su noche tiene que escribir: «Esto es insufrible. Ahora me persigue la idea del suicidio. Hace un rato pensaba en si me inyectara una fuerte cantidad de morfina para dormirme para siempre». Y añade: «esta constante preocupación de mi destino de ultratumba, del más allá de la muerte, esta obsesión de la nada mía, ¿no es puro egoísmo? ... Estoy lleno de mí mismo y mi ambición me espanta. Me cuesta mucho penetrar en la intuición de mi propia nada» 96.

90 [bid., p. 803. 91 [bid., p. 812. 92 [bid., p. 782. 93 [bid., p. 816. 94 [bid., p. 822. 95 [bid., p. 828. 96 [bid., p. 835-836.

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Las confesiones que sigue haciendo son algunas de ellas espe­cialmente patéticas y llenas de intelTogantes 97.

Como quien levanta acta de lo que le ha ocunido, lo cuenta así: «la crisis venía incubándose lentamente y no he comprendido su incubación hasta que ha estallado. Me encuentro en otro país, con otros horizontes, con otra vida. Parece que ha variado en todo la perspectiva ... Y no sé lo que me pasa. No sé si mi pobre cabeza va a poder resistir estos embates» 98. Ya anteriormente ha dicho: «todo esto es para volverse loco» 99. El pensamiento de la muerte anda en él mezclado con el de la nada, el aniquilamiento 100.

Desde estas páginas tan cálidas y autobiográficas asistimos a los análisis o exámenes de conciencia que efectúa reconociendo sus defectos: su ir de acá para allá tras «nuestros ídolos, los genios ante quienes nos hemos rendido, las doctrinas a que vivíamos adheri­dos» 101; reconociendo el tributo que ha pagado a su yo, a «ese yo que el mundo me ha dado» 102, oprimiendo y ahogando al yo «ingé­nito y propio que ante nuestro Señor habría brotado de nuestra alma regenerada por el bautismo» 103.

Habla del modo más despiadado de su «necia vanidad», de ese enmimismarme, de las mil formas de su pueril yoización, de su «masturbación espiritual, el onanismo del alma, la adoración de sí mismo», y así sigue mostrando sus lacerias hasta culminar en una página de antología que comienza: «tengo que vencer ese oculto orgullo, esa costante rebusca de mí mismo, ese íntimo y callado endiosamiento, ese querer labrar mi propia estatua ... », etc. 104.

Estos y otros autodiagnósticos son parte de su noche oscura, lo mismo que lo es su «apetito de rezar» y su recogerse en oración y pedir luz al Espíritu 105, lo mismo que lo son los propósitos contra-

97 [bid., p. 836. 98 [bid., p. 837. 99 [bid., p. 829.

100 [bid., p. 826. 101 [bid., p. 871. 102 [bid., p. 822. 103 [bid. 104 [bid., p. 847. 105 [bid., pp. 879-880.

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110S a tantos defectos y que va formulando en orden a mejorar su relación con Dios.

Lo más positivo es que casi toda esta introspección y denun­cia de sus defectos y carencias las va haciendo a la luz de la pa­labra de Dios: de San Pablo, de San Juan, Hechos de los Apósto­les, etc.

b) Vida de don Quijote y Sancho

Una primera redacción de este libro fue extendida por Unamuno entre junio y agosto de 1904 a sus 40 años; en Navidades de ese mismo año lo amplió. Podrá bastarnos una página autobiográfica, unamuniana cien por cien y de una fuerza expresiva singular para sorprenderle en sus angustias: «cuando más entoñado me encuentro en el tráfago de los cuidados y menesteres de la vida, estando dis­traído en fiesta o en agradable charla, de repente parece como si la muerte aleteara sobre mí. No la muerte, sino algo peor, una sensa­ción de anonadamiento, una suprema angustia». En fuerza de esa angustia nos libramos del conocimiento apariencial y vamos al co­nocimiento sustancial de las cosas. La angustia le visita cuando menos la espera y la siente como un nudo que le aprieta el gaznate del alma por donde resuella el espíritu. «Como el arrendajo al roble, así la cuita imperecedera nos labra a picotazos el corazón para aho­yar en él su nido» 106.

Sigue hablando de angustia, de suprema congoja del ahogo es­piritual, para reiterar que «la congoja del espíritu es la puerta de la verdad sustancial». Y pone una vez más la afirmación de la cardíaca sobre las negaciones de la lógica: «hay un mundo en que la razón no es guía. La verdad es lo que hace vivir, no lo que hace pensar»107.

Esa guerra sin cuartel entre la cabeza y el corazón sigue siendo su agonía nocturna o su noche agónica.

106 Vida de don Quijote y Sancho, 2.' Parte, cap. 58: OC, III, pp. 209-210. 107 ¡bid., p. 210.

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c) San Manuel Bueno, mártir

No podemos hablar de todas las novelas de Unamuno. Nos de­tenemos en esta ya que en ella volcó su autor «lo más íntimo y más dolorido de mi alma» 108 , «lo más íntimo que he escrito. Es la entra­ñada tragedia de un cura de aldea. Un reflejo de la tragedia españo­la. Porque el problema hondo aquí es el religioso» 109. En el prólogo asegura tener «la conciencia de haber puesto en ella todo mi senti­miento trágico de la vida cotidiana» 110. Manuel Bueno era un santo a los ojos de los demás, de sus feligreses de San Martín de Casta­ñeda o Valverde de Lucema. Pero él tenía otra opinión de sí y llevaba su tragedia escondida y la alegría imperturbable con que se presentaba no era sino «la forma temporal y tenena de una infinita y eterna tristeza que con heroica santidad recataba a los ojos y a los oídos de los demás» Il!. La honda e insondable tristeza que anidaba en sus ojos azules 112 obedecía a su congoja interior por el más allá, por la vida perdurable. Cuando rezaba con todo el pueblo el Credo esa angustia íntima le llevaba a callarse al llegar a lo de «creo en la resunección de la came y la vida perdurable» 113. Desvelaría su se­creto, su conciencia a Lázaro, hermano de Angela Carballino y éste a su vez se lo contaría a su hermana. Don Manuel tenía una voz maravillosa y con ella, ya un poco apagada por los años y la enfer­medad, gritó en la última Semana de Pasión, celebrada en su aldea las palabras de Cristo: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» 114. Este grito desganador que no era pura repetición de las palabras de Cristo sino grito hecho suyo por don Manuel ya lo conocía bien la gente por las celebraciones de otros años. Todo el pueblo se estremecía al oírlo salir de la voz divina de su pánoco, «como qu~ una vez, al oírlo su madre, la de don Manuel, no pudo contenerse, y desde el suelo del templo, en que se sentaba gritó:

108 El, n, p. 317: a Ernrna H.Clouard en 1934. 109 El, n, p. 351: a Quintín de la Torre en 1936. 110 OCT, n, p. 287. 111 ¡bid., p. 321. 112 ¡bid., p. 335, 342. 113 ¡bid., p. 318. 114 ¡bid., p. 336.

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«¡Hijo mío!». Y fue un chapanón de lágrimas entre todos» 115. El grito no se apagó en la iglesia sino que atravesó las calles del pueblo de la boca de Blasillo el tonto 116, que con voz muy parecida e imitadora de la de don Manuel lo iba gritando a los cuatro vientos en tono patético y como en eco 117.

Esta gran noche oscura de don Manuel que además trata de llenarla o colmarla de buenas obras, de atención a todos, niños, ancianos, pobres, habla claro de Unamuno personificado en él, sobre todo si recordamos la vocación juvenil de don Miguel al sacerdocio. Creyendo don Manuel o san Manuel que el pecado es el de haber nacido, que dijera Calderón 118, muere despidiéndose del pueblo en la iglesia al llegar en el rezo del Credo a la «resunección de la carne y la vida perdurable». Junto a él muere Blasillo, de «modo que hubo luego que entenar dos cuerpos» 119.

Lo que aquí interesa más que nada es el juicio que emite el novelista, poniéndolo en boca de Angela: «y ahora al escribir esta memoria, esta confesión íntima de mi experiencia de la santidad ajena, creo que don Manuel y que mi hermano Lázaro se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa, pero sin creer creerlo, creyéndose en una desolación activa y resignada» 120. Y poco más abajo redondea: «y es que creía y creo que Nuestro Señor, por no sé qué sagrados y no escudriñaderos designios, les hizo creerse in­crédulos. Y que acaso en el acabamiento de su tránsito se les cayó la venda. ¿Y yo, creo?» 121. Y Unamuno siempre con su pregunta angustiosa a cuestas:y yo ¿creo?

e) Sus Salmos

Entre la producción poética de Unamuno se encuentran los que llama Salmos. En el primero, dedicado a un amigo de lengua ingle-

115 [bid., p. 317. 116 [bid., En pe, rn, en su Cancionero, n.1176, habla de BIas el bobo de

la aldea, pp. 533-534. 117 [bid., p. 317. 118 [bid., p. 338. 119 [bid., p. 340. 120 [bid., pp. 343-344. 121 [bid., p. 344.

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sa, quiere glosar de alguna manera el paso del Exodo 33,20:» ... mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo». El salmo es, prácticamente, un rosaIio engarzado de pre­guntas acuciantes que encaman las ansias y afanes del autor. Co­mienza, sin más, preguntando:

Señor, Señor, ¿por qué consientes que te nieguen ateos? ¿Por qué, Señor, no te nos muestras sin velos, sin engaños? ¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda, duda de muerte? ¿Por qué te escondes? ¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia de conocerte, el ansia de que existas, para velarte así a nuestras miradas? ¿Dónde estás, mi Señor; acaso existes? ¿Eres Tú creación de mi congoja, o lo soy tuya?

y así sigue rizando el rizo y cuestionándose por el sentido de las cosas, por el escondrijo del Señor, ¿por qué sufrimos? ¿por qué nacemos?» ¡Dí el porqué del porqué, Dios de silencio!». Ya hacia el final se encara con el Señor:

Yo te llamé, grité, lloré afligido, te di mil voces; llamé y no abriste, no abriste a mi agonía 122.

Así una vez más revela su mundo interior, su pulso mental y cardíaco con el misterio, sus noches oscuras llenas de miedos y sobresaltos.

En el salmo segundo recrea buena parte de sus convencimientos más hondos:

122 pe, 1, pp. 108-112.

Page 24: Unamuno - Revista de EspiritualidadCI = Cartas inéditas de Miguel Unamuno, recopilación y prólogo de S. Fernández Larraín, Zig-Zag, Santiago de Chile, 1965. CV = El Cristo de

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La vida es duda, y la fe sin la duda es sólo muerte. Mientras viva, Señor, la duda dame, fe pura cuando muera 123.

Su tercer salmo se cierra con los conocidos versos que aparecen en su epitafio en el cementerio de Salamanca. Antes de los ocho versos finales, hablando con Dios, le dice:

Son tu pan los humanos anhelos, es tu agua la fe; yo te mando, Señor, a los cielos con mi amor, mi sed 124.

Este envío tan sentido y original es como una gran ofrenda lírica y espiritual, devolviendo al cielo la sed que de allí le había venido.

123 ¡bid., pp. 112-114. 124 ¡bid., pp. 114-115.