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www.istas.ccoo.es 5 Índice 1. La responsabilidad administrativa, civil y penal del empleador en materia de PRL y contingencias profesionales. Responsabilidades del trabajador 6 2. Nociones básicas sobre el proceso civil, penal y laboral. Particularidades de los procesos civiles, penales y laborales relacionadas con la PRL 26 3. La prueba judicial. Regulación básica de la misma 39 Unidad 1: La responsabilidad administrativa, penal y civil del empleador en materia de PRL y contingencias profesionales. Conceptos generales del Derecho Procesal. Regulación básica de la prueba judicial

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Índice1. La responsabilidad administrativa, civil y penal del empleador en

materia de PRL y contingencias profesionales. Responsabilidades del trabajador 6

2. Nociones básicas sobre el proceso civil, penal y laboral. Particularidades de los procesos civiles, penales y laborales relacionadas con la PRL 26

3. La prueba judicial. Regulación básica de la misma 39

Unidad 1:La responsabilidad administrativa, penal y civil del empleador en materia de PRL y contingencias profesionales. Conceptos generales del Derecho Procesal. Regulación básica de la prueba judicial

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1. La responsabilidad administrativa, civil y penal del empleador en materia de PRL y contingencias profesionales. Responsabilidades del trabajador

El ordenamiento jurídico-laboral español contemporáneo se ha caracterizado, entre otras notas, por una progresiva asunción del principio de la responsabilidad objetiva a la hora de regular las responsabilidades del empleador en sus relaciones jurídicas con los trabajadores. En las concepciones políticas que dieron origen al Estado de Bienestar estaba ya el germen del concepto jurídico de la denominada “responsabilidad objetiva o sin culpa” de algunos sujetos de derecho en sus relaciones jurídicas con otros. Este principio que ha inspirado buena parte de la regulación de la responsabilidad del empleador en materia social procede de la idea de que el trabajador, al entrar a formar parte de los medios de producción de la empresa y someterse a la dirección y organización del empresario, -titular de esos medios de producción-, se expone, lo quiera o no, a un riesgo para su salud derivado precisamente del hecho de estar sometido a esa organización, un riesgo, en este sentido, independiente de la intención, la voluntad o la culpa del empleador (por eso se denomina “responsabilidad objetiva o sin culpa”). Así, se dice que el empresario es, en este sentido, responsable objetivamente de los daños a la salud de los trabajadores, y lo es sin necesidad de que haya que achacarle ningún elemento subjetivo de intencionalidad (el dolo o intención de causar daño, o la culpa o negligencia).

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Este es el criterio que explica lo que veremos a continuación al tratar la responsabilidad por daños en caso de incumplimiento empresarial de la normativa sobre de PRL, y especialmente en caso de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales (contingencias profesionales). Frente a este criterio, el Derecho civil y, lógicamente, el Derecho penal, han mantenido el tradicional de la responsabilidad subjetiva o culposa, que predica la necesidad de se aprecie dolo (intención de daño), culpa o negligencia en la actuación del empleador para que pueda existir un daño indemnizable o una conducta punible.

1.1. La responsabilidad administrativa del empresario por incumplimientos de la normativa sobre PRL

La Ley de Prevención de Riesgos Laborales (LPRL) impone al empresario principalmente, y también al trabajador aunque en muy diferente grado y medida, una serie de obligaciones dirigidas a garantizar la seguridad y la salud de los propios trabajadores. Así, ambos sujetos serán responsables, cada uno dentro de sus respectivos ámbitos y en diferente medida, por las acciones u omisiones que lleven a cabo y que impliquen un incumplimiento de esta normativa.

Así, el art. 14 de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales (LPRL) impone al empresario una serie de obligaciones a fin de garantizar la seguridad y la salud en el trabajo, reconociendo al trabajador el derecho a una protección eficaz en esta materia.

Esta obligación empresarial, según numerosos autores, es una obligación empresarial de medios y no de resultado, es decir, el empresario cumplirá con su obligación genérica de protección respetando todas las obligaciones específicas en que aquélla se concreta, o dicho de otra manera, poniendo todos los medios necesarios para que no se produzcan daños, aunque éstos finalmente se produzcan, y a la inversa, incumplirá su obligación genérica incumpliendo alguna de esas obligaciones específicas, aunque no se produzca un resultado lesivo.

Al respecto, el artículo 42 de la LPRL establece: “el incumplimiento por los empresarios de sus obligaciones en materia de prevención de riesgos laborales dará lugar a responsabilidades administrativas, así como, en su caso, a responsabilidades penales y a las civiles por los daños y perjuicios que puedan derivarse de dicho incumplimiento”.

1.1.1. La responsabilidad empresarial en materia de Seguridad Social derivada de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales

Cuando el trabajador sufre un accidente de trabajo o contrae una enfermedad profesional a consecuencia del incumplimiento por parte del empresario de alguna de sus obligaciones en materia de salud laboral, puede imponérsele, como medida sancionadora e indemnizatoria, un recargo sobre las prestaciones económicas de la Seguridad social a las que el afectado tenga derecho como consecuencia de esa contingencia.

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Sujeto responsable: El artículo 123.1 de la Ley General de la Seguridad Social (en adelante LGSS) establece que el importe del recargo, que deberá abonar el propio empresario, será como mínimo del 30% y como máximo del 50% -según la gravedad de la falta- de todas las prestaciones económicas de Seguridad Social que, como hemos dicho, se deriven de dichas contingencias. Dicha responsabilidad, no puede ser objeto de seguro privado o público (Sentencia del Tribunal Supremo de 22 de abril de 2004), ni será asumida por las entidades gestoras o colaboradoras de la Seguridad Social, -aun en el caso de insolvencia de la empresa-, ya que este recargo no es una prestación de la Seguridad Social (artículo 123.2 de la LGSS). También será nulo cualquier pacto celebrado con la finalidad de compensar, cubrir o transmitir el pago del recargo a sujetos distintos del infractor.

Cuando el accidente de trabajo o la enfermedad profesional se produzca en el centro de trabajo de la empresa principal y ésta tenga subcontratada parte de su actividad con otras contratistas o subcontratistas, todas las compañías de la cadena de contratas pueden ser declaradas responsables solidarias del pago del recargo de prestaciones, siempre que hayan incumplido alguna de las obligaciones preventivas que les incumbe. Debe recordarse en este punto que el empresario principal, titular del centro de trabajo, tiene un deber de vigilancia del cumplimiento de las normas sobre seguridad y salud por parte de las empresas contratistas y subcontratistas.

Un supuesto distinto es el de los trabajadores cedidos por parte de una empresa de trabajo temporal (ETT). En estos casos, el pago del recargo podrá ser a cargo de la empresa usuaria, de la de trabajo temporal o de ambas, en función de quien haya incumplido las obligaciones impuestas por las normas de prevención de riesgos laborales, pero en ningún caso existirá responsabilidad solidaria entre ambas.

Requisitos de hecho necesarios para la imposición del recargo: La imposición del recargo de prestaciones exige, siguiendo una consolidada jurisprudencia (Sentencia del Tribunal Supremo de 2 de octubre de 2000, entre otras), la concurrencia de tres elementos: que el empresario incumpla alguna medida de seguridad general o especial; que el trabajador sufra un daño efectivo a consecuencia del accidente de trabajo o de la enfermedad profesional que dé derecho a percibir una prestación de Seguridad Social, y que exista una relación de causalidad entre el incumplimiento empresarial y el daño producido al trabajador.

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El propio Tribunal Supremo ha aclarado que la imposición del recargo sólo requiere el incumplimiento por parte del empresario de su deber genérico de protección -recogido en el artículo 14 de la PRL- o de alguna de las otras normas genéricas de seguridad, habida cuenta de que el empresario está obligado a garantizar la máxima seguridad tecnológicamente posible a sus trabajadores. No es preciso pues, que el empresario no haya adoptado una concreta medida preventiva prevista en una norma concreta, pues resulta imposible que la norma concrete todos y cada uno los mecanismos de seguridad preceptivos, dado que el legislador no puede seguir la evolución tecnológica o científica de una maquinaria o un proceso productivo.

En consecuencia, el recargo de prestaciones procederá cuando el empresario haya omitido alguna de las medidas generales o particulares de seguridad exigibles a un prudente empleador (Sentencia del Tribunal Supremo de 26 de marzo de 1999).

Sin embargo, hay que tener presente que la protección que los empresarios deben dispensar a sus trabajadores para prevenir los riesgos laborales no es la misma en todos los casos, pues deben tomarse en consideración circunstancias como la actividad de que se trate, las circunstancias ambientales en que se realiza, el contenido de la prestación del trabajador o sus condiciones personales (Sentencia del Tribunal Supremo de 21 de febrero de 2002).

Para que pueda hacerse recaer sobre el empresario el recargo de prestaciones, debe existir una relación de causalidad entre el incumplimiento de las normas sobre seguridad y salud laboral y las lesiones sufridas por el trabajador. La carga de la prueba -que habrá de ser concluyente- de esa relación de causalidad recae sobre el trabajador o sus derechohabientes. Ahora bien, cuando las circunstancias en que se produzca el siniestro no puedan probarse de forma indubitada, los Tribunales admiten el recurso a la prueba de presunciones para establecer la relación de causalidad; es decir, que siempre que se acredite el incumplimiento por parte de la empresa de su obligación de seguridad hacia los trabajadores, el Tribunal podrá presumir que el origen del siniestro se encuentra en dicho incumplimiento empresarial (Sentencia del Tribunal Supremo de 16 de enero de 2006).

En cambio, el empresario quedará liberado de responsabilidad cuando el accidente o la enfermedad profesional se produzcan de manera fortuita e imprevisible o a causa de fuerza mayor extraña al trabajo, así como en los supuestos en los que no se acredite de forma manifiesta e incontrovertida el incumplimiento por parte del empleador de alguna norma de prevención. Además, el nexo de causalidad entre la infracción y la lesión puede quebrarse si el accidente se produce por causa directa y exclusiva de un comportamiento temerario del trabajador accidentado, o de una actuación dolosa del propio trabajador o de un tercero (además, las imprudencias temerarias que cometa el trabajador también impedirán la imposición del recargo porque en esos casos no existirá accidente de trabajo, según el artículo 115.4, b) de la LGSS). El dolo implica que se busca deliberadamente el resultado, esto es, la lesión corporal. La imprudencia temeraria consiste en un patente y claro desprecio de un riesgo grave y evidente y de las más elementales medidas de precaución exigibles en las concretas circunstancias. Se trata de una conducta en la que su autor asume conscientemente riesgos manifiestos, innecesarios y especialmente graves ajenos al usual comportamiento de las personas (STS de 18 de septiembre de 2007). Y decimos que la conducta temeraria del trabajador

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sea la causa directa y exclusiva porque si concurren en el accidente o enfermedad profesional otras causas derivadas de incumplimientos graves de la empresa en materia de prevención, subsistirá la responsabilidad de esta última pese a la temeridad del trabajador, sin que se pueda hablar de compensación de culpas para eliminar la responsabilidad de la empresa. Ése es el caso, por ejemplo, de la permisividad consciente del empresario frente a una conducta de riesgo del trabajador, situación en la que se incumple el deber empresarial de vigilancia sobre el efectivo cumplimiento de las normas preventivas por parte del trabajador. La falta del elemento intelectivo de la conciencia del riesgo y el posible incumplimiento de la empresa del deber información y formación al trabajador hacen que, normalmente, no se considere como temeraria la conducta del trabajador que actúa con ignorancia de los peligros inherentes a su labor por falta de formación o información, salvo que el riesgo sea evidente por sí mismo.

Otro tipo de imprudencia, la llamada imprudencia profesional (el exceso de confianza del trabajador en la ejecución habitual de su trabajo, que se traduce en una creencia de superación de los riesgos por la mera capacidad y habilidad personal y en una disminución del control consciente de su actuación) no impide la calificación de accidente laboral ni excluye la imputación de responsabilidad al empresario, pues el deber de protección de éste es incondicionado y prácticamente ilimitado (Sentencia del Tribunal Supremo de 8 de octubre de 2001), ya que el empresario debe incluso prever las imprudencias no temerarias que pueda cometer el trabajador (artículo 15.4 de la LPRL).

En frecuentes ocasiones la jurisprudencia ha considerado que la imprudencia temeraria ha de tener por causa motivos extralaborales, de tal manera que si un empleado se coloca en posición de alto riesgo en interés de una mejor o más rápida realización de su trabajo o para conseguir mejores rendimientos laborales, lo que podría parecer una imprudencia temeraria se convierte en imprudencia profesional.

Aunque el art. 115 LGSS alude únicamente a la imprudencia temeraria y a la profesional, una parte de la doctrina científica y judicial destaca otra clase de conducta imprudente que tampoco impide la calificación de accidente laboral: la denominada imprudencia simple. Se trata de las conductas que contravienen alguna norma de seguridad o salud, provocadas por el cansancio, los despistes o las distracciones, tal como sugiere el art. 15.4 LPRL al aludir a “imprudencias no temerarias”. Podría identificarse con la conducta poco cuidadosa del trabajador, pero, en cualquier caso, exenta de temeridad y, como contraposición a la imprudencia profesional, desvinculada de la prestación de servicios. En suma, se trataría de la conducta contraria a la usual en personas razonables y sensatas en vista de las circunstancias del caso.

Cuestión distinta es que las conductas impudentes del trabajador que hemos visto sean un factor que muy probablemente se tomará en consideración a la hora de graduar el porcentaje del recargo impuesto (Sentencia del Tribunal Supremo de 17 de julio de 2007).

Procedimiento administrativo: La solicitud de imposición del recargo de prestaciones puede realizarla el interesado (trabajador o legítimos herederos) o la Inspección de Trabajo y Seguridad Social, y el plazo para presentarla es de cinco años a contar desde la fecha de la resolución que reconozca el derecho a la prestación económica de la Seguridad Social. La resolución que

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declare la existencia de responsabilidad empresarial por falta de medidas de seguridad y salud en el trabajo y determine el porcentaje en que hayan de incrementarse las prestaciones económicas, es competencia de la Dirección Provincial correspondiente del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS).

La resolución del INSS que imponga el recargo es impugnable ante el orden jurisdiccional social, previa interposición de la preceptiva reclamación administrativa. En la práctica es frecuente encontrarnos con dos procedimientos judiciales: por un lado, la impugnación ante el orden jurisdiccional contencioso-administrativo de las sanciones administrativas por incumplimiento de las normas sobre prevención de riesgos laborales, y por otro, el proceso de impugnación del recargo de prestaciones ante los juzgados de lo social, con la consiguiente posibilidad de que se emitan resoluciones judiciales contradictorias: que no proceda la imposición de sanciones administrativas pero sí el recargo de prestaciones o, a la inversa, que no proceda la imposición del recargo pero sí la sanción administrativa por incumplimiento de las normas sobre prevención de riesgos laborales.

1.1.2. Otras responsabilidades en materia de Seguridad Social relacionadas con la PRL

a) Responsabilidad empresarial por falta de aseguramiento. Cuando el empresario incumple alguna de las obligaciones de encuadramiento del trabajador a la Seguridad Social (inscripción de empresa, afiliación, alta o baja de trabajadores) o de pago de las cotizaciones a la Seguridad Social (falta o insuficiencia de la cotización), el trabajador no pierde su derecho a las correspondientes prestaciones que puedan derivarse del accidente de trabajo o de la enfermedad profesional, porque el empresario es el responsable directo del pago de la totalidad o de parte de las prestaciones que correspondan, con independencia de que la entidad que haya asumido la cobertura de la contingencia profesional (Mutua de Accidentes de Trabajo y Enfermedades Profesionales o INSS) deba adelantarla al trabajador (artículo 126 de la LGSS).

b) Responsabilidad por falta de reconocimientos médicos. Todas las empresas que tengan que cubrir puestos de trabajo con riesgo de contraer enfermedades profesionales deben practicar reconocimientos médicos previos a la admisión de los trabajadores que hayan de ocuparlos y los reconocimientos médicos periódicos que para cada tipo de enfermedad resulten exigibles (artículo 196.1 de la LGSS). El incumplimiento por parte de la empresa de esta obligación puede provocar que sea declarada responsable directa de todas las prestaciones que puedan derivarse de las enfermedades profesionales (artículo 197.2 de la LGSS).

c) Responsabilidad empresarial por no atender el requerimiento de paralización de trabajos. El incumplimiento por parte de las empresas de los requerimientos de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social de paralizar los trabajos que no cumplan las normas sobre seguridad y salud laboral e impliquen un grave riesgo para los trabajadores que los ejecuten o para terceros (artículos 9, f), 44 y 53 de la LPRL), se equiparan, respecto a los accidentes de trabajo que puedan producirse, a la falta de formalización de la protección por dicha

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contingencia de los trabajadores afectados (artículo 195 de la LGSS) y, en consecuencia, el empresario será el responsable directo de todas las prestaciones de Seguridad Social que puedan derivarse.

d) Asunción de los gastos sanitarios. Cuando la prestación de Seguridad Social tenga como origen supuestos que impliquen responsabilidad criminal o civil de alguna persona, incluido el empresario, la prestación se hará efectiva por la entidad gestora de la Seguridad Social o por la Mutua que cubran la contingencia, sin perjuicio del derecho de éstas a reclamar al responsable el coste de las prestaciones sanitarias que hubiesen satisfecho (artículo 127.3 de la LGSS).

Recordemos que todas las compensaciones económicas señaladas, derivadas de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, incluido el recargo de prestaciones, así como las prestaciones económicas a cargo de la Seguridad Social derivadas de esas contingencias profesionales (prestación de Incapacidad temporal, Invalidez, etc.), deben ser declaradas o reconocidas legalmente por parte de la Seguridad Social mediante una resolución administrativa. De ahí que en caso de discrepancia con lo decidido en esa resolución administrativa pueda surgir de nuevo el problema de la jurisdicción que habrá de conocer del asunto. Se trata de una resolución administrativa sobre una cuestión de Seguridad Social, por lo que tanto el orden social como el contencioso-administrativo son potencialmente competentes. La Sala Especial de Conflictos de Competencia del Tribunal Supremo ha decidido, hasta el momento, a favor de la competencia del orden social en todos estos casos. Y lo ha hecho, además, tanto para las impugnaciones de trabajadores como para las presentadas por empresarios.

1.1.3. La responsabilidad administrativa derivada del incumplimiento de la normativa sobre PRL, conforme a la LISOS

El incumplimiento por parte de la empresa de la normativa de PRL, si no alcanza el grado de ilícito penal, siempre constituye al menos una infracción administrativa. Es lo mismo que ocurre en materia de circulación vial o en disciplina urbanística, por poner otros ejemplos quizás más cercanos a la realidad cotidiana.

De acuerdo con los principios constitucionales de legalidad y tipicidad de las normas sancionadoras (artículo 25 de la Constitución), para que una conducta o comportamiento pueda ser sancionado debe estar previamente

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previsto en una norma con rango de ley y tipificada como infracción. Esta norma es la Ley de Infracciones y Sanciones del Orden Social (LISOS), que se refiere no sólo a las infracciones relacionadas con la PRL en sentido estricto, sino también en materia de Seguridad Social y en materia de fomento de empleo.

Una de las características de la responsabilidad administrativa en materia de PRL es que el principal sujeto responsable es el empresario (persona física o jurídica), ya que sólo en casos muy limitados puede serlo el trabajador por cuenta ajena. En cualquier caso, el procedimiento más usual para sancionar el incumplimiento por parte de éste último de sus obligaciones en materia estrictamente preventiva, es el sometimiento al poder disciplinario de la empresa. Además, el incumplimiento de esas obligaciones por parte del trabajador no exime al empresario de su responsabilidad administrativa (aunque sí puede graduarla).

El empresario principal responderá solidariamente junto con los contratistas y subcontratistas -siempre que éstos desarrollen parte de la actividad propia de aquél-, por los incumplimientos cometidos por éstos últimos en las obligaciones preventivas relacionadas con los trabajadores ocupados durante el período de duración de la contrata, y ocurridos en el centro de trabajo de la empresa principal (artículo 42.3 de la LISOS).

En el sector de la construcción, además de los empleadores de los trabajadores por cuenta ajena, también pueden ser sujetos responsables los promotores y los trabajadores por cuenta propia o autónomos (artículo 2.8 de la LISOS). En el caso de trabajadores cedidos por una empresa de trabajo temporal, la LPRL no extiende la responsabilidad de la empresa usuaria a la empresa de trabajo temporal ni al contrario, ya que cada una de ellas posee obligaciones preventivas diferenciadas (artículo 28.5 de la LPRL, y arts. 18.3 b) y 19.2 b) y d) de la LISOS), de tal forma que cada una será responsable sólo de los incumplimientos de sus respectivas obligaciones.

Como excepción, la LPRL exime de esta responsabilidad al empleador del servicio de hogar familiar, y a los fabricantes, suministradores e importadores, aunque eso sí, siguen siendo responsables de las obligaciones impuestas por el artículo 41 de la LPRL.

Además del empleador, también pueden ser sujetos responsables las entidades que actúan como servicios de prevención ajenos, las auditorías y las entidades formativas (artículo 2.9 de la LISOS). Caso especial es el de las Administraciones Públicas, que pueden ser declaradas responsables de la comisión de infracciones administrativas en materia de seguridad y salud laboral respecto al personal a su servicio, pero no pueden ser sancionadas económicamente por ello, sólo ser objeto de medidas correctoras (RD 707/2002, de 19 de julio).

Para declarar responsable al infractor se requiere de éste una acción u omisión (artículo 5.2 de la LISOS) realizada con dolo o culpa (imprudencia o negligencia), si bien el deber de diligencia y vigilancia que se le exige al empresario en las normas sobre prevención de riesgos laborales hace que se presuma la culpa o negligencia cuando incumple una obligación establecida en la normativa de esta materia (artículos 14.2 y 15.4 de la LPRL).

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Los incumplimientos susceptibles de ser sancionados administrativamente son los que aparecen tipificados como infracciones en la LISOS (artículos 11 a 13). Como hemos dicho, basta con el incumplimiento de una obligación sobre seguridad y salud laboral recogida en una norma legal, reglamentaria o en la cláusula normativa de un convenio colectivo. El incumplimiento de las normas técnicas (por ejemplo, las citadas en el art. 5.3 del RD. 39/1997, del Reglamento de los Servicios de Prevención) que incidan en las condiciones de trabajo no es sancionable en vía administrativa, si bien puede determinar la imposición al sujeto infractor del recargo de las prestaciones por falta de medidas de seguridad y salud en el trabajo (artículo 123 de la LGSS) en caso de accidente de trabajo o enfermedad profesional.

Las infracciones en esta materia se califican como leves, graves y muy graves (art. 11, 12 y 13 de la LISOS, respectivamente), en atención a la naturaleza del deber infringido y la entidad del derecho afectado. Su prescripción (plazo de extinción de la responsabilidad) también varía en función de su gravedad: las leves prescriben al año; las graves, a los tres; y las muy graves a los cinco años desde la fecha de comisión de la infracción (artículo 4 de la LISOS).

La regulación del imprescindible procedimiento administrativo sancionador se encuentra en el RD 928/1998, de 14 de mayo. En resumen, éste comienza con unas actuaciones previas de comprobación llevadas a cabo por la Inspección de Trabajo y Seguridad Social, a instancia de la autoridad laboral, de la propia Inspección de Trabajo, de un órgano jurisdiccional, por denuncia, etc. Si se comprueba la infracción a las normas sobre seguridad y salud laboral, la Inspección de Trabajo realizará un requerimiento al empresario infractor ordenándole adoptar las medidas oportunas, dándole la oportunidad de subsanar las deficiencias observadas (artículo 43 de la LPRL).

El incumplimiento de estos requerimientos conlleva el levantamiento de un Acta de infracción –si dicha acta no se hubiera levantado ya antes, en el momento de realizar el requerimiento-. La Inspección puede además, instar la imposición del recargo de prestaciones de la Seguridad Social, y ordenar la paralización de trabajos en caso de riesgo grave e inminente para la salud de los trabajadores.

Los hechos descritos en el acta de infracción por el inspector de Trabajo y Seguridad Social, siempre que ésta reúna los requisitos legalmente exigibles (artículo 14 del RD 928/1998), tienen presunción de certeza en juicio, sin perjuicio de las pruebas que pueden aportar los imputados para desvirtuarlos.

El procedimiento administrativo sancionador propiamente dicho se inicia con la extensión del Acta de infracción por parte del inspector de Trabajo y Seguridad Social que debe ser notificada al presunto/s responsable/s de la infracción administrativa. Éste podrá formular las alegaciones que estime adecuadas en el plazo de 15 días, ante el órgano administrativo competente, acompañado de los medios probatorios que considere convenientes.

Si el sujeto imputado formula alegaciones contra el acta de infracción, el órgano que deba resolver podrá requerir informe ampliatorio del inspector que extendió el acta, Dicho informe es preceptivo si el imputado alega hechos distintos de los que constan en el acta de infracción, insuficiencia

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del relato de hechos o indefensión. Finalizada la instrucción del expediente (investigación de los hechos), el órgano competente dictará resolución motivada, en el plazo de diez días desde el momento de finalización de la tramitación del expediente, confirmando, modificando o dejando sin efecto la propuesta de sanción contenida en el Acta levantada por el inspector. La resolución se notificará al sujeto infractor y, si es confirmatoria, también a los trabajadores afectados o a sus derechohabientes y, en su caso, a las entidades gestoras de la Seguridad Social.

Las sanciones de las infracciones administrativas en materia de seguridad y salud laboral consisten generalmente en multas, y se gradúan en leves, graves o muy graves, siendo sus cuantías mucho más elevadas que las previstas para otras infracciones laborales y de Seguridad Social. Como ampliación, decir que la Ley 32/2006 sobre Subcontratación en el Sector de la Construcción ha añadido nuevas infracciones administrativas a las ya tipificadas en la LISOS en materia de seguridad y salud laboral.

Además de las multas, las infracciones administrativas en materia de prevención de riesgos laborales también conllevan una serie de sanciones accesorias, como son:

• Suspensión de la actividad o cierre del centro de trabajo -sin perjuicio del abono por el empresario de las correspondientes indemnizaciones o salarios- si se dan circunstancias de excepcional gravedad en las infracciones (artículo 53 de la LPRL). Esta sanción puede tener carácter temporal o definitivo.

• Prohibición temporal de contratar con las Administraciones Públicas por la comisión de infracciones muy graves (artículo 54 de la LPRL).

• Para los servicios de prevención, entidades auditoras y entidades formativas se prevé una sanción específica, -además de las multas-: la pérdida de la acreditación otorgada por la autoridad laboral (artículo 49.6 de la LPRL).

• Publicación de las sanciones por infracciones muy graves en un registro público (art. 40.2 de la LISOS y el RD 597/2007).

Por último hay que señalar que las sanciones administrativas que hemos tratado en este apartado resultan compatibles con las responsabilidades civiles que puedan concurrir (indemnizaciones por los daños y perjuicios causados al trabajador), y con el recargo de prestaciones de la Seguridad Social (artículo 42.3 de la LPRL). El art. 3.1 de la LISOS establece, sin embargo, que no podrán sancionarse administrativamente los hechos que ya hayan sido sancionados por esta vía, si se aprecia identidad de sujeto, hecho y fundamento, -en coherencia con el principio inspirador de todos los regímenes jurídicos sancionadores de “non bis in idem“-. Por lo que respecta a la responsabilidad penal, su compatibilidad con las sanciones administrativas está presidida igualmente por este principio, de modo que no pueden sancionarse, penal y administrativamente, unos mismos hechos si existe identidad de sujetos, de hechos y de fundamento (artículo 3.1 de la LISOS). De ello se deriva que un proceso penal tiene preferencia sobre el procedimiento administrativo sancionador, de modo que la tramitación de éste último se paralizará hasta que se dicte sentencia firme o auto de sobreseimiento por el órgano jurisdiccional. Si éste estima la existencia de un delito o falta, no

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podrá imponerse sanción administrativa. A tal fin, el Ministerio Fiscal debe notificar a la autoridad laboral y a la Inspección de Trabajo y Seguridad Social la existencia del procedimiento penal. Por el contrario, si se declara la no existencia de un ilícito penal, el procedimiento administrativo sancionador podrá continuar, si bien, los hechos declarados probados en la sentencia judicial vincularán a la autoridad laboral.

La jurisdicción competente para la resolver la impugnación de estas sanciones administrativas (recursos contra ellas), -salvo la del recargo sobre las prestaciones ya visto-, es la contencioso-administrativa.

1.2. La responsabilidad penal del empresario

El Código Penal establece diversos tipos penales en que puede incurrir el empresario al incumplir su deber de protección de la seguridad y salud de los trabajadores;

a) El delito contra la seguridad y salud en el trabajo tipificado en el art. 316 del Código Penal (CP) según el cual “los que con infracción de las normas de prevención de riesgos laborales y estando legalmente obligados, no faciliten los medios necesarios para que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de seguridad e higiene adecuadas, de forma que pongan así en peligro grave su vida, salud o integridad física, serán castigados con las penas de prisión de seis meses a tres años y multa de seis a doce meses”.

Se trata de un delito de riesgo (creación o exposición al riesgo) y no de resultado, por lo que no se exige la producción de un resultado de daño. La conducta ilícita consiste en poner en peligro la vida o salud de los trabajadores, por lo que éste delito no queda subsumido por el posterior delito de lesiones o muerte de uno o algunos de ellos, siempre que existan más empleados que, aunque no sufran ese resultado lesivo, sí estén expuestos a la misma situación de peligro. En estos casos, existe una concurrencia de delitos (SSTS de 14 de julio de 1999 y de 04 de junio de 2002). Insistimos en que lo que se castiga en este delito no son los resultados lesivos de la omisión de seguridad en trabajadores concretos, algo que de producirse se castigaría con los delitos de lesiones u homicidio. La jurisprudencia establece además que la remisión que hace este artículo a las normas de prevención de riesgos laborales se refiere tanto a las previsiones de la LPRL como a cualquier otra norma sobre la materia, con independencia de su rango jerárquico (STS de 26 de julio de 2000). Además, debe existir una relación de causalidad entre la infracción de la norma de prevención de riesgos laborales y el peligro grave para la vida y salud de los trabajadores. De tal forma que la primera debe provocar el segundo (STS de 29 de julio de 2002).

El ilícito tipificado exige que el referido peligro provenga de no proporcionar los medios necesarios para una protección eficaz de los trabajadores. De este modo, se puede observar que la conducta castigada no es una acción positiva o de hacer, sino una acción de omisión o de no hacer. En cuanto a qué se debe entender por medios necesarios, la jurisprudencia ha

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manifestado que están incluidos tanto los medios personales como materiales, intelectuales y organizativos, y entre ellos destaca muy especialmente el deber de información sobre el riesgo, adecuada al mismo y facilitada de forma comprensible para los trabajadores (STS de 12 de noviembre de 1998).

En cuanto a la existencia en la empresa de los medios de seguridad necesarios y su puesta a disposición de los trabajadores, la jurisprudencia es clara al afirmar que no es suficiente con aportar las facturas correspondientes de compra de los medios de protección, ya que el artículo 17 de la LPRL y el RD 773/1997, en sus artículos 3 y 7 establecen que el empresario tiene la obligación de velar por que la utilización de los equipos se realice conforme a lo dispuesto en la normativa sobre utilización y mantenimiento de los equipos de protección individual.

El art. 317 del Código Penal aminora la pena cuando el delito se comete por imprudencia grave, castigando entonces la infracción con la pena inferior en grado. Es evidente entonces que sólo será relevante para la comisión del delito la puesta en riesgo por dolo o imprudencia grave, relegando, en consecuencia, al ilícito administrativo los casos de imprudencia leve o simple.

Por otro lado, según el art. 318 CP, “Cuando los hechos previstos en los artículos de este Título se atribuyeran a personas jurídicas, se impondrá la pena señalada a los administradores o encargados del servicio que hayan sido responsables de los mismos y a quienes, conociéndolos y pudiendo remediarlo, no hubieran adoptado medidas para ello. En estos supuestos la autoridad judicial podrá decretar, además, alguna o algunas de las medidas previstas en el artículo 129 de este Código”. Entre dichas medidas están la clausura de la empresa o sus locales con carácter temporal o definitivo, la suspensión temporal de sus actividades o de poder realizarlas en el futuro, la intervención de la empresa por el tiempo necesario, su disolución, etc.

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b) Los delitos y faltas de lesiones y de homicidio tipificados en los arts. 147, 138, 142 y 621 del CP, en función que se produzca, efectivamente, un resultado dañoso o lesivo.

Aunque por regla general, el empresario será el sujeto infractor en el tipo descrito tanto en el apartado a) como en los del apartado b), el deber de seguridad no compete única y exclusivamente a éste. La jurisprudencia establece que la culpa penal alcanza también, aunque puede ser que en diferente grado de autoría o participación, a todos los que de facto ejerzan funciones de dirección o mando (STS de 10 de abril de 2001). Así, los jueces mantienen que todas aquellas personas que desempeñan funciones de dirección o de mando en una empresa y, por tanto, sean superiores, intermedias o de mera ejecución, y mientras las ejerzan reglamentariamente o de hecho, están obligadas a cumplir y hacer efectivas las normas destinadas a que el trabajo se realice con las prescripciones elementales de seguridad. Estos mandos incurren en responsabilidad criminal si en el cumplimiento de tales deberes se muestran remisos o indolentes; también si con dicha conducta causan o contribuyen a que se produzca un resultado lesivo o una situación de grave peligro para la vida, la seguridad o la integridad física de los trabajadores (SSTS de 10 de mayo de 1980, 12 de mayo de 1981 y 30 de marzo de 1990). No obstante, la atribución de responsabilidad a los cargos intermedios está condicionada a que tengan un dominio suficiente del hecho (SSTS de 03 de febrero de 1992 y 16 de julio de 1992 y STSJ de Cataluña de 16 de febrero 2000). Así se prevé expresamente en el art. 31 del CP para los administradores de hecho o de derecho de una entidad jurídica.

Es interesante destacar que algunas sentencias aprecian un consentimiento en el riesgo por parte de la propia víctima. Sin embargo, la gran mayoría de la jurisprudencia establece que el derecho de los trabajadores a unas condiciones de trabajo seguras no es disponible o negociable. De ahí que sea irrelevante ese supuesto consentimiento del trabajador o la aceptación explícita o implícita del riesgo. El trabajador debe ser incluso prevenido de su propia falta de diligencia, exigiéndole de forma coactiva, si fuera necesario, el cumplimiento de las normas de seguridad. Sólo la imprudencia grave del trabajador (imprudencia temeraria) parece tener un efecto exonerante de la posible responsabilidad penal del imputado.

Por último, ya dijimos que el art. 42 de la LPRL establecía la posibilidad que un incumplimiento empresarial a las normas de seguridad y salud generase responsabilidades de diferente naturaleza. Pues bien, la comisión de un delito o falta puede ocasionar, además del daño social, un daño privado, físico o moral, o la lesión de intereses individuales, susceptibles de ser reparados o indemnizados, lo que hace surgir la responsabilidad civil. De ahí que el Código Penal, en el artículo 109, señale: “1. La ejecución de un hecho descrito por la Ley como delito o falta obliga a reparar, en los términos previstos en las Leyes, los daños y perjuicios por él causados. 2. El perjudicado podrá optar, en todo caso, por exigir la responsabilidad civil ante la Jurisdicción Civil.” Estamos ante lo que la doctrina llama “responsabilidad civil ex delicto”. En estos casos, el ordenamiento jurídico presume que la acción civil derivada de delito o falta acompaña siempre a la penal y que, salvo indicación en contra del perjudicado (es decir, que opte por ejercitar la acción civil ante esa jurisdicción -lo más frecuente por cierto-), el juez del orden penal deberá resolver ambas cuestiones: la responsabilidad penal

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del delincuente y la civil por los daños causados por el delito o falta (es la llamada pieza separada de responsabilidad civil). Como hemos dicho, ello es así salvo que el perjudicado se reserve el ejercicio de su pretensión civil para demandar al causante del daño, una vez finalizado el proceso penal, ante la jurisdicción civil. Así lo prevé el artículo 112 LECri.

En relación con lo que acabamos de decir, hay que recordar que sólo la jurisdicción penal es inmune a las posibles reclamaciones sobre competencia procedentes de otros órdenes jurisdiccionales 1. Si el orden penal considera que es competente para conocer de un asunto, el resto de jueces y tribunales de otros órdenes jurisdiccionales deben acatar la resolución del juez penal que conozca del asunto, tal y como dispone el artículo 44 LOP. La preferencia de la jurisdicción penal para el conocimiento de asuntos que puedan ser constitutivos de delito o falta se traduce en que una vez promovido juicio criminal, no podrá seguirse pleito sobre el mismo hecho en otro orden jurisdiccional, suspendiéndose, si lo hubiese, en el estado en que se encuentre, hasta que recaiga sentencia firme o auto de sobreseimiento (archivo) en la causa criminal. Así lo prevé el artículo 114 LECri.

1.3. Responsabilidad civil del empresario derivada de contingencias profesionales

1.3.1. Responsabilidad civil del empresario derivada de accidente laboral

Aunque en este apartado trataremos la responsabilidad civil del empresario que puede derivarse de un accidente laboral, lo que se diga es aplicable también al supuesto de ésta derive de una enfermedad profesional.

La legislación preventiva no regula directamente la responsabilidad civil o patrimonial. Su regulación se recoge en el Código Civil, y más concretamente, en sus artículos 1.101, 1.902 y 1.903. Estos artículos regulan dos tipos diferentes de responsabilidad civil:

a) La responsabilidad civil contractual (art. 1101 del Código Civil) de “…quienes en el cumplimiento de sus obligaciones contractuales incurren en dolo, negligencia o morosidad y los que, de cualquier modo, contravinieran dichas obligaciones”. Ésta es, la responsabilidad civil más frecuentemente imputable al empresario, y su fundamento es el contrato de trabajo que une a las dos partes y del cual emana la obligación de protección de la salud y seguridad de los trabajadores frente a los riesgos laborales (art. 14 de la LPRL).

1 Puede suceder que órganos judiciales de diferentes órdenes jurisdiccionales se disputen la competencia para juzgar un mismo asunto. Cuando eso suceda, el juez que considere que no tiene competencia puede declinar el conocimiento del asunto o, si considera que la competencia le corresponde a él en detrimento de quien juzga el caso, requerirle para que deje de hacerlo (art. 45 LOPJ). Es posible, sin embargo, que no exista acuerdo: que más de un órgano judicial se considere competente o que ninguno quiera asumir el conocimiento del asunto. En ese caso, la cuestión será resuelta por una Sala Especial de Conflictos de Competencia del Tribunal Supremo, que habrá de decidir la jurisdicción competente en el caso en el que se plantea. Así lo prevé el artículo 42 LOPJ

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b) La responsabilidad civil extracontractual (art. 1902 y 1.903 del Código Civil) exigible a los que por acción u omisión causen daño a otro, interviniendo culpa o negligencia, sin existir ningún vínculo obligacional entre ellos (personas entre las que no existe por tanto un contrato laboral). Esa responsabilidad es exigible no sólo por los actos u omisiones propios, sino además por los de aquellas personas de quienes se debe responder.

La aplicación de ambos tipos de responsabilidad civil permite considerar responsables no sólo al empresario, sino también a los mandos intermedios, a los trabajadores especializados a los que se encomiendan actividades de prevención de riesgos laborales o a las entidades especializadas como servicios de prevención ajenos, sin que la atribución a alguno de ellos suponga la exención de responsabilidad de los demás.

A estas dos modalidades básicas de responsabilidad civil, se podría añadir la responsabilidad civil derivada de delito, que comprende como ya hemos dicho la restitución o reparación del daño, así como la indemnización de los perjuicios materiales o morales causados al agraviado, familiares o terceros (art. 110 del Código Penal), por la comisión de un hecho tipificado como delito o falta por el Código Penal.

Independientemente del tipo específico de responsabilidad civil en que podamos clasificarla, estaremos ante responsabilidad civil del empresario en caso de accidente laboral: 1º cuando éste derive de una conducta culposa o negligente de índole personal (contractual) o de las personas por las que deba responder (extracontractual); 2º que además el trabajador haya sufrido efectivamente un daño en su salud por causa del accidente; y 3º que haya una relación de causalidad entre la conducta de omisión de medidas de prevención del empresario y el accidente.

La responsabilidad civil supone la restitución del bien siempre que sea posible, la reparación del daño y la indemnización de daños y perjuicios materiales y morales.

No debemos confundir la responsabilidad civil con aquella otra que mencionábamos en el apartado 1.1.1 de la unidad, la responsabilidad por accidente de trabajo del sistema de Seguridad Social, cuyo origen estaba, como ya dijimos, en la generación de riesgo profesional y no en ningún principio de responsabilidad culposa del empresario.

Centrándonos ahora en los mencionados requisitos del supuesto de hecho que da origen a este tipo de responsabilidad, debemos examinar en primer lugar la exigencia de esa relación de causalidad entre omisión y accidente. Al respecto, podemos encontrar sentencias que exigen que la omisión de medidas de prevención debe consistir en el incumplimiento de una norma específica o una medida concreta de prevención, dirigidas precisamente a evitar el riesgo que provoca finalmente el accidente, por ejemplo no haber proporcionado el arnés de seguridad al trabajador en trabajos de altura con el resultado de su caída desde un andamio (STSJ de Madrid de 22 de julio de 2004, Rec. 2041/2004 y STSJ de Aragón de 28 de febrero de 2007, Rec. 69/2007).

La Sentencia del TSJ de Asturias del 11 de marzo de 2005 (Rec. 305/2004) va más allá e insiste en que lo esencial para que entre en juego la responsabilidad de la empresa es, en todo caso, la omisión de medidas preventivas específicas de las que se deriven el accidente, y no el hecho de haber

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incumplido un deber general de prevención instrumentado en el Plan de Prevención, la evaluación de riesgos y la planificación de la prevención. Otras sentencias que mantienen la misma solución la basan en el hecho de que, aun cuando la empresa hubiera incumplido la obligación de evaluar los riesgos del puesto de trabajo, los empleados, por su antigüedad y/o profesionalidad, debían conocer el funcionamiento y los riesgos inherentes al desempeño de sus concretas funciones. Entienden estas sentencias que el deber genérico de no llevar a cabo la evaluación puede ser sancionado de forma independiente, pero no puede considerarse como la causa del accidente, pudiendo acudirse en ese caso al recargo de prestaciones y a las responsabilidades penales (STSJ del País Vasco de 27 de octubre de 2007, Rec. 316/2004). La doctrina descrita merece una dura crítica, pues en último extremo se dejaría el cumplimiento de todas las obligaciones empresariales derivadas de la normativa de prevención de riesgos laborales y que contribuyen a la producción del accidente, en sus propias manos. La obligación de evaluar no es un deber que se agota en sí mismo sino que constituye sobre todo, y principalmente, la vía o herramienta imprescindible para poder aplicar las demás obligaciones que se establecen en la LPRL. De lo contrario, siempre que no se lleve a cabo la obligación genérica de evaluar, no se pondrán de manifiesto los riesgos existentes en el puesto de trabajo y así no podría saberse qué medidas preventivas específicas habría que tomar y, evidentemente, nunca podría determinarse con claridad si se incumple una normativa específica ni, por tanto, habría responsabilidad empresarial por los accidentes, sólo sanciones mucho más leves por el incumplimiento del deber de evaluar. Esto equivaldría, como ya se ha dicho, a dejar en manos de los propios empresarios el cumplimiento de las obligaciones derivadas de la normativa de prevención de riesgos laborales.

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Algunas sentencias adoptan una solución intermedia (STSJ del País Vasco de 16 de abril de 2002, Rec. 1518/2001). Establecen que aun cuando no se hubiera llevado a cabo la evaluación de riesgos o la planificación de la prevención y acaece un accidente, la empresa no incurrirá en responsabilidad directa si el método de trabajo seguido era el adecuado. De lo contrario, de nuevo, sólo se podrá sancionar el incumplimiento del deber general de evaluar, pero no achacar al mismo la consecuencia del accidente.

Tampoco habrá responsabilidad empresarial cuando el accidente se produce de manera fortuita o imprevisible. Así, por ejemplo, un trabajador de medio ambiente que limpia los bosques y sufre un accidente al resbalar sobre unas heces animales (STSJ del País Vasco de 18 de abril de 2006, Rec. 16/2006). Sí puede apreciarse responsabilidad, en cambio, en el caso de un trabajador que resbala sobre un líquido que accidentalmente otro había vertido en el suelo de la empresa.

El empresario será responsable pese a que el trabajador haya cometido imprudencias profesionales o imprudencias simples, es decir, el empresario tiene que contar con los errores ocasionales de sus trabajadores debidos a excesos de confianza, descuidos, confusiones, sin perjuicio de que esto sea valorado a efectos de determinar la cuantía de la indemnización. Únicamente en determinadas situaciones la conducta del trabajador accidentado puede determinar la exoneración de la responsabilidad civil del empresario; cuando esa conducta sea dolosa o temeraria y además constituya la causa exclusiva del accidente. De la misma forma que en el recargo de prestaciones que ya vimos, si concurren otras causas directas derivadas de incumplimientos graves de la empresa en materia de prevención, subsistirá la responsabilidad de esta última pese a la imprudencia temeraria del trabajador, aunque eso sí, ello puede utilizarse para graduar la cuantía de la indemnización civil por daños y perjuicios (STSJ de Murcia de 3 de octubre de 2006, Rec. 937/2005).

Recordemos que la imprudencia profesional o simple se materializa normalmente en la mera infracción de alguna norma de seguridad y salud. En cambio, en el dolo se entiende que el trabajador con su conducta busca deliberadamente el resultado, es decir, la lesión corporal. En la imprudencia temeraria el trabajador no busca directamente con su conducta aquel resultado, pero asume y es consciente de que con su comportamiento hay una muy alta probabilidad de que ocurra o se produzca un accidente.

La responsabilidad civil de terceros, como pueden ser los técnicos de un servicio de prevención ajeno, no tiene su origen en un contrato de trabajo preexistente entre el trabajador accidentado y su empresa, por lo que la responsabilidad que se exige es extracontractual, y la acción para hacerla efectiva es distinta de la que se ejercita en la demanda frente a la empresa (o empresas, en caso de contratas).

El problema práctico surge a la hora de determinar la jurisdicción competente para juzgar los casos de responsabilidad civil del empresario derivada de contingencias profesionales. La Sentencia de 15.1.2008 (RJ 1394) de la Sala 1ª (de lo Civil) del Tribunal Supremo concluye que siempre que la reclamación del trabajador se fundamente en el incumplimiento de normas laborales, es decir, cuando estemos ante una caso de responsabilidad civil contractual, la jurisdicción competente será la social. En los casos de responsabilidad extracontractual la jurisdicción competente será

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la civil. No obstante, el problema surge cuando, como ocurre en el supuesto que analiza la citada sentencia, el trabajador demanda en la misma acción (o dicho de otra forma, en la misma demanda) tanto a la empresa como a terceros responsables ajenos al contrato de trabajo (en el caso de la sentencia comentada, la empresa contratista principal, la propietaria de la nave industrial que construían, y el ingeniero técnico que elaboró el proyecto y dirigía las obras). En estos casos, al haber sido demandadas en el procedimiento personas completamente ajenas a su relación laboral, la “vis atractiva” de la jurisdicción civil establecida en el artículo 9.2 de la Ley Orgánica del Poder Judicial (atribución a la jurisdicción civil de lo no atribuido expresamente a otros órdenes jurisdiccionales) hace competente a ésta para conocer de la acción de responsabilidad interpuesta. Así pues, para que sea competente la jurisdicción civil, el daño reclamado ha de deberse al menos, al incumplimiento de normas distintas de aquellas que regulan el contenido de la relación laboral del demandante, puesto que, cuando se reclame exclusivamente un incumplimiento de las relativas a dicha relación, la competente será la jurisdicción social.

1.4. Responsabilidades del trabajador

El art. 29 de la LPRL dice; “corresponde a cada trabajador velar, según sus posibilidades y mediante el cumplimiento de las medidas de prevención que en cada caso sean adoptadas, por su propia seguridad y salud en el trabajo y por la de aquellas otras personas a las que pueda afectar su actividad profesional, a causa de sus actos y omisiones en el trabajo, de conformidad con su formación y las instrucciones del empresario.

Como se comentó más arriba, las responsabilidades preventivas del trabajador se exigen normalmente a través del ejercicio del poder disciplinario del empresario.

Por eso, en la medida que cause daño a terceros vendrá obligado a responder por ellos en virtud del art. 1.902 del Código Civil (responsabilidad civil extracontractual) que preceptúa: “el que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia, está obligado a reparar el daño causado”.

Cuando un trabajador sufre un daño o lesión en el trabajo, pudiera existir alguna responsabilidad de tipo civil de otro trabajador que pudiera ser el causante del daño, en aplicación del art. 1.902 del Código Civil, si concurriesen en el caso las condiciones que este precepto señala. No obstante e independientemente de esa eventual responsabilidad civil del trabajador, el empresario puede verse obligado a responder civilmente en casos como éste, en aplicación del art. 1.903 del Código Civil, que dice: “La obligación que impone el artículo anterior es exigible, no sólo por los actos u omisiones propios, sino por los de aquellas personas de quienes se debe responder. (...) Lo son igualmente los dueños o directores de un establecimiento y empresa respecto de los perjuicios causados por sus dependientes en el servicio de los ramos en que los tuvieran empleados, o con ocasión de sus funciones”.

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Esta responsabilidad civil es, en estos supuestos, de carácter solidario, de forma que el perjudicado podrá dirigirse, indistintamente, contra el otro trabajador, contra el empresario o contra ambos simultáneamente (art. 1.144 del Código Civil). En todo caso, el empresario, en el supuesto que el trabajador hubiera actuado sin seguir sus órdenes, podrá repetir contra el mismo (es decir, reclamarle a éste lo pagado) en el caso que hubiese reparado el daño causado por éste (art. 1.145 del Código Civil).

En términos parecidos se pronuncia el art. 120 del Código Penal, cuando existe responsabilidad penal del trabajador, en cuyo caso el empresario podría responder civilmente, si bien con carácter subsidiario en caso de insolvencia del trabajador.

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A modo de resumen insertamos a continuación un esquema-guía sobre las distintas responsabilidades del empleador y del trabajador por incumplimientos en materia preventiva:

Responsabilidades del empresario por incumplimientos en PRL:

• Responsabilidad administrativa:

· Responsabilidad declarada por la Seguridad Social:

- Por daños a los trabajadores derivados de contingencias profesionales:

Recargo en las prestaciones de la S.S.

- Por falta de aseguramiento del trabajador.

- Por falta de reconocimientos médicos a los trabajadores.

- Por incumplimiento de las órdenes de paralización de trabajo.

- Por gastos sanitarios de los trabajadores originados por responsabilidades civiles o penales del empresario.

· Responsabilidad declarada por la Autoridad laboral:

- Por incumplimientos de la LPRL

• Responsabilidad civil derivada de daños al trabajador por contingencias profesionales:

· Derivadas de actos propios del empresario.

· Derivadas de actos ajenos (de personas por las que debe responder).

• Responsabilidad penal:

· Delitos contra la seguridad y salud en el trabajo (arts. 316 a 318 CP).

· Delitos y faltas de homicidio y lesiones.

Responsabilidad del trabajador en PRL:

• Responsabilidad disciplinaria por incumplimientos de la LPRL

• Responsabilidad penal de mandos intermedios.

• Responsabilidad civil por daños a otros trabajadores.

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2. Nociones básicas sobre el proceso civil, penal y laboral. Particularidades de los procesos civiles, penales y laborales relacionadas con la PRL

2.1. Nociones básicas sobre el proceso civil, penal y laboral

El lenguaje procesal maneja términos jurídicos específicos cuyo significado es conveniente conocer para entender mejor la labor pericial y desarrollarla con mayor efectividad. Vamos pues a tratar de repasar brevemente algunos conceptos del Derecho procesal cuyo conocimiento nos resultará necesario o sumamente útil en esa labor.

A diferencia de otras disciplinas jurídicas, dedicadas a estudiar las diversas ramas de carácter material del ordenamiento jurídico, es decir, las normas jurídicas que regulan la forma y el contenido de las relaciones jurídicas, los derechos y las obligaciones entre los sujetos de Derecho, el ordenamiento procesal atiende, en cambio, a la dimensión instrumental de aquellas, es decir, a la intervención de los Juzgados y Tribunales cuando surgen discrepancias en la interpretación y aplicación de aquellas normas. A esta rama del Derecho se la califica como pública porque dicha función se atribuye al Estado, a órganos de naturaleza pública estatal, cuales son los órganos judiciales, pero además porque su fin último es satisfacer un interés que tiene también naturaleza pública, pues consiste en la aplicación del Derecho al caso concreto. Además, sus normas son imperativas, de cumplimiento obligatorio (“ius cogens”), es decir, se excluye el juego de la negociación individual (autonomía de la voluntad) sobre la aplicación de las normas de Derecho Procesal.

En función de la naturaleza de las materias sobre las que versan los juicios, el proceso judicial posee sus propios elementos, características y tramitación, regulándose todo ello por la correspondiente ley procesal específica; la Ley de Enjuiciamiento Civil (LEC), la Ley de Procedimiento laboral (LPL), la Ley de Enjuiciamiento Criminal (LECri) o la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa

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(LJCA). No obstante, habida cuenta la mayor extensión y detalle de la LEC, ésta suele tener un carácter supletorio para las restantes leyes procesales en las materias no contempladas en las mismas.

2.1.1. Conceptos básicos

El Derecho Procesal se configura fundamentalmente sobre la base de tres conceptos básicos: Jurisdicción, acción y proceso.

El concepto de jurisdicción (del latín “ius dicere” -declarar el derecho-) va unido inseparablemente al de conflicto humano y a la forma de solucionarlo. Frente al arcaico sistema de la justicia privada o autotutela por el que el involucrado en un conflicto pretende a toda costa solventarla a su favor por sí mismo y directamente –bien de forma individual, bien con la ayuda de otros–, surgió hasta afianzarse en los Estados modernos el sistema de la heterotutela o heterocomposición que consiste en la intervención de un tercero, en este caso un poder del Estado soberano al que se atribuye esta potestad, que se coloca por encima de las partes -supra partes- para resolver el conflicto imponiendo la solución. Esto último no es incompatible con fórmulas de autocomposición, de sorprendente desarrollo en la actualidad, en las que los individuos logran la solución de su conflicto por medio de un acuerdo pacífico entre ellos (por ejemplo, la mediación y la conciliación). En ellas el tercero se coloca “inter partes” para sugerir o proponer la solución. Estas últimas modalidades de solución de contiendas no constituyen una manifestación directa de la jurisdicción entendida como potestad pública y exclusiva del Estado, sino que al igual que sucede en el arbitraje (las partes acuerdan erigir una arbitro y pactan aceptar su decisión), son modos alternativos de autocomposición autorizados por la ley.

Si hablamos de la extensión y los limites objetivos de la jurisdicción española, nos estaremos refiriendo entonces a los órdenes jurisdiccionales; el civil, el penal, el social o laboral y el contencioso-administrativo. Existen tantas ramas u órdenes jurisdiccionales como ámbitos materiales del ordenamiento jurídico (civil, penal, social, contencioso-administrativo).

La acción: puede ser entendida de dos modos: bien como el derecho fundamental a instar (instar es sinónimo de solicitar) la actividad jurisdiccional (es decir, como el derecho de acceso a los tribunales para obtener una resolución sobre el fondo del asunto planteado), bien como el derecho a obtener una tutela jurisdiccional concreta, es decir, a obtener una resolución sobre la pretensión concreta planteada en juicio.

El proceso: es el instrumento a través del cual los jueces y magistrados ejercen la potestad jurisdiccional. Está constituido por una sucesión de actos –regulados por normas procesales- que deben llevar a una resolución del conflicto, entendiendo por tal, no sólo la resolución sobre el fondo (cuando proceda), sino también su ejecución, sin la cual no podría hablarse de una tutela judicial efectiva (si obtenemos una sentencia que nos dé la razón pero no logramos que se ejecute, no estamos obteniendo una tutela judicial efectiva).

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Dos son, en una concepción amplia, las principales clases de procesos; el civil y el penal. Ambos obedecen a distintos principios y desarrollo, aunque resultan coincidentes en lo esencial.

El proceso civil, entendido en sentido amplio (incluidos el proceso laboral y el contencioso-administrativo), responde al principio dispositivo, esto es, una justicia promovida a petición de parte, rogada. El tribunal, aunque no se limita a una mera actitud pasiva de espectador, sí que funciona a iniciativa de los litigantes, siendo las partes las dueñas del inicio, el desarrollo y el fin del proceso.

El proceso civil en general tiene tres fases:

a. Fase de alegaciones, en la que las partes exponen ante el tribunal los hechos objeto de debate.

b. Fase probatoria, en la que cada parte intenta demostrar lo que afirma. En esta fase se propone, se admite en su caso, y se practica la prueba (en el juicio oral o en su caso, en la vista).

c. Fase resolutoria, a la vista de lo alegado y probado por las partes, el juez o tribunal resuelve. Ello no excluye que el ordenamiento permita al tribunal, en determinado momento procesal, ordenar de oficio la práctica de algunas pruebas para poder resolver con acierto.

El penal (incluido el proceso de menores y el militar), tiene un carácter público, por la relevancia del bien afectado, y este carácter se constata desde su comienzo, pudiéndose iniciar de oficio por el Tribunal o el Ministerio Fiscal, o bien a instancia de parte.

El proceso penal, en general, consta de:

a. Fase de instrucción o sumarial; técnicamente, el sumario es el conjunto actuaciones dirigidas a investigar los hechos delictivos y la posible responsabilidad de las personas que han intervenido en el mismo.

b. Fase intermedia o de preparación del juicio oral; es el puente para pasar de la fase de instrucción a la fase de juicio oral. Comprende un conjunto de actuaciones destinadas a valorar los resultados de lo actuado en la fase de instrucción, apreciándose si es completa y suficiente, y si se dan los presupuestos necesarios para proceder a la apertura del juicio oral o para el sobreseimiento (conclusión de la instrucción sin resultados).

c. Fase decisoria o de juicio oral. En esta fase se emplaza a las partes ante el órgano competente para que ejerciten en sentido propio la acusación y defensa, y así sostener sus peticiones ante el tribunal competente (alegación y práctica de las pruebas).

Al margen de esta clasificación, los procesos en general pueden tener como objetivo obtener una declaración o resolución jurisdiccional, es decir, la aplicación de la ley al supuesto planteado, o dicho de otra manera, una declaración conforme a derecho sobre la legitimidad de la pretensión. Hablamos entonces de proceso declarativo. Y podemos hablar también del proceso de ejecución, que persigue la ejecución práctica de una declaración judicial previa. En el proceso civil instar la

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ejecución queda a iniciativa de la parte que obtuvo el pronunciamiento a su favor. En el proceso penal, la ejecución se realizará de oficio. Y para concluir esta clasificación, el proceso cautelar, que pretende establecer medidas para asegurar dicha ejecución. En otra catalogación se puede hablar de procesos ordinarios, dedicados a la sustanciación de la mayor parte de los asuntos, y de procesos especiales, que requieren una tramitación propia en atención a la materia sobre la que versan.

2.1.2. Competencia de los órganos jurisdiccionales españoles

La competencia de los órganos jurisdiccionales se entiende como la concreción de la jurisdicción con que cuenta un órgano judicial, dentro del orden jurisdiccional correspondiente, para el conocimiento y resolución de un caso concreto.

En términos generales, los juzgados y Tribunales españoles son competentes para conocer y juzgar los juicios que se planteen en territorio español entre españoles, entre extranjeros o entre españoles y extranjeros, conforme a la legislación española y a los Tratados y Convenios Internacionales en los que España sea parte.

Como hemos dicho, son las leyes procesales principales (Ley de Enjuiciamiento Civil, Ley de Enjuiciamiento Criminal, Ley de Procedimiento Laboral y Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa), la Ley Orgánica del Poder Judicial (LOPJ) y la Ley de Planta y de Demarcación Judicial determinan, dentro de cada orden jurisdiccional (civil, penal, laboral y contencioso administrativo), la competencia (los asuntos o las materias concretas) que corresponde a los diferentes Juzgados y Tribunales españoles.

2.1.3. Principios del proceso y del procedimiento

Proceso y procedimiento no son sinónimos. Ya dijimos del proceso que es el instrumento estatal de solución de conflictos, cuyo nacimiento válido requiere unos presupuestos y en su desarrollo se producen una serie de actuaciones jurisdiccionales (alegaciones, pruebas, sentencia, recursos, cosa juzgada, etc.) y unos derechos, obligaciones y cargas para las partes, mientras que el segundo se refiere exclusivamente a la tramitación formal de aquel (trámites, plazos, turnos, etc.).

2.1.3.1. Principios fundamentales del proceso

• Dualidad de partes: La dualidad de partes es esencial para que se pueda hablar de proceso, en el que el órgano decisorio se tiene que pronunciar sobre una de las dos posiciones a él sometidas. Ahora bien, cada una de las dos partes puede estar compuesta por una pluralidad de individuos (litisconsorcio en el proceso civil; acusadores e imputados en el proceso penal), pudiendo tratarse incluso de personas jurídicas (aunque en el proceso penal la posición de acusado sólo puede ser ocupada por una persona física).

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• Igualdad entre las partes: proclamado en los arts. 1.1 y 14 de la Constitución. La igualdad se ha de respetar en todos los momentos y etapas procesales, siempre que sea posible y no afecte a la seguridad o existencia misma del proceso (por ejemplo, el secreto de la instrucción). Así las partes deben gozar de las mismas posibilidades de derechos, obligaciones expectativas y cargas en todo el procedimiento.

• Contradicción: Posibilidad de rebatir las argumentaciones de la parte contraria (contraalegando, probando en contra de lo pretendido por el contrario y finalmente, solicitando la pretensión última conforme a los intereses de cada litigante). La prohibición de la indefensión del art. 24.1 de la Constitución se relaciona directamente con este principio.

• Audiencia: El principio de audiencia trata de impedir que una resolución judicial pueda infligir un mal (condena, perjuicio o gravamen de otro tipo) a un sujeto jurídico que no haya tenido, dentro del proceso de que se trate, la oportunidad de decir y hacer en su defensa aquello que sea razonable y oportuno. Se trata, de darle la oportunidad de defenderse, de “ser oído”.

2.1.3.2. Principios del procedimiento

• Principio de oralidad y de escritura: Aún siendo alternativos en su significado, ambos están presentes, aún con diferencias, en diferentes trámites o momentos del procedimiento. Cada uno significa el predominio de la forma oral o escrita en una fase o procedimiento procesal.

• Principio de inmediación: es decir, la proximidad (cercanía física, podría decirse) del juzgador a las partes y al material del proceso. De forma paulatina se va imponiendo este principio en el proceso civil y en el penal. Puede apreciarse claramente en la fase de Juicio oral del proceso penal.

• Principio de concentración: Consiste en la concentración del mayor número posible de actuaciones en un acto o instante. En este principio destacan dos características relacionadas con el de oralidad:

a. que el procedimiento escrito difícilmente permite la concentración de actuaciones (por la lentitud que suponen los plazos que hay que otorgar a cada parte para poder contestar a la otra).

b. la conveniencia de la concentración de trámites no excesivamente complejos que permiten ser realizados en un período de tiempo corto o en un solo acto.

• Principio de publicidad y secreto: Principios contradictorios en principio, conviven, sin embargo, en el proceso. Así, por ejemplo, en el proceso penal se limita la posibilidad de asistencia de público a los actos de la fase de instrucción, y la misma vista oral posterior puede verse también afectada en algunos casos por el secreto. La Constitución dispone que las actuaciones judiciales serán públicas, con las excepciones que prevean las leyes de procedimiento (art. 120.2).

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• Principio de impulso: Si las partes no actúan, pierden oportunidades de ejercer derechos, exigir obligaciones o levantar cargas, pero el proceso no se paraliza por su inactividad. Este principio se relaciona con el derecho constitucional a un proceso sin dilaciones indebidas (art. 24.2).

• Principio de preclusión: La propia configuración del proceso exige que se desarrolle de modo gradual pero inexorable, de forma que el fin de una etapa significa el comienzo del la siguiente, los plazos trascurren sin retorno, y los trámites desaprovechados quedan ya perdidos para las partes.

2.1.3.3. Otros principios procesales

A continuación veremos otros principios que no pueden ser considerados como fundamentales o básicos, pero sí constituyen una importante manifestación de la actual concepción del proceso. Al respecto, debemos distinguir entre el proceso civil (en su amplia acepción, que incluiría también al proceso laboral y al contencioso administrativo), y el proceso penal (también considerado en sentido amplio).

• Principio dispositivo (en el proceso civil): Disponibilidad significa aquí que los trámites del procedimiento se realizarán si las partes lo piden y éstas tienen la capacidad de renunciar, si así lo desean, a buena parte de los derechos y trámites del procedimiento. Como casi todo el ordenamiento civil es disponible para los sujetos, también lo es su tramitación procesal. No obstante y como excepción, existen materias donde la libre disposición de los ciudadanos no es posible. Son aquellas materias con trascendencia social o con importancia pública, como por ejemplo, la incapacitación, la filiación o la nulidad matrimonial.

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• Principio de aportación de parte (en el proceso civil): Este principio, estrechamente ligado al anterior, se concibe como la potestad de las partes de aportar los hechos y las pruebas al proceso. Como excepción, se admite la posibilidad de que el juez pueda, con determinadas condiciones y requisitos, acordar de oficio la práctica de pruebas, siempre que no utilice sus conocimientos privados ni sustituya la inactividad probatoria de las partes.

• Principio de oficialidad (en el proceso penal): El proceso penal se inicia y se desarrolla de oficio. Estamos ante bienes y derechos públicos de “ius cogens”, (indisponibles para las partes). Es el principio opuesto del principio dispositivo del proceso civil. La iniciativa procesal corresponde normalmente a un órgano estatal (juez, tribunal o Ministerio fiscal) que actúa de oficio, así como durante su desarrollo y desenlace. En general, el perdón del ofendido no tiene efecto, ni tampoco su renuncia al ejercicio de acciones. Se parte de la idea de que la infracción penal ha afectado a la sociedad en su conjunto y ésta reacciona activando los mecanismos previstos legalmente. Pero es preciso hacer aquí algunas aclaraciones:

Los delitos privados (calumnia e injurias) solo pueden perseguirse a instancia del ofendido mediante querella, sin que quepa la iniciativa de oficio ni la intervención del Ministerio Fiscal.

Los delitos semipúblicos requieren necesariamente la previa denuncia del ofendido de tal modo que el Ministerio Fiscal no podrá constituirse en parte mientras no se presente la denuncia.

Los delitos públicos (el resto de los tipificados en el Código Penal) son perseguibles a instancia del perjudicado, a través de denuncia o querella, y de cualquier otra persona, ejercitando la acusación particular mediante denuncia, pero si éstos no intervienen el proceso se iniciara de

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oficio por el Ministerio Fiscal como acusador público. Denuncia y querella tienen en común que ambas sirven para poner en conocimiento de las autoridades la existencia o producción de unos hechos aparentemente delictivos, pero la querella, además de reunir unos requisitos formales que la diferencian de la denuncia, supone ejercitar la acción penal, esto es, el querellante ejercita la acusación particular y se constituye en parte acusadora, algo que no ocurre en la denuncia 2.

Una última aclaración; para que se celebre el juicio oral (etapa fundamental del proceso penal) se necesita que haya un acusador y un acusado. Si faltara alguno de ellos el juicio no tendrá lugar.

• Principio de investigación oficial (en el proceso penal): Vinculado al anterior, este principio hace referencia a que el tribunal debe buscar y aportar los hechos y pruebas, sin que esa actividad pueda quedar atribuida a las partes. Hay que distinguir, sin embargo, entre las dos fases principales del proceso penal:

a. Fase de instrucción, que es inquisitiva, el órgano judicial investiga de oficio (la llamada instrucción sumarial es la fase del procedimiento en que se investigan los hechos).

b. El juicio oral, de naturaleza acusatoria, la iniciativa corresponde a los acusadores, siendo éstos quienes solicitan si se abre o no juicio oral y quienes mantienen la acusación con los medios de prueba pertinentes.

Los principios de oficialidad y de investigación oficial del proceso penal derivan de la naturaleza parte inquisitiva parte acusatoria que posee éste, naturaleza mixta que se manifiesta en consecuencias importantes:

2 Los delitos semipúblicos son:

•Realizarreproducciónasistidaaunamujersinsuconsentimiento(Art.162.2C.P.)

•Agresionessexuales,acosooabusossexuales(Art.191.1C.P.)

•Descubrimientoyrevelacióndesecretos(Art.202C.P.)

•Calumniaeinjuriadirigidacontrafuncionariopúblico,Autoridadoagentedelamismasobrehechosconcernientesalejercicio de sus cargos (Art. 215 C.P.)

•Dejardecumplirlosdebereslegalesdeasistenciainherentesalapatriapotestad,tutela,guardaoacogimientofamiliar(Art.226C.P.)

•Dejardepagardurantedosmesesconsecutivosocuatronoconsecutivos,cualquiertipodeprestacióneconómicaafavor de su cónyuge o hijos, establecida en convenio judicial, en los supuestos de separación legal, divorcio, declaración de nulidad de matrimonio, proceso de filiación o proceso de alimentos a favor de sus hijos (Art. 227 C.P.).

•Dañosporimprudenciagraveencuantíasuperioradiezmillonesdepesetas(Art.267.2C.P.)

•Delitosrelativosalapropiedadintelectualeindustrial,almercadoyalosconsumidores.

•Delitossocietarios(Art.296C.P.)

•Faltadeamenazas,coacciones,injuriasovejacionesinjustasdecarácterleve(Art.620.2C.P.)

•Muertecausadaporimprudencialeveolesionesmenosgravescausadasporimprudenciagrave(Art.621.2C.P.)

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1. La acción penal es pública. Salvo excepciones concretas ya mencionadas, es el Estado quien debe perseguir los delitos. Por ello la acusación la sostiene el Ministerio Fiscal, en tanto órgano del Estado y defensor de la legalidad.

2. División del proceso penal en dos fases diferenciadas con división de funciones del órgano judicial: quien acusa no puede juzgar y quien investiga, no puede después enjuiciar en la fase oral:

a. La fase de investigación o instrucción es atribuida al Juez de instrucción (salvo en el proceso de menores, que se atribuye al Ministerio Fiscal).

b. La fase de juicio oral al juez o tribunal competente para el enjuiciamiento.

3. Relativa vinculación del Juez o Tribunal a las pretensiones planteadas por las partes.

a. El Juez no puede introducir hechos esenciales que no hayan sido objeto de acusación.

b. Aunque rige el principio “iura novit curia” (el juez debe conocer la ley), el juez no puede variar el título de condena si con esto modifica sustancialmente la pretensión.

c. La sentencia debe condenar o absolver al acusado, y nunca puede ir referida a una persona que no ha sido acusada.

d. El juez no está vinculado a la pena solicitada, sino a la señalada por la ley para al delito que se enjuicia (así por ejemplo, no se puede condenar a mayor pena de la solicitada, no porque se infrinja el principio acusatorio, sino porque contravendría el derecho de defensa, ya que el acusado se ha defendido de la pena solicitada, no de una pena mayor).

2.1.4. Tipos de procedimientos

a. Procedimientos judiciales civiles:

Nuestra Ley de Enjuiciamiento Civil establece dos criterios para determinar qué clase de procedimiento o juicio es el aplicable en cada caso concreto: según la materia de que se trate y según la cuantía de la reclamación, aunque hay que aclarar que los procedimientos resultantes también presentan particularidades en función de los asuntos que se tramitan en los mismos.

Los tipos de procedimientos más destacados son:

• Juicio ordinario

• Juicio verbal

• Juicio monitorio

• Juicio cambiario

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b. Procedimientos judiciales penales:

En materia penal, para determinar qué tipo de procedimiento es aplicable a cada caso concreto, debe atenderse a la gravedad de los hechos que se juzgan. Así; si los hechos constituyen una mera falta, deben juzgarse a través del juicio de faltas. Si constituyen un delito, debe distinguirse si éste puede o no ser sancionado con penas privativas de libertad inferiores o superiores a 9 años; en el primer caso, el procedimiento adecuado es el llamado procedimiento abreviado, el más frecuente de todos los que se tramitan en los juzgados españoles, y en el segundo caso, el llamado procedimiento ordinario.

Son también procedimientos penales:

a. Los que, por razón de la materia se tramitan ante el Tribunal del Jurado (delitos cometidos por los funcionarios públicos en el desempeño de sus cargos, provocación de incendios, cometidos contra las personas como el asesinato, el homicidio... etc.).

b. El llamado procedimiento de Habeas Corpus.

c. El procedimiento especial de reciente introducción denominado procedimiento para el enjuiciamiento rápido e inmediato de determinados delitos (proceso especial incoado en virtud de atestado policial y aplicable a los delitos flagrantes, o que estén incluidos en la lista cerrada del artículo 795.1.2ª LECri, o con instrucción presumiblemente sencilla).

d. Procedimientos judiciales laborales:

La Ley de Procedimiento Laboral regula un proceso ordinario, que sirve de base a peculiaridades procesales que se van a introducir en razón de la materia sometida a juicio, peculiaridades que van a generar diversos tipos de procedimientos. Así, se establecen procedimientos por despido disciplinario, para impugnación de sanciones, para reclamación al Estado de salarios de tramitación en juicio por despido, por extinción del contrato por causas objetivas u otras causas de extinción, por despido colectivo, por vacaciones, en materia de elecciones sindicales, por movilidad geográfica y modificaciones sustanciales de condiciones de trabajo, y por derechos de conciliación de la vida personal, familiar y laboral.

En el caso de que la entidad contra la que se dirija la reclamación sea un organismo público, deberá interponerse en lugar de papeleta de conciliación (preceptiva en cualquier otro caso), la reclamación administrativa previa.

Tanto la papeleta de conciliación como, en su caso, la reclamación administrativa se exigen como requisito previo para poder reclamar en vía judicial laboral.

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2.1.5. Organización de la Administración de Justicia española

En la organización judicial española, la jurisdicción ordinaria se divide en cuatro órdenes jurisdiccionales:

• Civil: examina los litigios cuyo conocimiento no venga expresamente atribuido a otro orden jurisdiccional. Por ello puede ser catalogado como el ordinario o común.

• Penal: corresponde al orden penal el conocimiento de las causas y juicios criminales. Como excepción, en el Derecho español la posible acción civil (demanda civil) derivada de un ilícito penal pueda ser ejercitada conjuntamente con la demanda penal. En ese caso, el tribunal penal decide la indemnización civil correspondiente para reparar los daños y perjuicios ocasionados por el delito o falta.

• Contencioso administrativo: se ocupa del control de la legalidad de la actuación de las administraciones públicas y las reclamaciones de responsabilidad patrimonial que se dirijan contra las mismas.

• Social: que conoce de las pretensiones que se ejerciten en la rama social del Derecho, tanto en conflictos individuales entre trabajador y empresario con ocasión del contrato de trabajo, como en materia de negociación colectiva, así como las reclamaciones en materia de Seguridad Social o contra el Estado cuando le atribuya responsabilidad la legislación laboral.

Además de los cuatro órdenes jurisdiccionales, en España existe una Jurisdicción Militar, en el ámbito estrictamente castrense y en los supuestos de estado de sitio (art. 117.5 del texto fundamental), jurisdicción especial que sólo supone una excepción al principio de unidad jurisdiccional del Estado, consagrado en la Constitución junto al resto de principios reguladores de la actividad jurisdiccional (arts. 117 a 127).

No hay en España un orden jurisdiccional extraordinario, pero dentro de los órdenes jurisdiccionales mencionados, se han creado Juzgados especializados por razón de la materia. Así por ejemplo, los juzgados de Violencia sobre la Mujer, los juzgados de vigilancia penitenciaria o los de menores. Estos juzgados son jurisdicción ordinaria pero cuentan con una especialización por razón de la materia.

El Libro I de la Ley Orgánica 6/1985 de 1 de julio del Poder Judicial regula la organización de los juzgados y tribunales españoles. La Ley 38/1988, de 28 de diciembre de Demarcación y de Planta Judicial completa a la anterior.

Los juzgados unipersonales (el Juez) que nos encontramos son:

• Juzgados de Paz.

• Juzgados de Primera Instancia e Instrucción, de lo Mercantil, de Violencia sobre la Mujer, de lo Penal, de lo Contencioso-Administrativo, de lo Social, de Menores y de Vigilancia Penitenciaria.

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• Juzgados Centrales de Instrucción, de lo Penal, de Menores, y de lo Contencioso-Administrativo.

Los óranos judiciales colegiados (servidos por Magistrados) son:El Tribunal Supremo se compone de su presidente, de los presidentes de sala y los magistrados que determine la ley para cada una de sus salas y secciones. Tiene cinco salas: de lo Civil, de lo Penal, de lo Contencioso-Administrativo, de lo Social y de lo Militar.

La Audiencia Nacional se compone de su presidente, los presidentes de sala y los magistrados que determine la ley para cada una de sus Salas y Secciones (de Apelación, de lo Penal, de lo Contencioso-Administrativo y de lo Social).

Los Tribunales Superiores de Justicia constan de cuatro salas (civil, penal, contencioso-administrativo y social). Se componen de un presidente, que lo será también de las salas civil y penal; de los presidentes de sala y de los magistrados que determine la ley para cada una de sus salas.

Las Audiencias Provinciales se componen de un presidente y dos o más magistrados. Conocerán de los órdenes civil y penal, pudiendo existir secciones con la misma composición.

Por lo que respecta a la división territorial de la Administración de Justicia, el Estado se organiza, a efectos judiciales, en municipios, partidos, provincias y Comunidades Autónomas:

• El municipio se corresponde con la demarcación administrativa del mismo nombre.

• El partido es la unidad territorial integrada por uno o más municipios limítrofes, pertenecientes a una misma provincia. La modificación de partidos se realizará, en su caso, en función del número de asuntos, de las características de la población, medios de comunicación y comarcas naturales. El partido podrá coincidir con la demarcación provincial.

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• La provincia se ajustará a los límites territoriales de la demarcación administrativa del mismo nombre.

• La Comunidad Autónoma será el ámbito territorial de los Tribunales Superiores de Justicia.

• El Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional, los Juzgados Centrales de Instrucción, los Juzgados Centrales de lo Penal, los Juzgados Centrales de lo Contencioso-administrativo, los Juzgados Centrales de Vigilancia Penitenciaria y el Juzgado Central de Menores tienen jurisdicción en toda España.

En el cuadro reproducido más abajo figuran ordenados jerárquicamente de mayor a menor rango, los juzgados y tribunales españoles. Debe señalarse respecto de los incluidos bajo el epígrafe de “Juzgados”, que todos ellos comparten el mismo rango diferenciándose entre sí por las competencias que les han sido atribuidas a cada uno de ellos y por el ámbito territorial en el que desarrollan las mismas.

En este cuadro no se incluye el Tribunal Constitucional que es el encargado de velar por el respeto a los derechos y libertades contenidos en la Constitución Española. Se situaría en el mismo nivel jerárquico que el Tribunal Supremo siendo su ámbito competencial completamente diferente.

Por su parte, el máximo órgano de gobierno de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) puede acordar, que en aquellas circunscripciones donde exista más de un Juzgado de la misma clase, uno o varios de ellos asuman con carácter exclusivo el conocimiento de determinadas clases de asuntos. Por ello, en las grandes ciudades se han creado Juzgados especializados en asuntos de familia, incapacitación y tutela, hipotecarios, etc.

TRIBUNAL SUPREMO

Sala Primera Civil – Sala Segunda Penal – Sala Tercera Contencioso Administrativo – Sala Cuarta de lo Social – Sala Quinta de lo Militar

AUDIENCIA NACIONAL

Sala Penal – Sala Social – Sala Contencioso Administrativo

TRIBUNAL SUPERIOR DE JUSTICIA

Sala Civil y Penal – Sala Contencioso Administrativa – Sala Social

AUDIENCIA PROVINCIAL

Sección Civil y Penal y Tribunal de Marca Comunitaria (Alicante)

JUZGADOS

Juzgado Central de Instrucción – Juzgado Central de lo Penal

Juzgado Central de lo Contencioso Administrativo – Juzgado Central de Menores

Primera Instancia – Instrucción – Menores – Vigilancia Penitenciaria – De lo contencioso administrativo – Juzgado de violencia sobre la mujer – Juzgado de Marca Comunitaria (Alicante)

Juzgados de Paz

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3. La prueba judicial. Regulación básica de la misma

3.1. Concepto

La legislación procesal española utiliza el término “prueba” en varios sentidos:

a. “Prueba”, en el sentido de “medio de prueba”, el elemento material que permite conocer los hechos relevantes y controvertidos en un proceso.

b. “Prueba” como “resultado probatorio”, entendido como el resultado que se obtiene de los medios de prueba, es decir, el conocimiento ya obtenido sobre el hecho controvertido, la verificación y comprensión intelectual de los hechos acontecidos.

c. “Prueba” como “procedimiento probatorio” que conecta y relaciona racionalmente los dos sentidos anteriores (los medios y la comprensión de su resultado).

Las acepciones más usuales son, sin embargo, la de medio de prueba o la de procedimiento probatorio.

En este último sentido, se entiende como prueba al conjunto de actos practicados en el proceso que tiene por objeto convencer al juez de la existencia o inexistencia de las afirmaciones realizadas por las partes.

3.2. Carácter de las normas reguladoras de la prueba

Los ordenamientos jurídicos continentales directamente influenciados por la codificación liberal francesa distinguieron entre las normas relativas a la admisibilidad y valoración de la prueba y las reguladoras del procedimiento para su práctica, incluyendo las primeras en las leyes sustantivas y las segundas en las leyes procesales. De ahí que para conocer la regulación de la prueba civil entendida en sentido amplio, debamos acudir al Código Civil o al Código Mercantil, o a las normas sustantivas generales laborales o administrativas, además de a la LEC, la LPL o la LJCA. Por su parte, el régimen jurídico de la prueba penal viene contemplado en el Código Penal y en la LECri.

La regulación procesal civil ordinaria de la prueba aparece contenida, fundamentalmente, en los arts. 281 a 386 de la LEC; arts. 78 y 90 a 96 de la LPL; y arts. 60 y 61 de la LJCA. La regulación procesal penal figura esencialmente en los arts. 688 a 731 bis de la LECri.

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3.3. Principios rectores de la prueba civil

Principio de aportación de parte

Como regla general, se impide a los órganos judiciales suplir la absoluta pasividad de las partes en relación con la apertura de la fase de prueba y a la proposición de los medios de prueba. El art. 282 de la LEC dice: “Las pruebas se practicarán a instancia de parte. Sin embargo, el Tribunal podrá acordar, de oficio, que se practiquen determinadas pruebas o que se aporten documentos, dictámenes u otros medios e instrumentos probatorios, cuando así lo establezca la ley”, debiendo acordar el recibimiento del proceso a prueba siempre que no exista “plena conformidad de las partes” en cuanto a los hechos, a menos “que la materia objeto del proceso esté fuera del poder de disposición de los litigantes”. Como límite a este principio, los órganos jurisdiccionales, ostentan, sin embargo, el control de la adecuación de los medios pedidos y de sus concretos extremos. Así, deben rechazar las pruebas dirigidas a acreditar hechos que no guarden relación con el objeto del proceso, que no contribuyan a esclarecer los hechos controvertidos o que impliquen una actividad prohibida por la ley.

Asimismo, el juez puede intervenir en el desarrollo de las pruebas, y concretamente:

a. Interrogar a los litigantes llamados a declarar y a los testigos, después de que formulen sus preguntas las partes, aunque exclusivamente con la finalidad de obtener aclaraciones y adiciones. No obstante el silencio legal, es lógico pensar que esta facultad también es predicable de los litigantes y testigos cuando se autoriza en la Ley la formulación de interrogatorios escritos.

b. Aun cuando no lo soliciten las partes, convocar de oficio a los peritos al acto del juicio o de la vista, -ha de entenderse también, pese al silencio legal- que con el fin de solicitarles aclaraciones o puntualizaciones, para comprender y valorar mejor el dictamen realizado. Idéntica facultad se reconoce en relación con los testigos que sean personas jurídicas y entidades públicas, si su presencia e interrogatorio oral puede contribuir a aclarar o completar su precedente declaración realizada por escrito cuando fuere oscura o incompleta.

c. Formular preguntas a los peritos convocados a los actos del juicio o vista y requerir de ellos explicaciones sobre lo que sea objeto del dictamen aportado, e incluso, acordar de oficio que amplíe el dictamen presentado pero sólo cuando se trate de peritos designados de oficio.

Principio de oralidad

Independientemente de la obligación judicial de dejar registro escrito del desarrollo del procedimiento en algunos casos, especialmente si no existen o no funcionan los medios técnicos de grabación visual y sonora establecidos al efecto (arts. 146 y 147), el principio de oralidad del procedimiento experimenta, por la exigencia constitucional del art. 120 de la Constitución, un notable fortalecimiento en la vigente LEC respecto de la anterior de 1881, desapareciendo los “pliegos” de posiciones

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para las partes, y los de preguntas y repreguntas para los testigos, imponiéndose el interrogatorio oral de aquéllas y éstos (arts. 302, 306; 368, y 372 LEC), así como la declaración “de palabra” de partes y testigos (arts. 305, y 370 LEC).

El órgano jurisdiccional ha de pronunciarse, también oralmente, sobre la procedencia o improcedencia de las preguntas y aclaraciones que se formulen a las partes, peritos y testigos, autorizándose que las partes o sus Letrados puedan efectuar del mismo modo las observaciones que estimen conducentes con idéntico propósito (arts. 306, 347, 368, 369 y 370).

Principio de inmediación

Vinculado al de oralidad, este principio aparece claramente en la práctica de las pruebas cuando el art. 137 de la LEC señala: “LosJuecesylosMagistradosmiembrosdelTribunalqueestéconociendode un asunto presenciarán las declaraciones de las partes y de testigos, los careos, las exposiciones, explicaciones y respuestas que hayan de ofrecer los peritos, así como la crítica oral de su dictamen y cualquier otro acto de prueba que, conforme a lo dispuesto en esta Ley, deba llevarse a cabo contradictoria y públicamente”. Igualmente, el 289 dice:”...Será inexcusable la presencia judicial en el interrogatorio de las partes y de testigos, en el reconocimiento de lugares, objetos o personas, en la reproducción de palabras, sonidos, imágenes y, en su caso, cifras y datos, así como en las explicaciones, impugnaciones, rectificaciones o ampliaciones de los dictámenes periciales”.

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Principio de concentración

La LEC vigente pretende que todas las pruebas se practiquen “en unidad de acto” (art. 290). Como excepción, se permite a los órganos jurisdiccionales señalar “con al menos cinco días de antelación el día y la hora en que hayan de practicarse los actos de prueba que no sea posible llevar a cabo en el juicio o vista”, indicando además que estas pruebas “se practicarán en todo caso antes del juicio o vista”. Lógicamente deberá citarse a las partes a dicho acto “anterior”, aunque no sean sujetos u objetos de las pruebas, para salvaguardar el principio de contradicción y audiencia, y “con antelación suficiente, que será de al menos cuarenta y ocho horas” a fin de que tengan en su desenvolvimiento la intervención legalmente reconocida (art. 291).

Principio de publicidad

La LEC establece que “Las actuaciones de prueba…se practicarán en audiencia Pública”, o “con publicidad y documentación similares si no se llevasen a efecto en la sede del Tribunal” (art. 289). No obstante, no faltan excepciones: Por un lado, la establecida en el propio art. 138, sobre la posibilidad de ordenar en resolución motivada, previa audiencia de las partes, que se celebren “a puerta cerrada cuando ello sea necesario para la protección del orden público o de la seguridad nacional en una sociedad democrática, o cuando los intereses de los menores o la protección de la vida privada de las partes y de otros derechos y libertades lo exijan o, en fin, en la medida en la que el Tribunal lo considere estrictamente necesario, cuando por la concurrencia de circunstancias especiales la publicidad pudiera perjudicar a los intereses de la justicia”. Por otro, los casos de interrogatorio domiciliario de partes y testigos, en atención a las circunstancias concurrentes, y sin la observancia de los requisitos dispuestos para la celebración a puerta cerrada (arts. 311 y 364).

3.4. Los medios de prueba del proceso civil (y subsidiariamente del proceso laboral y del contencioso-administrativo)

Es necesario decir, como nota previa, que la vigente LEC introduce como novedad un sistema abierto de prueba. El art. 299 recoge los medios de prueba tradicionales, entre ellos el dictamen de peritos, pero también se da cabida a las nuevas tecnologías, e incluso, en su última cláusula, admite cualquier otro medio del que pudiera obtenerse la certeza sobre hechos relevantes para el procedimiento.

3.4.1. Interrogatorio de las partes

En cuanto a los sujetos activos, son quienes figuren como parte en el proceso de que se trate, aunque no tengan la cualidad de demandado. Sujetos pasivos del interrogatorio han de ser, en principio, las demás partes, es decir, las que se encuentren en una situación procesal contrapuesta a la que ocupe el peticionario, pero también puede serlo:

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a. cualquier colitigante “siempre y cuando exista en el proceso oposición o conflicto de intereses” entre él y el solicitante.

b. el propio titular de la relación jurídica material controvertida en la litis, cuando quien actúe en juicio sea un tercero.

En cuanto al objeto del interrogatorio, basta con que las preguntas versen sobre hechos y circunstancias de los que tengan noticia y que guarden relación con el objeto del juicio. Si alguna pregunta se refiriese a hechos que el declarante no conozca personalmente de modo directo, se advierte que éste habrá de responder según sus conocimientos, dando razón del origen de éstos, pero éste podrá proponer que conteste también a la pregunta un tercero que tenga conocimiento personal de los hechos, por sus relaciones con el asunto, aceptando las consecuencias de tal declaración.

En cuanto a la forma, se mantiene la exigencia de que las preguntas se formulen en sentido afirmativo, con la debida claridad y precisión, y sin incluir valoraciones ni calificaciones. El incumplimiento de esta prescripción supone que se tengan por no realizadas. La nueva LEC sustituye los antiguos “pliegos de posiciones” por la formulación oral de las preguntas.

Como regla, el interrogatorio se produce siempre en la sede del órgano jurisdiccional (salvo en casos excepcionales de enfermedad, residencia fuera de la localidad, etc.), a cuyo efecto habrá de citarse a la parte bajo dos apercibimientos.

Cuando la parte que haya de responder al interrogatorio sea el Estado, una Comunidad Autónoma, una Entidad Local u otro organismo público se alteran los principios comunes de la prueba. Se les remitirá, sin esperar al juicio o a la vista, una lista con las preguntas que, presentadas por la parte proponente en el momento en que se admita la prueba, el Tribunal declare pertinentes, para que sean respondidas por escrito y entregada la respuesta al Tribunal antes de la fecha señalada para aquellos actos.

El interrogado responderá por sí mismo, sin valerse de ningún borrador de respuestas. No obstante, se le permite consultar en el acto documentos, notas o apuntes, siempre que, por el contenido del interrogatorio, el Tribunal lo considere conveniente para auxiliar a la memoria. Las respuestas habrán de ser afirmativas o negativas y, de no ser ello posible según el tenor de las preguntas, cuando menos habrán de ser precisas y concretas, sin perjuicio de permitir al interrogado que adicione, en todo caso, las explicaciones que estime convenientes y que guarden relación con las cuestiones planteadas. Después de respondidas las preguntas, las demás partes, el propio declarante, por sí –siempre con la venia del Tribunal– o mediante sus abogados, y hasta el propio órgano jurisdiccional, podrán formular al declarante nuevas preguntas que consideren oportunas para determinar los hechos.

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3.4.2. Documentos públicos y privados

Se considerarán públicos a efectos de prueba procesal los documentos emitidos por autoridades o funcionarios dotados de fe pública en sus documentos (notarios, registradores, corredores de comercio colegiados, etc.) y los funcionarios competentes de organismos o instituciones públicas que de acuerdo con sus normas puedan otorgar fe pública a su documentos, así como los documentos extranjeros que gocen de las mismas características según su legislación. Se consideran privados a todos los demás.

Todos los documentos, públicos o privados, han de presentarse, como regla general, junto con los actos alegatorios iniciales del proceso (aunque se admiten algunas excepciones). El actor, con la demanda, que siempre reviste forma escrita. El demandado, principal o reconvencional, con la contestación a la demanda si es escrita o en el acto del juicio del procedimiento verbal.

3.4.3. Dictamen de peritos

Es éste el objeto de este curso, por lo que nos remitimos en este epígrafe al estudio mucho más detallado que haremos más adelante.

3.4.4. Reconocimiento judicial

En la prueba de reconocimiento la acreditación o apreciación del hecho controvertido se obtiene mediante el examen directo por el órgano jurisdiccional de algún lugar, objeto y, también ahora expresamente, de alguna persona.

La particularidad del reconocimiento deriva de que lo apreciado por el Juez es la materialidad o exterioridad misma del bien, mueble o inmueble, objeto del examen, o ciertas características manifiestas de un sujeto.

Solicitado por las partes, el órgano jurisdiccional fija, en último término, no sólo el día y hora en que vaya a practicarse, sino también la extensión y alcance del reconocimiento.

Las partes, sus Procuradores y Abogados podrán concurrir al reconocimiento judicial y hacer al Tribunal, de palabra, las observaciones que estimen oportunas. Si, de oficio o a instancia de parte, el Tribunal considerase conveniente oír las observaciones o declaraciones de las personas técnicas o prácticas en la materia, les recibirá previamente juramento o promesa de decir verdad.

La práctica de la prueba de reconocimiento podrá simultanearse, de oficio o a instancia de parte, con la prueba pericial, siempre que el órgano jurisdiccional lo considere conveniente, y sólo a instancia de parte y a su costa, con la prueba de testigos o el interrogatorio de las partes cuando la vista del lugar o de las cosas o personas pueda contribuir a la claridad de la declaración.

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3.4.5. Declaración de de testigos

A través de ella se pretende verificar la certeza de las afirmaciones sobre hechos vertidas en el período alegatorio a través de la declaración de terceros que tengan noticia inmediata o mediata de los mismos.

En principio, la LEC 1/2000 autoriza a declarar como testigo a “todas las personas”, incluidos los menores de catorce años, si a juicio del Tribunal, poseen el discernimiento necesario para conocer y para declarar verazmente. A su vez, la incapacidad natural se limita ahora a las personas que se hallen permanentemente privadas de razón o del uso de sentidos respecto de hechos sobre los que únicamente quepa tener conocimiento por dichos sentidos.

No constituye motivo de inhabilidad la circunstancia de que el testigo por su estado o profesión, tenga el deber de guardar secreto respecto de hechos por los que se le interrogue. Antes bien, se le impone al testigo convocado que ofrezca justificación de su afirmación y se confía al órgano jurisdiccional la decisión, mediante providencia (resolución judicial en cuestiones accesorias o de menor importancia), de lo que proceda en Derecho, haciendo constar en el acta, en su caso, que el testigo queda liberado de responder.

El Tribunal preguntará inicialmente a cada testigo, en todo caso y como preguntas generales:

1. Por su nombre, apellidos, edad, estado, profesión y domicilio.

2. Si ha sido o es cónyuge, pariente por consanguinidad o afinidad, y en qué grado, de alguno de los litigantes, sus Abogados o Procuradores o se halla ligado a éstos por vínculos de adopción, tutela o análogos.

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3. Si es o ha sido dependiente o está o ha estado al servicio de la parte que lo haya propuesto o de su Procurador o Abogado o ha tenido o tiene con ellos alguna relación susceptible de provocar intereses comunes o contrapuestos.

4. Si tiene interés directo o indirecto en el asunto o en otro semejante.

5. Si es amigo íntimo o enemigo de alguno de los litigantes o de sus Procuradores o Abogados.

6. Si ha sido condenado alguna vez por falso testimonio.

La ley impone el deber de declarar a los testigos, abstracción de la valoración que del mismo efectúe el órgano judicial en la resolución final del proceso. Ello no obsta a la facultad que asiste a las partes para tachar al testigo en quienes concurra alguna circunstancia de la que puedan derivarse dudas acerca de su imparcialidad, que la LEC concreta en:

1. Ser o haber sido cónyuge o pariente por consanguinidad o afinidad dentro del cuarto grado civil de la parte que lo haya presentado o de su Abogado o Procurador o hallarse relacionado con ellos por vínculo de adopción, tutela o análogo.

2. Ser el testigo, en el momento de prestar declaración, dependiente del que lo hubiere propuesto o de su Procurador o Abogado o estar a su servicio o hallarse ligado con alguno de ellos por cualquier relación de sociedad o intereses.

3. Tener interés directo o indirecto en el asunto de que se trate.

4. Ser amigo íntimo o enemigo de una de las partes o de su Abogado o Procurador.

5. Haber sido el testigo condenado por falso testimonio.

Los testigos declararán separada y sucesivamente, por el orden en que vinieran consignados en las propuestas, salvo que el Tribunal encuentre motivo para alterarlo. Asimismo se velará porque los testigos no se comuniquen entre sí ni asistan a las declaraciones de otros, adoptando las medidas que sean necesarias. Los testigos responderán por sí mismo, de palabra, sin valerse de ningún borrador de respuestas, a menos que la pregunta se refiera a cuentas, libros o documentos, caso en el cual se permitirá que los consulte antes de responder, y habrá de expresar la razón de ciencia de lo que diga en cada una de las respuestas.

Una vez respondidas las preguntas generales, comenzará el interrogatorio examinando al testigo la parte que le hubiera propuesto, y de haberle propuesto más de una parte, el demandante. Las preguntas se formularán oralmente, -salvo los casos expresamente exceptuados-, en sentido afirmativo, con la debida claridad y precisión y sin incluir valoraciones ni calificaciones, que en otro contrario, se tendrán por no realizadas.

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3.4.6. Los medios de reproducción de imagen y sonido

En el lenguaje común acostumbramos a calificar como “documentos” a todas estas fuentes, denominación a la que adicionamos diversos adjetivos: sonoros, gráficos, visuales, informáticos, etc. En el lenguaje forense, en cambio, se reserva la noción de documento al conjunto de signos de lenguaje incorporados en papel.

En la regulación contenida en la Secc. 8ª del Capítulo V del Libro Segundo pueden distinguirse dos regímenes diferenciados: el relativo a los “instrumentos de filmación, grabación y semejantes”, y el referido a los “instrumentos que permitan archivar, conocer o reproducir datos”. No obstante, y a ciertos efectos, la LEC somete todas estas “fuentes de prueba” a un régimen sustancialmente análogo al previsto para las tradicionales.

En cuanto a la aportación de los “hechos filmados, grabados o captados de forma semejante” se rige por las mismas normas de los documentos aunque se les designe como “objetos” o como “medios o instrumentos”, con el decidido propósito de que las otras partes puedan tomar conocimiento de su contenido, ofreciéndose como potestativa para el litigante que los presenta la “transcripción escrita de las palabras contenidas en el soporte de que se trate”.

La parte que se pueda considerar perjudicada por el contenido de estos instrumentos puede cuestionar tanto la autenticidad de los datos que se reflejan como su exactitud. Con esta finalidad, se prevé que quien los presente pueda aportar los dictámenes y medios de prueba instrumentales que considere convenientes para su corroboración. Del mismo modo, las otras partes podrán aportar dictámenes y medios de prueba cuando cuestionen la autenticidad y exactitud de lo reproducido.

En cuanto a los datos archivados por otros medios, el art. 384 LEC regula, si no de forma exclusiva sí al menos predominante, los datos e informaciones fijados en soportes magnéticos e informáticos.

Para éstos no se contempla, ni siquiera como potestativa, que quien los aporte pueda presentar una transcripción. Sin embargo, y como ocurre para los soportes antes vistos, se permite a los restantes litigantes obtener copias a su costa.

En cuanto a la práctica de la prueba, se configura como facultad del órgano jurisdiccional decidir motivadamente si el examen de dichos instrumentos ha de realizarse por los medios que la parte proponente aporte o por otros distintos que el Tribunal disponga utilizar. En función de las circunstancias concurrentes puede acordarse la extracción de copias para su examen privado, la convocatoria de una comparecencia para su visionado, o incluir esta práctica en alguna de las ya convocadas con otro fin. Pero en ningún caso se impone imperativamente su práctica en los actos del juicio -del procedimiento ordinario-, o de la vista -del juicio verbal o de los recursos-.

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3.5. Breve reseña sobre la prueba en el proceso laboral

Los principios de inmediación, oralidad, concentración y celeridad que caracterizan la LEC no son ninguna novedad en el proceso laboral puesto que ya se recogían en la LPL (art. 74) con anterioridad a que los contemplara la vigente norma civil. Lo mismo sucede con las notas que definen y regulan la prueba pericial, por ejemplo, la admisión de los peritos de parte y las facultades del Juez y de los litigantes en el interrogatorio a los peritos en el acto del juicio que son ampliamente conocidas en el proceso social mucho antes de que lo regulara la vigente LEC.

Tanto la LPL en su Disposición Adicional 1ª, como la propia LEC, en su art. 4, establecen el carácter supletorio de la Ley procesal civil en lo no previsto en las normas procesales específicas laborales. Sin embargo se puede afirmar, como ya tendremos ocasión de comprobar., que la aplicación de la LEC en el ordenamiento procesal social es bastante limitada (especialmente en materia de prueba pericial).

Esto es lógico puesto que las leyes procesales laborales eran bastante más modernas e innovadoras que la anterior LEC de 1881. Ahora sólo falta que se adapte la LPL vigente a los nuevos parámetros civiles en materia de juicios como sería la grabación de las vistas, los recursos y la ejecución principalmente.

3.6. Características de la prueba penal

• Legalidad: Sumisión a las normas que regulan su procedencia y eficacia.

• Idoneidad: Sólo caben aquellas que se han obtenido con medios lícitos y sin vulneración de los derechos fundamentales y libertades públicas.

• Suficiencia: Se exige una mínima actividad probatoria con todas las garantías judiciales, para poder desvirtuar la presunción de inocencia.

3.7. Los principios rectores de la prueba penal

3.7.1. Principio de oficialidad

Recordemos que frente al principio dispositivo, propio del proceso civil, el principio de oficialidad significa que la actividad procesal, y entre ellas las actuaciones de investigación, no dependen de la iniciativa de las partes, sino que se realizan de oficio por el órgano público (juez, tribunal y Ministerio fiscal). Así:

• El Tribunal puede acordar la práctica de las pruebas que considere necesarias para comprobar los hechos que han sido objeto de los escritos de calificación.

• El tribunal de oficio examinará por sí mismo los libros, documentos, papeles y demás piezas de convicción.

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• El silencio o las manifestaciones evasivas frente a los hechos alegados por la otra parte contraria no produce los efectos de confesión, ni enerva la necesidad de prueba.

• La admisión o reconocimiento de hechos por el acusado no excluye la práctica de las diligencias necesarias a fin de adquirir convencimiento de la verdad de la confesión y la existencia del delito.

• La conformidad del acusado con la calificación provisional supone una admisión de hechos imputados en la misma y elimina la necesidad de los medios de prueba, ya que se puede dictar una sentencia sin juicio. Pero dicha admisión de hechos no implica la vinculación del Tribunal, pues nada excluye una sentencia absolutoria.

• Los hechos notorios (aquellos que forman parte de la cultura de una sociedad), por su propia naturaleza, no precisan prueba.

3.7.2. Los principios de oralidad e inmediación

Es en la fase del juicio oral en donde hay que practicar las pruebas. Así lo exige tanto el carácter público del proceso (art. 24.2 Constitución española), como el derecho de defensa (art. 24.2 CE). Lo anterior no quiere decir que necesariamente sea la versión dada en el juicio por el testigo la que vaya a fundamentar la sentencia. El art. 714 LECri permite confrontar en presencia del Tribunal las declaraciones de los testigos, mediante su lectura, a fin de aclarar la contradicción existente entre tales declaraciones y las efectuadas en el acto del juicio oral. Por tanto, es perfectamente posible que el Tribunal dé mayor credibilidad a las declaraciones prestadas ante el Juez instructor que a las prestadas en el juicio oral, en todo o en parte, siempre que se haya procedido efectivamente a aquella lectura y se haya garantizado el derecho de la defensa a someterla a contradicción.

En cuanto al principio de inmediación, éste exige que el Tribunal haya percibido por sí mismo la práctica de la prueba. Luego no es posible, en principio, sustituir el interrogatorio de testigos por la lectura de actas. Pero de forma muy restrictiva y excepcional, hay algunos supuestos que a pesar de no ser reproducidos en el juicio oral pueden llegar a tener validez para desvirtuar la presunción de inocencia. Esta posibilidad está contemplada en el art. 730 LECri., que permite que puedan “leerse a instancia de cualquiera de las partes las diligencias practicadas en el sumario, que, por causas independientes de la voluntad de aquéllas, no puedan ser reproducidas en el juicio oral”.

3.7.3. Principio de contradicción

El principio de contradicción, inherente al derecho de defensa, es otro principio esencial en la práctica de la prueba, al permitir a la defensa contradecir la prueba de cargo. La Sentencia del TC 176/1998 afirma que el principio de contradicción “constituye una exigencia ineludible vinculada al derecho a un proceso con todas las garantías, para cuya observancia adquiere singular relevancia el deber de los órganos judiciales de posibilitarlo”. También la STC 86/1999 ha hecho hincapié en la importancia de este principio, recordando su doctrina mantenida desde la STC 31/1981:

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“el procedimiento probatorio ha de tener lugar necesariamente en el debate contradictorio, que, en forma oral, se desarrolla ante el mismo Tribunal que ha de dictar sentencia, de suerte que la convicción de éste sobre los hechos enjuiciados se alcance en contacto directo con los medios aportados a tal fin por las partes...”. La contradicción debe garantizarse, según esta misma Sentencia, incluso en los supuestos de pruebas preconstituidas (existentes antes del proceso) y anticipadas (practicadas antes del juicio oral).

3.7.4. El principio de la presunción de inocencia y la carga de la prueba

Este principio está proclamado, como derecho fundamental, en el art. 24.2 CE.

La presunción de inocencia, que versa sobre los hechos, pues sólo los hechos pueden ser objeto de prueba, es una presunción “iuris tantum” (admite prueba en contra) que exige para ser desvirtuada la existencia de un mínimo de actividad probatoria de cargo producida con las debidas garantías procesales. Evidentemente, la prueba ha de servir para probar tanto la existencia del hecho punible como la participación en él del acusado. La carga de la prueba corresponde a la acusación pública y/o privada, de acuerdo a carácter acusatorio del proceso penal.

No siempre es fácil lograr una prueba directa del hecho. De ahí que en el proceso penal tenga una importancia extraordinaria la prueba indiciaria, pues prescindir de la misma generaría la impunidad de no pocos delitos.

Desde sus primeras sentencias el Tribunal Constitucional ha reconocido la validez de la prueba de indicios, como es el caso de las Sentencias 174 y 175 de 1985, básicas en esta materia, en las que se puso de manifiesto la compatibilidad de esta prueba con el derecho a la presunción de inocencia, la distinción entre pruebas indiciarias y simples sospechas, y los requisitos necesarios para que aquéllas puedan llegar a desvirtuar la presunción de inocencia.

En particular, estas Sentencias reiteran la legitimidad como prueba de cargo de los indicios, siempre que concurran los requisitos necesarios. Concretamente, señala que los criterios para distinguir entre pruebas indiciarias capaces de desvirtuar la presunción de inocencia y las simples sospechas son los siguientes:

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a. La prueba indiciaria ha de partir de hechos plenamente probados (indicios), pues se entiende que no es posible basar una presunción, como lo es la prueba indiciaria, en otra presunción.

b. Los hechos constitutivos de delito deben deducirse de esos indicios (hechos completamente probados), a través de un proceso mental razonado y acorde con las reglas del criterio humano, explicitado en la sentencia condenatoria.

Otra condición esencial de la prueba indiciaria es la de la necesidad de una pluralidad de indicios. La jurisprudencia del TC no ha exigido este requisito, salvo en algún caso aislado, como en la STC 110/1990. Lo que sí exige, como se ha dicho, es que la inferencia que se realice sea razonable, con independencia de que sean uno o varios los indicios concurrentes en el caso concreto. Es, sin embargo, la jurisprudencia del Tribunal Supremo la que viene requiriendo la pluralidad de indicios.

La prueba indiciaria de nuevo adquiere gran trascendencia en el caso de que la actividad probatoria deba recaer sobre hechos internos de la voluntad, como es el caso del dolo y demás elementos subjetivos necesarios para la imposición de la pena. El dolo requiere, al menos, un conocimiento por parte del acusado de lo que hizo, y en consecuencia, es necesaria para su averiguación una inferencia a partir de circunstancias externas, como en la prueba indiciaria. Así, el Tribunal Supremo, en su Sentencia de 23 de abril de 1992 (“caso del aceite de colza”), decía que “cuando no existe prueba directa de un concreto estado de la conciencia o de la voluntad, ha de acudirse a denominada prueba de indicios o presunciones, para a través de unos datos o circunstancias exteriores completamente acreditados inferir la realidad de este estado de espíritu del autor del hecho, necesario para la incriminación del comportamiento de que se trate”.

3.7.5. El principio “in dubio pro reo”

En el momento de valorar la prueba, hay un principio esencial de la prueba penal, que no cabe confundir con el derecho a la presunción de inocencia, aunque se deriva de esta presunción. Nos referimos al principio en base al cual en caso de duda hay que decidir a favor del acusado: “in dubio pro reo”. El significado de este principio, sin embargo, ha quedado reducido en España a una regla de interpretación del resultado de la prueba, y por tanto, no impugnable por sí sólo mediante recurso de casación ni de amparo.

3.8. Los medios de prueba del proceso penal

Ya sabemos que son todos los elementos que pueden servir para lograr el convencimiento del juzgador sobre la existencia o no de hechos alegados por las partes. La regulación de la LECri es, en relación con ellos, muy escasa; el Capítulo III del Título III del Libro III, que regula el modo de practicarse las pruebas durante el juicio oral. Se produce en consecuencia una remisión en bloque a lo que se dispone sobre los actos similares de la fase de la instrucción sumarial de proceso penal, aunque eso sí, introduciendo ahora algunas particularidades.

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3.8.1. Declaración del acusado

La declaración interrogatorio del acusado no está regulada en la ley de enjuiciamiento criminal, a pesar de esta laguna, es un medio de prueba generalmente aceptado, y además es el primero que se realiza en el acto del juicio. Se debe recordar el Derecho constitucional a no declarar contra sí mismo, a no confesarse culpable y a guardar silencio, por lo tanto lo primero que se preguntarle al acusado es si quiere declarar (o guarda silencio), e incluso en el supuesto de que no tenga inconveniente en declarar, puede decir que solo contestará a las preguntas de una parte (responderá sólo al Ministerio Fiscal y no a las acusaciones particulares), o incluso puede negarse a responder a determinadas preguntas.

En cualquier caso, el interrogatorio tiene que ser de forma directa, interviniendo en primer lugar los acusadores y después la defensa, y el tribunal puede hacer también cuantas preguntas estime oportunas.

Lo más importante de este medio de prueba se sitúa en el momento de la valoración, porque en el proceso penal no se pueden utilizar ciertos conceptos del proceso civil. En el proceso civil, la negativa a contestar o las respuestas evasivas a determinadas preguntas pueden ser consideradas por el juez como admisión de hechos. Eso no ocurre en el proceso penal, en el que el silencio o las respuestas evasivas no son interpretables, ya que no puede producirse un perjuicio que se derive del ejercicio de un derecho reconocido además constitucionalmente.

3.8.2. Prueba testifical

La regulación de la prueba testifical en el juicio oral es muy escasa y solamente se indican algunas especialidades:

1. El artículo 714 establece la posibilidad de que existan contradicciones entre lo declarado en el juicio oral y lo declarado en el sumario, en este caso se lee lo declarado en el sumario y se invita a que explique la diferencia o contradicción, es por tanto, una forma de introducir la declaración sumarial en el juicio oral.

2. Cuando el testigo no puede comparecer en el acto del juicio y el tribunal considere relevante su declaración, la ley prevé dos posibilidades. Si el testigo se encuentra en el mismo lugar donde se está desarrollando el juicio, la ley prevé en este caso que un miembro del tribunal (no todos), se persone con las partes en el lugar donde está el testigo para proceder a su interrogatorio. Si estuviera fuera del lugar donde se esté produciendo el juicio, en este caso la ley prevé que se pueda realizar el acto por exhorto, es decir por un acto de auxilio judicial.

Como apostilla crítica, en ambos casos la solución legal no es la más idónea ya que algunos principios del proceso pueden verse afectados.

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3.8.3. Careos

No se recoge ninguna especialidad en el careo, lo único destacable es que representa el único medio de prueba que nunca puede proponerse en el escrito de calificación provisional. La razón es bien sencilla; el fundamento del careo es confrontar declaraciones contradictorias para averiguar la verdad. Esa contradicción no puede darse hasta que no se produzca la declaración en el juicio oral. Producida la contradicción, en el propio acto del juicio se solicita al tribunal que se abra un careo.

3.8.4. Informe pericial

Está prevista la posibilidad de recusación de los peritos. Dicha recusación origina un incidente, que tiene que ser resuelto en el tiempo que media entre la admisión de las pruebas propuestas por las partes y la apertura de las sesiones. También se dispone que los peritos deberán ser examinados juntos cuando deban declarar sobre los mismos hechos, y contestarán a las preguntas y repreguntas que las partes les dirijan. Se prevé, por último, la posibilidad de que si para contestar a las preguntas de las partes, éstos considerasen necesario realizar cualquier tipo de reconocimiento, deben hacerlo en el mismo momento, si es posible, y si no lo es se suspenderá la sesión por el tiempo necesario o se realizará el reconocimiento mientras se practican otras pruebas.

3.8.5. Prueba documental

A diferencia de lo que ocurre en el proceso civil donde la prueba documental es de gran relevancia, en el proceso penal la prueba documental suele ser de escaso peso, excepto, claro está, en los delitos de carácter documental. Ello se explica porque en el proceso civil existe la llamada una prueba preconstituida (existente antes del proceso). En el proceso penal no es previsible la existencia de prueba preconstituida sobre el delito. La ley exige que el tribunal examine por sí mismo los libros y demás pruebas de convicción. Y respecto de la lectura de los folios sumariales, la ley establece, por un lado el supuesto al que ya se han hecho referencia, cuando existan contradicciones entre lo declarado en el juicio oral y lo declarado en la investigación sumarial y, por otro lado, el del artículo 730 que prevé la posibilidad de que, a instancia de cualquiera de las partes, se lean en el juicio oral las diligencias de investigación que no puedan ser reproducidas en dicho juicio oral.

3.8.6. Inspección ocular

Se reproducen para la inspección, con escasos cambios, las previsiones antes vistas y establecidas en relación con la declaración de testigos que no pueden comparecer, para el caso de inspecciones fuera de la localidad sede del tribunal. Si el lugar o cosa a inspeccionar se encuentra en la misma sede del tribunal, éste se constituirá en aquél con las partes. Si no estuviera en esta localidad, un miembro tribunal se constituiría en el lugar en que se encuentre para inspeccionarlo.

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3.8.7. Prueba por indicios o indiciaria

Para que los indicios puedan ser utilizados como medio de prueba, la jurisprudencia del TC exige, como ya se ha dicho, que la prueba indiciaria parta de hechos plenamente probados y que de ellos se infieran de forma razonable y con suficiente certeza los supuestos de la comisión del delito. La jurisprudencia del Tribunal Supremo viene exigiendo además que exista más de un indicio, pero eso sí, si la condena se basa sólo en esta prueba, el juez debe adquirir del resultado de la misma la certeza absoluta de la comisión de los hechos imputados, ya que si aún sigue teniendo dudas debe aplicar el principio “in dubio pro reo”, es decir, no estimar probados los hechos y, en su caso, absolver al procesado.

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