Unidad 2. La filosofía como racionalidad teórica · Esquema de la Unidad 1. Racionalidad teórica...

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1 Unidad 2. La filosofía como racionalidad teórica Objetivos Situar el valor de la razón y los sentidos en los procesos cognitivos humanos. Distinguir entre los distintos grados del conocimiento humano. Saber diferenciar los distintos usos que se hacen del término «verdad». Comprender la epistemología relacionándola con la ontología y la ciencia. Valorar críticamente las diferentes actitudinales ante la verdad desde una postura intercultural. Reflexionar sobre los límites del conocimiento filosófico y las investigaciones científicas. Antes de empezar Aunque la filosofía se ha preguntado siempre por conocer la verdad, creando grandes teorías sobre el mundo y el hombre, sin embargo, no es sino a partir de las revolución científica que se produce en los siglos XVII y XVIII, cuando la filosofía se interroga por la naturaleza del conocimiento. Durante muchos siglos un número importante de filósofos y el común de la gente, sostenían ingenuamente que el hombre puede conocer la realidad De Chirico: la conquista del filósofo tal cual es. Sin embargo, investigaciones y reflexiones posteriores ponen de manifiesto que nuestro conocimiento del mundo está determinado por factores fisiológicos, psicológicos, culturales, emotivos, etc. A partir de aquí la filosofía reflexiona sobre cómo se produce el conocimiento de la realidad, sobre las facultades de nuestra razón y los criterios que tenemos los hombres para poder afirmar que una proposición, una teoría, un hecho son verdad. Cuestiones iniciales ¿Crees que es verdad que todos los seres humanos, como dice Aristóteles, necesitamos conocer?, ¿por qué? ¿Percibimos la realidad tal cual es? ¿Cómo sabemos cuando algo es verdadero? ¿Existen verdades definitivas o todo es relativo y revisable?

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Unidad 2. La filosofía como racionalidad teórica

Objetivos

Situar el valor de la razón y los sentidos en los procesos cognitivos humanos.

Distinguir entre los distintos grados del conocimiento humano.

Saber diferenciar los distintos usos que se hacen del término «verdad».

Comprender la epistemología relacionándola con la ontología y la ciencia.

Valorar críticamente las diferentes actitudinales ante la verdad desde una

postura intercultural.

Reflexionar sobre los límites del conocimiento filosófico y las investigaciones

científicas.

Antes de empezar

Aunque la filosofía se ha

preguntado siempre por

conocer la verdad,

creando grandes teorías

sobre el mundo y el

hombre, sin embargo,

no es sino a partir de las

revolución científica que

se produce en los siglos

XVII y XVIII, cuando la

filosofía se interroga por

la naturaleza del

conocimiento. Durante

muchos siglos un número

importante de filósofos y

el común de la gente,

sostenían ingenuamente

que el hombre puede

conocer la realidad

De Chirico: la conquista del filósofo

tal cual es. Sin embargo,

investigaciones y

reflexiones posteriores

ponen de manifiesto que

nuestro conocimiento del

mundo está determinado

por factores fisiológicos,

psicológicos, culturales,

emotivos, etc. A partir de

aquí la filosofía reflexiona

sobre cómo se produce

el conocimiento de la

realidad, sobre las

facultades de nuestra

razón y los criterios que

tenemos los hombres

para poder afirmar que

una proposición, una

teoría, un hecho son

verdad.

Cuestiones iniciales

¿Crees que es verdad que todos los seres humanos, como dice Aristóteles,

necesitamos conocer?, ¿por qué?

¿Percibimos la realidad tal cual es?

¿Cómo sabemos cuando algo es verdadero?

¿Existen verdades definitivas o todo es relativo y revisable?

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Esquema de la Unidad

1. Racionalidad teórica y racionalidad práctica.

2. La filosofía como racionalidad teórica.

3. La Epistemología, ciencia del conocimiento

4. El proceso cognoscitivo.

4.1. Sensación y percepción

4.1.1.Las leyes de la percepción

4.1.2.Los factores de la percepción

4.2. Imaginación y memoria

4.3. Conceptualización

4.3.1.El mundo perceptivo y el mundo conceptual

4.3.2.Caracterización del concepto

4.4. Juicio y razonamiento

5. Grados del conocimiento

6. El problema de la verdad

6.1. El concepto de verdad

6.2. Clases de proposiciones

6.3. Criterios de verdad

6.4. Posturas ante la verdad del conocimiento

1. Racionalidad teórica y racionalidad práctica

El ser humano, a diferencia de los animales, no sólo busca explicaciones racionales sobre la

realidad, sino que por medio de la razón busca también cómo debe orientarse y conducirse

en su vida. La razón, por tanto, no es monolítica y uniforme, sino que en función de la

manera como la usemos podemos hablar de dos tipos de racionalidad humana:

Racionalidad teórica. Aquélla que se orienta hacia el conocimiento de la realidad y

que busca informaciones tanto concretas y particulares de la vida cotidiana, como

otras de carácter más complejo y abstracto, como son las ideas, teorías y leyes de

la naturaleza y de la sociedad. Esta racionalidad teórica busca un conocimiento de

la realidad que nos sirva para explicarla y comprenderla.

Racionalidad práctica. Trata de orientar la acción del hombre, de saber cómo

actuar. Abarca tanto conocimientos de cómo se construye o utiliza una herramienta

o máquina, hasta cuáles son los valores y normas que deben orientar nuestra vida

moral o política, tanto en el ámbito privado como social.

La filosofía como saber racional que es, utiliza esta distinción, de manera que podemos

hablar de “filosofía como racionalidad teórica”, y de “filosofía como racionalidad práctica”.

En la primera acepción, la filosofía reflexiona sobre problemas que se derivan de nuestro

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conocimiento de la realidad. La filosofía como racionalidad práctica reflexiona sobre cómo

debemos orientar nuestra conducta, sobre cómo debe de ser la acción humana.

2. La filosofía como racionalidad teórica

La palabra “teoría” procede del griego y significa algo así como observar, contemplar, echar

una mirada. En este sentido, la filosofía como racionalidad teórica significa observar, echar

una mirada al mundo y reflexiona sobre lo que se observa para obtener teorías explicativas

acerca del mundo y del hombre, de sus caracteres y límites.

Como vimos en la anterior Unidad la filosofía nace en Grecia en los siglos VII y VIII y su

primera preocupación intelectual es explicar racionalmente las causas últimas del Cosmos,

su origen y constitución. Surge de esta manera, en primer lugar, una de las ramas

fundamentales de la filosofía, la Metafísica.

La Metafísica estudia los aspectos de la realidad que son inaccesibles a la investigación

científica. Según Immanuel Kant, una afirmación es metafísica cuando afirma algo sustancial

o relevante sobre un asunto que por principio escapa a toda posibilidad de ser

experimentado sensiblemente por el ser humano. Algunos filósofos han sostenido que el ser

humano tiene una predisposición natural hacia la metafísica. Kant la calificó de "necesidad

inevitable". Arthur Schopenhauer incluso definió al ser humano como "animal metafísico"

La metafísica pregunta por los fundamentos últimos del mundo y de todo lo existente. Su

objetivo es lograr una comprensión teórica del mundo y de los principios últimos generales de

lo que hay, porque tiene como fin conocer la verdad más profunda de las cosas, por qué

son lo que son; y, aún más, por qué existen.

A partir de las revoluciones científicas y la aparición de la ciencia moderna, que se produce

en Europa en los siglos XVII y XVIII, surgieron algunas corrientes filosóficas, que se prolongan

hasta nuestros días, que niegan la posibilidad de que podamos alcanzar un conocimiento

verdadero de esas pretendidas realidades que están más allá de la realidad sensible (Dios,

alma,…), pues sólo es un conocimiento verdadero aquél que puede ser comprobado

experimentalmente.

Junto a la Metafísica surge otra rama de la filosofía que reflexiona sobre la posibilidad del

conocimiento humano e intenta extraer las condiciones que hacen que un determinado

conocimiento pueda ser considerado como verdadero. También indaga sobre las facultades

racionales del hombre, sobre sus posibilidades y posibles límites. Esta corriente, aunque surgió

con Platón y Aristóteles, es con la Filosofía Moderna cuando adquiere su especial

importancia. Pero estas tareas implican un problema previo que hay que resolver: el qué sea

la verdad. De toda esta problemática se ocupa la teoría del conocimiento, Gnoseología o

Epistemología. En esta Unidad nos vamos a detener en la Epistemología y en la próxima

Unidad estudiaremos la Metafísica.

3. La epistemología, ciencia del conocimiento.

El conocimiento humano del mundo ha sido siempre una preocupación de la filosofía. Sin

embargo, únicamente a partir de la época moderna se consideró que era un problema

central de la filosofía, y sólo con Immanuel Kant (1724-1804) se convirtió en objeto de estudio

de una nueva disciplina filosófica, denominada teoría del conocimiento o epistemología.

La consolidación de la revolución científica de los siglos XVII-XVIII se convirtió en una

exigencia para que la filosofía buscara con urgencia su renovación. El pensamiento filosófico

metafísico, que había estado dedicado a fundamentar la teología durante la Edad Media,

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se planteó en la Edad Moderna su función en el nuevo horizonte abierto por la nueva

ciencia. Era necesario restablecer la reflexión filosófica sobre la razón, saber cuáles son sus

poderes y sus límites, lo que representó el primer paso de un proceso denominado revolución

kantiana, que inició René Descartes (1596-1650) y se consolidó con Kant.

Galileo, uno de los genios que impulsaron la aparición de la ciencia moderna, demostró que

la mente humana podía conocer la naturaleza sin necesidad de recurrir a una explicación

sobrenatural. Mientras que el pensamiento medieval había intentado fundamentar la

realidad en Dios, la filosofía moderna se propuso establecer este fundamento en la

capacidad humana para llegar a su conocimiento. Determinar el papel de la razón en la

relación del ser humano con la naturaleza se convirtió en el tema central de la filosofía. La

nueva filosofía nace, pues, como epistemología y tiene como objetivo estudiar la naturaleza

del conocimiento humano y sus límites.

3.1. ¿Qué es el conocimiento?

La Epistemología se ocupa el origen y naturaleza del conocimiento, los tipos de

conocimientos, sus límites y los métodos para alcanzar tales conocimientos.

Podemos definir el conocimiento como aquella actividad que tiene como objetivo la

aprehensión de un estado de cosas de manera que pueda ser compartido por los demás

miembros de una comunidad.

Nuestro conocimiento tiene su origen en la experiencia, a partir de los datos que nos

suministran nuestros sentidos. En el conocimiento podemos distinguir dos elementos: el sujeto,

protagonista del acto de conocer, y el objeto, que es aquello conocido por el sujeto. Los

datos que nos suministran nuestros sentidos –olores, sonidos, colores, etc.- son caóticos y son

ordenados por nuestro cerebro.

Esta relación de la que hemos hablado entre el sujeto y el objeto es mucho más complicada

en el hombre que en el resto de los animales. Lo primero que es necesario tener en cuenta es

que rara vez conocemos la realidad natural, social y cultural tal y como es exactamente, sino

que nuestro conocimiento se encuentra condicionado por una serie de factores. Veamos

algunos de ellos. Como sabemos nuestros sentidos solo captan algunas sensaciones, siendo

incapaces de captar otras. Esta es la razón de porqué los perros, por ejemplo, captan

sonidos u olores que no son “sentidos” por el hombre.

Pero es que además, el sujeto humano no se limita a recoger pasivamente los datos de la

realidad por medio de los sentidos, sino que pretende comprender lo percibido, explicarlo y

predecir lo que de él se deriva. Además, la realidad que pretendemos conocer los hombres

no es estática y limitada, pues no está compuesta sólo por las cosas del universo, sino

también por las personas y las distintas sociedades y esto es algo que cambia, tanto en el

espacio como en el tiempo.

El conocimiento humano tiene otra complicación, dado que no nos limitamos a conocer el

mundo, sino que al mismo tiempo lo interpretamos, lo valoramos: no nos limitamos sólo a oír,

por ejemplo, un conjunto de sonidos que componen una canción, como haría cualquier

animal, sino que ésta nos gusta o nos disgusta, nos trae recuerdos o añoramos una situación

pasada, de acuerdo a nuestra interpretación cultural y subjetiva, condicionada por nuestra

cultura, experiencias, estado de ánimo, etc.

Llegamos entonces a un problema central para la filosofía: si nuestro conocimiento depende

no sólo de las capacidades de nuestros sentidos (podemos conocer el color rojo, pero no

podemos percibir los infrarrojos, por ejemplo), sino también de circunstancias subjetivas,

culturales, que condicionan nuestra interpretación, entonces, ¿cómo sabemos si algo es

verdadero?, ¿Cómo saber si la realidad que conocemos es la realidad misma o es pura

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apariencia? Es por ello, que la gnoseología también intenta responder a dos importantes

interrogantes, ¿qué es la verdad?, ¿qué relación existe entre nuestro conocimiento de la

realidad y la realidad misma?, ¿existen verdades universales fuera del campo de la

matemática y la lógica?

4. El proceso cognoscitivo

Conocer es una actividad mental mediante la cual el ser humano se apropia del mundo que

le rodea. Esta apropiación es una captación intelectual del entorno o del propio organismo.

El acto de conocer es un proceso complejo en el que intervienen, como ya hemos dicho,

aspectos biológicos, cerebrales, lingüísticos, culturales, sociales e históricos y no se puede

disociar de la vida humana ni de las relaciones sociales.

De ahí que conocer sea una necesidad fundamental para el ser humano ya que a partir del

conocimiento la persona puede orientarse, decidir y actuar (dimensión práctica o praxis).

Explicar la constitución de nuestro conocimiento en todos sus aspectos y con todos los

factores que intervienen modelándolo es algo sumamente complejo. Por lo tanto, nos

limitaremos a hacer una primera aproximación destacando los aspectos más relevantes:

4.1. Sensación y percepción

El conocimiento humano se inicia a partir de la sensación que es un proceso exclusivamente

fisiológico y, en sentido estricto, aún no es un conocimiento. La sensación puede definirse

como el fenómeno elemental de la vida psíquica que resulta de las impresiones producidas

en nuestros sentidos por los excitantes exteriores o por la actividad de los órganos internos.

La misión de los sentidos es informarnos del mundo exterior y de nuestro propio cuerpo.

El proceso sensorial se inicia cuando una determinada energía física provoca la estimulación

de un órgano sensorial provocando la estimulación de un nervio sensorial, generándose un

impulso eléctrico que llega al cerebro, donde se descodifica el mensaje sensorial

produciéndose la imagen del objeto. Así, en el caso de la vista, por ejemplo, las ondas

electromagnéticas del espectro de luz visible inciden en la córnea y a través de la pupila

atraviesan el cristalino hasta llegar a la retina, donde se excitan las células llamadas

bastoncillos y conos, produciéndose un impulso, un mensaje sensorial codificado, y a través

del nervio óptico llega al cerebro, donde se descodifica y se ve la imagen. De manera que

podemos decir que no es el ojo el que ve, sino que se ve a través del ojo.

La Psicología actual distingue entre:

Sentidos exteroceptores. Se encuentran en la periferia de nuestro cuerpo y

captan los estímulos externos. Son los cinco sentidos clásicos.

Sentidos interoceptores. Son internos y captan el estado de nuestro organismo,

como la sed, el hambre, el sueño,…

Sentidos propioceptores. Están situados en los músculos y permiten la

coordinación muscular y el equilibrio.

Sentidos nocioceptores. Están localizados en todo nuestro organismo y nos

informan de los estímulos perjudicares para el organismo, como el dolor.

Las especies sobreviven al captar la realidad según la complejidad de su sistema nervioso. El

conocimiento que cada especie tiene del mundo está determinado por su capacidad

perceptiva, de forma que el mundo a pesar de ser el mismo, se convierte en diferente para

cada especie.

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Por otra parte, la teoría de los umbrales sensoriales explica que una sensación sólo se

produce cuando el estímulo se manifiesta dentro de un margen de intensidad mínima y

máxima, por debajo o por encima de estos umbrales no captamos sensación alguna.

La sensación como tal no nos da el objeto, sino solamente cualidades del objeto; es la

percepción la que capta el objeto que ha impresionado los sentidos y lo capta como tal

objeto. Dicho de otro modo: la sensación “pura” no existe en el hombre: cuando decimos

ver una naranja, estamos expresando el resultado de una serie de experiencias anteriores, y,

en consecuencia, no solamente vemos lo que en realidad “vemos”: un color dentro de

determinados límites, sino que estamos “viendo” la disposición interior y “oliendo” su

perfume, y “gustando” su sabor y “tocando” la superficie rugosa de la corteza. En la

percepción hay algo más que una simple acumulación de sensaciones.

La percepción es un proceso sensocognoscitivo mediante el cual le damos sentido a las

sensaciones que acceden a nuestro organismo. La percepción no es una mera suma de

sensaciones, sino un todo complejo integrado por las sensaciones y otros elementos

subjetivos como las motivaciones, carácter, cultura, experiencia, etc. Mediante ellas nos

informamos sobre la realidad y tienen como finalidad alcanzar la mejor adaptación al

medio.

Al resultado lo denominamos percepto: el objeto de la percepción. Posee las siguientes

características:

Requiere de la presencia del estímulo.

Construido a partir de los datos de los sentidos. (Materia prima: la sensación)

Se presenta de forma singular (de uno en uno) y concreta (en todos sus detalles),

Se produce en un tiempo y espacio determinados.

Se conoce de forma directa, nítida y exacta. Lo puedo recorrer en todos sus

detalles.

Sus cualidades se me imponen, no las puedo modificar a gusto o voluntad.

4.1.1. Las leyes de la percepción

Nuestra percepción de la realidad está sometida a una serie de leyes que fueron

investigadas por los psicólogos de la Gestalt (forma). Estos psicólogos observaron que el

cerebro humano organiza las percepciones como totalidades de acuerdo con ciertas leyes

a las que denominaron "leyes de la percepción". Según esta escuela

percibimos totalidades y no solo la suma de cualidades sensoriales, es decir, en nuestra vida

cotidiana es primero la percepción de un objeto que los elementos sensoriales de que

consta. Por ejemplo, cuando reconocemos a un amigo, primero lo percibimos a él, luego nos

fijamos cómo va vestido.

Las leyes de la percepción son las siguientes:

Ley de la figura/fondo. Percibimos figuras que se destacan sobre un fondo, que

aparece menos brillante y difuminado.

Ley general de la buena forma. Los objetos de la percepción son organizados en

figuras lo más simples que sea posible, (simétricas, regulares y estables)

Ley del cierre. Tendemos a cerrar y completar las figuras.

Ley del contraste. La posición relativa de los diferentes elementos incide sobre la

atribución de cualidades (como ser el tamaño) de los mismos.

Ley de la proximidad. Los elementos tienen a agruparse con los que se

encuentran a menor distancia.

ley de la semejanza. Los elementos que son similares tienen a ser agrupados.

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Movimiento común o destino común: Los elementos que se desplazan en la

misma dirección tienden a ser vistos como un grupo o conjunto

Las leyes que gobiernan nuestra percepción del mundo no actúan de modo independiente,

aunque se las enuncie por separado, sino que en muchas ocasiones actúan

simultáneamente y se influencian mutuamente creando resultados, en ocasiones difíciles de

prever.

4.1.2. Los factores de la percepción

En el proceso de la percepción intervienen, junto con los datos provenientes de los sentidos,

diversos elementos interpretativos. Percibimos objetos, no sumas de sensaciones. Y los objetos

son siempre algo que tiene una cierta significación en nuestra vida: árboles, hombres, sillas,

mesas o automóviles. Los objetos sin significado para nosotros se perciben peor, o incluso

pasan inadvertidos, a pesar de que envíen sus estímulos a nuestro sistema receptor. Si vamos

paseando por la calle es posible que nos pase inadvertido el tipo de baldosas de la acera,

las señales de tráfico, algunos de los establecimientos, aunque sean captados por nuestros

ojos, pero si lo que vemos es un billete de 100 euros, seguro que no nos pasa desapercibido.

La interpretación de los datos sensoriales depende de factores objetivos y subjetivos. Un

individuo puede interpretar una misma realidad de una forma u otra, según su estado de

ánimo, su bagaje cultural, o la presión que el grupo social ejerce sobre él. En este sentido,

debemos cuidarnos de valorar en exceso el testimonio de la percepción. Podemos distinguir

los siguientes factores que afectan a nuestra percepción de la realidad:

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Factores objetivos:

Los datos proporcionados por los sentidos, que constituyen -por así decir- el

material que tiene que ser interpretado.

La interpretación de esos datos procedentes de los sentidos está sometida, como

ya hemos dicho, a las llamadas "leyes de la forma", unas disposiciones básicas de

nuestra mente, a las que llamamos "elementos configuradores”.

Junto a los factores objetivos intervienen también elementos más variables, o subjetivos, no

ligados ya con la naturaleza de la especie humana, sino con la cultura y la experiencia de

determinados grupos humanos o individuos. De ellos podemos destacar:

La cultura y sociedad en la que hemos nacido y la educación y aprendizaje que

hayamos adquirido a lo largo de nuestra experiencia. Sabido es de todos que los

esquimales distinguen más de diez matices del color blanco y cada uno de ellos

tiene su propio nombre.

las que derivan de intereses (o motivos) del sujeto que percibe. En los seres

humanos, las expectativas debidas a intereses previos actúan constantemente.

Tendemos así a fijarnos -a atender- en aquello que nos interesa. Por ejemplo,

cuando paseamos por una calle es más fácil que un amante del deporte perciba

con más facilidad una tienda de deportes que otro a quien no le gusta.

la situación emotiva. Nos llevará a percepciones distintas provocadas por el

mismo objeto según el papel que ha tenido en nuestra existencia. No percibe

igual la camiseta blanca un madridista que uno del Barça, como no perciben

igual una imagen religiosa el ateo militante y el cristiano. Otro ejemplo: ante un

vaso mediado de vino, el optimista percibirá que está “medio lleno” y el pesimista

lo percibirá como “medio vacío”.

Nuestra comprensión de la realidad está afectada también por las denominadas ilusiones

perceptivas, cuyo origen se encuentra en una defectuosa interpretación de los datos

sensoriales. Ejemplos clásicos de estas ilusiones perceptivas son la ilusión de Poggendorf, la de

Müller-Lyer o la de Zöllner. En ellas, nuestra percepción de los datos sensoriales es incorrecta,

y, por ello, la aprehensión de la realidad resulta errónea.

Si pinchas en las direcciones de abajo podrás observar multitud de iluiones ópticas.

http://www.ilusionario.es/RESTO/vista.htm

http://www.psicoactiva.com/ilusion.htm

Además de las ilusiones perceptivas, podemos ser víctimas de alucinaciones, que son

percepciones de objetos que, en realidad, no existen. La enfermedad mental o las lesiones

cerebrales, la fiebre muy alta o el consumo de drogas provocan la creación de imágenes

alucinantes y son la causa de percepciones anormales.

4.2. Imaginación y memoria

Lo percibido lo podemos evocar más tarde a través de dos procesos psicológicos:

Memoria: conserva y reproduce la información en ausencia del estímulo que la

provocó.

Imaginación: reelaboración de forma la información almacenada.

Los dos procesos poseen las siguientes características:

No requiere la presencia del estímulo.

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Reproducido o reconstruido a partir de percepciones anteriores. (Materia prima:

la percepción)

No está necesariamente unido a un tiempo o espacio determinados,

Aparece como "ausente", más difuso, menos definido, más manipulable,

Puedo modificar sus cualidades a gusto o voluntad.

4.3. Conceptualización

4.3.1. El mundo perceptivo y el mundo conceptual

Imagina un paisaje montañoso en un día caluroso de verano, un valle atravesado por un río

caudaloso de aguas bravas. De repente, un ciervo se acerca a la orilla del río, se detiene y

bebe. No muy lejos, desde la cima de una montaña, un grupo de ingenieros contempla el

valle y comenta, plano en mano, el proyecto que transformará el valle dentro de unos años:

la construcción de una inmensa presa, que producirá electricidad para los pueblos de la

región.

¿Hay alguna diferencia entre el modo en que el ciervo percibe la realidad y el modo en que

los ingenieros perciben esa misma realidad? ¿Viven el ciervo y los ingenieros en el mismo

mundo? Si no es así, ¿cómo es esto posible?

El animal percibe el agua como aquello que sacia su sed. Su mundo, digamos, es

meramente perceptivo, y su conocimiento de ese mundo le permite adaptarse al mismo.

También el ser humano percibe el agua como aquello que sacia su sed; pero, además, ve

en el río una posible fuente de energía. El mundo del ser humano, como el de las demás

especies, es perceptivo, pero, a diferencia del de las otras especies, es también conceptual.

Y esta nueva pauta de interpretación conceptual de la realidad permite al ser humano

transformar el mundo objetivo.

El ser humano transforma el conocimiento perceptivo en conocimiento conceptual, de

forma que su comprensión del mundo se convierte en algo mucho más amplio que el mundo

que capta a través de sus sentidos. Al ser iluminado por la inteligencia humana, un objeto

cualquiera, por ejemplo, el agua, sin dejar de ser parte de la realidad material, adquiere una

carga simbólica. El animal conoce el agua, pero no conoce su valor, no sabe que es agua.

Para poder percibir ese objeto como agua, ha de entender primero qué significa ser agua,

tiene que haber apreciado las cualidades que la diferencian de cualquier otro objeto de la

realidad; es decir, tiene que haber construido el concepto de agua. Al convertirse en

símbolo, el agua toma el valor de expresión lingüística, fórmula química, representación

religiosa o estética, y el ser humano puede modificar el uso que hace de ella.

Probablemente, la razón última de esta característica del ser humano sea que su mundo

perceptivo es insuficiente para lograr su adaptación al medio, a causa del déficit sensorial y

de las limitaciones perceptivas, que más adelante comentaremos. Esta falta de adecuación

al mundo, que no se da en las demás especies, posibilita la creación de un mundo simbólico

y la representación de objetos que no son captados por los órganos sensoriales.

El ser humano transforma la realidad objetiva en realidad simbólica a través de eso que

llamamos pensamiento, y que consiste, básicamente, en realizar una serie de operaciones

mentales: aprehender, juzgar y razonar.

4.3.2 Caracterización del concepto

Aprender consiste en captar el concepto de las cosas; esto es, elaborar la imagen intelectual

de aquello que queremos conocer. No debemos confundir la imagen conceptual con la

imagen sensorial. La realidad del agua, por ejemplo, puede aparecer en nuestros sentidos

un día en que hemos decidido ir a esquiar a Granada. Los órganos sensoriales captan

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diferentes estímulos -lluvia, niebla, río, hielo, nieve-, que se convierten en imágenes

perceptivas distintas. Pero, al mismo tiempo, se produce una percepción exclusiva de la

inteligencia humana: a pesar de presentar diferentes formas y de generar distintas imágenes

perceptivas, esa inteligencia crea una imagen conceptual -el concepto de agua-, que se

refiere a una propiedad compartida por todas las formas que adopta el agua. Dicho

concepto no se refiere a individuos o cosas concretas, sino a clases de individuos o

fenómenos.

Todo concepto tiene dos características: la comprensión y la extensión. La primera se refiere

al conjunto de notas que caracterizan al objeto de conocimiento; la segunda, al conjunto

de individuos a los que se puede aplicar el concepto. Cuanto mayor sea la comprensión,

menor será su extensión.

Podemos definir el concepto como la representación mental de una cosa y se forma a

través de un proceso de abstracción de la información que nos suministran nuestros sentidos.

Los conceptos poseen las siguientes características:

No requieren la presencia del estímulo ni la de la imagen.

Están construidos a partir de percepciones y representaciones previas. (Materia

prima: perceptos e imágenes).

Se presentan de forma universal (No un objeto solo sino todos los de la clase que

define el concepto). Cuando pensamos el concepto de “hombre” lo hacemos

refiriéndonos a “todos los hombres”.

Se presentan de forma abstracta (No las características de cada objeto sino sólo

las que son comunes a todos los de la clase definida).

Se presentan como un símbolo (Prescinde de los componentes sensoriales e

imaginativos).

El concepto se forma en nuestra mente a través de tres pasos:

Abstracción. Etimológicamente significa separar (del latín). La conceptualización

consiste, pues, en separar lo que es universal, necesario y esencial de lo que es

solamente individual, casual y contingente. Mediante la abstracción, el

pensamiento separa (abstrae) una o más características esenciales del objeto

representado, prescindiendo del resto de las características particulares que éste

posea. Los hombres, observando conjuntos de objetos o acontecimientos

separamos las características que observamos comunes a todos ellos. Dejamos así

de lado aquellos rasgos que son singulares de estos objetos para construir el

concepto.

Simbolización. Con ese conjunto de rasgos comunes formamos el concepto y

para representarlo inventaremos un símbolo que será convencional.

Generalización. A partir de ese momento el conjunto de todas las cosas que

posean esas propiedades quedará representado por ese concepto.

Todo concepto tiene dos características: la comprensión y la extensión. La primera se refiere

al conjunto de notas que caracterizan al objeto de conocimiento; la segunda, al conjunto

de individuos a los que se puede aplicar el concepto. Cuanto mayor sea la comprensión,

menor será su extensión.

4.4. Juicio y razonamiento.

Pero nuestra inteligencia no se detiene en la elaboración de conceptos, sino que lleva a

cabo otras dos operaciones: el juicio y el razonamiento. Efectivamente, el hombre en su

acción cognoscitiva va relacionando unos conceptos con otros, elaborando juicios sobre el

mundo sin necesidad de estar en contacto directo con él. El juicio consiste, por tanto, en unir

unos conceptos con otros para afirmar o negar alguna cosa. Al expresarse por medio del

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lenguaje, el juicio se denomina proposición. Una proposición del tipo de “la nieve es blanca”

afirma algo, y, por tanto, podemos decir de ella que es verdadera o falsa. En cambio, un

enunciado del tipo de “¿qué hora es?” no es propiamente una proposición, puesto que, al

no afirmar o negar algo, no podemos decir de él si es verdadero o falso.

El razonamiento es el producto de la tercera operación pensamiento y consiste en relacionar

unas proposiciones con otras conocidas para obtener otras nuevas. Se denomina también

inferencia y puede presentar la forma de deducción, cuando la conclusión deriva

necesariamente de las premisas, o de inducción, cuando la conclusión es sólo probable.

No todas las relaciones entre proposiciones son fuente de conocimiento; ello depende del

tipo de conexión que adopten las distintas proposiciones. Es necesario, pues, establecer las

condiciones necesarias para que una relación entre proposiciones sea un razonamiento, de

lo que nos ocuparemos más abajo.

5. Grados de conocimiento

Supón que en clase de Filosofía pregunto quién fue el autor de esta célebre frase: “Pienso,

luego existo”. La mayoría de la clase reconoce abiertamente que no sabe quién es el autor.

Pasado un momento, uno de tus compañeros interviene para decir que, aunque no está

seguro, cree que fue Sócrates. Finalmente, otro compañero corrige al anterior y afirma que

no fue Sócrates, sino Descartes quien la escribió.

Fíjate en que cada una de estas tres posibles respuestas representa una actitud diferente con

respecto del conocimiento del dato por el que pregunto: la autoría de esa afirmación. La

actitud de la mayoría de la clase es de ignorancia; la del compañero que creía que la frase

era de Sócrates es de duda; y, por último, la actitud del último en intervenir es de

convencimiento.

Los pensamientos de los que estamos totalmente convencidos se denominan creencias.

Ahora bien, el hecho de que el conocimiento sea una creencia no significa que todas las

creencias puedan constituirse como conocimiento, ya que hay creencias equivocadas. El

conocimiento exige, pues, que la creencia sea verdadera.

El hombre a lo largo de su vida va almacenando en su cerebro múltiples conocimientos

teóricos e información muy diversa, sin embargo, no todos ellos tienen el mismo grado de

verosimilitud. Según tengamos un sentimiento de mayor o menor seguridad acerca de

nuestras afirmaciones, tendremos un tipo o grado de conocimiento distinto Existen tres

grados de conocimiento que dependen de las relaciones que guarden el sujeto y el objeto:

La creencia. Es un conocimiento en el que el sujeto está seguro de la verdad de algo,

pero no tiene razones ni justificaciones que convenzan a los otros de la verdad de la

creencia. Pero, ¿cómo podemos estar seguros de la verdad de las creencias? Sólo se

podría calificarse como verdadero conocimiento a aquellas creencias cuya verdad

puede ser demostrada, aunque sea indirectamente. Conocer o saber algo significa

que no se está equivocado y que no se ha llegado a la verdad por azar, sino que se

posee una justificación. Sin embargo, la historia recoge intentos de la humanidad por

justificar creencias que han resultado ser falsas, como, por ejemplo, la creencia de

que el Sol da vueltas alrededor de la Tierra. La pregunta que resulta obligado formular

es, por tanto, la de cómo saber si una justificación es la más correcta, pues solo existe

sólo una seguridad subjetiva y ésta no se apoya en nada que pueda demostrarse.

Ejemplo: “No tengo pruebas pero estoy seguro de que fue Pablo”.

La opinión. Conocimiento en la que el sujeto considera algo como verdadero, pero

no tiene seguridad en ello y no lo puede demostrar ante los otros. Más que un

conocimiento sobre la realidad es una valoración de ella, y muchas veces supone la

defensa, a veces de forma inconsciente, de nuestros intereses y gustos.

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Objetivamente, el sujeto no tiene ninguna justificación suficientemente convincente

que pueda persuadir a los demás de su verdad.

Desde un punto de vista subjetivo, no existe un convencimiento suficientemente

fuerte como para estar seguro de ello, por ello hablamos de “yo opino que…”, en

lugar de “estoy seguro de…” Por ello también cuando no es aceptada decimos a

veces “bueno, era sólo una opinión”.

El saber. Es una opinión suficientemente fundamentada, tanto desde el punto de vista

subjetivo, como desde el objetivo. Es una creencia de la que estamos seguros y

además podemos demostrar. Es el único conocimiento que podemos llamar

propiamente verdadero. Este conocimiento implica que puede ser demostrado

experimentalmente y es el único que puede ser asumido por todos.

Pese al sentimiento de seguridad que provoca puede coexistir con el error. Es el caso

de cuando hemos tenido la seguridad de una cosa y después hemos tenido que

reconocer que nos habíamos equivocado.

Para terminar este capítulo nos referiremos al conocimiento ordinario del hombre, que está

compuesto de ideas correspondientes en distinta proporción a los tres grados cognoscitivos.

Es indudable que una parte del saber procede de antiguas opiniones y creencias. Este

conocimiento cotidiano es el que acompaña a nuestras actividades diarias y está

compuesto de ideas que hemos aprendido en nuestro entorno, de experiencias personales o

colectivas, de testimonios más o menos fiables, de la observación del entorno, de la tradición

cultural, de generalizaciones, de datos aportados por las ciencias.

Su grado de racionalidad indudablemente es muy variable y tiene un carácter acrítico y

asistemático.

6. El problema de la verdad

6.1. El concepto de verdad

Es indudable que la pretensión del conocimiento es obtener conocimientos verdaderos, pero

filosóficamente resulta problemático estar seguro de que algo es verdadero y saber cuál

debe de ser el criterio universal que debemos utilizar para decir que algo es verdadero y qué

es la verdad. Vamos a intentar aclararnos y saber cuáles son las posturas más importantes

sobre este tema.

Para empezar, hay que distinguir entre verdad y certeza, ya que es posible que estemos

totalmente convencidos de la verdad de una creencia y que, a pesar de ello, ésta sea falsa.

La certeza es un estado subjetivo, y, por sí misma, no es garantía de conocimiento

verdadero; la verdad, en cambio, es un estado objetivo.

Pero, ¿qué significa el término verdad? Fíjate en estos cuatro ejemplos:

1. “Tengo en mi salón un Picasso de verdad”

2. “Es verdad que la mesa es redonda”

3. “Es verdad que el todo es mayor que la parte”

4. “Es verdad que Sócrates es mortal, si todos los seres vivos son mortales y Sócrates

es un ser vivo”

Si te fijas bien, verás que en cada uno de ellos el término verdad posee un significado

distinto. En el primer ejemplo, la verdad es entendida como una cualidad, la de ser

auténtico, que se aplica a un objeto, en este caso a un cuadro. Se trata de la verdad

entendida como autenticidad.

En el segundo ejemplo, la verdad no es una propiedad de un objeto, sino del enunciado

mismo. Se refiere a la relación que hay entre el enunciado y la realidad. Aquí la verdad es

entendida como correspondencia.

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En el tercer ejemplo, la verdad es una propiedad también de una afirmación, pero que, a

diferencia de la afirmación del segundo ejemplo, es siempre verdadera, porque indica la

relación de los conceptos de todo y parte. Esta clase de verdad, que es lógicamente

necesaria, se denomina verdad como identidad.

Por último, en el cuarto ejemplo, la verdad se refiere a la correcta construcción de un

razonamiento o argumento. En este caso, cuando utilizamos el término verdad, lo que

queremos decir es que si las premisas son verdaderas, entonces la conclusión ha de ser

necesariamente verdadera; es decir, la verdad de la conclusión se deduce necesariamente

de la verdad de las premisas. Ésta es la verdad entendida como consistencia.

6.2. Clases de proposiciones

De los cuatro sentidos del término verdad señalados, a la epistemología le interesa, sobre

todo, la verdad entendida como correspondencia y la verdad entendida como identidad.

En ambos sentidos, la verdad se aplica a proposiciones. Como dijimos más arriba una

proposición es todo enunciado que puede ser verdadero o falso. Por tanto, no todo

enunciado es una proposición. Si yo afirmo: “La nieve es blanca”, dicha afirmación puede

ser verdadera o falsa (de hecho, es verdadera); en cambio, un enunciado del tipo: “¿Qué

hora es?”, no es ni verdadero ni falso, puesto que no aporta ninguna información que pueda

ser verdadera o falsa.

No debemos confundir una proposición con su expresión concreta en una lengua

determinada. Por proposición entendemos, propiamente, el significado que adquiere un

determinado enunciado en una lengua. Distintas afirmaciones, expresadas en distintos

idiomas, poseen un mismo significado, que puede ser verdadero o falso. Pues bien, esto

último es, en sentido estricto, la proposición.

Hay dos clases de proposiciones: las proposiciones analíticas y las proposiciones sintéticas:

proposiciones analíticas son aquellas cuyo predicado está de alguna manera ya

contenido en el sujeto. Son universales y necesarias, pero no amplían nuestro

conocimiento del mundo. Su verdad o falsedad no se puede poner en duda. Existen

tres tipos:

proposiciones basadas en verdades lógicas, como “Llueve o no llueve”.

proposiciones verdaderas en virtud de su significado, como “Un triángulo

tiene tres lados”.

proposiciones aritméticas, como “Tres más dos son cinco”.

proposiciones sintéticas son aquellas cuyo predicado no está contenido en el sujeto.

No son ni universales ni necesarias, pero sí expresan alguna información sobre el

mundo. En ellas el predicado aporta información nueva sobre el sujeto; por ejemplo,

en la proposición: “La tierra gira alrededor del sol”, no hay nada en el concepto

tierra que indique que debe dar vueltas alrededor del sol.

Esta distinción entre proposiciones analíticas y proposiciones sintéticas es equivalente a la

que estableció Leibniz, filósofo alemán de los siglos XVII-XVIII, entre verdades de razón

(correspondientes a las proposiciones analíticas) y verdades de hecho (correspondientes a

las proposiciones sintéticas).

Observa que el fundamento de la verdad de estos dos tipos de proposiciones se establece

de manera diferente: en las proposiciones analíticas, por causas internas a la misma

proposición y con independencia de lo que ocurre en la realidad; y en las proposiciones

sintéticas, por causas externas a la proposición, es decir, viendo si lo que afirma la

proposición se corresponde o no con lo que ocurre de hecho en el mundo.

En una proposición analítica, del tipo de “El todo es mayor que la parte”, su verdad no se ha

de comprobar en el mundo, porque es independiente de los objetos de la realidad. Pensar

en su negación equivale a incurrir en una contradicción. La verdad de estas afirmaciones se

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nos presenta como algo evidente, es decir, algo de lo que no podemos dudar. En cambio,

en una proposición sintética, del tipo de “La tierra es un planeta que gira alrededor del sol”,

la verdad no depende del simple análisis de los conceptos relacionados en el sujeto y en el

predicado, sino de la correspondencia con los hechos. Su negación no resulta

contradictoria, de manera que pensar en un significado opuesto no resulta absurdo.

El primero en formular la concepción de la verdad como correspondencia fue Aristóteles,

filósofo griego del siglo IV a. C., al decir: “Decir de lo que es que no es o de lo que no es que

es, es falso; y decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, es verdadero”.

6.3. Criterios de verdad

Surge ahora una pregunta: ¿es posible establecer de una forma infalible la verdad de las

proposiciones sintéticas, es decir, la verdad de nuestro conocimiento empírico? Aunque en el

pasado no siempre se pensó así, hoy día prevalece la opinión de que nuestras creencias

sobre el mundo no son infalibles, sino que cabe la posibilidad de que sean erróneas. Ahora

bien, eso no quiere decir que nuestro conocimiento no sea fiable, ya que muchas de

nuestros conocimientos se fundamentan en diversas razones.

Dejando a un lado el denominado argumento de autoridad, que es una razón muy primaria y

débil, existen diversos criterios para justificar la verdad de nuestras creencias acerca del

mundo. Son los siguientes:

La verdad como evidencia con la que se presentan nuestras creencias perceptivas, que se

nos imponen de forma inmediata, provocando nuestra certeza respecto de su verdad. La

certeza de este tipo de enunciados se fundamenta en el hecho de que son afirmaciones de

experiencia inmediata. Aunque existe siempre la posibilidad de dudar del testimonio de los

sentidos o de pensar que podemos estar siendo víctimas de una alucinación o de un sueño,

en circunstancias normales el principio dominante es admitir que las creencias perceptivas

son fiables, de manera que sólo surge la duda si tenemos la sospecha de alguna anomalía.

En todo caso, esta forma de evidencia está limitada por el hecho de que las percepciones

proporcionan escaso conocimiento y, a veces, son falsas.

La verdad como coherencia de nuestras ideas con el resto de proposiciones que forman

parte de un mismo campo de conocimientos. Por ejemplo, decir que un palo se quiebra,

cuando es introducido en el agua, no es coherente con los conocimientos que poseemos

acerca de las leyes de la refracción de la luz.

Sin embargo, la coherencia tampoco asegura la verdad de una afirmación. Decir que el sol

gira alrededor de la tierra es una proposición que fue coherente con los conocimientos sobre

el mundo que antiguamente se tenían.

En tercer lugar, la utilidad de algunas proposiciones, que proporcionan resultados positivos y

eficaces, nos hace pensar que esas afirmaciones son ciertas. Este criterio es defendido por el

relativismo y por el pragmatismo estadounidense. Para estas corrientes lo verdadero es todo

aquello que es útil o eficaz y, por tanto, nos conduce al éxito. De acuerdo con esta

concepción, una proposición es verdadera si cuando la aplicamos produce resultados

positivos. El más importante representante de esta escuela, William James nos afirma que el

auténtico conocimiento, cuando busca la verdad, no es sólo un conocimiento verdadero

desde un punto de vista teórico, sino que el conocimiento verdadero debe construir

verdades que sean útiles para el hombre. Según esta teoría la verdad de una ciencia se

mediría por los resultados tecnológicos que se crean con este saber. Por ejemplo, la teoría de

Newton de que el universo era esférico y finito fue considerado durante siglos verdadero

porque era útil para aquella época, ya que permitía explicar suficientemente las

observaciones astronómicas. Pero esta misma teoría ya no era útil para, por ejemplo, el

lanzamiento de satélites, apareciendo otra teoría sustitutoria, que era útil para poder

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lanzarlos con éxito. Un posible punto débil de esta postura es que una idea o conocimiento

no siempre, ni en todo lugar, ni para todo el mundo, resulta igualmente beneficioso.

Por último, podemos considerar verdaderas las proposiciones que resisten el ensayo del

método científico, si se realizan experiencias que las pongan a prueba y los resultados no van

en contra de lo que afirman. Sin embargo, en ciencia no hay forma para determinar

absolutamente la verdad de una proposición, ya que ésta, en un momento u otro, puede ser

refutada por un experimento.

Ninguno de estos criterios de verdad ha de considerarse como absoluto en lo que respecta a

nuestros conocimientos empíricos, pero este hecho no impide que tengamos unas creencias

de las cuales estemos totalmente convencidos.

La conclusión que se sigue de lo dicho hasta aquí es que resulta imposible establecer con

absoluta certeza el conocimiento de la verdad fuera del contenido expresado por las

proposiciones analíticas. En efecto, no podemos justificar con la misma fuerza las

afirmaciones que se refieren al mundo empírico. Sin embargo, esto no nos legitima para

afirmar que nuestro conocimiento empírico del mundo sea imposible. Nuestro conocimiento

del mundo no es infalible, pero sí puede ser fiable hasta cierto punto.

6.4. Posturas ante la verdad del conocimiento

A lo largo de la historia los filósofos se han preguntado si el hombre puede alcanzar la

verdad, dándose seis posturas distintas:

Dogmatismo. Esta primera postura defiende que el hombre, gracias a su razón, puede

alcanzar un conocimiento absolutamente cierto de la realidad. Este conocimiento

tendría un carácter universal, es decir, todos los hombres con el sólo uso de la razón

pueden alcanzar la verdad, que es única.

Afirma que la capacidad intelectual es suficiente para conocer la realidad tal como

es por lo que se pueden establecer verdades universales y absolutas, totalmente

ciertas e indudables.

Esta postura se basa en una confianza total en las posibilidades de los sentidos o la

razón humana.

Se considera una postura ingenua que ha sido criticada por numerosos filósofos. De

manera general, el dogmatismo se entiende como la actitud de quien tiende a

imponer una doctrina o unos valores sin pruebas suficientes y sin admitir discusión,

actitud que ha tenido en muchas ocasiones consecuencias trágicas, al obligar a los

que piensan de manera diferente a que dejen sus ideas y abracen las dogmáticas.

Escepticismo. Esta postura, radicalmente contraria a la anterior, niega la posibilidad

de que el hombre pueda alcanzar un conocimiento firme y seguro sobre la realidad.

Nunca, piensan los escépticos, hay una justificación suficiente para aceptar algo

como verdadero. No se puede saber si existe la verdad absoluta pero aunque ésta

existiera no habría manera de saber cuál es.

Esta imposibilidad de encontrar la verdad se basa en el error de los sentidos o en la

falta de acuerdo entre los seres humanos incluso en aquellos principios de carácter

más general. Defendida por filósofos de la antigüedad como Pirrón de Elis (360-270 a.

C.) o modernos como Michel de Montaigne (1.533-1592).

La alternativa en esta postura es no adoptar ninguna opinión o creencia ya que no

podemos decidirnos por ninguna cosa. Es lo que se denomina suspensión de juicio, el

silencio como opción que nos permita alcanzar la serenidad y ser así felices.

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Algunas objeciones que se le han hecho se basan en el aspecto paradójico que

tiene esta postura llevada al extremo:

El escepticismo es contradictorio cuando afirma que "nada se puede

afirmar". Si nada es cierto, ¿por qué lo ha de ser afirmarlo?

No se puede vivir con una convicción así. Si se tomara al pié de la letra no

podríamos hacer o pensar nada.

La duda ya es una prueba de una cierta verdad.

Sin embargo el escepticismo parcial aplicado sólo a algunos objetos u aspectos del

conocimiento humano puede ser una buena medida para marcar los límites del

conocimiento humano pues sirve para determinar qué es incognoscible para

nosotros y cuál es la naturaleza de nuestro propio conocimiento.

Relativismo. Niega la posibilidad de alcanzar verdades universalmente válidas para

todos y para todas las culturas. La verdad depende del sujeto o de la cultura en la

que estamos insertos. La verdad, a diferencia del escepticismo, es posible de ser

alcanzada, pero ésta no puede tener un carácter universal, sino que depende de la

situación personal, grupal o cultural desde donde nos situemos. Que las verdades son

relativas significa que un juicio es verdadero dependiendo de las condiciones o

circunstancias en las que ha sido formulado: dependiendo del ser humano que lo

formula, la sociedad en que vive, el momento histórico, etc. Ya lo formuló Protágoras

(480-410 AC) en la Grecia Clásica: "El hombre es la medida de todas las cosas".

Pragmatismo. Identifica la verdad con lo útil o conveniente.

Criticismo. Se sitúa en un terreno intermedio entre el dogmatismo y el escepticismo.

Según esta posición es posible por parte del hombre alcanzar conocimientos

verdaderos, pero es necesario tener en cuenta dos cosas:

Nuestro conocimiento de la realidad está condicionado por nuestras

facultades cognoscitivas, por tanto, nuestro conocimiento de la realidad no

es una copia absolutamente exacta de la realidad, sino que se encuentra

condicionado por nuestras estructuras cognoscitivas, que son las mismas para

todos los hombres. Por otra parte, nuestras facultades tienen límites y, por

tanto, no podemos alcanzar nunca un conocimiento absoluto de la realidad.

Esta es la postura que defiende uno de los filósofos más importantes de la

historia: Emmanuel Kant.

El conocimiento no puede alcanzar una verdad incuestionable y definitiva,

sino que es falible y, por tanto, debe ser continuamente puesto a prueba, de

manera que lo que en un momento determinado es considerado verdadero

puede pasar a ser falso por la aparición de nuevas pruebas o datos. Esto fue

lo que sucedió, por ejemplo, a la teoría gravitacional de Newton, que fue

considerada como verdadera, hasta la aparición de las teorías de Einstein,

que demostraron que aquella teoría no se cumplía cuando intentábamos

aplicarla en distancias, espacios y tiempos interestelares. Esta teoría fue

defendida por un filósofo del siglo XX, muerte hace unos años: Karl Popper.