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ÉTIENNE DOLET O LOS CINCO PRINCIPIOS DE LA TRADUCCIÓN RODRIGO LÓPEZ CARRILLO, ESPERANZA MARTÍNEZ DENGRA, PEDRO SAN GINÉS AGUILAR UNIVERSIDAD DE GRANADA 1. Breve retrato del personaje En la comunicación que presentamos hemos elegido a un autor francés, Etienne Dolet, impresor, poeta, orador, filólogo y humanista del siglo XVI (1509-1546), perseguido por la Inquisición y llevado a la hoguera en la plaza parisina de Maubert cuando sólo contaba con 37 años, por haber traducido un pasaje del Axioco, diálogo atribuido a Platón en el que se niega la inmortalidad del alma. Antes de iniciar nuestro análisis sobre los cinco principios que Etienne Dolet desarrolla en su obra La maniere de bien traduire d'une langue en aultre nos detendremos un momento en un siglo fundamental para Europa, y en lo que a nosotros concierne en esta presentación, a la Francia gobernada por Francisco I (1494- 1547) desde el año 1515. Durante su reinado apoyó a los humanistas y dio su protección a artistas italianos -Leonardo da Vinci, Benvenuto Cellini- y al desarrollo de la cultura francesa creando los «lectores reales», profesores de lenguas clásicas (hebreo, latín, griego), remunerados por el Estado, lo que dio origen al Colegio de Francia y reforzó el uso de la lengua francesa. En este ambiente intelectual surge una «pléyade» de escritores que conformarán el acerbo cultural francés y entre los cuales podemos destacar a Clément Marot, Du Bellay, Montaigne, Rabelais, Ronsard, y al famoso traductor de Las vidas paralelas de Plutarco, Amyot. En suma, las ciencias y las letras surgen, por doquier, en toda Europa y su centro de irradiación se encuentra en Italia, cuna del Renacimiento y del desarrollo del humanismo. Por supuesto, Francia no se queda atrás en está encrucijada de cambios y de reforzamiento de las raíces culturales de cada una de las naciones que componen lo que se llama, en la actualidad, la cultura europea. Tres problemas culturales afectan a los diferentes territorios europeos de la época: 1) el desarrollo cualitativo de las entidades culturales; 2) las relaciones con las demás comunidades; 3) el reforzamiento de las bases tradicionales del pensamiento en los clásicos hebreos, latinos y griegos. En cuanto a la resolución de estos problemas, surgirán diversas tesis encon- tradas, lo que permitirá una riqueza de pensamientos y posicionamientos contrarios y sumamente interesantes, quizá útiles para nuestra época en la que la unidad de Europa es una labor difícil y penosa que se realiza lentamente en una realidad muy compleja. La unidad europea que surja en el futuro dependerá de la resolución de los problemas territoriales y nacionales que tenderán a modificarse, así como de una conciencia territorial y cultural europea que desarrollará unas comunicaciones plurales y directas entre zonas muy distintas de las actuales, puesto que las comunicaciones interterritoriales dependerán, cada vez en menor medida, del centro de poderes definidos en el presente; por otra parte, los desarrollos lingüísticos -estudios de idiomas- , y entre ellos, la transmisión de información por medio de la traducción determinarán las nuevas bases culturales sobre las que nos apoyaremos.

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ÉTIENNE DOLET O LOS CINCO PRINCIPIOS DE LA TRADUCCIÓN

RODRIGO LÓPEZ CARRILLO, ESPERANZA MARTÍNEZ DENGRA, PEDRO SAN GINÉS AGUILAR

UNIVERSIDAD DE GRANADA

1. Breve retrato del personaje En la comunicación que presentamos hemos elegido a un autor francés,

Etienne Dolet, impresor, poeta, orador, filólogo y humanista del siglo XVI (1509-1546), perseguido por la Inquisición y llevado a la hoguera en la plaza parisina de Maubert cuando sólo contaba con 37 años, por haber traducido un pasaje del Axioco, diálogo atribuido a Platón en el que se niega la inmortalidad del alma.

Antes de iniciar nuestro análisis sobre los cinco principios que Etienne Dolet desarrolla en su obra La maniere de bien traduire d'une langue en aultre nos detendremos un momento en un siglo fundamental para Europa, y en lo que a nosotros concierne en esta presentación, a la Francia gobernada por Francisco I (1494-1547) desde el año 1515. Durante su reinado apoyó a los humanistas y dio su protección a artistas italianos -Leonardo da Vinci, Benvenuto Cellini- y al desarrollo de la cultura francesa creando los «lectores reales», profesores de lenguas clásicas (hebreo, latín, griego), remunerados por el Estado, lo que dio origen al Colegio de Francia y reforzó el uso de la lengua francesa. En este ambiente intelectual surge una «pléyade» de escritores que conformarán el acerbo cultural francés y entre los cuales podemos destacar a Clément Marot, Du Bellay, Montaigne, Rabelais, Ronsard, y al famoso traductor de Las vidas paralelas de Plutarco, Amyot. En suma, las ciencias y las letras surgen, por doquier, en toda Europa y su centro de irradiación se encuentra en Italia, cuna del Renacimiento y del desarrollo del humanismo. Por supuesto, Francia no se queda atrás en está encrucijada de cambios y de reforzamiento de las raíces culturales de cada una de las naciones que componen lo que se llama, en la actualidad, la cultura europea.

Tres problemas culturales afectan a los diferentes territorios europeos de la época: 1) el desarrollo cualitativo de las entidades culturales; 2) las relaciones con las demás comunidades; 3) el reforzamiento de las bases tradicionales del pensamiento en los clásicos hebreos, latinos y griegos.

En cuanto a la resolución de estos problemas, surgirán diversas tesis encon-tradas, lo que permitirá una riqueza de pensamientos y posicionamientos contrarios y sumamente interesantes, quizá útiles para nuestra época en la que la unidad de Europa es una labor difícil y penosa que se realiza lentamente en una realidad muy compleja. La unidad europea que surja en el futuro dependerá de la resolución de los problemas territoriales y nacionales que tenderán a modificarse, así como de una conciencia territorial y cultural europea que desarrollará unas comunicaciones plurales y directas entre zonas muy distintas de las actuales, puesto que las comunicaciones interterritoriales dependerán, cada vez en menor medida, del centro de poderes definidos en el presente; por otra parte, los desarrollos lingüísticos -estudios de idiomas-, y entre ellos, la transmisión de información por medio de la traducción determinarán las nuevas bases culturales sobre las que nos apoyaremos.

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Volviendo a nuestro asunto de partida, diremos que en Francia se plantean, nuevamente, tres temas importantes: a) en primer lugar, para que se fundamente una entidad nacional es necesario difundir en todo el territorio el uso de una lengua común por la que se transmitirán las diversas y plurales complejidades culturales y sociales del país. Por lo que la lengua, para que sea común a todos, debe establecer sus reglas internas, normalizándolas, dándoles una capacidad unitaria, es decir, de comunicación entre todos los puntos del territorio cuyos intereses son comunes; b) en segundo lugar, las relaciones con las demás naciones cuyas fuerzas culturales son más «brillantes», sobre todo España e Italia, deben ser resueltas de manera inteligente, puesto que la introducción de toda información determinará y delimitará las bases culturales del territorio; c) en tercer lugar, el apoyo al conocimiento clásico -hebraico, latino, griego-, es decir, a las mismas raíces culturales del país, permite una mayor cohesión y caldo de cultivo estructurados, conformados y armonizados por los códigos comprensivos de las relaciones internas y externas de los pueblos.

Estos presupuestos generales y superficiales de partida nos ayudarán a comprender la obra de Etienne Dolet y su aportación, no sólo a una Francia que va surgiendo y creando unas bases culturales propias y sumamente ricas que conforman y estructuran no sólo las del pensamiento francés hasta nuestros días, sino también las del mundo más abierto de hoy, en donde se está planteando la reestructuración de las complejidades culturales dentro de un «nuevo orden internacional».

Etienne Dolet, que no tuvo tiempo de desarrollar su obra, porque le fue arrebatada la vida muy tempranamente, ha dejado toda una obra inacabada que merece ser conocida por las cuestiones fundamentales que plantea. Debemos resaltar que, a pesar de la juventud de Dolet, su obra influyó en los personajes más destacados de la época, como por ejemplo en Joachim du Bellay (1522-1560), en su Deffence et Illus-tration de la Langue Françoyse, publicada en 1549, dos años después de la muerte de nuestro autor.

Los conocimientos de Etienne Dolet sobre el clasicismo, su admiración por Italia -realizó estudios en Padua, centro de reflexión filosófica, filológica y médica de la época-, le permitirán abordar los problemas que se plantean en la época y en la que está totalmente inmerso, implicándose intelectual y físicamente. Varias veces tendrá vicisitudes con los tribunales de la Inquisición, y pasará otras tantas por las cárceles hasta que la hoguera acabe con él como «mártir del Renacimiento».

De su obra más destacada e inacabada, Commentarii linguae latinae, dará a luz dos de los tres tomos programados: el primero en 1536 y el segundo en 1538. Se trata de una enorme compilación de etimologías agrupadas semánticamente, de una defensa férrea del latín, de reflexiones sobre la lengua y su aprendizaje (Beaumarchais 1987: 702). La segunda obra, también inacabada y básica, trata del Orateur Françoys en la que reflexiona sobre la lengua francesa («La Grammaire, L'Ortographe, Les Accentz, La Punctuation, La Pronunciation, L'Origine d'aucunes Dictions, La Maniere de bien traduire d'une langue en aultre, L'Art Oratoire, L'Art Poetique») y en la que desta-camos el problema de la traducción.

Si observamos detenidamente la lista de temas del Orateur Françoys podemos resaltar las respuestas adecuadas, claras y comprensibles que da como solución a los problemas que hemos subrayado más arriba: por un lado pretende contestar a la unificación interna de la lengua francesa como instrumento colectivo y convencional al definir unas reglas que la normalizan. Los textos que nos han llegado, como «La Punctuation de la Langue Française» y «Les Accents de la Langue Française» son un esfuerzo ingente para lograr una herramienta lingüística eficaz y con futuro. Ahora

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bien, el hecho de incluir «La maniere de bien traduire d'une langue en aultre» intenta resolver unos problemas importantes: 1) la traducción permite la unificación lingüística con una aportación enriquecedora de otras lenguas, en particular de las lenguas clásicas, consideradas, en aquel momento, como lenguas insuperables y como lenguas referenciales. 2) La traducción permite acercar el conocimiento clásico, científico y cultural a una mayor población lectora ávida de conocimientos no limitados exclusivamente a una zona cerrada. Además, la negación de la traducción es negar el saber a una amplia capa lectora, por lo que se empobrece la base cultural propia. En suma, la traducción no es sólo un ejercicio práctico de pasar una lengua a otra, con sus temas reiterativos en los que siempre se discute la posibilidad o no de la traducción. En realidad lo que Etienne Dolet plantea es mucho más profundo: se trata de resolver las contradicciones entre la lengua nacional portadora de una cultura de entidad propia y las demás de formación extranjera y por tanto extrañas. La traducción tiene un papel fundamental que consiste en reforzar las lenguas vernáculas por su propio desarrollo intelectual y por la aportación «competitiva» de pensamientos distintos mediante lenguas lejanas a la de uno. Si observamos detenidamente la historia de la traducción, podremos comprender el hecho de que las ciencias y las letras propias han podido destacar ampliamente gracias a la información producida por otras culturas, y de cómo civilizaciones enteras han ido cambiando, creando, poco a poco, una cultura universal. Por todo ello, traducir no es sólo el hecho de pasar de una lengua a otra, sino de actuar sobre la cultura de un país, de una nación o región, aportando nuevas savias y frescuras a nuestras rutinas, rompiendo fronteras en el mundo del saber, preludio a la extensión de regiones o territorios cada vez más interrelacionados y libres en sus intercambios de todo tipo.

2. La maniere de bien traduire bien d'une langue en autre1

Esta obra sintética (Dolet 1540), primer tratado formal de teoría de la traducción en la Francia del Renacimiento (Norton 1984: 14), resume perfectamente los problemas concretos que plantea la traducción. Cada uno de los puntos que va desarrollando lleva en sí un profundo trabajo de simplificación y de clarificación que cobra una dimensión inusitada cuando un lector profundiza en ellos. Desde Dolet ha habido muchos trabajos de reflexión sobre la traducción, especialmente en nuestro siglo; sin embargo, la argumentación presentada por el autor es de una vigencia y de una actualidad ineludibles.

El planteamiento ofrecido por Etienne Dolet se divide en cinco reglas que podríamos resumir de la siguiente manera:

1. «En premier lieu, il fault que le traducteur entende parfaictement le sens et matiere de l'autheur qu'il traduict; car par ceste intelligence il ne sera jamais obscur en sa traduction: et si l'autheur lequel il traduict est aucunement scabreux, il le pourra rendre facile et du tout intelligible»2 (Dolet 1540: 13).

Es la primera de las reglas que el autor propone subrayando la importancia que exige el conocimiento del autor que traduce, puesto que en él está el conocimiento

1. De cómo traducir correctamente de una lengua a otra. La traducción de los ejemplos que presentamos más adelante es nuestra.

2. «En primer lugar el traductor debe comprender perfectamente el sentido y tema del autor que traduce; pues por esta comprensión nunca será oscuro en su traducción; y si el autor al que traduce no es nada difícil, podrá hacerlo fácil y totalmente inteligible».

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de la materia -técnica, científica, literaria, jurídica-, y sin este conocimiento es difícil conocer el sentido de lo que se pretende traducir. Se trata, pues, de la comprensión lectora y semántica textual, en su conjunto, del objeto.

A menudo, se cree que en los campos científicos o tecnológicos no es necesario conocer al autor ni la materia misma de la traducción, sin embargo, el conocimiento del autor y de los campos que domina nos ayuda y nos simplifica sobremanera. No creemos que sea un aspecto de segundo orden lo que aquí define Dolet. No cabe duda que en campos muy abstractos y teóricos, cual sea el de actuación, este punto se revela de la máxima importancia. Como dice Dolet: «Or saiche donques qu'il est besoing et nécessaire à tout traducteur d'entendre parfaictement le sens de l'autheur, qu'il tourne d'une langue en autre. Et sans cela, il ne peut traduire seurement et fidelement»3 (Dolet 1540: 14).

2. «La seconde chose qui est requise en traduction, c'est que le traducteur ait parfaicte congnoissance de la langue de l'autheur qu'il traduit: et soit pareillement excellent en la langue en laquelle il se mect a traduire. Par ainsi il ne violera, et n'amoindrira la maiesté de l'une et l'autre langue»4 (Dolet 1540: 14).

De lo que se trata en este segundo punto es del conocimiento de los instrumentos lingüísticos imprescindibles a un proceso traductor. El sentido del objeto presentado por un autor en un campo específico sólo puede ser entendido y aprehendido de forma profunda a través del instrumento representado por la lengua de partida con el que el traductor desbrozará el camino de la comprensión para su reestructuración en la lengua de traducción que le servirá de instrumento para la creación de un nuevo producto acabado. No cabe duda de que la manipulación ágil y conveniente de la lengua de producción será fundamental. Por supuesto, como dice el autor: «Entends que chascune langue a ses propriétés, translations en dictions, locutions, subtilités et vehemences à elles particulières. Lesquelles, si le traducteur ignore, il faict tort à l'autheur qu'il traduict, et aussy à la langue en la quelle il le tourne; car il ne represente et n'exprime la dignité et richesse de ces deux langues, des quelles il prend le maniement»5 (Dolet 1540: 15). El traductor no es un simple mediador entre un autor y un lector sino que actúa transmitiendo un saber que puede modificar el conocimiento que se tiene en ese momento, por lo tanto toda la cadena del saber, e igualmente influirá en la propia lengua, unificándola, enriqueciéndola o em-pobreciéndola. Es, pues, como cualquier creador, un modelador, un representante cualificado de la lengua. No debemos olvidar que las obras que presenta al público pueden influir lingüística e intelectualmente en el lector que no debe tener en cuenta que se trata de traducciones, puesto que a él lo que le importa es el contenido, para ampliar sus conocimientos o por el puro placer de gozar de una lectura agradable.

3. «Ahora bien, sé, pues, que a todo traductor le es preciso y necesario conocer perfectamente el sentido del autor que traduce de una lengua a otra. Al no proceder de este modo, no se puede traducir con seguridad y fielmente».

4. «Lo que se requiere en segundo lugar en traducción es que el traductor conozca perfectamente la lengua del autor que traduce. Así, no violará ni disminuirá la grandiosidad de ninguna de las dos lenguas».

5. «Debes saber que cada lengua tiene sus características, sus expresiones metafóricas, sus locuciones, así como sus sutilezas y vehemencias que le son propias. Si el traductor las ignora perjudica al autor que traduce, y también a la lengua en la que traduce, pues no representa ni expresa la dignidad y riqueza de las dos lenguas que está manejando».

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3. «Le tiers poinct est qu'en traduisant il ne se fault pas asservir iusques à la que l'on rende mot pour mot. Et si aucun le faict, cela luy procede de pauvreté et deffault d'esprit»6 (Dolet 1540: 15). Dolet no cree en la traducción literal sino en una traducción de libre elección que sólo se puede obtener si el traductor posee las dos reglas precedentes: «Car, s'il a les qualitez dessusdictes (les quelles il est besoing estre en un bon traducteur), sans avoir esgard à l'ordre des mots, il s'arrestera aux sentences, et fera en sorte que l'intention de l'autheur sera exprimée, gardant curieusement la propriété de l'une et l'autre langue»7 (Dolet 1540: 15).

El traductor es un transmisor de conocimientos que emplea sabiamente los instrumentos lingüísticos, que debe poseer, para ofrecer al lector todo el contenido del objeto que está expresado. Las propiedades de cada una de las lenguas representadas no se ven modificadas, sino que son portadoras de expresiones singulares. Las lenguas son instrumentos que se adaptan y tienen capacidad de transmitir y reflejar cualquier rea-lidad. El traductor juega un papel fundamental como creador lingüístico, al saber mani-pular perfectamente las lenguas que debe usar. La libertad del traductor es básica para reinterpretar los textos y reformular los contenidos que le son presentados o que él mismo ha interpretado. La literalidad que se realiza tomando por objetivo el ajuste (que para Dolet es servidumbre al texto) lo más cerca posible al texto de partida sólo trae consigo lo contrario de lo deseado. Consecuentemente y reiterando lo anterior, la libertad es un poder que debe saber utilizar de manera inteligente el traductor: «le ne veulx faire icy la follie d'aucuns traducteurs, lesquelz, au lieu de liberté, se submettent à servitude. C'est asscavoir qu'ils sont si sotz, qu'ilz s'efforcent de rendre ligne pour ligne ou vers pour vers, par laquelle erreur ilz depravent souvent le sens de l'autheur qu'ilz traduisent, et n'expriment la grâce et perfection de l'une et l'autre langue. Tu te garderas diligemment de ce vice, qui ne demonstre autre chose que l'ignorance du traducteur»8 (Dolet 1540: 16).

4. La quatriesme reigle de Dolet dice: «S'il advient doncques que tu traduises quelque livre Latin en icelles, mesmement en la Françoyse, il te fault garder d'usurper mots trop approchans du Latin, et peu usitez par le passé: mais contente toy du commun, sans innover aucunes dictions follement, et par curiosité reprehensible. Ce que si aucuns font, ne les ensuy en cela: car leur arrogance ne vault rien, et n'est tollerable entre les gens scavants. Pour cela n'entends pas que ie die que le traducteur s'abstienne totallement de mots qui sont hors de l'usaige commun. [...] Mais cela se doibt faire à l'extresme nécessité»9 (Dolet 1540: 16-17).

6. «La tercera regla es que, al traducir, no hay que someterse al texto hasta el extremo de traducir palabra por palabra. Y si alguien lo hace, es por ignorancia y falta de ingenio».

7. «Porque si tiene las cualidades mencionadas anteriormente -que debe poseer imprescindiblemente un buen traductor-, se detendrá en las frases sin tener en cuenta el orden de las palabras y procurará expresar la intención del autor, manteniendo celosamente la propiedad de ambas lenguas».

8. «No quiero cometer aquí la locura de algunos traductores, quienes, en lugar de libertad, se someten a servidumbre. Es sabido que son tan necios que se empeñan en traducir línea por línea o verso por verso, con lo cual alteran a menudo el sentido del autor que traducen y no expresan la gracia y perfección de ambas lenguas. Evitarás diligentemente este vicio que sólo demuestra la ignorancia del traductor».

9. «Al traducir, pues, algún libro latino a una de éstas, sobre todo a la francesa, procura no emplear palabras demasiado próximas al latín y poco usadas en el pasado. Conténtate con lo común, sin crear precipitadamente nuevos términos por una curiosidad censurable. Si algunos lo hacen, no los sigas en ello, pues su arrogancia no vale nada y no es tolerable entre personas sensatas. Por ello, no creas que digo que

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En este punto, Dolet define los límites de la libertad de creación que se sustenta en los conocimientos de las lenguas y no en la libertad de traducir de cualquier modo. Frente a la libertad está la liberalidad o libertinaje lingüístico que no son compatibles. Toda creación se realiza a partir de lo común y sólo en los casos complejos y de extrema necesidad, después de la imposibilidad real de los recursos que ofrece la lengua más común, el traductor puede recurrir a estratagemas lingüísticas distintas. No se trata, en definitiva, de hacer lo que uno simplemente cree, sino de hacer lo que conviene, por lo que la libertad sirve para entender e interpretar los textos de tal modo que la proyección que se hace de ellos en objetos acabados sea lo más coherente posible, puesto que el fin del producto último reside en poner al alcance de los lectores el conocimiento a través del genio y capacidades ofrecidos por la lengua que se pretende traducir. En suma, el traductor no debe ajustarse a la literalidad del objeto de partida ni tampoco a una libertad mal comprendida y sin reglas.

5. «Venons maintenant à la cinquiesme reigle que doibt observer un bon traducteur. La quelle est de si grand'vertu, que sans elle toute composition est lourde et mal plaisante. Mais qu'est ce qu'elle contient? rien autre chose que l'observation des nombres oratoires: c'est asscavoir une liaison et assemblement des dictions avec telle doulceur, que non seulement l'ame s'en contente, mais aussi les oreilles en sont toutes ravies, et ne se faschent iamais d'une telle harmonie de langage»10 (Dolet 1540: 17-18). Si partimos del hecho que el conocimiento de la lengua de origen sirve para desen-trañar un texto; si, por otra parte, usamos sabiamente de la libertad y de los límites de las lenguas; si, por último, conocemos, en profundidad, la lengua segunda o de recreación, no cabe duda que tenemos todos los ingredientes necesarios para obtener un buen producto. Sin embargo, queda la parte última de una buena presentación a un lector, según la cual la lengua final debe presentarse armoniosa, es decir estilísticamente apta para la lectura. La obra traducida publicada entra dentro de las producciones literarias y científicas de toda una comunidad lingüística, por lo que el lenguaje empleado puede, dentro de las creaciones lingüísticas existentes, modificar o asentar las estructuras lingüísticas, semánticas, estilísticas y semióticas imperantes en un momento dado. La producción de traducciones en el conjunto de todas las que se presentan constantemente no son nimias, sino que aparecen como elementos distorsionadores y armonizadores de las lenguas. Como dice Dolet: «Conclusion quant à ce propos, sans grande observation des nombres un autheur n'est rien: et avec yceulx il ne peut faillir à avoir bruict en eloquence, si pareillement il est propre en diction, et grave en sentences: et en argument subtil. Qui sont les poincts d'un orateur parfaict, et vrayment comblé de toute gloire d'eloquence»11 (Dolet 1540: 19).

el traductor deba abstenerse completamente de palabras que están fuera del uso corriente [...]. Pero ello sólo debe hacerse en casos de extrema necesidad».

10. «Vayamos ahora a la quinta regla que debe observar un buen traductor. Es de tan gran importancia, que, sin ella toda composición resulta pesada y poco agradable. Pero, ¿qué contiene? Sólo una cosa: la observación de la armonía del discurso, es decir, un enlace y unión de los términos con tal consonancia que no sólo sea agradable al alma, sino que también los oídos queden completamente fascinados y no se perturben jamás por tal armonía del lenguaje».

11. «Como conclusión a este respecto, un autor no es nada sin un gran cuidado de la armonía; pero, si lo hace, no puede renunciar a destacar en elocuencia, si a su vez cuida la expresión, es grave en las sentencias y sutil en argumentos. Estos son los requisitos de un orador perfecto y realmente colmado de toda la gloria de la elocuencia».

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3. De los cinco principios a un proceso triádico de la traducción En este punto, intentaremos reinterpretar los conceptos de Dolet tratando de

fijar las reglas definidas en procesos triádicos. Al concretar la traducción como un proceso de comunicación, partiremos del principio muy conocido de que el esquema de la comunicación se reduce a una regla de tres: el Emisor - el Canal (o proceso de comunicación) - el Receptor. Consideraremos, pues, que la traducción funciona del mismo modo: el Objeto - Semiosis (o proceso traductor) - Producto.

El Objeto está definido por un proceso comunicativo triádico mencionado por Dolet en su regla primera: Autor Sentido Materia. En este primer nivel que representa la mónada o conjunto Objeto, el Autor es el Emisor del texto a traducir, es, pues, el indicador de las intenciones que pretende proyectar. La Materia corresponde al campo de actuación del Autor, por lo que su comprensión es básica. El Sentido es el texto en sí, a través del cual el Autor y la Materia se ven reflejados. El Sentido es, pues, la resultante de los dos extremos definidos. Si nos detenemos un momento en este punto, podríamos decir que el texto que vincula el Sentido podría, en algunos casos, ser lo suficientemente claro para prescindir, según el Objeto en cuestión, de un conocimiento añadido del Autor o de la Materia. El traductor debe ser capaz de descubrir y desentrañar, a través del Sentido los diferentes procesos significativos producidos por el Autor en el uso de que hace de los códigos relativos a la Materia que maneja. Por supuesto, el traductor, en el caso en que el texto no le revele los significados fundamentales para comprender el Objeto, debe recurrir al conocimiento del Autor y de la Materia en la que está inmerso.

El Producto es el nuevo Objeto acabado, listo para ser usado por el Lector que corresponda. El Producto es el resultado de un proceso por el cual el texto final queda determinado independientemente de la interpretación hecha desde el texto de partida. En suma, el Producto es, a su vez, un proceso triádico cuyo conjunto está definido de la siguiente manera, y que correspondería a la quinta regla de Dolet: Estilo - Armonía - Coherencia. El Estilo corresponde al traductor quien debe presentar el texto final y a través del cual recurre a seleccionar y elegir, de entre todas las figuras retóricas y posibilidades que ofrece la lengua, los elementos necesarios a una estructuración adecuada del texto final. Evidentemente, los distintos recursos estilísticos están delimitados por el Objeto de partida que ha sido desmontado y reconstruido por una interpretación nueva. Lo que llamaremos Coherencia corresponde al uso correcto del Estilo donde, como lo hemos dicho anteriormente, el Objeto (Autor - Sentido -Materia) logra un equilibrio sensato. Entre la Coherencia -que vehicula la selección y posterior elección de los recursos que usa el Autor, por una parte, y luego las reglas impuestas por la Materia que el traductor maneja- y el Estilo definido, la Armonía resultante se concreta por el proceso definido, nuevamente, de selección y elección del equilibrio general de todos los componentes que entren en juego en el gran «puzzle» que conforma el Producto.

Finalmente nos queda por ver la última triada representada por la segunda, tercera y cuarta reglas definidas por Etienne Dolet. Es el proceso traductor resultante, que hemos llamado Semiosis, porque se trata de un proceso semiótico en el que los signos abstractos del Sentido se transforman en Armonía textual o, para ser más claros, simplificaremos por un nuevo Sentido final que permita al lector el acceso a los entresijos del texto elaborado. Esta Semiosis es el proceso más complejo de todo el sistema, por lo que tendríamos el siguiente esquema triádico: Lengua del Autor Libertad del Traductor Lengua del Lector. No cabe duda, en este punto, que el traductor debe conocer perfectamente las dos lenguas que está manejando. La primera

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de ellas, para comprender y descomponer analíticamente todo el texto de partida, de tal modo, que no queden resquicios en los distintos significados que irá interpretando. Este conocimiento de la lengua se realiza a tres niveles: un primero, desde el punto de vista estructural o puramente lingüístico; un segundo, de tipo cultural, sobre todo de elementos extralingüísticos que no se encuentran codificados o expresados explíci-tamente; y un tercero, abstracto, más vinculado al significado del signo, por lo que entramos directamente en el campo de la semántica.

En cuanto al imprescindible conocimiento de la lengua segunda, es necesario que sea capaz de manipular la lengua en la recreación o recomposición textual. Este proceso lingüístico funciona del mismo modo que la lengua de partida, pero con otro punto de mira, es decir, el uso de la lengua dirigido a la creación lingüística. No estamos ante un texto estático que nos viene acabado, sino ante un objeto que se está realizando como producto final que es la meta última del traductor. Ahora bien, para concluir con nuestra disertación, diremos que la resultante que debe poseer todo traductor para usar de forma correcta las lenguas, que supuestamente conoce a la perfección, es de una alta dosis de libertad, definida en la tercera regla de Dolet, no entendida como fundamento para que el traductor haga lo que quiera, sino una libertad responsable donde él mismo delimita este campo de libertad lingüística y cultural, como lo expresa Dolet en su regla cuarta. En definitiva, el traductor debe usar juiciosamente la amplia libertad que posee, teniendo por objetivo procesal el producto acabado que entrará a formar parte de la memoria cultural de un pueblo dado.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Beaumarchais, Jean-Pierre de, Couty, Daniel & Rey, Alain. 1987. Dictionnaire des littératures de langue française, Paris, Bordas.

Dolet, Estienne. 1540. La maniere de bien traduire d'une langue en autre, d*advantage de la Punctuation de la Langue Françoise, plus des Accents d'y celle, Lyon, Estienne Dolet.

Norton, Glyn P. 1984. The ideology and language of translation in Renaissance France and their humanist antecedents, Ginebra, Droz.