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UNIVERSIDAD DR. JOSÉ MATÍAS DELGADO Instituto de Investigación Jurídica

Dr. René Fortín Magaña – Director

Dr. Pablo Mauricio Alvergue – subdirector Lcda. Lidia Patricia Castillo – Investigadora Ejecutiva

Sra. Nury Valiente de González – Asistente de Dirección

ISSN 2305-3909 Diciembre 2007.

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CONTENIDO DEL ANUARIO 2007

I. EDITORIAL………………………………………………………………………....9

II. ARTÍCULOS 1. Filosofía Jurídica del Derecho………………………………………………………….13

Dr. Francisco Salvador Tobar

2. Andrés Bello y el Código Civil Salvadoreño………………………………………......23

Dr. José Enrique Silva

3. El Contrato de Leasing…………………..……………………………………………..49

Lic. Rosa M. Romagoza de López Bertrán

4. Estado de Derecho, Origen y Desarrollo Histórico……………………………………95

Dr. Pablo Mauricio Alvergue

5. Tribunales Ambientales en El Salvador………………………..………………………141

Alonso Castillo Robles

III. DOCUMENTOS

A. EL CASO DE LA SECCIÓN DE PROBIDAD…………………...157

a. Petición del Magistrado Dr. René Fortín Magaña al Fiscal

General de la República para que ejerza la Acción de

Nulidad Absoluta de los Acuerdos Inconstitucionales e

Ilegales de la Corte Suprema de Justicia que suprimen

atribuciones a su Sección de Probidad.

……………………………………………………………159

b. Demanda de Amparo ante la Sala de lo Constitucional de

Corte Suprema de Justicia ante el Silencio del Fiscal

General. ……………………………………………….…189

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c. Informe Especial de la Procuraduría para la Defensa de los

Derechos Humanos. ……………………………………..197

d. Admisión de la Demanda de Amparo por la Sala de lo

Constitucional de la CSJ. ……………………………..…201

e. Contestación de la Fiscalía General de la República a la

petición de Nulidad, de fecha 24 de abril de 2006, donde

declara improcedente la petición del ejercicio de la acción de

nulidad……………………………………………………213

f. Petición de Revocatoria de resolución de la Fiscalía General

de la República de fecha 24 de abril de 2006.

…………………………………….…………..………….221

g. Contestación de la Fiscalía General de la República de fecha

28 de junio de 2006, donde declara sin lugar la solicitud de

revocatoria.

……………………………………………………………231

h. Resolución de la Corte Suprema de Justicia donde sobresee

en el ejercicio del Amparo por haber cesado la omisión de

contestación del Fiscal General de la República, de fecha 19

de junio de

2006………………………………………….…………..237

i. Petición de Interpretación Auténtica sobre la Sección de

Probidad de la CSJ, presentada por el Magistrado Ulises de

Dios Guzmán Canjura a la Asamblea Legislativa.

……………………….……………………………….….247

.

j. Comentarios a la petición de Interpretación Auténtica del Dr.

Ulises Guzmán, presentada por el Dr. Rene Fortín Magaña

ante la Asamblea

Legislativa………………………………………………259

B. ANTEPROYECTO DE LEY DE PROBIDAD……………..…273

a. Escrito de solicitud de Iniciativa de Ley, para el Anteproyecto de

Ley de Probidad. …………………………………………….275

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b. Texto del Anteproyecto ………………………………………..279

IV. JURISPRUDENCIA

a) Extractos de Sentencia de Inconstitucionalidad

de los Convenios 87 y 98 de la OIT…………………………………………..307

b) Extractos de Sentencia sobre Cierre de Casinos…….…………………….….367

V. LEGISLACIÓN

1. Convenio 87 de la

OIT……………………………………………………………………….…..429

2. Convenio 98 de la

OIT…………………………………..……………………………………….437

3. Ley de Fideicomiso de Obligaciones Previsionales…………….………….…443

4. Ley de Fideicomiso para Inversión en Educación,

Paz Social y Seguridad Ciudadana……………………………………………460

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PRESENTACIÓN

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EDITORIAL

Sale a luz el primer Anuario del Instituto de Investigación Jurídica de la Universidad Dr.

José Matías Delgado en momentos de gran efervescencia nacional.

Sin razón, sin sentido y sin respaldo constitucional los partidos políticos se han enfrascado

ya, con gran anticipación, en la contienda electoral que culminará en el año 2009. Proposiciones

programáticas y bulliciosa selección de candidatos ocupa gran parte de la atención pública, en

menoscabo de los grandes problemas nacionales que se olvidan por un tiempo – largo – mientras

son conducidas todas las energías de los partidos políticos y sus respectivos aspirantes hacia la

conquista de los cargos públicos.

Los aspirantes deben saber que los cargos públicos son cargas públicos. En las altas

posiciones de gobierno si bien pueden parecer atractivos los halagos que acompañan al poder,

subyace la oportunidad singular de entregarse al beneficio del país. Existe una norma que no

deber ser borrada de la mente de los ansiosos aspirantes a mandatarios: sobre los intereses

personales están los del partido; y sobre los intereses del partido están los del país. Simple. Pero

desatendida. Tanto, que hemos visto a funcionarios públicos enriquecerse desmedidamente a

costa del erario nacional; y a partidos políticos gobernando en beneficio de pequeñas minorías, de

forma tal que los paradigmas de la democracia y el estado de derecho peligran ante el

implantamiento de verdaderas sinárquicas.

Tal es el escenario nacional, en el que desenvuelve sus actividades el Instituto de

Investigación Jurídica, cuyas principales virtudes deben ser la verdad y el coraje.

Nuestras publicaciones han ido e irán siempre encaminadas a enfocar aspectos

importantes de la vida nacional, sin rehuir ningún tema pertinente, con el propósito de contribuir,

en la medida de nuestras posibilidades a la solución de los más acuciantes problemas.

En cuatro partes dividimos tales aportaciones en el presente tomo: I. Artículos de

permanente interés filosófico, histórico o político; y colaboraciones puntuales sobre temas de

gran actualidad. II. Documentos para la historia de las actuaciones de los servidores públicos,

de los cuales siempre habrá algo que aprender y una moraleja que extraer. III. Jurisprudencia de nuestros tribunales sobre temas polémicos que han llamado poderosamente la atención de la

ciudadanía. IV. Legislación de gran utilidad, sin duda, para el conocimiento de los

profesionales, sobre todo en aquellos campos que, en su momento, generaron fuertemente

opuestas y hasta acres disputas.

Ofrecemos toda esa información a nuestros lectores, en la seguridad de que habrá de

serles de utilidad y con la satisfacción de coronar, por nuestra parte, una publicación de la cual

nos sentimos legítimamente satisfechos.

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ARTÍCULOS

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FILOSOFIA JURIDICA Y CIENCIA DEL DERECHO

Dr. Francisco Salvador Tobar

Para introducirnos en el tema que nos ocupa consideramos necesarios anticipar ciertos

conceptos, que ayudaran a la comprensión de nuestras ideas.

Según Giorgio del Vecchio, la “Filosofía Jurídica” “define el Derecho en su universidad

lógica, investiga los orígenes y los caracteres generales de su desarrollo histórico, y lo valora

según el ideal de la justicia trazado por la pura razón”. Su objeto, precisamos, es el derecho justo,

lo que exige una valoración crítica desde la perspectiva de la legalidad justa y en relación a su

fundamento ético.

Por su parte, la “Ciencia del Derecho” es la disciplina dedicada al análisis, la

interpretación y la aplicación del sistema normativo vigente. Su objeto es el derecho formalmente

valido, es decir, los sistemas particulares considerados singularmente para cada pueblo, en una

época determinada.

La perspectiva del derecho desde la Política, entendida como el ejercicio del poder, es el

derecho eficaz, en la medida que es adoptado y asumido por sus destinatarios. Su objeto, por lo

tanto, esta relacionado a investigar los sistemas que legitiman al derecho.

A partir de los conceptos esbozados, podemos adentrarnos en esta reflexión, para

incursionar brevemente en los orígenes de la “Filosofía Jurídica”, los que hallaremos en la

antigua Grecia, cuna del filosofar humano.

Angular el concepto de justicia, a partir del cual intenta determinar cual es el

ordenamiento mas adecuado para la ciudad. Platón, la justicia esta relacionada a la idea del Bien

y consiste en que cada quien realice aquello que le corresponde según su naturaleza, entendiendo

que esta realización solo puede lograrse en la sociedad. Entendiendo que el derecho debe estar

subordinado a la ética, se concebía a la legislación y al orden político como factores

indispensables para alcanzar la virtud.

Aristóteles, discípulo de Platón en la Academia, también sostiene que la virtud es el fin de

la ciudad, e identifica a la justicia como el medio por el cual es posible alcanzarla.

En Aristóteles comienza a germinar el iusnaturalismo, cuando define lo justo como

aquello que siempre y en todo lugar es valido intrínsecamente y más allá de la voluntad humana.

En esta justicia natural están las premisas de un rector orden social, aunque se admite que la ley

no se invalida por el solo hecho de contradecir la ley natural.

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El principio de la justicia natural, sostiene Aristóteles, es la igualdad, del cual nace la

cohesión y la armonía social. El derecho positivo es justo en la medida que respeta el principio e

igualdad.

En el derecho positivo, la justicia se realiza de dos maneras: la justicia distributiva, según

los meritos y talentos de cada cual, y la justicia correctiva, orientada a enmendar errores.

En los primeros siglos de la Cristiandad, San Agustín nos habla de una ley universal

cósmica, que denomina ley eterna, extensión de la voluntad divina. La ley natural, sostiene el

autor de la “Ciudad de Dios”, es reflejo de esa ley eterna, estableciendo a su vez su límite a la ley

positiva, que esta no puede transgredir.

San Agustín cristianiza el idealismo radical de Platón. Casi ocho siglos después, Santo

Tomas realizaría una síntesis similar al realismo de Aristóteles, para elaborar la obra cumbre del

catolicismo, “La Summa Theologica”. En ella expone su clásica distinción de las leyes: eterna,

natral y humana.

La ley eterna es la misma razón divina que rige al universo, cuya esencia no podemos

conocer, sino parcialmente a través de sus manifestaciones. En cambio, si podemos conocer

mediante la razón la ley natural, que es una participación de la ley eterna en la criatura racional.

La ley humana proviene del hombre, pero debe atenerse a la ley natural, que debe ser obedecida

aunque no este plenamente orientada al bien común; pero en ningún caso debe acatarse si

transgrede la ley divina.

Con el advenimiento del Renacimiento y la modernidad, la “Filosofía Jurídica” adopta un

nuevo rumbo, especialmente con Maquiavelo, quien se inspira en las enseñanzas de la historia

para formular sus reconocidas observaciones. Así, el fin justifica los medios, según su celebre

formula, ya no es el finalismo medieval que en el plano temporal se refería al bien común. Con

Maquiavelo la política se aleja de la virtud y se acerca al ejercicio desenfrenado del poder;

mientras el pensamiento abandona lo especulativo para abrazarse a lo empírico.

La obsesión de Maquiavelo era la unidad del Estado italiano; para lograrla, proponía una

política realista, convencido a la inviabilidad del idealismo para empresas de esta naturaleza,

paradójicamente, como bien lo señala Del Vecchio, la unidad italiana llego mucho después, en

virtud de un programa moral sustentado por los pensadores de finales de siglo XVIII y comienzos

del XIX.

Otro precursor de la nueva política es Juan Bodino, cuya metodología es similar a la de

Maquiavelo, también con una finalidad concreta: legitimar al absolutismo monárquico en

Francia.

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Bodino introduce un concepto novedoso, para su época, el de soberanía, a la que

considera el poder absoluto y perpetuo de la republica. El estado detenta el poder absoluto, uno e

indivisible, pues para su existencia no se concibe de otra manera, por lo tanto, se ubica por

encima de las leyes. No admite la rebelión ningún tipo de derecho del ciudadano frente al Estado.

El poder del soberano absoluto no esta sometido a la ley positiva, solo a las leyes de Dios

y la naturaleza. Inclusive la iglesia debe someterse al mandato del soberano, y si este respeta el

derecho de propiedad, es porque se trata de una obligación moral, sin respaldo en la ley positiva.

Thomas Hobbes, la expresión distintiva del poder absoluto del soberano es la facultad de

dar leyes. Entonces, el derecho se origina en el Estado y es la voluntad del soberano la que

determina lo que es justo o injusto.

La oposición a las ideas absolutistas surgió de Juan Altusio, quien salva la teoría de la

soberanía haciendo residir a esta en el pueblo y no en un monarca. También recurre al concepto

del contrato social, pero no se trata de algo artificial, sino inscrito en la naturaleza misma del ser

humano, que es un ser social por antonomasia.

El poder legislativo le corresponde al pueblo, sostenía Altusio, y en su ejercicio no existe

más limitación que la ley divina y la conciencia. Los gobernantes tienen poderes limitados y

están sometidos al pueblo a través de la ley.

En sentido estricto, cabe distinguir la “Filosofía Jurídica” de la “Ciencia del Derecho”,

porque esta analiza el derecho positivo, según se manifiesta en un pueblo en particular y en un

momento determinado. Por el contrario, la “Filosofía Jurídica” estudia el derecho en su

universidad, en lo que tiene de esencial y permanente.

La distinción se hace mas precisa cuando se relaciona a ambas disciplinas en tres niveles

de investigación: lógica, fenomenológica y deontologica.

En el plano lógico, la “Filosofía Jurídica” intenta develar sobre lo que debe entenderse por

derecho en general, mientras la “Ciencia del Derecho” investiga lo que ha ido establecido como

derecho en cierto sistema. La lógica procura definir un concepto universal del derecho, a partir de

los conceptos y elementos esenciales comunes a todos los sistemas jurídicos, más allá de sus

particularidades.

La Fenomenologia considera al derecho como un “fenómeno universalmente humano” y

busca su esencia a través de sus manifestaciones históricas.

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La deontologia investiga y valora al derecho desde la perspectiva de la justicia, para

determinar la racionalidad y legitimidad del derecho existente. En este caso, “Filosofía Jurídica”

contrapone lo que debiera ser el derecho ideal con lo que es como realidad empírica.

Tal como hemos señalado, la “Ciencia del Derecho” considera únicamente las normas

jurídicas, positivas, vigentes y formalmente validas, en tanto no dejen de serlo. Desde esta

perspectiva, si bien es conveniente distinguir entre validez, eficacia y legitimidad de las normas,

los esfuerzos deben orientarse a la investigación, análisis, construcción, realización y aplicación

del derecho positivo, con el objeto de definir una “Teoría general del Derecho”.

La “Teoría General del Derecho” se articula a partir de un conjunto de conceptos comunes

a diferentes ámbitos del derecho, mediante un continuo proceso comparativo e inductivo, entre

niveles de un mismo ordenamiento o sector; para Deviene en varias teorías generales, como una

“Teoría General del Derecho” constitucional o “Teoría General del Derecho” administrativo.

La “Teoría General del Derecho”, conviene aclarar, es parte de la “Ciencia del Derecho” y

no de la “Filosofía Jurídica”.

El derecho, por ser un conjunto de normas dotadas de coacción institucionalizada, tiene la

capacidad de ordenar imperativamente la convivencia en una determinada sociedad, lo que nos

lleva a relacionar la realidad jurídica con la realidad del poder político.

Es inconcebible un ordenamiento jurídico sin el uso del poder, específicamente de la

fuerza. Esto no significa equipararlo a la fuerza, sino reconocer la necesidad de esta para la

realización del derecho.

Las normas del derecho tienen como ultimo fundamento de validez al poder soberano y

están garantizadas, a su vez, por la fuerza de ese poder. Pero cabe agregar que el derecho también

es un medio para racionalizar el uso del poder, por lo tanto, de la fuerza.

Desde la modernidad se ha entendido el poder como el poder del Estado, la forma de

organización de poder político, y esta referido a la posibilidad de imponerlo por la fuerza en caso

de incumplimiento. Pero en los umbrales del siglo XII, el poder del Estado, o mejor dicho, de los

estados nacionales, comienza a ser desbordado por la realidad.

La humanidad ha recorrido un largo y trabajoso itinerario para redescubrir verdades

implícitas en sus orígenes y reconocer que el mundo esta regido por un orden global, basado en la

diversidad, donde la dignidad de la persona tiene primacía absoluta. Así, los puntos

fundamentales de la agenda para el fin del milenio, pueden resumirse en tres aspectos básicos:

derechos humanos, globalización y preservación del ecosistema. Ninguna disciplina del

conocimiento humano ha podido sustraerse a las exigencias de estos tópicos predominantes que,

a su vez, están estrechamente vinculados entre si.

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La realidad nos está enseñando que la supervivencia de la humanidad depende, en gran

parte, de reconocer la existencia del orden y su diversidad. Y si referimos esta realidad al tema

que nos ocupa, es necesario admitir que el iusnaturalismo se compadece más con ella que las

distintas variantes del positivismo predominante en los últimos siglos.

Lenta, pero inexorablemente, comienza a dilucidarse una cuestión clave en la “Filosofía

Jurídica”, que lleva a determinar si por derecho debe entenderse, exclusivamente, al sistema de

normas e instituciones establecidas por los poderes públicos, deben admitirse otras anteriores o

superiores a las mismas. La visión de un orden global y diverso esta obligado a compatibilizar las

normas positivas con esas otras normas o principios que no precisan ser establecidos por los

poderes públicos para ser derecho. Una de las principales corrientes dentro de la Filosofía del

Derecho es el positivismo jurídico, que no admite como derecho más que el positivo, al punto

que ciertos exponentes de esta corriente llegan al extremo de afirmar que las normas positivas son

el unido criterio posible de justicia. Por su parte, el derecho natural parte de distinguir dos clases

de derecho: el natural y el positivo, siendo que el primero antecede al segundo, representando su

modelo y orientación.

Contrario a lo que suponen los positivistas, quienes niegan la juridicidad del derecho

natural, este si representa un conjunto de autenticas normas jurídicas, situadas a un nivel mas alto

que las normas jurídicas positivas. En tal caso, no deben confundirse “juridicidad” y

“positividad”, porque una cosa es la vigencia de las normas positivas y otra la existencia de

normas vinculantes no precisamente promulgadas por los poderes públicos.

La positividad es un elemento externo o accidental de la naturaleza del derecho; por lo

que no es admisible negar el carácter jurídico del derecho natural afirmado que no es positivo,

toda vez que la positividad no es una cualidad esencial del derecho.

Por otra parte, al derecho positivo y la valoración critica de sus normas. Inicialmente,

marca las pautas a seguir, y, posteriormente, valora y corrige las normas ya promulgadas.

La doble tarea inspiradora y valorativa es la gran función que ha desplegado el derecho

natural en la historia, toda vez que ha posibilitado cambiar el orden social y político existente por

otro más justo. Esto permite situarnos en perspectiva para diferenciar, en los últimos siglos, tres

etapas sucesivas en la evolución del derecho.

La primera, corresponde al reconocimiento de los derechos individuales, plasmados en el

constitucionalismo liberal clásico de fines del siglo VXIIII y principios del XIX.

La segunda, corresponde a los derechos sociales y económicos que comenzaron a surgir al

finalizar la Primera Guerra Mundial, cuando el derecho incursiono en todas las manifestaciones

de la vida social en un intento de racionalizar el poder.

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Y la tercera, la más reciente, representa un conjunto de derechos basados en la solidaridad

humana que se desprende del reconocimiento del orden del mundo, su dinámica globalizadota y

su diversidad.

Los derechos surgidos en la, tercera etapa se van afianzando paulatinamente y

aceleradamente, como un imperativo de la conciencia del orden global y diverso, por lo tanto

están caracterizados por un acendrado humanismo y responde a una visión decididamente

universal.

Tales derechos son el fruto de la irrupción incontenible de nuevos valores sociales,

compartidos por gran parte de la humanidad, donde han jugado un papel determinante los últimos

avances de la ciencia y de la tecnología, que favorecen la difusión de la visión global, pero que

exponen, también, la grave amenaza que representa para la existencia del ser humano y la

conservación de su hábitat la utilización inapropiada de los frutos del conocimiento. A raíz de

todo esto han cobrado vida numerosos derechos, nacidos de la constante reflexión sobre

cuestiones relativas a la dignidad humana, a la paz, al medio ambiente, a la salud y a la calidad de

vida.

Si bien el derecho siempre suele ir a la zaga de los fenómenos económicos y sociales,

podemos afirmar que en la actualidad esta avanzando aceleradamente en el propósito de

adecuarse a la realidad, obligado por las poderosas fuerzas que impulsan la globalización en el

mundo moderno.

Existen signos evidentes de la incidencia de la globalización en el derecho. Por ejemplo

cuando el Derecho Internacional evoluciona rápidamente y asume una función cada vez más

dominante sobre los sistemas jurídicos nacionales. También se advierte cuando los sistemas

jurídicos de los diversos Estados se interrelacionan cada vez mas entre si y con sistemas jurídicos

internacionales de diversa envergadura, orientados a la construcción de un sistema jurídico

mundial, cuya concreción pareciera inevitable a esta altura de la historia de la humanidad.

De las arcaicas nociones de la “comitas Pentium” (cortesía internacional) y el principio de

“pact sunt Servando” (los pactos deben ser cumplidos), en pocos decenios se han pasado a

organizaciones complejas, como la ONU, la OTAN, la Unión Europea y otras mas, basada en

estructuras jurídicas que poseen inclusive tribunales con “imperium”, no solo sobre los Estados

Nacionales, sino también sobre las personas físicas y jurídicas de esos Estados.

En la segunda mitad de este siglo se han registrado profundas transformaciones en el

humanidad, haciendo mucho mas complejas las relaciones sociales, debido al extraordinario

crecimiento de los medios de comunicación, la expansión de la economía global, la explotación

de los recursos naturales y la fuerte explosión demográfica, todo esto ha obligado al derecho a

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incursionar no solo en todos los ámbitos de la vida social, sino también en el ecológico. Están

dadas las condiciones para que el derecho sometido a las influencias del entorno social y natural-

se transforme, cambie su estructura, haciendo que sus funciones se modifiquen y amplíen.

La comprensión del proceso complejo que representa la creciente globalización del

derecho, dentro del contexto de la sociedad y la economía mundial, y la posibilidad de su

estructuración coherente, es una tarea difícil, pero necesaria e impostergable. Representa el

desafío inmediato para teóricos y prácticos en la materia, pues es de suma importancia para

construir la sociedad que se avecina.

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Andrés Bello y el Código Civil Salvadoreño

Por Dr. José Enrique Silva

Discurso de Ingreso a la Academia Salvadoreña de la Lengua el 8 de abril de 1994.

Quiero, desde los inicios de mi intervención agradecer la generosidad de quienes me

propusieron y aceptaron como individuo de Número de la Academia Salvadoreña de la Legua,

correspondiente de la Real Academia Española. Con la satisfacción y la honra de ser recibido en

tan prestigiosa Academia, cuya fecunda historia se remonta a una admirable distancia de más de

cien años, viene a nuestro recuerdo la personalidad y la obra de aquellos ilustres académicos que

iniciaron una labor singular ahora proyectada con orgullo, en el pasar de los años. Por los

sugestivos caminos del tiempo nos acercamos a ese templo respetable que forjaron mentes

laboriosas y pujantes. Con respeto nos postramos ante la imagen de la cultura superior que

nuestro ante pasados lograron. Y a la luz de los recuerdos gratos, asumo la responsabilidad de

este honroso sitial que es la silla «U» que antes correspondiera al muy ilustre Académico, doctor

Napoleón Rodríguez Ruiz, intelectual de valía y a quien, en buena hora, apreciamos

cercanamente en los claustros solemnes de nuestra Universidad Nacional, cuando desempeñaba

con sobrados méritos el cargo de Rector Magnífico.

Nuestros agradecimientos para el doctor Alfredo Martínez Moreno, Director de la

Academia, y el doctor José David Escobar Galindo, Vice-Director de la misma, que ahora tendrá

a su cargo el discurso de contestación. Son ambos profesionales distinguidos y auténticos

exponentes del intelecto salvadoreño, merecedores de elogios y de reconocimiento.

Y como es costumbre de rigor hacer referencia y elogio del Académico a quien me

corresponde sustituir, esa misión es tanto más grata al evocar, con mucho cariño, la figura

siempre presenta del doctor Napoleón Rodríguez Ruiz, que siempre me dispensó su cordialidad y

su amistad cuando, como Rector de la Universidad de El Salvador, me confió en 1961 las

responsabilidades de jefe del Departamento de Extensión Cultural del alma Máter, además de las

de la Secretaría General de la misma en algunas oportunidades.

Su tarea como intelectual queda plasmada en novelas tan valiosas, como “Jaraguá”.

Considerada como expresión genuina de nuestras costumbres rurales. Pero también quiero traer a

la memoria sus pulcras actuaciones como Juez y Magistrado y, sobre todo, como autor de la obra

“Historia de las Instituciones Jurídicas Salvadoreñas”.

Se trata, en verdad de una armoniosa historia del derecho patrio, matizada de documentos,

de fechas, de decretos importantes, todo ello conformando un desarrollo de lo que nuestros

legisladores han realizado para dotarnos de una legislación propia.

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Por eso vale la obra. De ella salen, rutilantes y ejemplares, nuestros próceres afanados en

estructurar una patria libre de ataduras y firme en sus nacientes instituciones. Quien quiera

conocer nuestros orígenes, de pueblo soberano, debe adentrarse en la lectura de este libro útil

que no sólo enseña el pasado, sino también da las bases para estructurar el futuro de nuestra

organización jurídica.

No es ocioso repetir algo mencionado por el escritor venezolano Mariano Picón Salas, al

pronunciar su discurso de ingreso a la Academia de Historia de su país.

«Fue un lugar común de las últimas promociones –decía- considerar las Academias como

herméticos sanedrines donde los escribas de la vieja ley parecen resguarde contra el tumulto

siempre cambiante de o humano, contra las corrientes- a veces enrarecidas- del tiempo histórico».

Aludía también Picón Salas, a las bien recordadas y despectivas palabras de Rubén Darío

que, desde su respetada fortaleza de poeta universal, exclamó: «De las Academias, líbranos

Señor».

Esas opiniones que no tienen razón de ser, provenían de los grupos literarios al comenzar

el Modernismo. La insurgencia juvenil, tempestuosa y no siempre mesurada, debió aceptar

después que no se nace por generación espontánea y que todo quehacer intelectual tiene su base

en aquel cumplieron nuestros antecesores. Del pasado nace, entonces, la lección para lo provenir.

La juvenil rebeldía debe reconocer que las posiciones individualistas y aisladas a nada conducen,

en tanto que la conciencia de grupo, solidaria y comunidad, como la de los Ateneos y Academias,

hace entrega de una cosecha óptima que es el producto de tareas comunes y de conjunto.

De ahí que pertenecer a una Academia como esta, al mismo tiempo que constituye un alto

honor, crea responsabilidades que nuestros descendientes tendrán que valorar para aprender un

nuevo ciclo.

Nada puede haber de improvisación en las labores de la cultura y del arte. Las cotidianas

lecciones de la historia nos permiten apreciar los valores del pretérito que signan rutas y

constituyen ejemplos para las generaciones que vendrán.

Hoy, más que nunca, cabe recordar aquellas palabras del insigne español Menéndez

Pelayo, puestas en el frontispicio de una casa de Bogotá, para ser leídas por las generaciones

actuales.

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“Donde no se conserva piadosamente la herencia del pasado, pobre o rica, grande o

pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original ni una idea dominadora. Un pueblo

nuevo no puede improvisarlo todo, menos la cultura intelectual.

EL CODIGO CIVIL DE BELLO

“Había en don Andrés Bello muchos hombres: un

Filosofo, un crítico, un poeta, un dramático, un

Estadista y un jurisconsulto de primer orden”.

Miguel Luís Amunategui

El bicentenario del nacimiento de Andrés Bello en 1781, sirvió para recordar la gran

variedad de su obra que muestra a cada instante una faz diferente.

En efecto, su condición de insigne humanista, de erudito y de jurisconsulto y, por sobre

todo, de ilustre mentor que se proyecto con sus lecciones orales de gramática castellana y latina,

derecho natural, internacional y romana y literatura, le perfilan como uno de los exponentes de la

cultura americana.

Aquí le mencionamos como estudioso del Derecho y como autor del Código Civil de

Chile, obra esta que según Raoul de la Grasserie, es la mas completa y original en cuanto a sus

disposiciones, entre los Códigos Civiles Hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XIX.

Las obras completas de Bello, publicadas por la Universidad de Chile que el fundo,

llamándosele por ello “la Casa de Bello”, incluye un tomo de “Opúsculos Jurídicos” (Tomo VII)

en el que aparecen muy interesantes trabajos

Sobre derecho administrativo, derecho penal y derecho penitenciario.

Sus comentarios sobre el delito de difamación son excelentes, así como los que se refieren

a indultos y establecimientos de confinación para delincuentes.

En esos Opúsculos se incluyen, asimismo, trabajos sobre el Código de Comercio y el

notable Preámbulo del Código Civil que fue el mensaje por el Presidente de la Republica de

Chile, don Manuel Montt y el Ministro de Justicia, don Francisco Javier Ovalle, remitieron al

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Congreso el 22 de noviembre de 1855 con el Proyecto de Código Civil, cuya promulgación

ocurre el 14 de diciembre de ese año, comenzando su vigencia al primero de enero de 1857.

Bello llega a Chile, el 25 de junio de 1829 y por acuerdo de 31 de agosto de 1840, el

Senado le designa, en unión de don Mariano de Egaña para integrar la comisión encargada de

proceder a la codificación de las leyes civiles.

Esa Codificación era tanto más necesaria, por aplicarse entonces en Chile, una serie de

disposiciones dictadas en épocas diversas, en las que figuraban reales cedulas y reales ordenes, la

Recopilación de Leyes de Indias, Novísima Recopilación de Leyes de España, Leyes de Estilo,

Fuero Real, Fuero Juzgo y las Siete Partidas.

Bello trabajo sin tregua no descanso en la elaboración del Proyecto, e inserto una primera

parte referente a sucesiones, en el periódico oficial El Araucano, del cual era Director.

Pero el proyecto definitivo fue presentado en 1853, estudiándole una comisión revisora de

que era presidente, el jurisconsulto don Manuel Montt, a la vez Presidente de la Republica.

En la propia Sala Presidencial se realizaron las sesiones prolongadas para estudiar el

proyecto y, aunque la comisión revisora introdujo pequeñas modificaciones, la obra de Andrés

Bello salio airosa de aquella prueba, correspondiéndole el merito principal como autor y por

haber participado en la discusión de las reformas.

El Código Civil de Bello aparece dividido en cuatro libros y un título Preliminar.

A semejanza del Código Civil de Napoleón Bonaparte, promulgado en 1804, el Código de

Bello reúne en el Titulo Preliminar las normas de carácter general sobre aplicación de la ley.

Pero hay un detalle digno de mención mientras el Código Francés incluye

En el Titulo, 6 artículos brevísimos, Bello elabora para ese mismo Titulo 53 artículos,

incluyendo en el artículo primero, una perfecta y armoniosa definición de ley.

Por otra parte, Bello dedica el Libro primero a personas; el segundo, a bienes; el tercero, a

sucesiones, y el cuarto, a obligaciones y contratos.

En las notas que bello agrega a su Código, quedan en claro sus fuentes directas: el Código

Civil de Napoleón, las partidas, Derecho Romano, Leyes Españolas, Código de las Dos Sicilias,

Austria, Prusia, Holanda, Baviera, y el Proyecto d Florencio García Goyena para España.

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Sus autores predilectos fueron Rogron, Pothier, Portails, Merlín, García Goyena, Gregorio

López, Betham, Escriche, Tropolong y Savigny, Teniendo que aprender a los cincuenta años de

edad, el alemán para poder leer a este ultimo en su idioma original.

Uno de los más sobresalientes aportes de Bello, fue la creación del Registro del

Conservador de Bienes Raíces, para dar garantía y publicidad a la situación jurídica de la

propiedad y a las operaciones relacionadas con esta.

Asimismo, Bello regulo lo relativo a las personas jurídicas, tanto de derecho publico,

como de derecho privado, formulando con ello una especial innovación respecto a los Códigos

que había tomado como fuente para su obra.

Este Código Civil de Bello, enviado después de iniciada su vigencia en 1857, alas

Republicas de Centro América, por conducto del Encargado de Negocios de Chile en Costa Rica,

don Francisco Solano Astaburuagua, sirvió de base para que El Salvador tuviera su Primer

Código Civil, promulgado en 1859, durante la Presidencia del Capitán General Gerardo Barrios,

y cuya vigencia comienza en mayo de 1860. Este agradecimiento para tan ilustre jurisconsulto, es

el que nos mueve ahora, después de cumplirse el bicentenario de su nacimiento, ocurrido el 19 de

noviembre de 1781, en Caracas, a recordar su obra múltiple de poeta, gramatico, mentor,

universitario y jurista.

Nada mejor, entonces, para fortalecer el homenaje, que traer al recuerdo las palabras de

otro jurista chileno de muy honda huella , o sea don Pedro Lira Urquieta, que al hacer el elogio de

Bello expreso: “En un momento histórico como este, en que sus mejores enseñanzas sobre el

derecho y la libertad cobran nuevo vigor, los Abogados de América le tributamos este homenaje

y como elogio supremo le decimos las palabras que el clásico castellano, con entonación bíblica,

dijo al varón recto: “resplandece como estrella en perpetua eternidad, por haber enseñado el

camino de la justicia a muchos”.

Lo literario en el Código Civil El jurista chileno Washington Silva, después de citar las frases a Alfonso Reyes de que

hay que buscar las esencias mas allá de las arbitrariedades lingüísticas, estudia con mucho acierto

la belleza literaria del Código Civil que nos legara Bello. Esa belleza, como se expresa en el

estudio, no excluye la claridad expresiva ni el rigor conceptual.

Para confirmar el aserto, se traer a cuento la opinión de Miguel Luís Amunategui Reyes,

de que Andrés Bello reunía las sobresalientes dotes de un legista eximio y de un filólogo

eminente. O, como expreso Jorge Gamboa Correa, que es objeto unánime el lenguaje en que el

Código Civil de Chile fue redactado, por la elegancia de la construcción, la pureza del idioma y la

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precisa sobriedad de sus incisos “que van rodando con la majestad de una forma cincelada por

mano maestra”.

Esas características esenciales reúne el texto del Código elaborado por Bello como

ejemplaridad y buen gusto literario, al punto de merecer estas palabras del jurista recordó, Pedro

Lira Urquieta, uno de los mas amenos bellistas: “ándese con cuidado el lector, pues detrás de

cada articulo se asoma un artista”.

Y al mencionar esto, es preciso volver el recuerdo al depurado estilo del Código Francés

de 1804, conocido como el Código Civil de Napoleón Bonaparte, lectura obligada de Henri Beyle

o Stendhal, el admirado novelista francés que menospreciaran sus contemporáneos, excepto

Balzac, Stendhal era un cotidiano lector del Código Civil y, según sus propias expresiones, el

diario contacto con el depurado texto, le servia de estimulo para “podar sus prosas de aderezos

inútiles”. O, como dijera el argentino Cesar Tiempo, esa lectura pretendía, más que despojar de

énfasis su estilo, “farlecerlo precisamente en una de las muestras del estilo napoleónico”.

Ya en el desarrollo de un analista de las definiciones contenidas en el Código ejemplar de

Bello, al invocar Washington Silva, el concepto de que ritmo es “una adecuada ordenación de los

miembros melódicos del periodo, con sus tensiones y distensiones correspondientes”, explica

gráficamente la definición de ley con un periodo correspondiente”, explica gráficamente la

definición de ley con un periodo bimembre, con tres tiempos en tensión y tres en detención:

“La ley es una declaración de la voluntad soberana, que manifiesta en la forma prescrita

por la Constitución manda, prohíbe o permite”.

Y lo mismo ocurre con el ritmo sobre la costumbre: “La costumbre no constituye derecho,

sino en los casos en que la ley se remite a ella”.

No en balde afirma Lira Urquieta, apoyado en la opinión del francés Julián Bonecasse, que en

el Código Civil de Chile, se dan los caracteres de un autentico clasicismo jurídico, estructurando

en cuatro aspectos que son:

1) Culto por la norma o sea el respeto al texto legal para los antiguos o veneración a las

fuentes reales del Derecho para los autores modernos;

2) Elemento racional o sea el predomino de la reflexión sobre las arbitrarias interpretaciones

subjetivas;

3) Imitación de los antiguos, sobre todo el Derecho Romano; y,

4) Cuadro claro de los géneros e instituciones jurídicas.

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Con acierto se ha dicho, para ejemplificar lo literario en las definiciones de Bello, algo que

podemos percibir y admirar en esta: “Se entiende por la playa de mar la extensión de tierra

que las olas bañan y desocupan alternativamente hasta donde llegan en las mas altas mareas”.

De inmediato, de la sola lectura, entramos en contacto con los movimientos acompasados

de las olas marinas que asombran nuestro espíritu y le fortifican con su ritmo cambiante tan

lleno de armonía y pujanza.

Por todo ello, corresponde destacar que las disposiciones del Código de Bello, como lo

señala el jurista Carlos Vicuña en su trabajo titulado “la Lengua del Código Civil”, contienen

una sintaxis perfecta y una claridad resplandeciente de gran eufonía estilística que no da paso

a oscuridad alguna.

Razón hay, pues, para que esas disposiciones no sean atropelladas por una enseñanza de

pedagogos sin doctrina o tervigersadas por una jurisprudencia ciega y rutinaria.

Por sobre todo, cabe reconocer, que ameritan una interpretación lisa y llana y que jueces y

profesores deben admitir que la escritura del Código ha sido hecha como expreso Gonzalo de

Ceceo: “en Román paladino, en el cual suele el pueblo hablar con su vecino.

Definición de la ley Nuestro Código Civil define en su art. 1: “La Ley es una declaración de la voluntad

soberana que, manifiesta en la forma prescrita por la Constitución, manda, prohíbe o

permite”.

Es interesante conocer la edición primera de nuestro Código Civil, promulgando por el

Capitán General

Gerardo Barrios en 1859 y publicado en Nueva Cork, en 1860, año que marca también el

comienzo de su vigencia.

La definición de la ley se tomo íntegramente del Código Civil de Chile. En el

ordenamiento chileno, el Art. 1 dice: “La ley es declaración de la voluntad soberana que,

manifestaba en la forma prescrita por la Constitución, manda, prohíbe o permite”.

Como puede advertirse, los legisladores criollos no cambiaron, ni las comas, menos la

redacción del artículo. Y es que no se podía hacer otras cosas. La definición de ley, admirada

por su precisión y armonía, es obre de Bello, quien unía a su calidad de jurista, la de

conocedor del idioma castellano.

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El Código de Napoleón Bonaparte, de 1804, llamado después el Código Civil de los

franceses, no contiene ninguna definición de la ley y comienza en su Art.1 con lo relativo a la

obligatoriedad de la ley, expresando en el primero inciso: “Las leyes obligatorias en todo el

territorio francés en virtud de la promulgación de que las mismas haga el primero cónsul”.

Refiere Miguel Luís Amunategui Reyes, en una pequeña obre publicada en Santiago de

Chile, en 1889, que Bello, siguiendo a los franceses, cometió la misma falta en su primer

Proyecto de Código Civil; pero mas tarde reparo su olvido, por mandarlo así la lógica, porque

la palabra ley, a la que le dedicaba un titulo especial y que mencionaba de trecho en trecho,

exigía ser definida con toda precisión.

Ello enmendó así, su otro error de denominar ley a cada artículo del Código, siguiendo la

nomenclatura de Las Partidas.

Después de muchas vacilaciones y dudas como expresa Amunategui Reyes y convencido

Bello de las necesidades de incluir una definición de la Ley, “La ley es una declaración de la

voluntad soberana que manda, prohíbe o permite”.

No contento con ella, la modifico posteriormente por esta”:

“La ley es una declararon constitucionalmente expendida que manda, prohíbe o permite”.

Finalmente, la fórmula definitiva y consagrada en el Código Civil, es la que figura en el

frontispicio y que antes fue citada. Don Enrique Cood, un gran civilista chileno, opino que el

cambio en la redacción de Bello Cood, un gran civilista chileno, opino que el cambio en la

redacción de Bello de “constitucionalmente expedida” por “manifestada en la forma prescrita

por la Constitución” indicaba el propósito de que únicamente se considerase ley, la emanada

de la voluntad soberana, siguiéndose los tramites dispuestos por la Constitución.

Observadas esas formalidades, no importa que se considere injusta la Ley, o inicua o

absurda. La obligación de todos es obedecerla, sin poder, asimismo, alegar su ignorancia,

después de publicada en el Diario Oficial, por presumirse de derecho ese conocimiento.

Se pregunta ¡de donde tomo Bello su definición de ley? ¡es original o tiene semejanza con

otras definiciones?

No pude tomarla del proyecto español del Código Civil de Florencio García Goyena,

porque dicho proyecto carecía de ella.

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Laurent, en sus principios de Derecho Civil, recuerda la definición de Portalis: “La Ley es

una declaración solemne de voluntad del soberano sobre un objeto de interés común”, y a su

juicio debe agregarse “y de régimen interior”, a fin de distinguir la ley del tratado.

Demolombe, comentarista del Código Civil Francés, aporto una definición que se acerca a

la de Bello: “La ley es una regla establecida por la autoridad que, según la constitución

política, tiene el poder de mandar, prohibir o permitir, en toda la extensión del Estado”.

Como quiera que la semejanza existe, no es procedente regatear a Bello, el merito

principal de haber dado a Chile, no solo una admirable definición de ley, sino todo un Código

Civil, que es modelo de perfección gramatical y de ajustada técnica jurídica y que lo mas

importante aun sirvió a los demás países de Latinoamérica, para forjar sus códigos civiles.

Dos cartas sobre el origen del Código Civil Salvadoreño La promulgación del Código Civil de Chile el 14 de diciembre de 1855 y cuya vigencia

comienza el 1º de enero de 1857, constituye un suceso memorable que marca una nueva etapa

en la historia del derecho de Latinoamérica.

Antes, bajo la influencia de la codicacion europea, sobre todo el Código Civil de

Napoleón Bonaparte de 1804, habían surgido como intentos primigenios dignos de mención,

el Código Civil de Santa Cruz, en Bolivia, de 1831, cuyos 1500 artículos incluyen un titulo

preliminar sobre personas, bienes, y modificaciones de la propiedad, y el Código Civil en

Perú, en 1852.

Este último se da, después de la preparación de dos proyectos, uno del magistrado Manuel

Laureanda de Baldar y otro de Gómez Sánchez y Maridaje, respectivamente, de los 1834 y

1845.

El Código Civil Chileno, mas conocido como Código de Bello, por haber sido obra casi

exclusiva del gramatico ilustre don Andrés Bello, quien trabajo durante quince años en esta

obra calificada como la mas original y competa de su tiempo, se proyecto son rapidez por

todos los pueblos del Nuevo mundo.

En algunos casos, sirvió como documento de trabajo, aunque si llegarse a un adopción

total, como ocurrió en Argentina, en donde el recordado Dalmacio Vélez Sarsfield le tomo

muy en cuenta para redacta el Código Civil en Uruguay, cuando el jurista argentino Tristan

Narvaja, redacta el Código Civil para ese país, por cierto sancionado el 22 de enero de 1868

y, luego de algunas alternativas, vigente desde el primero de enero de 1869.

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En todo caso, la adopción del Código de Bello fue total, copiándose casi íntegramente sus

disposiciones. Tal lo acaecido en Ecuador, Colombia, Nicaragua y El Salvador.

En su “Historia de las instituciones Jurídicas Salvadoreñas”, el doctor Napoleón

Rodríguez Ruiz, en el Tomo I; transcribe la carta que el Ministro de Relaciones Exteriores de

El Salvador, don Juan J. Bonilla, dirigió al de Chile, en 1857, agradeciendo el envió de un

ejemplar del Código Civil Chileno. La carta dice: “Ministerio General del Gobierno de la

Republica de El Salvador. Cojutepeque, septiembre de 1857.

Señor: el Señor don Francisco Solano Astaburruaga, Encargado de Negocios de esa

Republica cerca del gobierno de Costa Rica, hizo llegar de sus manos junto con muy atenta

nota oficial de V.E. fechada 23 de marzo, los ejemplares de la Historia física y política de

Chile publicada por don Claudio Gay y del nuevo Código mandado observar en esa republica,

cuyas dos obras obsequia a ese Gobierno, el de V. E. aceptando el mío esta muestra de la

benevolencia y cortesía de su amigo del Gobierno Chileno, me ordena expresar a V. E. el

sentimiento de gratitud y al propio tiempo sus simpatías y vivos deseos de todas las cosas de

esa Republica, adelanten y prosperen cada día mas en la misma promoción con que esta ahora

ha seguido imperturbable entre las naciones hispanoamericanas su gloriosa carrera de paz y

de progreso.

Aprovecho la presente ocasión, para ofrecer a nuestra excelencia las seguridades de mi

aprecio y consideración, la mas perfecta, con que soy su muy atento y seguro servidor. Juan J.

Bonilla al excelentísimo Sr. Ministro de Relaciones Exteriores de la Republica de Chile”.

Si interesante es la nota de agradecimiento del gobierno salvadoreño al de Chile, por el

envió del Código civil que sirvió de base para el nuestro de 1860, también lo es la carta

enviada de Chile a El Salvador, por el señor Ovalle, en ese entonces Ministro de Relacione

Exteriores, como necesario complemento.

Aparece en la obra “Antecedentes Legislativos y trabajos preparatorios del Código Civil

de Chile”, recopilados por el profesor Enrique Cood, uno de los mas grandes juristas chilenos,

reeditada en 1957, con ocasión del centenario del Código de Bello.

La obra relacionada es de un gran valor histórico, pues en ella se colocan, por su orden,

informes y debates parlamentarios y trabajos de las comisiones redactoras y revisoras, tan

útiles para establecer la historia fidedigna de la ley, así como la correspondencia del Ministro

de Justicia, que lo era también de Relaciones Exteriores.

Y en esa correspondencia se incluye la siguiente carta:

“23 de marzo de 1857”

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Señor: por conducto de don Francisco Solano Astaburuaga, Encargado de Negocios de

este gobierno cerca del de Costa Rica, recibirá V. E. un ejemplar de I Historia Física y

Política de Chile, publicada por don Claudio Gay, y, otro del nuevo Código Civil, sancionado

y mandado observar en la República, obras que mi gobierno manda de obsequio al de esa, y

espera que aceptara gustoso como concernientes a un país amigo.

Me valgo de esta ocasión para ofrecer a V. E. los sentimientos de mi alta y distinguida

consideración con que soy. Francisco Javier Ovalle. A los Ministros de Relaciones Exteriores

de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua”. Archivo Nacional/

Ministerio de Relaciones Exteriores/Correspondencia con los gobiernos extranjeros 1855/66”.

Con ellos se explica, entonces, como fue que vino a El Salvador, por atención del

gobierno de Chile, el ejemplar del Código Civil que sintetiza la más formidable labor del

filólogo y gramatico Andrés Bello.

Ese ejemplar sirvió a la comisión redactora de nuestro Código Civil, integrada por los

licenciados José Maria Silva y Ángel Quiroz, para forjar la obra que más adelante reviso la

comisión que formaron los licenciados Tomas Ayon, Anselmo Paiz y Eustaquio Cuellar.

La misma comisión revisora se encarga de aceptar, en su informe de 20 de agosto de 1859

al Presidente de la Republica de ese entonces Capitán General Gerardo Barrios, lo que sigue:

“Por lo que toca al método y plan de la obra, la comisión observa, que se ha seguido el del

Código chileno, que en realidad el más completo; como que en su formación se consultaron

varios códigos de Europa y de América.

La promulgación de nuestro Código Civil en 1860, así como la de nuestro primer Código

Penal de los años 1825/1826, y la de nuestro primero Código de Comercio de primero de

diciembre de 1855, significaron los primeros pasos de nuestra independencia jurídica,

afirmándonos como pueblo apto para darse sus propias leyes.

Andrés Bello y Antonio José de Irisarri

En la historia de la cultura y de la diplomacia de América, hay dos nombres muy

estrechamente unidos. Corresponden a distinguidos intelectuales, identificados en tiempos,

lugares e ideales: Andrés Bello y Antonio José de Irisarri.

El primero nació en Venezuela, pero su obra fecunda ha quedado realizada en Chile, en

donde fundó la Universidad y se desempeño como su primer Rector redacto el Código Civil y

escribió libros de perdurables meritos. Su vida (1781-1865) constituye la incesante actividad

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de un verdadero humanista que se proyecto a muchos campos; fue filólogo, pedagogo y,

sobre todo, un estudioso sin tregua.

Irisarri nacido en Guatemala, de muy ilustre cuna, había recibido como dice don Pedro

Lira Urquieta, uno de los más notables biografos de Bello, “una educación esmerada y estaba

adornado de todas las prendas que dan brillo en el mundo”.

Las vidas de Bello y de Irrisarri, se entrecruzan en Londres, cuando este último, vinculado

en Chile con la influyente familia de los Larrain, llega a Inglaterra, en las primeras semanas

de 1819, como hombre de confianza de don Bernardo O´Higgins, director supremo de la

Republica e Chile, en calidad de Embajador.

Se conocen hasta el año 1820, en casa del diplomático colombiano Francisco Antonio Cea

y la amistad con Irisarri sirve a Bello, para entrar al servicio de Chile, como Secretario de su

Embajada en Londres y, luego, para marchar a Santiago en 1829, cuando cerradas las puertas

que pudo abrirle su patria, busco mejores horizontes para su innegable de sabio.

Antonio José de Irisarri, el ilustrado guatemalteco, fue un escritor admirable que dio sus

servicios a varios países, entre ellos Nicaragua y el Salvador.

En Washington actuó como Ministro Plenipotenciario de Nicaragua y como agente

diplomático de Guatemala y El Salvador.

En 1860, siendo Jefe del Estado salvadoreño, el Capitán General Gerardo Barrios, se llevo

a cabo una admirable labor de codificación, promulgándose cuatro ordenamientos así:

“Código Civil, Código Penal, Código de Procedimientos Civiles y Código de Instrucción

Criminal”.

En ese tiempo, como lo indica el propio Presidente Barrios, en su Mensaje leído al Cuerpo

Diplomático el 29 de enero de 1860, se dispuso que, por razones económicas y practicas, la

publicación del Código Civil y del Código Penal se hiciese en Estados Unidos, comisionando

para tan importante misión, al escritor Irisarri, que por entonces fungía como nuestro

Encargado de Negocios en ese país.

Dice así el párrafo del mensaje de Barrios: “Tanto por economía, como porque la

impresión y empastadura de las obras, se hiciesen con perfección, mande a Norte América los

originales para que el distinguido literato Don Antonio José de Irisarri, nuestro Encargado de

Negocios, se encomendara de ese trabajo, que lo acepto gustoso según los avisos que

últimamente he tenido, estarán dentro de un mes o dos en nuestro poder los nuevos Códigos”.

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Irisarri cumplió la tarea encomendada, con mucho cierto. La impresión del Código Civil,

que fue el primero ordenamiento en esa materia que nuestro país tuvo, se hizo en Nueva

Cork, en la imprenta de Eduardo O. Jenkins, en la 26 Calle de Frankfort, en 1860.

En un papel excelente y una esmerada presentación, la obra incluye el informe de la

Comisión Revisora, el decreto de promulgación de 23 de agosto de 1859 y el texto del Código

Civil; con 2435 artículos, erratas e índice. Conforme decreto de 10 de abril de 1860, se

ordeno la publicación que mas bien era divulgación en cada uno de los pueblos, villas y

ciudades de El Salvador, y por cada ejemplar del Código Civil se cobro “Indefectiblemente y

sin excepción (sic) alguna, la cantidad de ocho pesos”.

La publicación del Código Civil Penal, se efectuó en Nueva Cork, en la Imprenta de

Esteban Hallet, que funcionada en la Nº 107 de la Calle de Fulton, en 1860.

Esta edición incluye, además del decreto de promulgación de fecha 28 de septiembre de

1859, el texto del Código con 541 artículos, en índice y las erratas.

La Edición del Código Penal, era de menor calidad respecto a la del Código Civil, en

cuanto al papel empleado y la presentación tipográfica. En ambos, por dificultades

idiomáticas, fue excesivo el número de erratas a grado tal que, respecto al Código Civil, se

volvió necesario publicar un decreto especial

De 30 de abril de 1860, cuyo considerando único era elocuente: “El Presidente de la

Republica de El Salvador, Considerando: Que habiéndose pasado el Código Civil impreso en

Nueva Cork a la Comisión que lo redacto para que lo examinase; y resultando de su informe

que además de las erratas salvadas en la obra, subsisten otras muchas, y que lagunas de ellas

pueden alterar el sentido de la ley, para rectificarlas de una manera autentica. Decreta…”.

No obstante de tales dificultades, es justo reconocer que la misión del ilustre guatemalteco

Irisarri fue encomiable y que, por ello, su nombre esta identificado plenamente con la útil

labor desarrollada por el gobierno del Capitán General Gerardo Barrios, en lo que se refiere a

su obra legislativa.

Elogio de Andrés Bello

Como el que llega al final de un emocionante camino, corresponde dar fin y epilogar el

discurso en elogio a quien hizo posible que afirmáramos nuestra independencia jurídica con el

Código Civil ejemplar, redactado con maestría. De Chile vino el ordenamiento que sirvió de

base al nuestro y de ahí que volvamos nuestros ojos agradecidos al autor de sus admirables

disposiciones.

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Andrés Bello, el gramatico, el jurista, el internacionalista, el funcionario y, en suma, el

hombre de esfuerzo sin fatiga y de sabiduría sin limites, gana nuestra admiración de

salvadoreños por su contribución a nuestro progreso jurídico.

No en balde el ilustre miembro de la Real Academia Española, don Manuel Cañete le

proclamo, como cuenta Miguel Luís Amunategui en su memorarle “Vida de don Andrés

Bello”, “el príncipe de los poetas y escritores del Nuevo Mundo”. Y el poeta Manuel del

Palacio con inspirado verso le dedica:

“… a los ecos de su voz vibrante,

Se incorpora en la tumba Gracilazo

Y le contempla con amor Cervantes.”

También quise que este homenaje fuera medianamente digno de aquel que dio a

Venezuela y a Chile, sus dos Patrias jubilosas por los meritos del hijo meitirismo, doble

corona de laureles.

Su gloria traspasa, climas y lejanías. Su saber vasto y fecundo le ha ganado

permanentemente sitial de admiración y gloria.

Con mucha fortuna se han designado a Bello como el preceptor de América. Y, en efecto,

su prestigio de codificador por excelencia y de reformador prudente y cauteloso, nos lo

reflejan como el redactor de disposiciones que han resistido los embates del tiempo y de las

nuevas ideas.

No es cierto que su Código Civil sea una reproducción literal del Código de Napoleón o

de los franceses como se le llama. Si bien de el ciertas líneas generales y algunas taxativas

reglas, sus esquemas le apartan y ganaron el necesario vuelo para lograr creaciones propias y

originales. De aquí que sea adoptado en conjunto en legislaciones de Ecuador, Colombia,

varios países de Centro América, inclusive El Salvador y haber inspirado a Dalmacio y

Uruguay. Por eso se evoca el nombre de Andrés Bello con agradecimiento y respeto. Se lee

su mensaje siempre vivo y permanente. Se venera su rutilante imagen de consultor y sabio.

Al apagarse el día y llegar la nocturnidad con el misterio de sus lunaciones, se escucha el

eco quejumbrosos de la poética oración tan cargada de armonía y que tradujo con devoción:

“Sacude el polvo el árbol del camino,

Al soplo de la noche; y en el suelto

Manto de la sutil neblina envuelto,

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Se ve temblar el viejo torreón…”.

Su obra deja rastros imborrables, retazos de una historia que no se olvida y que jamás

trataremos de cambiar. Al contrario, buscaremos robustecer su memoria que nos acompaña

día a día, para lograr un mundo más generosos y cargado de satisfacción y júbilo.

Concluyamos con palabras dedicadas a Andrés Bello, por José Ramón Medina, otro

venezolano cincelador de poesías y mensajes que son el apropiado alimento para el espíritu

de nuestras Patrias:

“Escrito sobre la piedra el nombre. Inconmovible como la roca misma; arrogante, seguro

de su ámbito, dueño ya del infinito acontecer de un pueblo. Y mientras antiguas elegías dejan

caer sus alas vencidas sobre la errante niebla y una corona de mirtos y laureles ciñe la frente

victoriosa, resuena en el mundo americano la voz que vigila el destino de sus grandes

muertos. No es forma del rescate, sin embargo; sino cumplimiento vivo de la fecunda tarea

rendida por el amoroso esfuerzo del hombre. Escrito esta sobre la piedra el nombre, allí

permanece, allí se salva, allí vibra como una espada en el aire, allí dicta su lección de sueños,

allí es pájaro que vuela, luz que ilumina, palabras que no detienen el tiempo ni la muerte”.

San Salvador, 8 de abril de 1994.

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EL CONTRATO O LEASING O ARRENDAMIENTO FINANCIERO EN EL SALVADOR

Lcda. Rosa M. Romagoza de López Beltrán

I. INTRODUCCIÓN

El presente documento en primicia se analizara desde el punto de vista económico

referente al concepto de “contratos de crédito” que ha sido utilizado por la doctrina bancaria, a

través de la observancia de los diversos contratos bancarios y de la misma actividad bancaria en

general en nuestro país; además, es esencial la existencia de un mercado de capitales a medio

plazo restringido e inaccesible, una legislación fiscal restrictiva en materia de amortizaciones y

una economía en expansión que imponga a las empresas una rápida renovación tecnológica de

sus instalaciones.

Desde el punto de vista jurídico la problemática del negocio de crédito aparece bajo una

luz diversa y se revela la intima razón que ha determinado el surgimiento del propio concepto y

su transfusión en una categoría jurídica, lo cual dio surgimiento a la presente modalidad

contractual denominada “Leasing” o “Arrendamiento financiero” como lo retoma la legislación

salvadoreña; esta figura le permite al empresario tener a su disposición un bien en cualquiera de

sus categorías, sin tener que pagar el precio de compra solo arrendarlo y, al mismo tiempo,

equilibrar en cierta medida la no fácil coyuntura de la obsolescencia de dicho bien.

Como una primicia esta figura es utilizada en el mercado financiero cuando una persona

o empresa necesita un determinado bien, pero no esta en condiciones de destinar recursos para su

adquisición. Entonces, se adquiere los servicios de alguna compañía de leasing o arrendamiento

financiera u institución financiera que lo ofrezca, para que esta, de acuerdo con las

especificaciones y requerimientos técnicos dados por el interesado, compre el bien requerido.

Posteriormente se lo entrega a la persona para que lo utilice durante un plazo definido, a

cambio del pago de una cierta cantidad de dinero, expresada en cuotas mensuales o canon de

arrendamiento. La operación se formaliza a través de un contrato de arriendo con opción de

compra. Una vez que se cumple el período acordado, el cliente o arrendatario puede adquirir el

bien, siempre que pague una cuota adicional que suele ser igual a las canceladas anteriormente.

Se debe tener presente que el acuerdo entre ambas partes es irrevocable; el bien no puede

ser devuelto a la compañía de leasing o arrendante antes del plazo convenido. La duración

contractual durara al menos un año. Con este sistema es posible obtener casi cualquier equipo o

maquinaria, incluso si se comercializa en el extranjero.

II. ALGUNOS CONCEPTO DE LEASIGN O ARRENDAMIENTO FINANCIERO a) Se entiende por arrendamiento financiero, el contrato mediante el cual el arrendador

concede el uso y goce de determinados bienes, muebles e inmuebles, por un plazo de

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cumplimiento forzoso al arrendatario, obligándose este último a pagar un canon de

arrendamiento y otros costos establecidos por el arrendador. Al final del plazo estipulado

el arrendatario tendrá la opción de comprar el bien a un precio predefinido, devolverlo o

prorrogar el plazo del contrato por períodos ulteriores1

b) Se considera como el contrato de crédito por el cual un empresario (en la generalidad de

los casos) toma en locación de una entidad financiera un bien de capital, previamente

adquirido por ésta a tal fin o a pedido de locatario, teniendo esta locación una duración

igual al plazo de vida útil del bien y un precio que permite al locador amortizar el costo

total de la adquisición del bien durante el plazo de locación, con más un interés por el

capital adelantado y una ganancia. Se faculta asimismo al locatario la adquisición del bien

en propiedad al término de la locación mediante el pago de un precio denominado valor

residual2.

c) Se trata de una técnica de financiación muy difundida en la práctica. Presupone el leasing

(también denominado “arrendamiento financiero”) la existencia de una operación de

financiación, a medio o largo plazo, mediante la cual quien necesita un bien –

normalmente maquinaria o bienes de equipo-contrata con un intermediario financiero,

para que éste lo adquiera del fabricante con el fin de cederle posteriormente su uso por

tiempo determinado mediante el pago de un canon periódico, transcurrido en cual

dispondrá de un derecho de opción, que le permitirá quedarse con el bien (pagando el

valor residual del mismo), o no (generalmente, se concierta una nueva operación de

leasign). Aunque lo normal es que recaiga sobre bienes muebles de inversión o de equipo,

nada impide pactar una operación de leasing sobre inmuebles (leasign inmobiliario)3.

III. ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Para que un contrato leasing o arrendamiento financiero se aplique y desarrolle en

cualquier mercado financiero se deben considerar los principios que dieron paso a la existencia

de esta modalidad es importante que se conozca, enfoque, aplique, y funcione como herramienta

de fortalecimiento para los sectores empresariales, para ello es indispensable la existencia de

condiciones mínimas de estabilidad en los mercados y expectativas económicas, lo anterior se

determina en la práctica y desarrollo de esta modalidad en algunos países de Europa, además, de

los Estados Unidos de América, en la década de los ochenta, que hasta entonces las sociedades de

Leasing tomaron un rol importante, pese a que las primeras empresas fueron creadas con

anterioridad. Sin embargo no se puede fijar con exactitud -ni siquiera con respecto al mercado

1 Ley de Arrendamiento Financiero de El Salvador, Art. 2. 2 Bonfanti, Mario A, Contratos Bancarios, Responsabilidad de la entidad financiera; Secreto

bancario; Descuento bancario, Leasing, Factoring, Underwriting, p 265. 3 Broseta Pont, Manuel , Manual de Derecho Mercantil, Volumen II, Contratos

Mercantiles, Derecho de los Títulos-Valores, Derecho Concursal, 12° Edición-1992, p 265.

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norteamericano- la "fecha o acta de nacimiento" del leasing, el desarrollo de este contrato ha

exigido la concurrencia de una serie de circunstancias económicas y sociológicas4.

El contrato leasing como se le denomina desde su inicio es una técnica de origen

anglosajón nacida en los Estados Unidos de América. Como punto de partida de esta actividad se

puede señalar el año de 1952, en que se fundó en San Francisco de California la United Status

Leasing Corporación. Esta sociedad que tenía inicialmente un capital de veinte mil dólares, al

cabo de dos años financió bienes de equipo por valor de tres mil dólares. Las operaciones de

leasing tuvieron un desarrollo sorprendente en aquel país. En 1955 el valor de los bienes de

equipo financiados en régimen de leasign financiero era de cien millones de dólares. Cinco años

después, en 1967 dicho valor ascendía al un mil trescientos cincuenta millones. Tal espectacular

crecimiento obedecía a un conjunto de realidades económicas que estaban presentes en el

mercado norteamericano5.

En El Salvador las operaciones mercantiles, están en principio delimitadas por el Código

de Comercio de 1970, sin embargo, le dinámica económica nos fuerza a buscar nuevas

alternativas para el ejercicio de las actividades comerciales, financieras, etc. Abriendo espacio a

la figura de leasing o arrendamiento financiero, partiendo de la idea que, el sustento de la

institución es fundamentalmente económico y financiero, con posterioridad nace su configuración

jurídica, aplicándose el principio de que los fenómenos económicos anteceden siempre a la

definición jurídica de los mismos. Dando origen a la Ley de Arrendamiento Financiero, creada

mediante el decreto No. 884 de fecha 20/06/2002, publicada en el Diario Oficial No. 126, Tomo

356 del 09/07/2006; dicha regulación protege el derecho de propiedad que ejerce los

arrendadores como inversionistas en los bienes arrendados, función que se cumple en virtud de la

explotación económica que éstas otorgan a los usuarios del sistema. Contribuyendo así con el

desarrollo en la economía nacional, con un sistema de financiamiento de bienes que fomente la

inversión y sea accesible a las empresas y personas que lo soliciten.

Su relación esta presidida por una simbiosis entre la economía y el derecho, estando

atribuida a éste los problemas que plantean en la convivencia social las realidades económicas,

sin que estas realidades puedan en ningún caso condicionar la protección jurídica, sino, por el

contrario deben valorarse desde el principio de justicia para dotarlas de auténtica sanción social y

del poder característico coactivo del estado6. El Leasing no puede ser asimilado a ninguno de los

considerados “Contratos Bancarios”.

IV. DENOMINACIÓN Existen una serie de contratos pero quizá ninguno que haya motivado una profusión de

trabajos doctrinales tan importante como el de “Leasing” o “Arrendamiento Financiero”, el

interés que ha despertado dentro de nuestra comunidad jurídica es considerable.

4 Larrosa Amante, Miguel, Contratos Mercantiles Modernos, Edición-2006, p 2. 5 Larrosa Amante, Miguel, Contratos Mercantiles Modernos, Edición-2006, p 1. 6 Larrosa Amante, Miguel, Contratos Mercantiles Modernos, Edición 2006, p 1.

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El nombre del contrato en inglés Leasing viene del verbo to lease que significa tomar o

dar en arrendamiento. Desde luego, los autores se han apresurado a señalar que la expresión

arrendamiento es insuficiente para indicar la complejidad misma del contrato, pues de las

relaciones de las partes y de las obligaciones que surgen puede constatarse como su desarrollo

excede, por muchos, el que sería propio de un simple contrato de arrendamiento. Además, en

algunos aspectos, la práctica ha llegado a invertir o trasladar obligaciones que serían propias del

arrendador y pasan a serlo del arrendatario en este contrato.7

La legislación francesa, por ejemplo, lo ha denominado como contrato de crédit-bail

(crédito-arriendo), que si bien ha sido objeto de glosas indica que el arrendamiento se superpone

con él coexiste, una función crediticia.8

Partiendo de esta idea podríamos afirmar que en América Latina comienza a hacer carrera

la denominación de “arrendamiento financiero” que, si por algunos aspectos puede mostrarse

insuficiente, a pesar de ello podríamos definir el contrato de leasing o arrendamiento financiero

en su forma más representativa, como aquél por virtud del cual una sociedad especiliazada

adquiere, a petición de su cliente, determinados bienes que le entrega a título de alquile, mediante

el pago de una remuneración y con la opción para el arrendatario, al vencimiento del plazo, de

continuar el contrato en nuevas condiciones o de adquirir los bienes en su poder.9 10

V. NATURALEZA JURÍDICA

La naturaleza jurídica del Leasing no debemos olvidar que estamos ante una figura que,

aunque evolucionada y modalizada, tiene su origen en el Derecho anglosajón. El trasplante a un

sistema como el nuestro ha de hacerse con el máximo cuidado para no desvirtuar radicalmente la

figura de su origen.

1. TEORIA DEL NEGOCIO FIDUCIARIO (Tesis Giovanoli)

Esta tesis viene íntimamente vinculada a la del préstamo o mutuo. Prescindiendo de las

formas jurídicas y de los conceptos o rótulos, ha dicho uno de sus teóricos, el leasing es, en

sustancia, un préstamo que recibe la usuaria de la financiera, conservando ésta la propiedad

fiduciaria de los bienes como garantía del crédito otorgado. La financiera, explica el mismo autor,

7 Rodríguez Azuero, Sergio, Contratos Bancarios, Quinta Edición-2003, Bogotá

D.C., Colombia. p 698. 8 Rodríguez Azuero, Sergio, Contratos Bancarios, Quinta Edición-2003, Bogotá

D.C., Colombia. p 698. 9 Rodríguez Azuero, Sergio, Contratos Bancarios, Quinta Edición-2003, Bogotá

D.C., Colombia. p 699. 10 Buonocore destaca desde una perspectiva meramente semántica, que “to

lease” es el verbo que en los países de lengua anglosajona se utiliza para expresar el fenómeno de que alguien toma o da en locación un bien. El vocablo “leasing” en su idioma de origen significa “arrendar” por un plazo más o menos prolongado, no ha sido admitido por nuestro idioma como leasign.

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efectúa un préstamo a la usuaria, pero en virtud de un mandato que ésta le ha conferido, entrega

el dinero al suministrador designado por la usuaria para adquirir los bienes elegidos por ella. La

propiedad de estos bienes es adquirida por la usuaria y transferida inmediatamente a la empresa

de leasing en garantía del crédito. En consecuencia, ésta es la propietaria fiduciaria de los bienes

durante todo el plazo del contrato; aquella es sólo la detentadora del uso del bien durante ese

lapso11

. A lo largo de este período, el usuario conserva el goce de los bienes; una vez que ha

abonado a la sociedad de leasing la referida suma de dinero, el usuario adquiere el pleno dominio

de los bienes. Sin embargo, cabe la posibilidad de que el usuario no abone el último plazo (el

denominado impropiamente precio de opción de compra) en cuyo caso no adquiere la propiedad

de los bienes que le cedieron. 12

La asimilación del leasing o arrendamiento financiero al préstamo de dinero no es posible,

porque no existe transferencia de la propiedad de una suma de dinero, la propia sociedad de

leasing adquiere los bienes, por lo que no puede pretenderse que el pago del precio al

suministrador extinga una deuda del usuario. 13

Los antecedentes históricos de este tipo de negocios se suelen encontrar en la fiducia que

conoció el Derecho Romano. A pesar que las fuentes históricas que se poseen sobre la fiducia no

son lo suficientemente extensas y clases, parece haber consenso que en el Derecho Romano se

conoció la fiducia testamentaria. Esta le permitía al testador ordenar que sus bienes y derechos

fueran adquiridos, en su sucesión por un fiduciario, con el fin que éste les diera el destino

previsto según las instrucciones del testador.

11 En la lógica del GIOVANOLI , el leasing produciría efectos personales oponibles entre las partes, es decir, entre la usuaria y la empresa de leasing, la cual no podrá enajenar los bienes en virtud del pacto de fiducia. Según lo anotado, pues, en el leasing se vislumbraría un real negocio fiduciario, particularmente el negocio conocido como fiducia cuya causa y consecuencias jurídicas ha promovido una importante literatura. En opinión de PUIG BRUTAU, es aquel negocio que consiste en la atribución patrimonial que uno de los contratantes (el fiduciante) realiza a favor de otro (el fiduciario), para que éste utilice el derecho adquirido para la finalidad que se haya convenido (pacto de fiducia), con la obligación del adquirente de retransmitir el bien o derecho adquirido al enajenante o un tercero, una vez cumplida dicha finalidad. Y opina PUGLIESE, por su parte, indica que se denominan fiduciarios aquellos negocios por medio de los cuales una parte transmite a la otra la plena titularidad de un derecho, contra la promesa de quien adquiere, de retransmitir el derecho mismo al enajenante o a un tercero, con la modalidad de que efectuén un cierto fin práctico.

12 Esta tesis del autor Giovanoli, es seguida por algunos otros tratadistas de la materia. Ej: Calon, Clarizia y De la Cuesta Rute, pero en contra de esta tesis se pronuncian casi la totalidad de los autores y de la jurisprudencia.

13 Larrosa Amante, Miguel, Contratos Mercantiles Modernos, Edición 2006, p 5 y 6.

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El fin realmente querido por las partes con el negocio fiduciario no corresponde a aquel

típico del negocio mismo, el negocio es querido, y seriamente querido por las partes, pero para un

fin diverso de su fin típico. Así, en un caso típico de negocio fiduciario, como es la transferencia

de propiedad con el fin de garantía, la transferencia es efectivamente querida por las partes, pero

no con la intención de cambio, sino con el fin de garantía.

La naturaleza y la estructura del negocio fiduciario ha sido explicada por la doctrina

tradicional articulando dos negocios diferentes, lo que ha llevado a llamarla "teoría del doble

efecto". Según esta teoría, de un lado hay un negocio jurídico real y dispositivo, que comporta

una verdadera transmisión de la propiedad o del derecho al fiduciario. De otro, hay un negocio

obligatorio a restituir, posteriormente, el bien o el derecho al fiduciante o al tercero especialmente

designado para ello.

Este negocio se caracteriza, porque las parte eligen para su fin práctico un negocio

jurídico cuyos efectos exceden de aquel fin: la transmisión de la propiedad para garantizar un

crédito la cesión de un crédito para que el cesionario cobre. El fiduciario, en efecto recibe un

poder jurídico del que no ha de abusar, esto es, no deberá darle un destino distinto al propuesto.

Quién trasmite lo hace confiando en que no lo hará.

Después de estas breves notas, vale formularse la siguiente pregunta: ¿se puede considerar

al leasing como un negocio fiduciario? Creemos, de la mano de la mejor doctrina que no, toda

vez que éste, ni se condice con la mecánica ni con la esencia misma del leasing.

c) Contrasta con la visión fiduciaria de realidad de la mecánica del leasing: la usuaria no es

propietaria de los bienes al haberlos adquirido con dinero prestado por la empresa de leasing,

sino que dichos bienes son adquiridos por ésta, del proveedor indicado por aquella, con

recursos propios.

b) Según esto, resulta poco creíble la supuesta adquisición de la usuaria de los bienes objeto del

negocio y la transmisión en garantía de ellos que efectuaría en le mismo instante a la

financiera. Si se tratara de una transferencia con el fin de garantía, rasgo típico de la fiducia

no se justifica la existencia de la opción de compra a favor de la usuaria, toda vez que la

empresa de leasing, como fiduciaria, estaría obligada a restituir la propiedad en el momento

en que la usuaria, como deudora, satisfaga el crédito, sin requerir, en consecuencia,

manifestación de voluntad adicional.

El leasing, por ser una figura contractual proveniente del sistema jurídico anglosajón, no

es de fácil encaje en nuestro sistema continental.

2. TEORIA DEL ARRENDAMIENTO

Una de las primeras teorías, sino la primera, propuesta para explicar la esencia con

naturaleza del contrato de Leasing o arrendamiento financiero. La teoría del arrendamiento, se

debe huir de las ficciones y examinar el leasing tal como se desarrolla en la realidad; y, en ella ,

dicen, se observa que la esencia de la relación jurídica entre la empresa de leasing y el

arrendatario está en el cambio entre la atribución temporaria del goce de un bien y el pago de

contraprestación, la cual constituye, pues la causa típica del contrato de arrendamiento. La unidad

contractual del arrendamiento no queda desvirtuada por la inclusión de cláusulas que lo

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conforman como un arrendamiento con finalidad financiera, ni por el hecho de existir

operaciones preparatorias, pues la compraventa entre el arrendador y el suministrador del bien

constituye una relación jurídica separada y distinta del arrendamiento celebrado entre el primero

y el usuario-arrendatario. No obstante, la adquisición del bien por sociedad del leasing es

determinada directamente por el arrendamiento, ya que se trata de un contrato de ejecución

adquisición del bien) dentro del marco de otro distinto (arrendamiento financiero).

Reiterando, el acercamiento de la operación de leasing al contrato clásico de

arrendamiento se justifica tan solo en cuanto en ambas figuras existe un elemento común, cual es,

la cesión del uso y goce de un bien a cambio del pago periódico de una renta.

Algunas de las diferencias entre ambas modalidades a considerarse son: el arrendamiento

se trata de una simple concesión del uso y goce de un bien, mueble o inmueble, de tipo corriente,

por un plazo y renta convenidos, en la operación de leasing la cesión de uso recae sobre un bien

de capital productivo, adquirido con esa finalidad, y respecto del cual el usuario puede ejercer

una opinión de compra. La finalidad económica jurídica del arrendamiento es diversa de la de

leasing, en cuanto a que este último implica, ante todo, una forma de financiamiento para adquirir

bienes de capital. Esta diferente finalidad se manifiesta en la forma en que se conciben y se

ejecutan las obligaciones en el arrendamiento y en la operación de leasing. En virtud del

arrendamiento el arrendador queda obligado a proporcionar al arrendatario el goce del bien

arrendado. Asimismo las obligaciones de arrendatario se conciben y se ejecutan de una forma

diversa en el leasing, como lo señaláramos al referirnos a los efectos jurídicos de la operación.

Otra se advierte al término del arrendamiento, en cuanto a que el arrendatario debe restituir la

cosa arrendada, a requerimiento o reconvención del arrendador, que de esa suerte lo pone en

mora de cumplir dicha obligación. En el leasing la restitución se produce en la fecha fijada al

final del alquiler y el usuario debe devolver la cosa en buen estado de mantenimiento, siempre

que no haya ejercido oportunamente la opción de compra.14

Concluyendo, debemos convenir que el leasing y el arrendamiento tienen, efectivamente,

un punto de encuentro, un punto común: la puesta a disposición de bienes en calidad de uso. Sin

embargo, si nos atenemos a la finalidad, función y efectos de cada una de estas instituciones

contractuales, tal como hemos visto, los puntos que lo distancian son muy evidentes.

3. TEORIA DE LA COMPRAVENTA

Los gestores de esta doctrina disconformes con los argumentos esgrimidos por la teoría

del arrendamiento, que en su opinión pretende deliberadamente sustraer el contrato al régimen

jurídico de la compraventa, decidieron dirigir sus investigaciones hacía la función económica que

desempeña este negocio jurídico. Cuesta Rute escribe, el leasing, es una operación de crédito y el

ánimo del empresario es el mismo que le lleva a convenir una compraventa; la diferencia está

14 Sandoval López, Ricardo, Nuevas Operaciones Mercantiles, 3ª edición Act.

Editorial Jurídica ConoSur Ltda. Santiago de Chile. p 22 y 23.

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únicamente en el modo de financiarlo.15

El intento, tanto de la doctrina como de la jurisprudencia

de asimilar el leasing a la compraventa con reserva de propiedad, especialmente en el plano

funcional, no es el más atinado, pues el leasing no es una operación de financiamiento cualquiera,

sino una de la realización de esta finalidad asume una calificación precisa y una estructuración

particular. Analizando no es posible pensar en la identidad de naturaleza entre ambos negocios

jurídicos, aunque aparezcan sujetos a un mismo régimen toda vez que la finalidad económica

perseguida por una y otra institución contractual es distinta por ende, se puede decir, que "la

identidad funcional entre la compraventa con reserva de propiedad y el leasing es más aparente

que real ".

4. TEORÍA DE CONTRATO SUI GENERIS

El leasing es una figura compleja integrada por diversos elementos que, a pesar de los

términos en que aparezca redactado, no debe equipararse con el arrendamiento, ni con la opción

de compra, ni siguiera con el arrendamiento con opción de compra, sino que por su causa única,

constituye una realidad unitaria e independiente.

Al no coincidir con ninguna de las instituciones reglamentadas sistemáticamente en

nuestro ordenamiento jurídico, debemos destacar su carácter de figura atípica, lo que no dispensa

determinar su régimen legal. La figura atípica pone a prueba la capacidad de percepción por la

jurista de las manifestaciones ofrecidas por la realidad económica, así como su ajuste al

ordenamiento legal existente.

No obstante lo complejo que resulta formular una idea acerca de la naturaleza de la

operación en estudio, teniendo en cuenta que en ella existen dos elementos perfectamente

determinados, la cesión de uso de un bien y una opción a favor del usuario, concluimos que se

trata de una operación o negociación abierta, de carácter sui generis, que no puede asimilarse en

especial a ninguna de las categorías dogmáticas de contrato, reconocidas en el derecho

romanistas de las obligaciones y de los contratos.16

En esta operación quien selecciona el bien y realiza los tratos y acuerdo con el fabricante

o proveedor, incluida la determinación del precio, por lo general, es la futura empresa usuaria; sin

embargo, la que adquiere el bien, para luego ponerlo a disposición de esta última, es la empresa

de leasing. Esta sui generis colaboración empresarial ha motivado que algún sector de la doctrina

considere la existencia de un contrato de mandato previo a la relación arrendaticia contenida en el

leasing, pues sólo así, entienden ellos, se justificaría el hecho que el bien venga electo por una

persona y, posteriormente, adquirida por otra. La teoría del mandato ha sido objeto de certeras

observaciones, las que no han podido ser rebatidas satisfactoriamente. En cuanto a la primera,

15 De Nova, a su turno señala que el leasing operativo se acerca más a la

normatividad del arrendamiento; en tanto que, el leasing financiero, tiende a acercarse más a la compraventa, sobre todo a la compraventa con reserva de propiedad.

16 Sandoval López, Ricardo, Nuevas Operaciones Mercantiles, 3ª edición Act. Editorial Jurídica ConoSur Ltda. Santiago de Chile. p 25.

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creemos debe ser abandonada, entre otras razones, porque no se puede considerar como

mandataria a la empresa de leasing, pues ella adquiere los bienes en su nombre y por su propia

cuenta, no operando, en efecto, a continuación transmisión de los mismos al no adquirir la

usuaria la propiedad de los bienes.

En conclusión el leasing es un contrato "sui generis", por lo tanto complejo, es decir está

conformado por una pluralidad de transferencias patrimoniales, internas y externas las cuales

constituyen su esencia. Esta complejidad en su constitución y ejecución muestra elementos o

aspectos que superficialmente se encuentran en una serie de figuras contractuales típicas:

arrendamiento, compra venta, préstamo, opción de compra, etc. El leasing, si bien se configura

con elementos de esos contratos, se diferencia claramente de todos ellos, puesto que "configurar

con partes", no es lo mismo que "calificar" o "naturalizar" el "todo".

VI. CLASES DE ARRENDAMIENTO FINANCIERO Existen distintas clases de leasign o arrendamiento financiero, por de lo cual se analizarán

las que se consideran en nuestro mercado, como principales:

EL “LEASING OPERATIVO”

Históricamente, el leasing operativo aparece como un negocio de comercialización al que

recurrían las empresas fabricantes de bienes con un alto grado de sofisticación y con rápido

proceso de obsolescencia. Estas empresas, por aquellos tiempos, se enfrentaban a empresas

renuentes a adquirir bienes que corrían el riesgo de verse pronto superados por otros más

modernos. Ante tal situación, no les quedó otra alternativa que arrendarlos en vez de venderlos,

otorgando, además, la posibilidad de sustituir los bienes tecnológicamente obsoletos por otros

más sofisticados.

La duración del contrato siempre es menor a la duración o vida útil del bien, puesto que se

refiere a equipos que sufren un elevado grado de envejecimiento técnico. Los seguros e

impuestos que gravan al bien son a cargo –en cuanto propietario- del arrendador, y el arrendatario

nunca tiene la opción de compra de aquel por un valor residual, fijado previamente para el

momento de finalización del contrato. Un ejemplo típico de “leasing operativo”, es el

arrendamiento de fotocopiadoras o computadoras.

Definición

El denominado leasing operativo, que para algún sector de la doctrina constituye la forma

primitiva del leasing, es una modalidad contractual de comercialización por la cual una empresa,

generalmente fabricante o proveedora, se obliga a ceder temporalmente a una empresa

arrendataria el uso de un determinado bien, a cambio de una renta periódica, como

contraprestación. Por lo general, este tipo de contratos vienen acompañados de una serie de

servicios, tales como mantenimiento, reparación, asistencia técnica, etc.

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Características

El leasing operativo presenta las siguientes características:

1. Los bienes que se arriendan son instrumentales de modelo standard. A la empresa

arrendadora le corresponde atender la instalación, garantizar su buen

funcionamiento, las cargas y gastos inherentes al derecho de propiedad y, en

ciertos contratos, también asume los gastos ocasionados por el normal uso.

2. Por sus características, los bienes pueden ser fácilmente objeto de nuevos

contratos.

3. La duración del contrato es usualmente breve, no más de un año por ello, resulta

inferior a la vida física y económica del bien otorgado en arriendo.

4. Concede a ambas partes la facultad de resolver el contrato en cualquier momento,

siempre que lo hagan con un preaviso.

5. La renta esta compuesta, por lo general, por una cuota fija y una variable. La

primera, viene establecida en función de la cuota de amortización del bien,

mientras que la segunda sirve para proporcionar a la arrendadora la recuperación

del costo y el beneficio esperado.

6. El leasing operativo supone, para la potencial empresa arrendataria, una

alternativa a la inversión directa con recursos propios.

7. Este contrato no reconoce opción de compra a favor de la empresa arrendataria,

pues la transferencia de la propiedad no esta en la intención de las partes.

EL “LEASING FINANCIERO”

Este fenómeno negociar, en la actualidad, es el máximo exponente del clásico contrato de

leasing o arrendamiento financiero, pues él traduce con eufonía la filosofía que motivó su

nacimiento, desarrollo y consolidación en la praxis norteamericana. A éste, como genuino y

típico contrato de financiación, y no a otro, se le ha rebautizado en Francia con el término "crédt-

bail"; en Bélgica, con el de "locativon amortissement"; en Italia, con el de "locazione

fiananziaria"; en Portugal, con el "locacao financeira"; en España, y en nuestra patria, con el de

"arrendamiento financiero".

Definición

A esta técnica de financiamiento, con presencia indiscutible ahora en las legislaciones y

en la jurisprudencia comparadas, se le define generalmente como "un contrato por el cual una de

las partes – empresa de leasing- se obliga a adquirir de un tercero determinado bienes que la otra

parte ha elegido previamente, contra el pago de un precio mutuamente convenido, para su uso y

disfrute durante cierto tiempo, que generalmente coincide con la vida económica y fiscal del bien,

y durante el cual el contrato es irrevocable, siendo todos los gastos y riesgos por cuenta del

usuario, quién, al finalizar dicho período, podrá optar por la devolución del bien, concertar un

nuevo contrato o adquirir los bienes por un valor residual preestablecido".

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Características

1. Los bienes materiales del leasing pueden ser standard o especializados, según sean las

necesidades de la empresa.

2. La duración del contrato, generalmente, coincide con la vida económica o útil del

bien.

3. Usualmente se pacta que durante un determinado plazo contractual, llamado período

irrevocable, ninguna de las partes puede resolver el contrato; a lo más puede hacerlo la

empresa de leasing por incumplimiento de la usuaria.

4. A la expiración del citado plazo, la empresa usuaria tiene el derecho potestativo de

optar por: devolver el bien, aunque ésta es más su obligación que derecho; continuar

con la explotación del bien, pero a un precio reducido; adquirir el bien, pagando el

valor residual preestablecido; o, por excepción, sustituir el bien por otro más moderno

tecnológicamente, antes del cumplimiento del plazo contractual.

5.

EL “LEASING INTERNACIONAL” En nuestro país esta modalidad funciona en armonía con la normativa tributaria e

intervienen los sujetos que efectúen operaciones de arrendamiento internacional se regirán por las

disposiciones contenidas en el Código Tributario y en las leyes tributarias respectivas. Los actos

que tales entidades realicen estarán sujetos a las regulaciones que dichos cuerpos de ley

establecen.

Quienes importen maquinaria y equipo arrendados bajo la modalidad de arrendamiento

financiero, para la ejecución de obras del Estado adjudicadas mediante licitación deberán

registrar ante la Dirección General de la Renta de Aduanas del Ministerio de Hacienda la

maquinaria y equipo a internar al país para la ejecución de tales obras, indicando las

características de la misma y el período de tiempo a permanecer en el país.

Para efectos del registro de dicha maquinaria y equipo deberán pagar al Fisco de la

República el 4.95% del valor total convenido del arrendamiento financiero de dicha maquinaria y

equipo, derechos que deberán liquidar ante la Dirección General de la Renta de Aduanas y pagar

ante la Dirección General de Tesorería, según corresponda.

Al momento de su internación al país, deberán pagar el 5% correspondiente al total del

referido 4.95% y el pago del restante 95% del 4.95% del valor total del arrendamiento, deberá

efectuarse ante la Dirección General de Tesorería, en los bancos y otras instituciones financieras

autorizadas por el Ministerio de Hacienda, los primeros diez días hábiles de cada mes en cuotas

iguales y sucesivas, las cuales deberán ser distribuidas proporcionalmente por cada mes del año,

sin que en ningún caso pueda diferirse pagos de un año para el otro. El pago de dichas cuotas

deberá ser informado por el importador adjuntando copia certificada del mismo a la Dirección

General de la Renta de Aduanas para que dicha Dirección lleve el registro del valor total que se

liquidó originalmente ante ella y pueda comprobar si dicha suma ha sido totalmente pagada al

momento de la salida de la maquinaria y equipo del país. Será requisito para que la maquinaria y

equipo salga del país el pago de la suma total liquidada.

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El valor que inicialmente se pague al ingreso al país será registrado por la Dirección

General de la Renta de Aduanas como liquidación parcial y al haberse realizado la totalidad del

pago deberá registrar la liquidación definitiva.

El ingreso y salida del país de la maquinaria y equipo en referencia deberá ser objeto de

comprobación por parte de sus importadores cuando la Administración Tributaria lo requiera. En

el caso previsto en los cinco incisos anteriores no será aplicable lo dispuesto en el artículo 158 del

Código Tributario.

La deducción de los costos o gastos correspondientes en materia de Impuesto Sobre la

Renta por los arrendatarios estará supeditada a la realización del pago de los correspondientes

derechos establecidos en este artículo y al cumplimiento de los requisitos generales de deducción

estipulados por las leyes tributarias; excepto lo relativo a la retención de impuesto sobre la renta.

EL “RENTING” Podemos, en efecto, decir que el renting es un contrato en virtud del cual una de las

partes, la arrendante, se obliga a ceder temporalmente a la otra parte, el arrendatario, el uso de un

bien por cierta renta convenida, como contraprestación.

Las operaciones de renting son contratos de arrendamiento de bienes a corto plazo,

efectuadas por un arrendante especializado en “parque de maquinarias” de su propiedad, que

puede ser del más variado tipo o índole (maquinarias industriales, de oficina, vehículos utilitarios

o comunes, etc.). Se trata de una operación pensada para empresas que requieren -con carácter

circunstancial- bienes que habrán de usar únicamente para determinado trabajo, cumplido con el

cual habrá indefectiblemente de perder interés en el material, reintegrándolo a su propietario. Esta

figura tiene como característica principal la carencia de opción de compra al vencimiento del

contrato, y el hecho fundamental de que es el arrendante o propietario quien asume el riesgo de

poder concretar nuevas contrataciones una vez fenecida la originaria.

Hemos anotado que el denominado leasing operativo y el renting son simples contratos de

arrendamiento, cabe una interrogante: ¿ambas instituciones son o no diferentes?, estos negocios

son diferentes, entre otras razones, por lo siguiente:

a) En el renting el arrendador no es un fabricante, con un tercero, que mantiene un

espacio propio de bienes adquiridos de sus propios fabricantes o distribuidores: en

el leasing operativo la relación jurídica del contrato se establece entre el fabricante

y el usuario o arrendatario.

b) Se recurre al renting por una necesidad ocasional del bien, sin que sea requerido

para su utilización permanente en el funcionamiento normal de la empresa, como

sucede en el caso del leasing operativo,

c) El renting suele tener plazos más breves, interesando poco o nada que el bien

resulte obsoleto por las innovaciones tecnológicas, d) Se ofrecen en renting,

finalmente, bienes standard, esto es, bienes de fácil demanda en el mercado, lo que

no sucede con el leasing operativo que otorga bienes más especializados.

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EL “LEASE BACK” En este contrato, una empresa libera sus capitales inmobivilizados cediendo activos a un

grupo financiero que se los realquila inmediatamente. La peculiaridades de esta operación son: 1) En ningún momento se interrumpe durante ese proceso la utilización del bien. 2) Se logra un

fuerte ingreso de efectivo, ya que se vende bienes. 3) La única solución que se obtiene es de

carácter financiero, y no una renovación tecnológica mediante la dotación de nuevos equipos, lo

que aproxima la figura al crédito puro, apartándose del leasing propiamente dicho. 4) La

inconveniencia del sistema es obvia, porque se presta a fraudes. Ello suele suceder cuando la

empresa locataria diluye sus activos, lo que puede ser particularmente grave en caso de quiebra.

Otro inconveniente es que el lease-back también se presta para obtener créditos o financiaciones

abusivas, que produzcan una gran concentración de las empresas en manos de los agentes

financieros.

VII. EL “LEASING INMOBILIARIO” Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, las empresas industriales se vieron

necesitadas de grandes cantidades de dinero para su expansión con el objeto de satisfacer la

extraordinaria demanda de viejos y nuevos productos. Los ingresos retenidos, las reservas

generadas por las tasas de depreciación y la infusión de nuevo capital por medio de emisiones de

valores no bastaban. Las empresas descubrieron entonces que se podía generar nuevo capital a

través de otros usos de sus propios bienes. Podían venderse bienes de las corporaciones y

sociedades, hasta fábricas enteras, y arrendarse en el mismo acto a ellas mismas. Con esta

técnica, denominada sale and lease back, la empresa liberaba capital para sus operaciones, a la

par que, dentro del sistema tributario típico, podía deducir los cánones de arrendamiento que

pagaba sobre sus antiguos bienes. De allí, al extender el concepto al uso de bienes que antes se

adquirían fue sólo un paso. En vez de comprar la propiedad deseada la corporación solicita de un

tercero, las que serían las empresas de leasing, que la compre al proveedor y se la arriende bajo

determinadas condiciones.

Investigaciones técnico-jurídicas separa el leasing financiero de inmobiliario, que exhibe

determinadas particularidades, las cuales nos dice que la “la naturaleza de los bienes inmuebles

ofrecen una problemática específica cuyas soluciones no pueden ser generalizadas. Por el

contrario, solamente por analogía se puede hablar en este caso de “vida útil” y de “valor

residual”, conceptos que son fundamentales en el leasign mobiliario”. Respecto al leasing

inmobiliario, se dice que las operaciones son reservadas al financiamiento de inmuebles de “uso

profesional”, comprendiéndose entonces a los inmuebles de uso comercial, industrial, los

utilizados por profesionales liberales o bien, para explotaciones agrícolas.

Definición Investigaciones técnico-jurídicas separa el leasing financiero de inmobiliario, que exhibe

determinadas particularidades, las cuales nos dice que “la naturaleza de los bienes inmuebles

ofrecen una problemática específica cuyas soluciones no pueden ser generalizadas. Por el

contrario, solamente por analogía…se puede hablar en este caso de “vida útil” y de “valor

residual”, conceptos que son fundamentales en el leasign mobiliario”. Respecto al leasing

inmobiliario, se dice que las operaciones son reservadas al financiamiento de inmuebles de “uso

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profesional”, comprendiéndose entonces a los inmuebles de uso comercial, industrial, los

utilizados por profesionales liberales o bien, para explotaciones agrícolas. 17

Características:

1. El leasing inmobiliario no es una simple especie o manifestación del leasing en general;

pues, aunque sustentado en la misma estructura contractual, la presencia del bien

inmueble implica una serie de perfiles distintos.

2. El leasing de inmuebles presenta unas características, de hecho y de derecho, que difiere

notablemente de la que ofrece la de bienes muebles.

3. En el leasing de inmuebles, el valor residual del conjunto terreno construcción suele ser

superior al que éste tenía en el momento de la celebración del contrato.

4. El leasing inmobiliario, en especial el habitacional, es la técnica contractual ideal para

solucionar los problemas de vivienda familiar de los sectores de menores recursos en la

sociedad actual.

VIII. CARACTERÍSTICAS GENERALES DEL LEASING O ARRENDAMIENTO FINANCIERO

Podemos caracterizar al leasing o arrendamiento financiero de la manera siguiente18

:

a) Es consensual: porque se perfecciona con el solo consentimiento de las partes.

b) Es oneroso: por la existencia de prestaciones de ambas partes. No hay que olvidar que existe

una contraprestación debida por el locatario, y que – por tratarse de una locación. – el precio

constituye un elemento esencial. Si no, no sólo no habría locación, sino que estaríamos frente

a otro contrato: comodato. c) Es Bilateral o sinalagmático, porque produce obligaciones para ambas partes, además, no

genera una vinculación “triangular”, puesto que las relaciones con el fabricante forman parte

de otro contrato.

17 Es un contrato en virtud del cual una parte (el inversor o cedente en leasing) se obliga a adquirir o construir un inmueble de conformidad con los proyectos y directivas de las otra parte (explotador o adquirente en leasing) y darlo en uso a la otra parte por un largo período de tiempo, mientras que el usuario se obliga a pagar al concedente una indemnización calculada de acuerdo al capital invertido.

18 Mario A, Bonfanti, Contratos Bancarios, Responsabilidad de la entidad

financiera; Secreto bancario; Descuento bancario, Leasing, Factoring, Underwriting, p 272.

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d) Es comutativo: porque cada parte conoce ad origine la extensión de las obligaciones que está

asumiendo.

e) Es no formal: no existe forma sacramental alguna exigida por la ley, entre otras cosas porque

–salvo la mera mención efectuada por algún texto- el legislador lo ha ignorado, siendo

suficiente su celebración por escrito.

f) Es de tracto sucesivo: por su naturaleza locativa, se prolonga necesariamente su

cumplimiento a través de un plazo dilatado.

g) Se perfecciona por “adhesión”: conforme a lo que exhibe generalmente la práctica, es un

contrato que suele concluírse mediante el empleo de formularios prerredactado por la

compañía de leasing, pro lo cual suelo no caber otra posiblidad -para el locatario- que su

aceptación o rechazo “en bloque”.

h) Es atípico: si bien “el contrato” en sí mismo es un “tipo” de negocio, o sea, un negocio, o

sea, un negocio típico, dentro de esta categoría se puede adoptar un sistema binario en el cual

resulta factible denominar –a su vez- contratos “típicos” a los que aparecen regulados

mediante reglamentaciones específicas, y contratos “atípicos” a los que son extraños a tales

tipos, y se hallan sometidos solamente a las normas generales sobre contratación.

i) De empresa: por concretarlo, sobre todo, empresas mercantiles.

j) Es intuitu personae: porque existe una relación directa y determinante con la operación

financiera que le sirve de base (para cuya concreción se ha de haber tenido en especial cuanta

la figura y solvencia del requirente del crédito), y es precisamente por esta razón por la cual

siempre los contratos de leasing contienen la prohibición para el locatario de ser sustituido

por un tercero en la ejecución de él.

k) Es un contrato de administración y disposición de bienes: característica que no merece ser

explicada por surgir del concepto de “Leasing”.

IX. REFERENTE A LAS RELACIONES JURÍDICAS ENTRE LOS DISTINTOS INTERVINIENTES EN AL OPERACIÓN DE LEASING O ARRENDAMIENTO

FINANCIERO Como cualquier contrato de los de la categoría de cambio, el leasing o arrendamiento

financiero es generador de derechos y obligaciones para ambas partes contractuales, es decir, se

devela una relación de reciprocidad donde la obligación de una será el derecho de la otra, y a la

inversa. Si esto es así, entonces, atendamos primero las obligaciones de la empresa de leasing.

Intervinientes o sujetos del contrato: 1. Arrendador (sociedad leasing): opera en un sistema abierto para la posibilidad de esta

operatoria por cualquier inversor. Lo habitual y normal es que pueda ser practicado por

compañías especializadas en esa actividad, generalmente son entidades financieras, dadas

las características muy particulares que tiene el contrato. Son las que adquieren un bien

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para arrendar su uso y disfrute, durante un plazo de tiempo determinado

contractualmente.19

2. Arrendatario: Se refiere a un sujeto no comerciante o una empresa de cualquier

naturaleza que fuere, quien se dirige a la entidad financiera para proponerle que adquiera

los bienes y se los entregue en alquiler, a cambio está obligado a pagar una cantidad

periódica, constante o variable, y lo suficiente para cubrir el valor de adquisición del bien

y los gastos aplicables. 20

3. Proveedor (tercero): del bien que es dado en leasing es, jurídicamente, singular, por

tratarse de un tercero en la operatoria, contra el cual no podría accionarse en caso de

litigio.21

Obligaciones del Arrendador (empresa leasing)

Aunque por lo general el arrendador o empresa de leasing acostumbra, a través de las

cláusulas generales que contiene el contrato, exonerarse de sus obligaciones, a ella le corresponde

las siguientes:

a. Adquirir los bienes solicitados por la empresa usuaria, siguiendo las especificaciones

técnicas y del proveedor designado por ella. Esta obligación es natural e inmediata que

surge de la firma del contrato de leasing, pues con el cumplimiento de ella la empresa

financiera pone en ejecución el contrato. La empresa de leasing en efecto, debe adquirir la

propiedad del bien, no la mera tenencia, ya que el contrato de Leasing, como hemos

venido explicando, otorga a la usuaria. Junto a otras alternativas, una opción de compra, la

cual para hacerla efectiva la empresa concedente necesita tener la facultad de disposición

total del bien. 22

b. Entregar o poner a disposición del arrendatario los bienes indicados en el contrato de

leasing. Esta obligación, considerada por algunos como principal de la empresa de

leasing, viene en estricta conexión con la anterior. Es usual o característica de este tipo de

operaciones que la entrega de los bienes sea hecha en forma directa por el proveedor en el

lugar donde están las instalaciones de la empresa usuaria o arrendatario, por acuerdo con

la empresa de leasing, tiene la obligación de recibir los bienes, verificar si ellos se ajustan

a las especificaciones técnicas. La inexistencia de defectos o fallas, su correcta instalación

y puesta en funcionamiento, levantando, en efecto- el "Acta de recepción” respectiva en la

que consta su conformidad o no.23

c. Mantener a la usuaria o arrendatario en el goce de los bienes, respetando el lugar, forma y

demás cláusulas contenidas en el contrato. Esta obligación es básica para entender aquella

regla de oro del leasing, a saber: «el bien se paga solo». Si no fuera así, ¿qué justificaría

19

Ley de Arrendamiento Financiero de El Salvador, Art.3. 20

Ley de Arrendamiento Financiero de El Salvador, Art.3. 21

Ley de Arrendamiento Financiero de El Salvador, Art.3. 22

Ley de Arrendamiento Financiero de El Salvador, Art.5 literal a). 23

Ley de Arrendamiento Financiero de El Salvador, Art.5 literal b) y c)

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el pago de la contraprestación por el uso, si éste, como prestación de la empresa de

leasing, no se tiene? Creemos que nada. La empresa de leasing, entonces, para tener

derecho al pago del canon, tiene que cumplir con esta su obligación.

d. Pactar con la empresa proveedora o suministradora del bien la facultad para que la usuaria

pueda ejercitar directamente, en su propio interés, todos los derechos y las acciones

derivadas del contrato estipulado entre la proveedora y la empresa de leasing o

arrendadora.

e. Sustituir el bien por otro más moderno tecnológicamente. Antes de la expiración del plazo

contractual, si así" se ha establecido en el contrato.

f. Respetar la opción de compra a favor de la usuaria tanto respecto al valor residual pactado

como al plazo concedido.

Derechos del Arrendador (empresa leasing) Los derechos de cada una de las partes se engendran en las obligaciones asumidas en el

contrato por cada una de ella, recíprocamente. En efecto, se le reconoce a ala empresa de leasing

entre otros los siguientes derechos:

a) Señalar las características de los bienes de materia del leasing y elegir el proveedor de los

mismos.

b) Usar los bienes con las limitaciones previstas en el contrato.

c) Exigir la cesión de las acciones a que nene derecho la empresa de leasing. como

compradora de los bienes, para ejercerlos contra el proveedor en caso de vicios v danos de

los bienes.

d) Solicitar la intervención de la empresa de leasing en todas aquellas circunstancia en que

no pueda ser sustituida y por los que se experimenta algún daño o perjuicio en el

patrimonio de la usuaria o en sus legitimo intereses.

e) Gozar de todos los derechos y ventajas, como si fuera propietaria. a efectos de sus

relaciones contractuales con el Estado. empresas de derecho público, empresas estatales

de derecho privado y las empresas sometidas a los reglamentos especiales.

f) Adquirir el bien o bienes, si se estima conveniente, por el solo pago del valor .residual

convenido anticipadamente.

X. EXTINCIÓN DEL CONTRATO DE LEASING O ARRENDAMIENTO FINANCIERO

TERMINACIÓN NORMAL DEL CONTRATO El leasing ordinariamente reserva para el final del plazo algunos de sus rasgos típicos en

beneficio de la empresa usuaria o arrendatario, como aquel que le permite, a su sola decisión,

elegir cualquiera de las alternativas siguientes

Devolver el bien, celebrar nuevo contrato por el pago de una contraprestación menor,

sustituir el bien por otro más moderno o adquirir el bien, haciendo efectiva la opción de que goza

por haberse pactado así en el contrato,

a) OPCIÓN DE COMPRA

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Esta alternativa, instrumentada en una cláusula de opción de compra es la primera

que barajan los sujetos encargados de tornar la decisión. Ellos habitualmente sopesan la

conveniencia o no de su ejercicio cuando el valor residual establecido es, por ejemplo, de

30% del valor de adquisición del bien.

La presencia de la cláusula de opción de compra a favor de la empresa usuaria o

arrendatario en el contenido del contrato de leasing es esencial, pues enmendemos que de

esa manera su propia función queda configurada. Decimos esencial su presencia, no su

ejercicio, ya que debemos tener muy en cuenta que al optar por la compra del bien es un

derecho potestativo de la usuaria, más no una obligación.

b) DEVOLUCIÓN DEL- BIEN La segunda alternativa que le brinda el leasing o arrendamiento financiero a la

usuaria o arrendatario es la de devolver el bien a la empresa de leasing o arrendante una

vez cumplido el plazo estipulado. Consecuencia lógica y natural de la terminación de la

relación contractual.

Sin embargo, esta devolución del bien a diferencia de otros contratos presenta

algunos matices en el leasing. Se acostumbra, por ejemplo: estipular que en caso de

devolución del bien la empresa de leasing lo venderá al mejor postor. El producto o precio

obtenido de esa venia se compara con el valor residual fijado en el propio contrato y la

diferencia será a favor o a cargo de la usuaria o arrendatario; es decir, si el precio de venta

es mayor que el valor residual, el excedente es reembolsado a la usuaria o arrendatario; en

cambio, si es menor, la usuaria o arrendatario está en la obligación de hacer efectiva la

diferencia. La intención de la empresa de leasing o arrendante, como se puede advertir no

es recobrar el bien como algunos piensan, sino procurarse el pago del valor residual

pactado, el que podrá venir del ejercicio de la opción de compra por la usuaria o de la

venta del bien a un tercero o, mejor, como hemos visto, del precio de re adquisición

pactado con la proveedora. Es más. Se dice que a la empresa de leasing o arrendante no le

interesa una eventual ganancia que pueda obtener de la venta del bien por encima del

valor residual, pues su objeto social o negocio no con la compraventa de bienes, sino el

financiamiento del uso y eventual, adquisición de los bienes por las empresas.

c) PRÓROGA DEL CONTRATO La tercera de las alternativas que los contratos de Leasing o arrendamiento

financiero, contienen en favor de la usuaria o arrendatario, es la prórroga del contrato por

un nuevo plazo, variando las condiciones del mismo.

Esta prórroga, a diferencia de la opción de compra que presenta caracteres

similares en la mayor parte de los contratos de leasing o arrendamiento financiero, ofrece

una variada gama de posibilidades. En algunos, el mismo contrato establece las

condiciones de plazo y precio que habrían de regir en el supuesto de decidirse por su

prórroga; otros, prevén solamente la posibilidad de prórroga, indicando que las partes, en

su momento, acordarán las nuevas condiciones del contrato, antes de hablar de

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continuación o prórroga del contrato, es mejor hacer mención de la celebración de un

nuevo negocio, en el cual el canon será mal reducido por tener el bien solo el valor

residual que se había establecido para la opción de compra en el contrato, que es el único

valor patrimonial no recuperado por la empresa de leasing o arrendante.

En términos económicos, el bien igualmente ha variado, pues no obstante ser

físicamente idéntico, su función dentro del proceso productivo será diferente por ser una

característica suya la depreciación y por lo tamo su nivel de rentabilidad durante el

término residual es más bajo que durante el término inicial. Por esta razón, el

consentimiento de los contratantes tampoco es igual, ya que la sociedad de leasing en el

nuevo contraído no busca la recuperación de la inversión por cuanto la amortización se ha

logrado casi totalmente, sino que espera la obtención de un valor residual más unas

ganancias adicionales; de otro lado el usuario o arrendatario ya no es impulsado por la

utilidad rendida por un equipo nuevo sino la propia de un bien deteriorado por su uso

normal.

d) SUSTITUCIÓN DEL BIEN El leasing o arrendamiento financiero por ser un contrato a medida, es decir, un

contrato flexible y adaptable a las necesidades financieras de las empresas del sector

productivo, entre otras, concede una alternativa adicional a las enunciadas en beneficio de

la usuaria o arrendatario: la sustitución del bien por otro mas moderno antes dé la

expiración del plazo contractual.

La inclusión de esta cláusula en los contratos de leasing o arrendamiento

financiero, hace que este se muestre como tal, esto es como un eficiente instrumento

financiero para enfrentar la obsolescencia prematura de los bienes dados en leasing. Si

esto no fuera posible, la usuaria o arrendatario tendría que asumir el riesgo en su totalidad

aunque atenuado por el hecho de su menor duración de los contratos de leasing o

arrendamiento financiero respecto a la vida útil del bien.

TERMINACIÓN ANTICIPADA Aparte de la terminación normal del contrato por cumplimiento del plazo y decidido por

cualquiera de las alternativas que brinda el leasing o arrendamiento financiero pueden existir

casos en los que la relación contractual termina prematuramente, es decir, antes de expirar dicho

plazo. Las causales que ordinariamente provocan la ineficacia del negocio son circunstancias,

hechos o comportamientos sobrevivientes a su celebración. Hablamos de ineficacia, antes que de

invalidez, porque entendemos que ambas nociones operan en planos diversos y se fundamentan

en razones distintas.

Invalido es el acto defectuoso u viciado en el supuesto de hecho; ineficaz, en sentido

estricto, es el negocio donde están en regla todos los elementos esenciales y los presupuestos

exigidos por el ordenamiento Jurídico, pero donde por obvias circunstancias se impide, suspende

o elimina la eficacia.

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Ineficacia, que etimológicamente supone la no producción de efectos es un concepto jurídico más

amplio, el cual abarca diversas situaciones en las que los actos carecen de vigor, fuerza o

eficiencia para lograr sus efectos. Dentro de esas situaciones queda incluida la nulidad o

invalidez, de manera que la ineficacia tiene un alcance general que comprende también otros

supuestos de ineficiencia como los de caducidad, rescisión, resolución, revocación, etc.

a) RESOLUCIÓN DEL CONTRATO POR INCUMPLIMIENTO De entre las posibles causales de terminación anticipada del leasing la

resolución del contrato es la que ha merecido mayor atención de la doctrina y

jurisprudencia comparadas. Resolución, significa la extinción de un vínculo

contractual válido como consecuencia de un evento sobrevenido, o de un hecho

(objetivo) nuevo, o un comportamiento de la contraparte, posterior a la formación

del contrato que de un modo altere las relaciones entre las partes tal como le

habían constituido originalmente o perturbe el normal desarrollo, (ejecución del

contrato, de manera que éste no pueda continuar existiendo, porque se ha

modificado) o en absoluto se ha roto aquella composición de intereses cuya

expresión constituye el contrato, y a la cual las partes han hecho referencia al

celebrarlo.

Las cláusulas generales que conforman el contenido del leasing suelen

considerar un conjunto de supuestos de incumplimiento de la usuaria o

arrendatario, más no de la empresa que concede el bien. Podemos anotar como

cliché las siguientes:

a) Falta de pago de dos o más cuotas consecutivas;

b) No concertar y mantener los seguros establecidos en el contrato a favor de

la empresa de leasing,

c) Incumplimiento de las garantías;

d) El hecho que la usuaria o arrendatario se encuentre en situación de

insolvencia, suspensión o cesación de la actividad, o amenaza que esto

ocurra.

e) Confiscación, embargo, ejecución de garantías o cualquier otra

circunstancia que afecte la propiedad del bien;

f) El incumplimiento de las restantes obligaciones, si no es subsanado dentro

del plazo establecido por la empresa de leasing.

Si alguno de estos supuestos se produce, la concedente puede realizar por cuenta

de la usuaria o arrendatario todo lo que sea razonable para remediar ese incumplimiento,

ejercitando posteriormente acción de reembolso contra ella para cobrar todos los gastos,

incluidas las costas judiciales. Podrá decidir entre: solicitar el pago inmediato de los

cánones impagos, más los intereses moratorios, o resolver el contrato. Además, solicitar

los daños y perjuicios.

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b) RESOLUCIÓN EXPRESA DEL CONTRATO La cláusula resolutoria expresa la estipulación por medio de cual una de las

partes o ambas se reservan el derecho de resolver el contrato por incumplimiento

de la otra parte contractual.

Según la más autorizada doctrina, para que surta efecto esta cláusula se

debe indicar con toda precisión la obligación u obligaciones cuyo incumplimiento

facultará a la otra parte a resolver la resolución contractual

Siguiendo la práctica de los países europeos, líderes en este negocio de

financiamiento, por norma contienen esta cláusula en favor de la empresa que

concede el bien, la que si decide resolver el contrato en base a esta cláusula, debe

comunicárselo a la usuaria notarialmente.

XI. ASPECTO IMPORTANTES A PUNTUALIZAR SE DETALLAN A CONTINUACIÓN:

1. Como más arriba se ha dicho, al finalizar el contrato, el arrendador financiero está

obligado a ofrecer a su cliente (arrendatario financiero) la posibilidad de adquirir el bien.

2. No puede calificarse como un contrato de arrendamiento o una variedad del

arrendamiento, ya que la función del contrato mercantil de leasing no es tanto ceder el uso

de un bien (mueble o inmueble), cuanto financiar la posibilidad de explotarlo o

disfrutarlo, como una alternativa al préstamo de dinero o a otros contratos de financiación.

3. Durante toda la vida del contrato, la entidad de leasing (arrendador financiero) mantiene

la titularidad sobre el bien objeto del contrato, tampoco responde de los vicios que pueda

aquejar al bien, pero el arrendatario financiero (el cliente) corre con los deterioros y la

perdida de la cosa.

4. El leasing no es un préstamo de uso (contrato que se denomina comodato), aunque

también se asemeje a él. En el préstamo de uso no se da la percepción de emolumento

alguno.

5. Como norma general, este contrato lleva aparejada una cláusula por la cual el cliente está

obligado a soportar las inspecciones que sobre el bien desee hacer el propietario del

mismo, e igualmente, el cliente está obligado a pagar a su costa un seguro al que le obliga

la entidad de leasing.

6. Frente al incumplimiento del cliente, la entidad de leasing podrá ejercer acciones

declarativas o ejecutivas (si cuenta con un título de esta naturaleza para ejercitar su

derecho). Además puede resolver el contrato e instar al Juez, a través de un corto

procedimiento procesal, para recuperar el bien objeto del contrato. Todo ello, sin perjuicio

de que el cliente haga valer otras pretensiones relativas al contrato de leasing en el

procedimiento declarativo que corresponda.

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XII. VENTAJAS Y DESVENTAJAS DEL LEASING O ARRENDAMEINTO FINANCIERO

La literatura publicitaria, promovida por las empresas autorizadas a operar en leasing,

ofrece con frecuencia presuntas ventajas que al final resultan ilusorias. Sin embargo, muchas son

las ventajas que el leasing en realidad, brinda a las empresas necesitadas de capitales para

adquirir modernos bienes de capital que les permita obtener una mayor productividad, intentando,

en efecto, ingresar a competir con sus productos en el mercado nacional o internacional.

XIII. VENTAJAS

PARA EL ARRENDATARIO La doctrina, tanto económica como jurídica y la jurisprudencia coinciden en presentar

entre las ventajas más destacables del leasing o arrendamiento financiero para las empresas

usuarias o arrendatario las siguientes:

a) Financiación del cien por ciento de la inversión Generalmente cuando una empresa obtiene un crédito, sea de una entidad

bancaria o financiera para la compra de un bien, éste, en el mejor de los casos,

alcanza a cubrir el 80% del valor total del bien dando lugar que el 20% o 30%

restante sea cubierto con recursos propios de la empresa.

El leasing no presenta estos inconvenientes, pues la empresa usuaria o

arrendatario con este sistema puede obtener el uso del bien que necesita sin

necesidad de disponer del capital requerido para la adquisición. Además, una vez

instalado y en funcionamiento, el mismo bien será que se autofinancie con los

mayores ingresos que se obtenga con su utilización.

b) Flexibilidad Como bien se ha dicho, esta ventaja le permite a la empresa usuaria o

arrendatario, más que cualquier otra forma financiera, adaptarse a la vida

económica del bien, en el sentido de que ella al establecer el plazo duración del

contrato, intentará utilizar el bien dado en leasing o arrendamiento financiero

solamente en el período en que éste ofrezca una productividad más elevada.

La flexibilidad con la que el leasing o arrendamiento financiero se presenta,

sin parangón con otras del sistema financiero, es tanto respecto a las características

del bien, que es a elección y satisfacción de la usuaria, como a las condiciones de

pago, ya que le permite establecer sus pagos en función de su flujo de caja y, de

acuerdo con ellos, fijar el plazo del leasing.

La flexibilidad en el leasing es tal que éste. Comúnmente, es descrito como

un medio de financiación individualizado o personalizado, es una «financiación a

medida».

c) Protege contra la inflación El leasing es una manera de protegerse contra la inflación por cuanto que el

uso del bien se obtiene inmediatamente a cambio del pago de unos cánones fijados

en el momento de la firma del contrato e inamovibles durante el plazo contractual,

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lo que se traduce en unos costes fijos que serán satisfechos con ganancias futuras y

en términos monetarios fijos cuyo costo real va descendiendo con los años,

siempre que las cuotas no estén indexadas.

d) Elimina el riesgo de obsolescencia La transferencia del riesgo de obsolescencia a la empresa de leasing o

arrendante fue en sus inicios efectivamente una ventaja; pero ella, posteriormente,

fue diluyéndose debido a que el leasing se mostraba irrevocable durante el plazo

contractual inicial, independientemente a que el bien siga siendo útil o no a la

empresa usuaria o arrendataria.

Ahora el leasing o arrendamiento financiero, echando mano a su

reconocida flexibilidad y adaptabilidad a las condiciones cambiantes del mercado,

ha reivindicado para si esta ventaja. En efecto, las empresas de leasing,

actualmente, para seguir brindando a sus clientes una «financiación a medida»,

influyen dentro de las cláusulas generales, una cláusula que permite a la usuaria o

arrendataria sustituir el bien antes de la expiración del plazo contractual, por otros

más modernos.

e) Celeridad Ordinariamente se dice que las operaciones de crédito se caracterizan por

una evidente lentitud y por estar sometidas, la mayoría de veces a determinadas

normas preestablecidas que tienden a garantizar el futuro préstamo, exigiendo

entonces avales bancarios, fianzas, hipotecas y, en ciertas oportunidades, se exige

una determinada cantidad de recursos propios en la futura prestataria, todo lo cual

ocasiona un retraso en la operación y, además, la conviene en excesivamente

onerosa, no sólo por los gastos que la obtención de estas garantías implica, sino

también por la limitación de sus posibilidades de obtención de nuevos créditos.

La práctica de negociación del leasing nos enseña, en cambio, que una de

las principales ventajas es, precisamente, su rapidez con la que se evalúan o

aprueban las operaciones, lo que nos lleva a suponer un ahorro de tiempo y costos

que, algunas veces, la usuaria no valora- Esta rapidez quizá tenga una razón

suficiente: la propiedad del bien, que como sabemos, pertenece a la empresa de

leasing.

f. Los cánones son gasto deducible Uno de los principales atractivos tributarios que ofrece el leasing respecto a

las cuotas periódicas de pago. Es considerarlas como gasto de explotación y, en

efecto, deducibles para fines de la determinación de la renta imponible. Esta

circunstancia facilita un proceso de amortización acelerada y, al mismo tiempo,

una disminución de las obligaciones impositivas al afectar la base imponible del

impuesto a la Renta.

El hecho de cargar los cánones de leasing a cuenta de gastos deducibles

para efectos impositivos, traslada a la usuaria el beneficio tributario de una

depreciación acelerada sobre los bienes dados en leasing.

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El leasing, pues, no es una deuda, aun cuando si un gasto operacional, lo

que genera una mayor solidez del balance al permanecer inalterados los índices

financieros de endeudamiento y liquidez. De esta forma se obtiene un régimen

impositivo más ventajoso que si hubiera comprado el equipo a crédito, en cuyo

caso solamente podría deducir los intereses y los gastos.

g. Evita los impuestos a la evaluación de activos fijos, A la capitalización del excedente de reevaluación y, posteriormente, al

patrimonio, si los hubiere, toda vez que, mientras dure el plazo contractual inicial,

el bien no es de propiedad de la usuaria o arrendatario. Si no de la empresa de

leasing.

h. Al comprar los bienes al contado, la empresa de leasing generalmente obtiene

mejores condiciones de las que podría conseguir una empresa usuaria por su

propia cuenta.

i. No permiten perderse los regímenes especiales de tributación que pudiera

favorecer a las empresas usuarias, en el caso de bienes importados para ser

otorgados en leasing.

PARA EL ARRENDANTE O (EMPRESA DE LEASING) La principal ventaja que tiene la empresa de leasing es, pues, el propio leasing como

actividad constitutiva de empresas, es decir, como medio de financiamiento alternativo a los

tradicionales.

Puntualizando un tanto, debemos decir que una de las mayores ventajas de este medio

financiero para la empresa de leasing es el peculiar sistema de garantía que le acompaña: la

propiedad del bien, que en todo caso pertenece a la empresa de leasing, y que esta puede

recuperar en caso de incumplimiento de la usuaria o cuando el plazo contractual termina sin

haberse ejercitado las opciones correspondientes. Esta propiedad no se verá afectada, tampoco,

por procesos concúrsales o por cualquier otro evento que pueda afectar a la usuaria o a sus

bienes.

Otra de las ventajas que se le reconoce a la empresa de leasing esta en relación con las

cláusulas generales que contiene el contrato, las cuales tienden a garantizar los derechos de la

financiera, en desmedro de los de la usuaria. Entre ellas, mención aparte tienen las «cláusulas de

exoneración de responsabilidad» en lo que se refiere a la entrega y buen funcionamiento del

bien24

.

24 Lo que ha hecho decir a CUESTA que la sociedad de leasing no asume

ninguna de las cargas ni de los riesgos que permiten atribuir a quién los soporta en

condición de propietario.

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PARA EL PROVEEDOR Las ventajas que ofrece el leasing a las empresas proveedoras son fundamentalmente dos:

a) Primera, brindarle una fórmula adicional de financiación a sus ventas; y

b) Permitirle el cobro al contado del precio de los bienes.

El proveedor encuentra, entonces, en el leasing una alternativa adicional. De poco

importe, para incrementar el volumen de sus ventas y ampliar el mercado de sus productos. Esta

consiste fundamentalmente en ofrecer a sus clientes o potenciales clientes, junto a la venta al

contado o a plazos. Un canal de financiamiento interesante; el leasing o arrendamiento financiero.

Es el caso. Por citar un ejemplo, de la empresa Grupo Q a financia la venta de vehículo marca

NISSAN que, de acuerdo con el Banco Cuscatlán, brinda una alternativa adicional para la

adquisición de su línea de automóviles.

El fabricante o proveedor cobra al contado el bien o bienes que vende a la empresa de

leasing, rompiendo así el circulo vicioso de tipo financiero en que se encuentra encerrado el

binomio comprador - vendedor, el cual radica en que el comprador pide plazos cada día más

largos y el vendedor no tiene capacidad financiera para otorgárselos.

XIV. DESVENTAJAS Las desventajas o mejor, los inconvenientes.

PARA EL ARRENDATARIO O EMPRESA USUARIA a. Desde la óptica del arrendatario o empresa usuaria se ha considerado el costo financiero

como uno de los mayores inconvenientes del leasing en comparación con otras formas de

financiamiento. De esto llenen un gran porcentaje de culpa las empresas de leasing.

Antes, podría haberse justificado el alto costo por la ahora, con la posibilidad de captar

fondos del ahorro privado, a través de los denominados «bonos de arrendamiento

financiero», para aplicarlos a financiar las operaciones de leasing, creemos que no debe

suceder eso.

Este elevado coste del leasing, pasa a segundo piano cuando se le presentan al empresario

ocasiones que no debe dejar pasar, momentos en los cuales su intervención es de

imperiosa necesidad. Lo único que importa es que los ingresos sean superiores a los

gastos y que la empresa progrese; con esta mentalidad es como debe considerarse la

relativa carestía del leasing.

b. El carácter irresoluble que tiene el contrato de leasing, que implica para ambas partes un

compromiso definitivo durante un determinado período, en el cual la usuaria está obligada

al pago del canon pactado con independencia de las dificultades financieras por las que

atraviese, la obsolescencia del bien o que éste haya dejado de utilizarse por cualquier

razón.

c. En el caso de bienes sujetos a rápido cambio tecnológico, la usuaria corre el riesgo que el

bien se tome obsoleto antes del plazo estipulado, perdiendo, en efecto, la oportunidad de

renovar sus activos oportunamente. Esta, sin embargo, puede ser superada incluyendo en

el contrato la «cláusula de corrección al progreso».

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d. Las cláusulas penales previstas para el caso que la usuaria incumpla alguna de sus

obligaciones establecidas en el contrato, particularmente el pago de los cánones.

e. En general, todo el conjunto de obligaciones a que la usuaria esta sometida por el hecho

de firma del contrato, que no tienen contrapartida con sus derechos, dando la impresión

que las partes no contratan en una posición de igualdad.

PARA EL ARRENDANTE (EMPRESA DE LEASING) Desde la óptica de una empresa, las principales desventajas con las que se enfrenta son las

siguientes:

a. Los riesgos derivados de la declaratoria de insolvencia de la empresa usuaria, que plantea

el problema no sólo de la recuperación de los bienes, sino también del futuro de ellos, en

caso de resolución del contrato por esta causal.

b. La refinanciación de las deudas acumuladas de la usuaria, que suele ser difícil y costosa

en muchos casos.

a. La de no existir prácticamente un desembolso inicial; aunque, algunas empresas

nacionales, cuando el leasing es de bienes de consumo duradero, por ejemplo, han

resuelto el problema exigiendo un depósito en garantía de un 30%, el cual al final

puede servir para ejercitar la opción de compra o. en su defecto, para garantizar el

leasing de otros bienes.

XV. CONCLUSIONES

En la práctica la empresa leasing o arrendante establezca como valor residual una cuota

simbólica está creando una tendencia a que la empresa usuaria o arrendatario adquiera en forma

definitiva el bien o equipo por lo que se desnaturaliza al leasing o arrendamiento financiero ya

que estaríamos frente a una simple operación de crédito a plazos distorsionando de esta manera

lo que es realmente el leasing, razón que justifica el porque en nuestro sistema jurídico no existen

conflictos en cuanto a la aplicación de esta modalidad.

Si bien es cierto que existe la posibilidad de que entre la empresa leasing arrendante y la

usuaria o arrendatario establezcan las condiciones y forma del contrato es siempre necesario que

se tenga pleno conocimiento de las cláusulas a considerar, ya que es obvio que compiten en

desigualdad de condiciones ambos cuando de interpretar el presente contratos se refiere.

Los sujetos intervinientes en una operación de leasing, generalmente son tres: el

arrendante o la empresa de leasing, el arrendatario la usuaria y la proveedora o fabricante; pero

los que realmente celebran el contrato son las dos primeras, esto es, las partes contractuales en el

leasing o arrendamiento financiero son dos y no tres.

Del conjunto de obligaciones que se desprenden de la celebración del presente contrato,

todas importantes por cierto, la de adquirir el bien con las especificaciones dadas y la posterior

cesión en uso, y el pago de los cánones como contraprestación por el uso del bien, son las

obligaciones principales, tanto de la empresa de leasing o arrendante como de la usuaria o

arrendatario. Las modalidades o subtipos de leasing existentes nos permiten satisfacer

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necesidades empresariales siempre y cuando estas necesidades puedan ser mediante el uso, goce

y disfrute de un bien determinado.

Las características del leasing por su estructura y función se clasifican en categorías,

según sus afinidades con reglas propias que son aplicables a otras.

"La historia no es la maestra de la vida, sino la liberación del pasado", se dice así porque

las instituciones no surgen de improviso sino que se desarrollan poco a poco tomando como base

sus raíces.

La funcionabilidad y la flexibilidad del leasing han sido pilares fundamentales para su

utilización en el campo internacional.

XVI. RECOMENDACIONES Propiciar mas este tipo de contrato moderno en nuestra sociedad ya que en otras latitudes

es muy frecuente obviamente en economías mas desarrolladas que la nuestra, por la forma del

contrato el leasing permite por ejemplo que una empresa no necesite hacer uso de su capital para

la adquisición de bienes de capital ya que con el leasing puede tener siempre equipos y

maquinarias de vanguardia sin deteriorar su patrimonio.

Es necesario fortalecer en nuestro país los controles de las cláusulas generales para evitar

los posibles abusos de alguna de las partes, puede que justamente este tipo de contrato no sea

muy utilizado en nuestro país debido a la fragilidad de estos controles.

Si se trata de resolver los problemas de vivienda que aquejan a nuestro país, se debe

aplicar el leasing inmobiliario que tanta positividad a obtenido en otros países, para facilitar la

adquisición de vivienda a la clase de menores recursos económicos y así también promover la

industria de la construcción.

Las empresas de leasing deberían permitirle a este contrato ser lo que en esencia es: Un

tipo de negociación flexible y adaptable a los flujos de caja de las empresas usuaria. En periodo

de administración se debería amortizar el 70% y 75% de la inversión total, dejando un 30% y

25% como valor residual, lo que posibilitaría que el bien llegue al final de contrato con un valor

residual aceptable en el mercado y la usuaria tenga en su haber una real opción de compra y no

una obligación de adquirir el bien, como es la costumbre de hoy.

Por más difícil que sea incluir el leasing en nuestro sistema continental, por ser

proveniente del sistema jurídico anglosajón , tenemos que tomarlo como un contrato unitario

puesto que, en la situación económica globalizada se hace casi imprescindible estar al nivel de

otras latitudes en donde el contrato leasing toma un nivel alto como forma de financiamiento.

Debemos respetar la naturaleza del leasing como parte del sistema anglosajón

manteniendo sus rasgos y matices típicos; pues tratar de incluirlo a como de lugar en nuestro

sistema jurídico puede causar una mal interpretación o desnaturalizar un contrato ya establecido.

Se debe tener en claro las modalidades de leasing existentes para de esta manera escoger

la adecuada y así satisfacer la necesidad.

Los contratos leasing se deben realizar tomando como base las características

estructurales y funcionales existentes de tal manera que no causen agravio a las partes.

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Las ventajas destacadas deben ser tomadas como parte de apoyo en la toma de decisiones

para la elección de la forma de financiamiento.

Las empresas de leasing deberían permitirle a este contrato ser lo que en esencia es: un

tipo de negociación flexible y adaptarle a los flujos de caja de las empresas usuarias o

arrendatarios.

BIBLIOGRAFIA

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ESTADO DE DERECHO ORIGIEN Y DESARROLLO HISTÓRICO

Dr. Pablo Mauricio Alvergue

I. Introducción La noción de Estado de Derecho nos parece algo tan natural y obvio que sería inoficioso tratar de

esclarecer su significado pues, para el observador común resulta poco menos que inconcebible la

consideración de un Estado sin derecho y un derecho sin Estado. En efecto la relación entre

ambos términos es tan estrecha que se ha llegado por parte del positivismo jurídico y

particularmente por su exponente más conspicuo, Hans Kelsen a una identificación total entre

Derecho y Estado. Esta posición desde luego, no la compartimos porque es consecuencia de la

identificación del derecho con las normas jurídicas exclusivamente, olvidando que también

forman parte del derecho las instituciones y los sujetos de esas mismas normas así como el

territorio y por otra parte que la función del Estado no se reduce de manera exclusiva a la

creación y aplicación de normas sino al cumplimiento de los más diversos fines. Esto no

significa que al derecho no constituya un elemento fundamental en la acción del Estado, por el

contrario, todos los actos que el Estado ejecuta están sujetos para su validez a la conformidad

con el orden jurídico respectivo.

En lo que se refiere a la necesidad de establecer una noción de lo que es Estado de Derecho-cosa

que para muchos es irrelevante-dada la diversidad de elementos que la experiencia histórica ha

ido incorporando a lo que denominamos Estado de Derecho, resulta difícil en grado sumo

elaborar una definición lo suficientemente comprensiva como para abarcar todos los aspectos

que se consideran características más importantes del mismo. Esto da lugar a una variedad de

enfoques según el aspecto o los aspectos que se consideran de mayor relevancia. Ejemplo de lo

antes expresado es el punto de vista del Dr. Mario Antonio Solano en su reciente obra Derecho

Constitucional de El Salvador en la que se lee “al decir que el Estado es de derecho se refiere a

un Estado que tiene en cuenta fundamentalmente los principios que caracterizaron esta forma de

Estado. Tales son el principio de legalidad, la división de poderes y el respeto a los derechos

fundamentales” tal concepto corresponde a lo que se considera Estado Burgués de Derecho pero

que con las adaptaciones que se han venido dando se llega a considerar el Estado de Derecho

como social y Democrático. Esto es la esencia del Estado contemporáneo y el que debe

sugerirse, plantearse, reclamarse en los momentos en que un país como El Salvador, requiere en

la actualidad”.

Román Herrzog ex presidente de la República Federal de Alemania nos dice en un artículo

titulado Elementos que definen un Estado de derecho; el Estado servidor del ciudadano “si

debiéramos definir en breves palabras el Estado de Derecho podríamos decir que se trata de

aquel Estado que posibilita al hombre mostrarse tal como es y que a su vez actúa en beneficio de

los ciudadanos.” A fin de aclarar tal idea agrega “En cualquier caso que intervenga, el Estado

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debe hacerlo de tal manera que su ingerencia sea limitada, pero visible y calculable. Este es el

verdadero contenido del principio que rige, estado de Derecho”.

Para realizarlo es preciso incorporar las garantías correspondientes que a su vez serán parte del

mismo”. Joseph Thesing. Por su parte citando al actor alemán Klaus Stern dice que según este

autor “Estado de Derecho significa el ejercicio del poder político sobre la base de leyes

constitucionales con el objeto de asegurar la libertad, justicia y seguridad jurídica”.

Otro autor alemán Gerhard Robbers afirma que “Estado de Derecho define aquel principio según

el cual la seguridad jurídica por un lado, y la justicia por el otro, se constituyen en estructura

fundamental y determinación de sus objetivos, simultáneamente”. Para Wolfgan Horn otro autor

alemán profesor de la Universidad de ESSEN, la idea esencial del Estado de Derecho se traduce

en la demanda de control jurídico y moderación, política para el poder público, además del

reclamo de garantías para la libertad personal”. Analizando el desarrollo del Estado de Derecho

en Alemania a partir del siglo XIX el mismo autor señala que el movimiento constitucional

burgués condujo a la proclama de documentos constitucionales en los que se plasmaron los

principios y objetivos más importantes del Estado de Derecho. “Reconocimiento de las libertades

civiles igualdad de derechos, participación de la representación del pueblo en la legislación;

independencia de la justicia”.

Otro autor alemán Werner Wirkenmaier, en un artículo titulado el Estado de Derecho de la

República Federal de Alemania manifiesta lo siguiente: “En sentido abstracto es posible

denominar” “Estado de Derecho” a todo aquel Estado cuya vida comunitaria esta regulada por el

derecho positivo. En tal caso ello se haría extensivo también a la forma de gobierno de la

monarquía absoluta o a la dictadura, ya que también estos sistemas se apoyan en disposiciones

jurídicas”. Tal definición la explica” en concordancia con la teoría pura del derecho de Kelsen,

cuando habla del derecho democrático, comunista o fascista sin que ello implique algún tipo de

evaluación de cada uno de estos derechos y no importando si el sistema concreto aparece como

deseable o repulsivo” pero seguidamente dice “No obstante de inmediato surge la percepción de

que el concepto de Estado de Derecho intenta articular un estado de cosas diferente, a saber, un

Estado cuyo orden jurídico se ajuste a ciertos requerimientos. En tal sentido precisa su definición

primera agregando: “por lo tanto la noción de Estado de Derecho no solo implica la preservación

formal de un orden jurídico cualquiera y su respectiva garantía y por el contrario, define solo

aquel orden jurídico que fija límites al ejercicio absoluto del poder, por parte del ejecutivo”.

Esta última aseveración relativa al ejercicio absoluto del poder por parte del ejecutivo, es cuando

menos discutible y el mismo autor lo reconoce implícitamente cuando a continuación escribe:

“El Estado de derecho moderno no es esencialmente un “Estado legislador” si no un Estado que

privilegia la vía judicial; lo que significa que se ha convertido en un Estado que procura proteger

el derecho material contra posibles actos de arbitrariedad, del poder legislativo, como del poder

ejecutivo”.

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Con las definiciones antes citadas, habría suficiente evidencia respecto a la complejidad de la

noción de Estado de derecho, la que como ya se dijo, es consecuencia de los múltiples aspectos

que dicha noción comprende. Sin embargo, es oportuno hacer referencia a las ideas sobre el tema

del connotado tratadista alemán Carl Schmitt autor de una teoría de la constitución de gran

renombre en la literatura del derecho constitucional.

Dicho autor denomina Estado burgués de derecho el cual equivale a Estado constitucional, aquel

cuya constitución contiene en primer término:

a) Una decisión en el sentido de la libertad burguesa: libertad personal, propiedad privada,

libertad de contratación libertad de industria y comercio etc.

b) El Estado aparece como el servidor rigurosamente controlado de la sociedad.

c) Queda sometido a un sistema cerrado de normas jurídicas o sencillamente identificado

con ese sistema de normas.

De acuerdo con tales criterios, el citado autor califica a la moderna constitución del Estado

burgués de Derecho como una constitución liberal y liberal en el sentido de libertad burguesa,

agregando que su sentido y finalidad es la libertad, protección de los ciudadanos contra el abuso

del poder público. Así pues, se funda como dice Kant “en primer término, según los principios

de la libertad de los miembros de una sociedad en cuanto seres humanos”.

De la concepción de libertad burguesa del Estado de Derecho Carl Schmitt, deduce varios

efectos que complementan el significado del mismo:

1º) Un principio de distribución: la esfera de libertad del individuo se supone como un dato

anterior al Estado, quedando la libertad del individuo, ilimitada en principio mientras que la

facultad del Estado para invalidarla es limitada en principio.

2º) Un principio de organización: que sirve para poner en práctica ese principio de distribución:

el poder del Estado (limitado en principio) se divide y se encierra en un sistema de competencias

circunscritas (división de poderes). “Esta división y distinción tiene por finalidad lograr frenos y

controles recíprocos de esos poderes. Derechos fundamentales y división de poderes designan

pues, el contenido esencial del elemento típico del Estado de derecho presente en la constitución

moderna”.

La calificación del Estado de derecho surgido de la revolución francesa como Estado burgués de

Derecho que es aceptable en tanto la burguesía resulta ser la clase que protagonizo el proceso

revolucionario que culmino en el surgimiento del Estado moderno y cuya filosofía sustentadora

fue el liberalismo, ha resultado a la postre una especie de condena de tipo ideológico

especialmente cuando tal calificativo es asociado con la situación de la clase obrera y la

explotación de que fue objeto por parte del reciente capitalismo industrial. Tales apreciaciones en

honor a la justicia histórica necesitan algunas rectificaciones tanto en lo que se refiera a los

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meritos indiscutibles de la revolución francesa como a la realidad histórica en que se dieron los

acontecimientos que dieron lugar a la que llamamos el Estado moderno pos revolucionario.

II. Enfoque Metodológico La caracterización de la metodología aplicable al presente estudio hace necesarias algunas

determinaciones de tipo metodológico destinadas a servir como pautas a seguir en el desarrollo

del mismo.

A ese respecto partiendo del supuesto de que no es posible captar en forma plena el significado

del Estado Derecho sin conocer el contexto histórico en que surgió, ni las condiciones políticas e

ideológicas que le sirvieron de marco, necesariamente arribamos a la conclusión de que la

utilización exclusiva del método jurídico resultaría insuficiente. Esto se observa en la práctica

cuando para definir el Estado de Derecho o mejor dicho, la existencia de un régimen

constitucional, se recurre a la constitución. Que indudablemente es uno de los elementos

fundamentales del Estado de Derecho pero que no explica la existencia de otras formas de

Estado que no son precisamente de derecho.

En otras palabras podemos afirmar categóricamente que la connotación “derecho” es una

característica del Estado moderno surgido de la revolución Francesa y que el estado

correspondiente al absolutismo monárquico, antecesor inmediato de aquél, no era Estado de

derecho. Establecer la diferencia entre ambas formas de Estado no es una cosa fácil y de hecho

la mayoría de los autores de Derecho constitucional incurren en confusión cuando afirman que

en términos generales todos los Estados son de Derecho en la medida en que dictan leyes y

administran justicia lo cual no es condición suficiente para que sean considerados Estados de

Derecho.

La utilización de la metodología sociológica y el análisis histórico permite esclarecer en forma

mas efectiva la diferencia entre Estado de derecho y otras formas de Estado así como las diversas

implicaciones entre Estado y derecho.

En síntesis el método aplicable a nuestra investigación tendrá una triple dimensión: histórico,

sociológico y jurídico.

III. El enfoque histórico sociológico Se ha hecho referencia al Estado moderno surgido de la revolución francesa, el cual representa la

culminación de uno de los procesos históricos políticos mas sobresalientes de la humanidad por

sus alcances, todavía hoy vigentes en gran medida. En dicho proceso se conjugaron ideas de

grandes pensadores, acontecimientos de gran relevancia, condiciones nuevas de carácter

económico que modificaron el Estatus-quo existente y la acción de sectores sociales que

protagonizaron los acontecimientos y cuyos propósitos y motivaciones estaban orientados al

cambio de un sistema en crisis por uno mas acorde con las exigencias del mismo desarrollo

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experimentado por la sociedad francesa el cual volvía insostenible el sistema imperante o antiguo

régimen.

A fin de explicitar la situación de que se habla es conveniente puntualizar las características de lo

que se conoce en la terminología francesa como el “antiguo régimen”.

En lo político: el absolutismo monárquico titular de la soberanía y el feudalismo.

En lo social: La sociedad estamental o sociedad de privilegios institucionalizadas a favor de la

nobleza y la explotación de los sectores campesinos, artesanales, y de la misma burguesía no

obstante ser económicamente más próspera que la nobleza.

En lo jurídico: pluralismo de fuentes de creación jurídica: derecho natural, derecho canónico,

derecho estatutario, derecho municipal, derecho monárquico, derecho feudal, derecho gremial o

corporativo.

El nuevo Estado significó un cambio radical en todos los aspectos antes señalados.

En lo político surgió un Estado con poderes exclusivos para el mimo tiempo divididos, tal como

ahora los conocemos debido al principio de la división de poderes.

La soberanía monárquica se transformó en soberanía popular dando con ello origen a la

democracia. El Estado asumió en forma exclusiva la función legislativa, desapareció la

sociedad estamentaria y en su lugar surgió la igualdad ante la ley o igualdad civil.

Se establecieron los derechos fundamentales o individuales para todos los ciudadanos y se

dictaron constituciones que incorporaban derechos y garantías y un régimen de derechos civiles

y políticos.

De la simple comparación entre los sistemas surge la evidencia de que el papel del derecho

entendido como derecho positivo es diferente en uno y otro modelo de Estado.

En efecto el Estado Moderno surge como Estado de derecho tanto porque las múltiples

conquistas realizadas por la revolución francesa fueron incorporadas a las diferentes

constituciones promulgadas por la asamblea revolucionario como porque el derecho se convirtió

en el fundamento de legitimidad del poder político.

A ese respecto es indispensable traer a cuento el invaluable aporte de Max Weber quien dedicó al

problema de la legitimidad del poder especial atención. En sus investigaciones Weber determino

3 tipos diferentes de legitimidad: la legitimidad tradicional propia de la monarquía en cuanto el

poder se transmite en forma hereditaria, la legitimidad carismática que depende de las cualidades

excepcionales de un líder o caudillo que debido a sus habilidades sobresalientes y a la

admiración o atracción que ejerce sobre sus seguidores adquiere la condición de gobernante

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aunque carezca de otros requisitos de carácter formal para ejercer el poder. Finalmente está la

legitimidad que Weber llama legal que es precisamente la que está basada en el derecho.

Tal como se ha señalado en la comparación entre el antiguo régimen y el Estado moderno, este

último se configuró teniendo como principio legitimador el derecho y este cambio fue tan

decisivo que aún en los países en que sobrevivió la monarquía, está se vio obligada a

transformarse en monarquía constitucional abdicando de la soberanía de que era titular la que fue

asumida por el pueblo y cediendo el ejercicio del poder a los parlamentos, asambleas y a los

órganos establecidos en virtud de la división de poderes.

Lo que interesa puntualizar en consecuencia es que no es lo mismo legitimidad legal que

régimen constitucional pues como se ha dicho, la legitimidad es un principio fundamental o

fundacional, en virtud del cual el derecho se convierte en factor de legitimación del poder y de

aceptación del mismo por parte de la comunidad política de suerte que todo poder que carezca de

tal reconocimiento se toma ilegitimo.

III. RELACIONES ENTRE ESTADO Y DERECHO

Además de que el derecho se convierte en la fuente de legitimidad del Estado, la relación entre

ambos es de tal naturaleza que como lo ha explicado muy bien el maestro Luis Recasens Siches,

el derecho cumple diferentes funciones relacionadas con la misma existencia del Estado tales

como:

a) Organización del Poder Político. “El derecho es la forma del poder social, es su

organización y es la forma que le da estabilidad, regularidad, permanencia. El poder no

es más que la probabilidad de que una actitud humana, la actitud de quienes emiten los

mandatos – influya sobre la actitud de otras gentes, en este caso, la actitud de los

destinatarios de los mandatos. El poder del Estado es poder, precisamente porque es un

poder jurídico, porque es la expresión del Derecho y porque está organizado por el

derecho.

b) Respecto a la legitimación del poder político Recasens Siches citando a francisco Ayala

transcribe el siguiente párrafo: “en el Derecho el puro acto técnico de la dominación del

hombre por el hombre queda cohonestado, ingresando en la esfera del los valores

espirituales; el Derecho legitima al poder político en cuanto que la organiza según

criterios de justicia. El valor justicia es pues, en términos absolutos el principio de

legitimación del orden político social, lo que hace de él un orden jurídico”.

c) Limitación del poder político. La organización por medio del Derecho implica una

limitación de ese poder. La organización jurídica del poder dota a este de mayor

estabilidad, de una mayor regularidad pero al mismo tiempo limita el alcance de ese

poder porque tal alcance está definido, determinado, delimitado por el derecho y

consiguientemente no puede ir más allá de tales límites porque en ese caso deja de ser

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poder jurídico y se convierte en arbitrario. La limitación de los poderes públicos llevada

acabo por el derecho, constituye explícita o implícitamente el reconocimiento y la

protección de una esfera de libertad.

d) Finalmente el derecho cumple la consabida función de resolución de los conflictos de

interés, la que por ser la más conocida y tomada en cuenta en las definiciones que se dan

del mismo, basta con enunciarla

IV. EL APORTE DE LA TEORÍA POLÍTICA A LA CONFORMACIÓN DEL ESTADO DE DERECHO

La influencia de las doctrinas de reconocidos pensadores tanto en la revolución francesa como en

la configuración del estado de derecho es de tal significación que difícilmente se habrían

realizado los profundos cambios que tuvieron lugar en relación con el antiguo régimen y dieron

origen al nuevo modelo de Estado sin la orientación y lucidez de las ideas contenidas en e

pensamiento de los filósofos de la ilustración. La doctrina sobre el contrato social se puede decir

que estaba en la mente de los distintos pensadores particularmente en Locke y Rousseau cuyas

ideas más que explicar los sistemas políticos existentes en su tiempo, sirvieron para fundamentar

racionalmente uno nuevo, basado en la razón, la libertad, la voluntad y la libre de terminación

de cada ser humano.

Así en el capítulo VIII del segundo tratado sobre el gobierno civil dice Locke: “Siendo los

hombres libres e iguales e independientes por naturaleza, según hemos dicho ya, nadie puede

salir de este estado y verse sometido al poder político de otro, a menos que medie su propio

consentimiento.

“La única manera por la que uno renuncia a su libertad natural y se sitúa bajo los límites de la

sociedad civil es alcanzando un acuerdo con otros hombres para reunirse y vivir en comunidad,

para vivir unos con otros en paz tranquilidad y con la debida comodidad, en el disfrute seguro de

sus propiedades respectivas y con la mayor salvaguardia frente a aquellos que no forman parte de

esa comunidad”.

Completando la idea sobre los alcances del acuerdo mencionado dice: “cuando un grupo de

hombres ha llegado a un consenso para formar una comunidad o gobierno, se incorporan en el

acto al cuerpo político que conforman ellos mismos en el que la mayoría adquiere el derecho de

actuar y decidir por los demás”. Locke insiste sobre el poder de la mayoría al punto de sostener

que “de otro modo, el pacto originario por el que tanto el como los demás, se incorporan a una

sociedad no tendría ningún significado y no sería tal pacto, si se le dejara libre y sin más lazos

que aquellos que ya tenía en el Estado de naturaleza”. En conclusión Locke reafirma su tesis

como sigue: “aquello que da inicio y constituye en realidad a una sociedad política, no es mas

que el consenso de un grupo de hombres libres capaces de formar una mayoría para unirse e

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incorporarse a tal sociedad. Y ésto y sólo ésto es lo que dio o pudo dar principio a cualquier

gobierno legítimo del mundo”.

Respecto a la sociedad civil dice “Las personas que se une un en un cuerpo y disponiendo de

una ley común así como de una judicatura a la que apelar, con autoridad para decir en las

controversias que surjan entre ellos y poder para castigar a los delincuentes estos forman una

sociedad civil”. Es fácil observar el rol esencial que el derecho juega en el concepto de sociedad

civil de tal suerte que ésta se presenta como sitio mínimo de un Estado de derecho. Otro aspecto

del pensamiento de Locke que merece ser destacado es su juicio sobre la monarquía a la que

niega la condición de sociedad civil al afirmar que “la monarquía absoluta que algunos

consideran como la única forma del gobierno posible, es de hecho, inconsistente con la sociedad

civil y por tanto no es una forma de gobierno civil en absoluto”.Rousseau por su parte en el

capítulo VI del contrato social, capítulo denominado ”del pacto social“ manifiesta:

“constituyendo la fuerza y la libertad de cada hombre los principales instrumentos para su

conservación y como podría comprometerlos sin perjudicarse y sin descuidar las obligaciones

que tiene para consigo mismo”. Esta dificultad puede enunciarse en los siguientes términos:

“Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja, con la fuerza común la persona y los

bienes de cada asociado y por la cual cada uno uniéndose a todos no obedezca sino así mismo y

permanezca tan libre como antes” tal es el problema fundamental cuya solución da el contrato

social “cada uno pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la

voluntad general y cada miembro considerado como parte indivisible del todo” “El acto de

asociación convierte al instante la persona particular de cada contratante en un cuerpo normal y

colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene” la asamblea la cual recibe de este

mismo acto su unidad, su yo común su vida y su voluntad. La persona pública que se constituye

así por la unión de todas las demás tomaba en otro tiempo el nombre de ciudad y hoy el de

republica o cuerpo político el cual es denominado Estado”.

La transición del estado natural al estado civil dice Rousseau, “produce en el hombre un cambio

muy notable, sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la

moralidad de que antes carecían”. Es entonces cuando, sucediendo la voz del deber a la

impulsión física y el derecho al apetito, el hombre que antes no había considerado en cuenta más

que su persona se ve obligado a obrar basado en distintos principios consultando a la razón

antes de prestar oído a sus inclinaciones. En consecuencia el cambio de estado es tan

beneficioso que “sus facultades se ejercitan y se desarrollan, sus ideas se extienden, sus

sentimientos se ennoblecen, su alma entera se eleva a tal punto que” debería bendecir sin cesar el

dichoso instante en que de animal estúpido y limitado se convirtió en un ser inteligente, en

hombre”.

Como puede apreciarse fácilmente, los dos filósofos cuyas citas han sido transcritas, expresan

con bastante claridad la idea de cómo fundamentar la sociedad civil racionalmente en base a la

libertad, el consenso y el bien común. En el caso de Locke el derecho resulta un componente

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esencial de dicha sociedad, en Rousseau predomina más bien el aspecto moral y el papel que

desempeña la voluntad general en cuanto poder supremo o soberano aunque como acaba de verse

al sustituir la justicia al instinto, el deber a la compulsión física y el derecho al apetito

implícitamente reconoce la importante función que el derecho cumple en la vida social.

En el “capítulo II la soberanía es indivisible; se aclara mejor, por parte de Rousseau la situación

del derecho. Según su teoría la soberanía es indivisible por la misma razón que es inalienable;

porque la voluntad es general o no lo es. La declaración de esta voluntad constituye un acto de

soberanía y es ley; en el segundo, no es sino una voluntad particular o un acto de magistratura,

un decreto a lo más”. Después de una laboriosa dilucidación de lo que son las leyes Rousseau

concluye”: Entiendo, pues por república todo Estado regido por leyes, bajo cualquiera que sea la

forma de administración , porque solo así el interés público gobierna y la cosa pública tiene

alguna significación. Todo gobierno legítimo es republicano”.

En cuanto a Montesquieu, en el libro undécimo, capítulo VI de “El espíritu de las leyes” en el

que trata de la constitución de Inglaterra, inicia su escrito con la siguiente tesis: “En cada Estado

hay tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de las cosas relativas al

derecho de gentes y el poder ejecutivo de las cosas que dependen del derecho civil”. En virtud

del primero, el príncipe o jefe de Estado hace leyes transitorias o definitivas, o deroga las

existentes. Por el segundo hace la paz o la guerra envía y recibe embajadas, establece la

seguridad pública y precave las invasiones. Por el tercero, castiga los delitos y juzga las

diferencias entre particulares. Se llama a este último poder judicial y al otro poder ejecutivo del

Estado”. Los párrafos decisivos respecto a la división de poderes son los siguientes: “No hay

libertad si el poder de juzgar no está bien deslindado del poder legislativo y del poder ejecutivo.

Si no está separado del poder legislativo, se podría disponer arbitrariamente de la libertad y la

vida de los ciudadanos; como que el juez sería legislador, si no está separado del poder ejecutivo,

el juez podría tener la fuerza de un opresor”. “Todo se habría perdido si el mismo hombre, la

misma corporación de poderes, la misma asamblea del pueblo ejerciera los tres poderes: al de

dictar las leyes el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o los pleitos

entre particulares”.

En los cuatro párrafos antes transcritos, queda consagrada la teoría de la división de poderes que

es sin duda uno de los principales dogmas del estado de derecho en tanto es el mecanismo más

importante en el aseguramiento de la libertad. Otra contribución importante de Montesquieu en

la conformación del Estado de Derecho es el de la democracia representativa. A ese respecto

dice:”como en un Estado libre todo hombre debe estar gobernado por si mismo, sería necesario

que el pueblo en masa tuviera el poder legislativo pero siendo esto imposible en los grandes

Estados y teniendo muchos inconvenientes en los pequeños, es menestar que el pueblo haga por

sus representantes lo que no puede hacer por si mismo”. La mayor ventaja de las

representaciones electivas es que los representantes son capaces de discutir las cuestiones. El

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pueblo no es capaz; y éste es, precisamente, uno de los mayores inconvenientes de la

democracia”.

Los párrafos transcritos son los que mayor aplicación han tenido en la configuración del Estado

de derecho surgido de la revolución francesa ya que el resto de su argumentación en favor de

como debía conformarse el sistema político francés fue condicionado por sus propias

preocupaciones políticas, las que respondían a la búsqueda de una fórmula que preservara la

existencia de la monarquía como titular del poder ejecutivo y la de la nobleza que debería

conservar sus privilegios y su poder por medio de una cámara similar a la cámara de los Lores

de Inglaterra, sistema en que tal como se titula el capítulo respectivo, fue tomado de la

Constitución Inglesa.

V. ESTADO Y CONSTITUCIÓN Si bien de la lectura de las obras citadas no queda duda respecto a la importante función del

derecho respeto a la misma existencia de lo que los pensadores antes citados denominaron

sociedad civil, sociedad política, república y Estado. No encontramos en los dos primeros

ninguna referencia a la constitución. En el caso de Montesquieu no está claro que al hablar de la

constitución de Inglaterra se refiere al texto constitucional o mas bien al sistema político que el

observó de cerca, pues es sabido que tal sistema es mixto, regido en parte por algunos

documentos que constituyen la parte escrita de la constitución y en parte por normas de derecho

consuetudinario a las que se atribuye un rango superior como ocurre también entre al common

Law respecto al derecho legislado.

Sin embargo, el no haberse referido a la constitución como fundamento principal del Estado de

derecho, en manera alguna resta méritos a los aportes realizados en los escritos a que se ha hecho

referencia, aportes en los que se incluyen los elementos de tipo jurídico político fundamentales

como son la forma republicana de gobierno, la soberanía popular, la democracia representativa,

el gobierno de la mayoría o voluntad general, la división de poderes etc.

En lo que se refiere a la constitución como elemento fundamental del Estado de derecho con las

características de supremacía que ahora le son atribuidas, es necesario enfocar la atención en otro

proceso histórico contemporáneo al de la revolución francesa, el cual tuvo lugar no en Europa

sino en los Estados Unidos de América.

CARACTERISTICAS DEL CONSTITUCIONALISMO NORTEAMERICANO

El aspecto más relevante del Estado de derecho en la actualidad, es sin duda el de que, el

nacimiento de cada Estado a la vida independiente, tiene como carta de ciudadanía, o partida de

nacimiento una constitución en la cual se determinan su denominación, organización, las

atribuciones de sus órganos, la forma de gobierno, los deberes y derechos de sus miembros, el

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proceso legislativo, los mecanismos de defensa de la constitución como normativa suprema y

todos aquellos aspectos que el sistema considera de la mayor importancia como para quedar

vedados a la competencia de la legislación ordinaria.

En tal sentido la constitución es denominada norma suprema, ley fundamental o primaria y solo

puede ser creada o modificada mediante órganos y procedimientos extraordinarios, orientados a

preservarla tanto de los cambios a que se ha hecho referencia como de las decisiones de los

órganos estatales que la contrarían. Tal sistema de supremacía e inviolabilidad del texto

constitucional, ha tenido su origen de manera predominante, en el desarrollo histórico

experimentado por el sistema jurídico constitucional norteamericano, cuya influencia en los

sistemas nuestros pocas veces se reconoce, concediendo la mayor atención a la experiencia,

francesa, olvidando que tanto el sistema presidencialista que desde nuestras primeras

constituciones adoptamos, procede del modelo norteamericano así como la supremacía de la

constitución respecto a las leyes y demás normas (tratados, convenios etc.).

El desenvolvimiento del proceso histórico constitucional estadounidense presenta características

diferentes del francés aunque si tuvo como punto de partida la lucha independentista que los

americanos llevaron a cabo para liberarse de su condición de colonia de Inglaterra. También

algunos de los filosos antes citados especialmente John Locke y Montesquieu tuvieron influencia

a través de sus escritos y sobre todo este último es citado en los debates que los llamados padres

fundadores sostuvieron con motivo de la elaboración y aprobación del proyecto constitucional.

Como resultado de tan prolongados y serios debates y de la naturaleza y complejidad de la

estructura propia del Estado constituido por colonias independientes y por lo tanto destindo a ser

un Estado federal, dicho proceso hizo necesario un sistema constitucional doble: El federal en

primer lugar y el estadual en segundo, pero ambos regidos en lo general por la constitución

federal, las leyes y las autoridades federales y además por leyes y autoridades de los Estados.

Esta circunstancia obliga a que la constitución federal tuviera predominancia sobre las

constituciones de los Estados así como sobre las leyes tanto federales como estaduales.

El otro aspecto de gran relevancia en dicho sistema es el papel que cumplió la jurisprudencia en

la obra de hacer efectiva la supremacía constitucional y sobre todo en ejercer un control efectivo

en la función legislativa, lo que equivale a la capacidad de anulación de las leyes contrarias a la

normativa constitucional. Ha sido en consecuencias esta función de control y defensa de la

constitucionalidad la que ha otorgado al poder judicial norteamericano, al contrario de lo que

ocurrió en la experiencia Francesa, la condición de ser considerado el primer poder del Estado,

mientras en Francia y en muchos otros estados, tal supremacía se asignaba y aun se asigna al

poder legislativo.

La separación de poderes constituye desde luego uno de las características básicas del sistema

constitucional norteamericano y la constitución es enfática en el sentido de atribuir el poder

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legislativo a un congreso compuesto de un senado y de una cámara de representantes; el poder

ejecutivo es asignado a un Presidente de los Estados Unidos de América y el poder judicial a una

Corte Suprema y a tantos tribunales inferiores como el congreso decida ordenar y establecer.

Como lo expresa el autor español Roberto Blanco Valdez en el libro titulado “El valor de la

constitución”, esta rigidez inicial es sin embargo, inmediatamente compensada por toda una serie

de disposiciones constitucionales que suponen como acaba de apuntarse, derogaciones al

principio de especialización funcional que se deriva de los preceptos citados. A los efectos de

una suscinta descripción, tales derogaciones podrían agruparse en un triple apartado.

Comenzando en primer lugar, por las que suponen una intervención del poder ejecutivo en el

ámbito del legislativo: la atribución al vicepresidente de la Federación, de la presidencia del

senado con derecho de voto dirimente en caso de empate; la atribución al presidente de la

Federación de la Facultad de llenar las vacantes que puedan ocurrir durante el receso del senado;

del llamado derecho de mensaje, recomendando a la consideración del congreso las medidas

cuya adopción juzgue convenientes, y de la facultad de convocar y suspender las cámaras en

determinados supuestos; y finalmente la muy fundamental atribución del derecho de veto

legislativo.

Respecto a la intervención del poder ejecutivo en el ámbito del poder judicial la más importante

es la atribución al presidente de la Federación de nombrar los jueces de la Corte Suprema. “Por

último” las que se concretan en una intervención del poder legislativo en el ámbito, funcional del

poder ejecutivo. La atribución al Congreso de la Facultad de elegir al Presidente de la

Federación entre los cinco candidatos mas votados si ninguno de ellos hubiera obtenido mayoría

del número total de electores nombrados y de la de ratificar el nombramiento presidencial, de los

altos cargos del Estado o conjuntamente de los poderes ejecutivo y judicial. Nos referimos a la

atribución a las dos Cámaras del congreso (de acusación a la Cámara de Representantes y de

Juicio al Senado) de la Facultad de juicio político (impeachment).

Como puede apreciarse a través de las prescripciones citadas, de la constitución norteamericana,

tan importante como la separación de poderes es el establecimiento de controles recíprocos, mas

conocidos como frenos y contrapesos destinados a garantizar la libertad y evitar el despotismo.

Hasta hoy no se han mencionado las atribuciones conferidas al poder judicial. Respecto a este

tema es necesario recordar que a diferencia de Europa, en donde la preocupación fundamental

era la de restringir o eliminar el absolutismo monárquico y como consecuencia de ello asignar la

Supremacía a la representación popular encarnada en el poder legislativo, en el sistema

norteamericano el problema era el opuesto. Como dice Blanco Valdez: “El peligro que se quiere

prevenir no es otro que el de una eventual extensión desmesurada del poder legislativo, a este

respecto será de nuevo Madison, en el Federalista, quien dejará clara constancia de una

preocupación que había estado presente durante toda la discusión constituyente, tras plantearse

que el verdadero problema político de la separación de poderes no era otro que el de suministrar

una seguridad práctica a cada uno de los poderes contra las invasiones de los otros”, Madison

afirma con rotundidad que el peligro de tales invasiones procede sobre todo del poder

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legislativo:”El órgano legislativo extiende por doquier la esfera de su actividad y arrastra todo el

poder bajo su torbellino impetuoso”.

El temor a las posibles extralimitaciones del poder legislativo en el caso de los Estados Unidos

era producto de las experiencias coloniales y de las condiciones marcadamente diferentes con la

situación francesa, tal como lo explica Blanco Valdez, “mientras que en el viejo continente el fin

de la separación de los poderes sería prevalentemente el de repartir entre viejos y nuevos sujetos

políticos las diferentes actividades constitutivas de funcionamiento del Estado, lo que explica la

constitucionalización de ejecutivos dualistas con la configuración de un órgano en la jefatura del

Estado, destinado a dar cobijo transformándolo, al antiguo soberano, el punto de partida de la

experiencia de los Estados Unidos, “único país (según Tocqueville) donde se ha podido asistir a

los desarrollos naturales y tranquilos de una sociedad,” la ausencia de un monarca absoluto al

que se deberá encajar política y jurídicamente en el nuevo esquema constitucional de los poderes

estatales permitirá a los norteamericanos no solo configurar un ejecutivo monista sino también

optar por hacer derivar el poder de tal órgano estatal de la misma fuente de la que se había hecho

derivar la legitimidad del poder legislativo: de la soberanía popular, es decir, en una palabra, le

permitirá convertir a los dos órganos centrales determinándoles de la dirección política estatal en

órganos democráticamente legitimados”.

Tal legitimidad democrática en lo que se refiere al poder ejecutivo en un sistema republicano

representativo, en el que los poderes supremos son limitados tanto en extensión como en

duración, mientras la asamblea legislativa tiene limitantes de tiempo teóricas ya que sus

miembros pueden reeligirse indefinidamente y como ha ocurrido en el caso nuestro, tienden a

ampliar sus facultades y atribuciones a costa del ejecutivo, tal como expresó Madison, “tiene una

intrépida confianza en su propia fuerza una asamblea que es suficientemente numerosa como

para sentir todas las pasiones que agitaría la multitud pero no tanto como para ser incapaz de

perseguir el objeto de sus pasiones por los medios que prescribe la razón el pueblo deberá dirigir

su celo y utilizar todas sus precauciones contra la tentativa ambiciosa de este órgano”.

Si bien los mecanismos establecidos en la división de poderes, es decir el sistema de frenos y

contrapesos constituía una forma de control o como fue señalado en el debate norteamericano un

control político institucional, la misma estructura federal y administrativa altamente

descentralizada dificultaba la formación de mayorías capaces de un ejercicio abusivo del poder,

el mecanismo mas eficaz debería corresponder al Poder judicial. Tal solución según Blanco

Valdez “supondrá un neto punto de ruptura con la tradición que asentará Montesquieu y que se

constituirá en una de las más peculiares aportaciones del modelo americano al principio de

separación de los poderes”.

Es obvio que el control de la constitucionalidad por parte del poder judicial, requería para ser

efectivo el reconocimiento de la superioridad de la constitución como norma suprema, excluida

de la posibilidad de cambios por parte del poder legislativo, de donde nace esa superioridad que

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ahora se da por descontada no solo en la teoría constitucional sino en la teoría general de

derecho. Dentro del contexto norteamericano tal superioridad que es una consecuencia de que

por tratarse de una constitución rígida y de la dificultad de poner en práctica los distintos

procedimientos de reforma su modificación presentaba dificultades poco menos que

insuperables. En efecto el procedimiento menos complicado era el de la aprobación, del

proyecto de reforma por la aprobación de los dos tercios de cada una de las cámaras de congreso

y su ratificación por las tres cuartas partes de dichas cámaras, tales dificultades han contribuido

indudablemente a la relativa inmutabilidad de la constitución de los estados Unidos así como a

su estabilidad política, ya que unas pocas enmiendas le han permitido adaptarse a los cambios

necesarios ocurridos en los 230 años en que ha estado en vigencia. A este respecto señala

Blanco Valdez, “los padres fundadores que no tendrán conceptualmente la rigidez y superioridad

de la constitución, sin embargo, apreciaron, desde el momento de la aprobación, que el carácter

escrito de la misma y la exigencia de una especial solemnidad para introducir cambios en su

texto otorgaban a la norma aprobada en Filadelfia un valor diferente, un plus valor respecto de

las normas procedentes del poder legislativo ordinario del Estado.

VII. SUPREMACÍA DE LA CONSTITUCIÓN Y CONTROL JUDICIAL DE LA CONSTITUCIONALIDAD

El hecho de que el desarrollo constitucional de los Estados haya tenido como factores principales

los antes mencionados es decir, la elaboración teórico práctico de los padres fundadores, las

peculiaridades de la sociedad civil norteamericana y las decisiones de los jueces y tribunales no

significa que en dicho proceso estuvieran ausentes las doctrinas de los filósofos europeos,

especialmente los ingleses algunos cuyas doctrinas fueron adoptadas sobre todo en este tema en

particular. Incluso en un sentido opuesto a lo que sucedía en Inglaterra. Como muy bien dice

Blanco Valdez: “a ese respecto es generalizado el acuerdo sobre las influencias doctrinales

rastréables en la reflexión política de los padres fundadores en el ámbito del que nos estamos

ocupando. Por un lado, la teoría, de Sir Edgard Coke sobre la autoridad del juez como árbitro

entre el Rey y el Parlamento. Por otro lado y de forma decisiva, las ideas de John Locke y

James Harrington respecto de la primacía de las leyes “fundamentales y del derecho natural”. En

el caso de Coke es famoso por su intervención en las luchas entre el parlamento y el Rey Jacobo

I. En un caso bajo su conocimiento afirmó la supremacía del common Law, sobre el statutory y

Law y “el principio de que la ley podía ser completada pero no violada por el legislador. Al

respecto formuló el principio”: “el common Law controlará las leyes del parlamento y algunas

veces las declarará totalmente nulas. Por que cuando una ley del parlamento es contraria al

derecho y a la razón, o imposible de ejecutar, el common law la controlará y procederá a declarar

su nulidad”. Tal doctrina en el momento en que se discute la constitución norteamericana había

perdido vigencia en Inglaterra debido a que el parlamento Ingles había ganado la batalla política

y se había vuelto un poder soberano. Sin embargo tal cambio no produjo ningún efecto entre los

padres de la constitución americana que en ese momento ya no dependían de la hegemonía

inglesa.

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Blanco Valdez expresa al respecto:”mientras en Inglaterra la supremacía del parlamento se

traduciría en la imposibilidad para los jueces de entrar a juzgar la validez de las normas

emanadas de su voluntad, en los territorios coloniales esa misma superioridad parlamentaría iba a

plantear la necesidad de que los jueces pudiesen controlar la adecuación de las normas de origen

colonial a las superiores leyes del reino de Inglaterra. “El resultado final no fue otro que el de

transformar el pensamiento de Edward Coke en una de las mas importantes fuentes doctrinales

de la futura, formulación del control de la constitucionalidad”.

En cuanto a Harrington y Locke el primero en una obra de carácter utópico titulada la República

de Océana escribió: “El centro y la base de toda república no es otro que su ley fundamental.

Las leyes fundamentales son las que establecen lo que cada individuo puede considerar su

propiedad y el modo en que cada uno puede gozar de sus propios bienes es decir de la

protección; la primera facultad se denomina posesión, la segunda imperio o soberanía y esta

última es el producto natural de la primera” aunque la frase anterior no tienen mayor relación con

el control de la constitucionalidad la protección de los a hora denominados derechos

fundamentales “enunciaba, en su propia significación una problemática que iba hacer objeto de

atención en las colonias”.

Por lo que se refiere a Locke si bien sostenía” el carácter supremo del poder legislativo”

establecía para el mismo” serías limitaciones una de las cuales reviste una particular importancia

cual es: la que se derivaba de la exigencia de que el poder de los legisladores respetase “el bien

público de la sociedad y actuase de acuerdo con la ley de la naturaleza, es decir con la voluntad

de Dios de la cual la ley de la naturaleza es una manifestación”.

Sobre este último Blanco Valdez agrega: “Las ideas Lockianas sobre la necesidad de que el

poder político estatal estuviera sometido, en última instancia, al derecho natural” superadas en

Inglaterra en los momentos finales del siglo XVIII encontraran sin embargo, una acogida

calurosa en sus colonias en territorio americano y constituirán sin ningún género de dudas la

aportación fundamental del filósofo de Wrington a la teoría constitucional americana”.

VIII. LA PARTICIPACIÓN DE LA JURISPRUDENCIA EN EL CONTROL DE LA CONSTITUCIONALIDAD

Una de las peculiaridades del proceso constitucional norteamericano, ha sido la participación de

los jueces y tribunales en el establecimiento de la llamada judicial Review, o sea, la revisión por

parte del poder judicial de la constitucionalidad de las leyes.

Tal participación no significa que el poder judicial hubiera tenido intervención directa, en las

discusiones y debates que procedieron a la aprobación de la constitución federal por parte de la

convención de Filadelfia de la que surgió dicha constitución. La influencia judicial se derivó

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mas bien de sentencias, en que la supremacía de la ley fundamental respecto a las leyes

emanadas del poder legislativo era parte esencial del asunto a decidir y las decisiones de los

jueces invariablemente se pronunciaban a favor de la constitución lo cual dentro del sistema

jurídico norteamericano significa el establecimiento de precedentes cuya validez dentro de la

perspectiva del common law adquiere un mayor grado de validez que las leyes dictadas por el

poder legislativo.

El papel cumplido por la jurisprudencia adquirió mayor relevancia debido a que no obstante

prolongados debates en torno al llamado judicial review of legislation “La problemática

constitucional no fue objeto en Filadelfia, ni de discusión expresa y detallada ni

consecuentemente de regulación explícita en la carta constitucional”. (Blanco Valdez) sin

embargo, fueron aprobadas disposiciones que en su espíritu favorecerían una interpretación

acorde con la judicial review. La primera respecto que “el poder judicial se extenderá a todos los

casos de derecho y de equidad que surjan bajo esta Constitución y la segunda que establece la

denominada “cláusula de supremacía” según la cual “esta Constitución y las leyes de los Estados

Unidos que serán hechas en cumplimiento de la misma y todos los tratados hechos o que serán

hechos bajo la autoridad de los Estados Unidos serán la suprema ley del país; y los jueces de

cada Estado deberán conformarse a ella, no obstante cualquier disposición contraria de la

constitución de las leyes de cualquier Estado.

El segundo elemento que contribuyó a la reafirmación de las facultades del poder judicial

respecto al poder legislativo fue la teoría constitucional de algunos de los padres fundadores,

particularmente Alexander Hamilton. Blanco Valdez ha elaborado una síntesis de esta cuestión

que es oportuno transcribir: Según Hamilton las limitaciones a dicho poder no pueden

preservarse en la práctica por otra vía que la de los tribunales de justicia cuyo deber será declarar

nulas todas las leyes contrarias al sentido manifiesto de la constitución, sin ello todas las reservas

que se realizan al respecto a determinados derechos o privilegios quedarán en nada. En relación

con el párrafo de Hamilton, Blanco Valdez comenta: “El problema resulta, en verdad de una

extraordinaria sencillez. La peligrosidad del poder legislativo y la paralela falta de peligrosidad

del judicial deben convertir al último en vigilante permanente de las facultades del primero

mediante el control de la constitucionalidad, control que no tiene sólo una finalidad jurídica es

decir de protección del texto de la constitución sino también política, en la medida en que la

constitución es fundamentalmente un ámbito de garantías de los particulares y muy

especialmente de los grupos de particulares, en una palabra las minorías”. A la interrogante de

si la facultad de anular las leyes dictadas por el poder legislativo contrarias a la constitución no

confieran un poder excesivo a la magistratura, Hamilton responde: “Se argumenta que una

autoridad que puede declarar nulos los actos de otra debe ser necesariamente aquella cuyos actos

han sido declarados nulos. Como esta doctrina tiene gran importancia en todas las

constituciones americanas será conveniente una breve discusión sobre las bases en que se asienta

“no hay proposición que dependa de principios más claros que la que afirma que todo acto de

una autoridad delegada contrario al tenor del mandato bajo el cual se ejerce es nulo. Por tanto,

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ninguna ley contraria a la constitución puede ser válida. Negar esto sería tanto como afirmar

que el diputado es superior al mandante, que el siervo es superior al amo; que los representantes

del pueblo son superiores al propio pueblo; y que los hombres que actúan en virtud de

apoderamiento pueden hacer no solo lo que éste no permite sino incluso lo que prohíbe”. “No es

admisible la suposición de que la constitución haya tenido la intención de facultar a los

representantes del pueblo para sustituir su voluntad por la de sus constituyentes. Es más racional

suponer que los tribunales han sido concebidos como un cuerpo intermedio entre el pueblo y la

legislatura, con la finalidad, entre otras, de mantener aquella dentro de los límites asignados a su

autoridad. Una constitución es del hecho una ley fundamental y así debe ser considerada por los

jueces. A ellos pertenece, por lo tanto determinar su significado, así como el de cualquier ley

que provenga del cuerpo legislativo y si ocurriere que entre las dos hay una discrepancia, debe

preferirse como es natural, aquella que posee fuerza obligatoria y validez superiores. En otras

palabras, debe preferirse la constitución a la ley ordinaria, la intención del pueblo a la intención

de sus mandatarios”. Hamilton termina su argumentación en forma que no puede considerarse

menos que definitiva: Esta conclusión no significa en modo alguno la superioridad del poder

judicial sobre el legislativo, solo supone que el poder del pueblo es superior a ambos, y donde la

voluntad de la legislatura, declarada en las leyes entra en contradicción con la del pueblo

declarada en la constitución lo jueces deberán conformarse a la última de las preferencias y no a

las primeras. Deberán regular sus decisiones por las leyes fundamentales y no por las que no

tienen este carácter fundamental”.

Los párrafos transcritos que forman parte de artículo de Alexander Hamilton contenidos en el

Federalista, son posteriores a la convención de Filadelfia cuya clausura no cerró al proceso de

discusión político parlamentario en relación con la facultad de la magistratura de controlar la

constitucionalidad de las leyes y es indudable que la argumentación de Hamilton ejerció una

influencia importante en la opinión publica y en la vida política de los Estados unidos. Sin

embargo, es obvio que por si solo una opinión que tenían su mayor apoyo en la teoría

constitucional no hubiera sido suficiente para zanjar tan debatida cuestión por parte del partido

Republicano que se oponía a la supremacía del gobierno federal sobre los estados y de la

constitución sobre las leyes.

Fue en esa coyuntura que se produjo la elección de John Marshall como presidente de la Corte

Suprema, en un momento en que las posiciones entre republicanos y federales respecto a la

cuestión judicial y el control por la magistratura de la constitucionalidad de las leyes “había

acabado por situarse, en el primer plano de la política nacional”. El debate era precisamente en

torno al protagonismo que el poder judicial debía jugar en el Estado y sobre si aquel debía o no

ejercer un verdadero papel político. Mientras los federalistas insistían en que la judicial review

era el mejor medio para impedir la destrucción de la constitución por parte de las leyes

inconstitucionales y llegaron a ensalzarla como una novedad en la historia de las naciones o

como una gloria peculiar del pueblo americano, los republicanos sostenían un criterio

radicalmente distinto defendiendo la legitimidad de la interpretación constitucional parlamentaria

frente a la llevada a cabo por los jueces: Breckenridge un destacado líder republicano arguia que

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“la Constitución ha querido poner en ejecución la separación de los tres poderes dando a

cada uno autoridad exclusiva sobre el poder que le ha sido confiado” <…>

Se presume que el legislador debe tener también un gran interés en la conservación de la

constitución <…> La interpretación dada por cada poder a sus propias atribuciones posee mayor

autoridad que cualquier otra interpretación <…>. El poder legislativo tiene el derecho exclusivo

de interpretar la constitución por lo que se refiere al poder de hacer las leyes y los jueces están

obligados a seguir las leyes así deliberadas”.

Fue en ese polémico ambiente que adquirió protagonismo la figura del John Marshall quien en el

caso denominado Marbury vrs. Madison pronunció una sentencia que le permitió afirmar el

principio básico de la judicial review of legislation. Según la propia formulación de Marshall el

caso en cuestión se refería a actos del poder ejecutivo en perjuicio de un derecho adquirido de

una persona quien había sido nombrada por la legislatura a un cargo de Juez de paz y su

nombramiento no le había sido notificado legalmente y a consecuencia de esa circunstancia

corría el riesgo de quedar fuera del ejercicio del cargo. Como lo expone Blanco Valdez “según

la propia formulación de Marshall, se trataba de dar respuesta a las siguientes (preguntas):

1. ¿Tiene el recurrente derecho al nombramiento que exige?

2. ¿si tiene ese derecho y ha sido violado? ¿le ofrecen las leyes del país un remedio? Y

3. ¿si le ofrecen un remedio? Consiste este en un requerimiento por parte de esta Corte?

La respuesta a la primera pregunta Marshall hace una distinción entre actos políticos y actos

administrativos del poder ejecutivo. Mientras los primeros constituían un poder discrecional que

no podía ser objeto de control jurisdiccional; los segundos quedaba claramente baja la esfera de

intervención controladora del poder judicial. El caso bajo conocimiento se trataba de un acto de

administración por lo que Marshall en su argumentación concluyo “si uno de los jefes de

departamento, bajo la cobertura de sus funciones comete un acto ilegal por le cual en particular

resulta lesionado, no puede pretender que esas mismas funciones le dispensen de ser demandado

siguiendo las vías del procedimiento ordinario y de ser obligado a obedecer el juicio de la ley.

Por lo que se refiere a la tercera pregunta la situación era más delicada pues si bien la corte tenía

autoridad para emitir un requerimiento obligando al ejecutivo a proceder al nombramiento de

Marbury, consideraciones políticos de coyuntura desaconsejaban optar por esa solución. Ante

esa disyuntiva, Marshall opta por una solución histórica. Estimará que las disposiciones legales

que conceden a la Corte la facultad de emitir los mencionados requerimientos eran

inconstitucionales y así lo declaró. Tal circunstancia lo obligaba a buscar otra justificación que

le permitiera resolver la controversia por otra distinta del requerimiento, es decir, justificar

constitucionalmente la exigencia de inaplicar aquellas normas que fuesen incompatibles con la

constitución y lo que es mas importante, la paralela obligación de los tribunales de optar por la

inaplicación en los casos en que apreciasen aquella incompatibilidad. “Dos fueron los elementos

que desde el punto de vista de la teoría constitucional contribuyeron a hacer del caso Marbury,

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un hito, histórico en el proceso de conformación del valor de la constitución en la experiencia

norteamericana. En primer lugar la afirmación de la imposibilidad de modificar la constitución

por medios ordinarios y la consiguiente inadmisibilidad de considerar viva en el ordenamiento

una norma cuyo contenido fuese contradictorio con el de la constitución y supusiese por lo tanto

su modificación tácita: “la constitución es una ley suprema inmodificable por medios ordinarios

o se sitúa en el nivel de las leyes ordinarias y al igual que esas leyes puede ser alterada cuando el

legislativo desee hacerlo. Si la primera opción de esta disyuntiva es cierta entonces un acto

legislativo contrario a la constitución no constituye derecho; si es cierta la segunda opción

entonces las constituciones escritas son proyectos absurdos, por parte del pueblo, para limitar un

poder que por su propia naturaleza es ilimitable. Ciertamente todos los que han construido

constituciones escritas las han contemplado como formando la ley suprema y fundamental de la

nación y consiguientemente la teoría de cada uno de esos gobiernos debe ser que una ley de la

legislación, incompatible con la constitución es nulo”.

A continuación Marshall expresa: “si un acto de la legislatura incompatible con la constitución

es nulo ¿obliga a las cortes pese a su nulidad y las obliga a darle efecto? O en otras palabras,

aunque el acto no sea una ley ¿constituye una regla tan aplicable como si lo fuera? La respuesta

es congruente con su argumentación: “la competencia y obligación del órgano judicial es

esencialmente la de declarar lo que es la ley. Los que aplican la norma a los casos particulares

deben necesariamente, exponer e interpretar esa norma, si dos normas entran en conflicto entre si

las cortes deben decidir cual es el campo de aplicación de cada uno y así, si una ley se opone a la

constitución, si ambas la ley y la constitución son aplicables a un caso particular, por lo que la

corte debe decidir ese caso de conformidad con la ley, sin tener en cuenta la constitución o de

acuerdo a la constitución, sin tener en cuenta la ley, la corte debe determinar cual de esas normas

en conflicto es aplicable al caso. Esa es la esencia verdadera de la obligación de los jueces”. Si

por tanto las cortes tienen que observar la constitución y la constitución es superior a cualquier

ley ordinaria de la legislatura es la constitución y no esa ley ordinaria, la norma que debe regir el

caso al cual ambos se aplican”.

Como se ha afirmado con anterioridad, el sistema americano de supremacía de la constitución no

se funda en disposiciones expresa del texto constitucional y a través de las extensas citas a que se

ha recurrido en este trabajo ha quedado claro que las fuentes en que se ha fundado son diversas:

en primer lugar las opiniones de algunos de los padres fundadores mas influyentes como ha sido

el caso de Hamilton y Madison; en segundo lugar las doctrinas de los filósofos ingleses a que se

ha hecho referencia y en tercer lugar la jurisprudencia que por medio de los fallos citados a vía

de ejemplo, hizo valer sus criterios en diferentes oportunidades, estableciendo con ello una

doctrina jurisprudencial que acabó por imponerse y configurar un modelo que adquirió vigencia

no solo en los Estados Unidos.

Precisamente la principal razón para prestarle tanta atención a este tema ha sido la de evidenciar

la influencia que el sistema norteamericano ha tenido en el nuestro y la única diferencia o al

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menos la mas sobresaliente consiste en que los problemas que tanta polémica generaron en los

Estados Unidos debido a la falta de una normativa expresa respecto a las facultades de la Corte

Suprema para controlar la constitucionalidad de las leyes, en el caso salvadoreño no existen

debido a que tenemos un sistema de control constitucional expreso y múltiple cuya legalidad y

aplicabilidad no se discute.

En la práctica sin embargo y debido a la misma autoridad que tienen los precedentes judiciales

en el derecho norteamericano las facultades del poder judicial terminaron por afirmarse como lo

confirma el juicio de un agudo observador francés del sistema estadounidense, Alexis de

Tocqueville, quien en su célebre obra “la Democracia en América”, se pregunta ¿Porqué los

jueces americanos tienen un poder del que carecen los magistrados europeos? “la causa responde

está en este solo hecho: los americanos han reconocido a los jueces el derecho de fundamentar

sus decisiones sobre la Constitución más que en las leyes. En otros términos, les han permitido

no aplicar las leyes, que le parezcan inconstitucionales”.

IX. ESTADO SOCIAL DE DERECHO El Estado de derecho liberal es denominado en la actualidad estado de derecho formal, con lo

que se quiere significar tanto los aspectos políticos que se refieren a la organización del Estado

como los elementos exclusivamente de carácter jurídico como son: la igualdad ante la ley, el

conjunto de garantías legales que gozan los ciudadanos y las limitaciones que el derecho impone

al poder estatal. Hoy en día la simple definición de Estado de Derecho se considera insuficiente

y hasta cierto punto anacrónica en la medida en que esa caracterización de formal debe ser o

mas bien ha sido complementada mediante un componente material, en la medida en que la

igualdad jurídica dejaba intactas las desigualdades de tipo socio económico, las que se

acrecentaron con el surgimiento de la industrialización y el sistema capitalista de producción que

dieron origen a la explotación humana de la clase trabajadora industrial. Como efecto de esta

nueva situación surgieron los movimientos obreros, el sindicalismo, los partidos políticos

socialistas en particular la social democracia que si bien aceptó el sistema democrático, mantuvo

una posición antiliberal y luchó por introducir sus principios y reivindicaciones tanto, en la

legislación como en la definición de las responsabilidades del Estado. Surge en esa forma el

llamado Estado social de Derecho y la asunción de las responsabilidades sociales se interpreta

como la conversación del Estado de derecho en formal y material.

Desde el punto de vista constitucional la nueva perspectiva inicia su configuración, en la

constitución mexicana de 1917, la constitución alemana del Weimar de 1919, la constitución

austriaca de 1920 las que se convirtieran en modelos a seguir tanto en Europa como en América

Latina.

En el caso alemán, la constitución del Weimar tuvo una vigencia muy breve debido a la irrupción

del régimen Nazi pero en la nueva Alemania surgida de la posguerra, la constitución establece

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de manera expresa la denominación de Estado social de derecho. Al respecto dice Werner

Birkenmaier en su artículo titulado “El Estado de derecho de la República Federal de

Alemania”. El Estado de derecho consagrado en la Ley fundamental, es un Estado social de

derecho. Esta denominación no es en modo alguna aleatoria. El mandato constitucional de la

democracia social, implica la obligación y la facultad de la representación popular de buscar una

respuesta al problema de la justicia que se ajuste a las respectivas situaciones y a los cambios que

remanifiestan. “Al respecto es oportuno señalar que al igual que en los Estados Unidos, la

concreción del Estado social de derecho ha correspondido, mas que todo a la corte constitucional

Federal. A continuación dice el mismo autor: “hoy se considera como verdadero contenido del

Estado de Derecho un creciente número de garantías formales y de nociones de justicia propias

del derecho material. Según las resoluciones adoptadas por la corte constitucional Federal,

forman parte del concepto de Estado de Derecho los siguientes elementos:

El principio democrático de las mayorías

Los principios del derecho electoral

La división de poderes

El derecho a la oposición

La seguridad jurídica

La sujeción de la administración a la ley y al derecho.

La independencia de los tribunales

Los derechos fundamentales o garantías constitucionales, en particular el principio de

igualdad

El derecho a ser juzgado por los jueces naturales

La protección contra una actitud arbitraria

La inadmisibilidad de aplicar penas no previstas por la ley

El principio de irretroactividad de las leyes penales

La garantía de previa audiencia judicial

Es satisfactorio observar que todos los elementos señalados por la corte constitucional Federal

alemana forman parte de nuestro régimen constitucional.

Otro autor aleman Wolfgang Horn en su artículo “Rasgos básicos del estado de derecho”

refiriéndose a los orígenes de Estado social de derecho afirma: “Por otro lado, es ciertamente

correcto caracterizar el Estado de derecho del siglo XIX como un Estado esencialmente

“burgués”. En efecto su interpretación formal determinó que no sé planteara el tema de las

condiciones sociales que debían darse para que efectivamente existiera la libertad política y

económica así como la igualdad ante la ley. El Estado de derecho siguió siendo ciego ante la

cuestión social que la sociedad burguesa había generado. Sería sobre todo el movimiento social

demócrata el que a partir de esta problemática plantearía una cuestión política e instalaría el

debate en torno a las consecuencias sociales derivadas del Estado de derecho formal” a

continuación agrega dicho autor: La constitución de Weimar de 1919, contenía un detallado

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sistema de garantías que no solo ratificaba los derechos liberales del sigo XIX, sino que además

debía garantizar toda una serie de derechos sociales básicos (por ejemplo la responsabilidad

social de la propiedad) que servían de marco de referencia para la legislación”. Es fácil observar

que en las anteriores referencias al elemento social del estado social de derecho han sido

diminutas y no permiten formarse una idea suficiente de su significado debido a que en los

enfoques respectivos se han privilegiado los aspectos de carácter jurídico. Sin embargo, el

mismo Wofgan Horn en otro artículo denominado “Estado de derecho social” aborda con mayor

amplitud al tema en cuestión: “originalmente el principio del Estado de Derecho estaba basado

en la idea de una sociedad civil capaz de regularse así misma y que sólo requería la protección

del Estado y la certeza de no ser invadida en su independencia por el mismo (Estado). El

principio del Estado social, en cambio, debió su nacimiento precisamente al fracaso del Estado

de derecho en encontrar una solución a la problemática social.

El principio del estado de derecho sostenía que el individuo era capaz de desenvolverse

libremente en la sociedad, en la medida en que el Estado no interfería en su vida. El principio

del Estado social por el contrario, contenía el reclamo de una mayor intervención del Estado en

el orden social en consideración a que el individuo estaba amenazado por las relaciones de poder

y dependencia existentes en la sociedad misma”. El Estado contemporáneo es un Estado social

mucho más abarcativo de lo que en un primer momento se manifiesto como reclamo para la

protección de los sectores sociales más débiles. En este tipo de Estado todos requieren de

prestaciones del Estado tendientes a asegurarles lo que se juzga indispensable para una forma de

vida adecuada.

De lo anterior se desprenden según Horn importantes consideraciones generales sobre la relación

Estado de Derecho y Estado social. El Estado convocado para organizar el orden social, no

puede ya aceptar el sistema de distribución de los bienes sociales como algo inalterable tal como

era asumido por el Estado clásico, defendido históricamente por la burguesía. Por el contrario,

para poder cumplir con esas funciones necesita intervenir en la distribución de los bienes

sociales, a su vez esto implica que la política social que practica se convierta en un importante

instrumento del poder político. Incluso cabe la posibilidad extrema de un Estado social que,

erigido sobre todas las libertades individuales, terminaría por desnaturalizarse y convertirse en

un Estado proveedor autoritario”.

Para Horn entre los objetivos del Estado de derecho y el Estado social no son fácilmente

susceptibles a una integración armoniosa aun en la interpretación de la ley fundamental, la

relación entre ambos principios sigue siendo problemática”. “Es importante destacar agrega que

mas allá de las diferentes disposiciones consagradas en la ley fundamental la misma faculta al

poder legislativo a sancionar las normas legales correspondientes que permitan dar forma

concreta al orden económico y social. Por lo tanto, son los órganos legislativos, legitimados por

el voto democrático, a los que la constitución faculta para concretar el principio del Estado social

y los compromete en el logro de tales objetivos”. “De lo señalado se infiere que la ley constituye

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el nexo formal entre el Estado de derecho y el Estado social: la concreción del Estado social se

realiza bajo la forma del Estado de derecho”. Tal facultad sin embargo es limitada, Horn

advierte: “el principio del Estado social no debe ser interpretado como posibilidad de concretar

toda noción de justicia, del tipo que fuera. Los principios sustantivos del Estado de Derecho en

particular los derechos y garantías trazan los límites de los posibles objetivos de la política

social. Edwin Steir ex juez de la corte Constitucional Federal habla de “antinomias”, de posibles

contradicciones entre los requerimientos del estado de Derecho y las exigencias del Estado

Social”. Ejemplo de dichas antinomias son: autonomía privada y cogestión; libertad y

planificación, pluralismo de intereses e interés público, asistencia social y auto ayuda etc.

En cuanto a la diferencia entre derechos fundamentales de carácter jurídico y derechos sociales el

autor en referencia expresa: “El objetivo de las garantías tradicionales es proteger al individuo de

ingerencias arbitrarias del Estado que restringen su libertad. Su propósito es impedir que el

poder público pueda invadir el espacio reservado a las libertades personales y permitir solo

excepciones limitadas y definidas por la ley. Los derechos sociales en cambio, plantean una

realidad diferente, su finalidad no es proteger algo ya existente si no crear lo que debería ser

protegido. Ambos tipos de derecho tienen como destinatario al Estado. Sin embargo, mientras

que los derechos tradicionales implican que el Estado debe abstenerse de intervenir, los derechos

sociales reclaman su intervención activa”. X. EL ESTADO DE BIENESTAR ESCANDINAVO Otro ejemplo de Estado social lo constituye el sistema imperante en los países escandinavos,

sistema cuyas características en el aspecto jurídico difieren por razones históricas y políticas de

las que se han señalado en el caso alemán. En efecto, por lo que toca al caso alemán como ha

dicho Werner Birkenmaier el Estado de derecho moderno no es esencialmente un “Estado

legislador” si no un Estado que privilegiaría la vía judicial, lo que significa que se ha convertido

en un Estado que procura proteger el derecho material contra posibles actos de arbitrariedad

tanto del poder legislativo, como del poder Ejecutivo.

La otra circunstancia que determinó al modelo alemán fue como lo expresa Wolfgan Horn “el

concepto de Estado de derecho democrático y social fue sin duda fruto de un acuerdo político.

En efecto, la documentación sobre las deliberaciones en torno a la ley fundamental revela que el

propósito del consejo parlamentario era consagrar un orden económico y social, un concepto de

Estado social que se mantuviera abierto al futuro. También son reveladoras de este acuerdo

político las disposiciones de la ley Fundamental acerca de la organización del Estado

democrático y acerca de las competencias y la interdependencia de cada uno de los órganos del

mismo. La posición adoptada por el partido social demócrata SPD en el consejo parlamentario

reflejaba una interpretación de la discusión de poderes en la que el parlamento democráticamente

electo adquiría una posición preponderante. Se preocupaba de proveerlo de amplias facultades

parlamentarias para determinar el orden económico y social. No se asignaba tanta importancia a

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la limitación del poder público y en cambio se privilegiaba una base democrática amplia. Por el

contrario el CDU y en parte los liberales se inclinaron mas a favor del control y de la inhibición

reciproca de los diferentes órganos del Estado. Desde su perspectiva la posibilidad de un

“absolutismo parlamentario” entrañaba los mismos riesgos que una concentración de poderes en

manos del ejecutivo, que se había buscado combatir originalmente”.

Volviendo al estado de bienestar (Weferstate) de los países escandinavos según Gunnar

Heckscher en su libro “The Welfare State and beyond” los elementos característicos del Estado

de bienestar fueron establecidos como resultado de presión popular ejercida a través de los

canales aceptados del sistema democrático y no de fuerzas benévolas situadas por encima de la

gente común. De hecho mucho y quizás la mayor parte del movimiento hacía la democracia fue

motivo por el deseo de crear mecanismos políticos adecuados para mejorar el nivel de vida de las

clases trabajadoras.

En consecuencia la comprensión del marco político es indispensable para el análisis de los

estados de bienestar. Los fundadores de tales estados no trataron de realizar una sociedad ideal

previamente concebida, se contentaron con resolver problemas inmediatos como todo gobierno

democrático es apto para hacerlo.

Pero igualmente importante y esto es una característica diferencial es considerar el sistema

administrativo. Este es también producto de históricos desarrollos, la mayoría de los cuales

tuvieron lugar mucho antes de que el estado de bienestar fuera imaginado. Tanto como los

principios constitucionales, las prácticas administrativas son condicionadas por la cultura

nacional.

El gobierno de los países escandinavos (Suecia, Dinamarca, Noruega y Finlandia) es

democrático, ejercido por un gabinete parlamentario. Los cuatro países tienen constituciones

escritas y sus prácticas se confirman más o menos fielmente a las reglas establecidas, se puede

decir que los cuatro son moderadamente legalistas en sus enfoques; más que Inglaterra pero

menos que Francia y Alemania. El sistema legal es del tipo continental acostumbrado,

incorporado en códigos escritos. Históricamente hablando puede decirse que representa el

common law codificado y la influencia del derecho romano y el código de Napoleón aunque

notoria en Dinamarca es insignificante en los tres países restantes. Una de las tradiciones más

fuertes del liberalismo europeo ha sido siempre la insistencia en el Estado de derecho, la

supremacía de los preceptos legales sobre las consideraciones de eficiencia. En principio esto es

todavía aceptado, pero con la creciente creencia de que la autoridad pública debería ser ejercida

de una manera equitativa hacia una mayor justicia social más bien que para hacer efectiva la letra

de la ley, esa tradición ha ido perdiendo importancia.

Tratando de comprender este proceso, es importante anotar una diferencia entre la situación en

Inglaterra y Estados Unidos por una parte y la Europa continental intuyendo Escandinava por la

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otra. En el sistema tradicional de los dos primeros países Estado de derecho (rule of law) casi

invariablemente significa poder de las cortes judiciales. En el continente europeo tal poder no fue

investido en las cortes ordinarias. Los correctivos contra el abuso de poder por oficiales fue un

sistema de recursos a una más alta autoridad y en última instancia a la corona. Posteriormente

recursos de este tipo fueron transferidos a tribunales administrativos especiales- el mas conocido

ejemplo es el Consejo de Estado Francés- tribunales que adquirieron prácticamente la misma

independencia que los judiciales aunque especializándose en materias administrativas y

empleando otros procedimientos menos complicados.

Escandinavia no es una excepción a esta regla y debe recordarse que el tradicional status y

autoridad de la burocracia oficial era muy elevado.

Como resultado de la mencionada tradición, la revisión judicial de los actos administrativos a la

luz de la legislación era relativamente inusual aunque no ignorada y carecía de importancia.

Esto fue una de las razones para establecer en Suecia la oficina del “ombudsman” una institución

que ha adquirido reconocimiento mundial pero cuyas originales funciones no siempre son bien

comprendidas. En la legislación Sueca el ciudadano común tradicionalmente no puede recurrir

los tribunales en contra de los miembros del servicio civil por mala conducta o actuación

indebidas. Solamente la corona y su representante y el canciller de justicia pueden proseguir en

tales casos. En el siglo XVIII este oficial era electo por el parlamento. La constitución de 1809

estableció la oficina del ombuds man de justicia, electo por el parlamento con el fin de vigilar

los intereses de los ciudadanos en sus relaciones con los titulares del servicio publico

concurrentemente con el canciller el ombuds man fue autorizado para procurar en casos de mala

conducta y abusos de los servidores públicos y se volvió común para los ciudadanos acudir a él

incluso cuando no habían cuestiones legales de por medio.

La tendencia en los países escandinavos es que la legislación que establece salvaguardias para la

libertad e independencia de los individuos a menudo tiene que ser aplicada por autoridades

administrativas y no solo por los tribunales judiciales. Esta tendencia ha sido enfatizada debido a

la desconfianza general en los tribunales y los abogados de parte de los reformadores sociales y

de grupos de interés tales como los sindicatos de trabajadores así como hasta cierto punto los

medios de comunicación. Hay razones históricas para esta desconfianza los tribunales sin duda

acostumbraban actuar como elementos conservadores y por ellos fueron considerados

sospechosos por los abogados del cambio. Adicionalmente hay un argumento marxista o semi

marxista: miembros de la profesión legal pertenecen a la clase media alta lo que los supone

opuestos a las aspiraciones de las clases trabajadoras. Las agencias administrativas por el

contrario están mas sujetas al control político y mejor dispuesto a las nuevas tendencias

democráticas en la sociedad.

Por lo que se refiere a los derechos humanos la única libertad protegida en suecia hasta la

constitución de 1973 era la libertad de prensa y la de discusión. La propiedad privada no goza de

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protección expresa y los tribunales son reacios a invocar garantías constitucionales incluso contra

medidas que contienen considerables restricciones económicas.

De hecho mientras la propiedad privada incluyendo el control privado de los medios de

producción no ha sido abolida, no es respetada unánimemente como un derecho individual

fundamental.

Por lo que se refiere a la división de poderes, tal principio no existe en el sistema constitucional,

solamente división de funciones. La idea básica esta muy bien expresada en la nueva

constitución sueca; “todo poder público deriva del pueblo. El gobierno gobierna el país. Este es

responsable ante el parlamento. La única excepción a la supremacía del parlamento sobre el

ejecutivo es el derecho del gobierno de apelar al pueblo para disolver el parlamento y llamar a

nuevas elecciones.

De lo expuesto en relación con el sistema prevaleciente en los países escandinavos es fácil inferir

que dicho sistema es bastante diferente del de Alemania y en general del resto de los países

europeos y de los estados Unidos. La razón principal es de orden histórico. Mientras en el caso

de Francia como hemos visto el Estado de derecho surgió de la revolución francesa y su principal

misión era eliminar el absolutismo monárquico mediante un sistema de división de poderes y

garantía de las libertades por medio de la sujeción al derecho y el establecimiento de un conjunto

de derechos fundamentales asegurados por un régimen democrático, en Escandinavia el objetivo

principal lo constituía el aseguramiento de condiciones económicas y sociales que satisficieran

las aspiraciones de los sectores populares mas que asegurar los derechos propugnados por el

liberalismo.

Como se ha visto por otra parte, el actual sistema alemán es el resultado de un arreglo político

entre las 2 fuerzas predominantes la social democracia y la democracia cristiana lo que ha

significado lo que podría considerarse un sistema mixto en el que ha sido posible conciliar el

Estado de derecho de origen liberal con el Estado social que propugnaba la social democracia.

En el caso de Escondinavia la predominancia de la social democracia y su permanencia en el

poder por mas de 40 años en Suecia de manera casi ininterrumpida, ha dado origen a un modelo

en el que el componente jurídico se encuentra en desventaja respecto al social, prevaleciendo en

consecuencia un sistema en el que predominan los aspectos administrativos y económicos sobre

los aspectos jurídicos lo que lleva a preguntarse si corresponde a dichos sistemas el calificativo

de estados de derecho en un sentido pleno.

CONSIDERACIÓN FINAL

El Estado de derecho como tema de estudio es de tal extensión que en ningún momento se ha

pretendido tratarlo exhaustivamente. En efecto la multiplicidad de características que ha

adquirido en la actualidad dificultan incluso la posibilidad de una definición omnicomprensiva.

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Basta recordar a ese respecto, los elementos que según la Corte Constitucional Federal de

Alemania forman parte del Estado de Derecho en el ámbito jurídico político. Si se trata del

Estado Social de derecho la dificultad es aún mayor ya que los elementos que configuran la

dimensión social son también múltiples como lo atestigua nuestra constitución que entre los

derechos sociales incluye: familia; trabajo y seguridad social, educación, ciencia y cultura y

salud pública y asistencia social.

No obstante la diversidad de aspectos aludida, es importante insistir en el hecho de que él

derecho por sobre todo constituye la fuente de legitimidad del Estado. Para ser más precisos, del

poder estatal y como consecuencia, la acción del Estado es limitada y sus decisiones se expresan

de manera predominante por medio de las leyes y demás normas tal como lo rescribe el inciso

final del Art. 86 de la constitución vigente. Las relaciones entre Estado y Derecho han quedado

claramente establecidas en la referencia hecha al maestro Luis Recasens Siches respecto a las

funciones que el derecho cumple en relación al Estado y que son precisamente las de legitimar,

organizar y limitar el poder.

El calificativo de Estado burgués de derecho implica una doble connotación negativa: por una

parte sugiere un modelo de Estado históricamente superado y por la otra un sistema de injusticia

social inaceptable desde una perspectiva ético social, de suerte que su supervivencia es vista

como anormal por quienes lo juzgan desde una perspectiva ideológica de izquierda para la que

como se mencionó en el caso del modelo de Estado social escandinavo o Estado de Bienestar, en

los países en que rige dicho modelo, predomina la creencia de que la principal responsabilidad de

la autoridad pública es la búsqueda de una mayor justicia social mas bien hacer efectiva la letra

de la ley. A esto debe agregarse la desconfianza en los tribunales y los abogados por parte de los

reformadores sociales y de grupos de interés tales como los sindicatos de trabajadores y también

los medios de comunicación. Las razones para esta desconfianza radican en que tanto a los

tribunales como a los abogados se les considera elementos conservadores y en consecuencia

opuestos a las aspiraciones de la clase trabajadora.

En la práctica de la mayoría de los países occidentales, la concepción del Estado de derecho ha

superado, la limitada configuración burguesa original, sin que esto signifique que hayan

desaparecido las conquistas derivadas de la revolución francesa. Lo que ha ocurrido más bien es

que dichas conquistas se han ampliado tanto en lo jurídico como en lo político y han sabido

acomodar los avances de carácter, económico social que configuran el actual Estado Social de

derecho.

Al respecto es oportuno destacar que en los países democráticos la figura del Estado Social de

derecho tiende a convertirse en el modelo obligado de constitución estatal como síntesis

dialéctica de la oposición entre el capitalismo y el socialismo marxista que en los años

posteriores al fin de la guerra fría adquiere, particularmente en América latina, la forma

predominante en un continente que en el pasado se caracterizó por la presencia mayoritaria de

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dictaduras militares y regímenes conservadores que propiciaban la inestabilidad política y los

frecuentes golpes de estado.

Es evidente que el ingreso en la llamada era del conocimiento obliga a los países en proceso de

desarrollo a asumir las responsabilidades propias de una nueva forma de desarrollo en las que la

educación, la salud, la protección ambiental, la competitividad y el avance tecnológico se

vuelven condiciones insoslayables para lograr formas superiores de vida, exigencias a las que no

es posible enfrentar con los esquemas políticos del pasado y tal como lo demuestran los países

latinoamericanos que mayores éxitos han alcanzado en los últimos años, el Estado social de

derecho es prácticamente la respuesta obligada que los tiempos exigen para hacer frente a los

desafíos planteados por el desarrollo en la era del conocimiento.

BIBLIOGRAFÍA

1. Blanco Valdez Roberto El valor de la Constitución

2. Locke John Dos ensayos sobre el gobierno Civil

3. Heckscher Gunnar The Welfare state and Beyond

4. Montesquieu Del espiritu de las leyes

5. Schmitt Carl Teoría de la Constitución

6. Solano Mario Antonio Derecho Constitucional El Salvador

4º Tomo

7. Saboul Albert La revolución Francesa

8. Joseph Thesing y otros Estado de derecho y Democracia

(Copilación)

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TRIBUNALES AMBIENTALES EN EL SALVADOR

Alonso Castillo Robles INTRODUCCIÓN

Doy comienzo al presente breve análisis, partiendo de las siguientes premisas:

I. El Salvador como Estado, ha adoptado el concepto amplio de Medio Ambiente, reflejado

a partir del concepto que aparece en el Art. 5 de la Ley del Medio Ambiente; por ello,

todo estudio jurídico sobre el tema debe contemplar esa cobertura.

II. La educación ambiental, desde el nivel de parvularia hasta el de post-grado universitario,

constituye el principal instrumento de prevención para la protección de nuestros recursos

naturales y del medio ambiente (Art. 117 Cn.)

III. A nueve años y meses de haber entrado en vigencia la Ley del Medio Ambiente, El

Salvador no cuenta aún con una Jurisdicción Ambiental. La Jurisdicción Ambiental

debería comprender la triple dimensión: el área contencioso-administrativa, el área civil y

el área penal.

DESARROLLO

Los investigadores del derecho ambiental en nuestro país estamos obligados al análisis

comparativo entre los cinco elementos del sistema medio ambiente: bióticos, abióticos, socio-

económicos, culturales y estéticos; lo comparativo con visión integradora será con el texto de las

leyes vigentes que regulan aspectos relacionados con los recursos naturales, los recursos e

infraestructura económicos, las actividades laborales y económicas en general, el urbanismo, el

estado de la salud de la población, el ordenamiento territorial, los recursos humanos, la

organización y movilidad social, la educación y la cultura, y la belleza natural. Ese análisis como

puede deducirse debe ser hecho por un equipo multidisciplinario, para que tenga credibilidad. La

inspiración orientadora la constituyen necesariamente: la Constitución de la República, algunos

de los Tratados Internacionales (ratificados y no ratificados), y la legislación de los países del

Continente Americano (prioridad), que constituye el sistema ambiental más próximo.

Así las cosas, la proyección para una Jurisdicción Ambiental en nuestro país debe concebir esa

cobertura ya preestablecida, lo cual implica una conciencia clara de quienes estamos pensando y

tratando de aportar algo para el desarrollo sostenible. Ver concepto en Art. 5 L.M.A.

Corresponde entonces, cambiar de mentalidad y de actitudes. Por ejemplo en materia legislativa,

ya no podemos seguir creyendo que las relaciones sociales y económicas que ocurren alrededor

de los mencionados elementos sean relaciones aisladas, pues por lo contrario, integran todas ellas

un sistema de varios elementos que interactúan entre sí “determinando su relación y

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sobrevivencia, en el tiempo y en el espacio”. Se impone entonces un serio estudio de revisión

legislativa para una reforma que permita un ordenamiento en el que los diferentes cuerpos

normativos tengan correspondencia y armonía entre ellos. Con lo que se lograría seguridad

jurídica y garantía de cumplimiento para salvaguardar el interés social que incluye: la protección,

conservación, aprovechamiento racional y restauración o sustitución de los recursos naturales.

(Art. 117 Inc.2. Cn). Y será la clara cobertura de dichas leyes integradas alrededor del sistema

ambiental, la fundamentación sustantiva de los Tribunales Ambientales al momento de dictar

sentencia en casos concretos.

- ¿Y la jurisdicción jurídico-ambiental? Debemos reconocer que en nuestro país, los profesionales del Derecho nos hemos descuidado en

cuanto a la obligada actualización del Derecho Ambiental. Hoy en día, las urgencias económicas,

sociales y políticas alrededor de la problemática ambiental colocan a la comunidad jurídica en un

serio problema; no podemos responderle a la Sociedad Salvadoreña como se lo merece. No le

dimos la importancia debida a los fundamentos constitucionales referentes a: la salud de la

población, el derecho a un medio ambiente adecuado de los menores para su desarrollo integral,

la necesaria racionalización de los recursos naturales para el desarrollo económico y social, la

obligación del Estado de proteger dichos recursos y el medio ambiente en su diversidad e

integridad; la declaratoria del interés social de la protección, conservación, aprovechamiento

racional, restauración o sustitución de los recursos naturales. No le dimos la importancia a los

Tratados que orientan en materia de recursos naturales y regulan el derecho de toda persona a un

medio ambiente adecuado. Muy poca importancia le hemos dado, ni siquiera a los errores y

algunos absurdos que contiene el texto de la Ley del Medio Ambiente y sus reglamentos, así

como las demás leyes posteriores que regulan aspectos del medio ambiente. No se le ha dado

mayor importancia al análisis del documento de Plan de Nación, para los efectos jurídicos. No le

hemos dado la seriedad al compromiso de nuestro país, respecto de aplicar y mejorar las leyes

ambientales, contenido en el TLC (CAFTA). Las Escuelas de Derecho y la misma Escuela

Judicial apenas si han hecho algunos avances en el estudio del Derecho Ambiental.

- Hicimos una revisión de la legislación para la reforma judicial, pero sin abordar ni proyectar lo

referente a la protección jurídica de los recursos naturales y del medio ambiente; mucho menos

para una efectiva tutela judicial de los derechos de la población a un medio ambiente adecuado y

al resarcimiento por danos y perjuicios sufridos.

- El valioso tiempo de descuido lo podemos reponer con un plan serio de capacitaciones, de

análisis y propuesta de reformas al ordenamiento jurídico. Pero toda tarea en tal sentido debe

tener el apoyo de un equipo multidisciplinario, dada la naturaleza misma del Derecho Ambiental;

la complejidad del sistema ambiental exige la participación de académicos de las otras ramas del

saber científico, para que el fruto de principios y normas jurídico-ambientales puedan garantizar

una convivencia social pacífica para las presentes y futuras generaciones.

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JURISDICCIÓN, COMPETENCIA Y LEGALIDAD

Con fundamento en la primera y segunda de las premisas brevemente explicadas con

anterioridad, trataré de razonar mi criterio jurídico de lo que he afirmado en la tercera de las

premisas.

Necesariamente debo comenzar con un criterio opuesto al mío, por lo que haré alusión al

interesante artículo que aparece en la revista ENLACE No. 18-2005, del Consejo Nacional de la

Judicatura, elaborado por el señor Capacitador de la Escuela Judicial en el área de Derecho

Ambiental, Lic. Mario Armando Pozas Contreras. Advierte en su estudio una “carencia de

Jurisdicción Ambiental” en nuestro país; enseguida afirma, lo que entiendo es una contradicción,

que “la jurisdicción ambiental se encuentra formalmente erigida en la actualidad” en virtud del

Art. 99 de la Ley del Medio Ambiente; afirma también que “todo Juez con competencias civiles,

es además Juez Ambiental”. Sin que yo pueda estar de acuerdo con tales afirmaciones, considero

de avance positivo para la comunidad jurídica los comentarios del distinguido Capacitador, pues

me ha motivado a escribir sobre el tema que debiéramos presentarlo para un foro nacional a la

mayor brevedad posible.

Al ordenar mis ideas en torno al tema puedo afirmar en primer lugar que doy por aceptado lo que

refiere la doctrina procesal conocida, en cuanto que “la jurisdicción es una función otorgada y

reservada al Juez, a quien se le ha dado poder para realizarla”; que “la función jurisdiccional se

atribuye a una multitud de jueces, entre los cuales es distribuida”. También, nuestra legislación

común nos advierte que “jurisdicción es el poder de administrar justicia conforme a las leyes”.

Ahora bien, en doctrina, la “competencia” es un límite a la potestad atribuida a cada uno de los

jueces. Según Carnelutti, la competencia no es un poder, sino un límite a ese poder, es decir una

legitimación de ese poder en cuanto a la materia del juicio de su competencia. La competencia

viene siendo el poder del Juez para conocer un tipo de conflicto jurídico. Nuestra jurisprudencia

constitucional dice: “Desde el punto de vista técnico-jurídico y con carácter orgánico, el concepto

de atribución o competencia puede entenderse como la capacidad concreta que tiene un

determinado ente estatal”. El Código de Procedimientos Civiles nos dice: “El Juez del domicilio

del demandado es competente para conocer en toda clase de acciones...”, y “Acción es el medio

legal de pedir en juicio lo que se nos debe”.

Así las cosas, sin que por el momento y a propósito me refiera a las disposiciones

constitucionales pertinentes, considero de importancia analizar el texto de la Ley del Medio

Ambiente que contiene disposiciones erróneas en varios de sus artículos; pretende regular, como

parte del “PROCEDIMIENTO JUDICIAL”, lo que sigue: la “Jurisdicción Ambiental”; y la

“Acción y Responsabilidad Civil”. El Art. 99 de dicho cuerpo legal dá por jurídicamente cierto

que existe jurisdicción ambiental, bajo la competencia de los Tribunales Agro ambientales,

supuestamente instituidos para “conocer y resolver las acciones a través de las cuales se deduzca

la responsabilidad civil derivada de los actos que atenten contra el medio ambiente...” En el

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supuesto de que exista jurisdicción ambiental, no es posible negar lo siguiente: 1º. En verdad los

tribunales no conocen acciones procesales, mejor dicho conocen de disputas legales que surgen

por la iniciativa de un actor ajeno a la jurisdicción (denunciante; acusador, demandante); 2º. Los

Tribunales tienen el poder de administrar justicia (jurisdicción), frente al conflicto, desde luego

culminando con una resolución o sentencia definitiva, pero de ninguna manera, resuelven las

acciones tal como erróneamente reza la disposición; 3º. Lo jueces para el tema en comento, en

vez de deducir responsabilidades civiles, lo que pueden hacer es determinar quién o quiénes de

entre las partes del juicio son responsables del acto que produce el efecto negativo sancionado

por la ley; en la disposición legal sería: el acto que atente contra el medio ambiente; una vez

hecha la determinación aludida, reconocería la obligación del responsable a pagar por los daños y

perjuicios, determinando o no la cuantía de la indemnización por daños y perjuicios causados.

Pero dicha disposición legal limita al “atentado”, no dice “daño causado al medio ambiente”, lo

cual haría muy difícil la tarea del Juez, esto es, cualificar la existencia de un atentado. 4º. Lo más

absurdo de la disposición es cuando se refiere a los “actos que atenten contra el medio ambiente”

lo que implicaría un atentado contra el sistema de los citados cinco elementos; imposible de

concebir.

A manera de ensayo tratemos entonces de analizar cuáles podrían ser esos actos que pueden

atentar contra el medio ambiente, entendido este último como el sistema de los cinco elementos a

que se refiere el concepto del Art. 5 de la Ley del Medio Ambiente; llegamos a lo absurdo e

imposible pues tendríamos que, por un lado, determinar que tipo de actos humanos, pueden

atentar contra todo ese sistema, ¿una bomba nuclear? Ni siquiera esta u otra arma de destrucción

masiva. ¿Como atentar contra la energía solar, el viento, el subsuelo, los microorganismos del

subsuelo? La norma debería decir: “contra uno o mas de los elementos del medio ambiente.”

Solo con la reforma habría asidero para la seguridad jurídica y la cumplida justicia al caso

concreto. Por otro lado los jueces se verían imposibilitados a determinar cual o cuales de dichos

elementos estarían bajo un atentado; requeriría de dictámenes periciales. Hace falta el

procedimiento a seguir por el Juez. Pero también, como determinar el monto de una

indemnización si no existe daño concreto. Me pregunto por igual, ¿a quien se va a indemnizar

por atentado al medio ambiente? Hay algo más de fondo: `esta indebidamente denominada

“Jurisdicción Ambiental” del Art. 99, depende de la existencia de los Tribunales

Agroambientales. Los tales Tribunales no existen en nuestro país; por lo que, hoy en día ningún

Juez en ninguna de las instancias legalmente predeterminadas, puede “conocer y resolver las

acciones a través de las cuales se deduzca la responsabilidad civil derivada de los actos que

atenten contra el medio ambiente”... En fin, todo el Capitulo de la Ley referente al Procedimiento

Judicial (Art. 99 al 104), es letra muerta desde hace nueve anos y varios meses. ¡Esta es la ley

marco para el medio ambiente salvadoreño! Más adelante advierto cual podría calificarse de

competencia judicial (no “jurisdicción”) en materia penal ambiental, pero con fundamento en la

legalidad.

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- Continuando con el texto de la ley en mención. Me veo obligado a referirme al Art 111, que

forma parte de las “DISPOSICIONES TRANSITORIAS Y FINALES”. Debe entenderse por su

texto, que por virtud de una disposición transitoria el legislador pretendió que la jurisdicción

ambiental en nuestro país estuviera bajo la competencia de la veterana función de los jueces y

magistrados que conocen en materia civil. Así: “mientras no sean creados los Tribunales a que

se refiere el Art. 99”. En primer lugar llama la atención el hecho de que no dispone sobre el

conocimiento y resolución de las acciones a que se refiere el mismo Art. 99, se aparta de ellas

pues se refiere al conocimiento de “las infracciones cometidas” a la misma Ley del Medio

Ambiente y sus reglamentos. Una jurisdicción para conocer de acciones que atenten contra el

medio ambiente; otra, para conocer de infracciones ambientales. Desde el punto de vista jurídico

estaríamos frente a dos tipos de presupuestos marcadamente diferentes para un mismo

enjuiciamiento. El Estado estaría obligado, en otras palabras, a servir justicia en casos concretos,

en dos acontecimientos o hechos de la vida real distintos para una misma jurisdicción. Esa es la

pretensión del legislador, cuando en el Art. 111 remite al Art. 99. Absurdo.

- Revisando: el Art. 111 pretende otorgarle competencia a los Juzgados de Primera Instancia y a

las Cámaras de Segunda Instancia con competencia en materia civil, lo mismo que a los Juzgados

y Cámaras Mixtas, para conocer de las infracciones cometidas a la ley, y a sus reglamentos. Si lo

dispuesto en el Art. 111 fuera jurídicamente aplicable, estaríamos frente a una monstruosidad

jurídica o imposibilidad real. En efecto, hemos aceptado que los Tribunales de la República se

han creado para resolver conflictos y no para conocer infracciones de ley ni de reglamentos,

como dispone erradamente el Art. 111. Por otra parte, la citada ley no regula ni refiere a ningún

procedimiento judicial. En el supuesto de que pudiera aplicarse la legislación procesal civil

vigente, me permito hacer las siguientes consideraciones. Sabemos que el conocimiento por parte

del Juez de lo Civil implica, la iniciativa o la petición de un interesado ajeno la jurisdicción; ese

accionar no puede manifestarse por medio de una denuncia cuya finalidad es servir a un interés

público; el accionar del interesado ante el Juez de lo Civil, debería manifestarse mediante una

Demanda, cuya finalidad es servir al interés privado del actor o demandante; ante tal Demanda, el

Juez debería proceder (abrir la instancia o prosecución del juicio), lo cual se traduce en una

disputa legal entre actor y demandado; si el juicio es posesorio la demanda y la sentencia habrían

de referirse a la conservación o a la restitución de la posesión de la cosa; si el juicio fuese

petitorio, habría de referirse a la propiedad de esa cosa. Me pregunto: ¿de qué manera un actor o

demandante, lo mismo que el demandado y el Juez competente, podrían actuar frente a una

“demanda” de infracción a la Ley del Medio Ambiente o a sus reglamentos? ¿Acaso la infracción

a dicha ley no es de interés público y por ende, el interés en juego es también de naturaleza

pública? ¿Cuál sería la característica del posesorio o del petitorio en un “juicio” ante un Juez de

lo Civil por la supuesta infracción de la Ley del Medio Ambiente y sus reglamentos? ¿En qué

momento nacería la disputa legal entre ese demandante y el demandado que supuestamente ha

infringido la Ley del Medio Ambiente o sus reglamentos? Podemos ver entonces lo absurdo (por

imposible) del texto del Art. 111 de la mencionada Ley que por otro lado va mas allá de las

infracciones ambientales constituidas en el Art. 86 del mismo cuerpo legal. De ninguna manera

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estoy negando que la mayoría de estas infracciones ambientales, de ocurrir en la realidad,

podrían también afectar intereses de personas o grupo de personas, también de empresas, también

de entidades estatales que tienen obligaciones y responsabilidades legales de naturaleza

ambiental. No hay que olvidar: para poder satisfacer dicho interés la ley ya establece, vía

administrativa, la denuncia de determinadas acciones u omisiones que podrían encajar en varias

de las infracciones ambientales referidas; me refiero al Art. 42 de la Ley, en cuyo caso estaremos

siempre frente a un interés público tutelado jurídicamente pero en instancia administrativa, jamás

en instancia judicial y menos en competencia civil y con ausencia del debido procedimiento

judicial.

- Merece atención también la pretensión del legislador, para que los referidos Jueces y

Magistrados (Art. 111) conozcan de la infracción aludida en el literal “l” del Art. 86 de la Ley del

Medio Ambiente, consistente en “No cumplir con las demás obligaciones que impone esta ley”.

Nos traslada el legislador a un universo incierto y en muchos casos a situaciones que responden

más bien a cuestiones de gestión administrativa de varias entidades estatales.

- El otro absurdo del Art. 111; el conocimiento judicial de las infracciones cometidas a los por

hoy seis Reglamentos de la Ley del Medio Ambiente: General de la Ley; Especial sobre el

Control de las Sustancias Agotadoras de la Capa de Ozono; Especial de Aguas Residuales;

Especial de Normas Técnicas de la Calidad Ambiental; Especial en Materia de Sustancias,

Residuos y Desechos Peligrosos; Especial Sobre Manejo Integrado de los Desechos Sólidos.

¿Podemos imaginar una realidad en la que los Jueces y Cámaras de lo Civil, conocen de las

infracciones a dicha Ley y sus seis reglamentos?

- Otro absurdo: se deduce del hecho de que el Art. 111, no dice nada sobre deducción de

responsabilidad civil, sobre daños y perjuicios, ni sobre obligaciones de indemnizar. Únicamente

dice que van a conocer de las infracciones relacionadas. Volvemos a lo ya dicho: tampoco existe

debido proceso para “conocer” de las infracciones.

Con toda firmeza puede concluir que los Jueces y Magistrados con competencia civil en nuestro

país, no son Jueces ambientales.

LO CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVO

En razón de que al principio me referí al área “contencioso-administrativa”, no quiero dejar la

duda respecto a la referencia puntual que hace la Ley del Medio Ambiente en su Art. 97 cuando

dispone que “toda resolución pronunciada en la fase administrativa admitirá el recurso de

revisión, el cual conocerá y resolverá el Ministro con vista de autos dentro del plazo de diez días

hábiles. El plazo para interponerlo será de cinco días hábiles contados a partir de la notificación y

tendrá carácter optativo para efectos de la acción Contencioso Administrativa”.

Sobre el particular podemos observar la nueva figura jurídica de la opción; la persona sancionada

por la resolución administrativa puede optar a la tutela judicial sin recurrir previamente en

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instancia administrativa. Curiosamente contradice la Ley de la Jurisdicción Contencioso-

Administrativa que exige el agotamiento de los recursos permitidos por las leyes administrativas.

Pero lo relevante es que dicha disposición en ningún momento debe interpretarse como la

manifestación legal de la Jurisdicción Ambiental Contencioso-Administrativa en nuestro país. Lo

contencioso ambiental administrativo, según la doctrina, cubre toda resolución administrativa, es

decir, más allá de la resolución que impone una sanción ambiental. Estamos frente a una mayor

dimensión. En todo caso, se requeriría la legalización de una jurisdicción especial ambiental con

fundamento en la Constitución de la Republica y la correspondiente reforma a la Ley Orgánica

Judicial.

- ¿Y nuestra Carta Magna? Respecto de lo que dispone la Constitución de la República, no merece mayor comentario en

tanto es la Ley Primaria y la claridad de su texto no ofrece duda alguna. El Art. 131, atribución

31, comienza con una claridad meridiana: “Corresponde a la Asamblea Legislativa:”, la

atribución 31º, dice: “Erigir jurisdicción y establecer cargos, a propuesta de la Corte Suprema de

Justicia, para que los funcionarios respectivos conozcan en toda clase de causas criminales,

civiles, mercantiles, laborales, contencioso-administrativo, agrarias y otras.” Por el contrario, el

Decreto Legislativo Nº 233 de fecha dos de marzo de mil novecientos noventa y ocho, que

decreta la Ley del Medio Ambiente, en el “POR TANTO”, reza: “en uso de sus facultades

constitucionales y a iniciativa del Presidente de la República a través del Ministro del Medio

Ambiente y Recursos Naturales y de los Diputados...” Queda claro entonces que la Jurisdicción

Ambiental en nuestro país aún no ha sido erigida de conformidad a la Constitución pues debe ser

expresamente erigida a propuesta de la Corte Suprema de Justicia; queda claro, en consecuencia,

que ni el Art. 99 ni el Art. 111, ambos de la Ley del Medio Ambiente, ni por asomo constituyen

disposiciones legales de fundamento para que se considere erigida la Jurisdicción Ambiental.

Queda claro que también la Ley Orgánica Judicial deberá ser modificada y ampliada en lo

pertinente. Queda claro que ni los Juzgados de Primera Instancia ni las Cámaras de Segunda

Instancia, con competencia en lo civil, ni los mixtos, pueden conocer de las infracciones de la

Ley del Medio Ambiente y sus reglamentos; porque no son tribunales ambientales, también por

la inexistencia del debido proceso legal.

Ahora bien, el conocimiento de los Delitos Relativos a la Naturaleza y el Medio Ambiente

regulados en el Código Penal, no implica la existencia legal de Tribunales Ambientales, sino que

estamos frente a la Jurisdicción Penal, y por lo mismo los artículos. 105 y 106 de la Ley del

Medio Ambiente (“RESPONSABILIDAD PENAL”), tampoco podrían tener aplicación; también

por la razón de que los delitos no necesariamente dependen de las infracciones a la Ley del

Medio Ambiente; dependen únicamente de lo que dispone el Código Penal. Además, dicha Ley

no regula acción penal personal de ningún tipo y sin embargo se hace la referencia, inexplicable,

en el citado artículo 106. ¡Esta es la ley marco para el medio ambiente salvadoreño! Respecto de

la acción penal ambiental y de las experiencias del sistema judicial en cuanto a ilícitos penales

ambientales, me ocupare en otra oportunidad. No puedo dejar de expresar mi preocupación por la

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falta de tutela judicial de muchas personas que continúan siendo victimas de tales posibles ilícitos

penales y no han podido acceder a la correspondiente acción civil. Muchas personas continúan

siendo víctimas de danos a su salud, debido a la contaminación del agua y del aire, y no han

recibido indemnización alguna.

¿Y los Tribunales Ambientales anunciados? Merece una referencia al Convenio suscrito hace ya algunos años atrás entre la Unión Europea,

la Corte Suprema de Justicia y el Ministro del Medio Ambiente, mediante el cual se están

proyectando los Tribunales Ambientales. Tiene lógica el cambio de la denominación después de

que la Ley del Medio Ambiente dispone sobre “Tribunales Agroambientales”, cierto, la actividad

agraria y el territorio para dicha actividad responden a los elementos socio-económicos del

concepto amplio del medio ambiente (Art. 5 L.M.A.); también dicha actividad necesariamente

utiliza con real impacto los elementos bióticos y a bióticos del sistema ambiental. Por lo demás,

no se tiene la reforma legislativa previa, la cobertura de materias de conocimiento en lo

sustantivo, ni en lo procesal. Se desconoce lo relativo al soporte técnico-científico para resolver

los conflictos ambientales. Hacen falta, por lo mismo los programas de actualización de

conocimientos y capacitación. Considero que la reforma legislativa es compleja, si tomamos en

cuenta también la necesidad de incluir la materia de responsabilidad civil y la materia

contencioso-administrativa en todo lo relacionado con los cinco elementos del sistema ambiental.

A este respecto, por hoy, únicamente advierto que la gestión ambiental es realizada no solo por

el Ministerio del Medio Ambiente. Es realizada por casi todos los Ministerios del Órgano

Ejecito; también por las autónomas; también por las 262 Municipalidades. Respecto de lo penal

ambiental, la reforma debería clarificar el texto de las actuales disposiciones de los delitos contra

el medio ambiente, así como también incluir otros delitos que pertenecen a otras esferas pero que

dicen estrecha relación con el sistema de los cinco elementos (Art. 5 L.M.A.). También, lo

procesal penal ambiental merece un tratamiento diferente.

Por otro lado, la complejidad de la reforma legal, para los efectos de la responsabilidad civil, por

daños al medio ambiente o alguno de sus elementos, implica que nuestro país cuente con criterios

modernos de valoración económica de los recursos naturales, cuya protección es de interés social.

Los Tribunales Ambientales para su funcionamiento como impartidores de justicia, requerirán de

un personal muy calificado; es por ello que el aprovechamiento de la experiencia de los actuales

Jueces y Magistrados es muy importante. Las Universidades, la Escuela Judicial (CNJ), así como

también las Asociaciones de Abogados, tienen un gran reto sobre el particular.

¿Y el CAFTA? - Por hoy quiero finalizar con la referencia breve al CAFTA. Los Tribunales Ambientales que

han de administrar justicia en nuestro país, deberán fundamentarse en una legislación renovada,

readecuada a la Constitución y a los Tratados Internacionales ya ratificados y por ratificar; pero

lo más importante, la legislación de soporte deberá considerar con toda seriedad los fundamentos

y texto del CAFTA o TLC entre Centro América y EE.UU., tratado este último que viene a

incidir en el medio ambiente centroamericano. Para tales efectos debemos ponerle mucha

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atención al reciente Convenio de Cooperación Ambiental suscrito entre nuestros países de la

región y EE.UU., pues a través del mismo habrá de venir, y muy pronto, una considerable ayuda

para el fortalecimiento de la educación y la legislación ambiental principalmente. Habrá que

revisar los alcances y efectos de la similar cooperación que México recibió de EE.UU.,

precisamente como consecuencia de un Convenio de ésa índole a raíz de su TLC con dicha

potencia del norte.

Autor: Alonso Castillo Robles, Investigador y Docente Universitario en Derecho Ambiental.

Magistrado de Cámara Mixta de Segunda Instancia.

Santa Tecla, Noviembre 2007

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DOCUMENTOS

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A. EN CASO DE LA SECCIÓN DE PROBIDAD

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a. Petición del Magistrado Dr. René Fortín Magaña al Fiscal General de la República para que ejerza la Acción de Nulidad Absoluta de los Acuerdos Inconstitucionales e ilegales de la Corte Suprema de Justicia que suprimen atribuciones a su Sección de Prioridad.

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b. Demanda de Amparo ante la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia ante el Silencio del Fiscal General

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c. Admisión de la Demanda de Amparo por la Sala de lo Constitucional de la CSJ

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d. Informe Especial de la Procuraduría para la defensa de los Derechos Humanos

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e.Contestación de la Fiscalía general de la República a la Petición de Nulidad, de fecha 24 de abril de 2006, dónde declara improcedente la petición del ejercicio de nulidad.

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f. Petición de Revocatoria de resolución de la fiscalía general de la República de fecha 24 de abril de 2006.

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g. Contestación de la Fiscalía General de la República de fecha 28 de junio de 2006, donde se declara sin lugar la solicitud de revocatoria.

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h. Resolución de la Corte Suprema de Justicia donde sobresee el ejercicio del amparo por haber cesado la omisión de contestación del Fiscal General de la República, de fecha 19 de junio de 2006.

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i. Petición de Interpretación Auténtica sobre la sección de Probidad de la CSJ, Presentada por el Magistrado Ulises del Dios Guzmán Canjura a la Asamblea Legislativa.

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j. Comentarios a la Petición de Interpretación Autentica del Dr. Ulises Guzmán, presentada por el Dr. René Fortín Magaña ante la Asamblea Legislativa.

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B. Anteproyecto de Ley de Probidad

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a. Escrito de Solicitud de iniciativa de Ley de Probidad

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b. Texto del Anteproyecto

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ANTEPROYECTO DE LEY DE PROBIDAD

LA ASAMBLEA LEGISLATIVA DE LA REPUBLICA DE EL SALVADOR,

CONSIDERANDO:

I.- Que la probidad y la transparencia de las actuaciones de los servidores públicos son

indispensables para la preservación del Estado de Derecho y del orden democrático, lo que hace

necesario establecer un efectivo control sobre el patrimonio de tales servidores;

II.- Que la actual Ley Sobre el Enriquecimiento Ilícito de Funcionarios y Empleados Públicos,

publicada en el Diario Oficial N° 87, Tomo 183, del 18 de mayo de 1959; reformada mediante

los Decretos Legislativos números: 2930, publicado en el Diario Oficial N° 180, Tomo 185, del 2

de octubre de 1959; 582, publicado en el Diario Oficial N° 73, Tomo 243, del 23 de abril de

1974; 283, publicado en el Diario Oficial N° 160, Tomo 316, del 1 de septiembre de 1992 y 372,

publicado en el Diario Oficial N° 221, Tomo 317, del 1 de diciembre de 1992, ha estado vigente

durante más de cuarenta años, sin que su aplicación haya sido eficaz, por lo que es necesario

dictar nuevas normas que viabilicen sus objetivos;

III.- Que la Constitución de la República en el artículo 240 establece la obligación de los

servidores públicos de declarar su patrimonio ante la Corte Suprema de Justicia, siendo por ello

necesario establecer normas que regulen adecuadamente su efectivo cumplimiento.

IV.- Que la Convención Interamericana contra la Corrupción, suscrita en Caracas, Venezuela el

29 de marzo de 1996, ratificada según Decreto Legislativo 351, de fecha 9 de julio de 1998,

publicado en el Diario Oficial. N° 150, Tomo 340, de fecha 17 de agosto de 1998; y la

Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, suscrita el 10 de diciembre de 2003 y

ratificada el 25 de junio de 2004, según Decreto Legislativo Número 325 de fecha 20 de mayo de

2004, publicado en el Diario Oficial N° 119 de fecha 28 de junio de 2004, de las cuales el país es

signatario, consideran la aplicación de medidas que, dentro de las instituciones de cada Estado,

estén destinadas a crear, mantener y fortalecer sistemas de declaración de ingresos, activos y

pasivos, evitar conflictos de interés de los servidores públicos y darles publicidad a tales

declaraciones cuando corresponda, a fin de combatir la corrupción.

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Por tanto, en uso de sus facultades constitucionales y a iniciativa de

…………………………..

DECRETA, la siguiente:

LEY DE PROBIDAD PÚBLICA

TÍTULO I

DISPOSICIONES GENERALES

Art. 1.- La aplicación de la presente Ley y de sus Reglamentos es atribución de la Corte Suprema

de Justicia, la cual actuará por medio de su Sección de Probidad para prevenir, detectar,

investigar y promover la sanción de cualquier modalidad de enriquecimiento ilícito de los

servidores públicos y del incumplimiento de sus obligaciones establecidas por esta ley.

Art. 2.- Para los efectos de esta Ley se consideran servidores públicos:

a) Las personas que participen en la Administración Pública; y,

b) Las personas que en cualquier concepto intervengan en la administración de bienes

públicos o de bienes privados encomendados por alguna forma legal a la

Administración Pública.

Art. 3.- Los términos público y pública utilizados en esta Ley comprenden al Estado, al

Municipio y a cualquier tipo de organismo, entidad o dependencia, institucionalmente vinculados

con ellos.

Art. 4.- Las disposiciones de esta Ley también serán aplicables, en lo que fuere pertinente, a

todas las personas naturales o jurídicas cuyos actos y operaciones sea necesario conocer para la

investigación del enriquecimiento ilícito de los servidores públicos.

Art. 5.- Por enriquecimiento ilícito debe entenderse el incremento patrimonial del servidor

público, de su grupo familiar y de otras personas naturales o jurídicas que colaboren a su

realización, se beneficien del mismo o lo encubran, siempre que tal incremento no pueda

sustentarse en operaciones lícitas.

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El incremento mencionado en el inciso anterior puede ocurrir durante el período de ejercicio del

cargo o con posterioridad a su finalización. La investigación del enriquecimiento ilícito se

iniciará dentro de los términos establecidos por la Constitución.

Los servidores públicos o terceros en su caso, estarán en la obligación de restituir a las

instituciones públicas una cantidad equivalente al enriquecimiento ilícito en que hubiesen

incurrido, a su valor actual, sin perjuicio de las sanciones a que hubiere lugar.

Art. 6.- Se prohíbe a los servidores públicos aceptar para sí o para terceras personas, cualquier

modalidad de regalos, atenciones, liberalidades o concesiones, que tengan el propósito de inducir

un determinado ejercicio o resultado de las funciones públicas. El incumplimiento de esta

prohibición será considerado enriquecimiento ilícito.

Art. 7.- Se presume la existencia de enriquecimiento ilícito cuando el aumento del capital del

servidor público, desde la fecha en que haya tomado posesión de su cargo hasta aquella en que

haya cesado en sus funciones, fuere notablemente superior al que normalmente hubiere podido

tener en virtud de los sueldos y emolumentos que haya percibido legalmente, y de los

incrementos de su capital o de sus ingresos por cualquier otra causa legal. Para determinar dicho

aumento, el capital y los ingresos del servidor público, de su cónyuge o compañera de vida y de

sus hijos sujetos a autoridad parental se considerarán en conjunto.

Art. 8.- Para la determinación de la normalidad a que se refiere la presunción anterior, se

considerarán los incrementos porcentuales que experimenten los patrimonios de los servidores

públicos clasificados de acuerdo a los criterios siguientes:

a) Categoría del Servidor Público;

b) Importancia de sus funciones;

c) Tipo de relación con el quehacer patrimonial público; y,

d) Cuantificación presupuestaria de la respectiva institución pública.

El patrimonio del servidor público y de su grupo familiar, declarado al tomar posesión de su

cargo y verificado debidamente, servirá para ponderar su caso de acuerdo con los anteriores

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criterios. El Reglamento de la presente Ley desarrollará la aplicación de este artículo para

establecer la normalidad del incremento patrimonial.

Art. 9.- La investigación del enriquecimiento ilícito deberá iniciarse siempre que la Sección de

Probidad tenga conocimiento por cualquier medio público o confidencial, de la existencia de

circunstancias que constituyan indicios o cuando éstos, resulten del análisis de las

correspondientes declaraciones de patrimonio.

Art. 10.- Se presume que el incremento patrimonial es lícito siempre que sea inferior al

porcentaje mayor que se haya pagado por los depósitos realizados en el sistema financiero

nacional o por los bonos emitidos por el Estado y las Instituciones Públicas en el año anterior. El

Banco Central de Reserva de El Salvador, certificará anualmente el porcentaje mencionado y la

Sección de Probidad lo hará del conocimiento público.

En caso de que el incremento patrimonial fuere igual o inferior al porcentaje mencionado en el

inciso anterior, los servidores públicos no tendrán que dar explicación alguna; pero si fuese

superior a la aplicación de ese porcentaje a los activos productivos, tendrán que justificar el

incremento.

El Reglamento determinará lo relativo a los activos productivos y a la forma de aplicar el

porcentaje mencionado.

Art. 11.- La valoración de todo lo relacionado con la aplicación de esta Ley y de sus Reglamentos, que no estuviere

fundado en documentos, estará sujeto al sistema de la sana crítica.

Sin embargo, la Sección tendrá la facultad de verificar los documentos en su forma y contenido ordenando los peritajes

que estime necesarios, los cuales prevalecerán sobre aquellos.

Art. 12.- Corresponde a la Corte Suprema de Justicia, decretar los Reglamentos necesarios para la

aplicación de esta Ley.

Art. 13.- Los términos o plazos a que se refiere la presente Ley comprenderán solamente los días

hábiles, serán perentorios y no habrá necesidad de acusar rebeldía para tenerlos por concluídos.

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Art. 14.- Se aplicarán, en cuanto fueren compatibles las disposiciones del Código de Procedimientos Civiles que no

contraríen el texto de la presente Ley.

TÍTULO II

SECCIÓN DE PROBIDAD

Art. 15.- La Sección de Probidad, que en el texto de esta Ley se llamará la Sección, es el

organismo especializado por medio del cual la Corte Suprema de Justicia actúa en todo lo

relacionado con la aplicación de esta Ley.

Art. 16.- La Sección tiene, además de las atribuciones que la Corte Suprema de Justicia le asigne,

las siguientes:

a) El registro de sujetos obligados a presentar declaración patrimonial, así como la

recepción, verificación y archivo de ésta;

b) La investigación de la veracidad del contenido de la declaración jurada de patrimonio

y la verificación del mismo;

c) La recepción de denuncias relacionadas con el enriquecimiento ilícito, así como la

investigación de la veracidad de las mismas;

d) La valoración e investigación de datos relacionados con el enriquecimiento ilícito, y

con la infracción de las obligaciones emanadas de esta Ley, así como la comunicación

del resultado a la Fiscalía General de la República o a quien corresponda;

e) La sustanciación de procesos encaminados a imponer sanciones por el

incumplimiento de esta Ley o sus Reglamentos, dejando dichos procesos en estado de

dictarse la resolución pertinente;

f) La publicidad de todo lo relacionado con la aplicación de esta Ley y sus Reglamentos,

excepto aquello que esté expresamente calificado por la Ley como reservado, o que no

tenga relevancia pública;

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g) La elaboración y difusión de todos los instructivos, formularios y manuales que sean

necesarios para facilitar la aplicación de esta Ley y sus Reglamentos;

h) La promoción, discusión y difusión, por todos los medios posibles, de la cultura de

probidad y de todos los mecanismos que sean necesarios para su cautela, vigencia y

fortalecimiento;

i) La elaboración de proyectos de leyes y reglamentos que promuevan, garanticen y

fiscalicen la probidad de los servidores públicos, los cuales deberán someterse a

conocimiento de la Corte Suprema de Justicia para su aprobación; y,

j) Las demás que la Ley le imponga.

Art. 17.- La Sección estará a cargo de un Jefe nombrado por la Corte Suprema de Justicia en

pleno, ante la cual responderá por el desempeño de sus funciones y de la oportunidad, eficacia y

diligencia de su trabajo.

Art. 18.- El Jefe deberá ser abogado de la República, que reúna los requisitos para ser

Magistrado de la Corte Suprema de Justicia.

Art. 19.- La Sección tendrá un Jefe Adjunto, quien será nombrado por la Corte Suprema de

Justicia en pleno y deberá ser profesional de la Contaduría Pública, con no menos de diez años de

ejercicio. El Jefe Adjunto deberá colaborar en las tareas que el Jefe le encomiende,

reemplazándolo en los casos de vacancia temporal.

Art. 20.- El Jefe y su Adjunto, serán nombrados previo concurso público organizado por la

Corte Suprema de Justicia, inmediatamente después de presentarse la vacante. A dicho concurso

podrán presentar candidatos las asociaciones de abogados y de contadores, respectivamente,

siempre que acrediten los requisitos legales de sus candidatos.

El Jefe nombrará a todo el personal de la Sección, y responderá personalmente de su desempeño.

Art. 21.- Cualquier persona natural o jurídica podrá pedir a la Corte Suprema de Justicia en pleno

la destitución del Jefe o de su Adjunto, siempre que demuestre que han incurrido en una de las

causales siguientes:

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a) Incumplimiento de sus obligaciones;

b) Falsedad, omisión o inexactitud graves en los informes hechos del conocimiento

público;

c) Conducta pública o privada inmoral;

d) Desempeño insatisfactorio del trabajo de la Sección; y,

e) Carencia de algunos de los requisitos establecidos por la Ley.

La Corte Suprema de Justicia en pleno resolverá oyendo al interesado, y hará del conocimiento

público las razones legales que fundamenten su decisión.

Art. 22.- El Jefe y su Adjunto tendrán todas las obligaciones relativas a la declaración patrimonial

establecidas por esta Ley para los servidores públicos, debiendo declarar su patrimonio ante la

Corte Suprema de Justicia en pleno, la cual tomará las providencias pertinentes en relación con

tales obligaciones.

Art. 23.- El Jefe deberá presentar anualmente a la Corte Suprema de Justicia en pleno, un plan de

trabajo, y al final del ejercicio anual una evaluación de la aplicación de dicho plan.

Art. 24.- El Jefe deberá presentar al Presidente de la Corte Suprema de Justicia, antes del treinta

de junio de cada año, el proyecto de presupuesto de los gastos de funcionamiento, requerimientos

de equipos y consultorías que la Sección estime necesarios para el siguiente año calendario. La

Corte Suprema de Justicia en pleno, considerará el proyecto mencionado y con los ajustes que

estime necesarios deberá incluirlo en el proyecto de presupuesto del Órgano Judicial. Si fuere

aprobado por la Asamblea Legislativa, la cantidad presupuestada deberá reservarse para las

necesidades de la Sección en el año correspondiente, de conformidad a lo especificado en el plan

de trabajo.

El Jefe de la Sección deberá someter a la aprobación de la Corte Suprema de Justicia un proyecto

de Manual de Administración Financiera que, tomando en cuenta las regulaciones legales

pertinentes, garantice la autonomía de su gestión, a efecto de que el trabajo sea desempeñado con

la transparencia, agilidad y eficacia necesarias.

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Art. 25.- Para la verificación de la información contenida en las declaraciones patrimoniales, así

como para la investigación de los hechos relacionados con el enriquecimiento ilícito y la

aplicación de lo dispuesto por esta Ley y sus Reglamentos, la Sección está facultada para pedir a

todas las autoridades de la República, funcionarios, empleados, agentes, entidades de toda

naturaleza y habitantes en general, la información que estime pertinente, inclusive aquella que

goce de la calificación legal de reservada, como el secreto bancario, declaraciones de impuestos y

otras similares, quedando obligada la Sección a guardar confidencialidad en los aspectos en que

las Leyes así lo prescriban.

La Fiscalía General de la República, los Tribunales y la Corte de Cuentas de la República, estarán

obligados a proporcionar a la Sección toda la información que ella considere necesaria para darle

cumplimiento a sus atribuciones.

Para los efectos anteriores, los titulares o representantes legales de dichas Instituciones, los

servidores públicos y los terceros requeridos, estarán en la obligación de rendir la información

dentro de los ocho días siguientes a la recepción del requerimiento.

Las personas naturales y los representantes legales de las personas jurídicas que fueren requeridos

por la Sección, deberán comparecer en el plazo mencionado en el inciso anterior, a proporcionar

toda la información relacionada con lo dispuesto en el inciso primero de este artículo, so pena de

la aplicación del Art. 52 de la presente Ley.

Art. 26.- Sin perjuicio de lo dispuesto en el Art. 23, la Sección está en la obligación de elaborar

anualmente una memoria de labores que contenga la reseña de todas las actuaciones de ella en

relación con el cumplimiento de esta Ley, debiendo enviar dicha memoria dentro de los tres

primeros meses de cada año, a los Presidentes de los tres Órganos fundamentales del Gobierno y

a quien lo solicite.

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TÍTULO III

DECLARACIÓN PATRIMONIAL

Art. 27.- La declaración patrimonial, que en el curso de esta Ley y de sus Reglamentos se

denominará simplemente declaración, es la manifestación bajo juramento que los servidores

públicos deben hacer de todos sus activos, pasivos, ingresos y egresos, para que sirva de

elemento de juicio en la calificación de la licitud del eventual incremento de su patrimonio y del

correspondiente a su grupo familiar. Se entenderá que todos los atestados y explicaciones que se

presentaran posteriormente serán amparados por el juramento original.

Art. 28.- Toda declaración debe contener el nombre, edad, profesión u oficio, domicilio,

dirección, documento de identidad y número de identificación tributaria del servidor público y de

los integrantes de su grupo familiar, así como el cargo desempeñado, la institución pública donde

trabaja, la fecha de inicio y cese de funciones, y el salario devengado.

La declaración que no contenga la información señalada anteriormente se tendrá por no

presentada para todos los efectos legales, aún en el caso de haber sido recibida por la Sección, la

cual deberá comunicárselo al interesado con la debida motivación. Sin embargo, si se subsanaren

los errores u omisiones que la Sección señalare, mediante prevención que hiciere en los treinta

días siguientes a su presentación, la fecha original será válida para tales efectos. La Sección

podrá requerir las explicaciones pertinentes en cualquier tiempo, y el declarante estará obligado a

proporcionarlas en un plazo no mayor de quince días.

Art. 29.- La declaración deberá acompañarse de todos los atestados, anexos, explicaciones y

comprobantes que sean necesarios para demostrar fehacientemente la veracidad de su contenido,

especialmente en lo que respecta a la existencia y valor de los bienes, a la causa legal del

enriquecimiento habido o, eventualmente, al decrecimiento patrimonial experimentado durante el

ejercicio de funciones. El Reglamento determinará la forma y requisitos necesarios para

identificar, precisar, cuantificar y comprobar satisfactoriamente todos los datos y cifras de la

declaración, atendiendo a las diferentes categorías de servidores públicos, hechas de acuerdo a lo

establecido en el Art. 8. Asimismo, señalará en qué casos será necesario presentar certificaciones

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de los registros públicos, constancias de las instituciones públicas, actas notariales o estados

financieros debidamente auditados.

Art. 30.- Los servidores públicos obligados a presentar declaración deberán hacerlo dentro de los

sesenta días siguientes a:

a) La toma de posesión del cargo;

b) El cese de sus funciones;

c) La recepción del requerimiento que le haga la Sección.

También deberá presentarse declaración, cuando por cualquier razón el patrimonio hubiere

experimentado un incremento superior al establecido en el Art. 10.

Art. 31.- Se entenderá por toma de posesión el acto por el cual el servidor público inicia

efectivamente el desempeño de sus funciones, independientemente de su elección, protesta o

nombramiento; y por el cese de funciones, el momento en que expire el período correspondiente

o hayan terminado sus funciones, por otra causa.

Los servidores públicos que deban declarar por su calidad de suplentes, deberán hacerlo en los

mismos términos que los propietarios.

Cuando el servidor público falleciere durante el ejercicio de sus funciones, sus herederos estarán

obligados a presentar la declaración dentro de los sesenta días siguientes al fallecimiento. El Juez

o el Notario ante quien se siguiere la respectiva aceptación de herencia estará en la obligación de

requerir a los herederos que cumplan la obligación señalada anteriormente. Su incumplimiento

estará sujeto a lo dispuesto en el Art. 49 literal “b” de la Ley de la Carrera Judicial y al Art. 8 de

la Ley de Notariado, respectivamente.

Art. 32.- Es obligación del declarante proporcionar los datos especificados en el Art. 27,

correspondientes a su grupo familiar que comprende a su esposa o compañera de vida y a sus

hijos sujetos a autoridad parental.

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Sin embargo, si existiere imposibilidad de conocer el patrimonio de alguno de ellos, el declarante

deberá informarlo a la Sección para que ésta califique las circunstancias alegadas y, en su caso,

tome las providencias necesarias. El servidor público podrá incluir en su declaración la situación

patrimonial de personas diferentes a las señaladas en el inciso primero de este artículo, a efecto

de proporcionar elementos de juicio para que tales bienes sean excluidos de la presunción de

enriquecimiento ilícito contemplado en el Art. 7.

El declarante está obligado a informar a la Sección cualquier modificación de su grupo familiar

comunicando además de las características patrimoniales de los nuevos integrantes de su grupo

familiar, todas las incidencias económicas que esa modificación hubiese ocasionado.

Art. 33.- La declaración se hará en el formulario que proporcione la Sección y podrá presentarse

a ésta por cualquier medio posible, siempre que pueda acreditarse inequívocamente el

cumplimiento de la obligación. El Reglamento deberá desarrollar esta materia.

Art. 34.- Toda declaración deberá señalar las actividades de cualquier tipo en que el servidor

público o su grupo familiar tuvieren alguna forma directa o indirecta de interés o beneficio

patrimonial, los conflictos de intereses que pudieren existir en el desempeño de su cargo y el

juramento de que lo declarado es verdad, y que conoce las sanciones a la inexactitud o falsedad

de lo declarado.

Art. 35.- Están obligados a declarar su patrimonio:

a) El Presidente y Vicepresidente de la República;

b) Los Designados a la Presidencia;

c) Los Diputados a la Asamblea Legislativa y al Parlamento Centroamericano,

propietarios y suplentes;

d) Los Ministros y Viceministros de Estado;

e) Los Secretarios, los Comisionados y Asesores, todos de la Presidencia de la República;

f) Los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, propietarios y suplentes;

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g) Los miembros del Consejo Nacional de la Judicatura, propietarios y suplentes;

h) Los Jefes de las Misiones Diplomáticas, los funcionarios de las mismas y Cónsules de

la República;

i) El Presidente y Magistrados de la Corte de Cuentas de la República y sus suplentes;

j) El Fiscal General de la República y Fiscales Adjuntos;

k) El Procurador General de la República y Procuradores Adjuntos;

l) El Procurador para la Defensa de los Derechos Humanos y Procuradores Adjuntos;

m) Los Magistrados del Tribunal Supremo Electoral, propietarios y suplentes;

n) Los titulares, representantes legales, asesores y miembros de los organismos de

dirección de las instituciones públicas, así como las personas que desempeñen en ellas las

principales responsabilidades de ejecución o administración, como Directores Ejecutivos

y Gerentes;

ñ) Los servidores públicos relacionados con la recepción, custodia, erogación o

fiscalización de bienes u obligaciones públicas;

o) Los Miembros de los Concejos Municipales y personas que desempeñen en la

respectiva Municipalidad las principales responsabilidades de ejecución o administración;

p) Los Magistrados de Segunda Instancia y los Jueces de Primera Instancia y sus

suplentes;

q) Los Superintendentes y los Consejos Directivos;

r) Los Comandantes y Jefes de Unidades Militares Superiores, y los Oficiales que

desempeñen funciones administrativas y que manejen fondos del Estado;

s) Las personas que intervengan en el manejo de fondos públicos o fondos particulares

administrados por el Estado, cuyo promedio mensual sea superior a la cantidad

equivalente a dos mil salarios mínimos diarios de comercio y servicio; y,

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t) Los servidores públicos que, sin estar comprendidos en los literales anteriores, fueren

requeridos a declarar por la Sección.

Están exentos de presentar declaración patrimonial todos los servidores públicos cuyo salario

mensual sea inferior a cien salarios mínimos diarios de comercio y servicio y todos los servidores

públicos, cuyo desempeño de labores sea ad honores y no gocen de ningún privilegio o

compensación por sus servicios.

Art. 36.- Para los efectos del literal “s” del artículo anterior, existe intervención en el manejo de

fondos públicos cuando de alguna manera se ejercen funciones de decisión, asesoría, ejecución o

fiscalización en el proceso de generación, desarrollo o control de todo gasto público.

Por fondos públicos deberá entenderse no sólo el dinero, sino que cualquier otro medio de pago

como cheques y todo tipo de títulos valores, así como las especies fiscales y cualquier clase de

bienes.

TÍTULO IV

OBLIGACIONES DE LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

Art. 37.- Los titulares de las diversas instituciones públicas y, en su caso, los representantes

legales de las mismas, están obligados a informar a la Sección, dentro de quince días contados a

partir de la fecha de toma de posesión o cese de funciones, los nombres de los servidores públicos

obligados a declarar, sus respectivos cargos, fechas de toma de posesión y cese de funciones y

salarios devengados.

El responsable del área de Recursos Humanos de las instituciones mencionadas está obligado a

presentar dentro de los primeros cinco días de cada mes, un informe de los cambios del personal

obligado a declarar, con los mismos datos mencionados anteriormente.

Art. 38.- Los titulares de las instituciones públicas, o en su caso los representantes legales, estarán

en la obligación de remitir a la Sección dentro de los sesenta días posteriores al inicio del

ejercicio de su cargo y de cada ejercicio fiscal, un informe de sus subalternos que, de acuerdo a la

organización financiero-administrativa de la institución, intervienen en el manejo de fondos

públicos.

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El informe deberá contener, además de todos los datos antes mencionados, una descripción de las

funciones que justifican esa calificación, debiendo actualizar e informar cada vez que haya una

reorganización administrativa cuyos efectos se relacionen con tal manejo.

Los mismos servidores públicos deberán informar a la Sección el nombre de las personas que en

cualquier concepto hayan intervenido en el análisis, asesoría, asignación y adjudicación de las

licitaciones y concursos públicos o privados de la institución durante el año anterior, así como el

monto de los mismos.

También deberán designar a un servidor público responsable de la comunicación institucional

con la Sección; esto no exime al respectivo titular del cumplimiento de sus obligaciones

establecidas por esta Ley y sus Reglamentos.

Art. 39.- La Sección está facultada para pedir todas las explicaciones que crea pertinentes.

También podrá modificar, basándose en ellas y en su propio criterio, el listado de las personas

obligadas a declarar según el literal “s” del Art. 35. En este caso lo notificará al titular, al

responsable del área de Recursos Humanos y al obligado para los efectos consiguientes.

Art. 40.- El titular de la respectiva institución pública, y en su caso el representante legal, es

responsable solidario del cumplimiento de las obligaciones de todos sus subalternos, relacionadas

con la presentación de la declaración patrimonial. Para este efecto deberá tomar las providencias

necesarias para que ellos cumplan con la obligación de presentar su declaración jurada de

patrimonio.

Art. 41.- El titular, o representante legal en su caso, de las instituciones públicas y el respectivo

responsable del área de Recursos Humanos, deberán tomar las providencias para que los

obligados a declarar cumplan con esa obligación antes de cobrar el salario correspondiente al

tercer mes de su ejercicio y responderán por los salarios que se paguen a quienes después del

tercer mes de su desempeño no hubiesen cumplido con la obligación de presentar su declaración

jurada de patrimonio.

Art. 42.- Para realizar nombramientos en la Administración Pública los servidores públicos

mencionados en el artículo anterior deberán exigir la constancia de que la persona a nombrar ha

presentado la declaración de cese de funciones en su cargo anterior.

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En el caso que no haya desempeñado cargo que lo obligue a declarar, así se expresará en el

expediente.

Art. 43.- El Reglamento contendrá las normas necesarias para desarrollar las prescripciones

contenidas en los títulos anteriores.

TÍTULO V

RESERVA Y PUBLICIDAD

Art. 44.- El contenido de las declaraciones es de carácter reservado. Sin embargo la Sección hará

del conocimiento público, de manera general, todos los incumplimientos de las obligaciones

establecidas en esta Ley y sus Reglamentos, así como las estadísticas y datos de carácter general,

procedimientos iniciados, diligencias realizadas, sanciones impuestas y todo lo necesario para

asegurar la transparencia del desempeño de las funciones públicas y de la aplicación de la

legislación pertinente.

Art. 45.- No obstante el carácter reservado de la declaración, la Sección publicará aquellos datos

que reflejen incrementos porcentuales de los patrimonios de los servidores públicos, tomando las

providencias para que tales datos no permitan identificar individualmente al servidor público,

sino para establecer los criterios de normalidad, superioridad y notoriedad contenidos en la

Constitución.

Art. 46.-También hará público el estado patrimonial de los servidores públicos que

voluntariamente lo soliciten. En este único caso, si así fuere pedido por el interesado, la

publicación del patrimonio podrá limitarse al listado de bienes prescindiendo de sus valores.

Art. 47.- La Sección elaborará un boletín trimestral que contenga toda la información que deba

hacer del conocimiento público, debiendo remitir tal boletín a los medios de comunicación y a las

personas naturales o jurídicas que lo soliciten.

Art. 48.- El titular del área de Comunicaciones de la Sección estará en la obligación de convocar

trimestralmente a una conferencia de prensa, en la cual se den a conocer todos los hechos que de

acuerdo a la Ley y su Reglamento deben hacerse del conocimiento público.

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TÍTULO VI

SANCIONES

Art. 49.- El incumplimiento de cualquiera de las obligaciones que esta Ley establece para los

servidores públicos, será sancionada con una multa, cuyo mínimo será la cuarta parte y el

máximo de cinco veces el salario mensual del infractor.

Art. 50.- Sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo anterior, la Sección prevendrá el

cumplimiento de la obligación fijando para ello un nuevo plazo, que en ningún caso será mayor

de treinta días.

Si el servidor público no cumpliere, la cuantía de la multa se duplicará y el infractor incurrirá en

causal de destitución, salvo lo dispuesto en el Art. 51 de esta Ley. El incumplimiento será

comunicado por la Sección al titular o representante legal de la institución pública respectiva, a

efecto de que inicie el trámite de la destitución. Además lo comunicará al Pagador de la misma y

a la Corte de Cuentas de la República para los efectos consiguientes.

Lo dispuesto en el inciso anterior se aplicará en el caso de falsedad en la información presentada,

falta de respuesta satisfactoria a los requerimientos que hiciere la Sección o incumplimiento de

las obligaciones contenidas en el Art. 6 de esta Ley.

Art. 51.- Cuando el servidor público fuere de elección popular no incurrirá en causal de

destitución, pero la cuantía de la multa será el triple de la que se le impuso por primera vez.

El pago de las multas a que se refieren los anteriores artículos deberá hacerse dentro del plazo de

treinta días a partir de los cuales su cobro se hará por la vía ejecutiva, por medio del Fiscal

General de la República.

Art. 52.- En el caso de que el incumplimiento de cualquier obligación establecida en esta Ley no

estuviere relacionado con un servidor público en particular, el monto de la multa oscilará entre

quinientos y mil salarios mínimos diarios de comercio y servicio, y su cobro se hará en la forma

establecida en el artículo anterior.

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TÍTULO VII

PROCESO PARA LA IMPOSICIÓN DE MULTAS

Art. 53.- La Sala de lo Civil de la Corte Suprema de Justicia, tendrá competencia para conocer

de las infracciones a las obligaciones establecidas en esta Ley y la Sección de Probidad tendrá la

obligación de sustanciar los procesos de acuerdo a las siguientes normas.

Art. 54.- Cuando la Sección tuviere conocimiento de alguna infracción de las obligaciones

establecidas por esta Ley, además de prevenir su inmediato cumplimiento, iniciará proceso para

la imposición de la multa correspondiente.

Art. 55.- La Sección abrirá proceso mediante auto inicial en que se razone el mérito del mismo y

se cite al presunto infractor para que comparezca por sí, o por medio de persona especialmente

autorizada, a manifestar su defensa, dentro de los tres días hábiles contados a partir de la

notificación respectiva.

Art. 56.- Si al comparecer el encausado admite la infracción no habrá plazo probatorio y la

Sección remitirá a la Sala de lo Civil, dentro de los ocho días siguientes, un proyecto de

resolución en que se relaten los hechos y se fundamente suficiente y razonablemente la multa a

imponer prevista por la Ley, para que la Sala pronuncie la resolución que corresponda dentro de

los treinta días siguientes a la recepción del proyecto.

Art. 57.- Si el compareciente manifestare oposición, el expediente se abrirá a pruebas por ocho

días, y se continuará el procedimiento establecido en el artículo anterior.

Art. 58.- Para la cuantificación de la multa propuesta en el proyecto mencionado, la Sección

tomará en cuenta:

a) La importancia del cargo desempeñado por el servidor público con quién se relacione

la infracción y la posibilidad de atentar contra la probidad pública en el ejercicio de

sus funciones;

b) El tiempo de incumplimiento y el desinterés mostrado ante las gestiones de la Sección;

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c) La contumacia, declarada según lo dispone el Art. 59 de esta Ley;

d) La reiteración de la infracción; y,

e) Cualquier otra circunstancia atenuante o agravante demostrada en el proceso.

Art. 59.- Si el presunto infractor no compareciere, la Sección lo declarará rebelde dentro de los

tres días siguientes al vencimiento del plazo, lo cual se le notificará, y se abrirá a pruebas el

expediente por ocho días.

Art. 60.- Vencido el plazo probatorio y establecida la infracción, con o sin la comparecencia del

encausado, la Sección procederá de acuerdo al Art. 56 de esta Ley.

Si no se comprobara la existencia de la infracción, la Sección informará a la Sala acompañando

un proyecto de resolución desestimatoria.

Art. 61.- La resolución de la Sala en que se imponga una multa admitirá el recurso de revisión,

que deberá interponerse dentro de los tres días siguientes a su notificación, debiendo ser resuelto

por la Sala en los ocho días siguientes. De no interponerse, la resolución quedará ejecutoriada

para todos los efectos legales.

Art. 62.- Contra la resolución de la Sala que confirme la multa, podrá interponerse el recurso de

apelación para ante la Corte Suprema de Justicia en pleno, excluyendo a los Magistrados

miembros de la Sala de lo Civil que hubieren conocido del asunto, dentro de los tres días

siguientes a la notificación respectiva. En este caso, la Corte Plena se integrará con los suplentes

de la Sala de lo Civil que no hubieren conocido del asunto. De no interponerse el recurso, la

resolución quedará ejecutoriada para todos los efectos legales.

Admitido el recurso de apelación, la Sala remitirá todo lo actuado a la Corte Plena, la cual, sin

más trámite ni diligencia, en el plazo de treinta días siguientes de haber recibido el expediente,

pronunciará la resolución que corresponda conforme a derecho.

Art. 63.- Transcurrido el plazo legal sin que se interpusieran los recursos correspondientes, o

resueltos desfavorablemente y notificada al interesado la resolución respectiva, para efecto del

pago de la multa, la Sección lo comunicará a la Fiscalía General de la República, a la Colecturía

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Habilitada del Ministerio de Hacienda, y en su caso, al titular o representante legal de la

institución pública respectiva, y si éste fuera el sancionado, a la autoridad inmediata superior.

Art. 64.- El procedimiento para sancionar el incumplimiento de las obligaciones establecidas por

esta Ley, deberá iniciarse dentro de los plazos establecidos por la Constitución y las leyes.

Art. 65.- En todo lo no previsto en el presente Título, se observará lo dispuesto en la Ley de

Procedimiento para la Imposición del Arresto o Multa Administrativos, promulgada el 1 de

marzo de 1990 y publicada en el Diario Oficial N° 70, Tomo 306, del 21 de marzo de 1990, así

como el derecho común en cuanto fuere aplicable.

TÍTULO VIII

DENUNCIA

Art. 66.- La Sección recibirá cualquier denuncia ciudadana relacionada con lo dispuesto por esta

Ley, la cual será tratada en forma confidencial .

La Sección realizará las investigaciones pertinentes y valorará sus resultados. Si éstos arrojaren

el mérito suficiente, abrirá el expediente respectivo.

TÍTULO IX

DEL JUICIO POR ENRIQUECIMIENTO ILÍCITO

Art. 67.- Cuando del examen de las declaraciones juradas de patrimonio o del resultado de las

investigaciones que la Sección realizare, aparecieren indicios de enriquecimiento ilícito, ésta lo

comunicará a la Corte Suprema de Justicia en pleno, y lo certificará a la Fiscalía General de la

República para que ésta proceda conforme a derecho.

Art. 68.- Si el Tribunal que instruye la causa iniciada por el Fiscal General de República dicta

condena en el proceso, la sentencia deberá además comprender la medida restitutoria a que se

refiere el Art. 5 de la presente Ley.

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TÍTULO X

VIGENCIA, DISPOSICIONES TRANSITORIAS Y DEROGATORIAS

Art. 69.- La presente Ley entrará en vigencia ocho días después de su publicación en el Diario

Oficial.

Art. 70.- En los seis meses siguientes a la vigencia de esta Ley la Corte Suprema de Justicia

tomará las siguientes providencias:

a) Nombrará al Jefe y Jefe Adjunto de la Sección;

b) Enviará a la Asamblea Legislativa un proyecto de refuerzo presupuestario destinado a

sufragar los gastos de instalación y funcionamiento de la Sección en el año fiscal

correspondiente;

c) Emitirá los Reglamentos, Instructivos y Acuerdos necesarios para la aplicación de esta Ley;

d) Promoverá la difusión suficiente de esta Ley; y,

e) Reubicará al personal que actualmente trabaja en la Sección de Probidad que no fuere

requerido para prestar servicios en ella.

Art. 71.- En lo relativo a las obligaciones de los servidores públicos y las sanciones por su

incumplimiento, se continuará aplicando durante los seis meses mencionados en el artículo

anterior las disposiciones pertinentes de la Ley sobre el Enriquecimiento Ilícito de Funcionarios y

Empleados Públicos, publicada en el Diario Oficial N° 87, Tomo 183, del 18 de mayo de 1959,

reformada mediante los Decretos Legislativos números: 2930, publicado en el Diario Oficial N°

180, Tomo 185, del 2 de octubre de 1959; 582, publicado en el Diario Oficial N° 73, Tomo 243,

del 23 de abril de 1974; 283, publicado en el Diario Oficial N° 160, Tomo 316, del 1 de

septiembre de 1992 y 372, publicado en el Diario Oficial N° 221, Tomo 317, del 1 de diciembre

de 1992. Transcurrido los seis meses, la Ley sobre el Enriquecimiento Ilícito de Funcionarios y

Empleados Públicos quedará derogada.

DADO EN EL PALACIO LEGISLATIVO: San Salvador, a los…………

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IV JURISPRUDENCIA

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63-2007/69-2007

Sentencia de Inconstitucionalidad sobre Convenios con la OIT

Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, San Salvador a las diez horas y

cincuenta minutos del dieciséis de octubre de dos mil siete.

Los presentes procesos de inconstitucionalidad acumulados han sido promovidos: el primero –63-

2007– por el ciudadano Rafael Arturo Muñoz Canizález, estudiante, del domicilio de

Ahuachapán; el segundo –69-2007– por el ciudadano Josué Gustavo Adolfo Torres Rivera,

empleado, del domicilio de San Salvador, a fin que este tribunal declare la inconstitucionalidad,

por vicio de forma y de contenido, de los Convenios de la Organización Internacional del

Trabajo (OIT) número: (i) 87 "Convenio relativo a la Libertad Sindical y a la Protección del

Derecho de Sindicación", al cual se adhirió el Estado salvadoreño mediante Acuerdo Ejecutivo

No.574, de fecha 12-VIII-2006, aprobado por el Órgano Ejecutivo en el ramo de Relaciones

Exteriores mediante Acuerdo No. 578, de fecha 14-VIII-2006, ratificado por Decreto Legislativo

No. 74, del 24-VIII-2006, y publicado en el Diario Oficial Nº 159, Tomo Nº 372, del 29-VIII-

2006; y (ii) 98 "Convenio relativo a la Aplicación de los Principios del Derecho de Sindicación y

de Negociación Colectiva", al cual se adhirió el Estado salvadoreño mediante Acuerdo Ejecutivo

No. 575, de fecha 12-VIII-2006, y que fue aprobado por el Órgano Ejecutivo en el ramo de

Relaciones Exteriores mediante Acuerdo No. 579, de fecha 14-VIII-2006, ratificado por Decreto

Legislativo No. 75, del 24-VIII-2006, y publicado en el Diario Oficial Nº 159, Tomo Nº 372, del

29-VIII-2006, por incurrir supuestamente en violación a los arts. 47 inc. 1º, 131 ord. 9º, 145, 221

y 227 todos de la Constitución.

El texto de las disposiciones en que se fundamentan los alegatos de inconstitucionalidad es el

siguiente:

Convenio 87. Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del

derecho de sindicación.

"Artículo 2. Los trabajadores y los empleadores, sin ninguna distinción y sin

autorización previa, tienen el derecho de constituir las organizaciones que estimen

convenientes, así como el de afiliarse a estas organizaciones, con la sola condición

de observar los estatutos de las mismas."

"Artículo 3. 1. Las organizaciones de trabajadores y de empleadores tienen el

derecho de redactar sus estatutos y reglamentos administrativos, el de elegir

libremente sus representantes, el de organizar su administración y sus actividades

y el de formular su programa de acción. 2. Las autoridades públicas deberán

abstenerse de toda intervención que tienda a limitar este derecho o a entorpecer su

ejercicio legal.

Convenio 98. Convenio relativo a la aplicación de los principios del derecho de

sindicación y de negociación colectiva.

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"Artículo 1. 1. Los trabajadores deberán gozar de adecuada protección contra todo

acto de discriminación tendiente a menoscabar la libertad sindical en relación con

su empleo. 2. Dicha protección deberá ejercerse especialmente contra todo acto

que tenga por objeto: a) Sujetar el empleo de un trabajador a la condición de que

no se afilie a un sindicato o a la de dejar de ser miembro de un sindicato; b)

Despedir a un trabajador o perjudicarlo en cualquier otra forma a causa de su

afiliación sindical o de su participación en actividades sindicales fuera de las horas

de trabajo o, con el consentimiento del empleador, durante las horas de trabajo."

"Artículo 2. 1. Las organizaciones de trabajadores y de empleadores deberán gozar

de adecuada protección contra todo acto de injerencia de unas respecto de las

otras, ya se realice directamente o por medio de sus agentes o miembros, en su

constitución, funcionamiento o administración. 2. Se consideran actos de

injerencia, en el sentido del presente artículo, principalmente, las medidas que

tiendan a fomentar la constitución de organizaciones de trabajadores dominadas

por un empleador o una organización de empleadores, o a sostener

económicamente, o en otra forma, organizaciones de trabajadores, con objeto de

colocar estas organizaciones bajo el control de un empleador o de una

organización de empleadores."

Han intervenido en el proceso, además de los demandantes, la Asamblea Legislativa y el Fiscal

General de la República.

Analizados los argumentos y considerando:

I. En el trámite del proceso, los intervinientes expresaron lo siguiente:

1. En la demanda que inició el proceso 63-2007, el ciudadano Rafael Antonio Muñoz Canizález

impugnó todo el contenido de los Convenios de la OIT números 87 y 98, por considerar que las

disposiciones fundamentales de dichos instrumentos contradicen las normas constitucionales que

adelante se mencionan.

A. Antes de plantear los motivos por los que considera inconstitucionales los Convenios 87 y 98

de la OIT, expuso unas consideraciones iniciales sobre la posibilidad de someter a control de

constitucionalidad los mencionados Convenios y sobre su rango normativo, con base en los Arts.

144, 149 y 183 Cn., así como en la jurisprudencia emitida por este Tribunal.

Luego retomó la jurisprudencia de esta Sala respecto a los casos en que se pretende la

declaratoria de inconstitucionalidad de todo un cuerpo normativo y las dos vías que existen para

establecer el fundamento material de dicha pretensión: la primera, evidenciar la

inconstitucionalidad de cada uno de los artículos que conforman la ley, decreto o reglamento; y la

segunda, señalar claramente la o las disposiciones que se consideren los pilares fundamentales

del cuerpo normativo en cuestión, sin los cuales tales cuerpos perderían su razón de ser, para

luego confrontar sus contenido con el contenido material de las disposiciones constitucionales

que se planteen como parámetro de control.

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A partir de lo anterior dijo: "En el presente caso, señalo que los artículos que se pueden

considerar pilares fundamentales de los tratados que someto a control de constitucionalidad, son

los siguientes: El artículo 2 del Convenio 87, les reconoce a todos los trabajadores, "sin ninguna

distinción" y sin autorización previa, el derecho a constituir las organizaciones que estimen

convenientes, y el de afiliarse a estas organizaciones con la sola condición de observar los

estatutos de las mismas". "El resto del articulado está en función del anterior artículo, que

reconoce el referido derecho de manera general׃ el art. 1 establece la obligación de todo miembro

de la OIT para poner en práctica las disposiciones de ese convenio; el art. 3 se refiere a los

aspectos orgánicos de la asociación, en cuanto a que ella puede redactar sus estatutos y

reglamentos administrativos; el art. 4 ordena que estas organizaciones no estén sujetas a

disolución por vía administrativa; el art. 5 les reconoce a las mencionadas organizaciones el

derecho para constituir federaciones y confederaciones; el art. 6 les aplica a las federaciones y

confederaciones los derechos reconocidos en los arts. 2, 3 y 4; el art. 7 protege la personalidad

jurídica de las organizaciones; el art. 8 les impone a los trabajadores y organizaciones que

respeten la legalidad, pero aclara que ésta no puede menoscabar las garantías previstas en el

Convenio 87; el art. 9 habilita que la legislación nacional determine hasta qué punto se aplicarán

a las fuerzas armadas y a la policía las garantías previstas en los artículos anteriores; y el art. 10

aclara el sentido del término "organización" en el Convenio 87; los anteriores artículos

comprenden la parte I del mencionado tratado." El demandante hizo igual referencia a los

contenidos de los artículos de las Partes II, III y IV del Convenio 87.

Luego, con relación al Convenio 98, expresó: "los artículos que se pueden considerar pilar

fundamental son los números 1 y 2, pues ellos imponen la obligación de darles a los trabajadores

protección contra todo acto de discriminación tendiente a menoscabar la libertad sindical en

relación con su empleo y se define qué actos se consideran de injerencia. El resto de los artículos

impone la obligación de crear organismos adecuados, la adopción de medidas adecuadas para

procedimientos de negociación voluntaria, la ratificación de este Convenio, la exclusión de los

funcionarios públicos en la administración del Estado, del ámbito personal del mismo, el tiempo

de su entrada en vigor, la determinación de los territorios a los cuales les es aplicable, la denuncia

del Convenio 98 y la revisión total o parcial del mismo."

Con fundamento en lo anterior, dijo: "Queda claro, pues, que todos los demás artículos son

desarrollo de los que he identificado como pilares fundamentales, de manera que sin ellos pierden

su razón de ser. Por tanto, la petición de una declaratoria general de inconstitucionalidad está

fundada, según el desarrollo que ha tenido la jurisprudencia constitucional."

B. Al desarrollar los motivos de inconstitucionalidad en que basa su demanda, el ciudadano

Muñoz Canizález planteó las tres razones siguientes:

a. "Al no distinguir que la libertad sindical sólo se reconoce a los trabajadores privados, los

mencionados convenios extienden la titularidad de tal derecho a los empleados públicos, quienes

no tienen reconocido tal derecho en el artículo 47 de la Constitución."

"El derecho de libertad sindical –prosiguió– también llamado derecho de libre asociación

sindical, derecho de libre asociación laboral o simplemente derecho de sindicación, es una

manifestación del derecho general de asociación, el cual, ya desde el articulo 7 de la Carta

Magna, no se predica de "toda persona", sino de "los habitantes". Y específicamente respecto de

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la titularidad de la libertad sindical, se advierte que el art. 47 de la misma Carga Magna no lo

predica como un derecho de toda persona, sino de los trabajadores privados". A continuación, el

demandante aludió a la jurisprudencia de esta Sala, específicamente a "la sentencia de las diez

horas del día tres de junio de dos mil tres, relativa a la negativa del Ministerio de Trabajo y

Previsión Social para aprobar los estatutos y conceder personalidad jurídica al Sindicato de

Trabajadores del Ministerio de Educación, sentencia en la cual se afirmó que la titularidad del

derecho en mención no es de toda persona, sino de los trabajadores privados".

Parafraseando los fundamentos de dicha sentencia, el ciudadano Muñoz Canizález dijo "Que en

el caso de los trabajadores privados, la relación laboral que establece con su patrono es de tipo

convencional, y por ello en la formación del contrato, que sirve como título de relación y en el

que se determinan los derechos y obligaciones de las dos partes, interviene la voluntad de éstos

(…) Que existiendo la posibilidad que el trabajador se encuentre en posición de desventaja,

porque puede ser cesado de su trabajo, con o sin indemnización, o que el patrono no cumpla con

las condiciones legales hacia los trabajadores, éstos, a través de la libre sindicación, pueden

defender y buscar mejorar sus condiciones laborales (…) Que los trabajadores privados están

sometidos a la incertidumbre de la competencia entre patronos, y a los riesgos que derivan de la

falta o disminución de trabajo, y además la empresa privada puede paralizarse a diferencia de los

empleados públicos, que escapan de las vicisitudes económicas por contar con una serie de

ventajas y privilegios que no gozan los integrantes del sector privado, además el Estado de

ninguna manera puede dejar de cumplir sus funciones."

Profundizando en la situación de los empleados públicos, el demandante resaltó: "Que en el

sector público, la relación laboral que se establece entre el servidor y el Estado está

unilateralmente determinada por este último, quien de forma general e impersonal establece las

condiciones del servicio público y decide a quién nombra para la prestación del mismo, y por

tanto la naturaleza jurídica del vínculo deriva del servicio que se presta y de la actividad que se

cumple, en relación con un interés de carácter general que prevalece sobre el de los particulares;

por tanto, el servidor público efectúa una actividad de naturaleza pública, a través de la cual el

Estado cumple con un servicio desarrollado en bien del grupo social. Que toda mejora laboral de

los servidores públicos está sujeta al previo cumplimiento del principio de legalidad, según el

cual los funcionarios solo pueden hacer aquello que la norma jurídica les establece y abstenerse

de aquello que la norma no les autoriza; especialmente no pueden salirse del marco legal que

establece la Asamblea Legislativa en la Ley de Presupuesto, pues todo cambio en la asignación

de salarios supone una reforma a dicha ley por la Asamblea. Finalmente, que la forma de

protección de los derechos de los que laboran en el sector público es a través del régimen

administrativo, especialmente a través de la estabilidad laboral de la que gozan todos los

servidores públicos, a diferencia de los privados, de los cuales solo tienen reservado el derecho a

la estabilidad laboral los dirigentes sindicales, según el inciso final del mismo artículo 47 de la

Carta Magna."

Para el demandante, "la anterior es una argumentación abrumadoramente lógica", mediante la que

este Tribunal "ya determinó que los servidores públicos no son titulares del derecho a la libertad

sindical" y por ello considera que: "El Órgano Ejecutivo, al adherirse y aprobar los convenios

cuestionados, y la Asamblea Legislativa al ratificarlos, ha violado el art. 47 de la Constitución al

incorporar al ordenamiento jurídico salvadoreño un reconocimiento de derechos general, para

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todo trabajador, privado o público, cuando la Ley Fundamental, como bien lo ha dicho esa

honorable Sala, lo reserva a los trabajadores privados."

b. En segundo lugar, el ciudadano Muñoz Canizález sostuvo que: "Como consecuencia del

anterior vicio, al reconocerles a los empleados públicos el derecho de libre asociación, se les

autoriza también para realizar huelga, lo cual contraría el artículo 221 de la Carta Magna."

Al desarrollar esta idea, afirmó que: "El derecho de libertad sindical, no se ejerce para otro fin

que el permitir que los trabajadores, de manera colectiva y por tanto con mayor fuerza que si lo

hicieran individualmente, defiendan sus derechos laborales frente al patrono; y para el

cumplimiento de tales objetivos, este derecho da la base para la negociación colectiva." Con cita

de doctrina extranjera, el demandante expresó que el derecho de libertad sindical "comprende

también la libre utilización por los mismos sindicatos de todas las vías y procedimientos que el

ordenamiento ofrece para la defensa de los trabajadores", entre los cuales se halla la huelga. Pero

también destacó que disposiciones como el Art. 22.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles

y Políticos; el Art. 9.1 del Convenio 87; y el art. 8.1.c del Pacto Internacional de Derechos

Económicos, Sociales y Culturales, al mismo tiempo que reconocen el derecho de los sindicatos a

funcionar sin obstáculos, aceptan que pueden haber limitaciones prescritas por la ley "que sean

necesarias en una sociedad democrática, en interés de la seguridad nacional o del orden público, o

para la protección de los derechos y libertades ajenos (…) Estos artículos nos ayudan a entender

que la libertad sindical no puede oponerse a los intereses sociales. No es exagerar que si, por

ejemplo, militares y policías se asociaran en sindicato, y por medio de él buscaran obtener

mejoras en sus derechos laborales, a través de mecanismos de presión como una huelga, los

intereses sociales se verían seriamente en riesgo, en materia de defensa o seguridad pública. Pero

esto se puede hacer extensivo a otras funciones estatales de igual importancia, como

administración de justicia, salud, educación, etc., que al suspenderse acarrean graves perjuicios a

la colectividad."

"Podemos preguntarnos –continuó el demandante– Si los servidores públicos tienen reconocido y

ejercen un derecho a formar sindicatos, ¿Qué derechos harán valer a través de dicha asociación

laboral? Esos derechos no pueden ser otros que los derechos gremiales o laborales (…) Y, por

supuesto, entre esos derechos está el derecho a la huelga, claramente prohibida por el artículo 221

de la Constitución. Si vemos todo el régimen de los servidores públicos, comprendido en los

artículos 218 y siguientes de la Carta Magna, vemos que el poder constituyente les reconoce

muchas prerrogativas, a veces más protectoras que los derechos laborales de los trabajadores

privados (sirva de ejemplo la estabilidad laboral, de la que no gozan los últimos, salvo los

directivos sindicales, como bien afirmó la sentencia de amparo antes citada). Pero no les

reconoce el derecho de huelga, porque a los representantes de la soberanía popular les interesó

más proteger los intereses sociales, evitando que se entorpeciera aquellas funciones de interés

general o servicios prestados por el Estado. Esto lo afirmó la jurisprudencia constitucional en la

sentencia de las once horas del día veinte de junio de mil novecientos noventa y nueve, relativa a

un Decreto-ley de la Junta Revolucionaria de Gobierno que declaraba ilegal la huelga y el

abandono colectivo de sus cargos, por funcionarios y empleados del estado y entes

descentralizados. Podemos concluir, entonces, que la autorización a los empleados públicos para

que constituyan sindicatos, los autoriza también a que realicen huelgas, con lo cual se ha

producido claramente una violación al art. 221 de nuestra Ley Fundamental."

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c. Como tercer motivo, el ciudadano Muñoz Canizález estimó que: "También el reconocimiento

del derecho de la libertad sindical a los servidores públicos les autoriza a ejercer el derecho a la

negociación colectiva, lo cual contraría los arts. 131 número 9 y 227 de la Constitución."

Al referirse a esta manifestación específica del derecho de libertad sindical y citando doctrina

española, el demandante expresó que: "El derecho a la negociación colectiva implica que los

convenios concluidos entre patronos y trabajadores como consecuencia de dicha negociación no

solo son fuente de obligaciones contractuales para las partes negociadoras, sino también fuente de

derecho objetivo, que se aplica directamente a los contratos de trabajo individuales, sin necesidad

de incorporación o recepción expresa". Igualmente aclaró que "Aunque el contenido de lo

negociado puede referirse a otros aspectos no exclusivamente monetarios, sí es cierto que

esencialmente se refieren a aspectos salariales y de prestaciones económicas. En el ámbito

privado, no hay problema porque el patrono decide libremente sobre el patrimonio de su empresa,

pero en el público el principio de legalidad es muy estricto neiuq avitalsigeL aelbmasA al se ׃

aprueba la Ley de Salarios, junto con la Ley de Presupuesto para cada año, y la que introduce las

modificaciones pertinentes y los funcionarios públicos no pueden modificar dichas leyes a su

antojo."

Luego de citar doctrina nacional sobre el fundamento del principio de legalidad en materia

presupuestaria, el demandante sostuvo que: "Esa garantía del principio de legalidad en la

elaboración del presupuesto nacional, se traduce luego en la prohibición a los funcionarios que lo

ejecutan, de que puedan disponer de gastos que no hayan sido previamente autorizados por el

Órgano Legislativo. Esa es una diferencia sustancial entre un empleador privado y un funcionario

con quien el sindicato pretendiera negociar mejoras salariales ed enopsid odavirp rodaelpme le ׃

dinero propio, el segundo no puede disponer del presupuesto sin autorización legislativa, pues

ello lo llevaría a cometer el delito de malversación de fondos. Los convenios cuya

inconstitucionalidad solicito, el primero de manera implícita y el segundo expresamente en su

artículo 4, autorizan a los empleados públicos para que busquen negociaciones colectivas con los

funcionarios, incluso buscando aumentar, es decir, modificar los créditos presupuestarios

previstos para el pago de salarios. Ello es claramente contrario al principio de legalidad en

materia presupuestaria, estipulado en los artículos 131 numero 9 y 227 de la Constitución."

Al final de la parte expositiva de su demanda y con relación al tercero de los motivos indicados,

el ciudadano Muñoz Canizález advirtió que: "Podría decirse que la inconstitucionalidad que

indico solo aparece implícitamente en el Convenio 87, pues el 98 expresamente en su articulo 6

declara que el no se aplica a los funcionarios públicos en la Administración del Estado. No debe

confundirse ese honorable tribunal, pues los servidores públicos no solo son funcionarios

públicos; de hecho, estos últimos la mayor parte de las veces no gozan de estabilidad, porque son

políticos o de confianza. Cuantitativamente, el mayor número de servidores estatales son los

empleados públicos, quienes al hacer uso de la presión que consideren necesario para obtener

mejoras salariales, pueden paralizar las instituciones del Estado, aunque los funcionarios no

tengan el mencionado derecho. Y esa presión puede concluir en que las autoridades de cada

institución estatal hagan modificaciones del presupuesto aprobado por la Asamblea Legislativa,

incurriendo en la responsabilidad penal que ya he mencionado."

2. En la demanda que dio inicio al proceso 69-2007, el ciudadano Josué Gustavo Adolfo Torres

Rivera, aunque circunscribió su impugnación a los Arts. 2 y 3 del Convenio Nº 87 de la OIT, por

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vicios de contenido, también se refirió a un motivo de forma por el que, según él, "la Sala de lo

Constitucional debe declarar la inconstitucionalidad de la Convención Internacional, ya

mencionada".

A. Antes de plantear los motivos por los que considera inconstitucionales los Convenios 87 y 98

de la OIT, expuso unas consideraciones iniciales sobre la aplicación del principio stare decisis en

la jurisprudencia constitucional y sostuvo que dicho principio "se constituye en la obligación de

dicha Sala al fiel acatamiento de los principios y conceptos doctrinales establecidos por ella

misma en su jurisprudencia, en casos análogos, y en la presente demanda de inconstitucionalidad

se expondrán los argumentos fácticos y jurídicos respecto de disposiciones constitucionales, que

en anteriores e idénticos casos la Sala ya ha conocido al haber formulado el examen propio de

constitucionalidad sobre los mismos preceptos constitucionales que ahora se plantean, por lo que

con el debido respeto solicitamos la aplicación de dicho principio."

B. Al exponer los motivos de inconstitucionalidad en que basa su demanda, el ciudadano Torres

Rivera expuso las tres razones siguientes:

a. En primer lugar, aunque lo había anunciado como motivo de forma, identificó únicamente al

Art. 2 del Convenio 87 como violatorio del Art. 145 inc. 1º Cn.

Para ello, dijo que "en El Salvador, según lo dispuesto en el Art. 145, no se podrán ratificar

tratados en que se restrinjan o afecten de alguna manera las disposiciones constitucionales. Si no

obstante la anterior prohibición se llegase a introducir a nuestro ordenamiento jurídico –como

leyes de la Republica- acuerdos de voluntades entre estados, o entre estos y organismos

internacionales, que contengan normas que contradigan a la Constitución, el Art. 149 de la misma

prescribe que dichos tratados pueden ser sometidos al control de constitucionalidad concentrado

o difuso (...) El Art. 145 constitucional es claro, el Órgano Legislativo tiene prohibido la

ratificación de Tratados Internacionales, si en dichos cuerpos normativos, existen normas que

restrinjan o afecten manera las disposiciones constitucionales. Sin embargo, el Constituyente da

la posibilidad a la Asamblea Legislativa de ratificar el Tratado Internacional propuesto, con las

reservas correspondientes, como medida de protección al ordenamiento constitucional."

Consideró que "las reservas son actos inherentes a la soberanía nacional de los Estados, y que

como tales constituyen para ellos el ejercicio de un derecho. Así como los Estados tienen el

derecho soberano a celebrar tratados, también lo tienen para aceptar estos tratados con las

limitaciones, salvedades o reservas que soberanamente estimen conveniente. No hay que olvidar

que la característica principal de la reserva es que altera los términos del tratado, representando

una forma de derogación parcial." Sostuvo que en el presente caso "el Órgano Legislativo ratificó

en todas sus partes la Convención Internacional, sin haber hecho uso de la reserva, y con dicho

acto, esto es, la ratificación plena, se violentaron disposiciones constitucionales47 ׃ inc. 1°, 221

inc. 1° y en consecuencia los Arts. 145 y 246 inc. 1, como ya ha quedado demostrado en la

presente demanda, motivo por el que la Sala de lo Constitucional debe declarar la

inconstitucionalidad de la Convención Internacional, ya mencionada."

Sobre las supuestas violaciones constitucionales adujo que el instrumento impugnado: "Viola el

Art. 47 inc. 1° Cn., en tanto el Art. 2 del Convenio 87, reconoce a los trabajadores sin distinción

alguna el derecho de libre sindicalización, y ello habilita a que los empleados públicos puedan

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sindicalizarse, en contraposición a lo preceptuado por la Constitución en el Art. 47 inc. 1, que

solo autoriza la libre sindicalización para los patronos, trabajadores privados y los trabajadores de

las instituciones oficiales autónomas, no así para los demás empleados públicos y municipales.

Viola el Art. 221 Cn., en tanto los artículos 2 y 3 del Convenio 87, reconocen a favor de todos los

empleados el derecho de huelga, es decir, son normas habilitantes para que los empleados

públicos y municipales puedan ejercer la huelga, en contraposición lo preceptuado por la

Constitución en el Art. 221 inc. 1° Cn, que prohíbe la huelga de los trabajadores públicos y

municipales. Viola el Art. 145 Cn., en tanto los artículos 2 y 3 del Convenio 87, no fue ratificado

con las reservas correspondientes en tanto, dicho Tratado Internacional, reconoce el derecho de

libre sindicalización y huelga a los trabajadores sin distinción alguna, normas legales que afectan

las disposiciones constitucionales contenidas en los Arts. 47 inc. 1°, 221 inc. 1 y 246 Cn."

Por lo anterior concluyó que: "En el presente caso para que el Convenio 87 pudiese ser ley de la

República, la Asamblea Legislativa, indiscutiblemente debió haber ratificado el mismo con las

reservas correspondientes, al haberlo ratificado en todas sus partes, obliga a la Sala de lo

Constitucional, a declarar la inconstitucionalidad por los argumentos de derecho con

fundamentos constitucionales, expuestos en la presente demanda, debiendo tener en cuenta que la

decisión de la Sala se deberá imponer a todos los poderes públicos sin excepción alguna, de tal

manera que, una vez emitida la resolución, el Órgano Legislativo deberá seguir el camino

indicado para que el consentimiento del Estado sea constitucionalmente correcto, que en el caso

del Convenio 87, debió ser el de la ratificación del Convenio aludido con las reservas

correspondientes."

b. En segundo lugar, como vicio de contenido, el demandante expuso la "Inconstitucionalidad del

Art. 2 del Convenio relativo a la Libertad Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación,

por violación al Art. 47 inc. 1 de la Constitución", al expresar que: "el choque de la norma

secundaria es evidente, en tanto la Constitución –Art. 47 inc. 1°- única y exclusivamente permite

y reconoce el derecho de la libre sindicalización a tres grupos a saber: (1) los patronos, (2) los

trabajadores privados y (3) los trabajadores de las instituciones oficiales autónomas. Negando

dicho derecho a los funcionarios, empleados o trabajadores del Estado y a los empleados

municipales. En contraposición a la regulación constitucional, el Convenio Internacional en su

Art. 2, reconoce el derecho a la libertad sindical a todos los trabajadores y a los empleadores, sin

ninguna distinción, esto es sin importar si son trabajadores o empleados provenientes del sector

privado o público, en consecuencia resulta evidente la trasgresión de dicha norma con rango de

ley al marco constitucional."

A juicio del pretensor "Es evidente que, el artículo 47 inciso 1° de la Ley Fundamental, excluye

de su campo de aplicación la libertad sindical de los empleados o servidores del Estado, dicho de

otra manera, ha sido el mismo Constituyente el que ha autorizado la limitación a que dichos

trabajadores o empleados públicos puedan formar sindicatos, en razón dada a la naturaleza de la

función que tales empleados cumplen dentro del marco de la organización administrativa

fundamental de la estructura política del Estado. Es necesario entonces advertir de manera

inequívoca, que respecto de la sindicación de los empleados públicos o de empleados del Estado

hay un problema de conveniencia colectiva, y ha sido el constituyente el que ponderó la situación

que se señala: la diferenciación entre los trabajadores que por la naturaleza de la labor, trabajo o

servicio que prestan admiten la sindicación y aquellos que no admiten la sindicación por la

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conveniencia, en virtud de los intereses generales del Estado, por la conveniencia pública,

calificada por el Constituyente, lo cual es absolutamente procedente y constitucional."

"Es así –continuó– como se advierte que el ejercicio del derecho de sindicalización, solo podrá

estar sujeto a las restricciones previstas por la Constitución misma, que tienen su asidero en

razones de interés de la seguridad nacional, de la seguridad pública o del orden público, o para

proteger la salud o los derechos y libertades de los demás. Muestra que pueden existir

limitaciones a la libertad sindical, encontramos dentro del mismo Convenio Internacional del cual

impugnamos el artículo 2 por inconstitucional, el Art. 8.2, que establece: "La legislación nacional

deberá determinar asimismo hasta qué punto las garantías previstas en el presente….". Nótese

como en el mismo Tratado Internacional por una parte se establece el derecho a la libre

sindicalización y por otra se limita el mismo derecho, cuya competencia o facultad de restricción

se encomienda al derecho interno."

Para el ciudadano Torres Rivera, "En el caso sub júdice, ha sido el mismo Constituyente quien ha

establecido los límites a dicho derecho, cuyo fundamento de limitación obedece a la naturaleza

del servicio que se presta al Estado, ya que los empleados o trabajadores públicos, no son más

que servidores del Estado y agentes de la voluntad estatal en la administración de servicios

públicos, esto es, en actividades de satisfacción de necesidades colectivas y de gestión de bienes

públicos, de una manera regular y continua. Por ello la relación jurídica conveniente entre el

servidor público y la Administración del Estado es de naturaleza estatutaria, esto es, un conjunto

de deberes-derechos, estatuto al cual el funcionario se adhiere por su nombramiento, a través de

un acto-condición."

En la fundamentación de este motivo, la demanda del ciudadano Torres Rivera trascribe

íntegramente abundantes pasajes de la parte expositiva de la "sentencia de amparo clasificada

bajo el número 434-2000, de fecha 3 de junio de 2003, respecto al derecho de libre

sindicalización", que no es indispensable repetir en este apartado y como corolario de su

referencia jurisprudencial expresó: "Para efectos de la presente demanda de inconstitucionalidad

y en aplicación al principio de stare decisis, resulta de vital importancia la jurisprudencia sentada

por dicho Tribunal, siendo esta la siguiente׃ "En consecuencia, la vigente Constitución reconoce

un derecho general de asociación –articulo 7 Cn.-, es decir, cualquier persona puede asociarse

libremente con otra u otras para constituir entes colectivos sin embargo, no reconoce un derecho

de libertad sindical en sentido general –articulo 47 inciso 1° Cn.-, sino que lo hace de forma

particular para los patronos y los trabajadores del sector privado y de las instituciones oficiales

autónomas. Es de forma particular, porque no se establece un derecho de libertad sindical para

todo trabajador, lo hace únicamente para un sector laboral aspecto que es regulado en igual

sentido por el Código de Trabajo, específicamente en el articulo 204."

"En síntesis –dijo– se advierte del estudio de la norma constitucional y de la jurisprudencia

sentada por la Sala de lo Constitucional, en un caso –análogo al que ahora se plantea– en donde

dicho Tribunal ya efectuó el estudio del contenido y alcances del Art. 47 inc. 1° Cn. y determinó

que los trabajadores públicos carecen del derecho de libertad sindical; esto quiere decir que ha

sido la Constitución la que no les ha otorgado a los servidores públicos, el derecho a formar

sindicatos a los que se refiere el inciso primero del artículo 47 Cn.; en consecuencia el artículo 2

del Convenio 87 relativo a la Libertad Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación, es

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inconstitucional, en tanto dicho cuerpo legal reconoce sin distinción alguna el derecho a la libre

sindicalización, contrariando de forma absoluta el precepto constitucional ya referido."

c. En tercer lugar, el demandante aduce la "Inconstitucionalidad del Art. 2 y 3 del Convenio

relativo a la Libertad Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación por violación al Art.

221 inciso 1° de la Constitución" porque el Art. 2 del Convenio "tiene como objeto o finalidad, la

habilitación para que los servidores públicos constituyan sindicatos (habilitación que como ha

quedado demostrada es inconstitucional), valiéndose los sindicatos de la huelga para presionar al

Estado y los entes públicos para lograr sus objetivos."

Aclaró que "Si bien el Convenio 87 relacionado no menciona expresamente la huelga, sí se

refiere al derecho de organizar sus actividades y el de formular su programa de acción, por lo que

los Artículos 2 y 3 del Convenio llevan consigo la habilitación legal del derecho de huelga para

los empleados públicos abarcando a los municipales inclusive, derecho que se encuentra

prohibido por el artículo 221 inciso primero de la Constitución y en consecuencia las

disposiciones legales contenidas en los Art. 2 y 3 del citado Convenio son inconstitucionales." A

juicio del demandante, "ambas figuras, la sindicalización y la huelga, se encuentran natural y

lógicamente unidas, en tanto, no se puede concebir un sindicato sin la capacidad de negociar

condiciones de trabajo y de utilizar la huelga como un medio de presión para la solución de los

conflictos laborales, siendo claro, pues, que el derecho a la libre sindicalización y el derecho a la

huelga son concomitantes (...) Si no es así, carece de sentido que se organicen en sindicato."

También dijo que "Si bien la Constitución reconoce y consagra el derecho de huelga (Art. 48 inc.

1°) como un derecho subjetivo y fundamental de los trabajadores, con excepción de los

trabajadores públicos y municipales (Art. 221 inc. 1°) (...) ello no impide el establecimiento de

relaciones mutuas, ello como consecuencia de la tradicional y extendida caracterización del

derecho de huelga como un derecho de libertad sindical. Es por ello que se puede afirmar que

dentro del género conocido de los derechos de libertad sindical se incluye, además de los

derechos de organización, los derechos de actividad o acción del sindicato, necesarios para el

cumplimiento de su finalidad institucional de representación y defensa de los intereses de los

trabajadores, y, entre ellos, típicamente los de negociación colectiva, huelga y conflicto colectivo,

en consecuencia, nuestro marco constitucional no es ajeno a esta comprensión integrada de los

derechos de libertad sindical." Además, el demandante citó jurisprudencia del Tribunal

Constitucional Español, en la que se reconoció una similar "conexión necesaria" entre el derecho

de libertad sindical y el derecho de huelga, de modo que "un sindicato sin derecho a huelga

quedaría, en una sociedad democrática, vaciado prácticamente de contenido."

Para el ciudadano Torres Rivera, "los Arts. 2 y 3 del Convenio 87 son inconstitucionales, porque

es a partir de dicha regulación que existe una habilitación legal que garantiza y reconoce a los

trabajadores sin distinción alguna el derecho de huelga, en tanto dicho derecho solo puede ser

concebido y reconocido como tal en un sistema de libertad sindical." Después de trascribir el Art.

221 Cn., dijo que: "La norma constitucional es clara e inequívoca, no podrá declararse en huelga

los trabajadores públicos, es decir los trabajadores del Estado ni de las municipalidades; y es que

la razón de ser de dicha limitación se debe a la naturaleza del servicio o trabajo que prestan

dichas personas, pues al ser trabajador del Estado o municipalidades, estas atienden servicios de

utilidad pública o cuya paralización podría causar grave daño, bien sea a la salud, a la economía

del país, al abastecimiento de la población o a la seguridad nacional, etc. Al analizar la

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disposición constitucional consagrada en el Art. 221, permite llegar a la conclusión que la clara

intención del constituyente fue excluir a los trabajadores públicos y municipales del ejercicio de

tal derecho."

Luego, la demanda relacionada pasa a trascribir íntegramente abundantes pasajes de la parte

expositiva de la "sentencia de Inconstitucionalidad del 20 de junio de 1999, ref. 4-88", aduciendo

que "Interesa dicho precedente jurisprudencial, ya que el análisis que el Tribunal ha elaborado

sobre el contenido y alcance del Art. 221 inc. 1º Cn, es básico y fundamental para la pretensión

de la presente demanda, teniendo en cuenta la aplicación del principio de stare decisis al presente

caso." Después de la trascripción, para continuar con sus argumentos, el demandante afirma que:

"El precedente jurisprudencial contenido en la sentencia de inconstitucionalidad es claro; no

ofrece confusión alguna, y ello como consecuencia lógica del Art. 221, el Constituyente no ha

dejado margen para ningún tipo de interpretación, en tanto, la huelga de los trabajadores públicos

y municipales está prohibida, es decir vedada, simplemente no se permite."

"Respecto al ejercicio del derecho de huelga –prosiguió el ciudadano Torres Rivera– y, en

particular, sobre las limitaciones que pueden imponerse al mismo, éstas obedecen a razones de

interés colectivo o público: aseguran el mantenimiento de los servicios esenciales. Y es que el

derecho de huelga dentro de nuestro ordenamiento constitucional, ha experimentado limitaciones

o restricciones en su ejercicio derivadas de su conexión con otros derechos o bienes

constitucionalmente protegidos. Una de esas limitaciones, expresamente previstas en la

Constitución, procede de la necesidad de garantizar los servicios esenciales de la colectividad. El

Estado mismo presta determinadas actividades vitales y necesarias para la vida de la comunidad.

La noción de servicios esenciales hace referencia a la naturaleza de los intereses a cuya

satisfacción la prestación se dirige, conectándose con los derechos fundamentales, las libertades

publicas y los bienes constitucionalmente protegidos. Con lo anterior queda demostrado, que el

Constituyente con la restricción impuesta al derecho de huelga, procura que existan todas las

medidas precisas para el manteniendo de los servicios esenciales que el Estado se encuentra

obligado a brindarle a la colectividad (...) De todos es bien sabido que durante las huelgas sufren

los usuarios de determinado servicio o actividad, y esto es precisamente lo que garantiza la

disposición constitucional en comento, que los usuarios de los servicios públicos y esenciales, no

padezcan daños perniciosos, ya que el interés de la colectividad no debe ni puede ser perturbado

por la huelga."

Sobre la base de lo anterior, el demandante consideró que: "Tanto el Art. 2 como el Art. 3 del

Convenio 87, que ha sido ratificado, entra en contraposición con el límite impuesto por la

Constitución en el Art. 221 inc. 1° Cn, del derecho a la huelga, en donde la relación entre el

derecho y su límite es plenamente admisible y así lo ha determinado el Constituyente. A partir de

esa consideración es evidente que la regulación de los Arts. 2 y 3 del Convenio 87 ratificado por

la Asamblea Legislativa, es contrario a la norma constitucional, dichas disposiciones no pueden

rebasar de manera alguna, la limitación que el Constituyente ha impuesto, la cual única y

exclusivamente tiene como objeto establecer una garantía precisa para asegurar el mantenimiento

de los servicios esenciales de la comunidad (...) Finalmente se debe tener claro que el derecho de

huelga, como ya hemos señalado, no es un derecho ilimitado, y que, en concreto y la salvaguarda

en la prestación y la continuidad de los servicios públicos y esenciales a la comunidad, es la

razón fundamental por la cual opera como límite del derecho de huelga, por lo que los Arts. 2 y 3

del Convenio 87 deben ser declarados inconstitucionales."

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3. Por resoluciones de las diez horas y cinco minutos y de las diez horas y diez minutos, ambas

del veinticuatro de julio de dos mil siete, respectivamente, se admitieron las demandas antes

relacionadas y se ordenó que la Asamblea Legislativa y la Presidencia de la República rindieran

los informes para justificar la constitucionalidad de las disposiciones impugnadas. Los sendos

informes, correspondientes a las demandas de los procesos constitucionales acumulados, fueron

expresados en similares términos, en vista de la significativa coincidencia de los motivos de

inconstitucionalidad planteados en ambas demandas, pero se especificaron en cada caso los

distintos objetos de impugnación. En vista de ello y por economía procesal, a continuación se

efectúa una sola relación de las argumentaciones de dichos informes.

4. La Segunda Designada a la Presidencia de la República y Encargada del Despacho

Presidencial, en su informe respectivo se refirió a las pretensiones de inconstitucionalidad de los

demandantes:

A. En primer lugar, consideró "conveniente consignar algunas nociones sobre la interpretación

conforme como método interpretativo de la Constitución, que corresponde como máxima final a

la Sala de lo Constitucional." Dijo que "cada vez que se interpone una demanda, como en el

presente caso, el examen de la supuesta trasgresión al texto fundamental debe de hacerse de

acuerdo a un método interpretativo denominado interpretación conforme a la Constitución (...) Es

así como de acuerdo a los criterios y jurisprudencia sentada por ese Tribunal, respecto de la

interpretación conforme a la Constitución, ésta supone que entre diversas interpretaciones

posibles de una regla de Derecho, el intérprete encargado del control constitucional, debe de

optar por la interpretación que mejor se acomode a las normas constitucionales; pues cuando la

Sala de lo Constitucional emite sus resoluciones se encuentra ejerciendo su función de ente

unificador del ordenamiento jurídico, para asegurar la coherencia del mismo con la Ley

Fundamental."

B. Luego, el informe se refiere específicamente a los motivos de inconstitucionalidad planteados.

a. Sobre la supuesta confrontación que las disposiciones impugnadas guardan con el artículo 47

Cn. –derecho de libertad sindical de trabajadores privados y no públicos-, se dijo que: "Es obvio

que el peticionario ha hecho gravitar el argumento jurídico de constitucionalidad, no en la

libertad sindical como derecho fundamental del trabajador público o del Estado, sino en las

funciones que dicho trabajador público realiza, partiendo, obviamente de un argumento errado y

equivocado, en tanto, los derechos fundamentales del ser humano, no pueden partir en función de

la labor que con éstos se realizará, sino que éstos surgen de la condición de ser humano per se.

Así tenemos que la Constitución en ningún momento prohíbe la sindicalización para los

trabajadores públicos, no hay prohibición expresa en ese sentido, pudiese hablarse en todo caso,

que no existe una regulación expresa, respecto a los trabajadores públicos, distintos de las

entidades descentralizadas, pero ello, no es razón jurídica válida y suficiente para concluir que el

Constituyente ha prohibido la libre sindicalización para los trabajadores públicos, simplemente

no se encuentra regulada pero tampoco prohibida, en consecuencia, es constitucional y

legalmente es perfectamente viable que ésta se permita a nivel del Convenio 87, cuyo Art. 2

ahora se impugna."

También se argumentó que "todo trabajador público o privado tiene derecho a sindicarse

libremente; el término "trabajador" debe entenderse de una forma genérica, como toda aquella

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persona que realiza un trabajo o servicio para otra a cambio de una remuneración, con

independencia del régimen jurídico a la que esté sometida, es decir, que deben ser considerados,

tanto aquellos trabajadores que sean sujetos de una relación laboral, como aquellos que lo sean de

una relación de carácter administrativo o estatutario al servicio de las Administraciones

Públicas."

En el informe relacionado se consideró que: "resulta obvio, que la preocupación del ciudadano,

va encaminada no al derecho de la libertad sindical per se, sino que a una de las consecuencias

que puede derivar el ejercicio de dicho derecho, cuando los trabajadores entran en un conflicto

colectivo: la huelga y con ella la inminente paralización de los servicios públicos o esenciales a la

comunidad. En ese sentido –se dijo– el derecho de asociación sindical no es un derecho absoluto,

lo que implica que puede estar sujeto a restricciones para los efectos contemplados en la

Constitución misma y en los Convenios Internacionales, así como igualmente a aquellas que le

está permitido imponer al legislador en la medida que no afecten su núcleo esencial, lo

desnaturalicen o impidan su normal y adecuado ejercicio. Por ende, la autoridad competente, en

aplicación a la Constitución misma, podrá prever en los estatutos sindicales, los alcances de la

huelga respecto de los trabajadores públicos y municipales, y con ello, no se violan la

Constitución ni los Convenios Internacionales en materia de libertad sindical, por cuanto la

estructura interna y funcionamiento de los sindicatos deben sujetarse a las restricciones impuestas

por el orden legal, las cuales, para el caso, no resultan irrazonables ni desproporcionadas, ni

violan el núcleo esencial del derecho fundamental a la libertad sindical."

"Por el contrario –continúa el informe– las exigencias establecidas para asegurar aquellos

servicios cuya interrupción podría poner en peligro la vida, la seguridad o la salud de la persona

en toda o parte de la población, resultan más bien necesarias y proporcionadas a la finalidad

perseguida de garantizar la regularidad, no interrupción y continuidad de los servicios esenciales

a la comunidad y el funcionamiento de los sindicatos en un ambiente democrático y participativo,

apenas imponen unos requisitos mínimos e indispensables para el normal funcionamiento y

organización de un sindicato, que permiten ampliar su campo de acción y así garantizar los

derechos de asociación y libertad sindical, así como el de participación de quienes lo integran y el

derecho de la colectividad."

Con base en lo antes citado, en el informe se sostiene que "no existe la inconstitucionalidad que

alega el demandante, en tanto, la Constitución no prohíbe en modo alguno el derecho de libre

sindicalización a los trabajadores públicos, sino que dicho derecho no ha sido regulado por el

Constituyente, lo que no es obstáculo para ser regulado por el legislador, bien sea a través de un

Tratado Internacional o por la legislación secundaria, debiendo tener en cuenta, para su

regulación, las limitaciones impuestas relacionadas con los efectos del Art. 221, inc. 1º. de la

Constitución, esto es, la relación del derecho de libertad sindical y el derecho de huelga, debiendo

imponer para ejercicio de éste último, normas, regulaciones o directrices para fijar el

funcionamiento de los servicios mínimos esenciales en el ámbito de la gestión de los servicios

públicos esenciales a la comunidad."

b. En cuanto a la violación, por las disposiciones impugnadas en este proceso, del Art. 221 Cn., el

informe expresa que: "Se coincide con el demandante en el hecho que, aunque las disposiciones

del Convenio mencionadas no establecen de forma expresa el derecho de huelga a los

trabajadores organizados en sindicatos, ambas figuras, la sindicalización y la huelga, se

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encuentran natural y lógicamente unidas, en tanto, no se puede concebir un sindicato sin la

capacidad de negociar condiciones de trabajo y de utilizar la huelga como un medio de presión

para la solución de los conflictos laborales, siendo claro, pues, que el derecho a la libre

sindicalización y el derecho a la huelga son concomitantes."

Sin embargo, a juicio de la autoridad emisora del informe relacionado "La prohibición del 221

constitucional –de acuerdo a la interpretación conforme a la Constitución– no va encaminada al

aniquilamiento del núcleo esencial del derecho de libre sindicalización, en tanto, una

interpretación cuyos efectos atenten contra el contenido esencial de cualquier derecho

constitucional resulta inaceptable e improcedente. En el presente caso, la Sala de lo

Constitucional, deberá establecer de manera inequívoca que la prohibición de la disposición

constitucional anotada, no puede interpretarse en su aceptación restringida, sino que, siguiendo la

misma línea jurisprudencial trazada por dicho Tribunal, debe de potenciarse aquella

interpretación que se ajuste más a la Constitución, ya que, la misma lo que prevé no es una

exclusión de la titularidad del derecho de huelga a dichos trabajadores –públicos y municipales– ,

sino que prevé una limitación al ejercicio de dicho derecho. El derecho de huelga puede

experimentar limitaciones o restricciones en su ejercicio derivadas de su conexión con otros

derechos o bienes constitucionalmente protegidos, aunque nunca podrán rebasar su contenido

esencial, hacerlo impracticable, obstruirlo más allá de lo razonable o despojarlo de la necesaria

protección, pues dicha restricción o limitación sería inconstitucional."

Después de incorporar referencias de decisiones del Tribunal Constitucional Español sobre las

categorías de "servicios públicos esenciales" y de "servicios mínimos" necesarios durante la

ejecución de una huelga, el informe sostiene que "la consideración de un servicio como esencial

no puede suponer la supresión del derecho de huelga de los trabajadores que hubieran de

prestarlo, sino la necesidad de disponer las medidas precisas para su mantenimiento o, dicho de

otra forma, para asegurar la prestación de los trabajos que sean necesarios para la cobertura

mínima de los derechos, libertades o bienes que satisface dicho servicio, sin que exija alcanzar el

nivel de rendimiento habitual ni asegurar su funcionamiento normal. La prohibición del Art. 221

Cn., debe entenderse e interpretarse como la prohibición de huelga únicamente para aquellos

trabajadores públicos y municipales, encargados de realizar los trabajos que no pueden sufrir

interrupción o cuya prestación debe mantenerse en algún grado, no así a todos los trabajadores

que laboran en el órgano estatal o municipal."

"En otras palabras –prosigue el informe– la prohibición del Art. 221 Cn., alcanza única y

exclusivamente a los trabajadores que dentro de la institución ejecutan labores relacionadas con

el establecimiento del servicio mínimo de la producción de dicho servicio, a fin de

compatibilizar, de una parte, el mantenimiento de los aludidos servicios al nivel imprescindible, y

de otra, la mínima limitación posible del derecho de huelga, de tal forma que queden

salvaguardados, al mismo tiempo, y dentro de lo posible, el interés general de la comunidad, que

se halla implícito en la consideración legal de estos servicios como <esenciales> y el derecho

fundamental de huelga del que son titulares los trabajadores; en consecuencia no existe la

inconstitucionalidad alegada por el demandante."

c. Respecto a la contradicción alegada, de las disposiciones impugnadas, con los Arts. 131 Ord.

9º y 227 Cn., el informe –aludiendo a la primera demanda referida en esta sentencia– expresa

que: "el mismo demandante expone a fs. 13, tercer párrafo, que la inconstitucionalidad que

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inicialmente recae en el Convenio 98 ya no es tal, en tanto expone, que el mismo artículo 6 de

dicho Convenio declara de manera inequívoca que no se aplica a los funcionarios públicos de la

Administración Pública; en consecuencia, la supuesta inconstitucionalidad alegada por el actor

respecto del Convenio 98 ha sido desestimada por éste, y en ese sentido debe de pronunciarse la

Sala de lo Constitucional."

Por otra parte, según el informe, las disposiciones constitucionales invocadas como parámetros

de control "no pueden ser tomadas en modo alguno como una confrontación normativa respecto

del Art. 1 del Convenio 87, ya que cualquier negociación colectiva, entendida ésta como el

procedimiento de discusión entre uno o más empleadores y uno o más sindicatos o grupos de

trabajadores para establecer condiciones comunes de trabajo y remuneraciones para los

trabajadores que negocian por un tiempo determinado, debe de ajustarse a ciertos parámetros, es

decir, límites presupuestarios dentro del sector público, por lo que, es perfectamente viable la

negociación colectiva, siempre y cuando se respetan los límites establecidos en el ordenamiento

constitucional a esos efectos, y en consecuencia no existe la violación alegada por el

demandante."

d. En el informe relativo a la segunda demanda, la Segunda Designada a la Presidencia de la

República y Encargada del Despacho Presidencial agregó: "En relación a la violación del Art.

145 de la Constitución, aclaro que como la supuesta lesión constitucional se encuentra en función

de las supuestas violaciones a los Arts. 47 inc. 1º y 221 inc. 1º Cn., y ya ha quedado demostrado

que no existe inconstitucionalidad alguna, en consecuencia no hay violación al Art. 145 de la Ley

Fundamental."

En virtud de las argumentaciones expuestas, la Segunda Designada a la Presidencia de la

República y Encargada del Despacho Presidencial solicitó que se declare que los Convenios de la

OIT números 87 y 98 impugnados en este proceso, no son inconstitucionales.

5. La Asamblea Legislativa, cumplió con los informes respectivos en similares términos para

ambas demandas:

A. Dentro de sus consideraciones iniciales, la Asamblea aclaró: "Que para la ratificación de los

Convenios de la OIT Nos. 87 y 98, lo cual fue iniciativa del Presidente de la República, por

medio del Ministro de Relaciones Exteriores, razón por lo cual, el Pleno Legislativo autorizó a la

Junta Directiva, con la finalidad de conformar una Comisión Ad Hoc, para el estudio de los

mismos y la normativa doméstica relacionada con la materia, por lo que consideró conveniente

oír la opinión de abogados constitucionalistas y de la mayoría de sindicatos del país, quienes

expresaron sus argumentos en la referida Comisión, de lo cual se adjunta fotocopia certificada de

las argumentaciones expuestas."

Según el informe, "el derecho de sindicación es un indicador del nivel de desarrollo democrático

de un país, puesto que se configura a partir del reconocimiento de una serie de derechos y

libertades civiles que constituyen la columna vertebral de las sociedades democráticas, y entre los

que se encuentran: el derecho de asociación, de reunión, manifestación y la libertad de expresión.

No puede existir entonces, una auténtica democracia sino no se reconoce a todos los trabajadores,

públicos y privados, el derecho de sindicación."

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Posteriormente, la Asamblea trascribió diversas disposiciones de instrumentos del Derecho

Internacional de los Derechos Humanos –Art. 23 de la Declaración Universal de Derechos

Humanos; Art. 16 de la Convención Americana de Derechos Humanos; Art. 22 del Pacto

Internacional de Derechos Civiles y Políticos; Art. 23 de la Declaración Americana de Derechos

y Deberes del Hombre– para "señalar" "el carácter universal del derecho de sindicación" y

expresar que "todos y cada uno de los instrumentos internacionales han sido ratificados por

nuestro país y por lo tanto, se tiene la obligación de honrar estos compromisos adquiridos ante la

comunidad jurídica internacional."

B. Con relación a los argumentos de inconstitucionalidad de los demandantes, se procurará

relacionar las ideas principales del informe con los motivos aducidos por los demandantes.

a. En cuanto a la supuesta violación del Art. 47 Cn., la Asamblea sostiene que: "Si bien la Cn. en

su Art. 47 omite incluir como titulares del derecho de sindicación a los empleados públicos y

municipales, esta omisión en ningún momento constituye una prohibición o una restricción para

que los empleados públicos se organicen sindicalmente. Toda vez que de conformidad a lo

prescrito en el Art. 8 de la Cn., el cual consagra el principio de legalidad de los ciudadanos:

"Nadie está obligado a hacer lo que la ley no manda, ni a privarse de lo que ella no prohíbe". A

partir de lo dispuesto en la citada disposición constitucional, en la cual se consagra uno de los

principios democráticos fundamentales, como lo es el principio de legalidad de los ciudadanos,

podemos concluir que la única razón por la cual los empleados públicos estarían inhabilitados

para constituir sindicatos sería en el evento de que existiera una prohibición expresa de la

Constitución, en particular."

Para la Asamblea Legislativa: "Que el Art. 47 de la Cn., establece el derecho de patronos y

trabajadores privados sin distinción de nacionalidad, sexo, raza, credo o ideas políticas, esto no

significa que establezca una prohibición para otros; el reconocimiento de un derecho no significa

que implique la negación de ese derecho para otras personas, máxime cuando en la misma

Constitución, el Art. 52 dice que "los derechos consagrados a favor de los trabajadores son

irrenunciables y que la enumeración de los derechos y beneficios a que este capítulo se refiere no

excluye otros que se deriven de los principios justicia social"; es decir, la misma Constitución

está reconociéndolos (...) ¿cuáles? es cuestión que va determinando la historia, que va

determinando el Órgano Legislativo, que va determinando la costumbre o en algunos casos la

misma conciencia de los patronos o la lucha de los trabajadores. Entonces pues además de estos

derechos hay otros, no hay ninguna prohibición en la Constitución para la sindicalización de los

trabajadores del Estado (...) Cuando el artículo 47 de la Cn., establece, la sindicalización para

trabajadores privados y empleadores privados y para los trabajadores de entidades autónomas,

hay que verlo en consonancia con la otra disposición del último artículo del capítulo del trabajo y

la seguridad social, que dice que todo lo establecido en la sección segunda, es sin perjuicio de

otros derechos que se establezcan (...) la humanidad a través precisamente de la OIT, de la firma

de todos estos tratados y convenios ha ido estableciendo como un derecho claro de los

trabajadores, reconocidos por la humanidad, un derecho a la sindicalización".

Según el informe, "además hay una cuestión muy importante: dice el Art. 221 de la Cn., se

prohíbe la huelga de los trabajadores públicos y municipales lo mismo que el abandono colectivo

de sus cargos; esta prohibición no tendría sentido si no se le estuviera reconociendo a los

trabajadores públicos y municipales la calidad de ser sujetos activos del derecho de huelga. El

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derecho de huelga es un derecho de los sindicatos, de las asociaciones de trabajadores, el paro es

de los patronos; entonces, no tiene ningún sentido decir en el Art. 221 se prohíbe la huelga de los

trabajadores públicos, si es que de por sí la Constitución hubiere entendido que los trabajadores

públicos no podrían sindicalizarse".

b. Sobre el Art. 221 Cn., el informe expresa que: "el derecho a la sindicalización debe traer

aparejado indiscutiblemente el derecho a la huelga, si un sindicato que no tiene ningún tipo de

arma para luchar es un sindicato ineficaz en su trabajo a favor de los trabajadores." "En primer

lugar –continúa el informe– tenemos que recordar que el derecho de huelga de los trabajadores

privados no ha tenido aquí jamás discusión y que huelgas no ha habido porque el aparato estatal

jamás ha calificado de legítima una huelga; es decir, es miedo a algo que no ha existido en el

país, ni siquiera cuando está claramente reconocido por la Constitución; la idea de que los

trabajadores en el campo se van a declarar en huelga cuando los trabajadores en el campo lo que

están pidiendo es trabajo y la idea de que los trabajadores públicos no se van a declarar en huelga,

en momentos en que las circunstancias históricas no lo exijan; cuando las circunstancias

históricas exigen una huelga nacional la huelga se da independientemente de lo que digan las

disposiciones legales o constitucionales".

En opinión del Órgano Legislativo, "no hay en el texto de ambos convenios, ninguna norma que

vulnere o que pueda ser susceptible de vulnerar el ordenamiento jurídico salvadoreño,

especialmente el orden constitucional, pues en el año de 1979 la Junta Revolucionaria de

Gobierno en ese entonces, ratificó el convenio conocido como Pacto Internacional de Derechos

Económicos Sociales y Culturales, este tratado (...) regula en su Art. 8 precisamente la obligación

de los Estados parte, de garantizar el derecho de sindicación, el derecho de formar federaciones y

confederaciones, el derecho de los sindicatos de funcionar sin obstáculos, incluye o no distingue

entre empleados públicos ni privados, pero a su vez, es lo más importante del pacto en lo que

atañe en este momento y por las posibles objeciones que puedan hacerse a los Convenios 87 y 98,

agrega que los Estados parte deben de garantizar el derecho de huelga ejercido de conformidad

con las leyes de cada país (...) En fin pues, del texto del Art. 8 del Pacto Internacional de

Derechos Económicos Sociales y Culturales, que es la Ley de la República, nadie ha impugnado

su constitucionalidad en la Sala de lo Constitucional, si se permite la sindicación libre de todos y

es una Ley de la República, en algún sentido de acuerdo a lo que dice el Art. 144 de la Cn., en

jerarquía superior a la ley secundaria, debemos concluir que ya en otro momento hemos, los

salvadoreños como Estado, concedido que es posible la libre sindicación para todos los

trabajadores y empleadores, en este caso como empleador no se va asociar con nadie, pero sí los

trabajadores públicos tienen el derecho de libre sindicación y por consecuencia aparejada el

derecho de huelga."

c. En la parte final de su informe, la Asamblea Legislativa expone retóricamente algunos

ejemplos de prohibiciones expresas que la Constitución sí contiene (pena de muerte, tortura,

condonación de deudas a favor del fisco), lo cual no ocurre en el caso de la libertad sindical de

los empleados públicos. También menciona algunos derechos que la Constitución no regula

textualmente o no con el alcance reconocido por la ley o la jurisprudencia, para demostrar que en

tales casos no se ha disputado la constitucionalidad de dichas extensiones, pues se considera que

"la Constitución señala derechos mínimos, el orden secundario puede dar derechos mayores; la

jurisprudencia también".

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De todo lo anterior, el informe deriva que: "Los Convenios 87 y 98, ambos tienen dentro su texto

normas que no chocan o no entran en colisión, con la normativa constitucional vigente en nuestro

país."

6. Por su parte, el Fiscal General de la República, al contestar el traslado en los mismos términos

para cada proceso acumulado, expuso:

A. Inicialmente, aludiendo a la jurisprudencia de esta Sala, el Fiscal se refirió a la ubicación de

los tratados dentro del sistema de fuentes del ordenamiento jurídico salvadoreño, con el fin de

descartar que en el presente caso se trate de una simple antinomia entre "leyes secundarias", en la

que únicamente esté en juego la depuración del ordenamiento jurídico en general, la coherencia

interna del sistema de fuentes o la mera defensa del derecho objetivo. Derivado de ello afirmó

que: "el conocimiento de la pretensión que nos ocupa, efectivamente es competencia de la Sala de

lo Constitucional, decidirlo a través de la demanda de inconstitucionalidad, ya que en el presente

caso, la confrontación existente es entre los convenios y las disposiciones constitucionales. Ya

que como consecuencia de los anteriores Convenios, se puede inferir que se le reconoce a los

empleados públicos el derecho de sindicación, de huelga y de negociación colectiva, es necesario

analizar si tal regulación vulnera alguna disposición constitucional."

B. A continuación del preámbulo relacionado, el Fiscal opinó sobre los motivos de

inconstitucionalidad expuestos por los demandantes.

a. Para exponer sus argumentos sobre la violación alegada, en el sentido que los Convenios de la

OIT Nº 87 y 98 contradicen el Art. 47 inc. 1º Cn., el Fiscal retomó la jurisprudencia

constitucional expresada en las sentencias de amparo número 23-R-96, de 8-X-1998,

Considerando III y de inconstitucionalidad 8-97, de 23-III-2001, Considerando VII, en los

pasajes –los cuales trascribió en su opinión– que se refieren al contenido, fundamentación,

importancia, carácter potestativo y alcances del derecho a la libre asociación.

A partir de lo anterior, expuso su punto de vista sobre la relación entre el derecho a la libre

asociación y el derecho de libertad sindical, en los términos siguientes: "Con lo anterior queda

claro que existe la libertad de asociación, bajo los parámetros legales y constitucionales que ya se

han señalado. En relación con lo anterior, el Art. 47 de la Carta Magna, regula dentro del derecho

de libertad de asociación, el muy específico relativo al de sindicación o de asociación gremial de

los trabajadores, en los siguientes términos (...)" y trascribió el texto íntegro del Art. 47 Cn.

Luego, dijo: "Resulta entonces evidente que el derecho de asociación que estatuye el Art. 7 de la

Constitución es de carácter general y dirigido o reconocido a todos los habitantes del país,

mientras que el regulado en el Art. 47 es de carácter especial, por lo que inclusive al regular el

derecho, introduce una matización respecto de aquel, que consiste en que se reconoce

exclusivamente a los habitantes ahí especificados "Los patronos y trabajadores privados y los

trabajadores de las instituciones oficiales autónomas"."

A lo dicho, el Fiscal agregó una relación de la jurisprudencia sobre los conceptos de regulación,

limitación o restricción y anulación de derechos fundamentales, con base en la sentencia de

inconstitucionalidad ya mencionada y enfatizó la diferenciación siguiente: "Si la restricción se

hace por disposiciones constitucionales, nos encontramos en presencia de restricciones

directamente constitucionales; por el contrario, si se hace por leyes, nos encontramos en

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presencia de limitaciones legales". Enseguida afirmó: "Con lo dicho, se puede afirmar que

cuando el Art. 2 del Convenio establece: "Los trabajadores y los empleados, sin ninguna

distinción y sin autorización previa, tienen el derecho de constituir las organizaciones que

estimen convenientes, así como el de afiliarse a estas organizaciones, con la sola condición de

observar los estatutos de la misma", nos encontramos ante una violación de lo dispuesto en el Art.

47 de la Constitución de la República, pues éste configura una limitación del derecho a la libertad

sindical establecido directamente en la Carta Magna, por lo que es procedente solicitar, junto con

el demandante su declaratoria de inconstitucionalidad."

b. Respecto a la supuesta violación basada en la oposición de los instrumentos normativos

impugnados con el Art. 221 Cn., el Fiscal incorporó a su opinión la jurisprudencia constitucional

(sentencia de inconstitucionalidad N º 4-88, del 20-VI-1999) sobre la regulación constitucional

del derecho de huelga, Arts. 48 y 221 Cn., y sostuvo que el primero de dichos artículos "reconoce

el derecho de huelga a todos los trabajadores, quienes se encuentran comprendidos en una

relación laboral en virtud de contrato de trabajo. No obstante, cuando se trata de los trabajadores

del sector público, la situación debe ser analizada con detenimiento, pues la relación laboral de

estos está fundada en la prestación de un servicio de interés general y no particular –como ocurre

con el trabajador privado–. La misma situación de prestar servicios al Estado o a cualquier ente

descentralizado, la naturaleza de dicha prestación de servicio personal y la calidad del ente para

el cual trabaja o despliega su fuerza laboral, hacen improcedente que exista un derecho de huelga

para estos trabajadores, ya que, si se admite tal situación ello implicaría que la función estatal se

viera afectada cada vez que los servidores decidan ir a la huelga, trayendo como consecuencia, el

entorpecimiento de aquellas funciones de interés general. Por esa razón, en la Constitución

vigente no se consideró procedente otorgar el derecho de huelga a los servidores públicos,

prohibiéndose el referido derecho en el artículo 221 (…) Es claro que desde el punto de vista

constitucional no existe el derecho a la huelga para los servidores públicos, pues existe

prohibición expresa en dicha normativa –art. 221 Cn.– , esta disposición es de carácter

excepcional en relación con la regla general prescrita en el art. 48 Cn., y tal prohibición es

extensiva a todo aquel que se encuentre vinculado por un contrato de trabajo con el Estado o con

cualquier ente público."

A continuación, el Fiscal relacionó las consideraciones jurisprudenciales de esta Sala sobre las

restricciones a la libertad (Sentencia de inconstitucionalidad Nº 17-95, de 14-XII-1995,

Considerando XIII), destacando que: "No se trata pues, de una libertad ilimitada, sino que las

personas han de observar obligatoriamente todas aquellas restricciones de su libertad que el

legislador formula para la convivencia social, siempre en relación a los valores fundamentales del

ordenamiento, la justicia, la seguridad jurídica y el bien común. Lo anterior nos dice que la

libertad es restringible, pero al mismo tiempo que sólo es restringible por razones que atiendan a

los valores fundamentales del sistema, lo que significa que no es restringible en virtud de razones

cualesquiera. Dicho en otras palabras, en la Constitución salvadoreña, el derecho general de

libertad no otorga una permisión ilimitada a hacer o no hacer lo que se quiera, sino que significa

que toda persona puede hacer u omitir lo que quiera en la medida en que razones suficientes –

consagración normativa de protección de terceros o de interés general– no justifiquen una

restricción a la libertad". "En virtud de ello –prosiguió el Fiscal– también por las razones

anteriores, debo adherirme a la petición de inconstitucionalidad del demandante, por la evidente

contradicción del Convenio con lo dispuesto en el Art. 221 de la Constitución de la República y

así lo pediré más adelante."

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c. En cuanto a la supuesta violación de los artículos 131 No. 9 y 227 de la Constitución de la

República, luego de trascribir el contenido de tales disposiciones, el Fiscal dijo: "Aunque en

realidad la negociación colectiva, es referida a diversos aspectos entre patronos y trabajadores, el

principal de ellos es el relativo a las prestaciones económicas y sociales. En lo que se refiere a la

empresa privada no existe problema alguno, ya que la empresa decide sobre su patrimonio; no es

lo mismo en el ámbito público donde existen regulaciones constitucionales, tal es el caso de los

Arts. 131 No. 9 y 227. Los convenios no pueden excepcionar dichas disposiciones, como

tampoco pueden condicionar el Presupuesto General de la Nación, el cual debe ser previamente

autorizado por el Órgano Legislativo. En síntesis, por los derechos conferidos por un convenio no

se puede condicionar a la Asamblea Legislativa respecto a la aprobación del Presupuesto de la

Nación."

"En un Estado de Derecho –continuó el Fiscal– por supuesto, impera la seguridad jurídica, la cual

tiene características básicas, a saber: (a) corrección funcional, que implica la garantía de

cumplimiento del Derecho por todos sus destinatarios y regularidad de actuación de los órganos

encargados de su aplicación, es decir, la vinculación de todas las personas públicas y privadas a

la ley, que emana de la soberanía popular a través de sus representantes, y que se dirige al

reconocimiento y tutela de los derechos fundamentales, lo cual constituye el fundamento del

Estado de Derecho; y (b) corrección estructural, en cuanto garantía de disposición y formulación

regular de las normas e instituciones integradoras de un sistema jurídico. En virtud de lo anterior,

también debo señalar que por esta consecuencia, derivada de la ratificación del convenio

impugnado, debo también solicitar la declaratoria de inconstitucionalidad de los Convenios

impugnados."

En su opinión, el Fiscal concluye que: "Con los argumentos anteriormente citados y disposiciones

legales relacionadas al caso concreto, se concluye que existe inconstitucionalidad en la

aprobación de los convenios referidos; pues se violentan disposiciones constitucionales que

expresamente se refieren a la huelga, a la libertad de asociación, etc., pero bajo parámetros

consignados en las mismas disposiciones, las cuales no están en consonancia con el contenido de

los Convenios aprobados."

7. Por resolución de las diez horas y diez minutos del trece de septiembre de dos mil siete, por

exigencias de economía procesal y de consistencia en las decisiones de esta Sala, se ordenó la

acumulación de los expedientes que se refieren a los presentes procesos constitucionales.

II. Expuestos los motivos de inconstitucionalidad de los demandantes, las razones aducidas por la

Asamblea Legislativa para rechazar la existencia de la inconstitucionalidad alegada, y la opinión

del Fiscal General de la República, que solicita razonadamente la declaratoria de

inconstitucionalidad de los Convenios, es necesario analizar las pretensiones de

inconstitucionalidad planteadas en este proceso. Dicho análisis seguirá un orden lógico, que

consiste en el examen previo orientado a verificar la correcta configuración de tales pretensiones

para, posterior y únicamente con relación a las pretensiones de inconstitucionalidad que hayan

superado el primer nivel de dicho análisis, proceder al estudio del contenido de la pretensión y su

aceptabilidad, sobre la base de una interpretación constitucionalmente adecuada del asunto

sometido a este Tribunal.

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Para tal efecto: (1) en primer lugar es conveniente retomar las principales ideas acotadas por la

jurisprudencia de esta Sala sobre la pretensión de inconstitucionalidad, sus elementos, sus vicios

de configuración y el efecto que debe reconocerse cuando éstos son determinados después de la

etapa de análisis liminar de la demanda. (2) Luego se efectuará una referencia sintética a los

motivos en que se fundan las pretensiones de inconstitucionalidad expuestas en este proceso, para

facilitar una ordenada consideración de las mismas. (3) Posteriormente se fundamentará el

rechazo del examen de las pretensiones de inconstitucionalidad que adolecen de una

configuración inadecuada, a partir de los requisitos legales y jurisprudenciales de aquéllas. (4)

Para cerrar este considerando, se anunciará el orden elegido para determinar la aceptabilidad o no

de las pretensiones de inconstitucionalidad correctamente propuestas.

(1). Sobre la pretensión de inconstitucionalidad, la jurisprudencia de este Tribunal –por ejemplo,

en la Sentencia de 14-XII-1995, pronunciada en el proceso de Inc. 17-95; la de 14-II-1997,

pronunciada en el proceso de Inc. 15-96; la de 26-VIII-1998, pronunciada en el proceso de Inc. 4-

97; la de 22-X-1999, pronunciada en el proceso de Inc. 3-93; y la Resolución de 11-VI-2003,

pronunciada en el proceso de Inc. 20-2003–, ha sostenido que todo proceso tiene un objeto,

entendiendo por tal el sustrato o la materia sobre la cual recaen y en cuyo derredor giran los

elementos integrantes de la actividad procesal –la pretensión–. Dicho concepto procesal ejerce

una importante función delimitadora del proceso, pues éste se inicia, mantiene y concluye para

decidirla. En su estructura toda pretensión tiene una causa, la cual está generalmente dada por

hechos o sucesos –el fundamento fáctico–, respecto de los cuales el pretensor esgrime los

argumentos de derecho que justifiquen su reclamación –el fundamento jurídico– .

Sin embargo, el proceso de inconstitucionalidad salvadoreño se configura como control abstracto

de la constitucionalidad de las normas, pues no exige como fundamento de la pretensión la

existencia de hechos concretos que afecten la esfera jurídica del pretensor, sino únicamente que

se expongan los motivos de inconstitucionalidad que el demandante alega. Estos motivos son la

causa de la pretensión de inconstitucionalidad. Dentro de ésta, el fundamento jurídico consiste en

el señalamiento preciso de las disposiciones impugnadas –objeto de control– y las disposiciones

constitucionales supuestamente vulneradas –parámetro de control–; por otra parte, el fundamento

material o fáctico de la pretensión está constituido, en primer lugar, por el establecimiento del

contenido del objeto y del parámetro de constitucionalidad, y, en segundo lugar, por las

argumentaciones expuestas tendentes a entablar las confrontaciones normativas, percibidas por el

actor, entre el contenido normativo de uno y de otro. De manera que, para que la pretensión se

tenga por configurada, la parte actora debe exponer con claridad los argumentos lógico-jurídicos

que establezcan en qué sentido el objeto de control contiene mandatos opuestos al parámetro de

control.

La pretensión, como objeto del proceso –junto con la resistencia u oposición, ejercida por las

autoridades demandadas–, sólo puede ser configurada y planteada por el demandante, pues los

tribunales están sometidos –y esta Sala no es la excepción– a un estatuto constitucional que

comprende el principio de imparcialidad a que se refiere el Art. 186 ord. 5° Cn., así como al

principio dispositivo sobre la pretensión y su resistencia. Si bien el Art. 80 Pr. Cn. autoriza a esta

Sala para suplir de oficio los errores u omisiones pertenecientes al derecho en que incurren las

partes, ello sólo es aplicable a los procesos de amparo y de hábeas corpus, pues en el proceso de

inconstitucionalidad, ante la falta de hechos, la "suplencia" de la Sala en relación con el objeto de

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control, el parámetro de control y las confrontaciones internormativas que deben decidirse, en

realidad sería una configuración oficiosa del objeto del proceso.

En cuanto a los efectos de los vicios en la pretensión de inconstitucionalidad, se ha sostenido que

el incumplimiento de los elementos que la caracterizan, ya sea porque se incurra en ellos desde su

formación –y no se advirtieron al principio del proceso–, o porque el vicio concurrió durante la

sustanciación procesal, origina idéntico resultado: el rechazo de la demanda de

inconstitucionalidad sin trámite completo, es decir, sin sentencia de fondo. En los artículos de la

Ley de Procedimientos Constitucionales, atinentes a este proceso, no se determina la

consecuencia jurídica de defectos de la pretensión advertidos en la prosecución del trámite. Pero

esta Sala, desde la resolución de 2-IX-1998, dictada en el proceso de Inc. 12-98, en aplicación de

la técnica jurídica procesal, ha sostenido que en el proceso de inconstitucionalidad, como en todo

proceso, la demanda y la pretensión deben cumplir con ciertos requisitos y si alguna falencia es

advertida en el desarrollo del procedimiento habrá que repelerla a través de la figura del

sobreseimiento: La Ley de Procedimientos Constitucional sólo prevé el sobreseimiento dentro de

la regulación del proceso de amparo, pero también es aplicable al proceso de

inconstitucionalidad, pues ante un vicio de tal naturaleza, no se puede tomar una actitud pasiva,

que enerve la facultad judicial contralora y genere un inútil dispendio de la actividad

jurisdiccional, aunque el defecto no haya sido descubierto en el inicio del proceso.

La jurisprudencia de esta Sala ha ilustrado los tipos de defectos que pueden presentarse en el

planteamiento de la pretensión de inconstitucionalidad, por ejemplo: (i) si el fundamento material

o sustrato jurídico es deficiente, como cuando en la demanda no se expresa cuál es la normativa

impugnada o la propuesta como parámetro; (ii) si el sustrato fáctico no es el procedente para

entrar al fondo, porque la argumentación expuesta por el demandante no logra evidenciar la

contradicción por él advertida –y requerida para el tipo de pretensión– entre la normativa

impugnada y las disposiciones constitucionales supuestamente violadas o porque realmente se

propone como parámetro de control una disposición infraconstitucional; (iii) si la pretensión de

inconstitucionalidad carece totalmente de argumentación; y (iv) si la disposición impugnada u

objeto de control ha sido derogada al momento de presentarse la demanda o se derogó durante el

desarrollo del procedimiento.

(2). Puntualmente, las pretensiones de inconstitucionalidad expuestas en el presente proceso se

basan en los motivos siguientes: en la demanda que dio origen al proceso número 63-2007 se

sostuvo que: i) al no distinguir que la libertad sindical solo se reconoce a los trabajadores

privados, los mencionados convenios extienden la titularidad de tal derecho a los empleados

públicos, quienes no tienen reconocido tal derecho en el articulo 47 de la Constitución; ii) como

consecuencia del anterior vicio, al reconocerles a los empleados públicos el derecho de libre

asociación, los Convenios les autorizan también para realizar huelga, lo cual contraría el artículo

221 de la Carta Magna; iii) además, con el reconocimiento del derecho de la libertad sindical a

los servidores públicos, los Convenios los autorizan a ejercer el derecho a la negociación

colectiva, que contradice los arts. 131 número 9 y 227 de la Constitución. Por otra parte, en la

demanda que dio origen al proceso número 69-2007, se plantearon los motivos siguientes: i) El

Art. 145 Cn. prohíbe al Órgano Legislativo la ratificación de Tratados Internacionales, si en

dichos cuerpos normativos, existen normas que restrinjan o afecten de alguna manera las

disposiciones constitucionales, lo cual ha ocurrido en el presente caso porque los Arts. 2 y 3 del

Convenio 87 violentan los Arts. 47 inc. 1° y 221 inc. 1° Cn. ii) En contraposición a la regulación

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del Art. 47 Inc. 1º Cn., el Convenio Internacional en su Art. 2, reconoce el derecho a la libertad

sindical a todos los trabajadores y a los empleadores, sin ninguna distinción, esto es sin importar

si son trabajadores o empleados provenientes del sector privado o público, en consecuencia

resulta evidente la trasgresión de dicha norma con rango de ley al marco constitucional; y iii) el

Art. 2 del Convenio tiene como objeto o finalidad, la habilitación para que los servidores públicos

constituyan sindicatos, valiéndose éstos de la huelga para presionar al Estado y los entes públicos

y ello se opone a la prohibición constitucional regulada en el Art. 221 Cn.

(3). Para el análisis sobre el planteamiento apropiado de las pretensiones de inconstitucionalidad

también es importante tomar en cuenta la tipología de éstas, a partir de la clase de vicio que se

atribuye a las disposiciones impugnadas, pues como ha dicho esta Sala (por ejemplo, en la

sentencia de inconstitucionalidad 33-37-2000, del 31-VIII-2001), los motivos de

inconstitucionalidad pueden considerarse en el orden que resulte más idóneo para la decisión,

aunque siempre en congruencia con las pretensiones planteadas. Así por ejemplo, el efecto que

tiene la constatación de un vicio de forma es la expulsión, del ordenamiento jurídico salvadoreño,

de todo el cuerpo normativo impugnado por ese motivo y sería entonces innecesario examinar los

motivos de contenido. Por ello es conveniente iniciar el análisis, incluso en el nivel de

verificación de la configuración adecuada de la pretensión, con las que se refieran a un supuesto

vicio de forma de la normativa impugnada.

A. El ciudadano Torres Rivera ha planteado la pretensión de inconstitucionalidad por vicio de

forma del Convenio de la OIT Nº 87, porque en el procedimiento legislativo correspondiente, la

Asamblea Legislativa violó el Art. 145 Cn., al haber omitido realizar las reservas necesarias –en

vez de ratificarlo en todas sus partes–, ya que dicho Convenio viola los Arts. 47 y 221 Cn. Sobre

la utilización del Art. 145 Cn., como parámetro de control dentro de la alegación de un vicio de

forma, esta Sala, en la sentencia citada en el párrafo anterior, ha dicho "es necesario aclarar que el

art. 145 Cn. representa, en relación con los tratados, una manifestación más del principio de

supremacía constitucional contenido específicamente en el art. 246 Cn., respecto del cual, y desde

la Sentencia de 14-II-1997 dictada en el proceso de Inc. 15-96, esta Sala afirmó que "sustentar

como argumento que una ley es inconstitucional porque viola el principio de supremacía

constitucional, es incurrir en (...) una frase carente de sentido por sí misma"; ello porque la

violación a la supremacía constitucional es un asunto que se determina como resultado del

examen de compatibilidad entre el parámetro y el objeto de control, y por lo tanto no puede

tenerse como el argumento lógico-jurídico suficiente del actor, para establecer la

inconstitucionalidad solicitada. Lo dicho basta para concluir que, al no estar adecuadamente

configurada la pretensión sobre este motivo de inconstitucionalidad, debe sobreseerse en la

presente sentencia."

Parece claro que en este caso se trata de una argumentación deficiente, con relación al supuesto

contraste internormativo exigido dentro del fundamento fáctico de la pretensión de

inconstitucionalidad, pues para ello se utiliza como premisa (que el Convenio viola la

Constitución –en los Arts. 47 y 221 Cn.–) lo que se afirma en la conclusión (que el Convenio

viola la Constitución –en el Arts. 145 Cn., que prohíbe ratificar tratados que contradigan la

Constitución–). De este modo, aunque se invoquen parámetros de control diversos, por el

contenido de uno de éstos, se expone como fundamento de lo que se debe demostrar (una

contradicción de la disposición impugnada con la Constitución), precisamente aquello que es

objeto de la demostración (que la disposición impugnada contradice la Constitución). Esta Sala

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no puede examinar pretensiones de inconstitucionalidad formuladas como peticiones de principio

o círculos viciosos, lo que se constata en el presente caso desde la propia formulación textual del

motivo planteado por el demandante. En consecuencia, se sobreseerá con relación a este motivo.

B. En cuanto a las supuestas violaciones del Art. 221 Cn. (prohibición de huelga a los

trabajadores públicos) –motivo en el que coinciden ambos demandantes– y la de los Arts. 131

ord. 9º y 227 Cn. (principio de legalidad presupuestaria) –motivo alegado únicamente por el

ciudadano Muñoz Canizález– es necesario analizar la estructura de la argumentación utilizada,

para identificar la o las premisas fundamentales en que los pretensores sustentan su

planteamiento.

a. En cuanto al primero de dichos motivos de contenido, el ciudadano Muñoz Canizález expresó

que el derecho de libertad sindical "comprende también la libre utilización por los mismos

sindicatos de todas las vías y procedimientos que el ordenamiento ofrece para la defensa de los

trabajadores (…) Si los servidores públicos tienen reconocido y ejercen un derecho a formar

sindicatos, ¿Qué derechos harán valer a través de dicha asociación laboral? Esos derechos no

pueden ser otros que los derechos gremiales o laborales (…) Y, por supuesto, entre esos derechos

está el derecho a la huelga".

En similar sentido, la segunda demanda sostuvo que el Art. 2 del Convenio "tiene como objeto o

finalidad, la habilitación para que los servidores públicos constituyan sindicatos (habilitación que

como ha quedado demostrada es inconstitucional), valiéndose los sindicatos de la huelga para

presionar al Estado y a los entes públicos, para lograr sus objetivos (…) ambas figuras, la

sindicalización y la huelga, se encuentran natural y lógicamente unidas, en tanto, no se puede

concebir un sindicato sin la capacidad de negociar condiciones de trabajo y de utilizar la huelga

como un medio de presión para la solución de los conflictos laborales, siendo claro, pues, que el

derecho a la libre sindicalización y el derecho a la huelga son concomitantes (...) Si no es así,

carece de sentido que se organicen en sindicato (…) –también dijo que– dentro del género

conocido de los derechos de libertad sindical se incluye, además de los derechos de organización,

los derechos de actividad o acción del sindicato, necesarios para el cumplimiento de su finalidad

institucional de representación y defensa de los intereses de los trabajadores, y, entre ellos,

típicamente los de negociación colectiva, huelga y conflicto colectivo (…) los Arts. 2 y 3 del

Convenio 87 son inconstitucionales, porque es a partir de dicha regulación que existe una

habilitación legal que garantiza y reconoce a los trabajadores sin distinción alguna el derecho de

huelga, en tanto dicho derecho solo puede ser concebido y reconocido como tal en un sistema de

libertad sindical (…) un sindicato sin derecho a huelga quedaría, en una sociedad democrática,

vaciado prácticamente de contenido."

Por otra parte, con relación al motivo de supuesta contradicción entre el derecho de negociación

colectiva de los empleados públicos y el principio de legalidad presupuestaria, la primera

demanda expresa literalmente: "También el reconocimiento del derecho de la libertad sindical a

los servidores públicos les autoriza a ejercer el derecho a la negociación colectiva, lo cual

contraría los arts. 131 número 9 y 227 de la Constitución."

b. La reseña anterior de los argumentos principales utilizados por los demandantes pone de

manifiesto que las alegaciones relativas a la contradicción de los Convenios con la prohibición

constitucional de huelga de los empleados públicos y con el principio constitucional de legalidad

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presupuestaria tienen una premisa común: tanto el derecho de huelga como el de negociación

colectiva son expresiones del derecho de libertad sindical. En otras palabras, estas dos

violaciones constitucionales alegadas derivan o dependen del reconocimiento del derecho de

libertad sindical a los empleados públicos, cuestión que también ha sido sometida a conocimiento

de esta Sala, como un motivo separado e independiente, pero que, según la fundamentación

fáctica de las pretensiones analizadas, subordinaría, implicaría u originaría, como vicios de

inconstitucionalidad "derivados", la contravención a los Arts. 131 Ord. 9º, 221 y 227 Cn. Ello

significa que, en la argumentación de los demandantes, las violaciones a los artículos

constitucionales antes citados no surgen directamente del contenido atribuido a las disposiciones

impugnadas, sino de un elemento intermedio o de una premisa que a su vez debe ser examinada

por esta Sala. Las pretensiones de inconstitucionalidad con relación a los Arts. 131 Ord. 9º, 221 y

227 Cn., carecen de autonomía impugnativa o son vicios que están ligados con o que desembocan

en la supuesta violación del Art. 47 inc. 1º Cn., de modo que dichas pretensiones adolecen de una

configuración inadecuada, porque la violación constitucional esgrimida no deriva directamente

del contenido de las disposiciones objeto de control (véase en similar sentido el auto de

improcedencia pronunciado en el proceso de inconstitucionalidad 13-2005, del 7-VI-2005). Por

lo anterior, se sobreseerá con relación a estos dos motivos.

(4). Se expresa a continuación, para claridad sobre los fundamentos y alcances de la presente

sentencia, el orden que esta Sala seguirá en el estudio del motivo de inconstitucionalidad

planteado, con relación a la supuesta violación del Art. 47 inc. 1º Cn., por los Convenios de la

OIT Nº 87 y 98, impugnados en este proceso. En una primera parte (Considerando III): (1) se

expondrán algunas consideraciones sobre la relación entre el derecho a la libre asociación y el

derecho de libertad sindical; (2) luego se analizarán los aspectos generales del contenido de este

último (derecho a la libertad sindical); (3) y de su justificación, a partir de las condiciones de los

trabajadores en el sector privado; (4) para proceder a la exposición de algunas de las principales

manifestaciones de ese derecho de libertad sindical. En la segunda parte (Considerando IV): (1)

se expresará la caracterización básica del vínculo laboral que une al Estado con los empleados

públicos; (2) su justificación; (3) su reflejo en la estabilidad laboral de los empleados públicos;

(4) así como en el principio constitucional de legalidad presupuestaria; y (5) en la prohibición

constitucional de huelga de los empleados públicos. Finalmente (Considerando V): (1) se

concretará el alcance del parámetro de control invocado; (2) y se analizarán las disposiciones

impugnadas en este proceso, determinando así el alcance del presente fallo.

III. (l). El derecho a la libre asociación es reconocido en el artículo 7 de la Constitución, que

establece: "Los habitantes de El Salvador tienen derecho a asociarse libremente y a reunirse

pacíficamente y sin armas para cualquier objeto lícito. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a

una asociación". Al respecto, se ha entendido por esta Sala que el derecho de libre asociación es

la libertad de los habitantes para constituir y participar en agrupaciones permanentes, cuya

finalidad es la consecución de fines pacíficos y lícitos, comunes a quienes las integran. Así

también, que su contenido constituye un ámbito de autonomía complejo que alcanza, tanto al

derecho para crear asociaciones -derecho subjetivo individual a asociarse- como al

establecimiento de condiciones de libre desenvolvimiento de aquéllas -régimen de libertad para

las asociaciones-.

Sobre los aspectos anteriores se ha dicho que el derecho subjetivo individual a la libre asociación

implica que la persona titular del mismo tiene la libertad para constituir una asociación, ingresar a

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una ya existente, dejar de ingresar e incluso dejar de pertenecer voluntariamente a una de la que

ya es miembro. El derecho a la libre asociación comprende un aspecto positivo, que es la libertad

de asociarse, y un aspecto negativo, que es la libertad de no asociarse. En su faceta positiva,

consiste en la libertad de constituir asociaciones o de adherirse libremente a las ya existentes, sin

que los órganos y entes públicos o los particulares puedan impedirlo arbitrariamente; y, en su

perspectiva negativa, implica la exclusión de cualquier forma de obligatoriedad de adhesión a una

asociación determinada, esto es, la imposibilidad que el titular del derecho pueda ser compelido a

formar parte de una asociación.

Por otro lado, toda asociación legalmente constituida tiene la capacidad para auto organizarse, es

decir, para buscar los mecanismos que le permitan lograr sus fines; en ese sentido, el

ordenamiento jurídico confiere capacidad normativa a la asociación por medio de las personas

que la constituyen, capacidad que encuentra su materialización en los estatutos de la misma, los

que a su vez alcanza con el establecimiento de las condiciones internas de funcionamiento de

ésta, así como con la regulación de la condición jurídica de sus miembros, concretamente con el

establecimiento de sus derechos y deberes.

Dentro del concepto de asociación pueden incluirse diferentes formas asociativas, entre las que

están: las de carácter personal, que pretenden satisfacer necesidades morales, recreativas o

intelectuales de sus miembros, como lo son las asociaciones religiosas, culturales, deportivas,

etc.; las de carácter económico, cuya finalidad principal es el lucro, entre las cuales se pueden

citar las diferentes formas de sociedades civiles y mercantiles; las asociaciones de carácter

político, como los partidos políticos; las asociaciones de naturaleza socio-económica, cuyo

objetivo es lograr el mejoramiento de la condición económica y social de sus miembros. Este

último es el caso de los sindicatos. Es decir que el derecho de libertad sindical constituye una

manifestación más del derecho de libertad en general y del derecho de asociación en particular,

vinculado a su vez con la libertad de trabajo y de industria.

(2). La libertad sindical es el derecho de los trabajadores y patronos particulares a formar

asociaciones con objetivos no lucrativos, tiene como fundamento la concreción de los derechos

de igualdad jurídica en las relaciones laborales y de libertad económica. Es un derecho

constitucionalmente reconocido, por medio del cual se permite a los trabajadores y patronos

lograr fines lícitos y pacíficos con relación a la protección de sus intereses, quienes para ejercerlo

deben cumplir con los requisitos y condiciones legal y constitucionalmente establecidas.

En cuanto a las características jurídico-constitucionales del derecho fundamental de libertad

sindical, cabría apuntar las siguientes: Posee dos facetas: como libertad sindical individual se

predica de los trabajadores y como libertad sindical colectiva se establece respecto de los

sindicatos ya constituidos. Se concreta en una libertad positiva –para constituir un sindicato

(libertad de constitución) y para afiliarse a uno ya constituido (libertad de afiliación)-, y en una

libertad negativa –como libertad para no sindicarse o para abandonar el sindicato al que estuviese

afiliado-. La libertad sindical colectiva, por su parte, se concreta en una serie de facultades

específicas tales como la libertad de reglamentación, la libertad de representación, la libertad de

gestión, la libertad de disolución y la libertad de federación (sentencia de amparo 472-2005, del

5-XII-2006).

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La libertad sindical, como derecho fundamental, exige algo más que su simple reconocimiento

jurídico, puesto que debe ser garantizado frente a todos aquellos sujetos que pudieran atentar

contra ella (el Estado, los empresarios u organizaciones empresariales o el propio sindicato). En

definitiva, el derecho fundamental a la libre sindicación constituye en la actualidad una conquista

irrenunciable e irreversible en el marco de la defensa de los intereses laborales, a los cuales

pueden optar en un plano de igualdad patronos y trabajadores (art. 204 CT), en especial, estos

últimos, quienes pueden encontrarse imposibilitados de negociar de modo individual condiciones

laborales equitativas con la entidad patronal (sentencia pronunciada por la Sala de lo Contencioso

Administrativo de la Corte Suprema de Justicia, en el proceso 133-S-01, del 15-VI-2005).

En similares términos, con el enfoque de los derechos humanos se ha reconocido que: "la libertad

de asociación, en materia sindical, reviste la mayor importancia para la defensa de los intereses

legítimos de los trabajadores y se enmarca en el corpus juris de los derechos humanos. La

libertad de asociación, en materia laboral, en los términos del artículo 16 de la Convención

Americana, comprende un derecho y una libertad, a saber: el derecho a formar asociaciones sin

restricciones distintas a las permitidas en los incisos 2 y 3 de aquel precepto convencional y la

libertad de toda persona de no ser compelida u obligada a asociarse. El Protocolo de San Salvador

de 17 de noviembre de 1988, en su artículo 8.3, recoge la misma idea y precisa que, en materia

sindical, "nadie podrá ser obligado a pertenecer a un sindicato" (Corte Interamericana de

Derechos Humanos, Caso Baena Ricardo y otros versus Panamá, Sentencia de 2 de febrero de

2001).

Entonces, los sindicatos son organizaciones compuestas o integradas por personas que, ejerciendo

el mismo oficio o profesión, u oficios o profesiones conexas, se juntan para la protección de los

intereses que les son comunes. Se trata de asociaciones de personas que no son exclusivas de la

clase obrera, ya que también se pueden establecer por los patronos, sean éstos, personas

individuales o colectivas -en cuyo caso actúan por medio de sus representantes-. Se trata de entes

colectivos cuyo objeto es la defensa de intereses comunes respecto de la actividad laboral de sus

integrantes, al punto que puede afirmarse que lo que permite distinguir a un sindicato de las

asociaciones en términos generales -creadas en el ejercicio del derecho de libertad de asociación,

artículo 7 Cn.-, es su objetivo principal, el cual consiste en mejorar las condiciones de trabajo e

intereses "propiamente laborales" de sus agregados, esto es, los intereses económicos, sociales y

profesionales que como trabajadores buscan garantizar y proteger.

La libertad sindical confiere a las organizaciones de trabajadores y de empleadores el derecho de

organizar sus actividades y de formular sus programas de acción, con miras a defender todos los

intereses profesionales de sus miembros, dentro del respeto de la legalidad. Ello abarca, en

particular, el derecho de celebrar reuniones sindicales, el derecho de los dirigentes de tener

acceso a los lugares de trabajo, mantener contactos con los miembros de la dirección y, en

términos más generales, toda actividad relativa a la defensa de los derechos de sus miembros

(HUMBLET, M. et al, "La normas internacionales del trabajo. Un enfoque global", en: Oficina

Internacional del Trabajo, Biblioteca Electrónica de Normas Internacionales del Trabajo,

Ginebra, 2003, disco compacto, p. 28).

(3). En el caso del trabajador privado, la relación laboral que establece con su patrono es de tipo

convencional, por ello, en la formación del contrato, que sirve como título de la relación y en el

que se determinan los derechos y obligaciones de las dos partes, interviene la voluntad de éstos,

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en función de sus respectivos intereses particulares. Sin embargo, es claro que en el

cumplimiento de su finalidad la empresa privada puede paralizarse, quedando a expensas de las

vicisitudes de las crisis económicas, con lo cual los trabajadores del sector privado están inmersos

en la incertidumbre de la competencia entre los patronos y de los riesgos que derivan de la falta o

disminución de trabajo. Ante estas eventualidades, el trabajador privado se encuentra en posición

de desventaja frente al patrono, ya que puede ser cesado de su trabajo -con o sin indemnización-

pues aunque existan ciertas condiciones legales que el patrono debe cumplir, ocurre a veces que

éste no las tiene en cuenta y sin que haya causa legal justificada rescinde el contrato.

La estabilidad laboral, en el sector privado sólo se reconoce a los dirigentes sindicales -de

acuerdo al contenido del inciso final del artículo 47 Cn.-, que al respecto establece: "Los

miembros de las directivas sindicales deberán ser salvadoreños por nacimiento y durante el

proceso de su elección y mandato, y hasta después de transcurrido un año de haber cesado en sus

funciones, no podrán ser despedidos, suspendidos disciplinariamente, trasladados o desmejorados

en sus condiciones de trabajo, sino por justa causa calificada previamente por la autoridad

competente". El fuero sindical no es una simple garantía contra el despido, sino contra todo acto

atentatorio de la libertad sindical (verbigracia, desmejora en las condiciones de trabajo, traslado a

otro establecimiento de la misma empresa sin causa justificada etc.). Es decir, si bien el despido

se erige como la sanción de consecuencias más graves, no es la única. Pero, como se ha dicho,

esta garantía no rige para los demás trabajadores, sino sólo para los dirigentes sindicales. Es por

ello que, frente a esas circunstancias posibles en el ámbito laboral entre particulares, se entiende

que a través de la sindicación los trabajadores pueden defender y buscar mejorar sus

condiciones laborales.

(4). Dentro de ese marco tienen lugar las principales manifestaciones del ejercicio del derecho a

la libertad sindical. Los sindicatos -como manifestación de la libertad sindical-, para alcanzar su

objetivo o finalidad, buscan establecer con el patrono o dueño del medio de producción una

negociación o contratación colectiva, delimitando así: el contenido de la relación laboral; la

proyección económica y social de la relación; la política salarial que el sindicato deberá ejercitar

en función de los elementos económicos en juego, así como también el nivel de empleo; los

precios; y, en cierta forma, los beneficios del empresario y las retribuciones o compensaciones de

los trabajadores como fuerza laboral determinante de la producción de aquellos beneficios o

lucros. Además, mediante la negociación colectiva se determina la conveniencia o inconveniencia

de llevar un posible conflicto laboral a arbitraje, así como las responsabilidades sociales,

económicas y jurídicas de las partes.

La negociación colectiva se concibe como la actividad o proceso encaminado a la conclusión de

un acuerdo colectivo. En las normas internacionales del trabajo, la expresión "negociación

colectiva" comprende todas las negociaciones que tienen lugar entre un empleador, un grupo de

empleadores o una organización o varias organizaciones de empleadores, por una parte, y una

organización o varias organizaciones de trabajadores, por otra, con el fin de: a) fijar las

condiciones de trabajo y empleo, o b) regular las relaciones entre empleadores y trabajadores, o

c) regular las relaciones entre empleadores o sus organizaciones y una organización o varias

organizaciones de trabajadores. Por su finalidad y contenido, se comprende fácilmente que los

acuerdos o convenios derivados de la negociación colectiva sea una de las fuentes principales del

Derecho del Trabajo. (HUMBLET, M. et al, "La normas internacionales del trabajo. Un enfoque

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global", en: Oficina Internacional del Trabajo, Biblioteca Electrónica de Normas Internacionales

del Trabajo, Ginebra, 2003, disco compacto, pp. 34-35).

Como otra de las expresiones más importantes de la libertad sindical, se reconoce que los

trabajadores, para poder fomentar y defender sus intereses, necesitan disponer de medios de

acción que les permitan ejercer presiones para el logro de sus reivindicaciones. En una relación

económica tradicional, uno de los medios de presión de que disponen los trabajadores consiste en

interrumpir la prestación de sus servicios retirando temporalmente su fuerza de trabajo, con

arreglo a diversas modalidades, con lo cual se trata de ocasionar un costo al empleador para

inducirlo a hacer concesiones. Si bien no figura expresamente en la Constitución de la OIT y

tampoco está específicamente reconocido en los Convenios núms. 87 y 98, en el Derecho

Internacional del Trabajo se considera que el derecho de huelga es uno de los derechos

fundamentales de los trabajadores y de sus organizaciones, aunque únicamente en la medida en

que constituya un medio de defensa de sus intereses económicos.

Se trata entonces de una manifestación concreta del derecho de sindicación, pero no es un

derecho absoluto y, en circunstancias excepcionales, pueden preverse restricciones e incluso

prohibiciones del mismo respecto de algunas categorías de trabajadores. En las propias normas

internacionales del trabajo se admite que si el derecho de huelga es objeto de restricciones o de

prohibiciones, los trabajadores que se vean así privados de un medio esencial de defensa de sus

intereses socioeconómicos y profesionales deberían disfrutar de garantías compensatorias. Por

ejemplo, de procedimientos de conciliación y de mediación, que, en caso de que se llegase a un

punto muerto en las negociaciones, abrieran paso a un procedimiento de arbitraje que gozase de

la confianza de los interesados (Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y

Recomendaciones, "Estudio general de 1994. Libertad sindical y negociación colectiva: El

derecho de huelga", en: Oficina Internacional del Trabajo, Biblioteca Electrónica de Normas

Internacionales del Trabajo, Ginebra, 2003, disco compacto). Todo ello resulta lógico e incluso

es necesario si el trabajador se encuentra inmerso en el sector privado de la producción.

En este punto vale la pena aclarar que, como manifestación del derecho de libertad sindical, que

en su dimensión individual se predica de los trabajadores, la titularidad del derecho de huelga no

se atribuye exclusiva e indefectiblemente a los sindicatos. Un trabajador no tiene que afiliarse a

un sindicato para ejercer su derecho a la huelga, porque precisamente en ello radica el aspecto

negativo de la libertad sindical. Del mismo modo y como se ha dicho, el reconocimiento de la

libertad sindical no es incompatible con una restricción o hasta prohibición del derecho de

huelga. Menos puede aceptarse una inferencia basada en un sentido inverso de la relación: que la

imposición de una prohibición de huelga implique el reconocimiento del genérico derecho de

libertad sindical, sobre todo si la primera se inserta en un contexto laboral y en un régimen

jurídico diverso del que justifica el segundo.

IV. (1). A diferencia de los trabajadores privados, en el sector público, la relación laboral que se

establece entre el servidor y el Estado está unilateralmente determinada por este último, quien -de

forma general e impersonal- establece por mandato constitucional y legal, las condiciones de los

servicios públicos y decide, por complejos mecanismos, a quién se nombra para la prestación de

los mismos, con lo cual, el nexo que liga a los servidores públicos con el Estado es de derecho

público administrativo (SÁNCHEZ MORÓN, M., Derecho de la función pública, Madrid,

Tecnos, 2ª. Ed., 1997, p. 23; PAREJO ALFONSO, L. et al, Manual de Derecho Administrativo,

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Parte Especial, Barcelona, Ariel, 5ª. Ed., 1998, Vol. 2, p.4; y RENNELA, M., "Empleo público.

Naturaleza jurídica de la relación de empleo público y sus consecuencias. La situación en la

jurisprudencia", en: AGUILAR VALDEZ, O. et al, Organización administrativa, función pública

y dominio público, Buenos Aires, Rap, 2005, p. 248).

La jurisprudencia de este Tribunal ha reconocido que: "en el sistema constitucional salvadoreño

aparece evidente que, en cuanto la organización administrativa en abstracto es conformada por un

acto material y formalmente legislativo, se trata de la configuración de un régimen jurídico

general, impersonal, unilateralmente determinado por el Estado. Lo anterior significa que el acto

jurídico que estipula en abstracto la organización administrativa, y que incluye - claro está - el

número y distribución de plazas, es una ley; en consecuencia, la determinación de los derechos y

deberes de los servidores públicos - ingreso, estabilidad, ascenso, etcétera - derivan de una

situación general e impersonal, no de una situación contractual (…) De lo dicho en los párrafos

anteriores, deviene que la situación jurídica general de cada servidor público -en atención al

principio de conveniencia pública, derivación de la preeminencia del interés público sobre el

interés privado, art. 246 inc. 2º de la Constitución, que se citó arriba- se diseña por el legislador

en atención al interés público, no para casos individuales o particulares" (sentencia de

inconstitucionalidad 17-95, del 14-XII-1995).

De igual manera, se ha determinado que: "El servidor público, desde el momento que asume su

función y en ciertos casos desde que jura desempeñar fielmente el cargo, contrae múltiples

deberes que son propios de su labor, es decir, obligaciones que imperativamente debe cumplir y

que se vinculan, en mayor o menor medida, al correcto desempeño de su cometido, al máximo

grado de dedicación y eficacia que debe poner al realizarlo" (sentencia de inconstitucionalidad 4-

88, del 20-VI-1999).

Lo anterior implica que el trabajador que ingresa al servicio de la Administración Pública se

coloca en una situación jurídica objetiva, definida legalmente y, por ello, modificable por uno u

otro instrumento normativo de acuerdo con los principios de constitucionalidad y de legalidad,

sin que, consecuentemente, pueda exigir que la situación estatutaria quede congelada en los

términos en que se hallaba regulada al tiempo del ingreso, o que se mantenga la situación

administrativa que se está disfrutando, porque ello se integra en las determinaciones unilaterales

lícitas del legislador, al margen de la voluntad de quien entra al servicio de la Administración,

quien, al hacerlo, acepta el régimen que configura la relación estatutaria del empleado público.

(2) La naturaleza jurídica de ese vínculo deriva de la organización constitucional del servicio que

se presta, de la actividad administrativa que se cumple en relación con un interés de carácter

general que prevalece sobre el de los particulares. El servidor público efectúa una actividad de

orden y naturaleza pública, a través de la cual el Estado cumple, por mandato constitucional, con

un servicio a desarrollar en bien de la población en general y sin fines de lucro. En el caso del

servidor público, el interés que determina su labor se vincula estrictamente con las necesidades y

conveniencias generales, delimitadas por el ordenamiento jurídico –Constitución y leyes

administrativas- y desarrolladas por los entes públicos. El interés que se satisface es el interés de

la población, que es la que recibe los servicios públicos –seguridad ciudadana, salud pública,

educación, etc.– o ve realizadas debidamente las funciones públicas. Por lo anterior es aceptable

concebir al servicio público como una función social del Estado, fundamento de un imperativo

ético y no sólo jurídico, el cual se hace extensivo a todo el estamento funcional, sin distinción de

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rangos ni jerarquías; por tanto, se supone que no exista entre el servidor y la administración

pública una oposición de intereses, ya que a ésta no se le puede concebir como un mero patrono -

pues no persigue el lucro- ni a aquéllos como meros trabajadores.

De este modo, con relación al servicio público, las normas que rigen la relación laboral no ponen

el acento en la tutela del trabajador, ni en la visión del beneficio económico de la empresa, sino,

por el contrario, en el ejercicio permanente, continuo y eficaz de la función administrativa como

medio para la obtención del bien común. En consecuencia, la aplicación de las normas laborales

al empleo público debe tener, en rigor, un carácter instrumental, supletorio, analógico y

condicionado que exige, en todos los supuestos, un juicio previo de compatibilidad

(RODRÍGUEZ, M., "La laboralización del empleo público. Sentido y consecuencias", en:

AGUILAR VALDEZ, O. et al, Organización administrativa, función pública y dominio público,

Buenos Aires, Rap, 2005, p. 317; y SÁNCHEZ MORÓN, M., Derecho de la función pública,

Madrid, Tecnos, 2ª. Ed., 1997, p. 81).

En tal sentido, el Estado no puede ni debe confundirse con la categoría patronal, antes bien debe

observarse como un medio o instrumento ingeniosamente establecido por el pueblo y para el

pueblo, por el ciudadano y para el ciudadano, por una democracia acorde a la concepción

personalista plasmada en el Art. 1 Cn., que en lo pertinente proclama: "El Salvador reconoce a la

persona humana como el origen y el fin de la actividad del Estado, que está organizado para la

consecución de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común." De manera que el concepto

de patrono o patronos es constitucionalmente incompatible en la relación de funciones públicas.

La extensión del concepto "patrono" respecto del Estado o de sus funcionarios dentro del

gobierno es desde luego un acomodo figurado o una licencia terminológica, pero en modo alguno

corresponde a su significado propio o estricto. Con todo, si se admite la calidad "patronal" del

Estado o de sus funcionarios, dicha calidad no puede ser cien por ciento equivalente a la de los

sujetos comprendidos por el significado estricto del término. Otro tanto acontece en el extremo

opuesto: quien sirve en la función pública desempeña un trabajo no equiparable en un cien por

ciento al que desempeña un trabajador ordinario o tradicional; todo porque, en realidad, el

destinatario de los servicios públicos que debe asumir el Estado es el pueblo (MEILAN GIL, J.L.,

"El servicio público en el Derecho actual", en: Revista de Derecho Administrativo, Año 6,

Buenos Aires, Depalma, 1993, p. 348).

(3). En el sector público, a consecuencia de la relación que existe entre el Estado y sus servidores,

éstos sólo pueden ser separados de sus cargos o empleos, a partir de causa legal justificada y a

través de los medios procesales previamente establecidos por ley. La Constitución, en sus

artículos 218 al 222 establece el régimen administrativo, por medio del cual no sólo se establecen

las condiciones de ingreso del servidor público a la administración, sino además, se reconoce en

la norma constitucional que estas personas gozan de estabilidad laboral. Los servidores públicos,

a diferencia de los trabajadores del sector privado, cuentan en este punto con una serie de

prerrogativas derivadas del hecho que el Estado y los servicios públicos que presta son

permanentes; no pueden, de manera alguna, dejar de cumplir sus funciones.

En armonía con las ideas antes expuestas, este Tribunal ha aclarado que el derecho a la

estabilidad laboral "no está concebido en beneficio de la persona física que ocupa el cargo, sino

que el mismo actúa como garantía para que las actuaciones de los servidores públicos se ajusten a

la Constitución y a la ley. Y es que la estructura orgánica del Estado no responde a intereses

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particulares, sino que debe considerarse portadora de un interés público, por lo que el elemento

garantizador de la situación del servidor público -la estabilidad en el cargo- es, en puridad,

garantía de la realización del interés público. Es en tal contexto que debe entenderse la protección

del servidor público, pues, si partimos de la idea que el interés público está presente en la

estructura orgánica del Estado, tal protección al servidor público obedece a dos razones

concretas: la primera de tipo político, en el sentido que deben neutralizar las denominadas

políticas de despojo, esto es, obligar al servidor público a servir a intereses partidarios por el

temor a la destitución, cesación o despido; y la segunda de tipo técnico, en el sentido que la

estabilidad en el cargo es exigida por la especialización de las funciones a través de la

experiencia en el cargo. La regulación sobre las potestades, competencias y funciones públicas

exige que sea garantizado el cumplimiento objetivo y riguroso de las disposiciones legales,

objetivo éste que se ve facilitado asegurando al servidor público que si cumple con los deberes de

su cargo no será arbitraria, discrecional o abruptamente destituido o cesado" (sentencia de

amparo 151-97, de 8-XII-1998).

(4). Por otra parte, el régimen de Derecho Público a que están sometidos los servidores públicos

se coordina con el principio según el cual los funcionarios del Estado no son más que delegados

del pueblo, quien en definitiva es el beneficiario de todo cuando debe ejecutar el Estado por

medio de aquellos delegados. Como sostuvo este Tribunal en la Sentencia de inconstitucionalidad

8-97 Ac., de 23-III-2001, "El principio de legalidad –o mejor aun, de juridicidad– es una

exigencia derivada del Estado de Derecho, y se expresa de dos maneras, sea que proyecte su

incidencia sobre la actuación de los particulares, o sobre la actuación de los funcionarios

públicos. En una primera dimensión, y visto el art. 8 Cn. en conexión con el art. 1 Cn., la

juridicidad implica que la persona humana, en ejercicio de su libertad inherente, puede realizar

todas aquellas conductas que no le estén prohibidas por la ley, o dejar de hacer todas aquellas

conductas que no le estén mandadas por la ley (…) la ley se convierte para la persona natural en

una vinculación negativa, es decir, una limitación a un ámbito de actuación que, en principio, es

general y amplio y depende del libre albedrío de la persona humana. En cambio, en una segunda

dimensión, y visto el art. 8 Cn. en conexión con el art. 86 inc. 3° Cn., se establece que los

órganos estatales y entes públicos, actuando por medio de los funcionarios públicos, deben hacer

aquello que la ley les manda hacer, y deben abstenerse de hacer aquello que la ley no les autoriza

hacer; es decir que desde su creación y asignación de atribuciones, los entes públicos y órganos

estatales están sometidos al alcance del mandato recibido por la ley que, en este caso, se

convierte para ellos en una vinculación positiva."

La precisión sobre la denominación de este principio, en el sentido que es preferible identificarlo

como "juridicidad" se debe a que la expresión "ley" utilizada en el Art. 86 de la Constitución,

comprende en primer término al contenido de las disposiciones de la propia Ley Fundamental –

por lo que también se habla del principio de constitucionalidad–. Esto es importante resaltarlo

sobre todo en el caso que, como en el presente, una interpretación basada en la indispensable

coherencia y concordancia práctica de las normas constitucionales determina que únicamente con

base en una regulación expresa de la propia Ley Suprema, sería posible reconocer ciertas

facultades o atribuciones de los funcionarios públicos. En definitiva, no puede aplicarse a éstos la

dimensión de vinculación negativa que sólo es admisible con relación a las personas particulares,

tal como se ha planteado en los informes relacionados en la presente sentencia (Considerando,

apartados I.4.B.a y I.5.B.a).

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La fuerte e ineludible vinculación del principio de constitucionalidad, a diferencia de lo que se

expone en el informe respectivo, relacionado en el Nº 5 del Considerando I, es reconocida en el

seno de la Asamblea Legislativa, pues en la propuesta del proyecto de Acuerdo de Reformas

Constitucionales Nº1 –aludida en la fotocopia certificada de las discusiones de la Comisión

Legislativa que analizó la aprobación de los Convenios de la OIT impugnados en este proceso–,

que se refiere al Art. 47 Cn., los considerandos literalmente expresan: "I. Que la Constitución de

la República en su artículo 47 consagra el derecho de sindicación de los trabajadores privados, y

con relación a los trabajadores del sector público, reconoce únicamente este derecho a los

trabajadores de las instituciones oficiales autónomas. II. Que los demás trabajadores del Estado y

municipales, son parte de la clase trabajadora en general, por lo que se hace necesario regular el

ejercicio del derecho de libre sindicación a favor de los mismos, excluyendo los que de acuerdo a

la Constitución y Convenios Internacionales no pueden gozar de este derecho. III. Que

careciendo nuestro ordenamiento constitucional de disposiciones habilitantes para el ejercicio del

derecho de libre sindicación por parte de todos los trabajadores del Estado y municipales, es

necesario emitir las reformas constitucionales pertinentes." Ante esa especie de confesión, relevo

de prueba.

Por otro lado, dentro de las expresiones concretas de los principios de constitucionalidad y de

legalidad en esta materia, toda pretensión de mejora laboral de los servidores públicos está sujeta

al previo cumplimiento del contenido y alcance de los principios indicados, por parte del ente

estatal responsable. Es decir, según dichos principios, los entes del Estado sólo pueden hacer

aquello que la norma jurídica les faculta, debiendo abstenerse de aquello que la norma no les

autoriza. Por ejemplo, la Constitución no establece la atribución para que el titular de una

institución estatal negocie colectivamente condiciones laborales distintas a las que el régimen del

sector admite. Vale señalar el caso de las mejoras salariales, en donde el ente del Estado no puede

sustraerse del marco legal y hacer cambios de partidas presupuestarias, ya que éstas permanecen

delimitadas presupuestariamente para cada año fiscal por la Asamblea Legislativa y se contienen

en la Ley de Presupuesto y la Ley de Salarios correspondientes a ese período, por lo que todo

cambio de asignación sobre salarios supone una reforma a la ley por parte de la Asamblea

Legislativa, situación que queda fuera del marco de competencia de los demás entes públicos.

Consecuentemente, la falta de autorización constitucional a que se hace referencia no representa

un olvido u omisión o una laguna que pueda suplirse en uso de poderes discrecionales.

En reflejo de la vinculación positiva del principio de constitucionalidad, según se expuso en el

párrafo antecedente, las únicas excepciones a esa competencia reservada a la Asamblea

Legislativa en la eventual modificación de partidas presupuestarias, se regulan expresamente en

la propia Ley Suprema, que en el Art. 229 establece: "El Organo Ejecutivo, con las formalidades

legales, podrá efectuar transferencias entre partidas de un mismo ramo u organismo

administrativo, excepto las que en el Presupuesto se declaren intransferibles. Igual facultad tendrá

el Organo Judicial en lo que respecta a las partidas de su presupuesto, cumpliendo con las mismas

formalidades legales."

(5). De igual manera, entre las particularidades esenciales del régimen estatutario de los

empleados públicos puede mencionarse la prohibición constitucional establecida en el Art. 221

Cn., que se relaciona con la continuidad de la función administrativa y de servicios públicos, ya

aludida. Como fundamento de dicha prohibición, la doctrina expone que "…la continuidad

integra el sistema jurídico o "status" del servicio público, todo aquello que atente contra dicho

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sistema jurídico, o contra dicho "status", ha de tenerse por "ajurídico" o contrario a Derecho, sin

que para esto se requiera una norma que expresamente lo establezca, pues ello es de "principio"

en esta materia; correlativamente, para admitir, la licitud de los actos que vulneren ese sistema

jurídico es indispensable la existencia de una norma que así lo autorice. De todo esto deriva la

ilicitud e improcedencia de la huelga en materia de servicios públicos (…) La huelga es el hecho

que subordina el funcionamiento de un servicio público, es decir, la satisfacción de una necesidad

general, a los intereses particulares de los agentes. Por respetables que fuesen estos intereses

particulares, no pueden prevalecer sobre el interés general representado por el servicio público. El

régimen del servicio público descansa sobre la supremacía del interés general. La huelga es, pues,

por parte de los agentes del servicio público, un hecho ilícito (…) Quienes ingresan como

obreros, empleados o funcionarios de una entidad o empresa encargada de la prestación de un

servicio público, virtualmente aceptan el régimen jurídico pertinente, renunciando así a plantear

reclamos recurriendo a esas situaciones de fuerza o presión." (Marienhoff, M., Tratado de

Derecho Administrativo, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1993, Tomo II, pp. 69, 74-75).

Esta Sala ha confirmado dicha prohibición constitucional, al sostener que: "La misma situación

de prestar servicios al Estado o a cualquier ente descentralizado, la naturaleza de dicha prestación

de servicio personal y la calidad de el ente para el cual trabaja o despliega su fuerza laboral,

hacen improcedente que exista un derecho de huelga para estos trabajadores, ya que, si se admite

tal situación, ello implicaría que la función estatal se viera afectada cada vez que los servidores

públicos decidan ir a huelga, trayendo como consecuencia, el entorpecimiento de aquellas

funciones de interés general. Por esa razón, en la Constitución vigente no se consideró procedente

otorgar el derecho de huelga a los servidores públicos, prohibiéndoles el referido derecho en el

artículo 221 de la Constitución. Es claro que, desde el punto de vista constitucional no existe el

derecho a la huelga para los servidores públicos, pues existe prohibición expresa en dicha

normativa -Art. 221 Cn.-; esta disposición es de carácter excepcional en relación a la regla

general prescrita en el Art. 48 Cn., y tal prohibición es extensiva a todo aquel que se encuentre

vinculado por un contrato de trabajo con el Estado o con cualquier ente público" (sentencia de

inconstitucionalidad 4-88, del 20-VI-1999).

V. (1). Teniendo como base los argumentos y fundamentos dados en los considerandos que

preceden, esta Sala concreta que el contenido del parámetro de constitucionalidad fue delimitado

por el constituyente en el sentido de reconocer el derecho de libertad sindical a los patronos y

trabajadores privados, como consecuencia de las circunstancias que antes se han señalado.

También el constituyente incorpora en el ámbito de ese derecho a los trabajadores de las

instituciones oficiales autónomas, no porque éstas sean entes privados, sino porque disponen de

su propio patrimonio y en ese sentido lo utilizarán de acuerdo a sus necesidades. Además, según

las respectivas actividades que dichas instituciones realicen, en caso de ser necesario, el Estado

siempre podrá asumir directamente la prestación de los servicios públicos, "cuando los intereses

sociales así lo exijan", Art. 110 inc. 4º Cn.

Ahora bien, la exclusión que hace el constituyente no puede ser entendida como contraria a la

Constitución, ya que es la misma norma constitucional la que no comprende a los servidores

públicos dentro del ámbito del derecho de libertad sindical; pero como contraparte a esa

exclusión, se establece el régimen administrativo del artículo 218 al 222 de la misma

Constitución, en donde se contiene no sólo los deberes de los servidores públicos sino además se

reconoce como parte de los derechos de éstos, el de estabilidad laboral.

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En consecuencia, la vigente Constitución reconoce un derecho general de asociación - artículo 7

Cn.-, es decir, cualquier persona puede asociarse libremente con otra u otras para constituir entes

colectivos; sin embargo, no reconoce un derecho de libertad sindical en sentido general - artículo

47 inciso l° Cn.-, sino que lo hace de forma particular para los patronos y los trabajadores del

sector privado y de las instituciones oficiales autónomas. Es de forma particular, porque no se

establece un derecho de libertad sindical para todo trabajador, lo hace únicamente para un sector

laboral; aspecto que es regulado en igual sentido por el Código de Trabajo, específicamente en el

artículo 204.

(2). Del análisis de las disposiciones impugnadas, que integran el contenido de los Convenios de

la OIT números 87 y 98, se constata que la contradicción con el Art. 47 inc. 1º Cn., se

circunscribe al Art. 2 del Convenio Nº 87, en cuanto dispone que "Los trabajadores y los

empleadores, sin ninguna distinción y sin autorización previa, tienen el derecho de constituir las

organizaciones que estimen convenientes, así como el de afiliarse a estas organizaciones, con la

sola condición de observar los estatutos de las mismas."

De acuerdo con la interpretación constitucional justificada en esta sentencia, parece claro que la

expresión "sin ninguna distinción" utilizada por el Art. 2 del Convenio 87, como fórmula

expansiva del derecho a la libertad sindical, es contraria a la Constitución, puesto que la Ley

Fundamental sí distingue entre los titulares de tal derecho, al reconocerlo expresamente en

forma particularizada y limitada a ciertas categorías subjetivas, dentro de las cuales no se

encuentran los empleados públicos, por cuanto la Constitución establece para estos servidores

un régimen de derecho público administrativo que es incompatible con la titularidad y el

ejercicio del derecho a la libertad sindical, en los términos regulados por los Convenios de la

OIT impugnados en este proceso. Sin embargo, el resto del contenido de las disposiciones

impugnadas admite una interpretación conforme a la Constitución, en el sentido que la regulación

a que se refieren, así como cualquier otra incorporada al ordenamiento jurídico vigente para

regular el ejercicio del derecho de libertad sindical, es aplicable únicamente a los sujetos

identificados expresamente en el Art. 47 inc. 1º Cn.

Por tanto:

Con base en las razones expuestas, disposiciones constitucionales citadas y artículos 9, 10 y 11 de

la Ley de Procedimientos Constitucionales, en nombre de la República de El Salvador, esta Sala

Falla:

1. Sobreséese en el presente proceso respecto de la demanda presentada por el ciudadano Josué

Gustavo Adolfo Torres Rivera, en cuanto a la inconstitucionalidad por vicio de forma del

Convenio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) número 87 relativo a la Libertad

Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación, por la supuesta violación al artículo 145

de la Constitución.

2. Sobreséese en el presente proceso respecto de las pretensiones expuestas por los ciudadanos

Rafael Arturo Muñoz Canizález y Josué Gustavo Adolfo Torres Rivera, en sus respectivas

demandas, el primero en cuanto a la inconstitucionalidad de los Convenios de la Organización

Internacional del Trabajo (OIT) número: (i) 87 "Convenio relativo a la Libertad Sindical y a la

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Protección del Derecho de Sindicación" y (ii) 98 "Convenio relativo a la Aplicación de los

Principios del Derecho de Sindicación y de Negociación Colectiva"; y del segundo, en cuanto a

la inconstitucionalidad de los Arts. 2 y 3 del primero de los Convenios antes relacionados, por la

supuesta violación al artículo 221 de la Constitución.

3. Sobreséese en el presente proceso respecto de las pretensiones expuestas por el ciudadano

Rafael Arturo Muñoz Canizález, en cuanto a la inconstitucionalidad de los Convenios de la

Organización Internacional del Trabajo (OIT) número: (i) 87 "Convenio relativo a la Libertad

Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación" y (ii) 98 "Convenio relativo a la

Aplicación de los Principios del Derecho de Sindicación y de Negociación Colectiva", por la

supuesta violación a los artículos 131 Ord. 9º y 227 de la Constitución.

4. Declárase, de un modo general y obligatorio, que la expresión "sin ninguna distinción"

utilizada por el Art. 2 del Convenio de la OIT Nº 87 "Convenio relativo a la Libertad Sindical y a

la Protección del Derecho de Sindicación", es inconstitucional porque contraviene el artículo 47

inc. 1º de la Constitución, en tanto que esa fórmula del Convenio extiende el derecho a la

libertad sindical hacia los empleados públicos, quienes no están comprendidos en la

determinación constitucional de los titulares de ese derecho.

5. Notifíquese la presente decisión a todos los intervinientes.

6. Publíquese esta sentencia en el Diario Oficial dentro de los quince días siguientes a esta fecha,

debiendo remitirse copia de la misma al Director de dicho órgano oficial.

---------------------A. G. CALDERON--------------------------J. N. CASTANEDA S.--------------------M. CLARA--------------E. ENRIQUE ACOSTA----------------PRONUNCIADA POR LOS SEÑORES MAGISTRADOS QUE LO SUSCRIBEN--------------S. RIVAS DE AVENDAÑO--------------RUBRICADAS.

Voto disidente de la Magistrada Dra. Victoria Marina Velásquez de Avilés.

No concurro con mi voto a la formación de la anterior resolución, por las razones siguientes:

I. Básicamente, estoy en desacuerdo con la interpretación que mis colegas han efectuado del art.

47 inc. 1° Cn.; previo a señalar la inconsistencia que encuentro en la misma, no atinente –a mi

juicio– con lo que constitucionalmente correspondería, haré algunas consideraciones sobre el

punto discordante y la justificación de las decisiones judiciales.

1. La interpretación jurídica es aquella actividad intelectual consistente en establecer de modo

preciso el sentido de una norma. Se parte, pues, de que algunas normas no son del todo claras,

pues, de lo contrario, no sería necesaria la interpretación. En otras palabras, muchas normas

tienen un cierto grado de indeterminación, que es necesario despejar a través de la labor

hermenéutica. Esa ambigüedad depende de la mayor o menor claridad de los términos en que se

construye la norma en cuestión. Ahora, si muchas de ellas ofrecen una cierta duda en cuanto a su

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significado, también hay que aclarar que, en tanto aquéllas se componen de palabras que forman

parte de un lenguaje compartido, tampoco son absolutamente indeterminadas.

Existen distintos métodos de interpretación jurídica. No es necesario exponerlos aquí. Baste con

mencionar los considerados como métodos "tradicionales" o "clásicos" de la interpretación

jurídica: el gramatical, el sistemático, el subjetivo y el teleológico. La opinión mayoritaria es que

no existe una jerarquía o un orden en el que estos métodos hermenéuticos deban ser empleados.

Empero, es obvio que toda interpretación debe comenzar por establecer el significado corriente

de las palabras contenidas en la norma. Por otro lado, la norma en ningún momento puede

interpretarse aisladamente, sino que siempre debe descifrarse integralmente como parte de un

sistema mayor (un capítulo, un cuerpo legal o todo el ordenamiento jurídico).

Al lado de esos métodos generales, existen ciertos recursos argumentativos especiales –derivados

de la lógica jurídica–, como son –por ejemplo– los argumentos analógico, a contrario, de

reducción al absurdo, a fortiori, etc. La interpretación también puede apoyarse en la doctrina –

cualquier rama del Derecho– y en los precedentes judiciales. En este último caso, merece

destacarse el "autoprecedente", que es aquel que, en principio, por razones de seguridad jurídica y

de igualdad en la aplicación de la ley, vincula al propio tribunal que lo pronunció (sobre este

punto se volverá más abajo). Por otro lado, existen criterios interpretativos exclusivos de ciertos

sectores del ordenamiento jurídico –por ejemplo, el principio in dubio pro operario en el Derecho

Laboral, el principio in dubio pro reo en Derecho Penal o el criterio de la voluntad de las partes

en el Derecho Civil–.

Los métodos y argumentos de la interpretación pueden utilizarse aisladamente –lo que no es

recomendable– o de forma combinada –lo que justifica mejor la decisión–. En la práctica, el

operador hace ciertas valoraciones para elegir una(s) u otra(s) herramienta(s). Y hay que decirlo

claramente: la opción por uno u otro método o argumento puede llevar a conclusiones

radicalmente diferentes en cuanto al sentido de una misma disposición, y consecuentemente, a

distintas decisiones judiciales. Por ello, es innegable que en toda labor interpretativa hay una

dosis de discrecionalidad. Ahora bien, cuanto mayores y mejores argumentos sostengan una

decisión, mejor podrá defenderse ante las partes y ante la sociedad.

2. Es innegable que el art. 47 inc. 1° Cn. ofrece considerables problemas interpretativos, lo que

hace que el presente sea un caso difícil, exigiendo de esta Sala un plus de justificación, algo que,

a mi criterio, no se cumplió en la resolución precedente.

A. El art. 47 inc. 1° Cn., desde el punto de vista de la interpretación, es problemático, no por lo

que dice, sino por lo que calla. En ese sentido, se trata de un problema ligado al contexto

sistémico en el que se inserta aquél artículo, pues, en la medida en que el referido artículo es

silencioso, la solución ha de buscarse dentro del sistema al que el mismo pertenece, en este caso,

la Constitución.

El art. 47 Cn., en su inc. 1°, establece: "Los patronos y trabajadores privados, sin distinción de

nacionalidad, sexo, raza, credo o ideas políticas y cualquiera que sea su actividad o la naturaleza

del trabajo que realicen, tienen el derecho de asociarse libremente para la defensa de sus

respectivos intereses, formando asociaciones profesionales o sindicatos. El mismo derecho

tendrán los trabajadores de las instituciones oficiales autónomas".

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La norma transcrita reconoce la libertad sindical a los patronos y trabajadores privados y a los

trabajadores de las instituciones oficiales autónomas. Ahora bien, tenemos otro segmento

importante como son los trabajadores del sector público –a nivel central o municipal–. El art. 47

inc. 1° Cn. no se pronuncia al respecto. Se trata, indudablemente, de una laguna normativa. En

ningún momento –si no se quiere crear Derecho, en vez de interpretarlo– podría argumentarse

que la disposición comentada prohíbe la libertad sindical a los trabajadores públicos. Sostener

enfáticamente que el precepto referido veda el derecho de sindicación a dichos trabajadores es

simplemente rebasar las posibilidades interpretativas que el mismo ofrece, pues hasta allí no se ha

desentrañado el espíritu de tal norma.

Ahora bien, si estamos ante una laguna, desde el punto de vista de la lógica jurídica, no podría

aplicarse el argumento a contrario, como hacen los demandantes en el presente proceso, con

acompañamiento de mis colegas, cuando dicen: "…la Ley Fundamental sí distingue entre los

titulares de tal derecho [la libertad sindical], al reconocerlo expresamente en forma

particularizada y limitada a ciertas categorías subjetivas, dentro de las cuales no se encuentran

los empleados públicos…" (subrayado mío). Me parece que los compañeros de Sala han

justificado esta opción interpretativa apoyándose sólo en argumentos de doctrina (esto lo

examinaré más abajo).

De acuerdo con la lógica jurídica, el argumento a contrario solamente puede aplicarse cuando la

norma tiene estructura bicondicional ("sí y sólo sí"). Sería el caso, por ejemplo, que el art. 47 Cn.

en su inciso 1° dispusiera: "Sólo los patronos y trabajadores privados tienen el derecho de

asociarse libremente para la defensa de sus respectivos intereses, formando asociaciones

profesionales o sindicatos" o "Se reconoce exclusivamente a los patronos y trabajadores privados

el derecho de asociarse libremente…". No obstante, el precepto en estudio tiene la estructura de

un condicional simple: "Si se es trabajador o patrono privado, entonces se tiene derecho a formar

sindicatos". En este caso, es lógicamente desacertado el razonamiento que aplica el argumento a

contrario. Y es que, como he dicho, aquí estamos, más bien, ante una laguna normativa.

Para el caso, lo que procedería invocar es la integración del Derecho, como un recurso para

obtener una justa y coherente interpretación, ya sea acudiendo a normas internas

(autointegración) o externas al sistema (heterointegración). Ello porque tenemos que convenir

que el ordenamiento jurídico debe ser pleno y coherente –al menos, así debemos entenderlo si

queremos que haya una meridiana seguridad jurídica–. Indudablemente, en el caso de una laguna

en sede constitucional, sólo procede la autointegración, es decir que la solución ha de buscarse

dentro del mismo texto de la Norma Fundamental.

B. A mi juicio, la plenitud de la Constitución en materia de libertad sindical se alcanza integrando

el art. 47 inc. 1° Cn. con el art. 8 Cn., que regula lo que se conoce como "derecho general de

libertad", el cual, en una canónica y elocuente formulación, dispone: "Nadie está obligado a hacer

lo que la ley no manda ni a privarse de lo que ella no prohíbe".

Si bien este derecho es tributario de una concepción individualista del Derecho –propia del

Estado Liberal decimonónico–, en la actualidad podemos darle una lectura revitalizada, más

acorde con el Estado Constitucional de Derecho en el que vivimos –o deseamos vivir–, en el cual

el poder político es completamente instrumental respecto de los seres humanos.

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A mi modo de ver, el derecho general de libertad, plasmado en el art. 8 Cn., es la norma que

define nuestro sistema jurídico, y en particular, el capítulo de los derechos fundamentales. Ya no

podemos concebir aquél sistema como lo hiciera Thomas Hobbes en la época del absolutismo, en

cuanto que el poder político goza de legitimidad para establecer todas aquellas prohibiciones que

le plazcan, con el único límite del respeto a los derechos fundamentales específicos reconocidos

en el ordenamiento jurídico. En un Estado Constitucional de Derecho suponemos lo contrario:

que la libertad es la regla general, estando únicamente limitada por las prohibiciones que el

ordenamiento expresamente prevé, las cuales, por ende, deben estar especialmente justificadas.

Puede decirse, entonces, que en virtud del art. 8 Cn. todos los derechos fundamentales se

reconducen a la libertad jurídica, la cual coincide con la libertad natural de los seres humanos. A

eso me refiero cuando caracterizo al derecho general de libertad como la norma que define

nuestro sistema constitucional de derechos. El art. 8 Cn. debe interpretarse, entonces, como el

derecho de hacer u omitir todo aquello que no prohíba una ley formal y materialmente

constitucional –aquí la justificación–. En otras palabras, la libertad general, aunque inicialmente

es ilimitada, más adelante puede sufrir restricciones legales, pero éstas deben ampararse en algún

valor, principio o derecho constitucional cuya preservación requiera cierto límite de la libertad.

C. Partiendo de lo anterior, la solución al problema interpretativo que plantea el art. 47 inc. 1°

Cn. aparece naturalmente. Admitiendo que la libertad es la regla general en nuestro sistema de

derechos fundamentales, la omisión de dicho artículo, en cuanto a la regulación de la libertad

sindical respecto de los patronos y trabajadores públicos, no podría entenderse nunca como una

prohibición. Al contrario, ese silencio sólo puede conducirnos a la libertad innata de los seres

humanos, reconocida sabiamente en el art. 8 Cn.

Apoyan esta opción interpretativa dos justificaciones más. En primer lugar, el principio in dubio

pro libertate o favor libertatis, en cuya virtud, entre dos interpretaciones posibles de un precepto,

una que limite la libertad y otra que la favorezca, debe darse preferencia a esta última. Esta

misma Sala ha utilizado dicho criterio en algunos casos (por ejemplo, en la sentencia de 1-IV-

2004, Inc. 52-2003 ac., Considerando V 3). En segundo lugar, el art. 52 inc. 2º Cn., que advierte

que la enumeración de determinados derechos laborales en la Constitución no excluye otros que

deriven de la justicia social, lo cual, cuando menos, debe entenderse como una vocación

expansiva de los derechos reconocidos en la Constitución –entre éstos, la libertad sindical–.

D. Por las anteriores razones, sostengo que la decisión de mis compañeros de Sala no es la que

constitucionalmente correspondía, pues la misma únicamente se justifica en argumentos

doctrinarios de corte administrativista, los cuales, está de más decirlo, ceden con gran facilidad

ante el derecho general de libertad, norma que, como aquí he defendido, da plenitud a nuestro

sistema jurídico.

II. Habiendo expuesto mi posición, paso a revisar brevemente algunas deficiencias específicas

advertidas en la sentencia de la que disiento.

1. Me llama la atención que en el Considerando III (2) se define la libertad sindical como "el

derecho de los trabajadores y patronos particulares a formar asociaciones..." (subrayado mío), con

lo que se pretende sugerir que el otorgamiento de la titularidad de la libertad sindical a los

trabajadores privados es parte del contenido esencial de este derecho, cuando debe recordarse

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que los derechos fundamentales, por regla general, son universales. En principio, las únicas

limitaciones a la titularidad que admiten los derechos fundamentales son aquellas que se

incardinan en el proceso de especificación o concreción de los derechos fundamentales –por

ejemplo, derechos de las mujeres, de los niños, de los adultos mayores, de los consumidores,

etc.–.

Dos párrafos más adelante se reconoce que la libertad sindical es un derecho fundamental que

"constituye en la actualidad una conquista irrenunciable e irreversible en el marco de la defensa

de los intereses laborales" (subrayado mío), cuando lo que se ha hecho en esta sentencia, de la

cual me aparto, es precisamente revertir el reconocimiento de la libertad sindical a los

trabajadores públicos que el Estado salvadoreño ya había efectuado al ratificar los Convenios 87

y 98 de la OIT.

Es contradictorio, por otro lado, que, al mismo tiempo que se define la libertad sindical como el

derecho de los trabajadores particulares, se cita la sentencia de 2-II-2001 de la Corte

Interamericana de Derechos Humanos, en el caso Baena Ricardo y otros vs. Panamá, en la cual,

correctamente, se define la libertad sindical como "el derecho a formar asociaciones sin

restricciones distintas a las permitidas en los incisos 2 y 3 en aquel precepto convencional [el art.

16 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos]", ninguna de las cuales tiene que ver

con la limitación de la titularidad de ese derecho a los trabajadores públicos (salvo el inciso 3 que

permite restringir el referido derecho a los miembros de las fuerzas armadas y de la policía, pero

éste sólo es un subconjunto reducido de los trabajadores públicos).

2. Básicamente, como he cuestionado, la sentencia de la que discrepo parte de un enfoque de

Derecho Administrativo que señala una serie de diferencias entre la relación laboral existente

entre el trabajador privado y su patrono, por un lado, y la relación entre el servidor público y el

Estado, por otro.

En síntesis, se argumenta que en el sector privado la relación laboral es de tipo convencional, por

lo cual, en la formación del contrato, en el que se determinan los derechos y obligaciones de las

partes, interviene la voluntad de éstas, en función de sus respectivos intereses particulares. En

cambio, en el sector público, se aduce, la relación laboral que se establece entre el servidor y el

Estado está unilateralmente determinada por este último, quien establece, por mandato

constitucional y legal, las condiciones de los servicios públicos, con lo cual, el nexo que liga a los

servidores públicos con el Estado es de Derecho Público Administrativo. Partiendo de esta

diferencia –y otras consideraciones similares–, llegan a la conclusión de que el art. 47 inc. 1° Cn.

sólo reconoce a los trabajadores privados la libertad sindical, mas la niega a los trabajadores

públicos.

Esta argumentación, si bien tiene apoyo en la doctrina, a mi juicio, no puede trasladarse

mecánicamente a nuestro sistema de derechos fundamentales. Si la Constitución salvadoreña

prohibiera la libertad sindical a los trabajadores públicos, bien pudiera pensarse que razones de

ese tipo –o de otro– indujeron al constituyente a establecer esa restricción. Pero no es el caso en

nuestra Constitución, que, por un lado, guardó absoluto silencio sobre el reconocimiento de la

libertad sindical a los trabajadores públicos, pero, por otro lado, se asienta, como he defendido,

en el derecho general de libertad. Tenemos dos opciones interpretativas: una que se justifica en la

doctrina, y otra que se justifica en la Constitución. Me parece que debe preferirse ésta última.

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En el Considerando IV (4) mis compañeros de Sala aseveran que el derecho general de libertad

reconocido en el art. 8 Cn. no puede aplicarse a los trabajadores públicos, pues éstos, en la

medida en que son "funcionarios públicos" –así los clasifican ellos–, se rigen por el principio de

legalidad de la Administración, establecido en el art. 86 Cn., en cuya virtud los funcionarios sólo

pueden hacer aquello que la ley les manda.

Una conclusión como ésta sólo puede obedecer a una comprensión defectuosa de los derechos

fundamentales. La libertad sindical –y la misma sentencia lo reconoce– es un derecho

fundamental, y como tal, es una manifestación del derecho general de libertad, por lo que su

ejercicio no requiere de reconocimiento expreso; en cambio, cualquier limitación al mismo –

como la exclusión de su titularidad a los trabajadores públicos– sí debe ser expresa y justificarse.

Como derecho fundamental, a la libertad sindical no puede aplicársele el principio de legalidad

de la Administración: éste sólo tiene sentido respecto de las potestades públicas. Una concepción

como la mantenida por mis colegas llevaría al absurdo de tener que reconocerse en la

Constitución para los funcionarios públicos cada uno de los derechos que se reconocen a los

ciudadanos: derecho de audiencia, derecho a la intimidad personal, etc.

3. En el Considerando IV (2) se afirma: "De este modo, con relación al servicio público, las

normas que rigen la relación laboral no ponen el acento en la tutela del trabajador [...], sino, por

el contrario, en el ejercicio permanente, continuo y eficaz de la función administrativa como

medio para la obtención del bien común. En consecuencia, la aplicación de las normas laborales

al empleo público debe tener, en rigor, un carácter instrumental, supletorio, analógico y

condicionado que exige, en todos los supuestos, un juicio de previa compatibilidad" (subrayados

míos).

Sin embargo, un párrafo abajo se dice que "el Estado [...] debe observarse como un medio o

instrumento ingeniosamente establecido por el pueblo y para el pueblo, por el ciudadano y para el

ciudadano, por una democracia acorde a la concepción personalista plasmada en el Art. 1 Cn...".

Me parece que esta argumentación es contradictoria, ya que, por una parte, se dice que el régimen

del servicio público no se enfoca en el trabajador y que el Derecho Laboral –que,

tradicionalmente, sí se centra en el trabajador– tiene en aquél un carácter supletorio; y por otra

parte, se dice que el Estado es un instrumento para el pueblo, para el ciudadano, para la

democracia y para la persona humana. ¿Y acaso el trabajador público no es parte del pueblo, no

es un ciudadano, no contribuye a la democracia, no es una persona humana? ¿Qué es lo que se

defiende entonces? ¿Al Estado o a la persona?

En el fondo, lo que se contrapone es, por un lado, un supuesto "interés público", y por otro lado,

los intereses de los trabajadores –los que se ven como intereses particulares–. Esta concepción es

errada, pues, por un lado, se ha malentendido el interés público, como un interés abstracto,

independiente de los seres humanos de carne y hueso, los únicos verdaderamente interesados en

la cosa pública. ¿Cómo puede apelarse al interés público para anular un derecho fundamental a

un colectivo –los trabajadores públicos– que aglutina a buena parte de la población? Lo que

sucede es que se ha confundido el interés público con el interés del Estado, como aparato

burocrático, con sus propios intereses particulares. Pero el interés público es otra cosa: es el

bienestar de la población, inclusive, de los trabajadores públicos.

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Por otra parte, ¿cómo puede aducirse que los intereses de los trabajadores son meros intereses

particulares, si en el mismo Considerando III (2) de la sentencia se ha afirmado que aquellos, a

través del ejercicio de la libertad sindical, tienen como "objetivo principal" el de "mejorar las

condiciones de trabajo e intereses „propiamente laborales‟ de sus agregados, esto es, los intereses

económicos, sociales y profesionales que como trabajadores buscan garantizar y proteger". ¿Esto

es un interés particular o egoísta, cuando sabemos que los trabajadores públicos son buena parte

de la población? Me parece que no.

En definitiva, no existen justificaciones constitucionales ni doctrinarias para circunscribir la

libertad sindical a los trabajadores privados. Tanto unos como otros, independientemente de la

relación en que se inserten –privada o pública–, tienen un interés legítimo, que, además, es un

interés de toda la sociedad, en mejorar sus condiciones de vida. Ello, desde luego, no impide que

se regule o limite el ejercicio de la libertad sindical a ciertos sectores específicos de los

trabajadores públicos, como son los miembros de las fuerzas armadas o de la policía, por la

trascendencia de sus funciones. Pero este tipo de restricción no puede generalizarse, pues la

naturaleza "pública" del servicio no implica automáticamente que éste sea esencial ni que sea en

todo momento ininterrumpible.

III. Haré ahora algunas observaciones de índole procesal. En el Considerando II 3 de la sentencia

se estableció que respecto de las supuestas violaciones a los arts. 131 ord. 9º, 221 y 227 Cn. por

parte de los Convenios 87 y 98 de la OIT, por carecer las mismas de autonomía impugnativa, las

pretensiones estaban configuradas inadecuadamente, por lo que debería sobreseerse con relación

a dichos motivos.

Desde el punto de vista del Derecho Procesal, cuando se sobresee un punto de la pretensión, ello

inhibe al juzgador de entrar a conocer y resolver sobre el fondo de lo planteado; quedando, en

consecuencia, habilitado cualquier ciudadano para formular en el futuro la misma pretensión,

pues no existe cosa juzgada al respecto.

No obstante, es curioso que, a pesar de haberse sobreseído las inconstitucionales aludidas, en la

fundamentación jurídica de la sentencia –donde únicamente deben resolverse los puntos que han

subsistido la depuración de la pretensión– indirectamente hay pronunciamientos sobre las

supuestas violaciones al art. 221 Cn. [Considerandos III (4) y IV (5)] y a los arts. 131 ord. 9º y

227 [Considerando IV (4)].

Aunque en el fallo, al final, no hay pronunciamiento, sino que se sobresee, tal como se anunció,

considero que esta actitud pugna con el principio de congruencia procesal.

IV. Si bien es cierto que la argumentación en que se funda la anterior sentencia es similar a la que

se sustenta en la sentencia de 3-VI-2003, emitida en el proceso de amparo 434-2000,

Considerando III 3 –entendiéndose como un precedente de Sala–, el criterio stare decisis no es

absoluto. Esta misma Sala, en ciertos casos, lo ha ignorado. Así, por ejemplo, en la sentencia de

24-VI-2005, Amp. 864-2002, Considerando IV 7, en la cual se interpreta la figura de la rebeldía

(art. 532 del Código de Procedimientos Civiles). Quiero destacar que este viraje jurisprudencial

fue, incluso, para restringir el contenido de los derechos de audiencia y de defensa, que en la

anterior interpretación era más amplio; infringiendo con ello el criterio favor libertatis que esta

Sala ha reconocido.

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El respeto al autoprecedente se basa en los principios de seguridad jurídica y de igualdad en la

aplicación de la ley. Debe ser la regla general. No obstante, excepcionalmente, el juzgador puede

apartarse de su propio precedente, ya sea porque deja de considerarlo correcto o porque las

condiciones sociales se han modificado y exigen una nueva interpretación. Si el autoprecedente

no fuera traspasable, seguramente el sentido de las normas devendría obsoleto, volviéndose

ineficaz u obligando a su reforma o derogación.

Para que un ente juzgador pueda eludir la regla stare decisis, debe justificar el porqué lo hace, es

decir, explicar los motivos que lo inducen a elegir nuevos parámetros dentro de los cuales va a

juzgar el nuevo caso; exigencia que se entiende cumplida cuando la nueva interpretación es

universalizable, es decir, aplicable a todos los casos futuros similares. En ese sentido, lo que la

regla del autoprecedente pretende evitar son los cambios arbitrarios de criterio, es decir, aquellos

que carecen de razones fundadas o que pretenden aplicarse únicamente a una situación en

particular.

En este voto he tratado de explicar mi posición y las razones que me asisten para disentir con mis

compañeros de Sala respecto al caso que nos ocupa, y soy reiterativa al enfatizar que esta Sala

debió haberse alejado del autoprecedente relacionado.

V. Otro aspecto a recordar es que nuestra Constitución, en sus arts. 145 y 149, en efecto, permite

que se someta a control de constitucionalidad concentrado o difuso un tratado internacional, el

cual y a tenor del el art. 144 Cn., al entrar en vigencia, se convierte en ley de la República, por lo

que su estatus jerárquico es, desde luego, inferior al de las normas constitucionales.

Nada impide, pues, de acuerdo con nuestro ordenamiento, que un tratado internacional sea

expulsado de éste. Ahora bien, en el Derecho Internacional los efectos de esa declaratoria son

limitados, pues el Estado ya ha adquirido un compromiso frente a otros Estados o frente a la

comunidad internacional, que debe cumplirse de buena fe. Y es que, además, ningún Estado

puede, en el plano internacional, alegar disposiciones de Derecho interno para justificar el

incumplimiento de un tratado internacional (art. 27 de la Convención del Viena sobre el Derecho

de los Tratados).

En la práctica, el Derecho interno y el Derecho Internacional viven en constante tensión: uno

trata de imponerse al otro. Y lo mismo sucede entre la jurisdicción interna y los tribunales

internacionales. No obstante, es obvio que, en el mundo actual, el Derecho Internacional tiene

mayor importancia práctica que el Derecho interno. Ningún Estado puede ya aislarse de la

comunidad internacional, ni sustraerse de sus relaciones. Por ello, cuando un Estado tiene

obstáculos internos para ratificar un tratado internacional, lo más recomendable es que lo reserve

o proceda a su anulación o terminación (arts. 19, 46 y 54 de la Convención de Viena), quedando

así, a salvo, su responsabilidad internacional.

La declaratoria de inconstitucionalidad del Convenio 87 de la OIT, indudablemente, traerá

consecuencias graves para el Estado salvadoreño, que pueden oscilar desde la pérdida de

prestigio o credibilidad hasta su responsabilidad internacional. En mi opinión, con la presente

declaratoria de inconstitucionalidad, el Estado salvadoreño va a incurrir en responsabilidad

internacional, pues el art. 1 de aquél Convenio es claro: "Todo miembro de la Organización

Internacional del Trabajo para el cual esté en vigor el presente Convenio se obliga a poner en

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práctica las disposiciones siguientes". Esto constituye una de las razones más de peso y

plausibles, desde todo punto de vista, que debieron considerarse con la seriedad y el

profesionalismo que el caso requería, para rechazar las pretensiones formuladas por los

impetrantes; atendiendo prioritariamente a los intereses de la nación, la credibilidad de nuestra

justicia y la sobrevivencia de un Estado democrático, cuyo sustento y ultima ratio es, ni más ni

menos, que la Constitución misma –que hoy, a mi criterio, se vulnera, cuando abiertamente se

ignoran los preceptos que me he permitido señalar–.

Concluyo que, por todas las razones que he indicado, debió haberse declarado que no existía la

inconstitucionalidad alegada, consistente en la violación al art. 47 inc. 1° Cn. por parte del art. 2

del Convenio 87 de la OIT.

VI. Para concluir, en este voto quiero dejar constancia de otra cuestión de importancia

capital para la efectiva protección de los derechos fundamentales en nuestro ordenamiento

jurídico.

1. En la sentencia de 1-IV-2004, Inc. 52-2003 ac., Considerando V 3, esta Sala hizo

algunas consideraciones novedosas sobre la relación de los tratados de derechos humanos

con el Derecho interno, las cuales, en caso de convertirse en una auténtica línea

jurisprudencial, desembocarían en una protección más amplia de los derechos

fundamentales. Desgraciadamente, ese criterio, al que me voy a referir, no siguió siendo

explorado, y con el presente caso, me atrevería a pensar que ha quedado en pura retórica.

Cito los pasajes que me interesan:

"…[E]l art. 144 inc. 2° Cn., conectado con la concepción personalista del Estado –art. 1 y

Preámbulo–, de la cual se deriva la regla hermenéutica en favor de la dignidad: restringir

lo limitativo y expandir lo favorable a ella, no sólo determina la fuerza vinculante y

jerarquía normativa de los tratados internacionales de derechos humanos, sino que,

además, permite proponer una apertura normativa hacia ellos".

"Tal consideración, por tanto, solamente es aplicable a los instrumentos internacionales

que contengan principios normativos de análoga o mayor cobertura a la establecida en la

llamada parte dogmática de la Constitución, y que hagan posible el establecimiento de

fructíferas directrices para una más expansiva y más humana interpretación de las normas

reguladoras de los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución".

"Por tanto, debe reconsiderarse el status interno del DIDH, a partir del prisma dignidad

humana, pues con ello se preconiza una apertura a la protección efectiva de ésta".

"Es decir, corresponde al derecho interno, incluido el constitucional, asegurar la

implementación de las normas más favorables a la dignidad de la persona humana […].

Por tanto, si los tratados sobre derechos humanos implican la interacción entre sus

disposiciones y las del derecho interno, la Constitución atiende a la necesidad de prevenir

y evitar los conflictos normativos que vuelvan nugatoria la efectividad de las primeras.

Con ello se contribuye a la reevaluación de la amplia interacción entre el DIDH y el

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derecho interno, con miras a la protección de los derechos vinculados a la dignidad

humana".

"En conclusión, la confluencia entre la Constitución y el DIDH, en la protección de los

derechos humanos, confirma que la relación entre ambos definitivamente no es de

jerarquía, sino de compatibilidad, y por tanto, el derecho interno, y eso vale para el

Derecho Constitucional y la jurisdicción constitucional, debe abrir los espacios

normativos a la regulación internacional sobre derechos humanos".

La transcripción es larga, pero elocuente, por cuanto subraya la coincidencia axiológica y

teleológica entre los tratados internacionales de derechos humanos y la parte dogmática

de nuestra Constitución: ambos se fundamentan en la dignidad humana y están orientados

a su protección. Además, es fuertemente llamativo que mis colegas, en esa sentencia,

apelan a una "apertura normativa" hacia los tratados de derechos humanos, a

"reconsiderar" su status interno, a "reevaluar" su amplia interacción con el Derecho

interno, a "abrir los espacios normativos" a la regulación internacional sobre derechos

humanos.

¿Qué se quiso significar con todo esto? Según yo entiendo, lo que sugeríamos en esa

sentencia era la existencia de un bloque de constitucionalidad entre los tratados

internacionales de derechos humanos y la parte dogmática de la Constitución, por su

coincidencia de valores y fines. Esto no es novedoso en el Derecho comparado. Así, por

ejemplo, en la Constitución de la Nación Argentina, luego de su profunda reforma en

1994, los principales tratados de derechos humanos –e incluso aquellos que se ratificaran

posteriormente– son elevados a jerarquía constitucional (art. 75 n° 22).

Pero el argumento no concluye aquí, pues la consecuencia lógica de aceptar que los

tratados de derechos humanos integran un bloque de constitucionalidad es que los mismos

ya no pueden ser impugnados en un proceso de inconstitucionalidad, pues no pueden

coincidir objeto y parámetro de control; sería como impugnar la misma Constitución, lo

cual es completamente absurdo.

Es una interpretación muy novedosa, lo reconozco, y por ello, puede encontrar resistencia.

Pero si nos tomamos en serio la concepción personalista de la Constitución –a la que en

esta y tantas otras sentencias hemos apelado–, así como las consideraciones que

efectuamos en la Inc. 52-2003 citada, ese avance jurisprudencial sólo sería una muestra de

honestidad y coherencia con lo que decimos a la sociedad.-------------V. DE AVILES-----------------PROVEIDA POR LA SEÑORA MAGISTRADA QUE LO SUSCRIBEN-----------------S. RIVAS DE AVILES--------------RUBRICADA.

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63-2007/69-2007

Inconstitucionalidad

Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, San Salvador a las diez horas y

cincuenta minutos del dieciséis de octubre de dos mil siete.

Los presentes procesos de inconstitucionalidad acumulados han sido promovidos: el primero –63-

2007– por el ciudadano Rafael Arturo Muñoz Canizález, estudiante, del domicilio de

Ahuachapán; el segundo –69-2007– por el ciudadano Josué Gustavo Adolfo Torres Rivera,

empleado, del domicilio de San Salvador, a fin que este tribunal declare la inconstitucionalidad,

por vicio de forma y de contenido, de los Convenios de la Organización Internacional del

Trabajo (OIT) número: (i) 87 "Convenio relativo a la Libertad Sindical y a la Protección del

Derecho de Sindicación", al cual se adhirió el Estado salvadoreño mediante Acuerdo Ejecutivo

No.574, de fecha 12-VIII-2006, aprobado por el Órgano Ejecutivo en el ramo de Relaciones

Exteriores mediante Acuerdo No. 578, de fecha 14-VIII-2006, ratificado por Decreto Legislativo

No. 74, del 24-VIII-2006, y publicado en el Diario Oficial Nº 159, Tomo Nº 372, del 29-VIII-

2006; y (ii) 98 "Convenio relativo a la Aplicación de los Principios del Derecho de Sindicación y

de Negociación Colectiva", al cual se adhirió el Estado salvadoreño mediante Acuerdo Ejecutivo

No. 575, de fecha 12-VIII-2006, y que fue aprobado por el Órgano Ejecutivo en el ramo de

Relaciones Exteriores mediante Acuerdo No. 579, de fecha 14-VIII-2006, ratificado por Decreto

Legislativo No. 75, del 24-VIII-2006, y publicado en el Diario Oficial Nº 159, Tomo Nº 372, del

29-VIII-2006, por incurrir supuestamente en violación a los arts. 47 inc. 1º, 131 ord. 9º, 145, 221

y 227 todos de la Constitución.

El texto de las disposiciones en que se fundamentan los alegatos de inconstitucionalidad es el

siguiente:

Convenio 87. Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del

derecho de sindicación.

"Artículo 2. Los trabajadores y los empleadores, sin ninguna distinción y sin

autorización previa, tienen el derecho de constituir las organizaciones que estimen

convenientes, así como el de afiliarse a estas organizaciones, con la sola condición

de observar los estatutos de las mismas."

"Artículo 3. 1. Las organizaciones de trabajadores y de empleadores tienen el

derecho de redactar sus estatutos y reglamentos administrativos, el de elegir

libremente sus representantes, el de organizar su administración y sus actividades

y el de formular su programa de acción. 2. Las autoridades públicas deberán

abstenerse de toda intervención que tienda a limitar este derecho o a entorpecer su

ejercicio legal.

Convenio 98. Convenio relativo a la aplicación de los principios del derecho de

sindicación y de negociación colectiva.

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"Artículo 1. 1. Los trabajadores deberán gozar de adecuada protección contra todo

acto de discriminación tendiente a menoscabar la libertad sindical en relación con

su empleo. 2. Dicha protección deberá ejercerse especialmente contra todo acto

que tenga por objeto: a) Sujetar el empleo de un trabajador a la condición de que

no se afilie a un sindicato o a la de dejar de ser miembro de un sindicato; b)

Despedir a un trabajador o perjudicarlo en cualquier otra forma a causa de su

afiliación sindical o de su participación en actividades sindicales fuera de las horas

de trabajo o, con el consentimiento del empleador, durante las horas de trabajo."

"Artículo 2. 1. Las organizaciones de trabajadores y de empleadores deberán gozar

de adecuada protección contra todo acto de injerencia de unas respecto de las

otras, ya se realice directamente o por medio de sus agentes o miembros, en su

constitución, funcionamiento o administración. 2. Se consideran actos de

injerencia, en el sentido del presente artículo, principalmente, las medidas que

tiendan a fomentar la constitución de organizaciones de trabajadores dominadas

por un empleador o una organización de empleadores, o a sostener

económicamente, o en otra forma, organizaciones de trabajadores, con objeto de

colocar estas organizaciones bajo el control de un empleador o de una

organización de empleadores."

Han intervenido en el proceso, además de los demandantes, la Asamblea Legislativa y el Fiscal

General de la República.

Analizados los argumentos y considerando:

I. En el trámite del proceso, los intervinientes expresaron lo siguiente:

1. En la demanda que inició el proceso 63-2007, el ciudadano Rafael Antonio Muñoz Canizález

impugnó todo el contenido de los Convenios de la OIT números 87 y 98, por considerar que las

disposiciones fundamentales de dichos instrumentos contradicen las normas constitucionales que

adelante se mencionan.

A. Antes de plantear los motivos por los que considera inconstitucionales los Convenios 87 y 98

de la OIT, expuso unas consideraciones iniciales sobre la posibilidad de someter a control de

constitucionalidad los mencionados Convenios y sobre su rango normativo, con base en los Arts.

144, 149 y 183 Cn., así como en la jurisprudencia emitida por este Tribunal.

Luego retomó la jurisprudencia de esta Sala respecto a los casos en que se pretende la

declaratoria de inconstitucionalidad de todo un cuerpo normativo y las dos vías que existen para

establecer el fundamento material de dicha pretensión: la primera, evidenciar la

inconstitucionalidad de cada uno de los artículos que conforman la ley, decreto o reglamento; y la

segunda, señalar claramente la o las disposiciones que se consideren los pilares fundamentales

del cuerpo normativo en cuestión, sin los cuales tales cuerpos perderían su razón de ser, para

luego confrontar sus contenido con el contenido material de las disposiciones constitucionales

que se planteen como parámetro de control.

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A partir de lo anterior dijo: "En el presente caso, señalo que los artículos que se pueden

considerar pilares fundamentales de los tratados que someto a control de constitucionalidad, son

los siguientes: El artículo 2 del Convenio 87, les reconoce a todos los trabajadores, "sin ninguna

distinción" y sin autorización previa, el derecho a constituir las organizaciones que estimen

convenientes, y el de afiliarse a estas organizaciones con la sola condición de observar los

estatutos de las mismas". "El resto del articulado está en función del anterior artículo, que

reconoce el referido derecho de manera general׃ el art. 1 establece la obligación de todo miembro

de la OIT para poner en práctica las disposiciones de ese convenio; el art. 3 se refiere a los

aspectos orgánicos de la asociación, en cuanto a que ella puede redactar sus estatutos y

reglamentos administrativos; el art. 4 ordena que estas organizaciones no estén sujetas a

disolución por vía administrativa; el art. 5 les reconoce a las mencionadas organizaciones el

derecho para constituir federaciones y confederaciones; el art. 6 les aplica a las federaciones y

confederaciones los derechos reconocidos en los arts. 2, 3 y 4; el art. 7 protege la personalidad

jurídica de las organizaciones; el art. 8 les impone a los trabajadores y organizaciones que

respeten la legalidad, pero aclara que ésta no puede menoscabar las garantías previstas en el

Convenio 87; el art. 9 habilita que la legislación nacional determine hasta qué punto se aplicarán

a las fuerzas armadas y a la policía las garantías previstas en los artículos anteriores; y el art. 10

aclara el sentido del término "organización" en el Convenio 87; los anteriores artículos

comprenden la parte I del mencionado tratado." El demandante hizo igual referencia a los

contenidos de los artículos de las Partes II, III y IV del Convenio 87.

Luego, con relación al Convenio 98, expresó: "los artículos que se pueden considerar pilar

fundamental son los números 1 y 2, pues ellos imponen la obligación de darles a los trabajadores

protección contra todo acto de discriminación tendiente a menoscabar la libertad sindical en

relación con su empleo y se define qué actos se consideran de injerencia. El resto de los artículos

impone la obligación de crear organismos adecuados, la adopción de medidas adecuadas para

procedimientos de negociación voluntaria, la ratificación de este Convenio, la exclusión de los

funcionarios públicos en la administración del Estado, del ámbito personal del mismo, el tiempo

de su entrada en vigor, la determinación de los territorios a los cuales les es aplicable, la denuncia

del Convenio 98 y la revisión total o parcial del mismo."

Con fundamento en lo anterior, dijo: "Queda claro, pues, que todos los demás artículos son

desarrollo de los que he identificado como pilares fundamentales, de manera que sin ellos pierden

su razón de ser. Por tanto, la petición de una declaratoria general de inconstitucionalidad está

fundada, según el desarrollo que ha tenido la jurisprudencia constitucional."

B. Al desarrollar los motivos de inconstitucionalidad en que basa su demanda, el ciudadano

Muñoz Canizález planteó las tres razones siguientes:

a. "Al no distinguir que la libertad sindical sólo se reconoce a los trabajadores privados, los

mencionados convenios extienden la titularidad de tal derecho a los empleados públicos, quienes

no tienen reconocido tal derecho en el artículo 47 de la Constitución."

"El derecho de libertad sindical –prosiguió– también llamado derecho de libre asociación

sindical, derecho de libre asociación laboral o simplemente derecho de sindicación, es una

manifestación del derecho general de asociación, el cual, ya desde el articulo 7 de la Carta

Magna, no se predica de "toda persona", sino de "los habitantes". Y específicamente respecto de

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la titularidad de la libertad sindical, se advierte que el art. 47 de la misma Carga Magna no lo

predica como un derecho de toda persona, sino de los trabajadores privados". A continuación, el

demandante aludió a la jurisprudencia de esta Sala, específicamente a "la sentencia de las diez

horas del día tres de junio de dos mil tres, relativa a la negativa del Ministerio de Trabajo y

Previsión Social para aprobar los estatutos y conceder personalidad jurídica al Sindicato de

Trabajadores del Ministerio de Educación, sentencia en la cual se afirmó que la titularidad del

derecho en mención no es de toda persona, sino de los trabajadores privados".

Parafraseando los fundamentos de dicha sentencia, el ciudadano Muñoz Canizález dijo "Que en

el caso de los trabajadores privados, la relación laboral que establece con su patrono es de tipo

convencional, y por ello en la formación del contrato, que sirve como título de relación y en el

que se determinan los derechos y obligaciones de las dos partes, interviene la voluntad de éstos

(…) Que existiendo la posibilidad que el trabajador se encuentre en posición de desventaja,

porque puede ser cesado de su trabajo, con o sin indemnización, o que el patrono no cumpla con

las condiciones legales hacia los trabajadores, éstos, a través de la libre sindicación, pueden

defender y buscar mejorar sus condiciones laborales (…) Que los trabajadores privados están

sometidos a la incertidumbre de la competencia entre patronos, y a los riesgos que derivan de la

falta o disminución de trabajo, y además la empresa privada puede paralizarse a diferencia de los

empleados públicos, que escapan de las vicisitudes económicas por contar con una serie de

ventajas y privilegios que no gozan los integrantes del sector privado, además el Estado de

ninguna manera puede dejar de cumplir sus funciones."

Profundizando en la situación de los empleados públicos, el demandante resaltó: "Que en el

sector público, la relación laboral que se establece entre el servidor y el Estado está

unilateralmente determinada por este último, quien de forma general e impersonal establece las

condiciones del servicio público y decide a quién nombra para la prestación del mismo, y por

tanto la naturaleza jurídica del vínculo deriva del servicio que se presta y de la actividad que se

cumple, en relación con un interés de carácter general que prevalece sobre el de los particulares;

por tanto, el servidor público efectúa una actividad de naturaleza pública, a través de la cual el

Estado cumple con un servicio desarrollado en bien del grupo social. Que toda mejora laboral de

los servidores públicos está sujeta al previo cumplimiento del principio de legalidad, según el

cual los funcionarios solo pueden hacer aquello que la norma jurídica les establece y abstenerse

de aquello que la norma no les autoriza; especialmente no pueden salirse del marco legal que

establece la Asamblea Legislativa en la Ley de Presupuesto, pues todo cambio en la asignación

de salarios supone una reforma a dicha ley por la Asamblea. Finalmente, que la forma de

protección de los derechos de los que laboran en el sector público es a través del régimen

administrativo, especialmente a través de la estabilidad laboral de la que gozan todos los

servidores públicos, a diferencia de los privados, de los cuales solo tienen reservado el derecho a

la estabilidad laboral los dirigentes sindicales, según el inciso final del mismo artículo 47 de la

Carta Magna."

Para el demandante, "la anterior es una argumentación abrumadoramente lógica", mediante la que

este Tribunal "ya determinó que los servidores públicos no son titulares del derecho a la libertad

sindical" y por ello considera que: "El Órgano Ejecutivo, al adherirse y aprobar los convenios

cuestionados, y la Asamblea Legislativa al ratificarlos, ha violado el art. 47 de la Constitución al

incorporar al ordenamiento jurídico salvadoreño un reconocimiento de derechos general, para

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todo trabajador, privado o público, cuando la Ley Fundamental, como bien lo ha dicho esa

honorable Sala, lo reserva a los trabajadores privados."

b. En segundo lugar, el ciudadano Muñoz Canizález sostuvo que: "Como consecuencia del

anterior vicio, al reconocerles a los empleados públicos el derecho de libre asociación, se les

autoriza también para realizar huelga, lo cual contraría el artículo 221 de la Carta Magna."

Al desarrollar esta idea, afirmó que: "El derecho de libertad sindical, no se ejerce para otro fin

que el permitir que los trabajadores, de manera colectiva y por tanto con mayor fuerza que si lo

hicieran individualmente, defiendan sus derechos laborales frente al patrono; y para el

cumplimiento de tales objetivos, este derecho da la base para la negociación colectiva." Con cita

de doctrina extranjera, el demandante expresó que el derecho de libertad sindical "comprende

también la libre utilización por los mismos sindicatos de todas las vías y procedimientos que el

ordenamiento ofrece para la defensa de los trabajadores", entre los cuales se halla la huelga. Pero

también destacó que disposiciones como el Art. 22.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles

y Políticos; el Art. 9.1 del Convenio 87; y el art. 8.1.c del Pacto Internacional de Derechos

Económicos, Sociales y Culturales, al mismo tiempo que reconocen el derecho de los sindicatos a

funcionar sin obstáculos, aceptan que pueden haber limitaciones prescritas por la ley "que sean

necesarias en una sociedad democrática, en interés de la seguridad nacional o del orden público, o

para la protección de los derechos y libertades ajenos (…) Estos artículos nos ayudan a entender

que la libertad sindical no puede oponerse a los intereses sociales. No es exagerar que si, por

ejemplo, militares y policías se asociaran en sindicato, y por medio de él buscaran obtener

mejoras en sus derechos laborales, a través de mecanismos de presión como una huelga, los

intereses sociales se verían seriamente en riesgo, en materia de defensa o seguridad pública. Pero

esto se puede hacer extensivo a otras funciones estatales de igual importancia, como

administración de justicia, salud, educación, etc., que al suspenderse acarrean graves perjuicios a

la colectividad."

"Podemos preguntarnos –continuó el demandante– Si los servidores públicos tienen reconocido y

ejercen un derecho a formar sindicatos, ¿Qué derechos harán valer a través de dicha asociación

laboral? Esos derechos no pueden ser otros que los derechos gremiales o laborales (…) Y, por

supuesto, entre esos derechos está el derecho a la huelga, claramente prohibida por el artículo 221

de la Constitución. Si vemos todo el régimen de los servidores públicos, comprendido en los

artículos 218 y siguientes de la Carta Magna, vemos que el poder constituyente les reconoce

muchas prerrogativas, a veces más protectoras que los derechos laborales de los trabajadores

privados (sirva de ejemplo la estabilidad laboral, de la que no gozan los últimos, salvo los

directivos sindicales, como bien afirmó la sentencia de amparo antes citada). Pero no les

reconoce el derecho de huelga, porque a los representantes de la soberanía popular les interesó

más proteger los intereses sociales, evitando que se entorpeciera aquellas funciones de interés

general o servicios prestados por el Estado. Esto lo afirmó la jurisprudencia constitucional en la

sentencia de las once horas del día veinte de junio de mil novecientos noventa y nueve, relativa a

un Decreto-ley de la Junta Revolucionaria de Gobierno que declaraba ilegal la huelga y el

abandono colectivo de sus cargos, por funcionarios y empleados del estado y entes

descentralizados. Podemos concluir, entonces, que la autorización a los empleados públicos para

que constituyan sindicatos, los autoriza también a que realicen huelgas, con lo cual se ha

producido claramente una violación al art. 221 de nuestra Ley Fundamental."

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c. Como tercer motivo, el ciudadano Muñoz Canizález estimó que: "También el reconocimiento

del derecho de la libertad sindical a los servidores públicos les autoriza a ejercer el derecho a la

negociación colectiva, lo cual contraría los arts. 131 número 9 y 227 de la Constitución."

Al referirse a esta manifestación específica del derecho de libertad sindical y citando doctrina

española, el demandante expresó que: "El derecho a la negociación colectiva implica que los

convenios concluidos entre patronos y trabajadores como consecuencia de dicha negociación no

solo son fuente de obligaciones contractuales para las partes negociadoras, sino también fuente de

derecho objetivo, que se aplica directamente a los contratos de trabajo individuales, sin necesidad

de incorporación o recepción expresa". Igualmente aclaró que "Aunque el contenido de lo

negociado puede referirse a otros aspectos no exclusivamente monetarios, sí es cierto que

esencialmente se refieren a aspectos salariales y de prestaciones económicas. En el ámbito

privado, no hay problema porque el patrono decide libremente sobre el patrimonio de su empresa,

pero en el público el principio de legalidad es muy estricto׃ es la Asamblea Legislativa quien

aprueba la Ley de Salarios, junto con la Ley de Presupuesto para cada año, y la que introduce las

modificaciones pertinentes y los funcionarios públicos no pueden modificar dichas leyes a su

antojo."

Luego de citar doctrina nacional sobre el fundamento del principio de legalidad en materia

presupuestaria, el demandante sostuvo que: "Esa garantía del principio de legalidad en la

elaboración del presupuesto nacional, se traduce luego en la prohibición a los funcionarios que lo

ejecutan, de que puedan disponer de gastos que no hayan sido previamente autorizados por el

Órgano Legislativo. Esa es una diferencia sustancial entre un empleador privado y un funcionario

con quien el sindicato pretendiera negociar mejoras salariales׃ el empleador privado dispone de

dinero propio, el segundo no puede disponer del presupuesto sin autorización legislativa, pues

ello lo llevaría a cometer el delito de malversación de fondos. Los convenios cuya

inconstitucionalidad solicito, el primero de manera implícita y el segundo expresamente en su

artículo 4, autorizan a los empleados públicos para que busquen negociaciones colectivas con los

funcionarios, incluso buscando aumentar, es decir, modificar los créditos presupuestarios

previstos para el pago de salarios. Ello es claramente contrario al principio de legalidad en

materia presupuestaria, estipulado en los artículos 131 numero 9 y 227 de la Constitución."

Al final de la parte expositiva de su demanda y con relación al tercero de los motivos indicados,

el ciudadano Muñoz Canizález advirtió que: "Podría decirse que la inconstitucionalidad que

indico solo aparece implícitamente en el Convenio 87, pues el 98 expresamente en su articulo 6

declara que el no se aplica a los funcionarios públicos en la Administración del Estado. No debe

confundirse ese honorable tribunal, pues los servidores públicos no solo son funcionarios

públicos; de hecho, estos últimos la mayor parte de las veces no gozan de estabilidad, porque son

políticos o de confianza. Cuantitativamente, el mayor número de servidores estatales son los

empleados públicos, quienes al hacer uso de la presión que consideren necesario para obtener

mejoras salariales, pueden paralizar las instituciones del Estado, aunque los funcionarios no

tengan el mencionado derecho. Y esa presión puede concluir en que las autoridades de cada

institución estatal hagan modificaciones del presupuesto aprobado por la Asamblea Legislativa,

incurriendo en la responsabilidad penal que ya he mencionado."

2. En la demanda que dio inicio al proceso 69-2007, el ciudadano Josué Gustavo Adolfo Torres

Rivera, aunque circunscribió su impugnación a los Arts. 2 y 3 del Convenio Nº 87 de la OIT, por

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vicios de contenido, también se refirió a un motivo de forma por el que, según él, "la Sala de lo

Constitucional debe declarar la inconstitucionalidad de la Convención Internacional, ya

mencionada".

A. Antes de plantear los motivos por los que considera inconstitucionales los Convenios 87 y 98

de la OIT, expuso unas consideraciones iniciales sobre la aplicación del principio stare decisis en

la jurisprudencia constitucional y sostuvo que dicho principio "se constituye en la obligación de

dicha Sala al fiel acatamiento de los principios y conceptos doctrinales establecidos por ella

misma en su jurisprudencia, en casos análogos, y en la presente demanda de inconstitucionalidad

se expondrán los argumentos fácticos y jurídicos respecto de disposiciones constitucionales, que

en anteriores e idénticos casos la Sala ya ha conocido al haber formulado el examen propio de

constitucionalidad sobre los mismos preceptos constitucionales que ahora se plantean, por lo que

con el debido respeto solicitamos la aplicación de dicho principio."

B. Al exponer los motivos de inconstitucionalidad en que basa su demanda, el ciudadano Torres

Rivera expuso las tres razones siguientes:

a. En primer lugar, aunque lo había anunciado como motivo de forma, identificó únicamente al

Art. 2 del Convenio 87 como violatorio del Art. 145 inc. 1º Cn.

Para ello, dijo que "en El Salvador, según lo dispuesto en el Art. 145, no se podrán ratificar

tratados en que se restrinjan o afecten de alguna manera las disposiciones constitucionales. Si no

obstante la anterior prohibición se llegase a introducir a nuestro ordenamiento jurídico –como

leyes de la Republica- acuerdos de voluntades entre estados, o entre estos y organismos

internacionales, que contengan normas que contradigan a la Constitución, el Art. 149 de la misma

prescribe que dichos tratados pueden ser sometidos al control de constitucionalidad concentrado

o difuso (...) El Art. 145 constitucional es claro, el Órgano Legislativo tiene prohibido la

ratificación de Tratados Internacionales, si en dichos cuerpos normativos, existen normas que

restrinjan o afecten manera las disposiciones constitucionales. Sin embargo, el Constituyente da

la posibilidad a la Asamblea Legislativa de ratificar el Tratado Internacional propuesto, con las

reservas correspondientes, como medida de protección al ordenamiento constitucional."

Consideró que "las reservas son actos inherentes a la soberanía nacional de los Estados, y que

como tales constituyen para ellos el ejercicio de un derecho. Así como los Estados tienen el

derecho soberano a celebrar tratados, también lo tienen para aceptar estos tratados con las

limitaciones, salvedades o reservas que soberanamente estimen conveniente. No hay que olvidar

que la característica principal de la reserva es que altera los términos del tratado, representando

una forma de derogación parcial." Sostuvo que en el presente caso "el Órgano Legislativo ratificó

en todas sus partes la Convención Internacional, sin haber hecho uso de la reserva, y con dicho

acto, esto es, la ratificación plena, se violentaron disposiciones constitucionales47 ׃ inc. 1°, 221

inc. 1° y en consecuencia los Arts. 145 y 246 inc. 1, como ya ha quedado demostrado en la

presente demanda, motivo por el que la Sala de lo Constitucional debe declarar la

inconstitucionalidad de la Convención Internacional, ya mencionada."

Sobre las supuestas violaciones constitucionales adujo que el instrumento impugnado: "Viola el

Art. 47 inc. 1° Cn., en tanto el Art. 2 del Convenio 87, reconoce a los trabajadores sin distinción

alguna el derecho de libre sindicalización, y ello habilita a que los empleados públicos puedan

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sindicalizarse, en contraposición a lo preceptuado por la Constitución en el Art. 47 inc. 1, que

solo autoriza la libre sindicalización para los patronos, trabajadores privados y los trabajadores de

las instituciones oficiales autónomas, no así para los demás empleados públicos y municipales.

Viola el Art. 221 Cn., en tanto los artículos 2 y 3 del Convenio 87, reconocen a favor de todos los

empleados el derecho de huelga, es decir, son normas habilitantes para que los empleados

públicos y municipales puedan ejercer la huelga, en contraposición lo preceptuado por la

Constitución en el Art. 221 inc. 1° Cn, que prohíbe la huelga de los trabajadores públicos y

municipales. Viola el Art. 145 Cn., en tanto los artículos 2 y 3 del Convenio 87, no fue ratificado

con las reservas correspondientes en tanto, dicho Tratado Internacional, reconoce el derecho de

libre sindicalización y huelga a los trabajadores sin distinción alguna, normas legales que afectan

las disposiciones constitucionales contenidas en los Arts. 47 inc. 1°, 221 inc. 1 y 246 Cn."

Por lo anterior concluyó que: "En el presente caso para que el Convenio 87 pudiese ser ley de la

República, la Asamblea Legislativa, indiscutiblemente debió haber ratificado el mismo con las

reservas correspondientes, al haberlo ratificado en todas sus partes, obliga a la Sala de lo

Constitucional, a declarar la inconstitucionalidad por los argumentos de derecho con

fundamentos constitucionales, expuestos en la presente demanda, debiendo tener en cuenta que la

decisión de la Sala se deberá imponer a todos los poderes públicos sin excepción alguna, de tal

manera que, una vez emitida la resolución, el Órgano Legislativo deberá seguir el camino

indicado para que el consentimiento del Estado sea constitucionalmente correcto, que en el caso

del Convenio 87, debió ser el de la ratificación del Convenio aludido con las reservas

correspondientes."

b. En segundo lugar, como vicio de contenido, el demandante expuso la "Inconstitucionalidad del

Art. 2 del Convenio relativo a la Libertad Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación,

por violación al Art. 47 inc. 1 de la Constitución", al expresar que: "el choque de la norma

secundaria es evidente, en tanto la Constitución –Art. 47 inc. 1°- única y exclusivamente permite

y reconoce el derecho de la libre sindicalización a tres grupos a saber: (1) los patronos, (2) los

trabajadores privados y (3) los trabajadores de las instituciones oficiales autónomas. Negando

dicho derecho a los funcionarios, empleados o trabajadores del Estado y a los empleados

municipales. En contraposición a la regulación constitucional, el Convenio Internacional en su

Art. 2, reconoce el derecho a la libertad sindical a todos los trabajadores y a los empleadores, sin

ninguna distinción, esto es sin importar si son trabajadores o empleados provenientes del sector

privado o público, en consecuencia resulta evidente la trasgresión de dicha norma con rango de

ley al marco constitucional."

A juicio del pretensor "Es evidente que, el artículo 47 inciso 1° de la Ley Fundamental, excluye

de su campo de aplicación la libertad sindical de los empleados o servidores del Estado, dicho de

otra manera, ha sido el mismo Constituyente el que ha autorizado la limitación a que dichos

trabajadores o empleados públicos puedan formar sindicatos, en razón dada a la naturaleza de la

función que tales empleados cumplen dentro del marco de la organización administrativa

fundamental de la estructura política del Estado. Es necesario entonces advertir de manera

inequívoca, que respecto de la sindicación de los empleados públicos o de empleados del Estado

hay un problema de conveniencia colectiva, y ha sido el constituyente el que ponderó la situación

que se señala: la diferenciación entre los trabajadores que por la naturaleza de la labor, trabajo o

servicio que prestan admiten la sindicación y aquellos que no admiten la sindicación por la

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conveniencia, en virtud de los intereses generales del Estado, por la conveniencia pública,

calificada por el Constituyente, lo cual es absolutamente procedente y constitucional."

"Es así –continuó– como se advierte que el ejercicio del derecho de sindicalización, solo podrá

estar sujeto a las restricciones previstas por la Constitución misma, que tienen su asidero en

razones de interés de la seguridad nacional, de la seguridad pública o del orden público, o para

proteger la salud o los derechos y libertades de los demás. Muestra que pueden existir

limitaciones a la libertad sindical, encontramos dentro del mismo Convenio Internacional del cual

impugnamos el artículo 2 por inconstitucional, el Art. 8.2, que establece: "La legislación nacional

deberá determinar asimismo hasta qué punto las garantías previstas en el presente….". Nótese

como en el mismo Tratado Internacional por una parte se establece el derecho a la libre

sindicalización y por otra se limita el mismo derecho, cuya competencia o facultad de restricción

se encomienda al derecho interno."

Para el ciudadano Torres Rivera, "En el caso sub júdice, ha sido el mismo Constituyente quien ha

establecido los límites a dicho derecho, cuyo fundamento de limitación obedece a la naturaleza

del servicio que se presta al Estado, ya que los empleados o trabajadores públicos, no son más

que servidores del Estado y agentes de la voluntad estatal en la administración de servicios

públicos, esto es, en actividades de satisfacción de necesidades colectivas y de gestión de bienes

públicos, de una manera regular y continua. Por ello la relación jurídica conveniente entre el

servidor público y la Administración del Estado es de naturaleza estatutaria, esto es, un conjunto

de deberes-derechos, estatuto al cual el funcionario se adhiere por su nombramiento, a través de

un acto-condición."

En la fundamentación de este motivo, la demanda del ciudadano Torres Rivera trascribe

íntegramente abundantes pasajes de la parte expositiva de la "sentencia de amparo clasificada

bajo el número 434-2000, de fecha 3 de junio de 2003, respecto al derecho de libre

sindicalización", que no es indispensable repetir en este apartado y como corolario de su

referencia jurisprudencial expresó: "Para efectos de la presente demanda de inconstitucionalidad

y en aplicación al principio de stare decisis, resulta de vital importancia la jurisprudencia sentada

por dicho Tribunal, siendo esta la siguiente׃ "En consecuencia, la vigente Constitución reconoce

un derecho general de asociación –articulo 7 Cn.-, es decir, cualquier persona puede asociarse

libremente con otra u otras para constituir entes colectivos sin embargo, no reconoce un derecho

de libertad sindical en sentido general –articulo 47 inciso 1° Cn.-, sino que lo hace de forma

particular para los patronos y los trabajadores del sector privado y de las instituciones oficiales

autónomas. Es de forma particular, porque no se establece un derecho de libertad sindical para

todo trabajador, lo hace únicamente para un sector laboral aspecto que es regulado en igual

sentido por el Código de Trabajo, específicamente en el articulo 204."

"En síntesis –dijo– se advierte del estudio de la norma constitucional y de la jurisprudencia

sentada por la Sala de lo Constitucional, en un caso –análogo al que ahora se plantea– en donde

dicho Tribunal ya efectuó el estudio del contenido y alcances del Art. 47 inc. 1° Cn. y determinó

que los trabajadores públicos carecen del derecho de libertad sindical; esto quiere decir que ha

sido la Constitución la que no les ha otorgado a los servidores públicos, el derecho a formar

sindicatos a los que se refiere el inciso primero del artículo 47 Cn.; en consecuencia el artículo 2

del Convenio 87 relativo a la Libertad Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación, es

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inconstitucional, en tanto dicho cuerpo legal reconoce sin distinción alguna el derecho a la libre

sindicalización, contrariando de forma absoluta el precepto constitucional ya referido."

c. En tercer lugar, el demandante aduce la "Inconstitucionalidad del Art. 2 y 3 del Convenio

relativo a la Libertad Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación por violación al Art.

221 inciso 1° de la Constitución" porque el Art. 2 del Convenio "tiene como objeto o finalidad, la

habilitación para que los servidores públicos constituyan sindicatos (habilitación que como ha

quedado demostrada es inconstitucional), valiéndose los sindicatos de la huelga para presionar al

Estado y los entes públicos para lograr sus objetivos."

Aclaró que "Si bien el Convenio 87 relacionado no menciona expresamente la huelga, sí se

refiere al derecho de organizar sus actividades y el de formular su programa de acción, por lo que

los Artículos 2 y 3 del Convenio llevan consigo la habilitación legal del derecho de huelga para

los empleados públicos abarcando a los municipales inclusive, derecho que se encuentra

prohibido por el artículo 221 inciso primero de la Constitución y en consecuencia las

disposiciones legales contenidas en los Art. 2 y 3 del citado Convenio son inconstitucionales." A

juicio del demandante, "ambas figuras, la sindicalización y la huelga, se encuentran natural y

lógicamente unidas, en tanto, no se puede concebir un sindicato sin la capacidad de negociar

condiciones de trabajo y de utilizar la huelga como un medio de presión para la solución de los

conflictos laborales, siendo claro, pues, que el derecho a la libre sindicalización y el derecho a la

huelga son concomitantes (...) Si no es así, carece de sentido que se organicen en sindicato."

También dijo que "Si bien la Constitución reconoce y consagra el derecho de huelga (Art. 48 inc.

1°) como un derecho subjetivo y fundamental de los trabajadores, con excepción de los

trabajadores públicos y municipales (Art. 221 inc. 1°) (...) ello no impide el establecimiento de

relaciones mutuas, ello como consecuencia de la tradicional y extendida caracterización del

derecho de huelga como un derecho de libertad sindical. Es por ello que se puede afirmar que

dentro del género conocido de los derechos de libertad sindical se incluye, además de los

derechos de organización, los derechos de actividad o acción del sindicato, necesarios para el

cumplimiento de su finalidad institucional de representación y defensa de los intereses de los

trabajadores, y, entre ellos, típicamente los de negociación colectiva, huelga y conflicto colectivo,

en consecuencia, nuestro marco constitucional no es ajeno a esta comprensión integrada de los

derechos de libertad sindical." Además, el demandante citó jurisprudencia del Tribunal

Constitucional Español, en la que se reconoció una similar "conexión necesaria" entre el derecho

de libertad sindical y el derecho de huelga, de modo que "un sindicato sin derecho a huelga

quedaría, en una sociedad democrática, vaciado prácticamente de contenido."

Para el ciudadano Torres Rivera, "los Arts. 2 y 3 del Convenio 87 son inconstitucionales, porque

es a partir de dicha regulación que existe una habilitación legal que garantiza y reconoce a los

trabajadores sin distinción alguna el derecho de huelga, en tanto dicho derecho solo puede ser

concebido y reconocido como tal en un sistema de libertad sindical." Después de trascribir el Art.

221 Cn., dijo que: "La norma constitucional es clara e inequívoca, no podrá declararse en huelga

los trabajadores públicos, es decir los trabajadores del Estado ni de las municipalidades; y es que

la razón de ser de dicha limitación se debe a la naturaleza del servicio o trabajo que prestan

dichas personas, pues al ser trabajador del Estado o municipalidades, estas atienden servicios de

utilidad pública o cuya paralización podría causar grave daño, bien sea a la salud, a la economía

del país, al abastecimiento de la población o a la seguridad nacional, etc. Al analizar la

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disposición constitucional consagrada en el Art. 221, permite llegar a la conclusión que la clara

intención del constituyente fue excluir a los trabajadores públicos y municipales del ejercicio de

tal derecho."

Luego, la demanda relacionada pasa a trascribir íntegramente abundantes pasajes de la parte

expositiva de la "sentencia de Inconstitucionalidad del 20 de junio de 1999, ref. 4-88", aduciendo

que "Interesa dicho precedente jurisprudencial, ya que el análisis que el Tribunal ha elaborado

sobre el contenido y alcance del Art. 221 inc. 1º Cn, es básico y fundamental para la pretensión

de la presente demanda, teniendo en cuenta la aplicación del principio de stare decisis al presente

caso." Después de la trascripción, para continuar con sus argumentos, el demandante afirma que:

"El precedente jurisprudencial contenido en la sentencia de inconstitucionalidad es claro; no

ofrece confusión alguna, y ello como consecuencia lógica del Art. 221, el Constituyente no ha

dejado margen para ningún tipo de interpretación, en tanto, la huelga de los trabajadores públicos

y municipales está prohibida, es decir vedada, simplemente no se permite."

"Respecto al ejercicio del derecho de huelga –prosiguió el ciudadano Torres Rivera– y, en

particular, sobre las limitaciones que pueden imponerse al mismo, éstas obedecen a razones de

interés colectivo o público: aseguran el mantenimiento de los servicios esenciales. Y es que el

derecho de huelga dentro de nuestro ordenamiento constitucional, ha experimentado limitaciones

o restricciones en su ejercicio derivadas de su conexión con otros derechos o bienes

constitucionalmente protegidos. Una de esas limitaciones, expresamente previstas en la

Constitución, procede de la necesidad de garantizar los servicios esenciales de la colectividad. El

Estado mismo presta determinadas actividades vitales y necesarias para la vida de la comunidad.

La noción de servicios esenciales hace referencia a la naturaleza de los intereses a cuya

satisfacción la prestación se dirige, conectándose con los derechos fundamentales, las libertades

publicas y los bienes constitucionalmente protegidos. Con lo anterior queda demostrado, que el

Constituyente con la restricción impuesta al derecho de huelga, procura que existan todas las

medidas precisas para el manteniendo de los servicios esenciales que el Estado se encuentra

obligado a brindarle a la colectividad (...) De todos es bien sabido que durante las huelgas sufren

los usuarios de determinado servicio o actividad, y esto es precisamente lo que garantiza la

disposición constitucional en comento, que los usuarios de los servicios públicos y esenciales, no

padezcan daños perniciosos, ya que el interés de la colectividad no debe ni puede ser perturbado

por la huelga."

Sobre la base de lo anterior, el demandante consideró que: "Tanto el Art. 2 como el Art. 3 del

Convenio 87, que ha sido ratificado, entra en contraposición con el límite impuesto por la

Constitución en el Art. 221 inc. 1° Cn, del derecho a la huelga, en donde la relación entre el

derecho y su límite es plenamente admisible y así lo ha determinado el Constituyente. A partir de

esa consideración es evidente que la regulación de los Arts. 2 y 3 del Convenio 87 ratificado por

la Asamblea Legislativa, es contrario a la norma constitucional, dichas disposiciones no pueden

rebasar de manera alguna, la limitación que el Constituyente ha impuesto, la cual única y

exclusivamente tiene como objeto establecer una garantía precisa para asegurar el mantenimiento

de los servicios esenciales de la comunidad (...) Finalmente se debe tener claro que el derecho de

huelga, como ya hemos señalado, no es un derecho ilimitado, y que, en concreto y la salvaguarda

en la prestación y la continuidad de los servicios públicos y esenciales a la comunidad, es la

razón fundamental por la cual opera como límite del derecho de huelga, por lo que los Arts. 2 y 3

del Convenio 87 deben ser declarados inconstitucionales."

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3. Por resoluciones de las diez horas y cinco minutos y de las diez horas y diez minutos, ambas

del veinticuatro de julio de dos mil siete, respectivamente, se admitieron las demandas antes

relacionadas y se ordenó que la Asamblea Legislativa y la Presidencia de la República rindieran

los informes para justificar la constitucionalidad de las disposiciones impugnadas. Los sendos

informes, correspondientes a las demandas de los procesos constitucionales acumulados, fueron

expresados en similares términos, en vista de la significativa coincidencia de los motivos de

inconstitucionalidad planteados en ambas demandas, pero se especificaron en cada caso los

distintos objetos de impugnación. En vista de ello y por economía procesal, a continuación se

efectúa una sola relación de las argumentaciones de dichos informes.

4. La Segunda Designada a la Presidencia de la República y Encargada del Despacho

Presidencial, en su informe respectivo se refirió a las pretensiones de inconstitucionalidad de los

demandantes:

A. En primer lugar, consideró "conveniente consignar algunas nociones sobre la interpretación

conforme como método interpretativo de la Constitución, que corresponde como máxima final a

la Sala de lo Constitucional." Dijo que "cada vez que se interpone una demanda, como en el

presente caso, el examen de la supuesta trasgresión al texto fundamental debe de hacerse de

acuerdo a un método interpretativo denominado interpretación conforme a la Constitución (...) Es

así como de acuerdo a los criterios y jurisprudencia sentada por ese Tribunal, respecto de la

interpretación conforme a la Constitución, ésta supone que entre diversas interpretaciones

posibles de una regla de Derecho, el intérprete encargado del control constitucional, debe de

optar por la interpretación que mejor se acomode a las normas constitucionales; pues cuando la

Sala de lo Constitucional emite sus resoluciones se encuentra ejerciendo su función de ente

unificador del ordenamiento jurídico, para asegurar la coherencia del mismo con la Ley

Fundamental."

B. Luego, el informe se refiere específicamente a los motivos de inconstitucionalidad planteados.

a. Sobre la supuesta confrontación que las disposiciones impugnadas guardan con el artículo 47

Cn. –derecho de libertad sindical de trabajadores privados y no públicos-, se dijo que: "Es obvio

que el peticionario ha hecho gravitar el argumento jurídico de constitucionalidad, no en la

libertad sindical como derecho fundamental del trabajador público o del Estado, sino en las

funciones que dicho trabajador público realiza, partiendo, obviamente de un argumento errado y

equivocado, en tanto, los derechos fundamentales del ser humano, no pueden partir en función de

la labor que con éstos se realizará, sino que éstos surgen de la condición de ser humano per se.

Así tenemos que la Constitución en ningún momento prohíbe la sindicalización para los

trabajadores públicos, no hay prohibición expresa en ese sentido, pudiese hablarse en todo caso,

que no existe una regulación expresa, respecto a los trabajadores públicos, distintos de las

entidades descentralizadas, pero ello, no es razón jurídica válida y suficiente para concluir que el

Constituyente ha prohibido la libre sindicalización para los trabajadores públicos, simplemente

no se encuentra regulada pero tampoco prohibida, en consecuencia, es constitucional y

legalmente es perfectamente viable que ésta se permita a nivel del Convenio 87, cuyo Art. 2

ahora se impugna."

También se argumentó que "todo trabajador público o privado tiene derecho a sindicarse

libremente; el término "trabajador" debe entenderse de una forma genérica, como toda aquella

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persona que realiza un trabajo o servicio para otra a cambio de una remuneración, con

independencia del régimen jurídico a la que esté sometida, es decir, que deben ser considerados,

tanto aquellos trabajadores que sean sujetos de una relación laboral, como aquellos que lo sean de

una relación de carácter administrativo o estatutario al servicio de las Administraciones

Públicas."

En el informe relacionado se consideró que: "resulta obvio, que la preocupación del ciudadano,

va encaminada no al derecho de la libertad sindical per se, sino que a una de las consecuencias

que puede derivar el ejercicio de dicho derecho, cuando los trabajadores entran en un conflicto

colectivo: la huelga y con ella la inminente paralización de los servicios públicos o esenciales a la

comunidad. En ese sentido –se dijo– el derecho de asociación sindical no es un derecho absoluto,

lo que implica que puede estar sujeto a restricciones para los efectos contemplados en la

Constitución misma y en los Convenios Internacionales, así como igualmente a aquellas que le

está permitido imponer al legislador en la medida que no afecten su núcleo esencial, lo

desnaturalicen o impidan su normal y adecuado ejercicio. Por ende, la autoridad competente, en

aplicación a la Constitución misma, podrá prever en los estatutos sindicales, los alcances de la

huelga respecto de los trabajadores públicos y municipales, y con ello, no se violan la

Constitución ni los Convenios Internacionales en materia de libertad sindical, por cuanto la

estructura interna y funcionamiento de los sindicatos deben sujetarse a las restricciones impuestas

por el orden legal, las cuales, para el caso, no resultan irrazonables ni desproporcionadas, ni

violan el núcleo esencial del derecho fundamental a la libertad sindical."

"Por el contrario –continúa el informe– las exigencias establecidas para asegurar aquellos

servicios cuya interrupción podría poner en peligro la vida, la seguridad o la salud de la persona

en toda o parte de la población, resultan más bien necesarias y proporcionadas a la finalidad

perseguida de garantizar la regularidad, no interrupción y continuidad de los servicios esenciales

a la comunidad y el funcionamiento de los sindicatos en un ambiente democrático y participativo,

apenas imponen unos requisitos mínimos e indispensables para el normal funcionamiento y

organización de un sindicato, que permiten ampliar su campo de acción y así garantizar los

derechos de asociación y libertad sindical, así como el de participación de quienes lo integran y el

derecho de la colectividad."

Con base en lo antes citado, en el informe se sostiene que "no existe la inconstitucionalidad que

alega el demandante, en tanto, la Constitución no prohíbe en modo alguno el derecho de libre

sindicalización a los trabajadores públicos, sino que dicho derecho no ha sido regulado por el

Constituyente, lo que no es obstáculo para ser regulado por el legislador, bien sea a través de un

Tratado Internacional o por la legislación secundaria, debiendo tener en cuenta, para su

regulación, las limitaciones impuestas relacionadas con los efectos del Art. 221, inc. 1º. de la

Constitución, esto es, la relación del derecho de libertad sindical y el derecho de huelga, debiendo

imponer para ejercicio de éste último, normas, regulaciones o directrices para fijar el

funcionamiento de los servicios mínimos esenciales en el ámbito de la gestión de los servicios

públicos esenciales a la comunidad."

b. En cuanto a la violación, por las disposiciones impugnadas en este proceso, del Art. 221 Cn., el

informe expresa que: "Se coincide con el demandante en el hecho que, aunque las disposiciones

del Convenio mencionadas no establecen de forma expresa el derecho de huelga a los

trabajadores organizados en sindicatos, ambas figuras, la sindicalización y la huelga, se

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encuentran natural y lógicamente unidas, en tanto, no se puede concebir un sindicato sin la

capacidad de negociar condiciones de trabajo y de utilizar la huelga como un medio de presión

para la solución de los conflictos laborales, siendo claro, pues, que el derecho a la libre

sindicalización y el derecho a la huelga son concomitantes."

Sin embargo, a juicio de la autoridad emisora del informe relacionado "La prohibición del 221

constitucional –de acuerdo a la interpretación conforme a la Constitución– no va encaminada al

aniquilamiento del núcleo esencial del derecho de libre sindicalización, en tanto, una

interpretación cuyos efectos atenten contra el contenido esencial de cualquier derecho

constitucional resulta inaceptable e improcedente. En el presente caso, la Sala de lo

Constitucional, deberá establecer de manera inequívoca que la prohibición de la disposición

constitucional anotada, no puede interpretarse en su aceptación restringida, sino que, siguiendo la

misma línea jurisprudencial trazada por dicho Tribunal, debe de potenciarse aquella

interpretación que se ajuste más a la Constitución, ya que, la misma lo que prevé no es una

exclusión de la titularidad del derecho de huelga a dichos trabajadores –públicos y municipales– ,

sino que prevé una limitación al ejercicio de dicho derecho. El derecho de huelga puede

experimentar limitaciones o restricciones en su ejercicio derivadas de su conexión con otros

derechos o bienes constitucionalmente protegidos, aunque nunca podrán rebasar su contenido

esencial, hacerlo impracticable, obstruirlo más allá de lo razonable o despojarlo de la necesaria

protección, pues dicha restricción o limitación sería inconstitucional."

Después de incorporar referencias de decisiones del Tribunal Constitucional Español sobre las

categorías de "servicios públicos esenciales" y de "servicios mínimos" necesarios durante la

ejecución de una huelga, el informe sostiene que "la consideración de un servicio como esencial

no puede suponer la supresión del derecho de huelga de los trabajadores que hubieran de

prestarlo, sino la necesidad de disponer las medidas precisas para su mantenimiento o, dicho de

otra forma, para asegurar la prestación de los trabajos que sean necesarios para la cobertura

mínima de los derechos, libertades o bienes que satisface dicho servicio, sin que exija alcanzar el

nivel de rendimiento habitual ni asegurar su funcionamiento normal. La prohibición del Art. 221

Cn., debe entenderse e interpretarse como la prohibición de huelga únicamente para aquellos

trabajadores públicos y municipales, encargados de realizar los trabajos que no pueden sufrir

interrupción o cuya prestación debe mantenerse en algún grado, no así a todos los trabajadores

que laboran en el órgano estatal o municipal."

"En otras palabras –prosigue el informe– la prohibición del Art. 221 Cn., alcanza única y

exclusivamente a los trabajadores que dentro de la institución ejecutan labores relacionadas con

el establecimiento del servicio mínimo de la producción de dicho servicio, a fin de

compatibilizar, de una parte, el mantenimiento de los aludidos servicios al nivel imprescindible, y

de otra, la mínima limitación posible del derecho de huelga, de tal forma que queden

salvaguardados, al mismo tiempo, y dentro de lo posible, el interés general de la comunidad, que

se halla implícito en la consideración legal de estos servicios como <esenciales> y el derecho

fundamental de huelga del que son titulares los trabajadores; en consecuencia no existe la

inconstitucionalidad alegada por el demandante."

c. Respecto a la contradicción alegada, de las disposiciones impugnadas, con los Arts. 131 Ord.

9º y 227 Cn., el informe –aludiendo a la primera demanda referida en esta sentencia– expresa

que: "el mismo demandante expone a fs. 13, tercer párrafo, que la inconstitucionalidad que

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inicialmente recae en el Convenio 98 ya no es tal, en tanto expone, que el mismo artículo 6 de

dicho Convenio declara de manera inequívoca que no se aplica a los funcionarios públicos de la

Administración Pública; en consecuencia, la supuesta inconstitucionalidad alegada por el actor

respecto del Convenio 98 ha sido desestimada por éste, y en ese sentido debe de pronunciarse la

Sala de lo Constitucional."

Por otra parte, según el informe, las disposiciones constitucionales invocadas como parámetros

de control "no pueden ser tomadas en modo alguno como una confrontación normativa respecto

del Art. 1 del Convenio 87, ya que cualquier negociación colectiva, entendida ésta como el

procedimiento de discusión entre uno o más empleadores y uno o más sindicatos o grupos de

trabajadores para establecer condiciones comunes de trabajo y remuneraciones para los

trabajadores que negocian por un tiempo determinado, debe de ajustarse a ciertos parámetros, es

decir, límites presupuestarios dentro del sector público, por lo que, es perfectamente viable la

negociación colectiva, siempre y cuando se respetan los límites establecidos en el ordenamiento

constitucional a esos efectos, y en consecuencia no existe la violación alegada por el

demandante."

d. En el informe relativo a la segunda demanda, la Segunda Designada a la Presidencia de la

República y Encargada del Despacho Presidencial agregó: "En relación a la violación del Art.

145 de la Constitución, aclaro que como la supuesta lesión constitucional se encuentra en función

de las supuestas violaciones a los Arts. 47 inc. 1º y 221 inc. 1º Cn., y ya ha quedado demostrado

que no existe inconstitucionalidad alguna, en consecuencia no hay violación al Art. 145 de la Ley

Fundamental."

En virtud de las argumentaciones expuestas, la Segunda Designada a la Presidencia de la

República y Encargada del Despacho Presidencial solicitó que se declare que los Convenios de la

OIT números 87 y 98 impugnados en este proceso, no son inconstitucionales.

5. La Asamblea Legislativa, cumplió con los informes respectivos en similares términos para

ambas demandas:

A. Dentro de sus consideraciones iniciales, la Asamblea aclaró: "Que para la ratificación de los

Convenios de la OIT Nos. 87 y 98, lo cual fue iniciativa del Presidente de la República, por

medio del Ministro de Relaciones Exteriores, razón por lo cual, el Pleno Legislativo autorizó a la

Junta Directiva, con la finalidad de conformar una Comisión Ad Hoc, para el estudio de los

mismos y la normativa doméstica relacionada con la materia, por lo que consideró conveniente

oír la opinión de abogados constitucionalistas y de la mayoría de sindicatos del país, quienes

expresaron sus argumentos en la referida Comisión, de lo cual se adjunta fotocopia certificada de

las argumentaciones expuestas."

Según el informe, "el derecho de sindicación es un indicador del nivel de desarrollo democrático

de un país, puesto que se configura a partir del reconocimiento de una serie de derechos y

libertades civiles que constituyen la columna vertebral de las sociedades democráticas, y entre los

que se encuentran: el derecho de asociación, de reunión, manifestación y la libertad de expresión.

No puede existir entonces, una auténtica democracia sino no se reconoce a todos los trabajadores,

públicos y privados, el derecho de sindicación."

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Posteriormente, la Asamblea trascribió diversas disposiciones de instrumentos del Derecho

Internacional de los Derechos Humanos –Art. 23 de la Declaración Universal de Derechos

Humanos; Art. 16 de la Convención Americana de Derechos Humanos; Art. 22 del Pacto

Internacional de Derechos Civiles y Políticos; Art. 23 de la Declaración Americana de Derechos

y Deberes del Hombre– para "señalar" "el carácter universal del derecho de sindicación" y

expresar que "todos y cada uno de los instrumentos internacionales han sido ratificados por

nuestro país y por lo tanto, se tiene la obligación de honrar estos compromisos adquiridos ante la

comunidad jurídica internacional."

B. Con relación a los argumentos de inconstitucionalidad de los demandantes, se procurará

relacionar las ideas principales del informe con los motivos aducidos por los demandantes.

a. En cuanto a la supuesta violación del Art. 47 Cn., la Asamblea sostiene que: "Si bien la Cn. en

su Art. 47 omite incluir como titulares del derecho de sindicación a los empleados públicos y

municipales, esta omisión en ningún momento constituye una prohibición o una restricción para

que los empleados públicos se organicen sindicalmente. Toda vez que de conformidad a lo

prescrito en el Art. 8 de la Cn., el cual consagra el principio de legalidad de los ciudadanos:

"Nadie está obligado a hacer lo que la ley no manda, ni a privarse de lo que ella no prohíbe". A

partir de lo dispuesto en la citada disposición constitucional, en la cual se consagra uno de los

principios democráticos fundamentales, como lo es el principio de legalidad de los ciudadanos,

podemos concluir que la única razón por la cual los empleados públicos estarían inhabilitados

para constituir sindicatos sería en el evento de que existiera una prohibición expresa de la

Constitución, en particular."

Para la Asamblea Legislativa: "Que el Art. 47 de la Cn., establece el derecho de patronos y

trabajadores privados sin distinción de nacionalidad, sexo, raza, credo o ideas políticas, esto no

significa que establezca una prohibición para otros; el reconocimiento de un derecho no significa

que implique la negación de ese derecho para otras personas, máxime cuando en la misma

Constitución, el Art. 52 dice que "los derechos consagrados a favor de los trabajadores son

irrenunciables y que la enumeración de los derechos y beneficios a que este capítulo se refiere no

excluye otros que se deriven de los principios justicia social"; es decir, la misma Constitución

está reconociéndolos (...) ¿cuáles? es cuestión que va determinando la historia, que va

determinando el Órgano Legislativo, que va determinando la costumbre o en algunos casos la

misma conciencia de los patronos o la lucha de los trabajadores. Entonces pues además de estos

derechos hay otros, no hay ninguna prohibición en la Constitución para la sindicalización de los

trabajadores del Estado (...) Cuando el artículo 47 de la Cn., establece, la sindicalización para

trabajadores privados y empleadores privados y para los trabajadores de entidades autónomas,

hay que verlo en consonancia con la otra disposición del último artículo del capítulo del trabajo y

la seguridad social, que dice que todo lo establecido en la sección segunda, es sin perjuicio de

otros derechos que se establezcan (...) la humanidad a través precisamente de la OIT, de la firma

de todos estos tratados y convenios ha ido estableciendo como un derecho claro de los

trabajadores, reconocidos por la humanidad, un derecho a la sindicalización".

Según el informe, "además hay una cuestión muy importante: dice el Art. 221 de la Cn., se

prohíbe la huelga de los trabajadores públicos y municipales lo mismo que el abandono colectivo

de sus cargos; esta prohibición no tendría sentido si no se le estuviera reconociendo a los

trabajadores públicos y municipales la calidad de ser sujetos activos del derecho de huelga. El

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derecho de huelga es un derecho de los sindicatos, de las asociaciones de trabajadores, el paro es

de los patronos; entonces, no tiene ningún sentido decir en el Art. 221 se prohíbe la huelga de los

trabajadores públicos, si es que de por sí la Constitución hubiere entendido que los trabajadores

públicos no podrían sindicalizarse".

b. Sobre el Art. 221 Cn., el informe expresa que: "el derecho a la sindicalización debe traer

aparejado indiscutiblemente el derecho a la huelga, si un sindicato que no tiene ningún tipo de

arma para luchar es un sindicato ineficaz en su trabajo a favor de los trabajadores." "En primer

lugar –continúa el informe– tenemos que recordar que el derecho de huelga de los trabajadores

privados no ha tenido aquí jamás discusión y que huelgas no ha habido porque el aparato estatal

jamás ha calificado de legítima una huelga; es decir, es miedo a algo que no ha existido en el

país, ni siquiera cuando está claramente reconocido por la Constitución; la idea de que los

trabajadores en el campo se van a declarar en huelga cuando los trabajadores en el campo lo que

están pidiendo es trabajo y la idea de que los trabajadores públicos no se van a declarar en huelga,

en momentos en que las circunstancias históricas no lo exijan; cuando las circunstancias

históricas exigen una huelga nacional la huelga se da independientemente de lo que digan las

disposiciones legales o constitucionales".

En opinión del Órgano Legislativo, "no hay en el texto de ambos convenios, ninguna norma que

vulnere o que pueda ser susceptible de vulnerar el ordenamiento jurídico salvadoreño,

especialmente el orden constitucional, pues en el año de 1979 la Junta Revolucionaria de

Gobierno en ese entonces, ratificó el convenio conocido como Pacto Internacional de Derechos

Económicos Sociales y Culturales, este tratado (...) regula en su Art. 8 precisamente la obligación

de los Estados parte, de garantizar el derecho de sindicación, el derecho de formar federaciones y

confederaciones, el derecho de los sindicatos de funcionar sin obstáculos, incluye o no distingue

entre empleados públicos ni privados, pero a su vez, es lo más importante del pacto en lo que

atañe en este momento y por las posibles objeciones que puedan hacerse a los Convenios 87 y 98,

agrega que los Estados parte deben de garantizar el derecho de huelga ejercido de conformidad

con las leyes de cada país (...) En fin pues, del texto del Art. 8 del Pacto Internacional de

Derechos Económicos Sociales y Culturales, que es la Ley de la República, nadie ha impugnado

su constitucionalidad en la Sala de lo Constitucional, si se permite la sindicación libre de todos y

es una Ley de la República, en algún sentido de acuerdo a lo que dice el Art. 144 de la Cn., en

jerarquía superior a la ley secundaria, debemos concluir que ya en otro momento hemos, los

salvadoreños como Estado, concedido que es posible la libre sindicación para todos los

trabajadores y empleadores, en este caso como empleador no se va asociar con nadie, pero sí los

trabajadores públicos tienen el derecho de libre sindicación y por consecuencia aparejada el

derecho de huelga."

c. En la parte final de su informe, la Asamblea Legislativa expone retóricamente algunos

ejemplos de prohibiciones expresas que la Constitución sí contiene (pena de muerte, tortura,

condonación de deudas a favor del fisco), lo cual no ocurre en el caso de la libertad sindical de

los empleados públicos. También menciona algunos derechos que la Constitución no regula

textualmente o no con el alcance reconocido por la ley o la jurisprudencia, para demostrar que en

tales casos no se ha disputado la constitucionalidad de dichas extensiones, pues se considera que

"la Constitución señala derechos mínimos, el orden secundario puede dar derechos mayores; la

jurisprudencia también".

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De todo lo anterior, el informe deriva que: "Los Convenios 87 y 98, ambos tienen dentro su texto

normas que no chocan o no entran en colisión, con la normativa constitucional vigente en nuestro

país."

6. Por su parte, el Fiscal General de la República, al contestar el traslado en los mismos términos

para cada proceso acumulado, expuso:

A. Inicialmente, aludiendo a la jurisprudencia de esta Sala, el Fiscal se refirió a la ubicación de

los tratados dentro del sistema de fuentes del ordenamiento jurídico salvadoreño, con el fin de

descartar que en el presente caso se trate de una simple antinomia entre "leyes secundarias", en la

que únicamente esté en juego la depuración del ordenamiento jurídico en general, la coherencia

interna del sistema de fuentes o la mera defensa del derecho objetivo. Derivado de ello afirmó

que: "el conocimiento de la pretensión que nos ocupa, efectivamente es competencia de la Sala de

lo Constitucional, decidirlo a través de la demanda de inconstitucionalidad, ya que en el presente

caso, la confrontación existente es entre los convenios y las disposiciones constitucionales. Ya

que como consecuencia de los anteriores Convenios, se puede inferir que se le reconoce a los

empleados públicos el derecho de sindicación, de huelga y de negociación colectiva, es necesario

analizar si tal regulación vulnera alguna disposición constitucional."

B. A continuación del preámbulo relacionado, el Fiscal opinó sobre los motivos de

inconstitucionalidad expuestos por los demandantes.

a. Para exponer sus argumentos sobre la violación alegada, en el sentido que los Convenios de la

OIT Nº 87 y 98 contradicen el Art. 47 inc. 1º Cn., el Fiscal retomó la jurisprudencia

constitucional expresada en las sentencias de amparo número 23-R-96, de 8-X-1998,

Considerando III y de inconstitucionalidad 8-97, de 23-III-2001, Considerando VII, en los

pasajes –los cuales trascribió en su opinión– que se refieren al contenido, fundamentación,

importancia, carácter potestativo y alcances del derecho a la libre asociación.

A partir de lo anterior, expuso su punto de vista sobre la relación entre el derecho a la libre

asociación y el derecho de libertad sindical, en los términos siguientes: "Con lo anterior queda

claro que existe la libertad de asociación, bajo los parámetros legales y constitucionales que ya se

han señalado. En relación con lo anterior, el Art. 47 de la Carta Magna, regula dentro del derecho

de libertad de asociación, el muy específico relativo al de sindicación o de asociación gremial de

los trabajadores, en los siguientes términos (...)" y trascribió el texto íntegro del Art. 47 Cn.

Luego, dijo: "Resulta entonces evidente que el derecho de asociación que estatuye el Art. 7 de la

Constitución es de carácter general y dirigido o reconocido a todos los habitantes del país,

mientras que el regulado en el Art. 47 es de carácter especial, por lo que inclusive al regular el

derecho, introduce una matización respecto de aquel, que consiste en que se reconoce

exclusivamente a los habitantes ahí especificados "Los patronos y trabajadores privados y los

trabajadores de las instituciones oficiales autónomas"."

A lo dicho, el Fiscal agregó una relación de la jurisprudencia sobre los conceptos de regulación,

limitación o restricción y anulación de derechos fundamentales, con base en la sentencia de

inconstitucionalidad ya mencionada y enfatizó la diferenciación siguiente: "Si la restricción se

hace por disposiciones constitucionales, nos encontramos en presencia de restricciones

directamente constitucionales; por el contrario, si se hace por leyes, nos encontramos en

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presencia de limitaciones legales". Enseguida afirmó: "Con lo dicho, se puede afirmar que

cuando el Art. 2 del Convenio establece: "Los trabajadores y los empleados, sin ninguna

distinción y sin autorización previa, tienen el derecho de constituir las organizaciones que

estimen convenientes, así como el de afiliarse a estas organizaciones, con la sola condición de

observar los estatutos de la misma", nos encontramos ante una violación de lo dispuesto en el Art.

47 de la Constitución de la República, pues éste configura una limitación del derecho a la libertad

sindical establecido directamente en la Carta Magna, por lo que es procedente solicitar, junto con

el demandante su declaratoria de inconstitucionalidad."

b. Respecto a la supuesta violación basada en la oposición de los instrumentos normativos

impugnados con el Art. 221 Cn., el Fiscal incorporó a su opinión la jurisprudencia constitucional

(sentencia de inconstitucionalidad N º 4-88, del 20-VI-1999) sobre la regulación constitucional

del derecho de huelga, Arts. 48 y 221 Cn., y sostuvo que el primero de dichos artículos "reconoce

el derecho de huelga a todos los trabajadores, quienes se encuentran comprendidos en una

relación laboral en virtud de contrato de trabajo. No obstante, cuando se trata de los trabajadores

del sector público, la situación debe ser analizada con detenimiento, pues la relación laboral de

estos está fundada en la prestación de un servicio de interés general y no particular –como ocurre

con el trabajador privado–. La misma situación de prestar servicios al Estado o a cualquier ente

descentralizado, la naturaleza de dicha prestación de servicio personal y la calidad del ente para

el cual trabaja o despliega su fuerza laboral, hacen improcedente que exista un derecho de huelga

para estos trabajadores, ya que, si se admite tal situación ello implicaría que la función estatal se

viera afectada cada vez que los servidores decidan ir a la huelga, trayendo como consecuencia, el

entorpecimiento de aquellas funciones de interés general. Por esa razón, en la Constitución

vigente no se consideró procedente otorgar el derecho de huelga a los servidores públicos,

prohibiéndose el referido derecho en el artículo 221 (…) Es claro que desde el punto de vista

constitucional no existe el derecho a la huelga para los servidores públicos, pues existe

prohibición expresa en dicha normativa –art. 221 Cn.– , esta disposición es de carácter

excepcional en relación con la regla general prescrita en el art. 48 Cn., y tal prohibición es

extensiva a todo aquel que se encuentre vinculado por un contrato de trabajo con el Estado o con

cualquier ente público."

A continuación, el Fiscal relacionó las consideraciones jurisprudenciales de esta Sala sobre las

restricciones a la libertad (Sentencia de inconstitucionalidad Nº 17-95, de 14-XII-1995,

Considerando XIII), destacando que: "No se trata pues, de una libertad ilimitada, sino que las

personas han de observar obligatoriamente todas aquellas restricciones de su libertad que el

legislador formula para la convivencia social, siempre en relación a los valores fundamentales del

ordenamiento, la justicia, la seguridad jurídica y el bien común. Lo anterior nos dice que la

libertad es restringible, pero al mismo tiempo que sólo es restringible por razones que atiendan a

los valores fundamentales del sistema, lo que significa que no es restringible en virtud de razones

cualesquiera. Dicho en otras palabras, en la Constitución salvadoreña, el derecho general de

libertad no otorga una permisión ilimitada a hacer o no hacer lo que se quiera, sino que significa

que toda persona puede hacer u omitir lo que quiera en la medida en que razones suficientes –

consagración normativa de protección de terceros o de interés general– no justifiquen una

restricción a la libertad". "En virtud de ello –prosiguió el Fiscal– también por las razones

anteriores, debo adherirme a la petición de inconstitucionalidad del demandante, por la evidente

contradicción del Convenio con lo dispuesto en el Art. 221 de la Constitución de la República y

así lo pediré más adelante."

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c. En cuanto a la supuesta violación de los artículos 131 No. 9 y 227 de la Constitución de la

República, luego de trascribir el contenido de tales disposiciones, el Fiscal dijo: "Aunque en

realidad la negociación colectiva, es referida a diversos aspectos entre patronos y trabajadores, el

principal de ellos es el relativo a las prestaciones económicas y sociales. En lo que se refiere a la

empresa privada no existe problema alguno, ya que la empresa decide sobre su patrimonio; no es

lo mismo en el ámbito público donde existen regulaciones constitucionales, tal es el caso de los

Arts. 131 No. 9 y 227. Los convenios no pueden excepcionar dichas disposiciones, como

tampoco pueden condicionar el Presupuesto General de la Nación, el cual debe ser previamente

autorizado por el Órgano Legislativo. En síntesis, por los derechos conferidos por un convenio no

se puede condicionar a la Asamblea Legislativa respecto a la aprobación del Presupuesto de la

Nación."

"En un Estado de Derecho –continuó el Fiscal– por supuesto, impera la seguridad jurídica, la cual

tiene características básicas, a saber: (a) corrección funcional, que implica la garantía de

cumplimiento del Derecho por todos sus destinatarios y regularidad de actuación de los órganos

encargados de su aplicación, es decir, la vinculación de todas las personas públicas y privadas a

la ley, que emana de la soberanía popular a través de sus representantes, y que se dirige al

reconocimiento y tutela de los derechos fundamentales, lo cual constituye el fundamento del

Estado de Derecho; y (b) corrección estructural, en cuanto garantía de disposición y formulación

regular de las normas e instituciones integradoras de un sistema jurídico. En virtud de lo anterior,

también debo señalar que por esta consecuencia, derivada de la ratificación del convenio

impugnado, debo también solicitar la declaratoria de inconstitucionalidad de los Convenios

impugnados."

En su opinión, el Fiscal concluye que: "Con los argumentos anteriormente citados y disposiciones

legales relacionadas al caso concreto, se concluye que existe inconstitucionalidad en la

aprobación de los convenios referidos; pues se violentan disposiciones constitucionales que

expresamente se refieren a la huelga, a la libertad de asociación, etc., pero bajo parámetros

consignados en las mismas disposiciones, las cuales no están en consonancia con el contenido de

los Convenios aprobados."

7. Por resolución de las diez horas y diez minutos del trece de septiembre de dos mil siete, por

exigencias de economía procesal y de consistencia en las decisiones de esta Sala, se ordenó la

acumulación de los expedientes que se refieren a los presentes procesos constitucionales.

II. Expuestos los motivos de inconstitucionalidad de los demandantes, las razones aducidas por la

Asamblea Legislativa para rechazar la existencia de la inconstitucionalidad alegada, y la opinión

del Fiscal General de la República, que solicita razonadamente la declaratoria de

inconstitucionalidad de los Convenios, es necesario analizar las pretensiones de

inconstitucionalidad planteadas en este proceso. Dicho análisis seguirá un orden lógico, que

consiste en el examen previo orientado a verificar la correcta configuración de tales pretensiones

para, posterior y únicamente con relación a las pretensiones de inconstitucionalidad que hayan

superado el primer nivel de dicho análisis, proceder al estudio del contenido de la pretensión y su

aceptabilidad, sobre la base de una interpretación constitucionalmente adecuada del asunto

sometido a este Tribunal.

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Para tal efecto: (1) en primer lugar es conveniente retomar las principales ideas acotadas por la

jurisprudencia de esta Sala sobre la pretensión de inconstitucionalidad, sus elementos, sus vicios

de configuración y el efecto que debe reconocerse cuando éstos son determinados después de la

etapa de análisis liminar de la demanda. (2) Luego se efectuará una referencia sintética a los

motivos en que se fundan las pretensiones de inconstitucionalidad expuestas en este proceso, para

facilitar una ordenada consideración de las mismas. (3) Posteriormente se fundamentará el

rechazo del examen de las pretensiones de inconstitucionalidad que adolecen de una

configuración inadecuada, a partir de los requisitos legales y jurisprudenciales de aquéllas. (4)

Para cerrar este considerando, se anunciará el orden elegido para determinar la aceptabilidad o no

de las pretensiones de inconstitucionalidad correctamente propuestas.

(1). Sobre la pretensión de inconstitucionalidad, la jurisprudencia de este Tribunal –por ejemplo,

en la Sentencia de 14-XII-1995, pronunciada en el proceso de Inc. 17-95; la de 14-II-1997,

pronunciada en el proceso de Inc. 15-96; la de 26-VIII-1998, pronunciada en el proceso de Inc. 4-

97; la de 22-X-1999, pronunciada en el proceso de Inc. 3-93; y la Resolución de 11-VI-2003,

pronunciada en el proceso de Inc. 20-2003–, ha sostenido que todo proceso tiene un objeto,

entendiendo por tal el sustrato o la materia sobre la cual recaen y en cuyo derredor giran los

elementos integrantes de la actividad procesal –la pretensión–. Dicho concepto procesal ejerce

una importante función delimitadora del proceso, pues éste se inicia, mantiene y concluye para

decidirla. En su estructura toda pretensión tiene una causa, la cual está generalmente dada por

hechos o sucesos –el fundamento fáctico–, respecto de los cuales el pretensor esgrime los

argumentos de derecho que justifiquen su reclamación –el fundamento jurídico– .

Sin embargo, el proceso de inconstitucionalidad salvadoreño se configura como control abstracto

de la constitucionalidad de las normas, pues no exige como fundamento de la pretensión la

existencia de hechos concretos que afecten la esfera jurídica del pretensor, sino únicamente que

se expongan los motivos de inconstitucionalidad que el demandante alega. Estos motivos son la

causa de la pretensión de inconstitucionalidad. Dentro de ésta, el fundamento jurídico consiste en

el señalamiento preciso de las disposiciones impugnadas –objeto de control– y las disposiciones

constitucionales supuestamente vulneradas –parámetro de control–; por otra parte, el fundamento

material o fáctico de la pretensión está constituido, en primer lugar, por el establecimiento del

contenido del objeto y del parámetro de constitucionalidad, y, en segundo lugar, por las

argumentaciones expuestas tendentes a entablar las confrontaciones normativas, percibidas por el

actor, entre el contenido normativo de uno y de otro. De manera que, para que la pretensión se

tenga por configurada, la parte actora debe exponer con claridad los argumentos lógico-jurídicos

que establezcan en qué sentido el objeto de control contiene mandatos opuestos al parámetro de

control.

La pretensión, como objeto del proceso –junto con la resistencia u oposición, ejercida por las

autoridades demandadas–, sólo puede ser configurada y planteada por el demandante, pues los

tribunales están sometidos –y esta Sala no es la excepción– a un estatuto constitucional que

comprende el principio de imparcialidad a que se refiere el Art. 186 ord. 5° Cn., así como al

principio dispositivo sobre la pretensión y su resistencia. Si bien el Art. 80 Pr. Cn. autoriza a esta

Sala para suplir de oficio los errores u omisiones pertenecientes al derecho en que incurren las

partes, ello sólo es aplicable a los procesos de amparo y de hábeas corpus, pues en el proceso de

inconstitucionalidad, ante la falta de hechos, la "suplencia" de la Sala en relación con el objeto de

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control, el parámetro de control y las confrontaciones internormativas que deben decidirse, en

realidad sería una configuración oficiosa del objeto del proceso.

En cuanto a los efectos de los vicios en la pretensión de inconstitucionalidad, se ha sostenido que

el incumplimiento de los elementos que la caracterizan, ya sea porque se incurra en ellos desde su

formación –y no se advirtieron al principio del proceso–, o porque el vicio concurrió durante la

sustanciación procesal, origina idéntico resultado: el rechazo de la demanda de

inconstitucionalidad sin trámite completo, es decir, sin sentencia de fondo. En los artículos de la

Ley de Procedimientos Constitucionales, atinentes a este proceso, no se determina la

consecuencia jurídica de defectos de la pretensión advertidos en la prosecución del trámite. Pero

esta Sala, desde la resolución de 2-IX-1998, dictada en el proceso de Inc. 12-98, en aplicación de

la técnica jurídica procesal, ha sostenido que en el proceso de inconstitucionalidad, como en todo

proceso, la demanda y la pretensión deben cumplir con ciertos requisitos y si alguna falencia es

advertida en el desarrollo del procedimiento habrá que repelerla a través de la figura del

sobreseimiento: La Ley de Procedimientos Constitucional sólo prevé el sobreseimiento dentro de

la regulación del proceso de amparo, pero también es aplicable al proceso de

inconstitucionalidad, pues ante un vicio de tal naturaleza, no se puede tomar una actitud pasiva,

que enerve la facultad judicial contralora y genere un inútil dispendio de la actividad

jurisdiccional, aunque el defecto no haya sido descubierto en el inicio del proceso.

La jurisprudencia de esta Sala ha ilustrado los tipos de defectos que pueden presentarse en el

planteamiento de la pretensión de inconstitucionalidad, por ejemplo: (i) si el fundamento material

o sustrato jurídico es deficiente, como cuando en la demanda no se expresa cuál es la normativa

impugnada o la propuesta como parámetro; (ii) si el sustrato fáctico no es el procedente para

entrar al fondo, porque la argumentación expuesta por el demandante no logra evidenciar la

contradicción por él advertida –y requerida para el tipo de pretensión– entre la normativa

impugnada y las disposiciones constitucionales supuestamente violadas o porque realmente se

propone como parámetro de control una disposición infraconstitucional; (iii) si la pretensión de

inconstitucionalidad carece totalmente de argumentación; y (iv) si la disposición impugnada u

objeto de control ha sido derogada al momento de presentarse la demanda o se derogó durante el

desarrollo del procedimiento.

(2). Puntualmente, las pretensiones de inconstitucionalidad expuestas en el presente proceso se

basan en los motivos siguientes: en la demanda que dio origen al proceso número 63-2007 se

sostuvo que: i) al no distinguir que la libertad sindical solo se reconoce a los trabajadores

privados, los mencionados convenios extienden la titularidad de tal derecho a los empleados

públicos, quienes no tienen reconocido tal derecho en el articulo 47 de la Constitución; ii) como

consecuencia del anterior vicio, al reconocerles a los empleados públicos el derecho de libre

asociación, los Convenios les autorizan también para realizar huelga, lo cual contraría el artículo

221 de la Carta Magna; iii) además, con el reconocimiento del derecho de la libertad sindical a

los servidores públicos, los Convenios los autorizan a ejercer el derecho a la negociación

colectiva, que contradice los arts. 131 número 9 y 227 de la Constitución. Por otra parte, en la

demanda que dio origen al proceso número 69-2007, se plantearon los motivos siguientes: i) El

Art. 145 Cn. prohíbe al Órgano Legislativo la ratificación de Tratados Internacionales, si en

dichos cuerpos normativos, existen normas que restrinjan o afecten de alguna manera las

disposiciones constitucionales, lo cual ha ocurrido en el presente caso porque los Arts. 2 y 3 del

Convenio 87 violentan los Arts. 47 inc. 1° y 221 inc. 1° Cn. ii) En contraposición a la regulación

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del Art. 47 Inc. 1º Cn., el Convenio Internacional en su Art. 2, reconoce el derecho a la libertad

sindical a todos los trabajadores y a los empleadores, sin ninguna distinción, esto es sin importar

si son trabajadores o empleados provenientes del sector privado o público, en consecuencia

resulta evidente la trasgresión de dicha norma con rango de ley al marco constitucional; y iii) el

Art. 2 del Convenio tiene como objeto o finalidad, la habilitación para que los servidores públicos

constituyan sindicatos, valiéndose éstos de la huelga para presionar al Estado y los entes públicos

y ello se opone a la prohibición constitucional regulada en el Art. 221 Cn.

(3). Para el análisis sobre el planteamiento apropiado de las pretensiones de inconstitucionalidad

también es importante tomar en cuenta la tipología de éstas, a partir de la clase de vicio que se

atribuye a las disposiciones impugnadas, pues como ha dicho esta Sala (por ejemplo, en la

sentencia de inconstitucionalidad 33-37-2000, del 31-VIII-2001), los motivos de

inconstitucionalidad pueden considerarse en el orden que resulte más idóneo para la decisión,

aunque siempre en congruencia con las pretensiones planteadas. Así por ejemplo, el efecto que

tiene la constatación de un vicio de forma es la expulsión, del ordenamiento jurídico salvadoreño,

de todo el cuerpo normativo impugnado por ese motivo y sería entonces innecesario examinar los

motivos de contenido. Por ello es conveniente iniciar el análisis, incluso en el nivel de

verificación de la configuración adecuada de la pretensión, con las que se refieran a un supuesto

vicio de forma de la normativa impugnada.

A. El ciudadano Torres Rivera ha planteado la pretensión de inconstitucionalidad por vicio de

forma del Convenio de la OIT Nº 87, porque en el procedimiento legislativo correspondiente, la

Asamblea Legislativa violó el Art. 145 Cn., al haber omitido realizar las reservas necesarias –en

vez de ratificarlo en todas sus partes–, ya que dicho Convenio viola los Arts. 47 y 221 Cn. Sobre

la utilización del Art. 145 Cn., como parámetro de control dentro de la alegación de un vicio de

forma, esta Sala, en la sentencia citada en el párrafo anterior, ha dicho "es necesario aclarar que el

art. 145 Cn. representa, en relación con los tratados, una manifestación más del principio de

supremacía constitucional contenido específicamente en el art. 246 Cn., respecto del cual, y desde

la Sentencia de 14-II-1997 dictada en el proceso de Inc. 15-96, esta Sala afirmó que "sustentar

como argumento que una ley es inconstitucional porque viola el principio de supremacía

constitucional, es incurrir en (...) una frase carente de sentido por sí misma"; ello porque la

violación a la supremacía constitucional es un asunto que se determina como resultado del

examen de compatibilidad entre el parámetro y el objeto de control, y por lo tanto no puede

tenerse como el argumento lógico-jurídico suficiente del actor, para establecer la

inconstitucionalidad solicitada. Lo dicho basta para concluir que, al no estar adecuadamente

configurada la pretensión sobre este motivo de inconstitucionalidad, debe sobreseerse en la

presente sentencia."

Parece claro que en este caso se trata de una argumentación deficiente, con relación al supuesto

contraste internormativo exigido dentro del fundamento fáctico de la pretensión de

inconstitucionalidad, pues para ello se utiliza como premisa (que el Convenio viola la

Constitución –en los Arts. 47 y 221 Cn.–) lo que se afirma en la conclusión (que el Convenio

viola la Constitución –en el Arts. 145 Cn., que prohíbe ratificar tratados que contradigan la

Constitución–). De este modo, aunque se invoquen parámetros de control diversos, por el

contenido de uno de éstos, se expone como fundamento de lo que se debe demostrar (una

contradicción de la disposición impugnada con la Constitución), precisamente aquello que es

objeto de la demostración (que la disposición impugnada contradice la Constitución). Esta Sala

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no puede examinar pretensiones de inconstitucionalidad formuladas como peticiones de principio

o círculos viciosos, lo que se constata en el presente caso desde la propia formulación textual del

motivo planteado por el demandante. En consecuencia, se sobreseerá con relación a este motivo.

B. En cuanto a las supuestas violaciones del Art. 221 Cn. (prohibición de huelga a los

trabajadores públicos) –motivo en el que coinciden ambos demandantes– y la de los Arts. 131

ord. 9º y 227 Cn. (principio de legalidad presupuestaria) –motivo alegado únicamente por el

ciudadano Muñoz Canizález– es necesario analizar la estructura de la argumentación utilizada,

para identificar la o las premisas fundamentales en que los pretensores sustentan su

planteamiento.

a. En cuanto al primero de dichos motivos de contenido, el ciudadano Muñoz Canizález expresó

que el derecho de libertad sindical "comprende también la libre utilización por los mismos

sindicatos de todas las vías y procedimientos que el ordenamiento ofrece para la defensa de los

trabajadores (…) Si los servidores públicos tienen reconocido y ejercen un derecho a formar

sindicatos, ¿Qué derechos harán valer a través de dicha asociación laboral? Esos derechos no

pueden ser otros que los derechos gremiales o laborales (…) Y, por supuesto, entre esos derechos

está el derecho a la huelga".

En similar sentido, la segunda demanda sostuvo que el Art. 2 del Convenio "tiene como objeto o

finalidad, la habilitación para que los servidores públicos constituyan sindicatos (habilitación que

como ha quedado demostrada es inconstitucional), valiéndose los sindicatos de la huelga para

presionar al Estado y a los entes públicos, para lograr sus objetivos (…) ambas figuras, la

sindicalización y la huelga, se encuentran natural y lógicamente unidas, en tanto, no se puede

concebir un sindicato sin la capacidad de negociar condiciones de trabajo y de utilizar la huelga

como un medio de presión para la solución de los conflictos laborales, siendo claro, pues, que el

derecho a la libre sindicalización y el derecho a la huelga son concomitantes (...) Si no es así,

carece de sentido que se organicen en sindicato (…) –también dijo que– dentro del género

conocido de los derechos de libertad sindical se incluye, además de los derechos de organización,

los derechos de actividad o acción del sindicato, necesarios para el cumplimiento de su finalidad

institucional de representación y defensa de los intereses de los trabajadores, y, entre ellos,

típicamente los de negociación colectiva, huelga y conflicto colectivo (…) los Arts. 2 y 3 del

Convenio 87 son inconstitucionales, porque es a partir de dicha regulación que existe una

habilitación legal que garantiza y reconoce a los trabajadores sin distinción alguna el derecho de

huelga, en tanto dicho derecho solo puede ser concebido y reconocido como tal en un sistema de

libertad sindical (…) un sindicato sin derecho a huelga quedaría, en una sociedad democrática,

vaciado prácticamente de contenido."

Por otra parte, con relación al motivo de supuesta contradicción entre el derecho de negociación

colectiva de los empleados públicos y el principio de legalidad presupuestaria, la primera

demanda expresa literalmente: "También el reconocimiento del derecho de la libertad sindical a

los servidores públicos les autoriza a ejercer el derecho a la negociación colectiva, lo cual

contraría los arts. 131 número 9 y 227 de la Constitución."

b. La reseña anterior de los argumentos principales utilizados por los demandantes pone de

manifiesto que las alegaciones relativas a la contradicción de los Convenios con la prohibición

constitucional de huelga de los empleados públicos y con el principio constitucional de legalidad

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presupuestaria tienen una premisa común: tanto el derecho de huelga como el de negociación

colectiva son expresiones del derecho de libertad sindical. En otras palabras, estas dos

violaciones constitucionales alegadas derivan o dependen del reconocimiento del derecho de

libertad sindical a los empleados públicos, cuestión que también ha sido sometida a conocimiento

de esta Sala, como un motivo separado e independiente, pero que, según la fundamentación

fáctica de las pretensiones analizadas, subordinaría, implicaría u originaría, como vicios de

inconstitucionalidad "derivados", la contravención a los Arts. 131 Ord. 9º, 221 y 227 Cn. Ello

significa que, en la argumentación de los demandantes, las violaciones a los artículos

constitucionales antes citados no surgen directamente del contenido atribuido a las disposiciones

impugnadas, sino de un elemento intermedio o de una premisa que a su vez debe ser examinada

por esta Sala. Las pretensiones de inconstitucionalidad con relación a los Arts. 131 Ord. 9º, 221 y

227 Cn., carecen de autonomía impugnativa o son vicios que están ligados con o que desembocan

en la supuesta violación del Art. 47 inc. 1º Cn., de modo que dichas pretensiones adolecen de una

configuración inadecuada, porque la violación constitucional esgrimida no deriva directamente

del contenido de las disposiciones objeto de control (véase en similar sentido el auto de

improcedencia pronunciado en el proceso de inconstitucionalidad 13-2005, del 7-VI-2005). Por

lo anterior, se sobreseerá con relación a estos dos motivos.

(4). Se expresa a continuación, para claridad sobre los fundamentos y alcances de la presente

sentencia, el orden que esta Sala seguirá en el estudio del motivo de inconstitucionalidad

planteado, con relación a la supuesta violación del Art. 47 inc. 1º Cn., por los Convenios de la

OIT Nº 87 y 98, impugnados en este proceso. En una primera parte (Considerando III): (1) se

expondrán algunas consideraciones sobre la relación entre el derecho a la libre asociación y el

derecho de libertad sindical; (2) luego se analizarán los aspectos generales del contenido de este

último (derecho a la libertad sindical); (3) y de su justificación, a partir de las condiciones de los

trabajadores en el sector privado; (4) para proceder a la exposición de algunas de las principales

manifestaciones de ese derecho de libertad sindical. En la segunda parte (Considerando IV): (1)

se expresará la caracterización básica del vínculo laboral que une al Estado con los empleados

públicos; (2) su justificación; (3) su reflejo en la estabilidad laboral de los empleados públicos;

(4) así como en el principio constitucional de legalidad presupuestaria; y (5) en la prohibición

constitucional de huelga de los empleados públicos. Finalmente (Considerando V): (1) se

concretará el alcance del parámetro de control invocado; (2) y se analizarán las disposiciones

impugnadas en este proceso, determinando así el alcance del presente fallo.

III. (l). El derecho a la libre asociación es reconocido en el artículo 7 de la Constitución, que

establece: "Los habitantes de El Salvador tienen derecho a asociarse libremente y a reunirse

pacíficamente y sin armas para cualquier objeto lícito. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a

una asociación". Al respecto, se ha entendido por esta Sala que el derecho de libre asociación es

la libertad de los habitantes para constituir y participar en agrupaciones permanentes, cuya

finalidad es la consecución de fines pacíficos y lícitos, comunes a quienes las integran. Así

también, que su contenido constituye un ámbito de autonomía complejo que alcanza, tanto al

derecho para crear asociaciones -derecho subjetivo individual a asociarse- como al

establecimiento de condiciones de libre desenvolvimiento de aquéllas -régimen de libertad para

las asociaciones-.

Sobre los aspectos anteriores se ha dicho que el derecho subjetivo individual a la libre asociación

implica que la persona titular del mismo tiene la libertad para constituir una asociación, ingresar a

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una ya existente, dejar de ingresar e incluso dejar de pertenecer voluntariamente a una de la que

ya es miembro. El derecho a la libre asociación comprende un aspecto positivo, que es la libertad

de asociarse, y un aspecto negativo, que es la libertad de no asociarse. En su faceta positiva,

consiste en la libertad de constituir asociaciones o de adherirse libremente a las ya existentes, sin

que los órganos y entes públicos o los particulares puedan impedirlo arbitrariamente; y, en su

perspectiva negativa, implica la exclusión de cualquier forma de obligatoriedad de adhesión a una

asociación determinada, esto es, la imposibilidad que el titular del derecho pueda ser compelido a

formar parte de una asociación.

Por otro lado, toda asociación legalmente constituida tiene la capacidad para auto organizarse, es

decir, para buscar los mecanismos que le permitan lograr sus fines; en ese sentido, el

ordenamiento jurídico confiere capacidad normativa a la asociación por medio de las personas

que la constituyen, capacidad que encuentra su materialización en los estatutos de la misma, los

que a su vez alcanza con el establecimiento de las condiciones internas de funcionamiento de

ésta, así como con la regulación de la condición jurídica de sus miembros, concretamente con el

establecimiento de sus derechos y deberes.

Dentro del concepto de asociación pueden incluirse diferentes formas asociativas, entre las que

están: las de carácter personal, que pretenden satisfacer necesidades morales, recreativas o

intelectuales de sus miembros, como lo son las asociaciones religiosas, culturales, deportivas,

etc.; las de carácter económico, cuya finalidad principal es el lucro, entre las cuales se pueden

citar las diferentes formas de sociedades civiles y mercantiles; las asociaciones de carácter

político, como los partidos políticos; las asociaciones de naturaleza socio-económica, cuyo

objetivo es lograr el mejoramiento de la condición económica y social de sus miembros. Este

último es el caso de los sindicatos. Es decir que el derecho de libertad sindical constituye una

manifestación más del derecho de libertad en general y del derecho de asociación en particular,

vinculado a su vez con la libertad de trabajo y de industria.

(2). La libertad sindical es el derecho de los trabajadores y patronos particulares a formar

asociaciones con objetivos no lucrativos, tiene como fundamento la concreción de los derechos

de igualdad jurídica en las relaciones laborales y de libertad económica. Es un derecho

constitucionalmente reconocido, por medio del cual se permite a los trabajadores y patronos

lograr fines lícitos y pacíficos con relación a la protección de sus intereses, quienes para ejercerlo

deben cumplir con los requisitos y condiciones legal y constitucionalmente establecidas.

En cuanto a las características jurídico-constitucionales del derecho fundamental de libertad

sindical, cabría apuntar las siguientes: Posee dos facetas: como libertad sindical individual se

predica de los trabajadores y como libertad sindical colectiva se establece respecto de los

sindicatos ya constituidos. Se concreta en una libertad positiva –para constituir un sindicato

(libertad de constitución) y para afiliarse a uno ya constituido (libertad de afiliación)-, y en una

libertad negativa –como libertad para no sindicarse o para abandonar el sindicato al que estuviese

afiliado-. La libertad sindical colectiva, por su parte, se concreta en una serie de facultades

específicas tales como la libertad de reglamentación, la libertad de representación, la libertad de

gestión, la libertad de disolución y la libertad de federación (sentencia de amparo 472-2005, del

5-XII-2006).

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La libertad sindical, como derecho fundamental, exige algo más que su simple reconocimiento

jurídico, puesto que debe ser garantizado frente a todos aquellos sujetos que pudieran atentar

contra ella (el Estado, los empresarios u organizaciones empresariales o el propio sindicato). En

definitiva, el derecho fundamental a la libre sindicación constituye en la actualidad una conquista

irrenunciable e irreversible en el marco de la defensa de los intereses laborales, a los cuales

pueden optar en un plano de igualdad patronos y trabajadores (art. 204 CT), en especial, estos

últimos, quienes pueden encontrarse imposibilitados de negociar de modo individual condiciones

laborales equitativas con la entidad patronal (sentencia pronunciada por la Sala de lo Contencioso

Administrativo de la Corte Suprema de Justicia, en el proceso 133-S-01, del 15-VI-2005).

En similares términos, con el enfoque de los derechos humanos se ha reconocido que: "la libertad

de asociación, en materia sindical, reviste la mayor importancia para la defensa de los intereses

legítimos de los trabajadores y se enmarca en el corpus juris de los derechos humanos. La

libertad de asociación, en materia laboral, en los términos del artículo 16 de la Convención

Americana, comprende un derecho y una libertad, a saber: el derecho a formar asociaciones sin

restricciones distintas a las permitidas en los incisos 2 y 3 de aquel precepto convencional y la

libertad de toda persona de no ser compelida u obligada a asociarse. El Protocolo de San Salvador

de 17 de noviembre de 1988, en su artículo 8.3, recoge la misma idea y precisa que, en materia

sindical, "nadie podrá ser obligado a pertenecer a un sindicato" (Corte Interamericana de

Derechos Humanos, Caso Baena Ricardo y otros versus Panamá, Sentencia de 2 de febrero de

2001).

Entonces, los sindicatos son organizaciones compuestas o integradas por personas que, ejerciendo

el mismo oficio o profesión, u oficios o profesiones conexas, se juntan para la protección de los

intereses que les son comunes. Se trata de asociaciones de personas que no son exclusivas de la

clase obrera, ya que también se pueden establecer por los patronos, sean éstos, personas

individuales o colectivas -en cuyo caso actúan por medio de sus representantes-. Se trata de entes

colectivos cuyo objeto es la defensa de intereses comunes respecto de la actividad laboral de sus

integrantes, al punto que puede afirmarse que lo que permite distinguir a un sindicato de las

asociaciones en términos generales -creadas en el ejercicio del derecho de libertad de asociación,

artículo 7 Cn.-, es su objetivo principal, el cual consiste en mejorar las condiciones de trabajo e

intereses "propiamente laborales" de sus agregados, esto es, los intereses económicos, sociales y

profesionales que como trabajadores buscan garantizar y proteger.

La libertad sindical confiere a las organizaciones de trabajadores y de empleadores el derecho de

organizar sus actividades y de formular sus programas de acción, con miras a defender todos los

intereses profesionales de sus miembros, dentro del respeto de la legalidad. Ello abarca, en

particular, el derecho de celebrar reuniones sindicales, el derecho de los dirigentes de tener

acceso a los lugares de trabajo, mantener contactos con los miembros de la dirección y, en

términos más generales, toda actividad relativa a la defensa de los derechos de sus miembros

(HUMBLET, M. et al, "La normas internacionales del trabajo. Un enfoque global", en: Oficina

Internacional del Trabajo, Biblioteca Electrónica de Normas Internacionales del Trabajo,

Ginebra, 2003, disco compacto, p. 28).

(3). En el caso del trabajador privado, la relación laboral que establece con su patrono es de tipo

convencional, por ello, en la formación del contrato, que sirve como título de la relación y en el

que se determinan los derechos y obligaciones de las dos partes, interviene la voluntad de éstos,

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en función de sus respectivos intereses particulares. Sin embargo, es claro que en el

cumplimiento de su finalidad la empresa privada puede paralizarse, quedando a expensas de las

vicisitudes de las crisis económicas, con lo cual los trabajadores del sector privado están inmersos

en la incertidumbre de la competencia entre los patronos y de los riesgos que derivan de la falta o

disminución de trabajo. Ante estas eventualidades, el trabajador privado se encuentra en posición

de desventaja frente al patrono, ya que puede ser cesado de su trabajo -con o sin indemnización-

pues aunque existan ciertas condiciones legales que el patrono debe cumplir, ocurre a veces que

éste no las tiene en cuenta y sin que haya causa legal justificada rescinde el contrato.

La estabilidad laboral, en el sector privado sólo se reconoce a los dirigentes sindicales -de

acuerdo al contenido del inciso final del artículo 47 Cn.-, que al respecto establece: "Los

miembros de las directivas sindicales deberán ser salvadoreños por nacimiento y durante el

proceso de su elección y mandato, y hasta después de transcurrido un año de haber cesado en sus

funciones, no podrán ser despedidos, suspendidos disciplinariamente, trasladados o desmejorados

en sus condiciones de trabajo, sino por justa causa calificada previamente por la autoridad

competente". El fuero sindical no es una simple garantía contra el despido, sino contra todo acto

atentatorio de la libertad sindical (verbigracia, desmejora en las condiciones de trabajo, traslado a

otro establecimiento de la misma empresa sin causa justificada etc.). Es decir, si bien el despido

se erige como la sanción de consecuencias más graves, no es la única. Pero, como se ha dicho,

esta garantía no rige para los demás trabajadores, sino sólo para los dirigentes sindicales. Es por

ello que, frente a esas circunstancias posibles en el ámbito laboral entre particulares, se entiende

que a través de la sindicación los trabajadores pueden defender y buscar mejorar sus

condiciones laborales.

(4). Dentro de ese marco tienen lugar las principales manifestaciones del ejercicio del derecho a

la libertad sindical. Los sindicatos -como manifestación de la libertad sindical-, para alcanzar su

objetivo o finalidad, buscan establecer con el patrono o dueño del medio de producción una

negociación o contratación colectiva, delimitando así: el contenido de la relación laboral; la

proyección económica y social de la relación; la política salarial que el sindicato deberá ejercitar

en función de los elementos económicos en juego, así como también el nivel de empleo; los

precios; y, en cierta forma, los beneficios del empresario y las retribuciones o compensaciones de

los trabajadores como fuerza laboral determinante de la producción de aquellos beneficios o

lucros. Además, mediante la negociación colectiva se determina la conveniencia o inconveniencia

de llevar un posible conflicto laboral a arbitraje, así como las responsabilidades sociales,

económicas y jurídicas de las partes.

La negociación colectiva se concibe como la actividad o proceso encaminado a la conclusión de

un acuerdo colectivo. En las normas internacionales del trabajo, la expresión "negociación

colectiva" comprende todas las negociaciones que tienen lugar entre un empleador, un grupo de

empleadores o una organización o varias organizaciones de empleadores, por una parte, y una

organización o varias organizaciones de trabajadores, por otra, con el fin de: a) fijar las

condiciones de trabajo y empleo, o b) regular las relaciones entre empleadores y trabajadores, o

c) regular las relaciones entre empleadores o sus organizaciones y una organización o varias

organizaciones de trabajadores. Por su finalidad y contenido, se comprende fácilmente que los

acuerdos o convenios derivados de la negociación colectiva sea una de las fuentes principales del

Derecho del Trabajo. (HUMBLET, M. et al, "La normas internacionales del trabajo. Un enfoque

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global", en: Oficina Internacional del Trabajo, Biblioteca Electrónica de Normas Internacionales

del Trabajo, Ginebra, 2003, disco compacto, pp. 34-35).

Como otra de las expresiones más importantes de la libertad sindical, se reconoce que los

trabajadores, para poder fomentar y defender sus intereses, necesitan disponer de medios de

acción que les permitan ejercer presiones para el logro de sus reivindicaciones. En una relación

económica tradicional, uno de los medios de presión de que disponen los trabajadores consiste en

interrumpir la prestación de sus servicios retirando temporalmente su fuerza de trabajo, con

arreglo a diversas modalidades, con lo cual se trata de ocasionar un costo al empleador para

inducirlo a hacer concesiones. Si bien no figura expresamente en la Constitución de la OIT y

tampoco está específicamente reconocido en los Convenios núms. 87 y 98, en el Derecho

Internacional del Trabajo se considera que el derecho de huelga es uno de los derechos

fundamentales de los trabajadores y de sus organizaciones, aunque únicamente en la medida en

que constituya un medio de defensa de sus intereses económicos.

Se trata entonces de una manifestación concreta del derecho de sindicación, pero no es un

derecho absoluto y, en circunstancias excepcionales, pueden preverse restricciones e incluso

prohibiciones del mismo respecto de algunas categorías de trabajadores. En las propias normas

internacionales del trabajo se admite que si el derecho de huelga es objeto de restricciones o de

prohibiciones, los trabajadores que se vean así privados de un medio esencial de defensa de sus

intereses socioeconómicos y profesionales deberían disfrutar de garantías compensatorias. Por

ejemplo, de procedimientos de conciliación y de mediación, que, en caso de que se llegase a un

punto muerto en las negociaciones, abrieran paso a un procedimiento de arbitraje que gozase de

la confianza de los interesados (Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y

Recomendaciones, "Estudio general de 1994. Libertad sindical y negociación colectiva: El

derecho de huelga", en: Oficina Internacional del Trabajo, Biblioteca Electrónica de Normas

Internacionales del Trabajo, Ginebra, 2003, disco compacto). Todo ello resulta lógico e incluso

es necesario si el trabajador se encuentra inmerso en el sector privado de la producción.

En este punto vale la pena aclarar que, como manifestación del derecho de libertad sindical, que

en su dimensión individual se predica de los trabajadores, la titularidad del derecho de huelga no

se atribuye exclusiva e indefectiblemente a los sindicatos. Un trabajador no tiene que afiliarse a

un sindicato para ejercer su derecho a la huelga, porque precisamente en ello radica el aspecto

negativo de la libertad sindical. Del mismo modo y como se ha dicho, el reconocimiento de la

libertad sindical no es incompatible con una restricción o hasta prohibición del derecho de

huelga. Menos puede aceptarse una inferencia basada en un sentido inverso de la relación: que la

imposición de una prohibición de huelga implique el reconocimiento del genérico derecho de

libertad sindical, sobre todo si la primera se inserta en un contexto laboral y en un régimen

jurídico diverso del que justifica el segundo.

IV. (1). A diferencia de los trabajadores privados, en el sector público, la relación laboral que se

establece entre el servidor y el Estado está unilateralmente determinada por este último, quien -de

forma general e impersonal- establece por mandato constitucional y legal, las condiciones de los

servicios públicos y decide, por complejos mecanismos, a quién se nombra para la prestación de

los mismos, con lo cual, el nexo que liga a los servidores públicos con el Estado es de derecho

público administrativo (SÁNCHEZ MORÓN, M., Derecho de la función pública, Madrid,

Tecnos, 2ª. Ed., 1997, p. 23; PAREJO ALFONSO, L. et al, Manual de Derecho Administrativo,

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Parte Especial, Barcelona, Ariel, 5ª. Ed., 1998, Vol. 2, p.4; y RENNELA, M., "Empleo público.

Naturaleza jurídica de la relación de empleo público y sus consecuencias. La situación en la

jurisprudencia", en: AGUILAR VALDEZ, O. et al, Organización administrativa, función pública

y dominio público, Buenos Aires, Rap, 2005, p. 248).

La jurisprudencia de este Tribunal ha reconocido que: "en el sistema constitucional salvadoreño

aparece evidente que, en cuanto la organización administrativa en abstracto es conformada por un

acto material y formalmente legislativo, se trata de la configuración de un régimen jurídico

general, impersonal, unilateralmente determinado por el Estado. Lo anterior significa que el acto

jurídico que estipula en abstracto la organización administrativa, y que incluye - claro está - el

número y distribución de plazas, es una ley; en consecuencia, la determinación de los derechos y

deberes de los servidores públicos - ingreso, estabilidad, ascenso, etcétera - derivan de una

situación general e impersonal, no de una situación contractual (…) De lo dicho en los párrafos

anteriores, deviene que la situación jurídica general de cada servidor público -en atención al

principio de conveniencia pública, derivación de la preeminencia del interés público sobre el

interés privado, art. 246 inc. 2º de la Constitución, que se citó arriba- se diseña por el legislador

en atención al interés público, no para casos individuales o particulares" (sentencia de

inconstitucionalidad 17-95, del 14-XII-1995).

De igual manera, se ha determinado que: "El servidor público, desde el momento que asume su

función y en ciertos casos desde que jura desempeñar fielmente el cargo, contrae múltiples

deberes que son propios de su labor, es decir, obligaciones que imperativamente debe cumplir y

que se vinculan, en mayor o menor medida, al correcto desempeño de su cometido, al máximo

grado de dedicación y eficacia que debe poner al realizarlo" (sentencia de inconstitucionalidad 4-

88, del 20-VI-1999).

Lo anterior implica que el trabajador que ingresa al servicio de la Administración Pública se

coloca en una situación jurídica objetiva, definida legalmente y, por ello, modificable por uno u

otro instrumento normativo de acuerdo con los principios de constitucionalidad y de legalidad,

sin que, consecuentemente, pueda exigir que la situación estatutaria quede congelada en los

términos en que se hallaba regulada al tiempo del ingreso, o que se mantenga la situación

administrativa que se está disfrutando, porque ello se integra en las determinaciones unilaterales

lícitas del legislador, al margen de la voluntad de quien entra al servicio de la Administración,

quien, al hacerlo, acepta el régimen que configura la relación estatutaria del empleado público.

(2) La naturaleza jurídica de ese vínculo deriva de la organización constitucional del servicio que

se presta, de la actividad administrativa que se cumple en relación con un interés de carácter

general que prevalece sobre el de los particulares. El servidor público efectúa una actividad de

orden y naturaleza pública, a través de la cual el Estado cumple, por mandato constitucional, con

un servicio a desarrollar en bien de la población en general y sin fines de lucro. En el caso del

servidor público, el interés que determina su labor se vincula estrictamente con las necesidades y

conveniencias generales, delimitadas por el ordenamiento jurídico –Constitución y leyes

administrativas- y desarrolladas por los entes públicos. El interés que se satisface es el interés de

la población, que es la que recibe los servicios públicos –seguridad ciudadana, salud pública,

educación, etc.– o ve realizadas debidamente las funciones públicas. Por lo anterior es aceptable

concebir al servicio público como una función social del Estado, fundamento de un imperativo

ético y no sólo jurídico, el cual se hace extensivo a todo el estamento funcional, sin distinción de

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rangos ni jerarquías; por tanto, se supone que no exista entre el servidor y la administración

pública una oposición de intereses, ya que a ésta no se le puede concebir como un mero patrono -

pues no persigue el lucro- ni a aquéllos como meros trabajadores.

De este modo, con relación al servicio público, las normas que rigen la relación laboral no ponen

el acento en la tutela del trabajador, ni en la visión del beneficio económico de la empresa, sino,

por el contrario, en el ejercicio permanente, continuo y eficaz de la función administrativa como

medio para la obtención del bien común. En consecuencia, la aplicación de las normas laborales

al empleo público debe tener, en rigor, un carácter instrumental, supletorio, analógico y

condicionado que exige, en todos los supuestos, un juicio previo de compatibilidad

(RODRÍGUEZ, M., "La laboralización del empleo público. Sentido y consecuencias", en:

AGUILAR VALDEZ, O. et al, Organización administrativa, función pública y dominio público,

Buenos Aires, Rap, 2005, p. 317; y SÁNCHEZ MORÓN, M., Derecho de la función pública,

Madrid, Tecnos, 2ª. Ed., 1997, p. 81).

En tal sentido, el Estado no puede ni debe confundirse con la categoría patronal, antes bien debe

observarse como un medio o instrumento ingeniosamente establecido por el pueblo y para el

pueblo, por el ciudadano y para el ciudadano, por una democracia acorde a la concepción

personalista plasmada en el Art. 1 Cn., que en lo pertinente proclama: "El Salvador reconoce a la

persona humana como el origen y el fin de la actividad del Estado, que está organizado para la

consecución de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común." De manera que el concepto

de patrono o patronos es constitucionalmente incompatible en la relación de funciones públicas.

La extensión del concepto "patrono" respecto del Estado o de sus funcionarios dentro del

gobierno es desde luego un acomodo figurado o una licencia terminológica, pero en modo alguno

corresponde a su significado propio o estricto. Con todo, si se admite la calidad "patronal" del

Estado o de sus funcionarios, dicha calidad no puede ser cien por ciento equivalente a la de los

sujetos comprendidos por el significado estricto del término. Otro tanto acontece en el extremo

opuesto: quien sirve en la función pública desempeña un trabajo no equiparable en un cien por

ciento al que desempeña un trabajador ordinario o tradicional; todo porque, en realidad, el

destinatario de los servicios públicos que debe asumir el Estado es el pueblo (MEILAN GIL, J.L.,

"El servicio público en el Derecho actual", en: Revista de Derecho Administrativo, Año 6,

Buenos Aires, Depalma, 1993, p. 348).

(3). En el sector público, a consecuencia de la relación que existe entre el Estado y sus servidores,

éstos sólo pueden ser separados de sus cargos o empleos, a partir de causa legal justificada y a

través de los medios procesales previamente establecidos por ley. La Constitución, en sus

artículos 218 al 222 establece el régimen administrativo, por medio del cual no sólo se establecen

las condiciones de ingreso del servidor público a la administración, sino además, se reconoce en

la norma constitucional que estas personas gozan de estabilidad laboral. Los servidores públicos,

a diferencia de los trabajadores del sector privado, cuentan en este punto con una serie de

prerrogativas derivadas del hecho que el Estado y los servicios públicos que presta son

permanentes; no pueden, de manera alguna, dejar de cumplir sus funciones.

En armonía con las ideas antes expuestas, este Tribunal ha aclarado que el derecho a la

estabilidad laboral "no está concebido en beneficio de la persona física que ocupa el cargo, sino

que el mismo actúa como garantía para que las actuaciones de los servidores públicos se ajusten a

la Constitución y a la ley. Y es que la estructura orgánica del Estado no responde a intereses

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particulares, sino que debe considerarse portadora de un interés público, por lo que el elemento

garantizador de la situación del servidor público -la estabilidad en el cargo- es, en puridad,

garantía de la realización del interés público. Es en tal contexto que debe entenderse la protección

del servidor público, pues, si partimos de la idea que el interés público está presente en la

estructura orgánica del Estado, tal protección al servidor público obedece a dos razones

concretas: la primera de tipo político, en el sentido que deben neutralizar las denominadas

políticas de despojo, esto es, obligar al servidor público a servir a intereses partidarios por el

temor a la destitución, cesación o despido; y la segunda de tipo técnico, en el sentido que la

estabilidad en el cargo es exigida por la especialización de las funciones a través de la

experiencia en el cargo. La regulación sobre las potestades, competencias y funciones públicas

exige que sea garantizado el cumplimiento objetivo y riguroso de las disposiciones legales,

objetivo éste que se ve facilitado asegurando al servidor público que si cumple con los deberes de

su cargo no será arbitraria, discrecional o abruptamente destituido o cesado" (sentencia de

amparo 151-97, de 8-XII-1998).

(4). Por otra parte, el régimen de Derecho Público a que están sometidos los servidores públicos

se coordina con el principio según el cual los funcionarios del Estado no son más que delegados

del pueblo, quien en definitiva es el beneficiario de todo cuando debe ejecutar el Estado por

medio de aquellos delegados. Como sostuvo este Tribunal en la Sentencia de inconstitucionalidad

8-97 Ac., de 23-III-2001, "El principio de legalidad –o mejor aun, de juridicidad– es una

exigencia derivada del Estado de Derecho, y se expresa de dos maneras, sea que proyecte su

incidencia sobre la actuación de los particulares, o sobre la actuación de los funcionarios

públicos. En una primera dimensión, y visto el art. 8 Cn. en conexión con el art. 1 Cn., la

juridicidad implica que la persona humana, en ejercicio de su libertad inherente, puede realizar

todas aquellas conductas que no le estén prohibidas por la ley, o dejar de hacer todas aquellas

conductas que no le estén mandadas por la ley (…) la ley se convierte para la persona natural en

una vinculación negativa, es decir, una limitación a un ámbito de actuación que, en principio, es

general y amplio y depende del libre albedrío de la persona humana. En cambio, en una segunda

dimensión, y visto el art. 8 Cn. en conexión con el art. 86 inc. 3° Cn., se establece que los

órganos estatales y entes públicos, actuando por medio de los funcionarios públicos, deben hacer

aquello que la ley les manda hacer, y deben abstenerse de hacer aquello que la ley no les autoriza

hacer; es decir que desde su creación y asignación de atribuciones, los entes públicos y órganos

estatales están sometidos al alcance del mandato recibido por la ley que, en este caso, se

convierte para ellos en una vinculación positiva."

La precisión sobre la denominación de este principio, en el sentido que es preferible identificarlo

como "juridicidad" se debe a que la expresión "ley" utilizada en el Art. 86 de la Constitución,

comprende en primer término al contenido de las disposiciones de la propia Ley Fundamental –

por lo que también se habla del principio de constitucionalidad–. Esto es importante resaltarlo

sobre todo en el caso que, como en el presente, una interpretación basada en la indispensable

coherencia y concordancia práctica de las normas constitucionales determina que únicamente con

base en una regulación expresa de la propia Ley Suprema, sería posible reconocer ciertas

facultades o atribuciones de los funcionarios públicos. En definitiva, no puede aplicarse a éstos la

dimensión de vinculación negativa que sólo es admisible con relación a las personas particulares,

tal como se ha planteado en los informes relacionados en la presente sentencia (Considerando,

apartados I.4.B.a y I.5.B.a).

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La fuerte e ineludible vinculación del principio de constitucionalidad, a diferencia de lo que se

expone en el informe respectivo, relacionado en el Nº 5 del Considerando I, es reconocida en el

seno de la Asamblea Legislativa, pues en la propuesta del proyecto de Acuerdo de Reformas

Constitucionales Nº1 –aludida en la fotocopia certificada de las discusiones de la Comisión

Legislativa que analizó la aprobación de los Convenios de la OIT impugnados en este proceso–,

que se refiere al Art. 47 Cn., los considerandos literalmente expresan: "I. Que la Constitución de

la República en su artículo 47 consagra el derecho de sindicación de los trabajadores privados, y

con relación a los trabajadores del sector público, reconoce únicamente este derecho a los

trabajadores de las instituciones oficiales autónomas. II. Que los demás trabajadores del Estado y

municipales, son parte de la clase trabajadora en general, por lo que se hace necesario regular el

ejercicio del derecho de libre sindicación a favor de los mismos, excluyendo los que de acuerdo a

la Constitución y Convenios Internacionales no pueden gozar de este derecho. III. Que

careciendo nuestro ordenamiento constitucional de disposiciones habilitantes para el ejercicio del

derecho de libre sindicación por parte de todos los trabajadores del Estado y municipales, es

necesario emitir las reformas constitucionales pertinentes." Ante esa especie de confesión, relevo

de prueba.

Por otro lado, dentro de las expresiones concretas de los principios de constitucionalidad y de

legalidad en esta materia, toda pretensión de mejora laboral de los servidores públicos está sujeta

al previo cumplimiento del contenido y alcance de los principios indicados, por parte del ente

estatal responsable. Es decir, según dichos principios, los entes del Estado sólo pueden hacer

aquello que la norma jurídica les faculta, debiendo abstenerse de aquello que la norma no les

autoriza. Por ejemplo, la Constitución no establece la atribución para que el titular de una

institución estatal negocie colectivamente condiciones laborales distintas a las que el régimen del

sector admite. Vale señalar el caso de las mejoras salariales, en donde el ente del Estado no puede

sustraerse del marco legal y hacer cambios de partidas presupuestarias, ya que éstas permanecen

delimitadas presupuestariamente para cada año fiscal por la Asamblea Legislativa y se contienen

en la Ley de Presupuesto y la Ley de Salarios correspondientes a ese período, por lo que todo

cambio de asignación sobre salarios supone una reforma a la ley por parte de la Asamblea

Legislativa, situación que queda fuera del marco de competencia de los demás entes públicos.

Consecuentemente, la falta de autorización constitucional a que se hace referencia no representa

un olvido u omisión o una laguna que pueda suplirse en uso de poderes discrecionales.

En reflejo de la vinculación positiva del principio de constitucionalidad, según se expuso en el

párrafo antecedente, las únicas excepciones a esa competencia reservada a la Asamblea

Legislativa en la eventual modificación de partidas presupuestarias, se regulan expresamente en

la propia Ley Suprema, que en el Art. 229 establece: "El Organo Ejecutivo, con las formalidades

legales, podrá efectuar transferencias entre partidas de un mismo ramo u organismo

administrativo, excepto las que en el Presupuesto se declaren intransferibles. Igual facultad tendrá

el Organo Judicial en lo que respecta a las partidas de su presupuesto, cumpliendo con las mismas

formalidades legales."

(5). De igual manera, entre las particularidades esenciales del régimen estatutario de los

empleados públicos puede mencionarse la prohibición constitucional establecida en el Art. 221

Cn., que se relaciona con la continuidad de la función administrativa y de servicios públicos, ya

aludida. Como fundamento de dicha prohibición, la doctrina expone que "…la continuidad

integra el sistema jurídico o "status" del servicio público, todo aquello que atente contra dicho

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sistema jurídico, o contra dicho "status", ha de tenerse por "ajurídico" o contrario a Derecho, sin

que para esto se requiera una norma que expresamente lo establezca, pues ello es de "principio"

en esta materia; correlativamente, para admitir, la licitud de los actos que vulneren ese sistema

jurídico es indispensable la existencia de una norma que así lo autorice. De todo esto deriva la

ilicitud e improcedencia de la huelga en materia de servicios públicos (…) La huelga es el hecho

que subordina el funcionamiento de un servicio público, es decir, la satisfacción de una necesidad

general, a los intereses particulares de los agentes. Por respetables que fuesen estos intereses

particulares, no pueden prevalecer sobre el interés general representado por el servicio público. El

régimen del servicio público descansa sobre la supremacía del interés general. La huelga es, pues,

por parte de los agentes del servicio público, un hecho ilícito (…) Quienes ingresan como

obreros, empleados o funcionarios de una entidad o empresa encargada de la prestación de un

servicio público, virtualmente aceptan el régimen jurídico pertinente, renunciando así a plantear

reclamos recurriendo a esas situaciones de fuerza o presión." (Marienhoff, M., Tratado de

Derecho Administrativo, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1993, Tomo II, pp. 69, 74-75).

Esta Sala ha confirmado dicha prohibición constitucional, al sostener que: "La misma situación

de prestar servicios al Estado o a cualquier ente descentralizado, la naturaleza de dicha prestación

de servicio personal y la calidad de el ente para el cual trabaja o despliega su fuerza laboral,

hacen improcedente que exista un derecho de huelga para estos trabajadores, ya que, si se admite

tal situación, ello implicaría que la función estatal se viera afectada cada vez que los servidores

públicos decidan ir a huelga, trayendo como consecuencia, el entorpecimiento de aquellas

funciones de interés general. Por esa razón, en la Constitución vigente no se consideró procedente

otorgar el derecho de huelga a los servidores públicos, prohibiéndoles el referido derecho en el

artículo 221 de la Constitución. Es claro que, desde el punto de vista constitucional no existe el

derecho a la huelga para los servidores públicos, pues existe prohibición expresa en dicha

normativa -Art. 221 Cn.-; esta disposición es de carácter excepcional en relación a la regla

general prescrita en el Art. 48 Cn., y tal prohibición es extensiva a todo aquel que se encuentre

vinculado por un contrato de trabajo con el Estado o con cualquier ente público" (sentencia de

inconstitucionalidad 4-88, del 20-VI-1999).

V. (1). Teniendo como base los argumentos y fundamentos dados en los considerandos que

preceden, esta Sala concreta que el contenido del parámetro de constitucionalidad fue delimitado

por el constituyente en el sentido de reconocer el derecho de libertad sindical a los patronos y

trabajadores privados, como consecuencia de las circunstancias que antes se han señalado.

También el constituyente incorpora en el ámbito de ese derecho a los trabajadores de las

instituciones oficiales autónomas, no porque éstas sean entes privados, sino porque disponen de

su propio patrimonio y en ese sentido lo utilizarán de acuerdo a sus necesidades. Además, según

las respectivas actividades que dichas instituciones realicen, en caso de ser necesario, el Estado

siempre podrá asumir directamente la prestación de los servicios públicos, "cuando los intereses

sociales así lo exijan", Art. 110 inc. 4º Cn.

Ahora bien, la exclusión que hace el constituyente no puede ser entendida como contraria a la

Constitución, ya que es la misma norma constitucional la que no comprende a los servidores

públicos dentro del ámbito del derecho de libertad sindical; pero como contraparte a esa

exclusión, se establece el régimen administrativo del artículo 218 al 222 de la misma

Constitución, en donde se contiene no sólo los deberes de los servidores públicos sino además se

reconoce como parte de los derechos de éstos, el de estabilidad laboral.

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En consecuencia, la vigente Constitución reconoce un derecho general de asociación - artículo 7

Cn.-, es decir, cualquier persona puede asociarse libremente con otra u otras para constituir entes

colectivos; sin embargo, no reconoce un derecho de libertad sindical en sentido general - artículo

47 inciso l° Cn.-, sino que lo hace de forma particular para los patronos y los trabajadores del

sector privado y de las instituciones oficiales autónomas. Es de forma particular, porque no se

establece un derecho de libertad sindical para todo trabajador, lo hace únicamente para un sector

laboral; aspecto que es regulado en igual sentido por el Código de Trabajo, específicamente en el

artículo 204.

(2). Del análisis de las disposiciones impugnadas, que integran el contenido de los Convenios de

la OIT números 87 y 98, se constata que la contradicción con el Art. 47 inc. 1º Cn., se

circunscribe al Art. 2 del Convenio Nº 87, en cuanto dispone que "Los trabajadores y los

empleadores, sin ninguna distinción y sin autorización previa, tienen el derecho de constituir las

organizaciones que estimen convenientes, así como el de afiliarse a estas organizaciones, con la

sola condición de observar los estatutos de las mismas."

De acuerdo con la interpretación constitucional justificada en esta sentencia, parece claro que la

expresión "sin ninguna distinción" utilizada por el Art. 2 del Convenio 87, como fórmula

expansiva del derecho a la libertad sindical, es contraria a la Constitución, puesto que la Ley

Fundamental sí distingue entre los titulares de tal derecho, al reconocerlo expresamente en

forma particularizada y limitada a ciertas categorías subjetivas, dentro de las cuales no se

encuentran los empleados públicos, por cuanto la Constitución establece para estos servidores

un régimen de derecho público administrativo que es incompatible con la titularidad y el

ejercicio del derecho a la libertad sindical, en los términos regulados por los Convenios de la

OIT impugnados en este proceso. Sin embargo, el resto del contenido de las disposiciones

impugnadas admite una interpretación conforme a la Constitución, en el sentido que la regulación

a que se refieren, así como cualquier otra incorporada al ordenamiento jurídico vigente para

regular el ejercicio del derecho de libertad sindical, es aplicable únicamente a los sujetos

identificados expresamente en el Art. 47 inc. 1º Cn.

Por tanto:

Con base en las razones expuestas, disposiciones constitucionales citadas y artículos 9, 10 y 11 de

la Ley de Procedimientos Constitucionales, en nombre de la República de El Salvador, esta Sala

Falla:

1. Sobreséese en el presente proceso respecto de la demanda presentada por el ciudadano Josué

Gustavo Adolfo Torres Rivera, en cuanto a la inconstitucionalidad por vicio de forma del

Convenio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) número 87 relativo a la Libertad

Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación, por la supuesta violación al artículo 145

de la Constitución.

2. Sobreséese en el presente proceso respecto de las pretensiones expuestas por los ciudadanos

Rafael Arturo Muñoz Canizález y Josué Gustavo Adolfo Torres Rivera, en sus respectivas

demandas, el primero en cuanto a la inconstitucionalidad de los Convenios de la Organización

Internacional del Trabajo (OIT) número: (i) 87 "Convenio relativo a la Libertad Sindical y a la

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Protección del Derecho de Sindicación" y (ii) 98 "Convenio relativo a la Aplicación de los

Principios del Derecho de Sindicación y de Negociación Colectiva"; y del segundo, en cuanto a

la inconstitucionalidad de los Arts. 2 y 3 del primero de los Convenios antes relacionados, por la

supuesta violación al artículo 221 de la Constitución.

3. Sobreséese en el presente proceso respecto de las pretensiones expuestas por el ciudadano

Rafael Arturo Muñoz Canizález, en cuanto a la inconstitucionalidad de los Convenios de la

Organización Internacional del Trabajo (OIT) número: (i) 87 "Convenio relativo a la Libertad

Sindical y a la Protección del Derecho de Sindicación" y (ii) 98 "Convenio relativo a la

Aplicación de los Principios del Derecho de Sindicación y de Negociación Colectiva", por la

supuesta violación a los artículos 131 Ord. 9º y 227 de la Constitución.

4. Declárase, de un modo general y obligatorio, que la expresión "sin ninguna distinción"

utilizada por el Art. 2 del Convenio de la OIT Nº 87 "Convenio relativo a la Libertad Sindical y a

la Protección del Derecho de Sindicación", es inconstitucional porque contraviene el artículo 47

inc. 1º de la Constitución, en tanto que esa fórmula del Convenio extiende el derecho a la

libertad sindical hacia los empleados públicos, quienes no están comprendidos en la

determinación constitucional de los titulares de ese derecho.

5. Notifíquese la presente decisión a todos los intervinientes.

6. Publíquese esta sentencia en el Diario Oficial dentro de los quince días siguientes a esta fecha,

debiendo remitirse copia de la misma al Director de dicho órgano oficial.

---------------------A. G. CALDERON--------------------------J. N. CASTANEDA S.--------------------M. CLARA--------------E. ENRIQUE ACOSTA----------------PRONUNCIADA POR LOS SEÑORES MAGISTRADOS QUE LO SUSCRIBEN--------------S. RIVAS DE AVENDAÑO--------------RUBRICADAS.

Voto disidente de la Magistrada Dra. Victoria Marina Velásquez de Avilés.

No concurro con mi voto a la formación de la anterior resolución, por las razones siguientes:

I. Básicamente, estoy en desacuerdo con la interpretación que mis colegas han efectuado del art.

47 inc. 1° Cn.; previo a señalar la inconsistencia que encuentro en la misma, no atinente –a mi

juicio– con lo que constitucionalmente correspondería, haré algunas consideraciones sobre el

punto discordante y la justificación de las decisiones judiciales.

1. La interpretación jurídica es aquella actividad intelectual consistente en establecer de modo

preciso el sentido de una norma. Se parte, pues, de que algunas normas no son del todo claras,

pues, de lo contrario, no sería necesaria la interpretación. En otras palabras, muchas normas

tienen un cierto grado de indeterminación, que es necesario despejar a través de la labor

hermenéutica. Esa ambigüedad depende de la mayor o menor claridad de los términos en que se

construye la norma en cuestión. Ahora, si muchas de ellas ofrecen una cierta duda en cuanto a su

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significado, también hay que aclarar que, en tanto aquéllas se componen de palabras que forman

parte de un lenguaje compartido, tampoco son absolutamente indeterminadas.

Existen distintos métodos de interpretación jurídica. No es necesario exponerlos aquí. Baste con

mencionar los considerados como métodos "tradicionales" o "clásicos" de la interpretación

jurídica: el gramatical, el sistemático, el subjetivo y el teleológico. La opinión mayoritaria es que

no existe una jerarquía o un orden en el que estos métodos hermenéuticos deban ser empleados.

Empero, es obvio que toda interpretación debe comenzar por establecer el significado corriente

de las palabras contenidas en la norma. Por otro lado, la norma en ningún momento puede

interpretarse aisladamente, sino que siempre debe descifrarse integralmente como parte de un

sistema mayor (un capítulo, un cuerpo legal o todo el ordenamiento jurídico).

Al lado de esos métodos generales, existen ciertos recursos argumentativos especiales –derivados

de la lógica jurídica–, como son –por ejemplo– los argumentos analógico, a contrario, de

reducción al absurdo, a fortiori, etc. La interpretación también puede apoyarse en la doctrina –

cualquier rama del Derecho– y en los precedentes judiciales. En este último caso, merece

destacarse el "autoprecedente", que es aquel que, en principio, por razones de seguridad jurídica y

de igualdad en la aplicación de la ley, vincula al propio tribunal que lo pronunció (sobre este

punto se volverá más abajo). Por otro lado, existen criterios interpretativos exclusivos de ciertos

sectores del ordenamiento jurídico –por ejemplo, el principio in dubio pro operario en el Derecho

Laboral, el principio in dubio pro reo en Derecho Penal o el criterio de la voluntad de las partes

en el Derecho Civil–.

Los métodos y argumentos de la interpretación pueden utilizarse aisladamente –lo que no es

recomendable– o de forma combinada –lo que justifica mejor la decisión–. En la práctica, el

operador hace ciertas valoraciones para elegir una(s) u otra(s) herramienta(s). Y hay que decirlo

claramente: la opción por uno u otro método o argumento puede llevar a conclusiones

radicalmente diferentes en cuanto al sentido de una misma disposición, y consecuentemente, a

distintas decisiones judiciales. Por ello, es innegable que en toda labor interpretativa hay una

dosis de discrecionalidad. Ahora bien, cuanto mayores y mejores argumentos sostengan una

decisión, mejor podrá defenderse ante las partes y ante la sociedad.

2. Es innegable que el art. 47 inc. 1° Cn. ofrece considerables problemas interpretativos, lo que

hace que el presente sea un caso difícil, exigiendo de esta Sala un plus de justificación, algo que,

a mi criterio, no se cumplió en la resolución precedente.

A. El art. 47 inc. 1° Cn., desde el punto de vista de la interpretación, es problemático, no por lo

que dice, sino por lo que calla. En ese sentido, se trata de un problema ligado al contexto

sistémico en el que se inserta aquél artículo, pues, en la medida en que el referido artículo es

silencioso, la solución ha de buscarse dentro del sistema al que el mismo pertenece, en este caso,

la Constitución.

El art. 47 Cn., en su inc. 1°, establece: "Los patronos y trabajadores privados, sin distinción de

nacionalidad, sexo, raza, credo o ideas políticas y cualquiera que sea su actividad o la naturaleza

del trabajo que realicen, tienen el derecho de asociarse libremente para la defensa de sus

respectivos intereses, formando asociaciones profesionales o sindicatos. El mismo derecho

tendrán los trabajadores de las instituciones oficiales autónomas".

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La norma transcrita reconoce la libertad sindical a los patronos y trabajadores privados y a los

trabajadores de las instituciones oficiales autónomas. Ahora bien, tenemos otro segmento

importante como son los trabajadores del sector público –a nivel central o municipal–. El art. 47

inc. 1° Cn. no se pronuncia al respecto. Se trata, indudablemente, de una laguna normativa. En

ningún momento –si no se quiere crear Derecho, en vez de interpretarlo– podría argumentarse

que la disposición comentada prohíbe la libertad sindical a los trabajadores públicos. Sostener

enfáticamente que el precepto referido veda el derecho de sindicación a dichos trabajadores es

simplemente rebasar las posibilidades interpretativas que el mismo ofrece, pues hasta allí no se ha

desentrañado el espíritu de tal norma.

Ahora bien, si estamos ante una laguna, desde el punto de vista de la lógica jurídica, no podría

aplicarse el argumento a contrario, como hacen los demandantes en el presente proceso, con

acompañamiento de mis colegas, cuando dicen: "…la Ley Fundamental sí distingue entre los

titulares de tal derecho [la libertad sindical], al reconocerlo expresamente en forma

particularizada y limitada a ciertas categorías subjetivas, dentro de las cuales no se encuentran

los empleados públicos…" (subrayado mío). Me parece que los compañeros de Sala han

justificado esta opción interpretativa apoyándose sólo en argumentos de doctrina (esto lo

examinaré más abajo).

De acuerdo con la lógica jurídica, el argumento a contrario solamente puede aplicarse cuando la

norma tiene estructura bicondicional ("sí y sólo sí"). Sería el caso, por ejemplo, que el art. 47 Cn.

en su inciso 1° dispusiera: "Sólo los patronos y trabajadores privados tienen el derecho de

asociarse libremente para la defensa de sus respectivos intereses, formando asociaciones

profesionales o sindicatos" o "Se reconoce exclusivamente a los patronos y trabajadores privados

el derecho de asociarse libremente…". No obstante, el precepto en estudio tiene la estructura de

un condicional simple: "Si se es trabajador o patrono privado, entonces se tiene derecho a formar

sindicatos". En este caso, es lógicamente desacertado el razonamiento que aplica el argumento a

contrario. Y es que, como he dicho, aquí estamos, más bien, ante una laguna normativa.

Para el caso, lo que procedería invocar es la integración del Derecho, como un recurso para

obtener una justa y coherente interpretación, ya sea acudiendo a normas internas

(autointegración) o externas al sistema (heterointegración). Ello porque tenemos que convenir

que el ordenamiento jurídico debe ser pleno y coherente –al menos, así debemos entenderlo si

queremos que haya una meridiana seguridad jurídica–. Indudablemente, en el caso de una laguna

en sede constitucional, sólo procede la autointegración, es decir que la solución ha de buscarse

dentro del mismo texto de la Norma Fundamental.

B. A mi juicio, la plenitud de la Constitución en materia de libertad sindical se alcanza integrando

el art. 47 inc. 1° Cn. con el art. 8 Cn., que regula lo que se conoce como "derecho general de

libertad", el cual, en una canónica y elocuente formulación, dispone: "Nadie está obligado a hacer

lo que la ley no manda ni a privarse de lo que ella no prohíbe".

Si bien este derecho es tributario de una concepción individualista del Derecho –propia del

Estado Liberal decimonónico–, en la actualidad podemos darle una lectura revitalizada, más

acorde con el Estado Constitucional de Derecho en el que vivimos –o deseamos vivir–, en el cual

el poder político es completamente instrumental respecto de los seres humanos.

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A mi modo de ver, el derecho general de libertad, plasmado en el art. 8 Cn., es la norma que

define nuestro sistema jurídico, y en particular, el capítulo de los derechos fundamentales. Ya no

podemos concebir aquél sistema como lo hiciera Thomas Hobbes en la época del absolutismo, en

cuanto que el poder político goza de legitimidad para establecer todas aquellas prohibiciones que

le plazcan, con el único límite del respeto a los derechos fundamentales específicos reconocidos

en el ordenamiento jurídico. En un Estado Constitucional de Derecho suponemos lo contrario:

que la libertad es la regla general, estando únicamente limitada por las prohibiciones que el

ordenamiento expresamente prevé, las cuales, por ende, deben estar especialmente justificadas.

Puede decirse, entonces, que en virtud del art. 8 Cn. todos los derechos fundamentales se

reconducen a la libertad jurídica, la cual coincide con la libertad natural de los seres humanos. A

eso me refiero cuando caracterizo al derecho general de libertad como la norma que define

nuestro sistema constitucional de derechos. El art. 8 Cn. debe interpretarse, entonces, como el

derecho de hacer u omitir todo aquello que no prohíba una ley formal y materialmente

constitucional –aquí la justificación–. En otras palabras, la libertad general, aunque inicialmente

es ilimitada, más adelante puede sufrir restricciones legales, pero éstas deben ampararse en algún

valor, principio o derecho constitucional cuya preservación requiera cierto límite de la libertad.

C. Partiendo de lo anterior, la solución al problema interpretativo que plantea el art. 47 inc. 1°

Cn. aparece naturalmente. Admitiendo que la libertad es la regla general en nuestro sistema de

derechos fundamentales, la omisión de dicho artículo, en cuanto a la regulación de la libertad

sindical respecto de los patronos y trabajadores públicos, no podría entenderse nunca como una

prohibición. Al contrario, ese silencio sólo puede conducirnos a la libertad innata de los seres

humanos, reconocida sabiamente en el art. 8 Cn.

Apoyan esta opción interpretativa dos justificaciones más. En primer lugar, el principio in dubio

pro libertate o favor libertatis, en cuya virtud, entre dos interpretaciones posibles de un precepto,

una que limite la libertad y otra que la favorezca, debe darse preferencia a esta última. Esta

misma Sala ha utilizado dicho criterio en algunos casos (por ejemplo, en la sentencia de 1-IV-

2004, Inc. 52-2003 ac., Considerando V 3). En segundo lugar, el art. 52 inc. 2º Cn., que advierte

que la enumeración de determinados derechos laborales en la Constitución no excluye otros que

deriven de la justicia social, lo cual, cuando menos, debe entenderse como una vocación

expansiva de los derechos reconocidos en la Constitución –entre éstos, la libertad sindical–.

D. Por las anteriores razones, sostengo que la decisión de mis compañeros de Sala no es la que

constitucionalmente correspondía, pues la misma únicamente se justifica en argumentos

doctrinarios de corte administrativista, los cuales, está de más decirlo, ceden con gran facilidad

ante el derecho general de libertad, norma que, como aquí he defendido, da plenitud a nuestro

sistema jurídico.

II. Habiendo expuesto mi posición, paso a revisar brevemente algunas deficiencias específicas

advertidas en la sentencia de la que disiento.

1. Me llama la atención que en el Considerando III (2) se define la libertad sindical como "el

derecho de los trabajadores y patronos particulares a formar asociaciones..." (subrayado mío), con

lo que se pretende sugerir que el otorgamiento de la titularidad de la libertad sindical a los

trabajadores privados es parte del contenido esencial de este derecho, cuando debe recordarse

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que los derechos fundamentales, por regla general, son universales. En principio, las únicas

limitaciones a la titularidad que admiten los derechos fundamentales son aquellas que se

incardinan en el proceso de especificación o concreción de los derechos fundamentales –por

ejemplo, derechos de las mujeres, de los niños, de los adultos mayores, de los consumidores,

etc.–.

Dos párrafos más adelante se reconoce que la libertad sindical es un derecho fundamental que

"constituye en la actualidad una conquista irrenunciable e irreversible en el marco de la defensa

de los intereses laborales" (subrayado mío), cuando lo que se ha hecho en esta sentencia, de la

cual me aparto, es precisamente revertir el reconocimiento de la libertad sindical a los

trabajadores públicos que el Estado salvadoreño ya había efectuado al ratificar los Convenios 87

y 98 de la OIT.

Es contradictorio, por otro lado, que, al mismo tiempo que se define la libertad sindical como el

derecho de los trabajadores particulares, se cita la sentencia de 2-II-2001 de la Corte

Interamericana de Derechos Humanos, en el caso Baena Ricardo y otros vs. Panamá, en la cual,

correctamente, se define la libertad sindical como "el derecho a formar asociaciones sin

restricciones distintas a las permitidas en los incisos 2 y 3 en aquel precepto convencional [el art.

16 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos]", ninguna de las cuales tiene que ver

con la limitación de la titularidad de ese derecho a los trabajadores públicos (salvo el inciso 3 que

permite restringir el referido derecho a los miembros de las fuerzas armadas y de la policía, pero

éste sólo es un subconjunto reducido de los trabajadores públicos).

2. Básicamente, como he cuestionado, la sentencia de la que discrepo parte de un enfoque de

Derecho Administrativo que señala una serie de diferencias entre la relación laboral existente

entre el trabajador privado y su patrono, por un lado, y la relación entre el servidor público y el

Estado, por otro.

En síntesis, se argumenta que en el sector privado la relación laboral es de tipo convencional, por

lo cual, en la formación del contrato, en el que se determinan los derechos y obligaciones de las

partes, interviene la voluntad de éstas, en función de sus respectivos intereses particulares. En

cambio, en el sector público, se aduce, la relación laboral que se establece entre el servidor y el

Estado está unilateralmente determinada por este último, quien establece, por mandato

constitucional y legal, las condiciones de los servicios públicos, con lo cual, el nexo que liga a los

servidores públicos con el Estado es de Derecho Público Administrativo. Partiendo de esta

diferencia –y otras consideraciones similares–, llegan a la conclusión de que el art. 47 inc. 1° Cn.

sólo reconoce a los trabajadores privados la libertad sindical, mas la niega a los trabajadores

públicos.

Esta argumentación, si bien tiene apoyo en la doctrina, a mi juicio, no puede trasladarse

mecánicamente a nuestro sistema de derechos fundamentales. Si la Constitución salvadoreña

prohibiera la libertad sindical a los trabajadores públicos, bien pudiera pensarse que razones de

ese tipo –o de otro– indujeron al constituyente a establecer esa restricción. Pero no es el caso en

nuestra Constitución, que, por un lado, guardó absoluto silencio sobre el reconocimiento de la

libertad sindical a los trabajadores públicos, pero, por otro lado, se asienta, como he defendido,

en el derecho general de libertad. Tenemos dos opciones interpretativas: una que se justifica en la

doctrina, y otra que se justifica en la Constitución. Me parece que debe preferirse ésta última.

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En el Considerando IV (4) mis compañeros de Sala aseveran que el derecho general de libertad

reconocido en el art. 8 Cn. no puede aplicarse a los trabajadores públicos, pues éstos, en la

medida en que son "funcionarios públicos" –así los clasifican ellos–, se rigen por el principio de

legalidad de la Administración, establecido en el art. 86 Cn., en cuya virtud los funcionarios sólo

pueden hacer aquello que la ley les manda.

Una conclusión como ésta sólo puede obedecer a una comprensión defectuosa de los derechos

fundamentales. La libertad sindical –y la misma sentencia lo reconoce– es un derecho

fundamental, y como tal, es una manifestación del derecho general de libertad, por lo que su

ejercicio no requiere de reconocimiento expreso; en cambio, cualquier limitación al mismo –

como la exclusión de su titularidad a los trabajadores públicos– sí debe ser expresa y justificarse.

Como derecho fundamental, a la libertad sindical no puede aplicársele el principio de legalidad

de la Administración: éste sólo tiene sentido respecto de las potestades públicas. Una concepción

como la mantenida por mis colegas llevaría al absurdo de tener que reconocerse en la

Constitución para los funcionarios públicos cada uno de los derechos que se reconocen a los

ciudadanos: derecho de audiencia, derecho a la intimidad personal, etc.

3. En el Considerando IV (2) se afirma: "De este modo, con relación al servicio público, las

normas que rigen la relación laboral no ponen el acento en la tutela del trabajador [...], sino, por

el contrario, en el ejercicio permanente, continuo y eficaz de la función administrativa como

medio para la obtención del bien común. En consecuencia, la aplicación de las normas laborales

al empleo público debe tener, en rigor, un carácter instrumental, supletorio, analógico y

condicionado que exige, en todos los supuestos, un juicio de previa compatibilidad" (subrayados

míos).

Sin embargo, un párrafo abajo se dice que "el Estado [...] debe observarse como un medio o

instrumento ingeniosamente establecido por el pueblo y para el pueblo, por el ciudadano y para el

ciudadano, por una democracia acorde a la concepción personalista plasmada en el Art. 1 Cn...".

Me parece que esta argumentación es contradictoria, ya que, por una parte, se dice que el régimen

del servicio público no se enfoca en el trabajador y que el Derecho Laboral –que,

tradicionalmente, sí se centra en el trabajador– tiene en aquél un carácter supletorio; y por otra

parte, se dice que el Estado es un instrumento para el pueblo, para el ciudadano, para la

democracia y para la persona humana. ¿Y acaso el trabajador público no es parte del pueblo, no

es un ciudadano, no contribuye a la democracia, no es una persona humana? ¿Qué es lo que se

defiende entonces? ¿Al Estado o a la persona?

En el fondo, lo que se contrapone es, por un lado, un supuesto "interés público", y por otro lado,

los intereses de los trabajadores –los que se ven como intereses particulares–. Esta concepción es

errada, pues, por un lado, se ha malentendido el interés público, como un interés abstracto,

independiente de los seres humanos de carne y hueso, los únicos verdaderamente interesados en

la cosa pública. ¿Cómo puede apelarse al interés público para anular un derecho fundamental a

un colectivo –los trabajadores públicos– que aglutina a buena parte de la población? Lo que

sucede es que se ha confundido el interés público con el interés del Estado, como aparato

burocrático, con sus propios intereses particulares. Pero el interés público es otra cosa: es el

bienestar de la población, inclusive, de los trabajadores públicos.

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Por otra parte, ¿cómo puede aducirse que los intereses de los trabajadores son meros intereses

particulares, si en el mismo Considerando III (2) de la sentencia se ha afirmado que aquellos, a

través del ejercicio de la libertad sindical, tienen como "objetivo principal" el de "mejorar las

condiciones de trabajo e intereses „propiamente laborales‟ de sus agregados, esto es, los intereses

económicos, sociales y profesionales que como trabajadores buscan garantizar y proteger". ¿Esto

es un interés particular o egoísta, cuando sabemos que los trabajadores públicos son buena parte

de la población? Me parece que no.

En definitiva, no existen justificaciones constitucionales ni doctrinarias para circunscribir la

libertad sindical a los trabajadores privados. Tanto unos como otros, independientemente de la

relación en que se inserten –privada o pública–, tienen un interés legítimo, que, además, es un

interés de toda la sociedad, en mejorar sus condiciones de vida. Ello, desde luego, no impide que

se regule o limite el ejercicio de la libertad sindical a ciertos sectores específicos de los

trabajadores públicos, como son los miembros de las fuerzas armadas o de la policía, por la

trascendencia de sus funciones. Pero este tipo de restricción no puede generalizarse, pues la

naturaleza "pública" del servicio no implica automáticamente que éste sea esencial ni que sea en

todo momento ininterrumpible.

III. Haré ahora algunas observaciones de índole procesal. En el Considerando II 3 de la sentencia

se estableció que respecto de las supuestas violaciones a los arts. 131 ord. 9º, 221 y 227 Cn. por

parte de los Convenios 87 y 98 de la OIT, por carecer las mismas de autonomía impugnativa, las

pretensiones estaban configuradas inadecuadamente, por lo que debería sobreseerse con relación

a dichos motivos.

Desde el punto de vista del Derecho Procesal, cuando se sobresee un punto de la pretensión, ello

inhibe al juzgador de entrar a conocer y resolver sobre el fondo de lo planteado; quedando, en

consecuencia, habilitado cualquier ciudadano para formular en el futuro la misma pretensión,

pues no existe cosa juzgada al respecto.

No obstante, es curioso que, a pesar de haberse sobreseído las inconstitucionales aludidas, en la

fundamentación jurídica de la sentencia –donde únicamente deben resolverse los puntos que han

subsistido la depuración de la pretensión– indirectamente hay pronunciamientos sobre las

supuestas violaciones al art. 221 Cn. [Considerandos III (4) y IV (5)] y a los arts. 131 ord. 9º y

227 [Considerando IV (4)].

Aunque en el fallo, al final, no hay pronunciamiento, sino que se sobresee, tal como se anunció,

considero que esta actitud pugna con el principio de congruencia procesal.

IV. Si bien es cierto que la argumentación en que se funda la anterior sentencia es similar a la que

se sustenta en la sentencia de 3-VI-2003, emitida en el proceso de amparo 434-2000,

Considerando III 3 –entendiéndose como un precedente de Sala–, el criterio stare decisis no es

absoluto. Esta misma Sala, en ciertos casos, lo ha ignorado. Así, por ejemplo, en la sentencia de

24-VI-2005, Amp. 864-2002, Considerando IV 7, en la cual se interpreta la figura de la rebeldía

(art. 532 del Código de Procedimientos Civiles). Quiero destacar que este viraje jurisprudencial

fue, incluso, para restringir el contenido de los derechos de audiencia y de defensa, que en la

anterior interpretación era más amplio; infringiendo con ello el criterio favor libertatis que esta

Sala ha reconocido.

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El respeto al autoprecedente se basa en los principios de seguridad jurídica y de igualdad en la

aplicación de la ley. Debe ser la regla general. No obstante, excepcionalmente, el juzgador puede

apartarse de su propio precedente, ya sea porque deja de considerarlo correcto o porque las

condiciones sociales se han modificado y exigen una nueva interpretación. Si el autoprecedente

no fuera traspasable, seguramente el sentido de las normas devendría obsoleto, volviéndose

ineficaz u obligando a su reforma o derogación.

Para que un ente juzgador pueda eludir la regla stare decisis, debe justificar el porqué lo hace, es

decir, explicar los motivos que lo inducen a elegir nuevos parámetros dentro de los cuales va a

juzgar el nuevo caso; exigencia que se entiende cumplida cuando la nueva interpretación es

universalizable, es decir, aplicable a todos los casos futuros similares. En ese sentido, lo que la

regla del autoprecedente pretende evitar son los cambios arbitrarios de criterio, es decir, aquellos

que carecen de razones fundadas o que pretenden aplicarse únicamente a una situación en

particular.

En este voto he tratado de explicar mi posición y las razones que me asisten para disentir con mis

compañeros de Sala respecto al caso que nos ocupa, y soy reiterativa al enfatizar que esta Sala

debió haberse alejado del autoprecedente relacionado.

V. Otro aspecto a recordar es que nuestra Constitución, en sus arts. 145 y 149, en efecto, permite

que se someta a control de constitucionalidad concentrado o difuso un tratado internacional, el

cual y a tenor del el art. 144 Cn., al entrar en vigencia, se convierte en ley de la República, por lo

que su estatus jerárquico es, desde luego, inferior al de las normas constitucionales.

Nada impide, pues, de acuerdo con nuestro ordenamiento, que un tratado internacional sea

expulsado de éste. Ahora bien, en el Derecho Internacional los efectos de esa declaratoria son

limitados, pues el Estado ya ha adquirido un compromiso frente a otros Estados o frente a la

comunidad internacional, que debe cumplirse de buena fe. Y es que, además, ningún Estado

puede, en el plano internacional, alegar disposiciones de Derecho interno para justificar el

incumplimiento de un tratado internacional (art. 27 de la Convención del Viena sobre el Derecho

de los Tratados).

En la práctica, el Derecho interno y el Derecho Internacional viven en constante tensión: uno

trata de imponerse al otro. Y lo mismo sucede entre la jurisdicción interna y los tribunales

internacionales. No obstante, es obvio que, en el mundo actual, el Derecho Internacional tiene

mayor importancia práctica que el Derecho interno. Ningún Estado puede ya aislarse de la

comunidad internacional, ni sustraerse de sus relaciones. Por ello, cuando un Estado tiene

obstáculos internos para ratificar un tratado internacional, lo más recomendable es que lo reserve

o proceda a su anulación o terminación (arts. 19, 46 y 54 de la Convención de Viena), quedando

así, a salvo, su responsabilidad internacional.

La declaratoria de inconstitucionalidad del Convenio 87 de la OIT, indudablemente, traerá

consecuencias graves para el Estado salvadoreño, que pueden oscilar desde la pérdida de

prestigio o credibilidad hasta su responsabilidad internacional. En mi opinión, con la presente

declaratoria de inconstitucionalidad, el Estado salvadoreño va a incurrir en responsabilidad

internacional, pues el art. 1 de aquél Convenio es claro: "Todo miembro de la Organización

Internacional del Trabajo para el cual esté en vigor el presente Convenio se obliga a poner en

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práctica las disposiciones siguientes". Esto constituye una de las razones más de peso y

plausibles, desde todo punto de vista, que debieron considerarse con la seriedad y el

profesionalismo que el caso requería, para rechazar las pretensiones formuladas por los

impetrantes; atendiendo prioritariamente a los intereses de la nación, la credibilidad de nuestra

justicia y la sobrevivencia de un Estado democrático, cuyo sustento y ultima ratio es, ni más ni

menos, que la Constitución misma –que hoy, a mi criterio, se vulnera, cuando abiertamente se

ignoran los preceptos que me he permitido señalar–.

Concluyo que, por todas las razones que he indicado, debió haberse declarado que no existía la

inconstitucionalidad alegada, consistente en la violación al art. 47 inc. 1° Cn. por parte del art. 2

del Convenio 87 de la OIT.

VI. Para concluir, en este voto quiero dejar constancia de otra cuestión de importancia

capital para la efectiva protección de los derechos fundamentales en nuestro ordenamiento

jurídico.

1. En la sentencia de 1-IV-2004, Inc. 52-2003 ac., Considerando V 3, esta Sala hizo

algunas consideraciones novedosas sobre la relación de los tratados de derechos humanos

con el Derecho interno, las cuales, en caso de convertirse en una auténtica línea

jurisprudencial, desembocarían en una protección más amplia de los derechos

fundamentales. Desgraciadamente, ese criterio, al que me voy a referir, no siguió siendo

explorado, y con el presente caso, me atrevería a pensar que ha quedado en pura retórica.

Cito los pasajes que me interesan:

"…[E]l art. 144 inc. 2° Cn., conectado con la concepción personalista del Estado –art. 1 y

Preámbulo–, de la cual se deriva la regla hermenéutica en favor de la dignidad: restringir

lo limitativo y expandir lo favorable a ella, no sólo determina la fuerza vinculante y

jerarquía normativa de los tratados internacionales de derechos humanos, sino que,

además, permite proponer una apertura normativa hacia ellos".

"Tal consideración, por tanto, solamente es aplicable a los instrumentos internacionales

que contengan principios normativos de análoga o mayor cobertura a la establecida en la

llamada parte dogmática de la Constitución, y que hagan posible el establecimiento de

fructíferas directrices para una más expansiva y más humana interpretación de las normas

reguladoras de los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución".

"Por tanto, debe reconsiderarse el status interno del DIDH, a partir del prisma dignidad

humana, pues con ello se preconiza una apertura a la protección efectiva de ésta".

"Es decir, corresponde al derecho interno, incluido el constitucional, asegurar la

implementación de las normas más favorables a la dignidad de la persona humana […].

Por tanto, si los tratados sobre derechos humanos implican la interacción entre sus

disposiciones y las del derecho interno, la Constitución atiende a la necesidad de prevenir

y evitar los conflictos normativos que vuelvan nugatoria la efectividad de las primeras.

Con ello se contribuye a la reevaluación de la amplia interacción entre el DIDH y el

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derecho interno, con miras a la protección de los derechos vinculados a la dignidad

humana".

"En conclusión, la confluencia entre la Constitución y el DIDH, en la protección de los

derechos humanos, confirma que la relación entre ambos definitivamente no es de

jerarquía, sino de compatibilidad, y por tanto, el derecho interno, y eso vale para el

Derecho Constitucional y la jurisdicción constitucional, debe abrir los espacios

normativos a la regulación internacional sobre derechos humanos".

La transcripción es larga, pero elocuente, por cuanto subraya la coincidencia axiológica y

teleológica entre los tratados internacionales de derechos humanos y la parte dogmática

de nuestra Constitución: ambos se fundamentan en la dignidad humana y están orientados

a su protección. Además, es fuertemente llamativo que mis colegas, en esa sentencia,

apelan a una "apertura normativa" hacia los tratados de derechos humanos, a

"reconsiderar" su status interno, a "reevaluar" su amplia interacción con el Derecho

interno, a "abrir los espacios normativos" a la regulación internacional sobre derechos

humanos.

¿Qué se quiso significar con todo esto? Según yo entiendo, lo que sugeríamos en esa

sentencia era la existencia de un bloque de constitucionalidad entre los tratados

internacionales de derechos humanos y la parte dogmática de la Constitución, por su

coincidencia de valores y fines. Esto no es novedoso en el Derecho comparado. Así, por

ejemplo, en la Constitución de la Nación Argentina, luego de su profunda reforma en

1994, los principales tratados de derechos humanos –e incluso aquellos que se ratificaran

posteriormente– son elevados a jerarquía constitucional (art. 75 n° 22).

Pero el argumento no concluye aquí, pues la consecuencia lógica de aceptar que los

tratados de derechos humanos integran un bloque de constitucionalidad es que los mismos

ya no pueden ser impugnados en un proceso de inconstitucionalidad, pues no pueden

coincidir objeto y parámetro de control; sería como impugnar la misma Constitución, lo

cual es completamente absurdo.

Es una interpretación muy novedosa, lo reconozco, y por ello, puede encontrar resistencia.

Pero si nos tomamos en serio la concepción personalista de la Constitución –a la que en

esta y tantas otras sentencias hemos apelado–, así como las consideraciones que

efectuamos en la Inc. 52-2003 citada, ese avance jurisprudencial sólo sería una muestra de

honestidad y coherencia con lo que decimos a la sociedad.-------------V. DE AVILES-----------------PROVEIDA POR LA SEÑORA MAGISTRADA QUE LO SUSCRIBEN-----------------S. RIVAS DE AVILES--------------RUBRICADA.

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35-2002/38-2003/1-2004/4-2004

Inconstitucionalidad.

Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, San Salvador a las catorce horas y

veinticinco minutos del veintitrés de octubre de dos mil siete.

Los presentes procesos de inconstitucionalidad acumulados han sido promovidos: el primero –35-

2002– por el ciudadano Rony Huezo Serrano, abogado, del domicilio de Santa Tecla; el segundo

–38-2003– por el ciudadano Edwin Amílcar Hernández Méndez, abogado, del domicilio de San

Salvador; el tercero –1-2004– por los ciudadanos Carlos Alfredo Méndez Flores, abogado, del

domicilio de San Salvador y Francisco Martín Santos Castaneda, abogado, del domicilio de San

Salvador; y el cuarto –4-2004– por la ciudadana Reyna Elizabeth Lovos Alvarado, abogada, del

domicilio de San Salvador, a fin que este tribunal declare la inconstitucionalidad, por vicio en su

contenido, de los arts. 1 y 2 del D. L. n° 929, de 18-VII-2002, publicado en el D. O. n° 142, tomo

356, correspondiente al 31-VII-2002, mediante el cual se interpreta auténticamente la Ley de

Policía (en adelante: D. L. 929/2002); y de los arts. 1 y 2 del D. L. n° 930, de 18-VII-2002,

publicado en el D. O. n° 142, tomo 356, correspondiente al 31-VII-2002, que contiene las

Regulaciones necesarias para proceder al cierre definitivo de operaciones de aquellas empresas

identificadas como establecimientos dedicados al giro de la explotación de juegos de azar,

prohibidos por la ley (en adelante: D. L. 930/2002), por incurrir supuestamente en violación a los

arts. 2 –en relación con el 37–, 7, 8, 15, 22, 101, 102 –en relación con el 3–, 131 ord. 5° y 203,

todos de la Constitución.

Las disposiciones impugnadas del D. L. 929/2002 prescriben:

"Artículo 1. Interprétase auténticamente el Art. 64 de la Ley de Policía, en el

sentido de que están expresamente prohibidos, sin excepción de tiempo ni lugar,

los juegos de monte a los naipes, el de dados, el de las tres cartas, el de la cinta, el

de los dedales, el de la rueda de la fortuna, el de la ruleta, el de la poca y todos los

demás de envite, suerte o azar, en el entendido de que dichos juegos no pueden

realizarse, ni aún con las modificaciones que posibilita la tecnología y la

modernidad".

"Artículo 2. Esta interpretación auténtica, queda incorporada al texto de la

disposición a que se refiere el artículo anterior."

Las del D. L. 930/2002 prescriben:

"Artículo 1. Los establecimientos donde se practiquen juegos de azar prohibidos

por la ley, tales como: Máquinas traga níquel, de cartas o naipes, ruletas, dados y

similares, mediante los cuales se obtenga lucro generado por las apuestas en

dinero o bienes de cualquier tipo, serán sancionados, sin menoscabo de las demás

disposiciones legales que les correspondan, con la cancelación de la matrícula o

autorización, si la tuvieren, y en todo caso con el cierre del establecimiento".

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"Artículo 2. Los Concejos Municipales deberán supervisar el cumplimiento de lo

dispuesto en el artículo precedente, y en caso que encontraren operando

establecimientos en condiciones de las mencionadas en el artículo anterior,

notificarán inmediatamente a la correspondiente oficina regional de la Fiscalía

General de la República, para que proceda a realizar el respectivo requerimiento

fiscal, de acuerdo a lo establecido en la legislación penal y hacer ejecutar el cierre

de dicho establecimiento, con el auxilio de la fuerza pública, si fuere necesario".

Han intervenido en el proceso, además de los demandantes, la Asamblea Legislativa y el Fiscal

General de la República.

Analizados los argumentos y considerando:

I. En el trámite del proceso, los intervinientes expresaron lo siguiente:

1. A. En la demanda que inició el proceso 35-2002, el ciudadano Rony Huezo Serrano expuso:

Que la Ley de Policía (L. P.) fue publicada en el Diario Oficial, a través de la Codificación de

Leyes Patrias que entró en vigencia en 1885, con la publicación del 5-XI-1885. Según

consideración de la Asamblea Legislativa, en el artículo 64 de la L. P. se prohíben expresamente

los juegos de azar.

Tomando como fundamento legal la anterior disposición, resultaría ilegal el funcionamiento de

las casas de juego denominadas casinos, siendo éste el principal asidero de la decisión de la

Asamblea al ordenar el cierre de los mismos a través del D. L. 930/2002; éste, en su art. 1, hace

presumir primariamente que los juegos de azar se encuentran prohibidos por la ley; sin embargo,

en el derecho positivo salvadoreño no existe disposición alguna en dicho sentido.

Ello, generaría diversas consecuencias de orden constitucional, que a continuación se detallan:

a. El art. 1 del D. L. 930/2002 contiene una violación al art. 15 Cn. pues, si bien es cierto el art.

64 del D. E. de 25-II-1879 (L. P.), establece la prohibición de los juegos de azar, tal disposición

ha caído en desuso por la falta de actualidad, y ha sido derogada tácitamente por el art. 4 ord. 24°

del Código Municipal (C. M.); en tanto que el primero prohíbe los juegos de azar y el segundo

atribuye a los Municipios la competencia de autorizar o regular el funcionamiento de loterías,

rifas y otros similares.

Por tal razón, considera que la violación al art. 15 Cn. se verifica ante la inexistencia de

prohibición expresa al funcionamiento de establecimientos dedicados al giro de la explotación de

juegos de azar; y es que el art. 1 del D. L. 930/2002 supone tal prohibición en la interpretación

auténtica que se hizo del art. 64 de la L. P., que según el demandante ya se encuentra derogada

por el desuso y por el art. 4 ord. 24° del Código Municipal.

En vista que tal interpretación auténtica se ha realizado en disposición no vigente –continuó–, no

es más que una mera acción declarativa carente de obligatoriedad. La facultad de cerrar

establecimientos dedicados a la explotación de juegos de azar, violenta el principio de legalidad,

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pues una persona sólo puede ser juzgada por leyes vigentes, y en el ordenamiento jurídico

salvadoreño los juegos de azar no están prohibidos.

b. En ese mismo sentido, el demandante sostiene que el art. 1 del D. L. 930/2002 genera una

violación al derecho general de libertad consagrado en el art. 8 Cn.; pues, por una parte, no se

podría disponer libremente el participar en la creación de una sociedad con el giro al que se

refiere la disposición impugnada y, por otra, las personas se ven obligados a reprimir sus

intenciones de visitar los establecimientos a los que se refiere la misma disposición, a causa de la

prohibición inexistente.

c. Siempre en relación con el art. 1, sostiene el actor que es contrario al art. 101 Cn., en cuanto a

la obligación que establece al Estado de promover el desarrollo económico y social, pues ordenar

el cierre de los establecimientos dedicados a la explotación de juegos de azar, es una

contradicción con el orden económico salvadoreño, el cual se basa en el sistema de libre mercado

o capitalismo; ya que la disposición impugnada, además de limitar la libertad y derecho de las

personas de acceder a las casas de juego, también restringe la posibilidad de desarrollo

económico y social, el cual se encuentra íntimamente ligado al desarrollo de la población en

todos los géneros y ámbitos de la vida cotidiana.

d. Además, según consideraciones del actor, el art. 1 del D. L. 930/2002 viola el art. 102 Cn., en

relación con el art. 3 Cn., en cuanto a la obligación, que el primero establece para el Estado, de

fomentar y proteger la iniciativa privada, pues es un deber del Estado garantizar a los habitantes

de la República la libertad de disponer su inclusión dentro de cualquier rubro de la actividad

económica; en consecuencia tal protección no puede tener ningún tipo de distingo y debe

aplicarse por igual a todas las personas y rubros de la actividad económica, tal como lo establece

el art. 3 Cn.

e. Asimismo, sostiene el demandante que el art. 1 del D. L. 930/2002 viola el derecho a la libre

disposición de los bienes, consagrado en el art. 22 Cn., pues en virtud de la disposición

impugnada las personas no tendrían la opción de disponer parte o la totalidad de su patrimonio,

ya sea como inversionistas en la creación de una sociedad con los fines a los que se refiere dicha

disposición, o como clientes de sus establecimientos, por estar prohibida su existencia legal.

B. En relación con la impugnación del art. 2 del D. L. 930/2002, el ciudadano Huezo Serrano

expresó:

a. Que tal artículo resulta contrario al derecho de asociación, consagrado en el art. 7 Cn., pues la

atribución que se establece para los Municipios, de ejecutar el cierre de los establecimientos que

se dediquen a la explotación de juegos de azar, implica, por un lado, negar el derecho de los

habitantes de la República para que puedan participar en la actividad económica de dicho rubro,

restringiendo el derecho constitucional de asociarse para desarrollar una actividad económica

legal y pacífica, pues el derecho de asociación consiste en la posibilidad de constituir grupos u

organizaciones para desarrollar de manera permanente cualquier actividad, sea ésta religiosa,

política, económica, laboral, social o cultural, entre otras.

b. Asimismo –afirmó–, resulta lesivo al derecho de reunión, consagrado en el art. 7 Cn., pues éste

es el derecho que tienen los habitantes de la República de congregarse en todo lugar y en

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cualquier momento, siempre que sea pacíficamente; mientras que la prohibición contenida en la

disposición impugnada, genera un ambiente de desconfianza en la población, en relación con la

visita que pudiesen efectuar a dichos establecimientos, por el temor a verse involucrados con

dicha actividad.

c. Además, según el actor, el art. 2 del D. L. 930/2002 viola los arts. 2 y 37 Cn., en cuanto al

derecho al trabajo y la obligación del Estado de protegerlo, pues con la prohibición que contiene

la disposición impugnada, se habilita a los Municipios para que hagan efectivo el cierre de

establecimientos que se dediquen a la explotación de juegos de azar, lo que sería el detonante de

una cadena de cierre de fuentes de trabajo.

En el entendido que el art. 37 Cn. establece la obligación para el Estado de emplear todos los

recursos que estén a su alcance para proporcionar ocupación al trabajador, manual o intelectual, y

para asegurar a él y a su familia las condiciones económicas de una existencia digna, la violación

a esta disposición constitucional se verificaría con la disposición impugnada, al ordenar el cierre

de los establecimientos dedicados a la explotación de los juegos de azar, generando el cierre de

fuentes de trabajo.

d. Además, a criterio del demandante, el art. 2 del D. L. 930/2002 viola la autonomía municipal

consagrada en el art. 203 Cn., en tanto que ésta implica que los Municipios tienen facultades para

regular, dirigir y administrar dentro de su territorio los asuntos que sean de su competencia, y a

través de la disposición impugnada se pretende obligar a los mismos a supervisar y ordenar el

cierre de los establecimientos que se dediquen a la explotación de los juegos de azar mencionados

en la disposición impugnada, sobrepasando y suprimiendo su autonomía administrativa.

Situación que denotaría, no sólo una intromisión en las funciones propias de los gobiernos

municipales, sino, de igual forma, un desprecio a su institucionalidad y a la separación de

poderes.

2. A. En la demanda que dio inicio al proceso 38-2003, el ciudadano Hernández Méndez sostuvo:

Que el art. 64 de la L. P., publicada en el D. O. de 5-XI-1886 con la Codificación de las Leyes

Patrias, establece la prohibición de los juegos de azar. Conforme a esta disposición, resultaría

ilegal el funcionamiento de las casas de juegos de azar, pues estos se encuentran prohibidos por la

ley; sin embargo, dentro del derecho positivo vigente salvadoreño, no existe disposición alguna

en dicho sentido.

A pesar de ello, la Asamblea Legislativa sostiene lo contrario en el Considerando I del D. L.

930/2002, haciendo referencia únicamente al art. 4 ord. 24° del Código Municipal, sin mencionar

la relación con el D. L. 929/2002; y es que, la supuesta existencia de una prohibición de este giro

comercial –juegos de azar– no está contenida en el Código Municipal, sino en el D. L. 929/2002.

En este último se interpreta auténticamente el art. 64 de la L. P., en el sentido que están

prohibidos los juegos de azar, aún con las modificaciones de la tecnología. Con ello, la Asamblea

Legislativa establece un nexo indisoluble entre el decreto mencionado y el D. L. 930/2002.

No obstante lo anterior, y a pesar que el art. 64 de la L. P. no ha sido expresamente derogado

hasta la fecha, tal disposición ha caído en desuso, por su falta de actualidad y concordancia con

las actuales condiciones de vida de la sociedad salvadoreña; asimismo, se encuentra derogada

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tácitamente por la promulgación del Código Municipal. En un primer término, el art. 1 del

Código Municipal establece que tal cuerpo normativo tiene por objeto desarrollar los principios

constitucionales referentes a la organización, funcionamiento y ejercicio de las facultades

autónomas de los Municipios; además, el art. 4 ord. 24° del mismo Código prescribe que

corresponde a los Municipios la autorización y regulación del funcionamiento de casas de juegos,

como loterías, rifas y otros similares.

A lo anterior, el demandante agregó que por medio de D. L. n° 730, de 14-X-1999, publicado en

el D. O. n° 210, de 11-XI-1999, se reformó el ordinal 24° del art. 4 del Código Municipal,

incorporando una excepción a la prescripción anterior, pues a partir de dicha reforma los

Municipios no pueden autorizar ni renovar autorizaciones para los establecimientos destinados a

explotar los juegos de azar.

B. a. Partiendo de lo anterior –sostuvo–, antes de la reforma mencionada, la autorización del

Concejo Municipal para el funcionamiento de un casino resultaba legalmente procedente, pues la

prohibición del art. 64 de la L. P. había sido derogada por el Código Municipal. En consecuencia,

el D. L. 929/2002 resulta inconstitucional al interpretar auténticamente una disposición derogada,

es decir, que ha dejado de formar parte del ordenamiento jurídico y, no obstante su emisión y

promulgación, carece de obligatoriedad.

La situación antes descrita –continuó–, genera una violación al principio de legalidad, contenido

en el art. 15 Cn., el cual determina que nadie puede ser juzgado sino conforme a las leyes

promulgadas con anterioridad al hecho de que se trate, es decir, una persona sólo puede ser

juzgado con base en leyes vigentes.

Asimismo, como consecuencia lógica, también se produce una violación al principio general de

libertad individual, consagrado en el art. 8 Cn.

b. Además, la existencia legal de los casinos y el giro de su actividad empresarial tienen su

génesis en el ejercicio de uno de los derechos fundamentales con rango constitucional,

reconocido y garantizado en el art. 7 Cn., es decir, el derecho de asociación que consiste en la

posibilidad de constituir grupos u organizaciones para desarrollar de manera permanente

cualquier actividad legal y pacífica, sea ésta religiosa, política, económica, laboral, social o

cultural, entre otras. Por tanto, ordenar el cierre de los casinos, implica negar a las personas

jurídicas y naturales constituir las sociedades propietarias de los mismos y desarrollar una

actividad económica legal y pacífica.

Asimismo, el art. 7 Cn. contempla el derecho de reunión, el cual consiste en la posibilidad de las

personas de congregarse en todo lugar y en cualquier momento, siempre que sea de manera

pacífica, y se ve violentado por el decreto legislativo impugnado el ordenar el cierre de los

casinos, que son sociedades legalmente establecidas.

c. En el mismo sentido, el demandante sostuvo que el D. L. 930/2002 contiene una violación al

art. 101 inc. 2° Cn., pues el orden económico salvadoreño se basa en el sistema de libre mercado

o capitalismo; en concordancia con dicha situación, la disposición constitucional citada establece

la obligación para el Estado de promover y fomentar el desarrollo económico y social, mediante

el incremento de la producción.

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De igual forma, el inc. 2° del art. 102 Cn. establece la obligación del Estado de fomentar y

proteger la iniciativa privada, a lo cual habría que agregar que, de conformidad con el art. 3 Cn.,

tal protección y fomento no debe tener ningún tipo de distingo y debe aplicarse por igual a todas

las personas.

Por tanto, el cierre de los casinos constituye no sólo una falta grave a las disposiciones

constitucionales mencionadas, sino que de igual forma es un gravísimo atentado contra la

iniciativa privada, lo cual se traduce, no sólo en un estancamiento, sino en un retroceso en

materia de desarrollo económico, convirtiéndose en un precedente negativo en materia de

inversión, pues denota la enorme inseguridad y falta de garantías que los inversionistas tienen que

sufrir si deciden arriesgar su inversión en el país.

d. En relación con la supuesta violación a los arts. 2 y 37 Cn., el demandante sostuvo que los

empleados de los casinos, al igual que todas las personas, tienen derecho al trabajo y a ser

protegido en la conservación y defensa del mismo. Así, toda persona tiene derecho a emplear su

capacidad física e intelectual, para desarrollar actividades productivas y recibir por ello un

ingreso que proporcione lo indispensable para satisfacer sus necesidades y las de su grupo

familiar. En consecuencia, el trabajo es considerado función social, pues la actividad productiva

que el trabajador realiza, no es de exclusivo provecho para sí, sino que trasciende en beneficio de

la sociedad.

Por ello, el Estado está obligado a proteger y fomentar las fuentes de trabajo, ya sea incentivando

la inversión o actuando como empleador. La relación de trabajo no puede ser tratada como un

simple asunto privado, que sólo le interesa al trabajador o al empleador. El Estado debe intervenir

en su fomento y protección, pues ello tiene que ver no sólo con el nivel de vida de los

trabajadores, sino también con el de sus familias y, en consecuencia, con toda la comunidad.

e. En relación con el motivo de impugnación del D. L. 930/2002, por la supuesta violación a la

autonomía municipal, consagrada en el art. 203 Cn., el demandante afirmó que los Municipios

tienen facultades para regular, dirigir y administrar dentro de su territorio, los asuntos que sean de

su competencia; ahora bien –continuó–, a pesar de su autonomía deben ceñirse a los principios

generales establecidos en el Código Municipal, y prestar su colaboración con otras instituciones

del Estado.

La Asamblea Legislativa –afirmó–, en el Considerando I del D. L. 930/2002, reconoce la facultad

de los Gobiernos Municipales de autorizar y regular el funcionamiento de casas de juego, pero se

olvida que dichos gobiernos deben regirse por el Código Municipal; y a través del decreto

impugnado pretenden obligar a los mismos a supervisar y ordenar el cierre de los casinos. Ello en

virtud de un decreto sin base jurídica, sobrepasando y suprimiendo la autonomía administrativa,

lo cual constituye no sólo una intromisión en las funciones propias de los Gobiernos Municipales,

sino que además, un desprecio a su institucionalidad y a la separación de poderes.

f. El cierre de los casinos –dijo– sería además una especie de represión estatal, sin que exista un

régimen de excepción que fundamente dicha represión, pues por este medio se efectuaría la

supresión de derechos y garantías consagrados constitucionalmente, tales como el derecho a

disponer libremente de los bienes, el cual consiste en la facultad de decidir el destino y uso de los

bienes.

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En consecuencia –dijo–, ordenar el cierre de los casinos implica negar a las personas la libertad

de decisión en cuanto a hacer uso de los mismos o invertir en ellos, porque simplemente no

habría otra opción que no usarlos por su inexistencia.

C. Por resolución de 14-X-2003, esta Sala previno al demandante diciendo:

a. Que la jurisprudencia emitida por este tribunal –v. gr., la Sentencia de 14-XII-1995,

pronunciada en el proceso de Inc. 17-95; la de 14-II-1997, pronunciada en el proceso de Inc. 15-

96; la de 26-VIII-1998, pronunciada en el proceso de Inc. 4-97; la de 22-X-1999, pronunciada en

el proceso de Inc. 3-93; y la Resolución de 11-VI-2003, pronunciada en el proceso de Inc. 20-

2003–, ha sostenido que en el proceso de inconstitucionalidad, el fundamento jurídico de la

pretensión está configurado por el señalamiento preciso de las disposiciones impugnadas y las

disposiciones constitucionales propuestas como parámetro de control, por su lado; mientras que

el fundamento material está constituido, en primer lugar, por el establecimiento del contenido

normativo del objeto y del parámetro de constitucionalidad y, en segundo lugar, por las

argumentaciones expuestas tendentes a evidenciar las confrontaciones internormativas, percibidas

por el actor, entre el contenido de uno y otro; de manera que, para que la pretensión se tenga por

configurada, la parte actora debe exponer con claridad los argumentos lógico-jurídicos que dejen

claro en qué sentido el primer elemento contiene mandatos opuestos al segundo.

En ese sentido, el planteamiento de la pretensión de inconstitucionalidad, no puede proyectarse

contra los posibles actos concretos de aplicación de la normativa impugnada, a los cuales el

titular de la pretensión atribuya efectos de vulneración de preceptos constitucionales; pues, tal

como se ha afirmado en las referidas sentencias, el proceso de inconstitucionalidad no constituye

un control sobre eventuales o hipotéticas interpretaciones que la parte actora haga de la

disposición impugnada; por lo que no es posible una especie de decisiones preventivas referidas a

potenciales aplicaciones de las disposiciones, que no resultan indefectiblemente deducibles de las

mismas.

Por ello, la pretensión que se fundamente en situaciones fácticas que no evidencian una

confrontación internormativa entre el texto constitucional y las disposiciones impugnadas, y que

requieran una verificación empírica de sus posibles consecuencias, no puede ser conocida en un

proceso de inconstitucionalidad.

b. Expuestas las anteriores acotaciones, y en cuanto al tipo de argumento planteado por el actor

en la supuesta violación a los arts. 7, 2, 37 y 22 Cn., este tribunal advirtió la inadecuada

fundamentación de la incompatibilidad entre los elementos del control de constitucionalidad.

Por tanto, la insuficiencia en la argumentación no habilita un pronunciamiento de fondo, pues no

se lograba evidenciar la contradicción advertida por el actor entre la normativa impugnada y las

disposiciones constitucionales supuestamente violadas; es decir, en los motivos que plantean la

inconstitucionalidad del D. L. 930/2002 por la supuesta violación a los arts. 7, 37, 22 y 2 Cn., el

demandante se limita a manifestar que hay una violación a los preceptos constitucionales

referidos, sin esgrimir argumentos que justifiquen suficientemente tales afirmaciones.

Y es que, para que se configure la pretensión en el proceso de inconstitucionalidad –se dijo–, no

basta la cita o referencia general a las disposiciones legales impugnadas o a los preceptos

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constitucionales, sino que deben precisarse motivos, esto es, argumentos tendentes a evidenciar la

inconstitucionalidad aducida; de lo contrario esta Sala está inhibida de conocer de las peticiones

incursas en esa deficiencia, ya que, actuar de otro modo, significaría que la Sala configuraría de

oficio o motu proprio el motivo, circunstancia inadmisible en el proceso de inconstitucionalidad.

En ese sentido, la parte actora debe evidenciar la inconstitucionalidad advertida, para habilitar a

esta Sala a realizar el examen de constitucionalidad de la normativa impugnada, para lo cual no

basta con señalar la disposición constitucional que se considera vulnerada, sino que es necesario

entablar la confrontación internormativa entre la Ley Suprema y la disposición o cuerpo

normativo impugnado.

En consecuencia, se previno al demandante para que precisara con claridad los motivos, esto es,

argumentos tendentes a evidenciar la inconstitucionalidad aducida en la disposición impugnada,

en relación con la supuesta violación a los arts. 7, 37, 22 y 2 Cn., ya que de la argumentación

plasmada en la demanda, no se demostraba una trasgresión a los mismos.

c. Asimismo, en cuanto al motivo relacionado con la inconstitucionalidad del art. 1 del D. L.

930/2002, por la supuesta violación a los arts. 102 y 3 Cn., se trajo a cuento la jurisprudencia

asentada respecto de la adecuada fundamentación de las pretensiones que pretenden una

declaratoria de inconstitucionalidad por violaciones al derecho de igualdad.

En ese sentido, en Sentencia de 8-IV-2003, pronunciada en el proceso de Inc. 28-2002, esta Sala

ha afirmado que el derecho de igualdad ante la ley supone el reconocimiento de la identidad del

estatuto jurídico de todos los ciudadanos, lo que implica la paridad de trato en la formulación de

la ley y en su aplicación. Así, en ocasiones la igualdad aparece como exigencia de equiparación;

de manera que se da un trato igual a circunstancias o situaciones no idénticas que, sin embargo,

se estima deben considerarse irrelevantes para el disfrute o ejercicio de determinados derechos o

para la aplicación de una misma disposición.

Asimismo, se afirmó en la referida sentencia que la igualdad puede traducirse en la exigencia de

diferenciación, es decir, en el trato diferenciado de circunstancias o situaciones aparentemente

semejantes, pero que requieren una regulación jurídica distinta; en ese sentido, en cualquier

sector de la realidad que deba ser regulado normativamente, debe tomarse en cuenta que

coexisten una serie de igualdades y desigualdades que no pueden ser eludidas, pues si no se

tienen presentes esas condiciones estructurales de la realidad, la igualdad se tornaría en una

noción vacía.

Es por ello que, ante una pretensión fundamentada en la violación al principio de igualdad, se

vuelve exigible que la parte actora determine el trato desigual, si esa desigualdad no se encuentra

justificada, y cómo la desigualdad por diferenciación o equiparación supone una comparación en

relación con otros sujetos o situaciones; asimismo debe establecerse de manera clara, con

respecto a qué criterio se basa la comparación, que lleva a la parte actora a sostener que existe

una diferenciación o equiparación, es decir con cuáles sujetos o situaciones se hace la

desigualdad.

Por tanto, se previno al demandante para que estableciera con toda claridad la irrazonabilidad en

el parámetro de diferenciación, que a su criterio contiene la disposición impugnada, es decir, que

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esclareciera los motivos por los cuales considera que la disposición impugnada contiene una

diferenciación irrazonable y en comparación de qué situación o de cuáles sujetos se da el trato

desigual.

D. El actor presentó escrito en el cual pretendía subsanar las prevenciones formuladas por este

tribunal y contestó en los mismos términos que su demanda, dejando en indeterminación el thema

decidendum respecto de los motivos prevenidos; razón por la cual éste se admitió únicamente en

relación con la inconstitucionalidad del D. L. 930/2002, por la supuesta violación a los artículos

8, 15 y 203 de la Constitución.

3. En la demanda que dio inicio al proceso 1-2004, los ciudadanos Méndez Flores y Santos

Castaneda expusieron:

Que la L. P. fue publicada en el Diario Oficial a través de la Codificación de Leyes Patrias. En el

Título II, Capítulo II, Sección 3 de la ley mencionada, específicamente en el art. 64, se establece

la prohibición, sin excepción de tiempo ni lugar, de los juegos de azar. En ese contexto,

recientemente se aprobó el D. L. 929/2002, por medio del cual se realizó una interpretación

auténtica al art. 64 de la mencionada ley, en el sentido que están expresamente prohibidos los

juegos de azar, ni aún con las modificaciones que posibilita la tecnología y la modernidad.

Con este Decreto se está dando vida a una norma derogada desde la vigencia del C. M.; incluso,

de considerarse vigente, el procedimiento utilizado ha sido erróneo, pues el D. L. citado implica

una reforma en el art. 64 de la L. P., y no tiene un carácter explicativo o aclaratorio sino que

modifica su contenido.

Simultáneamente se emitió el D. L. 930/2002, por medio del cual se ordena a las Municipalidades

verificar la existencia de establecimientos dedicados a la explotación comercial de los juegos de

azar, y proceder a notificarlo a la Fiscalía General de la República, para que ejecute el cierre de

los mismos. Antes de ello, cada Municipio regulaba a su manera el funcionamiento de los

casinos, pues son gobiernos locales con autonomía. Ante ello, la Asamblea procedió a reformar el

artículo del C. M. que permitía a cada gobierno local la autorización de los casinos; aunado a

ello, se utilizó una ley centenaria en la cual se adujo que estaba vigente en la parte relativa a los

juegos de azar.

La L. P. –afirmaron– no ha sido expresamente derogada por ningún cuerpo normativo; sin

embargo, algunas de sus disposiciones habían sido derogadas por el C. M., cuyo art. 157 prevé la

derogación de todas aquellas leyes, disposiciones y decretos en todo aquello que contraríe el texto

y los principios del mismo Código. Ese mismo código, en el art. 4 ord. 24° facultaba a los

Municipios a regular y autorizar las casas de juego, loterías, rifas y otros similares, situación que

estaba prohibida por el art. 64 de la L. P. Por tanto, al analizar el art. 157 del C. M., y la

contradicción entre el referido artículo de la L. P. y el art. 4 ord. 24° del C. M., debe entenderse

derogada la disposición que hace cien años los prohibía.

Las razones parecen claras –dijeron–: la L. P. prohibía los juegos de azar, el C. M. autoriza su

regulación y autorización por los Municipios; por tanto, la norma que establece la derogatoria –

art. 157 del C. M.– produce sus efectos sobre el art. 64 de la L. P.

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Ahora bien –recalcaron–, el objeto de control en el presente proceso son los decretos 929/2002 y

930/2002, sobre los cuales se solicita la confrontación con los parámetros de constitucionalidad

propuestos, y eventualmente declararlos contrarios a la Constitución. Ello, a través de la

constatación de la derogación de las disposiciones pertinentes al objeto de la pretensión y de la L.

P. cuando el C. M. entró en vigencia. Pues, advirtiendo tal situación, se robustece el argumento

de inconstitucionalidad de los decretos impugnados.

Sin embargo –aclararon–, el art. 64 de la L. P. no constituye objeto de control en el presente

proceso, pues ello implicaría que se intente el control de una norma derogada. Por el contrario,

los decretos legislativos mencionados, formalmente vigentes, contienen violaciones a

disposiciones constitucionales que posteriormente se detallan. Y es que –recalcaron–, como

puede advertirse el mismo D. L. 930/2002, en el art. 1 supone la existencia de la prohibición legal

de los juegos de azar en el D. L. 929/2002, produciéndose una inconstitucionalidad por conexión,

pues la existencia jurídica del primero depende de la constitucionalidad del segundo.

Previo a exponer los motivos concretos de impugnación de los Decretos Legislativos en mención,

los demandantes aclararon que las cuatro disposiciones impugnadas –arts. 1 y 2, tanto del D. L.

929/2002 como del D. L. 930/2002–, no tienen sustantividad propia, pues forman parte de un solo

estanco. Por tanto, para una mejor comprensión de las mismas, resulta necesario efectuar el

análisis en conjunto.

A. En cuanto a la supuesta violación al art. 8 Cn., los demandantes sostuvieron que ordenar el

cierre de los casinos, con una norma inexistente a la cual se la ha dado vida jurídica sin que ello

sea posible constitucionalmente, es negar a las personas la libertad de decisión de hacer uso de

los casinos; porque simple y sencillamente no habría otra opción que no usarlos, por su

inexistencia.

Por otra parte –continuaron–, a los usuarios y clientes de los casinos se les estaría negando el

derecho a disponer libremente de sus bienes, puesto que son ellos quienes deciden si invierten su

dinero en los mismos. En este caso no está en juego el hecho de salvaguardar los intereses de la

sociedad salvadoreña, sino la libertad amplísima de los habitantes de la República, por una parte,

para asociarse libremente y, por otra, para disponer libremente de sus bienes.

De igual manera, ambos decretos en conjunto infringen el derecho general de libertad, pues el

Estado debe asumir que existen límites de la autonomía de la voluntad, que no puede traspasar,

asumiendo actitudes tuitivas que, en puridad, no lo son, y lejos de ello afectan diversos derechos

fundamentales.

B. En cuanto a la supuesta violación al principio de legalidad procesal, consagrado en el art. 15

Cn., los demandantes manifestaron que, siendo que el art. 64 de la L. P. se encuentra derogado

desde la promulgación del C. M., la interpretación auténtica de dicha disposición mediante el D.

L. 929/2002 carece de valor y fundamentación jurídica, resultando formal y constitucionalmente

inexistente; por lo cual concluyeron que el juicio declarativo que se realiza con respecto a la

prohibición expresa de los juegos de azar, no constituye ley de la República, es decir, no forma

parte del Derecho positivo –vigente–, y carece de obligatoriedad frente a la sociedad salvadoreña.

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Pretender fundamentar el D. L. 930/2002 en el decreto antes relacionado, con la intención de

ordenar el cierre de los casinos, constituye según los demandantes una flagrante violación al

principio de legalidad procesal, contenido en el art. 15 Cn.; pues con base en dicho principio, una

persona sólo puede ser juzgada conforme a las leyes vigentes.

La violación se evidencia entonces –afirmaron–, en ambos decretos, pues uno –929/2002– le da

vida jurídica a una norma derogada a través de una interpretación auténtica, pretendiendo juzgar

con leyes no preexistentes, y el otro –930/2002– confiere facultades de ejecución derivadas de la

supuesta prohibición contenida en el primero.

C. a. En cuanto a la supuesta violación al art. 86 Cn., los demandantes sostuvieron que, en el

mismo orden previsto por el art. 8 Cn., se encuentra una transgresión al principio de legalidad de

los funcionarios del Estado. Así, el art. 86 inc. final Cn., prescribe que los funcionarios no tienen

más facultades que las que expresamente les da la ley. La idea de dicha disposición es controlar

esa sujeción de los funcionarios públicos a la ley y proteger como consecuencia los derechos del

administrado.

La Asamblea Legislativa –afirmaron– ha violentado el mandato que la Constitución le prescribe,

pues se advierte un alejamiento de aquellas disposiciones que prevén sus competencias,

alejamiento de trascendencia constitucional. Los diputados no están excluidos de respetar la

Constitución y su facultad de concebir leyes es a su vez fiscalizada y dirigida por la misma.

Por lo anterior, consideran que la vigencia de los decretos impugnados es atentatoria del principio

de legalidad de los funcionarios públicos, consagrado en el art. 86 Cn., pues los diputados no han

realizado una actuación de conformidad con el núcleo esencial de las garantías fundamentales

previstas; en relación con el D. L. 929/2002, al hacer confrontación internormativa con la

Constitución –dijeron–, se percibe claramente que la Asamblea se ha excedido en sus facultades,

en clara violación del mandato previsto por el art. 86, pues ha interpretado una disposición

derogada, y el D. L. 930/2002, por la derivación directa del primero, padece del mismo defecto

de inconstitucionalidad.

b. En relación con este motivo de impugnación, esta Sala en Resolución de 2-II-2004 señaló que,

en cuanto al tipo de argumento planteado por los demandantes, se advertía la inadecuada

fundamentación de la incompatibilidad entre los elementos de control de constitucionalidad. Ello

porque la insuficiencia en la argumentación no habilitaba a un pronunciamiento de fondo, pues

los peticionarios no lograron precisar la contradicción entre la normativa impugnada y la

disposición constitucional supuestamente violada; es decir, en el motivo de inconstitucionalidad,

los demandantes se limitaron a manifestar que los diputados de la Asamblea Legislativa no han

realizado una actuación de conformidad con el núcleo esencial de las garantías fundamentales, a

lo cual agregan que la Asamblea se ha excedido en el ejercicio de sus facultades, violando el

mandato previsto en el art. 86 Cn.

Además se dijo que, para configurar la pretensión en el proceso de inconstitucionalidad, no es

suficiente la cita o referencia general de las actuaciones de los órganos del Estado, para concluir

en una inconstitucionalidad deducible de la disposición impugnada; ello no es competencia de

este tribunal en el proceso de inconstitucionalidad, pues como se ha reiterado, éste tiene por

objeto dilucidar la adecuación del contenido del objeto de control con las prescripciones

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constitucionales, y en caso de verificar la contradicción técnico-jurídica del contenido normativo

de ambos, declarar la invalidez del primero.

En ese sentido –se sostuvo–, la parte actora debe evidenciar la inconstitucionalidad advertida,

para habilitar a esta Sala a realizar el examen de constitucionalidad de la normativa impugnada,

lo cual no se logra estableciendo una argumentación tautológica y redundante. Es decir, lo

repetitivo y monótono de la argumentación, hace imposible que esta Sala se pronuncie sobre la

pretensión planteada; pues, en un primer término, no se advierte la contradicción internormativa

entre el objeto y el parámetro de control; y en segundo, las aseveraciones que postulan la

violación de una disposición constitucional por la supuesta violación a otra, debe concatenarse de

manera que ambas violaciones no se dependan mutuamente, es decir, afirmar que se viola el art.

86 Cn., porque se viola la Constitución, vuelve confusa y encierra en un circulo vicioso la

fundamentación imposibilitando su conocimiento.

Por tanto, se declaró la improcedencia de la pretensión contenida en la demanda presentada por

los ciudadanos Méndez Flores y Santos Castaneda, en cuanto a la inconstitucionalidad de los

Decretos Legislativos 929/2002 y 930/2002, por la supuesta violación al art. 86 Cn.

D. Sobre la supuesta violación al art. 101 Cn., los demandantes afirmaron:

a. Siendo que el orden económico salvadoreño se basa en el sistema de libre mercado o

capitalismo, el inc. 2° del art. 101 Cn. establece la obligación del Estado de promover el

desarrollo económico y social, mediante el incremento de la producción y la racional utilización

de los recursos.

De igual forma –continuaron–, el inc. 2° del art. 102 Cn. establece la obligación del Estado de

proteger y fomentar la iniciativa privada; tal obligación no puede tener ningún tipo de distingo y

debe aplicarse por igual a todos los habitantes de la República, en cumplimiento del art. 3 Cn.

Por lo antes expresado –dijeron–, ordenar el cierre de los casinos constituiría, no solo una falta

grave a las disposiciones constitucionales que fomentan y protegen la iniciativa privada, sino que

constituye de igual forma un gravísimo atentado en contra de dicha iniciativa privada, lo cual se

traduce no en un estancamiento, sino en un precedente negativo en materia de inversión, pues

denota la enorme inseguridad y falta de garantías que los inversionistas tienen que sufrir, si

deciden arriesgar su inversión en el país.

Cuando la Constitución establece la libertad económica está consolidando la posibilidad que

empresas nacionales e internacionales puedan discurrir su actividad comercial sin más límites que

los establecidos por la ley y la Constitución. La libertad económica –siguieron– es una categoría

estrechamente vinculada con otras como la seguridad jurídica, ya que cada una de las personas ha

de suponerse que tiene un potencial de libertad en la comercialización del algún bien o servicio,

siempre que el giro comercial no se encuentre al margen de la ley. Es decir, sobre el andamiaje de

la seguridad jurídica y el derecho general de libertad, gravita no solo la libre disposición de

bienes, sino la posibilidad jurídica de exteriorizar las ideas en el vaivén de la oferta y la demanda

relativa a los productos permitidos.

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Entonces, el D. L. 929/2002, al interpretar auténticamente una disposición del modo ya señalado,

afecta directamente y de soslayo la libertad económica y en consecuencia el carácter

programático de la disposición constitucional mencionada, pues resulta impeditiva del libre

ejercicio de actividades comerciales legítimas y no prohibidas por el derecho vigente.

b. Al respecto, en Resolución de 2-II-2004, esta Sala afirmó que la argumentación del motivo

anteriormente expuesto resultaba insuficiente para habilitar un pronunciamiento de fondo, pues

los demandantes no lograron entablar adecuadamente la contradicción entre la normativa

impugnada y las disposiciones constitucionales propuestas como parámetro de control; es decir

que, en los motivos que plantean la inconstitucionalidad del D. L. 929/2002, no se advierte

confrontación normativa alguna, sino posibles consecuencias que podrían generarse en el orden

económico, según los demandantes.

Por tanto, se declaró la improcedencia de la pretensión contenida en la demanda de los

ciudadanos Méndez Flores y Santos Castaneda, en cuanto a la inconstitucionalidad de los

Decretos Legislativos 929/2002 y 930/2002, por la supuesta violación al art. 101 Cn., y se

admitió la demanda únicamente por la supuesta inconstitucionalidad de los decretos

mencionados, en cuanto incurrirían en violación a los arts. 8, 15, 131 ord. 5° y 203 Cn.

E. En cuanto a la supuesta violación al art. 131 ord. 5° Cn., los demandantes sostuvieron que,

debe recordarse que la interpretación auténtica de las leyes es una potestad que tiene reservada la

Asamblea Legislativa, con la acotación que ello puede ejercerse con validez únicamente respecto

de leyes que no se encuentran derogadas. En este aspecto aparece el procedimiento irregular

utilizado para revivir una norma que ya estaba jurídicamente derogada en 1986, pues el giro

ordinario de los casinos estaba permitido por el ordenamiento jurídico e incluso regulado en

algunos aspectos.

Esto implica, entonces, para los demandantes, que si bien la Asamblea Legislativa, tiene la

facultad interpretativa que se menciona, ella está sujeta al cumplimiento de una serie de requisitos

que de algún modo se prevén en la misma Constitución.

F. En cuanto a la supuesta violación al art. 203 Cn., los demandantes afirmaron que los

Municipios son autónomos porque tienen facultades para regular, dirigir y administrar dentro de

su territorio los asuntos que sean de su competencia. Ahora bien, a pesar de su autonomía, los

Municipios deben ceñirse a los principios generales establecidos en el C. M. y prestar su

colaboración con otras instituciones del Estado.

Los miembros de la Asamblea Legislativa –dijeron–, en el Considerando I del D. L. 930/2002,

reconocen la facultad de los Gobiernos Municipales de autorizar y regular el funcionamiento de

casas de juego, como loterías, rifas y similares, pero se olvidan que dichos gobiernos deben

regirse por el C. M. y a través del Decreto en referencia, pretenden obligar a los mismos a

supervisar y ordenar el cierre de los casinos con auxilio de la Fiscalía y de la fuerza pública, si

fuere necesario. Con ello se deja a un lado lo regulado por el C. M. y, aplicando dicho Decreto,

carente de sustento y base jurídica, se sobrepasa y suprime la autonomía administrativa, lo cual

denota no sólo una intromisión en las funciones propias de los gobiernos municipales, sino de

igual forma, implica un desprecio por la institucionalidad de los gobiernos locales y la separación

de poderes.

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Y es que –concluyeron–, lo relativo a los juegos de azar, no es materia de la Asamblea

Legislativa sino de los Municipios y por tanto es excesiva la disposición y abusiva por invasión

de competencias definidas constitucionalmente en el art. 203 Cn.

4. En la demanda que dio inicio al proceso 4-2004, la ciudadana Reyna Elizabeth Lovos Alvarado

sostuvo:

A. Que en los arts. 1 y 2 del D. L. 929/2002 se hace una interpretación auténtica del art. 64 de la

L. P., en el sentido que están expresamente prohibidos, sin excepción de tiempo ni lugar, una

serie de juegos de azar mencionados, ni aun con las modificaciones que posibilita la tecnología y

la modernidad, expresándose además que dicho texto se entiende incorporado al texto del art. 64

de la L. P.

Luego de hacer mención de algunos aspectos que antecedieron a la entrada en vigencia de la L.

P., la demandante sostuvo que con el D. L. 929/2002 se cometen dos errores graves, que merecen

una atención constitucional específica: por un lado, se está dando vida a una norma expresamente

derogada desde la vigencia del C. M.; y por otro lado, aun y cuando se considere que el art. 64 de

la L. P. estaba vigente, el procedimiento de interpretación ha sido errado, en tanto que el decreto

citado supuso una reforma, en el sentido que no ha tenido el carácter explicativo o aclaratorio,

sino reformatorio.

Simultáneamente –agregó–, se emitió el D. L. 930/2002, por medio del cual se ordena a las

municipalidades verificar si en sus localidades existen establecimientos donde se exploten

comercialmente los juegos de azar, y en caso de existir, proceder a notificar a la Fiscalía General

dicha situación. Con ello se violentan diversos preceptos constitucionales y derechos

fundamentales, no sólo en perjuicio de los propietarios de casinos, sino de todas aquellas

personas que mantienen relaciones comerciales en el país.

En ese contexto –siguió–, y como es sabido, cada Municipio como gobierno local con autonomía

propia y particular, regulaba a su manera lo relativo al funcionamiento de los casinos, siendo que

algunos de ellos confirieron permisos indefinidos. Dada dicha facultad municipal y las políticas

constantes, los diputados de la Asamblea Legislativa se vieron en la necesidad de reformar el C.

M., a fin de permitir que cada gobierno local autorizara los casinos; no obstante ello, en una

inaudita reacción antijurídica, se echó mano a una ley centenaria la cual se adujo que estaba

vigente en lo relativo a los juegos de azar.

La L. P. –afirmó– está vigente, aunque no en su totalidad, pues no ha habido ningún cuerpo

normativo que le derogue expresamente; tema distinto es su positividad. Sin embargo, el hecho es

que algunas de sus disposiciones sí estaban derogadas por el C. M.. El art. 157 de dicho Código –

dijo–, prevé la derogación de la Ley de Ramo Municipal y todas las leyes sobre la materia, en

todo aquello que contraríe el texto y los principios en él contenidos. Dicho Código entró en

vigencia en 1986, y en el ord. 24º del art. 4 se establecía que los municipios estaban facultados

para autorizar y regular las casas de juego, loterías, rifas y otros; a su vez, el art. 64 de la L. P.

preveía que dichos juegos estaban prohibidos.

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Si analizamos la norma derogatoria del C. M. –afirmó–, el art. 64 de la L. P. y el art. 4 ord. 24º

del C. M., evidentemente concluiremos que en lo relativo a los juegos de azar, en tanto que

contrario al texto más reciente, la disposición que los prohibía debe entenderse derogada.

La L. P. prohibía los juegos de azar –agregó–, y el C. M., ochenta años después, permite que sean

autorizados y regulados por el Municipio; ello supone que dichos juegos dejan de estar

prohibidos, por la norma que establece la derogatoria de toda regulación que contraríe al C. M.,

expulsando del ordenamiento jurídico al art. 64 de la L. P.

Ahora bien –aclaró–, el objeto de control son los Decretos 929/2002 y 930/2002, y la manera en

que se puede realizar la labor confrontativa con el parámetro de constitucionalidad y,

eventualmente, declararlos contrarios a éste, es a través de la constatación de que las

disposiciones pertinentes al objeto de esta queja y pertenecientes a la L. P. quedaron derogadas

con la vigencia del C. M.; y advirtiendo tal situación se robustece el argumento de que los

decretos mencionados son contrarios a la Constitución. Ello no significa que el objeto de control

sea la referida ley, pues implicaría que se intente el control de una norma derogada.

Y es que –sigue–, puede advertirse que el D. L. 930/2002, al prescribir que los establecimientos

donde se practiquen juegos de azar prohibidos por la ley, supone la prohibición en la

interpretación auténtica realizada con el D. L. 929/2002, lo cual implica que el primero es un

decreto que no tienen en el fondo robustez jurídica propia, sino que depende del segundo,

produciéndose una inconstitucionalidad por conexión.

En consecuencia –siguió–, el D. L. 929/2002 resulta inconstitucional, pues a través de él se

interpreta auténticamente una disposición derogada, que ha dejado de formar parte del Derecho

positivo y por lo tanto, no obstante su promulgación, publicación y vigencia, carece de

obligatoriedad para todos los habitantes de la República, por ser una norma de carácter

declarativo.

B. Por otra parte –sostuvo–, según Resolución de Improcedencia de 15-II-2000, pronunciada en

el proceso de Inc. 3-2000, el objeto del proceso de inconstitucionalidad, en cuanto a contenido se

refiere, está constituido por la pretensión de que esta Sala invalide una determinada disposición

por ser incompatible o contradictoria con la Constitución, en virtud de mantener un mandato que,

considerado en abstracto, posee un sentido opuesto al mandato de la norma constitucional.

Sobre el objeto de control, la demandante afirmó que los arts. 1 y 2 de ambos decretos forman

parte de un sólo estanco en su análisis, pues el primero de los mencionados decretos realiza la

interpretación auténtica, que da vida al art. 64 de la L. P., y el segundo expresa la operatividad de

dicha prohibición. En consecuencia, resulta difícil darle sustantividad y autonomía propia a cada

disposición y resulta de mejor comprensión efectuar su análisis en conjunto.

C. a. Respecto de la violación al art. 8 Cn., la demandante sostuvo que ordenar el cierre de los

casinos con una norma inexistente, a la cual se le ha dado vida jurídica sin que ello sea posible

constitucionalmente, es negar a las personas la libertad de decisión de hacer uso de los mismos,

porque simplemente no habría otra opción más que no usarlos por su inexistencia; por otra parte,

a los usuarios y clientes de los casinos se les estaría negando el derecho y libertad de disponer

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libremente sus bienes, puesto que son ellos los que en definitiva deciden si invertir o no su dinero

en los casinos.

En este caso –agregó–, no está en juego el hecho de salvaguardar los intereses de la sociedad

salvadoreña, sino la libertad amplísima de los habitantes de la República de asociarse libremente

y de disponer libremente de sus bienes. De igual manera, ambos decretos infringen el derecho

general de libertad, pues el Estado debe asumir que existen límites a la autonomía de la voluntad,

que no puede traspasar asumiendo actitudes que afectan diversos derechos fundamentales.

b. Sobre la supuesta violación al art. 15 Cn., la demandante afirmó que, desde la vigencia del C.

M., el art. 64 de la L. P. se encuentra derogado; en ese sentido, la interpretación auténtica que se

realiza sobre dicha disposición, mediante el D. L. 929/2002, carece de valor y fundamentación

jurídica, resultando formal y constitucionalmente inexistente, por lo que podemos concluir que el

juicio declarativo que se realiza sobre la prohibición de casinos no constituye ley de la república

y carece de obligatoriedad; por lo que pretender fundamentar el D. L. 930/2002, con la intención

de ordenar el cierre de los casinos, constituye una flagrante violación al principio de legalidad

procesal.

Con base en dicho principio –dijo– una persona solo puede ser juzgada conforme a leyes vigentes

y por los tribunales existentes al momento de producirse el hecho del que se le acusa. La

violación se evidencia con ambos decretos, pues se le da vida a una norma derogada a través de

una interpretación auténtica y, en consecuencia, se intenta juzgar con leyes no preexistentes.

c. En relación con la inconstitucionalidad de los decretos impugnados, por la supuesta violación

al art. 101 Cn., la demandante sostiene que el Estado tiene la obligación de promover el

desarrollo económico y social, mediante el incremento de la producción, la productividad y la

racional utilización de los recursos, señalando que la obligación de proteger la iniciativa privada

de los habitantes de la República no puede tener ningún tipo de distingo y debe aplicarse a todos

por igual. Así, ordenar el cierre de los casinos constituye, no sólo una falta grave a las

disposiciones constitucionales que fomentan y protegen la iniciativa privada, sino que constituye,

de igual forma, un gravísimo atentado contra la iniciativa privada.

Tal situación –agregó–, es un precedente negativo en materia de inversión, pues denota la enorme

inseguridad que los inversionistas, tanto nacionales, como extranjeros, tienen que sufrir si

deciden arriesgar su inversión en el país. Cuando la Constitución establece la libertad económica,

está consolidando la posibilidad de que empresas nacionales e internacionales puedan discurrir su

actividad comercial, sin más límite que los establecidos por la ley y la Constitución.

La libertad económica –sostuvo– es una categoría estrechamente vinculada con otras, como la

seguridad jurídica en su dimensión superior y programática, ya que cada una de las personas en

El Salvador ha de suponer que tienen un potencial de libertad en la comercialización de algún

bien o servicio, siempre en la lógica de los fines dispuestos por el constituyente.

En ese sentido –afirmó–, desde la perspectiva de la supremacía y jerarquía constitucional, habría

un cumplimiento del mandato establecido por aquél, al momento de manufacturar el contenido

normativo infraconstitucional, y en consecuencia debe someterse tal gestión al respectivo control

abstracto que en este estrado se realiza.

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d. En cuanto a la violación al art. 131 ord. 5º Cn., la demandante afirmó que la interpretación

auténtica de las leyes es una potestad que tiene reservada la Asamblea Legislativa, con la

acotación que ella puede ejercerse con validez únicamente respecto de leyes que no se encuentren

derogadas.

En dicho aspecto –sostiene–, es donde aparece el procedimiento irregular utilizado para modificar

la situación jurídica antes referida, pues la Asamblea, con la venia del Presidente de la República,

está recurriendo a la figura de la interpretación auténtica para revivir una norma que ya estaba

jurídicamente muerta, pues fue derogada en 1986, sin tomar en consideración que desde esa

época la actividad que constituye el giro ordinario de los casinos estaba permitida por el

ordenamiento jurídico y regulada en algunos aspectos.

Esto implica –agregó– que si bien la Asamblea Legislativa, tiene la facultad interpretativa, está

sujeta al cumplimiento de una serie de requisitos que de algún modo se prevén en la misma

Constitución. Entonces, cuando el D. L. 929/2002 interpreta flagrantemente una norma

claramente derogada, está contraviniendo la Constitución.

e. En relación con la violación al art. 203 Cn., la demandante sostuvo que los Municipios son

autónomos porque tienen facultades para regular, dirigir y administrar dentro de su territorio los

asuntos que sean de su competencia; ahora bien, a pesar de su autonomía, deben ceñirse a los

principios generales establecidos en el C. M. y prestar colaboración con otras instituciones del

Estado.

Los miembros de la Asamblea Legislativa –afirmó–, por medio del D. L. 930/2002, reconocen la

facultad de los Gobiernos Municipales de autorizar y regular el funcionamiento de casas de

juego, como loterías, rifas y otros, pero se olvidan que dichos gobiernos deben regirse por el C.

M., y a través del decreto en referencia pretenden obligar a los mismos a supervisar y ordenar el

cierre de los casinos con auxilio de la Fiscalía General; dejando con ello lo regulado por el C. M.

y aplicando dicho Decreto carente de sustentación y basamento jurídico.

Lo más grave de todo –agregó–, es que se sobrepasa y suprime la autonomía administrativa de los

Municipios, lo cual denota no sólo una intromisión en las funciones propias de los Gobiernos

Municipales, sino de igual forma violentan gravemente las disposiciones constitucionales

mencionadas. Argumentos con los cuales la demandante concluyó solicitando se declare la

inconstitucionalidad de los Decretos impugnados, por la violación a los arts. 8, 15, 101, 131 ord.

5º y 203 de la Constitución.

D. Analizada la demanda, esta Sala advirtió ciertas incorrecciones en el fundamento jurídico de la

pretensión, específicamente respecto del contraste normativo esgrimido por la demandante sobre

la violación a los arts. 15 y 101 Cn.

a. En ese sentido, y en cuanto a la supuesta violación al art. 15 Cn., esta Sala previno a la

demandante para que estableciera adecuadamente el parámetro de control con el cual ponderar la

constitucionalidad de los decretos impugnados, a fin de habilitar a este tribunal para decidir en el

fondo; pues se advirtió que no existía congruencia entre la disposición constitucional propuesta

como parámetro de control y la fundamentación fáctica de la pretensión, pues si bien, el art. 15

Cn. contiene –entre otros mandatos normativos– el principio de legalidad procesal, no se advierte

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en qué sentido la normativa impugnada constituye un "juzgamiento". Es decir, la connotación de

la regulación prescrita en las disposiciones impugnadas se refiere a una de las manifestaciones de

la técnica autorizatoria administrativa, facultad de la Administración Pública que, en puridad, no

implica "juzgar" en los términos de la disposición constitucional mencionada.

Al respecto, la demandante sostuvo que existe una clara afectación al supuesto previsto en el art.

15 Cn., pues los Decretos impugnados crean o constituyen la plataforma normativa capaz de

generar un juzgamiento con leyes inexistentes.

La violación se evidencia con ambos decretos –continuó–, pues con el D. L. 929/2002 se da vida

a una norma derogada a través de una interpretación auténtica y en consecuencia se intenta juzgar

con leyes inexistentes. Mientras que con el D. L. 930/2002 se confieren facultades de ejecución,

operativas y de acciones emergentes, justamente derivadas de la interpretación mencionada. Por

tanto, resulta evidente que hay una afectación a la disposición constitucional mencionada.

Esta Sala consideró que la fundamentación expuesta no lograba subsanar el vicio advertido en el

fundamento de la pretensión, pues no se explicaba en qué sentido la técnica autorizatoria

administrativa constituye un juzgamiento, sino que sus alegatos ya lo dan por entendido, y se

limita a exponer la supuesta inexistencia de disposiciones vigentes que habiliten el cierre de

casinos.

b. En relación con la inconstitucionalidad de los decretos impugnados, por la supuesta violación

al art. 101 Cn., este tribunal advirtió la insuficiencia en la argumentación, de modo que no

habilita un pronunciamiento de fondo, pues no se lograba entablar la contradicción entre la

normativa impugnada y las disposiciones constitucionales supuestamente violadas.

Es decir, en los motivos que plantean la inconstitucionalidad de los Decretos Legislativos por la

supuesta violación al art. 101 Cn., no se advierte confrontación normativa alguna, sino las

posibles consecuencias que la demandante consideró que la normativa impugnada generaría en el

orden económico.

Por tanto, y ante la insuficiencia argumentativa, este tribunal descartó liminarmente el

conocimiento jurisdiccional de fondo respecto de los motivos aludidos –violación a los arts. 15 y

101 Cn.–, y se admitió la demanda en cuanto a la inconstitucionalidad de los decretos

impugnados, por la violación a los arts. 8, 131 ord. 5º y 203 Cn.

5. La Asamblea Legislativa, con base en el art. 7 L. Pr. Cn., rindió los informes respectivos, y en

los mismos términos para cada proceso acumulado, afirmó lo siguiente:

A. Que ante el clamor ciudadano respecto de la proliferación de las casas donde se practican

juegos de azar, genéricamente denominados casinos, se buscaron alternativas, a fin de poder

regular el funcionamiento de éstos sin violentar la ley existente. Sobre el tema –siguió–, existía

un cuerpo legal que expresamente los prohibía, es decir, la L. P., no obstante, mucho se

argumentaba en contra de esa ley, pues por una parte, se aseguraba que estaba derogada, y por

otra, que no había claridad en sus postulados; incluso, algunos afirmaban que nunca fue ley de la

República, o que había sido derogada por el C. M., en cuanto a la regulación de los juegos de

azar.

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Lo anterior –dijo– generó incertidumbre sobre la ilegalidad de tales juegos y las consecuencias

jurídicas sancionatorias que debían observarse, estas razones llevaron a la Asamblea Legislativa a

emitir el D. L. 929/2002, para disipar cualquier duda u oscuridad que se señalara al respecto.

Dicha ley –continuó– a la fecha no ha sido derogada expresamente, si bien se ha derogado

tácitamente por el C. M.; sin embargo, en todo lo que no se oponga a éste mantiene su vigencia.

En ese sentido, el art. 64 de la L. P. en ningún momento se opone a lo establecido en el C. M.,

sino por el contrario, es otra regulación con la que cuentan los Concejos Municipales para hacer

efectivo el cierre de casinos.

B. En el caso que nos ocupa –afirmó–, la Asamblea decidió interpretar el art. 64 de la L. P., ya

que razonablemente se colige que el legislador del siglo antepasado, al decretarla, no estableció

una disposición taxativa, sino una disposición ejemplarizante. Lo anterior se deduce del tenor

literal del art. 64, pues cualquier juego de azar está prohibido, sin importar la manera en que se

realice.

En ese orden de ideas, la Asamblea sostuvo que no se ha agregado o creado una nueva categoría

de juegos prohibidos, o se ha creado una nueva disposición que abarque casos no contemplados

en el texto original de la L. P. La Asamblea hace un razonamiento lógico, por medio del cual se

concluye que no importa el medio para llevar a cabo los juegos de azar, para que estos encajen en

el "tipo prohibitivo" (sic) establecido en el art. 64 de la L. P.

Para emitir el D. L. 930/2002 –dijo–, la Asamblea se basó en la emisión del D. L. 929/2002, el

cual contiene la interpretación auténtica del art. 64 de la L. P.; actuando dentro de las facultades

que le otorga el art. 131 ord. 5° Cn., el cual permite a la Asamblea Legislativa interpretar

auténticamente las leyes secundarias, estableciendo su sentido y alcance. A lo anterior agregó que

el D. L. 929/2002 no está modificando las reglas para establecer qué juegos están prohibidos por

la ley; la sanción –cierre de establecimiento– es una consecuencia lógica que deviene de la

conducta ilegal de establecer tales juegos; por tal razón argumentó que no está haciendo más que

clarificar aquellas disposiciones que, habida cuenta de su antigüedad, estaban siendo refutadas

como inexistentes o derogadas.

Hoy en día –sostuvo–, es claro que, debido a la multiplicidad de situaciones jurídicas que pueden

presentarse, y el constante cambio y evolución de la sociedad, no puede pretenderse que un texto

estático pueda enmarcarlo todo. Por ello, a través de la interpretación extensiva se amplía el

alcance de la norma, mediante el desarrollo de las posibilidades de la misma. De esta manera, se

encuadran en la norma casos que, aparentemente, no se encontraban en ella; aunque

efectivamente estén incluidos implícitamente en el contenido o espíritu de la disposición.

Cabe advertir –sostuvo–, que de conformidad al art. 8 del Código Civil, nadie puede alegar

ignorancia de la ley, y cuando ésta ha observado en su establecimiento los presupuestos

requeridos por la Constitución, nadie puede impugnar su eficacia. Para el caso, si bien es cierto el

tema de los juegos prohibidos es mayoritariamente desconocido por los ciudadanos en su aspecto

jurídico atingente, ello no debe privar de la aplicación y observancia de la ley.

C. a. En relación con la supuesta violación al art. 8 Cn. la Asamblea Legislativa recordó que el

hombre es un ser social por naturaleza, razón por la cual vive en medio de sus semejantes. Si

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cada uno hiciera lo que le viniera en gana, la convivencia sería imposible. Por ello se comprende

la absoluta necesidad que la libertad y el derecho de cada uno termine en el igual derecho de

todos los demás. Esto es lo que hace imprescindible y necesaria una delimitación de las

conductas posibles de los individuos, con el fin de asegurar un mínimo de orden, que haga

posible y dé seguridad a la convivencia y a la realización, tanto de los fines individuales como de

los colectivos.

Así –continuó–, el derecho es conceptuado como un sistema de normas coercibles que rigen la

convivencia social, es decir, un conjunto ordenado y jerarquizado de reglas de conducta. Como

consecuencia de ello, resulta claro que toda persona o entidad privada, puede hacer o no hacer

todo aquello que le parezca conveniente, siempre que la ley se lo permita; debe cumplir con lo

que la ley ordena y debe abstenerse de hacer todo cuanto la ley expresa o tácitamente le prohíba.

Para el caso –dijo–, la actuación legislativa se encuentra dentro del marco constitucional, pues a

través del D. L. 930/2002 se estableció un procedimiento a observar por parte de las

municipalidades y la Fiscalía General de la República, para lograr el cierre de los

establecimientos denominados casinos. Este cierre implica una sanción, como consecuencia de

practicar en sus instalaciones juegos expresamente prohibidos por la ley. En consecuencia, la

Asamblea concluyó que el D. L. 930/2002 de ninguna manera viola el art. 8 Cn.

b. Sobre la supuesta violación al art. 15 Cn., la Asamblea manifestó que esa disposición

constitucional alude al tiempo de realización de la conducta delictiva y al tiempo de vigencia de

la legislación. Las conductas constitutivas de delito, falta o infracción administrativa deben estar

previstas y penadas en la legislación vigente en el momento en que se realiza, pues de lo

contrario no habrá delito ni pena que imponer.

El D. L. 930/2002 –dijo– establece un procedimiento para que las municipalidades y la Fiscalía

General de la República cierren los establecimientos denominados casinos, donde se practiquen

juegos de azar expresamente prohibidos por la ley –art. 64 L. P. y su correspondiente

interpretación auténtica emitida por medio del D. L. 929/2002–.

La sanción de cancelación de la autorización para el funcionamiento de las casas de juego de azar

–continuó–, sin duda, es un acto administrativo que deberá ser aplicado por los Concejos

Municipales y dichos entes tienen la obligación, de conformidad con el art. 131 C. M., de

imponer toda sanción observando el procedimiento allí establecido, el cual posibilita la real y

efectiva defensa de toda persona que sufra las sanciones que el Concejo Municipal establezca.

c. En relación con la supuesta violación al art. 203 Cn., la autoridad demandada afirmó que el

Municipio, subordinado al Estado, procura obtener y mantener su autonomía frente al mismo.

Este término de autonomía, no puede entenderse en su acepción más estricta, como la

autoatribución de normas, sino como facultad indispensable para mantener su personalidad frente

a los poderes políticos superiores. Estas facultades son fundamentalmente: la elección de sus

autoridades, la administración de sus intereses y la autosuficiencia financiera.

La autonomía del Municipio –continuó–, a tenor del art. 203 Cn., reside en lo económico, es

decir, en su capacidad de sostenerse en forma propia, obtener sus ingresos y formular sus gastos;

en lo técnico, a fin de tomar todas aquellas decisiones técnicas en la materia, en cuanto a los

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planes de desarrollo municipal; y en lo administrativo, para seleccionar, manejar y remover al

personal necesario para el buen desempeño de sus funciones. La única obligación a cargo del

Municipio consignada en el art. 203 Cn. es colaborar con otras instituciones públicas en planes de

desarrollo nacional o regional, lo cual no vulnera el principio fundamental de autonomía local.

Como puede observarse –concluyó–, con la emisión del D. L. 930/2002, que establece el

procedimiento a seguir para el cierre definitivo de los juegos denominados casinos, no se violenta

la autonomía municipal del art. 203 Cn., pues si la ley prohíbe cierta clase de juegos, es lógico

que al tenerlos en los establecimientos, se viola la ley, por lo cual no hay violación a la

autonomía municipal al ordenar que se sancione dicha violación.

Por las consideraciones expuestas, la Asamblea solicitó que se declare que no existe la

inconstitucionalidad de los decretos impugnados.

6. Por su parte, el Fiscal General de la República, al contestar el traslado en los mismos términos

para cada proceso acumulado, expuso:

A. Que el bien común y la justicia, valores problemáticos históricamente, se confunden con las

valoraciones de lo favorable u odioso, lo cual hace inaplicable el contenido axiológico de la

norma jurídica; consecuencia de ello es que las valoraciones subjetivas son la vertiente

prohibitiva en el art. 23 del Código Civil, la cual se proyecta al aplicar cualquier norma

constitucional; aunque ello no justifica la inaplicación axiológica de la norma primaria.

La ausencia de la ley –siguió– hace que el operador jurídico o quien interpreta acuda a diferentes

principios que complementan la falta de previsión en las normas jurídicas. La interpretación

literal de la Constitución tiene su propia utilidad; sin embargo, la letra impresa no siempre

coincide con la casuística interpretada, téngase en cuenta que la razón más importante es la

vaguedad y extrema apertura de las normas constitucionales, las cuales representan las normas de

más amplio contenido en el sistema. Negar dicha característica, derivaría en una imposibilidad de

desarrollo normativo, y por lo tanto la necesaria actividad legislativa.

B. En nuestro ordenamiento jurídico –afirmó– la situación de la interpretación auténtica se activa

como regla general, por la oscuridad en la norma jurídica; sin embargo, la interpretación jurídica

no puede ser reducida a lo oscuro, el legislador al respecto hace sus propias aclaraciones,

expresando criterios sobre el uso de las palabras en la ley, pues sus significados pueden ser

indeterminables por el intérprete.

Las interpretaciones del legislador, que se conocen como interpretaciones auténticas, se

justifican, con normalidad, por las dificultades técnicas al aplicar la norma. Así, por las dudas que

se generan en los operadores jurídicos y probablemente por la distorsión de la norma en el plano

fáctico, es que el legislador explica y precisa de nuevo el significado de la norma jurídica

cuestionada.

Por otro lado –continuó–, toda ley que faculta privar de un derecho a la persona, debe establecer

las causas para hacerlo y los procedimientos a seguir, porque de lo contrario se estaría

infringiendo la Constitución, y el principio de legalidad que rige la Administración Pública. De

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ahí que la actuación de todo funcionario o autoridad administrativa ha de presentarse

necesariamente como ejercicio de una potestad o competencia atribuida previamente por la ley.

Consecuentemente, las sanciones deben sujetarse estrictamente a lo prescrito por el ordenamiento

jurídico legal vigente. Dicho en otras palabras, en materia sancionatoria el principio de legalidad

presupone que para el ejercicio de tal potestad, es necesaria la existencia de una infracción, la que

exige, a su vez, que los hechos imputados se encuentren calificados como ilícitos en la legislación

aplicable.

Derivada del principio en mención se encuentra, además, la exigencia de la tipicidad del ilícito en

las infracciones administrativas. Implica este principio que la imposición de toda sanción supone

la existencia de una norma en la que se describa de manera clara, precisa e inequívoca la

conducta objeto de sanción –Sentencia de 11-XI-2003, pronunciada en el proceso de Inc. 16-

2001–.

Debe entenderse –continuó–, que el principio de legalidad implica el sometimiento de los poderes

públicos a la Constitución y a la ley, establecido en el art. 86 Cn.; por lo tanto, los funcionarios y

los órganos del gobierno no tienen más facultades que las que expresamente les confiere la

misma Constitución. La actuación de la Administración, y en especial los órganos del Gobierno,

está vinculada al ordenamiento constitucional, por lo que no basta que se vincule a dicho

ordenamiento, sino que su actuación sea conforme a lo prescrito por él; el principio de legalidad

implica, por tanto, el sometimiento de los poderes públicos a la Constitución y a la ley.

En tal sentido –afirmó–, esta Sala ha manifestado que el principio de legalidad es la categoría

jurídica que rige la actividad estatal, siendo que dicho principio no hace referencia sólo a la

legalidad secundaria, sino que se extiende al sistema normativo como unidad; es decir, la

legalidad supone el respeto al orden jurídico en su totalidad, lo que comprende, desde luego, a la

Constitución.

En ese orden de ideas, opinó que la actuación del Órgano Legislativo al interpretar

auténticamente, a través del D. L. 929/2002 el art. 64 de la L. P., se hizo dentro de su facultad

constitucional y respetando el contenido esencial de los demás derechos constitucionales.

C. En los Considerandos del D. L. nº 930/2002 –continuó–, se advierte que el art. 1 contiene

regulaciones complementarias al desarrollo del C. M., el cual se encuentra vigente, por lo tanto la

existencia del referido decreto no puede verse de manera aislada, sino que debe integrarse en un

contexto lógico, armónico y coherente con el resto del ordenamiento jurídico, ya que el mismo se

integra dentro del espíritu de la legislación municipal; razón por la cual –argumentó–, no puede

considerarse que tal disposición contradiga el contenido esencial del principio de legalidad y

consecuentemente vulnere el principio de libertad.

La Asamblea Legislativa, dentro de sus atribuciones constitucionales y con el objeto de suplir las

necesidades de la sociedad salvadoreña, en relación con la proliferación de aquellas empresas

identificadas como establecimientos dedicados al giro de la explotación de juegos de azar

prohibidos por la ley, consideró conveniente emitir las regulaciones necesarias para proceder al

cierre definitivo de estas operaciones.

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De tal forma –dijo–, se emitieron los decretos legislativos impugnados, en virtud que la L. P.,

contenida en la Codificación de Leyes Patrias, forma parte de nuestro sistema jurídico vigente, y

su aplicación se encuentra sujeta a la existencia de una derogatoria tácita. Tomando en

consideración que los juegos de azar, que se practican en casinos, afectan seriamente la salud

mental de las personas que visitan esos lugares con regularidad; y en aras de fortalecer y dar

claridad al marco legal vigente, y habida cuenta de la antigüedad observada en el tenor literal del

art. 64 de la L. P., era procedente su interpretación auténtica, debido a que el art. 4 ord. 24º del C.

M. establece en el marco de competencias la facultad de autorizar, controlar y regular el

funcionamiento de las casas de juego, para que no actúen al margen de la ley.

Por lo manifestado –dijo–, ha quedado claro que el interés del legislador al emitir los decretos

impugnados, no fue legislar algo nuevo, sino que fortalecer el art. 64 de la Ley de Policía ya

existente, ya que por la fecha que data, se argumentaba que estaba derogado por el art. 4 ord. 24º

del C. M., el cual regula lo concerniente a la autorización del funcionamiento de las casas de

juego, refiriéndose a la lotería, rifas y otros similares; en ningún momento está hablando de

establecimientos donde existan juegos de azar.

D. a. En relación con la violación al art. 8 Cn., el Fiscal General sostuvo que al interpretar esta

disposición constitucional, debe entenderse que el constituyente quiere decir que una vez que la

ley ha regulado la conducta, queda a favor del individuo una esfera de libertad jurídica en la que

está permitido todo lo que no está prohibido.

Luego de citar la jurisprudencia constitucional respecto del derecho general de libertad, afirmó

que la Asamblea Legislativa tuvo a bien esclarecer aquellas disposiciones que, por la época que

datan, se estaban quedando inexistentes o derogadas. Por lo cual, los decretos impugnados, en

ningún momento han modificado las reglas para esclarecer qué juegos están o no prohibidos por

la ley, así como de la sanción del cierre del establecimiento, pues ésta es consecuencia de la

conducta ilícita de la actividad que se realiza en los establecimientos creados para tales juegos;

ello no debe entenderse como una limitación al individuo en forma arbitraria, puesto que la ley es

respetuosa de tal derecho, de tal manera que la misma establece un procedimiento a seguir, pues

el único propósito que se persigue es el interés general de las personas y su bienestar social.

b. En relación con la supuesta violación a los arts. 101 y 102 Cn., afirmó que ésta proporciona el

marco jurídico fundamental para la estructura y funcionamiento de la actividad económica, el

cual es conocido como el contenido económico de la Constitución. Dentro del mismo se incluye

la regulación de los aspectos relacionados al proceso productivo, planificación, actividad

económica y ejercicio de la libertad económica, los cuales configuran el ámbito dentro del cual

ha de desarrollarse la vida económica del país.

En esa regulación se desarrolla el control del Estado sobre la actividad económica, el cual

consiste en una función adecuada para supervisar algunas actividades dentro de la economía

general del Estado, donde se mueven en un margen de libertad y de oportunidad empresarial en

función del interés público; tal actividad económica no supone un desarrollo sin límite o

desmedido de su actividad productiva, sino todo lo contrario, supone un control de oportunidad

sobre dicho sector –en el presente caso el dedicado a la explotación de juegos de azar–, que en

algún momento podría ser parte del desarrollo económico y generar la inversión de dicho rubro,

pero dentro de las diversas alternativas de la legalidad; lo que representaría un crecimiento

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económico, logrando beneficios no sólo para los inversionistas, sino para los fines del Estado al

generar un bienestar integral de los ciudadanos, siempre dentro del marco de la legalidad.

No obstante lo anterior –continuó–, la presencia estatal debe ser razonable en la actividad

económica, lo que no significa que el Estado deba ser un mero espectador, sino que su actividad

debe circunscribirse a garantizar al proceso económico productivo. Por tanto, el ejercicio de toda

actividad o industria lícita es la facultad de elaborar y transformar los productos o servicios y

organizar esos servicios con fines lícitos; a contrario sensu, toda aquella actividad de industria o

servicio que sea contraria al orden público, a la moral y buenas costumbres o perjudique a

terceros, deberá considerarse ilícita, lo que justifica la intervención del control del Estado, y por

tanto –concluyó–, la regulación contenida en el art. 1 del D. L. 930/2002, está enmarcada dentro

de la actividad de control del Estado.

c. En cuanto a los argumentos expuestos por el actor, relativos a la inconstitucionalidad del art. 2

del D. L. 930/2002 por la supuesta violación al derecho de asociación, el Fiscal General de la

República sostuvo que, desde el punto de vista de los individuos, es la facultad de crear o ingresar

a una persona jurídica que tenga fines útiles o de carácter público; y desde el punto de vista de la

asociación, es el conjunto de facultades que el Estado reconoce a la persona jurídica para

desenvolverse como tal, y que son ejercidas por sus miembros.

La libertad de asociación –continuó–, reconocida en el texto de la Constitución, encuentra su

restricción por razones de seguridad, pues la misma disposición constitucional exige que las

asociaciones tengan fines útiles, es decir, que su finalidad tiene que ser coherente con el marco

constitucional, lo que equivale al respeto de los derechos fundamentales de la colectividad, pues

una asociación o sociedad que afecte esos valores o derechos, sin duda alguna, sería contraria a

los fines de la Constitución.

En relación con lo expuesto –afirmó–, el art. 2 del D. L. 930/2002 determina la forma de cómo

operativizar el control directo de las actividades ilícitas; en ese sentido, no puede considerarse

que exista la inconstitucionalidad alegada por el actor.

d. En cuanto a la supuesta violación a los arts. 2 y 37 Cn., el Fiscal General de la República

sostuvo que el derecho al trabajo reconocido en la Ley Suprema es la facultad de todo individuo o

trabajador de elegir la actividad que le servirá como medio de subsistencia, y el derecho subjetivo

de todo trabajador en relación de dependencia, de exigir al empleador el cumplimiento de

prestaciones irrenunciables de carácter social establecidas en la Constitución y las leyes.

Así pues, toda actividad laboral o profesional implica someterse a las reglas, leyes y reglamentos,

como única forma de lograr llevar adelante una organización dirigida a producir bienes y

servicios que sea coherente con los fines lícitos de su actividad; por lo tanto –concluyó– no puede

considerarse vulnerado el derecho al trabajo, pues lo que se pretende es que el trabajo sea realice

bajo el amparo de la legalidad, y se enmarque dentro de una actividad lícita. Ahora bien –agregó–

, esa facultad de buscar empleo o trabajo, implica la obligación subjetiva del trabajador de

emplearse en aquellos centros de trabajo en los cuales su actividad sea permitida y avalada por

las leyes.

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e. En lo que se refiere a la supuesta violación al art. 203 Cn., sostuvo que la Constitución ha

establecido la autonomía de la que gozan los gobiernos locales, en lo concerniente a aspectos

técnicos, administrativos y económicos; por tanto, tal autonomía se traduce en la facultad de los

gobiernos municipales para regular y administrar, dentro de su circunscripción territorial, las

materias de su competencia.

Para el ejercicio de su gobierno autónomo –agregó– el Municipio tiene, de acuerdo a la

Constitución, facultades legislativas y ejecutivas; desde esa perspectiva, cabe señalar que las

autoridades municipales se encuentran dentro del marco legal y constitucional de su competencia,

de cumplir con sus funciones que enmarcan su actividad, así como aquellas otras que emanan de

órganos constitucionalmente facultados, y que de manera directa permiten el desarrollo y

cumplimiento de los fines de la actividad municipal. En ese sentido, la aprobación de los decretos

impugnados deberá entenderse como una integración normativa, que permite mayor eficacia y

desarrollo de las disposiciones municipales, por lo tanto no vulneran lo dispuesto en el art. 203

Cn.

Dentro de ese contexto –continuó–, el C. M. enumera algunos de los asuntos que competen al

Municipio, estableciendo una cláusula genérica que abarca aquellos aspectos que resultan

indispensables para el bienestar de la población. Estas atribuciones pueden ser de organización y

prestación de los servicios públicos; de elaboración y ejecución de planes y programas de

desarrollo económico y social; de control y regulación de actividades de los particulares, y de

promoción de actividades culturales, deportivas, recreativas y de desarrollo industrial, comercial

y artesanal.

Desde esa perspectiva –señaló–, las autoridades municipales se encuentran dentro del marco legal

y constitucional de su competencia, de cumplir las disposiciones que enmarcan su actividad, así

como aquellas otras que emanan de los órganos constitucionales facultados, y que, de manera

directa, permiten el desarrollo y cumplimiento de los fines de la actividad municipal; en otras

palabras –continuó–, la aprobación del D. L. 930/2002, y en especial el art. 2 que se impugna de

inconstitucional, deberá entenderse como una integración normativa que permite mayor eficacia

y desarrollo de las disposiciones municipales.

En ese sentido –concluyó–, la autonomía de los municipios no se vulnera por la disposición

impugnada, sino que fortalece su actuación, ya que, con ella disponen de un procedimiento dentro

del cual se deben respetar los derechos constitucionales.

7. A. Concluido el trámite relativo a oír las justificaciones de la autoridad emisora de los decretos

impugnados y la opinión del Fiscal General de la República, y por advertir que existían algunos

aspectos que era necesario comprobar en el presente proceso, esta Sala solicitó a la Asamblea

Legislativa que expresara las razones por las cuales la regulación de operaciones de aquellas

empresas identificadas como establecimientos dedicados al giro de la explotación de juegos de

azar, es un asunto que no puede ser autorizado por los Municipios; es decir, que explicara los

motivos por los cuales considera que tal materia es de interés nacional, en contraposición al

interés local, excluyéndolo de la competencia normativa de los Municipios Asimismo, se hizo

notar que del informe solicitado depende la fundamentación del examen de constitucionalidad de

los decretos impugnados por la supuesta violación al art. 203 Cn.

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B. Ante ello, la Asamblea Legislativa expresó que, de conformidad al art. 131 ord. 5° Cn., tiene la

facultad de decretar, interpretar auténticamente, reformar y derogar las leyes secundarias, por lo

que su actuación ha sido apegada a la Ley Suprema.

Por otra parte –continuó–, el interés nacional tiende a satisfacer, por medio de medidas

legislativas o administrativas, las necesidades que adolecen los grupos mayoritarios del Estado;

asimismo, tal interés opera, cuando se trata de evitar algún problema que afecta o que pueda

afectar a dichos grupos, como es el caso del D. L. 930/2002; a lo dicho agregó que ha emitido tal

normativa, consciente de la problemática que arrojan los establecimientos dedicados a la

explotación de juegos de azar, llamados comúnmente casinos, pues pervierten a la juventud y a la

población en general.

Por lo expuesto consideró que no existe la violación al art. 203 Cn., sino que se ha brindado una

seguridad jurídica, necesaria como derecho fundamental de toda persona frente el Estado; porque

la seguridad jurídica significa una libertad sin riesgo de modo tal que el individuo puede

organizar su vida sobre la base del orden jurídico existente; por tanto, deberá entenderse que con

la emisión del D. L. 930/2002, se ha determinado la seguridad jurídica, en vista que no existía un

ordenamiento legal sobre empresas identificadas como establecimientos dedicados a la

explotación de los juegos de azar.

Por lo dicho afirmó que no existe inconstitucionalidad alguna, pues con la emisión del D. L.

930/2002, se ha beneficiado a grupos mayoritarios y no a un interés particular.

II. Expuestos los argumentos de los intervinientes, resulta obligatorio para el examen de los

motivos de inconstitucionalidad planteados, la depuración de los mismos, en virtud de advertirse

algunos planteamientos inadecuados de las pretensiones, que pueden inducir a un

pronunciamiento incongruente por parte de este tribunal.

1. Para tal efecto, es preciso retomar las afirmaciones sostenidas al inicio de esta Sentencia, en la

depuración de las pretensiones y, con base en ellas, revisar los argumentos del ciudadano Huezo

Serrano, en cuanto a la supuesta violación a los arts. 2, 7, 22, 37 y 101 Cn., de los cuales se

advierte el inadecuado planteamiento sobre la incompatibilidad entre los elementos del control de

constitucionalidad.

A. Así, en cuanto a la supuesta violación a los arts. 2 y 37 Cn., el demandante sostiene que el art.

2 del D. L. 930/2002 sería el detonante del cierre de varias fuentes de trabajo, violando por tanto

el art. 37 Cn., en cuanto a la obligación del Estado de emplear todos los recursos que estén a su

alcance para proporcionar ocupación al trabajador, manual o intelectual, y para asegurar a él y a

su familia las condiciones económicas de una existencia digna.

Al respecto advierte este tribunal que tal argumentación, escapa de la modalidad de control que

esta Sala realiza en el proceso de inconstitucionalidad, pues los pronunciamientos de este

tribunal en los procesos de inconstitucionalidad sólo pueden referirse a la compatibilidad de las

disposiciones impugnadas con la Constitución, es decir, se pondera la constitucionalidad del

objeto de control, a partir de su contenido normativo y no por el supuesto impacto social del

mismo.

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En ese orden de ideas, existe una imposibilidad de conocer y pronunciarse sobre la pretensión,

por ausencia de confrontación internormativa en la argumentación expuesta en la demanda; por lo

que esta Sala debe sobreseer en el presente proceso en cuanto al motivo de inconstitucionalidad

del art. 2 del D. L. 930/2002, por la supuesta violación a los arts. 2 y 37 Cn.

B. a. Así también, en cuanto a la inconstitucionalidad del art. 2 del D. L. 930/2002, el

demandante sostiene que viola el derecho de asociación y reunión, consagrados en el art. 7 Cn.,

pues como consecuencia de la atribución que se establece para los Municipios, de hacer ejecutar

el cierre de los establecimientos que se dediquen a la explotación de juegos de azar, se niega el

derecho de los habitantes de la República para que puedan participar en la actividad económica

de dicho rubro, restringiendo el derecho constitucional de asociarse para desarrollar una actividad

económica legal y pacífica. Asimismo, sostiene el demandante que la disposición impugnada

resulta violatoria del derecho de reunión, al generar un ambiente de desconfianza en la población,

en relación con la visita que pudiesen efectuar a dichos establecimientos, por el temor a verse

involucrados con dicha actividad.

En ese sentido, se advierte un erróneo planteamiento en los argumentos expuestos por el

demandante en cuanto a la inconstitucionalidad del art. 2 del D. L. 930/2002, pues en un primer

término, esta Sala se encuentra imposibilitada de verificar si en los habitantes de la República se

genera un ambiente de desconfianza ante la prohibición de establecimientos dedicados a la

explotación de juegos de azar; tal como se ha establecido, el proceso de inconstitucionalidad está

destinado a verificar, en un control abstracto, la contradicción normativa entre la disposición

legal impugnada y la constitucional propuesta como parámetro de control; y por tanto, no es el

objeto de dicho análisis indagar en las emociones que pudieran producirse en la interioridad de

cada persona, a fin de verificar el grado de desconfianza que la disposición impugnada genera.

En consecuencia, ante la invocación de argumentaciones que carecen de contenido constitucional,

se produce en esta Sala la imposibilidad de conocer y pronunciarse sobre los mismos, ya que el

conocimiento en un proceso de inconstitucionalidad se circunscribe y encamina a determinar la

compatibilidad lógico-jurídica entre los elementos del control, y no una valoración sobre sus

consecuencias o impactos psicológicos en la interioridad de las personas.

b. Además, en relación con la supuesta violación al derecho de asociación, advierte este tribunal

que la insuficiencia en la argumentación no habilita un pronunciamiento de fondo, debido a que

la argumentación expuesta por el demandante no logra entablar la contradicción por él advertida

–y requerida para el tipo de pretensión– entre la normativa impugnada y las disposiciones

constitucionales supuestamente violadas; es decir, los motivos expuestos por el demandante en

cuanto a la supuesta violación al derecho de asociación, se limitan a manifestar que existe una

violación al mismo, sin esgrimir argumentos normativos que justifiquen suficientemente tal

afirmación.

Por lo tanto, puede concluirse que, en relación con la supuesta violación al derecho de asociación

del art. 7 Cn., no existe fundamentación suficiente que permita entrar a conocer sobre el fondo;

por tal razón, debe sobreseerse en el presente proceso en cuanto a la inconstitucionalidad del art.

2 del D. L. n° 930/2002, por la supuesta violación a los derechos de asociación y reunión,

consagrados en el art. 7 Cn.

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C. En otro orden, el demandante sostiene que el art. 1 del D. L. 930/2002 viola el derecho a la

libre disposición de los bienes, consagrado en el art. 22 Cn., pues las personas no tendrían la

opción de disponer parte o la totalidad del patrimonio, ya sea como inversionistas en la creación

de una sociedad con los fines a los que se refiere la disposición impugnada, o como clientes de

los establecimientos de tales sociedades, por estar prohibida su existencia legal.

Sobre tal motivo de impugnación, advierte este tribunal que el fundamento expuesto conlleva a la

misma situación anteriormente contemplada, de obligar a esta Sala a verificar de manera empírica

la restricción de las opciones de disponibilidad del patrimonio, es decir, el demandante no plantea

una verdadera confrontación entre las disposiciones impugnadas y la Constitución, sino que

atribuye posibles violaciones a derechos fundamentales que no se derivan de la estructura de la

disposición.

En consecuencia, debe sobreseerse en el presente proceso en cuanto a la inconstitucionalidad del

art. 1 del D. L. 930/2002, por la supuesta violación al art. 22 Cn.

D. En relación con la supuesta violación al art. 101 Cn., el demandante sostiene que el art. 1 del

D. L. 930/2002, al ordenar el cierre de los establecimientos dedicados a la explotación de juegos

de azar, genera una contradicción con el orden económico salvadoreño, el cual se basa en el

sistema de libre mercado, ya que la disposición impugnada, además de limitar la libertad y

derecho de las personas de acceder a las casas de juego, también restringe la posibilidad de

desarrollo económico y social, el cual se encuentra íntimamente ligado al desarrollo de la

población mundial en todos los géneros y ámbitos de la vida cotidiana.

Al respecto, es preciso recalcar que el proceso de inconstitucionalidad se circunscribe y encamina

a determinar la compatibilidad lógico-jurídica entre las disposiciones sometidas a control y las

disposiciones constitucionales planteadas como parámetro para examinar la constitucionalidad de

las primeras; por tanto, la Constitución es el único corpus iuris sobre el cual pueden basarse las

decisiones de este tribunal.

En ese orden de ideas, los pronunciamientos de este tribunal en los procesos de

inconstitucionalidad sólo pueden referirse a la compatibilidad de las disposiciones impugnadas

con la Constitución, quedando fuera de su competencia el enjuiciamiento del impacto

socioeconómico de las mismas.

Ello no implica prescindir de las conexiones de la realidad social y económica con el Derecho –y

especialmente con el Derecho Constitucional–, sino solo la necesidad de establecer de manera

clara que, si la incompatibilidad que se plantea en un proceso de inconstitucionalidad contiene,

como uno de sus extremos, la realidad económica y social y el sistema de libre mercado, y no la

Constitución, se vuelve imposible para este tribunal conocer sobre la pretensión, porque ello no

forma parte de su competencia.

En consecuencia con lo anterior, y en vista que el demandante se limita a hacer mención del art.

101 Cn., sin atribuir una violación jurídico-constitucional este tribunal debe sobreseer en el

presente proceso en cuanto a la inconstitucionalidad del art. 1 del D. L. n° 930/2002, por la

supuesta violación al art. 101 Cn.

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E. En igual sentido, el motivo relacionado con la inconstitucionalidad del art. 1 del D. L. n°

930/2002, por la supuesta violación a los arts. 102 y 3 Cn., se advierte que el demandante

argumenta una violación al derecho de igualdad consagrado en el art. 3 Cn., pues sostiene que es

un deber del Estado garantizar a los habitantes de la República la libertad de disponer su

inclusión dentro de cualquier rubro de la actividad económica, y por tanto tal protección no puede

tener ningún tipo de distingo y debe aplicarse por igual a todas las personas y rubros de la

actividad económica.

Se evidencia, por tanto, que tales argumentaciones se muestran insuficientes para llevar a esta

Sala a un conocimiento de la pretensión, pues en un primer término, no se ha determinado la

existencia de una diferenciación o equiparación en la disposición impugnada, además no se ha

establecido si la diferenciación o equiparación contenida en la misma es injustificada, y

finalmente, no se ha expresado con base en qué situaciones o sujetos se realiza la comparación

que lleva al demandante a concluir que existe una violación al derecho de igualdad.

En vista que la fundamentación no recae en ningún término de comparación sobre la cual

verificar el trato desigual, ya sea por diferenciación o por equiparación, esta Sala debe sobreseer

en el presente proceso en cuanto a la inconstitucionalidad del art. 1 del D. L. n° 930/2002, por la

supuesta violación a los arts. 102 y 3 Cn.

3. En relación con la demanda presentada por el ciudadano Hernández Méndez, específicamente

en cuanto a la inconstitucionalidad del D. L. n° 930/2002, por la supuesta violación al art. 15 Cn.,

se advierte la inadecuada configuración de la pretensión, en cuanto a la invocación del parámetro

de control de constitucionalidad.

De la argumentación expuesta por el demandante sobre tal motivo de inconstitucionalidad se

tiene que existe una incongruencia entre el contenido normativo del parámetro de control y la

confrontación con el objeto de control; pues, si bien, el art. 15 Cn. contiene –entre otros mandatos

normativos– el principio de legalidad procesal, la normativa impugnada, como manifestación de

la técnica autorizatoria administrativa, se rige bajo el principio de legalidad de la Administración

Pública que tiene un asidero constitucional distinto -Art. 86 Cn.-.

Por tanto, debe sobreseerse en el presente proceso respecto de la demanda presentada por el

ciudadano Edwin Amilcar Hernández Méndez, en cuanto a la inconstitucionalidad del Decreto

Legislativo n° 930/2002, por la supuesta violación al art. 15 Cn.

4. En el mismo sentido, se advierte la incorrección en el planteamiento de la pretensión de los

ciudadanos Méndez Flores y Santos Castaneda, en cuanto a la inconstitucionalidad de los D. L.

920/2002 y D. L. 930/2002, por la supuesta violación al art. 15 Cn.; pues, tal como ya se apuntó,

existe una incongruencia entre el contenido normativo del parámetro de control y la

confrontación con el objeto de control.

En consecuencia, debe sobreseerse en el presente proceso respecto de la demanda presentada

por los ciudadanos Méndez Flores y Santos Castaneda, en cuanto a la inconstitucionalidad de

los Decretos Legislativos n° 929/2002 y n° 930/2002, por la supuesta violación al art. 15 Cn.

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5. Depuradas las pretensiones, resulta procedente resumir los motivos sobre los cuales versará el

examen de constitucionalidad de los Decretos Legislativos n° 929/2002 y n° 930/2002.

En ese sentido, los argumentos que subsisten plantean la inconstitucionalidad de los decretos

mencionados por la supuesta violación al derecho general de libertad, consagrado en el art. 8 Cn.;

por la supuesta violación al art. 131 ord. 5° Cn.; y por la supuesta violación a la autonomía

municipal, consagrada en el art. 203 Cn.

En relación con la supuesta violación a los arts. 8 y 131 ord. 5° Cn., este tribunal advierte que la

impugnación se hace descansar en la supuesta derogación del art. 64 de la L. P.; por lo que,

previo a realizar el examen de constitucionalidad de los decretos impugnados, es necesario,

previamente, determinar si en el ordenamiento jurídico vigente existe prohibición para el

funcionamiento de establecimientos dedicados a la explotación de los juegos de azar; es decir, de

verificarse la vigencia del art. 64 de la L. P., ya no resultará procedente el examen de

constitucionalidad por la supuesta violación a los arts. 8 y 131 ord. 5° Cn., pues los motivos

alegados por los demandantes parten de una premisa contraria.

En consecuencia, el orden lógico que seguirá la presente sentencia se encaminará a determinar si

la disposición que prohíbe los juegos de azar –art. 64 L. P.–, se encuentra actualmente vigente, a

fin de dilucidar los motivos de inconstitucionalidad del D. L. n° 929/2002 y el D. L. n° 930/2002

por la supuesta violación a los arts. 8 y 131 ord. 5° Cn. (III); para luego dejar plasmadas las

consideraciones pertinentes sobre la autonomía municipal, estableciendo su concepto en relación

con las materias que puedan considerarse de interés local y así realizar el examen de

constitucionalidad de los decretos impugnados por la supuesta violación al art. 203 Cn. (IV) lo

que permitirá pronunciar el fallo que constitucionalmente corresponda.

III. Previo a dilucidar la derogatoria o vigencia del art. 64 de la L. P., resulta necesario exponer

algunas nociones sobre las características que dotan de estructura al ordenamiento jurídico (1);

posteriormente, se determinará si existe contradicción entre el art. 64 de la L. P. y el art. 4 ord.

24º del C. M. (2); para luego, realizar el examen de pertenencia al ordenamiento jurídico de la

disposición mencionada (3); finalmente, en este Considerando debe determinarse la posibilidad

que el desuso o desuetudo se utilice como parámetro de validez de las normas, a fin de establecer

si por esta vía el art. 64 de la L. P. ha perdido vigencia (4).

1. El ordenamiento jurídico instituido como conjunto sistemático de disposiciones e instituciones

jurídicas que se interrelacionan entre sí, se encuentra informado por ciertos principios que lo

dotan de estructura; pues, si se trata de un ordenamiento sistematizado, en su interior no deben

existir contradicciones y vacíos normativos. Por tal razón, y ante la indefectible multiplicidad de

órganos con potestades normativas reconocidas por la Constitución y con la finalidad de ordenar

la posición de las distintas fuentes que lo conforman, el ordenamiento se basa en los postulados

de coherencia, plenitud y unidad.

El postulado de coherencia concibe al ordenamiento jurídico como un sistema articulado,

dinámico y autorregulado, que contiene los mecanismos pertinentes que eliminan la existencia de

antinomias, es decir, situaciones de incompatibilidad o colisiones normativas, determinando el

derecho aplicable para tal efecto.

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En efecto, las colisiones normativas son inevitables; es por ello que el ordenamiento prevé la

solución de conflictos tanto entre las disposiciones jurídicas como entre las competencias de los

entes que las emiten, a través de los criterios de especialidad, cronológico y de jerarquía. De

manera que corresponde al aplicador hacer uso de dichas herramientas para llegar a determinar la

disposición aplicable al caso concreto que se le plantee.

Pero además, el postulado de coherencia consiste en un principio informador del ordenamiento

jurídico que, ante una posible colisión normativa, busca o se inclina -en la manera de lo posible-

hacia aquella interpretación que solvente el conflicto preservando los elementos contrastados, de

manera que uno no implique la negación del otro.

2. En el presente caso, se ha sostenido que el art. 64 de la L. P. ha sido derogado tácitamente por

el ord. 24° del art. 4 del C. M., pues en el primero se prohíben los juegos de azar, mientras que en

el segundo se atribuye a los Municipios la potestad de autorizar y regular el funcionamiento de

rifas, loterías y similares.

Ahora bien, desde un plano abstracto, resulta que ambas disposiciones admiten una consideración

en común como componentes de una sola prescripción –vale decir, que no plantean una

antinomia–; ello porque, el art. 64 de la L. P. regula una prohibición, mientras que el art. 4 ord.

24° del C. M., con la reforma introducida con el D. L. n° 730, de 14-X-1999, publicado en el D.

O. n° 210, de 11-XI-1999, se refiere a una atribución de competencia en plena concordancia con

la prohibición mencionada.

Parece claro que las expresiones "juegos de azar" por un lado y "loterías, rifas y similares" por el

otro, carecen, en principio, de identidad plena, necesaria o inequívoca, en cuanto a su ámbito

semántico o significado propio y por ello es inaceptable su categórica equiparación, así como la

idea que el Art. 4 Ord. 24 del C. M. permite autorizar lo que en el Art. 64 L. P., es objeto de

prohibición. Y es que, consideradas en conjunto y en virtud de una interpretación armónica de

ambas disposiciones, debe deducirse que, por un lado, se establece la prohibición de los juegos de

azar –art. 64 L. P.–, y en la otra disposición –art. 4 ord. 24° del C. M.–, se regula una de las

implicaciones normativas de la primera.

Por tanto, se concluye que la supuesta contradicción entre ambas disposiciones, ha sido resuelta

ya por el legislador compatibilizando sus contenidos y dejando el margen de apreciación

necesario para que sea el aplicador quien determine su grado de aplicabilidad.

3. En relación con el argumento planteado por los demandantes en cuanto a la derogación del art.

64 de la L. P. por falta de actualidad –desuso–, es preciso exponer que, dentro de los distintos

enfoques con los cuales se puede estudiar el derecho, se encuentran los criterios de validez y

eficacia, relacionados e independientes entre sí.

Desde la perspectiva de la validez, puede entenderse como derecho al juicio prescriptivo sobre las

conductas humanas, emitido por un órgano facultado por otra norma jurídica para tal efecto;

mientras que desde la perspectiva de la eficacia es norma aquella prescripción sobre las

conductas humanas que, amparada por la fuerza bajo un criterio de corrección, tiene la capacidad

para imponer las consecuencias previstas a su incumplimiento.

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Ambos conceptos son independientes entre sí, en el sentido que la eficacia no es parámetro para

predicar la validez de una disposición, pues ésta no pierde su pertenencia al ordenamiento

jurídico si no es observada ni aplicada, sino que simplemente ha dejado de ser eficaz,

conservando su validez.

4. Para el caso en concreto, la validez y, por tanto, pertenencia al ordenamiento jurídico del art.

64 de la L. P. no puede hacerse depender en su falta de actualidad o desuso, pues en todo caso se

ha visto afectada su eficacia, no su existencia normativa. Es decir, el transcurso del tiempo y las

modificaciones que la modernidad introduce en la realidad normada, no es parámetro para

ponderar la existencia de la normativa válidamente emitida, sino para medir su grado de

idoneidad o capacidad para alcanzar los objetivos para los que fue creada.

En consecuencia con lo anterior, y verificada la vigencia del art. 64 de la Ley de Policía, deben

desestimarse las pretensiones de los demandantes sobre la inconstitucionalidad de los Decretos

Legislativos n° 929/2002 y n° 930/2002, ambos publicados en el Diario Oficial n° 142, de 31-

VII-2002, por la supuesta violación a los arts. 8 y 131 ordinal 5° Cn.

IV. En otro orden de ideas, y para el adecuado examen de constitucionalidad de los decretos

impugnados, por la supuesta violación a la autonomía municipal, consagrada en el art. 203 Cn.;

es preciso exponer las nociones que la Constitución prescribe respecto de dicha garantía (1), y

caracterizar normativamente a la autonomía municipal, a partir de la idea rectora del interés local

(2), asimismo, es preciso definir los principios de subsidiariedad y razonabilidad como

condicionantes a la actividad legislativa en la distribución de competencias municipales (3), y las

consecuencias que ellos implican, tanto para los Municipios, como para la Asamblea Legislativa

(4), aspectos con los cuales, se ponderará la constitucionalidad de la supresión de competencias

contenida en los Decretos impugnados (5).

1. A. Los Municipios son distribuciones territoriales donde se organiza institucionalmente el

ejercicio de las potestades de la Administración pública; así, dentro del esquema de organización

del Estado, el Municipio es un fenómeno que surge por el reconocimiento atributivo de caracteres

jurídicos a determinados elementos sociales, territoriales y políticos.

Según el art. 202 de la Ley Suprema, el Municipio se instaura para ejercer el gobierno

representativo de la localidad, es decir como una forma en que el Estado descentraliza la

administración y los servicios públicos correspondientes a un ámbito territorial específico, con el

propósito de lograr una gestión más eficaz de los mismos.

Los cargos públicos representativos del Gobierno local vienen elegidos por sufragio universal,

están sometidos a mandatos de representación y ejercen potestades de dirección política. Este

principio democrático representativo estructura una gestión pública de los intereses locales que se

legitima en la voluntad popular de los habitantes del municipio. Esto supone, por un lado, cierto

ámbito de decisión, y por otro, la asignación de competencias sobre la base de la participación o

intervención del Municipio en cuantos asuntos les afecten.

B. Como se ha adelantado, el ejercicio del gobierno local es garantizado constitucionalmente a

través del reconocimiento de la autonomía local en el artículo 203 de la Constitución.

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La idea que subyace a ese reconocimiento constitucional, es garantizar la capacidad efectiva de

las entidades locales de ordenar y gestionar una parte importante de los asuntos públicos, en

beneficio de sus habitantes; se habla, pues, de una capacidad efectiva de autogobierno local, que

el legislador no debe ignorar y que, además, obliga a que las normas legales que reconozcan o

supriman competencias locales sean enjuiciadas en sede constitucional.

2. De acuerdo con la Constitución, el modelo de Estado salvadoreño incorpora en los Municipios

la garantía de la autonomía para el efectivo ejercicio de sus funciones y facultades; por ello,

tienen, además, un ámbito propio de intereses, determinados comúnmente por la legislación

secundaria –Código Municipal– con base en la misma Constitución -art. 204 Cn.-; ahora bien, la

autonomía del Municipio no se agota en el artículo 204 Cn., pues éste nada más es un esbozo de

los espacios que el gobierno local pudiera llegar a comprender; por ello, el detalle de esos

espacios competenciales se realiza por medio de la legislación secundaria.

En efecto, las disposiciones constitucionales, lejos de codificar de manera taxativa los ámbitos de

actuación de los entes públicos, instauran un marco abstracto, dentro del cual los órganos

estatales –principalmente los que ejercen potestades normativas– se desenvuelven con cierta

discrecionalidad.

Esta idea se fundamente en que toda norma jurídico-constitucional forma parte de un sistema

normativo fundamental, en tanto que la Constitución agrupa los aspectos que se consideran

fundamentales para la convivencia social; por ello, y dado el carácter abierto de los preceptos

constitucionales, la Constitución no es una unidad sistemática ya cerrada, que postule una

jerarquía de unos contenidos en desmedro de otros -Resolución de improcedencia de 8-II-2007,

pronunciada en el proceso de Inc. 75-2006-.

En ese sentido, el espacio constitucionalmente reservado de la autonomía local no está vacío de

contenido, de manera que resulte totalmente disponible por el legislador. La Administración

local no es sólo una autonomía "en el marco de la ley" sino en un marco constitucionalmente

garantizado. Precisamente su naturaleza de garantía institucional justifica que los principios de

razonabilidad y subsidiariedad, a los que se hará referencia en el siguiente parágrafo de este

Considerando, condicionen la legitimidad e intensidad de la intervención que el Estado hace en

dicho ámbito de autonomía.

A. Debe tenerse en cuenta que la finalidad del Constituyente es permitir el establecimiento de un

régimen especial para el gobierno y administración del municipio adecuado a sus necesidades

peculiares, es decir, la Ley Suprema les asegura una capacidad para reaccionar de manera más

objetiva, inmediata y flexible a sus propios intereses.

Estos intereses locales, a diferencia de los nacionales, están al servicio predominantemente de las

pretensiones de las poblaciones correspondientes, sin salirse del marco material –o competencial–

y territorial, que ha sido distribuido constitucional y legalmente.

Desde esta perspectiva, el interés local tiene por objeto la mejor organización de los servicios y el

cumplimiento de las funciones encomendadas al Gobierno Municipal en la circunscripción

territorial de que se trate, a partir de criterios administrativos; es decir, la administración de

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aquellos aspectos que afecten propia y particularmente a la localidad sobre la cual se ejerce el

gobierno.

B. Si bien el interés local es un concepto jurídico indeterminado, ello no significa que el

legislador pueda determinarlo con discrecionalidad y sin controles; eso sería una indefensión,

constitucionalmente inadmisible para la garantía constitucional de la autonomía municipal.

Para la efectividad de la autonomía de dichas entidades locales, la legislación estatal, con base en

los principios de razonabilidad y subsidiariedad, deberá asegurar a los Municipios su capacidad

de intervenir en cuantos asuntos afecten directamente al círculo de sus intereses, atribuyéndoles

las competencias que procedan en atención a las características de la actividad pública de que se

trate y a la capacidad de gestión de la entidad local.

Desde esta perspectiva de distribución administrativa del poder, los principios de subsidiariedad y

razonabilidad pueden realizar tres grandes funciones: como títulos habilitantes para fundar

competencias ex novo, como criterios de interpretación para fijar el alcance de competencias ya

asignadas, o como límites al ejercicio de las competencias que deben ser tenidos en cuenta por los

poderes públicos.

3. A. De acuerdo con el principio de subsidiariedad, la acción normativa de un escalón superior

debe restringirse a un tipo de norma menos incisiva y detallada, dejando margen de actuación y

alternativas al escalón inferior.

Asimismo, implica que el Estado, como comunidad de mayor amplitud competencial, debe

ocuparse sólo de las tareas que los Municipios no puedan realizar con la misma eficacia,

atendiendo a la amplitud o naturaleza de la tarea, en relación con la inversión de esfuerzos que la

misma requiera.

Como criterio hermenéutico básico para definir el interés local, el principio en mención presenta

una doble vertiente: una negativa o de prohibición que impide la innecesaria intervención del ente

superior y el consiguiente centralismo, y otra de carácter positivo o de habilitación, por la que el

ente estatal debe intervenir para auxiliar a los entes inferiores cuando éstos no puedan alcanzar

por sí mismos los fines del Estado.

De este modo, la intervención del ente central está condicionada a que el ente local no pueda

alcanzar los objetivos de la acción emprendida de manera suficiente, y que puedan lograrse mejor

en el nivel superior por las dimensiones o los efectos de dicha acción. Supone así una evaluación

de necesidad y eficacia de la actuación del nivel superior.

Así también, exige la demostración de tales extremos y la consecuente motivación de las medidas

adoptadas, pues actúa como criterio regulador del ejercicio de la competencia legislativa o

administrativa, determinando la intensidad de la acción y la descentralización de la actividad

desarrollada hacia los centros más próximos al ciudadano.

La asignación de competencias a los Municipios debe complementarse, a su vez, con el principio

de proximidad a los ciudadanos, y lo que deben justificarse son las excepciones a esta atribución.

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Para la no-atribución de competencia al Municipio deberá probarse la imposibilidad de gestión

por parte de éste, es decir, debe verificarse el ajuste de una determinada norma a la consecución

de los fines propios del Municipio o, en su defecto, del ente territorial superior, y si dicha norma

no es desproporcionada desde el punto de vista de su razonabilidad, sin que ello signifique

considerar al nivel municipal como una Administración dotada de competencias residuales.

Las principales consecuencias que el principio de subsidiariedad postula para la autonomía

municipal, se encaminan a: la facilitación del mayor margen posible para la toma de decisiones

en los niveles inferiores, ofreciendo el nivel superior formas alternativas para que los Municipios

alcancen los objetivos perseguidos; establecimiento de normas mínimas dejando libertad a los

Municipios para fijar normas adicionales más estrictas; adopción de la forma de acción más

sencilla posible y con el menor detalle en su regulación; elección preferente del fomento de la

cooperación entre Municipios y la coordinación con el Estado central, integrando,

complementando o apoyando tales medidas.

B. En materia de competencias, y frente a una determinada medida que hace referencia a la

asignación o recorte de determinada atribución municipal, ella es susceptible de ser sometida al

juicio de razonabilidad determinando los presupuestos legitimantes de la intervención. Pues ese

principio comporta la principal exigencia de exponer los motivos que dan lugar a la elección de

una determinada acción, justificando las medidas adoptadas.

Sobre el principio de razonabilidad, la jurisprudencia de esta Sala se ha aproximado a su

contenido en casos de supuestas violaciones de derechos fundamentales, por ejemplo en la

sentencia del proceso de Inc. 2-2002, del 8-XI-2004, cuyas tesis son seguidas en la sentencia del

proceso de Inc. 10-2005 del 15-III-2006.

En lo pertinente, dicha jurisprudencia ha establecido que la exigencia de razonabilidad remite a

un estado de equilibrio entre una medida que persigue ciertos fines y el grado de afectación que

ella provoca en otros intereses o bienes constitucionalmente protegidos. Partiendo de esa idea, el

principio de razonabilidad obliga a buscar un equilibrio entre exigencias inicial o aparentemente

contrapuestas, mediante la aportación de buenas razones para demostrar que la afectación,

limitación o perjuicio de un bien debe aceptarse, por la importancia que tiene el cumplimiento del

bien o interés enfrentado.

Es necesario resaltar que ese equilibrio es el resultado de sopesar razones o argumentos que

justifican una determinada relación de prioridad o –como ha dicho esta Sala– una precedencia

condicionada entre los intereses o bienes estimados. Esto significa que, para verificar el

cumplimiento del principio de razonabilidad, hay que recurrir a la ponderación de los elementos

de la relación que se pretende equilibrar.

La ponderación implica identificar los elementos -principios, bienes, valores, derechos, intereses-

enfrentados, asignarles la importancia que merecen y decidir sobre la prioridad entre unos y otros

en el caso concreto. La identificación de los elementos en conflicto implica la consideración de

datos de la realidad, desde la perspectiva de su correspondencia con principios o bienes

constitucionales. La determinación de la importancia de esos principios o bienes -a su vez-

consiste en formular argumentos sobre el grado de cumplimiento de uno y el grado de afectación

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o perjuicio del otro, en función de las circunstancias concurrentes, para cada una de las

soluciones posibles del conflicto.

La opción por la prevalencia de uno de los elementos enfrentados se fundamenta en las fases

previas del análisis y debe cumplir la condición que cuanto mayor sea el perjuicio del principio

que retrocede, mayor debe ser la importancia o cumplimiento del principio que predomina en el

caso concreto.

Esta referencia a la ponderación como forma de determinar si se ha cumplido con el principio de

razonabilidad, confirma que se trata de sopesar razones o argumentos y que éstos, a su vez,

derivan en buena medida de datos de la realidad, circunstancias de hecho o información

empírica. Así, para identificar los elementos enfrentados se necesita relacionar un estado de cosas

con la regulación normativa de principios o bienes constitucionales; mientras que la asignación

de importancia o "peso" de cada elemento sólo es posible en función de las circunstancias del

caso.

En coincidencia con ello, esta Sala –respecto de las disposiciones jurídicas– ha dicho que

"mediante el control de razonabilidad, el Órgano Judicial penetra necesariamente en la

ponderación de los criterios y medios de que se valen los órganos del poder para ejercer sus

competencias (…) Este examen de razonabilidad consiste en examinar directamente las

disposiciones promulgadas por el poder público, para ver si los motivos o razones que se alegan

para justificar el tratamiento dentro de la norma, están o no de acuerdo con los valores

constitucionales y se comprueba directamente si las razones tienen un peso específico capaz de

contradecir a los valores constitucionales o no lo tienen" -Sentencia del proceso de Inc. 59-2003,

del 12-VII-2005-.

Al reconocer la importancia de elementos fácticos o datos empíricos, pero dentro de los límites

del control abstracto de constitucionalidad, esta Sala ha aclarado que esa información necesaria

para enjuiciar la razonabilidad de una medida legislativa, puede obtenerse de: la argumentación

de la autoridad emisora, sobre la constitucionalidad de dicha medida; los considerandos y el texto

de la ley respectiva; así como en los documentos oficiales que contengan la propuesta técnica de

las disposiciones enjuiciadas -Sentencia del proceso de Inc. 2-2002, del 8-XI-2004-.

Entonces, es mediante esas oportunidades que el órgano emisor de una disposición debe

documentar en forma seria y suficiente los conocimientos empíricos, estudios técnicos o datos de

la realidad –según la naturaleza del asunto que se trate– que permitan justificar, argumentar o

demostrar la razonabilidad de una medida.

4. A. De lo expuesto, es válido afirmar que la autonomía hace referencia a un poder limitado; en

efecto, autonomía no es soberanía, y dado que cada organización territorial dotada de autonomía

es una parte de un todo, en ningún caso el principio de autonomía puede oponerse al de unidad

del Estado, sino que es precisamente dentro de éste donde alcanza su verdadero sentido, como

expresa el art. 203 inc. 2° Cn.

Este ámbito de libre decisión de los entes locales no está exento de límites, los Municipios tienen

un poder normativo condicionado por la Constitución y por la ley; éstos como entidades

protegidas por una garantía institucional, ordenadas en sus potestades por el legislador con

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arreglo a la lógica del principio de subsidiariedad, y titulares de recursos financieros y de

competencias estables conexas al interés local, se encuentran subordinados a la Constitución y los

principios que en ella se consagran.

B. Asimismo, la Asamblea Legislativa puede ejercer su marco de atribuciones en la definición

legal de competencias municipales, siempre que respete la autonomía de los Municipios

reconocida constitucionalmente para el ejercicio de sus funciones en la procura de los intereses

de la localidad de que se trate; lo que posibilitará un adecuado equilibrio en el ejercicio de la

función constitucional encomendada al legislador de garantizar los mínimos competenciales que

dotan de contenido y efectividad a la garantía de la autonomía local, ya que la Constitución no se

ocupa de la fijación detallada de tales competencias.

La Constitución consagra un principio de distribución de competencias en relación con los

asuntos de la comunidad local que debe ser respetado por el legislador al regular las mismas; el

legislador sólo puede sustraer o desplazar a los Municipios una competencia con marcado

carácter local por motivos de interés general y como última opción, es decir, si no existe otro

medio de asegurar el ordenado cumplimiento de la competencia.

En ese sentido, y no obstante el legislador está constitucionalmente llamado a concretar y detallar

en la medida de lo posible la autonomía municipal, con sujeción a la Constitución, siempre se

encuentra sujeto a ese marco constitucional que lo obliga a determinar las razones por las cuales

se altera la competencia de los Municipios. Tal injerencia únicamente se justifica en términos

constitucionales, si dicha materia es un asunto de interés nacional, prevalente en relación con el

interés local.

5. En cuanto a la configuración legislativa de la autonomía municipal, el principio de

razonabilidad implica para el Órgano Legislativo considerar las razones objetivas que habiliten la

afectación de competencias municipales, sobre los establecimientos dedicados al giro de la

explotación comercial de juegos de azar.

Esa injerencia únicamente se justifica, en términos constitucionales, si dicha materia es un asunto

de interés nacional, en prevalencia frente al interés local. La prevalencia de un interés sobre el

otro debe sustentarse en razones objetivas o cuando menos objetivables, que a su vez requieren la

exposición de datos empíricos suficientes, según el caso, para superar la estructura argumentativa

exigida por el expediente de la ponderación.

Sin embargo, en el caso sub iudice, la Asamblea Legislativa se limitó a exponer consideraciones

sobre grupos mayoritarios, a los cuales supuestamente se ha beneficiado con la sustracción de la

competencia municipal, asimismo, argumentó como una de las razones justificativas, la

problemática que arrojan los establecimientos dedicados a la explotación de juegos de azar, pues

considera que pervierten a la juventud y a la población en general.

Ante ello, esta Sala advierte que en el proceso no se han expuesto los elementos técnicos ni

jurídicos que evidencien la razonabilidad en la intromisión legislativa, que impone a los

municipios la obligación de cerrar los establecimientos dedicados a la explotación comercial de

los juegos de azar, a pesar de haber sido requerida por este tribunal mediante la resolución

reseñada en el Considerando I 7 de esta decisión, en aplicación de los criterios fijados por la

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jurisprudencia de esta Sala, relativos a la forma de establecer objetivamente la razonabilidad de

una medida legislativa, como se ha expresado en el parágrafo 3 B de este Considerando.

Por tanto, la actuación legislativa que afecta las competencias municipales deviene en una

trasgresión a la autonomía municipal, es decir, los motivos y razones que se alegan para justificar

la disposición impugnada no son constitucionalmente legítimos, según las exigencias de los

principios de subsidiariedad y razonabilidad y por tanto debe declararse la inconstitucionalidad

alegada.

Sin embargo, a partir del texto de las disposiciones impugnadas, resulta que la

inconstitucionalidad advertida no puede predicarse por igual respecto de ambos contenidos, pues

el D. L. Nº 929/2002 se limita a explicitar el alcance de la prohibición contenida en el Art. 64 L.

P., de acuerdo con el contexto actual o temporal en que ella se aplique, sin que esto suponga,

automáticamente, una afectación de las competencias municipales. Por el contrario, en el D. L.

930/2002, al suprimir el margen de apreciación necesario para que los Municipios determinen el

grado de aplicabilidad referido en el Considerando III.2 de esta sentencia, sí se incide

directamente en las competencias municipales y se genera la violación constitucional antes

mencionada.

V. 1. Ahora bien, advertida la infracción constitucional en que incurre el D. L. 930/2002, resulta

procedente plasmar algunas nociones sobre la inconstitucionalidad por conexión o derivada, ya

que pudiera verificarse tal incompatibilidad lógico-jurídica en el resto de normativa relacionada

con competencias municipales ante los establecimientos que se dedican al giro de explotación de

los juegos de azar, aun cuando no haya sido expresamente impugnada en el presente proceso.

En sentencia de 1-IV-2004, pronunciada en el proceso de Inc. 52-2003, esta Sala ha afirmado

que, como excepción al principio de congruencia, la inconstitucionalidad por conexión o derivada

tiene por objeto expulsar del ordenamiento jurídico aquellas disposiciones cuya ilegitimidad

constitucional se deriva como consecuencia de la decisión adoptada; es decir, si se constatan o

verifican las conexiones que se coligen de la declaratoria de inconstitucionalidad de la

disposición o cuerpo normativo inicialmente impugnado, no puede consentirse la validez de las

disposiciones que constituyen el consecuente desarrollo de la que ya ha sido declarada

inconstitucional.

Tal consecuencia, puede darse –sin ánimo de taxatividad– en caso que la declaración de

inconstitucionalidad se extienda hacia otras y diferentes disposiciones que coinciden, junto con la

impugnada, en el efecto considerado por este tribunal como inconstitucional; así también, puede

darse la inconstitucionalidad derivada o por conexión en caso que la supervivencia de las

disposiciones, hacia las cuales se extiende el pronunciamiento estimatorio, plantee la

incompatibilidad con la resolución estimatoria, y sobre todo con las finalidades que con la misma

se han querido alcanzar, ya sea por contener el mismo reproche de inconstitucionalidad, o por

constituir disposiciones, cuya única razón de ser, es dictar una regulación instrumental o

complementaria, en relación con la declarada inicialmente inconstitucional.

2. En el presente caso, la intromisión legislativa en las competencias municipales relacionadas

con los establecimientos que se dediquen a la explotación comercial de los juegos de azar, se

encuentra fragmentada en una diversidad de disposiciones, que presentan una relación directa y

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de complementariedad, de modo que su interpretación conjunta es la que permite identificar el

mandato jurídico completo y coherente de dicha afectación.

En el art. 1 del D. L. 930/2002, se especifican algunas de las consecuencias del carácter prohibido

de la explotación comercial citada, como la cancelación de matrícula y el cierre del

establecimiento respectivo. En el art. 2 del D. L. 930/2002 se determinan las autoridades

competentes para aplicar las sanciones detalladas en el art. 1.

Asimismo, con carácter igualmente instrumental, la reforma introducida al art. 4 ord. 24° del C.

M., por el D. L. nº 730, de 14-X-1999, niega a los Municipios la competencia para autorizar o

renovar autorizaciones de los establecimientos que se dediquen a la explotación de los juegos de

azar. También la interpretación auténtica de esta última disposición, mediante D. L. nº 27, de 19-

VI-2000, está vinculada necesariamente con la intromisión legislativa aludida, pues autoriza a la

municipalidad que haya otorgado permisos, a efectuar el cierre de "las casas denominadas

Casinos o salas de juego" como una consecuencia jurídica complementaria y, por tanto, conexa

con toda la regulación anterior.

Por tanto, el presente pronunciamiento debe extenderse hacia todas las interrelaciones normativas

con el Decreto Legislativo 930/2002, debido a la identidad en el reproche de inconstitucionalidad.

Aunque las disposiciones identificadas no se encuentren en una relación jerárquica de producción

normativa con el precepto suprimido, por el grado de conexidad material que presentan, aquellas

generan la misma afectación a la autonomía municipal, en los términos expuestos, de manera que

dicho vicio debe ser también declarado por este tribunal, como un supuesto de

inconstitucionalidad por conexión.

En consecuencia debe declararse la inconstitucionalidad de la parte final del ord. 24° del art. 4 del

D. L. n° 274, de 31-I-1986, publicado en el D. O. n° 23, de 5-II-1986, que contiene el Código

Municipal, reformado por D. L. nº 730, de 14-X-1999, publicado en el D. O. nº 210,de 11-XI-

1999, así como de la interpretación auténtica que se realizó mediante D. L. nº 27, de 19-VI-2000,

publicado en el D. O. nº 124, de 4-VII-2000, por ser en conjunto una intromisión legislativa en la

autonomía municipal, garantizada en el art. 203 Cn.

3. El presente pronunciamiento no debe entenderse en el sentido que esta Sala dé un visto bueno

o legitime desde la perspectiva constitucional la actividad de casinos. Esta sentencia no niega los

perjuicios económicos, familiares, morales, etc. que derivan de ella. El asunto que ha sido

sometido a conocimiento de este tribunal, como se dijo en el Considerando II 5 de esta decisión,

es la determinación técnico-jurídica de si el D. L. n° 929/2002 y el D. L. n° 930/2002 incurren en

violación a los arts. 8, 131 ord. 5° y 203 de la Constitución. En congruencia con lo planteado, el

fallo que pronunciamos se circunscribe únicamente a la contradicción del segundo de estos

decretos con la regulación constitucional de la autonomía municipal.

Si se pone atención al desarrollo argumental de esta decisión se constatará que no es objeto de la

misma legitimar o validar el giro comercial de las casas de juego de azar. Lejos de ello,

únicamente se reafirman ámbitos competenciales garantizados constitucionalmente a favor de

los Municipios, en función de los elementos de juicio aportados en este proceso particular. De lo

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que se trata en esta sentencia es de ponderar si la regulación impugnada está justificada, desde la

perspectiva de la garantía constitucional de la autonomía municipal.

Para ello este Tribunal ha concretizado dicha garantía a partir de los principios de razonabilidad y

subsidiariedad en el reparto constitucional de competencias. Con base en esta interpretación

constitucional se ha determinado que la Asamblea Legislativa no expresó los fundamentos

técnicos ni jurídicos para evidenciar la razonabilidad de la intromisión legislativa que impone a

los municipios la obligación de cerrar y la prohibición de autorizar, establecimientos dedicados

a la explotación comercial de los juegos de azar, a pesar de que tal información le fue requerida

expresamente.

Esta determinación no debe entenderse en perjuicio del art. 131 ord. 5° Cn., pues como

efectivamente se ha mencionado y debe reiterarse: en primer lugar, autonomía municipal no

implica soberanía sino que, más bien, la organización territorial dotada de autonomía es parte de

un todo; en ningún caso el principio de autonomía puede oponerse al de unidad del Estado,

porque es precisamente dentro de éste donde alcanza su verdadero sentido, como expresa el art.

203 inc. 2° Cn.; el ámbito de decisión de los entes locales tiene límites; y los Municipios tienen

un poder normativo condicionado por la Constitución y por la ley. En segundo lugar, la Asamblea

Legislativa puede ejercer su marco de atribuciones en la definición legal de competencias

municipales, siempre que respete los parámetros que al efecto le establece la Constitución, con

relación a la autonomía municipal; en esta sentencia únicamente se ha determinado la falta de

justificación de la normativa impugnada, sin afectar o sustraer a la Asamblea Legislativa su

competencia constitucional en la configuración de la legislación secundaria, incluso sobre la

materia aludida en este proceso, con la justificación exigida por la garantía constitucional de la

autonomía municipal.

Por tanto:

Con base en las razones expuestas, disposiciones constitucionales citadas y artículos 9, 10 y 11 de

la Ley de Procedimientos Constitucionales, en nombre de la República de El Salvador, esta Sala

Falla:

1. Sobreséese en el presente proceso respecto de la demanda presentada por el ciudadano Rony

Huezo Serrano, en cuanto a la inconstitucionalidad del artículo 2 del Decreto Legislativo n° 930,

de 18-VII-2002, publicado en el Diario Oficial n° 142, de 31-VII-2002, por la supuesta violación

a los artículos 2 y 37 de la Constitución, debido a que el objeto de control en este proceso es el

contenido normativo de las disposiciones y no su hipotético impacto social.

2. Sobreséese en el presente proceso respecto de la demanda presentada por el ciudadano Rony

Huezo Serrano, en cuanto a la inconstitucionalidad del artículo 2 del Decreto Legislativo n° 930,

de 18-VII-2002, publicado en el Diario Oficial n° 142, de 31-VII-2002, por la supuesta violación

al artículo 7 de la Constitución, en vista de que las argumentaciones del demandante carecen de

contenido constitucional y, en consecuencia, son ajenas al objeto de conocimiento en este

proceso.

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3. Sobreséese en el presente proceso respecto de la demanda presentada por el ciudadano Rony

Huezo Serrano, en cuanto a la inconstitucionalidad del artículo 2 del Decreto Legislativo n° 930,

de 18-VII-2002, publicado en el Diario Oficial n° 142, de 31-VII-2002, por la supuesta violación

al artículo 22 de la Constitución, porque no se ha planteado una confrontación normativa entre la

disposición impugnada y el artículo constitucional antes citado.

4. Sobreséese en el presente proceso respecto de la demanda presentada por el ciudadano Rony

Huezo Serrano, en cuanto a la inconstitucionalidad del artículo 1 del Decreto Legislativo n° 930,

de 18-VII-2002, publicado en el Diario Oficial n° 142, de 31-VII-2002, por la supuesta violación

al artículo 101 de la Constitución, pues el sistema de libre mercado y desarrollo económico y

social del país no son parámetro de control en el proceso de inconstitucionalidad.

5. Sobreséese en el presente proceso respecto de la demanda presentada por el ciudadano Rony

Huezo Serrano, en cuanto a la inconstitucionalidad del artículo 1 del Decreto Legislativo n° 930,

de 18-VII-2002, publicado en el Diario Oficial n° 142, de 31-VII-2002, por la supuesta violación

a los artículos 3 y 102 de la Constitución, pues la fundamentación de tal motivo no recae en

ningún término de comparación sobre el cual verificar el trato desigual.

6. Sobreséese en el presente proceso respecto de la demanda presentada por los ciudadanos

Hernández Méndez, Méndez Flores y Santos Castaneda, en cuanto a la inconstitucionalidad de

los Decretos Legislativos n° 929/2002 y 930/2002, por la supuesta violación al artículo 15 de la

Constitución, ya que existe incongruencia entre el contenido del parámetro de control y la

pretendida confrontación con el objeto de control.

7. Declárase que en los Decretos Legislativos n° 929/2002 y n° 930/2002, ambos publicados en

el Diario Oficial n° 142, de 31-VII-2002, no existe la inconstitucionalidad alegada, en cuanto a la

supuesta violación a los artículos 8 y 131 ordinal 5° de la Constitución, pues no existe antinomia

entre el artículo 64 de la Ley de Policía y el artículo 4 ordinal 4° del Código Municipal.

8. Declárase que en el Decreto Legislativo n° 929/2002, publicado en el Diario Oficial n° 142, de

31-VII-2002, no existe la inconstitucionalidad alegada, en cuanto a la supuesta violación al

artículo 203 de la Constitución, pues dicho decreto se limita a explicitar el alcance de la

prohibición contenida en el Art. 64 L. P., sin que esto suponga necesariamente una afectación de

las competencias municipales.

9. Declárase, de un modo general y obligatorio, que el Decreto Legislativo nº 930/2002,

publicado en el Diario Oficial n° 142, de 31-VII-2002, es inconstitucional por contradecir al

artículo 203 de la Constitución, en tanto que contiene una intromisión legislativa no justificada

en la autonomía municipal.

10. Declárase, de un modo general y obligatorio, que la parte final del ordinal 24° del artículo 4

del Decreto Legislativo n° 274, de 31-I-1986, publicado en el Diario Oficial n° 23, de 5-II-1986,

que contiene el Código Municipal, reformado por Decreto Legislativo nº 730, de 14-X-1999,

publicado en el Diario Oficial nº 210,de 11-XI-1999, en conexidad con el resto de disposiciones,

es inconstitucional al contravenir al artículo 203 de la Constitución, en tanto que contiene una

intromisión legislativa no justificada en la autonomía municipal.

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11. Declárase, de un modo general y obligatorio, que la interpretación auténtica del artículo 4

ordinal 24° del Código Municipal, realizada por medio de Decreto Legislativo nº 27, de 19-VI-

2000, publicado en el Diario Oficial nº 124, de 4-VII-2000, en conexidad con el resto de

disposiciones, es inconstitucional al contravenir al artículo 203 de la Constitución, en tanto que

contiene una intromisión legislativa no justificada en la autonomía municipal.

12. Notifíquese la presente decisión a todos los intervinientes.

13. Publíquese esta sentencia en el Diario Oficial dentro de los quince días siguientes a esta

fecha, debiendo remitirse copia de la misma al Director de dicho órgano oficial.--------------A. G.

CALDERON------------J. N. CASTANEDA S.----------J. ENRIQUE ACOSTA--------------M.

CLARÁ------------PRONUNCIADO POR LOS SEÑORES MAGISTRADOS QUE LO

SUSCRIBEN---S RIVAS DE AVENDAÑO---RUBRICADAS.-

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IV. LEGISLACIÓN

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C87

Convenio sobre la libertad sindical y la protección del derecho de sindicación, 1948

La Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo:

Convocada en San Francisco por el Consejo de Administración de la Oficina Internacional del Trabajo, y congregada en dicha ciudad el 17 junio 1948 en su trigésima primera reunión;

Después de haber decidido adoptar, en forma de convenio, diversas proposiciones relativas a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación, cuestión que constituye el séptimo punto del orden del día de la reunión;

Considerando que el preámbulo de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo enuncia, entre los medios susceptibles de mejorar las condiciones de trabajo y de garantizar la paz, "la afirmación del principio de la libertad de asociación sindical";

Considerando que la Declaración de Filadelfia proclamó nuevamente que "la libertad de expresión y de asociación es esencial para el progreso constante" ;

Considerando que la Conferencia Internacional del Trabajo, en su trigésima reunión, adoptó por unanimidad los principios que deben servir de base a la reglamentación internacional, y

Considerando que la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su segundo período de sesiones, hizo suyos estos principios y solicitó de la Organización Internacional del Trabajo la continuación de todos sus esfuerzos a fin de hacer posible la adopción de uno o varios convenios internacionales,

adopta, con fecha nueve de julio de mil novecientos cuarenta y ocho, el siguiente Convenio, que podrá ser citado como el Convenio sobre la libertad sindical y la protección del derecho de sindicación, 1948:

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Parte I. Libertad Sindical

Artículo 1

Todo Miembro de la Organización Internacional del Trabajo para el cual esté en vigor el presente Convenio se obliga a poner en práctica las disposiciones siguientes.

Artículo 2

Los trabajadores y los empleadores, sin ninguna distinción y sin autorización previa, tienen el derecho de constituir las organizaciones que estimen convenientes, así como el de afiliarse a estas organizaciones, con la sola condición de observar los estatutos de las mismas.

Artículo 3

1. Las organizaciones de trabajadores y de empleadores tienen el derecho de redactar sus estatutos y reglamentos administrativos, el de elegir libremente sus representantes, el de organizar su administración y sus actividades y el de formular su programa de acción.

2. Las autoridades públicas deberán abstenerse de toda intervención que tienda a limitar este derecho o a entorpecer su ejercicio legal.

Artículo 4

Las organizaciones de trabajadores y de empleadores no están sujetas a disolución o suspensión por vía administrativa.

Artículo 5

Las organizaciones de trabajadores y de empleadores tienen el derecho de constituir federaciones y confederaciones, así como el de afiliarse a las mismas, y toda organización, federación o confederación tiene el derecho de afiliarse a organizaciones internacionales de trabajadores y de empleadores.

Artículo 6

Las disposiciones de los artículos 2, 3 y 4 de este Convenio se aplican a las federaciones y confederaciones de organizaciones de trabajadores y de empleadores.

Artículo 7

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La adquisición de la personalidad jurídica por las organizaciones de trabajadores y de empleadores, sus federaciones y confederaciones no puede estar sujeta a condiciones cuya naturaleza limite la aplicación de las disposiciones de los artículos 2, 3 y 4 de este Convenio

Artículo 8

1. Al ejercer los derechos que se les reconocen en el presente Convenio, los trabajadores, los empleadores y sus organizaciones respectivas están obligados, lo mismo que las demás personas o las colectividades organizadas, a respetar la legalidad.

2. La legislación nacional no menoscabará ni será aplicada de suerte que menoscabe las garantías previstas por el presente Convenio.

Artículo 9

1. La legislación nacional deberá determinar hasta qué punto se aplicarán a las fuerzas armadas y a la policía las garantías previstas por el presente Convenio.

2. De conformidad con los principios establecidos en el párrafo 8 del artículo 19 de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, no deberá considerarse que la ratificación de este Convenio por un Miembro menoscaba en modo alguno las leyes, sentencias, costumbres o acuerdos ya existentes que concedan a los miembros de las fuerzas armadas y de la policía garantías prescritas por el presente Convenio.

Artículo 10

En el presente Convenio, el término organización significa toda organización de trabajadores o de empleadores que tenga por objeto fomentar y defender los intereses de los trabajadores o de los empleadores.

Parte II. Protección del Derecho de Sindicación

Artículo 11

Todo Miembro de la Organización Internacional del Trabajo para el cual esté en vigor el presente Convenio se obliga a adoptar todas las medidas necesarias y apropiadas para garantizar a los trabajadores y a los empleadores el libre ejercicio del derecho de sindicación.

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Parte III. Disposiciones Diversas

Artículo 12

1. Respecto de los territorios mencionados en el artículo 35 de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, enmendada por el Instrumento de enmienda a la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, 1946, excepción hecha de los territorios a que se refieren los párrafos 4 y 5 de dicho artículo, tal como quedó enmendado, todo Miembro de la Organización que ratifique el presente Convenio deberá comunicar al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, en el plazo más breve posible después de su ratificación, una declaración en la que manifieste:

a) los territorios respecto de los cuales se obliga a que las disposiciones del Convenio sean aplicadas sin modificaciones;

b) los territorios respecto de los cuales se obliga a que las disposiciones del Convenio sean aplicadas con modificaciones, junto con los detalles de dichas modificaciones;

c) los territorios respecto de los cuales es inaplicable el Convenio y los motivos por los que es inaplicable;

d) los territorios respecto de los cuales reserva su decisión.

2. Las obligaciones a que se refieren los apartados a) y b) del párrafo 1 de este artículo se considerarán parte integrante de la ratificación y producirán sus mismos efectos.

3. Todo Miembro podrá renunciar, total o parcialmente, por medio de una nueva declaración, a cualquier reserva formulada en su primera declaración en virtud de los apartados b), c) o d) del párrafo 1 de este artículo.

4. Durante los períodos en que este Convenio pueda ser denunciado, de conformidad con las disposiciones del artículo 16, todo Miembro podrá comunicar al Director General una declaración por la que modifique, en cualquier otro aspecto, los términos de cualquier declaración anterior y en la que indique la situación en territorios determinados.

Artículo 13

1. Cuando las cuestiones tratadas en el presente Convenio sean de la competencia de las autoridades de un territorio no metropolitano, el Miembro responsable de las relaciones internacionales de ese territorio, de acuerdo con el gobierno del territorio, podrá comunicar al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo una declaración por la que acepte, en nombre del territorio, las obligaciones del presente Convenio.

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2. Podrán comunicar al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo una declaración por la que se acepten las obligaciones de este Convenio:

a) dos o más Miembros de la Organización, respecto de cualquier territorio que esté bajo su autoridad común; o

b) toda autoridad internacional responsable de la administración de cualquier territorio, en virtud de las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas o de cualquier otra disposición en vigor, respecto de dicho territorio.

3. Las declaraciones comunicadas al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, de conformidad con los párrafos precedentes de este artículo, deberán indicar si las disposiciones del Convenio serán aplicadas en el territorio interesado con modificaciones o sin ellas; cuando la declaración indique que las disposiciones del Convenio serán aplicadas con modificaciones, deberá especificar en qué consisten dichas modificaciones.

4. El Miembro, los Miembros o la autoridad internacional interesados podrán renunciar, total o parcialmente, por medio de una declaración ulterior, al derecho a invocar una modificación indicada en cualquier otra declaración anterior.

5. Durante los períodos en que este Convenio pueda ser denunciado de conformidad con las disposiciones del artículo 16, el Miembro, los Miembros o la autoridad internacional interesados podrán comunicar al Director General una declaración por la que modifiquen, en cualquier otro respecto, los términos de cualquier declaración anterior y en la que indiquen la situación en lo que se refiere a la aplicación del Convenio.

Parte IV. Disposiciones Finales

Artículo 14

Las ratificaciones formales del presente Convenio serán comunicadas, para su registro, al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo.

Artículo 15

1. Este Convenio obligará únicamente a aquellos Miembros de la Organización Internacional del Trabajo cuyas ratificaciones haya registrado el Director General.

2. Entrará en vigor doce meses después de la fecha en que las ratificaciones de dos Miembros hayan sido registradas por el Director General.

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3. Desde dicho momento, este Convenio entrará en vigor, para cada Miembro, doce meses después de la fecha en que haya sido registrada su ratificación.

Artículo 16

1. Todo Miembro que haya ratificado este Convenio podrá denunciarlo a la expiración de un período de diez años, a partir de la fecha en que se haya puesto inicialmente en vigor, mediante un acta comunicada, para su registro, al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo. La denuncia no surtirá efecto hasta un año después de la fecha en que se haya registrado.

2. Todo Miembro que haya ratificado este Convenio y que, en el plazo de un año después de la expiración del período de diez años mencionado en el párrafo precedente, no haga uso del derecho de denuncia previsto en este artículo quedará obligado durante un nuevo período de diez años, y en lo sucesivo podrá denunciar este Convenio a la expiración de cada período de diez años en las condiciones previstas en este artículo.

Artículo 17

1. El Director General de la Oficina Internacional del Trabajo notificará a todos los Miembros de la Organización Internacional del Trabajo el registro de cuantas ratificaciones, declaraciones y denuncias le comuniquen los Miembros de la Organización.

2. Al notificar a los Miembros de la Organización el registro de la segunda ratificación que le haya sido comunicada, el Director General llamará la atención de los Miembros de la Organización sobre la fecha en que entrará en vigor el presente Convenio.

Artículo 18

El Director General de la Oficina Internacional del Trabajo comunicará al Secretario General de las Naciones Unidas, a los efectos del registro y de conformidad con el artículo 102 de la Carta de las Naciones Unidas, una información completa sobre todas las ratificaciones, declaraciones y actas de denuncia que haya registrado de acuerdo con los artículos precedentes.

Artículo 19

A la expiración de cada período de diez años, a partir de la fecha en que este Convenio entre en vigor, el Consejo de Administración de la Oficina Internacional del Trabajo deberá presentar a la Conferencia General una memoria sobre la aplicación de este Convenio, y deberá considerar la conveniencia de incluir en el orden del día de la Conferencia la cuestión de la revisión total o parcial del mismo.

Artículo 20

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1. En caso de que la Conferencia adopte un nuevo convenio que implique una revisión total o parcial del presente, y a menos que el nuevo convenio contenga disposiciones en contrario:

a) la ratificación, por un Miembro, del nuevo convenio revisor implicará, ipso jure, la denuncia inmediata de este Convenio, no obstante las disposiciones contenidas en el artículo 16, siempre que el nuevo convenio revisor haya entrado en vigor;

b) a partir de la fecha en que entre en vigor el nuevo convenio revisor, el presente Convenio cesará de estar abierto a la ratificación por los Miembros.

2. Este Convenio continuará en vigor en todo caso, en su forma y contenido actuales, para los Miembros que lo hayan ratificado y no ratifiquen el convenio revisor.

Artículo 21

Las versiones inglesa y francesa del texto de este Convenio son igualmente auténticas.

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C98

Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva, 1949

La Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo:

Convocada en Ginebra por el Consejo de Administración de la Oficina Internacional del Trabajo, y congregada en dicha ciudad el 8 junio 1949 en su trigésima segunda reunión;

Después de haber decidido adoptar diversas proposiciones relativas a la aplicación de los principios del derecho de sindicación y de negociación colectiva, cuestión que constituye el cuarto punto del orden del día de la reunión, y

Después de haber decidido que dichas proposiciones revistan la forma de un convenio internacional,

adopta, con fecha primero de julio de mil novecientos cuarenta y nueve, el siguiente Convenio, que podrá ser citado como el Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva, 1949:

Artículo 1

1. Los trabajadores deberán gozar de adecuada protección contra todo acto de discriminación tendiente a menoscabar la libertad sindical en relación con su empleo.

2. Dicha protección deberá ejercerse especialmente contra todo acto que tenga por objeto:

a) sujetar el empleo de un trabajador a la condición de que no se afilie a un sindicato o a la de dejar de ser miembro de un sindicato;

b) despedir a un trabajador o perjudicarlo en cualquier otra forma a causa de su afiliación sindical o de su participación en actividades sindicales fuera de las horas de trabajo o, con el consentimiento del empleador, durante las horas de trabajo.

Artículo 2

1. Las organizaciones de trabajadores y de empleadores deberán gozar de adecuada protección contra todo acto de injerencia de unas respecto de las otras, ya se realice directamente o por medio de sus agentes o miembros, en su constitución, funcionamiento o administración.

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2. Se consideran actos de injerencia, en el sentido del presente artículo, principalmente, las medidas que tiendan a fomentar la constitución de organizaciones de trabajadores dominadas por un empleador o una organización de empleadores, o a sostener económicamente, o en otra forma, organizaciones de trabajadores, con objeto de colocar estas organizaciones bajo el control de un empleador o de una organización de empleadores.

Artículo 3

Deberán crearse organismos adecuados a las condiciones nacionales, cuando ello sea necesario, para garantizar el respeto al derecho de sindicación definido en los artículos precedentes.

Artículo 4

Deberán adoptarse medidas adecuadas a las condiciones nacionales, cuando ello sea necesario, para estimular y fomentar entre los empleadores y las organizaciones de empleadores, por una parte, y las organizaciones de trabajadores, por otra, el pleno desarrollo y uso de procedimientos de negociación voluntaria, con objeto de reglamentar, por medio de contratos colectivos, las condiciones de empleo.

Artículo 5

1. La legislación nacional deberá determinar el alcance de las garantías previstas en el presente Convenio en lo que se refiere a su aplicación a las fuerzas armadas y a la policía.

2. De acuerdo con los principios establecidos en el párrafo 8 del artículo 19 de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, la ratificación de este Convenio por un Miembro no podrá considerarse que menoscaba en modo alguno las leyes, sentencias, costumbres o acuerdos ya existentes, que concedan a los miembros de las fuerzas armadas y de la policía las garantías prescritas en este Convenio.

Artículo 6

El presente Convenio no trata de la situación de los funcionarios públicos en la administración del Estado y no deberá interpretarse, en modo alguno, en menoscabo de sus derechos o de su estatuto.

Artículo 7

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Las ratificaciones formales del presente Convenio serán comunicadas, para su registro, al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo.

Artículo 8

1. Este Convenio obligará únicamente a aquellos Miembros de la Organización Internacional del Trabajo cuyas ratificaciones haya registrado el Director General.

2. Entrará en vigor doce meses después de la fecha en que las ratificaciones de dos Miembros hayan sido registradas por el Director General.

3. Desde dicho momento, este Convenio entrará en vigor, para cada Miembro, doce meses después de la fecha en que haya sido registrada su ratificación.

Artículo 9

1. Las declaraciones comunicadas al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, de acuerdo con el párrafo 2 del artículo 35 de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, deberán indicar:

a) los territorios respecto de los cuales el Miembro interesado se obliga a que las disposiciones del Convenio sean aplicadas sin modificaciones;

b) los territorios respecto de los cuales se obliga a que las disposiciones del Convenio sean aplicadas con modificaciones, junto con los detalles de dichas modificaciones;

c) los territorios respecto de los cuales es inaplicable el Convenio y los motivos por los cuales es inaplicable;

d) los territorios respecto de los cuales reserva su decisión en espera de un examen más detenido de su situación.

2. Las obligaciones a que se refieren los apartados a) y b) del párrafo 1 de este artículo se considerarán parte integrante de la ratificación y producirán sus mismos efectos.

3. Todo Miembro podrá renunciar, total o parcialmente, por medio de una nueva declaración, a cualquier reserva formulada en su primera declaración en virtud de los apartados b), c) o d) del párrafo 1 de este artículo.

4. Durante los períodos en que este Convenio pueda ser denunciado de conformidad con las disposiciones del artículo 11, todo Miembro podrá comunicar al Director General una declaración por la que modifique, en cualquier otro respecto, los términos de cualquier declaración anterior y en la que indique la situación en territorios determinados.

Artículo 10

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1. Las declaraciones comunicadas al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, de conformidad con los párrafos 4 y 5 del artículo 35 de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, deberán indicar si las disposiciones del Convenio serán aplicadas en el territorio interesado con modificaciones o sin ellas; cuando la declaración indique que las disposiciones del Convenio serán aplicadas con modificaciones, deberá especificar en qué consisten dichas modificaciones.

2. El Miembro, los Miembros o la autoridad internacional interesados podrán renunciar, total o parcialmente, por medio de una declaración ulterior, al derecho a invocar una modificación indicada en cualquier otra declaración anterior.

3. Durante los períodos en que este Convenio puede ser denunciado de conformidad con las disposiciones del artículo 11, el Miembro, los Miembros o la autoridad internacional interesados podrán comunicar al Director General una declaración por la que modifiquen, en cualquier otro respecto, los términos de cualquier declaración anterior y en la que indiquen la situación en lo que se refiere a la aplicación del Convenio.

Artículo 11

1. Todo Miembro que haya ratificado este Convenio podrá denunciarlo a la expiración de un período de diez años, a partir de la fecha en que se haya puesto inicialmente en vigor, mediante un acta comunicada, para su registro, al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo. La denuncia no surtirá efecto hasta un año después de la fecha en que se haya registrado.

2. Todo Miembro que haya ratificado este Convenio y que, en el plazo de un año después de la expiración del período de diez años mencionado en el párrafo precedente, no haga uso del derecho de denuncia previsto en este artículo quedará obligado durante un nuevo período de diez años, y en lo sucesivo podrá denunciar este Convenio a la expiración de cada período de diez años, en las condiciones previstas en este artículo.

Artículo 12

1. El Director General de la Oficina Internacional del Trabajo notificará a todos los Miembros de la Organización Internacional del Trabajo el registro de cuantas ratificaciones, declaraciones y denuncias le comuniquen los Miembros de la Organización.

2. Al notificar a los Miembros de la Organización el registro de la segunda ratificación que le haya sido comunicada, el Director General llamará la atención de los Miembros de la Organización sobre la fecha en que entrará en vigor el presente Convenio.

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Artículo 13

El Director General de la Oficina Internacional del Trabajo comunicará al Secretario General de las Naciones Unidas, a los efectos del registro y de conformidad con el artículo 102 de la Carta de las Naciones Unidas, una información completa sobre todas las ratificaciones, declaraciones y actas de denuncia que haya registrado de acuerdo con los artículos precedentes.

Artículo 14

Cada vez que lo estime necesario, el Consejo de Administración de la Oficina Internacional del Trabajo presentará a la Conferencia General una memoria sobre la aplicación del Convenio y considerará la conveniencia de incluir en el orden del día de la Conferencia la cuestión de su revisión total o parcial.

Artículo 15

1. En caso de que la Conferencia adopte un nuevo convenio que implique una revisión total o parcial del presente, y a menos que el nuevo convenio contenga disposiciones en contrario:

a) la ratificación, por un Miembro, del nuevo convenio revisor implicará, ipso jure, la denuncia inmediata de este Convenio, no obstante las disposiciones contenidas en el artículo 11, siempre que el nuevo convenio revisor haya entrado en vigor;

b) a partir de la fecha en que entre en vigor el nuevo convenio revisor, el presente Convenio cesará de estar abierto a la ratificación por los Miembros.

2. Este Convenio continuará en vigor en todo caso, en su forma y contenido actuales, para las Miembros que lo hayan ratificado y no ratifiquen el convenio revisor.

Artículo 16

Las versiones inglesa y francesa del texto de este Convenio son igualmente auténticas.

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DECRETO No. 98

LA ASAMBLEA LEGISLATIVA DE LA REPÚBLICA DE EL SALVADOR,

CONSIDERANDO:

I. Que el Art. 228 de la Constitución de la República establece que una Ley Especial regulará las pensiones y jubilaciones cuando éstas afecten fondos públicos;

II. Que es conveniente mejorar el perfil de los mecanismos del financiamiento que el Estado tiene con los afiliados a los Sistemas de Ahorro para Pensiones y de Pensiones Públicos, para asegurar el continuo servicio de dicho financiamiento;

III. Que la regulación mercantil salvadoreña dispone que la emisión de obligaciones negociables emitidas por el Estado, Municipios y Entidades Autónomas, esté regulada por una Ley Especial;

IV. Que, en general, los Fideicomisos ofrecen esquemas legales y seguros para el cumplimiento de fines particulares, especialmente útil para administrar los flujos derivados de la colocación de títulos valores, de manera que el pago del mecanismo de financiamiento mencionado se vuelva lo más eficiente posible;

V. Que la deuda previsional que el Estado tiene con los afiliados a los Sistemas de Ahorro para Pensiones y de Pensiones Públicos debe gozar de las mayores garantías que el mismo Estado pueda proporcionar.

POR TANTO,

en uso de sus facultades constitucionales y a iniciativa de los Diputados Guillermo Antonio Gallegos Navarrete y Julio Antonio Gamero Quintanilla.

DECRETA la siguiente:

LEY DEL FIDEICOMISO DE OBLIGACIONES PREVISIONALES.

Objeto de la Ley

Art. 1.- La presente Ley tiene por objeto que el Ministerio de Hacienda, el Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos, y el Instituto Salvadoreño del Seguro Social, constituyan, por plazo indeterminado, un Fideicomiso de Obligaciones Previsionales, cuyo fiduciario será el Banco Multisectorial de Inversiones. Otras personas, naturales o jurídicas, de derecho público o privado, podrán realizar aportes al patrimonio del Fideicomiso de Obligaciones Previsionales.

Se autoriza al Ministerio de Hacienda, al Instituto Salvadoreño del Seguro Social y al Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos, para actuar como Fideicomitentes del citado Fideicomiso. Asimismo, y de conformidad a la Ley de creación del Banco Multisectorial de Inversiones, quien tiene facultades para constituir y/o administrar Fideicomisos; en consecuencia, desígnase y facúltase expresamente a dicho Banco para desempeñarse como ente Fiduciario del Fideicomiso de Obligaciones Previsionales, con el fin de administrar tal fideicomiso con las necesarias y plenas facultades de gestión. También se entenderán atribuidas al Banco Multisectorial de Inversiones las facultades que sobre esta materia establece el Código de Comercio.

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Los Fideicomisarios del Fideicomiso de Obligaciones Previsionales serán el Instituto Salvadoreño del Seguro Social y el Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos.

Definiciones

Art. 2.- Para efectos de esta Ley, se entenderá:

1. Fideicomiso, por el Fideicomiso de Obligaciones Previsionales;

2. BMI, por el Banco Multisectorial de Inversiones;

3. Superintendencia, por la Superintendencia de Pensiones;

4. ISSS, por el Instituto Salvadoreño del Seguro Social;

5. INPEP, por el Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos;

6. AFP, por Instituciones Administradoras de Fondos de Pensiones;

7. Títulos previsionales, por tipo de títulos valores que incluyen Certificados de Traspaso, Certificados de Traspaso Complementarios y Certificados de Inversión Previsionales;

8. Ley SAP, por Ley del Sistema de Ahorro para Pensiones;

9. SSF, por la Superintendencia del Sistema Financiero;

10. DGT, Dirección General de Tesorería.

Objeto del Fideicomiso

Art. 3.- El Fideicomiso tendrá por objeto atender exclusivamente las obligaciones que se generen del sistema previsional, para lo cual podrá emitir Certificados de Inversión Previsionales. Los fondos que se obtengan una vez realizada la colocación de los Certificados de Inversión Previsionales serán destinados por parte de los fideicomisarios, únicamente para los fines establecidos en el artículo 16 de esta ley.

Tampoco podrán recibir títulos previsionales de los fondos de pensiones, cuando éstos no hayan sido emitidos por el fideicomiso, a cambio de los cuales se les entregará Certificados de Inversión Previsionales, de conformidad a las normas indicadas en la presente Ley.

Constitución del Fideicomiso

Art. 4.- La constitución del fideicomiso será realizada por escritura pública que deberá inscribirse en el Registro de Comercio. De igual manera, toda modificación al Fideicomiso, para que surta efecto, deberá ser inscrita en dicho Registro.

Al otorgamiento de la Escritura de constitución del Fideicomiso comparecerán como fideicomitentes, el Ministro o Viceministro de Hacienda, en representación del Ministerio de Hacienda, el Director General del ISSS o en su defecto el Subdirector General de dicha Institución, el presidente o el Gerente General

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del INPEP y como Fiduciario el Presidente del Banco Multisectorial de Inversiones o el miembro de Junta Directiva que se designe.

En el acto de constitución del Fideicomiso se determinará la comisión por administración del fiduciario, que estará a cargo del Ministerio de Hacienda.

Aportes

Art. 5.- Formará parte del patrimonio fideicomitido:

1. Un aporte inicial que deberá hacer el Estado, al momento de constituir el Fideicomiso, que será de Veinte Millones de Dólares de los Estados Unidos de América (US$20,000,000.00), y se entenderá como el patrimonio fundacional del mismo;

2. Los demás aportes que deberá realizar el Estado al Fideicomiso, de conformidad a los recursos que se aprueben en el Presupuesto General del Estado, para cada ejercicio. Esta asignación tendrá prioridad dentro del conjunto de las asignaciones del presupuesto;

3. EI ISSS y el INPEP por medio de sus representantes, al momento de constituir el Fideicomiso, aportarán los derechos que les conceden la Ley SAP. También podrán aportar al patrimonio del Fideicomiso otras personas naturales o jurídicas, de derecho público o privado;

4. Los intereses, rendimientos o utilidades entre otros, que resulten de las operaciones del mismo;

Para efectos de la presente Ley, se entenderá que el patrimonio del BMI no responderá de ninguna manera por las obligaciones y operaciones del Fideicomiso; asimismo, las operaciones de dicho Fideicomiso ponderarán cero por ciento en el patrimonio del Banco, para efecto de cuantificar su nivel de solvencia.

Obligaciones de los Fideicomitentes

Art. 6.- Serán obligaciones de los Fideicomitentes:

1. Constituir el fideicomiso de conformidad a las disposiciones de esta Ley, al Código de Comercio y Ley SAP, que resulten aplicables;

2. Transferir los bienes y derechos fideicomitidos;

3. Proporcionar al Fiduciario los bienes y derechos necesarios para cumplir con los compromisos del mismo, haciendo las aportaciones que sean necesarias;

4. Proporcionar al Fiduciario cualquier información necesaria para la realización de los fines y objetivos del Fideicomiso.

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Obligaciones del Fiduciario

Art. 7.- Serán obligaciones del fiduciario:

1. Destinar los recursos humanos y operativos necesarios para que el fideicomiso cumpla con los objetivos encomendados, los cuales serán costeados con el producto de la remuneración acordada al efecto;

2. Abrir en el Banco Central de Reserva y/o en Bancos Comerciales, las cuentas que sean necesarias para el funcionamiento del Fideicomiso;

3. Realizar todos los actos que sean necesarios y complementarios para la consecución de los fines del Fideicomiso;

4. Previa autorización del Consejo de Administración del Fideicomiso, deberá emitir los Certificados de Inversión Previsionales a que hace referencia la presente ley;

5. Mantener cuentas y registros contables separados para el manejo de los recursos del patrimonio fideicomitido;

6. Preparar los estados financieros e informes de cualquier naturaleza que sean requeridos para el cumplimiento de los objetivos del fideicomiso;

7. Elaborar un informe operativo anual y presentarlo a los fideicomitentes dentro de los noventa días del ejercicio fiscal inmediato siguiente;

8. Contratar a una firma de Auditores Externos y/o auditores fiscales anualmente y entregar el correspondiente informe final a los fideicomitentes dentro de los noventa días del ejercicio fiscal inmediato siguiente;

9. Todas aquellas que le sean atribuidas por las normas e instrucciones de los fideicomitentes, a través del Consejo de Administración del fideicomiso, en el desempeño de las actividades encomendadas en esta Ley;

10. Todas las demás establecidas en la legislación aplicable y las que se estipulen en la escritura de constitución del fideicomiso.

Obligaciones de los Fideicomisarios

Art. 8.- Son obligaciones de los Fideicomisarios:

1. Destinar los fondos recibidos para el pago de los beneficios previsionales a que se refiere el artículo 16 de la presente ley;

2. Presentar trimestralmente al BMI, en su calidad de fiduciario, la solicitud de los fondos mencionados, de acuerdo al Plan Anual de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales;

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3. Todas las demás establecidas en la legislación aplicable y las que se estipulen en la escritura de constitución del fideicomiso, sus reglamentos, anexos y documentos complementarios, según sea el caso.

Consejo de Administración

Art. 9.- El Fideicomiso tendrá un Consejo de Administración que estará integrado por los siguientes directores y cuyo funcionamiento se determinará en la escritura de constitución:

a) El Ministro de Hacienda, que será el Presidente de dicho Consejo, y el Viceministro de Hacienda en su calidad de suplente;

b) El Director General del Instituto Salvadoreño del Seguro Social y el Subdirector del ISSS en calidad de suplente;

c) El Presidente del Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos, y su suplente que sea designado por el Presidente del INPEP;

d) El Presidente del Banco Multisectorial de Inversiones en su calidad de representante del Fiduciario, que será el Secretario del Consejo, quien tendrá voz pero no voto en las decisiones del Consejo y su suplente que designe la Junta Directiva del Banco.

Funciones y Atribuciones del Consejo de Administración

Art. 10.- Son funciones y atribuciones del Consejo de Administración:

a) Asegurar que la administración de los recursos fideicometidos es consistente con el cumplimiento de las finalidades y objetivos del fideicomiso;

b) Solicitar los reportes suficientes para darle seguimiento a las emisiones y a las inversiones del Fideicomiso;

c) Conocer sobre cualquier modificación propuesta por los fideicomitentes al presente fideicomiso;

d) Revisar y aprobar cada emisión de Certificados de Inversión Previsionales, así como las condiciones y términos de colocación;

e) Velar por el cumplimiento de las obligaciones de los fideicomitentes, fiduciario y fideicomisarios;

f) Decidir en cualquier circunstancia sobre el cambio de fiduciario y autorizar el cambio de la comisión por administración, la cual recibirá el nuevo Fiduciario; para lo cual deberá efectuarse la modificación correspondiente en el instrumento respectivo;

g) Nombrar al Auditor Externo del fideicomiso;

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h) Aprobar el plan anual de gastos de funcionamiento del fideicomiso;

i) Cualquier otro aspecto no contemplado en la presente disposición que deba ser objeto de conocimiento y autorización por parte del Consejo, ya sea que implique o no, modificación al instrumento constitutivo.

Emisión de Certificados de Inversión Previsionales

Art. 11.- El BMI, en su calidad de Fiduciario, podrá emitir Certificados de Inversión Previsionales que servirán para financiar el pago de beneficios previsionales a que se refiere el artículo 16 de la presente Ley.

Para realizar las emisiones de Certificados de Inversión Previsionales, dada su naturaleza de obligaciones negociables, no será necesario que la Superintendencia del Sistema Financiero, ni cualquier otra entidad realicen valúos del patrimonio del mismo.

Posteriormente a la realización de cada emisión, el BMI como Fiduciario comunicará las características de la misma al Ministerio de Hacienda y a la Superintendencia de Pensiones.

Características de los Certificados de Inversión Previsionales

Art. 12.- Los Certificados de Inversión Previsionales son títulos valores que tendrán las siguientes características:

a) Al Portador, en serie y con plazo de 25 años contados a partir de la fecha de emisión;

b) Expresados en dólares de los Estados Unidos de América;

c) Devengarán una tasa de interés ajustable semestralmente. Esta tasa de interés será equivalente a la London Interbank Offered Rate de ciento ochenta días (LIBOR 180 días), reportada por la British Bankers Association al cierre de la semana anterior a la emisión. A esta tasa se le deberá sumar una sobretasa de 0.75%, la que será fija durante el plazo al cual fue emitido el valor. El ajuste semestral se hará con base en la LlBOR indicada anteriormente, reportada la semana anterior al vencimiento del semestre respectivo;

d) Los intereses se pagarán semestralmente y, se incorporará al pago cuando corresponda una amortización anual creciente de capital que iniciará con el 1% del capital el primer año, la cual crecerá 10.11 % anual respecto del porcentaje del año anterior, hasta extinguirse la obligación, de conformidad a lo siguiente:

Año Porcentaje

1 1%

2 1.10%

3 1.21%

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4 1.33%

5 1.47%

6 1.62%

7 1.78%

8 1.96%

9 2.16%

10 2.38%

11 2.62%

12 2.88%

13 3.17%

14 3.49%

15 3.85%

16 4.24%

17 4.66%

18 5.14%

19 5.66%

20 6.23%

21 6.86%

22 7.55%

23 8.31%

24 9.15%

25 10.18%

e) Transferibles por simple entrega del título valor;

f) Representan la participación individual de sus tenedores en un crédito colectivo a cargo del Fideicomiso.

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La emisión de los Certificados de Inversión Previsionales será en los meses de enero, abril, julio y octubre de cada año, y la fecha de emisión se establecerá dentro de los primeros 20 días calendario de cada uno de esos meses.

Los Certificados de Inversión Previsionales podrán representarse por medio de un macrotítulo representativo de la totalidad o una parte de la emisión de dichos certificados.

Cuando así lo soliciten los Tenedores de Certificados de Inversión Previsionales o cuando lo considere conveniente el fiduciario, este último deberá convocar a los representantes de los Tenedores de los Certificados de Inversión Previsionales, a fin de que éstos conformen una Junta de Tenedores, la cual ejercerá las acciones y derechos que al conjunto de tenedores le correspondan.

Los tenedores de los Certificados de Inversión Previsionales, reunidos en junta general, convocada por el Fiduciario en el caso previsto en el inciso anterior, designarán un representante común propietario y un suplente, designándole en ese mismo acto sus atribuciones, quienes ejercerán su cargo durante el tiempo que la junta general señale al nombrarlo. Cada Certificado de Inversión Previsional confiere un voto.

Para la convocatoria, quórum y toma de decisiones de la junta general de tenedores se estará a lo dispuesto en las normas establecidas para las juntas generales extraordinarias de accionistas.

Monto de las Emisiones

Art. 13.- Cada emisión de Certificados de Inversión Previsionales será aprobada por el Consejo de Administración del Fideicomiso, de acuerdo a los Planes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales y deberá estar enmarcada dentro del Programa Anual de Emisiones.

Cada Programa Anual de Emisiones deberá ser autorizado por el Consejo de Administración del Fideicomiso, el que deberá consolidar las necesidades expresadas en los Planes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales que hayan sido aprobadas por el Consejo Directivo del ISSS y la Junta Directiva del INPEP dentro de sus respectivos presupuestos.

Para asegurarse que en dichos Planes se contemplen las necesidades de pago de los beneficios indicados en el artículo 16 de la presente Ley, la Superintendencia consolidará las proyecciones de beneficios realizadas por las AFP para entregárselas a cada uno de los organismos de dirección del ISSS y del INPEP. Una vez aprobados los Planes a que se refiere este inciso, deberán ser remitidos a la Superintendencia para revisar su razonabilidad. Corresponderá a la Superintendencia comunicarlos al Consejo de Administración del Fideicomiso, al BMI en su calidad de Fiduciario y a las AFP, cuando hayan sido revisados por aquélla.

Cada Programa Anual de Emisiones deberá ser notificado a las AFP, para los efectos de la Ley del Sistema de Ahorro para Pensiones.

Los Programas y Planes anuales podrán ser modificados, previa revisión de la Superintendencia, la que los comunicará.

Las emisiones de Certificados de Inversión Previsionales a que se refiere este artículo no podrán exceder el Programa Anual de Emisiones, el cual a su vez no podrá ser superior a la suma de las necesidades contenidas en los Planes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales.

Art. 14.- El BMI como Fiduciario también emitirá Certificados de Inversión Previsionales, hasta por el monto de los títulos previsionales que reciba de los fondos de pensiones, de conformidad a lo establecido

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en el inciso segundo del artículo 3 de esta Ley. Estos otros títulos serán transferidos directamente al Fideicomiso, al monto valorizado a la fecha de su transferencia.

Las AFP quedan autorizadas por ministerio de Ley para endosar a favor del Fideicomiso los títulos previsionales a que se refiere el inciso anterior. Este endoso podrá hacerse, aún cuando el afiliado a favor de quien se haya emitido no lo haya endosado.

Los Certificados de Inversión Previsionales que se emitan a cambio de los títulos previsionales a que se refine el primer inciso, tendrán las mismas características indicadas en el artículo 12 de la presente Ley, con excepción del literal c del mismo artículo 12, ya que el devengo de intereses se realizará así:

Una tasa de interés equivalente al promedio ponderado que pagan los Certificados de Traspaso y Certificados de Traspaso Complementario objeto del cambio regulado en el presente artículo más una sobretasa, de conformidad a lo siguiente:

Año Sobretasa

Primer año 0%

Segundo año 1%

Tercer año 2%

Del cuarto año en adelante, devengarán una tasa de interés ajustable semestralmente. Esta tasa de interés será equivalente a la London Interbank Offered Rate de ciento ochenta días (LIBOR 180 días) reportada por la British Bankers Association al cierre de la semana anterior a la fecha del reajuste. A esta tasa se le deberá sumar una sobretasa de 0.75%, la que será fija durante el resto del plazo.

La tasa de interés de los Certificados de Inversión Previsional que se establezca no podrá ser superior a la LIBOR a 180 días a la fecha del reajuste más la sobretasa de 0.75% antes indicada.

El Fideicomiso tendrá un plazo no mayor a 5 días hábiles, contados a partir del día en que hayan recibido los títulos previsionales de los fondos de pensiones, para emitir los Certificados de Inversión Previsionales, con valor nominal igual al monto valorizado de los títulos previsionales a la fecha de su transferencia al Fideicomiso. Esta transferencia deberá realizarse directamente a los Fondos de Pensiones. Este plazo se deberá contar desde el día en que sean recibidos los títulos previsionales a que se refiere el primer inciso del presente artículo.

Mientras no se haya realizado la entrega de los Certificados de Inversión Previsionales, los Fondos de Pensiones crearán una cuenta por cobrar a cargo del Fideicomiso. La Superintendencia regulará la forma de ejecutar lo indicado en el presente artículo.

La emisión de los Certificados de Inversión Previsionales a que se refiere el presente artículo, por la naturaleza de los mismos, no se incluirá dentro de los Planes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales, ni en el Programa Anual de Emisiones del Fideicomiso.

Oferta Pública

Art. 15.- Tanto los Cerificados de Inversión Previsionales, como el BMI en su calidad de Fiduciario, tendrán el mismo tratamiento que tienen el Estado y el Banco Central de Reserva de El Salvador y sus valores, en la Ley del Mercado de Valores.

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El Banco Central de Reserva de El Salvador pondrá a disposición del BMI sus sistemas de colocación y liquidación de valores, de manera que los Certificados de Inversión Previsionales puedan ser colocados utilizando los sistemas del Banco Central de Reserva.

No será necesario emitir prospecto para cada emisión. Sin embargo, previo a la colocación de cada emisión, el BMI pondrá a disposición de los inversionistas potenciales el acuerdo del Consejo de Administración del Fideicomiso, el que contendrá todas las características de la emisión.

Lo indicado en el inciso anterior, podrá cumplirse por medios electrónicos o físicos, a conveniencia del BMI.

Las Administradoras de Fondos de Pensiones podrán adquirir con los recursos de los fondos de pensiones los Certificados de Inversión Previsionales en la misma forma que invierten o compran los títulos valores emitidos por la DGT y Banco Central de Reserva de El Salvador.

Destino de los Fondos

Art. 16.- Realizada la colocación de los Certificados de Inversiones Previsionales, el BMI en su calidad de fiduciario, entregará los fondos captados a los fideicomisarios de conformidad a los Planes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales.

Los fideicomisarios deberán destinar los fondos recibidos del fiduciario, para el pago de los beneficios a que se refieren los artículos 184, 186, 187, del 196 al 211, y el 215 de la Ley SAP; así como para los beneficios contemplados para los afiliados que se pensionen por vejez que optaron por el Sistema de Ahorro para Pensiones.

Los Certificados de Inversión Previsionales a que se refiere el artículo 14 de esta Ley, serán transferidos, por el BMI en su calidad de fiduciario, a los Fondos de Pensiones. Asimismo, no generarán entrega de dinero de parte de los Fondos de Pensiones al Fideicomiso.

Adquisición por los Fondos de Pensiones

Art. 17.- Las AFP adquirirán, como inversión de los Fondos de Pensiones, los Certificados de Inversión Previsionales en las condiciones que indique la Ley del Sistema de Ahorro para Pensiones.

Los Certificados de Inversión Previsionales no requerirán de ninguna clasificación de riesgo para que sean objeto de inversión de los recursos que constituyen los Fondos de Pensiones, ni para que éstos los negocien.

En el caso de los Certificados de Inversión Previsionales a que se refiere el artículo 14 de esta Ley, a pesar de lo indicado en el inciso primero del presente artículo, no generarán entrega de dinero de parte de los Fondos de Pensiones al Fideicomiso.

Art. 18.- Los fideicomisarios deberán liquidar trimestralmente los recursos recibidos del fiduciario contra la ejecución de los Planes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales. Las emisiones de Certificados de Inversión Previsionales que se hagan el subsiguiente trimestre deberán ajustarse contra la liquidación antes referida.

Auditores Externos

Art. 19.- El Fideicomiso estará sujeto a la auditoría externa que deberá practicarse cada año, la cual tendrá que realizarla una firma de auditores independientes y concluirse dentro de los noventa días siguientes a la finalización del ejercicio a auditarse. Dichas auditorías deberán, en adición al alcance

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normal de las mismas, revisar especialmente que las emisiones realizadas hayan cubierto los Planes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales.

La auditoría contemplada en el inciso anterior será contratada por el Fiduciario con cargo al Fideicomiso.

Los Auditores Externos del ISSS y del INPEP, al revisar los estados financieros de los respectivos Institutos, deberán verificar que los Fondos que dichas Instituciones hayan recibido producto de las colocaciones de los Certificados de Inversión Previsionales, hayan sido utilizados exclusivamente para el cumplimiento del destino de los fondos establecidos en el artículo 16 de la presente Ley.

Los auditores externos deberán notificar, en caso de advertir discrepancias durante sus revisiones, al Consejo de Administración y a la Superintendencia, sin perjuicio de las acciones administrativas que le correspondan.

Tratamiento fiscal aplicable al fideicomiso

Art. 20.- Por su naturaleza, declárase al Fideicomiso exento del pago de todo tipo de impuestos y gravámenes fiscales, inclusive el Impuesto a la Transferencia de Bienes Muebles y a la Prestación de Servicios, así como de su obligación de presentar las respectivas declaraciones tributarías.

Transitorios

Art. 21.- La Escritura de Constitución del Fideicomiso deberá otorgarse dentro de los quince días siguientes a la vigencia de este Decreto, la cual deberá elaborar el BMI.

La inscripción de la citada escritura, así como de las modificaciones que se hagan al mismo, no causarán derechos para su inscripción en el Registro de Comercio.

Art. 22.- Las Administradoras de Fondos de Pensiones, ISSS e INPEP, deberán remitir a la Superintendencia de Pensiones, en un plazo de 5 días hábiles a partir de la vigencia de la presente Ley, la información correspondiente a los Plantes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales, para el 2006.

La Superintendencia de Pensiones deberá remitir al Fiduciario los Planes Anuales de Cumplimiento de Obligaciones Previsionales, en forma integrada y luego de haber sido evaluada la razonabilidad, para lo cual tendrá un máximo de 5 días hábiles, posterior a la recepción señalada en el inciso anterior.

Para que el BMI, en su calidad de fiduciario del Fideicomiso, pueda emitir Certificados de Inversión Previsionales durante el año 2006, remitirá su programa Anual de Emisiones a la Superintendencia de Pensiones.

Reglamento

Art. 23.- Para la transferencia de recursos, desde el ISSS e INPEP hacia las AFP, para el pago de pensiones de afiliados que optaron por el SAP y se pensionen por vejez, el Órgano Ejecutivo elaborará un reglamento en un plazo de 90 días, contados a partir de la vigencia de esta Ley.

Especialidad de la Ley

Art. 24.- La presente Ley, por su carácter especial, prevalecerá sobre cualesquiera otras que la contradigan.

Vigencia

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Art. 25.- El presente Decreto entrará en vigencia ocho días después de su publicación en el Diario Oficial.

DADO EN EL SALÓN AZUL DEL PALACIO LEGISLATIVO: San Salvador, a los siete días del mes de septiembre del año dos mil seis.

RUBÉN ORELLANA PRESIDENTE

ROLANDO ALVARENGA ARGUETA

VICEPRESIDENTE

FRANCISCO ROBERTO LORENZANA DURÁN VICEPRESIDENTE

JOSÉ RAFAEL MACHUCA ZELAYA

VICEPRESIDENTE

RODOLFO ANTONIO PARKER SOTO VICEPRESIDENTE

ENRIQUE ALBERTO LUIS VALDÉS SOTO

SECRETARIO

MANUELORLANDO QUINTEROS AGUILAR SECRETARIO

JOSE ANTONIO ALMENDÁRIZ RIVAS

SECRETARIO

NORMAN NOEL QUIJANO GONZÁLEZ SECRETARIO

ZOILA BEATRIZ QUIJADA SOLÍS

SECRETARIA

CASA PRESIDENCIAL: San Salvador, a los catorce días del mes de septiembre del año dos mil seis.

PUBLIQUESE,

ELÍAS ANTONIO SACA GONZÁLEZ, Presidente de la República.

CARMEN REGINA DE ARÉVALO,

Viceministra de Hacienda, Encargada del Despacho.

JOSÉ ROBERTO ESPINAL ESCOBAR, Ministro de Trabajo y Previsión Social.

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DECRETO No. 343

LA ASAMBLEA LEGISLATIVA DE LA REPÚBLICA DE EL SALVADOR,

CONSIDERANDO:

I. Que el artículo 2 de la Constitución de la República consagra el derecho a la seguridad como un derecho fundamental cuya protección, conservación y defensa es obligación del Estado.

II. Que el artículo 53 de la Constitución de la República establece que es obligación y finalidad primordial del Estado, el fomento de la educación, lo cual a su vez es un derecho fundamental del ser humano.

III. Que el Estado, para cumplir con sus obligaciones, debe crear o utilizar los mecanismos de financiamiento necesarios y a su alcance, para hacer efectiva la protección de los derechos consagrados en los considerandos anteriores.

IV. Que los fideicomisos ofrecen esquemas legales y seguros para generar y administrar recursos complementarios, los cuales pueden ser obtenidos a través de la emisión de certificados fiduciarios, donaciones, aportes, entre otros, a fin de que éstos contribuyan a que las instituciones y entes estatales encargados de velar por la seguridad y educación, cumplan con su mandato.

V. Que con base en el artículo 225 de la Constitución es facultad del Estado, para la consecución de sus fines, la constitución e incremento de patrimonios especiales destinados a instituciones públicas.

POR TANTO:

en uso de sus facultades constitucionales y a iniciativa del Presidente de la República, por medio del Ministro de Hacienda,

DECRETA la siguiente:

LEY DEL FIDEICOMISO PARA INVERSIÓN EN EDUCACIÓN, PAZ SOCIAL Y SEGURIDAD

CIUDADANA.

Objeto de la Ley

Art. 1. De conformidad a la presente Ley, el Ministerio de Hacienda constituirá, por plazo indeterminado, un Fideicomiso, que tendrá por objeto la administración de los aportes, donaciones o transferencias, así como la emisión de Certificados Fiduciarios de Educación, Paz Social y Seguridad Ciudadana, en adelante "los Certificados".

Los fondos del Fideicomiso, incluyendo los captados a través de los Certificados, deberán destinarse a las actividades que el Ministerio de Seguridad Pública y Justicia, la Fiscalía General de la República, la Policía Nacional Civil y la Procuraduría General de la República, en adelante denominadas "Instituciones Fideicomisarias" desarrollan para la prevención, combate a las distintas formas de delincuencia, incluidas

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el narcotráfico y la criminalidad organizada trasnacional y en materia de reclusión, readaptación y rehabilitación de privados de libertad; así como a las actividades que desarrolle el Ministerio de Educación, también Institución Fideicomisaria, todo de acuerdo a los programas propuestos por las Instituciones Fideicomisarias.

En lo sucesivo, el Fideicomiso para Inversión en Educación, Paz Social y Seguridad Ciudadana se denominará "el Fideicomiso".

Se autoriza al Ministerio de Hacienda para actuar como Fideicomitente del referido Fideicomiso. Asimismo, y de conformidad a la Ley de Creación del Banco Multisectorial de Inversiones, el cual tiene facultades, para constituir y/o administrar Fideicomisos, se designa expresamente a dicho Banco, en adelante denominado "BMI", para desempeñarse como ente Fiduciario del Fideicomiso, con las necesarias y plenas facultades de gestión. También se entenderán atribuidas al BMI las facultades que sobre esta materia establece el Código de Comercio, inclusive tendrá la facultad para poder enajenar inmuebles que puedan estar dentro del patrimonio del Fideicomiso, previa autorización del Consejo de Administración del mismo.

Los Fideicomisarios del Fideicomiso serán el Ministerio de Seguridad Pública y Justicia, la Fiscalía General de la República, la Policía Nacional Civil, el Ministerio de Educación y la Procuraduría General de la República.

En caso de existir un remanente después de haberse pagado la totalidad de los certificados fiduciarios emitidos, y haberse cubierto los gastos correspondientes, dicho remanente deberá ser transferido al fideicomitente.

Constitución del Fideicomiso

Art. 2. La constitución del fideicomiso será realizada por escritura pública que deberá inscribirse en el Registro de Comercio, la cual no causará ningún arancel, tasa o derecho de Registro para su inscripción.

Al otorgamiento de la Escritura de constitución del Fideicomiso comparecerá como fideicomitente, el Ministro de Hacienda, o el funcionario que designe, en representación del Ministerio de Hacienda, y como Fiduciario, el Presidente del BMI o el funcionario que designe.

En el acto de constitución del Fideicomiso se determinará la comisión por administración, del fiduciario, que estará a cargo del Ministerio de Hacienda, la cual podrá cargarse en el patrimonio del fideicomiso.

Patrimonio del Fideicomiso.

Art. 3. Formará parte del patrimonio fideicomitido:

1. Una asignación inicial del Fideicomitente, al momento de constituir el Fideicomiso, que será de diez millones de dólares de los Estados Unidos de América y se entenderá como el patrimonio inicial del mismo.

2. Las asignaciones que realice el Ministerio de Hacienda al Fideicomiso, de conformidad a los recursos que se aprueben en el Presupuesto General del Estado, a fin de incrementar el patrimonio del mismo en la medida necesaria para cumplir sus fines y obligaciones públicas.

3. Asignaciones extraordinarias que por cualquier concepto le otorgue el Estado.

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4. Herencias, legados y donaciones realizada por personas u organismos nacionales o extranjeros destinados a la consecución de los objetivos del citado fideicomiso.

5. Los bienes muebles, inmuebles y valores adquiridos a cualquier título al inicio de sus funciones o durante su operación.

6. Los intereses, rendimientos o utilidades entre otros, que resulten de las operaciones del mismo.

7. Cualquier otra asignación que se realice al patrimonio del Fideicomiso.

Para efectos de la presente Ley, se entenderá que el patrimonio propio de la Institución Fiduciaria no responderá de ninguna manera por las obligaciones y operaciones del Fideicomiso; asimismo, las operaciones de dicho Fideicomiso ponderarán cero por ciento en el patrimonio del Fiduciario, para efecto de cuantificar su nivel de solvencia.

Obligaciones del Fideicomitente.

Art. 4. Serán obligaciones del Fideicomitente:

1. Constituir el fideicomiso de conformidad a las disposiciones de esta Ley, al Código de Comercio y demás leyes que resulten aplicables.

2. Transferir los bienes y recursos fideicomitidos.

3. Proporcionar al Fiduciario los montos aprobados en el Presupuesto General del Estado, con el fin que el fiduciario los destine a los fines establecidos en el Art. 1 de la presente Ley.

4. Proporcionar al Fiduciario cualquier información necesaria para la realización de los fines y objetivos del Fideicomiso.

5. Otorgar y firmar cualquier clase de contrato o convenio con el fiduciario, otras Instituciones del Gobierno o terceros particulares, para ejecutar los programas a que se refiere el Art. 1 de la presente Ley, siempre y cuando dichos programas cuenten con la aprobación de las Instituciones Fideicomisarias.

Obligaciones del Fiduciario

Art. 5. Serán obligaciones del fiduciario:

1. Destinar los recursos humanos y operativos necesarios para que se cumplan los fines del Fideicomiso, los cuales serán costeados con el producto de la remuneración acordada al efecto.

2. Abrir en el Banco Central de Reserva de El Salvador y/o en Bancos Comerciales, las cuentas que sean necesarias para el funcionamiento del Fideicomiso.

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3. Invertir, conforme a las políticas emitidas por el Consejo de Administración del Fideicomiso, los recursos líquidos y excedentes del Fideicomiso de acuerdo a las políticas de inversión del fiduciario.

4. Realizar todos los actos jurídicos que sean necesarios y complementarios para la consecución de los fines del Fideicomiso.

5. Emitir los Certificados Fiduciarios de Educación, Paz Social y Seguridad Ciudadana a que hace referencia la presente ley, previa autorización del Consejo de Administración del Fideicomiso.

6. Mantener cuentas y registros contables separados para el manejo de los recursos del patrimonio fideicomitido.

7. Preparar los estados financieros e informes de cualquier naturaleza que sean requeridos para el cumplimiento de los objetivos del fideicomiso.

8. Elaborar un informe operativo anual y presentarlo al fideicomitente dentro de los noventa días del ejercicio fiscal inmediato siguiente.

9. Contratar a una firma de auditores externos y/o auditores fiscales anualmente y entregar el correspondiente informe final al fideicomitente dentro de los noventa días del ejercicio fiscal inmediato siguiente.

10. Todas las demás establecidas en la presente ley, las demás leyes aplicables y las que se establezcan en la escritura de constitución del fideicomiso.

11. En caso de ser necesario, otorgar y firmar cualquier clase de contrato o convenio con el fideicomitente, Instituciones del Gobierno o terceros, para ejecutar los programas a que se refiere el Art. 1 de la presente Ley, siempre y cuando dichos programas cuenten con la aprobación de las instituciones fideicomisarias.

12. Redimir los certificados que se hubieren emitido y sus respectivos intereses, con el patrimonio del Fideicomiso.

Art. 6. El Fideicomiso podrá adquirir e invertir en títulos valores o valores, nacionales o internacionales, con el fin de garantizar el pago de los Certificados. Asimismo, podrá contratar seguros, avales, fianzas u otras garantías para el mismo fin.

Para todo lo anterior, el Fiduciario queda facultado pata suscribir los documentos e instrumentos necesarios o complementarios para realizar las operaciones y negocios establecidos en este artículo.

Consejo de Administración

Art. 7. El Fideicomiso tendrá un Consejo de Administración que estará integrado por los siguientes directores:

1. Quien se desempeñe en el cargo de Secretario Técnico de la Presidencia de la República, tendrá la función de Director Presidente y su suplente, que será el Subsecretario Técnico.

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2. Quien se desempeñe en el cargo de Ministro de Hacienda, tendrá la función de Director Vicepresidente y su suplente, que será el Viceministro de Hacienda.

3. Quien se desempeñe en el cargo de Presidente del BMI, tendrá la función de Director Secretario y su suplente, que será designado por la Junta Directiva del referido Banco. El Presidente del BMI, en su calidad de representante del Fiduciario, tendrá voz pero no voto en las decisiones del Consejo.

4. Quien se desempeñe en el cargo de Presidente del Banco Central de Reserva de El Salvador, tendrá la función de Director Vocal y su suplente será quien se desempeñe en el cargo de Primer Vicepresidente del Banco Central de Reserva de El Salvador.

Los cargos del Consejo de Administración serán, desempeñados ad honorem. En caso de impedimento o ausencia temporal de un Director Propietario, éste será sustituido por su respectivo suplente. Los Directores Suplentes que sustituyan a un Propietario, lo harán en forma temporal, según sea la clase de vacante acaecida.

De las Sesiones del Consejo de Administración y de sus Resoluciones.

Art. 8. El Consejo de Administración se reunirá semestralmente y extraordinariamente cuando se considere necesario y se tendrá por legalmente instalado cuando concurran al menos dos directores con derecho a voto y sus decisiones se tomarán así: si concurrieran 3 Directores con derecho a voto, sus decisiones serán tomadas por mayoría simple y si únicamente comparecieren 2 Directores con derecho a voto, sus decisiones serán tomadas por unanimidad. El Presidente tendrá voto de calidad en caso de empate.

Funciones y Atribuciones del Consejo de Administración

Art. 9. Son funciones y atribuciones del Consejo de Administración:

1. Velar porque ingresen oportunamente al Fideicomiso los recursos que le corresponden y ejercer las acciones legales y extrajudiciales.

2. Asegurar que la administración de los recursos fideicomitidos sea consistente con el cumplimiento de las finalidades y objetivos del Fideicomiso.

3. Aprobar la memoria de labores del año anterior, elaborada por el fiduciario, y presentarla al Ministerio de Hacienda.

4. Velar que las auditorías se practiquen oportunamente.

5. Revisar y aprobar las emisiones de Certificados Fiduciarios; así como las características, condiciones y términos de los mismos.

6. Velar por el cumplimiento de las obligaciones del fideicomitente y del fiduciario.

7. Decidir en cualquier circunstancia sobre el cambio de fiduciario y autorizar el cambio de la comisión por administración, la cual recibirá el nuevo Fiduciario; para lo cual deberá efectuarse la modificación correspondiente en el instrumento respectivo.

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8. Nombrar al Auditor Externo del fideicomiso.

9. Aprobar el plan anual de gastos de funcionamiento, operación y colocación del fideicomiso y sus emisiones. Es entendido que todos los gastos y pagos que realice el Fiduciario serán liquidados con los recursos del Fideicomiso.

10. Resolver cualquier otro asunto operativo, administrativo, financiero, funcional o relacionado con la emisión y colocación de los certificados, que no esté regulado en esta Ley.

11. Autorizar las inversiones de los recursos líquidos y excedentes del Fideicomiso, de acuerdo a las políticas de inversión del fiduciario.

12. Autorizar los convenios o contratos a celebrarse con el fideicomitente, instituciones gubernamentales o con terceros, en los términos establecidos en los artículos 4, número 5 y 5 número 11.

13. Establecer el plazo y la distribución de los recursos provenientes de las emisiones de los Certificados, conforme a lo establecido en la presente Ley, así como el mecanismo de entrega de los recursos obtenidos, que el fiduciario deberá entregar a las Instituciones Fideicomisarias aplicando los procedimientos establecidos en la Ley Orgánica de Administración Financiera del Estado.

Art. 10. Por medio de esta Ley quedan expresamente facultadas las Instituciones Fideicomisarias, así como el fideicomitente y Fiduciario para poder suscribir y otorgar los convenios o contratos que sean necesarios para cumplir con los fines y objetivos del presente fideicomiso.

Emisión de Certificados

Art. 11. El BMI, en su calidad de Fiduciario, podrá emitir Certificados hasta por la cantidad equivalente a una captación de recursos de 350 millones de dólares de los Estados Unidos de América, de los cuales hasta 200 millones de dólares serán destinados a Educación, y hasta 150 millones de dólares serán destinados a Seguridad Pública.

La emisión de los certificados deberá realizarse hasta por un monto de 60 millones de dólares dentro de los seis meses después de haberse inscrito en el Registro correspondiente la escritura del Fideicomiso; hasta 100 millones de dólares durante el primer semestre de 2008; hasta 100 millones de dólares durante el segundo semestre de 2008; y hasta 90 millones de dólares durante el primer semestre de 2009.

Para realizar las emisiones de los Certificados no será necesario que la Superintendencia del Sistema Financiero realice avalúos del patrimonio del Fideicomiso.

Características de los Certificados Fiduciarios de Educación, Paz Social y Seguridad Ciudadana.

Art. 12. Los Certificados son títulos valores que tendrán, entre otras, las siguientes características:

1. En serie y con plazos de hasta 5 años contados a partir de la fecha de emisión.

2. Expresados en dólares de los Estados Unidos de América.

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3. Podrán ser a descuento o devengarán una tasa de interés. En cualquier caso, dicho descuento o la tasa de interés, será definido por el Consejo de Administración para cada una de las emisiones de certificados que se realice.

4. Transferibles por simple entrega.

5. No será necesaria la firma autógrafa del emisor en los certificados, para lo cual se podrán utilizar medios electrónicos o de impresión masiva.

6. Los certificados pueden ser objeto de premios provenientes de sorteos, según lo defina el Consejo de Administración para cada una de las emisiones, por medio de sorteos que realice el fiduciario.

Monto y otras características de las Emisiones.

Art. 13. Las emisiones de los Certificados y sus características no definidas por esta Ley deberán ser aprobadas por el Consejo de Administración del Fideicomiso, las cuales no podrán modificarse por ninguna circunstancia una vez colocadas.

Cada una de las emisiones se formalizarán por medio de escritura pública, en la cual únicamente se especificarán las características y montos de la misma, la cual tendrá la calidad de prospecto de la emisión, sin necesidad de inscripción en ningún registro bursátil o de comercio.

Oferta Pública

Art. 14. Tanto los Certificados, como el BMI en su calidad de Fiduciario, tendrán el mismo tratamiento que tienen el Estado y el Banco Central de Reserva de El Salvador y sus valores, en la Ley del Mercado de Valores y en la Ley del Sistema de Ahorro para Pensiones.

El Banco Central de Reserva de El Salvador pondrá a disposición del BMI sus sistemas de colocación, liquidación, transporte y custodia de valores, de manera que los Certificados puedan ser colocados utilizando los sistemas del Banco Central de Reserva de El Salvador.

No será necesario emitir prospecto para cada una de las emisiones.

Destino de los Fondos

Art. 15. Realizada la colocación de los Certificados, el BMI, en su calidad de fiduciario, entregará a las Instituciones Fideicomisarias los recursos del fideicomiso en el plazo y forma que establezca el Consejo de Administración.

Adquisición por Instituciones del Estado

Art. 16. Quedan autorizados para adquirir certificados: la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa, CEL; el Fondo Especial de los Recursos Provenientes de la Privatización de ANTEL, FANTEL; y la Comisión Ejecutiva Portuaria Autónoma, CEPA.

Los Certificados no requerirán de ninguna calificación de riesgo para que sean objeto de inversión por la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa, CEL; el Fondo Especial de los Recursos Provenientes

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de la Privatización de ANTEL, FANTEL; y la Comisión Ejecutiva Portuaria Autónoma, CEPA; ni para que éstos los negocien.

Art. 17. La colocación de las emisiones podrá negociarse en mercado primario y secundario a través de Bolsas de Valores locales e internacionales o en la forma que establece el Art. 14 de la presente Ley, según lo acuerde el Consejo de Administración del Fideicomiso.

Auditores Externos

Art. 18. El Fideicomiso estará sujeto a la auditoría externa que deberá practicarse cada año, la cual deberá realizarse por una firma de auditores independientes y concluirse dentro de los noventa días siguientes a la finalización del ejercicio a auditarse.

La auditoría contemplada en el inciso anterior será contratada a través de concurso público por el Fiduciario, con cargo al Fideicomiso.

Los auditores externos deberán notificar, en caso de advenir discrepancias durante sus revisiones, al fiduciario y al Consejo de Administración, sin perjuicio de las acciones administrativas que le correspondan.

Tratamiento fiscal aplicable al fideicomiso

Art. 19. Por su naturaleza, declárase al Fideicomiso y a los títulos que emita, exentos del pago de todo tipo de impuestos; tasas, contribuciones especiales y gravámenes fiscales, inclusive el Impuesto a la Transferencia de Bienes Muebles y a la Prestación de Servicios, así como de su obligación de presentar las respectivas declaraciones tributarias.

Fiscalización de los fondos Transferidos.

Art. 20. La Corte de Cuentas de la República será el organismo encargado de fiscalizar y auditar la aplicación y uso de los fondos transferidos a las instituciones beneficiarias del presente Fideicomiso.

Liquidación.

Art. 21. El fideicomitente, podrá solicitar la liquidación del Fideicomiso, siempre y cuando estén pagadas totalmente todas las emisiones de los Certificados, la cual deberá practicarse por el fiduciario en un plazo que no exceda de 120 días después de solicitado.

Es entendido que los gastos y costos causados por la liquidación, sean directos o indirectos, así como los honorarios de abogados, notarios y cualesquiera otro necesarios para dicho fin, correrán por cuenta y costo del fideicomiso, pagándose los mismos con los recursos y fondos existentes del mismo fideicomiso. En caso de no haber suficientes fondos, el fideicomitente absorberá los mismos, con cargo a las asignaciones presupuestarias correspondientes.

Art. 22. Para los efectos de la presente Ley, se autoriza a la Lotería Nacional de Beneficencia para suscribir y firmar los convenios que sean necesarios o complementarios para el desarrollo de los fines de esta Ley.

La Lotería Nacional de Beneficencia pondrá a disposición del Fiduciario sus sistemas de operación, funcionamiento, colocación, sorteo, impresión, control, verificación y cualesquiera otro que requiera el fiduciario para cumplir con los fines de esta Ley.

Especialidad de la Ley

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Art. 23. La presente Ley, por su carácter especial, prevalecerá sobre cualquier otra que la contradiga.

Vigencia.

Art. 24. El presente Decreto entrará en vigencia ocho días después de su publicación en el Diario Oficial.

DADO EN EL SALÓN AZUL DEL PALACIO LEGISLATIVO. San Salvador, a los veintiún días del mes de junio del año dos mil siete.

RUBÉN ORELLANA PRESIDENTE

ROLANDO ALVARENGA ARGUETA

VICEPRESIDENTE

FRANCISCO ROBERTO LORENZANA DURÁN VICEPRESIDENTE

JOSÉ RÁFAEL MACHUCA ZELAYA

VICEPRESIDENTE

RODOLFO ANTONIO PARKER SOTO VICEPRESIDENTE

ENRIQUE ALBERTO LUIS VALDÉS SOTO

SECRETARIO

MANUEL ORLANDO QUINTEROS AGUILAR SECRETARIO

JOSÉ ANTONIO ALMENDÁRIZ RIVAS

SECRETARIO

NORMAN NOEL QUIJANO GONZÁLEZ SECRETARIO

ZOILA BEATRIZ QUIJADA SOLÍS

SECRETARIA

CASA PRESIDENCIAL: San Salvador, a los veinticinco días del mes de junio del año dos mil siete.

PUBLIQUESE,

ELlAS ANTONIO SACA GONZALEZ, Presidente de la República.

WILLIAM JACOBO HANDAL HANDAL,

Ministro de Hacienda.