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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

TRANSICIONES: LOS ORÍGENES DEL DESARROLLO

DIFERENCIAL

Inicios de la prensa periódica en Argentina

Julio E. Moyano

HISTORIA DE LOS MEDIOS - UBA

Año 2011

Julio E. Moyano. 1

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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

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1. Europa y América

Comparado con Europa, el tiempo histórico del desarrollo de la prensa periódica en nuestro

país entre sus orígenes y su ingreso en la modernidad es sumamente breve. Si tomamos en

consideración que la extraordinaria experiencia de impresión realizada por los jesuitas a lo

largo del siglo XVIII quedó trunca y no llegó a ligarse a la práctica periodística (aunque sí a la

argumentación polémica a través de libros y folletos), entonces habremos de reconocer los

primeros esbozos de nuestra historia en la segunda mitad de ese siglo, cuando en Gran Bretaña

ya han pasado décadas de prensa burguesa, con cantidades y variedades de periódicos en

crecimiento exponencial, sumando millones de ejemplares por año y a un paso de su conexión

con la primera revolución industrial, fenómeno observable también en los Países Bajos, y

novedosamente, también en el territorio americano de las trece colonias británicas, donde una

región que durante el primer siglo de colonialismo español en América era absolutamente

marginal y carente de valor en los términos del metalismo imperante, se transformó en apenas

un siglo (desde 1639, y especialmente desde 1648), en un pujante territorio en dirección al

capitalismo moderno. Si la llegada de la imprenta a la Hispanoamérica del imperio absolutista

precedió en más de cien años a la imprenta norteamericana, en el siglo XVIII las primeras

gacetas norteamericanas precedieron en dos décadas a las primeras hispanas aparecidas en

México en 1722. Ejemplo típico de esta nueva situación fue Benjamin Franklin1.

Aún en las regiones más atrasadas de Europa occidental, las gacetas se hallaban en pleno

auge desde la primer mitad del siglo XVII, y la circulación de noticias, literatura de cordel y

aún pasquines era creciente.

En los centros universitarios del Alto Perú ya existía imprenta desde tiempo atrás debido

precisamente a su cercanía con el centro político-económico peruano y con las regiones

mineras, pero no había aún movimiento alguno de periodismo. En el resto del Río de la

Plata, y particularmente la región del Litoral y las pampas, que en el futuro hegemonizarían

la formación de la argentina moderna, no había siquiera, por esta época, actividad de 1 Nacido en 1706 en Boston, en una humilde y numerosa familia, se ve obligado a abandonar sus estudios e ingresa a trabajar en un taller de impresión en 1716. Allí aprende el oficio y crece en él hasta poder disponer su propio taller, donde edita almanaques y periódicos. En 1728 fundó la Pennsylvania Gazette, periódico importante y modernizador, cuya propiedad conservó hasta 1748. En 1732 comenzó a publicar el Poor Richard’s Almanac, que llegó a ser muy popular. Franklin sostuvo ideas liberales de avanzada para su época, logrando influencia entre los pensadores de su país y Europa, particularmente en Francia tras la revolución, y muy especialmente en la lucha por la independencia estadounidense, país de cuya constitución fue redactor. Pero el perfil típicamente burgués de este personaje no se agotó en la combinación de ideas liberales, uso de la imprenta y la prensa periódica por fuera del Estado y participación en luchas políticas contra el viejo régimen, sino que se dedicó simultáneamente a la actividad comercial gracias a la cual se enriqueció, y a la investigación científica pura y aplicada, siendo famosos entre sus inventos el pararrayos, los anteojos bifocales y un sistema de calefacción casero.

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imprenta. Apenas se observaban en ese momento las primeras noticias manuscritas que

difundían las noticias bajadas de los barcos: Situación de la corte, guerras, acontecimientos

extraordinarios (como epidemias o terremotos), e información comercial. Son ejemplo de

eso un papel manuscrito titulado “Noticias comunicadas desde la colonia del Sacramento a

esta ciudad de Buenos Aires en 5 de diciembre de 1759”, y una Gaceta de Buenos Aires de

1764, también manuscrita, que sólo produjo unos pocos números y ejemplares.

No había aún, en el Río de la Plata, necesidad de periódicos, dado el carácter marginal del

territorio tanto en su valor económico como militar en relación con las potencias modernas

que utilizaban prensa periódica, y de hecho los primeros que se conocen son transcripciones

manuscritas de noticias de gacetas que llegan “del Janeyro” o directamente desde España, a

través de Colonia del Sacramento o Montevideo: datos sobre las mercancías –y su precio-

que trae algún barco, así como sus horarios y días de llegada y salida. Estos pequeños

papeles, típicos de la circulación comercial europea desde el siglo XVI, no parecen tener

gran mercado en la aún pequeña Buenos Aires. La serie más larga y con pretensiones de

“Gaceta” (publicación continua) que se conoce de este tipo de publicación, fue la

mencionada Gaceta de Buenos Aires de 1764, en pequeño formato al que aún le sobraba

espacio en blanco en las últimas páginas de los cuatro pequeños pliegos, que no se alcanzaba

a llenar. Se conocen de ella cuatro números, publicados entre el 19 de junio y el 25 de

setiembre de aquel año.

2. Carlos III y las reformas de 1778

La llegada al trono español del Rey Carlos III en 1759 acelera la posibilidad de disposición

de imprentas en el imperio a través de numerosas medidas de fomento que abarcaron todos

los aspectos de la actividad: desde la rebaja del precio oficial del plomo hasta el

proteccionismo de las imprentas españolas respecto de las extranjeras. En el Río de la Plata

los jesuitas habían dispuesto la hoy famosa imprenta de las misiones durante casi siete

décadas del siglo XVIII hasta su expulsión. Otra imprenta llega hacia 1765 a Córdoba, pero

su uso es abortado por la expulsión. Desde entonces, sólo pasan 15 años para que nos

encontremos con un Buenos Aires capital de virreinato, la ampliación del comercio atlántico

legal o ilegal, la profusión de pequeños papeles informativos, y el traslado de la imprenta de

Córdoba a Buenos Aires para su puesta en funcionamiento. No hay evidencias de grandes

“prohibiciones” –como sí las hubo de ingreso de libros inquisitorialmente clasificados- que

trabasen un impulso de los particulares a la publicación de periódicos, tal como insinúa

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Quesada en la carta mencionada al comienzo de este informe. Más bien parecen sumarse los

cambios de virrey, los problemas del sistema de concesión, con sus correspondientes

presiones, la falta de mercado, y muy especialmente, la total ausencia de personas

capacitadas para el sostén de una publicación regular. Una autorización denegada al francés

Liniers (hermano de Santiago) más bien parece ligada al temor de la nacionalidad del

peticionante, y efecto de la prohibición general de gacetas realizada en la metrópoli ese

mismo año, como producto del temor estatal a la difusión de eventos en el momento más

radical de la revolución francesa, prohibición que tardaría muchos meses en derogarse.

Luego, según hemos visto, la creación del Virreinato vino acompañada por la recuperación

de la imprenta jesuítica de Córdoba en 1780, transformada en la Imprenta de los Niños

Expósitos, la cual permitió la modernización de la administración estatal, y

complementariamente, la impresión de algunas de aquellas noticias hasta entonces

manuscritas, como por ejemplo, unas Noticias recibidas de Europa por el correo de España,

y por la vía del Janeyro. Buenos Aires, a 8 de enero de 1781, salidas de la imprenta de los

Niños Expósitos. Este tipo de sueltos, avisos, noticias y relaciones comenzó a aparecer

primero esporádicamente, y luego más intensamente hacia el fin de siglo y en la etapa final

del virreinato. De ellos se conservan muchos ejemplares en la actualidad, tanto en la

Biblioteca Nacional como en el Museo Mitre.

En paralelo con esta aparición de un muy tenue espacio proto-periodístico, comenzó la

circulación –también tenue- de papeles anónimos con breves y muy sencillas interpelaciones

de protesta. Dice al respecto Juan P. Echagüe: “Aunque no entren propiamente en la categoría de periódicos, cabe mencionar, en ausencia de éstos, la aparición de pasquines en las calles de la ciudad, durante el virreinato de Juan José de Vértiz, en los cuales se protestaba por el aumento del dos por ciento en el tributo de las alcabalas. La difusión de tales anónimos y pasquines motivó el bando del 23 de octubre de 1779 por el cual se hizo saber a los vecinos que debían abstenerse de “componer, escribir, trasladar, distribuir y expender semejantes papeles sediciosos e injuriosos, y de permitir su lectura en su presencia””. (Echagüe, Juan Pablo: “El Periodismo”. En: Historia de la Nación Argentina, T6, Cap. II, edic. 1946, pág. 59. Cfr. también Pillado, José Antonio: Buenos Aires Colonial).

Durante la década de 1790, cuando las reformas borbónicas llegaron a su punto culminante

en nuestra región con la ampliación de posibilidades asignada al puerto de Buenos Aires,

comenzó a esbozarse una primer vinculación con la práctica periodística: En primer término,

por la labor de quien debería ser reconocido como primer periodista argentino, el

funcionario del Consulado y futuro prócer patrio Manuel Belgrano, quien realizó numerosos

informes breves y monografías impulsando el potencial económico y de progreso material y

cultural de la región. Muchos de esos materiales fueron efectivamente publicados en España.

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También puede observarse en esta década los prolegómenos de la aparición de una prensa

local, no sólo porque la elite local efectivamente adquiere la práctica de la lectura de gacetas

llegadas de España, según reconoce gran cantidad de protagonistas de esa época en cartas y

memorias, sino porque se registran los primeros pedidos de licencia para realizar una

publicación, pedidos que –aunque son efectuados por personajes ligados a la nobleza (como

el mencionado marqués Liniers), son de momento rechazados.

3. El Nacimiento de la prensa periódica argentina

La primera década del siglo XIX puede ser considerada como un nuevo sub-período: En

tiempos del Virrey de Avilés (1801) se concedió la primer licencia de publicación, dando así

origen a la primer publicación periódica significativa de nuestra región. El Telégrafo

Mercantil Rural Político Económico e Historiográfico del Río de la Plata fue efectivamente

el primer periódico en nuestra región, marcando un salto contundente en densidad respecto

de todo otro antecedente: comenzó el 1° de abril de 1801 y cesó el 15 de octubre de 1802,

tirando en total 110 números más algunos extraordinarios. Numerados correlativamente

según era costumbre en esta época (a los efectos de ser encuadernados como libro, el

segundo número comienza en el número de página siguiente a la última del número

anterior), sus números suman en total cuatro tomos y principios de un quinto. La duración de

más de un año sería todo un récord para su época, pero debe considerarse además que –en

muchos sentidos- el periódico que lo reemplazó fue su directa continuidad, por lo que puede

decirse que a partir de 1801 existe la prensa periódica regular en Buenos Aires, interrumpida

sólo por la segunda invasión inglesa. Ya hemos visto que su redactor fue un militar y

aventurero español, Francisco Cabello y Mesa, hombre culto y autodidacto con inquietudes

en múltiples disciplinas (incluida la historia regional, como veremos más adelante). Cabello

cometió una gaffe ya comentada en numerosas historias del periodismo: era muy común en

aquella época la copia de materiales no en términos de lo que hoy se consideraría plagio,

sino como una práctica habitual y no condenada, dado el escaso patrimonio cultural y la

poca formación literaria de quienes de veían en situación de escritores por imperio de las

circunstancias y no como una práctica profesional específica2.

2 Fue muy habitual el uso de estructuras formularias basadas en los estudios de retórica a los que podía accederse entonces en las aulas locales (Cfr. Rivera, Jorge, “De la facción al folletín”, 1990),también la adaptación de fórmulas de base comunicacional oral provenientes del habla popular, sobre todo tras la consolidación de la independencia (Cfr. Moyano, Julio, Prensa y Modernidad, 1996; Halperín Donghi, Tulio, José Hernández y sus Mundos, Cap. 1 y 4). En esta época fue habitual no sólo el reciclado prácticamente sin cambios de trabajos propios (recuérdese el mencionado caso de Belgrano, o Monteagudo, reutilizando artículos con diez o veinte años de diferencia), o ajenos, como ejemplifica en detalle, por ejemplo, Humberto Vázquez Machicado en “Los plagios de Pazos Kanki”. Pazos Kanki toma con apenas alguna modificación menor, párrafos enteros de Martignac. También menciona, citando al historiador boliviano Manuel José

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En el caso de Cabello, hubo el serio problema de que un artículo picaresco reciclado en una

nota del Telégrafo presuntamente orientada a atraer inmigrantes con el anzuelo del interés

que tendrían las damas por conseguir rápidamente hombres, provocó el suficiente malestar

en la elite de vecinos que constituía el universo lector como para que el propio Virrey se

encargase de quitarle la concesión. Lo hizo con un método sutil novedoso en la región: no

necesitó prohibirle continuar; bastó entregar la concesión de publicación a otro redactor

avalado por la Sociedad Patriótica para que Cabello se quedase sin honorarios, sin

colaboradores y sin lectores. Por ello, si consideramos este cambio como un accidente en el

proyecto estatal de contar con una publicación favorable al progreso y la ilustración, puede

considerarse que el Semanario nacido en octubre de 1802 fue la continuación del Telégrafo

con otro nombre.

La centralidad de la decisión de Estado queda clara por el hecho de que sin su autorización

expresa y su financiamiento no habría publicación posible. Pero además el virrey impulsó la

formación de una sociedad patriótica y literaria que agrupase a la elite culta de las capas

privilegiadas porteñas, formadas por funcionarios y comerciantes, y fue esta Sociedad

Patriótica la que garantizó los contenidos y la circulación del periódico. Así, en el Telégrafo

participaron los hombres de esta elite, formados en Córdoba y Chuquisaca, y en el caso de

Belgrano en las cortes españolas Domingo de Azcuénaga, José Joaquín Araujo, el deán

Gregorio Funes, Eugenio del Portillo, Pedro Antonio Cerviño, Manuel de Lavardén, Manuel

Belgrano, Juan José Castelli, Pedro Andrés García. Casi todos ellos firmaron con

seudónimos o con anagramas de sus nombres, como era aún costumbre. Tras el cambio por

el Semanario, el redactor fue Juan Hipólito Vieytes, y colaboró el mismo grupo. El

Semanario de Agricultura, Industria y Comercio comenzó el 1° de octubre de 1802, esto es,

se superpuso una quincena con las últimas impresiones del Telégrafo, y cesó el 11 de

febrero de 1807, frente a la segunda invasión inglesa, tras la cual nada sería igual en la

región. La colección del Semanario alcanza 218 números.

Estos semanarios y la Sociedad Patriótica que le dio impulso, particularmente tras la salida

de Cabello de la posición de redactor, presentan signos anticipatorios de la modernidad y los

cambios que vendrán, aunque de ningún modo cuestionan el orden de cosas imperantes en la

organización política y social y en la prensa. El interés por la ilustración, por la economía

fisiocrática, por el impulso a “la agricultura, la industria y el comercio” como sintetiza el

título, o a “las virtudes, las ciencias y las artes” como se repite una y otra vez, van a caballo

Cortés, el caso del presidente boliviano Belzú, quien firmó como propio un programa de gobierno copiado de otro que años atrás hiciese Fructuoso Rivera para Uruguay.

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del esfuerzo postrero de modernización encarado por la propia España en el último cuarto

del siglo XVIII. A su vez, hay un salto prodigioso en el esfuerzo que realizan tanto Belgrano

desde la economía como Lavardén desde la poética3, para construir un cuerpo de

conocimiento teórico y práctico cuya materia prima y objeto de intervención es el propio

territorio, lo que aún sin planteos de ruptura con España, se llama “la patria”. Esto se hace,

sin embargo, no sólo desde la iniciativa estatal, sino devolviendo al Estado una constante

reafirmación de asignación de legitimidad y superioridad. No hay objeto de crítica que no

sea el que se desajusta de los principios generales que esa autoridad encarna por derecho

propio.

Hemos hecho referencia a la riqueza de esta década en cuanto al desarrollo del periodismo

nacional en el primer capítulo de este informe. Riqueza notoria no en comparación con una

prensa moderna ya desarrollada en Gran Bretaña, Holanda, Estados Unidos y Francia, sino

en comparación con su total inexistencia anterior en la región, y en consideración de su

influencia sobre la evolución posterior del periodismo, marcando tendencias, formando

escritores y volviendo “necesaria” su existencia para las elites políticas y culturales. El

Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, explicitó con su nombre un perfil más serio

y orientado a la difusión de la ilustración respecto de su predecesor, y acompañó la vida de

las elites porteñas durante más de un lustro. Sólo se interrumpió temporalmente con la

primera invasión inglesa y definitivamente con la segunda, no tanto por alguna dificultad

técnica como por los enormes cambios que se operaban en la elite criolla tras el triunfo

militar logrado con fuerza propia sobre los ingleses, y la invasión napoleónica a España que

desató la crisis final del imperio español. Durante la segunda invasión, además, el

Semanario, que espejaba el estilo más avanzado de las gacetas españolas cuyo esplendor

coincidió con la época de Jovellanos, y que Belgrano pudo conocer personalmente, se halló

ahora frente a un periódico impulsado por la autoridad británica invasora en la plaza tomada

de Montevideo: La Estrella del Sur / The Southern Star, periódico bilingüe amparado,

financiado e impulsado por la autoridad militar pero puesto bajo régimen de propiedad

particular mostró a lo criollos lo que un periódico británico ofrecía: defensa de la libertad de

comercio y de prensa, periódicos de formato y estilo mucho más modernos que los

conocidos: formato columna, notas cortas, muchas secciones, énfasis en la información

económica, la opinión política y la divulgación literaria. El grupo del Semanario, dirigido

3 Destaca ya en el primer número del Telégrafo, por su innovación, por su objeto y materiales tanto estilísticos como referenciales, el famoso poema de Manuel José de Lavardén “Al Paraná” (Cfr. Rojas, Ricardo, “El poeta don Manuel Labardén”), En: Historia de la Literatura Argentina, Los coloniales, Cap. X, y Wedovoy, Enrique: “Estudio preliminar” a Manuel José de Lavardén, Nuevo aspecto del comercio en el Río de la Plata, Raigal, Bs.As., 1955).

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por Vieytes, hombre entregado a probar suerte con el comercio y la industria, de ideas

liberales y amante de las ciencias, y acompañado por numerosos criollos con formación

universitaria y pocas posibilidades de desarrollo personal por ser criollos en un contexto en

el cual el poder circulaba en virtud de los lazos con la autoridad estatal (incluso el poder de

enriquecimiento por la vía comercial), se encontró pronto en estado deliberativo, situación

que caracterizó a Buenos Aires entre el fin de la segunda invasión inglesa y la revolución de

mayo. La desaparición de la Estrella del Sur producida por la derrota inglesa dejó la región

sin periódicos, pues Vieytes ni Belgrano, los más capacitados, se prestaron a continuar.

En 1809 fue el Virrey Cisneros quien apenas llegado a Buenos Aires comprendería el rol

clave que podría cumplir la prensa en la restauración del prestigio de la autoridad estatal en

momentos en que todo tipo de rumores circulaba respecto de su caducidad a manos

francesas y las intrigas favorables a replantear la situación criolla, en las que el mismo

Belgrano se hallaba comprometido. Cisneros lanzó la Gaceta del Gobierno de Buenos Aires

tan pronto llegó, y la hizo publicar con una asiduidad tal que se conserva una colección de

52 números editados en apenas cuatro meses, e hizo todos sus esfuerzos para que Belgrano

acelerase la publicación de un semanario de las características aquel publicado hasta 1807.

El Correo de Comercio sería pues, con su arranque en pleno fin de época (marzo de 1810) el

canto de cisne de este modo de prensa propio de la etapa final del absolutismo, cuya

aparición tardía en el Río de la Plata marcó los comienzos de nuestro periodismo y de

nuestra primer generación de redactores.

4. 1810: La Gaceta de Buenos Aires

La Gaceta de Buenos Aires nació casi al mismo tiempo que la Primera Junta. Se ordenó su

publicación apenas una semana después de instalado el nuevo gobierno (el 2 de junio), y su

primer número se editó el día 7 del mismo mes. Como vimos en el primer capítulo, la

Gaceta se diferenció de la prensa estatal absolutista no por alguna característica del

periódico, pues mantuvo el mismo tipo de nombre, su formato, su periodicidad, su absoluta

dependencia orgánica del discurso de Estado, su repetición permanente de la centralidad y

legitimidad del poder instituido, sino fundamentalmente porque siendo emanación y función

orgánica del Estado, los comienzos de una radical transformación de éste le afectarían de

inmediato. Así sucedería con la discusión abierta sobre los “honores”, que entre otras cosas

implicaba que los mismos ya no serían a la persona y sus familiares (condición nobiliaria), y

que produjo una interesante nota presuntamente firmada por una dama porteña, que

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planteaba la crisis de representación que esto implicaba. Decía esta misiva que en caso de

anularse los honores extensos a la familia, se anulaba toda posibilidad de expresión

femenina en el espacio público. Poco después, desde 1811, con más nitidez desde 1813 y

más aún tras la caída de Alvear en 1815, en el periódico aparecerán referencias que

cuestionarán mucho más a fondo el orden absolutista y por ello removerán las bases mismas

de la función de la prensa: Si se trata de imitar el modelo británico o francés, si no habrá una

nueva nobleza sino una clase en su conjunto con posibilidad de acceso a la representación

política , si los actos de gobierno serán públicos, si el pueblo retiene la soberanía, entonces

la función del periódico deberá cambiar. Pero la puesta en práctica de tal cambio no será

sencilla.

5. En tránsito hacia la prensa de facciones

Los historiadores coinciden en que la perspectiva del autogobierno criollo estaba ya

explícita en todas las fracciones que pugnaron por el poder o por un lugar en él desde mayo

de 1810 hasta la consolidación de la independencia. Bajo tal manto, la variedad de

posiciones era grande: renegociar el contrato de pertenencia a España buscando una mayor

autonomía o bien la ciudadanía plena, acordar con Gran Bretaña una independencia más o

menos tutelada, acordar incluso con los portugueses, coronar un noble europeo pero creando

una monarquía constitucional independiente, coronar un inca, formar una república, formar

una república federal, etc. Esto permitía la brecha por la cual se expresasen opiniones

diferentes, y búsquedas de bases de sustentación, en torno a cómo lograrlo. Al comienzo,

estas opiniones se expresaron con timidez, pero es precisamente la propia falta de

antecedentes y de una corriente teórico-política formada, la que permitió que se

incorporasen, aluvionalmente, textos que en algunos casos iban más allá de lo previsto por

los protagonistas. Así por ejemplo, comenzaban a aparecer, junto a la declaración de

principios de la Gaceta, loas a Fernando VII y textos idénticos a otros publicados sin

contradicción bajo la dominación española, otros que ensalzaban la soberanía popular y los

términos de la organización parlamentaria de gobierno. Aún así, durante el primer lustro de

gobierno patrio, la estructura política del Estado cambió mucho más rápido que la tímida

prensa periódica. En primer lugar, no existió ninguna publicación realizada por iniciativa

privada. La única publicación regular a lo largo de estos años fue la Gaceta, de edición

semanal. Pero fue precisamente la función todavía estatal –y afectada por la etapa anterior-

de la prensa, la que debido a la dinámica de transformación del Estado se vio obligada a

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vivir sus primeros cambios. Así, durante el primer año de gobierno patrio, los porteños

tuvieron acceso a dos semanarios: Uno, la Gaceta; el otro, el Correo de Comercio, editado

por Belgrano bajo los cánones de las publicaciones que habían existido en la década

anterior.

La Gaceta enemiga subsistía en Montevideo.

Pero a la luz de la temprana división fraccional al interior de la elite criolla, se produjeron

algunas tímidas novedades. En primer lugar, la conocida caída de Mariano Moreno de su

cargo de secretario de la Junta, cuando acrecentada su disputa con Saavedra, queda claro que

éste lo dejará en absoluta soledad a medida que se incorporen los representantes de las

provincias, conformando la Junta Grande. La salida de Moreno deriva en una misión

diplomática en Londres, hallándolo la muerte en alta mar. Entre tanto, el Deán Gregorio

Funes, recién incorporado a la Junta y proveniente del estrato más culto y progresista del

clero cordobés, quedó a cargo de la redacción de la Gaceta, formulando una serie de textos

de doctrina –y en abril de 1811 un reglamento- sobre la conveniencia de la libertad de

imprenta, fuertemente asociados con la defensa a ultranza del principio de propiedad y

limitando el aspecto religioso de la misma. El 20 de abril de 1811 se nombró redactor a

Pedro Agrelo, quien se hizo cargo como empleado con sueldo. Pero tras la creación del

Triunvirato (23 de septiembre), el redactor no quedó en buena posición respecto de la

fracción triunfante. El 3 de octubre se publicaba en la Gaceta una aclaración dejando

constancia de que ella no era un periódico ministerial (es decir, una “Gaceta” en el sentido

que se le había dado en Europa bajo el absolutismo, cuando “ministerial” era una

confirmación de origen explícita y positiva en sus connotaciones), sino un “papel particular”

(es decir, un periódico en sentido burgués): “Teniendo presente este gobierno, que generalmente se cree, que la Gaceta de esta capital es un periódico ministerial, por el que explica el mismo gobierno sus principios: ha venido en declarar, que no es el citado periódico más que un papel particular. Y así, para remover equivocaciones en el artículo de Buenos Aires, cuando haya que publicar algo del gobierno, se pondrá la nota: de oficio. Buenos Aires, 2 de octubre de 1811 – Feliciano Antonio Chiclana, Manuel de Sarratea, Dr. Juan José Paso. – Bernardino Rivadavia, secretario” (Beltrán, Oscar R., Historia del Periodismo argentino, pág. 53).

Apenas dos días después Agrelo presentó su renuncia al cargo de redactor. La renuncia fue

admitida de inmediato: “Impuesto el gobierno de la representación de Usted, en que, haciendo formal dimisión del cargo de editor de la Gaceta, indica en la misma, haberla solicitado con reiteración, ha acordado admitírsela en consideración a los apuros en que se halla el erario y a que no debiendo tenerse por Gaceta Ministerial, sino por un papel particular, se han ofrecido varios patriotas, en virtud de la libertad de prensa, ha desempeñar este trabajo en obsequio de la patria, y se comunica a usted para su inteligencia y gobierno, quedando pasada, con esta fecha, la orden conveniente a los ministros de real

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hacienda, para el cese del abono de sus sueldos. Dios guarde a usted muchos años. Buenos Aires, octubre 5 de 1811. Feliciano Antonio Chiclana, Manuel de Sarratea, Juan José Paso, Bernardino Rivadavia, secretario. – Señor Pedro José Agrelo”. (Ídem).

Era la primera vez que se utilizaba este argumento para remover un redactor, y también la

primera que se trataba de deslindar las opiniones de doctrina emitidas por el periódico

oficial, diciendo que el redactor era independiente. Estas operaciones continuaron en la casi

totalidad de periódicos publicados por el Estado, hasta la década de 1860. El esfuerzo por

demostrar que existía prensa libre e independiente al estilo de los países más avanzados de

Europa (pues tras la revolución francesa la prensa burguesa se extendió por el Viejo

Continente), chocaba con la inexistencia del sujeto social capaz de concretarla y del mercado

lector capaz de sostenerla. A su vez, las instituciones estatales que comenzaron a esbozarse

como reemplazo del orden colonial derrumbado aún eran muy tenues como para soportar la

libre circulación de debates políticos y doctrinarios por la prensa libre, por lo que toda

confrontación de prensa era cuasi sinónima de crisis de gobierno y de Estado. Así, las

fracciones estatales (poderes provinciales y nacional cuando existió, fracciones al interior de

esos poderes) hallarían suma dificultad para parlamentarizar (y por lo tanto llevar al terreno

de la prensa) sus diferencias. Con ello, cada iniciativa estatalmente sostenida debía

demostrar discursivamente que estaba cumpliendo el programa de construcción de la prensa

libre, pero en los hechos, tal ficción colapsaba tan pronto se estabilizaba una fracción en el

control del poder, o tan pronto había una fisura de diferencias entre el poder y el redactor al

cual se pagaba.

5.1. La redacción de Pazos Silva

Tras la renuncia de Agrelo y por varias semanas (cuatro números ordinarios y tres

extraordinarios) la Gaceta, contrariamente a lo afirmado en la declaración, se comportó

precisamente como un boletín ministerial, publicando exclusivamente decretos y

resoluciones. El 26 de octubre de promulgó un decreto sobre libertad de imprenta, que

establecía en forma más explícita este derecho “para los americanos”, pero a su vez

establecía la figura del abuso de libertad de imprenta; eliminaba la censura previa, pero

establecía una junta conservadora de la libertad de imprenta que –si bien establecía la

posiblidad de juzgar, quitaba implícitamente a la Iglesia esta potestad, asignándola a un

jurado compuesto por vecinos nombrados por el cabildo, y asignando el derecho del acusado

a ser absuelto con sólo un tercio de los votos de los miembros de la junta a su favor.

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Poco después (5 de noviembre) se asignó la redacción a Vicente Pazos Silva (cuyo

seudónimo como escritor era Pazos Kanki), pero con algunas modificaciones de gestión que

mostraban un afán de “modernidad” por parte del gobierno: se aumentó el tamaño de papel

de la Gaceta, se aumentó su periodicidad (pasó a publicarse dos veces por semana), y se

nombró a un segundo redactor (Bernardo Monteagudo), pero no en calidad de “segundo” ni

de compañero de Pazos, sino a cargo de la edición de uno de los números en la semana.

Pazos publicaría los martes; Monteagudo, los viernes. De este modo, se insinuaba,

artificialmente, una pluralidad de voces: un día se leía a Pazos, el siguiente a Monteagudo,

aunque se trataba de la misma publicación estatal.

Por su parte, las crecientes responsabilidades de Belgrano y particularmente los problemas y

acusaciones que debe enfrentar tras la derrota en Paraguay, anulan la continuidad del Correo

de Comercio, quedando a partir de abril de 1811 sólo la Gaceta como opción de lectura

local, lo que había coincidido con el movimiento del 5 y 6 de abril, y con el triunfo de la

alianza entre Saavedra y Funes. El reagrupamiento del grupo de jóvenes en torno de

Monteagudo y la creciente influencia en el gobierno de quienes deseaban adoptar

instituciones de acuerdo con el modelo británico (instituciones liberales en economía,

política y prensa), cuyo exponente más claro sería pronto el secretario del triunvirato B.

Rivadavia, la perspectiva de lanzar como iniciativa estatal la ampliación de bocas de

expresión de prensa tomó rápidamente forma. Durante ese mes en que la Gaceta sólo

funcionó de hecho como Registro Oficial, se promulgó un nuevo decreto sobre libertad de

prensa (26 de octubre) y se decidió el nombramiento de Pazos (5 de noviembre). En cuanto a

lo primero, se garantizaba la libre publicación sin previa censura, salvo en asunto de

religión, y se creaba una “junta protectora de la libertad de imprenta”, eligiendo sus 9

miembros a partir de un listado de 50 “ciudadanos honrados” electores que no tuviesen

cargos en el gobierno. El decreto ampliaba las posibilidades de libertad de imprenta de modo

muy significativo dada la situación previa. Eliminaba la censura previa, brindaba muchas

garantías para la defensa ante la Junta creada. Incorporaba además el concepto de

“ciudadano” de modo definitivo, y subordinaba la legislación permanente a lo que

sancionase un futuro congreso.

Con el nombramiento de Pazos la Gaceta creció en formato (de in 4º a in folio), y pasó de

semanal a bisemanal. También creció la explicitación del derecho de libertad de imprenta: el

22 de noviembre se reforzó el decreto del 26 de octubre, incorporando sus principios como

de observancia obligatoria por el gobierno, al Estatuto Provisional promulgado ese día.

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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

Estos cambios en el balance de fuerzas en el gobierno, así como la duplicación de la

periodicidad de la Gaceta, permitieron el nombramiento Monteagudo, quien comenzó un

mes después que Pazos (el 13 de diciembre), en los términos alternados mencionados más

arriba.

Pazos Silva y Monteagudo pertenecían a diferentes círculos y formaban parte de territorios

diferentes en las intrigas de ese fin de año de 1811. Ello, sumado a los mencionados

problemas de llevar a la práctica el deseo de contar con prensa moderna en un contexto de

debilidad estatal para absorber las consecuencias de la existencia de dicha prensa, haría que

la experiencia fuese efímera.

Los primeros síntomas de problemas, fue la propia delimitación que los redactores hacen

entre sí de inmediato. Tras el decreto aclaratorio del 20 de diciembre, el día 24 Pazos realiza

su primer delimitación. El decreto publicado decía: “Decreto – Buenos Aires, 20 de diciembre de 1811

Sin embargo que la redacción de la Gaceta no es una comisión ministerial, como no lo es el periódico sino en los artículos de oficio; en justa satisfacción a los sentimientos del suplicante, se declara que el encargo conferido al Dr. Monteagudo no ha tenido otro objeto que facilitar el despacho consultando en la alternativa semanal el de ambos redactores. Dos rúbricas de los S.S. Chiclana y Paso. – Rivadavia, Secretario.”

Pazos publica un suelto alusivo el día 24: “Como el honor del editor se interesa en los papeles que bajo su dirección se imprimen en la Gaceta de esta Capital, parece necesario informar al público de que el Superior Gobierno ha determinado asociar para este trabajo al Doctor Don Bernardo Monteagudo, quien deberá formar una de las gacetas que semanalmente se dan a luz; y aunque sus nombres confundieran, ganará sin duda mucho el antiguo editor con las luces y acreditados talentos del Doctor Monteagudo, sin embargo, parece justo que ninguno sea responsable sino de lo que escribe, por cuya razón al paso que se inserta el decreto dado por el gobierno en este particular, se previene que las gacetas número 12 y 14 son del nuevo editor, y que las que en adelante trabaje el antiguo llevarán las iniciales de su nombre. Vicente Pazos Silva”.

Monteagudo contestó en la Gaceta del día 27. Anunciaba, nada menos, que dado que el

gobierno es sólo un ministro de la ley, cuando el mismo se saliese de los cauces legales lo

atacaría sin miramientos, porque para ello le daba derecho incontestable “la parte de

soberanía” que reside en cada ciudadano.

La sucesión de sueltos autoafirmatorios, la poca experiencia de coexistencia de voces y la

participación de ambos en las intrigas en curso llevaron a ambos a un sordo enfrentamiento.

Monteagudo busca reafirmar su lugar de escritor público avalado por el gobierno. Ese

mismo día 27 publica que había presentado su renuncia en la creencia de que el gobierno

“había tomado a mal” un suelto suyo, y que aclaradas las cosas y ratificado el apoyo a “la

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libertad de imprenta”, la renuncia le había sido rechazada. Los partidarios de Monteagudo,

por su parte, quemaron simbólicamente en un encuentro en el café de Marco algunos

ejemplares de la Gaceta del 31 de diciembre, repudiando el siguiente suelto de Pazos.

5.2. El Censor y la esfera pública inexistente

Pazos reacciona frente a ello con un acto que presuponía que era realmente posible la

pluralidad de voces en ese momento, bajo el presupuesto estatal: transforma, desde el martes

7 de enero, la edición de los martes de la Gaceta, en El Censor, semanario que ahora

aparecía como la contraparte de la Gaceta de los viernes. Mientras tanto, el grupo de

Monteagudo intentaba una maniobra tan novedosa como riesgosa: formar una sociedad

patriótica pero no ya como un espacio donde estuviese reunida toda la elite local, como lo

había hecho el Virrey de Avilés en 1801, sino sentando las bases de lo que podría

transformarse en un club político, reagrupando a los jóvenes más briosos que en 1810 habían

secundado el amago de independencia de Moreno respecto de la jefatura de la Junta.

Desbandados tras el movimiento del 5 y 6 de abril de 1811, consideraban propicio el

momento, con Monteagudo, su referente y mejor orador, a cargo de la Gaceta. El 10 de

enero la propia Gaceta publica el anuncio de reunión constitutiva de la sociedad patriótica

para el día 13. Esta sociedad acrecentaría su influencia en los asuntos del Estado a lo largo

del año, particularmente por medio de su acercamiento a los recién llegados San Martín,

Alvear y Zapiola, esto es, a la logia Lautaro.

Pero de momento, la duración de la primer experiencia de simultaneidad de periódicos en

Buenos Aires no podía ser mucha. Aunque la intención existió, como lo demuestra el

decreto del 20 de febrero que asignaba mil pesos anuales a cada uno de los redactores como

pago por sus servicios, menos de tres meses después de iniciada, la experiencia se cortó por

medio de otro decreto: el 25 de marzo de 1812, el gobierno fundamenta que “es una de sus

primeras obligaciones evitar el extravío de la opinión y sofocar el espíritu de partido que,

por efecto de una mal entendida rivalidad, fomentaban los periódicos publicados en esta

capital con evidente riesgo de los intereses de la patria…”. Por ello, procedía con el

eufemismo iniciado por el gobierno anterior: suspendía el pago de la asignación y anunciaba

la edición de una Gaceta Ministerial semanal. Se daba el lujo de reconocer a ambos

redactores el derecho de “seguir ilustrando al público con sus periódicos”. Obviamente,

ninguno de los dos podía sostener esa continuidad por su cuenta. El elemento decisivo de la

decisión estatal, aunque se amparase en resguardar a la población del “espíritu de partido”

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(expresión que acompaña gran parte del discurso estatal a lo largo del siguiente medio siglo,

a veces con el vocablo más explícito de “el partido”), fue uno de los puntos en que los

redactores no disentían: la inmediata convocatoria a asamblea constituyente soberana.

Hasta aquí, la simultaneidad de periódicos ha sido muy tenue y cuasi-accidental: En 1802, el

número que tardó en morir el Telégrafo de Cabello tras el quite del apoyo estatal y su

reemplazo por el Semanario. En 1810, la imperiosa necesidad de una Gaceta estatal que

refuerce la legitimidad de las nuevas autoridades (que da nacimiento de la Gaceta de Buenos

Aires y su contraria la Gaceta de Montevideo), coincide con la aparición tardía (marzo de

1810) del Correo de Comercio con apoyo e impulso del Virrey Cisneros, última publicación

de impronta virreinal, en momentos en que Belgrano deberá mutar en militar y por lo tanto

no podrá dedicarse a sostener una publicación de este tipo, más aún si no cuenta con el

apoyo de las autoridades, las que tras la catástrofe militar en Paraguay lo tratan con

indiferencia en el mejor de los casos (pues Belgrano debió afrontar juicio por su rol en

aquella campaña).

5.3. Inmadurez de la sociedad civil

La escisión de la Gaceta de Buenos Aires en dos publicaciones semanales (entre enero y

marzo de 1812) muestra la inmadurez de las condiciones de desarrollo de la sociedad civil y

del Estado para sostener la pluralidad de prensa periódica, aunque se hace explícita la

intención de que este fenómeno se produzca.

El fenómeno se da en paralelo, a lo largo de 1812 y 1813, con otros aspectos de la enorme

transformación que se está viviendo: se desea una asamblea, un parlamento, una

constitución, una legitimidad para el gobierno criollo, una prensa moderna, etc. pero la

formulación del deseo y de la interpelación política choca con el momento de transición que

se vive: un aparato estatal piramidal, una economía en derrumbe (el Alto Perú, fuente

principal de riqueza, está bloqueado), un mercado apenas esbozado, una conexión con el

mundo aún no lograda, etc.

Para redactar la Gaceta Ministerial fue designado el funcionario Nicolás Herrera. Poco

después (7 de setiembre) se lo reemplazó por el Dr. Manuel J. García, con sueldo anual de

500 pesos, quien, según Juan Canter, habría dejado el puesto poco después, en octubre,

cuando un movimiento armado dio origen al segundo triunvirato y devolvió al primer plano

a Monteagudo y sus seguidores, junto a la logia Lautaro.

Monteagudo, por su parte, con el apoyo de la sociedad patriótica, logró dar un nuevo paso

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hacia la simultaneidad de periódicos en Buenos Aires, fundando el semanario Mártir o Libre

Este periódico nace en marzo de 1812 y cesa el 25 de mayo, tras nueve números. Se tiraba

en la entonces única imprenta, la estatal de los Niños Expósitos, con ocho páginas por

número, in 4°. Este esfuerzo anticipa la posterior estabilización de algunos cambios. Entre

ellos, no sólo su supervivencia por nueve números sin pertenecer orgánica y oficialmente al

presupuesto estatal, sino particularmente su discurso apelativo a la opinión pública y a la

función de la prensa periódica como contralor del poder público, tal cual el paradigma

nacido en Inglaterra hacia comienzos del siglo XVIII (y no tanto al estilo de los clubes

políticos de la revolución francesa). El discurso es aún ambiguo: la opinión pública, ¿ es el

fundamento de la prensa, o un dato sobre el cual trabajar? (los periódicos “casi son los

únicos resortes para dirigir la opinión pública”); el periódico es algo diferente del Estado y a

su vez tiene una misión en cuanto a su buena marcha (“yo estaré siempre alerta para

apoyar o impugnar las opiniones ministeriales, aunque cargue sobre mí la execración de los

tiranos y el escándalo de los esclavos”); explícito apoyo a la independencia (“será un

escándalo ahorrar la sangre de nuestras venas cuando se trata de consolidar la

independencia del Sud”). Pero la experiencia, siendo la más avanzada hasta entonces,

tampoco tenía posibilidades de durar. Y el cierre se debió nuevamente, a vaivenes en las

relaciones de fuerza al interior de las fracciones que conducían el Estado en esta transición:

el modo en que fue convocada la Asamblea, los conflictos en cuanto a las representaciones

del interior, y sobre todo, su condición de “Suprema o no” respecto del gobierno. El triunfo

de este último y la disolución de la Asamblea y del Ayuntamiento cerraría por algunas

semanas el capítulo.

Un mes después del cese de Mártir o Libre, la Sociedad Patriótica y Literaria volvía a la

carga. Tras un prospecto invitando a la suscripción, apareció el número 1 del Grito del Sud,

simbólicamente, el 14 de julio. Fue también un semanario, con salida los martes, impreso en

la misma imprenta mencionada. Se asigna su redacción a Francisco José Planes, presidente

de la Sociedad en ese momento, y firmante de varios de sus artículos. Esta experiencia

tendría una duración mucho mayor que el Mártir o Libre, alcanzando los 30 números,

cesando el 2 de febrero de 1813. Esta vez, el periódico aparecía explícitamente como órgano

de la sociedad, presentando las actividades que ésta realizaba y difundiendo sus puntos de

vista, constituyéndose en el primero órgano no estatal regular de nuestro país. “Propiedad, libertad, seguridad, todos esos dotes naturales y preciosos están hoy en nuestras manos. Sólo un exceso de apatía e indolencia pudieron conducirnos nuevamente al miserable estado en que yacíamos, cuando por un esfuerzo sólo digno de los habitantes de la América, sacudimos de una vez y para siempre las ignominiosas cadenas que nos oprimieron, hasta el (…) memorable día del 25 de

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mayo de 1810. El suelo del que aún no éramos dueños, con ser nuestro, lo hemos tomado ya en toda propiedad; los brazos, antes libres sólo para forjar nuestras cadenas, y trabajar en provecho de unos inicuos opresores, podemos aplicarlos sin cesar en el fomento de la agricultura y de las artes, única riqueza permanente, y a que nos llama con imperio la situación local de nuestros países; el pensamiento y la razón, degradados hasta aquí por el envilecimiento de la esclavitud, han recobrado su libertad y su energía y podrán ser aplicados en el adelantamiento de la industria y de las ciencias sin las cuales debe ser necesariamente precaria y dependiente la felicidad de los Estados” (Prospecto cit. por: Beltrán, Oscar R., Historia del Periodismo Argentino, Sopena, Buenos Aires, 1942).

Como puede observarse en esta cita, los discursos de Monteagudo, si bien resultan

incendiarios en relación con el grado de opresión de las conciencias con que se vivió hasta

1810 (censura, carencia de derechos, persecuciones, arbitrariedades), no parecen ajustarse a

la imagen de “jacobinos” con que quiso pintarse muchas veces a Monteagudo o a Moreno.

El texto precedente es más análogo a las reivindicaciones de derechos de la creciente

burguesía inglesa en la época de 1648 que a las de la Francia republicana de Robespierre.

Cuando en octubre de 1812 se produce un nuevo alzamiento que derriba al primer

triunvirato y da origen al segundo, la correlación de fuerzas vuelve a cambiar. Es entonces

cuando aumenta el poder de la logia Lautaro y Monteagudo encuentra su mejor momento.

Se menciona incluso, de acuerdo con varios historiadores, al propio Monteagudo como

posible redactor (también Pazos Silva) de la Gaceta, en el año y medio siguiente al

movimiento. Más adelante, tras la derrota de los patriotas chilenos en Rancagua (1814),

llegaría exiliado Fray Camilo Enríquez (o Henríquez). A su vez, la convocatoria efectiva a

Asamblea dio lugar al encuentro deliberativo de personajes que comenzaban ya a tener

práctica con la pluma, aunque no tuviesen un rol de primer orden en el poder: Vieytes,

Agrelo, Monteagudo, Sáenz de Cavia. La lista casi totaliza a quienes podían ejercer la pluma

en aquel tiempo.

El comienzo de la Asamblea del año XIII coincide pues, con el fin del Grito del Sud, pues el

equipo redactor pasó a tener roles mucho más decisivos luego del movimiento de octubre, y

particularmente con la puesta en marcha de sus deliberaciones. Así, el último número del

Grito corresponde al 2 de febrero, y el primero del Redactor de la Asamblea, que publicaba

el extracto de las deliberaciones, comenzó su edición mensual el día 27 de ese mismo mes.

Se trataba de un nuevo paso, pues jamás antes había existido tal instancia deliberativa en la

región, y menos aún un periódico que difundiese tales deliberaciones. Su periodicidad fue

semanal, apareciendo en principio los sábados, y más adelante los domingos, lunes o martes.

Sin dudas se trata de un punto medio, tirando a mensual, pues el 27 de febrero fue el primer

número y el 31 de enero de 1814 se tiraba el número 19. La redacción quedó a cargo de Fray

Cayetano José Rodríguez.

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El redactor, por falta de taquígrafos y de papel, resumió al máximo las deliberaciones,

evitando además publicar aquello que antes hubiese salido en la Gaceta. Por otra parte, la

“gimnasia” deliberativa era poca, y el ámbito estaba aún fuertemente condicionado por su

carácter incipiente. Casi todos los historiadores mencionan que salvo un par de ámbitos

civiles urbanos como el Café de Marco, la instancia de reunión, incluso la fiesta sin agenda

donde se conspiraba, difundía rumores, etc., no era el café o el “pub” urbano típico de

Londres, sino la vivienda de alguna familia patricia. Complementariamente, la Asamblea,

hija del movimiento de octubre de 1812, no encontraba entre sus miembros grandes motivos

ni territorios de debates públicos. Como sintetiza Beltrán: “La falta de ‘hábiles tachygrafos’, por una parte, y la ‘escasez de la imprenta’, por otra, imponían límites no muy amplios a los escritos del diputado redactor. No era posible publicar, pues, in extenso, las discusiones diarias. En forma resumida y clara debían registrarse las resoluciones de la Asamblea. Pero como casi todos los decretos dados por esta corporación hasta esa fecha, ya se habían publicado en la Gaceta Ministerial del supremo Poder Ejecutivo, el redactor continuó las publicaciones sin repetir las que ya se habían hecho en la Gaceta. (…) El carácter de síntesis dado a todos los sueltos y noticias del redactor correspondió también al hecho de que las deliberaciones de la Asamblea no eran, por lo general, ni extensas ni engorrosas, porque sus miembros llegaban previamente a un acuerdo sobre los asuntos importantes que iban a tratarse, estudiándolos en el seno de la Logia Lautaro”. (Beltrán, ídem, Pág. 79).

Los avances políticos y culturales logrados por la Asamblea son conocidos: derechos del

hombre, libertades, etc.

Así, durante 1813 y 1814, tanto Buenos Aires como las elites provinciales pudieron recibir

dos publicaciones, aunque ambas eran estatales, expresando la transformación profunda del

Estado que pasaba a tener una instancia de tipo legislativa en paralelo con la ejecutiva: La

Gaceta de Buenos Aires y el Redactor de la Asamblea.

La derrota decisiva de las esperanzas de recuperar el Alto Perú, y el diseño de una estrategia

defensiva de largo alcance para impedir un nuevo avance realista sobre Salta y Tucumán por

parte de San Martín, coincidieron con las nuevas amenazas que implicaba la reconstitución

de la monarquía española. La vuelta de Fernando VII no sólo dejaba sin sustento legal al

gobierno que hasta entonces decía representarlo, sino que implicaba una inminente invasión

militar contra los patriotas, en un contexto de derrota de todos los movimientos

independentistas americanos: en Chile, en México, en Colombia. En semejante situación, el

tema de la independencia entró en agenda de inmediato.

5.4. La dictadura de Alvear

El 2 de febrero de 1815 se produjo un movimiento militar cuyo resultado fue el ascenso de

Carlos de Alvear a la Presidencia del Directorio. Alvear era un hombre de familia ilustre,

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perteneciente a la elite porteña. Tenía apenas 25 años cuando llegó a la posición. Nacido como

San Martín en las misiones, también se trasladó a España en su niñez, participando como

militar en la guerra contra Napoleón. En 1812 regresó al Río de la Plata con San Martín y

Zapiola, poniéndose al servicio de los patriotas. Los tres formaban parte de la logia Lautaro,

siendo Alvear el nexo entre ésta y la Sociedad Patriótica, que le ofreció su presidencia, en tanto

junto a San Martín fue Segundo Jefe de Granaderos. Tras la revolución del 8 de Octubre de

1812 en la que participó ampliamente su influencia, junto a la de la Logia y la Sociedad

Patriótica, comenzó a crecer rápidamente. El Cabildo lo eligió miembro del segundo

Triunvirato, pero declinó el puesto. Aceptó en cambio ser convencional de la Asamblea

General Constituyente iniciada en 1813 (la “Asamblea del año XIII”) representando a la

provincia de Corrientes, y desde allí pasó a ocupar la Presidencia de la Asamblea, cargo al que

renunció para volver al servicio militar, como Teniente Coronel de Granaderos a Caballo y

General en Jefe de la Guarnición de Buenos Aires. Ya con una influencia decisiva en el poder,

apoyó el paso del Triunvirato al Directorio, concentrando así la cabeza del Ejecutivo en una

sola persona. El primer Director Supremo fue Gervasio Posadas, su propio tío. Su ascenso

continuó entonces por medio de su prestigio militar: Organizador de la campaña victoriosa a la

Banda Oriental, fue la cara visible de la toma victoriosa de Montevideo, siendo entonces

ascendido a Brigadier General y condecorado.

La ocupación patriota de Montevideo significó el fin de la Gaceta de Montevideo publicada

desde 1810. Coherentemente con la función asignada a la prensa periódica en esta etapa,

eliminado el adversario no se continuó con publicación alguna en Montevideo, e incluso la

imprenta fue tomada como botín de guerra y despachada a Buenos Aires. Durante los años

siguientes, Montevideo carecería de periódicos. El paso siguiente sería para Alvear comandar

las tropas del Alto Perú, donde se jugaba el control del grueso de las riquezas del virreinato.

Pero los vientos de la guerra civil golpeaban fuerte sobre el Litoral y la Banda Oriental.

Mientras la facción alvearista avanzaba sobre la estructura del gobierno, Alvear, a cargo de las

nuevas operaciones en la Banda Oriental obtuvo nuevos éxitos, obligando a Artigas a

retroceder. Nombrado General en Jefe del ejército del norte, nuevamente reemplazaría a

Rondeau. Al salir de la ciudad de Córdoba recibió la noticia de la sublevación de las fuerzas en

Jujuy. Los promotores rechazaban el mando de Alvear y acusaban a los directoriales de

pretender entregar el país a Fernando VII.

La semana transcurrida entre el 2 y el 10 de enero estuvo repleta de intrigas, rumores y

expectativa en la población. Rondeau envía al Posadas una carta desde el Norte, exigiendo la

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destitución de Alvear, a quien acusa de intrigante y faccioso. Alvear, quien vuelve a marcha

forzada hacia Buenos Aires, llega el lunes 2. En ausencia de San Martín (quien es a la fecha

gobernador de Mendoza), es Alvear quien dirige la Logia Lautaro, y posee también un nutrido

grupo favorable entre los diputados de la Asamblea, así como el apoyo de la mayor parte de las

fuerzas militares porteñas. Atrapado entre esta circunstancia y el inverso sentimiento palpable

en las provincias interiores (contra Alvear), Posadas decide renunciar, tras una serie de intensas

deliberaciones de la Asamblea, el lunes 9. El martes 10, Alvear asume como Director. Su

Ministro será el mismo que el de Posadas: Nicolás Herrera.

La situación en Buenos Aires es y se percibe como muy complicada. En el norte los realistas

intentan un nuevo avance (desde Yavi). En Chile, tras la batalla de Rancagua (2 de Octubre de

1814) los realistas han recuperado el poder, y se cree (no sin razón, debido a la política de

inteligencia del alto mando español) que es inminente la invasión española con la expedición de

Morillo desembarcando en Brasil y avanzando con apoyo de Portugal sobre el Río de la Plata.

Artigas controla la Banda Oriental y el Litoral. Las provincias del Noroeste apoyan a Rondeau

y con San Martín se han manifestado diferencias.

Aunque la gestión de Alvear arrancó con ímpetu afrontando todas esas dificultades, pronto

sobrevendría una crisis mayor. Pero mientras duró su gobierno, nuevos avances en cuestiones

de prensa se notaron.

Alvear comenzó (el mismo día 10 de enero) firmando el ascenso de San Martín, Soler,

Irigoyen, Ocampo y Terrada al grado de Coronel Mayor, y permite retornar del destierro en San

Luis al Coronel Juan Martin de Pueyrredón (donde estaba confinado desde Octubre de 1812).

Ese mismo día, a su vez, Artigas derrotaba a las tropas porteñas al mando de Dorrego en la

acción de Guayabos.

El 14 de enero, Alvear expone ante la Asamblea un diagnóstico de situación y perspectivas,

donde resume la nueva y amenazante situación. Explicita el carácter enemigo de los

americanos del proceso de la Restauración en Europa, la imposibilidad de obtener protección

de alguna de las potencias en lo inmediato contra una invasión, la perspectiva de la

colaboración luso-española, el avance realista en toda Hispano-América, las divisiones en el

propio ex Virreinato, la grave crisis económica. Resumía: “Las desgracias de la guerra, el gravamen progresivo de las contribuciones, unida a la dificultad de adquirir, ha traído a casi todas las clases el disgusto y el sinsabor de la pobreza que amortigua el entusiasmo y abate el espíritu público (…) Las provincias de Montevideo y Entre Ríos están devastadas por los grupos que siguen a Artigas y a los caudillos después de haber sufrido todo el peso de la campaña contra la plaza. El comercio de la capital, abrumado de un peso que no puede soportar. Los principales capitalistas han interrumpido sus giros y experimentado quebrantos considerables arruinando a muchos y hecho salir del país ingentes sumas, y, por último, las represalias considerables que se han hecho en las

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plazas de Europa y América han acabado de destruir la fortuna de muchas casas florecientes, disminuyendo las entradas de mercaderías extranjeras y los consumos, con el consiguiente recargo que ha obligado la necesidad. La provincia de Cuyo, que había sufrido menos, y cuya aduana era la única que daba un sobrante, absorbe todas las rentas de hoy, y demanda aún más cantidades para cubrir los gastos de la fuerza militar que debe mantenerse allí, desde la conquista de Chile por las tropas españolas, cuyo suceso ha cerrado el único canal que compensaba en algún modo la pérdida del Perú... En una palabra: las rentas con que puede contarse para el presente cubren apenas la mitad de los gastos a que es preciso hacer frente”.

El 25 de enero, junto a la mayoría del Consejo de Estado, toma la decisión de intentar una

maniobra riesgosa: buscar la protección británica frente a la amenaza española. Para ello, se

prepara una misión diplomática ante los británicos con destino a Río de Janeiro y Londres, con

notas para lord Strangford (embajador británico en Río) y el gobierno inglés. Redactadas por

Herrera (y refrendadas por Alvear), estas cartas reconocían que los patriotas, tras cinco años de

luchas, se hallaban frente a un callejón sin salida en su orden interno y en la posibilidad de

garantizar la buena marcha de la economía y la felicidad de sus habitantes. Incapaces de

organizarse y garantizarse la existencia por sí solos, los patriotas rioplatenses necesitaban de

una ayuda extraordinaria exterior. Como esta ayuda no podía venir de la dominación española

(amplia y unánimemente odiada por el pueblo en uno de los pocos elementos en los que no

existían contradicciones), y en el contexto de la restauración aristocrática en Europa, sólo el

gobierno liberal inglés podía ser una solución para estas tierras. Se le decía a lord Castlereagh

(Ministro de Relaciones Exteriores británico):“Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés, y yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud. para librarlas de los males que las afligen (…) “Es necesario que se aprovechen los momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos, y un jefe plenamente autorizado que empiece a dar al país las formas que sean de su beneplácito, del Rey y de la nación, a cuyos efectos espero que V. E. me dará sus avisos con la reserva y prontitud que conviene para preparar oportunamente la ejecución”.

La misión diplomática, encargada a Manuel José García, sería detenida en Río de Janeiro,

primero por la cuidada actitud de Strangford, y luego por el encuentro de García con Belgrano

y Rivadavia, que iban con rumbo a España y Gran Bretaña, respectivamente, como

diplomáticos. Strangford recibe a García, a fines de febrero, y acuerda con él que la nota de

Alvear no es adecuada, en tanto no está avalada por la Asamblea ni expresa el estado de ánimo

real en el Río de la Plata, pero sugiere a García la elaboración de un texto alternativo que se

limitase a afirmar que el gobierno del Río de la Plata “vería con agrado” la intervención

británica a favor de las provincias rioplatenses, y que sería positivo el inicio de conversaciones

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con ese fin. Belgrano y Rivadavia, a comienzos de marzo y antes de partir hacia Europa,

convencerán a García de frenar por completo el avance de las cartas de Alvear.

Alvear intenta, simultáneamente, una acelerada reconversión de la organización militar.

Organiza las fuerzas armadas en tres ejércitos auxiliares: Uno par a la Banda Oriental a cargo

de Soler; otro en el norte, a cargo de Rondeau, y el tercero para Buenos Aires, Córdoba y el

Litoral, a cargo de él mismo. Se ocupa de la conscripción obligatoria de esclavos de españoles

(con manumisión a cambio de servir en el ejército hasta el fin de la guerra), de una amnistía a

los desertores y de aumentar la fabricación de armas y pólvora. Este proceso choca hacia fines

de enero con la confirmación de que el Ejército del Norte aún desconoce la autoridad de

Alvear, actitud que es ratificada por escrito.

El 17 de Febrero de 1815 parte de Cádiz la gigantesca escuadra al mando del General Morillo,

con destino a América del Sur, y presuntamente, de acuerdo a rumores extendidos, al Ríos de la

Plata. En realidad, los rumores formaban parte de una maniobra distractiva para cubrir la

operación y el cruce del Atlántico, pues de acuerdo con instrucciones secretas y selladas que

Morillo sólo leyó en alta mar, el destino efectivo era Venezuela. En el Río de la Plata, sin

embargo, se tuvo por segura una invasión inminente de esa fuerza vía Brasil, por bastante

tiempo. Aunque en marzo se produciría, además, la crisis del fallido intento de Napoleón por

retornar al poder, y por lo tanto significaría recursos militares españoles en la coalición anti-

napoleónica, los temores en Buenos Aires eran mayúsculos. San Martín, por ejemplo, dispone

en Mendoza, donde era gobernador, la conscripción obligatoria de toda la población de 14 a 45

años.

Alvear toma medidas de corte dictatorial que –por un lado- debilitarán su posición respecto del

juego de facciones internas en el poder criollo, mientras que –por el otro- sentarán las bases de

un máximo alejamiento respecto de la estructura española heredada. Así, declara libres a los

esclavos de españoles, realiza la internación de clérigos seculares y regulares, oficiales tomados

en Montevideo y comerciantes de relevancia. El 22 de febrero dispone la obligatoriedad del uso

de la escarapela celeste y blanca para todos los ciudadanos. Impone castigos severos (incluso el

fusilamiento) tras acciones sumarias, para quienes –extranjeros o americanos- formulen críticas

hirientes al gobierno, aún en forma oral, y quien divulgue “rumores o noticias alarmantes”

capaces de crear la “desconfianza pública”. Aumenta impuestos (como consecuencia de ello,

particularmente del aumento del pan, crecerá el descontento en la población), se apropia

(aunque en calidad de “préstamo” de bienes del clero, suspende el pago de deudas oficiales, etc.

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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

En el frente diplomático, cursa notas a las provincias y al Paraguay independiente,

convocando a no caer en el error de los patriotas chilenos, en luchas intestinas aún ante la

inminente invasión realista que los derrotaría a todos. Llama a la defensa común y la unión.

Con Artigas, que ha vencido a las tropas directoriales en Guayabos, realiza urgentes

negociaciones que llevan a un acuerdo de paz. Artigas controla Montevideo, la Banda

Oriental y localidades de la costa de Entre Ríos como la actual Concepción del Uruguay.

Será este el momento de máximo apogeo del uruguayo, quien controlará en breve todo el

Litoral. Alvear envía entonces también a Artigas una misión buscando la unidad frente al

riesgo de invasión española. Esta misión, por mutuas desconfianzas, fracasará, llevando a

nuevos aprestos militares. Alvear envía entonces al Coronel Ignacio Alvarez Thomas con

1.600 hombres a Santa Fe para frenar una presunta invasión artiguista.

Pero la división de vanguardia de esta fuerza se subleva al norte de la provincia de Buenos

Aires, (Fontezuela, cerca de Arrecifes), el 3 de abril, contra la autoridad de Alvear. Mientras la

rebelión militar se extiende, en Buenos Aires el clima de intriga da lugar a una reacción

extrema de Alvear, que ordena fusilar a un oficial que había sido encarcelado, y lo hace colgar

en medio de la Plaza de la Victoria, lo cual, en vez de aplacar los ánimos aumenta aún más la

oposición. Alvear se traslada al campamento militar de Olivos, e intenta lograr una explícita

declaración anti-artiguista del Cabildo, declaración que éste último se niega a avalar. Ante el

avance de los sublevados, viendo su posición crecientemente debilitada y tras algunos intentos

de pactar su renuncia a cambio de conservar el mando del ejército, una mediación británica

logra que el día 16 acepte renunciar a todos sus cargos y se embarque en una nave británica.

5.5. Hacia la independencia

Este breve e intenso lapso del directorio de Alvear provocó cambios decisivos en los modos de

afrontar las perspectivas de construcción estatal en el Río de la Plata; y abrió, luego, cambios

aún más profundos, acordes con la magnitud de las nuevas amenazas exteriores, así como los

conflictos interiores ya plenamente desatados. La tendencia a partir de 1815 sería hacia la

plena independencia y hacia una organización estatal que daría pasos hacia instituciones al

menos formalmente parlamentarias y republicanas, aún a pesar de importantes minorías en

estas elites criollas que intentarías (aunque siempre fracasando) formas monárquicas

constitucionales o al menos fuertemente aristocráticas (como lo sería el intento constitucional

de 1819).

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Por un lado, es notable que hay todavía una debilidad extrema de los mecanismos de debate y

disenso en el nuevo andamiaje estatal, por lo que una de las medidas del gobierno es ejercer el

terror frente a “críticas hirientes”. Por otro lado, la relación con la prensa periódica cambiará: el

mismo día en que asumió Alvear su cargo como Director (10 de enero de 1815), apareció el

periódico El Independiente.

5.6. El Independiente

El Independiente fue una iniciativa de parte de la elite en el gobierno, para afrontar el grave

período que se avecinaba. Existió mientras duró el directorio de Alvear, comenzando el

mismo día de su asunción (10 de enero) y cesando el 11 de abril (coincidiendo con su crisis

y caída).

El encargado de su publicación fue el Ministro de Gobierno del gobierno saliente y del

entrante, Nicolás Herrera, quien a su vez encargó su redacción a Manuel Moreno

Según el investigador Canter, era Sarratea quien desde Londres había sugerido abrir un

periódico no ministerial, que apuntase a impulsar en la opinión pública y a su vez mostrase

hacia el exterior –sobre todo hacia Londres- las intenciones independentistas del Río de la

Plata y sobre todo su más absoluta ruptura con Fernando VII. El modelo parlamentario

británico comenzaba a insinuarse con simpatía: leyes liberales para el comercio y la

conciencia, periódicos independientes como instructores y a su vez vehículo de la opinión

pública, el conjunto de naciones “más civilizadas” como tribunal internacional de opinión

pública, etc. “Los periódicos han llegado a ser la piedra de toque de la instrucción nacional

de un pueblo”, dice en la introducción al primer número, asumiendo una ruptura con la

noción de las viejas gacetas, pensadas como únicas en cada región, y abriendo juego a la

perspectiva del debate político: “No ha sido la distancia a que está colocada la América del centro de los acontecimientos, la que ha retardado su ilustración, tanto como la falta de buenos periódicos que pusiesen al alcance de sus habitantes todo lo que las naciones de Europa discurrían en las artes y las ciencias y perfeccionan con su industria. A esta falta también se puede atribuir el estado torpe en que se hallaba la España a principios de este siglo, y casi se puede decir ha sido el origen de todos los males (…) La miserable Gazeta de Madrid, que igualmente llegaba a las Colonias, no era más que un catálogo de las promociones y empleos, ni daba noticias más importantes que las fiestas de gala de la Corte: prostituida desde el principio de la alianza a las miras de los Franceses, sólo servía de dar incienso a la adulación pero en nada contribuía a las artes liberales, o al ensanche de los conocimientos útiles” (Prospecto).

También manifestaba un nuevo concepto de los fundamentos del Estado: “En todo el país, la ciencia de la política es la más necesaria: ella es la que funda los Estados, y de ella depende su prosperidad y su conservación. Jamás será demasiado trabajo que se tome en cultivar sus principios, y la aplicación de éstos está tan complicada con el conocimiento del corazón humano, con los

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resortes que deben moverse para estimular las virtudes útiles a la Patria, con las circunstancias de cada pueblo y con la experiencia de los siglos pasados (…) Nuestro periódico se ocupará principalmente de la política.” (Ídem)

Asimismo, la estructura del periódico mismo comenzaba a insinuar el modelo desarrollado

por la prensa burguesa británica: secciones de publicidad de actos de gobierno, sección

política, re-vista de periódicos extranjeros (aunque esporádica, no permanente), y material

literario: poesías (“nuevas o escogidas”), biografías, fragmentos históricos, etc.

Ya en el número 1 se deja muy claro el tono antiespañol y la búsqueda de una línea

favorable al autogobierno y al libre comercio: “El gobierno español en América cargado con

la execración del pueblo con sus vicios, por su parcialidad y por su indolencia, vacilaba en

sus mismos cimientos: algunos viejos gobernantes a quienes el hábito de la corrupción les

había hecho perder hasta las apariencias del pudor y de la decencia; un puñado de soldados

indisciplinados e imbéciles; jueces ignorantes; una administración llena de dilapidaciones e

injusticias; los agentes miserables de los monopolistas de Cádiz, he aquí los brazos que iban

a oponerse a los conatos de las Provincias por mejorar su suerte”.

Poco después, explicitará una concepción política de matriz democrática y parlamentaria:

“cierto número de individuos, titulándose aristócratas, pretenden reducir a determinadas

personas la administración de sus empleos, y el derecho a las distinciones y honores que en

todo el país, bien constituido, deben ser premio de la virtud y el mérito, y mucho más, en un

sistema popular como el nuestro”. Con este párrafo inicia las consideraciones que expresan

su conciencia democrática, largamente expuesta, con ejemplos de sistemas y estructuras

gubernamentales del mundo, en las que apoya la convicción de sus principios: “Antes de

combatir esta aristocracia soñada, permítaseme asentar ciertas bases, reconocidas por los

tratadistas de que inmediatamente dimanará la justicia del presente discurso. Supongo pues,

que siendo el poder legislativo la función más noble de la soberanía, del modo como se

ejercita esta sublime facultad es que depende la denominación de su Gobierno. La

aristocracia se entiende cuando el poder de hacer las leyes existe en una asamblea escogida,

a la cual no llega sino una determinada clase del Estado bajo ciertas condiciones de herencia,

propiedad, riquezas, derechos personales reconocidos por la Constitución, o bien por la

elección privativa de los miembros que la componen. En la democracia el pueblo en general

es el legislador, ya sea por sí mismo o por medio de sus representantes. En fin, Gobierno

despótico o Monarquía absoluta se entiende todo aquello en que la formación de las leyes

depende de una sola persona. A este último es también inherente la facultad que compete al

príncipe de ser el dispensador de los honores y de las gracias (…) Buenos Aires por su

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localidad es enteramente comerciante. Lo reciente de su fundación había impedido que se

formasen grandes fortunas, y por consiguiente reducidos sus habitantes a una medianía

abundante, obligados todos a observar una frugalidad honesta (compañera inseparable de la

democracia) que era la única capaz de conservar los frutos de su industria, no conocían los

excesos del lujo, ni experimentaban el poder de los grandes y refinados placeres que son

propios de las poblaciones antiguas… y desde entonces no han podido formarse caudales

gigantes que introduzcan desigualdad notable en la condición de los ciudadanos, sin la cual

las prerrogativas de clase son puramente ideales (…) Sin rentas, sin patrimonio, sin

dedicación y sin principios pretenden con todo ser los favoritos de la Patria, en el ilustre y

poderoso cuerpo de estos aristócratas mendicantes (…)Sólo quisiera que mis conciudadanos,

deponiendo quimeras, aspirasen a distinguirse por la senda del mérito y de la virtud, que es

lo único apreciable de la Patria”.

A lo largo de los apenas noventa días que duró la publicación, el redactor se mantuvo en

fuerte sintonía con los objetivos del Directorio: Orientar la opinión pública contra la

monarquía española y en simpatía con el modelo británico, buscar la unión de fuerzas al

interior del Río de la Plata, y cuando no se pudiese, denigrar al contrincante (v.gr. Artigas).

En cuanto a lo primero, ocupándose de “libertad política y civil”, marca diferencias entre

británicos y españoles frente a sus respectivas colonias: En tanto los ingleses siempre

respetaron los derechos privados de los habitantes de Norteamérica, España “tiranizaba

también al ciudadano”. “Los primeros [los norteamericanos], aunque con sobrada justicia,

pelearon sólo por la libertad del Estado; los de América del Sur combaten por ella también,

pero además aspiran a la libertad civil, que bajo el yugo de sus antiguos opresores no

pudieron disfrutar jamás”. Así continuó con otros temas asociados, como la posibilidad de

control de los jueces, o la forma de gobierno. Respecto de esta última, la calidad estilística

del texto es inferior a los anteriores, probablemente porque Moreno ya simpatizaba con

alguna forma de federalismo, pero debía escribir en contra de él en tanto el gobierno se

había enemistado a muerte con Artigas. Mientras que frente a Fernando VII es posible

oponer la contundencia del argumento democrático, frente al federalismo, sólo le resta

denigrar la persona de quien lo sostiene, acusándolo de motivaciones espurias: “Entre la multitud de maquinaciones con que se pretende extraviar el espíritu público, la más artificiosa es el proyecto de una federación, bajo la cual quieren constituir desde luego los Pueblos Unidos, alterando así la forma presente con la cual son administrados, y tentando una variación de que esperan el logro de sus pretensiones privadas. Consecuencia de semejante pensamiento es un espíritu de provincialismo tan estrecho, tan liberal y tan antipolítico, que si no se acierta a cortar en oportunidad vendrá precisamente a disolver el Estado (…) no dejará en pie sino secciones muy pequeñas, incapaces de sostenerse por sí mismas, débiles con respecto a los enemigos externos y sin

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gloria por la inmoderación de los celos”. Y en el último número: “si no es la certeza de que pierda el juicio cualquier hombre sensato que quiera analizar estas cosas, todo lo demás es un delirio. Por tal reputamos Orientales en la América del Sud: Estado independiente sin población; República sin virtudes; Protector sin fuerzas ni talentos”.

El Independiente duró sólo 13 números, tres meses, pero marcó un punto de inflexión en

cuanto a la explicitación de un nuevo marco de organización política que, a pesar de los

violentos conflictos internos, mostraba unidad en torno a cuestiones claves como ruptura con

España y el absolutismo, acercamiento al modelo británico, parlamentarismo, prensa con

funciones modernas, libre comercio. Este avance ya no se perdería en adelante.

Aún así, no son menores las condiciones aún asociadas a la etapa anterior. A pesar de la

radical diferenciación con las Gacetas (al referirse a la Gazeta de Madrid sintetizando sus

funciones), El Independiente no deja de ser una operación ministerial clásica, con funciones

de Estado, con un redactor que no goza de autonomía, con tópicos fuertemente controlados y

carente de un mercado suficiente como para circular generando sus propios recursos para

sostén. Moreno debió vérselas constantemente con órdenes y controles. Según Furlong

(1961), Moreno recordaría después que un párrafo contra los tiranos en el número 2 motivó

la visita de Monteagudo para interrogarle si se refería a Alvear. Tampoco gustó su

publicación de los resultados de la Aduana en 1814, ni el nivel de agresión a Artigas (pues

sus mandantes le exigían mucho mayor dureza, a pesar de que –según Moreno- había escrito

lo solicitado por los Secretarios de Gobierno y de Hacienda, llegando al extremo de que,

ante la entrada de tropas artiguistas a la ciudad de Santa Fe, el propio Nicolás Herrera le

envió el resumen de lo que había de publicar, por escrito.

El reemplazo de Alvear correspondía a quien inició y sostuvo la rebelión: Rondeau. Pero

estando éste en el norte, la designación correspondió a Ignacio Álvarez Thomas. Junto con

este nombramiento, el Cabildo de Buenos Aires, depositario de la autoridad tras la caída de

Alvear, nombró también una “Junta de Observación” con funciones legislativas, que debía

dictar de inmediato un estatuto para organizar y regular el funcionamiento de los poderes, y

convocar a un Congreso General. Este estatuto, “Estatuto Provisional para la Dirección y

Administración del Estado” fue sancionado muy pronto, el 6 de mayo. Otorgaba a la Junta

de Observación el Poder Legislativo con poder de control sobre el Ejecutivo, ejercido por un

director que duraría un año. De la Justicia se encargarían los jueces y comisiones especiales

de apelación. Ordenaba además al Director a invitar a todos los ciudadanos y villas de las

provincias interiores a elegir diputados para la formación de un Congreso General en la

ciudad de Tucumán, a razón de un diputado cada 15.000 habitantes. Aunque

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el Estatuto fue rechazado por las provincias, gran parte de ellas aceptaron asistir al Congreso de

Tucumán, en tanto se negaron las provincias bajo control de Artigas: Entre Ríos, Corrientes,

Santa Fe y la Banda Oriental.

5.7. Decretando el desarrollo de la sociedad civil

Pero el Estatuto Provisional trajo además novedades en cuanto a prensa periódica: Buenos

Aires debía tener a partir de ahora dos periódicos semanales. Es decir, se asumía como

función necesaria de la prensa periódica la pluralidad de voces, aunque, no existiendo las

fuerzas sociales capaces de sostenerla, sería el propio Estado quien la impulsaría. Como

antecedentes, existía la breve experiencia de 1812, y en parte los instantes de comienzos de

1815 en que convivieron la Gaceta ministerial (llamada Gaceta del gobierno bajo Alvear),

con El Independiente (no es el caso de la Gaceta de Buenos Aires y el Correo de Comercio,

pues no eran aquellas voces disímiles sobre un mismo asunto, sino que trataban objetos

diferentes con discursos diferentes).

Uno de los periódicos, según el Estatuto, sería la propia Gaceta, que volvía a su nombre

original; el otro estaría pagado por el Cabildo, y debía ser encargado a un “sujeto de

instrucción y talento”, y su título, ratificando su función de “otra voz” debería ser “El

Censor”. Su finalidad sería “analizar la conducta de los funcionarios e ilustrar al pueblo

acerca de sus derechos”, en tanto que la Gaceta haría su tarea “satisfaciendo a las censuras,

discursos o reflexiones de El Censor”. El Directorio y el Cabildo se encargarían de la

moderación necesaria para tal debate, que se desarrollaría “sin faltar al respeto debido a los

magistrados, al público y a los individuos en particular”, fijándose complementariamente un

tribunal de imprenta.

Tras algunas demoras, el 8 de agosto se nombró al Dr. Antonio Valdés, español liberal

(nacido en Cuba) emigrado tras la restauración, “con la dotación de 500 pesos anuales y

cargo de dar dos papeles por mes”. Poco después se elevó a un número por semana, y el

pago a 750. Ante un nuevo pedido a fin de año, la dotación fue elevada a mil pesos.

Una de las grandes novedades de este momento, fue el ingreso de personajes como Valdés,

así como de las primeras imprentas privadas

El Censor apareció el 15 de agosto de 1815 y, además de expresar esta particular manera de

conformar un “espacio de disenso”, expresó también otros adelantos: su duración fue

particularmente larga para tratarse de un segundo periódico (junto a la Gaceta), y su

impresión fue realizada durante parte de su existencia en una imprenta privada. Desde el

primer número hasta el número 63, en la de Gandarillas; desde el 64 hasta el 70, en la del

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Sol, y del 71 al 177 (el último, fechado febrero 6 de 1819), en la de los Niños Expósitos.

Este periódico, redactado hasta el 17 de febrero por Valdés, y desde entonces por Fray

Camilo Henríquez (quien había estado a cargo de la Gaceta), continuó la línea general de

afirmación del discurso de gobierno, sosteniendo la conveniencia de instituciones liberales y

soberanía popular, así como la conveniencia de la libertad de imprenta, a la que dedicó

artículos, transcripciones de periódicos extranjeros y publicación de la sección

correspondiente del Estatuto Provisional.

Valdés no sólo produjo adelantos a través de la experiencia del Censor: también generó una

publicación simultánea de carácter privado, llamada La Prensa Argentina. Valdés ocultó que

redactaba este periódico, para no comprometer su puesto oficial en El Censor. Comenzó a

editarlo el 5 de setiembre de 1815, y cesó el 12 de noviembre de 1816, una duración récord

para la época, más aún tratándose de propia iniciativa. Incorporó a esta publicación un

criterio más actualizado en cuanto a secciones: Política, variedades (con notas de periódicos

extranjeros), “impresos”, donde se analizaba las editoriales de otros periódicos,

especialmente las de El Censor. Además, comenzaba a hacerse estable la sección

“Comercio”, que daba noticias de movimiento de barcos, mercancías y precios. Todavía un

ejemplo más ilustra el cambio operado en 1815: el 18 de noviembre aparece Los Amigos de

la Patria y la Juventud redactado por Felipe Senillosa, otro emigrado de España. Senillosa

había combatido a los franceses en España, cayendo prisionero en 1809. Luego prestaría

servicios al ejército francés, emigrando a Inglaterra cuando la restauración. En Londres

tomó contacto con Belgrano y Rivadavia cuando éstos llegaron allí en misión diplomática.

Se trasladó a Buenos Aires, intentando esta publicación, que intentaba retomar la línea de

fomento de la ilustración: educación pública, ilustración general, bellas artes, asistencia

social y ciencia política.

En 1816 se sumaría El redactor del Congreso Nacional, retomando la labor del Redactor de

la Asamblea cancelado bajo Alvear. Este periódico se publicó entre el 1 de mayo de 1816 y

el 28 de enero de 1820, alcanzando su colección 52 números. Su periodicidad regular fue

mensual, y complementó la labor de los otros periódicos que habían ampliado enormemente

la oferta disponible en la ciudad. Este periódico inició además el formato a dos columnas a

partir del número 20, y fue impreso en distintas imprentas según su época: Expósitos,

Gandarillas, Benavente y cía.

En la Imprenta del Sol, se editó desde el 19 de agosto de 1816, esto es, tras la declaración de

independencia, El Observador Americano. Castro, abogado de la generación de mayo, con

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estudios, como muchos de esa generación, en Córdoba y Chuquisaca. Castro agregó a este

momento de expansión de la prensa periódica local, un par de elementos más: en primer

lugar, la explicitación del origen particular (y anónimo) del financiamiento de su periódico,

amparándose en “algunos patriotas en sus tertulias literarias”; en segundo, una posición

nueva en el debate que circulaba en la elite criolla sobre la forma de gobierno. En tanto El

Censor y la Gaceta sostenía la forma republicana, El Observador Americano defendía la

monarquía constitucional. El temor a la anarquía era el núcleo del grueso de sus argumentos,

complementados con la noción de virtud no asignada a la naturaleza humana, como podían

sostenerlo los republicanos, sino a los atributos de determinados sujetos, lo cual lo acercaba

a la noción monárquica, tanto en la conformación del ejecutivo como en la estructura del

sistema de magistrados. Castro ve en el sistema asambleario graves desventajas, con

pasiones desatadas con la vista fija en “arribar a la dirección del estado a cualquier costa, y a

los primeros empleos por cualquier medio”, y las asambleas carentes de los ciudadanos más

virtuosos, y repletas de personajes de gran ambición y dudosas cualidades. El Observador

Americano sólo duró doce números y un prospecto inicial.

Apenas días después de la aparición de El Observador, el 30 de agosto surgió La Crónica

Argentina.

Lo redactaba Vicente Pazos Silva, quien retornaba de su exilio en Londres. Dado que había

estado a cargo, en el primer trimestre de 1812, de El Censor, contratado por el gobierno, a su

regreso intentó continuar la publicación de tal nombre, con fondos no oficiales, pero se

encontró con que ese nombre estaba en pleno uso en la publicación del Cabildo instituida

por el Estatuto Provisional de 1815. A pesar de su reclamo de propiedad intelectual (por

cierto, pionero en este rubro), no logró que se le reconociera tal derecho, por lo que al optar

por el nombre La Crónica Argentina, lo hizo manteniendo un lazo formal de continuidad

con su vieja publicación, iniciándola no con el número 1, sino con el 13, pues el primer

Censor había durado doce números. Esta publicación también duró relativamente poco:

hasta el 8 de febrero de 1817, alcanzando 27 números regulares y dos extraordinarios, todos

in folio.

Ante semejante proliferación de periódicos hubo de adaptarse el discurso del Poder

Ejecutivo. Nótese, de todos modos, que hablamos de apenas cinco publicaciones, de las

cuales una es mensual y se limita a las deliberaciones de la asamblea, dos son parte del

esfuerzo del Estado por generar más de una voz (la Gaceta y El Censor, la primera semanal,

y el segundo tardará un tiempo en lograr tal regularidad, comenzando quincenal), y luego

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estas dos publicaciones que podían esbozarse como “privadas”, aunque en realidad no

constituían por sí actividad económica burguesa independiente, sino parte del esfuerzo

político de facciones con apoyo, más o menos explícito, de sectores del propio Estado,

incluso desde potencias “amigas”, como fue el caso de Sarratea, quien influyó primero en la

línea de El Independiente en 1815, y luego aportó la imprenta que usaría Pazos Silva para la

Crónica Argentina.

Disipada parte de la grave amenaza con que se había iniciado 1815, los cambios en la prensa

esbozados entonces se estabilizaron. El contexto había disminuido la presión externa sobre

los patriotas: San Martín desarrollaba desde Mendoza su estrategia de invasión a Chile,

mientras en el Norte se había aceptado su plan de sostener una estrategia defensiva de largo

plazo en Salta, sin reintentar el ataque frontal al Alto Perú. La invasión española se dirigió a

Venezuela y no al Río de la Plata. Y el gobierno central logró establecer un marco de

representatividad básico entre las provincias y declarar la independencia. Aún Artigas, que

no permitió participar a las provincias litorales, era entonces independentista, y en una

maniobra riesgosa y de duros costos en el largo plazo para las Provincias Unidas, quedaba

solo frente a la amenaza brasileña. La aparición de más de un periódico simultáneo, los

primeros discursos de prensa sostenidos en el tiempo a favor de la libertad de prensa y de las

condiciones liberales de su regulación, la expansión de la temática de los periódicos, la

publicación de algunos de ellos por facciones de origen “privado” (y no oficioso), la

simultaneidad de más de una imprenta (pronto llegarían a cinco), la fundamentación de la

función constitucionalmente protegida de la prensa como articulador de relaciones entre

ciudadanía y Estado, comenzaron entonces y continuaron, a pesar de su condición

extraordinariamente tenue: era el propio Estado el que debía inventar esta pluralidad y –a su

vez- el que no podía aún permitirse su estabilización plena. Ayudaron sin embargo a esta

expansión, las nuevas condiciones opresivas en España que obligaron a muchos

sostenedores del movimiento liberal de 1813 a emigrar. Las dos fuentes de preparación de

redactores y de importación de imprentas, fueron en primer lugar Gran Bretaña (con un

modelo a seguir, intereses diplomáticos activos e intrigantes, punto de partida del envío de

imprentas, escritos y líneas discursivas como la que expresó Sarratea y base en la cual se

capacitaron y asociaron a logias redactores como Manuel Moreno y Pazos Silva), y

emigrados españoles (en algunos casos con imprentas), como Valdez, Wilde y otros. Se

sumaron a este instante Pedro Agrelo, funcionario y abogado, con El Independiente que,

como su homónimo de 1815 (pero editado desde el 15 de setiembre de 1816), intentó

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sumarse a quienes defendían explícitamente el modelo constitucional británico. El 23 de

octubre, finalmente, un patriota de origen español, Bartolomé Muñoz, sacerdote también

formado en Charcas y Chuquisaca, comenzó la edición desde la imprenta de la

Independencia de un periódico llamado El Desengaño, que intentaba hacer la crítica de las

argumentaciones favorables a los realistas, para reafirmar la causa americana, de allí su

nombre. Tomaba y glosaba documentos de los jefes militares enemigos, etc.

5.8. Marcando hitos

Esta situación expansiva marcaba una tendencia definitiva hacia la búsqueda de una prensa

periódica de características modernas, y de hecho ya no se volvería atrás en lo logrado en

ningún momento posterior de la historia del Río de la Plata. Existirían, sin embargo, crisis

recurrentes producto de la propia transición.

En primer lugar, la propia debilidad de la actividad económica; en segundo, la debilidad de la

estructura estatal naciente. Esto hacía imposible, por un lado, la instalación de periódicos como

empresas comerciales o tan siquiera rentables en forma independiente del Estado: no había

mercado lector, no había una tradición empresaria de inversión local, no había una identidad de

clase burguesa que estableciese una red de contención para tal posibilidad (recuérdese los

amargos comentarios de Manuel Moreno sobre la aristocracia mendicante). Y por el otro, el

esbozo de nueva forma de Estado que reemplazaba paulatinamente al aparato virreinal

moribundo, no podía sostener en los hechos el propio discurso constitucional que aparecía

explicitado en el Estatuto provisional y en la atención brindada a la creación de prensa

periódica plural. Así, no había otro sujeto de prensa que las facciones estatales, en su mayor

parte financiadas a su vez con dineros del Estado. Pasada la crisis de 1815 y reconfiguradas las

facciones, la posibilidad de supervivencia de tal marco plural superando la mera presencia

decorativa quedó comprimida. Esto sucedería en forma constante prácticamente hasta la

organización nacional.

5.9. La crisis de 1817

Tras la estabilización lograda con la caída de Alvear, la declaración de la independencia y la

consolidación de la estrategia de San Martín (defensa en el norte y ataque a Chile), a lo que

se agregaba la descompresión de la amenaza de invasión directa española, el conflicto más

grave se concentraba en la región Litoral, particularmente en la Banda Oriental. Artigas

había quedado atrapado entre dos conflictos: Había boicoteado el Congreso de Tucumán, y a

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su vez sufría la invasión portuguesa. Para Buenos Aires, la derrota del molesto contendiente

federalista a manos de los portugueses no resultaba el mal mayor si se entendía a Artigas

como un grave enemigo. Eventualmente, la Banda Oriental pasaba de manos de Artigas

(enemigo), a Portugal (enemigo pero no en guerra en lo inmediato, o al menos se tenía

expectativas en el diálogo diplomático, para impedir que los portugueses intentasen ir más

allá de la “Provincia Cisplatina”. Pero la postura de los grupos vinculados al gobierno de

Buenos Aires no era –ni mucho menos- homogénea. En torno a Dorrego comienza a

articularse una línea de fuerte crítica a Pueyrredón y a la falta de apoyo a Artigas contra el

invasor portugués, crítica que por extensión tocaba también la estrategia porteña hacia las

provincias litorales, donde el excesivo centralismo había provocado una reacción de rebelión

y de contacto con Artigas. Sosteniendo esta postura y atacando todo posible compromiso

monarquista del gobierno criollo (se hablaba de coronar a un inca, de buscar un miembro de

la familia real española y aún de acordar con Portugal algo similar), apareció el periódico La

Crónica Argentina de Pazos Silva. Había aparecido el 30 de agosto de 1816 con el número

13, por la razón antedicha. Junto a Pazos, colaboraban con artículos Manuel Moreno, Pedro

Agrelo, Domingo French, el propio Dorrego y Feliciano Chiclana. Ellos y otros funcionarios

de diverso rango, así como militares, conspiran contra Pueyrredón, quien reacciona

apresando a Dorrego y enviándolo al destierro a Estados Unidos el 15 de noviembre. Había

sido precisamente un artículo en La Crónica Argentina el motivo esgrimido por el Poder

Ejecutivo. El grupo, sin embargo, continúa activo, más aún a partir del 19 de enero de 1817,

cuando cae Montevideo en manos portuguesa. Se lo acusa de traidor, de haber engañado al

pueblo oriental. El 13 de febrero caen presos Moreno, Pazos Silva y Agrelo, junto con el

coronel Pagola. A ellos se sumaron los militares Chiclana, Mariño y Valdenegro, presos con

anterioridad, para ser enviados a Estados Unidos, donde recalan, finalmente, en Baltimore.

Se nota aquí nuevamente hasta qué punto quienes más ocupaban la labor de redacción

periodística, estaban fuertemente condicionados por el poder para el cual escribían, y este

poder, en una etapa de tanta inestabilidad, era claramente cambiante. Así, Agrelo parte a la

Banda Oriental bajo control portugués, Pazos intenta sumarse a una expedición antiespañola en

la Florida, Chiclana y Pagola se embarcan rumbo al Río de la Plata, desembarcando uno en

Montevideo y el otro clandestinamente en Buenos Aires, según Pueyrredón (en carta a San

Martín), a la espera de la intercesión de este último para un indulto. Moreno descree del éxito

de tales movimientos, y más aún, comenta en carta privada que suspendió un viaje inminente

de retorno a Buenos Aires aún teniendo el pasaje ya pago, “por consejo de algunos amigos, y la

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coincidencia de que como iban allí don Feliciano Chiclana y Pagola, se podía sospechar que

había algún complot o proyecto, pues nos prendieron juntos, cuando ni entonces ni antes he

tenido relación alguna con esos sujetos…”.

5.10. Escribas en un mundo en transición

Mientras tanto, comienza una maniobra de intriga diplomática sosteniendo lo contrario que La

Crónica Argentina: Si allí se trataba de republicanismo, ahora Moreno –apenas llegado a su

destierro- entablaba contacto con el embajador de España en Filadelfia, Luis de Onís (Cfr.

Piccirilli, Ricardo; “Manuel Moreno, el expatriado de Baltimore”. En: Revista de la

Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1965). Onís le pide una memoria por escrito, y en

ella Moreno afirma: “…los únicos deseos que pueden ser respetados permanentemente en aquellos pueblos se reducen a mejorar de condición; por lo que sería conveniente declararlos provincias de la Monarquía Española, y sacarlos de la odiosa clase de Colonias en que fueran mirados por su legislación peculiar. Esta disposición sola les haría conocer la generosidad y beneficencia del monarca; dispondría por medios seguros su opulencia; repararía sus pérdidas enormes a la par que las de la nación; y asimilándolos a la otra parte de la España, obraría una conformidad de leyes que serían ya las mismas a uno y otro lado del Atlántico, así como lo es el monarca y la justicia, y estrecharía la unión que debe existir entre los pueblos españoles, dando fin a peligrosas diferencias” (Piccirilli, ídem, pág 22 in fine).

Comenzaba, pues, a perfilarse en personajes como Moreno, el rol que hemos rastreado a lo

largo de todo el período: hombres con estudios superiores pero sin riqueza ni lazos de nobleza,

obligados a buscar desesperadamente un “lugar en el mundo” y utilizar para ello sus

habilidades retóricas, tanto escritas como orales. Moreno es uno de los primeros y un caso

típico, con tareas de redactor, de diplomático y de funcionario, viéndose obligado a servir en

numerosos bandos: con su hermano Mariano, con Alvear, con Dorrego, con Rivadavia, con

Rosas…

Agrelo, por su parte, retornó a Buenos Aires para encargarse de la redacción de El Abogado

Nacional, periódico que salió en defensa del Director Pueyrredón, es decir, hizo Agrelo un giro

de 180 grados. Este periódico tiró diez números entre octubre de 1818 y mayo de 1819.

Durante los dos años siguientes y hasta la disolución de la autoridad nacional, el espacio

periodístico continuaría –restringido por este golpe de 1817- con características similares: tres

periódicos de Estado (La Gaceta, El Censor, El Redactor), y esfuerzos de naturaleza similar:

españoles emigrados como Ventura Salinas (El Español Patriota en Buenos Aires, 1818) que

realizan intentos en el marco del aún insuficiente mercado lector (en este caso la publicación

sólo duró dos números), e integrantes de facciones o escribas a su servicio, como por ejemplo,

el papel de circunstancias Al Avisador Patriota y Mercantil de Baltimore (1817), publicado en

setiembre para responder una editorial publicada en mayo por aquel periódico norteamericano,

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donde se defendía al grupo de recientes desterrados frente al presunto despotismo del gobierno.

El encargado de este papel fue un escriba que tendría funciones importantes en el periodismo

de la década siguiente: Pedro Feliciano Sáenz de Cavia. Cavia continuaría en 1819 con El

Americano, donde colaboró con Santiago Vázquez, hombre del gobierno. El Americano,

desplazó al periódico de Agrelo como defensor “no oficial” del gobierno, por lo que Agrelo

quedó momentáneamente fuera de juego (reaparecerá en 1822 en Entre Ríos como ministro y

redactor del Correo Ministerial del Paraná).

Cavia también pertenece a la lista de escribas de la época. Su labor como empleado de gobierno

lo llevó al periodismo, primero en Al Avisador…, y luego en El Americano. En ambos, Cavia

se ocupó de denigrar por todos los medios argumentativos y estilísticos a su alcance el sistema

federal de gobierno, posición que debería cambiar por su contraria más adelante. El Americano

duró desde su comienzo hasta el fin del gobierno de Pueyrredón: su primer número salió el 2 de

abril de 1819, y el último el 11 de febrero de 1820, pocos días después de la batalla de Cepeda.

El Americano continuó pues, y consolidó, la tradición iniciada en 1815 de contar con un

periódico no oficial (pero controlado por el gobierno) paralelo al periódico oficial. Y estabilizó

con ello la perspectiva del debate político público, libre de censura en la medida que la

estabilidad general del gobierno no se viese amenazada. No era todavía comparable, en modo

alguno, con los países más avanzados de Europa, pues estamos hablando de unos pocos

semanarios y mensuarios. La mayor parte de los títulos adicionales (además de los tres oficiales

y el “semi-oficial”), fueron efímeros, sin lograr consolidarse por razones económicas (como El

Español Patriota, o un Aviso comercial publicado por Juan A. Gelly quien se encontraba

entonces en la ciudad) o político militares (Como El Independiente del Sud, que sólo duró dos

números pues sus redactores –franceses- estaban dedicados a la intriga política de cauce

directamente militar, por lo que apresados pocos meses después, fueron pasados por las

armas)4, o expresaron modalidades premodernas como papeles de circunstancias (Al

Avisador…) o de guerra (como el Boletín del Ejército contra el gobierno de Santa Fe)5.

4 Fueron acusados de conspirar contra los gobiernos de Chile y de las Provincias Unidas, siendo ejecutados en abril del año siguiente. Su periódico fue innovador en tanto inaugura un ciclo de periódicos en lengua francesa (en este caso bilingüe), se sumó a los que innovaron con el formato a dos columnas e intentó constituirse en periódico de interés general con secciones como habitualmente se distribuía los contenidos en la prensa europea de su tiempo, incluyendo teatro, variedades, material literario, trascripción de otros periódicos, datos económicos, publicación de actos de gobierno, editoriales puestas bajo título de sección homónimo al del periódico. 5 Esta práctica fue muy común en la época. Se solía encargar al auditor de un ejército en operaciones que redactase los materiales, los cuales eran impresos en la propia imprenta volante que acompañaba las tropas (como fue la Imprenta Federal que llevó Carrera en la invasión de López y Ramírez a Buenos Aires en 1819-20, la campaña del Ejército Grande en 1851-52, las sucesivas invasiones y contrainvasiones entre Corrientes, Entre Ríos y Uruguay en las décadas de 1830-40, etc. En este caso, los materiales se imprimían con la Gaceta en Buenos Aires, y desde allí se distribuían.

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5.11. Aparición de la prensa periódica en el interior

La prensa surgió en el interior como resultado de: 1) Las campañas militares (Tucumán, Entre

Ríos, en parte Mendoza y circunstancialmente otros territorios, más adelante –1840 y 1841- en

varias provincias), y 2) La disolución del Estado nacional, y la fragmentación geográfica del

poder, en un estado crónico de guerra y conflicto de legitimidades entre aparatos estatales

monolíticos (Córdoba, Mendoza, Salta, más adelante Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe).

Es decir, tal como hemos desarrollado en el primer y segundo capítulo de este informe, que

la prensa periódica surgió en el interior de modo análogo al modo en que las instituciones

modernas del absolutismo europeo occidental se expandieron hacia oriente: como necesidad

político-militar de modernización operativa frente al riesgo de inferioridad de fuerzas entre

unos y otros Estados desde una lógica de confrontación crónica, y no porque las propias

fuerzas sociales y económicas internas lo estuviesen requiriendo.

En el caso de las provincias, el primer ingreso de prensa se produce para su uso militar en

Mendoza, en 1817 (Cfr. Vázquez, Aníbal S., Periódicos y Periodistas de Entre Ríos,

Gobierno de la Provincia, Paraná, 1970). El segundo, con el Ejército del Norte comandado

por Belgrano, en Tucumán (1817), ampliamente documentado por Bartolomé Mitre en la

Historia de Belgrano (existe además colección resguardada en el Museo Mitre), llegando

incluso a editar el primer periódico del interior: el Diario Militar del Ejército Auxiliador del

Perú (julio de 1817-diciembre de 1818, tirando 78 números). Esta imprenta, al producirse la

disolución del poder nacional en 1820, sería apropiada por el gobierno provincial y editaría

un periódico oficial (este periódico cambió de nombre y dio giros de 180 grados tras

cambios de gobierno.

El tercero es la imprenta que José Miguel Carrera ingresa a Entre Ríos desde Montevideo en

1819, para utilizarla en la campaña militar contra Buenos Aires, editando en Gualeguaychú

(donde estaba el campamento federal) la Gaceta Federal, y numerosos manifiestos a medida

que el ejército avanzó hacia Paraná, luego a Santa Fe y luego hacia el sur con destino a la

batalla de Cepeda y luego a Buenos Aires. De todos modos, obsérvese que se trata de tenues

esbozos de presencia, en comparación con el desarrollo que va logrando la prensa en Buenos

Aires. En 1820 ingresan dos imprentas a Mendoza, una en uso por el gobierno, la otra

inicialmente particular, ingresada por Juan Escalante desde Chile, que darán origen a las

primeras prácticas periodísticas y a una temprana pluralidad de dos voces, aprovechando la

presencia de algunos personajes liberales desterrados de Buenos Aires, como Juan Lafinur, y

hombres con capacidad de escribir con estilo como Juan G. Godoy, uno de los fundadores de

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la gauchesca y redactor de periódicos unitarios de combate a fines de la década de 1820. A

Entre Ríos llegarían nuevos equipos de imprenta otorgados por el gobierno porteño como

parte de los acuerdos de 1820, que se sumarían a los restos de la imprenta de Carrera

dejados en su marcha en distintas localidades. Con ella imprimió Ramírez sus papeles

oficiales durante la República, y luego, tras el golpe de Mansilla y la muerte de Ramírez en

Santa Fe, formó la Imprenta del Estado y permitió imprimir el Correo Ministerial del

Paraná, quincenario oficial, y el periódico de circunstancias El Observador del Uruguay

(Cfr. Moyano, Julio, “Los orígenes del periodismo de Concepción del Uruguay”, En:

Revista Ciencia Docencia y Tecnología Nº 23, UNER, 2002). Poco después (1823) llegaría

la imprenta a Córdoba como resultado de un entredicho diplomático con Buenos Aires, y en

1824 a Salta, como parte de un acuerdo con el mismo gobierno (Cfr. Sosa de Newton, Lily:

Genio y figura de Hilario Ascasubi. Eudeba, Bs. As., 1981).

5.12. El año 20

Tras la calamitosa derrota de Buenos Aires en Cepeda, se produjo un inestable equilibrio

político-militar en el país: Las provincias poseían afinidades regionales y a su vez conflictos

de intereses, pero fundamentalmente, existía una rivalidad entre Buenos Aires y el interior,

con eje en la posesión de las rentas de la aduana del puerto, en tanto se discutía si era un

beneficio natural de la provincia (por tener puerto) o de la nación (pues recolectaba

impuestos de toda ella). Este equilibrio mostraría una y otra vez que Buenos Aires disponía

de un muy superior poder económico, mejores equipos diplomáticos capaces de intrigar y

negociar en varios frentes, y un ejército entrenado –aunque indisciplinado y fragmentado y

bien armado, superior en varios aspectos a la fuerza armada de los federales. Los caudillos

provinciales eran débiles en todos esos aspectos, pero en 1820 quedó demostrado que en la

región de las pampas, las excelentes caballerías federales eran imbatibles si combatían en

campo abierto.

Así, en tanto Buenos Aires podía defender la ciudad y realizar operaciones exitosas con

fuerzas que ingresasen en ciudades, era incapaz de batir a las montoneras federales. Una y

otra vez, los intentos de invasión hacia el norte de la provincia (hacia Santa Fe) habían

fracasado, e igualmente fracasaban las defensas a campo abierto, aunque en todos los casos,

la infantería lograba sostenerse y evitar su destrucción. Pero mientras los caudillos carecían

de cohesión, dinero, armas y experiencia, Buenos Aires lograba con tales ventajas negociar

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por separado y ganar terreno por esta vía. Esta situación sería crónica y se resolvería recién

entre el sitio de Buenos Aires de 1853 y la batalla de Pavón.

5.13. Castañeda y los pasquines de título mordaz

Aunque los catálogos tradicionales hablan de muchos periódicos entre 1820 y 1823, en

realidad, existieron muy pocos, y rara vez el habitante de Buenos Aires dispuso de más de

tres periódicos simultáneos. Esto se debió, en parte, que el más rico debate político

periodístico se dio con un estilo tradicional propio de la panfletería picaresca europea de las

luchas de religión, con lo que los nombres de periódicos tendieron a cambiar casi número a

número con títulos que constituían en sí mismos argumentos mordaces. Así, el padre

Castañeda editó una docena de títulos en este lapso, pero en realidad se trató siempre del

mismo periódico en un estilo de prensa en que no se daba continuidad a una “marca”

institucional pues todo el mundo sabía que era “el periódico del padre castañeda”. De hecho,

los títulos solían ser impronunciables. Esta actitud fue emulada por sus contrincantes,

aunque no con la intensidad de Castañeda. Simplificado este listado, agréguese algunos

papeles de circunstancias (que no fueron periódicos en el sentido estricto, durando un par de

números o poco más), lo que muestra que la variedad y tirada de los periódicos no era

mucha.

Cuando comienza a esbozarse lo que será el comienzo de una profunda reforma eclesiástica,

Castañeda edita su primera hoja. Como se trataba de un artículo publicado en El Americano,

el periódico se llamó Primera Amonestación al Americano, publicado con doce páginas en

diciembre de 1819, y con número único. En una de sus doce páginas (en formato libro, a una

sola columna), castañeda anuncia el nuevo nombre: un nuevo periódico cuyo título será: El

Monitor Macarrónico místico político o el citador y payaso de todos los periódicos que

fueron, son y serán o el Ramón Yegua, Juan Rana, Tirteafuera y Gerundio solfeador de

cuanto sicofante se presentase en las tablas de la revolución americana, para que Dios nos

libre de tantos pseudósofos, de tantos duendes, fantasmas, vampiros y otras inocentícimas

criaturas. Vinieron luego una Segunda Reconvención y una Tercera Amonestación al

Americano. Luego, ya en 1820, e intercalados en su fecha de salida (no siempre regular)

hasta 1822, le siguieron El Despertador Teofilantrópico Místico-Político,dedicado a las

matronas argentinas, y por medio de ellas a todas las personas de su sexo que pueblan hoy

la faz de la tierra y la poblarán en la sucesión de los siglos, El Despertador Teofilantrópico

Místico-Político, el Suplemento al Despertador Teofilantrópico Místico-Político, el

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Paralipómenon al Suplemento del Teofilantrópico (quince números entre setiembre de 1820

y setiembre de 1822), el Desengañador Gauchi-político, Federi-montonero, Chacuaco-

oriental, Choti-protector y Puti-republicador de todos los hombres de bien que viven y

mueren descuidados en el siglo diecinueve de nuestra era cristiana, el Dom Eu Nao Me

Meto con Ninguem, la Matrona comentadora de los cuatro periodistas, La verdad desnuda,

La guardia vendida por el centinela y la traición descubierta por el oficial del día. Este

conjunto de periódicos, que cesó en noviembre de 1822 con el destierro de Castañeda,

apuntaba con sus títulos a la expresión mordaz y destructiva de la producción de aquellos

periódicos –oficiales o no- que defendían al gobierno. Considerados en su totalidad, pueden

verse como parte integrante de un solo semanario que existió estos dos años. Esto muestra la

experiencia de Castañeda como una onda más de paulatina estabilización de las voces

opositoras y polémicas en el periodismo, pero a su vez de limitaciones que reducían los

protagonistas a fracciones de la estructura estatal (en el caso de Castañeda, el clero

amenazado por la reforma que les quitaba poder en la universidad, en el gobierno y en la

mantención de los conventos y otras propiedades eclesiásticas). Se repite finalmente el

cuello de botella, aunque esta vez la polémica duró un poco más que en 1816-17.

Tras el anárquico momento de 1820, en octubre de ese año asume la gobernación Martín

Rodríguez, nombrando poco después a Rivadavia como ministro de Gobierno y Relaciones

Exteriores, generándose un tiempo de reformas y modernización de la estructura del Estado.

Durante este año ’20, mientras comenzaba a esbozarse el eje opositor periodístico en el

periódico de Castañeda, aparecieron también otras experiencias continuadoras de las que

venían iniciándose en la década anterior. Así, El Año 20, aparecido en marzo a instancias de

Sarratea, impreso en la imprenta de Phocion primero y en la de la Independencia luego.

Alcanzó a tirar cinco números, en formato pequeño a una columna, como era común

todavía. Este periódico desarrolló aún más la táctica de la redacción anónima, el

ocultamiento de su mandante, la utilización de “remitidos” para emitir opinión sin tener que

recaer la responsabilidad sobre el editor responsable.

5.14. Otros periódicos mordaces

En esos meses también surgieron otros periódicos de combate favorables al gobierno de

Martín Rodríguez y contrarios a los libelos de Castañeda. Juan Francisco Mota, Salvador

María del Carril y Ramón y Avelino Díaz publicaron La Estrella del Sud, que duró lo que el

momento de impulso a la instalación de Martín Rodríguez: 5 de setiembre al 16 de octubre.

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Agrelo se encargó de un título mordaz que parodiaba a Castañeda: La Ilustración Pública.

Con la flor y la nata de la filantropía - Periódico dedicado a la Sociedad Teo-Filantrópica del

Buen Gusto. Que dirige, amasa y fomenta las Nefandas Tareas del Nuevo Fraile Cirilo de

Buenos Aires – El cual será al mismo tiempo Despertador a la nueva usanza – para los

ciudadanos incautos que lo aplauden, del cual sólo apareció un prospecto que respondía

violentamente (“fraile díscolo y grosero, enemigo de la sociedad (…) fraile godo,

desvergonzado, díscolo, imprudente, faccioso, sanguinario, que parece no había esperado

sino una ocasión favorable de vomitar sobre este desgraciado pueblo todo el veneno que

abrigaba en su pérfido corazón”) a Castañeda.

Sobre los últimos meses del año hubo algunos títulos más, completamente efímeros. Pedro

Cavia inició el 14 de diciembre de 1820 una serie de publicaciones, comenzando por El

Imparcial, y luego El Patriota (desde el 1 de setiembre al 28 de noviembre de 1821). Aunque

también se le asigna (desmentida por él) la redacción de La Cuatro Cosas o el Antifanático,

y El Lobera del Año 20, periódicos cargados de diatribas. Cavia, redactando para lo que

pronto se delimitaría como la fracción dorreguista, intentó dar a sus periódicos un tono más

moderado que el de combate imperante, agregando tópicos que podían salirse de la consigna

destructiva: las campañas de San Martín en el Pacífico, las campañas contra los indios, las

cuestiones de progreso local, la libertad de prensa “inviolabilidad de los escritores públicos”

cuyo juez el la nación entera y no los déspotas, etc. En cuanto a la configuración de una

corriente de opinión, los textos de Cavia defienden al gobierno contra Castañeda, y lo

elogian cuando toma medidas solicitadas por su fracción: amnistía para los desterrados y

fugitivos, etc. Juan C. Lafinur y Camilo Henríquez editaron “El Curioso”, del que salieron

cuatro números. Lafinur sería poco tiempo después, obligado a dejar su cátedra en la

Universidad y huir. En Mendoza redactará El Verdadero Amigo del País. A fines de agosto

comenzó a circular un “Boletín de la Industria”, de contenido específicamente comercial.

Este boletín iniciaba una etapa más explícitamente orientada al fin empresario que en esta

década tomaría forma dentro de las limitaciones impuestas por el mercado aún pequeño. El

editor de este boletín difundió un panfleto entre los vecinos para pedir suscripción “por la

mezquina cuota de un real por semana”, pero la experiencia no pudo sostenerse y cesó el 12

de octubre.

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5.15. Buscando modelos de modernidad

Otro grupo de periódicos se inició en esta época, intentando adoptar los formatos

desarrollados por la prensa moderna europea: tendencia al formato columna, combinación

de información y editorialización política, elementos educativos y culturales, textos cuyo

único fin era el entretenimiento, información comercial, publicación de actos de gobierno,

crónicas de teatro, etc. Lo hicieron combinando el esfuerzo por lograr suscripciones estables

y numerosas, con la búsqueda de subsidios desde el propio gobierno y el apoyo de núcleos

de colaboradores pertenecientes a la elite porteña. En este año 1821, el gobierno sacó de

circulación a la vieja Gaceta de Buenos Aires, poniéndose a tono con la más moderna figura

del Boletín Oficial para publicar los actos de gobierno, con lo cual quedaba abierta la

posibilidad de subsidios a periodistas “independientes” motivados en el apoyo a la

“ilustración” y a la prensa independiente, pues el Boletín no habría de contener elementos

editoriales ni de entretenimientos. En ese contexto, mientras el Estado intentaba mantener un

cuidadoso equilibrio entre el estímulo a la existencia de prensa libre y la necesidad de evitar

desbordes y amenazas por parte de esa misma prensa, se inició una nueva etapa que matiza

momentos de expansión y retracción cuyo resultado será la presencia definitiva de

periódicos estables fuertemente ligados al poder político.

Así, bajo el respaldo del gobierno de Rodríguez-Rivadavia aparecen la Revista Ligera de

Buenos Aires, el Argos de Buenos Aires (que duraría cinco años), La Gaceta Mercantil (que

subsistirá hasta la caída de Rosas) y otros periódicos de perfil “general”, así como periódicos

políticos cuya duración media pronto pasaría de un par de meses a un año y más, y nuevas

imprentas en el interior (A Entre Ríos y Mendoza se suman pronto la que logra del Carril

para San Juan, y la que se envía al gobernador de Salta, con tipógrafo –el joven Hilario

Ascasubi- incluido.

A su vez, los ciclos de constricción guardan directa relación con el nivel de amenaza que el

gobierno siente sobre sí. En esta etapa, sin embargo, ya no cabe duda respecto de la adhesión

formal a la libertad de prensa y al rol de la prensa en el funcionamiento del Estado y el

bienestar de la sociedad.

Así, la Revista Ligera elogia al gobierno y afirma que nunca como entonces se garantizó la

libertad de prensa, “arma poderosa que un pueblo ilustrado y libre tiene derecho de oponer a

las operaciones de una administración descarriada”. Los límites se nombran con la noción de

abuso: “disgusto ciego, ardor temerario, atrevimiento descarado”, pero en un contexto en el

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cual el gobierno considera beneficiosa la crítica, más aún que el halago, para su buen

funcionamiento. La Revista se ocupa de la defensa sistemática de las modernizaciones

encaradas por la nueva administración: nuevas escuelas, método Lancaster, vacunación,

empedrado de calles, nuevos mercados, nuevos caminos, modernización del sistema de

rentas del Estado y su presupuesto, etc.

El Argos de Buenos Aires apareció el 12de mayo de 1821. Cesó el 24 de noviembre de ese

año, alcanzando la periodicidad bisemanal. Tras este cese reapareció al año siguiente y duró

hasta 1825, un récord para un periódico no estatal. En 1823 nace la Gaceta Mercantil, que

ya no cesaría como periódico con público estable, pues no sólo duró hasta la caída de Rosas,

sino que su espacio sería milimétricamente ocupado por otra publicación.

Este momento de desarrollo de la prensa periódica estuvo impulsado por la iniciativa de un

grupo de funcionarios: El 28 de diciembre de 1821 circuló una invitación para vecinos de la

elite local, para reunirse a mediodía del día 29 en la casa del entonces presidente de la Junta

de Representantes, el clérigo Dr. Julián Segundo de Agüero. En esa reunión, se retomó la

tradición cultural iniciada en tiempos del virrey Del Pino, conformándose una nueva

sociedad literaria: la Sociedad Literaria de Buenos Aires. En el reglamento, redactado por

Manuel Moreno (regresado poco antes de su exilio en Estados Unidos) e Ignacio Núñez

(funcionario y redactor de periódicos), se indicaba que su objeto sería “propagar los

conocimientos y las luces en todos los ramos científicos, industria y comercio”. En sus

artículos 20 a 26, se establecía que la Sociedad habría de publicar un papel ordinario de un

pliego, dos veces por semana, con el título de El Argos de Buenos Aires, y en el 27, que “se

editará un periódico mensual en forma de folleto de cuatro pliegos, bajo el título de La

Abeja Argentina”.

El Argos, en efecto, se constituyó como un periódico “de interés general”, con publicación

de noticias sobre asuntos públicos, ensayos sobre industria, comercio, crédito, temas

literarios (teatro, poesía), etc. Con una enunciación impersonal, cosa novedosa en un

contexto de periódicos hiperpersonalizados y cargados de diatribas, se diferenció de

inmediato. Aún así, si en el contexto ambiente se diferenciaba, no faltaron las rimas

mordaces y los ataques a Castañeda, a los portugueses, y muy particularmente al gobernador

de Córdoba Bustos.

El número 34, correspondiente al 24 de noviembre, dio aviso de la suspensión. Antes había

habido demoras por sobreocupación de las imprentas disponibles en la ciudad, y por

problemas organizativos. Esto se explicitaba más ahora: no se podía continuar la empresa si

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no cooperaban con ella quienes se habían comprometido a aportar sus luces y sus esfuerzos,

en tanto que uno de los integrantes del equipo se ausentaba de la ciudad por motivos

privados. Concluía el artículo elogiando una vez más al gobierno. La interrupción fue breve,

recomenzando con el mismo formato (dos columnas) y tipografía, pero con nueva

numeración (desde 1). En la introducción a este nuevo primer número, hacían notar que

Buenos Aires había quedado sin periódicos, pues suspendidos El Argos, el Boletín de la

Industria y El Patriota, sólo quedaba el Boletín Oficial, por lo que era urgente un periódico

“de interés general” (nótese que no se considera tal las publicaciones de Castañeda o contra

él). También aclaran que el título continúa la experiencia de 1821, pero ahora representando

a la Sociedad Literaria con acuerdo de los anteriores propietarios. El periódico intentó

aplicar al máximo su esfuerzo por asimilar la experiencia de la moderna prensa europea,

llegando al extremo de anunciar que se pagaría, a modo de premio, las mejores

colaboraciones, y a su vez no se publicarían “comunicados” o “remitidos”, limitándose a

recibir los mismos para instrucción de los miembros acerca del asunto específico.

El periódico se mantuvo estable durante casi dos años, pero a comienzos de 1824 se notaron

diferencias en el equipo original. El 3 de enero, un comunicado decía: “Una ocurrencia

inesperada nos ha puesto en situación de no poder conciliar el nuevo carácter que hemos

recibido, con ser editor de ningún periódico. En esta virtud, deberá saber el público que

desde el número siguiente corre éste por otra mano”. En efecto, durante 1824, además de

roces por la responsabilidad de devolución de suscripciones no cumplidas por la Sociedad

Literaria (en tanto los nuevos propietarios, que eran en realidad los mismos de 1821,

iniciaban una nueva), surgieron diferencias de estilo en que se notaba un interés mucho más

comercial de quienes la redactaban. El Argos pasó a llamarse El Argos de Buenos Aires y

Avisador Universal, con una sección en su última página íntegramente dedicada a avisos,

noticias comerciales y movimiento de barcos.

Otros periódicos que fueron parte de esta misma oleada fueron La Abeja Argentina, también

editada por la Sociedad Literaria (mensual, abril 15 de 1822 a julio 15 de 1823), que

intentaba ser la versión densa de los artículos de El Argos, esto es, publicar ensayos más

largos y menos ligados con la actualidad inmediata, ligados con cuestiones americanas,

política, historia, ciencias, bellas artes, etc. Participaron en la Abeja miembros de la

Sociedad como Moreno, López y Planes, Felipe Senillosa, el Deán Funes, Antonio Sáenz,

etc. También El Ambigú de Buenos Aires, entre julio y setiembre de 1822, editado por una

“Sociedad de Amigos del País” y que alcanzó sólo tres números.

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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

5.16. Hacia la formación de periódicos de partido

Junto a esta oleada de periódicos que –a pesar de estar redactados por miembros del

gobierno- intentaban producir un perfil de “interés general”, comenzaron a aparecer otros

con posiciones más explícitas, en tanto en el propio gobierno, tanto en la estructura de la

administración pública como en el ejército y más aún en la legislatura, comenzó a

explicitarse la posible coexistencia a largo plazo que se definían como facciones con

programas diferenciados en asuntos clave como la estructura de Estado (unitario o federal),

la cuestión oriental (cómo afrontar el conflicto con Brasil) y los sectores sociales

representados. Así, tras el mencionado El Centinela, gobernista y redactado por funcionarios

(Wilde, Varela, Núñez), siguieron El Teatro de la Opinión, también oficialista, redactado por

Francisco Wright entre mayo de 1823 y agosto de 1824, El Republicano, opositor

(diciembre de 1823 a junio de 1824), Antón Peluca (1824) redactado por Juan C. Varela, y

El Argentino (diciembre de 1824 a diciembre de 1825). Este periódico explicitó las

posiciones de la facción de Dorrego, contrarias a Rivadavia. Redactaron el propio Dorrego,

Cava, Ugarteche y Baldomero García. En polémica con El Argentino surgió El Nacional,

(diciembre de 1824 a marzo de 1826), redactado por Valentín Alsina e Ignacio Núñez.

5.17. Retracciones

Los momentos de retracción fueron aún numerosos: fue prácticamente imposible imaginar

una publicación si no se poseía el explícito respaldo de una facción del propio poder

político, y la convivencia entre las facciones se tornaba más y más difícil, aproximándose

una etapa de virulenta guerra civil.

Mientras a medida que avanzaba la década de 1820 la economía de Buenos Aires florecía y

se expandía el mercado comercial de la ciudad portuaria, la cantidad de imprentas crecía (7

en 1827, según el Almanaque de Buenos Aires de ese año), y los periódicos alcanzaban una

duración mayor, al punto que en 1824 la Gaceta Mercantil se acercaba al ritmo de edición

diario. Además, aunque seguían existiendo libelos y pasquines efímeros que causaban

graves escándalos, la población letrada comenzó a acostumbrarse a la presencia regular de

más de una opción de prensa política en forma simultánea en la ciudad, con frecuencia

inicialmente semanal, y aproximándose a diaria.

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Algunos picos de aumento de la variedad de papeles –y de cese- se notan en las instancias de

convocatoria a elegir representantes tanto a la legislatura como a los sucesivos intentos de

Congreso. Los mayores cambios, sin embargo, corresponden en esta época a tres cuestiones:

1) La nueva configuración de la economía porteña, que de la expectativa de heredar el

aparato virreinal en su beneficio (apropiando especialmente las rentas mineras del norte),

pasa a ser el puerto de conexión con el mercado mundial, en una floreciente economía

ganadera saladeril y del cuero. Esta expansión se expresa en el aumento de público

lector, la demanda de periódicos con información comercial, una economía más rica que

expande el mercado y un aparato estatal que espasmódicamente tiende a estabilizar

ciertas instituciones funcionales con la existencia de prensa moderna.

2) Los límites de esta modernización institucional. Los aparatos faccionales no hallan un

modo de convivencia y la guerra como solución se acerca, lo cual produce constantes

ataques de quienes tienen el control del Ejecutivo para impedir la existencia de prensa

opositora. Más aún, todavía, en el interior. Por ello el grueso de los crecimientos y

retrocesos se produce al ritmo de los conflictos al interior del aparato estatal y las

consecuencias de sus acciones sobre el equilibrio faccional.

3) El impacto de la prensa porteña sobre el interior.

En cuanto a lo primero, el fenómeno se limita a Buenos Aires. Como vimos en el capítulo

anterior, sólo Mendoza esboza algo más que una prensa político-militar de Estado, y lo hace

mientras subsiste la conexión económica y física con Chile (de hecho la primer imprenta

particular del interior llega a Mendoza por esa vía). Cuando, bajo el rosismo, esta relación

colapse, cesará este esbozo de prensa moderna. La ciudad que seguirá a Buenos Aires en su

ritmo vertiginoso de expansión de la prensa (y por varios motivos, superándola en algunos

momentos), será la otra ciudad portuaria, mercantil y ganadera: Montevideo, en las décadas

de 1830 y 1840.

En cuanto a lo segundo, son ejemplos de ello la constante reacción convulsiva del Estado:

La clausura, el destierro, la destitución, ya no son la norma única como en la década

anterior; pero a fines de 1822 se traba acusación contra Castañeda y éste debe huir primero a

Montevideo y luego, asilado por López, a Santa Fe. El Argos de Buenos Aires tiene

dificultades cuando Agüero deja la redacción y vuelve a ser “particular”. No puede

distribuirse los domingos pues los repartidores “se niegan a hacerlo en un día festivo”. En

1825, en su número 211, los editores dicen que “precisamente” en ese momento de mayor

prosperidad, se notan en el periódico “defectos de redacción, de corrección tipográfica y de

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hora de reparto” (se imprimía en la imprenta del Estado). Esto, dice el periódico, tiene como

fin “entorpecer la emisión y conducirle gradualmente al cese”. Queja similar, por haber

sufrido cambio de gobierno en la misma dirección, presentaba El Eco de los Andes en

Mendoza6.

Juan Cruz Varela decía desde las páginas de El Centinela que había tantos papeles públicos

caídos como gobiernos, y que era raro el periodista que no hubiese sufrido ya clausuras y

destierros. Juan María Calderón, joven empleado de la administración pública, se ve

obligado a renunciar a su cargo por el escándalo que genera un artículo del Lobera del Año

20, tras el pedido de tribunal de imprenta que hace un canónigo. Antón Peluca fue

clausurado al primer número, aunque Varela logró burlar el tribunal de imprenta con una

argucia (enviando a un testaferro).

5.18. Control de la imprenta del Estado

Una de las herramientas decisivas del control estatal de la prensa fue el control de la

poderosa imprenta del Estado. El 9 de marzo de 1824, un decreto planteaba la necesaria

modernización de la Imprenta de los Niños Expósitos (una de cuyas consecuencias sería el

envío a Salta de parte de su equipamiento). A lo largo de la década siguiente, el control de la

imprenta pasó a ser una cuestión estratégica, por lo que a cada cambio de gobierno, le siguió

un renovación del plantel directivo de la misma. Así por ejemplo, el 6 de noviembre de

1826, la promoción del administrador de la imprenta a otro puesto motivó el nombramiento

por Rivadavia de Pedro Manuel Lara en tal cargo. Bajo Dorrego, el 25 de setiembre de 1827

Lara quedaba removido y reemplazado por Manuel Torres, y el 1 de julio de 1828 se daba

un paso adicional: derogándose el de 1825, y argumentando que la imprenta daba pérdidas,

el establecimiento quedaba concedido a una empresa particular, quedando todos los

empleados cesantes desde el día del traspaso. Esta concesión sería sucesivamente revocada

tras cada cambio de gobierno, hasta la consolidación de Rosas.

5.19. En el Interior

En cuanto a la prensa del interior, puede notarse la directa relación entre prensa y Estado en

tanto la primera es emanación orgánica del segundo con funciones político-militares, al

extremo de acompañar en muchos casos a los ejércitos en operaciones. A los mencionados

casos de ingreso de imprenta a Mendoza, Tucumán y Entre Ríos/Santa Fe por columnas

6 Cfr. El Eco de los Andes, impresión fascimilar por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1943.

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militares ligadas a Buenos Aires o Montevideo, y su uso posterior por los gobiernos surgidos

en 1820, debe sumarse el influjo del período rivadaviano en la expansión de la prensa

(Mendoza, San Juan, Salta), y de la emisión de periódicos unitarios en Cuyo en este

momento. Asimismo, por reacción, es también el ritmo de la prensa porteña el que

determina su surgimiento en Córdoba: El 3 de agosto de 1822, El Argos de Buenos Aires

publica una columna alusiva a la presencia en Buenos Aires de un enviado del gobierno

cordobés. Ante ello, el periódico ataca al gobernador Juan Bautista Bustos: “Dicen que

Bustos ha mantenido en inacción una fuerza que no es suya, con perjuicio de la causa

pública (…) con sus procederes violentos abrevió la vida del benemérito general Belgrano, y

otras cosas por este estilo que a nada conducen cuando él sólo trata del interés común,

mostrándose en el día muy arrepentido…”. El 10 de agosto, el enviado cordobés solicita a

Rivadavia que actúe contra El Argos en virtud de leyes de abuso de libertad de imprenta, en

tanto este periódico habría utilizado expresiones ofensivas y groseras contra el gobernador

de Córdoba “e indirectamente contra el protector del Perú”, perturbando la armonía entre

ambas provincias precisamente en medio de su misión destinada a estrechar lazos. El día 12

Rivadavia contesta que el gobierno lamenta la publicación de este artículo “no menos justo

que impolítico”, pero que no puede reprimir la publicación pues existe una ley “subsistente

en ésta y en las demás provincias mediante la sanción de todos los gobiernos y cuerpos

representativos del país”, por el cual se puede escribir “con absoluta independencia de la

autoridad del gobierno”. El comisionado cordobés responde el 14 del mismo mes, señalando

que más allá de las instancias judiciales de reparación por calumnias, se trataba de que El

Argos producía daño diplomático en la relación interprovincial, y por lo tanto era un

problema del poder ejecutivo y no sólo judicial. Rivadavia ratificó la respuesta del día 12,

aunque poco después impulsó la reglamentación clara del delito de abuso de imprenta. El

enviado cordobés (de apellido Bustos, como el gobernador), había sintetizado la noción de

relación con la imprenta y su uso público en formaciones premodernas: emanación directa

de la autoridad estatal, por lo que llegó a decir en su nota que si el gobierno porteño quería

la armonía con Córdoba “con sinceridad”, tendría que perseguir “a los que por medio de

groseras invectivas intentan frustrar los efectos de su voluntad”. La constatación de lo

inocuo de esta doctrina bajo condiciones de una formación estatal parlamentaria (con prensa

independiente), y por lo tanto de su impotencia como poder fuera de los límites de la

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provincia, llevó al gobernador cordobés a tomar la decisión de comprar una imprenta e

instalarla en Córdoba, en 18237.

6. Bajo Rosas

El período rosista ha sido, en cuestiones de prensa (y también en otras cuestiones como

modernización del Estado), objeto de una leyenda negra. Lo cual no significa que sea

posible una lectura de tono rosa. Las condiciones de autoritarismo y crueldad demostradas

bajo su gobierno son innegables, aunque deben ser leídas en un contexto en el que todas las

partes en pugna participaron de tales condiciones allí donde controlaron el poder. Durante la

larga dictadura de Rosas se sentaron muchas de las bases para la modernización posterior:

desde el punto de vista del aparato estatal, funcionó el parlamento de modo regular, lo que

constituye una innovación, aunque con un límite claro: estaba en cierto modo

predeterminado por fuerzas externas al mismo la actitud de otorgamiento de plenos poderes

al dictador. Al mismo tiempo, se sentaron las bases de una relación mucho más completa y

constante con la noción de opinión pública: Rosas ha explicitado en algunas de sus cartas su

conocimiento de la necesidad de hacer uso de un discurso agradable a los oídos de sectores

heterogéneos, en un arco que iba desde los ganaderos hasta los “muchachos de las orillas”,

así como la necesidad de hacer lobby sobre la prensa europea, cosa que efectivamente hizo a

través de agentes y de ediciones trilingües a cargo de De Angelis. La posibilidad de

expresión política plural estuvo restringida al máximo bajo Rosas, pero también lo estuvo en

el Montevideo de los emigrados, aunque allí contaron con la ventaja de no requerir un

sistema piramidal de mando tan complejo como el de Rosas8.

Sin dudas, en Montevideo sí existían cruces de opinión entre periódicos, estableciendo

claramente la diferencia entre el marco de pertenencia común fuera del cual quedaban los

enemigos, y el marco de disenso posible entre ellos. Fue precisamente por esta gimnasia 7 El gobernador convocó a colecta pública a fines de 1822, comisionando luego a Elías Bedoya, funcionario del gobierno, para la compra de equipos y contratación de un tipógrafo. La imprenta llegaría en octubre de 1823, quedando a cargo de la Universidad. Hasta la caída de Rosas, sería ésta la única imprenta en la provincia. El 15 de noviembre de 1823, un oficio de Bustos dirigido a la Universidad, decía: “La libertad bien reglada de la imprenta, es lo más interesante a la causa pública, al paso que su abuso lo más perjudicial y funesto. Este gobierno, que sólo trata de proporcionar útiles ventajas a los habitantes que están bajo su dirección y cuidado, protege debidamente aquélla, en los términos que puntualiza el decreto de esta fecha que en copia acompaño a V.E. a fin de que se dé al público en el primer papel de la prensa. Por ahora y mientras e dicta el reglamento que debe regir la imprenta pública de esta Universidad mayor de San Carlos, se observarán los artículos siguientes: 1º Será dicha imprenta libre con sólo la limitación de no dar papeles que ataquen la Religión del Estado, las autoridades constituidas en el país; que inciten a la sedición, a trastornar el orden público, a desobedecer las leyes; que ofendan el decoro de la decencia pública, el honor y la reputación de alguna persona, o que publiquen los defectos de su vida privada. La infracción de este artículo será considerada como un crimen y su autor juzgado y penado por las respectivas autoridades. 2º El impresor es responsable en el caso de no presentar firma de sujeto conocido, y de responsabilidad de esta provincia. Comuníquese, etc.” Bustos, Evaristo Bedoya. 8 (Cfr. Moyano, j.: Prensa y Modernidad, 1996, segunda parte).

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parlamentaria que los emigrados de Montevideo, Chile y otros lugares pudieron aprovechar

óptimamente las condiciones que el rosismo les habría de dejar en 1852, cosa que no pudo

hacer Urquiza, pues él heredó la estructura de representación piramidal que aún quedaba en

pie, en tanto que no contó con la experiencia que sí hicieron los emigrados.

Desde el punto de vista de la prensa, en primer lugar, observamos durante el período rosista

la partición geográfica del enfrentamiento. Esto es: fue imposible que los periódicos que se

enfrentaban en Buenos Aires en la década de 1820, pudieran existir en la misma ciudad o

provincia bajo gobierno de un bando, por lo que existieron periódicos de una voz en la

provincia dominada por unitarios, y de la otra en las federales, con cambios de 180 grados

cuando un golpe o invasión cambió el signo del gobierno (es notable el caso de Corrientes,

con un único periódico de Estado en la década de 1840, pero cambiando de nombre y signo

cada vez que el gobierno caía en manos de uno y otro bando. En tal sentido, puede decirse

que Buenos Aires y Montevideo constituyeron el soporte de reorganización territorial de la

prensa de las facciones en guerra civil en Argentina. El interior acompañó este proceso

milimétricamente. Así, los periódicos de Corrientes fueron rosistas o partidarios de Lavalle.

En Entre Ríos, tras la desaparición del Correo Ministerial en 1824, no hubo periódicos hasta

que la guerra civil llevó una imprenta a la invasión a la Banda Oriental en 1839 (editando El

Lancero en Campaña), imprenta que se perdió en la derrota de Cagancha a fines de ese año,

y luego otra imprenta a Paraná en octubre de 1840 para contrarrestar el periódico que

editaba Lavalle desde la Santa Fe tomada por sus fuerzas. La persistencia de la guerra en el

Litoral llevó a Rosas a respaldar un semanario regular en Paraná desde entonces (El Federal

Entre Riano, iniciado en 1843 cuando Urquiza retomó la provincia frente a las fuerzas de

Paz, y que existiría hasta el final del período). Durante la ofensiva militar rosista contra

Lavalle en 1840-41 aparece la mayor proliferación de periódicos en el interior en todo este

período. Todos ellos son expresión de guerra, junto al avance de las tropas.

6.1. Modernización discreta pero firme

Pero si en el interior la única función posible de la prensa fue político-militar9, en Buenos

Aires sí continuaron evolucionando algunos aspectos de la prensa periódica moderna, tales

como formato, organización por secciones y subgéneros, estilos de redacción, cantidad de

9 Hasta las postrimerías del período, pues hacia fines de la década de 1840 el Litoral comenzaría a modernizar su infraestructura gracias a la expansión económica exportadora –legal y de contrabando- por vía fluvial hacia Montevideo y Buenos Aires, y esto impactaría sobre la prensa también.

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material impreso por número, cantidad total de ejemplares por año, variedad de opciones

disponibles en la ciudad y sobre todo duración de los periódicos.

Es, en efecto, engañoso, como hemos visto, el carácter restrictivo de la disminución de

títulos: bajo Rosas sí se reprimió activamente el disenso y se obligó a los funcionarios de la

facción opuesta que redactaban periódicos a desterrarse, desapareciendo con ello tanto los

periódicos opositores como la guerra de pasquines que suele conformar el grueso de los

títulos de los catálogos tradicionales de prensa. Pero durante la década de 1835 a 1845, por

ejemplo, un porteño disponía todos los días de tres o cuatro opciones periodísticas, además

de materiales técnicamente mejor logrados (con ilustración, por ejemplo) y más densos en

sus contenidos con carácter quincenal o mensual. Asimismo, esos varios diarios, contaban

con una distribución de secciones acordes con lo que se acostumbraba en Europa:

documentos estatales, notas de opinión (restringidas por la dictadura, cosa normal en varios

países europeos), noticias comerciales y estadísticas, avisos, sección de literatura y teatro,

revista de periódicos extranjeros, folletín, extracto de libros. Esto, incluso, no se limitaba a

Buenos Aires. En el interior, era posible leer folletines europeos (de autores de la talla de A.

Dumas y otros que se editaban masivamente en Europa) poco después de su edición original.

Esto a su vez se contrapesaba con una sobreactuación grandilocuente en el anatema contra el

adversario discursivo. Así, apenas asumido Rosas en su primer gobierno (8 de diciembre de

1829), la Honorable Junta de Representantes decreta el 24 del mismo mes: “Se declaran

libelos infamatorios y ofensivos de la moral y decencia pública todos los papeles dados a luz

por las imprentas de esta ciudad, desde el 1º de diciembre de 1828 hasta la convención de

24 de junio último, que contengan expresiones infamantes, o en algún modo injuriosas a las

personas del finado gobernador de la Provincia, Coronel Don Manuel Dorrego, del

comandante general de la campaña, Coronel Don Juan Manuel de Rosas, de los

gobernadores de provincias, de los beneméritos patriotas que han servido a la causa del

orden, de los ministros de las naciones amigas residentes en ésta o de cualquiera otro

ciudadano o habitante de la provincia”. La colección de ejemplares caídos en la tipificación

fue quemada públicamente poco después.

6.2. Reorganización discursiva

Todavía en 1830 existía una numerosa oferta periodística en debate. El Lucero es el

periódico “oficioso”, formalmente particular pero subsidiado desde el Estado, con un

discurso eternamente oficialista, aún tras los cambios de gobierno. El Lucero fue redactado

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por el italiano Pedro de Angelis, que llegado unos años antes (lo suficiente como para adular

a Lavalle, antecedente que le sería echado en cara en futuros embates periodísticos),

comenzó con este diario su auge en el periodismo local, llegando a ser el escriba de más

confianza de Rosas, al punto que éste último llegaría a indicarle día por día lo que debía

escribir10. El Lucero apareció el 7 de setiembre de 1829, y cesó el 41 de julio de 1833.

Luis Pérez, empleado del gobierno, quedó a cargo de una serie de periódicos de corta

duración que mantuvieron la tradición de publicaciones mordaces en las que el cambio de

nombre era parte de la fuerza de la argumentación misma, como había sucedido en nuestro

país con los periódicos de Castañeda, y en menor escala con los Diablos Rosados de 1828,

cuya redacción se encargó al escriba de origen francés Luis Lasserre. El primer y más

famoso periódico de Pérez fue El Gaucho, con el cual inauguró la saga de periódicos

dirigidos a un público popular, con gran cantidad de material en verso de formatos usuales

en la cultura popular, con linaje de la métrica del romancero español, de la vidala y otras

formas mestizas. Le seguirían La Gaucha, El Toro de Once, El Torito de los Muchachos, La

Ticucha, El Loco Machuca Batatas, Don Cunino y otros. Estos periódicos eran para ser

leídos, pero fundamentalmente para ser leídos por una persona analfabeta a un grupo mayor,

y repetido oralmente, de allí la importancia de las rimas. El Gaucho sostuvo una postura

rosista radical, en tanto que El Clasificador o Nuevo Tribuno (de Cavia) mantuvo una

postura más moderada, mientras que el Mártir o Libre, de Manuel Araucho intentó una

oposición moderada, defendiendo la convocatoria a Congreso que Rosas comenzaba a

dilatar. La postura beligerante de los periódicos de Pérez no se debía tanto a la intención

confrontativa en la propia ciudad de Buenos Aires, sino a la necesidad de responder a la

prensa beligerante que se desató en el interior durante el auge de la Liga del Norte, cuando

periódicos como El Coracero de Mendoza hicieron uso de las rimas populares como arma de

ataque periodístico. Se destacaba allí Juan Gualberto Godoy, uno de los fundadores de la

gauchesca, que había alcanzado fama con sus composiciones ya a comienzos de la década de

1820, cuando hizo una poesía muy mordaz atacando al oficial Corro, que se había rebelado

contra la autoridad militar en Mendoza y luego huido. Asimismo, en 1828 había llegado al

país el litógrafo suizo Hipólito Bacle, quien se incorporó a la imprenta del Estado y elaboró

las primeras estampas accesibles al público. Otras novedades tuvieron que ver con

estrategias novedosas de captación de la atención lectora, como es el caso de La Argentina,

de Manuel Iirigoyen (con redacción anónima), que decía ser hecho por mujeres e intentaba

10 Cfr. Irazusta, J.: Irazusta, Julio: Vida Política de Juan Manuel de Rosas a Través de su Correspondencia. Tomos III y IV. Editorial Albatros, Buenos Aires, 1947 y 1950.

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tanto acercarse a la lectura femenina (con muchas poesías y material literario) y a su vez

tomar el presunto discurso femenino como base para enunciar. Así, junto a argumentos a

favor del amor en el matrimonio y poesías españolas, modas, recomendaciones para el

comportamiento en el teatro, reglas para conversación, tiendas y bailes, aparecían

comentarios políticos que defendían al gobierno de Rosas. Este periódico duró de octubre de

1830 a julio de 1831. Se daba entonces la paradoja observable, por ejemplo, bajo Napoleón

en Francia: Menos periódicos, pero más números, ejemplares y ediciones diarias. Adulación

en cantidades interminables, censura y presiones, pero al mismo tiempo modernización de

contenidos, estilo, secciones y subgéneros. Nunca había habido tanta oferta disponible a lo

largo del año en Buenos Aires como en este momento, incluyendo adelantos técnicos

(ilustraciones, calidad tipográfica) y diarios. En 1831 (16 de mayo), a la Gaceta Mercantil y

El Lucero se sumaba El Diario de la Tarde, que también duró hasta la caída de Rosas y aún

mucho más allá, pues su lugar fue ocupado por El Nacional constituyendo un mero cambio

de nombre y de línea política de su redacción, continuando el resto (formato, secciones,

suscripciones, etc.) iguales, al extremo de reconocer su fundación en 1831.

El perfil del combate periodístico estaba, hacia 1831, ya territorializado: Por un lado, los

periódicos de Buenos Aires, todos más o menos favorables al gobierno o intentando

aparecer no faccionales. Por el otro, los periódicos de Córdoba y Cuyo: El Serrano, La

Aurora, El Eco de los Andes, El Coracero. Persistían, sin embargo, enfrentamientos subidos

de tono, que involucraban los periódicos de Pérez, de Cavia, de Barros Pazos y otros. Esto

comenzó a ser restringido por Rosas con un decreto a fines de enero de 1832, suspendiendo

al Nuevo Tribuno y a El Cometa de Buenos Aires (de Cavia y Barros Pazos

respectivamente), y el primero de febrero estableció la obligatoriedad de permiso previo

para establecer imprenta o administrarla, así como para la publicación de periódicos en

cualquier idioma, el cual no podría ser anónimo, debiendo aparecer nombre y apellido de

quien recibió el permiso, y estableciendo la responsabilidad total del editor sobre los

contenidos, incluidos los remitidos.

Iniciado el interregno de Viamonte, nuevamente estalló la variedad de títulos efímeros y

mordaces, algunos con estilo “joco-serio” que llevaban el género al paroxismo. Esto fue

enfrentado por el poder político a través de una acusación del fiscal Pedro Agrelo, hecha el 2

de octubre de 1833, contra La Gaceta Mercantil y El Restaurador de las Leyes (federales y

ligados a De Angelis), El Rayo y El Relámpago, Dime con Quién Andas, y El Defensor de

los Derechos del Pueblo, un anunciado “Los Cueritos al Sol: Las memorias secretas de

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Monteagudo”, que no llegó a publicarse, el Amigo del País, y otros. Casi todos ellos eran de

tendencia federal, y fueron clausurados o cesaron voluntariamente para evitar acciones

penales sobre ellos. De Angelis publicaría entonces (desde el 11 de diciembre y hasta

octubre del año siguiente) El Monitor, y Cavia El Censor Argentino (entre abril y agosto de

1834). Pérez reintentaría con El Gaucho Restaurador, que duró muy poco y lo sacó de

escena pues enemistado violentamente con De Angelis, quedó este último como redactor de

confianza de Rosas, aunque no queda claro si Pérez cayó entonces en desgracia o se limitó a

sus funciones policiales como “veedor de calles y caminos”.

En 1835, coincide con el advenimiento del segundo gobierno de Rosas la aparición del

Museo Americano – Libro de Todo el Mundo” y el Diario de Anuncios y Publicaciones

Oficiales de Buenos Aires, ambos por la Imprenta del Comercio y Litografía del Estado.

Bacle editó e ilustró el primero e ilustró el segundo. Ambos periódicos cubrieron la

necesidad de Rosas de una prensa militantemente afín y que permitiese a su vez mostrar

ventajosamente su gobierno en el exterior. Con estas publicaciones quedaron sentadas las

bases de la oferta de prensa a lo largo de todo el segundo gobierno de Rosas en el cual, hasta

sus postrimerías, las publicaciones fueron sumamente estables pero no hubo espacio alguno

para el disenso ni para nuevas publicaciones. Intentos de periódicos “de interés general” que

dijesen entre líneas lo que no podía decirse explícitamente tuvieron corta vida, y de hecho

hasta el mismo Bacle sufrió los embates represivos. Sospechado de tratos con la oposición

fue detenido y murió a consecuencia del deterioro de su salud causado por tal percance. El

equipo del salón literario de Sastre y Alberdi, así como el periódico La Moda pronto

quedarían dispersos, en el ostracismo (como Sastre) o en el exilio (casi todos).

6.3. Montevideo, extensión territorial del conflicto porteño

La prensa de los exiliados en Montevideo es continuación “territorializada” directa de la

oposición periodística porteña una vez estabilizado el poder de Rosas. Salvo en 1840-41 (los

mencionados casos durante la invasión de Lavalle), no habría en el país nuevos intentos

serios de oponer prensa a la monolítica organización rosista en el propio país. Pero en

Montevideo continuaron los mejores redactores unitarios y los exiliados de la generación

siguiente que se les sumaría: Juan Cruz y Florencio Varela, Juan B. Alberdi, Lamas, Cané,

Thompson, Wilde, Félix Frías, Rivera Indarte, Mitre, etc. Algunos ya desde 1831 (como

Juan C. Varela con El Patriota. Pero el primer periódico importante de emigrados, que haría

época y agregaría tantas innovaciones como las que iban produciéndose en Buenos Aires fue

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El Nacional. Su primera época fue entre abril de 1835 y julio de 1836, redactado por Andrés

Lamas, quien ante la clausura por Oribe debió desterrarse en Brasil. Reapareció el 11 de

noviembre de 1838, redactado por Lamas y Miguel Cané, y luego en diversas épocas con la

colaboración de Félix Frías, Juan Thompson, José Rivera Indarte, Luis L. Domínguez,

Bartolomé Mitre y otros. Indarte, que había sido fundador del Diario de Avisos en Buenos

Aires, y defendido con su pluma a Rosas, pasó sin solución de continuidad a escribir en su

contra desde El Nacional. Al morir Rivera Indarte (1845), se hizo cargo de la redacción

Francisco Wright. El Nacional cesó en 1846, reapareciendo como el título que –prestigiado

por su militancia antirrosista- reemplazaría el del Diario de la Tarde en Buenos Aires, luego

de Caseros. El Iniciador, editado también por Andrés Lamas y Miguel Cané en 1838, era

una publicación en formato revista a dos columnas (en cuarto), emparentado con el esfuerzo

planteado por La Moda en Buenos Aires en el año anterior: lectura amena y entretenimiento,

como vehículo para educar y difundir ideas de cambio, no sólo en política, sino en condición

de la mujer, literatura y progreso institucional. Tiró 16 números en dos tomos, entre abril de

1838 y enero de 1839. Allí colaboraron, entre otros, Alberdi, quien precisamente escribió

sobre la condición de las mujeres en su estatuto legal como esposas y ciudadanas.

Varios de estos protagonistas murieron durante el destierro, como Rivera Indarte, Esteban

Echeverría y –trágicamente- Florencio Varela. Pero a los que sobrevivieron, cuando cayó

Rosas, la enorme cantidad de experiencias periodísticas logradas en Montevideo,

particularmente después de iniciado el bloqueo que galvanizó a los antirrosistas con los

antioribistas, les permitió un cómodo traslado de tales experiencias a Buenos Aires: Los

hermanos Varela, Vélez Sársfield, Félix Frías, Valentín Alsina, José Mármol, J. Thompson,

J.M. Cantilo, Luis Domínguez, el mismo Ascasubi, entre otros, habían realizado su

experiencia en una época de progreso de la prensa que también, con excepción de las

libertades propias del libre funcionamiento parlamentario, habían sido cimentadas bajo el

rosismo. A ellos se sumarían Mitre y Sarmiento quienes hicieron el grueso de tal experiencia

en Chile.

7. Una nueva transición

En apretada síntesis presenté hasta aquí una posible clasificación tipológica del desarrollo de

prensa periódica hasta 1852, considerando su desarrollo en el tiempo y las diferencias

geográficas. Es notable a lo largo de este período histórico, el desarrollo diferencial en el

tiempo (la imprenta aparece en Buenos Aires casi cuarenta años antes de su llegada al

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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

Interior, la prensa nace veinte años antes, los diarios aparecen más de treinta años antes),

como en volumen (en Buenos Aires se expande la cantidad de opciones ya en la década de

1820) y función: en Buenos Aires la función de Estado con que nace la prensa va dejando

paso, entre la independencia y la época de Rosas, a la formación de una prensa faccional de

partido, y a los cimientos de una prensa moderna al estilo de las formaciones sociales

capitalistas parlamentarias, prensa que tomará forma en la década de 1850, en tanto en el

interior se conserva la función estrictamente de Estado hasta después de la caída de Rosas.

Los nudos conceptuales de lo dicho hasta aquí son los siguientes:

1. Durante la etapa de conquista y la mayor parte de la colonia, la región fue ciertamente

marginal en el imperio español, lo cual se expresó en la inexistencia de prensa periódica

(surgida en la primer mitad del siglo XVIII en Norteamérica, México y las Antillas),

tráfico de noticias comerciales (existente en esos mismos espacios con más o menos

desarrollo, y aún de imprenta (presente desde el comienzo mismo de la época colonial en

todos los centros importantes del imperio español, en México, Perú, el Alto Perú, etc.).

Constituye un caso de excepción la imprenta de las misiones jesuíticas, surgida a

comienzos del siglo XVIII.

2. Tras las reformas borbónicas, especialmente las de 1778-82 que habilitó la expansión del

comercio legal con la metrópoli, comenzó a recibirse con cierta asiduidad material de

prensa español (como la Gaceta de Madrid) y se habilitó a funcionarios criollos (como

Belgrano) a escribir memorias sobre la región para periódicos españoles como El Correo

Mercantil de España y sus Indias, en tanto que durante la segunda invasión inglesa

circuló en forma restringida en Buenos Aires (y abierta en Montevideo) un periódico

amparado por los invasores, cuyo contenido, formato y estilo correspondía a la moderna

prensa británica, causando con su presencia un fuerte impacto. Desde fines de la década

de 1750 comenzaron a circular cada vez con mayor asiduidad avisos y pequeñas gacetas

manuscritos con información comercial y noticias traídas por los barcos (siempre como

avisos sueltos o series de unos pocos números de aparición no regular). Poco después

(1780), la imprenta nonata importada a Córdoba por los jesuitas fue recuperada por el

Virrey Vértiz y habilitada en 1781 como Imprenta de lo Niños Expósitos, lo que

permitió la aparición de algunos Avisos y Noticias impresos. Finalmente, tras algunos

intentos fallidos (solicitud de Liniers), el Virrey del Pino impulsó una Sociedad

Patriótica que a su vez hizo posible el primer periódico de la región, el Telégrafo

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Mercantil (1801), reemplazado al año siguiente por el Semanario de Agricultura,

Industria y Comercio, en el que se expresó la elite culta de Buenos Aires.

3. La crisis del imperio español y la revolución criolla provocaron, primero, la necesidad de

reafirmación de la legitimidad del discurso estatal, tanto durante el último suspiro del

gobierno español (Gobierno de Cisneros en 1809-10 y Gobierno españolista de

Montevideo, 1810-14), como en la primer etapa de gobierno patrio (Juntas, Triunvirato y

Directorio, con la Gaceta de Buenos Aires). Pero al mismo tiempo, las simpatías de gran

parte de la elite criolla por el modelo liberal británico y por las ideas más avanzadas de

la ilustración, llevaron de inmediato a intentar (en forma ciertamente fallida en este

primer momento), el nacimiento de una prensa periódica plural y orientada al debate

político, la educación del ciudadano y demás tópicos que la prensa inglesa llevaba más

de un siglo desarrollando. Cisneros realizó un esfuerzo supremo por controlar la

situación cuando ya estaba perdida para los españoles, concentrando la información en

una Gaceta del Gobierno de Buenos Aires, e intentando la re-publicación del semanario

de la elite expresada en la Sociedad Literaria. Lo primero, como vimos, se logró, pero en

momentos en que la autoridad española caducaba en la propia metrópoli, lo que precipitó

la caída de la publicación, y lo segundo se expresó, ya muy tardíamente, en el Correo de

Comercio de Belgrano, quien en sus memorias recordaría que además de retrasar lo más

posible el pedido de publicar hecho por el Virrey, escribió los primeros artículos con

gran ambigüedad respecto de cómo lograr una patria próspera. Tras la revolución, ambas

ciudades-puerto rioplatenses fueron cabeza de autoridades antagónicas, y ambas tuvieron

por ello su Gaceta de Estado, la de Buenos Aires hasta 1821 (en que la reemplazó la

noción más moderna de Boletín Oficial y la presencia de periódicos no ministeriales), y

la de Montevideo hasta su derrota en 1814. En cuanto a los esfuerzos de prensa acorde

con la modernidad europea, hemos visto los tenues y fallidos esfuerzos expresados en la

partición de la Gaceta en 1812, la publicación de un periódico por el núcleo de

Monteagudo, la aparición de un boletín que imprimía la trascripción de los debates en la

Asamblea del Año XIII. Esta etapa se cierra con el efímero gobierno de Alvear, el cual

cuenta con la Gaceta (ahora llamada de Gobierno), y con El Independiente, primer

periódico editado para defender un gobierno amparándose en su condición de “no

ministerial”, y primero en el que se delimitan funciones respecto de las que cumplía la

Gaceta de Madrid en la vieja metrópoli.

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4. La consolidación de la estrategia de San Martín (declaración de independencia, defensa

con guerra de guerrillas en Salta sin intentar nuevas invasiones al Alto Perú,

fortalecimiento militar en Cuyo e invasión a Chile por la Cordillera y a Perú por mar),

así como la caída de Alvear y su errática diplomacia, se complementaron con la

disminución de la amenaza de invasión española por la vía de Brasil. Esto permitió la

convocatoria al Congreso de Tucumán y, a pesar del grave enfrentamiento con las

provincias bajo el gobierno de Artigas, comenzar a delinear una estrategia independiente

en la que la producción ganadera y el libre comercio comenzarían a ganar importancia,

mientras se alejaba la esperanza de recuperar las ricas regiones mineras del Alto Perú.

En este contexto, se retomaron los esfuerzos por construir una prensa plural a imagen y

semejanza de la inglesa. En primer lugar, el esbozo de partición de La Gaceta en 1812

dio paso, tras el Estatuto Provisional de 1815, a dos periódicos simultáneos, uno semanal

(La Gaceta, a cargo del Gobierno nacional) y el otro quincenal (El Censor, a cargo del

español emigrado Valdés. A ellos se sumaron el que agrupó la facción opositora a la

línea del Director Pueyrredón, cercana a Dorrego, expresada en La Crónica Argentina,

con apoyo de Sarratea, a lo que se agregaron esfuerzos aún muy efímeros, por la

insuficiencia del mercado, por editar periódicos de interés no inmediatamente político,

con cuestiones educativas o curiosidades. Todos ellos con el empuje de algunos

emigrados españoles que huían de la restauración, los que sumaron no sólo experiencia

europea, sino más imprentas. Los cuellos de botella causados por la imposibilidad de

resolver parlamentariamente las diferencias entre facciones criollas provocó la caída de

periódicos no oficiales y el destierro de funcionarios-redactores como Manuel Moreno y

Pedro Agrelo. La configuración de un rol de esbriba faccional con un discurso lábil al

servicio incondicional de los jefes a los que servía comienza a tomar forma. Así, Agrelo

pasa de desterrado por Pueyrredón a redactor de un periódico oficialista en el lapso de 18

meses, y más adelante continuará una larga saga de cambios abruptos de

posicionamiento textual. Pronto surgirán nuevos escribas como Sáenz de Cavia, con una

carrera de redactor tamizada de roles diplomáticos y presencia en convenciones. Esta

etapa de débil pluralización de voces periodísticas (aunque todas las que duraron más de

tres o cuatro números estuvieron financiadas por el Estado o sus grupos faccionales),

continúa hasta la disolución de la autoridad nacional tras la batalla de Cepeda, en febrero

de 1820.

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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

Durante esta etapa se produce la aparición de prensa periódica en el interior del país,

acompañando fuerzas militares originadas en Buenos Aires (Belgrano lleva una a

Tucumán en y San Martín otra a Mendoza, en 1817-18), o en Montevideo (la que posee

Carrera es llevada a Entre Ríos y Santa Fe en 1819). La imprenta del Ejército del Norte

produce el primer periódico del interior. La de Carrera el segundo.

5. La “anarquía del año 20” produce en Buenos Aires un momento oscuro de luchas

faccionales que se expresa en efímeras hojas panfletarias, en tanto que en el interior

comienza la prensa periódica en Mendoza (una imprenta particular traída de Chile, una

estatal) y en Tucumán (donde el Estado hace uso de la imprenta llevada por Belgrano,

para un periódico político-militar). Estabilizado el gobierno de Buenos Aires con Martín

Rodríguez de gobernador y Rivadavia como ministro, comienza un tiempo de

modernización administrativa que orienta la provincia hacia el comercio exportador

ganadero, ampliando la economía del cuero e iniciando el auge de la saladeril. En el

interior se produce la caída de Artigas primero y la de Ramírez poco después,

produciéndose un nuevo statu quo en el Litoral. En tal contexto, en Buenos Aires se

produce una fuerte confrontación faccional entre plumas que defienden al gobierno, y los

periódicos de Castañeda que lo atacan, fundamentalmente por la reforma eclesiástica.

Más adelante comenzará a configurarse una facción de tendencia federal que tendrá

expresión propia en torno de Dorrego, con redactores como Sáenz de Cavia como

escribas principales. El auge económico permite que la elite criolla se atreva a retomar la

práctica de agrupamiento con que empezó la prensa periódica en nuestra región: una

Sociedad literaria y patriótica, desde la que se estimuló las letras y el periodismo

moderno. Fue esta sociedad la que transformó El Argos de Buenos Aires en un periódico

que comenzaba lentamente a acercarse a los europeos, aunque con un siglo de retraso:

independencia y discurso impersonal, más y más definidas secciones, etc. Aunque

durante toda esta época el Estado dispuso de un poder casi total sobre los periódicos

pues controlaba la principal imprenta y además era la fuente casi excluyente de

financiamiento, fue durante el ministerio de Rivadavia que comenzó a estabilizarse la

noción de que podían existir varios periódicos de fuerzas políticas diferentes, con plena

libertad de publicación. Esto permitió que hacia mediados de la década un ciudadano de

Buenos Aires pudiese elegir a lo largo de una semana periódicos a favor y en contra del

gobierno, con distinto nivel de compromiso: algunos panfletarios y agresivos (de ambos

bandos) y otros más impersonales y variados. Aún la represión sobre las voces

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opositoras en momentos de crisis se tornó sutil. Si en la década anterior el destierro

zanjaba la cuestión, ahora esto también podía suceder (como en el caso de Castañeda),

pero el método se complementó con presiones en la distribución, turnos en la imprenta,

concesión de la imprenta estatal a amigos, etc. La administración rivadaviana permitió

impulsar aún más la imprenta en el interior, que pasó a ser parte estable de los gobiernos,

aunque no en todos los casos se pasmó en prensa periódica estable. Fue así que se apoyó

la continuidad de prensa estatal favorable al gobierno nacional en Mendoza, se envió

imprenta y se colaboró con la prensa periódica estatal en San Juan, se envió los equipos

viejos de la imprenta de los niños expósitos para formar la imprenta del Estado en Salta

y editar una revista mensual (que cesó pronto) cuyo tipógrafo fue Hilario Ascasubi, y se

estimuló el quincenario El Correo Ministerial del Paraná editado por el gobierno de

Mansilla en Entre Ríos. Para la época de la caída de Rivadavia y el momento cumbre de

Dorrego, se produjo la Convención de Santa Fe, cuya labor quedó trunca cuando este

último fue derrocado y asesinado. Dorrego envió a Santa Fe una imprenta (la Imprenta

de la Convención), desde la que fueron publicados varios periódicos breves, a cargo de

Baldomero García, entre otros, y también un par de títulos del padre Castañeda quien se

encontraba en esa provincia. Hacia 1828 la actividad comercial en Buenos Aires es

febril. Existen en la ciudad siete imprentas y además de los numerosos papeles y

panfletos de breve duración, los ciudadanos disponen en forma permanente como

mínimo de un semanario oficialista y otro de oposición, además de la Gaceta Mercantil

que alcanza la circulación diaria en forma definitiva. Tras la caída de Dorrego habrá

periódicos que cesen y otros que los reemplacen, pero la situación continuará bajo las

mismas características. El fin de la Convención no implicará el fin de la prensa, pues los

gobiernos provinciales y los ejércitos en operaciones tenderán a hacer uso de las

imprentas para emitir periódicos con violentos textos de combate, en los territorios que

controlaban. Así, el signo de los periódicos cambiaba 180 grados (generalmente con

cambio de nombre incluido), cuando una plaza cambiaba de manos, quedando su

opuesto en algún territorio enemigo. Esto sucedió por ejemplo hacia 1830, cuando Santa

Fe tenía su periódico, contestando y atacando a los que, bajo la Liga del Norte, se

publicaban en Córdoba y Mendoza. A comienzos de la década de 1830 comenzó a

perfilarse lo que sería la etapa rosista. Rosas controló activamente las imprentas y los

periódicos, obligando a los poderes públicos a tomar posición activa en cuanto a los

discursos en pugna: quema por decreto de ejemplares de periódicos calumniosos hacia

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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

las autoridades, uso de la prensa como activador de interpelaciones políticas hacia los

sectores populares (activando el uso de los textos en verso y con términos gauchescos y

de las comunidades afroargentinas) y estabilización de una prensa favorable por medio

de subsidios a escribas sin poder político ni económico que administraban sus periódicos

con autonomía a condición de subordinar todo su texto político a los requerimientos del

gobierno, como fueron los casos de Pedro de Ángelis, Rivera Indarte (aunque más

adelante cambiará de bando para escribir contra Rosas desde Montevideo con la misma

pasión con que lo defendió) y Federico de la Barra.

6. La llamada dictadura de Rosas, época en que se combinan métodos sumamente

autoritarios de acallamiento de toda oposición política, pero guardando las formas de un

régimen parlamentario en proceso de modernización permitió, como hemos dicho, la

expansión y consolidación de la prensa periódica moderna en el país, tanto en cuanto a

mejoramientos técnicos (en 1841 la Gaceta Mercantil comenzaba a tirarse con una

imprenta con máquinas de vapor), como en formatos (incorporándose definitivamente el

formato columna y la división en secciones clásicas de su época en Europa), la

aplicación de lobbies estatales sobre la prensa, el control rígido pero sin propiedad

directa, la estabilización de un tenue mercado lector que permitía combinar subsidio

estatal e ingreso por ventas, la aparición de tópicos estables nuevos: folletines, material

literario, abundante información comercial, reproducción de periódicos extranjeros,

curiosidades, ensayos varios. En el tiempo de Rosas hubo como nunca antes variedad e

intensidad de publicaciones para comprar: llegó a disponerse de cuatro diarios y dos

periódicos durante largos períodos de tiempo, y en algunos momentos aún más.

Esto se hizo, paradójicamente y en modo análogo a como se sentaron las bases de una

infraestructura estatal y de gestión y representación más modernos, pagando el costo de

una rigidez discursiva extrema, que exigió no sólo la no oposición, sino la constante

exteriorización de la adhesión entusiasta e incondicional a la causa del gobierno. Así por

ejemplo, todas las publicaciones encabezaban sus títulos con: “Viva la Confederación

Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!”.

Gran parte de los funcionarios y miembros de la elite comercial porteña enemistados con

el gobierno de Rosas debieron exiliarse ante la presión represiva tanto legal como ilegal,

entre ellos todos los redactores de periódicos del partido unitario o liberal, que en su

mayoría ejercieron la actividad en Montevideo, Santiago de Chile y Valparaíso,

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Transiciones: Los orígenes del desarrollo diferencial

adquiriendo las prácticas de prensa moderna en paralelo con lo que sucedía en Buenos

Aires, pero con la ventaja de una relación dialógica entre ellas más propia de una prensa

burguesa desarrollada, esto es, pudiendo tolerar la pervivencia de disensos entre ellos en

el marco de acuerdos fundamentales como la búsqueda de la caída del régimen de Rosas

y la perspectiva de una organización liberal basada en la propiedad de la tierra, la

ganadería y el libre comercio. Esta ventaja de una mayor “gimnasia” de debate y disenso

entre pares (en la medida limitada que podía permitir esta época fundacional) se

manifestó luego de la caída de Rosas tanto en una más rápida organización parlamentaria

de las facciones porteñas durante la separación de la Confederación, como en la

formación inmediata de un sistema de prensa de mucha mayor autonomía frente al

Estado que el de las demás provincias, que interactuaba con la creciente opinión pública

manifestada en calles, tertulias y ámbitos de reunión semiabiertos, así como con las

fuerzas parlamentarias. Constantemente, a lo largo de la década de 1850, habría mutuas

influencias en los debates. En las provincias interiores, en cambio, tras la caída de Rosas,

la construcción de una prensa autónoma era una tarea a realizarse, en un contexto de

mercado inexistente, ninguna experiencia (sólo habían existido periódicos como

operaciones político-militares de Estado), y formas de gobiernos basados más en redes

piramidales de lealtades político-militares indiferenciadas que en formas representativas

que articulasen economía, clases, sociedad civil y Estado en un complejo entramado

propio de las democracias parlamentarias.

7. La etapa final del rosismo puede ubicarse entre 1848 y Caseros, cuando el desarrollo del

Litoral entra en conflicto con los intereses de Buenos Aires en los términos que el

rosismo impone. El Litoral puede, gracias a los ríos navegables, tener una vía de salida

de su producción hacia el mercado mundial, pudiendo optar por los ríos Paraná o

Uruguay, y recalar en Buenos Aires o Montevideo. El Litoral crece en la época del

rosismo aún más rápido que Buenos Aires, pero tropieza con el rígido sistema rosista

que le extrae renta con la aduana, que enemista a la Confederación con Uruguay

(bloqueando Montevideo) y con Brasil, soportando además dos bloqueos ingleses. Existe

problema con la circulación de metálico y la producción de insumos para pólvora, que

Buenos Aires regula en su exclusivo beneficio. Hacia 1848 Urquiza, consolidado en

Entre Ríos, comienza a preparar, a la par que gobierna su provincia con un plan de

franco progreso, su enfrentamiento con Rosas: busca aliados, refuerza su ejército,

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autonomiza su política y diplomacia. Durante esta época, la actividad de prensa en el

interior se ha desplazado según los ritmos de la guerra civil: Cuyo, córdoba y Santa Fe

en 1828-31; toda la línea de combate y retirada de Lavalle (1840-41). Luego, mientras

Córdoba, Cuyo y el nordeste se llaman a silencio salvo excepciones (como un breve

conflicto con Chile que hace al gobierno editar un periódico en Cuyo), es en el Litoral

donde la prensa se torna estable: en Corrientes habrá un periódico de Estado desde 1840

hasta 1848, el cual cambiará su discurso por su contrario cuantas veces cambie de manos

el poder entre liberales y federales. Contra la presencia de la prensa correntina (y su

extensión, el periódico de Lavalle en Santa Fe en octubre de 1840), surge un periódico

en Paraná, que tras la invasión de Paz quedará en forma definitiva hasta después de

Rosas. Más adelante, ante los primeros atisbos de autonomía de Urquiza, el propio Rosas

estimula (1847) la instalación de un semanario en Santa Fe, para lo cual despacha los

materiales de imprenta necesarios, un buen tipógrafo (Olayo Meyer) y un redactor

(Marcos Sastre). Frente a este panorama, Urquiza, como veremos en el capítulo

siguiente, combinará en la expansión de la prensa entrerriana, que pasará a tener tres

periódicos poco después, objetivos de progresos general, políticos y militares.

8. Tras la caída de Rosas, los matices diferenciales entre estas experiencias serán claramente

notables y entrarán en conflicto: Por un lado, la vieja prensa rosista, estabilizada desde

veinte años antes, acompañará hasta el último instante a su jefe. Por otro, los emigrados

bajo el rosismo retornarán con sed de reivindicación y poder, aprovechando las ventajas lo-

gradas en la práctica de una prensa que –habiendo contado con la simpatía y libertades da-

dos por los anfitriones- pudo acercarse más pronto al moderno modelo europeo. Con estas

ventajas contarán en breve, cuando se hagan con el poder en Buenos Aires y secesionen de

hecho la provincia. En tercer término, los gobiernos provinciales se hallarán con una prensa

periódica (y aparatos estatales) con enormes dificultades para incorporarse a las prácticas

que exige la creciente articulación con el mercado mundial que exige la nueva era de ex-

pansión capitalista, so pena de terminar convertidos en un énclave colonial más. El nuevo

actor protagónico, Urquiza y los intereses que representaba de la joven y próspera región li-

toral, sufriendo gran parte de los problemas de atraso y falta de recursos de las provincias

interiores, pero con ventajas producidas por el acceso a los ríos navegables y sus fértiles tie-

rras. Especialmente en esta región, se producirá un enorme esfuerzo de modernización des-

de el Estado confederal, que intentará mostrar a Buenos Aires y al mundo su viabilidad

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como eje de la organización estatal moderna, con capacidad de emitir moneda propia y cré-

dito, generar vías de transporte económicamente convenientes, colonización de tierras y su

puesta en producción, diplomacia y demás instituciones estatales, y prensa periódica libre y

autónoma. Un último sector, de menor importancia pero que participará del esfuerzo confe-

deral, incluida su prensa, será la joven generación porteña que se hallaba al momento de

caer Rosas a punto de concluir sus estudios e incorporarse al funcionariado, y que ve esta

posibilidad coartada por el cambio de circunstancias y por la invasión de emigrados que los

ve con suma desconfianza y que maneja la nueva prensa porteña con mano de acero. Junto

a ellos, algunos miembros del partido federal quedarán más y más atrapados en la dinámica

de guerra que enfrenta a los gobernantes porteños con Urquiza y la Confederación. Son

ejemplo de ellos, entre los jóvenes, Eusebio Ocampo, Benjamín Victorica, Lucio Mansilla,

Juan F. Monguillot, Miguel Navarro Viola, Emilio de Alvear y otros. Entre los mayores:

José Mármol, Nicolás Calvo y otros.

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