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“ACTIVIDAD INQUISITORIAL EN NUEVA ESPAÑA DURANTE LA GESTIÓN DEL VIRREY LUIS DE VELASCO ‘EL JOVEN’” TESIS PROFESIONAL QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN DERECHO P R E S E N T A GUILLERMO VILLA TRUEBA DIRECTOR DE TESIS: DR. JUAN PABLO SALAZAR ANDREU MEXICO D.F. 2016 UNIVERSIDAD PANAMERICANA FACULTAD DE DERECHO CON RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL DE ESTUDIOS ANTE LA S.E.P CON NUMERO DE ACUERDO 944893 DE FECHA 24-III-94

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“ACTIVIDAD INQUISITORIAL EN NUEVA ESPAÑA DURANTE

LA GESTIÓN DEL VIRREY LUIS DE VELASCO ‘EL JOVEN’”

TESIS PROFESIONAL

QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE

LICENCIADO EN DERECHO

P R E S E N T A

GUILLERMO VILLA TRUEBA

DIRECTOR DE TESIS: DR. JUAN PABLO SALAZAR ANDREU

MEXICO D.F. 2016

UNIVERSIDAD PANAMERICANA

FACULTAD DE DERECHO

CON RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL DE ESTUDIOS ANTE LA S.E.P

CON NUMERO DE ACUERDO 944893 DE FECHA 24-III-94

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A Dios, por ser la luz que ilumina mi vida; con Él todo, sin Él nada.

A mis padres, Lavinia y Guillermo, por su ejemplo, amor y apoyo incondicional.

A mis abuelas, Lavinia y María Eugenia, por haberme infundido pasión por la cultura.

A Lavinia, a José Tomás y a toda mi familia.

Al Dr. Juan Pablo Salazar por su guía y dedicación.

Al Dr. Jaime Olaiz por su ejemplo y compromiso.

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Nada te turbe,

Nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda,

La paciencia

Todo lo alcanza;

Quien a Dios tiene

Nada le falta:

Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento,

al cielo sube,

por nada te acongojes,

Nada te turbe.

A Jesucristo sigue

con pecho grande,

y, venga lo que venga,

Nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo?

Es gloria vana;

nada tiene de estable,

Todo se pasa.

Aspira a lo celeste,

que siempre dura;

fiel y rico en promesas,

Dios no se muda.

Ámala cual merece

Bondad inmensa;

pero no hay amor fino

Sin la paciencia.

Confianza y fe viva

mantenga el alma,

que quien cree y espera

Todo lo alcanza.

Del infierno acosado

aunque se viere,

burlará sus furores

Quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,

cruces, desgracias;

siendo Dios su tesoro,

Nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo;

id, dichas vanas,

aunque todo lo pierda,

Sólo Dios basta.

Santa Teresa de Jesús

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 1-3

CAPÍTULO 1 – Algunas consideraciones sobre el primer periodo de gobierno de Luis de Velasco (1590-1595)

4

1.1 Luis de Velasco en el contexto hispano y novohispano anterior a

1590 5-18

1.2 Radiografía político jurídica del virrey Luis de Velasco 18-25

1.3 La labor jurídica del Virrey Luis de Velasco 26-34

CAPÍTULO 2 – Algunas cuestiones relativas al segundo periodo de gobierno de Luis de Velasco (1607-1611)

35-37

2.1 Breve reseña de su segundo periodo como virrey 37-48

2.2 El quehacer jurídico del virrey Luis de Velasco 48-52

2.3 La rebelión de negros encabezada por Yanga 52-64

2.4 Actuación de las autoridades virreinales frente a la rebelión 64-69

CAPÍTULO 3 – El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición durante la administración virreinal de Luis de Velasco

70-73

3.1 La Inquisición en Nueva España 73-87

3.2 La actividad inquisitorial (1590-1595) 87-93

3.3 La actividad inquisitorial (1607-1611) 93-95

3.4 Actividad inquisitorial con respecto a los negros en el virreinato 95-100

CONCLUSIONES 101-104

BIBLIOGRAFÍA 105-108

HEMEROGRAFÍA 108

FUENTES 108-109

LEGISLACIÓN 109

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ACTIVIDAD INQUISITORIAL EN NUEVA ESPAÑA DURANTE LA GESTIÓN

DEL VIRREY LUIS DE VELASCO “EL JOVEN”

INTRODUCCIÓN

Tradicionalmente, los historiadores mexicanos, y en particular los historiadores del

derecho, han enfocado su estudio y análisis del periodo virreinal hacia los inicios del

mismo para cotejarlo con el orden jurídico precolombino, o bien, lo han dirigido hacia

los últimos años de la época virreinal a modo de antecedente para el naciente país

que era México.

Tomando en consideración esta situación, se ha seleccionado como tema central

de la presente tesis, el gobierno del virrey Luis de Velasco ‘El Joven’, una de las

figuras más importantes dentro de la administración pública novohispana que

realizó grandes avances políticos, jurídicos y sociales.

De tal forma, por medio de este trabajo se pretende ofrecer un panorama integral

de la actividad ejercida por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en la Nueva

España durante el gobierno del virrey Luis de Velasco ‘El Joven’ comprendido entre

los años de 1590-1595 y 1607-1611.

De igual manera, se atenderá a la rebelión liderada por Yanga en Veracruz desde

finales del siglo XVI y hasta 1609, ya que se trata de un hito histórico que arroja luz

sobre la política pública de Luis de Velasco.

A la par de todo ello, se busca contextualizar la gestión completa del gobernante en

cuestión, haciendo hincapié en la labor jurídica realizada en esta época dentro del

marco de los correspondientes reinados de Felipe II y Felipe III.

La hipótesis que se plantea, radica en que la gestión gubernativa del virrey Luis de

Velasco “El Joven” no estuvo acompañada por una actividad excesiva por parte de

la Inquisición, que ésta no tuvo incidencia en los demás aspectos político-sociales

de la Nueva España limitándose al ejercicio de sus facultades, que la actividad

inquisitorial no estuvo dirigida especialmente hacia individuos de raza negra, y que

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la administración virreinal mantuvo unas relaciones respetuosas y poco conflictivas

con el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, evitando en la medida de lo posible

los conflictos competenciales.

También se pretende demostrar que durante la gestión del virrey en cuestión sí

existió un avance significativo en materia jurídica y de política pública, ligado a una

particular orientación hacia la protección de grupos vulnerables y el fortalecimiento

de la justicia social.

Asimismo, se sugiere que la actuación legislativa estuvo orientada a la solución de

problemas específicos de la Nueva España de su época y que el progreso vivido se

vio influenciado favorablemente por el carácter y la capacidad del virrey Luis de

Velasco en lo personal.

Lo anterior se pretende determinar a través de un estudio jurídico-político de un

gobernante clave en la Nueva España de los Austrias, que sirvió como catalizador

para la transición entre el siglo XVI y el siglo XVII dentro del territorio que

actualmente integra nuestro país.

Para tales efectos, se ha procurado recurrir a un amplio espectro de material

bibliográfico para realizar un estudio lo más objetivo posible.

Así pues, se han empleado fuentes manuscritas de cartas del siglo XVII, elaboradas

por el virrey, utilizando los registros digitalizados del Archivo General de Indias, cuya

transcripción paleográfica ha corrido a cargo del autor de la presente tesis de

licenciatura, bajo la supervisión del director de tesis.

Se han consultado diversas fuentes impresas que incluyen tanto estudios propios

de los autores como transcripciones de documentos originales. La mayor parte de

la bibliografía y hemerografía analizada corresponde a fuentes bibliográficas de

libros y capítulos de libros, enciclopedias, artículos de revistas, legislación vigente y

diccionarios especializados correspondientes. De igual manera, para poder utilizar

algunas fuentes de difícil acceso, específicamente ciertas revistas, se han empleado

los medios digitales pertinentes.

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La estructura del trabajo se ha elaborado en consideración a los tres bloques

principales de estudio: primeramente, un apartado enfocado esencialmente a la vida

personal del virrey y a su primera gestión de gobierno; posteriormente, una segunda

sección referente a su segunda etapa al frente de la Nueva España y a la rebelión

de esclavos que tuvo lugar en Veracruz durante esos años; estos dos primeros

capítulos, en conjunto, presentan los avances en materia legislativa y de política

pública del virrey en cuestión, y ofrecen el contexto necesario para abordar la

actividad inquisitorial.

En la última sección, por su parte, se realizan consideraciones generales sobre el

Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición novohispano y se hace un estudio sobre

su actuación durante los años correspondientes al mandato de Luis de Velasco.

Al término del documento se ofrecen una serie de conclusiones generales que

atienden al objeto de estudio de este trabajo y que pretenden determinar si la

hipótesis planteada en esta introducción es cierta o no.

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CAPÍTULO 1: Algunas consideraciones sobre el primer periodo de gobierno

de Luis de Velasco (1590-1595)

“Hombre a propósito era, sin duda, Don Luis de Velasco el segundo, para el

gobierno de la Nueva España: inteligente, cuerdo y enérgico, cualidades que había

heredado del viejo virrey, su padre, consideraba como su verdadera patria a México,

conocía a los hombres y las cosas de la colonia, y era allí muy conocido también

por los muchos años que en ella había permanecido” 1 son los términos en los que

se expresa el brillante autor de una de las obras enciclopédicas más completas e

inspiradas de la historia de México sobre el octavo y undécimo virrey de la Nueva

España, personaje central del que se ocupa el presente escrito.

A lo largo de las siguientes páginas se expondrá una descripción del gobierno del

que ha sido, según Villalpando y Rosas uno de los mejores y más notables virreyes.

No solo protagonizó Luis de Velasco “El Joven” la construcción de obras materiales

del calibre de la Alameda en la ciudad de México, sino que dirigió con tino, tacto y

prudencia los destinos del virreinato, de forma conciliadora, abatiendo la corrupción

y prodigando atenciones a los problemas de los indios.2

Como tal, se ha considerado de sumo interés no centrarse exclusivamente en sus

gestiones de administración pública y oficio político, sino también analizar la

actividad inquisitorial que, durante su mandato, gestó el Santo Oficio de la

Inquisición de Nueva España; así pues, mediante esta aproximación se determinará

si la actividad de dicha institución fue, como se pretende exponer en numerosos

medios, excesiva, al tiempo que se esclarecen elementos diversos del panorama

social, político, religioso, militar y jurídico existente en la segunda mitad del siglo XVI

y primera del siglo XVII en el territorio que a la postre daría origen a lo que hoy es

México.

1Riva Palacio, Vicente, México a través de los siglos, 6 ed., México, Editorial

Cumbre, 1967, Tomo II, p. 449.

2 Villalpando, José Manuel y Rosas, Alejandro, Historia de México a través de sus

gobernantes, México, Editorial Planeta Mexicana, 2003, p. 44.

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1.1 Luis de Velasco en el contexto hispano y novohispano anterior a 1590

Luis de Velasco, el joven, nació en el año de 1534 en Carrión de los Condes,

Palencia, en la actual Castilla y León. Fue hijo del matrimonio formado por Ana

Castilla y Mendoza y, el que también llegaría a ser virrey de la Nueva España, Luis

de Velasco Ruiz de Alarcón.3

La alcurnia de la familia Velasco no derivaba exclusivamente de sus propios méritos,

que eran numerosos, sino que era inherente al linaje. Por línea materna, Luis de

Velasco “El Joven” descendía del Duque del Infantado. Por su parte, el virrey Luis

de Velasco “El Viejo” aportaba la sangre de los descendientes del Condestable de

Castilla.

La trascendencia de estos vínculos familiares con la alta nobleza castellana radica

en la permanencia de los Velasco en las altas esferas españolas traspasando las

barreras dinásticas. Esto se debe a que el Duque del Infantado había sido nombrado

como tal por los Reyes Católicos, Isabel I de Castila y Fernando II de Aragón, ambos

pertenecientes a la dinastía de los Trastámaras en el año de 1475. A su vez, el

Condestable de Castilla, había sido máximo representante del Rey Juan I de Castilla

desde el año de 1382 y hasta su muerte ocho años después.

El profesor vallisoletano Ladero Quesada los contaba ya entre las familias más

destacadas al decir que su asistencia a Isabel la Católica fue decisiva desde 1474:

la rama principal de los Mendoza, asentada en Hita, Guadalajara, Manzanares el

Real y, al norte, en Santillana, eran ya marqueses de Santillana y duques del

Infantado con Diego Hurtado de Mendoza, sobrino del célebre Cardenal Mendoza.4

En el mismo año del nacimiento de Luis de Velasco “El Joven” se agitaban ya

vientos de cambio en la recién nacida Nueva España, ya que el rey de España,

3 Salazar Andreu, Juan Pablo, Gobierno en la Nueva España del Virrey Luis de

Velasco, El Joven, Valladolid, Quirón Ediciones, 1997, p. 15.

4 Ladero Quesada, Miguel Ángel, La España de los Reyes Católicos, 2da. ed.,

Madrid, Alianza Editorial, 2005, p. 65.

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Felipe II, preparaba el nombramiento de Antonio de Mendoza como primer virrey de

dicho territorio.

Esto obedecía a las siguientes razones históricas: tras la conquista de los dominios

aztecas por parte de Hernán Cortés, que habían culminado con la caída de la gran

Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521, había comenzado un proceso de pacificación.

Hernán Cortés y sus soldados fueron premiados por la corona española con indios

y vastas extensiones de terreno, lo que dio como resultado el nacimiento de la

encomienda novohispana. De esta manera, se les otorgaron predios y mano de obra

a cambio de que evangelizaran a los indígenas encomendados. En 1524 arribaron

a las nuevas tierras los primeros misioneros franciscanos que pusieron un freno a

la inhumana conducta de los encomenderos.5

Rivera señala que al culminar la conquista y ante la carencia de legislación

específica, decidió apoyarse en las Siete Partidas y en ciertas disposiciones que él

emitió y que fueron respetadas por Carlos I. Fueron llamadas “Ordenanzas de Buen

Gobierno” y consistieron en la forma jurídica elegida por el conquistador para

comenzar a regir la Nueva España; tenían fuerza legal suficiente aunque adolecían

de fórmulas específicas de legalización y señalaban la organización política y

municipal, además de justificar la guerra, mantener la disciplina entre la soldadesca,

así como controlar y distribuir la riqueza conquistada mediante la encomienda.6

Cabe ahondar un poco más en la figura jurídica de la encomienda a través del

trabajo de García Martínez, quien comenta que esta figura nace cuando Cortés

“encomienda” a cada conquistador hacerse cargo de los señoríos obtenidos, en

nombre del emperador. A través de este encargo, el conquistador, al que se

denominaba “encomendero”, se obligaba a mantener las relaciones preexistentes,

5 Salazar Andreu, Juan Pablo, Luis de Velasco, Barcelona, Editorial Planeta

DeAgostini, 2002, pp. 8-9.

6 Rivera Marín, Guadalupe et al., “La legislación cortesiana y los títulos de dominio

del marquesado”, Memoria del III Congreso de Historia del Derecho Mexicano,

México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1983, pp. 594-595.

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principalmente tributarias, establecidas en los señoríos asignados. Asimismo, el

encomendero debía permanecer en alerta militar y propagar la fe católica. Como

contraprestación, recibía los tributos a los que los señoríos estaban obligados,

incluyendo los que se prestaban en forma de trabajo y a los que se llamaba “servicio

personal”.7

En cuanto a este trabajo o servicio personal, incluso el propio Cortés tenía reservas

ya que “de acuerdo al primer planteamiento teórico del problema de las

encomiendas, Cortés establecía un íntimo nexo entre el régimen de gobierno y la

capacidad racional de los sujetos sin embargo estaba, estaba consciente de la

necesidad de darles una recompensa a sus soldados, y para tal efecto propuso al

emperador que les cediera tributos o algún otro medio legal de aprovechamiento”.8

El entonces emperador, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano

Germánico, buscó una solución conciliadora para evitar que sus dominios quedaran

en manos de los conquistadores, entregando a Hernán Cortés el marquesado del

Valle de Oaxaca y dotándolo de la capitanía general.

Decidió, además otorgar el mando político a la Primera Audiencia, órgano colegiado

que entró en funciones en 1529, bajo el mando de Nuño Beltrán de Guzmán. Tras

demostrar su inoperancia, Carlos I la sustituyó dos años después por la Segunda

Audiencia. Esta era de carácter transitorio y debía preparar el camino para que, en

1535, se diera un cambio de gobierno de la Nueva España más cercano al monarca;

la institución del virreinato estaba caracterizada por un virrey, que era quien

representaba al rey y debía cumplir con las propias obligaciones de éste en tierras

americanas.

“El primer designado, Antonio de Mendoza, hombre que no ostentaba título

nobiliario, pero pertenecía a una ilustre familia, resultó un hombre culto, moderado,

7 García Martínez, Bernardo, “Los años de la conquista”, Nueva Historia general de

México, México, El Colegio de México, 2010, p. 179.

8 Zavala, Silvio Arturo, Las Instituciones Jurídicas en la Conquista de América, 2da.

ed., México, Editorial Porrúa, 1971, pp. 101-102.

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honesto e inteligente. Sus méritos anteriores al servicio del rey lo hacían altamente

recomendable para ocupar el puesto de representante personal del monarca, por lo

cual, Carlos I no solo lo designó virrey de la Nueva España, sino que le concedió

oros cargos: superintendente de la Real hacienda, presidente de la Audiencia,

gobernador del reino de México, vicepatrono de la iglesia; más adelante le otorgó

los cargos de capitán general y protector de los indios.

Carlos I le dio a Mendoza instrucciones muy precisas de cómo gobernar: debía velar

por el culto católico, mantener la inmunidad religiosa, respetar a los obispos y

sacerdotes, atender a la conversión de los indios, repartir la tierra entre los

conquistadores, cuidar el trato que los indios recibían en las encomiendas y ejecutar

todas aquellas cosas que considerase necesario para el bienestar del reino.

Mendoza cumplió con creces y respondió lealmente a la confianza del rey. No sólo

atendió a sus instrucciones, sino que hizo más. Trajo la primera imprenta del

continente, contribuyó a la apertura de la universidad, fundó la casa de moneda y

alentó la realización de expediciones hacia el océano Pacífico”.9

En el plano legislativo, Antonio de Mendoza, también tuvo una gran injerencia como

apunta Salazar ya que fue durante su gobierno que se promulgaron las Leyes

Nuevas de 1542. Se trataba de un conjunto de disposiciones legales orientadas a

combatir la vigencia de las encomiendas que, tal como se mencionó anteriormente,

eran injustas y degradaban la dignidad de los indígenas.10

Si bien la razón moral de esta disposición resulta evidente, la jurídica no lo es tanto

y se debe a que los naturales eran vasallos directos del emperador Carlos I y, por

tanto, a éste correspondía su protección. Al ser el virrey representante del monarca

en los territorios ultramarinos, debía servirse de todos los medios posibles para

defender a los vasallos de la Corona.

9 Villalpando, José Manuel y Rosas, Alejandro, op. cit., nota 2, pp. 33-34.

10 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, pp. 18-19.

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Las Leyes Nuevas, si bien no tan funcionales como las concibió el virrey, abonaron

a contrarrestar las excesivas cargas laborales que la encomienda acarreaba a los

indígenas.

Tras una gestión de quince años que culminó con un balance extremadamente

positivo, el 25 de noviembre de 1550 hizo su entrada en la Ciudad de México un

nuevo virrey que llegaba a tierras americanas con una experiencia probada: Luis de

Velasco “El Viejo”. Llegaba acompañado de su hijo homónimo.

Luis de Velasco “El Viejo”, nacido en 1511, era oriundo de Carrión de los Condes,

Palencia, descendiente de los condestables de Castilla y desde los catorce años

había sido caballero del séquito de Carlos I. Pronto se ganó el aprecio del

emperador debido a su afición a la tauromaquia, la equitación y la cacería siendo

nombrado como virrey de Navarra. Sirvió este escenario para formar al nuevo virrey

y dotarlo de herramientas políticas y diplomáticas ya que Navarra acababa de ser

incorporado a Castilla militarmente a través de una cruenta intervención del cardenal

Cisneros, que había dejado al pueblo navarro con una clara actitud de recelo.11

En el plano jurídico, el virrey se encontró con un panorama desolador. Señala Esarte

que el proceso de asimilación impuesto a Navarra acabó con el sistema

administrativo vasco sustituyéndolo por uno feudal. A petición de las Cortes

navarras, se había presentado un documento que recopilaba las leyes navarras

denominado “Fuero Reducido” y que no fue aceptado por Carlos I en 1528. De tal

forma, al estar regida Navarra por Cédulas Reales, Órdenes y Provisiones

españolas, el clima que regía al llegar Luis de Velasco era de hostilidad.12

Pese a todo esto, don Luis de Velasco logró mantener una administración positiva

por dos años; sumamente valorado por el emperador, fue condecorado con el hábito

11 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, pp. 30-32.

12 Esarte Muniain, Pedro, Breve historia de la invasión de Navarra, Pamplona,

Pamiela Argitaletxea, 2011, pp. 214-215.

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de caballero de la Orden de Santiago en el año de 1549, distinción que también

obtendría su hijo a la postre.

La tradición de esta orden militar de tradición agustiniana resulta encomiable; como

narra Carlos de Ayala nació en Cáceres en 1170 con el apoyo del rey Fernando II

de León como cofradía de caballeros que un año más tarde se transformó en una

milicia religiosa tras acuerdo con el arzobispo de Santiago. Se trataba de una

cofradía nobiliaria de carácter esencialmente laico.13

Sirva tal nombramiento, de una orden que casi llegaba al medio milenio, para

dimensionar las credenciales que debía exhibir un individuo para obtener el cargo

de virrey de la Nueva España, mismo que era designado directamente por el

monarca y del que Luis de Velasco “El Viejo” se había hecho merecedor con creces.

Mientras tanto, del otro lado del océano Atlántico, Carlos I se empeñaba en convertir

su imperio en una monarquía unitaria pues el Sacro Imperio Romano Germánico no

funcionaba como España, de forma directa y hereditaria. Por el contrario, su forma

de gobierno era mediante príncipes electores que actuaban colegiadamente para

aprobar al gobernante.

El mismo año que Luis de Velasco arribaba con su hijo a la ciudad de México, Carlos

I llegaba con el propio, Felipe, a lo que hoy es Alemania con la intención de

convencer a los príncipes electores de ceder sus derechos electorales.

Lo anterior, en aras de fortalecer la Corona de los Austrias y mantener unificadas a

España y el Sacro Imperio Romano Germánico, recibió el rechazo de las

instituciones germanas y terminó en un rotundo fracaso. Esto serviría para

configurar el panorama político del monarca que reinaría, ya sólo como rey de

España y no del Sacro Imperio, durante la mitad del gobierno de Luis de Velasco

“El Viejo” y todo el primer periodo de gobierno de Luis de Velasco “El Joven”: Felipe

II “El Prudente”.

13 Ayala Martínez, Carlos de, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media,

Madrid, Marcial Pons Ediciones de Historia, 2007, p. 120.

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Ahora bien, el 23 de agosto de 1550 desembarcó en el fuerte de San Juan de Ulúa,

Veracruz, el recién nombrado virrey Luis de Velasco “El Viejo”. La labor de este

hombre se enfocó toralmente a la protección de los indígenas.

Resaltan Villalpando y Rosas que primeramente, los eximió del pesado trabajo en

las minas y los libró de tributos exageradamente onerosos, declarando la libertad

de todo aquel que fuera tratado como esclavo; esta situación no dejó satisfechos a

los encomenderos.14

Esto le ocasionó “constantes fricciones con los poderosos descendientes de los

conquistadores, quienes veían en la persona del virrey una amenaza a sus

intereses. Indudablemente, este factor marcaría la personalidad de Luis, hijo, para

confrontar con éxito a tan poderosos núcleo de poder que tantos problemas causó

a su padre”.15

Lo anterior llegaría a oídos del rey, quien decidió enviar al visitador Valderrama para

verificar el estado de las cosas. Éste se identificó con los encomenderos

rápidamente y, una vez enemistado con la familia Velasco, se dedicó a escribir a

Felipe II calumnias y críticas constantes hacia la gestión de las autoridades

virreinales.

“A Luis de Velasco le correspondió inaugurar la Real y pontificia universidad de

México y establecer, para proteger los caminos, el tribunal ambulante de la Santa

hermandad, que se valía del recurso de colgar a los asaltantes después de un juicio

sumarísimo. Bajo el auspicio del virrey, la minería novohispana creció enormemente

aunque ya no había esclavos, puesto que en su tiempo se descubrió el

procedimiento de amalgamación, que permitía extraer más fácilmente la plata”.16

Promovió también expediciones en busca de nuevas tierras, las cuales intentó

colonizar; ya desde estos momentos, su hijo comenzaría a adquirir un rol

14 Villalpando, José Manuel y Rosas, Alejandro, op. cit., nota 2, p. 35.

15 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 36.

16 Villalpando, José Manuel y Rosas, Alejandro, op. cit., nota 2, p. 35.

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fundamental en la política novohispana, pues no fueron raras las ocasiones en que

se le delegaran funciones de gobierno.

Por ejemplo, narra Salazar que corría el año de 1563 cuando Luis de Velasco “El

Viejo” escribió a Felipe II informándole del descubrimiento que de Ibarra acababa

de hacer en la Provincia de Copala; en dicha misiva, mencionaba la posibilidad de

enviar a su hijo Luis para atender el asunto. Asimismo, en 1564, Luis de Velasco “El

Joven” recibió la instrucción de asistir a despachar a la Armada dirigida por el

General Miguel López de Legazpi que partiría al descubrimiento de Filipinas.17

Ese mismo año de 1564, murió el virrey Luis de Velasco, padre. “Las noticias sobre

la muerte de Velasco fueron transmitidas a Felipe II por religiosos, eclesiásticos y

autoridades del Virreinato. A pesar de sus actitudes diversas respecto a la gestión

virreinal, todos consideraron su muerte una gran pérdida, elogiando su integridad,

que le llevó a la pobreza y las deudas, y pidieron ayuda para su hijo, Luis, residente

en Nueva España. Los indígenas fueron los más vehementes en sus elogios hacia

el virrey, al que dieron los honrosos títulos de ‘protector de los indios’ y ‘padre de la

patria’, entre otros”.18

Cabe puntualizar que al momento de la muerte de su padre, Luis de Velasco ya se

había adentrado en el ámbito social novohispano, uniéndose en matrimonio con

María de Ircío y Mendoza, sobrina de quien fuese primer virrey de Nueva España,

don Antonio de Mendoza.19

Su madre era media hermana del virrey Antonio de Mendoza llamada María de

Mendoza y su padre el rico conquistador y encomendero Martín de Ircío, que al

17 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 15.

18 Sarabia Viejo, María Justina, Don Luis de Velasco Virrey de la Nueva España

1550-1564, Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1978,

Colección Escuela de Estudios Hispanoamericanos, p. 473.

19 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 15.

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morir dejó una gran herencia al matrimonio de Luis y María, misma que acrecentó

la enorme fortuna de la familia Mendoza.20

En este respecto, resulta particularmente llamativa la anotación que hacen

Villalpando y Rosas al señalar lo paradójico que resultaba que alguien con el don

de gentes y el espíritu conciliador de Luis de Velasco, se comportara de forma

inhumana en el domicilio conyugal donde se comportaba como un energúmeno y

golpeaba y maltrataba a su esposa.21

Las razones, si bien oscuras, son abordadas por Salazar quien escribe que Luis de

Velasco no sólo era violento con su esposa sino también con su suegra y que esta

actitud se debía a su voracidad por la riqueza. De cualquier modo, resulta un punto

confuso pues el virrey tenía como patrimonio una encomienda de indios en Tultitlán

que le habría reportado cuantiosos ingresos. De cualquier forma, Salazar concluye

que si bien esta situación conflictiva era conocida en el virreinato (tanto que el

arzobispo de México, Alonso de Montúfar, presenció una pelea entre Luis y su

suegra) nunca afectó su trayectoria en la administración pública y jamás se tomaron

acciones en su contra al respecto.22

Merece la pena atender ahora a la conjura de Martín Cortés, segundo marqués del

Valle de Oaxaca y primogénito de Hernán Cortés, suceso político de gran

envergadura en el contexto novohispano subsecuente a la muerte del padre de Luis

de Velasco y que resultó determinante en la consolidación del prestigio de éste

último.

Como antecedente directo, encontramos la primera entrevista celebrada entre

Hernán Cortés y Carlos I que culminó con la entrega a Cortés de “tres reales

cédulas, una otorgándole el título de marqués del Valle de Oaxaca, la segunda

nombrándolo capitán general de la Nueva España y de la Mar del Sur y la última,

concediéndole el señorío sobre veintidós pueblos y veintitrés mil vasallos.

20 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 104.

21 Villalpando, José Manuel y Rosas, Alejandro, op. cit., nota 2, p. 44.

22 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, pp. 104-105.

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Cabe aclarar que de los derechos concedidos a Cortés sobre estos veintidós

pueblos de ninguna manera implicaban derechos de propiedad, se trataba de

derechos de carácter señorial otorgados a perpetuidad, consistentes principalmente

en la percepción de los tributos que los indios debían pagar a la Corona y en

sustitución de esta, así como el derecho de jurisdicción sobre todos ellos. La

diferencia fundamental entre la encomienda y el señorío, es que mientras en la

primera el titular sólo tiene derecho a percibir tributos, en el señorío, su titular

además de este derecho, se encuentra investido de jurisdicción, es decir facultado

para impartir justicia”.23

Un año antes de la muerte de don Luis de Velasco, padre, había regresado de

España Martín Cortés, quien se enemistó inmediatamente con los Velasco,

poniéndose al frente de los furiosos descendientes de los conquistadores.

Tras el fallecimiento del mencionado virrey y la toma temporal del poder por parte

de la Audiencia, inició la conspiración a comienzos de 1566. La conjura consistiría

en la toma de la Audiencia por un grupo armado que daría muerte a los oidores, al

tiempo que Martín Cortés era proclamado rey y procedía a repartir títulos nobiliarios

y tierras. Sin embargo, los participantes en la conspiración pecaron de indiscreción

y el plan llegó a oídos de Luis de Velasco “El Joven” quien, el 5 de abril de ese

mismo año, presentó denuncia por escrito; la Audiencia procedió a la averiguación

correspondiente y varios acusados denunciaron a sus cómplices.24

“La Audiencia movilizó rápidamente sus fuerzas e hizo aprehender a Cortés y a

muchos de sus seguidores. Se puso en duda la acusación, pero había en ella un

fondo de verdad. Los hermanos Ávila, influyentes encomenderos señalados como

cabeza de la rebelión, fueron ejecutados. La tormenta política envolvió a su llegada

al nuevo virrey, Gastón de Peralta, marqués de Falces, pero éste percibió la

naturaleza apasionada del conflicto y envió a Martín Cortés a España para que fuera

23 Icaza Dufour, Francisco de, Plus Ultra La Monarquía Católica en Indias 1492-1898,

México, Editorial Porrúa, 2008, p. 353.

24 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, pp. 45-46.

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juzgado allá. Falces, sin embargo, se ganó la enemistad de la Audiencia, que inició

una campaña de desprestigio en su contra, obtuvo su destitución y volvió a hacerse

cargo del gobierno”.25

Atendiendo, por otra parte, a la carrera de Luis de Velasco en la función pública

encontramos como dato relevante su nombramiento en septiembre de 1565 como

Regidor del Ayuntamiento de la Ciudad de México, mismo que desempeñaría bajo

los gobiernos de los virreyes Enríquez, el Conde de la Coruña, el Arzobispo Moya y

hasta la llegada del Marqués de Villamanrique en 1585. De tal forma, ejerció

semejante encargo por veinte años.26

Sin embargo, su relación con el virrey Enríquez fue sumamente turbulenta, mientras

que con el Conde de la Coruña y el Arzobispo Moya (siguientes virreyes) tampoco

logró el tan deseado ascenso en la burocracia virreinal. Finalmente, al llegar a

Nueva España el Marqués de Villamanrique en 1585 y tras profundas

desavenencias, Luis de Velasco decidió marchar a la corte de Felipe II para probar

suerte en la metrópoli.27

Felipe II recibió favorablemente a Luis de Velasco y lo designó como embajador

español en Florencia. Este cargo era sumamente delicado ya que España se

encontraba embarcada en numerosos conflictos europeos relacionados con el

avance del protestantismo en sus dominios que llegaron a su punto más álgido con

la rebelión que se dio en los Países Bajos (Flandes), en ese entonces españoles,

los cuáles disentían de los métodos de la Corona para perseguir a los herejes; esto

se debía a que varios de los nobles de la región simpatizaban con los protestantes

y se encontraban avezados a minar los esfuerzos reales por controlarlos.

25 García Martínez, Bernardo, “Los años de la expansión”, Nueva Historia general de

México, México, El Colegio de México, 2010, p. 235.

26 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 17.

27 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, pp. 58-63.

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“La rebelión de Flandes se convirtió en la gran pesadilla del destino imperial de

España y consumió cantidades crecientes de dinero de un erario público

fuertemente endeudado, empujando a la Corona a nuevas bancarrotas.

La principal sangría de las finanzas eran los países Bajos, a los que el gobierno

enviaba un promedio de 1.5 millones de ducados al año. Tras el asesinato (pagado

por España) de Guillermo de Orange en 1584, Inglaterra dio un paso al frente como

protectora de los rebeldes holandeses. Varias consideraciones más, en especial las

agresiones inglesas contra territorios españoles del Nuevo Mundo pusieron en

guardia a Felipe II ante la nueva amenaza”.28

Y fue justamente, coincidiendo con el envío de Luis de Velasco a Florencia, que Su

Santidad, Pío V, y Felipe II decidieron tomar acciones contra Inglaterra pues los

ataques piratas mermaban la hacienda española, necesitada de recursos para

combatir al protestantismo.29

“Felipe II, de acuerdo con su nueva política ofensiva, decidió invadir Inglaterra. Fue

una aventura peligrosa, que puede extrañarnos, con lo sumamente prudente que

había sido hasta entonces el rey. La mayor desgracia fue sin duda la muerte

prematura de don Álvaro de Bazán, sin duda el mejor marino de su tiempo, vencedor

en Lepanto, y que ya había derrotado a los ingleses en las Azores en 1582. El nuevo

jefe de la escuadra, el duque de Medina Sidonia, no era experto en operaciones

navales. Los españoles estaban acostumbrados a la guerra de galeras en el

Mediterráneo, y a la travesía de Indias, siguiendo los vientos alisios, pero no tenían

buena experiencia en los mares del Norte.

Montaron una imponente flota, la ‘Armada Invencible’, formada por 131 enormes

barcos, con artillería pesada, pero lenta. Estos barcos irían casi vacíos hasta

Flandes, donde embarcarían los tercios de Alejandro Farnesio, para invadir Gran

28 Kamen, Henry, “Vicisitudes de una potencia mundial 1500-1700”, en Carr,

Raymond (comp.), Historia de España, trad. de José Luis Gil Aristu, Barcelona,

Ediciones Península, 2007, p.164.

29 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 72.

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Bretaña. En el canal de la Mancha se encontraron con los barcos ingleses del

almirante Howard, más pequeños, más maniobrables y de artillería más ligera, que

hacían menos daño, pero disparaban con rapidez. Quizá un desembarco en el

primer momento hubiera tenido éxito, porque el ejército español era muy superior al

británico: pero se hacía necesario atravesar todo el canal de la Mancha, recoger a

las tropas en el puerto de Ostende y como por aquellos días (agosto de 1588) se

registraban mareas muertas, a los enormes barcos les fue imposible superar las

barreras de arena que cerraban aquel puerto. Alejandro Farnesio se desesperaba,

aguardando a la Armada, que fue sufriendo pérdidas parciales sin conseguir su

objetivo. Al fin el duque de Medina Sidonia decidió retirarse del mar del Norte y

rodear las Islas Británicas, maniobra que fue fatal, porque los temporales

destruyeron la mayor parte de la orgullosa Armada”.30

Mientras tanto, en Nueva España se vivía una crisis ya que el poder de las

audiencias para contradecir algunas disposiciones virreinales era sumamente

fuerte; esto derivó en enfrentamientos que culminaron con la movilización de las

guardias armadas del virrey y de las audiencias que estuvieron cerca de un

enfrentamiento.31

“Llegaron noticias alarmantes a los oídos del rey “Prudente”, en el sentido de que la

Nueva España se encontraba al borde de una guerra debido a la actitud

intransigente del marqués de Villamanrique con la Audiencia de Guadalajara. Desde

luego que las informaciones que recibió el monarca eran exageradas y

tendenciosas. De tal manera que, ante dicha problemática, el rey Felipe II decidió

encargar la delicada tarea de gobernar la Nueva España a Luis de Velasco “El

Joven”, quien se hallaba en España.

30 Suárez, Luis y Comellas, José Luis, Breve historia de los españoles, Barcelona,

Editorial Ariel, 2006, pp. 229-230.

31 García Martínez, Bernardo, op. cit., nota 25, pp. 250-251.

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El 19 de julio de 1589, encontrándose en San Lorenzo de El Escorial, Felipe II

nombró a don Luis de Velasco, virrey, gobernador, capitán general y presidente de

la Real Audiencia de México”32.

1.2 Radiografía político jurídica del virrey Luis de Velasco

Atendiendo al aspecto político correspondiente a la llegada a Nueva España de Luis

de Velasco “El Joven” como virrey recién nombrado, cabe hacerse dos preguntas

íntimamente ligadas. ¿Cuál era el grado de influencia que tendría al llegar? ¿Se

desempeñaría como gobernante de un Estado propiamente constituido?

Al proceder al análisis de los elementos del Estado moderno, ya existente en 1590,

nos topamos con el siguiente panorama: indiscutiblemente existía un territorio,

bastante amplio y en aumento constante como consecuencia de las nuevas

misiones de exploración y conquista. Asimismo, había una población diversa que

incluía a los colonizadores peninsulares, unas primeras generaciones de criollos

hijos de españoles nacidos en el nuevo mundo, un gran número de indígenas que

eran súbditos directos de la Corona española, un pequeño núcleo de esclavos

procedentes de África, y diferentes castas que resultaban de la combinación de los

anteriores grupos.

Sin embargo, la demarcación que recibió Luis de Velasco adolecía de un elemento

clave del Estado: el poder de mando originario. Resulta evidente que el poder de

mando existía y actuaba con potestad suficiente bajo la figura del Virrey; pero al

detentar dicho virrey esa potestad únicamente en tanto que era el representante del

Rey hispano en la Nueva España, no es trataba de un poder “originario” sino

“derivado”.

Como bien menciona Francisco de Icaza, el virrey era el representante personal de

rey, equiparable a un mandatario investido con poder amplísimo y quien se

32 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 75.

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encargaba de encabezar todas las ramas de la administración pública en el conjunto

de provincias que se le encomendaban.33

Así pues, se podría concluir de esta radiografía política inicial, que el grado de

influencia de Luis de Velasco como máxima autoridad en el virreinato, que no

colonia, era prácticamente absoluto y únicamente subordinado a las visitas que

pudiera ordenar el rey para supervisar su gestión. En cuanto a la naturaleza de la

Nueva España, se trata de una figura sui generis distinta a la de las colonias

británicas o francesas en el continente. El elemento diferenciador consistía en la

inversión que se realizaba para el mejoramiento y desarrollo de la autogestión

novohispana. No se trataba exclusivamente de una fuente de inagotables recursos

para la Corona sino que se trataba de una extensión de la metrópoli encabezada

por un funcionario que hacía las veces del rey mismo.

Ahondando en la cuestión de los virreinatos y como se había mencionado

anteriormente, el de la Nueva España había sido creado en 1535 como una figura

innovadora, propuesta por los consejeros de Castilla e Indias al emperador Carlos

V para una mejor gestión de los territorios conquistados.

“Debido a su naturaleza política y no jurídica, los virreinatos no fueron considerados

como circunscripciones territoriales dentro de la organización gubernativa de las

Indias, como muchos tratadistas lo asientan, sino la porción territorial en la que el

virrey ejercía las facultades de representación conferidas por el rey, integrada por

un conjunto de provincias cuyo número fue variable, de acuerdo con los

requerimientos que se presentaban y sobre las cuales el rey deseaba hacer patente

su presencia y soberanía”.34

Ante la excelente gestión de don Antonio de Mendoza, en el año de 1542 se designó

también un virrey para el Perú. Más tarde, la dinastía de los Borbones (a partir de

1700) retomaría la figura del virreinato dentro de sus afamadas reformas e incluiría

dos más: el de Nueva Granada en el año de 1717 y el de Río de la Plata en 1776.

33 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 268-269.

34 Ibidem, pp.267-268.

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No obstante, para efectos del presente escrito, únicamente adquieren relevancia

aquellos establecidos por los Austria y en los que se desempeñó Luis de Velasco.

Ahora bien, sobre la llegada a Nueva España de Luis de Velasco, Cuenta Riva

Palacio que “había desembarcado por el día 15 de diciembre de 1589, y no llegó a

México, a pesar de la diligencia que puso en abreviar su viaje, hasta el 25 de enero

de 1590. El obispo de Tlaxcala, apenas recibió la cédula de su nombramiento, se

dirigió a la capital entrando en ella el 17 de enero por la mañana y apocas horas

volvió a salir al encuentro del nuevo virrey en unió del marqués de Villamanrique,

Audiencia, tribunales y ayuntamiento de la ciudad. Adelantóse a todos el marqués

y en Acolman, cerca de Texcoco, encontró a Velasco y tuvo con él una larga

conferencia. Velasco continuó su camino hasta la villa de Guadalupe, en donde

debía permanecer mientras se hacían en México los preparativos para recibirle

solemnemente, y Villamanrique fuese para Texcoco a esperar allí lo que dispusiese

el obispo de Tlaxcala, su juez y visitador”35.

Si bien a través de la descripción anterior es posible discernir la gran faramalla con

que fue recibido el nuevo gobernante y la expectativa que generó su llegada, para

conocer el entorno político convulso al que se enfrentó a su llegada hace falta

atender la situación del virrey inmediato anterior, el marqués de Villamanrique.

Cuenta Riva Palacio en esta línea que el obispo visitador estaba enemistado por

algunos motivos con el virrey y que aprovechó la visita para ejecutar una venganza

que llegó al extremo de hacer embargar la ropa de la marquesa y acumular cuanto

cargo se sugirió contra el enjuiciado; dicha visita duraría seis largos años tras los

que partió a España, hastiado.36

Hemos hablado de que al llegar Luis de Velasco dio inicio una visita al marqués de

Villamanrique; cabe mencionar que las visitas eran inspecciones a la gestión ya

fuera de un funcionario en específico o de un órgano colegiado y que según Felipe

II, su función era ‘reprimir la arrogancia que toman los ministros’. El visitador, así

35 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 441.

36 Idem.

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pues, no juzgaba como tal sino que llevaba a cabo una investigación con el fin de

integrar un expediente, mismo que turnaba a la autoridad que había encomendado

su actuar al finalizar con éste.37

Para comenzar con un breve análisis de los primeros puntos focales de la primera

gestión, comprendida entre 1590 y 1595, del virrey en cuestión, resulta de interés

mencionar los principales problemas que marcaban la convulsa situación de la

Nueva España.

Salazar destaca entre estos retos el conflicto que tenía la figura del virrey con la

Audiencia de Nueva Galicia y que había culminado con la destitución del anterior

gobernante, los frecuentes ataques de piratas y corsarios contra los puertos y

navíos novohispanos, la crisis minera y los malos tratos a la población indígena que

provocaban el descenso numérico de la misma.38

A lo anterior podríamos añadir la imperante necesidad de incrementar las

cantidades recaudadas para poderlas enviar a la metrópoli, que necesitaba de los

recursos para poder costear la campaña en Flandes, las maniobras militares contra

ingleses y franceses, así como los subsidios constantes de Felipe II a los Estados

Pontificios, tendientes a ganar el favor del Santo Padre, Pío V, y a consolidar su

posición en la bota itálica.

En el tema económico, don Luis adoptó ciertas medidas que estaban orientadas a

reactivar la actividad comercial en Nueva España con la intención de enviar mayores

recursos a la península. Para ello, reguló la explotación de la grana y la materia

ganadera. También estimuló la producción minera en general y de plata en

particular, gracias a una acertada política de distribución y financiamiento del

azogue o mercurio (Salazar, 2002, p. 86-88).39

37 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 264-265.

38 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 85.

39 Ibidem, pp. 86-88.

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La aportación de la Nueva España a las arcas de la Corona fue invaluable pues

sería uno de los pilares de la estructura hacendaria del reinado de Felipe II: “ los

envíos de metales preciosos de las Indias, procedentes primero de los tesoros

acumulados de los antiguos imperios prehispánicos y, después, por las

explotaciones de las ricas minas de oro y plata encontradas en los virreinatos de

Nuevas España y del Perú; remesas que inundaron literalmente a Castilla,

desparramándose después por toda la Europa occidental”.40

En materia hacendaria, pues, Luis de Velasco impuso a los indígenas un tributo

mayor con la firme intención de enviar más recursos a la Corona; esto generó un

gran rechazo político por parte de las órdenes religiosas que habían visto en el virrey

un férreo defensor de los indígenas hasta ese momento.41

De cualquier manera, Manuel Fernández Álvarez considera que fue gracias a estas

cifras que se logra comprender la aplastante supremacía de la Monarquía católica

en el siglo XVI, si bien gran parte de las mismas se destinaba a pagar ejércitos y

sostener guerras con numerosos rivales.42

No es despreciable la labor eficientísima que llevaron a cabo las instituciones de

recaudación y administración tributaria de las que disponía el virreinato de la Nueva

España para gestionar los recursos de los que tanto se ha hablado en párrafos

anteriores.

Para comprender de forma sucinta el funcionamiento de la Real Hacienda podemos

hacer referencia a la descripción que hace Salazar sobre los órganos encargados

de la recaudación fiscal que eran las Cajas Reales. Los funcionarios que se hacían

cargo del funcionamiento de las mismas eran los Oficiales Reales de Hacienda que,

durante el periodo de los Austrias, coadyuvaron con virreyes y gobernadores,

incluso enfrentándose a estos si había de por medio actos que afectasen sus

40 Fernández Álvarez, Manuel, Felipe II y su tiempo, 21 ed., Madrid, Editorial Espasa

Calpe, 2006, p. 119.

41 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 88.

42 Fernández Álvarez, Manuel, op. cit., nota 40, p. 120.

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instrucciones o implicaren gastos extraordinarios, pese a ser de un rango

notoriamente menor. Las principales fuentes de los ingresos materia de su encargo

eran el quinto de los metales preciosos (plata principalmente), el tributo a los

indígenas antes mencionado, los monopolios y el almojarifazgo.43

Pasando al plano militar, Luis de Velasco se enfrentó a una grave situación en la

que los piratas y corsarios, sobre todo ingleses, saqueaban las riquezas hispanas

ya fuere asaltando las naves o mediante ataques directos a los puertos.

Años atrás, el puerto de la Antigua, Veracruz, funcionaba como el más importante

centro novohispano de importación y exportación. De ahí se embarcaban productos

tan diversos como metales preciosos (oro y plata), tintes como la cochinilla,

productos medicinales, cacao, vainilla y tabaco; asimismo, se recibían trigo, vino,

aceite, utensilios de hierro, ropa, cristal, papel y muchos otros insumos europeos.

También era el centro de llegada tanto de aventureros andaluces, extremeños y

castellanos, como de esclavos negros.44

Continúa Blázquez explicando que el puerto debió de trasladarse a los arenales de

San Juan de Ulúa por las dificultades de la Antigua para recibir a los grandes

galeones españoles, la humedad y, sobre todo, la piratería que culminó con el

ataque en 1568 del pirata John Hawkins, quien atacó y ocupó la fortaleza de San

Juan de Ulúa y el arrecife de Sacrificios, siendo desalojado posteriormente.45

“Luis de Velasco en las funciones como capitán general, junto con el ingeniero

militar Juan Bautista Antonelli, convino en fortificar adecuadamente el castillo de

San Juan de Ulúa a fin de que este bastión no fuese blanco fácil de agresiones por

parte de piratas y corsarios. Ante el temor de posibles ataques de estos poderosos

enemigos, el virrey adoptó medidas precautorias para la defensa de las costas

novohispanas reuniendo hombres y acumulando armas en los puertos de Veracruz,

43 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 68-70.

44 Blázquez Domínguez, Carmen, Breve historia de Veracruz, México, Fondo de

Cultura Económica México, 2000, pp. 62-63.

45 Ibidem, pp. 63-64.

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Huatulco y Acapulco. También le preocupó la falta de pólvora y artillería suficientes

para hacer frente a los ataques”.46

Sin embargo, esta no era la única amenaza a la seguridad que se cernía en aquella

época sobre el virreinato que se le había encomendado a don Luis de Velasco. Se

trata de la llamada “guerra chichimeca” por el grueso de los historiadores pero que

en realidad fue un conflicto conformado por episodios aislados y que se extendió

por más de medio siglo.

En 1548 se comenzaron a descubrir minas de plata de incomparable riqueza en lo

que hoy es el estado de Zacatecas; en consecuencia de lo anterior, se desató una

oleada migratoria sin precedentes de gente de todos los estratos sociales de la

sociedad novohispana. Se trataba de personas sin ninguna relación previa con las

tierras del norte y que provocaron un rechazo por parte de los habitantes nómadas

y seminómadas de las tierras del altiplano, mismos que fueron denominadas

indistintamente como “chichimecas” por los españoles.47

Se trataba de una situación que era negativa en dos maneras: primeramente, era

un problema de corte social pero que, a su vez, representaba una grave amenaza

a la seguridad pública en una zona focalizada del virreinato que

desafortunadamente era aquella de donde se extraían las riquezas que iban a parar

a las arcas de Felipe II.

Orillados por la competencia por los escasos recursos de agua, leña y alimentos

“los chichimecas se defendieron con frecuentes asaltos sobre caminos y

poblaciones. Los colonizadores respondían con ataques a los campamentos nativos

en busca de prisioneros a quienes esclavizar, en tanto que los chichimecas se

habituaban a animales y objetos europeos. Con ello se formó un violento círculo

vicioso.

46 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 89.

47 García Martínez, Bernardo, op. cit., nota 25, pp. 239-240.

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La respuesta del gobierno fue establecer una cadena de puestos defensivos o

presidios, nombre derivado de las fortificaciones romanas que ‘presidían’ el avance

militar, sobre el camino a Zacatecas”.48

Sin embargo, estos puestos defensivos no tuvieron el éxito esperado y los virreyes

anteriores a Velasco no conseguirían una auténtica pacificación, que resultó ser uno

de los grandes éxitos de la primera gestión de Luis de Velasco.

“Desde el tiempo que gobernaba la Nueva España don Martín Enríquez, un

chichimeca nombrado Caldera, comenzó a procurar la paz entre los de su nación y

los españoles; pero estas negociaciones se habían dificultado, hasta que siendo

virrey don Luis de Velasco, por el año de 1591, llegaron a México unos embajadores

chichimecas. Velasco los recibió con grandes muestras de cariño y distinción,

procurando halagarles por todas maneras para conseguir aquella tan deseada y

necesaria paz, y logró convenir con ellos en que los chichimecas no harían guerra

ni hostilizarían a pueblos y caminantes españoles y se reducirían a vivir

tranquilamente, si el virrey les daba la cantidad de carne necesaria para el abasto

de su nación. Esto era exigir un tributo de los españoles a cambio de la paz, pero el

virrey vio más las ventajas de aquel tratado que la torcida interpretación que darle

podría el orgullo nacional, y convino en lo que los chichimecas exigían.

Celebrados esos convenios, don Luis de Velasco envió a las tierras de aquellos

enemigos, con cuya lealtad no creía contar muy seguramente, misiones de

religiosos franciscanos y jesuitas y colonias de indios, amigos seguros de los

conquistadores. Se fundó entonces como defensa de la tierra, en la frontera, el

pueblo de San Luis de la Paz”.49

Como se ha mencionado con anterioridad, las adecuadas relaciones de Luis de

Velasco no se limitaron a las tribus indígenas del norte sino que incluyeron la mejora

de las condiciones de los nativos de lo que anteriormente era Mesoamérica.

48 Ibidem, p. 241.

49 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, pp. 449-450.

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1.3 La labor jurídica del virrey Luis de Velasco

Pasando a la labor jurídica que se llevó a cabo entre los años de 1590 y 1595, cabe

resaltar que don Luis de Velasco “El Joven” intentó dotar de sustento legal a todas

las acciones que llevó a cabo en el virreinato, prueba de su honestidad e impecable

organización. Además de reformas a instituciones ya existentes, no dudó en

instaurar otros órganos como el Juzgado General de Indios que tendían a la

procuración de justicia y a la regulación novohispana tendiente al fortalecimiento del

fisco real.

Dentro de los antecedentes cercanos relevantes encontramos que “preocupado

Felipe II por el desorden imperante en materia legislativa, dirigió en 1560 unas letras

al virrey de México, Luis de Velasco ‘El Viejo’, para encomendarle la recopilación de

las disposiciones remitidas al virreinato de la Nueva España. Para cumplir con su

encargo, el virrey encomendó la realización de la obra al oidor Vasco de Puga quien

la concluyó en 1563, en que fue publicada e impresa en letra gótica de Tortis por el

taller tipográfico de Pedro de Ocharte, bajo el nombre de ‘Provisiones, Cédulas,

Instrucciones de su Majestad, Ordenanzas de difuntos y audiencias para la buena

expedición de los negocios y administración de la justicia y gobernación de esta

Nueva España y para el buen tratamiento y conservación de los indios, desde el

año de 1525 hasta el presente de 1563’, conocida por lo general como Cedulario de

Puga.

En lo referente a su contenido, las disposiciones compiladas por Puga tratan de las

más variadas materias, como son la eclesiástica, de gobierno, administración de

justicia, Real Hacienda, encomiendas, población indígena, española, etcétera”.50

Ahora bien, puede resultar un tanto extraño y desconcertante para quienes vivimos

en un Estado moderno con una clara división de poderes prestar tanta atención a la

labor legislativa desarrollada por quien ostentaba un cargo de suma importancia

pero análogo, en términos modernos, al ejecutivo. Sin embargo, esto no era así en

50 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 382.

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el siglo XVI y resulta conveniente hacer hincapié en las facultades de los virreyes

para comprender la trascendencia de la labor jurídica de este personaje.

El maestro Francisco de Icaza desarrolla con precisión esta cuestión al explicar que

los virreyes usualmente contaron con los cargos de presidente de la real audiencia,

capitán general y gobernador de su provincia de residencia; dicha acumulación de

nombramientos provocó que intervinieran en todas las ramas de la administración

pública indistintamente. De cualquier forma, los virreyes como representantes del

rey de España tenían también atribuciones legislativas y reglamentarias ya que

dictaban autos, mandamientos y ordenanzas (leyes) que tenían validez en todo el

virreinato.51

Para abordar el primero de los puntos a tratar sobre este tema, merece la pena

hacer referencia al estado de la agricultura en Nueva España. Esta tuvo un

desarrollo lento ya que no fue inmediata la aclimatación de los nuevos cultivos. Otra

cuestión delicada radicaba en el escaso número de españoles que se dedicaron a

la labranza al considerarla una actividad servil, lo que obligó a los indígenas a

cultivar productos con los que no estaban familiarizados. No obstante, para el último

tercio del siglo XVI los hacendados españoles comenzaron a hacerse cargo de la

dirección de los peones indios, quienes mejoraron sus técnicas de producción.52

Con el progreso técnico se comenzó a contar con excedentes, mismos que

incentivaron al gobierno virreinal a tomar medidas orientadas a la debida

canalización comercial de los sobrantes.

“Así, en el sector agrícola el virrey Velasco dictó ordenanzas para regular la

explotación de la grana, tintórea muy estimada en la metrópoli y que constituía un

producto de exportación fundamental. El éxito de esta medida se tradujo en el hecho

51 Ibidem, pp. 269-270.

52 Delgado de Cantú, Gloria, Historia de México: Legado histórico y pasado reciente,

2da. ed., México, Pearson Educación de México, 2008, pp. 67-68.

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de que los productores de grana, estimulados por las ordenanzas del virrey, se

dieron a la tarea de impulsar la producción de tan estimado colorante”.53

Cabe mencionar que si bien ya existía regulación jurídica para evitar la adulteración

de la grana con el fin de obtener mayores ganancias, la cadena de inspecciones y

castigos para compradores y vendedores no funcionaba de manera adecuada. Las

ordenanzas de Luis de Velasco se enfocaron en estricta vigilancia a los productores

por parte de alcaldes mayores, corregidores y jueces; las sanciones previstas para

el supuesto normativo incluían multas para los falsificadores y, en caso de

reincidencia, penas corporales para el delito que incluían azotes y encarcelamiento.

Asimismo encontramos antecedentes de las regulaciones técnicas de observancia

obligatoria en materia de calidad al establecerse requisitos de pureza del producto

y pruebas para comprobarlo.54

Dentro del sector primario, en el ámbito ganadero el panorama era más alentador

al inicio debido a la rápida adaptación de los animales al benigno clima americano.

Sin embargo la facilidad para la crianza trajo consigo una serie de problemas que

culminaron con la sobrepoblación de ganado de todo tipo que afectó a los

agricultores pobres, mayoritariamente indígenas.

De esta forma “la asombrosa reproducción de ganado vacuno tuvo graves

consecuencias para los indios campesinos, pues en muchos casos se vio invadida

la tierra de sus comunidades, lo que en varias ocasiones dio lugar a la promulgación

de leyes destinadas a proteger dichas tierras”.55

Habiendo planteado la sencillez inicial con que se esparcieron las cabezas de

ganado, hay que atender a una consecuencia negativa que surgió de esto: un alza

en la matanza indiscriminada de animales para aprovechar los altos del precio del

53 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 86.

54 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, pp. 54-55.

55 Delgado de Cantú, Gloria, op. cit., nota 52, pp. 69-70.

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cuero que el comercio internacional acusó en los tiempos del virrey Luis de Velasco

“El Joven” y que degeneraron en un riesgo alimentario severo.

El Dr. Juan Pablo Salazar atiende a la solución jurídica a la que recurrió el virrey al

promulgar una serie de ordenanzas que limitaban las licencias para matar vacas,

cabras y ovejas; hizo cumplir éstas a través de los jueves visitadores. Las

ordenanzas en cuestión fueron publicadas en 1590 (venta de hierba para el sustento

de caballos y prohibición para matar cabras) y en 1591 (prohibición para matar

vacas y cerco de sementeras, que eran las tierras sembradas).56

Observamos, pues, que Luis de Velasco debió atender a esta cuestión

prácticamente al inicio de su gestión, por lo que el problema seguramente era muy

agudo. Los autores, en general, no ahondan sobre el éxito que tuvieron estas

medidas pero, con base en la regulación que emitió en su segunda gestión (1607 a

1611) y que se abordarán más adelante, podría deducirse que el problema logró

paliarse al menos hasta 1595.

En cuanto al comercio exterior del virreinato durante el periodo de los Austrias,

podría establecerse una división en dos etapas primordiales: la primera hasta 1560

caracterizada por un escaso intercambio internacional caracterizado por una

permisividad amplia pero progresivamente menor (debido al aumento proporcional

del comercio) hacia las transacciones a cargo de españoles; y la segunda de 1561

en adelante, a partir de una ordenanza y una cédula real, que aumentaron la

seguridad de los navíos que transportaban mercancías mediante su agrupación en

flotas, con el objetivo, exitoso, de lograr un incremento sustancial en el comercio.

Luis de Velasco, referente a este punto, tuvo un impacto más focalizado en la

implementación jurídica que en el diseño institucional del organismo orientado a la

regulación del comercio y que fue ideado en los salones de El Escorial por Felipe II

y sus consejeros, a partir de las exitosas experiencias ya aplicadas en la península.

56 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 56.

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En 1592, Felipe II expidió una Real Cédula que autorizaba la fundación del Tribunal

del Consulado de México, tomando como modelo los de Sevilla y Burgos.

“En términos generales, el consulado fundado en México siguió las normas trazadas

por las antiguas instituciones peninsulares. Se trató de un cuerpo dual, formado por

un tribunal encargado de dirimir los pleitos mercantiles y una organización gremial

que debía procurar y promover el comercio y los intereses de sus miembros. Como

ocurrió con las antiguas instituciones fundadas en España, el argumento explícito

para establecer el consulado de la Ciudad de México fue la necesidad de impartir

una justicia pronta y eficaz para evitar entorpecer los negocios”.57

En materia hacendaria, la función principal del Consulado radicaba en el cobro de

las alcabalas por lo que tenía también una naturaleza secundaria de órgano

recaudatorio. También despachaba flotas desde los puertos de Veracruz y Acapulco

hacia la metrópoli y hacia Filipinas y Perú, respectivamente. Asimismo, realizaba

tareas de valuación de mercancías para el pago de impuestos y negociaba el monto

de los fletes.58

Pese a la relativa autonomía que comenzaba a otorgarse al comercio novohispano

durante esta administración virreinal “durante el reinado de Felipe II, se trajeron, de

América, muchos millones de kilos de oro y plata; no obstante, el Gobierno de Felipe

II llegó a la bancarrota por lo menos en tres ocasiones: en 1557, 1575 y 1596.

¿Dónde fue, pues, a parar tan ingente riqueza? En gran parte fue a financiar la

guerra en los Países Bajos, donde Felipe II se empeñó en parar el avance del

protestantismo y de la independencia de aquellas provincias a base de mucho

ejército y mucha Inquisición, lo que supuso, para España, una ruina en vidas de

españoles y en la economía del Estado. Un historiador, refiriéndose a lo que esa

57 Souto Mantecón, Matilde, “Creación y disolución de los consulados de comercio

en Nueva España”, Revista Complutense de Historia de América, vol. 32, 2006, p.

23, http://revistas.ucm.es/index.php/RCHA/article/view/RCHA0606110019A/28514

58 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 67.

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guerra supuso para España, dice: ‘a la que el rey prudente arruinó y empobreció en

su loco empeño de convertirla en brazo armado de la Iglesia”.59

Pese a que hay que tomar la idea antes plasmada de una manera matizada, pues

la gestión administrativa de Felipe II resulta admirable por la organización

burocrática alcanzada a través de la instauración de Consejos especializados que

asesoraban al rey en temas tan especializados como Hacienda, Inquisición o

Guerra, resulta indiscutible que la exigencia productiva y la demanda de recursos

hacia las Indias y, en particular, hacia los virreinatos de Nueva España y Perú era

enorme.

En materia fiscal, y a través de reales cédulas, se configuraron nuevas formas de

tenencia de la tierra en beneficio de la Corona con el objetivo de incrementar la

recaudación de la misma; en 1591 surgió la composición de tierras. “Así, los

poseedores de tierras presentaron a las autoridades los títulos correspondientes a

fin de que se procediera contra los ocupantes indebidos obligándoles a restituir lo

mal habido o a pagar una módica composición.

La composición suponía la legalización de una ocupación de hecho de tierras

realengas al margen de lo determinado por las leyes vigentes. Incluía a quienes

hubieran ocupado tierras sin título alguno, a quienes se hubieran extendido más allá

de los límites fijados en sus títulos, a quien hubieran recibido mercedes de

funcionarios o instituciones y a quienes no hubieran hecho confirmar las recibidas

de autoridades locales”.60

Del análisis anterior es posible inferir que la composición de tierras resultó

sumamente beneficiosa tanto para la Corona española, que recibió fuertes sumas

59 Felipe del Rey, Pedro de, Cronología Sinóptica de la Historia de la Península

Ibérica, España, Ediciones Alymar, 2007, p. 146.

60 Bolio Ortiz, Héctor Joaquín y Bolio Ortiz, Juan Pablo, “Modalidades de tenencia de

la tierra en la Nueva España Siglos XVII y XVIII”, Revista Mexicana de Historia del

Derecho, México, XXVII, 2013, pp. 36-37,

http://biblio.juridicas.unam.mx/revista/pdf/HistoriaDerecho/27/esc/esc2.pdf.

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por ocupación de tierras, y para las élites peninsulares que acapararían grandes

extensiones en detrimento de los indígenas que, desprovistos de documentos

legales que avalaran la posesión histórica que tenían de las tierras, se veían en

desventaja para perderlas.

En materia de impartición de justicia, la contribución jurídica del virrey fue notable

ya que “instituyó el Juzgado General de Indios, el cual resultó ser un tribunal

eficiente y justo para que se ventilaran los asuntos en los que fuesen parte los

indígenas, dando así un golpe mortal a aquellos individuos que alentaban a los

indios a pleitear con la finalidad de aprovecharse de ellos, así como a los que

vejaban y abusaban de los naturales”.61

El avance en materia procesal fue tan notable, que Luis de Velasco es el artífice del

primer tribunal del continente que respetaba el derecho (de los indígenas) a una

defensa adecuada ya que establecía que debían contar con la asistencia de un

traductor con conocimiento de su lengua.

Este avance ha permanecido hasta nuestros días en la fracción VIII, apartado A, del

artículo 2° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que dicta a

la letra:

Artículo 2º. […]

A. Esta Constitución reconoce y garantiza el derecho de los pueblos y las

comunidades indígenas a la libre determinación y, en consecuencia, a la

autonomía para:

[…]

VIII. Acceder plenamente a la jurisdicción del Estado. Para garantizar ese

derecho, en todos los juicios y procedimientos en que sean parte, individual

o colectivamente, se deberán tomar en cuenta sus costumbres y

especificidades culturales respetando los preceptos de esta Constitución. Los

61 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 93.

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indígenas tienen en todo tiempo el derecho a ser asistidos por intérpretes y

defensores que tengan conocimiento de su lengua y cultura.

[…]

Fue tal la trascendencia de dicho tribunal, que el Juzgado General de Indias pervivió

a lo largo del periodo virreinal. Lo admirable de esta cuestión fue que sobrevivió

incluso a las reformas borbónicas de inicios del siglo XVIII que alteraron la mayor

parte del panorama jurídico administrativo de las posesiones ultramarinas

españolas.

Además, Luis de Velasco ‘El Joven’ dictó ordenanzas en contra del consumo de

alcohol para proteger a los indígenas y también prohibió a los peninsulares

establecerse en poblaciones indígenas para evitar abusos en contra de estos

último.62

No obstante, ni las aportaciones de Luis de Velasco al campo jurídico durante su

primera gestión, ni tampoco su labor en pro de los naturales, se restringieron a lo

antes enumerado. Fue el precursor de los derechos laborales de los indígenas,

mismos que fueron vanguardistas y contemplaron numerosas garantías que hoy se

dan por sentadas en el derecho del trabajo mexicano.

En el contexto novohispano de finales del siglo XVI, encontramos una figura muy

particular: los obrajes, pequeñas industrias, principalmente textiles. “Entre 1590 y

1595 destacan unas ordenanzas para los obrajes, conforme a las cuales los

contratos de trabajo de los indios deben ser públicos, se reconoce la libertad de

movimiento para los indios, se regula la jornada laboral, un salario justo y se impone

la obligación al patrón de alimentar debidamente a los indios”.63

62 Ibidem, p. 94.

63 Galán Lorda, Mercedes et al., “Luis de Velasco, legislador”, Memoria del X

Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, México,

Universidad Nacional Autónoma de México, 1995, p. 523.

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Anteriormente, se había mencionado brevemente la función legislativa de los

virreyes, por lo que merece la pena reiterar el cargo de presidente de la Real

Audiencia de México con el que contaba Luis de Velasco, pues “en unión con el

virrey, las audiencias conformaron al órgano legislativo de la Nueva España, en el

llamado Real Acuerdo, de cuyas reuniones emanaban normas de carácter general,

conocidas como autos acordados del consejo”.64

En sus funciones de presidente de la Real Audiencia, Luis de Velasco buscó hacer

más eficiente la actuación de ésta; de igual manera, informó a Felipe II sobre el

rezago que se vivía en materia penal, fomentando las visitas generales a las

cárceles para verificar su adecuada operación.65

64 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 291.

65 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 97.

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CAPÍTULO 2: Algunas cuestiones relativas al segundo periodo de gobierno de

Luis de Velasco (1607-1611)

Antes de abordar frontalmente el segundo periodo de Luis de Velasco “El Joven” a

la cabeza del virreinato de la Nueva España es fundamental resaltar que en los más

de nueve años de distancia que se desarrollaron entre sus gestiones, Don Luis de

Velasco ocupó otro puesto de gran responsabilidad y logró ganarse tanto el respeto

como la confianza de un nuevo monarca español: Felipe III.

Durante el reinado de la casa de los Austria (1535-1700) fue costumbre que aquellos

virreyes que tuvieran un desempeño excepcional al frente de la administración

novohispana fueran asignados después al virreinato del Perú como premio a sus

esfuerzos; de tal forma que Luis de Velasco fue designado como tal por Felipe II en

el año de 1595 y en el mes de septiembre de dicho año llegó al continente americano

Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey.66

El conde de Monterrey dio seguimiento a las políticas públicas emprendidas por Luis

de Velasco en materia de protección a los indígenas prohibiendo que “pudieran

vender sus parcelas privadas o las que eran propiedad de las comunidades, a fin

de evitar que fueran víctimas de abusos de españoles y criollos que, mediante el

engaño, se las compraban a precio vil”67 y continuó con las expediciones hacia el

norte del país que culminaron con numerosos descubrimientos.

Sin embargo, su éxito profesional no fue aparejado de un trato considerado hacia

su predecesor, quien, tuvo que retrasar su partida hacia tierras peruanas por

espacio de diez meses ante la falta de dinero y de embarcaciones.68

Tomó posesión de su cargo el día 23 de junio de 1596, desempeñando este papel

durante ocho años. A lo largo de ellos, dio muestras de diligente administración tal

y como lo había hecho en la Nueva España.

66 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, pp. 99-100.

67 Villalpando, José Manuel y Rosas, Alejandro, op. cit., nota 2, p. 45.

68 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 100.

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En el año de 1598, durante su estancia en Perú, ocurrió un suceso determinante

para las posesiones ultramarinas españolas y para Don Luis en lo particular: el

fallecimiento del rey.

Como bien señala el profesor asturiano Luis Suárez Fernández la muerte de Felipe

II ha sido considerada como el ‘primer 98’ (haciendo referencia al desastre de la

guerra hispano-americana de 1898 por medio de la cual España perdió sus últimos

dominios ultramarinos en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam) porque se dio en el

marco de la firma del tratado de paz de Vervins con Francia y que marcaría el

comienzo de una política hispana menos dominante.69

Felipe III, el nuevo rey español, seguiría una tendencia eminentemente pacifista y

confiaría en Luis de Velasco para continuar al frente del virreinato del Perú hasta el

día 8 de diciembre de 1604, cuando satisfecho por sus servicios prestados al Rey,

decidió retornar a la Nueva España, con la finalidad de radicar en ese Reino de

forma definitiva, trabajando al lado de sus queridos indios y recibiendo muestras de

afecto de su familia, ya arraigada en la sociedad novohispana. Felipe III otorgó la

jubilación a Velasco el 15 de octubre de 1603. Meses antes había sido nombrado el

Marqués de Montesclaros virrey de la Nueva España.70

Durante estos cuatro años entre que dejó el cargo de virrey del Perú y asumió

nuevamente el de virrey de la Nueva España, Luis de Velasco hizo gala de las

cualidades que a lo largo de su vida habían sido manifiestas: una honradez y

decencia impecables, así como una gran devoción por los indígenas.

Resulta paradójico, sin embargo, que Luis de Velasco contara con una encomienda

cuando había combatido de forma tan activa dicha institución (independientemente

del trato particular que diera a los indígenas que estaban bajo su tutela).

69 Suárez Fernández, Luis, Lo que el mundo le debe a España, Barcelona, Editorial

Ariel, 2009, pp. 113-114.

70 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 100.

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Sin embargo, puntualiza el Dr. Juan Pablo Salazar Andreu que “la situación de Luis

de Velasco, el joven, durante su retiro en Tultitlán de 1605 a 1607 fue de nueva

cuenta muy desafortunada en el aspecto económico. Fue tal su angustia, que en

junio de 1606 escribió al rey Felipe III suplicándole le concediese mercedes a su

persona y a las de sus hijos, en atención a sus servicios prestados a la corona

española”.71

No obstante, pronto volvería a ser tomado en cuenta para asumir el máximo cargo

dentro de la posesión ultramarina más importante de la metrópoli española, pues

Felipe III y su valido, el Duque de Lerma, necesitaban un administrador ejemplar de

valía probada y dispuesto a asumir el cargo. En este sentido, resulta relevante

comentar que Luis de Velasco “El Joven” fue el único que ocupó en dos ocasiones

el cargo de virrey de la Nueva España.

“El 20 de noviembre de 1606 se había designado a Montesclaros para el Perú, con

instrucciones de permanecer en Nueva España hasta que le llegara la orden precisa

de pasar a Acapulco y embarcarse allí. Parece que hubo una dificultad para escoger

al sucesor hasta el 25 de febrero del año siguiente se resolvió la Corona llamar de

nuevo a don Luis de Velasco”.72

2.1 Breve reseña de su segundo periodo como virrey

“En 16 de julio de 1607, recibió el nombramiento de Virrey de la Nueva España. Don

Luis de Velasco contaba ya en aquella época más de setenta años de edad; sin

embargo, estaba muy capaz de desempeñar ese encargo, no sólo porque aún

conservaba cabal salud, sino porque tenía grandes conocimientos y experiencia en

los asuntos de la gobernación de las colonias”.73

71 Ibidem, p. 102.

72 Rubio Mañé, José Ignacio, El Virreinato, Orígenes y jurisdicciones, y dinámica

social de los virreyes, 2da. ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 138.

73 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 542.

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Pese a que el término “colonia” es usado de forma equívoca para hacer referencia

a las posesiones territoriales ultramarinas españolas en ese momento, es claro que

Felipe III acertó encomendando el gobierno de la Nueva España a un hombre no

sólo de probada lealtad, sino también con excelentes calificaciones para el encargo.

Resulta pertinente comenzar el análisis del segundo periodo de Luis de Velasco

mencionando una curiosa narración a la que hace referencia el Dr. Salazar sobre

un texto del eclesiástico franciscano de fray Juan de Torquemada, referente a la

aparición de cometas en los cielos el día de la designación de Luis de Velasco como

virrey, y que indica:

“En el año de 1607, lunes segundo, día de Pascua del Espíritu Santo, que

fue a 14 de Junio, un poco antes de las Aves Marías, en el pueblo de Tultitlán,

que es de encomienda de Don Luis de Velasco, y cuatro leguas de esta

ciudad, a la parte del Norte, estando el cielo muy turbado, con muy espesas

y oscuras nubes […] se dejó colgar un cometa del tamaño de una grande

braza, la cabeza blanca, y resplandeciente, y el cuerpo y cola de color de

cielo, la cual comenzando a culebrear, y hacer ondas, pasó por medio del

pueblo y sobre las casas, que allí tiene Don Luis.

[…]

Al tiempo de caer de la nube este cometa, le vieron muchos indios, y algunos

de los negros de Don Luis que en la casa estaban y con el espanto que

cobraron, dieron muchos gritos y voces; al cual ruido salieron los religiosos

del convento y en viendo su figura, se admiraron, y mucho más de verla ir tan

baja.

[…]

Lo que prosigue más el padre fray Jerónimo de Escacena, acerca del cometa

de Tultitlán, es decir, que sucedió a esto, grande inundación y temerarios

torbellinos de agua, y se dijo, que nunca tales los indios los habían visto sobre

todos aquellos pueblos, y sobre esta ciudad, y mucho más padeció el pueblo

de Tultitlán, porque se anegó tres veces y se cayeron muchas casas.

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[…]

Un criado suyo llamado Juan Villaseca […] dijo a su amor: Señor, Vuestra

Señoría es Virrey de la Nueva España, y aunque Don Luis como prudente,

no lo admitió, sucedió así en realidad de verdad el caso, porque cuatro o seis

días le llegó el pliego, y en la Cédula de Virrey de esta tierra”.74

Ahora bien, atendiendo al texto anteriormente presentado, se pueden realizar

algunas reflexiones relevantes. Se trata de un fragmento escrito por un fraile

coetáneo de Luis de Velasco; de allí, se desprende con claridad que éste

efectivamente era encomendero.

Asimismo, es llamativa la referencia a “algunos de los negros de Don Luis” pues

invita a considerar la posibilidad de que Luis de Velasco contara con esclavos

negros que no serían sujetos de la figura jurídica de la encomienda. La razón radica

en que, a diferencia de los indígenas, los negros se consideraban como bienes

semovientes por, según los estudiosos de la época, carecer de alma.

Así pues, antes de la rebelión de Yanga, que se tratará en capítulos subsecuentes,

no existían negros libres en el continente de manera que, de haber tenido negros

Luis de Velasco, no habrían tenido la naturaleza jurídica de encomendados sino de

meros bienes.

Como última consideración sobre este fragmento, podría parecer inicialmente que

los augurios de un cometa que planea por el cielo el mismo día de la designación

de Luis Velasco son de sumo favorables; no obstante, la mención de las

inundaciones y torbellinos de agua se refieren al problema inicial al que se enfrentó

en 1607 Don Luis. Así pues, se trataría en realidad de una señal de recelo

supersticioso al desatarse una catástrofe natural con el nombramiento.

No obstante, el recelo bien podría haber estado fundado pues “Fray Juan de

Torquemada habla extensa, prolijamente, en la ‘Monarquía Indiana’ de la tremenda

(inundación) de 1604, en la que los vecinos navegaban en canoas o acallis por

74 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, pp. 36-37.

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todas las calles, plenas de agua como otra Venecia, y aumentaron más los estragos

porque para edificar se habían tomado, a lo fácil, piedras y tierras del albarradón;

dejándolo lastimosamente destruido, sin fuerza suficiente para contener el empuje

del agua.

A punto estuvo de arruinarse la Ciudad en 1607 con la gran inundación que la llenó,

y entonces fue cuando se tuvo el pensamiento de hacer el desagüe del Valle de

México. Ya no se querían remedios provisionales, sino obras de utilidad y duración

que tuviesen siempre a la ciudad a cubierto de todo peligro de posibles

inundaciones. Lo que se había hecho era solamente para cuidar a México de la

invasión de las aguas excedentes de los lagos que sobre ella se desbordaban o

iban penetrando por las acequias que la cruzaban y anegaban las calles; pero si las

lluvias eran abundantes, tales reparos y defensas eran demasiado débiles, y como

se necesitaba algo sólido, definitivo, se ofrecieron por el Ayuntamiento buenas

recompensas para el que presentase el mejor proyecto, el más practicable. Llegaron

numerosos a los cabildos, y el que se aceptó fue el de Enrico Martí o Martínez. Y

en 30 de noviembre de 1607, después de una misa en Nochistongo por el buen

suceso de los trabajos, el virrey Velasco el II empuñó la azada ante todo su

innumerable cortejo de magnates y de justicias y de mil quinientos indios

trabajadores, para así, con el ejemplo, estimular a éstos en la labor”.75

Las narraciones de la época muestran a un Luis de Velasco diligente, que actuó de

forma eficiente para solucionar el problema de desagüe poniendo en marcha la que

sería la obra hidráulica (y posiblemente obra pública, junto a la Alameda Central)

más relevante de sus dos periodos de gobierno.

Es posible comprender la magnitud de dicha obra remitiéndose a la obra de Riva

Palacio quien menciona que “comenzaron los trabajos el 28 de noviembre de 1607,

y empleáronse en ellos 471,154 jornaleros, cuyas comidas eran preparadas por

1,674 personas; este enorme número de trabajadores causa admiración, pero más

75 Valle-Arizpe, Artemio de, Virreyes y virreinas de la Nueva España, México,

Editorial Porrúa, 2000, Colección “Sepan Cuantos…”, p. 37.

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la produce el saber que esa obra desde el día de la inauguración de los trabajos

hasta el 7 de mayo de 1608, en que comenzó a correr el agua, costó nada más en

numerario 73,611 pesos, lo cual prueba que muchos de esos indios habían sido

miserablemente retribuidos. Durante esta primera época de los trabajos del

desagüe las enfermedades entre los indios no hicieron gran número de víctimas: de

una información mandada levantar por el virrey Velasco consta que en todo ese

periodo habían muerto cerca de cincuenta trabajadores, entre ellos diez de

accidente por causa de la obra.

El 13 de mayo de 1609 el virrey, los oidores, el ayuntamiento y muchas personas

principales del clero regular y secular, y de los vecinos de México, ocurrieron a la

obra de Enrico Martín y vieron ya salir el agua de los lagos de Zumpango y

Citlaltépetl por el canal de Nochistongo al Valle de Tula. La parte del túnel

comprendida en aquel canal medía 6,600 metros de longitud, con una sección de

3.5 y 4.2 metros”.76

Por otra parte, el poder de facto del que dispuso Luis de Velasco en su segunda

etapa fue notable, fungiendo no sólo como virrey sino también como capitán

general, vice patrono de la iglesia, presidente de la Real Audiencia de México y

máximo responsable de la Hacienda Indiana. Todo ello fue posible gracias al apoyo

que recibió desde Madrid por el valido de Felipe III, el Duque de Lerma.

“Felipe III es un personaje muy distinto a su padre: buena persona, según dicen

todos sus contemporáneos, pero de escasa voluntad; además, aborrecía la política.

Desde el primer momento abandonó el gobierno del país en manos de don

Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma. Nacía así el fenómeno del

valimiento. Todos los reyes del siglo XVII tienen un ‘valido’ o ‘privado’ que gobierna

por ellos: esto es común en España, pero también en otros países. La razón es muy

sencilla, y la culpa la tiene precisamente el complejísimo sistema de gobierno ideado

por Felipe II”.77

76 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, pp. 544-545.

77 Suárez, Luis y Comellas, José Luis, op. cit., nota 30, p. 235.

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El valido era, pues, quien se encargaba de ejecutar actos de gobierno para lo cual

era crucial contar con funcionarios capaces que los replicaran de manera adecuada

en los territorios americanos. En el entendido de que el Estado español aún no se

había configurado plenamente como Estado Moderno, al hablar de actos de

gobierno nos referimos a aquellos que define el maestro Gabino Fraga como “actos

de alta dirección y de impulso necesarios para asegurar la existencia y

mantenimiento del propio Estado y orientar su desarrollo de acuerdo con cierto

programa que tienda a la consecución de una finalidad determinada de orden

político o, en general, de orden social”.78

De tal forma, el programa que el Duque de Lerma había diseñado para la

preservación del Estado español era eminentemente pacifista y buscaba el

mantenimiento de una estabilidad mínima a través de la delegación de funciones a

los gobernadores periféricos, como los de Flandes, Nueva España o Perú.

La tónica general del gobierno de Felipe III fue de un periodo de tranquilidad social,

corrupción desmedida que enriqueció una élite cercana a la figura del valido,

prevalencia de la forma sobre el fondo y lujo excesivo; se trata de la época del

barroco español y se trata de un periodo de decadencia que, sin embargo, no se ve

reflejado fielmente en la Nueva España.

El deplorable estado de la metrópoli en comparación con el virreinato resultó

especialmente llamativo por la relación simbiótica que se había desarrollado hasta

ese momento. “La sociedad y la economía española se habían fundado sobre el

doble soporte de la tierra y la plata, de la agricultura castellana y la minería

americana. Hacia el año de 1600, sin embargo, la relación imperial se había

transformado profundamente: el cambio producido en las economías novohispana

y peruana hacía que ya no requirieran productos agrícolas sino manufacturados, y

España no estaba preparada para suministrarlos. Por consiguiente, la disminución

de ganancias comerciales, junto con la recesión minera argentífera y la retención

78 Fraga, Gabino, Derecho Administrativo, 48 ed., México, Editorial Porrúa, 2012, p.

56.

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de capital en manos americanas para inversión propia, se combinaban para mermar

las ganancias imperiales”.79

El primer gran conflicto político al que debió hacer frente Luis de Velasco tiene un

curioso paralelismo con el choque que ya había tenido con los encomenderos en su

primer periodo de gobierno y es un claro ejemplo del poder que incluso en el siglo

XVII mantenían los descendientes de los conquistadores.

Relata Salazar que el conflicto con los beneméritos se desató originalmente contra

el predecesor de Velasco en el cargo de virrey, el Marqués de Montesclaros, y que

tuvo como causa la provisión de oficios, es decir, la asignación de nombramientos.

Para ello, se presentaron ante la Real Audiencia y acusaron a Montesclaros como

culpable de numerosos agravios.80

Para enfatizar el grado crítico que alcanzó el conflicto con los beneméritos, merece

la pena atender al siguiente fragmento extraído de una carta remitida por Don Luis

de Velasco a Felipe III en la que le refiere las acciones de los descendientes de los

conquistadores en contra del Marqués de Montesclaros y que se encuentra en el

Archivo General de Indias de Sevilla:

Habiendo el Marqués de Montesclaros proveído los avíos de corregimientos,

alcaldías mayores y tenientazgo, que había vacíos antes de que yo tomase

el gobierno a mi cargo y estando a cuatro leguas de distancia se juntaron a

título de descendientes de conquistadores los contenidos en la petición que

es con ésta, y con gran número de gente que se les llegó fueron a la puerta

del acuerdo a presentarla, y no contentos con esta libertad y demasía,

algunos de ellos echaron y distribuyeron papeles atrevidos y maliciosos en

perjuicio del buen gobierno del marqués y anduvieron de mano en mano, que

79 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 115.

80 Ibidem, pp. 123-124.

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todo ha sido en mucha desautoridad del marqués y de su persona, que

representan la de Vuestra Majestad […]81

“La misiva de Velasco provocó que el Real y Supremo Consejo de Indias acordara

castigar a los beneméritos inconformes, con el objeto de que no se repitieran

conductas similares posteriormente. A un clérigo que agitó los ánimos de los

descendientes de los conquistadores se le envió de regreso a España”.82

En materia económica, el segundo periodo de gobierno de Luis de Velasco ‘El

Joven’ fue sumamente complicado ya que se enfrentó a una crisis del sector minero

que se vio afectado principalmente por tres cuestiones.

Primeramente, la ya mencionada ausencia de manufactura necesaria que debería

haber sido desarrollada en la península ibérica como se hacía en otros lugares de

Europa. Asimismo, influyó notoriamente una disminución entre la población

indígena que provocó una fuerza laboral insuficiente para la labor que se

necesitaba. Por último, encontramos la escasez de mercurio que era necesario para

la producción de plata.

El problema de la insuficiencia en el número de indígenas venía desde años

anteriores pues “a finales del siglo XVI la población indígena no llegaba apenas al

millón y medio de habitantes, cantidad que seguiría disminuyendo a consecuencia

de otras epidemias y de los desajustes y empobrecimientos de los distintos

pueblos”.83

“En resumen, los principales problemas y limitaciones para la producción minera en

la Nueva España fueron la política gubernamental restrictiva, la crisis demográfica

81 “Carta del virrey Luis de Velasco, el joven”. Archivo General de Indias, Gobierno,

Sign. MEXICO, 27, N.32. 1607, agosto, 30. México. Acceso en línea en

http://pares.mcu.es (15/01/2016).

82 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, pp. 124-125.

83 Lira, Andrés, “Economía y Sociedad”, Historia de México, México, Salvat Mexicana

de Ediciones, 1978, Volumen 6, p. 1292.

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que hizo escasear y encarecer la mano de obra, las circunstancias técnicas de la

producción y la escasez de mercurio”.84

Pasando al aspecto de seguridad, podemos destacar dos sublevaciones relevantes

contra las que el gobierno virreinal actuó de forma contundente. Por una parte está

la rebelión del negro Yanga quien mantuvo el control en una extensa región del

estado Veracruz y que se detallará en el capítulo siguiente.

Adicionalmente, se desató un levantamiento de indígenas en la zona de Nueva

Vizcaya, en los actuales estados de Durango, Chihuahua, Sinaloa y Coahuila. No

obstante, una expedición militar al frente de Francisco de Hurdiade logró, al cabo

de algunos años, pactar una paz con los transgresores.85

Respecto a la política exterior novohispana resulta pertinente señalar que durante

el gobierno de Luis de Velasco se realizó el primer contacto diplomático con el

imperio japonés. Si bien dos navegantes se habían entrevistado con los

gobernantes nipones con anterioridad, fue el virrey quien envió la primera

expedición oficial. “Apoyó e impulsó la expedición de Sebastián de Vizcaíno para

descubrir las Islas Ricas. En esta empresa Luis de Velasco, el mozo, envió a

Vizcaíno como su representante ante el emperador de Japón”.86

Pese a que el emisario de Don Luis de Velasco no logró grandes avances en materia

evangelizadora, sí pudo establecer un contacto comercial que incidiría

positivamente en la economía novohispana. A continuación se inserta un fragmento

de la misiva que el emperador Tokugawa Ieyasu envió al virrey tal y como aparece

en la obra de Francisco Santiago Cruz:

“La doctrina seguida en vuestro país difiere enteramente de la nuestra: por

eso estoy persuadido de que no nos conviene. En las escrituras búdicas se

dice que es difícil la conversión de quien no está dispuesto a convertirse. Más

84 Delgado de Cantú, Gloria, op. cit., nota 52, p. 70.

85 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 126.

86 Idem.

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vale, por consiguiente, dar fin en nuestro suelo a la predicación de esta

doctrina. En cambio, multipliquen sus viajes los bajeles de comercio

aumentando con ellos las relaciones e intereses. Vuestras naves pueden

entrar [...] en todos los puertos sin excepción”.87

En el aspecto social, Luis de Velasco encontró una Nueva España donde los indios

que él tanto había procurado durante su primera gestión vivían en condiciones

deplorables en pueblos y congregaciones a los que se habían visto forzados a

mudarse por los encomenderos.

Afortunadamente, Felipe III hizo caso a las peticiones del Marqués de Montesclaros

y, posteriormente, de Luis de Velasco y “dispuso la fundación de hospitales en los

pueblos y congregaciones; el establecimiento de alhóndigas en los reales de minas,

y la repartición de tierras tanto a los ayuntamientos como a los vecinos de los

pueblos y de los minerales. Los indios congregados en esos pueblos tenían

prohibición de volver a los que antes habitaban; pero compensábaseles esta falta

de libertad con algunos privilegios, como el de no ser repartidos ni obligados a

trabajar en las minas durante seis años”.88

Durante su mandato, coincidió Luis de Velasco con fray García Guerra, quien era el

arzobispo de México y, a la postre, sería su sucesor como virrey. “Su fama de

hombre, recto, prudente y generoso lo hizo merecedor de la confianza real, a la que

correspondió dedicándose desde luego a resolver las cuestiones pendientes de los

pueblos de indios, a quienes amaba particularmente”.89

Ambos trabajarían juntos incansablemente en diversos proyectos como la

terminación del templo de La Profesa en 1610 y el antes mencionado combate a las

inundaciones en la capital.

87 Santiago Cruz, Francisco, Relaciones diplomáticas entre la Nueva España y el

Japón, México, Editorial Jus, 1964, Colección México heroico, Volumen 32, p. 30.

88 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 546.

89 Villalpando, José Manuel y Rosas, Alejandro, op. cit., nota 2, p. 48.

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El favorecimiento de la transparencia dentro de las instituciones también fue

fundamental dentro de los afanes del virrey. “Es digno de comentarse que don Luis

informó a Felipe III de los raquíticos salarios que percibían los oidores de la Real

Audiencia de México, sugiriéndole que los aumentase para evitar que los

funcionarios incurrieran en corrupción”.90

El rey, satisfecho con la gestión desempeñada por Luis de Velasco, decidió honrarlo

en el año 1609 como correspondía a su linaje, y le concedió el título de marqués de

Salinas del Río Pisuerga, en honor al afluente del Duero que corre por lo que hoy

es la comunidad autónoma de Castilla y León.

Tras tantos éxitos, el Duque de Lerma decidió encomendar un nuevo encargo a Don

Luis pese a su avanzada edad asignándolo como presidente del Consejo de Indias,

eximiéndolo de forma extraordinaria del juicio de residencia que se les hacía a todos

los virreyes al terminar su encargo y nombrando como nuevo gobernador de la

Nueva España al arzobispo de México, fray García Guerra.

Para dimensionar la responsabilidad que implicaba la presidencia del Real y

Supremo Consejo de Indias podemos atender a la explicación que plantea el

maestro De Icaza señalando que se trataba de un órgano colegiado que incluía un

presidente, ocho consejeros togados (letrados) y dos de capa y espada (nobles de

carrera militar), dos secretarios, un fiscal, un relator y un gran canciller. Las

funciones de este consejo incluían velar por la evangelización en las Indias, procurar

el buen trato a los indios, elaborar leyes y supervisar su cumplimiento, así como

proponer al monarca quiénes integrarían la administración pública novohispana; de

igual manera, tenían funciones fiscalizadoras y hacendarias, de guarda y custodia

de documentos eclesiásticos, y fungían como tribunal máximo de apelación para los

juicios. Así pues, Luis de Velasco fue comisionado como cabeza del principal órgano

de administración pública indiana.91

90 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 130.

91 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 259-260.

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Tras seis años como presidente del Real y Supremo Consejo de Indias, Luis de

Velasco falleció en Sevilla en el año de 1617 a los ochenta y tres años. Resulta

admirable que una persona de tal edad, especialmente en el siglo XVII, continuara

al frente de una tarea tan compleja y demandante como lo era la presidencia del

Consejo. Esto, indudablemente, refuerza la percepción de que Luis de Velasco “El

Joven” fue un funcionario de admirables capacidades y cualidades.

2.2 El quehacer jurídico del Virrey Luis de Velasco

Al llegar Luis de Velasco a la Nueva España en 1607 para ocupar el cargo de virrey

por segunda ocasión, recibió instrucciones de la Corona, como era costumbre, en

la cual se le indicaban cuáles eran los puntos prioritarios para la monarquía, a fin

de que fueran tomados en cuenta dentro de las principales líneas de acción del

nuevo gobernante.

Encontramos dentro de las instrucciones la protección a los indígenas mediante su

reubicación en poblaciones específicas, así como la continuación del proceso de

evangelización iniciado hacía casi un siglo; de igual manera, se le solicita dar

atención a la regulación de la minería para garantizar su productividad, además de

procurar la búsqueda de nuevos yacimientos; se le solicita continuar con la

expansión de la Nueva España mediante expediciones para descubrir tierras al

tiempo que se termina de pacificar las ya que se poseen; de igual manera, se le

encomienda mantener apaciguados a los beneméritos (descendientes de

conquistadores); y evitar fraudes en la contratación con Filipinas.92

Si bien Luis de Velasco, fiel a su estilo leal a lo indicado por el monarca, intentó dar

cumplimiento a todas las indicaciones recibidas por la Corona al momento de su

nombramiento, también debió encaminar su actividad legislativa hacia los

problemas que se fueron presentando durante su gestión.

92 Galán Lorda, Mercedes, op. cit., nota 63, p. 511.

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Dentro del plano económico, encontramos como elemento central la actividad

minera. Ésta se había visto afectada, como se mencionó anteriormente, por la

escasez de trabajadores indígenas disponibles y por la falta de mercurio necesario

para trabajar la plata ya que el azogue fue declarado intermitentemente monopolio

de la Corona y de libre extracción (según los intereses de la misma), afectando al

mercado y ocasionado la especulación desmedida.

El 9 de marzo de 1608 Luis de Velasco escribió a Felipe III explicando el grave daño

que había provocado a la economía novohispana el hecho de que no hubiesen

llegado aún los envíos de azogue. Dos veces más escribió ese mismo año al

monarca manifestando su insatisfacción debido a que se habían recibido cantidades

menores a las prometidas lo cual afectaría a las minas de todo el virreinato y

especialmente a las de Zacatecas. Pese a la negligencia real, el virrey encomendó

la administración del azogue disponible a Alonso de Salazar Barahona quien era

contador de ‘tributos de indios y servicios, azogues y otras cuentas agregadas’, y

quien cumplió de forma impecable la labor encomendada. Tanto así que el virrey

intercedió por este funcionario ante la Corona solicitando se le diera de por vida la

propiedad del oficio que detentada, pues su familia vivía en la pobreza.93

Para fomentar la actividad minera, Luis de Velasco ‘El Joven’ publicó “dos

Ordenanzas virreinales: una del 14 de septiembre de 1608, publicada por

Montemayor, que prohíbe a los ensayadores hacer tratos y contratos en las minas

que visitan por su ministerio. Los que no le observen perderán su oficio y todos sus

bienes. Se manda pregonar esta Ordenanza en todas las minas.

La otra Ordenanza, inédita, es del 22 de mayo de 1609 y su finalidad es que se

guarde la Ley 19, título 11, libro V de la Nueva Recopilación sobre los ‘regatones de

bastimentos’ en las minas de Guautla. Con ella se trata de prohibir las reventas de

abastos, aunque no se aplicará a quienes llevan mercancías de un lugar a otro para

proveer a sus vecinos.

93 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, pp. 78-79.

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Las dos están relacionadas con los contratos en las minas, y la segunda con el

problema del abasto, que preocupaba a Velasco. Se quiere evitar que cualquiera se

aproveche de la venta de mercancías en las minas”.94

En materia fiscal, Luis de Velasco se encontró ante una complicada situación pues

debía hacer frente a los enormes gastos que implicaba la construcción del desagüe

antes mencionado. Para ello, recurrió al antecedente de una figura que incluso se

recoge al día de hoy en el Código Fiscal de la Federación vigente como

contribuciones de mejoras al tenor siguiente:

Artículo 2º. Las contribuciones se clasifican en impuestos, aportaciones de

seguridad social, contribuciones de mejoras y derechos, las que se definen

de la siguiente manera:

[…]

III. Contribuciones de mejoras son las establecidas en Ley a cargo de las

personas físicas y morales que se beneficien de manera directa por obras

públicas.

[…]

“Debía comenzarse por buscar recursos para la empresa, y el primero que ocurrió

de pronto fue gravar con una contribución de uno por ciento todas las fincas de la

ciudad, pues eran sus propietarios los que más directamente iban a aprovecharse

de aquel beneficio; pero para hacer el cobro del impuesto era preciso saber el valor,

hasta entonces desconocido, de todas las fincas urbanas, y el maestro arquitecto

Andrés de la Concha fue encargado de hacer ese avalúo, del que no fueron

exceptuados ni las iglesias ni los monasterios”.95

94 Galán Lorda, Mercedes, op. cit., nota 63, pp. 511-512.

95 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 542.

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Derivado de lo anterior, es posible añadir a la larga lista de cualidades de Don Luis

de Velasco una extraordinaria visión para implementar figuras jurídicas poco

exploradas en la época para hallar soluciones justas a problemáticas apremiantes.

Ahondando en la regulación jurídica relacionada con el desagüe, Salazar menciona

las dos Ordenanzas dictadas por el virrey al respecto. La primera, del 4 de diciembre

de 1607, trata de que los jueces de la Corte deben conmutar penas a los negros y

mulatos que hayan quebrantado las Ordenanzas, a cambio de servir algún tiempo

en la obra del desagüe. Por su parte, la del 17 de mayo de 1608 dispone que se

debe dar cumplimiento a las disposiciones sobre venta de hierba para el sustento

de caballos (mismas que fueron expedidas en su primera etapa como virrey) pues

dicha hierba había quedado afectada a causa de las inundaciones.96

El virrey también atendió a través de ordenanzas la cuestión del levantamiento de

negros acaudillado por Yanga en el estado de Veracruz; los comentarios al respecto

se incluyen en el siguiente capítulo.

Asimismo, el ganado se trata en doce Ordenanzas de 1607 a 1611, mismas que se

enfocan principalmente en la prevención de matanzas de ganado para aumentar el

número de cabezas.97

Finalmente, encontramos dentro de los pilares del quehacer jurídico de Luis de

Velasco uno de los temas más recurrentes de su actividad política y legislativa: la

regulación y protección de los indígenas.

En consonancia con las instrucciones recibidas por la Corona, el 26 de mayo de

1609 se expidió una cédula que prohibía la esclavitud de los indios tlaquehuales con

el fin de fomentar el trabajo entre la población indígena a cambio de que los

españoles les pagaran buenos jornales. Además, se favorecía la distribución

96 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 93.

97 Galán Lorda, Mercedes, op. cit., nota 63, p. 515.

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adecuada de trabajadores según se requirieran para labrar campos, cuidar ganado

y trabajar en minas98.

Velasco “expidió diversas ordenanzas entre las que destacan: ordenanzas de

combate al alcoholismo; la de paga de indios; la de sonsaques, y la referente a los

gañanes. Sólo resta decir que en el aspecto laboral, Velasco, el joven, fue un

infatigable gobernante que se preocupó hondamente por que los indios y los

trabajadores vivieran dignamente”.99

2.3 La rebelión de los negros encabezada por Yanga

La institución de la esclavitud en el mundo occidental tal y como se conocía en los

siglos XVI y XVII, en los que tuvo lugar la gestión de Don Luis de Velasco, encuentra

sus orígenes en el derecho romano.

Los romanos consideraban la esclavitud como una institución del Derecho de

gentes, por la cual alguien, contra la naturaleza, está sometido al dominio ajeno. El

esclavo o ‘servus’, pues, estaba sujeto a la potestad de un señor o ‘dominus’ bajo

un poder llamado ‘dominica potestas’100.

Resulta llamativo que los romanos estuvieran conscientes del carácter antinatural

de la esclavitud y de su subsecuente origen en las instituciones jurídicas creadas

por el hombre como parte del ‘ius gentium’. Lo anterior es de vital importancia

porque la Nueva España se encontraba bajo el dominio de la monarquía hispánica,

que se proclamaba a sí misma como ‘monarquía católica’ y, por tanto, daba un peso

mucho mayor a una construcción rústica del derecho natural que otros reinos

europeos, específicamente los anglosajones.

98 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 546.

99 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 127.

100 Padilla Sahagún, Gumesindo, Derecho Romano, 4 ed., México, McGraw Hill,

2008, p. 34.

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Los antecedentes de la institución de la esclavitud en España contemplaban la

guerra como única fuente para el nacimiento de dicha relación de plena sumisión.

Así pues, todo enemigo no cristiano capturado se convertiría en esclavo. En

España, el Código Alfonsí imponía la obligación de dar un buen trato y evitar los

excesos en contra de los esclavos.101

En cuanto a la aproximación española hacia la esclavitud dentro de los territorios

ultramarinos, como el virreinato de Nueva España, podemos remitirnos a lo

dispuesto por Isabel I ‘La Católica’, soberana de los reinos de Castilla y León al

momento del descubrimiento de América en el año de 1492.

En el décimo primer punto de su Codicilo (escritura accesoria al testamento que

ahonda en algunos puntos y añade otros con menor solemnidad que éste), la Reina

señaló que su principal intención en cuanto al descubrimiento de las Indias

Occidentales, era la evangelización y conversión de los naturales a la fe católica,

por lo que los moradores de aquellas tierras deberían ser bien tratados. Lo anterior

era el reflejo de sus actuaciones previas; por ejemplo, en 1495, al enterarse Doña

Isabel que un cargamento con 500 indios había sido vendido en Andalucía, los

mandó rescatar, les concedió la libertad y los devolvió en buen estado a las Indias

prohibiendo estas prácticas para el futuro. Por ello, dispuso que los naturales serían

vasallos de la Corona y recibirían la protección de ésta, al ser vecinos y moradores

de lugares regidos por el derecho castellano. Más aún, decretó que gozarían

siempre de libertad y del derecho más amplio de propiedad al ser hijos de Dios, con

alma como cualquier europeo.102

“A raíz de la expansión europea en otros continentes, cuando la trata de esclavos

se convirtió en un negocio mercantil a gran escala, en el que se vieron involucradas

muchas naciones, los españoles, por razones éticas, nunca se dedicaron a este

101 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 245-246.

102 González Sánchez, Vidal, El Testamento de Isabel la Católica y otras

consideraciones en torno a su muerte, Madrid, Instituto de Historia Eclesiástica

‘Isabel la Católica’ del Arzobispado de Valladolid, 2001, pp. 50-208.

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tráfico, al que inclusive veía con desprecio, como lo manifiesta el famoso jurista del

barroco, Hevia Bolaños, al considerar que los negreros no eran verdaderos

mercaderes”.103

Así pues, podemos observar que la Corona española y, la sociedad hispana en

general, consideraba al tráfico de negros como un mal necesario que no podría

eliminar en su totalidad pero podía atenuar. La necesidad de contar con esclavos

de origen africano aumentó con la prohibición definitiva y sin excepción de la

esclavitud de naturales en las Indias de 1542, conforme a lo dispuesto treinta y ocho

años antes por Isabel ‘La Católica’.

Los primeros negros llegaron a Nueva España con los conquistadores; por ejemplo,

con Cortés arribaron seis. En el año de 1501, el gobernador Nicolás de Ovando dio

la primera autorización para importar esclavos negros pero se vio obligado a solicitar

su revocación dos años más tarde ante los desmanes que éstos organizaron.

Fernando ‘El Católico’, esposo de Isabel y regente de Castilla a partir de 1507, y

sus sucesores celebraron contratos, llamados ‘asientos’, entre la Corona y los

particulares para la provisión de esclavos por los que se otorgaban licencias para la

introducción de un número determinado de los mismos.104

“Iniciado el siglo XVII, se calcula que en la Nueva España había ciento cuarenta mil

individuos negros, entre los que había tres veces más mulatos que negros. Varios

de esos mulatos eran descendientes de los conquistadores y lo habían notar

mediante una actitud arrogante. Un número considerable de negros se convirtieron

en hombres libres.

A pesar de que numerosas voces pidieron a las autoridades monárquicas españolas

la suspensión de la importación de negros por considerarla una latente amenaza

social, éstas no fueron escuchadas, sino que, por el contrario aumentaron. Las

intervenciones más activas de la población negra se detectaron entre 1590 y 1612.

Pues bien, el incremento desmedido de negros y mulatos, así como la actitud

103 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 246.

104 Ibidem, p. 247.

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prepotente de estos últimos se convirtieron en un artefacto explosivo que no tardó

en activarse y poner en serios apuros a las autoridades novohispanas”.105

“En México, los negros fueron destinados principalmente a las zonas de clima

caliente y a las mineras, para ocuparlos en los cultivos de tabaco, de caña de

azúcar, en los ingenios y en las labores más pesadas de la industria minera.

También era muy frecuente ocuparlos en los trabajos domésticos”106.

La estructura social novohispana se componía por un complejo enramado de

posiciones sociales que dependían de la diferenciación racial a través las ‘castas’,

que eran categorías étnicas que determinaban el nivel a ocupar por cada individuo.

El último nivel fue el que correspondió a los negros; se estima que durante el periodo

virreinal ingresaron cerca de 100,000 africanos a la Nueva España y que en 1560

sus números igualaban al de peninsulares. Sin embargo, los negros contaron

siempre con una población desequilibrada en cuanto a género porque siempre fue

mayor el número de hombres que el de mujeres. Además, al ser considerados libres

los hijos de un esclavo y una persona libre, la mezcla de la población negra con la

indígena, blanca y mestiza se vio favorecida. De tal forma, para fines del siglo XVII,

quedaban pocos negros concentrados en las regiones de Veracruz y Acapulco al

haberse convertido la mayoría de sus descendientes en mulatos.107

Se sabe que la fuga era considerada un delito grave al tratarse de robo de la

propiedad del dueño del esclavo en cuestión; sin embargo, la figura del esclavo

fugado y rebelde, conocida en Nueva España como ‘cimarrón’ fue adquiriendo un

carácter en parte mito y en parte realidad.

“En la cultura popular y política contemporánea de la América hispana, suele

identificarse la figura histórica del cimarrón como la de aquel individuo africano o

afrodescendiente que huía del aberrante sistema de esclavitud activo durante casi

cuatrocientos años en estas latitudes. Se trataba de un ente social y político que

105 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 121.

106 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 246-247.

107 Delgado de Cantú, Gloria, op. cit., nota 52, p. 79.

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mediante sus acciones afectó directa o indirectamente a la economía local, regional

y en ocasiones continental”.108

¿Por qué un grupo de esclavos fugados como los cimarrones podrían afectar la

compleja economía de un territorio tan rico como el virreinato?

En primer lugar debemos considerar que muchos de estos esclavos provenían

directamente del lejano continente africano donde, en ciertos casos, habían gozado

de un estatus elevado. Por otra parte, debemos atender al carácter eminentemente

rural de los cimarrones, que solían asolar ciertas regiones e incluso controlarlas

plenamente.

“Lo cierto es que los motivos de los cimarrones tenían origen, tanto en la necesidad

de escapar de las formas insidiosas de la esclavitud, como en el muy humano

sentimiento de identificarse con el dominador, de quien, a fin de cuentas, querían

replicar su poder, ello dentro de un sistema que impedía la realización personal.

Argumentos frecuentes de los esclavos para justificar sus actos era el temor al

castigo de sus amos, al maltrato de palabra y hecho, así como a las cotidianas

amenazas de que eran objeto; el aburrimiento con su trabajo y sus amos y no lograr

que sus amos les vendieran a otros dueños, también explican su conducta”.109

Una cuestión interesante al respecto se centra también en el papel de mercenarios

que llegaron a adquirir los cimarrones dentro de la administración virreinal, pues en

muchos casos se les permitía seguir con su vida con una libertad fáctica a cambio

de que previnieran la fuga de otros esclavos. Resulta necesario, pues, analizar con

sumo cuidado el móvil de los esclavos para fugarse, que no solía atender a fines

altruistas de liberación general, sino al interés personal.

108 Serna Herrera, Juan Manuel de la, “Los cimarrones en la sociedad novohispana”,

Revista Archipiélago, vol. 18, n° 68, 2010, p. 52,

http://www.journals.unam.mx/index.php/archipielago/article/view/24399/22931

109 Ibidem, p. 55.

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De tal forma, se creaban pequeños núcleos libres que se constituían en una especie

de comunidades llamadas ‘quilombos’, ‘bateyes’ o ‘cimarroneras’ y que fueron

organizadas al margen de los ordenamientos jurídicos vigentes pero toleradas

fácticamente por el gobierno virreinal.110

Ya desde 1560, es posible encontrar un comunicado del virrey Luis de Velasco ‘El

Viejo’, que ordenaba a las autoridades locales a perseguir, aprehender y castigar a

esclavos fugitivos de las regiones de Guanajuato, Pénjamo y San Miguel. El

fenómeno cimarrón se distinguía del bandolerismo español y de las rebeliones

indias pues los negros, en vez de asesinar indistintamente, secuestraban a las

mujeres de los indígenas y se apropiaban de los bienes españoles. Es decir,

realizaban acciones encaminadas a fortalecerse, a la vez que debilitaban al

gobierno virreinal.111

Un ejemplo de la calidad moral de los negros que habitaban el territorio novohispano

la encontramos en la obra de Riva Palacio que indica que a aquellos negros que

“obtuvieron el empleo de calplixtles o mayordomos de campo, se hicieron en esos

destinos tan famosos por su dureza y crueldad para tratar a los indios, que los

religiosos representaron muchas veces al rey pidiéndole el remedio de aquel abuso,

porque no sólo se limitaban a esas crueldades, sino que vivían en los pueblos de

sus amos, los encomenderos, y abusaban allí de la consideración que los indios les

tenían por miedo a los españoles. Los reyes de España ordenaron que los negros

y mulatos no viviesen en pueblos de indios”.112

Sin embargo, no se limitaron a ejercer funciones de mayordomos de campo sino

que en numerosos casos, los negros sirvieron como guardias de peninsulares de

rango elevado. Encontramos un ejemplo muy curioso en los archivos inquisitoriales

110 Idem.

111 Ngou-Mve, Nicolás, “Los orígenes de las rebeliones negras en el México colonial”,

Dimensión Antropológica, vol. 16, mayo-agosto, 1999, pp. 7-40,

http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=1228.

112 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 480.

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del año de 1596, en el que cuatro indígenas fueron procesados “porque una noche

penetraron en las cuadras del Tribunal y hurtaron las sillas y gualdrapas del

inquisidor Lobo Guerrero y las espadas de sus negros”.113

Ahora bien, conviene realizar una descripción de las condiciones específicas de los

esclavos negros que se asentaron en el territorio que actualmente constituye el

estado de Veracruz, pues es allí donde tuvo lugar primordialmente la sublevación

acaudillada por Yanga y que constituye el elemento central a tratarse en este

capítulo.

En el actual estado de Veracruz, narra Blázquez “el auge de las haciendas

azucareras y de las estancias de cría de ganado favorecieron el crecimiento de la

población negra y mestiza.

[…]

El aumento de esclavos negros trajo aparejado el problema de la rebelión. Desde la

segunda mitad del siglo XVI los negros comenzaron a representar un serio problema

para el gobierno virreinal. Muchos se fugaban de las haciendas e ingenios y

formaban grupos que robaban y asaltaban en los caminos. En 1579 el virrey

Enríquez de Almanza ordenó que todo ‘levantisco’ fuera preso y ‘capado’, sin

averiguación alguna. La medida no surtió el efecto esperado. En 1606 hubo

revueltas negras en las zonas de Villa Rica, Veracruz, Antón Lizardo y Río Blanco,

pero la mayor amenaza provino de la comarca de Orizaba, donde se concentraron

unos 500 negros fugitivos”.114

El virrey Martín Enríquez, escribió al rey Felipe II el 28 de abril de 1572 una carta

dentro de la cual abordaba el tema de los negros mostrando un recelo que deja en

evidencia el temor generalizado que había hacia éstos tanto por los indígenas como

113 Toribio Medina, José, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en

México, 2da. ed., México, Dirección de Publicaciones del Consejo Nacional para la

Cultura y las Artes, 2010, p. 142.

114 Blázquez Domínguez, Carmen, op. cit., nota 44, pp. 75-76.

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por los españoles. A continuación se inserta la transcripción paleográfica de Nicolás

Ngou-Mve del fragmento correspondiente a dicha carta:

Aquí hace ya algún tiempo, los negros se reúnen en una de sus cofradías.

Esta cofradía se ha desarrollado progresivamente como ha sucedido con

todos sus asuntos, siempre con un carácter un tanto amenazador, sin

haberse tomado jamás la resolución de suprimirla ni corregirla. Esto debido

a la influencia de los religiosos que protegen a los negros por considerarlos

como los más abandonados y los más necesitados de doctrina en este país.

Estos últimos, encuentran justo que se les deje reunirse. Pero yo estoy más

bien del lado de aquellos que no aprueban la existencia de tal cofradía. Por

ese motivo me puse de acuerdo con el Prior que acaba de ser nombrado en

Santo Domingo, para que bajo pretexto de su afectación, cese de ocuparse

de dicha cofradía, de suerte que de este modo pueda desaparecer sin dar la

impresión que fueron otros los motivos los que originaron su supresión.

Sucede una cosa frecuente aquí. A veces son los indios quienes desean

sublevarse, otras ocasiones son los mestizos y los mulatos o los negros. Sin

embargo, ahora se extendió fuertemente el rumor de que los indios, los

mulatos y los mestizos quieren sublevarse. Fue un rumor sin fundamento que

sólo sirvió para provocar el hacer creer que los propios negros estaban a

punto de levantarse e incluso que habían designado jefes para eso. Lo

anterior se escuchó en el atrio de la iglesia en México de la boca de algunos

negros que se escaparon de Santo Domingo. Se enviaron entonces a

algunos hombres a perseguir a esos negros, que de repente llegaron

corriendo a refugiarse en la iglesia. Alterados por el rumor previo, quienes ahí

se encontraban fueron presos del pánico. Naturalmente tuvo lugar una

desbandada, un sálvese quien pueda, general.115

115 “Carta del virrey Martín Enríquez”. Archivo General de Indias, Gobierno, Sign.

MEXICO, 19, N.74. 1572, abril, 28. México. Acceso en línea en

http://pares.mcu.es (22/01/2016).

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Además de ofrecer un panorama de primera mano sobre el temor constante que se

tenía a las revueltas de negros, la carta del virrey Enríquez sirve para comprender

de una manera más directa el entramado de castas que se vivía cotidianamente en

la Nueva España.

De igual manera, Riva Palacio ahonda en los antecedentes correspondientes a

rebeliones de negros que desembocarían en el conflicto de Yanga al indicar que “la

raza africana, aunque muy inferior en número a la de los indios, soportaba con

menos paciencia el yugo, o era más audaz para buscar la libertad y la venganza.

Desde el tiempo del virrey Mendoza comenzaron a querer sublevarse, y las terribles

ejecuciones ordenadas por ese virrey y el sobresalto en que vivía por el temor de

los negros, prueban la audacia de éstos y la incesante conjuración de los esclavos

negros contra los amos”.116

“Velasco, en su carta a Felipe III, el 23 de junio de 1608, advertía el problema de la

gran cantidad de negros, mulatos y mestizos libres que había en la Nueva España.

Incluso, le informó acerca de que la pacificación de los negros alzados era un

negocio dificultoso, pues existían opiniones que para contrarrestarlos o se les

exhortaba a la paz o se les hacía la guerra”.117

La actitud del virrey tenía un componente pragmático muy claro pues consideraba

que el gasto excesivo que se haría en la pacificación total de los cimarrones no era

proporcional al beneficio que se podría obtener y, por ende, prefería dialogar por

medios no violentos. Sin embargo, jamás se había enfrentado a un alzamiento de

la magnitud del que ocurrió en Veracruz al año siguiente.

“En 1609, comenzaron las inquietudes, y las denuncias se multiplicaban, avisando

al virrey muchas personas principales que los negros tramaban un levantamiento, y

que el día de los Reyes, 6 de enero de 1609, era el señalado para la sublevación,

en la que matarían a los blancos y nombrarían por rey a uno de los esclavos. El

virrey no creyó en la existencia de aquella conjuración, pero para calmar el ánimo

116 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 480.

117 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 126.

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de los vecinos de México tomó algunas precauciones y mandó azotar públicamente

a varios esclavos negros que estaban presos por otros delitos.

Sin embargo, algún fundamento debían tener esos rumores, porque había muchos

negros sublevados en la provincia de Veracruz. Aquellos insurrectos se refugiaron

en las montañas que se extienden entre el cofre de Perote y el volcán de Orizaba o

Citlaltépetl, y su número aumentaba rápidamente, porque día en día les llegaban

como refuerzo no sólo los negros esclavos fugitivos, sino aún hombres de casta que

buscaban allí un refugio contra la persecución de la justicia”.118

Estos cimarrones tenían la peculiaridad de contar con una organización más

estructurada, de contar con una cadena jerárquica de mando y de no contentarse

solamente con los frutos que obtenían de la tierra, asaltando también a los viajeros

que transitaban el camino de Veracruz.

“Al principio el virrey hizo poco caso de aquello, creyendo sin duda que todos esos

males eran causados por cuadrillas de salteadores fáciles de perseguir y exterminar;

pero muy pronto conoció cual era el origen del mal y determinó poner un remedio

enérgico y eficaz. Con ese objeto, formó una expedición compuesta de doscientos

hombres entre españoles y mestizos, que a las órdenes de Pedro González de

Herrera, vecino de Puebla, salió de aquella ciudad en busca de los negros el 26 de

enero de 1609.

[…]

Los negros habían nombrado un rey o caudillo que llamaban Yanga, quizá porque

pertenecía a la tribu de los Yang-bara, una de las tribus que forman parte en el Alto

Nilo de la nación de los Dincas en el territorio al sudoeste de Gondocoro entre el

Bari y los Macaras”.119

En cuanto al líder de la insurrección, la mayor parte de las fuentes disponibles

apuntan hacia quien podría haber sido Gaspar Yanga. De cualquier manera, es

necesario tomar con cierta reserva la existencia real o no de Yanga como figura

118 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 549. 119 Idem.

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histórica, pues de los documentos a los que se puede acceder no se puede terminar

con plena certeza que “Yanga” haya sido, como algunos buscan afirmar, un caudillo

unipersonal; por ende, las consideraciones que de tal forma puedan entenderse

deben ser vistas a la luz de la posibilidad de que se tratase de un grupo de hombres,

de un movimiento, o bien de algún personaje oriundo de la Nueva España y no

necesariamente proveniente del continente africano.

Habiendo hecho esta aclaración, es procedente atender a la descripción más

completa con la que se cuenta, que es la de Vicente Riva Palacio que indica que “el

Yanga era un negro alto y bien formado; en 1609 hacía 30 años que había escapado

de la esclavitud y vivía en las montañas acaudillando a los negros fugitivos cuyo

número había aumentado de día en día. Contaba el Yanga que era hombre de

sangre real y hubiera llegado a ser un monarca en su país a no haberlo hecho

esclavo los europeos: durante su juventud dirigió personalmente las expediciones,

y cuando llegó a la vejez entregó el mando de las armas a un negro de Angola, que

por el nombre del amo a quien había servido era llamado Francisco de Matosa”.120

De lo anterior no se desprende, por tanto, que el levantamiento de Yanga haya

ocurrido a partir de un día específico del año de 1609 sino que se trataba de una

problemática preexistente ante la cual las autoridades virreinales debieron actuar

en dicho año por razones coyunturales (principalmente para mantener la

tranquilidad entre la población española y mestiza).

Por otra parte, tanto en el presunto líder Yanga como en su sucesor Matosa

hallamos la motivación propia de los cimarrones que giraba no sólo en torno a la

libertad sino al deseo de dominación de los demás para dar cumplimiento al que

consideraban habría sido en su tierra natal si no lo hubiesen capturado los

traficantes portugueses.

Los negros realizaban numerosas tropelías en Veracruz saqueando e incendiando

fincas, matando hombres y capturando mujeres. Pedro González de Herrera decidió

atacar tan pronto llegar a la sierra para no darles tiempo de preparase.

120 Idem.

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Paralelamente, los negros capturaron a un español, a quien llevaron ante Yanga,

quien le perdonó la vida magnánimamente y le dio una carta para González de

Herrera en la cual criticaba la crueldad española, justificaba su recién readquirida

libertad en Dios y se negaba a resolver el conflicto de forma pacífica.121

Dentro de las gestiones que se realizaron para buscar negociar con los negros con

anterioridad a este evento encontramos que “los negros exigieron que se les enviara

un religioso de la orden de San Francisco para que bautizara a sus niños y confesara

a algunos de ellos. El virrey les envió al religioso para que pasara treinta días con

los negros cimarrones. A su regreso, el sacerdote comentó que pudo bautizar a un

gran número de niños negros y que había observado que los rebeldes tenían como

jefe a un ‘negro de nación’, pero que no pudo saber cuántos eran porque se

repartían en muchos ‘quilombos’ y, además, que en resumidas cuentas, ponían

condiciones exorbitantes por su rendición”.122

En febrero, los hombres de la expedición de González de Herrera se encontraron

con un grupo de negros que se dirigían a incendiar una finca, mismos que al ver a

los españoles salieron huyendo hacia su cuartel, donde dieron la alarma y

sembraron el pánico. Las fuerzas virreinales atacaron el campamento en tres

columnas, entre la maleza, y, tras terrible combate lograron derrotar a los

insurrectos. Luego, se dirigieron al pueblo donde estaban refugiados el viejo Yanga,

las mujeres y los niños, sin encontrar resistencia alguna. Los negros huyeron a las

montañas y Pedro González decidió ofrecer la paz a los fugitivos, persiguiendo

implacable a los que no aceptaran esta oferta.123

Si bien este acontecimiento señala el final de la breve campaña militar contra las

huestes de Yanga y el inicio de un periodo de relativa paz en la región veracruzana,

no se trata del más relevante para efectos jurídicos históricos.

121 Ibidem, pp. 549-550.

122 Ngou-Mve, Nicolás, op. cit., nota 111, pp. 7-40.

123 Riva Palacio, Vicente, op. cit., nota 1, p. 550.

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Continúa Riva Palacio narrando que “encuentros de poca importancia se registraron

después entre las tropas del virrey y los ya vencidos insurrectos; pero la resistencia

era imposible, y el Yanga y sus príncipes compañeros capitularon ofreciendo

entregar a todos los esclavos fugitivos y prometiendo fundar un pueblo, si se les

daba a todos la libertad, cuyo pueblo sería el baluarte y la garantía de los españoles

en aquellas serranías, pues los negros se comprometían a no permitir que aquellos

lugares en lo de adelante sirviesen de asilo a esclavos fugitivos o a bandoleros;

protestaban ser fieles vasallos del Rey y pedían un ministro de justicia y un cura de

almas. El virrey convino con aquella súplica, y señaló el sitio para la nueva

población, que se fundó algunos años después, en 1618, a pocas leguas de

Córdoba, con el nombre de San Lorenzo de los Negros”.124

Encontramos como resultado de esta contienda, la fundación del primer pueblo libre

del continente americano, aunque con ciertos matices. La naturaleza jurídica de San

Lorenzo de los Negros es aquella propia de la foralidad que los Austrias tanto

procuraron. Con foralidad se hace referencia al régimen especial que el monarca

concede a una población determinada por motivos históricos, culturales o

simplemente graciables. Sin embargo, la libertad de la demarcación tampoco debe

entenderse como plena, pues no cualquier hombre que llegara a este territorio

adquiría la condición de ‘libre’.

2.4 Actuación de las autoridades virreinales frente a la rebelión

La actuación virreinal con respecto a los cimarrones (negros fugados y agrupados

en comunidades posteriormente) había sido tradicionalmente pragmática, como

explica el historiador Juan Manuel de la Serna al mencionar que “no es paradójico

encontrar prácticas de convivencia y comunicación en sociedades conformadas

alrededor de ideas autoritarias que contemplaban legalmente la esclavitud, como

tampoco lo es enterarse del importante papel que jugaron varios grupos de

cimarrones en el control de la fuga de esclavos de ciertas regiones, sobre todo

124 Idem.

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aquellas en las que predominaban las plantaciones. Fugados que una vez

capturados y reincorporados al dominio de sus dueños otorgaba recompensa a los

captores, cimarrones incluidos. En la práctica, esto fue resultado de la negociación

con las autoridades coloniales, mediante la cual los cimarrones obtenían el respeto

a su autonomía y territorio, y por supuesto, en perjuicio del resto de los esclavos.

Es decir, de luchadores por la libertad en ocasiones, los cimarrones se volvieron

elementos fundamentales en el aparato represivo virreinal que permitió el control de

los inconformes con la vida esclava”.125

Sin embargo, en el caso de la rebelión de Yanga encontramos por parte de Don

Luis de Velasco, un cambio de postura derivado de la relevancia que adquirió la

revuelta en el imaginario colectivo novohispano.

La manera más ilustrativa de analizar la actuación de las autoridades virreinales,

que se fue decantando progresivamente desde un enfoque diplomático hacia una

postura abiertamente beligerante, es a través de la lectura de algunas misivas

enviadas por el virrey a S.M. Felipe III.

A continuación se insertan las páginas sexta y séptima, correspondientes al

seguimiento del alzamiento de negros en Veracruz, de la carta que el virrey Luis de

Velasco el joven a S.M. el Rey envió el día 9 de marzo del año 1608:

[…]

Y la reducción de los negros alzados se procura por los buenos medios que

es posible, que por los de guerra serán costosos y de mucha dificultad porque

están encastillados en tierras fragosas y no se puede entrar sin mucho riesgo.

Han dicho que se les dé libertad y el pueblo de la Veracruz que se despobló

y algunos otros adherentes que pueden secuestrar de paz. De esto se trata

y he ordenado a algunas personas confidentes, que les hablen y algunos,

parte de la compañía, que los catequicen, amonesten y halaguen, y

catequicen de que, Dios mediante, se puede esperar buen suceso y, no lo

125 Serna Herrera, Juan Manuel de la, op. cit., nota 108, p. 55.

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teniendo por aquí, la flota se intentará por armas dando el general a algunos

soldados de los que en ella sirvieren y dará a Su Majestad aviso de lo que se

hiciere.

[…]126

Es evidente que en 1608, un año antes de enviar la expedición comandada por

González de Herrera, el virrey Luis de Velasco aún tenía la esperanza de poder

conciliar la pacificación de Veracruz con el saneamiento de las finanzas que la

Corona tan encarecidamente le había estado pidiendo. Es importante señalar, no

obstante, que en dicha carta sí que deja abierta la vía militar, pero tan solo como

último recurso.

Ahora bien, complementando lo que se había señalado en el punto anterior con

respecto al fraile que se les había enviado a los negros de acuerdo con sus

peticiones, podemos hallar una actitud expectante por parte de las autoridades

virreinales que se negaban a actuar hasta no tener plena certeza de la necesidad

irremediable de tener que invertir una fuerte suma de dinero en dicha causa.

[…]

Los negros alzados volvieron a pedir al fraile que estuvo con ellos los días

pasados como a Vuestra Majestad lo escribí, y volvió y está con ellos de que

resulta estar quietos y no salir a hacer daños e irse reconociendo más la tierra

donde están, qué número de gentes, qué armas y defensas tienen para mejor

entender los medios de que se puede usar en reducirlos a que se inclinan.

Pero están temerosos de que no se les ha de guardar el asiento que con ellos

se tomare y piden que se haga con intervención de la autoridad real de

Vuestra Majestad y supuesto que el negocio hasta ahora no tiene estado ni

sabemos el que tendrá siendo Vuestra Majestad servido se me podrá enviar

126 “Carta del virrey Luis de Velasco, el joven”. Archivo General de Indias, Gobierno,

Sign. MEXICO, 27, N.43. 1608, marzo, 9. México. Acceso en línea en

http://pares.mcu.es (21/01/2016).

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cédula para que ellos la vean con orden de que yo haga el asiento y que el

que lo hiciere se les guarde y cumpla y se envíe ante Vuestra Majestad para

que se sirva de confirmarlo y en el ínterin se irá con ellos como el tiempo

fuere mostrando asegurándolos y trayéndolos como pareciere conveniente.

[…]127

La actuación de las autoridades virreinales también tuvo una vocación

eminentemente subordinada con respecto a la voluntad de la Corona,

reportándosele a Felipe III cada uno de los acontecimientos y sin tomar decisiones

clave faltando la autorización expresa del monarca.

Pese a la negativa inicial de Luis de Velasco, encontramos que la actuación virreinal

con respecto a la insurrección de negros tuvo un alto costo económico pues “los

oficiales reales de Veracruz gastaron mil pesos entre 1609 y 1611 en la lucha contra

los cimarrones de Yanga. Esta información se encuentra en el documento de los

archivos de Sevilla, que precisa, igualmente, que durante ese periodo se otorgaron

18,945 pesos, bajo el título de ‘gastos de guerra’”128.

Además de una serie de acciones y políticas de carácter militar, también acompañó

a los sucesos en cuestión un actuar jurídico por parte de las autoridades virreinales.

“La rebelión de los esclavos negros, no se menciona en las Ordenanzas de Velasco,

pero hay una disposición cuyo objeto parece ser el tratar de evitarla, ya que se

prohíbe a negros y mulatos libres ir armados. En concreto, se establece que los que

tuvieran licencias de armas, espada y daga, para ornato y defensa de sus personas,

la presente, dentro de seis días, a las autoridades. En tanto no se provea lo que

127 “Carta del virrey Luis de Velasco, el joven”. Archivo General de Indias, Gobierno,

Sign. MEXICO, 27, N.57. 1608, diciembre, 19. México. Acceso en línea en

http://pares.mcu.es (22/01/2016).

128 Ngou-Mve, Nicolás, op. cit., nota 111, pp. 7-40.

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convenga, no usarán de dichas licencias y la justicia no les permitirá ir armados (es

una Ordenanza de 8 de enero de 1609, inédita)”.129

Finalmente, el mejor testimonio para comprender cuál fue la actuación virreinal lo

encontramos en una carta de Luis de Velasco al rey Felipe III del año siguiente a la

finalización de la campaña militar de Pedro González de Herrera donde hace

referencia a ciertas acciones que se emprendieron durante todo el proceso de

pacificación del Veracruz y que dicta a la letra:

En carta del 3 de mayo de este año di cuenta a Vuestra Majestad del estado

en que quedaba la entrada a los negros cimarrones del Río de Alvarado y

como el Capitán Pedro González de Herrera a quien le había cometido

estaba aprestado para ponerla en ejecución como lo hizo y de las refriegas

que hubo con los negros resultó desalojarlos de sus rancherías con harto

riesgo suyo y de los soldados quemándoselas y los bastimentos que tenían

hasta ponerlos en huida y prosiguiendo, el alcance no se le pudo dar por ser

la tierra tan fragosa que a cien pasos se perdía el más experimentado en ella,

prendió algunos negros e indios y de ellos no se pudo saber más de que

tenían concertado dividirse por diferentes partes de manera que no pudiesen

ser habidos todos juntos. Y aunque el capitán corrió toda la tierra e hizo las

diligencias que pudo no halló rastro ninguno. Tiénese por cierto que con la

falta de bastimentos que los huidos llevaban y la que había en toda aquella

sierra habrán perecido, además que ellos no eran tantos como se entendía,

después de este suceso no se ha sentido en toda aquella comarca un solo

negro aunque siempre se ha vivido con cuidado por ver si volvían a juntarse.

Ha parecido conviene, para mayor seguridad de la tierra, haya en ella

soldados con un capitán para que la visiten y recorran a menudo los caminos

y que sea por tiempo limitado. Ello se pondrá en ejecución con comunicación

de la audiencia y de personas de aquella comarca. De veinte soldados que

pedían los he moderado a diez procurando como se ha hecho en lo demás

129 Galán Lorda, Mercedes, op. cit., nota 63, p. 513.

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de ahorrar gastos, y así se les dan de sueldo a cada soldado trescientas

piezas de ocho reales, ciento cincuenta menos de los que siempre se han

dado a los que sirven a Vuestra Majestad en las fronteras de chichimecas

con armas y caballos, y al capitán a cuya orden han de estar que es el mismo

que hizo la entrada. Tengo determinado proveer en algún oficio de justicia de

los que por allí hay con que se le gratifica lo que sirvió en la jornada porque

no llevó sueldo y se ahorra el que se le había de dar y queda asegurado. El

recelo de que estos negros u otros puedan volver a rondar a aquellas partes

pues los caminos de ellas están conocidos y se pueden andar mejor. En los

puestos donde hay ingenios nunca faltan cimarrones pero no deben dar

cuidado porque son pocos y en tierra corta y no tan fragosa y cuando se

sienten se procura limpiar.

[…]130

Del texto anterior, es posible determinar que una vez puesta en marcha la

expedición, Pedro González de Herrera tuvo la misión de actuar de forma violenta

y contundente para lograr un rápido desenlace; así pues, se procedió a quemar los

lugares que habitaban para forzarlos a negociar. Es interesante, también, observar

cómo el virrey Velasco procuraba manejar responsablemente la Hacienda pública

incluso en lo referente al pago de los sueldos de los soldados que formaban parte

del contingente enviado para aplastar la rebelión.

130 “Carta del virrey Luis de Velasco, el joven”. Archivo General de Indias, Gobierno,

Sign. MEXICO, 28, N.9. 1610, octubre, 21. México. Acceso en línea en

http://pares.mcu.es (22/01/2016).

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CAPÍTULO 3: El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición durante la

administración virreinal de Luis de Velasco

Uno de los temas históricos-jurídicos más comúnmente mitificados es, sin lugar a

dudas, el de la Santa Inquisición en España y sus posesiones ultramarinas. La

representación que se ha hecho de esta institución en la prensa, el cine y la literatura

ha generado un clima de desinformación generalizada que permea hasta nuestros

días; esto, aunado a varias investigaciones elaboradas con escaso rigor histórico,

ha contribuido a crear una imagen alterada del Tribunal del Santo Oficio de la

Inquisición.

En el presente capítulo se pretende presentar una breve reseña histórica de la

Inquisición, una descripción general de su composición y regulación tanto sustantiva

como adjetiva, además de un análisis de la actuación de ésta durante los dos

periodos del virrey Luis de Velasco, enfatizando los procesos en los que estuvieron

involucrados afrodescendientes (a efecto de profundizar el entendimiento de la

rebelión del negro Yanga mencionada en páginas anteriores).

“Mucho se ha discutido entre los tratadistas, si la Inquisición llamada española o

moderna fue una institución eclesiástica o del Estado. La respuesta no es sencilla,

pues si bien es verdad que el Papa otorgó la autorización para efectuar su

constitución en España y a él correspondió siempre hacer la elección del gran

inquisidor, también es cierto que en el ejercicio de sus derechos patronales, los

reyes españoles designaban a los tres candidatos, entre los cuales, por fuerza, el

Papa debía llevar a efecto su elección y fue también una realidad que el resto de

los funcionarios del tribunal eran nombrados por la exclusiva voluntad del rey y no

obstante que la Inquisición juzgaba en materia de fe, la verdad es que estuvo al

servicio del Estado y de sus intereses.

La Inquisición […] durante los trescientos años de su existencia tuvo por objetivo

principal, por no decir único, la conformación y conservación de la unidad española,

cuyo cimiento era la homogeneidad religiosa dentro de la ortodoxia católica y para

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lograrlo se juzgó indispensable la principal causa de su disolución, que era la

herética pravedad y apostasía”.131

Para poder realizar un estudio inquisitorial objetivo, es fundamental estar

conscientes de que los motivos de actuación principales de la Inquisición, así como

su rigor doctrinal, fueron muy distintos entre la metrópoli española y los territorios

del continente americano.

“Aunque el Santo Oficio de la Inquisición a menudo se enfrentaba a la ortodoxia en

un elevado nivel de abstracción, también dejaba espacio para que se adaptaran al

catolicismo post reformista una gran variedad de colonos y de indios regionales. El

castigo a los disidentes más parlanchines disuadía a los creyentes de tener una

conducta prohibida, aunque sospechemos que repercutía más en el delincuente

locuaz que en el discreto. En las provincias novohispanas y en la frontera norte

disminuyó el celo por investigar la heterodoxia. Además, los documentos sugieren

que los intelectuales del siglo XVI novohispano, los clérigos y los colonos leían,

especulaban y escribían con una libertad que no existía en España en la misma

época. Es obvio que el Santo Oficio de la Inquisición obligaba a ser prudentes a los

colonos, pero no hay evidencias de que hubiera una intimidación abierta”.132

Es pertinente preguntarse por qué la Inquisición consiguió un arraigo tan grande y

profundo dentro del mundo hispánico, y para responder a ello conviene atender a

su proceso de creación. Dentro de esta figura jurídico religiosa encontramos tres

etapas principales.

La Inquisición Pontificia surgida en los albores de la Baja Edad Media dependía

estrictamente del Papa en turno y se constituía para combatir una herejía

determinada; si bien Castilla no experimentó esta institución, en Aragón se instauró

durante el siglo XIII para combatir la herejía de los cátaros. En un segundo periodo

encontramos la Inquisición Episcopal que tenía una mayor injerencia que la

131 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 295-296.

132 Greenleaf, Richard E., La Inquisición en Nueva España Siglo XVI, trad. de Carlos

Valdés, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, pp. 222-223.

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Pontificia y que era ejercida por los obispos; no hay ningún comentario que merezca

la pena realizar dado que no se instauró en los reinos de la península ibérica.

Finalmente, encontramos la Inquisición Moderna que surge en el siglo XV y que

encuentra su máximo exponente en España (tanto en el Reino de Castilla como en

la Corona de Aragón); ésta no dependía directamente de la jerarquía eclesiástica

sino que era controlada principalmente por el monarca.

El caso hispano resulta especialmente llamativo pues “por espacio de ochocientos

años, España vio mermado su territorio a causa de la dominación musulmana, que

a finales del siglo XV había quedado reducida al reino nazarí de Granada, último

enclave moro en la península ibérica. El pueblo español y sus reyes, a la sazón

Fernando e Isabel, se dieron a la tarea de su recuperación, para construir a partir

de ella un estado moderno, unido bajo una sola y misma fe religiosa. Tras los triunfos

alcanzados en las guerras civiles que por entonces asolaron Castilla, los Reyes

Católicos fueron recibidos con verdadero entusiasmo por la población, que los veía

como restauradores de la antigua y perdida grandeza de la monarquía gótica y eso

significaba la hispanización, concepto cuyo logro juzgaron posible conseguir

mediante la exclusión de quienes no formaban parte de aquella comunidad, por

tener una fe religiosa distinta, a pesar de su convivencia multisecular.

A estas consideraciones de orden político habrán de agregarse otras circunstancias

que, en conjunto, crearon en la población un sentimiento antijudío, no antisemita,

porque no se encontraba fundamentado en apreciaciones de carácter racial.

[…]

El remedio para descubrir y en su caso sancionar a los criptojudíos fue encontrar en

una vieja institución eclesiástica, prácticamente desconocida en España y para

entonces desaparecida en el resto de Europa, ésta fue el Tribunal de la Inquisición,

al cual dieron los españoles características muy distintas a las de sus precedentes

episcopales y pontificios, surgidos en el decurso de la Edad Media.133

133 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 296-297.

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Una vez realizadas estas consideraciones preliminares y haber presentado el

contexto del surgimiento de la Inquisición, es adecuado proceder a abordar la figura

de la Inquisición tal y como se conoció en la Nueva España.

3.1 La Inquisición en Nueva España

Pese a que “la Inquisición quedó formalmente constituida en España con carácter

de órgano judicial oficial desde los años ochenta del siglo XV, las actividades

inquisitoriales en México tardaron mucho tiempo en quedar sometidas a la

jurisdicción de un Tribunal del Santo Oficio propiamente dicho, puesto que no lo

hubo antes de 1571.

Los principios de aquellas actividades son confusos por la diversidad de autoridades

que intervinieron y la falta de precisión de sus facultades para hacerlo. La autoridad

seglar, incluso, se abocó en no pocos casos, y durante buen número de años, al

conocimiento y castigo de actos que normalmente correspondían a la jurisdicción

episcopal y, mejor aún, a la inquisitorial. […] Hay indicios ciertos de actividades

inquisitoriales contra herejes desde 1522 realizadas, al parecer, por frailes que

desde esa época ya se hallaban en México, quizás actuando con poderes directos

del papa. Ahora bien, este hecho tiene el interés particular de ofrecernos el

antecedente inmediato de la primera etapa de la Inquisición en México, la ‘etapa

monástica’.

Para extender la acción del Santo Oficio a las tierras americanas, el cardenal

Adriano de Utrecht, inquisidor general de España desde 1517, delegó su autoridad

en don Alonso Manso, obispo de Puerto Rico, y en fray Pedro de Córdoba,

viceprovincial de los dominicos en las Indias con residencia en la ciudad de Santo

Domingo de la isla Española. En 1524, de camino a México, pasó por dicha ciudad

la misión franciscana de ‘los doce’ encabezada por fray Martín de Valencia y dice el

cronista Remesal que fray Pedro de Córdoba delegó en fray Martín sus poderes

inquisitoriales para que usara de ellos en México mientras no hubiera un prelado

dominico. De acuerdo con lo anterior, debemos contar a fray Martín de Valencia

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como el primer inquisidor en México, aunque no en sentido riguroso. Es muy poco

lo que se sabe de sus actividades de inquisidor y casi se reduce a la ejecución, por

idólatras, de cuatro indios nobles tlaxcaltecas, como castigo ejemplar en la enérgica

campaña evangelizadora emprendida por los franciscanos”.134

Tras esta primera fase pre inquisitorial en la Nueva España, encontramos que “en

la segunda mitad del siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, cuando las relaciones

de España con la monarquía inglesa llegaron a su punto más crítico y en Europa se

libraban guerras de carácter religioso, el rey tomó la decisión de ampliar la

jurisdicción del Tribunal de la Inquisición a las Indias, toda vez que la conservación

de la ortodoxia se había convertido en un tema de seguridad del Estado. El dominio

y la paz de América se encontraban en peligro, no sólo a causa de las constantes

incursiones de piratas y corsarios que asolaban las costas y a los navíos, aunadas

a las ambiciones territoriales abrigadas por los enemigos de España, sino también

por las doctrinas heréticas practicadas y difundidas por sus adversarios, que de

permitirse su propagación en sus dominios ultramarinos, hubiera resultado de

funestas consecuencias para los intereses españoles. Aparte de la problemática

política planteada por todos estos sucesos y consideraciones, deben tenerse

presentes los fines del Estado español en las Indias, que fueron la evangelización

de sus naturales y la preservación de la fe católica. […] No fue sino hasta el año de

1571 en que se hizo el formal establecimiento del tribunal, con sede en la ciudad de

México y Felipe II nombró a Pedro Moya de Contreras como inquisidor mayor, con

jurisdicción sobre los circuitos correspondientes a las reales audiencias de la Nueva

España (con Filipinas), la Nueva Galicia y Guatemala”.135

Antes de abordar las cuestiones organizacionales, procesales y demás elementos

técnicos del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición conviene atender a las

134 O ‘Gorman, Edmundo, “La Inquisición en México”, Historia de México, México,

Salvat Mexicana de Ediciones, 1978, Volumen 6, p. 1256.

135 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 303-304.

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razones de fondo por las cuáles se desarrollaba toda esa actuación y se contaba

con tal estructura.

Se presenta a continuación un análisis que incluye un resumen y ciertos

comentarios del ‘Directorium Inquisitorium’ de fray Nicolás Eymeric, quien fue un

dominico catalán del siglo XIV que fungió como inquisidor general de Aragón. El

documento en cuestión es el manual de inquisidores más preciso y valioso que llegó

a existir; tanto así que su obra fue editada cinco veces entre los años de 1578 y

1607. Pese a que el original fue escrito en latín, al ser el idioma oficial de la Iglesia

Católica, la versión de la que se ha hecho uso para esta investigación se refiere a

la traducción que ha efectuado el presbítero navarro José Antonio Fortea de la

edición veneciana de 1595.

Se trata del modelo base con el que se habría de juzgar a los herejes y, a la postre,

este documento adquiriría un carácter universal, utilizado a modo de manual por

todos los tribunales inquisitoriales.136

En este sentido, y como precisión técnica, enfatizar que los elementos estrictamente

adjetivos que se señalarán en este texto no deben tomarse de forma literal para la

inquisición novohispana (aunque sí ofrecen una idea muy clara de los mismos

proveniente de una fuente de primera mana) mientras que los puntos

eminentemente sustantivos sí que pueden entenderse como plenamente aplicables.

El manual inquisitorial se divide en tres grandes secciones: en la primera se

trata sobre la práctica del oficio de investigar y las cosas convenientes a su

oficio, en la segunda se habla de la fe y la necesidad de creer explícitamente

en la doctrina de la Iglesia, al tiempo que en la tercera se refiere a quién es

propiamente un hereje y se enumeran extensivamente las herejías

presentadas en los clásicos y en figuras propias de la época.

136 Guerrero Galván, Luis René, “Perspectivas de los tribunales americanos”, en

Guerrero Galván, Luis René (comp.), Inquisición y derecho, México, Instituto de

Investigaciones Jurídicas, 2014, pp. 67-68.

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Inicialmente, se requiere proporcionar una definición de qué es la fe, pues el

objeto del texto es determinar los procedimientos necesarios para defender

la fe católica de los herejes que atentan contra ella. Eymerich se remite a

Santo Tomás para afirmar que la fe es la sustancia de las cosas que se

esperan, el indicio de las que no aparecen.

Debido a que el objeto de la fe es aquello por lo cual el hombre obtiene la

felicidad, podemos entender que la Iglesia guardare con tanto celo la misma

de cualquier tipo de deformación.

Por ello mismo, el hereje no cree accidental o espontáneamente en algo falso

sino que elige de entre las sentencias que se le ponen delante, la falsa y

perversa como verdadera. Podemos relacionar la herejía con elección, lo que

proporcionaría un sustento para castigar o penalizar a los que incurren en

este delito. Debemos quedarnos con la definición de San Isidoro de Sevilla

que afirma que herejía conlleva tres cosas: elección, adhesión y división.

Sin embargo, la esencia misma del ‘Directorium Inquisitorium’, revela que la

finalidad de los inquisidores no es torturar o dañar a los herejes, pues el libre

albedrío nos permite creer en algo cierto o incierto. Lo que busca la Santa

Inquisición es en realidad, una protección al resto de la comunidad (resto

siendo los que no son los herejes, los que creen a los herejes, los que reciben

a los herejes, los defensores y los partidarios de los herejes), ya que el hereje

después de que elige la doctrina falsa como verdadera y se adhiere

pertinazmente a ella, se aleja y separa de los otros que tienen la doctrina

verdadera y sana a la que antes había estado unido.

Así, podemos encontrar una justificación de las razones de la Inquisición, ya

que el objeto de la fe por sí mismo es lo que hace que el hombre se salve.

Cuando se tacha de intolerante y sumamente cerrada su visión ante

opiniones opuestas, se puede presentar el argumento de que no puede algo

falso estar bajo la fe ya que la razón del objeto formal de la fe es la verdad

primera. Por ende podemos demostrar que no puede haber un no-ente bajo

un ente, es decir no puede haber algo malo bajo la verdad.

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Si bien la Inquisición suele presentarse como violenta, intolerante e inflexible,

en ciertos puntos era aún más laxa que la justicia ordinaria. Un principio del

derecho, que pervive hasta nuestros días en la legislación positiva mexicana

es que ‘la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento’. Para la

Inquisición los conocimientos que se debían tener sobre la fe variaban según

el grado de educación y rango que se tuviera, debiendo conocer el grueso de

la población apenas las nociones básicas e inamovibles de la doctrina

cristiana.

En cuanto a la tortura brutal y salvaje que se menciona en la Leyenda Negra

difundida por los ingleses, nos podemos remitir a una sección particular del

Manual de Inquisidores para demostrar su exageración y en muchos casos

invento: se establece en la primera sección que sólo se podía torturar una

vez a un prisionero, por un máximo de media hora, sin poner en peligro su

vida y disponiendo de las herramientas de las que se dispusiese por el brazo

secular.

El encargado de realizar las ejecuciones no era la Iglesia sino el brazo

secular, que solicitaba las investigaciones para evitar sublevaciones y

rebeliones en sus territorios. De hecho, la razón del surgimiento de la

Inquisición fue el esparcimiento de grupos herejes subversivos que cometían

actos violentos, saqueando y cometiendo atrocidades indiscriminadamente,

por lo que los príncipes cristianos solicitaron al Sumo Pontífice la creación de

estos tribunales.

Según el “Directorium Inquisitorium”, el inquisidor era delegado de la Santa

Sede y su potestad emanaba directamente de un designio del papa, por lo

que solía viajar con pocos acompañantes y sin lujos. No cargaba con ningún

tipo de instrumentos de tortura sino unas cuantas alforjas para llevar víveres,

y papelería para poder proceder con los juicios.

Tampoco resulta cierto que se pudiera proceder contra cualquier persona

arbitrariamente sino que ésta debía contar con características particulares.

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Se requerían tres indicios para torturar: la mala fama, el testigo no de oídas

y que existieran muchos otros indicios fuertes.

Ciertamente se esclarece el panorama de los métodos de investigación de

los inquisidores al saber que la tortura no se aplicaba más que cuando

constaba un delito. Es decir, la tortura no se usaba para investigar un hecho

sino para obtener de la propia boca del delincuente la verdad. Si un delito se

podía probar de otra manera que con la tortura no se recurría a ella puesto

que regularmente no se procedía al tormento sino cuando había falta de otras

pruebas, siendo este un recurso extremo para hallar la verdad.

Finalmente, debemos aclarar en cuanto a este aspecto, que las herejías eran

clasificadas y ordenadas de tal forma que los inquisidores contaran con un

marco de referencia para detectar herejía y no actuaran arbitrariamente. Así

pues se mencionaban tanto las de los clásicos como Pitágoras, Platón,

Aristóteles, Averroes, el rabí Moisés y muchísimos otros, como las de las

sectas que propias de la época como gnósticos, cátaros, maniqueos o

arrianos a lo largo de decenas y decenas de páginas.

Para evitar caer en herejía, se debía creer los primeros principios y

fundamentos de la fe cristiana (extremadamente generales), la Sagrada

Escritura siendo esta una revelación de Dios y las deducciones de Iglesia

conforme a la fe. Previniendo estas situaciones, se aconsejaba no disputar

públicamente sobre la fe a los laicos sino únicamente a la gente de la Iglesia

con un grado de conocimientos teológicos apropiado para poder ejercer un

juicio sólidamente sustentado, pues sí que había cuestiones que estaban a

discusión y argumentación dentro de la Iglesia de la época.

Para concluir con el análisis del documento en cuestión, es necesario

recordar las circunstancias históricas que enmarcan la creación de la Santa

Inquisición, y comprender que su función era preservar la ortodoxia dentro

del mundo cristiano propio de los siglos XIII al XVIII. Discerniendo entre la

Leyenda Negra (creada por los ingleses en tiempos de la Reina Isabel I de

Inglaterra, durante la guerra contra España) y las fuentes fidedignas podemos

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comprender y llegar a juzgar objetivamente a la interesante y compleja

institución conocida vulgarmente como Inquisición.137

Una vez establecido los móviles que, al menos en teoría, guiaban la actuación

inquisitorial española, resultan evidentes las razones por las que era necesaria su

instauración en las Indias. A los elementos doctrinales y de ortodoxia mencionados

como justificaciones, hay que añadir el elemento recaudatorio del que dotó a la

Inquisición (tanto en España como en América) el rey Fernando II ‘El Católico’ pues

los bienes confiscados a los procesados, pasaban a ser propiedad de la Corona.

Dicho esto, se procederá a describir en términos generales a la Inquisición

específicamente novohispana en su periodo formal (dejando de lado el periodo

episcopal de 1535-1571), a partir del año de 1571 en que Felipe II la instituyó

formalmente: la organización del tribunal, el proceso judicial que se llevaba a cabo

y los posibles desenlaces del mismo, incluyendo un apartado referente a las penas.

“En 1571 la Inquisición episcopal resultó una institución insatisfactoria a los ojos del

Estado y de la Iglesia. Debido a que los ordinarios (obispos) no tenían una dirección

central y sus agentes provinciales carecían de entrenamiento adecuado, se

cometieron muchos abusos de poder con los indios y con la población española. La

infiltración de grandes cantidades de herejes reveló la necesidad de que hubiera

fiscales especializados”.138

Es importante enfatizar el amplio rango de maniobra del que el rey Felipe II

consideró que debía disponer la Inquisición. Los Austrias fueron una dinastía poco

afecta a la centralización del poder político y un claro ejemplo es la división

jurisdiccional de los territorios virreinales en audiencias como la de México,

Guatemala y Nueva Galicia en el caso novohispano. Sin embargo, el monarca

decidió instituir un solo tribunal del Santo Oficio para Nueva España.

137 Fortea Cucurull, José Antonio, Manual de Inquisidores, Madrid, La Esfera de los

Libros, 2006, pp. 13-197.

138 Greenleaf, Richard E., op. cit., nota 132, p. 168.

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Es relevante mencionar, antes de adentrarse en el aspecto procedimental, que el

número total de relajados en persona (muertos) por el Santo Oficio en México

asciende a cuarenta y tres, incluidos los tres condenados por la Inquisición

monástica de los primeros años. Tal cifra sitúa al mexicano muy por debajo del resto

de los tribunales de la Inquisición española.139

“A través de las audiencias de México, Guatemala, Nueva Galicia y Manila, todos

los habitantes del virreinato de Nueva España estaban sujetos al tribunal del Santo

Oficio […] y toda la maquinaria política del virreinato tenía el encargo de ayudar en

sus funciones al tribunal”.140

Hay que comenzar a tratar la organización del Tribunal del Santo Oficio señalando

que “el tribunal establecido en México dependía directamente del Consejo Supremo

de la Inquisición, cuyo presidente era el inquisidor general de España. La autoridad

superior del tribunal en México era el inquisidor o inquisidores, puesto que podían

ser y normalmente eran varios”.141

A este respecto, agrega el maestro Francisco De Icaza que la elección del inquisidor

general la realizaba el Sumo Pontífice de entre los integrantes de una terna que

preparaban los reyes españoles, y que los otros cinco miembros del Consejo

Supremo de la Inquisición eran designados por el monarca. Las funciones de este

Consejo Supremo eran dar asesoría al inquisidor general, vigilar el cumplimiento de

las instrucciones e interpretarlas, supervisar las actividades de los tribunales y la

adecuada conservación y gestión de los bienes confiscados.142

El inquisidor general y el Consejo Supremo de la Inquisición contaban con varios

funcionarios a su servicio, que los auxiliaban. “Los empleados de más alto rango

eran el fiscal, a cuyo cargo estaba promover los procesos, y el secretario del

139 García-Molina Riquelme, Antonio, Las Hogueras de la Inquisición en México,

México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2016, Serie Doctrina Jurídica, p. 177.

140 Greenleaf, Richard E., op. cit., nota 132, p. 168.

141 O ‘Gorman, Edmundo, op. cit., nota 134, p. 1262.

142 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 304.

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Secreto, que tenía fe pública y autorizaba las actas, diligencias, despachos, edictos,

etc. Los inquisidores contaban con un cuerpo de personas doctas y de alta posición

social y oficial llamados ‘consultores del Santo Oficio’, que integraban una especie

de consejo. Estos consultores intervenían con su voto en las decisiones graves,

como eran las sentencias de tormento y definitivas y cuando un reo salía condenado

a muerte.

El tribunal contaba, además con el auxilio de un cuerpo de peritos en asuntos

teológicos y religiosos, llamados ‘calificadores del Santo Oficio’, cuya misión era

dictaminar en los asuntos que se les sometían para ilustrar la opinión de los

inquisidores en puntos debatibles y de difícil resolución. El tribunal tenía un cuerpo

policiaco, cuyo funcionario superior se llamaba ‘alguacil mayor del Santo Oficio’. A

ese cuerpo pertenecían los alcaides de la ‘cárcel secreta’, donde estaban los reos

aún no sentenciados; los de ‘penitencia perpetua o de misericordia’, donde se

purgaban las condenas de prisión”.143

A éstos se sumaban otros oficiales subordinados como contador, receptor, notarios

de secuestros, abogados, verdugos, médicos, porteros y las autoridades

eclesiásticas ordinadas. Debido a la escasez de personal del tribunal por falta de

recursos y a causa de la gran extensión territorial del virreinato, se implementaron

dos figuras adicionales que prestaban sus funciones de forma gratuita: los

‘comisarios’ y los ‘familiares’. Los ‘comisarios’ eran clérigos que debían realizar

distintas diligencias como publicar edictos, recoger libros prohibidos, evitar el

ingreso de herejes a territorio novohispano, etc. Por su parte, los ‘familiares’ eran

laicos, cristianos viejos, que prestaban auxilio al tribunal en todos sus

requerimientos. Ambas figuras podían portar armas pero en ningún caso fungían

como espías para el tribunal.144

143 O ‘Gorman, Edmundo, op. cit., nota 134, p. 1262.

144 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 305.

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Añade O ‘Gorman que todos los funcionarios llevaban cuenta de sus actuaciones

de manera detallado pues los libros de registro de la inquisición eran muy precisos

y ahí se conservan celosamente los expedientes de los procesos.145

En el proceso inquisitorial se analizaba la herejía, que suponía un enfrentamiento

directo con la Divinidad, que sería el sujeto pasivo de un delito con cuya comisión

el hereje renegaba de aquella.146

Para el proceso inquisitorial, el tribunal estaba investido de las más amplias

facultades para realizar todas las pesquisas necesarias cuando hubiera sospecha

o denuncia de la posible comisión de un delito. Cabe señalar que había escasas

disposiciones regulatorias, mismas que eran escuetas para favorecer una mayor

discrecionalidad de los jueces en perjuicio del procesado, pudiendo éstos acelerar

o retardar el juicio según sus características particulares.

Sin embargo, pese a que los inquisidores en Nueva España gozaban de cierta

autonomía y discrecionalidad, en términos generales adecuaron su actuación a la

normativa y práctica del Santo Oficio y a los dictados de la doctrina inquisitorial.147

El procedimiento comenzaba con una fase informativa que podría ser por denuncia

o de oficio. Si bien regía un principio de secrecía que impedía al acusado de poder

conocer quién lo había denunciado o quién había testificado en su contra, para

evitar venganzas subsecuentes, en ningún caso se aceptaban denuncias anónimas

(si se hacían de esta forma, eran desechadas de inmediato). Una vez aceptada la

demanda se solicitaba al delator que presentara testigos. Posteriormente, se

llevaban a cabo tres audiencias de moniciones en las que el tribunal amonestaba al

acusado para que confesara a sus pecados sin indicarle el contenido de la denuncia.

Tras estas audiencias se le permitía llamar a su abogado y, en caso de no contar

145 O ‘Gorman, Edmundo, op. cit., nota 134, p. 1263.

146 García-Molina Riquelme, Antonio, op. cit., nota 139, p.1.

147 Ibidem, p. 176.

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con uno, se le asignaba uno de oficio. Contestada la acusación por el denunciado,

se procedía al periodo probatorio.148

Encontramos pues, un apego parcial al principio de contradicción, “principio

fundamental del proceso, que se expresa en la fórmula ‘óigase a la otra parte’, y

que impone al juzgador el deber de resolver sobre las promociones que le formule

cualquiera de las partes, oyendo previamente las razones de la contraparte o, al

menos, dándole la oportunidad para que las exprese”.149

Hablamos de apego parcial porque, si bien es verdad que el acusado podía

defenderse en cada fase, también lo es que nunca contaba con la información

completa por el antes mencionado principio de secrecía.

El periodo probatorio corría por tiempo indeterminado para que el tribunal recibiera

las pruebas de cargo y descargo que fiscal y procesado aportaran. La compurgación

fue una de las principales pruebas de descargo, tomada del derecho canónico, y

consistía en demostrar que el cuadro procesal no era concluyente contra el

procesado. Se podían ofrecer testigos de buena reputación que avalaran mediante

juramento no la inocencia del acusado, sino su credibilidad.150

Es grave detectar dos violaciones sustanciales con respecto a temas centrales del

derecho probatorio. Por una parte el “objeto de la prueba, el cual consiste, en los

procesos no penales, en los hechos afirmados y discutidos por las partes; y en el

proceso penal, en los hechos imputados al inculpado y que el juzgador define o

califica jurídicamente"151 ya que la compurgación no versa sobre los hechos

discutidos sino sobre la honorabilidad del acusado.

148 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 306.

149 Ovalle Favela, José, Teoría general del proceso, 6 ed., México, Oxford University

Press, 2005, p. 200.

150 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 306-307.

151 Ovalle Favela, José, op. cit., nota 149, p. 322.

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La otra violación es a la “carga de la prueba, que es la situación jurídica en que la

ley coloca a cada una de las partes, consistente en el imperativo de probar

determinados hechos en su propio interés”152. La carga de la prueba corresponde,

actualmente, a quien afirma; sin embargo, en los procesos inquisitoriales muchas

veces existía confusión y parecía que era el acusado quien debía demostrar su

inocencia.

“Otro medio de prueba utilizado, aunque no en exclusiva, por el Santo Oficio y que

ha dado lugar a todo género de fantasías, fue el tormento, que de acuerdo con las

instrucciones sólo era aplicable en casos extremos, tratándose de delitos graves,

cuando existía prueba semiplena o indicios legítimos, aunque no la seguridad de su

comisión y el reo se negaba a confesar. De reunirse estas condiciones, se tramitaba

un incidente al respecto, cuyo fallo podía ser apelado ante el propio tribunal y en

casos graves podía recurrirse ante el consejo.

[…]

El tormento sólo era aplicable después de realizarse un examen médico, cuyos

resultados avalaran las buenas condiciones de salud del reo y de haberse obtenido

la conformidad del fiscal, de los consultores y del obispo. Los únicos tormentos

aceptados y aplicados por el Santo Oficio fueron los de los cordeles, el de la

garrucha y el del agua, combinado con el del potro”.153

Pese a que los tormentos aplicados por el tribunal del Santo Oficio pueden parecer

excesivos aplicando los principios jurídicos vigentes en la actualidad, sin duda se

trataba de procedimientos más laxos y sujetos a un control más firme que los de la

justicia ordinara; de tal forma, es recomendable analizar este punto en particular a

la luz de los siglos XVI-XVII y no conforme al derecho actual.

No obstante, sí que encontramos una anomalía procesal ya que los tormentos antes

mencionados no correspondían a penas sino a medios probatorios, que al ser

152 Idem.

153 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 307.

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“instrumentos y conductas humanas con los cuales se pretende lograr la verificación

de las afirmaciones de hecho”154 no deberían incidir en el ánimo del juzgador al no

haber sido expresadas libremente.

Una vez desahogadas en su totalidad las pruebas, el tribunal procedía a dictar la

sentencia. La resolución podía adoptar cuatro variantes distintas: absolutoria

(reconocimiento de una equivocación por parte del Santo Oficio); suspensión de

actuaciones (convencimiento de la inocencia del reo); imposición de pena

extraordinaria o arbitraria (el delito no quedaba jurídicamente probado pero los

juzgadores tenían convencimiento de la culpabilidad); condena a relajación al

quedar probado el delito (podía haber reconciliación y conmutación por penas

menores si había arrepentimiento, abjuración formal de la herejía y no se era

relapso, negativo o impenitente).155

“Al encontrarse orientado el proceso hacia la obtención de la confesión del acusado,

mientras más pronto se consiguiera, más leve sería la pena impuesta y en sentido

contrario, mientras más tardara, más severa sería la pena. Una vez pronunciada la

sentencia, su ejecución era inexorable. A ello sólo cabía una excepción y era cuando

el reo había sido condenado a la hoguera, si se arrepentía de sus errores, se le

conmutaba por el garrote. La muerte del procesado o su escapatoria de las cárceles

inquisitoriales durante la tramitación del juicio, no eran motivo para la suspensión o

terminación del juicio, éste fatalmente debía proseguir su conclusión o sea hasta

dictar y ejecutar la sentencia y en caso de resultar condenado a muerte el

procesado, ante la imposibilidad física de llevar a cabo una ejecución de la

sentencia, era quemado en efigie, por medio de un retrato o estatua que lo

representaba”.156

“Los reos sentenciados se acumulaban en la cárcel hasta el día en que el tribunal

celebraba los llamados ‘autos de fe’, actos públicos en que los reos eran exhibidos

154 Ovalle Favela, José, op. cit., nota 149, pp. 314-315.

155 García-Molina Riquelme, Antonio, op. cit., nota 139, pp. 100-101

156 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 307-308.

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con insignias infamantes, que generalmente eran vela verde, soga al cuello, coroza

(una especie de mitra con figuras pintadas) y sambenito, una túnica o escapulario

ancho también pintado con figuras alusivas. Los que iban a padecer muerte por

garrote y cuyo cadáver sería quemado ostentaban la imagen de un busto entre

llamas que apuntaba hacia abajo; para los que debían ser quemados vivos las

llamas apuntaban hacia arriba. Se celebraban autos de fe particulares y generales,

que se distinguían por la importancia y número de los reos y por la solemnidad y el

lugar en donde se efectuaban.

Los autos particulares tenían lugar en alguna iglesia o atrio de convento y salían en

ellos pocos reos, generalmente de delitos menores. Los llamados autos generales

revestían gran solemnidad y eran muy numerosos los penitenciados. […] Se

celebraban en la plaza mayor, con asistencia del virrey, la Audiencia, los dos

cabildos, el obispo, el clero secular y regular, la universidad y los colegios mayores,

la nobleza y gente distinguida, y gran concurso del pueblo”.157

“Se procedía a dar lectura a las sentencias dictadas por el tribunal. Debido a los

altos costos que implicaba la celebración de los autos de fe fueron muy escasos […]

Es errónea la creencia de que esas ceremonias eran como actos circenses, para

satisfacer el morbo de un gran público que se divertía con la ejecución de las penas,

en especial con la de muerte”.158

Ahora bien, para concluir con la descripción general del tribunal hay que proceder

al tema de las penas y sanciones, en el entendido de que los autos de fe

constituyeron una minoría de las penas impuestas por el Santo Oficio.

En primer lugar, conviene indicar que en los raros casos en los que la pena impuesta

era la relajación (entrega al brazo secular para ejecución) lo más frecuente era el

arrepentimiento del reo. Sin embargo, había tres supuestos en los que se

continuaba con la ejecución: los herejes negativos (quienes se obcecaban en seguir

negando su culpa); los impenitentes (quienes confesaban y no querían

157 O ‘Gorman, Edmundo, op. cit., nota 134, p. 1266.

158 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 308.

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arrepentirse); y los relapsos (quienes ya había sido condenados y admitidos a

reconciliación).159

Las sanciones eran acordes a la gravedad del delito y mayoritariamente eran de

naturaleza canónica (penitencias, misas, trabajo en conventos). También existían

otras de carácter patrimonial como multas y confiscación de bienes, además de

otros más severos como destierro y servicio en las galeras. La sanción más grave,

como se mencionó antes, fue la pena de muerte, misma que se efectuaba a través

del garrote o de la hoguera. Cabe puntualizar que esta fue una pena excepcional y

que en los más de doscientos años de existencia del tribunal mexicano, sumaron

entre cuarenta y tres, y setenta y ocho ejecuciones, un número increíblemente bajo

para la leyenda negra que acompaña a la actividad inquisitorial usualmente.160

Además, encontramos que había penas concurrentes con la de relajación, que

incluían la confiscación de bienes, la infamia (privación de fama y honor), la

excomunión, y en caso de clérigos, la degradación (privación de todos los títulos,

privilegios, bienes propios de su dignidad y despojo de las señales exteriores de su

carácter sagrado).161

3.2 La actividad inquisitorial (1590-1595)

Para comenzar a ahondar en la actuación inquisitorial durante la primera gestión de

Don Luis de Velasco, es conveniente realizar una especificación liminar referente a

la opinión pública sobre la Inquisición prevaleciente en Nueva España al momento

del nombramiento del virrey en cuestión pues, contrario a la creencia generalizada,

“la población colonial consideraba al tribunal como una institución benigna y popular

159 García-Molina Riquelme, Antonio, op. cit., nota 139, p. 53.

160 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, pp. 308-309.

161 García-Molina Riquelme, Antonio, op. cit., nota 139, pp. 114-126.

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que protegía a la religión y a la sociedad novohispanas de los traidores y de los que

fomentaban la revolución social”.162

De tal manera, fuere cual fuere la razón de ser de la Inquisición castellana y

aragonesa, los procesos que se llevaron en Nueva España no estuvieron

aparejados de indignación popular, sino de una percepción generalizada de que se

estaban llevando a cabo investigaciones comunes, correspondientes a la actividad

judicial canónica. La causa principal de ello es que la gran mayoría del pueblo en

América veía como delitos evidentes aquellos perseguidos por la Inquisición,

abonando a una certeza jurídica imperante en el territorio.

Más aún, el buen funcionamiento inquisitorial queda patente a través de “los

archivos y las investigaciones que son dos indicios del profesionalismo del tribunal

novohispano. A pesar de su escasez de empleados, los jueces y el secretario

pudieron acumular una cantidad impresionante de datos sobre el complejo religioso

social de la colonia española. Cuando en 1571 se hizo un inventario de la biblioteca

de la Inquisición episcopal, la bibliografía sólo comprendía una página; en cambio,

la biblioteca del tribunal entre 1571 y fines de siglo constaba de por lo menos 15

gruesos legajos de instrucciones, manuales de procedimientos, datos de errores

teológicos, etc.”.163

Un panorama general del conjunto de casos correspondientes al periodo

comprendido entre 1590 y 1595 de la primera gestión de Luis de Velasco es

presentado de manera clara por el investigador estadounidense Richard Greenleaf.

“En los primeros 12 meses de funcionamiento el tribunal del Santo Oficio realizó

más de 170 juicios e investigaciones. En un periodo de 29 años hasta 1601, hubo

por lo menos un millar de juicios diferentes, y varios cientos de denuncias e

investigaciones que nunca llegaron a la etapa de proceso. Aunque la bigamia y la

blasfemia superaron a otros cargos, el Santo Oficio procesó por lo menos a 78

herejes formales y a 68 judaizantes durante sus primeros 30 años de existencia.

162 Greenleaf, Richard E., op. cit., nota 132, p. 171.

163 Idem.

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Hubo siete importantes autos de fe entre 1574 y 1596, y muchas pequeñas

ceremonias en que reconciliaron a los herejes. Como resultado de las actividades

del tribunal, 13 prisioneros fueron entregados al brazo secular para ser quemados

en el cadalso”.164

Como primera reflexión es pertinente señalar que el número de procesados que

fueron condenados a la pena máxima es sumamente bajo debido a los estrictos

procesos apegados a derecho. Asimismo, es conveniente señalar que la Inquisición

no orientaba su actividad principal contra el grueso de la población en general.

Desde su creación y hasta el final del siglo XVI (es decir, durante toda la primera

gestión de Luis de Velasco) se enfocó centralmente en dos grupos: conversos

judaizantes y corsarios protestantes.

La trascendencia de los judaizantes giraba en torno a una cuestión de política

interior pues se trataba de mantener la paz mediante la preservación de la identidad

religiosa homogénea en España y todas sus posesiones ultramarinas. Para los

monarcas españoles el factor principal de unidad nunca fue racial, como en otras

potencias europeas, por lo que la ortodoxia en las creencias populares era

fundamentales para garantizar el sentido de pertenencia.

Por su parte, las razones por la que el protestantismo fue perseguido eran de política

exterior y se pueden identificar dos principales. Por un lado, el papel de España

como defensora principal de la fe católica ante la Reforma que había tenido lugar

ese mismo siglo; así pues, el ataque frontal contra los protestantes fue uno de los

elementos clave de la Contrarreforma que pusieron en marcha la Iglesia y la Corona

española.

La otra cuestión se trataba de la generación de represalias contra los corsarios que

atacaban las embarcaciones españoles para despojarlas de las riquezas

americanas que llevaban en sus entrañas; era necesario mostrar que no sólo se les

castigaba con la muerte sino que su vileza iba ligada a un tema de índole religioso-

moral y, por ello, debían ser juzgados también ante la Inquisición por herejía. De

164 Ibidem, pp. 173-174.

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esta manera, se procuraba que la población novohispana tuviera clara la calidad

espiritual de los corsarios y percibiera mayor justicia en el actuar de las instituciones

oficiales hispánicas.

Al haber entrado funciones en enero del año de 1590, el primer gran auto de fe

correspondiente a la gestión de Luis de Velasco ‘El Joven’ es aquel del 24 de febrero

de ese mismo año.

“Es notable porque entre los reos estaba don Luis de Carvajal, llamado ‘El Viejo’,

gobernador de Nuevo León; doña Francisca Núñez de Carvajal, hermana del

anterior; las hijas de ésta y Luis de Carvajal, ‘El Mozo, hermano de ellas. Todos

resultaron condenados por judaizantes. El gobernador murió en la cárcel y los

demás fueron reconciliados. La persecución que sufrió esta familia es famosa en

los anales de la Inquisición mexicana”165 ya que más tarde, en el año de 1596, y

después en 1601, fueron parte de nuevos autos de fe que sí llegaron a culminar con

la muerte de otros miembros de la familia.

Salazar señala que la primer referencia que el virrey hizo sobre la Inquisición data

del 5 de junio de 1590 en una carta dirigida al rey en la que señala la necesidad que

padecían varios ministros de la Inquisición pues no contaban con ingresos para

sustentarse, recomendando al monarca destinar tres mil o cuatro mil ducados para

el sostenimiento del tribunal, mismos que se podrían obtener de las condenaciones

o de los bienes confiscados.166

No obstante, la relación no era del todo cordial y había frecuentes roces entre las

autoridades virreinales e inquisitoriales. Por ejemplo, “en 1592 fue procesado don

Hernando Altamirano, camarero del virrey don Luis de Velasco, por haber quitado

la falda al inquisidor Santos García en el acompañamiento de un fraile de San

Francisco”.167

165 O ‘Gorman, Edmundo, op. cit., nota 134, p. 1274.

166 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 188.

167 Toribio Medina, José, op. cit., nota 113, p. 89.

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Al respecto, se podría decir que el virrey adoptó una actitud de cautela con respecto

a la Inquisición, pues esta institución no sólo tuvo conflictos con Luis de Velasco

sino también con la Audiencia de Nueva Galicia, por conflictos jurisdiccionales.168

“El pleito más famoso sobre jurisdicción en un juicio en el que las consideraciones

políticas superaron los aspectos religiosos fue el de Francisco de Urdiñola, rico

hacendado de Nueva Galicia, minero y aspirante a firmar un contrato para colonizar

Nuevo México. En 1593, la esposa de Urdiñola, Leonor, murió después de una

prolongada enfermedad mientras su marido se encontraba ausente de su racho en

Río Grande, Zacatecas. Poco después desapareció uno de los comisionados de

Urdiñola, Domingo de Lanzaverde, y se supuso de lo que habían asesinado. En

octubre de 1594, Urdiñola acudió a la Ciudad de México para que le resolvieran su

solicitud del contrato para colonizar Nuevo México. El 19 de octubre de 1594,

cuando el virrey estaba a punto de otorgar el contrato, la audiencia de Guadalajara

acusó de asesinato a Francisco de Urdiñola, asegurando que había envenenado a

su esposa y asesinado a su amante, el comisionado. Las investigaciones

posteriores demostraron la inocencia de Urdiñola.

[…]

Cuando el virrey no pudo lograr que se suspendieran las diligencias del tribunal de

Guadalajara contra Urdiñola hasta que se otorgara el contrato de Nuevo México,

Urdiñola invocó su fuero de la Inquisición ya que era familiar del Santo Oficio en la

región de Zacatecas. El tribunal del Santo Oficio en la Ciudad de México asumió la

jurisdicción del caso, y los inquisidores ordenaron a la audiencia de Guadalajara

que se abstuviera de emprender cualquier acción contra Urdiñola y que remitiera

las pruebas a la Ciudad de México”.169

168 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 5, p. 96.

169 Greenleaf, Richard E., op. cit., nota 132, pp. 193-194.

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La actuación de Luis de Velasco al respecto, es indudablemente neutral pues

únicamente intenta apoyar a quien considera inocente pero, tras no logarlo en un

primer momento, decide desistir y dejar que la justicia siga su curso.

En 1595, el caso de Urdiñola llegaría a la Inquisición española, que decidiría que la

audiencia de Guadalajara tenía jurisdicción. El desenlace de este caso se dio hasta

el año de 1598 cuando la audiencia de Guadalajara, ya con otros integrantes,

exoneró a Urdiñola. Aquí es posible observar un papel positivo de la Inquisición en

favor de un hombre que había sido acusado falsamente.170

Un personaje trascendente, sin lugar a dudas fue el inquisidor Santos García,

funcionario duro y de quien se dice que una vez que estaba solo en el tribunal, a

poco antes de partir a su nuevo encargo como obispo de Guadalajara, procedió a

celebrar un nuevo auto de fe el cuarto domingo de Cuaresma, 28 de mayo de 1593.

Algunos de los reos que tomaron parte fueron Francisco de Sanctaella por bigamia,

Juan de Medina Vanegas por haber usado el arte de la quiromancia para saber del

porvenir y quien fue castigado con seis años de galeras, Gregoria de Silva por usar

hechizos y sortilegios con la intención de que los demonios le consiguieran a un

hombre y quien fue multada con mil pesos y condenada a penas espirituales, Juana

de Añasco por usar los mismos hechizos y quien fue condenada a doscientos

azotes.171

No se mencionan todos los reos que tomaron parte en el auto de fe pues la intención

de este ejemplo es dejar patente cuáles eran las acusaciones y castigos habituales

en los procedimientos inquisitoriales. Asimismo, cabe señalar que éste no fue el

último auto de fe que Santos García llevó a cabo antes de partir a Guadalajara, pues

el 27 de febrero de 194 tuvo lugar otro más.

Como un dato adicional referente a la Inquisición durante el gobierno de Luis de

Velasco, puede añadirse que fue don Alonso de Peralta, nombrado inquisidor mayor

en 1594, quien dejó realmente terminado el primer edificio de la Inquisición en

170 Ibidem, p. 195.

171 Toribio Medina, José, op. cit., nota 113, p. 115.

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México; para ello, lo reedificó a su costa, erigió una capilla y un retablo en honor a

San Ildefonso, San Pedro, San Pablo y Santo Domingo.172

3.3 La actividad inquisitorial (1607-1611)

De forma sumamente contrastante con la primera etapa de don Luis de Velasco ‘El

Mozo’ podemos principiar indicando que la actuación de la Santa Inquisición durante

su segundo periodo de gobierno “fue irrelevante, pues los asuntos que

correspondieron a su jurisdicción fueron pocos y de escasa relevancia. Los

funcionarios del Santo Oficio no tuvieron fricciones con algún funcionario de la

Audiencia, de la Iglesia, de la Real Hacienda o el propio virrey. Así las cosas,

aparentemente este tribunal desempeñó sus funciones sin contrariar a las otras

jurisdicciones”.173

Los archivos inquisitoriales sustentan el planteamiento anterior pues las que se

mencionan a continuación constituyen las únicas causas despachadas por el

tribunal en esta segunda gestión del virrey Luis de Velasco:

El tercer domingo de cuaresma de 1607, que fue el 18 de marzo, los

inquisidores despacharon las causas de los siguientes reos: fray Alonso

Sotelo por confesar y dar misa sin ser sacerdote; Pedro de Valenzuela y

Jusepe Niculás por estar casados dos veces; Adrián García por haber tenido

sexo con una doncella diciéndole que esto no era pecado; Bartolomé López

por decir que ‘es mejor estar amancebado que casado’; Juan Gómez por

malos tratamientos a cruces.

En el resto del año de 1607, solo se despacharon las causas de los blasfemos

Diego Baptista y Pascual Francisco.

172 Maza, Francisco de la, El Palacio de la Inquisición, 2da. ed., México, Universidad

Nacional Autónoma de México, 1985, pp. 14-15.

173 Salazar Andreu, Juan Pablo, op. cit., nota 3, p. 205.

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Al año siguiente, en 1608, sólo se despacharon las causas mencionadas

inmediatamente: Pedro, Pedro Pascual y Felipa, por haber renegado de Dios;

fray Pedro Muñoz por haber dicho misa y confesado sin ser sacerdote, y por

haberse casado siendo fraile (por lo que fue expulsado de la Orden de San

Francisco); Juan de Carvajal, Francisco de León Carvajal (parientes de los

Carvajal mencionados con anterioridad y que fueron sujetos de numerosos

procesos inquisitoriales) y don Fernando de Villanueva Guzmán.

Un pequeño auto de fe se celebró el tercer domingo de cuaresma, 22 de

marzo de 1609, con únicamente tres reos: Diego Hernández por casarse dos

veces; Diego Alonso por blasfemia; como ausente fugitivo, Jorge de Almeida.

Fuera de auto se despacharon siete causas en el año (1609): Miguel de

Armillas y Alonso Pérez Matamoros por bigamia; María Pérez Payana por

hechicería; tres Pedros y Jerónimo por blasfemia.

Fieles a la usanza, el tercer domingo de cuaresma de 1610 se despacharon

las causas de los siguientes procesados: Cosme de Robles Quiñones,

Gaspar Rodríguez, Alonso García y Francisco de Castañeda, por estar

casados dos veces; y Dionisio Torres Cabeza de Moro por blasfemo.

Fuera de auto, en 1610, tan sólo se despacharon causas por blasfemia para

María, Manuel, Domingo Vaca, Diego, Francisco y Jusefe.

Finalmente, en el último año de gobierno de Luis de Velasco, 1611, se

despacharon las causas de los reos siguientes: Andrés Tenorio por haber

dicho que ‘era mejor estado el de los casados que el de la religión’; Diego de

Torres, Gaspar, Juan, Pedro Pascual y Alonso, por blasfemos; Juan de

Aguirre por doble matrimonio; Francisco Enríquez de Ribera por haberse

casado siendo sacerdote; Francisco López del Salto y Francisco Muñoz, por

haber solicitado a sus hijas de confesión.174

174 Toribio Medina, José, op. cit., nota 113, pp. 172-174.

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Resulta particularmente llamativa la insistencia en celebrar los autos de fe

específicamente el tercer domingo de cuaresma de cada año, inclusive cuando el

número de causas a tratar era mínima. Esto se debe a que era una forma de

demostrar al pueblo novohispano que la Cuaresma se trata de un tiempo de

penitencia y reflexión, por lo que la Inquisición contribuía al mantenimiento de la

salud espiritual del virreinato a través de estos procesos.

De igual manera, es representativa la escasa variedad de motivos por los que se

despachaban las causas, y lo poco complejas que eran las mismas. Usualmente,

se trataba de blasfemos, bígamos, sacerdotes o frailes que realizaban actividades

para las que no estaba autorizados, u otras cuestiones menores.

Así pues, es posible contemplar a este segundo periodo de gobierno de Luis de

Velasco como perteneciente a una etapa inquisitorial ya consolidada, que comienza

justamente con el siglo XVII, y en la que no es necesario mostrar poder con tanta

firmeza pues los habitantes de la Nueva España ya tienen claras cuáles son las

funciones de la Inquisición y por qué causas pueden ser procesados.

3.4 Actividad inquisitorial con respecto a los negros en el virreinato

Como tribunal encargado de impartir justicia, el Santo Oficio no abogó por el buen

trato de los negros dentro del contexto hispánico, como sí lo hicieron fuertemente el

clero regular y secular pese a que sus peticiones fueron ignoradas en gran parte por

la Corona española. No obstante, sería injusto señalar que la Inquisición mostró una

disposición particularmente negativa hacia los negros y mulatos, ya que en realidad

mostró el mismo celo contra éstos que contra los mestizos o extranjeros de origen

europeo.

Como antecedente de la postura eclesial, “debe tomarse en cuenta que la bula

Sublimis Deus de Paulo III, no sólo proclamó la libertad y los derechos del indio

americano, sino de todos los infieles habitantes de las tierras hasta entonces

conocidas y por conocer y sin distinción de razas, de tal forma que la declaratoria

pontificia igual comprendió a la raza negra. Por su parte, la corona hizo tímidos

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esfuerzos por remediar las injusticias cometidas con los negros. En 1526, se planteó

la posibilidad de que el trabajo de los africanos tuviese un carácter temporal, en vez

de ser perpetuo y hereditario, pero finalmente no se llegó a concretar nada, todo

quedó en buenas intenciones y la esclavitud conservó su vigencia por largo

tiempo”.175

Resulta pertinente preguntarse, ¿por qué podía la Inquisición actuar en contra de

los negros? La respuesta radica en la obligación de evangelización que cada

propietario adquiría al momento de solicitar la importación de una determinada

cantidad de negros, recordando que el proceso de introducción de negros a la

Nueva España requería una autorización por parte de la autoridad virreinal; de tal

manera, se trataba a los negros como católicos que eran, pero sin que estos

contaran con una formación sólida.

En todo caso, los cristianos nuevos, cristianos viejos y moriscos eran monoteístas

y conocían hasta cierto punto la religión católica. Sin embargo, los nativos de las

Indias no tenían la menor idea de los nuevos conceptos que se les intentaban

imponer. En cuanto a los esclavos negros traídos a la fuerza de África, mantuvieron

algunas de sus creencias que se fueron mezclando con su nuevo entorno,

generando problemas para las autoridades españolas.176

“Se puede apreciar, pues, un sincretismo originado por lo que Henningsen ha

calificado de ‘evangelización negra’, o sea, la difusión de magia europea por la

América colonial, y a su vez la adopción por los europeos, criollos, mestizos, negros

e indios de elementos mágicos procedentes de su propia cultura, a la que añadían

rasgos específicos de otras culturas”.177

175 Icaza Dufour, Francisco de, op. cit., nota 23, p. 249.

176 Molero, Valérie, “Prácticas Mágicas e Inquisición”, en Guerrero Galván, Luis René

(comp.), Inquisición y derecho, México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2014,

p. 49.

177 Ibidem, pp. 61-62.

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Ahora bien, como ya se ha detallado, la actividad inquisitorial iba encaminada a la

defensa y protección de la ortodoxia católica por lo que los negros no constituyeron

elemento central de sus investigaciones ni de los autos de fe llevados a cabo.

A efecto ilustrativo, se ha analizado la obra “Historia del Tribunal del Santo Oficio de

la Inquisición en México”, del estudioso de la Inquisición novohispana, José Toribio

Medina. En ella, se recogen a cabalidad los procesos llevados a cabo por las

autoridades inquisitoriales. A continuación se inserta un listado con la totalidad de

aquellos negros o mulatos que estuvieron sujetos a procesos inquisitoriales entre

los años de 1590 y 1611 (inclusive aquellos en los que no fue virrey Luis de Velasco)

y la razón por la que se les sometió a los mismos:

El inquisidor Santos García castigó en la catedral el 27 de febrero de 1594 a

Gaspar, mulato, porque cuando su amo le llevaba preso tras haber huido, dijo

dos veces que renegaba de Dios; también, a Mariana de la Cruz y Antón

Hernández, mulatos, por bígamos.

El segundo domingo de adviento, 8 de diciembre del año de 1596, se celebró

el que hasta entonces era el mayor auto de fe en la historia de la Inquisición

novohispana. Los inquisidores Lobo de Guerrero y Peralta, anunciaron que

habría sesenta y seis reos. Entre ellos, encontramos los siguientes:

Domingo, negro, esclavo, porque llevó recados de unos presos a otros,

habiendo introducido tinta y plumas por un agujero y avisado a las familias

de los presos que estaban con salud, fue condenado a doscientos azotes y

a que su amo le vendiera fuera de México.

Como blasfemos hereticales se presentaron Sebastián, Pablo Hernández,

Juan Montes, Luis, Juan Carrasco, todos negros, y el mulato Francisco

Jasso.

Asimismo, se presentaron dos mulatas por estar casadas dos veces: Juana

Agustina y Francisca López.

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El siguiente gran auto de fe que se vivió en la Nueva España fue el del tercer

domingo de Cuaresma, 25 de marzo de 1601, en el que se despacharon 123

causas, entre las que se están las siguientes:

Juan, negro, por haber llevado recados de unos presos a otros en las

cárceles y a ciertas personas de fuera, ‘entrando en las dichas cárceles a

meter tinajas de agua y a sacar los platos en que comían los presos’, fue

condenado a doscientos azotes y a ser vendido fuera de México.

Juan Peraza, negro, fue penitenciado por haber dicho que ‘la fornicación no

era pecado’.

Por blasfemia, fueron procesados los mulatos Joaquín de Santa Ana,

Agustín, Andrés y Francisco Hernández, y los negros Victoria, Pedro, Leonor,

Antón, Domingo, Pascuala, Juan, Bautista, Juan Gasco, Pedro, Juan Pulido,

Gabriel, Juan Cortés, Diego de Santa María, Francisco, Juan Carrasco,

Miguel de la Cruz, y Andrés.

Francisco Ruiz de Castrejón, mulato, fue apresado por cargar un librito con

ciertos caracteres y en él escrito que no adoraran al Santísimo Sacramento,

ni rezaran ni trajeran reliquias de santos. Abjuró, salió con mordaza y se le

dieron doscientos azotes y galeras por seis años.

Las causas de los reos que habían sido despachados fuera de auto por los

inquisidores Alonso de Peralta y Gutierre Bernardo de Quirós, en el año de

1601 incluyeron a Antón de Cartagena, que era negro, por haber renegado

de Dios.

El domingo 20 de abril de 1603 se celebró un nuevo auto en la capilla de San

José del convento de San Francisco, donde se penitenciaron sin abjuración

a varias personas entre las que estaba Sebastián Rodríguez, mulato, esclavo

del alcaide de las cárceles del Santo Oficio, a quien hurtó la llave de un

calabozo y se comunicó con los presos que estaban dentro.

Por su parte, entre quienes fueron reconciliados se encontraban Francisco

Hernández, mulato, castigado el año anterior por blasfemo, acusado de decir

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que se quería ahorcar de pesadumbre porque uno de sus hijos había sido

encarcelado, además de traer pintada la figura de un demonio en un brazo;

y Juana Magdalena, también mulata, porque al ser llamada para entrar a misa

había dicho ‘qué prisa tiene este clérigo de ir a decir misa, se va a

emborrachar y a escurrir el vino del cáliz’.

En el mismo año de 1603, pero despachadas fuera de auto, se contaron las

causas por blasfemias hereticales de los mulatos Antonio y Juan de Guevara,

y las de los negros Juan Ventura y Pedro por igual motivo.

Ahora bien, en el auto de fe del 25 de marzo de 1605, día de la Anunciación,

tomaron parte treinta y seis reos en el convento de Santo Domingo, entre los

que se encontraban:

Por blasfemia, los negros Gaspar, Sebastián, Isabel, Pedro de la Cruz,

Francisca López, otra Isabel, María y Juan; así como los mulatos Francisco

Pérez, Jerónimo Ambrosio, Pedro Luis y Diego de Loya.

Llegamos ahora al tercer domingo de cuaresma del año de 1607, 18 de

marzo, donde se despachó, entre otras, la causa de Juan Gómez, negro, por

haber dado malos tratamientos a cruces.

Entre año se despacharon únicamente las causas de los blasfemos Diego

Baptista, mulato, y Pascual Francisco, negro.

En 1608, por su parte, se despacharon las de Pedro, Pedro Pascual y Felipa,

todos negros, por haber renegado de Dios.

Al año siguiente, en marzo de 1609, se celebró un mínimo auto de sólo tres

reos entre los que estaba el mulato Diego Hernández por casarse dos veces.

Fuera de auto, en ese mismo año, se despacharon siete causas, dentro de

las cuales estaban la de la mulata María Pérez Payana, sospechosa de

hechicería, y las de cuatros negros: Jerónimo y tres de nombre Pedro.

El tercer domingo de cuaresma de 1610, fue el turno del mulato Francisco de

Castañeda, por estar casado dos veces.

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Fuera de auto, se despacharon sólo seis blasfemos: los negros María,

Manuel, Domingo Vaca y Diego, y los mulatos Francisco y Jusefe, todos los

cuales renegaron con motivo de los azotes que sus amos les propinaban sin

piedad.

En el último año de gobierno de Don Luis de Velasco, 1611, se contaron entre

las causas despachadas, las de los negros Gaspar, Juan, Pedro Pascual y

Alonso por blasfemos.178

Atendiendo a los casos anteriores, no simplemente la Inquisición daba una atención

mínima a los procesos hacia negros y mulatos, sino que cuando lo hacía, era en un

gran número de ocasiones para desincentivar a sus amos a filtrar información de lo

que ocurría en las prisiones de la Inquisición y no para escarmentar a los propios

esclavos.

El hecho de que el número aproximado de negros y mulatos procesados entre los

años de 1590 y 1611 sea de setenta y nueve (menos de cuatro por año, en

promedio) habla de la escasa interacción entre el tribunal del Santo Oficio y los

esclavos novohispanos. A todo esto, hay que sumar dos cuestiones: una es que no

se especifica el estado de los mulatos sometidos a proceso (de los cuales algunos

bien podrían haber sido libres); y la otra es que estar sometido a proceso no

implicaba una pena necesariamente, por lo que no es posible hablar de brutalidad

en contra de este grupo. Más aún, no se detectó un solo caso de negro o mulato

sentenciado a la muerte por la Inquisición novohispana.

178 Toribio Medina, José, op. cit., nota 113, pp. 116-174.

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CONCLUSIONES

Con respecto a la cuestión inquisitorial, es posible extraer dos conclusiones

principales: por un lado, que la Inquisición no actuó excesivamente en contra de la

población y que los autos de fe fueron episodios aislados de escasa relevancia en

la gestión integral de Luis de Velasco. Por otra parte, también es pertinente señalar

que no se detectó una actividad inquisitorial inusual en contra de los esclavos

negros y, más aún, que cuando éstos eran castigados, solía deberse a que habían

prestado ayuda a sus amos presos.

Así pues, se aprecia objetividad y cierto rigor procedimental, especialmente

llamativo para la época, dentro de la actuación inquisitorial y que, ciertamente, no

fue exagerado durante ninguno de los periodos de gobierno de Don Luis de Velasco.

Los límites de la actividad inquisitorial se extienden también a todos los demás

aspectos de la vida política y cotidiana en la Nueva España, al contar con pocas

actuaciones y, normalmente, de escasa relevancia. Como única excepción dentro

de la totalidad del gobierno de Luis de Velasco, encontramos exceso de la actuación

de este tribunal durante el conflicto jurisdiccional con la Audiencia de Nueva Galicia,

en el que se ejerció cierta presión política, que fue debidamente evitada por el virrey

Luis de Velasco.

A su vez, se encontró que el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición no tuvo

actuación alguna en contra del negro Yanga o cualquier otro que formara parte en

el alzamiento veracruzano, dejando total libertad de actuación a la justicia ordinaria

virreinal en esta materia, pues acató sus limitaciones jurisdiccionales al no haber

incurrido los negros sublevados en acciones contrarias a la ortodoxia de la fe

católica.

Más aún, es posible aseverar que la Inquisición actuó con el mismo rigor (no

excesivo) con respecto a negros y mulatos que con el que se dirigía a los

peninsulares, indígenas y demás miembros de la sociedad novohispana.

Por su lado, Don Luis de Velasco demostró su temperamento calmado y su

personalidad metódica y responsable en cuanto a su aproximación hacia la revuelta,

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pues procuró utilizar el camino de los medios alternativos a la violencia para resolver

conflictos, sólo recurriendo a esta última cuando debió atender a las inquietudes de

la población en general. Destaca el apropiado manejo de la Hacienda para enfrentar

la contienda y la proporcionalidad de las penas impuestas a los delincuentes que,

en lo general, no fueron excesivas ni faltas de lógica.

La rebelión del negro Yanga también resulta ilustrativa en el sentido de que refleja

dos realidades distintas de la Nueva España: por una parte, la grave crisis social

que implicaba la coexistencia de numerosas castas que constituían un crisol étnico

contrastante en constante evolución y que incidió constantemente en la

configuración de la sociedad mexicana y del derecho mexicano; y por otra parte, la

difícil labor que representaba mantener el equilibrio entre las mismas a la luz de la

gestión política que realizaba el máximo representante de la Corona en el virreinato.

En este orden de ideas, Luis de Velasco simbolizó el cambio generacional entre

aquellos primeros españoles que habían llegado con Cortés hacia una cuarta

generación que no había vivido el proceso de conquista y que sería absolutamente

novohispana.

Si bien el proceso histórico de peninsulares, criollos, mestizos, indígenas y negros

no fue idéntico, en prácticamente todos los casos (tal vez el de quienes fueron

traídos a la fuerza desde África y sus descendientes directos sería una excepción)

la sensación de arraigo fue en constante aumento.

El virrey constituye un magnífico representante de una clase alta española,

compuesta por clero y nobleza vieja, mucho más sensible a las necesidades y

circunstancias de la población indígena, que quienes adquirirían poder a raíz de las

conquistas en el continente.

Resulta innegable que las particulares circunstancias que formaron la personalidad

de Luis de Velasco ‘El Joven’ antes de 1590, incidieron en el gran éxito que tuvo

tanto en el acercamiento humano hacia los habitantes del virreinato, como de

operador político y legislador.

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Es pertinente señalar a Luis de Velasco como un hombre congruente, de valores

sólidos y un apego especial hacia la Nueva España que lo distingue de los demás

virreyes del siglo. La formación política y administrativa que había recibido antes de

asumir el cargo sustenta también el enfoque integral de su gestión.

¿Por qué integral? Luis de Velasco intentó compaginar su actuar político con un

respaldo jurídico que dotaba de legitimidad a sus líneas de política pública, mismas

que, con contadas excepciones, gozaron de gran acogida entre el grueso de la

población.

Encontramos actividades destacadas en materia de seguridad como la pacificación

de los chichimecas y la fortificación de los puertos, en materia de justicia como la

instauración del Juzgado General de Indias. Asimismo, hallamos avances jurídicos

sobresalientes en cuanto a derechos laborales, acceso a la justicia y comercio con

el Consulado.

Luis de Velasco, a diferencia de sus predecesores, buscó la protección de los

indígenas y luchó por fortalecer la posición del virrey como figura central del

organigrama gubernamental de su época.

Asimismo, se encuentra en él a un estadista poco reconocido en los anales de la

historia nacional que ofreció soluciones completas tanto jurídicas (en los planos

fiscal, laboral, administrativo, agrario, entre otros) como de políticas públicas (en

materia de obra pública, seguridad, transparencia, entre otros). La administración

de Luis de Velasco resalta más por una correcta aplicación de la ley y de un

adecuado diseño de políticas públicas que por una cuestión de innovación.

Dentro del plano jurídico político, se puede destacar también la naturaleza jurídica

de la Nueva España como una posesión ultramarina con notable autonomía

financiera y de gestión, frente a la visión generalizada de una colonia en estricto

sentido, que únicamente era explotada irracionalmente por la metrópoli.

Asimismo, es imposible dejar de admirarse de la concordancia que intentó dar Luis

de Velasco a su actuar en materia de políticas públicas, proporcionándole siempre

un marco jurídico adecuado que dotaba a las acciones de legitimidad institucional.

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Ya fuere en cuanto a la atención de problemas económicos como la minería o la

ganadería, de cuestiones recaudatorias para atender a obra pública como en el caso

del desagüe (inclusive a través de figuras fiscales poco exploradas en la época), o

en cuanto a derechos sociales de minorías, Luis de Velasco mostró un perfil de

estadista y jurista muy por delante del estándar de la época.

La muerte de Luis de Velasco “El Joven” simbolizó mucho más que tan solo la

pérdida de un gobernante sumamente capaz. Fue el rompimiento generacional

entre el antiguo virreinato, que había tenido un cierto contacto con el proceso de

conquista y dio paso a una nueva época que se desarrollaría a lo largo del siglo XVII

y culminaría con el devenir del siglo XVIII y las reformas borbónicas.

Como último punto de este trabajo de investigación, exposición y análisis jurídico,

político, histórico y religioso, queda enfatizar la importancia de la exploración del

periodo virreinal pues es a través de su estudio y profundización que se pueden

desmentir mitos sobre temas tan variados como el Tribunal del Santo Oficio de la

Inquisición, la organización del virreinato, la capacidad e importancia de los propios

virreyes o los (numerosos) avances en las ciencias sociales y jurídicas. En la medida

que un mayor número de historiadores del derecho se atreva a adentrarse en la

época novohispana, será posible adquirir un mejor entendimiento del camino que

ha recorrido México hacia su identidad actual.

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