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C oyuntura Gerardo Caetano: historiador y analista político; director del Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República. Es coordinador del programa de investigaciones sobre «Democracia e integración regional» en el Centro Latinoamericano de Economía Humana - Claeh, Montevideo; presidente del Centro Unesco de Montevideo; docente de cursos de grado y de posgrado en el país y en el extranjero; consultor internacional; autor de numerosas publicaciones en áreas de su especialidad. Palabras clave: gobierno, crisis económica, sistema político, Uruguay. Uruguay 2003. Agobios y desafíos del «nuevo país» Gerardo Caetano El artículo describe la encrucijada del actual gobierno y del sistema político uruguayos, ante un panorama de crisis que ha trastornado y abolido el idílico paisaje social del país. Por un lado la gestión de Jorge Batlle está cada vez más aislada y carente de iniciativa política, un vacío que tiende a adelantar el clima comicial para un cambio de gobierno que sin embargo se efectuará dentro de 20 meses. Por otro lado, se acentúa la fragmentación política y con ello la puja por encabezar los espacios ideológicos mientras los desafíos precisan de un acuerdo mínimo multipartidario para encarar las iniciativas de reconstrucción social y económica más urgentes. Un programa común para esta última etapa de la actual administración desdramatizaría también un eventual triunfo, hasta ahora más que probable, de la izquierda en las elecciones de 2004. E s difícil no recurrir a términos co- mo «agobio» para referirse a la co- yuntura uruguaya de los dos últimos años. Por una vez, el abusivo recurso a la palabra crisis –que tanto ha carac- terizado a la retórica uruguaya de las últimas décadas– se queda corto. Ese concepto, usado con frecuencia en tiem- pos que hoy se añoran como de bonan- za, tal vez no ayude mucho a pensar lo

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NUEVA SOCIEDAD ��Uruguay 2003. Agobios y desafíos del «nuevo país»

Gerardo Caetano: historiador y analista político; director del Instituto de Ciencia Política, Facultadde Ciencias Sociales, Universidad de la República. Es coordinador del programa de investigacionessobre «Democracia e integración regional» en el Centro Latinoamericano de Economía Humana -Claeh, Montevideo; presidente del Centro Unesco de Montevideo; docente de cursos de grado y deposgrado en el país y en el extranjero; consultor internacional; autor de numerosas publicaciones enáreas de su especialidad.Palabras clave: gobierno, crisis económica, sistema político, Uruguay.

Uruguay 2003. Agobios y desafíosdel «nuevo país»

Gerardo Caetano

El artículo describe la encrucijada del actual gobiernoy del sistema político uruguayos, ante un panorama decrisis que ha trastornado y abolido el idílico paisajesocial del país. Por un lado la gestión de Jorge Batlle estácada vez más aislada y carente de iniciativa política, unvacío que tiende a adelantar el clima comicial para uncambio de gobierno que sin embargo se efectuará dentrode 20 meses. Por otro lado, se acentúa la fragmentaciónpolítica y con ello la puja por encabezar los espaciosideológicos mientras los desafíos precisan de un acuerdomínimo multipartidario para encarar las iniciativas dereconstrucción social y económica más urgentes. Unprograma común para esta última etapa de la actualadministración desdramatizaría también un eventualtriunfo, hasta ahora más que probable, de la izquierdaen las elecciones de 2004.

Es difícil no recurrir a términos co-mo «agobio» para referirse a la co-

yuntura uruguaya de los dos últimosaños. Por una vez, el abusivo recursoa la palabra crisis –que tanto ha carac-

terizado a la retórica uruguaya de lasúltimas décadas– se queda corto. Eseconcepto, usado con frecuencia en tiem-pos que hoy se añoran como de bonan-za, tal vez no ayude mucho a pensar lo

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que pasó en 2002 y lo que todavía ocu-rre en esta sociedad que hasta no hacetanto era caracterizada como la «Sui-za de América».

Un país distinto

Si por un instante se recuerda la terri-ble semana de fines de julio de 2002,cuando al feriado bancario del martes30 siguieron los saqueos –aún no acla-rados– del miércoles 31 y jueves 1º deagosto, el terror contenido del viernesy las negociaciones febriles que culmi-naron el domingo 4 con la aprobaciónparlamentaria del proyecto de reorga-nización financiera, con seguridadpodrá advertirse que, sin dramatizarlas circunstancias, todavía pesan en elUruguay muchos de los sentimientosencontrados de aquellas horas difíci-les. Esa semana terminó de descorrerseel velo que ocultaba al país distinto quela mayoría de los uruguayos se resis-tía a ver, pero en realidad ese nuevopaís que se descubrió más pobre, me-nos soberano y más restringido en susopciones ya estaba en ciernes desdehace tiempo y no deriva solamente decontagios provenientes del vecindario.

Muchos de los factores económicos,sociales y políticos que convergieronen el colapso de 2002 fueron por ciertoalimentados y profundizados por larecesión y por la inestabilidad de laregión, pero no nacieron con ellas; enmás de un sentido venían de antes yreferían a problemas estructurales lo-cales. Caer en un «dependentismo» dog-

mático, ahora orientado a los vecinosy sobre todo a la Argentina, es un ata-jo tan perezoso como afiliarse a la no-ción de que lo ocurrido era finalmenteinevitable. La prolija reconstrucciónhistórica del proceso uruguayo y re-gional, que permite una articulaciónmás rigurosa entre los fenómenos dela coyuntura con aquellos pertenecien-tes a una más «larga duración», tiendea desmentir ambas afirmaciones trivia-les, que a menudo han ganado el dis-curso y el relato sobre lo sucedido.

En diversas oportunidades hemos se-ñalado que Uruguay convive mal conel cambio, pues tiende a disimular sustransformaciones; entre otras cosas por-que le cuesta asumir los conflictos queanidan en ellas. Muchos de los pro-blemas estructurales que han sido ad-vertidos por numerosos y calificadosinvestigadores, terminan siendo «invi-sibilizados» por la sociedad. Esto ocu-rre, en parte, porque quienes más su-fren estos procesos de precarización,los más pobres y los más jóvenes, noconstituyen los sectores con voz másamplificada ni los más activos en sos-tener reclamos públicos. Además, hayun viejo imaginario social uruguayoque vincula la pobreza con la terceraedad, pero se olvida que la principaldeuda del país, como sociedad, es conel futuro, con los niños y los adoles-centes.

Las señales de alerta se refuerzan cuan-do se observa que las acciones estata-les, otrora exitosas, hoy aparecen de-

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bilitadas en su eficacia ante fenómenosque se han vuelto estructurales. Conel telón de fondo de las profundas ines-tabilidades internacionales y regiona-les y las dificultades de competitividadque el país padece en el frente externodesde hace ya largo tiempo, todo estoproyecta y un horizonte que en pocosaños quizá no podamos reconocer. Co-mo cada sociedad define moralmentesus límites de tolerancia frente a los fe-nómenos de desigualdad, conmueveque esos límites parezcan haberse vuel-to extremadamente laxos en el Uru-guay, precisamente un país que se ufa-naba de constituir una «comunidad devalores» entre los que la integraciónsocial figuraba en primer lugar. El paísno parece advertir este «huevo de la ser-piente» que está anidando en su seno.Incluso es como si hubiera perdido elsentido de la urgencia y la indispen-sable rebeldía ante una realidad socialque en pocos años puede detonar. Larecesión, que ha entrado ya en su quin-to año y que tiende a agravar todosestos fenómenos, se ha instalado den-tro de un marco estructural con vulne-rabilidades económicas y sociales muyvisibles.

La crisis social uruguaya más allá de lacoyuntura

La coyuntura recesiva que afecta alpaís desde 1999 ha golpeado duramen-te a la «fábrica social» del Uruguay.Han crecido las vulnerabilidades so-ciales y económicas, y la inestabilidadde los socios más cercanos, en especial

Argentina y Brasil, junto a muchos otrosfenómenos que podrían recordarse(brotes de aftosa, caída de precios in-ternacionales, dificultades acrecidas enlos mercados financieros y comerciales,tanto regionales como internacionales,etc.), han impactado negativamentesobre nuestra sociedad. De todos mo-dos, como veremos más adelante, la his-toria uruguaya contemporánea permi-te confirmar una vez más que no bastael crecimiento económico para gene-rar una mejora sostenida del escenariosocial. Hay múltiples y muy cercanosejemplos de países cuyas economíascrecieron sin que mejoraran sus nive-les de equidad social. A poco que se pro-fundiza en el análisis de esta coyuntu-ra de recesión, el mismo nos ayuda aidentificar algunos problemas estruc-turales en la sociedad uruguaya demás larga data. En ese sentido, cabeadvertir que no es desde comienzos de1999 cuando comienza a insinuarse lacaída de la actividad económica, sinodesde bastante tiempo atrás, que Uru-guay comenzaba a presentar proble-mas sociales de tipo estructural ya ins-talados, con una hondura mayor de loque se creía y un elevado potencial deconflictividad.

Uruguay se está alejando desde haceya bastante tiempo de la vieja matrizde igualdad de oportunidades que lohabía caracterizado como una «socie-dad hiperintegrada». Puede percibirseun creciente avance de la segmenta-ción, fragmentación y desacoplamien-to de las poblaciones que pertenecen a

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los quintiles medios y más ricos conrespecto a aquellas del quintil más po-bre, con el agravante de que más de lamitad de todos los niños uruguayos dehasta cinco años están en este últimoquintil y apenas 4% en el primero omás rico1.

Junto a esta marcada infantilización dela pobreza, que resulta escandalosa ehipoteca el futuro, se han verificadoavances preocupantes de la segmen-tación en los ámbitos de la educación,la salud y hasta en los espacios de ra-dicación territorial de los distintos es-tratos sociales. Como han revelado es-tudios recientes, aproximadamente lamitad de los niños entre 0 y 5 años, y40% entre 6 y 13 años, vive por debajodel umbral de pobreza, aun recono-ciendo y recalcando que la línea depobreza en Uruguay es exigente y de-fine a una población pobre que está ensu mayoría bien lejos de la indigenciao la miseria. Ahora bien, otros traba-

jos de investigadores (Ruben Kaztman,Fernando Filgueira, Andrea Vigorito,Verónica Amarante, entre otros mu-chos) revelan que a esta infantilizaciónaguda de la pobreza se le suman fenó-menos también graves como la conso-lidación de bolsones de pobreza duray marginal, sobre los que las políticassociales pueden hacer menos y desdedonde existe una menor capacidad derespuesta a coyunturas económicasfavorables. De ese modo, la igualdadde oportunidades se quiebra desde labase.

A estos problemas se han venido su-mando otros que se combinan en elagravamiento de la situación social delos sectores más desfavorecidos. Laprecarización del mercado laboral, lainestabilidad creciente de los marcosfamiliares y el distanciamiento cadavez mayor entre las personas pertene-cientes a estratos sociales diferentesafecta antes que nada a los más pobres.Los clásicos «circuitos virtuosos» quehabilitaban la integración de la socie-dad uruguaya (el sistema educativo,los espacios barriales, las redes orga-nizativas de variada índole) se estándisgregando y en el mejor de los casoscada vez permiten menos la interac-ción de ciudadanos de origen diferen-te. El sustento de miles de historias devida, asentadas en el «ascenso social»y en la «meritocracia», cimentada enuna relativa igualdad de oportunida-des en el origen y en la acción integra-dora de la política (partidos policlasis-tas y Estado «escudo de los débiles»,

1. Estas y otras evidencias y apreciaciones sobreel escenario social, la pobreza y la desigualdadreferidas en este texto se basan sobre todo en lasinvestigaciones desarrolladas por Ruben Kazt-man y Fernando Filgueira desde el programa deinvestigación sobre integración, pobreza y exclu-sión social de la Universidad Católica del Uru-guay; v. en particular R. Kaztman y F. Filgueira:Panorama social de la infancia y la familia en Uru-guay, Instituto Interamericano del Niño / Univer-sidad Católica, Montevideo, 2001. Tb. se presen-tan datos y recogen ideas del primer Informe deDesarrollo Humano del Uruguay, desarrolladopor los mismos autores. Como trabajos pionerosen esta materia se encuentran los ya clásicos deJuan Pablo Terra, y en tiempos más recientes laproducción de Carlos Filgueira, especialmentesus textos sobre jóvenes, educación y vulnerabi-lidad, así como Sobre revoluciones ocultas, la fami-lia en el Uruguay, Cepal, Montevideo, 1999.

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de acuerdo con la vieja máxima bat-llista), parece haberse quebrado.

Los jóvenes y adolescentes, junto conlos niños, son afectados prioritaria-mente por estos fenómenos sociales.Un reciente estudio de un organismooficial revelaba que entre los 12 y los27 años, 50% de los jóvenes ya aban-dona el sistema educativo mientrasque más de 10% de ese mismo segmen-to no solo no estudia sino que tampo-co trabaja. Estos altísimos niveles dedeserción escolar (de los más altos deAmérica Latina) y los problemas acre-cidos de inserción laboral se vuelvenmás graves frente a las transformacio-nes contemporáneas de la economíaglobal. Como se sabe, ésta tiende cadavez más a generar disparidades deempleo e ingresos crecientes entre lostrabajadores más y menos calificados.

Podríamos agregar fenómenos comola significación del embarazo precozen los hogares más pobres, el agrava-miento severo del desempleo liso y lla-no entre los más jóvenes o la situaciónde los trabajadores desalentados queya no buscan más trabajo, entre otrosfenómenos similares. Recordemos quela desocupación plena en Uruguay tre-pó el año pasado a casi 20%, que si bienha bajado actualmente está en 18%,que los problemas de subocupaciónalcanzan a la mitad de los trabajado-res según estimaciones recientes, y quela emigración ha vuelto a alcanzar ri-betes de verdadero éxodo, entre otrosmuchos indicadores sociales preocu-

pantes. Se podrían agregar otros da-tos de precarización social pero no ha-rían más que subrayar las perspectivasseñaladas: más allá de la recesión y desus efectos muy negativos respecto auna sociedad que había mejorado cla-ramente sus tendencias y escenariosluego de la dictadura (1973-1985), losproblemas sociales que ahora detonanvenían de antes; el crecimiento econó-mico efectivizado en los años 90 no sederramó naturalmente sobre el conjun-to de la sociedad sino que enfrentó di-ques sociales poderosos, que afectaronsu aprovechamiento por los sectoresmás desfavorecidos; la agenda socialde emergencia que el país enfrenta nose resuelve solo con el retorno al creci-miento económico (aunque resulte in-dispensable); es imperativo ademásadoptar políticas sociales efectivamen-te nuevas, proactivas y específicas. Ensuma, el fin de la recesión y la reacti-vación económica son prioritarios perono suficientes frente a tamaños proble-mas.

Resulta indispensable destacar queUruguay logró efectivamente mejorarsus niveles de pobreza y mantener (ysegún algunos estudios disminuir) losniveles de desigualdad entre 1985 y1994 (PNUD/IDH 1999). Después dela debacle social con que terminó ladictadura, del ajuste recesivo de 1983-1984 y de una pauperización muy gra-ve de la población, hubo una mejorafuerte de la economía al retornar losgobiernos democráticos, que supieroncombinar crecimiento económico con

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abatimiento de la pobreza. Este éxitovolvió a hacer del Uruguay el país másigualitario de América Latina (aunquerespecto de una de las regiones másdesiguales del planeta). No obstanteestas tendencias favorables se detienenhacia mediados de los años 90. Las ra-zones son varias: se llega a un núcleoduro de la población pobre con zonasde marginalidad muy fuerte sobre elcual es muy difícil operar con eficaciaaun desde políticas sociales orientadaso focalizadas; el propio desarrollo eco-nómico destruye o precariza empleosno calificados, lo que afecta a los sec-tores menos educados que tienden aser los más pobres, y se produce unincremento en el diferencial de ingre-sos entre los sectores más y menos edu-cados. Todo ello contribuye a frenar eldescenso de la pobreza, y a su mode-rada expansión.

La sociedad toda, no solo un gobiernoo el Estado, comienza a enfrentarse a

problemas sociales más difíciles de re-solver. Aunque en esos años siguieronmejorando indicadores fundamentalescomo la mortalidad infantil, la cober-tura educativa de los preescolares (ins-trumento fundamental para generarigualdad en una sociedad como la uru-guaya), muchos de esos fenómenos dedesigualdad y precarización más es-tructurales que se venían mencionan-do se consolidan y en algunos casos(como el de la infantilización de la po-breza) se profundizan. Luego vino larecesión económica iniciada en 1999 ygradualmente y por distintas vías seafectó el conjunto del escenario social.Más allá de las formas de medición ysus resultados, la evolución de los in-dicadores sociales desde el fin de ladictadura hasta acá, revela que hayproblemas estructurales que trascien-den las coyunturas y la acción de losgobiernos, que se profundizan sin ha-ber nacido con la recesión económica,y cuya gravedad exige sin demora po-

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Uruguay. Evolución de la pobreza por hogares urbanos(1986-1999)

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líticas de Estado y, sobre todo, políticasde sociedad –con un criterio de urgen-cia que al país le cuesta tanto admitir.La «política del avestruz» y las expre-siones tan voluntaristas como irrespon-sables diciendo que nada ocurriría yque el Uruguay era –una vez más– unaisla a resguardo de las tormentas delos vecinos también han entrado encrisis. En los momentos de colapso nodeja de sorprender la resistencia de lavieja vocación isleña que anida hondoen el imaginario uruguayo.

¿Y la política?

Para los políticos uruguayos, 2002 yeste comienzo de 2003 ha sido un pe-riodo especialmente difícil. La opiniónpública ha profundizado sus tenden-cias críticas y la reacción antipolítica quese advertía hace un año se ha vueltomás consistente. En este tipo de coyun-turas la responsabilidad más inmedia-ta se asigna rápidamente a los políti-cos, en particular a quienes ocupan elpoder. En el Uruguay contemporáneoello parece confirmarse con al menosdos datos agregados: en primer lugar,consignas del tipo «que se vayan to-dos» argentina no calan todavía, entreotras cosas porque los desempeñosgenerales del sistema, pese a todo, su-peran a otros del continente y porqueexisten alternativas políticas, concre-tamente la izquierda del EncuentroProgresista-Frente Amplio, que todavíano han alcanzado el Gobierno y quehasta ahora canalizan el descontento;en segundo término, salvo episodios

aislados, el espacio de la protesta pú-blica todavía es mayoritariamente pa-cífico, aun cuando se advierten inquie-tantes notas de intolerancia en ascenso.

Sin embargo, del mismo modo que lademocracia requiere de una construc-ción cotidiana que nunca acaba, nin-gún actor político en contextos comoéste puede sentirse a salvo del desgas-te. El gobierno de Jorge Batlle ha en-trado en su cuarto año con muy bajapopularidad y señales preocupantesde iniciativa política mermada. En oc-tubre de 2002 se produjo la anunciadaruptura de la coalición blanqui-colo-rada. Entre acusaciones mutuas e in-ternas enrarecidas, particularmente enel Partido Nacional (PN), los sociosdurante 32 meses de gobierno no pare-cen haber tramitado de la mejor formala separación. Para el futuro se perfi-lan dudas acerca de cómo se recom-pondrán sus relaciones y los nuevosestatutos de gobernabilidad.

En la declaración nacionalista que dis-puso el retiro del gabinete de los mi-nistros blancos, se mencionó la necesi-dad de «reformular los entendimientosde febrero del año 2000» (que respon-dían y confirmaban el acuerdo bipar-tidista previo al balotaje de noviembrede 1999) y de radicar el espacio de losacuerdos «en el Parlamento», exhor-tando al Poder Ejecutivo a una inten-sificación del trabajo en ese ámbito entorno de temas considerados centrales.También se planteó entonces como«esencial para el futuro del país enca-

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rar el problema de la deuda externanacional, convocando para ello a todoslos partidos políticos». Lo sucedidodesde entonces hasta ahora ha sidocontradictorio: la «gobernabilidad par-lamentaria» no ha satisfecho las visio-nes más optimistas, pero en momentosclave, como la creación del llamadoNuevo Banco Comercial (con parte delas carteras de deudores de los bancosgestionados o intervenidos por el Es-tado desde la crisis de mediados de2002, nuevo tramo de la azarosa rees-tructuración del sistema financiero),los apoyos no solo vinieron desde elPN sino también desde el EncuentroProgresista.

Sin embargo las posiciones entre losantiguos socios tienden a distanciarsecada vez más y los anuncios de Batllea fines de 2002 en el sentido de que2003 sería finalmente «el año de lastransformaciones», parecen cada vezmás alejados de la realidad. La pers-pectiva de un gobierno minoritarioque negocia caso por caso no es no-vedosa ni debe resultar apocalíptica,incluso en un contexto difícil como elactual. Lo que sí parece ineludible esun relanzamiento de iniciativas y decapacidad política, fundamentalmentepor parte del Gobierno, pero tambiéndesde los otros partidos. ¿Las distin-tas agrupaciones están en condicionesde procesar con celeridad una reacti-vación acuerdista y a la vez propositi-va del sistema político en su conjun-to?; ¿se han terminado los tiempos delGobierno y ya entramos en la campa-

ña electoral de 2004? Más de un indi-cio parece así indicarlo.

La figura de Batlle tiene signos noto-rios de desgaste. Parece lejana el aurade amplias adhesiones con que empe-zó su mandato. Sería difícil hacer unaevaluación positiva del desempeñopresidencial. Si bien es cierto que letocaron tiempos difíciles, también esverdad que sus capacidades ejecutivasy políticas han estado por debajo de loque la mayoría esperaba, por ciertoincluidos muchos de sus correligiona-rios y adversarios. Si en marzo de 2000se pronosticaba una coalición difíciltratándose de figuras tan fuertes comoBatlle, Julio María Sanguinetti y JorgeLacalle, debe decirse que ambos ex-presidentes y sus sectores respaldaronal actual presidente más de lo previsi-ble, apuntalando una gestión que nun-ca pudo cifrar su solidez en el núcleomás cercano al primer mandatario,más pequeño y débil que lo esperado.No es exagerado señalar que hoy elprincipal sostén de Batlle lo constitu-ye, más allá de sus diferencias en másde un área sensible, el Foro Batllista,el grupo de Sanguinetti.

Mientras tanto, la ecuación política deblancos y colorados revela giros y al-gunas confirmaciones trascendentes.En el marco de un Partido Coloradocuyas intenciones de voto declinan se-gún las encuestas, el Foro Batllista pa-rece confirmar una clara hegemoníasobre el sector de Batlle, en una orien-tación que muy difícilmente se modifi-

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que de aquí a las próximas elecciones.Por su parte, dentro de un PN estan-cado en las encuestas, no termina deconsolidarse esa tantas veces perfiladaalternativa no lacallista: pese a sus es-fuerzos, los dirigentes de este sector noparecen amenazar –al menos todavía–el liderazgo mayoritario del ex-presi-dente y actual titular nacionalista. Decara al futuro, sigue sin aparecer la vie-ja fórmula del «vino nuevo en odreviejo» que en otras épocas también di-fíciles permitió la recuperación de losviejos partidos y su renovación desdela tradición. Aun cuando todavía faltamucho tiempo en términos políticos yelectorales, la consolidación de las can-didaturas de Sanguinetti y de Lacalle,con contestaciones débiles o insuficien-tes dentro de cada partido, parecen con-figurarse como las hipótesis más pro-bables.

La oposición está cada vez más mono-polizada por el Encuentro Progresis-ta-Frente Amplio. La nueva fracturadel Nuevo Espacio y la estrategia tandivergente de sus dos orientaciones pa-recen comprometer la sobrevivenciaefectiva de ese cuarto espacio de la po-lítica uruguaya, presente en el sistemapolítico desde los comicios de 1989.Mientras ha surgido como disidenciael llamado Partido Independiente, ellíder nuevoespacista Rafael Michelinise ha orientado definitivamente a laconstrucción de lo que comienza a lla-marse la Nueva Mayoría, en asimétricaasociación con la izquierda encuentris-ta y frentista. Sin embargo, con todo a

su favor y capitalizando el monopoliode la oposición a un gobierno impo-pular y con problemas, el EncuentroProgresista-Frente Amplio no parecedespegar de algunas de sus más clási-cas dificultades: en 2002 se reiteraronlos problemas cotidianos de conduc-ción política; la tantas veces anuncia-da renovación ideológica y programá-tica no termina de consolidarse de caraa un eventual acceso al Gobierno; con-tinúan las dificultades en la relaciónentre la fuerza política y el gobiernomunicipal de Montevideo; más allá delos discursos, no acaban de definirse conprecisión los límites y autonomías de laacción política con relación a los sindi-catos y otras corporaciones.

Pese a ello el líder de la izquierda,Tabaré Vázquez, muestra un recorri-do intrincado. Por ejemplo en ocasióndel Plenario Nacional del Frente Am-plio en noviembre de 2002, en lo quefue acaso su pronunciamiento másimportante desde los últimos comicioshasta la fecha, pronunció un discursoque volvió a conjugar el respaldo en-tusiasta de la mayoría de los gruposfrentistas, perfilando la posibilidad deuna nueva síntesis de conducción po-lítica, más sólida y adecuada a las ac-tuales exigencias. Y al contrario, susdeclaraciones en torno de la situaciónde «insolvencia» nacional cuando elGobierno negociaba un canje parcialde deuda, volvieron a suscitar fuertescontroversias en el seno de la coalición,en particular en relación con el sena-dor Danilo Astori. Si bien no aparecen

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desafíos efectivos para su liderazgo, laforma pragmática como Vázquez sepaarticular su firme oposición al Gobier-no con su reiterado apoyo a una estra-tegia de «lealtad institucional» en mo-mentos de crisis (lo que en sus propiaspalabras implica otorgarle a un gobier-no jaqueado márgenes mínimos de go-bernabilidad en situaciones límites), alo que se suma su mayor o menor sen-satez para administrar el sano disensodentro de las filas encuentristas, cons-tituyen factores importantes para con-firmar el favoritismo que de cara a loscomicios de 2004 todas las encuestasseñalan.

Los desafíos que vienen

La coalición de gobierno ha conclui-do, Batlle entró en su cuarto año demandato y restan más de 20 mesespara el cambio de huésped en el Edifi-cio Libertad. Es demasiado tiempopara resignarse al simple transcurrir deun gobierno debilitado con pocas ini-ciativas. Sin dramatizaciones, en las ac-tuales circunstancias la ruptura de lacoalición dificultará aún más la acciónde gobierno. Se perfila un cambio delos ciclos de cooperación y competen-cia entre blancos y colorados, y entreéstos y la izquierda. Ello no significanecesariamente que el PN se pase auna oposición desenfrenada o que surespaldo a un estatuto de gobernabili-dad y aun de coparticipación distin-tos desaparezca. Tampoco debe consi-derarse inevitable una radicalizaciónopositora de la izquierda, aun cuando

resulte probable, sobre todo si se anti-cipa en la opinión pública la compe-tencia electoral. Si, como creemos, re-sulta insensata para el país y todos losactores la idea de un adelantamientoelectoral, ¿qué caminos quedan parareactivar la acción de gobierno y lograruna vigorosa iniciativa política a la al-tura de las exigencias de la hora? Confrecuencia se habla de las inconvenien-cias de entender la política como «cam-paña permanente». También sabemosque en el juego democrático los votosdeciden, y que no hay «mejor políti-co» o «estadista» sin ellos. Sin embar-go merced a las coyunturas críticas aveces los contextos cambian; es cuan-do el saber instalado respecto a cómose representa y se persuade a la ciuda-danía hace aguas por todos lados. Másde un indicio muestra que la coyuntu-ra del país configura uno de esos mo-mentos especiales.

Parece profundizarse la brecha entreun gobierno debilitado y la oposición.Con el telón de fondo del agravamien-to de la crisis, con señales públicascomo la forma en que se produjo laruptura de la coalición, y dado el en-frentamiento creciente entre todos lospartidos, en especial el Partido Colo-rado y el Encuentro Progresista-Fren-te Amplio, no parece correr un tiempopropicio para restablecer puentes yreformular constructivamente las rela-ciones entre Gobierno y oposición. Aello se suma ahora el agravante de lafutura ubicación del PN en su flaman-te tercería. Y sin embargo, la coyuntu-

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ra parece demandar como pocas vecesantes la necesidad de cruzar «rubico-nes» y animarse a concretar acuerdosconsistentes y estratégicos.

No hay que ser muy avezado para dis-tinguir las dos exigencias globales queconforman el núcleo de esa demandade acuerdos amplios: en primer térmi-no, iniciativas eficaces y rápidas paraun plan de contingencia social queenfrente la emergencia del corto pla-zo; segundo, acordar un mapa de rutamínimo en áreas estratégicas, que re-quieren de una previsibilidad imposi-ble de ofrecer aisladamente por ningúngobierno. Estas dos demandas no re-quieren de un gran pacto al estilo dela Conapro (Concertación NacionalProgramática, durante los tramos fina-les de la lucha contra la dictadura),inviable y hasta improductivo en lasactuales condiciones. Mucho menosameritan la hipótesis de un gobiernode unidad nacional, impracticable yademás infértil. De lo que se trata esde volver a «pactar el disenso» (am-pliado ahora tras la ruptura entre blan-cos y colorados), de reformular laspautas de gobernabilidad en el nuevoescenario y de concretar acuerdos pun-tuales que la coyuntura vuelve impos-tergables y en algunos casos de urgen-te consideración. Ambas iniciativasrequieren políticas efectivamente nue-vas y profundas, entre ellas la concre-ción de la ampliación inmediata delestatuto de coparticipación a la izquier-da, conforme a formatos modestos yviables, a través de acuerdos puntua-

les de mediano y largo aliento. Esto nosolo resultaría una contribución cívicadecisiva frente a las exigencias y ago-bios de 2003, también favorecería elmejor trámite de las pujas del año elec-toral y desdramatizaría la hipótesismás que probable de un próximo go-bierno de la izquierda.

¿Cuáles podrían ser las áreas de esosacuerdos? El debate cotidiano ofreceuna lista muy amplia. A título de ejem-plo en una reseña que podría ampliar-se: políticas sociales de abatimiento dela pobreza y de la marginalidad y dereforzamiento del capital social; nue-vas iniciativas educativas en áreas co-mo la cobertura de preescolares, la lu-cha contra la deserción o la construcciónde redes de protección social vincula-das al sistema educativo; reestructura-ción de un sistema tributario injusto ycolapsado; políticas activas de genera-ción de empleo; retorno de la políticaexterior a parámetros de políticas deEstado, con énfasis en la rediscusiónde estrategias de inserción competitivaen la región y en el mundo; medidasconcretas de reactivación y políticas sec-toriales consistentes, entre tantas otrasque podrían señalarse.

Lo ocurrido en los primeros meses de2003 no hace más que confirmar estademanda, pero también parece subra-yar su lejana concreción. El amago deuna nueva corrida bancaria a fines deenero y el enmarañado canje de deu-da que procesa el Gobierno, confirmannuevamente la fragilidad de una situa-

Page 12: Uruguay 2003. Agobios y desafíos del «nuevo país»nuso.org/media/articles/downloads/3107_1.pdf · triunfo, hasta ahora más que probable, de la izquierda en las elecciones de 2004.

Coyuntura

NUEVA SOCIEDAD � ��Gerardo Caetano

ción sensible. Más allá del febril traba-jo del equipo económico y en particu-lar de Alejandro Atchugarry, ministrode Economía, que despierta apoyosinterpartidarios algo más fuertes de loscada vez más limitados créditos queconserva la administración, las seña-les de estabilización y reactivación to-davía no son vigorosas como para se-ñalar una salida efectiva y cercana. Encualquier hipótesis la recuperaciónserá lenta y compleja, y tardará enmanifestarse dentro de los flacos bol-sillos uruguayos. Por todo ello, un au-mento de la conflictividad social resul-ta un escenario probable. La tensiónpolítica internacional y la guerra enIrak han tenido especial impacto: elprecio del combustible ha seguido losavatares del mercado internacional, altiempo que las diferencias respecto ala posición asumida por el Gobiernofrente a la guerra han vuelto a poner-se de manifiesto. Cabe señalar que elfuerte alineamiento pronorteamerica-no de Batlle (resistido incluso dentrode su propio partido) no solo ha deri-vado en un mayor aislamiento ante laopinión pública (masivamente contrala guerra) y los partidos (con maticesy distintos énfasis, orientados tambiénen esa dirección), sino que también han

consolidado las señales de «desengan-che» respecto del Mercosur, en espe-cial Brasil. En un contexto internacio-nal conflictivo y con una región queparece reorientarse –sobre todo desdeun renovado liderazgo brasileño– areforzar políticamente el Mercosur, lafalta de un acuerdo nacional en mate-ria de política exterior, como el queimperó en el país desde 1985 hasta1999, configura sin duda un deber másque importante.

En suma, el tiempo de los acuerdosparece haberse extinguido definitiva-mente y se afirma cada vez más la pers-pectiva de una polarización electoralanticipada y poco menos que inevita-ble. De cara a los problemas estructura-les y coyunturales que el país enfrentay en el marco de contextos internacio-nales y regionales tan difíciles e impre-decibles, ¿cómo podrá tramitar la so-ciedad uruguaya los enormes agobiosy desafíos que tiene por delante?; ¿quépaís heredará el futuro gobierno? Másallá de los avatares inciertos de la co-yuntura, será uno bien distinto al acos-tumbrado Uruguay de la «hiperinte-gración» y el «consenso».

Montevideo, abril de 2003