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V. J. M. J. CIRCULARES DE LOS SUPERIORES GENERALES DEL INSTITUTO DE LOS HERMANOS MARISTAS DE LA ENSEÑANZA Vol. XXIX ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA Casa General Roma, 25 de marzo de 1992

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V. J. M. J.

CIRCULARES DE LOS SUPERIORES GENERALES DEL INSTITUTO DE LOS

HERMANOS MARISTAS DE LA ENSEÑANZA

Vol. XXIX

ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA

Casa General Roma, 25 de marzo de 1992

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SUMARIO Queridos Hermanos El viaje continúa Parte I. ESPIRITUALIDAD Influencias culturales y de otro tipo Noción de espiritualidad marista Noción de espiritualidad apostólica PARTE II. LLAMADA A LA MISIÓN Compromiso de vida Consagración Testimonio público y profético Misión María, consagrada y enviada a la misión Jesús enviado a la misión por el Padre Parte III. VOTOS Y MISIÓN Pobreza Solidaridad con los pobres Castidad El amor de Jesús Obediencia Obediencia apostólica Parte IV. LA ORACIÓN Amados por Él María y la oración La Eucaristía Las Escrituras Parte V: DIVERSAS MANIFESTACIONES DEL AMOR Tres maneras de amar Misión y oración La oración comunitaria La misión: un tiempo privilegiado Parte VI. LA VOLUNTAD DEL PADRE Discernimiento Consulta Llamadas especiales

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Parte VII. UNA COMUNIDAD PARA LA MISIÓN Solidaridad Humildad, sencillez y modestia Espíritu de familia Maristas, María, y los marginados Parte VIII. MISIÓN Y MISTERIO PASCUAL El sufrimiento ............................................ 518 Conversión personal...................................... 519 Parte IX. ¿QUÉ DECIMOS DEL FUTURO? Fidelidad a lo que somos, a lo que estamos llamados a ser La Familia Marista y el Movimiento Champagnat Pensamiento final Parte X. APÉNDICE • La espiritualidad apostólica marista • La Iglesia y el mundo de hoy en el proceso de cambio • Reflexión sobre el Instituto Otros anexos serán publicados con posterioridad. Contienen las ideas presentadas en las ponencias de la Conferencia General celebrada en Veranópolis en octubre de 1989:

• La misión de educadores cristianos. • Atención preferente a los más necesitados. • Rasgos característicos del apóstol marista.

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Queridos Hermanos: En esta circular os propongo algunas reflexiones sobre nuestra espiritualidad apostólica marista. Un tema que no sólo es de capital importancia para nuestra vida, puesto que vemos igualmente a otras muchas personas que andan en búsqueda de una espiritualidad adecuada a los tiempos. Se aprecia entre nuestros colaboradores, de los cuales no pocos dan una respuesta entusiasta cuando acertamos a ofrecerles algo en términos de espiritualidad marista. Los Hermanos que trabajan con estudiantes mayores, o llevan grupos, o se dedican al acompañamiento, o dirigen retiros, podrán contaros cómo hay muchos que están sedientos de una espiritualidad que sostenga su ansia de valores esenciales. ¿Qué es lo que nosotros podemos darles? ¿Llevan nuestras propias vidas ta señal de una espiritualidad vigorosa? ¿Somos capaces de hablar de espiritualidad con tos demás? ¿Advierten esa llama interior los jóvenes que están con nosotros? Lo que vais a encontrar en estas páginas procede de la experiencia viva de numerosos hermanos, y por tanto iréis reconociendo en la lectura partes de vuestro propio itinerario, vuestras penas y alegrías, luchas y esperanzas. Os dedico estas líneas a todos vosotros, con un profundo sentimiento de agradecimiento por lo que sois y por lo que hacéis para extender el Reino de Dios. Al deciros que escribo basándome en ta experiencia de los hermanos, estoy también incluyendo la mía propia y la de generaciones de hermanos que nos han transmitido ta suya a través de las Constituciones. Juntamente con ta vida del fundador, las nuevas Constituciones son et mejor documento que poseemos para describir nuestro ser y nuestra espiritualidad. Es la respuesta que damos a la cuestión de ta Iglesia: «Decid al pueblo de Dios qué es un Hermano Marista». He utilizado un lenguaje idealista, esforzándome para adaptarme a hermanos que pertenecen a tan diferentes culturas, lo cual no resulta fácil. Pero, aunque podamos tener nuestros fallos, recibidlo como algo que trata de comunicar espíritu y vida. EL VIAJE CONTINÚA Una vez iba yo con un hermano, al que conocía muy bien, y le pregunté: «¿Qué tal marchamos, John?» Él respondió: «Bueno, yo creo que todos tenemos parte buena y parte mala, y, de momento, por to que a mí respecta, la buena lleva algo de ventaja.» Los dos nos echamos a reír. Él era un hombre de gran corazón, que amaba profundamente a la juventud, y yo estoy seguro de que su parte buena sacaba amplia ventaja a ta otra. Todos podríamos decir lo mismo, aunque lo expresáramos con palabras diferentes. A la mayoría nos sucede que hay veces en que sentimos cómo arde el corazón dentro de nosotros, y otras veces vemos que la llama se apaga y parece que el amor se enfría. Confiamos en Dios, pero no lo bastante como para acudir a sus brazos, para abandonarnos en Él de verdad. Sabemos que en Pentecostés et Espíritu convirtió en valerosos a los cobardes y que lo mismo puede hacer con nosotros, pero no terminamos de abrirnos totalmente a su acción. Sin embargo, somos conscientes de que nuestro viaje no se desarrolla a través de un largo túnel en el que sólo divisamos una leve claridad a lo lejos. Dios nos ama, Jesús nos ha salvado, y la luz que hay al final de la galería es el resplandor vivo de ta Resurrección. La vida no es un trayecto durante el cual debemos luchar a brazo partido para conseguir el amor de Dios. Es un itinerario en et que gradualmente vamos alcanzando una mayor conciencia de la presencia divina en nuestra existencia, y correspondemos al amor que Él nos ha manifestado desde toda la eternidad. Y, de esa manera, continuamos el viaje con ta certeza de

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que Dios es fiel y determinados a serlo nosotros también. Dijimos «para siempre» y lo mantenemos. Con la gracia de lo Alto perseveraremos como hombres animosos, ardientes, vibrantes de entusiasmo por la misión. Hacemos nuestras aquellas encendidas palabras del papa Pablo VI, tan llenas de apoyo y estímulo: «Ojalá que el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, im-pacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios... » (E N, 80) A cada uno le incumbe su propia responsabilidad en este camino, pero sin perder de vista aquello que los primeros hermanos aprendieron de Marcelino: la importancia de hacer el viaje juntos, como verdaderos hermanos «paso a paso, con el corazón lleno de gratitud y animados por el testimonio de fidelidad de los hermanos que nos han precedido» (C. 46). Ese itinerario cobra mayor significado según avanzamos en el conocimiento y profundizamos en ta vivencia de nuestra espiritualidad apostólica marista. Hay diferentes maneras de acercarnos a este tema. Una, por ejemplo, sería la de comenzar una reflexión a partir de nuestra experiencia personal: ¿qué es lo que siento yo cuando oigo hablar de la LLAMADA? ¿Me siento yo mismo llamado a la misión? ¿En qué circunstancias tengo la convicción de que soy un ENVIADO? Otro método consiste en que yo comente algunos puntos, y luego os invite a reflexionar sobre ellos, tanto individualmente como en comunidad. Ésta es mi propuesta, ya que considero que es la que mejor se adapta a la mayoría de los hermanos. Tenemos delante un campo extenso para meditar, y, aunque esta circular viene más larga de costumbre, el alcance de las reflexiones es limitado. El esquema que he utilizado es el siguiente: 1. Espiritualidad Nuestra noción de espiritualidad se ha ampliado mucho en los últimos años. ¿Qué significa para nosotros en el día de hoy? 2. Llamada a la misión Estamos llamados a un servicio. Nuestra vocación no estaría adecuadamente comprendida sólo en términos de llamada, alianza y consagración. Estos elementos alcanzan pleno significado cuando se integran en la misión. 3. Votos y misión Los votos constituyen un medio poderoso para vivir en unión con Dios y expresar nuestra consagración. Por lo mismo, ineludiblemente, conllevan una dimensión de misión. 4. La oración Somos hombres de fe, creemos en et amor de Dios, y por tanto es natural que recemos. Pero puede haber dificultades. 5. Diversas manifestaciones del amor

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Oración, misión, obediencia a ta voluntad de Dios... todas son manifestaciones del amor que Jesús profesaba al Padre. Eso mismo es cierto dentro de nosotros. Tales son las maneras de empeñarse en responder at amor de Dios. Todas ellas son iniciadas por el Espíritu. Son in terdependientes ¡y no compiten entre sí! 6. La voluntad del Padre Participar en la misión de Jesús implica que también compartimos su actitud fundamental de búsqueda del deseo del Padre, y esto significa un cultivo del espíritu de discernimiento. 7. Una comunidad para la misión La comunidad está en et núcleo de ta misión. Jesús no sólo predicó comunión, sino que ta vivió. Y por lo mismo nosotros nos esforzamos en experimentar «comunión», y trabajar por ta unidad de ta familia humana mediante ta acción y el testimonio de vida. 8. Misión y misterio pascual La fuerza del misterio pascual sigue operando actualmente, y nosotros estamos invitados a participar en él. 9. ¿Qué decimos del futuro? ¿Cuáles son algunos de tos elementos para una espiritualidad del futuro? 10. Apéndice Aquí tratamos de dar unos breves rasgos acerca de cómo ha evolucionado el pensamiento en torno a este tema dentro de nuestro Instituto. Siguiendo una cierta lógica quizá deberíamos haber comenzado ta circular con este punto, pero finalmente pensé que para muchos hermanos hubiera sido un comienzo menos efectivo.

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PARTE I ESPIRITUALIDAD Allá por los primeros años 60, un sacerdote amigo mío que desempeñaba una labor educativa religiosa en colegios de Secundaria, llevó a cabo una encuesta en varios centros católicos. En ella se les preguntaba a los profesores qué tipo de espiritualidad trataban de inculcar a sus alumnos. De las respuestas recibidas parecía deducirse que, para muchos de ellos, espiritualidad no tenía otro significado aparte de plegarias y devociones. Actualmente, gracias a Dios, podemos ver con más claridad lo que ha sido verdad desde siempre: la espiritualidad abarca todo lo que somos, los elementos que configuran nuestra vida, nuestras relaciones, nuestros dones, las alegrías y las penas, nuestros sueños y estados de ánimo, las luchas y los fracasos... todo. Como cristianos que somos, vemos el rostro, la mano, la palabra, el aliento de Dios en cada uno de los aspectos de la vida humana, de la creación y de lo que está más allá de lo que vemos y palpamos. El regalo más grande que hemos recibido es el don del amor, un amor incondicional. En esa experiencia personal de sentirse amado, de saberse querido por Dios, encontramos la vida. Este sentimiento es básico para los cristianos. Cada uno necesita verse proyectado a la vida por el amor, y entonces nuestro itinerario existencial se torna hondamente afectivo a la vez que efectivo apostólicamente. Esto lo vemos diáfano en la persona de Champagnat, siempre tan sensible a las necesidades que contemplaba alrededor. Desde aquellos días tempranos de nuestra formación, y a lo largo de toda la vida, vamos a la búsqueda de Dios que nos ama, en la oración, en nuestro propio ser, en los hermanos, en el retiro, en los sacramentos, en las mujeres y los hombres que padecen necesidad. El más alto don que la comunidad religiosa puede darnos consiste en tener la oportunidad de vernos envueltos en esta experiencia de amor, y Marcelino lo sabía muy bien. Sin ese sentimiento de sentirse uno amado, puede haber un vacío peligroso en el corazón mismo de nuestra vida. Las formas de ser diferentes, historias personales, infancia en familia, estadios de la vida... todos esos aspectos contribuirán a enriquecer la vivencia del amor de Dios. Es una gracia inmensa poder avanzar en el conocimiento de sí, comprender mejor las propias motivaciones, el modo de reaccionar ante la gente o las situaciones, profundizar en el sentido de la presencia de Dios en nuestra vida. Hay varias estructuras que pueden ayudarnos en este terreno: el retiro anual, la revisión de la jornada, por ejemplo. Otras veces tendremos la posibilidad de un acompañamiento personal, la dirección espiritual, lecturas que benefician nuestra formación, no necesariamente «lectura espiritual», y otras múltiples opciones, el encuentro con determinadas personas, la poesía, el cine, la belleza y el poder de creación... Es parte de nuestra humana condición que a veces nos tenga que sobrevenir algún «suceso» especial para removernos de la rutina y el letargo. Yo lo he visto en algunos hermanos cuando les ha llegado el momento de afrontar una enfermedad grave, otros han tenido esa experiencia cuando han conocido de cerca por primera vez el dolor de los pobres, o al tratar de ayudar a alguien a resolver una tragedia personal, o con ocasión de un retiro particular, o la dirección espiritual, el acompañamiento, una terapia... Son tantas las formas en que el Señor puede hablarnos si tenemos el corazón a la escucha... Influencias culturales y de otro tipo

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Actualmente somos todos más conscientes de que ciertos elementos de nuestra espiritualidad se hallan fuertemente influidos por el trasfondo cultural, de tal manera que tales elementos pueden diferir considerablemente. Esto lo vemos, por ejemplo, en las prácticas de devoción, en la simbología religiosa y los ritos, en ciertos valores caracteristicos... La espiritualidad de muchos católicos de Estados Unidos y de Australia, a lo largo del siglo XIX y principios del xx, debía mucho a sus raices irlandesas. Y esa influencia «irlandesa» en los Estados Unidos de América era diferente de la que procedía de la frontera sur con México y del noreste que limitaba con el Canadá francófono. Ese mismo fenómeno se puede advertir en nuestro Instituto, debido a su amplia expansión geográfica y su composición multicultural. Aunque todo ello es muy enriquecedor, ¡no hace nada fácil la confección de estas circulares! Ha habido ocasiones en que los hermanos pertenecientes a culturas no occidentales han forzado la expresión de su espiritualidad por mor de colaborar en la uniformidad, o incluso hasta por un cierto sentimiento de que el modo «occidental» era superior. Sin embargo, el desafío consiste en encarnar, a escalas locales, el espíritu del Evangelio y de las Constituciones con fidelidad y creatividad (C. 91). Lo cual requiere mucha prudencia, pero hay que hacerlo. La Iglesia, vista en conjunto, está apenas comenzando ahora a trabajar seriamente en este aspecto de la inculturación. Otra realidad significativa que hay que tomar en consideración es la de que determinadas dimensiones de nuestra espiritualidad variarán a tono con la actividad apostólica, bien sea la enseñanza, la administración, la formación, el trabajo manual... lo que sea. Todos compar-timos una común herencia espiritual, pero todavía hay ciertas diferencias en la forma de reflejarla y de aplicarla a la vida de cada día. Por consiguiente, aun a sabiendas de que prácticamente todo lo que decimos en estas páginas vale para todos los hermanos maristas, estoy seguro de que sabréis comprender si a veces hago algunas referencias concretas a los que trabajan más directamente en la labor de la evangelización. Otro aspecto que me gustaría desarrollar en algún otro momento es el de las diferencias que provienen de las edades distintas y las diversas experiencias de vida. NOCIÓN DE ESPIRITUALIDAD MARISTA La Iglesia reflexiona constantemente sobre sí misma y va profundizando en ese conocimiento. Lo vemos, por ejemplo, en la maduración del sentido de diálogo con las otras religiones, en la vivencia del papel de María contemplada como primera discípula de Cristo. De igual manera, aunque siempre tendremos una base consistente en nuestra espiritualidad marista, habrá también un elemento dinámico, habrá crecimiento si somos fieles al Espíritu. Hemos avanzado en el acercamiento a nuestro Fundador y los primeros hermanos, en el co-nocimiento del mundo en el que nos toca vivir y las necesidades de los jóvenes de ese mundo, hablamos de nuevas formas de evangelización... Cada generación de maristas está llamada a seguir los pasos de Champagnat, lo cual exige un diálogo permanente con Dios que nos interpela constantemente a través de las realidades de nuestra sociedad. Mostrarse ciego ante ellas es falta de fidelidad al carisma. La fuente última de nuestra espiritualidad es Dios, pero los agentes formadores son los padres, los profesores, y otras muchas influencias. Para nosotros, en calidad de hermanos maristas, uno de los agentes primeros es el fundador y el carisma que compartimos con él, la experiencia del Espíritu Santo en su vida y esa gracia especial que le fue otorgada en bien de

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la Iglesia. No pensemos que esos dones le llegaron en un singular momento de revelación. Fue la resultante de una vida entera abierta a la llamada de Dios y a la cercanía de su presen-cia. Aquellas intuiciones evangélicas, el énfasis particular que ponía en determinados valores del Evangelio, los diversos aspectos de su espiritualidad... son todos ellos elementos importantes de su carisma y fruto de un diálogo continuo con Dios, que incluía la acción y la toma de decisiones al par que la oración. De Champagnat heredamos dos dimensiones vitales de nuestra espiritualidad. Primera, la dimensión mariana: un lugar para María, que fue para él Madre, inspiradora, modelo y guía. Y luego, la dimensión apostólica, ya que nos fundó para la misión. Ambas dimensiones constituyen para nosotros un único don integrado que nos viene de Dios a través de Marcelino (cf. C. 7). La espiritualidad se nos sugiere en un plano simbólico, y no meramente en lo conceptual. Los maristas tenemos algunos símbolos vigorosos: el pesebre, la cruz, el altar, la Anunciación (el «sí» de María), Caná («haced lo que Él os diga»), Fourviére, la catequesis con el niño moribundo, el Hermitage, el «Acordaos» en la nieve... Desde luego, para mí, una de las imágenes más poderosas es el Hermitage. Estoy seguro de que lo mismo les sucede a muchos hermanos que han pasado por allá. Son tantas las llamadas de aquel lugar... La naturaleza agreste del contorno, las diversas alas de la casa, todo nos habla de la decisión y la fe de Marcelino. Uno tiene allí la sensación tangible de su presencia, y la del hermano Francisco y de aquellos jóvenes que vivieron y trabajaron y rezaron juntos en el Hermitage. Tengo que añadir que la presencia y el testimonio de la comunidad de hermanos que viven allí ahora también son motivo de edificación para muchos visitantes. Escribo estas líneas algunos meses después de la muerte del hermano Luis Silveira, miembro que fue del Consejo general y excelente hermano marista. Permitidme que incluya aquí una oración que compuso el hermano Luis tras una de sus visitas al Hermitage: «Bienaventurado Fundador, quiero agradecerte la gracia que me has otorgado de descubrirte, conocerte y amarte. También quiero agradecer tu ayuda ahora que he hallado un significado nuevo para mi vida en medio de las depresiones, al encontrarme contigo. Te pido que me concedas ta gracia de continuar viviendo mi vocación marista gozosamente. Yo te prometo hacer todo to que esté en mi mano para extender tu espíritu, tu forma de amar a Jesús y a María, y tu carisma de servicio a tos jóvenes, a los pobres, a la Iglesia y a todo et género humano. Amén. » NOCIÓN DE ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA Como he dicho anteriormente, en el don que hemos recibido de Dios a través de Marcelino Champagnat radica la dimensión apostólica de nuestra espiritualidad. Aunque en los siglos XVIII y XIX los fundadores, como Marcelino, tenían en mente el proyecto de congrega-ciones activas comprometidas en obras de caridad en la sociedad, generalmente el único modelo de vida religiosa que contemplaban era el que se derivaba de los seminarios de corte monacal en los que habían recibido su propia formación espiritual. Muchos de los símbolos, valores, actitudes y prácticas que asumieron estaban arraigados en la tradición monástica. Quizá podamos comprender mejor esa realidad y sus implicaciones si damos un breve repaso a la evolución de la vida religiosa a lo largo de los siglos.

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Ya en los primeros tiempos de la Iglesia hubo fieles que se dedicaban completamente a la labor en favor de la comunidad. Algunos adoptaron el celibato voluntario. Luego vino el movimiento eremítico que surgió en Oriente, allá por el siglo 111, y se fue trasladando paula-tinamente hacia Occidente. Después se desarrolló el monaquismo, cuya configuración occidental definitiva llegó con la regla benedictina. La espiritualidad de los benedictinos ponía énfasis particular en la oración y el trabajo (Ora et labora), como elementos clave de una vida bien ordenada. El monasterio era una sociedad que se movía casi independientemente del mundo exterior; tenía su propio ritmo y una regulación metódica, estructurada en torno a los momentos de oración formal, y el oficio cantado en el coro. Había un claustro, un hábito monacal, y una sólida centralización en la figura del abad. Sin embargo, en algunos períodos de su historia los benedictinos fueron misioneros muy activos, que protagonizaron una buena parte de la evangelización de la Europa del Norte. En los albores del siglo XIII emergieron las órdenes mendicantes, franciscanos y dominicos especialmente. En su origen no tenían carácter claustral, y los religiosos pertenecían a toda la Orden en general más que a un monasterio concreto. Disponían de más libertad para sus movimientos y contactos con el mundo. Pero, así y todo, en su espiritualidad subsistían muchos factores de carácter monástico. La espiritualidad de los mendicantes ha sido definida en términos de «contemplación y luego acción», cuya dimensión apostólica es el corolario de la contemplativa. Santo Tomás utilizó la expresión contemplata aliis tradere, transmitir a los demás el fruto de la contemplación personal. Un mensaje apostólico que no hubiera fraguado en el santuario -se pensaba-, quedaría irremediablemente distorsionado al final. El siguiente desarrollo importante tuvo lugar en el siglo XVI, cuando surgieron los institutos religiosos apostólicos, con los jesuitas a la cabeza. Su espiritualidad se cifraba en «contemplación en la acción» «encontrar a Cristo en el mundo». También hubo intentos de fundar grupos similares para mujeres (las ursulinas, por ejemplo), pero todos ellos se fueron frustrando debido a la imposición de clausura rigurosa y otras observancias monacales. Cuando Mary Ward fundó las hermanas de Loreto, y trató luego de adoptar para sus religiosas la regla jesuítica y la vida no claustrada, ¡le suprimieron el Instituto! Posteriormente vendrían las numerosas fundaciones que fueron brotando a lo largo de los siglos XVIII y XIX. En su gran mayoría estas nuevas congregaciones estaban dedicadas a obras de caridad, en el campo de la educación y de los enfermos particularmente, pero su es-piritualidad todavía mantenía múltiples elementos monásticos o conventuales, cosa bastante lógica por otra parte. Se entiende, por tanto, que el Concilio Vaticano II dirigiese una llamada a las congregaciones religiosas, instándolas a renovarse y a llevar a cabo las necesarias adaptaciones para situarse en la línea de la nueva conciencia que la Iglesia tenía de sí misma, sobre todo para tratar de abrirse más al mundo y poder así servir al pueblo desde cerca, mostrando solidaridad para con toda la familia humana. -¿Cuáles son algunos de los símbolos que tienen importancia para mí como hermano marista? -¿Qué palabras de la carta del hermano Luis me han llamado más la atención? -¿Se sienten los jóvenes atraídos por nuestra espiritualidad? ¿Hablamos nosotros el lenguaje de ellos?

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PARTE II LLAMADA A LA MISIÓN En un diálogo que tuve hace poco con un hermano me decía él que, en el último retiro que había hecho, había descubierto la enorme riqueza que se encerraba en los artículos 11 y 12 de nuestras Constituciones. Y es verdad, esos artículos llevan una expresión muy sencilla pero su contenido es profundo. En el primero de ellos se identifican los elementos clave que son básicos para comprender y vivir integralmente la vida religiosa apostólica: Artículo 11: Consagración y alianza «Dios elige a algunos hombres y los llama individualmente para llevarlos al desierto y hablarles al corazón. A quienes lo escuchan, los separa y, mediante su Espíritu, los convierte constantemente y acrecienta en ellos el amor

PARA ENCOMENDARLES UNA MISIÓN. Nace así una alianza de amor en la que Dios se entrega al hombre y el hombre a Dios; alianza que la Escritura compara con los esponsales. El dinamismo interno de la consagración se sitúa en el centro de esta alianza.» Aquí tenemos un sumario de todo lo que somos: hombres que han sido llamados a la consagración y la alianza por la misión. El lenguaje es bíblico y en nuestra reflexión ordinaria y en la oración diaria podemos usar otras palabras, pero sean éstas las que sean el significado es nítido: hemos sido separados para una misión de servicio. «...es Dios el que nos ha ungido, el que nos ha marcado con su sello y ha introducido el Espíritu en nuestros corazones» (2 Cor. 1, 22). Lo cual no tiene nada que ver con que seamos mejores que el resto de la gente. Seguramente todos nos hemos preguntado alguna vez: ¿Por qué yo, Señor? Pero el hecho es que nosotros somos religiosos y podemos reconocernos en la descripción que hacía un escritor: «una persona, un cristiano pecador, llamado y querido por Dios para una misión de servicio.» Hermanos, os animo a que escojáis ese artículo para rezar con las palabras que encierra. Yo, por mi parte, espero que las reflexiones que siguen os sirvan de ayuda para la meditación y la oración. LLAMADA «Dios elige a algunos hombres y tos llama individualmente para llevarlos at desierto y hablarles at corazón.» Nuestra espiritualidad está enraizada en la certeza de que Dios nos ama y desea acrecentar en nosotros el amor (cf. C. 11). Nos ama porque es bueno, y nada de lo que hagamos nosotros puede impedir ese amor. Como lo expresaba un autor gráficamente: «Él no es un Dios que sonríe cuando nos portamos bien, y que se enoja cuando no lo hacemos.» Uno de los grandes retos de la vida consiste en aceptar el amor de Dios, aceptar que Él me quiere tal como yo soy aquí y ahora, cualesquiera que sean mis limitaciones y debilidades.

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Él ha elegido a algunos y los ha llamado personalmente, para una vida nueva, una vida de servicio a los demás, una vida dedicada a extender la Buena Noticia de su amor en medio de los hombres. Nosotros tenemos el privilegio de contarnos entre los que han sido llamados a esa misión de servicio (cf. C. 13). (Y dejo de momento a un lado la consideración de la llamada que todos los cristianos han recibido por el bautismo.) Nuestro «sí» a Dios es un «sí» a la misión, y la respuesta que hemos de dar viene mediada por la misión (cf. C. 12). Una manera primordial de manifestar que amamos a Dios es la de amar a los demás, con generosa atención a sus necesidades, con disponibilidad para estar con ellos y para ellos. Una llamada fortalecedora y continua Esta llamada es fortalecedora porque lleva en sí misma el poder de dar la respuesta, y nos impulsa a abrirnos a la fuerza liberadora del Espíritu, y a desempeñar la misión a la que somos convocados. Dijo Jesús: «Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). Es también continua, ya que se nos llama a una conversión que se va operando en nosotros poco a poco cada día (cf. C. 166). Recibimos una invitación permanente a renovarnos en la alianza, a redimensionar nuestro proyecto de vida como hermanos maristas. Sean cuales fueren las circunstancias personales de la llamada inicial, dramáticas para algunos, muy corrientes para otros, lo cierto es que este diálogo constante de llamamiento y respuesta está en el centro de nuestra experiencia religiosa y de nuestra relación con Dios. COMPROMISO DE VIDA Dejando de lado los primeros movimientos interiores de la llamada original, lo que está claro es que la gran mayoría de los hermanos que están leyendo esta circular, tras unos años de reflexión, oración y eparación, solicitaron y recibieron la admisión a los votos perpetuos, aceptando «libremente en la fe la llamada del Señor: Ven y sígueme» (C. 13), sabiendo que nos comprometíamos a un proyecto de vida, y que queríamos mantenernos firmes en ese compromiso, confiando en la fidelidad de Dios y de nuestro Instituto (C. 13, 1S). Tal como reflejan las Constituciones con claridad, haciéndose eco de la experiencia prudente de la Iglesia, uno no debe ser admitido a la profesión perpetua si no muestra disposición visible a aceptar plenamente la llamada y carece de las necesarias cualidades para ser fiel a ella (C. 96). Es éste un proyecto de vida que requiere seria preparación y capacidad demostrada de respuesta. Adoptar cualquier otra actitud sería trivializar las cosas. Nosotros somos llamados a vivir la vocación cristiana con radicalidad. Con frecuencia tendemos a no utilizar este lenguaje en referencia propia porque somos conscientes de nuestra debilidad, y el término «radical» nos parece algo exagerado o incluso inadecuado. Pero así es el ideal por el que luchamos: respuesta generosa a la llamada, y -por qué no- con radicalidad. Creo que hay momentos en la vida de cada uno de nosotros en que sólo hablando de «radicalidad» podemos expresar el deseo que sentimos de responder al amor de Dios. Desde el cargo de Superior general se tiene una visión privilegiada de muchos testimonios de hermanos que viven su vocación radicalmente, a veces en las circunstancias más corrientes, y, en otras ocasiones, en situaciones excepcionales que exigen sacrificio y heroísmo. Estamos celebrando ahora el centenario de la partida de los primeros hermanos hacia China, aquellos

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seis jóvenes que salieron de Francia para irse al otro confín del mundo: cuatro de ellos no llegaban a los 20 años, y luego los dos «viejos» tenían el uno 26 y el otro 35! Pues bien, una de las mayores gracias que he recibido en mi vida es la de haber sido testigo de muchos rasgos de heroísmo parecidos. Una llamada efectiva Queremos también traer a consideración el hecho de que la llamada de Dios es efectiva porque obra dentro de nosotros. María lo sabía; Champagnat lo sabía: «Si Dios está de nuestra parte... nada hay imposible.» A nosotros nos toca estar abiertos a Dios, ser sensibles a su presencia, pedir fe en la acción divina. El Maestro Eckhart lo expresó con bellas palabras: «No penséis que Dios es como un carpintero humano, que trabaja o no según le dé el viento, que puede hacer o dejar sin hacer según le guste. Con Dios no sucede así: cuando Él te encuentra dispuesto, entonces actúa, inundándote completamente, de la misma manera que cuando el aire está limpio y puro, sale el Sol esplendoroso y ya no puede volver atrás.» -¿Puedo recordar algún momento, reciente o en el pasado, en que la palabra «radical» describiría correctamente mi deseo de responder al amor de Dios? -Haz memoria y trata de recordar a algunos hermanos que vivieron su vocación con radicalidad. ALIANZA «... Para llevarlos al desierto y hablarles al corazón... mediante su Espíritu, los convierte constantemente y acrecienta en ellos el amor... Nace así una alianza de amor en la que Dios se entrega al hombre y el hombre a Dios; alianza que la Escritura compara con los esponsales.» Dios nos conduce al desierto, que simboliza, a la vez, un privilegiado lugar de encuentro y el terreno donde nos debatimos con nuestros propios demonios, nuestras fragilidades, debilidades, falsas imágenes. Un tiempo vivido en el desierto puede darnos una honda expe-riencia de Dios, percibida en la intimidad, profundizando en el conocimiento de Él y en el sentimiento de que estamos impregnados de su amor. Es también el espacio donde se nos invita a mirarnos a nosotros mismos frente a frente, donde podemos valorar las cosas esencia-les más plenamente, donde discernimos lo que es escoria, donde se nos ayuda a agudizar nuestra visión espiritual. Los días de «desierto» se han convertido en parte integrante de numerosos cursos de renovación, incluidos los nuestros. El objetivo prioritario de tales programas es el de brindar una oportunidad para la soledad, para el encuentro íntimo con Dios, para expresar nuestro amor, y para sentirse querido por Dios. No obstante, de cada uno depende saber crearse su propio desierto, su espacio personal de intimidad con Dios, un rincón de la habitación, un paseo por el bosque, un momento sereno en la capilla cuando acaba el día... Alianza de amor Jesús es el signo del amor del Padre: «Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su propio Hijo.» En Jesús se ve la absoluta plenitud de amor manifestado en su vida de entrega al Padre y a la humanidad, y que alcanza su definitiva expresión en el sacrificio de la cruz. Nuestra alianza con Dios, la señal que ofrecemos en respuesta al amor que nos tiene, es la entrega

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total de nosotros mismos a Jesús y a su misión, haciendo de esa donación la prioridad irrenunciable de nuestra vida y el elemento fundamental de nuestra identidad: «El amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo... impulsa todas nuestras energías hacia este único fin: SEGUIR A CRISTO, COMO MARÍA, en su vida de amor al Padre y a los hombres» (C. 3). En cierto sentido todo el Antiguo Testamento viene a ser la historia de la Alianza entre Dios e Israel, establecida por medio de Moisés en el monte Sinaí. En el Nuevo Testamento, Jesús proclama su nueva y perdurable alianza de amor, que celebró en la última cena y nos dejó la Eucaristía como señal. En ella nos unimos a Jesús y nos ofrecemos al Padre (cf. C. 69), nos comprometemos a compartir todo nuestro ser, y entregamos nuestra vida para que otros la tengan más abundante. En esta alianza va implicada la donación a los hermanos, a este concreto Instituto de los Hermanos Maristas. La profesión religiosa es una alianza con Dios, pero lo es también con los hermanos, puesto que nos comprometemos a vivir la consagración en comunidad. El voto de estabilidad es una clara manifestación de ello (cf. C. 170). En el capítulo 39 del libro Caminar con nuestras Constituciones hay una estupenda cita del metropolita Anthony Bloom, tomada de unos pensamientos suyos acerca de la «fidelidad». Dice, entre otras cosas: «La fidelidad es necesaria en todo compromiso, en toda situación que creemos, porque en ciertos momentos somos capaces de ver más que en la continuidad del tiempo. La visión se apaga, la certeza permanece. En esta certeza está la base de toda una vida. Si no sabemos hacer un acto de fe, si no sabemos ser fieles a la primera visión y a la decisión tomada, no podremos mantener una estabilidad interior, y nuestra paz interna estará siempre en peligro, cuestionada continuamente en cada problema particular. » Por tanto, hacemos nuestra entrega personal con corazón abierto y generoso. «Señor, tú lo sabes todo, y sabes que te amo.» Pero, como le sucedía a Pedro, hay momentos en que flaqueamos, y necesitamos acercarnos -mediante la petición de perdón y el sacramento de la reconciliación- «a la acción de Cristo, que cura nuestras heridas, nos libera de nuestros deseos egoístas y nos hace hijos de la resurrección» (C. 25). CONSAGRACIÓN «A quienes lo escuchan, los separa... El dinamismo interno de la consagración se sitúa en el centro de esta alianza» (C. 11). La consagración entraña el significado de que uno es separado para un nuevo designio, pero elegido no en razón de que se poseen dones o virtudes superiores, sino por la gracia del Espíritu Santo otorgada libremente en interés de los demás. Por el bautismo, todos los cris-tianos son llamados a la misma santidad y a la misma misión. Una de las mayores responsabilidades para un religioso de hoy radica en ayudar a los seglares a afirmarse en esa consagración, y animarlos en su misión; y, allí donde haga falta, trabajar con ellos para que adquieran la formación y confianza que necesitan. Es verdad que antaño se dieron situaciones diferenciales entre los diversos estados de vida, que quedaron reflejadas en un lenguaje discriminatorio, en el que se suponía cierta

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superioridad del sacerdocio y de la vida consagrada (y la vida religiosa contemplativa quedaba por encima de la vida religiosa activa, y las hermanas de coro eran peldaño arriba de las hermanas laicales...!) Pero esos tiempos ya pasaron, a Dios gracias, ¡o están a punto de pasar! Todos los cristianos son llamados a la misma santidad. Hay diferentes estados dentro de la comunión de la Iglesia y todos tienen su particular dignidad, ya sea el laicado (casado o soltero), o el sacerdocio, o la vida religiosa. Nosotros nos sentimos felices de que sea así, más aún, creo que para muchos coincide con lo que siempre hemos tenido como cierto, sobre todo al ser testigos de la vida ejemplar de tantas buenas personas seglares. Llamada específica a la vida religiosa Pero esta universal llamada a la santidad y la misión suscita la cuestión del carácter distintivo de la vida religiosa en la Iglesia. ¿Por llama Dios a la vida religiosa? La Iglesia ha recibido el mandato continuar la misión de Jesús, y lo realiza en comunión: comunión cada creyente con Cristo, y de todos los cristianos entre sí. Dentro esta común participación existe diversidad y complementariedad de aciones y estados de vida, y también de ministerios, de carismas, responsabilidades. «Todos los estados de vida... cooperan al creciento de la Iglesia. Aun siendo diferentes en la expresión, se hallan ofundamente unidos en el misterio de comunión de la Iglesia y están ámicamente ordenados a su misión única» (Christifideles laici, 55). Diferentes pero unidos... esta diversidad es enriquecedora para la sión eclesial. Basta reflexionar un poco para darse cuenta de que daderamente lo es. Todos estamos unidos con Cristo y con cada uno en virtud del bautismo. Los religiosos recibimos en nuestra nsagración un impulso nuevo que se añade a la gracia del bautismo la confirmación. (Lo mismo puede decirse de las promesas del matrimonio, si bien en otro orden de cosas). Permitidme que os sugiera unas maneras en que la vida religiosa enriquece la misión de la Iglesia. * Testimonio público y profético Nuestra profesión es una ceremonia pública en la que formalizamos el compromiso manifiesto de vivir totalmente para Dios. Ese Compromiso público, aun siendo expresado por frágiles seres humanos, tiene una auténtica cualidad profética, y se hace eco de la identidad de la Iglesia, basada en la comunión de aquellos que creen en Jesucristo y son llamados a proclamar su mensaje en la Tierra. Tomando las palabras del artículo 10 de las Constituciones, que se inspiran Cn la Lumen gentium, «la consagración religiosa nos asocia de manera especial a la Iglesia y a su misterio. En el seno del pueblo de Dios, nos esforzamos por ofrecer el testimonio profético y gozoso de una vida totalmente dedicada a Dios y a los hombres». Decía el papa Pablo VI en su magnífica carta sobre la evangelización: «Los religiosos, también ellos, tienen en su vida consagrada un medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedienta de lo Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esta santidad de la que ellos dan testimonio. Ellos encarnan la Iglesia deseosa de entregarse a la radicalización de las bienaventuranzas. Ellos son por su vida signo de total disponibilidad para con Dios, la Iglesia, los hermanos» (EN, 69).

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El papa Juan Pablo II recalcaba la idea de que el apostolado más importante para un religioso consiste en ser lo que es: «De esta manera, aunque los múltiples trabajos apostólicos que lleváis a cabo sean extremadamente importantes, sin embargo, la auténtica labor fundamental del apostolado descansa siempre en qué (y al propio tiempo en quiénes) sois en la Iglesia» (R D, 15). Cristo cumplió su misión no tanto por medio de sus trabajos y actividades, cuanto por la absoluta confianza en el Padre, su búsqueda constante de la voluntad del Padre. Y eso mismo sucede con nosotros. Tratamos de compartir la misma disposición de amor, confianza, entrega; y ése es el verdadero significado de los votos. Disponibilidad apostólica «Gracias a su consagración religiosa, ellos son, por excelencia, voluntarios y libres para abandonarlo todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la Tierra» EN, 69). Estas palabras de Pablo VI hablan de disponibilidad apostólica que nace de la libertad interior y del seguimiento radical de Jesús, y no meramente de la capacidad de movimiento que se adquiere al no tener que mantener una familia. Es el mismo espíritu que inspira a muchos voluntarios que desean servir a la Iglesia y a los hombres en situaciones peligrosas, y a ser la voz de los sin voz con la denuncia profética en lugares donde, por sólo hacerlo, uno arriesga la vida. Por añadidura, el religioso tiene además el apoyo de una comunidad que garantiza la continuidad de la misión apostólica. En estos tiempos estamos asistiendo a un aumento en el número de misioneros seglares. Más aún, hay países donde no pocos de ellos sufren prisión, tortura y muerte por el hecho de ser catequistas, o líderes en las aldeas, o comprometidos en favor de la justicia. Si matan a un obispo o a un religioso, obviamente se atrae más la atención, pero hay una multitud de seglares cuyo heroísmo es bien conocido y celebrado por su propio pueblo... y por Dios. Sin embargo, si se estudia la historia de la Iglesia, también parece claro que los religiosos han desempeñado un papel de primer orden en la evangelización, en la extensión del Evangelio por el mundo. Pero junto a eso hay que considerar -y aquí el tema de la complementariedad es evidente- que los religiosos han dependido en gran medida de los cristianos seglares, recibiendo de ellos apoyo -financiero y moral- y, desde luego, vocacional. Y estoy pensando en las madres de aquellos hermanos jóvenes que partieron hacia China y otros lugares, para nunca más volver. • Vocación para la hermandad Hablamos y decimos sobre la llamada de los religiosos, lo cual está muy bien, pero ¿no existe un cierto problema para los hermanos, un problema de identidad, porque su vocación no es del todo comprendida? Mi respuesta a esta cuestión es «sí y no». Hay problema, pero ése no es básicamente nuestro tema, y no creo que haya muchos hermanos que experimenten un conflicto interno de identidad en tal sentido. Es verdad, la vocación del hermano no siempre ha sido entendida y apreciada, pero las raíces de esa situación están dentro de una Iglesia clericalizada. El cristianismo no se construye sobre relaciones de poder y status, sino sobre bases de fraternidad, la fraternidad de Cristo, sobre la implícita renuncia a un poder que destruya la interrelación y la comunión. A lo largo

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de la historia, apelativos como «Hermanos Menores», «Mínimos», «Hermanitos»... han intentado expresar la misma idea. Para los que contemplan la Iglesia como comunión no hay ningún problema. Pero para los que la ven con dimensiones de estructura, jerarquía y status... sí, puede haberlo. ¿Qué hacer al respecto? Creo que hay momentos en que debemos ofrecer a la gente una adecuada información sobre la naturaleza de la vocación del Hermano, sobre todo con ocasión de la promoción vocacional. Pero, aparte de esas circunstancias, estimo que lo adecuado es mantener un clima de sosiego y paz interior. Lo que importa es vivir el proyecto para el que hemos sido llamados: a ser Hermanos, hombres dedicados a seguir el Evangelio, a servir a los demás como hizo Jesús, hombres preparados para ayudar a los jóvenes a vivir más plenamente, hombres que tratan de inspirarse en las actitudes que hicieron de María la perfecta discípula de Cristo (cf. C. 4). Eso es lo que cuenta. Lo demás, títulos, categoría, status... puede ser seductor. Pero ¿de verdad hay alguien entre nosotros que suspira por ello? En el transcurso de una conversación con un marista, el padre Alfonso Nebreda, jesuita, antiguo director del Instituto de Pastoral para Asia oriental, con sede en Manila, expresaba certeramente lo que significa ser Hermano: «Únicamente el Hermano da un testimonio único de lo que es la vida religiosa. En el caso del religioso sacerdote, tas personas tienen tendencia a ver en él al sacerdote y no al religioso. En el caso de tas religiosas, su vida religiosa está manifiesta a todos, pero -al menos en tas actuates disposiciones de la Iglesia- ellas no pueden aspirar al sacerdocio. El Hermano es quien, ante tas posibilidades que se te ofrecen, escoge un género de vida en la Iglesia, simplemente como religioso. Quienes deseen comprender lo que es la vida religiosa... que miren a los Hermanos. » Y cuando miren, lo que deben ver y comprender es que el Hermano es un hombre que desea integrar en su vida cualidades como la aceptación de los demás tal como son, disposición de escucha, saber darse sin condiciones, paciencia con los que caminan despacio, presteza para proteger al débil e indefenso, el trabajo sin esperar recompensa o incluso respuesta de aquellos a quienes sirve; sencillamente: disponibilidad para acudir allí donde se le necesita (cf. C. 27, 83, 86).

• Amado por encima de todas las cosas Voy a terminar esta parte con una cita de un amigo al que aprecio mucho, el hermano Kieran Geaney. Él ha sido un gran apoyo para mí en estos años que llevo de Superior general. En 1984 le sobrevino un ataque aquí, en Roma, y de entonces acá ya no ha podido hablar con normalidad, pero ha seguido haciendo un bien inmenso a muchos -y me incluyo- con su amabilidad, su sensatez y el testimonio de su vida aun en medio de largos períodos de frustración y sufrimiento. Ha conseguido manejarse con la mano izquierda para poder escribir de nuevo y sus cartas y comunicados son siempre un motivo de gozo entre los estudiantes y amigos. En 1983 envió un escrito a los Superiores mayores de Australia, y les decía: «¿Cuál es el rasgo más distintivo de la vida religiosa? Su naturaleza escatológica: el testimonio de tos valores más allá de su limitada realización en este mundo. Los diversos estilos de vida que se dan en la Iglesia son complementarios entre sí, dentro de la llamada

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universal a la santidad. Mientras el seglar da testimonio de que Dios ha de ser amado en todas las cosas, el religioso proclama que ha de ser amado por encima de todas las cosas. Estos valores se hallan presentes en todos los cristianos; el acento testimonial difiere según el estado abrazado por cada uno.» Mejor resumen, imposible. -¿Qué sentimientos suscita en mí la declaración del padre Nebreda? -¿Tengo el compromiso firme y la libertad interior para seguir a Jesús con una auténtica «disponibilidad apostólica»? -¿Qué impresión llevo dentro después de la lectura de la parte titulada «Vocación para la hermandad»? MISIÓN «Mediante su Espíritu, los convierte constantemente y acrecienta en ellos el amor para encomendarles una misión.» Como religiosos apostólicos, somos enviados a los hombres, nos han encomendado una misión. Unos pueden articularlo mejor que otros, pero todos sabemos que esto es vital para nuestra condición de hermanos: Dios nos envía a una misión y se une a nosotros en nuestras tareas apostólicas. Es, si queréis, una corazonada, una convicción profunda que todos compartimos, no importa la forma como lo expresemos. Es, por supuesto, un acto de fe que nace de lo hondo. Y que no falte esto en nuestra vida, porque entonces colocaremos otros ídolos y nos inundará una total sensación de vacío. Nos mantendríamos algún tiempo por efecto de la energía y el entusiasmo naturales, pero no podría durar. En el diálogo vocacional, el desierto se nos presenta como un lugar al que se nos llama para nuestro encuentro inicial con Dios. En la soledad descubrimos su amor, la necesidad de convertirnos y cambiar de vida, y comenzamos a discernir el camino que Él quiere que tome-mos. Entonces, dejamos el desierto, y regresamos al punto de procedencia donde volvemos a encontrarnos con Él, esta vez en las vidas de los hombres. Así sucedió con Israel, y sucedió con Jesús, y sucede con nosotros. De vez en cuando Él nos atrae al desierto, para un en-cuentro personal, para que nos renovemos, pero siempre para volver de nuevo con amor fortalecido y mayor entusiasmo por la labor en la misión. Nuestra misión no es otra que la de Jesús, enviado para establecer la Nueva Alianza por medio de la reconciliación y la unidad entre los hombres y Dios, y dentro de la propia humanidad. Con esta finalidad anunció Jesús el Reino de Dios, y le dio comienzo. Ésa es nuestra misión, la que se nos encomienda bajo el hermoso nombre de HERMANO, viviendo la fraternidad de Cristo con todos, particularmente con los jóvenes, amándolos desinteresadamente (cf. C. 3). Sólo con esa conciencia podemos entender plenamente la naturaleza de nuestra vocación como religiosos apóstoles. (Utilizo el término de misión aplicado en sentido general a todo lo que se haga en servicio del Reino de Dios, porque solemos tomar la expresión «apostolado» en referencia a una concreta actividad apostólica.) La misión es lo que explica la elección de Dios, la llamada, la alianza, la consagración. Como he puesto de manifiesto antes, esa llamada no significa que seamos mejores que los demás. Ni tampoco es un don para el gozo y consuelo personal. La vocación es una llamada personalizada -cierto e importante- para

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servir; es un acto de amor en favor de todos, y eso es a lo que aspira. Por tanto, no podemos dejarlo exclusivamente en la idea de que se trata de una llamada, una alianza, una consagración. Tales elementos, sí, son fundamentales para la vida religiosa marista, pero sólo alcanzan pleno significado dentro de la misión, y sólo pueden vivirse con autenticidad al experimentar el imperativo de la misión. Y del mismo modo, la misión no podrá ser tal si no se cimenta en la llamada, la alianza y la consagración. Acción apostólica Una buena parte de nuestro apostolado está relacionado con la educación formal, con estructuras del tipo de colegios de Primaria y Secundaria, Escuelas de Formación del Profesorado, clases de catecismo, universidades, cursos de formación de padres, orfanatos, etc. Pero hay otras acciones en las que nos hemos comprometido que también participan de la educación en la fe, ya sea mediante la enseñanza, la proclamación directa, o la sencilla realidad de nuestra presencia y el contacto con los jóvenes. Los que hemos pasado años en las aulas sabemos que la enseñanza no es siempre un camino de rosas... Hay momentos estupendos, y ratos delicados también. Pero es una noble vocación, y os sugiero eltestimonio de Elie Wiesel, Nobel de la Paz en 1986, superviviente de los campos de concentración de la W guerra mundial. Éstas son sus palabras, hablando del papel de los profesores y de su influencia crucial en la vida de los jóvenes estudiantes: «Siento pasión por la enseñanza. Una pasión enorme. Quizá sea porque creo en la hermosura de la relación alumno-profesor; hay algo realmente bello ahí... Motivar a una persona, enriquecer a un estudiante, crear un contacto con uno que está de paso, todo eso justificaría una vida. Y es posible. Yo he visto lo que podemos hacer cuando realmente nos interesamos. Ya sé que es una palabra muy manida, pero es válida, interesarse.» Marcelino se interesó tanto por los jóvenes que ardía en deseos de emprender algo nuevo y audaz para atender sus necesidades. El mismo amor y preocupación debería impulsarnos a nosotros hoy a ser creativos como él, al «ir al encuentro de los jóvenes allí donde están... audaces para penetrar en ambientes quizá inexplorados, donde la espera de Cristo se manifiesta en la pobreza material y espiritual» (C. 83). Me pregunto si a veces no estaremos dando una cierta sensación de falta de esa creatividad y de esa audacia a la hora de responder a las necesidades que surgen en derredor. Hombres ardientes en la misión Pero, cualquiera que sea nuestro apostolado, si nuestro amor es fuerte seremos hombres apasionados, ardientes en la misión. He estado leyendo la miscelánea de un sacerdote de Albania, el padre Joseph Pilumi. Pasó veintiocho años en la cárcel, sufriendo períodos de tor-tura. Su salud estaba quebrantada, pero no así su fe. Recientemente, cuando pudo retornar de nuevo a la parroquia, sus amigos italianos le enviaron ornamentos y pequeños obsequios para el culto. En su habitación personal disponía de una litera, una mesa, algunas sillas; libros y ropa se hallaban cuidadosamente distribuidos dentro de un amplio agujero que había en el suelo porque las tarimas estaban carcomidas. Cuando le preguntaron si deseaba alguna otra cosa más, echó una mirada en torno al templo, en el que reinaba la sencillez, y dijo: «Esta iglesia está verdaderamente hermosa ahora, no necesitamos más.» Luego miró su aposento:

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«Tengo todo lo que me hace falta. Dediquemos lo demás a la misión. Ayudadme a publicar un catecismo que estoy traduciendo. Ayudadnos en la misión.» Ojalá vivamos nosotros con ese celo y esa pasión. A veces contemplamos la salida de algún hermano, y nos preguntamos el por qué. No siempre es posible dar una respuesta adecuada. Hay casos en que se ve claramente que jamás hubo verdadera vocación. Pero en otras situaciones resulta más complejo. Aparte del hecho de que cada ser humano es un misterio, pueden darse otros factores, incluido el conocimiento de sí mismo que- tiene la persona. Las peticiones de dispensa de votos perpetuos llegan al Consejo general, que las tramita en la Congregación de Religiosos, y ésta es la que toma la última decisión. La solicitud del hermano va acompañada de una carta del Provincial, y no siempre se puede evitar la impresión de que el Superior conoce mejor al hermano que éste a sí mismo. O al menos, que el Provincial expresa mejor las cosas. A veces se produce una crisis de fe, que va unida a un cierto desconocimiento de sí. Cuánta prudencia y sentido común encontramos en las palabras del artículo 96 de las Constituciones, cuando se habla de ayudar a los jóvenes «a conocerse, a aceptarse, a superarse y a convertirse al Evangelio». Pero me parece que se dan circunstancias en que las razones aportadas para la dispensa de votos son realmente secundarias y que el problema está en que el religioso ha perdido el sentido de consagración, de compromiso y de alianza con el Señor y con los hermanos. En un encuentro de Provinciales que tuvimos hace dos años, uno de ellos señalaba que lo más triste para él no era el descenso en el número de hermanos, sino el declive del espíritu de celo en la vida de algunos. Estoy seguro de que hay casos así. Si la llama se apaga hay motivos para la tristeza. Por el contrario, si se mantiene el dinamismo apostólico, habrá renovación en los individuos y en la Provincia. Una comunidad de apóstoles entusiasmados tiene mayores perspectivas para atraer nuevas vocaciones que se les unan en la misión. Todos conocemos a hombres ardientes en la labor apostólica del Señor, a veces hermanos que ocupan puestos prominentes, y otros que entregan su vida a los jóvenes con amor y gozo desde lugares sencillos. Yo he visto a muchos, y he sido testigo de la gran influencia que tenían para conducir por los caminos del bien a alumnos y padres. Hace unos meses, en el transcurso de una Asamblea de la Provincia de Poughkeepsie, les conté a los hermanos una historia de aquellos primeros Padres del desierto: «El abad Lot fue donde el abad José y le dijo: "Padre, en la medida de mis fuerzas yo cumplo mi regla, y observo el ayuno, la oración, la meditación y el silencio contemplativo; y hago todo lo que puedo para limpiar de mi mente todo pensamiento ocioso. ¿Qué más tengo que hacer?" El anciano se incorporó, levantando los brazos al cielo, y dijo: "¿Por qué no te conviertes completamente en fuego?"» ¿Hermanos, por qué no? Pidamos a Dios que nos ayude a ser hombres ardientes como Champagnat. MARÍA, CONSAGRADA Y ENVIADA A LA MISIÓN Aunque la figura de María aparece sólo en unos pocos pasajes, los Evangelios captan el mismo dinamismo de llamada, alianza, consagración y misión en su vida. Ella es elegida y separada por Dios para hacerla enteramente suya, para encomendarle una misión única: ser la

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Madre de Jesús, y en consecuencia la Madre de todos los cristianos. Ella «en la Anunciación acoge con fe la palabra del Señor», y «se abandona con gozo y amor a la acción del Espíritu Santo por la entrega total de sí misma» (C. 18), siendo a su vez consagrada por la gracia del Espíritu Santo y por la presencia viva del Hijo encarnado dentro de sí. María responde a su misión con el «fiat», que se convierte en el modelo de la respuesta humana a Dios, y ese compromiso con la misión condiciona su vida entera (cf. C. 120). Sin embargo, el camino que recorre es totalmente humano. Sabemos que no se le escatimaron interrogantes y sorpresas, y que en ocasiones no llegó a entender las cosas a la primera de cambio, pero «vivió con una total confianza en el Padre». Estaba acostumbrada a encontrarse con la verdad a través de la reflexión, ponderándolo todo dentro de su corazón, esperando pacientemente una visión más clara. Y por eso, «Ella es, de modo especial, la madre de los que se consagran a Dios» (C. 18). Los religiosos, al igual que todos los cristianos, estamos llamados a seguir a Jesús en circunstancias diversas. La nuestra, la de los Hermanitos de María, consiste en seguirle al modo de María, en estrecha vinculación con ella, viviendo su espíritu como quería Marcelino que lo hiciéramos, y sintiendo su ayuda (cf. C. 4). De esa manera, vamos adquiriendo gradualmente las actitudes que la convirtieron en la perfecta discípula de Jesús, su discreción, la sensibilidad y el respeto con todos... y Jesús paso a paso viene a ser el objetivo de nuestra vida, como lo fue en la vida de María (cf. C. 7). Esas actitudes y esa perspectiva en Jesús hacen de María el modelo acabado de nuestra misión, y nos mueven a llevar a Cristo a los demás con sencillez, entusiasmo y amor; a esperar pacientemente el momento adecuado para emprender la iniciativa, para proyectar la atención hacia Jesús. También es parte de nuestro apostolado dar a conocer y enseñar a amar a María, como lo hizo Marcelino, persuadidos de que Ella nos conducirá infaliblemente hasta Jesús (cf. C. 84). JESÚS ENVIADO A LA MISIÓN POR EL PADRE «Dios consagró a Jesús de Nazaret por la unción del Espíritu y lo envió para dar vida al mundo» (C. 12). Jesús fue enviado por el Padre para extender la Buena Noticia de su amor, para compartir su vida, para crear una comunidad de amor. Hay una escena maravillosa en el Evangelio de san Lucas, sin duda uno de los pasajes favoritos para muchos de nosotros: «Se puso en pie para leer. Le entregaron el libro del profeta Isaías, y desenrollando el volumen, encontró el pasaje donde está escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ha ungido para que lleve la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor. Enrolló el volumen, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él empezó a hablarles: "Hoy, en vuestra presencia, se está cumpliendo esta Escritura"» (Lc 4, 17-2°).

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Jesús habla aquí con sencillez y valentía, testimoniando su consagración y la misión que le ha sido encomendada. Ésta es una de las claves de su mensaje, la forma de expresar su identidad y la conciencia que tiene de sí. Ser Hijo y ser enviado se manifiestan conjuntamente: «Y, sin embargo, yo no estoy aquí por decisión propia; no, hay realmente uno que me ha enviado, y a éste no lo conocéis vosotros. Yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado» (Jn 7, 28-29). Después viene ese momento en que Jesús dice: «Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros» (Jn 20,21). Nosotros también somos enviados a dar vida. También somos consagrados por Dios, por Cristo, por la Iglesia, por el Instituto (cf. C. 79, 80). Es Cristo el que envía y distribuye los ministerios. El Señor Resucitado está presente y activo en nosotros por el Espíritu. Y comparte su amor creativo con los que se abren a la Palabra, con los que se entregan a él y a su misión. «Sí, os lo aseguro: quien recibe a uno cualquiera que yo envíe, me recibe a mí, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado» (Jn 13,20). Somos consagrados para la misión, o por decirlo con palabras de Pablo VI, «consagrados para el apostolado», no únicamente en un sentido de disponibilidad para servir a los demás, sino, a un nivel más profundo, porque hemos entregado nuestra vida a Dios, nos hemos ofrecido enteramente a Él, para que disponga de nosotros en el reparto de la misión de Jesús. El hecho de ser consagrados por Dios significa que se nos otorga la capacidad de seguir a Cristo con radicalidad. En unión con Cristo, hemos recibido gracia y poder para hacerlo. Y cuanto más tengamos a Jesús en el centro de nuestra vida, menos peligro habrá de que su-cumbamos ante la tentación de los falsos ídolos, como la reputación, el éxito, o cualquier otra cosa; y correremos menos riesgo de asumir valores que entran en colisión con el Evangelio. Desgraciadamente, puede suceder: bien sea porque nos acomodamos personalmente a valores que no lo son, o porque en nuestras comunidades se sufre de una carencia de trasfondo evangélico, o incluso porque nuestras instituciones están proclamando a veces, directa o indirectamente, valores que tienen muy poco que ver con el Evangelio. Cuando hablo con grupos de hermanos, suelo exponerles un deseo, un ruego: que sean hombres con una vivencia profunda de su condición de consagrados para la misión, enviados a los demás, hombres de «celo evangélico» (C. 81) y vitalidad, como Champagnat. Hermanos, somos llamados y amados personalmente, y con esta experiencia acudimos no como mensajeros tímidos y asustadizos, sino como enviados que arden en el amor de Dios. No hace mucho estuve presente en el funeral de un hermano que jamás fue un gran intelectual, ni dirigió obra alguna, pero que trabajó como un apóstol extraordinario. Dejadme que os brinde un extracto de la carta que esccribió uno de sus exalumnos: «El Hermano Francis McMahon ha sido un gran hombre para mí: Aquellos tiempos escolares de los años 50 no eran, por lo general, muy dichosos, pero él representaba una corriente de aire fresco: amable, sabía participar de tu alegría, animaba a aspirar a una meta alta, valoraba nuestros esfuerzos -más bien flojos- por llegar a ella... Frank estará en mi recuerdo todos los días de mi vida.» Más tarde, otro hermano que había vivido con él, dedicó a Frank un largo poema, del que os transcribo gustosamente algunos versos: «Escuchó una voz allá en to hondo,

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Y te dio tiempo a su Maestro. Y extrajo fuerza y espíritu, De las inseguras masas de estudiantes, A to targo de tas décadas, Abriendo el horizonte de tas mentes, Brindando desafíos cual destellos, Haciendo brotar manantiales de vitalidad, Ensanchando horizontes apretados. Y para los que pasaban penas, La mano dispuesta, et oído atento. Un manso reproche, un gesto de apoyo, Un torrente de valor Para luchar y sufrir. Hermano entre tos Hermanos, un Hermano para todos. » A eso estamos llamados, a ser «un hermano para todos», enviados para los demás. -Champagnat fue un hombre encendido en el fuego de la misión. ¿De qué forma experimento yo ese «ardor» en mi vida presente? -¿De qué manera es María modelo para mí, en el desarrollo de mi labor apostólica de cada día? -¿Puede suceder que esté dedicando tanto tiempo, energía y esfuerzo a mi «trabajo», que aprecie una merma en mi sentido de misión? -¿Tengo la actitud de ir al encuentro de los jóvenes más que esperar que ellos vengan a mí? -¿Cuándo me siento más plenamente «hermano para los demás»? -¿Cuál es la fuerza que me da energías, orientación e inspiración en mi misión?

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PARTE III VOTOS Y MISIÓN Esta alianza de amor en la que Dios se entrega a nosotros y nosotros a Dios (cf. C. 11) abarca nuestra vida entera, ;lo abarca todo! Nos reconocemos pecadores y sabemos que la realidad de nuestra existencia no siempre cuadra con los ideales que nos fijamos, pero tratamos de hacer nuestra la oración de san Ignacio: «Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Tú me lo diste, y a ti, Señor, lo torno; todo es tuyo, dispón a toda tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que esto me basta. » Tradicionalmente, en la mayoría de los Institutos religiosos, esta alianza de amor se expresa mediante la profesión pública de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Alguien ha sugerido que esos votos constituyen tres signos de exclamación que acompañan al nombre de Jesucristo en la primera línea del «curriculum vitae» del consagrado: ¡ ¡ ¡JESUCRISTO! ! ! Esto es lo que deberíamos proclamar gozosos: ¡¡¡Jesucristo!!! Hay no poca gente, extraña a la vida religiosa, que tiene una idea incompleta o distorsionada de los votos y lo que significan. Y tendríamos que incluir a fieles católicos, y -me temo- también a algunos obispos y sacerdotes. Es obvio que, en un momento dado, saquemos tiempo, lugar y modo para explicar a los demás el sentido de nuestros votos pero no creo que debamos llegar a un punto de obsesión docinal por ello. Lo que sí tiene que quedar transparente desde el prinpio es que nosotros, dentro de los límites de la humana fragilidad, somos manifiestos hombres de Evangelio que se han comprometido a seguir a Jesús radicalmente, hombres que quieren vivir una vida plea, deseosos de amar y compartir. El testimonio de autenticidad en ratat de vivir el Evangelio con valentía y generosidad, vale más que mil conferencias sobre el significado de los votos en el mundo actual. Ser consagrados para la misión y enviados a la misión equivale a esempeñar el papel de mensajeros del amor de Dios, que proclaman testimonian ese amor, y ayudan a los hombres a liberarse y abrirse a se amor. La urgencia de compartir brota de nuestra unión íntima on Jesucristo, que sostiene nuestro apostolado, porque Jesús vive en nosotros a través del Espíritu Santo, y a través de nosotros continúa Balizando su propia llamada y misión que es «revelar a los hombres 1 rostro del Dios-Amor y el sentido de la vida humana» (C. 79). Los votos son uno de los medios poderosos de vivir esa unión y manifesar la consagración, y por lo tanto tienen una dimensión misionera. ;o que viene a continuación no es una exposición teológica de los voos, sino más bien una referencia a ese elemento de «misión» que se ncierra en ellos.

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POBREZA Seguir a Jesús Mediante el voto de pobreza nos empeñamos en seguir a Jesús, que se hizo pobre por nosotros (2 Co 8,9), se despojó de todo (Flp 2, 6-8), nació humilde (Lc 2, 7) y vivió del trabajo de sus manos. Careía de casa (Lc 9, 58); compartía todo lo que le daban con sus compaeros y los necesitados (Lc 9, 14-15). Una y otra vez recalcaba que la vida no consiste en el tener (Lc 12,15), y que hay otras preocupacioes aparte del comer y el vestir (Lc 12, 24). Pues ése es el que nos llama y nos invita á unirnos a Él, de la misma forma que invitó al joven del Evangelio, «Ve, vende todo lo que tienes y reparte el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc 10, 21). La pobreza de Jesús, el despego de las cosas, revela su visión de la vida humana, la estimación de los valores que hay que preservar en contra del deseo de autosuficiencia, el ansia de bienes materiales, las ganas de acumular, querer controlar y asegurar el futuro desmedidamente. Sin embargo, más aún que eso, la pobreza de Jesús revela su corazón, el amor confiado que se abandona en el Padre: Dios alimenta a los pájaros, Dios reviste las flores, Dios conoce vuestras necesidades; buscad el Reino por encima de todo, y lo demás se os dará por añadi-dura (Lc 12). Por tanto, unirse a Jesús pobre es adherirse a Él en esa confianza, sabiendo que todo procede del Padre, y que Dios proveerá. Descubrimos de esa manera una nueva libertad que no es sólo el desprendimiento de las cosas terrenas, sino la experiencia de crecer en el amor, de compartir con los demás, de darnos a nosotros mismos, nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra vida de oración, lo que Jesús significa para nosotros. Hay también otros aspectos importantes de ese desasimiento, a la hora de tener que aceptar ciertos puestos, o de admitir cambios de destino que no nos hacen ninguna gracia, o cuando hay una cuestión de prestigio y otras tentaciones sutiles de escalafón y consideración pública, que pueden ser muy reales en algunas estructuras académicas (cf. C. 28, 31, 35). Este tipo de fe y de confianza en Dios lo vemos en la vida de María. Ella fue bienaventurada porque creyó que las promesas del Señor se cumplirían (Lc 1, 45). Porque confió en Yahvé y se entregó plenamente a Él, pudo entrar en el misterio de su misión y ser conducida a través de los acontecimientos imprevisibles que ello iba a suponer, y aceptar las privaciones, incomprensiones y sufrimientos que vendrían inseparablemente. Su confianza fue la de los «anawim» que vivían únicamente por la fe en las promesas del Señor. «María da su consen-timiento activo a todas las formas de desprendimiento que Dios le pide» (C. 30). A1 elegirla para ser la madre de su Hijo, Dios la escogió como artífice que modelara, mejor que nadie, la mentalidad y los valores de Jesús. El Hijo se abrió a la vida en el contexto de María, de los «anawim». Aprendió compasión, perdón, amistad, delicadeza y preocupación por los pobres al lado de la madre. SOLIDARIDAD CON LOS POBRES Unirse a Jesús en esa afirmación absoluta de que la humanidad puede confiar en la providencia de Dios exige algo más que pobreza en el tener y en el ser... también se requiere solidaridad para con los pobres. «Guiados por la Iglesia y según nuestra vocación propia, nos

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hacemos solidarios de los pobres y de sus causas justas... La preocupación por los pobres nos impulsa a descubrir las causas de su miseria... Nuestra misión de educadores de la juventud nos compromete a trabajar por la promoción de la justicia» (C. 34). El papa Pablo VI, en su extraordinaria carta a los religiosos, Evangelica testificatio, (17, 18), lo expresa sin rodeos: «Más acuciante que nunca, vosotros sentís alzarse el «grito de los pobres», desde el fondo de su indigencia personal y de su miseria colectiva. ¿No es quizá para responder al reclamo de estas criaturas privilegiadas de Dios por lo que ha venido Cristo, llegando incluso hasta identificarse con ellos? En un mundo en pleno desarrollo, esta permanencia de masas y de individuos miserables es una llamada insistente a «una conversión de la mentalidad y de los comportamientos», en particular para vosotros que seguís «más de cerca» a Cristo en su condición terrena de anonadamiento... Entonces, ¿cómo encontrará eco en vuestra existencia el grito de los pobres?» Yo no veo que se pueda interpretar esto como una exhortación a una Provincia o al Instituto para que dediquen un cierto número de hermanos al trabajo con los pobres. Es que es una llamada a todos, que nos impele a amar a los pobres (cf C. 34) y a manifestarlo mediante la acción, cualquiera que sea el apostolado que nos hayan encomendado. Hermanos, apelo a vosotros, una vez más, para que acojáis esta llamada como un regalo que hay que aceptar serenos y gozosos. El Espíritu Santo ha infundido a la Iglesia una nueva sensibilidad en torno a todo lo que se relaciona con la justicia y con los marginados de la sociedad, a todos los niveles, incluidos los internacionales. Recibamos este don con gratitud, sin miedo ni reservas. Cada uno está invitado a hacerlo realidad en su propia vida. Es imposible que se dé auténtica conversión en la Iglesia y en los individuos si no sentimos «el grito de los pobres». Un desafío complejo Hermanos, lo sé: desde algunos puntos de vista esto se presenta como un desafío complejo. Pero no tenemos que desmoronarnos a causa de la dificultad. Es un reto que trae claras implicaciones para nuestro apostolado, no sólo sobre a quiénes nos dedicamos, sino al propio tiempo cómo transmitimos a los alumnos y a sus familias las demandas sociales del Evangelio. Y las implicaciones se extienden a nuestro modo de vida, que debe estar impregnado de sencillez (C. 33, 32.1, 32.3). Sed valientes en esto, hermanos, y recordad que para Jesús el servicio a los pobres es el criterio decisivo de autenticidad (Mt 25, 35-46), y que, tal como dijo Juan Pablo II hablando a las gentes humildes de Chalco, en Ciudad de México, «al ayudar al hermano y a la hermana necesitados, sobre todo a los que son más débiles, la Iglesia trata de cumplir el primer mandamiento de la ley, que es amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos» (cf. Mt 22, 37-40). Me gustaría ofrecer algunos comentarios finales sobre esa frase del artículo 34 de las Constituciones que dice que los pobres nos evangelizan. Ya sé que estas palabras suenan raras a algunos hermanos. Pero si habláis con los que trabajan entre los necesitados, todos ellos os dirán lo mismo: los pobres pueden evangelizarnos de múltiples maneras. Dios puede hablarnos a través de ellos del modo más inesperado, y convertir nuestro corazón por el contacto con ellos. En particular, pueden ayudarnos a ser más desprendidos de los bienes materiales, a ser más compasivos, y a estar disponibles para los demás (C. 35).

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Podría daros numerosos ejemplos de lo que digo, pero me contento con algunas líneas de una carta que recibí hace poco: «... tienen tanto que enseñarnos, sobre el esfuerzo, sobre la alegría en medio de condiciones horribles, la amabilidad, las verdaderas prioridades, el ejemplo de unas vidas sencillas, el agradecimiento por la cosa más simple... Los que son cristianos se adhieren a su fe con una entereza que me anonada. Me han enseñado tanto...» A muchos de nosotros nos sucede que vivimos aislados del terreno de la injusticia, apartados de la pobreza real y la opresión, y por eso corremos el riesgo de volvernos sordos al clamor de los pobres y marginados. En varias Provincias se han organizado encuentros para ayudar a los hermanos a reflexionar, orar y contactar con los pobres, y esas vivencias han proporcionado un gran apoyo a muchos, incluso a los que previamente se mostraban un tanto escépticos. CASTIDAD Llamada al amor En tiempos pasados se solía reflexionar sobre el voto de castidad en términos de disponibilidad. A1 no comprometernos con mujer ni familia, estábamos libres para dedicarnos a acciones apostólicas que resultarían imposibles de acometer para los que tienen compromisos familiares. Desde luego, hay algo de verdad en ello, pero una visión tan funcional del voto resulta limitada. La castidad no sólo nos hace más disponibles: nos abre a una experiencia profunda de unión con Jesús, de sentirnos arrebatados por Él y llevados al fondo de su corazón, y de entrar en la vida de los hombres como hermanos (cf. C. 20). Nos lleva a adoptar una forma especial de amar a los que nos son encomendados, con un amor profundo y entregado que, sin embargo, no es posesivo (C. 21, 24, 26). El amor de Jesús Al mismo tiempo, el testimonio de un amor inspirado por Jesús no puede ser otra cosa que amor. No vivimos el voto de castidad mediante el cultivo de relaciones impersonales, o eliminando todo asomo de relación afectiva. La castidad es una forma de amar. En todas las épocas se ha visto dañada la Iglesia por escándalos morales, pero otras veces el mal ha venido causado por una visión de la castidad que tenía poco que ver con el amor y mucho con la represión de las relaciones humanas normales (cf. C. 24.1). Castidad no significa relación fría, distante y desafecta. Jesús quería a personas concretas, María, José, Marta y su hermana, Pedro, Magdalena, los niños... ¡con cariño verdadero! Las Constituciones lo expresan muy bien: Nuestro carácter de Hermano es una llamada específica a vivir la fraternidad de Cristo con todos, en especial con los jóvenes, amándolos desinteresadamente» (C. 3). Nuestra manera de amar es la de Jesús. En el monte de las tentaciones, Él se negó a dominar a la gente; en la montaña de Galilea envió a los apóstoles con las palabras «Id y haced discípulos» (Mt 28, 19), a ganar el corazón de los hombres desde el respeto y la libertad. Y nosotros lo manifestamos con nuestro amor individualizado, aceptándolos tal como son, reconociendo sus dones. Al propio tiempo somos conscientes de que algunos están particularmente faltos de cariño, esos jóvenes que nunca han tenido a nadie que les quiera, los abandonados, los huérfanos, los que han sufrido el olvido familiar, los que carecen de hogar, los que están atrapados por la adicción toxicómana. Demostrar afecto por estos seres

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marginados puede ser un duro desafío, y todos lo sabemos, pero es la única prueba auténtica de que nos mueve el amor. Llamados a comunicar vida Nunca conoceremos la paternidad en el sentido físico, pero estamos llamados a transmitir a las generaciones futuras el significado de la vida, el conocimiento de sí, y la propia estima. Nos han elegido para que seamos creadores de vida al comunicar el mensaje vivo de Cristo entre los hijos espirituales que nos han sido encomendados. Servir a los demás de esa manera es una respuesta generadora, un don preciado para el mundo de hoy y para el futuro. Llevar a cabo este proyecto con el estilo ardiente de Champagnat -«cada vez que veo a un niño, no puedo por menos de enseñarle el catecismo y decirle lo mucho que lo ama Jesús» -significa ser «padre» en un sentido muy cierto. Una manera importante de hacerlo es mediante la animación, lo cual atañe directamente a los educadores. Si amamos realmente, sabremos infundir ánimos. Recuerdo la tarde que pasé con un hermano que iba a ser operado de cáncer al día siguiente, con la certeza de que nunca más se recobraría. Me decía él que, así como no lamentaba mayormente las cosas que había realizado durante su vida, sí que sentía remordimiento por aquello que no había hecho: las palabras de apoyo que nunca fueron pronunciadas, los gestos de agradecimiento que nunca asomaron... En realidad, nuestro hombre era un ser afectuoso que no siempre acertaba a transmitir sus sentimientos. De María «aprendemos a amar a todos y así llegamos a ser también signos vivos de la ternura del Padre» (C. 21). En Ella observamos la preocupación amorosa por los demás, por José, por Isabel, los parientes y amigos, los miembros de la comunidad apostólica. Hermano El título de Hermano es muy importante por lo que encierra sobre la relación con los demás: significa atención, ausencia de egoísmo, no ser agresivo ni posesivo, desterrar toda vinculación que suponga status o privilegio de orden clerical o cualquier otro... solamente HERMANO, ¡qué nombre tan hermoso! Hay que seguir luchando para merecerlo. Tenemos que amarnos como Hermanos. En un artículo inestimable nos recuerdan las Constituciones que los miembros de una comunidad deben ser los primeros en compartir ese amor universal al que nos hemos comprometido. El amor a nuestros hermanos ha de ser sencillo y cordial, atentos para adivinar sus dificultades y participar de sus alegrías, abiertos a todos, y, si es preciso, sabiendo ofrecer la ayuda de la interpelación (C. 23). Ser hermanos con relación a nuestros alumnos quiere decir que superamos la tendencia a quedarnos en meros profesionales, excelentes conductores del medio juvenil, sí, pero sin entrar en contacto con ellos personalmente para conocer de cerca sus problemas y necesida-des. A nosotros nos corresponde desarrollar un estilo afectuoso de relación con las personas de un grupo que posibilite a los individuos la libertad de ser ellos mismos. Como decía el padre fundador, «para educar a los niños, hay que amarlos», dándoles muestras de «una atención impregnada de humildad, sencillez y modestia» (C. 83).

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Vale la pena recordar ahora aquellas palabras de Pablo VI en la Evangelii nuntiandi: «La obra de la evangelización supone, en el evangelizador, un amor fraternal creciente hacia aquellos a los que evangeliza... ¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre; más aún, el de una madre. » Y continuaba luego destacando algunos rasgos de ese amor: «Ofrecer la verdad, proclamando a Jesucristo sin reservas, respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona que se evangeliza, cuidando de no herir a los demás, sobre todo si son débiles en la fe... (EN, 79). Es un texto excelente que debería formar parte del credo personal de los hermanos. (Y de paso ya, en el libro Caminar con nuestras Constituciones, tenéis dos valiosas citas sobre castidad y relaciones humanas, tomadas de Yves Raguin y Jacques Guillet, jesuitas ambos). OBEDIENCIA Auténtica pasión por la voluntad del Padre Al hablar del voto de obediencia, los hermanos me han dicho a veces: «Yo siempre he hecho lo que me han mandado.» Lo cual es muy encomiable, y puede encerrar verdadero espíritu de heroísmo. Pero no es menos cierto que, en los tiempos que corren, nuestro sentido de la obediencia va más allá que hacer lo que nos piden. Nosotros asumimos el voto de obediencia «con fe y amor», siguiendo a Cristo obediente que dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió, y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34). Ahí está el fondo de la cuestión. Tomando la expresión del hermano Basilio, nuestra obediencia es «el deseo total de seguir los caminos del Señor, una auténtica pasión por la voluntad del Padre.» Jesús pasó la vida entera dentro de los normales deberes de obediencia a sus padres (Lc 2,51), y a las autoridades legítimas (Mt 17, 27). En la Pasión, llevó la obediencia hasta el límite con su sufrimiento (Hb 5, 8), haciendo de su muerte el sacrificio más preciado para Dios, el de la realización de su designio (Hb 10, 5-10), porque fue la obediencia al deseo del Padre lo que le llevó a la confrontación con la corrupción, y -en consecuencia- al holocausto de la cruz. Si contemplamos la vida de María vemos idéntica obediencia a la voluntad del Padre, basada en la fe y la confianza, en la escucha atenta de la palabra de Dios (cf. C. 38). Su «fiat» no fue la respuesta inspirada de un momento, sino la realización en el tiempo de una vida enteramente centrada en el designio de Dios hasta identificarse como «la esclava del Señor». Al dar el «sí», María se entregaba sin reservas a su misión especial. Si nosotros seguimos sus huellas, la obediencia, asumida como búsqueda y cumplimiento de la voluntad de Dios, se convierte en parte integrante de nuestro ser. Si no nos entregamos incondicionalmente, habrá una falta elemental de coherencia en nuestra vida. Y como les pasó a los apóstoles, pueden producirse a veces descensos en la generosidad, y puede haber infidelidades, desviaciones y temores. No obstante, nosotros nos comprometemos a seguir a

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Jesús, a parecernos a Él en la escucha y la respuesta al Padre en toda circunstancia. Y eso significa que nos esforzamos por desarrollar una «fidelidad interior a las mociones del Espíritu Santo» (C. 41) que nos disponga para el ejercicio vital del discernimiento. Eso tiene que ser como una segunda naturaleza dentro de nosotros. Nuestro sentido de la obediencia fue sintetizado con lógica y plasticidad por un famoso escritor anglicano, C.S. Lewis: «¿Cómo no vamos a obedecer lo que amamos...? ¿Acaso voy a intentar no dormir, o no beber, o no reír? Salirse de la voluntad de Dios es dirigirse a nin-guna parte.» ¡Qué cierto! Así que tratemos de evitar el peligro de ir hacia ninguna parte, o de convertirnos en hombres que no tienen una meta en la vida. Obediencia apostólica La obediencia atañe a nuestra vida en conjunto, incluyendo la misión, y por eso es sensible a las llamadas del Señor, a los signos de los tiempos, a la situación de los jóvenes y sus necesidades. La disponibilidad apostólica debe ser, por tanto, un rasgo importante de la obediencia «misionera». Por contraste, estimo que la carencia de esa disponibilidad es una de las fuerzas más destructoras del sentido de misión, tanto a nivel individual como en el grupo. A todos nos ha dado ánimos el ejemplo de hermanos que han sabido aceptar heroicamente destinos y responsabilidades que entrañaban grandes dificultades. Yo personalmente podría hablar de unos cuantos; hombres que se encontraban felices en lo que estaban haciendo, hasta que se les encomendó una nueva tarea que no les iba a resultar sencilla. Hace poco he tenido que pedirle a un hermano algo semejante. Los dos sabíamos que deberíamos discernir cuidadosamente para sopesar varios aspectos, sin excluir el de la capacidad para asumir esa labor a la que quería destinarle. Pero tuve claro desde el principio que la disposición del hermano era la del «sí» inmediato, reconociendo a la vez la necesidad de iniciar un discernimiento. Es un hombre inteligente, y sabía muy bien que la obediencia iba a exigirle sacrificios. «Sí»... «Fiat»... ¿Puede haber algo que signifique más? Hay otros casos que añadir y de los que he sido testigo privilegiado. Al recordar algunos de ellos, siento un nudo en la garganta... Pero también tendría que decir que ha habido veces en que la misión de una Provincia ha sufrido deterioro por la falta de disponibilidad en sus miembros, o inclusive por la desgana demostrada en analizar las prioridades apostólicas por temor a que los hermanos no aceptasen el cambio. Y, sin embargo, cuando nos atrevemos a asumir nuevos desafíos y nuevos riesgos, podemos redescubrir al Señor y a nosotros mismos en la senda que se nos abre delante. La disponibilidad generosa en la misión, yo diría que es una de las señales más claras de madurez espiritual. Volveré sobre este tema de la obediencia cuando hablemos del discernimiento. -¿Cómo puedo ser yo causa de alegría para los pobres? -¿Cómo podemos ser, a escala Provincial, causa de alegría para los pobres?

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-¿Quiénes son las personas a las que encuentro difícil amar? -¿Qué fuerza tiene mi sentido de disponibilidad apostólica? -¿Estoy haciendo aquello a lo que me comprometí con mis votos?

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PARTE IV LA ORACIÓN Somos hombres de fe, creemos en la alianza de amor de Dios, y lo natural es que experimentemos gratitud, que nuestros corazones respondan a ese amor, y que, de una forma u otra, demostremos agradecimiento. Y por eso, rezamos. Mirándolo así, la oración es como el respirar, sale espontánea. Y tras ese reconocimiento agradecido va fluyendo un río de sentimientos, alabanza y acción de gracias, arrepentimiento de las faltas, petición de ayuda, y -sobre todo- actitud de escucha a la presencia del Señor dentro de nosotros. Arraigados en Cristo La misión sólo es tal cuando hunde sus raíces en Cristo. Jesús es la única vid verdadera: «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros, si no estáis unidos a mí» (Jn 15, 4). A veces necesitamos cuestionarnos si somos o no serios en colocar a Jesús en el centro de nuestras miras, de cara a ejercer el ministerio en su nombre. Me acuerdo de un hermano que en cierta ocasión me dijo que tenía la sensación de haber perdido veinte años de su vida. Era un hombre bueno y muy trabajador, pero me explicó que la oración se le había ido de las manos y, en consecuencia, sus motivaciones tenían poco que ver con la misión. Sus aspiraciones giraban, más bien, en torno al prestigio personal, el éxito, ganar los campeonatos de fútbol, etc. Bueno, estoy seguro de que todos hemos tenido alguna vez intenciones no muy transparentes, pero creo que reconocemos la verdad de lo que antes he dicho: la misión sólo es tal cuando hunde sus raíces en Cristo. Sabemos que la oración diaria es importante, vital para el «encuentro personal con el Señor», tiempo en el que «aprendemos poco a poco a contemplar con mirada de fe nuestra vida, las personas y los acontecimientos», y encontramos en ella «inspiración y aliento para continuar la acción a la que Jesús nos llama» (C. 71). Escribía un hermano en carta reciente: «De verdad, el favor mayor que he encontrado aquí es el de la oración. Puedo tomarme un tiempo de una hora de quietud antes de acudir con los demás a la oración de la mañana, y disfruto de momentos para dedicarlos al Señor como nunca antes lo había hecho... Jamás había experimentado tanta paz, y los "problemas" me parecen muy livianos... Creo que éste está siendo el mejor período de gracia en mi vida...» En la oración percibimos la presencia de Dios dentro de nosotros (cf. C. 65) y extendemos la visión de esa presencia a todas las dimensiones de lo que nos rodea, la gente con la que nos encontramos, las situaciones que afrontamos... todo. Y es un gran consuelo para nosotros saber que la oración es algo más que nuestra oración. Somos atraídos por Jesús a la oración y entramos plenamente en el misterio de su vida y su misión (cf. C. 64). AMADOS POR ÉL Santa Teresa decía que la oración no es cuestión de pensar mucho, sino de amar mucho. Pero algunos hermanos acusan aquí cierto problema debido a que su vida de oración parece que se ha quedado atrofiada. No han superado el nivel de lo «establecido». Hay gente que se queda en el papel de Marta incluso para la oración. Y encuentran auténtica dificultad para sentarse

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en la presencia del Señor, como María, sólo para estar con Él, para darle una oportunidad de hablar. Hace años, en un encuentro con religiosos, el papa Juan Pablo II insistió en la importancia de reservar un tiempo para el Señor, para decirle que le amamos, y sentirnos amados por Él. Tenemos el ejemplo de María, respondiendo a esa experiencia del amor de Dios con el Magnificat. Recientemente he leído un libro escrito por una oblata benedictina anglicana, mujer casada, en el que se comenta la necesidad de reconocer dentro de uno mismo ese amor de Cristo, de recibir ese amor, de permanecer debajo de esa cascada de amor como si estuviésemos bajo la lluvia o inundados de sol. (Estoy escribiendo estas líneas en el Centro de Espiritualidad de El Escorial, España, donde los amaneceres son magníficos. No cuesta nada sentirse inmerso en el amor de Dios.) Mensajes de amor por doquier Las auroras de El Escorial nos recuerdan que hay momentos en que nos vemos «sorprendidos por Dios», que nos manda mensajes de amor. Las personas enamoradas saben reconocer el amor en la monotonía de la vida diaria. Y nosotros tratamos de ser sensibles a la presencia de Dios en los pequeños aconteceres, «entre los pucheros» como decía santa Teresa. Otra manera de describirlo es mediante la bella expresión de Du Caussade: «el sacramento del momento presente», siendo conscientes de la presencia del Señor en el flujo cotidiano, en las cosas normales de cada día. Me fascina la historia de la madre que solía llevar a su hijo pequeño a dar paseos de oración. Ella se limitaba a decir: «No vamos a hablar... sólo caminaremos, miraremos, y le daremos gracias a Dios por todas las cosas bonitas que veamos. Sólo pensaremos cuánto nos quiere Dios.» Insisto una vez más, una de las formas de llegar a una mayor vivencia del amor de Dios la tenemos en la revisión de la jornada (cf. C. 72). Es una parte importante de nuestra vida espiritual. MARÍA y la oración Es normal que los hermanos maristas hablemos de María y recemos con ella. Las dos acciones nos ayudan a modelar y profundizar nuestra espiritualidad. A menudo hacemos referencia a nuestro «carácter mariano». Tal carácter procede de la unión con María como persona viva, y, siendo así, es natural que queramos acercarnos más a ella, conocerla mejor, comprender sus actitudes, ver las cosas como ella las ve, amar a Jesús como ella lo ama. Y para avanzar en esa aproximación, queremos dedicarle más tiempo, para aprender más de ella, y cuanto más aprendamos, mayor deseo sentimos de que los demás también la conozcan. Una de las cosas que María puede enseñarnos es a rezar. Ella es la «Virgen que escuchaba» (Pablo VI), que esperaba en la Palabra, la recibía, y la transformaba en compromiso personal (cf. C. 67, 120). Su honda vida contemplativa venía alimentada por todas las formas de piedad prescritas y alentadas en la tradición judaica: plegarias, peregrinaciones, disposiciones rituales... Tal como vemos en el Magnificat, el lenguaje de la oración le resultaba muy familiar. Fue María la que enseñó a Jesús a rezar. Y por lo tanto nosotros, hermanos maristas, también rezamos con María, uniéndonos a ella en la alabanza, en la acción de gracias, en la intercesión (cf. C. 67).

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De nuestra vinculación a María se deriva igualmente un sentido creciente de lo mucho que ella ha hecho por nosotros, del interés que se toma por nosotros y por los que nos están encomendados. De esa convicción y de nuestra entrega filial brota la oración a María, a la que «agradecemos vivamente el don de nuestra vocación», al par que le pedimos que nos ayude a perseverar, fieles a nuestra misión (cf. C. 18, 86). Cada uno responsable «Somos responsables, individualmente, de nuestra vida de oración, y corresponsables de la oración de la comunidad» (C. 77). Tengo la certeza de que hay comunidades que en esto son admirables. La oración comunitaria tiene que apoyar el crecimiento espiritual de los miembros. Sin embargo, me temo que en algunos lugares no se le otorga el carácter prioritario que se le debe. Y es una pena, porque, dejando aparte el gozo y la responsabilidad de rezar juntos, la oración constituye por sí misma un vigoroso elemento de vitalidad para los miembros de la comunidad y para la experiencia compartida de comunión. Hace algunos años me encontraba girando visita a un colegio, adonde llegué un viernes por la tarde, cuando los alumnos, incluidos los internos, salían para casa. A la mañana siguiente, sábado, los hermanos tuvieron una hora de oración personal antes de la Eucaristía. Luego, al preguntarles cuál era el origen de esa costumbre me dijeron con sencillez que, en los diálogos comunitarios, habían llegado a la conclusión de que a causa del peso del colegio y los internos se estaba produciendo un cierto descuido en la oración personal y habían decidido tomarse ese tiempo matinal de los sábados. Lo que me sorprendió gratamente fue el hecho de que los hermanos hubieran tenido la madurez y la franqueza para hablar del problema entre ellos, tratando de aplicarle algún remedio. Modelo para todos. Dos apuntes finales: primero, es importante que recemos desde nuestra situación, desde nuestros sentimientos, deseos, experiencias, necesidades. No quiero decir que no podamos aprender de la experiencia de los demás; por supuesto que aprendemos. Pero, por otra parte, lo que a uno le motiva al rezar quizá no le motive necesariamente al otro. En segundo lugar, lo fundamental es que tengamos voluntad de orar. Si de verdad queremos rezar, luchando por liberarnos de los obstáculos que encontramos, entonces dejaremos al Señor el camino abierto para que actúe dentro de nosotros, y la oración brotará. Hay un cierto sentido de disciplina en todo ello, y en este momento recuerdo a un docto y estimado director espiritual que solía decir que ninguno llega a ser hombre de oración sin ceder algo a cambio, ya se trate de horas de lectura, o de televisión, o del tiempo dedicado al sueño... cosas así. LA EUCARISTÍA «La Eucaristía es el corazón de nuestra vida consagrada» (C. 69), en ella bebemos «la sangre de la nueva y eterna Alianza». A lo mejor es demasiado temprano... la celebración puede dejar mucho que desear... hace frío en la iglesia y además sólo estamos cuatro... podemos sentirnos cansados... pero sabemos que nos encontramos en el acto más importante de la jornada. Que también puede ser el más arriesgado. La razón, hermanos, es que mediante nuestro compromiso con la Alianza «somos asociados a la muerte de Cristo» (C. 12), y en la Eucaristía diaria nos unimos al sacrificio de Jesús, y hacemos, sin reservas, la oblación de nosotros mismos (C. 13, 69). Rogamos para que podamos ser «víctima viva» (Plegaria Eucarística, IV), uniéndonos a Cristo, y al Padre a través de Cristo. ¡Víctima viva!

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Cuando Jesús ofreció su cuerpo y su sangre en la última Cena, conocía las consecuencias de su acción. Sabía que se dirigía hacia una muerte horrible y solitaria. En la Eucaristía somos invitados a participar de su ofrenda de una manera especial, a seguirle en su oblación, a ofrecer nuestra vida por los demás, «a llevar la buena noticia a los pobres», a ir tras los pasos de ese Jesús que se identifica con los pobres y oprimidos de este mundo, a ser el Cuerpo de Cristo. En las palabras de la Plegaria Eucarística por la Asamblea, decimos: «Abre nuestros ojos para que veamos a todos los que viven en angustia. Inspira en nosotros palabras de verdad cuando nos encontramos con aquellos hermanos nuestros que están solos y abandonados. Infúndenos aliento para que asistamos en fraternidad a los que viven en la miseria y la opresión. Haz de tu Iglesia un lugar de verdad y libertad, de justicia y de paz, para que todos los hombres hallen en ella un motivo de esperanza.» Es aquí, en la Eucaristía, donde Jesús se ofrece a sí mismo como signo de su presencia en nosotros cuando nos entregamos a los demás. Recibimos la fuerza necesaria para ser otros Cristo en medio del mundo (C. 69), cuando damos el «sí» para seguirle adondequiera que vaya. No puede extrañar que muchos hermanos renueven sus votos en particular durante la misa, asociando esa ofrenda oblativa personal al sacrificio eucarístico de Jesús (cf. C. 13). En algunos lugares resulta imposible que los hermanos dispongan de la Eucaristía diaria; ésta es reemplazada por una paraliturgia adecuada (C. 69.1). Lo que no tenemos que perder son las actitudes eucarísticas: acción de gracias, ofrenda, vinculación al misterio pascual de Jesús, al misterio de la Cruz y el Altar, de donde arranca nuestro dinamismo (C. 7). La Iglesia es una comunidad sustentada en la Eucaristía, que la transforma, transforma a los miembros, y al mundo. Está en el corazón de los cristianos, y en el centro de nuestra vida de religiosos consagrados. Os transmito este hermoso testimonio que viene de América latina: «Cuando una comunidad cristiana de base se reúne en Riobamba... cuando estas manos humildes, marcadas por el duro trabajo cotidiano, heridas por el frío de los Andes, envejecidas prematuramente por la explotación, sujetan la Biblia... cuando estos ojos debilitados por la malnutrición y la enfermedad leen las Escrituras... cuando estas bocas de labios agrietados por la sequedad, por los golpes que les propinan los «amos», por el suministro irregular de los alimentos, explican el Evangelio... cuando estos hombres y estas mujeres, y los jóvenes y los niños, forman comunidad, reunidos todos ellos, poniendo lo que poseen a disposición de los demás, partiendo el pan de la Eucaristía en la mesa donde amasan la harina y preparan la legumbre de sus míseras comidas, o donde las madres dan a luz a sus criaturas... ¿quién se atrevería a establecer una comparación? ¿Acaso es la gran basílica de San Pedro más sublime que la pobre choza de estos indígenas andinos?» LAS ESCRITURAS

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Nuestra espiritualidad es cristiana en primer lugar, y la vivencia del Evangelio constituye la piedra de toque para todo cristiano. Estamos llamados a ser testigos del Evangelio (C. 89), para ver las cosas con los ojos de Jesús, oír con sus oídos, y amar con su corazón. Nuestra vida carece de sentido si no somos hombres de Evangelio. Nos acercamos a los libros revelados tratando de abrirnos a la conversión, sabiendo que a través de las Escrituras Dios se nos manifiesta, nos comunica su deseo, los planes que tiene sobre nosotros (C. 43). María, atenta a la palabra de Dios, confrontándola en su corazón, respondiendo a ella (C. 67) es de nuevo nuestro modelo, y de la misma manera que la Sagrada Escritura fue el manantial de su oración, así tiene que serlo para nosotros (C. 66). En estos últimos años hemos asistido al redescubrimiento de un antiguo método de oración, conocido como la Lectio Divina, una forma sencilla de rezar con las Escrituras que está siendo de gran utilidad para muchos hermanos. (Ya se dieron detalles sobre el particular en la circular titulada «Las Nuevas Constituciones»). De hecho yo se lo he recomendado a hermanos que descuidaban la meditación, y que han vuelto a ella a través de la Lectio Divina. Durante siglos, mucha gente ha conseguido alcanzar un cierto grado de contemplación por su medio, y es un gran regalo que nosotros también podamos disfrutarlo en los días presentes. Aprovecho la oportunidad para manifestar el agrado que me produce ver cada vez más comunidades que se reúnen para reflexionar sobre la Palabra. Los hermanos de una Provincia que visité me hicieron al final un obsequio inestimable: la promesa de que todas y cada una de las comunidades tendrían un encuentro semanal para comentar las Escrituras y las Constituciones alternativamente. Creo que la mayoría han mantenido la palabra dada. Como he dicho en ocasiones anteriores, estoy seguro de que mucha gente se extrañaría enorme-mente si viera que nuestras comunidades, formadas por hombres que siguen a Jesucristo, no reflexionan en torno a la Sagrada Escritura de una manera habitual. Así que me vais a permitir que termine esta parte brindando algunos pensamientos sobre la fe participada. Compartir la fe Compartir la fe puede ser un fuerte apoyo para nuestra vida, y un factor importante de renovación personal y comunitaria. Nuestro mundo relacional se basa fundamentalmente en la fe, relación con Dios, con María, con Champagnat... Resultaría sorprendente que no compartiéramos algo de esto. De hecho lo hacemos. En todas las comunidades se comparte la fe de diferentes maneras, no todas ellas verbales. Me tocó antaño vivir en una comunidad donde teníamos un hermano al que le costaba muchísimo hablar en las reuniones comu-nitarias. Pero su vida entera era un testimonio de fe, de entrega al Instituto, a los hermanos, y a los jóvenes que educaba. Aquello era «compartir la fe» de verdad. Expresarlo con palabras no tiene por qué ser complicado. Hay formas muy sencillas, como la animación de la oración, la sugerencia de intenciones, utilizar párrafos de Caminar con nuestras Constituciones. Hay en ese libro consideraciones que pueden ayudar a una comu-nidad a compartir la fe, sin dificultades de ningún tipo, aunque se recomienda un uso discreto y proporcionado. Quedaremos doblemente enriquecidos si esa participación se efectúa con seglares y otros miembros de la Iglesia. Felizmente hay ya unos cuantos hermanos que lo hacen y que pueden testimoniar la validez de lo que digo.

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Una de las razones por las que quiero animaros a que compartáis vuestra fe, es porque soy consciente de que tenemos grandes valores en la vida de los hermanos, que no siempre acertamos a conocer. Participé hace unos días en un encuentro comunitario durante el cual un hermano que se ha pasado la vida dando clase en la Primaria nos ofreció un testimonio extraordinario, a la vez sabio y humilde. Fue muy hermoso escuchar aquello. La fe participada nos ayuda a ver con más claridad la acción de Dios en nuestra propia vida y en la de los demás, a la vez que nos da nuevos ánimos para orar y trabajar. Más aún, me parece fundamental para el discernimiento comunitario, que yo creo que es crucial para el futuro de la vida religiosa. Tendremos ocasión de hablar sobre ello. -¿Qué significa para mí la expresión «arraigados en Cristo»? -«Vivimos nuestra oración como una gracia de participación en la oración de Cristo» (C. 64). ¿De qué forma lo experimento yo? -¿Doy algún paseo «de oración»? -¿Qué sentido tiene para mí hoy la Eucaristía? -¿Confío en el Evangelio?

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PARTE V DIVERSAS MANIFESTACIONES DEL AMOR Es interesante recordar que una de las cuestiones que la Comisión de Vida Religiosa, en el Concilio Vaticano 11, proponía a consideración, se planteaba así: «¿Constituye la acción apostólica parte integral de la vida religiosa?» Hablando a la Asamblea de Superioras ge-nerales, allá por 1986, un teólogo especialista en vida consagrada les decía: «Incluso en los Institutos de vida apostólica, la actividad es mirada a veces con cierta desconfianza... En el fondo, hay una sensación de que la acción entraña peligro, o es un obstáculo...» La tensión entre oración y acción sigue manifestándose en la vida religiosa, si bien no parece que el padre Champagnat tuviese problemas en ese sentido, ya que él era una persona profundamente orante, y a la vez incansable en la acción. Era un hombre que se multiplicaba en el amor a los demás, que veía a Cristo en cada uno de sus semejantes. Actualmente lo describiríamos como un «contemplativo en la acción». Los elementos de esta tensión entre vida de oración y apostolado han variado notablemente en las diferentes partes del mundo, pero los comentaristas hablan de oscilación pendular: en los años 50, las actividades apostólicas se veían en un segundo plano; más tarde, en la década de los 60, el péndulo saltó a la otra parte y se revalorizó la acción, cosa que a veces se expresaba con el eslogan «el trabajo es oración»; en los años 70 fue surgiendo una renovada atención a la interioridad, acompañada de una floración de retiros especializados, casas de convivencia, cursillos de oración, innumerables libros sobre el tema... Ésa es una forma muy general de ver las cosas, y supongo que la experiencia habrá sido variable según latitudes y países. Me doy cuenta de que podemos iniciar una reflexión sobre este particular desde diferentes ángulos. El acercamiento que yo os propongo seguramente resulta instintivo para la mayoría de los hermanos, y está sólidamente apoyado por las Constituciones. 1. Tres maneras de amar Hay un texto de la Lumen gentium que siempre me ha sido de gran utilidad en este terreno: «Esmérense cuidadosamente los religiosos en que, a través de ellos, la Iglesia realmente manifieste mejor cada día a Cristo, tanto a los fieles como a los no creyentes, ya sea • entregado a la contemplación en el monte, • o anunciando el Reino de Dios a las multitudes, sanando enfermos y heridos y convirtiendo a los pecadores a una vida virtuosa, o bendiciendo a los niños y haciendo el bien a todos, • siempre obediente a la voluntad del Padre que le envió» (L G, 46). Este texto subraya tres aspectos de la unión con Cristo que conforma nuestra consagración: ORACIÓN, MISIÓN, OBEDIENCIA A LA VOLUNTAD DE DIOS. Así responde Jesús al amor del Padre, y lo mismo tiene que ser con nosotros. Son diferentes formas de corres-ponder al amor de Dios. Cada una de estas manifestaciones -oración, misión, obediencia al designio del Padre- es iniciada por el Espíritu (cf. C. 65, 80, 83, 86). Y por eso no puede sorprender que sean interdependientes; ninguna se desgaja de las otras: son partes de una sola consagración. No tiene sentido contrastarlas u oponerlas. Como lo expresaba un comentarista: «Sería tan pueril como plantearse si los momentos más importantes y santos de la vida de Jesús fueron

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aquellos en que dejó a las multitudes para irse a la montaña a orar, o las circunstancias en que predicó, sanó, sufrió y murió en respuesta al deseo del Padre.» Bueno, creo que esta observación necesitaría algún matiz, porque nuestra vida no está tan bien integrada como la de Jesús; pero tiene su validez. Por tanto, cuando hacemos la revisión al final de la jornada, aquello que hemos realizado más en sintonía con el Espíritu será el mejor indicador de nuestro amor, ya sea la labor apostólica o los ratos de oración. 2. La motivación de nuestra acción apostólica Una acción apostólica movida por el amor, se lleva a cabo en libertad, y nunca inspirada por el miedo, las apetencias personales u otras motivaciones inferiores. Por eso necesitamos tomarnos un tiempo de reflexión para comprobar cómo servimos a los demás en nuestro apostolado, y por qué lo hacemos, a ver si es cierto que seguimos la voluntad de Dios. No toda acción puede calificarse de apostólica. ¿Cómo reconocerlo? Nuestro trabajo es misión cuando se corresponde con el deseo del Padre. ¡No todas las lecciones impartidas, ni todos los equipos entrenados, ni todos los edificios levantados por los hermanos maristas se han conducido hacia el Reino de Dios! De sobra sabemos que nuestra labor puede verse contaminada por la búsqueda de sí, por las ganas de distracción y otros móviles similares. La misión sólo es tal cuando hunde sus raíces en Cristo, es decir, en la voluntad del Padre. Por eso es muy importante que cultivemos una actitud'de reflexión, de discernimiento en torno a la motivación de nuestras acciones: ¿son el fruto de un amor genuino, de disponibilidad para servir a los demás, o encierran alguna sutil manipulación, alguna forma de egocentrismo, la búsqueda de popularidad, retribución futurible...? ¡O nos gusta el poder, lisa y llanamente! 3. Misión y oración Oración y misión están íntimamente relacionadas y se enriquecen mutuamente. Una lleva a la otra. El artículo 71 lo expone muy bien: «Nuestra relación de amor con Cristo, Dueño y Señor de nuestras vidas, ha de ser cultivada a diario. Asimismo, la eficacia de nuestra acción apostólica exige que estemos íntimamente unidos a aquel que nos envía.» «A su vez, la acción nos lleva de nuevo a la oración, que recoge así las penas y alegrías, las angustias y esperanzas de quienes pone Dios en nuestro camino.» En Jesús, oración y misión se integraban en un solo movimiento de amor, y eso es lo que nosotros buscamos. Tanto nuestra oración como nuestro apostolado constituyen dos formas interrelacionadas de crecer en el amor que se necesitan mutuamente. Ambas se inspiran en el Espíritu y ambas pueden conducirnos al encuentro con Dios. Desde luego que las acciones apostólicas no son explícitamente oración ni sustituyen a la oración. Pero si nuestro apostolado está verdaderamente animado por el amor de Dios lleva ya impresa la santificación. De hecho, la experiencia nos demuestra que ese mismo apostolado nos moverá con frecuencia a la oración. Una vida dedicada a servir a Dios cumpliendo su voluntad predispone a orar. Si la acción apostólica no está en sintonía con el Espíritu, entonces habrá dificultades.

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Pero todos somos distintos. Y la relación entre oración y apostolado tendrá matices diferenciales entre unos y otros. Podemos aprender de los demás, podemos leer libros, podemos acudir a retiros dirigidos... todo eso es útil y está muy bien, pero al final nos atañe a cada uno la responsabilidad de la propia vida de oración y su integración en la misión, y ver el modo de «orar constantemente». Recuerdo que cuando nosotros éramos novicios, uno de los modelos que se nos proponían era el de un sacerdote jesuita que había sido capellán castrense y cuyo método de «orar constantemente» consistía en recitar decenas de miles de jaculatorias a lo largo del día. No sé si muchos de vosotros os sentiríais atraídos por ese estilo de oración continua. Jesús nos insta a amar a Dios y amarnos los unos a los otros. Ese amor bidimensional forma un todo, una unidad (cf. C. 77). A lo mejor estamos complicando las cosas cuando nos ponemos a separar oración y misión y nos empeñamos en colocarlos en compartimentos estancos. Eso puede servir para ciertos enfoques y análisis, pero en realidad son elementos interdependientes de nuestra vida en Cristo Jesús. Quizá podamos aprender algo de nuestras madres en este terreno. Muchos hermanos me han dicho que sus madres fueron verdade-ramente santas, y que recibieron de ellas un elevado ejemplo de mansedumbre, bondad y capacidad de sacrificio. ¿Cómo llegaron a adquirir y mantener esa unión con Dios? ¿Cómo acertaron a «orar constantemente»? Ellas seguían aquellas prácticas de devoción sencillas y tradicionales, pero yo creo que, en la mayoría de los casos, lo que había era una oración genuina nacida del corazón, a través de la cual mantenían el contacto con Dios en medio de las labores y las preocupaciones que supone el llevar adelante una casa. Cuando Jesús transmitía su amor a la Magdalena, a los leprosos, a la mujer en medio de la multitud... ¿estaría musitando una plegaria? Yo me imagino que no, que seguramente la suya era una oración contemplativa en el fondo de su corazón y que irradiaba a todas aquellas gentes. Creo que esto es lo que nos toca a casi todos nosotros, y lo que hacemos con frecuencia, quizá sin pensar mucho en ello. Lo que los expertos en espiritualidad clásica solían denominar «contemplación adquirida» venía a ser un «afectuoso estar con Dios». Un hermano que escucha a un alumno que tiene problemas, que escucha con amor y acogida como Jesús hacía, llevando el espíritu de Jesús a esa persona... ¿es que eso no puede ser una «plegaria» en el mismo sentido que la contemplación es rezar sin palabras? Creo que este acercamiento a la oración como elemento continuo de unificación de nuestra vida, guarda mucha concordancia con la idea de la «presencia de Dios» tan querida de Marcelino. Es la experiencia de Dios que se nos hace presente en el decurso de la vida coti-diana: las personas con las que nos relacionamos, los desafíos que tenemos que afrontar, las necesidades a las que tratamos de dar respuesta... todo como en la vida de Jesús. Hay un trasfondo de. oración constante en nuestra labor. La plegaria del corazón no requiere pala-bras. ¿Acaso los que se aman necesitan estar proclamando el amor que se tienen, con palabras, todo el tiempo? Sin embargo, la cruda realidad nos demuestra que el trabajo puede llegar a «drogarnos», sobre todo cuando las cosas nos salen bien, y luego viene el peligro de que se vayan perdiendo las primeras motivaciones. Por otra parte, esa misma realidad nos enseña que el compromiso con los demás será más orante, y nuestra presencia entre ellos más calcada de la de Jesús, y el discernimiento más acabado, si concedemos al Señor un espacio de serenidad, meditación, recolecciones, retiro, revisión de la jornada... si somos fieles a la dimensión

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contemplativa de nuestra vida. La misma experiencia también nos dice que cuando hemos llevado el día a la oración, cuando hemos rezado teniendo delante nuestros encuentros con los demás, nuestras dificultades, las tensiones... brota una sensación de serenidad interior y enseguida pasamos a un momento de especial comunicación con Dios. Y le reconoceremos cada vez más cercano, en la acción, en la plegaria, en los amigos. Crecerá en nosotros el sentido de pertenencia a Dios y a los jóvenes con los que trabajamos; palparemos la compañía de Jesús y de María; experimentaremos la calma en el corazón aun-que se estén desatando todos los infiernos alrededor. De ahí nacerá un sentimiento de gratitud permanente, por la bondad de los compañeros, por la generosidad de los amigos, por las bendiciones del Señor, por la vocación, por el canto de los pájaros, por la vida, por tantas cosas... 4. La oración comunitaria La oración del religioso apostólico difiere en algunos aspectos de la del monje. En primer lugar, así como el reglamento monacal se estructura en torno a los encuentros formales de oración, ése no es el caso de una comunidad religiosa apostólica. La oración es tan impor-tante para ésta como lo es para la comunidad monástica, pero sin perder de vista que es la MISIÓN -los respectivos apostolados de los miembros de la comunidad- lo que tiene que considerarse al diseñar el reglamento interno. A veces encontramos una comunidad que se ha fijado para la oración un horario inadecuado porque no encaja con el compromiso apostólico de algunos hermanos. Obviamente uno de los aspectos primordiales del proyecto comunitario consiste en asegurar una sana y vigorosa vida de oración para sus miembros. Una comunidad responsable sabrá reunir las voluntades de todos para conseguirlo. En un reciente Capítulo provincial resultaron elegidos Consejeros algunos hermanos jóvenes, reemplazando a otros mayores que habían prestado grandes servicios a la Provincia durante muchos años. Ciertos capitulares aludieron a estos veteranos con el apelativo de «los dinosaurios», dicho con afecto. Desdichadamente puede suceder que existan en las comunidades «dinosaurios» verdaderos, capaces de bloquear cualquier diálogo constructivo sobre la oración comunitaria. Es normal que la misión influya en el estilo y el contenido de la oración, incluida la oración de la comunidad. En realidad, sería extraño que nuestro apostolado no nos condujera a una oración que recoja «las penas y las alegrías, las angustias y las esperanzas de quienes pone Dios en nuestro camino» (C. 71). Pero uno se pregunta a veces por la relación que existe entre algunas formas de oración comunitaria y la preocupación apostólica de los hermanos. Hay casos en que la oración comunitaria tiene muy poca conexión con la acción apostólica o con lo que sucede en el mundo circundante, al menos es lo que parece deducirse externamente. Recuerdo que estuve presente en una Eucaristía comunitaria en la época del conflicto del Golfo, y allí se leyeron las intenciones de la oración de los fieles, ritualmente, ¡sin hacer mención alguna a la guerra! Es natural también que recemos por aquellos que se nos han encomendado, a los que hemos sido enviados. Jesús pedía por los apóstoles, san Pablo lo hacía por las comunidades cristianas, y Marcelino por sus hermanos. Entre nosotros se ha mantenido una tradición im-portante: la de rezar por los alumnos, por los colaboradores, por aquellos con los que nos encontramos a lo largo del día. Lógicamente, tenemos siempre el recuerdo de nuestras familias (C. 81, 84, 887).

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Y hacemos oración con los demás, con aquellos que trabajan codo a codo con nosotros, con aquellos a los que nos dedicamos, con los hermanos que nos han precedido, los que están entre nosotros y los que se fueron a la casa del Padre. Qué alentador resulta saber que es-tamos unidos en oración con María, con Champagnat, con las generaciones de hermanos que nos antecedieron (C. 70). 5. La misión: un tiempo privilegiado «... el Espíritu Santo es quien... actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar...» (EN, 75). Estas palabras de Pablo VI resuenan a veces dentro de nosotros, porque lo hemos experimentado en determinados momentos de gracia, quizá durante una clase, o en una entrevista con un alumno, o en el diálogo con un hermano, o en el contacto personal con alguien que necesitaba ayuda. Hemos sentido en nuestro interior algo que no se explica más que por el Espíritu. No siempre gozaremos de esa vivencia de unión con el Señor en nuestra labor apostólica, pero seremos cada vez más sensibles a la acción del Espíritu en nuestra vida. Y comprenderemos mejor lo que Pablo quería decir cuando exclamaba: «Vivo, pero no yo, es Cristo quien viven en mí» (Ga 2, 20). A lo mejor todo esto os resulta más que elemental, pero lo recalco porque en ocasiones da la impresión de que los tratadistas sólo aluden a la experiencia religiosa como proveniente del ejercicio de la oración. La misión también es un tiempo privilegiado de unión con el Señor. Somos enviados a continuar la tarea de Cristo, y el Espíritu nos acompaña. Así que no puede sorprendernos que haya momentos en que nos sintamos agraciados con especiales dones espirituales en medio de la acción apostólica. -¿Cómo hago yo «oración constante»? -¿Tengo tendencia a mostrarme «dinosaurio» cuando la comunidad elabora su plan de oración? -¿Hay momentos en que verdaderamente percibo la presencia de Dios en mis labores apostólicas?

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PARTE VI LA VOLUNTAD DEL PADRE Participar en la misión de Jesús lleva consigo asumir su actitud fundamental de búsqueda de la voluntad del Padre, abandonándonos en Dios, confiando plenamente en Él. Las Constituciones recogen esa disposición en un artículo esencial (C. 36) que concluye de esta manera: «Jesús es para nosotros el ejemplo perfecto que intentamos seguir. Movidos por el Espíritu Santo buscamos en todo la realización de la voluntad del Padre, uniéndonos así al misterio pascual del Hijo.» Para María, igualmente, la vida, la «peregrinación de fe», fue un camino de escucha atenta a la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura, atenta al misterio de su llamada, atenta al deseo del Padre que se le manifestaba en Jesús, atenta al pie de la Cruz, esperando y escuchando junto con los Apóstoles en el Cenáculo. Es lo mismo que vemos en Marcelino, preocupado siempre por seguir la voluntad de Dios (C. 18) que se le manifestaba en la triste situación de los jóvenes de La Valla, en la ignorancia del muchacho agonizante. ¿Cómo nos aseguramos de que también para nosotros es ésa una forma de vida? En medio de tantas ocupaciones, ¿cómo evitamos el peligro de que la voz de Dios quede apagada por el ruido que se multiplica, incluido el clamor de nuestras necesidades? ¿Cómo nos mantenemos en la presenció de Dios, en una actitud de escucha al Señor, dejándonos guiar por Él, atentos a responder a sus llamadas? En la tradición marista se ha puesto siempre un énfasis particular en la necesidad de encontrar la comunión con Dios en medio de las ocupaciones de la vida, por múltiples que fueren. Conocemos el encarecimiento de Champagnat por el ejercicio de la presencia de Dios, la costumbre del ofrecimiento diario, las jaculatorias, la oración de la hora, las visitas al Santísimo Sacramento... y es obvio que de ahí vienen apoyos para la vida de los hermanos, que sostienen el espíritu de oración y de unión con Dios a lo largo de la jornada. Pero se nos pide más; se nos pide que escuchemos al Señor, que oigamos sus llamadas, que seamos sensibles a las mociones del Espíritu, que actúa dentro de nosotros, que nos conduce al Padre. Hay una relación profunda entre la actitud de discernimiento y la vivencia de que somos enviados en misión apostólica. Es muy importante que una comunidad y una Provincia respondan al Señor, cuando nos llama a través de las necesidades del mundo, y cuando tratamos de discernir nuestras prioridades en el campo del apostolado. DISCERNIMIENTO En la circular sobre el Discernimiento (julio de 1988) traté de desarrollar algunas ideas en torno a este tema, así que no voy a repetir cosas que dije entonces. Pero hay un par de aspectos que quiero poner de relieve. El primero ya ha sido apuntado: cultivar un espíritu de discernimiento. Es una actitud, una disposición habitual, que se manifiesta en una sensibilidad creciente y atenta para con el Espíritu (C. 38). Significa que nos hacemos conscientes del modo en que el Señor actúa en nuestra vida, y de cómo nos atrae con su gracia a respuestas concretas de acción. El tiempo

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de oración personal y la revisión de la jornada son factores vitales para ayudarnos a conseguir un corazón atento y libre, tan necesario para el religioso apostólico. Oración personal y revisión: ambas se interrelacionan, se enriquecen y contribuyen a integrar más plenamente la vida. También se requiere un buen conocimiento de sí mismo para ganar en libertad de espíritu, para eliminar los bloqueos que entorpecen la marcha y reconocer si las motivaciones están enturbiadas por el egoísmo. Una formación que garantice esto presta un servicio inestimable al hermano y a su misión. Igualmente puede ayudar el acompañamiento de un director espiritual experimentando (llámese así, o guía, o animador...) que camine junto a nosotros y conozca nuestro interior. El espíritu de discernimiento, por tanto, es una disposición adquirida que nos asegura una forma de vida reflexiva, atenta, receptiva, y que responde a la presencia de Dios en toda circunstancia. Con algún matiz diferencial respecto a esta actitud habitual de discernimiento, el segundo aspecto que quiero recalcar se refiere más particularmente al ejercicio concreto de discernimiento en momentos especiales para nosotros, para la comunidad, o para la Provincia, cuando llega la hora de tomar una decisión. Quizá no se dé esto con frecuencia, pero hay situaciones en que nos corresponde pesonalmente, o corresponde a la Provincia, o al Instituto, optar y decidir en el marco de una respuesta fiel a Dios y a la Iglesia (C. 43). Obviamente, tales ejercicios de discernimiento, ya sean a escala individual, o dentro de la Comunidad, o de la Provincia entera, o del Instituto, son temas muy serios. En estos últimos tiempos he visto algunas Provincias que han llevado a cabo un discernimiento durante un período de dos o tres años, y han encontrado en esa experiencia un vigoroso elemento de renovación interna. Permitidme que os cuente ahora una historia que tiene que ver con lo que venimos diciendo. Hace años, cuando me encontraba de visita en Nigeria, quedé maravillado al observar cómo los chicos cuidaban de los que eran más pequeños. Uno de los hermanos nativos me dijo que cuando él era muy joven, su madre le dejaba al cargo de los menores, mientras ella acudía a las labores del campo. Siempre les dejaba la comida preparada, con la indicación de que la tomaran cuando el Sol hubiese alcanzado determinada altura. Bueno, como os podéis imaginar, a los chavales les entraba el hambre bastante antes de que el Sol hubiese llegado al punto fijado... Así que los jóvenes comensales -dubitativos sobre el mandato de la madrese lanzaban a la captura de una especie de lagarto que se da en el país, un animal que corre, luego se para, se incorpora sobre las patas delanteras, acompañándose de un movimiento de cabeza arriba y abajo. Pues bien, cuando atrapaban uno, decían los niños: «Señor Lagarto, ¿es hora ya de comer?» Y, por supuesto, el lagarto, que seguía con el movimiento rítmico de la cabeza, parecía indicar abiertamente «¡sí!» Os cuento esta historia porque puedo recordar casos de hermanos que han tomado decisiones sobre aspectos importantes de su vida, afirmando que lo habían hecho tras un discernimiento. Sin embargo, al comentarlo con ellos se me hacía evidente que allí no había existido discernimiento serio. A lo sumo, a veces, la cuestión había sido más bien encontrarse con alguien que estaba de acuerdo con ellos, alguien que también decía «sí».

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PEDAGOGÍA DEL DISCERNIMIENTO Las Constituciones nos ofrecen una pedagogía del discernimiento que es verdaderamente valiosa, y voy a mencionaros con brevedad algunos de sus rasgos fundamentales. • Espíritu de fe Por supuesto que el discernimiento no tiene sentido si no se realiza con espíritu de fe, en la oración y la escucha de la Palabra de Dios (C. 43), en la fidelidad a la acción del Espíritu Santo (C. 41). • Espíritu de comunión Buscamos juntos la voluntad de Dios en un diálogo fraterno con el Superior y con los hermanos (C. 41). • Dispuestos a cambiar Si nos comprometemos a llevar a cabo las decisiones que surgen del discernimiento comunitario, eso significa que estamos dispuestos a cambiar, a convertirnos, a purificar nuestros corazones (C. 41, 43, 166, 169), y presupone igualmente una libertad interior que nos preserva del miedo, de las ataduras personales, de los prejuicios, de todas las actitudes que puedan limitar nuestra visión del Evangelio. Si nos dejamos llevar de los temores, probablemente mermará en nosotros la acogida a lo que Dios quiere revelarnos. • Lectura apropiada de los signos de los tiempos Un elemento clave en cualquier discernimiento consiste en conocer la realidad, en una lectura apropiada y una atención constante a los signos de los tiempos, a las llamadas de la Iglesia y a las necesidades de los jóvenes (C. 43, 168). Es esencial tener un conocimiento lo más completo posible de la situación que se analiza, de sus complejidades, de los recursos con que contamos, la naturaleza de la acción que queremos emprender, la manera de ser fieles a nuestro carisma, las consecuencias de la decisión que se va a tomar. • La mediación del Superior Es otro de los factores para el discernimiento comunitario, a la hora -por ejemplo- de tomar opciones apostólicas (C. 168). Siguiendo el modelo del Fundador, el Superior ejerce su función con «la oración asidua y escuchando a sus Hermanos» (C. 42), ayudando a «crear un clima de entendimiento y armonía» entre ellos (C. 53), unificando esfuerzos «para bien del Instituto y de la Iglesia» (C. 122); y todo esto llevado a cabo «al estilo de María» (C. 120). CONSULTA Los hermanos hablan a veces del Superior diciendo que él es el que manda y ellos obedecen. En cierta medida resulta cierto, pero no lo es menos que el Provincial tiene que ser la persona más obediente de toda la Provincia. A él le corresponde como a nadie tratar de buscar la voluntad de Dios, y para hacerlo necesita de la ayuda de sus hermanos. Para todo discernimiento en el que esté comprometido un grupo, se requiere consulta, lo mismo para el Papa, que para el Colegio Cardenalicio, una Conferencia Episcopal, una Provincia religiosa o una comunidad. Todos los miembros se esfuerzan por encontrar la verdad y ver cuál es el designio de Dios para la misión.

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En esa búsqueda aceptamos diversas mediaciones: el Papa, la Jerarquía, nuestra propia familia religiosa con sus Constituciones, los Capítulos, los Superiores. Y todos, entre unos y otros, debemos ejercer la mediación de manera recíproca (C. 40). Quiero hacer dos consideraciones sobre esto que estamos diciendo. Primeramente, Dios nos habla a través de varios «canales» oficiales, los diversos pronunciamientos de la Iglesia, las homilías, conferencias etc. ... todo ello muy útil. Pero no deberíamos descartar la posibilidad de que el Señor se nos pueda manifestar por medio de nuestros padres queridos, o de otras personas prudentes, o por la poesía, el teatro, el cine, y a través de los signos de los tiempos. En segundo lugar, hacemos un uso inteligente de tales mediaciones, sin dejarnos llevar de simplezas. En ocasiones, cuando los hermanos han estado estudiando la conveniencia o no de cerrar una escuela, he oído decir: «Pero el señor obispo quiere que nos quedemos». El deseo del obispo es obviamente un elemento importante para el discernimiento apostólico. Pero no es el único. He contado repetidas veces la anécdota de aquel cardenal, que, al hablar con una Madre general que se veía obligada a retirar a sus religiosas de algunos colegios, se mostraba conforme con ella, entendiendo la situación. Para añadir a continuación: «¡Pero no quite a ninguna de las escuelas de mi diócesis!» PRIORIDADES APOSTÓLICAS El Consejo general ha asumido el ejercicio del discernimiento como una de las prioridades para el Instituto. Un aspecto esencial de esa prioridad es el discernimiento común de cara a las opciones apostólicas que hay que tomar. Cada vez estoy más convencido de que éste es uno de los retos más significativos que afronta el Instituto en el período actual de su historia. Es un desafío al que tenemos que responder con decisión, esperanza, creatividad, audacia y humildad. Y digo lo de humildad porque es fundamental que conozcamos la realidad de los hechos, que veamos las cosas como son de verdad, y no como quisiéramos que fueran. La Iglesia, las Constituciones y nuestra propia experiencia nos indican insistentemente que se está operando un cambio en el mundo de los jóvenes, y en la Iglesia misma. Han surgido, y siguen surgiendo nuevas necesidades, que nos interpelan con un sentido de urgencia. También nuestros recursos han cambiado: somos menos que antes en casi todas las Provincias, pero nos vemos más experimentados, con criterios más sólidos, contamos con seglares valiosos en muchos lugares, y hemos ganado en estilo de trabajar juntos. Decía Juan Pablo II en una alocución a la Unión de Superiores Generales, hace unos años: «Recae en los Superiores de los Institutos respectivos... la misión de asegurar la continuidad de la obra querida por el fundador, renovándolos y adaptándolos de acuerdo con las necesidades de los tiempos, estudiando y preparando nuevas presencias apostólicas, tomando en cuenta las exigencias de la misión pastoral y las de la vida religiosa. Ése es un problema que se ha agudizado extremadamente, a causa del aumento en las necesidades apostólicas y la disminución en el personal. » Al hablar de fidelidad a la misión, las Constituciones aluden a «decisiones valientes, a veces inéditas» (C. 168). Hay momentos en que uno tiene la impresión de que determinadas Provincias no van a tener la valentía de tomar tales decisiones; sin embargo, hay que hacerlo con entrega y generosidad, pero, antes que nada, con discernimiento. Llevarlo a cabo para poner al día nuestros compromisos apostólicos es una clara señal de fidelidad y vitalidad interna.

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Permitidme terminar estas consideraciones volviendo de nuevo a aquel «sueño» que os conté en la Circular titulada Una llamada urgente; SOLLICITUDO REI SOCIALIS. Lo recordaréis. Pues bien, recientemente estuve hablando con un Provincial sobre ese tema, y se suscitó un interrogante: quién tenía más derecho a la presencia de los Hermanos Maristas, si aquellos con los que habían trabajado durante cincuenta, sesenta o setenta años, contando ya con un espléndido colegio, una sólida tradición, y una plantilla bien integrada... o bien aquellos otros que nunca gozaron de tal oportunidad, y que jamás dispondrían de una escuela católica a no ser que fueran allá los hermanos... Por supuesto que existen otros factores que deben concurrir en el debate, y no trato de ser simplista, pero creo que nuestra balanza suele tener la tendencia a inclinarse hacia el lado del status quo, lo que ya está establecido, los que ya son privilegiados. Me decía hace poco uno de los Consejeros generales, después de la visita a una Provincia: «Los hermanos podrían dejar casi todos los colegios mañana, y seguirían funcionando muy bien.» Yo creo que tiene razón; allí han preparado a los profesores seglares de tal manera que podrían hacerse cargo de la mayoría de las escuelas. Pero ¿tendrían los hermanos el desprendimiento necesario para levantar la tienda y moverse a otros lugares donde hacen más falta? Algunos sí, seguro. LLAMADAS ESPECIALES Un corazón que discierne es un corazón sensible y receptivo a las llamadas peculiares que llegan de la Iglesia, de las necesidades de los tiempos y de nuestra tradición. Las hay que resuenan con nitidez en los momentos actuales, por ejemplo la opción preferencial por los po-bres, que mencionábamos anteriormente. Es una llamada clarísima que nos viene del Espíritu Santo, y las responsabilidades que nos atañen están bien indicadas en las Constituciones (C. 32, 33, 34). Es una inspiración que impregna nuestro compromiso apostólico y el testimonio de nuestro estilo de vida. Es una auténtica gracia que se nos otorga y que probablemente toca fondo en la renovación de nuestra misión. Tenemos otras llamadas igualmente importantes. Una muy concreta, a la que hice referencia en la última Circular, es la que nos insta a acompañar y alentar a los seglares para que desarrollen su plena función en la Iglesia. Y podemos ver otra en el movimiento progresivo en favor de la dignidad y la igualdad de la mujer. Y otra, la conciencia emergente de que la humanidad ha de ser administradora de la tierra ante los peligros mundiales que amenazan al medio ambiente. En años recientes, y sobre todo en la encíclica Redemptoris missio, el papa Juan Pablo II ha convocado a la Iglesia entera a comprometerse denodadamente en favor de la «nueva evangelización». También lo dijimos en la Circular anterior. -¿Cómo se ha ido desarrollando en mí un espíritu de discernimiento a lo largo de los años? ¿Cuáles son algunos de los factores que me han ayudado? -¿Manejo a veces alguna sofisticada versión de la técnica del «lagarto» cuando planteo un problema del cual ya me sé la solución? -¿Hasta qué grado es consciente mi Provincia de la necesidad de discernir las prioridades apostólicas? -¿Cuáles son los obstáculos que más se oponen a ese discernimiento en la Provincia?

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PARTE VII UNA COMUNIDAD PARA LA MISIÓN La comunidad está en el centro de la mísión. Jesús vino a anunciar la buena noticia del amor de Dios a la humanidad y para reconciliar a los hombres con Dios y los unos con los otros (Jn 11, 25), a proclamar la comunión de todos. No sólo predicaba esa comunión, la vivía. En el comienzo de su apostolado reunió a los doce que habrían de compartir con Él vida y misión (Me 3, 14). Prestó gran atención a la formación de sus discípulos para integrarlos en comunidad (Mt 18) de cara a la acción apostólica (Mt 10), e intercedió para que llegasen a ser todos uno, como Él y el Padre eran uno (Jn 17, 21). Unidos por el amor a Jesús, los miembros de la naciente Iglesia tenían «un mismo corazón y un mismo espíritu» (Hch 4, 32), realizando su comunión en la fracción del pan (Hch 2, 42) y en la participación de los bienes (Hch 4,32 - 5,11). COMUNIÓN VIVIENTE Por tanto, nosotros también nos empeñamos en vivir «en comunión», cuya primera referencia es nuestra propia comunidad. La comunidad se reúne en torno a María, de la misma manera que el grupo apostólico se congregaba en torno a ella, para apoyarse unos a otros, para orar juntos, y recibir el Espíritu Santo que fortalece para la misión (C. 47). Todos y cada uno tenemos la responsabilidad de construir la comunidad y nuestro compromiso en el proyecto de vida comunitaria es un elemento importante de esa responsabilidad (C. 50.1). Un famoso escritor y psiquiatra, el Dr. Jack Dominian, exalumno marista, ha estudiado el valor y el significado del apoyo, la sanación y el crecimiento para los cónyuges en el matrimonio. El esquema es aplicable a otros contextos de relación, incluido el de nuestra vida en comunidad. Apoyo: que quiere decir compromiso con los hermanos, voluntad de sacrificarse por los que viven con nosotros, cultivando esa «finura de corazón» (C. 51) tan fundamental para edificar la comunidad; sanación: que se asimila a estar dispuesto a perdonar, a tra bajar por la reconciliación, «superando nuestro egoísmo y nuestra susceptibilidad -dicen las Constituciones-, recibimos con sencillez el aviso fraterno. Sabemos perdonar y pedir perdón, y tratamos de eliminar de nuestro corazón todo resentimiento» (C. 51); crecimiento: que se basa en la convicción de que la comunidad debe ser el ámbito natural «en el que se desarrollan las cualidades humanas y los dones espirituales de cada Hermano» (C. 51), donde consideramos a los demás como regalo de Dios, y donde es natural que recemos todos los días por ellos y por la misión que se les ha encomendado. Vivir en co-munidad tiene que ser un factor de creatividad en relación con nuestros hermanos, y de redención para nosotros mismos. Todo ello supone una lucha constante para combatir la tendencia al egoísmo que se manifiesta de tantas formas... poniendo obstáculos a la escucha mutua, a saber conceder tiempo para el Hermano, a aceptar las diferencias, a perdonar (C. 51, 63). Perdonar, reconciliarse, ¿existe mejor demostración de amor verdadero? Uno de los peligros de la vida en común está en que nos acostumbramos a las personas, y nos volvemos particularmente sensibles a sus fallos y deficiencias. Las buenas cualidades se dan por sobreentendidas. Recuerdo, cuando hace años era yo joven Consejero provincial, que estábamos en cierta ocasión estudiando el informe de votos que el hermano Maestro daba sobre sus novicios. El Provincial leía las observaciones del Maestro. El hecho es que en

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algunos casos, vista la primera página daba la impresión de que el novicio no se preparaba para la profesión, más bien era candidato a la canonización. Luego, en la segunda página se explicaban las razones de por qué el joven no debería ser admitido a los votos (!) Y el formador tenía razón. Era un hombre muy prudente que sabía apreciar las cualidades de sus discípulos, pero que conocía muy bien también las debilidades que les harían insoportable la vida consagrada. Pero qué fácil es convertirse en especialistas para detectar las faltas y deficiencias... Sucede en el matrimonio y sucede en la vida de comunidad. La última vez que estuve en Australia fui a ver una película, «El color púrpura», sencilla y estupenda. Es la historia de una pobre mujer, maltratada e insegura, que es capaz de comenzar una nueva vida merced a la ayuda de otra mujer que le demuestra respeto y confianza. Sé que muchos de vosotros realizáis un milagro parecido entre los alumnos que educáis. En un determinado momento de la película, uno de los personajes dice: «Yo creo que a Dios le sienta como un tiro que estés caminando por un prado al borde mismo del color púrpura, y no te enteres. La gente piensa que a Dios sólo le importa que le agraden. Pero hasta el más necio puede advertir que Él está siempre tratando de agradarnos a nosotros... preparándonos pequeñas sorpresas, y poniéndonoslas delante cuando menos lo esperamos.» Hay tanto color púrpura en aquellos con los que vivimos... ¡Creo que Dios espera que nos demos cuenta! En Marcelino Champagnat tenemos un ejemplo maravilloso de hombre de comunidad, que se dio plenamente a los hermanos. Era capaz de crear un ambiente que sus seguidores describían como espíritu de familia, una cualidad comunitaria que constituyó un poderoso factor de crecimiento en las vidas de aquellos jóvenes y un gran estímulo para su acción apostólica. Comunidad de fe y misión Una comunidad de fe impulsa y alienta el sentido de misión de sus miembros (C. 58, 82). Las propias estructuras de nuestra vida en común deben tender a ayudar a los Hermanos a crecer en la fe y en la entrega al apostolado. Nuestra oración, nuestra reflexión, las reuniones comunitarias, tienen que estar impregnadas de una profunda vivencia de la misión. Y así se realiza en algunas comunidades. Otras, en cambio, se pasarían horas discutiendo sobre la marca del coche nuevo que van a comprar, pero se ven en dificultades para articular un diálogo en torno a la labor apostólica (C. 58.1). COMUNIÓN MÁS AMPLIA Ciertamente nuestro compromiso de comunión se extiende más allá de los límites de una comunidad, manifestándose particularmente con aquellos a los que somos enviados, y con aquellos que trabajan codo a codo con nosotros (C. 88). La Iglesia nos encomienda una labor que llevamos a cabo no sólo para los demás, sino con los demás. Tiempos atrás hemos sido conscientes de que trabajábamos para la Iglesia, cosa por cierto muy legítima, pero quizá adolecíamos de excesivo control interno y de actuar como dueños y señores dentro de nuestras obras. No nos resultaba fácil tener que admitir a profesores seglares en los colegios. Todavía está costando aceptar que asuman mayores responsabilidades. La realidad es que la colaboración puede llevar consigo a veces una pérdida de control, y quizá una forma dife-rente de hacer las cosas, o inclusive una merma en la eficiencia del centro. ¡Pero el Espíritu Santo puede actuar a través de otras personas, y lo hace! Cuando hay comunión y cooperación auténtica, todos se enriquecen, todos se abren a una mayor plenitud de verdad y

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de vida. Nuestra función es importante, pero no exageremos. Todos conocemos a seglares que han trabajado con nosotros y han ejercido una valiosa influencia construyendo la comunidad educativa. Acabo de regresar del Líbano, donde tuve ocasión de asistir a la afiliación al Instituto de un profesor del colegio de Jbiel. Todo el mundo se hacía lenguas de la enorme labor que había realizado en pro de la familia escolar. Solidaridad La vivencia profunda de la comunión y la colaboración deriva en aplicaciones muy amplias, y todos estamos convenciéndonos cada vez más de la necesidad absoluta de trabajar por la unión de la humanidad entera. La misma supervivencia del planeta Tierra va a depender en gran medida de nuestra capacidad de desarrollar un mayor sentido de familia humana, lo cual es un desafío importante para los religiosos, pero lo es doblemente para los religiosos educadores. Juan Pablo II ha insistido una y otra vez en la urgencia de caminar hacia una nueva unidad y solidaridad: «... la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres de Cristo... conferiría a nuestra mirada sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo. Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas; es lo que los cristianos expresamos con la palabra "comunión"» (Sollicitudo rei socialis, 40). Inserción comunitaria Existen varios significados aplicados a la expresión «comunidad de inserción», y no voy a entrar a discutirlos aquí. (En América latina se les llama así a las comunidades que viven en zonas muy pobres). Pero una cuestión fundamental para todas las comunidades es analizar cómo nos integramos en el mundo, en el medio, con aquellos que constituyen nuestra misión. Estamos insertos en el corazón y en la misión de Cristo, que a su vez se incardinó en el mundo, y pasó muchos años viviendo con la gente de Nazaret. Hemos sido llamados a trans-mitir la buena noticia a los hombres, a ayudarles a evangelizar su cultura. Por tanto, sea el que sea nuestro apostolado, colegio, universidad, orfanato, labor de educador de calle, escuela rural... formamos comunidades maristas integradas en el medio local. Como Jesús, como María, nos encarnamos entre los hombres a los que somos enviados. No somos monjes, no vivimos en monasterios. Somos parte de la gente, parte del lugar en el que estamos, miembros de la vecindad, de la parroquia. Obviamente nos estamos refiriendo a una cuestión de actitudes -compartir, aprender de los demás, acogida-, más que a la ubicación de la casa. Pero en ocasiones las «estructuras» pueden motivar una separación poco apropiada. Cierto es que nosotros «no somos de este mundo» (Jn 17, 16) en referencia a los valores mundanos opuestos a los del evangelio. Pero hemos sido enviados a servir a los hombres en el mundo y no podríamos llevarlo a cabo si nos aislamos de ellos, si no tenemos contacto con la realidad, con los problemas, si vivimos en otra subcultura. Por ello es preciso reflexionar seriamente sobre la manera en que deberíamos insertarnos en la comunidad local a la que servimos. Haciéndolo así, nuestra aspiración es claramente apostólica, y está enraizada en la fe y en la misión. Si no nos preocupamos por esa integra-ción, el impacto testimonial de la comunidad se verá reducido; quizá también disminuya la

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eficacia de nuestra acción apostólica, y -desde luego- habremos desperdiciado una valiosa fuente de aprendizaje. Hay comunidades que participan grandemente de la vida de la gente del barrio y ven que esa inserción abre camino más amplio a la solidaridad y a la evangelización. Por el contrario, tenemos otras donde la misma ubicación y estructura de la residencia parece indicar PROHIBIDO EL PASO, aunque no lo ponga escrito. Por si acaso: quiero dejar claro que lo que estoy diciendo no tiene nada que ver con el tiempo para la intimidad, la oración y la reflexión que necesita una comunidad. Suponed que una Provincia tiene intención de edificar un colegio nuevo. Naturalmente surge el tema de la vivienda de los hermanos. Con toda seguridad, unos optarían por irse a vivir en algún piso ordinario o en alguna casita cercana al centro, pero siempre con la intención de hacerse presentes en la vecindad; otros preferirían construir la residencia en el mismo terreno del colegio, con el fin de dedicarse más plenamente al trabajo educativo; y a otros les gustaría instalar las habitaciones y demás requisitos comunitarios en la parte superior del propio edificio escolar. Esa diferencia de opciones suscita varios interrogantes, en torno a nuestra idea de misión, las relaciones con el laicado, si la escuela reclama todo nuestro potencial apostólico, qué entendemos por presencia, qué significa participación y acogida, a qué nos referimos cuando decimos «nuestro espíritu de familia encuentra su modelo en el hogar de Nazaret» (C. 6)... Lo que está fuera de toda duda es que la Sagrada Familia vivió plenamente integrada en la comunidad local. He aquí un tema que va a requerir más atención de ahora en adelante. NUESTRA TRADICIÓN COMUNITARIA Gran parte de la vida comunitaria y del apostolado descansa en las relaciones interpersonales: somos hermanos los unos de los otros, y hacemos relación a los demás de forma que ellos pueden vernos a nosotros como hermanos. Cuanto más sencillos, directos y accesibles seamos, más efectivo será nuestro ministerio. Por consiguiente, no nos vendrá mal volver a hacer hincapié en la importancia que tienen las virtudes características del hermano marista, que nos vienen del padre Champagnat (C. 5, 83). HUMILDAD, SENCILLEZ Y MODESTIA La humildad es un elemento base para la relación y la intercomunicación, porque va ligada al conocimiento de sí. Significa saber y aceptar la verdad sobre nosotros mismos, con toda honestidad, liberándonos de la vanidad y del desengaño. La sencillez tiene que ver con la manera de llevar a la vida esa verdad sobre uno mismo, manifestándonos con una transparencia personal que permite a los demás conocernos y relacionarse con nosotros tal como somos. La modestia puede entenderse como resultante de la humildad y sencillez, particularmente visible en el respeto con que tratamos a los otros, en la delicadeza que mostramos para con ellos, y en lo que decimos y hacemos. Estas virtudes características «revisten de autenticidad y bondad nuestro trato con los hermanos y demás personas» (C. 5).

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Las Constituciones hablan de María en ese contexto, atrayendo nuestra atención hacia su «discreción, delicadeza y respeto a los demás» (C. 7). Humildad en ella es equivalente a valoración de sí, aceptación de sí misma. En el Magnificat se nos revela como una persona que habla sin falsa modestia de los dones que ha recibido y del lugar futuro que ocupará en la memoria de las generaciones. En la Visitación la vemos acogiendo con sencillez el saludo respetuoso y los elogios que le brinda Isabel (Lc 1, 40-45). Muestra deferencia y discreción en su relación con José en los primeros momentos de zozobra por la gravidez manifiesta (Mt 1, 18-19). Y sus movimientos en Caná son espontáneos, directos, nada complicados. María posee una confianza y una justa autovaloración que permanecen firmes a pesar de los mortificantes desaires de sus paisanos (Mt 13, 54-57) y de los propios familiares (Mc 3, 20-21). Nunca apreciaremos del todo la importancia de estas virtudes en el marco de nuestras relaciones con los demás, tanto en comunidad como fuera de ella. Espíritu de familia Un auténtico regalo que se nos ha otorgado es el de nuestro espíritu de familia, ese particular sentido que tenemos de pertenencia a una comunidad marista unida en el amor de Dios, un atributo que hemos heredado del fundador y de generaciones de hermanos. Las Constitu-ciones describen el espíritu de familia hablando de amor, de reconciliación, apoyo y acompañamiento, olvido de sí, apertura a los demás, y alegría. Tratamos de amar a nuestros hermanos y a los alumnos a la manera de Cristo, con un amor que acepta, que perdona, que libera, y que a veces corrige dentro de un clima de fraternidad. A la vez que somos conocedores de la importancia que tiene este espíritu de familia para construir juntos la comunidad, vemos también nuestra debilidad. Hace poco, encontré por casualidad un bello escrito de Jean Vanier. Estoy seguro de que Marcelino habría rubricado esas líneas, y aunque no siempre consigamos darles cumplimiento, no me cabe la menor duda de que en ellas se refleja lo que nosotros intentamos vivir en comunidad: «Nunca ganaremos las olimpíadas de la humanidad, corriendo hacia la perfección, pero podemos caminar juntos en esperanza, celebrando el amor que se nos tiene a pesar de nuestra pequeñez, apoyándonos mutuamente, creciendo en confianza viviendo en agradecimiento, aprendiendo a perdonar, abriéndonos a los otros, dándoles la bienvenida, y luchando por la paz y la esperanza en el mundo. Así es como venimos a aposentarnos en comunidad, no porque sea perfecta y maravillosa, sino porque creemos que Jesús nos ha reunido. A ella pertenecemos a ella se nos llama para crecer y servir.»

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Espíritu de familia y apostolado Cuando hablamos de escuela marista damos por garantizado que la comunidad que la sostiene refleja de forma genuina el espíritu de familia. Aludimos a servicio y a estructuras apostólicas con el lenguaje de la fraternidad: somos Hermanos Maristas, construimos la Familia Marista, seguimos el modelo de María, su actitud hacia los demás, participando de su maternidad espiritual, de su misión de dar a Dios a los hombres (C. 84). Maristas, María, y los marginados La llamada a vivir en comunión, a compartir el amor de Dios con los que padecen más necesidad, nos tiene que urgir a ir más allá de las estructuras ordinarias para acudir al encuentro de los jóvenes allí donde están. Esto significa que habrá situaciones en que ese acercamiento vendrá determinado por sus necesidades más que por nuestras preferencias. «Somos audaces para penetrar en ambientes quizá inexplorados, donde la espera de Cristo se manifiesta en la pobreza material y espiritual... Permanecemos siempre abiertos al Espíritu Santo, que nos interpela a través de la realidad de sus vidas y que nos impulsa a acciones valientes» (C. 83). No es un desafío leve. De hecho, a muchos hermanos les resulta difícil, porque supone dejar atrás tantas cosas... Pero al desprendernos de esa historia familiar para adentrarnos en territorios nuevos en búsqueda de los jóvenes, podemos recordar la experiencia de María, y nos sentiremos animados a avanzar, ya que ella recorrió ese camino antes que nosotros. La figura de María tal como aparece en el evangelio barre de la mente muchas de las imágenes que la gente se ha forjado acerca de ella. Creció en Nazaret, aldea insignificante de Galilea. Conoció la vida del nómada en las peregrinaciones a Jerusalén. Supo de la pobreza y la dureza de dar a luz en un establo. Vio de cerca el horror de la persecución, escapando al amparo de la noche de los soldados del rey, poniéndose en viaje de días y días mientras cuidaba de su niño pequeño. Llevó la vida de los refugiados, en el exilio del país extranjero, sin poder establecerse, esperando noticias que le permitieran regresar a su tierra natal. En todo esto hay un trasfondo que nos habla de María como persona acostumbrada a convivir entre forasteros, adaptada en medio de extranjeros, abierta a gentes de modales extraños, o sin modales. En tanto que nosotros... ¿no corremos acaso el peligro demasiado frecuente de mostrar preferencia por los que se presentan bien aseados, y son de un trato exquisito, o por los jóvenes que sabemos proceden de «buenas» familias? A lo largo de los siglos, cierta corriente piadosa ha ido confeccionando una imagen aséptica de María, que apenas dejaba ver la carne y la sangre de su vida real y su actitud hacia los demás. Ella se relacionaba con los que sufrían la marginación en todos los aspectos, porque ella misma conocía la experiencia. Pertenecía a ese mundo, conocía las esperanzas y desesperanzas de los pobres, su alegría y su dolor. María anduvo el camino con aquellos cuya vida es lucha continua. Había polvo en sus pies. Es importante que nos acerquemos a la esclava del Señor, que escucha en el silencio de la Anunciación; pero es importante igualmente que estemos cerca de ella cuando la vemos relacionarse con el que no es creyente, con el refugiado que vive en la angustia, con la gente que va por la vida sin esperanza y temerosa del futuro incierto. En esos rasgos adivinamos el rostro de Maria, que se nos asocia en los esfuerzos apostólicos que llevamos a cabo para contactar con aquellos que -de una manera o de otra- navegan fuera de la corriente principal.

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Ella bendice el empeño que ponemos en acogerlos en nuestra familia, en trabajar con ellos para extender la comunión de todos en Cristo. COMUNIDAD Y MISIÓN DE TESTIGOS Testigos más que maestros «Los hombres hoy tienen más confianza en los testigos que en los maestros, en la experiencia más que en la enseñanza, en la vida y la acción más que en las teorías. El testimonio de una vida cristiana es la primera e irremplazable forma de misión» (Juan Pablo II). De alguna manera nos parece obvio este mensaje, ya que ninguno de los otros elementos de la misión -proclamación, celebración, servicio, justicia, comunidad- puede ser efectivo a menos que vaya acompañado por el testimonio. Más aún, el testimonio por sí solo puede constituir verdadera evangelización en situaciones donde las otras dimensiones no tienen cabida actualmente, por ejemplo en determinados países islámicos. Tuve ocasión de verlo claramente en una reciente visita a Argelia. El testimonio de los hermanos allí consiste en atender a los jóvenes en una biblioteca. El testimonio es la única forma posible de evangelizacion en el presente momento de Argelia, y todos los cristianos -obispos, religiosos y laicado- aceptan esta realidad con ánimo, conscientes de la importancia que tiene tal testimonio para una evangelización a largo plazo. Jesús, el primer evangelizador, realizó su misión por medio de la proclamación, con milagros, reuniendo una comunidad, orando, sufriendo, ofreciendo el testimonio de su vida. Se preocupó de que sus discípulos fuesen también un testimonio visible del Reino: «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad construida sobre la colina» (Mt 4, 14). Y les encomendó también que diesen testimonio de él: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1, 8). En sus principios pedagógicos, el padre Champagnat concedía gran importancia al amor que hay que tener a los alumnos, a la presencia constante en medio de ellos, recordarlos en la oración, darles buen ejemplo. El testimonio, pues, es un elemento esencial de la misión, tanto a nivel individual como comunitario; por el hecho de demostrar «amor fraterno de consagrados, la comunidad es ya evangelizadora en la Iglesia local» (C. 58). Y lo es de una manera muy real, aunque no tenemos que ceder a la ilusión de pensar que sucede auto-máticamente. Profetas En tiempos recientes, sobre todo en las sociedades secularizadas, los religiosos y la Iglesia han ido adquiriendo una conciencia renovada de la dimensión profética de sus vidas, del valor que tiene el testimonio creíble y convincente del evangelio. Hablando a centenares de Superioras generales el año pasado, en Roma, les decía otro Superior: «La vida religiosa ha venido atravesando en los últimos años lo que se ha dado en llamar una crisis vocacional. No lo niego. Sin embargo, yo creo que es una buena experiencia. Dios se nos ha acercado y nos ha zarandeado. Creo que jamás volveremos a la vida religiosa tal como era en el pasado. Tengo la firme convicción de que ahora estamos más cerca del verdadero significado de la vida religiosa de lo que hemos estado durante siglos. A través de

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esta crisis nos hemos afirmado en la identificación de la vida religiosa como un movimiento esencialmente profético dentro de la Iglesia y de la sociedad... ¡y los profetas nunca se distinguieron por su número excesivo!» Es una alocución reciente, el papa Juan Pablo II ponía de manifiesto la importancia de un particular tipo de testimonio: «El testimonio evangélico que más sensibiliza al mundo es el de la preocupación por los hombres, la caridad para con los pobres, los débiles, los que sufren. Esa total generosidad que se demuestra con esta actitud y estas acciones contrasta abiertamente con el egoísmo humano. Y suscita interrogantes que se dirigen a Dios y al evangelio. El compromiso en fa-vor de la paz, los derechos humanos y la promoción humana, constituye también un testimonio de evangelio cuando es un signo de solidaridad con los hombres y se endereza hacia un desarrollo humano integral.» Credibilidad Me parece que hay dos requisitos fundamentales para que el testimonio comunitario sea creíble, para que seamos profetas verdaderos. Primeramente, el grupo tiene que ser humano y accesible. Es difícil que la gente reciba testimonio de una comunidad que da la impresión de vivir aislada del mundo, que no conoce las luchas de la vida ordinaria, que está muy lejos de los demás. En segundo lugar, los religiosos individualmente y las comunidades deben mostrar claramente que sus valores, prioridades y preocupaciones son las mismas del evangelio. A veces pueden darse problemas serios de credibilidad cuando los religiosos caen víctimas de contravalores como la intolerancia, el individualismo exagerado, el consumismo, la falta de solidaridad... Si hemos de ser críticos con la sociedad, tenemos que estar no menos dispuestos a reflexionar y evaluar nuestras propias actitudes defectuosas. Se nos otorga también el privilegio de ser proféticos en el sentido de atraer el interés hacia personas y valores que la sociedad deja de lado, los marginados y abandonados, las causas impopulares pero que merecen la pena. Los religiosos tienen muchas veces más libertad que los demás para mostrar profetismo en esos campos. En unas circunstancias puede ser que dispongamos de recursos que otros no consiguen fácilmente; en otras quizá disfrutemos de una cierta protección a causa de nuestro status, lo cual nos permite hablar con más inde-pendencia que otras personas que correrían el riesgo de perder su puesto de trabajo, o incluso la vida. «El hombre moderno escucha más gustoso a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es porque son testigos» (Pablo VI). Siguiendo esa línea, los hermanos ancianos y los enfermos pueden ponerse a la vanguardia de la vida apostólica de la comunidad. ¿Qué mejor testimonio de fidelidad puede ofrecerse que la fiel y gozosa perseverancia de los hermanos de edad? Y en qué gran medida necesita el mundo de hoy -tan carente del valor del compromisode ese testimonio, signo vivo de lealtad con el Señor (cf. C. 53). Me gustaría añadir dos observaciones finales sobre nuestra misión de testimonio. La primera se refiere a los antiguos alumnos, cuando hablan de los hermanos que les dieron clase. A veces se verían en aprietos para recordar cosas que el hermano les decía, pero el testimonio

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de su entrega, afecto y dedicación ha quedado vivo en ellos. Es lo que más recuerdan y lo que ha dejado una impronta en sus vidas, a menudo muy profunda. La segunda observación procede del documento que escribieron los obispos reunidos en el Sínodo de 1971, convocado bajo el lema de «Justicia en el mundo». Hay tema para meditar: «Si la Iglesia debe dar un testimonio de justicia, ella reconoce que cualquiera que pretenda hablar de justicia a los hombres, debe ser él mismo justo a los ojos de los demás. Por tanto conviene que nosotros mismos hagamos un examen sobre las maneras de actuar, las posesiones y el estilo de vida, que se dan dentro de la Iglesia misma. Por lo que se refiere a los bienes temporales, cualquiera que sea su uso, nunca ha de ser tal que haga ambiguo el testimonio evangélico que la Iglesia está obligada a ofrecer. El mantenimiento de ciertas posiciones de privilegio debería ser subordinado constantemente al criterio de este principio. Y aunque, en general, es dificil determinar los límites entre lo que es necesario para el recto uso y lo que es exigido por el testimonio profético, no hay duda de que este principio debe ser firmemente mantenido: nuestra fe nos exige cierta moderación en el uso de las cosas y la Iglesia está obligada a vivir y a administrar sus propios bienes de tal manera que el evangelio sea anunciado a los pobres. Si, por el contrario, la Iglesia aparece como uno de los ricos y poderosos de este mundo, su credibilidad queda menguada. Nuestro examen de conciencia ha de afectar al estilo de vida de todos: obispos, presbíteros, religiosos y seglares. En los pueblos pobres hay que preguntarse si la pertenencia a la Iglesia no sea el modo de entrar en una isla de bienestar, en medio de un contexto de pobreza.» ¡Palabras mayores! -Apoyo, sanación y crecimiento: ¿cómo veo esos tres elementos en mi comunidad? -«Habia polvo en sus pies.» ¿Podrían decirlo de mí? -¿Estamos dispuestos a dejarnos interpelar por los otros sobre nuestro testimonio de vida y apostolado, sobre nuestra apertura para con los demás? -¿Hay aspectos en nuestra vida comunitaria que podrían aparecer como testimonio negativo? -¿Es nuestra comunidad orante, acogedora, alegre? -¿En qué medida contribuyo yo a hacer de nuestra comunidad un lugar de amistad, de amor fraterno? -Un Provincial llama a la sala de televisión el «templo de Moloch», ¡el dios que devora a los humanos! ¿Qué impacto tiene ese medio en nuestra vida de comunidad?

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PARTE VIII MISIÓN Y MISTERIO PASCUAL Invitación a la vida Jesús vino a compartir su propia vida con nosotros y a anunciar la comunión de Dios con la humanidad. A esa misión se entregó incansable, y al mismo tiempo que fue amado por muchos, tuvo que sufrir la incomprensión, la indiferencia, el rechazo, y finalmente le crucifi-caron. Y a través de ese gran «fracaso» nos trajo la vida a todos. Un fracaso que produce vida; es como una medicina muy fuerte, difícil de asimilar, pero así es el misterio del amor: el grano que muere para dar luego el fruto, muerte que cede el paso a la resurrección, vaciarse para llenarse, el sacrificio que hace brotar comunión. Actuando así, Jesús se convierte en la fuente de redención y reconciliación para todos los hombres. La espiritualidad cristiana consiste en experimentar el mismo modelo de muerte y resurrección de Jesús que ha quedado impreso en nosotros por el bautismo. Estamos invitados a seguirle, desterrando todo lo que nos priva de la vida, a nosotros y a los demás, alejando lo que nos aparta del prójimo, de Dios, de nosotros mismos, de la creación. Estamos llamados a caminar por la misma senda que Jesús, aprendiendo a decir «sí» a Dios con más decisión, abriéndonos a su amor para que obre en nosotros, y así podamos también dar frutos de vida. Cada uno experimenta este misterio de diferente manera, pero todos son llamados a vivirlo, muchos -incluso- sin darse cuenta, sin ser capaces de expresarlo, pero llegando a veces hasta el heroísmo. Nosotros, los cristianos, tenemos la inmensa gracia de sentir una llamada más consciente que nos libera para dar una respuesta generosa, para cargar con la cruz y llevarla al lado de Jesús por el camino que conduce a la vida, para nosotros y para los demás (cf C. 12). No es menester que andemos en búsqueda de la cruz... es parte inevitable de la vida, ya sea en la continua llamada a la conversión a través de las punzadas que procura la existencia, o bien se nos presenta en los retos que ofrece nuestra misión. En cualquier apostolado nos encontraremos con retrocesos, frustraciones, a veces el resultado de nuestras limitaciones, otras veces la falta de una respuesta entusiasta, incluso el rechazo y la oposición... En determinadas circunstancias nos invadirá la angustia, al tener que cambiar de acción apos-tólica, o de colegio, al ir a una nueva misión. Si nos dejamos llevar del desaliento o la amargura, o si restringimos nuestra dedicación a los que nos son gratificantes, los que aprecian nuestro esfuerzo, entonces habrá que admitir que no hemos aprendido la lección de la Cruz (cf C. 166). Nuestro modelo es Champagnat, con su disponibilidad para aceptar con valor y sin dramas las dificultades que le cayeron encima. Que no fueron pocas. Sabemos que nuestro sacrificio produce vida, y por eso nos unimos a san Pablo en aquella maravillosa declaración: «Ahora me complazco en mis padecimientos por vosotros y en compensación completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). Y nos asociamos a María presente al pie de la Cruz, ofreciendo nuestro sufrimiento, nuestro dolor, la incomprensión, juntamente con el sufrimiento de Jesús, confiados en que el Padre sabe extraer vida de nuestro padecimiento (cf. C. 13).

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El sufrimiento Acabo de decir que el padre Champagnat aceptaba las dificultades que le venían sin hacer dramas. Y fue mucho lo que le tocó. Tampoco tenemos que mirar muy lejos para ver a gente que soporta mayores preocupaciones que la mayoría de nosotros. En realidad lo que nece-sitamos es andar atentos para no vernos aislados del sufrimiento ajeno. Y, como religiosos que somos, eso no nos cuesta hacerlo. Pero también hay hermanos que cargan con su cruz cada día para seguir a Cristo por medio de sus achaques y enfermedades, lo cual constituye un valioso apostolado (C. S3). Ya os acordáis de lo que el padre Champagnat dijo a un hermano que tenía que guardar cama y que se lamentaba por lo poco útil que estaba siendo para su comunidad: «Cómo se equivoca, mi querido hermano... Es usted más útil al Instituto y le rinde un servicio mayor soportando la enfermedad con paciencia, que si estuviese dando clase. Para nosotros no es ningún problema tener que atenderle, al contrario, es un consuelo.» A veces los hermanos de edad sufren mucho porque estiman que contribuyen en poca medida a la misión de la comunidad. Yo no experimento la menor vacilación al decirles que su actual apostolado de oración y resignación es probablemente el más importante de su vida, porque seguramente va acompañado del mayor desprendimiento. Cuando éramos jóvenes nuestras motivaciones eran quizá algo oscuras en determinados momentos. La fe y el gozo de los hermanos que padecen los achaques de los años y la salud quebrantada nos confirman y apoyan a todos en nuestro itinerario pascual. Conversión personal La llamada a la conversión es parte considerable de nuestra integración en el misterio pascual de Jesús. No estoy refiriéndome a algo etéreo; cada uno está siendo convocado a la conversión HOY, y ese mensaje se puede recibir de múltiples maneras: estar dispuesto a aceptarse a sí mismo más plenamente, morir a convicciones mantenidas hasta la fecha, quitarse de encima ciertos prejuicios, abrirnos más a la colaboración con los demás, tomar la vida de oración más seriamente, reconciliarse con un hermano, hacer algo positivo para ayudar a los pobres en lugar de limitarse a hablar del asunto... podríamos elaborar una lista exhaustiva de conversiones a las que estamos siendo llamados ahora, si es que no lo fuimos antes ya. Es una invitación a la conversión, a la madurez, a salir del egocentrismo. Si hacemos oídos sordos, si rehuimos el dolor del crecimiento y del proceso de sanación, entonces, inevitablemente, permaneceremos inmaduros, nuestro desarrollo psicológico y espiritual quedará atrofiado. Cuando reflejamos estas llamadas a la conversión, Dios se hace presente con claridad, y vamos profundizando en el sentido de nuestra vida y nuestra misión. Esto es de vital importancia para los que han sido enviados. Resultaría bastante ilógico que aquellos que se comprometen en la extensión de la buena noticia, aquellos que alientan a los demás a ser receptivos para con el Espíritu, fuesen ellos mismos remisos a cooperar con el Espíritu Santo en su propio terreno personal. No creo que esta necesidad de conversión haya sido expresada más diáfanamente que en las palabras de Pablo VI, en su carta sobre la evangelización: «Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento

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nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por él. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el evangelio» (Evangelii nuntiandi, 15). La cruz es uno de nuestros símbolos más queridos, en calidad de cristianos y de hermanos maristas, y representa el amor de donación y la entrega total de Jesús por nosotros. Cuando la sentimos por dentro, o la llevamos en el pecho, manifestamos nuestra voluntad de enlazarnos a ese amor y de unirnos con Cristo poniendo nuestra parte en el misterio pascual y en lo que significa para nosotros y para aquellos que nos han sido encomendados. Más aún, mucho más: la fuerza del misterio pascual (simbolizado en la Cruz) actúa en el momento presente. Nuestro propio apostolado es para nosotros una gracia que nos ofrece un itinerario de conversión, una senda de acceso inmediato al misterio pascual. Es un camino a la comunión, que se abre a la participación del amor y la vida de Dios con todos los demás. De ordinario esa llamada no será estentórea, sino que transcurrirá dentro de la rutina de lo cotidiano; cada día se nos pide dar una respuesta generosa y firme al servicio amoroso de los demás, particularmente de los que son más difíciles o tienen más necesidad. -¿De qué manera estoy sintiendo las llamadas a un mayor crecimiento, a la conversión, en el momento actual de mi vida? -La Cruz es el gran símbolo de la Cristiandad. ¿Qué significado tiene para mí hoy? -¿Qué aspecto de mi vida tengo que atender con más responsabilidad? -¿Cuáles son las cuestiones verdaderamente urgentes en mi vida presente?

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PARTE IX ¿QUÉ DECIMOS DEL FUTURO? Los «futurólogos» dan a entender que saben interpretar los «signos de los tiempos», pero es preciso que recibamos sus hallazgos con una sana dosis de escepticismo. ¿Quién habría sido capaz de pronosticar el Concilio Vaticano II, o el Movimiento Carismático, o los recientes acontecimientos de la Europa del Este? El Espíritu Santo lleva su propio programa y sus plazos, ¡y no siempre ofrece un avance de noticias! Sin embargo, a nosotros nos toca la responsabilidad de educar a los jóvenes y prepararlos para el futuro. También tenemos que formar a los religiosos jóvenes y prepararlos para el futuro. A lo mejor algunos conocéis la obra titulada Vida y muerte de las órdenes religiosas del padre Raymond Hostie, jesuita belga, psicólogo y sociólogo. A través del análisis de la historia de todos los Institutos religiosos masculinos, el autor deduce que, a lo largo de los siglos, la vida religiosa ha pasado por diversos períodos de crisis profunda. Por citar sólo un poco de estadística: únicamente 13 Institutos masculinos han alcanzado en algún momento la cifra de 10000 miembros (os recordaría, de paso, que nosotros, los Hermanos Maristas, fuimos 9 752 en el año «cumbre» de 1965). El 76 % de todos los Ins-titutos de religiosos fundados antes del año 1500 han dejado de existir (y de los que surgieron antes del año 1000, sólo permanecen los benedictinos). De todos los que se fundaron antes de 1800, el 64 % se han extinguido. Algunas de las desapariciones sucedieron al compás de otros cataclismos y convulsiones: la Peste negra, la Reforma protestante, la Revolución francesa. Por ejemplo, en 1325, un cuarto de siglo antes de que la plaga bubónica golpease Europa, había aproximadamente 75 000 religiosos en las diversas órdenes mendicantes, franciscanos, dominicos, etc... Hacia 1400 su número había descendido a 47000. En 1770, poco antes del estallido de la Revolución francesa, los religiosos en el mundo eran unos 300 000, la mayor parte de ellos en Europa; para 1825 esa cifra se había situado por debajo de los 70 000. Por lo que respecta a la escena actual: cuando concluía el Concilio Vaticano 11, en 1965, había en la Iglesia 335 000 religiosos masculinos. Ahora somos del orden de los 220 000. Al tiempo que declinaban ciertos tipos de vida religiosa en el transcurso de los tiempos, había una floración paralela de nuevas formas y comunidades, en respuesta a otras situaciones y necesidades: en el siglo XIX se fundaron 91 congregaciones de Derecho Pontificio; sólo en Francia, entre 1800 y 1830, surgieron no menos de 19 Institutos de hermanos, incluido el nuestro. Esas estadísticas, aparte de su innegable interés, nos pueden ayudar a dar una perspectiva a nuestra situación presente. Hemos bajado en número considerablemente, eso es obvio. Algunas Provincias quizá vayan a desaparecer, otras tendrán que fundirse entre sí y seguro que ganarán en vitalidad con la unión. Hay áreas donde se está dando un crecimiento apreciable, en tanto que en otras los miembros disminuyen. No creo equivocarme si digo que actualmente hay mayor fidelidad a nuestro carisma que en épocas anteriores. Es preciso que nos convenzamos de que lo que Dios pide de nosotros no son cifras, sino fidelidad.

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Pero, estamos llamados a contemplar el futuro que pertenece a una sociedad evolutiva y que se mueve dentro de ella, un futuro que demandará nuevas intuiciones, que presentará otros desafíos, que traerá otras necesidades. Tenemos que prepararnos para ese futuro, no importa lo obscuro que pueda parecer ahora. Si hemos de afrontar esos retos y esos campos, y hemos de formar a los jóvenes para afrontarlos, y a los hermanos jóvenes para que sean una presencia vibrante en ese futuro, me parece vital que prestemos mucha atención a ciertos elementos de nuestra espiritualidad. Ahora sugiero que detengáis vuestra lectura aquí mismo. A cambio, poneos a pensar durante un rato en los elementos que serían esenciales para vosotros dentro de una ESPIRITUALIDAD PARA EL FUTURO. Imaginaos que sois Provinciales, o Delegados de Formación en la Provincia. Los jóvenes que se están formando en estos momentos van a tener que seguir afrontando períodos de cambio. ¿Qué aspectos de su formación espiritual creéis que necesitarían ser reforzados, en un eventual programa diseñado por vosotros? Valdría la pena mantener un encuentro comunitario con este tema sobre la mesa. EL FUTURO Tal como lo veo yo, hay dos principios básicos: • Debemos continuar siendo fieles a lo que somos y a lo que estamos llamados a ser; • Debemos ser hombres del presente que, sin embargo, miran siempre el futuro. 1. FIDELIDAD A LO QUE SOMOS, A LO QUE ESTAMOS LLAMADOS A SER No es menester que nos extendamos en este punto, después de lo que hemos venido diciendo, pero querría volver brevemente a señalar algunos rasgos de esta fidelidad. Tenemos que ser hombres de fe, hombres convencidos por experiencia propia de que Dios nos ama, hombres que saben que han sido «llamados por su nombre» a seguir el ejemplo de Jesús en su vida de amor al Padre y a los hombres. Debemos mostrar un estilo de vida que indique que hemos sido elegidos por Dios, separados en su misteriosa providencia, y enviados a continuar la misión de Jesús. Para llevar a cabo esa misión tratamos de llegar a ser seres humanos bien integrados, hombres equilibrados y serenos en la realidad de sí mismos. Ese autoconocimiento y aceptación propia a un nivel humano nos ayudarán a esforzarnos por trascendernos a nosotros mismos al seguir la llamada que se nos hace (C. 96). Esa llamada nos convoca específicamente a caminar tras las huellas de Marcelino, a ser otros Champagnat para los jóvenes de hoy. Utilizando la vigorosa expresión de los animadores juveniles de España en aquella carta dirigida a los hermanos, estamos llamados a ser «presencia creativa» en la vida de los que nos han sido encomendados. Y actualmente percibimos con más claridad que una parte básica de nuestra misión consiste en compartir el carisma de Marcelino con los demás, incluidos los seglares.

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Somos hombres que ven en María a la perfecta discípula de Cristo, el modelo de todas esas actitudes que deben inspirarnos y guiarnos en el seguimiento de su Hijo. Somos hombres que conocen y han experimentado la validez de aquel título de «Buena Madre», tan del agrado de Marcelino. En otras palabras: desarrollar, compartir y ser fieles a ese regalo del Espíritu Santo que es nuestro carisma, es mucho más profundo y significativo que mantener ciertas instituciones. Nuestras instituciones han venido evolucionando desde 1840, y la evolución todavía conti-nuará. Las verdaderas cosas que motivaron nuestro origen en 1817 y que nos han sostenido a lo largo de 175 años, siguen todavía con nosotros, a saber: las necesidades de los jóvenes y el carisma de Marcelino. Esas necesidades siguen siendo igual de urgentes, y el carisma es igual de válido hoy que entonces. 2. HOMBRES DEL PRESENTE QUE MIRAN SIEMPRE EL FUTURO Para ser hombres dispuestos a afrontar el futuro, yo creo que tenemos que ser: 2.1 Hombres conducidos por el Espíritu En calidad de apóstoles, debemos estar convencidos de que el Espíritu Santo actúa en el mundo que nos rodea, y en la vida de cada uno de nosotros, acompañando y dirigiendo nuestra labor, si nos dejamos conducir por ÉL. Pablo VI resumía hermosamente estas enseñanzas en la Evangelii nuntiandi: «Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podrá hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado» (EN, 75). Marcelino Champagnat no era ajeno a las demandas del Espíritu. Escuchando y respondiendo había aprendido que cualquier cosa que se sentía llamado a emprender no era obra suya, sino del Espíritu. Su papel consistía en ser fiel, sin calcular hasta dónde le podría llevar esa fidelidad. Y lo mismo tiene que ser para nosotros. Como María, debemos escuchar con atención, en la confianza de que él está ciertamente presente y quiere hablarnos, preparados para ser sorprendidos ¡e incluso desconcertados! Ese discernimiento es una tarea sin fin que requiere conversión permanente. En estos últimos años hemos contemplado el testimonio ejemplar de Provincias que se han comprometido, con todos los hermanos, en un proceso de discernimiento, como paso fundamental hacia el futuro. Esa visión de fe compartida es absolutamente esencial para definir e ir diseñando ese futuro; y modelar esa perspectiva común requiere tomarse un tiempo de convivencia y de escucha mutua.

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Al hacerlo así brotará un mayor sentido de entrega en el grupo. Al ir recorriendo juntos las diversas fases del discernimiento, la búsqueda de información, el empeño por clarificar la realidad, la profundización en el conocimiento del carisma y de la identidad... va surgiendo espontáneamente un compromiso más firme y más cordial por parte de todos. 2.2. Hombres atentos a los signos de los tiempos La expresión bíblica de «los signos de los tiempos» forma ya parte de nuestro lenguaje ordinario. Aparece en las Constituciones, que nos recuerdan la importancia de interpretar acertadamente los signos de los tiempos como elemento de nuestra búsqueda constante de la voluntad de Dios (C. 43). Me suele gustar hablar con grupos de hermanos en torno al tema de los «signos de los tiempos». Algunos tienen una percepción clara de ellos y de lo que implican para nuestra labor apostólica y nuestra vida. Pero no podemos decir lo mismo de todos. Me parece una cuestión tan importante que estoy convencido de que deberíamos dedicarle más margen de estudio en los programas de los Centros Internacionales de Espiritualidad. La historia abunda en ejemplos en que la Iglesia y los Institutos religiosos han estado ciegos ante la realidad cir-cundante. Un sondeo efectuado por los años 70 en Suráfrica mostraba que, mientras el 80 % de los católicos eran de raza negra, 8 de cada 10 sacerdotes y religiosos ¡trabajaban con la población blanca! Mucho han cambiado las cosas de entonces acá, y nuestros hermanos han estado en la vanguardia de los cambios producidos. Pero todavía se siguen dando cegueras similares en muchos países. 2.3. Hombres comprometidos con una formación permanente Si de verdad nos orientamos cara al futuro, tenemos que ser muy conscientes de que la formación que recibimos en el pasado no es suficiente para toda la vida. Si queremos mantenernos en buena disposición para la misión tenemos que estar constantemente «en guardia contra la esclerosis y la osificación», al tiempo que nos esforzamos por «integrar la creatividad en la fidelidad», como indica el reciente documento sobre Formación emitido por el Vaticano. En nuestro Instituto siempre se ha recalcado que la formación permanente es ante todo una responsabilidad que atañe a la persona, y que deben utilizarse los medios ordinarios de los que disponemos: la lectura y el estudio personal, la oración perseverante, y la revisión de vida a la luz de los evangelios y de la propia experiencia (cf. C. 73, 85.2, 110). La lectura y el estudio regular son una práctica ascética, una ayuda importante para caminar hacia «la maduración a la vez humana y espiritual, (y) la integración equilibrada de nuestra vida de consagrados para una misión» (Guía de Formación, 56). Pero para ello hace falta disciplina. 2.4. Hombres de comunión y colaboración que aman a la Iglesia La Iglesia, tal como Pablo explicó tan a menudo y con bellas palabras, es el Cuerpo de Cristo. Conscientes de esa realidad, nosotros tratamos de estar en sintonía con su voz y en actitud de respuesta a sus llamadas (C. 34, 168). Sin embargo, al propio tiempo, sabemos que hay un lado humano en la Iglesia. A pesar de las buenas voluntades, han existido, existen y existirán problemas y dificultades dentro de ella a causa de las diversas formas de ser y de los puntos de vista diferentes. Si nuestro folclore contiene historias de obispos y párrocos peculiares, también hay páginas de hermanos maristas ¡no menos peculiares!

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Esté donde esté el error, nosotros nunca debemos dejar de trabajar por acrecentar el espíritu de colaboración. Marcelino amaba a la Iglesia entrañablemente, pero le tocaron momentos duros en su relación con las autoridades eclesiásticas. Nosotros seguimos su ejemplo de oración, reflexión, consulta y diálogo en tales circunstancias. Uno de los grandes gozos de nuestro tiempo es ver cómo la Iglesia está adquiriendo una mayor conciencia de sí misma como comunión. En épocas anteriores la responsabilidad de la evangelización recaía sobre los sacerdotes y los religiosos, pero en la nueva evangelización es tarea de todos. Por tanto, estamos llamados hoy a reforzar el papel del laicado en la Iglesia. Debemos admitir que en unos lugares resulta más fácil que en otros, pero quizá alguna dificultad puede provenir de nuestra propia necesidad de conversión, de la necesidad de liberarnos de las mismas actitudes de poder y control que hemos criticado a veces en el clero y la jerarquía. Esta colaboración y solidaridad no se circunscriben tan sólo a los límites de la Iglesia. Colaboramos igualmente con todos los hombres de buena voluntad que trabajan por conseguir un mundo mejor, sea cual sea la etiqueta que podemos haberles adjudicado en el pasado. 2.5. Hombres de esperanza No siempre resulta fácil la esperanza. Con cuánta frecuencia vemos en la Biblia que los mensajeros de Dios comienzan por tranquilizar a sus oyentes, como el ángel hizo con María: «¡No temas!» A nosotros también nos reconfortan las palabras de Dios a Israel: «No tengas miedo, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, eres mío. Si pasas por las aguas, yo estaré contigo, si atraviesas los ríos, no te ahogarás» (Is 43, 1-2). Vaclav Havel decía estas cosas sobre la esperanza en tiempos turbulentos como los actuales: «Tanto si tenemos esperanza dentro de nosotros como si no, es una dimensión del espíritu, y no depende esencialmente de ninguna observación concreta del mundo. Es una orientación interior, una orientación del corazón. Trasciende al mundo inmediato y está anclada en alguna parte, más allá de sus horizontes.» ¡Me sorprende esta interesante declaración, que procede de un agnóstico! Para los cristianos, y más todavía para los religiosos, la esperanza debe fijar el ancla en la verdad del mensaje que Jesús vivió y predicó, la Buena Noticia que impregna de nuevo significado tanto a la realidad presente como a la futura, que nos da energía, entusiasmo y decisión para la misión porque nos permite ver más allá de lo aparente, porque sabemos que el Reino de Dios se está ya realizando en medio de nosotros, transformando y redimiendo a la humanidad. Nuestra fe y nuestra esperanza brotan del manantial de la serenidad, audacia, valentía y creatividad que han señalado siempre a los verdaderos discípulos de Jesús en la tarea de transmitir la maravillosa nueva de su resurrección. San Agustín lo expresó gráficamente: «La esperanza tiene dos hermosas hijas. Sus nombres son cólera y valentía: cólera al ver cómo son las cosas, y valentía para no dejar que sigan siendo así.»

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2.6. Hombres de misión que actúan con audacia, creatividad y decisión Me sentiría feliz de verdad si algún Provincial nombrase una comunidad de hermanos jóvenes -imbuidos del sentido de la misión y de su identidad marista- y los enviasen a una región donde reine la necesidad, con instrucciones de ser «Champagnat hoy», y de refundar la congregación en aquella zona. En realidad, esta idea no es nueva ni «revolucionaria». Es exactamente lo mismo que sucedió en muchas de las fundaciones que alentó el padre Champagnat y como hicieron después otros maristas que fueron pioneros en diversos países. Si digo esto es debido a que existe a veces el peligro de que algunos de los hermanos más jóvenes puedan sentirse ahogados al contemplar las expectativas de sus mayores, y crezca en ellos la sensación de que sus propias esperanzas y aspiraciones legítimas hayan de verse perennemente detenidas y frustradas. Estoy seguro de que hay lugares en que ocurre. Una de las señales ordinarias para distinguir el carisma verdadero es precisamente el valor y la audacia para tomar iniciativas. Desde luego que fue un elemento del carisma de Marcelino Champagnat: audacia es lo que demostró al fundar nuestra congregación y en la forma de sortear los obstáculos que se le ponían delante en el camino de la fundación. Este espíritu es más necesario que nunca ahora que vemos cómo los hermanos van envejeciendo, que no tenemos tantos jóvenes como en el pasado, y que las necesidades y las peticiones de ayuda se multiplican por todas partes. Tales realidades, juntamente con las concretas situaciones locales, pueden mermar en nosotros la decisión y la audacia. Pero no deberíamos dejar que el temor y las presiones humanas nos impidan dar una respuesta de fe a esas necesidades y llamadas. Me parece muy importante que los animadores estimulen la audacia y la creatividad en el espíritu de nuestro carisma. Hay aquí un amplio campo de acción en cualquiera de los trabajos en que estamos comprometidos, en las escuelas, en otras áreas de educación formal, en la catequesis, y en los numerosos tipos de educación no formal. 2.7. Hombres compasivos que se comprometen a trabajar por un mundo más justo Somos llamados a colaborar con todos los hombres de buena voluntad para construir una civilización de amor, un mundo más justo. Cualquiera que sea nuestro apostolado, cualquiera que sea la clase social con la que estamos trabajando, ésa es una invitación que se hace a todos. Procede del evangelio, de la Iglesia, de nuestras tradiciones, y de las necesidades urgentes de los pueblos. Todos sabemos que esto puede convertirnos en hombres marcados: hay gente que no quiere escuchar el mensaje. Pero ojalá que seamos más enérgicos y decididos en la labor de transformar una pequeña parcela de esta tierra en «un jardín de paz, justicia y amor». Un lenguaje no menos directo encontramos en el folleto titulado Hermano en los Institutos religiosos laicales, que se editó bajo los auspicios de un grupo de Superiores generales: «... si se polariza en mecanismos individualistas para construir una cierta paz comunitaria, es lógico que pierda capacidad de testimonio y de atracción. Una vida instalada, de cobijo al amparo de una competencia profesional y de inhibición respecto de las "angustias y esperanzas del mundo" y de la "llamada del Señor" para una "nueva evangelización", compromete a la vez, la capacidad de convocatoria y el futuro de las personas y de las instituciones.»

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Hablé más arriba de la eucaristía y de sus implicaciones sociales. De alguna manera encuentro absurdo, y hasta sacrílego, que en ciertos países donde los militares son reconocidamente los opresores y asesinos de los pobres, cuando se celebra una misa solemne para conmemorar cualquier acontecimiento, esos mismos militares aparezcan en primera fila con sus uniformes de reglamento. Pero algo similar puede suceder con nosotros mismos. Quizá nos alimentamos en la mesa del Señor y no nos preocupamos de aquellos que carecen de lo esencial para llevar una vida humana, en el mundo, y en nuestro propio país. ¿Blasfemo? ¿Sacrílego? Probablemente no. ¿Absurdo?: yo creo que sí. 2.8. Hombres con visión de carisma Necesitamos hombres con visión de horizontes, capaces de conducirnos en la respuesta a los desafíos que se nos indican en el último capítulo de las Constituciones, «Vitalidad del Instituto», sobre todo en los artículos 164 y 165. Permitidme que señale tres áreas en las que estimo que esa visión de carisma es realmente importante: 1. La Familia Marista y el Movimiento Champagnat La participación más plena de los seglares en nuestro carisma es una gracia muy grande para todos. Necesitamos hombres intuitivos, dispuestos y con capacidad para ver esta realidad como una bendición gozosa, como fuente de vida nueva para ellos y para nosotros en la experiencia de compartir un tesoro común y una emocionante aventura espiritual y apostólica. Necesitamos hombres con visión, deseosos de llevar adelante este movimiento y apoyarlo hasta que los propios seglares estén en condiciones de asumir mayor responsabilidad en su animación. Y estamos hablando de acoger y acompañar algo que nos viene como un regalo del Espíritu; no se trata de una fórmula nueva de organización social periféricamente conectada al Instituto. Necesitamos hombres con visión, que puedan entender lo mucho que el Instituto se va a enriquecer con el movimiento, en ese diálogo conjunto que trata de explorar significados más profundos del carisma, de la espiritualidad y la misión, a las puertas de un nuevo siglo. 2. Solidaridad Esos hombres con visión sentirán siempre la preocupacion de fortalecer el carisma del Instituto dondequiera que sea. Su pensamiento no se quedará encerrado dentro de los límites de su propia labor, o de la Provincia, o del país al que pertenecen. La suya será una visión universal, proyectada hacia la vitalidad del Instituto, la fidelidad al carisma, en todos los sectores. Esa visión nos moverá a buscar colaboración más amplia, disponibilidad participativa para acudir juntos donde surgen necesidades, ayuda mutua, relación estrecha entre Provincias o sectores, sobre todo en el desarrollo de nuestra misión y los planes de formación que conducen a ello.

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3. Inculturación El artículo 165 de las Constituciones presenta la encarnación del carisma de Marcelino en cualesquiera situaciones y culturas como un reto y una responsabilidad que incumben a todos y cada uno. En la vida religiosa ya se ha realizado una considerable adaptación cultural, pero aún queda por hacer. En este campo, también, necesitamos hombres con visión, fieles al carisma y a la vez capaces de efectuar un acercamiento imaginativo a las culturas, convencidos, entre otras cosas, de que debemos inculturarnos en los diversos pueblos y países tal como son actualmente, tal como se perfilan para el futuro, y no como eran hace varias generaciones, cuando la Iglesia o los maristas llegaron allí por primera vez. Los hombres que se requieren para esa tarea deben sentirse cómodos en ese tipo de inculturación, de manera que puedan llevar a cabo una labor de puente, no sólo estableciendo enlaces entre las diferentes culturas, sino también animando un proceso de enriquecimiento intercultural, de donde vendrá una vida nueva para el Instituto y para la Iglesia. PENSAMIENTO FINAL Estoy escribiendo estas líneas en la fiesta de la Inmaculada Concepción, día en que celebramos la gracia especial otorgada por Dios a María. Casualmente teníamos hoy de invitado en el almuerzo a un sacerdote cubano que iba a viajar a Lourdes, el lugar donde María dijo «Yo soy la Inmaculada Concepción». Por supuesto que no lo dijo para atraer la atención y la alabanza hacia sí misma. Sencillamente declaraba que había sido redimida por su Hijo de una manera única; como lo expresó el Concilio Vaticano II, ella fue «el fruto más excelente de la redención», la única entre los mortales que fue intacta desde el primer momento de su existencia. A la vez nos recordaba que todos estamos redimidos, que somos amados y agraciados, que Dios ha diseñado un maravilloso futuro para los hombres y las mujeres que ha creado. Que esta verdad fundamental conduzca e inspire nuestra vida apostólica, para que nos en-treguemos a la tarea de comunicar esa Buena Nueva a los demás. Fraternalmente,

Hno. Charles Howard

Superior general

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PARTE X APÉNDICE Tal como dije anteriormente, al presentar el esquema, esta sección debería haber sido lógicamente la parte primera de la Circular. De hecho se redactó como para hacer de Introducción, y quizá sea conveniente tenerlo en cuenta según se va leyendo. ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA El Capítulo general de 1976 llevó a cabo un estudio formal de algunos aspectos de la espiritualidad apostólica marista. Cumplido este trabajo preliminar, el Capítulo pidió al Consejo general que continuase profundizando en aquellas investigaciones que habían contado con el apoyo capitular. En cierto sentido, esa labor fue llevada aún más lejos por el Capítulo general de 1985, que plasmó sus reflexiones en las nuevas Constituciones, en las que tenemos un rico depósito para la meditación y el estudio permanente en torno a nuestra espiritualidad. Una vez más, el tema fue recogido en la Conferencia general de 1989. Con la presente circular os invito a todos a participar en la misma tarea a la luz de vuestra propia experiencia, vuestras intuiciones, vuestro conocimiento y amor al Instituto. CIRCUNSTANCIAS ANTERIORES, VIVENCIAS ANTERIORES La espiritualidad marista que nos anima a nosotros ahora es el fruto de la experiencia vivida por el padre Champagnat, sus primeros discípulos y los hermanos que nos han precedido. Nosotros, por nuestra parte, contribuimos hoy a la vivencia de espiritualidad que tendrán las futuras generaciones de hermanos maristas. Es preciso que reconozcamos y mostremos agradecimiento por el camino que nos ha conducido hasta este punto en el tiempo. El hecho de que podamos actualmente responder con nuevas ideas y nuevas orientaciones se debe precisamente al dinamismo de espiritualidad que hemos heredado de las generaciones anteriores. Si tratamos de contrastar el pasado con el presente, no lo hacemos en absoluto con falta de respeto por nuestra propia historia, que amamos y guardamos como un tesoro, sino con el fin de comprender mejor nuestro momento. Me acuerdo ahora de una asamblea provincial que se celebró hace pocos años; en el transcurso de la misma algunos hermanos de edades medias hablaron de sus tiempos de juniorado. Había allí dos hermanos muy jóvenes, que nunca habían pasado por un juniorado, y estaban oyendo intrigados aquellos relatos de otro tiempo. Luego vinieron a hablar conmigo y yo les expliqué que aquellas cosas que habían escuchado no eran sólo historias, sino parte de la mitología de la Provincia. Al recordar aquellos episodios del pasado, los hermanos expresaban su gozo de verse reunidos, el amor que sentían por la vocación y el afecto que se profesaban unos a otros. Las generaciones anteriores eran producto de una época en la que ciertas maneras de pensar condicionaban el modo de entender la vida entre los religiosos. Y por supuesto, las generaciones actuales también están condicionadas, aunque de forma distinta.

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Por ejemplo, antes había un factor que influía poderosamente: la imperante concepción dualista. La realidad estaba repartida en dos esferas, la sagrada y la secular. Se daba por garantizado que la vida religiosa (esfera de lo sagrado) era un privilegio, superior a la vida del mundo (esfera de lo secular). La vocación religiosa estaba considerada como una llamada a la perfección, en tanto que la vida del laico se veía más como lucha constante en medio de un mundo de pecado. En ese contexto, nuestro Instituto (y todos los demás) tenía señalados dos fines, que venían bien precisados en los dos primeros artículos de las Constituciones anteriores. a la revisión que comenzó en 1968: «El fin primordial de los Hermanitos de María es trabajar en procurar la mayor gloria de Dios, el honor de la Santísima Virgen María y la propia santificación, mediante la observancia de los tres votos simples de pobreza, castidad y obediencia, y de las Constituciones de su Instituto. El fin secundario es procurar la salvación de las almas mediante la instrucción y la educación cristianas de los niños, principalmente los de las poblaciones rurales.» Con el tiempo, esa perspectiva fue cambiando. Ahora vemos con más claridad que existe una plena interrelación entre ambos fines. Por ejemplo, en 1969, el documento Renovationis causam ponía de manifiesto la unidad que se da entre contemplación y acción, y declaraba que los religiosos necesitan aprender a «conseguir la integración de la contemplación y la acción en sus vidas: unidad que es uno de los valores primeros y esenciales de estos Institutos». Estoy convencido de que, en lo profundo de nuestros corazones, estamos todos de acuerdo con ello, pero los hermanos veteranos recordarán los tiempos en que la inclinación a subordinar la acción a la contemplación trajo consigo la amonestación contra la «herejía de la acción». Cambios similares en el entendimiento de las cosas han llevado naturalmente a remodelar aspectos de nuestra vida, mas no por ello ha de disminuir el respeto por las convicciones y prácticas de tiempos anteriores. Actualmente vemos la necesidad de cambio, pero debemos recordar también que el estilo precedente de vida religiosa fue el medio con el que muchos hermanos alcanzaron no sólo altas cotas de santidad, sino también gran calidad humana como personas. En numerosos casos, fue su ejemplo el que nos indujo a nosotros a abrazar la vida religiosa. Pero ese medio iba a experimentar una profunda renovación. LA IGLESIA Y EL MUNDO DE HOY EN EL PROCESO DE CAMBIO Hace pocos años, en una reunión de obispos franceses, un prelado joven comentó que cuando oía a alguno de los mayores hablar del Concilio Vaticano II tenía la misma sensación que si escuchara a veteranos excombatientes ¡recordando la primera guerra mundial! Ya sé que para los hermanos jóvenes el Concilio Vaticano 11 puede sonar como historia pasada, pero yo les pediría que muestren un poco de paciencia y de conocimiento. Conviene tener presente que el Concilio constituyó un acontecimiento de enorme significado para la vida de la Iglesia, de nuestro Instituto, y de cada hermano personalmente. En el «Decreto sobre la renovación y adaptación de la vida religiosa» (Perfectae caritatis, 1965) el Concilio dio a los religiosos el mandato de poner al día su estilo de vida, para lo cual se establecían determinados principios. Por una parte, la renovación debería fundamentarse

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en el retorno permanente a las fuentes de la vida cristiana -el evangelio y la tradición eclesial-, y en la inspiración original de cada familia religiosa, su fundador, el carisma y la tradición interna. Por otro lado, vistas las cosas desde una perspectiva humana también hacía falta una adaptación, por dos razones. Una era la de asegurar con más efectividad la acción pastoral: si el religioso tiene más conocimiento del género humano, y sabe cuáles son las circunstancias y necesidades de su tiempo, estará en mejores condiciones de evaluar la situación y de contemplar formas de apoyo. La otra razón provenía de la realidad personal de los consagrados: su manera de vivir, la oración y el trabajo tenían que integrarse con equilibrio en sus propias condiciones físicas y psicológicas. Mirando ahora hacia atrás, no resulta sorprendente que, a la vez que los institutos religiosos comenzaron a prestar atención tanto a la dimensión de fe como a la dimensión antropológica de su vida, en muchos lugares se diera prioridad a las cuestions que afectaban a la persona. El clima de aquellos años postconciliares, en la Iglesia y en la sociedad en general, propiciaba esos enfoques: huida del conformismo, expresión de la propia individualidad, desarrollo de las capacidades personales, las relaciones interpersonales, remodelación de los conceptos de autoridad y obediencia... Todo ese movimiento fue destilando sobre la comunidad, y se manifestó en nuevas ideas sobre la relación entre el individuo y los demás, la dinámica de grupo, los cuidados y las atenciones, la toma de decisiones, la consulta, la función de los Superiores y de los Capítulos. Aquello hizo mucho bien, no cabe duda, pero creo que también es verdad que, a veces, se perdió excesiva energía mirando las cosas sólo de puertas adentro. Simultáneamente se estaban produciendo otros cambios importantes en la sociedad, y en la Iglesia. Permitidme que haga una breve referencia a la renovación en tres campos: educación, justicia y paz, y oración. Allá por los años 60 la educación se había vuelto un problema complejo, con visos de complicarse todavía más. Hubo muchas transformaciones en los sistemas curriculares y educativos, surgió un nuevo profesionalismo y la necesidad de alcanzar estudios superiores, no sólo en las áreas temáticas, sino también en el sector administrativo de la educación. En algunos países, nuestros estudiantes dieron la impresión de haber culminado una revolución cultural de la noche a la mañana. Aquello nos vino de sorpresa, y nos dejó a veces sumidos en una sensación de agobio e indefensión, o -al contrario- nos estimuló a afrontar los nuevos desafíos. Las pedagogías clásicas tuvieron que ser orilladas y se ensayaron otros modelos. Las mentalidades juveniles cuestionaban todo lo que hiciera referencia al pasado y demandaban un tipo de diálogo que incluyera el factor de compartir las experiencias personales. Los profesores seglares entraban a colaborar con nosotros en número creciente, hasta para la enseñanza de la religión, y entre nosotros empezaron algunos a preguntarse si de verdad éramos ya necesarios, y si lo éramos, cuál era la diferencia entre «ellos» y «nosotros»... Durante ese mismo período, la Iglesia se estaba volviendo más sensible a ciertas llamadas evangélicas: la justicia, la paz, y la opción por los pobres. Los hermanos se sentían incómodos y confusos: ¿Cómo íbamos a dar una respuesta fiel a esas llamadas? ¿Cómo íbamos a emprender otros proyectos, si todavía manteníamos nuestras obras, cada vez con

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menos miembros? ¿Acaso estaríamos ayudando a perpetuar situaciones de injusticia en aquellas sociedades donde educábamos a los hijos de los que ostentaban el poder, de los que no tenían la menor intención de compartir recursos económicos o políticos con el resto del pueblo...? Por lo que se refiere a la oración, muchos hermanos interpelaban y rechazaban las estructuras del pasado. Esto era en sí bastante normal, y conducía hacia una nueva libertad en la oración, pero no siempre estábamos preparados para una mayor responsabilidad personal. Algunos se descuidaron, o se organizaron a espaldas de la oración comunitaria. Otros pensaron encontrar la solución experimentando nuevas formas y nuevos métodos: oración participada, los grupos de oración, fines de semana en oración, estilos orientales de oración... Para unos fue un gran apoyo; otros -en cambio- tuvieron sensación de insatisfacción. Y, por supuesto, casi todos podemos recordar momentos de tensión comunitaria cuando se abordaba el tema de las nuevas formas de oración. ¡Todavía estoy viendo la imagen de un hermano de edad saliéndose de la capilla porque otro hermano, joven, se había atrevido a introducir unas variaciones insignificantes en la recitación del rosario! REFLEXIÓN SOBRE EL INSTITUTO Naturalmente, nuestra reflexión sobre el Instituto se ha visto influida por todos esos cambios. Habían emergido nuevas teologías, se habían adoptado otras prácticas; y muchos hermanos, consciente o inconscientemente, se esforzaron por conseguir una síntesis de todo ello. Habían desaparecido las viejas divisiones; la Iglesia ya no era una «sociedad perfecta», sino el Pueblo de Dios al servicio del Reino; la vida religiosa ya no era considerada de categoría «superior», ya que todos los cristianos, sacerdotes, religiosos y laicos, compartían la llamada común a la santidad y la misión; tampoco podría hablarse de algo como exclusivamente «secular», porque ahora la señal de lo sagrado podría hallarse en lo profano; el apostolado ya no tendría que aparecer en segunda fila, detrás de la oración. A veces los documentos conciliares no nos ayudaron en la medida que podrían haberlo hecho. En algunos aspectos, la doctrina de Lumen gentium sobre la vida religiosa todavía mostraba huellas de la tradición monástica, lo cual es ciertamente comprensible si considera-mos la influencia que tuvieron los abades y monjes en el Concilio, al que acudieron en calidad de teólogos. La enseñanza de Perfectae caritatis sobre la dimensión apostólica de la vida religiosa es más diáfana que la que se contiene en Lumen gentium. Y se explica por muchas razones: una de ellas es la intervención del Superior general de los Misioneros del Sagrado Corazón, que insistió tenazmente en la afirmación de que «la acción apostólica no es algo sobreañadido, secundario o accesorio, sino que pertenece a la misma naturaleza de esta forma de vida (religiosa apostólica)». El borrador definitivo de Perfectae caritatis, incluyó sus ideas: «En estos Institutos de vida activa, toda la vida religiosa de los miembros ha de estar penetrada de espíritu apostólico, y toda la actividad apostólica, de espíritu religioso.» De ese modo, nos encontramos con nuestro Capítulo general especial de 1967-1968, que declara: «Cristo, enviado por el Padre para redimir al mundo en el Espíritu, es el modelo perfecto de una vida unificada en el Amor.

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En cuanto a nosotros, enviados al mundo, encontraremos la unidad de nuestra vida permaneciendo unidos a Cristo como el sarmiento a la vid.» Para añadir luego más explícitamente que: «Los aspectos, en apariencia diversos, de nuestra vida religiosa, a saber: oración, trato fraterno, apostolado..., son, por la fe, formas de una misma aspiración: el cumplimiento de la voluntad del Padre.» Creo que esas líneas encierran la mejor descripción de la vida de muchos hermanos mayores, que estaba unificada por el amor a Jesús y a María, amor a sus hermanos y amor a los jóvenes a los que servían en un auténtico espíritu de obediencia. Ocho años después, el Capítulo de 1976 dio un paso adelante en la reflexión sobre la «unidad de nuestra vida». Un grupo numeroso de delegados constituyó una Comisión capitular para estudiar el tema y aportar luego los frutos de su búsqueda contrastada. A lo largo del proceso, ellos sugirieron que los hermanos encontrarían la unificación de diferentes maneras: para unos sería el elemento de la consagración; para otros, el apostolado; y habría quienes la hallarían en la oración o la vida comunitaria. La Comisión consideró las formas en que cada uno de estos factores podría convertirse en elemento dinamizador de la unificación. Y finalmente presentó un informe en el que se resaltaba el carácter de proceso evolutivo como parte integrante de la cuestión: «Por tanto, la falta de unificación entre vida de oración, vida apostólica y vida comunitaria no es, ante todo, un problema moral. Es un fenómeno comparable al de un organismo vivo fuertemente perturbado, que trata de encontrar un nuevo equilibrio. En el núcleo de esta problemática actual hay que situar la evolución de la vida religiosa a partir del Concilio Vaticano II. Perfectae caritatis reconoce claramente la personalidad de los Institutos apostólicos, de sus estructuras y de sus procedimientos, diferentes a los de otros tipos de Órdenes religiosas. Esta evolución constituye para nosotros, hermanos maristas, una llamada para que nos situemos mejor como Instituto apostólico marista y para que así redescubramos mejor nuestra espiritualidad marista.» El valioso texto que la Comisión remitió al Capítulo recibió el título definitivo de «Oración-Apostolado-Comunidad». En él se incluían proposiciones que fueron debatidas y adoptadas formalmente por el Capítulo. Entre ellas, leemos: «Que en todos los niveles... se intensifiquen las investigaciones emprendidas acerca de nuestra espiritualidad apostólica marista, que han contado con el apoyo del XVII Capítulo General.»

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Ésta es, quizá, la primera vez que el término ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA aparece en la documentación del Instituto. La respuesta del Capítulo al documento se acompañaba con la siguiente declaración: «El Capítulo general reafirma la importancia de unificar en nuestra vida la consagración, la oración y el apostolado en el seno de la comunidad y dentro del espíritu de nuestras Constituciones. Recomienda que, en su labor de animación, el Consejo general y los gobiernos provinciales se preocupen de esta necesidad vitaj de unidad.» El documento «Oración-Apostolado-Comunidad» se divulgó entre nosotros con el apelativo familiar de «Documento PAC», y fue un texto de primera referencia en retiros, asambleas y planes de renovación que se llevaron a cabo en todo el Instituto. Eso nos traslada al XVIII Capítulo general, 1985, que, al redactar las nuevas Constituciones, recogía el mismo mensaje: «La espiritualidad que nos legó Marcelino Champagnat tiene carácter mariano y apostólico. Brota del amor de Dios, se desarrolla por nuestra entrega a los demás y nos lleva al Padre. Así armonizamos apostolado, oración y vida comunitaria» (art. 7). Bajo la guía de estas nuevas Constituciones, continuamos explorando y profundizando en el conocimiento y la vivencia de la espiritualidad apostólica marista, para ir avanzando cada vez más en la consecución de esa armonía.

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V J. M. J.

CIRCULARES DE LOS SUPERIORES GENERALES DEL INSTITUTO DE LOS

HERMANOS MARISTAS DE LA ENSEÑANZA

Vol. XXX

ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA

(suplemento)

Casa General Roma, 10 de julio de 1993

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SUMARIO NUESTRA MISION MARISTA Espiritualidad apostólica marista CARACTER ESPECIFICO DE NUESTRA MISION Características del hermano marista apóstol LA EDUCACION CRISTIANA El P. Champagnat: objetivos y métodos De la Escuela de los origines a la situación actual Cambios significativos después del P. Champagnat La Pastoral de la educación en el Instituto "EN ESPECIAL LOS MAS DESATENDIDOS" Interpretando signos Jesús y los pobres Champagnat y los pobres A través de las Constituciones Consecuencias referentes a nuestro ser religiosos ¿Hacia dónde caminar? Hablan los hermanos Respuestas a una encuesta SENSIBILIDAD DE LOS PADRES CONCILIARES El misterio de Cristo en los pobres IDENTIFICANDO EL ROSTRO DE CRISTO SUFRIENTE OPCION POR LOS POBRES DEL P. CHAMPAGNAT EL MAGISTERIO DE NUESTROS SUPERIORES: Hermano Leónidas: Apostolado en favor de los niños pobres Hermano Basilio: Renovación en el espíritu del Fundador

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Reflexión sobre nuestra misión marista Los tres artículos siguientes nos invitan a reflexionar sobre nuestra misión, en la línea de la Conferencia general de Veranópolis. Esta asamblea tuvo un impacto considerable, tanto a nivel de Administración general como en las unidades administrativas. Los Hermanos provinciales y los Superiores de Distrito, con el apoyo de sus respectivos Consejos, se han esforzado en transmitir las orientaciones de la Conferencia para que cundan en la vida de las obras y comunidades maristas, cada uno según sus posibilidades y en función de su situación peculiar. Pensamos que las siguientes reflexiones les pueden ayudar a proseguir en su empeño de comprender el interés y enri-quecimiento que suponen. Por primordiales que fueren los esfuerzos realizados "desde la base ", su coordinación alrededor de objetivos generales no es menos importante. Los mensajes en torno a los cuales se organizaron las diferentes actividades de la Conferencia, especialmente los mensajes del Hermano Superior general y sus Consejeros, han sido divulgados en varias unidades administrativas. Nos parece oportuno retomarlos en la fidelidad y teniendo en cuenta la situación actual. En una palabra, bajo el impulso de la Conferencia general han surgido unos cuantos valores que debemos desarrollar. A nuestro entender, la mayoría deberían ser- presentados a la consideración de todos. A esta necesidad queremos responder teniendo presente el tema central de la Conferencia general, a saber, la espi ridualidad apostólica marista. Éste ha sido el eje orientador de la preparación que ha inspirado luego las sesiones de profundización animadas por el Hermano Superior general y sus Consejeros, enriquecidas asimismo por las viviencias y realidades captadas en el curso de las visitas de las Provincias. El propósito de los autores de estos tres artículos es pues ofreceros, de parte del Consejo general, unos textos fieles al mensaje de la Conferencia general y a los desarrollos que, a nuestro juicio, suscita. Os deseamos una provechosa lectura, en beneficio de nuestra cada día más auténtica misión de Hermanitos de María. H. Yves Thénoz

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Carácter específico de nuestra misión Algunos rasgos propuestos como característicos del Hermano Marista Apóstol * El Hermano Marista Apóstol, como Marcelino Champagnat, y siguiendo sus huellas, es llamado, enviado, "cautivado" por el amor de Jesús y María. * Siendo su único fin "Seguir a Cristo como María", hace suya la misión de Jesús y de María. * Su misión consiste en revelar el amor de Jesús y María, y en invitar a otros a ese amor de Jesús y María. * Mensajero del amor, sus preferidos son, a ejemplo de Jesús y de María, todos aquellos quienes, por su situción, están más necesitados, y comparte el noble sentimiento de misericordia y bondad que animaba a Marcelino Champagnat. * Sumisión le conduce a los jóvenes quienes, para alcanzar su pleno desarollo, necesitan esencialmente un amor auténtico. * El amor del que se trata siendo un amor de obras, el Hermano Marista organiza su vida con miras a poder actuar con efectividad. * Los pobres, los desfavorecidos, ante todo los faltos de cariño, son sus preferidos, especialmente los que se encuentran privados del contacto con la Iglesia, debido a las condiciones material de su vida. * Su apostolado, su presencia y disponibilidad en medio de los jóvenes, sobre todo los más abandonados, es esentialmente una comunicación de vivencia espiritual, de comunión con Dios: lo que comparte es lo que vive desde su vida de "consagrado". * Su acción es indisociable de la oración y viceversa. * Lo que caracteriza su manera de ser - Nazaret: amor al trabajo, espíritu de familia, sencillez, - condiciona su manera de obrar y de ser apóstol. * Exigente pero dotado de paciencia consigo mismo y con los jóvenes a quien es enviado, sabe esperar con confianza "la Hora" del Señor Jesús. * Su apostolado se caracterisa por la discreción, la presencia, la insistencia, la intercesión, a ejemplo de María en Nazaret y en Caná. * Guiado por María en su misión, recurre a Ella con frecuencia. * Se siente llamado, de manera especial, a amar a María y a inspirar e inculcar el amor a María. * Adopta y propone a María como camino para ir a Jesús. * Actúa como miembro que es de una comunidad misionera.

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* Ha recibido una formación con vistas a la evangelización de los jóvenes, en especial por la catequesis y la enseñanza católica. * La educación que imparte, está orientada hacia la formación integral de todala persona humana: "Formar buenos ciudadanos y buenos cristianos". Va más allá de un nivel simplemente escolar, por medio de la animación de pequeños grupos, movimientos, actividades extraescolares. * Se esfuerza por dar respuesta a necesidades actuales de la Iglesia y del mundo. * Considera muy importante la apertura, lo cual le lleva a ampliar continuamente su campo de actuación apostólica. * Abierto a todos, rechaza todo sistema elitista. * Confia en las personas, da a cada uno todas las oportunidades de crecimiento. * Teniendo en cuenta la diversidad de puntos de vista y de tendencias, se esfuerza constantemente por comprender ambientes y mentalidades. * Su atención a los acontecimientos le lleva consiguientemente a evolucionar y a adaptarse. H. Yves Thénoz

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La educación cristiana, aspecto específico de nuestra misión INDICE: INTRODUCCION A. Algunas intuiciones fundamentales del Padre Champagnat sobre los objetivos y métodos de la educación cristiana. B. De la ESCUELA de los orígines a la situación actual. C. Algunos cambios significativos desde los tiempos del Padre Champagnat a nuestros días. D. Una mirada sobre la situación de la pastoral de la educación en el Instituto

El estado de ánimo de los hermanos. Las obras: el mapa pastoral del Instituto. Nuestra presencia en el ámbito educativo escolar. Nuestra presencia en el ámbito educativo no escolar. Nuestra presencia entre los más desatendidos. Discernimiento de las prioridades apostólicas.

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INTRODUCCION Un aspecto específico de nuestra Misión La preocupación por la "educación cristiana" de niños y jóvenes es algo ESPECIFICO de la experiencia fundacional del Padre Champagnat. Es un elemento clave en la comprensión de su Misión. Influye y se transparenta en su manera de sentir, así como en su obrar. Una exigencia de fidelidad Herederos de su carisma, y enfrentados a los desafíos del futuro, la fidelidad nos pide profundizar lo que significa esta experiencia originaria, y tratar de proyectarla a nuestro tiempo. Necesitamos profundizar en lo que constituye el núcleo de la misma para hacerla presente hoy en nuestra manera de ser y de actuar. El contenido del trabajo Las páginas que van a continuación sirvieron de base, en su momento, a una reflexión del Consejo General. Siguen en su esquema la línea marcada en Veranópolis y recogen algunos aspectos del tema sobre los que todos necesitaremos continuar profundizando y compartiendo. Aunque sabemos que muchas Provincias ya han trabajado el tema, las ofrecemos aquí, en víspera del Capítulo, por si en algo pudieran ayudar nuestro trabajo personal y nuestros intercambios comunitarios A. ALGUNAS INTUICIONES FUNDAMENTALES DEL PADRE CHAMPAGNAT SOBRE LOS OBJETIVOS Y METODOS DE LA EDUCACION CRISTIANA El punto de partida: la visión del niño y del joven desde la fe El Padre Champagnat es un hombre de fe , y para él la imagen ideal del niño cristiano, no es otra que la del niño que, creyendo en Dios, adapta su vida toda a los valores del Evangelio. Cuando vemos al Padre Champagnat sufriendo el abandono en que viven los niños y jóvenes del campo en la Francia del siglo XIX, no podemos olvidar que sus referencias y sus parámetros de felicidad y de riqueza son los de un hombre de fe, y de un hombre de su tiempo y de su contexto histórico. La experiencia dolorosa de la ignorancia religiosa y del abandono material de muchos niños y jóvenes. El Padre Champagnat tiene la experiencia cruel de la ignorancia religiosa casi absoluta de los niños y jóvenes en la posrevolución francesa, y del abandono material en que se encuentran sumidos muchos de ellos. Hombre de gran sentido práctico, no inventa un sistema educativo sino que adopta y adapta sin ambages las técnicas pedagógicas puestas al día por San Juan Bautista de La Salle. A partir de su propia experiencia se ha hecho una idea personal de lo que debiera ser la instrucción y la educación, y trata de llevarla a la práctica. En la escuela encuentra el medio ideal para su trabajo educativo. La catequesis una preferencia.

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En la escuela encuentra el Padre Champagnat el medio ideal para este trabajo educativo que siente urgente y necesario. Por eso abre escuelas, prepara maestros, a quienes quiere religiosos con votos, y por la vía de los hechos, pone en marcha una pedagogía que responde a sus inquietudes. La catequesis deberá tener una preferencia claramente señalada. La preocupación de nuestro Padre Fundador por la formación religiosa y catequética de los hermanos y la insistencia en la responsabilidad que supone el atender bien a esta formación, muestra su pensamiento sobre el tema. Educar es modelar el corazón para la vida de acuerdo con el Evangelio. Sin embargo el padre Champagnat está convencido de que la catequesis, sobre todo en algunas de las formas en que en su época era vista, no es suficiente para una adecuada educación cristiana. El es un hombre de "vida", tiene la experiencia de que la educación supone ciertamente conocer las verdades cristianas, pero sobre todo exige modelar el corazón de acuerdo con los valores del Evangelio. Y esto sólo se logra haciendo la experiencia de estos valores en las situaciones concretas de la propia vida. Educación integral. La pedagogía de la presencia De ahí la gran importancia que da a la presencia del educador en medio de los niños y de los jóvenes, en cuantas situaciones se presenten en la vida ordinaria. En el fondo, y sin utilizar los términos actuales, el Padre Champagnat intuye la necesidad de la educación integral para que se pueda hablar de una buena educación cristiana. Podríamos decir que, de alguna manera es consciente del problema que hoy enunciamos en términos de fe-cultura-vida. Para educar bien a los niños es preciso amarlos. Que los jóvenes sepan y tengan la experiencia de que Dios les ama. "Para educar bien a los niños es preciso amarlos". He aquí, expresada sintéticamente, otra de las grandes intuiciones del Padre Champagnat en relación con la pedagogía y la metodología. Es una consecuencia lógica de su concepto de la educación como "misión", como tarea apostólica que nace del compromiso de prolongar la acción salvadora de un Dios que es ante todo misericordia. Pero es también una consecuencia del contenido mismo de la tarea educativa, uno de cuyos objetivos fundamentales para el Padre Champagnat es hacer que los niños y jóvenes sepan y tengan la experiencia de que Dios les ama. ¿ Qué mejor medio de hacer la experiencia del amor de Dios que el de verla encarnada en sus maestros?. ¿Qué mejor medio de aceptarse a sí mismos y aceptar los valores que los educadores les ofrecen sino el de sentirse aceptados y amados? La pedagogía de la sencillez: en las relaciones y en los métodos pedagógicos. Sus orígenes han marcado al Padre Champagnat. Es un hombre del pueblo, realista, de inteligencia eminentemente práctica. El Padre Champagnat es también un hombre de fe que, porque se somete confiado al juicio de Dios, no se preocupa gran cosa de las miradas de los hombres. No tiene problemas de "imagen". La pedagogía que el Padre Champagnat promueve llevará lógicamente esta línea de la sencillez, que quiere ir directamente a lo esencial dando frutos de equilibrio y de fecundidad. La persona del maestro, los métodos, las relaciones con los niños y los padres, las relaciones entre educadores, e incluso los mismos

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objetivos de la educación deberán quedar marcados por esta sencillez en las escuelas de los hermanos. El amor al trabajo como estilo educativo. Los destinatarios primeros del trabajo educativo del Padre Champagnat y de los primeros hermanos fueron los niños de las pequeñas villas de la Francia posrevolucionaria. Los orígenes, tanto del Fundador como de los primeros hermanos, su sentido práctico, y la realidad de sobriedad e incluso de pobreza del medio en que realizan inicialmente su tarea educativa, dejaron una huella que ha pasado a ser también un sello familiar de la pedagogía marista; se trata del amor al trabajo como estilo educativo. Amor al trabajo en los educadores, hábito de trabajo en los alumnos, y sensibilidad y aprecio por todas aquellas actividades muy próximas al "trabajo manual", cuyo valor educativo redescubre la pedagogía más actual. Evitar la lectura de los orígenes con claves de interpretación propias de nuestros días. En la lectura que nosotros hacemos del pensamiento y de la acción educativa del Padre Champagnat al cabo de doscientos años, corremos un riesgo claro: utilizar las claves de interpretación propias de nuestros días. Nos conviene por ello prestar atención cuidadosa al contexto de aquella época para asegurarnos que estamos entendiendo los hechos adecuadamente. Los diversos trabajos de investigación sobre nuestros orígenes,y especialmente la obra del hermano Pierre Zind sobre este tema, pueden ayudarnos a una buena comprensión de este contexto en el que nace nuestro Instituto. B. DE LA ESCUELA DE LOS ORIGENES A LA SITUACION ACTUAL Por lo que toca a la educación cristiana, la trayectoria del Instituto se inicia en un tipo de escuela rural cuyos objetivos, contenidos y destinatarios quedan bien definidos por su localización y por la época en que tiene lugar. El paso del tiempo y el cambio de las situaciones. A través del tiempo esta trayectoria adquiere modulaciones diversas, que reflejan en general las evoluciones sociológicas de los diversos países de implantación y las diferentes exigencias eclesiales en los mismos. Se da, sin embargo, una cierta homogeneidad para la mayoría de ellas. En las últimas décadas nuestra tarea de educadores cristianos ha quedado sometida a la misma revisión que todo lo relativo a la educación en general. Revisión de la Escuela. Se ha revisado la Escuela, como medio de educación, y como medio de educación cristiana en especial, y esto desde diversas perspectivas filosóficas, pedagógicas, sociales y pastorales. La revisión ha alcanzado tanto los objetivos últimos de la tarea educativa, como sus objetivos inmediatos, sus métodos y sus destinatarios. La Escuela Marista frente a esta revisión. Y por supuesto se ha revisado también la Escuela Marista. Una tras otra, se han sometido a estudio su estructura jurídico-administrativa, la presencia de los laicos y el nuevo papel de los

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hermanos en el gobierno y animación de los Centros, el contenido de la educación que ofrece, la labor evangelizadora que realiza, los destinatarios actuales de sus servicios, y el desafío que representan los grupos de niños y jóvenes que exigen atenciones educativas totalmente nuevas. C. ALGUNOS CAMBIOS SIGNIFICATIVOS DESDE LOS TIEMPOS DEL PADRE CHAMPAGNAT A NUESTROS DIAS. Las situaciones actuales en los diversos países en los que está presente el Instituto son muy diversas. Lo que aquí decimos, hace referencia a cambios que nos parecen más generalizados y que reflejan tendencias de fondo con repercusiones importantes en la mayoría de estos países El cambio en el concepto mismo de educación. La revolución de la educación ha sido una de las de mayor impacto en los dos siglos últimos. La enseñanza se ha generalizado y se ha hecho obligatoria hasta edades cada vez más avanzadas en muchos países y se ha diversificado en sus contenidos. El concepto mismo de educación podríamos decir que ha cambiado, y en la mayoría de los países aparece este tema de la educación , justamente, como uno de los más desafiantes cara al futuro de su desarrollo. Un nuevo concepto de cultura. Por otra parte el concepto de cultura ha cambiado profundamente, y es bueno hacer una reflexión pausada sobre este cambio, porque su relación con el tema educativo es muy grande. Sabemos que hablar de cultura no es fácil. Precisamente vivimos una época en que se ha acentuado la conciencia de la diversidad cultural entre los diversos países, y aún al interior de los mismos, . Nunca como en el momento histórico presente el respeto a la diversidad cultural ha sido tan reivindicado. Somos simultáneamente conscientes de la unidad de destino del hombre en todo el planeta y de sus radicales diferencias culturales en cada pueblo. Diversidad de culturas. Según la perspectiva en que nos colocásemos, podríamos hablar de cultura humanística o cultura técnica, de cultura de matriz religiosa o cultura laica, cultura dominante o cultura popular, cultura occidental, culturas orientales, culturas africanas, etc. Los matices y las precisiones serían múltiples y todos con repercusiones en los procesos educativos. Nosotros vamos a subrayar sobre todo los cambios que han afectado a la llamada cultura occidental en su sentido amplio, puesto que nuestro Instituto nació en ese contexto, y porque sus variaciones se sienten particularmente. Sin embargó es claro que la situación de cambio afecta a todas las culturas, dada la interrelación actual entre las naciones. Asimilación diversa de los cambios. Persisten algunos "viejos problemas". Los cambios no han sido igualmente asumidos por todos los que se consideran con derecho a intervenir en la educación. No todas los organismos, los grupos de responsables, las personas que por derecho intervienen en el proceso educativo, han asimilado de la misma manera los cambios a los que vamos a referirnos. Podemos decir que algunos problemas que están

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planteados, para la educación, desde las vísperas de la revolución francesa, aún no han sido totalmente resueltos de manera satisfactoria, ni teórica ni prácticamente. Piénsese, por ejemplo, en los problemas teológicos y pastorales de la encarnación de la fe en las diversas culturas, incluyendo las de matriz laica o poscristiana y las religiosas de tipo fundamentalista, o en los problemas organizativos que se derivan de las diversas concepciones del poder estatal frente al fenómeno religioso y su materialización en la sociedad. La confrontación entre antropología dominante y valores cristianos. Repercusiones en la educación cristiana. La antropología que está hoy en la base de la cultura dominante en muchos países,se halla muy distante de lo que podríamos llamar una antropología de valores religiosos y, en concreto, cristianos. A pesar del fenómeno del resurgir religioso, vivimos ampliamente el fenomeno de una cultura secularizada y posreligiosa en la que los valores de la fe en Dios y en la trascendencia apenas tienen un lugar. Además, un consumismo feroz de horizontes cerrados, hedonista e insolidario, ejerce una enorme influencia sobre todo en los "media" y se encarna en la vida y aspiraciones de los ciudadanos. Es fácil imaginar las repercusiones de esta situación frente a la maduración de la fe y la formación en unos valores surgidos del Evangelio, objetivo último de la educación cristiana. El desafío de "encarnar" el mensaje evangélico de la cultura Para la Iglesia este problema de encarnación del mensaje y de los el valores evangélicos en las diversas culturas sigue siendo uno de los grandes desafíos para la evangelización. Y esto, tanto en los países evangélico en la e antigua cristiandad, hoy fuertemente secularizados, como en los de más reciente presencia con unas referencias culturales de gran contenido religioso: Africa, Asia, América Latina, el Pacífico, etc. Los destinatarios de la acción educativa y la adecuación de los contenidos a los mismos. Los contenidos de la cultura han estado siempre en consonancia con las exigencias de sus destinatarios. Por eso, cuando la educación pasó a ser derecho de todos los ciudadanos, en lugar de privilegio de una élite, los contenidos y los métodos educativos pasaron a ser objeto de discusión. En nuestros días, todavía podemos ver los resultados de estos conflictos de intereses en las políticas educativas de los gobiernos y en los programas escolares. Los cambios en las institucines educativas. Las consideraciones ideológicas sobre los derechos de losciudadanos, y las consideraciones prácticas acerca de las repercusiones de la educación sobre el desarrollo de los pueblos, han hecho de la educación, en la mayoría de los países, uno de los principales problemas de la sociedad y, por supuesto, también un "problema de estado". Buena parte de los aspectos organizativos del sistema educativo de un país, quedan afectados, aunque de forma diversa según las concepciones de gobierno, por las decisiones de los poderes públicos. Las condiciones jurídico-administrativas de la apertura y funcionamiento de los Centros, sus programas, las fórmulas de financiación, la participación en la gestión de titulares, profesores, padres, alumnos y otras organizaciones sociales, vienen ciertamente condicionadas por este hecho.

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Un nuevo estilo de relaciones al interior de los Centros. Al interior de las propias instituciones educativas, la relación entre los responsables de su gestión ha experimentado también cambios profundos. Se busca una mayor participación de todos los miembros de la comunidad educativa en todo lo que afecta al proceso educativo: proyectos, programas, organización, etc. Surge la necesidad del trabajo en equipo. Es preciso pues buscar nuevas fórmulas, un nuevo talante de trabajo, y todo en un contexto de visiones culturales y religiosas plurales, que ciertamente supone un desafío a la capacidad de adaptación de las personas habituadas a sistemas menos participativos. D. UNA MIRADA SOBRE LA SITUACION DE LA PASTORAL DE LA EDUCACION EN EL INSTITUTO Presentamos en lás páginas que siguen algunas apreciaciones fundadas ciertamente en la observación de la realidad, pero que no son el fruto de una elaboración científica de datos o de una discusión pormenorizada de todas las afirmaciones. Las situaciones reales más cercanas a cada lector o grupo de lectores, y quizá los estudios ya realizados en sus Provincias, les permitirán hacer la reflexión y las matizaciones pertinentes. EL ESTADO DE ANIMO DE LOS HERMANOS El sentido de misión. Algunas ambigüedades entre "tarea" y "misión". Parece que entre los hermanos, como en general en toda la Iglesia, se ha profundizado en un sentido de misión que es fundamentalmente participación de la misión de Jesús prolongada en la Iglesia. El caminar parece a veces lento, pero es real, y los frutos de esta mejor comprensión de la misión se empiezan a ver en la vida y en la actividad de las personas. Creemos sin embargo que se da todavía, en ocasiones, una cierta ambigüedad en la comprensión de la diferencia entre "la misión" y "la tarea", en la que la misión se concreta en un momento dado. La "especificidad" de nuestra misión. Puede también percibirse, en general, una búsqueda de mayor claridad sobre lo que constituye la "especificidad" de la misión del hermano marista y sus repercusiones concretas en la elección de las tareas apostólicas y los destinatarios de las mismas. Esta búsqueda de especificidad se da al mismo tiempo que aumenta el sentido profundo de pertenencia a la Iglesia, y en concreto a la Iglesia local en la que se trabaja junto a otros agentes de pastoral con carismas diversos. No parece dificultar, en general, una adecuada identificación vocacional. Ejemplos extraordinarios de celo Podríamos dar testimonio de ejemplos extraordinarios de celo entre os hermanos del Instituto. Celo que refleja bien a las claras su amor Jesucristo y su amor a los jóvenes, y que se expresa de tantas y tantas aneras: la disponibilidad y la generosidad, la abnegación frente a la dureza de las circunstancias, la constancia, la creatividad , la inventiva y, sobre todo, la ilusión y la esperanza en las dificultades..

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Situaciones de un celo que languidece. Al mismo tiempo, los propios hermanos lo confiesan, también se dan casos de hermanos y Provincias en los que el celo languidece y es débil. ¿ Profesionalización? ¿Rutina de funcionario de la educación o de la pastoral? ¿Cansancio frente a la dureza del empeño y a la poca valoración social de la profesión de enseñante? ¿Pérdida de sentido que traduce una fe débil y no suficientemente "actuada"? ¿Traducción de una falta de "espiritualidad apostólica" que encuentre en la tarea diaria su expresión y al mismo tiempo su fuente? Vale la pena subrayar que en ocasiones se encuentra esta "tibieza apostólica" incluso en quienes se entregan exteriormente de una manera generosa y total a las tareas que les han sido confiadas. Fe en la importancia y necesidad de la educación cristiana. Algunas discrepancias sobre las formas. Creemos que existe entre los hermanos fe en la importancia y necesidad de la educación cristiana en nuestros días, al mismo tiempo que percibimos en bastantes casos duda e inseguridad, y por lo mismo, discrepancia de pareceres y a veces "confrontación abierta" sobre cómo hacer eficaz esa educación en las diversas circunstancias en que las Provincias se encuentran. Esta duda e inseguridad es fruto de la complejidad de la problemática que es preciso afrontar, y a la que ya se ha aludido. Pesan las situaciones referentes al número de hermanos, sus edades, su capacidad frente a nuevos retos. En algunas ocasiones también es consecuencia del miedo inconsciente a los cambios que se entreven como necesarios, y a la simple falta de fe y vigor apostólico. LAS OBRAS: EL MAPA APOSTOLICO DE L INSTITUTO Falta de un mapa pastoral del Instituto. Buenos trabajos en algunas Provincias. No existe a nivel de Instituto lo que pudiéramos llamar un "mapa apostólico marista" realizado con detalle, y en el que aparezcan todos los "accidentes" y las características de las obras en las que los hermanos se empeñan. Algunas Provincias, que han dedicado un período prolongado a un proceso de discernimiento, disponen de buenos trabajos sobre el particular. Esperemos disponer, para el Capítulo General, de algunos datos más elaborados a partir de las informaciones últimamente recibidas de las Provincias. Abordamos ahora el tema desde esta limitación y lo hacemos desde tres erspectivas concretas: las obras en el ámbito escolar, las obras en el ámbito no escolar, y los destinatarios de ambos tipos de obras.. NUESTRA PRESENCIA EN EL AMBITO EDUCATIVO ESCOLAR La presencia de los hermanos en la escuela Un gran porcentaje de hermanos del Instituto se encuentran hoy trabajando apostólicamente en obras que pertenecen a este ámbito. Se trata, en general de obras escolares insertas en el sistema educativo formal de los diversos países. Ofrecen, según los casos, junto a las servicios estrictamente escolares o académicos, una variedad de actividades educativas paraescolares , que van de las deportivas y culturales a las más específicamente religiosas o pastorales. La mayoría de estas obras escolares se concentra en la enseñanza primaria y en la

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secundaria, con una presencia más reducida en el sector de la enseñanza universitaria y de las enseñanzas técnicoprofesionales o agrícolas. El tipo de escuelas: propiedad y gestión. La situación jurídica de estas obras educativas escolares y su organización y gestión, son muy diferentes unas de otras. Unas son propiedad del Instituto, bajo formas jurídicas diversas, y su gestión económico-administrativa y pedagógica es atribución directa de los hermanos o de las personas por ellos delegadas. Otras son de propiedad de la Iglesia o del Estado, o bien de Fundaciones, Asociaciones sin ánimo de lucro u otro tipo de Corporaciones, que han confiado la gestión de las obras escolares al Instituto. La presencia de los laicos en la escuela. Tradicionalmente, los laicos han estado presentes en nuestras obras escolares, con algunas variantes según los países, como profesores o como miembros de los sectores administrativos y de servicios. Se constata en este momento un cierto crecimiento del número de personas comprometidas en las obras, y al mismo tiempo una variación en cuanto al tipo de trabajo encomendado. Cada vez hay más laicos presentes en puestos de gestión y dirección, y progresivamente se incorporan con mayores responsabilidades al trabajo de animación y planificación pastoral de los Centros escolares. En el origen de esta realidad se dan causas coincidentes en la mayoría e las regiones del Instituto: la disminución del número de hermanos y su envejecimiento, la apertura de obras en áreas anteriormente no atendidas, y también la conciencia más clara del papel capital de los laicos en el trabajo evangelizador de la Iglesia. Los destinatarios de nuestra educación escolar. Los alumnos que frecuentan nuestros centros, destinatarios de nuestros servicios educativos, pertenecen a un abanico amplio de población compuesto por las más variadas capas sociales. A pesar de que no dispongamos de datos elaborados con indicadores homogéneos, nos parece que un porcentaje bastante alto corresponde a las clases medias y clases medias altas. En aquellos países en los que los centros reciben ayudas económicas del Estado o de otros organismos públicos, acuden a nuestros centros niños y jóvenes de todas las clases sociales. Parece sin embargo bastante claro que nuestra presencia entre niños y jóvenes muy pobres o marginados socialmente, es relativamente reducida. Es preciso subrayar, sin embargo, la conciencia creciente entre los hermanos de la necesidad de aumentar esta presencia y su reflejo en las prioridades provinciales. En algunas Provincias los pasos dados son significativos, tanto en la mentalización como en las realizaciones En otras quedan todavía en el terreno de la toma de conciencia sin traducirse en obras concretas. Las tareas desarrolladas por los hermanos en la escuela. Las tareas que los hermanos desarrollan al interior de las obras educativas de tipo escolar propias o ajenas, podríamos agruparlas en tareas de dirección, de gestión-administración, de enseñanza en las diferentes materias académicas, de formación religiosa y catequesis, y otro tipo de tareas educativas realizadas a partir de actividades culturales y recreativas que completan la labor de los centros: deportes, clubs de música y teatro, escuelas de padres, clubs de acción social, catequesis y movimientos apostólicos diversos.

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El porcentaje de hermanos presentes en la escuela. El porcentaje de hermanos dedicados a cada uno de estos tipos de tareas varía de unas Provincias a otras. Se constata en algunos lugares una fuerte tendencia a la disminución del número de hermanos que, de una u otra forma, mantienen un contacto educativo directo con los alumnos. Esta tendencia es a veces más acentuada en el ámbito de la formación religiosa, sea por medio de la catequesis, la enseñanza religiosa en las aulas, o en los movimientos apostólicos de uno u otro tipo. Por contra, hay Provincias en las que se está haciendo un gran esfuerzo para dedicar a un mayor número de hermanos a este tipo de tareas. La valoración de nuestra tarea. La valoración que, aquellos que frecuentan nuestros centros y aquellos que se relacionan con ellos por diversos motivos, hacen de los mismos es, en general, muy positiva. Se subraya por lo común su eficiencia académica, su ambiente de trabajo y la sencillez de las relaciones entre los miembros de la comunidad educativa. La apreciación no es tan positiva, para algunos, desde una perspectiva más exigente, y en relación, por ejemplo, con aspectos como la creatividad y la audacia en la innovación, tanto en los terrenos académicos como en los pedagógicos. La valoración por parte de la Iglesia. Los obispos, sacerdotes, y organismos diocesanos y parroquiales, y los fieles en general, hacen también valoraciones positivas de las obras con las que mantienen relaciones. Entre las críticas que suelen oírse con más frecuencia se hallan las referentes a la falta de promoción de líderes cristianos, a la débil sensibilidad eclesial de algunos centros y a su reducida integración en la pastoral diocesana o parroquial. Otras se refieren a la poca presencia en los medios más carentes o al tipo de educación poco concientizadora que se imparte en los centros. Las obras y la vida de los hermanos. Es una valoración de gran interés la que los propios hermanos hacen acerca de la repercusión que las obras, tal y como hoy se encuentran, tiene sobre su vida personal de religiosos consagrados. Se subrayan las dificultades de algunas estructuras que pesan demasiado por su complejidad, y que en ocasiones aíslan excesivamente de la realidad social. Se siente el desafío de descubrir y cultivar una espiritualidad apostólica que se enraice mejor en la propia actividad ordinaria y que encuentre el camino adecuado para testimoniarlos valores evangélicos que públicamente se profesan. Un interrogante acerca del número de obras y número de hermanos. En muchas Provincias existe una preocupación por la desproporción existente entre el número y tipo de obras de las que se es responsable y el número y edad de los hermanos de la Provincia. La situación se agrava cuando los modelos de gestión utilizados piden la presencia de un hermano en casi todos los puestos relevantes de la administración y del gobierno del centro. Se reduce, como consecuencia,su trabajo educativo directo con los jóvenes. La selección de prioridades se hace indispensable en estos casos. Llamadas a una revisión del tipo de presencia pastoral en el interior de la escuela.

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El tipo de presencia pastoral del hermano en las obras escolares necesita una revisión. En la encuesta previa a la Conferencia General de Veranópolis, las Provincias ya coincidían en la necesidad de "recentrar las tareas apostólicas de los hermanos", "discernir nuestros lugares de presencia al interior de las obras actuales" y "hacernos presentes en algunos campos nuevos". Esta necesidad de revisión se desprende, según las Provincias, de su análisis de la situación y responde a las llamadas de los "signos de los tiempos". Algunos datos con los que debería contar esta revisión: la disminución del número de hermanos y la conveniencia de aprovechar lo mejor posible sus capacidades apostólicas, el nuevo papel asignado a los laicos y la necesidad de impulsar el trabajo en equipo al servicio de proyectos apostólicos bien definidos. La preocupación por hacer pastoralmente eficaces nuestros proyectos educativos. En buen número de nuestras obras existe la preocupación creciente por hacer nuestros proyectos educativos más adaptados alas exigencias de una auténtica educación cristiana y a las necesidades de los jóvenes de hoy. También es cierto, sin embargo, que bastantes de nuestras escuelas y colegios ofrecen a sus alumnos proyectos de educación cristiana y medios para hacerlos realidad, muy poco densos y significativos. Los programas y los medios, las personas, los equipamientos, las finanzas, puestos al servicio de este aspecto de la educación, no siempre guardan relación con el esfuerzo que se realiza en las otras áreas formativas; y esto a pesar de la importancia teórica que se le atribuye. A veces el éxito escolar y académico y el aprecio global que el exterior manifiesta hacia el centro, ocultan el problema de una oferta de formación cristiana poco profunda. Las diricultades para la catequesis y los movimientos apostólicos. La catequesis y los movimientos apostólicos son un campo preferente de nuestra acción educativa según las Constituciones. En muchos países existen dificultades crecientes para realizar esta labor. Algunas nacen de las propias leyes del Estado y de la complejidad de la organización escolar, y otras de las actitudes de los padres y de los propios alumnos, sin olvidarlas que tienen su origen en las actitudes de los propios educadores: hermanos, sacerdotes, laicos. Ofertas pastorales densas dealgunas Provincias, y atonía apostólica de otras. Hay Provincias que están afrontando esta situación con gran decisión y creatividad: búsqueda de nuevos tipos de animación pastoral mediante ofertas de programas de formación diversificados en cuanto a su contenido y a sus dinámicas. En otras la respuesta es más lenta: costaría identificar fácilmente, en algunos colegios o escuelas, las ofertas educativas apropiadas a un centro que se define como cristiano. Estas situaciones de atonía pastoral, tienen sus consecuencias en la formación de los alumnos, y pueden generar entre los hermanos un interrogante sobre el sentido de la propia tarea y sobre la propia vocación. Cuando se daesta falta de vigor apostólico, las repercusiones vocacionales en los jóvenes son evidentes. La inserción eclesial de nuestra obra educativa. La comprensión, por parte de los hermanos, de nuestras obras como obras de Iglesia, al servicio de la evangelización de niños y jóvenes en el campo específico de la educación,

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parece en ciertos casos débil. Con todo hay una preocupación creciente en las Provincias, por hacer una realidad la comunión eclesial y la colaboración pastoral que nos piden las Constituciones. La profundización de nuestra visión de la Iglesia como comunión, y de nuestro carisma de hermanos maristas en el seno del pueblo de Dios nos ayudarán en los esfuerzos. NUESTRA PRESENCIA EN EL AMBITO EDUCATIVO NO ESCOLAR Presencia de los hermanos en obras educativas no escolares. Tipo de obras. El volumen de obras no típicamente escolares, ni vinculadas a ellas, y el de los hermanos que en ellas trabajan, son reducidos. Se trata, en general, de obras dedicadas a acciones de tipo catequético o de pastoral juvenil, proyectos de educación no formal con niños y jóvenes marginados, huérfanos, niños de la calle, drogadictos, etc. Son obras, ordinariamente menos estructuradas que las obras escolares y su situación jurídica es muy diversa. Hay obras propias del Instituto, y hay obras de tipo parroquial o diocesanos, otras pertenecen a organismos civiles o gubernamentales de tipo asistencial o de promoción del desarrollo. Tanto en los aspectos de financiación como en los de planificación y gestión propiamente educativa de los proyectos de estas obras, se da con mucha frecuencia una estrecha colaboración con una gran diversidad de organismos educativos. La apreciación exterior de este tipo de obras. La apreciación exterior de este tipo de obras varia lógicamente según la perspectiva desde la que se hace. Quienes, creyentes o no, son sensibles a los "puntos calientes" de la sociedad de nuestros días, hacen una valoración en general positiva de todo este tipo de actividades de "frontera". Desde la perspectiva de la Iglesia, igualmente, quienes sienten la fuerza y la exigencia de una presencia que "profetice", aprecian grandemente este tipo de acciones educativas. Las razones más comunes para esta valoración positiva son las que dicen relación con los destinatarios y con los objetivos y medios. Por lo que se refiere a los destinatarios, porque suelen coincidir con aquellos que están menos atendidos por las soluciones "formales" o "institucionales". Por lo que toca a los objetivos, porque ya se trate de educación religiosa en sentido estricto o catequesis, o se trate de educación en sentido más amplio, en general estos proyectos educativos prestan una mayor atención a las necesidades reales que las enseñanzas dentro del sistema formal. Y de la misma manera podemos decir que en estas actividades la preocupación por los métodos es muy cuidada, y dada la libertad existente, bastante creativa y eficaz. Dificultades de algunos hermanos para aceptar estas obras. Este tipo de obras no vinculadas a la escuela, con una tarea educativa cristiana real, pero formalmente no muy estructurada, encuentra entre los hermanos una acogida diversa en nuestras Provincias. Algunos encuentran dificultad en aceptarlas como expresión normal de nuestra misión actual de educadores cristianos a pesar de la claridad de nuestras Constituciones al respecto. Entre las dificultades confesadas por esos hermanos podemos citar las siguientes: nuestra tradición escolar, ciertas experiencias desafortunadas, personales o comunitarias, vividas en los momentos de larenovación postconciliar, la situación de las Provincias que a duras penas pueden mantener dignamente las obras tradicionales por falta de personal, y la falta de preparación por parte de los hermanos para afrontar estas nuevas tareas y vidas comunitarias menos estructuradas y sistematizadas que en el caso de la escuela. Por

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fin, para algunos existen también dudas acerca de la eficacia pastoral de estas obras en comparación con las otras alternativas ya existentes. Valoración de estas obras como respuesta necesaria a los tiempos. Otros hermanos, sin embargo, sienten estas presencias como una respuesta no solamente posible sino necesaria si queremos ser fieles a nuestro carisma. Tanto por los contenidos de las tareas, como por los destinatarios a los que se dirigen, las encuentran coherentes con el origen de nuestro Instituto, y se preguntan si no hemos sido o stamos siendo demasiado lentos en responder a las llamadas de los tiempos y del Espíritu. Piensan estos hermanos que el medio adecuado para resolver los problemas que objetivamente aparecen en estos casos, sería un proceso de discernimiento sobre las prioridades apostólicas provinciales. Las Provincias en su reflexión preparatoria de la Conferencia General de Veranópolis, y los Provinciales durante el desarrollo de la misma, ven necesario incrementar nuestra presencia en estas obras, por fidelidad a nuestro carisma y como respuesta a las llamadas apremiantes de la realidad. NUESTRA PRESENCIA ENTRE LOS MAS DESATENDIDOS Falta de un mapa detallado. No disponemos de un "mapa" del Instituto que nos indique con un cierto detalle el origen social de los destinatarios de nuestros esfuerzos apostólicos, en obras escolares o no. Sin embargo, sólo un estudio de ese tipo, nos permite ver qué tipo de respuesta estamos dando a la preferencia por "los más desatendidos", tal como se nos pide en las Constituciones. La discusión sobre quiénes son "los pobres". Existe una dificultad, en algunos, para ponerse de acuerdo sobre el contenido de las palabras "pobres" y "más desatendidos". Ha habido acerca del tema, en algunos lugares, discusiones interminables y de pocos resultados. Las dejamos de lado, y siempre con un criterio de aproximación a la realidad que no exhibe pretensiones científicas de exactitud, compartimos con vosotros nuestra apreciación del Instituto en este aspecto. No estamos preferentemente con los mas desatendidos Nos parece que no podemos decir con verdad que las obras del Instituto y la distribución de su personal, expresen en este momento on vigor la preferencia que las Constituciones le piden por los “más desatendidos”. Una exigencia y no una alternativa. Una consecuencia de nuestra fe. La opción por los pobres, en nuestra misión de educadores cristianos, no es una alternativa, sino una exigencia. Exigencia de Evangelio, de Iglesia y exigencia específica de nuestra vocación de hermanos maristas. No es una opción que nazca de una mayor o menor sensibilidad social, relacionada con una realidad psicológica personal con una conciencia de la pobreza y de la injusticia que se da en nuestro mundo. La opción por los pobres es para nosotros, debería serlo, una consecuencia de nuestra fe. Una consecuencia de nuestra aceptación del misterio del amor de Dios y de sus propias preferencias, manifestadas claramente en su encarnación.

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Opción por los por lo pobres y tarea educativa Señalamos a continuación algunas de las consecuencias que deberían pobres y tarea darse en las Provincias si nos tomamos en serio esta preferencia los más desatendidos: Mayor presencia. - Dedicación de un mayor número de obras y de un mayor número de hermanos al trabajo de la educación de niños y jóvenes carentes. Formación teórico-practica en la doctrina social. - Ofrecimiento a nuestros educandos de una adecuada formación social, tanto sistemática como vivencia], comprometida con la realidad. Esfuerzos sistemáticos para suscitar una conciencia clara de las situaciones de pobreza e injusticia y de insolidaridad, para crear actitudes críticas y responsables, y compromisos con acciones concretas en los medios sociales más próximos. Atención a los fracasados escolares - Especial atención a los "fracasados escolares ".Programas educativos especiales , en nuestros centros, dirigidos a los alumnos con más necesidades de diverso tipo: académico, afectivo, económico, religioso, etc. Modelos de relaciones participativas y fraternales. - Impulso de modelos de relación y participación, en el funcionamiento ordinario de nuestras obras, que traduzcan adecuadamente los valores evangélicos que proclamamos. Experiencias organizativas que nos comprometan en la experiencia de una sociedad más justa y solidaria. Acciones sociales de las comunidades educativas. - Promoción de actividades paraescolares de tipo social, en las que se impliquen, a ser posible, profesores, padres, alumnos y otros agentes sociales o eclesiales. Su contenido vendría determinado por la propia realidad social más próxima. En su dinámica interna se tendrían en cuenta los criterios del "autodesarrollo". Fundamentarla dinámica social desde la dinámica de la fe. - Ayudar a fundamentar toda esta dinámica desde la fe en la paternidad única del Señor y desde la fraternidad evangélica que integra los esquemas psico-sociales de la sensibilidad social, y que los trasciende sin quitarles por ello vigor. Todo, siendo conscientes de la dificultad que encuentran muchas personas con las que trabajaremos en este campo, codo a codo, de llegar a esta dinámica de fe. DISCERNIMIENTO DE LAS PRIORIDADES APOSTOLICAS Un mandato de las Constituciones: discernir y evaluar periódicamente.

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Existe un mandato de las Constituciones de "discernir y evaluar periódicamente" nuestros compromisos apostólicos para adaptarlos a las llamadas de la Iglesia y a las necesidades de la sociedad (C-85). La realidad cambiante del mundo al que la Iglesia quiere servir, hace necesaria esta revisión continua, que es una llamada a la fidelidad, y no una crítica o un simple juicio de valor sobre el trabajo que realizamos. Una exigencia de la situación de las Provincias Por otra parte la misma situación de las Provincias las está forzando a una planificación de sus actividades pastorales, con la consiguiente evaluación previa. El envejecimiento y la disminución del número de los hermanos, las nuevas sensibilidades frente a lo que serían tareas educativas preferentes, las llamadas de las Iglesias locales, son otras tantas razones que impulsan a iniciar procesos de prioridades de muy diversos estilos. Lo que se está haciendo en el Instituto. Son muchas las Provincias que en los últimos años han realizado procesos de discernimiento. Los modelos utilizados han sido diversos, tanto del punto de vista de los objetivos como de los métodos. Los resultados se estiman altamente positivos en la mayoría de los casos, y se subraya sobre todo el de la participación de una gran parte de los hermanos en la reflexión acerca de la problemática general de la Provincia. El Consejo General considera los procesos de discernimiento como algo muy válido al servicio de la animación y del gobierno provinciales, y en cuanto ha estado de su parte, ha estimulado a las Provincias a comprometerse con ellos. Señalamos a continuación algunos aspectos a los que cualquier proceso de discernimiento deberá estar atento y respetar. La misión ilumina al discernimiento. Un proceso de discernimiento debe realizarse con referencia a un marco doctrinal que le sirve de referencia. En nuestro caso, en este marco, deberían estar bien subrayados nuestra vocación de consagrados para la misión, nuestra especificidad de educadores cristianos con preferencia señalada por los niños y jóvenes más desatendidos, y nuestro carácter mariano. Análisis de la realidad Discernir supone una interpretación de los signos de los tiempos desde la fe. Será preciso, pues, que en el proceso de discernimiento la realidad sea conocida lo más objetivamente posible, a través de los métodos que le son propios. Y esto tanto en lo que se refiere a la realidad interna de la Provincia, como a la realidad en la que se desenvuelve la vida de consagrados y de enviados de los hermanos: la realidad socio-política, la realidad cultural, la realidad eclesial, etc. Es sumamente aconsejable el recurso a la ayuda de expertos, en esta como en otras fases. Atención a las llamadas del Señor. Discernir es, también y sobre todo, buscar la voluntad del Señor en el hoy y en el aquí de nuestras vidas y de nuestras obras. Se supone entonces que, en el análisis de la situación, hay

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una atención particular, y las dinámicas adecuadas, para oír "las llamadas" que Dios nos hace a través de la realidad. Promover la participación Nuestras Constituciones dicen de las Provincias que son "más que unidades administrativas, comunidades de vida, de oración y de apostolado" (C-128). Es muy importante que en el momento de determinar sus prioridades todos los hermanos puedan hacer la experiencia de su corresponsabilidad aportando su reflexión y su juicio sobre los trabajos que se lleven a cabo. De esta participación en la elaboración de los proyectos provinciales nacerá no sólo el conocimiento de los mismos, sino lo que es más importante, una adhesión más cordial. Este aspecto afectivo de la adhesión movilizará mucho más eficazmente todas las energías provinciales en torno a los proyectos que serán vividos como proyectos comunes. Abiertos a las sorpresas del Espíritu. Un proceso de discernimiento no es un asunto puramente técnico. Y aunque en ningún momento del mismo se debe perder de vista el valor del propio proceso, es muy importante la apertura agradecida a la acción imprevisible del Espíritu. Deberán cuidarse, por tanto, aquellas actitudes que nos permiten acoger lo que va más allá de nuestras previsiones y desborda nuestros proyectos. Atentos a algunas fases del proceso Enumeramos algunos momentos en los que debe buscarse particularmente la participación de los miembros de la Provincia: - La sensibilización, lanzamiento y aceptación del proceso. - La dinámica de análisis de la realidad, tanto de la Provincia como de la Iglesia y del país. - Los procesos de toma de decisiones, con respeto para los distintos niveles. - El proceso de ejecución y puesta en marcha.

H. Pedro Huidobro

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“En especial lo más desatendidos” 0. Introducción. La reflexión sobre "Los desatendidos: destinatarios preferidos de nuestra acción apostólica", ocupó en Veranópolis uno de los momentos significativos de la Conferencia. La experiencia previa vivida por casi todos los participantes durante unos días en países de América Latina, contribuyó a crear un clima favorable para hacer esta reflexión en profundidad y en paz, con un notorio deseo de ir más allá del diálogo y el compartir y poner manos a la obra, al regresar a las respectivas Provincias. Pero el tema se situó, y creo que debe seguir siendo situado, en el contexto de una reflexión más amplia: Misión del hermano marista para el futuro. La espiritualidad apostólica, la especificidad de nuestra vocaciónmisión, la educación cristiana de niños y jóvenes, formaban con el tema de los destinatarios una unidad que quisimos resaltar en cada momento. Yo quisiera que al leer las páginas que siguen, nunca se olvidara este referencia central a la misión. No todo lo que se ofrece aquí se entregó a los hermanos provinciales en Veranópolis. A raíz de la Conferencia, surgió la idea de hacer esta publicación, con la inclusión de los elementos básicos de lo que en Veranópolis se entregó, pero añadiendo, si lo creíamos conveniente algunas reflexiones más. Eso es precisamente, lo que yo he hecho. Y hoy la ofrezco a todos, con la conciencia de que lo más valioso no se encuentra en estas páginas, sino en la vida y el testimonio de muchos hermanos. I. Interpretando signos. "El Espíritu habita en la Iglesia... la guía hacia toda verdad... la rejuvenece, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (cfr. Lumen gentium, 4). "Para cumplir esta misión [continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo], es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza" (Gaudium et spes, 4). "Gracias al Espíritu, el cristiano leerá el mundo y la historia con ojos nuevos. Descubrirá en ellos una dimensión insospechada. El horizonte se ensanchará sin medida. En la banalidad de la existencia percibirá, como los primeros fulgores de una aurora, la subida de la gloria de Jesús. Para el cristiano iluminado por el Espíritu, "las tinieblas pasan, la luz verdadera brilla ya" (I Jn 2,8). Todo toma sentido; todo viene a ser "signo" de la presencia del Señor que viene" (D. Mollat). En la Gaudium et Spes, los signos de los tiempos son en sí aquellos hechos, acontecimientos y relaciones o actitudes que caracterizan a una época. Estos signos proyectan luz sobre dos niveles. Para quien esté atento, revelarán las causas y los efectos de los eventos, así como las esperanzas y las preocupaciones de los hombres; esta persona podrá así comprender mejor las corrientes dinámicas de su tiempo, es decir, de la historia que vive. Para el creyente, la

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"revelación" es más profunda. Creyendo que la potencia del Espíritu obra incesantemente eh el mundo, el creyente se esfuerza por descubrir Su presencia a través de estos signos, y las corrientes que revelan. Se trata, eh otras palabras, de penetrar (taladrar, dice uh autor actual) la realidad, a la luz del Evangelio, para descubrir eh ella un mensaje de contenido humano o teologal. Otra función importante de los signos de los tiempos es provocar la toma de conciencia de valores que, habiendo existido anteriormente, se perciben eh un momento dado con mayor claridad. Eh ese sentido, despiertan la conciencia y reclaman una respuesta clara y hueva. Son una llamada a la conversión. Parece innegable que uno de los signos que en el Vaticano II se percibió como una fuerte llamada del Espíritu para "cumplir el designio de Dios" y "no defraudar las exigencias urgentes y profundas de nuestro tiempo” (cfr. (Cf(:(Cfr. "sensibilidad de los Padres Conciliares: Card. Lercaro), fue el mundo marcado por la pobreza, el hambre, la desnutrición, la enfermedad, la ignorancia, la marginación, la desigualdad socioeconómica, la injusticia la carencia de condiciones básicas de vida. Desde ahí, Dios hablaba y pedía respuesta. Y hubo eh el Concilio, obispos sensibles a esta llamada (Cfr. "sensibilidad de los Padres Conciliares: Card. Lercaro) Es cierto que siempre en la Iglesia, a lo largo de su historia, ha habido quien fuera sensible ante la pobreza de los hombres, pero es a partir del Vaticano II que surge en la Iglesia una nueva sensibilidad ante este antiguo problema de la pobreza. Y con ella, declaraciones, decisiones y acciones consecuentes. Esta hueva sensibilidad está motivada hoy porla magnitud del fenómeno de la pobreza, por la percepción del pobre no sólo como individuo, sino como grupo (tan numeroso que es mayoritario eh la humanidad), por la constatación de que tal pobreza se ha convertido en sistemática y estructural y genera huevas pobrezas, por la evidencia de que es el resultado de la opresión de unos "pocos" (que se en-riquecen) sobre muchos (que son em-pobrecidos) y por la convicción de que ho hay esperanza alguna en base a las políticas que dirigen la operación de los Estados y de las sociedades. Pero el reto de la pobreza le viene a la Iglesia no sólo de la situación, sino de Dios mismo. Es el contenido teologal del mensaje que este signo nos ofrece. Y esto, eh uh doble sentido. Por una parte, la pobreza eh el mundo nos revela una situación de pecado, una situación ho querida por Dios. "Allí donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales, hay un rechazo del don de la paz de Señor, más aún, un rechazo del Señor mismo" (Medellín, Paz h.14). Nos revela uh Dios que ante esa situación toma partido: "se apiada del pobre y del indigente y salva la vida de los pobres" (Sal 72, 13), "derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes ", "llena de bienes a los hambrientos"y "despide vacíos a los ricos" (cfr Lc 1,52- 53). El pobre se convierte así eh una mediación irrenunciable eh la revelación del Dios de Jesús. "Para Dios es un honor que entremos en sus sentimientos más íntimos, hagamos lo que él hizo y realicemos lo que él ha ordenado. Pues bien: sus sentimientos más íntimos han sido preocuparse de los pobres para amarlos, consolarlos, socorrerlos y recomendarlos. En ellos es en quienes ponía todo su afecto. ...No hay ninguna diferencia entre amarle a él y amar a los pobres... " (S. Vicente de Paúl). Por otra parte, la fe nos revela al pobre como sacramento de Cristo (vicario de Cristo, diría Pierre de Blois en el siglo XII), misteriosament( identificado con él. Eh su visita a Colombia

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en 1968, el Papa Pablo VI inició su discurso a los campesinos con las siguientes palabras: "...he venido aquí para venerar a Cristo en ustedes... ". A ninguna otra categoría de personas se había dirigido así, y al hacerlo con estas personas, sus palabras eran genuino eco de la enseñanza de Jesús y de la Iglesia: Cristo está vivo muy particularmente en los más pobres de nuestros hermanos. Ellos son su rostro. (Cfr. "Identificando el rostro de Cristo sufriente "). "Si recordamos (...) cómo en el rostro de cada hombre, especialmente sise ha hecho transparente por sus lágrimas y dolores,' podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (cfr Mt 25,40), el Hijo del Hombre, y si en el rostro de Cristo podemos y debemos, además reconocer el rostro del Padre celestial (Jn 14, 9), nuestro humanismo se hace cristianismo, nuestro cristianismo se hace teocéntrico; tanto que podemos afirmar también: para conocer a Dios es necesario conocer al hombre" (Pablo VI, en la clausura del Vaticano 11, 7.12.65). En el seno de la Iglesia, los religiosos, por la radicalidad de sus opciones evangélicas, se han sentido profundamente interpelados y han iniciado un auténtico camino de conversión personal e institucional. "De hecho, el testimonio de las religiosas y religiosos que han luchado valientemente en apoyo de los humildes y en defensa de los derechos humanos, ha sido un eco eficaz del Evangelio y de la voz de la Iglesia" (Religiosos y Promoción Humana, 3). De ahí que "se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su santidad y su propia vida" (Evangelii nuntiandi, 69). La Conferencia de Puebla llega a afirmar que "la apertura pastoral de las obras y la opción preferencial por los pobres es la tendencia más notable de la vida religiosa latinoamericana" (Puebla, 733). En este contexto eclesial, queremos hacer una reflexión sobre nuestro amor a los pobres y la atención preferente que ellos merecen de nosotros, hermanos Maristas, herederos del espíritu y del carisma del Padre Champagmat. Por fidelidad. Nuestra opción preferencial por los pobres es una clara opción de fe que echa sus raíces en el Evangelio y en la praxis de Jesús. No obedece primariamente a razones de tipo sociológico ni político, aunque hace uso de los datos que le ofrece la sociología y tiene también una dimensión política. Se encuadra, más bien, en el ámbito de una dinámica de fidelidad. Lo expresan con concisión y claridad nuestras Constituciones: "Por fidelidad a Cristo y al Fundador, amamos a los pobres... " (34). Por ser una fidelidad dinámica es una fidelidad creadora. Permanecer fieles no quiere decir que nos hemos de limitar a repetir el pasado en el presente. Tal fue la 'fidelidad" que denunció Jesús (cfr Mc 7). Fidelidad es, más bien, búsqueda continua, creadora, compromiso en devenir: se trata de cómo vivir hoy el compromiso iniciado en el pasado y cuya meta se halla en el futuro. Exige entender la vida como un proceso histórico. No se niega (ni se re-niega) el pasado, pero se vive el presente de forma tal que si algún tiempo hay que privilegiar es el futuro, y no el pasado. No es inmovilismo ni legalismo, sino más bien audacia creativa, conquista, continuidad en discontinuidad. Puede incluso pedir rupturas frente al pasado, cuando la respuesta en el presente se presenta más en comunión con el espíritu del origen y la situación actual. Para ello, será necesario "visión de fe, escucha de la Palabra, atención continua e interpretación acertada de los signos de los tiempos, y atención a las llamadas de la Iglesia y

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a las necesidades de la juventud" (cfr C. 43; 168). Y a partir de ello será posible "adaptar estructuras y tomar decisiones valientes, a veces inéditas" (cfr C. 168). Por fidelidad a Cristo y al Fundador... 2.1 Jesús y los pobres Es mucha y buena la literatura que se puede encontrar en cualquier idioma sobre la actitud de Jesús ante el pobre: desde textos emanados de la Jerarquía hasta estudios bíblicos y teológicos. Por ello, a pesar de la importancia capital de este apartado, omitimos una reflexión más extensa y nos dedicamos tan sólo a recordar algunas ideas, seguramente conocidas de todos. La Encarnación del Verbo constituye una opción radical por la pobreza del ser. El cántico cristológico (Fil 2,5-11) se dirige a Jesús que, en coherencia con esa opción radical, "siendo de condición divina ... no hizo uso de sus privilegios ... fue uno de tantos...más aún, tomó la condición de esclavo ...y se sometió a la muerte ¡de cruz! ". Jesús se em-pobrece: acepta conscientemente la marginación que ocasiona su nueva condición, porque así lo pide su fidelidad a la misión que es, a la vez, fidelidad al Padre y a los hermanos. La pobreza de Jesús, a diferencia de la del Bautista, no es ascética, sino profética. Al optar por la pobreza, Jesús opta por los pobres, y haciéndose uno de ellos, solidario con su suerte, revela al Padre y el carácter de su amor gratuito por el hombre. El anuncio del Reino de Dios constituye el mensaje central de Jesús. Y el Reino que anuncia contraría las expectativas habituales del judaísmo y la organización social vigente: según el discurso inaugural y programático de Jesús en la sinagoga de Nazaret, el anuncio de la buena nueva se dirige, en primer lugar, a los hermanos y hermanas que sufren; Jesús proclama que viene a realizar las esperanzas de los pobres y que ellos serán siempre para El los privilegiados de su misión. Los signos que Jesús ofrece a los discípulos de Juan son su mejor credencial. Entre esos signos, el más específico y decisivo, el que da el rasgo característico de su misión porque le identifica como el mensajero anunciado por el profeta, es que "la buena nueva es anunciada a los pobres ". El sentido de la misión de Jesús se hace, así, incomprensible sin esta referencia constitutiva a los pobres. Para esta misión recibió el Espíritu y fue por El ungido, y para ella fue enviado. En su concreta realidad histórica, Jesús, por concebir así su misión, la realiza en un cauce que inevitablemente lleva a que se le prive de su seguridad, de su dignidad y de su propia vida que es el verdadero y supremo empobrecimiento. Sólo cabe añadir: "Siendo discípulos de Cristo, ¿cómo podríamos seguir una vida diferente a la suya?" (cfr Evangelica testificatio, 17). "Por amor, caminamos tras las huellas de Jesús para aprender de él cómo vivir plenamente nuestro voto de pobreza... " (C.28)

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2.2 Champagnat y los pobres Por ser un hombre "cautivado" por la persona de Jesús, el Padre Champagnat vivió al aire del Espíritu, dejando que las actitudes y los sentimientos de Cristo fueran norma y motor de su vivir y de su actuar. Todo ello con profunda sencillez, sin necesitar mucha elaboración intelectual, llegando al conocimiento amoroso de Jesús gracias a una oración fervorosa y una generosidad magnánima. Su corazón (es decir, su propia persona) fue misericordioso como el de Cristo y fue capaz de "tener compasión" (cfr Mt 15,33) y de ser "sensible a las necesidades (de las gentes) de su tiempo" (cfr C 2). Como para Jesús, los pobres fueron sus preferidos. Los amó y los socorrió, no sólo con obras de misericordia espirituales, sino en sus necesidades materiales, siempre que sus escasos recursos se lo permitieron. Este deseo de socorrerles motivaba su amor a la pobreza y su austeridad de vida: "Repetía con frecuencia: Nos haríamos muy culpables si hiciéramos gastos inútiles y buscáramos lo superfluo, cuando tantos pobres carecen de pany vestido. Quien es insensible a las miserias y privaciones de los miembrosdolientes de Jesucristo y no ahorra lo que puede, cuidando debidamente de las cosas, para ayudarlos, no tiene caridad. Los santos, que ardían en amor de Dios, amaban a los pobres como a hermanos. Por eso se privaban y desprendían de lo necesario para socorrerlos" (Vida, p.527). Es imposible no recordar en este punto de nuestra reflexión lo que nos narra el Hno. Juan Bautista: "Un día vinieron a llamarle para asistir a un enfermo. Acudió inmediatamente a visitarlo y encontró al desdichado cubierto de úlceras, echado sobre unas pajas y con sólo unos andrajos para cubrir su desnudez y sus llagas. Movido a profunda compasión ante tanto sufrimiento y desamparo, primero dirigió al enfermo unas palabras de consuelo. Luego se apresuró a llamar al Hermano administrador y le ordenó que enviara inmediatamente un jergón, sábanas y mantas para el enfermo. -Pero, Padre -le advirtió el Hermano-, no disponemos de ningún jergón en este momento. -¡Cómo! -repuso el Padre-, ¿que no hay un solo jergón en toda la casa? -Estoy seguro de que no queda ni uno. Recuerde que el último lo entregué hace pocos días. -Pues vaya y tome el de mi cama, y lléveselo inmediatamente a este pobre enfermo. Eso de quitarse de lo suyo para socorrer a los pobres o para dárselo a los Hermanos le ocurría con cierta frecuencia" (Vida, p.522). Los ancianos que recogió en el Hermitage, las limosnas y ayudas que brindó y el servicio delicado y diligente que ofreció a los pobres, serán siempre una prueba de este amor jamás desmentido. "El espíritu de fe que animaba al piadoso Fundador, le hacía ver en los pobres la imagen de Jesucristo, hecho pobre por nosotros, y le infundía un profundo respeto hacia ellos. Y si no siempre pudo atenderlos, al menos les prodigaba el consuelos, los ánimos y las muestras de interés de que era capaz" (Vida, p.528). Al fundar su obra (Obra de María, según su íntima convicción), le mueven fundamentalmente dos cosas. Una, este amor a los pobres. Lo expresa con claridad su biógrafo:

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"Al no poder proporcionar a los pobres todos los auxilios corporales que hubiera deseado, porque su condición y recursos no se lo permitían, se resarció ampliamente, formando maestros para ofrecer a los niños pobres instrucción primaria y educación cristiana. Precisamente para ellos, fundó el Instituto, y quiere que los Hermanos se consideren, de modo particular, encargados de su instrucción" (Vida, p.529). La otra motivación, su celo apostólico, ese deseo ardiente de hacer partícipe a todos, especialmente a los niños y jóvenes que también tanto amaba, la experiencia del amor de Jesús y María que constituía su tesoro. A este respecto conviene recordar siempre que el hecho que confirma a Marcelino en la urgencia de la fundación de los "hermanos "es el haber sido testigo de que un niño moría sin tener siquiera noción de la existencia de Dios. Saber que otros niños podían vivir y morir ignorando el amor que Dios les tiene, quemaba su apasionado corazón de apóstol. Conjugando estos dos factores, fundamentales ambos, es que Marcelino define la orientación de su obra en favor de los más necesitados, de acuerdo a las situaciones sociales concretas de su época y entorno. De ahí su voluntad de servir a los municipios de ingresos más limitados (Cfr. "Opción del P. Champagnat por los pobres"). De hecho, al comienzo, destina a los hermanos a las aldeas más pobres, para lo cual los adiestra también en trabajos manuales que deberían ejercer durante los meses en que no se dedicaran al trabajo en la escuela. Los destinatarios iniciales de la misión serán, pues, los humildes, el pueblo bajo, la gente sencilla, entre quienes quedan comprendidos, lógicamente, no pocos pobres materiales. Esta orientación aparece señalada por el mismo Fundador cuando, al redactar las promesas de los primeros hermanitos, incluye en ellas el compromiso de enseñar gratuitamente a los pobres. Los huérfanos (los "pobres huérfanos" que decía) entran también en sus planes. A pesar de las dificultades que supuso el funcionamiento del orfelinato en el Hermitage, Marcelino nunca eliminó de sus planes el trabajo educativo en favor de los huérfanos. Las realizaciones concretas del Hospicio de Caridad de Saint-Chamond y del Orfelinato de Danuziére de Lyon (ambos de 1838) y del Hospicio de la parroquia de Saint Nizier de Lyon (1840), son prueba de ello. Su intención queda explícitamente plasmada en un artículo que añadió (de su puño y letra) a los Estatutos redactados en 1825 y que dice textualmente: "El objeto de la Congregación es asimismo dirigir casas de providencia o de refugio, en favor de jóvenes que hayan abandonado el mal camino y que se encuentren expuestos a pervertirse... ". Una necesidad que encuentra eco en su corazón compasivo es la situación de los niños sordomudos. También ellos entran en su proyecto. Con el fin de prepararse en el método de enseñanza de sordomudos envía al hermano Marie-Jubin al Instituto de sordomudos de París (marzo 1838). El mismo se interesa tanto, que lo acompaña -cuando puede- a las clases (Carta al H. Antonio, 24 marzo 1838). El proyecto no se lleva a cabo por el momento, pero cuando en 18401a ciudad de Saint-Etienne vuelve a solicitar hermanos para el mismo fin, el P. Fundador se interesa y manda dos hermanos a formarse. Una de situaciones que ha servido de argumento para justificar la presencia de los hermanos en ambientes urbanos y en contacto con alumnos no solamente no-pobres, sino pertenecientes a familias acomodadas, es el hecho de que el mismo P. Champagnat abrió la presencia educativa de los hermanos a campos diferentes a los originarios. Su deseo de "salvar almas"

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le llevó a esto. Pero esta misma situación le da ocasión para reafirmar su intencionalidad primera y para recordar a sus hermanitos el sentido primigenio de la fundación del Instituto (Cfr. "Opción del P. Champagnatpor los pobres"; num. 3). Parece claro que la cuestión no deba plantearse en términos de demarcación geográfica, sino en identificar quiénes son hoy los "pobres" a los que quiso enviarnos de manera preferente el Padre Champagnat, según expresan nuestras Constituciones (33). Servirles a ellos será siempre para los hermanos maristas una cuestión de fidelidad al Evangelio de Jesús y al deseo de Champagnat sobre su Instituto. El reto está en ser creativos en nuestra respuesta. 3. Breve recorrido histórico por las Constituciones. Desde la primera fundación, desde las primeras escuelas fundadas por Champagnat, hasta nuestros días, ha habido un caminar que ha supuesto cambios. Cambios muchas veces impuestos por las circunstancias. Cambios en estructuras educativas... en contenidos educativos... en medios al servicio de la educación... Cambios también en lo referente a los destinatarios. El mismo Padre Champagnat, como sabemos (Cfr. "Opción del P. Champagnat por los pobres", num.3), aceptó dar respuesta a situaciones nuevas, e incluso en relación con la localización de las escuelas y el tipo de alumnos introdujo cambios al proyecto original. Esto, no obstante, quiso que nunca olvidaran los hermanos la intención fundacional. Las Reglas y Constituciones han querido ser siempre la expresión fiel del pensamiento del Fundador sobre la vida y misión del Instituto. En relación con los destinatarios de nuestra acción pastoral, la formulación ha presentado transformaciones hasta llegar a la redacción que hoy tenemos. Desde las Constituciones de 1854 hasta 1959, la redacción permanece más o menos invariable en estos términos: "Su fin secundario (el del Instituto) es procurar la salvación de las almas mediante la instrucción y educación cristianas de los niños, principalmente los del campo. " (art.2) Un indulto de la Sagrada Congregación de Religiosos de 1959 aprobó las modificaciones llevadas a cabo en el Capítulo de 1958. El artículo 2° aparece entonces en estos términos: "Su fin especial consiste en procurar la salvación de las almas por la instrucción y educación cristianas de la juventud. Los alumnos menos afortunados serán objeto de su predilección. " Las Constituciones "ad experimentum" emanadas del Capítulo especial de renovación hablarán -siempre en el artículo 2°- de "...entrega total a las diversas formas de educación cristiana de la juventud en particular al servicio de los menos favorecidos. " Y llegamos así, ala última redacción correspondiente alas Constituciones de 1986:

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"...fundó nuestro Instituto para la educación cristiana de los jóvenes, particularmente los más desatendidos. " (C. 2; 80). Todos estos cambios no parecen afectar a la intención primera del Padre Champagnat, muy por el contrario son como el recuerdo y la llamada constante a mantener esa opción. 4. Pobreza evangélica y opción por los pobres. El voto de pobreza que hacemos los religiosos es una de las expresiones de respuesta agradecida a Dios que nos invita al seguimiento radical de Jesús, casto, pobre y obediente. Durante mucho tiempo entendimos este voto en una dimensión más bien ascética e individualista. Se enfatizaba la pobreza personal y la dependencia. El Vaticano 11 nos abrió a nuevas dimensiones, tales como: la pobreza entendida como participación en la pobreza de Cristo, el esfuerzo por dar testimonio colectivo de pobreza y la comunicación de los propios bienes con los necesitados (cfr Perfectae caritatis, 13). Posteriormente, Pablo VI en la Evangelica testificatio sitúa el "clamor de los pobres "en el pórtico mismo de su reflexión sobre el consejo evangélico de pobreza. Este clamor, dice el Papa, si lo sentimos en íntima unión con Cristo, hará más urgente y más profunda nuestra pobreza (cfr 22), porque es una llamada insistente a una conversión de la mentalidad y de los comportamientos, en particular para los que siguen "más de cerca " a Cristo en su condición terrena de anonadamiento (17). Felizmente, Pablo VI nos abrió a una nueva comprensión y profundización del sentido de la pobreza consagrada. Más recientemente, la Instrucción "Orientaciones sobre la formación en los Institutos religiosos" reconoce que la "opción preferencial y evangélica" por los pobres es un elemento integrante de la pobreza religiosa, como respuesta a uno de los signos de los tiempos (14). También en nuestras Constituciones se tiene esta misma perspectiva. Los artículos 33 y 34 de las mismas, incluidos en el capítulo de Consagración, y más concretamente en el apartado sobre el consejo evangélico de pobreza, nos están recordando que la fidelidad a nuestra consagración religiosa pasa por la vivencia de este consejo evangélico en comunión con Cristo pobre y con los pobres, con consecuentes exigencias referentes a nuestro SER de religiosos y a nuestro ACTUAR apostólico. 4.1 Algunas consecuencias referentes a nuestro ser de religiosos O dicho de otro modo: optar por el pobre desde la condición de pobre. Como Jesús. Como puntos a considerar ofrecemos de manera asistemática y más bien un tanto intuitiva, los siguientes: a) La pobreza evangélica a la que se nos con-voca, y que hemos profesado, nos coloca entre el grupo de los que no son nada, en comunión con Cristo que se anonadó. Ser coherentes con esta pobreza exige renunciar (y denunciar) a toda riqueza (bienes materiales, culturales, y hasta espirituales) que se constituya en poder o dominio, y no sirva para la comunión y el servicio. La vida religiosa en la Iglesia, al no pertenecer a su estructura jerárquica, participa en su vida y misión desde la pobreza del que no puede invocar ninguna autoridad ni ningún privilegio, si

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no es el de seguir a Cristo, y éste crucificado. Y si esto es así para toda la vida religiosa, lo es ciertamente con más realidad para la vida religiosa laical. En relación con el mundo, no será la consecución de relevancia social o de cotas de poder sino el servicio desinteresado, el que debe marcar nuestras presencias. El P. Champagnat expresó esta pobreza del ser en términos de humildad. “Para que los Hermanos captasen perfectamente su idea, les dio el nombre de Hermanitos de María, para que el mismo nombre les recordase continuamente lo que deben ser. Este diminutivo, Hermanito, que a algunos les molesta, que es un enigma para quien desconozca el espíritu de la congregación, que a otros les resulta superfluo e inútil, no se les ha dado a los Hermanos porque sí, sin motivo. En el pensamiento del piadoso Fundador, esta palabra debe recordarles que el espíritu de su vocación es de humildad... La palabra Hermanito es, en cierto modo, el sello y troquel del Instituto... Después de haber dado a conocer a los Hermanos, incluso a través del nombre, el espíritu que debe animarlos, se esforzó continuamente en formarlos en la humildad y sencillez" (Vida, p.410). Para nosotros, maristas, esta pobreza que es humildad, se expresa en unas actitudes de sencillez y fraternidad. "Nuestra vida sencilla y entregada revela el rostro de la Iglesia pobre y servidora, y es testimonio de gozo prometido a los que tienen el corazón de pobre" (C 35). "Con los alumnos nos comportamos como hermanos..." (C 88), y "les damos muestras de una atención impregnada de humildad, sencillez y desinterés" (C 83). Evidentemente, lo importante es hacer que los escritos encuentren encarnación en nuestras vidas. b) En el contexto del mundo y de la Iglesia, urgen gestos y actitudes que evangelicen. A veces los hemos llamado signos claros del Reino. Sin protagonismo y sin vanidad que desvirtuarían el gesto e impedirían que éste llegase a evangelizar, lo cual es su sentido último. Pues el signo tiene valor de medio y no de fin en sí mismo. Las Constituciones piden que "nuestro testimonio sea creíble" (35). Hoy, los gestos que se hacen más necesarios han de ser colectivos. Y, como además, hay imágenes históricas poco o nada positivas, puede bien suceder que para que el gesto consiga su objetivo evangelizador, se requieran cambios estructurales e institucionales notorios y profundos. Diría que esto sólo es posible si nuestra vida -no sólo la de cada religioso, sino la del grupo en cuanto comunidad enviada- se presenta ante el mundo como unaexplicitación verdaderamente profética de los valores del Reino. Los cuestionamientos que esto nos plantea son múltiples. Por ejemplo: ¿Podremos testimoniar confianza absoluta en la providencia del Padre celestial (cfr. Mt 6,25; PC 13), desde una preocupación excesiva por el mañana y la solicitud indebida de seguridades humanas? ¿Podremos anunciar la sola riqueza que es Cristo, si vivimos de más en más en la comodidad y el confort, en la falta de criterios y de discernimiento en la adquisición y uso de bienes? ¿No debería ser más sobria nuestra vida?

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¿Podremos cuestionar desde el Evangelio a la sociedad, sin cuestionar nuestras propias situaciones de privilegio, sin capacidad de auto-crítica, o mejor aún, sin someternos al juicio del discernimiento? ¿No deberíamos ser capaces de renuncias? ¿No deberíamos ser capaces de una evaluación sincera de nuestras solidaridades, de quiénes son objeto de nuestras preferencias? ¿Podremos ser "solidarios de los pobres y de sus causas justas" (C 34) sin gestos reales de solidaridad? ¿Será posible esta solidaridad sin encontrar oposición, críticas y hasta persecución? En situaciones de injusticia, ante la evidente indefensión de los pobres, ¿nos atreveríamos a ser voz de los que no tienen voz? c) Parece evidente que urge un mayor contacto y conocimiento real del mundo de los pobres. Cuando constatamos en nosotros (hablando en términos generales) una débil creatividad para responder desde las peculiaridades del carisma propio, a las necesidades que existen, pensamos que desde una experiencia de cercanía a los pobres nos sería más fácil encontrar respuestas adecuadas. d) Cada vez con más claridad, los religiosos en la Iglesia van comprendiendo que su consagración-misión les pide una nueva forma de estar presente y de relacionarse con la sociedad, que no es otra que desde los pobres y oprimidos. Ellos son -deben ser- nuestros compañeros naturales, nuestro lugar social. Por eso se ha hablado de un "cambio de lugar social". Con claridad lo expresa Marcello Azevedo: "Se trata de asumir, en la lectura e interpretación de la realidad, un nuevo ángulo o punto de partida. Cambiar de lugar social quiere significar para la Iglesia, y para los religiosos en ella, el esfuerzo serio por mirar el mundo, la sociedad, la propia Iglesia y toda la humanidad a partir de los pobres, de sus urgencias y necesidades, de sus valores y numuuas, ue su pusirne y vurruu cunrrt"ucrun en au píupeu promoción y en la deseada construcción de una sociedad justa ". Y añade que no se trata sólo de intensificar la ayuda generosa, ni de insertarse en su medio, sino que "es, antes de nada, situar a los pobres activamente en la raíz misma de la criteriología de nuestros análisis, evaluación e interpretación de la realidad, en el centro de nuestro discernimiento y elaboración de decisiones, en el foco de irradiación de nuestro ser y nuestro hacer apostólico como religiosos..." (Los religiosos - Vocación y misión, pp. 77s). La expresión más radical de este cambio de lugar social es el desplazamiento total, esto es: pensar y juzgar desde los pobres estando con ellos y compartiendo su situación. Sería la inserción. e) Creo que en todo esto, los hermanos (fundamentalmente como grupo, como colectividad) tenemos mucho que avanzar. El tipo de personas con las que ordinariamente tenemos relación no favorece que nuestra visión del mundo sea desde la óptica de los pobres. Más aún, la institucionalización de nuestra tarea pastoral en obras educativas puede llevarnos a una criteriología donde prevalezcan la eficacia, las estructuras, el orden, la conservación y el engrandecimiento, y no tanto la libertad evangélica expresada en términos de búsqueda, de audacia, de transitoriedad. Todo esto, querámoslo o no, nos aleja de la opción efectiva por el pobre y debilita nuestro vigor de consagrados. f) Un punto sobre el que valdría la pena hacer una reflexión más amplia y profunda es el relativo a la espiritualidad y a la formación. Vivir en esta radicalidad exige un tipo de espiritualidad para el que quizás no estemos suficientemente preparados. Y la formación, que

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debe preparar para una vida coherente con una misión, debe contemplar esto como algo primordial. Pero este trabajo no lo podemos desarrollar aquí. 4.2 Algunas consecuencias referentes a nuestro actuar y a nuestras opciones pastorales En el momento actual del Instituto, todo parece indicar que la tarea educativa escolarizada sigue siendo el campo de atención pastoral más frecuente de los hermanos. Es importante tener esto en cuenta, aunque haya que matizar la afirmación si se considera el número efectivo de hermanos en las obras educativas, así como el tipo de presencia o la función real de ellos en las mismas. En términos de obras o lugares de acción pastoral, parece fuera de duda que es en escuelas, colegios o universidades donde se concentra nuestra tarea apostólica. Las situaciones, no obstante, son muy diversas, y uno de los factores de esa diversidad es la participactoii (o no) de los Estados en el costo de la enseñanza: desde lugares donde la educación está subvencionada (total parcialmente) hasta lugares donde no existe ninguna ayuda económica estatal. En los primeros casos, es decir, cuando hay subvención estatal, se hace más factible la presencia en nuestras escuelas y colegios, de alumnos pobres o, al menos, de clase media y media baja. (Aun dada esta factibilidad, habría que comprobar si, de hecho, esto es real). En los casos de ausencia de subvención, se hace más difícil destinar de manera preferente nuestra acción pastoral educativa a "los más desatendidos". Y cada día más, debido al aumento del costo de la enseñanza. Aparece como dato objetivo el que los "desatendidos", los pobres, no son hoy por hoy, los destinatarios mayoritarios de nuestra pastoral. Y al no serlo, parece insostenible afirmar que son los preferidos. Es importante tener en cuenta los factores históricos y las situaciones sociales que nos colocan en esta realidad. Es importante, pues, aceptar este dato con toda su complejidad, sin concluir de forma simple e inmediata que es infidelidad al carisma. Pero es igualmente importante situarnos ante un hecho inobjetable, y pensar que está constituyendo en sí mismo, uno de los mayores desafíos a nuestra fidelidad al Evangelio y al carisma que nos legó el P. Champagnat. No obstante esta realidad, vemos avances en las Provincias y compromisos concretos. También es de justicia reconocer que la sensibilidad general hacia este aspecto de nuestra misión ha crecido en el Instituto, y esto ha puesto a no pocas Provincias en estado de discernimiento y de elección de prioridades apostólicas. El deseo de fidelidad creativa del que ya hablamos nos lleva a plantearnos varios interrogantes: * ¿Debemos o no, intensificar nuestra presencia y acción pastoral en esos ambientes más abandonados de la sociedad en que vivimos, de modo que sea verdaderamente preferencia¡, cuantitativa y cualitativamente? * Si nuestra pastoral educativa escolarizada en determinadas sociedades está condenada al elitismo en perjuicio de la atención a jóvenes marginados, ¿debemos mantener prioritariamente ese tipo de obras? ¿o debemos más bien buscar formas alternativas de educación cristiana no formal de modo que podamos dar atención a esos jóvenes?

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* ¿Cómo hacer la opción por los pobres en obras educativas donde ( alumnado no lo es? En otras palabras, ¿cómo evangelizar a todos, desde los pobres? * Si por fidelidad, orientamos de forma preferente nuestra pastoral a los "más desatendidos", ¿tenemos claro el para qué de nuestra presencia? Es decir, ¿consideramos que los niños y jóvenes como sujetos y la educación cristiana como medio, deben seguir siendo elementos definidores de nuestra presencia y acción? ¿Tenemos claro que el tipo de educación debe adecuarse a sus necesidades? 5. ¿Hacia dónde caminar? Antes que nada, es preciso una llamada a la corresponsabílidad. Dado que la opción debe ser hecha por todos, aunque en formas diversas, cada hermano debe responder. A los superiores les incumbe animar la vida, discernir y decidir proyectos comunes, discernir con los hermanos las llamadas personales de éstos, promover-si necesario- cambios estructurales que ayuden arreceren fidelidad. A los demás hermanos, una actitud básica de disponibilidad. Y una buena dosis de creatividad. Nadie debe intentar justificar su inercia por la falta de dinamismo en otros. Hay que caminar. Y caminar con gozo, porque la iniciativa viene de Dios. ¿Hacia dónde? ¿En qué dirección? ¿Para conseguir qué? 1. Hacia hacer efectiva la preferencia que piden el Evangelio, el Fundador y la Iglesia. Y esto quiere decir, en concreto, que los pobres sean de hecho los destinatarios mayoritarios de nuestra atención pastoral. Es decir, supone conseguir que entre nuestros alumnos la proporción entre pobres y nopobres se decante en favor de los primeros, y supone también que la mayor parte de nuestros recursos (especialmente hermanos) estén al servicio de los pobres. El Capitulo General de 1932 podía afirmar que el Instituto conservaba con respecto a los pobres el espíritu del P. Champagnat "porque hoy también la clase pobre es la que absorbe la actividad de la mayoría de los Hermanos empleados en la enseñanza" (Cfr. "El magisterio de nuestros Superiores", n. l). Hacia la creatividad y la vigilancia para que las obras o acciones pastorales que dediquemos a ellos, no pasen, con el correr del tiempo, al servicio de otros. O bien, en caso de que esto sucediera, por fenómenos sociales que no están a nuestro alcance controlar, fuésemos capaces de "movilidad pastoral". Hacia una programación pastoral educativa que intente responder a sus necesidades. 2. Hacia universalizar nuestra opción por el pobre. Es decir, hacerla efectiva dondequiera que estemos y siempre. Nuestro amor-opción por el pobre debe ser evidente y operativo, aun cuando nuestra presencia pastoral ¡lo sea en medio de ellos. Nadie entre nosotros puede sentirse dispensado de amar a los pobres y ofrecer el testimonio de solidaridad con ellos. Todas nuestras instituciones educativas pastorales deben estar comprometidas con ellos. Eso implicará, en el caso de las obras educativas dirigidas a jóvenes no-pobres:

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* Explicitar con claridad y sin temor, nuestra posición al respecto. Una primera instancia para ello será la elaboración de un Proyecto Educativo donde quede de manifiesto la orientación de la educación que impartimos: "presenta la cultura como un medio de comunión entre los hombres, y el saber, como un compromiso de servicio" (C.87). Situaciones o acontecimientos concretos podrán pedir, en su momento, una pronunciación más directa. * Ofrecer una auténtica evangelización, donde entre la presentación del Dios de Jesucristo que ha hecho suya la causa de los pobres y ha querido salvar a todos desde el anonadamiento del Hijo. * Evitar el doble mensaje entre la doctrina que proponemos y los medios que utilizamos, fomentamos o toleramos. Por ejemplificar, pensemos en la contradicción que significa la educación a la solidaridad que queremos impartir, por un lado, con el apoyo a, la tolerancia de o el silencio ante acciones o proyectos insolidarios que suelen aparecer: gastos innecesarios para buscar o mantener "prestigio", gastos desmedidos para organizar bailes o excursiones, etc... * Esmerarnos por despertar las conciencias a los problemas que afectan a la sociedad. Formar en la Doctrina Social de la Iglesia. Promover -y, mejor aún, acompañar- experiencias que pongan a los jóvenes en contacto con realidades de pobreza e injusticia (cfr C.87.2). * Dedicar atención especial a los alumnos con problemas, aun cuando estemos disponibles a todos (cfr C.87). Este es un punto muy importante con el que a veces solemos argumentar para justificar nuestro trabajo con gente acomodada: "son ricos, pero les falta el amor de una familia...", "ricos materialmente, pero pobres espiritualmente...", etc. En general, no sol precisamente aquellos que verdaderamente precisan de atención especial, lo que nos cuesta más trabajo despedir de nuestros colegios. Estimo que ésta e buena prueba para medir nuestro celo apostólico. * En el caso límite de comprobar que se nos quiere instrumentalizar (se quiere poner la obra educativa al servicio de una ideología y de un sistema injusto -y puede ocurrir con más frecuencia de lo que pensamos, aunque no se explicite-), y se dificulta el trabajo evangelizador (que es también sensibilización y concientización por los problemas sociales), ser capaces del gesto profético "de sacudir el polvo de las sandalias" (cfr Lc 10, 11; recordar la actitud de Jesús en Nazaret en Mc 6). 6. Hablan los hermanos 6.1 En Veranópolis Los hermanos Provinciales en Veranópolis tuvieron en sus manos casi todo el material que se ofrece en los anexos, más algunos otros textos. El trabajo se organizó siguiendo el método de tres tiempos, propio de la revisión de vida: ver - juzgar - actuar. Ofrecieron sus reflexiones, opiniones o conclusiones, oralmente o por escrito, en diferentes momentos. De la rica aportación recibida son muestra los textos que siguen: * La reflexión de hoy y el conjunto de estos días me suscita un doble sentimiento que deseo compartir con vosotros: 1. La reconducción histórica de nuestras obras y distribución de hermanos.

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2. La atención profética a las nuevas necesidades y necesitados. Me explico: 1. Algunos de nosotros, como Provinciales, hemos tomado en mano unas Provincias con bastantes años de existencia y con obras propias muy consolidadas. No son las carencias económicas las que hoy pueden hacer tambalear la solidez educativa y pastoral de esas obras, sino la carencia de hermanos y de nuevas vocaciones. Y ahora nos enfrentamos a este dilema de atención a los pobres y a las nuevas necesidades de los jóvenes y los niños. Entiendo que, de una manera u otra, en plazos más o menos mediatos, se nos invita desde dentro del mismo ser y espíritu congregacional a una cierta reconducción histórica de nuestras obras y distribución de hermanos. Una reconducción histórica de corazones, vidas, obras, destinatarios. Pienso que esta "reconducción" o "refundación" no se dará solamente a través de decisiones de Consejos o Capítulos, aunque, sin duda, algunas habrá que tomar al respecto. Lo lograremos principalmente acercando más el corazón y la vida de nuestros hermanos a Jesucristo mismo y a este Cristo escondido en los pobres. Visitamos al Santísimo, pero... ¿le "visitamos" en los pobres? 2. En este aspecto creo que se trata, al mismo tiempo, de valentía, humildad, disponibilidad y confianza en Dios. Esto, tanto personal como institucionalmente. Estas actitudes son -quizás- las que más pueden fallarnos o faltarnos en algunas ocasiones a los que llevamos la responsabilidad grupal de obras y personas. Ciertamente, un buen discernimiento puede aclarar el panorama de posibles elecciones futuras. * Creo que nos falta agilidad para dar respuestas nuevas o para hacer un cambio significativo en cuanto a los sujetos de nuestra atención. Los hermanos, me parece, en muchas ocasiones tienen la certeza de que lo que hacen "es bueno". Los hermanos son trabajadores, honestos, piadosos... ¿qué más se puede pedir? No es aceptable el sentirse culpable por los males sociales... Quizás falta el sentido de la compasión, como fruto del amor. Falta el sentir el mal de los otros como mal propio. Abusamos de la palabra hermano, porque nadie, si es verdaderamente hermano, puede dejar al otro hermano en la indigencia y quedar con la conciencia en paz. Los pobres realmente nos evangelizan porque nos descubren el límite de nuestra caridad y la verdad del egoísmo que cultivamos tan sutilmente. Siento la llamada a nuevas presencias maristas con más contacto directo con los jóvenes y su medio; presencias nuevas con campesinos, indígenas, jóvenes marginados de la ciudad. * Mirando la historia del Instituto da un poco la impresión de que nos hemos quedado con expresión "educar cristianamente a los niños y jóvenes', como perteneciente al carisma, dejando en un segundo plano la referencia "a los más desatendidos".

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Sin embargo, en el proyecto original y en las Constituciones (art. 2, entre otros), el atender especialmente a los más desatendidos no es optativo. Está en el mismo nivel de obligatoriedad y, por lo tanto, de fidelidad al carisma que la educación cristiana de los niños y los jóvenes. No podemos tranquilizar la conciencia ni contentarnos o decir que estamos bien por el hecho de haber abierto una o dos obras par los pobres, sino que hemos de estar en tensión permanente hasta lograr que el espíritu original del Fundador se mantenga. Esto supone una orientación provincial hasta alcanzar que haya más obras para pobres que para los que pueden pagar. He tomado conciencia del papel que me corresponde, como Provincial, en esta tarea de sensibilizar a los hermanos. No desencantar ni apagar el Espíritu en los hermanos jóvenes que nacen a la vida marista muy sensibilizados por los pobres y desean vivir en un estilo más sencillo y cercano a los pobres. Creo que la opción por el pobre no pasa necesariamente por deshacerse de todos los colegios de pago, pero sí por desarrollar en los alumnos que los frecuentan la conciencia crítica, la sensibilidad social y la preocupación por la justicia. Así como el P. Champagnat pedía que en las escuelas urbanas se intensificara la formación religiosa, creo que hoy nos pediría que intensificáramos, además, la formación para la justicia. * "Los pobres nos evangelizan ". Cada vez que tengo contacto directo con personas pobres, con ambientes pobres, noto que mi corazón se hace más sensible al Señor, a lo humano, al bien, ...a todo. Cada vez que me aparto de ellos -incluso por destino de obediencia- mi corazón se endurece. Y entonces, nuevamente comienzo a sentir la necesidad de volver a ponerme en contacto, a vivir con los pobres; necesidad que es llamada persistente, sobre todo en la oración. En esta alternancia, en que parece que el Señor me va concediendo la gracia de estar en contacto por un tiempo y luego me "quita el caramelo de la boca", veo que el vivir con los pobres me resulta tan necesario como el hacer oración, como el hacer pastoral, como el leer, como el comer... * A un extraño, o a una comisión -no necesariamente compuesta por hermanos maristas- que encargáramos un estudio sobre el tema que estamos reflexionando, no creo que fueran tan benévolos como los de la comisión de la que habla el Hno. Leónidas. Al comparar nuestra realidad con el cúmulo de textos que se nos han entregado hoy, pienso que tal comisión describiría nuestra finalidad más o menos así: "Hermanos maristas: Instituto dedicado a la educación cristiana de la niñez y de la juventud; no se rechazan (o se admiten también) los niños menos atendidos." 6.2 Respuestas a una encuesta En 1987 enviamos a 148 hermanos un cuestionario pidiendo que nos comunicaran lo que había significado para ellos el contacto con los pobres. Todos esos hermanos habían pasado un tiempo suficiente con ellos como para ser capaces de dar una respuesta que viniese más de la experiencia que de la especulación.

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Dos preguntas constituían el núcleo de nuestra encuesta: * qué has aprendido de los pobres; * qué cambios se han dado en tu vida personal a consecuencia de tu trabajo con ellos. He aquí algunas de las respuestas: * El mayor regalo recibido de los pobres: me han enseñado lo que significa depender totalmente de la bondad de Dios. * Aprendí a ser más sencillo y más cercano a las personas. Ellos me han ayudado a ser más hermano. A profundizar más mi fe. A discernir mejor entre lo fundamental y lo secundario. He aprendido también a estar más abierto al futuro. A ser menos duro en mis juicios hacia los demás. A ser más paciente, Ellos me han enseñado a tener una visión más clara de la realidad. * Tengo la certeza de que podemos vivir junto al pobre esta dinámica que nos transformará-transformando: ser evangelizadores-evangelizados. Todo esto lo descubro en mi vida como un don de Dios, no como fruto de mi esfuerzo. Así he llegado a ser más objetivo. * Mi vida de oración ha cambiado: ha venido a ser más intensa y, a la vez, más tranquila (aunque parezca paradójico). En ciertos casos, con ciertos minusválidos, un grito o una exclamación, o simplemente un gesto, me acerca a Dios y al amor de Jesús y María, en la sencillez y la humildad. * He aprendido a vivir sin ese afán de realización personal o de conquista de éxito. Desde el punto de vista teórico es fácil, pero si logras vivirlo y sentirlo, algo cambia por dentro. * Creo que antes era teórico. Ahora, en el contacto con la realidad, me he hecho más consciente de las verdaderas necesidades y de las dificultades que existen para solucionarlas. También me he convencido de que, sin la ayuda de Dios, uno es incapaz de amar y de hacer algo positivo por los demás. * Ellos me han enseñado a respetar al hombre, a valorar a la persona no por los títulos que tiene, ni por su posición social o influencia o dinero, sino por lo que es: un ser creado a imagen y semejanza de Dios; hermano mío; preferido por Jesús, en quien se hace especialmente presente hoy. * Para mí ha supuesto un nuevo noviciado; no es una figura retórica, sino un auténtico noviciado, para el que anteriormente no había sido preparado. Me han enseñado a amar a los hombres, a los pobres y a Dios, y también a amarme a mí mismo, desde esta perspectiva. * La extrema pobreza puede deshumanizar y convertir la vida en una lucha por subsistir, que en momentos puede ser irracional. Varias veces he vivido casos concretos que me han irritado o apenado profundamente; ellos, al darse cuenta, han rectificado en lo posible su actitud, y me han dado como explicación: disculpa lo sucedido, la lepra nos ha hecho el corazón duro y a veces nos dejamos llevar por él; haremos un esfuerzo para que no se repita. * He aprendido de ellos mucho de su generosidad: "el pobre es el único capaz de dar de su pobreza", y me la han dado y me la han compartido. Pero he aprendido también la fuerza que generan en sus vidas el odio, el rencor, el orgullo, los prejuicios, etc., cuando todo ello no es encaminado e iluminado por la luz del Evangelio.

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* Aprendí que ser amigo del pobre no es fácil; se deben cuidar muchos los gestos y las palabras. Han sido tantas veces engañados... En un momento se puede destruir lo que con mucho esfuerzo se ha construido en un largo tiempo. * He aprendido que para trabajar en este apostolado es necesario ser constante, pues es un trabajo lento, muy lento, y se necesitan años para que la persona que visitas con regularidad se haga amigo tuyo. * He comprendido el abismo que dista entre la Iglesia y el mundo de los pobres. No es que yo sea de tendencia radicalista, pero quisiera decir que, si por ventura, se produjera algún cataclismo o desastre y la Iglesia debiera sufrir las consecuencias, me parece que yo lo apreciaría como cumplimiento de cierta justicia. * Me parece que he llegado a comprender muy claramente que nuestros religiosos se asocian sobre todo con la gente de la clase media, y que los valores con los que comulgamos son los típicos de esa clase. Comprobar esto ha sido fuente de malestar y pesar. * He comprendido: + que, por nuestra vida, conocemos muy poco la situaciones penosas en que vive bastante gente; + que, como lo tenemos todo, nos quejamos fácilmente, mientras que los necesitados se conforman con poco; + que vivimos (hablo de lo que conozco) bien instalados, y no nos conmueve la injusticia social; + que vivimos con tal seguridad material que no nos preocupa nada, mientras que el pobre vive con la angustia del mañana; + que nuestra forma de vivir es, en no pocos casos, un insulto a los pobres y desvalidos. * Tan sólo quisiera expresar mi más grande deseo: Espero con ansia el día en que en el Instituto la opción por los pobres no sea sólo tema para conferencias y comisiones, cuestión de fin de semana o de trabajo de un día a la semana, ni sólo una "caridad" mal entendida, sino una realidad como Instituto, o sea, que en respuesta al Evangelio y al hoy de la Iglesia, del mundo y de las necesidades apremiantes de nuestros hermanos, la mayoría de nuestras obras sean para y con los pobres, y la mayoría de nosotros estemos con ellos, trabajemos con ellos, por ellos y desde ellos por el Reino de Dios que es vida en plenitud. 7. Para terminar... Parece incuestionable que debemos seguir caminando en acercamiento y servicio a los más desatendidos. Pero estoy convencido que sólo seremos capaces de hacerlo desde la fe que se manifiesta en obras, y desde la confianza en Dios y en María. Las dificultades están ahí, esperándonos. Porque un movimiento significativo hacia los pobres, tendrá una repercusión sobre nuestra manera de vivir y sobre las actuales obras que atendemos, y todos sabemos que hay mil y un argumentos para seguir como estamos: "no podemos, de la noche a la mañana, cambiar todo...", "no estamos preparados"..., "ahora, precisamente, es el peor momento para intentar esto: somos menos... y más viejos...", "dónde vamos a obtener recursos...", "no hay aún condiciones suficientes para traspasar obras a otras

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personas o instituciones...", "tenemos un compromiso contraído con profesores, padres, alumnos...", y un largo etcétera. Algunos de estos argumentos son totalmente válidos. Pero para que puedan llegar a determinar nuestras opciones deberán ser sometidos al juicio del discernimiento. No siempre el bien que hacemos es el que el Señor quiere que hagamos; no siempre la forma o los medios que empleamos para hacer el bien son los queridos por Dios. Para discernirlo, Él nos ofrece la ayuda eficaz de su Espíritu. Las dificultades están ahí, esperándonos. Escucharemos voces de antiguos alumnos, de padres de nuestros alumnos, tal vez de obispos... Intentemos discernir si esas voces están en sintonía con la de Dios. Las dificultades... Champagnat fue fiel a la misión a la que se sentía llamado y no se dejó vencer por las dificultades. También él escuchó comentarios y opiniones: "Usted, un pobre cura de pueblo, ¿pretende fundar una Congregación? ¡Sin dinero ni talento va a embarcarse en tal empresa contra el parecer de sus superiores! ¿No ve que le ciega el orgullo? Si no quiere tener consideración para consigo mismo, compadézcase, al menos, de esos pobres muchachos a los que va a dejar en situación tan comprometida... ". Pero una voz interior, y la luz y la fuerza que le vinieron de la oración y de la consulta, le mantuvieron en la fidelidad al proyecto. "La fundación del Instituto es prueba siempre actual de que la fe permite todas las audacias" (C.33). Se ha hablado de "re-fundar" el Instituto. A mi entender, esto significa actualizar el carisma de Marcelino Champagnat (cfr C.171) mediante una atención continua a los signos de Dios, la Iglesia y el mundo, para adaptar estructuras y tomar decisiones que permitan crecer en vitalidad. Pero, "la experiencia enseña que la vitalidad de una familia religiosa guarda estrecha relación con su vivencia de la pobreza evangélica" (C.167), y ésta, en seguimiento de Jesús, es inseparable del amor, la solidaridad y el servicio a los pobres. Refundar es renacer. "¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?" (Jn 3,4). "Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible "(Mt 19,26). María que vivió la experiencia de que "ninguna cosa es imposible para Dios" (Lc 1,37), Ella que inspiró y sostuvo al P. Champagnat en los momentos de mayor dificultad, estará a nuestro lado y nos ayudará a mantener vivo el dinamismo de nuestro carisma. h. Marcelino Ganzaraín

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Sensibilidad de los Padres Conciliares El texto que sigue lo pronunció Mons. Lercaro, en aquel momento cardenal de Turín, en el aula conciliar el 7 de diciembre de 1962. Su influencia ha sido grande, si no en los textos conciliares propiamente dichos, sí en el espíritu de los demás obispos y en la praxis postconciliar. Quiero decir que el misterio de Cristo en la Iglesia es siempre, pero sobre todo hoy, en nuestros días, el misterio de Cristo en los pobres, ya que la Iglesia, como dijo el Santo Padre Juan XXIII, es la Iglesia de todos, pero especialmente la "Iglesia de los pobres". Leyendo el sumario de todos los esquemas, que se nos entregó ayer, quedé algo confuso y desagradablemente sorprendido al encontrar en él esta laguna... No cumpliremos debidamente nuestra tarea, no tendremos en cuenta con espíritu abierto el designio de Dios y la espera de los hombres, si no ponemos como centro y alma del trabajo doctrinal y legislativo de este Concilio el misterio de Cristo en los pobres y la evangelización de los pobres. Es, en efecto, un deber evidente, concreto, actual, urgente de nuestra época: - en una época en que, cotejándola con otras, los pobres parecen ser menos evangelizados, y en que sus cuerpos aparecen alejados y extranjeros con relación al misterio de Cristo en la Iglesia; - en una época en que el espíritu de los hombres inquiere y escruta entre las cuestiones angustiosas, casi dramáticas, el misterio de la pobreza y la condición de los pobres, de cada individuo y también de los pueblos que viven en la miseria pero que se hacen conscientes, una vez más, de sus derechos propios; - en una época en que el espíritu de los hombres inquiere y escruta entre las cuestiones angustiosas, casi dramáticas, el misterio de la pobreza y la condición de los pobres, de cada individuo y también de los pueblos que viven en la miseria pero que se hacen conscientes, una vez más, de sus derechos propios; - en una época en que la pobreza de la mayoría (los dos tercios de la humanidad) es injuriada, teniendo presente las riquezas inmensas de una minoría; época en que la pobreza inspira un horror cada vez más grande a las masas y que el hombre carnal siente la sed incoercible de riquezas... No satisfaríamos a las exigencias más urgentes y más profundas de nuestro tiempo (incluyendo nuestro gran anhelo de favorecer la unidad de todos los cristianos), sino que las defraudaríamos, si únicamente tratáramos el tema de la evangelización de los pobres como uno de tantos del Concilio. Si de verdad, como se ha dicho tantas veces, la Iglesia es el tema de este Concilio, puede afirmarse en consonancia con la verdad eterna del Evangelio, y al mismo tiempo de acuerdo perfecto con la coyuntura presente: el tema del Concilio es la Iglesia en tanto que, esencialmente, "la Iglesia de los pobres "...

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Durante la tercera sesión del Concilio, varios obispos redactaron dos mociones y propusieron a varios padres conciliares que las firmaran. Una de ellas trataba de la sencillez evangélica y la otra de la evangelización de los pobres y de los obreros. Ya firmadas, fueron enviadas al Papa. A los pocos días, el Papa donaba su tiara a los pobres... Hacia el final del Concilio, un grupo de obispos decidieron redactar un texto de claro compromiso como "Iglesia de los pobres e Iglesia pobre". Más de un centenar de obispos se adhirió al texto que, por otra parte, no es un documento conciliar. Revela, no obstante, un espíritu. Nótense los textos del Nuevo Testamento que dan soporte evangélico a los compromisos. Nosotros, obispos reunidos en el Concilio Vaticano II, habiendo visto claramente las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio, animados los unos por los otros en esta decisión en la que todos queremos evitar la singularidad o la presunción, unidos a nuestros hermanos en el episcopado, contando sobre todo con la fuerza y la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y con la oración de los fieles y sacerdotes de nuestras diócesis respectivas, situándonos con nuestro pensamiento y oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo, ante los sacerdotes y fieles de nuestras diócesis, humildemente y con conciencia de nuestra debilidad, mas también con toda la determinación yfuerza que el Señor con su gracia nos da, nos comprometemos a cuanto sigue: 1. Trataremos de vivir según el modo ordinario de nuestras poblaciones en cuanto concierne a habitación, comida, medios de transporte y similares (Mi 5,3; 6,33; 8,20). 2. Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en los vestidos (telas ricas, colores llamativos), a las insignias de materias preciosas (estos signos deben ser efectivamente evangélicos) (Mc 6,9; Mt 10,9; Hech 3,6). 3. No poseeremos ni bienes muebles ni inmuebles, ni cuentas en el Banco puestas a nuestro nombre. Y si es preciso poseer, pondremos todo a nombre de la diócesis o de las obras de caridad o sociales (Mt 6,19; Lc 12,33). 4. Confiaremos, en cuanto sea posible, la gestión financiera y material de nuestras diócesis a un comité de seglares competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser más pastores de apóstoles que administradores (Mt 10,8; Hech 6,1-7). 5. Rehusamos ser llamados de palabra o por escrito con títulos o nombres que signifiquen grandeza o poder (eminencia, excelencia, monseñor). Preferimos que se nos llame con el nombre evangélico de "Padre". 6. Evitaremos, en nuestra conducta y relaciones sociales, todo lo que pueda dar la impresión de que concedemos privilegios, prioridades o cualquier forma de preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo, en banquetes ofrecidos o aceptados, en diferencias de clases en los servicios religiosos) (Lc 13,12-14; 1 Cor9,14-19). 7. Evitaremos el animar o incitar la vanidad de los demás con miras a alguna recompensa o solicitando regalos o de cualquier otro modo. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dones como una participación normal al culto, al apostolado y a la acción social (Mt 6,2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12,14).

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8. Dedicaremos al trabajo apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles o subdesarrollados todo el tiempo, reflexión, corazón y medios necesarios, sin que esto revierta en perjuicio de otras personas o grupos de nuestra diócesis. Sostendremos a todos los seglares, religiosos, diáconos o sacerdotes a los que llame el Señor a evangelizar a los pobres y obreros, compartiendo la vida obrera y el trabajo (Lc 4,18; Mc 6,4; Mt 11,45; Hech 18,4 y 20,33; 1 Cor 4,12 y 9,1). 9. Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad y de sus relaciones mutuas, trataremos de transformar las "obras de beneficencia " en "obras sociales" basadas en la caridad y en la justicia, obras que tengan en cuenta a todos y todas sus exigencias, como humilde servicio a los organismos públicos competentes (Mt 25,31; Lc 13,12-14 y 33-34). 10. Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestros gobiernos y servicios públicos decidan y apliquen las leyes, estructuras e instituciones sociales necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armonizado de todo el hombre y de todos los hombres, de modo que, por medio de ello, lleguemos a un orden social distinto, nuevo, digno de los hijos del hombre y los hijos de Dios (Hech 2,44; 4,32-35; 5,4; 2 Cor 8 y 9). 11. Dado que la colegialidad de los obispos encuentra su más evangélica realización en tomar a cargo entre todos a las masas humanas en estado de miseria física, religiosa y moral -las dos terceras partes de la Humanidad-, nosotros nos comprometemos: - a participar, según nuestros medios, en los gastos urgentes de los episcopados de naciones pobres; - a favorecer, según el plan de los organismos internacionales, mas como testigos del evangelio, tal y como el Papa hizo en la O.N. U., la puesta en marcha de estructuras económicas y culturales que no sigan fabricando naciones proletarias en un mundo cada día más rico, sino que permitan a las masas pobres salir de su miseria. 12. Nos comprometemos a convivir en la caridad pastoral nuestra vida con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y seglares, de modo que nuestro ministerio sea en verdad un servicio. Y para ello: - haremos junto con ellos nuestra "revisión de vida", - suscitaremos entre ellos la colaboración para ser, más bien que jefes según el mundo, animadores según el Espíritu; - buscaremos el modo de estar más cerca de ellos y ser más acogedores; - nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión (Mc 8,34; Hech 6,1-7; 1 Tim 3,8-10). 13. Una vez de regreso a nuestras diócesis respectivas haremos conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su ayuda y sus oraciones. Que Dios nos ayude a ser fieles.

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Identificando el Rostro de Cristo sufriente La Iglesia latinoamericana, a través de sus obispos reunidos en Puebla (1979), reconoce el rostro de Cristo sufriente en los rostros de sus pobres, de sus marginados. Es un maravilloso acto de fe, que tendrá una repercusión grande en el compromiso ulterior de muchos fieles, especialmente de los religiosos. La situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela: - rostros de niños, golpeados por la pobreza desde antes de nacer, por obstaculizar sus posibilidades de realizarse a causa de deficiencias mentales y corporales irreparables; los niños vagos y muchas veces explotados de nuestras ciudades, fruto de la pobreza y desorganización moral familiar; - rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad; frustrados, sobre todo en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de oportunidades de capacitación y ocupación: - rostros de indígenas y con frecuencia de afroamericanos, que, viviendo marginados y en situaciones inhumanas, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres; - rostros de campesinos, que como grupo social viven relegados en casi todo nuestro continente, a veces, privados de tierra, en situación de dependencia interna y externa, sometidos a sistemas de comercialización que los explotan; - rostros de obreros frecuentemente mal retribuidos y con dificultades para organizarse y defender sus derechos; - rostros de subempleados y desempleados despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos; - rostros de marginados y hacinados urbanos, con el doble impacto de la carencia de bienes materiales, frente a la ostentación de la riqueza de otros sectores sociales; - rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen. (Documento de Puebla, 31-39)

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Opción por los pobres del P. Champagnat 1. Intención fundacional De la carta a Mons. de Pins - 3 de febrero de 1838 "Ya sabe. monseñor, que el único fin que me he propuesto al fundar a los hermanitos de María fue el de proporcionar a los municipios rurales el beneficio de la educación que la escasez de medios económicos impedía alcanzar de los excelentes hermanos de las Escuelas Cristianas. Pues para conseguirlo, sin menoscabo de la calidad, tuve que adoptar un sistema económico que obviara los obstáculos que impiden a los ayuntamientos rurales alcanzar la buena educación que imparten los hermanos de las Escuelas Cristianas. " (Champagnat, Lettres, 171, 39-49) De la carta a la Reina - mayo de 1835 "Puse, pues, manos ala obra en el proyecto que desde largo tiempo acariciaba de crear una asociación de hermanos maestros para los municipios rurales cuya situación económica no les permitía disponer de hermanos de las Escuelas Cristianas. Di a esta nueva asociación el nombre de María, convencido de que su solo nombre bastaría para atraerle numerosos candidatos. El éxito inmediato, pese a la escasez de medios materiales, superó las expectati-vas confirmando mis previsiones." (Champagnat, Lettres, 59,25-33) De la carta a Mons de la Tour d'Auvergne - 11 de febrero de 1840 "Monseñor: nuestra obra está enteramente consagrada al interés de los pobres niños del campo y de los pequeños núcleos de población. Con el mínimo costo pretendemos ofrecerles la instrucción cristiana y religiosa que los hermanos de las Escuelas Cristianas imparten con tanto éxito a los niños pobres de las grandes ciudades. " (Champagnat, Lettres, 319,27-32) De la carta al Sr. de Salvandy - junio de 1837 "El objetivo de esta asociación es el de facilitar a los municipios rurales la posibilidad de que ofrezcan a los niños las ventajas de la instrucción a menor costo; por eso (el P. Champagnat) redujo al mínimo los honorarios de los hermanos maestros." (Champagnat, Lettres, 113,4-8) De la carta al Sr. de Salvandy - febrero de 1838 "Las privaciones que hemos tenido que hacer para poder proporcionar el beneficio de la instrucción a la numerosa e interesante gente rural nos permiten vivir, aunque con austeridad." (Champagnat, Lettres, 173,12-15) Del libro de la Vida del P. Champagnat "La Providencia, que lo destinaba a fundar una instituto cuyo carácter peculiar iba a ser la humildad y sencillez, y le encomendaba la instrucción de los niños del campo, le hizo nacer de familia humilde, en una región pobre, de gente profundamente religiosa, pero sencilla y sin instrucción; así pudo conocer, por propia experiencia, las necesidades que había de

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remediar y el carácter y las costumbres de aquellos a quienes iba a proporcionar educado-res." (H. Juan Bautista, Vida, 1989, p.2) Del libro de la Vida del P. Champagnat "En resumen, nuestro piadoso fundador consideraba la pobreza como algo necesario al fin del Instituto. Amigos míos -recordaba con frecuencia no olvidemos el fin que nos hemos propuesto al fundar la congregación: llevar la instrucción cristiana a las parroquias pobres; para ello hemos de conformarnos con honorarios muy módicos. Ahora bien, si nos alejamos del espíritu de pobreza; si queremos vivir como ricos y disfrutar de todas las comodidades de la vida, no nos llegará el sueldo y tendremos que subir las cuotas; entonces la mayor parte de los municipios no podrán pagarnos por falta de presupuesto, con lo que estaremos de sobra'. " (Hno. Juan Bautista, Vida, 1989, p.383) Del libro de la Vida del P. Champagnat "Al no poder proporcionar a los pobres todos los auxilios corporales que hubiera deseado, porque su condición y recursos no se lo permitían, se resarció ampliamente formando maestros para ofrecer a los niños pobres instrucción primaria y educación cristiana. Precisamente para ellos fundó el Instituto, y quiere que los Hermanos se consideren, de modo particular, encargados de su instrucción. Entre los primeros compromisos que exigía a los Hermanos, se menciona expresamente éste. El piadoso Fundador lo consideró tan importante, que lo puso en primer lugar. Nos comprometemos, ante todo, -se lee en el texto- a instruir gratuitamente a todos los niños pobres que nos presente el señor párroco." (Hno. Juan Bautista, Vida, 1989, p.529) 2. Respondiendo a situaciones concretas De la carta a los Notables de la ciudad de Saint-Étienne - 5 de noviembre de 1835 "Hace ya tiempo que estábamos pensando en cómo podríamos ayudara los niños de los orfanatos. Por eso nos apresuramos a aceptar la oferta que nos hacéis para que acudamos en su ayuda. Si podemos contribuir a mejorar la situación de los niños de que nos habláis, sin menoscabo de nuestro reglamento, estamos dispuestos a hacerlo encantados. " (Champagnat, Lettres, 190, 2-8) De la carta a Mons. de Vie - julio de 1833 "Cada vez me atrae más esa obra (una granja modelo en Bresse, Ain) que, bien mirado, no se aparta del fin de nuestro Instituto, ya que se trata esencialemmente de educar a niños pobres." (Champagnat, Lettres, 28, 4-6) De la carta al hermano Antonio - enero de 1835 "Acaban de solicitarnos tres hermanos para dirigir una especie de orfanato en la ciudad de Lyon. Nos encontramos en un apuro, porque no veo dónde podremos encontrarpersonal. Pida por nosotros para que no hagamos nada contra la voluntad de Dios. " (Champagnat, Lettres, 53, 24-29)

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De la carta al P. Padrier - febrero de 1840 "Gustosos recibimos su petición de enviarle dos hermanos para la dirección de un centro de sordomudos de su ciudad. Encaja perfectamente con la finalidad de nuestra institución, totalmente consagrada a la educación de los niños, cualquiera que sea su situación." (Champagnat, Lettres, 323, 6-11) 3. Apertura... manteniendo fidelidad al fin fundacional Del libro de la Vida del P. Champagnat "Al enviar a los Hermanos a Bourg-Argentad, M. Champagnat les hizo las siguientes recomendaciones: 'Queridos Hermanos, les dijo, elfin que nos propusimos al juntarnos para fundar esta nueva sociedad fue dar instrucción y educación cristianas a los niños de las parroquias rurales más pequeñas. Pero ya veis que también las poblaciones importantes nos piden el mismo favor. Tenemos, sin duda, la obligación de no rehusar este servicio, pues la caridad de Jesucristo, que ha de ser norma de la nuestra, alcanza a todos los hombres, y también los niños de las ciudades le costaron su sangre. Sin embargo, quiero haceros dos observaciones. La primera es que no hemos de olvidar nunca que hemos sido creados primordialmente para las parroquias rurales y que las escuelas de dichas parroquias deben contar con nuestra predilección'. " (Hno. Juan Bautista, Vida, 1989, p.92) 4. Las promesas de los primeros hermanos (Fórmula de compromiso por cinco años en la asociación de hermanitos de María. Según un texto manuscrito de copista o secretario desconocido. Archivo de los Hermanos Maristas) "Los infrascritos, para mayor gloria de Dios y honor de la augusta María, Madre de nuestro Señor Jesucristo, certificamos y atestamos que nos consagramos por cinco años, a contar del día de hoy de mil ochocientos veintiséis, libre y muy voluntariamente, en la piadosa asociación de quienes se consagran, bajo la protección de la bienaventurada Virgen María, a la instrucción cristiana de los niños del mundo rural. Nos proponemos, en primer lugar, no buscar sino la gloria de Dios, en bien de su Iglesia Católica, Apostólica y Romana, y el honor de la augusta Madre de nuestro Señor J(esu)C(risto). En segundo lugar, nos comprometemos a enseñar gratuitamente a los indigentes que nos presentará el Señor párroco del lugar 1° el catecismo, 2° la oración, 3° la lectura, el respeto debido a los ministros de Jesucristo, la obediencia a los padres y a las autoridades civiles legítimas. Queremos, en tercer lugar, comprometernos a obedecer sin réplica a nuestro superior y a cuantos por orden de él fueran nuestros prepósitos. En cuarto lugar, prometemos observar la castidad. En quinto lugar, ponemos todo en comunidad. (Coste - Lessard, Origines maristes, 1985, 52(168) p.137)

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El magisterio de nuestros Superiores Hermano Leónidas Estatutos capitulares referentes al apostolado en favor de los niños pobres Cuanto acabo de decir acerca del celo, quedaría incompleto si pasase por alto lo que nos incumbe hacer, por nuestra misión de educadores, en beneficio de los desheredados de la fortuna, a los que Nuestro Señor mostró amor de predilección. "Bienaventurados los pobres -dijo- porque de ellos es el reino de los cielos". Además, promete segura recompensa a los que los socorren, aunque sólo sea con un vaso de agua. ¿Nos hemos dado cuenta de que Jesucristo, en su Evangelio, indica, entre las señales proféticas de su misión divina, la enseñanza de su doctrina a los pobres? En aquella escena en la que los discípulos de Juan Bautista preguntan al divino Maestro si es él el que ha de venir, reciben esta respuesta: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y se predica el Evangelio a los pobres" (Mt XI,4-5). Así es como Jesús no aparta a los pobres de su lado ni los desprecia, sino que les predica la buena nueva. Siguiendo su ejemplo, la Iglesia, por la voz de los papa, de los obispos y sacerdotes y por las Ordenes religiosas, se inclina benévolamente hacia ellos y les distribuye con largueza, lo mismo que a los ricos, el pan de la verdad. ¿Cuál fue, con relación a este punto especial, la actitud de nuestro Venerable Fundador? Abrió de par en par las puertas de nuestra actividad apostólica a todos los niños del mundo, sin distinción del medio social a que pertenecen, pero señaló su especial preferencia por los de clase humilde. "En La Valla se admitía a los pobres gratuitamente, y los otros pagaban una cuota muy módica" (Vida, p.102). Entre los compromisos contraídos por los primeros Hermanos al ingresar, se halla el siguiente: "Nos comprometemos a enseñar gratuitamente a los niños indigentes que presente el Sr. Cura". Si se admitían niños de pago, era para favorecer a los pobres... "Si no hubiera niños ricos que aseguren los honorarios de los Hermanos, no podría sostenerse la escuela" (Vida, pp.578579). Al dirigirse al Rey (28 de enero de 1834), o a la Reina (mayo de 1835), o al Ministro de Instrucción Pública (1 ° de diciembre de 1837) para obtener la autorización legal del Instituto, hace resaltar que "el fin de la Asociación de Hermanos de María e s el de proporcionara los niños del campo la enseñanza cristiana que los Hermanos de la Doctrina Cristiana imparten a los pobres en las ciudades". Y en otra parte dice que sus Hermanos podrán dirigir casas de providencia y refugio para los huérfanos. Si funda escuelas en pueblos de crecido vecindario y en las ciudades, lo explica del modo siguiente: "Nuestra finalidad al fundar esta institución fue la de dar educación cristiana a los

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niños de pueblos de poco vecindario, pero hay poblaciones de mayor categoría que reclaman de nosotros idéntico servicio. Nos creemos en el deber de no desatender esas peticiones, puesto que la caridad de Jesucristo, que es la regla de la nuestra, se extiende a todos los hombres, y también le han costado el precio de su sangre los niños de las ciudades... Pero no debemos olvidar nunca que hemos sido instituidos para educar a los niños del campo principalmente, y que las escuelas de las parroquias rurales deben ser las de nuestra predilección." (Vida, pp.120-121). En 1835 el Venerable Fundador aceptó que los Hermanos tomaran la dirección de un orfelinato fundado por el Sr. Denuziére, en Lyon, y en 1839 la de un hospicio de caridad para niños, en Saint Chamond. El Hermano Juan Bautista, lo mismo que el venerado Hermano Francisco y el Rvdo. Hermano Luis María, estaban animados del espíritu del Venerable Padre Champagnat. Por eso decía el primero a los Hermanos reunidos en Saint-Genis Laval para los ejercicios del retiro anual: "¿Queréis saber, carísimos Hermanos, si el celo que os anima es el verdadero ? Examinaos bien para ver si vuestras preferencias son para los niños mejor calificados y dotados o para los menos inteligentes y para los pobres: el cuidado que de estos últimos se tenga es la nota demostrativa de que un Hermano posee el espíritu del divino Maestro. Mirad, hay aquí un Hermano Director a quien yo apreciaba mucho, pero no os puedo ponderar debidamente lo que ha aumentado mi aprecio hacia él desde que he sabido el hecho siguiente: El alcalde de la localidad en donde ejerce su apostolado llamó al principio del curso pasado a dos maestros seglares, y comunicó a la población que, como aquellos maestros eran personas muy capacitadas y distinguidas, sólo recibirían a los hijos de las familias más acomodadas. El Hermano a quien me refiero, en cuanto supo esa indicación del alcalde, ha estado diciendo a cuantos han querido oírle, que se consideraba muy honrado de habérsele asignado los hijos de los pobres, los cuales se le podían presentar sin temor alguno, en la seguridad de que velaría por ellos como si fueran hijos de príncipes, ya que son los prefèridos de Jesucristo. Eso ha bastado para merecerle la estima de toda la comarca y aumentar la que yo le tengo en grado imponderable. "(Vida del Hermano Juan Bautista). El pensamiento del Venerable Padre Fundador y de sus primeros discípulos, con respecto a lo que deben ser nuestras escuelas y los alumnos que las frecuenten, se halla consagrado en las Constituciones en los siguientes términos: "Elfin secundario de los Hermanos Maristas es procurar la .salvación de las almas mediante la instrucción v educación cristianas de los niños, principalmente los de las poblaciones rurales" (art.2). "...El Instituto podrá dirigir internados, orfanatos y obras de perseverancia" (art. 194). ¿Hemos permanecido fieles al espíritu del Venerable Padre Fundador? Lo que voy a exponer a continuación, al propio tiempo que sirve de advertencia del peligro que en ciertos lugares puede darse de apartarse de las normas indicadas, nos da alguna seguridad a este respecto. Las numerosas cartas de recomendación de los obispos que, por el año 1903, apoyaban nuestra súplica de aprobación definitiva de las Constituciones del Instituto por la Santa Sede, reconocen que los Hermanos Maristas imparten a los niños del pueblo la enseñanza primaria y la educación cristiana..., con celo y abnegación admirables (Circulares, vol X, pp.533ss).

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Teníamos, sin duda, en esa época colegios de pago, pero su número ha ido acrecentándose después. El hecho tiene fácil explicación. Las leyes persecutorias obligaron a los Hermanos de Francia a emigrar con precipitación y en número considerable. A menudo hubo necesidad de abrir colegios a toda prisa y en condiciones económicas muy precarias, porque los que solicitaban nuestro concurso se limitaban a veces a aportar una ayuda inicial para gastos de instalación. En tales condiciones no era posible asegurar la vida de los Hermanos, sostener las casas de formación, atender a los enfermos y a los ancianos, y prever para el porvenir de las obras, sin regentar colegios de pago. La fundación de colegios de pago, en número siempre creciente, y a veces con elevadas cuotas, particularmente en provincias de reciente fundación, es lo que movió al Decimotercer Capítulo General, celebrado en 1932, a examinar detenidamente si el Instituto había conservado con respecto a los pobres, y en grado suficiente, el espíritu del Venerable Fundador. La comisión encargada de este estudio hizo la siguiente declaración: "El Instituto ha observado siempre con toda fidelidad el artículo 2° de las Constituciones, porque hoy también la clase pobre es la que absorbe la actividad de la mayoría de los Hermanos empleados en la enseñanza, a pesar del desarrollo de los grandes colegios de enseñanza media, principalmente fuera de Europa. La creación de una escuela gratuita al lado de un colegio floreciente, es una idea muy apreciable y digna de tenerse en cuenta. Forzosamente ha de ser bien visto por el público, tan inclinado a estimar como empresas financieras los grandes colegios sostenidos por religiosos. La oportunidad de abrir una escuela de esa clase incumbe al Consejo Provincial el señalarla. La Comisión ha tenido la complacencia de comprobar que el Instituto no ha echado en olvido a los pobres, haciéndoles participar ampliamente de los beneficios de la educación e instrucción en nuestros grandes centros escolares, por la aceptación en los mismos en condiciones de favor, y en no pocos casos completamente gratuitos, de un porcentaje respetable de alumnos". Como consecuencia de estas consideraciones que he entresacado, la Comisión expone, por unanimidad, el deseo de que, en cuanto sea posible, se adjunte una escuela gratuita a todo colegio de vida floreciente. EN 1946, EL Decimocuarto Capítulo General, debía también preocuparse de si se ejerce en la debida proporción el apostolado de los niños pobres. Ese estudio era conveniente, no sólo para ver si quedaba cumplido el deseo del anterior Capítulo General, sino también por las acuciantes razones de orden social en los actuales tiempos. Porque es muy notorio que el proletariado y la clase obrera se alejan de Cristo y de su Iglesia. Son, desgraciadamente, harto numerosos los que por vivir en medios deplorables, han renegado de la fe de sus padres como consecuencia de doctrinas subversivas y anticatólicas, con las que incesantemente se les atosiga. Ningún cristiano, y con mayor razón ningún religioso educador, puede desinteresarse de tan grave problema. Por nuestra parte podemos contribuir a resolverlo favorablemente poniendo mayor empeño, si cabe, en educar a los niños pobres en el amor a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia. Esa finalidad persiguen los dos estatutos capitulares siguientes:

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a) "Para conservar las tradiciones de familia, serán objeto de nuestras preferencias las escuelas gratuitas. En los internados y colegios deben esmerarse, de acuerdo con el H. Provincial y su Consejo, y en forma conveniente, para que la parte que corresponde a los pobres sea lo más amplia posible ". b) "Cuando un Consejo Provincial presente al Consejo General un proyecto de fundación de colegio de pago, irá acompañada la petición de una sucinta estadística de lo que en la Provincia se realiza en favor de los niños pobres y, en general, de los de la clase obrera". La Comisión expuso la esperanza de que, en el próximo Capítulo General, se puedan comprobar sensibles progresos en esta importante cuestión. Por mi parte tengo la convicción de que tal sucederá si nos acucia el deseo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas. Sin aspiraciones de fe convencida y sólida, existe el peligro de dar preferencia a fundaciones de mayor brillo y remuneración, con detrimento de obras populares de más urgente necesidad. Esas miras de fe son también indispensables para que en las relaciones con alumnos de condición social muy diferente, y de conformidad con el artículo 123 de la Regla, tengamos "predilección por los pobres, porque representan de un modo más sensible a Jesucristo, anonadado y hecho pobre por nosotros". Esos eran los sentimientos de que estaban animados los primeros Hermanos cuando daban la clase a los niños de La Valla y de los caseríos de los alrededores, como lo manifiesta aquella exclamación del Hermano Juan Bautista: "Dichoso el Hermano Marista que, para imitar tan hermosos ejemplos, desee ser enviado a un colegio pobre y considere como favor el que se le encargue de una clase de niños indigentes: poseerá verdaderamente el espíritu de su vocación; Dios bendecirá su labor y le colmará de gracias y consuelos. Ese Hermano será la gloria y el sostén de su Instituto" (Vida del Venerable Padre Champagnat, p. 1l1). A este propósito siento la satisfacción de poder decir que en la visita que acabo de realizar a nuestras misiones de Africa, varios Hermanos, aunque plenamente conformes con la voluntad de los Superiores, me han asegurado que han quedado defraudados al verse encargados de niños europeos, cuando su deseo más íntimo al expatriarse era el de consagrarse a los más pobres entre los indígenas. San Vicente de Paúl exclamaba con aquel su gran corazón: "¡Cuán hermoso es el pobre si se le contempla en Jesucristo!" Si esa belleza moral del pobre no nos mueve a hacer en su favor cuanto podemos, nos privaremos de muchas gracias y correremos el peligro de perder el espíritu marista de humildad en un ambiente tan distinto del de la Congregación en sus principios. No se puede negar que existe actualmente la tendencia en ciertos religiosos a descuidar la observancia del voto de pobreza y a desconocer la excelencia y la necesidad de la mortificación para salvaguardar la virtud. El contacto con los ricos nos expone a adoptar primero algunas de sus exigencias y actitudes, y luego sus pensamientos y sentimientos. El peligro de un aburguesamiento insensible y progresivo no es ilusorio, y es necesario ponerse en guardia contra sus perniciosos efectos.

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Cuando el prefecto de Roma exigió a San Lorenzo la entrega de las riquezas de la Iglesia, el Santo le presentó la multitud de pobres y dijo: "Éstas son las verdaderas riquezas de la Iglesia". Deseo ardientemente que tales tesoros no falten nunca en nuestros colegios, para que atraigan sobre ellos las divinas bendiciones. Quiera Dios que si algún día los expoliadores amenazan a un sector cualquiera del Instituto, sean sólo los instrumentos providenciales de una prueba digna de mérito, y no los emisarios encargados de hacernos volver al camino de la pobreza evangélica. (De la Circular del 24 de mayo de 1949) Hermano Basilio Una renovación en el espíritu del Fundador (Los llamamientos del Beato Padre al Capítulo General) Creo que si hay un punto en el cual el Fundador nos llamaría hoy seriamente la atención y nos invitaría a reaccionar como él sabía hacerlo, es en esta cuestión. Quisiera recordar, de paso, que éste es un punto sobre el cual hablaron explícitamente los últimos superiores y capítulos generales. Esta llamada de atención, a mi modo de ver, la daría el Fundador apoyado en tres hechos: l . En que precisamente creó la Congregación pensando en la educación de los niños de ambiente rural. (Luego haremos la correspondiente traducción a nuestro tiempo de esta afirmación). 2. Nuestros colegios, lo mismo que los de tantas otras congregaciones, han sido lenta y casi inexorablemente arrastrados a la atención de otras clases que no son la pobre. (Adviértase el giro que he dado a la expresión para evitar que sea hiriente o contestable). Creo que honestamente nadie puede negar esto como un hecho estadísticamente mayoritario, sobre todo para el Tercer Mundo. 3. La necesidad del servicio educativo y la atención a las clases pobres se convierte hoy no sólo en un deber cristiano fundamental sino en una urgente y sangrienta necesidad para la Iglesia, y cuya atención o abandono puede acarrearle gravísimas consecuencias. Este punto debe ser atendido incluso a costa de heroicos sacrificios, si realmente se demuestra que conducen al fin por el cual se hacen. Viniendo a lo que ya se afirmó en la 4a parte de que: "un Instituto puede dedicarse a otras tareas o destinatarios distintos de aquellos para que nació, pero lo que no puede hacer, sin dejar de ser él mismo, es no dedicarse a aquello o aquellos para quienes nació", empecemos por precisar, en primer lugar, el concepto de pobres en lo que a nosotros se refiere, o lo que es lo mismo, quiénes deben ser los destinatarios primordiales de nuestra dedicación como maristas. Yo me permito añadir aquí que, en caso de coexistir esa doble dedicación, ésta debe hacerse de tal modo que el fin y los destinatarios más propios no deben ser atendidos con fórmulas de precariedad y de miseria, casi simbólicas, como para tranquilizar la conciencia institucional. No digo que esto esté sucediendo, sino que esto no debe suceder, ni en nuestro Instituto ni en

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ningún otro, a menos de imposibilidad física y material y no simplemente como consecuencia de arduas dificultades que haya que superar. De modo general se ha mantenido tradicionalmente entre nosotros la opinión de que hemos sido creados para los pobres. El término tal vez no sea ni del todo exacto ni exprese suficientemente el pensamiento del Fundador. Yo lo traduciría más bien por "los marginados" que, como luego se verá, aunque coincide en gran parte, no se ajusta exclusiva y exactamente con el pobre en sentido económico. 1) El espíritu.. Si esto no se siente ni arde en las entrañas, todos los consejos y llamamientos caerán en el vacío. No se trata de mala voluntad ni de desobediencia, sino que ciertamente son tantas las dificultades y los riesgos, tantos los condicionamientos sociales y los hábitos mentales, tan clara la falta de disponibilidad de ciertos Hermanos de vida aburguesada, que bastan y sobran estos factores -sin citar otros- para que una Provincia se empantane y todo quede sin realizar. Es decir, son situaciones que no se vencen y superan con una honesta buena voluntad y sólo se llevan a cabo si existe el soplo del Espíritu que quema en el interior. El punto de partida tiene que ser el superior. Sólo así será capaz de comprender las angustias, los deseos y hasta las impaciencias de algunos de sus Hermanos que sienten ese mismo fuego y no detener "a prior¡", sin serias razones, el impulso del Espíritu. No se trata, como ya dijimos antes, de que cada Hermano socialmente inquieto haga lo que él quiera, ni de poner en manos de gente cuyo sentido social nace de un desequilibrio, esas obras, sobre todo si se trata de las primeras iniciativas. Un fracaso de ese tipo sería capaz de desprestigiar y comprometer no sólo una experiencia sino toda una corriente. Ahora bien, después de tener eso en cuenta, que cada superior haga un sincero examen y vea si en él no hay más que un simple "sentido del deber" hacia los pobres que no alcanza a sintonizar con ellos ni a ponerlo en tensión y ansia de realización, ni a apesadumbrarlo por no poder hacer algo por ellos. El que se descubra y reconozca así, que comprenda que le falta algo esencial en un cristiano, en un religioso (¡y por supuesto en un marista!) y que esa carencia, por lo que tiene de trascendental para su Provincia, le está exigiendo una seria preocupación por sensibilizarse y sensibilizar a sus Hermanos en este punto. ¡Pero que esto se haga, por favor, sin demagogias! Sin embargo, no es éste nuestro camino. Donde podamos, debemos encargarnos de los menos favorecidos, de los no atendidos, empleando toda nuestra iniciativa y abriendo caminos nuevos. Si a ello pudiésemos dedicar el 100% de nuestros recursos de personal y economías, haríamos un gran bien a la Iglesia, a pesar de que nuestro Fundador no haya excluido la posible dedicación y atención a alumnos acomodados, sino por el contrario la haya aceptado explícitamente. Sus preferencias, unidas al doble conocimiento de que a los acomodados no les faltará la educación y la necesidad que tiene la Iglesia de ser Iglesia al servicio de todos, pero sobre todo de los Pobres, deben empeñarnos por este camino. (De la Circular del 1 ° de noviembre de 1968)