Vanhoye Acojamos a Cristo

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Transcript of Vanhoye Acojamos a Cristo

Cardo Albert Vanhoye

Acojamos a Cristo,nuestro Sumo Sacerdote

Ejercicios espiritualescon Benedicto XVI

Traducción de Mons. Elías Yanes Álvarez,arzobispo emérito de Zaragoza

~SAN PABLO

© SAN PABLO 2010 (Protasio Gómez, 11-15.28027 Madrid)Te!. 917425 113 - Fax 917425723E-mail: [email protected]

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Título original: Accogliamo Cristo nostro Sommo Sacerdote.Esercizi Spirituali con Benedetto XVITraducido por Elías Yanes Álvarez

Distribución: SAN PABLO. División ComercialResina, 1. 28021 MadridTe!. 917 987 375 - Fax 915 052 050E-mail: [email protected]: 978-84-285-3550-2Depósito legal: M. 836-2010Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)Printed in Spain. Impreso en España

1«Dios nos ha hablado»

(Heb 1,1,2)

Humildemente unido al corazón manso y humilde deNuestro Señor, me alegro de ponerme a vuestro servi,cio para estos Ejercicios Espirituales. Tendría muchosmotivos de pavor, pero me conforta la conciencia de noser yo el autor principaL En los Ejercicios Espirituales,el autor principal es evidentemente el Espíritu Santo,de otro modo no merecerían el nombre de «EjerciciosEspirituales». Por tanto, os aconsejo ante todo que ospongáis con gran confianza y disponibilidad bajo la guíadel Espíritu Santo, que os hará comprender profunda,mente la palabra de Dios y os unirá interiormente alcorazón de Cristo, derramando en vuestros corazonesel amor que viene de Dios, como dice el Apóstol (Rom5,5). El Espíritu Santo hará también su obra de purifi,cación, de la cual siempre tenemos necesidad, y su obrade iluminación, para mostraros de forma precisa cuáldebe ser vuestro camino de amor y de servicio para estaCuaresma y para los meses siguientes.

El tema de estos Ejercicios será la acogida de la me,diación sacerdotal de Cristo en vuestra fe y en vuestra

vida. Acojamos a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote.N aturalmente, para afrontar este tema me inspirarésobre todo en la Carta a los hebreos, que nos presentaa Cristo como nuestro Sumo Sacerdote y nos introduceen una inteligencia profunda de su oblación sacerdotaly de su mediación.

El autor de la Carta a los hebreos, que parece serun compañero de Pablo, un apóstol peregrinan te, hizoun descubrimiento, pasando, en el Salmo 109/110, delprimer oráculo del primer versículo al segundo oráculoen el cuarto versículo. Este Salmo que ahora hemoscantado -que se recita o canta cada domingo en Vís~peras- contiene un primer oráculo: «El Señor dice a miSeñor: "Siéntate a mi derecha"». Se trata de un oráculoque Jesús se aplicó a sí mismo durante su proceso delan~te del Sanedrín (Mt 26,64 y par.) y también Pedro, enel primer discurso de Pentecostés, lo aplicó a Jesucristoresucitado (He 2,34~35). Era, pues, tradición aplicara Cristo este primer oráculo. Parece que, antes que elautor de la Carta a los hebreos, nadie había tenido laidea de pasar del primer versículo al cuarto, donde hayun segundo oráculo, más solemne que el primero porqueestá apoyado en un juramento divino: «El Señor lo hajurado y no se arrepentirá: "Tú eres sacerdote"». El au~tor hizo este descubrimiento y profundizó en este temade manera muy intensa; contempló de nuevo todo elmisterio de Cristo y descubrió que este constituye ver~daderamente el cumplimiento perfecto de los conceptosde sacerdocio y de sacrificio.

En esta primera meditación comenzamos con losprimeros versículos de la Carta a los hebreos, un textomagnífico. El autor no habla todavía del sacerdocio,sino que realiza una introducción a este tema con una

frase bellísima: «Muchas veces y de muchas maneras ha,bló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de losprofetas. En estos últimos tiempos Dios nos ha habladopor medio del Hijo, a quien instituyó heredero de todo,por quien también hizo el universo» (Heb 1,1,2).

Esta frase, como puede verse, no es el comienzo deuna Carta: es el comienzo de una predicación. La asíllamada Carta a los hebreos no es un Carta: es unahomilía, una magnífica homilía sobre el sacerdocio deCristo. Una homilía que el autor ciertamente pronuncióen diversas comunidades, pues no era el jefe de una co,munidad (cf Heb 13,17), sino un apóstol peregrinan te.Además, su texto fue enviado a una comunidad lejanacon algunas líneas que lo acompañaban al final y, poreste motivo, esta homilía se llamó Carta a los hebreos.

La afirmación principal inicial es que Dios ha ha,blado: Dios ha hablado en los tiempos antiguos a losPadres, y Dios nos ha hablado ahora a nosotros, que es,tamos en los últimos tiempos. Esta es una afirmación depor sí admirable, pero estamos de tal modo habituados aleerla que no nos impresiona. El Dios de la Biblia es unDios que habla a los hombres, no es un Dios mudo; esun Dios que habla a los hombres para entrar en comu,nicación con ellos, para entrar en comunión con ellos.Dios ha tomado la iniciativa de establecer con nosotrosuna relación que después se ha convertido en una me'diación sacerdotal en Cristo. Debemos advertir que, enesta frase, el autor no expresa el contenido del mensajedivino, no enumera una serie de verdades que Dios noshabría comunicado. Con frecuencia se habla de Reve,lación como de un conjunto de verdades a las cualeshay que adherirse con fe, pero esto, para el autor de laCarta a los hebreos, no es el aspecto más importante;

lo más importante para él es que Dios se ha puesto encomunicación con nosotros.

Hablar con una persona implica establecer una rela~ción. Es verdad que, en algunos casos, el contenido ob~jetivo del mensaje puede tener más importancia que larelación personal. Por ejemplo, en una correspondenciacomercial, las personas no tienen mucha importancia:el objeto, el asunto que hay que tratar es lo que cuenta.En cambio, cuando se trata de una carta escrita a unpariente o a un amigo, su contenido es secundario; loque cuenta es la relación personal. La finalidad de lacarta no es tanto comunicar noticias sino mantener,alimentar una relación afectiva. Esta ha sido la finalidadde Dios: Él nos ha hablado para entrar en comunióncon nosotros. Que un Dios tan grande, tan santo, tandiverso de nosotros, haya tomado la iniciativa de dirigir~se a nosotros para establecer una relación con nosotrosy para profundizarla es una cosa impresionante. Diosnos ha hablado, Dios nos habla: esto es verdaderamenteadmirable. Debemos tomar conciencia de esta iniciativaextraordinaria de Dios.

En estos días, Dios quiere entrar en una relaciónpersonal más profunda con cada uno de vosotros, enmanera más intensa, más íntima; quiere hablar a vues~tro corazón como habló hace tiempo a Israel, su esposa:«La conduciré al desierto y le hablaré al corazón», diceel profeta Oseas (Os 2,16). La característica de nues~tro Dios es la de ser un Dios de Alianza, un Dios quequiere establecer relaciones personales y profundizarlas,y esto explica por qué en la frase inicial de la Carta nose indica el contenido del Mensaje, sino que se hablade las personas: el Dios que habla; los destinatarios delMensaje divino; los Padres de tiempos antiguos; noso~

tros ahora; los mediadores de la Palabra; los profetas deltiempo antiguo; el Hijo ahora.

A veces las personas no se hablan porque no quierenentrar en relación entre ellas por diversos motivos: dife~rencias de nivel social, diferencias de raza, divergenciasde opinión, etc. Así, en el evangelio de Juan vemos queuna mujer samaritana se maravilla porque Jesús le dirigela palabra: «¿Cómo tú siendo judío me pides de beber amí, que soy una mujer samaritana?» On 4,9). El evange~lista explica que entre judíos y samaritanos no había bue~nas relaciones: efectivamente, los judíos despreciaban alos samaritanos. El Sirácida contiene una expresión muydura contra los samaritanos: «El estúpido pueblo quehabita en Siquén y que ni siquiera es una nación» (Sir50,25~26). Pero Jesús rompe esta barrera, yIo hace por~que sabe que así cumple la voluntad del Padre. Para ex~plicar su sorprendente comportamiento a sus discípulos,les dirá: «Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel queme ha enviado» On 4,34). La voluntad de Dios es unavoluntad de comunicación, una voluntad de comunión,y, para llevada a cumplimiento, Dios ha querido paranosotros la mediación sacerdotal de Cristo. .

Hay personas que se hablaron en el pasado, pero queya no se hablan porque se sienten ofendidas o tratadasinjustamente. Dios tenía muchos motivos para no ha~blar más con su pueblo, el cual se había mostrado infiel,obstinado en seguir su propio camino en vez de seguirlos caminos del Señor. Pero vemos en el Antiguo Testa~mento que Dios no se resignó jamás a la ruptura de lasrelaciones, sino que quiso siempre entrar en comunica~ción con su pueblo.

El autor de la Carta a los hebreos insiste sobre la mul~tiplicidad de las iniciativas divinas. «Muchas veces y de

muchas maneras» (Heb 1,1) son las primeras palabrasde la Carta. Podemos ahora pensar en las numerosasmaneras en las que Dios habló con su pueblo. El An~tiguo Testamento es la historia de la palabra de Dios.La Alianza con Abrahán comienza con unas palabrasdel Señor. Dios dice a Abrahán: «Vete de tu tierra, detu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo temostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré.Engrandeceré tu nombre; serás tú una bendición» (Gén12,1~2). Estas primeras palabras son muy característicasde la palabra de Dios, porque presentan dos aspectos:una gran exigencia y una maravillosa generosidad. Laexigencia es una exigencia de amor. Requiere un des~prendimiento, porque el desprendimiento es necesariopara crear un espacio que Dios podrá llenar con susdones. La palabra de Dios para cada uno de vosotrossiempre ha tenido estos aspectos: una gran exigencia dedesprendimiento y una generosidad sin límites. «Haréde ti un gran pueblo, te bendeciré, haré grande tu nom~bre, serás una bendición». El Señor habla a Moisés enla zarza y es muy interesante el modo en que Dios seautodefine: «y añadió: "Yo soy el Dios de tu padre, elDios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob"»(Éx 3,6). Dios no se autodefine con su omnipotencia, nicon su omnisciencia, sino a través de sus relaciones per~sonales con algunos hombres privados de importancia.Jeremías recuerda muchas veces que Dios no se cansónunca de mandar a su pueblo sus siervos y profetas paraguiado, para amonestado, para exhortado, para hacedepromesas Oer 20,4; 29,19). Dios usó todos los modosposibles para establecer un diálogo con su pueblo.

El autor de la Carta a los hebreos distingue dos perío~dos de comunicación de la palabra de Dios y dos clases

de mediadores. El primer período es el antiguo: Dioshabló en los tiempos antiguos a los Padres por medio delos profetas. El segundo período es el escatológico, el pe,ríodo decisivo de Dios. Literalmente, el autor dice «enestos últimos días». «Los últimos días» es una expresiónbíblica de los Setenta con la que se anunciaba la inter,vención decisiva del Señor al final de los tiempos. El au,tor es consciente de que este tiempo ya ha venido. Esta,mos en el período escatológico. Dios ha intervenido deuna manera decisiva por medio de su Hijo. No se puedeimaginar un mediador más perfecto que él. A través desu voz, nosotros escuchamos la voz del Padre y somosintroducidos en la intimidad del Padre. El evangelio deJuan nos dice que el Hijo no es sólo un portador de lapalabra de Dios, como eran los profetas, sino que él es laPalabra, ho Lagos On 1,1), el Verbo. En él encontramosla plenitud del Espíritu. Podemos reflexionar sobre esteacontecimiento maravilloso: Cristo como mediador dela palabra de Dios. El primer paso para efectuar unaalianza consiste en hablarse. No basta, pero es funda,mental. No basta porque para establecer una Alianza serequiere también la sangre, pero la palabra es necesariapara expresar el significado de la sangre.

Os invito, pues, a reflexionar sobre esta generosidaddivina manifestada en su Palabra. En el evangelio dela Misa de hoy, Jesús nos indica la importancia de lapalabra de Dios: «No sólo de pan vive el hombre, sinode toda Palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4;Dt 8,3). Estamos aquí para acoger la palabra de Diosy tenemos mucha necesidad de la ayuda del EspírituSanto para acogerla bien. Podemos también repensar lahistoria de la palabra de Dios en nuestra vida: esto es unmodo muy útil de unión con el Señor, porque en nuestra

vida la palabra de Dios ha sido decisiva en algunos mo,mentas. Desde nuestra niñez, en nuestra adolescencia ytodavía en nuestra vocación, son tantas las palabras delSeñor que han tenido una influencia decisiva en nues,tra vida. Este recuerdo debe desembocar en una plegariade admiración: «¿Qué cosa es el hombre para que teacuerdes de él? ¿Un hijo del hombre para que cuides deél?» (Sal 8,5), y en una plegaria de amor agradecido. ElSeñor nos ha comunicado su Palabra, el Señor está enrelación profunda con nosotros y quiere, en estos días,profundizar esta relación. Debemos abrir con gran con,fianza nuestro ánimo a la palabra de Dios.

2«Dios nos ha hablado en su Hijo»

(Heb 1,2~4)

Ayer por la tarde meditamos sobre el comienzo de laCarta a los hebreos. Hemos visto que el autor prepara eltema de la mediación sacerdotal de Cristo hablando de lamediación de la Palabra, que es un aspecto fundamentalde la mediación sacerdotal. Dios, «muchas veces y de mu~chas maneras» (Heb 1,1),se ha puesto en comunicacióncon nosotros, nos ha hablado. Primero por medio de losprofetas en el Antiguo Testamento; ahora, en el períodoescatológico, por medio de su Hijo Unigénito. Apenasha nombrado al Hijo, el autor parece fascinado por supersona. Lo contempla en su gloria y no llega a hablarmás de otro. Todo el resto de la larguísima frase del exor~dio está dedicado a la descripción del Hijo (Heb 1,2A).Meditando sobre esta frase, pidamos poder ser tambiénnosotros fascinados por la gloria divina del Hijo, conla alegría de saber que él nos ha sido dado por el Padrecomo mediador de la Palabra, como mediador sacerdotal,que nos pone en comunicación íntima con el Padre. Nose trata de contemplar una gloria lejana, sino la gloria deaquel que nos introduce en la comunión con Dios.

La primera cosa que el autor dice del Hijo es másbien inesperada, en el sentido de que podría ser la úl~

tima. Dice que Dios «constituyó» al Hijo «heredero detodo» (Heb 1,2). La herencia no viene al principio, vie~ne al final, pero el autor contempla al Hijo en su gloriaactual. Ocurre siempre así en la Carta a los hebreos. Entoda nueva etapa, el autor parte de la contemplaciónde Cristo en su situación actual, y esto corresponde a laexperiencia cristiana fundamental que debemos siemprerenovar en nosotros. Después de la Pascua y de Pente~costés, sabemos que estamos en relación íntima, pormedio de Cristo glorificado, con el Padre celeste. Cristoha sido, por tanto, constituido «heredero de todas lascosas».

Esta afirmación corresponde a la declaración queJesús resucitado hace al final del evangelio de Mateo:«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra»(Mt 28,18). Así, Jesús afirma el cumplimiento perfectoen su persona de la célebre profecía de Daniel sobre elHijo del hombre. En el capítulo 7 de su Libro, Danieldescribe la visión impresionante de Dios, llamado el«Anciano venerable», sentado sobre el trono en su glo~ria celeste (Dan 7,9) y después añade: «Yoseguía miran~do, y en la visión nocturna vi venir sobre las nubes delcielo alguien parecido a un ser humano, que se dirigióhacia el anciano y fue presentado ante él. Le dieronpoder, honor y reino y todos los pueblos, naciones y len~guas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y suReino no será destruido» (Dan 7,13~14). Esta profecíaencuentra cumplimiento sobre abundante en la glorifi~cación pascual de Jesús, el cual recibe del Padre poderreal y dominio no sólo sobre la tierra, sino también enel cielo. Jesús había predicho esta glorificación suya du~rante su Pasión. Respondiendo al sumo sacerdote, quele preguntaba si era «el Cristo, el Hijo de Dios», Jesús

había afirmado: «Veréisdesde ahora al Hijo del hombrevenir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,63,64). Danielhabía hablado de un Hijo del hombre que venía sobrelas nubes del cielo.

La visión de Daniel es el punto final de una larguí,sima tradición bíblica, que se inicia con la narraciónde la creación del hombre. El hombre ha sido creadopara ser el dominador de la tierra. Dios creó al hombrey le dice: «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra,sometedla, dominadla» (Gén 1,28). El hombre debeser el virrey de la Creación, debe ser el señor, aunquedepende naturalmente del Gran Señor. Este proyectoinicial de Dios fue retornado de nuevo de maneramás específica, después de la caída, con la vocaciónde Abrahán y con la promesa de un heredero y deuna heredad. Abrahán se lamentaba delante de Diosporque, al no tener un hijo, no tendría un verdaderoheredero: «No me has dado un hijo -decía a Dios-;un criado será mi heredero» (Gén 15,4). Dios le pro,mete un heredero propio: «Uno nacido de ti será tuheredero» (Gén 15,4). Él le promete una heredadpara su descendencia: «A tu descendencia yo le daréesta tierra» (Gén 15,18). Esta primera promesa deDios a Abrahán será después retornada y extendida.A Abrahán, Dios le promete la tierra de Canaán, unatierra limitada, mientras que a David, descendiente deAbrahán, Dios le promete un heredero, el cual será elSeñor de toda la tierra. En el Salmo 2, el poder de esteheredero, hijo de David, Hijo de Dios, se extiende atoda la tierra: «Fídemelo y yo te daré las naciones enherencia, en propiedad los confines del mundo» (Sal2,8). Con su muerte y resurrección, Cristo, «hijo deDavid, hijo de Abrahán» (Mt 1,1), ha sido constituido

heredero de todas las cosas, aquel en el que se realizatodo el designio de Dios. Él es por tanto el Omega, elpunto culminante de la historia humana y de la histo,ria de la salvación, la palabra definitiva de Dios, queha establecido la Alianza eterna. j Qué alegría debemossaborear contemplando a Cristo glorificado, herederouniversal, y qué confianza nos debe dar esta presenciade Cristo en nuestra vida!

Después de esta primera afirmación, el autor haceuna segunda, diciendo que, por medio del Hijo, Dios«ha hecho también el mundo» (Heb 1,2). En efecto,para poder ser el Omega, el punto último de la historia,Cristo debía ser antes el Alfa, el punto inicial de todo,el Hijo eterno, preexistente, la palabra primordial pormedio de la cual Dios creó el mundo. Ante los ojos ma,ravillados de los apóstoles y de los primeros cristianos,la gloria pascual de Cristo ha revelado plenamente sugloria preexistente. Porque, como dice el cuarto evan,gelio, «ninguno jamás ha subido al cielo sino aquel quedescendió del cielo» On 3,13). Ninguno puede elevarsea la altura de Dios sino el que ha estado desde el co,mienzo en esta altura. La contemplación de esta gloriaprimordial de Cristo completa la visión de su gloriaactual. Cristo es la Palabra por medio de la cual Diosha creado el mundo. En la narración de la Creaciónleemos: «Dijo Dios: "Sea la luz". Y la luz existió» (Gén1,3). Ahora reconocemos que esta Palabra creadora esuna persona divina: el Hijo de Dios, por medio del cualDios nos ha hablado.

Después de haber contemplado al Hijo como el Ome,ga y el Alfa, esto es, en su gloria de heredero universal,dominador de todo, en su función de creador, el autorva más allá y lo contempla en sí mismo; busca definir

propiamente al Hijo, y lo hace así: «Irradiación de lagloria de Dios e impronta de su substancia» (Heb 1,3).Tenemos aquí dos fórmulas extremadamente densas quequieren dar, en cuanto es posible, una idea del ser delHijo. El Hijo es definido por medio de su relación conel Padre. Relación que es estrictísima. La primera expre,sión, «irradiación de la gloria de Dios», está inspiradaen el libro de la Sabiduría (Sab 7,25,26), pero el autorla refuerza: en la Sabiduría se hablaba de la luz; el autorhabla ahora de la gloria. Esta expresión indica al mismotiempo la distinción entre las dos personas del Padre ydel Hijo y su unidad indisoluble, porque la irradiaciónno se puede separar de la fuente de la luz. Padre e Hijotienen pues la misma naturaleza: son consubstanciales,como afirmarán después los concilios.

Para expresar esta unión de manera todavía más pro'funda el autor añade una expresión que no se encuentraen otro lugar del Antiguo ni del Nuevo Testamento: elHijo es «impronta de la substancia» de Dios. En el librode la Sabiduría se habla de imagen y de bondad: la sabi,duría es una imagen de la bondad de Dios. El autor, sinembargo, habla de «impronta» y de «substancia», dostérminos más poderosos. Entre la imagen y la personahay una separación: la imagen se ha hecho a distan,cia del que mira a la persona y trata de reproducir losrasgos de la persona sobre un cuadro; la impronta, sinembargo, procede de un contacto directo, por lo cualresulta más fiel. El Hijo no es una reproducción de Diosa distancia, sino una expresión directa, no sólo de labondad de Dios, sino de la substancia de Dios. El Hijoes expresión perfecta del ser mismo del Padre. No sepuede ir más allá en la definición de la unión del Hijocon el Padre.

Después de haber definido esta relación, el autorvuelve a la relación que el Hijo tiene con el mundo yexpresa su papel permanente respecto a la Creación.Este papel es manifestación de potencia. El Hijo sos,tiene todas las cosas, literalmente, «con la palabra desu potencia». Aquí no se trata ya de la Creación, sinode la conservación en la existencia del universo. ComoDios no ha debido hacer ningún esfuerzo para crear elmundo, le ha bastado su Palabra, así, el Hijo no tienenecesidad de fatigarse para mantener el mundo en laexistencia: le basta la palabra de su potencia. Hay unagran diferencia entre Cristo y el héroe mitológico At,lante, del que se hablaba en la mitología griega, al quese representaba oprimido por el peso del mundo. Cristosostiene todo el mundo con una simple palabra.

En este punto, el autor hace una breve presentaciónde la etapa decisiva de la salvación, esto es, el misteriopascual de Cristo. El Hijo, «después de haber realizadola purificación de los pecados, se ha sentado a la dere,cha de la Majestad en lo alto de los cielos» (Heb 1,3).Con estas palabras se describe la acción con la cualCristo sacerdote ha establecido la Alianza. Se indicanlos dos aspectos del misterio pascual: por una parte lapurificación de los pecados (función sacerdotal) y porotra la glorificación a la derecha de la Majestad en loalto de los cielos. El Hijo ha «realizado la purificaciónde los pecados», esto es, ha quitado el obstáculo queimpedía la relación de la Alianza, y ha establecido lacomunicación por medio de aquel movimiento potentede glorificación que lo ha hecho pasar de este mundoal Padre, y con el cual ha abierto una vía tambiénpara nosotros. El obstáculo mayor para la Alianza estáconstituido evidentemente por el pecado, por eso era

necesaria una purificación de los pecados. Por el mo,mento el autor no explica cómo se ha obtenido estapurificación. No habla ni de sufrimientos, ni de muerte,porque quiere mantenerse en una perspectiva gloriosa.Hará estas precisiones más tarde. La glorificación seexpresa con la imagen tomada del Salmo 109,11 O: «ElSeñor ha dicho a mi Señor: "Siéntate a mi derecha, afin de que ponga a tus enemigos como escabel de tuspies"». En su proceso delante del Sanedrín, Jesús habíaanunciado el cumplimiento inminente de este oráculo:«De ahora en adelante veréis al Hijo del hombre sen,tado a la derecha de Dios» (Mt 26,64). La actuacióndel designio de Dios se ha realizado a través de estemisterio pascual de Cristo. Citando el Salmo, como yahe señalado, el autor prepara su doctrina sobre el sa,cerdocio de Cristo, por ello en el mismo Salmo hay unsegundo oráculo, en el cuarto versículo, que proclama:«Tú eres sacerdote» (Sal 109/110,4). Cristo es mediadorsiempre activo a la derecha de la Majestad en lo altodel cielo. Un mediador que no deja jamás de comuni,carnos el intenso dinamismo de comunión que resultade su misterio pascual.

El autor concluye su exordio con una afirmaciónsolemne que prepara toda la parte siguiente, la cual seextiende hasta el final del capítulo 2: Cristo sentado a laderecha del Padre ha llegado a ser superior a los ángeles«cuanto más excelente es el nombre que ha heredado»(Heb 1,4). ¿Cuál es este nombre «más excelente» o,más exactamente, «bien diverso» (diaphoriteron) del delos ángeles? Es necesario leer toda la primera parte parapoder definido; lo haremos en la próxima meditación.Este nombre comprende dos aspectos principales: Cristoglorificado es el Hijo de Dios y nuestro hermano, por

tanto, mediador perfecto. «Sumo Sacerdote» es, a finde cuentas, el nombre que expresa mejor la posición deCristo glorificado; es aquel que ha sido proclamado porDios mismo cuando ha dicho: «Tú eres sacerdote» (Sal109/110,4; Heb 5,6.10; 7,11,28).

3Cristo es Hijo de Dios y hermano nuestro

(Heb 1,5-2,16)

Hemos visto que el autor de la Carta a los hebreos con,cluye su exordio con un anuncio de exposición sobre elnombre de Cristo, es decir, un anuncio de exposiciónde cristología. El autor hará en los dos primeros capí,tulos una exposición de cristología tradicional, fundadasobre textos del Antiguo Testamento, para preparar sucristología sacerdotal: «El cual, siendo resplandor de sugloria e impronta de su substancia y el que sostiene todocon su palabra poderosa, llevada a cabo la purificaciónde los pecados, se sentó a la diestra de su Majestad enlas alturas, con una superioridad sobre los ángeles tantomayor cuanto más excelente es el nombre que ha he,redado» (Heb 1,3,4). En el lenguaje bíblico, el nombresignifica la dignidad de la persona y su capacidad derelación. ¿Qué posición ha obtenido Cristo al fin de sumisterio pascual?

El autor anuncia que hará esta exposición con unparangón con los ángeles. ¿Por qué este parangón? Anosotros puede parecernos sorprendente, pero en aqueltiempo era indispensable, porque los ángeles eran con,siderados mediadores más válidos en cuanto estabanmás cercanos a Dios que nosotros. Y, por otra parte, se

consideraba que los ángeles tenían un gran poder enel desarrollo de la historia del mundo, porque movíana los astros. Entre astros y ángeles la relación era muyestrecha en el Antiguo Testamento. Este parangón conlos ángeles prosigue hasta el final del capítulo 2. Estoindica que la primera parte de la Carta, la exposiciónde la cristología tradicional, se extiende hasta este fin(Heb 2,18).

El autor comienza diciendo: «En efecto, ¿a qué ángeldijo Dios alguna vez: "Tú eres mi Hijo, yo te he engen~drado hoy"?» (Sal 2,7). Es una pregunta oratoria quesuscita la colaboración de los oyentes, que deben saberde qué texto viene esta cita, a quién se dirige y de partede quién. Lo saben muy bien, porque se trata de unacita del Salmo 2, un salmo mesiánico, es decir, un salmoreal, interpretado como mesiánico porque habla propia~mente del Mesías: dice que los reyes de la tierra se hanalzado contra su Señor y contra su Mesías. Y, al Mesías,Dios le dice: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendradohoy». Nunca jamás ha dicho cosa semejante de ningúnángel. Es verdad que, en el Antiguo Testamento, a losángeles se los llama algunas veces «hijos de Dios», peroen plural: por ejemplo, al comienzo del libro de Job Oob1,6; 2,1). Pero, en plural, el título significa simplemen~te una categoría de seres celestiales. Dios no ha dichojamás a un ángel singular: «Tú eres mi Hijo, yo te heengendrado hoy». Pero, en cambio, lo ha dicho a Cris~to. ¿Cuándo? La Liturgia lo aplica al Nacimiento, perola Carta a los hebreos, y san Pablo en un discurso (He13,33), lo aplican a la resurrección de Cristo. En la resu~rrección de Cristo, Dios ha dicho a Cristo: «Tú eres miHijo». En cuanto persona, está claro que Cristo ha sidosiempre el Hijo de Dios, porque es «irradiación de la

gloria de Dios e impronta de su substancia» (Heb 1,3),pero su naturaleza humana no tuvo inmediatamente lagloria filial, porque el Hijo no ha asumido la condiciónde hijo, sino de «esclavo», dice san Pablo en la Carta alos filipenses (Flp 2,7). Había asumido una condiciónhumilde, no gloriosa. Después de la Pasión, en cambio,ha obtenido la gloria filial incluso en su naturaleza hu,mana. La pregunta retórica del autor, hecha con tonode desafío, es para nosotros motivo de gozo y de orgulloespiritual. Vemos a nuestro Maestro Jesús proclamadoHijo de Dios en su naturaleza humana y, por tanto, po,demos estar llenos de confianza y de seguridad.

En un versículo posterior (Heb 1,6) se hace igual,mente referencia a la glorificación de Jesús, que es pro,clamado el Primogénito, en una aproximación al Salmo88/89, donde Dios dice del Hijo de David: «Lo nombra,ré mi Primogénito, el excelso entre los reyes de la tierra»(v. 28). El autor afirma el cumplimiento de esta promesaen la glorificación de Cristo. Dios ha introducido enton,ces a Cristo como Primogénito de la nueva Creación;el autor usa el término cosmos, «mundo», pero hablade la nueva Creación llamada oikoumene (literalmente:«La [región] habitada»; cf Heb 2,5). Se trata no delN acimiento, sino de la glorificación. En aquel momentose ha dicho: «Que le adoren todos los ángeles de Dios»(Heb 1,6). Los ángeles deben someterse a Cristo, por'que el Hijo no es sólo un hombre, sino también el Hijode Dios glorificado en su misma humanidad como Hijode Dios.

Después, en el versículo 8, se atribuye a Cristo el tí,tulo de «Dios». Mientras, de los ángeles, la Biblia dice:«Hace de sus ángeles, de los vientos, sus ministros comollama de fuego» (Heb 1,7), dando a entender de este

modo que los ángeles están a disposición de Dios paracualquier misión que haya que cumplir y, por tanto, soninestables, porque Dios se sirve de ellos de una forma ode otra. Pero, en cambio, del Hijo se dice: «Tutrono, ohDios, permanece para siempre» (Heb 1,8). A través deesta cita del Salmo 44/45, se proclama la divinidad deCristo. En el contexto primitivo del salmo, este títulono tenía su pleno significado, porque se aplicaba al reyde Israel como representante de Dios en la tierra. Perocuando se aplica a Cristo glorificado, el título adquieresu plenitud de sentido, porque ya no estamos en unnivel terreno, sino en el nivel celeste. Cristo comparteel trono celeste de Dios y es verdaderamente Dios conDios. El autor no duda en proclamar esto. En el evan~gelio de Juan, Tomás al fin proclama: «Señor mío y Diosmío» On 20,28). Jesús es verdaderamente Dios con Diosy posee una realeza eterna.

Después, el autor aplica a Cristo otras expresionesde este Salmo: «El cetro de la rectitud es el cetro de tuReino. He amado la justicia y odiado la iniquidad» (Heb1,8). Jesús ha amado la justicia y odiado la iniquidadporque ha sufrido por nuestros pecados. Una cita delSalmo 101/102 permite al autor presentar otro aspectomás del nombre de Cristo: «iTú, oh Señor, desde elprincipio has fundado la tierra y la obra de tus manosson los cielos!» (Heb 1,10). Es el texto más profundode toda la Biblia sobre la colaboración de Cristo en laCreación. El autor no duda en atribuir directamente aCristo, Hijo de Dios, la creación del mundo, y lo llama«Señor», en el sentido más pleno de este título, que seatribuye a Dios y que adquiere este sentido divino. Ladignidad de Cristo consiste en el hecho de que él es elSeñor creador del cielo y de la tierra con Dios Padre, y

que ahora tiene el poder de realizar el juicio último y dehacer perecer la vieja creación: «Ellos perecerán, tú per,maneces. Se desgastan como un vestido, lo envuelvencomo un manto, serán como un hábito que se cambia;tú en cambio permaneces y tus años no tendrán fin»(Heb 1,11). Si los ángeles son poderosos en el mundoporque mueven los astros, j cuánto más potente es elCristo glorificado, el cual tiene el poder de poner fina la vieja creación, porque ha inaugurado una nuevaCreación por medio de su resurrección!

Finalmente el autor toma de nuevo el tono de desa,fío y pregunta: «¿A cuál de los ángeles ha dicho jamás:"Siéntate a mi derecha hasta que yo ponga a mis ene,migas bajo el escabel de tus pies"?» (cfHeb 1,13). Aquílos oyentes no vacilan, reconocen el primer oráculo delSalmo 109/110, al cual el autor ya se ha referido en elexordio, hablando de sentarse el Hijo a la derecha delPadre. A ningún ángel Dios ha dicho jamás nada seme,jante. Ninguno de ellos ha sido jamás invitado a sentar,se junto a Dios. Los ángeles están siempre en pie o enuna posición de servicio, mandados a servir a aquellosque deben entrar en posesión de la salvación.

Así, en el primer capítulo el autor nos ha presentadoa Cristo en su relación con Dios, una relación extrema,damente estrecha. Cristo es el Hijo de Dios en el senti,do más pleno de la palabra; comparte el trono de Dios,tiene poder sobre el cielo y sobre la tierra, es Dios conDios, Señor con el Señor. Nuestros corazones puedenexultar de alegría mientras repetimos en la oración estostextos gloriosos.

Esto es sólo el primer aspecto del nombre de Cristo.Existe otro aspecto que para nosotros no es menosimportante, más aún, establece otra diferencia entre

Cristo y los ángeles: Cristo es nuestro hermano. Así sepresenta en el capítulo segundo. En los versículos 6,8,cita el autor el Salmo 8, que habla de la vocación delhombre: «En efecto, Dios no sometió a los ángeles elmundo venidero del cual estamos hablando. Pues ates ti,guó alguien en algún lugar: ¿Qué es el hombre para quete acuerdes de él? ¿Un hijo del hombre, para que cuidesde él? Lo hiciste un poco inferior a los ángeles; de gloriay honor lo coronaste. Todo lo sometiste bajo sus pies»(Heb 2,1,8). La vocación del hombre, lo hemos vistoya, es la de ser virrey del universo. Dios habla al hom,bre de llenar la tierra, de someterla, de dominarla: tododebe estar sometido al hombre. El libro de la Sabiduríaprecisa en qué modo se debe realizar este dominio delhombre sobre la tierra: «Con tu sabiduría has formadoal hombre, para que domine sobre las criaturas que túhas hecho, gobierne el mundo con santidad y justicia, ypronuncie los juicios con ánimo recto» (Sab 9,2,3). Elproyecto de Dios sobre el hombre es este: que el hombredomine, gobierne el mundo con santidad y justicia.

El autor hace entonces una reflexión sobre esta vo,cación del hombre. El texto del Salmo comprende tresafirmaciones: la afirmación del abajamiento debajo delos ángeles, la de la glorificación y la de dominación.A propósito de este tercer punto, el autor especificaque se trata de una dominación universal (Heb 2,8).Dios ha sometido todo al hombre, «nada dejó que no leestuviera sometido». El autor observa que este aspectotodavía no se ha logrado plenamente: «No vemos toda,vía que le esté sometido todo». El tercer aspecto no seha realizado todavía ni siquiera para Cristo: Cristo estáesperando que sus enemigos sean puestos como escabelde sus pies. Pero el autor advierte que los primeros dos

aspectos se han realizado plenamente en Cristo. Sugiereque el salmo se aplica especialmente a Cristo, porqueno se puede decir que el hombre en general haya sido«abajado bajo los ángeles»: para ser abajado, en efecto,es necesario estar primero al mismo nivel; el hombre,por tanto, no ha sido propiamente abajado. En cambio,el Hijo de Dios ha sido abajado bajo los ángeles, siendohombre entre los hombres, tomando esta forma humildede existencia.

Después ha sido coronado, y el autor precisa que hasido coronado «a causa de la muerte que ha sufrido».Contemplando el Cristo glorificado, el autor descubreeste otro aspecto de su nombre. Él es aquel en el cualla vocación del hombre llega a cumplimiento «paraventaja de todos» (Heb 2,9). El hombre que había sidoabajado un poco más bajo de los ángeles ahora estácoronado de gloria y de honor a causa de la muerteque ha sufrido. Nos encontramos en un contexto desolidaridad: Cristo ha obtenido su gloria por medio desu completa solidaridad con nosotros. Ha tomado sobresí nuestro destino, que incluye necesariamente el sufri,miento y la muerte como consecuencia del pecado, y asíha llevado a cumplimiento nuestra vocación: la de sercoronados de gloria y honor.

El autor afirma: «Convenía, en verdad, que aquel porquien es todo y para quien es todo llevara muchos hijosa la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento alque iba a guiados a la salvación» (Heb 2,10). Cristo,que es la Cabeza que nos guía a la salvación, fue hechoperfecto por el sufrimiento. Para podernos santificar seha hecho solidario con nosotros, haciéndose una solacosa con nosotros. El autor anuncia entonces: «Poreso no se avergüenza de llamados hermanos, diciendo:

"Anunciaré tu nombre a mis hermanos: en medio de laAsamblea te alabaré"». Esta cita está tomada del Salmo21/22, salmo de la Pasión: «Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado» (v. 2; Mt 27,46). Un salmo desúplica, pronunciado en una situación de extrema an~gustia, pero que comprende también la promesa de unsacrificio de acción de gracias después de la liberación:«Anunciaré tu nombre a mis hermanos». Esto quieredecir: «Te daré gracias en medio de mis hermanos, enmedio de la Asamblea cantaré tus alabanzas» (Heb2,12). Cristo, en su pasión, ha hecho suyo este salmo,y por tanto ha prometido implícitamente anunciar elnombre de Dios a sus hermanos después de su victoriasobre la muerte; ahora él cumple esta promesa suyadespués de su glorificación. Su actividad actual consisteen anunciarnos el nombre de Dios, que es bueno, y sumisericordia, que es eterna. Cristo nos reconoce comohermanos suyos. Hijo de Dios y hermano nuestro sonlos dos aspectos del nombre de Cristo, aspectos que lohacen muy diferente de los ángeles: más unido a Dios,más unido a nosotros. Los ángeles sin embargo eranintermediarios entre las dos partes.

Cristo tiene una mediación «englobante», que impli~ca un descenso al nivel más bajo de la miseria humana,la de los condenados a muerte, y por este motivo hasido exaltado hasta lo más alto de la gloria celeste, a laderecha de Dios en la gloria. Esta es verdaderamente larevelación cristiana más desconcertante: el Hijo de Diosdesciende al último grado de nuestra miseria y por estemotivo es exaltado en su naturaleza humana al gradomás alto de la gloria divina.

La gloria de Cristo no es la gloria de un ser ambicio~so, satisfecho de su propia empresa, ni la gloria de un

guerrero que hubiera vencido al enemigo con la fuerzade las armas. Es la gloria del amor, la gloria de haberamado hasta el fin, de haber restablecido la comuniónentre nosotros pecadores y su Padre. Por medio de sudocilidad filial hacia Dios y de su solidaridad fraternacon nosotros, realizadas ambas hasta la muerte, Cristoha llegado a ser y es el perfecto mediador, el Sumo Sa~cerdote de la Nueva Alianza. Esta exposición de cristo~logía tradicional desemboca así en una afirmación delsacerdocio de Cristo. Cristo ha llegado de este modo aser el «Sumo Sacerdote, misericordioso y digno de fepara la relación con Dios» (Heb 2,17). Esta contempla~ción nos infunde alegría y confianza, porque nosotrostenemos más que un abogado: tenemos un hermanoque intercede por nosotros ante Dios, un hermano queha prometido anunciarnos después de su glorificación elnombre del Padre y que lo anuncia ahora, un hermanoque no se olvida de nosotros en su gloria, porque sugloria es fruto de su solidaridad con nosotros. Demosgracias a Nuestro Señor por esta revelación tan bella,tan consoladora, y pidamos la gracia de poder vivir almismo tiempo la adoración hacia él, Hijo de Dios, Dioscon Dios, Señor con el Señor, y la plena confianza enél, hermano nuestro.

4Cómo Cristo ha llegado a ser Sumo Sacerdote

(Heb 2,17,18)

Hemos visto esta mañana que en la primera parte desu homilía, el autor de la Carta a los hebreos demues,tra que el nombre heredado de Cristo, en virtud de sumisterio pascual, comprende dos aspectos principales:Cristo Hijo de Dios y Cristo hermano nuestro. Es unnombre más excelente que el de los ángeles, porqueCristo está más unido al Padre y más unido a nosotros.Un nombre de mediador perfecto, un nombre de SumoSacerdote. Al final del capítulo 2, en el versículo 17,el autor declara: «Por eso tuvo que asemejarse en todoa sus hermanos para llegar a ser un Sumo Sacerdote,misericordioso y digno de fe para la relación con Dios»(Heb 2,17).

En ese texto, el autor efectúa dos innovaciones sor,prendentes, que debemos meditar para tener un con,cepto justo del sacrificioy del sacerdocio de Cristo, y unconcepto justo de nuestra participación en ese sacerdo,cia. La primera innovación consiste en la aplicación aCristo del título de Sumo Sacerdote; la segunda consisteen un modo nuevo de llegar a ser Sumo Sacerdote.

La afirmación del sacerdocio de Cristo era, entonces,una gran novedad. Nosotros estamos ahora habituados

a hablar del Sacerdocio de Cristo, y la cosa nos pareceobvia, sin ninguna dificultad pero, si examinamos lostextos del Nuevo Testamento, observamos que, paralos primeros cristianos, la cosa no era obvia. Antes dela Carta a los hebreos, ningún texto atribuye a Jesús eltítulo de Sacerdote o de Sumo Sacerdote. En los evan~gelios se dan a Cristo algunos títulos: Maestro, Profeta,Hijo de David, Hijo del hombre, Hijo de Dios. Perojamás el título de Sumo Sacerdote. La tradición evan~gélica usa este título sólo para el sacerdocio levítico y,desde luego, en la mayor parte de los casos, en un con~texto de contraposición a Cristo. Los Sumos Sacerdotes,en particular, están presentados como hostiles a Jesús.San Pablo no usa jamás este título de Sumo Sacerdoteni para Jesús ni para otros.

Es una situación que se comprende fácilmente, porquea primera vista no se percibía ninguna relación entre laexistencia de Jesús y la institución sacerdotal, tal comoexistía en el Antiguo Testamento. La persona de Cristono se presentaba como sacerdotal, según el conceptoentonces en uso, por la simple razón de que Jesús noprovenía de la tribu de Leví. Según la ley de Moisés, so~lamente los miembros de la tribu de Leví podían accederal sacerdocio. Jesús pertenecía a la tribu de Judá y, portanto, según la Ley no era sacerdote. Durante su vidano pretendió jamás ser sacerdote, ni ejercitar cualquierfunción sacerdotal; su ministerio fue del género proféticoy sapiencial, no sacerdotal. El sacerdote antiguo era elhombre del santuario, el hombre del sacrificio ritual yde todo el sistema de pureza ritual. Jesús no entró jamásen el Santuario. Entró en los pórticos del Templo, perojamás en el edificio del Santuario. No ofreció jamás unsacrificio ritual, no dio importancia a la pureza ritual.

En la predicación de los profetas aparece más deuna vez una fuerte polémica contra el culto ritual delos sacerdotes, por ejemplo en el capítulo 1 del profetaIsaías leemos estas palabras de Dios: «¿A mí qué, tantosacrificio vuestro? -dice Yavé-. Harto estoy de holo,caustos de carneros, de sebo de cebones; y sangre denovillos y machos cabríos no me agrada. (... ) No sigáistrayendo oblación inútil» (Is 1,11.13). Una dura polé,mica. Jesús continuó en un cierto sentido esta tradiciónprofética. Los evangelios refieren una acción sistemáticade Jesús contra la concepción ritual de la religión. Coninsistencia en palabras y en actos, Jesús luchaba con,tra el concepto antiguo de santificación por medio deseparaciones rituales; este era el concepto del AntiguoTestamento, que no era capaz de elaborar otro. En unacontroversia sobre la pureza ritual, Jesús demostró quela verdadera religión no consiste en ritos de separación.La pureza ritual parecía, entonces, tener una importan,cia enorme, porque condicionaba la participación en elculto. Jesús negó esta importancia, diciendo a propósitode las observancias alimentarias: «No hay nada fueradel hombre que, entrando en él, pueda contaminar,lo» (Mc 7,15). El evangelista observa: «Declaraba asípuros todos los alimentos» (Mc 7,19) y eliminaba, portanto, la preocupación por la pureza ritual. En el mis,mo sentido se dirigen las iniciativas de Jesús sobre laobservancia del sábado. Los episodios son numerososen los cuatro evangelios. A este propósito, en el evan,gelio de Mateo, Jesús cita una declaración divina muysignificativa para el nuevo concepto de sacerdocio. Enel libro del profeta Oseas, Dios declara: «Yoquiero mi,sericordia y no el sacrificio ritual», no la inmolación deanimales (Os 6,6). Entre dos modos posibles de servir a

Dios, uno con ritos e inmolación de animales, otro enlas relaciones humanas, Jesús elegía decididamente elsegundo, sabiendo que, frente a los sacrificios rituales,Dios prefiere la misericordia, es decir, la preocupaciónpor las relaciones con las personas. Nada en la personade Jesús, en su actividad o en su enseñanza, se movía enla dirección del sacerdocio antiguo.

¿Qué cosa decir de su muerte? ¿No se debe admitirquizá que en ella todo es sacrificial y, por tanto, sacer,do tal? Nuestra respuesta actual es afirmativa, pero enel tiempo de Jesús la respuesta era negativa. El caráctersacrificial de la muerte de Jesús no podía ser percibidodirectamente en la mentalidad antigua. En efecto, sepensó que el acontecimiento del Calvario no teníanada de sacrificio ritual. Se presentó como lo opuesto,lo contrario de un sacrificio ritual, porque fue una penalegal, la ejecución de una condena a muerte. Una penalegal es lo contrario de un sacrificio. Se comprendebien la ausencia del vocabulario sacrificial y sacerdotalen los evangelios y en los primeros escritos del NuevoTestamento.

A pesar de esta situación, la Carta a los hebreosproclama que Cristo es sacerdote, es más, Sumo Sacer,dote, el verdadero y el único Sumo Sacerdote. ¿Cómose justifica esta innovación, que después ha provocadootras innovaciones y en particular el concepto sacer,dotal de la vida cristiana y del ministerio cristiano? Lainnovación de la Carta a los hebreos se justifica comouna ulterior profundización del misterio de Cristo a laluz de la Escritura. Como acontecimiento, el misteriode Cristo ha alcanzado su plenitud con la Pasión, laglorificación y el don del Espíritu. Su interpretación, sinembargo, deberá progresar poco a poco. Los apóstoles

habían recibido una revelación global, entendían que enCristo se habían cumplido las Escrituras. Esta revelaciónglobal requería una elaboración progresiva en el modode explicar todas las dimensiones del acontecimientosalvífico. Era necesario hacer «el inventario» de la ri,queza de Cristo.

El autor de la Carta a los hebreos descubrió en elSalmo 109/110 el aspecto sacerdotal del misterio deCristo, que no podía faltar, ya que entre las diversastradiciones del Antiguo Testamento no se podía negarque un puesto importantísimo lo tenía la tradiciónsacerdotal. El sacerdocio es ciertamente uno de losaspectos principales de la revelación bíblica, y esto esnatural, porque la vocación de Israel era la de ser elpueblo de Dios y la función del sacerdocio es precisa'mente la de asegurar la relación del pueblo con Dios.Esta importancia se encuentra reflejada en el Pentateu,co, que consagra largos capítulos a la organización delculto sacerdotal y describe la consagración del SumoSacerdote con muchos detalles. En los libros históricosse puede ver que toda la historia del pueblo elegido seha centrado progresivamente sobre dos instituciones:por una parte la dinastía davídica y por otra el sacer,docio de Jerusalén.

Resultó que la espera escatológica después del retor'no del exilio comprendía la espera de un Mesías sacer,dote. Esta espera fue atestiguada de manera muy explí,cita en los documentos de Qumrán, donde hay algunostextos que hablan de dos mesías, dos «Ungidos», unoque debía ser real y otro sacerdotal. En la Regla de laCongregación se lee: «Serán regidos por la primera Leyhasta el momento en que vendrán el profeta y el Mesíasde Aarón y de Israel». El Mesías de Aarón y el Mesías

sacerdotal, el Mesías de Israel, es el Mesías davídico. Enotros documentos (no de Qumrán), llamados el «Tes,tamento de los Doce Patriarcas», se expresa la mismaesperanza. En un documento llamado «de Damasco»aparece el singular con dos nombres: el Mesías de Israely de Aarón. En aquel ambiente, por tanto, parece que seesperaba un solo personaje con doble dignidad mesiáni,ca, sacerdotal y real. Esta esperanza era natural, porqueel cumplimiento último debía ser un cumplimiento detodos los aspectos importantes del designio de Dios, y elaspecto sacerdotal era esencial, no podía faltar.

Esta expectativa planteaba a los cristianos una difícilcuestión: ¿De qué modo responde el misterio de Cristo?¿Qué relaciones con esta esperanza sacerdotal puedenser reconocidas en el misterio de Cristo? A primeravista, como hemos mencionado, la respuesta parecíanegativa, pero el autor de la Carta a los hebreos descu,brió en los salmos el oráculo que afirmaba el sacerdociodel Mesías (Sal 109/110,4). Hizo, pues, una reflexiónprofunda que lo llevó a reconocer que, efectivamente,el aspecto sacerdotal estaba presente en el misterio deCristo y, más aún, que Cristo era el único Sacerdoteperfecto. El cumplimiento de la Escritura había venidode una manera imprevista, desconcertante, como ocurrecon frecuencia.

La aplicación a Cristo del título de Sacerdote supusouna profundización en el concepto de sacerdocio, pro'fundización que debemos acoger. La tentación cons,tan te es la de tomar al Antiguo Testamento, porque elconcepto de Antiguo Testamento corresponde a la re'ligiosidad espontánea. Pero la fe cristiana es diversa. Elmodo en que, según la Carta a los hebreos, Cristo debíallegar a ser Sumo Sacerdote es completamente nuevo:

«Tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos parallegar a ser un Sumo Sacerdote». Es admirable. Esto vaen la dirección contraria a toda la tradición bíblica delAntiguo Testamento, porque, lejos de hablar de asimi,lación, de semejanza, los textos del Antiguo Testamentosubrayan, sin embargo, la necesidad de la separación, laseparación ritual en vista de la santificación. Para en,trar en contacto con las realidades sagradas, los levitasestaban apartados, no tenían herencia entre los hijos deIsrael (Dt 18,1,2). Su inscripción en el censo se hacíaseparadamente (Núm 1,47). Para Aarón y sus hijos, laseparación es todavía más acusada a través de los ritosde consagración, especialmente la inmolación de anima,les en cantidad (Lev 8) o, después, con preceptos muyseveros de pureza ritual (Lev 21). Así, el Sumo Sacer,dote antiguo aparecía como un ser elevado por encimadel común de los mortales. La primera palabra que elSirácida usa para hablar de Aarón es para ensalzarlo:Dios ensalzó a Aarón (Sir 45,6). El sacerdocio lo apartade los demás. El Sirácida no se cansa de describir el es,plendor del sacerdote cuando habla de Aarón y despuéscuando habla de Simón, el sacerdote de su tiempo. Usatodos los parangones celestes: el sol, la luna, las estre'llas, el arco iris (Sir 50,5,7). El sacerdote se encuentraen la zona celeste. Hasta el final del tiempo del Éxodo,una semejante dignidad suscitaba ambiciones y celos.Recordemos el episodio de Coré y de sus cómplices, quequerían tomar para sí el sacerdocio (Núm 16). En lossiglos que siguieron al exilio, las rivalidades se hicierontodavía más ásperas, porque la autoridad política estabaunida a la autoridad sacerdotal. El libro segundo de losMacabeos refiere en el capítulo 4 lo que eran situacio,nes habituales: corrupción, maniobras políticas e incluso

homicidio. Los documentos de Qumrán expresan críti~cas semejantes a un Sumo Sacerdote impío.

Sobre el fondo de este contexto histórico, la afirma~ción de la Carta a los hebreos expresa un absoluto con~traste, pues se opone directamente a la mentalidad y a laconducta de los Sumos Sacerdotes contemporáneos. Asus ojos, el pontificado constituía la mayor aspiración deascensión social y, para 10grarIa, se buscaban los mediosmás eficaces, incluso deshonestos. Es precisamente enla dirección opuesta hacia la que Cristo orienta su ca~mino. Para llegar a ser Sumo Sacerdote, Jesús renunciaa todo privilegio y, en vez de colocarse por encima delos demás, se hace en todo semejante a ellos, semejantea los hermanos, aceptando hasta el abajamiento de laPasión y de la muerte. En vez de una posición más alta,intermedia entre el hombre y Dios, Cristo ha tomadouna posición muchísimo más baja, la de una solidari~dad completa con los últimos de los hombres, con loscondenados a muerte. Es claro que cuando el autor diceque debía hacerse igual en todo a los hermanos, piensaespecialmente en esto, no solamente en la encarnación,de la cual ha hablado en los versículos precedentes,sino sobre todo en el sufrimiento y en la muerte. En elverso siguiente (18) afirma inmediatamente que Cristo,«habiendo pasado él la prueba del sufrimiento, puedeayudar a los que la están pasando» (Heb 2,18).

Esta actitud no se oponía sólo a los abusos deploradospor el autor del libro de los Macabeos, sino que tambiénse movía en contra de las ideas tradicionales de losjudíos más religiosos. Estos tenían un gran celo por lasantidad del sacerdocio, observaban el mantenimientode las separaciones rituales. Exigir del Sumo Sacerdoteuna semejanza completa con los demás miembros del

pueblo de Dios les parecía incompatible con el justoconcepto del sacerdocio. En particular, el contacto conla muerte estaba absolutamente prohibido al SumoSacerdote, porque se percibía una incompatibilidadentre la corrupción de la muerte y la santidad de Dios.El Sumo Sacerdote no tenía derecho a hacer el luto porninguno, ni siquiera por su madre o por su padre (Lev21,11), porque sería un contacto con la muerte. Jesús,en cambio, llegó a ser Sumo Sacerdote por medio de sussufrimientos y de su muerte, ofrecidas con obedienciafilial y solidaridad fraterna.

Evidentemente, es la meditación sobre el misterio deCristo, el misterio de la Pasión y de la Pascua, la que haconducido al autor de la Carta a los hebreos a cambiarla perspectiva, insistiendo sobre la exigencia de solidari,dad humana y abandonando la idea de separación ritual.En el misterio pascual de Cristo, la aceptación completade la solidaridad humana ha realizado efectivamente loque los ritos antiguos de consagración sacerdotal, pormedio de separaciones, se esforzaban en vano en ob,tener, esto es, la elevación del hombre a Dios, la uniónde la naturaleza humana con Dios. Este misterio tiene,por tanto, un pleno valor de consagración sacerdotal.La gloria de Cristo resucitado ha sido reconocida comogloria sacerdotal.

El autor lo ha dicho en el versículo 9: Cristo, porhaber sufrido la muerte, ha sido coronado de gloriay de honor (Heb 2,9). Jesús ha sido admitido con sunaturaleza humana en la intimidad de Dios. En vez deefectuarse a través de la separación legal, su elevaciónhasta Dios se ha realizado gracias a la aceptación deuna total comunidad de destino con sus hermanos, lacual lo ha establecido al mismo tiempo en la misericor,

dia sacerdotal. La actitud generosa de Jesús mediadorfue la de acoger plenamente la solidaridad humana.El sufrimiento humano existía; la muerte, el pecadoexistían. Jesús descendió hasta el fondo de esta miseriahumana, introduciendo allí su amor y trazando así unavía de salida y de salvación. Hizo del sufrimiento y dela muerte una ocasión de amor extremo. Así llegó a serSumo Sacerdote, porque así trazó la vía de la NuevaAlianza, la vía de la comunión con Dios recuperadapara nosotros pecadores.

Todo esto es extraordinariamente bello. En la plega~ria podéis contemplar este designio admirable de Dios:Jesús «tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos parallegar a ser un Sumo Sacerdote» (Heb 2,17~18). Aceptóla humillación, el sufrimiento, la muerte, con generosi~dad inmensa. Debemos concebir nuestra participaciónen su sacerdocio de este modo: debemos llegar a serprofundamente solidarios con nuestros hermanos, tomarsobre nosotros los gozos y los sufrimientos, las fatigas ylas esperanzas, las preocupaciones y las aspiraciones delos otros, para manifestarles el amor de Dios y llevarlesa la comunión divina.

Me parece útil hacer una observación final sobrelos ritos. Los ritos sacramentales de la consagraciónepiscopal y de la ordenación presbiteral tienen un sig~nificado y una eficacia radicalmente diversas de los delAntiguo Testamento, porque ponen en relación con laconsagración sacerdotal de Cristo, efectuada por mediode la obediencia filial y de la solidaridad fraterna. Losritos del Antiguo Testamento no tenían nada de estaeficacia ni de este significado. Debemos ser conscientesde este cambio profundo. Los ritos son siempre nece~sarios, en un cierto sentido, pero es necesario ver cuál

es su eficacia, si ponen en relación o si sólo separan. Eldinamismo de la comunión y del amor, introducido porel Espíritu Santo en el corazón de Jesús, quiere entrartambién en nuestros corazones para hacer de nosotrosverdaderos ministros de la Nueva Alianza. Abríos, pues,a esta revelación de un nuevo modo de concebir el sa,cerdocio y pedid la gracia de ser dóciles a este intensodinamismo.

5Cristo, Sumo Sacerdote digno de fe

(Heb 3,1-4,14)

Cuando, por primera vez, al final del capítulo 2, elautor de la Carta a los hebreos habla de Cristo comoarchiereus, «Sumo Sacerdote», añade dos calificativos aeste título: «misericordioso y digno de fe». Cristo «tuvoque asemejarse en todo a sus hermanos para llegar a serun Sumo Sacerdote, misericordioso y digno de fe parala relación con Dios» (Heb 2,17). Se puede advertirque estos adjetivos no expresan una virtud individual,como sería, por ejemplo, la valentía, la paciencia, laprudencia, sino que miran a la relación entre las persa,nas, y por eso indican dos cualidades verdaderamentesacerdotales, dos cualidades indispensables para ejercerla mediación sacerdotal, e indispensables también paraejercer el ministerio pastoral. Estas corresponden tam,bién a las dos dimensiones de la mediación de Alianza.«Digno de fe» mira la capacidad de poner al pueblo enrelación con Dios, como dice explícitamente el autor:«Digno de fe para las relaciones con Dios». «Misericor,diosa» expresa la capacidad de comprensión, de ayudafraterna para los hombres. Estas dos cualidades debenestar presentes necesariamente unidas para hacer aalguien sacerdote. Un hombre lleno de compasión para

con los hermanos, pero no acreditado ante Dios, nopodría ejercer la mediación sacerdotal, establecer laAlianza. Desde el punto de vista religioso, su compa,sión sería estéril, sería sólo filantropía y permanecería anivel terreno. En el caso inverso, un ser acreditado anteDios, pero al que le faltase el lazo de la solidaridad connosotros, no podría ser nuestro sacerdote. Su posiciónde autoridad no sería para nuestro bien. La unión deestas dos capacidades de relación es fundamental parael sacerdocio de la Nueva Alianza.

En Cristo, tal unión está perfectamente aseguradapor el hecho de que él está junto a la gloria filial pormedio de la Pasión, esto es, por medio de la solidaridadcompleta con nosotros. Nosotros, que participamos delsacerdocio de Cristo, debemos tener estas dos cualida,des, estas dos capacidades de relación.

Al comienzo del capítulo siguiente, el autor retornade nuevo el segundo adjetivo: «Digno de fe». Dice:«Por esto, hermanos santos, partícipes de una vocaciónceleste, fijad bien la mente en Jesús, el Apóstol y SumoSacerdote de la fe que profesamos, el cual es digno defe por Aquel que lo ha constituido así como Moisés entoda su casa» (Heb 3,1,2). Con frecuencia, en estosversículos, el adjetivo griego pistos no se traduce como«digno de fe», sino como «fiel». La primera edición delNuevo Testamento de la Conferencia Episcopal Italia,na ponía «fiel». La nueva edición lo ha corregido y hapuesto «digno de fe»: corrección óptima, porque dignode fe es el primer sentido del adjetivo griego adoptadopor el autor, y es este el sentido requerido por el contex,to. «Fiel» es un sentido derivado, posible en otros con,textos, pero que no va bien en este. Cuando se traduce«fiel», el verbo se pone en pasado: considerad a Jesús,

el cual ha sido fiel en su vida, en su Pasión. En la frasegriega, sin embargo, encontramos el participio presente:el autor no nos invita a contemplar a Jesús en el pasado,sino como es ahora, Cristo glorificado, el cual se revelaplenamente digno de fe, fiable, con autoridad. Con suresurrección, Dios lo ha presentado a todos como dignode fe, como dice san Pablo al final del discurso en elareópago en los Hechos de los apóstoles (He 17,31). Nose trata de la fidelidad de Cristo en la relación con Dios,una cualidad que Cristo ciertamente ha poseído conplenitud, no lo dudamos; aquí se trata de otra cualidad,que Cristo posee ahora en cuanto está glorificado.

En efecto, para precisar su pensamiento, el autorintroduce un parangón con Moisés, refiriéndose al li,bro de los Números, capítulo 12, en el cual no se tratade la fidelidad de Moisés, la cual no ha sido perfecta(cf Dt 32,50,51), sino del problema de su autoridad.María y Aarón hablan en contra de Moisés, diciendo:«¿El Señor acaso ha hablado sólo por medio de Moisés?¿No ha hablado también a través de nosotros?» (Núm12,1,2). Como se puede ver, María y Aarón poníanen cuestión la autoridad de su hermano, su papel demediador privilegiado de la palabra de Dios. El Señorescucha este rechazo y responde con firmeza: «jEscu,chad mis palabras! Se os dará un profeta, yo, el Señor,en visión me revelaré a él, en sueños hablaré con él, asícomo con mi siervo Moisés, él es digno de fe en toda micasa» (Núm 12,6,7). El autor de la Carta a los hebreosha recogido esta expresión. La «contestación» fue cas,tigada, «la ira del Señor se encendió contra ellos ... y heaquí que María quedó leprosa, blanca como la nieve»(Núm 12,9.10). María fue castigada porque puso encuestión la autoridad de su hermano como mensajero

privilegiado de la palabra de Dios. Para ser curada de lalepra, necesitó la intercesión de su hermano, esto es, laautoridad del hermano.

La frase sobre Moisés (Heb 3,2) remite al libro delos Números; la que trata de Jesús remite al oráculodirigido al rey David por medio del profeta Natán. Alfinal de este oráculo, Dios dice del Mesías, hijo de Da~vid, hijo de Dios: «Yolo haré digno de fe en mi casa,en mi Reino» (ICor 17,14 [versión de los Setenta]). Elautor ofrece este argumento de la Escritura para afirmarque Jesús es digno de fe. Ya en su vida pública, Jesússe mostró con autoridad, digno de fe, como dicen losevangelios: «Les enseñaba no como los escribas y fari~seas, sino como uno que tiene autoridad» (Mc 1,22). Suautoridad se manifiesta plenamente en las antítesis delSermón de la montaña: «Habéis oído que se ha dicho ...Pero yo os digo... » (Mt 5,21~22.27~28.31~32.33~34.38~39.43~44). Esta autoridad tuvo cumplimiento perfectoen el momento de la Resurrección; alcanzó entoncesuna perfección inimaginable. Dios presenta a Cristoresucitado como digno de fe para las relaciones con Él.Acojamos con gozo esta revelación divina, acojamos aCristo, nuestro Sumo Sacerdote, digno de fe para lasrelaciones con Dios.

Después de haber hablado así de Jesús, Sumo Sacer~dote digno de fe, el autor confirma esta cualidad atri~buyendo a Jesús la faceta de constructor de la casa, unacalificación que no se le había dado a Moisés, el cualno había construido una casa para Dios, sino sólo unatienda, una modesta tienda. El hijo de David, en cam~bio, debía ser el constructor de la casa de Dios, siempresegún el oráculo de Natán, en el cual Dios decía: «Élme construirá una casa» (2Sam 7,13; 1Cor 17,12).

Cristo fue el constructor. A los judíos que le pedían unaprueba de su autoridad después de haber expulsado alos mercaderes del templo, Jesús responde: «Destruideste templo y en tres días lo haré resurgir» On 2,19). Elevangelista explica: «Hablaba del templo de su cuerpo»On 2,21). El autor de la Carta a los hebreos dice: «Encomparación con Moisés, él ha sido juzgado digno deuna gloria tanto mayor cuanto de mayor honor goza elconstructor en relación con la casa misma» (Heb 3,3).Con la Pasión y la Resurrección, Cristo construyó lacasa de Dios. El autor añade otro argumento y hace unacomparación con Moisés, diciendo que, mientras Moi,sés fue reconocido «digno de fe en toda la casa de Dios,como servidor», Cristo lo es «como Hijo sobre la casa».Moisés era mencionado como «servidor» (therapon) deDios, no «esclavo» (doulos). «Servidor» es un título máselevado. Pero Cristo tiene un título todavía más alto: es«Hijo», siempre según el oráculo de Natán (2Sam 7,4;1Cor 17,13), confirmado por los evangelios (Mt 3,1 7;17,5 par.); y, en cuanto Hijo, él tiene la autoridad sobrela casa.

Ved con qué insistencia el autor presenta esta prime,ra cualidad sacerdotal de Cristo: el ser digno de fe, conautoridad, fiable para las relaciones con Dios. Nosotros,que participamos del sacerdocio de Cristo, debemosante todo tener esta cualidad: ser dignos de fe para lasrelaciones con Dios. Podemos preguntamos si realmentelo somos. ¿Cuál es la condición para ser verdaderamentedigno de fe para las relaciones con Dios? La condiciónes estar plenos de fe en Cristo. El que está lleno de fe enCristo participa de la autoridad de Cristo mismo.

El autor, por tanto, prosigue su predicación con unalarga exhortación, que pone en guardia contra la falta

de fe, la ausencia de fe: apistía. Después de haber dicho:«Su casa somos nosotros, a condición de que conserve,mas la libertad y la esperanza, de la que nos enorgulle,cemos» (Heb 3,6), el autor continúa: «Por esto, comodice el Espíritu Santo, si oís hoy su voz, no endurezcáisvuestro corazón, como en el día de la rebelión, en el díade la tentación en el desierto». Es una cita del Salmo94,95, el cual sirve también en la oración de las Horascomo Invitatorio. En el Antiguo Testamento, la voz dela que habla este salmo es la voz de Dios: «Escuchad suvoz». Pero, en el contexto de la Carta a los hebreos, lavoz es la de Cristo: «Si oís hoy su voz», porque ahora lavoz de Dios nos alcanza por medio de la voz de Cristo.Las palabras de Dios nos vienen comunicadas por Cris,to y debemos dar nuestra fe a Cristo, acoger con fe suspalabras, su ministerio, para llegar también nosotros aser dignos de fe en relación con Dios.

El texto hebraico del Salmo se refiere a diversosepisodios de la historia del Éxodo. En él se indican dosnombres de lugar, Masá y Meribá, y es, además, unareferencia a otro episodio que se cuenta en el libro delos Números, capítulo 13, donde hay un juramento deDios: «Así lo he jurado en mi ira, no entrarán en mireposo» (Sal 94/95,11; cf Núm 14,21,23). En el textogriego, citado naturalmente en la Carta a los hebreos, lareferencia es únicamente a este último episodio, porquelos dos nombres, Masá y Meribá, están traducidos comonombres comunes, lo que son en realidad: dos nombrescomunes de dos lugares de la Biblia. Olvidamos quizádemasiado fácilmente este importante episodio del librode los Números, narrado inmediatamente después de laprotesta contra Moisés. Mantenemos la idea de que senecesitaron cuarenta años para atravesar el desierto. El

libro de los Números, sin embargo, y el Deuteronomio,nos cuentan que, después de haber salido de Egipto yde estar un breve período de tiempo en el desierto delSinaí, los israelitas fueron invitados por Dios a entrarinmediatamente en la Tierra Prometida.

Dios dice: «Yahabéis estado bastante tiempo en estamontaña; volveos, levantad el campamento e id haciala montaña de los amorreos. He aquí, yo os he puesto elpaís delante de vosotros. Entrad, tomad posesión de latierra que el Señor ha jurado dar a vuestros padres» (Dt1,6~8). El Deuteronomio precisa que, de la montaña delSinaí hasta Cades Barne, que se encuentra frente a laTierra Prometida, hay sólo 11 días de camino (Dt 1,2),no cuarenta años.

El pueblo pide que primero sean mandados algunoshombres a explorar este país desconocido: fueron man~dados doce hombres, uno por cada tribu, a los cualesMoisés dio instrucciones precisas (Núm 13,17~20). Alregresar de la exploración, los doce hombres ofrecen dosinformaciones que contrastan. La primera es muy posi~tiva: «Nosotros hemos llegado al país donde nos habéismandado y es verdaderamente un país donde corre laleche y la miel. He aquí sus frutos» (Núm 13,27). En esemomento los hombres mostraron un racimo de uvas dedimensiones tan enormes que se requerían dos hombrespara transportado en una pértiga (Núm 13,23). Eseracimo se convirtió en el símbolo de la Tierra Prome~tida. Hoy se encuentra en las monedas y en los sellosde Israel. La otra información era menos entusiasta.Comienza con un «pero»: «Pero el pueblo que habitaen el país es poderoso; las ciudades están fortificadas, yson inmensas; hasta hemos visto allí descendientes deAnac» (Núm 13,28).

Después de estas dos informaciones contrapuestas,son posibles dos actitudes diferentes. La primera es unaactitud de fe que se centra en la palabra del Señor, elcual dijo: Entrad, tomad posesión. Es la actitud sugeridapor Moisés, que dice al pueblo: «No os asustéis, no lestengáis miedo, el Señor mismo, vuestro Dios, os prece~de, combatirá por vosotros» (Dt 1,29~30). Si se tiene feen la palabra de Dios, en la fidelidad de Dios a sus pro~mesas, se sigue adelante con valentía, se afrontan todaslas situaciones, sabiendo que están siempre ayudadospor el Señor. «Todo es posible para el que cree» (Mc9,23), porque tiene la ayuda de Dios.

La otra actitud, por el contrario, no se concentra enla palabra de Dios, sino en la dificultad de la empresa.La gente del país es poderosa, las ciudades están fortifi~cadas. La psicología nos enseña que, cuando la atenciónse fija sólo en las dificultades, estas se agigantan en laimaginación. Y esto es lo que ocurrió a los israelitas enesta circunstancia; decían: «¿Dónde podemos andar no~sotros? ¡Aquella gente es más grande que nosotros, lasciudades son grandes y fortificadas hasta el cielo, y haytambién gigantes!» (Dt 1,28). La atención se concentraen la dificultad y esta parece insuperable: ¿Cómo asediary asaltar ciudades fortificadas hasta el cielo? Esto llevaa dudar de las buenas intenciones y de las promesasdel Señor. Dicen: «El Señor nos odia. Para esto nos hahecho salir del país de Egipto, para ponernos en manosde los amorreos y destruirnos» (Dt 1,27). Atribuyen aDios intenciones hostiles, un proyecto de destrucción yno de amor.

Esta actitud del pueblo ofende naturalmente alSeñor, porque se opone a su plan de amor, así quepregunta: «¿Hasta cuándo me despreciará este pueblo,

hasta cuándo no tendrán fe en mí, después de todoslos milagros que he hecho en medio de ellos?» (Núm14,11). Dios hace ahora el juramento recordado en elSalmo: «Por mi vida, todos estos que me han puestoa prueba ciertamente no verán el país que he juradodarles. Ninguno de aquellos que me han despreciado loverá» (Núm 14,20~23). Dios decide que todo el pueblovague por el desierto durante cuarenta años hasta quehubiera muerto la generación de adultos que se rebeló.Sólo la nueva generación formada por los niños que nohan podido ser cómplices de la rebelión entrará en laTierra Prometida (Dt 1,39).

El autor de la Carta a los hebreos pone ante nuestrosojos este episodio y lo compara con nuestra situaciónde cristianos. Esta no corresponde a la situación de losisraelitas que caminaron cuarenta años por el desierto,sino a la de los israelitas que se encontraron ante lafrontera de la Tierra Prometida.

Los cuarenta años en el desierto son para los que nocreen. Nosotros, en cambio, estamos en la frontera dela Tierra Prometida y escuchamos proclamar esta BuenaNoticia del Evangelio: «El reino de Dios está cerca devosotros» (Mc 1,15): el reino de Dios está próximo y so~mas invitados a entrar inmediatamente: «Esforcémonos,pues, por entrar» (Heb 4,11), dice el autor, que explica:«Entremos desde ahora por medio de la fe» (Heb 4,3).El Señor nos invita a entrar en su Reino para recogeren él los frutos del Espíritu Santo, que son mucho másbellos que el legendario racimo de uvas. Los frutos delEspíritu, dice san Pablo, son el amor, la alegría, la paz(GáI5,22). El Señor nos invita a vivir las bienaventu~ranzas proclamadas por Él mismo: «Bienaventuradoslos pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de

los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellosposeerán en herencia la tierra. Bienaventurados los quelloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados10s que tienen hambre y sed de justicia, porque ellosserán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventura,dos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.Bienaventurados los que trabajan por la paz, porqueellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados losperseguidos por la justicia, porque de ellos es el Reinode los cielos» (Mt 5,3,10).

Obviamente, encontraremos dificultades, peligros,obstáculos, tanto que a veces estaremos tentados deperder la confianza y volver atrás. Las dificultades nopueden faltar, pero no deben constituir un motivo parael desaliento. Debemos entonces proclamar nuestrafe, como hacía san Pablo con un tono de desafío en laCarta a los romanos. San Pablo preguntaba: «¿Quiénnos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿Laangustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez?¿Los peligros? ¿La espada? Como dice la Escritura: "Portu causa morimos todo el día; tratados como ovejas des,tinadas al matadero". Pero en todo esto salimos vence'dores gracias a aquel que nos amó» (Rom 8,35,37). SanPablo emplea un nuevo verbo griego, hipemikao (<<salirvencedor» ), para proclamar esta victoria sobreabun,dante. Esta es la reacción de fe ante las circunstanciasque se erigen como obstáculos a nuestra vida espiritualy a nuestro apostolado. Hemos de tener un ánimo másde vencedores que de vencidos. Todo depende de laactitud que asumamos. O creemos verdaderamente enla palabra del Señor, el cual nos habla de entrar desdeahora en su Reino y de hacer entrar a la gente. Avance,

mos entonces, el Señor nos ayuda y seremos dignos defe en relación con Dios, porque estamos llenos de fe. Delo contrario, nos dejamos superar por las dificultades,por los obstáculos que encontramos, agigantándolos, ynuestra vida se hace triste y estéril. No somos dignos defe, porque carecemos de fe; la falta de fe es el pecadoradical, el que está en la raíz de tantos otros pecados.El autor de la Carta a los hebreos nos pone en guardiacontra eso: «iMirad, hermanos! Que no haya en ningu~no de vosotros un corazón malo y sin fe que le apartedel Dios vivo» (Heb 3,12).

En los Ejercicios Espirituales nos debemos preguntarsi tenemos verdaderamente una actitud de fe en todaslas circunstancias, de aquella fe que corresponde a laspromesas del Señor y a sus dones. Debemos pedir alSeñor que purifique nuestro corazón de toda falta de fe,a fin de que seamos dignos de fe, en nuestro ministerio,en la relación con Dios.

En el episodio del libro de los Números, la culpa másgrave era la de aquellos que habían inducido a los demása la desconfianza. El texto refiere que los hombres queMoisés había mandado a explorar el país y que al retor~nar habían inducido a toda la comunidad a murmurarcontra él, difundiendo el descrédito, aquellos hombresmurieron golpeados de un flagelo delante del Señor(Núm 14,36~37). Castigo inmediato para ellos. Para losotros, una larga marcha en el desierto. Los instigadoresde la rebelión fueron castigados inmediatamente porquesu culpa era más grave que la de los demás.

Nosotros nos debemos preguntar seriamente si acasono difundimos críticas, malhumor, pesimismo en nues~tro entorno. Preguntémonos también si algunas vecesno provocamos en los demás un estado de ánimo de

desconfianza, insistiendo sobre las dificultades, sobre losaspecto"8negativos de la situación, que evidentementeexisten. Deberemos, en cambio, insistir en los ladospositivos, que no faltan. Debemos escuchar a Jesús, quenos dice: «En el mundo tendréis tribulación, pero tenedconfianza, yo he vencido al mundo» On 16,33). Debe,mos estar llenos de fe para participar en la victoria deCristo sobre el mundo, seguir adelante con optimismosobrenatural y llegar así a ser dignos de fe en las rela,ciones con Dios.

6Cristo, Sumo Sacerdote misericordioso

(Heb 4,15,16)

Después de haber meditado sobre la primera cualidadsacerdotal de Cristo, sobre su absoluta fiabilidad y auto'ridad, meditemos ahora sobre otra cualidad sacerdotal,mencionada la primera al final del capítulo 2, y con másinsistencia, pero explicada en segundo lugar.

En el capítulo 4, versículo 14, el autor concluye asísu contemplación de Cristo glorificado, Sumo Sacerdotedigno de fe: «Porque tenemos un gran Sumo Sacerdoteque ha atravesado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios,mantengamos firme la profesión de nuestra fe». Jesúses el Hijo de Dios, glorificado, plenamente digno de fe.Debemos por tanto tener fe en él. En el verso siguiente,el autor pasa a tratar de otra cualidad sacerdotal: «Enefecto, no tenemos un Sumo Sacerdote que no sepacompadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fueprobado en todo como nosotros, menos en el pecado».Esta declaración está seguida de una breve exhortaciónmuy estimulante: «Acerquémonos, pues, con plenaconfianza al trono de la gracia para recibir misericor,dia y encontrar gracia para una ayuda en el momentooportuno». El autor nos hace ver que las dos cualidadessacerdotales en Cristo se complementan mutuamente

también desde nuestro punto de vista. Cristo, digno defe, tiene derecho a nuestra adhesión de fe. Cristo mise~ricordioso suscita nuestra confianza. Si él fuera sólo unSumo Sacerdote glorificado en los cielos, nosotros quizápodríamos dudar de acercarnos a él, por encontradodemasiado distante de nuestra debilidad. Dudaríamosquizá de su capacidad para comprendernos, de compar~tir con nosotros. Pero hay otro aspecto que quita todasu fuerza a la posible objeción: Cristo tiene autoridady es digno de fe en relación con Dios, pero además esel Sacerdote misericordioso, pleno de compasión hacianosotros pecadores, y deseoso de ayudarnos. En nuestrosacerdocio ministerial debemos necesariamente unir lasdos cualidades: autoridad y misericordia, autoridad ycomprensión.

El autor presenta la misericordia de Cristo como unsentimiento profundamente penetrado de humanidad:la compasión hacia los propios semejantes adquirida alparticipar de su suerte. No se trata, por tanto, simple~mente del sentimiento superficial del que se conmuevefácilmente, se trata de una capacidad adquirida a travésde la experiencia personal del sufrimiento. El autor noshace comprender que, para poder compartir verdadera~mente, es necesario haber padecido personalmente. Esnecesario haber pasado a través de las mismas pruebas,de los mismos sufrimientos de aquellos a quienes sequiere ayudar. Cristo sabe compartir porque ha estadoprobado en todo como nosotros. Desde su nacimientoha conocido la pobreza, la exclusión, después ha cono~cido el hambre, la sed, el cansancio, la contradicción,la hostilidad, la traición, la condena injusta de la cruz.Ha adquirido así una capacidad extraordinaria de com~prensión y de compasión.

La misericordia de Dios se había manifestado yaen el Antiguo Testamento de muchos modos tambiénconmovedores, pero faltaba una dimensión: la de ser ex,presada por un corazón humano y adquirida a través dela experiencia dolorosa de la existencia humana. Cristoha dado a la misericordia de Dios esta nueva dimensióntan conmovedora y tan reconfortante para nosotros.

Bajo este aspecto podemos advertir un contrastefuerte con algunas tradiciones antiguas sobre el sacerdo,cio. En efecto, algunos textos del Antiguo Testamentorequieren, de parte del sacerdote, no la misericordia,sino la severidad ante los pecadores. El Antiguo Testa,mento todavía no entendía plenamente el concepto delsacerdocio como mediador. Lo consideraba ligado casiexclusivamente a la idea de culto. Estaba preocupadode la relación del sacerdocio con Dios y, para poner alsacerdote de parte de Dios, exigía que se opusiera demanera decisiva a los pecadores, enemigos de Dios, loque a primera vista parece lógico. No se puede estar almismo tiempo por Dios y por sus enemigos.

Esta es propiamente la enseñanza transmitida por ellibro del Éxodo en la institución del sacerdocio levítico.El pueblo se ha entregado a la idolatría del becerro deoro. Después de descender del Sinaí, Moisés llama alos que están de la parte de Dios. Acuden los levitas,a los cuales ordena: «Dice el Señor, el Dios de Israel:cada uno de vosotros tenga la espada al costado; pasady repasad por el campamento de puerta en puerta, ymatad cada uno a su hermano, a su propio amigo y a supariente» (Éx 32,27). Una orden despiadada. Los levitasejecutan la orden, matan a cerca de tres mil personasy Moisés entonces les declara que así han obtenidoel sacerdocio: «Hoy habéis recibido la consagración

sacerdotal por el Señor; cada uno a costa de vuestroshijos y de vuestros hermanos, para que Dios os dé hoyla bendición» (Éx 32,29).

Otro episodio no menos cruel nos lo cuenta el ca,pítulo 25 del libro de los Números. Se trata de Fineés,un levita que había sorprendido a un israelita pecandocon una mujer madianita en un contexto de idolatría:él atravesó a ambos con un solo golpe de lanza y así ob,tuvo la promesa del sacerdocio perenne para su familia(Núm 25,6,12).

En estos episodios podemos percibir cuán diferente esel modo en que es concebido y realizado el sacerdociode Cristo, el sacerdocio de la Nueva Alianza. Lejos deexigir una severidad despiadada contra los pecadores,él mostró una misericordia sin límites. Cristo no llegóa ser sacerdote contra nosotros, los pecadores, sinoal contrario, compartiendo nuestra suerte miserable,consecuencia de nuestros pecados, y así adquirió sumisericordia sacerdotal.

Este cambio de perspectiva se manifestaba ya antesde la Pasión, en su vida pública. Jesús acogía a los peca,dores, aceptaba comer con ellos, hasta el punto de serllamado irónicamente «amigo de publicanos y pecado,res» (Mt 11,19; Lc 7,34). A las críticas que le acarreabaeste comportamiento, él respondía con energía: «Id aaprender qué cosa significa misericordia quiero y nosacrificios», esto es, no sacrificios rituales, inmolaciónde animales (Mt 9,13; Os 6,6).

Todo su ministerio fue una revelación de su miseri,cordia hacia los enfermos, los endemoniados, los pobres,los pequeños, las turbas abandonadas y sobre todo lospecadores. Los evangelios sinópticos caracterizan laactitud de Jesús con un verbo griego derivado de la

palabra griega splagchna, que significa «vísceras». Unapalabra que no se encuentra en otro lugar de la Bibliacon este significado. Expresa una emoción visceral:«Se conmueven mis entrañas». Nosotros diríamos: «Micorazón se conmueve». Se acercó a Jesús un leproso,que le suplicaba: «Se conmovió su corazón, extendió lamano, lo tocó y le dijo: "Quiero, queda limpio"» (Mc1,40). Dos ciegos oyen que Jesús pasaba, y se ponen agritarle: «iSeñor, ten piedad de nosotros!». Jesús se con~movió, tocó sus ojos y los curó (Mt 20,34). Al ver a laviuda de N aín con el cortejo fúnebre de su hijo único,«el Señor se conmovió y le dijo: "No llores", y devolvióla vida al hijo» (Lc 7,13). En muchos pasajes del evan~gelio, Jesús se conmueve al ver a la multitud: «y al vera la muchedumbre, sintió compasión de ella, porqueestaban vejados y abatidos como ovejas que no tienenpastor» (Mt 9,36), y entonces tiene diversas reacciones.«Se puso a enseñarles muchas cosas», dice Marcos (Mc6,34). «Curó a sus enfermos», dice Mateo (Mt 14,14).Y, en un pasaje, Jesús mismo dice: «Mi corazón se con~mueve porque esta multitud hace más de tres días queme sigue y no tiene qué comer. No quiero despedirlosen ayunas, para que no se desmayen en el camino» (Mt15,32), y después multiplica los panes. Jesús mismo em~plea este verbo en la parábola del buen samaritano: elbuen samaritano se «conmueve» (Lc 10,33). Tambiénen la parábola del hijo pródigo: el padre, cuando ve asu hijo que vuelve arrepentido, se «conmueve» y correa su encuentro (Lc 15,20). Por tanto, la compasión esverdaderamente característica de la actitud de Jesús.

De esto no puede deducirse que Jesús haya abando~nado la lucha contra el pecado. Más bien fue conducidapor él de un modo más radical y más eficaz: pero es

una lucha contra el pecado, no contra los pecadores.Esta es la gran diferencia. En vez de erigirse contra lospecadores, como hemos visto en el caso de los levitas yFineés, Jesús tomó sobre sí su suerte para liberados delpecado, transfirió la lucha a su misma persona, según lavoluntad salvífica del Padre. La muerte humana, conse,cuencia y castigo del pecado, se convirtió para él en unmedio para hacer sobreabundar el amor y vencer así elpecado y la muerte. Con el don total de sí mismo, él sus'tituyó todos los sacrificios rituales antiguos y consiguiólo que ellos en vano buscaban: la perfecta comunión delhombre con Dios.

Cuando el autor habla de la solidaridad de Cristo yde su semejanza con los hermanos, excluye el pecado.Cristo fue «probado en todo como nosotros, menos enel pecado» (Heb 4,15). Es una precisión importante,porque del hecho de la necesidad de una completa so'lidaridad de Cristo con nosotros se podría deducir queél fue pecador como nosotros. Un exegeta protestanteha sostenido esta deducción, completamente errónea.El autor de la Carta a los hebreos la excluye categóri,camente, antes de que después, en otros pasajes, afirmeque Cristo es nuestro Sumo Sacerdote «santo, inocente,sin mancha», que «se ofreció a sí mismo inmaculadoa Dios». En esto, el autor está de acuerdo con todo elNuevo Testamento.

Podría entonces surgir en nosotros la pregunta: ¿Laausencia de pecado en Cristo no disminuye su solida,ridad con nosotros? A primera vista, podría pensarseque sí, pero en realidad no es así, porque el pecado nocontribuye jamás a establecer una auténtica solidaridad.No se debe confundir la complicidad en el pecado y lasolidaridad con los pecadores. El pecado es siempre un

acto de egoísmo, de una forma u otra, que crea divisióny falta de solidaridad: lo demuestran la experiencia y laEscritura. En el Génesis, vemos que, inmediatamentedespués del primer pecado, los personajes se volvieronunos contra otros, acusándose mutuamente: el hombreacusa a la mujer, la mujer acusa a la serpiente (Gén3,12,13). No hay solidaridad, todos son cómplices delpecado, pero ninguno quiere asumir las consecuencias.Lo mismo ocurre en el episodio del becerro de oro, enel Éxodo, capítulo 32. Aarón había sido instigador delpecado del pueblo. Había dicho: «Quitad los pendientesde oro que llevan en las orejas vuestras mujeres y vues,tras hijas y traédmelos a mí» (Gén 32,2). Había hechofundir ese oro y obtenido así un becerro. Cuando Moi,sés retorna y le pregunta: ¿Qué cosa te ha hecho estepueblo para que tú le hayas agraviado con un pecadotan grande?, Aarón rehúye toda responsabilidad: «Nose encienda la ira de mi Señor, tú mismo sabes que estepueblo está inclinado al mal. Me dijeron: danos un diosque camine ahora a nuestra cabeza» (Gén 32,21,23).Acusa al pueblo, no se solidariza con él.

La auténtica solidaridad con los pecadores no con,siste jamás en hacerse cómplice de sus pecados, lo queagravaría su situación de perdición, sino en asumirgenerosamente la situación dramática provocada porlos pecados y ayudar a los pecadores a salir de ella. Estaes la generosidad que tuvo Jesús. Tomó sobre sí todasnuestras culpas, las culpas de todos los hombres peca'dores. Más aún, tomó sobre sí el suplicio de los peorescriminales: la cruz. Sin haber contribuido a provocarestas penas, estos castigos. De ahí resulta que todohombre, incluso el más culpable, cuando está sufriendopor sus propias culpas, puede sentir la presencia de Jesús

a su lado. Los peores criminales encuentran junto a lapropia cruz la cruz de Jesús misericordioso, compasivo,dispuesto a abrirles el paraíso, como demuestra Lucas apropósito del buen ladrón (Lc 23,39,43).

Respecto al pecado podemos anotar aún un contras,te más con el Antiguo Testamento. Este último estabamuy preocupado por la pureza de los sacerdotes, porquesabía que era una condición indispensable para entraren relación con Dios. Exigía por tanto del sacerdoteuna pureza absoluta, pero ritual. No eran capaces deexigir que el sacerdote estuviera sin pecado. No lo podíaexigir, porque no había ninguno sin pecado. Más aún,cuando en el Levítico se habla de los sacrificios por elpecado, el primer caso que se considera es el del propioSumo Sacerdote (Lev 4,3). También en el Kippur, el díade la gran expiación, el primer sacrificio expiatorio erapor el Sumo Sacerdote (Lev 16,6.12).

En el Nuevo Testamento la situación cambia total,mente. Mientras que en el Antiguo Testamento encon,tramos un Sumo Sacerdote pecador, Aarón, carente decompasión por los pecadores, en el Nuevo Testamentoencontramos un Sumo Sacerdote sin pecado y lleno decompasión por los pecadores. Estamos ante la revelaciónmás profunda del amor generoso y gratuito de Dios, unarevelación verdaderamente admirable.

Se sigue que nosotros ahora podemos acercarnoscon confianza al trono de Dios, como afirma el autor:«Acerquémonos con plena confianza al trono de gracia»(Heb 4,16). En el Antiguo Testamento, el trono de Diosera una sede de terrible santidad. Basta pensar en el te,rror de Isaías cuando tuvo una visión en el templo: «Ayde mí -dice Isaías-, estoy perdido, porque soy un hom,bre de labios impuros» (Is 6,5). Este trono se convirtió,

gracias a Cristo, en «el trono de gracia», el trono delamor gratuito, generoso, misericordioso, porque junto aDios está sentado Cristo, nuestro hermano compasivo,que intercede por nosotros. Por eso estamos invitadosa acercarnos con plena confianza a dicho trono, con lacerteza de recibir misericordia, de encontrar gracia, deser ayudados en el momento oportuno. Esta es nuestrasituación en la nueva Alianza, una situación plena deesperanza, en la cual somos llamados a entrar dentro denosotros mismos. Debemos acoger en el sacramento dela Reconciliación la misericordia sin límites de Cristo.Es una situación en la cual estamos llamados a hacerentrar también a todas las personas que nos han sidoconfiadas. Tenemos el encargo de propagar esta buenanoticia: tenemos un Sumo Sacerdote capaz de com~partir nuestras debilidades, deseoso de ayudarnos y desalvarnos.

7Solidaridad sacerdotal de Cristo

(Heb 5,1,10)

Después de haber presentado a Cristo, Sumo Sacerdotemisericordioso, el autor de la Carta a los hebreos noshace meditar, al comienzo del capítulo 5, sobre la natu,raleza del sacerdocio y sobre el ejercicio del mismo enCristo. Los primeros cuatro versículos de este capítuloson una descripción del sacerdocio aparentemente ge,neral, pero en realidad orientada, esto es, precisada, enel sentido de la solidaridad con los pecadores. A partirdel versículo 5 sigue la aplicación al caso de Cristo enla misma perspectiva.

La descripción del sacerdocio comprende tres ele,mentas sucesivos: primero una definición general, queafirma la doble relación del Sumo Sacerdote con loshombres y con Dios (Heb 5,1); después una precisiónsobre la relación con los hombres pecadores (Heb 5,2,3); y por último una precisión sobre la relación con Dios(Heb 5,4).

La definición dice: «Porque todo Sumo Sacerdotees elegido de entre los hombres para representar a loshombres ante Dios». Esta definición muestra claramenteque el sacerdote es mediador entre los hombres y Dios,e insiste especialmente sobre la solidaridad entre el sa,

cerdote y los hombres. Es una definición característicade la doctrina del autor y de la perspectiva del NuevoTestamento. En el Antiguo Testamento se trataba de sersacerdote para Dios. En Éxodo 28,1, Dios dice a Moisés:«Manda acercarse a ti de en medio de los israelitas a tuhermano Aarón, con sus hijos, para que ejerza el sacer,dacio para mí». Igualmente, en Éxodo 30,30: «Ungirástambién a Aarón y a sus hijos y los consagrarás para quesean sacerdotes para mí» (li en hebreo, moi en griego). Elsacerdote como hombre del culto, que está al servicio deDios. Sin embargo, el autor de la Carta tiene la audaciade decir: «Todo Sumo Sacerdote es elegido de entre loshombres para representar a los hombres» (Heb 5,1).Insiste en un doble lazo de solidaridad que liga el sacer,dote a los hombres. Un lazo de origen: el sacerdote eselegido de entre los hombres; y un lazo de finalidad: hasido elegido para representar a los hombres, a favor delos hombres. Se expresa, naturalmente, el otro lado de lamediación, la relación con Dios: el Sumo Sacerdote hasido constituido para las cosas que se refieren a Dios.

El autor precisa enseguida que esta mediación sacer,dotal se ejerce en la ofrenda de los dones y sacrificiospor los pecados. En la mediación sacerdotal hay en rea,lidad tres etapas decisivas. La primera es un movimientode subida hacia Dios con la ofrenda de los sacrificios,después el encuentro con Dios, y por último el descensopara llevar al pueblo los dones concedidos por Dios. Elautor habla aquí sólo del movimiento de subida, estoes, de la oferta de los sacrificios para superar el obstá,culo que separa al pueblo de Dios. Efectivamente, estemovimiento es decisivo para todo el resto. Por otraparte, manifiesta la solidaridad del sacerdote con loshombres. En los versículos que siguen, el autor insiste

ulteriormente en esta solidaridad, explica que el SumoSacerdote «es capaz de sentir justa comprensión», lite,ralmente, «sentimientos moderados», «por aquellos queestán en la ignorancia y en el error, estado también ellosrevestidos de debilidad» (Heb 5,2).

Ignorancia y error son dos términos que tienden aatenuar la culpa. El Antiguo Testamento distinguíaclaramente dos categorías de pecados: los pecados enlos que se cae por ignorancia, por inadvertencia (Núm15,22,29) y los que se cometen «a mano alzada», estoes, las transgresiones cometidas con pleno conocimientode causa, con rebelión abierta (Núm 15,30,31). Paraesta segunda categoría de pecados no estaba previstala expiación sacrificia1. El que se rebelaba abiertamentecontra Dios debía ser «eliminado» (Núm 15,30,31).Para la primera categoría, sin embargo, se podía y sedebía hacer una expiación sacrificia1.

En el Nuevo Testamento, se tiende a clasificar todoslos pecados en la categoría de la ignorancia, afirmandoque en el fondo el pecador no es jamás plenamenteconsciente del todo de la gravedad de su pecado, comolo dan a entender las palabras de Jesús mismo en elmomento de su crucifixión, el pecado más horrendo:«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»(Lc 23,34). También Pedro, en uno de sus primeros dis,cursos, dice a los judíos: «Hermanos, yo sé que habéisactuado por ignorancia, así como vuestros jefes» (He3,17). Pedro atenúa la culpabilidad no sólo del pueblo,sino también de los jefes, es decir, del Sanedrín.

El Sumo Sacerdote, por tanto, es capaz de sentircompasión por los hombres pecadores, porque compartecon ellos su debilidad, que en el Antiguo Testamentoincluye también el pecado. Y aquí el autor se refiere a

los pasajes del Antiguo Testamento que prescriben alSumo Sacerdote ofrecer sacrificios, en primer lugar porsus propios pecados y después por los del pueblo.

Después de haber indicado así el aspecto de solidari~dad entre el Sumo Sacerdote y el pueblo, el autor haceuna precisión sobre la relación con Dios. Este es el ter~cer elemento de la descripción. «Nadie puede atribuirsea sí mismo este honor, sino uno que es elegido por Dios,como Aarón» (Heb 5,4). El sacerdocio no puede seruna conquista humana, es un don que depende exclu~sivamente de la iniciativa de Dios y que debe ser recibi~do con humildad. Efectivamente, el primer sacerdote,Aarón, no se eligió a sí mismo, sino que fue elegido ynombrado por Dios. Un episodio del libro de los Núme~ros, del cual ya he hecho mención, inculca con fuerzaesta condición de base de no pretender por sí mismo elsacerdocio para situarse por encima de los demás, sinosólo aceptarlo humildemente si Dios lo concede, paraponerse al servicio de los demás en su relación con Dios.Es el episodio de Coré y de sus cómplices, que queríandisponer por sí mismos del sacerdocio. La respuesta deDios fue clara y extrema: los ambiciosos fueron exter~minados (Núm 16,31~35). En toda esta descripción, elautor permanece fiel a la perspectiva de la solidaridaddel sacerdote con los demás hombres.

En Hebreos 5,5, el autor pasa a considerar el casode Cristo. También esta descripción comprende treselementos sucesivos, que corresponden a los tres ele~mentas de la descripción precedente, pero en ordeninverso, como ocurre con frecuencia en la Biblia. Laprimera afirmación concierne a la humildad de Cristo,su renuncia a la autoglorificación. Literalmente, el autorescribe: «De manera semejante, Cristo no se glorificó

a sí mismo para llegar a ser Sumo Sacerdote». Perolas traducciones son con frecuencia un poco inexac~taso Cristo no se glorificó a sí mismo. El sacerdocio deCristo no fue fruto de ambición, no se obtuvo con unaautoglorificación, sino, al contrario, con una voluntariahumillación, como se explica inmediatamente después.Cristo ha sido proclamado sacerdote por Dios despuésde su consagración sacerdotal, la cual consistió en lasolidaridad más completa con los hombres hasta lamuerte, y esta es la gran novedad de su sacerdocio. Elautor describe el modo en que Cristo llegó a ser SumoSacerdote. Cristo llegó a ser Sumo Sacerdote por me~dio de su Pasión, y fue proclamado sacerdote por Diossegún el segundo oráculo del Salmo 109/110: «Tú eressacerdote». El autor lo cita aquí. «El cual le dice: "Túeres mi Hijo, yo te he engendrado hoy"». Lo nombróSacerdote según otro pasaje que dice: «Habiendo sidoproclamado por Dios Sumo Sacerdote, según el ordende Melquisedec». Cristo, ciertamente, estaba ya desti~nado desde el primer momento a este sacerdocio, peroel momento en que lo ha obtenido es la Pasión: cuando«en los días de su carne, habiendo ofrecido ruegos y sú~plicas, con un fuerte grito y con lágrimas, al que podíasalvarle de la muerte y habiendo sido escuchado por supiedad, siendo Hijo, aprendió con sus sufrimientos laobediencia y así fue hecho perfecto, y para todos los quele obedecen causa de salvación eterna, habiendo sidoproclamado por Dios Sumo Sacerdote, según el ordende Melquisedec» (Heb 5,7~10). Es un pasaje densísimo,un pasaje lleno de doctrina, un pasaje que es verdade~ramente una revelación.

En estos versículos se evoca una ofrenda dramática.El tono es muy diverso al de la frase precedente, que era

didáctico, una definición. Ahora se hace dramático. Laexpresión «en los días de la carne» indica la debilidaddel hombre expuesto al sufrimiento y a la muerte. Des,pués, la pasión de Cristo se presenta como una ofrenda,como un sacrificio, y al mismo tiempo como una súplica.El autor nos muestra que Jesús se ha hecho de verdadsolidario con nosotros los pecadores. En Getsemaní viveuna situación de angustia dramática que le hace suplicaral que lo puede salvar de la muerte; y no sólo ruega, sinoque grita y llora. El autor se refiere, evidentemente, ala agonía de Jesús en Getsemaní, pero al grito de Jesússobre la cruz añade las lágrimas no mencionadas en lasnarraciones evangélicas de la Pasión, pero sí en otrosepisodios (Lc 19,41; Jn 11,35).

La pasión de Jesús es presentada al mismo tiempocomo una súplica y como una ofrenda. Esto es paradóji,co. Habitualmente, la ofrenda y la súplica se distinguennetamente. En cambio, el autor, inesperadamente, diceque Jesús ofreció «súplicas». El verbo griego es pros,pherein, «ofrecer», y también a veces las traduccioneslo atenúan, porque la expresión es extraña. Pero, enuna plegaria auténtica, debemos entender que estosaspectos deben estar juntos. Cuando pedimos una gra,cia debemos ofrecer a Dios nuestra disponibilidad. Nopodemos imponer a Dios nuestro modo de ver. Exigirde él que intervenga según nuestras indicaciones. De,bemos dejarle a él la libertad de escoger la solución.Así lo hizo Jesús. Por otra parte, cuando ofrecemosa Dios algo debemos pedirle que santifique nuestraofrenda, que le infunda su gracia y la transforme. De locontrario, nuestra ofrenda estaría privada de valor. Portanto nuestras ofrendas han sido hechas con actitudde súplica y nuestras súplicas con actitud de ofrenda.

En su agonía, Jesús oró y pidió: «Padre, si es posible,aparta de mí este cáliz» (Mt 26,39). Pero, inmedia,tamente después, expresó su actitud de ofrenda: «Nocomo quiero yo, sino como quieres tú». Se ofreció ahacer la voluntad del Padre. En esto, su plegaria tuvoun aspecto de ofrenda.

Jesús fue escuchado, dice el autor, y fue efectivamen,te salvado de la muerte, pero en el modo establecidopor el Padre. Hay tres modos posibles de ser salvadosde la muerte. El primero consiste en ser preservadosde la muerte. El rey Ezequías, golpeado por una enfer,medad mortal, suplicó a Dios y obtuvo quince años desuplemento de vida (2Re 20,6). Una solución positiva,pero provisoria: después de quince años, Ezequías de,bía morir. La segunda solución es morir y ser de nuevoincorporado a la vida terrenal, como Lázaro On 11,43,44): una solución milagrosa, pero también provisional.La tercera solución consiste en morir de modo tal que,por medio de la muerte, se obtenga la victoria definitivay completa sobre la muerte misma. Solución perfecta.Esta es la que Cristo obtuvo. Por medio de su muertevenció a la muerte, porque hizo de ella un don de amorsupremo. Por eso el autor pudo afirmar que Cristo,después de haber ofrecido plegarias y súplicas, fue escu,chado por su piedad.

El autor prosigue: «Siendo Hijo, aprendió con sussufrimientos la obediencia y así fue hecho perfecto».En estas palabras me parece que se expresa el misteriomás profundo de la Redención. La afirmación de queJesús en la Pasión aprendió la obediencia es ciertamen,te sorprendente, pero esto no implica que Cristo fueradesobediente antes de la Pasión. El mismo autor dela Carta a los hebreos, en el capítulo 10, subraya que,

entrando en el mundo, y por tanto, desde el primermomento, Cristo dice: «He aquí que vengo, oh Dios,para hacer tu voluntad» (Heb 10,5~9). Jesús tenía, pues,desde el principio una perfecta disposición previa a laobediencia. Pero es necesario hacer una distinción im~portante entre las disposiciones previas a la obedienciay la virtud probada de la obediencia, adquirida a travésde las pruebas. Para nuestra naturaleza humana son ver~daderamente dos cosas distintas. Sólo el que afronta ysupera las pruebas más duras adquiere en todas las fibrasde su ser humano la virtud de la obediencia.

Primero podía tener una disposición a la obediencia,pero no era todavía una virtud probada. Es una ley denuestra naturaleza humana y Jesús aceptó esta ley. LaEncarnación comprende este aspecto. Para sí mismo,él no tenía necesidad de esta educación dolorosa. Elautor dice que la tuvo aunque era el Hijo, pero teníanecesidad de ello por su naturaleza humana, semejantea la nuestra. Por otra parte, su obediencia fue sobrea~bundante en el sentido de que, por solidaridad connosotros, Cristo aceptaba una suerte que no merecíaen absoluto. Y, así, esta obediencia puede desembocaren nosotros. Cristo nos puede comunicar una profundadocilidad a Dios.

Aquí podemos comprender mejor, me parece, el sig~nificado de la Encarnación y de la Redención. Jesús asu~mió nuestra naturaleza humana en su estado de caída.Asumió, dice san Pablo en la Carta a los filipenses, «lacondición de esclavo» (daulas) (Flp 2,7), no la condi~ción de Hijo. Es más, fue enviado «en una semejanza decarne de pecado», dice en la Carta a los romanos (Rom8,3). Cristo asumió nuestra naturaleza humana paratransformarla, para hacerla de nuevo perfectamente

conforme al proyecto de Dios. Este es el verdadero sig~nificado de la Redención. Con una generosidad admira~ble, Cristo aceptó sufrir en el lugar nuestro y en nuestrofavor la educación dolorosa que nos era indispensable.Por eso, «fue hecho perfecto, .y para todos los que leobedecen causa de salvación eterna, habiendo sidoproclamado por Dios Sumo Sacerdote, según el ordende Melquisedec» (Heb 5,9~10). Esta es la conclusióntriunfal del autor.

El hecho decisivo es la transformación de Cristo mis~mo: fue «hecho perfecto». También esta afirmación esmuy sorprendente, porque espontáneamente pensamosque Cristo era perfecto desde el comienzo y, por tanto,que no tuvo necesidad jamás de ser «hecho perfecto».Pero este pensamiento no corresponde al concepto justode la Encarnación, la cual fue asunción de un devenirdel hombre, de un camino hacia la perfección. San Lu~cas nos dice expresamente de Jesús Niño que «crecía»no solamente en «edad», sino también «en sabiduría ygracia ante Dios» (Lc 2,52). Jesús~Niño no tenía la per~fección de un adulto, debió adquirirla a través de diver~sas pruebas. Jesús adulto no tenía todavía la perfecciónnecesaria para el sacerdocio. Debió adquirirla a travésde su Pasión, esto es, debió llevar a su plena perfecciónlas dos relaciones que son indispensables para el ejerci~cio de la mediación sacerdotal: la relación con Dios y larelación con los hermanos.

En la Pasión, estas dos relaciones fueron sometidasa una tensión extrema, cuando Jesús se sintió abando~nado por Dios y entregado como presa a la maldad delos hombres. Pero estas dos relaciones resistieron, másaún, se reforzaron recíprocamente. Cristo las llevó a laperfección por medio de sus sufrimientos y de su muer~

te, aceptada en la obediencia filial y en la solidaridadfraterna. Su relación con el Padre alcanzó entonces sugrado máximo de perfección gracias a la obedienciafilial hasta la muerte, y muerte de cruz. Su relación connosotros alcanzó el mayor grado de perfección gracias ala solidaridad fraterna impulsada también ella hasta lamuerte como condenado. Cristo fue así hecho perfectoy proclamado sacerdote.

En efecto, el verbo griego empleado aquí por elautor (teleioun) posee estos dos significados. De por sísignifica «hacer perfecto» pero, en la traducción griegadel Pentateuco, se adopta exclusivamente para decir:proclamado sacerdote (cf Éx 29,9.29.33.35, etc). Y elautor, en el capítulo 7, se ha aproximado a este uso delPentateuco (cfHeb 7,11.19.28). Por tanto, el verbo, enlenguaje religioso, tiene una connotación de proclamarsacerdote. La perfección adquirida por Jesús en su Pa,sión fue efectivamente una perfección sacerdotal, unaperfección de mediador entre nosotros los hombres yDios. Una perfección que los Sumos Sacerdotes anti,guos jamás pudieron alcanzar.

Este texto es muy profundo y merece ser meditadodetenidamente. Nos ayuda a comprender la proclama,ción sacerdotal de Cristo, su sacerdocio y, por tanto,nuestra participación en este sacerdocio. El sacramentodel Orden que hemos recibido toma todo su valor y todasu eficacia del hecho de que nos ha puesto en una fuerterelación con la proclamación sacerdotal de Cristo. To,dos los sacramentos toman su valor de su relación conla pasión de Jesús, pero especialmente el sacramento delOrden toma su valor de esta relación. Este sacramentonos ha comunicado el doble dinamismo característicode esta proclamación de Cristo: el dinamismo de la

obediencia filial hacia Dios y de solidaridad fratema conlos hombres.

Tengamos siempre bien unidas estas dos actitudes,porque su unión es esencial para la mediación sacer~dotal y para el ministerio pastoral; pidamos al Señorque nos conceda esta gracia fundamental. Gracias ala pasión de Cristo podemos comprender bien nuestrosacerdocio ministerial.

8La promesa de una Nueva Alianza

Oer 31,31~34)

La Carta a los hebreos establece una conexión entre elsacerdocio y la Alianza, que es original; en el AntiguoTestamento no se ve esta conexión. Entre el sacerdo~cio de Cristo y la Nueva Alianza, la relación es muyestrecha. Cristo es llamado el «mediador de la NuevaAlianza». Es en este sentido que es Sumo Sacerdote.Para preparar esta afirmación el autor cita el oráculo deJeremías, que anunciaba la Nueva Alianza Oer 31,31~34; Heb 8,8~12). Es la citación más larga del AntiguoTestamento en el Nuevo.

Os propongo meditar sobre este oráculo, que es unode los pasajes más bellos del Antiguo Testamento. Enel Antiguo Testamento hay muy bellas promesas quese mezclan con promesas de prosperidad material:abundancia de trigo, de ganado, etc. En el oráculo dela Nueva Alianza, lo único que interesa es la relacióníntima con Dios: «He aquí que vienen días, dice el Se~ñor, en los cuales estableceré con la casa de Israel y conla casa de Judá una Alianza nueva, no como la Alianzaque concluí con sus padres en el día en que los tomé dela mano para hacerles salir de la tierra de Egipto, unaAlianza que ellos han violado aunque yo era su Señor.

Esta es la Alianza que yo estableceré con la casa deIsrael después de aquellos días, dice el Señor: Pondrémi Ley en lo íntimo de ellos, la escribiré en su corazón.Entonces yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Nin,guno tendrá nada que instruir a sus conciudadanos, nia su propio hermano, diciendo: conoce al Señor, porquetodos me conocerán, del más pequeño al más grande,porque yo perdonaré su iniquidad, no me acordaré másde su pecado» Oer 31,31,34). Esta es la espléndida pro,mesa, una iniciativa estupenda de Dios. No se trata deuna alianza que será el fruto de una discusión bilateralpara llegar a un acuerdo y a una promesa de ayuda mu,tua. Se trata de una iniciativa divina, gratuita, generosa.«Estableceré (... ) una Alianza nueva». ¿Por qué estainiciativa de Dios? El oráculo lo explica. Los israelitasno habían permanecido fieles a la Alianza concluida enel tiempo del Éxodo, por eso era necesaria una iniciativanueva.

En el tiempo del Éxodo, Dios había liberado al pue,blo esclavo en Egipto, lo había salvado del exterminioy conducido por el desierto para concluir con él unaAlianza. El proyecto de Dios era un bello proyecto deamor, como vemos en el capítulo 19 del Éxodo: «Si que,réis escuchar mi voz y custodiar mi Alianza, seréis mipropiedad entre todos los pueblos, porque mía es todala tierra, pero vosotros seréis para mí un reino de sacer,dotes y una nación santa» (Éx 19,5,6). La Alianza habíasido estipulada con una promesa de fidelidad y selladacon sangre de animales, para simbolizar la unión vitalentre Dios y su pueblo (Ex 24,4,8). Pero, poco tiempodespués de su conclusión, la Alianza fue destruida porel pueblo. Lo vemos en el episodio del becerro de oroque se narra a continuación, que es el primer episodio

narrativo después de la conclusión de la Alianza (Éx32). Los capítulos intermedios no son narrativas, sinolegislativos.

Esta situación se ha repetido continuamente en lahistoria del pueblo de Israel. En particular el tiempo enque vivía Jeremías fue un tiempo de continua infideli,dad y de ruptura de la Alianza (cf2Crón 36,15,16). So'brevino entonces una catástrofe terrible: el ejército delos caldeas marcha contra Jerusalén, asedia la ciudad, latoma, incendia el templo, los habitantes son llevados aldestierro (cf 2Re 25). Una terrible situación de rupturade la Alianza. Propiamente en esta situación Dios man,da al profeta a anunciar una nueva iniciativa completa,mente gratuita, la promesa de la Nueva Alianza. Aquíno se trata de una Alianza simplemente renovada, sinode una Alianza verdaderamente nueva. Renovacionesde la Alianza se habían realizado ya. Primero despuésdel episodio del becerro de oro, como nos refiere ellibro del Éxodo: «El Señor dice a Moisés: "Toma dostablas de piedra como las primeras; yo escribiré en es,tas tablas las palabras que había en la primera tabla, yque tú has destrozado"» (Éx 24,1). Aquí no hay nadaverdaderamente nuevo, las tablas deben ser semejantesa las primeras, son tablas de piedra como las primeras,serán grabadas del mismo modo que las primeras, enellas serán escritas las mismas palabras. El oráculo deJeremías, sin embargo, afirma: «Estableceré con la casade Israel y con la casa de Judá una Alianza nueva, nocomo la Alianza que concluí con sus padres». Mientrasel texto del Éxodo insiste sobre la semejanza, el de Jere,mías insiste claramente en la diferencia. Esto se puedepercibir fácilmente. Después de la ruptura repetida dela primera Alianza, Dios no quiere establecer algo que

se ha revelado insatisfactorio, ineficaz, y que estaríadestinado a fallar una vez más. Dios quiere realizar uncambio radical. Y esto es lo que promete en el oráculode Jeremías. Por eso el autor de la Carta a los hebreosafirma: «Diciendo Alianza nueva, Dios ha declarado an,tigua la primera, y esto que se hace antiguo y envejecidoestá próximo a desaparecer» (Heb 8,13).

¿En qué consiste la novedad de esta Alianza? Encuatro aspectos. El primer aspecto: la Nueva Alianzaserá interior y no exterior. Segundo aspecto: será unarelación de perfecta pertenencia recíproca entre Diosy el pueblo. Tercer aspecto: no será una institucióncolectiva, será una relación personal, de cada uno conDios. Cuarto aspecto: esta relación estará fundada sobreel completo perdón de los pecados. Este último aspectomanifiesta toda la inmensa generosidad divina que estáen la base de la Nueva Alianza.

El primer aspecto es la transformación del corazón.La Nueva Alianza será una alianza interior: «Pondré miLey en lo íntimo de ellos, la escribiré en su corazón».Aquí hay un claro contraste con la Ley antigua. Sobreel Sinaí, Dios había escrito sus leyes en dos tablas depiedra; se trataba, por eso, de una ley exterior, de uncódigo de leyes que había que observar, pero que nocambiaba el corazón de la persona. El pueblo tenía uncorazón malo, un corazón desviado. Esto se afirma enmuchos textos del Antiguo Testamento. Dios debía la,mentarse: «Este pueblo se acerca a mí con la boca y meglorifica con los labios mientras su corazón está lejos demí» (Is 29,13). «Son un pueblo de corazón extraviado,no conocen mis caminos» (Sal 94/95,10).

Cuando el corazón es malo, ¿para qué sirven las le,yes? Incluso las mejores leyes no pueden servir para otra

cosa que para provocar el deseo de transgredirlas. Lo daa entender san Pablo en la Carta a los romanos, cuan,do escribe: «Yono he conocido el pecado, sino por laLey; no habría conocido la concupiscencia, si la Ley nohubiera dicho: no te dejes llevar de la concupiscencia.Tomando por tanto ocasión de este mandamiento, elpecado desencadenó en mí toda clase de concupiscen,cias» (Rom 7,7,8). La Ley sobrevino para que abundarala culpa, dice también san Pablo (Rom 5,20). Era puesindispensable una transformación interior, y Dios lapromete. Tener la ley de Dios escrita en el propio cora,zón significa tener un corazón dócil, capaz de cumplirlibremente y por amor la voluntad de Dios. Un corazónconvencido de que la voluntad de Dios es para el biende las personas. Esta es la exigencia y al mismo tiempola promesa que Dios hace: «Pondré mi Ley en lo íntimode ellos, la escribiré en su corazón» (Jer 31,33).

Una vez cambiado el corazón, se establece una per,fecta relación recíproca entre Dios y el pueblo: «Serésu Dios y ellos serán mi pueblo». Aquí tenemos la fór,mula típica de la Alianza, que se repite muchas vecesen el Antiguo Testamento, pero siempre con el verboen futuro, como una cosa que todavía hay que lograr.Esta era una condición previa que no se había realizadojamás verdaderamente: «Si escucháis mi voz y observáismis preceptos, seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios»(Jer 11,4). Los profetas debieron constatar siempre lainfidelidad del pueblo, que obstaculizaba este proyectode pertenencia recíproca. En cambio, cuando la ley deDios está escrita en los corazones, se asegura también laperfecta reciprocidad de las relaciones.

Dej ándose guiar por la inspiración, Jeremías tienedespués la audacia de anunciar que, en vez de ser una

institución colectiva, como la Alianza del Sinaí, la Nue,va Alianza consistirá en una relación personal de cadauno con Dios, una relación íntima que hará inútiles lasadmoniciones: «Ninguno tendrá nada que instruir asus conciudadanos, ni a su propio hermano, diciendo:conoce al Señor, porque todos me conocerán, del máspequeño al más grande» Oer 31,34). En el AntiguoTestamento vemos que era siempre necesario, es más,indispensable, la amonestación profética, la amenazade los profetas. En el Nuevo Testamento, en cambio,no será necesaria, porque cada uno conocerá al Señor.Conocer una persona, en el lenguaje bíblico, significatener una relación personal con la persona; no se trata,por tanto, de reconocer intelectualmente la existenciade Dios, sino de estar unidos a Él en una relación per,sonal profunda.

La situación anunciada constituye un cambio pro,fundo. En efecto, los profetas debieron de constatarcon frecuencia que el pueblo no conocía al Señor, queno tenía una relación auténtica con Él. Isaías escribe:«Elbuey conoce a su propietario y el asno el pesebre delpatrón; Israel no conoce» (Is 1,3). «Vande mal en peor,no conocen al Señor» Oer 9,2). Por eso los profetas re'ciben del Señor el encargo de reprender a los israelitasy de gritar para hacerse oír: «Vete,grita, que Jerusalénte oiga» Oer 2,2). «Clama a voz en grito, sin reparo,como una trompeta alza la voz; denuncia a mi pueblosus delitos, a la Casa de Jacob sus pecados» (Is 58,1).Pero las intervenciones de los profetas no lograban pro,vocar una conversión. Dios se lo advertía a Jeremías:«Puedes repetirles este discurso, no te escucharán; pue,des gritar, no responderán» Oer 7,27). El oráculo de laNueva Alianza, por el contrario, anuncia una situación

diametralmente diversa. No será necesario instruir alpropio hermano, porque cada uno tendrá una relaciónpersonal, auténtica y plena con el Señor. «Todosme co,nocerán, del más pequeño al más grande» Oer 31,34).Un ideal maravilloso, que corresponde a otra promesahecha por Dios por boca de los profetas, como porejemplo esta de lsaías: «Todos serán amaestrados por elSeñor» (ls 54,13). «El conocimiento del Señor colmaráel país como el agua llena el mar» (ls 11,9).

Todo esto que se ha dicho hasta ahora se funda en elúltimo elemento del oráculo: el perdón de los pecados:«Yoperdonaré su iniquidad, no me acordaré más de supecado» Oer 31,34). Un perdón estupendo, que nos re,vela la generosidad sin límites de Dios, su amor paternopleno de misericordia. En tiempo de Jeremías, el perdónparecía imposible a causa de la obstinación del pueblo,de su continua rebelión e infidelidad. Dios enumerabalos crímenes de su pueblo y preguntaba a Jeremías si eraposible el perdón. En un cierto momento, Dios prohíbea su profeta incluso el interceder por su pueblo: «Encuanto a ti, no intercedas por este pueblo, no supliquescon gritos por él. No me ruegues por él porque no teescucharé» Oer 7,16). Nos encontramos frente a unasituación de completa infidelidad de parte del pueblo,para el que parecía imposible el perdón. Pero Dios nosreconsidera de nuevo y, en su generosidad ilimitada,promete ofrecer un perdón completo, que hará posibleaquella relación nueva, íntima de toda persona con Él.

El oráculo de Jeremías abre perspectivas maravillosas,pero no explica de qué modo podrá realizarse esta ex,traordinaria promesa de Dios. Nos lo revela, sin embar,go, Jesús en la Última Cena, cuando instituye la Euca,ristía. Jesús toma el cáliz y dice: «Esto es la sangre de mi

Alianza» (Mt 26,28; Mc 14,28). La Nueva Alianza debeestar fundada en la sangre, como la primera Alianza; noen la sangre de animales, sino en la sangre de Cristo,una sangre «derramada por muchos para remisión delos pecados» (Mc 26,28), según la promesa de la NuevaAlianza: «Yoperdonaré su iniquidad» Oer 31,34).

Meditemos, pues, sobre esta maravillosa promesa a laluz de la Eucaristía. Pidamos la gracia de acoger verda,deramente esta promesa divina y de percibir su extraor,dinaria novedad. No merecíamos la N ueva Alianza, nola habíamos merecido en nada. Es una iniciativa divina,gratuita, generosa, misericordiosa. Vivimos en esta Nue,va Alianza, pero debemos tomar conciencia de esta no,vedad, que nos renueva completamente y nos introduceen una relación profunda, íntima con Dios por medio deCristo, mediador de la Nueva Alianza.

9Las bodas de Caná, signo

de la Nueva AlianzaOn 2,1,11)

Para profundizar en el tema de Cristo mediador de laN ueva Alianza, os propongo abandonar ahora la Cartaa los hebreos y tomar en consideración un episodioevangélico, en el cual Jesús, en un cierto sentido, semanifiesta como mediador de una Nueva Alianza. Setrata del episodio de las bodas de Caná. Las bodas secelebran para establecer una alianza: una alianza nup,cial. En Caná, Jesús es solicitado por su madre para quetransforme el agua en vino y para que haga así posiblela feliz realización de las bodas que estaban compro,metidas. El evangelista subraya la importancia de esteepisodio, porque afirma al final: «Así Jesús dio comienzoa su signos en Caná de Galilea, manifestó su gloria y susdiscípulos creyeron en él» On 2,11).

Las traducciones suelen decir «Jesús dio comienzo asus milagros», pero Juan usa el término griego semeion,que significa «signo», porque el evangelista quiere quepongamos nuestra atención en el significado del hecho,en vez de detenernos, como sería nuestra tendenciaespontánea, en el aspecto prodigioso, sobrenatural. Poreso en el cuarto evangelio las narraciones de los signosaparecen con frecuencia seguidas de largas explica,

ciones doctrinales. El signo de las nupcias de Caná noaparece seguido inmediatamente de un comentario, sinembargo, en el capítulo siguiente se sugiere una explica,ción, cuando el evangelista refiere una discusión surgidaentre los discípulos del Bautista y un judío respecto a laspurificaciones On 3,25). En el signo de Caná, las seistinajas de piedra estaban allí «para las purificacionesde los judíos» On 2,6). Después, a una pregunta de susdiscípulos, Juan Bautista responde: «No soy yo el Cristo,pero yo he sido mandado delante de él. El que posee laesposa es el esposo; el amigo del esposo, que está pre,sente y lo escucha, exulta de gozo a la voz del esposo.Ahora este gozo mío es completo» (Jn 3,28,29). Laalegría del Bautista es la de escuchar la voz del esposo.El esposo es Jesús. Por otra parte, el discurso hecho porJesús después de la multiplicación de los panes sirvetambién para comentar el episodio de Caná, porque nohabla sólo de alimento, sino también de bebida.

Para captar en profundidad el episodio de las bodasde Caná debemos referirnos al Antiguo Testamento,donde está continuamente presente el tema de las bodasde Dios con la nación elegida. Es un modo metafóricode hablar de la Alianza. Por puro amor, Dios eligió auna esposa, la nación de Israel, llamada también la hijade Sión. Israel está representado por una figura feme,nina, a la cual el Señor propuso la alianza nupcial. Diosquiere ser el esposo de Israel, pero la condición es queel pueblo corresponda a este deseo divino y se muestrefiel a la Alianza. Esta condición no se ha realizado jamásplenamente. Las nupcias se iniciaron, pero no se pudie,ron llevar a cumplimiento. A pesar de la generosidadde Dios, el pueblo se mostraba siempre de nuevo infiel.Como sabéis, en el Antiguo Testamento la idolatría se

presentaba como una infidelidad matrimonial, comoun adulterio, más aún, como una prostitución. El librodel Éxodo nos refiere el episodio del becerro de oro (Éx32), primer episodio de prostitución de Israel, inmedia,tamente después de la estipulación de la Alianza delSinaí. La Alianza ha sido apenas concluida y la primerahistoria que se narra después es la de la idolatría delpueblo.

El profeta Ezequiel, en el capítulo 16, refiere unahistoria de amor y de infidelidad. Es Dios mismo el quela cuenta una y otra vez con muchos destalles. Otrosprofetas con lenguaje menos realista y detallado que elde Ezequiel nos hablan de la situación de adulterio deIsrael y de la imposibilidad para este pueblo de estable,cer relaciones con Dios. Por boca de Ose as, el Señordeclara abiertamente a los israelitas: «Denunciad avuestra madre, denunciadla, no es esta mi mujer, nisoy yo su marido. Que se quite de la cara los signos desu prostitución» (Os 2,4). Es la ruptura. Muchos pro,fetas describieron los castigos que Dios infligiría a supueblo con la imagen de la privación de las bodas y dela alegría. Desde el momento en que el pueblo ha sidoinfiel a Dios, no se podrán celebrar ni siquiera las bodashumanas. Jeremías especialmente, después de haberrecordado todas las violaciones de la Alianza en el ca,pítulo 7, nos refiere esta conclusión del Señor: «Harécesar en el país de Judá y en los caminos de Jerusalén lavoz alegre y la voz gozosa, la voz del esposo y la voz dela esposa. El país será un desierto» Oer 7,34). El profetarefiere también la orden de no participar en ningunaceremonia de bodas, ni en ningún banquete Oer 16,8).Otros profetas anuncian la privación del vino, porejemplo Isaías: «El mosto estaba triste, la viña mustia:

se trocaron en suspiros todas las alegrías del corazón.No beben vino cantando: amarga el licor a sus bebedo,res» (Is 24,7.9). No habrá más bodas ni vino porque elpueblo ha transgredido la ley, ha desobedecido al Señory ha roto la alianza de amor (Is 24,5).

Pero, también en los momentos más trágicos, el Señorno renuncia a su proyecto de unión en el amor. Quierellevar a cumplimiento las bodas con su pueblo. Prometeentonces una Nueva Alianza y de nuevo serán posibleslos gozos de las bodas y la abundancia del vino. En Je,remías 33, después del anuncio de la Nueva Alianza,el Señor promete: «Así dice el Señor, en este lugar delque decís que es una ruina, en la ciudad de Judá y porlas calles de Jerusalén, ahora desoladas, se escucharántodavía las voces alegres, las voces gozosas, las voces delesposo y la voz de la esposa» Oer 33,10,11). Por boca deEzequiel, Dios promete: «Me acordaré de la Alianza queestablecí contigo cuando eras moza y llevaré a términocontigo una Alianza eterna» (Ez 16,60). Por tanto, Diosmanifiesta una extraordinaria constancia, una estupen,da generosidad: propone siempre de nuevo a su pueblola Alianza.

El episodio de las bodas de Caná debe entenderseen este contexto: las bodas se iniciaron ya en el tiempodel Éxodo, pero en un momento dado faltó el vino. Lasbodas no pudieron ser llevadas a cumplimiento. En estepunto, María comunica a Jesús la situación y él intervie,neoComienza a ordenar que se llenen de agua las tinajas:tiene a su disposición sólo el agua, que, como observa elevangelista, sirve para la purificación ritual de los judíosOn 2,6). Esta agua corresponde exactamente a la situa,ción de la Antigua Alianza: un sistema de purificacio,nes externas, que no podía fundar una alianza interior,

porque la ley estaba escrita en piedras, pero no en suscorazones. Esta agua no podía llevar a cumplimiento lasbodas, se necesitaba un cambio radical. Jesús realiza estecambio: en lugar del agua ofrece vino, un vino excelente,que suscita la admiración del maestresala.

Los discípulos pueden reconocer en la obra de Jesússu gloria. Su gloria es la gloria del Mesías prometido, ca,paz de llevar la abundancia del vino y de hacer posibleel cumplimiento de las nupcias. La gloria de Jesús es lagloria del esposo, porque en este episodio el verdaderoesposo no es el que celebra las bodas y no es capaz detraer vino suficiente: el verdadero esposo es Jesús. Lagloria de Jesús es la gloria del amor generoso que da elvino bueno para llevar a cumplimiento las bodas.

Pero, ¿de qué vino se trata? El de Caná es un signo, elsigno de otra realidad, mucho más importante. En estepunto del evangelio no sabemos de qué vino se trata, nilo saben sus discípulos; se sabrá más tarde. En el capítu,lo 6 de Juan, después de la multiplicación de los panes,se introduce el tema de la bebida. El Señor afirma: «Elque come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo enél» On 6,56). El vino bueno, del cual el vino de Caná essolamente un signo, es la sangre de Jesús. Don generosoque Jesús hace de la propia vida para hacer posible elcumplimiento de las bodas. No puede haber alianza másestricta que esta comunión, esta interioridad recíprocaque el Señor expresa diciendo: «El que come mi carney bebe mi sangre mora en mí y yo en él». Es la alianzaperfecta. El discurso del pan de vida anuncia la ÚltimaCena, cuando Jesús tomará el cáliz del vino y dirá: «Estoes la sangre de mi alianza, derramada por muchos» (Mc14,24). Más tarde, en el Calvario, el vino bueno brotarádel corazón de Jesús y será entonces el momento de rea,

lización de las bodas On 19,34). «Uno de los soldadosle atravesó el costado con una lanza y al instante saliósangre yagua». El episodio de Caná era sólo un signo,pero un signo verdaderamente importante. Sobre elCalvario no aparece este aspecto de las bodas, perogracias a Caná sabemos que se trata del cumplimientode las bodas mesiánicas.

En esta perspectiva se ve también la figura de María.El evangelista hace notar que ella se encontraba allí enCaná antes de que llegara Jesús. «Tres días después, ha,bía una boda en Caná de Galilea y allí estaba la madrede Jesús» On 2,1). Parece que Jesús había sido invitadoa la boda a causa de la presencia de su madre. Dándosecuenta de que faltaba vino, María se dirige a Jesús y ledice: «No tienen vino» On 2,3). Con su corazón de ma,dre, estaba atenta a las necesidades de la gente y exponeel caso a Jesús como una madre habla con su hijo.

Pero aquí se verifica algo inesperado: la reacciónde Jesús a las palabras de su madre, que no eran ni si,quiera una súplica. María no ha pedido nada. Jesús ledice: «Oh, mujer, ¿qué he de hacer contigo?», según latraducción de la Conferencia Episcopal Italiana. Noshallamos ante una reacción desconcertante. El textogriego dice literalmente: «¿A ti y a mí qué?». Es unaexpresión bastante frecuente en el Antiguo Testamento,que indica siempre poner en cuestión una relación en,tre personas. Se puede poner en cuestión una relaciónhostil o una relación de amistad. Por ejemplo, David,en el momento de su huida de Jerusalén a causa de larebelión de Absalón, usa esta fórmula respecto a suoficial, para impedirle que, en su defensa, matara aldescendiente de Saúl que le insultaba (2Sam 16,10).Es también el caso de la viuda que hospedaba a Elías;

el hijo de esta viuda enferma y muere. Cuando llega elprofeta, la viuda lo interpela preguntando su relacióncon él: «¿Qué hay entre yo y tú, hombre de Dios? ¿Hasvenido acaso para renovar el recuerdo de mi iniquidad ypara matarme a mi hijo?» (lRe 17,18). Se trata siemprede poner en cuestión una relación.

Con esta expresión, Jesús quiere poner en cuestiónsu relación familiar con su madre y sugerir que tal rela,ción no debe intervenir más, debe dejar el puesto a otraespecie de relación. Para indicar este cambio, en vez dedecir «madre», Jesús dice «mujer»: «¿A ti y a mí qué,mujer?». Este modo de dirigirse a una mujer en públicono era descortés, era normaL En el evangelio, Jesús usaesta expresión para la cananea, para la samaritana, paraMaría Magdalena. Pero no parece normal en boca de unhijo que se dirige a su propia madre. Usándola, Jesús daa entender que no quiere colocarse ante su madre enun plano familiar. Esta actitud de Jesús corresponde a laque encontramos en algunos episodios referidos por losSinópticos. Cuando Jesús está hablando a la multitud yvienen a buscarle sus hermanos y su madre, Jesús poneen cuestión sus relaciones familiares: «¿Quién es mimadre y quiénes son mis hermanos?». Después, señala asus discípulos y responde: «He aquí a mi madre, he aquía mis hermanos, porque quienes hacen la voluntad demi Padre que está en los cielos, estos son mi hermano,mi hermana y mi madre» (Mt 12,48,50). María debepor tanto aceptar una evolución en sus relaciones consu hijo. Es un hecho normalísimo en la vida familiar.Entre una madre y un hijo hay siempre necesidad deuna evolución en sus relaciones recíprocas, cosa quenunca es fácil, porque presupone de parte de la madrela capacidad de aceptar que el hijo se distancia progre'

sivamente de ella, asumiendo su propia autonomía. Alcomienzo el hijo está en el seno de la madre, después ensus brazos, después camina, más tarde se marcha.

Jesús usa después una expresión que suele tradu,cirse como una declaración negativa: «Todavía no hallegado mi hora». Debemos tener en cuenta que enlos manuscritos más antiguos no se ponían signos deinterrogación; por tanto, nada puede indicarnos si estafrase es negativa o interrogativa. Muchos la interpretancomo una declaración negativa. Pero grandes exegetasla interpretaron como interrogativa, desde los tiemposde la patrística hasta nuestros días. Jesús pregunta: ¿Noha llegado acaso ya mi hora? Debo decir que esta inter,pretación me parece la interpretación justa. Por unarazón un poco especial, porque una pregunta admitela posibilidad de diversas respuestas. Una declaraciónnegativa, sin embargo, cierra el discurso. La preguntade Jesús sugiere a primera vista una respuesta positiva:ha llegado la hora de Jesús. Un comentario patrísticoexplica que ahora no es la hora de María, esto es, eltiempo en que la madre debe guiar al hijo en la vida;es la hora de Jesús, la hora en que Jesús debe tomar lainiciativa y realizar el plan de Dios. Jesús no debe obe,decer más a María, debe tomar en sus manos su misiónpropia de Mesías, mostrar su autoridad, manifestar sugloria. Esta es la voluntad del Padre. Pero una preguntadeja siempre abierta la posibilidad de una respuestadiversa, no sugerida. La pregunta de Jesús deja la posi,bilidad de añadir una respuesta negativa en otro nivel,y considero que esta es la intención del evangelista, queen otras ocasiones también plantea estas preguntas querequieren una doble respuesta, positiva en una ciertaperspectiva y negativa en otro nivel. Por ejemplo, en

una ocasión, Jesús dice a los judíos: «Adonde yo voy,vosotros no podéis venir». Los judíos preguntan: «¿Aca,so va a suicidarse?» On 8,21,22). La respuesta es nega,tiva, Jesús no va a matarse a sí mismo, será asesinadopor intervención de sus enemigos. Pero, en el cuartoevangelio, la respuesta puede ser también positiva, másaún, debe ser positiva, porque Jesús ha dicho: «Nadieme quita mi vida, yo dispongo de ella por mí mismo» On10,18). En otro pasaje, los judíos preguntan si Jesús vaa evangelizar a los griegos On 7,35). Ciertamente Jesús,durante su vida terrena, no evangelizará a los griegos;pero después, por medio de su misterio pascual, efecti,vamente evangelizará a los griegos ya otros pueblos (cfJn 12,20,24).

Si tomamos la frase en sentido interrogativo, pode,mas comprender que ha llegado la hora de la primeramanifestación de la gloria de Jesús, pero no la de sumanifestación definitiva, que se hará por medio de suelevación en la cruz y de su elevación hasta el cielo.

¿Qué hace entonces María? En los pasajes parale,los, los Sinópticos no dicen cómo reaccionó. El cuartoevangelio señala que María se sometió perfectamentea la invitación de Jesús, que no hizo ninguna petición,que no se volvió de nuevo a él. Se volvió a los criados yles dijo: «Cualquier cosa que os diga, hacedla» On 2,5).Con frecuencia, las traducciones dicen: «Haced lo queél os diga», que sugieren que María había intuido lo queJesús iba a hacer. Sin embargo, el texto griego sugiereque María no intuyó propiamente nada, no sabía lo queJesús iba a hacer, pero en cualquier caso invitó a loscriados a la más perfecta obediencia. «Cualquier cosaque os diga, hacedla». María deja la iniciativa totalmen,te a Jesús. No sólo acoge personalmente las palabras de

Jesús y acepta un cambio de relación, sino que invitaa otras personas a someterse a él. María abandona elprimer nivel de relación con Jesús y se establece en unnuevo nivel. Con su docilidad, se muestra de nuevosierva del Señor en vez de madre, pero al mismo tiem~po se convierte en Madre de Cristo de una maneranueva, según la declaración de Jesús en los Sinópticos:«Quienes hacen la voluntad de mi Padre que está enlos cielos, estos son mi hermano, mi hermana y mimadre» (Mt 12,50). María acepta la voluntad de Diosy al mismo tiempo mueve a otras personas a manifestarla misma sumisión generosa. En este sentido, María esdoblemente Madre de Jesús, porque es también Madrede los discípulos de Jesús, de aquellos que hacen lo queJesús quiere.

Debemos admirar la gran disponibilidad de María yno buscar en este episodio explicaciones devocionales,que son más o menos desviadas y que no correspondena la orientación del cuarto evangelio. En el cuarto evan~gelio es siempre Jesús el que toma la iniciativa para losmilagros; no hay ninguna petición de milagro de partede otra gente. La interpretación que propongo me pa~rece que corresponde mejor a una devoción a Maríaverdaderamente profunda. María es nuestra Madre, ynos enseña la verdadera docilidad al Señor.

Ahora imaginemos por un momento lo imposible,esto es, que María hubiera sido una madre posesiva,celosa, como tantas madres que no permiten a sus hijos,incluso adultos y casados, seguir su propio camino, y queprovocan así tantos dramas familiares. Si María hubieraactuado así, habría sido muy contrariada por la respues~ta de Jesús, la habría considerado una intolerable faltade respeto y no habría aceptado un cambio de relación.

En vez de ponerse al servicio de la misión de Jesús, lahabría obstaculizado.

Lógicamente, esta hipótesis es completamente irrealen el caso de María, pero para otras personas es real.Había una parte del pueblo elegido, los fariseos, losescribas, los sumos sacerdotes, que originariamentese encontraban en la misma situación de María anteCristo, esto es, en una posición de autoridad. Jesús sepresentó ante ellos como el profeta enviado por Diospara establecer la Alianza Nueva. Enseñó «no como losescribas y fariseos, sino como uno que tiene autoridad»(Mc 1,22). Reclamó un cambio de relaciones. Pero ellosno lo aceptaron, se opusieron a su acción de Mesías y ala misión hasta hacer que lo condenaran a muerte.

Este evangelio nos pone frente a la elección de dosactitudes espirituales opuestas: la de la docilidad deMaría y la de aquellos que no quieren aceptar ningúncambio de relaciones cuando Jesús lo propone. El após~tol Pablo, al comienzo de la parte parenética de la Cartaa los romanos, nos hace comprender que no podemosadaptarnos de manera definitiva a un cierto nivel devida espiritual y a un cierto modo de ministerio pastoral.En distintas ocasiones el Señor nos pide un cambio derelaciones. San Pablo nos dice: «Transformaosrenovan~do vuestra mente para poder discernir la voluntad deDios, esto que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto»(Rom 12,2). «Transformaos renovando vuestra men~te». En el Nuevo Testamento, la voluntad de Dios yano es una ley fija escrita sobre piedra, es una voluntadcreativa y, si queremos corresponder a la voluntad deDios, debemos corresponder a este movimiento creati~vo, especialmente cuando el Señor nos pide un cambiode relaciones. A través de las circunstancias externas,

a través de decisiones de otras personas, o también deotros modos, por ejemplo a través de una desolaciónespiritual que pone en cuestión nuestro modo de con,cebir nuestras relaciones con Dios, Cristo nos dirigeesta petición que dirigió a María: ¿Cuál es tu relaciónpersonal conmigo? ¿Corresponde a la etapa actual detu vocación, de tu misión? No te puedes contentarcon tu relación pasada, aunque haya sido muy buena.Esta relación ahora debe progresar, debe correspondera una nueva etapa de tu vida espiritual y apostólica. Entales casos, podemos tener la impresión de que el Señorquiere quitarnos lo que teníamos, pero la intención delSeñor es positiva. Quiere hacernos pasar a un nivelde amor más puro, más profundo, más fecundo, a finde que puedan ser llevadas a cumplimiento las bodasmesiánicas entre él y nosotros. Es una gracia grandesaber reconocer los momentos en los que el Señor nosda una respuesta un poco brusca, como hizo con Maríaen Caná. Es una gracia grande saber captar la intenciónpositiva del Señor, que va siempre en el sentido de unprogreso en el amor.

10Cristo, mediador de la Nueva Alianza

en la Última Cena(Mt 26,26~28)

En las bodas de Caná, como habíamos visto esta maña~na, Jesús transformó el agua en vino. Este signo anun~ciaba ya la Última Cena, en la cual Jesús transformó elvino en su sangre. Las bodas de Caná, alianza nupcial,anunciaban la institución de la nueva Alianza. Jesús enla Última Cena instituyó esta Nueva Alianza, diciendo:«Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre» (Le 22,20;ICor 11,25). Él se reveló así como el mediador de laNueva Alianza, Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza.Os propongo por tanto meditar esta tarde sobre la ins~titución de la Eucaristía, tesoro inagotable por el cualpodemos experimentar una admiración y una venera~ción siempre crecientes.

Sabemos bien que la Eucaristía es un estupendodon de amor. Pero quizá no sabemos suficientementeque la institución de la Eucaristía ha sido una victoriadel amor: una extraordinaria victoria del amor sobreel mal y sobre la muerte. Impresiona el hecho de quetodas las narraciones de la Última Cena ponen laEucaristía en relación con la pasión de Jesús y másprecisamente con la traición de Judas. San Pablo, enla primera Carta a los corintios, declara que «el Señor

Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan,dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, quese da por vosotros"» (ICor 11,23,24). Los evangeliosnos revelan que, antes de la institución de la Eucaris,tía, Jesús era consciente de la traición. Les dice: «Enverdad os digo, uno de vosotros que come conmigo meentregará» (Mt 26,21; Mc 14,18). Por tanto, la cadenade acontecimientos que llevará a Jesús a la condena ya la muerte infame en la cruz ha comenzado ya a po,nerse en movimiento. El Señor es consciente de ello.Sabe que su ministerio de entrega generosísima a Diosy a los hermanos va a ser brutalmente interrumpidopor una traición, la culpa más odiosa y más contrariaal dinamismo de la Alianza. Él puede actuar todavía li,bremente, pero algunas horas más tarde será arrestado,atado, y entonces ya no podrá moverse con libertad,y menos todavía cuando haya sido clavado en la cruz.¿Cuál es ahora su reacción?

¿Cuál sería la reacción que podría esperarse de unaactuación tan escandalosa? Veamos la reacción del pro,feta Jeremías. Entre la existencia de Jesús y la del profetaJeremías hay estrechas relaciones. Avisado por el Señorde un complot tramado contra él, Jeremías exclama:«Ahora, Señor de los ejércitos, justo juez que escrutaslos corazones y la mente, pueda yo ver tu venganzasobre ellos, porque yo te he confiado mi causa». Estose encuentra por dos veces en el libro de Jeremías Oer11,20; 20,12). En otro pasaje, Jeremías especifica cuáldebe ser la venganza: «Escúchame, Señor, abandonasus hijos al hambre, ponlos bajo el poder de la espada, yque sus mujeres queden sin hijos y viudas y sus hombressean golpeados de muerte, y sus jóvenes mueran por laespada en la batalla. No dejes impune su iniquidad» Oer

18,19.21.23). Esta es la reacción que consideraríamosnormal en una situación de injusticia tan escandalosa.Podemos advertir en la actitud de Jeremías un ciertoprogreso respecto a la reacción humana instintiva, quesería empuñar en la mano la espada y realizar por símismo la venganza. Jeremías confía la venganza a Dios,lo cual implica una victoria sobre el impulso hacia laviolencia. Pero Jesús lleva a una victoria mucho másradical y mucho más positiva, supera su dolor y, en vezde renunciar como Jeremías a un comportamiento gene~roso, lo lleva hasta el extremo: «Habiendo amado a lossuyos que estaban en el mundo, los amó hasta el puntoextremo del amor» OnU, 1).

Jesús anticipa la propia muerte, la hace presente enel pan partido, que se convierte en su propio cuerpo, yen el vino derramado, que es su sangre, y transforma lapropia muerte en un sacrificio de Alianza para el biende todos. No es posible imaginar generosidad más gran~de que esta, ni una transformación más radical de estemismo acontecimiento.

Cuando se habla de la Eucaristía, se suele insistiren la transformación del pan en el Cuerpo de Cristoy del vino en su sangre, la transustanciación, cuya im~portancia es evidentemente decisiva: sin ella no habríasacramento. Pero no se piensa en subrayar otra trans~formación, no menos extraordinaria, y en cierto sentidomás importante para nuestra vida: la transformación deun acontecimiento de ruptura en un medio apto paraestablecer la comunión con Dios y con los hermanos, latransformación de la sangre derramada por un crimende los enemigos en sangre de Alianza. Esta transforma~ción es verdaderamente estupenda, es una verdaderavictoria del amor.

Para el Antiguo Testamento, la muerte era un acon~tecimiento de ruptura radical y definitiva, con los hom~bres y con Dios. Ahora no la podemos percibir de estemodo, porque Jesús, en la Última Cena, transformó elsentido de la muerte. Vemos que la muerte rompe loslazos físicos entre las personas. No es posible comuni~carse con un muerto, y de nada sirve hablarle. No sepuede tener ningún contacto personal recíproco, y estoprovoca tristeza y dolor. Pero sabemos que estamos uni~dos espiritualmente con nuestros difuntos en Cristo. Laruptura no es totaL En el Antiguo Testamento parecíatotaL

La muerte provoca sobre todo la ruptura de las rela~ciones con Dios. Este era el aspecto más tremendo parala gente religiosa. La muerte es castigo del pecado, últi~ma consecuencia del pecado, grado extremo de rupturaentre la persona humana y Dios. Cuando en el AntiguoTestamento pensaban en la muerte, pensaban en estatremenda ruptura. Golpeado por una enfermedad mor~tal, el rey Ezequías exclama: «No veré más al Señor enla tierra de los vivos» (ls 38,11). Al Señor se le ve en latierra de los vivos, no se le ve en el Seol de los muertos.La gente del Antiguo Testamento percibía el contrasteviolento entre el Dios viviente y el hombre muerto yno encontraba ninguna relación positiva entre ellos.En el Salmo 87/88, el orante se vuelve a Dios con estaspalabras: «Yavoy tras aquellos que descienden a la fosa.Me siento como un hombre finito relegado entre losmuertos: como los que han sido matados y yacen en elsepulcro, de los que tú no te acuerdas, separados de tumano para siempre» (Sal 87188,5~6). Dios no tiene ja~más un recuerdo para los muertos, la ruptura es comple~ta. Según la concepción del Antiguo Testamento, como

sabéis bien, los muertos iban a terminar en el Seol, estoes, en un lugar subterráneo y tenebroso donde llevabanuna existencia de larvas, indigna del hombre y aún másindigna de Dios. Eran olvidados por Dios.

Este doble aspecto de ruptura provocada por la muer~te era todavía más trágico por cuanto se trataba de lamuerte de un condenado. La muerte de una personahonesta causa dolor y tristeza en los demás: se habríadeseado que no hubiera muerto. Por el contrario, lamuerte de un condenado expresa que ha sido rechaza~do por la sociedad, que no lo quiere y lo condena pararomper con él de un modo completo y definitivo. En elpueblo elegido la condena se realizaba según la ley deDios y, por tanto, el condenado era considerado malditode Dios.

Es precisamente esta situación de ruptura completala que Jesús debe afrontar en la Última Cena. San Pablono ha dudado en decir que Cristo «se ha convertido enmaldición», porque está escrito «maldito el que pendedel madero» (Gál 3,13; Dt 21,23). Jesús asume estasituación y hace de ella la ocasión de un amor extremo,un instrumento de comunión con Dios y con los her~manos, un medio de fundar la Nueva Alianza. Circuns~tancias más contrarias a la fundación de una Alianza nose podían imaginar. Jesús sabe que será entregado, queserá abandonado por todos sus discípulos, renegado porPedro, arrestado, acusado falsamente, condenado con lapeor de las injusticias, asesinado. Y precisamente estosacontecimientos crueles e injustos él los hace presentesanticipadamente en la Última Cena y los transforma enun don de amor, en ofrenda de Alianza.

Si lo pensamos seriamente, estas circunstancias de~berían dejarnos profundamente estupefactos. No nos

damos cuenta suficientemente de la extraordinariatransformación realizada por Jesús en aquel momen,to y de la generosidad de corazón con que concibió yrealizó dicha transformación. No nos damos cuentasuficientemente del dinamismo de amor victorioso querecibimos cuando celebramos la Eucaristía y recibimosla comunión. Una dinámica que debe hacernos fácil lavictoria sobre los obstáculos del amor y darnos fuerzaspara transformar los mismos obstáculos en ocasión paraprogresar en el amor. Cuánta vergüenza debemos sentirpor todas nuestras faltas de amor, por todos los fallos denuestro amor.

Una Alianza debe tener necesariamente dos di,mensiones: una vertical, la relación con Dios, y otrahorizontal, de relación con los hermanos. Son las dosdimensiones de la cruz, que son muy significativas,con el Corazón de Jesús en el centro, que permite launión de estas dos dimensiones. En la fundación de laalianza del Sinaí, la dimensión más visible era la ver,tical. Se lee en el Éxodo que Moisés «tomó el libro dela Alianza, lo leyó en la presencia del pueblo. Dijeron:cuanto el Señor ha ordenado, nosotros lo haremos ylo seguiremos». Moisés tomó la sangre de animales in,molados y roció con ella al pueblo, diciendo: «He aquíla sangre de la Alianza, que el Señor ha concluido convosotros sobre la base de estas palabras» (Éx 24,7,8).Dimensión vertical de las relaciones entre el pueblo yDios.

En la Última Cena, por el contrario, la dimensiónque aparece más claramente es la horizontal del dona los hermanos. El contexto es el de una cena juntos,un contexto de fraternidad humana. Toda comidaentre muchas personas reunidas tiene este significado

de unión entre las personas, de acogida recíproca, derelaciones amistosas, fraternas. En este contexto decomida tomada en común, Jesús ofrece en alimento elpropio cuerpo y como bebida la propia sangre: «Esto esmi cuerpo entregado por vosotros... este cáliz es la nue~va Alianza en mi sangre, derramada por vosotros» (Lc22,19~20).Se trata de una comunión fraterna expresadadel modo más íntimo y más perfecto posible. La sangrede la Alianza se da no por aspersión, como aconteció enla primera Alianza del Sinaí, sino que es entregada paraser bebida. El resultado es una inmanencia recíproca:«El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí yyo en él» On 6,56). No es posible realizar una Alianzamás estricta. Este aspecto de comunión profunda entreJesús y los discípulos presente en la Última Cena no seencuentra en el Calvario, donde se manifiesta sólo elaspecto de completa ruptura. Jesús sobre la cruz muererechazado por la multitud. Gracias a la Última Cenasabemos que muere por la multitud y funda la Alianzacon Dios.

La dimensión vertical de la Última Cena es menosevidente, pero esencial, pues condiciona la dimensiónhorizontal: no puede haber una verdadera relaciónentre hermanos si no existe la relación con el Padre.¿Dónde se manifiesta la dimensión vertical? Se mani~fiesta en una sola palabra: eucharistesas, «habiendo dadogracias» (Lc 22,19), palabra que expresa la acción degracias que Jesús pronuncia dos veces, la primera sobreel pan y después sobre el cáliz. Se trata de una oraciónde importancia extrema. La Iglesia lo comprendió bien,porque llamó al sacramento «Eucaristía», palabra grie~ga que significa «acción de gracias». La Eucaristía es elsacramento de la acción de gracias.

Durante su vida, Jesús asumía con frecuencia es,pontáneamente la actitud filial de amor agradecido. Esuna actitud que corresponde a su condición de Hijo:el Hijo lo recibe todo del Padre, por ello su reacciónnormal es la de recibir con gratitud filial los dones delPadre. Los evangelios nos refieren algunos casos en queJesús dio gracias públicamente al Padre. Vamos a tomaren consideración dos que tienen especial relación conla Eucaristía. Se trata de dos situaciones en las que nonos habría venido a la mente el pensamiento de dargracias a Dios: una situación de carencia y una de luto.La situación de carencia es la que,precede a la multipli,cación de los panes: en un lugar desierto donde se hanreunido miles de personas con hambre y Jesús tiene a sudisposición sólo siete panes. No es una situación paraalegrarse y dar gracias, pues faltaba lo necesario. En elÉxodo, en una situación semejante en que faltaba elalimento, el pueblo ciertamente no daba gracias, sinoque murmuraba, se rebelaba (cf Éx 16,2,3). Jesús, encambio, da gracias al Padre (Mt 15,36; Mc 8,6) y así dacomienzo la multiplicación de los panes. Con su acciónde gracias, Jesús abrió la vía a la generosidad del Padre.La situación de luto es aquella que sigue a la muerte deLázaro. Jesús se hace guiar hasta la tumba de su amigo,la hace abrir y, frente al sepulcro abierto, se vuelve alPadre con esta plegaria completamente inesperada enaquellas circunstancias: «Padre, te doy gracias porqueme has escuchado» On 11,41).

En la Última Cena, Jesús da gracias. Tampoco es estauna situación de gozo fácil. Es una situación trágica, detraición. Jesús da gracias. A primera vista, esta acciónde gracias se presenta como un hecho ordinario de lavida cotidiana. La plegaria al comienzo de la comida.

Cuando los apóstoles escuchan la acción de gracias deJesús, el significado que perciben es este: «Padre, te doygracias por este pan que me has dado, tú que alimentasgenerosamente a todas tus criaturas. Te doy gracias poreste vino, símbolo de tu amor, con el cual alegras el co~razón de los hombres». Jesús mismo sabe bien lo que vaa decir y hacer en el momento siguiente: sabe muy bienque ese alimento no continuará siendo un alimento or~dinario, que este pan y este vino no continuarán siendopan y vino materiales. Mientras da gracias, sabe que elPadre le ofrece la posibilidad de un don incomparable~mente más grande, más sustancioso, más generoso: eldon de sí mismo para comunicar a los hombres el amordivino, la vida divina.

El primer aspecto de la Eucaristía es, en efecto, noel de ser un don de Cristo a nosotros, sino un don delPadre. En el discurso del pan de vida, Jesús había dicho:«No es Moisés el que os dio el pan del cielo, sino mi Pa~dre os da el pan del cielo, el pan verdadero» (Jn 6,32).Jesús es plenamente consciente de que el don que él nosda proviene del Padre. No pretende tener la iniciativa,sino que da gracias al Padre, que le permite transmitireste don: «Tedoy gracias, Padre, porque, por medio deeste pan que tengo en mis manos, yo mismo me con~vertiré en pan de vida para el mundo. Te doy graciaspor haberme dado un cuerpo que puedo transformar enalimento espiritual, por haberme dado una sangre quepuedo derramar y transformar en bebida de Alianza.Por haberme dado sobre todo un corazón lleno de amorque desea ardiente mente hacer este don». La Eucaris~tía es un don del Padre, que da a sus hijos un alimentoexcelente. La Iglesia recibe la Eucaristía como un dondel Padre. Este aspecto se expresa ordinariamente en las

oraciones litúrgicas después de la comunión, que tienenun aspecto sorprendente. Después de la comunión,parecería que habría que dar gracias a Jesús, que se nosha dado a nosotros. La Iglesia, en cambio, nos hacedar gracias al Padre. El Padre que nos ha acogido en sumesa, dicen las oraciones. El Padre que nos ha alimen,tado con el cuerpo y la sangre de su Hijo. La Eucaristíaes un don del Padre.

En el discurso del pan de vida, Jesús había dicho: «Elpan que yo os daré es mi carne por la vida del mundo»On 6,51). Jesús, en la Última Cena, no limita su miradaal pequeño grupo que le acompaña, sino que dice a losdiscípulos: «Haced esto en memoria mía», pensandoen mucha otra gente. Su acción de gracias está así enel origen de una nueva multiplicación. No de panes,en plural, sino del pan, del único pan, que es él mismo.Una multiplicación ahora más maravillosa y más impor,tante que la que aconteció en el desierto. En efecto, lafinalidad última no era tanto la de satisfacer y calmarel hambre de miles de personas, sino la de prefigurar lamultiplicación del pan eucarístico. La multiplicación delos panes era un signo. Jesús lo dice explícitamente, eldía después (Jn 6,26). Cuando en la Última Cena Jesúsda gracias al Padre, piensa en esta distribución infinita:«Padre, me uno a ti con inmensa gratitud, porque túhaces de mí el pan vivo que ha sido dado para la vidadel mundo, multiplicable hasta el infinito para todos loshombres».

Si ahora confrontamos la acción de gracias de Jesúsen la Última Cena con la acción de gracias ante latumba de Lázaro, en un primer momento llama la aten,ción la diferencia. Por una parte, vemos una plegariahecha ante un sepulcro abierto; por otra, un alimento

tomado por el grupo en la intimidad del cenáculo. Pero,reflexionando un poco, podemos percibir una profundasemejanza entre estas dos plegarias. En ambos casos, .Jesús debe afrontar la muerte y vencerla. En el primercaso, debe afrontar la muerte de su amigo Lázaro yvencerla. En el segundo caso, debe afrontar su propiamuerte y vencerla. En ambos casos, Jesús da gracias alPadre antes de lograr la victoria. Podemos decir que, enla Última Cena, Jesús expresa los mismos sentimientosque había expresado ante la tumba de Lázaro, cuandole había dicho: «Padre, te doy gracias porque me hasescuchado» (Jn 11,41). Entonces estaba seguro de serescuchado por el Padre y de lograr la victoria sobre lamuerte del amigo. De manera semejante, en la ÚltimaCena da gracias plenamente al Padre por la victoria quelogrará sobre la muerte: «Padre, te doy gracias porque séanticipadamente que me das la victoria sobre la muertepara mí y para todos. Te doy gracias porque pones en micorazón toda la fuerza de tu amor, capaz de vencer lamuerte transformándola en ocasión del don más com~pleto y perfecto de mí mismo. Gracias a la fuerza de esteamor que viene de ti, mi cuerpo se convertirá, a travésde la muerte, en el pan de vida. Mi sangre derramadase convertirá en fuente de comunión, sangre de alian~za. Todos podrán recibir este don: Padre, te doy graciaspor esta posibilidad maravillosa». En cuanto acción degracias anticipada, que se realiza antes de la victoria,esta oración constituye propiamente una revelaciónexcepcional de la vida interior de Jesús, de su unión conel Padre en la confianza más absoluta.

Al mismo tiempo, esta acción de gracias constituyeuna acción extremadamente eficaz, porque es decisivapara todos los acontecimientos posteriores: institución

de la Eucaristía, Pasión, Resurrección, fundación de laNueva Alianza. Todo depende de esta acción de gracias,porque todo depende del don generoso del Padre, reci~bido por Jesús con gratitud perfecta.

Ahora podemos hacer brevemente una comparacióncon el Antiguo Testamento, para darnos cuenta mejorde la novedad de la Eucaristía como sacrificio de ac~ción de gracias. El Antiguo Testamento conocía estossacrificios de acción de gracias, llamados en hebreotoda, palabra que expresa reconocimiento. El esquemahabitual es muy simple: una persona que se encuentraen peligro de muerte invoca a Dios con una plegaria in~tensa, y promete ofrecer un sacrificio de acción de gra~cias si escapa de la muerte. Esta condición se verifica, yla persona se acerca al templo para ofrecer, en medio deuna asamblea festiva, el sacrificio de acción de gracias,el cual concluye con el paso a la comunión (una comi~da de comunión, es decir, una comida sacrificial, en lacual todos comen víctimas inmoladas). Es un esquemaque está presente con frecuencia en los salmos. Lo sor~prendente, en el caso de Jesús, es que realizó la acciónde gracias al comienzo, cuando normalmente se hace alfinal. En la Última Cena, sabemos bien que Jesús anti~cipó su muerte, la hizo presente anticipadamente. Peroquizá no reflexionamos suficientemente sobre el hechode que Jesús anticipó también la acción de gracias finalpor la victoria sobre la muerte, obtenida a través de sumisma muerte. Puso en primer lugar el elemento quehabitualmente se pone el último: la acción de graciascon la cena de comunión. Lo ha puesto al principioporque es el elemento fundamental, decisivo.

Todas estas observaciones nos ayudan a comprenderla profundidad del misterio y la fuerza del amor que

realizó tal transformación. El amor que proviene delPadre pasa a través del corazón de Cristo y transformaun acontecimiento trágico y escandaloso en una fuente·de gracia infinita. Cuando celebramos la Eucaristía ycomulgamos, recibimos en nosotros este intenso dina~mismo de amor, capaz de transformar todos los aconte~cimientos en ocasión de la victoria del amor. Debemostomar más viva conciencia de ello.

11El sacrificio de Cristo

(Heb 9,11~12)

Volvamos esta mañana a la Carta a los hebreos: os pro~pongo meditar sobre el sacrificio de Cristo tal como estápresentado en la sección central de esta predicación(Heb 8 y 9).

El autor nos presenta una doctrina muy substanciosadel sacrificio de Cristo. En el lenguaje corriente, la pala~bra «sacrificio» ha llegado a ser más bien negativa, puessignifica «privación». Sin embargo, en su sentido religio~so es muy positiva, yel autor nos lo hace percibir.

El sacrificio de Cristo comprende lo interno del mis~terio pascual: muerte y glorificación. La glorificaciónforma parte del sacrificio de Cristo. Es la perspectivapositiva la que la Carta de los hebreos nos ofrece. «Sa~crificar», en efecto, no significa «privar», significa «ha~cer que algo sea sacro», al igual que «santificar» signifi~ca «hacer que algo sea santo», o «simplificar» significa«hacer que algo sea simple». Por tanto, el sacrificio esun acto muy positivo y fecundo, que da un gran valor auna ofrenda. El sacrificio de Cristo comprende su glori~ficación. Sin su glorificación sería incompleto, no habríallegado a ser fundamento de la Nueva Alianza, porqueCristo no habría alcanzado a Dios y no habría logrado

unir nuestra miseria a la santidad de Dios. Cristo llegóa ser el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza porque,gracias a su Pasión y a su glorificación, pasó de la tierraal Santuario celeste, y adquirió así la capacidad de in~troducirnos en la plena comunión con el Padre y en laplena y perfecta comunión fraterna.

Para percibir mejor el valor religioso de la pasión yde la resurrección de Cristo, el autor expresa el misteriopascual en un lenguaje cultual, y lo pone en relacióncon el culto sacerdotal antiguo, mostrando las seme~janzas y también las grandes diferencias con él. Hemosobservado que, cuando Jesús anunciaba la NuevaAlianza, no explicaba en qué modo sería esta institui~da, ni cuál sería el acto fundador de la misma. El autorde la Carta a los hebreos, sin embargo, ha estado muyatento sobre este punto. Ha percibido que la Alianzadebe fundarse necesariamente en un acto de media~ción capaz de eliminar los obstáculos y de establecer lacomunión entre nosotros y Dios. Para fundar la NuevaAlianza era necesaria, como para la Antigua, una me~diación sacrificial, pero este acto de mediación debíaser muy distinto de los antiguos intentos de mediación,que habían sido ineficaces. Este acto de mediación esla ofrenda sacrificial de Cristo. El autor profundiza estetema en la sección central de su predicación, esto es, enlos capítulos 8 y 9.

Estos capítulos se caracterizan por la estrecha co~nexión que el autor establece entre el culto y la Alianza.Introduce en primer lugar el tema del culto al comienzodel capítulo 8, en el que afirma que Cristo es el minis~tro litúrgico del Santuario y ha ofrecido un sacrificio.Después introduce el tema de la Alianza, en conexióncon el culto, en el versículo 6, diciendo: «Ahora bien,

él obtuvo un ministerio tanto mejor cuanto es mediadorde una Nueva Alianza, fundada en promesas mejores».El autor cita y comenta brevemente el bellísimo orá~culo de Jeremías, que anuncia la Nueva Alianza (Heb8,8~12). Al comienzo del capítulo 9, el autor retorna altema del culto, diciendo que «la primera Alianza teníasus ritos litúrgico s y su santuario terreno». Describe elantiguo culto hasta el versículo 10 y después contra~pone a este culto el sacrificio de Cristo, la ofrenda deCristo, el nuevo culto. En el versículo 15 del capítulo 9,trata de nuevo el tema de la Alianza diciendo que, consu ofrenda, Cristo ha venido a ser «mediador de unaNueva Alianza». Expone esto hasta el versículo 23 yconcluye con el tema del culto en los versos 24 a 28. Enestos dos capítulos hay una alternancia continua entreculto y alianza, que afirma una estrechísima conexiónentre estas dos realidades.

Este nexo constituye una novedad respecto al Anti~guo Testamento. En efecto, el libro del Levítico, cuandotrata del culto y de las prescripciones para los sacrificios,no presenta el tema de la Alianza. Por otra parte, el orá~culo de Jeremías, como ya mencioné, habla mucho dela Alianza, pero no dice nada del culto. Para el autor dela Carta a los hebreos, en cambio, culto y alianza estánestrictamente unidos. Esto corresponde a su conceptode sacerdote como hombre de la mediación. La ofrendaha sido realizada para establecer una Alianza y no esposible establecer una Alianza sin hacer una ofrenda.

La Alianza antigua no se consumó, porque estabafundada sobre un culto inadecuado. En el capítulo 9 elautor analiza este culto para demostrar que no lograbarealizar su finalidad. Comienza diciendo: «La primeraAlianza tenía sus ritos litúrgicos y su santuario terreno»

(Heb 9,1). El santuario de la Antigua Alianza era terre,no, fabricado por los hombres. Un santuario terreno noes un instrumento adecuado para obtener la comunióncon Dios. Lo dice ya el Antiguo Testamento (cf 1Re8,27; Is 66,1). En los versículo s siguientes el autor nohace referencia al templo de Jerusalén, sino a la Tienda,porque quiere fundar sus discursos sobre la ley de Moi,sés, sobre el Pentateuco, el cual no habla del templo,sino sólo de la Tienda del Éxodo. El autor describe laTienda dividida en dos partes: la primera parte se llamala «primera Tienda». La primera Tienda era la vía paraentrar en la segunda: conviene tener este conceptomuy presente. La segunda era considerada la habitaciónde Dios, pero no lo era verdaderamente. Una primeraTienda fabricada por el hombre sólo puede introduciren una segunda Tienda fabricada por el hombre, la cualno es verdaderamente la habitación de Dios. El autorrecuerda el ordenamiento de las ceremonias, según lascuales en la primera Tienda entran en todo tiempo lossimples sacerdotes para hacer las ceremonias del culto;en la segunda, en cambio, entra sólo el Sumo Sacerdoteuna sola vez al año, no sin llevar la sangre que ofrecepor los pecados (Heb 9,6,7).

Este era el sistema antiguo. Un sistema de separacio'nes sucesivas para acercarse prudentemente a la santi,dad de Dios. Pero de este modo no se establecía un ver,dadero contacto con Dios. El autor dice que, con estosritos, «el Espíritu Santo intentaba mostrar que todavíano se había manifestado la vía del Santuario, mientrassubsistiera la primera Tienda» (Heb 9,8). Las traduc,ciones suelen decir «todavía no estaba abierta la vía»,porque se suele decir que una vía está abierta o cerrada,pero el autor no ha dicho abierta, ha dicho manifestada,

que no es 10 mismo, es decir, no se conocía la verdaderavía. La primera Tienda del Antiguo Testamento no erala vía para el verdadero Santuario, y no se sabía cuál eraesta vía. No se había manifestado todavía.

No era el modo de recorrer la verdadera vía, porquese ofrecían, dice el autor, «dones y sacrificios que nopodían hacer perfecto en la conciencia al oferente»(Heb 9,9). Con esto el autor expresa una idea originalsobre la finalidad del sacrificio. Espontáneamente, lossacrificios se conciben como dones hechos a Dios paraobtener favores de Él. En este caso, el sacrificio se con~cibe sobre el modelo de 10 que acaece en las relacioneshumanas. La finalidad es cambiar las disposiciones deDios. Veamos por ejemplo en el Génesis los sacrificiosde Noé. Noé sale del Arca, construye un altar, ofreceholocaustos al Señor, el cual, dice el texto, «olió lasuave fragancia y dijo: "No maldeciré jamás el suelo acausa del hombre"» (Gén 8,21). La disposición de Diosha sido cambiada por el sacrificio de Noé. El autor deHebreos, sin embargo, dice que la finalidad del sacrificioes cambiar la disposición del hombre, no las disposicio~nes de Dios. Su finalidad es la de «hacer perfecto enla conciencia al oferente», ofrecer a Dios un corazónpurificado y dócil. Claramente, los sacrificios antiguosno tenían esta capacidad. ¿Cómo podían, en efecto, loscadáveres de animales inmolados cambiar la concienciade una persona humana? No hay ninguna relación en~tre estas dos realidades. Así, el sistema de ofrendas delAntiguo Testamento resultaba inadecuado. Hasta queno sea cambiado el corazón del hombre no es posibleuna relación auténtica con Dios, y por tanto no se hacerealidad la finalidad del sacrificio. En el Antiguo Testa~mento, dice el autor, se trataba solamente de alimentos

y bebidas, de varias abluciones. Todos ritos externos:«Ritos de carne», dice literalmente. Prescripciones queson de pureza ritual, pero que no cambian para nada elcorazón del hombre.

Como veis, el autor hace una crítica muy fuerte alculto antiguo ya su incapacidad de establecer una me~diación auténtica. En el culto antiguo había ciertamentealgo muy laudable: la aspiración religiosa se expresabacomo ofrenda generosa. Esto es positivo. Pero una as~piración religiosa no basta para cambiar la concienciade un pecador. Para dar al hombre pecador el contactoauténtico con Dios es necesaria una mediación eficaz.El pecador debe ser ayudado por un mediador que nosea él mismo un pecador y que abra la vía a la comuni~cación con Dios. Este es el problema de la Alianza.

Cuando viene Cristo, se manifiesta la vía, se esta~blece la comunicación: se funda la Alianza. El autor loafirma con tono triunfal en el capítulo 9, versículos 11y siguientes. Traduzco literalmente: «Cristo, sin embar~go, vino como Sumo Sacerdote de los bienes futurospor medio de la Tienda más grande y más perfecta, noconstruida por la mano del hombre, esto es, no perte~neciente a esta creación, y no por medio de la sangrede machos cabríos ni de novillos, sino por medio de supropia sangre entró de una vez por todas en el Santua~rio, habiendo obtenido una redención eterna». Estafrase presenta en un lenguaje propio del culto todo elmisterio pascual de Cristo: Pasión, Resurrección, As~censión. Porque el Santuario en el cual Cristo entra noes el material, sino el celeste, como precisa más tarde elautor (Heb 9,24). Entrando en el verdadero Santuario,Cristo restableció la comunicación entre el hombre yDios: nos abrió la vía hacia Dios. Más aún, él mismo se

convirtió en la Vía. En el cuarto evangelio, Jesús dice:«Yosoy el camino» (Jn 14,6). Es la Vía que ha logradosu finalidad, gracias a su misterio pascuaL

En cuanto Hijo de Dios, Jesús ciertamente no te~nía necesidad personal de un sacrificio, pero sí por sunaturaleza humana igual a la nuestra. Por medio de suofrenda generosa, obtuvo que su naturaleza humanafuera transformada e introducida en la intimidad ce~leste de Dios. ¿Con qué medios restableció la comu~nicación? El autor habla de dos medios, de un modoparalelo. Se vale hábilmente de la preposición griegadía, que significa «a través de» y que puede significartambién «por medio de»: Cristo entró en el Santuarioverdadero «por medio de la Tienda más grande ... y pormedio de su sangre».

El segundo medio es muy fácil de interpretar. Lasangre de Cristo evidentemente significa la ofrendade su vida, indica su muerte violenta, transformada enofrenda de amor. La sangre de Cristo se contrapone a lade los machos cabríos y novillos. Víctimas inconscien~teso Aquí podemos admirar la generosidad de Cristo,nuestro Sumo Sacerdote. Él no fue a buscar en mediodel rebaño un cordero sin mancha, como exigía el rituallevítico, para ofrecerlo en sacrificio: ofreció su propiavida, afrontando los sufrimientos y la muerte en laperfecta obediencia a la voluntad salvífica del Padre ycon un amor generosísimopor nosotros los hombres. Susangre expresa este aspecto de muerte violenta trans~formada en ofrenda de obediencia filialy de solidaridadfraterna.

Enseguida veremos, por tanto, qué representa lasangre. Pero, ¿qué entiende el autor cuando habla dela Tienda más grande y más perfecta, sobre la cual in~

siste mucho? Sobre la identificación de esta Tienda, losexegetas se muestran perplejos. Las explicaciones máshabituales que dan a esta Tienda es que representa loscielos inferiores. Cristo debió atravesar los cielos inferio~res para penetrar con su naturaleza humana en el cielodivino. Pero esta explicación no es satisfactoria. Porquelos cielos inferiores eran una vía conocida desde siemprey la nueva vía no era conocida, no se había manifestado.Por otra parte, los cielos inferiores forman parte de estacreación, como ha dicho el autor en el capítulo 1, yperecerán con esta creación (Heb 1,1O~12), como diráde nuevo en el capítulo 12 (v. 26~27). Además, el para~lelismo que establece el autor, muy estricto en la frasegriega, entre la Tienda y la sangre, no se explica si laTienda se identifica con los cielos inferiores. Los cielosy la sangre no son realidades paralelas.

San Juan Crisóstomo propuso una interpretación másprofunda, más fiel al texto, más rica desde el punto devista espiritual y doctrinal. Afirmó que «la Tienda másgrande y más perfecta no pertenece a esta creación»,sino que es el cuerpo de Cristo. Pero es necesario preci~sar y decir: el cuerpo de Cristo glorificado. Porque, antesde la glorificación, el cuerpo de Cristo pertenecía a estacreación, era un cuerpo como el nuestro. Por medio dela glorificación, se convirtió en nueva creación. Segúnla Carta a los hebreos, la nueva vía para entrar en laintimidad de Dios es la naturaleza humana de Cristotransformada en su sacrificio, glorificada. El paralelismocon la sangre se capta entonces perfectamente. Cristoentró en la intimidad divina por medio de su cuerpo glo~rificado y por medio de su sangre. Esto es perfectamentecoherente. El paralelismo entre cuerpo y sangre corres~ponde a los dos aspectos de la ofrenda: Cristo derramó

la propia sangre, ofreció generosamente la propia viday con esta ofrenda suya obtuvo la transformación de lanaturaleza humana, la renovó, haciéndola digna de en~trar en la intimidad de Dios. Su naturaleza humana seconvirtió en la vía que conduce a la intimidad gloriosade Dios. Vía que no se había manifestado al principio, yque era completamente ignorada, pero que se manifestóen el misterio pascual de Cristo.

Este concepto de la Carta a los hebreos correspondea una enseñanza de los evangelios, con alguna preci~sión más. En el cuarto evangelio, como he recordadoya, cuando los judíos preguntan a Jesús con qué auto~ridad ha expulsado a los mercaderes del templo, Jesúsresponde: «Destruid este Templo y en tres días lo haréresurgir» (Jn 2,19). El evangelista comenta: «Hablabadel templo de su cuerpo» (Jn 2,21). El misterio de lamuerte y resurrección de Jesús se presenta en el cuartoevangelio como el misterio del Santuario terreno, quese transforma en tres días y se convierte en el Santuarioceleste por medio de la Pasión y de la Glorificación. Enlos sinópticos, la única acusación que hay contra Jesúsdurante el proceso ante el Sanedrín es precisamente lade haber declarado: «Yodestruiré este Santuario hechopor la mano del hombre y en tres días reedificaré otrono hecho por la mano del hombre» (Mc 14,58). El autorde la Carta a los hebreos ha elegido la misma califica~ción para la Tienda: no ha sido hecha por la mano delhombre. La acusación era falsa, dicen los Sinópticos,porque Jesús no había dicho jamás: «Yodestruiré». PeroJesús había predicho la destrucción del Templo y anun~ciado la construcción de un nuevo Santuario. El cuerpoglorificado de Cristo es la verdadera Tienda; constituyepara nosotros la vía para entrar en la intimidad de Dios.

Por medio de este cuerpo, Cristo mismo se presentó enel cielo al Padre a favor nuestro.

La contribución original de la Carta a los hebreosconsiste en la distinción entre las dos partes del lugarsagrado: la vía y la habitación de Dios. El vestíbulo y elSanto de los Santos. La habitación de Dios existe desdesiempre en el cielo, no había que reconstruida, peroera necesario construir el vestíbulo, una vía adaptadaa esta habitación celeste no hecha por la mano delhombre. Esta vía es el cuerpo glorificado de Cristo, dela que se dice que es «más perfecta» que el Santuarioantiguo, porque la humanidad de Cristo se hizo perfec~ta por medio de sus sufrimientos. El autor lo ha dichoen los capítulos anteriores (Heb 2,10 y 5,8~9). Por otraparte, esta Tienda es «más grande» que el Santuarioantiguo, porque con su ofrenda Cristo obtuvo quetodos los creyentes pudieran convertirse en miembrosde su Cuerpo, como afirma explícitamente san Pablo:«Ahora bien, vosotros sois el Cuerpo de Cristo y susmiembros cada uno por su parte» (ICor 12,27). «Pormedio de la Tienda más grande y más perfecta», es de~cir, por medio de su cuerpo glorificado, «entró de unavez por todas en el Santuario». Antes de la Pasión, sucuerpo pertenecía a esta creación, era un cuerpo comoel nuestro, pero, por medio de su Pasión, se efectuó unanueva creación, que fue inaugurada con su Resurrec~ción. San Pablo afirma que «aquellos que son de Cristoson una nueva creación» (2Cor 5,17), a fortiori, Cristomismo es nueva creación. Por tanto, los dos mediosque restablecen la comunicación entre nosotros y Diosy fundan la Nueva Alianza son el cuerpo y la sangre deCristo. Lo recibimos en la Eucaristía; podemos entraren la intimidad de Dios en cuanto formamos parte del

cuerpo glorificado de Cristo, y esto se hizo posible porla sangre que él derramó, esto es, por su ofrenda gene~rosísima en la Pasión.

Así, la Carta a los hebreos nos ofrece un modo sacer~dotal y sacrificial de comprender el misterio pascual deCristo. San Pablo sugería la interpretación sacrificial,cuando decía: «Nuestra Pascua fue inmolada, es Cris~to» (1Cor 5,7). La Carta a los efesios es todavía másexplícita, porque dice que «Cristo nos ha amado y seha entregado a sí mismo por nosotros en una oblacióny sacrificio a Dios» (Ef 5,2). El autor de la Carta a loshebreos se ocupa de este filón de un modo profundo yasí nos introduce verdaderamente en el dinamismo delsacrificio de Cristo, un dinamismo intenso que parte denuestra miseria humana y llega a la intimidad celeste deDios. Somos unos privilegiados porque podemos aprove~charnos siempre de este dinamismo intenso.

12El Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo

(Heb 9,14)

Prosigamos nuestra meditación sobre el sacrificio deCristo como aparece en la Carta a los hebreos, unsacrificio que comprende la Pasión y la Resurrección.Veamos ahora su relación con el Espíritu Santo, graciasa una frase muy importante de la Carta a los hebreosque sigue al pasaje que meditamos anteriormente. Enlos versos 13 y 14 del capítulo 9, el autor, con un largoperíodo, da cuenta de la eficacia de la sangre de Cristopara la fundación de la Nueva Alianza. Comienza conuna referencia a los sacrificios antiguos, para hacer des~pués un a fortiori: «Si la sangre de los machos cabríos ynovillos y la ceniza de una novilla esparcida sobre aque~110sque están contaminados los santifican purificándo~los en la carne, j cuánto más la sangre de Cristo, el cualcon el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin manchaa Dios, purificará nuestra conciencia de las obras demuerte para servir al Dios viviente! Por eso él es elmediador de una Nueva Alianza». Es un pasaje muyrico desde el punto de vista doctrinal, que nos permiteprofundizar el misterio de la pasión y de la glorificaciónde Cristo y nos hace captar que la sangre derramada porCristo se convirtió en la sangre de la Nueva Alianza,

porque fue expresión de una ofrenda personal, perfecta,hecha bajo el impulso del Espíritu Santo.

En el culto antiguo se ofrecían dones y sacrificios ex~ternos, cadáveres de animales inmolados, que conferíanla pureza ritual necesaria para el culto externo, peroque no podían fundar una alianza auténtica con Dios,porque eran incapaces de tener un influjo sobre la con~ciencia de las personas. Cristo, en cambio, se ofreció así mismo sin mancha a Dios bajo el impulso del EspírituSanto. Su sacrificio fue una ofrenda personal y no unaofrenda externa. Una ofrenda de todo su propio ser hu~mano. La afirmación de que Cristo se ofreció a sí mismocompleta el aspecto pasivo expresado en el capítulo 5,cuando el autor dice que «Jesús fue hecho perfecto»,en pasiva. Pero Jesús no se contentó jamás con unaaceptación pasiva de la voluntad del Padre. En toda suvida se mostró lleno de iniciativa, afrontó las dificulta~des y tomó con resolución el camino de Jerusalén. EnGetsemaní permite voluntariamente que le arresten,prohibiendo a Pedro que le defienda.

Cristo «se ofreció a sí mismo», mientras el Sumo Sa~cerdo te antiguo no podía ofrecerse a sí mismo. No eradigno, no era capaz. No era digno porque era pecadory por tanto debía ofrecer para sí animales inmolados.No podía ser él una víctima grata a Dios, porque segúnel Levítico, la condición era que la víctima fuese «sinmancha» (Lev 1,3.10), y el Sumo Sacerdote no estabasin mancha de pecado. Por otra parte, no era capaz deofrecerse a sí mismo porque, siendo pecador, no teníaen sí mismo toda la fuerza del amor necesaria para ofre~cerse a sí mismo a Dios. Jesús, en cambio, fue víctimadigna y sacerdote capaz. Víctima digna, porque teníauna perfecta integridad moral y religiosa, era verdade~

ramente «sin mancha» (Heb 9,14) j como dice el autor,era «santo, inocente, inmaculado» (Heb 7,26). Fuesacerdote capaz en cuanto estaba lleno de la fuerza delEspíritu Santo.

La novedad que encontramos aquí consiste propia~mente en el papel que se atribuye al Espíritu Santoen la ofrenda de Cristo. Los evangelios mencionan elEspíritu Santo en relación con Jesús: en primer lugaren su concepción, después en el Bautismo en el Jordán,en el curso de su ministerio, pero no lo mencionan enla Pasión. En cambio, la Carta a los hebreos dice que elmisterio pascual de Cristo fue un misterio realizado bajoel impulso del Espíritu Santo.

Es verdad que el autor no dice propiamente EspírituSanto, dice «Espíritu eterno», expresión única en todala Biblia, y por eso se han propuesto diversas interpre~taciones, pero la única interpretación verdaderamentecoherente es la propuesta por la patrística griega, segúnla cual «Espíritu eterno» es otro modo de designar alEspíritu Santo. Sólo Dios es eterno, y por eso el Espíritueterno es el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo.

El adjetivo «eterno» no fue elegido sin motivo. Conél, el autor quiso expresar el valor de la ofrenda de Cris~to, realizada para darnos la posibilidad de obtener una«redención eterna», como ha dicho en el verso prece~dente (Heb 9,12), realizada para procurarnos «la heren~cia eterna», dirá en el verso siguiente (Heb 9,15), parafundar una «Alianza eterna», dirá al final (Heb 13,20).Sólo la potencia del Espíritu eterno podía comunicara Cristo la fuerza necesaria para realizar una ofrendade tan gran eficacia. Una ofrenda capaz de fundar unaAlianza verdaderamente nueva Y' eterna. Con esta inter~pretación, el sacrificio se sitúa en una bella perspectiva

trinitaria que volvemos a encontrar en una oración dela Misa recitada por el sacerdote antes de la comunión:«Domine Iesu Christe, filii Dei vivi, qui ex voluntate Patris,cooperante Spiritu Sancto, per mortem tuam mundum vivi~ficaste» (<<SeñorJesucristo, Hijo de Dios vivo, que porvoluntad del Padre y cooperando el Espíritu Santo, portu muerte vivificaste al mundo»).

En este texto (Heb 9,14), el acontecimiento delCalvario se contrapone implícitamente a los ritos delAntiguo Testamento, que el autor ha llamado «ritos decarne» (Heb 9,10), es decir, ritos en los cuales no ope~raba el Espíritu Santo y que no lograban la verdaderapureza, la verdadera santidad. San Juan Crisóstomo nossugiere que el autor quiso mostrar que el Espíritu Santoen este texto ha tomado el puesto del fuego del altar enlos sacrificios antiguos, y esto es muy sugestivo e inclusoinspirador de nuestra vida espiritual. ¿Cuál era la fun~ción del fuego en el culto antiguo? Podríamos decir queel problema del culto en el Antiguo Testamento era unproblema de ascensión, esto es, de cómo hacer llegarla ofrenda a Dios. El medio utilizado era el fuego delaltar. Por medio del fuego, las víctimas se transforma~ban en humo que se elevaba hacia el cielo, hasta Dios.Dios respiraba el humo de los sacrificios, que teníanun olor agradable: esta era la imagen adoptada (cf Gén8,20~21). La Biblia da una precisión importante a estepropósito. Precisa que no cualquier fuego puede servirpara esta finalidad. A fin de que la ofrenda pueda subirverdaderamente hasta Dios era necesario que el fuegohubiera descendido de Dios. Sólo un fuego descendidode Dios estaba en condiciones de subir al cielo llevan~do consigo la víctima ofrecida. El cuarto evangeliocontiene una frase que lleva a este sentido: «Ninguno

jamás ha subido al cielo sino aquel que descendió delcielo» On 3,13). El libro del Levítico refiere que el cul~to sacrificial del pueblo de Dios se había realizado pormedio de un fuego venido de Dios. En el momento dela inauguración del culto sacerdotal, el Levítico diceque «un fuego salido de la presencia del Señor consu~mó sobre el altar el holocausto y las grasas» (Lev 9,24).Un acontecimiento análogo se narra con ocasión de ladedicación del templo por parte de Salomón. Segúnel segundo libro de las Crónicas, «en cuanto Salomónhabía terminado de orar, cayó fuego del cielo que con~sumó el holocausto y las víctimas» (2Crón 7,1). Asíestaban seguros de la validez de los sacrificios. La Bibliaprescribe conservar cuidadosamente el fuego venido delcielo; el Levítico dice que «el fuego debe estar siempreencendido sobre el altar, sin dejado apagarse» (Lev 6,6).Era, pues, siempre el mismo fuego venido del cielo elque servía para ofrecer los sacrificios.

Encontramos aquí una intuición profunda respectoa la naturaleza de este fuego: sacrificar no es algo paralo que el hombre está capacitado. No es una acción hu~mana. Sacrificar es una acción divina. Sólo Dios puedehacer sagrada una ofrenda. Para realizar un sacrificio nobastan los medios terrenos, ni el fuego encendido porel hombre. Se requiere un medio celeste, un fuego quevenga de Dios mismo. El hombre no está capacitadopara sacrificar, para hacer que algo sea sagrado, sólopuede presentar una ofrenda. Sólo Dios la puede hacersagrada, metiendo dentro su fuego divino, su santidad,que es «un fuego devorador» (Dt 4,24; 9,3).

Esta intuición es muy válida, y la debemos recu~perar. Era imperfecta, porque el fuego divino estabaconcebido como un fuego material, como el rayo que

cae desde el cielo. El autor de la Carta a los hebreossuperó esta concepción imperfecta y, reflexionandosobre la pasión de Cristo, descubrió el verdadero signi~ficado de este símbolo. El fuego de Dios no es el rayoque cae de las nubes; es el Espíritu de santificación. ElEspíritu Santo es el único capaz de efectuar una verda~dera transformación sacrificial, esto es, de hacer pasarla ofrenda a la esfera de la santidad divina. Ningunafuerza material, ni siquiera la del fuego, tiene capaci~dad de hacer pasar verdaderamente una ofrenda hastaDios, porque no se trata de un viaje en el espacio; setrata de una transformación interior. Para acercarse aDios, el hombre no tiene necesidad de un movimientoexterno, sino de una transformación del corazón. Estatransformación sólo es posible y efectiva por la accióndel Espíritu Santo. El sacrificio de Cristo no se realizóen virtud de un fuego que ardía incesantemente sobreel altar del templo, sino por medio del Espíritu eterno,que llena el corazón humano de Cristo de una fuerza deamor extraordinaria. Este es el secreto del dinamismointerno de su ofrenda.

En cuanto estaba animado por la fuerza del EspírituSanto, Jesús tuvo la necesaria libertad y disponibilidadinterior para transformar una muerte de condenado enuna perfecta ofrenda de sí mismo a Dios a favor de to~dos. Esta fuerza espiritual realizó la verdadera transfor~mación sacrificial, e hizo pasar la naturaleza humana deCristo del nivel terreno, es decir, del nivel de la sangrey de la carne, en el que él se encontraba en razón de laEncarnación, al nivel de la definitiva unión con Diosen la gloria.

Jesús pasó de este mundo al Padre en este modo, nocon un viaje espacial, sino con una transformación, una

santificación, como se dice en el cuarto evangelio: «Porellos yo me santifico a mí mismo, a fin de que tambiénellos sean santificados en la verdad» (Jn 17,19). Sepodría traducir: para ellos me «sacrifico» a mí mismo,puesto que «santificar» y «sacrificar» son términosequivalentes. Es importante que nosotros acojamos estaidea del sacrificio y de la ofrenda, una idea positiva desantificación por medio del Espíritu Santo, que derramaen nuestros corazones el amor divino.

En vez de detenemos en el aspecto de privación o dedolor, debemos dirigir nuestra atención al aspecto detransformación. Si el Señor nos pide una ofrenda, no espara enriquecerse a sí mismo, pues no tiene necesidadde nuestras ofrendas, como declaraba ya en el AntiguoTestamento. Si se pide una ofrenda es para comunicarsu santidad, para transformarnos y elevarnos colmán;donos de su amor, de su Espíritu de amor, y debemoscomprender que con nuestras solas fuerzas no somoscapaces de realizar un verdadero sacrificio, sino que sólopodemos presentar nuestra ofrenda pidiendo al Señortransformarla profundamente, gracias a la fuerza delEspíritu Santo.

¿Cómo podemos obtener tal fuerza? Como la obtuvoJesús, y lo vemos en el capítulo 5, que hemos meditadoya: «En los días de su carne, habiendo ofrecido ruegos ysúplicas, con un fuerte grito y con lágrimas, al que podíasalvarle de la muerte». Jesús se encontraba «en los díasde su carne», no partió de una situación ya plenamenteespiritual. La ofrenda no tuvo un punto de partida fácil,sino humilde y penoso. Cristo había asumido nuestracarne, nuestra naturaleza frágil, débil, mortal. Se encon;traba, por eso, en una situación tremendamente angus;tiosa. A partir de tal situación, orando intensamente,

Jesús recibió en su naturaleza humana una nueva pleni~tud del Espíritu Santo, que le dio la fuerza de ofrecersea sí mismo con un amor perfecto.

Para obtener el Espíritu Santo que transforme nues~tras ofrendas es indispensable seguir el ejemplo deCristo y orar con intensidad. A fin de cuentas, todaoración tiene esta finalidad: obtener el Espíritu Santo,abrir nuestro ser humano, nuestra existencia humana ala acción transformadora del Espíritu de Dios, Espíritude amor. Cristo, por medio de la oración intensa, aspiróel Espíritu Santo, es decir, lo hizo entrar en su sangrey así obtuvo esta fuerza de amor. El evangelio de Juannos enseñó algo análogo cuando dice que, del corazóntraspasado de Jesús, «salió sangre yagua» (Jn 19,34),lo que demuestra que, por medio de la Pasión, el aguadel Espíritu (cf Jn 7,37~39) se había unido a la sangrede Cristo.

El autor de la Carta a los hebreos dice que la sangrede Cristo se hizo capaz de purificar «nuestra concienciade las obras de muerte para servir al Dios viviente»(Heb 9,14), porque estaba penetrada por el EspírituSanto a través de una plegaria intensa. La sangre deCristo nos da también el agua del Espíritu, que tieneuna doble eficacia: la capacidad de purificar los pecadosy, de otra parte, la de hacernos capaces de servir a Diosde un modo perfecto. «Por eso -continúa el autor-,él es el mediador de una Nueva Alianza» (Heb 9,15).Cristo, en efecto, superó el obstáculo y aseguró nuestraunión con Dios y entre nosotros. Igual que nosotrosinspiramos el aire de la atmósfera para oxigenar nuestrasangre y hacerla capaz de vivificar todo nuestro cuerpo,podemos decir que Cristo, en su Pasión, por medio deuna plegaria intensa inspiró el Espíritu Santo y así el Es~

píritu Santo entró en él y le impulsó a ofrecer la propiavida en un don de amor perfecto.

Contemplemos este misterio con infinita gratitud,porque es un don extraordinario de Dios y, de otra par,te, es para nosotros un modelo. Cristo inspiró el EspírituSanto por medio de su oración intensa, así nosotros, demanera semejante, debemos inspirar el Espíritu Santocon una 'oración intensa y así ser capaces también no,sotros de una ofrenda perfecta.

13La eficacia de la oblación de Cristo

(Heb 10,1~18)

Después de haber considerado esta mañana la ofrendacon la cual Jesús fundó la Nueva Alianza, queremosahora reflexionar sobre su extraordinaria eficacia paratransformar nuestra vida y la del mundo entero. Nuestrasociedad occidental se caracteriza por la búsqueda de laeficacia. Esto ha estimulado a innumerables científicos einvestigadores, impulsándolos a hacer descubrimientosque han transformado nuestras condiciones de vida.Pero los progresos obtenidos nos deben hacer reflexio~nar. Podemos notar que la eficacia no depende tantode la actividad desarrollada o del número de mediosmateriales empleados, cuanto del nivel en el que se es~tablece el contacto con la realidad. El que permaneceen un nivel superficial podrá multiplicar sus esfuerzos,multiplicar los medios empleados, pero se encontrarásiempre con nuevos obstáculos, nuevas dificultades, yno progresará mucho. En cambio, el que penetra en elinterior de la realidad por medio del conocimiento y delos medios adecuados, podrá obtener, con instrumentosmucho más simples, resultados mucho mejores. Pensa~mas por ejemplo en la complejidad y el estorbo de lossistemas telegráficos antiguos frente a la simplicidad

y comodidad de la radio actual, mucho más potente.Pensemos en la Física atómica, que ha tratado de pe;netrar en las más pequeñas partículas de la materia yha obtenido resultados extraordinarios, sea en sentidopositivo o muchas veces negativo. Esto depende del ni;vel en que se realiza el contacto con la realidad. Y estoque ocurre con las realidades materiales ocurre tambiénen la realidad espiritual y apostólica. También aquí, loimportante no es el agitarse, el multiplicar los propiosesfuerzos y medios, sino andar hacia la profundidad yalcanzar el corazón de la realidad.

Este tipo de eficacia se nos revela en la Carta a loshebreos en el misterio de Cristo. El autor nos habla deello en el capítulo 10, en el cual presenta el sacrificio deCristo como una intervención decisiva que ha cambiadoradicalmente la situación religiosa de todos nosotrosy que el autor contrapone a la multitud de sacrificiosantiguos, que se movían en un nivel superficial y queresultaban ineficaces.

Comienza así: «Porque la Ley posee sólo una sombrade los bienes futuros y no la expresión misma de lascosas, no tiene el poder de hacer perfecto, por mediode aquellos sacrificios que se ofrecen continuamentede año en año, a aquellos que se acercan a ellos» (Heb10,1). Cada año se ofrecían sacrificios de expiación que,al ser externos, no tenían la eficacia deseada. La Ley noentraba en el corazón de la realidad. Permanecía ligadasolamente a unas sombras de bienes futuros. El autor dela Carta lo explica: «De otro modo, ¿no habrían cesadode ofrecerlos, al no tener ya conciencia de pecado losque ofrecen ese culto, una vez purificados?» (Heb 10,2).Una vez alcanzado el resultado, cesa también la activi;dad para obtenerlo.

El autor continúa: «Al contrario, con ellos se renue~va cada año el recuerdo de los pecados» (Heb 10,3).La única eficacia de los sacrificios antiguos era la de re ~.cordar al pueblo que era pecador y que tenía necesidadde expiación, la cual, en último término, se realizabacon medios externos, por lo que no tenía ningún efectopositivo de mediación ni de purificación, «porque -diceel autor- es imposible que la sangre de toros y de cabraselimine el pecado» (Heb 10,4). Es demasiado claro: lasangre de animales sacrificados no puede tener unaeficacia purificadora sobre la conciencia de un hom~bre. Era una tentativa de mediación absolutamenteineficaz.

Por este motivo, ya en el Antiguo Testamento en~contramos pasajes en los que Dios rechaza las inmola~ciones de animales y todo el sistema ritual antiguo. Enel Salmo 49, por ejemplo, Dios pregunta irónicamente:«¿Comeré yo acaso la carne de toros? ¿Beberé la sangrede cabras?» (Sal 49/50,13). En el libro de Isaías: «Lasangre de los toros y de los corderos y de las cabras nome agrada» (Is 1,11). El autor de la Carta a los hebreoselige alguno de estos textos, que presentan una dobleventaja: la de rechazar todo género de sacrificio ritual yla de proponer una solución eficaz. En el Salmo 39/40,el orante dice a Dios: «Tú no has querido sacrificios, nioblaciones, pero me has preparado un cuerpo. No mehan agradado ni los holocaustos, ni los sacrificios porel pecado. Pero he dicho: "He aquí que vengo -porqueestá escrito en el rollo del Libro- para hacer, Oh Dios,tu voluntad"» (Sa139/40,7~9, versión de los Setenta).El autor cita este salmo, que contrapone a los sacrificiosexternos de cualquier género -holocaustos, sacrificiospor el pecado, oblaciones- una ofrenda personal que

consiste en mostrarse dispuesto a hacer verdaderamen~te la voluntad de Dios. Se trata de un salmo profético,de un salmo que se aplica sobre todo a Cristo, la únicapersona que está en condiciones de cumplir perfecta~mente la voluntad de Dios con perfecto amor, es decir,de actuar completamente el designio de Dios. Por tanto,el autor no duda en aplicado a Cristo, y declara que«entrando en el mundo», Cristo hizo suyo este salmo:«Después de haber dicho: "No has querido sacrificios,ni oblaciones, (... ) ni los holocaustos, ni los sacrificiospor el pecado"», cosas que se ofrecen según la Ley -elautor no se olvida de criticar la Ley-, añade: «He aquíque vengo para hacer, üh Dios, tu voluntad». «Así, élha abolido el primer orden de cosas para establecer elsegundo» (Heb 10,8~9).Ha abolido el sistema antiguo,ineficaz, y pone en su lugar una ofrenda perfecta. Efec~tivamente, el sistema antiguo ha sido eliminado. En elaño 70 fue destruido el Templo y ahora los hebreos notienen ya un culto sacrificial.

En este magnífico pasaje podemos admirar el amorde Cristo por el Padre. Un amor que se expresa en unadisponibilidad perfecta. Dios no había encontrado enla tierra un culto digno de sí; no le podían agradar lossacrificios de animales, porque no era posible que lasangre de animales sacrificados entrara en comunióncon Dios y purificara la conciencia del hombre. Cristo,pues, después de haber visto esta triste situación, decideofrecer al Padre un culto perfecto. El deseo profundo desu corazón es que el Padre sea glorificado como merece,que la voluntad del Padre se cumpla. Jesús no va a labúsqueda de una ofrenda externa, no ruega a otros re~mediar esta situación de carencia, sino que se ofrece así mismo: «He aquí que vengo para hacer, üh Dios, tu

voluntad». En lugar de sacrificios externos, materiales,ofrece la propia persona. La propia perfecta obedienciaal Padre, como nos recuerda muchas veces él mismo enlos evangelios. Su primera palabra en el evangelio deLucas es su respuesta a su Madre, cuando tenía doceaños: «¿No sabías que yo debo ocuparme de las cosas demi Padre?» (Lc 2,49). Ha venido para consagrarse ver~daderamente al servicio del Padre. Dice en el evangeliode Juan: «No he descendido del cielo para hacer mi vo~luntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado»Qn 6,38). Y en la agonía: «No se haga mi voluntad, sinola tuya» (Lc 22,42). Notad que no se trata de la oraciónde un resignado, como a veces se entiende. Es la expre~sión de un amor fuerte. Jesús sabe que la voluntad deDios es lo mejor. La voluntad de Dios es una voluntadde victoria sobre el mal por medio de la cruz y Cristoacepta esta voluntad, no con simple resignación, sinocon una actitud de amor filial.

El autor habla después de la eficacia de esta ofrendade Jesús, diciendo que «en esta voluntad hemos sidosantificados por medio de la oblación del cuerpo de Je~sucristo, hecha una vez para siempre» (Heb 10,10). Laoblación de Cristo ha cambiado toda nuestra existencia,nos ha liberado de todo obstáculo en nuestro caminohacia Dios, nos ha santificado. Así ha sido posible elverdadero culto a Dios. En el cuerpo de Cristo gloriosose realiza la comunión perfecta del hombre con Dios.Debemos, pues, conservar esta convicción: no son losmedios externos, la multiplicidad de nuestras activi~dades, nuestras iniciativas y capacidades las que daneficacia a nuestra vida espiritual y apostólica, sino laadhesión personal a la voluntad de Dios en Cristo. Estaadhesión debe ser interna, de corazón, debe extenderse

de modo coherente a toda nuestra existencia. Debeser una visión por amor y en vista del amor. Nosotrosdebemos tener hambre y sed de la voluntad de Dioscomo la tuvo Cristo, el cual afirma en el evangelio:«Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me haenviado» (Jn 4,34). Jesús tuvo hambre de la voluntadde Dios. Nosotros, en cambio, a veces ignoramos estavoluntad, no queremos conocerla, porque tememos quesea contraria a nuestros proyectos personales y que nocorresponda a nuestra visión. Pero esta es una actitudequivocada. No captamos suficientemente que la volun~tad de Dios es expresión de su amor personal por cadauno de nosotros, que esa es para nosotros el tesoro másprecioso, el medio más importante para la eficacia denuestras acciones. En efecto, incluso las acciones mássimples, realizadas con amor según la voluntad de Dios,tienen una eficacia mucho mayor que tantas accionesgrandiosas cumplidas según las ideas humanas. Vale másuna vida vivida en lo escondido según la voluntad deDios, como fue la de la Virgen María, que una serie deempresas verdaderamente extraordinarias realizadas porambición humana.

El autor continúa después contraponiendo los sa~crificios antiguos y la ofrenda de Cristo. Los sacrificiosantiguos se repetían continuamente. La oblación deCristo es única, por una sola vez. Se repetían continua~mente porque eran ineficaces. La oblación de Cristo esúnica porque era perfectamente eficaz. «Todosacerdotelevita -escribe el autor- está siempre en pie, día tras día,para celebrar el culto y ofrece muchas veces los mismossacrificios, los cuales no pueden jamás eliminar los pe~cados. Él, por el contrario, habiendo ofrecido un solosacrificio por los pecados, se ha sentado para siempre a

la derecha de Dios, esperando ahora que sus enemigossean puestos como el escabel de sus pies, porque conuna sola oblación ha hecho perfectos para siempre a .los que han sido santificados» (Heb 10,11;14). Aquí secontraponen la multiplicidad de los sacrificios antiguosal único sacrificio de Cristo.

La multiplicidad de los sacrificios antiguos podíainterpretarse de muchas maneras. Para el historiadorjudío Flavio Josefa tenía un significado muy positivo. Élrecordaba con admiración el gran número de ovejas ycorderos que, con ocasión de la Pascua, se inmolaban enJerusalén por todos los peregrinos. El autor de la Cartaa los hebreos, sin embargo, da pruebas de mayor luci;dez. En la aparente abundancia ve el signo de un fallo.Se multiplican los sacrificios porque la finalidad no esjamás alcanzada, y por tanto es necesario recomenzarsiempre. Los sacerdotes levíticos están siempre en piededicados a realizar muchos sacrificios que no logranjamás eliminar los pecados. Cristo, por el contrario, sa;cerdo te ahora ya tranquilo, está sentado a la derecha deDios y no tiene necesidad de ofrecer sacrificios, «porquecon una sola oblación ha hecho perfectos para siemprea los que han sido santificados». Con una única ofrenda,Cristo logró la finalidad que el sacerdocio antiguo seesforzaba en alcanzar y no lograba jamás.

En 10 que se refiere a la eficacia del sacrificio deCristo, el autor no habla sólo de purificación, comoal principio, o de perdón, sino de «hacer perfectos».Hemos encontrado ya este verbo griego, teleioun; ya hemencionado que, en el Pentateuco, este verbo se adoptasólo para hablar de la consagración del Sumo Sacerdote.En hebreo, para hablar de esta consagración se usa unaexpresión un poco extraña, mille yad, literalmente «lle;

nar la mano». Para consagrar a alguien Sumo Sacerdote,se le llenaba la mano. Quizá esta expresión deriva delhecho de que, para inaugurar el ministerio sacerdotal,el sacerdote recibía en la mano una parte de la víctimaque había de llevar al altar, y se le llenaba la mano. Lostraductores griegos de los Setenta no quisieron traducirliteralmente esta expresión, que resulta demasiado ma~terial, y usaron en su lugar el verbo teleioun, «hacer per~fecto», obteniendo así una expresión más idónea parauna acepción religiosa. El Sumo Sacerdote es llamado«aquel que ha sido perfecto», teteleiomenos (Lev 21,10;cfHeb 7,28).

El autor de la Carta a los hebreos retiene que es jus~to hablar de perfección a propósito de la consagraciónsacerdotal, porque es necesario hacer perfecto al que hade estar en condiciones de entrar en relación con Dios.Pero el autor observa que la consagración del SumoSacerdote antiguo no correspondía a este nombre, nohacía efectivamente perfecto al que la recibía, porqueconsistía en ritos externos que no transformaban ennada interiormente a la persona (cf Heb 7,11.19.28).Cristo, en cambio, ha sido hecho verdaderamente«perfecto», no por medio de ritos externos ineficaces,sino de sufrimientos existenciales ofrecidos con amor(cfHeb 2,10; 5,8~9); y la única ofrenda de Cristo tuvoun doble efecto, una doble eficacia: la de conferir aCristo mismo la perfección y la de conferida a nosotros(Heb 5,9; 10,14). En su Pasión y Resurrección, Cristofue al mismo tiempo activo y pasivo. Recibió la perfec~ción y nos la comunicó a nosotros, y esta perfección esuna perfección sacerdotal, como he explicado ya, unaperfección en la relación de docilidad filial a Dios y decompasión fraterna con nosotros.

La afirmación «con una sola oblación ha hechoperfectos para siempre a los que han sido santificados»tiene algo de sorprendente. Por una parte, indica algo.ya realizado. Cristo «ha hecho perfectos», eteleiosen; elverbo griego indica una realidad ya comunicada. Porotra parte, la frase continúa indicando una realidad endevenir, un dinamismo: ha hecho perfectos a aquellosque «han sido santificados», tous hagiazomenous, aque~llos que reciben ahora la santificación, progresivamente.Una acción en desarrollo. Estos son los aspectos denuestra situación religiosa que resulta de la oblaciónde Cristo. De parte de Cristo todo está ya realizado: élnos ha hecho perfectos. Pero de nuestra parte todo estáen vías de realización. Nuestra santificación se va rea~lizando poco a poco. El autor tiene la audacia de ponerjuntas estas dos afirmaciones que parecen contrastantes,pero que corresponden realmente a nuestra situacióncristiana. Los teólogos hablan a este propósito de lo «yarealizado» y de lo todavía «no realizado».

Nosotros nos encontramos en una situación queal mismo tiempo es de dinamismo y de tranquilidadserena. Por una parte, Cristo suscita en nosotros undinamismo de amor, que requiere de nosotros un com~promiso y un esfuerzo continuos. Por otra parte, él nospone ya en la seguridad, en la paz: «Os dejo mi paz,os doy mi paz; no como la da el mundo, yo os la doya vosotros» (Jn 14,27). La victoria está ya asegurada(cf Jn 16,33), pero nosotros debemos luchar todavíagenerosamente para acoger activamente esta victoriaen nuestra vida espiritual, en nuestro apostolado, conprofunda confianza. No falta nada a la oblación deCristo, falta solamente en nosotros la aplicación de estemisterio completamente eficaz, perfectamente eficaz.

Debemos por tanto caminar hacia delante con nuestrocompromiso, un compromiso seguro del propio éxito,porque el amor de Cristo nos coloca en una situacióndinámica y serena.

14Privilegios y exigencias de la unión

con nuestro Sumo Pontífice(Heb 10,19-25)

Después de haber expuesto su doctrina sobre el sacerdo-cio de Cristo, el autor de la Carta a los hebreos exponesus consecuencias para el pueblo cristiano, para noso-tros. Describe nuestra situación después de la muerte yresurrección de Cristo. Situación de la Nueva Alianza,situación privilegiada, maravillosa. Después indica lasactitudes correspondientes. Hace esto en este pasaje delcapítulo 10, a partir del versículo 19. Es un pasaje muyimportante, que es como el corazón de toda la Carta,porque reasume la doctrina y propone un programa devida cristiana.

Comprende dos partes estrechamente conexas peroclaramente distintas. La primera parte es descriptiva, lasegunda exhortativa. La primera muestra que poseemostres cosas: un derecho de ingreso en el Santuario ce-leste; una vía a recorrer para alcanzar este Santuario, yun guía que nos conduce por esta vía. La segunda partenos invita a asumir tres actitudes: de fe, de esperanzay de caridad. La parte descriptiva es la primera porquees la base de la exhortación. Los exegetas hacen notarque, en la Biblia, el indicativo precede siempre al impe-rativo. El indicativo presenta los dones de Dios, dones

maravillosos; el imperativo exhorta a acoger estos donesactivamente, a no dejarlos pasar. La Nueva Alianza esante todo un don que Dios nos ha hecho y que nos hacecontinuamente. Debemos pues acoger este don compro~metiéndonos a hacerla operante en nuestra vida.

El autor no usa aquí el término «Alianza», pero larealidad que describe corresponde perfectamente a unasituación de Alianza, porque se trata de una situacióncaracterizada por la ausencia de separaciones y por la fa~cilidad de la comunicación. Leamos el texto, la primeraparte descriptiva: «Tenemos, pues, hermanos, plena con~fianza [parresia: "derecho"] para entrar en el Santuarioen virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevoy vivo, inaugurado por él para nosotros, a través de lacortina, es decir, de su cuerpo. Tenemos un sacerdoteexcelso al frente de la casa de Dios». Después, la parteexhortativa: «Acerquémonos con sincero corazón, enplenitud de fe, purificando los corazones de concienciamala y lavado el cuerpo con agua pura. Mantengamosfirme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autorde la Promesa. Fijémonos los unos en los otros para es~tímulo de la caridad y las buenas obras, sin abandonarnuestras asambleas, como algunos acostumbran a hacer~lo, antes bien, animándoos; tanto más, cuanto que veisque se acerca ya el Día» (Heb lO,19~25).

Al comienzo de este pasaje, el autor usa el término«hermanos», que expresa la unión de los creyentes de laNueva Alianza. Son hermanos de Cristo, son hermanosen Cristo (Heb 2,11~12). Al final, vuelve a insistir so~bre esta unión fraterna, exhortando a la caridad. Entretanto, sin embargo, insiste sobre todo en la relación delcreyente con Dios. En la Antigua Alianza, esta relaciónestaba obstaculizada de varios modos. En la Nueva

Alianza todos los creyentes tienen «pleno derecho» paraentrar en el Santuario y acercarse a Dios.

Las traducciones con frecuencia emplean la palabra«confianza» en lugar de la palabra «derecho», peroel término griego parresia no indica simplemente unsentimiento subjetivo de confianza, sino al mismotiempo un derecho objetivo, la libertad de acceder y deexpresarse. Parresia era un término característico de laciudad griega: en Atenas o en otras ciudades democrá~ticas de Grecia, los ciudadanos tenían la parresia, estoes, el derecho de intervenir y de tomar la palabra enlas asambleas deliberativas, para expresar y defenderla propia posición. Este derecho no era reconocido alos extranjeros, ni a los esclavos. Este término, parresia,se usa con frecuencia en el Nuevo Testamento paracaracterizar la situación cristiana como situación delibertad, de derecho a la palabra, de derecho al acceso.El cristiano tiene la libertad de los hijos de Dios, tienepleno derecho al ingreso en el Santuario Divino. Hansido abolidas todas las separaciones que había en elAntiguo Testamento.

En la Antigua Alianza había una separación entre elpueblo y los sacerdotes; el pueblo no era jamás autoriza~do a entrar en el edificio del Templo. Solamente podíaestar en el pórtico. Los sacerdotes tenían el derecho apenetrar en el edificio, pero había también una separa~ción entre los simples sacerdotes y el Sumo Sacerdote.Los primeros no podían entrar en la parte «más santa»,sino solamente en la parte «santa» del edificio. Sóloel Sumo Sacerdote tenía el derecho de penetrar en laparte «más santa», en el Santo de los Santos, pero sólouna vez al año. Había también la separación entre elsacerdote y la víctima. El sacerdote no podía ofrecerse

a sí mismo, no era digno, no era capaz. Debía ofrecercomo víctima un animal. Pero un animal no estaba encondiciones de santificar al sacerdote. Había en fin laseparación entre la víctima y Dios. Un animal no puedeentrar en comunión con Dios.

Ahora, por el contrario, por medio de la ofrenda deCristo, todos los creyentes tienen el derecho a entraren el Santuario, y no se trata ya más del santuario noauténtico fabricado por manos de hombre, sino del San~tuario verdadero, esto es, se trata de entrar en la intimi~dad de Dios. Este derecho de ingreso está fundado en lasangre de Jesús, dice literalmente el autor, porque estasangre se ha convertido en sangre de Alianza, siendoderramada en una ofrenda generosísima que ha abolidotodas las separaciones antiguas y ha establecido la plenacomunicación entre el pueblo y Dios.

Con su ofrenda, Cristo abolió la separación entrela víctima y Dios, en cuanto que él fue una víctimaagradable a Dios, una víctima «sin mancha», comodice el autor (Heb 9,14); una víctima que cumplióperfectamente, con amor, la voluntad de Dios (cf Heb10,9) y que tiene que serie grata a Dios. Cristo abolióal mismo tiempo la separación entre sacerdote y víc~tima en cuanto que se «ofreció a sí mismo» (cf Heb9,14): fue al mismo tiempo sacerdote y víctima. En elmomento en que Dios se complació en la víctima, secomplació también en el sacerdote y lo elevó junto a síen la gloria. En fin, Cristo abolió la separación entre elpueblo y el sacerdote, en cuanto que su ofrenda fue unacto de total solidaridad con todos nosotros. Un actoen el cual la consagración sacerdotal le fue conferiday al mismo tiempo nos fue comunicada a nosotros (cfHeb 5,9; 10~14).

Así, la sangre de Cristo se convirtió verdaderamenteen «Sangre de la Alianza» (cf Heb 10,29; 13,20). Unasangre que establece una situación nueva que no se ha~bía realizado jamás antes. San Pablo afirma en la Cartaa los efesios que tenemos todos libertad de acceso alPadre, en Cristo Señor tenemos la parresia, tenemos«el derecho de acceso, con toda confianza» (Ef 3,12).La sangre de Cristo posee una extraordinaria fuerza decohesión, establece la comunión con Dios y entre loshermanos. Como nuestra sangre establece una comu~nión vital entre todas las células de nuestro cuerpo, asítambién la sangre de Cristo en el cuerpo de Cristo, delcual somos miembros.

El autor pasa después a expresar los otros dos aspectosde nuestra situación. Para entrar en el Santuario no bas~ta tener derecho de acceso, es necesario también tenerun camino que hay que seguir y un guía que nos precedaen ese camino. Todo esto lo encontramos en Cristo.En él tenemos «este camino nuevo y vivo, inauguradopor él para nosotros, a través de la cortina, es decir, desu cuerpo» (Heb 10,20). Aquí se expresa nuevamenteun cambio de situación respecto al culto del AntiguoTestamento. Precedentemente, el autor afirmó que, enla Antigua Alianza, el camino del verdadero Santuariono estaba todavía «manifestado» (Heb 9,8), esto es, noera todavía conocido. No se sabía hacia qué parte andary, por tanto, era imposible la plena comunicación conDios. Ahora, sin embargo, tenemos el Camino que esla naturaleza humana de Jesús transformada en su sa~crificio. El autor dice que este camino fue inauguradopor Cristo mismo en su misterio pascual. Para entrar enla intimidad celeste de Dios con su naturaleza humana,Cristo estableció este camino, que es propiamente su

misma humanidad glorificada. Este camino es «nuevo»,no existía antes, es una nueva creación. Es el caminoque conviene para la Nueva Alianza, que es recorridopor el que recibió un corazón nuevo, un espíritu nuevo,el Espíritu de Dios.

Para decir «nuevo», el autor recurre a un términogriego poco frecuente, prosfatos, que encontramos en latraducción griega del libro del Qohélet. Desconsolado,Qohélet decía: «No hay nada nuevo bajo el cielo» (Qo1,9): estamos en un mundo cíclico, siempre las mismasviejas cosas que tornan, dando a veces la impresiónde novedad, pero en realidad no son nuevas. Ahoraesta afirmación de Qohélet no es ya verdadera, no lapodemos aceptar más. Hay una novedad, una nove~dad maravillosa, ya no vivimos recluidos en un mundocíclico, en el cual retornen siempre las mismas viejascosas: estamos en una perspectiva nueva abierta por laresurrección de Cristo.

Es un camino «vivo» porque se trata de Cristo resu~citado, el «Viviente» (Lc 24,5) por excelencia. «Cristoresucitado no muere más, la muerte ya no tiene ningúnpoder sobre él», dice san Pablo (Rom 6,9); el caminonuevo y vivo es Cristo mismo. Hablar de Camino nuevoy vivo es otro modo de designar «la Tienda más grandey más perfecta» (Heb 9,11), por medio de la cual Cris~to mismo entró en el Santuario divino. Se trata de lahumanidad glorificada de Jesús, la cual llegó a ser paratodos nosotros el único Camino de acceso a Dios.

Debemos captar mejor la extraordinaria novedadintroducida en el mundo por la resurrección de Cristo.Ella nos da la capacidad de transformarnos «renovandovuestra mente», como dice san Pablo (Rom 12,2), y«revistiéndonos del hombre nuevo» (Ef4,24).

No hemos sido llamados a vivir en el mundo viejo,sino en la creación nueva, del corazón nuevo, del es~píritu nuevo. La búsqueda de la voluntad de Dios nosintroduce en esta novedad, porque, como ya he dicho,en el Nuevo Testamento esta voluntad no es un códigofijo sino una creación continua. A este propósito mecomplace citar el poema de un hermano mío muertohace pocos años, el padre Rimaud, S.]., que dice así:«Invente avec ton Dieu l'avenir qu'il te donne; inventeave e ton Dieu tout un monde plus beau» (<<Inventacontu Dios el futuro que Él te da; inventa con tu Diostodo un mundo más bello»). Esto me parece que ex~presa verdaderamente la orientación de la vida cristia~na y en particular la orientación de la vida apostólica.Debemos inventar siempre la novedad cristiana, quees como una fuente inagotable, creada continuamentepor Dios.

La tercera anotación nos habla del guía en estecamino. Tenemos «un sacerdote excelso al frente dela casa de Dios» (Heb 10,21). Aquí el autor indica laprimera cualidad del sacerdote, la que le hace ser dignode fe, con autoridad. La expresión que aquí se realizala encontramos en el capítulo 3 a propósito de Cristo,Sumo Sacerdote digno de fe. El autor dijo entonces: «Esdigno de fe por Aquel que 10 ha constituido así comoMoisés en toda su casa y su casa somos nosotros». Portanto, tenemos un sacerdote que nos guía hacia Diospara presentarnos a Él. La Nueva Alianza no es comola Antigua, una institución impersonal, una ley escritasobre piedra. La Nueva Alianza es una persona, unarealidad viva, Cristo resucitado; la Nueva Alianza existepor la persona de Cristo resucitado y en la persona deCristo resucitado.

Esta es nuestra situación, una situación verdadera,mente privilegiada. Tenemos el derecho de entrar enel Santuario, tenemos la vía, tenemos el guía, no nosfalta nada. Teniendo todo esto somos invitados a pro,ceder con solicitud. El autor nos dirige esta invitaciónal comienzo de la parte exhortativa: «Acerquémonoscon sincero corazón». También aquí podemos notar unfuerte contraste con la prohibición antigua de acercarseal Santuario. En el Antiguo Testamento estaba severa'mente prohibido a los fieles «acercarse», esto es, entraren el edificio del Templo. El que 10 hacía merecía lapena de muerte. En el libro de los Números se dice mu,chas veces que el que se acerque será castigado con lamuerte: «Ningún extraño que no sea de la descendenciade Aarón se acerque. El extraño que se acerque serácondenado a muerte}} (Núm 1,51; 3,10.38).

Como hemos recordado ya, el Sumo Sacerdote podíaentrar sólo una vez al año en la parte más santa del San,tuario, observando toda una serie de ritos minuciosos.Ahora, en cambio, todos estamos invitados a acercamosa Dios, a entrar en contacto íntimo con Él. Hay buenosmotivos para pensar que el autor ha hecho esta exhor,tación durante una celebración eucarística, más aún, enmuchas celebraciones eucarísticas, porque como ya hedicho, era un apóstol itinerante, como veremos al final.Me parece muy probable que haya compuesto esta mag,nífica homilía para pronunciada en asambleas cristianasque comprendían la celebración de la Eucaristía. Detodos modos, esta frase corresponde perfectamente aldinamismo eucarístico. El autor habla aquí de la sangrede Cristo, de la carne de Cristo, como en el discursode Jesús sobre el pan de vida, de la persona de Cristosacerdote, dice que estas tres realidades están ahora a

nuestra disposición, las tenemos. ¿Dónde están ahora anuestra disposición? En la celebración eucarística.

Para definir las orientaciones fundamentales de lavida en la Nueva Alianza, el autor no menciona vir~tudes morales, no hace una exhortación moral, sinouna exhortación teologal. A veces los predicadorescristianos hacen demasiadas exhortaciones morales y nobastantes exhortaciones teologales, que son más impor~tantes. El autor menciona las tres virtudes teologales:la fe, la esperanza y la caridad. Habría podido nombrarlas virtudes morales o cardinales, pero no lo ha hecho,porque estas virtudes no tienen una relación directa conla Nueva Alianza. En cambio, las virtudes teologales sonesenciales para la vida en la Nueva Alianza, y afectantodas las relaciones con Dios y las relaciones con loshermanos. En este paso el autor anuncia en realidadtodo el resto de su predicación. En el capítulo 11 ha~blará de la fe, en el capítulo 12 hablará de la esperanza,de la forma especial de soportar con esperanza; en laúltima parte de su predicación hablará de las relacionescon Dios y con los hermanos en la caridad.

Ya el Antiguo Testamento insistía mucho en la fe oen la confianza, pero debía lamentarse, porque el pueblono correspondía a esta exigencia. Por otra parte, en elcurso de la historia de Israel, la perspectiva teologal es~taba oscurecida por la preocupación cada vezmás fuertepor las observancias. Los hebreos estaban preocupadossobre todo por observar bien todas las tradiciones ymandamientos. En cambio, el Nuevo Testamento noinsiste tanto en la Ley que hay que observar, sino queexhorta sobre todo a tener fe, esperanza y caridad.

La primera condición que la Carta a los hebreospropone para acercarse a Dios no es el cumplimiento

de la Ley, sino la adhesión de fe a Dios por medio de lamediación de Cristo. Reencontramos aquí la doctrinapaulina, que rechaza la pretensión de la Ley y poneel fundamento de todo en la fe. Pero los matices sondiversos. Pablo asume una perspectiva jurídica. Criticala ley porque no estaba en condiciones de justificar alos hombres, todos pecadores. El autor de la Carta alos hebreos se sitúa en una perspectiva de mediación.Critica la Ley porque no podía instituir un sacrificioeficaz, un sacerdocio válido, una alianza irreprensible.La invitación a la fe se funda sobre la eficacia perfectadel sacrificio y del sacerdocio de Cristo, que constituyeuna mediación perfecta. La fe es una actitud del cora,zón: «Si crees con el corazón», dice san Pablo (Rom10,10). El autor exhorta: «Acerquémonos con sincerocorazón en plenitud de fe». ¿Dónde los cristianos se hanprocurado este corazón sincero, mientras el AntiguoTestamento nos dice que todos los hombres tienen uncorazón doble, un corazón extraviado? El autor lo ex,plica: «Acerquémonos (... ) purificando los corazonesde conciencia mala y lavado el cuerpo con agua pura».Los comentaristas ven con razón en esta frase una doblereferencia al Bautismo, bajo el aspecto de rito externoy de efecto interno.

El autor pasa inmediatamente a hablar de la esperan,za: «Mantengamos firme la confesión de la esperanza,pues fiel es el autor de la Promesa» (Heb 10,23). Entoda la Carta a los hebreos la esperanza está siempreunida a la fe. También cuando el autor quiere definirla fe, la define en primer lugar en su relación con laesperanza. El Santo Padre lo recordó en su segundaencíclica. ¿Qué es la fe? «La fe es la sustancia de lascosas esperadas» (Heb 11,1). Esto es, la fe es un modo

de poseer anticipadamente las cosas que se esperan (cfBENEDICTO XVI, Spe salvi, 2007). La esperanza expresala dinámica de la fe, en cuanto el mensaje que recibimosno es la revelación de una verdad abstracta que hayque registrar, sino la revelación de una persona que esCamino, que es Verdad y que es Vida. Por eso nuestrafe produce la esperanza.

En la Nueva Alianza se nos han comunicado yamuchos dones preciosos, pero esperamos una plenitudcompleta. Tenemos la esperanza de recibir «la heren~cia eterna» (Heb 9,15), de entrar para siempre en la«patria celeste» (Heb 11,16), en el «reposo» de Dios(Heb 4,10~11). Desde el momento en que Cristo haalcanzado la meta, nuestra esperanza es segura, comodice el autor en el capítulo 6 (Heb 6,18~20).

Finalmente, el autor dirige su exhortación al amorcristiano, esto es, a la caridad. Literalmente, nos invita aun «paroxismo de amor» (Heb 10,24). La relación entreAlianza y caridad es muy estrecha, porque la caridadpresenta siempre dos dimensiones: la unión con Diosen el amor y la unión con los hermanos en el serviciogeneroso. Estas dos dimensiones son las dos dimensionesde la Nueva Alianza. El autor al final hace todavía másapremiante su exhortación refiriéndose al «día»: «Tantomás, cuanto que veis que se acerca ya el Día», esto es,el día del Señor, del que hablaron los profetas y del cualhabló también Jesús. ¿Cómo podían ver que se aveci~naba el día? La hipótesis más probable, a mi parecer, esque el autor aquí alude a las primeras sublevaciones quese desencadenaron en Palestina hacia el año 65~66, quehacían prever la guerra judaica, y que llevó a la destruc~ción de Jerusalén y al incendio del Templo, al final de laAntigua Alianza desde este punto de vista. Jesús había

previsto este día (cf Mt 24,1,2 par.); había precisado:«No pasará esta generación sin que todo esto acon,tezca» (Mt 24,34), y había llamado a la vigilancia (Mt24,42). De este avecinarse el día, el autor de la Carta alos hebreos toma motivo para exhortar a los cristianosa ser más fervientes y activos en la caridad.

Así se manifiesta el dinamismo de la Nueva Alian,za: un dinamismo intenso, que va hacia el encuentrocon el Señor. La situación de la Nueva Alianza es unasituación privilegiada de comunión con Dios, que seha hecho posible gracias a Cristo. No es una situaciónpasiva u ociosa, sino activa y comprometedora. En laoración demos gracias al Señor por habemos metido enesta situación privilegiada. Ofrezcámonos a Él, para res'ponder a sus dones con una gran fe, con una esperanzaindestructible y con una caridad generosa.

15La sangre de la Alianza

y la resurrección de Cristo(Heb 13,20,21)

Os propongo ahora meditar sobre la solemne conclusiónde la predicación contenida en la Carta a los hebreos. Elautor concluye su predicación con un augurio solemneque habla de la resurrección. Es un pasaje compuestode dos versículos (Heb 13,20,21). El primero asume denuevo la doctrina expuesta por el autor y el segundorecoge las exhortaciones y termina con una doxología.Se trata de una fórmula muy bella de conclusión: «ElDios de la paz que hizo elevarse de entre los muertos algran pastor de las ovejas, el Señor nuestro Jesús, en lasangre de una Alianza eterna os procure toda clase debienes por cumplir su voluntad, operando Él en vosotroslo que a Él le agrada por medio de Jesús el Cristo; a él lagloria por los siglos de los siglos. Amén».

Estos dos versículos presentan el tema de la Alianzabajo una nueva luz. Hablan de una «Alianza eterna»,única vez en todo el Nuevo Testamento. Ya la expresión«Dios de la paz» tiene una clara relación con la Alianza.El Señor se reveló como el Dios de la paz cuando enCristo reconcilió al mundo consigo y fundó la NuevaAlianza, eliminando toda forma de separación y dedivisión. En la segunda Carta a los corintios leemos: «Y

todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo porCristo y nos confió el ministerio de la reconciliación.Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundoconsigo, no tomando en cuenta las transgresiones de loshombres, sino poniendo en nuestros labios la palabrade la reconciliación» (2Cor 5,18,19). Dios es verdade,ramente el autor de una paz muy activa, que propaga lareconciliación y la unión entre todos.

La intervención decisiva del Dios de la paz ha sidodescrita en términos nuevos: el autor habla por primeravez de la resurrección de Cristo. En su predicación hablóde la glorificación de Cristo, de su ingreso en el Santua,rio celeste, pero no explícitamente de la Resurrección.Este pasaje es el único en que habla de Resurrección. Elautor expresa la Resurrección de un modo también ori,ginal, no tradicional. Se sirve para ello de un pasaje deIsaías que recuerda la obra divina de salvación duranteel Éxodo. Isaías escribe: «[Los israelitas] se acordaronde los días antiguos, de Moisés, su siervo. ¿Dónde estáel que los sacó de la mar, el pastor de su rebaño? (...).¿Aquel que dividió delante de ellos el mar ganándosefama perpetua, que los hace avanzar entre abismoscomo el caballo en la estepa? No tropezaron (... ); asítú condujiste a tu pueblo ganándote fama gloriosa» (Is63,11,14). Isaías llama a Moisés «el pastor de su rebaño[de Dios]». Los Setenta tradujeron «el pastor de lasovejas}},y el autor de la Carta a los hebreos toma natu,ralmente esta expresión (cf Jn 10,11.14), pero subrayala superioridad de Jesús respecto a Moisés. Moisés essimplemente el «pastor de las ovejas}},Jesús es el «granPastor}},el Sumo Sacerdote. Pedro, en su primera carta,usa para Cristo una expresión similar, literalmente lellama «archipastor}} (archipoime: 1Pe 5,4). Naturalmen,

te, las traducciones cambian e introducen dos palabras,pero Pedro dice el «archipastor», que hace pensar en elarchiereus, el Sumo Sacerdote. La superioridad de Jesúsrespecto a Moisés está indicada por el hecho de que,mientras este último ha hecho salir del agua del marpara conducir al pueblo a un prado terreno, la TierraPrometida, a Jesús se le ha hecho salir de entre los muer,tos para introducirnos en la herencia eterna.

Con sus expresiones, el autor quiere indicarnos quela resurrección de Cristo no es sólo un acontecimien,to individual; Cristo glorificado por sí mismo, pero almismo tiempo en el contexto del acontecimiento quenos afecta a todos nosotros; Cristo glorificado comoPastor de las ovejas, Aquel que abre el camino a todaslas ovejas, el camino de la vida nueva, de la vida delresucitado. Cristo resucitó como el «pionero de la salva,ción» (Heb 2,10), como «primogénito de los muertos»(Col 1,18), como «primicia» (ICor 15,20) de la nuevacreación; aspecto, este último, eclesial de la resurrec,ción de Cristo.

Puede sorprender la expresión usada aquí: diceque Dios hizo elevarse a Cristo de entre los muertos,literalmente, «en la sangre de una Alianza eterna». LaConferencia Episcopal Italiana traduce «en virtud de lasangre de una Alianza eterna». ¿Qué significa esto? Elautor atribuye a la sangre de Cristo una función decisivapara su Resurrección. ¿Por qué lo puede hacer? A causade la relación entre la sangre y el Espíritu, expresadaprimero en la frase sobre la que habíamos meditadoayer, donde dice que «la sangre de Cristo que se ofrecióa sí mismo por medio del Espíritu eterno nos purificará»(Heb 9,14). Esto nos permite reflexionar de un modonuevo sobre la Resurrección.

Las primeras formulaciones de la fe cristiana hanpuesto de relieve sólo el contraste obvio entre la muertede Jesús y su Resurrección. Los hombres lo mataron,Dios lo hizo resucitar, le dio de nuevo la vida (cf He3,15; 4,10). Enseguida se ha comprendido que la resu,rrección de Jesús ocurrió por medio de un Espíritu devida, por medio del Espíritu Santo. Lo dice claramentesan Pablo al comienzo de la Carta a los romanos (Rom1,4). Ya Ezequiel mostraba que la Resurrección es obradel Espíritu: en su famosa visión de los huesos secos, élrecibió la orden de llamar al ruah, el soplo, el viento,el Espíritu, para que entrase en los huesos y los hicierarevivir (Ez 37,9). El Espíritu es el soplo de Dios que dala vida.

Una profundización inmediatamente posterior de lafe cristiana ha puesto de relieve que la acción del Espí,ritu no comenzó con la Resurrección, sino que se mani,festó en toda la vida de Jesús y en particular durante suPasión. El autor de la Carta a los hebreos lo deja entre,ver: Jesús oró insistentemente al Padre y, en respuestaa su plegaria, recibió del Padre el Espíritu, que le dio lafuerza de transformar la propia muerte, acontecimientode ruptura, en un acontecimiento de comunión, trans,formando totalmente el sentido de la muerte. La muer,te de Jesús se convirtió así en fundación de la NuevaAlianza, gracias a la acción del Espíritu. La sangre deJesús recibió el Espíritu por medio de su plegaria intensay de su perfecta docilidad al Padre y se convirtió así enfuente de vida nueva, fuente de resurrección.

Podemos profundizar un poco en la relación entrela sangre y el Espíritu según el Antiguo Testamento.Para la mentalidad antigua, la sangre era algo sagrado,porque significa la vida, don de Dios. La Biblia nos en,

seña que en la sangre está el nefesh, el principio vital,el soplo de vida, el alma no en tanto racional, sino entanto algo que vivifica el cuerpo. Más aún, un pasajedel Deuteronomio dice que la sangre misma es nefesh(Dt 12,23): la sangre es el principio vital. La cienciamoderna confirmó esta intuición con el descubrimientode la función oxigenante de la sangre. Nuestra sangretiene una relación muy estricta con nuestro «soplo».Para vivir necesitamos que nuestro «soplo» entre ennuestra sangre, es decir, que el aire que respiramos entreen nuestra sangre, enriqueciéndo1a de oxígeno, a fin deque la sangre pueda comunicar este oxígeno a todaslas células del cuerpo para vivificarlas. Hay pues unaestrecha relación entre el «soplo» y la sangre, o entre elEspíritu y la sangre, porque en hebreo la misma palabra,ruah, significa «soplo» y «espíritu».

Estos elementos son recogidos y profundizados por elautor de la Carta a los hebreos, el cual nos muestra unarelación estricta entre la sangre de Cristo y el EspírituSanto. En este caso no se trata de un fenómeno bio1ó,gico, sino de una realidad espiritual. Igual que nosotrosinspiramos el aire de la atmósfera para oxigenar nuestrasangre y hacerla capaz de vivificar todo nuestro cuerpo,así Cristo en su Pasión, por medio de una oración in,tensa, «inspiró» el Espíritu Santo. Para vencer el miedoa la muerte, rogó y suplicó, y recibió el Espíritu Santo,el cual entró en él y 10movió a ofrecer la propia vidaen un don de amor. Podemos decir que, en la Pasión, lasangre de Cristo fue embebida del Espíritu Santo, ad,quiriendo la capacidad de comunicar una vida nueva yde fundar una Nueva Alianza. La sangre de Cristo vinoa ser, para su naturaleza humana, el principio vital quele comunicó la vida nueva, la comunión con Dios y con

los hermanos. En un cierto sentido podemos decir quela encarnación del Hijo de Dios desemboca, por mediode la Pasión, en la sangre vivificada por el Espíritu San,to, esto es, la Pasión ha hecho de la naturaleza humanade Cristo, y especialmente de su sangre, el instrumentoque nos comunica el Espíritu Santo. .

Es una doctrina que se encuentra también en elcuarto evangelio. El evangelio de Juan nos muestra unaestrecha relación entre la pasión de Cristo y el don delEspíritu. Cuando Jesús dice: «Padre, ha llegado la hora:glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti»On 17,1), esto se refiere a la Pasión, en la cual el Padreglorifica al Hijo gracias al don sobre abundante del Es,píritu Santo. Vemos que la resurrección de Cristo tieneuna relación especial con su sangre y que su sangre noscomunica la vida nueva de Cristo resucitado, nos pu,rifica, nos vivifica, gracias a su relación con el EspírituSanto.

El segundo versículo del pasaje es un augurio que serefiere a nuestra vida espiritual (Heb 13,20,21): «Osprocure toda clase de bienes por cumplir su volun,tad, operando Él en vosotros 10 que a Él le agrada pormedio de Jesús el Cristo; a él la gloria por los siglos delos siglos. Amén». Aquí podemos notar un elementonuevo. Después de haber deseado para los cristianosque Dios les procure toda clase de bienes por cumplirsu voluntad, igual que Cristo mismo cumplió la volun,tad del Padre en la Pasión, el autor añade: «OperandoÉl en vosotros 10 que a Él le agrada». Así se indica elelemento más profundo de la Nueva Alianza: el hechode recibir en nosotros la acción misma de Dios. En laAntigua Alianza, Dios prescribía 10 que había que hacer.Lo prescribía a través de una Ley externa. Este tipo de

Alianza no funcionó, porque el hombre no es capaz consus solas fuerzas de cumplir la voluntad de Dios. Por esoel Señor quiso instituir la Nueva Alianza, prometió es~cribir su nombre en el corazón del hombre Oer 31,33) ydarle un corazón nuevo, darle su Espíritu (Ez 36,26~27).Esto quiere decir que, en la Nueva Alianza, el que actúaes Dios mismo, y debemos acoger en nosotros su acción.Nuestro actuar cristiano es el actuar de Dios acogidoen nosotros con fe y gratitud por medio de Jesucristo,mediador de la Nueva Alianza.

Esta doctrina de la Carta a los hebreos no está aisladadel Nuevo Testamento. También san Pablo declara alos filipenses: «Es Dios quien, por su benevolencia [proSUD beneplácito] realiza en vosotros el querer y el obrar[velle et perficere}» (Flp 2,13). Dios obra en nosotrosnuestro obrar. Esta afirmación de Pablo correspondea la promesa hecha por Dios, por boca de Ezequiel, deintroducir su Espíritu en nuestros corazones, haciéndo~nos capaces de cumplir sus decretos: «Haré que hagáis»,dice literalmente Dios en la profecía de Ezequiel (Ez36,27). Dios mismo hace que hagamos, por tanto laNueva Alianza no consiste solamente en recibir la leyde Dios en el interior de nuestro corazón, sino en recibirla acción de Dios mismo en nosotros.

En el cuarto evangelio encontramos una enseñanzamuy profunda a este propósito sobre las obras de Cristocomo don del Padre. Jesús dice dos veces que las obrasque él hace son un don del Padre. Dice literalmente:«Las obras que el Padre me ha dado a fin de que yo laslleve a cumplimiento, estas obras ... dan testimonio deque el Padre me ha enviado» On 5,36). Y en la oraciónsacerdotal dice: «Yohe llevado a cumplimiento la obraque tú me has dado hacer» On 17,4). No «que me has

dado que hacer», sino que me has «dado hacer». Esta esla traducción exacta del griego. Dios, el Padre, ha dadoa Cristo el hacer las obras, que son obras divinas. «ElHijo, por sí mismo, no puede hacer nada sino lo que vehacer al Padre: lo que hace el Padre, también el Hijo lohace» On 5,19), porque el Padre da al Hijo el actuar.

Como Jesús ha recibido del Padre sus obras, así tam~bién nosotros debemos recibir nuestro actuar de Jesús.Él debe no sólo vivir en nosotros, sino actuar en noso~tros y con nosotros. Nosotros estamos unidos a él comolos sarmientos a la vid; lo que produce la actividad delos sarmientos es la vid. «Como el sarmiento no puededar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, asítambién vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid,vosotros los sarmientos» (Jn 15,4~5).

Jesús dice también una cosa sorprendente a estepropósito en el discurso posterior a la Última Cena:«En verdad os digo: el que crea en mí, hará también éllas obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yovoy al Padre» On 14,12). Aquí las ediciones ponen unpunto: Jesús va al Padre, y los discípulos por tanto sonlibres para hacer sus obras, que son más grandes que lasde Jesús. Se trata de un enorme error de interpretación;es necesario leer todo el pasaje para captarlo correcta~mente: el creyente «hará mayores aún, porque yo voyal Padre y cualquier cosa que pidáis en mi nombre yolo haré, a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo»(Jn 14,12~13). Los discípulos harán obras más grandesque las que hace Jesús en su vida terrena porque, estan~do Jesús glorificado, estará en condiciones de hacer élmismo estas obras más grandes. Las hará y pedirá a losdiscípulos hacerlas con él. Así, san Pablo hizo obras másgrandes que Jesús: en efecto, Jesús limitó su ministerio

a Palestina, mientras que Pablo extendió su apostoladopor un gran número de países. Pero Pablo recibe susobras de Cristo; era consciente de no ser él el autorprincipal. El autor principal era Cristo, que «actuabapor medio [de su apóstol]» (cfRom 15,18~19). Tambiénnosotros debemos ponemos a disposición de Cristo parahacer con él sus grandes obras. Debemos pedir al Padreque realice en nosotros, por medio de Cristo, lo que aEl le agrade y que nos haga de este modo instrumentosaptos para su obra de salvación en el mundo.

16Unión a Cristo y sacerdocio bautismal

(lPe 2,4,5)

La Carta a los hebreos da gran relieve, como habíamosvisto, a la novedad del sacrificio o del sacerdocio deCristo. Uno de los aspectos de esta novedad es la aper,tura a la participación. El sacerdocio antiguo no estabaen nada abierto a la participación; estaba fundado enun sistema de santificación por medio de separaciones y,por tanto, reservado exclusivamente a los sacerdotes y alSumo Sacerdote. Cuando el Sumo Sacerdote penetrabaen el Santo de los Santos, ningún otro podía acampa,ñarlo o seguirlo. El Levítico precisa que entonces: «Na,die debe estar en la Tienda del Encuentro» (Lev 16,17),ni siquiera en la primera parte llamada el «Santo». Encambio, el sacerdocio de Cristo está plenamente abiertoa la participación, porque está fundado en un acto decompleta solidaridad fraterna con nosotros pecadores.La Carta a los hebreos afirma que, con su oblación, Cris,to «ha hecho perfectos para siempre a los que han sidosantificados» (Heb 10,14). «Hacer perfecto» a alguienindica también en este contexto «consagrarlo sacerdo,te». Con su oblación, Cristo ha consagrado sacerdotes aquienes han sido santificados. Todos los cristianos gozanahora del privilegio sacerdotal, un privilegio superior

al del mismo Sumo Sacerdote antiguo, porque tienenpleno derecho a entrar en el verdadero Santuario sinningún límite de tiempo, y son invitados, por otra parte,a ofrecer continuamente a Dios, por medio de Cristo,sus sacrificios. El autor lo dice en el capítulo 13: lossacrificios son una Eucaristía, «sacrificio de alabanza»,y una vida de caridad (Heb 13,15,16).

Por otra parte, el autor muestra que también los di,rigentes de la Iglesia, que llama hegoumenoi, tienen unaparticipación especial en el sacerdocio de Cristo, en elsentido de una autoridad para comunicar la palabra deDios (Heb 7,13) en unión con Cristo, Sumo Sacerdo,te, digno de fe en relación con Dios. Y también en elsentido de la misericordia sacerdotal de Cristo, que lelleva a vigilar por el bien de las almas (Heb 13,17). Peroel autor de la Carta a los hebreos no aplica el título desacerdote ni a los cristianos ni a los dirigentes.

En cambio, san Pedro, en su primera Carta, aplica ala comunidad de creyentes un título sacerdotal. La llamahierateuma (1Pe 2,5.9), un término que significa «orga,nismo sacerdotal», un término colectivo, que se encuen,tra en la traducción griega del Antiguo Testamento (Éx19,6; versión de los Setenta). San Pedro, en este pasajeespléndido del capítulo 2, expresa todo el dinamismo dela nueva vida de los creyentes, fruto de la pasión y de laresurrección de Cristo. Este pasaje es verdaderamentecapital para nuestra vida espiritual y eclesial.

Pedro comienza mostrando las condiciones de la vidaeclesial, diciendo a los nuevos bautizados, que él compa,ra con los recién nacidos: «Depuesta toda malicia y todoengaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicen,cias. Como niños recién nacidos, desead la pura lechede la palabra, para crecer con ella hacia la salvación, si

de verdad habéis ya gustado cómo es bueno el Señor»:esta es la primera parte del pasaje (lPe 2,1~3).Despuésviene la segunda parte: «Acercándoos a él, piedra viva,desechada por los hombres, pero elegida, preciosa anteDios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en laconstrucción de un edificio espiritual para un sacerdociosanto, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables aDios por mediación de Jesucristo» OPe 2,4~5).

En esta frase la relación con el Señor se expresa demanera muy profunda. Pedro dice que debemos acer~carnos al Señor; la conversión cristiana es siempre unaconversión hacia Cristo y, a través de Cristo, haciaDios. Esta conversión asume también una dimensióncomunitaria, eclesial. Cuando entramos en contactocon Cristo, somos asimilados a él e integrados en unedificio espiritual fundado sobre él, que es un santuariode Dios. Así somos liberados de la dispersión, liberadosde nuestro individualismo, y reunidos todos para formarjuntos la casa de Dios. Se trata de una unión muy fuer~te, porque no seremos sólo cada uno junto a los otros,como en el interior de un edificio, lo cual es ya unarelación apreciable, sino que seremos unidos los unosa los otros como las piedras que forman parte de unedificio. La gente que está reunida por un cierto tiempoen el interior de una casa puede después marcharse,salir, dispersarse de nuevo. En cambio, las piedras queforman parte de un edificio son solidarias entre sí demodo definitivo. No es posible disociarlas sin violenciay sin dañar el edificio. Vemos aquí, por tanto, un idealde unidad muy fuerte, que debe darnos mucha alegríapero que al mismo tiempo es muy exigente.

Este parangón con la construcción no es ciertamen~te algo nuevo. En la Escritura aparece muchas veces y

el mismo Jesús lo propuso. San Pedro podía tener unaidea muy viva de ello, porque debía su nuevo nombre,«Pedro», a una iniciativa de Jesús en relación con laconstrucción de la Iglesia. Jesús le había dicho: «Tú eresKefa -esto es, "roca"-, y sobre esta roca construiré miIglesia» (Mt 16,18; cfJn 1,42). Aquí san Pedro designaa Cristo mismo como la «piedra viva, desechada por loshombres, pero elegida, preciosa ante Dios» (lPe 2,4).Casi todas las palabras de esta larga expresión provie~nen de textos proféticos que el Apóstol cita despuésen los versículos siguientes. Sólo el calificativo, «viva»,es nuevo. ¿Qué quiere decir el Apóstol? ¿Quiere quizásubrayar que la metáfora se refiere a la unidad de la pie~dra y no a su inercia? No es esta la razón. Pedro quierereferirse al misterio Pascual. Cristo, con su resurrección,se convirtió en una piedra «viva». Él se manifestó comoel viviente, como dice san Lucas, o más exactamentecomo el ángel, como aparece en el evangelio de Lucas:«¿Por qué buscáis al Viviente entre los muertos?» (Lc24,5). Cristo es el viviente que triunfó decisivamentesobre todas las fuerzas de la muerte. San Pedro nosinvita a acercarnos a Cristo resucitado en su misteriopascual y a darle nuestra plena adhesión de fe.

El misterio pascual comprende dos aspectos insepara~bles. San Pedro tiene prisa en recordarnos el otro aspec~to. Cristo fue rechazado por los hombres en su Pasión, ydespués glorificado por Dios en su Resurrección. Notarque Pedro no polemiza contra los judíos, no dice queJesús fuera rechazado por los judíos, sino «rechazadopor los hombres». Somos todos corresponsables de lapasión de Cristo, no debemos echar la culpa sólo a losjudíos. Los hombres rechazaron a Jesús, lo consideraronuna piedra inutilizable para tirarla entre los rechaza~

dos, como se dice en el Salmo 117/118, que Jesús citódespués de la parábola de los viñadores homicidas: «Lapiedra que los constructores rechazaron ha venido a serla piedra angular» (v. 22; Mt 21,42). Dios fue a recogeresta piedra arrojada entre los rechazados, la eligió yafirmó su valor supremo para la construcción del edi,ficio. Resucitado, Cristo vino a ser el principio de unaconstrucción nueva. La piedra viva está en condicionesde agregar a sí otras innumerables piedras.

Ved cómo san Pedro expresa el aspecto eclesial delmisterio Pascual, que hemos encontrado en la Carta alos hebreos. San Pedro se inspira en el salmo que hablade la piedra angular, la que da al edificio su cohesión.Pedro nos da a entender que la resurrección de Cristono es una glorificación de carácter exclusivamente indi,vidual: al contrario, la resurrección de Cristo constituyela piedra angular de un nuevo edificio, centro y fuentede unidad. Cristo murió y resucitó para «reunir a todoslos hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52).Aquellos que se acercan a él en la plenitud de la fe sontransformados por el contacto con él y llegan a ser ellosmismos también piedras vivas, porque la vida del Resu,citado los invade y los transforma. Ellos son regeneradospor Dios por medio de la resurrección de Jesús, comodice san Pedro al comienzo de su Carta (lPe 1,3). Asípodemos entender la Resurrección y adherirnos a Jesúsresucitado, para ser inundados por su vida y transforma'dos profundamente.

El nuevo edificio se llama literalmente «edificioespiritual». ¿Cómo captar esta expresión? Es posibleinterpretada en un modo más bien genérico, diciendoque los cristianos no deben construir materialmenteuna casa, sino formar espiritualmente una construcción

cohesionada. Esta interpretación no es falsa, pero nobasta. La expresión tiene un sentido más profundo. Aquí,«edificio» quiere decir «casa de Dios», «templo». En elAntiguo Testamento, la palabra hebrea beth, «casa», serefiere muchas veces, sin otra determinación, al «templode Jerusalén». San Pedro no piensa aquí en un edificiocualquiera, sino en un templo, un santuario. Lo vemosinmediatamente después porque habla de un sacerdocioy de sacrificios gratos a Dios. Se trata por tanto de unnuevo templo que sustituye al templo de Jerusalén.

Conviene aquí recordar la historia de la construc'ción, de la destrucción y reconstrucción del templo.El punto de partida, lo sabéis muy bien, es el oráculodel profeta Natán, en el libro de Samuel (2Sam 7). ADavid le vino a la mente la idea de construir una bellacasa para Dios. El arca de Dios estaba bajo una tienda,y esto no estaba bien, así que el profeta fue encargadopor Dios de responder: «David, tú no construirás unacasa para mí. Yo, Dios, te construiré una casa, te daréun hijo y un sucesor, y este hijo construirá para mí unacasa». El oráculo de N atán encontró una primera reali,zación en la historia de Salomón, el hijo de David, queconstruyó el templo de Jerusalén. Pero esta realizaciónmaterial era imperfecta y destinada a la destrucción. Laverdadera casa de David y la verdadera casa de Dios seconstruyeron al mismo tiempo por medio de la muertey la resurrección de Cristo. Con una síntesis inesperada,como ocurre con frecuencia en la Biblia cuando se tratadel misterio de Cristo.

En la historia de Salomón hay una clara distinciónentre dos aspectos del oráculo: Dios había prometido aDavid una casa, es decir, un hijo que debía sucederle:este hijo es Salomón. El otro aspecto de este oráculo:

ese hijo debía construir una casa para Dios. Salomónconstruyó un templo en Jerusalén. Salomón y el temploson dos realidades distintas. En cambio, Cristo resuci,tado es al mismo tiempo la casa real dada por Dios aDavid y la casa de Dios, construida para Dios por el hijode David. Cristo es las dos cosas conjuntamente. Cristoes la casa real, porque su victoria sobre la muerte hizode Jesús, descendiente de David, el rey Mesías que reinapara siempre. Por tanto, en Jesús, Dios dio a David unacasa que reina para siempre. Por otra parte, Jesús resu,citado es la nueva casa de Dios, porque en su misteriopascual Cristo sustituyó el templo hecho por mano delhombre por un templo no hecho por manos de hombre,construido en tres días. Esto es lo que se dice en losevangelios (Mc 14,57,58; Jn 2,19,22), recordado a pro'pósito de la tienda no hecha por mano del hombre.

El Cuerpo de Cristo revivificado por el Espíritu Santoes la verdadera casa de Dios, el auténtico templo, el ver,dadero edificio espiritual al cual todos los hombres estáninvitados a entrar para encontrase en relación íntimacon Dios, más aún, todos han sido invitados a formarparte de este templo, a convertirse en piedras vivas delmismo. En la expresión «edificio espiritual», el adjetivo«espiritual» debe entenderse en el sentido fuerte deobra del Espíritu Santo. Gracias a «la acción santifica,dora del Espíritu Santo», de la cual Pedro ha habladoal comienzo de su carta (IPe 1,2), los creyentes, por laacción de este Espíritu, forman parte de este edificioespiritual. El Apóstol expresa aquí un vigoroso dina,mismo. El movimiento de los cristianos que se acercana Cristo continúa en el movimiento de la creación deledificio espiritual que se está construyendo y este edi,ficio debe servir para un sacerdocio santo, que consiste

en ofrecer sacrificios espirituales. Así somos invitados aentrar en el dinamismo potente de la ofrenda de Cristo.Por medio de la incorporación a Cristo, los cristianossomos consagrados sacerdotes e invitados a ofrecer. To~dos juntos formamos un «sacerdocio santo», dice Pedro,que -como he dicho al comienzo- toma la palabra delos Setenta. Dios, en el libro del Éxodo (l9,5~6), habíahecho a Israel una promesa bellísima: «Si queréis escu~char mi voz y custodiar mi Alianza, (... ) seréis para míun reino de sacerdotes y una nación santa». En el textohebreo encontramos aquí la palabra kohen, que signi~fica «sacerdote», en plural, en la expresión «un reinode sacerdotes», mamleket kohanim. Los autores de losSetenta lo sustituyeron por un singular colectivo, hiera~teuma, «organismo sacerdotal», y esto conviene a Pedro,porque expresa el aspecto eclesial de la participacióncristiana en el sacerdocio de Cristo. Los cristianos noson sacerdotes singularmente cada uno por su cuenta.Esta era la perspectiva protestante, propugnada porLutero. Los cristianos forman parte de un organismosacerdotal. Después de un estudio detenido de la Cartade Pedro, un exegeta luterano, J. H. Elliott, tuvo la granhonestidad de concluir que la interpretación luteranaindividualista no es sostenible. La participación en elsacerdocio de Cristo es eclesial, no individual; es perso~nal para cada uno, pero no individual.

San Pedro nos precisa que el sacerdocio bautismal seejerce con la ofrenda de sacrificios espirituales. No setrata de sacrificios «mentales», es decir, de una simpleintención mental de ofrecerse a Dios. Se trata de unaofrenda de la propia existencia real bajo el impulso dadopor el Espíritu Santo y en la docilidad al Espíritu Santo.El culto cristiano consiste en llegar a ser «santos en toda

nuestra conducta», dice san Pedro (lPe 1,15), viviendoen una caridad intensa, en un amor intenso (lPe 1,22;4,8). Esto vale para todo estado de vida: «Cada uno vivasegún el don de gracia el carisma recibido, poniéndoloal servicio de los demás como buenos administradoresde una multiforme gracia de Dios» (lPe 4,10).

En 1Pe 2,5, la frase de Pedro expresa la doctrina delsacerdocio bautismal de todos los creyentes, que es elaspecto principal del sacerdocio en la Iglesia. Se piensafácilmente lo contrario, esto es, que lo más importan,te es el sacerdocio ministerial, ordenado, pero no esexacto: los documentos magisteriales lo han indicadorecientemente. El sacerdocio ministerial está al serviciodel sacerdocio bautismal, que es su finalidad. El sacer,docio ministerial es el medio, un medio indispensable,de importancia verdaderamente fundamental: sin elsacerdocio ministerial, el sacerdocio bautismal no puedeejercerse, no podría existir. Pero sin el sacerdocio bautis,mal de todos los creyentes, el sacerdocio ministerial notendría sentido. Además, hay que observar que el sacer,docio bautismal es el sacerdocio de todos los bautizados,del más pequeño al más grande. También nosotros, losque hemos recibido el sacramento del Orden, estamosllamados a ejercer el sacerdocio bautismal en todanuestra vida, esto es, ofrecernos a nosotros mismos enunión con la ofrenda de Cristo: este es el ejercicio delsacerdocio bautismal. También cuando ejercemos nues,tro sacerdocio ministerial estamos llamados a ejercer almismo tiempo el sacerdocio bautismal. El sacerdociobautismal y el ministerial deben andar juntos. Cuan,do ejercemos nuestro ministerio, debemos ofrecernostambién nosotros mismos en unión con la ofrenda deCristo. Para nosotros, el sacerdocio bautismal es más

importante que el sacerdocio ministerial. El sacerdo,cio ministerial es un don de Cristo a la Iglesia, un donmaravilloso. No es una realidad que nos pertenezcapersonalmente, no es algo que aumente nuestro valorpersonal, sino el modo en que nos ofrecemos nosotrosmismos, como todo creyente está llamado a ofrecerse así mismo. Esto es, para nosotros, lo más importante. Esnecesario añadir que, para nosotros, este ejercicio delsacerdocio bautismal toma una forma específica: la dela caridad pastoral. El sacerdocio bautismal es siempreejercicio de la caridad, pero para nosotros la caridadpastoral es el aspecto específico de este ejercicio. Sa,cerdocio bautismal y sacerdocio ministerial deben estarunidos en nuestra vida. La separación es posible. Paraun sacerdote es posible celebrar la Santa Misa sin unirsepersonalmente al sacrificio de Cristo. Entonces habráejercido su sacerdocio ministerial, la misa será válida ydará a los fieles la posibilidad de ejercer su sacerdociobautismal, ofreciéndose en unión con la ofrenda deCristo, pero el sacerdote mismo no lo habrá ejercitado.Esto no sólo es anormal, sino escandaloso.

San Pedro concluye que, gracias a la resurrección deJesús, nuestra vida es transformada, y proclama: «Lasobras maravillosas de aquel que nos llamó de las tinie,bIas a su luz admirable». Nosotros, que en un tiempo noéramos pueblo, ahora somos pueblo de Dios. Nosotros,que un tiempo fuimos excluidos de la misericordia,ahora en cambio somos colmados de la misericordia (cf1Pe 2,10). Así san Pedro nos invita a todos a vivir uni,dos al misterio de Cristo, en el amor agradecido y en laofrenda generosa de nuestra vida. Pidamos la gracia decorresponder bien a esta invitación del Apóstol.

17El corazón sacerdotal de Cristo

y el sacerdocio ordenado

Eminencias, Excelencias, Monseñores, para concluirestos Ejercicios Espirituales, os propongo ahora al~gunas modestas reflexiones sobre las relaciones queexisten entre el sacerdocio ministerial y el corazónsacerdotal de Cristo. Estas relaciones son muy estre~chas, porque la Nueva Alianza, a cuyo servicio estáordenado el sacerdocio, tiene como centro y fuente elcorazón de Cristo. En la Carta a los hebreos, al hacerel parangón entre el sacerdocio de la Antigua Alianzay el de la Nueva Alianza, se constata que el sacerdociode la Antigua era externo, sin relación alguna con elcorazón. En el Antiguo Testamento se habla algunavez del corazón del rey: Salomón, por ejemplo, pide aDios que le conceda un corazón dócil (lRe 3,9), yellibro de los Proverbios dice que «el corazón del reyesun canal de agua en manos del Señor» (Prov 21,1).Del corazón del sacerdote, sin embargo, no se hablajamás, el culto antiguo no tiene ninguna relación conel corazón. El culto está definido por la Ley, que secumple con ritos convencionales externos y ofreciendoinmolaciones de animales. El sacerdote debe cumplirlos ritos y basta.

Jesús sustituyó este culto externo y convencional porun culto personal y existencial que parte de su corazón.El sacerdocio de Cristo realiza la Nueva Alianza, queconsiste en el don a los creyentes de un corazón nuevo,en el cual se derramó un espíritu nuevo: el EspírituSanto. Para fundar la Nueva Alianza, Jesús aceptó unatransformación sacrificial de su corazón para hacer de élpropiamente un corazón nuevo. En la Nueva Alianza,el problema del sacerdocio y del culto es un problemadel corazón. Para acercarse a Dios es necesario tenerun corazón digno de Dios, purificado, santo, verdadera,mente abierto y. dócil a las relaciones con Dios, al amorque viene de Él. Este corazón no existía, es la tristeconstatación de todo el Antiguo Testamento: todostuvieron un corazón extraviado, no hubo ninguno quefuera verdaderamente justo. Todos estaban manchadospor el pecado y por tanto lejos del Señor, y eran indig,nos de tener una relación con Él, porque su corazón noera perfecto. En un oráculo de Jeremías, Dios prometióuna transformación del corazón, diciendo: He aquí, laNueva Alianza será esta, escribiré mi Leyen su corazón.Una Ley escrita sobre piedra no podía producir unaverdadera unión entre Dios y el pueblo, porque era algoexterno a Dios y externo al pueblo. La profecía de Jere,mías anuncia pues que los creyentes tendrán un corazóndócil, dispuesto a hacer la voluntad de Dios con amor,un corazón dispuesto a entrar en una relación profunday auténtica con Dios. Para expresar lo mismo de unamanera más radical, Ezequiel, en nombre de Dios, pro'metía un corazón nuevo, un espíritu nuevo, porque nobastaba escribir la ley de Dios en el corazón viejo, eranecesario cambiar radicalmente el corazón. Por eso,Dios decía: «Os daré un corazón nuevo, meteré dentro

de vosotros un espíritu nuevo, pondré mi espíritu dentrode vosotros» (Ez 36,26.27).

Para recibir el Espíritu de Dios es indispensable tenerun corazón nuevo. Según la Biblia, el Espíritu se recibeen el corazón. Por tanto, era necesario tener un corazónhumano plenamente abierto al Espíritu de Dios, dis,puesto a una verdadera alianza con Dios, sin interponerningún obstáculo. Podemos ver en la Carta a los hebreosque Jesús aceptó la transformación del propio corazónpara realizar esta promesa de Dios, para producir uncorazón nuevo. El corazón de Jesús, en un cierto sen,tido, es un corazón perfecto desde el comienzo, unidoal Padre, dispuesto a sacrificarse por los hombres. Es uncorazón humano, que aceptó una transformación pararealizar plenamente el designio de Dios y para podercomunicamos un corazón nuevo. Me parece que el mis,terio de la Redención es precisamente este. El Hijo deDios tomó una naturaleza humana que llevaba el signodel pecado. San Pablo dice «una semejanza de carne depecado» (Rom 8,3). Una naturaleza humana por tantonecesitada de transformación interior, y la tomó preci,samente para realizar esta transformación, que no esexterna. Se trata de transformar el corazón, de obtenerpara el hombre un corazón nuevo, verdaderamente dó,cil a Dios y abierto al amor que viene de Dios tambiénpara los demás.

Esta transformación se realizó en la pasión de Jesús.Sabemos todos que la pasión de Jesús fue un momentode gran dolor, de grandes sufrimientos y de luchas in,ternas, sobre todo en la agonía. En ella vemos que Jesústenía un corazón humano, expuesto a los sufrimientosy a la angustia. En esa angustia asumió la actitud dedocilidad completa hacia el Padre (<<nose haga mi vo,

luntad, sino la tuya»), para la salvación de los herma,nos. Jesús asumió todo el dolor de la Pasión como unaocasión de docilidad extraordinaria del propio corazóna la voluntad del Padre. La Carta a los hebreos dice que«aprendió con sus sufrimientos la obediencia» (Heb5,8). Quiso aprender no para sí mismo, sino para nasa'tros, para formar en sí mismo un corazón dócil sobre elcual la ley de Dios fuera escrita, más aún, un corazóncompletamente nuevo, un corazón que no quiere otracosa que obedecer al Padre, hacer su voluntad, ponersea su disposición por la salvación de los hermanos. Nosdebemos dar cuenta de lo que Cristo hizo en la Reden,ción: aceptó verdaderamente que su corazón sufrieseprofundamente para ser transformado y para estardespués a disposición de todos los creyentes como uncorazón nuevo, que nos comunica una apertura com,pleta a Dios y a los hermanos. El sacerdocio de Cristoestá aquí: Cristo es sacerdote en cuanto mediador de laNueva Alianza, que consiste en la transformación delcorazón. Jesús llegó a ser perfecto sacerdote gracias asu Pasión, con la cual su corazón humano fue transfor,mado, para que se convirtiera en el centro y la fuentede la Nueva Alianza.

Cuando hablamos del corazón de Cristo, estamosverdaderamente en el centro de la revelación del NuevoTestamento. No se trata solamente de una revelaciónteórica, sino de una actuación divina, que se efectuó enel corazón humano de Jesús. Si no llegamos hasta estepunto, permanecemos superficiales, no podemos apre,ciar plenamente la riqueza de la Redención, que ahoratenemos a nuestra disposición en este corazón nuevo.La gran revelación es propiamente el amor que se hamanifestado en la encarnación del Hijo de Dios y en su

Pasión. Sin el amor, la Pasión no habría tenido ningúnvalor. Habría sido sólo un acontecimiento trágico yescandaloso. Todo fue transformado desde el interior,desde el corazón. Lo que era externamente más opuestoal amor se convirtió en ocasión del amor más grande,gracias a la generosidad del corazón de Jesús. No sepueden imaginar circunstancias más contrarias a unprogreso del amor: la injusticia, la crueldad, la traición;todas las cosas que se oponen al amor se convierten sinembargo en ocasión de un amor más grande, en unasuperación extraordinaria. El secreto está en el corazónde Jesús, esto es, en el amor de Jesús.

Cuando hablamos de corazón, hablamos de amor,pero de un amor vivido por un hombre. No se trata delamor divino anterior a la Encarnación, sino del amorvivido por el Hijo de Dios en su naturaleza humana ycon sus sufrimientos humanos, con sus sentimientos ycon sus decisiones humanas. Verdaderamente, un cara,zón que fue extremadamente generoso, pues sufrió lascircunstancias más contrarias para hacer sobreabundarel amor.

Que esto es el centro lo demuestra también san Pablocuando habla del agape, del amor, de la caridad (1Cor13). Para los corintios había otras cosas que parecíanmás interesantes y más importantes que la caridad: laprofecía, los carismas extraordinarios, el don de lenguas,la gnosis, el conocimiento. Todas estas cosas les parecíanmás importantes, más divinas. San Pablo no dudó, ydijo: no, el conocimiento no tiene ningún valor sin elamor, «la ciencia infla, el amor edifica» (1Cor 8,2); «sino tengo amor», no tengo nada, «no soy nada» (1Cor13,2). Pablo puso en el centro el amor, que tiene sufuente en el corazón de Cristo.

Todo el Nuevo Testamento se orienta en este sentido,y más exactamente en el sentido de la unión de las dosdimensiones del amor: el amor a Dios y el amor a loshermanos. Este es el punto más específico del NuevoTestamento. El Antiguo Testamento buscaba el amor aDios «con todo el corazón», pero no afirmaba tan clara,mente la relación del amor a Dios y el amor al prójimo(cf Éx 32,26,29). Se establecía esta relación, pero nocon tanta fuerza como en Cristo. Como ya he dicho, enCristo las dos dimensiones de la cruz, la vertical, que ex,presa la relación con Dios, y la horizontal, que expresala relación con nosotros, forman una unidad: son las dosdimensiones del amor, unidas en el centro del corazónde Jesús, que mantuvo estas dos dimensiones estricta,mente unidas a pesar de la tensión extrema que sufría.Así, su corazón llegó a ser y es realmente un corazónsacerdotal, el corazón del Sumo Sacerdote, corazón delmediador de la Nueva Alianza.

El sacerdocio ordenado es sacramento del sacerdociode Cristo, sacramento de la mediación sacerdotal deCristo. Por medio de los obispos y de los presbíteros, Cris,to hace presente su sacerdocio y lo hace presente comomediación de la Nueva Alianza, poniendo a disposiciónde todos su propio corazón. El sacerdocio ordenadotiene por tanto una relación estrictísima, profundísimacon el corazón sacerdotal de Cristo: se le puede llamar«sacramento del corazón sacerdotal de Cristo». Cristo,mediador de la Nueva Alianza, ejercita su mediación,fundada sobre su corazón, por medio de «ministros de laNueva Alianza», como dice san Pablo (2Cor 3,5). Cristo,Buen Pastor que llevó el propio amor hasta dar la propiavida por las ovejas, cuida de su rebaño por medio de lospastores de la Iglesia, que han sido llamados a «pastorear

el rebaño de Dios» como indica san Pedro en su Carta(lPe 5,2) y como dice san Pablo en un discurso de losHechos de los apóstoles (He 20,28).

El sacerdocio ordenado, como todos los sacramentos,es una creación extraordinaria de Cristo, una expresiónde su amor. Naturalmente, el sacramento más impor,tan te es la Eucaristía, pero la Eucaristía no es posiblesin el sacerdote. En la celebración eucarística no se dansolamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino tambiénla presencia sacramental de Cristo gracias a la presenciadel sacerdote. Esto es motivo de maravilla y de estupor:ver que Jesús ha creado esta presencia suya sacramentalno solamente en objetos o sustancias, sino también ennuestras personas, aunque seamos indignos. Debemospor tanto ser agradecidos y tener el sentimiento denuestra responsabilidad.

Para ser sacramento de Cristo sacerdote, el obispo,el presbítero, debe estar unido al corazón de Cristoen sus dos disposiciones fundamentales: la docilidadhacia Dios y la misericordia hacia los hombres. Debetener un corazón filial hacia Dios Padre y un corazónfraterno hacia las personas humanas. Una mediación,en efecto, se ejerce entre las dos partes y requiere unasbuenas relaciones del mediador con las dos partes. Enla mediación sacerdotal se trata de poner en relaciónel pueblo y Dios y, por tanto, para el mediador, de unaparte, son necesarias buenas relaciones con Dios y, deotra parte, con los hombres hermanos. Estas relacionesse obtienen, cuando se trata de relaciones entre Dios ylos hombres, poniéndolas en el corazón.

Jesús dijo explícitamente que tiene un corazón «man,so y humilde» (Mt 11,29). Un corazón humilde, estoes, dócil a Dios, filial, hasta la obediencia de la cruz ..

Un corazón manso, esto es, fraterno, misericordioso.Cuando Jesús define su propio corazón como manso yhumilde toca los dos aspectos de la mediación sacerdo~tal: muestra que su corazón es un corazón sacerdotal,que establece la unión entre las relaciones con Diosen la humildad y las relaciones con los hermanos en lamansedumbre. Cuando la Carta a los hebreos define alsacerdote, expresa de manera semejante el contenidode estas dos cualidades esenciales: la humildad de co~razón ante Dios en la docilidad profunda (Heb 5,4~5)y la mansedumbre de corazón hacia los hombres en lamisericordia (Heb 5,2). El corazón filial de Cristo semanifestó sobre todo en la agonía de Getsemaní. Allíse ve hasta qué punto Jesús fue dócil al Padre con in~menso amor, humilde. El corazón fraterno de Cristo semanifestó sobre todo en la institución de la Eucaristía,cuando Jesús se dio a sí mismo en alimento de comu~nión fraterna. Pero no es posible hacer una separaciónentre estos dos aspectos. En la agonía, Jesús se mani~fiesta también hermano nuestro, porque toma sobre sítoda nuestra angustia, nuestra situación desesperada, yse hace así «en todo semejante a los hermanos» (Heb2,17). Y en la institución eucarística, Jesús se mostrótambién como Hijo, que da gracias al Padre y recibe delPadre toda la corriente de amor necesaria para cambiarla situación. Filiación y fraternidad están íntimamenteunidas y son las dos virtudes fundamentales del corazónsacerdotal de Cristo. El corazón del sacerdote se definepor la unión de estas dos disposiciones: docilidad filial ymisericordia fraterna.

Jesús quiso unir a sus apóstoles en estas dos relacio~nes fundamentales de su corazón. En su relación conel Padre, vemos la insistencia de Jesús en decir que él

ha venido no para hacer su voluntad, sino la voluntaddel Padre On 5,30; 6,38). Vemos sobre todo que quiereunir a sus apóstoles a esta disposición suya de docilidadcompleta. Lo vemos en la agonía, cuando pide a susapóstoles vigilar con él: «Vigilad y orad» (Mt 26,41).Antes había insistido en la necesidad de ser dóciles alPadre. En el momento en que se encuentra en la prue~ba, pide a sus apóstoles que compartan esta prueba yesta disposición, y les da una lección impresionante dedocilidad plena de amor filial, porque su grito «que sehaga tu voluntad» (Mt 26,42) no es la expresión de unaresignación, sino un grito de amor filial.

Por otra parte, quiso unir a sus apóstoles a su corazónen la misericordia hacia los pecadores. Esto se ve mu~chas veces en el evangelio, en particular en la vocaciónde Mateo. Mateo era considerado pecador, porque erapublicano. Jesús manifiesta con él su misericordia sor~prendente, diciendo: «Sígueme» (Mt 9,9). Un honorextraordinario, no sólo el ser considerado por Jesúscomo alguien a salvar, sino como un posible cooperador.Se vio enseguida que esta vocación de Mateo fue la oca~sión de mostrar que el apóstol debe ser misericordiosocon los pecadores; que los discípulos de Jesús debenser misericordiosos. Mateo organiza un banquete conotros publicanos. Esto suscita la crítica de los fariseos,que dicen a los discípulos: ¿Por qué vuestro Maestrocome con publicanos y pecadores? Jesús responde condecisión: «No he venido a llamar a los justos, sino alos pecadores». Y Jesús cita la profecía de Oseas: «Ida aprender qué cosa significa misericordia quiero y nosacrificios» (Mt 9, 11~13).

Los apóstoles son así asociados al movimiento de mi~sericordia del corazón de Cristo, fin de su vocación. Je~

sús no busca el culto ritual externo de santificación pormedio de la separación ritual; esto es el sistema antiguo.Ahora el verdadero culto se actúa en un movimiento demisericordia hacia los hermanos en la docilidad plenaal amor del Padre.

El sacrificio de Cristo no fue un sacrificio a la ma~nera antigua, fue un acto de misericordia extrema, unapena capital transformada por el corazón en ofrenda demisericordia.

Se puede también analizar el sacerdocio de otromodo. El sacerdocio de Cristo presenta conjuntamentelas tres dimensiones que corresponden a las tres funcio~nes, los tres munera: de profeta, sacerdote y rey. Todoesto entra en la perspectiva de la Carta a los hebreossobre el sacerdocio de Cristo:

1) Cristo comunica mejor que los profetas la palabra deDios. Dios nos ha hablado por medio de su Hijo, aho~ra la palabra de Dios nos viene por medio de Cristo, yeste es un aspecto fundamental de su sacerdocio.

2) Como sacerdote, Cristo nos santifica comunicándo~nos la vida divina.

3) Como Rey, Cristo gobierna la Iglesia y le asegura lacomunión en la unidad.

Son tres funciones que pertenecen al sacerdocio deCristo, Sumo Sacerdote, que comunica al sacerdocioordenado, el cual debe comunicar la palabra de Dios,aspecto fundamental, debe comunicar la vida divinapor medio de los sacramentos y debe asegurar la uni~dad, gobernando el pueblo de Dios. Se puede ver en elevangelio que también para realizar estas tres funcionesCristo quiso asociar a los apóstoles a su corazón.

Vemos en el evangelio de Marcos que, para Jesús,la enseñanza, es decir, la comunicación de la palabrade Dios, es un acto de misericordia sacerdotal. Escribeel evangelista: «y al desembarcar, vio mucha gente.Sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejasque no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchascosas» (Mc 6,34). Jesús enseña porque se ha conmovidoviendo la situación de la gente. Este aspecto afectivo demisericordia es la fuente de su actividad de enseñanza,a la cual él asocia a los apóstoles (Mt 28,19.20). Debeestar presente en la enseñanza de los sacerdotes y de losobispos. No se puede comunicar la palabra de Dios sinoen unión con el corazón de Cristo, con la compasión deJesús y con su misericordia sacerdotal.

La segunda función es comunicar la vida divina. Estoqueda ilustrado en los evangelios con el episodio de lamultiplicación de los panes. Los apóstoles, al atardecer,piden a Jesús que despida a la gente para que, en las al~deas próximas, puedan comprar cualquier cosa para co~mer, pero Jesús responde: «No tienen por qué marcharse;dadles vosotros de comer» (Mt 14,16). Se ha encargado alos apóstoles la función de comunicar la vida. Jesús sientetambién compasión por la gente que corre el riesgo dedesvanecerse en el camino y por ello toma en sus manoslos pocos panes que tiene a su disposición, da las gracias,los parte y los da a sus discípulos para que los distribuyan(Mc 8,1~6). Jesús asocia así a sus discípulos a su actitudde amor generoso que quiere comunicar la vida. Estasescenas, evidentemente, constituyen una prefiguracióndel don eucarÍstico. Los evangelios evidenciaron estarelación. Jesús, en la Última Cena, puso en manos delos apóstoles, y después de los obispos y presbíteros, supropio Cuerpo y su propia Sangre, a fin de que pudieran

distribuir a todos los fieles la vida divina. Esto provienede su compasión, de su corazón.

Está claro que la Eucaristía es el don más extraordi,nario del corazón de Jesús. Jesús pone su propio corazóna disposición de los sacerdotes con la misión de distri,buir este corazón, así como partió el pan y lo hizo distri,buir. Jesús da el propio corazón, para que los sacerdoteslo puedan dar a las otras personas y comunicar este donextraordinario. En el fondo la vida cristiana consiste enrecibir en sí mismo el corazón de Cristo.

El tercer aspecto es asegurar la comunión en la uni,dad. Este aspecto se expresa en el evangelio de Mateocon una descripción del ministerio de Jesús mismo,diciendo: «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas en,señando en las sinagogas, proclamando el evangelio delReino y sanando toda enfermedad y toda dolencia» (Mt9,35). Jesús después comprueba la dispersión humana y«siente compasión». De nuevo: «y al desembarcar, viomucha gente. Sintió compasión de ellos, pues estabancomo ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Su cora,zón se conmueve y ahora quiere asociar a sus discípulosa la gran obra de reunir al género humano. Entoncesles dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obre,ros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíeobreros a su mies» (Mt 9,37,38).

La misión de los Doce se narra inmediatamentedespués (Mt 10,1,5ss.) y se encuentra en esta luz. Estamisión fue percibida como un efecto de la compasióndel corazón de Jesús hacia las multitudes, en su deseode asociar a los hombres elegidos a esta obra de unir enla caridad.

Esto es propiamente una de las funciones esencialesdel sacerdocio: estructurar la unidad, hacer posible la

unidad. Y esto no es posible sin una referencia explícitaal corazón de Jesús, esto es, al amor de Cristo expresadopor su corazón humano.

Reunir a los hombres en la Iglesia y gobernar la Igle,sia no puede ser obra de ambiciones o de dominaciones.Debe ser un servicio inspirado por el amor que provienedel corazón de Jesús. Jesús mismo dijo a los apóstolescuando discutían por el primer puesto: «Sabéis que losque son tenidos como jefes de las naciones, las dominancomo señores absolutos y los grandes los oprimen consu poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino queel que quiera llegar a ser grande entre vosotros, seráesclavo de todos, y el que quiera ser el primero entre va'sotros, será el siervo de todos. El Hijo del hombre no havenido a ser servido, sino a servir y a dar la vida comorescate por muchos» (Mc 10,42,45; cfLc 22,25,26).

En todos estos ejemplos vemos que el sacerdocioordenado está constituido por una llamada a una unióníntima con el corazón de Jesús. Me parece que es másimportante hablar de la unión con el corazón de Jesúsque no de culto al Sagrado Corazón. Ciertamente, elculto al Sagrado Corazón es aprobado por la Iglesia ypor tanto es un elemento muy positivo, pero me pareceque el deseo del corazón de Jesús es ante todo la unióna su corazón, no tanto el culto a su corazón, que puedetener un aspecto externo y por tanto no satisfactorio.La unión al corazón de Jesús, en cambio, me parecealgo esencial para el ejercicio del sacerdocio ministeriaLDebemos pedir al Señor que nos conceda esta unión in,tensa con Él en el amor filial al Padre y en el amor paracon todas las personas confiadas a nuestro ministerio.

Palabras de Su Santidad Benedicto XVIal finalizar los Ejercicios Espirituales de la

Curia Romana

Capilla Redemptoris MaterSábado, 16 de febrero de 2008

Al final de estos días de Ejercicios Espirituales quisieradecir de todo corazón gracias a usted, Eminencia, por suguía espiritual, ofrecida con tanta competencia teológicay con tanta profundidad espiritual. Desde mi ángulo devisión he tenido siempre ante los ojos, sobre la pared dela Capilla, la imagen de Jesús de rodillas delante de sanPedro, lavándole los pies. A través de sus meditacionesesta imagen me ha hablado. He visto que precisamenteaquí, en este comportamiento, en este acto de extremahumildad se realiza el nuevo sacerdocio de Cristo. Yse realiza precisamente en el acto de solidaridad connosotros, con nuestra debilidad, nuestros sufrimientos,nuestras pruebas, hasta su muerte. Así he visto con ojosnuevos también la túnica roja de Jesús, que nos habla desu sangre. Usted, señor cardenal, nos ha enseñado que lasangre de Cristo estaba, a causa de su plegaria, «oxige~nada» por el Espíritu Santo. Y así ha llegado a ser fuerzade resurrección y fuente de vida para nosotros.

Pero no podía dejar de meditar también en la figurade Pedro con el dedo en la frente. Es el momento en

el cual ruega al Señor que le lave no sólo los pies, sinotambién la cabeza y las manos. Me parece que expresa-más allá de aquel momento- la dificultad de san Pe,dro y de todos los discípulos del Señor para captar lasorprendente novedad del sacerdocio de Jesús, de estesacerdocio que es propiamente abajamiento, solidaridadcon nosotros, y así abre el acceso al verdadero santuario,el cuerpo resucitado de Jesús.

En todo el tiempo de su discipulado y, me parece,hasta su propia crucifixión, san Pedro debió escucharsiempre de nuevo a Jesús, para entrar más profunda,mente en el misterio de su sacerdocio, del sacerdocio deCristo comunicado a los apóstoles y a sus sucesores.

En este sentido, la figura de Pedro me parece que escomo la figura de todos nosotros en estos días. Usted,Eminencia, nos ha ayudado a escuchar la voz del Se,ñor, y a aprender así de nuevo qué es su sacerdocio y elnuestro. Nos ha ayudado a entrar en la participación enel sacerdocio de Cristo y así también a recibir el corazónnuevo, el corazón de Jesús, como centro del misterio dela Nueva Alianza.

Gracias por todo esto, Eminencia. Sus palabras y susmeditaciones nos acompañarán en este tiempo de Cua,resma en nuestro caminar hacia la Pascua del Señor. Eneste sentido auguro para todos vosotros, queridos her,manos, una buena Cuaresma, fecunda espiritualmente,para que podamos realmente llegar en la Pascua a unasiempre más profunda participación en el sacerdocio denuestro Señor.

"Inclice

1. «Dios nos ha hablado»...................................... 52. «Dios nos ha hablado en su Hijo» 133. Cristo es Hijo de Dios y hermano nuestro 214. Cómo Cristo ha llegado a ser Sumo

Sacerdote.......................................................... 315. Cristo, Sumo Sacerdote digno de fe 436. Cristo, Sumo Sacerdote misericordioso............ 557. Solidaridad sacerdotal de Cristo....................... 658. La promesa de una Nueva Alianza................... 779. Las bodas de Caná, signo de la Nueva 8510. Cristo, mediador de la Nueva Alianza

en la Última Cena 9711. El sacrificio de Cristo 11112. El Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo 12313. La eficacia de la oblación de Cristo 13314. Privilegios y exigencias de la unión

con nuestro Sumo Pontífice 14315. La sangre de la Alianza y la resurrección

de Cristo 15516. Unión a Cristo y sacerdocio bautismaL 16517. El corazón sacerdotal de Cristo y el sacerdocio

ordenado 175

Palabras de Su Santidad Benedicto XVIal finalizar los Ejercicios Espiritualesde la Curia Romana 189