VAQUERIZO GIL, 2001, De La Agonia Al Luto

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 DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS EN LA HISPANIA ROMANA 1 Desiderio Vaquerizo Gil EL CONCEPTO DE LA MUERTE EN ROMA 2 Para el romano de cualquier época lo más importante fue siempre morir con dig- nidad, tener acceso al ritual necesario y a una tumba en la que reposar sus restos ( que pre- cisamente por ello pasaba a ser locus religiosus ; Digesto , 1.8.6.4) 3 , porque si un difunto no era enterrado conforme mandaban los cánones, garantizando su regreso a la tierra, su alma se veía condenada a vagar por los siglos de los siglos, robándole el descanso mere- cido 4 . Estas razones explican que toda familia, por respeto o por piedad (también por miedo), entendiera como un deber incuestionable dotar a sus difuntos del ceremonial, la se- pultura y el ajuar más decorosos posibles; y si no se tenía dinero con que comprar el te- rreno suficiente para la inhumación, o un nicho en el que depositar la urna con los restos cremados, muchos no tenían reparos en usurpar la tumba de otra persona, a pesar de que ésta hubiera tomado la precaución de fijar por escrito y de manera explícita sus dimen-  La Muerte en el Tiempo  Páginas 95 a 125 1 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación “In Amphitheatro. Munera et funus . Aná- lisis arqueológico del anfiteatro romano d e Córdoba y su entorno urbano (ss. I-XIII d.C.) “, del que soy Investigador Principal, financiado por la Secretaría de Estado de Política Científica y Tecnológica (Dirección General de Inves-  tigación, Ministerio de Ciencia y Tecnología), en su convocatoria de 2006, con apoyo de la Unión Europea a tra-  vés de sus Fondos Feder (Ref. HUM2007-60850/HIST). 2 Gracias a todas aquellas personas que me han ayudado en la recopilación bibliográfica y de material gráfico para la elaboración de éste y otros de mis últimos trabajos; muy especialmente a Saray Jurado y Mª Cielo Vico. 3 En el caso de que, por cualquier circunstancia, un cadáver acabara enterrado en varias tumbas, sólo adquiría  valor sacro aquella en la que se depositaba la cabeza ( Dig. 11.7.4.2; Cfr. Remesal, 2002, 371). Por otra parte, en una tumba que dispusiera de un terreno anejo, o de dependencias de diverso tipo, sólo adquiría el valor de re- ligiosus el lugar exacto de la sepultura (“ubi corpus ossave hominis condita sunt […] sed quatenus corpus huma- tum est ”; Dig. 11, 7, 2, 5), que quedaba consagrado al culto de los difuntos ( res dis Manibus relicta ) (De Filippis, 1997, 118). 4 Así ocurría, por ejemplo, con los condenados a muerte o con los suicidas; fundamentalmente con los ahorca- dos o los ajusticiados en la cruz, que morían en condición impía al sustraerse del contacto con la tierra. De ahí el horror que suscitaban, lo que explica que debieran ser enterrados en el plazo máximo de una hora desde el mo- mento en que tenía lugar la denuncia de la muerte, so pena de fuertes multas. Así aparece detallado en un epí- grafe recuperado en Pozzuoli que contiene los detalles de la concesión a la empresa de libitinarii de la ciudad (De Filippis, 1997, 68-69, y 91-92; Sevilla, e.p.). No obstante, la casuística debió ser variada, por lo que conviene ser cautos al respecto. PACHECO JIMÉNEZ, C. (Coord.), (2011), La Muerte en el tiempo. Arqueología e Historia del hecho funerario en la provincia de Toledo, Talavera de la Reina.

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DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS 

EN LA HISPANIA ROMANA1

Desiderio Vaquerizo Gil

EL CONCEPTO DE LA MUERTE EN ROMA2

Para el romano de cualquier época lo más importante fue siempre morir con dig-nidad, tener acceso al ritual necesario y a una tumba en la que reposar sus restos (que pre-cisamente por ello pasaba a ser locus religiosus ; Digesto , 1.8.6.4)3, porque si un difunto noera enterrado conforme mandaban los cánones, garantizando su regreso a la tierra, sualma se veía condenada a vagar por los siglos de los siglos, robándole el descanso mere-cido4. Estas razones explican que toda familia, por respeto o por piedad (también pormiedo), entendiera como un deber incuestionable dotar a sus difuntos del ceremonial, la se-pultura y el ajuar más decorosos posibles; y si no se tenía dinero con que comprar el te-

rreno suficiente para la inhumación, o un nicho en el que depositar la urna con los restoscremados, muchos no tenían reparos en usurpar la tumba de otra persona, a pesar de queésta hubiera tomado la precaución de fijar por escrito y de manera explícita sus dimen-

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1 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación “In Amphitheatro. Munera et funus. Aná- 

lisis arqueológico del anfiteatro romano de Córdoba y su entorno urbano (ss. I-XIII d.C.) “, del que soy InvestigadorPrincipal, financiado por la Secretaría de Estado de Política Científica y Tecnológica (Dirección General de Inves-

 tigación, Ministerio de Ciencia y Tecnología), en su convocatoria de 2006, con apoyo de la Unión Europea a tra- vés de sus Fondos Feder (Ref. HUM2007-60850/HIST).2 Gracias a todas aquellas personas que me han ayudado en la recopilación bibliográfica y de material gráfico parala elaboración de éste y otros de mis últimos trabajos; muy especialmente a Saray Jurado y Mª Cielo Vico.3 En el caso de que, por cualquier circunstancia, un cadáver acabara enterrado en varias tumbas, sólo adquiría

 valor sacro aquella en la que se depositaba la cabeza (Dig. 11.7.4.2; Cfr. Remesal, 2002, 371). Por otra parte,en una tumba que dispusiera de un terreno anejo, o de dependencias de diverso tipo, sólo adquiría el valor de re- 

ligiosus el lugar exacto de la sepultura (“ubi corpus ossave hominis condita sunt […] sed quatenus corpus huma- 

tum est ”; Dig. 11, 7, 2, 5), que quedaba consagrado al culto de los difuntos (res dis Manibus relicta ) (De Filippis,1997, 118).4 Así ocurría, por ejemplo, con los condenados a muerte o con los suicidas; fundamentalmente con los ahorca-dos o los ajusticiados en la cruz, que morían en condición impía al sustraerse del contacto con la tierra. De ahí elhorror que suscitaban, lo que explica que debieran ser enterrados en el plazo máximo de una hora desde el mo-mento en que tenía lugar la denuncia de la muerte, so pena de fuertes multas. Así aparece detallado en un epí-grafe recuperado en Pozzuoli que contiene los detalles de la concesión a la empresa de libitinarii de la ciudad (DeFilippis, 1997, 68-69, y 91-92; Sevilla, e.p.). No obstante, la casuística debió ser variada, por lo que conviene ser

cautos al respecto.

PACHECO JIMÉNEZ, C. (Coord.), (2011), La Muerte en

el tiempo. Arqueología e Historia del hecho funerario

en la provincia de Toledo, Talavera de la Reina.

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siones (indicatio pedaturae ), en fachada (in fronte ) y en profundidad (in agro ), o sus dispo-siciones testamentarias. En cambio otros, más respetuosos y pragmáticos, prefirieron in-

 tegrarse en collegia funeraticia (habitualmente de carácter gremial o religioso) que me-

diante el pago anual de una cuota (stipendium ) quedaban comprometidos a velar por quelos funerales de sus socios reunieran los requisitos mínimos5. En Corduba , por ejemplo,capital de la Bética, nos han llegado algunas noticias del collegium que aglutinó a los gla-diadores (familia universa ), lo que explica posiblemente el alto número de epígrafes fune-rarios recuperados en una de su necrópolis, así como su uniformidad.

Tales premisas no implican que los romanos temieran a la muerte, o creyeran apies juntillas en la inmortalidad. Por el contrario, como muchas de las culturas antiguas (adiferencia de la nuestra, que vive ocultándola, mientras convive a diario con ella), enfren-

 taron su finitud con cierta naturalidad, pensando que los fallecidos seguían viviendo en la tierra, mientras sus almas escapaban al cielo -alcanzando la luna, el sol, las estrellas-, o in-

cluso el infierno, según la corriente filosófica que se siguiera. De ahí su afán por reprodu-cir en sus sepulcros y sus contenedores funerarios la forma de la casa (Bendala, 1996, 60;Zanker, 2002, 62; Rodríguez Oliva, 2002), el interés por decorar el interior de las tumbasmonumentales como si fuera el hábitat disfrutado en vida6, o la tendencia a enterrar a susmuertos en el suelo de las propias viviendas, conforme a una costumbre ancestral que yaintentó erradicar la Lex XII Tabularum , promulgada en el siglo V a.C., pero que siguió prac-

 ticándose de forma subrepticia y ocasional durante siglos (sobre todo, cuando los muertoseran niños), obligando cada cierto tiempo a promulgar nuevas disposiciones legales desti-nadas a recordar la antigua prohibición de enterrar dentro del recinto cívico ( intra pro- 

merium ). Así lo hacía por ejemplo la Lex Ursonensis (LXXIII-LXXIV), que, recogiendo las an-

 tiguas prescripciones de aquélla, establecía la prohibición de quemar o enterrar difunto al-guno al interior de la antigua Osuna, y de construir nuevos quemaderos (ustrina ) -aunquese respetaran los ya existentes, probablemente de carácter privado-, a menos de 500 pa-sos de las murallas, así como las consecuencias legales -consis ten tes en multas, o inclusoel derribo de la construcción- y religiosas -necesidad de expiación- de las infracciones (Ló-pez Melero, 1997, 106). Esto explica que al final del Imperio, apenas la ciudad romana en-

 tra en crisis, los enterramientos vuelvan a intramuros, enseñoreándose de las áreas ur-banas. En este proceso desempeña un papel determinante la expansión del Cristianismo,

 ya que para los devotos de la nueva fe se convierte en un privilegio la tumulatio ad sanctos 

o martyres , es decir, la posibilidad de enterrarse junto a determinadas reliquias en alguno

de los centros de culto ubicados en el interior de la ciudad (Beltrán Heredia, 2008).En consecuencia, el pomerium se convierte, desde primera hora, en el espacio pro-

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5 Algo que no siempre se cumplió, ante la negativa por parte de determinados domini a entregar para las honrasfúnebres los cadáveres de alguno de sus esclavos inscrito en uno de estos collegia . Así lo demuestra un epígrafereferido al collegium funeraticium de Lanuvio (CIL  XIV, 2112; Cfr. De Filippis, 1997, 93 y 117). En estos casos elcollegium se obligaba a celebrar un funus imaginarium  y a construir un cenotafio en el que poder rendir tributofunerario al socio daminificado.6 “La tumba es la casa de los muertos, construidas para ellos y muchas veces por ellos, es un reflejo de la casa 

que ocupaba en vida y la pintura contribuye a recrear su universo…; la tumba, por lo tanto, está también destinada 

a los vivos, porque les aporta el recuerdo del desaparecido ” (Guiral, 2002, 97-98).

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filáctico de separación entre los vivos y el reino de la muerte, poblado de tumbas, quema-deros y puticuli (fosas comunes), y frecuentado por gentes de mal vivir; a veces, por ani-males semi-salvajes, que hurgaban en los basureros y más de una vez se alimentaban de

cadáveres mal enterrados: delincuentes, mendigos o desconocidos, arrojados sin dema-siados miramientos a una fosa superficial, o abandonados a su suerte (De Filippis, 1997,92-93). De hecho, uno de los mayores castigos que se podían infligir a criminales o pros-critos era la negación de la sepultura; a este respecto, resulta muy ilustrativa la anécdotarecogida por Suetonio del perro que apareció ante Vespasiano con una mano humana enla boca, cuando el emperador estaba comiendo (Vesp. 5, 4). Por esta misma razón, teníanobligación de instalarse fuera del recinto urbano las empresas de pompas fúnebres (libiti- 

narii 7 ), cuyos operarios eran vistos por el resto de la sociedad como gente funesta  y sor- 

dida (Cicerón, Off. 1, 150; Séneca, Benef. 6, 38; Servio, Aen. 6, 176), los gladiadores -encontacto permanente con la muerte- y la soldadesca, y también extra pomerium debían re-

alizarse las cremaciones y concentrarse todas las actividades nocivas, buscando con ellopreservar a la ciudad de la contaminación subsiguiente.

MUERTE E INMORTALIDADAun cuando las creencias, como la topografía funeraria, el rito, los tipos de monu-

mentos y tumbas, o las ceremonias conmemorativas, evolucionaron -como la sociedad, lapolítica o la ideología- a lo largo del tiempo8, conociendo diversas etapas que cada día te-nemos mejor definidas (vid., por ejemplo, al respecto Hesberg, 2002), los romanos pen-saron de forma mayoritaria que sus muertos seguían viviendo en la tumba, donde el alma,en forma de sombra, se mantenía en relación directa con el cuerpo, habitando para siem-

pre su eterna morada. De ahí la importancia de la sepultura, del ajuar funerario y por su-puesto de las ofrendas periódicas (Prieur, 1991, 143)9. Si el ritual, el funus (entendidocomo el conjunto de ceremonias que tenían lugar desde que se producía el fallecimientohasta la restitución de la pax deorum , reguladas por el ius pontificium 10 ) no se desarro-

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7 El nombre de estos operarios derivaba del de la diosa Libitina, “così chiamata per le libazioni offerte in onore dei 

morti ”. No hay unanimidad en cuanto a la localización de su templo, que hacía las veces de registro demográfico,en el que se llevaba control de los óbitos y funerales celebrados en la ciudad (De Filippis, 1997, 62).8 “Non sembra infatti che i Romani abbiano elaborato una precisa ideología dell’oltretomba. Privi di miti, lontani 

dall’astrazione filosofica, tesi verso una vita improntata all’azione in assenza di un dogma imposto dal loro culto,

essi sovrapossero a concezioni vaghe il pensiero escatologico dei popoli con i quali vennero a contatto nella loro politica espansionistica ” (De Filippis, 1997, 25). Vid. un análisis detallado de las concepciones ideológicas sobrela muerte más populares entre los romanos en este mismo autor, pp. 26 ss.9 El ajuar, de hecho, constituye habitualmente, junto con la tipología del enterramiento, uno de los indicadores cul-

 turales, cronológicos e ideológicos clave a la hora de interpretar determinadas necrópolis o determinados ente-rramientos. Sin embargo, estoy de acuerdo con A. Jiménez Díez cuando afirma que “… sólo puede hablarse de 

‘tendencias’ y no de normas rígidas en este aspecto. La composición de los ajuares dependió tanto de decisiones 

de carácter individual como de distintas coyunturas sociales y económicas, de los objetos disponibles o de la su- 

perposición de diversas identidades sociales en cada persona y de la manera de explicitarlas a través de la cul- 

tura material dentro de cada núcleo urbano ” (Jiménez Díez, 2006, 90).10 El término funus podría derivar de las cuerdas de estopa (funes ) que, cubiertas de sebo o de cera, se usabanpara las antorchas que alumbraban los funerales nocturnos en época arcaica (Servio, Aen 6, 224, citando a Va-

rrón; Cfr. De Filippis, 1997, 59).

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llaba en su integridad, las almas de los muertos podían convertirse en entes amenazantespara quienes aún habitaban la tierra; por eso, era necesario aplacarlas mediante celebra-ciones diversas: visitas a la tumba, comidas de diverso tipo (cenae , silicernia , libaciones11),

ofrendas de flores y alimenticias, etc., “compartidas” siempre por el difunto. Estas cere-monias y banquetes, como el tan magníficamente reflejado en la decoración pintada de la

 tumba homónima de la necrópolis de Carmona, fechada en época de Tiberio-Claudio (Ben-dala, 1996, 57, Fig. 3; Guiral, 2002, 83 ss., Lám. I), tenían lugar en fechas relacionadas di-rectamente con el homenajeado (su dies natalis -cumpleaños-, o su dies mortis -aniversa-rio de su muerte-, por ejemplo), o bien en los días que el calendario romano reservaba ex-plícitamente para el culto a los muertos, distribuidos entre febrero y junio: Parentalia , Le- 

muria , Rosalia …12, que buscaban renovar el luto y los lazos familiares, además de asegurarla existencia al deudo desaparecido, recordándolo y nutriéndolo a un tiempo; a veces, en elmarco de collegia funeraticia encargados de velar por que se cumplieran todos los pasos

del ritual funerario en homenaje a sus asociados.Bien atendidos, los espíritus de los familiares fallecidos (Manes )13, convenientemente

deificados (Cic., Leg. 2, 22), se erigían en importantes aliados, protectores de la familia yde su papel en el mundo, incluso intermediarios con el Más Allá. En caso contrario, pasa-ban a ser espíritus nocivos (Larvae , Lemurae 14 ), deseosos de cobrar venganza o provocardeterminados males si les era convenientemente requerido. Se utilizaban para ello muñe-cos de vudú, o tablillas de plomo (tabellae defixionum ) en las que magos, brujas y nigro-mantes contratados al efecto escribían al revés (como si las letras se vieran reflejadas enun espejo) maldiciones, juramentos o fórmulas imprecatorias que hacían su efecto más de-

 vastador cuando eran incorporadas a tumbas de niños; por algo estos últimos eran muer-

 tos prematuros, deseosos de volver a la tierra para vengarse por haber fallecido antes delo que mandaba su ciclo vital, ante suum diem .

DE LA AGONÍA AL LUTOSegún la tradición, el último hálito del difunto (agere , efflare animam ) era recogido

por un familiar con un beso, evitando así que el alma, que abandonaba el cuerpo en el mo-mento en que éste exhalaba su postrer suspiro, pudiera caer en manos de espíritus ma-lignos o víctima de maldiciones y conjuros15. Desde el momento mismo en que se produ-

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11 Generalmente, de vino puro, sangre o leche, que simbolizaban la vida y la regeneración, como claves últimasde inmortalidad (Bendala, 1996, 54 ss.).12 De Filippis, 1997, 96 ss. Además de evocar la primavera tan característica de los países mediterráneos, lasrosas simbolizaban los Campos Elíseos, lo que explica su representación frecuente en la pintura funeraria (Gui-ral, 2002, 87).13 Sobre la presencia e interpretación de los Manes en la epigrafía funeraria bética y norteafricana, vid. Pastor,2006; especialmente 1126 ss.). En opinión de algunos autores, Manes derivaría del calificativo manus : bueno, porlo que designaría a los “buenos por excelencia” (De Filippis, 1997, 25).14 Umbras vagantes hominum ante diem mortuorum et ideo metuendas (Pomponio Porfirio, Epod. 2, 2, 209).15 Parece probado que dicha costumbre se practicó cuando menos ocasionalmente, como reflejan textos y epi-

 tafios: Viva viro placui prima et carissum (a) coniux / quoius in ore animam frigida deposui / ille mihi lachrimas 

morientia lumin (a) pressit / post obitum satis hac femina laude nitet (CIL  VI, 6593 = CLE 1030; Cfr. De Filippis,

1997, 50; vid. también Cicerón, Contra Varrón , V, 118).

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cía el fallecimiento, y tras cerrar los ojos al cadáver (oculos premere ), se activaban toda unaserie de protocolos que comenzaban con la conclamatio , reproducida periódicamentehasta el momento mismo de la sepultura. Tal costumbre era expresión de la condición defunesta que afectaba a la familia desde el momento mismo del óbito, y arma eficaz contralas fuerzas del mal, disuadidas por los gritos. Quizá con este mismo objeto, en muchos ve-latorios se hacía sonar periódicamente una carraca, o una caña rajada16.

Seguían las lamentaciones17, la depositio del cuerpo sobre la tierra, como una forma

simbólica de devolverlo a la misma, y el lavado, amortajamiento y perfumado (unctura ) del

mismo, expuesto después en el atrio de la vivienda, como lugar destinado a la representa-

ción, o en una de las habitaciones exteriores, cuando se trataba de casas más modestas.

El cadáver era dispuesto con los pies mirando a la puerta (Plinio, Nat. Hist. 7, 46; Seneca,

Epíst. 12,3; Pers. 3, 103-105)18, adornada al efecto por ramos de mirto, laurel o ciprés (en-

 tre otros), para que todos supieran que allí se había producido un óbito; porque la proyec-

ción pública del ceremonial de la muerte fue determinante en la sociedad romana desde el

mismo momento en que aquélla tenía lugar (en ocasiones, también desde antes; y, siempre,

mucho tiempo después)19, pero también para marcar públicamente el carácter impuro de

la familia, que permanecería hasta la suffitio posterior al enterramiento y los sacrificios (de

 víctimas animales, vino, incienso, flores, etc.) ante los Lares familiares (Bendala, 1996, 60).

A continuación comenzaba el velatorio, cuya duración podía oscilar entre uno y sietedías, ante el temor que los romanos desarrollaron frente a la muerte aparente. Aun cuando

 tanto la duración de los funerales como los detalles del mismo dependerían en cada casodel poder adquisitivo de la familia, cuando ésta podía permitírselo el cadáver, vestido consus mejores galas, era dispuesto (collocatio ) sobre un lecho funerario (lectus funebris ) que

 velaban los deudos más cercanos (Luciano, Luct. 12)20, mientras plañideras profesionales

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16 Sobre todos los aspectos relacionados con el ritual, analizados detalladamente con base en las fuentes escri- tas, vid. De Filippis, 1997, 49 ss.17 Con modos femeninos, nos dicen algunos autores antiguos (Ael. Spart., Hadrianus  XIV, 16), que lloró Adrianola muerte de su favorito Antínoo, lo que, entre otras manifestaciones más o menos estentóreas, implicaba gritosdesgarrados, aullidos de dolor, mesarse los cabellos, o arañarse el rostro y el pecho; todo ello muy poco propiode un hombre que representaba la más alta magistratura del Estado, y que contaba a sus espaldas con tanta ex-periencia militar y de gobierno (Salza Prina, 2004, 258). En los funerales de aquéllos que podían permitírselo secontrataba plañideras (praeficae ). Desde la Grecia clásica, en las mujeres descansaba buen parte del ritual post 

mortem , considerado motivo de contaminación para el hombre, que sólo se acercaba al cadáver cuando ya ha-

bía sido acicalado (De Filippis, 1997, 53).18 “Quest’ultimo particolare trova forse la sua spiegazione nella necessità di facilitare l’uscita, ma è possibile co- 

gliere in esso il segno, o almeno il retaggio, di quei sentimenti di repulsione o di paura che si accompagnavano alla 

vista di un morto anche quando apparteneva alla famiglia; in tal caso esso viene a rappresentare una forma di 

espulsione ” (De Filippis, 1997, 56).19 En palabras de P. Zanker, que sintetiza a la perfección el proceso, “Essi non erano solo funzionali alla memoria 

dei defunti, bensì servivano anche ai parenti che nel monumento sepolcrale e nei rituali funebri potevano dare 

espressione ai loro desideri, alle loro speranze e ai loro valori, e financo sincerarsi della loro identità personale e 

sociale ” (Zanker, 2002, 51). A partir de algunas fuentes antiguas (Apuleyo, Met. 2, 24) se ha inferido además quedesde el momento de la muerte hasta el final del funus se apagaba al fuego del hogar y se dejaba de cocinar enla casa (Cfr. De Filippis, 1997, 54).20 Sobre algunos ejemplos de lechos de parada, elaborados con materiales de lujo y recuperados recientementeen ambientes funerarios del centro de Italia, vid. Sapelli, 2008.

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(praeficae ) lloraban al desaparecido mediante expresiones más o menos ritualizadas, queincluían cánticos adaptados a sus méritos y virtudes (neniae ), y se mesaban los cabellos,batiéndose el pecho21 o desgarrándose en gritos. Alrededor, guirnaldas y coronas de flo-

res, antorchas, velones y lucernas prestando su luz a quien ya había dejado de verla, que-maperfumes, conjurando el aspecto más desagradable de la muerte, y algún flautista po-niendo un toque musical (y quizás también apotropaico, como antes indicaba) a la lúgubreescenografía, por la que estaban llamados a desfilar los amigos y todos aquellos que qui-sieran ofrecer un último homenaje al fallecido o a su gens .

Mientras tanto, se preparaba todo en la necrópolis para proceder a la cremacióno la inhumación del cadáver, conforme a su propia elección personal en vida, la tradiciónfamiliar, o la costumbre mayoritaria22: en una tumba más o menos monumental, ya cons-

 truida; en un enterramiento provisional hasta que más tarde pudiera ennoblecerse (exac- tamente igual que hacemos hoy), o en un simple hoyo en el terreno. En el caso de las fa-

milias más pudientes dichos enterramientos se dispusieron con frecuencia en sus propiasfincas, donde podían elegir ubicación y reservar terreno de sobra, y, siempre que se lo pu-dieron permitir, los rodearon de horti  y jardines funerarios, destinados a hacer más pla-centero el discurrir cotidiano de los fallecidos en la otra vida, y también a la producción derentas asociadas al mantenimiento de las tumbas (vid. por ejemplo al respecto Remesal,2002, 377 ss.; Salza Prina, 2004, o la descripción del que pretende su proyecto de tumbaque hace Trimalción en el Satyricon , 71, 6-7).

Antes del traslado (pompa funebris ) un pregonero (praeco ) anunciaba públicamentela ceremonia (funus indicere ), y a partir de este momento se organizaba la procesión (tanlujosa como cada uno pudiera permitirse), que en ocasiones podía detenerse en el foro

para que un familiar realizara la laudatio funebris 23 del homenajeado (Polibio, 6, 53; Arce,2000), con él de cuerpo presente; antes, como es lógico, de trasladarlo al lugar del ente-rramiento y de que el dessignator (o dominus funeris ; Cic., Leg. 2, 61) diera orden de en-cender la pira, o se procediera a la inhumación definitiva. Cuando se trataba de una fami-

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21 Algunas fuentes (Servio, Aen. 5, 78) relacionan este gesto con la capacidad de amamantar por parte de la mu- jer y la vuelta al útero materno (representado por la tierra) que de alguna manera significaba la muerte (Cicerón,Leg. 2, 63). En esta misma línea habría que interpretar el requerimiento frecuente de leche en las profusiones 

funerarias, destinada, como la sangre, a nutrir al muerto (Bendala, 1996, 58; De Filippis, 1997, 57).22 “In via generale si debe comunque affermare che il costume è senza dubbio il fattore più importante nell’am- 

bito del culto dei morti. Le attuali indagini sociologiche dimostrano che i congiunti seguono il rituale funerario sta- bilito anche se non hanno alcuna fiducia nel suo significato ” (Hesberg, 2002, 34).23 La laudatio , como otras muchas expresiones materiales del funus , tenía como misión última ensalzar las vir-

 tudes del muerto (honos , dignitas , fortitudo, clementia, iustitia … ; que, en cierta medida, era lo mismo que enal- tecer los méritos morales de la gens ). Sin embargo, como bien ha señalado P. Zanker, no importaba tanto resaltar virtudes específicas de su biografía como el hecho de que encarnara de manera ejemplar, mientras vivió, algu-nas de entre las más sublimes, que todos sabían reconocer sin problemas, y estimaban de forma particular, porcuanto representaban los más altos valores sociales (Zanker, 2002, 53). Entre ellas, además de las citadas, lavirtus  y la pietas , como bien ha sabido reconocer para el caso hispano M. Bendala, con independencia del tipo desoporte (Bendala, 2002). Inicialmente la laudatio fue prerrogativa de las clases más altas de la sociedad, y de aqué-llos que habían acreditado grandes logros en beneficio del Estado; pero progresivamente se fue abriendo a otrascapas de la sociedad, entre las que no faltaron mujeres, como testimonia de hecho la epigrafía hispanobética (vid.

infra ).

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lia pudiente, la preparación del cuerpo para su exposición y los preparativos para el fune-ral eran generalmente confiados a empresas profesionales de pompas fúnebres ( libitina- 

rii ) (Val. Máx. 5, 2,10; Séneca, Benef. 6, 38, 4; Dig. 14, 3, 5, 8) y a sus dependientes (po- 

llinctores 24), que como oficios de carácter sórdido por su contacto permanente con lamuerte y los cadáveres no eran dignos de hombres libres. El feretrum solía ser portado porlos hijos, los familiares más próximos, los amigos o los libertos, mientras los pobres de ne-cesidad eran conducidos hasta su última morada por los vespilliones sobre un ataúd debajo coste (sandapila ). La cremación propiamente dicha era por regla efectuada por los us- 

tores , mientras la excavación de la fosa correspondía a los fossores . Finalmente, los des- 

signatores eran probablemente maestros de ceremonias para las exequias de los ricos, tanto hombres como mujeres. A ellos correspondería, posiblemente, la última conclama- 

tio , el acto ritual de abrir los ojos del cadáver, pues se consideraba nefasto “no mostrarlos 

al cielo ” (Plinio, Nat. Hist. 11, 150), y el encendido de la pira, con todos los presentes vuel-

 tos de espaldas, para no interferir en el misterio del instante mismo en que el alma aban-donaba para siempre su soporte mortal25. En cambio, la recogida de los restos cremados(ossilegium ) -que según parece eran regados con vino antes de ser introducidos en la urna(Bendala, 1996, 54)- y su posterior sepultura correspondía a la propia familia, encargada

 también de inhumar a correo seguido el os resectum (generalmente un dedo, sobre el quese echaban tres puñados de tierra) cuando dicho rito fuese practicado. Según Cicerón sóloentonces el lugar de la cremación adquiría pleno valor de locus religiosus (Varrón, Ling. 5,23; Cicerón, Leg. 2, 56-57; Servio, Aen. 6, 176; Petronio, Satyr. 114; Horacio, Carm. 1,28; Cfr. De Filippis, 1997, 66 ss.).

No es este el lugar de detallar los tipos de funera que se dieron en Roma, pero sí 

conviene quizá recordar que adoptaron numerosas modalidades, según la categoría socialdel desaparecido, el peso político o económico de su familia, o sencillamente la profesióna la que se dedicó o la edad a la que murió (vid. sobre el tema De Filippis, 1997, 76 ss.).Obviamente, como ocurre también hoy, no se enterró igual a un emperador que a un sol-dado, un indigente o un niño. Lo que si, en cambio, compartieron fue su poder contami-nante. Ya lo avanzaba antes: la muerte era tenida por algo funesto, y al término del ritualse hacía necesaria una purificación en profundidad, con agua y fuego (suffitio )26, de todo

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24 Estos eran también, en ocasiones, los encargados de ungir y maquillar al cadáver con un tipo de polvo (pollen )que contribuía a disminuir su aspecto cerúleo (De Filippis, 1997, 53).25 Esta era también la actitud que mantenía el pater familias cuando para conjurar a los malos espíritus durantelas fiestas de los Lemuria , arrojaba hacia atrás las siete habas negras y repetía nueve veces la fórmula impre-catoria con la que completaba el sortilegio (De Filippis, 1997, 100 ss.).26 Cada persona era rociada con una rama de laurel o de olivo (ambos, árboles de fuerte contenido simbólico, re-lacionado entre otros aspectos con la inmortalidad) y debía saltar un fuego en el que se habrían quemado pre-

 viamente sustancias diversas de carácter depurador. Hasta que terminaban los ritos de purificación compren-didos en las llamadas feriae denicales , nueve días después del sepelio, la familia entera se mantenía bajo un lutoriguroso, endosando incluso los lugubria , símbolo de su carácter funesto. En ese momento tenía lugar la cena no- 

vendialis , con la que el núcleo familiar se abría de nuevo a la comunidad, afectando el luto desde entonces sólo alas mujeres, que solían guardarlo durante un periodo comprendido entre diez meses y un año (Dig. 3, 2, 11, 1;Séneca, Epist. 63,13; ad. Helvia 16, 1). Un año concretamente les fue decretado por el senado a las mujeres deRoma tras la muerte de Augusto y otro tras la de Livia (Dión Casio 56, 43, 1) (Cfr. De Filippis, 1997, 70-71, 81

 y 88 ss. para el luto por la muerte de los niños).

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aquello que se había visto afectado por la misma, incluidos la familia y quienes habían te-nido algún tipo de contacto con el cadáver.

En cuanto al rito, durante décadas se ha dado por sentado que la Roma republicana

 y altoimperial se sirvió únicamente de la cremación para dar sepultura a sus muertos. Sinembargo, como yo mismo he tenido ocasión de demostrar a través de estudios recientes,cremación e inhumación coexistieron en Roma durante toda su historia, dependiendo elempleo de una u otra de la tradición familiar, el peso cultural, o simplemente la elección per-sonal, que en muchas ocasiones fue directamente ligada a la región de procedencia27. Estoexplica que la casuística se repita desde primera hora en las provincias más temprana eintensamente romanizadas, adonde se traslada de la mano de la colonización itálica y delejército (al efecto, vid. Vaquerizo, 2007, a y b). Una vez elegido el rito, la tipología del ente-rramiento debió depender en primer lugar de las posibilidades económicas (y, consecuen-

 temente, de los deseos de autorrepresentación social y de prestigio), la disponibilidad de

 terreno, la oferta de talleres y maestranzas, y por supuesto las modas.Inicialmente, los grandes prohombres tendieron a elegir para la ubicación de sus

 tumbas lugares aislados, casi siempre privilegiados desde el punto de vista geográfico (unaltozano, un cruce de caminos, un espolón sobre el mar…), y de ser posible en el interiorde sus propias fincas (fundi ), a fin de asegurarse la primacía visual y el derecho de acceso.Sin embargo, de forma progresiva y por influencia de culturas como la griega o la etrusca,los romanos organizaron pronto sus espacios funerarios como auténticas ciudades de losmuertos (siempre a extramuros), utilizando como elementos directores las vías de entrada

 y salida a la ciudad, que, además de garantizar el acceso fácil a las tumbas (iter ad se- 

pulchrum ), se convirtieron en verdaderos escaparates para la ostentación y el autobombo

(piénsese, por ejemplo, en la via Appia , a las afueras de Roma), en forma de monumentosfunerarios cada vez más impactantes, por su localización, su tamaño, su originalidad, su de-coración o su altura. Interesaba por encima de todo llamar la atención del viandante, por-que de ello dependía el nivel de autorrepresentación y prestigio, pero también aquél que de-finíamos al principio como objetivo más importante de todo el entramado funerario: ga-rantizar la memoria, por cuanto “la única manera de pervivir dentro de la mentalidad ro- 

mana era que alguien te recordase ” (Remesal, 2002, 370)28. Por esta misma razón unode los nombres que recibía la sepultura en Roma era el de cella memoriae (De Filippis,1997, 110 ss.).

Esto explica que los loci más disputados fueran los inmediatos a las puertas de la

ciudad, los cruces de las vías de mayor tránsito, o los próximos a centros de espectáculos,que garantizaban a sus propietarios el acceso a la tumba, la visita masiva y continuada desus conciudadanos -garantía de supervivencia- y, por qué no, la satisfacción de la propia va-nidad, al convertirse el sepulcro en uno de los más utilizados, eficaces y jactanciosos ele-mentos de alarde socioeconómico entre los romanos ya desde la etapa republicana. Sinembargo, ni unos ni otros consiguieron evitar que con el crecimiento de las ciudades las

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27 Tácito, sin embargo, defiende que el uso puramente romano fue la cremación de los cadáveres (Tácito, Ann.

16,6; Germ. 27).28 De aquí la definición de monumentum , del verbo griego mnemo , y del latín monere : recordar: “Monumentum 

est quod memoriae servandar gratia existat ” (Dig. 11.7.2.5-6; Cfr. Remesal, 2002, 372).

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 tumbas previas quedaran en ocasiones amortizadas. Esta circunstancia ha sido bien com-probada en muchos núcleos urbanos de Hispania . Es el caso de Corduba (C/ Muñices, C/Capitulares, Puerta de Gallegos, etc.), o también el de Segobriga , como se está compro-

bando actualmente con las excavaciones en la necrópolis bajo el circo (Abascal et alii ,2007). En la mayor parte de los casos las deposiciones funerarias eran trasladadas y losmonumentos desmontados (o conservados de forma ritual bajo los fundamentos de lasnuevas construcciones), porque sabido es que, como antes comentaba, el locus sepultu- 

rae alcanzaba valor de locus religiosus (Dig. 1.8.6.4) y su integridad debía ser respetada29.Sólo se daban algunas excepciones que debieron estar bien reguladas: así, por ejemplo,cuando alguien enterraba un cadáver en terreno ajeno, el dueño del mismo podía desen-

 terrarlo a fin de que el lugar no adquiriera valor religioso, pero para ello necesitaba la au- torización de los pontífices o del mismo Príncipe y proceder a la exhumación conforme aun ritual bastante complejo (Dig. 11.7.7.8.0); o cuando el tejado de una tumba provocaba

humedades por lluvia en la del vecino, el responsable era el propietario, por lo que podía serdesmontada sin que se considerara violatio sepulcri (Dig. 39.3.4.0)30. Sea como fuere, la

 tumba quedaba por ley extra commercium desde el momento en que acogía la deposiciónfuneraria hasta que ésta era trasladada (Dig. 8, 5, 1), algo que no ocurría con el locus pu- 

rus (todavía no ocupado), los jardines y los cenotafios (De Filippis, 1997, 118).Con más frecuencia de la deseada, y en parte como consecuencia lógica del ca-

rácter “vital” de las necrópolis, plenamente integradas en el trasiego de la vida ciudadanadiaria, los monumentos fueron utilizados como base de pintadas de propaganda electoral,anuncios de espectáculos o graffitti amorosos del más variado tono (muy adecuados en unespacio donde solían producirse citas eróticas más o menos clandestinas y se exponían con

libertad las prostitutas), o incluso como letrinas, a tenor de los testimonios de la época quecondenan tal práctica (Rossetti, 1999, 235-236). Voces decididamente mundanas y llenasde vida, mezcladas a diario con cientos de otras ya desaparecidas que, a través de sus epí-grafes funerarios -en piedra o pintados, sobre todo tipo de soportes, algunos de ellos or-gánicos-, de sus retratos o de sus tumbas, pedían a gritos no ser olvidados, reclamando depaso el que siempre consideraron su derecho más determinante: que nadie los violentara.

De hecho, la violatio sepulchri , o violatio funebris , era el tipo de atentado funerariomás temido por el romano, y que más se castigaba31. A tal efecto, además de las fre-cuentes consignaciones epigráficas destinadas a evitar la venta, reutilización o traspaso dela tumba por parte de los herederos del difunto o de cualquier otro individuo -no siempre

respetadas-, existía una legislación de hecho y de derecho cuyo fin último era garantizar el valor sagrado del espacio funerario, el respeto del sepulcro y la memoria de los Manes , ín- timamen te ligada a los orígenes de la familia y también a la tierra. Y, como complemento

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29 “En la mentalidad romana el derecho sepulcral está más allá del derecho civil, es un derecho sacro y lo sacro,

para los romanos, era sinónimo de inviolable y de eterno ” (Remesal, 2002, 370).30 Todo esto explica que “tal vez algunas de las tumbas que interpretamos como ‘violadas’ sean tumbas ‘abusi- 

vas’ que, en su día, alguien obligó a trasladar ” (Remesal, 2002, 369 y 371).31 Como bien ha señalado J. Remesal en un trabajo reciente, una tumba podía ser violada de muy diversas ma-neras, incluso de forma involuntaria. En el peor de los casos acarreaba la pena capital; en el mejor, el destierro

o la condena a trabajos forzados (Remesal, 2002, 374).

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de esa misma legislación -lo que confirma su incumplimiento más o menos habitual-, se so-lían instituir multas funerarias, muchas veces cuantificadas por el mismo difunto en sus dis-posiciones testamentarias, destinadas a garantizar sus últimas voluntades. Por regla ge-

neral superaban el importe de la construcción y debían ser pagadas a la ciudad, o biendestinadas a ciertos fines que se detallaban claramente (Toynbee, 1993, 55 ss.).

Estas multas, que solían ser simplemente conminatorias, se movían en el terrenoestricto del derecho privado, sin fundamen to en norma jurídica alguna, y se difunden porel Imperio a partir del siglo II d.C. No se conocen muchas en el Occidente romano, limitán-dose a dos los casos hispanos: uno de Alcaudete (Jaén), y otro de Mérida. La cifra esta-blecida por la primera, 20.000 sestercios (la emeritense no ha conservado la cantidadexacta), se puede considerar normal para este tipo de prácticas; no obstante, si bien lamayor parte de ellas suele oscilar entre dicho valor y los 50.000 sestercios, no faltan loscasos de multas que pueden llegar a los 100.000, tal como se refleja en varios formula-

rios legales de carácter municipal grabados sobre tablas de bronce recuperados casual-mente en Urso (Cap. 130) e Irni (ciudad de localización indeterminada, en la actual provinciade Sevilla) (Cap. 96), que reservaba de forma explícita (Cap. 79) una partida del presu-puesto para la vigilancia pública de su necrópolis (López Melero, Stylow, 1995, 241 ss., no-

 tas 90 y 92). Las cuantías asignadas a estas multas se consideran un buen indicador eco-nómico en relación a las dimensiones y al coste del monumento funerario, el recinto o la

 tumba.Al romano le interesó siempre perdurar en el tiempo, rodearse en su tránsito al

Más Allá de todas las garantías posibles y por eso, además del ritual y una tumba lo mássólida posible, se hizo acompañar con frecuencia de una o varias monedas para el pago del

barquero Caronte (colocadas en el interior de su boca, o en la mano, para que resultaranbien visibles y no dieran lugar a confusiones)32; de recipientes con comida, agua, vino, leche,miel, o sangre; de lucernas con las que alumbrarse en el camino desconocido y presumi-blemente tenebroso al otro lado33; de amuletos y símbolos de todo tipo: de infancia, de gé-

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32 Esta es la interpretación más habitual; sin embargo, también han sido aventuradas otras, entre las cuales elposible carácter profiláctico del metal en que fueron acuñadas (caso del oro), símbolo de riqueza, elemento deprestigio social, amuleto, medio de pago o de cambio con el que garantizar el paso de la vida a la muerte (igua-lando en dicho trance a ricos y a pobres), o simplemente objeto destinado a aplacar a determinados espíritusmalignos, incapaces de penetrar en las formas redondas (Cantilena, 1995, 186 ss.; De Filippis, 1997, 55-56; Mo-reno Romero, 2006, 249-250). No hay que olvidar, en cualquier caso, que el uso de monedas como parte del

ajuar funerario, además de documentarse en puntos y culturas muy diversos del Mediterráneo antiguo (sin quellegara jamás a ser una norma), con intensidad variada y en cronologías a veces muy distantes entre sí, se man-

 tendría incluso entre los primeros cristianos (llegando incluso hasta hoy), y que en ocasiones se asoció a otroselementos de tipo apotropaico más o menos normalizados, como clavos, tintinnabula , falos, higas, tabellae defi- 

 xionum , etc., lo que incide fundamentalmente en la necesidad de buscar protección ante la muerte, que, como esbien sabido, da entrada a un mundo ignoto y tenebroso, plagado de seres de todo tipo, no siempre benignos. Noparece, pues, demasiado lógica una interpretación única en el tiempo ni en el espacio; por el contrario, creo máslógico atribuir a dicha costumbre un valor polisémico y variable, que no siempre entroncará, necesariamente,con las bases del mito griego en que se inspira, constatado por primera vez a finales del siglo V a.C. en Las Ra- 

nas , de Aristófanes (vv. 140 y 270).33 Todo ello conformó en algunos momentos un “ajuar tipo” que ha podido ser bien reconocido en algunos sec-

 tores funerarios altoimperiales de Corduba (Vargas, 2001 y 2002; Vargas, Vaquerizo, 2001; Vaquerizo, Garri-

guet, Vargas, 2005).

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nero, de profesión, de estatus jurídico…; de adornos personales y elementos de prestigio;de ungüentos y perfumes; de instrumental o útiles de trabajo; de muebles, enseres, o ani-males que conformaron el universo particular e cada uno, al que tan complicado se hace

renunciar para siempre…; y, también, de una profusa iconografía, en líneas generales muy tipificada, que iría evolucionando a lo largo del tiempo (hasta terminar en la mucho más co-nocida para nosotros de filiación cristiana), sin dejar de servir para ofrecerle compañía,protección, amparo, asideros o recursos a la hora de ganar la vida eterna.

Finalmente, los romanos, fieles a su carácter práctico encontraron en el funus pu- 

blicum  y la laudatio funebris como ya vimos una fórmula eficacísima de honrar a sus ciu-dadanos y ciudadanas más relevantes34, dejando al tiempo constancia explícita de su agra-decimiento y de la nobilitas de los homenajeados (enraizada en buena medida en los méri-

 tos y prosapia de sus antepasados ilustres, de la gens ), mientras convertían su sepelio enuna verdadera manifestación pública de duelo y de afirmación como grupo, posteriormente

reforzada mediante la erección de estatuas que garantizaban al finado y a su familia el máspreciado de los fines: la memoria (Arce, 2000; Melchor, 2006, a y b, y 2007)35. Es intere-sante observar en este sentido cómo en Córdoba el 33% de los tituli sepulcrales que tes-

 timonian honores funerarios a alguno de sus conciudadanos han sido recuperados en unsector muy concreto de la necrópolis septentrional, junto a una de las puertas en la murallade la que por el momento no hay más datos (Ruiz Osuna, 2007, 147). Dada la importan-cia que esta práctica tuvo en la sociedad romana (en particular hispanobética, aun cuando,curiosamente, la epigrafía hispana no alude nunca al funus publicum como honor en sí mismo36), así como su enorme repercusión social y el hecho de que la ciudad solía apor-

 tar únicamente el locus sepulturae  y de vez en cuando los gastos del funeral (impensa fu- 

neris ), no hay que descartar que el ordo decurionum cordubense se hubiera reservado un terreno ad hoc , susceptible de ser parcelado según necesidad, en uno de los espacios máspotencialmente representativos de la ciudad, destinado expresamente a garantizar la me- 

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34 Sabemos, de hecho, como ya antes avanzaba, de algunas mujeres que recibieron laudationes : CIL II2 /7, 297 y 800; CIL II, 1089 y 5049, HEp 4, 1994, 262 (Cfr. Melchor, 2006b, 123); también algunos jóvenes, a quienesse otorgaban tales honores como una forma de reconocer los méritos de su familia (vid. infra ).35 El reflejo epigráfico de esta costumbre se convierte en una fuente de primera importancia para identificar alas aristocracias urbanas, que con mucha frecuencia detentaron el poder y las magistraturas locales (a veces,

 también provinciales, como fue el caso de C. Sempronius Speratus , flamen provinciae Baeticae (CIL II2 /7, 799,que recibió a finales del siglo I d.C. los máximos honores del ordo decurionum de Mellaria , entre los cuales dos

estatuas ecuestres; todo ello financiado por su esposa) durante generaciones (Melchor, 2006b, nº 12). Eso sí,no todos se hicieron merecedores de los mismos privilegios (por regla general se concedían dos o tres), lo querepresenta un indicio directamente proporcional a la importancia y el prestigio sociales del homenajeado y de sufamilia (que alcanza su máxima expresión en los reconocidos de manera simultánea por varias ciudades); no obs-

 tante, la información disponible hace complicado dilucidar las razones que determinaron unos criterios tan no- toriamente diferenciales, quizá relacionados con la actividad evergética, los cargos públicos desempeñados o laprosapia familiar (Melchor, 2006b, 136) .36 Según la información disponible (aun cuando se trata de cuestiones muy debatidas), conformaban el funus pu- 

blicum las exsequiae publicae , los impensa funeris  y las laudationes . Cuando en otras provincias del Imperio seconstata epigráficamente la concesión del funus publicum, no aparecen alusiones específicas a ninguno de losotros honores, quizás por ser redundante; sin embargo, en Hispania  y Mauritania estos últimos fueron concedi-dos de forma independiente, lo que explicaría la no alusión en ningún caso a publica funera (Melchor, 2006b,

121 ss., y 2007).

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moria cívica colectiva  y la creación de modelos ciudadanos en los que sustentar el presti-gio, liderazgo y promoción de las elites (Melchor, 2006b, 116 ss, y tabla final, en 137 ss.).Una fórmula tan efectiva que después ha sido imitada en muchos momentos de la histo-

ria, incluido el actual; porque si algo caracteriza de verdad a la muerte es su carácter uni- versal, su atemporalidad, su entidad en sí misma, al margen del espacio y del tiempo.

La casuística, en cualquier caso, como señala el propio E. Melchor, es enorme. Porno faltar, no faltan casos en los que alguno de los honores concedidos es sufragado me-diante suscripción colectiva por el populus del municipio o colonia (en Hispania , sólo uno,procedente de Pax Iulia (Melchor, 2006b, 122); populus del que con cierta frecuencia, se-gún confirma certeramente la epigrafía, podía partir también la postulatio (prerrogativahabitual de un miembro del senado), si bien la concesión última necesitaba siempre de undecreto del ordo decurionum . Del mismo modo, contamos con ejemplos en los que, ade-más de otros honores (básicamente, el locus ) se concede la piedra para la construcción

de los respectivos monumenta -así, en Corduba: lapides at extruendum (CIL II2 /7, 307), oUrso: lapides ad monimentum (CIL II2 /5, 1030)-, o se financia la tumba entera (CIL II, 1313

 y 5409, de Asido  y Lacilbula , respectivamente) (Melchor, 2006b, 127).A los homenajes citados se sumaron cada tanto otros más singulares como la con-

cesión de incienso para el sepelio, quizás parte habitual de los impensa funeris , lo que ex-plicaría que no se suela mencionar (no olvidemos la importancia de ungüentos y perfumesen todas las fases del ritual funerario, incluidas las ceremonias conmemorativas)37; de unclipeus con la imagen del finado, o de ornamenta diversos, que honraban a las grandes fa-milias locales en la persona de alguno de sus miembros más jóvenes fallecidos prematu-ramente, a los que se concedía de forma póstuma y en fecha anterior a la que les hubiera

correspondido por edad el cargo de decurión, edil o duunviro, con cuyos atributos, insignias y privilegios podían ser amortajados, expuestos y enterrados, dejando con ello constanciapública de su prestigio y raigambre social38.

Aun cuando, como es lógico, se constatan también en ciudades de primer rango,como la propia Corduba , caput provinciae , este tipo de honores, de los que en Baetica seconocen ya una cincuentena de casos (frente los 9 de la Tarraconense y los 4 de la Lusi-

 tania, lo que da idea de la diferente idiosincrasia de las tres provincias; Garriguet, 2006,

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37 Así se documenta por ejemplo en el municipium de Iliturgicola , (CIL II2 /5, 256) donde un personaje descono-

cido (la placa funeraria que lo conmemoraba, hoy perdida, no conservaba su nombre) recibió honores de los or- dines decurionum de dos ciudades diferentes: una no determinado, que le concedió locus sepulturae  y veinticincolibras de incienso, y la segunda Iliturgicola , que lo honró a su vez con locus sepulturae e impensa funeris . Todoslos indicios apuntan a que el individuo en cuestión acabó recibiendo sepultura en Iliturgicola (Melchor, 2006b, nº18). Tres casos más (por lo que se refiere a la Bética) han sido documentados en Torres de Alocaz (¿ Ugia ?)(CILA II, 988) y Urgavo (CIL II2 /7, 80), donde no se ha conservado la cantidad exacta de incienso decretada, y enel territorium de Asido (IRPCa , 31a), cuyo ordo decurionum honró a C. Clodius C. f. Gal. Blattianus , muerto pre-maturamente a los dieciocho años, con locus sepulturae , statua  y cien libras de incienso que debió financiar el

 tesoro público (Melchor, 2006b, 130-131, nº 45 y 46, respectivamente).38 “En una sociedad donde no existió una nobleza de sangre, los funerales públicos permitieron mostrar al pue- 

blo los servicios prestados a la comunidad por determinadas gentes, así como su pereeminencia; contribuyendo 

a fijar en la memoria colectiva el recuerdo de destacados ciudadanos y legitimando a sus descendientes para que 

los sucediesen en las tareas de gobierno y administración de sus ciudades ” (Melchor, 2006b, 137).

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198 ss.), son muy característicos de núcleos urbanos de segundo nivel, cuyas elites y aris- tocracias locales debieron encontrar en tales prácticas una forma de afirmar su romani-dad (Melchor, 2006b, Tabla, en 137 ss.)39.

DISPOSICIONES PARA LA ETERNIDAD: EL TESTAMENTOPara atender a todos los extremos relacionados con el tránsito final y sus repercu-

siones en uno mismo, la familia, los amigos, la sociedad y esa entelequia que denominamosfuturo, muchos de nosotros solemos hacer uso de una costumbre hoy universal que, sinembargo, remonta a época romana: la de redactar testamento, que no ha variado muchodesde entonces en sus principios legales. A través de él nos cabe decidir con detalle, como

 ya hicieron otros muchos antes que nosotros, cómo queremos que sea nuestro funus : esdecir, cómo ser amortajados o que se celebre nuestro ritual funerario, qué tratamiento fi-nal darle a nuestros despojos (inhumación, incineración, conservación de las cenizas o dis-

persión de las mismas en un lugar concreto…), cuántas misas u obras pías deben llevarsea cabo en nuestra memoria y mayor gloria, qué tipo de tumba queremos (en su caso), conqué iconografía funeraria acompañarla, qué identidad o identidades sociales elegimos paraser destacadas en nuestro epitafio (padre, esposo, hijo, hermano, alcalde, profesor, miem-bro de una determinada cofradía o asociación, Medalla a cualquier tipo de mérito, depor-

 tista de elite, directivo, militar, ama de casa, presentador de televisión…), o quién ha de en-cargarse del cuidado y conservación del sepulcro, por los siglos de los siglos.

Así lo hizo, de hecho, el protagonista del famoso Satyricon de Petronio, el orondo, va-nidoso y un tanto histriónico liberto Trimalción, quien, conforme al tono de farsa de toda laobra, a su carácter irreverente y un tanto provocador, da instrucciones a su liberto de con-

fianza durante una cena sobre cómo quiere que sea su tumba, en una metáfora perfectade las aspiraciones del ser humano ante el que, sin duda, constituye el hecho más trau-mático de su vida: la muerte (Petronio, Satyr., 71, 6 ss.). Trimalción se ríe públicamente deella, entonando un canto a la vida en tanto nos permita disfrutarla que enraíza con un carpe 

diem de hondas raíces mediterráneas (De Filippis, 1997, 35 y 111 ss.), pero al mismo tiempo, y mientras juega morbosamente con un esqueleto articulado de plata, pone buencuidado en no dejarse atrás detalle alguno en lo que se refiere al aspecto, monumentalidade infraestructuras del sepulcro, la representación funeraria de sí mismo, de su esposa yde sus respectivas perritas, los legados testamentarios destinados a garantizar para “siem-pre” el mantenimiento de la tumba, la celebración de las pertinentes y periódicas ceremo-

nias conmemorativas, la utilización de los mejores y más duraderos materiales y de la epi-grafía para dejar constancia clara de su prestigio y de su alto poder adquisitivo…; y, también,de algo mucho más importante, por lo que tiene de mensaje contundente y explícito: la per-

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39 Esto explica que algunas de ellas homenajearan a familias completas, o a varios miembros de ella. Es el caso,muy significativo, de CIL II2 /7, 197, por el que fueron honrados por decreto decurionum de Sacili Martiale cua-

 tro personas: L. Acilius L. f. Gal. Barba ; L. Acilius L. f. Gal. Terentianus ; Acilia L. f. Lepidina , y Cornelia Q. f. Lepidina 

(los dos primeros duunviros, y la última de las mujeres flaminica , tal vez matrimonio entre ellos), con locus se- 

pulturae , laudatio funebris , impensa funeris  y estatuas (para los cuatro), cuyos gastos habría asumido en princi-pio el tesoro público, en un homenaje explícito a la gens Acilia que, es evidente, debió desempeñar un papel rele-

 vante en la vida ciudadana de Sacili (Melchor, 2006b, nº 6).

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petuación de sí mismo. “En el centro habrá un reloj para que todo aquel que mire la hora 

se vea obligado, quiera o no quiera, a leer mi nombre “, nos dice…¿Puede haber mejor ejemplo de la angustiosa preocupación que atenaza al ser hu-

mano cuando se enfrenta al miedo a desaparecer? Ya no hablo del trance como tal, del do-lor o del sufrimiento, a los que quien más y quien menos mira con terror no siempre biendisimulado, sino de la certeza firme de que tras el suspiro final aquello que antes fue dejarásúbitamente de serlo; y frente a tal certidumbre el dinero, los treinta millones de sesterciosque amasó durante su vida el bueno de Trimalción, sólo sirven, en el mejor de los casos,para dotarse “de un monumento más duradero que el bronce ” (Horacio III, 30, 1-3); cons-cientes sin embargo, en el fondo, de que, aun cuando hagamos todo lo posible por auto-engañarnos, “las tumbas también sucumben. La muerte golpea los muros de piedra y los 

nombres que los acompañan ” (Ausonio, Epígrafe 35).No faltaron, por otra parte, ciudadanos hispanos que utilizaron su testamento para

dejar instrucciones precisas sobre donaciones, banquetes40 u obras públicas en beneficiode la comunidad, estableciendo como contrapartida (ya que no lo habían recibido como ho-nor público) que se les erigiera una estatua, ejemplo máximo de prestigio y garantía pro-bada de memoria (CIL II, 964 y 1055, de Turobriga  y Axati respectivamente; Cfr. Melchor,2006b, 125); una práctica bien probada en la Bética, donde no faltan algún caso de ho-menajeados que, habiendo sido honrados con locus sepulturae e impensa funeris , pero nocon estatua, la recibieron por cuenta de su propia familia (CIL II2 /5, 798, de Singilia Barba ).

 Vanidad de vanidades, al fin y a la postre, a las que, antes o después, el tiempo ajusta siem-pre las cuentas, aplastando inmisericorde nuestras ansias de eternidad bajo el peso de la

 tierra y de los siglos.

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40 Sobre la importancia que el vino desempeñó en este tipo de celebraciones, vid. Bendala, 1996; particularmente

56 ss.).

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112 DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS EN LA HISPANIA ROMANA

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Lám. 1: Exposición pública del cadáver, en el relieve funerario de los Haterii (Roma).

Lám. 2: Sarsina. Pompa funebris . Recreación ideal (WITTEYER, FASOLD, 1995, p. 45).

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Lám. 3: Cremación del cadáver (Consorcio Monumental de la Ciudad de Mérida; Dibujo: F. Blasco).

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114 DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS EN LA HISPANIA ROMANA

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Lám. 4: Necrópolis vaticana de la via Triumphalis . Sector de Santa Rosa. A) Área sepulcral abierta, con en-terramientos de cremación y de inhumación superpuestos (LIVERANI, SPINOLA, 2006, Fig. 92). B) Área

sepulcral abierta, con enterramientos de cremación directamente en tierra, señalizados en ocasiones con

estelas conteniendo tituli sepulcrales .

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Lám. 5: Mérida. Recreación de una tumba de incineración dotada de tubo de libaciones. Centro de Interpre-tación de los Columbarios.

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116 DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS EN LA HISPANIA ROMANA

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Lám. 6: Monumento funerario familiar con loculi parietales para la deposición de ollae ossuariae . Necrópo-

lis de Porta Romana (Ostia Antica, Roma). A) Vista desde el exterior. B) Detalle del interior.

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Lám. 7: Necrópolis vaticana de la via Triumphalis . Sector de Santa Rosa. Interior de un monumento funera-rio de cremación.

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Lám. 8: La obsesión por la memoria. A) Estatuas funerarias. Pompeya. B) Relieve con retratos funerarios

conservado en el Museo Nazionale Romano (Roma). C) Via Appia Antica.

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DESIDERIO VAQUERIZO GIL 119

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Lám. 9: Necrópolis etruscas de la Banditaccia (Cerveteri). Tumbas en fachada.

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120 DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS EN LA HISPANIA ROMANA

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Lám. 10: Via Appia Antica (Roma). A) Aspecto actual de la que fue en la Antigüedad una de las viae sepul- 

crales más importante de Roma. B) Recreación ideal de Luigi Canina, entre el III y el IV miglio.

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DESIDERIO VAQUERIZO GIL 121

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Lám. 11: Necrópolis vaticana de la via Triumphalis . Sector de Santa Rosa. Recreación de Laonardo di Blasi(LIVERANI, SPINOLA, 2006, Fig. 54a).

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122 DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS EN LA HISPANIA ROMANA

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Lám. 12: Vías funerarias de la antigua Pompeya. A) Vía de Porta Nocera . B) Vía de Porta Ercolanensis .

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Lám. 13: Segobriga (Saelices, Cuenca). Necrópolis Norocci-dental bajo el circo, uno de los ejemplos de vías funerarias deHispania mejor conservados, actualmente en proceso exca-  vación (ABASCALet alii , 2008, portada). B) Cipos funera-rios tirados sobre el muro de cimentación del circo (ABAS-

CAL et alii , 2008, Fig. 13). C) Cipo funerario con pedatura in 

fronte : XVII S, es decir, 17 pies y medio (ABASCAL et alii ,

2008, Fig. 31).

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124 DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS EN LA HISPANIA ROMANA

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Lám. 14: Ejemplos hispanos de monumentali-zación funeraria. A) Tumbas circulares dePuerta de Gallegos (Córdoba). B) Sepulcro

“de los Escipiones” (Tarragona).

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Lám. 15: Monumentos emeritenses conocidos como “Columbarios”, en torno a los cuales se ha montadorecientemente un centro de interpretación sobre el mundo funerario romano local.