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Veinte cuentos cortos y otros relatos un poco más largos

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Veinte cuentos cortos y otros relatos un poco más largos

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EntomoArte

VEINTE CUENTOS CORTOS y otros relatos un poco más largos

José Luis Navarrete-Heredia

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Diseño de la portada: José Luis Navarrete-HerediaDiseño del interior: José Luis Navarrete-Heredia

1a ediciónD.R. © José Luis Navarrete-Heredia, 2010, registro en trámite

D. R. © EntomoArte, registro en trámite

Impreso y hecho en Guadalajara, Jalisco, MéxicoCorreo del autor: [email protected]

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Los seres humanos son contadores de historias,Inventores de cuentos

Stephen J. Gould,

La vida es una veta de historiasJosé Luis Navarrete-Heredia

La literatura puede hacer lo que sea, sin límites, por absurdo que parezca

David Gaitán

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Presentación

¿Qué se puede esperar de un libro de cuentos escrito por una per-sona que se dedica al estudio de los escarabajos? En primera instancia, la combinación arte-ciencia ha sido concebida como una asociación díficil de entender. Dos mundos sin relación. Por un lado, el arte es creatividad, que llevada a sus extremos recrea mundos ficticios, situaciones incomprensi-bles, elucubraciones fascinantes; en contraparte, la ciencia es metódica, formal y carente de especulaciones. Visto así, más de un colega de la aca-demia biológica se sorprenderá con esta incursión a un mundo distante de mi actividad profesional: la entomología.

Sin embargo, no soy el primero ni seré el último en tener la osa-día de incursionar en una área completamente diferente de mi actividad profesional. Ejemplos hay muchos y varios de ellos han sido exitosos. Vla-dímir Vladímirovich Nabókov, escritor de origen ruso, nacionalizado es-tadounidense, conocido por su obra Lolita, fue curador de la colección de mariposas en la Universidad de Harvard. Alberto Rojo, físico de profesión, divulgador de la ciencia, es también conocido por sus hábilidades histrió-nicas en la música. En la música también, tengo el honor de conocer a mi colega y amigo, Richard A.B. Leschen, destacado entomólogo dedicado al estudio de los microcoleópteros y que además es cantautor reconocido con dos discos en su corta carrera artística. Así como ellos, muchos otros, son conocidos tanto en el ambiente académico como el artístico. No va-mos lejos, tengo el placer de conocer a dos estudiantes de biología que se encuentran formando parte de bandas profesionales. En las letras, para mi sorpresa, hace unos días leía un libro de poesía de un biólogo egre-sado de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México. Por un descuido mío no anoté los datos bibliográficos, pero fue placentero saber de la existencia de algunos colegas incidiendo en otros campos ajenos a su profesión.

Podrá pensarse que la cita de los personajes mencionados arriba son una justificación a mi intromisión literaria. No es una justificación; mi interés es compartir estos escritos, esperando que en ellos se encuentren momentos de esparcimiento, de crítica intelectual lúdica, exactamente como fueron creados mis cuentos, es decir, en mis momentos de relaja-

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ción, en mis momentos de distracción intelectual, en mis momentos de locura.

Con frecuencia he comentado que cuando estás encerrado en un círculo vicioso en el que difícilmente puedes avanzar en tus actividades, date un tiempo a realizar algo diferente, relajate y busca alguna actividad que te guste: oir música, leer un libro, dibujar, pintar, lo que se te ocurra. Pues bien, algunos de estos cuentos surgieron así, como una manera de escape a una presión intelectual; otros, justo antes de dormir; otros, no recuerdo como surgieron pero ahí están. Listos, esperando a ser leídos y comentados por sus lectores. En más de uno se combinan vivencias del autor con algo de ficción. ¿Qué parte es realidad? ¿Qué parte es ficción? Eso se lo dejo a los lectores definirlo, si así lo desean.

Durante la elaboración de esta obra, un amigo mio, ante la lectura de uno de los cuentos cortos, me preguntó sobre los requisitos para que un escrito pudiera ser considerado como cuento corto. No recuerdo lo que le comenté, pero sí que generó en mí un cuestionamiento que debía ser contestado. Curiosamente, leyendo la compilación de cuentos Cazadoras de mariposas de Citlali Ferrer, encontré una respuesta que me gustó: “... el texto que cumple cabalmente con las exigencias del cuento debe incluir: personajes, situación drámatica y profunidad”. Considero que los cuentos aquí incluidos cumplen con esos requisitos. Ya usted dirá.

Algunos de mis cuentos cortos, realmente son muy cortos: menos de diez palabras, pero guardan una relación estrecha con el título del mis-mo. Otros relatos son un poco más largos. De ahí el título del libro: Veinte cuentos cortos y otros relatos un poco más largos. Cualquier semejanza con alguna obra literaria mundialmente conocida, no es mera coincidencia ni tampoco una manifiesta pretensión. Lo he denominado así por poner un límite arbitrario en el número de cuentos cortos y otros relatos no tan-to, para incluir sin mayor compromiso, aquellos cuentos que a mi gusto podrían ser parte de esta obra. El resultado es lo que a continuación se tendrá oportunidad de leer.

Como algunos se habrán dado cuenta, este libro carece de ISBN. No es mi intención utilizarlo como un mecanismo de evaluación académi-ca, es más bien un ejercicio sin mayor compromiso que el de dar a conocer algunos de mis escritos ajenos a la formalidad de la biología.

Algunos cuentos han sido ilustrados utilizando como base foto-grafías de archivo del autor o bien realizadas explicitamente para el cuen-to en cuestión. Algunas fotografías fueron proporcionadas por amigos. En la página correspondiente se menciona el nombre del autor de la fotogra-fía. Como otra actividad de esparcimiento, ésta es también una incursión

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al mundo Photoshopiano. Finalmente, la ilustración del niño en La huida, está basado en una litografía que me fue donada por un gran amigo: Javier Monter.

El diseño del logo EntomoArte, utilizado por primera vez en esta obra fue elaborado por un gran amigo: Pablo Martínez Rodríguez. Gra-cias.

De manera especial quiero agradecer a los amigos que leyeron algunos de los cuentos y que hicieron comentarios importantes para su mejor presentación. A Georgina A. Quiroz-Rocha, Miguel Vásquez-Bolaños y Alejandra Arceo por compartir imágenes para esta obra. Finalmente, y no por ello menos importante, a los modelos de varias de las imágenes, quienes amablemente compartieron mis ideas. Gracias a todos por ser complices de este atrevimiento.

Me gusta escribir cuentos cortos. Lo he hecho desde hace tiempo, pero hasta ahora es que me arriesgo a sacar este trabajo. Espero que este atrevimiento modesto sea recibido con gusto.

José Luis Navarrete-Heredia

Abril 2010

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Dedicado a la memoria de mi madre,Irene Heredia Arcos,

A mi padre,José Navarrete Rodríguez,

a quienes debo la mayor de sus herencias:mi educación.

A mi familia:Georgina Adriana,

Elisa Margarita,Luis Alfredo.

A mis amigos, los que están y los que me han aventajado,

por ser parte de las vivencias.

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CONTENIDO

Veinte cuentos cortosEl círculo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17El reencuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18Así es el amor . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19Frente a mi tumba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20Cuando el destino nos alcance . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21Dilema . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22Finita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23Al otro lado del río . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24Mosquero o el arte de la desesperación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25Gajes del oficio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26Tuya para siempre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28Belleza natural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30Punto de fuga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31¡Te amo! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32¿Te amo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33Temprano en la mañana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34Invitación impersonal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35El poder de la imaginación . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37El cuerno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . 39Deseos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40

Otros relatos un poco más largosEl paletero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43La huida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47Todo por mis pies . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54El trofeo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57Bocetos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

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Veinte cuentos cortos

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El círculo

Sentada. Mirando sin observar, su vida transcurre lenta-mente, encerrada en su círculo.

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El reencuentro

Mi corazón reboza de alegría y nerviosismo. Hoy será un gran día. Después de varios meses, mejor dicho, varios años, nos hemos vuelto a encontrar. Ha sido por teléfono. Pero hoy, todo está listo. Ansío verte. ¿Sigues sonriente? No lo sé. No importa. Estarás aquí.

Ya todo está en su lugar. La mesa. El vino. La cena. Las velas. Y para dejar huella de nuestro encuentro, la cámara fotográfica que recién he adquirido.

El tiempo pasa. No llegas. Marco a tu teléfono celular. No contestas. Ya no hay duda, hoy como ayer, tampoco vendrás.

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Así es el amor

- ¡Te amo!

- ¡Yo también!

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Frente a mi tumba

Llegaste. Por fin nos encontramos. Demasiado tarde.

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Cuando el destino nos alcance

Dicen algunos que habrá cucarachas.

Fotografía: M. Vásquez-Bolaños.

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Dilema

La verdad,

No siempre es verdad.

La mentira,

No siempre es falsa.

¿Verdad o mentira?

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Finita

La verdad no es para siempre.

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Al otro lado del río

Siempre he tenido respeto por mis paisanos que cruzan por lugares inhóspitos para adentrarse en territorio extranjero, al otro lado del río. Después de mucho meditar, tomé la decisión de embarcarme a conocer el American way of life. Al llegar al ae-ropuerto mi primo ya me esperaba. No estaba sólo. Una mujer de porte alteño estaba con él. Después me enteré que no era de Jalisco sino de Ontario, California. Al encuentro, iniciaron las formalida-des.

-Te presento a mi primo. Con un español entrecortado, me contestó:

-Lynda Summers. Efectivamente, estaba linda y era verano.

-William Flowers, respondí. Sin darme cuenta, yo Guillermo Flores, había iniciado la práctica de mis cursos de inglés.

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Mosquero o el arte de la desesperación

Una mosca, Dos moscas, Tres moscas, Cuatro moscas, Cinco moscas, Seis moscas, Siete moscas, Ochos moscas, Nueve moscas, Diez moscas, . . . . . . Aghhhhhhhhhhhh, mosquero.

Fotografía: basada en la exposición de Mafalda en Guadalajara.

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Gajes del oficio

Para ser vendedor de dulces se necesita, un poquito de gracia y otra cosita. En mi caso fue muy simple. Como monaguillo de la iglesia de mi colonia (sí, si fuí monaguillo), cuando el señor cura nos prohibió pedir bolo durante los bautizos, me dije ¿y de que voy a vivir? Acto seguido, junté mis ahorros y me fui al mercado de abastos. Compré dulces, chicles, bombones, chocolates, paletas y otros que mi memoría cercana a los cincuenta, ya no recuerda con facilidad.

Con mi cargamento en mano, me fui directo a la puerta prin-cipal de la iglesia. Llegué justo a tiempo. Aún estaban oficiando los bautizos. Terminaron. Salieron padrinos y papás, niños recién bau-tizados y el avispero de niños que a gritos reclamaba bolo padrino. Para no quedar mal, los padrinos sacaron, no sé de donde, bolsas de plástico con monedas de diferentes denominaciones. Haciendo gala de sus experiencias con el lanzamiento de disco, con su puño tomaron algunas monedas y las lanzaron al aire. El bolo se espar-ció y yo veía con una sonrisa de oreja a oreja (quizá maquiavélica), como se peleaban las monedas. Terminado el ritual, ahora sí a ser parte de las enseñanzas religiosas y dejad que los niños vengan a mí. Eso sí, con su bolo en mano para que me compren dulces. Problema resuelto. Nueva profesión. De monaguillo a dulcero.

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Tuya para siempre

Sentado en mi mecedora, me deleito con el paisaje que me rodea. A pesar de ser época de estiaje, no deja de sorprenderme la naturaleza. Erguidos, soportando los intensos rayos del sol, per-manecen cientos de robles que dan refugio y alimento a las aves e insectos que los visitan.

Como siempre, tu estás a mi lado, disfrutando conmigo de estos magníficos paisajes. La elección del terreno fue acertada. Es un lugar apropiado para el resto de nuestros días.

Siempre has estado a mi lado. ¿Recuerdas? ¡Tuya para siem-pre! Esas tres palabras fueron sonatas a mis oídos cuando las men-cionaste por primera vez. Aún lo siguen siendo.

Ahora que estamos aquí, en el porche, me invade la nos-talgia. Volteo y te miro. Tantos espacios compartidos, tantos mo-mentos de felicidad. Es difícil evitar recordar. El ambiente, tú y mi melancolía son testigo de ello.

Aquel día de campo, ¿Recuerdas? Éramos tu y yo, nadie más. La gente que se cruzaba en nuestro camino carecía de importancia. Contigo a mi lado todo era fácil. La caminata me fue leve, debíamos estar lo más lejos de la gente.

Ese día era para nosotros y realmente lo fue. ¿Recuerdas? El día no fue suficiente. Queríamos más tiempo. Necesitábamos más tiempo. Era imposible. Teníamos que regresar.

Al llegar a tu casa, pediste que cerrara mis ojos. Lo hice. Me abrazaste con fuerza y besaste tiernamente mis labios. Aún huelo el perfume que dejaste en mí. Me tenías en tus manos, era todo tuyo. Buscaste en tu bolso y evitando cualquier movimiento de mi parte,

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besaste mi frente y me dejaste lo más preciado que tengo de ti. Ese día partiste diciendo. ¡Tuya para siempre! Suspire profundamente. Abrí los ojos y te ví. Era el retrato que me ha acompañado desde aquel día. A tí, jamás te he vuelto a ver.

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Belleza natural

Bella. Hermosa. Angelical. Así era ella. Su vestimenta colo-rida, resaltaba sus formas haciéndola aún más hermosa. Por fin, es-taba frente a mí. La observó detenidamente. No puedo evitar sentir una inmensa alegría. Absorto en mi deleite, la tomo lentamente y con sumo cuidado, mi mano busca el sitio adecuado que me permita disfrutarla más. ¡Ya está! Mis dedos la sujetan. Mi nueva mariposa la ubicó junto a mis otros especímenes de insectos.

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Punto de fuga

Consciente de su imperiosa necesidad de encontrarse al otro lado del ojo de la aguja, buscó en perspectiva el punto de fuga; ubicó el sitio correcto y se echó a descansar.

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¡Te amo!

Muchas veces me has dicho que te ame. ¡Te amo! Muchas veces me has dicho que te lo demuestre. Sigues dormida. Me acerco a ti. Me gusta sentir tu cuerpo. Tu piel. Mi mano busca delicada-mente tu pecho. Lo encuentra. Lo acaricia suavemente. No puedo describir lo que siento. Mi cerebro detecta un leve crecimiento. Asientes. Estás de acuerdo. ¡Te amo!

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¿Te amo?

Muchas veces me has dicho que te ame. ¡Te amo! Muchas veces me has dicho que te lo demuestre. Sigues dormida. Me acerco a ti. Me gusta sentir tu cuerpo. Tu piel. Extiendo mis brazos para traerte a mi regazo. Nos fundimos en el primer abrazo del día. Es un placer tenerte a mi lado. No puedo más. Me doy vuelta. Busco mis zapatos. Bajo a la cocina. ¡Tengo hambre!

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Temprano en la mañana

Eres hermosa.Sí. Hermosa.Te veo y lo compruebo.Aunque sólo veo tu cabello,No lo puedo negar:Eres hermosa.

La luz entra por la ventana.Va directo hacía tu cuerpo.Lo ilumina.Tengo ganas de acercarme a tí.Lo hago con delicadeza.¡Sé que no te debo despertar!

Mi piel busca tu piel.Mis manos tocan tu hombro, desnudo.Me acerco aún más.Mi boca busca tu oido.Suave y delicadamente lo descubro.No puedo más.

Debo hacerlo. Es necesario.Quiero ser parte de tí.Finalmente mis labios se abren.Y carinosamente expresan:“te amo”.

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Invitación impersonal

La reunión estaba en su máximo esplendor. Cientos de co-nocidos se habían dado cita a aquella invitación masiva. Tratándose de ella, era imposible no asistir. Había muchos recuerdos por com-partir. Alegrías, enfados, risas incontenibles y muchas, muchísimas cosas más.

Camino a la cita, un sentimiento de ansiedad embargaba mis sentidos. Realmente tenía muchas ganas de verla. Hacía tiempo que habíamos dejado de escribirnos. Mi respiración se hacía más intensa y dificultaba mi andar. Después de un tiempo, llegué al sitio indicado. Al verla, quedé pasmado, más de lo que usualmente solía estarlo cuando me encontraba con ella. Su porte imponía y hoy, a pesar de todo, no era la excepción. Nunca perdió el estilo. Su ves-tido rojo, acompañando de su cinturón negro, la hacían verse más hermosa de lo habitual. Tenía muchos cinturones negros. Le conocí, durante la Universidad, sin exagerar, más de cien.

Observando a la distancia, me percato de que los que pasan junto a ella, en automático hacen comentarios incomprensibles. Di-fícil de entender, pero la cruda realidad era devastadora. Inexplica-blemente había muerto. ¡Fuimos invitados a su funeral!

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36 Fotografía: G. A. Quiroz-Rocha.

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El poder de la imaginación

Lo veía todo con detalle. Tenía un lugar privilegiado. La gente se desplaza con rápidez. Sus rostros evidencian sentimientos encontrados. En algunos se reconoce el temor. En otros el descon-cierto. Miedo. Sorpresa. Había de todo. No era para menos. Ruidos ensordecedores se escuchan por todas partes. A la distancia puedo reconocer el ruido de la sirenas: bomberos, patrullas, ambulancias. Todo es un caos. Muevo mi cabeza tratando de ubicar el sitio en donde se escuchan los gritos de la fuerza pública. Es importante detener a toda esta gente que exige al gobierno: ¡No más mentiras! ¡No más falta de empleo! ¡No más políticos corruptos! Realmente parece ser el inicio de una revolución. Se veía venir. El pueblo tenía que despertar. No debo permanecer sentado. Tengo que hacer algo. Debo ser parte del cambio.

Olas humanas siguen avanzando hacia la plaza mayor en donde otros los esperan. Será imposible recibir a todos. Algunos es-tán ahí con la firme convicción de que es necesario un cambio. Otros por su parte, están con la finalidad de obtener algún beneficio de la clase política. Aunque los tiempos han cambiado, las costumbres de antaño siguen vigentes. La corrupción llegó para quedarse. No importa el color: rojo, azul, amarillo. Ah, y ahora que está de moda, también sus multiples combinaciones. No hay opciones. Todo se corrompe, ¿o, ya eran corruptos? No lo sé y no importa saberlo. ¡Estamos secuestrados por la clase política! Algún día le dije a mi marida: no digo que todos los políticos sean corruptos, el problema es que no conozco a la excepción. Repentinamente, algo interrumpe las imágenes y mi disertación filosófica. Es como si hubiera recibido un golpe en la cabeza y empezara a perder el conocimiento. ¿O acaso, lo estoy recobrando? Mis ojos se encuentran entreabiertos. A la dis-tancia sólo logro escuchar: ¡canal 128, el canal de tu imaginación!

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El cuerno

Estaba molesta, incontrolable. Su enojo se veía en su ros-tro. No sabía la causa de su malestar, ¿o sí? Sólo escuché que me dijo: ¡Vete al cuerno! No supe que hacer. Sus palabras fueron dardos mortales. Seguimos avanzando, sin hablar. De pronto, la solución estaba ahí. Sin dudarlo desaparecí unos segundos. A mi regreso no dije nada. Con señas pedí que extendiera sus manos. Hecho esto, coloqué sobre ellas la bolsita con dos cuernos de esos que llaman croissant. Asunto arreglado. Tenía su cuerno.

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Deseos

Cuando te conocí, me pediste el cielo, la luna y las estre-llas. Vamos por partes: aquí tienes a la luna.

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Otros relatos un poco más largos

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El paletero

Soy malo para los negocios. Lo sé. Mis múltiples experien-cias me lo han confirmado. A pesar de ello, con frecuencia intento emprender uno nuevo. Carnicería, tortillería, panadería, papelería. Todos ellos han fracasado. Nací para no ser comerciante. Sí hubiera entendido desde mi primer intento, las cosas serían diferentes.

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Todos los días, sin excusa ni pretextos, el paletero del barrio llegaba en su medio de transporte, una bicicleta Bennoto, rodado 28, a la cual le había montado en la parte posterior un asiento espe-cial para colocar, con amarres precisos, la caja de cartón en donde colocaba sus paletas de agua. Alegre con su cargamento, sus gritos y su bocina se escuchaban a varios metros a la redonda, motivando la salida en masa de muchos de nosotros, para disfrutar de las pa-letas de agua de nuestro sabor favorito: guayaba, tamarindo, piña, coco, guanabana, fresa, limón o lima. Por veinte centavos, teníamos asegurados cinco minutos de placer al paladar. A mi me gustaban más las de guayaba porque le ponían mucha fruta. Además de la paleta, disfrutaba comiendo cada uno de los trozos de guayaba que encontraba. ¡Esas eran paletas de verdad, no como las de ahora que les ponen polvitos mágicos de sabores! No recuerdo el nombre del señor, pero seguro estaba de que más tardaba en darle la vuelta a unas calles, cuando su cargamento se agotaba. En el barrio había-mos muchos niños.

En mis sueños de paletero empresarial, me lo imaginaba dando muchas vueltas para surtirse y vender cajas y cajas de pale-tas. Obvio, al paso de algunas escenas, el que daba vueltas y vueltas por paletas era yo. Decidido a cambiar mi futuro económico, fui a mi cuarto a buscar la cajita de cartón en donde tenía mis cachivaches

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que cualquier niño guarda como su máximo tesoro. Seguro de que nadie me veía (para evitar que descubrieran mi escondite), me metí debajo de la cama y busqué en la esquina derecha de la cabecera mi cajita de zapatos. Revisé la bolsita de mis ahorros y la saqué. Dos pesos era mi capital. Rápidamente hice mis cuentas (para eso iba a la escuela) y concluí que sí me iba bien, en poco tiempo, diez días quizá, tendría como veinte pesos. Por un rato seguí haciendo cuentas imaginándome la cantidad de dinero que iba a ganar como paletero. Absorto en mis reflexiones me llamaron a cenar. Baje por mis sagrados alimentos. ¡Todo estaba decidido!

Con los dos pesos en la bolsa fui a la paletería grande en donde se surtía mi amigo el paletero. A partir de este momento, la competencia estaba echada. Había preparado mi cajita y le había puesto bolsas de plástico para evitar que se derritieran. Para mi sorpresa, las paletas de veinte centavos ahí costaban diez centavos siempre y cuando comprara por lo menos un peso. ¡Hijoles, hijoles, la avaricia es mala consejera! Con dos pesos puedo comprar veinte paletas y veinte paletas a veinte centavos: ¡cuatro pesos! Excelente negocio.

Compré las veinte paletas. Las acomodaron en mi caja. Rau-do y veloz me dirigí a mi barrio.

- ¡Paletas! ¡Paletas! ¡Hay paletas! ¡Bien frías las paletas!

Gritando y vendiendo, así recorrí algunas calles y en menos de una hora mi cargamento se había agotado. En mis bolsillos con-taba con cuatro pesos. ¡Cuatro pesos! El día siguió su marcha. Ni me acuerdo que más hice. Mi felicidad opacaba cualquier otro evento, por banal o importante que éste hubiera sido. Comí. Cené y me subí a dormir.

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- ¿Qué hacer? Si hoy gané dos pesos, mañana puedo ganar cuatro, pasado mañana ocho y así sucesivamente

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-¡Cuatro pesos de paletas por favor!

Tomaron mi caja. Organizaron las paletas y a correr se ha di-cho. Volaba feliz. El viento rozaba mis mejillas haciendo más grande la sonrisa que se formaba en mi rostro. Mis zapatos de botita ya no sentían las piedras de la tierra. Les habían salido alas. Alas que me elevaban al infinito y más allá. Alas que me indicaban que mi futuro era prometedor. Alas que me hacían sentir que volaba como super-héroe. Alas que me hacían feliz. Alas que no me permitieron ver la piedra que estaba delante de mí y que con la velocidad que había alcanzado, fue más que suficiente para caer en el suelo y ver con ojos de desconsuelo, como volaba mi cajita de cartón esparciendo por los aires las cuarenta paletas que recién había adquirido. El gol-pe físico de mi caída fue bastante doloroso. Hasta un chipote me salio en la frente. Pero ver mi patrimonio destruido en cuestión de segundos, fue aún más trágico. ¡Ya nada podía hacerse! ¡Todas ellas estaban cubiertas de tierra! Triste y desolado me fui a sentar en un lugar seguro con la mirada absorta y entristecida, viendo, sin que-rer ver, como mis paletas se iban derritiendo bajo los cálidos rayos del sol. ¡Mi negocio de paletero, había fracasado!

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La huida

Tengo ya varios días planeando mi escape. Aunque en casa tengo todo lo que mis padres pueden darme, siento que me falta algo. Ya no me gustan los zapatos, las camisas, ni los pantalones que mis hermanos me han heredado. ¿Heredado? Bueno, eso es un decir. En realidad, mi madre los ha cambiado de dueño. Quieran o no es parte de la tradición. En casa de mi amigo la cosa es dife-rente. A muchos no les cae bien. Es cierto, a veces o mejor dicho, casi siempre, actúa como niño berrinchudo. Hace lo que quiere. Y para colmo, sus papás siempre le compran todo lo que pide. En el salón de clases ya nadie lo aguanta. Pues además de sus atributos ya mencionados, es sobrino de la maestra y por ende el consentido del salón. Pese a ello, nos llevamos bien. Es más, hasta puedo decir que me considera su amigo.

Su casa es la más grande del pueblo. Toda la gente la reco-noce pues está en la parte más alta del cerro, ocupando un espacio gigantesco. No sé cuanto mida, pero son muchos, muchos de mis brazos extendidos. Algún día intente medir la barda de atrás con-tando mis pasos y me canse. Mejor me puse a jugar.

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Son las siete de la mañana. Mi mamá me llama a desayunar. Es hora de prepararse para ir a la escuela. Me levanto rápidamente. Busco mi mochila, una bolsa de mandado, de esas de plástico con asas a las que les cabe mucho y son muy baratas. Meto en ella mis pertenencias. Hoy es el gran día. ¡Me voy de casa! Mi amigo acepto que me fuera a la suya. Siendo tan grande no habría problemas para recibirme.

Llegué a la cocina intentando no despertar sospechas. Tomé mi desayuno. Abracé a mi mamá con fuerza y le dí un beso. En ese

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momento me sentí Judas en su máxima expresión. Y para rematar la abracé con fuerza y le dije: ¡te quiero mucho! Me abrazó, me son-rió y sin sospechar la traición de su hijo menor, me dio un beso y se despidió: ¡te quiero, cuídate!

El tiempo en la escuela se me hizo eterno. Ansiaba la hora de la salida. Como hermano recién adoptado, mi amigo compartió conmigo su torta y su agua de fresa. Me sentía a gusto.

Por fin. Es tiempo de partir a mi nueva casa. La maestra se despidió de nosotros y nos dice hasta mañana. Mi amigo y yo ini-ciamos nuestra caminata. Por el camino vamos cantando y silban-do. De repente nos encontramos una piedra en el camino y como si estuviéramos conectados, volteamos a vernos e inmediatamente corrimos hacia ella tratando de ser el primero. Como soy un poco más alto llegué primero. La pateé con fuerza. Él salió corriendo como bólido tras ella. La alcanzó y ahora fue él quien tuvo el placer de repetir la operación: patear con fuerza. Una él y otra yo, así nos fuimos por el camino que conducía a mi nueva casa.

Al llegar, abrió la puerta con la llave que tenía en su cartera de piel, grabada con su nombre. Entramos. Aunque ya había estado algunas veces en la sala, ese día me pareció más hermosa. Monas de piedra cargando unos platos de frutas. Bien cargados y pesa-dos. ¿No se cansaran? Pinturas enormes decorando las paredes; los ventanales con unas cortinotas que iban de piso a techo. Muchas pinturas eran muy bonitas. Unos caballotes grandotes, grandotes. Hasta parecían de a deveras. Otras eran de unas señoras, ¿quiénes eran? No sé, pero ahí las tenían. Estaban bien feas. Seguro eran sus parientes.

Nos pusimos a jugar. ¡Yo estaba bien emocionado! Mi amigo me dejo jugar con su Kid Acero, un muñecote que mueve sus pier-

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nas, brazos y cabeza. Muchas veces se los pedía los Reyes Magos y lo más que me trajeron fueron unos soldados de plástico a lo que no se les movía nada. ¡Qué chiste! ¡Hasta parecía que los Reyes no sabían leer!

Como a las dos de la tarde su mamá nos llamo a comer. En ese momento me vino a la memoria el recuerdo de casa. También mi mamá nos estaría llamando a comer. Aunque la mesa no tendría tantas cosas como las que ahora veo. Repentinamente un suspiro se apoderó de mí. ¡Extraño a mi mamá! Al ver mi cara triste, la señora me preguntó si no me gustaba algo. Para evitar que se percatara de mi nostalgia, rápidamente comencé a comer del plato con sopa. Tomé una tortilla, dos, varias y nunca hubo quien me peleara. En casa, el más aguerrido de mis hermanos es el que siempre comía más tortillas, ganaba la mejor fruta o comía el mejor pan. Eso sí, a veces este último con marrullerías. Consciente de que mis herma-nas eran medio especiales y no les gustaba el pan babeado, él hacia gala de todas sus artes y pasaba el pan elegido una y otra vez por su lengua para verter el sello de pertenencia. A mí no me importa-ba. Cuando su pan me gustaba y quería hacerlo enojar, yo sí me lo comía. En fin, en esas estaba cuando quedé completamente lleno. En mi casa hubiera quedado un hueco para otro taco. Aquí ni para el postre quedo. No cabe duda. La comida ajena siempre nos sabe buena. Dijeran algunos, todo un bálsamo al paladar.

Después de la respectiva comida, siguió la diversión. Tiem-po para la televisión. Llegamos a la sala, grandota, grandota. Una te-levisión impresionante. Y lo mejor, ésta si era de colores. De las po-cas que había en el pueblo. En mi casa a estas horas también estaría en la mini sala viendo televisión. Aunque la mía era una imitación de la de colores. Por tres pesos, mi mamá, que era la que solucio-naba todos los detalles de casa, había convertido nuestra televisión blanco y negro en una de colores. Adquirió tres pliegos de celofán,

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rojo, azul y verde si no mal recuerdo y los colocó sobre la pantalla formando tiras. El gusto no duró mucho ya que ni se veía en blanco y negro ni a colores. En fin. Hizó el intento.

En casa de mi amigo ahora sí podía ver por primera vez a UltraMan a colores. Sentados en el piso nos dispusimos a ver el programa. Tantaran taran, tantaran taran… Así era como iniciaba la cancioncita de UltraMan. No recuerdo contra quién había combati-do UltraMan en ese programa, lo que sí recuerdo es que yo estaba feliz. Al término de UltraMan le siguió la Señorita Cometa y termi-namos con UltraSeven. Híjole, tan emocionado estaba que ya me imaginaba sentado frente al televisor viendo Combate, Los Intoca-bles o El Santo ese del señor Simón Templar.

Pero bueno. Llegada la hora, había que hacer tarea. Nos fuimos a la mesa. Saqué las cosas de mi bolsa-morral y comencé a trabajar. ¡Extraño a mi mamá! Ahorita ella estaría sentada en la mesa, limpiando frijoles y maíz para la comida del día siguiente. Ya la oigo.

-¿Quieres 20 centavos para tus dulces? Bueno, pues enton-ces léeme dos hojas de tu libro de español. Termina de leerme El Ramayana. Está muy interesante.

¿Y yo? Pues encantado. De mi lectura dependían los 20 cen-tavos para mi chicle motita y mi chocolate. Ya se me antojo de sólo acordarme.

Con mis ojos vidriosos, por las lagrimas que empiezan a traicionarme, escribo y hago cuentas en mi cuaderno Gader real-mente sin concentrarme. Mi amigo hace su tarea y su mamá está en la cocina. No sé que haga, pero ahí está. No ha venido a ver como vamos.

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Sin darme cuenta el tiempo ha pasado y ya está medio obs-curo. Un sentimiento me hace suspirar fuertemente. No puedo más. Guardo rápidamente las cosas en mi morral y sin pensarlo, me des-pido de mi amigo, de su mamá y de su papá que recién acaba de llegar. ¿Así de intempestivo? ¡Sí, así fue!

Me dirijo a mi casa con un sentimiento de culpa. He traicio-nado el cariño de mi madre y sus esfuerzos por darnos lo mejor, sobre todo su cariño. ¡Me avergüenzo! ¡Sí! Me siento mal.

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Como costumbre, la puerta de mi casa se cerraba con can-dado en cuanto se empezaba a oscurecer. ¡Costumbres del pueblo! Ese día no había sido la excepción. Intente abrir la puerta pero fue en vano. No me quedo de otra que tocar para que me abrieran. Ya no sería un regreso triunfal, más bien deseaba que me abrieran. To-que tres veces. De repente escuché pasos que venían hacia mí. Eran los pasos de mi mamá. Inconfundibles.

- ¿Quién? Preguntó.

-¡Yo!

-¿Quién yo?

- Yo, el que me fui.

Abrió la puerta. Me sonrió. Abrió sus brazos. Corrí hacía ella y me besó.

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53Pintura original: J. Monter.

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Todo por mis pies

Todos los domingos hay que arreglarse para salir a pasear. Hay que bañarse primero y después escoger el ajuar. Viendo las condiciones climáticas y mi desagrado a las temperaturas cálidas, dirían en mi pueblo, desagrado a la calor, me vestí como lo exigía la situación: camisa de manga corta, ligera, o sea, una guayabera; ber-muda, también conocida como pantaloncillos cortos por arriba de la rodilla y mis inseparables huaraches dominicales, de esos con los que no puedo caminar muy rápido, pero que son muy agradables considerando que no me gusta usar zapatos ni calcetines o calce-tas.

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Durante el día, recorrí con mi familia algunos lugares de la ciudad. Desayunamos y comimos fuera de casa. Regresamos como a eso de las cinco de la tarde. ¡No es posible, olvidé pasar por el periódico! Acto seguido, invité a mi hija y a mi esposa a que fueran conmigo. No fue posible. La caminata del día fue agotadora y prefi-rieron descansar. Como tenía ganas de leer el periódico me fui solo a conseguirlo.

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Con el periódico bajo el brazo y viendo a tanta gente disfru-tando de la tarde dominical, decidí quedarme un poco más. Me fui por mi bolsa de palomitas y mi agua de lima. Acto seguido, comencé mi andar por la plaza para localizar una banca vacía en la cual pu-diera desplayarme para leer mi periódico, comer palomitas y tomar mi agua de lima. Finalmente la encontré en la planta alta en donde no había mucha gente ni niños jugando con sus globos. Me senté e inicié mi lectura.

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Pasados unos minutos, movimientos constantes llamaron mi atención. Una persona, hombre, de no muy buen aspecto, se mo-vía sigilosamente por el espacio donde me encontraba. Sé que no es adecuado, elaborar prejucios a partir de la primera impresión, pero que podía hacer. Me empecé a inquietar. Seguí mi lectura. Comí más palomitas y tomé más agua de lima. Uhm. Ahí viene otra vez. Detuve mi lectura. No más palomitas, no más agua de lima. Esto no me suena nada bien. En las noticias y en la televisión con frecuen-cia mencionan de las personas halcones que vigilan a su próxima presa. ¿Me irán a secuestrar? ¿Quiere asaltarme? Me empiezo a in-quietar. Mi respiración se acelera. Busco a mi alrededor y no lo veo. Para colmo necesito ir al cajero del banco por dinero. Espero unos minutos. Sigilosamente vuelvo a mirar a mi alrededor. Ya no lo veo. Tomo mi periódico y dirijo hacía el pasillo que va hacía el banco. ¡No puede ser, ahí está! Vigilante y con movimientos sospechosos como quien espera a alguien. Me mira y se voltea rápidamente di-simulando no haberme visto. ¿Qué hago? Estoy a mitad del pasillo, no puedo regresar! Necesito el dinero. ¿Pero y si me hace algo? ¡No debo demostrar pánico! Con decisión continuo mi andar y me dirijo al cajero. Me esquiva. Continuo mi andar. Doy vuelta y veo que en el cajero hay mucha gente. ¡Ah! ¡Que tranquilidad! Aquí le será más difícil hacer algo. Ahora tengo oportunidad para recordar. Aquella vez fue algo similar, hasta que se acercó junto a mí me pidió que le entregará el dinero. Lo hizo disimuladamente. Hay que tener cui-dado, nos dicen todos los días.

Absorto en mis reflexiones, repentinamente siento como una persona llega a la fila y se forma detrás de mí. ¡No es posible! Es la misma persona. ¿Qué carajos es lo que quiere? La fila no avan-za y el temor se hace cada vez mayor. En cualquier momento me va a robar y que mejor que cuando tenga el dinero. Eso es, se trata de

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un secuestro. No a mi no me lo hacen. Decidido, me salgo de la fila y con mis huaraches, que en ese momento me traicionan aún más, me dirijo hacia el interior de la plaza. Raudo y veloz mi atacante me dio alcance. Se me empareja. Mi corazón acelera el ritmo. Me habla sigilosamente y en automático me detengo a la defensiva. ¡No sé que hacer!

- ¿Le puedo decir algo? Me cuestiona.

¡No sé que decir! Sólo pienso en defenderme! No le contes-to. Ante mi silencio sepulcral, vuelve a atacar y remata:

-Déjeme decirle que tiene bonitas piernas y bonitos pies.

- Hijo de ....

Fotografía: G. A. Quiroz-Rocha.

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El trofeo

Esa noche, era una noche como cualquiera. Hacia tiempo que no venía a alguna reunión con la banda. Con eso de ser chavo banda de medio tiempo me era imposible estar todas las noches con ellos. El trabajo y el estudio me lo impedían. Como era usual en ese tipo de reuniones, mi participación era marginal. Entiéndase que me encontraba sentado en la banqueta disfrutando mi cerve-za y platicando con el Gordo (antítesis de su apellido: Delgadillo), el Panda y el Apache. Lejos del bullicio y la algarabía de donde se encontraban el Indio y todos los gruexos de la banda, es decir los picudos del grupo. Como miembro de medio tiempo, mi experiencia en atracos y pleitos era prácticamente nula. Además de eso, cuando de pleitos se trataba, evitaba asistir a las reuniones consciente de mi baja capacidad de sostener un pleito por más de tres trancazos en la cara. Era y sigo siendo muy malo para pelear. Creánme, la ca-rencia de práctica tiene sus consecuencias.

A lo lejos, pude ver a la Estrella. Una de las tantas chavas que formaban parte de los Pitufos. Hermosa cual lucero celeste, no pude evitar voltear a verla de reojo. ¡Siempre lo hacia así! Hasta eso, también debo comentar que tampoco tenía suerte con las mu-jeres. Nadie me pelaba, a excepción de la Tita que pelaba a todo mundo, sin distingos.

En esas miradas estaba cuando me doy cuenta que la Estre-lla se abre paso entre la banda y se dirige hacia donde me encuen-tro. No puedo evitar recordar la imagen de Olivia Newton John en la película de Vaselina (que recién había visto), dirigiéndose hacía John Travolta. Así me sentí. No lo podía creer. Efectivamente se di-rigia hacía mí.

- ¿Me invitas de tu cerveza? Balbuceando, recuerdo que sólo

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alcancé a decir: - Sí. Inmediatamente estiró su brazo cruzando so-bre mí para tomar la cerveza que tenía en mi mano derecha. De un trago terminó su contenido. Además de ser una mujer hermosa, tenía la virtud de tomar y nunca emborracharse. ¡Así era la Estrella! Nos acabamos el six y fuimos a la tienda a comprar otro. No lo podía creer. La mujer más guapa de la banda se encontraba a mi lado. Al regreso pasamos junto al carro abandonado, un Chevrolet 54, que servía de casa al Litos. Sin dudarlo me empujo hacía el. Abrió la puerta y nos introdujimos, conscientes de que el Litos no estaba pues lo había visto junto al Indio.

Una vez dentro, entendí porque le decían la Estrella, real-mente te hacia sentir en el cielo. Durante un tiempo, no recuerdo cuanto, dimos rienda suelta a mi pasión frustrada por muchos me-ses. Ya relajados, ella inició movimientos contorsionistas, debido al espacio reducido del asiento derecho y sus ropas regresaron a la posición en la que antes se encontraban. Lentamente se acercó a mí y me dijo: “búscalo, es para ti”. Abrió la puerta y se fue.

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Camino al mercado de la colonia donde todas las mañanas tengo que abrir el local antes de que llegue mi Patrona, busco entre las bolsas de mi pantalón las llaves de los candados. De repente, de-tectó en una de ellas un bulto pequeño. Lo saco lentamente sin tener la certeza de que se trata y para evitar miradas de las personas que caminan en la banqueta. Lo miro fijamente sin dar crédito a lo que tengo ante mis ojos. Lo envuelvo en mi mano y lo tomo con firmeza, cual actor toma su Oscar. Continuo mi camino con una sonrisa en mi rostro, recordando lo acontecido la noche anterior. Al llegar a la esquina y a pesar de que muchas veces lo deseé, con tristeza, pero con decisión, me deshago de mi trofeo en el bote de basura. A fin de cuentas, ¿para que quiero los calzones de la Estrella?

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Bocetos

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Veinte cuentos cortos y otros relatos un poco más largos de

José Luis Navarrete-Heredia

Se terminó de imprimir en el mes de mayo de 2010 en Talleres Gráficos de ABC Impresiones

Pedro Moreno No. 640Zona Centro, 44100, Guadalajara, Jalisco, México

Bajo el apoyo de la Fundación Navarrete-Quiroz

El cuidado de la edición estuvo a cargo del autor.Su tiraje fue de 150 ejemplares sin sobrantes para su reposición.

En su diseño se empleó la familia tipográfica Cambria.