Ventana 20654
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Ventana 654¿Cuánto falta para el futuro?
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La Colección Básica del Medio Ambiente es una coedición de la Secretaríade Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), a través del Centro
de Educación y Capacitación para el Desarrollo Sustentable (CECADESU), yla Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, A.C.(SOMEDICYT).
SECRETARÍA DE MEDIO AMBIENTE Y RECURSOS NATURALESIng. Alberto Cárdenas Jiménez
Secretario
Jaime Alejo CastilloCoordinador General de Comunicación Social
Tiahoga RugeCoordinadora General del Cecadesu
SOCIEDAD MEXICANA PARA LA DIVULGACIÓNDE LA CIENCIA Y LA TÉCNICA, A.C.
Fís. Ernesto Márquez NereyPresidente
M. en C. Salvador JaraVicepresidente
M. en C. Roberto Sayavedra SotoSecretario
Lic. Octavio PlaisantTesorero
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Ilustraciones: Leticia Barradas
José Luis Zárate
¿Cuánto falta para el futuro?
C O L E C C I Ó NC O L E C C I Ó NC O L E C C I Ó NC O L E C C I Ó NC O L E C C I Ó N B Á S I C A B Á S I C A B Á S I C A B Á S I C A B Á S I C A D E LD E LD E LD E LD E L M E D I OM E D I OM E D I OM E D I OM E D I O A M B I E N T E A M B I E N T E A M B I E N T E A M B I E N T E A M B I E N T E
Ventana 654
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ISBN 968-7734-16-7
Derechos reservados conforme a la ley.Impreso y hecho en México con papel 100 por ciento reciclable sin cloro.
Ventana 654. ¿Cuánto falta para el futuro?
Primera edición, 2004
D. R. © SOCIEDAD MEXICANA PARA LA DIVULGACIÓN DE LA CIENCIA
Y LA TÉCNICA, A.C. (SOMEDICYT) Casita de la Ciencia, planta baja Museo de las Ciencias Universum Circuito Cultural, Ciudad Universitaria 04510 México, D.F. www.somedicyt.org.mx
D. R. © SECRETARÍA DE MEDIO AMBIENTE Y RECURSOS NATURALES (SEMARNAT)
Bulevar Adolfo Ruiz Cortines 4209 Col. Jardines en la Montaña 14210 México, D.F. www.semarnat.gob.mx
CENTRO DE EDUCACIÓN Y CAPACITACIÓN PARA EL DESARROLLO SUSTENTABLE (CECADESU) Progreso 3, primer piso Col. Del Carmen Coyoacán
04100 México, D.F. [email protected] http://cruzadabosquesagua.semarnat.gob.mx
Revisión Técnica
Nashieli González PachecoTeresita del Niño Jesús Maldonado SalazarMiguel Ángel Domínguez Pérez Tejada
Cecilia Escárcega Solís
Edición, formación y coordinación editorial
ADN Editores, S.A. de C.V.Norma Castillo y Myriam Núñez
Diseño de la colección
Carlos Gayou
Ilustración de portada e interioresLeticia Barradas
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ÍNDICE
1. Antes del juego 72. El juego 293. Después del juego 67
4. Ventana 654 97
GLOSARIO 115
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Esta novela va dedicada a
Verónica Murguía, David Huerta,
Rax, Alberto, y a José Luis,
quien recorrerá la Ventana 654.
Un libro, cualquier libro, no puede ser escrito sin la generosaayuda de otras personas que ignoran qué hará el autor, pero que
confían en él y le ofrecen ese apoyo que hace que recorrer las
ventanas de la imaginación sea un auténtico placer.
Gracias a Nashieli, Teresita, Cecilia y Ernestina.
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INSERT A DISC...
a mujer bajó corriendo las escaleras, con un portafoliolleno de papeles, buscando en su pesada bolsa, colgada alhombro, una docena diferente de cosas, mientras se decíaque no debía olvidar los libros, las hojas, los apuntes, losboletos de avión. Miró su reloj: las 2.30 am. Apenas ibana llegar a tiempo al aeropuerto. Se detuvo un segundo enla entrada.
¿Tenía tiempo de subir, despertar a Raquel y decirle
que se cuidara?—Mamá, ya tengo 13 años —diría su hija, muy seria,y, la verdad, no disponía ya ni de un minuto libre.
Le pesó un poco no despedirse de Raquel, pero notenía caso despertarla. Además, ya se habían puesto deacuerdo, y el encuentro de investigadores sólo durabacuatro días.
Salió, cerró, fue corriendo hacia el taxi mientras sumarido mantenía abierta la puerta. En la oscuridadavanzaron a toda velocidad.
—¿Traes todo? —se preguntaron al mismo tiempo.
—Yo sólo fabrico ojos, sólo ojos, diseños
genéticos. ¿Eres Nexus, eh? Yo diseñé tus ojos...
—Me gustaría que pudieras ver lo que yo he
observado con tus ojos.
BLADE RUNNER —Ignoramos quién lanzó el primer ataque...
lo que sí sabemos es que nosotrosquemamos el cielo.
MATRIX
1
ANTES DEL JUEGO
L
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—Sí —afirmó él con un tono muy poco convincente.—Sí (espero).
—¿Te despediste de la niña?—En la noche, antes de que se durmiera, estuve conella un rato... Pero no creas, me dieron ganas de despertarlay darle otro beso.
—A mí también.Se miraron, sintiéndose un poco culpables. Tal vez
en una vida tan bien planeada como la suya debería exis-
tir un espacio más grande para convivir con su hija. Porindependiente que fuera, por grande que estuviera, porbien que se cuidara, aún era su bebé.
Lo bueno es que se quedaba con Marina que, también,estaba acostumbrada a los largos viajes de la pareja, talvez más numerosos en los últimos meses. Raquel pasabamás tiempo con ella que con sus padres. Pero los próximosmeses lo arreglarían. De verdad.
—Regresando llevaremos a Raquel a algún lugarque le guste.
—Eso, todos necesitamos unas vacaciones.—Llegando...—Todo saldrá bien, ya verás. Le compraremos algo
bonito en el viaje. Algo tradicional. ¿Qué le gusta?—Los GameBoys.—Bueno, eso. Muy tradicional. ¿Trajiste la confe-
rencia?—¿Crees que esté bien?—¿La conferencia?—Raquel...
—Por supuesto. ¿Qué podría pasarle?
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En esos momentos, Raquel subía lentamente unas escalerasnegras. Eran de piedra, lo cual representaba una ventaja:
no rechinaban. Era necesario no hacer ruido alguno. Así no podrían localizarla. Había visto lo que hacían con losque encontraban.
Subía casi a oscuras. Apenas podía ver. Los focosen las paredes funcionaban perfectamente, pero estabancubiertos de una sustancia espesa, líquida, roja. Parecíaque alguien hubiera arrojado una cubeta de pintura contra
las paredes. Pero eso no era una pintura, y no habían usadouna cubeta, precisamente.
El cuerpo estaba acurrucado contra los escalones, untítere sin cuerdas. Lo que había pasado aquí fue rápido,terrible, mortal. Después de acabar con las personas delcomedor, el o los enemigos habían subido las escaleras atoda velocidad y se habían encontrado a medio caminocon ese hombre.
Raquel se volvió lentamente, casi podía esperar veralgo subiendo apresuradamente detrás de ella. No habíamás que oscuridad. No se sintió tranquila en modo algu-no, posiblemente esperaran arriba, a que terminara desubir. Y todas las puertas se encontraban cerradas. Había
rejas en las ventanas que impedían que rompiera un vidrioy escapara al exterior. El lugar había sido construido paraque nada entrara. Pero lo que fuera que querían mantenerafuera, había entrado ferozmente, y ahora no había formade salir.
Tal vez el cuerpo a mitad de las escaleras tuviera unallave que sirviera en alguna de las mil cerraduras, tal vez
ahí se encontraba lo necesario para escapar.Se acercó lentamente, sabía que el cuerpo iba a estar
lleno de horribles detalles que no quería ver. Pero debía.Si iba a salir viva de aquí era necesario prestar atencióna todo.
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El hombre vestía un traje azul. Era un guardia deseguridad. En el cinturón llevaba un llavero repleto, lo
cual era bastante bueno. No tenía arma alguna, lo cual erabastante malo.Raquel miró el brazo roto y supo que algo terrible-
mente fuerte le había arrancado el arma de las manos.Debía recordarlo. El enemigo iba, también, armado.
Algo, a lo lejos, rió. Una risa no humana. Fue en-tonces cuando el guardia abrió los ojos. Ojos rojos, bri-
llantes, con pupilas de gato. Con fuerza inusitada le aga-rró el brazo.
A su pesar, Raquel se sobresaltó. ¿Qué hacer? Sinarmas, indefensa, atrapada por algo que iba transfor-mándose en una bestia terrible. Tenía, cuando mucho, unsegundo para actuar. Pensó usar las llaves como arma,pero no era suficiente, no para detener algo con garras ycolmillos. Para sobrevivir no bastaba con herirlo, debíainutilizarlo...
Y a mitad de esas escaleras interminables no habíanada que pudiera utilizar como arma. Nada: excepto lasescaleras mismas.
Sin ver el control que tenía en sus manos, marcó A,
B, círculo, círculo y en la pantalla del televisor la mujeratrapada por el monstruo se dejó caer por las escaleras,arrastrando consigo al enemigo. Bastó un B, B, cuadrado,X para dar un elegante giro en el aire, usar su peso comopalanca y, en un sorpresivo movimiento, lanzar sobre suhombro a la bestia, hacia el abismo de escalones...
El guardia rebotó en cada uno de ellos, herido, pero
no muerto. No podía morirse más de lo que ya estaba. Lomalo de los zombis es que demostraban, siempre, serunos necios. No importaba las veces que los destruyeras,se ponían de pie y continuaban su sencillo plan de co-merte.
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Raquel aferró (triángulo, X) la barandilla esperan-do, tal vez, que se desprendiera y usarlo como mazo; sin
embargo, la mujer en la pantalla se puso de pie en labarandilla y se deslizó como si se tratara de surf... Zuuuuuuuuum. Adiós, zombi... Pero abajo, dos más laesperaban, hambrientos. Eliminarlos era tan sencillo queRaquel suspiró. Entonces uno de ellos sacó el arma delguardia y empezó a disparar...
Los dedos de Raquel se movieron con tal agilidad
sobre el control que verlos era tan desconcertante comover los movimientos de los personajes en la pantalla.
El control tenía diez botones, con los que se podíanhacer millones de combinaciones diferentes, y ella parecíausarlas todas.
Así como una persona que conduce efectúa casiinconsciente los movimientos de la palanca de velocida-des, los pedales y el volante, Raquel no podría decirteexactamente qué botón oprimía a cada momento, peroera indudable que no fue el azar quien logró que 25zombis, tres vampiros y un comando armado fuerandestruidos sin usar arma alguna.
Raquel terminó tan satisfecha de su último movi-
miento que miró a su alrededor, buscando, tal vez, a al-guien que la felicitara. Entonces fue consciente de queno se encontraba en una mansión de dos kilómetros delargo llena de mutantes hambrientos, sino en su cuarto,vestida con una bata rosa de ositos (que odiaba, pero queera la más cómoda de todas).
Miró la caja donde había venido el juego: “La Casa
de las Bestias IV”. En la portada, una mujer de ropaajustada le apuntaba con un cañón a lo que parecía unamedusa con los tentáculos llenos de navajas. Pareceríaque esa mujer nunca usó una bata con ositos.
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Raquel guardó el nivel en la tarjeta de memoria,quitó el CD. Miró la pantalla. El logotipo de su consola de
juego solicitaba que empezara a jugar de nuevo: “Inserta disc”. Durante un segundo dudó, ¿por qué no? Peroolvidaba algo. Mientras guardaba el disco compacto sepreguntó por qué su casa estaba tan tranquila.
—¿Mamá? —preguntó al aire— ¿Ya se fueron?Silencio. Miró sobresaltada el reloj. Se había man-
tenido despierta para despedirse, y para no dormir había
colocado un ratito su nuevo juego. Pero el tiempo se lehabía ido como agua (tal vez cuando cayó en la piscinadel spa maldito y esas cosas como arañas con aletas in-tentaron ahogarla).
Ya no eran las 12 pm.—¿Mamá? —dijo, saliendo de su cuarto.—¿Papá? —llamó mientras bajaba las escaleras
rápidamente, como si pudiera alcanzarlos, aunque yasabía... Ya no estaban las maletas, ni la laptop de mamá,ni los boletos cuidadosamente puestos a mitad de la mesapara que no se les olvidaran. Sabía lo distraídos que eransus padres a veces y ella había insistido en poner loimportante a la vista.
Se habían marchado ya. Y no los oyó cuando se fue-ron, no pudo decirles adiós, no pudo darles otro beso dela buena suerte.
“Ay, hija, es que cuando prendes tu juego te pierdes.”¿Qué podía responder a eso en vista de que, esta vez, ha-bía sido cierto? Pero ellos tampoco vinieron a despe-dirse. Sin embargo, ¿no había quedado con ellos que no
era necesario? Pero iba a extrañarlos y por eso queríadespedirse.
Raquel recorrió la sala vacía, la cocina sin nadie, sesirvió un poco de leche y se quedó mirando el vaso a mitad
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de la mesa. Ella se sintió también un vaso a mitad de unamesa vacía. No tenía por qué estar triste. Había hablado
del viaje con sus padres, se habían despedido antes deacostarse, Marina estaba en su cuarto, bien dormida.Mañana la levantaría temprano para llevarla a la escuela.Raquel tenía exámenes. No había por qué sentir que lagarganta le dolía y los ojos se le humedecían. Lavó elvaso, lo secó cuidadosamente, lo puso en la alacena conlos demás.
Quién sabe por qué, tuvo el impulso de tocar en lapuerta de Mari. Pero se arrepintió. Ya estaba grandecita.¿Qué podría decirle? ¿Mari, me dio tristeza que se fueranmis papás? Después subió lentamente las escaleras de sucasa (no había sangre ni oscuridad, pero igual le pesómucho subirlas).
Mientras insertaba el disco en la consola de juego sedijo que, tal vez, una legión de muertos-vivos no fuerantan mala compañía.
LOADING...
—Los retrovirus en las muestras de fauna amazónica des-
plazada —leyó Raquel, sobre el hombro de su madre—...Suena muy interesante, mamá.La mujer sonrió y dejó de escribir.—Vas a pedirme algo.—Voy a presumirte algo.—A ver.—Me llegó hoy.
La carta que le mostró Raquel no tenía nada deimpresionante. Un sobre blanco, una hoja impresa encomputadora que empezaba con un impersonal: “Querido/ a Sr/Sra”, lo cual era signo de que había sido escrito por
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una computadora, uno de los tantos mensajes automáticosque las compañías lanzan al aire. Correo basura. Sin em-
bargo, éste llevaba el nombre de su hija en el remitente.Raquel OviedoPresenteNos es grato invitarlo/a a participar en la contienda anual desurvival horror de nuestra compañía, a celebrarse en...Grandes premios y oportunidades.(No es necesario comprar nada para participar)
—¿No es maravilloso, mamá?—No veo nada maravilloso en que te inviten a algo
llamado “horror de supervivencia”.—Es un tipo de videojuegos, mamá. Hay muchos
tipos. Aquellos en los que tienes que dispararle a todo loque se mueve se llaman “mata-mata”, también están losllamados “tirador en primera persona”, o los deportivos,los de competencia, los de estrategia y, claro, los quemejor se me dan: los “survival horror”, son esos en los quedebes mantenerte vivo en un lugar donde tratan de matar-te, como en Isla Zombi, CyberMasacre, La Casa de lasBestias...
—Y después afirman que los videojuegos no soneducativos.—Ay, mamá, tú me regalaste Ciudad de Muertos III
hace un mes.—Tú escogiste el CD. Y recuerdo que la portada del
videojuego que me enseñaste tenía unas muchachas jugando voleibol en la playa.
—Sí, cuando regresan de las vacaciones, todos en suciudad son zombis, y deben sobrevivir y no tienen másque...
—Bikinis y tablas de surf.
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—Exacto, al final todas terminan llevando equipomilitar y un helicóptero blindado. Esos juegos son muy
divertidos. Debes escapar de los malos, descubrir quépasó para que el lugar donde estás se transformara en unatrampa mortal, sobrevivir y escapar usando sólo lo quepuedas encontrar en los escenarios. Y yo soy muy buenaen esos juegos. Tan buena que me invitaron expresamenteal campeonato. ¿Puedo ir?, ¿puedo?, ¿puedo?, ¿puedo?
El asunto, naturalmente, no era si podía, sino si
debía.Raquel estaba pasando demasiado tiempo con los
videojuegos, ya había tenido un par de problemas en laescuela por tareas sin entregar y olvidos de exámenesmotivados, siempre, por la máquina. Tenía la impresión,además, de que su hija no estaba durmiendo lo necesario.Sin embargo, también se sentía un poco culpable porqueno había estado suficiente tiempo con ella últimamente,y porque no había podido cumplirle esas vacaciones enfamilia prometidas, ya que siempre se atravesaba algonuevo.
Y Raquel lucía tan orgullosa de la invitación.—Es como una competencia, un torneo, mamá. Y yo
soy la mejor. Sé que soy la mejor.Bueno, una competencia quería decir gente, muchosparticipantes, personas con quienes hablar. Un mundofuera del aparato. Fue por ello que dijo que sí.
—Los atletas olímpicos van solos a las competencias—dijo Raquel a su mamá al día siguiente.
—Llevan a sus entrenadores y como 50 cámaras de
televisión.—Soy una ciberguerrera en una contienda altamente
tecnológica. Está mal visto que a los ciberguerreros losacompañe su mamá.
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—Me pondré en la última fila de asientos y fingiréque nunca tuve la dicha de tener una hija que me ignora.
—Ay, mamá: no hay asientos.Había un montón de pantallas planas gigantes, mu-chas consolas diferentes de juego, kilómetros de cablesnegros reptando por todas partes, anuncios de nuevosCDs, un tipo disfrazado de erizo, otro de fontanero ita-liano, un río de gente.
“Este es el mundo de mi hija”, pensó. Luces de haló-
geno, sofisticados controles, el aroma de la electricidad,paneles de aluminio, plástico por doquier. El lugar lucíamás industrial de lo que era. Todo lo que había a la vistahabía sido diseñado para presumir que era alta tecnología.
No había ventanas. Bueno, sí, pero no daban alexterior, sino a otros mundos.
Cada pantalla mostraba un escenario completa-mente diferente. Había bosques de acero, horizontes ex-traterrestres, cuevas llenas de dragones, carreteras infini-tas, caminos interestelares. Paisajes de colores imposi-bles, de ángulos que negaban la gravedad. Montañashechas de agua, mares de agujas... Y todo moviéndose,girando, activo, pulsante.
Después de enseñar su carta, a Raquel le dieron ungafete, una lista de competencias programadas y un ma-pa. Mientras se trasladaban a través del mar de gente,Raquel saludó a un par de muchachos:
—ETech, Dos-0.—Extraños apodos.—No son apodos, mamá, eso es taaan viejo. Son
nicknames.—¿Y de dónde los conoces?—De los juegos en la red.—¿Survival horror ?
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—Exacto, y mira, ahí viene uno de los mejores... Ey,Alberto, ¿también te invitaron? Nos vemos al rato...
—¿Cuál es su nickname?—Alberto. Capaz y hasta es su verdadero nombre.Al llegar al sitio de competencia, la mamá de Raquel
vio que, después de todo, sí había asientos, pero sólo paralos contendientes. Con la vista fija en la pantalla, su hijaaceptó, casi sin ver, un control.
“Loading...”. El mensaje indicaba que el universo
contenido en el CD empezaba a cargarse en la consola de juegos. Qué distinto era de los videojuegos de su época.Cuando ella jugaba Pac-Man bastaba un joystick y unbotón. Miró el control que su hija sujetaba con familiaridad:parecía una M transparente para que pudieran verse loschips y tabletas que lo formaban. No pudo dejar de notarque había un minúsculo joystick y cuatro botones paracada pulgar. Y eso sin contar que los índices teníantambién botones.
En la pantalla un dinosaurio gigante empezó aperseguir un helicóptero. Los dedos de Raquel danzaronsobre los botones. Sonreía, sin notarlo, sin tomarse lamolestia de ver el entorno, concentrada ya en el juego. Ya
no estaba ahí. Su hija había salido por una de esasventanas a otro universo.
WAITING...
En la pantalla de la computadora, en el Messenger, fueapareciendo, poco a poco, la conversación:
RAQUEL DICE: Dime un empleo feliz.ALBERTO DICE: ¿Millonario?RAQUEL DICE: No, algo que te encantaría ser.ALBERTO DICE: Millonario.
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RAQUEL DICE: Algo así como el que prueba en las fábricas dechocolate para ver si saben ricos...ALBERTO DICE: Los que usan los nuevos juguetes para com-
probar si son seguros.RAQUEL DICE: El público que ve las películas antes del estre-no para ver si les gustarán a todos.ALBERTO DICE: Catador de refrescos.RAQUEL DICE: ¿Qué es catador?ALBERTO DICE: Como el probador de chocolates, pero conlíquidos...RAQUEL DICE: Ayudante de los Reyes Magos.
ALBERTO DICE: El de los ayudantes es Santa Claus.RAQUEL DICE: Da igual. No sé... ¿qué otro empleo feliz se teocurre?ALBERTO DICE: ¿Crítico de DVD al que le envían todos losestrenos?RAQUEL DICE: Tal vez. Ya sé. Cuidador de animalitos reciénnacidos.ALBERTO DICE: Si te gustan los cachorros... No se me ocurren
más.RAQUEL DICE: Ni a mí. Bueno, eso prueba lo que te decía:ninguno de ellos es más feliz.ALBERTO DICE: Es que nada se le parece. Nada es como ser
B-tester .
La mamá de Raquel releyó la carta nada impresionanteque llegó, ahora con su nombre, en la que le informabanque su hija había sido la ganadora indiscutible de lacontienda anual de survival horror (“Sólo no dejé queme comieran” comentó Raquel, modestamente) y le in-formaban que una firma de software deseaba su auto-
rización para ofrecerle a su niña (“Ay, má, ya tengo 13”)un empleo como B-tester .
Después leyó de nuevo el diccionario de informáticaen línea que su hija rápidamente le localizó para que
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supiera que ser un B-tester no tenía nada de malo y sí muchísimo de bueno.
Beta-tester
Antes de que un programa de software salga al mercado esimprescindible una prueba de campo, en este caso, su uso porparte de un determinado número de usuarios, técnicos, pro-gramadores y especialistas con el fin de determinar fallas,errores u omisiones en su funcionamiento. A este grupo se ledenomina Beta-tester . Su característica principal es que no
deben pertenecer a la empresa que desarrolla el programa yque realicen las pruebas en un entorno real, en el medio en quese utilizará realmente, esto es, como si hubieran adquirido elprograma y trabajaran diariamente con él.
—Entonces...—Mamá, me van a pagar por usar videojuegos. Mi
empleo será jugarlos. ¿No es maravilloso?
Un par de días después se encontraban en una habitacióngris, aburrida, sin revistas recientes. Las salas de esperason todas iguales. No importa si sus puertas llevan a un
dentista, un trámite, o una compañía desarrolladora devideojuegos.
Raquel leyó por octava vez la plaquita de plástico:SC Software Corporativo.
—Al menos no es Nekronos Corporation —lemurmuró Raquel a su mamá.
—¿Perdón?—La compañía malvada que convierte a todos en
zombis en Casa de Bestias. Está experimentando paracrear supersoldados y libera un gen mutante que... bueno,ya sabes. Una corporación enorme.
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—SC no suena muy atractivo, ¿verdad?—Y no tiene instalaciones subterráneas, ¿qué cor-
poración no tiene instalaciones subterráneas?Hasta ese momento, SC la había decepcionado. Unedificio común y corriente en una calle del centro de laciudad. Para colmo las oficinas estaban en el tercer piso.Nada de ambiente de alta tecnología. Aunque sabía queeso sólo pasaba en los videojuegos, esperaba pisos dealuminio, puertas deslizantes automáticas, o, por lo menos,
lectores de retina y huellas digitales. Tal vez fuera mejor.En los videojuegos, mientras mejor lucieran los edi-
ficios de una corporación, peores eran sus intenciones. Yen esa salita gris no había mucho espacio para escondermutantes hambrientos. Pero tampoco tenían carteles enlas paredes, ni anuncios gigantescos de sus videojuegos,enmarcados en acrílico. El único adorno era una polvosapalmera en una maceta. Ni siquiera era de plástico.
—Parece que alquilaron las oficinas...Se sentía atrapada en el waiting... (cuando la máquina
te pedía que esperaras mientras acababa de organizar el juego). El instante eterno antes de empezar.
Entonces se abrió la puerta, y un sonriente ejecutivo
fue a recibirlas. Pasaron a una oficina que, para colmo, nisiquiera tenía una computadora a la vista. Raquel seenteró entonces que sólo habían ido a firmar papeles.Autorizaciones, permisos, sobre todo un documentollamado “Contrato de confidencialidad”, que parecía ha-ber sido escrito por la propia Nekronos Corporation. Enpocas palabras, Raquel se comprometía a no revelarle a
nadie el contenido del software que iba a probar, cosa quele parecía de lo más lógica en el competitivo medio de losvideojuegos; si contaba algo, cualquier cosa, a personasno autorizadas por Software Corporativo, las consecuen-
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cias eran terribles: demandas, prisión y, lo peor, comoera menor de edad, el castigo también llegaría a quien se
hiciera legalmente responsable de sus actos. Su mamá, eneste caso. Dudó un segundo, antes de firmar. Sí, las con-secuencias de una indiscreción eran terribles, pero des-pués de todo era sólo un videojuego. ¿Qué podía haberde secreto en un videojuego?
“SC Software Corporativo” decía en el camión que seestacionó frente a su casa el día siguiente. Era un camiónrelucientemente negro, digno de aparecer en cualquierpantalla.
Dos hombres hablaron con la madre de Raquel unosminutos antes de empezar a descargar cosas. La niñahabía supuesto que, simplemente, iban a pasarle un CDpara que jugara y algún montón de papeles para que co-mentara todo lo que es importante en un juego: ma-niobrabilidad, inteligencia artificial, tiempo de respuestade los controles, en fin, ese sencillo tipo de cosas. Nuncase imaginó que le llevarían equipo. Sin saber muy bien
qué esperar, les enseñó su cuarto. Los hombres midierondistancias, sacaron un pequeño librero, uno de ellos em-pezó a modificar el contacto eléctrico visible. Otro fuetrayendo cajas y cajas de las que sacaba relucientes apa-ratos. Raquel no cabía en sí de emoción. Comprendió quepor eso el contrato de confidencialidad era tan severo. Ibaa probar un nuevo juego, sí, pero al parecer también una
nueva consola de juegos. Las más sofisticadas tenían eltamaño de una caja de zapatos. ¿Qué podía esperarse deuna consola de juegos del tamaño de un escritorio?¿Cuánta memoria habría libre para la creación de
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imágenes? Mucha, muchísima. ¿Qué tipo de pantallausarían? Esperaba que una de esas enormes pantallas
planas que abarcaban una pared completa. Sería comoestar ya en el mundo virtual, como si un par de pasos lepermitiera estar adentro.
Cuando se fueron, Marina miró desconsoladamenteel montón de empaques de plástico rígido desechados queno iban a caber en las bolsas de basura...
—32 cajas —dijo su madre—, metieron a la casa 32
cajas y algo que parecía un refrigerador negro.—Dicen que mañana van a traer más.—Ay, hija, créeme que ahora sí extraño al Pac-Man.
CHOOSE A DIFICULT LEVEL...
Había que vestirse para las graduaciones, para los bailes,para los eventos deportivos. Bien, parecía que dentro depoco habría que vestirse para los videojuegos. Raquel fuesacando de sus cajas las prendas de color azul oscuro, conese aspecto entre tela y plástico de las ropas que usan loscorredores olímpicos, o los hombres-rana. Naturalmenteeran a su medida. Primero, una elegante chaqueta de
neopreno, llena de bultos que eran, al parecer, microchips,una fuente de energía y un contacto inalámbrico; no teníaun cuello convencional, sino un collarín rígido. Tam-bién había un par de guantes largos. Cuando los vio porprimera vez creyó que eran los viejos data-gloves:controles en forma de guante para videojuegos. Eran algomás sofisticado que ello. Y por último, un casco negro,
parecido a una escafandra increíblemente ligera. Raquella tomó y se dijo que estaba a punto de comenzar sucarrera de B-tester . De entrar a un juego que por elmomento era únicamente suyo. Sonrió. Miró a su
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alrededor, a los nuevos aparatos que casi llenaban suhabitación.
—Bien, es hora —dijo, para sí.Podía haberle pedido ayuda a Marina para vestirseo verificar los aparatos, o para que fuera testigo del ini-cio del juego. O esperar a que su mamá regresara delsimposium al que se había ido. Pero este asunto eratotalmente suyo, se lo había ganado, se comprometió arealizarlo y no revelarle nada a nadie. Ella iba a realizarlo
sola. Sintió un agradable vértigo por todo ello.Se vistió con cuidado, sintiéndose a la vez un poco
ridícula con todo ese estrafalario equipo encima, y a lavez muy bien porque estaba portando un vestuario creadoúnica y exclusivamente para esta tarea: como los trajes delos astronautas o de los buzos de mar profundo.
En cuanto cerró el chaleco empezó a escucharse unligerísimo tono eléctrico, como una cámara cuando cargael flash. Se puso los guantes. Estaban hechos de unplástico suave, ligeramente húmedo; casi parecía piel,pues dibujaba los músculos que cubría. Eran tan largosque podían conectarse al chaleco. En cuanto unió laspiezas, la fibra óptica que los rodeaba como costuras, se
iluminó.La energía venía del vestuario mismo (“recuerdarecargarlo en la noche”, se dijo), ningún cable la unía alas consolas de juego, o a los contactos de electricidad.Del mismo modo no necesitaba cables para dar ins-trucciones. No había ninguna posibilidad de enredarsecon los controles, con la gruesa maraña de las conexio-
nes. Era libre, gracias a toda esa alta tecnología.—¿Cuánto costará esto? —pensó.Bueno, ¿qué importaba? Por el momento era todo
suyo. Se había sentido bastante desilusionada cuando no
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trajeron ninguna pantalla gigante de alta resolución parael videojuego. Pero pronto descubrió que habían traído
algo mucho mejor. Se colocó el casco. Pensó que debíaverse extraña con esa cosa puesta, como si tuviera lacabeza dentro de una pecera negra. No era posible vernada, completamente a oscuras. Lo apoyó en el collaríndel chaleco. Con un ligero chasquido la pieza encajóperfectamente. Entonces la luz la inundó. El interior delcasco era la pantalla del juego. Ponérselo era como
sumergirse en la imagen. En este caso, una colina verdemuy común y corriente. Un árbol a lo lejos, un río co-rriendo tranquilo por ahí, nubes algodonosas. Todo in-creíblemente detallado. El casco conservaba la perspec-tiva real. Si giraba la cabeza, las imágenes no se des-plazaban como si hubiera portado unas gafas-pantalla. Sequedaban ahí y podía ver nuevas imágenes. Dio mediavuelta y tuvo una perspectiva de 360 grados del lugar.Alzó la cabeza lo más que pudo y vio el cielo, tan azul ypreciso que sintió un poco de vértigo. Bajó la mirada paraver el suelo: pasto verde. Era increíble. El casco debíacalcular los movimientos que hacía (tal vez mediante elcollarín) y los interpretaba para que su vista luciera real.
Estaba dentro de la pantalla.Alzó las manos. Por un segundo esperó ver losguantes llenos de luz, pero aparecieron ante ella dos ma-nos delgadas y largas. No eran reales, tenían ese colorplástico que tiene toda piel en los videojuegos. Los guan-tes mandaban una señal que le permitía a Raquel ver susmovimientos realizados en ese mundo virtual.
—¡Guau! —exclamó.Recordando las instrucciones, giró dos veces las
muñecas y ante ella apareció un control de videojuego.Estiró sus manos virtuales y lo tomó. Con él podía avan-
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zar como acostumbraba hacerlo en las consolas de juego.Con otro girar de muñecas el control desaparecía y podía
tomar cosas del mundo virtual. Se agachó para tomar unaroca, esperando, casi, sentir el tacto, la rugosidad del ob- jeto, pero era sólo una imagen. Las imágenes no pesan.Era agarrar humo, niebla, nada. Sin embargo, el cascoseguía siendo una maravilla.
Raquel respiró profundamente, trató de relajarse.Era hora de comenzar el juego... Hizo aparecer el control.
La primera sorpresa es que no apareció el conocidoletrero de “Choose a dificult level...” No se le preguntó sideseaba que todo fuera fácil, promedio o difícil. Si de-seaba enfrentar desafíos de aprendiz, experto o maestro.Cuando no preguntan nada así, Raquel sabía, por expe-riencia, que el juego era demasiado sencillo, o excesiva-mente duro, y el que empezó no fue sencillo en absoluto.
START
La mamá de Raquel guardó sus papeles, y pensó en su hijaen ese momento. El simposium se había alargado un parde días. Y el trabajo que ella y su esposo presentaron lla-
mó mucho la atención: tablas de migración de enferme-dades. Los animales, desplazados de su medio ambientepor la deforestación, habían abandonado la selva y vivíanen los bordes de las ciudades, llevando enfermedades einfecciones nuevas, que trasmitían a los humanos. Eranecesario, urgente, preparar una proyección sobre esatendencia; pensar en todas sus implicaciones, en todas
sus consecuencias. Y éste era el mejor lugar y el mejormomento para hacerlo.
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Reunirse con su hija iba a llevar un poco más de tiem-po. Se la imaginó sentada frente a una máquina, sonriendo.
Las vacaciones, se prometió de nuevo, debía orga-nizarlas ya. A algún sitio tranquilo, alejado de médicosinvestigadores y B-testers a la vez.
Si hubiera entrado a la habitación de Raquel en esepreciso instante, hubiera visto a su hija estirar la manohacia la nada, tomar algo del aire, mover los dedos comosi fuera un mimo haciendo la pantomima de usar un vi-
deojuegos. El casco negro y la ropa azul llena de cablesy fibra óptica la hacían ver como si se hubiera topado conuna telaraña luminosa. Con un gesto preciso, lleno de de-cisión, el índice oprimió el aire, del mismo modo que seaprieta un botón.
Start , empezar.Con ese tono distraído con el que leía en voz alta,
Raquel dijo:—Ventana 923.Entonces, a mitad de la habitación, Raquel dio un par
de pasos atrás, y eso que estaba acostumbrada a zombis,vampiros y dinosaurios mutantes come-humanos. Tal vezrecordara, entonces, que había sido elegida por ser una
experta en el survival horror . Entonces... ¿qué veía?, ¿quéimágenes le ofrecía la máquina?
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VENTANA 923
as palabras flotaron en el aire. Ventana 923. Nada
más. No había ningún sofisticado corto informando latrama del juego. Y era una lástima; con semejante calidadde imagen, Raquel hubiera jurado que sería espectacular.Nadie le dijo el nombre de su personaje, quiénes eran losmalos, cuál era su objetivo, cuántas vidas poseía.
El letrero se apagó, y ante ella apareció, de pronto, unabismo. Todo lucía tan increíblemente detallado que du-
rante un segundo sintió el vértigo de las alturas. Con elgiro de muñecas hizo aparecer el control, y lenta, cuida-dosamente, se asomó por el borde. Como el casco contabacon un sonido 3D realmente bueno, Raquel podía escu-char el mar allá abajo, entre la niebla aceitosa que casi loocultaba. El mar no sonaba como siempre, un murmullocontinuo, una respiración salada, sino que emitía un so-nido denso, pesado, succionante, desagradable. Las olaseran negras, lentas, se levantaban casi como tentáculos,se aferraban a las orillas decididas a no retirarse.
Raquel se alegró de que el casco no reprodujeraaromas, porque el agua se veía sucia, putrefacta. La luz,al tocarla, se convertía en una miríada de colores aceito-
sos. Las olas eran lentas por su excesiva densidad; lasaguas estaban a punto de coagularse. “Nada podría vivirahí dentro”, se dijo. Miró el horizonte lleno de montañasnegras, que surgían de ese mar agonizante. “Así que los
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EL JUEGO
L
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océanos también pueden morir”, pensó. “Y éste es sucadáver...”.
—Fantástico... —dijo, fascinada—, esto es mássiniestro que la Casa de las Bestias.Con cuidado empezó a retirarse, y en ese momento
el borde se desgarró. Caía al océano inerte... Trató deaferrarse a las grandes rocas negras que la acompañabanen la caída, pero sus dedos atravesaron la corteza.
No eran rocas, por supuesto. Bastaba tocarlas para
que se desgarraran en largas tiras aleteantes. Dentro habíauna pasta blancuzca, casi líquida, también... Aún así tratóde aferrarse a ello.
Una pantalla secundaria se abrió en el borde mismode su visión.
“Biopeligro”, leyó.Retiró sus manos virtuales de aquella repugnante
pasta y las vio llenas de grumosas sustancias, y una agujaclavada en el pulgar.
Raquel se estremeció. “Este juego no puede clasifi-carse para todas las edades” pensó, mientras se aferrabaa lo que podía, lleno de filos o no. Cayó en una orilla, yun montón de esas “rocas negras” cayeron sobre ella.
Ninguna pantalla informó de daño alguno. Eran comoalmohadas llenas de sobras y basura. Al menos no habíacaído al mar.
Un toque de color la distrajo. Un personaje de cari-catura la miraba sonriente, impreso en una larga hojaamarillenta. Había caído en el borde del agua, y lenta,densamente, el agua avanzaba por el dibujo, ahogándolo.
Era un pañal absorbente. Las rocas negras estaban relle-nas de pañales vueltos una masa blancuzca. Y agujas... Yquién sabe qué más.
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Las rocas negras eran tan frágiles que caminar sobreellas era un riesgo, sin saber qué desagradable sorpresa
ocultaban en su interior.Un par de pantallas secundarias corrían informacióna un costado de su visión. Una de ellas desplegaba unalista de sustancias químicas presentes en el aire. Muchasestaban escritas en color rojo, igual que el letrero cen-tellante de “Biopeligro”.
Al parecer el océano era tóxico: el líquido blancuzco,
la aguja que retiró del pulgar... En la otra pantalla, unasilueta marcaba las heridas recibidas en la caída.
Tal vez porque deseaba ver algo no tan desagrada-ble, Raquel miró el personaje de caricatura. A pesar deno estar en el borde del agua, había sido ya tapado porlo negro.
—Sí que es absorbente —se dijo, mientras se poníade pie.
La televisión estaba llena de anuncios de pañales,por eso no le extrañó a Raquel recordar que la buenaabsorción tenía que ver con los gelatinizantes.
Su personaje empezó a toser, necesitaba alejarse deahí.
Con cuidado comenzó a subir la montaña, necesi-taba un punto de vista alto para decidir el camino. No ha-bía más que montañas negras rodeadas por el mar. Nohabía caminos, rutas, ¿cómo iba a escapar de esas aguasmuertas, densas, lentas, casi coaguladas, gelatinizadas?
Un momento... miró las montañas negras... ¿Cuán-tos pañales se necesitan para gelatinizar un mar?
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Al principio construyó una balsa de botellas de-sechables, pero se quedaron pegadas en el mar denso.
Comprendió entonces que no necesitaba nada que flota-ra, sino algo que cortara las aguas. Una especie de es-quíes, o raquetas de nieve. El mar era tan denso que unotardaba en hundirse.
El barco de poliuretano se deslizaba sobre dos tirasde aluminio que, extrañamente, parecía herrumbroso.Una vela de bolsas de plástico la empujaba hacia delante.
Raquel sintió el optimismo que todo capitán conoce. Lanave avanza y hay mucho horizonte. ¿Qué podría dete-nerla? Nada, nadie mientras avanzara...
A lo lejos (muy, muy a lo lejos) Raquel pudo vertierra firme. No se dirigió hacia ella, porque no se veíamás que una arena sucia y aceitosa en las costas. Erasencillo adivinar que se trataba del borde de un desiertogris. En la lejana tierra firme no pudo ver nada vivo, ni unaplanta, ningún animal.
“¿Qué pasó aquí?” era una pregunta típica en lossurvival horror . No parecía un virus, ni algún plan de unacorporación malvada. Parecía, simplemente, que esteescenario estaba ahogado en desechos.
Las nubes aceitosas se apartaron en lo alto, y todoquedó iluminado por la fuerte luz del mediodía. “Bio-peligro”, parpadeó otra pantalla.
¿Ahora qué?Raquel giró las muñecas e hizo aparecer el control.
Había un icono con el signo de interrogación, el típicopara pedir aclaraciones.
Alerta fotodermatológicaHiperplasia epidérmicaFotocarcinogénesisInmunosupresión
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FototoxicidadDermatosis fotoexarcebadas
—Gracias —murmuró Raquel—, quedó perfecta-mente claro.
Qué juego más extraño...—Los letreros aclaratorios no aclaran nada —se
dijo. Debía recordarlo. Todo B-tester debe marcar loserrores.
La mano virtual que aferraba una cuerda empezó acambiar de color. Unos círculos rosas aparecieron en todoel dorso, fueron creciendo alarmantemente rápido. Antesus propios ojos, el rosa se volvió rojo, sanguíneo. Esto noestaba bien. En segundos, el rojo se convirtió en marrón.
Soltó la cuerda y vio que el cambio de color no erauniforme. Una línea sana corría por la palma.
—El lugar donde estaba la cuerda —dedujo.También había otra línea sana en el antebrazo, peroninguna cuerda la cubría, nada la había tocado excepto...la sombra del mástil. Las partes sanas eran las que habíanestado cubiertas o a la sombra. El peligro biológico veníade la luz —alzó la vista— del sol.
—Oh, perfecto.
No tenía nada con qué cubrirse. Nada, excepto lavela de plástico. Pero si el velero se detenía, iba a sumer-girse en el agua negra.
¿Cuánto daño podría resistir hasta llegar a una isla dedesechos? Debería enterrarse en ellos para protegerse, yquién sabe qué peligros habría ahí. Bueno, sería una
carrera contra reloj.De una patada tiró todo lo innecesario por la borda.Se situó lo más posible en la sombra de la vela y sepreguntó qué clase de planeta tendría un sol venenoso.
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—Bien, ahora sé lo que sienten los vampiros...La piel oscura parecía un hermoso bronceado, como
el que se consigue después de tres o cuatro semanas dequedarse una hora en la playa con mucho bloqueador solar.Recordó que en los frascos de bronceador decía
“Protección contra rayos ultravioleta”. Eso necesitaba.Un poco de eso. Algo así como 10 o 20 litros. La pielbronceada se estaba volviendo de un negro violáceo nadasaludable, y empezó a descamarse. Comprendió entonces
por qué no había ratas, moscas, insectos. El sol los habíamatado a todos, los había quemado... ¿Serviría de algocubrirse con el agua oscura? Sumergió un dedo nomáspara ver cómo el letrero de biopeligro centelleabaalarmado. No, el agua no iba a servir de nada.
—Sólo falta que un tiburón mutante me coma.Pero seguía sin haber nada vivo a su alrededor.—Sólo yo —pensó— y no voy a durar mucho.
Piensa-piensa-piensa.¿No era la mejor superviviente virtual? ¿No había
salido ilesa de DinoIsla? ¿No detuvo la invasión deZombis en Nekroguerra? ¿Acaso no fue la única quededujo la trampa final de Casa de Bestias II? (Bueno,
Alberto también, pero se tardó dos días en resolver elacertijo.)¿Cómo ganar velocidad? Quitando peso. Pero la ma-
teria con la que estaba formado su barco de por sí no pesamucho. Estaba indefensa en medio del mar y no importa-ba lo buena que fuera moviendo los controles. ¿Qué podíahacer, sino esperar, mientras avanzaba hacia alguna orilla?
Y cubrirse del sol era sólo una parte del problema: ¿dóndeconseguir un poco de alimento? Con ese sol no iba a haberplantas en ningún lado, ninguna hermosa selva llena deplátanos, mangos de un amarillo reluciente.
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¿Qué organismos mutantes crecerían bajo ese solasesino?
Tal vez, sólo tal vez, hubiera algo creciendo bajo lasmontañas de basura, bien profundo, alejado de la luz.Musgo, hongos... algo. No puede estar todo muerto,¿verdad?
¿Verdad?¿Qué clase de juego era éste donde no había salida?
¿Quién iba a usarlo sólo para ser eliminado? ¿Quién
podría encontrar divertido morir de hambre en un mundomuerto?
Pero su personaje no murió de hambre. No tuvotiempo. Una de las tiras de aluminio se rompió con unseco chasquido, y el barco de desechos empezó a naufra-gar, lejos, muy lejos de cualquier tipo de orilla.
“Esto no es agua, es gelatina”, recordó. Tal vezestuviera lo suficientemente densa para resistir su peso.Dio un salto hacia el mar. No se hundió de inmediato.Empezó a correr sobre lo negro. Tal vez lo lograría, talvez, tal vez...
Las aguas primero alcanzaron sus tobillos (podíadesprenderse y dar otro paso, pero entonces se hundía un
poquito más), luego llegaron a sus rodillas y de ahí a sucadera. Entonces ya no pudo escapar y lenta, impla-cablemente se fue hundiendo.
Cuando el líquido oscuro cubrió su cabeza, todos losletreros se pusieron en rojo. Explicaron, detalladamente,qué sustancias tóxicas estaba bebiendo...
Raquel adivinó que en la ventana 923 no habría otra
vida para continuar el juego.
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Con un gesto decidido retiraron el contacto del cráneo deNeo. Morpheus, al lado, movió un poco la cabeza, regre-
sando al mundo real. Neo intentó incorporarse, pero nofue sencillo. Mil dolores diferentes asaltaron su cuerpo.Incrédulo tocó sus encías, buscando la causa del horriblesabor metálico que inundaba su boca. En sus dedos... elbrillante color de la sangre, su sangre.
—Creí que no era real —dijo Neo, sorprendido deque el viaje a la realidad virtual tuviera una consecuencia
dolorosa.—Tu mente lo hace real.Neo lo pensó un par de segundos. ¿Qué estaba di-
ciendo Morpheus? ¿Acaso quería decir que...?—Si muero en Matrix... ¡¿muero también aquí?!—Oh, por favor... —musitó, irritada, Raquel.Neo era un quejica.Detuvo el DVD. ¿Acaso nunca habían jugado vi-
deojuegos? Morirse era lo más común y corriente en elmundo virtual. Ese era el chiste. Que morirse no tuvieraconsecuencia alguna. Por supuesto que era molesto. Anadie le agrada ser devorado por un zombi, que un espíainternacional le dispare a uno, o morir ahogado en el mar
de un mundo de basura. Pero ¿quién se metería a unmundo virtual que fuera tan peligroso como el real?Entonces ¿qué ventaja habría de crear algo enteramentenuevo?
Raquel no dejó de respirar al sumergirse en el maroscuro, no aferró su garganta en busca de oxígeno. No seahogó en modo alguno. Es más, suspiró honda, densa,
profundamente. Enojada consigo misma. Había sidohumillante. No había durado nada en la maldita ventana923. Como si hubiera sido una principiante, como si nohubiera ganado una contienda anual.
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Y el juego se había desconectado a sí mismo. Cuandote matan en un videojuego puedes empezar y volver a in-
tentarlo las veces que quieras. ¿Por qué no la dejó empe-zar de nuevo? ¿Era una falla, o parte de la programación?Apretó todos los botones que pudo encontrar.—Vamos —le gruñó Raquel al aparato, pero fue
inútil.Se libró del casco, arrojó el chaleco sobre su cama,
salió furiosa de su recámara.
¿Qué quería ese condenado juego? ¿Cuál era el ob- jetivo? ¿Qué debía hacer? Todo era venenoso ahí, ¿cómose supone que iba a sobrevivir alguien?
Bajó a la cocina, se preparó un sándwich enorme conlo que pudo encontrar. Después, simple y sencillamentepara pensar en otra cosa, conectó el DVD, pero no habíaservido de nada.
Miró su plato, sorprendida.Vacío.Hubiera jurado que se iba a tardar lo que dura la tri-
logía de Matrix en acabar todo lo que se había preparado.Fue por un par de galletas más.
—Ay, niña —dijo Marina— comes como un náufrago.
Recordó el mar negro y a Morpheus diciendo:—Tu mente lo hace real.En ese momento se le atoraron las galletas a Raquel.
VENTANA 661
Oscuridad. Ahora no iban a tomarla desprevenida... nada
de movimientos bruscos, cubrirse era imprescindible, talvez moverse sólo durante la noche. Unas letras flotabanen la nada. Estaba lista para enfrentar otra vez el mundotóxico de...
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—¿Cómo que ventana 661?¿No iba a repetir el nivel, una y otra vez, hasta pa-
sarlo? ¿Hasta cumplir la misión, o llegar a un checkpoint (es decir, esa especie de pequeña meta que marca que unafracción del juego ha sido completada y que ayuda, pasoa paso, a cumplir todo el recorrido)?
Muchas veces los videojugadores se parecían a lasmoscas que se golpeaban interminablemente contra loscristales transparentes. La mosca sabe que hay una salida,
y los jugadores que es posible pasar a un siguiente nivel,porque nadie programa un solo escenario.
Empezar con un nuevo nivel antes de haber tenidoéxito en el anterior era extraño, inusitado. Nadie hacíaeso, ningún juego comenzaba en otro lugar.
Las letras desaparecieron y ella contuvo un segundoel aliento. Primero fue un mar muerto y un sol venenoso...¿y ahora?
—No te sugestiones —se dijo, recordando el platovacío—, es sólo un juego...
Ante ella tenía una puerta que se agitaba violenta-mente contra el marco. Oía un estruendo, un rugir, algotan poderoso que era imposible determinar qué estaba
escuchando exactamente. Se encontraba a mitad de unpequeño cuarto, a oscuras. Había unos cuantos muebles,sillas de plástico, una mesa de madera de un hermosocolor azul eléctrico, pero casi no vio nada de ello, atraídasu atención por la puerta, que empezó a agitarse vio-lentamente, rechinando, crujiendo en los goznes, agrie-tándose en la cerradura. No iba a durar mucho, no podía
contener aquello que se encontraba afuera.Paradójicamente, Raquel se sintió mejor. Se dijo que
había un monstruo allá afuera, qué bien. Por fin algonormal.
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Las paredes también se estremecían. Su refugioestaba condenado, y no había más escape que la puerta. Se
acercó a ella, lentamente, sabía que en el momento menosesperado...La puerta se abrió de golpe y algo saltó hacia el ros-
tro de Raquel, demasiado rápido para detenerlo. Con unrugido la tormenta la rodeó, devorándola.
La calidad de la imagen era tan extraordinaria, quepudo ver claramente cómo la lluvia no le permitía ver
nada... atisbos apenas de lo que había más allá de la puer-ta: imágenes dispersas de un río cercano, de casas a loslados, algunas con ventanas rotas, otras ya abandonadas.Trató de cerrar la puerta, pero no tenía fuerza suficientepara luchar contra el viento.
Raquel, en su traje de juego, estaba cálidamentearropada, seca y a salvo. Sin embargo, era tal el rugir delviento, tanta la violencia de la tempestad, que se refugiódetrás de una pared mientras recuperaba el aliento. Nopodía quedarse ahí. Por la puerta, la lluvia entraba sincesar, una lluvia horizontal, llevada por el viento.
Las sillas de plástico levantaron, sorpresivamente, elvuelo, impulsadas por el aire y fueron a estrellarse contra
la mesa azul que se estremecía ya, dispuesta a su propiovuelo.Raquel se asomó hacia fuera, por un instante, bus-
cando una ruta de escape...El río estaba cambiando de color: marrón, café,
negro. A diferencia del mar gelatinizado, este río corríarugiendo, increíblemente rápido. Y, sin embargo, no es-
taba hecho sólo de agua. Era, también, un río de tierra, delodo. De ahí su color, su consistencia densa, el horriblerugido chapoteante que lo acompañaba. Se agitaba en sucauce, se estremecía al pasar, serpenteando.
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Lenta, implacablemente, comenzó a desbordarse, acorrer libre fuera de cualquier límite.
Raquel miró sus pantallas. Ningún signo de bio-peligro. Por un instante creyó que le iban a informar queel agua era tóxica, o las paredes radioactivas, pero al pa-recer el juego había optado, esta vez, por el realismo.
Lo que las aguas cafés rodearon era un auto DodgeDart perfectamente reconocible; lo sacudieron como unniño agita a veces una sonaja, lo arrastraron como si fuera
un juguete; impacientes, fueron a estamparlo contra unapared cualquiera con tal fuerza que el vehículo atravesómedio muro, y el río entró junto con el auto para ver quécosas fascinantes había ahí dentro.
Raquel fue consciente, entonces, de que el caucellegaba hasta las casas, que las aguas se acercabanrápidamente. Había oído la expresión “la crecida de unrío”, pero jamás pensó que fuera tan rápida.
La fuerza inhumana...Salió a la tormenta, corriendo. Había un auto a la
entrada, buscó en sus bolsillos virtuales una llave queseguramente... Sí, llevaba las llaves. Perfecto. Todoaficionado a los videojuegos sabe conducir virtualmente.
Raquel metió primera, aceleró, giró el volante lejos delrío. El auto no respondió, empezó a deslizarse hacia uncostado; las ruedas no podían hacer tracción en el lodoque las rodeaba; el río las había alcanzado ya. De un salto,Raquel abandonó el auto, justo antes de que se partiera endos contra un poste.
Empezó a correr. Miró sus pies, tenía agua hasta los
tobillos, pero no era del río. El agua brotaba como unsurtidor de todas las atarjeas; la lluvia no tenía por dóndeirse y se quedaba ahí, aumentando el cauce del río.
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En Control Comando II escapó de una avalancha, ytodo juego que involucraba antigüedades arqueológicas
debía tener una piedra rodante; sin embargo, aquí laspantallas anunciaban que el agua en los tobillos frenabatodo intento de correr, y además era sumamente fácilresbalarse.
Un crujido impresionante la obligó a mirar detrás desí, a la casa que acababa de abandonar. Ya no estaba ahí.
El cauce marrón se la había llevado a pasear, sin
esfuerzo alguno. Pudo ver cómo flotaba sobre las aguasun instante, antes de que empezara a fracturarse, a con-vertirse en escombro, en astillas.
Con las patas hacia arriba, como un perro muerto,flotaba a su lado la mesa azul. ¿A qué velocidad iría el río,qué fuerza tendría, para llevarse una casa así? ¿Qué leharía de alcanzarla?
El río se acercaba rugiendo, como un monstruomúltiple, implacable, imposible de detener.
Miró a su alrededor. Había un letrero que decía: “Albosque”. Recordó entonces todas esas fotos de supervi-vientes aferrados a los árboles, rescatados por pacientessocorristas. Si llegaba al bosque, si tenía tiempo de trepar
en un árbol, tal vez la corriente pasaría de largo.¿Eran las raíces de un árbol más fuertes que loscimientos de una casa? Tal vez no, pero un bosque erancientos de árboles, mil lugares donde la fuerza del ríopodría dispersarse. Era su única oportunidad.
“Al bosque”, decía otra señal, “Camino del Bosque”,se leía en otro letrero, “Colina del Bosque 200 metros...”
El río continuaba creciendo, casi la alcanzaba. Mirósus tobillos. Estaban rodeados de agua café... pero ¿cómo?El río estaba aún atrás. Dobló la última esquina y seencontró con la Colina del Bosque. Un relámpago le
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permitió ver con una inusitada claridad todo el terreno,que se elevaba. El bosque: 100 hectáreas de árboles rotos,
100 hectáreas de bases de troncos, 100 hectáreas en don-de nada sobrepasaba el metro de altura.El agua torrencial caía también ahí. Bajaba a toda
velocidad hacia el pueblo, arrastrando la tierra que rodeabala madera muerta, una corriente café que se reunía velozcon el río marrón que iba a su encuentro.
Cuando las aguas rodearon a Raquel se encendió,
por fin, el letrero de “Biopeligro”.Ahogarse, por supuesto, era muy malo para la salud.
VENTANA 755
Esta vez las letras no fueron una sorpresa. Un nuevo nú-mero de ventana quería decir, entonces, un nuevo esce-nario. Las dos primeras ventanas fueron muy diferentesuna de la otra, así que esta tercera podía ser cualquiercosa. “Espera lo inesperado”, se dijo.
Raquel giró las muñecas, lista para tomar el controldesde el inicio. Nada de cantidades industriales de agua.En primer lugar, no se iba a ahogar. Ahogarse le estaba
quitando diversión al asunto; así pues, tal vez lo primerosería conseguirse un equipo de buzo, alejarse de cualquiercantidad de agua suficiente para cubrirla, ir a tierras altasantes de cualquier cosa.
Se vio rodeada de una brillante luz solar. Vio pasara un lado un edificio. Ella se desplazaba.
La imagen se sacudía, a veces se inclinaba demasiado,
lo cual era bastante molesto con una pantalla de perspecti-va completa: se estaba mareando. Miró a su alrededor.Estaba en el interior de un Jeep traqueteante, casi podíasentir cada bache del camino, pero no iba conduciendo.
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Había, además de ella, otras cuatro personas. Por unmomento creyó que sus compañeros de vehículo eran
zombis. Tenían toda la apariencia: ojos hundidos, ex-presión de sufrimiento, un color enfermizo.Sin embargo, uno de ellos iba leyendo algo, otro
abría un walkman y miraba, desolado, un par de bateríasmuertas. Los zombis no se preocupan por cosas así.Entonces ¿qué eran?, ¿pasajeros enfermos?
En los videojuegos nunca hay personas enfermas
(excepto si eran víctimas de un virus que los convirtieraen vampiros, muertos-vivos o monstruos). “No en unvideojuego normal”, pensó Raquel.
Uno de sus compañeros le sonrió, cerró un puño y loagitó débilmente. Era un gesto muy usado en los vi-deojuegos de comando: “lo lograremos”.
¿Lograr qué? ¿A dónde iban? ¿Por qué lucían tanmal todos?
En la pantalla aparecieron varias advertencias:“Bioalerta”, resplandeció un letrero.
Alerta: DADA del tipo hipotónicaSequedad mucosa
Disminución turgencia cutáneaHiperneaHipotensiónHundimiento del globo ocularPulso débil y rápidoPérdida de calor en extremidadesAlerta: ph sanguíneo: muy elevado
—Recordar que los letreros no ayudan —se dijo,pero al parecer su personaje virtual también llevaba losojos hundidos típicos del zombi.
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Entonces ¿ella lucía tan mal como sus compañeros?Trató de verse en el cristal del vehículo, pero no pudo
porque había demasiado sol.—Ey, un momento...Ella conocía esa calle; miró a su alrededor fran-
camente asombrada. Era un camino que había recorridomil veces, calles familiares. Allá afuera se desplegaba laciudad de México, ¿por qué no la había reconocido deinmediato? Lo descubrió enseguida: la ciudad nunca está
silenciosa. No de este modo. Podía escucharse, única-mente, el motor del jeep. Nada más, ni la menor señal delrumor eterno de la ciudad más grande del mundo, de losmillones de vehículos, personas y ruidos que producíanun sonido tan pesado y constante que uno dejaba depercibirlo... hasta que faltaba.
El jeep se detuvo. El sonido del motor perduró unsegundo en el eco hasta desaparecer también.
Raquel se sintió hundida en un vacío. Si no oía a lamultitud... ¿quería decir que la multitud había desapare-cido? ¿Qué sucedió aquí? Era divertido tratar de dedu-cirlo en los survival horror , pero no en un lugar que co-noces.
Miró a su alrededor, las calles vacías de autos, auto-buses, bicicletas. Fuera lo que fuera lo que había sucedi-do, se llevó consigo todos los vehículos.
Alguien le aventó un rifle. No fue un gesto decididoy enérgico, sino lento y titubeante. Al parecer nadie teníamucha energía para parecer un comando militar.
Raquel siguió a los otros, que se habían pegado a la
pared y avanzaban con precaución. Ella miraba a sualrededor, demasiado asombrada para interesarse en elarma que llevaba, o en la misión. No era raro que el jeepse hubiera agitado tanto. Había avanzado por una calle
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atiborrada de basura. Todas lo estaban, pero también habíapapeles y muchos objetos dejados al descuido, como si un
gigantesco desfile o carnaval hubiera pasado por ahí, tiran-do todo a su paso. Había, eso sí, muchas cajas de cartón enel piso, muchas aún con objetos dentro. Raquel se asomóa una, y una muñeca le sostuvo la mirada.
—Esto se cayó de un camión de mudanzas —se dijo.Pero eran demasiadas cosas, o se había caído todo,
o... O eran miles de carros de mudanzas, millones de per-
sonas retirándose con sus objetos...¿La ciudad estaba vacía porque todos se habían ido?
¿Por qué? ¿Huían? ¿De qué? ¿De eso llamado “DA deltipo hipotónica”?
Su comando, o lo que fuera, se había alejado.—Bueno, por lo menos aquí no hay mares, ríos,
lagunas donde ahogarme.En el piso, moviéndose apenas, había algunos pe-
riódicos. Siempre hay periódicos revoloteando alrededorde los desastres. Y siempre eran papeles imposibles deleer en los videojuegos. O con titulares que daban unapista precisa.
“¡MICROGRIETAS EN TODA LA CIUDAD!”
—Oh, perfecto —se dijo Raquel—. No hay nadacomo la información precisa.“EL BORO ES RESPONSABLE DE LA ATROFIA: OLDF”“EXPERTOS AFIRMAN CULPA DE EXTRACCIONES DE MANTOS
FÓSILES”Al parecer era el día de no entender nada.“LA EXTRACCIÓN PROVOCÓ EL DERRUMBAMIENTO DEL
GIGANTE”“La grieta que este martes provocó el colapso de la
Torre Latinoamericana puede deberse a la sobreex-plotación del manto acuífero de...”
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Se veía una fotografía borrosa de una gran nubeoscura que cubría el Palacio de Bellas Artes.
¿Eso fue?, ¿por ello abandonaron todo?“EL SISTEMA CUTZAMALA SE DERRUMBA; LA INTER-CONEXIÓN DEL SISTEMA SURESTE, INSUFICIENTE”
¿De qué estaban hablando? ¿Qué significaban esasfotografías de territorio reseco? Eso parecía un desierto,dunas y polvo, pero se podía adivinar la silueta de laciudad de México a lo lejos.
A lo lejos, muy apagados, se oyeron disparos.Raquel levantó la lista de los periódicos, sorprendida.
El fragor de una batalla. Sin ella. Pero... ¿cómo? ¿Nodebían esperarla? ¿No es el jugador el que siempre marcadónde está la acción?
Raquel aferró su rifle y corrió hacia el lugar de dondevenía el sonido. Estaba furiosa, herida, sorprendida deque la acción se desarrollara sin tomarla en cuenta.
—No me van a abandonar, no me van a dejar a unlado, no me van ignorar, no me van a prometer vacacionesque nunca llegan, tiempo que nunca encuentran para mí,no me...
Uno de sus compañeros estaba tirado en el suelo;
aferraba una bolsa con una mano, el arma con la otra.Evidentemente estaba muerto. No más señales optimistasde comando: él no lo había logrado.
Al caer, la bolsa se había roto. Raquel se agachó pararecoger aquello por lo que habían ido a pelear a fuego yacero, aquello por lo que valía arriesgar la vida y perderla.Una botella de agua. La bolsa estaba llena de ellas. Con una
súbita intuición la abrió, y tomó un trago largo, enorme.
BioalertaRehidratación oral iniciada.No es suficiente aún para tratar la deshidratación aguda: DA
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Agua.Todos ellos estaban enfermos de falta de agua. ¿La
ciudad había sido abandonada por...? En ese instante labotella estalló. Raquel la miró, extrañada.—¿Qué...?Por supuesto. Al parecer no habían dejado de dis-
pararse, y ella se había quedado inmóvil ahí, convirtién-dose en un blanco perfecto. Una pantalla le informó todoslos desastres que provocan las balas perdidas. Antes de
que el juego la sacara de ahí pensó:—Bueno, logré ahogarme en un vaso de agua... no,
en una botella de agua.
RAQUEL DICE: ¿Alberto, nunca has pensado en lo mal que debe
sentirse Mario?ALBERTO DICE: ¿Cuál Mario?RAQUEL DICE: Bros. Mario Bros. El pobre se despierta un díay descubre que alguien secuestró a su princesa y desde enton-ces no puede hacer otra cosa que buscarla en lugares llenos deestúpidas monedas, rodeado de enemigos por todas partes ylaberintos donde brincar, saltar, huir y nunca, nunca puedetomarse un día libre, ir al cine, chatear con los amigos...
ALBERTO DICE: Los juegos tienen pausa.RAQUEL DICE: La pausa es para los jugadores, las memory card son para que se olviden un rato del videojuego y, cuandoquieran retomarlo, regresen a donde se quedaron, pero Mariosólo se queda inmóvil, y solo, y triste, y... ¡y no es justo!ALBERTO DICE: Es un juego...RAQUEL DICE: ¿Y si no lo fuera? ¿Si empezaras a pensar que nosólo es un juego? ¿Si te sintieras como el pobre de Mario?
ALBERTO DICE: Te diría que necesitas desconectarte un rato.RAQUEL DICE: Tal vez.ALBERTO DICE: ¿Cómo sabes si has pasado demasiado tiempoconectada?RAQUEL DICE: Suena a chiste.
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ALBERTO DICE: Sientes que a tu nombre le falta una @. No, enserio, empiezas a pensar en que los personajes de videojuegosson reales. Que comen, duermen, se aburren fuera del argu-
mento del videojuego, que tienen vida propia, y empiezas a...RAQUEL DICE: Ya sé, a imaginar historias con ellos. Y acabasescribiendo fanfics.ALBERTO DICE: “El amor secreto de Lara Croft”, “La tristeinfancia de Iori Yagami”...RAQUEL DICE: “Los sueños de Ash Ketchum”.ALBERTO DICE: Bueno, cuando tradujeron del japonés a lospokemon cambiaron los nombres, en realidad se llama...
RAQUEL DICE: ¡Ja! Y dices que YO he estado demasiadotiempo conectada.ALBERTO DICE: Ey, eres tú la que se siente Mario Bros.RAQUEL DICE: Me gusta más Luigi.ALBERTO DICE: Raquel Bros.RAQUEL DICE: Si pasaras lo que Mario tiene que pasar, si sin-tieras lo que sienten cuando los laberintos no llevan a nada, olos matan una y otra vez. No sé... empiezas a pensar en que
estar perdido, rodeado de enemigos y con todo buscando tumuerte... bueno, piensas que es una forma muy extraña dedivertirte.ALBERTO DICE: El chiste es que es un juego, Raquel. Es comouna película de miedo: te permite conocer monstruos sin ladesventaja de que te coman.RAQUEL DICE: Tienes razón. Lo padre del asunto es que no esreal. Y si parece real, pues más chiste. Y si casi te convence,
pero puedes hablar después de que te mataron por una botellade agua, mejor, y si te ahogas en gelatina, pero puedes verMatrix... bueno... creo que entiendo.ALBERTO DICE: Qué bien, porque yo no te entendí nada.
VENTANA 723
Raquel simplemente escuchó el ruido del motor, apenastuvo tiempo de girar y observar dos grandes columnas deagua acercarse a toda velocidad. Sin pensarlo se sumergióde inmediato, y fue rodeada por una gruesa columna de
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muros, y canales, y construcciones que trataron de detenerel nivel del mar, que al parecer fue creciendo, hasta que
se tragó la ciudad entera.Parecía que hubo tiempo suficiente para evacuar lazona, pues no se observaban objetos abandonados en lavacía ciudad de México. O tal vez las cajas de cartón y sucontenido desparramado se fueron flotando por ahí...
Había partes en las que todo lucía tranquilo y sereno.Un mundo común y corriente vuelto extraordinario por el
simple hecho de encontrarse bajo el agua. Por ejemplo,esa casa con un automóvil estacionado a la entrada, comosi aún esperara que alguien lo abordara.
Raquel nadó sobre la calle y se posó en un farol.—Así nos ven los pájaros —pensó desde las alturas.Aunque, claro, ella tenía que ver a través de man-
chas de aceite y agua gris. Raquel había visto ciudadessumergidas antes (generalmente Manhattan), pero entodas ellas se suponía que el agua era totalmente clara yse mantenía inmóvil.
Del auto estacionado surgían largas tiras de líquidososcuros, tal vez el aceite, o la gasolina, formando unanube que, al moverse el agua, parecía palpitar. Ni un pez
nadaba en los alrededores, y Raquel los comprendíaperfectamente.La ciudad había sido tragada por un mar aceitoso, y
reluciente. O tal vez era agua limpia y el contacto con todoslos desechos de una ciudad había creado esas aguas grises.
Como iba cubierta por un traje completo, la bioalarmano registraba peligro alguno, pero Raquel no se creaba
falsas esperanzas.Cerca del auto había un parque con bancas de hierro
forjado y un área de juegos infantiles: un columpio demetal, un sube y baja, el tradicional juego de tubos. El
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metal a su alrededor aún no empezaba a oxidarse, lo queindicaba que ese lugar tenía muy poco tiempo de haberse
inundado.Raquel no pudo evitar sentarse en la banca, fingirque todo era normal, imaginar que en cualquier momentoiba a aparecer alguien paseando un perro, algún niñocorriendo hacia la maravilla de los tubos de colores.
Fue hacia los juegos y descubrió que es imposiblecolumpiarse bajo el agua, y no había con quién jugar al
sube y baja. De un salto llegó hasta la resbaladilla y sedejó ir por ella, pero antes de tocar el piso flotó haciaarriba, después se lanzó de cabeza, luego deslizándose ensurf, girando, todas las formas imposibles que se le ocu-rrieron.
Pudo haberse divertido por lo fácil que era jugar conel laberinto de tubos sumergidos, pero el lugar era de-masiado silencioso. Era claro que, después de ella, nadieiba a volver a jugar ahí. Se quedó sobre la resbaladillamirando los árboles que debieron dar sombra y frescuraalrededor del parque. Estaban muertos. De pie aún,aferrados de sus raíces, pero ahogados por la inundación.Las hojas de un verde enfermizo, la corteza despren-
diéndose poco a poco...Raquel se estremeció. Éste era otro mundo que habíafallecido, sin peces, sin algas, sólo aguas negras y laciudad abandonada.
En las bancas de hierro forjado podía leerse aún:“Ayuntamiento de Veracruz”.
Ella nunca había recorrido el puerto, ignoraba si se
parecía al lugar real, pero ya que el juego había repro-ducido fielmente el DF, ¿por qué no habría de imitar 100por ciento las bancas, el parque, los edificios blancosmanchados de gris? ¿Y para qué preocuparse tanto por el
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realismo si al lugar le había sucedido algo realmenteextraño? ¿O acaso todas las ciudades costeras habían sido
inundadas? ¿Qué significaba eso?Una sombra la obligó a levantar la vista, una nube demetal se acercaba a ella.
Lenta, majestuosamente, un barco empezó a avanzarentre los edificios. Un barco enorme, un trasatlántico oalgo por el estilo, un buque tanque a juzgar por las largasparedes de metal, por las inmensas anclas que trataban
desesperadas de aferrarse a algo, abriendo una largaherida en el asfalto, arrastrando y partiendo en dos al autoestacionado. Aún bajo el agua, Raquel pudo escuchar lafrenética sirena de la embarcación. No estaba ahí porgusto.
Gracias al videojuego de Masacre Pirata, sabía loimprescindibles que eran las cartas de navegación. Lospilotos de las naves necesitaban la descripción precisa delas costas, era vital saber qué obstáculos existían bajo lasaguas y qué tan lejos estaba el fondo del océano.
Si el puerto de Veracruz estaba inundado, significa-ba que la costa había cambiado, que ahora había otrosobstáculos en la ruta, que las cartas de navegación no
servían ya, y un barco podía perderse y chocar contra elnuevo arrecife formado ya no por coral, sino por ladrilloy concreto. De hecho, eso fue lo que ocurrió: el barcoarremetió contra un edificio, y éste se derrumbó encascotes y escombro, pero dejó una larga hendidura en elmetal, por donde el agua entró a borbotones.
Raquel se dio cuenta de que ver un naufragio desde
esa perspectiva era mala idea. Se alejó nadando lo másrápido que pudo de la desigual lucha entre el barco y lasconstrucciones. Poco a poco se fue acercando a los buzosque trabajaban por ahí, sacando objetos de los edificios,
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—Ja. Nunca terminaste ninguno. No, te quieropreguntar algo, pero es en serio.
—¿Algún novio?—Dije en serio, ma.—A ver.—¿Te acuerdas cuando usaste por primera vez un
videojuego?—Ay, hija, ¿no puedes pensar en otra cosa que no
sea...?
—Por favor.—Al menos no me preguntaste si había videojuegos
en mis tiempos.—Bueno... la verdad...—Me haces sentir vieja, nena. Sí había videojuegos
en mis tiempos, y para que lo sepas no hace mucho queexisten. El primer videojuego se vendió, no sé, en los 70más o menos. Era el gran regalo de navidad: una cajitanegra con una perilla que giraba, para que jugaras pingpong; dos rayitas y un círculo blanco era todo lo que seveía en la pantalla. El juego traía una pieza de plástico quese pegaba a la pantalla del televisor: mostraba el cuadradode la cancha. Y el único sonido que hacía era, cuando
mucho, un pong cada vez que la pelota rebotaba. Despuésaparecieron otros que eran más o menos iguales: líneas enuna pantalla, bloques que bajaban, todos tenían unamúsica muy irritante; los timbres de celular tienen mástonos que los viejos videojuegos.
—¿Recuerdas por qué jugaste con ellos?—No sé, tal vez porque eran nuevos, porque era un
reto, y deseabas saber cuánto tardabas antes de que elaparato te ganara...
—¿Y te ganaba siempre?
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—Por supuesto. Creo que por eso nunca me llamaronla atención. Siempre perdías: aceleraban cada vez más
hasta que era imposible alcanzarlos.—¿Y si aceleraran de entrada, si desde el inicio fueraimposible ganar?
—Supongo que los habría jugado un par de veces ylos habría abandonado, pero no recuerdo ninguno quepareciera invencible al principio.
—Sí, lo sé. Parecen tan sencillos... Ma, ¿crees que
alguien compraría un juego que jugara a derrotarte?—Depende de la publicidad, creo, tal vez lo vendie-
ran como el juego imposible que sólo los ases ganan o al-go por el estilo.
—¿Y si los ases también perdieran?—Creo que a la larga no venderían muchos juegos.—Sí, yo también lo creo.Raquel suspiró.—¿Estás bien, mi amor? —preguntó la señora,
preocupada al notar a su hija agotada, con grandes ojeras.—Sólo un poco cansada —sonrió, valerosa—. Nada
más, mamá. No te preocupes... ¡y no vayas a tomarme latemperatura!
—Las desventajas de tener una madre doctora.—Odio cuando me tomas la presión, esas cosas aprietan.—Mira que nunca te he medido la glucosa.—Ya lo hiciste...—Bueno, ¿segura que estás bien?—Sí. Es que ya es noche y tengo sueño.—Bueno, que duermas bien, tengo que ir a escribir
un rato, nena.—Lo sé. Los retrovirus en las muestras de fauna
amazónica desplazada.
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—Ése ya lo terminamos, ahora es un estudio esta-dístico de los vectores de infección animal.
—No suena como un buen cuento antes de dormir.—En realidad no es algo agradable para escucharantes de dormir.
—¿Ma?...—¿Sí?—¿Por qué hace uno cosas que no son agradables?—No lo sé. A veces porque es necesario hacerlas. En
ocasiones, si uno las deja así se ponen peor... depende.—¿Y si no fueran importantes?, ¿si sólo fuera, no sé,
un juego...? ¿Por qué jugarías algo desagradable?—No creo que lo jugara. Bueno, tal vez un minuto o
dos, hasta que sintiera que no me gusta; después de eso,si no me estuviera divirtiendo, lo dejaría por la paz. Pero,precisamente eso es lo bueno de los juegos, que puedesabandonarlos... ¿verdad?
“Yo no puedo”, pensó Raquel.
Tres días: 72 horas exactas. Era el tiempo que restaba para
que terminaran las pruebas del juego. Raquel recordó lobien que se había sentido cuando le ofrecieron ser B-tester ,la sensación de ser adulta al ver su nombre en papeleslegales, el que le tuvieran la confianza necesaria paradejar a su cargo aparatos sofisticados. Y todo eso estabaterminando. Lo cual, a fin de cuentas, era un alivio. Nomás aparatos abarrotando su cuarto, no más ventanas.
Eso era lo mejor de todo.Nunca pensó que fuera pesado ponerse el traje de
juego, que deseaba inventar cualquier pretexto para noconectar los controles, que hiciera girar sus muñecas sin
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decidirse a prender el programa, que hubiera preferidohacer cualquier cosa, cualquiera, en vez de entrar a un
survival horror . Pero así era.Mucha alta definición de imagen, excelente sonido3D, respuesta precisa de controles y todo ello, pero loúnico que en verdad quería era no entrar a ninguna ven-tana nueva. Aunque no iba a abandonar el juego. Claroque no. Y sabía por qué: le dijo a Sofware Corporativoque iba a hacerlo, se había comprometido a jugarlo, y,
sobre todo, no iba a entregar el juego sin ganar, al menos,un nivel. Un programa no iba a derrotarla. No, señor, noa ella...
VENTANA 731
Un vehículo blindado era un buen principio. Tanto acerobrinda un poco de seguridad. Botellas de agua a la mano,un rifle con todos los aditamentos posibles. Perfecto.Raquel decidida al volante. ¿Qué podía pasar? Se acercabaa un lago. Antes de meterse de lleno al escenario descritopor esa ventana debía hacer inventario. Se detuvo, paraver a su alrededor.
“Raciones”, decía en un paquete a su lado, el cual notenía el aspecto industrial de lo hecho en serie. Envueltaen papel aluminio, se veía una como pasta verde repug-nante. La desmenuzó: eran algas compactadas.
Antes de bajar del vehículo sacó un dedo por laventanilla. Podía arriesgarse a perder el dedo. La bioalertano se activó. No había aire tóxico ni luz envenenada por
el momento.Se bajó con cuidado, el arma en la mano. Su vehículo
era una camioneta con mucho acero remachado, cubiertopor más placas de metal. Muy casero, también. Había un
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amplio cajón atrás que contenía una pala, una especie derastrillo, restos largos de plantas... algas. Por lo visto
cosechaba lo que comía.Así pues, la misión era ir al lago por una carga másde plantas de un verde oscuro repugnante, para tener másraciones. Perfecto. El tipo de misión sencilla que gene-ralmente es mortal en los videojuegos: recoge monedas,ve por paquetes de municiones, recolecta algas.
Miró al cielo. Las nubes, de un horrible color mostaza,
no se desplazaban con su acostumbrada lentitud densa yalgodonosa, sino rápidamente, como si fueran de mercurio,casi líquidas. Un rayo las iluminó desde dentro y, laverdad, no mejoró su aspecto. Raquel no quería saber quéclase de lluvia transportaban. Tal vez era una misióncontra reloj.
Acercó el vehículo hasta las orillas del lago, que semovía en largas olas, densas y pesadas en sentido contra-rio al viento. Ni siquiera pensó que fuera una falla deprogramación. Ese lago tenía algo raro, aparte de su colornegro con líneas plateadas aquí y allá. Bajó de la camio-neta con las armas listas.
De pronto, la superficie del lago se elevó hacia las
alturas y apareció... ¿el tentáculo de un monstruo gigante?Pero este juego de las ventanas nunca ofrecía cosassencillas como ésa.
El tentáculo se acercó a ella, veloz. No le dio nisiquiera una oportunidad. Raquel empezó a disparar.Naturalmente era inútil. Las balas se sumergieron en esaoscuridad y desaparecieron sin dejar rastro.
El tentáculo estaba formado por millones de pequeñoscuerpos sólidos, algunos de los cuales fueron a estrellarsecontra Raquel. Eran moscas, comunes y corrientes, untornado de insectos, una marea viva que, demasiado
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ocupadas en alimentarse del lago, de su superficie depeces muertos, ni siquiera reparaba en Raquel.
Alerta:Peligro de sofocación.Conductos respiratorios pueden ser obstruidos por insectos.Se recomienda no respirarlos.
Perfecto. Podía ahogarse respirando moscas. ¿Aquién se le ocurrían estas cosas?
“Oh, sí, para esta ventana necesitamos un millón desabandijas, no, seis millones, y peces muertos, un lagocubierto por algas repugnantes, un cielo lleno de nubesasquerosas y sí... pensemos en algo más desagradableaún, porque eso sólo es el inicio del juego.”
Raquel sentía una opresión en el pecho, tal vez temía
aspirar profundamente. Porque una cosa es ver una masade insectos palpitando en una pantalla, y otra sentir cómoesa marea viva te rodea por todos lados. Moscas grandesy pesadas, verdes o negras, de cuerpos jugosos, delgadas yesbeltas, del tamaño de una uña o minúsculas y casi in-visibles; las más notorias eran las grandes, pero de las quehabía mayor cantidad era de las pequeñas, polvo vivo...
Raquel se dejó caer al piso. Tal vez ahí no hubieratantas y pudiera respirar bajo el tentáculo de insectos...
Cerró los ojos para que las moscas no se arrastrarandentro de ellos, sin reparar en que no eran más queimágenes presentadas por un aparato. Abrió la rendija deun párpado. Los moscas volaban arriba de ella. Frente asu nariz había una piedra pulida, con un extraño dibujo,casi como si la hubieran modelado con plastilina Play Doh de color roca; era posible imaginar que esas largasprotuberancias eran los dedos del artista... Tomó fir-memente la piedra, no para arrojarla contra los insectos y
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dispersar el tentáculo de moscas, sino para comprobar sipodía cargarla, llevársela en su viaje.
Una gota de lluvia cayó frente a ella, y las moscas sedispersaron por todas partes, huyendo. Excelente, habíaalgo que desagradaba incluso a moscas alimentadas conpescados muertos. El agua, naturalmente, era tóxica. Vi-niendo de esas nubes, no le extrañaba en lo más mínimo.
Inmersa por completo en ese mar de moscas, corrióhacia la camioneta lo más rápido que pudo; sólo 600 o 700
entraron con ella a la cabina. Tal vez tanto blindaje erapara protegerse de la lluvia. Tal vez. Pero lo mejor eraresguardar el vehículo de esa agua siseante. Encendió elmotor, que se estremeció violentamente antes de apagarse.Ella no sabía que los vehículos también podían sofocarse.La combustión controlada del motor necesitaba airerelativamente limpio. La camioneta tomó un sorbo de lasmoscas casi invisibles y se atascó con ellas.
—¿Y ahora qué?Lluvia tóxica afuera, algunas moscas dentro. No era
una ventana muy emocionante. Su ración de comida fuecubierta en un instante por una masa negra palpitante, quezumbaba.
Bioalerta:Vectores infecciosos presentes
Raquel recordó el trabajo de su mamá. Esto tambiénes fauna. En un lago de peces muertos, con agua tóxica,¿qué enfermedades podían desarrollarse?
Miró afuera y se dio cuenta de que, a excepción deella, no se veía nada humano a kilómetros de distancia.No había otras camionetas, casas a lo lejos, luces. Recordó,entonces, que las ventanas que había recorrido estaban
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casi vacías. Los pocos personajes que vio fueron eli-minados casi sin esfuerzo, una baja más. Tamborileó en
el volante. ¿No iba a haber batalla en su última ventana?Aún aferraba la roca que había recogido afuera.Como botín era demasiado poco. Por alguna causa esapiedra la incomodaba. Parecía tan real. Extraña, pero real.Una roca deformada por quién sabe qué horrible proceso.
Probó otra vez encender el motor: ni siquiera vibróen esta ocasión, estaba muerto. Raquel debía regresar al
refugio sin algas ni camioneta. Afortunadamente paraella, la lluvia cesó en ese instante, por lo que podía irsecaminando.
Tomó la piedra, el arma y empezó a seguir las huellasdel vehículo. El lugar estaba devastado, no había ni unapizca de vida, hierba, árboles, animales. Sólo el lago consus moscas y sus algas y sus rocas torturadas.
El disparo la tomó por completo desprevenida. Cayósin comprender por qué el suelo se levantaba a recibirla.Al cambiar la perspectiva, Raquel perdió el equilibrio yel golpe que se dio en el piso le añadió realismo a su caídaen el mundo virtual.
¿Eran nazis?, ¿monstruos con metralletas?, ¿ejércitos
mutantes? Oyó pasos, vio las botas de sus atacantes. Setrataba de niños, niños que corrieron felices a la camioneta,con ganchos de metal y barretas. Así, pues, el blindaje noera para protegerse de tornados de insectos, ni de lluviatóxica, sino de otros humanos. Uno de ellos salió comiendoel paquete de ración sin apartar las moscas.
No había mucho que hacer. Esperar que la bioalarma
determinara en qué momento había sangrado lo suficientepara sacarla del juego.
Entonces comprendió. La muerte era el checkpoint en ese juego de ventanas. La muerte era la meta del juego.
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