Verbo(des)nudo no15

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Verbo(des)nudo Revista de Arte y Literatura

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Revista de Arte y Literatura Santiago de Chile Junio/2014

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Verbo(des)nudo Revista de Arte y Literatura

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Verbo(des)nudo

Año 4 Número 15

Santiago de Chile Junio 2014

ISSN 0719-1626

Consejo Editorial:

Sergio Melo

Anouna Fabio

Luis Cerón

Editor: Gino Ginoris

© Revista Verbo(des)nudo

Contacto: [email protected]

http://blogrevistaverbodesnudo.blogspot.com/

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Homenaje

René Portocarrero 1912 - 1985

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Poeta cubano 1920-1994

Mi nombre es Eliseo Diego. Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le

queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por

vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más

remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas.

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Nostalgia de por la Tarde

A Bella

El que tenía costumbre de poner las manos

sobre la mesa blanca junto al pan y el agua,

traje rugoso de fervor y alpaca,

y aquella su esperanza filial en los domingos,

ya no conmueve nunca el suave pensamiento de la fronda

con el doblado consejo de su paso.

Y el taciturno banco entre los álamos dormido

y aquel campito hirsuto a quien las lluvias respetaban.

Qué tedio los sepulta como la muerte a los ojos

que no los cruza nunca la bendición de unas palomas,

que tengo que soñarlos, mi amiga, tan despacio

como quien sueña un grave color que nunca viera,

como quien sueña un sueño y eso es todo.

Porque quién vio jamás

pasar al viejecillo

de cándido sombrero bajo el puente

ni al orador sagrado en la colina.

Yo vi al lagarto de liviana sombra

distraerse de pronto entre su sangre,

quedar inmóvil, sí, tumbado,

pesando e incapaz de confundirse ya nunca con la tierra.

(El que tenía costumbre de cruzar las manos

sobre la mesa blanca para mejor mirarnos,

su mueca de morir cuándo la he visto,

su mueca parda.)

He visto al pez de indestructible púrpura,

en la mañana arde como criatura perpetua de la llama,

olvida los trabajos mugrientos de su sangre,

yace perfecto y la madera sagrada lo levanta.

Pero quién vio jamás

el ruedo misterioso de tu falda

mientras cortas las rosas en la tarde

ni el roce y la tristeza de la lluvia

como un ajeno llanto por mi cara.

Porque quién vio jamás las cosas que yo amo.

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Arqueología

Dirán entonces: aquí estuvo la sala, y más allá,

donde encontramos los fragmentos de levísimo barro, el sitio

del calor y la dicha. Luego

vendrá una pausa, mientras el viento alisa los hierbajos

inconsolables; pero ni un soplo habrá que les evoque

la risa, el buenas tardes, el adiós.

Fracaso

El piano al mediodía, solo, de álamo en álamo la música,

de resol en penumbra, no se levanta, no remonta,

se cae del ala, pía, la música, vuelve otra vez, anhela, sube, sube, de pronto

la dicha cruza en una ráfaga, tropieza con la luz,

no puede, tiembla, quisiera

ser, la música

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Entre la luz y el color Por Felicidad Batista

Cada zapato parecía de plomo. Los pasos se hundían en el barro pero cuando andaba por el llano también arrastraba los años adheridos a las suelas de sus botas. Los ojos hundidos en cuencas profundas. La barba blanca y amarillenta por la comisura de los labios. Llevaba parte de su taller a cuestas y de lejos solo se veía un caballete andando. Cuando encontraba ese lugar emoción, se detenía. Instalaba el lienzo, preparaba los colores sobre la paleta y esperaba a que la luz adquiriera la intensidad precisa para plasmar en el cuadro lo que solo existía en su mirada. Trazaba la fina línea que separa la frontera entre el dibujo y la pintura. Entre el acercamiento inquietante desde el caos a las puertas del paraíso o del infierno. Cuando él se sumergía al otro lado de las formas ya no era Armand Brandell. Solo un hombre a la intemperie en la búsqueda de la perfección del arte. Y blandía el pincel como una espada que propina tajos al cielo y al páramo, al sol que se despeña por laderas o al agua que trota por ríos y navega por canales. Formaba bóvedas con las copas de los árboles, creando ambientes umbrosos o cedazos que cernían la luz. Reconstruía las montañas y les daba vida y en su lenguaje de claros y oscuros se elevaban como voces de coro al viento. Estrujaba las nubes, les sacaba hasta la última gota de color y sombra. Las casas también eran seres vivos.

Las ventanas ojos atentos, el humo de las chimeneas, pensamientos que se escapaban al cielo, los tejados, sombreros al sol. El lienzo se iba trasformando en una piel que propagaba aromas, sensaciones, instantes adheridos para siempre en pigmentos y trazos. En tren, en carros, a caballo o a pie recorría campos y bosques, marjales y tierras áridas. Seguía el curso de los ríos y o se entretenía en los meandros que el tiempo hendía en los rostros de hombre y mujeres que encontraba en su camino. Sin embargo, nunca pudo retratar otros niños que no fueran los suyos. Aquellos que encerró en cuadros y que abandonó sin tiempo para verlos crecer. Porque el paisaje aunque fuera el mismo estanque, la misma luna, el mismo roble, cambiaba a cada instante. Y él debía estar allí para atrapar el momento, único, irrepetible.

La joven Clara viajaba con Armand en su mochila. La conoció el mismo día que descubrió el mar. Él rondaba la treintena y ella la mitad. Después de rastrear las tierras altas, los océanos de trigales y maizales se encontró con el olor a salitre, el graznido de los pelícanos y una luz arrebatadora. Los barcos batían las velas y el rumor de las olas se enredó en sus pies llagados. De frente la risa de aquella muchacha de pelo de duna, de falda marina ondeando sobre la arena, de ojos brillantes como charcos en luna llena y por la que sus pasos se detuvieron durante años.

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Ella se convirtió en su paisaje, en sus montañas, en sus arboledas, en sus albercas. Pero su mirada que era vivaz, curiosa, cómplice en los primeros cuadros, se volvió esquiva, huidiza, sombría.

Su cuerpo, embarazada o con un niño en el regazo, se fue cosificando. Cada vez se asemejaba más a una mesa, a un aparador, a una bandeja, a un quinqué apagado. Desvaída como rosas secas en un jarrón. Y cuando Brandell dejó la mar atrás, se llevó consigo el primer retrato que le hizo a Clara. Llovió durante ocho días y sus noches y Armand parecía un águila encerrado. Vagaba de ventana en ventana por la casita de piedra que había alquilado en lo alto de una colina. Se sentía atrapado por aquella agua desbordada que lo mantenía cautivo. Cuando una madrugada escampó y comprobó que los barrotes de agua discurrían pendiente abajo, buscó sus útiles y se adentró en el monte. Pese a sus dedos entumecidos, a las piernas que dolían como los años sin Clara, y a la espalda encorvada como un sauce, él encontró el descampado donde se sentó a esperar el amanecer. Pero esta vez su mirada, siempre atenta a los impulsos del paisaje, no detectó la negrura del cielo. Y como bandadas de cuervos las nubes se cernieron de nuevo y descargaron agua y nieve.

Días después un leñador descubrió una mano que sujetaba un pincel. Excavó en la nieve y los ojos de Armand permanecían abiertos. Quién sabe si buscando la luz entre el hielo y las tinieblas. Vendieron unos lienzos para sufragar el entierro. Al cementerio solo asistieron el leñador y algunos aldeanos acostumbrados a saludarle al pasar. Y yo, que siempre estuve a su lado cuadro a cuadro, conocedora de todos sus instantes, su soledad.

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Felicidad Batista

(Canarias, Tenerife. España). Licenciada en Historia del Arte. Especialista en Biblioteconomía y Documentación. La mayoría de su producción literaria se centra en el relato y en el cuento. Pronto publicará un libro de relatos y actualmente trabaja en los últimos capítulos de una novela. Libros colectivos: El vientre de una pasa y otros relatos (Ed. Cabildo Insular de La Gomera, 2010),

Poética del reflejo (Ed. Letralia). Tierra de Letras, 2011, Venezuela), Poesía, cuentos y vos (Ed. Pasión

de Escritores, 2011, Argentina), Mis abuelos (Ed. Club Abuelos de Buenos Aires, 2012), Letras

adolescentes, (Ed. Letralia. Tierra de Letras, 2012 , Venezuela), Relatos a fuego lento, (Generación

Bibliocafé, 2012), El extraño caso de los escritos criminales, (Ed. Letralia. Tierra de Letras,

2013,Venezuela), La Alquimia de la Tierra, (Ed. Servicio de Publicaciones Universidad de Huelva, 2013),

Una maleta llena de relatos, (Bibliocafé 2013), Cosas posibles con un amor imposible, (Ed. Escuela

Canaria de Creación Literaria, 2013), Sesión continua. (Generación Bibliocafé, 2013), Último encuentro

en Bibliocafé (Generación BiblioCafé, 2013)

Revistas y periódicos: Revista Letralia. Tierra de letras (Venezuela), El Desván de las palabras, Revista

Entropía, Revista Verbo (des) nudo (Chile), La Opinión de Tenerife, Diario de Avisos. Sección El

perseguidor, El Heraldo de Aragón. Sección Letras, Observando cine (digital, Perú).

Premios: Mención de Honor del X Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro (Chile 2012), Mención de

Honor en el I Concurso de Micro cuentos Lebu en Pocas Palabras (Chile 2012), Finalista Concurso de

Narraciones del Club de Abuelos de Buenos Aires (2011), Finalista del II Concurso Relato Corto

Mujeresisla (Cabildo Insular La Gomera 2010).

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Tes Nehuén

Tes Nehuén nacida en Argentina, poeta, narradora y redactora digital reside en Málaga, España.

Trabaja para revistas digitales, es animalista, agnóstica confesa y cabezona. No le gustan las

modas, ni el maquillaje, ni las caretas. Y no es argentina porque no cree en la patria como un lugar

sino como un estado, como una forma de entender la vida: su patria es la escritura.

http://letrashibridas.blogspot.com.es/

Tortugas

Cuando vuelvo a ese cuarto mi piel huele a jazmín y es enero. Tenemos las agallas de rompernos y la lenta paciencia de volvernos manecillas segunderas ¡Regreso persistente al mismo sitio! Y volvemos por siglos a las viejas costumbres como las tortugas, a parir en la costa. Por mucho que volemos, caemos en la tierra moviendo las cabezas como niños.

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Involución

No era el sufrimiento la pena aconsejada, ni la mirada tosca la evolución del alma. Se nos darían alas incapaces de alcanzar toda la altura de un cóndor, ave reina de los abismos. Se nos darían piernas, imposibles viajeras de los límites de los lobos y las hienas. Se nos darían manos inhábiles y rectas extrañas a las lianas, al agua del manantial, a la vida inherente que germina en el bosque. Si pudiera romper entre sollozos las cenizas calcinadas de otro tiempo y enhebrar con premura la distancia entre el azul del mar y la calma del cielo, mis palabras volarían su vuelo: piel desnuda golpeada por el viento, huesos fríos y el mármol latiendo en tus pupilas... ¿Quién jamás ha soñado dicho vuelo? Porque sé que volar era el único camino pero piso aturdida esta tierra sin huesos.

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Mi otro yo Un relato de Tes Nehuén

Abrí los ojos. Ante mí estaba yo. Sí, no había dudas. No había ningún espejo en la habitación. La observé minuciosamente, ¿o debería decir “me observé”? Mis ojos, mi cabello, incluso medía exactamente lo mismo. No tenía que ponerme de pie para saberlo: su cuerpo entraba perfectamente debajo del perchero del que colgaban unos pañuelos infantiles, como prueba irrevocable de viejos recuerdos. Volví a observarla muda. Ella también me miraba. Qué está pasándome, me pregunté en voz alta.

— Silencio, ahora es mi turno —lo dijo tan convencida que me asusté (más). — ¿Qué turno, de qué estás hablando? — Shhh. — No, no vas a callarme. ¿De dónde saliste? — Del mismo lugar que vos. — Se la notaba tan segura y determinada que empecé a temblar. — ¿Qué? Mis viejos sólo tuvieron una hija, o sea, YO. — O yo. — No, no... — Somos iguales. Todas nosotras somos idénticas. Aquello no estaba pasando. Mi cabeza iba a estallarme. Le pedí casi a los gritos que me dijera cómo se llamaba. Pronunció su nombre: era el mío, lógicamente. — Lo siento, tengo que prepararme para la clase de mañana — dijo a continuación. — No, soy YO la que tiene que hacerlo. — No, tu turno se terminó. — ¿Qué turno? ¡A ver! Suponiendo que sea cierto lo que creés de mi viejo. ¿No te das cuenta de que no somos iguales? Básicamente porque yo soy real. Corrí hacia la puerta. En vano me así con fuerza del picaporte: mi fatiga se negó a continuar con esa tarea estéril. Después de una violenta pataleta en la que intenté golpear a mi adversaria, o sea, autolesionarme, me senté en la cama. ¡Eso no puede estar pasándome!, me repetía una y otra vez. — Esto está pasando —me reprendió —, y si no te comportás vas a volver al taller. — ¿Qué taller? ¡Yooooo sooooooy reaaaaaal! — Y entonces, ¿por qué papá quiere sacarte de circulación? — No es verdad, papá me quiere, no haría semejante cosa...

— ¿y… sí crearía una persona que se te pareciera? —me desafió. — ¿Una persona? No entrás en esa categoría. Sos una robot, una androide, una autómata, una muñeca, una máquina... ¿ENTENDÉS?

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No, no lo entendía. Seguía insistiendo. Llamé a mi mamá a los gritos, ella sabría explicarme qué estaba ocurriendo. No apareció, ni siquiera oí sus pasos por el pasillo como cada mañana. A las 12 mi otro yo abandonó la habitación recomendándome que me portara bien si no quería ir al taller, donde, por lo que dijo, otras cientos de yoes ocupaban camas especiales donde se les oxigenaba y se les informaba. Esperé un poco, hasta que no percibí ni un rumor. Me levanté sigilosamente e intenté abrir la puerta. El picaporte giró con la precisión de una aguja mecánica y ante mí se abrió un pasillo interminable. No era mi casa, ciertamente. Alguien como yo, tan pendiente de los detalles, no habría olvidado de la noche a la mañana cómo se veía su propio hogar. Comencé a atravesar aquel corredor muerta de miedo. Al llegar a la punta, no pude continuar: mi padre estaba bloqueando el paso. Al verlo sólo pude pensar en ese enorme tótem que habíamos visto en uno de nuestros viajes. — ¿Qué está pasando, papá? — le pregunté intentando que no se me notara la histeria. Su respuesta fue una mirada llena de abismo y pocas palabras. Después, no hay imágenes: la memoria se disipa, como si una catarata de espuma avanzara sobre ella y le impidiera recordar. Abrí los ojos. La habitación estaba en penumbras. Corrí hacia la puerta. El picaporte giró y ante mí se proyectó el pasillo de mi casa y la luz de la cocina estampando flores contra la pared. Llamé a los gritos a mi madre, quien acudió con la misma rapidez de siempre. —Ay, mamá, tuve un sueño horrible, —le dije. Y le conté lo que había visto. —Acá estoy, no tengas miedo. ¡Eso sí! De esto ni una palabra a tu padre, si no querés terminar en el taller —me dijo con esa mirada dulce y protectora.

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Bajo la lana violeta

Por Abel Invernal

Bajo la lana violeta es mi versión de un soneto de Robert de Montesquiou (1855-1921). Acometí la empresa para ejercitar el francés que voy olvidando; acaso lo hice porque no conozco otra traducción española; quizás –y esta razón me parece más decisiva- porque los sutiles modales del conde de Montesquiou-Fésenzac me incitaron conocerle, a causa de su alter ego proustiano, el barón de Charlus. Dicen que Montesquiou, esteta, amante desolado de Gabriel Yturri, es a un tiempo el Des Esseintes de la célebre novela de Huysmans y el conde de Muzaret que urdió Jean Lorrain en la también famosa Monsieur de Phocas. No he leído -a mi pesar- a Huysmans ni a Lorrain, pero sí he tratado al barón de Charlus y no me sorprendió hallar su poesía: desde la primera lectura se me antojaron versos conocidos. A menudo, sin proponérmelo, parezco un sobreviviente del simbolismo. Lo mismo que Robert de Montesquiou soy un poeta menor. No vacilé entonces en desmenuzar el soneto, como el conde no dudó en ir con sus poemas al salón de Mallarmé y al lecho de enfermo de mi querido Marcel Schwob.

Abel Invernal, seudónimo de Maykel González Viveros, Cuba 1983, graduado de estudios socio culturales en la universidad central de Las Villas, parte de su obra poética y narrativa puede encontrarse en su página web:

http://genealogiadelnictalope.blogspot.com

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Bajo la lana violeta

Bajo la lana violeta de los tártaros

Los blancos de Olympia han adquirido un tono caduco.

Y de los árboles sin savia y las plantas sin jugo

Desciende el otoño para vestirles como martas.

La sombra y la vetustez enmohecen los empeines

De esos dioses a quienes los reyes presumían aires ducales;

Y el sol agonizante que arde sobre los estucos

Les dibuja las joyas de los vitrales de Chartres.

El cielo ha florecido, el occidente fruteció;

Diríanse relámpagos forjados con bramidos,

Bocas de clarines y destellos de espadas.

El horizonte parece de veras histórico esta tarde…

¡Pues del cesto de oro del poniente se derraman

granos sangrientos como cabezas cortadas!

Sous les villosités violettes

Sous les villosités violettes des tartres

Les blancs Olympiens ont pris des tons caducs.

Et, des arbres sans sève, et des plantes sans sucs

L'automne qui descend les vêt comme de martres.

L'ombre et la vétusté les rouillent de leurs dartres,

Ces dieux à qui les rois voulaient des airs de ducs ;

Et le soleil mourant qui fuse sur les stucs

Y verse les joyaux des verrières de Chartres.

Le Ciel est tout en fleurs, l'occident tout en fruits ;

On dirait des éclairs forgés avec des bruits,

Des bouches de clairons et des rayons d'épées.

L'horizon est vraiment historique ce soir...

Car dans le panier d'or du couchant on croit voir

Tomber des grains saignants faits de têtes coupées!

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Cuatro poetas chilenas

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Silvia Osorio

Silvia Osorio, Talagante, Chile.

Ha publicado: Aunque se apaguen los faros de neutrones (Editorial Libros de la elipse,

1997), Baladro (Editorial Libros de la elipse, 2000)Odas de los amantes al otro lado de la densa

bruma (Editorial Libros de la elipse, 2002) El estigma del poeta (Editorial Bordes, 2013) En el abismo

de la soledad terrestre (Editorial Varonas de cartón, 2013) Las pupilas del insomnio (Editorial Bordes,

2013)

Participó de las antologías Sitio público. Antología de poetas y narradores (Mago editores,

2005), Verano encantado (Centro de estudios de Madrid, España, 2006), Letras de

Talagante (Editorial La garza morena, 2009) Audioteca de Poesía Contemporánea de Argentina y

Chile, 2011. Antología de 15 escritores ( Ala de Avispa Editores, México, 2011) Ha obtenido el Primer

premio Concurso de poesía Talagante (2007) y la Beca de creación literaria Fondart (2008) con la que

produjo el libro infantil Zoelegía, inédito. Actualmente es Presidenta de la Mesa de Escritores de

Talagante.

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CONyaG el libro de los elementos

I

No pido permiso para entrar en el sueño de anticuados Pontífices

Sus palabras danzan asidas al peso de una oración En medio de catedrales populosas

La sombra de sus libros religiosos se agiganta Y sobre envejecidos pulpitos

En medio de sotanas gastadas y cálices

Entre feligreses abatidos por ráfagas de viento

Caen esos frutos del cielo a mi boca

Pájaros campanas hostias monedas

Ángeles cuyas cabezas reposan sobre alhelíes

Discípulos de un Dios de rostro cruel

La medianoche ha llegado a este lugar

Con la palidez de sus sonrisas frías

Con sus ojos fatigados

Y una respiración que evoca a los fantasmas

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II

Mi gorjeo desgarrador no cesa de poblar el vacío

Desterrado de tantos lugares mi mirada húmeda apagada En noches de vano insomnio

Recuerda que debió comer un pan duro y libar raíces

Mientras me defiendo de tanta espada filosa que me persigue

Vestido con una levita gris Sin ostentar premios académicos

Sobre la loza del sepulcro lloro por mi compañero abatido Huelo el olor creciente de las flores marchitas

Sin rumbo por la ciudad y sus escombros camino

Vestido con sus pecados y cruces En el reino de los cielos no hay ganancia para mí

Nada sino la luz de las monedas que salen de sus discursos elaborados Por eso no como de esas manos sino más bien las insulto

La hostia misericordiosa de cada día Me sirve para una sopa de enfermos me sirve para hacer arcadas

Y vomitar detrás del pulpito

La noche cae sobre mí con su desvarío

Solitario en el mundo de los muertos

Rechazado al nacer y sin manada

Sueño que no hago entrega de mis principios

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III

Los infelices hijos de Alá depositan sus sueños En los ojos de un colibrí que arde en las llanuras

Van con la frente marcada de cruces bajo el aguacero Envueltos en la nube de sus reflexiones

Una túnica ondula en el horizonte

Y un coro de flautas de cristal me llama

Mis labios mis cabellos de materiales divinos

La noche

Con sus dedos negros me acaricia

Sobre mis huesos llueve y en mi pecho

La incredulidad hunde sus raíces

Voy por una calle que parece un río

Voy por el recuerdo de mí a un bosque

Subo por un sendero escarpado hasta la montaña

Observo el abismo donde el rebaño se precipita

Voy por las laderas afiladas

Y a la salida de la luna recojo mis fragmentos uno a uno

Y prosigo con mi espíritu

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Anita

Montrosis

Ana Montrosis (1969 Valdivia) Poeta Chilena. Columnista en el periódico Datos Sur de Puerto

Montt. Ha publicado Tacones bajo la luna (Editorial Puerto Alegre 2007), Austral (Editorial

Segismundo, 2013) y Mi último cuerpo (Gráfica Lom, 2013). Actualmente prepara el libro

“Reseñas Literarias Contemporáneas”.

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Y qué hago a esta hora de la noche

delirando con la fiesta de otro cuarto

y con aquella canción

que nunca he declamado

si al mundo le pertenece la orilla

y el breve estado de la sangre

Es más fácil bailar con la sombra que se ha tatuado

aquí donde lo frágil se vuelve sorprendente

¿Qué pasó con las pinturas y con ese olor

que se contenía cada vez que regresabas tarde?

¿Qué pasó con la belleza entre las piernas

y la lengua enloquecida en tu espalda?

¿En qué relámpago separamos la tierra

y nos volvimos insalvables?

Tengo estas pinturas descolgadas

y la divinidad adormecida. Muerta

Habito un decoro que se niega a ser blanco

y detesto haber sido tan bella

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Acá hay un pequeño ciervo

que se asoma detrás de los árboles

La piel descansa la miseria que inventamos

y mi hija duerme en sus jardines japoneses

Sé que todo es esporádico

por eso, vuelvo al bosque

a ejercitar el ojo plagiado de figuras

y a respirar el paseo del diluvio

La lluvia ha dejado de brotar, muere

y los aromas caen como cantos viejos

Puede que este lugar no sea mío, ni tuyo

y se aferre a la fantasía

de aquel ciervo que huye

en medio del susurro de las hojas

No lo sé, como tampoco sé

de qué huimos

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La geografía tiene la desgracia de las mariposas

en algún momento desaparecen

Es complicado volar de una montaña a otra

permanecer enredada en los bosques

y olvidar que estamos en diferentes mares

Puedo desintegrar el sonido de la calle

y en los pájaros claudicar la rabia

Todo es hermoso hasta que empezamos a correr

debí huir antes de abrazar el llanto

El mar tiene música en sus olas

y no conocía la soledad de tus ojos

Fausto te llame en medio de la noche

¡Mira estas partituras!

No hay nubes en el cielo, pero hay bosques blancos

Tengo el suicidio entre las piernas

y no me digas amor cuando aún no he muerto

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Y si de nuevo te vuelves a ir

y si dejas flotar mi mano por la ciudad nocturna

La respiración en un gesto amoroso

que no sabe articular sonidos

Necesito bailar en las siestas

confiar en cada pedacito de la mente

e imaginarte desnudo y frágil

como cuando soñé que nos casábamos

La iglesia estaba ubicada en el camino de la lluvia

en aquella eternidad había un árbol

ceñido a nuestra infancia

Tal vez nunca entraremos a una iglesia

la lluvia sea la caída del paisaje

y la infancia la memoria del olvido

Aún no puedo dormir

tengo ese sueño instalado en la garganta

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Me refugio en la infancia

en un niño que juega con papeles

que acumula para mí

Dibujo soles. Soles de diferentes colores

soles en el horizonte, en mi boca, en el cuello

soles que dividen el cuerpo cuando flota

El niño es hermoso

es el mismo en cada sol

Acaricia mis cabellos

y sonríe para envejecer los rituales

Lo transito hacia el camino de la lluvia

pero no hay lluvia

Hay matas de maqui

y un río de piedrecillas blancas

Tanta divinidad inexplicable

y al otro lado, tanta tierra dividida y muerte

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Rosario González Vera

Rosario González, Santiago de Chile, estudió Licenciatura en Educación en la Universidad de

Santiago de Chile, profesora de Castellano. Lleva veinte años realizando talleres literarios para niños

y jóvenes. Ha formado parte del Taller Literario "Gredazul” del Goethe-Institut y de la “Sociedad de

Escritores de Atacama”. Su pasión es escribir poesía, la que ha sido publicada en la Revista Literaria

“La Mancha”; y en páginas virtuales, como “Letraskiltras” y “Galería de Erosciones”. Ha obtenido el

primer lugar en concursos de poesía de la Municipalidad de La Cisterna y de la Municipalidad de

Copiapó.

En octubre del 2013 publica en Chile su primer libro de poemas: "Para Acabar Soñando", editorial

Segismundo.

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Ceremonial de la luna llena Quédate quieto

desnudo hasta el silencio

como si la luna sobre ti estuviera

como si la luna

Quédate quieto

en la noche que cambia

los colores de sur a norte

Dame desnudo

sin viento

sin redes

dame acaso tu misterio

suspendido

dame el latido

los temblores

como fogatas

las tormentas

Que me enrede

en tu cabellera de algas

que me enrede

de sur a norte

como si la luna desnuda

como si la luna

Ritual en el agua

Sumergido

de barro y lluvia

mirándome

De rojo y vino

despiertas

y me invitas

Empapada

dentro de ti me llevas

mirándote

Enlacémonos en el agua roja

como sangre del vino que bebemos

como danza milenaria

Agreste y austral

tu embrujo me trae

vendaval sumergido en mí

todas las tormentas

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Apoteosis en Fa

Un acorde de Beethoven juega en el silencio me miras con las manos de mí llenas tu nombre me llama acoplado al mío desvistiendo metáforas en el mediodía se multiplican en tus ojos las hojas del verano entre tus versos cantados por tu boca se prolonga tu vientre en mi vientre

Mensaje

Destila savia el lenguaje de tu lengua

voy a ti empapada de esdrújulo deseo

trepándote

arañando

oliendo tu efluvio frutal

te dejo mi último poema escrito

si quieres

puedes volver a inventarlo

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Fotografía de cuerpo entero

Enmarcado su boca un pedazo de cielo intenso se insinúa se esconde tras la cordillera se pinta se llena de tatuajes de arcoíris se moldea se escribe enigmas en los brazos se sonríe se cubre el cuerpo de setas y verde se descubre se deja crecer raíces en la cintura se encanta se teje montañas en los muslos se acerca se siembra un árbol al costado se derrama lo tomo

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Alejandrina

Cecilia Vargas Retamal

Nacida en la novena región de la Araucanía Chile, en el seno de una familia campesina. De seudónimo Alejandrina en homenaje a su madre de quien hereda el amor por la poesía, la vieja rueca para hilar las palabras. Actualmente vive en Viña del mar y ha publicado recientemente un poemario ‘’Llamaradas de otoño’’ es miembro de la agrupación de poetas Itinerantes Rubén Darío de Valparaíso y de la sociedad de escritores SEV de Valparaíso.

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Tarde de Febrero

A estas horas de la tarde una tarde de febrero. Cuando marzo se avecina pesado, cargado de tareas inflando sus ábregos pulmones y las llamaradas del otoño van encendiendo el horizonte en rojas amapolas, traigo los bolsillos llenos de cigarras, todo aquí tiene pulso de tormenta. Conmovida me encuentro por una insistente brisa que se empeña en dibujarte al término del sendero, el eco de la sangre llena la plenitud del silencio y un temblor de alegrías sacude mis nostalgias añorando tu boca… !Antípoda de mi beso!, ¡Rosa de los espíritus! Ya casi es el cenit amor nadir distante son tus ojos. Una azucena alba ha florecido en mi sien, me aroma de recuerdos; aguadas caudalosas ! Brilla la plata del estuario donde alguna vez bogué! Sobre estos viejos escalones me sentaré a esperar, mientras admiro y me dejo invadir por un rumor adolescente de rosas trepadoras. Tú estás allá mi bien, del otro lado del sol, rotundo, audaz simiente y teorema bajo el olímpico acento de la edad, carne viva aún, migrando hacia mis huesos mientras procede un crujir de hojarasca suspendido en los puños del viento. Y este verso tuyo y mío tendido a largo y ancho sobre la piel de la noche aguarda a algún poeta que lo cante y lo eleve prestándole sus alas, sin duda bendecido por las perseidas rutilantes; lágrima y péndulo sobre este abismo de locuras. La vida es amor; aquí y ahora hombre y mujer estremecidos sobre la última curvatura del cielo, preñando el universo de metáforas.

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Te amé Te amé cuando te vi venir, pequeño y doliente traspasado de ocasos traías la lluvia dentro de tus ojos mi corazón rielaba sobre tu figura te esperé con paciencia de loto, bordando ángeles nuevos sobre el estanque. Te amé como las montañas aman el desenfreno del viento pequeño viandante de mayo, la mano que habita en la caricia usted... que va poblando de campanas con cada roce de sus labios mi otoñada piel. Címbalos paganos arrasan las últimas flores de abril en un rito como de conjuro ancestral cantan un himno nuevo… ¡Aquí se está forjando un amor de esos intensos! de metal duro arado profundo levantando espuma negra. Yo bebo de tus menguados soles y nuestras manos soledades, al unirse… ¡Soplan la chista de la fragua! los sueños que yacían descalzos en el camino se preñaron de luz con este pequeño haz de esperanza.

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Nueva voz Esta voz suya, nueva, estrenando mi nombre es más suave que la bruma de junio al deslizarse calle abajo, húmeda y fragante encadenada y lenta como esclavos vencidos, me besa los labios

enredando un gemido a mi lengua. Estalla un mundo lleno de cielos donde colgar las chispas de una nueva lumbre como aguacero de miel. Las amapolas del vino van cumpliendo su misión derraman toda azúcar en la vieja mesada

irreverente, sin relicarios y ninguna ley que obedecer. Busco tus ojos como las flores giran para alcanzar al sol ¡preñándonos de luz! y es que este amor descalzo se desnuda como el mar bajo el hechizo menguante de la luna. Los pétalos del viento vuelan preludio de besos

rozando la tarde para hacerse noche en mis cabellos, huella de hierro en las comisuras del alma, tea encendida al fondo del pecho que ilumine la senda de regreso a la cordura.

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René Portocarrero

El hombre que hablaba en colores.

René César Modesto de La Caridad del Cobre Portocarrero de Villiers de la Vega y Echazábal,

conocido como René Portocarrero, pintor, muralista, ceramista e ilustrador cubano, (La Habana, 24

de Febrero de 1912-Ídem, 27 de Abril de 1985).

Enérgico, fecundo y rebelde en el dominio del pincel, Portocarrero acostumbraba a trabajar un tema

central por extensos ciclos, traduciendo al color la poesía que descubría en un paisaje, una mujer o

una fiesta popular.

Es considerado uno de los más extraordinarios pintores de la isla caribeña.

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En este número

Eliseo Diego

René Portocarrero

Felicidad Batista

Abel Invernal

Anita Montrosis

Silvia Osorio

Rosario Gonzales Vera

Cecilia Vargas Retamal

Tes Nehuén

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Año 4 No. 15

Junio/2014

Anita Montrosis Rosario González Vera

Silvia Osorio Cecilia Vargas Retamal,

Abel Invernal Felicidad Batista

René Portocarrero Tes Nehuén

Eliseo Diego