Verdades Simples y Tareas Complejas - Ponencia Para Evento 26Abr - Emancipación
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Verdades simples y tareas complejas. Cuatro ideas sobre la situación actual de los
trabajadores y los retos del movimiento sindical
Omar Cavero – 26 de abril del 20141
Buenas noches con todos y todas. Antes que nada quisiera agradecer la oportunidad de
poder compartir algunas reflexiones con ustedes a nombre de Emancipación y a pocos
días del primero de mayo, día que conmemora la lucha de los trabajadores en el mundo.
También aprovecho para saludar al compañero Abel Montoya, Secretario general del
sindicato de Topitop, y a Giancarlos Cornejo, secretario general del sindicato de Ripley. La
presencia de ambos esta noche es muy valiosa para nosotros y su testimonio como
representantes de sindicatos jóvenes que se han abierto paso en medio de un mar de
obstáculos, es clave para reimpulsar el movimiento sindical y motivar a trabajadores no
sindicalizados, sobre todo jóvenes, a organizarse.
Quiero extender, asimismo, un saludo a Julio Gamero, quien nos ha permitido apreciar
aspectos importantes del debate económico en relación a las instituciones laborales y a la
situación actual de los trabajadores. La pelea en el plano de las ideas, como señaló de
forma acertada en su presentación, es fundamental, pues de las ideas se desprenden
políticas específicas, que tienen consecuencias reales y palpables en nuestras vidas.
En esta ocasión quiero desarrollar cuatro aspectos que considero centrales para situar las
experiencias que comparten hoy con nosotros los compañeros aquí presentes. Son cuatro
ideas que conjugan verdades bastante simples. En sentido estricto, no espero decir algo
nuevo, algo que no vivamos y nos resulte extraño o sofisticado. Pero la simpleza de estas
verdades no impide que las tareas que de ellas se derivan sean altamente complejas, e
igualmente necesarias y urgentes. Comienzo, entonces.
1. Grados altos de explotación, ingresos bajos y normativa que desprotege al
trabajador. Fotografía breve de la situación actual de los trabajadores2
Hay una idea que no deja de ser enunciada, que se encuentra cuando abrimos el periódico,
que la escuchamos al prender la radio, que un periodista henchido de entusiasmo nos
proclamará cada que encendamos la televisión y que casi ningún político de los que tienen
1 Esta es una adaptación ampliada de la ponencia presentada por el autor en el evento: “¿Qué significa ser
joven y sindicalista en el Perú de hoy? La lucha sindical de los trabajadores y los retos de nuestra época”,
organizado por Emancipación, Escuela permanente de estudios de la realidad peruana. (blog:
www.escuelapermanente.blogspot.com). El autor es sociólogo e integrante de Emancipación. Correo:
[email protected] 2 De aquí en adelante se ha utilizado como fuente de los datos citados las estadísticas generadas por el INEI a
partir de las cuentas nacionales –usando como año base 1994- y diversas encuestas, como la ENAHO y la
Encuesta permanente de empleo. También se ha utilizado información generada por el MTPE.
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hoy acceso a los poderes del Estado se atreve a cuestionar, acaso porque crea
fervientemente en ella o por temor. Esa idea es que hoy el Perú está en su mejor momento.
El principal indicador citado para sostener tal conclusión es el crecimiento económico; en
concreto: el aumento progresivo del Producto Bruto Interno (PBI).
Sin embargo, la información que no se da, y que es tan real como ese crecimiento del
producto, es que aquel aumento de la producción agregada no beneficia a los productores
directos -los trabajadores-, pues se sostiene en altos grados de explotación, en ingresos
laborales bajos, en condiciones precarias de empleo y en inestabilidad laboral.
Excedente de explotación creciente
Si actualmente dividimos todo el producto generado en la economía peruana entre
remuneraciones, utilidades empresariales y recaudación tributaria, encontramos algo que
se nos dice muy poco: comparativamente, la enorme mayoría de ese producto es apropiada como
utilidades privadas. Ni los que producen ese PBI –los trabajadores-, ni el Estado, se quedan
con la mayor parte.
Según las cuentas nacionales calculadas por el INEI, la tendencia que tenemos de 1991 en
adelante es a intensificar esa apropiación proporcional. De todo el PBI, en el año 1991 cerca
del 30% correspondía a remuneraciones. Bajo. Pero para el año 2011 eso es más bajo aún:
22%. El excedente de explotación -que es la forma en que se mide la participación de las
utilidades empresariales en el producto- ha aumentado, como es lógico, simétricamente.
De estar cercano al 50% el año 1991, pasa a estar en el año 2011 cerca al 66%3.
La recaudación tributaria en ese periodo pasó solo del 8.9% al 9.9%. Casi no crece la
participación de la recaudación, la de las remuneraciones desciende y crece en dieciséis
puntos el excedente de explotación. En términos de la distribución funcional de ingreso,
así es nuestro patrón de crecimiento.
Se puede concluir, entonces, que el crecimiento ha beneficiado más a los dueños de capital
que a los trabajadores. En palabras sencillas: imagine que usted produce en un día 100
soles. Visto de forma simplificada, al final del día vendrá alguien que por reclamar ser
dueño de sus instrumentos, sus insumos y del proceso mismo de producción, le quitará 66
soles, y en los últimos veinticuatro años le ha venido quitando cada vez más.
3 Cabe anotar que este porcentaje incluye el ingreso de los trabajadores independientes, que el INEI erróneamente
considera como excedente de explotación por no ser considerado como remuneraciones, a pesar de que no haya
propiamente explotación de trabajo ajeno. Sin embargo, la tendencia al crecimiento de ese excedente es claro que está
relacionada al crecimiento de los sectores económicos de mayor productividad, donde el porcentaje de asalariados es
mayor, es mayor la cantidad de empresas grandes y el trabajo independiente es bajo. Me refiero a sectores como minería,
petróleo, energía, electricidad, agua, servicios financieros, telecomunicaciones, industria y construcción.
3
Ingresos bajos y poca recuperación en medio del boom económico
Lo anterior se relaciona con la poca recuperación de los salarios privados y los sueldos
públicos: del 2000 en adelante prácticamente no aumentan. Mientras tanto, el PBI ha tenido en ese
periodo un crecimiento constante. En términos de ingresos reales la tendencia es similar: en
general no crecen desde 1990, y su nivel es incluso inferior al que tenían en 1980. Así lo
muestra un estudio de los investigadores de la PUCP Waldo Mendoza, Janette Leyva y
Luis Flor, del año 2011, donde usan datos del INEI.
Hoy, si usamos datos del 2009, el ingreso real promedio de un obrero en Lima, por
ejemplo, es 203.5% menor que el que tenía el año 1980. Eso quiere decir que un obrero hoy,
a pesar del boom económico, el milagro peruano y el éxito de Marca Perú, puede consumir
tres veces menos que en 1980, y 6.4% menos que en 1994.
Permítanme agregar un comentario. Acá es difícil echarle toda la culpa de esos ingresos
bajos a la crisis económica de la década de 1980. Dos razones. Uno: el deterioro del ingreso
viene de antes, ya que en 1973 estalla un primer ciclo de crisis, así que un ingreso real tan
bajo en comparación a 1980 es algo de por sí grave. Dos: porque si la economía peruana se
había estabilizado ya en 1994, nada justifica que el ingreso, a pesar del crecimiento
económico, se haya seguido deteriorando y no tenga perspectivas claras de mejora en la
actualidad.
Sigamos. Si vemos no sólo el ingreso de los obreros, sino de los trabajadores limeños en
general, encontramos que actualmente el ingreso real promedio es de 1419.8 soles. Como
todo promedio, oculta los extremos. Por ejemplo, oculta la situación de los trabajadores
más jóvenes. Hoy el ingreso promedio de un trabajador de entre 14 y 24 años es de 887.3
soles, 532.5 soles menos que el promedio4.
Pero un momento, que los datos no nos abrumen, Hagamos las preguntas del sentido
común. ¿Se puede vivir bien con 1420 soles en Lima?, ¿con 887 soles?, ¿acaso sí con la
Remuneración Mínima Vital –conocida como sueldo mínimo-, de 750 soles?
Si fuéramos jefes de familia y los únicos que aportamos ingresos en un hogar peruano
promedio, de cuatro miembros, en Lima, tendríamos que tener un ingreso de 1392 soles o
más para no ser considerados pobres por el INEI5.
Ni el sueldo mínimo, ni el ingreso promedio de alguien joven, ni el de alguien con solo
secundaria (1085.7), ni incluso el de alguien con formación superior no universitaria
(1376.5) alcanzaría.
4 Son datos calculados por el INEI para el tercer trimestre del 2013.
5 Esa es la línea de pobreza calculada para el año 2011 y para un hogar de cuatro miembros en Lima.
4
Condiciones precarias de trabajo
Veamos ahora las condiciones en que trabajamos. En el Perú, según datos de la Encuesta
Nacional de Hogares (ENAHO) del 2011, 55.1% de la Población Económicamente Activa
(PEA) está adecuadamente empleada y 44.9% está subempleada. Aproximadamente, solo
cerca de 1 de cada 2 trabajadores estamos adecuadamente empleados.
El subempleo puede ser por ingreso o por horas; es decir, se gana menos de un ingreso
mínimo referencial o se trabaja menos horas de las que se quisiera. El subempleo del Perú
es mayoritariamente (89%) por ingreso. Como se aprecia, la relación con lo que
mencionábamos antes sobre el ingreso real es directa.
Por otro lado, sabemos que estar en planilla, según la normatividad vigente, debería
significar poder acceder a un seguro de salud, estar afiliado a un sistema de pensiones y
trabajar la jornada normal de ocho horas.
Pues bien, están en planilla solo el 21.4% de la PEA. De 10 trabajadores, solo 2. Trabaja sin
planilla el otro 78.6%. Aquello implica que la mayoría, casi 8 de 10, no tiene ningún tipo de
estabilidad laboral ni accede a los más importantes derechos laborales.
Por supuesto, los datos anteriores excluyen a los empleadores, que son alrededor del 5% y
al analizarse se debe también considerar que una porción grande de la PEA es
independiente: 34.8% no son trabajadores que dependan de un empleador. Aquello, dicho
sea de paso, puede ser visto como un indicador de precariedad del mercado de trabajo. Es
gente que se “inventó” su empleo, por ponerlo en términos coloquiales, ante la falta de
puestos de trabajo disponibles y de calidad.
El panorama de precariedad es similar si nos preguntamos por la extensión de la jornada
de trabajo. Los datos nos dicen que más de la mitad de los peruanos trabajadores
soportamos jornadas de más de 50 horas semanales. En concreto, en esa condición estamos
el 58.4%, según calcula el INEI para el último trimestre del 2013. Si trabajáramos ocho
horas de lunes a sábado y descansáramos domingo, el total semanal debería ser 48 horas.
Incluso, un 21.9% trabaja más de 61 horas, lo que incluye casos de personas que trabajan
más de 81 horas (6% de la PEA).
Hagamos un división simple: 61 entre 6 nos da 10.1 horas diarias, 81 entre 6, 13.5 horas.
Agreguemos el domingo y no cambia mucho el panorama. Si a eso sumamos tiempos de
transporte al centro de trabajo, que a veces van de entre una a dos horas de ida y otra
cantidad similar de vuelta, y en el caso de mujeres trabajadoras la labor doméstica que se
realiza o en las noches o en la madrugada, concluimos que la jornada de ocho horas es uno de
los derechos más trasgredidos en el Perú de hoy y que la mayoría de peruanos antes que vivir del
trabajo, vivimos para trabajar.
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Finalmente, consideremos la cuestión de la estabilidad laboral y el marco legal asociado a
su casi total ausencia en el Perú. Del total de asalariados privados, el 73.2% trabaja bajo
contratos de plazo fijo; es decir, tiene contratos de seis, tres, dos o hasta de un mes de
duración. No tiene, pues, estabilidad. Solo el 26.8% tiene contratos de plazo indefinido. El
2005 se tenía 70.1% y 29.9%, respectivamente, y en 1970 cerca del 90% eran estables6. La
conclusión es evidente: la estabilidad laboral es otro de los derechos más pisoteados en la
actualidad. Es casi un lujo.
Por supuesto, siempre se podrá decir que los contratos a plazo fijo son necesarios cuando
se necesita trabajadores por temporadas cortas, pero, ¿es esa la situación de casi las tres
cuartas partes de todos los asalariados privados? No. Y la mejor prueba de eso es que se
tiene trabajadores por varios años con contratos a plazo fijo permanentemente renovados.
¿Quién se favorece? Solo la empresa. Puede deshacerse rápido de un trabajador y
presionarlo siempre con la amenaza de la no renovación. ¿Quién se perjudica? El
trabajador. Se ve reducido a mercancía transable que se puede rápidamente dejar de
alquilar. ¿Es esto legal? Sí. Queda entonces claro que hay una legislación que favorece al
empleador y desprotege al trabajador. Es la realidad de ese eufemismo famoso, llamado
flexibilidad laboral.
Lo que expongo aquí no es novedad, pero si acaso cabía el argumento de que todo era
cuestión de percepciones, las cifras nos confirman, de manera objetiva, que en el Perú del
2014, del “boom” económico, ese producto que crece, que lo producen los trabajadores, no
se refleja en beneficios concretos para los productores. Es un crecimiento de explotación
intensa, de jornadas largas, de precariedad laboral, de ingresos bajos y de una persistente
marginalidad económica, tema que comentaré más adelante.
2. Difícilmente podríamos esperar otra cosa en una economía capitalista: el capital
siempre crece a costa de los trabajadores
La situación de los trabajadores, que he comentado extensamente, es parte de una realidad
económica históricamente concreta, de un modo de producción, de un sistema particular.
Este sistema económico no ha sido el único en la historia, no se ha dado en todas las
culturas y no tendríamos por qué tomarlo como simplemente algo natural, como “la
economía”, como si se tratara de un hecho frente al que cabría solo la resignación. Me
refiero a la economía capitalista.
6 He tomado como referencias los datos del MTPE citados por Julio Gamero en su presentación, donde
argumentó, en una línea similar a la que desarrollo aquí, que el marco normativo vigente facilita la
proliferación de contratos a plazo fijo.
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Al margen de si hemos leído a tales o cuales autores, o si somos o no académicos, analistas
o lo que fuera, o incluso si tenemos alguna postura política o no, todos conocemos muy
bien cómo funciona. Vivimos todo el tiempo bajo su lógica.
Este sistema tiene dos características a mi juicio distintivas7. La primera es que el criterio
rector de la producción es la obtención de ganancias. El dueño de dinero que quiere tener
más dinero al final de un proceso productivo, sin que sea necesario que agregue su propio
trabajo –recordemos la popular frase de la literatura de negocios: “haz que el dinero
trabaje por ti”-, es capitalista; y la lógica económica de ese proceso podemos llamarla
acumulación de capital. En términos sencillos: se produce no para satisfacer necesidades,
sino para vender y lucrar con esa venta.
Lo que se vende debe ser reconocido como útil, sí, pero las necesidades que satisfaga, su
prioridad, su magnitud necesaria, etc., será secundario. El objetivo último es ganar. Si algo
tienen en común todos los empresarios del mundo, aunque tengan lenguas distintas y
sean buenas o malas personas, es que en tanto empresarios siempre querrán que su capital
crezca año a año.
La segunda característica es que los trabajadores, aquellos que convierten el mundo
material, la naturaleza, en bienes y servicios, en productos concretos, entran al proceso de
producción como mercancías. Visto fríamente, así como uno va a un supermercado a
comprar bebidas gaseosas, el empresario compra trabajadores por un determinado
tiempo. Dicho con propiedad: los alquila el tiempo que dura la jornada y pacta ese alquiler
para un periodo que abarque lo establecido en un contrato. El precio es el salario.
En una economía así, entonces, el proceso de trabajo, inherente a la existencia de la especie
humana, que radica en nuestra capacidad de transformar la naturaleza para hacernos de
nuestros medios de vida necesarios, se convierte en un proceso supeditado al lucro de los
propietarios y donde los productores directos, los trabajadores, tomamos la forma de insumos
humanos, tanto como las máquinas, la tierra, el plástico, la madera, etc.
Algo que no debemos olvidar es que solo hay ganancia cuando hay venta de lo producido
y solo hay productos que vender si hubo un trabajo que haya generado eso que se quiere
colocar en el mercado. Consiga usted máquinas de coser, telas de la mejor calidad, papeles
con diseños de prendas de gran estilo, asegure energía eléctrica y una edificación que
contenga todo lo anterior. Déjelo reposar varios meses. Si no hay trabajadores, se tendrá
luego un cuarto empolvado, con telas apolilladas y máquinas con óxido. Solo el trabajo
humano genera valor y puede convertir todo eso en prendas de vestir que puedan ser
vendidas.
7 Como es evidente, de aquí en adelante utilizo categorías y razonamientos desarrollados por Carlos Marx en
el primer tomo de su libro El Capital. Crítica de la economía política. Desde luego, es una lectura personal.
7
Por eso, si la intención última del dueño de capital es que su capital crezca, y la única
forma de que crezca es que absorba trabajo ajeno, entonces buscará maximizar el trabajo
que extrae de los trabajadores y minimizar lo que paga por ellos. Para no sonar ampuloso
con palabras económicas, veámoslo de esta manera: el dueño del capital querrá siempre
exprimir al trabajador al máximo. Si puede hacerlo trabajar más horas, lo hará. Si puede
pagarle menos, lo hará. Si puede despedirlo o amenazarlo con el despido, para hacerlo
trabajar más duro, lo hará.
Aquello siempre será así en tanto el empresario cumpla su rol como tal. Esto va más allá
de cuestiones morales, de si el dueño o los dueños son buenos o malos. Es algo inherente
al funcionamiento del sistema. Y es que sucede que el capital solo tiene sentido si crece, y
si crece constantemente. Un sistema económico basado en la acumulación de capital y
además en la competencia de mercado, incentivará siempre el aumento de la rentabilidad
del capital invertido. En esta economía no solo se busca acumular, sino que el capital no
puede dejar de hacerlo.
Imaginemos que un gran empresario está sentado aquí entre nosotros. Escuchó a los
compañeros trabajadores, al economista Julio Gamero, me escucha a mí ahora y llega a su
casa abrumado por la culpa, tras atravesar las calles como extraviado, con el corazón
latiéndole en el cuello. Al día siguiente, arrepentido, concientizado, decide no buscar
ganar más cada año y conformarse con mantener constantes sus utilidades. A menos que
sea un monopolista (y que no sea parte de una sociedad anónima, pues debería convencer
de su extravagancia a los demás accionistas), lo más probable es que sea rápidamente
barrido por la competencia. Las empresas competidoras buscarán de forma permanente
abaratar costos, cubrir más espacio en el mercado, aumentar sus utilidades, etc. Nuestro
empresario arrepentido será reemplazado por otros, con menos conflictos morales.
A lo que quiero llegar es entonces a lo siguiente: los salarios bajos, la inestabilidad laboral, las
jornadas extensas, el trabajo intenso, etc., son consecuencias directas del sistema económico.
Siempre que el capital tenga campo para crecer, lo hará, sea haciendo crecer la escala de su
producción, encontrando nuevos mercados, tumbándose o absorbiendo la competencia, o,
y es uno de los factores más importantes, reduciendo capital variable: las remuneraciones.
Permítanme un comentario adicional. Existe una interesante discusión que podría
plantearse sobre el carácter del capitalismo en el Perú. Una apreciación clave al respecto es
que formamos parte de ese sistema en condición de economía marginal.
Aquello es evidente al atender a nuestra estructura económica, que es heterogénea: bajo
trabajo asalariado, sectores de productividad alta emplean poca gente, priman las micro-
empresas, el subempleo abarca a la mitad de la población, se articulan relaciones de
producción semi-serviles, familiares, comunitarias y neo-esclavistas a la acumulación del
capital, etc.
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Sin embargo, constatar aquella marginalidad económica no nos debe llevar a creer que
acercarnos al funcionamiento de las economías desarrolladas (alto empleo asalariado,
mayor productividad, etc.), sea per se un avance. La única manera de evaluar qué tanto
una transformación económica en aquella dirección es un avance o no implica entender las
características inherentes al sistema.
Superar rasgos marginales y, por ejemplo, aumentar el trabajo asalariado o la cantidad de
empresas grandes en relación a las medianas y pequeñas, podría llevar en el corto plazo a
mejorar el ingreso de los trabajadores. Eso es cierto. Pero el antagonismo básico entre
capital y trabajo seguiría, por lo que si bien se habría ganado condiciones para resistir al
hambre de lucro –pues es muy difícil legislar y organizar en la llamada “informalidad”-,
estas condiciones solo serán realmente una mejora si los trabajadores se organizan,
resisten, conquistan derechos, se mantienen fuertes y avanzan hacia la superación del
sistema mismo.
Lo confirma la evidencia histórica. Cuando el movimiento de los trabajadores baja la
guardia, los derechos conquistados se pierden, los ingresos caen, la jornada crece, etc. Es
esa la naturaleza del capitalismo. Pero dejemos ahí esa discusión por el momento.
3. Momento actual del Perú: dominación neoliberal. No solo ideas sino estructura
de poder.
En el Perú de hoy, la forma en que el Estado gestiona el capitalismo o, dicho de otro modo,
el régimen de política económica que rige, tiene como criterios de acción y de valoración
las ideas neoliberales.
Estas ideas se expresan como agenda política en tanto delimitan prioridades desde las que
se decide hacer una cosa y no otra: sacar un decreto legislativo con cierto contenido o con
otro, o no sacarlo, promover un tratado o no promoverlo, subir sueldos públicos o no, etc.
Un ordenamiento de prioridades
De 1990 en adelante, la prioridad última de los gobiernos se reduce a dos puntos: promover
inversiones privadas y procurar estabilidad económica y política. No importa cuáles fueran los
planes de gobierno de los candidatos presidenciales antes de ganar. De hecho, todos ellos
prometieron cambios, pero ya en el poder siguieron el coro: inversiones y estabilidad.
Por supuesto, no estoy diciendo que solo se haya hecho eso, pero sí quiero enfatizar en que
la diversidad de medidas, reformas, acciones o inacciones de estos gobiernos, han partido
de un ordenamiento de prioridades que se ha subordinado a aquellos dos pilares, a
aquellas dos prioridades sagradas.
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En el plano de las ideas la lógica detrás de estas prioridades de política económica tiene
asidero en una combinación entre teoría neoclásica y liberalismo, que podemos denominar
neoliberalismo.
A modo de resumen, desde aquella ideología –lo es en tanto sistema de ideas para
entender y evaluar el mundo-, la realidad social es vista como un cúmulo de individuos,
donde todos cuentan con alguna cantidad de recursos que quieren transar y que están
relacionados entre sí a través del mercado en calidad de ofertantes o demandantes.
Como –desde esta visión- nuestra única forma de lograr bienestar es siguiendo nuestra
voluntad individual, y ésta se expresa en nuestras decisiones como agentes económicos en
un mercado, liberar al máximo el mercado y promover la mayor cantidad de inversiones
significará un bienestar lo más alto posible para todos. Formalmente todos somos libres,
propietarios e iguales.
Estado pequeño y garante del libre mercado
Por eso, en la práctica, el neoliberalismo planteará que el Estado debe reducirse solo a ser
un garante del mercado. No debe intervenir. En lo laboral, las posiciones más radicales
plantearían, por ejemplo, que no haya legislación laboral ni que se permita la formación de
sindicatos, pues serían distorsiones del mercado que harían que los empresarios enfrenten
sobrecostos que los hagan menos competitivos. Recuerdo haberle escuchado a Enrique
Ghersi decir: “no hay mejor sindicato que el que no existe”.
Desde esta lógica, entonces, si no dejan de llegar las inversiones o si las que están acá no se
sienten cómodas, se pondría en riesgo el bienestar de todos, pues esas inversiones son las
que darían dinamismo al mercado y haría crecer la riqueza total. Por supuesto, en esta
visión no hay excedente de explotación y la desigualdad es justificada so pretexto de
contar con incentivos para la eficiencia. Ellos no ven que la riqueza la producen los
trabajadores y creen que los problemas que vimos al inicio se resuelven con más inversión.
Para esta ideología, si el Estado gasta mucho puede generar inflación, ésta generará
inestabilidad y la inestabilidad hará que los capitales se alejen o no reinviertan. Si el
Estado actúa de forma que no le gusta al empresariado, rápidamente deberá dar medidas
para recuperar la confianza. De no hacerlo se irán, y el crecimiento se detendrá. Si hay un
conflicto social, el Estado deberá poner orden lo antes posible y no cambiar la
institucionalidad (de ninguna manera cancelar una concesión minera, por ejemplo), pues
si no sigue esta pauta daría señales que no le gustarán al empresariado.
Resultado de una aplicación estricta de estos principios: Estado pequeño, gasto público
bajo, instituciones a la medida de los empresarios, mano dura con las protestas, una
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democracia tutelada por los intereses del capital, gobiernos cuyo arte consistirá en atraer
inversiones y mantener contentos a sus propietarios, etc. En conclusión: Perú.
¿Plan de desarrollo nacional que nos lleve a depender menos de la extracción de minerales
y sus precios internacionales?, ¿incentivos a sectores específicos de baja productividad?,
¿legislación laboral que proteja al trabajador?, ¿gobiernos que siguen el mandato popular?,
¿una estabilidad que estabilice instituciones más justas?, ¿democracia? No. Eso distorsiona
el mercado y salvo el mercado todo es ilusión.
Una estructura de poder particular
Pero, ¿por qué habría que seguir estas ideas? Finalmente cada quien es libre de creer lo
que desee, ¿verdad?
El quid del asunto está en que tales ideas son perfectamente funcionales a los sectores más
fuertes de la sociedad y los que están mejor organizados. Que estas ideas primen en la
agenda pública y en la legislación, solo lo explica el que haya una estructura de poder en
donde los sectores que ganan con ellas sean los dominantes, con amplio margen de
maniobra, y que los que no se benefician con estos planteamientos, tengan poca capacidad
de presión.
En esa estructura de poder se ubican en la cúspide los representantes orgánicos del gran
capital: en primer orden de importancia estará el capital extranjero y en seguida el capital
nacional. ¿En qué radica su poder hoy? Básicamente en cuatro cosas, interrelacionadas:
a) tienen un orden jurídico que les favorece ampliamente y que convierte en ley y en
“Estado de derecho”, en “instituciones que fortalecer”, sus intereses particulares;
b) están fuertemente organizados en gremios empresariales y a través de organismos
externos de orden transnacional;
c) manejan una extensa red de poder que atraviesa medios de comunicación, partidos
políticos, universidades y burocracia estatal; y
d) cuentan con el poder del dinero: hacen dependiente al Estado de su éxito
económico vía tributación, pueden comprar funcionarios y candidatos, financian
campañas políticas, compran medios de comunicación, contratan los mejores
estudios de abogados y las mejores consultoras de comunicaciones, etc.
Ahí están los decretos legislativos dados por Fujimori en el marco del ajuste estructural, y
la Constitución de 1993, hecha bajo la farsa de un Congreso Constituyente Democrático
convocado con organismos electorales controlados y manejado con una amplia red de
corrupción en la sombra, con dirección política desde el Ejecutivo.
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Están también las diversas formas que han tomado las instituciones del Estado, tanto a
nivel reglamentario como en su diseño organizativo. Se aprecia con claridad en la
legislación ambiental, que si bien no existía antes, se planteó de forma tal que la
promoción de inversiones no se viera afectada y la fiscalización ambiental real sea
prácticamente inexistente, donde, por ejemplo el Ministerio de Energía y Minas, promotor
de esas inversiones, es quien también las fiscaliza, haciendo las veces de juez y parte.
Mencionemos también los contratos ley con inversiones extranjeras, los beneficios
tributarios otorgados a empresas en ciertas ramas, los tratados de libre comercio firmados
con furor y con escasa intención de negociación real, etc.
Nótese que en esta enumeración, muy pequeña, menciono elementos que atraviesan los
gobiernos de Fujimori, Toledo, García y Humala. La caída de la dictadura parece no haber
sido muy relevante. El entramado institucional y la estructura de poder edificadas durante
ese periodo, permanecen durante estos tiempos de democracia formal.
Observemos también la inmensa fuerza que tienen gremios empresariales como la
CONFIEP, la SNMPE, ADEX, la SNI, las Cámaras de comercio de Lima y de las regiones,
etc., y también atendamos a sus redes de poder. Éstas atraviesan:
- medios de comunicación: ¿cuántos medios dan espacio a posiciones críticas al
régimen económico actual?
- universidades: ¿cuántas universidades de calidad desarrollan pensamiento crítico?,
¿cuántas facultades de economía cuestionan la teoría neoclásica con seriedad?
- partidos políticos: ¿cuántos de los que están en el poder del Estado sea en el
oficialismo o la oposición, son críticos o presentan alternativas al régimen
económico actual?
- burocracia: ¿cuántos funcionarios de alto nivel en los ministerios piensan distinto?,
¿cuántos de los que han tenido una opinión discordante subsisten en el cargo?,
¿cuántos transitan entre el Estado y empresas privadas que tratan con el Estado,
como si se cruzaran una “puerta giratoria”, como apunta Francisco Durand?
Y a nivel externo están los de siempre, ya conocidos: organismos financieros como el FMI,
el BM, la OMC, el BID, etc., calificadoras de riesgo (que le ponen nota a los países sobre
qué tanto satisfacen al inversionista), foros económicos (donde los presidentes van a rendir
cuentas a los inversionistas del mundo y a prometerles beneficios para que pongan
negocios en sus economías), etc.
Debilidad organizativa, fragmentación y poca conciencia política
Bueno, eso es “arriba”, por decirlo de forma sencilla. ¿Y “abajo”?
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Atención a algo: nada nos debería llevar a pensar que todos debemos estar de acuerdo o
que debamos ser críticos al sistema y al régimen económico de forma automática. Está
bien, varios pueden estar de acuerdo con la situación actual o sentirse de derecha. No hay
problema con eso. Pero preguntémonos, ¿y si estuviéramos en contra y quisiéramos
cambios?, ¿qué posibilidades de expresar nuestra voluntad tenemos?, ¿qué probabilidad
de que el Estado nos escuche?, ¿qué capacidad tenemos de evitar que nos expropien
nuestras tierras y nos expulsen a la fuerza porque debajo hay minerales, o de lograr que
nos aumenten el sueldo y nos paguen las horas extra que nos corresponden?
Ahí se evidencia la estructura de poder: no estamos suficientemente organizados, ni
siquiera como para resistir con éxito y mucho menos como para proponer y sacar adelante
cambios políticos de trascendencia.
Por supuesto, hay gremios con cierta fuerza como el magisterial y el de salud, y también
algunas organizaciones con capacidad de paralización y movilización de gente, como las
rondas campesinas, algunas comunidades, organizaciones indígenas amazónicas, etc. Pero
estamos lejos de contar con movimientos sociales nacionales, con cierta articulación entre
sí y con una agenda que sobrepase las demandas inmediatas o sectoriales. Asimismo, las
posibilidades de representación partidaria son escasas, dada la debilidad y el extravío
crónico de la izquierda política y la traición del partido nacionalista. A eso sumemos el
apoliticismo extendido y el éxito que tiene la ideología del emprendedor “chambero” que
no reclama y que trabaja largas jornadas.
¿Ustedes creen que un presidente se atrevería así nomás a violar sus promesas electorales
y virar con descaro en dirección política contraria a la que enarboló en campaña, si hubiera
una población organizada capaz de paralizarle el país y sacarlo, o de exigirle que cumpla
determinadas políticas?
Lo que nos debe quedar claro es que si esa estructura de poder no es alterada, si no
construimos poder mediante la organización y la conciencia política, si no enfrentamos la
fragmentación tendiendo puentes entre espacios organizados y si no sabemos dirigir
nuestras demandas también al mediano y largo plazo, seguirán pisando nuestros derechos
y seguiremos creyendo ilusamente que en una democracia el poder de la población radica
solo en votar cada cierta cantidad de años y desaprobar a las autoridades en encuestas de
opinión.
4. Los retos del movimiento sindical. Reforzar lo andado, crecer y crear estrategias
para abordar la marginalidad económica.
El movimiento sindical no escapa a ese diagnóstico. La organización sindical ha sido la
tradicional para agrupar a los trabajadores. Mostró su efectividad y la sigue mostrando.
Permite expresar la fuerza colectiva de los trabajadores, organizar su lucha y crear
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conciencia política y de clase. Pero el sindicalismo está muy golpeado hoy. En proporción
directa a su debilidad crece la precariedad y se vulneran los derechos del trabajador.
Urge pues poner de pie al movimiento sindical. Revitalizarlo, hacerlo fuerte. Eso significa,
entre otras cosas, fortalecer los sindicatos existentes con nuevos afiliados, desarrollar más
y mejores procesos de formación sindical, crear sindicatos nuevos, trazar puentes con otros
gremios y sectores para lograr aliados valiosos, promover la unidad, acercar la lucha
sindical a la población mediante mensajes efectivos que despierten la solidaridad de otros
sectores sociales, etc.
Debemos pensar en las estrategias y las tácticas más adecuadas para afiliar a nuevos
trabajadores, para derrotar el discurso generalizado del emprendedurismo auto flagelante
y egoísta, y enfrentar el apoliticismo de los trabajadores más jóvenes.
Posibilidades y límites objetivos del crecimiento sindical
Ahora bien, como insumo para un diagnóstico que necesariamente debe ser más amplio y
profundo, concédanme realizar esta pregunta: ¿cuánto puede crecer el movimiento
sindical? En el marco de la tarea por fortalecer el sindicalismo, esta pregunta es
fundamental.
Si mantenemos el esquema sindical actual y las leyes que lo amparan, el movimiento
sindical tiene dos límites estructurales objetivos: la condición de asalariado y el tamaño de
la empresa. Solo pueden sindicalizarse bajo ese esquema los asalariados y quienes logran
conformar un grupo de por lo menos veinte trabajadores.
Según datos del 2012, hay 45.4% de trabajadores asalariado en el Perú. De ellos, solo 4.1%
están sindicalizados. La tasa de sindicalización viene cayendo. En el 2002 bordeaba el 7%.
La primera tarea es detener esa caída. Pero debemos notar algo importante: una tasa tan
baja de sindicalización nos pone el techo bien alto para crecer. Estamos muy lejos de haber
conformado sindicatos en todos los espacios donde éstos puedan ser formados. Tenemos
mucho por avanzar.
Sin embargo, en paralelo a este trabajo de sindicalización de los asalariados, el movimiento
sindical y quienes aportamos a su lucha, estamos obligados a pensar en cómo organizar a
los trabajadores incluso de formas que sean distintas al esquema sindical clásico. Así nos
lo impone el carácter marginal de nuestra economía.
Los datos son claros. Ya habíamos adelantado que menos de la mitad de los trabajadores
son asalariados. Pero es menor la cantidad de asalariados en una empresa donde hay
trabajadores suficientes para formar un sindicato. Por ejemplo, tomando la PEA total, en
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empresas de más de 11 trabajadores labora solo el 27.3% de la PEA, sean asalariados o no.
Ello sugiere que una proporción menor a ese porcentaje es “sindicalizable”.
En el Perú, el 70.9% de trabajadores se emplea en MYPES (empresas de entre 1 y 10
trabajadores), el 34.8% de trabajadores son independientes y 11.6% son trabajadores
familiares no remunerados. Ahí la forma sindical clásica puede no tener éxito.
¿Qué hacer?, ¿no son acaso trabajadores?, ¿no son acaso explotados de forma indirecta por
el capital en tanto la lógica de la acumulación capitalista los relega a los bordes de la
economía y los integra como consumidores y abaratadores de procesos de poca
calificación?, ¿la marginalidad no es acaso efecto de una economía supeditada a una
acumulación capitalista interesada en concentrarse solo en sectores de alta productividad,
impidiendo el crecimiento del mercado interno y el desarrollo de los sectores de
productividad baja?
Esa realidad nos exige creatividad, diagnósticos claros, estrategia, pero siempre mucha
decisión y un norte claro: debemos partir de la convicción de que la organización de los
trabajadores es fundamental para una transformación social, en tanto todo lo producido, y
por lo tanto también lo que buscarán apropiarse los explotadores, ha sido generado con el
trabajo.
5. Palabras finales
Con estas cuatro ideas plantearé algunas palabras finales. Ya habrán podido notar que
estas ideas simples entrañan tareas altamente complejas.
El momento actual, de mayor crecimiento del producto –aunque frágil, pues depende en
buena parte de precios internacionales de materias primas- es un momento difícil para el
movimiento sindical y para los trabajadores en general, aunque presenta también
oportunidades.
Frente al fantasma de la inflación y del terrorismo de la década de 1980, la estabilidad
relativa de hoy, a pesar de los ingresos bajos y todo lo mencionado, se presenta como un
logro, un avance, pero oculta el grado de altísima explotación a que estamos sometidos los
trabajadores. Sin embargo, el discurso del crecimiento y el autobombo empresarial pueden
ser aprovechados para hacer evidente su contraste con la realidad cotidiana del trabajador
y con ello mostrar que el patrón actual de crecimiento no favorece a la mayoría de
peruanos y peruanas.
No puede admitirse que quienes producen la riqueza no puedan beneficiarse de ella, que
los trabajadores, que sacamos adelante al país, estemos relegados a situaciones de
precariedad o subsistencia. Eso no puede ser considerado simplemente como “normal” y
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mucho menos como justo, porque es algo construido socialmente y por lo tanto susceptible
de ser transformado socialmente.
Y para lograr una transformación es preciso organizarnos. Está en juego no solo nuestra
calidad de vida actual, sino la posibilidad de que nuestros hijos vivan dignamente.
Trabajemos duro por fortalecer las organizaciones existentes, por hacerlas crecer, por
despertar conciencia de clase en nuevos trabajadores y formar nuevos sindicatos, por tener
bases activas que vitalicen el movimiento, por tener éxito en las estrategias orientadas a
tener condiciones propicias para avanzar en la tarea titánica de superar las causas sociales
de la explotación y la miseria.
No podemos darnos el lujo de descansar un solo segundo. Y es que estaremos trabajando
no para que algunos se enriquezcan, sino para vivir bien nosotros y nuestras familias, y lo
haremos con la seguridad de que es posible ganar en la contienda, pues en los trabajadores
radica la fuerza social que mantiene viva la economía, que la produce. No pueden
dejarnos de lado.
Pero para ello debemos ser fuertes. Ahora nos pisan. Ahora se aprovechan. Ahora abusan.
Sí. Pero eso se tiene que terminar, porque hemos decidido no permitirlo más. Nos podrán
quitar nuestros derechos en el papel, pero nunca nuestro derecho a luchar con valentía por
vivir con dignidad. Acá hemos escuchado el testimonio valioso de los compañeros de
Ripley y de Topitop, que nos han contado cómo tuvieron que enfrentar el miedo y las
diversas formas de hostigamiento de la empresa, para poder contar con un sindicato, y
también hemos escuchado cómo han logrado ya varios avances importantes desde
entonces. Eso nos permite creer con fervor en que es posible avanzar en esta lucha,
compañeros, y no solo que es posible ganar, sino que es urgente y necesario.
Muchas gracias y buenas noches.