Verne, Julio - El camino de Francia Tomo I

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EL CAMINO DE FRANCIA JULIO VERNE PRIMERA PARTE

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Julio Verne

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    J U L I O V E R N E

    P R I M E R A P A R T E

    Diego Ruiz

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    I

    Yo me llamo Natalis Delpierre. He nacido en1761 en Grattepanche, una aldea en la Picarda. Mipadre era labrador, y trabajaba en las tierras delmarqus de Estrelle. Mi madre lo ayudaba en

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    cuanto poda, y mis hermanas y yo hacamos lo quemi madre. Mi padre no posea ninguna clase debienes de fortuna; y era tan desdichado en esto, queno deba tener jams nada propio. Al mismo tiempoque cultivador era chantre en la Iglesia del pueblo;chantre de los llamados "confiteor ", pues tena unafuerte y hermosa voz, que se oa desde el pequeocementerio contiguo a la iglesia. hubiera, pues,podido ser cura, lo que llamamos un clrigo de misay olla. Su voz es todo cuanto yo he heredado de l,o poca cosa ms.

    Mi padre y mi madre han trabajado en grande.Los dos han muerto en el mismo ao; en el 79.Dios haya acogido su alma!. De mis dos hermanas,la mayor, llamada Firminia, tena cuarenta y cincoaos por la poca en que han pasado las cosas quevoy a referir; la pequea, Irma, cuarenta; yo, treintay uno.

    Cuando nuestros padres murieron, Firminiaestaba casada con un individuo de Escarbotin,Denoni Fanthomme, simple obrero cerrajero, queno pudo jams llegar a establecerse, aunque erabastante hbil en su oficio. En cuanto a familia, enel 81 tenan ya tres chiquillos, y aun algunos aosms tarde vino un cuarto a unirse a los anteriores.

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    Mi hermana Irma haba permanecido soltera, y siguesindolo. Yo no poda contar, por consiguiente, nicon ella ni con los Fanthomme para que meprotegieran y me prestaran ayuda a fin de crearmeuna posicin. Yo me la he creado solocompletamente, y de este modo, en los ltimos aosde mi vida, he podido servir de algo a mi familia.

    Mi padre muri el primero; m madre seis mesesdespus. Estos dos fallecimientos me causaronmucha pena. Si! As est dispuesto! As lo quieroel destino! Es preciso perder a los que se ama, lomismo que a los que no se ama.

    Sin embargo, tratemos de ser de los que sonamados cuando nos llegue la hora de partir.

    La herencia paternal, despus de pagadas todoslas deudas, no llegaba a ciento cincuenta libras1. Laseconomas de sesenta aos de trabajo! Esta cantidadhubo que repartirla entro mis dos hermanas y yo; esdecir, que tocamos cada uno a dos veces nada, pocoms o menos.

    Yo me encontraba, pues, a los diez y ocho aoscon una cincuentena de francos. No era mucho, en 1 La moneda francesa antigua denominada libra equivale alfranco actual, es decir, a una peseta en moneda espaola (N.del T.)

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    verdad; pero yo era robusto, fuerte, bien hecho,acostumbrado a los trabajos rudos, y adems conuna buena voz. Sin embargo, tena la desgracia deno saber leer ni escribir. No aprend hasta muchodespus, como veris. Pero cuando estas cosas nose comienzan desde temprano, cuesta luego muchotrabajo el llegar a dominarlas. La forma y manera deexpresar las ideas se resiente siempre de la primerafalta, de lo cual dar repetidas pruebas en estarelacin.

    Qu iba a ser de mi? Continuar el oficio de mipadre? Derramar mi sudor sobre las tierras de losotros para recolectar la miseria al cabo de muchosaos de trabajo? Triste perspectiva, que, a la verdad,no es para tentar a nadie. Una circunstancia vino adecidir mi suerte.

    Un primo del marqus de Estrelle, el conde deLinois, lleg inopinadamente un da a Grattepanche.Era oficial del ejrcito, capitn del regimiento de laFre. Haba obtenido licencia por dos meses, yvena a pasarlos en casa de su pariente. Sedispusieron grandes batidas de caza contra el jabal,la zorra y otras piezas mayores. Huboextraordinarios festejos, a los que concurri mucha

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    gente, muchos caballeros y bellas damas, sin contarla seora del Marqus, quo era una guapa Marquesa.

    Pero yo, entra tanta gente, no vea ms que alcapitn Linois. Un oficial muy franco. en susmaneras, y que me hablaba con mucho agrado.Vindole, me haba entrado la aficin de sersoldado. No es esta la mejor carrera que puedeadoptarse cuando es preciso vivir con sus brazos, yque estos brazos estn unidos a un cuerpo slido yrobusto? Por otra porte, teniendo buena conducta,valor, y siendo un poco ayudado por la fortuna, nohay razn para quedarse en medio del camino,aunque se haya emprendido la marcha con el pieizquierdo, al se camina a buen paso.

    Antes del 89, muchos gentes se Imaginaban queun simple soldado, hijo de un artesano o de unaldeano, no poda jams llegar a ser oficial. Esto esun error. Desde luego, con resolucin y un poco depresencia, se llegaba a suboficial, sin gran trabajo.Despus, cuando se haba ejercido este cargodurante diez aos en tiempo de paz, o cinco entiempo de guerra, se hallaba uno en condicionespara alcanzar la charretera. De subteniente sepasaba a teniente; de teniente a capitn. Despus....

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    Alto ah! Estaba prohibido ir ms all. Porsupuesto, que esto era ya muy hermoso.

    El conde Linois haba notado a menudo,durante las batidas de caza, mi vigor y mi agilidad.Sin duda yo no vala lo que un perro en olfato y eninteligencia. Sin embargo, en los das de empeo, nohaba ojeado capaz de adelantarme, y los aventajabaa todos, como si hubiese tenido un instintosobrenatural.

    - T me has parecido un muchacho valiente yslido, - me dijo un da el conde de Linois.

    - S, seor Conde.- Y eres fuerte de brazos?-Levanto trescientas veinte libras.- Sea enhorabuena!Y esto fue todo. Pero el asunto no deba parar

    aqu, como bien pronto vamos a ver.En aquella poca exista en el, ejrcito una

    costumbre muy singular. Ya se sabe cmo sellevaban a cabo los enganches para la profesin desoldado. Todos los aos, los encargados de reunirgente hacan una excursin a travs del territorio, yhacan beber a los mozos ms de lo que era justo.Se firmaba, un papel cuando se saba escribir, o sehaca en l una cruz cuando no se sabia ms que

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    cruzar dos palos uno sobre otro. Esto vala tantocomo la firma. Despus se cobraba un par decientos de libras, que eran bebidas antes queembolsadas, se hacia la mochila, y se iba uno ahacerse romper la cabeza por cuenta del Estado.

    Pero esta manera de proceder no hubiera po-dido convenirme jams, porque, si bien es verdadque yo tena el gusto de servir, no quera, sinembargo, venderme. Me parece que he de serperfectamente comprendido de todos aquellos quetienen alguna dignidad y algn respeto de si. Puesbien: en aquel tiempo, cuando un oficial habaobtenido un permiso o una licencia, deba, segn loprescriban los reglamentos, conducir a su vuelta alregimiento uno o dos reclutas. Los suboficialesestaban tambin sujetos a esta obligacin. El preciodel enganche variaba entonces de veinte aveinticinco libras.

    Yo no ignoraba nada de esto, y tena formadoun proyecto. As fue que, cuando la licencia delconde de Linois lleg a su trmino, me fuidescaradamente a proponerle si me quera tomarcomo recluta.

    - T?.... - me dijo.- Yo, seor Conde.

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    - Qu edad tienes?- Diez y ocho aos.- Y quieres ser soldado?- Si a V. te agrada .....- No es a mi a quien ha de agradar, sino l.- A m si que me agrada.- Ah! vamos! Por la golosina de las veinte

    libras.- No, seor; por el deseo de servir a mi pas,

    pues el hecho de venderme me causa vergenza,tanto, que no tomar las veinte libras.

    - Cmo te llamas?- Natalis Delpierre.- Muy bien, Natalis; eso me gusta.- Y yo estoy encantado de agradaros, mi

    Capitn.- Y si tienes nimos y voluntad para seguirme,

    irs lejos.- Os seguir tambor batiente y con la mente

    encendida.- Te prevengo que voy a dejar el regimiento de

    la Fre para embarcarme. No te repugna el mar?- Absolutamente nada.

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    - Est bien; pues le pasars. Has odo decir queall, muy lejos, se hace la guerra para arrojar a losingleses de Amrica.

    - Qu es eso de Amrica!A decir verdad, yo no haba odo nunca hablar

    de la Amrica.- Un pas del diablo (respondi el capitn de

    Linois); un pas que se bate por conquistar suindependencia. All es donde, desde hace dos aos,el marqus de Lafayette est haciendo hablar de l.Adems, el ao ltimo, el rey Luis XVI haprometido el concurso de sus soldados para ir enayuda de los americanos. El conde de Rochambeauva a partir para dicho punto, con el almiranteGrasso y seis mil hombres. Yo he formado elproyecto de embarcarme con l para elNuevo-Mundo, y s t quieres acompaarme,iremos a libertar la Amrica.

    - Vamos a libertar la Amrica!Y vean Vds. de qu manera tan sencilla, casi sin

    saber una palabra, me enganche en el cuerpoexpedicionario del conde de Rochambeau ydesembarqu en New-Port en 1780.

    All permanec, durante tres aos, lejos deFrancia. Vi al general Washington, un gigante de

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    cinco pies y once pulgadas, con grandes pies,grandes manos, una especie de casaca azul convueltas de piel y una escarapela negra. Vi al marinoPaul Jones a bordo de su navo El Buen Ricardo; vi algeneral Anthony Wayne, a quien llamaban elRabioso; y me bat en varios encuentros, no sin haberhecho la serial de la cruz con mi primer cartucho.Tom parte en la batalla de Yorktown, en Virginia,donde, despus de una resistencia memorable, lordCornwallis se rindi a Washington. Volv, por fin, aFrancia en el 83, y pude volver sin heridas nirasgueos, pero simple soldado como antes. Ququieren Vds!.... No saba leer.

    El conde de Linois haba vuelto con nosotros yquera hacerme enganchar en el regimiento de laFre, donde l iba a recobrar su puesto. Pero yotenla as como una idea de servir en la caballera. Yoamaba los caballos por instinto, y para llegar en lainfantera a la categora de plaza montada, mehubieran sido precisos grado sobre grado.

    Bien s que es tentador el uniforme deInfantera, que favorece mucho, con la coleta, lapeluca empolvada, las alas de pichn y los correajes

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    blancos cruzados sobre el pecho1. Pero ququeris? El caballo es el caballo; y despus demuchas reflexiones, yo me convenc de mi vocacinpara ser jinete.

    Por consiguiente, di las gracias con todo micorazn al conde de Linois, que me recomend a suamigo el coronel de Lstangas, y me alist en elregimiento Real de Picarda.

    Cunto amo a ese hermoso regimiento!. Ruegoque se me perdone si hablo de l con un en-ternecimiento que acaso parezca ridculo. He hechoen l casi toda mi carrera, estimado de mis jefes,cuya proteccin no me ha faltado nunca, y que mehan empujado como con ruedas, segn se dice enmi aldea.

    Por otra parte, algunos aos ms tarde, en el 92,el regimiento de la Fre deba tener una conductatan extraa en lo tocante a sus relaciones con elgeneral austraco Beaulieu, que no tengo motivoalguno para sentir el haber dejado da pertenecer al. Pero no hablemos de esto.

    Vuelvo, pues, al Real de Picarda. No podadarse un regimiento ms hermoso. Al poco tiempo, 1 Tngase en cuenta que habla del uniforme de la infanterafrancesa de fines del siglo pasado. ( N. del T.)

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    haba llegado a ser para mi, como si dijramos, mifamilia. Yo, por mi parte, la he permanecido fielhasta el momento en que ha sido licenciado ydisuelto. All se era feliz. Yo silbaba todos los airesde la charanga y de los organillos, pues he tenidosiempre la mala costumbre de silbar entra dientes;pero me lo pasaban. En fin: bien podiscomprender todo lo que os digo.

    Durante ocho aos, no hice ms que andar deguarnicin en guarnicin. No se present la menorocasin de disparar un solo tiro ante el enemigo.Pero bah! esta experiencia no carece de encantocuando se sabe tomarla por el lado bueno. Y,adems, eso de ver tierras, siempre es una gran cosapara un picardo como yo, que no haba salido de supas.

    Despus de conocer Amrica, era bueno ver enpoco de Francia, entretanto que llegaba el momentode recorrer a grandes pasos las grandes etapas atravs de la Europa. Estabamos en Sarrelouis el ao85, en Augers el 88, el 91 en Josselin, Pontivy,Ploermel y otras poblaciones de Bretaa, con elcoronel Serre de Gras; el 92 en Charleville, con elcoronel Wardner, el coronel de Lostende, el coronelLa Roque, y el 93 con el coronel Le Comte.

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    Pero me olvidaba decir que el 1 de Enero de1791 se haba dado una ley que modificaba laorganizacin del ejrcito. El Real de Picarda fue

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    clasificado como el 23 regimiento de caballera debatalla. Esta organizacin dur hasta 1803. Sinembargo, el regimiento no perdi por eso suantiguo ttulo. Continu siendo el Real de Picarda,aun algunos aos despus, cuando ya no haba reyde Francia.

    Durante el mando del coronel Serre de Gras seme hizo cabo, con gran satisfaccin ma. En tiempodel coronel Wardner se me nombr sargento, locual me produjo mayor satisfaccin todava.

    Yo tenia entonces trece aos de servicio, unacampaa y ninguna herida. No se puede menos deconvenir en que era una buena carrera. No podasubir ms arriba, puesto que, ya lo repito, no sabialeer ni escribir. a pesar de iodo, yo continuabasilbando, y, sin embargo, comprenda qu es pocodecoroso en un suboficial el hacer concurrencia alos mirlos.

    El sargento Natalis Delpierre! Verdaderamente,haba motivo para tener un poquito de vanidad, ypara ponerse en sitio donde todo el mundo pudieraverme. Por esta razn, mi reconocimiento para elcoronel Wardner no tenia lmites, a pesar de que erarudo como el pan de centeno, y que con l erapreciso adivinar las palabras. Aquel da, los soldados

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    de mi compaa hicieron fuego sobre mi mochila, yyo me mand poner en las mangas unos preciososgalones, que no deban subir nunca ms arriba delcodo.

    Nos hallbamos de guarnicin en Charleville,cuando ped y obtuvo una licencia de dos meses,que me fue concedida. Precisamente la historia deesta licencia es la que he procurado recordar .msfielmente. Las razones de esto son las siguientes.Desde que tom el retiro, tenido ocasin repetidasveces de referir mis campaas, durante nuestrasveladas, en la aldea de Grattepanche. Los amigosque me escuchaban me han comprendido casisiempre todo al revs o han entendido tan poco,que bien puede decirse nada. Unas veces, uno decaque yo haba estado a la derecha, cuandoprecisamente me haba encontrado a la izquierda;otras veces, otro comprenda que me haba halladoen la izquierda, siendo as que yo haba dicho a laderecha. Con este motivo se originaban disputas ydiscusiones, que no alcanzaban ni siquiera enopuesta de dos vasos de sidra o de dos cafs. Sobretodo, en lo que menos se entendan era lo que mehaba sucedido durante mi licencia en Alemania. Porconsiguiente, puesto que ya he aprendido a escribir,

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    me encuentro en el caso de tomar la pluma paracontar por escrito la historia de esta licencia.

    Por consiguiente, me he puesto el trabajo.Manos a la obra, a pesar de que cuento hoy setentaaos.

    Pero mi memoria es buena, y cuando dirijo lavista hacia el pasado, veo en l con bastanteclaridad.

    Este relato est, pues, dedicado a mis amigos deGrattepanche, a los Ternisien, a los Bettembos, alos Irondart, a los Poinfefer, a los Quenneben, amuchos otros, y espero que no han de disputar mspor mi causa.

    Digo, pues, que haba obtenido mi licencia el 7de Junio de 1792. Sin duda circulaban entoncesalgunos rumores de guerra con Alemania, pero muyvagos todava.

    Se deca que Europa por ms que aquello no leimportase mucho, no vea con buenos ojos lo quepasaba en Francia. El Rey continuaba an en lasTulleras; haba rey de nombre.; pero el 10 deAgosto se senta ya, y soplaba corno un viento derepblica sobre el pas.

    As que, por prudencia, me pareci muy con-veniente no decir por qu. para qu peda la licencia.

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    En efecto: yo tenia que hacer en Alemania y aunen Prusia; por consiguiente, en caso de guerra, mehubiera encontrado muy impedido para volver a mipuesto, Qu queris? No se puede a un tiempo,repicar y andar en la procesin.

    Por otra porte, aunque mi permiso fuese parados meses, estaba dispuesto a abreviarlo si erapreciso. Sin embargo, yo esperaba todava que lascosas no iran tan de prisa, ni pararan en lo peor.

    Ahora, para concluir con lo que me concierne ycon lo que atae a mi bravo regimiento, ved aqu loque tengo que contaros en pocas palabras.

    Desde luego se ver en qu, circunstancias co-menc a aprender a leer y despus a escribir, lo cualdeba ponerme en condiciones hasta para llegar aser oficial, general, mariscal de Francia, conde,duque, prncipe, lo mismo que un Ney, un Davouto un Marat, durante las guerras del Imperio. Enrealidad no llegu a pasar del grado de capitn, locual no deja de ser muy hermoso para el hijo de unaldeano, aldeano tambin.

    En cuanto al Real de Picarda, me bastarnalgunas lneas solamente para acabar su historia.

    Como he dicho antes, haba tenido en 1793 adel. Le Comte por coronel; y en aquel ao fue

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    cuando, a consecuencia del decreto de 21 deFebrero, de regimiento que era qued convertido enmedia brigada. Hizo entonces las campaas delejrcito del Norte y del ejrcito de Lumbre-y-Mosa,hasta 1797. Se distingui en los combates de Lin-celles y de Courtray, donde yo fui hecho teniente.

    Ms adelante, despus de haber permanecido enPars desde 1797 a 1800, form parte del ejrcito deItalia, y se cubri de gloria en Marengo,envolviendo a seis batallones de granaderosaustracos, que rindieron las armas, despus de laderrota de un regimiento hngaro. En esta batallafu herido de un balazo en una cadera, de lo cual nome quej, pues aquello me vali ser nombradocapitn. Por ltimo . el regimiento Real de Picardiafue licenciado en 1803, y yo entr en los dragones,en los cuales hice todas las guerras del Imperio,tomando mi retiro en 1815.

    De ahora en adelante, cuando hable de mi, sernicamente para contar lo que he visto o he hechodurante mi licencia en Alemania; pero que no seolvide ni un instante que yo soy muy pocoinstruido. No tengo tampoco en alto grado el artede decir las cosas: lo que voy a referir no es ms queimpresiones, sobre las cuales no trato de razonar. Y,

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    sobre todo, si en esta sencilla relacin se meescapan expresiones o modismos picardos, esperoque me los excusaris, porque lo no podra hablarde otra manera. Ir de prisa. de prisa, y adems nome meter en camisa de once varas, ni pondr losdos pies en un zapato. Lo dir todo, sin embargo; ypuesto que os pido permiso para expresarme sinreserva, espero que me responderis: Con libertadcompleta, caballero.

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    En aquella poca, segn yo he aprendidodespus en los libros, Alemania estaba todavadividida en diez Crculos. ms tarde, nuevas varia-ciones establecieron la Confederacin del Rhin,hacia 1806, bajo el protectorado de Napolen; ydespus, en 1815, la Confederacin Germnica.Dos de estos Crculos, que comprenda loselectorados de Sajonia y de Brandeburgo, llevabaentonces el nombre de Crculo de la Alta Sajonia.

    Este electorado de Brandeburgo deba llegar aser ms tarde una de las provincias de Prusia, ydividirse en dos distritos: el distrito deBrandeburgo, propiamente dicho, y el distrito dePostdam.

    Digo todo esto, a fin de que se sepa bien dndese encuentra la pequea ciudad de Belzingen,

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    situada en el distrito de Postdam, hacia la partesudoeste, a algunas leguas de la frontera.

    A esta frontera fue adonde llegu el 16 de Junio,despus de haber recorrido las ciento cincuentaleguas que la separan de Francia. Si haba empleadonueve das en recorrer este tramo, era porque lascomunicaciones no eran muy fciles.. Yo habagastado ms tachuelas de mis zapatos, queherraduras o ruedas de carruajes, de carretas pormejor decir1. Adems, ya no me paraba a empollarhuevos, como dicen los picardos. No posea msque las ruines economas de m paga, y quera gastarlo menos posible. Muy felizmente, durante eltiempo que estuve de guarnicin en la frontera,haba podido aprender algunas palabras en alemn,que an retena, lo cual me sirvi para ayudarmemucho en mi difcil situacin. Sin embargo, hubierasido muy difcil el ocultar que yo era francs, por locual durante mi viaje se. me lanzaron al pasar msde una mirada de reojo. Ya se comprender, que yome guardaba muy bien de decir que era el sargentoNatalis Delpierre. No podr menos de aprobarse mi 1 Se trata de las leguas francesas antiguas, que tenan 4.000varas solamente, mientras que la espaola tiene 6666 2/3.(N. del T.)

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    conducta prudente en aquellas circunstancias,puesto que era muy de temer una guerra con Prusiay Austria; es decir, con la Alemania entera.

    En la frontera del distrito tuve una buenasorpresa.

    Iba a pie. Me diriga a una posada para descansaren ella; la posada del Ecktvende, es. decir, de Vuelvela esquina. Despus de una noche bastante fresca,amaneca una maana muy hermosa. Bonitotiempo. El sol, a las siete de la maana, beba ya elroco de las praderas. Lo., pjaros formaban unverdadero hormiguero sobro las hayas, las encinas ylos olmos. Poca cultura en la campia, mustioscampos en erial. Por otra parte, esto no es extrao:pues el clima es muy duro en este pas.

    A la puerta del Ecktvende esperaba un pequeocarruajillo, al cual estaba enganchado un caballejoflaco y dbil, que apenas podra andar las dos leguasen dos horas, si no lo echaban demasiada carga.

    Una mujer se encontraba all; una mujer alta,fuerte, bien constituida, que llevaba un corpio contirantes adornados con pasamanera, sombrero depaja engalanado con cintas amarillas, falda de rayasrojas y vio], ta, todo bien ajustado, bien puesto, muy

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    limpio, como podra serlo un traje de domingo o dedio de fiesta.

    Y, a la verdad, aquel da era. un da de muchafiesta para aquella mujer, aunque no fuese domingo.

    Me miraba detenidamente, y yo la dejabamirarme.

    De repente abro Ios brazos, y sin decir a la una,a las dos, corre hacia m, y exclama:

    -Natalis!-Irma!Era ella, en efecto; mi hermana Irma. Al

    momento me reconoci. Verdaderamente lasmujeres tienen mejor golpe de vista que nosotrospara estos reconocimientos que vienen del corazn;o al menos, tienen un golpe de vista ms perspicaz.

    Iba a hacer bien pronto trece aos que no noshabamos visto; ya se comprender, si me enojara elencontrarla.

    Qu buena y qu robusta se haba conservado!Al verla, me recordaba a nuestra madre, con susojos grandes y vivos, y tambin con sus cabellosnegros, que comenzaban a blanquear por las sienes.

    La abrac fuertemente, y la bese a boca quequieres, en sus dos mejillas enrojecidas por el viento

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    de la campia; y os aseguro que podis creer queella hizo a su vez estallar sus labios sobre las mas.

    Precisamente era por verla a ella por lo que yohaba pedido mi licencia. Comenzaba a inquietarmede que estuviese fuera de Francia en el momento enque el juego empezaba a embrollarse. Una francesaen medio de aquellos alemanes! Si la guerra llegabapor fin a ser declarada, poda acarrearle grandesdisgustos. En semejante caso, vale ms estar en supas, y si ella quera, yo estaba dispuesto aconducirla conmigo. Para esto sera preciso dejar asu seora, Mad. Keller, y yo dudaba que ellaconsintiese. En fin, sera cosa de pensarse.

    - Qu alegra el vernos, Natalis!.... (me dijo). Yel encontrarnos tan lejos de Francia! Tan lejos denuestra Picarda! Me parece que me traes con tupresencia un poco de aquel aire grato de nuestratierra. Cunto tiempo hemos estado sinencontrarnos! ....

    -Trece aos, Irma.-S, trece aos; trece aos de separacin. Qu

    plazo tan largo, Natalis!.-Querida Irma! - respond.Y vannos Vds. a mi hermana y a mi, yendo y

    viniendo, cogidos del brazo, a lo largo del camino.

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    -Y cmo te va? le pregunt.-Siempre poco ms o menos. Y t?-Vamos marchando.-Ya lo creo! Y sargento que eras ya! He aqu un

    honor para la familia.- S, Irma, muy grande. Quin hubiese pensado

    jams que el pequeo guardin de polos deGrattepanche llegara a ser sargento?.... Pero.... espreciso no decirlo muy alto.

    - Por qu? Qu mal hay en ello?-Porque el decir que soy soldado, no dejara de

    tener inconvenientes en este pas. En el momento enque corran rumores de guerra, ya es grave para unfrancs el encontrarse en Alemania. No, yo soy tuhermano, don Nadie, que ha venido a ver a suhermana, y nada ms.

    -Bien, Natalis; ser muda respecto a este punto-, yo te lo prometo.

    -Ser cosa muy prudente, pues los coplasalemanes tienen muy buen olfato.

    -Est tranquilo.-Y aun si quieres seguir mi consejo, Irma, te

    conducir conmigo a Francia.

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    Los ojos de mi hermana mostraron sealesevidentes de pena, y me dio la respuesta que yoesperaba.

    -Dejar a Mad. Keller! Natalis!.... Cuando lahayas visto, comprenders que no puedo dejarlasola.

    Yo comprenda esto de antemano, y dej elasunto para mejor ocasin.

    Viendo que yo no insista, la alegra volvi abrillar en los ojos de Irma. No haca ms quepreguntarme noticias acerca de nuestro pas y de laspersonas conocidas.

    - Y nuestra hermana Firminia?- En buena salud. He tenido noticias suyas por

    nuestro vecino Ltocard, que ha venido hace dosmeses a Charleville. Te acuerdas bien de Ltocard?

    -El hijo del carretero?- S. Ya sabes, o, mejor dicho, no sabes que se

    ha casado con una Matifas.-La hija de aquel viejo de Fouencamps?- El mismo. Me ha dicho que nuestra hermana

    no se quejaba de su salud. Ah! Se ha trabajado y setrabaja de veras en Escarbotin. Adems, ha tenidocuatro hijos, y el ltimo.... con mucho trabajo. Encambio, y felizmente tiene un marido honrado,

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    buen obrero y nada bebedor, excepto los lunes. Enfin : no lo falta que hacer para su edad.

    Ya es vieja! Diablo! Cinco aos ms que t,Irma, y catorce ms que yo. Ya va siendo bastante.Qu quieres? Pero es una mujer valerosa, lo mismoque t.

    -Oh! Yo, Natalis!... Si yo he conocido la pena,no ha sido ms que la pena de los otros. Desde quehe salido de Grattepanche no he conocido lamiseria. Pero esto de ver sufrir cerca de si sin poderprestar remedio alguno!....

    El rostro de mi hermana haba entristecido denuevo. En el momento vari de conversacin.

    -Y tu viaje?- me pregunt.-No se ha pasado mal. Hace bastante buen

    tiempo para la estacin, y, adems, como ve; tengoslidas piernas. Por otra parte, qu significa lafatiga cuando se est bien seguro de ser recibidocon alegra a su llegada?

    -Dices bien, Natalis; se te har buenrecibimiento, y se te querr en la familia como seme quiere a mi.

    -Pobre Mad. Keller! Sabes, hermana ma que sila encuentro sola no la reconocerla? Para m estodava la joven seorita hija de los seores de

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    Acloque, aquellas honradas gentes daSainy-Sauflieu. Cuando contrajo matrimonio, y deesto ya a hacer ya pronto veinticinco aos, no era yoms que un chiquillo. Pero nuestro padre y nuestramadre decan tanto bien de ella y de su familia, queesto no me ha olvidado nunca, -Pobre mujer! (dijoentonces Irma) Bien cambiada y bien mediana est ala hora presente. Qu esposa ha sido, Natalis!. Ysobre todo, qu madre es todava!

    -Y su hijo?-El mejor de los hijos, que se ha puesto a

    trabajar valerosamente para reemplazar a su padre,muerto hace quince meses.

    -Pobre M. Juan!-Adora a su madre; no vive ms que para ella,

    del mismo modo que ella no vive ms que para .-No le he visto nunca, Irma, y ardo en deseos de

    conocerle. Me parece que siento ya cario por esejoven., - No me admira eso, Natalis. Es un afectoque te viene de mi parte.

    - Vaya; en marcha, hermana ma.- En marcha.- Minuto!.... qu distancia estamos de

    Belzingen?- A cinco leguas largas.

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    -Bah! (respond.) Si yo estuviese slo, lasrecorrera en dos horas; pero ser preciso ....

    -No lo creas, Natalis. Yo ir ms de prisa que t.-Con tus piernas?-No; con las piernas de mi caballo.Y al decir esto, Irma me mostraba el carruajillo,

    que esperaba a la puerta de la posada.-Es que has venido a buscarme en ese carruaje?-Si, Natalis, a fin de conducirte a Belzingen. He

    salido de all muy temprano, y estaba llamando aesta puerta a las siete de la maana. Y si la carta quenos has enviado hubiese llegado ms pronto,hubiera ido a buscarte ms.

    -Oh! Era intil, hermana mia! Vamos; enmarcha. Tienes algo que pagar en la posada? Tengoaqu algunas monedas.

    -Gracias, Natalis; est todo pagado; no tenemosque hacer ms que echar a andar.

    Mientras que nosotros hablbamos, el posaderodel Ecktvende, apoyado en el marco de la puerta,pareca escuchar sin que tuviese apariencias de or.

    Esto no me satisfizo de ninguna manera.. Acasohubiramos hecho mejor con habernos ido a charlarms lejos. . .

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    Aquel posadero era un hombretn gordo,montaraz, tenia una fisonoma desagradable, unosojos como agujeros abiertos con berbiqui, con losprpados plegados, la nariz aplastada, la bocagrande, como si cuando hubiese sido pequeo lehubieran dado la papilla con un sable. En fin, lafisonoma repugnante de un hombre de mala raza.

    Despus de todo, nosotros no hablamos dichocosas comprometedoras. Y acaso no hubiese en-tendido nada de nuestra conversacin. Por otraparte, si no sabia el francs no poda comprenderque yo venia de Francia.

    Por fin montamos en el carrillo. El posadero losvio partir sin hacer un gesto. Yo tom las bridas, yfustigu suavemente al caballejo. Corramos por elcamino como el viento de Enero. Esto, sinembargo, no nos impeda hablar, y, porconsiguiente, Irma pudo ponerme al corriente detodo.

    De este modo, con lo que yo sabia ya y con loque ella me dijo., hay lo suficiente para queconozcis lo que concierne a la familia Keller.

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    III

    Mad. Keller, nacida en 1757, tena entoncescuarenta y cinco aos. Originaria de Sainy-Sauflieu,como antes he dicho, perteneca a una familia depequeos propietarios. del. y Mad. Acloque (supadre y su madre), de posicin muy modesta,haban visto disminuir su pequea fortuna de aoen ao, a consecuencia de las necesidades de la vida.Murieron poco despus uo de otro, hacia el ao1765. La joven quedo entregada a los cuidados deuna ta vieja a, cuyo fallecimiento deba dejarla bienpronto sola en el mundo.

    En esta situacin se encontraba cuando fuepretendida por del. Keller, que haba venido aPicarda para asuntos de su comercio, el cual ejercidurante diez y ocho meses en Amiens y en losalrededores, donde se ocupaba del transporte demercancas. Era un hombre serio, de buena

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    presencia, inteligente y activo. Por aquella poca notenamos nosotros todava por la gente de razaalemana la repulsin que deban inspirarnos mstarde los odios nacionales sostenidos por treintaarios de guerra del. Keller dispona de una regularfortuna, que no poda menos de acrecentar con sucelo y con su actividad ante los negocios, y, en resu-men, pregunt a Mlle.. Acloque si quera ser suesposa. Mlle. Acloque dud, porque se veraobligada a salir de Saint-Saugieu y de su Picarda, ala cual estaba unida de todo corazn. Y, adems,este matrimonio, no deba hacerla perder sucualidad de francesa? Pero entonces no posea portoda fortuna ms que una casita, que seria necesariovender muy pronto. Qu seria de ella despus deeste ltimo sacrificio? Por estas razones, Mad.Dufrenay, su vieja ta, sintiendo su prximo fin, yasustndose de la situacin en que se encontrara susobrina, la impuls a que aceptara el ofrecimiento.

    Mlle. Acloque consinti. El matrimonio fuecelebrado en Saini-Sauflieu; y la que ya era Mad.Keller, dej la Picarda algunos meses ms tarde, ysigui a su marido al otro lado de la frontera.

    Mad. Keller no tuvo motivo para arrepentirse dela eleccin que haba hecho. Su marido fue bueno

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    para ella, como ella fue buena para di. Siempreatento y carioso, puso todo su cuidado enconseguir que su esposa no conociese demasiadoque haba perdido su nacionalidad. Para estematrimonio, completamente de razn y deconveniencia, no hubo, sin embargo, ms que dasfelices; lo cual es raro en nuestros tiempos, y lo eraya tambin entonces.

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    Un ao despus, en Belzingen, donde vivanMad. Keller dio a luz un nio. Entonces queconsagrarse toda entera a la educacin de su hijo,del cual se ha de tratar mucho en nuestra historia.

    Algn tiempo despus del nacimiento de esonio, hacia 1771, fue cuando mi hermana Irma deedad entonces de diez y nueva aos, entr a servir ala familia Keller. Mad. Keller la haba conocido muynia, cuando ella misma no era ms que una pollita.Nuestro padre haba trabajado algunas veces en casade del. Acloque, ya seora y su hija se interesabanpor su situacin

    De Grattepanche a Saini-Sauflieu no hay muchadistancia. Mad. Acloque encontraba con frecuenciaa mi hermano, la besaba, la abrazaba, le hacapequeos regalos, y sinti, en fin, por ella, una granamistad; amistad que habia de ser pagada ms tardecon el ms acendrado y puro afecto.

    As, cuando supo la muerte de nuestro padre yde nuestra madre, que nos dejaban casi sin recursos,Mad. Keller tuvo la idea de llevarse consigo a Irma,que estaba ya sirviendo en una casa deSaint-Sauflieu, en lo cual mi hermana consinti debuen grado, sin que jams haya tenido quearrepentirse de ello.

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    Ya he dicho que del. Keller era de sangre fran-cesa por sus antecesores. Veamos de qu modo.

    Poco ms de un siglo antes, los Keller habitabanla parte francesa de la Lorena. Eran hbiles yentendidos comerciantes, y estaban ya en unaposicin muy desahogada, que hubieranseguramente mejorado mucho, sin los gravesacontecimientos que vinieron a trastornar elporvenir de millares de familias, que se contabanentre las ms industriosas de toda Francia.

    Los Keller eran protestantes. Muy apegados a sureligin, no haba cuestin alguna de Inters, porimportante que fuese, que pudiera hacer dis ellosrenegados.

    Bien lo demostraron cuando fue revocado eledicto de Nantes en 1685, pues tuvieron, comotantos otros, que elegir entre dejar el. pas o renegarde su fe. Como tantos otros tambin, eligieron eldestierro.

    Manufactureros, artesanos, obreros de todasclases, agricultores, salieron de Francia, para ir aenriquecer la Inglaterra, los Pases Bajos, la Suiza, laAlemania, y ms particularmente el Brandeburgo.All recibieron una cordial acogida por parte del

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    Elector de Prusia y de Postdam, en Berln, enMagdeburgo, en Battin y en Francfort-sur-lOder.

    Precisamente fueron habitantes de Metz, ennmero de veinticinco mil, los que fundaron lasflorecientes colonias de Stettin, y de Postdam.

    Los Keller abandonaron, pues, la Lorena, no sinesperanza de volver, indudablemente despus dehaber tenido que ceder sus fondos de comercio porun pan de centeno.

    - S! Cuando se sale de un pas, se dice que sevolver a l cuando las circunstancias lo permitan;pero entretanto que llegan estas circunstancias, seinstala uno en el extranjero. Se establecen nuevasrelaciones y se crean nuevos intereses. Los aoscorren, y despus se queda uno all. Esto hasucedido con muchas familias, con detrimento deFrancia.

    En aquella poca, la Prusia, cuya elevacin areino data slo de 1701, no posea sobra el Rhin.ms que el ducado de Cleves, el condado de laMark, y una parte del Gueldres.

    En esta ltima provincia precisamente, casi enlos confines de los Pases Bajos, fue donde llegarona buscar refugio los Keller. All crearonestablecimientos industriales, emprendieron de

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    nuevo su comercio, interrumpido por la inicua ydeplorable revocacin del edicto de Nantes, dadopor Enrique IV. Da generacin en generacin, sehicieron relaciones y aun alianzas con los nuevoscompatriotas; las familias se mezclaron tancompletamente, que aquellos antiguos francesesllegaron poco a poco a convertirse en sbditosalemanes.

    Hacia 1760, uno de los Keller dej el Gueldrespara ir a establecerse en la pequea ciudad deBelzingen, en medio del Circulo de la Alta Sajonia,que comprenda una parte de la Prusia. Este Kellertuvo fortuna en sus negocios, lo cual le permitiofrecer a Mlle. Acloque las comodidades que stano poda encontrar en Saint-Sauflieu. fue en elmismo Belzingen donde su hijo vino al mundo,prusiano por parte de padre, si bien por parte de sumadre corra en sus venas sangre francesa.

    Y lo digo con una emocin que me hace todavaderramar lgrimas; era un francs de corazn aqueljoven, en quien resucitaba el alma maternal. Mad.Keller lo hablo alimentado con su lecho; susprimeras palabras de nio las haba balbuceado enfrancs, y en este idioma, y no en alemn, habaaprendido a decir madre. Nuestro lenguaje era el

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    que primeramente haba escuchado y habladodespus, pues ste era el que se empleaba mshabitualmente en la casa de Belzingen, aunque Mad.Keller y mi hermana Irma hubiesen aprendido bienpronto a servirse de la lengua alemana.

    La infancia del pequeo Juan fu, pues, arrulladacon las canciones de nuestro pas. Su padre nopens jams en oponerse a ello; al contrario. Noera la lengua de sus antecesores aquella lengua deLorena, tan francesa, cuya pureza no ha sidoalterada por la vecindad de la frontera germnica?

    Y no solamente Mad. Keller haba nutrido consu leche a aquel nio, sino tambin con sus propiasideas, en todo lo que a Francia se refera. Amabaprofundamente a su pas de origen: jams habaperdido la esperanza de volver a l algn da. Noocultaba la felicidad que para ella sera volver a versu vieja tierra picarda. del. Keller no opona a ellorepugnancia alguna. Sin duda, despus de hecha sufortuna, l hubiese dejado voluntariamente laAlemania para ir a fijarse definitivamente en el pasde su mujer. Pero le era preciso trabajar algunosaos todava, a fin de asegurar una situacinconveniente a su mujer y a su hijo.

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    Desgraciadamente, la muerte haba venido asorprenderla apenas ha. ca quince meses.

    Tales fueron las cosas que mi hermana se habapuesto a contarme en el camino, mientras que elcarrillo rodaba hacia Belzingen. Desde luego, estamuerte inesperada haba tenido por primerresultado el retrasar la vuelta de la familia Keller aFrancia; y qu de desgracias haban de seguir a sta!

    En efecto: cuando M. Keller muri, estabasosteniendo un gran pleito con el Estado prusiano.Desde haca dos o tres aos era proveedor defornituras militares por cuenta del gobierno, y habacomprometido en este negocio, adems de toda sufortuna, algunos fondos que la haban sidoconfiados. Con los primeros ingresos haba podidoreembolsar a sus asociados; pero a l le quedabatodava que reclamar el saldo de la operacin, queconstitua casi todo su haber.

    Pero el arreglo de este saldo no llegaba jams. Sejugaba con del. Keller, se le repelaba, comonosotros decimos, se le oponan dificultades detodas clases, hasta que se vio obligado a recurrir alos tribunales de Berln.

    Pero el pleito marchaba muy lentamente. Sabidoes, por otra parte, que no es bueno pleitear contra

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    los gobiernos, sean del Estado que quieran. Losjueces prusianos daban muestras de mala voluntaddemasiado evidente. Sin embargo, del. Keller habacumplido sus compromisos con una perfecta buenafe, pues era un hombre honrado. Se trataba para l.de veinte mil florines, una fortuna en aquella poca,y la prdida de aquel pleito seria su ruina.

    Y repito: sin este retraso, la situacin quizhubiera podido arreglarse en Belzingen. Este es, porotra parte, el resultado que persegua Mad. Kellerdesde la muerte de su marido, pues ya secomprende que su ms vivo deseo era el de volversea Francia.

    Esto fue lo que me cont mi hermana. Encuanto a su posicin, bien puede adivinarse. Irmahaba criado y educado al nio casi desde sunacimiento, uniendo sus cuidados a los de su madre;por. consiguiente, lo amaba tambin con un amorverdaderamente maternal. Por eso en la casa no sela miraba como una una sirviente, sino como a unacompaera, una humilde y modesta amiga. Ella erade la familia, tratada como tal, y consagrada sinreserva a aquellos buenos gentes. Si los Kellerdejaban la Alemania, seria para ella una gran alegra

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    el seguirles; si continuaban en Belzingen, ellapermanecera con ellos.

    - Separarme de Mad. Keller! Me parece que memorira, - me dijo.

    Yo comprend que nada podra decidir a mihermana a volver conmigo, puesto que su seora tevea obligada a permanecer en Belzingen hasta elcobro completo de sus intereses. Y, sin embargo,slo el verla en medio de aquel pas, pronto alevantarse contra el nuestro, no dejaba de. cansarmegrandes inquietudes. Y haba motivo para ello, puesel la guerra se declaraba, no sera leve ni por pocotiempo.

    Despus, cuando Irma hubo acabado de darmelas estas noticias relativas a los Keller, me dijo:

    - Vas a permanecer con nosotros todo eltiempo que dure tu licencia?

    - Si; todo el tiempo que dure, si es que puedo.- Pues bien, Natalis; es posible que asistas bien

    pronto a una boda.- Quin se casa? M. Juan?- S.-Y con quin se casa? Con una alemana?

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    - No, Natalis; y esto es lo que constituye nuestraalegra. Si su madre se cas con un alemn, la mujerde l ser una francesa.

    - Bella?- Bella como un ngel.- Esta noticia me causa mucho placer, Irma.- Y a nosotros! Pero y t, Natalis, no piensas

    en casarte?- Yo?- No has dejado nada por esas tierras?- S, Irma.- Y qu es?- La patria, hermana ma. Es necesaria otra cosa

    para un soldado?

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    IV

    Belzingen, pequea ciudad situada a menos deveinte leguas de Berln, est construida cerca de laaldea de Hagelberg, donde en 1813 los francesesdeban medirse con las tropas prusianos. Dominadapor la cima del Flameng, la poblacin se extiende asus pies, en una situacin bastante pintoresca. Sucomercio comprende los caballos, el ganado lanar,el lino, el trbol y los cereales.

    All fue donde llegamos mi hermana y yo, hacialas diez de la maana. Algunos Instantes despus, elcarruajillo se detena delante de una casa muy limpiay muy atractivo, aunque modesta. Era la casa deMad. Keller.

    En este pas se creera uno en plena Holanda.Los aldeanos llevan largos gabanes azulados,chalecos escarlata, terminados en un alto y slido

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    cuello, que podra protegerlos perfectamente de ungolpe de sabio. Las mujeres, con sus dobles y triplessayas, sus gorros con alas blancas, pareceranhermanas de la Caridad, si no fuera por el pauelode colores vivos que les cubre el talle, y su corpio,de terciopelo negro, que no tiene nada demonstico. Esto es, por lo menos, lo que vi por elcamino.

    En cuanto a la acogida que se me hizo, fcil-mente se podr imaginar.

    No era yo el propio hermano de Irma? Por estocomprend perfectamente que su situacin en lafamilia no era Inferior a la que me haba dicho.Mad. Keller me honr con una afectuosa sonrisa, yM. Juan con dos buenos apretones de manos. Ya secomprender que mi cualidad de francs debaentrar por mucho en tan buen recibimiento.

    - M. Delpierre (me dijo): mi madre y yocontamos con que pasaris aqu todo el tiempo quedure vuestra licencia. Algunas semanas solamente:esto no es dedicar demasiado a vuestra hermana,puesto que no la habis visto desde hace trece aos.

    - Se los dedicar a mi hermana, a vuestra seoramadre y a vos, M. Juan (respond). Yo no heolvidado el bien que vuestra familia ha hecho a la

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    ma; y es una felicidad para Irma el haber sidoacogida en vuestra casa.

    Lo confieso ingenuamente: yo llevaba preparadoeste cumplimiento para no quedar parado como unbobo a mi entrada. Pero era Intil con tan buenagente, bastaba dejar salir a su gusto lo que unotuviese en el corazn.

    Mirando a Mad. Keller, recordaba perfecta-mente sus rasgos de joven, que estaban bien gra-bados en mi memoria. Su belleza pareca no habercambiado con los aos. En la poca de su juventud,la gravedad de su fisonoma llamaba la atencin, y am me pareca verla, poco ms o menos, tal como lavea entonces. Si sus cabellos negros blanqueabanpor algunos sitios, sus ojos no haban perdido nadade su vivacidad de joven. Todava estaban llenos defuego, a pesar de las lgrimas que les habananegado desde la muerte de su esposo. Su actitudera tranquila. Saba escuchar, no siendo de esasmujeres que charlan como urracas o murmurancomo un enjambre dentro de una colmena.Francamente, esas no me gustan mucho. Secomprenda que estaba llena de buen sentido,sabiendo escuchar y tener en cuenta su razn antesde hablar o de decidirse a una determinacin,

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    siendo, por consiguiente, muy entendida endirigirlos negocios.

    Adems, segn bien pronto pude observar, nosala sino muy raramente del hogar domstico. Noandaba de visitas en casa de las vecinas; hua losconocimientos, y se encontraba perfectamente en sucasa. Esto es lo que me agrada en una mujer. Yohago poco caso de aquellas que, como los msicosambulantes, no se encuentran nunca mejor quefuera de su casa.

    Una cosa me caus tambin gran placer, y fueque Mad. Keller, sin desdear las costumbresalemanas, haba conservado alguna de nuestrascostumbres picardas. As!, el Interior de su casarecordaba mucho el de las casas de Saint-Sauflieu.Con el arreglo de los muebles, la organizacin delservicio, la manera de preparar las comidas, sehubiera uno credo en su pas. Esto lo haconservado siempre en la memoria.

    M. Juan tena entonces veinticuatro aos. Era unjoven de una estatura algo ms elevada que lamediana; de cabellos y bigote negros, y con los ojostan obscuros, que parecan negros tambin. Si bienera alemn, no tenla nada al menos de la tiesurateutnica, que contrastaba con la gracia y la

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    elegancia de sus maneras. Su naturaleza franca,abierta y simptica, atraa. Se pareca mucho a sumadre. Naturalmente serio como ella, agradaba,pesar de su aire grave, siendo adems muy atento yservicial. A m me agrad por completo desde quela vi la primera vez. Si en alguna ocasin tienenecesidad de un verdadero amigo, lo encontrar enNatalis Delpierre.

    Aado, adems, que se serva de nuestra lenguaComo si hubiese sido educado en mi pas.

    Saba el alemn? S, evidentemente, y muy bien.Pero, a la verdad, hubiera sido preciso preguntrselocomo se lo preguntaron a no s qu reina de Prusia,que habitualmente no hablaba ms que el francs.Y, adems, se interesaba sobre todo por las cosas deFrancia; amaba a nuestros compatriotas, losbuscaba, les prestaba servicios. Se ocupaba enrecoger todas cuantas noticias venan de all, y hacade ellas el asunto favorito de su conversacin.

    Por otra parte, l perteneca a la clase de losindustriales y de los comerciantes, y, como tal, sesenta mortificado con la altanera de los fun-cionarios pblicos y de los militares, como sesienten mortificados por esta misma causa todos los

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    jvenes que, dedicados a los negocios, no tienennada que ver con el gobierno.

    Qu lstima que M. Juan Keller, en lugar de noserio ms que a medios, no fuese por completofrancs Qu queris? Yo digo lo que pienso, lo quese me ocurre, sin razonarlo, tal como lo siento. Sino soy aficionado a los alemanes, es porque los hevisto de cerca durante el tiempo que ha estado deguarnicin en la frontera. En las altas clases, auncuando son bien educados, como se debe serio, contodo el mundo, su natural altanero, molestasiempre. Yo no niego sus buenas cualidades; perolos francesas tienen otras, y no haba de ser aquelviaje por Alemania lo que me hiciera cambiar deopinin.

    A la muerte de su padre, M. Juan, que estudiabaentonces en la Universidad de Goetting, se vioobligado a dejar sus estudios para ir a poner. se alfrente de los negocios de la casa. Mad. Kellerencontr en l un ayuda Inteligente, activo ylaborioso.

    Sin embargo, no se limitaban a tan poca cosasus aptitudes. Fuera de las cosas del comercio, eramuy instruido, segn lo que me ha dicho mihermana, pues yo no hubiera podido juzgar por m

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    mismo. Tena gran aficin por los libro; y la gustabamucho la msica. Tenla una bonita voz, no tanfuerte como la ma; pero ms agradable. Cada unoen su oficio es maestro.

    Cuando yo gritaba: Adelante Paso redoblado!Alto!, a los soldados de mi compaa, sobre todoAlto!, no haba uno solo que a quejase de que nome oa. Pero. volvamos a M. Juan. Si me dejasellevar de mi deseo, no acabara nunca de hacer suelogio. Pero ya se le ver en sus hechos.

    Lo que es preciso no olvidar es que, desde lamuerte de su padre, todo el peso de los negocioshaba recado sobre l, y le era necesario trabajar defirme, pues las cosas haban quedado bastanteembrolladas. No tena ms que un deseo, y a l sedirigan todos sus esfuerzos: a poner en claro susituacin, y a retirarse del comercio.Desgraciadamente, el pleito que sostena contra elEstado no estaba prximo a terminar. Importaba,no obstante, seguirle asiduamente, y para que no seperdiera por negligencia o falta de cuidado eranecesario ir con frecuencia a Berln. Bien se vea queel porvenir de la familia Keller dependa de lasolucin de aquel negocio. Despus de todo, susderechos eran tan ciertos, que no poda perderle,

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    por mucha que fuese la mala intencin de losempleados y de los jueces.

    Aquel da, a las doce, comimos todos en mesaredonda. Estbamos como en familia. Tal era lamanera con que se me trataba. Yo estaba al lado deMad. Keller; mi hermana Irma ocupaba su sitiohabitual, al lado de M. Juan, que estaba en frente dem.

    Se habl de mi viaje, de las dificultades quehubiera podido encontrar en el camino, del estadodel pas. Yo adivinaba las inquietudes de Mad.Keller y de su hijo a propsito de lo que sepreparaba, de las tropas en marcha hacia la fronterade Francia, lo mismo las de Prusia que las deAustria. Sus intereses corran peligro de estargravemente y por largo tiempo comprometidos si laguerra estallaba.

    Pero ms vala no hablar de cosas tan tristes enesta primera comida. Por consiguiente, M. Juanquiso cambiar de conversacin, y empez a hablarde mi.

    - Y vuestras campaas? (me pregunt).Habis disparado los primeros tiros en

    Amrica? Habis encontrado en aquellos lejanospases al marqus de Lafayette, a ese heroico francs

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    que ha consagrado su fortuna y su vida a la causa dela independencia?

    - Si, M. Juan.- Y habis visto a Washington?- Como os estoy viendo a vos (respond): es un

    soberbio hombre, con grandes manos, grandes pies;en fin, un gigante.

    Evidentemente, esto era lo que me haba lla-mado ms la atencin en el General americano.

    Entonces fue preciso contar lo que sabia de labatalla de Yorktown, y cmo el conde deRochambeau haba materialmente barrido a lordCornwallis.

    - Y desde vuestra vuelta a Francia (me pre-gunt M. Juan), no habis hecho ninguna campaa?

    - Ni una sola (repliqu). El Real de Picarda haandado siempre de guarnicin en guarnicin.Estbamos siempre muy ocupado....

    - Lo creo, Natalis; y tan ocupados, que vos nohabis tenido tiempo jams de enviar noticiasvuestras, ni de escribir una sola palabra a vuestrahermana.

    Ante esta observacin, no pude menos deenrojecer. Irma pareci tambin un poco molesta.

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    En fin, me decid, y tom un partido. Despus detodo, no era cosa para avergonzarse.

    - M. Juan (respond) : si yo no he escrito a mihermana, es porque cuando se trata de escribir, yosoy manco de las dos manos.

    - No sabis escribir, Natalis? - exclam M.Juan.

    - No, seor, con gran sentimiento mo.- Ni leer?- Tampoco. Durante mi infancia, aun admi-

    tiendo que mi padre y mi madre hubieran podidodisponer de algunos recursos para hacerme instruir,no tenamos maestro de escuela en Grattepanche nien los alrededores. Despus.... he vivido siemprecon la mochila a la espalda y el fusil sobre elhombro, y no se tiene tiempo sobrado para estudiarentra jornada y jornada. Ved aqu como unsargento, a los treinta y un aos, no sabe todavaleer ni escribir.

    - Bien, Natalis; nosotros os ensearemos, - dijoMad. Keller.

    - Vos, seora? ....- S (aadi M. Juan); mi madre y yo; los dos lo

    tomaremos por nuestra cuenta. Tenis dos meses delicencia, verdad? ....

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    - Dos meses.- Y vuestra intencin es pasarlos aqu? Si no os

    molesto!....-Molestarnos! .... (dijo Mad. Keller.) Vos! El

    hermano de Irma!....- Querida seora (dijo mi hermana); cuando

    Natalis os conozca mejor, no dir esas cosas.- Vos estaris aqu como en vuestra casa, aadi

    M. Juan.- Como en mi casaDiablo, M. Keller Yo no he

    tenido jams casa.- Pues bien -. en casa de vuestra hermana, si

    queris mejor. Os lo repito : permaneced aqu todoel tiempo que gustis, y en los dos meses que tenisde licencia, yo me encargo de ensearos a leer. Laescritura vendr despus.

    Yo no sabia cmo darlo las gracias.- Pero.... M. Juan (dijo). No tenis ocupado

    todo vuestro tiempo?- Con dos horas por la maana y dos por la

    tarda, ser suficiente; os pondr temas, y vos lostraduciris.

    - Yo te ayudar, Natalis (me dijo Irma); pues yos tambin leer y escribir, aunque no sea mucho.

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    - Ya lo creo! (aadi M. Juan): como que ella hasido la mejor alumna da mi madre.

    Qu responder a una proposicin hecha contan buena voluntad?

    - Sea; acepto, M. Juan: acepto, Mad. Keller: y sino hago como debo mis temas, me impondriscastigo

    M. Juan replic:- Comprended, mi querido Natalis, que es

    preciso que todo hombre sepa leer y escribir.Pensad en todo cuanto deben ignorar las pobresgentes que no han aprendido. Qu obscuridad ensu cerebro! Qu vaco en su inteligencia! Se es tandesgraciado, como si se estuviese privado de unmiembro. Y adems, que no podris ascender. Yasois sargento, est bien; pero cmo pasaris de esegrado? Cmo podris llegar a ser teniente, capitno coronel? Permaneceris siempre en la situacin enque estis, y es preciso que la ignorancia no puedadeteneros en vuestra carrera.

    - No sera la ignorancia lo que me detendra, M.Juan; seran las ordenanzas. a nosotros los hijos delpueblo, no nos est permitido pasar del grado decapitn.

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    - Hasta el presente, Natalis, os suceda; pero larevolucin del 89 ha proclamado la igualdad enFrancia, y har desaparecer los viejos prejuicios. Yaen la nacin francesa cada uno es igual a los dems.Sed, pues, el igual de los que son instruidos, paraque podis llegar hasta donde la instruccin ospermita y pueda conduciros. La igualdad! Esta esuna palabra que la Alemania no conoce todava.Con que estis conforme?

    - Conforme, M. Juan.-Est bien; comenzaremos hoy mismo, y dentro

    de ocho das estaris en la ltima letra del A B C.Puesto que hemos concluido de comer, vamos a darun paseo. a la vuelta no pondremos a la tarea.

    Y ved aqu de qu manera comenc a aprender aleer y a escribir en la casa Keller.

    No podan encontrarse gentes ms buenas

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    V

    Dimos, pues, M. Juan y yo, un buen paseo porel camino que suba hasta el Hagelberg, por el ladode Brandeburgo. Hablbamos ms que mirbamos.Verdaderamente, no haba cosas demasiado curiosasque ver.

    Sin embargo, lo que yo observaba atentamenteera que las gentes me miraban mucho. Ququeris? Una persona desconocida en una poblacinpequea, siempre es una novedad y un Suceso.

    Tambin hice esta otra observacin, a saber: quedel. Keller gozaba de la estimacin general. Entretodos los que iban y venan, haba bien pocos queno conocieran a la familia Keller. Por consiguiente,menudeaban los saludos, a los cuales, yo me creaobligado a contestar muy cumplidamente, aunque

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    no fueran dirigidos a m. Era preciso no faltar a lavieja poltica francesa.

    De qu me habl M. Juan durante este paseo?Ah! De lo que preocupaba sobre todo a su familia;de ese proceso que parece que lleva trazas de noacabar nunca.

    Me refiri el asunto con toda extensin. Lasfornituras suministradas haban sido entregadas enlos plazos convenidos. Como del. Keller eraprusiano, llenaba las condiciones exigidas en lacontratos, y el beneficio, legtima y honradamenteadquirido, deba habrsele entregado sin dilacin deninguna especie. Seguramente, si algn pleitomereca ser ganado, era este. En tales circunstancias,los agentes del Estado se conducan como unosmiserables.

    - Pero demonio! (aad yo): esos agentes no sonlos jueces. Estos os darn justicia. Me pareceimposible que podis perder ....

    - Siempre se puede perder un pleito; aun el queparezca ms fcil de ganar. Si la mala voluntad semezcla en ello, cmo he de esperar que se nos hagajusticia? He visto a nuestros jueces, los veo confrecuencia, y comprendo bien que tienen ciertaprevencin contra una familia que est unida por

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    algn lazo a Francia; ahora sobre todo, que lasrelaciones entro los dos pases son muy tirantes.Hace quince meses, a la muerte de mi padre nadiehubiera dudado de la bondad de nuestra causa; peroahora, no s qu pensar. Si perdemos este pleito,ser para nosotros la ruina, pues toda nuestrafortuna estaba metida en ese negocio. Apenas nosquedar con qu vivir.

    - Eso no suceder! -exclam yo.- Preciso es temerlo todo, Natalis. Oh! No por

    mi (aadi M. Juan); yo soy joven y trabajara; peromi madre! .... Entretanto que yo pudiera llegar arehacer la gran posicin....; mi corazn se angustia alpensar que durante varios aos habra de vivir conescasez y con privaciones.

    - Pobre Mad. Keller! .... Mi hermana me hahablado mucho de ella. La amis mucho?

    -Que si la amo! ....M. Juan guard silencio por un instante.

    Despus aadi :- Sin este proceso, Natalis, ya hubiera realizado

    nuestra fortuna; y puesto que mi madre no tienems que un deseo, el de volver a su querida Francia,a la cual veinticinco aos de ausencia no han podidohacer olvidar, hubiera arreglado todos nuestros

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    asuntos de manera que pudiera darle esta alegra deaqu a un ao; acaso de aqu a algunos mesessolamente.

    - Pero (pregunt yo) que el proceso se gane o sepierda, no podr Mad. Keller dejar la Alemaniacuando guste?

    -Ah, Natalis! Volver a su patria, a aquellaPicarda que mi madre ama tanto, para no encontrarall las modestas comodidades a las cuales estabaacostumbrada, lo seria en extremo penoso. Yotrabajar, sin duda alguna, y con tanto ms valor,cuanto que trabajar por ella. Obtendr xito?Quin puede saberlo! Sobre todo en medio de lasturbaciones que preveo, y con las cuales sufrirtanto el comercio.

    Al or a M. Juan hablar de este modo, mecausaba una emocin tan grande, que no procurabadisimularla. Varias veces me haba estrechado lamano. Yo corresponda esta prueba de afecto, y ldeba comprender todo lo que yo experimentaba.Ah! Qu es lo que yo no hubiera querido hacer porahorrarles un disgusto a l y a su madre!

    l cesaba entonces de hablar, y se quedaba conlos ojos fijos, como un hombre que mira en elporvenir.

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    - Natalis (me dijo entonces, con una entonacinsingular). Habis notado cun mal se arreglan lascosas en este mundo? Mi madre ha venido a seralemana por su matrimonio, y yo he de permaneceralemn, aun cuando me case con una francesa.

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    Esta fue la sola alusin que hizo al proyecto deque Irma me haba hablado por la maana. Sinembargo, como M. Juan no se extendi ms sobreel asunto, yo no cre deber insistir. Es preciso serdiscretos con las personas que nos demuestranamistad. Cuando a M. Keller le conviniera,hablarme de su asunto ms largamente, encontrarlasiempre un odo atento para escucharla, y unalengua presta para felicitarle.

    El paseo continu. Se habl de varias cosas, demultitud de asuntos, y ms particularmente, eaquello que me concerna. Todava me vi obligado acontar algunos hechos de mi campaa en Amrica.M Juan encontraba muy hermoso esto de queFrancia hubiese prestado su apoyo a los americanospara ayudarles a conquistar su libertad. Envidiaba lasuerte de nuestros compatriotas, grandes opequeos, cuya fortuna o cuya vida haban sidopuestas al servicio de tan justa causa. Ciertamente, sil se hubiese encontrado en condiciones de poderlohacer, no hubiera dudado un momento, y se habraalistado entra los soldados de Rochambeau, hubieradesgarrado su primer cartucho en Yorktown, y sehubiera batido por arrancar la Amrica de la domi-nacin inglesa.

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    Y solamente por la manera que tena de deciresto, por su voz vibrante y su acento que mepenetraba hasta el corazn, puedo afirmar que M.Juan hubiera cumplido -perfectamente con sudeber. Pero se es raramente dueo de sus acciones yde su vida. Qu de grandes cosas, que no se hanhecho, se hubieran podido hacer! En fin, el destinoes as, y es preciso tomarle como viene.

    En esto volvamos ya hacia Belzingen,desandando el camino. Las primeras casas de la po-blacin blanqueaban, heridas por el sol. Sus techosrojos, muy visibles entre los rboles, se destacabancomo flores en medio de la verdura. No estbamosya de la poblacin ms que a dos tiros de fusil,cuando M. Juan me dijo :

    - Esta noche, despus de cenar, tenemos quehacer una visita mi madre y yo.

    - No os molestis por m! (respond). Yo mequedar con mi hermana Irma.

    - No, el contrario, Natalis, yo os ruego quevengis conmigo a casa de esas personas.

    - Como vos queris.- Son, compatriotas vuestros, del. y Mlle. de

    Lauranay, que habitan hace bastante tiempo en

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    Belzingen. Tendrn mucho gusto en veros, puestoque vens de su pas, y yo deseo que os conozcan.

    - Lo que vos dispongis, - respond.Yo comprend perfectamente que M. Juan que-

    ra informarme ms adelante de los secretos de sufamilia. Pero dije para m: este matrimonio, no serun obstculo ms para el proyecto de volver aFrancia? No crear nuevos lazos que ligarn msobstinadamente a Mad. Keller y su hijo a este pas,si del. y Mlle. de Lauranay estn en l sinintenciones de volver a su pas natal? Acerca deesto, deba yo sabor bien pronto a qu atenerme.Un poco de paciencia!.... Es preciso no marcharms de prisa que el molino, o se echar a perder laharina.

    Ya habamos llegado a las primeras casas deBelzingen. Entrbamos precisamente por la calleprincipal, cuando escuch a lo lejos un ruido detambores.

    Haba. entonces en Belzingen un regimiento deinfantera, el regimiento Lieb, mandado por elcoronel von Grawert. Ms tarde supe que dichoregimiento estaba all de guarnicin hacia cinco oseis meses. Muy probablemente, a consecuenciademovimiento de tropas que se operaba hacia el

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    Oeste de Alemania, no tardara en ir a reunirse conel grueso del ejrcito prusiano.

    Un soldado mira siempre con gusto a los demssoldados, aun cuando estos sean extranjeros. Seprocura averiguar lo que est bien y lo que est mal.Cuestin de oficio.

    Desde el ltimo botn de las polainas hasta lapluma del sombrero, se examina su uniforme, y serepara con atencin cmo desfilan. Esto no deja deser interesante.

    Yo me detuve, pues, y M. Juan se detuvotambin.

    Los tambores batan una de esas marchas deritmo continuo, que son de origen prusiano.

    Detrs de ellos, cuatro compaas delregimiento de Lieb marchaban marcando el paso.No era aquello una marcha a operaciones, sinosimplemente un paseo militar.

    M. Juan y yo estbamos parados a un lado de lacalla para dejar el paso libre.

    Los tambores haban llegado al punto en quenosotros estbamos, cuando sent que M. Juan mecogi vivamente por el brazo, como si hubiesequerido hacerme permanecer clavado en aquel sitio.

    Yo le mir.

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    -Qu es ello? -le pregunte.-Nada!M. Juan se haba puesto al principio densamente

    plido. En aquel momento toda su sangre parecihaber subido a su rostro. Se hubiese dicho queacababa de sufrir un desvanecimiento; lo quenosotros llamamos ver los objetos dobles. Despussu mirada permaneci fija, y hubiera sido difcilhacrsela bajar.

    A la cabeza de la primera compaa, al ladoizquierdo, marchaba un teniente, y, porconsecuencia, haba de pasar por donde nosotrosestbamos.

    Era ste uno de esos oficiales alemanes, como sevean tantos entonces, y como tantos se han vistodespus. Un hombre bastante buen mozo, rubiotirando a rojo, con los ojos azules, fros y duros, airebravucn, y con un contoneamiento comoechndoselas de elegante.

    Pero, no obstante sus pretensiones de elegancia,se vea que era pesado. Para mi gusto, aquel bellacoslo poda inspirar antipata y aun repulsin.

    Sin dada esto mismo era lo que inspiraba a M.Juan; acaso algo ms que la repulsin misma.

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    Yo observ, adems, que el oficial no parecaanimado de mejores sentimientos con respecto a M.Juan. La mirada que ech sobre l no fue debenevolencia ni mucho menos.

    Entre ambos no mediaban ms que algunospasos cuando pas por delante de nosotros eloficial, el cual, en el momento de pasar, hizointencionadamente un movimiento desdeoso,encogindose de hombros. La mano de M. Juanapret convulsivamente la ma en un movimientode clera. Hubo un instante en que cre que iba alanzarse sobre el militar. Por fin pudo contenerse.

    Evidentemente, entre aquellos dos hombreshaba un odio profundo, cuya causa no adivinabayo, pero que no deba tardar en serme revelada.

    Poco despus la compaa pas, y el batalln seperdi tras una esquina.

    M. Juan no haba pronunciado una palabra.Miraba cmo se alejaban los soldados, y pareca queestaba clavado en aquel sitio.

    All permaneci hasta que el ruido de los tam-bores dej de orse por completo.

    Entonces, volvindose hacia m, me dijo:-Vamos, Natalis! a la escuela.Y los dos entramos en casa de Mad. Keller.

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    VI

    Yo tena un buen maestro. Le hara honor eldiscpulo? No lo saba yo mismo. El aprender a leera los treinta y un aos es cosa que no deja de serbastante difcil. Es preciso tener un cerebro de nio;esa blanda cera en que toda impresin se graba sinque haya necesidad de imprimir muy fuerte, y micerebro estaba ya un duro como el crneo que lecubra.

    Sin embargo, yo me puse con resolucin altrabajo, y, dicho sea en honor de la verdad, pareceque tenia disposiciones para aprender pronto.Todas las vocales las aprend en esta primeraleccin. M. Juan dio muestras de tener una pacienciade que an lo estoy agradecido. Pira fijar mejor lasletras en mi memoria, me las hizo escribir con lpizdiez, veinte, cien veces seguidas. De esta manera, yo

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    aprendera a escribir al mismo tiempo que a leer.Recomiendo este procedimiento a los alumnos tanviejos como yo, y a los maestros que no saben salirde la rutina antigua.

    El celo y la atencin no me faltaron ni uninstante. Hubiera continuado estudiando el alfabetohasta muy tardo, si a eso de las siete la criada nohubiese venido a decirme que la cena esperaba. Suba la pequea habitacin que se me haba dispuestocerca de la de mi hermana; me lav las manos, ybaj al comedor.

    La cena no nos entretuvo ms de media hora; ycomo no doblamos de Ir a casi de del de Lauranayhasta un poco ms tarde, ped permiso para esperarfuera, y me lo concedieron. All, cerca de la puerta,me entregu al placer de fumar lo que nosotros lospicardos llamamos una buena pipa de tranquilidad.

    Hecho esto, volv a entrar donde estaban losdems. Mad. Keller y su hijo estaban ya dispuestos.Irma, teniendo que hacer en casa, no podaacompaarnos. Salimos los tres solos, y madameKeller me pidi el brazo. Presentselo yo bastanteaturdidamente por cierto, pero no importaba; yoestaba orgulloso de sentir aquella excelente seora

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    apoyarse en mi. Aquello era un honor y unafelicidad a la vez.

    No tuvimos que caminar mucho tiempo. M. deLauranay viva al otro extremo de la calle. Ocupabauna bonita casa, fresca de color y de aspectoatrayente, con un parterre lleno de flores delante dela fachada, grandes hayas a los lados, y detrs conun vasto jardn lleno de cspedes y rboles de todasclases. Esta habitacin indicaba en su propietariouna posicin bastante desahogada. M. de Lauranayse encontraba efectivamente en una bastante buenasituacin de fortuna.

    A tiempo que entrbamos, Mad. Keller me hizosaber que Mlle. de Lauranay no era hija de M. deLauranay, sino su nieta, por eso no me sorprend alverlos de su diferencia de edad.

    M. de Lauranay tendra entonces setenta aos.Era un hombre de elevada estatura, al cual la vejezno haba encorvado todava. Sus cabellos, ms biengrises que blancos, servan de marco a una expresivay noble fisonoma. Sus ojos miraron con dulzura.En sus maneras se reconoca fcilmente al hombrede calidad. No haba ms simptico que su aspecto.

    El de que anteceda al apellido Lauranay, y alcual no acompaaba ningn ttulo, indicaba

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    solamente que perteneca a esa clase colocada entrela nobleza y la clase media, que no ha desdeado laindustria ni el comercio, de lo cual no se puedemenos de felicitarla.

    Si personalmente M. de Lauranay no se habadedicado a los negocios, su abuelo y su padre lohaban hecho antes que l. Por consiguiente, nohaba motivo para reprocharle el que hubieseencontrado una fortuna adquirida cuando naci.

    La familia de Lauranay era lorenesa de origen yprotestante en religin, como la familia de M.Keller. Sin embargo, si sus antecesores se habanvisto obligados a dejar el territorio francs despusde la revocacin del edicto de Nantes, no haba sidocon la intencin de permanecer en el extranjero. delfue que volvieron a su pas desde el momento enque la dominacin de ideas ms liberales lespermiti volver, y desde aquella poca no habanabandonado jams la Francia. En cuanto a M. deLauranay, s habitaba en Belzingen, era porque eneste rincn de Prusia haba heredado de un toalgunas propiedades bastante buenas, que erapreciso cuidar y hacer valer. Sin duda alguna, lhubiese preferido venderlos y volverse a Lorena.Desgraciadamente, la ocasin no se present. M.

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    Keller, el padre, encargado de los intereses, noencontr ms que compradores a vil precio, pues eldinero no era lo que ms abundaba en Alemania, yantes que deshacerse en malas condiciones de suspropiedades, M. de Lauranay prefiri conservarlas.

    A consecuencia de las relaciones de negociosentre M. Keller y M. de Lauranay, no tardaron enestablecerse relaciones de amistad entro una y otrafamilia. Esto duraba ya desde haca veinte aos.Jams una ligera nube, haba obscurecido unaintimidad fundada en la semejanza de gustos, decaracteres y de costumbres.

    M. de Lauranay haba quedado viudo siendomuy joven todava. De su matrimonio haba tenidoun hijo, que los Keller apenas conocieron. Casadoen Francia, este hijo no fue ms que una o dosveces a Belzingen. Era su padre quien iba a verlotodos los aos, lo cual procuraba a M. de Lauranayel placer de pasar algunos meses en su pas.

    M. de Lauranay, hijo, tuvo una nia, cuyonacimiento cost la vida a su madre, y l mismo,afligido con esta prdida, no tard mucho tiempoen morir. Su hija le conoci apenas, pues no tenams que cinco aos cuando qued hurfana. Por

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    toda familia, no tuvo entonces la pobre nia msque su abuelo.

    ste no falt a sus deberes. Fue en busca de estanio, y la condujo consigo a Alemania,consagrndose por completo a su educacin y a sucuidado. Digmoslo de una vez: en mucha parte fueayudado en esto por Mad. Keller, que tom a lapequea gran afeccin, y le prodig los cuidados deuna madre. La felicidad que encontr M. deLauranay en poder confiar su hija a la amistad y elcario de una mujer tal como Mad. Keller, esimposible de pintar.

    Mi hermana Irma, se comprender fcilmenteque secund a su seora de buena voluntad.Cuntas veces hara saltar a la pequea sobre susrodillas, o la dormira entre sus brazos, nosolamente con la aprobacin, sino con el agrade-cimiento del abuelo! En una palabra: la nia lleg aser una encantadora joven, a quien yo vea en aquelmomento, con mucha discrecin, por supuesto,para no molestarla.

    Mlle. de Lauranay haba nacido en 1772. Porconsiguiente, tena entonces veinte aos. Era de unaestatura bastante elevada para una mujer; rubia,con los ojos azules muy obscuros; con los rasgos

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    de su fisonoma encantadores, y de un aire lleno degracia y de soltura, que no se pareca en nada a todolo que yo haba podido ver de poblacin femeninaen Belzingen.

    Yo admiraba su aspecto modesto y sencillo; noms serio que lo preciso, pues su fisonomareflejaba la felicidad. Posea algunas habilidades tanagradables para s misma como para los dems.Tocaba admirablemente el clavicordio, nopresumiendo de maestra, aunque lo pareciese deprimera fuerza a un sargento como yo. Sabatambin arreglar bonitos ramos de flores en es-tuches de papel.

    -No causar, pues, admiracin el que M. Juanllegara a enamorarse de esta joven, ni que Mlle.. deLauranay hubiese notado todo cuanto habia debueno y de amable en el hijo de Mad. Keller, ni quelas familias hubiesen visto con alegra la intimidadde los dos jvenes, educados el uno cerca del otro,cambiarse poco a poco en un sentimiento mstierno. Ambos se merecan, y haban sabidoapreciarse; y si el matrimonio no se haba verificadotodava, era por un exceso de delicadeza de M. Juan,delicadeza que comprendern perfectamente todoslos que tengan el corazn bien colocado.

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    En efecto: no se habr olvidado que la situacinde los Keller no dejaba de ser comprometida. M.Juan hubiera querido que aquel pleito, del cualdependa su porvenir, estuviese terminado. Si loganaba, perfectamente; aportara a su matrimoniouna regular fortuna; pero si el pleito se perda y M.Juan se encontrara entonces sin nada. Ciertamenteque Mlle. Marta era rica, y que deba ser todavamucho ms a la muerte de su abuelo; pero a M.Juan le repugnaba ir a tomar parte y a disfrutar deesta riqueza. Segn yo, este sentimiento no podamenos de honrarle.

    Sin embargo, las circunstancias se presentabanya tan apremiantes, que M. Juan no poda menos dedecidirse a tomar un partido. Lass conveniencias defamilia se reunan en este matrimonio; pues tenanambas partes la misma religin, y aun el mismoorigen, al menos en el pasado. Si los jvenesesposos haban de venir a fijarse en Francia, porqu los hijos que de ellos naciesen no haban de sernaturalizados franceses? En este estado se hallabanlas cosas.

    Importaba, pues, decidirse, y sin tardanza, tantoms, que el estado de situacin poda autorizar encierta manera las asiduidades de un rival.

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    No es que M. Juan hubiese tenido motivos paraestar celoso. Y cmo hubiese podido estarlo, si nohaba ms que decir una palabra para que Mlle.. deLauranay fuese su mujer?

    Pero si no eran celos los que senta, era unairritacin profunda y muy natural contra aquel jovenoficial que habamos encontrado en el regimiento deLieb mientras dbamos nuestro paseo por el caminode Belzingen.

    En efecto: desde haca varios meses, el tenienteFranz von Grawert se haba fijado en Mlle. Martade Lauranay. Perteneciendo a una familia rica einfluyente, no dudaba de que M de Lauranay secreyera muy honrado con sus atenciones y con supredileccin por su nieta.

    Por consiguiente, este Frantz molestaba a Mlle.Marta con sus pretensiones. La segua en la callecon una obstinacin tal, que, a menos de verse muyobligada, la joven rehusaba siempre salir.

    M. Juan sabia todo esto. Ms de una vez estuvoa punto de ir a pedir explicaciones a aquel majadero,que tanto presuma entre la alta sociedad deBelzingen; pero el temor de ver el nombre de Mlle.Marta mezclado en este asunto la haba detenidosiempre. Cuando fuese su mujer, si el oficial

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    continuaba persiguindola, l sabra perfectamenteatrapara sin ruido y hacerle variar de conducta.Hasta entonces era ms conveniente aparentar queno se haba apercibido de sus asiduidades. Ms valaevitar un escndalo, como el cual padecera lareputacin de la joven.

    Entretanto, la mano de Mlle. Marta de Lauranayhaba sido pedida, haca tres semanas, para elteniente Franz. El padre de ste, coronel delregimiento, se haba presentado en casa de M. deLauranay. Haba hecho presentes sus ttulos, sufortuna y el gran porvenir que esperaba a su hijo.Era un hombre rudo, habituado a mandarmilitarmente, y ya se sabe lo que esto quiera decir;no admitiendo ni una vacilacin, ni una negativa; enfin, un prusiano completo, desde la ruedecilla de susespuelas hasta la punta de su plumero.

    M. de Lauranay dio muchas gracias al coronelvon Grawert, y lo dijo que se consideraba muyhonrado con la peticin que se lo haca; pero almismo tiempo lo hizo saber que compromisosanteriores hacan aquel matrimonio imposible.

    El Coronel, tan cortsmente despedido, se retirmuy despechado del mal xito de su comisin. Elteniente Frantz qued por ello fuertemente irritado.

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    No ignoraba que Juan Keller, alemn como l, erarecibido en casa de M. de Lauranay con un ttuloque a l le negaban.

    De aqu naci el odio que por del Juan senta, yadems un deseo ardiente de venganza, que noesperaba, sin duda, ms que una ocasin paramanifestarse.

    Sin embargo, el joven oficial, bien fueseimpulsado por los celos o por la clera, no ces depretender a Mlle.. Marta. Por este motivo la joventom desde aquel da la firme resolucin de no salirsola jams, conforme lo permiten las costumbresalemanas, ni con su abuelo, ni con Mad. Keller, nicon mi hermana.

    Todas estas cosas no las supe yo hasta ms tar-de. Sin embargo, he preferido contrselas seguidas,tal como pasaron.

    En cuanto al recibimiento que me fue hecho porla familia de M. de Lauranay, baste deciros que nose puede desear mejor.

    - El hermano de mi buena Irma es de nuestro;amigos (me dijo Mlle.. Marta), y tengo muchasatisfaccin en poder estrecharlo la mano.

    Y creeris que yo no encontr palabras pararesponder? Os digo con verdad que si alguna vez he

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    sido tonto, fue precisamente aquel da. Cohibido,atolondrado, permanec silencioso como un muerto.Y aquella mano se me tenda con tanta gracia y detan buena voluntad!

    En fin, yo alargu la ma, y la estrech apenas;tanto miedo tena de romperla. Qu queris! Unpobre sargento!....

    Despus fuimos todos al jardn, y nos paseamos.La conversacin me hizo estar ms en mi centro. Sehabl de Francia. M. de Lauranay me Interrogacerca de los sucesos que all se preparaban. Parecatemeroso de que llegasen a ser de naturaleza tal, queprodujeran muchos disgustos a nuestroscompatriotas establecidos en Alemania. Sepreguntaba si no seria mejor salir de Belzingen yvolver a establecerse en su pas, en la Lorena.

    - Pensarais en partir? - pregunt vivamenteJuan Keller.

    - Temo que nos veamos obligados a ello, -respondi M. de Lauranay.

    - Y no quisiramos partir solos - aadi Mlle.Marta). Cunto tiempo tenis de licencia del.Delpierre?

    - Dos meses, - respond.

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    - Y bien, querido Juan, no asistir del. Delpierrea nuestro casamiento antes de su partida?

    - Si, Marta, si.M. Juan no sabia qu responder. Su razn se

    rebelaba contra su corazn.- Mlle. Marta (dijo); yo sera muy feliz si

    pudiera....-Mi querido Juan (replic ella, cortndole la

    frase), no procuraremos esta satisfaccin a M.Natalis Delpierre?

    - S, querida Marta - respondi M. Juan, que nopudo decir otra cosa.

    Pero esto me pareci suficiente.En el momento en que los tres bamos a

    retirarnos, pues ya se haca tarde:- Hija mia (dijo Mad. Keller, abrazando a la

    joven): es digno de ti!....- Ya lo s, puesto que es vuestro hijo, - res-

    pondi Mlle. Marta.Despus volvimos a nuestra casi. Irma nos

    esperaba. Mad, Keller le dijo que no faltaba ms,sino fijar la fecha del matrimonio.

    Todos nos fuimos a acostar, y si alguna vez hepasado una noche excelente, a pesar de las vocalesdel alfabeto que saltaban ante mis ojos entre sueos,

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    fue aquella seguramente, la cual pas durmiendo deun tirn en la casa de Mad. Keller.

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    83

    VII

    Al da siguiente no despert hasta muy tarde.Deban ser ya lo menos las siete.

    Me apresur a vestirme para ponerme a hacermi tema, es decir, a repasar las vocales, entretantoque llegaban las consonantes.

    Cuando llegaba a los ltimos peldaos de laescalera, encontr a mi hermana Irma que suba.

    - Ya iba yo a despertarte, - me dijo.- S, se me han pegado las sbanas, y me ha

    retrasado.- No es eso, Natalis; no son ms que las siete -,

    pero hay alguien que te busca.- m?- Si, un agente.- Un agente! .... Diablo!.... No me gustan

    mucho esta clase de visitas.

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    Qu era lo que podra querer de mi? Mi her-mana no pareca muy tranquila.

    Casi en seguida apareci M. Juan.- Es un agente de polica (me dijo). Tened

    mucho cuidado, Natalis, en no decir nada quepueda comprometeros.

    - Estara gracioso que supiera que yo soysoldado, - respond.

    - Eso no es probable, Vos habis venido aBelzingen a ver a vuestra hermana, y nada ms.

    Esto era la verdad, por otra parte, y yo mepromet a mi mismo mantenerme en una prudentereserva.

    En esto llegu al umbral de la puerta. Allapercib al agente; un bribn seguramente, unafacha rara, una figura estramblica, todo des-trozado, con las piernas torcidas como los pies deun banco, con cara de borracho, es decir, con eltragadero en pendiente, como se dice en mi pas.

    M Juan la pregunt en alemn qu era lo quequera.

    - Tenis en vuestra casa un viajero llegado ayera Belzingen?

    - Si; y qu ms?

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    - El director de polica le enva una orden paraque se presente en su despacho.

    - Est bien; ir.M Juan me tradujo esta breve conversacin. No

    era sencillamente una invitacin; era una orden laque se me comunicaba; era preciso, pues,obedecerla.

    El hombre de los pies de banco se habamarchado, lo cual me produjo satisfaccin. No meera, a la verdad, muy grato atravesar las calles deBelzingen con aquel asqueroso polizonte. Se meindicara dnde estaba el director de polica, y yo mearreglara para encontrar su casa.

    - Qu clase de persona es? - pregunt a M.Juan.

    - Un hombre que no carece de cierta finura. Sinembargo, Natalis; debis desconfiar de l. Se llamaKalkcreuth. Este Kallkreuth no ha procurado nuncams que proporcionarnos molestias, porque leparece que nosotros nos ocupamos demasiado deFrancia. Por eso procuramos estar distanciados del; y l lo sabe. No me admirara el que procuraracomplicarnos en algn mal negocio. Porconsiguiente, tened cuidado con vuestras palabras.

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    - Por qu no me acompais a su oficina, M.Juan? - dije yo.

    - Kallkreuth no me ha llamado (respondi), y esprobable que no lo agradara el verme all.

    - Masculla el francs, siquiera?- Lo habla perfectamente; pero no olvidis,

    Natalis, de reflexionar bien antes de responder; y nodigis a Kallkreuth ms que lo que justamentedebis decir.

    - Estad tranquilo, M. Juan.Se me dieron las seas de la vivienda del dicho

    Kallkreuth. No tena que andar ms que algunoscientos de pasos para llegar a su casa, y llegu a ellaen un instante.

    El agente se encontraba a la puerta, y meintrodujo en seguida en el despacho del director depolica.

    Parece que quiso ser una sonrisa lo que medirigi este personaje al entrar, pues sus labios ladistendieron de una oreja a la otra. Despus, parainvitarme a que me sentara, hizo un gesto que, sinduda, para l, deba ser de lo ms gracioso.

    Al mismo tiempo continuaba ojeando lospapelotes que tena amontonados sobre su mesa.

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    Yo me aprovech de su ocupacin paraexaminar a mi gusto a Kalkcreuth.

    Era un hombre alto y aflautado, cubierto conuna especie de tnica de las que usan los bran-deburgueses; tena lo menos cinco pies y ochopulgadas; muy largo de busto lo que nosotrosllamamos un quince-costillas flaco, huesudo, con lospies de una longitud enorme; una caraapergaminada, que deba estar siempre sucia, auncuando acabara de lavarse; la boca ancha, losdientes amarillentos, la nariz aplastada por la punta,las sienes rugosas, los ojos pequeos, como agujerosde berbiqui, un punto luminoso bajo unas espesascejas; en fin, una verdadera cara de cataplasma.

    M. Juan me haba prevenido que desconfiara,precaucin bien intil; la desconfianza venia por ssola desde el momento en que uno se encontraba enpresencia de tal hombre.

    Cuando hubo acabado de revolver sus papeles,Kalkcreuth levant la nariz, tom la palabra, y meinterrog en un francs muy claro. Pero, a fin dedarme tiempo para reflexionar, yo hice como quetenia alguna dificultad en comprenderle. Hasta tuveel cuidado de hacerle repetir cada una de sus frases.

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    Ved aqu, en suma, lo que me pregunt y lo querespond en aquel interrogatorio.

    - Vuestro nombre?- Natalis Delpierre.- Francs?- Francs.- Y vuestra profesin?- Vendedor ambulante.- Ambulante!... Ambulante! .... Explicaos bien;

    no comprendo qu significa eso.- Significa que recorro las ferias y los mercados,

    para comprar...., para vender.... En fin. ambulante;ello mismo lo dice.

    - Habis venido a Belzingen?- As parece.- hacer qu?-A ver a mi hermana Irma Delpierre, a la cual no

    haba visto haca trece aos.- Vuestra hermana, una francesa que est al

    servicio de la familia Keller? ....- Esa misma.Al llegar aqu hubo un ligero intervalo en las

    preguntas del director de polica.

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    - Es decir (pregunt de nuevo Kallkreuth), quevuestro viaje a Alemania no tiene ningn otroobjeto?

    - Ninguno.- Y cundo os marchis....?- Emprender el mismo camino por donde he

    venido, sencillamente.- Y haris bien. Para cundo, poco ms o

    menos, pensis partir?- Cuando lo crea ms oportuno. Se me figura

    que un extranjero ha de poder ir y venir por Prusiasegn se lo antoje.

    - Es posible.Kallkreuth, despus de esta palabra, clav ms

    fijamente sus ojos en mi. Mis respuestas lo parecan,sin duda, un poco ms seguras de lo que a l loconvena. Pero aquello no fue ms que unrelmpago, y el trueno no estall todava.

    - Minuto! (me dije a m mismo.) Este galopntiene todo el aire de un solapado bribn que nobusca ms que lapidarme, como dicen nuestrospicardos. Ahora es cuando es preciso estar sobreaviso.

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    Kallkreuth volvi a comenzar su Interrogatorio,tomando de nuevo su aspecto hipcrita y su vozsocarrona.

    Entonces me pregunt:- Cuntos das habis empleado en venir de

    Francia a Prusia?- Nueve das.- Qu camino habis trado?- El ms corto, que era al mismo tiempo el

    mejor.-Podra yo saber exactamente por dnde babis

    pasado?- Seor (dije yo entonces): se puede saber a qu

    vienen todas esas preguntas?- M. Delpierre (me dijo entonces Kallkreuth con

    tono seco): en Prusia tenemos la costumbre deinterrogar a los extranjeros que vienen a visitarnos.Esta es una formalidad de la polica; y sin duda vosno tendris la intencin de sustraeros a ella.

    - Sea (dije.) he