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Versión digital de Jornal de Arequipa

Diagramación:

Ronald Málaga

Basada en la novela de Nikolái Ostrovski

Así se templó el acero

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Hace más de setenta años que la novela de Nikolái Ostrovski “Así se templo el acero” estremece al lector. enseña a ser valiente y exhorta a luchar por una vida mejor. Ha sido traducida a muchos idiomas, llevada al cine y a otros escenarios. El personaje principal del libro – Pável Korchaguin – resume, mediante el más emotivo lenguaje literario, la época en que vivió y lucho el propio Nilolái Ostrovski. Aquellos fueron tiempos excepcionales, combativos, heroicos. En 1917, los obreros y campesinos de Rusia, guiados por el Partido Comunista, destronaron al zar, derrocaron a los terratenientes y capitalistas, asumieron el poder. Surgió un nuevo Estado encabezado por los Soviets, que integraban los trabajadores mismos donde nadie explotaba a nadie y todos eran iguales. Sin embargo, los antiguos gobernantes de Rusia, respaldados por la burguesía mundial, desataron la guerra civil como desesperada expresión de su inconformidad. Una parte del ejército ruso, comandada por oficiales adictos al viejo régimen, se pronunció contra la naciente república. Numerosas bandas, que sembraban el terror entre la población, congregaron a todos aquellos que no estaban de acuerdo con el nuevo régimen.

Catorce estados capitalistas iniciaron una intervención directa. El país de los Soviets, para defender las conquistas de la revolución creó en 1918 el Ejercito Rojo, del y para el pueblo. Desde muy joven combatió Nikolái Ostrovski en las filas del Ejercito Rojo. Cayó herido varias veces, pero siempre lograba reponerse. Sólo una fuerte contusión lo obligo a dejar el servicio militar.

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Ostrovski se convirtió en funcionario del Komsomol, la organización de las Juventudes Comunistas. El país restañaba las heridas de la guerra, empezaba a edificar una vida nueva, a establecer nuevas relaciones humanas, y los jóvenes participaban activamente en todas las grandes tareas.Lamentablemente, al cabo de unos años Nikolái Ostrovski tuvo que enfrentar una prueba terrible: como consecuencia de una herida de guerra quedó paralítico y ciego. ¡Minusválido a los 24 años de edad! Pero vivir significaba para él ser útil a la gente. En esas circunstancias no tenía más que un arma: la palabra. Escribió un libro, en mucho autobiográfico, sobre la juventud que emprendió el sendero de la lucha revolucionaria.La novela “Así se templo el acero” salió a la luz en 1932, convirtiéndose de inmediato en libro preferido de millones de lectores. Ostrovski comenzó a preparar otra novela“Engendrados por la tempestad” que la muerte no le permitió concluir. Hasta su último aliento, trabajó en ese libro hasta doce horas diarias.Nikolái Ostrovski falleció, en diciembre de 1936, a los 32 años de edad.

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Pável Korchaguin tenía sólo doce años cuando empezó a trabajar en la fonda de la estación. Lo dirigieron al fregadero. Una de las mujeres le dijo: ”Tu trabajo es el siguiente: calientas esta caldera desde la mañana, y que en ella siempre haya agua hirviendo, y tienes que partir la leña, además estos samovares también te tocan a ti. Vas a lavar cuchillos y tenedores y sacar la basura”. Y un mesero añadió: “Siempre debes mantener listos los samovares, si no, te las verás conmigo. ¿entendido?” Así empezó la vida laboral de Pável. Dos años trabajó en la fonda, corriendo como desesperado con bandejas y cubos y recibiendo a cada rato golpes en lugar de premios.

Un frío día de enero Pável estaba terminando su turno, pero el muchacho que debía relevarlo no aparecía. Y él cansado, tuvo

que quedarse a trabajar otro día entero, y para la noche ya estaba sin fuerzas. Todavía había que llenar las calderas y

poner a hervir el agua para la llegada del tren de las tres. Abrió la llave: no había agua. Pasados unos minutos el agua

comenzó a caer en el depósito, lo llenó hasta los bordes y se derramó. El agua inundó la cocina pasando por debajo de la

puerta llegó hasta la sala. Por esto le dieron una paliza y le sacaron del trabajo.

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Artiom, hermano mayor de Pável, le encontró trabajo en la planta eléctrica. Mientras tanto, al pueblito ucraniano de Shepetovka llegó la noticia de que habían derrocado al zar. Por las calles nevadas se dirigieron hacia la plaza miles de personas. Con ansiedad escuchaban las nuevas palabras: libertad, igualdad, fraternidad. Durante el lluvioso noviembre de 1917, Rusia estaba en guerra con Alemania. Empezaron a aparecer en la estación desconocidos, en su mayoría soldados con el extraño apodo de “bolcheviques”. En la primavera de 1918 entró en Shepetovka un destacamento de guerrilleros que abandonó porque el ejercito alemán avanzaba como avalancha. El comandante del destacamento guerrillero dijo: “podremos combatir solo si nos unimos a otros destacamentos del Ejercito Rojo que se están retirando. “Como somos los últimos en retirarnos, nos toca la tarea de organizar el trabajo en la retaguardia de los alemanes”.

Un camarada de confianza debe trabajar en la estación. Propongan

candidatos. “El marinero Zhujraí debe quedarse aquí” - dijo uno de los

ayudantes del comandante-. “Nació en Shepetovka, es ajustador y electricista

y podrá encontrar trabajo en la estación. Nadie lo ha visto con nuestro

destacamento. El muchacho es inteligente y pondrá el asunto en

marcha”.

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Al día siguiente, cuando Pável regresó a casa, vió sentado en la mesa junto con Artión a un hombre desconocido: Zhujrái. Artióm se dirigió a él diciendo “este es Pável, mi hermano menor”. El desconocido tendió la mano a Pável. Escucha Pável -dijo Artión- me dijiste que en la planta se enfermo el electricista. Mañana mismo averigua si aceptan en su lugar a un hombre de experiencia”. “Claro que si, el patrón esta buscando alguien para suplirlo, pero no encontró a nadie”. “Pues bien, la cosa esta hecha -dijo el desconocido- mañana iremos juntos, yo mismo hablaré con el dueño”.

Los alemanes duraron poco en la ciudad. Los sustituyeron las bandas del atamán Petliura. De nuevo empezaron los saqueos, la violencia, los

asesinatos. Los soldados de Petliura querían arrestar al bolchevique Zhujrai, pero este logró

escapar. Durante varios días el marinero se escondió en la casa de los Korchaguín y en ese

lapso el marinero explicó a Pável muchas cosas. Este le preguntó “¿Quién eres Fiódor: bolchevique

o comunista?”. Y Zhujrai le respondió riendo. En broma se dio un puñetazo en su ancho pecho y le

dijo “Está claro hermanito que bolchevique o comunista son la misma cosa”.

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Los asuntos requerían que Zhujrai se entrevistara con algunas personas necesarias. Se fue y no volvió más. Al cabo de unos días Pável vió al marinero en la calle. Detrás de él, casi clavándole la bayoneta en la espalda iba un soldado de Petliura. Pável Korchaguin se lanzó hacia él y, agarrando el fusil, lo inclinó hacia sí con un brusco movimiento. El soldado enfurecido, arrancó el fusil de las manos de Pável. Este, al caer, arrastro consigo al soldado. En dos saltos, Zhujrái apareció a su lado. Su puño cayó sobre la cabeza del soldado. Este, como Un pesado saco fue echado a la cuneta. El marinero y Pável saltando por encima de la reja de una finca huyeron.

Aquella misma tarde Pável fue detenido en su casa y llevado a la comandancia. Cinco días duró

el interrogatorio, pero el comandante no logró sacarle nada. El soldado de la escolta reconoció a

Korchaguin, se lanzo contra él queriendo estrangularlo, Pável insistió en lo mismo: “No se

nada no asalte a nadie”. El comandante solicitó ante el Estado Mayor autorización para fusilar

Pável.

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Una casualidad salvó a Pável de la muerte. El coronel Cherniak, ayudante del atamán Petliura exigió que le

mostraran el sótano donde estaban los detenidos. Cuando Cherniak le preguntó a Pável cual era su culpa éste dijo: en

nuestra casa están alojados dos cosacos, yo corte de una vieja silla de montar un pedazo de cuero para hacer suelas y

los cosacos me trajeron aquí. El coronel miró despectivamente a Korchaguin: Puedes ir a casa y dile a tu

padre que te de un par de palizas. Sin poder creerlo Pável, se lanzó hacia la puerta.

Cuando la pequeña ciudad fue liberada de las tropas de Petliura, Pável ingreso al Ejercito Rojo. Durante largo tiempo no hubo cartas de él. La madre lloraba con frecuencia, pero una vez, en la noche Artiom gritó al entrar: “¡ hay noticias de Pável!”. Escribió lo siguiente: “Querido hermano: te informo que estoy vivo aunque no completamente sano. Una bala me dio en la cadera pero ya estoy mejorando. Soy ahora guardia rojo de la brigada de caballería que lleva el nombre del camarada Kotovski. ¿Está en la casa mamá? … un cariñoso saludo para ella de su hijo menor. Y discúlpenme las preocupaciones que les ocasiono. Tu hermano”.

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Ya paso un año desde que Pável comenzó a combatir. Maduró, se hizo más fuerte. Le toco muchas cosas terribles durante ese tiempo. Junto con miles de combatiente lucho por el poder de su clase. Y solo dos veces abandonó las filas: por herida y por enfermedad

Pável está en el primer ejercito de caballería de Budionny. Los combatientes que acababan de entrar en un pueblo tienen una hora de descanso. En la parte trasera de una tachanka (carro ligero armado de una ametralladora), un muchacho muy fuerte toca el acordeón. Pierde el compás y en el círculo un alegre soldado de caballería tampoco puede llevar el ritmo del baile. Pável se abrió paso

a la tachanka y el acordeón cayó. “¿que deseas?”… pregunto el acordeonista. Korchaguin extendió la mano hacia la correa déjame tocarlo un poco. El joven indeciso se quito del hombro la correa.

Pável, como era su costumbre se puso el acordeón en los muslos y comenzó a tocar … el soldado de caballería, abriendo los brazos como pájaro que despliega las alas, voló por el círculo, haciendo

con los pies inverosímiles arabescos.

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Los jinetes rojos atacaban a los intervencionistas. Inclinado sobre el cuello del caballo volaba Korchaguin.

Muy cerca de Pável un bravo jinete de Budionny mató de un implacable sablazo a un enemigo. Y de pronto, en el

cruce aparecieron una ametralladora y tres figuras de azul. Una cuarta figura, con un galón dorado en la guerrera, al

ver a los que galopaban, adelanto rápido la mano que empuñaba el máuser. Pável no pudo detener su caballo y

se lanzo hacia la ametralladora. El oficial le disparó y la bala paso silbando junto a la mejilla. Derribado por el pecho del caballo, el oficial cayo de espaldas. En ese mismo instante la ametralladora comenzó a disparar

desesperadamente, se encabrito el caballo de Pável y se echó con todo y jinete sobre la gente que disparaba.

Una vez enviaron a Pável con un sobre a la estación. Deteniéndose junto a la locomotora, Korchaguin preguntó: “¿Quién es el jefe?”. Un hombre enfundado en cuero desde los pies a la cabeza se dirigió a él “yo”. Pável saco del bolsillo el sobre “Aquí tiene la orden, firme el sobre”. Cerca de una rueda de la locomotora estaba trabajando alguien con la aceitera en la mano. “Tome el recibo”, el jefe le devolvió a Pável el sobre. El hombre que había junto a la locomotora se irguió por completo volteándose. En aquel mismo momento Pável saltó del caballo: “¡Artiom, hermanito!”, “¡Pavka! ¡pero si eres tú!” gritó sin dar crédito a sus ojos

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En las ceranías de Lvov. Pável perdió su gorra en un combate. Detuvo el caballo, pero, delante, los guardias

rojos chocaron con las líneas enemigas. De entre

las matas salió un combatiente, gritando: “¡Mataron al jefe de la

división!”. Una furia salvaje se apoderó de Pável. Se

lanzó rápido a lo más arduo del combate. Enloquecidos de coraje por la muerte del

jefe, los combatientes aniquilaron a toda una

sección enemiga. Salieron al campo a galope, dando

alcance a los que huían, pero contra ellos ya

disparaba una batería … Ante los ojos de Pável

surgió un llamarada verde: el trueno retumbó en sus

oídos. Pável fue arrancado de la silla. Tras salir

volando por las orejas del caballo, cayó pesadamente

al suelo.

Korchaguin estuvo treinta días inconsciente en un hospital militar. La herida en la cabeza era muy profunda. Se produjo un derrame en el ojo derecho que se hinchó. El médico quería sacarle el ojo para evitarle una infección pero decidió no hacerlo. “Si el joven sobrevive para que desfigurarle el rostro”. La enfermedad paso su periodo más crítico. El ojo quedo inútil pero su aspecto exterior era normal. Al despedirse de los médicos Pável dijo: “Hubiera sido mejor perder la vista del ojo izquierdo. ¿cómo voy a disparar ahora?”

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Al ser dado de alta del hospital Pável se fue a Kíev. Al cabo de unos días de estar allí, vio en la calle una orden firmada por el presidente de la Cheka provincial. Fedor Zhujrái. Su corazón se estremeció. Fedor los recibió bien en el frente Zhujrái había perdido un brazo. Inmediatamente se pusieron de acuerdo en cuanto al trabajo. “juntos aplastaremos aquí a la contra revolución hasta que recuperes las fuerzas para volver al frente. Ven mañana mismo”, le dijo Zhujrái.

Para liquidar el último bastión contra revolucionario, el ejercito rojo empezó una

ofensiva sobre Grimea. Por Kiév, en dirección sur pasaban trenes con guardias rojos, en las

plataformas había carretas, cocinas de campaña, cañones. A Kiév llegaran numerosos telegramas en

cada una de ellos se ordenaba dejar paso a esta o aquella división. La Cheka del sector ferroviario de

donde ahora trabajaba Pável, tenía que resolver todo ese enredo. Ahí irrumpían agitando sus

revólveres los jefes de las unidades exigiendo que se autorizara la salida inmediata de sus trenes.

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El trabajo en la Cheka repercutió en la débil salud de Pável. Después de dos noches son dormir perdió el conocimiento. Se dirigió a Zhujrái: “Fedor, siento grandes deseos de ir a los talleres a ejercer mi profesión, pues me doy cuenta que aquí soy una tuerca floja. En la comisión me dijeron que no soy apto para las armas pero esto es peor que estar en el frente”.El Comité Regional del Komsomol designó a Pável como secretario de las Juventudes Comunistas de los Talleres.

En diciembre de 1920 Pável Korchaguin fue a Shepetovka a pasar unos días con su familia. La madre al verlo lloró de alegría. La felicidad volvió a brillar en sus ojos. Su dicha no tuvo

límites cuando al cabo de unos tres días por la noche apareció también Artiom. Pero Pável

permaneció en casa solo dos semanas y regreso a Kíev donde le esperaba el trabajo.

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Pasó casi un año. Nuevos enemigos amenazaban la ciudad: la paralización en los ferrocarriles y por falta de combustible, el hambre y el frío. La leña y el pan lo decidían todo. En el despacho del presidente del Comité Regional del Partido trece personas se inclinaron sobre el mapa “Vean, decía Zhujrái, aquí se encuentra la estación, a seis kilómetros el talado del bosque. Allí se encuentra apilados doscientos diez mil metros cúbicos de leña. Hay que transportarla a la estación. Existe una sola posibilidad, camaradas: construir en tres meses un ferrocarril de vía estrecha que vaya desde la estación hasta el talado del bosque. Para el trabajo se requieren 350 obreros y dos ingenieros. Pero no tendrán dónde vivir: allí no hay más construcción que las ruinas de la estación forestal. Habrá que enviar a los obreros por grupos, cada dos semanas, pues no podrán resistir más”

La gente cavaba con insistencia la tierra, haciendo el terraplén para el ferrocarril de vía. Y la lluvia caía, como

cernida por un tamiz fino. No lejos de la estación se elevaba sombrío el esqueleto de piedra de la vieja escuela.

En vez de puertas y ventanas había agujeros en vez de portezuelas y estufas, brechas negras. Lo único que estaba

intacto era el suelo de hormigón en cuatro espaciosas habitaciones.

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Y la lluvia seguía sin cesar. Pável Korchaguin sacó con mucho esfuerzo su pie de la arcilla. La suela podrida de la bota se había desprendido por completo. Con lo que quedaba de la bota se dirigió a la barraca. Se sentó junto a la cocina de campaña y acercó al fogón el pie entumecido por el frío. La mujer del guardavías le dijo: “¿Qué, ya te estás preparando para la comida? ¿Estás tratando de rehuir el trabajo, muchacho?¿Dónde metes los pies? Esto es una cocina y no un baño a vapor”. “Se me destrozó la bota”, dijo Pável. Ella se apenó “creí que eras un holgazán”, le dijo. La mujer examinó la bota y le dijo “No vale la pena remendarla y para que no se te estropee el pie te traeré un chanclo viejo. Pronto regresó con el chanclo y un pedazo de arpillera. Pável miró muy agradecido a la mujer del guardavías.

Sobre él se acostaban por la noche cuatrocientos hombres con la ropa empapada y llena de barro tratando de calentarse unos a otros.

Pero la ropa no se secaba. A través de los sacos clavados en los marcos de las ventanas el agua penetraba y por los huecos de las

ventanas soplaba el viento. Por la mañana tomaba te y se marchaban por el terraplén. Almorzaban lentejas, odiadas a fuerza de comerlas a

diario y un pan negro con carbón.

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El viejo Tokariev que dirigía la construcción del ferrocarril de vía estrecha regresó de la ciudad irritado. En seguida llamó a

los del activo: “Les diré con franqueza muchachos, la cosa no puede estar peor. No hemos encontrado relevo para suplirles.

Elk frío está encima. Antes que llegue hay que pasar el pantano aunque reventemos; de los contrario, luego no se

podrá arrancar la tierra ni con los dientes. ¿Qué bolcheviques seremos sino?. Hoy mismo celebraremos una reunión, les

explicaremos a los nuestros lo que hay y mañana saldremos todos al trabajo. En las primeras horas del día dejaremos que

ser vayan los que n o militan en el partido y nosotros nos quedaremos”.

En el bosque se oyó un disparoEncendieron un fósforo y leyeron escrito en la tabla “Lárguense todos de la estación al lugar de dónde vinieron. El que se quede recibirá un balazo en la frente. Les doy de plazo hasta mañana en la noche. Atamán Chesnok”. Pasados unos días cerca de diez jinetes se acercaron en la oscuridad a la escuela. La descarga rompió el silencio de la noche. Pavel Korchaguin, de cuclillas, tanteaba nerviosamente los orificios para los cartuchos en el tambor del revólver. El tiroteo cesó. Pavel cauteloso abrió la puerta. No había nadie.

En el bosque se oyó un disparo. Un jinete se lanzó de la barraca a la oscuridad del bosque. De la barraca y de la vieja escuela salió corriendo la gente. Alguien, casualmente, tropezó con una tabla metida por la rendija de la puerta.

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A la hora de comer llego a la ciudad la vagoneta automóvil. De ella bajaron Fedor Zhujrai y Akim, el secretario del Comité regional del partido. Los recibió Tókariev. “La incursión de la banda es todavía el mal menor – comenta el vejo -. Aquí empieza un monte. Habrá que quitar mucha tierra”. Akim preguntó a Tókariev:”¿les alcanzarán las fuerzas para construir el ramal en el plazo fijado?”. “Sabes, en general, no se podrá construir, pero tampoco se puede dejar de construirlo. Ya son dos meses que estamos aquí atascados, hemos empalmado cuatro turnos, y el equipo principal, sin descanso, se mantiene únicamente por su juventud. Cuando uno mira a estos muchachos, comprende que no tienen precio …”Zhujrai mió las espaldas dobladas en un esfuerzo tenso y comentó en voz baja: “Has dicho la verdad, Tókariev, no tienen precio. Aquí es donde se templa el acero”

La ansiada leña estaba ya cerca. Pero se aproximaban a ella muy lentamente: cada día el tifus se llevaba decenas de vidas. Korchaguin desde hace tiempo tenía fiebre, pero hay ésta se dejo sentir con más fuerza que antes. A duras penas llegó a la estación y perdió el sentido.Lo encontraron al cabo de algunas horas, llevándolo a la barraca. Pável respiraba con dificultad, no reconocía a los que lo rodeaban. Un practicante del tren blindado a quien se le llamó para que lo viera, diagnosticó: “Neumonía y tifus abdominal”

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La juventud se impuso. Korchaguin se había repuesto lo suficiente. Restableciéndose, Pável paseaba mucho y una vez halló un cementerio. Un pensamiento le llegó a la cabeza:”Lo más preciado que posee el hombre es la vida. Se le otorga una sola vez y hay que vivirla de forma que no se sienta un dolor torturante por los años gastados en vano, que no queme la vergüenza por una pasado vil y mezquino y que, al morir, se pueda exclamar: ¡toda la vida y todas las fuerzas fueron consagradas a lo más hermoso del mundo, la lucha por la liberación de la humanidad! Y hay que apresurarse a vivir, pues una enfermedad estúpida o cualquier casualidad trágica pueden cortar el hilo de la vida”.

Pável se reincorporó al trabajo en los talleres, como ayudante de mecánico electricista. Trató de convencer al secretario del

Comité distrital del partido de que le dejara retirarse, por algún tiempo, del trabajo directivo. –“No tenemos suficiente gente y tú quieres recrearte en el taller. No me menciones la

enfermedad. Dime cuál es el verdadero motivo”, - le acosaba el secretario. – “Claro que tal motivo existe: quiero estudiar”.

– “¡Ah… conque esas tenemos. Tú quieres, ¿y crees que yo no?”. Pero después de una larga discusión el secretario del

Comité distrital aceptó.

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Korchaguin se quedaba por las tardes, hasta muy entrada la noche, en la biblioteca pública. Obtuvo el derecho a consultar cualquier libro, sin pedir permiso a los bibliotecarios. Al apoyar la escalerilla en las enormes estanterías, Pável se pasaba horas y horas hojeando un libro tras otro, buscando lo interesante y necesario.

Un día Pável entró en el despacho de Tókariev y le pidió su recomendación para ingresar al partido. En el renglón

del cuestionario donde se indicaba el tiempo de militancia del que recomendaba como candidato al

Partido Comunista (bolchevíque) de Rusia al camarada Pável korchaguin el viejo escribió con mano firme,

“desde 1903”, y al lado puso su firma, de trazo sencillo. “Toma, Pável. Estoy seguro de que nunca cubrirás de

vergüenza mis canas”.

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La vida hizo sus correcciones en los planes de Pável. Poco antes del invierno, las armadías rotas por la crecida de aguas otoñales, interceptaron el río abajo. Los miembros de las Juventudes Comunistas – entre ellos Pável -, fueron enviados a salvar la riqueza forestal. El ocultó de sus compañeros un fuerte catarro, y una semana más tarde cayó enfermo. Durante dos semanas, un reumatismo agudo quemó su cuerpo, y cuando regresó del hospital, le fue muy difícil trabajar. Unos días después una comisión médica lo declaró inútil para el trabajo, y él recibió la liquidación y el derecho a jubilación por invalidez que, por supuesto, se negó a aceptar.

No fue fácil vencer el carácter de Pável Korchaguin. Al cabo de tres semanas, fue comisionado a una provincia y, pasado un año, elegido secretario del Comité comarcal del Komsomol.

Durante el verano, los compañeros se iban de vacaciones, uno tras otro. Korchaguin les conseguía plazas en los sanatorios y les ayudaba en todo. Ellos partían y su trabajo recaía sobre las espaldas de Pável. Los muchachos volvían alegres, rebosantes de energía. Entonces se marchaban otros. Pero durante todo el

verano siempre faltaba alguien y era inconcebible la ausencia de Pável, aunque fuese un día. Así transcurría el verano. A Pável no le gustaba el otoño ni el invierno: le traían muchos sufrimientos

físicos.

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A Pável le causaba enorme dolor confesarse a sí mismo que sus fuerzas disminuían cada año. Había dos salidas: reconocerse minusválido o permanecer en su puesto mientras le fuera posible. Optó por lo segundo. Una vez se sentó a su lado un doctor: “Te ves mal, Korchaguin. Hay que examinarse”.Como resultado del reconocimiento médico fue dado el siguiente dictamen: “La comisión médica considera imprescindible que tome vacaciones inmediatas, con curación prolongada y un serio tratamiento posterior; de lo contrario, son inevitables consecuencias graves”.

Korchaguin permaneció en el sanatorio una semana: no aguantó más, se marchó antes del plazo sin haber concluido su tratamiento. En otoño, el automóvil en que viajaba Pável, se metió en una cuneta y se volteó. Artiom recibió una carta de Pável. “…Me he apartado del trabajo, he encontrado una nueva profesión, la de ‘enfermo’; soporto un montón de sufrimientos y, como resultado de todo ello, tengo paralizada la rodilla derecha, varias puntadas en el cuerpo y, por si fuera poco, el último descubrimiento médico: hace siete años recibí un golpe en la columna vertebral, que me puede costar caro. Estoy dispuesto a aguantarlo todo con tal de volver a filas. Mañana parto al sanatorio. No te desanimes Artiom”.

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Antes de darle de alta del hospital, la médica Irina Bazhánova propuso a Pável que lo auscultara su padre, que era un famoso catedrático. Korchaguin aceptó de inmediato. El célebre cirujano reconoció a Pável en presencia de su hija, pidiéndole que le comunicara su diagnóstico: “A este joven le espera inevitablemente la tragedia de la movilidad, y nosotros no podemos hacer nada”. La médica no creyó posible decírselo todo y, con frases cautelosas, transmitió a Korchaguin sólo una mínima parte de la verdad.

Después del prolongado tratamiento en el sanatorio Pável fue a Járkov y en seguida se dirigió al comité Central del partido apara ver a Akim. Korchaguin pidió que le enviaran inmediatamente a trabajar. –“No podemos hacer eso, Pável. Tenemos una orden de la comisión médica del CC del

partido, en la que se dice: “en vista de su grave estado de salud, envíenlo a pasar un tratamiento, sin permitir que se reintegre al trabajo.”. “Akim, mientras lata mi corazón, no se me podrá apartar del

partido”. Akim sabía que lo dicho no era una simple frase de adorno, sino el grito de un combatiente gravemente herido. Dos días después, comunicó a Pável que se le daba la posibilidad de trabajaren

la redacción de un diario, pero que para ello era indispensable comprobar si podía desempeñarse en el campo periodístico.

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En la redacción lo recibieron muy amablemente. La subdirectora, vieja militante de los tiempos de la clandestinidad, dijo: “Podemos darle trabajo para que lo haga en casa y, en general crearle condiciones adecuadas. Pero este trabajo requiere amplios conocimientos. Sobre todo, en la esfera de la literatura y del idioma”. Después de leer un artículo escrito por Pável, la mujer suspiró: ”¡camarada Korchaguin! Si profundiza sus conocimientos podría convertirse en un buen periodista, pero ahora, lamentablemente no podemos darle empleo”. A partir de aquel día la vida de Korchaguin se deslizó cuesta abajo. Ni hablar de trabajar en algo.

“¿Para qué vivir – reflexionaba Pável – cuando ya has perdido lo más preciado, la capacidad de luchar?…

¿Quedar como espectador cuando los camaradas avanzan combatiendo? ¿Convertirse en una carga?. Una

bala en el corazón y… fuera penas”. Korchaguin sacó lentamente el revólver. – “¿Quien iba a imaginar que

llegaría este día?”. Pável dejó el revólver. – “Es la salida más cobarde y fácil. Aprende a vivir también cuando la

vida se hace insoportable. Haza útil”.

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Rara vez recibía Artiom cartas de su hermano, ,pero los días en que abría el sobre con la letra conocida, perdía su habitual tranquilidad. “…Sufro un golpe tras otro – escribía Pável - . el brazo izquierdo se negó a obedecerme. Eso fue

duro, pero después me han traicionado las piernas y ahora llego con dificultad de la cama a la mesa. No sé que me espera mañana … Ahora,

mi vida es el estudio libros, libros y más libros. He estudando todas las principales obras de la

literatura clásica. He terminado y enviado los trabajos del primer curso por correspondencia de

la Universidad”.

Una nueva desgracia atacó a Pável: la parálisis afecto totalmente sus piernas. Ahora sólo podía usar el brazo derecho, luego, se propagó al izquierdo. Al cabo de unos días escribió una carta al secretario del Comité distrital, pidiéndole que fuese a verle. Este pasó dos horas con Korhaguin. “¡lo que necesito es gente, gente viva!. Ahora más que nunca. Envíame aquí a la juventud”. “deja de hablar sobre eso - respondía el secretario -. Necesitas descansar y luego aclarar lo de los ojos. A lo mejor aún no todo está perdido”. Pável convenció al secretario del Comité distrital. En las tardes empezaron a oírse muchas voces en su casa.

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Le visitó Irina Bazhánova, que había

venido en comisión de servicio, Pável le habló

del camino por el que volvería a las filas de

los combatientes. Bazhánova preguntó: “¿cómo va a trabajar

usted?” Pável sonrió: “Mañana me traerán

una especie de falsilla de cartón. Sin ella no

puedo escribir. Durante mucho tiempo no me salía nada, pero ahora resulta bastante

bien”. Pável pensaba escribir una novela

dedicada a la heroica división de Kotovski.

El título salió de por sí: “Engendrados por la

tempestad”. Desde aquel día toda su vida

se dedicó a la creación del libro.

Todo lo que escribía debía recordarlo palabra por palabra. La pérdida del hilo frenaba el trabajo. La madre miraba con temor la ocupación del hijo. El tenía que repasar de memoria páginas enteras, a veces incluso capítulos y en ocasiones, a la madre le parecía que el hijo se había vuelto loco. Mientras escribía no se decidía a acercarse a él, y sólo el recoger las hojas que caían al suelo, decia tímidamente: “Deberías ocuparte de cualquier otra cosa, Pável … ¿pues dónde se ha visto eso de escribir sin fin? …”El se reía de su preocupación y le aseguraba que aún no había “perdido los tornillos” del todo.

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la modificación de sus pensamientos, y en aquellos instantes no podía creer que estuviese ciego.Después ella leía lo escrito durante el día y observaba cómo él fruncía el ceño, escuchando atentamente: “¿Por qué frunce el ceño? ¡Si esta bien escrito!” “No Galia, esta mal”. Después de las páginas que no salían comenzaba a escribir. En un ataque de furia infinita contra el destino que le había quitado la vista, rompía el lápiz y en sus labios, mordidos aparecían gotitas de sangre.

Una ayudante empezó a trabajar con Pável Korchaguin:

una muchacha jovial, llamada Galia. El se puso a dictar y los

trabajos literarios avanzaron con velocidad duplicada. En los momentos en que Pável

estaba sumido en sus pensamientos, Galia observaba el temblar de sus pestañas y el

cambiante brillo de sus ojos, reflejando

Fue escrito el último capítulo. Durante unos días Galia leyó a Korchaguín su novela. Al día siguiente el manuscrito sería enviado a Leningrado. El destino del libro decidía el destino de Pavel. Si el manuscrito era rechazado, marcaría su postrer crepúsculo. Pero si el fracaso era solo parcial, si fuese posible remedarlo más adelante, comenzaría inmediatamente una nueva ofensiva. La madre llevó al correo el pesado paquete. Pasaron días de tensa expectación. Pavel vivía contando los minutos entre el correo de la mañana y de la tarde. Leningrado callaba.

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El silencio de la editorial se hacía amenazada. Korchaguin confesó que si rechazaban el libro sería su muerte.En esos minutos otra vez se preguntaba: “¿ Has hecho todo para romper el anillo de hierro, para volver a filas, para hacer útil tu vida?” Y respondía: “¡Si, me parece que todo!”.Muchos días después, cuando la espera ya se había hecho insoportable, la madre gritó al entrar en la habitación: “¡Correo de Leningrado!” Era un telegrama: “. Novela calurosamente aprobada” Procedemos a publicar. Le felicitamos por la victoria”.Su corazón latía presuroso. ¡He aquí su sueño dorado se había convertido en realidad!Había roto el anillo de hierro y otra vez, con un arma nueva, volvía a las filas y a la vida.

Fin