VI. Del Constituyente Permanente

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82 VI. DEL CONSTITUYENTE PERMANENTE CUANDO se trata de reformas a la Constitución federal, ésta, en su artículo 135, dispone: La presente Constitución puede ser adicionada o reformada. Pa- ra que las adiciones o reformas lleguen a ser parte de la misma, se requiere que el Congreso de la Unión, por el voto de las dos terceras partes de los individuos presentes, acuerde las reformas o adiciones, y que éstas sean aprobadas por la mayoría de las le- gislaturas de los Estados. El Congreso de la Unión o la Comisión Permanente en su caso, harán el cómputo de los votos de las legislaturas y la decla- ración de haber sido aprobadas las adiciones o reformas. Como se advierte en el dispositivo transcrito, no se hace mención a lo que casi todos los tratadistas llaman “El Consti- tuyente Permanente”; no sólo eso, sino que cuando algún po- der local o persona de los que tienen derecho de iniciativa, conforme al artículo 71, plantean un proyecto de decreto de reformas a la Constitución, es usual que se dirijan a cualquie- ra de las cámaras del Congreso, con una expresión que es real- mente técnica: “Me dirijo a ustedes con el propósito de que el órgano a que hace referencia el artículo 135 de la Constitución General de la República…” 1 Dicho de otra manera: nuestra Constitución es una Constitución rígida; no es suficiente una sola decisión del Congreso de la Unión para modificarla, sino 1 “Es habitual que la doctrina constitucional distinga entre un ‘poder cons- tituyente originario’ y un ‘poder constituyente derivado, permanente u órgano revisor de la Constitución’. En tanto que el ‘poder constituyente originario’, se refiere comúnmente al órgano creador de la primera Constitución histórica de un orden jurídico específico, el llamado ‘poder constituyente derivado o permanente’, o mejor, el órgano revisor de la Constitución alude al órgano competente para reformar total o parcialmente la Constitución sancionada anteriormente”. Miguel Carbonell (coord.), Diccionario de derecho constitucio- nal, op. cit., p. 458.

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CUANDO se trata de reformas a la Constitución federal, ésta, en su artículo 135, dispone:

La presente Constitución puede ser adicionada o reformada. Pa-ra que las adiciones o reformas lleguen a ser parte de la misma, se requiere que el Congreso de la Unión, por el voto de las dos terceras partes de los individuos presentes, acuerde las reformas o adiciones, y que éstas sean aprobadas por la mayoría de las le-gislaturas de los Estados.

El Congreso de la Unión o la Comisión Permanente en su caso, harán el cómputo de los votos de las legislaturas y la decla-ración de haber sido aprobadas las adiciones o reformas.

Como se advierte en el dispositivo transcrito, no se hace mención a lo que casi todos los tratadistas llaman “El Consti-tuyente Permanente”; no sólo eso, sino que cuando algún po-der local o persona de los que tienen derecho de iniciativa, conforme al artículo 71, plantean un proyecto de decreto de reformas a la Constitución, es usual que se dirijan a cualquie-ra de las cámaras del Congreso, con una expresión que es real-mente técnica: “Me dirijo a ustedes con el propósito de que el órgano a que hace referencia el artículo 135 de la Constitución General de la República…”1 Dicho de otra manera: nuestra Constitución es una Constitución rígida; no es sufi ciente una sola decisión del Congreso de la Unión para modifi carla, sino

1 “Es habitual que la doctrina constitucional distinga entre un ‘poder cons-tituyente originario’ y un ‘poder constituyente derivado, permanente u órgano revisor de la Constitución’. En tanto que el ‘poder constituyente originario’, se refi ere comúnmente al órgano creador de la primera Constitución histórica de un orden jurídico específi co, el llamado ‘poder constituyente derivado o permanente’, o mejor, el órgano revisor de la Constitución alude al órgano competente para reformar total o parcialmente la Constitución sancionada anteriormente”. Miguel Carbonell (coord.), Diccionario de derecho constitucio-nal, op. cit., p. 458.

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que se requiere, además, la participación de las legislaturas de los estados de la federación, que por mayoría deben aprobar las reformas propuestas. En ambas cámaras del Congreso, como ya se dijo en su oportunidad, se requiere votación califi -cada de dos terceras partes de sus miembros.2

Una vez que las legislaturas locales han conocido y discu-tido el proyecto de reforma constitucional, emiten un voto aprobatorio o no aprobatorio. Que no se preste a confusión: las legislaturas no pueden hacer adiciones o supresiones; su voto debe ser categórico, en el sentido de aprobar o no apro-bar. Después de ello, la decisión de cada legislatura tiene que hacerse del conocimiento de la Cámara del Congreso que se desempeñó como revisora, con el propósito de hacer el cóm-puto. Con la minuta del cómputo, esta Cámara la envía a la Cámara que se desempeño como de origen, la cual realiza la misma función; una vez hecho ello, la minuta se envía al Ejecutivo federal para su publicación en el Diario Ofi cial de la Federación.

Adviértase que el artículo 135 de la Ley fundamental, al inicio dice que la Constitución puede ser adicionada o refor-mada. ¿Podrá el Constituyente Permanente, a través de suce-sivas reformas o adiciones, cambiar en su totalidad la Cons-titución?3 No existe precedente alguno en nuestro país, ni la

2 “La separación en el tiempo del Poder Constituyente, autor de la Consti-tución, y de los poderes Constituidos, obra y emanación de aquél, no presen-ta difi cultad; en el momento en que la vida del primero se extingue, por ha-ber cumplido su misión, comienza la de los segundos. La diferenciación teórica tampoco es difícil de entender: el Poder Constituyente únicamente otorga facultades, pero nunca las ejercita, al contario de los poderes consti-tuidos, que ejercitan las facultades recibidas del constituyente, sin otorgárse-las nunca a sí mismos”, Felipe Tena Ramírez, Derecho constitucional mexica-no, op. cit., p. 45.

3 Jorge Carpizo y Miguel Carbonell sostienen respecto al tema de la Re-forma Constitucional lo siguiente: “La doctrina mexicana se encuentra divi-da respecto a si el poder revisor de la Constitución tiene límites o no. Algunos opinan que no tiene ningún límite, mientras otros afi rman que hay ciertos principios que no pueden ser suprimidos; entre éstos, el sistema federal y la división de poderes. En la realidad mexicana, el poder revisor no ha respetado ningún límite, como se demostró en 1928, cuando suprimió la existencia del municipio libre en el DF”, Miguel Carbonell (coord.), Diccionario de derecho constitucional, op. cit., p. 512.

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Suprema Corte se ha pronunciado sobre ello. Existe, sí, en la doctrina, la tesis Karl Schmitt, quien, a propósito de la Cons-titución de Weimar, sentó la doctrina llamada “de la inmo-difi cabilidad de los principios fundamentales”. Esto es, ¿po-demos cambiar o suprimir la parte dogmática? ¿Podemos cambiar la forma de gobierno representativa a monarquía absoluta?4 Lo cierto es que la Constitución no prevé, expresa-

4 “¿Podrá reunirse un Congreso Constituyente ad hoc para derogar o refor-mar la Constitución? Excluida la autoridad directa del pueblo, que en México no existe, la autoridad reside en los órganos de representación, en los poderes constituidos, entre cuyas facultades expresas y limitadas no hay alguna que los autorice para convocar a un Congreso Constituyente; cuántas veces se han reunido en México congresos constituyentes, ello ha sido fuera de toda ley, con desconocimiento de la Constitución precedente, situación de hecho que no puede fundar una tesis jurídica, porque ello equivaldría a afi rmar que el único medio que hay en nuestra Constitución para alterarla fundamentalmen-te consiste en desconocerla y hollarla. ¿Podrá, por último, ser modifi cada la Constitución por los poderes constituidos? No; porque estos poderes, como en toda Constitución de naturaleza rígida, carecen entre nosotros de faculta-des constituyentes.

”Si ni el pueblo directamente, ni un constituyente especial, ni los poderes constituidos, pueden modifi car en México la Constitución, ¿quién podrá mo-difi car los llamados preceptos básicos, ‘las decisiones políticas fundamenta-les’, la forma de gobierno, las garantías individuales, los derechos de los Esta-dos, etc.? Todo lo dicho anteriormente nos conduce ante este dilema: o esos preceptos son perennemente invariables o para variarlos es preciso salirse de la Constitución. El primer término no podemos admitirlo, como no podemos admitir que la evolución de un pueblo joven como el nuestro pueda satisfacer-se y realizarse in aeternum con las decisiones políticas (posiblemente no idó-neas, y seguramente ya envejecidas) que adoptó el Constituyente de 1917. El segundo extremo no podemos sustentarlo doctrinariamente en una cátedra de Derecho Constitucional, en un estudio donde el jurista se empeña en sojuzgar a principios de derecho la vida entera de la comunidad.

”Para salirnos de la encrucijada de tan perentorio dilema, no nos queda sino admitir que el órgano constituyente del artículo 135 es el único investido de plenitud de soberanía para reformar o adicionar en cualquiera de sus par-tes la Constitución mexicana. Por vía de reforma o de adición, nada escapa de su competencia, con tal de que subsista el régimen constitucional, que apare-ce integrado por aquellos principios que la conciencia histórica del país y de la época considera esenciales para que exista una Constitución. El sentido gramatical de las palabras no puede ser barrera para dejar a un pueblo ence-rrado en un dilema sin salida. No se puede expedir formalmente una nueva Constitución, pero sí se puede darla de hecho a través de las reformas. El po-der nacional de que habla Rabasa no puede expresarse sino por medio del

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mente, esta tesis de Schmitt. Tampoco dispone la expedición de una convocatoria para un congreso constituyente, toda vez que al hablar de su inviolabilidad, establece en su último artículo, el 136, lo siguiente:

Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por alguna rebelión se interrumpa su observancia. En caso de que por cualquier trastorno publico se establezca un gobierno contra-rio a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo recobre su libertad, se restablecerá su observancia, y con arreglo a ella y a las leyes que en su virtud se hubieren expedido, serán juzgados, así los que hubieren fi gurado en el Gobierno emanado de la rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta.5

Constituyente del artículo 135; él es su órgano, su voz, su voluntad”. Felipe Tena Ramírez, Derecho constitucional mexicano, op. cit., p. 57.

5 Explica Porfi rio Muñoz Ledo: “Existe un falso debate: cuando se habla de nueva Constitución inmediatamente salta la cuestión del Congreso Constitu-yente. He tratado durante todo este tiempo de deslindar la nueva Constitución del tema del Congreso Constituyente, pero debo decir que con éxito relativo, para no decir que con muy poco éxito […] En Nueva República somos parti-darios de que se siga el proceso del mal llamado Constituyente Ordinario. Des-de luego, se necesitaría una reforma, previa a la Constitución, que instituyera el referéndum, para que una vez terminada la nueva Constitución sea ratifi ca-da por la mayoría de los mexicanos. En adelante sólo podrá ser reformada por la vía refrendaria, de modo que tenga certeza, estabilidad y vigencia en el tiempo”, La ruptura que viene, Grijalbo, México, 2008, pp. 48-49. A nuestro juicio, sólo en el supuesto de que el citado referéndum se incorporara a nues-tra Ley fundamental, es como dicha medida sería jurídicamente inatacable, por ser, precisamente, reforma constitucional.