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AnnotationImpresionante reportaje, obra
maestra en su género, sobre losacontecimientos que tuvieron lugar
en la citada aldea gaditana durantelos días 10, 11 y 12 de enero de
1933. Ramón J. Sender, enviado allugar de los hechos por el periódico
La libertad, de Madrid, reconstruirá paso a paso los acontecimientos e
una serie de crónicas queestremecieron a la opinión pública.
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Posteriormente, estas crónicasfueron reunidas y reelaboradas conuevas informaciones para dar forma a este impresionante Viaje ala aldea del crimen.
DATOS DEL AUTOR:
Novelista español, nacido eChalamera (Huesca) en 1902. S
primera infancia transcurrió eAlcolea de Cinca, pero fue e
Tauste donde inició sus estudios primarios para luego continuar
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estudiando en Reus y Zaragoza. E1918 se trasladó a Madrid, dondecolaboró en varios periódicos. CoMister Witt en el cantón (1935)obtuvo el premio Nacional deLiteratura. Al estallar la Guerra
Civil se enroló en el ejércitorepublicano, y terminada la
contienda se exilió, primero eFrancia, y luego en México, para
radicarse a partir de 1948 en losEstados Unidos, donde ejerció de
profesor de literatura española ycontinuó su carrera de escritor.
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Murió en San Diego (California) e1982.
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Ramón J. Sender
Viaje a la aldea delcrimen
(Documental de Casas
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Viejas)
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Introducción de José MaríaSalguero Rodríguez
© Estate of Ramón J. Sender Primera edición, mayo del
2000Fotografía de portada: Javier
Rodríguez CoriaEdiciones VOSA SL Calle
Hermosilla, 132, bajo28028 Madrid Teléfono-fax:91 725 94 30
ISBN: 84-8218-034-7 D.L.:
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M-9934-2000Impresión: Estudios Gráficos
Europeos, SA (EGESA)Printed in Spain
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INTRODUCCIÓN
Casas Viejas en el año 2000
En apariencia, el
levantamiento y tragedia de CasasViejas se nos ha quedado muy atrás.
Desde la perspectiva histórica quesupone pisar el umbral del siglo
XXI, el XX lo contemplamos comoun siglo eminentemente borbónicocon medio siglo anómaloincrustado. Ese medio siglo se
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subdivide a su vez en una década,más o menos, de hegemoníaizquierdista —la SegundaRepública— y cuatro décadas de la
más pura y dura dictaduraderechista —el franquismo—.
Es natural que en panorama tadesolador la década de los treinta
siga fulgurando con resplandor propio. Todo el mundo recordará
siempre que ese paréntesis deintentos innovadores terminó con eldesastre bélico. Pero conforme nosvayamos adentrando en el siglo
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XXI las demás particularidades ydetalles de la década se podríaempezar a difuminar en la bruma dela historia de los especialistas.
Por eso nos planteamos hoyrescatar del olvido un episodio que
trascendió lo meramente episódicoy que seguirá interesando por
muchas razones. La primera porquelo que sucedió en Casas Viejas fue
algo modélico: se repitió cofrecuencia a lo largo de los años1932 y 1933 —y un poco durantetoda la década— marcando por u
l d l i l di l
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lado los impulsos más radicales eilusionados del proletariadoespañol y por otro lasinsuficiencias de un régimen que no
colmaba las esperanzas depositadasen él.
Pero además los hechos deGasas Viejas —y su repercusión e
los medios políticos y periodísticos hicieron tambalear los cimientos
de ese régimen republicano. Eadelante nada volvería a ser igual.Tanto se habló de Casas Viejas por toda España que en un momento
d d i l
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dado y para intentar apagar lasconnotaciones izquierdistas delnombre del pueblo, lo rebautizarocomo Benalup de Sidonia. Y así
sigue.Otra razón que avala el interés
de Viaje a la aldea del crimen esque se trata de una obra maestra.
Sender ejerce aquí con la frescura yel nervio propio del reportaje
periodístico del momento y con ladepuración posterior de lareelaboración literaria.
El reportaje periodístico como
é li i h L h
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género literario ha muerto. Lo hamatado la televisión. Hoy decualquier noticia —de la guerra eChechenia al racismo en Almería—
lo que engancha al interesado es laimagen. Esa función la cumplía
aún de forma literaria los periódicos en los años treinta y
Sender era un artista en ese oficio.En cuanto a su valía literaria
el novelista dio muestras suficientesen los años treinta y luego en elexilio norteamericano, cuya producción nos llegó con retraso e
l ñ t t P l
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los años setenta. Pero por lo que serefiere a Casas Viejas, Sender publicó crónicas en el periódico La
ibertad, y luego las reutilizó para
la composición de dos libros, primero Casas viejas y luego Viaje
a la aldea del crimen. En todo ese proceso —que luego trataremos
brevemente— manifestó a lasclaras su maestría técnica y genio
literario.Esperamos con esta reediciórendir un sentido homenaje a loshéroes de aquella gesta y a toda una
é i i l lt d
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época que supo vivir a la altura delas circunstancias unos hechos elos que todos se veían implicados yreflejados. Visto el pasado desde la
cresta de este consumismo einsolidaridad general que anquilosa
la sociedad cibernética, losestampidos de Casas Viejas
resuenan aún con los ecos de unallamada a la acción. Si algú
resquicio de buena voluntad quedaen esta sociedad de la paparruchadel milenio es porque hemosheredado la savia de aquellos
h b j í
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hombres y mujeres que querían umundo mejor.
Sender en 1933
Ramón J. Sender (1901-1982)
gozó de dos etapas de popularidadentre el lector español: la décadade los treinta y la de los setenta. Eel intermedio vivió la amargarealidad del exilio, en la que volvióa ser conocido, pero como otroautor distinto del periodista
izquierdista de los años treinta,escritor precisamente del recuerdo
Crónica del alba y de la guerra
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Crónica del alba— y de la guerracivil —Réquiem por un campesino
español—. Ese novelista «delexilio» fue reintroducido en la
década de los sesenta y tuvo sépoca de auge en los setenta, pero
durante los ochenta, al mismotiempo que se divulgó su faceta
esotérica y discursiva, cayó algo edesgracia para el favor del público
y quedó como una página de lahistoria de la literatura española.En la década de los treinta
Sender combinó su faceta literaria
l l b i dí ti [1]
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con la labor periodística.[1]
Quizá su participación en latragedia de Casas Viejas leconsiguió popularidad, pero yaantes se había destacado como periodista combativo y literato e
ciernes. En cuanto a sus apariciones periodísticas, alternó su trabajo e
la prensa burguesa o «de pago» cola tarea en las publicaciones afines
a las organizacionesrevolucionarias.
En ese sentido Sender evolucionó. Comenzó con s
adscripción a los medios
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adscripción a los mediosanarcosindicalistas —fuecolumnista diario en Solidarida
Obrera, órgano de la C. N. T.—,
derivó hacia la escisión treintista ycasi inmediatamente participó e
los medios comunistas hasta 1936.Justo en el momento de la transició
ocurrieron los sucesos de CasasViejas, que fueron determinantes
tanto para la vida y obra de RamóJ. Sender como para el devenir detoda la historia de la SegundaRepública.
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La tragedia de Casas Viejas
Durante los años 1932 y 1933
se produjeron numerosos pronunciamientos
anarcosindicalistas contra elgobierno de coalición republicano-socialista, principalmente paraconseguir tierras con que remediar el paro endémico y el hambre.Estos levantamientos sucedierosobre todo en Andalucía, Levante,
Cataluña, Aragón y Rioja; peronunca consiguieron efectividad
coordinada brotaron aislados y e
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coordinada, brotaron aislados y eningún momento contaron con doselementos, cuya adhesión se preveía: los militares
revolucionarios y el resto de la población obrera de otras
localidades.En casi todos los casos se
procedía a la instauración másórnenos solemne del nuevo régime
de comunismo libertario: setomaban las primeras medidasadministrativas sin derramamientode sangre, eran enviadas fuerzas de
orden al pueblo y todo terminaba
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orden al pueblo y todo terminabacon muertos, heridos, detenidos yhuidos al monte. Las bajas eran alfinal mucho más numerosas entre
los sublevados que entre las fuerzasdel orden. Los hechos que
acarrearon mayor repercusió política fueron los acaecidos e
Gasas Viejas (Cádiz).En enero de 1933 Casas Viejas
era un pueblo de jornaleros, casitodos parados, de mayoríacenetista. La noche del 10 laasamblea de la C.N.T. decide
sumarse a un movimiento
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sumarse a un movimientoinsurreccional, que se supone va aser generalizado. Se realizanegociaciones con el alcalde para
que la guarnición de la guardia civilse rinda, lo que no se consigue.
Comienza el tiroteo y dos guardiasresultan heridos.
Al amanecer se mantiene elsitio del cuartel pero se suspende el
asalto y los sublevados se dedicaa organizar el nuevo sistema. Se hacortado el teléfono y la carretera, yuna asamblea permanente estudia la
forma de colectivizar los
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forma de colectivizar loslatifundios, propiedad del Duque deMedinaceli. Por la tarde acudefuerzas de la guardia civil y de
asalto para sofocar ellevantamiento; los campesinos se
retiran a sus casas al comprobar que la intentona ha quedado aislada.
Los guardias, principalmentelos de asalto, empiezan a disparar
indiscriminadamente; mucha gentehuye a la sierra. Sólo se intenta laresistencia en la choza de«Seisdedos», cabecilla del
sindicato; allí caen algunos
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sindicato; allí caen algunosguardias, pero la represión es feroz,no se deja salir a nadie de la choza,
son acribillados ancianos y mujeres
y para evitar que escapen en laoscuridad de la noche, la choza es
bombardeada e incendiada. Loscadáveres de los resistentes
aparecerán carbonizados. Otroscampesinos, muchos desarmados e
incluso sin haber participado en larevuelta, son fusilados yamontonados sobre los cadávereshumeantes. Algunos de los huidos
caerán al entregarse. Al final los
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caerán al entregarse. Al final loscampesinos muertos serán másciénto veinte. Se organiza unanutrida cuerda de presos.
Sender en Casas Viejas
La contundencia de larepresión se difunde rápidamente yllega a Madrid. Sender es enviado por La Libertad para investigar la
verdad de los hechos, que llegan ala capital difuminados y
distorsionados. Hace el viajeacompañado de Eduardo de
Guzmán, enviado con el mismo fi
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, por La Tierra. La primera crónicade Sender se publica el 19 deenero; le siguen las de los días 20,
21, 22, 24, 25, 26, 27, 28 y 29. [2]
Esas diez crónicas compondrán el
material básico del libro Viaje a laaldea del crimen, que Sender
publicará en 1934. [3] Antes habrá publicado Casas Viejas. [4] Ya
trataremos los tres momentos del proceso creativo.
Por lo pronto centrémonos ela cronología e importancia del
mismo. Después de las diez
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pCrónicas de encargo, en las que senarran exhaustivamente los hechos,Sender seguirá interesándose
periodísticamente por los sucesos.Aparecerán más artículos suyos
sobre el tema [5] que por cierto casimonopolizará durante varios meses
el debate político, y llevará a laderrota de las izquierdas en las
siguientes elecciones generales,unto con el voto femenino y laabstención anarcosindicalista.Precisamente se ha señalado
repetidas veces que fue el reportaje
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p q p jde Sender en La Libertad lo quemotivó el clima de rechazo político.
En cualquier caso lo que sí es
cierto es que el novelista fuealudido en el debate parlamentario
por Azaña, quien habló de no creer «en relatos más o menos realistas»,
en un momento en que el gobiernoaún rechazaba la verosimilitud de
lo divulgado. Y en variasocasiones, en los artículos posteriores a la serie del reportaje,Sender se refiere a ello y se
defiende de las acusaciones
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vertidas contra él —o su reportaje en la cámara, principalmente la
de estar influido por la C. N. T. [6]
Se trató por tanto de un reportajecon repercusión política nacional;
Sender era un personajesobradamente conocido.
A la fecha de enero de 1933había publicado El problema
religioso en Méjico (1928), Imán(1930), América antes de Colón
(1930), O.P. (Orden Público)
(1931), El Verbo se hizo sexo
(1931), Siete domingos rojos
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(1932), La República y la cuestión
religiosa (1932) y Teatro de masas
(1932), estos dos últimos tambié
recopilación de artículosanteriormente publicados en La
ibertad. Cuando Sender empieza aredactar el reportaje que nos ocupa,
es la cuarta vez que se plantea publicar un libro por entregas.
Casas Viejas para Sender
En el terreno personal, loshechos de Casas Viejas, a cuyos
coletazos asiste personalmente el
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novelista, le influirá profundamente. A pesar de quelleva muchos años siendo testigo, y
a veces protagonista, deacontecimientos revolucionarios, e
esta ocasión comprueba en personala auténtica realidad de la dinámica
activista cenetista: insurrección yrepresión, y esta represión no es ya
el encarcelamiento por unaDictadura arcaica —O.P. — ni lasmuertes de significados líderesobreros —Siete domingos rojos —
en el enfrentamiento de las masas
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contra las nuevas autoridadesrepublicanas, sino el contundente yarbitrario aplastamiento, por parte
del poder —que sólo se preocupa por «consolidar la República»—
de grupos de campesinos, no ta peligrosos como la propaganda
republicana los presenta ysimplemente deseosos de establecer
un nuevo régimen económico queles permita resolver el paro y elhambre; es decir, se trata de unacuestión de supervivencia.
Hasta ahí la teoría, pero
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Sender comprueba que, en la práctica, la C. N. T., con toda s potencialidad humana y
organizativa, que admira, esincapaz de coordinar todo ese
ímpetu, sea por las disensionesinternas, sea por la precipitació
espontánea de los sectores másradicales y optimistas. Y la
consecuencia es la muerte bárbara ycruel de gente simple, noble quecae con todas sus esperanzascortadas, víctima no sólo de la
hipocresía republicana, que ya
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vislumbraba Sender desde 1931,sino de la ineficacia y de la ligerezade ciertos sectores de la C.N.T.
Claro lo expone en uno dé losepisodios de Viaje... Pasado el
calor de los hechos, Sender culpabiliza a los citados sectores:
«Según ellos, el comunismolibertario les llevaría a la
explotación en común de toda esatierra con aperos y créditos de "lacomarcal" de Jerez. Lo que nocomprendían era el fracaso.
Recordaban las octavillas impresas
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que llegaron días antes. Allíestaban las cosas bien claras.¿Cómo pudo suceder luego todo
aquello?Pero las octavillas estaba
escritas por unos hombres que notenían la conciencia plena de s
responsabilidad ante los hechos.»[7]
Esos sectores faístas, desde1932, desplazan del Comité
acional y de otros cargos
significativos a Ángel Pestaña y a
otros militantes del sector, que por ll i i
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entonces se llamó «treintista», y que precisamente va a sufrir unaevolución similar a la de Sender:
«El fracaso de la tácticainsurreccional fue otro elemento
determinante de la escisiótreintista y creación de los
Sindicatos de Oposición.»[8]
Además, los comunistas
habían abandonado las pretensionesde Adame y Bullejos de influir a laC N. T. para inclinarla a laKomintern y habían creado u
tercer sindicato obrerista —laC G T U l d d
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C.G.T.U.— aplazando de momentola tendencia de frente único delucha, que Sender propugnaba.
Había pues, cada vez menos visióde futuro que le atrajera en la C. N.
T. Su colaboración en SolidaridaObrera no se había reanudado
después de junio de 1932. Y por otro lado le atraía el pragmatismo
de los comunistas.La tragedia de Casas Viejas lehizo constatar dolorosamente lacerteza de sus ideas políticas del
momento. A lo largo del resto de sb i á i d
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obra seguirán apareciendoalusiones a estos hechos. Y losacontecimientos que le marcará
tanto en su biografía como en sobra lo compondrán el eje formado
por la guerra de Marruecos, loshechos de Casas Viejas y la Guerra
Civil. Las crónicas
Pasemos al análisis textual. Es
claro que por la premura de tiempolas crónicas se transmitían a
diario por teléfono a la redacciód l iódi S d ti
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del periódico— Sender no tiene,
mientras las va escribiendo, la ideaglobal del libro que luego será
Viaje..., además de que vautilizando la información conforme
va accediendo a ella. Así la unidad básica del reportaje será la crónica,
y no el episodio; las crónicasocupan primero tres episodios,
luego cuatro y la décima cinco.A estas diez crónicas se leañaden nueve meses después otrascinco, con tres episodios cada una
menos la tercera, que tiene sólod E l í t i S d h
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dos—. En el ínterin, Sender ha
viajado a Rusia y ha estadoenviando sus crónicas de viaje a La
ibertad. En Rusia ha asistido acharlas con campesinos y obreros;
en una de ellas prometió ampliar lainformación sobre los hechos de
Casas Viejas, que los campesinosconocían, por estar ya publicada ytraducida —lógicamente Sender serefiere a su libro Casas Viejas —;ahora al llegar a España aprovechala proximidad de la vista de la
causa contra los supuestosd l t l d C
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agresores del cuartel de Casas
Viejas, para cumplir lo prometido alos campesinos rusos. Es lo que nos
dice el mismo Sender en una nota preliminar a la primera de estas
últimas cinco crónicas, de 28 deoctubre.
Cada crónica, como veremosahora supone pues, una unidad decontenido, con un tema básico;además la segunda, tercera, cuarta,quinta, decimocuarta ydecimoquinta responden a una
misma estructura con un primer episodio descriptivo e informativo
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episodio descriptivo e informativo
a título de introducción y el restonarrativo.
Que no existe aún concienciaclara de la linealidad del relato
general se comprueba cotejando lascrónicas quinta y sexta, que más o
menos repiten el mismo hechonarrativo de los intentos de lossublevados por conseguir larendición pacífica del cuartel de laGuardia Civil, la sexta lógicamentedetallando más la información. Si
embargo dicha linealidad se vaperfilando más adelante y así el
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perfilando más adelante y así el
hecho álgido de toda la narracióel asedio e incendio de la choza
de «Seisdedos»—, se desglosaescalonadamente en dos partes a
caballo de las crónicas séptima yoctava.
Veamos la coherenciasemántica de dichas entregas. Ladel 19 de enero reflexiona en elviaje por avión hasta Sevilla; esto permite uno de los dos únicoselementos fantásticos que se
permite el narrador al principio delrelato luego la contundencia de
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relato —luego la contundencia de
los hechos narrados evitadigresiones irrealistas—; en este
caso el viaje por avión sirve deexcusa al autor para imaginar que
gana unos cuantos días al tiempo,los suficientes para llegar a punto
de presenciar los hechos desde el principio. El periodista llega aSevilla y describe el ambiente proletario de la ciudad, con losenfrentamientos entre obreroscomunistas y cenetistas.
El segundo elemento dedistanciamiento lírico lo constituye
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distanciamiento lírico lo constituye,
en la segunda crónica, el diálogoque establece el autor en Medina
Sidonia, localidad cercana a CasasViejas, sobre el pasado histórico de
la zona, con María Mármol, nombre popular de una estatua prerromana
colocada en una esquina de laiglesia. La tercera entrega, ya eCasas Viejas, describe la economíadel pueblo y se introduce en laasamblea del Sindicato de la C. N.T. En la cuarta se informa sobre la
figura de «Seisdedos» y el sentir monárquico de los propietarios del
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monárquico de los propietarios del
pueblo. En la asamblea delSindicato se perfilan los
preparativos del levantamiento.Hasta la quinta entrega no
comienza propiamente la narracióde los hechos de la insurrección.
Después de la descripción de lachoza de «Seisdedos» —que seráun poco el tótem de la narración—,se producen los intentos derendición pacífica del cuartel de laGuardia Civil. Lo cual se repite,
como hemos dicho, en la siguientecrónica en la que ya se narra el
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crónica, en la que ya se narra el
tiroteo —dos guardias son heridos,de los cuales uno morirá—; por la
tarde llegan las fuerzas de MedinaSidonia y los campesinos se
dispersan; las fuerzas causatambién un muerto y un herido.
En la séptima entrega se narralas detenciones y el asedio a losresistentes de la choza deSeisdedos. En la octava el incendiode la misma, los fusilamientos y la
llegada del juez. En la novena se
incluyen las reflexiones depropietarios y familiares de las
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propietarios y familiares de las
víctimas sobre las causas yconsecuencias de la sublevación, Y
en la décima Sender y Guzmáaparecen como participantes en la
narración al desencadenarse uintento de los propietarios por
evitar que los periodistas divulguelos sucesos, intento que debió ser verídico, porque se alude a queotros periódicos publicaron a smanera estos últimos hechos.
Después del paréntesis
veraniego y moscovita, la undécimacrónica vuelve atrás en el tiempo
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crónica vuelve atrás en el tiempo
con respecto a las tres últimas, paraextenderse en los fusilamientos
realizados después del incendio dela choza. En toda esta segunda
parte, el narrador deja en gramedida la palabra a las
declaraciones de las víctimas de larepresión, de actualidad por la proximidad de la vista. Laduodécima concreta algunasarbitrariedades de la «razzia». La
decimotercera comenta la
hipocresía de las fuerzas del orden,cuya hazaña «devenga haberes». La
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cuya hazaña «devenga haberes». La
decimocuarta narra las vicisitudesde los huidos a la sierra. La
decimoquinta, ya de regreso eMedina Sidonia, reflexiona sobre
los allí encarcelados y procesados. Las modificaciones textuales
y los temas senderianos
Esta estructura en quinceentregas se rompe al pasarla a
Viaje..., pero se mantiene en elestado intermedio en el libro Casas
Viejas, publicado ya en 1933 y quereproduce las diez primeras
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reproduce las diez primeras
crónicas —las de enero— en elmismo orden con pocas variantes
textuales y sólo dos añadidos deimportancia: un prólogo, que e
realidad lo es de la colección deepisodios de lucha de clases, en la
que encaja la publicación de laobra, más que del libro, y uepílogo, en que se resume latragedia enmarcándola en elambiente político y en la
responsabilidad republicana, co
una extensión de poco más de una página para cada uno de ellos. El
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p g p
epílogo constituirá la base materialdel último episodio de Viaje...
No incluye, pues. Casas Viejaslas cinco últimas entregas de La
ibertad, publicadas co posterioridad, por lo que el cotejo
textual de las crónicas es más pertinente establecerlo con respectoa Viaje..., punto definitivo del proceso de corrección.
Los 49 episodios de La
ibertad se amplían a 52 en el
libro. Los episodioscorrespondientes a las ocho
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p
primeras entregas pasan a Viaje...sin mayor modificación que la mera
corrección textual, queanalizaremos más adelante. Esos
primeros 26 episodios incluyetodo el grueso de la narración; sólo
faltan las dos últimas entregas deenero —con reflexiones sobre loshechos y el intento de los propietarios por evitar la difusióde los sucesos— y las cinco
entregas de octubre y noviembre. A
Viaje... pasan primero los episodiosde las entregas undécima,
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g ,
duodécima y decimotercera. Colos episodios de la decimocuarta se
alternan tres de los cuatro episodiosde la novena entrega, con las
reflexiones sobre las víctimas; elcuarto episodio, sobre la veracidad
documental de las fuentes deinformación, es el único de laversión de La Libertad, que noaparecerá en Viaje..., aunque sí seincluye en Casas Viejas. La décima
entrega se reproduce intacta.
Y tras ella, la decimoquinta,cuyo primer episodio cumple una
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y p p p
función estructural de coherenciacapitular al continuar el diálogo co
María Mármol, que se estableció ela segunda entrega. Así el libro
adquiere estructura cerrada,superando la mera estructura
acumulativa de las entregas.Además, María Mármol es la vozdel pasado que abre la puerta de laesperanza, para que la moralejafinal de la historia, que en buena
lógica, sería pesimista, coincida
con la finalidad de animació propagandística, que en toda esta
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época motiva a Sender. MaríaMármol era el elemento lírico más
importante, y casi único del libro,superador del realismo de denuncia
concreta y objetiva. Ahora profetizaun futuro próximo en que los
derroteros sean más favorables alos desposeídos:«Esto de ahora —de hace seis
siglos— es anómalo. No puedesostenerse un equilibrio tan falso.
Cuando las tierras sean suyas verás
cómo vuelve esa armonía y esaserenidad que represento yo y que
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ahora tú encuentras tan fuera delugar [...] Planteadas así las cosas,
¿quién puede dudar de que la cuartageneración de hambrientos pegados
a la tierra, que son la tierra misma,ha de triunfar?» [9]
Los dos siguientes episodiosde esta decimoquinta entrega tratasobre los detenidos, especialmentesobre María Silva, «la Libertaria»,nieta de Seisdedos, que se llegó aconvertir en una especie de heroína,
a sus 16 años, en el revuelo periodístico del proceso. Los tres
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últimos episodios no habíaaparecido en La Libertad ni e
Casas Viejas y sirven de colofón ala historia; tratan sobre conexiones
o repercusiones delinsurrecciorialismo en el pasado, el
presente y el futuro, concretados eel bandidismo, los señoritos y el parlamento.
El penúltimo episodioreproduce unos recortes de El
iberal de 1929, narrando unas
ejecuciones de fines del sigloXVIII. La primera es la del famoso
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bandido Diego Corrientes —Sender relaciona continuamente el
bandidismo con el estado del agroandaluz— y la segundadla del
aristócrata don Francisco deHuertas y Eslava al que se le había
«dado garrote, según la calidad desu persona» —página 13—,interesante porque la mismaejecución se narra en un artículo de
a Libertad de fecha de 10 de
enero de 1934 titulado «Garrote
"según la calidad de su persona"».[10] Ello ilustra sobre la fijación de
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temas que repite Sender y que serámaterial básico de El verdugo
afable, libro que recoge gran partede su producción de los treinta,
incluidas Viaje... y otras obras delmomento. [11]
El último episodio resume eldebate parlamentario que se
produjo para delimitar responsabilidades, en que todos losestamentos implicados trataron deliberarse de las mismas, al
comprobar la repercusión quealcanzó la divulgación de la
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represión y sus irregularidades. Lamejor forma de que las altas
instancias de la autoridadrepublicana y socialista quedaran a
salvo, consistió en «descargar»sobre el mando directo de las
fuerzas —capitán Rojas—, pero lassalpicaduras alcanzaron a todos y laopinión pública lo hizo sentir cosu voto de castigo en las siguienteselecciones generales. Todo este
debate parlamentario fue ya el
objeto de al menos tres artículos deSender en La Libertad de 9,12 y 15
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de marzo de 1933 y del epílogo deCasas Viejas.
La repetición de temastratados en otras obras de Sender,
va desde la constante alusión a loshechos, que aparecerá a menudo,
hasta el tema de la ejecución que yahemos comentado. O desde el temade los grafitos en la pared de lacárcel o el banquero preso, quetenía en su celda un crucifijo de
plata —que ya habían aparecido e
O.P. — y vemos aquí en la últimaentrega, [12] a simples detalles como
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la frase: «El campo es rebelde eesa rinconada de Jerez, con la
protesta constante de las chumberasreunidas en mitin» —página 157—
eje temático de un artículo sobre ladecisión del alcalde de Jerez de
talar las chumberas para evitar queen ellas se escondieran losrevolucionarios, artículo que publicó Sender con el título de«Sublevación de la chumbera» y
que luego sería incorporado a
roclamación de la sonrisa. [13]
En cuanto al cotejo de los 48
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episodios aparecidos en La
ibertad, que pasan a Viaje..., el
cómputo estadístico desvela 374correcciones, desglosadas en 114
ampliaciones, 207 amputaciones y53 sustituciones. El bajo número de
estas últimas indica que lasmotivaciones del autor al modificar el texto no son de tipo estilístico,sino que sólo pretenden adaptar utexto periodístico a otro literario.
La mayoría de las correcciones
aportan mayor exactitud documentalcon el cúmulo informativo
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adquirido con posterioridad a la publicación de las crónicas.
Aun así, el alto número deadjetivos eliminados, 22, con una
media de más de un adjetivoeliminado por crónica, denota que
en cualquier momento Sender aprovecha para mejorar la calidadliteraria de un texto. Otrassupresiones anulan las escasasalusiones que se hacían a s
compañero de reportaje, Eduardo
de Guzmán, que son sustituidas por una impersonal primera persona del
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plural, que será la forma potenciadatanto en éste como en otros
reportajes —Madrid-Moscú—. Elelevado número de amputaciones
eliminan repeticiones y agilizan utexto necesitado de ello, lastrado
ahora al prescindir de los cortoslímites de la crónica. Lasampliaciones aportan nuevas ideas
no olvidemos los tres episodios,nuevos en Viaje..., no computados
lógicamente en este recuento— y
ponen al día la narración, salvandolas lagunas debidas a la inmediatez
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de la primera redacción.En cuanto al punto intermedio
constituido por Casas Viejas, yaanticipa un buen número de
correcciones, que aun así setriplicarán en el paso de Casas
Viejas a Viaje... Estas correccionesconsisten principalmente en laeliminación de sintagmasreiterativos y en añadidos de valor argumental. La redacción de Viaje...
se realiza a partir de Casas Viejas,
pero manejando el texto de algunacrónica —quizá la séptima u octava
C
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, que se impone al de CasasViejas sólo en un par de ocasiones.
Del análisis estructural —coescasa proporción de elementos
líricos o irreales frente a laabrumadora mayoría de elementos
narrativos y documentales— y delanálisis de la corrección textual comayor motivación de exactitudinformativa que de creación estética
se deduce que Viaje... es u
«reportaje de viaje», tal como lo
define Gil Casado:«Lo que caracteriza al libro de
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viaje de esta generación es elénfasis informativo, la exposició
de hechos y circunstancias, todocon su correspondiente acopio de
datos, detalles, declaraciones eimpresiones, a expensas de la
elaboración artística, de modo quese queda a la altura de la crónicatestimonial.» [14]
Conclusión
Es pues hasta cierto puntoexplicable que el libro no haya
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suscitado la atención crítica quequizá merezca, a pesar de la
intensidad y el apasionamientodocumental, que pudiera deslucir o
su objetividad como crónicahistórica o su valor estético como
obra literaria. Precisamente lasescasas alusiones que se hacen deesta obra inciden más en elsignificado o la historicidadobjetiva o personal de los hechos
narrados que en sus características
estilísticas o narrativas. Gil Casadolo resume muy bien:
l l d S d
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«El mayor logro de Sender eViaje a la aldea del crimen,
consiste en haber sabido ofrecer allector cuadros significativos que
sintetizan la naturaleza de lossucesos y el carácter de los actores.
Lo que aparece en todo momentosubrayando la tragedia de CasasViejas es el hambre del campesino,el ansia de repartirse las 33.000hectáreas de tierra que están si
cultivar, el feudalismo del campo
andaluz, el salvajismo de losmilitares que llevan a cabo la
ió [15]
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represión...» [15]
Solo hay que añadir una
matización a la cita de Gil Casado:ni fueron militares los encargados
de la represión, sino guardias deasalto y civiles, ni en ningún lugar
del libro lo dice Sender, que etodo momento procura atenerse a laveracidad histórica. Falta quizátambién para que sea completo elresumen de Gil Casado, referir la
insistencia de Sender en el carácter
pacífico del levantamiento, cómocontraposición a la indiscriminada
b t lid d d l f d l d
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brutalidad de las fuerzas del orden.Otros críticos pasan más dé
largo sobre la obra, deteniéndoseen lugares comunes, cuando no
cometen alguna imprecisión, comole sucede a Víctor Fuentes en u
artículo de ínsula, que no corrige alincluirlo en La marcha al pueblo en
las letras españolas:
«En "Visita (sic) a la aldea delcrimen" ya desvinculado de la
militancia anarcosindicalista —e
la obra, el narrador no aparececomo protagonista, sino como
i t h d j d
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cronista—, nos ha dejado udramático testimonio de aquella
gesta, en el cual el autor ha proyectado toda la emoción y el
sentimiento que, por aquel entonces,despertaba en él dicho fenómeno.»[16]
En cuanto al análisisestilístico, ni que decir tiene que
dado el carácter de reportaje periodístico, intención original del
texto, se caracteriza por la sintaxis
simple y el léxico sencillo, quehacen la lectura ágil y amena —
d t d l it l
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dentro de lo que permite lodesagradable de la situación—. La
escasa retórica se encamina aresaltar la plasticidad de las
descripciones e incluso paravivificar los momentos narrativos:«A la entrada del pueblo, las
fuerzas echaron pie a tierra ydesplegaron. Entraron por distintascalles. Toda la parte sur de la,colina se cubrió de uniformes, que
sobre la cal de los edificios
resaltaban vivamente.» [17]
Son razones que se puede
ñ di l t i t
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añadir a las anteriormenteexpuestas y que valoran el texto que
ahora rescatamos como momentoenriquecedor de nuestro
conocimiento de la encarnacióvital de las ideologías más
idealistas y radicales, precisamentelas que hicieron mejor este mundoque hoy vivimos. José María Salguero Rodríguez. *
«No ha ocurrido sino lo que
tenía que ocurrir »
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tenía que ocurrir.»(Palabras del Jefe del
Gobierno)
«Doy a las fuerzas mediahora para que sofoquen elmovimiento.»
(Del Ministro deGobernación)
«No quiero heridos ni
prisioneros.»(Director de Orden Público)
«Paso corto, vista larga y
mala intención »
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mala intención.»(Lema de la Guardia Civil)
Estos sucesos ocurrieron en
la aldea de Casas Viejas
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la aldea de Casas Viejas,Municipio de Medina Sidonia,
provincia de Cádiz, en los días 10,11 y 12 de enero de 1933, siendo
efe del Gobierno Manuel Azaña,ministro de Gobernación CasaresQuiroga y director de OrdenPúblico Menéndez.
En el avión postal. —
Ti l id d
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Tiempo y velocidad. —Hemos ganadocuatro días.
Lo que salva al viajero del
trimotor es el zumbido de losmotores. El alma del acero canta e
los nervios del que viaja. Cincominutos después de oír esa canció
se olvida la sensación del autobús,del vagón —imágenes de gravidez
contra este milagro de estar en elaire—, y se contempla el paisaje,
que va dejando de serlo para
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que va dejando de serlo paraconvertirse en mapa. De chicos
hubiéramos aprendido la geografíahidrografía, orografía, cuencas y
alturas— por este sistema delavión, maravillosamente, lejos delrencor azul o violáceo de los atlas.
Por la ventanilla vadesfilando las estepas ocres de laMancha. Un minuto vuelve aún elrecelo: «¡Qué seguro estaba Do
Quijote en la silla de Rocinante y
hasta en las aspas del molino!»Pero en seguida también otra
reflexión: «Si hubiera podido volar
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reflexión: «Si hubiera podido volar,como nosotros, su imaginación no
hubiera ido tan lejos. Basta con quevuele el cuerpo.» Y, sin embargo, es
posible esto de volar dentro delvuelo material. Se puede volar entre los cristales del avión comouna mosca. Cuando la imaginaciódel siglo XVII se ha hecho técnica
avión—, todavía la imaginació puede escapar en busca de metas
nuevas. Cuando el paisaje se ha
hecho mapa, a mil metros de altura,todavía podría hacerse esfera a cie
mil metros Sí Se puede volar
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mil metros. Sí. Se puede volar dentro del avión, bajo el alegre
zumbar de los motores. Se puedesoñar dentro del sueño. Soñar que
se sueña. El mapa desfila haciaatrás más despacio. Volamos másalto cada vez. Cuanto más altos, lasensación de velocidad se atenúamás. Y, sin embargo, debemos ir
más deprisa, porque la atmósfera esmenos densa, la sustentación y la
estabilidad más fáciles, y tambié
porque la línea que describe elavión en su ruta es más recta, menos
pegada a la curvatura del horizonte
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pegada a la curvatura del horizonte,menos paralela a la curva de la
superficie.Por abajo desfilan los campos
de Illescas. ¿Dónde estaráaquellas dos chicas infanzonas de la belleza absoluta? Tenían una belleza valiente. La virilidad de losaristócratas españoles se ha
refugiado en sus mujeres, en sushijas. Sólo en ellas la aristocracia
no es decadente. Y Toledo. Estamos
sobre el Tajo. Abajo, Orgaz. Comono recordamos ninguna toledana, la
indiferencia por esa escombrera
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indiferencia por esa escombreraobscura es total. Avanzamos hacia
Andalucía. Vamos al Sur. En losviajes deprime un poco la ruta
hacia el Sur. Estimula y alienta, ecambio, el camino del Norte.¿Tendremos algo de brújulas, deagujas imantadas? Sur, tierracaliente, languidez, sudor y
ensueño. En los trópicos, la vida esmás rápida y el pensamiento más
confuso. Se descompone co
facilidad. Queremos rapidez paracaminar, no para vivir. Y diafanidad
y temperatura constante e invariable
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y temperatura constante e invariableen el pensamiento. Ciudad Real,
Almadén, Puertollano. Minas ymineros. Cimas negras de carbón y
lentos hormigueros de explotación yde miseria. Llevamos algo más deuna hora de viaje y hemos hecho lamitad del camino. Ante el mapa deruta volvemos a adquirir conciencia
de la velocidad. El mapa en lamano derecha y el reloj en la
izquierda, bajo el zumbar de los
motores, resumen todas las ciencias posibles, todas las abstracciones. Y
encima, el caliente azul soleado.
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encima, el caliente azul soleado.Tiempo y velocidad. Dos
conceptos inseparables y en lucha.Si pudiéramos acelerar la
velocidad, aumentar las pulsacionesde los motores hasta alcanzar uritmo suficiente, venceríamos altiempo. No sólo al de los relojes,sino al de la Luna y el Sol. Si
pudiéramos en este avión dar lavuelta al planeta en menos de
veinticuatro horas —aunque sólo
fuera en veintitrés horas cincuenta ycinco minutos—, al cabo de varias
vueltas en dirección opuesta al Sol,
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vue tas e d ecc ó opuesta a So ,le habríamos ganado al tiempo una
hora, y siguiendo así podríamosretroceder algunos días y hasta
años. La biología no es fiel altiempo abstracto; si no, podríamosincluso volver a la infancia. Pero yahemos dicho que se puede volar eel vuelo —y no sólo como la
mosca, entre los cristales del avió y soñar en el sueño. Entre
Córdoba y Lora del Río, recié
salvada la sierra de Almadén, podemos soñar lo que nos plazca.
o se ponen límites al ensueño,l i j Q i á l
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p ,como al equipaje. Quizá la
imaginación de los viajeros cuentealgo en la ingravidez del avión.
Adormecidos en la butaca pensamos que el avión lograalcanzar esa velocidad milagrosa.Que nos hemos separado de la rutay marchamos hacia Oriente. La
velocidad amenaza incendiar lascabinas por el roce con el aire,
como sucede con los aerolitos.
Quizá hemos dado ya una vuelta al planeta y vamos por la segunda o la
tercera. Así transcurre la últimah d i j H did
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hora de viaje. Ha podido ser, e
lugar de una hora, un año, porquenos hemos dormido de veras. La
sensación de descenso nosdespierta. Hemos llegado. Estamosen Sevilla. ¿Cuántas vueltas hemosdado al planeta? ¿Qué tiempohemos ganado? Alguien dice
casualmente una palabra, y otro larepite. Unos empleados firman e
unos papeles:
—Cuatro.¿Habremos ganado cuatro días
al tiempo? Eso queríamos nosotros,l ll M di
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p q , por lo menos, para llegar a Medina
Sidonia y a Casas Viejas cotiempo para presenciar lo que ha
sucedido ya. Al salir, un calendarionos da la razón en la consigna.Hemos llegado cuatro días antes.
Salimos del aeródromo en uautomóvil. ¿Estamos en Sevilla?
¿No habremos ido a parar aSumatra o a Ceylán? Tantas vueltas
al mundo han podido despistar a los
pilotos. Pregunto al chófer si haynoticias de Medina Sidonia. El
chófer, ajeno al ensueño de la luchal ti li
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, jcon el tiempo, replica co
vivacidad: —¿Noticias de Medina
Sidonia? Allí no ocurre nunca na.Si preguntara usté siquiera por elPuerto de Santa María...
El chófer es de esta últimaciudad, y quisiera que todo el
mundo se interesara por ella. Perotodavía no puedo asegurar que esté
en Sevilla. ¿Estamos,
efectivamente, en Tablada? ¿Cercade Sevilla? El chófer va apretando
el acelerador y nos deslizamos coid D t l l b
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yrapidez. De pronto vuelve la cabeza
a medias, guiña un ojo, señala haciael asfalto adelantando la mandíbula
y aprieta más el acelerador: —¡Podridita que está lacarretera!
Estamos en Sevilla. ¿Y eltiempo?
El tiempo no cuenta en Sevilla.¿Y la velocidad? Tiempo,
velocidad y espacio las lleva el
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El Manué de Jorge
Borrow es hoyli i b
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Borrow es hoylimpiabotas. — Fantasía de la calle de
la Sierpe.
Dice Borrow en el tercer tomo(página 204) de La Biblia en
spaña: «Los andaluces de clasealta son probablemente, en términos
generales, los seres más necios y
vanos de la especie humana, siotros gustos que los goces
sensuales; la ostentación en elvestir y las conversaciones
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vestir y las conversaciones
obscenas. Su insolencia sólo tieneigual en su bajeza, y s
prodigalidad, en su avaricia. Uandaluz descubrí yo, sin embargo, aquien proclamo sin vacilar como elcarácter más extraordinario que heconocido. Pero no era un retoño de
una familia noble, ni portador desuaves vestidos, ni personaje
lustroso y perfumado, ni uno de los
románticos que vagaban por lascalles de Sevilla adoptando
actitudes lánguidas, con largasmelenas negras que les llegaba
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melenas negras que les llegaba
hasta los hombros, sino uño deaquellos a quienes los orgullosos y
duros de corazón llaman la hez del populacho. Un hombre miserable,sin casa, sin dinero, harapiento,destrozado. Aludo a "Manué", aquien no sé por qué oficio nombrar:
si vendedor de lotería, o auriga delcarro de los muertos, o poeta e
poesía gitana. Maravilla será que
aún estés vivo, amigo "Manué". Tú,de condición natural tan noble,
honrado, de corazón puro, humilde,pero digno ¿vagas aún por las
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pero digno, ¿vagas aún por las
calles de Safacoro (Sevilla, ecaló) o por la margen del Len Baro
(Guadalquivir)? O quizá descansasya fuera de la Puerta de Jerez, en elcamposanto adonde, en tiempo deepidemias, acostumbrabas llevar atantos en tu carro. Muchas veces, e
las reuniones de los sabios, herecordado tu sencilla sabiduría. ¡Y
cuántas veces, al meditar en la
muerte que se aproxima cada día,he deseado poder reunirme contigo
otra vez y que tus manos ayuden allevarme allá a la soleada
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llevarme allá, a la soleada
planicie!» Esto dice Borrow.«Manué» asoma a menudo en la
vida sevillana. Tiene sobre el de1830 una condición: la fantasía. Ssabiduría, qué Borrow recordabaentre los sabios, ha ido admitiendoel barroquismo de un tiempo
confuso, y, en lugar de mover lacabeza con melancolía para decir
una sentencia, gusta de trazar
arabescos en el aire. Eslimpiabotas. Estamos sentados en la
terraza de un bar ante dos vasos devino Hablamos de cosas simples
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vino. Hablamos de cosas simples.
—¿Cómo es —le pregunto— que, siendo tan supersticiosos e
Sevilla, a la calle principal lallaman calle de la Sierpe?«Manué», en lugar de aclarar
la duda, contesta con otra pregunta: —¿No sabe usté de dónde
viene el nombre?Y lo explica:
—Una vez, cuando la ma
llegaba hasta la Puerta Jeré... — esto hace pero que muchísimos
años—, salieron dos marineros adar un paseo en una barquilla
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dar un paseo en una barquilla...
Iban hablando y paseandocuando, cansados de remar, se
acercaron a una roca que emergíadel agua, y saltaron a ella.Amarraron la barca y se sentaron aliar un cigarro. Hablaban yfumaban. Uno de ellos dejaba el
cigarro en la roca. Cuando el fuegofue avanzando hasta dar en ella
sintieron una gran sacudida, y
fueron lanzados al agua. Lucharocon las olas y de pronto se viero
atacados por una formidableserpiente, que era, en realidad,
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serpiente, que era, en realidad,
sobre lo que habían estadodescansando. La sierpe los mató, y
días después fue muerta por lacompañía de Marina y sacada atierra. La llevaron en procesión, ala Macarena, y en memoria de eseepisodio le pusieron a la calle
principal «calle de la Sierpe».A «Manué» le parecía muy
bien, porque, como el de Borrow,
era creyente todavía. O quizá lequedaba, de limpiar las botas a los
señoritos de la calle de la Sierpe,cierto servilismo supersticioso y la
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cierto servilismo supersticioso y la
necesidad de mentir para divertir.El caso es que ponía una gran fe e
su relato. «Manué», «hez de laciudad», según las personasimportantes, llevaba su fantasíacomo una máscara para disfrazar quizá la «sencilla sabiduría» del
que en 1830 enterraba a los muertosdel tifus.
Después del relato me dijo que
no era de la ciudad, sino de laSierra, y que había ido allá porque
el campo «estaba muy malo». —¿Lo pasa usted mejor aquí?
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¿ p j q
—¡Qué quiere usted! Trabajoes lo que hase farta, y que corra el
dinero. Porque la vida, allí o aquí,en todas partes es iguá.Le pregunté si estaba en alguna
organización obrera, y habló mal de«los del puerto» y de los
libertarios. Y repetía que la vida esigual en todas partes. Salvo e
«Sanluca». Sanlúcar tenía para él
un extraño atractivo. Mar azul,tranquilidad y sosiego. Este
«Manué» tiene sólo veinticincoaños, y parece un viejo. Vive al
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, y p j
margen de la lucha de clases. Tienealgo decadente y aristocrático e
sus maneras. Es el «Manué» deBorrow, tan elogiado por elmisionero protestante, traducidocon singular amor por el presidentedel Consejo de Ministros, Sr.
Azaña.
Una trola. —Táctica.
—Comienza lapolítica
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política.
«Manué» cuenta ahora cómotransportaron la «serpiente de ma»,
por qué calles fue. Yo le escucho aratos. Pienso en el sosiego deSevilla, siempre falso El turista quecoincida en la ciudad con u período de paz y de orden, no podrá
explicarse después, por los
periódicos, cómo, ni dónde, ni por qué han ocurrido las cosas. En estas
ciudades adormecidas el proletariado se adivina apenas en la
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p p
labor lenta y sosegada del puerto,unto a los remolcadores y a las
barcazas de carbón, y parece que noha de suceder nunca nada. Es unaciudad para el trípode de losfotógrafos más que para el de lasametralladoras. Y, sin embargo, de
pronto la alfarería de Triana saltahecha añicos bajo las pistolas, y los
ingleses calculan con espanto la
distancia que les separa del hotel.Mientras habla «Manué», u
obrero —luego supe que era mozode ferrocarriles— le interrumpe
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para irritarle: —¡Trola! Todo eso es trola.
Pero «Manué» no se inmuta.Le ofrece de beber. —Aquí —dice señalándome—
va hacia Cadi. Ya iría yo con él, si pudiera. Ahora, que yo iría por el
río. Por Sanluca.El mozo ferroviario no le
atiende. Hablan los dos de otros
compañeros, y «Manué» repite sopinión desdeñosa contra las
organizaciones revolucionarias. —Andáis a tiros todos ustés
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por menos de na. Que si el trabajoen el puerto, que si el comunismoautoritario y libertario. Y la vida pauno es la misma ahora que luego yque después, gane quien gane.
Este tipo de obrero no esfrecuente en Sevilla. Es el de
Borrow (traducción de Azaña).Hacia él quisieran encarrilar las
autoridades a blancos, rojos o
negros. No es fácil. Pero se utilizauna táctica que consiste en agudizar
y enconar las diferencias queexisten entre la organizació
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comunista del puerto —llave detoda la actividad obrera de laciudad— y los Sindicatos de la C.
. T. Bien es verdad que para hacer del comunista o del anarquista u«Manué» reflexivo hace falta muchasagacidad y tiento. El gobernador
parece que no carece en absoluto deellos. En los conflictos de trabajo
procura acentuar las disidencias
facilitando la gestión de unafracción o de otra. Guando
comunistas y anarquistas se lían atiros, el gobernador se frota las
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manos de gusto. El obrero debedesengañarse. Primero, se cansa.Luego, se decepciona y se aleja delas organizaciones. De unasorganizaciones que chocan entre sí,de una camaradería que de pronto produce víctimas. Obreros que
disparan contra obreros. El rojo oel negro, o el rojinegro, puede
abandonar la escondida ilusión de
un frente único y convertirse en elhéroe del sabio protestante, que
inventa graciosas leyendas y quetiene una «sencilla y plácida»
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sabiduría.Se nos acerca un obrero ysaluda a «Manué». Luego señala u periódico que «Manué» lleva en el bolsillo y le enseña otro doblado:
—Te lo cambio por el mío.Hacen el trueque, y «Manué»
protesta al ver que le ha dado elórgano comunista. Pero el otro se
aleja encogiéndose de hombros:
—Yo te doy el mío. El mío esése.
Damos una vuelta por laciudad. Al llegar al mercado de la
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Encarnación hay tumulto. Unosgrupos gritan y amenazan en torno aunos carros cargados de verduras.Antes hemos visto a las puertas delAyuntamiento un conato de motín demujeres. Doscientas o trescientasenvueltas en pobres vestidos
obscuros. —Es que van a desempeñar
ropas, y sólo desempeña el
Ayuntamiento las papeletas menoresde cinco pesetas.
—¿Todas? —No. Creo que hacen u
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sorteo.Crece el tumulto en el mercadode la Encarnación. Suenan unostiros.
—Los hortelanos adscritos ala C. N. T. —nos dicen— quieredescargar sus verduras. El
Sindicato del Transporte, que escomunista, quiere que lo hagan sus
afiliados.
—Se matan entre sí —dice«Manué»— por trabajar.
«Manué» no sabe que eltrabajo es hoy política. Que lo será
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ya siempre.Es de noche. El barrio deSanta Cruz es poético, artístico yliterario. Es verdad. Sobre todo, aestas horas. Podíamos ir a verlo.Pero dos horas y media de vuelo amil o mil setecientos metros, co
nubes y viento contrario, dejan losnervios en una disposición mejor
para dormir que para andar
callejuelas. Además, mañana, a primera hora, hay que ir más al Sur.
Donde ahora suena la tormenta.
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Segunda jornada. —
Blanco y verde bajo lalluvia.
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A media mañana llegamos aMedina Sidonia. Sidón con losfenicios. Asidonia con los romanosy los visigodos. Medina Sidoniacon los moros del albornoz y co
los del calañés. Y siempre laciudad blanca y verde. Entramos
con pasmo. Con la sorpresa del
hombre del Norte acostumbrado agrises y al verde obscuro de la
encina. Imposible ponerlo todo eestas líneas al azar y bajo la esfera
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del reloj impasible. La ciudad eslimpia, blanca y parece reciéestrenada. Tiene una novedad, unainfantilidad de dos mil quinientosaños. Llegamos por milagro del
avión con tres días de ventaja.Vamos a presenciar en Casas Viejas
que también se llama Benalup— los sucesos que, según nos decía
en Madrid, habían ocurrido ya.
Vamos con tres días de ventaja.Vamos a revivir esos tres días. Esos
uegos con el tiempo, aquí, en este pueblo, donde no llueve agua —u
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agua vulgar, de charcos—, sinoagua bendita para los duques y aguade colonia para María Mármol, somuy fáciles. A la noche iremos aBenalup. Pasado mañana van a
producirse en Benalup (CasasViejas) terribles sucesos. ¿Cuáles?
¿Por qué? Bajo la lluvia vamosenterándonos en Medina Sidonia de
que el feudalismo agrario andaluz
está hoy como hace ocho siglos.Bajo ese régimen bárbaro, la
política del paria era el asalto, elrobo, la violación. Después —en la
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era de los bandidos—, el trabucazo.La política del obrero del campo,más hambriento hoy que en el sigloXV y tan separado y alejado del bienestar y de la relación con los
poderosos como entonces, no puedeser otra. Las autoridades
republicanas pensarán lo quequieran o lo que de buena fe les
dicte una experiencia incompleta.
La verdad es ésa. Medina Sidoniaes la sede de un magnífico señor
que ha dilatado su jardín, su alcoba,sus cristales y porcelanas por una
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extensión de tres kilómetroscuadrados. Todo es limpio, diáfano,cuidado con esmero. Todo esradiante y luminoso. La luz no caediluida en la lluvia, sino que surge
del suelo y de las paredes. Tal cualcenefa verde le da alegría. Todo
esto es bárbaramente hermoso. Lalluvia no lo es. Es un asperges
episcopal o una ducha de agua de
rosas para la espalda turgente deMaría Mármol.
—Ahí la tiene usté —nos diceuna mozuela de diez años—.
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Siempre quieta, aguardando ar novio.Es una graciosa estatua e
mármol romano que se halla en laesquina trunca de la iglesia, sobre
la columna románica de piedra.Blanco detrás, encima, a los
costados. María Mármol. Todo elmundo la conoce como tal María
Mármol. Serena, inexpresiva y
enigmática. Cabeza pequeña sobrelos pliegues de la túnica. Quizá
lleva en los ojos vacíos el designiooculto que pretende llevar en los
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suyos negros y vivaces unamuchacha a quien hemos visto salir de los Sindicatos, subir por la calle principal y detenerse bajo MaríaMármol. Sabemos quién es. Lo
sabemos a medias. Es morena ymenuda, vivaracha, y tiene una
belleza tostada que compiteventajosamente con la escultura
rosácea de María Mármol.
Sobre la una y la otra cae lamisma lluvia del Sur pulverizada
por un cielo esmerilado. La mismalluvia pone iguales espejeos en las
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mejillas de las dos. La chiquillamorena ríe a carcajadas. Por la barbilla le resbala una gota de agua.
—¡Pues claro que voy a CasasViejas! Allí y aquí los compañeros
no se puen quitar el hambre de la boca a puñaos.
—Pero ¿no hay trabajo?Vuelve a reír y se despide:
—Hay trabajos, sí, señó.
Trabajos y amarguras.
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Un incidente en la
fonda y paréntesis. — Los tres
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«procedimientos». —
¿Y obreros? Obrerosno hay.
Interrumpimos esta crónica uinstante para atender a unamuchacha que se acerca al teléfonode la fonda y habla. Sólo pronuncia
la mitad de las sílabas, y su acentoes de una musicalidad
extraordinaria. —¿Eh? ¡Oigasté! ¿Es los
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hermanos Quintero? ¡A ve! Que seha roto un crista. No. oímos la respuesta. La
chica continúa: —Sí, señó. Que vengan los
hermanos Quintero a pone un crista.Luego deja el teléfono y se va
hacia adentro. Muy bien. Loshermanos Quintero, cristaleros de
Medina Sidonia, serán unos
inteligentes y honestos operarios.Pero los cristales de esta ciudad, si
los ponen los hermanos Quintero,no dejarán pasar sino miradas
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tiernas, suspiros y atardeceres color rosa. Si los hermanos Quintero ponen aquí los cristales, ¿cómovamos a protestar de tal o cual pedrada? ¡Señor, señor!
Nos disponemos a continuar lacrónica, pero ahora resulta que hay
que ampliar y extender el paréntesis, porque entran al
vestíbulo dos señores. Uno es alto y
grave. El otro, pequeño y de ojossuspicaces.
—Pues no hay más remedio — va diciendo el mayor—. Contra las
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extralimitaciones de los campesinostenemos tres procedimientos; elcivil, por levantamiento; el militar, por ataque a fuerza armada, y elgubernativo.
—¿El gubernativo? —preguntael pequeño.
Le contesta gravemente scompañero, cerrando el puño en el
aire y haciendo ademán de dar
vuelta a una llave: —Sí, hombre. La trinca.
Estos no son funcionarios deninguna clase. Son administradores
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de los cuatro señores que dominaestas cincuenta y cuatro milhectáreas incultas, sembradas de boñigas de cabestro. Lo dice porque corren rumores de que...
La ciudad no tiene obreros.¿Dónde están los obreros? Ya
hemos dicho que tiene la ciudadlujos e insolencias de bienestar
poco propicios para que los holle
la alpargata podrida, la cara siafeitar del bracero, la colilla del
hambriento. Más adelante, en la plaza, vemos, bajo los soportales
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del Ayuntamiento, hasta trescientoshombres apiñados a resguardo de lalluvia. Las ropas mojadas se pudrecon el calor febril del hambre. Bajolos arcos huele a enfermedad.
Esperan dos o tres horas a quesuene su nombre y asome por una
ventana el brazo uniformado de uguardia con un papelillo en la
mano. Reciben un bono que les
permite adquirir una peseta devíveres. Lo pagan los terratenientes
y los comerciantes en un impuesto.Claro es que luego éstos lo cobra
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con creces al venderles artículoscaros y malos. Algunos de estosobreros tienen que sostener a ochoo diez de familia. ¿Con qué? En unatienda señalamos un pan de kilo y
medio, que es el tipo de fabricacióde aquí.
—¿Cuánto vale esto? —Noventisinco sentimos,
señor.
¿Qué van a hacer aquí losobreros? Los que pueden se van.
¿Adónde? Las leyes españolas lesimpiden trabajar en otra parte, y las
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de los países vecinos les prohibela entrada. Y, sin embargo, algunosse van, nadie sabe adónde. Los queno pueden, ¿qué hacen? DesdeSevilla hemos visto muy pocos
trabajadores en el campo. Todo estáinculto. Desde Jerez no hemos
visto, a lo largo de treinta y cincokilómetros, ni un solo labriego. Ni
en el camino ni en los campos.
—Donde hay más trabajadoresnos dice un muchacho— es e
Benalup.Ya sabemos que Benalup es
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Casas Viejas. —Allí —dice— están peo queaquí. Siquiera aquí no les falta esa poquedá del bono. En Casas Viejas,el bono lo dan de tarde en tarde, y
pa cogerlo tienen que ir losornaleros a la iglesia a aguantar u
sermón del cura. Algunos prefiereno ir y pasá hambre.
Puede que vaya a
ocurrir algo, peroMaría Mármol no dice
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nada.
Hay rumores, es verdad. Pero
también es verdad —y losmadrileños y los corros de los
cafés no saben bien hasta qué puntoeso es verdad— que hay hambre.Hambre negra, solitaria, en mediode una tierra feraz y de un clima
suave. En naturalezas fuertes,condenadas a la desolación.
¿Democracia? Eso es cosa de lastertulias y de los diarios del corro,
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que no llega aquí, y que si llegaviene envuelta en papel sellado yatada con balduque. No sale de losarchivos. Estos hombres estácondenados, como en ninguna otra
región de España, a la hurañía, alaislamiento, a una triste soledad
con su miseria. Los que hemosvivido en el campo de Aragón o de
Cataluña no acabamos de
comprender esto. Es un chico dedieciocho años quien nos ha dicho,
mirando a otra parte: —¿Que si hay hambre aquí?
h di h b
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No ha dicho más, pero bastacon ver los ojos de rencor con quemira a los funcionarios, a losadministradores, a todos los quetienen aspecto sano y satisfecho.
¿Que si hay hambre aquí?De propagandas rojas o de
delitos comunes hay hombressiempre en la cárcel. Hombres y
mujeres, porque aquí, en el campo
andaluz, si no la igualdad dederechos, por lo menos la de
necesidades y apremios hacetiempo que es un hecho entre
h b j T b j j
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hombres y mujeres. Trabajan juntos.Sudan sobre la tierra cuando pueden alcanzar esa oportunidad,que siempre o casi siempre leshuye. Y además, ellas son gracia y
uventud. Y compañía. Ymaternidad. Si llega el caso, la
mujer, como el hombre, va a lacárcel. En la de Medina Sidonia
hay presos. Silos sucesos que la
alarma de los propietarios anunciase confirman, habrá más. U
guardián, que huele a vino y que nodisimula su embriaguez, presume
l l
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con la mano en el anca: —Es una cárcel muy buena.Tenemos hasta nueve celdas paraincomunicados, y luego muchísimasmás pa los otros.
La cárcel da a Oriente, cara aRonda y a Marbella, y está
disimulada en las afueras. Será muy buena cárcel, pero estando a la
vista rompería esa armonía, de la
que es suprema emperatriz MaríaMármol. Tampoco los obreros está
a la vista. Van con su bono a lasmiserables viviendas, donde se
h i t h El t d
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hacinan entre harapos. El rostro deMaría Mármol no dice nada. Estáestilizado en la frialdad por lagracia y la alegría de vivir demuchos siglos. Se sustenta en la
columna románica que vino despuésde Constantino, cuando la Iglesia y
los señores de horca y cuchillohacían ermitas y castillos. La cara
de estos campesinos está estilizada
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mármol de los siglos, sino quizácon una virgen también pagana y e
rebeldía. Aquí hicieron suyo elespíritu de la tierra. Allá creo que
l bl H hi di i V l i d
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se les va a sublevar. Hay muchosindicios. Vamos a la tierra deMedina Celi —a la ciudad del cielo
a ver hasta qué punto los nerviosestán justificados. Nos llevaremos
allá el perfil hosco de los«parados» de Medina Sidonia. La
imagen del hambre, que aun no seha hecho mármol en la esquina de
ninguna iglesia. Es cierta la
miseria. Es verdad el hambre y elodio. Habría que asomarse a la gra
ciudad indiferente y gritarlo.Quisiera no haber usado nunca esas
palabras hambre miseriah t i á f
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palabras —hambre y miseria— para que ahora tuvieran más fuerza.Aquí conviven inexplicablemente,sin contacto ninguno, sin relaciócivilizada, esos hombres con los
otros. Los rumores están taustificados como los que e
Oriente, por ejemplo, escalofrían aárabes y judíos, a turcos y
armenios, de vez en cuando. Razas
que no se entienden y que cuandotienen que decirse algo lo hacen a
tiros. Puede ser todo. MaríaMármol podría ser también laintérprete entre los dos bandos. El
t d í P ól l
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punto de armonía. Pero sólo se lacomprende cuando se tiene elestómago lleno.
Un compañero, con el que
celebramos haber coincidido en elviaje, nos dice cuando volvemos a
la fonda: —Después de ver a estos
hombres, da vergüenza comer.
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Las casas viejas y las
nuevas casas deBenalup. —Se oye el
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mar, como en
Marruecos. — También, como allí...
Nadie diría que en CasasViejas pueda suceder nada. Por lomenos, los que están acostumbradosa la vida de la campiña andaluza,
que aquí —en el sector triangular que podríamos formar tirando tres
rayas entre Jerez, Algeciras yMarbella— no es tal campiña, sinomonte. Tampoco monte bravo, sinopacífico verde y tierno alambrado
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pacífico, verde y tierno, alambradoy roturado para dehesas bravas yseñoríos. Un poeta andaluz cuyonombré no recordamos —quizá
Mateos— se quejaba de que lehayan «robado los campos al
caminito». Con ese aire decadentede la lírica andaluza —así y todo
, es verdad. La impresión entre
Jerez y Algeciras es ésa. No escampiña como en Valencia y
Aragón, y mucho menos como eGalicia, aunque las tierras quehemos visto de Jerez a Medina sotierras fértiles tierras de primera
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tierras fértiles, tierras de primera,como dirían los técnicos y comodicen también los campesinos.
Los que están acostumbrados a
la vida de estos lugares demaldición, los que hablan y anda
con el ritmo y. con el acento «deacá», no podían prever nada de lo
que en Casas Viejas iba a suceder.
Y, sin embargo, para un forastero es posible todo sin más que escuchar a
unas cuantas personas. A tres de lasque hablan recio y a otras tres delas que hablan quedo. Porque elproblema andaluz trasciende a
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problema andaluz trasciende atodos los detalles, hasta a los másnimios. En Casas Viejas, como eel resto de Andalucía, hablan recio
los que comen. Hablan quedo loshambrientos. Así es de
terriblemente simple la cuestión.Pero observemos también que el
hambriento de Andalucía no es
como el de Castilla o el del Norte.o es un ser reflexivo que busca
salidas ingeniosas para ir malviviendo. Que «se las apaña»como puede. Aquí no puede deninguna manera Hay un hambre que
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ninguna manera. Hay un hambre queno es ya humana, ni ciudadana. Uhambre cetrina y rencorosa, de perro vagabundo.
Cuando un campesino se sientevecino de un pueblo, vecino co
vecindad de otros campesinos;cuando es habitante de un pueblo,
cuando tiene algo suyo y propio,
siquiera esa mínima parte de propiedad por donde identificarle
que se llama casa, hogar, el hambrees todavía humana y permiterecursos e ingeniosidades. Eso seve en muchas regiones españolas
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ve en muchas regiones españolas.Pero en Casas Viejas no hay casas
viejas ni nuevas. Centenares deobreros —y el pueblo es muy
pequeño—, cuando llegaron a lamayor edad y se separaron de sus
padres, construyeron cerca de la deellos su choza, con la mujer. Las
casas viejas de los padres au
tenían alguna fábrica, algunaestructura. Las de estos centenares
de obreros que se la han construidoúltimamente y la de algunos viejoscampesinos, como «el Seisdedos»,no puede llamarse «casa» sino
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no puede llamarse «casa», sinoguarida. Las «isbas» que los
novelistas rusos describen cuandoquieren presentar un cuadro
sobrecogedor de miseria, resulta palacios al lado de estas casas —
viejas o nuevas— de Benalup.Figuraos el recinto de una tienda de
campaña. Un círculo o un cuadrado
con tres metros de diámetro o dediagonal. Cavada la tierra, para
ahorrar paredes porque cuestadinero la piedra, y no digamos elladrillo. Cuando el amplio hoyoalcanza la profundidad de un metro
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alcanza la profundidad de un metro,termina la primera parte de la tarea
y comienza la segunda, que consisteen amasar la tierra extraída co
agua, y con el barro ligar utrenzado de ramas secas alrededor
del hoyo. Las ramas se juntan por arriba y la casa está construida. No
diremos que no las haya más
complicadas. Hay quienes haconstruido sobre el suelo una cerca
de piedra que a veces alcanza laaltura de un metro. Como hasocavado otro metro la habitación,tiene ya dos de altura. Sin contar
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tiene ya dos de altura. Sin contar con que las ramas secas, agrupadas
en cono sobre la cerca, puedealcanzar en su cúspide hasta u
metro más.Así habrán logrado —como
hizo el setentón «Seisdedos»— unachoza cuadrangular de tres metros
de lado y otros tres de altura. Claro
es que este género de viviendas esmuy frágil. Se las puede llevar el
viento. Para evitarlo, estáconstruidas en la parte oeste de unacolina, a resguardo del «levante».Hay, además, unos altozanos
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Hay, además, unos altozanoserizados de espesas chumberas que
las protegen. Se dirá que uchubasco puede inundarlas: pero
los vecinos de Casas Viejas no podían menos de demostrar el
mismo ingenio que algunosanimales, y han trazado sus chozas
lejos de valles y hondonadas: e
una escarpada torrentera. El pueblode Casas Viejas es eso. Tiene más
de cuatrocientas viviendas —viejaso nuevas— que muchos animales,más exigentes, desdeñarían. Claroque eso no es todo. El centro del
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q pueblo lo constituye una plazuela
rodeada de edificios casisuntuosos: la iglesia, la casa-cuartel
y cuatro viviendas particulares. Ah,y la fonda donde tuvimos
oportunidad de hospedarnos.También hay una calle donde una
docena de familias —nada tienen;
pero comen todos los días aún no sesabe por qué— poseen casas
encaladas, con cerradura en la puerta y alero. La masa de la población la constituyen varioscentenares de obreros que vive
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qcomo hemos dicho. Discurren e
corros o se sientan al sol, sihablar. Es curioso cómo transcurre
a veces una hora sin que diganada. Cuando hablan, susurran.
Como ya lo saben, cuando alguiemueve los labios unen el hombro y
arriman la oreja. A veces se pasa
una mano sobre la otra y tosen.Siempre al lado del hambre la
tuberculosis. Y así todos los días,desde el otoño, más aún, como nosdecía un joven sobrino de«Seisdedos»:
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—Desde que dejamos las
hoses.De algo tienen que vivir, es
claro. Cazan cuando pueden lo quese deja cazar: un zorro, un conejo.
Con los jornales del corto estiajecompran pólvora y cartuchos para
el largo invierno. Cuando no hay
caza y el hambre aprieta... Perodejemos estas notas para luego. Las
cuatro familias a que antesaludíamos viven entre la iglesia y lacasa-cuartel y son la ciudadela deuna fortificación. Los demás son la
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población sometida y tributaria.
Como en Marruecos, viven entrechumberas, hacinados bajo el seco
ramaje. Trabajan sólo una cortatemporada en verano. El servicio
militar es para muchos el recuerdode un tiempo en que se comía dos
veces por día. En cuanto a la ropa,
hemos visto a un anciano vestir,hecha harapos, la guerrera militar
de rayadillo, con la que lolicenciaron en 1898. Como eMarruecos, los hombres sotaciturnos y secos y tienen u
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y yrudimentario sentido filosófico que
les hace ver en el hambre algonatural que va con la vida, como el
sentido de la vista o el del tacto.Como en Marruecos, finalmente, e
esta tierra se siente cerca el mar.Claro es que el hambre
enloquece. Hay centenares de
hombres en ése y en otros pueblosde la provincia locos de hambre. Y
algunas familias, en cada uno deellos, locas de miedo. Entretanto, laGuardia civil, mirando con un ojo alos propietarios y con otro a los
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campesinos, ejerce un protectorado
civil o una dictadura despótica,según los casos. Serán diversos, o
quizá no lo sean tanto, lossentimientos que la Guardia civil
inspira por aquí; pero es muyelocuente que quinientos obreros
hablen de la casa-cuartel como de
un lugar donde hay pan y vestidosabundantes. Donde entra cada mes
«una fortuna» para pagar a losguardias. En líneas generales, elaspecto de la vida en Casas Viejases ése. ¿Monarquía? ¿República?
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Hambre por un lado, miedo por
otro. La Guardia civil, que ejerce protectorado civil, según dicen los
propietarios; tiranía y despotismo,según los campesinos.
El bandidaje y la
lucha social enAndalucía. —Prevenir,
precaver, presentir y
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precaver, presentir y
prever son muchosverbos para un
subsidio tan escaso.
Recordamos que la noche
anterior, mientras reparaba el
chófer una avería, se acercó una pareja de la Guardia civil. Hacía
mucho frío. A los lados del camino,el alambre espinoso cerraba la ruta.Las vacadas de reses de lidiacampaban por allá en una extensió
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de más de 80.000 hectáreas. Se
oían en la noche mugidos lejanos.Los guardias fumaban a la luz de
los faros y escuchaban en lassombras:
—Están los toros agitaos.Alguien preguntó por qué no
los recogían. Uno de los guardias
dijo que no había que recogerlos, yque eran día y noche, durante meses
y años, los dueños de millares dehectáreas. Es así como se cría lasangre de lidia. Los mugidos seoían más cerca. Escuchaban los
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guardias con escama.
—Es que riñen —dijo uno. —Anda a separarlos —
bromeó el otro. —A veces rompen el alambre
y salen al camino.Estaban temerosos. Hablaro
de que hacía falta ser muy hombre
para saltar aquella cerca por lanoche.
—Y, sin embargo —añadióuno, colgándose el fusil—, anocheentraron ahí y mataron una vaca.Las vacas son más bravas aún que
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los toros. La mataron y la
descuartizaron. Se llevaron la carney dejaron los huesos y la cuerna
mondos. No crea usted que eso estan fácil.
Ya está visto que hay hambrecuando se es capaz de correr esos
riesgos. Y se puede juzgar la
escasez de la carne, de cualquier género de alimentos, cuando se va
a buscar lejos, en la noche, junto ala muerte que puede llegar en utiro o en una cornada. Los querobaron la carne de la vaca tuviero
l h l fi
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que luchar seguramente con la fiera.
Venció el hambre. Se podrá pensar que estos hombres pudieron buscar
otros expedientes; pero sóloandando paso a paso por
Andalucía, viendo el abismo quesepara a las dos clases y la
inexistencia total de la pequeña
burguesía en muchas zonas comoesta de Medina Sidonia; sólo
observando hasta qué punto elindividualismo árabe se une con elegoísmo burgués en los propietarios, se puede comprender
l h b ll i í l
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que el hambre lleva consigo aquí la
desesperación, sin horizonte alguno,y significa el heroísmo hasta matar
o hasta morir. El bandidaje clásicoandaluz tiene por esa razón un valor
considerable en la historia de lalucha social. Era el chófer quien, e
el camino de Medina, nos señaló u
cerro con la mano: —Mirusté ahí. ¿Ustés habéis
oído habla de Diego Corrientes?Pues ahí tenía er castillo.Y luego añadió: —Es el que robaba a los ricos
t í l b S ú
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y protegía a los pobres. ¡Segú
dicen!Antes de venir a Casas Viejas
me parecía absurda esa leyenda delos salteadores humanitarios. Hoy
la considero como un fenómenoobligado, dentro de las
circunstancias feudales que
subsisten en el régimen de laeconomía agraria andaluza. Y
dentro de la total ineducació política del jornalero y de snatural individualismo. Cadaindividuo que se sienta capaz,i t t á h l ió C d
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intentará hacer su revolución. Cada
aldea, cada pueblo que tenga armasy recias hambres, querrá s
comunismo libertario. Y si falla, losmás audaces intentarán repetir las
aventuras del «Pernales» o del«Vivillo». Aunque otra cosa se
pueda creer, no habiendo conocido
de cerca la cuestión, toda la catervade bandidos andaluces que
conocemos por las crónicas o lasleyendas, constituyen otras tantasconsecuencias políticas de uestado de cosas bastante
li d l ñ l
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generalizado en el campo español,
pero mucho más agudizado eAndalucía. No olvidar que cuando
se habla en Casas Viejas de«comunismo libertario» todos
entienden que se trata de poner ecultivo 33.000 hectáreas de buena
tierra.
Para evitar el levantamiento deesos centenares de hombres existe
el subsidio. Lo que todos losobreros llaman —sin intenció política, sin sarcasmo— la limosna.«Nos van a dar la limosna.»«Vamos a recibir la limosna » El
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«Vamos a recibir la limosna.» El
subsidio les permite hacer sopas de pan una vez al día si la familia no
es muy numerosa. El pan aquí valecinco céntimos menos que e
Medina: 0,90 el kilo y medio, quevenden en una sola pieza. Vestido,
alumbrado, calefacción, nulos.
Cuatrocientas, quinientas familiasen esas condiciones, a la hora de la
revolución social, que creellegada, matan o mueren pensandoen el comunismo libertario que les permitirá poner en cultivo 33.000hectáreas El campo les espera hace
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hectáreas. El campo les espera hace
muchos siglos y son muchas lasgeneraciones que han sufrido
hambre y que han languidecido ymuerto sin poder arañarle las
entrañas. El subsidio —la limosna no hace sino arrebatarles a los
campesinos lo único que les
quedaba: la dignidad de su trabajoy de su jornal.
—Aquí me tiene usté to er díame decía un joven, envejecido precozmente—. Acurrucao en estaesquina. ¿Me dirá usté qué hago?Ganando el jorná
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Ganando el jorná.
Reía con sarcasmo, burlándosede sí mismo. Malo es que u
hombre joven, que no sabe leer niescribir, que tiene hambre y ganas
de trabajar, se ría de sí mismo.
El Sindicato. —El
Comité. —«Subí a laloma y mira si andan
los trenes». —El viejo
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come demasiado.
Todavía no hemos entrado ela vida de la aldea sino a grandes
rasgos; pero ya se ve que lascircunstancias económicas hacen de
él un pueblo rojo. Blanco en los
costados de las chozas, en una partedel pavimento, en el interior. El
ramaje seco es blanco. Todo blanco, menos el verde obscuro delas chumberas silvestres, fruto deuna tierra violenta y áspera. Y rojoen la escondida conciencia de los
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en la escondida conciencia de los
ornaleros que constituyen elSindicato de Campesinos, afecto a
la C. N. T. El Sindicato tiene unacasita de una planta, toda blanca, e
lugar bastante céntrico. La casa, una pequeña puerta. Junto a ella hay u
corro de campesinos. Tiene
actitudes violentas, pero extáticas,como si se hubieran quedado
petrificados en la mitad de un gesto.Hablan bajo, no sé si porque noquieren o porque no pueden gritar más. El hambriento tiene la vozopaca del sordo Hay el peso de la
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opaca del sordo. Hay el peso de la
tarde y de la mañana y la noche siobjeto, sin trabajo, sin horizontes.
Para moverse y dar dos pasos,cualquiera de ellos necesita
convencer antes a todos, con susmovimientos, de la inutilidad de lo
que va a hacer.
Uno se asoma y pregunta: —¿Y el Comité? ¡A ve! Unoque avise a los compañeros.
Salen dos calle arriba. Unotuerce hacia la plaza y el otro subecasi trepando por la peladatorrentera donde comienzan las
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torrentera donde comienzan las
chozas. Hay animación. Lacallejuela está cortada aquí y allá
por las torrenteras que bajan por lacolina. Como las casas son muy
bajas, desde la puerta del Sindicatose ve, monte arriba, el final del
pueblo, las chozas últimas, la
comba verde desde donde se puedever salir el sol casi del mismo mar.Hacia abajo, el pueblo adquieresolemnidad de repente con loscuatro o cinco edificios de la plaza
¡hay uno que tiene dos pisos!— ycon la iglesia y otra vez se
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con la iglesia, y otra vez se
desperdiga en cercas de barro yramaje seco. Entre esos hombres
que no tienen propiedades, pero quetampoco tienen hambre, y que
hablan recio a los obreros y flojo alos terratenientes, anda la sombra
de Medinaceli, cuyo latifundio está
en el plan de expropiaciones de laReforma agraria. Entre ellos no haygrandes dificultades. Viven, si noalegres y felices —no hemos vistoaún sino un rostro satisfecho, y fueen Medina Sidonia, y no pudimoscomprobar si se sentía feliz, porque
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comprobar si se sentía feliz, porque
era sordomudo y tonto—, viven eun equilibrio verdaderamente
heroico, entre el odio de la mayor parte de los trabajadores y el
desdén de los propietarios.El Comité del Sindicato es s
obsesión, porque los individuos que
lo forman dan a veces la impresióde que tienen cierta autoridad, y esuna autoridad que ellos no seexplican, porque no viene deMedina Sidonia, ni mucho menos deCádiz, ni de Madrid, y carece deuniforme y de señales exteriores.
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uniforme y de señales exteriores.
¿Quiénes forman el Comité? Uno deellos es Curro Cruz, a quie
conocen con el apodo de«Seisdedos», que responde a u
defecto físico. Es un viejo desetenta años que lleva siempre
papeles impresos en el bolsillo y
que ahora, al llegar al Sindicato,levanta con dificultad la cabeza para mirar un larguero de maderaque sobresale del tejado deledificio, sobre la puerta. Ese pedazo de madera tiene en ucostado un clavo con un aislador de
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porcelana y sostiene un hilo de lalínea que da luz al pueblo. El viejo
habla con acento vacilante, peroenérgico:
—¡A vé, Perico! ¿OndestáPerico?
Sale del local un hombre de
treinta y ocho años. Es uno de sushijos. —Hay que clava ahí un palo,
pa que la bandera asome arta.Luego entra en el local; pero
sale otra vez y pregunta por Josefa,su nuera. Es Josefa Franco, menuda
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,
y vivaracha. Tendrá treinta y cincoaños y es viuda de un hijo del
anciano. —Tú que ves mejó sube arriba
y mira a ve si corre er tren. Hoyhase claro y se verá. En to er día no
se ha sentío, pero no hay que fiarse,
porque viene el aire en contra.Luego entra y los pocos quequedaban fuera le siguen. La tardees tranquila y diáfana. Llega de la plaza, a través de la vidriera policroma de una cancela, músicade gramófono. También el ruido del
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g
motor arcaico de la tahona«chas-chas-chas»— que a cierta
distancia parece elacompañamiento de un jazz-band.
Josefa Franco llega arribacuando asoma en la calle un viejo
encorvado y lloroso. Le sigue una
mujer enlutada. El aspecto de losdos es bien miserable. La mujer representa unos treinta años y le vasiguiendo y gritandoatropelladamente injurias e insultos.
El viejo anda trabajosamente. Uoven se dirige a la mujer:
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g j
—Cállate la boca. Ya está bueno, mujé. ¿Qué te ha hecho el
abuelo?Ahora es la mujer la que llora:
—Se ha comió el pan. Hadejao sin comía a mis hijos. ¡Si se
muriera de una vé!
El viejo, seco y encorvado, hadesaparecido hacia la plaza. Es éseel que lleva hecha harapos laguerrera de rayadillo de 1898.
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Los Libertarios». — Opinión del viejo«Seisdedos» sobre el
origen feudal de la
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propiedad. —Su nietaMariquilla.
El jefe de la familia de «losLibertarios» es el «Seisdedos», aquien estiman y quieren porque
tiene un natural pacífico y honrado.
El viejo tiene varios hijos. Uno,casado. Dos, solteros. Tienetambién una nuera viuda y todavíaoven. A todos ellos los llaman «los
Libertarios». «Seisdedos» lo había
sido siempre. Al llamarles«libertarios» no los calificaba
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políticamente. Simplemente losnombraban, como a otros les decía
«los Zumagueros» y a otros «losGallinitos». Eran muchos los
ornaleros que no sabían qué eraeso de «libertario» y hasta algúovenzuelo de las casas pudientes
que pasaba por culto. Eso vinodespués. Al hablar con la gente del pueblo estos días son muchos losque nos dicen de la familia de «losLibertarios»:
—Era la familia más honra del pueblo.
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El viejo «Seisdedos» erasegador en verano, iba a la aceituna
en invierno, haciendo largos viajes,a veces para trabajar durante dos
meses por la comida y dos reales.los que no querían hacer ese tratoles daban el importe de la comida
en metálico. Les daban un real. Etotal, tres reales diarios trabajandode sol a sol. Esto era hace años.Últimamente, las cosas estabamejor; pero como en Casas Viejas
no hay aceituna y los obreros de utérmino municipal no puede
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trasladarse a otro —acuerdo de lossocialistas, que estaría bien si no
fuera de un simplismo absurdo—,los jornales modernos de la
aceituna —hasta 6,50— no losconocían. En verano segaba bajo elsol, primero solo, con los
compañeros. Después, al lado desus hijos, en las peonadas épicas.Luego, entre máquinas y aperos.Los jornales de la siega subían; pero cuando alcanzaban un punto
remunerador con el cual era posibleya el invierno con mantas y pan,
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llegaba la máquina. El propietariohacía cuentas, veía que si compraba
dos segadoras las amortizaba en usolo verano, y al llegar junio las
máquinas invadían el campo. El«Seisdedos» quedaba sorprendido por la infalibilidad de aquella
oculta sabiduría que disponía quenunca pudiera ganar un jornaldecente. Competir con la máquinaen resistencia y en cantidad detrabajó era imposible. Esa oculta
ley que no venía siquiera de losGobiernos, sino de las cosas —la
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máquina, siempre la máquina—, lefue reduciendo a la vida de Casas
Viejas. Y, además, los años. La leyque le impedía ir últimamente a
trabajar «donde lo hubiera»,confinó a él y a otros muchos todoel invierno en un pueblo sin vida.
El «Seisdedos» había leído ecierta ocasión un periódico y ufolleto donde le hablaban de tierra,de derechos y de libertad. No es preciso explicar el proceso
psicológico de su conversión a lasideas libertarias. Nadie necesitará
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que se lo aclaren. El «Seisdedos»comunicó aquellos conocimientos a
sus hijos y a sus nietos. Pronto fuela familia de «los libertarios». Les
gustaba, aparte la solidez de susconvicciones —que son mássólidas cuando detrás hay una
necesidad y un instinto—, aquelapodo que significaba, no una peculiaridad física, un defecto ouna deformidad, sino una doctrina yun credo. «El libertario» no se
conducía como un fanático. Discutíacon los patronos y administradores
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en nombre de sus compañeros,regateaba para sacar un real más de
ornal, y, a pesar de esto, patronos yadministradores reconocían que «se
podía tratar con él», que erarazonable y, sobre todo, quetrabajaba y hacía trabajar a los
compañeros muy bien. Era uhombre formal.A veces bromeaba con los
suyos sobre las mismas cuestionesideológicas. Solía decir a los
campesinos del Sindicato: —¿No. sabéis cómo ha sido
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eso de que unos sean ricos y otros pobres?
Y repetía, ya un pocomaniático —los— años—, s
versión, que todos conocían: —Al prinsipio, tó era denadie. Uno que tenía una jaca ligera
salió al campo y cortó tierra. Otroque sólo tenía un caballejo, cortómenos, pero también argo. Luegosalieron seis u ocho a pie. Peronuestros pobres agüelos era
baldaos.Se refería a Casas Viejas. A la
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propiedad en el pueblo. —Este era entonse —solía
decir— un pueblo de baldaos. No pudieron los abuelos
moverse de casa y se quedaron sitierra unos setecientos hombres, delos cuales la mayoría tuviero
hijos, que hoy han formado elSindicato.El día 10 de enero, por la
mañana, el «Seisdedos» repitió sversión sobre el origen feudal de la
propiedad, más contento que otrasveces. Le escuchaban los suyos y
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algunos vecinos, entre ellosFrancisca Lago, que vivía en la
choza inmediata y acababa de llegar con unos sobres dirigidos al
Sindicato. Dijo que se marchaba porque tenía que preparar lacomida de cinco días para
carbonear con su marido en lasierra. Iban a veces en grupo cootros. La comida para cinco díasconsistía en dos panes y unacantarilla con vino. Habían tenido
que esperar diez días hasta ahorrar en monedas de diez céntimos el
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dinero necesario. La miseriahablaba en sus ropas, en sus ojos
hundidos. Estaban pagando e pequeños plazos de veinte céntimos
las botas que el marido llevaba.Ella calzaba unas alpargatas coremiendos de suela vieja y de saco.
El viejo «Seisdedos» rompió lossobres y leyó para sí. La torrenteracalva y pedregosa daba un blancoviolento. En la calle ardían dostochos y alrededor se agrupaba
ocho o diez personas. Todos ellosvivían igual. Todos se quejaban de
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lo mismo. Cinco meses sin trabajo.Era una desgracia no poder ir a la
«séituna». El «Seisdedos» seguardó los papeles, tosió y dijo
lentamente: —Me paese que se van aacabar pronto las limosnas.
Hubo caras de espanto. ¿Lesquitarían aquel último recurso? —Yo no he dicho eso —
contestó «Seisdedos» a tres que le preguntaron a un tiempo—. Pero ya
es hora de que se acaben de una vé.Aquello tenía un sentido
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distinto. Una mozuela subíatriscando. El viejo le preguntó co
la mirada, y ella respondió: —Josefa dise que no se ve er
tren; pero yo lo he visto.Los otros negaban. MariquillaSilva, la nieta del «Seisdedos», se
encaró con ellos: —¿Qué sabéis ustés? ¡Subir allá y está un rato a la mira!
«Seisdedos» sacó un papelimpreso —una octavilla— que
había llegado en el correo y se lodio:
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—Niña, no sabes lo que dises.Anda. Lee.
Mariquilla Silva leyódeletreando. Algunas palabras del
léxico rebelde eran familiares ysalían sin interrupción. El viejomotor de la tahona daba impasible
su «chas-chas». De aquel pan lesllegaba a muchos de los que estabaescuchando sólo el ruido, lo mismoque del otro motor que chascaba por la noche y que daba luz
eléctrica a los que podían pagarla.
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Los propietarios sonmonárquicos, pero node cualquier
monarquía. —La
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inseguridad delganado. —La huelga y
sus peligros.
Esas cuatro casas ricas no so
tan fuertes como la del duque. Por
eso están en el pueblo. Porque fuerade allí no podrían vivir. La culpadel paro la tiene, según ellos, laRepública. Sería más exacto decir que una de las crisis que
determinaron aquella decisivacrisis de la monarquía era la del
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trabajo. Claro es que al sabotear laRepública por todos los
procedimientos, la mayor partedélos grandes propietarios
andaluces agravan la cuestión. Yaunque saben que el problema puede elegir sus víctimas entre
ellos, que la provocación se puedevolver contra el provocador, paraesos casos confían en la Guardiacivil. Monarquía o República escosa que en el campo andaluz tiene
poquísima importancia.El monarquismo de los
d i i d l l
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grandes propietarios andaluces loes no por reflexión ni por pasió
política, sino por necesidadeconómica. Sólo una monarquía —
y...no cualquiera, sino lo másabsoluta posible— puedeconservarles sus privilegios,
defenderles sus propiedades,aceptar sin discusión lainviolabilidad de sus derechos. LaGuardia civil no es monárquica nirepublicana, en Andalucía. Le basta
su «espíritu de Cuerpo» comosatisfacción moral y como plano
l d d
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mental adonde acogerse en susreflexiones, y le basta también, por
otro lado, con el instinto deconservación para «sostener el
orden», para la moral de la lucha.Claro es que en Andalucía laGuardia civil está siempre alerta, y
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por la restauración. No entran en el pueblo sino periódicos de esos y u par de diarios obrerosrevolucionarios. En las cuatro casasconocen la fuerza del Sindicato de
Campesinos. La conocen bie porque hubo una ocasión de
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comprobarla. Saben que sólo hay eel pueblo tres guardias y u
sargento, y que en un caso de apuro podrían reunir hasta quince rifles
más, haciendo que dispararan lasmujeres. El Sindicato es unaorganización sólida. No querían dar
el socorro de paro; pero luego haaccedido en vista de que los robosen los cortijos y los sacrificios dereses se sucedían. A propósito deesto conviene anotar que esos
sacrificios no son ciertos sino amedias. Con las noticias que llega
M d id b d
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a Madrid sobre ganadosabandonados en caso de huelga
vienen otras que hablan dé resescon las patas cortadas, o degolladas
y abandonadas. Se sacrifican reses,no como sabotaje, sino paracomerlas en casos de verdadera
miseria. Los propietarios vendesus ganados para ahorrarsecuidados; pero entonces aumenta,con pastores y gañanes parados, elnúmero de los sin trabajo, y los
propietarios tienen que aumentar sus cuotas de socorro. Estos no so
sino pequeños aspectos de las
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sino pequeños aspectos de lasdificultades y violencias en que se
desenvuelve la economía agrariaandaluza. Lo peor no es aun esa
total inadaptabilidad del capital yel trabajo. Lo peor está en losfactores de orden psicológico, que
son creados por esa situación y quedeterminan un estado constante dealarma.
El propietario que carece dedinero en metálico y de quien le
compre las tierras —algún caso deestos hay— se ve obligado a vivir
en el pueblo sin otra convivencia
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en el pueblo sin otra convivenciaque los que se encuentran en las
mismas condiciones. En CasasViejas son, como ya hemos dicho,
muy pocos. Aquí, como en otros pueblos, ese aislamiento se lo procuraban ellos antes
voluntariamente, porque era lamanera de mantener, con lasdistancias, alguna autoridad.Estaba, además, neutralizado ecierto modo por la relació
económica del trabajo en las fincasy en las cabañas. Pero una cosa es
aislarse voluntariamente y otra que
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aislarse voluntariamente y otra quele aislen a uno —piensan hoy—. La
relación de trabajo ha desaparecidoen muchas zonas por completo. Los
rencores, los odios, con el hambre yla distancia aumentan. Es casi uhéroe el propietario que se aventura
a pasar entre dos grupos de paradosen este pueblo de Gasas Viejas. Heaquí algunas de las frases que oyey que tienen que «tragarse»:
—Buenas botas lleva; pero no
le valdrán pa escapar. —¡Necesita las bellotas pa él
y pa su familia!
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y pa su familia! —¡Con una peseta de limosna,
ya han cumplió!Y entre dientes, palabras
obscuras y palabras claras«tiro», «cabeza», «ladrón»— yotras que se refieren a glándulas de
virilidad y a fidelidad amorosa. Asíun día y otro. En estascircunstancias, y en pueblos comoéste, donde el Sindicato es poderoso, ya está dicho que una
huelga de campesinos representa elanuncio de una catástrofe. No por la
huelga en sí que es imposible en u
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huelga en sí, que es imposible en uSindicato de parados, sino porque
la huelga es la bandera y el toquede alarma. En lo único que
económicamente se hace sentir unahuelga en Casas Viejas es en laretirada de los pocos criados fijos
que hay y en la de las sirvientas detodas clases. Hay detalles nimiosque revelan hasta qué punto lasugestión de la «lucha de clases»domina a estos campesinos, la
mayor parte de los cuales nodistingue doctrinas opuestas y sólo
capta lo que el instinto le dice e
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capta lo que el instinto le dice ecada caso. En la última y única
huelga realizada aquí, las mujeresretiraron una nodriza de la casa
donde servía. La nodriza pidió quela dejaran llevarse el niño consigo,y las mujeres consintieron. Pero
después pensaron que el «servicio»de nodriza seguía ésta prestándoloen su casa, y fueron a buscar el niñoy lo devolvieron a sus padres. Lamadre protestaba.
—Es la huelga general — respondían ellas con una seguridad
y un convencimiento muy elocuentes
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y un convencimiento muy elocuentesen mujeres que parece que debía
decidir por lo sentimental.El día 10 de enero, por la
mañana, se hablaba en la plazuelade Casas Viejas de huelga general,con miedo. En lo alto de la
torrentera que da acceso a casa del«Seisdedos» también se hablaba delo mismo, pero con odio y rencor.Mariquilla había terminado de leer la octavilla impresa, y Josefa, la
nuera del «Seisdedos», rompía lafaja de un periódico y lo
desplegaba
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desplegaba.Un joven, Cristóbal Ruiz, el
«hijo del Tullido» —su padre loestá de veras—, llegaba con u
pequeño larguero de madera. Habíaque clavarlo en el poste de la luz para poner la bandera en lo alto. El
«Seisdedos» se pasaba la mano por su barba gris de una semana y preguntaba con fruición: —¿Tenéisustés sorreras?
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Lo que son laszorreras. —El hambrey el odio convocan a
asamblea el día 10,por la tarde.
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Zorreras llaman a loscartuchos de escopeta cargados co
postas. Son, por lo general, tres balines bastante gruesos. Hay otroscartuchos que sólo llevan u
proyectil redondo y voluminoso. Elhijo de «el Tullido» y «Seisdedos»son los mejores tiradores. «Si
mover la pestaña.» A veces hay queesperar tres días para acertar a u
zorro, de manera que no se pierdael tiro, que vale más de un real No
cargan sus cartuchos en el pueblo.P l l l h h
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cargan sus cartuchos en el pueblo.Por lo general, los compran hechos.
Hemos visto algunos, y llevan utaco transparente sobre la carga
para saber si llevan bala o perdigón. Están correctamentefabricados. Estos hombres, que no
poseen nada y que viven en lamontaña, donde a veces se puedecazar, necesitan la escopeta para la
invernada. Buenas escopetas de ucañón, de fuego central, que son la
única propiedad, lo únicosusceptible de producirles la renta
de un conejo, y quién sabe si hastad j b lí L id
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de un conejo, y quién sabe si hastade un jabalí. Las cuidan co
esmero. No le extraña a nadie ver atres hombres sentados en la aceralimpiando su escopeta, ni por lacallé con el arma colgada o en lamano, el cuerpo escuálido y
denegrido, la chaqueta harapientacuarteada por el bolsillo de laszorreras, que refuerzan con cuero o
piel de conejo. Pero seguramentecoaccionan tanto esas escopetas a
los habitantes de la plaza como alos de las chozas los máuseres.
A media tarde comenzó elt i d i i d
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trasiego de municiones y de armas.
El chico de «el Tullido» habíaclavado, junto al poste de la luz,sobre la puerta del Sindicato, ellarguero. En el fondo de un cajón,debajo de un paquete de periódicos
atrasados, esperaba la bandera rojay negra. El «Seisdedos» hablabadel comunismo libertario, y los del
Comité, Antonio Barbera,Francisco Lago, Juan Grimaldi,
Rafael Mateo, Manuel Benítez y «elZumaguero», Balbino Montiano,
intervenían interrumpiendo ol d E t b b i d
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paclarando. Estaba obscureciendo.
Todavía no había podido explicarse«Seisdedos» por qué circulaban lostrenes. Se habían reunido los delComité, y olvidado ya ese asuntodel ferrocarril, se hablaba de
armas, de municiones y también dela conveniencia de poner en cultivoinmediatamente las 33.000
hectáreas. —Hay que labrarlo to —decía
Grimaldi agitando la octavillaimpresa.
Daban por resuelto el éxito.Tanto que Benítez habló de la
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pTanto, que Benítez habló de la
conveniencia de proponer por las buenas a los cuatro propietarios quese avinieran a sus deseos.
—No eres tú ni yo —decía—,sino to el pueblo.
Aunque la reunión era sólo delComité, algo había en el aire quefue convocando a todos los
afiliados. —Pero, ¿quién ha convoca©?
preguntaba «Seisdedos».Estaba allí toda su familia.
Josefa dijo:Nos convoca la mala sangre
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j —Nos convoca la mala sangre
que nos ponen los de abajo.En este pueblo, «los de abajo»son los de la plaza, los ricos. Ellocal estaba poco después lleno.Hablaban los obreros entre sí de
municiones y de armas. El Comitésiguió deliberando en asamblea para todos. Intervenían aquí y allá.
En este pueblo la proximidad demuchos hombres no les da un aire
comunicativo, sino que les acentúamás la expresión concentrada y al
mismo tiempo ausenté. Cabezasdescubiertas algún sombrero ancho
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pdescubiertas, algún sombrero ancho
y muchas gorras. Rostros cetrinos yenjutos. Cuerpos desmedrados,entre los que a veces se encuentrael obeso enfermizo o el fuerte y altoesqueleto apenas cubierto de tierra
rojiza y de harapos. Se hablaba detodo con desenfado. No llegaría a«los de abajó» la noticia de lo que
trataran. Entre las chozas y lascasas de la plaza hay abismos. Sonó
una voz: —¡No queremos más
limosnas!Rumores voces:
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Rumores, voces:
—¡Huelga! ¡Huelga!Oyéndolos hablar de huelga parece que trabajan todo el año.Pero ya sabemos lo que aquí es lahuelga. «Seisdedos» hace callar
extendiendo la mano. —Hay una proposición.La proposición es una
pregunta. Y la pregunta la hacecuatrocientos hombres que tiene
armas y municiones y que nocomen:
—¿Qué hasemos con laGuardia siví y con los de abajo?
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Guardia siví y con los de abajo?
Dudas. Uno dice que lo quesea se hará. Que no hay que decirlo.Otro propone, oponiéndose a éste,que se les ofrezca el ingreso en elSindicato como trabajadores, si
quieren por las buenas entrar en el plan comunista. «Somos fuertes yno hay que abusar.» «Seisdedos»
impone orden y hace leer laoctavilla impresa. En ella se habla
de la «necesidad de acabar con elrégimen capitalista, al que
afortunadamente quedan pocashoras de vida» Son palabras que e
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horas de vida». Son palabras que e
los medios proletarios de la ciudadtienen un valor y otro muy distintoentre los hambrientos campesinosde Casas Viejas. «Seisdedos»repite, obsesionado:
—¡Compañeros! ¡Se acabarolas limosnas!
—¡A labrarlo to!
Gritan repitiendo estas dosconsignas. La presión sube. Vuelve
el de la «proposición»: —¿Y bestias? ¿Dónde hay
bestias pa labrarlo to?—Las comprará la comarcal
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Las comprará la comarcal.
Ya está resuelto. «Seisdedos»concreta: —Hemos acordao ofreser a la
considerasión de la asamblea que ala madrugada vaya el arcalde a
convensé a la Guardia siví a los deabajo. Pa evita el derramamiento desangre. Pero, de todas maneras,
después de sená puen vení a buscar sorreras los que no tengan.
Fuera es de noche. MariquillaSilva Cruz, «la Libertaria», habla
en la puerta con su novio, ManuelCabanas «el Gallinito» que lleva
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Cabanas, «el Gallinito», que lleva
un apodo verdaderamente injusto.También «Manué» —que no es precisamente el sevillano deBorrow— conserva puesta aún laguerrera del servicio militar, que
hizo hace poco, y que no es ya derayadillo, Entre los grupos dicen:
—¿Hay que vení después de
sena? Entonse no me voy.Para casi todos es ya «después
de cenar», sin haber cenado.
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La casa del«Seísdedos» despuésde cincuenta y cinco
años de trabajo.
Desde el Sindicato, el
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«Seisdedos» volvió con sus hijosFrancisco y Pedro Cruz, de treinta y
treinta y ocho años, a la choza.
Detrás iban la nieta Mariquilla coManuel. Iban también el padre de
Mariquilla, José Silva, yerno del
«Seisdedos»; la vecina JosefaFranco, otro vecino llamadoFrancisco Lago Gutiérrez, y su hija,
Francisca Lago Estadillo, muchachade dieciocho años. Ésta y
Mariquilla subían riendo y bromeando. La torrentera, pelada y
blanca, se estrechaba ose abríaentre cercas por donde a veces
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surgían los brazos de laschumberas. La luz eléctrica nollegaba tan alto. Habían quedadolas dos ultimas bombillas pegadas ados esquinas más abajo. Hacía rato
que iban subiendo en la obscuridad.o eran las sombras de la noche e
el pueblo, sino del campo abierto,
del monte, con ráfagas heladas. Esanoche del día 10 ha sido una de las
más frías de este invierno eAndalucía. Un frío seco y cortante
como el dé Castilla. Abajo quedabael pueblo en silencio. Serían las
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ocho de la noche. Les seguían lasexplosiones a compás del pobremotor de la plaza, cansado siemprey siempre en marcha. Los vecinosde Casas Viejas no conciben la
noche sin ese motor, que se oyedesde todas partes, y que es comoel corazón del pueblo.
Iban cinco hombres y tresmujeres. El viejo Curro Cruz, el
«Seisdedos», no hablaba. Su hijomayor, Pedro, tampoco. El otro,
Francisco, era más locuaz y másoven. Las mujeres hacían cálculos
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j
de calderilla para el día siguiente,menos la pequeña Mariquilla, queiba con su novio, satisfecha de ver en todo el mundo una esperanza yuna inquietud que por primera vez
en la vida no era sólo la esperanzade comer ni la inquietud dedesagradar a los amos. Una
esperanza con responsabilidades,creadora. Había algo nuevo en el
pueblo, en la cara de todos, en lamirada de todos. Cuando el grupo
llegó arriba, a la choza del«Seisdedos», la obscuridad les
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impedía verse las caras. EntróMariquilla y encendió luz. Fuero pasando, encorvados; bajaron losdos escalones abiertos en la tierra.Detrás del último chirriaron unas
tablas flojas, mal ajustadas, quenunca se podían cerrar. Estaban ela casa del «Seisdedos». En el
repalmar de la cerca había unaallisa que daba un resplandor
amarillento. En seguida se notó elolor del humo.
La casa la formaba una solahabitación con el piso de tierra. La
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techumbre, de paja y ramas secas,caía en forma cónica y la sosteníados maderos en aspa y algunoslistones, reforzando otros podridos por la lluvia, Por fuera tenía el
techo un remiendo de lata y otro dehule, procedente, quizá, de la cunade alguna casa y recogido de los
vertederos. Son muchas las casasque hay aquí como la de
«Seisdedos». No se veía salida dehumos. Luego vimos que no hacía
falta. Dentro, la choza medía hastacuatro metros de lado, y era
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cuadrada. Aunque parezca que no puede quedar espacio para doshabitaciones, lo cierto es que u pedazo de arpillera remendado cotela que un día pudo ser blanca y
clavado en un larguero separaba urincón donde había una cama dehierro. Era el lujo de la vivienda.
Lo demás, pared monda. En una pequeña mesa de pino había u
vaso de cinc con asa. Al pie, en elsuelo, una lata abollada, de las de
petróleo, con una cuerda de cáñamoentrecruzada con alambre. Sobre la
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mesa, y al lado del vaso de cinc, plomo de postas de caza. Colgadasde dos clavos sobre la pared, dosescopetas, una con la culata rajada.La pared medía dos metros de
altura, de los cuales uno era de profundidad, respecto de la calle.Como no ligaban esas dos partes
con exactitud, quedaba un pequeñosaliente, donde había un retratito e
marco de hojalata de la «vieja» — la difunta mujer del «Seisdedos»—,
y al lado, un anaquel con su mantel blanco, en el cual se reconoce e
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seguida la pequeña toalla de lossoldados en los cuarteles. Aquelmantelillo procedía de un hurto deCurro o de Pedro, cuando fuerosoldados. También había una silla
desfondada, erizada de paja por abajo, y dos taburetes, fabricado eluno con un tronco de encina o de
alcornoque y el otro con una caja deembalaje. En una viga pegada al
fondo había una piel de cabra codos agujeros para pasar los brazos
una especie de chaleco de abrigo y tres hoces en muy buen uso co
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la punta resguardada por unazoqueta de corcho.Si queremos hacer u
inventario minucioso habrá queañadir que había otra lata de las de
petróleo debajo de la cama paracasos de enfermedad, y una gamellade lata muy parecida a los platos de
los soldados, quizá para lavarse. Eel espacio libre entre los pies de la
cama y el muro, un cajón con algunaropa. Los cartuchos quemados de la
caza los guardan y los vuelven avender o hacen con el casquillo del
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fulminante botones o refuerzos parala punta de la vara. Las alpargatas podridas sirven de «burlete» en las
unturas de la puerta, y los trozos desuela substituyen muy bien a u
gozne de metal de un ventanuco ode la misma puerta.
La cama es el gran lujo del
«Seisdedos». El recinto estrechodonde aparece el túmulo de dos
ergones de paja está comenzado aencalar. Hay paja también, amarilla
y obscura a trozos, en el suelo. Elviento hace crujir la techumbre y
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espolvorea de tierra la pequeñahabitación. En esa cama nacieroFrancisco, Pedro, José María yFrancisca Cruz, hijos del«Seisdedos». José murió joven, y
su viuda —hambre y nervios en sus pocas carnes— habla ahora en elcorro, que se ha agrupado co
dificultad. No queda espacio paramoverse. Dos periódicos de título
inequívoco y una litografía en la pared, cerca de la gallisa, autoriza
el apodo de la familia: «losLibertarios».
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La litografía representa uhombre desnudo, fuerte y sano, quegolpea con un mazo una gracampana. En círculos se esparcealrededor de la estampa las horas
en alegoría: la de trabajar, la deamar, la de luchar por la idea, la deestudiar e instruirse. Al fondo,
detrás y debajo de la gran campana,una multitud f con banderas. Los
hombres y las mujeres que apareceen la litografía son colorados y
fuertes. No hay en... Casas Viejasun solo labriego que se pueda sentir
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fisiológicamente hermano de ésos.El dibujante y el litógrafo eraoptimistas pensando en elcomunismo libertario. «Seisdedos»,que tantas veces ha contemplado
esa estampa con melancolía,también lo es ahora, cuando JosefaFranco se lamenta de la suerte de
las tres familias reunidas. —Mañana será todo de tos.
¿Quién habla de comer esanoche? Pero, además, ¿dónde iban a
hacer la comida? A la entrada, juntoa la puerta, hay dos piedras
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requemadas y ahumadas. Antescomían caliente en dos épocas: ela seituna y en la siega. Ahora,desde que vino la República, sóloen la siega. Y eso en las anchas
cocinas de los cortijos, donde haylo necesario para guisar. Aquí, paracalentar agua y «migar pan negro»,
basta con esas piedras. Cuandollueve meten las piedras dentro de
la choza, encienden fuego y dejaabierta la puerta para que salga el
humo.«Seisdedos» abre el cajón que
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se oculta a los pies de la cama ysaca los cartuchos a puñados. Colas dos manos llenas se quedamirando la cama. Aparece con elrostro sombrío.
—¿Qué te pasa, Curro? —¡Si viviera la vieja! Mañana
va a haber pa tos, y la vieja no lo
verá.La «vieja» fue joven e
aquella cama. Y murió también eella. Los días que «hacía malo» no
podían encender fuego porque elhumo la ahogaba, y no podía
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cerrar la puerta porque necesitabaaire puro. La dejaban abierta. Claroque con el aire entraba «la helá».
Miedo en los «deabajo». —El guardia,
el señor y el alcalde
pedáneo. — Ayuntamiento, no hay.
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La esperanza orientaba a losgrupos de campesinos a través de la
obscuridad. Iban a casa de«Seisdedos». Volvían del Sindicato.Se agrupaban en los rincones si
demasiada precaución, y se
cambiaban palabras y cartuchos.Estos movimientos llegaron a
conocimiento de las autoridades,naturalmente. El cura, un jovenzuelo
que vive en la fonda y que pasea por la plaza con el libro de horas.
El sargento y los tres guardiasciviles. El alcalde. Pero éste —
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Juan Bascuñana— no dabaimportancia a aquéllo. No estaba eninguno de los dos bandos. Laautoridad se la habían dado dearriba, pero tampoco estaba seguro
de que fuera verdadera autoridad.Allí la autoridad estaba en la casa-cuartel. Era alcalde a disgusto,
porque sólo podía ser uinstrumento más al servicio del
orden. Y el orden era allí la casa-cuartel. Mientras la Guardia civil
velaba por el orden hacían susnúmeros los propietarios. Había u
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presupuesto del Estado para laautoridad armada y rentas pingües para los propietarios. Él, que nocobraba sino cuando trabajaba, no podía ser verdadera autoridad, ni
veía en el orden público el mismoorden de las autoridades. Perotampoco era obrero, porque para
serlo íntegramente había que estar en el Sindicato. En definitiva, creía
que todo seguiría siempre comocuando nació. Y que los campesinos
eran hombres honrados, incapacesde verdaderos crímenes. No
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comprendía bien el miedo de loscuatro propietarios al afianzar lascerraduras de la cancela, repasar los contrafuertes de las ventanas ydejar y volver a coger el rifle o la
pistola con la obsesión de ser
esclavos de su propiedad, como losotros de su hambre. En las familias
de los propietarios se hablaba delistas negras, en las que aparece
los nombres de los que han de ser degollados y las mujeres burguesas
que han de ser repartidas. Elalcalde les dice que son cuentos, y
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entonces los propietarios miran alalcalde con recelo. ¿No será de losotros? ¿No será un espía? Elalcalde pretende disuadirles. Essereno y reflexivo, y cree que todo
aquello está fuera de lugar. No le
hacen caso. Ve en las miradasrencor y escama, y se va a la calle
pensando que algún remordimientollevarán en la conciencia para tanto
sobresalto. Se dirige al Sindicato, pero no llega, porque observa el
mismo recelo y despego en losobreros. Antes, esa actitud, siendola misma no era agresiva como
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la misma, no era agresiva, comoesta noche. Se dirige entonces alcuartel. El sargento se ha quitadolas polainas y lleva las cuerdas del pantalón gris en torno a la rodilla.
Se cubre la cabeza con un gorro de
cuartel. Va a hacer él alcaldealgunas observaciones al sargento,
pero éste no le escucha. «Leña es loque necesitan esos vagos. El pueblo
está envenenao.» El alcalde quiereadvertirle que los campesinos
deben ser tratadoshumanitariamente. Pero el sargentole acompaña a la puerta le da u
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le acompaña a la puerta, le da u pitillo y le dice:
—Si pasa algo, venga ustedaquí.
Se va el alcalde, una vez más,
con la impresión de no ser alcalde,
de no ser nadie. Todos pueden másque él. Recuerda que una vez habló
de las leyes republicanas a losobreros, y éstos replicaron que ni
comían con la monarquía ni con laRepública; que les habló de la
República a los propietarios, yéstos respondieron: «¿QuéRepública?» Y que al referirse e
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República?» Y que, al referirse ecierta ocasión a las libertadesindividuales con la Guardia civil,ésta le dijo muy atenta: «Mireusted: aquí, con todos los respetos,
lo que rige es nuestro reglamento
orgánico. Las Ordenanzas.» No hay Ayuntamiento en el
pueblo, porque es un agregado deMedina Sidonia. Aunque lo hubiera,
como el Sindicato no va a laselecciones, es «apolítico», el
Ayuntamiento sería un órganoartificial e ineficaz. Pero, además,¿qué Ayuntamiento armonizador
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¿qué Ayuntamiento armonizador cabe en un pueblo donde sólo existeun hombre no ligado directamenteal interés de clase? ¿QuéAyuntamiento republicano cabe e
un pueblo donde sólo hay u
republicano? Porque Bascuñana, elalcalde pedáneo, es el único
republicano que hay en Casas*Viejas. Un republicano ingenuo y de
buena fe, que cree que todas lascosas tienen arreglo dentro de la
República con intención recta y co«buena voluntad».
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A medianoche. —«Seisdedos» y la
disciplina. —Se
trabaja en lacarretera. — Asamblea.
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En lo alto del pueblo el color
negro de las chumberas se pierde ela sombra, menos densa, de la
noche Canta un gallo y sigue
oyéndose el motor de la tahona.
Llegan en parejas los hombres a lachoza de «Seisdedos», preguntando
qué se hace. José Silva, su yerno, seadelanta a contestar:
—¿No está cortao el hilo delteléfono?
—Sí. —Pues na. Al Sindicato.«Seisdedos» los llama. Repite
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pla pregunta de su yerno y los otrosvuelven a afirmar. Entonces«Seisdedos» da una orden:
—Marchar ocho con picos a la
carretera y abrir una sanja de lao a
lao, que no puedan pasa losautomóviles. Venís a desirlo cuando
hayáis acabao.Salen los otros a cumplir la
orden, y «Seisdedos» dice a syerno:
—Si empesamos a mandar tosya hemos plegao.Se disculpa José, y el viejo
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p , y jinsiste:
—Venían los compañeros a
habla conmigo. Yo les tenía queresponde. ¿No es eso?
—Sí, señó.
—Bueno —concluyeconciliador el viejo—. Se acabó.
La cuestión no es pa más. Vete allácon otros dos bien acompañaos, no
sea que vaya alguno a enreda.José sale con dos compañeros,
provistos los tres de escopetas. Hayun grupo de más de setenta, coarmas, en lo alto de la calle e
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sombras. Por la puerta de la chozade «Seisdedos» sale un resplandor
lívido que hace palpitar elverdinegro de unas chumberas
enfrente. Están todos tranquilos,
seguros de su fuerza. «Seisdedos»habla con los más próximos:
—Sabréis que ayer tuve cartacomo que se va a implanta hoy el
comunismo libertario en todaEspaña. Nosotros estamos hartos de
pasa hambre y de resibí la limosnay de no hasé na. Vamos a seguí élejemplo de los compañeros de otras
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j partes, pero sin derrama sangre.
Gruñían los odios de una
miseria secular aquí y allá. Una vozde mujer se alzó para blasfemar y
clamar por sus viejos rencores. El
«Seisdedos» respondió: —Vamos a haserlo si
derrama sangre, pero poniendo er corasón por delante. Y si arguno
quiere estorbar la volunta de to el pueblo, que ponga er suyo también.
Eso ya satisfizo. La gente tieneaquí una sensibilidad aguda. Diceque por la aristocracia acrisolada
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del pueblo árabe, pero eso de lasensibilidad fina y vibrátil es cosa
que viene con las recias hambres detantos años y con la escrófula y la
tisis, el no poder dormir pensando
en el mendrugo de mañana y laesclavitud moral, el desdén y el
aislamiento de siglos. La voz de uviejo —o de un niño— se alza
sobre el silencio solemne y precavido de todos:
—Yo lo que quiero qué sepáises qué una vez me pegó el señoritode la casa grande. Así, con u
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vergajo. Desía que había roto lasincha de la jaca, pero era mentira,
porque... No se puede saber la verdad
sobre la cincha. El viejo, en vista
de que no le hacen caso, completasu relato con el compañero de al
lado. Las caras de los más próximos a la choza de
«Seisdedos» aparecen iluminadas por el rectángulo de luz de la
allisa. Han interrumpido al viejo.Tres o cuatro hablan al mismotiempo. Han llegado cinco de u
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cortijo con tres rifles y dos pistolascogidos allí «sin violencia».
«Seisdedos» hace que lleven esasarmas al Sindicato. Acuden dos
mujeres y exponen casos que
requieren, según su entender,venganza. Otro individuo tiene u
antiguo rencor que guardaba pararesolver en un instante como éste.
Sale en borbotones el odio. La luzdébil de la choza le ilumina la
mugre de su chaquetón de gitano. Yotro viejo —el de la guerrera derayadillo de 1898— avanza
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tembloroso sobre su cayado yexpone un resentimiento que cada
día se renueva. Dice que seencuentra a menudo en calles
estrechas con una yunta de mulas o
con algún joven que va con una burra cargada de agua, y que no le
dan tiempo para meterse en una puerta. Que le atropellan.
«Seisdedos» responde: —¡Todo eso no es na! No
conseguiremos na si reparamos eminusia. Vamos al Sindicato.Bajan en torrente. Los pies se
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afirman sin vacilar en lasdesigualdades del terreno. E
seguida llegan al Sindicato. Alaparecer en la esquina se han oído
abajo, en la plaza, puertas cerradas
con violencia, voces temblorosas.El motor sigue chascando.
«Seisdedos», antes de llegar alSindicato, mira el listón que se alza
sobre el tejado, encima de la puerta:
—La bandera. A ver, la bandera.Van a buscarla, pero cambia
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de parecer: —Ahora nova a verla naide.
Dejarla ustés pal amanesido.La sala del Sindicato está
atestada de hombres armados. El
«Seisdedos», acompañado delComité, declara solemnemente que
ha quedado proclamado elcomunismo libertario y que no hay
otra voluntad en Casas Viejas quela del pueblo agrupado en el
Sindicato. Luego añade: —Es necesario nombra unaComisión que vaya a comunica el
l ld l G di i i
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cese al arcalde y a la Guardia si vi.Serán más de doscientos, la
mayor parte con armas. LaComisión queda designada. La
forman Rafael Mateo, José Luis
González y Juan Grimaldi, queescuchan con atención las
indicaciones del viejo«Seisdedos»:
—Nada de sangre —repite.Tiene enfrente, en el muro,
bajo una bombilla, la mismaalegoría del comunismo libertario:el mazo suspendido por un obrero
b l E d i
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sobre la campana. Es decir, no sesabe siquiera si es un obrero,
porque va desnudo y es fuerte ysano, como un atleta burgués. Es
«un semejante». No se podría
advertir la semejanza, pero estoshombres, dentro dé su odio y de s
hambre, tienen una obscura y reciagenerosidad. El «Seisdedos», frente
a ésa alegoría, donde todo essencillo y hermoso, se olvida
también de su hambre y dé susrencores. —La Comisión irá a ve alld l d á l ti i L
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arcalde y le dará la notisia. Luegole mandará que vaya ar cuarté a
comunicarlo a la Guardia siví.Como los guardias entregarán los
fusiles, no hay que haserles na.
Traerlos aquí. —¿A los guardias? —pregunta
uno, deseoso de hacer algo con losguardias en el Sindicato, de
"hacerlos «comparecer», por lomenos, como hacen con ellos en la
casa-cuartel. —No. Solamente los fusiles.Los guardias son «semejantes», y
á h b lib
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serán hombres libres comonosotros.
Hay impaciencia. El«Seisdedos» querría hablar más,
pero la impaciencia de la Asamblea
no le deja. Todos estáemocionados, menos el viejo. La
Comisión sale con las escopetascolgadas. Les siguen cuatro o cinco.
Luego, diez más. Después, un nuevogrupo. Se van, por fin, la mitad de
los que estaban allí. Todos quierever las primeras actuaciones delnuevo régimen y sentir la alegría de
t id d d 1 t íd d
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una autoridad des1 traída y de s propia voluntad patente y libre. Losodios han querido desbordarse, pero no lo han conseguido. El reloj
de la alegoría no tenía la hora del
odio. Ni decía lo que había quehacer con los poderosos
terratenientes. Todo era simple yfácil. En todas las caras
resplandecía el triunfo. Preguntaroal Comité por los víveres.
—Mañana —declaró el viejo se repartirán.Algunas mujeres, con el críod l f ld f
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agarrado a la falda, se fuerosatisfechas. Habían oído las
palabras que les interesaban.Pasaron algunos minutos. El viejo
había dejado su escopeta contra u
rincón. Todos tenían ganas de queamaneciera para ver qué color tenía
el primer día de triunfo. Algunosreprimían sus odios con decepción.
Les extrañaba y les desanimaba lafacilidad de todo aquello. Llegaro
noticias. El alcalde había dimitidoante la Comisión y bajaba con elloshacia la plaza. La noticia se acogiócon vítores Era el primer paso
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con vítores. Era el primer pasofirme. El «Seisdedos» sonreía.
Esperaban todos, como algoinfalible y seguro, los fusiles de la
Guardia civil.
—¿Y ca don N.? — preguntaron.
Ya no fue el «Seisdedos»quien respondió, sino una mujer
oven —Josefa Franco—, queaseguró que todos cederían sus
propiedades e ingresarían en elSindicato. Esto no satisfacía mucho, pero callaron para no complicar elasunto que iba sobre ruedas
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asunto, que iba sobre ruedas.Pasaron diez minutos. «Seisdedos»
escribía con grandes apuros unacomunicación pidiendo «un crédito
a la comarcal de Jeré» para
caballerías y aperos. En el silencioseguían sonando las explosiones del
motor, y de pronto, elevándosesobre ellas, dos tiros de máuser
netos y claros. Había ocurrido algoinesperado. Un tropiezo. Los fusiles
de la Guardia civil hablaban.Aquello no estaba previsto por laAsamblea, pero cada cual habíacolgado de su hombro la escopeta
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colgado de su hombro la escopeta, por si acaso. El «Seisdedos» se
levantó. Sintieron que todo volvíaal estado de unas horas antes. Cada
cual sentía su hambre y su rencor.
—¡Al avío! —gritaba el«Seisdedos»—. ¡To Cristo al avío!
Se lanzó sobre su escopeta ysalió delante. En la sombra bajaba
cien sombras corriendo hacia la plaza. Los disparos levantaro
clamores en la calle. Se oía chillar,desde fuera, a las mujeres de losguardias y a las de los propietarios.
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Los guardias noacatan el nuevo
régimen. —Tres horas
para decidir. —Conlas «primeras luses,
los primeros tiros»
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Por la noche, las cosas
materiales no se ven claras; lasotras se presentan con una
diafanidad engañosa Parecía
fáciles en la noche del día 10
muchas cosas que no lo fueroluego. La Comisión que fue a
destituir al alcalde, señor Bascuñana, habló con él desde la
calle. Rafael Mateo, José RuizGonzález y Juan Grimaldi llamaro
a la puerta y se separaron,esperando que el alcalde seasomara a una ventana. Eran las tresy media de la madrugada Rafael y
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y media de la madrugada. Rafael yJuan eran de mediana estatura. Uno
llevaba blusa y el otro una chaqueta parda. José era más alto y un poco
encorvado, aunque todavía no era
viejo. El alcalde apareció junto alalero:
—¿Qué queréis? —Na, Juan. De parte del
Sindicato venimos a desirte quetienes que bajá y vení con nosotros.
El alcalde vio que en laesquina había cincuenta hombresarmados.
—¿Para qué? —recelaba
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¿Para qué? recelaba. —Se ha implantao er
comunismo libertario, y tienes que pedí a los siviles que se entreguen.
o os pasará nada a naide.
El alcalde cerró la ventana.Tardó algo en vestirse.
Serían las cuatro cuandoapareció en la calle. Sin hablar,
fueron bajando seguidos de la gentearmada. Ya en la plaza quiso hacer
advertencias a los revoltosos, perohabía oído hablar del teléfonocortado y de la carreterainterceptada «Eso —pensó— ya no
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interceptada. «Eso pensó ya notiene remedio.» Se dejó conducir.
Antes de entrar en el cuarteladvirtió, sin embargo, a la
Comisión:
—Pensarlo bien. —Nada hay que pensá, Juan.
Todo está pensao. Tú haz lo que temanda er Comité.
La plaza es una plataformarectangular, a cuyo fondo se alza la
iglesia. Como todo el pueblo estáen acentuada pendiente, lahorizontalidad de la plaza se rompeverticalmente por los dos lados
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verticalmente por los dos lados,sobre todo por uno de ellos. Abajo,
la calle con edificios a un lado, y alotro, cerrada por una calzada dé
piedra que circunda la plaza, y que
por el costado donde está la casa-cuartel alcanza una altura de tres o
cuatro metros, porque el desnivel esmuy acentuado. Las ventanas de ese
edificio quedan a la altura de la base de la iglesia y, naturalmente,
del plano donde la iglesia sesustenta. Tienen enfrente la calzadade piedra, que es una trincherabastante segura. Todos los edificios
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bastante segura. Todos los edificiosestán encalados, menos el templo,
que tiene un tono rosáceo. Algunos bajaron con la Comisión hasta la
puerta de la casa-cuartel. Otros, los
más, se quedaron arriba, en la plaza. La noche era obscura y fría.
El relente barnizaba las piedras.Grimaldi llevaba una cuerda atada
bajo las axilas, alrededor del pecho, para substituir los botones
de su harapiento chaquetón.Llamaron otra vez a la puerta.o se oía dentro el menor ruido.
Inesperadamente, la puerta se abrió.
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Inesperadamente, la puerta se abrió.Avanzó Bascuñana. El sargento le
hizo entrar y cerróconcienzudamente fallebas y
cerrojos. La Comisión se encontró
otra vez ante la puerta cerrada y sila compañía del alcalde. La
Comisión no comprendía bien.Esperó media hora allí mismo. Se
hacían suposiciones y cálculos.Comenzaban a ir subiendo hacia la
plaza, donde estaban los demás. Elalcalde no reaparecía. Continuabalos obreros en actitud pacífica,dando largas a su fe y a la confianza
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da do a gas a su e y a a co a aen las previsiones de «Seisdedos».
Algunos campesinos golpeaban elsuelo con los pies para no
entumecerse. Había muy cerca una
cancela con lindos cristales. Otra,un poco más arriba. Las dos con u
patio interior, que conducía a unadespensa bien provista. Tambié
estaba allí mismo la iglesia. Y elcura dormía en la fonda, enfrente de
la casa-cuartel Todos llevaban laescopeta a la espalda y los bolsillos llenos de sotreras. Se hadicho que en esos instantes los
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qcampesinos tenían sitiado el
cuartel. El hecho de que cerca delas cinco saliera el alcalde por una
puerta trasera y se fuera a su casa
denota que no existía ese bloqueo.Porque salió y se marchó sin que lo
viera nadie, lo que revela que loscampesinos no estableciero
vigilancia. Vagaban por la plaza,esperando, en actitud pacífica. Alas cinco de la madrugada la puerta principal se abrió, y el sargentosalió tranquilamente a ver lo quesucedía. Fue entonces cuando se
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cruzaron, entre obreros y guardias,
las palabras definitivas. No huboacuerdo, y otra vez se oyeron las
fallebas y los cerrojos. La puerta
volvió a cerrarse.Los obreros se reunieron e
corro y trataron la cuestión. ¿El«Seisdedos» se equivocaba? Había
que enviarle un «mandao» a«Seisdedos». Ya subían tres caminodel Sindicato cuando de la altaventana de la casa-cuartel partierodos tiros. El eco se perdió en loalto de la colina. Cuando los
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emisarios iban en busca del
«Seisdedos» lo encontraron alfrente de un centenar de hombres
que bajaban en tropel.
En las calles inmediatas seoyeron rumores apresurados. El
pueblo, que parecía dormir, estabadespierto y a la expectativa. Puertas
cerradas resonaban bajo lasaldabas y travesaños. Voceshistéricas llegaban de los patiosinteriores, A los dos primerosestampidos no había seguido ningúotro. «Seisdedos» se encontró en la
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plaza con los compañeros, que se
atrincheraban tras de la calzada. —¿Quietos! No disparéis.
Aguardad al amanesido.
Faltaba cerca de una hora parael amanecen Hacía rato que
cantaban los gallos. Josefa Francollegó sin aliento y advirtió que entre
los tres hombres que custodiaban lazanja en la carretera sólo llevabasiete tiros. Ella se prestaba allevarles repuesto de municiones.Francisco Lago le dio un puñado decartuchos, y Josefa partió como u
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y prayo calles arriba. «Seisdedos»
veía que la lucha quedaba abierta.«¡Al avío! ¡Todos al avío!» De u
grupo de campesinos partió una
descarga cerrada. Saltó el rebozode la pared en las orillas de las
ventanas. Era mucho más fuerte elestampido de las escopetas que el
de los máuseres. «Seisdedos»corrió a advertir de nuevo: —¡No tirar hasta que
amanesca!Pero ya todo el pueblo había
entrado en la zona de lo
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extraordinario, y ya nadie oía a
nadie. Los guardias contestaban cofuego graneado, también a bulto. U
muchacho, de pie sobre la cerca,
disparaba contra el muro de la casacon una pistola, a tenazón. No bajó
mientras tuvo municiones.«Seisdedos» seguía sentado en el
suelo, de espaldas a la calzada. Por encima pasaban las balas. El viejo«Seisdedos» decía a los más próximos que no dispararan:
—Van a faltar sorreras, yluego con el perdigón no haréis
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ustés na.
Miraba al cielo, que comenzóa clarear poco después. Preguntó si
había bajas. Se animó al saber que
no. La luz destacaba ya perfectamente sobre el blanco de
los muros la sombra cuadrada delas ventanas. Entonces se
incorporó, avanzó a cuatro manos yasomó la escopeta entre dos piedras. Estuvo largo rato afinandola puntería y aguardando. Disparó.Un guardia se levantóconvulsivamente tras la ventana y
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cayó con la cabeza abierta.
—¡Es el sargento! —gritaroaquí y allá.
«Seisdedos» había vuelto a
cargar la escopeta, impasible.Dentro de la habitación se vio una
sombra que, sin duda, acudía eauxilio del herido. Sonó otro
disparo del «Seisdedos», y lasombra dio un alarido y cayótambién.
Siguieron unos minutos desilencio. A las ventanas de la casa-
cuartel no se asomaba nadie.Al i
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Algunos campesinos no se
recataban ya tras la cerca, y se ponían de pie comentando. Se
acercaron al «Seisdedos», que
molía un poco de tabaco entre lasmanos.
—¿No os desía a ustés — recalcó, señalando con la cabeza la
ventana de los guardias— queaguardarais al amanesido?
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La Guardia civil bateal destacamento de la
carretera y lleva la
noticia a Medina. —Elteléfono funciona.
La noche anterior habíaquerido llamar de Medina Sidonia
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por teléfono a Casas Viejas. Al
advertir la avería dispusieron que a primera hora de la mañana saliera
un equipo a reconocer la línea. Co
los obreros iba, a las seis y media,una pareja de la Guardia civil.
Cerca ya del pueblo, entre dosluces, advirtieron que la línea
estaba cortada junto a uno de los postes inmediato a la carretera. Nolejos había calzadas de piedra ychumberas. Es frecuente hallarlasen todas las cortaduras del terreno,
quizá para sujetar la tierra fértil,f ilit l di t ib ió d l
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para facilitar la distribución del
agua de lluvia o simplemente paraseñalar lindes. Uno de los
mecánicos, desde lo alto del poste,
advirtió la zanja de la carretera yavisó a los guardias. También desde
arriba se veían sombrassospechosas tras de las chumberas.
Los guardias, ya prevenidos,tomaron precauciones paraacercarse.
—¡Alto! ¿Quién vive?De los dos lados de la
carretera partieron disparos. Sih bi t d llí S i d d
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hubiera estado allí «Seisdedos»
hubiera repetido el consejo. Losdisparos fallaban. Los guardias
contestaron. Siete disparos de
escopeta, entre tres tiradores, sehacen pronto. Ya sin municiones el
pequeño destacamento quiso huir.Los guardias avanzaron y se
parapetaron en los mismos lugaresque los revoltosos habíaabandonado. Les hicieron fuego unay otra vez. Los proyectiles dabaentre los pies o pasaban zumbando.
Uno de los fugitivos tiró la escopetay se detuvo Los otros dos lo
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y se detuvo. Los otros dos lo
hicieron más adelante. Avanzarolos guardias, ordenándoles que se
tiraran a tierra. Los registraron, les
hicieron levantarse, y esposadosdos entre sí y suelto el tercero
volvieron al lugar de la avería. Por el teléfono del equipo ambulante
hablaron con Medina y Jerez.Minutos después se enteraba elgobernador de Cádiz. Los guardiasvolvieron con sus presos a Medina.
o con los tres, porque el que iba
suelto dio un salto de liebre sobreun desmonte y huyó pegado a los
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un desmonte y huyó pegado a los
accidentes del terreno. Los guardias prefirieron conservar a los dos
detenidos, y aunque hicieron fuego
sobre el fugitivo, no lo hirieron. EraJosé Silva, que volvió al pueblo
corriendo. Los otros dos ingresaroen la cárcel de Medina Sidonia,
donde había unas celdas co paredes que no eran de barro ytechumbre más sólida que la de suschozas. Donde hacía un poco menosde frío y donde, además, daban de
comer. Mientras no se notara lafalta de libertad aunque sea una
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falta de libertad —aunque sea una
libertad tan cuestionable como laesclavitud de Casas Viejas (la
libertad de escoger entre morirse de
frío o de hambre siempre es algunalibertad)—, aquello de la cárcel
estaba bastante bien. Entre tanto,había llegado a la carretera, al
lugar de la escaramuza, JosefaFranco, descalza de pie y pierna,con dos docenas de cartuchos.Llamó en vano a un lado y otro.
—¡Osé, Osé!
En esta tierra se oye llamar «Osé» a todas horas Hay muchos
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«Osé» a todas horas. Hay muchos
gaditanos que se llaman José. Peroeste José Silva no parecía. Josefa
subió a un altozano, vio el teléfono
reparado. En unas chozas próximasdijeron que habían oído más de
cincuenta tiros. Ya no necesitabamás, y volvió al pueblo. Cuando
llegó a la plaza tuvo que escondersey retroceder. Seguía el fuego. Subióal Sindicato. La banderaanarcosindicalista tremolaba en loalto. Unas mujeres harapientas —
alguna embarazada de seis u ochomeses— esperaban con unas
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meses— esperaban con unas
esportillas bajo el brazo. Esperaba poder llenarlas en algún sitio co
pan y quizá con arroz o carne. La
mayor parte había buscado leña, preparado fuego y dispuesto «la
puchera con agua». Josefa estuvohablando con ellas, pero no les
contó lo ocurrido en la carretera.Era el primer fracaso. Abajoseguían los tiros.
Apareció luego «Seisdedos»rodeado de un grupo. Abajo había
quedado algunos de vigilancia paraevitar que los dos guardias que
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evitar que los dos guardias que
quedaban ilesos salieran delcuartel. Se le acercó Josefa y
comenzó a referir lo ocurrido en la
carretera; pero «Seisdedos» laatajó señalándole a José Silva, que
iba con él. Ya lo sabía. No teníaimportancia. Cuando llegaran a
Medina los guardias se encontraríacon que los compañeros de aquelSindicato se habrían apoderado dela ciudad. Y si no, se apoderarían ala noche. Aquello no era cosa
mayor. Como le rodearan lasmujeres y los obreros sin armas que
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mujeres y los obreros sin armas que
esperaban allí, «Seisdedos» expusosu impresión:
—El Sindicato es dueño del
pueblo. Ha habido nesesidá dederrama sangre, pero ha sido al otro
lao. Del nuestro, na.Apartó a unas mujeres que
interceptaban la puerta. Palpando elabultado vientre de una de ellas,«Seisdedos» sonrió:
—Este no conoserá ya losamos.
Entró en el Sindicato y terminóde redactar la comunicación a la
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de redactar la comunicación a la
comarcal de Jerez, que considerabatambién vencedora. Comenzaba él
escrito con los consabidos
renglones: «Estimados compañeros.Salud.» Y terminaba: «Vuestros
fraternalmente y de la causa. —Por el Comité, Francisco Cruz.» Tuvo,
como siempre, dudas de ortografía; pero no reparó gran cosa. En lacomunicación se hablaba —comoya dijimos— del material necesario para las roturaciones.
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El «comunismo». — Dudas sobre la
propiedad. —Se
incautan de unatienda, pero...
Desde las siete de la mañanahasta la una de la tarde, el puebloestuvo en manos de los revoltosos
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estuvo en manos de los revoltosos.
La primera jornada no comenzabacon escenas de terror. Lo de la
plaza era una lucha regular.
Constantemente los obrerosofrecían la paz a los guardias si se
entregaban. Aquel pequeño foco,donde a veces sonaba algún tiro, no
impedía que los revolucionarios sesintieran dueños del pueblo. Lasuperioridad manifiesta de susfuerzas les permitía asaltar elcuartel, pegarle fuego. Pero nadie
pensó en ello. «Seisdedos» insistióen que bastaba con no dejarles
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q j
salir. Había que vigilar el cuartel,sin ofrecer blanco a los fusiles y si
quemar mucha pólvora.
—Cuando los guardias gastelas munisiones ya saldrán.
La gente fue afluyendo alSindicato. En realidad, estaban e
asamblea permanente desde la tardeanterior. Entraban y salían losgrupos y eran constantes los debatesy las discusiones. Había que tratar muchas cosas. El comunismo
libertario estaba implantado, y lagente no comía aún. El hambre
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quedaba en pie, esperandoconsignas para desbordarse e
acción. Las casas de los
propietarios seguían intactas. Habíados tiendas de comestibles, sobre
las que nada se había acordado.«Seisdedos», cuando se decidía a
proponer un acuerdo en relaciócon todo eso, se encontraba con queno disponía enteramente de sconciencia. Preguntaba entonces aJosé Silva:
—¿Dise que han hablao por teléfono?
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Cuando Silva afirmaba,«Seisdedos» se quedaba pensativo.
—Hay sangre ya —dijo al fi
, y nos contestarán, si llega er caso, de la misma manera. Que
estén todos dispuestos a dar la caray vamos a ver lo que se hase co
estas compañeras.Fueron a una tienda que hayunto a la plaza. A las mujeres no
las coaccionaba tal o cual disparo.Dos del Sindicato ocuparon la
tienda y distribuyeron algunosvíveres. Pocos y malos. El dueño
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y
protestaba, poniendo el grito en elcielo. «Seisdedos» había vuelto a
la plaza e intentaba convencer de
nuevo a los guardias.Tanto protestaba, y con tales
súplicas, el tendero, que de los pocos fondos del Sindicato le
pagaron los víveres los mismosobreros que habían ocupado latienda, pidiéndole recibo. Lamayoría de los obreros, con lailusión del triunfo, no pensaban e
comer ni en dormir. Esa mismailusión les había apagado
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súbitamente el odio secular contralos terratenientes. Más de cie
obreros con armas no hay duda de
que hubieran podido asaltar cuatrocasas, donde no se sabe si les
esperaban dispuestos a defenderse; pero, en caso afirmativo, apenas
había cuatro hombres en cada una.«Seisdedos» iba a la plaza adisponer que regresaran todos alSindicato, menos dos centinelas,que quedarían a la vista de la casa-
cuartel. Dentro de ella parecíamuy atareados en la cura de los
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heridos, y no atendían a la defensa,reservándose quizá para un caso de
asalto. Lo urgente era organizar e
el Sindicato la vida bajo el régimerecién instaurado. La lucha con los
guardias había determinado unaexaltada situación de ánimo en la
mayor parte de los obreros.Gritaban y amenazaban algunos para el día en que no tuvieran másremedio que salir. «Seisdedos» nohacía caso. Al Sindicato. La
intervención de «Seisdedos»comenzó a desviar de la casa-
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cuartel la atención de loscampesinos. Al Sindicato. La
asamblea permanente tenía instantes
en que hacía labor de fondo. Eracuando «Seisdedos» estaba
presente. Siendo, probablemente, elmás viejo, revelaba una agilidad
mental y una actividadverdaderamente juveniles. Cuandoentró «Seisdedos» se dieron vivasal comunismo libertario ya larevolución. «Seisdedos» no sabía
pronunciar discursos, pero comenzólevantando la mano y echándose
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con la otra atrás la culata de laescopeta;
—¡Compañeros! Hemos
conseguido nuestro objetivo, o,mejor dicho, la primera parte de él.
¡Se han acabao las limosnas!Le interrumpieron con vítores.
Quiso seguir: —La tierra va a ser nuestra.Otra vez le interrumpieron: —
¡A labrarlo, a labrarlo tó!«Seisdedos» dejó que
vitorearan y vocearan un rato,mientras soplaba la tinta fresca de
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unos números que había hecho JuaGalindo, también del Comité. Era
cálculos aproximados sobre la
nueva economía. Se sobreponían alos rencores y a los odios para
afrontar la trágica cuestión delhambre como un problema
económico, y lo afrontaban coaltura. Las despensas de los propietarios estaban intactas. Loque se llevaron de la tienda lohabían pagado. No se explicaba
bien los cauces que a la revolucióse le querían dar; pero lo cierto es
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que toda la mañana trataron de esoen el Sindicato, y que mientras éste
tomaba acuerdos nadie asaltó, ni
saqueó, ni incendió. La ilusión de latierra que iban a poseer les hacía
olvidarlo todo. Se hablaba covoluptuosidad de las hectáreas, de
los arados y de las yuntas.Continuaba la asamblea a las docedel día. Se había aprobado, coligeras modificaciones, lacomunicación a la comarcal. Dinero
para iniciar la conquista de la tierrao para celebrar las nupcias del
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campesino con la tierra yaconquistada. Comenzaban a tratar
de la conducta a seguir con los
propietarios, cuando llegaron por la parte oeste dos largos truenos, cuyo
eco rebotó en las últimas casas, ela plaza y en los altos calveros.
Pensaron si serían cañonazos.Luego se supo que eran fuerzas dela Guardia civil y de asalto, queantes de entrar en el pueblo hacíadescargas al aire para avisar s
llegada a los sitiados, y tambié para tantear el estado de resistencia
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del pueblo. «Seisdedos»interrumpió la asamblea:
—To cristo a sus casas y a
esperá. Si se dan malas, salir ustésal campo y reunirse en el Atalaya.
Dieron de nuevo vivas alcomunismo libertario y se retirócada cual por su camino. Avisaron alos centinelas que se retiraratambién. Con esto quedaron lascalles del pueblo totalmentedesiertas. Cada cual aguardaba e
su casa.
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Un campesino muertoy otro herido.—
Despliegue de fuerzas.
A la entrada del pueblo, lasfuerzas echaron pie a tierra ydesplegaron. Entraron por distintascalles. Toda la parte sur de lacolina se cubrió de uniformes, quesobre la cal de los edificios
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resaltaban vivamente. Sieteguardias civiles y un sargento y
toda una compañía de guardias de
asalto con sus oficiales y clases.Los de asalto iban comprobando a
culatazos si las puertas estabacerradas. En las calles no se veíaun alma. Los que bajaban por la quese dirige a la plaza atisbaban,dispuestos a disparar, las ventanas.El silencio era absoluto. Al volver una esquina, advirtieron la
presencia de un campesino deaspecto pacífico, sin armas. Estaba
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a unos diez metros. Un guardia preguntó, preparando el fusil:
—¿Qué hace usted ahí?
Y antes de que respondiera leordenó:
—Entre usted en su casa ycierre la puerta.Cuando el labriego volvía la
espalda para obedecer, oyó un tiroy cayó herido. La bala le atravesólos flancos, entre las costillas y lacadera. No le recogieron hasta dos
horas después. Hoy estáhospitalizado en Cádiz y se puede
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identificar fácilmente, porque es elúnico obrero de Casas Viejas que
se halla en ese establecimiento, y
también el único herido que no fuerematado. [18]
Los guardias de asaltosiguieron adelante. En la plaza no
había fuerzas. Fueron al cuartel y sedispusieron a prestar auxilio a losdos heridos. Luego subieron hacialas chozas de lo alto de la colina.El guardia civil Salva, que llevaba
algún tiempo en el pueblo, lescondujo al Sindicato y arrancaro
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la bandera anarcosindicalista, poniendo en su lugar la republicana.
Al volver hacia la calle que da
acceso a la torrentera donde vivíael «Seisdedos», alguien advirtió
otro campesino también a la puertade su casa, más abajo, en un lugar por el que habían pasado ya. Si previo aviso, los de asalto seecharon el fusil a la cara ydispararon. El vecino tampocollevaba armas, y se daba el caso de
que, estando enfermo, había salido por curiosidad a la calle a ver lo
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que ocurría. Recibió varias heridasy murió casi en el acto. Se llamaba
Andrés Montiano.
Ya había cuatro bajas: dosguardias y dos obreros. Con la
«ventaja» para las fuerzas de larepresión de que una de las bajasdel enemigo había sido por muerte.El sargento y el guardia heridos,todavía vivían. Claro que —ya essabido— el sargento murió luego.
En la roca monda del
pavimento sonaban los zapatos dela fuerza o las culatas de los fusiles
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cuando los guardias se detenía para indagar o registrar. Dos o tres,
que iban delante, disparaban a la
menor sospecha sobre las cercas olas chumberas. Se hacía la
descubierta en guerrilla dispersa,siguiendo la inspiraciómomentánea de cada cual, como eMarruecos. También sobre tierracalcárea y entre chumberas. El
pueblo estaba desierto, como lascabilas rifeñas cuando llegaba la
vanguardia. Los vecinos esperaban,atemorizados, en el fondo de sus
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casas. Eran las cinco, y el sol había brincado desde la cumbre pelada de
la colina hasta las crestas de la
sierra de Ronda. Sol rondeño paralas coplas donde aparece siempre
un guardia civil cruel y sanguinarioy un bandido gentil y generoso. Eel silencio atemorizado del puebloveían las fuerzas algo misterioso yamenazador. Los tres heridos —dos
guardias y un campesino— habíasido evacuados a Cádiz, y el muerto
Andrés Montiano— seguía dondecayó.
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Comenzaron a registrar algunas casas, orientados y
asesorados por los guardias del
puesto y por los paisanos ManuelGrimaldi Gallardo, de la
organización socialista de Medinacuyo primer apellido lo llevatambién una de las víctimas, y elsegundo no se puede decir que lecorresponda por antonomasia—; el
tendero Francisco Vega y el propietario Vela. Los guardias
habían sacado de su casa a ManuelQuijada y esposado lo llevaba
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delante, a empujones y culatazos, para que les indicara el camino.
Emprendieron el de la choza del
«Seisdedos», torrentera arriba. Amedida que subían, el camino era
más accidentado. Los tres que lesorientaban voluntariamente se ibaquedando rezagados, y entoncestenía que actuar de delator Quijada.Como se negaba, le golpearon co
las culatas de los fusiles hastaderribarlo. Luego lo levantaron a
patadas. En los últimos veintemetros, el terreno presentaba
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cortaduras e irregularidades muysospechosas. Los guardias que iba
delante no cesaban de gritar:
—¡Eh! ¿Quién va? —¡Fuera de ahí!
Y disparaban a bulto sobre laschumberas. Les precedía una zonade alarma, como en los ojeos de lascacerías. No había nadie, ni salíanadie, ni les agredía ningún vecino.
Todo aquello estaba desierto, Perolas condiciones estratégicas de las
cercas y de los desniveles erainsuperables. Iban delante co
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Quijada, que se arrastraba codificultad porque tenía fracturado
un tobillo y dos costillas rotas, el
guardia de asalto Ignacio Martín yel civil Salva. En todo aquel trecho
no había chozas. Luego venía unacerca de una choza desmantelada, y pegada a ella, la del «Seisdedos».Esa cerca levantaba apenas umetro, y la utilizaba la familia como
corral y vertedero. Dentro había uasno pequeño y gris, con la tripa y
las orejas blancas. Era deFrancisco Lago y constituía el
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borrico aguador, del que disponecada ocho o diez chozas, por
miserables que sean.
Después de un instante devacilación avanzaron el guardia
civil y el de asalto. El silencio dela choza coaccionaba a losguardias. El sol se estaba poniendoy el cono de sombra de latechumbre de paja se adaptaba
difícilmente al terreno y trepaba por un pequeño montículo.
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Dentro de la choza. — Cuatro hombres, tres
mujeres y un chavalde diez años. —«Estoestá perdió.»
Después de abandonar el
Sindicato, «Seisdedos» subió a lachoza acompañado de los suyos.
E f d d
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Entraron y se fueron acomodandocomo pudieron, en silencio. Las
escopetas de la casa —dos—
volvieron a colgarse en la viga. Elyerno, José Silva, se lamentó de
haber perdido la suya en laescaramuza de la carretera. Nocontestó nadie. Estaban allí el viejo«Seisdedos», encorvado, con loscodos en las rodillas; sus hijos
Pedro y Paco, el yerno, el vecino y primo Francisco Lago Gutiérrez, s
hija Paca Lago, de dieciocho años;la nuera de «Seisdedos» —viuda
J f F d i
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, Josefa Franco, y dos nietos:Mariquilla —diecisiete años
morenos y gentiles, con una alegría
natural— y un chaval, hermanosuyo, de diez años. Nadie pensaba
en la defensa. De ser así no sehubieran quedado con sólo dosescopetas y hubieran hecho salir alas tres mujeres y al niño. Estabaen su casa, esperando, como los
demás, los acontecimientos. Sabíaque iban a detenerlos y que saldría
codo con codo, y aguardaban sisaber por qué. Ignoraban lo que
h b í did l j d l bl
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habría sucedido lejos del pueblo.Oyeron tiros lejanos. Luego, más
próximos. Mariquilla miraba sus
alpargatas rotas, por dondeasomaban dos dedos desnudos
enrojecidos por el frío. Llevaba uvestidillo ligero —ya lo llevó everano— muy remendado. Nosuspiraba demasiado por otrosvestidos, por tres razones: porque
no se encontraba fea con aquél, porque sabía que no podía
pretender otro y, finalmente, porqueel frío era cosa de viejos y estaba
h t d í d i l t d
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harta de oír decir a la gente, cuandose quejaba:
—Yo, a tu edá...
—Cuando se tiene tu tiempo.Por esas tres razones no se
quejaba tampoco de ir sin medias.Mariquilla, no sólo no se quejaba,sino que estaba alegre casi siempre,con motivo o sin él. MariquillaSilva Cruz, morena gentil, con una
tilde de melancolía entre dossonrisas o dos frases dichas como
ella las dice, atropelladamente, pero bien enderezadas a su objeto,
h bí d l l l á l
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había de revelar luego, en la cárcel,en la calle, ante los fotógrafos, co
los periodistas, una inteligencia
natural y una discreción muysuperiores a lo usual en las
personas cultivadas de la ciudad.Mariquilla animaba a sus parientes: —Tota, la cárse, ¿no es eso?Soltaba a reír, tiraba del pelo
a Josefa y advertía:
—No piense, mujé. Alláiremos tos.
El chico pensaba en lo que lescontaría a sus amigos después, y e
si por ser m peq eño no le
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si por ser muy pequeño no lequerrían llevar a la cárcel, una cosa
tan de hombres. El padre de
Mariquilla y del chaval rumiaba ygruñía:
—¡Los trenes! ¿No dijiste tu,Josefa, que no andaban los trenes?Josefa se encogió de hombros: —Yo no los vi. Estuve a la
mira media hora y no vi ná.
—Pues yo sí —terciabaMariquilla.
Francisco Lago temía quehubieran entrado en su casa los
guardias El chico aseguraba que
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guardias. El chico aseguraba quelos había visto romper la puerta y
salir con una escopeta. Juraba que
iban armados con trabucos.«Seisdedos» levantó la cabeza y
miró las dos armas colgadas a loslados de la litografía libertaria: —Esas no se las llevan.Como si quisiera
responderle, se oyeron dos tiros
próximos. «Seisdedos» se levantó ycogió la escopeta de la culata
rajada. Repitió: —Por lo menos, ésta no se la
llevan
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llevan.Pedro, el hijo mayor, se
levantó, sin decir nada, y cogió la
otra. Los dos empujaron a losdemás hacia el agujero que
comunicaba con la cerca inmediata.Podían salir por allí. Se negabatodos. Cuando fueron las mujeres asalir, las voces y los tiros de losojeadores las amedrentaron.
Estaban demasiado cerca. Paco, elhijo menor, pensó un instante que
los que llegaban podrían ser compañeros del Sindicato. Entre el
tejado y la cerca había aspilleras
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tejado y la cerca había aspillerasnaturales, porque no ajustaba bien.
Miró. Se retiró y le dijo a su padre
que mirara. «Seisdedos», con el ojoizquierdo casi cerrado, retrocedió y
dijo secamente: —Esto está perdió. No se podían mover. Nueve
personas en el recinto que dejabalibre el lecho apenas cabrían de
pie. «Seisdedos» aseguró las tablasde la puerta. Quedaban casi e
sombras. Insistió en que semarcharan las mujeres y el niño por
el agujero que comunicaba con la
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el agujero que comunicaba con lacerca de al lado, pero nadie se
movió. Como se oían las voces y
los tiros de los guardias, pensarolos hombres que las mujeres tenía
miedo, y no insistieron.«Seisdedos» miraba por lasaspilleras. La choza estabadominada por unos altozanos que larodeaban por tres frentes. Se
alzaban algunos hasta cuatro metros por encima del tejado, y el más
lejano estaría a unos quince metrosde distancia. Para abarcar la cima
de los de la derecha tenía que
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de los de la derecha tenía queromper ramaje y arrancar paja.
—A pedradas pueden echar la
choza abajo —pensó «Seisdedos».Luego insistió en que debía
irse los demás. Allí quedarían él yotro. Había dos escopetas. Podíaquedarse el mejor tirador. Se sintióaludido su yerno José Silva, padrede Mariquilla. Nadie se movía. El
viejo explicó a su manera, sintiendoya cerca los pasos de los guardias:
—Yo soy viejo y no sirvo paná. El año que viene ya no podría
ganarloC ll b d S h bí
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ganarlo.Callaban todos. Se había
hecho el propósito firme de esperar
lo que fuera alrededor del viejo.Éste añadió:
—He tardao treinta años ecomensá; pero ya sabéis que no megusta deja las cosa a medias.Marcharse.
Callaban. Josefa balbució:
—¿Pa qué? Ya nos separaráen la cárse.
—¿En la cárse? —replicó«Seisdedos»—.Yo no voy a la
cárseF i L í i
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cárse.Francisca Lago quería ir a
buscar una escopeta para su padre.
Salió sin que pudieran impedirlo, ycuando advirtieron su ausencia, el
padre dijo: —Es templá. Gorverá.Todos estaban tranquilos,
menos el viejo, que no ocultaba sdisgusto por la testarudez de los
demás, y los dos hijos, uno de loscuales repetía a menudo:
—Ha debido fallar tó eMedina, en Jeré.
El otro replicó una vezié d d h b
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El otro replicó una vez,encogiéndose de hombros:
—La idea es la idea.
Los pasos de los guardiassonaban allí mismo. Crujieron las
tablas de la puerta bajo un culatazo.Al segundo se abrió de par en par.José Silva y «Seisdedos»dispararon sin tiempo para echarsela escopeta a la cara. Un guardia
cayó hacia atrás. Se llenó la chozade humo de pólvora. «Seisdedos»
salió, recogió el fusil, quisoquitarle los cartuchos; pero era
demasiado dificultoso, y arrastró alh id h i d t V l ió
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demasiado dificultoso, y arrastró alherido hacia adentro. Volvió a
cerrar la puerta.
Era un guardia de asalto. PacoCruz, hijo del «Seisdedos»,
manejaba bien el fusil de cuandoestuvo en «el moro». No había sitio para el guardia y lo dejaron sobreel arca. Josefa Franco le quitaba lasmuniciones de las cartucheras y las
depositaba en el suelo. A losdisparos había sucedido fuera u
hondo silencio. Mariquilla, más pálida, miraba de reojo al guardia.
Josefa dijo secamente:H t
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Josefa dijo secamente: —Ha muerto.
Se quejaban los hombres de no
tener bastantes armas, y«Seisdedos», que había soplado el
cañón y vuelto a cargar larecámara, miró otra vez por lasaspilleras. Luego sacó los dosergones de la cama y los arrastró
hasta la puerta. Asomó el cañón por
un ángulo. Fuera iba haciéndose denoche. Volvió a mirar adentro y vio
al chico con los ojos redondoscomo un gato puestos en el cadáver
del guardia. «Seisdedos» se pasó lamano por la barba tiró de dos
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del guardia. «Seisdedos» se pasó lamano por la barba, tiró de dos
pelos en el labio inferior y repitió:
—Esto está perdió.Al mismo tiempo sonaron dos
descargas fuera, y tembló latechumbre acribillada. Sonaban las balas en la cerca de barro y gruñíaentre las vigas. Las mujeres, por orden de «Seisdedos», se
acurrucaron en el suelo. JosefaFranco sacaba un brazo crispado
entre los harapos y quería alcanzar las hoses. Menuda y débil, se la
veía vibrar bajo los disparos ycrispar también la boca en insultos
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j p ycrispar también la boca en insultos.
Como no llegaba a las hoses, cogía
soñeras de la mesa y llenaba los bolsillos de «Seisdedos».
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Noche cerrada. —«Seisdedos» no
quiere parlamentar. — Intento de asalto.
Los guardias civiles y los deasalto, después del ataque de
«Seisdedos», retrocedieron yfueron a ocupar, con un pequeñorodeo, las alturas inmediatas. Comohemos dicho, esas alturas caía
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,verticalmente sobre la torrentera y
alcanzaban hasta cuatro o cinco
metros por encima de la chozaasediada. La distancia que les
separaba en el caso máximo era deun tiro corto de piedra. Ocupadaslas alturas fronteras a la choza,rompieron el fuego. Se dabaórdenes apresuradas. Los guardias
siete guardias civiles y unacompañía entera de asalto— hacía
fuego en descargas sobre la choza,de arriba abajo y a una distancia de
quince metros. El fuego se dirigíapor dos frentes y las balas se
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q g g por dos frentes y las balas se
cruzaban en la techumbre. Como
ignoraban que los sitiados seencontraban en un plano inferior ala rasante del campo, no podíaexplicarse que después de doshoras de fuego incesantecontinuaran en pie. El pueblo seguíacolina abajo, apenas acusado por
los ángulos iluminados aquí y allá por algunas bombillas. También e
los momentos en que atenuaba elfuego se oía desde allí el fatigado
restallar del motor. Una parte de lasfuerzas atendía a los detenidos y
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pfuerzas atendía a los detenidos y
cubría la espalda de los restantes.
Como el terreno era muy quebradoy lo desconocían por completo, ycomo las noches sin luna son muchomás negras aquí que en Castilla oen el Norte, cualquier rumor,cualquier sombra o engaño de lavista enturbiada por los nervios
determinaba alarmas y disparos etodas direcciones. Aquellas
primeras horas de la noche toda la parte alta de la colina crepitaba
como una hoguera de ramas verdes.Dos guardias de asalto
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Dos guardias de asalto
intentaron penetrar en la choza por
el boquete que la comunicaba coel corralillo de al lado. Saltaron lacerca. «Seisdedos» y su yerno percibieron la maniobra ycambiaron de frente. Hicieron dosdisparos. Uno de los guardiasretrocedió y volvió a saltar la
pequeña tapia. El otro recibió unaherida en el hombro y cayó. El resto
de las fuerzas no habían advertidolo que ocurría porque las sombras
eran muy densas. Una hora despuésoyeron grandes lamentos y voces
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oyeron grandes lamentos y voces
pidiendo auxilio. Cesaron los
disparos y se oyó la voz del guardiaherido: —¡No tiréis más! Acercarse y
hablarles, que se entregarán.Los guardias creyeron que
eran los de la choza, que era el«Seisdedos», y redoblaron el fuego.
Pero seguían los lamentos y denuevo los guardias dejaron de
disparar. —¿Quién eres tú? —
preguntaron.Dijo su nombre. Le pidiero
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Dijo su nombre. Le pidiero
los de sus jefes, y los soltó de
carrerilla. Entonces, y ante el temor de matar al compañero, destacaroa uno de los detenidos,advirtiéndoselo a «Seisdedos». Eldetenido era Manuel Quijada. Siquitarle las esposas bajó y seacercó a la choza. No se
entendieron. «Seisdedos» no seentregaba. Pedía que dejaran salir a
las mujeres y a un niño; peroadvertía que él, por su parte,
seguiría defendiéndose. El detenidoinsistió, y «Seisdedos» repitió s
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insistió, y «Seisdedos» repitió s
súplica. Los guardias pensaron que
aquello era una añagaza paraescapar y se negaron. Entonces«Seisdedos» insultó y retó a sussitiadores. Cuando volvía Quijadacayó herido por seis balasdisparadas al mismo tiempo. Balasde máuser. (El forense tiene el
informe.) El fuego se reanudó cola misma tenacidad. De la choza
disparaban menos, quizá porque no podían hacer puntería y quería
ahorrar cartuchos. Pero el guardiaseguía gimiendo.
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g g
—Asaltad la casa. Si seguís
así me vais a matar.Se fue a intentar el asalto; perode tal modo aumentó el fuego de lossitiados, que tuvieron que desistir.Eran ya las diez de la noche. El jefede las fuerzas de asalto dio ordede que pidieran más a Jerez y
bombas de mano a Cádiz. Antes demedia noche se oyeron algunas
descargas cerradas al otro lado delas cercas. Las balas no pasaro
sobre la choza. Se oyeron, ecambio, lamentos, súplicas y
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, , p y
gemidos. Algunos vecinos oyero
con toda claridad voces pidiendoauxilio: —¡Compañeros, que nos
asesinan!
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El viejo de la guerrerade rayadillo, muerto.
—Más fuerzas. — Ametralladoras ybombas de mano.
En la total obscuridad de aquel
sector, las fuerzas pensaron quehabían obrado con ligereza al
permitir que las chozas próximasquedaran ocupadas. U
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quedaran ocupadas. U
destacamento salió para
desalojarlas. El guardia de asaltoFidel Madras había recibido una perdigonada en el brazo y la manoderechos, estando a cubierto delfuego del «Seisdedos». Atribuyero
el disparo a algún campesino de losque habitaban en las inmediaciones.
En vano fueron recorriendo laschozas. Sólo había dentro de ellas
mujeres, algún niño y viejosinermes. Obligaban a encender luz
bajo la amenaza de disparar, ydespués cacheaban y registraban,
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p y g
haciéndoles salir seguidamente a la
calle y marchar hacia el centro del pueblo. En algunas chozasencontraron hombres jóvenes, quefueron acusados de dirigir elmovimiento, y esposados, fuero
conducidos a las cercas dondeestaba el grueso de las fuerzas.
Sucumbieron allí, José Toro yManuel Pinto, éste hijo único de
una anciana de ochenta y dos años,que en el momento de la detenció
se hallaba enferma en la cama, yque no contaba con más familia.
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Penetraron también los de asalto e
la choza del viejo aquel a quie presentamos al principio vistiendouna guerrera de rayadillo. Era elseptuagenario Antonio Barberán.Estaba, en la choza con u
nietecillo de once años. Uno de losoficiosos informadores afirmó
haberlo visto la noche anterior haciendo acusaciones ante
«Seisdedos» y excitando a larebeldía a los campesinos. Se
refería, quizá, a las protestas delviejo —que nadie tomó en cuenta—
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contra los jóvenes descomedidos
que le atropellaban con sus burrosen las calles estrechas. Aunque uguardia del puesto declaró que nose había metido en nada, como elviejo, irritado, se levantara
lanzando exclamaciones de protestay el chico insultara a los guardias
de asalto, éstos dispararon sobre elanciano, que quedó muerto en la
propia choza. Tanto el cadáver delviejo como el de Andrés Montiano
fueron llevados aquella mismanoche al cementerio.
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Cuando se hubiero
convencido de que los alrededoresde la choza del «Seisdedos»estaban totalmente desalojados, lasfuerzas volvieron a su puesto.Seguía la lucha. De la choza partía
fogonazos de escopeta con lentaregularidad. De vez en cuando se
oía también el estampido delmosquetón cogido por «Seisdedos»
al guardia. Estos tiros eran pocofrecuentes.
Pero las fuerzas no queríaque se hiciera de día sin haber
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liquidado aquéllo. Todo tenía que
estar resuelto aquella misma noche.Al día siguiente, con la luz del día, podían surgir complicaciones. Elfuego no cesaba. Advirtieron que yano tiraban con bala ni con soñeras,
sino con perdigón; pero hacia lasdoce, en lugar de disparar sólo dos
escopetas disparaban tres. Sicontar el mosquetón. La muchacha
Francisca Lago había vuelto aentrar —nadie ha podido averiguar
todavía por dónde ni de qué manera llevándole a su padre la
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escopeta prometida. Quedó a s
lado, disponiendo la carga. Amedianoche tenían dos heridos:Pedro Cruz, con un balazo en lacabeza, y Josefa Franco, con el pecho izquierdo destrozado por u
rebote. Francisca Lago había dichoal entrar:
—El guardia de la serca ha palmao, padre.
Pedro Cruz se mantuvo hechoun ovillo en el suelo, con la cabeza
ensangrentada. Su sobrina,Mariquilla Silva, quiso hacerle u
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vendaje y curarle; pero vio que
había muerto. Como el cadáver dificultaba los movimientos, fuesacado el del guardia y asomado ala cerca de al lado, donde quedócolgado hacia el corralillo. El de
Pedro ocupó su lugar sobre el arca.Junto al cadáver del guardia
dejaron dos gorras en lo alto de doslistones, que fueron acribilladas a
balazos. Trataron de distraerlos para que pudieran huir las mujeres
y el niño. Los atacantes, que teníalinternas de bolsillo y dejaron dos
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enfocando la choza desde lo alto, se
dieron cuenta de la maniobra yarreciaron el fuego sobre latechumbre y los flancos. El guardiadel corralillo seguía gritando y pidiendo auxilio, a pesar de lo que
dijo Francisca Lago. En otroinstante en que cesó el fuego,
«Seisdedos» volvió a pedir unatregua para que se retiraran las
mujeres y el chico. Los sitiadoresconsintieron en que saliera sólo el
último. En cuanto a las mujeres, podía ser una estratagema para huir
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todos disfrazados.
El muchacho salió, saltó lacerca sin dificultad y bajó hacia el pueblo corriendo. «Seisdedos»ordenó a Mariquilla:
—¡Anda tú también! ¡Vivo!
Ella se resistía. «Seisdedos»la empujó. Mariquilla se vio fuera,
sintió unas ráfagas de luz a salrededor y corrió a resguardarse
unto al borrico. Le hicieron fuego; pero pudo saltar y huir. El animal
quedó acribillado a balazos.En aquel momento llegaba otra
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compañía de asalto completa, co
bombas de mano y ametralladoras.Sería la una de la madrugada oquizá algo más. Los cuatro hombresque quedaban en la choza tenían lasarmas siguientes: dos escopetas co
perdigón conejero, una con postas sotreras y el mosquetón del
guardia, al que todavía le quedabalo menos ochenta tiros. Quedaba
allí dentro dos mujeres: FranciscaLago, de dieciocho años, y Josefa
Franco, de algo más de treinta.Ésta, herida. Cuando comprobaro
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que Mariquilla, «la Libertaria», se
había salvado, se sintieroreanimados. Era un verdaderotriunfo. Quizá «Seisdedos» pensóque no se acabaría del todo sfamilia.
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Vuelve el ataque. —La
choza es un pequeño
volcán. —Dos cabosde asalto, heridos. — El incendio.
Las fuerzas recién llegadas se
movían con recelo, hasta quedar parapetadas y dispuestas. El viaje
había sido sobresaltado. Informesde Medina aseguraban que toda la
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zona estaba en poder de los
revolucionarios. Ya en el pueblo latragedia estaba en la soledad de lascalles, en el gesto de losterratenientes, en las cifrasexageradas que se daban al hablar
de las bajas de las fuerzas deasalto. Llegaron a los altos de la
colina con el ánimo dispuesto a loépico. Hay que tener presente que
no pocos de los que constituyeesos Cuerpos de represió
proceden del Tercio,acostumbrados en Marruecos al
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olor de la sangre. Ya parapetados,
las descargas eran mucho másnutridas. Había dos compañías deasalto, y como la concentración deGuardia civil continuaba, había quecontar también ocho o diez parejas.
Pero la iniciativa allí correspondióen todo momento a los de asalto.
Doscientos fusiles disparando sicesar sobre la choza de barro y
ramaje es algo que no se explicaaquí, en el lugar del suceso, ante el
pequeño cuadrilátero cubierto decenizas, de las que emerge todavía
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el esqueleto retorcido de la cama
de hierro.Transcurrieron dos horas deintenso fuego. La madrugabaavanzaba sin que la resistencia del«Seisdedos» cediera. Había
vacilado en emplear las bombas demano, porque temían que abriera
brechas en algún lugar resguardadodel fuego y pudieran huir los
sitiados. Por fin, y con la orden dearrojarlas sólo sobre la techumbre,
comenzaron a caer las granadas.Estallaban en los ángulos, en la
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cima, con estruendo. Dentro seguía
el fuego. Dos abrieron brecha en elmuro, y entonces, mientras seguíacayendo bombas sobre la techumbrey ésta crujía y se cuarteaba, doscabos de asalto corrieron a
emplazar una ametralladora. Fuenecesario el auxilio de una lámpara
de bolsillo para colocar los peines, para enlazar los cargadores.
Apenas encendida, sonaron dostiros en la choza, y el cabo José
Sánchez recibió en las manos una perdigonada. Al otro, Manuel
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Martínez, le alcanzaron varias
postas en la frente y en la boca.Fueron retirados y substituidos. Yasin aventurarse a encender luz, laametralladora se emplazó ycomenzó a funcionar. A su fuego
regular y mecánico se unían lasdescargas cerradas de los fusileros
y las bombas, que, una tras otra,estallaban sobre la choza.
Así transcurrió una hora más yotra. La techumbre estaba destruida
casi por completo. Era un montóde leña. Algunas granadas
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prendieron en la paja, y eso les
sugirió la idea de incendiarla. Seaproximaba el amanecer, y paraentonces debía estar todo resuelto.Dentro de la choza seguíadisparando. Se oían alaridos y
gemidos de mujer. Debían estar heridos todos. Los guardias
lanzaban granadas y laametralladora había callado y
esperaba que intentaran salir losrevolucionarios por el boquete
abierto, para dispararles a campolibre. De las cercas más próximas a
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la choza —unos nueve metros—
lanzaron dos paquetes de algodóimpregnados en gasolina. Luego,algunas tablas y trozos de ramasenvueltas en algodón tambiéimpregnado. Quedaro
interceptadas entre la techumbre y bastaron dos granadas para que la
gasolina se inflamara. Entoncescesó el fuego. La choza ardía. Se
veía perfectamente el borricomuerto en la cerca de al lado, el
cadáver del guardia asomado fuera.Fusiles, ametralladoras y bombas
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callaban, esperando.
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Francisco Lago y su
hija intentan huir. —
Los otros siguendisparando. —Porfin...
El fuego daba un rumor
creciente entre pequeños estallidos.Iluminada por las llamas, la
humareda era gris al principio.Luego, sobre el cielo, que
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comenzaba a clarear, era negra y se
disgregaba hacia el interior.Soplaba, como siempre, a esa hora,un poco de viento del mar. Dentrode la choza los disparos eran muyespaciados. Voces, ayes, insultos y
esas frases en las que «Seisdedos»no tuvo parte, sin duda, pero que,
habiendo mujeres de dieciochoaños y estando allí padres, hijos,
hermanos, debieron ser inevitables.Doscientos hombres asistían a
aquel espectáculo en silencio,aguardando para impedir que se
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salvara nadie. La muchacha, que
volvió a la choza con la escopeta para su padre, Francisca Lago,asomó un instante entre las llamas.Subió al boquete gateando. Saliócara a los parapetos de los guardias
enloquecida, con las ropas y el peloen llamas. Corrió, dando alaridos,
pidiendo auxilio. La ametralladorala derribó a unos diez pasos de la
choza.También su padre, Francisco
Lago, quiso huir. Probablemente lohubieran intentado todos, pero los
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otros cinco debían estar heridos.
Francisco no pudo andar tantotrecho como su hija. Quedó muertoen el mismo agujero, al salir. Scuerpo, que fue doblándose bajo elfuego mecánico de la
ametralladora, aparecióchamuscado, con quemaduras en las
piernas y en la cabeza. Latechumbre seguía ardiendo y
derrumbándose hacia adentro.Vigas, ramaje, caían en el interior
en llamas. Todavía sonaron algunosdisparos dentro y cayeron varias
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granadas más sobre la hoguera.Después, al olor de maderasquemadas sucedió el de la carne. Elhumo era más denso y apelmazado.Habían cesado los lamentos y losdisparos. Cuatro hombres y una
mujer ardían vivos bajo la hoguera:el «Seisdedos», dos hijos, una
nuera y un yerno. El fuegoiluminaba los alrededores. Todo
había terminado. La mayor parte delas fuerzas se iban aventurando ya a
bajar. Del cuerpo de la hija de PacoLago salía humo. Seguían ardiendo
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sus ropas. Se acercaron ycomprobaron que había muerto.
Algunos de los guardias sededicaron a transportar trescadáveres de otros tantoscampesinos a los que había
fusilado «para ahorrarse el cuidadode su custodia», desde el lugar
donde cayeron a la choza de«Seisdedos». Comenzaba a
amanecer, sin sol, con la niebla delos amaneceres de Marruecos. Dos
guardias cogían un cadáver y lotransportaban dificultosamente,
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apoyando los pies en la resbaladizagrava. A veces hubo que soltarle para no caer. Volvían a recogerlo y bajaban. Y al lado de la choza lolanzaban sobre la cerca, como ufardo. Aparecen quemados,
naturalmente, por el costado queestaba hacia abajo en contacto co
el fuego. Antes de terminar esatriste faena aparecieron por la
torrentera dos o tres vecinoscuriosos o aterrorizados. Los
guardias los ahuyentaron a tiros.Los cinco de la familia de
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«Seisdedos» que quedaron bajo las brasas rompían la tradicióespañola. En Numancia murierolos celtíberos sobre las hogueras.En Valladolid y Toledo, los herejes,también sobre ellas. El
«Seisdedos» y los suyos murierodebajo. Claro está que Roma pasó y
los celtíberos del Duero sigueorganizándose en fratrías co
nombres distintos, y que laInquisición pasó y los herejes
siguen e imponen su ley. Y que vistoasí, en la Historia, los siglos so
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cortos. Esto sin recordar que existeun sistema capaz de crear vidanueva con toda esta sangre.
La mayor parte de las fuerzasfue desfilando hacia el centro de la población. Quedaron arriba algunos
centinelas para que la gente del pueblo no se acercara. Consumida
la techumbre, las vigas ytravesaños, la mesa de pino y las
sillas, los dos taburetes, las culatasde las escopetas, los jergones de
paja y la poca grasa de los cuerposde los sitiados, el fuego fue
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apagándose. La choza presentaba elaspecto de una fosa cuadrada, corestos humanos cubiertos de ceniza.Las paredes de barro habíadesaparecido en su mayor parte yquedaba apenas señalada la base
con un reborde que encuadraba losrestos y las cenizas. Los arcos
finales de la cabecera y los pies dela cama sobresalían retorcidos.
Sobre aquella fosa cayeron loscuerpos de los tres que fuero
muertos fuera de la choza. Rostrosafilados por el hambre y por la
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muerte. Gestos dislocados, co brazos y piernas en extrañasactitudes. Allí quedaron esperandoal juez de instrucción.
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Las tropas en la plaza.
—La orden de razziar
la aldea.
Destruida la choza, asesinadotambién con las esposas puestas
Manuel Quijada y golpeada bárbaramente su mujer, Encarnació
Barberán, que quiso protestar, losguardias bajaron en una columna
disforme hacia la plaza y formaroen el centro. Más de doscientos
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hombres. El cura preguntabatímidamente si había que usar susservicios y preparaba un sermó para la primera ocasión en que
hubiera que repartir en la iglesia«la limosna». Los oficiales iban y
venían con papeles. Después de losdisparos últimos contra un grupo de
curiosos, todo el mundo habíavuelto temerosamente a sus casas, a
sus albergues. La luz de las siete dela mañana llegaba por la parte del
mar, lívida y penetrante. El jefe paseaba ante la doble fila de las
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fuerzas formadas. La humareda queseguía subiendo desde lo alto de lacolina, terciaba el cielo de la aldeacon una faja negra. Ardían los
cuerpos desmedrados de loscampesinos. Todas las viviendas de
la aldea estaban cerradas. Los jefesiban y venían con papeles. Uno dijo
apresuradamente: —Tengo órdenes rigurosas y
concretas de hacer un escarmiento.Miró el reloj y añadió: —Doy media hora para hacer
una razzia, sin contemplaciones.
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Esta orden no se limitabaexpresamente a los sucesos deCasas Viejas, sino que se habíadado el día 11 con carácter general
a todos los lugares donde se había producido desórdenes, como otras
órdenes no menos bárbaras [19]; lasfuerzas rompieron filas y se
diseminaron en dirección a latorrentera, hacia las chozas de los
ornaleros. Un guardia preguntaba: —¿Qué es una razzia?
Y otro respondía, cerrando larecámara del fusil:
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—Que hay que cargarse aMaría Santísima.
En las calles no había un alma.Los campesinos permanecían co
sus familias, silenciosos, en laschozas. A la puerta de una de ellas
lloraba el niño de once añosSalvador del Río Barberán.
Llevaba en la mano un cartucho defusil, disparado. Los guardias le
dijeron, riendo: —Tira eso, muchacho, que noes un pastel.
Luego empujaron la puerta. E
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el fondo, el viejo Antonio Barberáel de la chaqueta de rayadillo—
yacía sobre un charco de sangre. Elmuchacho lloraba y juraba que s
abuelo no era anarquista. El guardia bisoño subió calle arriba con los
otros, conocedor ya de lo que erauna razzia. Atrás quedó el
muchacho midiendo con los ojos lasoledad de la calle. El pueblo había
enmudecido. Después de lasilusiones de la noche del día 11,todo volvía a su viejo ser. Lastierras seguirían alambradas y
d di l h b
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cercadas «para nadie». El hambre yla desesperación, el no hacer nada yla esperanza —como únicohorizonte— de que el cura los
convocara un día u otro —quizámañana, siempre ese «quizá»—,
para darles un bono de una pesetacanjeable por sesenta céntimos de
víveres; ese porvenir inmediato lesaguardaba. No se veía otra cosa e
los meses que faltaban hasta lasiega. Las hoces esperabaclavadas en la paja de latechumbre. La ilusión de las
h h i l
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cuarenta y ocho horas anteriores loshabía vivificado. Nadie se acordóde comer ni de dormir.
Pero la represión, la
destrucción de la choza de«Seisdedos», los asesinatos de
Francisca Lago y de su padrecuando intentaban huir con las
ropas ardiendo, todo aquelestruendo de bombas y fusilería al
que estuvieron atentos loscampesinos desde sus camastros; elrecuerdo de Manuel Quijada,esposado, que caía bajo los
l d l di
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culatazos de los guardias y eralevantado a puntapiés para morir, por fin, ametrallado frente a lachoza; los asesinatos de otros tres
detenidos, muertos a bocajarrounto a las cercas; la muerte del
septuagenario Barberán al lado dela cama que acababa de abandonar,
esos acontecimientos eraconocidos rápidamente en todo el
pueblo. Durante la noche, loscampesinos afiliados al Sindicato,que tenían armas, huyeron. Elcampo los acogería en la noche
f t l t P l ti l
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fraternalmente. Por la tierra, por lasuperficie cultivable, todavíavirgen, habían intentado implantar el «comunismo libertario». En la
conquista del campo empeñaban lavida. La habían dado ya muchos
campesinos. Al campo fueron arefugiarse. Entre los que quedaba
en el pueblo apenas se podríacontar dos o tres testigos de los
sucesos y miembros del Sindicato.En la aldea había teléfonosmisteriosos que comunicaban coMadrid y con Cádiz constantemente.
H bí l l t t d
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Había papel para los atestados,sellos judiciales, casas dondetomaban el desayuno los oficiales ylos enviados del Gobierno —había
llegado uno, de Cádiz. Había lainseguridad de ofrecer la paz si
que la aceptara el enemigo. La probabilidad de levantar los brazos
inermes ante cuatro fusiles yrecibir, sin embargo, la descarga.
Estaba a cada paso la tapia de losfusilamientos. En el pueblo todo les podía ser hostil. En el campo, uobscuro instinto les decía que todo
h b í d l f bl
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habría de serles favorable.
El i d J
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El asesinato de Juan
Silva González.—
¿Cómo quiere queentre, si me voy a
quemar?
Un grupo de guardias de
asalto, a los que acompañaba uguardia civil del destacamento
permanente de Casas Viejas, echóabajo la puerta de la choza de Jua
Silva González ste protestó
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Silva González. ste protestó,advirtiendo que les hubiera abiertovoluntariamente. Lo encañonaron ylo obligaron a salir con los brazos
levantados. El guardia civil lesadvirtió que era un campesino
honrado y que daba su palabra deque no había intervenido en los
sucesos. Los de asalto, después deuna breve discusión, le dijeron que
podía quedarse en su casa. Unamujer de la familia atribuye lo queocurrió después a las maneras u poco desenvueltas de Juan cuando
se dirigió a los guardias
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se dirigió a los guardiasreconviniéndoles el haber echado la puerta abajo.
Un cuarto de hora más tarde
regresaban los guardias de asaltosolos, sin la compañía del guardia
civil. Volvieron a encañonarle: —Salga afuera.
Su mujer advirtió: —¿No han oído ustedes al
guardia civil que no tenía culpa denada? —Sí —respondió uno de
asalto—. Es para una declaración.
Salga a la calle
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Salga a la calle.Obedeció y fueron con él e
dirección a la choza de«Seisdedos». Allí había un oficial y
otros guardias. Estos le ordenaron,señalándole las ruinas humeantes de
la choza: —Entre usted ahí.
—Hombre —respondió Jua, ¿cómo me manda eso? ¿No ve
que está ardiendo?Un poco más lejos de lasruinas yacía, todavía humeante, elcadáver de Francisca Lago, sobrina
suya Juan que ignoraba los
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suya. Juan, que ignoraba los pormenores de lo ocurrido por lanoche, no sabía qué hacer. Uguardia se impacientaba:
—Vamos, entre usted. —¿Cómo quieren que entre —
insistió—, si me voy a quemar?Pero se acercó al fuego, y
cuando se disponía a trasponer lacerca, los guardias dispararo
sobre él.Luego le apoyaron una pistolaen la sien y le «volaron la cabeza»,como decía una mujer que lo
presenció y a la que obligaron a
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presenció, y a la que obligaron amarcharse apuntándole con losfusiles y advirtiendo:
—Como vuelva la cabeza se
va a encontrar con un balazo.En la plaza estaba el delegado
gubernativo. El teléfono seguíacomunicando con Cádiz y co
Madrid. Las fuerzas de asalto sesentían asistidas en todo momento
por «razones superiores». Ladefensa del régimen.Cuando cayó Juan Silva subía
en cuerda de presos cuatro
campesinos más
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campesinos más.
Lo que dicen las
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Lo que dicen las
madres de esos cuatro
campesinos.
Preferimos copiar de ladeclaración oficial que hiciero
después, las mismas palabras de lasmadres de Juan y Manuel García
Benítez, Juan Grimaldi y José Toro.Son más expresivas que todo lo que
nosotros pudiéramos decir:
«Dolores Benítez.
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«Dolores Benítez.
—De cuarenta y ocho años,casada, con siete hijos. Rectificaeste número: "Digo, cinco, que dos
me los mataron." Que sus hijos JuaGarcía, de veintidós años, y
Manuel, de veintiuno, aquella nochese acostaron juntos en la cama de s
madre. Que a las doce de la noche, poco más o menos, se levantó co
su marido y se sentaron siencender lumbre por miedo a lostiros, que se oían constantemente.
«Ya de madrugada vio arder la
choza de "Seisdedos". Que llamó a
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choza de Seisdedos . Que llamó asus hijos mayores —los dos citados
, asustada, para que le ayudaran atener cuidado no se corriera el
fuego por las demás chozas hasta lasuya. Que así estaban cuando, ya
"día claro", oyó mucho ruido en la puerta y entraron varios guardias.
Que dijeron: —¡Que se levanten y salga
los hombres!«Sus hijos salieron —siguediciendo la madre—, y al verlallorar, el mayor le dijo que se
tranquilizara, "porque el que nada
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q , p q qhace nada teme". Añade ladeclarante que se llevaron a los dosy que ella les siguió; pero tuvo que
volver, porque un guardia le dijo: —Si no vuelve usted p'atrás,
le soltamos una descarga.«Que se quedó cerca y oyó
decir: "Con éstos ya hay bastante."Oyó gritar a mucha gente y muchos
tiros, y después subió a la choza del"Seisdedos" y se los encontró"cadáveres, cruzaíto el uno sobre elotro". Que había "un reguero de
sangre diforme que no había dónde
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g f q poner los pies". Que el mayor tenía"volaíta la cabeza, y el otro ya no lovio, porque al dolor se le perdió el
mundo de vista".
«María Villanueva. —De setenta años, casada;
está presa de enorme emoción,fatigadísima. Dice: Que estaba cosu niño Juan Grimaldi, de treinta ytres años (aclara: Para una madresiempre un hijo es un niño); que fue
el que le mataron. Que estaba en s
casa, sobre las ocho de la mañana,
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, ,y llegaron una multitud de guardiasde asalto, que entraron en su casa
la puerta estaba abierta y su hijo
"acabaíto de levantar"—, y dijeron:"Hombres afuera", saliendo el
padre y el hijo con "los brazoscontra el cielo". Que entró u
guardia y con el cañón de laescopeta le volcó la cama, y, al
lamentarse, le dijo: "Busco a ver sihay escopeta." "Aquí no hay na deeso", replicó ella. Que en lahabitación del "lao" estaba su hija
como muerta, y ella se lo dijo al
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y jguardia. Frente a la puerta estaba elguardia civil de Casas Viejas.Salvo. Que los de asalto, al ver a
ella llorar y abrazarse a su hijo, laquitaron, diciéndole "que no le iba
a pasar nada; que era para tomarleuna declaración". Que uno que
había "con tres estrellitas en lagorra" (el capitán) les dijo a unos
guardias de arriba que tiraban: "Notirar, que hay mujeres y niño aquí."Que a su hijo se lo llevaron almataero (esto dice la frase con todo
su realismo). Y allí se lo dejaro
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muerto. Que fue para allá, a verlo, yun guardia la apuntó y amenazó comatarla. Que con su pena "cayó al
suelo y de allí la recogieron". Que"toíto el pueblo sabe lo bueno que
era su hijo, y lo noble, que nunca sehabía metido en nada".»
Y veamos todavía otradeclaración: la de María Toro.
«De cuarenta años, viuda. Que
a su único hijo, de veintitrés años,"se lo han matao". Que sobre las
siete de la mañana fueron a su casa
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los guardias de asalto, y a su hijo,"que estaba sentaíto en una silla, pues se acababa de levantar y
estaba malo", le estaba ellahaciendo una tacita de café. Que
entraron los guardias y se lollevaron, y "aunque ella les lloraba
y les enseñaba, como prueba de queno se había metido en nada, su cama
calentita, se lo llevaron, tirándoletodos los muebles por alto". Ledijeron "que iban a tomarledeclaración". Que como no volvía,
se fue hacia la corraleta y vio a s
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hijo muerto, con un boquete en lacabeza, y se llenó con su sangre lasmanos "pa besarle el cuello". Que
han hecho una cosa muy mala con shijo de su alma.»
Hay una madre que no pudo
declarar. El que declaró despuésfue el hijo. Los guardias entraron euna choza donde no había hombres.Estaba sola una anciana, llamadaJoaquina Jiménez; los guardias
preguntaron por «su hijo», sin saber
si lo tenía. La mujer confesó que
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había huido al campo. Entoncesapalearon a la anciana, produciéndole tales heridas que
falleció días después. A su hijo,Francisco Jiménez, le llaman «el
Gitano».
Un campesino
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Un campesino
enfermo a quien
invitaron a sentarse ydos de pie.
Los guardias seguíarecorriendo la aldea, entrando elas chozas donde suponían que
podía haber algún rebelde. Éstoshabían abandonado el pueblo, y e
número de cuatrocientos vagaba por el campo. La sierra de Ronda
comenzaba algunos kilómetros más
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al Norte, y ya es tradicional comorefugio seguro contra los fusiles ycontra los jueces. Reloj en mano,
los oficiales esperaban elcumplimiento del plazo señalado,
razziando con prisa. El puebloseguía desierto. Los campesinos se
apiñaban en el fondo de las chozascon la mujer y los hijos. Después de
los fusilamientos primeros habíaquedado, con el eco de los tirosenredado en las chumberas, unassombras desesperadas que vagaba
por las cercanías sin poder i l i d
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aproximarse a las ruinas quemadas.Esas sombras —las mujeresDolores Benítez, María Villanueva,
María Toro—, con su sola presencia, con su ir y venir
apresurado y sin objeto, y con susalaridos, eran la conciencia
despierta del pueblo. Sin que nadielo dijera expresamente, todos
sabían lo que estaba sucediendo.Una de las chozas que elevabasu cono de paja y ramilla a un ladode la torrentera era la de Manuel
Benítez. En el fondo de la choza,M l f b j
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Manuel formaba con su mujer,Sebastiana Reyes, y sus cinco hijos,un apretado grupo. Manuel estaba
enfermo; pero se había levantadocon la alarma de la noche, y
sentado, rodeado de los suyos esilencio, tendía el oído sobre la
calle desierta, sobre el pueblo. Aveces se acercaba un rumor de
cacería y volvía a alejarse. ManuelBenítez estaba enfermo. Sabiendoque hay hambre en el mundo, nohabía que preguntar la enfermedad.
Recordamos al campesino qued í d é d i j d l
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decía después de un viaje delgobernador:
—Lo que el señó gobernador
ha dicho de paz y de calma, estámuy bien; pero yo llevo muchos
días saliendo de mi casa antes deque mis hijos se levanten, y
volviendo después de haberlosacostado, para no pasar por el
dolor de oírles pedirme pan y no podérseles dar.El rumor de cacería se
aproximaba. No podían percibir las
palabras, pero se oían tiros sueltosl t í ti d j
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y las características voces de ojeo.
Manuel Benítez, desde aquelhambre de tres días sin bono de pa
sin el subsidio—, oía las pisadasfirmes y las voces de los guardias
con espanto. Para tranquilizar a lossuyos fingía serenidad y confianza.
Ya las voces en la misma puerta, sedirigió a su mujer con una
advertencia. De sus tiempos deguarda de campo tenía unaescopeta, vieja e inservible.
—Anda vivo a esconderla —
le dijo.L j di í
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La mujer se disponía a pasar
al departamento contiguo, cuando la puerta se abrió. Aparecieron tres
guardias. —¿Qué hace usted? —
preguntaron a Manuel. —Ya lo ven. Estar con mis
hijos.La mujer iba a pasar al cuartode al lado; pero los guardias —quelos encañonaban— le ordenaroque permaneciera quieta.Registraron minuciosamente las dos
habitaciones y encontraron lat L j l li b
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escopeta. La mujer les explicaba:
—No se ha disparao desdehace diez años.
Los guardias no contestaron.Ordenaron a Manuel que se
levantara y saliera delante. Loshijos se colgaban de su cuello, y u
guardia les advirtió, acariciándoleslas mejillas: —No llorar, nenes; palabra
que no le hacemos nada a papá. [20]
Con los guardias iba uoficial. Manuel Benítez andaba co
dificultad. Tres días en la cama, lasdos noches anteriores en vela
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dos noches anteriores en vela,
habían debilitado sus piernas. Paraseguir subiendo, los guardias tenía
que sostenerlo por debajo de lasaxilas. Al llegar a la corraleta de
«Seisdedos», Manuel vio a loscuatro que acababan de fusilar y
otros que todavía estaban en pie:Juan Cantero, casi un muchacho, yFernando Lago, ya maduro. Los doseran personas honradas, muyestimadas en el pueblo. Ibamaniatados. Los guardias, al verlos,
se acordaron de pronto de queManuel iba con las manos sueltas
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Manuel iba con las manos sueltas.
Le pusieron las esposas. Advirtióque estaba malo. Un guardia civil lo
hizo notar también al oficial. Éstese encogió de hombros y dijo:
—Tengo órdenes terminantes.Pero al ver que el aspecto del
detenido era verdaderamente el deun enfermo, le invitaron a sentarseen un poyo de tierra.
El capitán de asalto dijo a losdetenidos:
—Pasad a ver el cadáver del
guardia.Los dos avanzaron hacia las
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Los dos avanzaron hacia las
ruinas de la choza. Manuel Benítezse limitó a volver la cabeza.
Entonces el capitán dio la voz de«¡Fuego!» y se hicieron varias
descargas, hasta que murieron lostres. [21]
Algunas palabras de
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los familiares de esas
tres víctimas.
He aquí lo que dijo en susdeclaraciones Sebastiana Reyes
Estudillo, de treinta y ocho años,viuda «porque me lo mataron».
Dice: «Que a las siete de la mañanadel día siguiente, su marido,Manuel Benítez, y sus cinco hijos,se acababan de levantar. Que s
marido estaba malo y de pocoánimo Que oyó muchas voces y al
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ánimo. Que oyó muchas voces, y al
abrir la puerta "se colaron tresguardias de asalto". Que al ver a s
marido, le dijeron: "Usted, ¿quéhace?" "Ya ustés lo ven; estar co
mis hijos al cuidao." Queregistraron "toíta" la casa y se
llevaron una escopeta muy viejaque tenía su marido de cuando fueguardia de campo. Que esaescopeta no disparaba. Que sellevaban a su marido, y como susniños lloraban, abrazaítos a s
padre, les dijeron: "No llorar,nenes; palabra de caballero que no
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nenes; palabra de caballero que no
le hacemos nada a papá." Que ibaun jefe detrás. Que cuando fue a la
corraleta vio a su marido muerto deun tiro, "que le había comió u
peazo del cráneo". Que lo que hahecho es un crimen que no tiene
perdón.»Los otros detalles los hemostomado de fragmentos de otrasdeclaraciones, donde fueroexpuestos.
Rosalía Estudillo Mateos se
presentó a declarar espontáneamente ante la Comisión
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espontáneamente ante la Comisión,
y su declaración consta en lossiguientes términos:
«Que le han "matao" a smarido, Fernando Lago, y a su hija
Manuela Lago, de diecisiete años.Esta infeliz fue de visita a casa del
"Seisdedos", que era de todosconocido, y estando allí le cogiólos tiros y se tuvo que quedar, ysabe que al querer salir "juyendo"la mataron los guardias. Que a s
marido, por la mañana, lo sacaro
de su casa y le amarraron lasmanos, y como los hijos lloraban,
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manos, y como los hijos lloraban,
abrazaos a su padre, uno le dijo:"Nena, no llorar. Ya tu padre
vuelve.” (En este instante, una niñade catorce años, que la acompaña,
dice: "A mí me lo dijeron, y era pamatarlo.”) Que después se lo
mataron en la corraleta, con otros.»El padre de Juan Cantero hizosu declaración, que consta en lossiguientes términos:
«Francisco Cantero; está
afiliado al partido socialista deCasas Viejas. Dice que a las nueve
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Casas Viejas. Dice que a las nueve
del día 11 estuvo en la posada deMontiano; que oyó disparos y se
metió en su casa. El día 12 saliócon otro compañero socialista, a las
diez de la mañana, para ver lachoza de "Seisdedos". Manifiesta
que vio cómo a su padre lo sacabade su casa y luego volvía. A su hijoJuan lo llevaron a la choza de"Seisdedos", donde le mataron. Vioque lo sacaban los de asalto. A los
pocos minutos de salir Juan de s
domicilio oyó una descarga en lachoza de "Seisdedos".
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choza de Seisdedos .
«Dice que en el CentroSocialista se reunían los domingos,
y que él oía que lo que se pretendíaen España era implantar la Reforma
agraria a base del reparto de lastierras para que se acabase el
hambre y para que todos fueraiguales. Manifiesta que le pegó ymaltrató el guardia García.»
Pero la razzia no había
terminado aún. El pueblo estaba
sumido en el horror y el espanto.Las fuerzas continuaban registrando
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g
hogares y llevándose a los jóveneso a los viejos, según la inspiració
del momento. Los alrededores de lachoza de «Seisdedos» se poblaba
de nuevas sombras: esposas,madres, hijas. Los hombres no se
atrevían a salir, porque hacíafuego sobre ellos en cuanto veíaalguno por la calle.
He aquí las palabras deEncarnación Barberán (viuda de
Manuel Quijada, a quien mataro
con las esposas puestas): «A smarido, Manuel Quijada, lo sacaro
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de su casa a las dos de la tarde deldía anterior, y lo tiraron al suelo,
dándole puntapiés y culatazos,dejándolo medio muerto. Que
después lo mandaron a la casa del"Seisdedos" "esposao", y ya iba
muertecito por la paliza tan terribleque le dieron, y allí se quedó "pasiempre". Que a ella también le pegaron los guardias con losvergajos.» (Varias personas
confirman literalmente esta
declaración.)Estos casos fueron muy
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y
abundantes. Además de la madredel "Gitano" murió también otra
mujer llamada Vicenta Pérez, madredel detenido Sebastián Pavón. Esta
mujer, después de ser apaleada brutalmente por el guardia civil
García, y huyendo de las amenazasde muerte que contra ella y sus treshijos recibía constantemente,marchó a Cádiz al día siguiente delos sucesos, para refugiarse al lado
de unos parientes. Inmediatamente
de llegar fue sometida a curación; pero las lesiones y las impresiones
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p y p
morales recibidas determinaron smuerte pocos días después. Tenía
cincuenta años y era de complexiófuerte.
Sigue la «razzia», y la
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cuentan los mismos
campesinos.
Por procedimientos casiidénticos, usando a veces las
mismas palabras, fueron detenidos,esposados y fusilados siete
campesinos más. Veamos cómo locuentan sus propios familiares ealgunos casos. En otros, por haber muerto también o huido al campo,
no se han obtenido declaraciones deese valor.
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«María Cruz García. De
cuarenta y tres años. Diez hijos, ycon el que le mataron, once. Su hijo
muerto se llamaba Andrés, deveinte años. Que su hijo estaba ela casa de su abuelo, junto con elhijo de Isabel Montiano; que "al pobrecito" también lo mataron. Que
a las claras del día 12 llegarolos.guardias de asalto y se llevaro
a su hijo y al de Isabel, y ante sus
lamentos les dijeron que no seasustaran, que era para tomarles
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declaración: que no les pasabanada. Que viendo que tardaban, s
cuñada Isabel fue hacia la choza del"Seisdedos", donde había visto que
los llevaban, y los vio "tiraítos deespalda”, y que volvió y le dijo a
ella, llorando: "¡Nos los han matao,nos los han matao!" Que fueron otravez a la choza y no había guardiaalguno, y allí había "ríos de sangreque se bebían los perros". Que se
los mataron de un modo criminal,
quitándole el único que ayudaba asu padre. Que es un crimen muy
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grande. Que sólo le pedía a Diosque haga con ellos lo mismo que
han hecho "con el hijo de mi alma".Que estaban "como parvos", tiraítos
en el suelo. Que iban dos guardiasciviles acompañando a los guardias
de asalto para que sacaran a los queellos decían.»
Un caso de verdaderolaconismo, en medio de las
declaraciones de las madres y las
esposas de las víctimas, es el deDiego Fernández, que se limitó a
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decir: «De siete a ocho de lamañana sacaron a mi hijo por la
violencia y lo llevaron a la chozadel "Seisdedos", donde le ataro
las manos con una cuerda y lofusilaron.»
Salvador Barberán Romero,hijo del anciano Antonio Barberán,relata otros dos fusilamientos.Conservamos en sus palabras todaslas repeticiones —hechos y frases
en relación con los fusilamientos
anteriores. Dice Salvador Barberá«que de día claro llegaron a su casa
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los guardias de asalto con elguardia civil Gutiérrez. Que
mandaron salir a todos para fuera, yal verle a él, el guardia Gutiérrez
les dijo a los de asalto: "No tirar,que es un muchacho honrado." Que
al rato volvieron y traían a doshombres: uno, Manuel Benítez, deunos cuarenta años, y otro, umozuelo. Los traían amarrados. Quele preguntó a Manuel que qué
pasaba, y éste les dijo: "Nada de
particular creo yo." Que él lecontestó: "Nos parece que lo malo
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ya ha pasado." Que los guardias deasalto dijeron: "Vamos p'alante", y
se llevaron a los dos. Que uguardia que quedó le dijo: "Vamos,
¿qué hace usted? ¡Venga para allá!"Que le dijo: "Deje usted que me
despida de mi mujer y latranquilice." Que se lo llevaron.Que los guardias le decían aManuel, ya delante del corralito del"Seisdedos": "Hala pa dentro", y
éste les dijo: "Hombre, ¿cómo voy
a entrar pa quemarme?" Queentonces le empujaron a culatazos a
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los dos, que ya había allí un montóde muertos. Que al ver aquello le
dijo a un guardia civil: "Hombre,llame usted a Gutiérrez, que me
conoce. Éste le dijo: "Anda, corre yvete a tu casa." Que a este guardia
civil le debe la vida. Que al llegar a su casa le dijeron que habíamatado a su padre y vino a casa deéste, y declara que lo vio muerto eel rincón. Que había un charco de
sangre muy grande y huellas de
balazos en la pared. Que con s padre, anciano de setenta y cinco
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años, han hecho un crimen infame,ya que lo mataron en su casa y si
haberse metido en nada.» No haydeclaraciones de los familiares de
otras tres víctimas: José Utrera,Juan Galindo y Rafael Mateo.
Después de los
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fusilamientos. —Solsobre la choza.
Al final, cuándo el solasomaba ya sobre la sierra de
Ronda —hacia las ocho y media dela mañana—, los guardias oyeron a
los jefes repetir: —¡Ya hay Bastante!Volvieron a bajar a la plaza.
En las callejuelas colindantes
aparecieron algunos grupos deasalto que conducían, a golpes y
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puntapiés, a dos campesinosmaniatados. Los jefes, al verlos, les
repetían la frase anterior: —¡Ya hay bastante!
Y los campesinos, en lugar deser llevados a la corraleta, pasaba
a formar en la cuerda de los presosque habría que enviar a la cárcel deMedina Sidonia. Uno de los quefueron golpeados más brutalmentese llama Francisco Rocha, enfermo,
y todavía resentido de las lesiones
[22]; José González Pérez, tambiéenfermo, que llevaba seis meses si
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trabajo, con cinco hijos, el mayor de nueve años, era asimismo
conducido por el sargento María yel guardia civil García a culatazos y
puntapiés. No recibían el subsidiode paro ni se les entregaba después
ese subsidio a ninguna de lasfamilias de los detenidos.Las fuerzas recogieron tambié
al campesino José Monroy y locondujeron a la plaza. Arriba
quedaron, en la choza todavía
humeante, catorce cadáveres sobrelas cenizas, dos más a medio
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quemar —todavía ardían las ropasde Manuela Lago— y seis
carbonizados. Las fuerzas fusilaroa los campesinos junto a la choza
de «Seisdedos» por dos razones: por entender que luego podría
fácilmente hacerse recaer laresponsabilidad de los ataques del«Seisdedos» sobre todas lasvíctimas. Y también porque creíaque fusilando a los campesinos
sobre el lugar donde había habido
resistencia armada, se daba al actouna gran fuerza de ejemplaridad.
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Las calles seguían desiertas.Sólo las animaban los uniformes
grises o negros, los correajesamarillos, las voces de mando. La
aldea no conocía, desde muchosaños atrás, sino la miseria
resignada. No se recordaba uincidente violento, un asomo derebeldía. Todos los que declararoante el juez o ante la Comisió parlamentaria coincidieron en que
en los recuerdos de los campesinos
más viejos no existía sino algúintento de huelga pacífica para
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obtener mejoras en la temporada detrabajo agrícola. El pueblo, después
del incendio de la choza y de losfusilamientos, se había recogido e
su sobresalto. Miedo ydesesperación en las puertas y las
ventanas cerradas, en el llanto delas mujeres y los niños. No se sabíaen muchos hogares si el hijo o elmarido habían sido fusilados oestaban a salvo, en el campo. Esa
incertidumbre unía a la desolació
de los hogares de las víctimas unaansiedad inquieta y nerviosa que
í l ld l l j d
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recorría la aldea como el oleaje deun estanque muerto, bajo un aire de
tormenta. Las fuerzas ibaconduciendo más detenidos a la
plaza. La cuerda de presos ibacreciendo. Los campesinos que
habían soñado durante cuarenta yocho horas con la posesión de latierra salían de lo hondo de suschozas con un desaliento trágico.Una mirada, un gesto, atraía sobre
ellos la furia de las fuerzas, s
rencor todavía con olor de sangre.Los presos eran maniatados y
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puestos en fila. Iban y venían coórdenes y partes oficiosos los jefes.
Los guardias llegaron con unachiquilla de quince años, María
Silva. No se sabía que hubieracometido ningún acto de rebeldía;
pero el hecho de que hubieran sidofusilados o quemados vivos lamayor parte de sus familiares lahacían sospechosa.
Mientras se completaba la
cuerda de presos, en lo alto de la
torrentera las mujeres espantaban a pedradas a los perros hambrientos
dí l h d
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que acudían a la choza de«Seisdedos». [23] El sol iba
avanzando como todos los días,mordiendo el pico de una choza
antes de inundarla, de acusar losrelieves del barro seco o las tablas
podridas de la ventana o la puerta.A las nueve, el sol daba de planosobre los muertos. En las cercanías,las mujeres, los niños lloraban, siatreverse a acercarse.
Había cierto temor a la
comprobación. No querían saber que era una verdad sin remedio. El
hij l id dí t i á
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hijo, el marido, podían estar quizáen el campo con los fugitivos.
Los campesinos se habíasublevado contra la ley, que les
impedía trabajar la tierra, que poníaentre ellos y la tierra el alambre
espinoso, la Iglesia y la Guardiacivil. Pero querían la tierra no parasí solos, sino para todos, incluso para los propietarios y la Guardiacivil, que, al fin, eran tambié
«semejantes». No hubo explosiones
de rencor ni se acordaron de lasvejaciones pasadas ni de las
H t l í
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venganzas. Hasta los víverestomados en la tienda, después de
triunfar el movimiento, fuero pagados con vales o con dinero del
Sindicato. Frente a esa posición, deuna generosidad infantil, los hechosoponían este espectáculo de lachoza de «Seisdedos». Bajo lasruinas, entre las cenizas, seiscuerpos abrasados. A un costadootros dos que fueron mordidos por
las llamas y que, huyendo de ellas,
cayeron bajo el radio de acción deuna ametralladora. Y después
t d í l f il i t
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todavía los fusilamientos.Los cuerpos de los fusilados
estaban en montón, sobre lascenizas. El que murió sentado en u
poyo había quedado fuera de lacerca. Para los guardias y losterratenientes, esos cuerpos hacían,abandonados allá arriba, algo tasimple y lógico como esperar alforense. Pero no había más que ver sus cabezas rotas, sus miradas
vacías, sus puños crispados, sus
manos aún juntas por la cuerdaensangrentada de las muñecas, para
ver que su silencio era historia
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ver que su silencio era historiaviva. Antes de que saliera el sol,
entre dos luces, podía aquello notener sino los chatos perfiles del
crimen. Bajo el sol, a plena luz,aquellos campesinos ametralladoseran historia. Su sangre se mezclabacon la tierra, que tampoco sabe deexclusivismos ni de leyes. Ssilencio era historia de la tierraesclava que quiere ser libre.
Patriotismo y
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«haberes». —Vítoresen la plaza. —Elforense.
En la plaza había quizá tantos
campesinos detenidos comoindividuos de la Guardia civil y de
asalto. Ante todos ellos hablabalos jefes. Algunos detenidos
recuerdan frases sueltas deldiálogo:
—¡Claro que sí! Devengahaberes de campaña.
No parecía tan claro si
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No parecía tan claro, siembargo. Se citaban fechas y
decretos. Uno aclaraba: —¡Naturalmente! ¡Durante
todos los días que han durado losdesórdenes!Se citaba también la
posibilidad de recompensas deguerra, de propuestas paragratificaciones. Aclarados esosextremos, dieron la voz de
«¡Firmes!», y el jefe máximo
felicitó a las fuerzas con unaretórica de Diario Oficial. Habló
de su valentía y de su espírit
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de su valentía y de su espíritcombativo. Al final, gritó:
—¡Viva España!Contestaron todos:
—¡Viva! —¡Viva la República! — añadió.
—¡Viva!Los campesinos de la cuerda
de presos callaban. No se tratabade ellos. Se trataba de la España y
de la República que permite
«devengar haberes de campaña», porque la otra, la que trabaja, y
produce y sufre hambre y miseria
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produce, y sufre hambre y miseria para morir al final, como Josefa
Franco o Francisca Lago o como elseptuagenario Barberán, ésa no es
España. Ni sus sueños decampesinos sin tierra son laRepública.
El cura andaba entre todoaquello con un aire pacato yrecogido. No se había metido enada. Esperaba que se le requiriera
para administrar los santos óleos,
como se le había requerido tantasveces para distribuir, en la iglesia,
la limosna. Pero la República
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la limosna. Pero la República, probablemente, no se cuida de que
administren los «óleos santos» a loscampesinos muertos, y esto quizá le
parecía al cura una gradesconsideración con los pobrescampesinos.
El miedo y el dolor en todo elcostado de la colina que ocupaba
las chozas de los jornalerosmantuvieron a la aldea durante todo
el día en un silencio absoluto. Todo
el pueblo —incluso las casas de losterratenientes— aparecía callado,
concentrado Había veintidós
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concentrado. Había veintidósmuertos abandonados. Algunas
mujeres y algunos niños habíavuelto a sus chozas con las manos y
las ropas manchadas de sangre. Erala sangre de la misma colina herida.Hasta las primeras horas de la tarde
ya la cuerda de presos reptando por la carretera camino de Medina
Sidonia—, nadie habló, nadie salióde sus casas. Todo el mundo cerró
los ojos y se tapó los oídos. ¿Qué
nuevas ignominias tendrían que ver u oír todavía? A las cuatro de la
tarde llegaron el juez y el forense
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tarde llegaron el juez y el forense.Oigamos a este último:
«Requerido por el juez, fui ylevanté primero el cadáver de u
hombre como de unos cuarentaaños, que estaba en un cercado, coun balazo, al parecer, en la cabeza;a su lado no había armas; estabadentro y fuera del cercado. De allí
pasamos a la corraleta del"Seisdedos". Había un gran montó
de cadáveres, un verdadero río de
sangre. Separado de un grupo deotros nueve o diez estaba el
cadáver de Manuela Lago que aú
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cadáver de Manuela Lago, que aútenía ardiendo las ropas por el
vientre, y se ordenó que fueraapagadas. Eran las tres y media o
las cuatro de la tarde, comomáximum. En el interior de la chozade "Seisdedos", que aún ardía, seveía un montón de escombros y umontón de huesos humanos.» Y
añade que se veía hacia el final «ucráneo ya pelado».
Son las palabras literales del
médico. Reconocieron aquelloscadáveres para hacer la diligencia
del levantamiento y dictaminaro
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del levantamiento y dictaminaroque los cuerpos llevaban muertos
seis, siete u ocho horas comomáximo.
Terminadas estas diligencias,comenzaron a transportar loscadáveres al cementerio, dondehabían dispuesto una tabla sobrecuatro piedras para hacerles la
autopsia. Ese mismo médicolevantó con el juez el cadáver del
viejo Barberán y otro en una calle,
muerto el día anterior cuandoentraban las fuerzas en el pueblo.
Sigue diciendo el forense;
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Sigue diciendo el forense;«Todos teñían los balazos de
frente; la mayoría, en la cabeza:materialmente levantada y volada la
bóveda craneana, como si hubierarecibido un disparo de gracia hechoa boca de jarro. Los cadáverestenían dos o tres heridas de pecho,vientre y cabeza, y uno solo, por
excepción, atravesado el brazo cofractura de hueso. Algunos
presentaban hasta siete heridas de
bala, todos ellos de los que estabaen la corraleta, porque en la choza
de "Seisdedos" no se podía entrar:
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de Se sdedos o se pod a e t a :allí sólo quedaba polvo y cenizas.
Todos los balazos, repito, han sidohechos de frente.»
Con estos informes y con elhecho del traslado de los cadáveresal cementerio y de la cuerda de presos a Medina Sidonia se puededejar conclusa la jornada del día 12
de enero. Una jornada cuyamemoria reverdecerá todos los
años en la memoria del
proletariado español.
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Las mujeres no lloran.
—Siguen las
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—Siguen lasdetenciones.
El pánico en las chozas eracomo una epidemia. La fiebre había
atacado repentinamente a todos.Con los ojos hundidos y secos, eloído atento, pasaban las horas sique se moviera nadie, Cuandohablaba de las familias de las
víctimas, un propietario decía co
gesto encogido, fingiendo urespeto que estaba preñado de
rencor y de odio:L d li t
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y —Los dolientes...
En aquellos momentos era«dolientes» todos. Las mujeres no
lloraban. Los chicos mirabaespantados a los guardias. No hubouna sola de esas crisis de nervioscon mujeres desmelenadas yfrenéticas. Callaban y esperaban.
Sólo una mujer salió de su casa y sedirigió a la plaza, a la Guardia
civil:
—Me han matao al hombre — dijo secamente.
Luego añadió:V dí i
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g —Vengo a pedí permiso pa
que le hagan la caja.El guardia le dijo que sí, que
podía encargársela. Pero no se lahizo, porque el carpintero se negó amedir el cuerpo. Fue ella misma yle dio la medida. El carpintero nosdecía en la taberna que hay al pie
de la posada: —No la hise. ¿Cómo iba a
serla, si no podía dar gorpe?
Continuaban las detenciones.Cuando sacaban a un campesino de
su choza no faltaba algún chico quei lt l f
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g qinsultara a las fuerzas, como u
perrillo ladrador. La mujer, losviejos, creían que lo perdían para
siempre; como en casa de Benítez,de Toro, del «Zumaquero», del«Tullido» y de tantos otros.
Había remordimiento ealgunos de los que intervinieron e
la represión. Fríamente, vistas lascosas, dos días después se sentía
avergonzados ante nosotros. No
había de durar mucho esa actitud.También un guardia civil dijo dos o
tres veces:¡Los pobres obreros !
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—¡Los pobres obreros...!
Oyéndole, los campesinossentían repugnancia. La conciencia
de la injusticia estaba de tal formaen el aire, que otro guardia,torturado quizá por el recuerdo, nosconfesó:
—Mire usted. Yo tengo mis
ideas, como cada cual. No vaya acreer. Me las callo, porque llevo u
uniforme, y...
Yo veía todo aquello y loconfrontaba con el terror de las
pocas familias obreras quequedaban incompletas casi todas
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quedaban —incompletas casi todas
en el pueblo. Después delcrimen, nadie se atrevía a mantener
la posición de la noche anterior. Elguardia tenía «sus ideas» y no lasdecía; pero quería que el forastero,a quien en otra ocasió probablemente hubiera metido en la
cárcel o conducido por la carretera,no pensara que él carecía de ideas
propias sobre «aquéllo». Otros
guardias civiles hablaban de «los pobres obreros». Luego supimos
que aquella extraña posición de losciviles obedecía a que la matanza la
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civiles obedecía a que la matanza la
habían hecho sus rivales, losguardias de asalto, que se les iban a
llevar las recompensas. En elcementerio había diecisietecadáveres con las heridas todavíafrescas, más cuatro que quedaro«completamente incinerados», y
cuyos restos permanecieron en losescombros bastante tiempo. Iba
llevándoselos; pero ocho días
después todavía había huesos y pedazos de trapo y de suela. En las
chozas, al hambre ordinaria y usualse unía la de aquellos dos días de
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se unía la de aquellos dos días de
lucha y de represión. No se atrevíaa salir ni a hablar de «la limosna».
Se nutrían del dolor y del odio,como los días anteriores de laesperanza.
Al monte. —La
angustia de Ronda.
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angustia de Ronda.
Varios centenares decampesinos habían huido al monte
durante la noche. Los que teníaalgún arma la llevaron consigo para
un caso de defensa, y la mayor parte para sacarla de casa y evitar a sus
familiares la responsabilidad sihacían registros. Huyeron en grupos
aislados, que más adelante, lejos yadel alcance de las fuerzas, fuero
reuniéndose. La falta de medioseconómicos y la alarma y los
apremios de la fuga les impidieroproveerse de víveres Casi todos
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proveerse de víveres. Casi todos
llevaban, además del hambreendémica de Casas Viejas,
veinticuatro o cuarenta y ocho horassin comer. Se dirigían a lasestribaciones de Ronda, donde nohay huertas ni cultivos, y aunque loshubiera —algún plantío de maíz—
no era el tiempo de la granazón.Entre los fugitivos había algunas
mujeres, niños y enfermos. El
aspecto de aquella multitudderrotada y miserable no tenía nada
de heroico, ni podía ser menosbelicoso Una multitud hambrienta
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belicoso. Una multitud hambrienta
que huía de las balas del «orden» ytrataba de refugiarse en una sierra
áspera y estéril.La sierra de Ronda, que asomasobre Málaga y el mar, ha sido elclásico refugio de los bandoleros,los héroes populares de un tiempo
en el que todavía no se conocían lasformas de la lucha organizada. El
pueblo consolaba las soledades de
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escéptico. Para los campesinos deCasas Viejas es un lujo o un vicio
adormecedor como el opio. Elhambre le da calidad. Cuando u
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hambre le da calidad. Cuando u
señorito andaluz dice que «elcante» hay que buscarlo en el
campesino tosco e iletrado, lo que busca es el matiz desgarrado omelancólico que el hambre imprimea la canción. El estilo «rondeño» esredondo no se sabe por qué. La
desesperación no puede ser redonda sino en algunas de sus
soluciones: por ejemplo, las balas.
La esfera o el círculo son armonía,y en el hambre y en la miseria no
puede haberla. Los campesinos sipan hacen a veces el milagro de la
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pan hacen a veces el milagro de la
armonía «rondeña» de sdesesperación para venderla a u
señorito, y tal vez, si no hay ucomprador, para adormecerse en usueño de opio.
Ronda —la sierra— tampocoes redonda, a pesar de su nombre.
Es áspera y desigual. Si tuviera bastantes manantiales propicios y
las encinas bellotas, con una honda
de cáñamo un hombre podríaesperar y resistir á las fuerzas de
Casas Viejas. En Ronda hace frío por la noche y un calor húmedo y
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p y y
pegajoso bajo el sol del Mediodía.Clima de paludismo. Los fugitivos
no veían sino las laderas de los barrancos y de las simas, en cuyofondo se encharcaba el agua.Caminaban hurtando el cuerpo a una posible persecución. Antes se hacía
la guerra de cumbre en cumbre, de pico en pico. Hoy hay que hurtar la
silueta entre zanjas, por las simas y
las cañadas. Cuando acabó decerrar la noche comenzó a sentirse
el frío con dureza. Llevaban todosla misma ropa que en la aldea; pero
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p q ; p
allí el frío se sentía menos.Algunos trataron de encender
hogueras, pero la leña estabamojada. Habría que traerla de másarriba, donde el sol y el viento laresecan. Se tardó un par de horas eacarrearla. Se encendieron dos
hogueras y todos se agruparoalrededor. Se sentía el hambre.
adie llevaba víveres ni dinero.
Con algunas monedas se podíahaber ido a otra aldea a comprar
pan. Sólo se pudieron reunir tres bonos de los del subsidio; pero no
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tenían validez sino en Casas Viejas,donde, además, el bono de una
peseta se convertía, a la hora decambiarlo —como ya hemos dicho, en cincuenta o sesenta céntimos.
Una mujer lamentaba: —¡Aun hay gentes que se
atreven a trapichear con «lalimosna»!
No comprendían quiénes
podían interponerse entre elAyuntamiento de Medina y el
campesino hambriento para robarlea éste todavía una parte de s
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mendrugo. No había que pensar en ir a
Casas Viejas a buscar pan. En elsilencio de la noche se oía el ruidode las granadas, de la fusilería, dela ametralladora. Pensando en lossuyos que habían quedado en la
aldea, cada cual se olvidaba delhambre. Otros se abrían a la
angustia de Ronda, cantando cara al
fuego.
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Algunos nombres. —
El fracaso. —Un erroren la escala
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en la escala.
Entre los fugitivos que huyerode la furia de las fuerzas de asaltolos acontecimientos les diero
después la razón— sin armas ollevándose la vieja escopeta decaza para eximir —es necesariorepetirlo— de posibles
responsabilidades a los que
quedaban, declararon ante laComisión parlamentaria los
siguientes: Francisco Quijada, deveinticinco años; José González
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Pérez, de treinta y dos; AntonioDuran, de treinta y seis; FranciscoCantero, de veinticuatro; JoaquíJiménez, de veintisiete; EstebaMoreno, de veintinueve; FranciscoRocha, de veinticinco; ManuelSánchez, de diecinueve; José
Moreno, de treinta y tres; DiegoFernández, de cuarenta y ocho;
Francisco Pérez, de dieciocho;
Sebastián Cornejo, de veintitrés;José Rodríguez, de cuarenta y tres;
Francisco Duran, de veintiocho;Sebastián Rodríguez, de Veintisiete;
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Antonio Cornejo, de cincuenta yuno; Manuel Vera, de veintiséis, yMiguel Pavón, de treinta y nueve.
De sus declaraciones se ha podido deducir pormenores, segúlos cuales ninguno de los fugitivosse proponía hacer armas contra las
fuerzas que invadieron CasasViejas. En otro caso, la tragedia
hubiera presentado aspecto muy
diferente. Se limitaron a huir. Elhambre les hizo regresar, y al llegar
a Casas Viejas o a Medina ibasiendo detenidos. Su delito, en la
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mayor parte de los casos, consistíaen haberse puesto fuera del alcancede la razzia.
La primera noche en el montefue de sobresaltos constantes. El peligro, el tiroteo lejano, laseguridad de que en la aldea se
desarrollaba una lucha cuyosalcances ignoraban, hizo que
sintieran menos las horas heladas
de la noche en la sierra. Cuandoamaneció seguía el tiroteo en la
aldea. No cesó hasta entrada lamañana. Los fugitivos no
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durmieron. Junto a las cenizas delas hogueras, bajo la luz de lamañana, hablaban en grupos,mientras otros buscaban bellotas oraíces tiernas. Algunos discutíasobre los sucesos, cuyos últimos pormenores ignoraban. Se hablaba
de «comunismo libertario», de lastrece mil hectáreas improductivas
en Casas Viejas y en Medina. Si
contar con las dehesas, el terrenoalambrado para la ganadería, donde
mil hectáreas podían tenerlas erendimiento los patronos sin más
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que dos o tres jornales fijos. Segúellos, el comunismo libertario lesllevaría a la explotación en comúde toda esa tierra con aperos ycréditos de «la comarcal» de Jerez.Lo que no comprendían era elfracaso. Recordaban las octavillas
impresas que llegaron días antes.Allí estaban las cosas bien claras.
¿Cómo pudo suceder luego todo
aquello?Pero las octavillas estaba
escritas por unos hombres que notenían la conciencia plena de s
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responsabilidad ante los hechos.Figurémonos a un geógrafo pocoescrupuloso. Ha hecho un mapa.Aceptemos que el mapa es perfecto; pero el mapa no será útil si no se dauna medida exacta de las proporciones y de la relación entre
las líneas del gráfico y la verdadtopográfica. Para eso es necesario
que el geógrafo establezca
exactamente las medidas y pueda poner al pie una escala: «U
centímetro en el papel equivale adiez kilómetros en el terreno.» Si
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no se conduce con todo rigor, podrátener un error en la escala.Aceptemos que sea lo más pequeño.Un milímetro. Ese error proyectadosobre el panorama total en el
terreno, se convierte en un error decientos de kilómetros. Eso sucedía
con los que redactaron lasoctavillas, con los que aprobaro
los manifiestos. El error —una
frase, un juicio, una afirmacióligera— se multiplicaba por mil e
la realidad. Los campesinos deCasas Viejas, después de s
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derrota, recordaban aquellas frases,aquellas afirmaciones y nocomprendían nada. Claro es que notienen la obligación de saber medir y aquilatar. Este deber estaba en sus
inspiradores.
«Van a bombardear el
campo.» —Lasegunda noche.
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g
Los pocos víveres quellevaron al día siguiente algunasmujeres eran insuficientes. Por s poquedad era inútil pensar en unadistribución equitativa. Los diero
a las mujeres y a los hombresenfermos. Por otra parte, las
noticias que las mujeres llevaro
tenían más importancia. Lasvíctimas caídas en la aldea era
parientes próximos, compañeros detrabajo o de miseria de todos los
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fugitivos. Además de esos informes,las mujeres añadían noticiasrecogidas en el terror de la aldea:
—Van a venir a bombardear elcampo.
La Prensa de Cádiz y la deMadrid hablaba de órdenes del
Ministerio de la Guerra para quesalieran aviones militares a
bombardear a los rebeldes. Las
mujeres, en lugar de «los rebeldes»,decían «el campo». El campo es
rebelde en esa rinconada de Jerez,con la protesta constante de las
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chumberas reunidas en mitin. Elcampo es rebelde porque quiere ser roturado y producir. Que bombardearan el campo, como eMarruecos, en nombre del alambre
espinoso y de la bandera de las plazas de toros, que bombardeara
las chumberas en nombre delrecortado y sumiso boj de los
ardines del Escorial, era natural.
Algunos campesinos decían: —¡Pero esto es la guerra!
Claro que es la guerra. Lamayor parte habían hecho el
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servicio militar y habían estado eÁfrica. Ahora veían con sorpresaque todo el aparato guerrero, todoslos procedimientos de agresión y decombate que estando en Marruecos
dé su parte les esclavizaban,seguían esclavizándolos hoy e
manos del enemigo. Acordaron quelas mujeres y los niños regresaran a
la aldea. Los hombres esperaría
las granadas de los aviones o de laartillería. No había que pensar e
regresar y entregarse, porque teníala seguridad de ir a parar a la
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corraleta de «Seisdedos».Ese acuerdo se cumplió. Lamayor parte de las personas queregresaron fueron detenidas. Aalgunos de los detenidos se les
golpeó bárbaramente para sacarlesnoticias sobre el lugar donde
estaban los fugitivos y sus mediosde defensa. Los que quedaron en el
campo se internaron más en la
serranía buscando posicionesseguras. Anduvieron a la
desesperada todo el día. La mismadesesperación indujo a algunos a
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entregarse; pero no en Casas Viejas,sino en Medina Sidonia, que está 30kilómetros más al Sur. En su caminotuvieron que dar grandes rodeos, porque si se acercaban a la
carretera eran tiroteados y perseguidos por las fuerzas que
prestaban servicio de vigilancia.Al caer la tarde, los fugitivos
hicieron alto en un lugar que les
pareció a propósito para pasar desapercibidos de los aviones.
Había leña para la noche. Lo que noencontraron era nada que llevarse a
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la boca. Sentados en grupos junto alfuego, esperaban. Ya nadie hablaba.Cada cual se hacía sus reflexiones.Miraban la tierra estéril a salrededor. El hambre protestaba:
—¡Esta tierra maldita! ¡Todoyermo! ¡Tierra de hambres y de
miserias!La tierra parecía responderles:
—Aradme. Sembrad.
Porque aquella tierra —audentro de la montaña— es fértil.
Los campesinos replicaban esilencio:
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—Por eso, por querer roturarte, estamos aquí. Por eso hamuerto en la aldea tantoscompañeros. Por eso nos morimosde hambre aquí si no nos das tus
frutos. ¡Tierra maldita, de hambresy miserias!
—Yo no puedo daros nada sino me abrís en surcos y sembráis.
El diálogo continuaba en la
desesperación de los campesinos yen el silencio de la noche.
—Te roturaríamos ysembraríamos. Todo estaba previsto
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por el Sindicato. Pero nonos dejan.o eres nuestra. Los que puededisponer de ti no te roturan, porqueno tienen hambre. No eres nuestra.
La tierra clamaba:
—No soy de nadie. Soy libre.La tristeza de los rostros al
fuego de las hogueras se animabacon sombras cambiantes. Seguía e
la fiebre del hambre la voz de la
tierra yerma: —¿Quién puede llamarse mi
dueño, ni siquiera mi aliado, sino elarado y la lluvia?
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—Te cercan con alambre. Losricos te esclavizan sin hacerte producir.
La sierra respondía en lo alto por la voz del viento o de las aves
nocturnas: —No me esclavizan. Si me
rodean de alambre para dejarmeyerma, quienes se encarcelan so
ellos.
Fuera de mí, el hambre selevantará y los arrollará. E
definitiva, yo sólo soy del arado yde la lluvia. Soy libre.
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El fuego retorcía sus brazosrojos en el aire. Los campesinos nocomprendían.
—Si eres libre, no nos dejesmorir de hambre.
—Roturadme. —Por quererte roturar nos
fusilan.A vueltas con estas
contradicciones sólo quedaban e
pie tres evidencias en lo hondo dela noche de Ronda: el hambre —u
hambre siniestra, de lobos en lanieve de enero—, el frío que
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entumecía y el sueño imposible decuatro noches en vela. Imposible porque esperaban las primerasgranadas, los primeros tiros deametralladora por cualquier lado y
en cualquier momento.
Los propietarios creen
haber ganado unabatalla.
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Uno de los camiones queregresaron con detenidos a Medinafue tiroteado en el camino, segúdijeron los guardias. La seguridadno era absoluta en el campo; pero la
impresión que dominaba en el pueblo tampoco era —entre los
propietarios y las fuerzas— de
intranquilidad. Se veía que losfugitivos huían a la desesperada.
Una batalla ganada en la guerrasorda del campo andaluz, donde
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todos los pueblos son Casas Viejasy en todas partes el hambre y elodio tienen plantados sus cuarteles.El triunfo era total, en apariencia.Algunos propietarios movían la
cabeza, lamentándose con unaíntima impresión de seguridad y de
dominio: —¡La incultura!
La conciencia de su dominio
les permitía hasta una compasióque por sugestión del momento era
sincera: —¡El analfabetismo!
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También había dicho el presidente del Consejo: —Eso se arregla con escuelas.El presidente del Consejo es
optimista. Desde el pináculo donde
él concentra toda laresponsabilidad de estos crímenes
ve las cosas con una simplicidadque sería risible si no tuviera como
fin desviar la cuestión y acallar
quizá su propia conciencia. Si lesdan escuelas y no les dan de comer,
eso no se arregla; sino que se lescomplica a los gobernantes mucho
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más. La incultura no es en estoscasos sino una ventaja más en favor del orden económico; una ventaja para el sistema feudal, que ha provocado estos sucesos y
provocará otros parecidoscualquier día en cualquier otra
parte. El día que esos obreros quehoy tienen hambre en Andalucía —
cerca de dos millones— pueda
alcanzar la cultura a que el presidente del Consejo y los
propietarios de Casas Viejas serefieren, no llegará con el sistema
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económico actual. La «cultura» aque se refieren —el conformismo,la posición «culta» ante los problemas— no la dan las escuelas,sino el bienestar económico, el
hogar caliente y la despensa provista. Eso no se lo puede dar
este régimen. Sin contar con lausticia social y con la satisfacció
moral que esa justicia lleva
consigo. Si esa «cultura», por otra parte, la dieran los libros, sería
tan analfabetos los propietarioscomo los jornaleros. A no ser que
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la suscripción a un periódicomonárquico y feudal sea una patentede sabiduría.
Después del triunfo, todos losterratenientes hablaban de los
estragos de la barbarie en cerebroscerrados a la luz del saber. No
hablaban del hambre, porque elhambre de dos millones de
ornaleros andaluces es el espectro
de sus terrores; significa algo asícomo en un ejército la alusión a las
fuerzas irremediables einafrontables de un enemigo e
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línea de ataque. De eso, ni hablar.Hablar de escuelas es, por elcontrario, culto y tranquilizador.
Pero la tranquilidad de los propietarios de aquella zona era
muy relativa. Estaba llena de«nervios». Tenían la seguridad de
un triunfo reciente; pero los problemas se acrecentaban mirando
al porvenir. El pueblo campesino y
ornalero seguía metido en suscasas, en silencio. De todas las
chozas había salido alguiedetenido o en fuga. No sabían si
d d d
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entonces —dos días después— estaban en el cementerio o en elcampo. Tampoco se atrevían aindagarlo. El silencio del puebloera concentrado y hosco; pero ya no
hostil Se declaraban vencidos.Había en el elemento civil pudiente
una sensación de responsabilidad.Hablando con un socialista que
indicó a las fuerzas las chozas de
los rebeldes, nos decíahipócritamente cada vez que
hablaba de los obreros: —¿Los pobresitos...!
L i i l d
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Los propietarios, el droguero,se disponen a marcharsedefinitivamente del pueblo. Hatriunfado; pero el triunfo no lessirve para nada. Si acaso —
creer»—, les sirvió para salvar sus propias vidas, que, en definitiva —
recordándolo serenamente—, nadiehabía amenazado, ya que el
«Seisdedos» y la asamblea
libertaria trataban de incorporarlosal Sindicato.
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Entre el terror va
filtrándose la ley. — Los «tres
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procedimientos».
A los dos días de los sucesos
comenzaron a presentarse algunoshombres ateridos y en estado de
depauperación y de hambre. Lohacían en Medina Sidonia o en lacarretera de Casas Viejas. Al pueblo no se atrevían a volver,
porque creían que continuaban en éllos guardias de asalto. La mayor
parte habían huido sin armas, y losque llevaban escopeta o pistola
í i i di i L ió d i f
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carecían casi siempre demuniciones. La sensación de triunfoentre los propietarios de MedinaSidonia era la misma de CasasViejas; pero con cierta desahogada
impresión de irresponsabilidad.En un grupo de propietarios de
Medina, con los que estábamoshablando, alguien dio una noticia de
las que constantemente llegaban:
—¿Sabéis que se ha presentado «el Gitano»? Va hecho
unos sorros.Rieron. Yo pregunté quién era
l Git dijN U b i b i
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«el Gitano», y me dijeron: —Na. Un pobre imbesi.Volvieron a reír, y mi
informador añadió: —Creo que su madre se ha
muerto. —¿Sí? —preguntaron.
—Sí. De la impresión.Al decirlo hacía con la mano
el gesto de pegar. Debía tener
gracia el eufemismo, porque todosrompieron a reír.
Para ver a los presos queestaban en Medina eran necesarios
tres permisos porq e dependían det j i di i ú d í
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tres permisos, porque dependían detres jurisdicciones, según decía muysatisfecho uno de esos señores. Losotros le preguntaron quéurisdicciones eran, y respondió —
como ya dijimos al principio— quesobre cada uno pesaba «la
ordinaria», «la milita» y «latrinca». La trinca era, según decían,
«lo gubernativo».
Aunque parecía una broma demal gusto, era verdad. Había que
conseguir permisos del gobernador o el alcalde —éste no se atrevía adarlos—, del juez militar y deli il C d d é t
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civil. Cada uno de éstos sedisculpaba con el otro. Tampoco elgobernador —con quién habíamoscoincidido en la fonda— quiso
darlo, excusándose con los jueces.Habíamos hablado de los sucesos.
El gobernador no creía que elhambre en aquella zona fuera la
única determinante. No creía en el
hambre. Bien es verdad queacababa de levantarse de la mesa y
que en aquella fonda no se comemal.La ley se iba infiltrando, a
t é d l t t d l
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través del terror, en toda lacomarca. Una vez más aparecíalos hechos confirmando esaimpresión del sistema feudal de la
economía y, por lo tanto, de la vidaentera de Andalucía, donde las
autoridades republicanas burguesasestán al servicio de los viejos
señores y son sus fieles esclavos.
En el caso de Casas Viejas,actuaron como simples verdugos a
las órdenes de los terratenientes.Las cuestiones se plantean directa ydesnudamente entre capital ytrabajo No entre capital burgués
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trabajo. No entre capital burguésdemocrático y liberal, que haceconcesiones, ni entre obrerosacostumbrados al jornal y aun nivel
decoroso de vida, sino entre elseñor omnipotente y la masa
hambrienta y desesperada. Por primera vez va a entrar en una
contienda de este género un factor
nuevo: la justicia republicana,creada y aprobada por los
socialistas. Los Códigos votados por las Cortes. Bien es verdad quela subsistencia de esos tres«procedimientos» hace que sobre
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«procedimientos» hace que sobrecada uno de los procesados pesetodas las violencias incomprensivasy vengativas de la vieja justicia
feudal, porque si el civil no aceptala pena de muerte, en cambio la
acepta el militar, y no hay ningúdetenido que no esté sometido a los
dos. La justicia «socialista» y
burguesa se ha encarado con loshechos con el viejo criterio
medieval de horca y cuchillo.Un dato tristemente pintorescofigura entre nuestras notas. Nos lofacilitaron los mismos
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facilitaron los mismosterratenientes que hablaban de los«tres procedimientos». Uno de loscampesinos que huyeron al campo
se presentó a una pareja de laGuardia civil, en la carretera,
enseñándoles, a una distanciarespetable, una pistola. Le
conminaron con disparar si no la
arrojaba, y el campesino obedeció,tirándola al suelo. La recogió la
Guardia civil y lo detuvo. Al preguntarle por el arma, dijo que sela había facilitado un compañero,cuyo nombre dio Preguntado éste
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cuyo nombre dio. Preguntado éste,dio a su vez el nombre de otro. Lacadena fue alargándose. Segúnuestros informadores, hay
dieciocho.procesados por esa pistola. El último resultó que se la
había robado al dueño de ucortijo. Éste no ha sido procesado.
Hemos averiguado, sin extrañarnos,
naturalmente, que en el desarmegeneral del pueblo de Casas Viejas
no entraron los propietarios.
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Una vieja teoría
respecto al delito. — Filosofía mural en
verso
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verso.
Si la ley no existe mientras no
ha sido consagrada por su uso yaplicación, lo mismo se podría
decir del delito, invirtiendo lostérminos. El delito no existemientras no es reconocido por losueces y sancionado. En este caso
de Casas Viejas, mientras no lohaya conocido y condenado la
opinión. Por lo tanto, en CasasViejas no sucedió nada hasta quenosotros lo hemos contado. Nada departicular tenía que los propietarios
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particular tenía que los propietariosde Casas Viejas quisieran evitar ese
delito. Al menos, ésta era la teoríade ellos.
En los patios de las cárceles yde los presidios, los delincuentes
de «sangre», de pura sangre propiay de sangre ajena, tienen una idea
análoga del delito. El hecho
criminoso no es todavía el delito.Lo es cuando, conocido por los
periódicos, descubierto por losfuncionarios del Estado, la opinióy los jueces, a la par o ediscrepancia según los casos
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discrepancia, según los casos,crean la atmósfera de la
inmoralidad a su alrededor, econtraste con los sentimientos
normales y morales de los demás.Entonces el criminal se siente
criminal. Hasta entonces seconsidera un hombre como los
demás, que ha cometido un hecho
extraordinario.En la Cárcel Modelo, de
Madrid, pudimos comprobar el año1927 esa observación. Nos habíadado una celda común que tenía lasparedes llenas de grafitos. Por allí
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paredes llenas de grafitos. Por allíhabían pasado, a lo largo de los
años, los tipos más variados dedelincuentes, dejando sus huellas e
las paredes. Estaban casi todos losgéneros literarios. Verso, prosa,
diálogos dramáticos. Y al lado dela castiza y rotunda expresió
española, una frase comedida e
francés, y más arriba, una larga parrafada en inglés. Nos
entretuvimos en copiarlas. Losversos estaban al lado de la puerta,y decían:
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Has de estudiar la moral
en el Código penal,y ten por lema profundo
que el mal no es malhasta que lo sabe el mundo.
Versos que acreditaban a udelincuente de la escuela retóricade Campoamor y que nos
interesaban porque venían acorroborar aquella teoría de los
asesinos profesionales de que lomalo no es el crimen, sino lasdificultades de la ocultación, ya queel crimen comenzaba en cuanto era
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descubierto y divulgado. Luego
supimos que los versos los habíaescrito un alto empleado de una
gran Compañía, que fue allá por diversos delitos. Uno, de sangre.
«Las dificultades de laocultación.» Iba a existir el crime
en el momento en que lo
descubriéramos. Había que evitar ese crimen. Los que se lo
propusieron en Casas Viejas eratambién de la escuela retórica deCampoamor, probablemente, y,desde luego, cofrades del filósofo y
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g , y poeta mural que estuvo en la cárcel
y que tenía a la cabecera de scama un crucifijo de plata que le
había llevado su mujer.
El temor de que nos
enteráramos. — Primeras argucias.
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Cuando poseíamos ya todasestas notas cayeron los propietariosde Casas Viejas en que aquel ir y
venir con los campesinos, aquellasvisitas a los altos de la colina y a
las chozas, aquellas notas en variosblocks, las rectificaciones sobre los
propios periódicos madrileños de
horas, fechas y nombres que en las prisas del teléfono fuero
confundidos; todo aquel desplieguede papeles y de actividades podíatener verdadera trascendencia.Había que evitar que siguiéramos
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q q genterándonos antes de que fuera
demasiado tarde. Pero no habíamanera, una manera lógica.
Nos habíamos propuesto obrar con la natural discreción, y nos
abstuvimos, aun en los momentos eque más duro resultaba contenerse,
de hacer juicios. Tuvimos u
especial cuidado en no hacer comentarios que implicaran censura
para nadie, ni siquiera exhibir sentimientos humanitarios que pudieran interpretarse como juicioscontra alguien. Sabíamos la
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gcuriosidad y las suspicacias co
que se seguían nuestros pasos, y nodudábamos de que cualquier
imprudencia podía dificultar oimpedir que acabáramos de
informarnos.Sin embargo, serían ya las
nueve de la noche del día 14,
cuando dos guardias civilesvinieron a decirnos:
—Hay cierto ambiente contraustedes. Tengan cuidado. —¿En dónde? —En el pueblo.
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¡Bah! Eso era absurdo. Al ver
que no les comprendíamos, losguardias añadieron:
—Quizá no es conveniente quehablen ustedes como hablan.
Seguíamos sin comprender. Elguardia añadió:
—Dense ustedes cuenta de que
el pueblo está muy excitado, y siahora van diciendo que se ha
cometido con ellos tantoscrímenes... Nadie había hablado así. Ya
digo que nos abstuvimos de hacer
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comentarios, entre otras razones,
porque una estrategia elementalobliga a conducirse con pies de
plomo cuando se está en el campodel enemigo, en aquel campamento
feudal. Yo comprendí que los propietarios comenzaban a
desplegar sus argucias y que
querían presentarnos combatefranco.
—Eso se lo han dicho austedes los terratenientes; pero esmentira. Podemos pensar lo quequeramos; pero nos abstenemos de
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hablar cuando es inútil o
contraproducente. —Hombre, —vacilaban los
guardias.Había uno corpulento que
hacía gestos de impaciencia. De pronto, nos preguntó:
—¿Están ustedes autorizados
para hacer información? ¿Llevan el permiso de la Dirección de
Seguridad?Seguían insistiendo en que elambiente en el pueblo se enrarecía.Tomaron nota de mi cédula. U
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guardia insistió:
—Si van ustedes diciendo esascosas... es natural.
Aunque lo hubiéramos dicho,no se hubiera sorprendido nadie.
Eso lo pensaban todos loscampesinos. Los caciques quisiero
echarnos encima a la Guardia civil
y les fueron con ese cuento. No loconsiguieron. Los sucesos estaba
demasiado recientes y el «triunfo»era demasiado terminante para quela Guardia civil —a la que no ibaenderezada directamente la
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responsabilidad— se preocupara
mucho de nosotros. Eso les falló, demomento, a los terratenientes.
En la posada. —
Segunda parte de laofensiva.
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Otra vez en la planta baja de la posada, fuimos rodeados por loscampesinos. Seguimos hablando y
anotando. Lo fundamental losabíamos ya y lo habíamos podido
comprobar. Lo que nos decíaahora eran detalles
complementarios que servirían para
dar un carácter literario documentala las informaciones. Continuábamos
en amigable charla. Ninguno de losque quedaban en el pueblo eracampesino sindicado ni rebelde.Los que no murieron ni fueron a dar
l á l l ú d
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en la cárcel —el número de estos
últimos ascendía ya al centenar— estaban en el campo todavía. Pero,
naturalmente, había muchoshermanos, primos, hijos de las
víctimas. Los «dolientes». Con uaire sombrío nos daban detalles,
rectificaban el dato que nos
facilitaba otro e insistían coverdadero entusiasmo, todos ellos,
en que la familia de «Seisdedos»era «la más honra del pueblo».Podíamos haberles dicho a aquelloshombres lo que ellos ya sabían: que
h bí id í
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se habían cometido crímenes
terribles, sin que nadie sesobresaltara. Al decir a uno de
ellos lo que ocurría con la Guardiacivil, confirmaron nuestra
impresión: —Son los propietarios.
Pero en aquel momento, unos
mozalbetes, parientes dé loscaciques, y al frente de ellos el hijo
del más caracterizado, comenzaroa dar voces en la puerta: —¡Son los que dieron la orde
pa que asesinaran ar pueblo!L d b
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Los que nos rodeaban se
volvieron extrañados, y no seatrevieron a contradecir a los amos.
Yo no había oído bien. Avanzamos, preguntando con el gesto:
—¿Qué es eso? ¿Qué quieren?Oímos frases sueltas en el
tumulto: «Echar del pueblo.»
«Cabeza.» «Sangre.» Al frenteseguía el hijo del propietario señor
Pina. Repitieron la frase: —¡Son los que dieron la orde pa que asesinaran ar pueblo!
Aquello era absurdo. Algunodij l dí i i t h bí
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nos dijo al día siguiente que había
tratado de convencer al pueblo deque éramos los responsables de la
matanza. Comprendimos que laofensiva de los caciques seguía
creciendo y que no cejaríamientras pudieran intentar algo.
Avancé hacia el grupo:
—Pasad aquí y vamos a hablar cara a cara. Os están engañando.
No los engañaba nadie. Eralos interesados. Sabían lo quehacían.
En lugar de pasar t di b l
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retrocedieron y buscaron el
contacto con algunos grupos decuriosos que había en la plaza.
La Guardia civil nos
ruega que salgamosdel pueblo.
A ll i ió
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Aquella situación era tailógica, que no podía prosperar. Yno prosperó mucho tiempo. Pero la
expectación y los grupos seguían ela plaza. Había una atmósfera
irritada. Menos mal que habíamosterminado ya con plena satisfacció
nuestra tarea de indagar y teníamos
los cuadernos llenos de notas y laconciencia de evidencias.
Cuando aquella versión sedeshizo sola, los terratenientesmonárquicos lanzaron otra. Desdeque anocheció hasta la madrugada,los propietarios no descansaron u
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los propietarios no descansaron u
segundo. El ánimo de los quehabían quedado en el pueblo,
sacudido por las terriblesimpresiones de los sucesos y
abrumado por el pánico, con lasensación de la omnipotencia de los
terratenientes y las autoridades, a
los que la mayor parte temíacontrariar, era el más a propósito
para que prosperara cualquier absurdo. Decían que el día anterior á los sucesos nos habían visto en el pueblo, que habíamos engañado alos campesinos diciéndoles que
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los campesinos, diciéndoles que
toda España estaba sublevada y earmas. Que los responsables de
todo éramos, en suma, nosotros.os atribuían caprichosamente, e
forma verdaderamente estúpida, unaideología especial inventada por s
ignorancia y su miedo. Había que
evitar que habláramos,coaccionándonos como fuese. E
último extremo sería para ellos uéxito político formidable y udescargo de conciencia ante laopinión si podían decir: «El puebloha reaccionado por sí solo contra
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ha reaccionado por sí solo contra
los responsables.» Si el crimesólo existe en cuanto se descubre y
conoce, es natural que nosotros loíbamos a revelar, y que, por tanto,
éramos los responsables.Lo cierto es que a las diez y
media la Guardia civil nos obligó a
salir de la plaza, dondeintentábamos explicar al pueblo la
maniobra de los caciques, y nosindicó que lo más conveniente seríaque nos marcháramos.
—Claro está —añadió elsargento— que si ustedes quiere
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sargento— que si ustedes quiere
quedarse a todo trance un día más odos, nosotros nos ponemos a sus
órdenes.Quizá eso de que la Guardia
civil se nos ofreciera entraba en los planes de los caciques. No podía
ser más absurdo todo aquello. Nos
negamos terminantemente, y pensando en nuestros cuadernos
repletos de notas y en laimprudencia que representabameterse en el campo enemigodespués de una batalla y deveintitantas ejecuciones optamos
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veintitantas ejecuciones, optamos
por marcharnos.
No hay quien nos
lleve, y nos quedamosa dormir —y
dormimos
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perfectamente— en laposada.
El coche correo no se atreve asalir de noche. Lleva impactos,cristales rotos a balazos. El chófer,
un hombre gordo y pacífico, tiene
mujer e hijos. Suplica. Hay otroauto y otro chófer; pero ante la perspectiva de tener que salir denoche al campo, se pone enfermo.Teme al pueblo, por un lado, y por otro, a las sombras de la carretera.
—Ya ven ustedes —decimos a
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Ya ven ustedes decimos a
los guardias— que no es posiblemarchar.
Estamos en la puerta de la posada. Se acercan unos grupos.
Siguen los hijos de losterratenientes, los incondicionales
del duque y los adláteres de esos
incondicionales, obstinados eevitar que digamos lo que hemosvisto y lo que hemos oído.
—Hagan el favor —dicen losguardias, haciéndoles retroceder.
Se van y se unen a otrosgrupos, en los que hay algunos
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grupos, en los que hay algunos
campesinos. Les hablan. Salerumores y voces. Vamos a
contestarles, avanzando, y losguardias nos lo impiden y nos
obligan a meternos en la posada.Bueno. Cenamos y nos acostamos.
Abajo hay voces y rumores. Nos
hemos negado terminantemente aque en la puerta de la fonda hayavigilancia. No la hay. Loscampesinos siguen entrando ysaliendo en la taberna de la planta baja. Alguien nos dice que loscampesinos no tienen armas.
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campesinos no tienen armas.
¡Bah! Los campesinos tieneun instinto certero, y todas las
excitaciones serían inútiles despuésde haber hablado con nosotros.
De eso estamos bien seguros.Los que tienen armas son los
propietarios. También estamos
seguros de que si pudieran evitar que saliéramos del pueblo loharían.
Sería un éxito poder decir después el embuste que les había déredimir de una gran parte de laresponsabilidad: «Las masas ha
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p
reaccionado por sí solas, y...» Nos acostamos si
desnudarnos. Siguen los rumores ylas voces. Los terratenientes ha
conseguido arrastrar a todo elsector neutral, a ese que ni es
obrero ni propietario y a quie
desdeñan el propietario y el obrero.En la pronunciación y en el firme pisar —con sonar de suela y tacó
se advierte, a través de laventana cerrada, que siguemaniobrando los señoritos.
—No hay cuidado —
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y
advertimos—. La Guardia civilhablará seguramente con el
gobernador por teléfono para ver qué clase de pájaros somos, y al
ver que se podría armar un nuevoescándalo y agravar su situación,
los terratenientes amainarán.
Así sucedió. Los propietariosintentaron que sus incondicionalesnos lincharan. De todas formas, elúnico peligro serio que corrimos ela posada fue el de ser devorados por las pulgas. Salimos indemnes, yahí han quedado esas notas y esas
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q y
evidencias de Casas Viejas. No hubiéramos escrito estás
últimas líneas de muy buena gana.Entre otras razones, porque no tuvo
el incidente importancia nigravedad. La maniobra estuvo clara
desde el primer momento. Pero
algunos periódicos burgueseshablaron de él, ajustándolo a susdeseos, con la intención de sacar elmayor partido posible de lafracasada maniobra de los
terratenientes de Casas Viejas.
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Diálogo con «María
Mármol» al volver aMedina Sidonia.
En una esquina de la calle
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q
principal seguía «María Mármol»serena en su sueño de siglos. La
calle —blanco y verde— acaba emontaña, pero tiene la armonía
suave y el aire azul y fluido de lascalles que dan al mar. No hemos
visto nunca juntas tanta belleza y
tanto dolor. Ni una belleza tainteresada en ocultar y disimular lodramático. «María Mármol» estáincrustada en la esquina trunca deuna iglesia, sobre una columna de
piedra. Nació mucho antes que elcatolicismo. Conoció otros templos,
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otras columnas. Antes de que lasmuchachas de esta generación la
llamaran «María Mármol», hadebido tener nombres fenicios,
griegos, romanos. Puede ser, en esaserenidad rígida y en lo arbitrariode sus proporciones, un símbolo
cualquiera. Está por encima deldolor, de la justicia, de la gloria yde la misma inmortalidad. Puedeser, sin embargo, cualquiera de esasfrívolas cosas para un viajero
impresionable. Nos habla de loshechos que todavía estremecen a la
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ciudad: —Con los fenicios, con los
griegos y los romanos, estoshombres tenían la tierra. Todo lo
que llegaba por el Mediterráneo lesera propicio, porque elMediterráneo son ellos mismos.
Pero del Norte vinieron el Estado,la ley y la Iglesia. Todavía durantevarios siglos les salvó el hermanode África, que les dejaba la tierra,el sol y el tiempo. Largos ocios que
aquí son indispensables, porqueéste es uno de los pocos lugares del
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mundo donde sentirse vivir es unadelicia. Pero los hermanos de
África fueron arrojados de aquí.Entonces fue cuando el Estado, la
ley y la Iglesia quedaroverdaderamente constituidos ehicieron sentir su peso. Poco
después se deslindaban las tierrasque fueron de todos y les poníaalambres alrededor. Benalup sedeclaró por Médina-Coeli, por laciudad —Estado, ley— y el cielo
religión—. En el nombre mismoMedinaceli— se mezcla una
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palabra árabe con otra latina. Y laespada era de Toledo, pero la
manejaba algún visigodo parientequizá del Gutmann —hombre
bueno— de Tarifa. Desde entoncesse suceden las generaciones en estaesquina, cara al Mediterráneo,
legándose el hambre y ladesesperación. Hasta hace un sigloera posible la aventura. Estoshombres echados de la tierra salíaal mar, abordaban barcos y se
internaban en las faldas de laserranía con el botín. Desde hace u
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siglo eso es imposible. Loshombres que se han lanzado a
reconquistar la tierra, organizadosen clan, con el viejo «Seisdedos»
presidiendo una democracia dehermandad y trabajo, son la cuartageneración que vive en Ronda al
margen de la tierra y de lasaventuras del mar. En su solerarebelde llevan hambre de tresgeneraciones anteriores. Eso estodo. Cuando la tierra sea suya...
—¿Lo será? —Claro que sí. Lo ha sido
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siempre. Esto de ahora —de haceseis siglos— es anómalo. No puede
sostenerse un equilibrio tan falso.Cuando las tierras sean suyas verás
cómo vuelve esa armonía y esaserenidad que represento yo y queahora tú encuentras tan fuera de
lugar. Y no tardará. ¿No ves cómolos odios se han enconado, cómolas distancias y las diferencias haaumentado y hasta qué extremo laley, el Estado y la Iglesia,
desconociendo estas tierras y estoshombres, se han cebado en s
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sangre y han dejado ya en una posición irreconciliable, de lucha,
esos dos conceptos de Benalup yMedinaceli? Planteadas así las
cosas, ¿quién puede dudar de que lacuarta generación de hambrientos pegados a la tierra, que son la tierra
misma, ha de triunfar?Desde la esquina de la iglesiaencalada, «María Mármol» ve pasar a las muchachas de quinceaños con la cantarilla en el anca,
alegres, a pesar de todo. En esaalegría hay también una serenidad y
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una certidumbre oculta y firme,como la misma tierra de abajo, la
tierra fértil que aún no ha sidovolcada a la luz por el arado. Pero
que allí está muy segura en sesperanza.
De la cárcel a laalcazaba. —La cárcel.
—El vino y la
«disiplina».
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Las casas de los propietarios,de los funcionarios, de losadministradores, son pequeñasaulas de lujo, todo cristal, hierros
pintados de verde claro, cenefa detiestos en la azotea. El sol enciende
los cristales por la mañana y no
cesa ya la lumbrarada en el mirador ochavado o en la ventana hasta elatardecer. Dentro se abren al cieloesas jaulas en un patizuelo rodeadode columnas. Puertas de cristal,
galería encristalada arriba. Y elverde asomando en racimos o
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trepando para esconderse en laúltima curva, sobre el blanco
inmaculado. De la tragedia deCasas Viejas llegan aquí solamente
dos de sus consecuenciasinmediatas: la política —radicales,socialistas, Acción Republicana—
y la consecuencia jurídica e blancos folios sellados. Pero en lo político quedan fuera y al margelas dos fuerzas en pugna, Al margeserá la pugna resuelta en un juego
elemental de energías; señoresfeudales y esclavos. En cuanto a lo
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urídico, eso es ya funcionarismoseco y estéril, qué nada tiene que
ver, en los días siguientes a lossucesos, con el hambre de los
campesinos sin tierra. La posicióhumana del funcionario ante losfolios y ante el detenido que
declara sería algo impertinente eincongruente. —Tenían hambre mis hijos, mi
mujer. Yo mismo —podía decir eldeclarante.
—Bien —pensaría el juez—.Es duro eso. También yo la tendría
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si no comiera. Para comer hice unasoposiciones a judicatura. Para que
sigan convocando oposiciones debehaber quien tenga hambre y robe,
quien tenga hijos hambrientos y sesubleve.Podría recomendarle al
detenido que hiciera oposiciones audicatura; pero después de meditar un poco dicta con desgana alsecretario:
—Compareció y dijo:
Primero...El secretario está en el mismo
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caso que el juez. Pero, además,tiene muy buena letra. Los dos
viven en unas jaulas de cristal yhierro pintado de verde claro.
Hada la plaza siguen lasviviendas de los funcionarios.Pasada la casa municipal, hacia la
derecha, hay unas calles con altosmuros encalados. De tarde en tarde,una puertecilla. Algún ventanuco por arriba, sin cristales. El barriotiene un aire de alcazaba mora. So
viviendas que no vierten a la calle,sino al interior. Entrar en una de
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ellas es fácil. La puerta estáentornada o abierta. A veces no hay
tal puerta. Sé cuela uno por u pasadizo lóbrego que va a dar en u
ancho corral. Allí vierten galerías yventanas. La miseria —piensan losdueños de estas casas— no debe
tener ventanas a la calle en unaciudad tan limpia y tan armoniosa.Viven treinta o cuarenta familiascomo pueden. Cada una da a lavecina o a la de enfrente el
espectáculo de su miseria. Por fuera, la alcazaba sigue. Enormes
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muros que cogen toda una calle, couno o dos agujeros sin cristal ni
maderas. Así vive la gran mayoríade la población. Las jaulas dan una
impresión de libertad humana a lamedida, muelle y confortable; lasalcazabas —viviendas de paso por
los desahucios o el forzadonomadismo del jornalero— soverdaderas prisiones, con srégimen celular y sus patiossombríos en el interior. Si van a
otro pueblo maravilloso, a Alcaláde los Gazules, encontrarán otra
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alcazaba miserable, que no sediferenciará nada de ésta. Y
siempre alcazaba —mala posada eel desierto—, nunca casa ni hogar.
En ese mismo barrio hay otroedificio mucho más confortable quelas alcazabas, aunque no consiga
salir del marco de lo miserable: lacárcel. En el portal hay un hombreuniformado, con una llave en elcinto. Tiene unos bigotes lacios yuna nariz colorada, como los
guardias de los sainetes. Huele avino. Queremos ver a unos
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detenidos; pero no hay manera.Están apercibidos en el pueblo, y e
todos nuestros pasos llevamosdetrás, a una distancia discreta, dos
guardias civiles. Es necesariotomar medidas para hablar con uobrero o campesino, porque si nos
ven los guardias van luego por él ylo detienen. Saben que queremosvisitar a los presos, y han dadoórdenes para que no nos sea posible.
—¿Pero están incomunicados? pregunto.
ó
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—No, señó. Eso, no. —Entonces habrá señalada
una hora para recibir visitas. —Hombre, sí no es con u
escrito del juez...El caso es que el juez sedisculpaba con «la jurisdicció
militar», ésta con «lo gubernativo»,y el alcalde con los otros dos. Ni eluez, ni el teniente coronel, ni el
alcalde, querían que habláramoscon los presos. No convenía al
«orden ni a la paz social». Ecuanto al carcelero, ¿qué razones
d í hibi l d ?
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tendría para prohibirnos la entrada?Le indicamos que se lo
agradeceríamos, haciendo sonar unos duros en el bolsillo. Atendió
bien; pero haciendo un esfuerzo devoluntad siguió negando. Con el pretexto de sacar una tarjeta le
enseñamos un billete de cincuenta pesetas. Se retorcía las manos.Miraba a otro lado, para decir heroicamente:
—No, señó. Er señó directó ha
dicho que no entre nadie, y ladisiplina e sagrá.
B h b b
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—Bueno, hombre, bueno. Nos fuimos. Los guardias nos
esperaban en la esquina.
«Er señó directó y ladisiplina». — Declaración de María
Silva, «La
i i
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Libertaria».
María Silva Cruz, de dieciséisaños: A su padre, Juan Silva, lo
sacaron de su casa, lo soltaron y al poco rato lo volvieron a detener,
llevándolo al corralito del
"Seisdedos", donde murió. Diceque el día 11, al anochecer, fue acasa de su abuelito, "Seisdedos",que estaba enfermo, y a quien ellaasistía a diario. Su abuelo estaba
solo, y cuando estaba con élentraron varios del pueblo. Ella se
ti ó i ó l í ti d
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retiró a un rincón al oír tiros dedentro de la choza, y añade que
reconoció, por las voces, porque nohabía luz, a los que estaban dentro
de la choza de su abuelo el"Seisdedos", que eran: su abuelo,Francisco Cruz; su tío, Pedro Cruz
Jiménez; Jerónimo Silva González,Francisco García Franco, JosefaFranco, Manuel García Franco, detrece años; Manuela Lago y ladeclarante. Sin luz en la choza, vio
que empujaban la puerta y pudo ver que un hombre caía al suelo
d é d d C ió
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después de una descarga. Conociódespués que era el Quijada y que
iba esposado. Manifiesta ladeclarante que, horrorizada por el
tiroteo de uno y otro lado, salió por el corralito y que luego dicen quesalió su primo. Manifiesta que al
salir ella oyó grandes disparos yque aún no sabe cómo pudo salir con vida.»
Relata la muerte de otros parientes suyos en la forma que ha
quedado ya descrita, y añade: «Eldía 12, muchas mujeres y niños se
fueron al monte donde estuviero
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fueron al monte, donde estuvierohasta el día 14, volviendo al pueblo
porque les habían manifestado quelos guardias de asalto iban a
bombardear el campo. La Guardiacivil la detuvo, llevándola aMedina Sidonia, de donde salió a
los dos o tres días.»Volvieron a detenerla,llevándola nuevamente a Medina,estando enferma con calentura.Manifiesta que estando en la cama
en la cárcel, el jefe, D. AndrésBarroso, se insinuaba
amorosamente con ella tocándola
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amorosamente con ella, tocándolala mano insistentemente al darle el
socorro y pretendiendo acariciarla,cosa que ella rechazó indignada, y
que cuando se levantó, el jefe Sr.Barroso pretendió que se apoyaráen su brazo para ayudarla a andar, y
ella le dijo que sabía andar perfectamente sola. Dice que jamásla han llamado "la Libertaria" hastael día de los sucesos, y este nombrese lo puso la guardia de asalto.»
El director no dejaba hablar alos presos con gente de fuera. E
aquellos días María Silva estaba
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aquellos días, María Silva estabaen la cama, enferma. El director
había dado órdenes terminantes alguardián, que repetía suspirando
ante nuestras promesas: —La «disiplina, señó».
En Sevilla. —Unseñorito malasombra. —Los bandidos.
Volvimos a Sevilla en el
autobús de línea Nos hospedamos
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autobús de línea. Nos hospedamosen una fonda de una calle céntrica e
historiada, donde nos encontramoscon un amigo que estudió co
nosotros en Madrid. Hacía tiempoque no nos habíamos visto.
Charlamos mucho. Las noticias que
yo le di de Casas Viejas no leextrañaron. —Es natural —decía atodo.
Como yo le preguntara por quéencontraba aquello tan natural, me
dijo que los terratenientes deAndalucía estaban en una situació
de ánimo sobresaltada y medrosa y
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de ánimo sobresaltada y medrosa, yque lograban transmitir su pánico a
las fuerzas encargadas de larepresión. El pánico se manifestaba
en esas monstruosidades. —Todo el campo andaluz — nos decía— está en guerra. Y e
todas las guerras pasa lo que acabade ocurrir en Casas Viejas.
Lo que no esperaba es que noshubieran dejado entrar en el puebloe informarnos. Y una vez dentro,
que nos hubieran dejado salir. —Habéis salvado la piel de
milagro —añadía mirándonos
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milagro —añadía, mirándonoscomo a auténticos héroes.
Yo le dije que losterratenientes le habían contagiado
el sobresalto. Contestó: —Puede ser.Y añadió, que si queríamos
conocer a algunos hijos deterratenientes andaluces nos los presentaría a la noche.Efectivamente, después de cenar fuimos a la trastienda de un bar,
colgada de cabezas de toros,cuernos y albardas. Tenía el aspecto
de un patio de cortijo Allí nos
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de un patio de cortijo. Allí nos presentaron a unos muchachos cuya
primera impresión era franca yamable. Hablamos, y al poco
tiempo esa impresión fue variando.Había uno, sobre todo, sonrosado,fácil al sonrojo, charlador nervioso
y vivaz, que daba una impresión de pederasta muy subida.Recordábamos aquellas frases deQuevedo, cuando dan consejos alBuscón en Sevilla, y son consejos
para prevenirse contra la obsesióde lo sexual anómalo, que, por lo
visto padecían en el siglo XVII la
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visto, padecían en el siglo XVII lamayor parte de los sevillanos
ociosos. Pero, quizá con razón, auzgar por la Sevilla desocupada y
trasnochadora de hoy.Ese mozuelo quería tener gracia a todo trance, y la gracia
consistía en una especie de toreo bufo con los conceptos de un malgusto y de una falta de agudezacapaz de producir neuralgias.Además, contaba cuentos ya
sabidos en los que siempre habíaalgo repugnante y triste. Mi amigo
no habló naturalmente de Casas
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no habló, naturalmente, de CasasViejas. Pero como el campo seguía
agitado, hablaron ellos, en general,de los campesinos. Trataban de
desdeñarlos pero a una legua seveía el miedo en su desdén. Uhombre ya maduro, me decía:
—¡Son unos vagos!Yo miraba a los reunidos.
inguno de ellos hacía en la vidasino trasegar manzanilla y pasear por la calle de la Sierpe.
—¿Cree usted que quieren latierra para trabajar? Eso es u
cuento.F b l í di l
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cuento.Frotaba el índice con el
pulgar, levantando la mano; hacíaun ruidillo con la garganta —no he
podido averiguar con qué fin— ydecía: —Dinero es lo que quieren.
Siguieron acusándolos detodos los vicios imaginables. Yolos miraba y veía que iba
buscándolos dentro de sí mismosantes de proyectarlos sobre sus
enemigos. Porque, eso sí. Elandaluz tiene cierta finura para
establecer en cada caso cuál es si ió l l i
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establecer en cada caso cuál es s posición moral con el que tiene
enfrente. No siguen, como lamayoría de los mortales, una línea
segura e invariable que responda arazones de conciencia y de biología. Su línea es sinuosa. Hay
una especie de coquetería moral.Como las mujeres, piensan: «¿Quées lo que más le gusta a este ser que
está tratando de sondearme?» Yofrecen precisamente lo que el otro
busca. Si no lo tienen, lo inventan.Claro, que todo esto da una
impresión bastante falsa. Cuandoti i i d
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impresión bastante falsa. Cuandotienen ingenio agradan con una
especie de agrado femenino.Cuando no lo tienen, todo esespeso, agobiador, lento.
Bebimos unas cañas y nosfuimos. Salía con sueño y
aburrimiento. Pero no perdí deltodo el tiempo, porque ya de pie ytomando otro vaso de vino en el
mostrador —nos convidaba eldueño—, hablamos del
bandolerismo. El dueño se refería alos bandoleros más famosos, como
si vivieran hoy todavía, y con unai d t á ti
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y , yespecie de respeto romántico que
me gustó.Pero eso no fue lo mejor. Alver que el tema me interesaba, medijo que conservaba el folletícompleto de El Liberal, del año
1929, donde por primera vez sehabía publicado el diario de uindividuo que vivió desde fines del
siglo XVIII a mediados del XIX.Ese individuo anotaba cada día los
hechos sensacionales que sereferían a los bandoleros.
Dimos por bien empleado elh b d d dí S ill
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p phabernos quedado un día en Sevilla,
aunque teníamos grandes deseos dellegar a Madrid. El dueño del bar me dio un fajo de recortes dePrensa. Yo me fui muy contento a lafonda. Seguimos hablando, con mi
amigo, de lo de Casas Viejas. —Es igual que en toda
Andalucía.
—Pues no hay quien loarregle, con este régimen.
Mi amigo se encogió dehombros y dijo con cierto
fatalismo:Naturalmente
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—Naturalmente.
Dos recortes de «El Liberal », que puedenser todo lo elocuentes
que se quiera.
Aquella misma noche me leí
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Aquella misma noche me leícasi toda la colección. Comenzabacon unas líneas de la Redacción yseguía con la ejecución de Diego
Corrientes:
«En la hidalga casa del
abogado sevillano D. Joaquín dePalacios Cárdenas hemos halladolos cuadernos manuscritos de cierto
R. C. de la B., anotando durantemás de cuarenta años, casi día por
día, sucesos memorables de lailustre ciudad, que casi siempre se
refieren a riadas, pestes yejecuciones
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p yejecuciones.
«De ellos tomamos laanotación siguiente:"En 30 de marzo de 1781 fue
arrastrado, ahorcado ydescuartizado, cuyos cuartos se
pusieron en los caminos y lacabeza, metida en una jaula, se pusoen la venta de La Alcantarilla, el
famoso bandido, ladrón de caballos padres y salteador de caminos
Diego Corrientes, vecino de Utrera.Por los grandes delitos que cometía
fue pregonado por tres veces,ofreciendo grandes premios al que
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ofreciendo grandes premios al que
lo entregase vivo o muerto.Habiéndose retirado a Portugal, fueextraído de dicho reino y conducidoa la cárcel de esta ciudad el día 25de dicho mes y año y el 26 y 27 se
le tomaron las declaraciones; perocomo la causa estaba sustanciada erebeldía, el siguiente día 28 se le
puso en capilla y se le quitó la vidadicho día 30; el cual murió
ejemplarmente, de edad deveinticinco años, no cumplidos.
«Se advirtieron en este reo las
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«Se advirtieron en este reo lascircunstancias siguientes:
1.a Que un amigo suyo que loacompañaba dio aviso para que lo prendieran, diciendo dónde estaba yacompañando a los que lo
prendieron.2.a Que fue preso en un huerto,
en donde estaba descansando, siarmas y descuidado.
3.a Que entró en domingo e
esta ciudad.4.a Que fue afrentado.
5.a Que fue ajusticiado ei d
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viernes de marzo.
Nota: —No hizo muerteninguna."
»El atrevido paralelo del proceso de Diego Comentes con la
Pasión de Nuestro Señor, hubiera podido valer a R. G. de la B., u proceso de Inquisición.
»Pero nadie lo supo entonces,y ahora por vez primera se publica.
»Y la trágica cabeza, con lahorrible mueca que descompuso la
cara juvenil y enérgica, fue a parar a la venta de La Alcantarilla a la
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a la venta de La Alcantarilla, a la
vista del lugar donde D. Franciscode Bruna sufrió el ultraje de atar la bota del pie izquierdo del bandido.»
Diego Corrientes tenía unaaspiración muy particular: tratabade equilibrar la sociedad
expropiando a los ricos yentregando sus riquezas a los
pobres. Como los libertarios deCasas Viejas, quiso eludir la
sangre. Lo consiguió por shabilidad para la coartada
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habilidad para la coartada.
Más adelante vimos esta otradescripción de la prisión y muertede un aristócrata. Éste fue apresadocon una cuadrilla de auténticosforajidos y criminales, llamada
«Los Berracos»:
«Hallándose infestada la
provincia de Sevilla con unacuadrilla de bandidos, nombrados
los Berracos, procuraron lasusticias de los pueblos
perseguirles, a fin de ver cómo los podrían coger, para quitar estas
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p g , p qlangostas de los caminos, lo cualconsiguieron, y puestos en la cárcelde esta ciudad, se les siguió la
causa, y sustanciada se les intimó por los señores de la Real
Audiencia, el lunes 12 denoviembre de 1798, la sentenciasiguiente:
«A Pablo de Reina, natural deEstepa, arrastrado y ahorcado.
«Al señor don Francisco deHuertas y Eslava, natural de Écija,
dado garrote, según la calidad de spersona.
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persona.
«A N. N. —aristócratatambién, y de tal calidad que no semenciona su nombre—, que fuese puesto al pie del suplicio mientrasse ejecutaban los dichos castigos, y
después, en compañía de Juan RuizVela (alias Cabeza torcida),
desterrado por diez años a las
bombas; en dicho día lunes,metieron en capilla a otros reos que
se les había de quitar la vida, y elmiércoles 14, a las diez de la
mañana, sacaron de la cárcel de losseñores a N. N. montado en u
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burro y lo pusieron al pie de lahorca con cuatro soldados deguardia.
«A las once de la mañanasacaron a Pablo de Reina, metido
en un serón tirado de un caballo(aunque los hermanos de laHermandad de la Santa Caridad
tuvieron la de llevarlo en susmanos) y acompañado de varios
religiosos y personas de gradistinción llegó a la horca, e
donde después de ser reconciliadoy suplicado lo encomendasen a
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y p
Dios y su Santísima Madre, yexhortado por religiosos de NuestroPadre San Francisco, se le quitó lavida.
«A las doce sacaron al señor
don Francisco de Huertas y Eslava,con una tunicela de paño negro,sujeta por la cintura con un cordó
de seda, y en la cabeza puesto ugorro del mismo color, y en un dedo
de la mano izquierda un cintillo; ibasubido en una muía, toda enlutada,
sin que se le viera más que manos, pies y orejas. Iba escoltado de
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p y j
religiosos carmelitas descalzos yotros varios eclesiásticos, que loiban exhortando. De esta manerallegó al tablado que para este efectoestaba construido en la plaza, a la
salida de la calle Chicarreros, a laizquierda, arrimado a los portales,el cual era de dos y media varas de
alto, cinco de ancho y seis de largó.Estaba todo cubierto de paño negro
hasta arrastrar una cuarta por elsuelo. En el medio estaba el palo
que tenía el tornillo, todo nuevo, ydelante, de cara a la Audiencia, u
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sillón sin espaldar, tambiéenlutado, así como el palo deltornillo. En la cara que miraba a lasCasas Capitulares estaba puesta unaescala ancha de ocho pasos, toda
enlutada, por la cual había de subir el reo. Al lado opuesto, en laesquina del tablado del lado de los
tundidores, estaba otra escala e blanco, de sólo siete pasos, más
angosta que la otra, para el uso delverdugo y pregonero. En el suelo,
arrimado a las esquinas del tablado,estaban cuatro grandes hacheros
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g
negros para, a su tiempo, ponerlossobre el tablado.«Luego que llegó el reo lo
acompañaron a subir al tablado losreligiosos carmelitas descalzos que
lo habían acompañado en la capilla;lo sentaron en el sillón, y habiendoel reo levantado las manos, que
llevaba atadas, manifestó alverdugo el cintillo que llevaba
puesto, el cual se lo sacó elverdugo y se lo puso en su mano;
después lo ató al reo de pies ymanos al sillón, y en fervorosos
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actos de amor y dolor entregó scuello al tornillo y su espíritu alCreador, siendo sentida esta muertede todo el numeroso concurso queasistió a esta escena.
«Luego que expiró secolocaron los hacheros ya dichos,en los que pusieron hachas de
cuatro pábilos, y en cuatro blandones pusieron velas de a dos
libras y comenzaron a doblar lascampanas del Sagrario, Sa
Francisco y los Terceros.«A la una y media vino co
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grande solemnidad un entierro delSagrario con doce clérigos y la cruz parroquial, y subió al tablado eldoctor D. Pedro de Vera y Delgado,canónigo penitenciario de la Santa
Iglesia; D. Rafael Brunenque, presbítero, maestro de ceremonias,de ídem; D. Francisco Javier Cutón,
ex decano del Colegio deAbogados, y un pasante de dicho
señor; y habiendo el verdugoaflojado el tornillo, se retiró y los
dichos señores lo desataron, ytendido sobre el tablado le pusiero
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un hábito de San Francisco, lometieron en una caja que estaba prevenida desde por la mañana bajo del tablado, lo bajaron entredos mozos y fue conducido a la
capilla de San Antonio de losPortugueses del Compás delConvento de San Francisco, y
puesto en medio de dicha capilla sele puso la cera que tuvo sobre el
tablado.«Aquella tarde expusieron los
Padres Carmelitas que le asistieroen la capilla, haber encargado el
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difunto que en su muerte se levistiese el hábito de su ReligióDescalza; por lo que se le mudó dehábito, dejándole el de SaFrancisco metido en la caja, a u
lado del cadáver.»
Los familiares del ahorcado
repartieron entre sus amistadesochocientas esquelas, con el
siguiente texto: «B. L. M. Don Gregorio
Rosso, capitán de navío, de laOrden de Calatrava; D Francisco
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Orden de Calatrava; D. Francisco
Ignacio Rosso, capitán de fragata,de dicha Orden; D. Francisco
Eslava y Conde, regidor perpetuode la ciudad de Écija, ausentes, y
sus amigos el doctor D. Jua
Acisclo de Vera y Delgado, presbítero de la Orden de CarlosIII, racionero de la Santa
Metropolitana y Patriarcal Iglesiade esta ciudad, juez de la Santa
Iglesia y vicario general de esteArzobispado; el doctor D. Pedro de
Vera y Delgado, canónigo penitenciario de la misma Santa
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Iglesia, y el doctor D. FranciscoJavier Outón, ex decano delColegio de Abogados de estaciudad, y les suplican se sirvaasistir al funeral de D. Francisco de
Huerta y Eslava, primo y sobrino delos nominados ausentes, que se haráen la iglesia de RR. PP. Terceros, a
las once en puntó de la mañana delueves 15 del corriente, a cuyo
favor quedarán reconocidos. Elentierro sale de la capilla de Sa
Antonio, al compás de SaFrancisco.»
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Dicho testigo presencial noomite ciertas expresiones de
respeto para la alcurnia del finado,en las que coinciden los jueces que
le sentenciaron, los religiosos quele confesaron e incluso el mismoverdugo. El entierro fue
suntuosísimo. Asistieron lascomunidades de los niños Toribios
de la ciudad, la cruz parroquial,cuarenta sacerdotes, el obispo, los
caballeros de la dudad, juez deIglesia, canónigo penitenciario y
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abogados. Termina diciendo dichotestigo presencial:
«Fue grande el concurso queacudió a dicho entierro, habiéndose
gastado sobre veinte mil realesvellón en el costo del tablado,tornillo, paño para enlutarlo,
vestido del reo, costo del verdugo y pregonero, misas y entierro, y
demás gastos.»
Estos gastos, incluso elvestido y el sueldo del verdugo, lospagó la familia del reo
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pagó la familia del reo.Al día siguiente fuimos a ver
la plazuela de Chicarreros y
logramos emplazar mentalmente eltablado en la forma que lo describe
el señor R. G. de la B. Cuando nosfuimos, pensábamos:
—Por lo general, el bandido
de tipo proletario no mataba. Selimitaba a robar. Seguramente no se
tenían por ladrones, sino por «expropiadores». Los que mataba
eran éstos, los aristócratas. Yrobaban con conciencia del robo.
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Regreso a Madrid. — Pleito parlamentario
entre verdugos.
El regreso fue por el mismo
camino que fuimos. Utilizando eltrimotor postal de Sevilla a Madrid.
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Pero ni era posible ya el juego deimaginación con el tiempo, ni la
fruición de la velocidad. Despuésde lo que habíamos visto, sólo senos ocurría pensar que el avió
postal, con sus tres motores y susrecias alas, podría quizá habilitarse para bombardeo algún día. E
Madrid encontramos un silenciocuidadoso y precavido. El
Parlamento laico estaba disfrutandosus vacaciones de Navidad. Tardó
todavía en reunirse quince días,durante los cuales, estas denuncias
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se hicieron públicas. Al reanudarselas tareas se planteó en elParlamento tímidamente la cuestión, para dar pretexto a que el Gobiernohablara y tranquilizara la
conciencia de los diputados. Ecuanto el jefe del Gobierno y elsubsecretario de Gobernació
expusieron a su manera y de modofraccionario y contradictorio s
visión de los hechos, la Cámaraconcedió un voto de confianza al
Gobierno socialista-republicano. Naturalmente, el Gobierno lo
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había negado todo. Pero unafracción de la oposición pidió quesé designara una Comisióinvestigadora. El Gobierno se negó; pero a fuerza de insistir, y en vista
del ambiente nacional creadoalrededor de los sucesos de CasasViejas, tuvo que acceder. La
Comisión confirmó todas lasdenuncias. Entonces, el Gobierno
declaró que no sabía nada.Se enzarzaron Gobierno y
oposiciones en un pleito en el queéstas lograron no sólo demostrar
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que el Gobierno estaba enterado,sino que había dado órdenesconcretas sobre el caso de losfusilamientos. Los pormenores delos debates no interesan. Era, e
definitiva, un pleito entre verdugos,donde se trataba de ventilar si lasejecuciones habían sido realizadas
correctamente o no.He aquí, en pocas líneas, la
conducta de la República socialistaante los hechos: el Parlamento
apoya y justifica al Gobierno, ElGobierno disculpa, rehabilita y
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defiende a las fuerzas represoras — Guardia civil y de asalto—. Éstashan asesinado a los campesinoshambrientos de Casas Viejas,defendiendo a los terratenientes
feudales, monárquicos. La fuerza
pública, el Gobierno, el Parlamentoy la República socialista asesinan á
los campesinos de Casas Viejas yconfirman su sumisión ante los
feudales terratenientes andaluces,qué hasta producirse la tragedia
fueron monárquicos y combatieroa la República, y que ahora,
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agradecidos por la sangrientarepresión, ingresan en los partidosrepublicanos.
Todo el aparato de la falsademocracia republicana se ha
puesto en el Parlamento, en el
Gobierno civil de Cádiz y en el pueblecito ensangrentado de Casas
Viejas, al servicio del señor feudal,latifundista, católico y monárquico.
Entre los comentarios que losdiputados de la mayoría ministerial
hicieron a la exposición de latragedia de Casas Viejas, destacómucho éste:
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mucho éste: —¡Sensiblerías y ventajitas!A la mentalidad de ese
diputado corresponde también lafrase de aquel guardia de asalto:
—Está asomando la pestaña u
manús...Que se creyó en el caso de
disculparse ante el juez con esas palabras antes de disparar sobre u
campesino.Menos mal que los socialistas
siguen diciendo que ésta es unaRepública democrática regida por intelectuales y que desarrolla «una
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intelectuales, y que desarrolla «unaalta política». Claro que todo esoes compatible con el contento y lasatisfacción con que losterratenientes andaluces
monárquicos y feudales se acerca
a los partidos republicanos y a lossocialistas «dispuestos a colaborar
con entusiasmo». «Ante todo, laPatria», como decía el jefe de los
guardias en la plaza de CasasViejas, antes de dar los tres vítores.
Lo demás, la pugna parlamentaria de los partidosburgueses sobre Casas Viejas no es
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burgueses sobre Casas Viejas, no essino lo que decíamos antes: unadisputa entre verdugos ante loscadáveres calientes aún de susvíctimas.
Madrid, febrero de 1933.
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18/08/2011
notes
[1] Vid. José Domingo Dueñas
Lorente, Ramón J. Sender (1924-
1939). Periodismo y compromiso,
Huesca, Instituto de EstudiosAltoaragoneses, 1994.
[2] Ramón J. Sender,«Tormenta en el sur. Primera
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ornada del camino a CasasViejas», La Libertad, n.° 4.005,Madrid, 19 de enero de 1933, p. 3.«Tormenta en el sur. MedinaSídoníá, Medina Coeli y María
Mármol», La Libertad, n.° 4.006,
Madrid, 20 de enero de 1933, p. 3.«Tormenta en el sur. Casas Viejas
(Benalup) está al costado oeste deuna colina», La Libertad, n.° 4.007,
Madrid, 21 de enero de 1933, pp. 3y 4. «Tormenta en el sur. El que
tenía jaca cortaba tierra, segú"Seisdedos"», La Libertad, n.°4.008, Madrid, 22 de enero de
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, ,1933, pp, 3 y 4. «Tormenta en elsur. En la noche del día 10, todos"al avío"», La Libertad, n." 4;009,Madrid, 24 de enero de 1933, pp. 3
y 4. «Tormenta en el sur. Las
primeras bajas: dos de cada bando», La Libertad, n.° 4.010,
Madrid, 25 de enero de 1933, pp. 3y 4. «Tormenta en el sur. El asedio
de la choza del "Seisdedos"», Laibertad, n.° 4.011, Madrid, 26 de
enero de 1933, pp. 3 y 4. «Tormentaen el sur. "Totalmente incinerados,cuatro; señor juez"», La Libertad,
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; j , ,
n.° 4.012, Madrid, 27 de enero de1933, pp. 3 y 4. «Tormenta en elsur. Permiso para construir uataúd», La Libertad, n.° 4.013,
Madrid, 28 de enero de 1933, pp. 3
y 4. «Tormenta en el sur. Dondeaparecen, por fin, "los
responsables"», La Libertad; n.°4.014, Madrid, 29 de enero de
1933, pp. 3 y 4.[3] Ramón J. Sender, Viaje a
la aldea del crimen, Madrid,Pueyo, 1934, 205 pp.[4] Ramón J. Sender, Casas
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[ ] ,Viejas (Episodio de la lucha declases), Madrid, Cénit, 1933,103
pp.[5] Ramón J. Sender, «Una
carta de Sender. Los sucesos de
Casas Viejas», La Libertad, n.°4.018, Madrid, 3 de febrero de
1933, p. 3. «Después de la tragedia.Las evidencias de Casas Viejas»,
a Libertad, n.° 4.035, Madrid, 23de febrero de 1933, p. 3. «Después
de la tragedia. Carta a loscampesinos de Casas Viejas», La
ibertad, n.° 4.037, Madrid, 25 de
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febrero de 1933, p. 3. «Después dela tragedia. ¡Claro que sigue e
pie!», La Libertad, n.° 4.040,Madrid, 1 de marzo de 1933, pp. 3
y 4. «Casas Viejas y las Cortes.
Responsabilidad en pequeñasdosis», La Libertad, n." 4.047,
Madrid, 9 de marzo de 1933, p. 1.«Casas Viejas y el Parlamento. La
denuncia, el informe y laresponsabilidad», La Libertad, n.°
4.050, Madrid, 12 de marzo de1933, p. 3. «Lo de Casas Viejas. Laresponsabilidad y las Cortes», La
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yibertad, n.° 4.052, Madrid, 15 de
marzo de 1933, p. 3. «Regreso a
Casas Viejas. Pormenores de la"razzia"», La Libertad, n.° 4.247,
Madrid, 28 de octubre de 1933, p.
5. «Regreso a Casas Viejas.Pormenores de la "razzia"», La
ibertad, n.° 4.250, Madrid, 1 denoviembre de 1933, pp. 5 y 6.
«Regreso a Casas Viejas,Pormenores de la "razzia"», La
ibertad, n.° 4.252, Madrid, 3 denoviembre de 1933, p. 5. «Regresoa Casas Viejas. Los vencidos y la
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tierra yerma», La Libertad, n.°4.254, Madrid, 5 de noviembre de
1933, pp. 5 y 6. «Regreso a CasasViejas. La cárcel de Medina
Sidonia», La Libertad, n.° 4.256,
Madrid, 8 de noviembre de 1933, p.5.
[6] Ver artículos en Laibertad de 3 de febrero y de 9 de
marzo de 1933.[7] Viaje..., op. cit, pp. 155-
156. [8] Gerard Brey, «Campesinosde Medina Sidonia y Casas Viejas
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(1870-1933)», Tiempo de historia,
n»° 20, Madrid, julio de 1976, p.
54.[9] Viaje..., pp. cit., p. 178.
[10] Ramón J. Sender,
«Hechos y palabras. Garrote "segúla calidad de su persona"», La
ibertad, n.° 4.310, Madrid, 10 deenero de 1934, pp.l y 2.
[11] Ramón J. Sender, El verdugo afable, Santiago de Chile,
ascimento, 1952. Vid. Luis A.Esteve Juárez, «Autobiografía yliteratura en El verdugo afable de
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Ramón J. Sender», Alazet, n.° 8,Huesca, 1996, pp. 89-104. José
María Salguero Rodríguez, «El primer Sender (II)», Ibid., pp. 149-
180.
[12] La Libertad, artículo de29 de enero de 1933, op. cit.
Viaje..., op. cit, pp. 166 a 168.[13] Ramón J. Sender,
roclamación de la sonrisa,Madrid, Pueyo, 1934, pp. 19-22.
[14] Pablo Gil Casado, Lanovela social española.1920-1971,
Barcelona, Seix-Barral, 1973, p.
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416.[15] Gil Casado, op. cit., p.
417.[16] Víctor Fuentes, «La
novela social española (1931-
1936): temas y significacióideológica», ínsula, n.° 288,
Madrid, p. 4.[17] Artículo de La Liberta
de 25 de enero de 1933. Viaje..., p.91.
* Doctor en Filosofía y Letras.Autor de El primer Sender (1919-
1939). Evolución ideológica y
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literaria y especialista en la obradel primer Sender y la literatura de
la década de los 30. Profesor deLengua y Literatura castellanas e
el instituto «Cuatro Caminos» de
Don Benito (Badajoz).[18] Estas páginas se
publicaron por vez primera ochodías después de los sucesos.
[19] Después firmaron y publicaron algunos oficiales, en s
descargo, el acta siguiente:«EnMadrid, a 26 de febrero de1933.
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»Los capitanes de Seguridadque mandaban el día 11 del pasado
mes de enero las compañías deasalto residentes en aquella fecha
en esta capital certifican lo
siguiente:»Que por el prestigio y
dignidad del Cuerpo de Asalto, alque se honran pertenecer,
manifiestan que en la citada fechales fueron transmitidas desde la
Dirección general de Seguridad, por conducto de sus jefes, lasinstrucciones verbales de que en los
h bi l
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encuentros que hubiese con losrevoltosos con motivo de los
sucesos que se avecinaban eaquellos días, el Gobierno no
quería ni heridos, ni prisioneros,
dándolas el sentido manifiesto deque le entregáramos muertos a
aquellos que se les encontrasehaciendo frente a la fuerza pública
o con muestras evidentes de haber hecho fuego sobre ellas.
»Y para que conste, firman por duplicado el presente escrito. ¡Vivala República!-Félix F. Nieto,G i d d l Gá d
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Gumersindo de la Gándara,Faustino Ruiz, Jesús Loma. (Y una
firma ilegible. Rubricadas todas.)¡Viva la República!»
[20] Declaración oficial de
Sebastiana Reyes Estudillo.[21] «...fueron llevados a la
casa del "Seisdedos", y después deesposados con cuerdas les dijo el
citado capitán: "Pasad a ver elcadáver del guardia." Pasan fiados
en esto, y a la voz de "¡Fuego!",dada por el capitán, disparaalgunos guardias de.asalto y dos
di i il tid
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guardias civiles repetidas veces,siendo meros testigos presenciales
los dos oficiales Artal y Álvarez,además del delegado del
Gobierno.» (De las declaraciones
oficiales prestadas por los guardiasante la Comisión parlamentaria.)
[22] «Francisco Rocha, deaspecto muy enfermizo, manifiesta
estar enfermo hace tiempo, y ahoraagravado por los malos tratos
recibidos. Nos enseña lesiones ycontusiones inequívocas.» (De ladeclaración ante la Comisió
l t i )
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parlamentaria.)[23] «Manifiesta también que
los carbonizados han permanecidodiez días abandonados en la choza,
apreciando todos los vecinos del
pueblo cómo los perros llevabasus restos. Ha sido un verdadero
crimen —dice—, que todo el pueblo lo reconoce. Cree que la
mayor parte de los muertos soinocentes.» (De la declaración de
José Vela.)
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