Viaje Al Macondo Real

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    NUEVO PERIODISMO

    Viaje al

    Macondoreal

    El cronista Alberto

    Salcedo Ramos viajhasta Aracataca

    para buscar un lugarllamado Macondo.

    Dicen que es unafinca, un rbol.

    Dnde queda ycmo es ese lugar

    en el que laimaginacin de Gabo

    encontr su mejorrefugio?

    CASA DEL HIELO, es-quina del barrio Bos-ton, Aracataca. Empiezola historia del Macondoreal en el mismo puntodonde empieza la delMacondo de ficcin. Aeste lugar acuden de

    cuando en cuando via-jeros procedentes detodo el mundo, admira-dores de Gabriel GarcaMrquez que pretendenencontrar aqu, en elpueblo donde l naci,elementos tangibles desu universo literario.

    Gabo, eternamente, Gabo. Su imagenprevalece en todas las esquinas y rin-cones de Aracataca, pueblo en el quenaci en 1928, y el que lo recuerdasiempre.

    ALBERTO SALCEDO RAMOS

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    Cuando ciertos nativos desocupadosavistan a esos forasteros en las calles delpueblo, entienden que ha llegado el mo-mento de actuar. Macondo ser historia

    pura en las pginas de Cien aos de so-ledad, compadre, pero aqu en Aracatacaexiste, es materia genuina, ellos lo vencada da y pueden hacrselo visible a losvisitantes que tengan fe en hallarlo msall de la literatura. En esa casa esqui-nera, por ejemplo, fue donde el coronelAureliano Buenda conoci el hielo quehabra de recordar muchos aos despus,usted sabe, frente al pelotn de fusila-miento. Prsteme la cmara si quiere y yo

    lo retrato ah con su novia.Si el turista pide ms detalles, se le

    dan. La casa de madera fue construida en1923. En su patio se almacenaban hasta200 bloques semanales de hielo durantelos tiempos de la United Fruit Company,multinacional que entonces manejaba laproduccin de banano en estas tierras.Para los abuelos que poblaban Aracata-ca en aquella poca, la llegada del hielorepresent un avance notable. Acababan

    de descubrir un prodigio que serva paraconservar los alimentos y espantar el bo-chorno.

    Algunas veces, los guas espontneosaaden que durante gran parte del siglopasado el hielo fue un smbolo de estatus.T sabes, viejo gringo, hielito para la li-monada del medioda y hielito para el re-fresco del atardecer. Un lujo que no podapermitirse todo el mundo, apenas los ri-cos de Aracataca y los mandamases de lacompaa bananera. Los bloques venandesde Cinaga en un tren de la UnitedFruit Company. Eran cubiertos con aserrnpara evitar que se derritieran, pues la ma-dera es un aislante trmico. El que quisie-ra beber fro deba ir al patio y picar unpoco de escarcha.

    Eche, Mster, t sabes cmo es la pel-cula por aqu con estos calores.

    Es posible que mientras el gua atiendea los forasteros aparezcan nios en chan-clas de esos que en la actualidad se gananla vida vendiendo bolsas de agua helada.El anfitrin les dar un vistazo cmplice,sonreir.

    Las vueltas que da la vida: antes salacarsimo beber agua fra y ahora es lo msbarato del mundo. Trescientas barritasnada ms, Mster. Hoy el hielo es el aireacondicionado de los pobres.

    El gua retoma su discurso en el mis-mo punto en que lo haba abandonadocuando hizo la digresin. Entonces diceque en los aos veinte del siglo XX a losnios les encantaban esos bloques, puesestaban surcados por agujas que se tor-naban iridiscentes cuando les pegaba elsol. As que uno de los planes familiarespredilectos era entrar en esta casa a con-templar el hielo. Gabito as lo llamancasi todos seguramente vino muchasveces con su abuelo, el coronel NicolsMrquez. Lo que pasa es que segn la

    A esas alturas ya habaentendido lasreglas de juego. En Macondo da lo mismoPedro que Pablo porque ac, carajo, todos

    son poetas. Ya dije que Macondo es loque uno oye mientras transita por la ZonaBananera. Aguza el odo, qudate quieto

    cuando zumbe la brisa

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    novela quien vino a cono-cer el hielo fue el coronelAureliano Buenda. Es queese Gabito es ms embus-

    terooooo!En el Macondo real, mu-

    cha gente vive convencidade que conoce al dedillocada elemento del Ma-condo ficticio. Cita a suspersonajes como si loshubiera visto en la vecin-dad, describe sus espacioscomo si los tuviera al fren-te. De eso me habla ahora

    el poeta Rafael Daro Ji-mnez mientras entramosen la Casa del Hielo.

    Casa del Hielo?

    El nombre suena irnico:al franquear la puerta, nosrecibe una vaharada deaire caliente. En el suelohay un reguero de cableselctricos y muchas piezas

    automotrices desbarata-das.

    Esto es ahora un tallermecnico -dice Jimnez.

    Son muchos los visitan-tes que buscan en el Ma-condo real la resonanciapotica del Macondo lite-rario. Pero ac el hielo noes un tmpano luminosoque permanece intacto enla memoria sino una sus-tancia vulgar que se des-le entre las manos. Eso s:me cuenta el poeta Jim-nez que algunos visitantesinsisten. Quieren saber,por ejemplo, qu mujer

    El pivijay es un rbol que abunda en Ara-cataca, tanto como el Macondo. El pri-mero est en el patio de la casa dondevivi Gabo.

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    del pueblo fue el molde original de PetraCotes, la amante de Aureliano Segundo enCien aos de soledad. Nunca falta un na-tivo astuto que aporte el dato solicitado.

    Esa es Fulana, la querida de Peren-cejo.

    Los guas agregan a continuacin quesegn decan sus padres que haban di-cho sus abuelos, el Mauricio Babilonia dela novela era un electricista que cada vezque pasaba por donde los Mrquez Igua-rn abuelos de Gabito dejaba tras des un enjambre de mariposas amarillas.Curiosamente, muchos de los nativos ja-

    ms han ledo un libro de Garca Mrquez.Pero llevan aos oyendo hablar de suscriaturas y de sus historias, saben de so-bra cmo explotar ciertos cdigos macon-dianos. Adems, sienten que el Macondode la literatura es un simple reflejo de lavida de ellos. As que para qu perder eltiempo buscndolo en las novelas cuandopueden verlo en sus propias esquinas?

    Ustedes quieren saber quin era latal Rebeca que coma tierra?

    Una seora llamada Francisca que vivaen la calle Monseor Espejo.

    Le digo a Rafael Daro que si yo fuera unlugareo sin formacin acadmica, tam-bin pensara que conozco a mi coterrneoms ilustre sin necesidad de haberlo ledo.Total, llevo aos vindolo en la prensa, heodo su voz en la voz de todo el mundo. Sifuera un aldeano ms y cerrara los ojospara que alguien me leyera pasajes de Cien

    aos de soledad en voz alta, sentira que menombran a mis parientes cercanos, sentiraque me conducen a travs de senderos fa-miliares. Reconocera el aguamanil dondese lavaba las manos la ta y el mosquite-ro donde se guareca el to. Reencontraraen la ficcin ciertos objetos de la realidadque ya no se ven en la realidad misma: la

    cama de tijera, el gramfono, la bacinilla de pel-tre. Identificara el gallo de ria de mi compadre,supondra que Remedios la Bella ascendi al cieloenvuelta en las sbanas blancas que lav mi nanaesta maana. Vera a rsula Iguarn como la per-sonificacin de mi bisabuela: cegatona, indestruc-tible.

    Entiendo a esos paisanos que no ven las his-

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    torias de Garca Mrquez como transposicin

    potica de la realidad, sino como simple repro-duccin documental de los sucesos cotidianosque narraban los vecinos.

    Eche, gringo, quin dijo que Gabito inventesos cuentos? l mismo se la pasa diciendo enlas entrevistas que solo ha sido un notario. Vaepues, por mi madre.

    Los paisanos de Gabito saben que l es

    un seor muy importante con unas alasenormes, ni ms faltaba, saben que esclebre, celebrado, gracioso, distinguido,pero muchos de ellos no lo ven precisa-mente como fabulador, como alguien quecre el universo por el cual se volvi tanfamoso. Lo ven tan solo como un ama-nuense, como un tipo que supo plasmar

    La casa museo de Gabriel GarcaMrquez, en Aracataca, es uno de lossitios ms frecuentados por los turistasque van en busca del Macondo real.

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    en los libros el acervo que hered de sus ma-yores, un compadre que ech en su maletnde viaje los cuentos de todos, y los hizo circu-lar hasta en el ltimo rincn del planeta.

    En este momento el poeta Rafael Daro Ji-mnez me entrega uno de los muchos recor-tes de prensa que ha ido acumulando en sularga vida como estudioso de la obra de Gar-ca Mrquez. Hace varios aos fund en Ara-cataca el restaurante Gabo, una especie de al-tar al que acuden los devotos del escritor. Allpueden rendirle culto y, de paso, comerse unbuen filete de pargo rojo con patacones. En lasparedes hay portadas de revistas dedicadas aGabito, fotografas de Gabito, autgrafos deGabito. Mientras uno se sienta en el taburetede cuero a esperar el almuerzo, puede escu-char fascinado al anfitrin, que conversa conla gracia tpica de los palabreros del Caribe.

    El primer Macondo que existi fue un r-bol dice. Es originario de frica y alcanzahasta 35 metros de altura.

    Como la bonga.

    Como la bonga. En la Zona Bananera ha-ba una finca que todava existe. Se llama Ma-condo porque tena muchos rboles de esos.

    La finca vendra siendo el segundo Ma-condo.

    Exacto. El tercero es el de Gabito. l cuen-ta en sus memorias que un da iba viajandoen tren y de pronto vio la finca a un lado dela carretera. Ley el letrero Macondo de lafachada y qued impresionado.

    Claro, esta historia de la finca tambin es

    una parte muy conocida del mito. Gabito cuenta que antes de acabar

    el viaje, supo que el pueblo de Cien aos desoledad se llamara Macondo.

    Tercer Macondo, pues.

    S, el tercero. El primero y el segundoeran Macondos reales. El Macondo de Gabito

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    es un mundo imaginario como el condadode Yoknapatawa creado por Faulkner.

    Le digo a Rafael Daro que, en princi-pio, el Macondo de la ficcin se alimentdel Macondo de la realidad, pero despusempez a suceder lo contrario: la voz delescritor irresistible, contagiosa le im-puso ciertos cdigos a la realidad. Parala muestra, un botn: en Colombia nuncahubo un registro exacto de los trabajado-res masacrados durante la huelga bana-nera de 1928. Gabito escribi en Cien aosde soledad que haban sido 3000, y aspas a la historia. Entonces un congresistapropuso un minuto de silencio en honor alas 3000 vctimas de la matanza.

    Si en el remoto pas capitalino los sena-dores de la Repblica inventan la reali-dad a partir de la ficcin, con mayor razntienen que hacerlo los habitantes de esteardiente Macondo real donde naci el tru-co. As las cosas, vamos desembocando enuna conclusin extica: tambin es posi-ble reinventar la cotidianidad a travs delos espejismos. La realidad como imagen

    de s misma, la imagen como una nuevarealidad.

    Extiendo frente a mis ojos, por fin, el re-corte de prensa que me acaba de pasarRafael Daro. l sonre, pone su ndice de-recho sobre un prrafo escrito por el pro-pio Garca Mrquez. Lo leo en voz alta:

    Siempre he tenido un gran respeto porlos lectores que andan buscando la reali-dad escondida detrs de mis libros. Peroms respeto a quienes la encuentran, por-

    que yo nunca lo he logrado. En Aracata-ca, el pueblo del Caribe donde nac, estoparece ser un oficio de todos los das. Allha surgido en los ltimos veinte aos unageneracin de nios astutos que esperanen la estacin del tren a los cazadores demitos para llevarlos a conocer los lugares,las cosas y aun los personajes de mis no-

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    velas: el rbol donde estuvo amarrado JosArcadio el viejo, o el castao a cuya sombramuri el coronel Aureliano Buenda, o latumba donde rsula Iguarn fue enterraday tal vez viva en una caja de zapatos.

    Sonro, bebo un sorbo de la limonada re-pleta de hielo que hace un momento me tra-

    jo la camarera. Sigo leyendo.

    Esos nios no han ledo mis novelas, porsupuesto, de modo que su conocimiento delMacondo mtico no proviene de ellas, y loslugares, las cosas y los personajes que lesmuestran a los turistas solo son reales enla medida en que stos estn dispuestos aaceptarlos. Es decir, que detrs del Macon-do creado por la ficcin literaria hay otro

    Macondo ms imaginario y ms mtico an,creado por los lectores, y certificado por losnios de Aracataca con un tercer Macondovisible y palpable, que es sin duda el msfalso de todos. Por fortuna, Macondo no esun lugar sino un estado de nimo que lepermite a uno ver lo que quiere ver, y verlocomo quiere.

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    De modo que Macondo no se lleva por fue-ra sino por dentro. Est en el alma, muchoms all de las piedras del Macondo real,mucho ms all de las pginas del Macondo

    literario. Macondo es un mito que se elevpara siempre a los ms altos aires, all don-de solo pueden alcanzarlo los ms altos p-

    jaros de la memoria.

    Macondo es una invencin tanto del autorcomo de sus cultores. Ahora bien: las licen-cias literarias con las que uno mata son lasmismas con las que uno muere. En el ep-grafe de Vivir para contarla, su libro auto-biogrfico, Garca Mrquez dice: La vida noes la que uno vivi sino la que uno recuerda,

    y cmo la recuerda para contarla. Eso es, nims ni menos, lo que aplican quienes hacenturismo con los elementos que le sirvieron aGabito para hacer literatura. Ellos tambintienen sus historias, ellos tambin narran.Eche, gringo, ahora no te pongas a averiguarsi lo que oste es cierto o falso. A nosotrosno nos interesa esa vaina. Si te lo dijimos esporque es cierto. En el Caribe la verdad nosucede: se cuenta. Hace poco, otro gran es-critor de esta regin, Ramn Illn Bacca, me

    cont una historia de esas que demuestranque en el Caribe lo importante no es saber larespuesta sino decirla, y decirla con gracia.En cierta ocasin Ramn estaba conversan-do con un tipo que, de repente, mencion laespada de Demstenes. Ramn, dueo deuna vasta erudicin, no aguant la tentacinde corregirlo.

    Es la espada de Damocles.

    Pero el tipo, lejos de acomplejarse, supo

    encontrar un argumento bastante digno.Bueno, da lo mismo que sea Demste-

    nes o Damocles porque en esa poca todo elmundo andaba armado con espada.

    Aquella maana, al otro lado de la lneatelefnica, Ramn solt entre carcajadas suconclusin luminosa: en el Caribe a nadie

    Vine a la Zona BananeradelMagdalena, en el Caribe colombiano,porque me dijeron que ac quedaba

    Macondo, el mtico pueblo creado por elescritor Gabriel Garca Mrquez. Llevocuatro das recorriendo este territorio

    y an sigo preguntndome dnde estMacondo, cules son sus confines

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    le dan ganas de suicidarse por confundir eltaln de Aquiles con el de Atila, ni por lavar-le las manos a Herodes y dejrselas suciasa Pilatos. As que resrvate esos escrpulos

    racionales, Mster, no vengas de por all tanlejos a daarnos el cuento.

    Cada persona con la que uno se tropieza tie-ne su propio Macondo, cada quien va por ahcon la historia que le toc en suerte. Ahora,mientras Rafael Daro Jimnez guarda el re-corte de prensa, recuerdo una ancdota queme cont el poeta Juan Manuel Roca cuandole anunci mi viaje a Aracataca.

    Una tarde, despus de un recital en San-

    ta Marta, Roca vino a este pueblo con variospoetas de otros pases, entre ellos el cubanoEliseo Alberto. El gua que los recibi era eltipo ms locuaz del mundo. Sin ningn pudorbuscaba en el Macondo real ciertas equiva-lencias del Macondo ficticio. La peste del ol-vido, segn l, surgi en el Puente de los Va-raos; el hilo de sangre que recorri la Calle delos Turcos en Cien aos de soledad era de untipo que haba sido amigo de su abuelo, y as.

    Uno de los poetas, medio en broma y medio

    en serio, le obsequi un cumplido.Qu inteligente es usted!

    Entonces el gua le expres su gratitud almejor estilo macondiano:

    Me gusta que me digas eso, poeta. Es queaqu en Aracataca todos somos inteligentes,lo que pasa es que Gabito es el nico que saberedact.

    Vine a la Zona Bananera del Magdalena,en el Caribe colombiano, porque me dijeronque ac quedaba Macondo, el mtico pueblocreado por el escritor Gabriel Garca Mrquez.Llevo cuatro das recorriendo este territorio yan sigo preguntndome dnde est Macon-do, cules son sus confines.

    Macondo queda por all arribita, compa-dre. Es una finca.

    Macondo? erda, esa te la debo: no s.

    Macondo es toda la tierra que pisamosdice el poeta Rafael Daro Jimnez. Pordonde venamos era Macondo y para dondevamos ser Macondo.

    Eche, me extraa esa pregunta. Macondoest en los libros de Garca Mrquez. Acasot no has ledo Cien aos de soledad?

    He encontrado a Macondo en varios ele-mentos a lo largo de mi caminata. En lasplantaciones de banano que se extienden aambos lados de la carretera. En la canculade las dos de la tarde. En la gallina jabadaque puso un huevo en el alar y despus al-

    borot el vecindario con su cacareo. En lascalles contiguas a la finca donde naci estafbula: polvorientas, torcidas. Sin duda, enese pasaje el mundo es todava tan recien-te que muchas cosas siguen careciendo denombre y para mencionarlas hay que sea-larlas con el dedo.

    He encontrado a Macondo, digo, en esatristura que a veces tiene la gente aunquemuestre una risa. En las conversaciones so-bre la guerra, la guerra de siempre que pasadel Macondo real al ficticio y viceversa. Enla anciana enlutada que a pesar de su apa-riencia frgil estremece la casa con su voz demando. En el caos, en la desmemoria, en larepeticin cclica de nuestras calamidades.En los cuentos que me contaron sobre lasdisputas polticas eternas y sobre la corrup-cin sistemtica. Macondo es esta Aracatacapor donde voy caminando, aunque ya no seauna aldea de 20 casas de barro y caabrava,como en la novela, sino una villa de 40.000

    habitantes.

    Macondo es tambin lo que he odo duran-te el viaje. Fui al colegio Gabriel Garca Mr-quez a entrevistarme con el profesor FrankDomnguez, conocedor de la obra de Gabi-to. Me dijo que Macondo es chispa, brujera.Mantente alerta y oirs su msica. Macondo

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    suena, Macondo canta, Macondo encanta.

    Si vas a escribir sobre Macondo medijo el profesor Domnguez tienes que leera Federico Nietzsche.

    En ese momento, desde luego, me sent apunto de alucinar.

    Nietzsche en Macondo?

    Claro que s: Nietzsche. l dijo la mejorfrase que conozco para describir a Gabito:La potencia intelectual de un hombre semide por la dosis de humor que es capaz deutilizar.

    Qu buena frase.

    Es el epgrafe del libro que escrib paracelebrar el humor de Gabito.

    Cuando iba saliendo del colegio, volv atoparme con el espritu disparatado del queme habl Ramn Illn Bacca. En una de lasparedes le la siguiente cita, atribuida al poe-ta Pedro Neruda: Cien aos de soledad esquiz la ms grande revelacin de la lenguaespaola despus de Don Quijote de Cervan-tes.

    A esas alturas ya haba entendido las re-glas de juego. En Macondo da lo mismo Pe-dro que Pablo porque ac, carajo, todos sonpoetas.

    Ya dije que Macondo es lo que uno oyemientras transita por la Zona Bananera.Aguza el odo, qudate quieto cuando zum-be la brisa. Despus caminas un poco ms yoyes a la profesora Aura Ballesteros, a quienllaman Fernanda del Carpio porque es lacachaca de la historia. Ella naci en Simija-

    ca, cerca a la fra Bogot.Macondo es un chorro de luz dice.

    Ac el sol no se oculta por mucho tiempo.

    Buscando a Macondo en los paisajes y enlas voces de la Zona Bananera, desemboquen una historia inslita, la historia del holan-ds Tim Aant Goor, quien lleg a Aracataca

    a lo mismo que llegan todos los visitantes:quera encontrar en la realidad la magia quele haba deslumbrado en la literatura.

    Vino por una semana y ya lleva tres aos.

    Hace poco construy en el pueblo una b-veda para enterrar simblicamente a Mel-quades, el gitano inolvidable del Macondoficticio.

    Cuando conoc la tumba, me pregunt si elMacondo de mi crnica tambin tendra unfinal alegrico. Pero ahora estoy aqu, en Bo-got, frente a mi computador, convencido deque Macondo es mucho ms que todo lo quevi y o en la Zona Bananera. Macondo se vinoconmigo porque siempre ha estado dentrode m. Es la pasin por narrar que beb en lapalabra de Gabito, mi profeta, el nico brujoal que le creo. Muchos pueden contar bienuna historia, pero pocos son capaces, comol, de crear un universo personal fcil deidentificar desde la primera hasta la ltimalnea. Y por eso me parece ms justo cerrarlos ojos para que Macondo siga vivo en mimemoria y las estirpes condenadas a cienaos de soledad tengan por fin la segundaoportunidad que se merecen.

    Alberto Salcedo Ramos es un pe-riodista barranquillero egresado delprograma de comunicacin social dela Universidad Autnoma del Caribe.Ha ganado innumerables premios deperiodismo, entre ellos, el Ortega y

    Gasset y Premio a la Excelencia dela SIP, al igual que cuatro Simn Bo-lvar. Autor de varios libros de perio-dismo narrativo, entre ellos, La eter-na parranda y El oro y la oscuridad.Maestro de la FNPI.