VIAJE DE PETERSBURGO A MOSCÚ

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    Aleksandr Radischev

    VIAJE DE PETERSBURGOA MOSCTraduccin:Jorge SEGOVIA y Violetta BECK

    MALDOROR ediciones

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    La reproduccin total o parcial de este libro, no autorizadapor los editores, viola derechos de copyright.

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    Ttulo de la edicin original:

    Puteschestvie iz Peterburga v Moskvu

    Primera edicin: 2007

    Maldoror ediciones Traduccin: Jorge Segovia y Violetta Beck

    ISBN 13: 978-84-96817-04-3

    Maldoror edicioneswww.maldororediciones.eu

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    Viaje de Petersburgo

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    Monstruo fatuo, malvado, gigantesco,que ladra por sus cien bocas...

    Telemjida, t.II, libro XVIII, vs 51

    A mi muy querido amigo A.M.K.

    ualesquiera que sean los frutos delespritu y el corazn, los mismos tesern dedicados, oh, mi benevolente

    amigo! Aunque mis opiniones disienten de lastuyas en muchos puntos, tu corazn late alunsono con el mo y eres mi amigo.

    He contemplado en torno a m y los sufrimien-tos de la humanidad han mortificado mi alma.Volv esa mirada hacia mi interior y pude verque las desdichas del hombre se deben almismo hombre, por la nica razn de que amenudo no mira de frente los objetos que lerodean. Acaso, pens, la naturaleza ha sidotan avara con sus hijos como para ocultarle

    la verdad durante siglos a quienes se extra-van inocentemente? Acaso esta terriblemadrastra nos ha engendrado para que sinti-ramos las desgracias y nunca la felicidad? Mialma se estremeci ante este pensamiento y micorazn lo apart lejos de s. Finalmente,encontr el consuelo en el mismo hombre.

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    Apartar de los ojos la venda que tapa elsentimiento natural y ser feliz! La voz dela naturaleza reson poderosa en mi carne.

    Sbitamente despertaba de la zozobra en queme haban sumido la sensibilidad y conmise-racin, sent en mi interior la fuerza sufi-ciente para enfrentarme a los extravos yoh, indecible alegra! que tambin eraposible que cualquiera pudiese ser partcipeen el bienestar de sus semejantes. Estas

    reflexiones me llevaron a escribir lo que vasa leer. Pero me dije a m mismo, si encuen-tro a alguien que apruebe mi intencin y que,por la noble causa que persigue, no menos-precie lo que no supe expresar de mejor mane-ra, que sienta conmigo las desdichas de sushermanos y me apoye en mi camino, acaso nosera ese ya el fruto de mi trabajo? Por

    qu, por qu buscar a alguien lejos? Amigomo, t vives cerca de mi corazn y tunombre iluminar este comienzo.

    La partida

    espus de cenar en compaa de mis ami-gos, me acomod en un kibitka. Elcochero, como de costumbre, hizo galo-

    par los caballos a un gran trote, y, unosminutos ms tarde, me encontraba ya a lasafueras de la ciudad. Es penoso separarse,aunque sea por poco tiempo, de quienes se hanhecho necesarios en cada instante de nuestraexistencia. Despedirse es difcil: perodichoso aquel que puede despedirse sin son-rer, pues el amor o la amistad le esperan

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    para consolarle. Lloras mientras dices adis,pero recuerda que volvers, y ante esa ideatus lgrimas se secarn como el roco al sol.

    Dichoso aquel que rompe a llorar, pues espe-ra quien le consuele; dichoso aquel que enocasiones vive en el futuro; dichoso aquelque vive en sus sueos: su ser deviene mspleno, sus placeres se multiplican y la sere-nidad calmar su melancola, creando imgenesde felicidad en el espejo de la imaginacin.

    Viajaba recostado en el kibitka. El tintineode la campanilla de postas, que sonaba mon-tono en mis odos, acab por convocar al bien-hechor Morfeo. En mi soledad, la amargura demi separacin que me suma en un estado pr-ximo a la muerte se hizo ms evidente. Me vien una vasta llanura quemada por el sol y pri-vada de cualquier encanto o espesura vegetal;

    no haba ni un manantial para refrescarse nila sombra de un rbol para aplacar el calor.Un ermitao solitario, abandonado en mediode la naturaleza! Me estremec. Desgraciado,exclam, dnde ests? A dnde ha ido a parartodo lo que te fascinaba? Dnde est aquelloque haca tu vida agradable? Acaso las ale-gras que has disfrutado fueron slo sueos y

    fatamorganas? Para mi suerte, en el caminohaba un escollo contra el que se golpe unarueda de mi kibitka, y me despert. El carrua-je se detuvo. Alc la cabeza y mir al exte-rior: en aquel lugar desierto se levantabauna construccin de una planta. Qu esesto? le pregunt a mi cochero. Una casa de

    postas. Pero dnde estamos? En Sofiarespondi, mientras desenganchaba loscaballos.

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    Sofia

    or todas partes, silencio. Sumido enmis pensamientos, no ca en la cuentade que mi kibitka llevaba mucho tiempo

    detenido, y sin caballos. El cochero que mehaba trado hasta aqu me sac de mi ensoa-cin. Seor, la voluntad! Aunque fuese

    ilegal, aquella tasa era pagada de buena ganapor todo el mundo, para poder viajar sin pro-blemas. Me bastaron veinte kopeks. Todo aquelque ha viajado en coche de postas sabe que lahoja de ruta es un salvoconducto sin el cualcualquier monedero exceptuado el de ungeneral, sin duda, sera esquilmado. Trassacarlo de un bolsillo, avanc con l, delmismo modo que algunos caminan con una cruzpara protegerse.Encontr al encargado de postas roncando y losacud ligeramente por el hombro. Malditasea, qu sucede? A quin se le ocurre salirde la ciudad en plena noche? No hay caballos;an es muy pronto; se lo ruego, vaya a la

    posada si quiere, bbase un t o duerma unpoco. Dicho esto, el seor encargado de pos-tas se volvi contra la pared y comenz a ron-car de nuevo. Qu hacer? Lo zarande otra vezpor el hombro. Maldita sea! Ya le dije queno hay caballos, y, tapndose la cabeza conla manta, el seor encargado de postas me diola espalda. Si todos los caballos estn en

    ruta, pens, no sera justo impedirle dormir.Pero si estn en las cuadras... Decid com-probar si deca la verdad. Sal al patio,encontr las caballerizas y descubr all almenos veinte caballos; aunque, a decir ver-dad, parecan estar famlicos, pero aun ascre que podran llevarme igualmente hasta el

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    siguiente relevo. Sal de las caballerizas yregres a donde estaba el encargado de pos-tas: ahora lo zarande con ms violencia. Me

    pareci que estaba en mi derecho, tras descu-brir que me haba mentido. Se levant de prisay todava con los ojos cerrados, balbuci:Quin ha llegado? Acaso... Pero, volvien-do en s, al verme dijo: Por lo visto, joven,ests acostumbrado a tratar con cocheros delos de antes, a los que molan a palos. Pero

    esos tiempos ya han pasado. El seor encar-gado de postas, iracundo, volvi a acostarse.Tena ganas de obsequiarle del mismo modo quea los antiguos cocheros cuando daban pruebade socarronera, pero mi anterior gesto degenerosidad, cuando el cochero local me pidila voluntad y le obsequi con una propina,anim a los cocheros de Sofia a uncir presta-

    mente los caballos y, justo en el momento enque me dispona a cometer un desmn contra laespalda del encargado de postas, la campani-lla reson en el patio. Me comport como unbuen ciudadano. As, una pieza de cobre deveinte kopeks evit una investigacin contraun hombre pacfico y de un ejemplo de intem-perancia a causa de la ira a mis hijos.

    Aprend que la razn es esclava de la impa-ciencia.Cuando los caballos iban a galope tendido, micochero enton una cancin melanclica, comode costumbre. Quien conozca esas cancionespopulares rusas sabe que expresan, por decir-lo as, la afliccin del alma. Casi todas

    estas voces tienen una dulce entonacin. Apartir de esa disposicin musical del ododel pueblo, bien sabe ste cmo manejar lasriendas del gobierno! Descubrirs en esascanciones el carcter del alma de nuestropueblo. Observa al hombre ruso: comprobarsque es meditabundo. Si quiere escapar al abu-rrimiento o, como l mismo dice, si quiere

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    divertirse, va a la taberna. Cuando sedivierte, es impetuoso, temerario y penden-ciero. Si algo no es de su gusto, enseguida

    comienza una discusin o una pelea. Un traba-jador que va a la taberna con la cabeza gachay regresa ensangrentado a causa de la palizaque ha recibido, puede resolver muchas cosasque hasta ahora resultaban enigmticas en lahistoria de Rusia.Mi cochero cantaba. Eran las dos de la madru-

    gada. Como antes la campanilla, ahora era sucancin la que me induca al sueo. Oh, natu-raleza!, t que envuelves al hombre en unmanto de dolor desde su nacimiento, y loarrastras por las inmisericordes cumbres delmiedo, del tedio y la tristeza a lo largo desu vida, le has dado para su disfrute elsueo. Al fin me qued dormido y todo acab.

    El despertar resulta insoportable para undesdichado. Oh, qu agradable encuentra lamuerte! Pero acaso es esta el fin del dolor?Padre de todo bien, es que apartaras tumirada de aqul que valerosamente acaba consu miserable existencia? Es a ti, fuente debienaventuranza, a quien se ofrece estesacrificio. Slo t le das fuerza al ser que

    tiembla y se estremece. Es la voz del padrellamando haca s a sus hijos. T me diste lavida y a ti te la devuelvo: sobre la tierrase ha convertido en algo intil.

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    Tosna

    ras abandonar Petersburgo, imagin queel camino sera mejor. Al menos, asles pareca a todos aquellos que lo

    haban recorrido en pos del soberano. Y loera, en efecto, aunque por poco tiempo. Latierra que se haba echado sobre el camino,para que en la poca seca quedara liso, una

    vez empapada por las lluvias se convirti enuna gran superficie enlodada que lo hacaimpracticable... Molesto por aquel infernalcamino, sal de mi kibitka y me acerqu a unaisba de postas con la intencin de descansar.All, encontr a otro viajero que sentado enun rincn, en la habitual larga mesa campesi-

    na, ordenaba sus papeles y le peda al encar-gado de postas que consiguiese lo antes posi-ble unos caballos. Cuando le pregunt conquin tena el honor de hablar, pude saberentonces que era escribano a la antiguausanza de un tribunal; se diriga aPetersburgo con un montn de ajados papelesque en ese momento estaba ordenando. Pronto

    entabl conversacin con l y esto fue lo quehablamos.Querido Seor, este su muy humilde servidor,como archivero en el archivo herldico, tuvoocasin de sacar provecho del puesto que de-sempeaba. No sin grandes trabajos, puderecopilar el rbol genealgico, fundamen-tado en slidas pruebas, de muchas familias

    rusas. Puedo demostrar su origen principescoo noble con una antigedad de varios cientosde aos. Asimismo, puedo restablecer ms deuna dignidad principesca remontando su origena Vladimir Monmaco o incluso hasta el mismoRurik. Querido seor, prosigui, mostrndomelos papeles, toda la nobleza rusa debera

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    comprar mi trabajo y pagar por l lo mismo quepagaran por el bien ms preciado. Pero, sisu excelencia, su ilustrsima o su seora

    no s cul es vuestro tratamiento me auto-riza a decirlo, no saben lo que les conviene.No dudo que usted sabr hasta qu punto suserensima el zar Fiodor Alekseievich, debienaventurada memoria, ofendi a la noblezaal suprimir el derecho de preeminencia. Esarigurosa ley situ a muchas familias princi-

    pescas y nobles de honra al mismo nivel quela nobleza de Novgorod. Pero su serensima elzar Pedro el Grande los aclips por completocon su Tabla de Rangos. As, pues, abri elcamino para que, a travs de los serviciosmilitares o civiles, cualquiera pudiese obte-ner un ttulo nobiliario y de esa forma, poras decirlo, puso en un atolladero a la anti-

    gua nobleza. Ahora, nuestra reinante y aman-tsima madre, ha confirmado los antiguos uca-ses sobre el reglamento de la nobleza con unadisposicin imperial que ha alarmado a todosnuestros rancios linajes, ya que las antiguasfamilias han quedado en los registros de lanobleza en el lugar ms bajo. Sin embargo,corren rumores de que pronto se publicar

    como adenda un ucase segn el cual, las fami-lias que puedan probar su origen noble con unaantigedad de doscientos o trescientos aos,se vern atribuir el ttulo de marqus o algnotro de notoriedad, y gozarn, frente a otrasfamilias de menor abolengo, de ciertos privi-legios. Por esta razn, querido seor, mi

    trabajo ser siempre bien acogido en cual-quier ambiente aristocrtico, aunque en todaspartes hay sus canallas.En Mosc, trab relacin con unos jvenesseores a quienes ofrec mis trabajos, a finde que gracias a su aquiescencia pudieserecuperar al menos mis gastos de papel ytinta, pero en lugar de ser acogido benevo-

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    lentemente, me pusieron en ridculo; enton-ces, dej con pesar esa capitalina ciudad ytom el camino de Petersburgo donde, como se

    sabe, hay mucha ms educacin.Tras decir lo cual, se inclin ante m y, unavez enderezado, se qued mirndome con grandeferencia. Comprend sus pensamientos y echmano de mi bolsa... Y, dndole una pieza, leaconsej que una vez que llegara a Peters-burgo vendiese sus papeles al peso a los cha-

    marileros, ya que un marquesado imaginariopuede hacer perder la cabeza a ms de uno, loque podra ser causa de que renaciera en Rusiaun mal ya erradicado: la vanidad de las anti-guas familias.

    Liuban

    o creo que pueda importarle al lectorque yo viajase en verano o en invier-

    no. Tal vez ocurriera en invierno y enverano. Eso no es nada raro para los viaje-ros: parten en trineo y regresan en telega.En verano, el camino cubierto de ramas cadasestaba torturando mis costillas por lo que medecid a bajar del kibitka y prosegu a pie.Mientras iba echado en mi carruaje, mis pen-samientos giraban en torno a la inconmensura-

    bilidad del mundo. Pens que separando loespiritual de lo terreno las sacudidas delkibitka se me haran ms soportables. Perolos ejercicios espirituales no siempre nosliberan de nuestra envoltura carnal y paraproteger mis costillas, segu a pie. A unoscuantos pasos de la ruta, vi a un campesino

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    que araba un campo de labranza. Haca calor.Mir la hora: las doce y cuarenta minutos. Yohaba salido en sbado, y, por lo tanto, hoy

    era festivo. El campesino que labraba perte-neca, por supuesto, a un hacendado que no leexiga el obrok. El campesino trabajaba conmucho celo. Pareca evidente que el campo noperteneca al seor. Manejaba el arado conuna habilidad asombrosa. Con Dios! dijeacercndome a l, quien, sin detenerse, acab

    el surco que haba comenzado. Con Dios! lerepet. Gracias, barino, me respondi,sacudiendo la reja del arado y pasndolo a unnuevo surco. Sin duda t eres un cristianoviejo si aras en domingo No, seor, me san-tiguo como debe hacerse, dijo mostrndometres dedos unidos. Pero Dios es misericordio-so: no quiere que muramos de hambre mientras

    tengamos fuerzas y una familia. Acaso noencuentras tiempo para trabajar durante lasemana, que ni siquiera en domingo puedesdescansar, y ms an con este calor? La sema-na, barino, tiene seis das y seis veces porsemana vamos a la faena; y al final de la jor-nada, si el tiempo es bueno, llevamos el restode heno desde el bosque a la casa del seor.

    Y las mujeres y las nias, los das festivosvan al bosque a recoger setas y bayas. QuieraDios, dijo santigundose, que llueva un pocoesta tarde. Seor, si tiene mujiks, tambinle implorarn del mismo modo. Yo no tengomujiks, amigo mo, y por eso nadie me maldi-ce. Tienes mucha familia? Tres hijos y tres

    hijas. El mayor ya va por sus diez aos.Pero cmo consigues ganar tu pan si slotienes libres los festivos? No slo los fes-tivos, sino tambin las noches. Quien no hol-gazanea, no se muere de hambre. Mire, mien-tras aquel caballo est descansando, estetrabaja y cuando se cansa vuelvo a coger elprimero. Tiene sus ventajas. Trabajas as

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    para tu seor? No, barino, sera un pecadotrabajar de la misma manera. En sus campos,tiene cien manos para una sola boca, y yo

    tengo dos para mis siete bocas, usted tambinsabe contar. Y por mucho que te afanes, cuan-do trabajas para el seor, no te da ni lasgracias. El barino no paga el tributo, no nosda ni corderos, ni arpillera, ni gallinas, nimanteca. Para vivir, sera mejor para no-sotros que el barino pagase el tributo de los

    campesinos, y an mucho mejor si no hubieseintendente. Es verdad que a veces esos buenosseores se quedan con ms de tres rublos poralma, pero cualquier cosa es mejor que labarschina. Y, adems, se comenta que ahoravan a dar las aldeas en arrendamiento, comosuele decirse. Pero a eso nosotros lo llama-mos entregar el alma. El arrendador acaba por

    sacarle la piel a los mujiks y ni siquiera nosdeja hacer trabajos ms provechosos. Eninvierno no nos permite hacer acarreo, comotampoco nos autoriza a trabajar en la ciudad:tenemos que trabajar todo el tiempo para lporque nos paga el tributo. No hay invencinms diablica que entregar a tus campesinos aun extrao y hacerlos trabajar para l. De un

    mal intendente an podemos quejarnos, peroqu podemos hacer cuando se trata de un arren-dador? Amigo mo, te equivocas, las leyesprohben que se torture a la gente.Torturar? Es verdad, y supongo, barino, quet no querrs arrancarme la piel.Entretanto, el labriego haba uncido el otro

    caballo al arado y, tras empezar un nuevosurco, se despidi de m.La conversacin con este labriego despert enm un cmulo de pensamientos. En principio,la inmoral situacin en que se encuentra elcampesinado. Compar a los campesinos de lacorona con aquellos que pertenecan a loshacendados. Unos y otros viven en las aldeas,

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    pero mientras que unos pagan una cantidad yaestipulada, los otros quedan a expensas de loque quiera cobrarles su seor. Unos son juz-

    gados por sus iguales, y los otros no existenpara la ley, salvo cuando se trata de cues-tiones penales. Un miembro de la sociedadslo llega a ser conocido por el Estado quedebiera protegerle cuando transgrede el pactosocial, cuando se convierte en un delincuen-te! Este pensamiento encendi mi sangre.

    Tiembla, hacendado de cruel corazn, puesleo tu condena en la frente de cada uno de tuscampesinos! Sumido en estas reflexiones,mir al desgaire hacia mi criado quien, sen-tado en el kibitka delante de m, se balance-aba ora a un lado ora al otro. Sbitamente,sent que un fro helado corra por mis venasy que, desplazando el calor hacia la parte

    superior de mi cuerpo, ruborizaba mi rostro.Me sent tan avergonzado en lo ms ntimo quepoco me falt para echarme a llorar. T medeca a m mismo, la emprendes contra unorgulloso seor que desloma a sus campesinosen sus campos, pero no actas igual, o anpeor? Qu delito pudo cometer tu buenPetrushka para que no le permitas gozar de lo

    que suaviza nuestras desgracias, de ese donsupremo como es el sueo, que la naturale-za le otorga al desdichado? Recibe un sala-rio, est alimentado, vestido, jams leazoto, ni con la vara ni con el ltigo (oh,hombre moderado!), y piensas que un trozo depan y un retal de pao te dan derecho a com-

    portarte con un igual como si de una peonzase tratara, y adems te vanaglorias de no hos-tigarle a menudo para que d vueltas. Sabeslo que, en la ley primigenia, est escrito enel corazn de cada uno? Si golpeo a alguien,l puede pagarme con la misma moneda.Recuerda aquel da en que Petrushka estabaebrio y no atin a vestirte. Recuerda la bofe-

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    tada que le soltaste. Oh, si entonces, apesar de estar borracho, hubiese vuelto en sy hubiera respondido de la misma manera a tu

    accin! Quin te ha dado poder sobre l? Laley. La ley? Te atreves a mancillar esapalabra sagrada? Desdichado... Las lgrimasbrotaron de mis ojos y segu en ese mismoestado hasta que los jamelgos de la posta mellevaron al relevo siguiente.

    Chudovopenas haba puesto un pie en la isba de

    postas cuando o en la calle el sonidode la campanilla de un carruaje; unosminutos ms tarde entraba en la isba mi amigoCh. Lo haba dejado en Petersburgo y en aquelmomento no pareca tener intenciones de aban-donarla tan pronto. Un singular acontecimien-to haba empujado a aquel hombre de fuertecarcter, que era amigo mo, a abandonar la

    capital. Esto es lo que me cont.T te disponas a partir cuando yo me tras-lad a Petergof. All disfrut del modo msalegre posible, divirtindome entre el ruidoy la embriaguez. Pero, como deseaba que miviaje tuviera alguna utilidad, decid ir aKronstadt y Sestroretsk, donde me dijeron queen los ltimos tiempos se haban producido

    grandes cambios. Con gran placer me qued dosdas en Kronstadt, deleitando mi vista con elespectculo de muchos barcos extranjeros, conla muralla de piedra de la fortaleza y lasnuevas construcciones que se elevan hacia elcielo. Sent curiosidad por ver el plano dela nueva Kronstadt e imagin con placer la

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    belleza de las construcciones previstas. Enuna palabra, el segundo da de mi estanciaall termin entre la alegra y la fascina-

    cin. La noche era serena y luminosa, el aireembalsamado instilaba en el alma una especialternura ms fcil de sentir que de describir.Me propuse aprovechar la bondad del tiempo ydisfrutar aunque slo fuese una vez en lavida, del fascinante espectculo de la pues-ta de sol, que an no haba tenido ocasin de

    contemplar sobre la lisa superficie del hori-zonte marino. Alquil una barca de doce remosy puse rumbo a S.Navegamos felizmente unas cuatro verstas. Lamonotona del chapoteo de los remos provocen m una extraa somnolencia y por mor deldestello de las gotas de agua que caan de laspalas de los remos un especie de visin ln-

    guida se apoder de m. Mi imaginacin poti-ca me transport entonces a los deliciososprados de Pafos y Amat. De pronto, el agudosilbido del viento que se levant a lo lejosacab con esa ensoacin, y espesas nubesparecieron acechar sobre nuestras cabezasamenazando con caernos encima. La superficiede las aguas comenz a rizarse y el silencio

    dejaba paso al tumulto de las olas. Aquelespectculo me maravillaba: contemplaba lagrandiosa manifestacin de la naturaleza ylo digo sin jactarme lo que comenzaba a ate-morizar a los dems a m casi me alegraba, y,como un Vernet, me rea a veces a carcajadas:ah, qu belleza! Pero el viento, cada vez ms

    fuerte, pronto nos oblig a pensar en el modode alcanzar la orilla. Fuliginosas nubescubrieron el cielo que se oscureci por com-pleto. El fuerte oleaje le impeda al timonelmantener el rumbo, y la borrasca nos levanta-ba ora sobre la cresta de las aguas, ora nossuma en las escarpadas simas de las olas,privando a los remeros de la fuerza necesaria

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    para progresar. Siguiendo a la deriva ladireccin del viento, nos vimos abandonados anuestra suerte. En ese momento, incluso la

    orilla, que en una navegacin normal podrasignificar para nosotros la calma, tambinnos atemorizaba. La naturaleza pareca envi-diarnos, as que nos indignamos contra ellaporque en ese instante desplegaba su terriblegrandeza, deshacindose en relmpagos y rayosy el retumbo pavoroso de los truenos. Pero la

    esperanza acompaa al hombre hasta el final yes as como nos dio fuerzas, en tanto nos an-mabamos unos a otros hasta donde nos era posi-ble. Arrastrada por las olas, nuestra embar-cacin encall sbitamente. Ni aun aplicandonuestras fuerzas al unsonono, pudimos sacar-la del lugar en que haba quedado varada.Mientras intentbamos liberar la embarcacin

    del banco de arena, no nos dimos cuenta de queel viento, entretanto, se haba calmado casipor completo. Poco a poco el cielo se abrapaso entre las nubes que oscurecan el azur.Pero en lugar de traernos la alegra, aquellaluminosidad nos mostr lo desesperado denuestra situacin. Pudimos ver claramente quenuestra embarcacin no estaba en ningn banco

    de arena, sino que se hallaba varada entre dosgrandes escollos y que, adems, no habafuerza capaz de sacarla de ah sin dao.Imagnate, amigo, nuestra situacin; todo loque podra decir sera poco para expresar missentimientos. Aunque pudiera describir cadavacilacin de mi espritu, no sera ms que

    un triste intento de provocar en ti algo pare-cido a los sentimientos que entonces meembargaban. Nuestra embarcacin estaba inmo-vilizada en medio de un rosario de escollosque cerraba el golfo y se extenda hasta S.Nos hallbamos a una versta y media de la ori-lla. El agua comenzaba a entrar por todas par-tes en la embarcacin y amenazaba con hundir-

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    nos completamente. En la hora final de nues-tra vida, cuando la luz nos abandona y se abrela eternidad, caen todos los muros que la

    sociedad ha levantado entre los hombres. Enese instante, el hombre se convierte simple-mente en un hombre: de esta manera, viendo quese acercaba el final, todos nos olvidamos dela clase a la que pertenecamos y pensamos ennuestra salvacin, achicando el agua lo mejorque podamos. Pero de qu serva aquello?

    Toda el agua que sacbamos uniendo nuestrasfuerzas, volva a cumularse al instante.Comoquiera que ni cerca ni a lo lejos se veaembarcacin alguna, nuestros corazones caye-ron en una afliccin an mayor. E incluso, encaso de que se presentara a nuestra vista,tan slo hubiera aumentado nuestra desespera-cin cuando se alejara de nosotros para evi-

    tar un destino parecido al nuestro.Finalmente, nuestro timonel, ms acostumbra-do que el resto de nosotros a las situacionesde peligro en el mar por haberse visto obli-gado a afrontar la muerte cara a cara, consangre fra, en distintos combates navalesdurante la pasada guerra turca en el archi-pilago griego, decidi o bien salvarnos,

    salvndose l mismo, o bien morir llevando acabo esa proeza, pues, si nos quedbamosall, nos esperaba una muerte segura. Despusde salir de la embarcacin saltando a unaroca, dirigi sus pasos hacia la orilla,pasando de un escollo a otro y acompaado pornuestras sinceras plegarias. Al comienzo, se

    abri camino con gran energa, saltando deuna a otra roca, atravesando el agua a pieall donde era posible, y a nado cuando erams profunda. No le quitamos los ojos de enci-ma. Finalmente, pudimos ver como le comenza-ban a abandonar las fuerzas, pues se despla-zaba de una a otra roca ms lentamente, dete-nindose a menudo y sentndose en un escollo

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    para retomar aliento. A veces nos pareca quequedaba pensativo y dudaba sobre el camino aseguir. Y eso motiv que uno de sus compae-

    ros intentara reunirse con l, para prestar-le ayuda en caso de que se quedara sin fuer-zas antes de alcanzar la orilla, o para alcan-zarla l mismo si aquel no lo lograba.Nuestras miradas seguan ora a uno, ora alotro, y nuestras plegarias para que nada maloles ocurriese no eran hipcritas. Finalmente,

    el segundo de esos epgonos de Moiss, que apie atravesaba los abismos marinos sin que sellevase a cabo ningn milagro, se qued inm-vil sobre una roca, aunque por entonces yahabamos perdido completamente de vista alprimero. Los sentimientos que hasta esemomento habamos acallado, por as decirlo,por el miedo, comenzaron a aflorar ante la

    prdida de esperanza. Entretanto, el agua sehaba acumulado en la barca y a medida queredoblbamos nuestro esfuerzo para achicarla,se agotaban nuestras fuerzas. Un hombre decarcter colrico e impaciente comenz aarrancarse el pelo, a morderse los dedos,maldiciendo la hora de su partida. Otro, dealma pusilnime y que quiz hubiese sufrido

    el peso de una servidumbre abrumadora, comen-z a gemir entre espasmos sobre el banco enque estaba tumbado. Un tercero, acordndosede su casa, sus hijos y su mujer, permanecasentado y como ajeno, pensando no en su pro-pia muerte, sino en la de ellos, pues slosubsistan gracias a su trabajo. Cul no

    sera mi estado de nimo? Adivnalo, amigomo, t mismo, pues t me conoces bien. Tanslo te dir que le rezaba a Dios con vehe-mencia. Finalmente, todos cedimos a la deses-peracin, pues nuestra barca estaba anegadade agua hasta la mitad, y llegaba a nuestrasrodillas. Ms de una vez pensamos en abando-nar la embarcacin y caminar sobre la cresta

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    de los escollos hasta la orilla, pero el hechode que uno de nuestros compaeros llevara yavarias horas sobre las rocas y que el otro

    hubiera desaparecido de nuestra vista, noshaca concebir ese recorrido como mucho mspeligroso, sin duda, de lo que realmente era.Presa de tal desolacin pudimos ver cerca dela orilla opuesta, a una distancia de no-sotros que no podra determinar con preci-sin, dos manchas negras sobre el agua, que

    parecan desplazarse. Poco a poco, aquellospuntos negros y mviles aumentaron de tamao;finalmente, se fueron acercando: eran dospequeas embarcaciones que navegaban derechashacia donde nos encontrbamos, sumidos ya enuna desesperacin cien veces mayor que laesperanza que suscit el verlas. Del mismomodo que en un templo oscuro, inaccesible por

    completo a la luz, se abre una puerta y entrala claridad del da claridad que dispersarlas tinieblas, y que acabar despus difun-dindose hasta el ltimo rincn del templo,as, ante la visin de aquellas embarcacio-nes, la luz de la esperanza salvadora penetrnuestras almas. La desesperacin mud alxtasis, la amargura dio paso a las exclama-

    ciones de jbilo, aunque corramos ciertopeligro debido a los movimientos de alegra yla resaca que pudo llevarnos a nuestra prdi-da antes de que estuvisemos fuera de peli-gro. Pero la esperanza de sobrevivir, alregresar a nuestro corazn, despert de nuevolos sentimientos de angustia por nuestro

    estado y que con el peligro haban quedado enun segundo plano. Eso sirvi esta vez alinters comn. Yo moder un exceso de alegraque poda ser perjudicial. Poco ms tarde,vimos dos barcazas de pescador que se acer-caban a nosotros y, cuando nos alcanzaron,camos en la cuenta de que en una de ellasestaba nuestro salvador, quien, despus de

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    haber cruzado la cresta rocosa hasta la ori-lla, haba encontrado aquellas barcas pararescatarnos de una muerte segura. Sin perder

    un minuto, dejamos nuestra embarcacin y des-pus navegamos hasta la orilla en las barca-zas que nos haban recogido, sin olvidarnosde recuperar a nuestro camarada en el roque-dal donde se encontraba desde haca casisiete horas. No haba pasado ni media horacuando nuestra barca, inmovilizada entre los

    escollos, y ya liberada de nuestro peso,emergi a la superficie y acto seguido sehundi por completo. Mientras navegbamoshacia la orilla en medio de la alegra y laexaltacin, Pavel as se llamaba el compa-ero de viaje que nos haba sustrado alpeligro nos hizo el relato siguiente:Despus de haberos dejado en medio del peli-

    gro, me apresur a ganar la orilla pasandosobre las rocas. El deseo de salvaros me diofuerzas sobrenaturales; pero a un centenar desagenas de la costa, mis fuerzas comenzaron aflaquear y me asalt la duda: podra salva-ros de la muerte y seguir yo mismo con vida?Pero despus de tumbarme una media hora sobreuna roca, me levant con renovadas fuerzas y,

    sin descansar ms, me arrastr, por asdecirlo, hasta la orilla. All, me tend enla hierba y, tras recuperarme durante unosdiez minutos, me levant y corr con laspocas fuerzas que me quedaban a lo largo dela orilla hacia S. Estaba totalmente exhaus-to, pero el acordarme de vosotros me daba

    nimo y todava me sorprendo de cmo pude lle-gar a la ciudad. Pareciera que el cielo que-ra poner a prueba vuestra firmeza y mipaciencia, porque ni a lo largo de la orillani en S. encontr ninguna barca para ir arecogeros. Al borde de la desesperacin,pens que no podra encontrar mejor ayuda quela del comandante del lugar. As, pues, me

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    apresur hasta donde se alojaba. Eran algoms de las seis. En la antecmara me encontrcon un sargento. Tras haberle hecho un breve

    relato sobre la razn de mi presencia e infor-marle de vuestra situacin, le ped que des-pertase a G. que an descansaba a esa hora.El sargento arguy: Amigo mo, no me atrevo.Cmo que no te atreves? Hay veinte hombresahogndose y t no te atreves a despertar alque puede salvarlos? Mientes tunante, yo

    mismo lo har... El sargento, agarrndodomesin miramientos por los hombros me echfuera. Poco me falt para morir de disgusto.Pero pensando ms en el peligro que corraisque en la ofensa sufrida o el cruel trato queel comandante deba infligirle al subordina-do, corr hasta el puesto de guardia que seencontraba a unas dos verstas de distancia de

    la maldita casa de la que me haban arrojado.Saba que los soldados que all se alojabantena unas barcas con las que, navegando porel golfo, recogan cantos rodados con el finde venderlos para la construccin de carrete-ras, y mis esperanzas no fueron vanas.Encontr esas dos barcazas y ahora mi alegraes inenarrable: todos estis a salvo. Si os

    hubierais ahogado, yo mismo me hubiese lanza-do al agua para ir a buscaros.Pavel estaba fundido en lgrimas mientras noshaca este relato. Entretanto ya habamosalcanzado la orilla. Tras dejar la embarca-cin, yo ca de rodillas y levant los brazosal cielo. Padre todopoderoso, exclam, gra-

    cias a ti vivimos; nos has hecho sufrir unaprueba. Que se haga tu voluntad. Esta, amigomo, no es ms que una pobre imagen de lo quesent. El horror de la hora final penetr enmi alma, pude contemplar el instante en queiba a dejar de existir. Qu sera de m? Loignoraba. Qu espantosa incognita. Sentaentonces que haba llegado mi hora: estaba

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    muerto; el movimiento, la vida, los senti-mientos, los pensamientos, todo iba a de-saparecer en aquel instante. Imagnate, amigo

    mo, al borde de la tumba: acaso no senti-ras que un fro glacial corre por tus venasy corta tu vida para siempre? Oh, amigo mo!Pero me he apartado de mi relato.Una vez terminada mi plegaria, mi corazn sellen de ira. Acaso es posible, me dije, queen nuestra poca, en Europa, cerca de la capi-

    tal, ante los ojos de un gran gobernante sehaya cometido tamaa inhumanidad? Me acordde los presos ingleses en las mazmorras delsubab de Bengala.Suspir desde el fondo de mi alma. Entre-tanto, habamos llegado a S. Pens que elcomandante, tras haberse despertado, castiga-ra a su sargento y nos dira a los que tanto

    padecimos en el agua al menos unas palabrasde consuelo. Me encamin, pues, hasta dondese alojaba alimentando esa esperanza. Pero yoestaba tan irascible por el comportamiento desu subordinado que no pude medir mis pala-bras. Al verle, dije: Seor! Sabe ustedque hace tan slo unas pocas horas veinte hom-bres se encontraban en peligro de perder la

    vida en el agua y precisaban de su ayuda? Mecontest con la mayor frialdad, sin dejar defumar: Acaban de informarme, pero hace algu-nas horas, yo dorma. Entonces, tembl derabia. Si tan profundamente duermes debe-ras ordenar que te despierten de un marti-llazo en la cabeza, cuando unos hombres se

    estn ahogando y piden tu ayuda! Adivina,amigo mo, cul fue su respuesta. Cre que meiba a dar un ataque ante lo que escuch. Medijo: Esa no es mi obligacin. Perd lapaciencia. Acaso tu obligacin consiste enmatar a unos hombres, miserable? Y t llevasdistintivos, mandas sobre otros?... No pudeterminar mi frase, casi le escup a la cara y

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    sal. Me tiraba de los pelos de disgusto. Meformul cien hiptesis para vengarme de aquelbrbaro comandante, no por m sino por la

    humanidad. Pero sobreponindome, y, al ampa-ro de otros recuerdos, me convenc de que mivenganza sera infructuosa y que me arriesga-ba a pasar por un hombre violento o malo. Yme tranquilic.Mientras tanto, mis compaeros de desgraciahaban ido a casa del sacerdote, que nos reci-

    bi con gran alborozo: nos permiti entrar encalor, nos dio de comer y nos ofreci descan-so. Permanecimos en su casa veinticuatrohoras, disfrutando de su hospitalidad y sumesa. Al da siguiente, tras haber consegui-do una barcaza, llegamos sin ms complicacio-nes a Oranienbaum. En Petersburgo cont estaaventura a unos y otros. Todos se compadecie-

    ron del peligro que habamos afrontado, todosreprobaron la crueldad del comandante peronadie manifest abiertamente su repulsa poraquel hecho. Si nos hubisemos ahogado, lhubiera sido nuestro verdugo. Pero en susfunciones no est previsto que deba salvar anadie, coment alguien. Ahora, me despidodefinitivamente de esta ciudad. Nunca ms

    volver a entrar en esta guarida de tigres.Su nica diversin es despedazarse unos aotros, su placer consiste en torturar aldbil hasta que agoniza y arrastrarse ante elpoder. Y t que queras que me instalara enla capital! No, amigo mo me dijo el narra-dor, levantndose de su silla, ir all a

    donde no va la gente, donde se ignora lo ques un hombre y donde su nombre es desco-nocido. Adis.Se instal en su kibitka y parti.

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    Spaaskaia Polest

    is caballos emprendieron un trote tanendemoniado en pos de mi amigo que loalcanc en el relevo de la posta si-

    guiente. Intent convencerle de que regresa-ra a Petersburgo, quera demostrarle que lospequeos desrdenes particulares en la socie-

    dad no quiebran sus lazos, del mismo modo queun perdign que cayera en el mar no podraalterar la superficie del agua. Pero l merespondi categricamente: Si yo, como talminsculo perdign, cayese al fondo, doy porsupuesto que no habra una tormenta en elgolfo de Finlandia, sino que me ira a vivir

    con las focas. Y despidindose de m con aireindignado, se instal en su kibitka para pro-seguir sin ms demora su camino.Mis caballos estaban listos; ya haba alzadoun pie para subir a mi carruaje cuando repen-tinamente comenz a llover. No parece impor-tante, pens, cerrar la capota y estar aresguardo. Pero apenas esa idea cruz mi

    pensamiento cuando tuve la impresin de queme tiraban de cabeza en un agujero excavadoen la nieve. El cielo, sin consultarme, des-carg sus nubes y comenz a llover a mares.Con el tiempo no hay manera de llegar a unacuerdo, y, como dice el refrn: la prisa esmala consejera. Sal del kibitka y me meten la primera isba que encontr. El dueo ya

    se haba ido a acostar y la estancia estabaen penumbra. Pero, a pesar de la oscuridad,ped permiso para secarme. Me quit las ropasmojadas y coloqu las que estaban un poco mssecas a modo de almohada, debajo de la cabe-za, y no tard en quedarme dormido sobre unbanco. Pero mi lecho no era de plumas y ape-

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    nas pude descansar a gusto. Cuando despert,o que alguien susurraba. Pude distinguir dosvoces que conversaban. Bueno, esposo, cun-

    tame entonces, deca una voz femenina.Escucha, mujer.rase una vez... Eso parece un cuento dehadas cmo voy a creerme un cuento? dijo lamujer a media voz bostezando de sueo. Acasome puedo creer que Polkan, Bova o el BandoleroRuiseor existieron realmente? Pero quin

    te obliga a creer? Cree lo que quieras. Perolo cierto es que en la antigedad se tenarespeto a la fortaleza fsica, y que algunoshroes la utilizaban para hacer el mal. Mirasino a Polkan. En cuanto al Bandolero Rui-seor, mujer, lee algo de los exgetas de laantigedad rusa. Te dirn que le apodabanRuiseor en razn de su facundia. No me inte-

    rrumpas. As, pues, rase una vez un goberna-dor general. En su juventud, viaj mucho porel extranjero donde le cogi el gusto a comerostras, a las que lleg a aficionarse.Mientras tuvo poco dinero, trat de refrenaraquellas ganas comindose una decena de vezen cuando, y slo cuando iba a Petersburgo.Tan pronto como ascendi de grado, el nmero

    de ostras a su mesa comenz a aumentar. Y unavez que lleg a valido y se vio con muchodinero a su disposicin, tanto suyo como deltesoro pblico, se dio a las ostras como unamujer embarazada. Incluso dormido, soaba conellas. Hasta que no llegaban, no dejaba anadie en paz y no haca ms que martirizar a

    los criados. Pero l a toda costa tena quecomer ostras. Y helo aqu, dando una orden asu administracin para que preparen un correocon el fin de llevar a Petersburgo importan-tes informes. Todo el mundo saba que en rea-lidad ese correo iba a buscar ostras, perosobre todo hay que pagar el viaje de algunamanera. Hay muchos agujeros en las finanzas

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    del Tesoro. El mensajero, provisto de unahoja de ruta y dineros pblicos, ya est dis-puesto; vestido con casaca y pantaln ajusta-

    do, se present a su excelencia: Date prisa,amigo mo le dijo el gobernador cubierto demedallas, date prisa en coger ese paquete yllvalo a la Bolshaia Morskaia. A quin deboentregrselo? Lee la direccin. A Su...Su... No es eso. A mi seor... mi... No,no es eso... Al seor Korzinkin, honorable

    tendero, en San Petersburgo, en la calleBolshaia Morskaia. Lo conozco, su excelencia.Pues bien, date prisa, amigo mo, y tan pron-to recibas lo que te d, regresa inmediatamen-te y no te retrases bajo ningn pretexto.Nunca te lo agradecer bastante.Y vaya, vaya! Poniendo los caballos al trotelleg al mismo Petersburgo, directamente

    hasta el patio de Korzinkin. Bienvenido.Menudo juerguista es su excelencia, que envaa alguien a mil verstas para esta bazofia.Pero es un buen barino. Da gusto servirle.Aqu tienes las ostras, que acaban de llegarde la lonja del puerto. Dile que no puedodejrselas a menos de ciento cincuenta eltonel, es imposible un precio ms bajo, han

    salido muy caras. Pero ya haremos cuentas mstarde con su excelencia. Cargaron el tonelen un kibitka; tras dar media vuelta, elcorreo parti de nuevo al galope, con eltiempo justo para pasar por la taberna ytomarse dos tragos de matarratas.Ding-ding... Nada ms orse la campanilla de

    postas a la puerta de la ciudad, el oficialde guardia sale corriendo a casa del goberna-dor (no deja de estar bien que aqu todo sedesarrolle en orden) y le informa que: en lalejana se ve un kibitka y se escucha el soni-do de la campanilla. An no haba acabado lafrase cuando el correo estaba ya a la puerta.Las he trado, su excelencia. Celebro su

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    llegada. Y continu volvindose hacia lospresentes: Es un hombre digno, cumplidor yque no bebe. Desde hace mucho, va dos veces

    al ao a Petersburgo y no sabra decir cun-tas a Mosc! Secretario, emita el certifica-do siguiente: por sus muchos trabajos presta-dos en sus viajes y su escrupulosa ejecucin,le concedo un ascenso de rango.En el libro de cuentas del tesorero, est ano-tado: A propuesta de su excelencia, se hace

    entrega de una suma extraordinaria al correoN. N., enviado a San Petersburgo con urgen-tes informes como pago por el trayecto de iday vuelta con tres caballos de una cantidadretirada de la caja de las despensas a modoexcepcional... El libro de cuentas pas unainspeccin, pero no ola a ostras.A propuesta del seor general, etc., se orde -

    na lo que sigue: promover al sargento N. N.al grado de alfrez. Y as es, mujer dijouna voz masculina, como se consigue elascenso! Pero qu provecho puedo sacar yo demi impecable servicio? A partir de ahora, noavanzar ni una pulgada. Los decretos esta-blecen que se recompensen los servicios lle-vados a cabo honestamente. Pero es el zar el

    que recompensa, y no el catavinos. As que elseor intendente me enva por segunda vez, arequerimiento suyo, ante los tribunales. Sime viese cara a cara con l, ten por seguroque las cosas no quedaran as. Y... Yabasta, Klementich, de desvivirse por nada.Sabes por qu te quiere mal? Pues porque te

    quedas con las comisiones del cambio y norepartes con l. Cllate, Kuzminichna,cllate, si alguien nos escuchase! Las dosvoces se callaron y volv a dormirme.Al da siguiente, supe que un funcionario ysu mujer haban pasado la noche en la isba yque, al amanecer, haban emprendido camino aNovgorod.

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    Mientras enganchaban los caballos a micarruaje, lleg otro kibitka uncido a tresjamelgos. Del mismo, sali un hombre envuel-

    to en un amplio capote, su sombrero de alacada hundido en su cabeza, me impidi versu rostro. Pidi caballos sin salvoconducto ycuando algunos cocheros lo rodearon paranegociar con l, sin esperar al final deltrato, le dijo a uno de ellos en tono impa-ciente: Date prisa en enganchar, te dar

    cuatro kopeks la versta. El cochero se apre-sur a buscar los caballos. Los dems, vien-do que ya no haba nada que negociar, se dis-persaron. Me encontraba a unas cinco sagenasde l. Se acerc a m y, sin quitarse el som-brero, dijo: Caritativo seor, ayude con loque pueda a un hombre desdichado! Aquello mesorprendi sobremanera, y, sin poder conte-

    nerme, le dije que me extraaba su peticinde ayuda, cuando no haba querido negociar eltrayecto del viaje y haba ofrecido el doblea otro. Veo me dijo, que usted nunca cono-ci la adversidad en su vida. Dir que meagrad mucho su perentoria respuesta, y, sinpensarlo dos veces, saqu mi bolsa... No mejuzgue, dije, ahora mismo es todo lo que puedo

    ofrecerle, pero si llegamos a destino, quizpueda hacer algo ms por usted. Mi inten-cin, por lo dems, era conseguir su franque-za y no me equivoqu. Veo me dijo, que nocarece de compasin, el trato con la sociedady la prosperidad que ha logrado no han cerra-do su corazn. Permtame que me siente en su

    carruaje y ordene a su sirviente que ocupeplaza en el mo. Entretanto, nuestros caba-llos haban sido enganchados; me plegu,pues, a sus deseos y partimos.Ah, mi querido seor, an no me hago a laidea de lo desdichado que soy. Apenas hace unasemana, era feliz, estaba contento con lavida, no conoca la necesidad y era querido,

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    o, en cualquier caso as me lo pareca, puesmi casa estaba siempre llena de gente distin-guida, mi mesa pareca en todo momento dis-

    puesta como para un banquete. Mi vanidadestaba satisfecha, y mi alma disfrutaba dedicha verdadera. Despus de repetidos inten-tos que en un principio no dieron fruto,finalmente consegu por esposa a la mujer quedeseaba. Nuestra pasin mutua, que regocija-ba los sentidos y el alma, lo iluminaba todo

    a nuestro alrededor. No veamos nubes en elhorizonte. Alcanzamos la cima de nuestrafelicidad. Mi esposa qued embarazada y seacercaba el momento de dar a luz. Pero todaesa felicidad que el destino nos haba otor-gado se desmoron en un instante.Ofreca un banquete y muchos de los que sellamaban amigos, reunidos para la ocasin,

    satisfacan su apetito de ociosos a misexpensas. Uno de los presentes, que en elfondo me odiaba, comenz a hablar con el quese sentaba a su lado, a media voz, pero losuficientemente alto sin embargo para que mimujer y otros amigos pudieran or lo quedeca: Es que no sabes que el caso de nues-tro anfitrin en la corte de justicia ya ha

    sido dictado?Le parecer extrao me dijo mi compaero deviaje, que alguien que no trabaja para elestado y que se halla en la situacin queantes le describa, pueda verse inmerso en unjuicio penal. Y lo mismo pens yo cuando, micaso, tras ser sometido a las instancias

    inferiores, lleg a las ms altas. He aqu loocurrido: yo formaba parte del gremio decomerciantes y para sacarle beneficios a micapital, particip como socio en un arrenda-miento privado. Mi falta de experiencia mellev a confiar en un canalla que, tras come-ter un delito personal, fue excluido delarrendamiento y del que despus se descubri,

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    gracias a sus libros de contabilidad, quehaba contrado una gran deuda. El susodichoindividuo desapareci sin ms y yo me encon-

    tr como nico responsable; y por ello, meexigieron a m pagar la deuda. Despus deindagar a fondo en el asunto, descubr que ladeuda que a m me corresponda era completa-mente irrisoria o sera mnima, razn por lacual ped que, como garante del arrendamien-to, se me cobrara. Pero en lugar de satisfa-

    cer mi peticin, se orden que yo pagase todoslos atrasos. Primer error judicial. Pero noqued ah la cosa, y sigui una nueva inicui-dad. En la poca en que me hice garante delarrendamiento no tena propiedad alguna, perosiguiendo el procedimiento de costumbre, seenvi al tribunal de lo civil una orden deembargo de mi propiedad. Qu cosa ms extra-

    a prohibir la venta de algo que no se posee!Despus de eso, me compr una casa e hiceotras adquisiciones. Por esa misma poca, lacasualidad quiso que cambiara mi ttulo decomerciante y entrara en la nobleza al obte-ner un cargo en la administracin. Viendo queera de mi inters, tuve ocasin de vender micasa en condiciones muy favorables, realizan-

    do la operacin en esa misma cmara en la quehaba depositada una orden de embargo sobremis bienes. Y, a decir verdad, eso me convir-ti en un delincuente, pues en todas parteshay personas a quienes la felicidad de losdems ensombrece su placer. Un funcionario dela cmara de asuntos civiles me denunci,

    acusndome de haber vendido mi casa a fin deevitar el pago de la deuda con el Estado, yde confundir al tribunal civil al presentar-me con el ttulo que tena en ese momento yno con el que tena cuando hice la transa-ccin. En vano argument que no puede existirun embargo sobre algo que no se posee, en vanosostuve que, en ltima instancia, habra que

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    vender primero el resto de mis bienes y sal-dar con su venta la deuda y despus recurrira otros medios, que yo no haba ocultado mi

    ttulo, pues cuando compr la casa ya eranoble. Nada de todo esto fue tenido en cuen-ta y la venta de la casa fue invalidada; mecondenaron por perjurio a la prdida de mittulo y ahora exigen dijo el narrador,que, este su servidor, vaya al juzgado a finde quedar encerrado bajo custodia hasta que

    el caso sea resuelto.Al precisarme esto ltimo, el narrador elevel tono de voz.Cuando mi mujer escuch esto, exclam des-pus de abrazarme: no, cario, yo ir conti-go. Fue incapaz de decir una palabra ms. Susmiembros se debilitaron y, desvanecida, sederrumb entre mis brazos. Luego, levantndo-

    la de la silla en que la haba dejado, lallev al aposento y an no s cmo terminaquella comida.Al poco de volver en s, sinti los doloresque anunciaban la inminente llegada al mundodel fruto de nuestra pasin. Pero por muydolorosos que fueran, el solo pensamiento deque yo estara bajo custodia la alarmaba de

    tal manera que no dejaba de repetir: yo mevoy contigo! Este triste suceso adelant unmes el nacimiento del nio y todos los mediosempleados por las comadronas y el mdico,llamados para ayudarla, fueron intiles y nopudieron evitar que mi esposa diese a luzveinticuatro horas ms tarde. Su alteracin

    emocional no slo no se tranquiliz con elnacimiento del beb, sino que fue a ms yacab provocndole fiebre. Para qu exten-derme en este relato? Dos das despus delparto, mi mujer muri. Al contemplar susufrimiento, puede creerme si le digo que nome separ de su lado ni un instante. En midesdicha, me olvid por completo de mi caso y

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    condena. Un da despus del falleciemiento demi amada, el infausto fruto de nuestra pasinmuri igualmente. La enfermedad de la madre

    me absorbi tan completamente que esta segun-da prdida no fue demasiado grande en esemomento. Imagnese, imagnese!, exclam elnarrador echndose las manos a la cabeza,imagnese mi situacin al ver que mi amada medejaba para siempre. Para siempre!, gritcon voz salvaje. Mas por qu huyo? Que me

    encierren en una mazmorra: ya no siento nada;que me torturen, que me quiten la vida! Ohbrbaros, tigres, vboras crueles, comed estecorazn, verted en l vuestro amargo veneno!Perdone mi ira, creo que no tardar en perderla razn. Cuando pienso en el instante en quemi amada me dej, me olvido de todo y se apagala luz de mis ojos. Pero pondr fin a mi rela-

    to. Anonadado por el sufrimiento y tendidosobre el cuerpo sin vida de mi amada, uno demis sinceros amigos corri hacia m y me dijo:Han venido a buscarte para ponerte bajoarresto, la guardia est en el patio. Huye deaqu, el kibitka est preparado en la puertatrasera, vete a Mosc o ms lejos y qudateall hasta que podamos aliviar tu suerte. Yo

    apenas oa esas palabras, pero l, con unaredoblada energa y la ayuda de otras perso-nas, me hizo salir y me instal en el kibit-ka; pero recordando entonces que me harafalta dinero, me dio una bolsa en la que slohaba cincuenta rublos. Despus l mismo fuea mi gabinete para coger ms dinero y trar-

    melo; mas al encontrar a un oficial en mi apo-sento, slo tuvo tiempo de enviarme a alguienpara ordenarme partir. No recuerdo ya cmo mellevaron hasta el primer relevo de postas. Elcriado de mi amigo, despus de contarme lo quehaba sucedido, se despidi de m, y comosuele decirse, ahora viajo a la aventura.

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    El relato de mi compaero de viaje me conmo-vi de manera inexpresable. Es posible medeca, que teniendo un gobierno tan benevo-

    lente como el actual, se puedan cometer tan-tas crueldades? Es posible que haya juecestan insensatos que para llenar las arcaspblicas (ya que, en efecto, podemos llamaras a cualquier apropiacin ilegal de propie-dad para satisfacer las exigencias fiscales),arrebaten a un hombre sus bienes, su honor y

    su vida? Comenc a pensar de qu manera podrallegar este suceso a odos reales, pues creacon razn que slo un gobierno autocrticopoda ser imparcial en estos casos. Pero nopodra yo tomar su defensa? Escribir unaqueja a las ms altas instancias. Describirde manera circunstanciada este suceso yexpondr el procedimiento ilegal de los jue-

    ces y la inocencia de la vctima. Pero no ten-drn en cuenta mis quejas. Me preguntarn ennombre de qu me permito intervenir; me exi-girn garantas. Qu derecho tengo yo? El dela humanidad que sufre; el de un hombre des-pojado de sus bienes, de su honra, al que lehan arrebatado la mitad de su vida y que seencuentra en un exilio voluntario para evitar

    un encierro infame. Y para eso, hacen faltagarantas? De quin? Acaso el sufrimientode uno de mis conciudadanos no es suficiente?No son necesarias. Es un hombre: ese es miderecho, esas son mis credenciales. Oh,Cristo! Por qu escribiste tu ley para losbrbaros? Santigundose en tu nombre, sacri-

    fican vctimas ensangrentadas ante el altardel mal. Por qu fuiste tan benevolente conellos? En vez de la promesa de un castigo des-pus de la muerte, tendras que agravar elcastigo actual, despertar su conciencia en lamedida del delito cometido, y no darles tre-gua ni de da ni de noche, hasta que su sufri-miento les permitiese discernir todo el mal

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    que han perpetrado. As, pues, reflexionesde esta naturaleza me agotaron de tal mane-ra que me qued profundamente dormido, y ya

    no volvera a despertarme durante un largot r e c h o .Mientras dorma, la sangre, excitada con estepensamiento fluy hacia mi cabeza, y acabagitando la delicada constitucin de mi cere-bro, que dio as rienda suelta en l a la ima-ginacin. En mi sueo aparecieron muchas im-

    genes que, poco a poco, se fueron desvane-ciendo en el aire como ligero humo. Final-mente, como a veces ocurre, una fibra delcerebro fue tocada con ms intensidad que elresto debido a los humores que fluan confuerza de los vasos internos, vibr ms fuer-te y ms tiempo, y esto es lo que so.Imagin que era un zar, un shah, un khan, un

    rey, un bey, un nabab, un sultn o cualquie-ra de estos personajes, sentado al trono ydetentando el poder.El sitio sobre el que me sentaba era de oropuro y piedras preciosas sutilmente engasta-das que brillaban con un inslito fulgor.Nada poda compararse al esplendor de misropajes. Mi cabeza estaba orlada por una

    corona de laurel. En torno a m todos los sm-bolos de mi poder. Aqu, a un lado, sobre unacolumna, una espada fundida en plata en la queestaban representadas batallas navales yterrestres, la toma de ciudades y todo tipode hazaas guerreras, y sobre todas estasproezas se poda ver mi nombre llevado en

    volandas por el genio de la gloria. All, alotro lado, se poda ver mi cetro reclinadosobre apretados haces de abundantes espigas,talladas en oro puro e imitando la naturale-za a la perfeccin. Sobre un slido fiel col-gaba una balanza: en uno de sus platos yacaun libro que tena por ttulo Ley de la mise -ricordia y, en el otro, tambin un libro con

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    el ttulo Ley de la conciencia moral. Un grupode angelotes tallados en mrmol blanco soste-nan un globo real, forjado en una sola pieza.

    Mi corona estaba colocada sobre todo esto yse apoyaba en los hombros de un poderosotitn, mientras que sus bordes eran sosteni-dos por la Verdad. Una serpiente enorme, for-jada en brillante acero, rodeaba toda la basedel trono, y la extremidad de su cola agarra-da por su boca representaba la eternidad.

    Pero mi grandeza y poder no eran proclamadosnicamente por esas imgenes sin vida.Alrededor de mi trono se encontraban todoslos miembros de mi corte que, con tmida obse-quiosidad, aguardaban mis palabras. A ciertadistancia, se agolpaba una ingente cantidadde personas cuyos diferentes atuendos, ras-gos, porte y estatura proclamaban la diversi-

    dad de sus pueblos. Su emocionado silencio medeca que todos estaban sometidos a mi volun-tad. A ambos lados, sobre un altillo, muchasmujeres vestidas con los ms encantadores ysuntuosos atuendos. Sus miradas manifestabansu satisfaccin de verme y sus deseos seesforzaban por anticiparse a los mos en casode que los hubiese expresado.

    En aquella asamblea reinaba un silencio abso-luto: pareciera que todos esperaran un acon-tecimiento extraordinario del que dependanla tranquilidad y bienestar de toda la socie-dad. Sumido en m mismo y sintiendo un abu-rrimiento que pronto arraig en mi alma pormor de la monotona de ese instante, rend

    tributo a la naturaleza, y, abriendo mi bocahasta las orejas, bostec con todas mis fuer-zas. Todos se apercibieron de mi estado denimo. De sbito, la confusin cubri con susiniestro velo los sntomas de alegra, lasonrisa huy de los tiernos labios igual queel brillo de la alegra lo hizo de las encen-didas mejillas. Las huidizas miradas, ahora

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    descompuestas, reflejaron la inesperada lle-gada del terror y una desdicha inminente. Seoyeron suspiros, como hirientes primicias de

    la afliccin, y sollozos de miedo que mi pre-sencia sofocaba. La desesperacin y el estre-mecimiento de la muerte anud en todos loscorazones, provocando un dolor ms profundoque el mismo final. Conmovido hasta lo mshondo del corazn por tan desolador espect-culo, los msculos de mis mejillas se disten-

    dieron hasta mis orejas y, estirando mislabios, dibujaron en los rasgos de mi rostrouna mueca parecida a una sonrisa, y a conti-nuacin estornud ruidosamente. Fue como sien una sombra atmsfera oprimida por unaespesa niebla, penetrara un rayo de sol demedioda, y con su calor vivificante hicieradesaparecer la humedad concentada en vapores:

    una parte, ligera al dividirse, se escaparauda al espacio inconmensurable del ter y,la otra, conservando tan slo en ella el pesode las partculas terrestres, cae rpidamen-te. La oscuridad que habitaba en la nada deuna esfera luminosa, desapareci por comple-to, y, abandonando su velo impenetrable, huyen alas del instante sin dejar rastro de su

    presencia. De la misma manera, mi sonrisadispers la tristeza aparente que asomaba alos rostros de aquella asamblea, y pronto laalegra penetr los corazones de todos y de-saparecieron aquellas hoscas seales de con-trariedad. Y exclamaron al unsono: vivanuestro soberano, que viva eternamente! Como

    una suave brisa de medioda agitando elfollaje de los rboles y provocando un susu-rro en las frondas, un parecido murmullo dealegra se extendi entre la concurrencia.Uno dijo a media voz: ha pacificado a los ene-migos internos y externos, extendi los lmi-tes de la patria, su Estado someti a milesde pueblos diferentes. Otro exclam: enrique-

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    ci el Estado, desarroll el comercio inte-rior y exterior, ama las ciencias y las artes,y tambin estimul la agricultura y la arte-

    sana. Las mujeres proclamaron con ternura:no permiti que miles de conciudadanos tilesperecieran antes siquiera de nacer, librndo-los de un funesto final. Otro ms, con aspec-to serio, dijo: multiplic los ingresos delEstado, baj los impuestos y le asegur elsustento al pueblo. La juventud, alzando con

    entusiasmo las manos al cielo, exclam: esmisericordioso, justo, su ley es igual paratodos, l se considera como su primer sbdi-to. Es un legislador sabio, un juez justo, unejecutor celoso, es el ms grande de loszares, a todos le ofrece la libertad.Esas palabras, que percutieron en mis tmpa-nos, encontraron un eco poderoso en mi alma.

    Entend esas alabanzas harto sinceras, puesparecan dichas desde la autenticidad. Alaceptarlas como tales, mi alma se elev sobreel campo de visin ordinario; en su esencia,fluy, y abarcndolo todo, toc las alturasde la sabidura divina. Pero nada poda com-pararse con el placer que senta ante laaquiescencia manifestada cuando yo tomaba

    decisiones. Al primer jefe militar le ordenque partiese con una fuerza numerosa a con-quistar tierras hasta ms all del ecuador.Seor me contest, la sola fama de tu nom-bre vencer a los pueblos que habitan esa tie-rra. El terror preceder a tus armas y yo vol-ver aportndote el tributo de poderosos

    zares. Al comandante de la armada, le dije:Que mis naves circunnaveguen todos losmares, y que las vean pueblos desconocidos;que mi bandera sea famosa en el norte, en eleste, en el sur y el occidente. As se har,seor. Y de inmediato parti a cumplir sucometido, como el viento destinado a hincharel velamen de las naves. Anunciad hasta los

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    confines ms lejanos de mis dominios, ledije al guardin de las leyes, que este, elda de mi nacimiento, quedar marcado para

    siempre en los anales con un perdn univer-sal. Que se abran las prisiones, que salganlos parias y regresen a sus casas, como hom-bres que se apartaron del camino de la ver-dad. Tu misericordia, Seor, revela a unser generoso. Corro a anunciar la alegra alos padres que se desolan por sus hijos, a las

    esposas por sus esposos. Y que se levantenle dije a mi primer arquitecto, los edifi-cios ms maravillosos para servir de refugioa las Musas, y que sean decorados con distin-tas imitaciones de la naturaleza; que seanindestructibles ya que sern residencia decriaturas celestiales. Oh, muy sabio merespondi, cuando los elementos acaten el

    mandato de tu voz, unirn sus fuerzas y levan-tarn en los desiertos y frondas ciudadesmagnficas que superarn en esplendor a lasms conocidas de la Antigedad. Qu irriso-ria ser esa tarea para los celosos cumplido-res de tus mandatos! Aun no has terminado dehablar y ya los toscos materiales de cons-truccin estn a tus rdenes. Que se abra hoy

    dije, la mano de la generosidad, dandolibre curso a los restos de la pltora y quese repartan entre los desposedos: los teso-ros intiles volvern a su fuente. Oh, gene-roso soberano con el que nos gratifica elAltsimo, padre de sus hijos, benefactor delos pobres, que se haga tu voluntad. Ante

    cada una de mis palabras, la multitud que merodeaba expresaba su alegra, y las aclama-ciones no slo acompaaban mis dicterios sinoque se adelantaban a mis pensamientos. Sinembargo, una mujer, apoyada contra una colum-na, lanzaba suspiros de afliccin y mostrabaun semblante de ira y desprecio. Los rasgosde su cara eran duros, vesta con sencillez.

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    Llevaba la cabeza cubierta con un gorro cuan-do todos los dems la llevaban descubierta.Quin es? le pregunt a un hombre que esta-

    ba a mi lado. Una peregrina que nadie cono-ce, que se dice Vidente y curandera de lavista. Pero tambin es una maga muy peligro-sa, que lleva ponzoas y veneno, que se ale-gra del sufrimiento y la devastacin; siempreest hosca, desprecia y denigra a todo elmundo; ni siquiera la sagrada cabeza de tu

    persona se salva de sus crticas. Por questa infame es tolerada en mis dominios? Peroya me encargar maana de eso. Hoy es un dade indulgencia y alegra. Acercaos, mis cola-boradores, los que comparts conmigo el pesa-do fardo del gobierno, y aceptad una dignaretribucin por vuestros trabajos y xitos.Entonces, tras levantarme de mi asiento,

    impuse diferentes distinciones entre los pre-sentes; pero los ausentes no fueron olvida-dos, y los que acogan mis palabras con unaire amable consiguieron las mayoresprebendas.Al punto retom la palabra: Vayamos, pilaresy sostenes de mi poder, vayamos a deleitarnosdespus del esfuerzo. Porque conviene al que

    trabaja que saboree el fruto de su tarea. Yest bien que el zar disfrute de la alegra,porque es l quien la derrama sobre todos yen todas partes. Mustranos el camino al fes-tn que has preparado le dije al organizadorde los festejos. Te seguimos. Detente! medijo la extranjera desde donde se encontraba,

    detente y acrcate a m. Soy un mdico envia-do a ti y tus semejantes para limpiar tuvista. Qu telaraas! dijo, rindose acarcajadas. Una especie de fuerza invisibleme empujaba hacia ella, a pesar de que los queme rodeaban trataban de impedrmelo, inclusode forma violenta.

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    Tus ojos estn cubiertos de telaraas dijola peregrina, y sin embargo lo has juzgadotodo de forma muy decidida. Despus toc mis

    ojos y arranc de ellos una tupida membranasemejante a una pasta de cuerno. Ves dijo,como estabas ciego, completamente ciego. Yosoy la Verdad. El Altsimo, conmovido por loslamentos del pueblo que has sometido, meenvi desde los orbes celestes para expulsarde tus ojos la oscuridad que impeda tu

    visin. Se ha cumplido. Ahora, lo vers todocon su verdadera apariencia. Te podrs aden-trar en el interior de los corazones. La ser-piente que se agazapa entre los meandros delalma quedar a la vista. Reconocers a aque-llos sbditos que te son fieles, pero que note aman a ti sino a su patria; que estn siem-pre dispuestos a derrotarte si con eso consi-

    guen el fin de la esclavitud. Pero no turba-rn la paz social de manera inoportuna eintil. Acgelos como amigos. Y aparta de tia esa otra plebe orgullosa que en tu presen-cia ocultan la mezquindad de su alma con bri-llantes y dorados ropajes. Ellos son tus ver-daderos enemigos: los que ciegan tus ojos yme impiden acceder a tu palacio. Una sola vez

    durante su reinado, me aparezco a los zarespara que puedan conocer mi verdadero aspecto,pero nunca abandono la morada de los morta-les. No vivo en los palacios de los zares. Laguardia que los rodea y vigila con cien ojos,da y noche, me prohbe la entrada. Si algu-na vez consigo traspasar esa compacta urdim-

    bre de obstculos, aquellos que te rodean,pasan a la accin y me persiguen, intentandoexpulsarme de tu residencia: s, pues, vigi-lante, y no me alejar otra vez de ti. Porquelas palabras aduladoras de las que emananvapores venenosos engendrarn nuevas telara-as y esa corteza, que la luz no puede pene-trar, cubrir tus ojos. Tu ceguera ser

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    entonces absoluta y apenas podrs ver a unpaso de distancia. Todo te aparecer bajo unaspecto bello y feliz. Tus odos no sern tur-

    bados por los lamentos, sino que se deleita-rn a todas horas con exquisitos cnticos. Elhumo del incienso engaar con adulaciones tualma abierta. Tu tacto slo conocer lo quees suave y la aspereza bienhechora jamsaguijonear tus nervios sensitivos. Tiemblaahora ante tal estado! Las nubes se elevarn

    sobre tu cabeza y los rayos del trueno venga-dor estarn dispuestos para acabar contigo.Pero yo te prometo que vivir en los lmitesde tus territorios. Cuando quieras verme,cuando tu alma, asediada por las maquinacio-nes y la adulacin quiera conocer la verdad,llmame desde tu desamparo; all donde mifirme voz pueda ser oda, me encontrars: no

    la temas nunca. Si de entre el pueblo apare-ce un hombre que critique tu gobierno, debessaber que l es un amigo verdadero. Ajeno ala promesa de la recompensa, y ajeno tambinal miedo servil, con voz firme me volver allamar ante ti. Contente y no resuelvas cas-tigarlo, como quien altera el orden social.Llmale y agasjale, como si fuera un pere-

    grino. Porque todo aquel que reprueba al zaren su despotismo es un peregrino en la tierradonde todo tiembla ante l. Agasjale, digo,mustrale tu respeto, y, cuando est de vuel-ta en sus lares, podr hablar sin adulacinni obsequiosidad. Pero corazones tan firmesson raros: quiz, en todo un siglo, slo apa-

    rezca uno en la faz del mundo. Y para que tuvigilancia no se adormezca en los placeresdel poder, te ofrezco este anillo que teanunciar tu injusticia cuando te aventuresen ella. Pues debes saber que t mismo pue-des ser el mayor asesino, el mayor ladrn,el primero en alterar la paz social, el ene-migo ms despiadado de los dbiles. T sers

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    culpable cuando una madre o una esposa llo-ren por su hijo o su marido muertos en elcampo de batalla, ya que el botn difcil-

    mente podr justificar ese asesinato quellamamos guerra. T sers culpable si loscampos de labranza son devastados, si hijosde los campesinos mueren porque los pechos desus madres estn secos y no tienen alimentoque darles. Pero vuelve ahora tu mirada sobreti mismo y los que te rodean, contempla el

    cumplimiento de tus rdenes y si tu alma nose sobrecoge de espanto ante ese espectcu-lo, me alejar de ti y olvidar para siempreel camino que lleva a tu palacio.El rostro de la extranjera pareca feliz ybrillaba con una claridad material. Contem-plarla colmaba mi alma de felicidad. Ya novea en ella rasgos de vanidad o insensata

    arrogancia. Perciba en ella serenidad; laambicin y la sed de poder le eran extraos.Mis ropajes, tan deslumbrantes, parecan man-chados de sangre y empapados de lgrimas. Enmis dedos se vean restos de sesos humanos;mis piernas se hundan en el cieno. Los ros-tros de los que me rodeaban mostraban avari-cia. Su alma pareca negra y quemada por el

    inmisericorde fuego de la insaciabilidad.Lanzaban miradas de soslayo entre ellos yhacia m, en las que prevaleca la codicia,la envidia, la perfidia y el odio. Mi jefemilitar, enviado con la misin de hacer con-quistas, nadaba en lujos y placeres. En losejrcitos ya no reinaba el orden; se trataba

    a los soldados peor que a las bestias; nadiese preocupaba ni de su salud ni de su alimen-tacin; su vida no vala nada; se les priva-ba de su soldada, que se utilizaba en meda-llas carentes de utilidad. La mitad de losnuevos reclutas moran por la negligencia desus jefes o por una severidad intil e inopor-tuna. El dinero destinado a la preparacin de

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    las tropas estaba en manos del organizador defestejos. Se condecoraba como valor militarel servilismo, y no el coraje. Apart la mira-

    da de las mltiples desgracias que se ofre-can a mis ojos.Mis barcos, enviados a circunnavegar mareslejanos, estaban amarrados en la bocana delpuerto. El comandante que vol en alas delviento a cumplir mis rdenes, pronto quedatrapado en un cmodo lecho, disfrutando la

    voluptuosidad y el amor entre los brazos deuna mujer venal que despertaba su lubricidad.En el mapa elaborado bajo sus rdenes de unanavegacin soada, se podan ver nuevas islasen todas las latitudes del mundo, rebosantesde frutos tpicos de su clima. Vastas tierrasy un sin fin de pueblos nacan a voluntad deestos nuevos viajeros. A la luz de las velas,

    de noche, redactaba en un estilo florido yesplndido la grandiosa descripcin de eseviaje y sus fantsticos descubrimientos.Lingotes de oro estaban preparados ya paraservir de cobertura a empresa tan considera-ble. Oh, Cook! Por qu pasaste tu vida entretrabajos y privaciones? Por qu acab demanera tan lamentable? Si te hubieras embar-

    cado en mis naves, emprendiendo y finalizan-do tu viaje entre placeres, hubieses llevadoa cabo los mismos descubrimientos quedndoteen el mismo sitio (y en mi Estado), y alcan-zado la misma gloria, porque tu soberano tehabra honrado.El hecho ms sobresaliente del que en la

    ceguera de mi alma estaba ms orgulloso: laabolicin de la pena de muerte y la amnistapara los delincuentes, apenas tena reflejoen la sociedad. Ora mis decretos no se cum-plan, ora no surtan el efecto deseado poruna interpretacin errnea o su lenta aplica-cin. Mi misericordia se convirti en objetode comercio, y el que ms daba era tratado con

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    ms compasin y magnanimidad. En lugar deganar fama de misericordioso entre mi pueblocon la liberacin de los condenados, pas por

    un taimado y un farsante. Abstente de la cle-mencia decan miles de voces, no nos hagasgrandes promesas si no ests dispuesto a cum-plirlas. No mezcles la ofensa con la burla,no nos hagas sentir su peso. Nosotros dor-mamos y estbamos tranquilos y t has turba-do nuestro sueo; no queremos estar despier-

    tos porque no tenemos motivos para estar-lo... En la construccin de nuevas ciudadesslo vi cmo se dilapidaban los dineros delEstado, a menudo lavado con la sangre y lgri-mas de mis sbditos. En la construccin deedificios singulares, al gasto se una ademsel total desconocimiento de los fines delverdadero arte. Tanto sus interiores como las

    fachadas me parecan del peor gusto. Sus for-mas eran ms propias de la poca de godos yvndalos. En el edificio destinado a lasMusas, no vi las fuentes de Castalia eH i p o c r e n a donde corran benficas aguas;aquel arte rampln apenas tena la audacia deelevar sus miras ms all del horizonte tra-zado por la costumbre. Los arquitectos

    inclinados sobre el plano de una constru-ccin, no pensaban en su belleza sino en lamanera de enriquecerse ellos. Mi grandilo-cuente vanidad personal acab por repugnarmey apart la mirada. Pero sobre todo, hirimi alma el vilipendio de mis riquezas. En miceguera, pens que las finanzas pblicas que

    no fuesen utilizadas para las necesidadesdel Estado, no podan ser mejor empleadas queen ayudar al miserable y vestir al desarra-pado, alimentar al hambriento, socorrer alque era azotado por la adversidad o en recom-pensar al que no se preocupaba por acumularttulos y mritos. Pero me resultaba muypenoso constatar que mis riquezas eran pro-

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    digadas al rico, al adulador, al prfidoamigo, al que secretamente era un asesino, altraidor y al subversivo del pacto social, al

    que se haba ganado mis favores, al que habacondescendido con mis debilidades, a lamujer que se vanagloriaba de su desvergen-za. Sin embargo, fueron escasos los recursosde mis dones que recayeron sobre la dignidadtmida y el mrito decente. As que de misojos brotaron lgrimas que me ocultaron

    aquel espectculo infame de mi insensatagenerosidad... Ahora, poda ver con nitidezcmo las muestras de honra por m dispensa-das acabaron por recaer siempre sobre quie-nes menos las merecan. La inexperta digni-dad, deslumbrada por el brillo de aquellasfalsas glorias, segua el mismo camino que laadulacin y la mezquindad, a la procura de

    honores, esos sueos codiciados por los mor-tales; pero al dar sus pasos al revs, acabapor agotarse siempre en los primeros inten-tos y se ve obligada a contentarse con supropia aprobacin, convencida de que loshonores terrestres no son ms que humo yceniza. Al ver en todo eso tanta adversidad,debida ora a mi ceguera ora a la perfidia de

    mis ministros, viendo que depositaba mi ter-nura en una mujer que nicamente buscaba enmi amor satisfacer su vanidad, y cuidaba suporte slo para complacerme, mientras que sucorazn me rechazaba, exclam con ira y rabiadesatadas: Criminales indignos, canallas!Decidme por qu habis hecho mal uso de la

    confianza de vuestro seor! Presentaosahora mismo ante vuestro juez! Temblad porhaber perseverado en vuestra infamia! Cmopodis justificar vuestras acciones? Qudiris en vuestro descargo? Es a l, a l, aquien pedir que salga de la casa humillada.Ven le dije a un anciano que viva en unchamizo cubierto de musgo, y al que haba

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    visto en los lmites de mi Estado, ven aaligerar mi carga, ven y devulvele la sere-nidad a un corazn languideciente y un alma

    turbada. Tras decir estas palabras, volv apensar en mi situacin y fui consciente delo inmensas que eran mis obligaciones ante lasociedad, y comprend de donde provenan miderecho y poder. Me estremec en lo mshondo, pues mi tarea me horrorizaba. Mi san-gre se agit violentamente y entonces me des-

    pert. An sooliento, me palp el dedo, perono tena puesto el anillo de espinas. Oh,si al menos estuviese en el dedo meique delZar!Amos del mundo, si, al leer este sueo, son-res burlonamente o fruncs el ceo, debeissaber que la extranjera que yo vi vol lejosy desdea vuestros palacios.

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    ALEKSANDR NIKOLEVICH RADISCHEV(1749-1802), escritor y fil-sofo ruso, con el que comienza el pensamiento revolucionarioen Rusia, es un prominente materialista y denodado luchadorcontra el rgimen de la servidumbre y la autocracia. Nacidoen el seno de una familia noble, estudi primero en la Uni-versidad de Mosc y posteriormente en Leipzig, y, al regre-

    sar a Rusia, trabaj durante algn tiempo en el Senado. Enlos aos ochenta escribi Oda a la libertad y en 1790 ellibro Viaje de Petersburgo a Mosc, obras revolucionarias quele valen ser encarcelado en la fortaleza de Pedro y Pablo ycondenado por el Senado a la pena capital, que le sera con-mutada por diez aos de destierro en Ilimsk. En el confi-namiento siberiano, que dura hasta 1796, escribe el tratadofilosfico El hombre, su mortalidad e inmortalidad. De vuelta

    del destierro trabaja en la Comisin de Codificacin de Leyesy redacta diversos proyectos de ley encaminados a aliviar lasituacin de los siervos y del pueblo en general. Estosproyectos son acogidos furiosamente por los latifundistaspropietarios de siervos y de nuevo acechar a su autor elpeligro de ser deportado a Siberia. Llevado por la deses-peracin se suicida en 1802. En la obra Viaje de Petersburgoa Mosc sale en defensa del pueblo oprimido y, ante todo, delos siervos. Ya con anterioridad ha escrito que el rgimen

    de servidumbre y la autocracia son el "estado ms opuesto ala naturaleza humana". Radischev tiene la seguridad de quetarde o temprano el pueblo se rebelar contra los opresores,derrocar por la fuerza el poder de los zares y los lati-fundistas, impondr la igualdad ante la ley y en la posesinde bienes de fortuna, instaurar la libertad, abolir ladivisin en estamentos y la gran propiedad privada y acabarcon la holgazanera y el parasitismo de la alta sociedad. La

    sociedad del futuro se basar en el contrato social, en unalegislacin racional, en el poder del pueblo y en la igual-dad de fortuna. Aunque era partidario de la va revoluciona-ria de transformacin de Rusia, Radischev no descarta laposibilidad de valerse tambin de reformas para aliviar conellas la suerte del pueblo. Las ideas materialistas deRadischev se basan en las conquistas de las ciencias natu-rales del siglo XVIII, las doctrinas de los enciclopedistasfranceses y la tradicin materialista rusa que parte de

    Lomonsov. En su raz es un materialismo mecanicista ymetafsico combinado con conceptos idealistas acerca de lavida social y no est enteramente libre de elementosdestas.