Viajes con la Bella Catiana por el Sudeste asiático

9
CA SA DO Libros Viajes con la Bella Catiana por el Sudeste asiático Alberto Casado Valera 1

description

Relato de un viaje y las anécdotas que al escritor le sucedieron.

Transcript of Viajes con la Bella Catiana por el Sudeste asiático

CA SA DO Libros

Viajes con la Bella Catiana por el Sudeste asiático

Alberto Casado Valera

1

Para BC que me soporta como soy con una inexplicable sonrisa.

No sé por qué los relatos de nuestros viajes por Asía han quedado relegados, postergados, atrasados, esperando en la recámara de la inspiración, en el taller de las ideas a medias, aguardando su último retoque. Demorando el momento, si no justo, por lo menos más oportuno, como postergando ese día más propicio que nunca acaba por llegar y que se hace esperar como las victorias rojiblancas, esquivas casi siempre. Ahora, quizá con la cercanía de nuestro próximo viaje a tierras islandesas, quizá porque nos hemos comprado un nuevo ordenador – el anterior ha muerto en acto de servicio, no sin antes tener la deferencia de dejarse extirpar la placa base – lugar remoto de las entrañas del ordenador en donde parece que habita la memoria de la máquina y cada vez más, la nuestra. El caso es que aquí están los relatos de Asia, ya no esperados, no deseados, sin expectación ni misterio, pero que reflejan cosas que nos sucedieron en Vietnam y en Indonesia. Espero que los disfrutéis. Donde mueren las toallas El rango de hoteles al que BC1 y yo vamos ha ido subiendo en calidad (y precio) proporcionalmente a nuestra edad como debe de ser en cualquier ciclo de vida burgués que se precie – a más edad, mejor hotel. No es que vayamos a unos hoteles de lujo asiático (ni siquiera en Asia), pero desde luego ya pocas veces nuestros cuerpos descansan en aquellos a los que íbamos cuando comenzábamos a viajar; como algunos de los Guatemala, Kenia, o aquel cuchitril en Tailandia, en Kho Phi Phi – donde unas semanas después de irnos llegó el tsunami. Los hoteles que escogimos en Vietnam eran dignos, algunos coquetos y otros hasta románticos, como el que María y luego Marian nos recomendaron en Sapa – en los llamados Alpes tonkineses a 12 horas en tren nocturno de Hanoi, en donde estuvimos tres días en una magnífica habitación con un ventanal sobre un precioso valle. Todos los hoteles, algunos más modestos que otros como comentaba anteriormente, tenían su ventilador (yo no puedo renunciar a él en estas latitudes), su set de aseo con el jabón, champú, los vasos para beber y las toallas. Con las toallas sucedía algo curioso, muchas de ellas tenían el nombre del hotel…pero de otro hotel. Era como si todos los turistas las hubiesen descolocado, barajado a lo largo de los años, o como si los empleados se entretuviesen en un frenesí de hurtos hoteleros entre la competencia. Lo más seguro es que las lavasen en los mismos sitios y las mezclasen…no puse ningún empeño en averiguarlo pero reconozco que me sorprendió. Otra cualidad de las toallas era, además de su limpieza, su veteranía. Algunas al borde de su etapa útil, al borde de la jubilación toallera, cercanas a la edad de oro de las toallas contando con los flecos los días que les quedaban para disfrutar del baile en el centro de la tercera edad de toallas mayores de sus ciudades. Otras seguían en servicio, casi ya inútiles en su

1 BC, Bella Catiana

2

vetusta dignidad, rasposas como las lija del 7 o transparentes como gasas. Las hubo incluso agonizantes que no expiraron en nuestras manos simplemente porque no las usamos y también aquellas que tenían ya más kilómetros de frotamiento que la vía del Transiberiano. Vietnam, un país en donde se vende todo tipo de ropa, se falsifican todas las marcas y hay textiles de todo tipo encierra un secreto y es que en sus hoteles mueren las toallas del mundo. Hoi An, la ciudad de las sastras “Vamos a tomar un café rápido en la pastisserie, que antes de la masajista en el hotel, tengo que recoger los trajes en el sastre”…esta frase no la pronunció Sarah Jessica Parker en Sexo en Nueva York, ni tampoco ha sido sacada de una conversación oída por casualidad en el rastrillo de fin de temporada de Beccara. Ni por supuesto, fue pronunciada por una Isabel Preisler segundos antes de quedarse sin sus Ferrero Rocher ante la tropa de endomingados amigos que le invaden impunemente y sin avisar su jardín de 3 hectáreas. Esta frase fue pronunciada, sin asomo de rubor por nuestra querida amiga y mi amadísima compañera BC durante unas vacaciones en Vietnam. En efecto, la hija del proletario y rojo barrio de Pegaso, que se ha pasado tardes enteras comiendo pipas sentada en los bancos de la llamada Plaza Roja, aquel territorio hostil en donde los chicos de la Alameda, justo al otro lado de la carretera de Barcelona, no nos atrevíamos a entrar a no ser que fuésemos con guía nativo y una bandera blanca y en donde creíamos que habitaban los delincuentes más peligrosos de Madrid que nos robaban las chaquetas cuando las dejábamos de poste en los partidos de descampado, allí en donde habita el fútbol en estado puro. Quién la ha visto y quién la ve…Pero como dice la teoría de la causalidad, todo efecto tiene una causa y el resultado final no es otro que el culmen de una inexorable cadena de sucesos que desembocaron en la frase de marras. Comencemos pues como lo hacen algunas series televisivas cuando muestran un desenlace inexplicable al principio de la película y luego ponen un letrerito en el que dice; tres días antes…. Hoi An es lo que yo suelo llamar una ciudad Lonely Planet. En casi todos estos destinos lejanos existen estas ciudades. Generalmente enclavadas en bonitos lugares en la costa, al pie de las montañas, al borde de un lago, o entre volcanes. Todas cuentan con un casco histórico bien cuidado con muchas tiendecitas para hacer compras (siempre baratas), con restaurantes sencillos, variados y monos, y con muchos turistas...pero de buen rollo. Turistas guays, como nosotros. Viajeros independientes que eluden los viajes organizados y que se montan sus propios recorridos, pero que dependen, como todos, del delgado hilo de Ariadna telefónico que les libra de todo mal y les conecta a su cuenta corriente en sus países de origen y al indispensable internet. Hoi An era y es, una de estas ciudades. Mona, coqueta, tranquila, con muchas cosas que hacer, ver y buenos sitios donde descansar

3

tranquilamente y ver los días de tus vacaciones pasar a la sombra de un porche, tomándote una fresca cerveza local o un superferolítico zumo de variadas frutas tropicales…ciertamente, como podréis apreciar, una actividad burguesmente transgresora. Estas ciudades son las típicas en donde la gente se detiene unos cuantos días “a descansar”, generalmente después de haber estado viajando días o semanas en atiborrados trenes o autobuses por cascadas carreteras…o no, simplemente descansar de tus vacaciones. Además, cada una de estas ciudades tiene su propia peculiaridad, su propia impronta que las hace ser diferentes en algún matiz. En el caso de Hoy An son sus múltiples sastrerías. El casco antiguo está trufado de pequeños establecimientos en donde te hacen un vestido, un traje, una camisa, unos pantalones o un uniforme de los húsares de Pavía a medida y para el día siguiente… y con las charreteras de molibdeno si te empeñas. Te muestran los catálogos europeos que tienen en las tiendas, eliges el modelo, la tela, te toman las medidas, el nombre del hotel y al día siguiente lo recoges o te lo llevan al hotel para que te lo pruebes. Por si hay que hacer retoques. A todo esto te pruebas diversos trajes o vestidos que tienen de muestra y, te quede como te quede, te aseguran que ese vestido está, desde que se empezó a parir en la trastienda, hecho para ti y ha estado esperándote colgado de esa percha hasta que tu has aparecido por la puerta…cosas del destino y del más básico marketing, del que por otro lado, no todo el mundo sale indemne. Cuando en el aeropuerto de Hanoi o Ho Chi Min ves a la gente cargada con las clásicas bolsas porta-trajes puedes deducir, casi sin temor a equivocarte, que han estado en Hoi An. No falla, y si falla tampoco pasa nada porque total es un juego mental que tú haces para entretenerte mientras facturas el equipaje. BC y yo nos detuvimos en esta ciudad y buscamos un hotelito agradable para disponernos a pasar unos días tranquilos y ver lo que había que ver por allí y, también, por qué no, hacer unas compritas. Llegamos a la ciudad de mañana y nada más dejar las cosas en el hotel fuimos a dar una primera vuelta de exploración. Ya sabéis, ver en dónde estaba el centro, localizar el puerto – porque tiene un puerto que se asoma aun río -, situar las calles en donde estaban los restaurantes y las tiendas…pero antes de seguir me gustaría señalar algo. Nuestra querida y (para mí) amadérrima BC, es una moderada compradora. Comprar, compra, porque sería negar la realidad decir que no compra, pero no es que se vuelva loca en las tiendas, algún detalle para la casa y alguna cosilla para ella, poco más. O sea, que comparada con la media de su género, que es el femenino burgués acomodado con un toque colorista de izquierda europea progresista de sofá (o sea, como yo, pero de distinto sexo) es modesta e incluso recatada sin llegar a lo monacal. Sirva este inciso como descanso antes de adentrarnos, con algo más de información, en el proceloso (entonces no lo sabíamos) casco histórico de Hoi An.

4

Pues nada, al llegar al casco histórico preguntamos por el mercado de los sastres (o sastras, porque todas eran mujeres) para dar una primera vuelta de inspección. El mercado de las sastras es eso mismo, un gran edificio parecido por fuera a cualquier mercado con innumerables pequeños puestos en donde las sastras esperan a los clientes sentadas en sus banquetas hablando con las colegas y ayudantas. BC y yo llegamos al mercado y en el primer puesto ya nos sentaron a mirar catálogos de vestidos. Yo sugerí a BC que caer ya en el primer obstáculo de lo que yo suponía una carrera de fondo…o por lo menos, de medio fondo, era de principiantes, cosa que BC y yo no somos, supervivientes del mercado de todos los mercados, India. “No te preocupes” me contestó BC tratando de tranquilizarme, “aquí pararemos para mirar, ver los precios, las telas…” Vanas y huecas palabras. Cualquiera con una experiencia como la nuestra debería saber que una vez que te sientas en un sitio como este ya estás perdido como mirón y a la vez, ganado como cliente. Las modistillas se apoderaron de nuestra (uso únicamente el plural mayestático por deferencia a BC) voluntad y, más tarde, de parte de los ahorros de BC. Finalmente…y digo finalmente, porque estuvimos un buen rato, encargó dos vestidos y una falda…”para el trabajo, porque los necesito”2. Nada que objetar. Salimos de allí ya sin visitar el resto del mercado, al final todos los puestos son más o menos iguales y no queríamos correr el riesgo de renovar nuestro fondo de armario en una mañana…cosa que mucha gente hace. Nuestros días en Hoi An transcurrían plácidamente, como debe de ser en vacaciones, y entre excursiones y paseos por la ciudad y curiosear en las tiendas de ropa, BC se hizo con un modesto ajuar y yo me compré tres corbatas, como dirían los cursis, a un precio muy competitivo…pero los sastres no eran la única distracción. En estos pueblos o ciudades Lonely Planet proliferan los servicios que a los viajeros y viajeras independientes nos encantan. Tenía bonitos restaurantes, bares con terrazas y cafetería…de hecho había una pastelería muy buena y agradable…allí la gente lo llamaba pastiserie…a la caída de la tarde el establecimiento se llenaba de diletantes que libreta u ordenador portátil en mano rellenaban sus cuadernos de viaje, postales o actualizaban sus blogs….probablemente contando historias parecidas a esta. También en el pueblo te ofrecían masajes, manicuras, pedicuras y demás tratamientos por precios modestos. Múltiples sitios donde organizar excursiones a ruinas de templos, bucear, montar en bici por los arrozales, aprender platos vietnamitas y todo aquello que en estos momentos os pueda parecer divertido, independiente, respetuoso con la cultura local, sostenible…todo guay y certificado por la Lonely Planet…como nosotros. Discurriendo así las cosas, nuestra vida en Hoi An no estaba exenta de cierto lúdico estrés y sin completar todo el circo de actividades posibles, sí nos dejamos tentar por algunas, haciendo las cosas que hacen los turistas guays…en fin, que una cosa lleva a la otra, como le dijo Don Juan a Doña Inés (luz de dónde el Sol la toma) en su celda del convento y este ajetreo totalmente justificado fue el que le hizo decir a BC la frase de marras, que

2 Se los sigue poniendo y le quedan estupendos.

5

junto con los susodichos bombones de la Preisler puede archivarse entre las frases más famosas de la historia del snobismo “Vamos a tomar un café rápido en la pastisserie, que antes de la masajista en el hotel, tengo que recoger los trajes en el sastre”...y es que nunca, una hija del popular barrio de Pegaso había juntado en la misma frases estas tres palabras; pastiserie, sastre y masajista. Para todo hay siempre una primera vez. Los papalagui. Esos seres tan extraños. Uno cuando sale de su casa se convierte en forastero y cuando sale de su país se convierte en guiri. Cuando el occidental sale de su mundo y se va de viaje por esas tierras de dios y el diablo se convierte automáticamente en papalagui, en muzungu, en un extraño personaje que es casi un asunto de estudio para los locales; su ropa, sus costumbres, su idioma (que casi siempre es el inglés chapurreado malo),… todo es digno de atención para el observador nativo. Estos especimenes - llamémosles de ahora en adelante los papalagui viajeros o PV, que es más corto para que yo escriba -, van casi siempre pertrechados como si fuesen a subir un Aconcagua de low cost. No importa si hace calor o frío, si llueve o luce el sol, o si están visitando un museo en la ciudad o destripando un cerdo con sus propias manos; la ropa les identifica como unos impolutos Indiana Jones en busca de la ganga perdida; sea ésta, ropa, figurita, museo, vista, templo o parque natural…Confían y viajan enfundados en gore tex, cargados con cámaras digitales de variados y estrambóticos precios, pertrechados con sus móviles o iphone y de un tiempo a esta parte, con sus pequeños portátiles de sobremesa para enviar emails, actualizar sus blogs o leer las noticias de su país en cualquier sombra en la que haya wi fi. A todo esto debes de añadir los distintos cargadores de baterías, adaptadores de cables y que sé yo que más cosas que, probablemente, este pobre analfabeto tecnológico que soy yo, ni siquiera conoce. También son raras sus costumbres cuando salen. Les gusta caminar bajo el implacable sol, la pertinaz lluvia, cansarse hasta el agotamiento, ver absolutamente todo lo que aparece en sus pequeñas biblias de viaje que siempre les acompañan. Suben cuestas, escaleras, montañas…parece que fuesen víctimas de una maldición. Recuerdo que en un pueblecito – lleno de cuestas - de las montañas del norte de Vietnam, uno de los grandes negocios era las moto taxi. Siempre estaban ofreciéndose en las puertas de los hoteles, restaurantes, bares, por la calle, siempre dispuestos a llevarte por poco dinero y que era lo que el personal local utilizaba exclusivamente como popular medio de transporte. Si además, te molestabas a calcular su precio en euros o dólares, la cantidad por el servicio era sonrojantemente modesta. Recuerdo que en este pueblecito había un paseo que comenzaba cuesta abajo y recorría un valle con algunas aldeas desperdigadas. La idea era hacer un recorrido circular por el valle de dos o tres horas y acabar de nuevo en el pueblo, pero subiendo al final del recorrido el pedazo de cuesta que habías bajado al principio. Bueno, pues durante los días que estuvimos por allí, no vi a casi

6

ningún PV subir en moto la cuesta. Los taxistas no entendían y no paraban de decir(nos) “cuesta muy larga”, “mucho calor”, “muy cansado”…nadie, ni caso, sin clientes, y es que el PV prefiere con mucho andar, cansarse, agotarse…y si la distancia merece la pena, alquilar un cuatro por cuatro con conductor, cocinero y guía. El término medio asusta al PV. El señor de las hormigas Una de las cosas para mí más curiosas de los viajes es la posibilidad de encontrarte a gente y charlar amparado en la oportunidad que te brindan las circunstancias del recorrido. Ponerte a hablar con alguien completamente desconocido en un autobús, avión, estación, bar…o pastisserie….es algo casi siempre divertido e interesante. Yo he hablado del Atlético de Madrid con un israelí en un tren en Vietnam, de amores adolescentes contrariados con un guía en Guatemala (bueno, él más que yo…), con taxistas en Buenos Aires, casi siempre del tema más importante de todos (como dice Galeano) el fútbol; de Australia con una pareja de chilenos en Indonesia, de moscas transmisoras de la malaria con una valenciana en la estación de tren de Nairobi, del problema de Oriente Medio con un israelita en la India ….en fin, la lista es larga y la memoria corta, pero es sencillo ponerte a pegar la hebra cuando viajas. En Indonesia, más concretamente en Java, y todavía más concreto, en Cibodas, un pueblecito de las montañas a unas dos horas de Yakarta, BC y este que escribe estuvimos un par de días. Este pueblo se encuentra en un parque natural en el que destacan dos volcanes casi gemelos, el Gunung Gede y el Gunung Pangrango. El primero de ellos de casi 3.000 metros y que BC coronó cual montañera avezada. Este pueblecito…si es que puede recibir la categoría de tal, tiene un majestuoso jardín botánico, el Kebun Raya Cibodas, que descansa en las faldas de los dos volcanes y en donde la selva tropical llega hasta prácticamente la misma cima. Aunque el jardín es enorme - puedes entrar en coche - la gente del pueblo no le daba demasiada importancia y sólo llegamos al mismo después de mucho preguntar…bueno, y porque también se mencionaba en la Lonely que si no, nadie nos hubiera dicho nada sobre él. Visitamos el jardín en una tarde haciendo tiempo para, al día siguiente, de madrugada, subir al Gunung Gede. Estábamos hospedados en una modesta pensión, regentada por un curioso personaje cuyo nombre, desgraciadamente no recuerdo, se hacía llamar Freddy, Harry o Billy…para hacer, me imagino, más fácil su pronunciación a los torpes PV. Este señor era una espacie de sacristán de la mezquita local y por esas fechas andaba muy atareado ya que también era el año nuevo musulmán (Alá no sólo es grande, sino que se hace oír muy bien por los altavoces de todo el pueblo). Más tarde, descubrimos hablando con otros huéspedes de la casa, que además, este señor era el padre de un famoso guía local al que recurrían aficionados de la observación de pájaros de todo el mundo…misterios de internet. Así que la mayoría de los huéspedes que había en ese momento eran “bird watchers”…especie de freaks que viajan por todo el mundo fotografiando pájaros para ensanchar su colección de fotos…habiendo montañas para subir, no entiendo lo de los pájaros.

7

Llovía bastante cuando llegamos y nada más entrar nos topamos con uno de los huéspedes, un tipo al principio de la treintena, una especie, en su apariencia física, entre un Alberto de Mónaco desteñido y un Norman Bates sin problemas mentales. Dicho espécimen de PV estaba leyendo en una pequeña terraza que compartíamos todas las habitaciones de la casa de huéspedes, a mí, de primeras dadas, como se dice en el mus, me pareció un tanto desamparado. Ya acomodados y sin nada más que hacer sino esperar a que escampara, BC que cuando viaja entabla conversación con cualquiera que se encuentra mucho más fácilmente que yo, comenzó a hablar con él. El tipo, al que llamaremos Hans, porque era alemán y no me acuerdo de su nombre, era patológicamente tímido. Cuando te hablaba casi ni te miraba a la cara, pero el tipo era amable y muy educado…mucho más – creo yo - que BC, que le hizo un tercer grado propio de la policía política estalinista. Resulta que Hans (recordad que me he inventado el nombre) era (y probablemente lo seguirá siendo a estas horas) entomólogo y especialista en hormigas malayas. He hecho un punto y aparte para que paladeéis lo de las hormigas malayas. Sí, señores y señoras; hormigas malayas. A parte de los callos, las hormigas malayas son también famosas. Hans había sido invitado por la asociación indonesia de entomología a un seminario internacional en el que participaría al día siguiente en las instalaciones del Jardín Botánico con todos los especialistas en hormigas malayas del mundo…o sea, que hay especialistas en hormigas malayas repartidos por todo el mundo. Hablando con Hans descubrimos que incluso había descubierto una nueva especie de hormiga, cosa que según él, tampoco era tan difícil ya que existe una ingente variedad de especies todavía por descubrir. Como no podía ser de otro modo y haciendo honor a su semejanza entre Alberto de Mónaco y Norman Bates, a esta nueva especie la llamó con el nombre de su madre…del que tampoco me acuerdo…¿Gertrude? Para mí a parte de la interesante tarde que pasamos allí charlando con él…(Hans fue el que habló más, acorralado por el puntsetiano encanto de nuestra científica aficionada BC) y a parte de lo que nos contó con tímida pasión respecto a la vida y milagros de sus amigas las hormigas, lo que me ha hecho escribir esta historia es el cuadro completo; el remoto sitio, esa casa de huéspedes un tanto básica (eufemismo de cutre), la charla atrapados en la terraza oyendo la torrencial lluvia, la pasión por el trabajo de uno por raro que éste sea, la devoción con el que todos los alumnos hablan de sus maestros, de su director de tesis en este caso; que si su director por allí, que si por allá,…nos decía con emocionado rubor, “mañana vendrá y repasaremos mi presentación antes del seminario”. Todo ello me pareció muy curioso y digno de respeto y de recuerdo. Al final creo que en un descanso en el que BC se había ido a duchar, sucedió lo que tenía que pasar, me ofreció enseñarme la presentación… y yo, como no podía ser de otra manera dije educadamente, quizás

8

9

demasiado educadamente, que estaría encantado de escucharla y verla. Me la enseñó impresa en unos papeles….apenas recuerdo nada de ella, tampoco lo que intentaba demostrar, sólo recuerdo la pasión del tímido Hans a la hora de contarme el misterioso mundo de las hormigas malayas.

Majadahonda En algún momento de 2010