Vicente Micolao y Sierra - Antonio de Guzmán o recuerdos de 1812 en América

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VICENTE MICOLAO Y SIERRA (Manfredo) Biblioteca Virtual de Dramaturgia Venezolana Tintateatro 1 ANTONIO DE GUZMÁN O RECUERDOS DE 1812 EN AMÉRICA (Drama heroico en un acto y en prosa) 1879

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Drama heroico en un acto y en prosa

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ANTONIO DE

GUZMÁN

O

RECUERDOS DE 1812

EN AMÉRICA

(Drama heroico en un acto y en prosa)

1879

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Al lector en la segunda edición

¡Los héroes no tienen patria! Sus virtudes pertenecen a todas las

edades; a todas las plumas; a todas las conciencias.

Cristiano y español Antonio de Guzmán, yo canto sus glorias con el

coturno trágico, como han sido cantadas por plumas que no son

peninsulares, las hazañas del Cid, las glorias de Pelayo, los triunfos de

Gonzalo de Oyon, las desventuras de Don Rodrigo y las proezas de

Antonio de Leiva en Pavia.

Yo, venezolano, enaltezco sus glorias, como Emilio Segura y Marcos

Zapata, españoles, han hecho justicia a “Ricaurte en San Mateo” y a

“Sucre en Berruecos”.

Tenedlo presente, los que alardeáis de un odio legendario contra la

madre patria; y si un triunfo sobre las huestes republicanas os hiciere

tachar mi drama de anti-americano, recordad que él fue un paréntesis en la

gran lucha, y que a pesar de aquel grito sublime de lealtad a la patria y a

las banderas castellanas, la América fue libre e independiente.

He puesto al frente de mi obra “Galería dramática española”, porque

así está editada en la imprenta en Madrid; y como un recuerdo de gratitud

a la histórica hidalguía peninsular, que generosa y noble acogió mi drama,

nueve veces, sin preguntar quién era su autor; y sin llenarlo de exageradas

alabanzas, que ridiculizan, lejos de enaltecer las obras de este género.

Manfredo.

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Personajes:

ANTONIO DE GUZMÁN

ROSA

MIÑANO

MIRANDA

CORONEL JALOM

VINONI

UN OFICIAL

VARIOS SOLDADOS

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ACTO ÚNICO

Escena Primera

(Miñano y Rosa)

ROSA.-

Y dime Miñano, si es que eres español y aún arde en tus venas la sangre

de los hijos del Cid y de Pelayo, ¿cómo es que no procuras limar los grillos

a ese valiente y gallardo español que está encerrado en ese lóbrego

calabozo?

MIÑANO.-

A quién, ¿a Guzmán?

ROSA.-

Sí; a ese héroe compatriota nuestro, que supo rechazar los galones de

Coronel que le ofreciera el Generalísimo Miranda, con tal de que

combatiera por la República.

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MIÑANO.-

¡Valiente hombre! Mira; cuando oí que le decía con esa arrogancia

castellana a Miranda: “Yo no serviré sino al soberano cuyas banderas he

jurado; y a la patria en que nací”, ¡casi se me saltaron las lágrimas, y me

dieron intenciones de arrojarme a sus pies y besárselos!

ROSA.-

Bien; veo que no has dejado de ser español; pero, contéstame a lo que te

he preguntado… ¿Por qué no limas los grillos a ese héroe?

MIÑANO.-

¿Por qué? Tú no estás enterada mujer supuesto me haces esas

reconvenciones… ¿Me crees tú insensible a la voz del compatriota como a

la de la humanidad?

ROSA.-

No por cierto; y es por eso que me extraña…

MIÑANO.-

¡Pues algo grave debe haberme detenido para no ejercer mi caridad en

este caso!

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ROSA.-

¿Y qué es ello?

MIÑANO.-

Óyeme, hará cosa de seis o siete días que el caballero de Guzmán, recibió

la gracia de Miranda de que le quitaran los grillos y algo más; que le

permitieran pasear por estos corredores. Él acepto; y el Generalísimo, con

una sonrisa de suma complacencia, dio las órdenes al efecto al valiente

Jalom, que, como sabes, es el jefe de esta fortaleza. Mas ayer me llamó el

capitán Guzmán, y me encargó diera a Miranda el siguiente recado: “El reo

de Estado, Antonio de Guzmán, pide que se le remachen de nuevo los

grillos y que se le cierre su bóveda”.

ROSA.-

(Admirada) ¡Ah! ¿Con que él mismo ha pedido?...

MIÑANO.-

Sí; ¡y es por eso que los tiene puesto!

ROSA.-

(Con misterio y llevando aparte a Miñano) Y dime; ¿tú no comprendes por

qué el capitán Guzmán ha pedido todo eso?

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MIÑANO.-

Creo comprenderlo; ¡pero no me atrevo a asegurarlo!

ROSA.-

¡Pues yo sí! Ese hombre tiene mucho talento; ¡y sobre todo mucho

corazón! ¿Sabes lo que pretende? ¡Pues pretende nada menos que

devolver esta fortaleza a España, aun cuando para ello tenga que perder la

existencia!

MIÑANO.-

¡Ave María Purísima! ¡Y para eso pidió estar imposibilitado! Cuanto mejor

no era cuando se encontraba como quien dice casi libre, que no ahora!

ROSA.-

¡Pues ahí verás! ¡Por supuesto que en caso de que mi vaticinio salga

cierto, tú le ayudarás!

MIÑANO.-

¡Por supuesto! Mi última gota de sangre la derramaré gustoso por mi

España y por él. ¡Pero no creo que se exponga a una muerte casi cierta;

porque su aliento y el mío, son insuficientes contra esas murallas y los cien

hombres que la guardan!

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ROSA.-

¡Veo que lo que te sobra de valor; te falta de inteligencia!

MIÑANO.-

Mira amor mío. Si no fueras tú, Conchita de plata, la que me dices esas

palabras… te volvería una etcétera. Es decir que ¿yo soy un bruto cuando

no comprendo lo que se te ocurre a ti?

ROSA.-

No: yo no te he querido decir eso; ¡pero sí que no comprendes lo que a un

gigante de imaginación como es el capitán Guzmán se le puede ocurrir!

MIÑANO.-

No; lo que es en eso te doy la razón. Es mucho hombre ese hombre. Pero

variando nuestra conversación, ¿sabes que ya me cansó el celibato?

ROSA.-

Pues hijo; en tus manos está el remedio; por mí… ¡Pero calle! Se me pasa

la hora de un encargo que tengo.

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MIÑANO.-

¿Qué encargo es ese?

ROSA.-

No te lo puedo decir ahora. Soy además cantinera del Batallón, y puede

que a mis pobrecitos soldados se les ocurra algo… Voy… ¡Adiós!

MIÑANO.-

Adiós, cuerpo salao. Y cuidado con quien me seas infiel.

ROSA.-

¡Descuida! (Vase por el lado izquierdo!

Escena Segunda

MIÑANO.-

(Solo) ¿Un encargo? ¿Qué será ello? ¡El demonio es esta chiquilla! Ayer

tarde la estuve viendo hablar con el capitán Guzmán más de una hora. Él

con la alegría en los ojos y ella con toda la gravedad de un general que

dispone un plan de campaña. ¡Qué significará esto! Esas sospechas de

Rosa, deben tener algún fundamento; ella, aunque viva, no puede estar en

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esos golpes propios únicamente de hombres como del que se trata. En fin;

ojalá sea cierto porque entonces… ¡Calle! Ahí viene el Generalísimo

acompañado del coronel Jalom; ¿qué vendrá a buscar? ¡Habrá

sospechado! ¡Aquí está!

Escena Tercera

(Dichos; Miranda y el Coronel Jalom que vienen hablando)

MIRANDA.-

¡Él lo ha querido! Sus motivos tendrá. ¡Yo creo que este español acabó por

volverse loco!

JALOM.-

¡Así me ha parecido General!

MIRANDA.-

¡Eh!... ¡El Alcaide!

MIÑANO.-

Presente mi General.

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MIRANDA.-

Conducid inmediatamente a mi presencia, al reo de Estado, ¡Antonio de

Guzmán!

MIÑANO.-

En seguida, mi General (Aparte) ¿Qué es esto? (Vase)

MIRANDA.-

Por cierto, mi querido amigo, ¡que siento que ese español sea tan adicto a

sus banderas!

JALOM.-

¿Por qué mi General?

MIRANDA.-

Porque lo vería con placer frente al ejército de nuestra República. ¡Su

valor, su lealtad son a toda prueba! ¡Y cuán difícil es, mi querido Coronel,

encontrar esos hombres en nuestros tiempos!

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Escena Cuarta

(Dichos, Guzmán y Miranda)

MIRANDA.-

¡Silencio! ¡Ahí viene!

GUZMÁN.-

(Con dignidad y cariño) ¡General!

MIRANDA.-

(Tendiéndole una mano y con extrañeza) ¡Es cierto que habéis pedido de

nuevo los grillos y que os encierre!

GUZMÁN.-

(Con respeto y gravedad) Sí, señor, lo he pedido y el mayor servicio que

me ha hecho es consentir en ello.

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CORONEL.-

Pero ya habréis variado de ideas; y hoy desearías no haberlo exigido;

¿verdad caballero de Guzmán?

GUZMÁN.-

(Sonriendo) ¡Señor Coronel: los hombres como yo, que no tienen más

mérito, si acaso mérito puede llamarse el ser leal a su Rey y a su bandera,

no se arrepienten nunca de lo que hacen!

CORONEL.-

¡Perdonad, si os he podido ofender!

GUZMÁN.-

No; vos no me habéis ofendido. Natural es que todo el mundo crea, que el

hombre que se encuentra con un dogal al cuello, hierros en los pies y la

muerte a dos pasos, abdique de sus creencias y dignidad. ¡Oh! Pero por

desgracia o por fortuna, aún existen muchos pechos castellanos, que antes

que envilecerse, aprietan con los dientes la pistola que los ha de matar. ¡Sí,

General! Si mi patria me pidiera en holocausto de mi lealtad, que sacrificara

los seres que más amo en el mundo, mis manos, si armas no tuviera, les

daría la muerte!

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MIRANDA.-

Capitán Guzmán: ¡Eso ya no es lealtad, sino temeridad y mucho orgullo!

GUZMÁN.-

Precisamente cualidades son esas inapreciables en el súbdito que quiere

cumplir con su deber. Orgullo debe sentir el soldado que prefiere la muerte

antes que envilecer su bandera, y temeridad en sostenerla incólume.

MIRANDA.-

(Tendiéndole la mano) Bien, caballero, aun cuando lo que acabáis de decir

me hace perder la postrera esperanza, no por eso puedo ahogar un

arranque de verdadero entusiasmo al palpar corazones tan leales como el

vuestro.

GUZMÁN.-

(Con sinceridad) Es… que nosotros nos comprendemos, General. ¡Para

aquel que sabe amar su causa con el santo cariño de la veneración, la

palabra fidelidad no es vana!

MIRANDA.-

(Aparte) ¡Quién que oiga a este hombre no se siente orgulloso de haber

nacido en España!...

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MIRANDA.- Caballero de Guzmán: si hoy la República necesitase de

vuestros servicios y se os propusiera el grado de General para que

volaseis en su defensa, ¿lo aceptarías? (Pausa durante la cual Guzmán no

contesta) Conozco las pruebas que habéis dado de fidelidad a vuestra

patria. Pero examinad vuestra causa. Ese rey es hoy prisionero de

Napoleón: José Bonaparte es actualmente el rey de España, y esta es la

patria que os queda a vos y a vuestros hijos.

GUZMÁN.-

(Después de un momento) Eso mismo, General, hace días me venís

proponiendo; y, como siempre, os diré: Yo agradezco a Vuecencia sus

favores, pero el honor de un buen soldado español me impide aceptarlo.

MIRANDA.-

¡Sois verdaderamente un hombre extraordinario!

GUZMÁN.-

No, General: soy un buen español y nada más.

MIRANDA.-

¡Bien! ¿Con que insistís en que se os pongan los grillos y se os encierre?

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GUZMÁN.-

Sí, General; y hoy más que nunca.

MIRANDA.-

¡Sea! Caballero… (Saludando)

GUZMÁN.-

General… (Saludando)

Escena Quinta

(Dichos, menos Miranda y el Coronel. Guzmán queda pensativo y

maquinalmente se sienta en un banco. Miñano lo contempla en silencio, se

enjuaga una lágrima, toma los grillos con un movimiento de desesperación,

los contempla un instante y luego con el mayor respeto se acerca a

Guzmán y le dice:)

MIÑANO.-

Capitán Guzmán: si usted me permite.

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GUZMÁN.-

¿Qué?

MIÑANO.-

(Mostrándole los grillos) Que os coloque estos malditos hierros que han de

aprisionar el corazón español más leal y valiente que he conocido.

GUZMÁN.-

¡Gracias, amigo! Bien puede usted cumplir con su deber. ¿Qué son los

grillos para el que tiene libre la facultad de pensar?

MIÑANO.-

Es cierto; pero mejor sería que también tuviese libre la facultad de acción.

GUZMÁN.-

(Parándose de repente y fijando la mirada en Miñano, que baja la suya

dominado) ¿Es usted español, Miñano?

MIÑANO.-

(Levantando la cabeza con orgullo) Sí, señor; y a honra lo tengo.

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GUZMÁN.-

¿Buen español?

MIÑANO.-

Buen español. (Con satisfacción)

GUZMÁN.-

(Alargándole la mano) Venga esa mano. Pongo en ella mi cabeza: usted

responderá de ella a la justicia de Dios.

MIÑANO.-

Dígame usted lo que quiera: disponga usted de mi persona, de mis bienes,

de todo lo que crea que pueda servirle. Usted ha tocado la fibra más

sensible de mi corazón; y en prueba de ello, vea usted: estos grillos que

habían de aprisionar a usted los arrojo lejos de mí (los tira). Y bien Capitán:

abra su corazón, que habla usted con todo un hombre y buen español. El

largo cautiverio a que he sido condenado, las privaciones y el hambre,

indujéronme a servir a la República; desde entonces no he esquivado

medios para volver a mis banderas; desde entonces pido un perdón a mi

patria y a Dios (Se arrodilla) que vos me concederéis gustoso; ¿no es

verdad?

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GUZMÁN.-

(Con solemnidad) Yo he visto a Dios en todas las manifestaciones de su

grandeza. Cristiano lo he comprendido en este fervor religioso que me

hace verte entre la adversidad y las cadenas. Viajero lo he visto en el

océano, ésta ha sido su misericordia infinita al náufrago moribundo que

luchaba en el piélago embravecido. Militar las balas me han respetado, y

he acogido el último aliento del camarada que al despedirse de la tierra,

murmuraba el nombre de Dios en el soplo fugitivo de una vida que se

extinguía. ¿Qué más puede hacer un sacerdote? La doctrina de Jesucristo

ha dicho, que más alegría hay en el cielo, por un pecador que se

arrepiente, que por cien justos que perseveran en la virtud. ¡Miñano! ¡A

nombre de la patria, yo os absuelvo y perdono! (Extiende los brazos sobre

la cabeza de Miñano y luego se levanta. Lo que sigue en voz baja y un

poco rápida sin que por eso pierda el público ni una sílaba) ¿Miñano, es

usted valiente?

MIÑANO.-

Sé morir.

GUZMÁN.-

¿Se siente usted con ánimo de ello, en el caso que fracase nuestro plan?

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MIÑANO.-

¡Sí, mi Capitán!

GUZMÁN.-

Pues bien; vamos a devolverle a España el castillo de San Felipe. Si

perdemos, para morir nacimos; y si ganamos… figúrese usted. Esa gloria

no se puede despreciar.

MIÑANO.-

Cuente usted conmigo para todo. (Aparte) Luego Rosa tenía razón. ¿Qué

hay que hacer?

GUZMÁN.-

(Más movimientos y precisión en la escena) Óigame usted. La tropa que

guarda el Castillo, aun cuando pasa por veterana, no lo es, ni sus oficiales

y Jefes. Los artilleros dentro de poco se recogerán en las bóvedas. Rosa la

cantinera tiene el encargo de hacerlos dormir por mucho tiempo, gracias a

un narcótico que ha mesclado en el aguardiente. Los demás hombres que

componen la guarnición de esta fortaleza y que están de guardia de

prevención están de nuestra parte.

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MIÑANO.-

¿Y bien, con qué artillería y con qué parque contamos?

GUZMÁN.-

Todo está previsto. Usted sabe que por orden del Generalísimo, las

baterías con sus arcones de pertrechos y todo a punto de romper el fuego,

están preparadas. Dormidos los artilleros, no hay más que utilizarnos de

ellas.

MIÑANO.-

¿Y qué me toca hacer entre tanto?

GUZMÁN.-

Caer, daga en mano, sobre el centinela que vigila este terrado donde se

halla el polvorín, darle muerte porque no queda otro recurso. En seguida

tomar una mecha encendida, y al grito de ¡viva España! que será la señal,

se colocará usted firme y resuelto a la puerta del polvorín. Si por desgracia

somos derrotados, da usted fuego a la mina, y entre humo y ceniza y

envueltos en los pliegues del orgulloso pabellón español, moriremos con

honor. (Histórico)

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MIÑANO.-

Bien, mi Capitán. Mas, se me ocurre una observación. ¿Con qué daga o

arma mato al centinela, si como veis estoy desarmado?

GUZMÁN.-

Verdad es: obstáculo es este y grande: ¿qué haremos?

MIÑANO.-

Cuando se va a morir no vale la pena de reflexionar sobre el cómo ésta ha

de ser. El fusil del mismo centinela será su verdugo. ¿Pero, y vos?

GUZMÁN.-

¡Oh! Descuidad; yo aún tengo mi espada y bandera, gracias a la bravura y

decisión de Rosa.

MIÑANO.-

¡Ah! ¡Pues entonces sólo nos espera la gloria o la muerte!

GUZMÁN.-

¡Sí, valiente compatriota!

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MIÑANO.-

Pues vengan en buena hora; mi corazón, ebrio de saña y de entusiasmo

henchido las espera impaciente. ¿A qué hora es el combate?

GUZMÁN.-

Son las 4… a las 5, hora en que mis compañeros de infortunio, Garmendia

e Istueta, habrán acabado de limar sus ligaduras y los artilleros dormirán.

MIÑANO.-

Corriente. Con que viva España; y guerra, exterminio y triunfo.

GUZMÁN.-

¡Sí; triunfar o morir!

MIÑANO.-

Entonces, hasta las cuatro, Capitán. Yo voy a explorar el terreno.

GUZMÁN.-

Deme usted antes un abrazo, valiente amigo.

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MIÑANO.-

¡Ah! Me honra usted demasiado, Capitán.

GUZMÁN.-

(Se abrazan) Adiós… a las cuatro…

MIÑANO.-

O viva España o muerte. (Mutis foro izquierdo)

Escena VI

(Guzmán, solo)

GUZMÁN.-

Sí; dentro de una hora se habrá fijado mi suerte. ¿De qué sirve la vida

cuando no se puede ostentar con toda la gloria y esplendor que uno

quisiera? ¡España! mi querida España: ¿quizás creerás que la inacción ha

embargado mi bravura y que consiento ver humillada nuestra bandera?

¡Oh! no, ¡mil veces no! Sombras venerandas del Cid, Pelayo y de Gonzalo,

no tendréis por qué reconvenirme. Sé que al nacer, mi patria me impuso la

obligación de defenderla y de morir por ella. Adhesión y lealtad juré a mis

reyes; pues bien: reyes y patria, ambos quedaréis satisfechos de mi

conducta. Tu bandera hecha jirones cubrirá mi cuerpo en el combate; mi

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postrer suspiro será para bendecirte y lamentar el haber sido demasiado

pequeño para no cubrirla de la gloria con que en Lepanto y en Argel te

supieron cubrir aquellos héroes; mas no será por falta de energía y

decisión, sino porque mi fatal estrella me lo impida. (Pausa) ¿Estaré

soñando? ¿Será que el ciego y acendrado amor que profeso a mi España

me hará creer realizable esta empresa? ¿Me habré engañado? Y bien si es

así, que esto es un acaloramiento de mi abrasado espíritu, ¿cuál será mi

fin?... ¿morir? Enhorabuena; ¿qué menos se puede perder en lucha tan

arriesgada? Mil vidas que tuviera, mil vidas sacrificaría gozoso por ver

ondear de nuevo en estas almenas mi pabellón nacional. (Transición) ¿Y…

mi esposa?, ¿y mis hijos? ¿Soy yo acaso ducho de mi vida? ¿No privo, al

privarme de la existencia, a mi esposa, del padre de sus hijos? ¿Correr a

una muerte cierta no es lo mismo que suicidarse? ¿No es el suicida

considerado como un cobarde y condenado por nuestra santa religión?

(Transición) Ahí precisamente está el heroísmo, en sacrificar la vida por

una causa. Mis hijos quedarán sin padre, mi esposa sin esposo; ¡pero el

mundo los mirará con respeto y veneración, porque su padre supo cubrir

con honra su agonía! Sí; yo no seré un suicida; el suicida atenta a sus días

sin defenderse; yo encontraré la muerte lidiando por mi patria. El nuevo sol

quizá cuando alumbre mi cadáver, prestará en ese instante más luz a tus

divinos ojos, esposa mía, y más candor al rostro de mis hijos. ¡Oh, Dios

mío! ¡Que no m abandone el valor! ¡Apartad de mi mente, recuerdos que

enerváis mi voluntad! Brille en mi sien, el deseo del triunfo y de la gloria.

Huid de mí, recuerdos que me atormentáis. Dejadme cumplir el sagrado

deber de ser leal. (Transición) Y si acaso mi excesiva lealtad labrase la

muerte a mi idolatrado hijo; si en venganza mis enemigos le diesen muerte,

¡oh! ¿puede servir de obstáculo para que yo retroceda en mi empresa?

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¡No! ¿Acaso por mis venas no corre la misma sangre española que

circulaba por las venas de Guzmán el bueno? En Tarifa, dio él armas a sus

enemigos para que asesinaran a su hijo. ¿Quién puede, pues, impedirme a

mí que haga lo mismo?... Sí; vengan los tormentos, los suplicios; mi muerte

y la de mis hijos vengan, que muerte, tormentos y suplicios no han de

detenerme en la carrera que me he trazado. (Cae sentado en el banco

como abatido por las ideas que le atormentan)

Escena VII

(Dichos y Rosa, a poco Miñano)

ROSA.-

(Entrando) ¡Capitán!

GUZMÁN.-

¿Quién llama?

ROSA.-

¡Soy yo!

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GUZMÁN.-

¡Ah! Valiente Rosa. ¿Qué sucede? Fiel a tu palabra habrás cumplido tu

promesa.

ROSA.-

Como la cumple quien siente arder en sus venas la sangre de los valientes.

GUZMÁN.-

Bien.

ROSA.-

La guarnición, gracias al narcótico, está en estos momentos en el segundo

sueño. Venía, mi Capitán a recibir órdenes. ¿Hay algo más qué hacer?

GUZMÁN.-

Esperar la señal y caer sobre el que se resista a gritar ¡Viva España!

ROSA.-

(Con entusiasmo) ¡Entendido! Pero aún me ocurre algo más que a usted se

le ha pasado, sin duda por lo mucho que tiene en qué pensar.

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GUZMÁN.-

¿Y qué es ello?

ROSA.-

Surtir de armas a nuestros infelices compatriotas.

GUZMÁN.-

Es verdad. Pero, y cómo…

ROSA.-

¿Los artilleros no están rendidos? ¿No gastan ellos machetes? ¿Para qué

le sirven si duermen? Mejor le servirán a los que velan.

GUZMÁN.-

Sublime corazón. Vuela en busca de ese auxilio inesperado. Pero cuidado,

mucho sigilo y discreción.

ROSA.-

Eso ocurre de mi cuenta. (Mutis)

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GUZMÁN.-

Dios te guíe, criatura generosa. ¿Mas, quién se acerca? ¡Ah! es Miñano.

MIÑANO.-

(Entrando) ¡Señor! Vengo a suplicar a usted que se deje poner los grillos

por un momento.

GUZMÁN.-

(Admirado) ¿Y eso por qué?

MIÑANO.-

Porque el Generalísimo acaba de entrar y desea hablar a usted y si os

viese sin ellos podría sospechar…

GUZMÁN.-

¡Ah! es verdad. Póngalos usted, querido amigo, y Dios quiera que sea esta

la última vez.

MIÑANO.-

(Colocándoselo) Así lo espero, mi Capitán.

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Escena VIII

(Dichos y Miranda. Éste entra en el momento de haberle puesto Miñano los

grillos)

MIRANDA.-

Capitán Guzmán, extrañaréis que vuelva donde vos casi al mismo

momento de dejaros.

GUZMÁN.-

¡Sí por cierto!

MIRANDA.-

Es que necesito hablaros un largo rato, sobre asuntos que espero harán

variar vuestro modo de pensar.

GUZMÁN.-

(Sonriéndose) Lo dudo.

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MIRANDA.-

(Reparando en los grillos de Guzmán) ¡Cómo! ¿No he dado órdenes para

que cuando el caballero de Guzmán no se encuentre en su calabozo, se le

quiten los grillos? Sargento Miñano, quitádselo y despejad.

MIÑANO.-

Al momento mi General. (Lo hace y se va)

GUZMÁN.-

(Tendiéndole una mano a Miranda) Gracias.

Escena IX

(Guzmán y Miranda – histórico)

MIRANDA.-

Sentaos, Capitán Guzmán, y hablemos como dos buenos amigos.

GUZMÁN.-

Me honráis de un modo…

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MIRANDA.-

Excusemos cumplidos y vamos al asunto.

GUZMÁN.-

Vos diréis.

MIRANDA.-

Yo no sé por qué causa misteriosa soy impulsado a estimaros no como un

valiente, sino como a un hermano. Veces mil me he hecho esta pregunta y

otras tantas no me la he podido contestar. Permitid que os abra hoy mi

corazón con toda la franqueza de un rudo soldado y toda la lealtad de un

buen amigo.

GUZMÁN.-

Decid.

MIRANDA.-

(Con solemnidad) Nunca, ni cuando estuve en Valmi, en medio de sus

encarnizados combates, mi corazón supo lo que era retroceder en sus

planes. Mas hoy, al veros, al considerar la grandeza del alma que

encerráis, mi corazón late con violencia al comprender la suerte que os

espera si persistís en vuestra temeridad. (Movimiento de Guzmán)

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Esperad; voy a explicarme. Mientras que os halléis bajo la guarda del

valiente Jalom, Jefe de este Castillo, nadie osará atentar impunemente

contra vuestros días, ¿pero quien quita que mañana o pasado, las

circunstancias obliguen a que ese soldado magnánimo pase a otra plaza y

quedéis vos y vuestros compañeros a merced de algún Jefe sanguinario,

que crea cubrirse de gloria mandandoos a asesinar? ¿No pensáis que

entonces vuestra muerte no tendría nada de gloriosa, y sí mucho de

ignorada?

GUZMÁN.-

(Con sentimiento) ¡Verdad! ¡Oh! Si tal supiera, creo que con mis manos

abriría mi pecho en dos. ¡Morir sin pelear! ¡Morir como un perro! ¡oh! ¡No

prosigáis, General, porque sólo la idea de creer que moriría sin luchar me

desespera!

MIRANDA.-

Pues bien. Todo tiene remedio. Olvidad vuestras rancias creencias. Abríos

a los nuevos horizontes que la libertad viene presentando. ¡El hombre debe

ser libre!

GUZMÁN.-

¿Y acaso yo lo soy? ¿Creéis que porque sirvo a España no comprendo

toda la importancia de vuestras creencias? ¡Oh! Sí, General, Y he ahí por

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qué no condeno vuestras justas aspiraciones. Porque la palabra

independencia no me martiriza, porque creo que toda Nación debe ser libre

e independiente. La usurpación por derecho de conquista, siempre la he

considerado como un abuso de la fuerza.

MIRANDA.-

Pues entonces, ¿cómo es que teniendo tan avanzadas ideas no abdicáis

de esos escrúpulos y adoptáis esta República como vuestra patria natal?

La gloria, las distinciones, los grados os esperan en este fértil suelo, y

quién sabe si allende los mares tendréis por recompensa a vuestra lealtad,

la ingratitud y el olvido. Recordad la historia. ¿Qué premio merecieron

Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa?... ¡Unos cadena,

otros muerte ignorada!

GUZMÁN.-

¡Oh! Sí, tenéis razón. Todos esos héroes que dieron brillo a España, no

merecieron recompensa de sus monarcas, mas no culpéis a sus reyes;

echad la culpa a aquella época. Y aun suponiendo que la ingratitud sea

innata en los reyes españoles, ¿me excusa eso de cumplir mi deber? No,

General; mayor mérito tiene para mí aquel que cumple con su deber, sin

esperar recompensa, que el que trabaja por alcanzar un premio; y para

corroborar mi dicho, os diré: Si cumpliendo aquí con el sentimiento de

lealtad que cada día se dilata más en mi pecho, obtuviera en mi suelo por

galardón, la muerte en patíbulo afrentoso, y por ser desleal a mis banderas,

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vosotros me elevaréis a la primera magistratura de la República, no

dudaría en aceptar el patíbulo. (Movimiento de Miranda) ¿Os extrañan mis

palabras? ¿Las tomáis como un delirio de mi acalorada mente? Mas, no lo

juzguéis así. Quien adora la libertad, debe para saber ser libre, saber ser

hombre, y para ser hombre, cumplir lo que jura o morir.

MIRANDA.-

Pero es que vuestra lealtad no os impide reconocer un error. ¿Aquel que

reconociendo el abismo en que va a caer si da un paso hacia delante,

retrocede, se le puede considerar como cobarde? ¿No, verdad? ¿Entonces

por qué os creéis deshonrado, si poseyendo como poseéis, pensamientos

tan elevados con respecto de libertad y de República, no abjuráis de

vuestras creencias? ¿Por qué hoy que la fatalidad política ha hecho que

Napoleón ocupe el trono, no arrojáis de sí esas ideas de adhesión a la

causa que lo avasalla todo por la fuerza y no por la razón? ¿Habéis por

ventura jurado fidelidad a Napoleón?

GUZMÁN.-

¡No! ¡Y nunca se la juraría! Pero a mi patria sí he jurado fidelidad. Y ya que

no puedo ser fiel a mi rey, a lo menos lo seré a mi suelo. Decidle a la

madre que fija todo su cariño en un hijo, que se desprenda de él y que ame

únicamente a un expósito que le presentáis: quitad al mar el flujo y reflujo,

al sol su luz, a las flores sus aromas, a la fuente su murmullo, a la selva su

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poético encanto, al mundo su concierto universal; y quizás entonces

podréis conseguir que yo renuncie a ser español.

MIRANDA.-

(Levantándose) ¡Oh! Por Dios, que no creí nunca encontrar hombre de

tanta firmeza y tan patriota como vos. ¿Es decir, Capitán Guzmán, que ni

mi amistad, ni mis ofertas os harán variar de modo de pensar? ¿Es decir

que ciego en vuestro orgullo, despreciáis fortuna, la gloria y el porvenir que

os ofrezco? Decidme, Capitán Guzmán, por última vez: ¿qué os haría

cambiar de resolución?

GUZMÁN.-

(Con sencillez y aplomo) La muerte únicamente, General.

MIRANDA.-

(Un poco contrariado) Está bien. ¿Y si yo resentido por la poca influencia

que tengo para con vos, os pusiera en el caso de elegir, entre vuestro

cambio de ideas o la muerte de vuestro hijo, qué hicierais?

GUZMÁN.-

(Idem) ¡Sacrificar a mi hijo!

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MIRANDA.-

(Horrorizado) ¡Oh! ¡Y será eso verdad! No, no puedo convencerme de ello;

lo probaré. Pues bien: veinte minutos os doy para que lo penséis. Si en el

término de ese tiempo no decidís acogeros a nuestras banderas, dos

campanadas os advertirá que vuestro hijo ha dejado de existir.

GUZMÁN.-

(Aparte) Este hombre me está haciendo apurar hasta las heces la copa del

sufrimiento.

MIRANDA.-

(Aparte) ¡Pobre amigo! ¡Cuánto hago por conseguir que nos pertenezcan

su bravura y lealtad! ¿Y bien, Capitán, qué decís?

GUZMÁN.-

(Con calma y resignación) Lo que os he dicho ya. Haced pedazos a mi hijo;

él, con los sentimientos de lealtad y de heroísmo que le he inculcado, sabrá

morir bendiciéndome. Él sabe que para un soldado, todas las torturas son

preferibles que la deshonra.

MIRANDA.-

(Aparte) Tienes razón. (Alto) Hasta dentro de veinte minutos, Capitán.

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GUZMÁN.-

(Con calma) Hasta entonces, General.

Escena X

(Guzmán, solo)

GUZMÁN.-

¡Oh! ¡Dios mío! ¿Será posible tanta atrocidad? ¿Será capaz Miranda de

cumplir lo que acaba de decirme? ¿Acaso él no es padre también? ¿No se

pondrá él en mi caso, no comprenderá los dolores porque debe pasar el

hombre a quien se le coloque en esta alternativa? Sí, sosiégate, corazón.

Miranda es bueno, honrado y pundonoroso militar, ¡incapaz de cometer

semejante felonía! Sí; sí… ¡No quiero convencerme de semejante

atrocidad! ¿Y si me engaño? ¿Y si ciego por el orgullo nacional hiciera a mi

hijo víctima de su rencor? ¡Oh! ¡no sé lo que por mí pasa! Quiero ser leal,

pero la voz de mi hijo resuena hasta en el fondo de mi corazón. (Delirio) Me

parece ver ya su ensangrentada cabeza decirme: “filicida, ¿qué le

contestarás a mi madre cuando te pregunte por mí?, ¿qué le dirás para

mitigar su dolor? ¿El haber sido leal acaso le volverá al hijo de sus

entrañas?” ¡Oh, Dios mío! ¡Mi cerebro vacila; todo mi ser pierde el aplomo

y energía que es menester en tales casos! Hijo mío, hijo adorado, no, no

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consentiré que mueras por mi causa; tu vida sólo Dios, sólo el Ser

Supremo tiene derecho a ella. Yo iré donde Miranda, le rogaré no cebe en

ti su enojo, y en último caso abjuraré de mis creencias. Estaré al servicio

de la República y… (Transición) … ¿Pero qué estoy diciendo?... ¡yo estoy

loco! ¡abdicar de mis juramentos!... ¡oh! ¡nunca, nunca! Caiga el hacha

sobre el inocente cuello de mi hijo… Muera de dolor mi adorada esposa

pero sálvese el honor castellano. (Se oyen tres campanadas, con intervalos

de un segundo de otra – cae de rodillas) ¡Ah! ¡Dios Soberano! (Con

desesperación) ¿Es decir que ese tigre decía verdad? ¿Es decir que las

pasiones llegan hasta el extremo de asesinar a un infeliz niño? ¡Hijo mío, tu

padre te ha sacrificado, tu padre ha sido tu verdugo! Maldi… no, no…

perdónale, qué harto desdichado en este momento… ¿Mas, qué oigo? Ese

ruido; ¿vendrán a anunciarme la fatal nueva?... ¿Quién sois? (Delirando)

¿Qué queréis? ¿Por qué me buscáis? ¡Apartad! ¡Mi hijo… es mi hijo! ¡Es

mi adorado hijo!... (Con ternura y como si tuviera a su hijo entre sus

brazos) ¡Qué pálido estás! ¿Has sufrido mucho por mi prisión, verdad? Lo

comprendo. ¿Y tu madre? ¿Llora mucho también? ¡Infeliz! ¡Pronto se

consolará, porque soy ya libre, ya los grillos no me aprisionan! Ven, hijo

mío, salgamos de este maldito castillo, donde tantas lágrimas he

derramado. España ya está a salvo. ¿No ves la bandera de mi patria que

se ostenta en este momento? Ven, ven, salgamos. (Va por el foro a tiempo

que sale Miñano)

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Escena XI

(Dichos, Miñano – con mucha precisión y a media voz bajando con

Guzmán al proscenio)

MIÑANO.-

Capitán, óigame usted.

GUZMÁN.-

¿Quién? ¡ah! (Volviendo en sí) todo ha sido una pesadilla. Dígame usted,

Miñano, (Con dolor y duda) ¿esas campanadas que acaban de oírse, qué

significan?

MIÑANO.-

Lo de siempre, relevo de las guardias.

GUZMÁN.-

¡Ah! respira corazón que aún hay tiempo. ¿Qué venía usted a decirme?

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MIÑANO.-

Que el momento se aproxima. Vaya usted en busca de su espada y de los

compañeros. Aquí esperaré para lanzar el grito que nos ha de llevar a la

gloria o la muerte.

GUZMÁN.-

Sí, sí. Espéreme usted. ¿Ha dado usted ya muerte al centinela?

MIÑANO.-

Aún no; pero no tardaré en hacerlo.

GUZMÁN.-

¡Oh! espéreme usted; luego que salga, lácese usted a esa puerta y cumpla

con lo que le he ordenado. (Vase)

Escena XII

(Miñano y a poco Vinoni)

MIÑANO.-

Capitán Guzmán, descuidad; si sois valiente, yo también sé morir como el

león sin rendirse.

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VINONI.-

(Entrando) Benditas contingencias de la guerra. Heme aquí, jefe accidental

de este castillo, a pesar de mis charreteras de Capitán. El Generalísimo ha

marchado al teatro principal de los sucesos, y el valiente Jalom desempeña

actualmente una comisión del servicio digna de su espada. (Reparando en

Miñano) ¡Ah sois vos Miñano! ¡Despejad! (Con ademán insistente)

MIÑANO.-

(Aparte) ¡Hombre! Bonita espada tiene este oficial, ¡precisamente la que

me haría falta!

VINONI.-

¿No habéis oído, Miñano?

MIÑANO.-

Sí, mi Jefe, pero… es… que… estaba pensando aquí… qué sé yo…

locuras… Que si yo fuera oficial, me gustaría tener una espada así como la

vuestra. Vea usted.- Yo oficial… No sé cómo podría suceder eso…

VINONI.-

Hombre, no. En tiempo de guerra nada más natural que ascender…

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MIÑANO.-

Sí… es verdad; ¡pero caramba! Es que esa vuestra espada me ha llamado

la atención…

VINONI.-

¡Oh! Esta es magnífica. (Sacándola) Hoja toledana.

MIÑANO.-

(Cogiéndola) A ver, a ver… (Blandiéndola) Efectivamente es hoja de

Toledo… (Riendo) Hombre, y lo que se me ocurre a mí.

VINONI.-

¿Qué?

MIÑANO.-

¡Nada! Pinchar a usted (Amagándole y estrechándole hasta la puerta del

calabozo, la cual, con el golpe de Vanoni, se abre. Éste debe defenderse

con la vaina de la espada, sin que de ninguna manera caiga en ridículo. –

Miñano se aprovecha de esta casualidad y le encierra, en seguida baja al

terrado, y se le ve subir a la plataforma donde se supone el centinela que

guarda el polvorín)

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VINONI.-

Vamos camarada no juguéis…

MIÑANO.-

No: es que no estoy jugando.

VINONI.-

¡Cómo!

MIÑANO.-

Así (Sigue pinchándole) ¡ah! ¡Bendita casualidad me habéis ahorrado una

muerte! (Cierra) Ahora al centinela.

(Pausa durante la cual se oyen ruidos de armas en los calabozos, un grito

en el foro, a este grito sale Miñano y se coloca en la puerta; aparece Rosa

con pabellón español en la mano y una espada en la otra, en lo alto del

torreón frente al público. Guzmán sale con sus compatriotas con espada y

bandera en mano y corren hacia el fondo al grito de viva España; se oyen

varias descargas de fusilería, dentro. La voz de Rosa mandando; Miñano

firme en su puesto y observando en todas direcciones; tan pronto como

Guzmán y sus compañeros salgan de la escena, se oyen cañonazos.

Soldados venezolanos salen por distintas direcciones. Toques lejanos de

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cornetas tocando a las armas. Confusión general, voceríos de viva España

y de viva la República. – Todo esto hasta la salida de Guzmán)

GUZMÁN.-

(A sus compañeros) Vamos compañeros, valor y decisión.- ¡Viva España!

TODOS.-

¡¡Viva!!

GUZMÁN.-

¡A lidiar!

TODOS.-

¡A lidiar! (Vanse. Empieza el cañonazo, etc.)

ROSA.-

(En el torreón) ¡Por aquí valientes!, así: ¡firmes! ¡fuego! ¡antes morir que

desmayar!

MIÑANO.-

(En su puesto) Bien, Rosa, bien.

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UN OFICIAL.-

(Con varios soldados) ¡Ah! ¡traición…! Mas, ved. La centinela nos ha

vendido. Justo es que pague su felonía. A ella valientes soldados, ¡fuego!

MIÑANO.-

(Con voz terrible y aterradora) ¡Alto, señor oficial! Si uno solo de vuestros

soldados hace fuego a Rosa nuestro fin será igual, ved esta mecha, aquí el

polvorín, hacéis fuego y también lo hago y perecemos todos. Combatid,

mas no matéis a traición.

OFICIAL.-

¡Oh! ¡Sí, tenéis razón! A luchar muchachos. A subir a las almenas, que

perezcan esos traidores. Ánimo, Jalom está ya avisado; no oís las cornetas

que piden refuerzos. Oh gloria sin medida. Vedle atravesar a nado el canal.

Con él vendrán mil valientes. Al torreón.

SOLDADOS.-

Al torreón. (Desaparecen)

(A lo lejos y con el pabellón tricolor en una mano, se ve a Jalom luchando

con las olas)

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ROSA.-

(Desde arriba) Sí; ¡venid os espero! Aunque mujer, mi corazón no se

amedrenta con los temores de una batalla. (Pausa) (Ruido de armas,

toques de clarín, cañón, ayes y lamentos por algunos segundos)

MIÑANO.-

¡Bien, bien! Cómo se baten, parecen leones… Nuestra causa va

triunfante… Qué veo… los artilleros forcejean con nuestros compatriotas a

brazo partido… No hay duda; estos venezolanos son valientes. ¡Oh! ¡gloria

sin medida! Las tropas que venían han sido rechazadas. (Grito general

dentro de ¡Viva España!)

Escena Última

(Entran Guzmán, Rosa, Miñano y demás compañeros por el foro. Jalom

con el traje en desorden y la espada rota, acompañado de oficiales y tropas

por la puerta segunda izquierda)

GUZMÁN.-

Venid valientes españoles. Venid; que puedan mis ojos contemplar

vuestros bravos pechos.

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JALOM.-

Capitán Guzmán, os habéis valido de una traición. Sólo así pueden ser

vencidos los valientes venezolanos comandados por mí. Mientras tanto,

ved como la causa de la libertad se conduce con sus opresores. ¡Vuestro

hijo vive!

GUZMÁN.-

¡Mi hijo vive! ¡Mi hijo no ha muerto!

JALOM.-

Nos suponías capaces de semejante vileza.

GUZMÁN.-

Oh, no. Siempre os he creído valientes y humanitarios. Por lo demás,

nuestro reproche sarcástico no me hiere. Si inspirado en la traición os

hubiera hecho creer que mis ideas de adhesión a mi rey y a mi patria se

habían modificado aceptando los favores de la causa republicana, tendríais

entonces razón; pero por el contrario, franco y sin doblez os expresé mis

sentimientos. Mi deseo de ser aherrojado debió hacéroslo comprender; al

preso le es permitido ambicionar su libertad y todos los medios de que se

valga le son lícitos…

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JALOM.-

¡Basta! Disponed de nosotros; somos vuestros prisioneros; sois dueño de

disponer de nuestra suerte.

VARIOS.-

(Lanzándose sobre ellos) ¡Mueran!

GUZMÁN.-

(Interponiéndose) ¡Atrás! ¡Queréis manchar nuestra victoria con una vileza!

Podéis salir con vuestros valientes. En el campo de batalla nos

encontraremos. Aquí somos amigos; allá contrarios, que sostendremos con

la espada una idea y una patria.

JALOM.-

Gracias, Capitán Guzmán. ¡Ea, camaradas!, al campo; y que Dios ayude a

nuestra santa causa.

TODOS.-

¡Al campo! (Vanse)

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MIÑANO.-

Ahora, mi Capitán, permitidme que de libertad a un preso que tengo en ese

calabozo.

GUZMÁN.-

¿A quién?

MIÑANO.-

A Vinoni.

GUZMÁN.-

¡Vinoni! ¿Y por qué está preso?

MIÑANO.-

Porque necesitando su espada se la quité y lo encerré para que no

descubriese nuestro plan. (Abriendo la puerta) ¡Ea! Salid, amigo Vanoni.

VINONI.-

(Saliendo) ¡Ah! Os habéis valido de una traición para desarmarme; mas, no

importa, en el campo nos encontraremos y vuestra sangre será la

satisfacción que os pida. ¿Acudiréis?

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MIÑANO.-

¿Y lo habéis dudado? ¡Esperadme!

VINONI.-

Bien; os espero. (Mutis)

GUZMÁN.-

Ahora, camaradas: ¡Un viva a España!

TODOS.-

¡Viva España!

ROSA.-

¡Viva Antonio de Guzmán, nuestro valiente Capitán!

GUZMÁN.-

¡Gracias, amigos míos! Yo os juro no descansar hasta no ver libre este

suelo de los valientes enemigos de la madre patria… Y tú… (Mirando la

bandera y casi sublimándose gradualmente):

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¿Qué me resta en el encono

Del patriótico ardimiento?

¡Cumplir hoy el juramento

De morir fiel a mi trono!

Jamás del clarín el tono

Que aciago vibra la suerte

La voz ahogará del fuerte

Aun en la hora postrera;

¡Y envuelto en esta bandera

Haré gloriosa mi muerte!

¡Sacro pendón! ¡A mis manos!

Y has que me den tus leones

El fuego de las acciones

De mis ínclitos hermanos;

Los soberbios castellanos

Jamás doblaron la frente

Bajo el simoiin ardiente

Que al África sopla el can:

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Y llevas de gente en gente

Glorias del Cid y Guzmán!

Un lampo en tus franjas brilla

Que imita el fuego del sol,

En donde el pueblo español

Tembló quizás la cuchilla

Con que al musulmán humilla

En los campos de Granada;

En la triste retirada

Precipitaste a Boabdil,

Cuando rodaba al Genil,

Lágrima desesperada.

Cuando en el mar de Lepanto

Te izaron en alta entena

Huyó la gente agarena

Entre desorden y llanto

Fuiste símbolo de espanto

A la invasión extranjera

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Y jamás otra bandera

De sangre flotó en la ola

Como en mar, mente y pradera.

Flotó la enseña española.

Fuiste la brújula cierta

Que tras atlante iracundo

Abrió a Colón de este mundo

La desconocida puerta. (Con desconsuelo)

Si mañana suerte incierta

A nuestros triunfos engaña

Si en Venezuela te empaña

Humo de fugaz victoria…

Renacerás a la gloria,

Al grito de ¡viva España!...

Vibre ardiente y soberano

Ese grito al mundo entero

Y en una mano el acero

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Y tu fijo en la otra mano;

Este leal veterano

Será fuerza que sucumba:

¡No desmentiré de Otumba

La herencia de Hernán Cortés! (Muy marcado)

Me hallarán muerto a tus pies;

¡¡Y tú cubrirás mi tumba!!

(Guzmán queda dominando la situación en todo el centro de la escena,

casi cubierto con la bandera; los soldados de la primera fila con una rodilla

en tierra; los de la segunda de pie y el arma presentada; los de la tercera

vueltos de espalda, en actitud de defensa y apuntando a las murallas

derecha, izquierda y foro. Los torreones del fondo caen convertidos en

escudos españoles. Sobre el muro del torreón la Centinela de pie; el pelo

suelto, en la izquierda la bandera y en la diestra la espada en actitud de

mando; diez o doce soldados alrededor de ella casi arrastrándose y en

acecho; al fondo el mar, oscuro al caer los torreones, iluminado con luz de

aurora después, en cuyo momento se ve atravesar a Jalom remando en un

bote. Ruido de armas, griterías y ayes se oyen fuera.- La orquesta tocará

una marcha triunfal hasta la caída del telón que cae pausadamente)

Fin del Drama.